En busca del misterio - Jimenez del Oso, Fernando.pdf

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Una oportunidad única de recorrer junto al Doctor Jiménez del Oso los caminos más apasionantes en busca del misterio. El Valle del Indo, la Isla de Pascua, el Mar Muerto, el Valle Sagrado de Tepoztlán…. Lugares remotos que el autor recorrió durante su vida para podernos narrar de primera mano, todos sus misterios. El último libro que escribió Fernando Jiménez del Oso se ha convertido en las memorias de toda una vida plenamente dedicada a descubrir los enigmas más fascinantes allí donde se encontrarán. Un relato que resume toda una vida dedicada a su pasión por los enigmas, con rigor antropológico e histórico, pero sin olvidar su dimensión más desconocida.

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En busca delmisterioSobrecubierta

NoneTags: General Interest

En busca delmisterioSobrecubierta

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En busca del misterioFernando Jiménez del

Oso

PRÓLOGOSensatez, honestidad, templanza esas

son las primeras palabras que acuden ami mente cuando invoco la figura de miquerido amigo Fernando. Todo un iconodel misterio, un divulgador de raza, deesos que aparecen cada cierto siglo paradeleite de sus coetáneos. Aunque deboconfesar, y lo haré en estas líneas, quemantengo algunas sospechas sobre elverdadero yo de Jiménez del Oso, meexplicaré querido lector: usted no se hafijado en la imagen de Fernando, tanatractivo, tan asentado, con esas ojerascaracterísticas, esa mirada profunda,verdad que lo está visualizando en estosmomentos. En efecto, no ha variado ni

un ápice en los últimos decenios, y, esmás, desde aquí me atrevo a decir queno ha cambiado nada en las últimascenturias. Porque Fernando, hora es dedecirlo, es el conde de Saint Germain, síamigos, ésta es la única verdad, si nofuera así no se podría explicar lacantidad de conocimientos albergadospor esta lúcida mente.

Lo descubrí un buen día en el que fuiinvitado a pasar una magnífica velada encasa de Pilar y Fernando. En undescuido de esta entrañable pareja, medeslice entre las sombras góticas de lospasillos hasta llegar al despacho deldoctor, un espléndido santuario de lasabiduría. En la estancia de estiloindefinible me topé con libros

polvorientos, objetos de toda índole yprocedencia y un retrato extrañísimodonde aparecía Fernando vestido a lausanza medieval.

En medio del éxtasis apareció élsituando su mano sobre mi hombro, elsusto fue tremendo, pero su sonrisacómplice consiguió calmarme, meexplicó que ese era su reducto secreto yque lo del cuadro no tenía importanciadado que se había pintado en unmomento de diversión utilizando un trajeque había pertenecido a no se sabíaquién, asentí con mirada complaciente ycallé, pensando que su secretilloquedaría bien custodiado. Terminamosla fiesta y no se volvió a hablar más de

aquel asunto.Recuerdo con emoción mis largos

años de amistad con Fernando, laprimera vez que nos estrechamos lamano fue en la madrileña calleVelázquez cuando yo realizaba miprograma Turno de noche.

En aquella madrugada propia devampiros y hombres lobo, aparecióentre las brumas originadas por eltabaco y el café humeante, yo estaba muynervioso puesto que admirabaprofundamente al personaje con el queiba a mantener una amigableconversación radiofónica. Como a todoslos ídolos, también había mitificado aJiménez del Oso, su larga y dilatadatrayectoria profesional no dejaba lugar a

la duda, más de ochocientosdocumentales televisivos, otros cientosde programas radiofónicos, la fundacióny dirección de revistas como Espacio ytiempo o Más allá de la ciencia, libros,reconocimientos, en fin que tenía ante mía todo un héroe de la comunicaciónespañola.

La entrevista se convirtió enamigable conversación, y, comosiempre, terminó por cautivarnos atodos. Esa noche los teléfonos ardieron,los oyentes, tan entusiasmados como yo,pidieron más y más, ya que los sesentaminutos ofrecidos supieron a poco. Esees Fernando, un inmenso contador dehistorias, alguien del que te puedes fiar,

uno de los mejores psiquiatras denuestro país, porque además de contarsabe escuchar y esa cualidad muy pocosla tienen.

Él sabe perfectamente que loqueremos y admiramos, lo sabe,créanme, pero nunca lo verán subido alpedestal, no, Fernando no es así.

Esa noche me demostró queseríamos amigos para siempre, tenemosuna forma de ver la vida muy parecida,salvo algunas excepciones como las depasear por los cementerios ocoleccionar algún hueso que otro.

Hace tres temporadas que meconcedió el honor de su colaboración enLa Rosa de los Vientos, mi actualprograma de radio, obviamente el

espacio de Fernando es uno de los másaplaudidos por parte de la audiencia, y,es que, todo lo que hace este hombretiene tanta magia y tal poder deseducción que es muy difícil sustraerse alo que analiza, comenta u opina. Sueditorial en la revista Enigmas es todauna referencia para los que seguimoscon pasión los asuntos del misterio, loque escribe Fernando va a misa, aunquecomo él mismo dice «todo escuestionable», incluido su editorial.Pero, y digo yo, que pasará cuandodentro de cien años Fernando Jiménezdel Oso siga ahí, seguramente nadapuesto que habrá cambiado de nombre.

Por eso tenemos una oportunidad

única de descubrir la verdaderapersonalidad de Fernando Jiménez delOso y es con este libro que usted tieneentre las manos. En busca del misterio,tiene algo más que texto y magníficasfotografías, esta obra refleja la vida deuno de los personajes más apasionantesde la historia contemporánea española.En efecto, estas páginas le van atrasladar a los países y lugares másenigmáticos del planeta Tierra. Jiménezdel Oso descubre para usted, no sólograndes centros de misterio, sinotambién sus intuiciones, opiniones einvestigación de tantos años al filo de loinexplicado.

Fernando, con prosa propia de laGeneración del 98, nos explica cómo

entrar en los recóndito, lo oscuro, loaislado; se convierte, sin pretenderlo, enel mejor cicerone que nadie pudo soñary es importante que en estos tiempos depapanatismos ilustrados nos dejemosllevar por alguien que aplica laracionalidad en grado extremo, porquesi Voltaire resucitara, seguramentepediría a Jiménez del Oso sucolaboración para la nueva enciclopediadel raciocinio.

Fernando es un médicoespecializado en la mente humana, conmás de treinta años de carrera, suspacientes lo adoran, seguro que sitratara a Woody Allen lo curaría enpocas sesiones. Pero ante todo mi amigo

es un humanista, un amante del planetaTierra y de sus misterios.

¿Verdad querido lector queFernando parece saber más de lo quecuenta?, pues sí, yo lo ratifico, sabemucho más de lo que dice y si usted leecon detenimiento este libro, se darácuenta que mis palabras no son vanas.

Busque cual mente renacentista entrelas páginas de esta obra, descubriráhoteles de extraño encanto donde secombinan enigmas y bichoscriptozoológicos, sitios remotos llenosde construcciones imposibles para lamente humana de nuestros días. Pero loprincipal es que van a conocer laverdadera esencia filosófica deFernando, aquí están sus mejores

aventuras, sus pasiones, su contacto conla vida, y algo muy peculiar que para míno ha pasado desapercibido, fíjense quedespués de tantos años, de tantos viajesy de tantas gastronomías inauditas, aFernando nunca le ha pasado nada ¡Sedan cuenta!, reiteró mi tesis, ¡es el condede Saint Germain!, bueno vale, si no esel conde por lo menos un primo carnal,pero lo que sí sé es que mi amigo tieneel secreto de la piedra filosofal y estoy

convencido que gracias a este librolo va a compartir con todos ustedes,imaginen y disfruten.

JUAN ANTONIOCEBRIÁN

VIII

abía visto acondicionadores de airecomo aquél en las películasnorteamericanas de los años cincuenta.No dejé de sentir cierta emoción; unaparato así sólo puede contemplarse yaen un museo. Era tan grande queocupaba media ventana, una vez puestoen marcha, su ruido podía competir conel de un reactor a plena potencia. Elefecto, aunque impresionante, durabapoco, porque en uno o dos minutossaltaban los plomos. No sé bien por quérazón, pero durante la noche el problema

se solucionaba en parte y el padre detodos los acondicionadores funcionabasin interrupción. A cambio, el tubofluorescente del techo no llegaba aencenderse por completo e iluminabaintermitentemente la habitación con unaluz espectral que apenas permitía ver elmobiliario, lo que, salvo por lairritación de los ojos, no dejaba de serun consuelo. Fue durante la primeranoche, cuando, a la luz de ese indecisofuego fatuo, vi al que iba a ser micompañero de cuarto durante una largasemana. No puedo precisar su especie,porque la visión duró lo que uno de esosfugaces parpadeos de neón, pero resultósuficiente para apreciar que e trataba deun bicho blanco parecido a una

salamanquesa de no menos de cincuentacentímetros; es decir, tan grande comopara que, dadas las circunstancias, mepareciera gigantesco. Tuve tiempo deverlo correr por la pared y escondersedetrás de un sillón. Cuando se haviajado lo suficiente, uno aprende cuánimportantes son la tolerancia y ladiscreción para una correctaconvivencia, así que trasladé elcamastro al centro de la estancia y nomoví el sillón ni su pareja, tanto por noimportunar a mi anfitrión como por nosaber qué otros ejemplares de la faunalocal me hacían compañía. Satisfechosin duda con el arreglo, no volvió adejarse ver, lo que desde aquí le

agradezco, y de paso le envío unemocionado recuerdo. Pese a todo,según el productor, se trataba del mejorhotel de Larkana. Y debía serlo por supretencioso nombre, Green Palace,aunque no estaba pintado de verde y,desde luego, no era un palacio. Me healojado en sitios peores, y éste, apartede lo ya comentado, ofrecía a huéspedesy visitantes el singular atractivo de estarsiempre en tinieblas. La razón, medijeron, era el calor. Por mitigarlo, elsalón-bar-comedor tenía las pesadascortinas continuamente echadas y lasbombillas daban una luz tan mortecina,que todos parecíamos asesinos en serieplaneando nuevos crímenes, además deno saber en ningún momento qué

estábamos comiendo exactamente, loque quizá era una suerte…

A estas alturas, es probable que ellector se pregunte qué hada yo en aquélrincón de Pakistán, pero si quieresaberlo, como yo espero, deberá tenerpaciencia, porque la razón estaba en elotro lado del mundo y a unos diez añosde distancia, en la Isla de Pascua, asíque comencemos por el principio yvayámonos allí.

En los 109° 25' 54" de longitudoeste y los 27° 08' de latitud sur, y unaisla célebre a la que el almiranteholandés Roggeween bautizó el 6 deabril de 1722 con el nombre de Isla dePascua, por ser ese el día en que se

celebra la Pascua de Resurrección. Losaborígenes, a quienes mIconmemoración ni les iba ni les venía,siguieron llamándola Te-pito-o-te-henua, que quiere decir «el ombligo delmundo». Aunque pueda parecerlo, talnombre nada tiene de pretencioso; si hedado las coordenadas de la isla es paraque, en caso de que le apetezca, el lectorvea en un mapamundi su situación: estáen medio de la nada, a 3.518 Km. de lacosta americana y a 2.037 de la islaPicairn, su vecina inmediata. Aunque sesituasen en la cima más alta de su isla,el volcán Maunga-tere-vaka, loshabitantes de Pascua no disponían deotro panorama que el cielo por arriba yel océano alrededor. Solos, en el centro

de una inmensidad azul, no es extrañoque se consideraran el ombligo de locreado.

Desde la isla de Pascua la únicatierra visible son los islotes Motu-kao-kao, Motu-iti y Motu-nuzz. Anualmente,nadadores de cada uno de los clanescompetían para llegar a los nidos yhacerse con el primer huevo del pájaromanutara (ave marina conocida como«pájaro fragata»).

Su incorporación al acervo detierras conocidas y, con ella, la pérdidade su mísero aislamiento, dejó en lospascuenses un amargo sabor de boca yel sentimiento de que mejor hubiera sidoque nadie los descubriera, porque

aquella visita se saldó con la muerte deuna docena de ellos. Afortunadamente, yno es por hacer patria, el siguientedesembarco, el 20 de noviembre de1770, protagonizado por dos barcosespañoles, el navío San

Lorenzo y la fragata Santa Rosalía,bajo el mando de Felipe González deHaedo, resultó mucho más satisfactorioy productivo. Levantaron mapas de lacosta y del interior, se estableciócontacto amistoso con los isleños yquedó constancia por escrito de todoello (documentos que quien estéinteresado puede encontrar recogidos enun magnífico libro de Francisco MellénBlanco: Manuscritos y documentosespañoles para la historia de la Isla de

Pascua, Biblioteca CEHOPU, 1986).

Mapa de la isla levantado por laexpedición de Felipe González deHaedo.

Cómo era inevitable, los reciénllegados tomaron posesión de la isla ennombre de Carlos III, llamándola isla

San Carlos en su honor. La historia estállena de atropellos similares. Sin otrarazón que la fuerza y con el arroganteconvencimiento de que, por diferentes ytécnicamente pobres, los reciéndescubiertos son unos desgraciados deinferior categoría, los países«desarrollados» se han apropiado de lastierras que les ha venido en gana,convirtiendo a sus habitantes en súbditosforzosos, explotándolos como mano deobra barata, imponiéndoles costumbrespara ellos ajenas y tanto o más estúpidasque las que tenían, y sustituyendo suvieja religión por otra nueva no menosdisparatada y humillante.

Los pascuenses, sancarlenses o, si sequiere ser purista, tepitotehenuenses, no

tuvieron mejor suerte que otros pueblos.Se libraron, eso sí, de que, en 1687, suprimer descubridor, el pirata EdwardDavis, llegase a desembarcar. Aunquesu barco se llamaba «La delicia de lossolteros», nombre que sugiere unatripulación de talante cordial ydicharachero, lo más probable es que,de haber puesto pie en la isla, suestancia se hubiera saldado conabundantes muertes y violaciones, pero,por alguna razón, se conformó concontemplarla desde un cuarto de millade distancia. Sin embargo, el mal yaestaba hecho; el filibustero tomó nota dela situación aproximada de la

isla en su cuaderno de bitácora y,

fiándose del dato, Roggeweendesembarcó en ella treinta y cinco añosdespués.

No hace al caso extenderse muchoen la historia conocida de Pascua,porque lo que nos interesa esprecisamente la desconocida, la noescrita, pero sería injusto pasar por altola fructífera expedición de James Cook,el afamado navegante inglés, en 1774.Le acompañaron dos científicosalemanes, Reinhold y Georg Forster, querealizaron un estudio bastante completode la isla y de sus habitantes, y undibujante llamado Hodges -no confundircon el magnífico pintor y grabadoringlés Charles H. Hodges; en esa fechasólo tenía diez años de edad-, que fue el

primero en dar a conocer al mundo elaspecto de los moai, las célebresesculturas pascuenses de las que luegome ocuparé con detenimiento.

Descubierta, redescubierta y vuelta adescubrir por holandeses, españoles,ingleses y franceses, Rapa Nui, «la islagrande», cómo la llamaban lospolinesios, se vio ya inmersa sinremedio en los acontecimientos quedurante el siglo siguiente sacudirían alcontinente americano. El que en 1805una veintena de ellos fueran embarcadospor la fuerza en la goleta norteamericana«Nancy» para ser utilizados comopescadores en el archipiélago de JuanFernández, no contribuyó precisamente a

endulzar el carácter de los isleños, que,a partir de entonces, dispararon concuanto tenían a mano contra cualquierembarcación que se acercara a suscostas.

No les sirvió de mucho… laabolición de la esclavitud en EstadosUnidos y la creciente industrializacióndel continente americano crearon lanecesidad de buscar nuevostrabajadores que sustituyeran a losrecién manumitidos negros sinincrementar excesivamente los costes.La Isla de Pascua, que entonces contabacon unos cuatro mil habitantes, noescapó a ese «reclutamiento»;engañados o a punta de pistola,centenares de ellos fueron llevados a las

explotaciones de guano en la costa delPacífico, donde trabajaron encondiciones infrahumanas, hasta que,por intercesión de los misioneros, losque aÚn quedaban con vida fueronrepatriados. Lamentablemente, en elbarco de vuelta viajaban también lasífilis y otras enfermedades para las quelos aborígenes carecían de defensas,como la tuberculosis o la gripe. Lasconsecuencias fueron estremecedoras.En su libro La cultura de la Isla dePascua, mito y realidad, el doctorRamón Campbell cita varios censoselocuentes de lo que supuso para esatierra perdida en el océano sudescubrimiento y colonización:

«… en 1864, fecha de la llegada delhermano Eyraud, los habitantes eran1.800. Cuatro años después se habíanreducido a 930, sólo la mitad. Al añosiguiente, según el padre Roussel, eranalrededor de 600. Cuando estuvo allíPierre Loti en 1872, el número habíadescendido a 275, y en 1877 el capitánAlphonse Pinart, a su paso en el navíoLe Seignelay, encontró el ínfimo númerode 111».

Si me he entretenido en estos datos,es para que se considere lo difícil queresulta reconstruir, aunque searemotamente, la historia de la islaanterior a la llegada de los europeos. Yes una pena, porque Pascua alberga en

sus escasos ciento setenta kilómetroscuadrados tantos y tan sugerentesenigmas, que cerca de tres mil autoreshan caído en la tentación de escribirsobre ellos. Entre tal abundancia, meserá disculpado que dedique un capítuloo dos a hablar de la isla, centrándome,eso sí, en sólo un par de sus misterios:los moai y las tablillas rongorongo.Aunque no los resuelva, aportaréalgunas reflexiones que considerosensatas, pese a que, en parte, discrepende las hipótesis mantenidas por los másreconocidos antropólogos y asumidascomo propias por la mayoría de lossucesivos escritores.

Cuando estuve en la Isla de Pascua

comprobé dos cosas: que hacía viento yque lo escrito en su día por Englert,Mulloy, Campbell y Heyerdahl, losinvestigadores considerados másrespetables, seguía yendo a misa.Mantenerse peinado era una pretensiónimposible y no asumir como dogma loque esos autores dijeron era una herejía.

Consecuentemente, gasté enormescantidades de laca y me leí a concienciala obra de los ya citados para ver hastaque punto era merecedora de un créditosin restricciones. Este último empeño nodebe considerarse como menosprecio asu trabajo, que fue enorme y digno delos mayores elogios, sino el fruto deamargas decepciones acumuladas a lolargo de los años.

De adolescente, tenía la ingenua ideade que lo escrito por quienes investiganen cualquier rama de la ciencia podíaasumirse sin reservas, y que si en sustextos escaseaban los «tal vez», los «esposible que» o, sencillamente, los «nose sabe», era porque las piezasencajaban a la perfección y no habíaresquicio para la duda. Creía -benditainocencia-que sus rotundas afirmacionesse basaban en hechos incontrovertibles yno en opiniones personales. Luego, alconocer más profundamente los temas y,sobre todo, al visitar, sin prisa y con losojos bien abiertos, los lugares por ellosdescritos, comprobé que me habíanengañado: buena parte de sus asertos

eran pura especulación y algunas de susconclusiones un mero disparate. Por eso,y ya que estamos en ello, recomiendo allector que no confíe ciegamente en loque dictaminan sin titubeos las «vocesautorizadas» de la ciencia, por muyencumbradas que estén; seguro que enalgo de lo que afirman o niegan le estándando gato por liebre. Y si esto serefiere a los autores consideradosortodoxos, imagínese la desconfianzaque deben inspirarle los que, dejándosellevároslo por lo aparente, encuentranaeropuertos prehistóricos en el desierto,atlantes con pistolas desintegradoras enun templo tolteca o pilotos espaciales enuna tumba maya…

No soy de los que niegan la posible

presencia de visitantes extraterrestres enel pasado, muy al contrario; el, a mijuicio, incuestionable fenómeno ovni,plantea esta y otras muchasdesconcertantes posibilidades queescapan a la comprensión de nuestra aúnrudimentaria ciencia. Pero a ese tipo de«investigadores», tanto a los pionerosde los años setenta como los másrecientes, los he sorprendido en tales ytan gruesos errores, he comprobadotantas veces su absolutodesconocimiento de las culturas en lasque meten con calzador a sus antiguosastronautas, que no doy por bueno nada,insisto, nada de lo que escriben, sinhaberlo antes verificado. Por supuesto,

aunque la mía no sea una «vozautorizada» ni se me pueda encuadrar enel otro grupo, esa misma recomendaciónse extiende a este libro.

