Entrevista a Jesús Franco
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Entrevista al director de cine Jesús Franco (vía El País)
Usted es Joan Almirall, Terry de Corsia, Raymond Dubois, James Lee Johnson, Lulé Laverne o Jess Frank? Ninguno.
Vaya. ¿Y eso? Leyenda. Realmente, sólo he usado cinco nombres. Empecé utilizando seudónimo para los distribuidores
extranjeros porque hacía demasiadas películas. Mis nombres siempre han sido homenajes a músicos de jazz
muertos. Clifford Brown fue el primero que usé. El mejor trompetista de la historia del jazz murió a los 25 años,
en la carretera. Luego utilicé James P. Johnson, pianista de blues también muerto. Luego estaba Charlie
Christian, guitarrista genial. Cuando tuve tres, decidí montar un quinteto y añadí a Slam Stewart, bajista. Y
luego al único blanco del grupo, Dave Tough. Pero el resto de los nombres son inventados, y no por mí, sino por
productores y distribuidores. Algo ridículo.
¿Y lo de Jess? Esa tontería. Bueno, así me llamaban en París, porque en aquellos años, tiempos del franquismo más cerrado,
llegar a París y llamarse Jesús, como Jesucristo, y Franco, como el caudillo, pues era un cachondeo. Esa
tontería. Bueno, así me llamaban en París, porque en aquellos años, tiempos del franquismo más cerrado, llegar
a París y llamarse Jesús, como Jesucristo, y Franco, como el caudillo, pues era un cachondeo.
Y así podríamos seguir la mañana entera, hablando de dobles identidades y ficciones. Incluso podría reproducir
la entrevista completa que firma Elsa Fernández-Santos y no haría falta que yo escribiera nada más. Pero
aunque el personaje de Jess Franco es seductor y sus respuestas rozan la perfecta lucidez, voy a resistirme a la
tentación. Vuelvo a recordar la habitación en penumbra, el falso Peter Lorre echado entre unas mantas y
Rafaela Aparicio vela en mano, justo antes de tropezar con un colgador. La película se titula "El extraño viaje" y
es en sí misma un periplo que comienza en un crimen real ocurrido en la localidad de Mazarrón (Murcia), que
luego pasa a la portada de "El Caso" y de ahí a una mesa de café madrileño en la que Fernando Fernán Gómez
propone a sus amigos el inocente juego de imaginar lo qué ha ocurrido en Mazarrón y luego Luis García
Berlanga idea el argumento de un film y finalmente se convierte en guión y aquel crimen de Mazarrón se
convierte bajo la dirección de Fernán Gómez en una película magistral. Película que por cierto no precisó de
Peter Lorre para recibir la atención de la censura franquista, que la prohibió a las pocas semanas de su estreno.
¿Su pecado? Mostrar con demasiada crudeza el esperpento de país que por aquel entonces todavía era España.
"El extraño viaje" es un artefacto que a veces parece humor negro y otras un drama de provincias y otra una peli
de suspense al estilo Hitchcock-Psycho-Perkins y cuando Carlos Larrañaga abraza sin convencimiento a la
Ignacia-Gloria Swanson también parece "El crepúsculo de los dioses" pero en lugar de Sunset Boulevard todo
ocurre en un pueblo castellano que se aburre de lunes a viernes y que espera con rabia y violencia que lleguen
los músicos desde Madrid para echar un baile en el salón del Círculo Recreativo. Créanme, es una de esas
películas que despiertan fascinación, ganas de escribir, de hablar de ellas, de comentar los resortes de un guión
inteligente que maneja la trama y la información con amplia sutileza. Y luego, sin remedio, la pregunta. ¿Qué
tenían en común la España católico-cotilla-paleta del 64 y el grupo de creadores que está detrás de la realización
de esta película? ¿Cómo es posible semejante dualidad? Supongo que no es posible de un modo natural, es la
fricción de las dos españas que todavía colisionan a diario, cada día que bajo a comprar el pan, la colisión que
exilió a Jess Franco en busca de libertad. Y la que le impidió regresar con normalidad al morir el funesto (adj.
Que produce tristeza o desgracia, o que va acompañado de ellas) dictador. Les dejo con otro fragmento de la
excelente entrevista a Jess:
Usted empieza su autobiografía con una frase de Gila: "El día que nací yo, mi madre no estaba en casa. Así que
bajé y le dije a la portera: señora Patro, he nacido; soy niño". ¿Nunca le falla el sentido del humor?
No. Aunque algunos no lo entienden y supongo que para ellos sí falla. Gila era muy amigo mío y lo pasábamos
muy bien juntos, hablando todo el día de gilipolleces. Pero nunca ha estado valorado a la altura que merecía. En
cualquier país civilizado, Gila hubiese sido considerado como un Ionesco, pero como no era francés o rumano,
pues nada... Nos tocó un pasado muy negro y nefasto, y no está tan lejos, ahí sigue.
¿Dónde? La España fascista es muy chulita y asoma por muchos sitios, la programación de la televisión, la incultura...
¿La marginalidad ha sido para usted una salida? La única salida. O me declaraba marginal o me condenaba a la más absoluta infelicidad. O estaba al margen o
estaba jodido. Yo soy de izquierdas de verdad, mis sentimientos no son exactamente marxistas porque el
marxismo fracasó, pero, pese a todo, esas ideas prevalecen.
Y ¿qué es hoy ser de izquierdas? Ser un librepensador que no admite tonterías ni de la sociedad ni del establishment, alguien a quien el qué
dirán no le importa. Haz lo quieras y sé feliz. Fuera servidumbres. No comulgo con ruedas de molino ni con
ruedas de nada. No soporto las poses y defiendo esa declaración de Cocteau que dice: "Las rosas huelen mal".
Pues eso, que si te parece que las rosas huelen mal no digas que huelen bien.
(...)
Y el cine ¿no puede ser trascendente? No. Ése no es su cometido. Si fuera así, sería una pedantería, y el cine está hecho para todo el mundo. El cine
está hecho para divertir, nació en una barraca de feria y sigue siendo una ilusión de feria. Y eso está muy bien y
no hay por qué tocarlo, porque puede llenar nuestra vida de fantasía y de un mundo mejor al nuestro. El cine
nos lleva a un mundo mejor. Julián Marías, familiar mío, decía que, mientras en el teatro perteneces a una
colectividad, en el cine, no. En el cine, tú estás solo con Ingrid Bergman, y tú, al estar solo con esos héroes, con
Marlon Brando, con quien quieras, compartes con ellos todo el espacio. Pero ese espacio desaparece cuando
termina la película y en seguida vuelves a tu ser. Esa ensoñación se acaba, es muy corta. Pero, en cambio, la
ensoñación del Ulises es para toda la vida. Se va a escandalizar, pero para mí Gila es como Joyce, es esa escuela,
yo creo en eso, en esa incorrección, en ese surrealismo inconectado, en las contradicciones de la sociedad. Lo
que pasa es que Joyce tenía el prestigio de Irlanda, de un mundo en descomposición, y el otro sólo tenía a un
general que no acababa nunca de fallarnos.
¿Ésa ha sido la diferencia? Sí, cuarenta años de paz en los que nos han ido jodiendo poco a poco. Cuarenta años en los que cada mañana
nos caía una gota de agua fría en la cabeza.