También en esa isla, comprobé unavez más que viajando se conoce genteinteresante. Edmundo Edwards lo era yseguro que lo seguirá siendo. Tenía a sucargo la dirección del patrimonioarqueológico de la Polinesia Francesa,pero llevaba años estudiando Pascua,más rica en misterios ella sola que todaslas islas bajo su jurisdicción.Mantuvimos largas y, para mí,fructíferas conversaciones. Sabía cuantopuede saberse del asunto y estaba altanto de las últimas investigaciones,pero, a diferencia de la mayoría de los

presuntos eruditos sobre el pasadopascuense, no tenía embargo en confesarsu ignorancia si llegaba el caso. Él fuequien me proporcionó el entonces másreciente «censo» de moai: mil seis. Unacifra sorprendente, si se tiene en cuentaque la isla no debió sobrepasar en susmomentos de mayor población los cincomil habitantes.

Esas esculturas, auténtica seña deidentidad de la Isla de Pascua, son tanconocidas que parece superfluodescribirlas, pero resulta imprescindiblehacerla, y con cierto detalle, para luegoevaluar cuál es su dosis de misterio. Sedistribuyen en dos tipos: los moai (en suidioma original el plural se expresaantes de la palabra) «clásicos» y otrosde apariencia más tosca a los queCampbell denominó «rústicos».Ambosrepresentan a individuos de rasgospeculiares: cráneo aplanado por arriba,arcos superciliares prominentes yunidos, nariz larga y respingona, conpunta afilada y aletas bien marcadas,boca recta de labios muy finos, que se

proyectanhacia delante en un mohín

despectivo, y mandíbuladesproporcionadamente grande, conbordes afilados que la separannítidamente del cuello, grueso y corto.No puede hablarse propiamente decabeza, puesto que, vista de perfil,termina en las largas orejas, sin vestigioalguno de cráneo, y que, unido a laestrechez de la frente, sugiere más unamáscara que una auténtica cabeza. Porsu parte, el cuerpo, de pequeño tamañoen relación con la cabeza, es rechoncho,de pectorales marcados y vientrevoluminoso. Lo que más llama laatención en él son las manos, dotadas delarguísimos dedos que parecen sostener

el peso del abdomen. Ahí terminan,porque no hay piernas ni indicio deellas. Fueron hechos para ser colocadossobre un pedestal e integrados en unmonumento. Los otros moai, los«rústicos», considerados posteriores,son similares, aunque de menor tamañoy más tosca factura. Su nariz es ancha,de tipo negroide, y la mandíbula carecede esa firmeza que caracteriza a los«clásicos».

Los moai son la auténtica seña deidentidad de la isla de Pascua, sinembargo, son muchos los enigmas queaún conservan.

Además de los ya

descritos, hay ejemplares aislados

de aspecto diferente, como elque desenterró la expedición deThor Heyerdahl en los añoscincuenta: una escultura femenina,un moai tuturi, de cuatro metros dealtura. Está arrodillado, conlos glúteos descansando sobrelos talones, en una postura queseguramente no expresa veneración,sino la forma natural de sentarseen los pueblos que, como aquél,carecían de mobiliario. No esel único; ya antes habían sidohallados dos ejemplaressimilares por el arqueólogoMulloy y hay restos de algunosmás. Pero, aunque existan

estas y otras excepciones, no sonsignificativas frente al enormenúmero de los moai típicos.El que sí merece tratamiento aparte,

tanto por lo curioso como por haberdado pie a fantásticas especulaciones, esun moai inacabado de la cantera delRano Raraku, el volcán de cuya laderaproceden casi la

totalidad de lasesculturas. Aún

permanece unido a lapiedra madre,

pero cuando el trabajo seinterrumpió

yaestaba en una fase muy avanzada de

ejecución. Pasaría por uno de tantos, sino fuese porque su mentón se adorna conuna perilla parecida a las que ostentabanreyes y deidades en el Antiguo Egipto.Un apéndice cilíndrico que, corno era deesperar, ha llevado a algunos a deducirque una expedición faraónica visitó laisla en época lejana. En realidad, no esel único, otros muchos moai de Pascuaostentan perillas semejantes; se trata delos moai kavakava, tallados en madera,caracterizados por su torso esquelético -kava-kava significa costillas-y por teneruna barbita que, en efecto, recuerda a lasque aparecen representadas en el

Antiguo Egipto… y en la antigua China,en el antiguo México, en la antiguaSuramérica y en tantos otros pueblosantiguos del mundo caracterizados porla escasez de pelo en el rostro. Unamodesta perilla, que entre esaspoblaciones, casi barbilampiñas,expresaba senectud y sabiduría. No esque sea necesariamente esa laexplicación de la perilla «faraónica» delcitado moai, pero la expongo comomucho más probable que laprácticamente imposible tesis de lainfluencia egipcia.

Para ser justos, hay otrascoincidencias que aparentementeapoyarían la idea de un Contacto entreambas culturas. Una, es la similitud

fonética de la palabra raa, que lospascuenses utilizaban para referirse alsol, con el nombre del dios solar en elAntiguo Egipto: Ra. La otra, es unrelieve que tienen en la espalda losmoai del ahu Nau-nau en Anakena(como veremos después, ahu es elmonumento en el que se incluyen losmoai, mientras que Anakena es,simplemente, el nombre con el que seconoce a una zona de la isla), parecidoa la cruz ansada egipcia, el Ank,símbolo de la eternidad. Si a estounimos que Anakena contiene las-letrasde Ank y en el mismo orden, podríamosargüir que son demasiadascoincidencias como para atribuidas a

la simple casualidad. Sin embargo, sianalizamos por separado cada Una deesas aparentes conexiones entre ambasculturas, veremos que, en efecto, sonpura apariencia.

Entre los símbolos que muchosmoai tienen grabados en la espalda,uno de ellos se asemeja al ank, la cruzegipcia, pero se trata de la lacada delceñidor o de una representación de laluna sobre el arco iris.

El citado relieve en el dorso dealgunos moai, cuyo parecido con la

cruz egipcia es sólo relativo, puederepresentar una lazada del ceñidor quela escultura lleva en su cintura o, lo quees más probable, el símbolo de la luna

sobre el arco iris, diseño propio de laisla y que en el moai hoahaka-mana-ia,que se conserva en el Museo Británico,se aprecia con toda claridad. Por lo quese refiere a la palabra Anakena, nadatiene que ver con el ank: kena es elnombre en pascuense de un pájaro y anasignifica «cuidado»

o «refugio» en este Idioma. Dehecho, en ese lugar de Pascua hayrepresentaciones del mencionadopájaro. Queda la cuestión de Ra y raa, elSol. Aunque aisladamente, como lasotras coincidencias, nada significa,conviene tener en cuenta que ese nombreen egipcio es convencional, sabemoscómo lo escribían, pero no cómo lopronunciaban, y en el caso de Pascua,

sabemos cómo lo pronuncian, pero nocómo lo escribían, porque su escrituraaún no ha sido descifrada.

De todas formas, y pese habermeextendido en ello por ser una hipótesisdefendida por algunos autores, lahistoria hace imposible que esapretendida conexión entre ambasculturas se haya producido. El Egiptofaraónico terminó definitivamente aprincipios del siglo IV a.C, cuando laflota de Cleopatra fue derrotada por ladel romano Octavio en la batalla navalde Accio, en tanto que los restoshumanos más antiguos datados por elcarbono 14 en la Isla de Pascuacorresponden al 386 de nuestra era,

siendo consenso, además, que los moaifueron tallados en fechas muyposteriores, nunca antes del siglo XIII.Un, más que improbable, viaje«geográfico» de navegantes egipcios porel Pacífico, tendría que haber sidotambién un viaje «temporal», diecisietesiglos hacia el futuro.

Para hallar misterios en el pasado noes preciso deformar la historia, bastacon estar atentos y no dejarse enredarpor esas «voces autorizadas» a las queme refería al principio. Los moai, en susitio y sin influencias egipcias oextraterrestres, son en sí mismossuficientemente misteriosos. Respondena una forma de expresión artísticapeculiar, exclusiva de la isla, y

representan a seres de aspecto más omenos humano, de quienes no es posiblededucir su raza o edad, como tampocosu función o rango social.

Repuesto de su sorpresa inicial, elobservador que ve uno de ellos por vezprimera deduce que se trata de unaesquematización, de un «retrato»idealizado de personas reales oimaginarias, en el que, prescindiendo delas adecuadas proporciones anatómicas,se enfatizan unos detalles corporales endetrimento de otros. Si, continuando supaseo, ese mismo observador tropiezacon

otro moai, lo relacionaráinmediatamente con el primero. Sus

rasgos fundamentales, los quecaracterizan a cualquier

individuo, son iguales: el mismoarco superciliar exagerado, la mismanariz, las mismas orejas, los mismoslabios, el mismo mentón… Claro estáque no son idénticos, pero, salvopequeñas diferencias, parecenrepresentar al mismo personaje, conactitud y gesto similares.

Buscando un parangón en nuestrapropia cultura, el caso de Jesús podríaservir perfectamente. No hay unadescripción precisa de él, sin embargolos artistas se adaptan a un modeloconvencional: cabello largo y ondulado,generalmente oscuro -aunque enocasiones e inapropiadamente, se le

representa con el pelo rubio-, peinadocon raya en medio, barba no muy larga yun gesto que, definido esencialmente porlos ojos y la boca, denota nobleza ybondad. Si añadimos una túnica blanca ode color claro, la imagen se identificainmediatamente con Jesús. Todos esosretratos idealizados -su auténtico rostro,a no ser que demos por bueno el queaparece en la Sábana Santa, lodesconocemos-son distintos, pero lapermanencia de las característicasdescritas señalan al mismo personaje.

En el caso de Pascua, probablementeno se haga referencia a uno en concreto,sino a un género de entidades concaracterísticas comunes, puesto que

solían representarlas en grupos. Algosimilar a lo que en la iconografíacristiana se hace con ángeles ydemonios. Es una especulación, perorazonable. Otros, entre los que seincluyen algunos de los más señaladosantropólogos que han escrito sobre laisla, sostienen que, si bien el estiloartístico es el mismo, las diferenciasentre los moai se deben a que cada unorepresenta a una persona distinta. Setrataría, pues, de retratos individuales.A pesar del prestigio de quienessustentan tal hipótesis, ésta se enfrentacon una severa objeción: los rasgos queseñalan el carácter e identifican a unapersona distinguiéndola de otra, sonprecisamente los que apenas difieren

entre los moai. Siendo así, uno sepregunta cuáles son las razones parainsistir en que se trata de personajesdiferentes.

Cuando faltan datos objetivos odocumentos escritos, es fácil caer en latentación de encajar los hallazgosarqueológicos en un esquema que resulte«sensato». Para ello se recurrehabitualmente a incrustar en esa culturadesconocida patrones de conductaválidos cu otras que se conocen bien. Enel caso de los moai, el que éstos esténincluidos en monumentos en los que,como enseguida veremos, se hanencontrado restos humanos enterrados,ha llevado a la conclusión de que se

trata de estatuas que representan acaciques muertos. No importa que seancinco

o seis los moai que, perfectamentealineados, presidan el «mausoleo»,puesto que a sus pies hay variosenterramientos. No importa que elnúmero de esqueletos no coincida nuncacon el número de moai; si hay menos, esporque, al tratarse de inhumacionesentre cantos rodados, algunos se habránperdido con el paso del tiempo y eldeterioro consiguiente del frágilmonumento; si hay más, es porque, juntoa los caciques, fueron enterradosalgunos de sus parientes. Para todo haysolución si se pone buena voluntad.Visto de esa manera, los moai son

retratos de los enterrados, y laspequeñas diferencias entre ellosbastaban para que los agudospascuenses del pasado reconociesen dequien se trataba.

A mí, visitante asiduo decementerios -cada uno tiene sus gustos-,esa interpretación me parece un tantotendenciosa. Es cierto que unas pocastumbas están coronadas con la efigie delfinado, pero lo habitual es que sobreellas haya representaciones piadosas osimbólicas que nada tienen que ver conla persona enterrada: cruces, ánqeles,imágenes de la Virgen o de Jesús…Pese a todo, y por respeto a la memoriadel padre Sebastián Englert y del doctor

RamónCampbell, dos de los más reputados

investigadores de la Isla de Pascua UNÍy ambos defensores de la tesis moai =retrato de cacique, admitamos que enese rincón del Pacífico los criterios erandistintos y las esculturas representaban alos reyezuelos o jefes de clan. Llenos debuena voluntad, tal vez no nos cuesteadmitirlo si contemplamos estos rústicosmonumentos supuestamente funerariosfuera de contexto, sin entrar a considerarotros factores, pero si visitamos lacantera donde se tallaban los moai, en laladera del volcán Rano Raraku, haráfalta mucho más que buena voluntadpara seguir admitiéndolo. Allí, endiferentes fases de fabricación, hay

cerca de cuatrocientas esculturas,algunas de ellas prácticamenteterminadas, esperando en la parte bajade la ladera a ser trasladadas a suemplazamiento definitivo. ¿Acababan demorirse cuatrocientos caciques? Noparece lógico. Empeñados en sustentarla teoría de Englert y Campbell,defendida todavía por otros muchos,imaginemos que esos cuatrocientoscaciques no hubiesen muerto víctimas deuna extraña epidemia a la que losescultores eran inmunes y que sehubieran limitado a encargar su estatuapara cuando llegase el momento de suóbito; la deducción inmediata es que,habida cuenta de la capacidad

demográfica de la isla, a cada cacique lecorrespondían como mucho diez o docesúbditos, lo que, por mucha imaginaciónque le echemos al asunto, resulta undisparate.

Cuando el lector vaya a Pascua, si esque no ha ido ya, y visite la cantera, sedará cuenta de que aquello no es eltaller de un escultor, sino una fábrica demoai en toda la extensión de la palabra.El hecho mismo de que haya varioscentenares en diferentes fases de tallado,induce a pensar en una industria, que nose justificaría por la defunción de uncacique de vez en cuando: con un soloartesano esculpiendo una sola estatuahabría sido suficiente. Por más vueltasque le demos, la idea, férreamente

mantenida en la mayoría de los textos,de que los moai eran retratos de caciqueno se sostiene en pie. Habrá que buscarotra explicación. Pero será después,antes veamos qué hacían los viejospascuenses con tanta escultura.

Los Muros «Incas»Aunque no esté resuelta su función,

lo innegable es que el destino de losmoai era integrarse en un sencillomonumento. Como ya se ha dicho,carecen de piernas y terminan a la alturade la cadera, con la superficie inferiorlisa, adecuada para mantenerse erguidossobre un pedestal. En efecto, una vezterminado, el moai era trasladado allugar previsto y se le colocaba encima

de un muro, pero no directamente, sinosobre una piedra cilíndrica y aplastada,la papa-ebe, o «piedra de asiento», queera la que estaba en contacto con elmuro, como una especie de aislanteentre éste y el moai.

Por lo que se refiere al muro, era dedimensiones variables, de uno a tresmetros de altura, dos o tres de ancho, yhasta varias decenas de metros delongitud. La realidad es que los que seconservan o han sido restaurados son tandiversos, que el único denominadorcomún es que se trata de muros depiedra rectos y más largos que altos,que, a su vez, han dado pie a muchosautores para establecer misteriosasconexiones entre la isla y el antiguo

Perú. Veamos por qué.Aunque su función fuese

aparentemente la misma, algunos de losmuros están realizados de formaespecial y con no poco trabajo. Suspiedras, de buen tamaño, que fueronperfectamente labradas y ensambladas,ofrecen la particularidad de tener lasuperficie externa ligeramente convexa ysus caras laterales no siempre en un soloplano, sino formando varios ángulos ydiferentes niveles, sin que ello seainconveniente para que se ajustenperfectamente con las demás. La mismatécnica que utilizaron algunos otrospueblos antiguos, entre ellos los incas -soy consciente de que la palabra inca

debiera ir en singular y con mayúscula,puesto que no se trata de un pueblo y síde una dinastía gobernante, como lofueron en Europa los Estuardo o losAustria, pero el término ya se usa portodo el mundo como genérico y no escuestión de ir contra corriente-, quefueron quienes más se sirvieron de ella ycon mayor virtuosismo. No se trata deuna relativa semejanza; esos muros sonde idéntica factura que los de Cuzco olos de Machu Picchu.

También puede comparárselos conotros pertenecientes a culturas másantiguas que desarrollaron igualprocedimiento, como la de Tiahuanaco ola de las primeras dinastías egipcias.Pero, como en el caso inca, se trata de

pueblos caracterizados por su alto nivelen otras muchas ramas del conocimiento.En ellos, esa técnica constructiva tandepurada resulta congruente; en Pascua

está fuera de lugar, da la impresiónde ser algo espurio, incrustado allí poralguien procedente de una de lasculturas citadas. Por razones de«proximidad» -y entrecomillo la palabraporque estamos refiriéndonos a tres milquinientos kilómetros de distancia-, loaparentemente lógico es que hubiesensido los incas quienes levantaron esosmuros o enseñaron a los isleños ahacerlo. Al menos, eso es lo que piensanalgunos autores.

Uno de los elementos

desconcertantes de la isla de Pascua sonlos muros de factura «inca», integradosen los ahu sobre los que se colocabanlos moai.

En el muro inca de la calleHatunrrumiyoc, en Cuzco, donde está

incluida una piedra con doce ángulosen el perímetro. Ese insólito modo delabrar y ajustar las piedras,característico de la cultura inca y sinexplicación hasta ahora, ha sidoresuelto por el autor de manera tansimple como satisfactoria. Obsérvesecon detalle la extraordinaria exactitudcon que encajan las piedras, muchas deellas con más de cuatro caras en superímetro, y la convexidad de susuperficie visible. Su innegablesemejanza, con la técnica usada por losincas, ha dado también pie a lahipótesis de una conexión entre ambasculturas.

Tendemos a pensar que, mientras lospueblos antiguos del Mediterráneo y,

más posteriormente, los europeos delAtlántico, fueron excelentes navegantes,capaces de llevar a cabo largassingladuras, hasta llegar, incluso, a lacosta oriental de América, los pueblosde ese continente reducían sus viajesmarítimos a la navegación costera, lisindiscutible que no hay evidencia algunaentre las culturas meso y suramericanasde barcos equiparables a lo fenicios o alos vikingos, ni siquiera de barcospropiamente dichos, pero sobranreferencias al uso de balsas con finespesqueros y comerciales.Embarcaciones simples en su concepto,pero dotadas de una vela, orzas de

deriva y un timón, en las que podían

llevar más de dos toneladas de carga:«Para su construcción se utilizabanenormes troncos del árbol llamadobalsa, que crece en territorios queantaño fueron parte del Incanato y quehoy pertenecen a Ecuador. Ladisponibilidad de la madera hizo que lospueblos del norte del imperio fueran losúnicos en desarrollar una pesca quepodríamos llamar «de altura». Seadentraban con sus balsas unas cincuentao sesenta millas náuticas de la costahasta la corriente de Humboldt, dondepescaban atunes y delfines. Pero no sólolas usaban para la pesca, sino tambiénpara el transporte. Los primeros incasque vieron los hombres de Pizarro -enconcreto el piloto y explorador B. Ruiz-

fueron unos comerciantes de Tumbesque navegaban en una gran balsa haciael norte, cargados de mercancías y concasi veinte personas a bordo, comoqueda recogido en la 'Relación deXamano-Xerez (1528). Incluso aprincipios del siglo XX, indios del nortede Perú remontaban la costa en balsaspara vender toneladas de su pescado enGuayaquil, Ecuador».

F. Jiménez López, La gran travesíainca. Enigmas del hombre y deluniverso. La falta de documentosescritos deja muchas lagunas, por nodecir inmensos océanos, en elconocimiento de lo que sucedió enAmérica antes de que llegaran los

europeos. Los cronistas realizaron unaextraordinaria tarea, recogiendo prolijay extensamente los relatos orales que,acerca de su historia, conservabanaquellos pueblos, pero, por estarmezclados con leyendas y ser difícilesde situar en el tiempo, no se consideranfuentes fiables. Aun así, y pese a suambigüedad, muchos de esos relatosincluyen acontecimientos que confirmanla existencia de expediciones marítimasen época inca a lugares lejanos ydesconocidos. El autor citado incluye enese mismo artículo una de ellas,capitaneada por Tupac Yupanqui, hijodel gran Inca Pachacutec, que, según eltexto de Sarmiento de Gamboa, superacon mucho el pobre concepto que

generalmente se tiene de los incas comonavegantes:

«…hizo una numerosísima cantidadde balsas, en las que embarcó más deveinte mil soldados escogidos…Navegó Topa Inga y fue y descubrió lasIslas Auachumpi y Niñachumbi y volvióde allá, de donde trajo gente negra ymucho oro y una silla de latón y unpellejo y quijadas de caballo; los cualestrofeos se guardaron en la fortaleza deCuzco hasta el tiempo de los españoles.Este pellejo y quijada de caballoguardaba un Inga principal, que hoy vivey dio esta relación, y llámase UrcoGuaranga. Hago instancia de esto porquea los que supieren algo de

Indias les parecerá un caso extraño ydifícil de

creer… Tardó en ese viaje TopaInga Yupanqui más de

nueve meses, y como tardaba tantotiempo, muchos le

tenían por muerto».Nueve meses de viaje y tan exóticos

trofeos hacen pensar que la expediciónse adentró mucho en el Pacifico y visitóalgunas isla probablemente delarchipiélago de las Marquesas, porqueen una de ellas, Nuku-Hiva, existe unatradición que se refiere a un caudillollamado Tupa, que llegó por el este y,tras un tiempo de estancia se marchó pordonde había venido. Lo que resulta de

más difícil explicación es lo del pellejoy la quijada de un caballo, animalentonces desconocido por aquellaslatitudes, así como lo de la «gentenegra», aunque, como sugiere F. JiménezLópez, podría tratarse c individuos de lavecina Melanesia, de piel muy oscura,que, pe alguna razón, estuviesen en lasislas que visitó Tupac Yupanqui.

A los argumentos expuestos sepueden añadir otros, como similitud,difícilmente atribuible a la casualidad,entre muchas palabras del mahorí y delquechua, los idiomas respectivos dePolinesia de Perú, que abren laposibilidad de que los incas visitasenPascua. S: embargo, esto no quiere decirque fueran ellos quienes enseñaron los

pascuenses a construir muros de esapeculiar manera, porque, hemos de darcrédito a los arqueólogos, losmonumentos presuntamente funerarios(ahu) de Pascua en los que se incluyendichos mure son anteriores al Incanato.Descartando, por inverosímil, la ideacontraria, esto es, que fuesen losantiguos pascuenses los que viajaroncontinente para enseñar esa técnica a losincas, habremos de considerar que lostan traídos y llevados «muros incas» sonproducto del buen hacer de los canterosde Rapa Nui, que descubrieron por supropia cuenta un procedimiento paraconseguir el perfecto ajuste entrepiedras de ocho o más caras sin

excesivo esfuerzo. No se trata de untema baladí, porque, sea en la Isla dePascua o en el Imperio Inca, esa formade construir implica, aparentemente,tantas dificultades prácticas, tan colosalesfuerzo, que más parece obra de locosque de gen sensata. Merece la penahablar de ello con detalle.

Un Enigma ResueltoPese a proceder de un continente en

el que la mayoría de las casas seconstruían en piedra y cuyosmamposteros venían levantando desdetiempo inmemorial acueductos,murallas, castillos y catedrales queresistían el paso de los siglos y aun elde los milenios, los cronistas españoles

no pudieron evitar su asombro ante losmuros incas. Se sentían incapaces deentender tal perfección, tan íntimocontacto entre unas y otras piedras,teniendo muchas de ellas, como tienen,formas irregulares:

«…y hay piedras de estasque tienen

muchaspuntas y altibajos por

toda la redonday con las que

se ajustan están labradasde modo queencajan muy al

justo; la cual obra nodejaría de ser

muy pesada yprolija, porque para

encajar unas piedrascon otras

era necesario quitarlas yponerlas

muchas veces paraprobarlas, y siendo tan grandes

como vemos, bien seecha de ver la gente y sufrimiento

que seríamenester».Un sufrimiento y un trabajo

desmesurado, que no casan bien con unasociedad que se caracterizó por supragmatismo. Si resolviéramos elproblema dejando a salvo la cordura delos constructores, no habríainconveniente en trasladar esa solucióna los muros de Pascua.

Tanto en un sitio como en otro, unose pregunta si tal perfección en el ajustede las piedras es puro virtuosismo, unalarde para impresionar al profano, oresponde a razones prácticas. Ademásde esa técnica constructiva, pascuensese incas compartían la angustia de vivirsobre un suelo que, de cuando encuando, se agitaba con violentosmovimientos sísmicos. Algo sindemasiada importancia para sus propias

viviendas -los unos las hacían de ramasy los otros de adobe-, pero preocupantecuando se trataba de edificios de piedra,ya fuesen religiosos o civiles, hechospara perdurar. Una de las solucionespara mantener en pie lo construido es,precisamente, que la superficie decontacto entre unas y otras piedras sealo más extensa punible y así ofrezcanmayor resistencia al deslizamiento. Si,adenitis, las hiladas son discontinuas,con bloques que las interrumpen ytransmiten con sus pequeños escalonesla tensión a las hiladas superior einferior, el deslizamiento se hace aúnmás difícil.

En Pascua no había demasiado

problema, ya que ese tipo deconstrucción estaba limitado a los murosdel ahu, probablemente el únicomonumento con pretensiones deperennidad. Las tupas (torres), los hare-moa (gallineros)

y el resto deedificaciones de piedra,

no tenían caráctersagrado y su duración

era menos importante.Por contra, en

el Perú incaico, donde laconstrucción de templos, palacios yfortalezas alcanzó un enorme desarrollo,era tan precisa la resistencia como la

ostentación, lo que implicaba levantaraltos muros, capaces de soportar variospisos y una pesada techumbre. Ello seconseguía, aparte de con el ajuste de laspiedras, dando a las paredes una seccióntrapezoidal, con la base más ancha, loque favorecía considerablemente laestabilidad, como demuestra el hecho deque la mayoría de los edificios incaicosde Cuzco se mantienen en pie, en tantoque otros más recientes han caído osufrido grave deterioro, víctimas de losdos grandes terremotos que sacudieronla ciudad en 1650 y en 1950. Sinembargo, en contra de lo que se piensa,su sentido estético no incluíanecesariamente el escalonamiento y lairregularidad de las piedras, sin duda

eficaces desde un punto de vistafuncional, pero no deseables en unaarquitectura que buscaba el equilibrio yla armonía en sus construcciones. Dehecho, cuando se trataba de un edificioespecialmente importante y solemnidad,– el Qoricancha o Templo del Sol deCuzco podría servir de ejemplo, aunquehay muchos más-, las piedras, trabajadascon singular esmero, no eran de formascaprichosas e irregulares, sino perfectosparalelepípedos, confiando laestabilidad del conjunto a un complejosistema de espigas interiores que uníanunos bloques con otros sin que desdefuera se notase. Así pues, esa técnica deconstrucción que tanto sorprendió a los

cronistas y sigue sorprendiendo a losviajeros -a cualquiera de ellos quevisite Cuzco, le llevarán inevitablementea la calle Hatún Rumiyoc para que vea«la piedra de los doce ángulos»-noresponde a criterios estéticos, sino arazones prácticas… y económicas.Dejando aparte la posible dificultad queentraña esa forma de levantar muros, unrecorrido por las calles de la que fuecapital del Tahuantinsuyo, el imperioInca, da a entender que la aplicaronindiscriminadamente, excepto, como yase ha dicho, cuando el edificio teníasingular importancia, y eso sugiere quelo hacían así porque era más barata.

Enjuiciar un tema tan debatido porlos arqueólogos y peruanistas desde lo

puramente económico no es deméritopara los incas, al contrario, esreconocimiento a su sentido práctico, tanensalzado por los cronistas y por losactuales peruanos, que vuelven sus ojoscon nostalgia hacia un pasado que, sinmucha objetividad, consideran pocomenos que una edad dorada. Parajustificar las grandes empresasurbanísticas acometidas durante elImperio, especialmente bajo el reinadodel Inca

Pachacutec, se alude a la abundantey casi gratuita mano de obra, lo que sóloparcialmente es cierto, ya que esa levaforzosa de obreros no excluía sumantenimiento y el de su familia. Había

mucho que hacer y había que hacerlo enel menor plazo posible, como dicta lalógica más elemental y requiere elprestigio de un gobernante. Tenían a sualcance cuanta piedra quisiesen y setrataba de hábiles canteros, pero no eracuestión de perder el tiempo haciendofiorituras innecesarias; si utilizabanbloques de forma irregular era porqueles daba menos trabajo quetransformarlos en bloques regulares,para evitar el deslizamiento bastaba conhacer hiladas discontinuas. Eso pensabala primera vez que visité Cuzco.

Cabía la posibilidad de que todofuese un truco, y esa apariencia de ajusteperfecto con piedras disformes fuerasólo una ilusión. Ahí lo había visto años

atrás en un documental de la BBC,dedicado a desmontar las alocadas tesisde von Däniken, en el que mostrabanpiedras que en su superficie externaencajaban a la perfección, peto cuyascaras no visibles distaban mucho deestar en íntimo contacto con las piedrasvecinas. Un ajuste de aristas, pero no desuperficies. Entre las decepciones quecitaba al principio, esta es una de ellas,pero no causada por los incas, sino porla BBC. No sé de dónde sacarían laspiedras que enseñaron, pero en MachuPicchu y en otros lugares en los que haymuros con anchas grietas causadas porlo terremotos, comprobé hasta hartarmeque el ajuste era igualmente perfecto en

toda la superficie de las caras novisibles de las piedras. Descartada esa«explicación» y perdido mi respetohacia los «serios» documentales de latelevisión estatal inglesa, me vi entrance de seguir buscando una soluciónque justificase mi fe en el hombreantiguo, al que siempre he consideradointeligente y práctico, capaz, como estáampliamente demostrado, de encontraringeniosas formas de resolver grandesproblemas sin apenas recursos técnicos.

Le di muchas vueltas a la cuestión.En cada visita a Perú, los muros incasme volvían a atrapar: tuvieron quedisponer de algún método sencillo queno implicase tan descomunal esfuerzocomo a primera vista parece. Creí

encontrarlo cuando conocí al padre Lira,un anciano jesuíta que por entoncesvivía -hace años que ha muerto- en unpequeño pueblo cerca de Cuzco. Teníareferencias de él y de su trabajo, no envano era un antropólogo respetado que,entre otras cosas, había escrito el primerdiccionario bilingüe quechua-español.Entrar en contacto con él se debió a unaserie de coincidencias escalonadas, deesas en las que uno intuye la mano deldestino, que me rodearon durante todoaquél viaje y en las que aún hoy

sigo pensando. Me hasucedido otrasveces, pero en esa

ocasión las«casualidades» debían

encerrar unmensaje

profundo, porque, en tres lugaresdiferentes, todos ellos en Cuzco o en susinmediaciones, me encontré en el suelosendos manojos de llaves, el último, alos pies mismos del padre Lira, en laplazuela donde nos habíamos citado. Lasllaves abren puertas, pero encontradasasí, sin más, y en el espacio de pocosdías, debían aludir a umbrales mássimbólicos que materiales. Supongo quealgún día encajarán las piezas…

Sorprendido de que yo lo supiese,

me confirmó que, en efecto, tiempo atráshabía estado investigando sobre la«masificación» de la piedra. Según unatradición quechua, los dioses habíanregalado al indio tres plantas; dos deellas bien conocidas: la coca, que aliviael hambre y el cansancio, y el maíz, labase de su alimentación. La tercera,considerada un simple mito, era lahoschka, que servía para ablandar laspiedras. Sospechando que, como entantas otras ocasiones, detrás de laleyenda podía haber algo de verdad,decidió probar. No le fue difícilidentificar la planta, pero ignoraba elmodo de prepararla. Sin entrar enmuchos detalles, me dijo que le costóvarios años encontrar con qué jugo de

otras plantas había que combinarla, peroque, finalmente, consiguió que la piedraadquiriese la consistencia del barro. Loque no consiguió es que recuperasedespués su dureza.

Mientras escribo, estoyrememorando su rostro y sus palabras.Sonrío sin poder evitarlo, como elsonreía ante mi estupefacción. Ledivertía que alguien venido de tan lejosse interesara de esa manera por algo quepara él ya carecía de importancia. «Mecansé», respondió sencillamente cuando,casi indignado, le pregunté por quéhabía abandonado esa investigación.«Estuve con eso catorce años y mecansé. Había otras cosas que me

interesaban». Podía entenderlo, pero noalcanzaba a comprender que otros nohubiesen continuado a partir de dónde élhabía abandonado. «Nadie se interesó»,me dijo. Y tristemente era verdad. Medejó solo un par de minutos. Una moscamerodeaba en torno a los vasos, atraídapor el aroma dulzón del anisete quehabíamos estado bebiendo. Recuerdotambién que corría un vientecillo frescoy que al otro lado de la tapia se oíanvoces de niños jugando a la pelota. Sonimágenes y sonidos de una mañanacualquiera en un lugar cualquiera, pero,por alguna razón, quedaron vivos en mimemoria. Cuando volvió, traía en sumano una revista de antropología. Me latendió abierta, mostrándome un artículo

suyo en el que daba cuenta al mundo desu descubrimiento. Y el mundo ni seenteró.

Este tipo de cosas suceden; nodebieran suceder, pero suceden, y encualquier campo de la actividad humana.Los que están Instalados allá arriba, enel Olimpo de lo académico, al que hanaccedido con esfuerzo, ya sea por lomucho que han tenido que estudiar o porlo mucho que han tenido que medrar,tienden, salvo honrosas excepciones, asilenciar el trabajo ajeno si invalida osupera los conocimientos que a ellos leshan llevado al podio. El que investiga ensolitario, sin engranarse en el sistema,suele llevarse a la tumba sus

descubrimientos, no importa laimportancia que estos tengan. El padreLira era consciente de ello, pero, tal vezporque ya estaba de vuelta, le importabamuy poco. «No saben nada», me decíasonriendo, sin siquiera con desprecio,simplemente divertido, cuando se referíaa sus colegas peruanos. Por supuestoque seguía trabajando, no con la«masificación» de la piedra, que, comome había dicho, abandonó cansado deintentar que volviera a tener su anteriorconsistencia, pero si en otros temasigualmente desestabilizadores,destinados -por lo que me contó dealgunos- a cambiar el concepto que setiene sobre el pasado de Suramérica. Loque no hacía era dar cuenta de ello a sus

compatriotas; lo compartía directamentecon varias universidadesnorteamericanas. Ellas sabrán hasta quépunto llegó en sus investigaciones.

Por lo que hace al caso, el hallazgodel padre Lira trajo al terreno de lo real,aunque fuese parcialmente, lo que hastaentonces era especulación sin otrofundamento que el de la leyenda. Esapodía ser la solución al problema de losmuros incas… Pero no lo era: lasconstrucciones de Cuzco, como lamayoría de las llevadas a cabo duranteel Incanato, eran muy recientes ydemasiadas las personas implicadas enellas como para que una técnica así semantuviera en secreto, sin llegar a

conocimiento de los cronistas de losespañoles, menos aún, cuando muchosde los pueblos sojuzgados por el Inca sepasaron al bando de los conquistadores,hartos de soportar un sistema dictatorialy tiránico que los peruanos de hoy,llevados por la nostalgia de tiemposmejores y con absoluto desconocimientode su propia historia, consideran pocomenos que idílico -he oído a más de un«intelectual» de ese país sostener sinrubor que el gobierno del Inca era decarácter socialista-. Muchos de los quese aliaron con los españoles habían sidomano de obra en las tareas deconstrucción y, aunque no conociesen la«fórmula» para ablandar la piedra,sabrían de su existencia. Puesto que la

tradición hablaba de ello y el padre Liralo consiguió, el método debió utilizarseen algún momento, pero todo induce apensar que en época anterior a la de losincas y

sin que a estos les fuese transmitido,como sucedió con tantas otras técnicasoriginales de los pueblos conquistadospor ellos. Pueblos que, en contra de loque muchos siguen pensando, alcanzaronen algunos casos un nivel científico,artístico y espiritual muy superior al delos descendientes de Manco Cápac I yMama Ocllo, la pareja que dio origen ala dinastía Inca.

Llegados a este punto, no puedodejar de expresar mi desconcierto ante

la ignorancia manifiesta de los cronistassobre el método constructivo de losincas. Siendo algo que causó suasombro, no he encontrado un sólopárrafo en el que se recoja de qué mediose sirvieron los antiguos peruanos paraajustar las piedras irregulares de losmuros. Lo curioso es que en la literaturaposterior tampoco se insista en ello ylos autores, incluidos los propiosarqueólogos, se limiten a expresar lamisma perplejidad por el esfuerzo quedebió suponer «quitarlas y ponerlasmuchas veces para probarlas». No deboocultar que alguno de esos arqueólogosme confió la solución del enigma, paraél evidente, y que transcribo ahora porsi al lector le convence. Dicha solución

no es otra que un «don» -no me atreveríaa calificarlo de otra forma-que poseíanlos canteros incas, consistente en lacapacidad de ver mentalmente la formadefinitiva de la piedra en todos susdetalles y, así, tallar con exactitud susentrantes y salientes al primer intento.Sin desdeñar tan ingeniosa explicación,busquemos otra menos sofisticada y alalcance de cualquier cantero hábilcarente de capacidades paranormales.

Aun cayendo en el defecto deextrapolar lo que se sabe de una culturapara entender lo que se ignora de otra,fijémonos en cómo se vienenconstruyendo desde hace siglos losedificios que hay en nuestros pueblos y

ciudades. Puede que haya excepciones,pero habitual ha sido y sigue siendo quelos ladrillos lleguen al solar ya cocidosy las piedras ya labradas, aunque en esteúltimo caso se necesite a veces lapresencia de algún cantero para ajustespuntuales no previstos, pero, en modoalguno, para tallar las piedras a partir delos bloques en bruto. No hay razón parapensar que no lo hicieron así en Cuzco yotros lugares de Perú; es más, loabsurdo es que lo hubieran hecho de otramanera. Lo que es tan evidente para laspiedras de forma regular, puedeparecerlo no tanto para piedras deformas caprichosas, pero no existeobstáculo alguno para que las llevasenigualmente ya talladas, bastaba con

numerarlas como se hace cuando setraslada un edificio histórico de un lugara otro. Además, no se trata deconjeturas, sino de un hechocomprobado.

A finales de los ochenta, en uno demis viajes por aquél país, elantropólogo Rubén Orellana Neira,obsesionado como yo con el tema, mellevó a la cantera de Pinipampa, muycerca de Cuzco, de donde procedíanbuena parte de las piedras que sirvieronpara construir la capital del imperioInca. De aquella visita conservo un toki,una de las piedras ovoides de basaltocon las que los canteros incas, a fuerzade percutir con ellas, daban el típico

acabado a la superficie visible de lasque forman los muros. Pero el objeto dela pequeña excursión no era recogerpiezas arqueológicas, sino mostrarme undescubrimiento suyo sumamenterevelador: dos piedras de medianotamaño -con toda seguridad habría mássi las hubiésemos buscado-, de las quequedaron en el suelo de la cantera sinllevar a su emplazamiento definitivo,ambas con forma irregular, labradas detal manera que, como pudimoscomprobar, encajaban la una con la otraa la perfección, sin dejar espacio entresus superficies en contacto en el quecupiese un papel de fumar. Con esto, unaparte del problema quedaba resuelta, sinembargo, el que tallasen las piedras en

la cantera y no en la calle, al pie deledificio, seguía dejando pendiente lacuestión más peliaguda, la que tantodesconcertó a los cronistas y continúadesconcertando a especialistas yprofanos, la misma que, de nuevo,reproduzco por si el lector la haolvidado:

«…y hay piedras de estasque tienen

muchaspuntas y altibajos portoda la redonda y

con las quese ajustan están labradas

de modo queencajan muy al

justo; la cual obra nodejaría de ser

muy pesada yprolija, porque para

encajar unaspiedras con otras

era necesario quitarlas yponerlas muchas

veces paraprobarlas, y siendo tan grandes

como vemos, bien seecha de ver la gente y sufrimiento

que seríanmenester».He resaltado intencionadamente ese

párrafo, porque constituye el quid delproblema: «quitarlas y ponerlas»,implica levantarlas y bajarlas, ya fuesedel suelo o de un andamio, tantas vecescomo fuera necesario para ajustarías dela manera en que lo están. Pero eso estal como las vemos, ¡formando parte deun muro vertical!

La solución es tan simple, queresulta extraño que nadie la hayaencontrado antes que yo, porque norequiere de grandes conocimientos, tansólo se basa en el sentido común: elajuste de las piedras se conseguía en lacantera, pero no poniéndolas unas

encima de otras, sino unas al lado deotras, es decir, no en vertical y sí enhorizontal, sobre rodillos, lo queimplica un esfuerzo

infinitamente menor. Si se piensa enello, no es sólo el método mejor, es elúnico método posible.

Esta hipótesis -aunque debieradejarme de modestia y llamarledescubrimiento- la di a conocer en unode los documentales de la serie ElImperio del Sol, dedicada a las culturasandinas y de la costa peruana, allá por1988, y la he recogido después en un parde artículos y en una monografía. Sivuelvo sobre ella es porque así lorequiere el contenido de este capítulo y

para que quede constancia una vez más.Tristemente, empiezo a acostumbrarme aque mi trabajo sea utilizado por otrosautores más jóvenes, algunos de ellos yacon cierta fama, como propio o sin citarla fuente. Asumo que al lector le puedaparecer fuera de tono y un tantonarcisista esta reivindicación, al fin y alcabo no se trata del hallazgo de la tumbade Tutank-Amón, pero, por lo muchoque ha sido debatido el problema de losmuros incas, no quiero que ésta, su másque probable resolución, pasedesapercibida.

La Función De Los AhuVolvamos ahora a la Isla de Pascua

y demos a los muros donde le asientan

los moai la misma interpretación hastaque a alguien se le ocurra otra mejor.Estábamos describiendo los ahu,presuntos monumentos funerariospresididos por grupos de estasmisteriosas estatuas. Ellas y el muro noson los únicos elementos que losintegran; por delante de este último seextiende en el suelo la tahua, unaplataforma ligeramente inclinada. Seconstruía apisonando la tierra ycolocando encima cantos rodadosdistribuidos en hueras paralelas. Estoscantos eran de dos tipos: unos grandes,los poro-nui, y otros más pequeños, losporo-iti, que ocupaban los huecos quequedaban entre los anteriores. Por tanto,visto de frente, el monumento constaba

de una plataforma rectangular hecha conpiedras, de considerable tamaño y ensuave pendiente, que terminaba ante unmuro estrecho y largo sobre el queestaban dispuestos los moai. Confrecuencia, a ambos extremos del murohabía otras plataformas laterales, máspequeñas que la principal e igualmenteinclinadas. Esta descripcióncorresponde al tipo de ahu másabundante, pero no vale para todos, yaque la forma, número y extensión de lasplataformas varía y algunos carecen demoai, ya fuese porque no estaba previstasu colocación o porque no dio tiempo aella.

En estas fotografías se puede

apreciar claramente la estructura deun ahu: los moai descansan sobrepiedras papa-ebe («piedra de asiento»)y éstas, a su vez, sobre el muro. Pordelante de éste se extiende la tahua,formada por dos tipos de cantosrodados, en la que suele haberincluidos restos humanos.

El carácter de monumento funerarioles viene dado a los ahu porque en ellosestán incluidos restos humanos.Integrados en la plataforma empedrada,inmediatamente por debajo de ella, sehan hallado receptáculos, hechos conlajas, conteniendo huesos. La ausenciade rastros de piel y de músculos sugiererituales de descarnación, como los queotros muchos pueblos practicaron, y que

consiste en colocar al cadáver sobre unaplataforma de madera o de piedra,abandonándolo a la acción de las avescarroñeras y de los elementos, hasta quelo putrescible desaparece y sólo quedanlos huesos. Algunos argumentan que eserito obedecía a motivos higiénicos -aunque no entiendo la razón-, pero lomás probable es que en Pascua sepracticase con el mismo criterio que enotras culturas: para favorecersimbólicamente el ascenso del espíritual cielo a través de las aves. Sinembargo, los antiguos habitantes de laisla no se limitaron a estosenterramientos de huesos en las tahua,también sepultaron a sus muertos enteros

en decúbito supino, los agruparon encuevas familiares, los quemaron e,incluso, se los comieron. Cabe, pues, laposibilidad parece, y que, en lugar deser esos muertos los que se beneficiasendel carácter sagrado del monumento,fuese éste el que adquiriese fuerzaespiritual gracias a ellos y que losdespojos humanos contenidos en los ahurespondiesen a una finalidad totalmenteopuesta a la que a primera vista

Hace años, rodando en México unaserie en coproducción con el InstitutoMexicano de Cinematografía, tuveacceso a las excavaciones que entoncesse estaban realizando en las entrañas dela mal llamada pirámide deQuetzalcoatl, en el complejo

arqueológico de Teotihuacán. El equipo,formado por arqueólogos nacionales yde la Universidad de Harvard, habíaexcavado profundas galerías a la alturade los cimientos en aquella granplataforma ceremonial, que eso es enrealidad, y se me concedió permiso parafilmar su trabajo y lo que hasta esemomento habían descubierto. Llevabanmuchos meses en esa tarea y, en contrade lo que podía esperarse, lo horadadono eran estrechos pasadizos, sinoamplios túneles por los que podíamosmovernos con facilidad, lo que no dejade tener su importancia en un rodaje.Mucho de lo hallado permanecía en sulugar, incluidos varios esqueletos -si no

recuerdo mal, habían encontrado yanueve- distribuidos por diferenteslugares y todos ellos integrados en elbasamento del edificio, formando partede los cimientos. Conservaban lapostura en que la muerte les habíasorprendido: sentados y con las manos ala espalda. Un examen superficialpermitió comprobar que habían muertopor un brutal golpe que les fracturó elcráneo. Se trataba de las víctimas de unsacrificio, probablemente prisionerosque demostraron especial valor en elcampo de batalla, con el objeto de quesu alma quedara vinculada al sitio e«impregnase» de fuerza espiritual altemplo que se estaba construyendo.Aunque importante desde un punto de

vista cinematográfico, ya que uno notiene oportunidad todos los días defilmar un hallazgo así, no se trataba dealgo excepcional; descubrimientossimilares en otras ruinas precolombinas,tanto en México como en Suramérica,dan a entender que era una prácticacomún y con la misma finalidad. Ni másni menos que como se hizo en tiempospasados en la vieja Europa y en otroscontinentes. Extrapolar -ya se estáconvirtiendo en una costumbre- esafunción espiritualizadora a los muertosde las tahua pascuenses no sería undisparate.

Por lo que llevamos visto, los ahu,con sus moai incluidos, pudieron ser

cualquier cosa. Lo mejor será dejarlosdonde están, a la espera de que alguiencon más ingenio descubra para quésirvieron en realidad, pero antes espreciso hacer referencia a las, últimasatenciones que recibía el moai cuandoera instalado en el monumento. Sesupone que con palancas y colocandopiedras debajo a cada movimiento debalanceo, tal como lo hizo ThorHeyerdahl con uno de modesto tamaño,la estatua era levantada hasta la posiciónvertical y asentada sobre su papa-ebe.una vez conseguido, el escultor procedíaa

«abrirle» los ojos, terminando latarea, hasta ese instante inconclusa, delabrar con detalle sus cuencas oculares.

El por qué no se hacía en la cantera esalgo que nadie sabe; quizá fuera laforma de darle «vida» o de centrar supoder en la zona de la isla que quedabaal alcance de su vista y no en otra. Quiensabe…, en cualquier caso, pareceprobable que el órgano visual del moaino se limitase a unas cuencas vacías,porque, aunque escasos, se hanencontrado fragmentos de ojos de piedraque muy bien podrían habersedesprendido de ellas. Como el lector yahabrá imaginado, tampoco es un temaresuelto: de una parte está el reducidonúmero de fragmentos hallados enrelación con la enorme cantidad demoai, por otra, la fragilidad de la piedra

utilizada para tallar esos ojos, quejustificaría su desintegración por el pasodel tiempo. Lo que no está justificado esque se hayan colocado en algunos de losmoai más visitados por los turistassendos ojos de guardarropía, tanbizarros y ostentosos, que el visitante,no sé si perplejo ante tal horterada orealmente hipnotizado, no puede apartarla vista de ellos.

Fuesen como esas horribles prótesiscitadas o más acordes con la dignidaddel moai, ya tenemos a éste con sus ojosy puesto en pie; sólo le falta un detalle:el pukao. También está por aclarar cuálera su función. Se trata de unvoluminoso sombrero, al menos eso eslo que parece, hecho de toba volcánica

roja procedente de otra cantera, la delvolcán Punapau. Cargados de razón, sonmayoría los que piensan que no se tratade un sombrero, como sugiere su forma(un cilindro aplastado, que equivaldría alas alas, y, sobre él, otro de menordiámetro, que vendría a ser la copa),sino de un «peinado papúa», similar alque todavía se usa en Melanesia, y quesu color rojo es el que, natural o teñido,tenía el pelo de los antiguos habitantesde Pascua. Sea una cosa u otra, aunqueme inclino por el menos incongruentetocado al estilo melanesio, quedajustificado que la cara del moai terminebruscamente con un corte horizontal a laaltura de la frente, ya que de esa manera

queda una pequeña superficie planasobre la que asentar el enorme pukao.Pese a lo aparentemente precario delequilibrio, las expediciones europeasdel siglo XVIII encontraron variasestatuas con su tocado aún puesto, comoatestiguan los grabados realizados porlos artistas que acompañaron a losexpedicionarios, entre ellos, JulienViaud, nombre auténtico del célebreescritor Pierre Loti. Lo que no estáresuelto es como se las arreglaron losisleños para colocarlos allá arriba, adiez o doce metros por encima delsuelo, si se tiene en cuenta que cada unode ellos pesa entre tres y cincotoneladas.

Bien, ya podemos ver al moai

completo, ojos y pukao incluidos,presidiendo, solo o en grupo, el ahu, esemonumento que las «voces autorizadas»consideran funerario. Contemplémosle,merece la pena, porque su aspecto esciertamente impresionante: está ahí,silencioso y solemne, tan desafiantecomo indolente, tan circunspecto comosardónico, tan ajeno, en fin, a cualquiercanon al uso, que los más fantasiosos losconsideran retratos de criaturas llegadasde otro mundo. La pregunta sigue siendo,¿a quién o a qué representan? y, porende, ¿cuál era su función? Para intentarresponder, vayamos primero a lahipótesis clásica, que sigue siendo lamás aceptada.

Los pukao están tallados en piedravolcánica de color rojo procedente delvolcán Punapau. Su peso oscila entrelas tres y las cinco toneladas. Se

colocaban sobre la cabeza del moaicuando éste ya se encontraba sobre elmuro, lo que suponía elevarlo hastauna altura de doce o más metros.

La idea de que los moai son retratosde personajes ilustres, a la que ya healudido páginas atrás, obligaría aretrasar la historia de Pascua variossiglos para dar tiempo a que más de unmillar de ellos, tantos como moai se hanencontrado, naciesen, viviesen ymuriesen. El mismo Campbell, uno delos propulsores de esa hipótesis, tuvoque hacer poco menos que juegosmalabares para encontrar méritos quehiciesen a tantos pascuensesmerecedores de una efigie en piedra. Nopuedo resistirme a transcribir un

fragmento de su libro La cultura dePascua, mito y realidad, al que tambiénme he referido, y cuya lectura, pese a loque pueda parecer por mis críticas,recomiendo al lector que esté interesadoen el pasado de la isla y sus tradiciones:

«¿Quiénes serían estos importantespersonajes dignos de ser inmortalizadosen la piedra? Desde luego los ariki,monarcas que reinaban en la isla y quepertenecían a la casta real de los Miru.También era digno de ser representadoel atariki, primogénito que recibía elmando a la muerte de su padre. Luegohabía los jefes de los clanes o grupostribales; los

vencedores en los torneos de los

hombres-pájaro de Orongo, quedevenían seres respetados y temidos; losganadores de los concursos del ngaru,juego deportivo que corresponde almoderno surfing; de los juegos bélicosllamados tautanga, o de las faenas depesca y de las demostraciones de arte ysabiduría, como el tallado deinscripciones jeroglíficas rongo-rongo,que era un culto casi sagrado de lossacerdotes llamados maori. Por último,había asimismo los artistas del canto ydel baile; y los vencedores de los juegosde recitaciones y figuras de cuerdas,llamados kaikai, cuya escuela parecetuvo su asiento en el poblado deHangaroa, y también de los cultores delos cantos satíricos de burlas, que

llamaban ei».El eminente antropólogo no pudo

enumerar más méritos para hacerseacreedor a un moai porque no se leocurrieron. No obstante, se echan afaltar en su lista los que mejor saltaban ala pata coja, los que escupían más lejosy aquellos especialmente diestros en eluso del mondadientes.

Podrían hacerse numerosasobjeciones, pero basta con una:

¿En qué cabeza cabe que un reyconsiderase digno de su memoria unprivilegio que era compartido casi porcualquiera? En una sociedad cerradacomo aquella y, según Campbell y elresto de los antropólogos, fuertemente

jerarquizada, es absurdo suponer queuna tumba real tenga los mismosatributos que la de un hábil pescador ola de un buen surfista.

La, a mi juicio, descabellada idea deque los moai son retratos de personasdistintas, se fundamenta en el hecho deque estén presidiendo los ahu. Alconsiderarse a estos una especie demausoleos por haberse encontrado enellos restos humanos, es «lógico»deducir que las estatuas representan alos allí enterrados. Como ya hemosvisto, los ahu no son necesariamentemonumentos funerarios y, aunque lofuesen, las imágenes que hay en ellospueden, con más probabilidad,corresponder a poderosas entidades

espirituales a cuya protección seencomienda a los finados, como tambiénargumenté en su momento, basándome enlas escasas diferencias -más fortuitasque intencionadas-que hay entre losrostros de unos y otros moai. Si vuelvosobre ello es para aportar un dato másen apoyo de mi hipótesis; el queproporcionan otras siniestras esculturasde Pascua: los moai kava-kava.

Los Demonios De PascuaLos actuales habitantes de la Isla de

Pascua son hábiles artesanos, y el queno se dedica a fabricar souvenirs, sededica a

venderlos, cuando no a ambas cosas.Gracias a esa industria, el siempre

ávidoturista cargará con tallas de madera

o depiedra volcánica representando alos célebres moai en los más

variadostamaños conviene ya decir que sunombre completo es moai maea, ya

que moaisólo significa escultura-, llaveros,tablillas rongo-rongo, reimiros,tahonga… Pero, lo que más llamará

suatención son unas estatuillas de

extrañoy repulsivo aspecto: los moai kava-

kava.Representan a seres humanos en

estadocaquéctico, con las costillas

salientes, abdomen hundido y grandesojos redondos que miran burlonamente,como corresponde a demonios

socarrones que son. Los vienen tallandoasí desde tiempo inmemorial, copiandocon toda la fidelidad posible las figurasque, según la leyenda, esculpió enmadera de toromiro (árbol autóctono depequeño tamaño, cuya madera, de colorrojo, endurece con el paso del tiempo,volviéndose más oscura) Tu'u-Ko-Iho,un sabio escultor que llegó con losprimeros polinésicos a la isla.

Es una de esas historias que pasande generación a generación,enriqueciéndose con nuevos yasombrosos detalles hasta convertirse enleyenda, si es que no lo fue desde elprincipio. Según ella, Tu'u-Ko-Iho tuvola oportunidad de ver dormidos a dos

aku-aku, Hitirau y Nuko te Mangó,quienes, confiando en que ningunapersona pasaría por aquél lugar a esashoras de la noche, habían prescindido desu envoltura humana y descansabantranquilamente tal cual eran, sinintestinos y casi esquelético, El escultor,venciendo la repulsión y el temor quelos durmientes le inspiraban, estuvomirándolos detenidamente,aprendiéndose cada uno de sus detallescon la intención de retratarlos másadelante, y después continuó su camino.

Alertados por otro aku-aku, al que laleyenda da el nombre de Moaha, losdemonios despertaron y, cubriéndose decarne, se adelantaron a Tu'u-Ko-Iho,haciéndose los encontradizos, para

preguntarle con toda naturalidad si habíavisto algo extraño en el camino. Elladino escultor, sospechando que, pese asu aspecto normal, aquellos dos

paisanos no eran otros que losdurmientes, negó que hubiera visto cosaalguna fuera de lo habitual. Y aunqueestos, bajo la forma de diferentespersonas, le repitieron la mismapregunta en otros puntos del trayecto, élcontestó siempre lo mismo, hasta que,asomando ya el sol por el horizonte,llegó a su casa. Incluso en los díassiguientes fue interrogado en variasocasiones por amigos y parientes que,como él supuso, seguían siendo los dosdemonios disfrazados. A fuerza de negar

con descaro, salvó su vida, pero sentíala necesidad de dar a conocer al mundoaquello que había visto. Pasado untiempo prudencial, consideró que ya noexistía peligro y tomando sendos trozosde madera de toromiro, talló en ellos lasfiguras descarnadas de los dos aku-aku.Al contemplar su obra, entendió que eraeso precisamente lo que éstos habíanquerido evitar, porque, según lasoscuras e inmutables leyes de la magia,al poseer sus efigies tenía dominio sobreellos. Liberado del miedo y quizá porvengarse de los malos ratos que lehicieron pasar, sujetó las estatuillas conuna cuerda, colocándolas a la puerta desu choza, de tal forma, que tirando de unextremo del cordel las hacía moverse

como graciosos títeres.No sé si la leyenda encierra

enseñanza alguna o la casualidad hahecho que los detalles conformen poraccidente una moraleja, pero lo cierto esque el sabio escultor Tu'u-Ko-Iho nossugiere que bajo la apariencia humanaduerme un descarnado demonio, unasombra oscura, nuestra propia sombra,que se funde en las difusas tinieblas delo inconsciente. Sólo aquél que es capazde ver su auténtica imagen ycontemplada sin miedo, podrá, tirandocon su voluntad de la cuerda, dominarlo.

Acaso no importe que en la historiase esconda o no una intención, porque,sin quererlo, el hombre usa del símbolo

al tejer sus leyendas, proyectándose a símismo en aquello que inventa, seareligión o simple mito. El ángel o elaku-aku, son proyecciones nuestras,aspectos deseados o temidos de lanaturaleza humana, a los que damosforma y atributos para, con ellos comoactores, representar nuestro propiodrama.

Disquisiciones filosóficas aparte, loque se desprende de la tradición es quelos aku-aku son demonios menores, máspróximos a los daimones griegos que alas huestes diabólicas del cristianismo.Están al otro lado de lo material, perotan cerca del hombre, tan ocupados enatosigarle o en servirle, según lo que encada caso convenga, que resultan más

humanos que espirituales. Dicen que enPascua siguen activos y vagan en lanoche por los campos, vigilando paraque nadie descubra los secretos que

aún conserva la isla, dispuestos acastigar, incluso con la muerte, al querevele el emplazamiento de una «cuevafamiliar», turbando el descanso de losmuertos, o encuentre para su propiobeneficio uno de los escondrijos dóndese ocultan tablillas rongo-rongo.También es posible que todo sea purafábula, una expresión más del peculiarsentido del humor de los pascuensesactuales, tan dados a tomar el pelo aturistas y antropólogos, que no lesimporta quedar como ingenuos o

supersticiosos si así disfrutan mejor deljuego.

Por si acaso, y ya que estábamosallí, instalamos un pequeño campamentojunto al ahu de Atío, presidido por sieteespléndidos moai, para pasar la noche.En ese tipo de extravagantesactividades, cuenta tanto, al menos paramí, el romanticismo de la situacióncomo los posibles resultados. Un par detiendas de campaña al pie deenigmáticas esculturas, una isla perdidaen medio del océano en la queconvergen todos los misterios, sin otraluz en muchos kilómetros a la redondaque la proporcionada por los rescoldosde una hoguera, son elementos más quesuficientes para compensar una noche en

vela. No me importó que los dosmagnetofones instalados en el ahu nograbasen psicofonía alguna, ni siquieralo esperaba. Años atrás, antes de queestuviera de moda hacerla, lo habíaintentado en la tumba de Palenque, conel micrófono colocado directamenteencima de la célebre «losa delAstronauta» -llamada así por lo queparece, no por lo que realmente es, talcomo veremos en otro capítulo-y en laCámara del Rey de la Gran Pirámide,esa vez con el micrófono dentro delsarcófago. En ambos casos, al igual queen Pascua, los que utilicé no eran losconvencionales que se usan en unrodaje, sino otros «de ambiente» y

especialmente sensibles. En lo grabadohabía tal cantidad de sonidos y en tanconfusa mezcla, que, para hacerse oírentre aquél galimatías, las voces del«otro mundo» tendrían que haber gritadoa pleno pulmón. Hoy en día, con unequipo informático adecuado, tal vez nocostase mucho identificar losparafonemas, caso de que se hubieragrabado alguno, pero vaya usted a saberdónde están esas cintas…

Sea porque no los hubiese o porquenos despreciaran olímpicamente, el casoes que los aku-aku no hicieron aquellanoche acto de presencia. Sin haberlosvisto personalmente, no me queda otroremedio que confiar en el arte de Tu'u-Ko-Iho y dar por supuesto que son como

él los representó y como los artesanos lovienen haciendo desde entonces. Sinembargo, no es esa la cuestión, sinootra: puesto que los moai kava-kavaretratan una y otra vez los mismosrostros y las mismas costillasdescarnadas para

representar a esos demonios locales,¿por qué no aceptar que los moai depiedra estén representando con igualmachacona insistencia a otro tipo deentidades espirituales de signo opuesto?

Los ahu son lugares vinculados a lotrascendente, a lo espiritual, templos sinparedes para que el hombre ofrende

o pida; para que se comunique, enfin, con el mundo de lo intangible. Son

también tumbas para víctimaspropiciatorias… o para algunospersonajes ilustres, como lo son lasiglesias y catedrales europeas, sin quepor ello las imágenes de los altaresrepresenten a los difuntos. Asignar enesos lugares sacralizados una funciónprotectora a los moai, no parece undisparate.

Aunque, por estar dictadas por elsentido común, me parezcan las máspróximas a la verdad, no pretendo conestas consideraciones haber solucionadoel problema, tan sólo alertar al lectorpara que no se deje embaucar por loque, tan donosa como gratuitamente,afirman la mayoría de los autores acercade la función e identidad de los moai; la

«personalidad» de esas estatuas siguesiendo un enigma, como lo es el modoen que las transportaban.

Iban Solos…Uno ya está acostumbrado a

considerar al hombre antiguo un sersupersticioso y tenaz, poseedor de todoel tiempo del mundo y dado a acometerlas empresas más disparatadas conespíritu deportivo, compensando sucarencia técnica con un derroche dehabilidad y esfuerzo. Es un concepto quecomparto, porque a lo largo de los añoshe encontrado méritos suficientes ennuestros antepasados para admirarmetanto o más que de mis contemporáneos,pero allí, en la cantera del Rano Raraku,

como cuando visité por primera vezTiahuanaco o Asuán, pensé que eseadmirado hombre antiguo estaba,además, totalmente loco.

La piedra volcánica engaña; suporosidad sugiere un material frangible,pero sólo lo es superficialmente, másallá de unos pocos centímetros deprofundidad se torna duro, casi tan durocomo el toki de basalto que el escultortenía en su mano. A pesar de todo,realizaba con empeño su tarea,ahondando lentamente en la piedra paralabrar el moai, al tiempo que hacía unpasillo en torno a él para trabajar sinnecesidad de desprenderlo de la laderadel volcán. Aunque lo más lógico habríasido extraer un bloque de la cantera y

luego labrado cómodamente, lospascuenses esculpían sus estatuasmanteniéndolas unidas a la piedra madrepor una estrecha quilla en el dorso, querompían al final, cuando estabanprácticamente terminadas, igual quehicieron los antiguos egipcios con susobeliscos.

Cuando el hombre antiguo, que eraalgo así como la esencia delpragmatismo, abandonaba esa sensataactitud en aras de otra absurda, lo hacíasiempre por razones mágicas

o religiosas. Ignoramos cualesfueron sus motivos concretos en estecaso, pero es posible que tuvieran quever con el volcán mismo y con el hecho

de que esa piedra había sido anteslíquido ardiente salido de la propiaentraña de la tierra. La fuerza primigeniasurgida del abismo maternal estaba ahí,ya fría y tangible, pero conservando sinduda su poder. Un poder del que el moaino debía separarse hasta el momento,cuando la quilla que le mantenía unidoal resto del volcán se cortaba, como secorta el cordón umbilical.

«En cualquier lugar al quetrepáramos, allí donde nosdetuviésemos, nos veíamos rodeadospor enormes caras dispuestas en círculo,caras que veíamos de

frente, de perfil y en todas lasposiciones imaginables.

Todas ellas se parecían de un modo

sorprendente. Todas mostraban la mismaexpresión estoica y las peculiares orejasalargadas. Las teníamos sobre nosotros,a nuestros pies y a ambos lados.Trepábamos sobre narices y mentones yhollábamos bocas y puños gigantescos,mientras enormes cuerpos se inclinabansobre nosotros en las explanadassuperiores. Cuando nuestros ojos sefueron acostumbrando a diferenciarentre arte y naturaleza, nos dimos cuentade que toda la montaña, desde su basehasta el borde superior del precipicio,en la misma cumbre del volcán, era unenjambre de cabezas y cuerpos».

Thor Heyerdahl, Aku-Aku. Ed.Juventud, 1958.

El emocionado relato de ThorHeyerdahl es elocuente y veraz; pareceque ni un solo gramo de la ladera delRano Raraku debía ser desperdiciado yque un afán rayano en la locura empujó alos escultores de la isla a tallar tantosmoai como les diera tiempo. ¡Retratosde difuntos! ¿De quiénes? ¿De los queestaban por morir? Quizá fuese así y sedieron prisa para anticiparse a un finalprevisto. Si era esa la razón, no les diotiempo…

Cuando el visitante eludeexplicaciones tendenciosas, y vaga ensolitario por la enorme cantera,experimenta inevitablemente lasensación de que algo inesperado y

súbito interrumpió la tarea. Aquellaindustria en la que trabajaban centenaresde personas fue de pronto abandonada.Estando allí, esa impresión es tan fuerte,que uno piensa si no fue ayer mismocuando, presa del pánico, la genteabandonó sus herramientas y echó acorrer ladera abajo. ¿Por qué?

La historia de Pascua no es historia,es un cúmulo de leyendas sazonadas contantos ingredientes como generacionesse encargaron de transmitidas. Servirsede ellas como base razonable parareconstruir lo sucedido en la isla siglosatrás, es una empresa de la que los mássensatos han desistido. Tan sólo unacontecimiento aparece claramenteseñalado, aunque en fecha imprecisa y

adornado con ribetes mitológicos: lallegada de Hotu Matua.

Dicen que en algún lugar de ponientellamado Hiva se produjo un cataclismoy que el rey de aquellas tierras, HotuMatua, necesitó encontrar otroalojamiento para su pueblo. No estáclaro si fue el propio monarca o suhechicero, Haumaka, quien vio ensueños que Pascua era el lugar indicadopara empezar de nuevo, pero el presagiofue tomado en cuenta y una vaka-ama(barca de balancín) con siete hombres abordo partió en busca de la isla.Guiados

por el destino, la encontraron sindificultad y esperaron en ella la llegada

del monarca con el resto de suscompatriotas, que, un tiempo después,arribaron a la bahía de Anakéna en dosgrandes barcas. Con Hotu Matua y sugente, llegó a Pascua todo lo que tieneque ver con la cultura.

Al menos es lo único que permitededucir la tradición, puesto que en ellano se menciona la existencia de otrasgentes en la isla ni lucha alguna paraconquistarla. Tampoco se alude aconstrucciones u otros indicios de unaocupación previa. Sin embargo, pese aque he legendario desembarco se sitúa,como pronto, en torno al siglo XIII (elpadre Englert afirma que fue en 1575),se han encontrado restos humanoscarbonizados de época muy anterior

(siglo IV), sin que existan otros datosque permitan deducir cuánto duró eseasentamiento y qué grado de desarrolloalcanzó. Así pues, en tanto no seproduzcan nuevos hallazgos, la«historia» de la Isla de Pascua se iniciacon la llegada de Hotu Matua y dequienes le acompañaban; entre ellos,sabios y artistas que trasplantaron a lanueva tierra los conocimientos y el artede su lugar de origen, la mítica Hiva.

No deja de ser curioso que, estandomás recientes, no haya sino vagasreferencias a los acontecimientos que seprodujeron después, en las que seincluyen luchas tribales, incluso étnicas,entre los «orejas cortas» y los «orejas

largas», términos que resultaron ser unamala traducción hecha por algunos y quedeben ser sustituidos por losequivalentes a «rechonchos» y«esbeltos». Ya he señalado el talantefabulador de los pascuenses, únicos«cronistas» que le sirvieron al padreEnglert para bocetar la historia de laisla, descendientes en su mayoría de lospolinesios con los que se ha idorepoblando la isla, y una fuente deinformación tan fiable como lo sea lacredulidad del informado. No hace faltaser muy sagaz para darse cuenta de queesas luchas entre individuos de diferenteanatomía están inspiradas en laexistencia de dos tipos de moai que,ellos sí, responden a esa descripción.

También se afirma, con igualgratuidad, que la causa del bruscodeclive de la cultura pascuense fueronlos propios moai: se necesitaron tantoshombres para tallarlos, que las tareas depesca y de agricultura fueronabandonadas, dando paso al hambre, ala lucha por la supervivencia y a laantropofagia. No falta la versiónecologista, que atribuye el ocasocultural a la tala indiscriminada deárboles para fabricar rodillos con losque transportar a los moai.

Uno de los problemas que debierontener los antiguos pascuenses para eltraslado de los moai fue la ausencia de

árboles aptos para

fabricar rodillos;el poco grosor de la capa

de tierrafértil no permite elcrecimiento de

árbolesde regular tamaño.Lo más probable es que, lo mismo

que sucedió y sigue sucediendo en elresto del mundo, el fin de esa edaddorada se debiese a causas tan comunescomo el desacuerdo por el reparto delpoder, el enfrentamiento entredescendientes del cacique y laconsiguiente desmembración del clan, lapérdida de un proyecto común por falta

de una autoridad fuerte y cohesiva… ocualquiera otra de las muchas que allector se le ocurran. Lo que no podráevitar, si va por allí, es la sensación deque un episodio de ese final, el que tieneque ver directamente con los moai, seprodujo de improviso.

A pesar del tiempo transcurrido,tengo fresco en mi memoria el recuerdode aquella mañana, cuando, desde elborde del cráter del Rano Raraku,contemplé el escenario lleno dedesolación que quedaba al alcance demi vista. No había otras personas ni mássignos de vida que la fina hierbaondulándose a impulsos del caprichosoviento; tan sólo el paisaje y ellos, losmoai: unos, a medio hacer, cubriendo en

las más absurdas posiciones toda laladera del volcán, y otros,completamente terminados, allá abajo,abandonados durante su traslado. Mevino a la mente En los días del cometa,una novela de H. G. Wells que leí en laadolescencia. En el relato, un cometapasaba cerca de la Tierra y los gases desu cabellera envolvían durante variashoras al planeta.

En el mismo instante, el aireemponzoñado dejó todo lo vivo ensuspenso y el silencio cubrió campos yciudades. Los pájaros interrumpieron sucanto y cayeron de los árboles o desdeel aire, fulminados en pleno vuelo, elganado se derrumbó sobre el pasto, las

personas se desplomaron como títeres alos que hubieran cortado las cuerdas, losperros, los gatos, las fieras en la selva,los insectos… todos los seres querespiran quedaron inertes, sorprendidosen medio de su actividad, cualquiera quefuese.

Esa fue la impresión que tuveentonces. No había personas caídas nipájaros tirados por el suelo, pero,aunque sin personajes, el escenario erael mismo: los centenares de obreros quetallaban esculturas interrumpieron sutarea, abandonando las herramientas, ylos que estaban trasladando los moai nodieron un paso más, dejándolos allímismo, en mitad del camino. Nadie pudoterminar lo que estaba haciendo, como si

el gas del cometa hubiera caído derepente sobre ellos.

El fin de aquella cultura no fue unlento ocaso, no se produjo en años, nisiquiera en semanas; todo sucedió en

un instante. Lo que pasó puede serobjeto de mil hipótesis diferentes,porque no hay otros datos en quebasarse, salvo los que proporciona elpropio decorado, mantenido comoestaba, sin apenas cambios, desde aquélfatídico día. Y entre los testigos mudosde aquél suceso, los moai, derrumbadoscomo juguetes a los que se le agotó labatería y que en sí mismos representanotro enigma, acaso más irritante, porqueno se refiere a algo intangible, sino a

una simple cuestión técnica,teóricamente fácil de resolver, pero quenadie ha resuelto: el método queutilizaban para llevarlos desde lacantera a los lugares de la isla dondeiban a ser instalados.

El autor en el interior del cráterapagado del Rano Raraku, en el que seha formado una laguna donde crecelibremente la totora.

No es preciso un derroche deimaginación, basta con fijarse en los queestaban siendo trasladados para darsecuenta de que los llevaban boca abajo ycon la cabeza por delante. Esa simpleobservación permite descartar el uso derodillos, ya que, de utilizarlos, lasestatuas habrían sido trasladadas

necesariamente boca arriba, con eldorso, su parte más lisa, descansandosobre ellos. Además, la escasez deárboles, constatada por los primeroseuropeos que desembarcaron en la isla,obliga a descartar su uso, al menos, deforma generalizada. El sistema tuvo queser otro, ¿pero cuál?

Campbell sugiere uno basado en lautilización de una madera con forma de«Y» u horquilla en el que encajaba elcuello del moai:

«En esta forma se podía ejercer latracción de la figura sobre los troncossin dañada». Sobre el papel suena bien,pero invito al lector a que trate deimaginar como resultaría en la práctica:

supongamos al moai -unomediano, de doce toneladas-con su

cuello apoyado en la horquilla. Tirandocon cuerdas de las ramas superiores deésta y dado que su extremo inferiorencuentra resistencia al deslizamiento enel suelo, haríamos bascular la estatuahacia adelante, hasta que ese extremoinferior quede por detrás de lavertical… y la estatua dé con sus naricesen tierra. Conseguido tan graciosoefecto, sería necesario levantar de nuevoel moai para volver a colocar lahorquilla en posición y hacer la mismatontería otra vez. Aun así, la idea no esdescabellada si se hacen algunasmodificaciones, tales como sustituir la«Y» u horquilla por una «X» o aspa,

para que no sea necesario hacer tantosequilibrios, y añadir un soporte ocaballete en el que descanse la frentedel moai mientras se cambia de posiciónel aspa. Podría funcionar, siempre quese tuviese la precaución de proteger lazona del cuello en contacto con lostroncos, y el bajo vientre, que es la partedel moai que se arrastraría por el sueloen cada desplazamiento.

William Mulloy, el eminentearqueólogo muerto en 1978, imaginó unsistema parecido, con troncos unidos enforma de aspa soportando al moai, peroconsiguiendo el desplazamiento a costade dos movimientos de balanceo, unolateral y otro de frente. Si el lector

prueba a caminar con las piernasseparadas y rígidas, se hará una perfectaidea.

En su momento, me tomé el trabajode calcular los hombres necesarios y ladistancia que podía recorrerse al díacon cada uno de los dos sistemas,concluyendo en que ambos son factibles,pero tan engorrosos, que me resisto acreer que, por mucho espíritu deportivoque se les atribuya, los antiguospascuenses se sirvieran de cualquiera deellos. Otros pueblos del pasadoenfrentados al mismo problema, esto es,desplazar grandes pesos sin tener muchamadera a su disposición, losolucionaron a base de trineos. Elrelieve de la tumba de Djehutihotep, en

Egipto, está tan deteriorado que casiresulta irreconocible; afortunadamente,en el siglo XIX se hizo una excelentecopia que aparece reproducida enmuchos libros y que el lectorseguramente conocerá: representa unagran estatua sedente, colocada sobre untrineo de madera del que tiran ochenta ycuatro personas, mientras otra cantidadsimilar colabora desempeñandodiferentes tareas. La estatua trasladadamide 6,75 metros de altura y su peso esde unas setenta toneladas. No hay, portanto, que especular el relieve describeclaramente cómo lo hicieron y cuántoshombres fueron necesarios. No semenciona el tiempo empleado ni la

distancia recorrida, pero eso careceahora de importancia.

Fragmento de una reproducción delconocido fresco de la tumba deDjehutihotep, con el traslado de unaestatua de setenta toneladas medianteun trineo, posiblemente el mismosistema que utilizaron en Pascua paratransportar los moai.

Un trineo de madera, sobre él unaestatua de setenta mil kilos, ochenta ycuatro operarios tirando por medio decuatro sólidas maromas… y un hombreque, desde arriba, va arrojando agua pordelante del trineo para favorecer eldeslizamiento, para evitar uncalentamiento excesivo o para ambascosas. Madera, sogas, agua y variasdecenas de trabajadores; todo ello al

alcance de los antiguos habitantes dePascua. Tampoco se trata de unamáquina compleja, sino de un artefactode lo más sencillo, cuyo concepto sedesprende de un acto tan natural como esarrastrar aquello que no se puede llevaren vilo. Esa podría ser la solución delenigma.

Lo evidente es que, ya fuese conaspas, horquillas o trineos, sabían comotransportarlos: hay centenares de ellosrepartidos por toda la isla. Quizádeberíamos dejar el tema en este punto,le hemos dado muchas vueltas y hastahemos encontrado una posiblesolución…, pero no lo haremos, hay unmoai que nos lo impide.

Está a media altura de la ladera,

inacabado como tantos otros, aunque condos o tres semanas de trabajo intensoestaría listo para su transporte. Y es eseel problema que

nos detiene, porque mide ¡veintidósmetros de largo! Puesto en pie tendría laaltura de un edificio de seis plantas y supeso no baja de las doscientastoneladas. Lo he rodeado por elincipiente pasillo abierto a su alrededor,he paseado sobre él-obviamente,descalzo-y lo he medido una y otra vez,igual que habrán hecho otros muchosantes que yo: es un gigante de colosaltamaño.

No es cuestión de considerar aaquellos artesanos unos brutos

inconscientes, estaban hartos de llevarmoai de un lado a otro y conocíansobradamente cuáles eran suslimitaciones. Pensar que estabantallando esa monstruosa escultura sinsaber cómo iban a transportarla, es unaestupidez. Sin duda, lo tenían previsto,aunque a nosotros nos resulte imposibleimaginar de qué manera.

El gigantesco moai inacabado en lacantera del Rano Raraku. Mideveintidós metros y su peso supera lasdoscientas toneladas. El cómo pensabantrasladado es un completo enigma.

El gigantesco moai inacabado en lacantera del Rano Raraku. Mideveintidós metros y su peso supera las

doscientas toneladas. El cómopensaban trasladarlo es un completoenigma.

«Iban solos», afirma una viejatradición pascuense al referirse altraslado de los moai. Nadie los llevaba.Nada de artilugios de madera y cuerdamás o menos complejos: iban solos. Asíde simple. Ya he dicho que la historiade la isla no es historia, sino un conjuntode fábulas salpicado de realidadesdeformadas al gusto del narrador,cuando no del oyente, por lo que nosería justo dar a esa inverosímilafirmación otra categoría que la deleyenda, aunque nunca se sabe… Lo másprobable es que, hartos de

preguntarse cómo lo hicieron, las

generaciones siguientes al inexplicadodesastre que acabó con la «edaddorada» de Pascua optaron por esaperegrina respuesta a falta de otra. Sinembargo, esa misma tradición recogidapor el padre Englert y otrosantropólogos, no se limita al «ibansolos», la complica aún más al sostenerque tal prodigio se debía al mana, unaenergía de índole espiritual asociada alos moai, que los brujos de la islasabían liberar y dirigir. Tal afirmación,aunque inadmisible desde loconvencional, confirma la idea de quelas estatuas no representaban a gentescomunes, por muy caciques o buenosbailarines que fuesen, sino a seres

vinculados a lo trascendente, llámensedioses, ángeles o devas. Situados en elámbito sobrenatural, no puede esperarseque lo relacionado con estas esculturas ylas entidades que representan discurrapor cauces racionales.

Si era una energía «por encima de lohumano» la que hacía moverse a losmoai, nos hallamos ante lo que, simple yllanamente, se llama un milagro.Cuestionar que en una isla perdida delPacífico y entre gentes «paganas» sehayan producido milagros, obligaría acuestionar igualmente los milagroshabidos en el entorno del cristianismo ode cualquier otra religión. Habrámuchos que piensen así, convencidos deque sus creencias son las únicas

verdaderas, capaces de negar el mana dePascua mientras creen sin atisbo de dudaen el maná bíblico, pero se trata dehechos de los que hay constancia entodas las épocas y latitudes. Hubomilagros entre quienes adoraban aMitra, como los hubo entre los fieles deAmón o los de Viracocha, porqueparece que la relación con el ultramundopropicia ese tipo de sucesosextraordinarios. El que la génesis delmilagro se sitúe en otro plano distinto alde la realidad cotidiana o radique encapacidades meramente humanas,puestas en marcha por la fe o por unestado alterado de conciencia, queda ala elección de cada cual. La

interpretación que se haga estarácondicionada por lo cultural y, por tanto,no exenta de prejuicios. La cienciainstitucionalizada, la que se expresapúblicamente, no entra a considerarestos fenómenos o los rechaza sinpaliativos, pero sus razones sonigualmente arbitrarias: de acuerdo a lasleyes físicas conocidas, tales hechos sonimposibles y nada más hay que añadir.En contra de tan rigurosa negativa, laexperiencia señala que, no sólo sonposibles, sino bastante más frecuentesde lo que se cree.

¿Afirmo con todo lo anterior que losmoai eran trasladados merced a unmilagro o al poder mental de lossacerdotes? No; llegué varios siglos

tarde a la isla y no pude ver cómo lohacían, aunque para mover el ya citadode

veintidós metros no se me ocurreotro que alguno de los dos prodigiosossistemas. Para lo que me sirve latradición es para deducir, creo que sinmucha posibilidad de error, el caráctertotémico de los moai.

La figura del tótem es tan antiguacomo universal; sin ir más lejos, laantaño habitual imagen del SagradoCorazón que había en la puerta demuchos hogares españoles, con suleyenda «Dios bendiga cada rincón deesta casa», es un tótem. Se trata de larepresentación de un ser espiritual

poderoso, colocado ahí para que,mágicamente, con su sola presencia,proteja e] lugar y a sus habitantes.También es una seña de identidad quedistingue al grupo -el mahometanopondrá una frase del Corán o el judío unterafim-y una advertencia para elintruso. En sociedades «primitivas», eltótem solía ser una escultura más omenos elaborada, a veces un simpleposte pintado, colocada en lugar bienvisible y con las funciones descritas. Encierto modo puede considerársele unaantena que capta y transmite al entornoinmediato la energía de los dioses, perosólo la de una frecuencia determinada:la que corresponde a ese que estárepresentado.

Lo que preocupaba a aquella gentees imposible saberlo, puede que su fefuera tan ciega que confiaban encondensar toda la fuerza del cielo en laisla o que, durante uno de sus éxtasis, elhierofante predijese las desgracias queel futuro deparaba para ellos y quisieronprotegerse… El hecho es que casi todoslos moai están de cara al interior de laisla, luego no la defienden, lo quepermite suponer que la fuerza deaquellos a los que representan estabadestinada a la isla misma y a los que enella vivían. Entre los que haydistribuidos junto a la costa y los casicuatrocientos que aún permanecen en lacantera, podrían haber rodeado Pascua

con cerca de doscientos ahu. Tal vez,sólo tal vez, fuera ese su objetivo y elgigantesco final, la más grande de las«antenas», estuviese destinado a ocuparel centro de esa especie de cinturón queformaban el resto. No es del todoinverosímil, los grandes complejosmegalíticos están concebidos concriterios parecidos. En todo caso,estamos refiriéndonos a una culturasingular, desarrollada sin la influenciade otras y ajustada a patrones queapenas podemos intuir. Ese mismoaislamiento debió condicionar suscreencias religiosas, teñidasprobablemente de una sensaciónangustiosa de indefensión: no existíamás tierra firme que la que estaba bajo

sus pies. Una firmeza que ni siquieraestaba asegurada, porque Pascua es unaisla joven, de origen volcánico, que hasufrido terremotos y erupciones enépocas no muy lejanas. Por si fuerapoco, su población era

descendiente de Hotu Matu'a y desus súbditos, llegados de una legendariatierra, Hiva, que se había hundido en lasaguas por un cataclismo. Bien visto,tenían motivos sobrados para no sentirsetranquilos y procurar llevarse bien atoda costa con los dioses, aunque paraello fuera necesario llenar la isla conrepresentaciones suyas.

49

En la ladera del cerro Púa Katiki, alnordeste de la isla, hay tres pequeñospromontorios que, como todo en Pascua,atienen nombre propio: Ma'unga Parehe,Ma'unga Vaitu Roa-roa y Ma'unga Tea-tea. En ellos se colocaronceremoniosamente tres cruces de maderael día 20 de noviembre de 1770. Fueparte de los actos oficiales llevados acabo por la expedición de FelipeGonzález de Haedo, quien tomóposesión de la isla en nombre de Su

Majestad el rey Carlos III, bautizándolacon el nombre de San Carlos, por el queya nadie la conoce. El capitán de fragataJosé Bustillo ordenó las tres descargashabituales en estos casos, y desde elnavío San Lorenzo y la fragata SantaRosalía, fondeados a escasa distancia dela costa, se dispararon veintiúncañonazos. Hubo un discurso, y losalborozados sancarlenses, súbditosdesde ese momento de un monarca alque jamás verían y quien, a su vez,jamás tendría idea clara de dónde estabasituada su nueva posesión,prorrumpieron en gritos entusiastas. Noera para menos.

Según relata F. Mellen Blanco, aquien ya he mencionado en el capítulo

anterior a propósito de su magníficolibro Manuscritos j documentosespañoles para la historia de la Isla dePascua, el contador de navío D. AntonioRomero «levantó acta de tan solemneacontecimiento, firmando a continuaciónlos oficiales españoles designados alrespecto y tres caciques o jefeindígenas, en representación de lospobladores de la isla, comocertificación de dicho acto».

Pese a no haber dudas sobre suexistencia, tal documento no pudo serencontrado por Mellen Blanco en losarchivos españoles ni en los de otrospaíses que consultó, pero sí incluye ensu libro un facsímil de las firmas

realizadas por los caciques,reproducción del que figura en elJournal of the Royal AnthropologicalInstitute of London (vol. 3, año 1874).Ciertamente, se trata de signos extraños,pero corresponden sin duda alguna a untipo de escritura, lo que no deja de serparadójico si se tiene en cuenta que lamayor parte de los habitantes del paíscivilizado que acababa de descubrirlesno sabía leer ni escribir.

El citado manuscrito constituye laprimera referencia a una escritura en laIsla de Pascua, aunque, dada su escasadivulgación, no es citada por la mayoríade los autores. Eso no implica quequienes poblaban la isla en el sigloXVIII supiesen escribir; solamente

significa queaquellos jefes tribales identificaban

sus nombres o los de su grupo por mediode signos escritos, ya fuese conconocimiento de lo que tales signosexpresaban o por tradición heredada,copiando la forma pero ignorando elcontenido.

La segunda referencia es del sigloXIX, en una carta escrita por el fraileEugenio Eyraud, llegado a Pascua en1864, y dirigida al Superior General desu congregación, los SagradosCorazones. En ella hay un párrafo en elque por primera vez se alude a lastablillas rongorongo:

«En todas las chozas se encuentran

tabletas de madera o bastones cubiertosde jeroglíficos. Son figuras de animalesdesconocidos en la isla, que losindígenas dibujan con piedras cortantes.Cada figura tiene su nombre, más elpoco caso que hacen de esas tabletas meinclina a pensar que estos caracteres,restos de una escritura primitiva, sonahora para ellos algo que conservan sintratar de inquirir su sentido».

Otro fraile, el hermano GasparZumbohn, envió en 1868 un regalo amonseñor Jaussen, Obispo de Tahití. Elmodesto obsequio consistía en un sedalde pesca trenzado con cabelloshumanos. La situación de la isla enaquellos momentos era trágica;castigados por varias epidemias, apenas

quedaban pascuenses, por eso el Obispodebió agradecer de corazón el humildepresente. Sin embargo, tenía más valordel que imaginaba: el largo cordón ibaenrollado en torno a una tablilla demadera cubierta de signos jeroglíficos.Intrigado, el Obispo Jaussen reclamó lapresencia de Metoro, uno de lospascuenses emigrados a Tahití ysupuestamente versado en la historia ytradiciones de la isla. El intento detraducción fue infructuoso; Metoro, quemostró ante la tablilla la misma emocióny respeto que ante un objeto sagrado, sepuso a salmodiar en su propio idiomacomo si estuviera leyendo lo que habíaescrito, pero, tras algunas pruebas, el

agudo Obispo comprobó que no leía,sino que recitaba algo aprendido sinrelación alguna con el contenido de latablilla. En cualquier caso, se trataba deun hallazgo aparentemente importante, yMonseñor Jaussen, que, además de sugrado eclesiástico, poseía una grancultura, se apresuró a pedir a sus frailesdestinados en Pascua que se hiciesencon todas las tablillas escritas queencontraran. La búsqueda no tuvo granéxito, entre otras razones, porque alertóa los suspicaces

pascuenses, quienes, en vez decolaborar, escondieron las que tenían olas quemaron para que no fueran amanos de los frailes.

Hasta el presente, y siguiendo la

lista publicada por el investigadorHoorebeeck en su libro La verité d'ilede Vaques, hay un total de veinticincotablillas auténticas repartidas enmuseos, instituciones y coleccionesprivadas del mundo, y otras dieciséisdudosas o presuntamente falsas. En esecatálogo habría que añadir un reimiro(pieza de madera que presuntamenteservía de pectoral) y una «piedraalmohada», ambas con escritura rongo-rongo, referenciadas por Mellen Blanco.

Por ser la forma más frecuente ygenuina, ya que los otros tipos desoportes y escritura están derivados deellas, me referiré exclusivamente a lastablillas rongo-rongo. El nombre

completo, recogido por el P. Englert enLa tierra de Hotu Matu'a, es kohau tnotumo rongo-rongo (las líneas deinscripciones para la recitación) y,según la tradición, fueron llevadas a laisla por Hotu Matu'a desde la legendariatierra de Hiva. Esa misma fuente añade,además, que el número de tablillas erade sesenta y siete. A título personal, diréque tal precisión me desconcierta. Laentendería si se tratase de una«biblioteca» formada por textosfundamentales, algo así como elirrepetible archivo religioso o históricode Hiva, pero la misma tradición diceque entre los integrantes de aquellaespecie de éxodo iban varios maorikoahu rongo-rongo, esto es, maestros en

el arte de la escritura, que nada másllegar siguieron escribiendo yenseñando a otros la manera de hacerlo,de tal modo, que en poco tiempo habíacentenares de esas tablillas en la isla. Secalcula que cuando Jaussen encargóinfructuosamente a sus frailes que lasrecogieran, quedaban no menos de dosmil, lo que concuerda con lo expresadopor el hermano Eyraud en su carta de1864 («En todas las chozas seencuentran tabletas de madera obastones cubiertos de jeroglíficos…»).Tampoco el contenido parece justificarel secreto y aprecio que, según afirmanalgunos autores, tenían los pascuenseshacia todo lo que se refería a esas

tablillas, puesto que, además de himnosreligiosos y leyendas, lo que se escribíaen ellas no era otra cosa que los sucesosmás destacados del año. Ha sidodespués, al perderse el arte deescribirlas, cuando, ignorantes ya de lamayor parte de su contenido, hicieron deellas el símbolo de un pasado

glorioso, ocultándolas celosamentey, si llegaba el caso, quemándolas antesde que cayeran en manos «impías». Paraarqueólogos e historiadores, las razonesde su interés son otras, aunque no menosapasionadas: las tablillas rongo-rongoconstituyen un desconcertante enigma,pero no por lo que en ellas pueda estarescrito, sino por la escritura misma.

Acariciando El MisterioAcaricié suavemente la madera, con

la misma delicadeza que pondría alacariciar la piel de una amante virgen, ybajo la yema de mis dedos bailaron paramí… Fue un privilegio que no olvidaré.

Las sacaron de la caja fuerte,abrieron sus estuches de acero y duranteun par de horas, bajo la atenta mirada deuno de los conservadores del museo,pudimos disponer de ellas parafilmarlas. Cuando la atracción por elpasado acaba convirtiéndose en unsentimiento parecido al amor, losobjetos de esa época lejana han detocarse. Es el tacto lo que les devuelvela vida, el cálido y afectuoso contacto

de otras manos como aquellas que en sudía los tallaron, moldearon o pulieron.Esas piezas que atravesaron océanos detiempo saben la intención de quien lasacaricia y pueden ser mudas oelocuentes. Aquella mañana, lainterminable procesión de diminutasfiguras grabadas en las tablillasreconocieron en mi piel al amigo y quiseimaginar que de nuevo se animaban.Conforman letras y palabras, es cierto,pero esos hombrecillos, animales,plantas y símbolos abstractos, másparecen ser parte de un extraño balletque lo que en definitiva son: unaescritura.

La escritura de la Isla de Pascua estáconstruida a partir de unas ciento

cincuenta figuras básicas ycombinaciones de ellas; muchas sonantropomorfas, representando personasen diferentes posturas o partes de suanatomía, pero abundan tambiénanimales, plantas, objetos y formasgeométricas. No se trata de simplespictogramas, sino de una escrituracompleja con valor fonético, aunque,como la mayoría de las escriturasantiguas, no distinga tiempos verbales niresponda a muchas de las reglasgramaticales que hoy nos parecenimprescindibles. Esas limitaciones laconvierten en un

medio de expresión esquemático,ideográfico y, en cierto modo,

mnemotécnico, ya que su lecturacorrecta requiere que se conozcapreviamente el contenido; de no ser así,el texto resulta preciso a medias, comopueda serlo el de un telegrama. Todo loanterior no quiere decir que la escriturarongo-rongo deba ser considerada unproyecto de escritura; es auténticaescritura, tan eficaz como la egipcia o lahebrea antiguas, que, entre otras cosas,carecían de vocales, pese a que éstas seutilizaban en el lenguaje hablado.

También la forma de escribir enlazala escritura pascuense con las de lacuenca mediterránea y las de OrienteMedio, porque se hacía en bustrofedon.Nosotros estamos acostumbrados a leerrenglón a renglón, sin que veamos

inconveniente en que al final de cadaunos de ellos el texto se interrumpa yhaya que retomarlo en el principio delrenglón siguiente, pero, en los inicios dela escritura, la mayoría de los pueblosconsideraron imprescindible que lalectura no se interrumpiera, por esoutilizaban el sistema que los paleógrafosdenominan bustrofedon, del griego bus(buey) y trophedon (vuelta), ya queremeda el recorrido de los bueyes alarar un campo. De esa forma, al llegar alfinal de un renglón había que girar latablilla de arcilla -en este caso demadera- ciento ochenta grados paraseguir leyendo sin interrupción elrenglón siguiente. No sabiendo que esa

es la forma correcta de lectura, a quienmire el texto le llamará la atención quelos renglones estén escritosalternativamente en una dirección y bocaarriba y en dirección contraria y bocaabajo.

Sin embargo, pese a lo incómodo, esun sistema de lectura más natural que elque actualmente usamos.

El soporte habitual para la escriturarongo-rongo son tabletas rectangularesde madera de toromiro, lo que parecepoco congruente con la pretendidaimportancia de los textos, merecedoresde un substrato menos perecedero. Pero,una vez más, el hombre antiguo tenía susmotivos; las espinas de pescado o lasagudas puntas de obsidiana sirven

perfectamente para grabar las delicadasfiguras en la madera, pero no en lapiedra, además, el toromiro (sophoratoromiro) es un arbolillo queproporciona una madera rojiza,relativamente blanda al poco de habersido cortada, pero que con la humedad yel paso del tiempo se

endurece, igual que la «acacia delJapón», del mismo género (sphorajapónica) y también muy apreciada porrazones similares.

La escritura de las tablillas rongo-rongo está constituida por pequeñasfiguras antropomorfas, peces y signosabstractos grabados con puntas deobsidiana o espinas de pescado sobre

madera de toromiro, inicialmenteblanda, pero que, con la humedad y elpaso del tiempo, adquiere considerabledureza.

Tenemos, por tanto, una escrituracompleja grabada sobre un soporteadecuado, cuyo origen se atribuye a lossabios que acompañaba a Hotu Matu'a.Lo que no tenemos es un argumento quejustifique su existencia: la escritura noes algo que se improvise, requieresiglos de evolución y representa unconquista intelectual de primer ordenque responde, por encima de cualquierotro argumento, a la necesidad dedisponer de un medio de comunicaciónque trascienda el espacio y el tiempo.En una isla como la que nos ocupa, tan

reducida y aislada, esa necesidad noexistió jamás; bastaba, como así ha sidoen los últimos siglos, con la transmisiónoral.

De forma estricta, puede decirse quela existencia en Pascua de una escrituraes absurda, a no ser que fuese importadade fuera. Pero, ¿de dónde? La tradiciónno deja lugar a dudas: la llevó HotuMatu'a desde Hiva, la tierra queacababa de hundirse por un cataclismo.Ese lugar no podía estar muy lejos,probablemente en la misma Polinesia, yel legendario personaje debió llegar consu gente a la isla en torno al siglo XIII,por tanto no debiera resultar difícilseguirle la pista a la escritura. Y, en

efecto, no es difícil: es imposible. Enninguno de los archipiélagos del

Pacífico, en ninguna parte delcontinente americano y, por abreviar, enningún lugar del mundo existió en esaépoca una escritura parecida.

Especulando, pero sin apartarnos dela lógica, habríamos de convenir en queHiva no era una simple isla, sino unamuy grande o un archipiélago, asiento deuna cultura lo suficientemente antigua ydesarrollada como para haber gestadouna escritura compleja. Nosencontraríamos así ante un caso similaral de la mítica Atlántida, sólo quemucho más reciente. Lamentablemente,en cuanto a Hiva tampoco hayevidencias geológicas que justifiquen la

supuesta catástrofe, al menos en un radiode distancia razonable. El único recursoque nos queda es situar a Hiva muchomás lejos. Para fundamentar esaposibilidad vamos a recurrir a laetnología, lo que quizá requiera seguir elhilo de mis argumentos con un poco deatención. Pido disculpas por ello.

Los antropólogos consideran que,aunque diversificados por el paso deltiempo, los polinesios proceden de untronco común euroasiático, concaracterísticas raciales de tipoeurópido, sin prognatismo, con el rostroovalado y la nariz larga, pliegueepicántico apenas esbozado y, por tanto,con ojos grandes, estatura media por

encima de 1,70, etc. Sintetizando, unaspecto bastante parecido al de loseuropeos; algo que a Felipe González deHaedo ya le llamó la atención. Respectoa la forma del cráneo, las medidasrecogidas por los antropólogos nopermiten hablar de uniformidad; en unostextos se considera a la mayor parte delos polinesios braquicéfalos (cráneocasi redondo), mientras que otrosespecialistas, entre ellos el neozelandésPeter Buck, uno de los mejoresconocedores del tema, sostienen que esla dolicocefalia (cráneo alargado) laque predomina. Sin embargo, unos yotros coinciden en un dato en el quenadie ha reparado: pese a ser los puntosmás alejados de lo que se considera el

Triángulo Polinésico, los índices dedolicocefalia en Nueva Zelanda (77,7) yen la Isla de Pascua (74,0) son, ademásde muy parecidos, los dos más acusadosde toda la Polinesia, como si,racialmente, ambos lugares estuviesenmás directamente emparentados entre síque con el resto de las islas que hayentre ellos.

De momento, con los datosanteriores en la mano, ya podemosdesmontar la tesis, mantenida por lamayoría de los autores, de que Pascuafue poblada por grupos

migratorios procedentes de las islasMarquesas, porque sus habitantes sondecididamente braquicéfalos, con un

índice cercano a 80 (79,4). Sin embargo,lo verdaderamente interesante es que laseñalada similitud craneana entre NuevaZelanda y Pascua va en contra de lalógica, ya que en la Polinesia losmovimientos migratorios se hanproducido de forma muy lenta y deOeste a Este, lo que debiera haber traídocomo consecuencia que entre Pascua, enel extremo más oriental, y NuevaZelanda, en el extremo más occidental,existiesen las mayores diferencias;justamente lo contrario de lo que sucedeen realidad.

Se trata de una contradicciónaparente, porque Nueva Zelanda no es elpunto de partida de esa migración. Fueel último país al que llegaron los

polinesios, que se asentaron allí trasexterminar a sus antiguos habitantes, losmoriori, de raza negra. Podemosimaginar una isla a medio camino entrePascua y Nueva Zelanda, de la quesalieron expediciones en ambasdirecciones. No sería difícil localizarla,porque sus habitantes tendrían un índicecefálico similar al de esos otros doslugares. Como idea está bien, pero elhecho es que tal isla no existe. Noexiste, pero tal vez existió. Esa podríaser la clave…

Por lo que acabamos de ver, lamedida de los cráneos nos conduce aHiva, esa tierra hundida de la queprocedía Hotu Matu'a. No es una pista

endeble, porque en las islas de laPolinesia, merced al aislamiento y laconsiguiente endogamia, la forma de lascabezas es un punto de apoyo sólidopara los antropólogos. Así pues, aunqueno haya evidencias geológicas de esecataclismo, la tierra de Hiva haríaencajar las piezas: acuciados por unpeligro inminente, los hivanos habríanemigrado, pero en dos direccionesopuestas, hacia el Este y hacia el Oeste,dando finalmente con sus huesos enPascua y en Nueva Zelanda, adondehabrían llevado su índice cefálico paratransmitírselo a sus descendientes y, depaso, complicarnos la vida a los quetenemos el vicio de desentrañar -o deintentarlo, al menos-los enigmas de

pasado.Con la hipótesis de la doble

migración desde Hiva justificaríamos lode los cráneos, pero nada más. Resultainconcebible que llevasen sus cabezas,pero no lo que había dentro de ellas, esdecir, sus creencias,

sus conocimientos y su arte. EnNueva Zelanda debiera haber, igual queen Pascua, moai y escritora rongorongo;puede que no exactamente iguales, pero,desde luego, reconocibles. Como ellector sabe, en Nueva Zelanda no hay niuna cosa ni otra, ni nada queremotamente se les parezca.

Es hora de asumir que, pese anuestro esfuerzo, seguimos tan perdidos

como al principio. Hemos aclaradoalgunos puntos oscuros y aportadonuevos puntos de vista al tema, pero elmisterio subsiste, y no sólo eso, sino quea partir del siguiente punto y aparte seva a complicar mucho más.

La Escritura Que ViajóEn El Tiempo

Fue en 1932, en la Academia deInscripciones y Bellas Letras de París,durante una sesión que se prometía tanintrascendente y tediosa como muchasotras. El académico Paul Pelliotpresentó un meticuloso trabajo delpaleógrafo húngaro Guillermo deHevesy sobre la escritura de lastablillas rongo-rongo comparándola con

los signos inscrih isen sellospertenecientes a una civilización delValle del Indo, en el actúa] Pakistán,que desapareció en torno al año tres milantes de Cristo, y cuyos restos estabanentonces aflorando en las excavacionesde diversas de sus más importanteciudades: Mohenjo-Daro y Harappa.

Pese su aspecto infantil, laescritura rongo-rongo es fruto de unlargo proceso de evolución,equiparable a otras del Mediterráneo yde Oriente Próximo, y corresponde a unacultura que en modo alguno es laautóctona de Pascua.

El trabajo de investigaciónrealizado por el paleógrafoGuillermo de Hevesy, leído por elacadémico Paul Peillot en 1932 en

laAcademia de Inscripciones y BellasLetras de París, fue una auténticaconmoción: La escritura de lastablillas rongo-rongo y la de laantiquísima Cultura del Valle delIndo, eran coincidentes en un

númeroapreciable de signos, más allá de loque podría ser atribuido a lacasualidad. En la reproducción dealgunos de ellos puede observarse

laextraordinaria similitud (tanto en

lanormal como en la ampliación, lalínea superior corresponde a laescritura, del Valle del Indo y la

inferior a la de la Isla de Pascua).La enorme distancia geográfica ycronológica que

separa a ambas culturas, abre uninquietante enigma arqueológico.

Establecer un nexo de unión entredos culturas separadas

cuatro mil años en eltiempo y veinte

mil kilómetros en logeográfico, parecía el

más colosal delos disparates, sin

embargo, las pruebas estaban ahí:ambas escrituras tenían un evidenteparecido en su conjunto y, lo que

resultabaaún más extraordinario, muchos de

sus signos eran idénticos. No cabíahablar de casualidad.

En esa época, ni Pascua ni la viejacultura del Valle del Indo eransuficientemente conocidas, y losescépticos pudieron argumentar que lasmuestras de escritura de la antigua Indiaaportadas por Hevesy eranprobablemente falsas. En los añossiguientes no faltaron «vocesautorizadas» desacreditando el trabajode Hevesy, entre ellas, la del afamadoAlfred Metraux, que en 1934 dirigió unafructífera expedición a Pascua porencargo del Museo del Hombre deParís, y que más tarde se despachó a

gusto contra el húngaro y su tesis enMohenjodaro and Easter Island again(volumen 4 de Man-mayo-junio, 1946-.Londres).

Ya comenté al principio de estelibro que en ciencia no existe, aunque aalgunos se les olvide, el llamado«principio de autoridad», lo que es tantocomo decir que un científico destacado,de reconocida valía, puede resbalar ydarse de narices contra el suelo si sedeja llevar por la soberbia u opinasobre lo que desconoce, algo que,desgraciadamente, sucede confrecuencia. Al final, Hevesy tenía razóny Metraux, pese a sus indudablesméritos, cometió una estupidez.

Estas cosas ya las sabía cuando en elMuseo de Historia Natural de Santiagode Chile acariciaba las dos tablillas y elcetro, tres de las veinticinco piezas conescritura rongo-rongo repartidas por elmundo. Su incalculable precio no meimportaba, ni siquiera su antigüedad,que no va más allá de unos pocos siglos;lo que verdaderamente me emocionabaera tener en mis manos uno de losmisterios más desconcertantes de laArqueología. En sí misma, aquellaescritura era un absurdo histórico, sólocomprensible cuando se descubra algúnresto de esa tierra, hoy por hoy mítica,de Hiva, sin sitio en la historiaconocida, pero indudablemente real, que

fue sede de una cultura desaparecida losuficientemente importante como parahaber desarrollado una escritura con laque poder dejar constancia de susacontecimientos, de sus creencias y desu visión de la vida. Que, además,existiese la posibilidad de que esacivilización perdida hubiera tenido unlazo, por tenue que fuera, con la quefloreció milenios atrás en el Valle delIndo, añadía a su propio misterio otroaún mayor. La casualidad gasta a vecesbromas extrañas, y puede que, pese atodo, haya que atribuirle a ella lacoincidencia de una treintena de signos,puede que más, entre ambas escrituras.De no ser así, habría que

retorcer de tal forma la historia, que

más valdría olvidar todo lo sabido yescribirla de nuevo.

Una de las dos tablillascustodiadas en el en el Museo deSantiago de Chile, junto con un bastónde mando cubierto también con la

misma escritura.Me constaba que nada iba a añadir a

lo que otros, con muchos másconocimientos, ya habían dicho sobre eltema, pero quizá fue ese día cuandodecidí que, tarde o temprano, iría aPakistán para ver con mis propios ojoslo que quedaba de la cultura del Valledel Indo. Tuviese o no algo que ver conPascua, lo que había leído sobre ellamerecía el viaje. Sólo necesitaba unmotivo que, añadido al de la escritura,justificase el esfuerzo económico quepara una productora de documentalessupone desplazar hasta allí un equipo.La vida es como es y -a mí me gustavivirla-suele poner en tus manos aquelloque deseas, pero en su momento, nunca

antes. Y así fue que, en su día, me salióal paso un unicornio.

El Asno IndioÉrase una vez un continente en el que

todo, hasta lo más fantástico, podíasuceder… Brujas y ogros se ocultabanen lo profundo del bosque acechando alviajero solitario, mientras quecaballeros en busca de fama recorríanlos páramos más desolados, las másescarpadas sierras, en pos de un dragónal que arrancar de su frente la piedra dela inmortalidad… Era una época en laque fábulas y leyendas rasgaban lapesada cortina de la razón para colarseen este lado de la realidad.

Es cierto que hoy tenemos una idea

menos romántica de ese tiempo: habíahambre, epidemias, injusticia,

fanatismo, la gente olía mal y elconocimiento estaba reservado a unospocos, generalmente tapias adentro deun

monasterio, porque, fuera de ellasera más urgente sobrevivir que cultivarel intelecto.

Sin embargo, en aquella Europafamélica y cerril, privados del freno dela ciencia, florecieron los mitos, esaotra riqueza cultural, como en ningunaotra etapa de la historia. Libre de trabas,el inconsciente colectivo se proyectó enmil criaturas arquetípicas, todas tanreales como pueda serlo esa fantasía denuestro cerebro que llamamos «la

realidad». Sí hubo ogros y dragones, síhubo brujas y duendes, sí hubo ninfas ysirenas… Los hubo, porque nadie dudóde su existencia. Y, de entre todasaquellas fabulosas criaturas, unaespecialmente hermosa que encarnabalos dos más caros ideales: libertad ypureza. La llamaban unicornio.

En crónicas, grabados y pinturas estádescrito como un caballo dotado de unlargo, recto y único cuerno en mitad desu frente. Aunque los eruditos deentonces no sabían a ciencia cierta suorigen, la creencia más extendida es queprocedía de Oriente, por eso se leconocía también, Sobre todo en loscírculos intelectuales, como «asno

indio». Es posible que en esa época yano existiese ninguno, caso de que hayaexistido en alguna, pero no por ellodejaba de ser buscado tenazmente porlos cazadores, menos dados a sutilezassimbólicas, de las que luego hablaré,que al negocio, puesto que su cuernoalcanzaba un altísimo precio en elmercado farmacéutico. No era paramenos, porque se le consideraba el máseficaz de los contravenenos, lo que entrela nobleza, donde era práctica comúnacelerar el proceso de sucesión conmétodos expeditivos, tenía suimportancia. También se apreciaban susvirtudes afrodisíacas, según parece,superiores a las del cuerno derinoceronte.

De entre todas las criaturasfantásticas medievales, el unicorniofue la más apreciada y encarnaba losmás altos

Tan firme era la creencia de quese trataba de un animal real, que, hastabien entrada la Edad Moderna, el cuernode unicornio (alicornio, en algunostratados) seguía incluido en los libros defarmacia como uno más de los productosterapéuticos en uso. Para ilustración dellector, transcribiré unos párrafosreferidos a los cuernos que no podíanfaltar en una farmacia bien surtida, nadamenos que a principios del siglo XVIII.Corresponden a una edición facsímil dePalestra Pharmaceútica chimicogalénica

que conservo en mi biblioteca. Se tratade una

«obra muy útil, y necesaria paratodos los profesores de la Medicina,médicos, cirujanos, y en particularboticarios», publicada en 1706 por DonFélix Palacios, «socio de la regiaSociedad Médico Chymica de Sevilla, yboticario de esta Corte». Estamos, ensuma, ante un libro riguroso y científico:

«De Cornibus. De los cuernos.Cornu Alcis. Cuerno de la Gran Bestia.Bovis. De Buey. Bubali. De Búfalo.Cerbi. De Ciervo. Hirci. De Macho.Rhinocerotis. De Rinoceronte. Tauri.De Toro.

Los cuernos se tienen en las

Oficinas en una parte en polvos, paradarlos prontamente, que se llamanentonces Cuernos preparados; en otraparte enteros, para valerse de ellospara hazer otras especies demedicamentos, como Jaleas,Cocimientos, Destilaciones, etc. Losantiguos los quemavan para hazerlospolvos, pero esto no se haze ya, porquepor la ustión pierden su mayor virtud,si no es que se quiera que seantotalmente absorventes».

También entre las muchas cosascuriosas que he ido almacenando con losaños, guardo un pequeño pote con unaetiqueta en la que reza Cornu Unicornu.Lo que hay dentro de él es algo que no

he averiguado por no romper su tapa defrágil pergamino, pero será asta deciervo o cuerno de toro pulverizados, sies que no se trata de simple polvo de loscaminos. Cualquier cosa menosauténtico cuerno de unicornio, porque,como de todos es sabido, el unicornio esmi animal fabuloso que no existió sinoen la imaginación de las gentes incultas.

Es obvio que nunca fue cazadoninguno, sin embargo, su cuernopulverizado se vendía a muy alto precioy formaba parte de muchas recetasmagistrales. Además de potenteafrodisíaco, era considerado el máseficaz contraveneno.

Y como nunca existió -aunque nadiedudara de su existencia-, cada cual pudo

representarlo como más le apetecía sinque los demás osaran desmentirle. Así,en la variada iconografía unicorniana, elcurioso encontrará ejemplares de todotipo, con el único denominador comúndel solitario cuerno, porque el resto aveces se asemeja a un caballo, no pocasa un ciervo, otras a un asno y algunas auna cabra. Ni siquiera su identidadequina es

clara, ya que -con frecuencia, en vezde cascos, tiene pezuñas hendidas.

En lo que sí hubo acuerdo es en sunaturaleza extraordinaria: no había

animal más bello y más esquivo. Reacioal contacto con el hombre, como lo erahacia todo lo impuro, se sentía, encambio, atraído por la castidad de lasdoncellas. Era su perdición, porque conel aroma de la leche virginal se quedabaadormecido y resultaba presa fácil parael cazador.

La bella y la bestia. La fuerzaindómita rendida ante la inocencia… ymucho más, porque su ebúrneo cuerno esrico en simbolismo. Inevitablemente, suforma lo relaciona con el falo, por esose le atribuyeron virtudes afrodisíacas ygeneratrices. Lo que puede parecerdesconcertante es que, siendo asumidapor todos esa característica tan pocopiadosa, el unicornio aparezca junto a la

Virgen María en algunasrepresentaciones; entre ellas, y comomás famosas, IRH que figuran en lostapices del siglo XV del Museo Clunyde París.

Aunque, en general, se describíacomo un hermoso caballo blanco delargas crines y un solitario cuerno enla frente, abundan representacionesdiferentes, en las que, a veces, está máscerca del asno o del venado que delcaballo, incluso con dos cuernos, comoun extraño rinoceronte.

La razón tiene también que ver conla simbología, porque su situación en lafrente lo convierte en flecha espiritual,en rayo divino que infunde vida,

elevando la función generadora a su cotamás sublime, en este caso, el Verbo quefecundó a la madre de Jesús. En espejode los Misterios de la Iglesia, elinfluyente escritor eclesiástico del sigloXII Honorio Augustodunense, másconocido como Honorio de Autun -aunque no nació allí, sino en Ratisbona-,llega a decir que el unicornio es unarepresentación de Cristo.

Lo curioso es que esta fantásticacriatura esté presente en tan diversospueblos y épocas, desde el extremooccidental de Europa

Atraído por el aroma a lechevirginal del pecho de las doncellas, acuyo influjo se dormía, mi entoncesfáálpresa para el candor.

hasta la misma China, casi siemprecon atributos que entrañan nobleza yaltruismo. Para ser un animal inventado,sorprende esa universalidad. Esnecesario admitir que tanta cargasimbólica lo sitúa en el mismo ámbitoimaginario que a las hadas o losgnomos, pero, ¿y si fue algo más queeso?, ¿y si se tratara de un animalauténtico al que la leyenda transformó enfabuloso?

En ese supuesto estaríamosrefiriéndonos a una especiedesaparecida; que yo sepa, nadie enestos últimos siglos ha dicho ver ununicornio. Tampoco es probable quecuando en Europa se creía en su

existencia fuese algo más que un borrosorecuerdo, el eco arrastrado por eltiempo de algo que en su origen, quiensabe cuándo y dónde, fue real. Los«cejas altas», como diría la autora deGuillermo Brown refiriéndose a losintelectuales de guardarropía, suelendecir, con una suficiencia que desarma alos «cejas bajas», que el unicornio no esotra cosa que el rinoceronte, descritopor alguno de los escasos viajeros queen aquella época habían visitado laIndia. Es posible, pero, aunque sólo seapor el placer de viajar y conocer sitiosnuevos, vamos a ir en su busca.

No tenemos otro dato para ponernosen marcha que la leyenda… y unaalusión, bastante ambigua, por cierto, al

lugar dónde iniciar las pesquisas: laIndia. El que los eruditos medievalesllamasen al unicornio «asno indio» noera por capricho, ya figuraba como talen un tratado del siglo V antes de Cristo.El médico e historiador griego Ctesias,que estuvo consultando los archivospersas de Susa durante diecisiete años,menciona en uno de sus libros, el Indika,una especie de asno salvaje propio de laIndia, tan grande o más que el caballo yprovisto de un largo cuerno en la frente.También hay una prometedora referenciaen los Vedas, la literatura épicoreligiosa de la antigua India, donde sealude a una variedad de cuadrúpedodotado de un solo cuerno. Así pues,

iremos al subcontinente indio.Para evitar posibles decepciones,

advertiré antes al lector de que noencontraremos unicornios vivos; dehaberlos, contaríamos con rumoreslocales de su existencia y algúnexplorador los habría visto, aunquefuera por casualidad, como ha sucedidocon el Yeti.

Lo que buscaremos es una evidencia,un dato concreto, no importa suantigüedad, que nos-permita afirmar quela leyenda tiene un origen real y que elunicornio, es decir, un animal de cuatropatas, lo suficientemente grande comopara equipararse a un caballo, y con unsolitario cuerno en la frente, vivió en elpasado. Ese dato concreto existe, está en

el actual Pakistán, y guarda estrecharelación con el misterio de la escriturarongo-rongo.

KarachiHoy nada queda lejos, y el avión de

la PÍA (Pakistán International Airlines)nos llevó en unas cuantas horas deLondres a Karachi. No es un paísacostumbrado al turismo y, si no condesconfianza, el personal de suembajada en Madrid había estudiado miproyecto con curiosidad. Fueron variosdías de consultas, pero son una genteamable y terminaron por darme el apoyoque solicitaba y los necesariosdocumentos para movernos sindificultad por todo el territorio. He deconfesar que cuando los motores delJumbo, rugiendo a plena potencia,levantaron a la pesada mole por encima

del aeropuerto de Heathrow me palpécon complacencia el bolsillo dondeguardaba los permisos de rodaje:llevaba muchos años esperando a que lavida me colocase en ese asiento delavión camino de Mohenjo-Daro.

La República Islámica de Pakistánnace allá arriba, al pie de la cordilleradel Himalaya, y desciende hacia elSuroeste, entre Afganistán e Irán de unlado y la India del otro, hasta llegar alMar de Omán, donde las aguas del Indose juntan con las de otros dos míticosríos: el Eúfrates y el Tigris.

Tal vez, sea Karachi el mejor puntode entrada en el país, la ciudad que fuesu capital desde que se independizó dela India hasta 1960. Hace siglo y medio

era una aldea de pescadores con unospocos centenares de habitantes, hastaque, durante la dominación inglesa, seconstruyeron en ella un puertocomercial, el único verdaderamenteimportante de Pakistán, y un ferrocarrilpara conectarlo con los lugares lejanosdel interior. La consecuencia fue uncrecimiento explosivo de la población, yKarachi cuenta hoy con unos diezmillones de habitantes.

Cuando se viaja, la cortesía es elmejor pasaporte, por lo que resulta casiobligado que la primera visita para unosrecién llegados fuese a quien, en ciertosentido, era nuestro anfitrión: elfundador del país.

Al norte del casco antiguo se levantaun enorme mausoleo en homenaje aMuhammad Alí Yinna, el quaid-e-azam's, «el padre de la patria»; un hindúcon formación inglesa y de religiónmusulmana, que, tras veinte años deagotadora gestión política, consiguió en1947 la independencia de Pakistán. Unaindependencia de la que él apenas llegóa disfrutar, porque unos meses después,en 1948, murió de tuberculosis.

Equiparable, aunque se sirviese deotros modos, a su compatriota ycontemporáneo Gandi, el prestigiointernacional de Alí Yinna queda dealgún modo reflejado en su colosalmausoleo. Sí, como a mí, la vida le

lleva al lector a Karachi y visita eselugar, no deje de levantar la vista hastala araña de cristal que, muchos metrospor encima de su cabeza, cuelga deltecho; es un regalo de la RepúblicaPopular China. La luz de esa lámparaarranca destellos de los hermososazulejos que revisten la cúpula;valórelos, son una rica contribución delJapón al ornato del mausoleo. Si lellama la atención la balaustrada de platamaciza, sepa que fue un regalo de Irán.Y así podría seguir, porque fueronmuchos los países que con su aportaciónquisieron rendir póstumo homenaje aeste hombre, ni mejor ni peor que otros,al que las circunstancias y su tenacidadconvirtieron en fundador de una nación.

Su triunfo fue el triunfo del Islam ymillones de musulmanes abandonaron elresto del continente para venirse a larecién nacida República Islámica dePakistán, como si de una tierra depromisión se tratara. En contra, millonesde hindúes dejaron esa tierra para irse ala Unión India, donde vivir más acordescon sus viejas tradiciones y suslegendarios dioses. No hubiera sidoimprescindible, porque, aun tratándosede un país regido por la ley islámica, alpunto que, como sucedió estandonosotros allí, un ciudadano puede sercondenado a muerte por blasfemia, en laabigarrada población pakistaní cabenhinduistas, budistas, católicos,

evangélicos y miembros de lasreligiones y sectas más variadas. Losque parecen no tener sitio son losturistas, a juzgar por los pocos quevimos en aquellas semanas.

La principales ciudades, Karachi,Islamabad, Rawalpindi, Peshawar,Lahore… cuentan con magníficoshoteles, auténticas islas te confort ysosiego en medio del bullicio. Cadenasnacionales e internacionales, comoSheraton, Shali Mar, Pearl Continental oAvari, han ido abriendo lujososestablecimientos a lo largo de losúltimos años; sin embargo sus clientessuelen serlo más en razón de losnegocios que del turismo. A esterespecto, Pakistán es todavía un país

poco explotado y sumamenteatractivo para el viajero que busca

lo auténtico. Es posible pasar toda unajornada recorriendo calles o bazares sinencontrarse con ningún otro europeo operderse libre y anónimamente entre eltráfico ruidoso y caótico, en el quecompiten como si optaran a la copamundial de «yo el primero», losvehículos más diversos, desde pesadoscamiones, hasta carros tirados porpequeños borricos o desgarbadosdromedarios, que hacen lo que puedenpara no sucumbir a los embates de losimprevisibles motocarros, auténticosdueños de las calles.

Pero en esa babel de bocinas sobre

ruedas y accidentes constantementeevitados por un par de milímetros, loque sin duda fascinará al visitante sonlas carrocerías cubiertas de espejos,pinturas, banderines, metales bruñidos ycualquier tipo de adorno, que conviertena camiones y autobuses en abigarradosmuseos rodantes. Horrorizados sin dudapor el espacio vacío, los conductorespakistaníes llenan cajas y cabinas concenefas, guirnaldas de diminutasbombillas, escenas de películas, rostrosde actores y actrices, paisajes urbanos

o campestres, frases del Corán…Todo aquello que dé brillo y colorido asus vehículos les vale, sea lo que sea.Es, en definitiva, una explosión de vida;la misma que anima las polvorientas

calles de cualquier ciudad, auténticosmercados en los que puede encontrarsede todo y a todos: gentes del Sind, deBeluchistán, del Punjab, de los lejanosvalles del Norte, afganos, iraníes,indios… Una población heterogénea yen constante crecimiento, pese a lascampañas del gobierno para fomentar elcontrol de la natalidad.

Karachi cambiará, todas lasciudades lo hacen, pero hoy por hoy sevive en la calle; todo está puertasafuera: mesas en torno a las que, sinprisa, que allí no la hay, tomar té o café,miles de puestos de comida conhornillos siempre encendidos, pequeñastiendas de comestibles y especias con

los mostradores en la acera, disputandoel espacio a estanterías y expositoresque interrumpen el paso del viandantecon las mercancías más diversas, desderepuestos de automóvil hasta sortijas deoro, pasando por cacerolas, zapatos,muebles, trajes de novia, calendarios yuna enorme variedad de telas de todaslas texturas y colores imaginables. Porsupuesto, el extranjero encontrará tantascuantas alfombras quiera, ya seantraídas de Afganistán, de Irán y de lamisma China, a través de la carreteraque atraviesa el Karakorum, ofabricadas en el propio Pakistán, que enapenas cincuenta años se ha convertidoen uno de los cuatro países principalesproductores del mundo.

De nada servirían esa industria yotras si no existiera un puerto por el quedistribuir al resto del mundo suproducción. Y de nada serviría esepuerto si hasta él no llegaran lasmercancías procedentes del resto delpaís. En la actualidad, las carreterasconstituyen una alternativa que muchosutilizan, pero hasta hace pocos años Lasúnicas arterias que daban vida alcomercio en Pakistán eran los raíles delferrocarril. Medio de transporte que, eneste caso, valió también para arrancardel olvido a una civilizacióndesconocida, motivo de nuestro viaje.

Hasta bien entrado el siglo XX,Londres era el corazón de un vasto

imperio. Con criterios más prácticos queéticos, organizó, controló y supoexplotar en su propio beneficio lariqueza mineral y agrícola de los lejanospaíses que estaban bajo su influencia,como el subcontinente indio, dondedispuso de una inmensa fuente dematerias primas y de una baratísimamano de obra para extraerlas. El únicoinconveniente para aprovecharse de esariqueza eran las enormes distancias arecorrer hasta llegar al puerto. Por eso,una de las empresas más ambiciosas queacometieron los ingleses en esta partedel mundo fue construir largas líneasférreas que uniesen los centrosproductores con la costa.

Base de ladrillos de los gigantescos

almacenes de grano de la ciudad, losúnicos grandes edificios encontradospor los arqueólogos. La ausencia detemplos y palacios es otra de lasinsólitas características de esa cultura.

En 1856, el gobierno de Su GraciosaMajestad encargó a dos ingenieros, loshermanos John y William Brunton, laconstrucción de un ferrocarril que unieraKarachi con la ciudad de Lahore. Johnse encargó de la parte Sur del trazado yWilliam inició el tendido desde Labore,en el Noreste. Como en su zonaescaseaba la piedra, el bueno de Johntuvo la feliz idea de desmantelar unaciudad medieval en ruinas,Brahminabad, y utilizar sus escombros

como firme para las vías. Satisfecho desu ingenio, escribió a William, que seenfrentaba al mismo problema, para quebuscase algunas ruinas en la zona yusase sus piedras como había hecho él.Con el mismo celo que su hermano -estáclaro que a ambos les sobraban las enesdel apellido-, indagó hasta encontrar enel Punjab, la región donde estabatrabajando, los restos de una viejaciudad» En pocas semanas dejóreducidas a poco menos que nada lasruinas de Harappa. De

esa forma, y gracias a aquellos dosbárbaros, la vía férrea Karachi-Lahoretiene el raro privilegio de estarcimentada a lo largo de doscientoskilómetros con las piedras y ladrillos deuna prodigiosa ciudad con cinco milquinientos años de antigüedad.

Atrocidades semejantes se hancometido en otros muchos lugares, perode esa envergadura sólo me viene a la

memoria la que, por idénticos motivos,se llevó a cabo en Bolivia con las ruinasde Tiahuanaco. El lector habrá oídohablar de ellas, pero, por si acaso, luegome ocuparé del tema; ahora continuemosel camino hacia Mohenjo Daro.

Mohenjo DaroAunque puedan suceder de mil

maneras diferentes, las cosas sólosuceden de una, y no por imponderables,sino porque en ella convergen casiinfinitas circunstancias, hechosencadenados los unos a los otros en unared tan sutil como inamovible. Hablarde casualidad es una pura arguciadialéctica, una falacia que encubrenuestra incapacidad para valorar todos

los acontecimientos que confluiránindefectiblemente en ese suceso. Hastalo aparentemente más imprevisible esconsecuencia de una serie de actos que,analizados posteriormente, se ven comopiezas de un puzzle que únicamentepodían encajar de esa manera: ladiferencia de un segundo o de unmilímetro «habría» sido suficiente paraque tal hecho no se produjese, pero locierto es que esa diferencia no eraposible, puesto que el hecho se haproducido. Justificar la leve diferenciaque, por servirnos de un ejemplocualquiera, hubiera evitado un accidentede tráfico, nos obligaría, yendo haciaatrás, a modificar la historia entera delmundo. Lo que usted está leyendo en

este momento lo he escrito yo hacevarios meses, tal vez varios años, peroel camino seguido entre uno y otro hechopodría ser recorrido paso a paso. En lapráctica y con nuestros medios esimposible: si lo vio en el escaparate deuna librería y decidió comprarlo, en esemomento coincidieron tantosacontecimientos previos relacionadoscon usted mismo, conmigo, con mieditor, con el librero…, que ni el másgigantesco ordenador tendría recursospara analizarlos uno a uno. A la postre,ese hecho no es independiente ni casual,

está incrustado en la historia delgénero humano y era inevitable que seprodujese.

Desde lo afectivo, es una incomodaevidencia, porque da paso a conceptostan poco gratos como fatalidad odeterminismo, pero en realidad se tratatan sólo de la manifestación de una leyuniversal, aquella que sostiene que nohay causa sin efecto y viceversa.

Pese a todo, dejemos el tema ysigamos por donde íbamos, sin darle ala palabra casualidad otro sentido que elconvencional, por ilógico que sea.Gracias a ella, estamos ahora hablandode la Cultura del Valle del Indo; porquefue una casualidad la que llevó a sudescubrimiento. No aludo a la hazaña delos impresentables hermanos Brunton,aunque ellos dieron el primer paso,

aludo a la presencia del generalAlexander Cunningham en un concursode tiro con arco celebrado entre losoficiales británicos que dirigían lasobras del ferrocarril. De haber sido otroel que presidió ese deportivo evento,igual la extraordinaria civilización quenos ocupa seguiría en el olvido, pero SirAlexander era, además de militar, unentusiasta arqueólogo que conocía bienel pasado de la India. Por eso, cuando lemostraron algunos sellos encontradosentre las ruinas de Harappa intuyó suposible importancia y se hizo conducir alo que quedaba de la vieja ciudad. Elmal ya estaba hecho y sólo unos pocosmuros eran reconocibles, pero fuesuficiente para que el general se diera

cuenta de que estaba ante los restos deuna cultura desconocida y presuntamentemuy antigua. Esa visita supuso el fin delvandálico expolio y el inicio de unainvestigación arqueológica que todavíacontinúa. Hubo que vencer innumerablestrabas políticas, administrativas yfinancieras, pero el hecho es que aquellacivilización ignorada volvió a la luz trasincontables siglos de oscuridad yolvido.

Indolente y generoso, el Indoserpenteaba por la enorme llanura delSind repartiendo vida a su paso. Aveces el sol se reflejaba en sus aguas yse volvía brillante como un río demercurio, otras, según maniobraba el

avión, se le veía oscuro, convertido ensangre de la tierra, sangre nutriente yfecundadora. No era época de lluvias, yentre los campos cultivados y sus orillasquedaban anchas fajas de arena por lasque discurrían rebaños de búfaloscamino de sus abrevaderos y en las que,junto al agua, se alineaban extrañascriaturas

inmóviles que, vistas de cerca en losdías siguientes, resultaron ser enormestortugas, con las patas estiradas y suslargos, larguísimos cuellos totalmentefuera del caparazón, arqueados para quela cabeza, en lo alto, tuviese al alcancede los ojos cualquier posible peligro, alpunto que parecían dromedariosacorazados más que tortugas.

Nacido allá arriba, en los montes deKailash, cruza mansamente las planiciesdel Tíbet para hacerse tumultuoso en lasprofundas gargantas del Karakorum, ensu paso hacia Cachemira, ydesparramarse luego en sinuososmeandros por las fértiles tierras delPunjab. Sus aguas, alimentadas por losglaciares del Karakorum y las nieves delHindu- Kush, se desbordan con elmonzón anual, inundando labrantíos ypastos. Lo mismo que el Nilo en Egiptoo el Tigris y el Eúfrates enMesopotamia, el Indo permitió alhombre de esta parte del Asiameridional establecerse sin miedo a lahambruna, sembrar sus campos,

alimentar a su ganado y levantarciudades. Fue también ancha vía por laque discurrieron barcos cargados demercancías, el vehículo que hizoprosperar la industria y el comercio, laartería que alimentó y mantuvo unidaslas provincias de un imperio. Fue… loque tantos ríos legendarios fueron parael hombre del pasado: el medio que leayudó a civilizarse y gestar espléndidasculturas.

El bimotor enfiló la pista y pocosminutos después aterrizamos sinproblemas en el pequeño aeródromo deLarkana. Todo iba bien, apenasllevábamos una semana en Pakistán yhabíamos grabado buenas y abundantesimágenes en Karachi, de donde

veníamos, incluido su museo y lo que enél se guarda de la Cultura del Valle delIndo. Todo iba bien, decía, hasta queempezamos a sacar el equipaje deldepartamento de carga. Maletas, bolsasy pequeñas cajas de material estabanallí, pero faltaba un gran baúl dealuminio con los focos y, lo que erapeor, con la provisión de cintas para lascámaras grandes.

David, el ayudante de producción,exhibió el ticket de facturación a laazafata, a los mozos, a los policías y atodo el que se le ponía por delante:parecía que le hubiese tocado un premioen una tómbola y se negaran aentregárselo. Después de comprobar que

los pakistaníes saben encogerse dehombros con tanta soltura como losciudadanos de cualquier otro país,recurrió a las llamadas telefónicas y alfax. Nadie sabía nada. Sin

haberlo pretendido, el destino,confundiéndonos sin duda con SherlockHolmes, nos colocaba ante «el misteriodel baúl perdido». Abrumados por loque su desaparición significaba,optamos por dejar la solución delenigma para la mañana siguiente, comoamablemente nos aconsejaron -más porquitársenos de encima que porqueconfiaran en solución alguna-, y pusimosrumbo a la ciudad en una furgonetacontratada previamente.

Las sombras de la noche ya se

cernían sobre la población cuandoenfilamos sus primeras calles, sólofaltaba la niebla del Támesis para darleun aspecto decididamente siniestro. Talvez en otras circunstancias me habríaparecido atractiva o, cuando menos,pintoresca, pero el desvaído recuerdoque tengo de Larkana es gris oscuro,como el del polvo que en los días queestuve allí me impidió ver de que coloreran las aceras, si es que las había.Nada puedo objetar a sus habitantes, queson amables y acogedores como los delresto del país, es más, admiro suentereza: pudiendo irse, viven en esaciudad como si tal cosa. A vecesresultaba un tanto incómodo el interés

que despertábamos entre la chiquillería,poco acostumbrada a ver europeos porla calle; los escasísimos turistas quevisitan las ruinas, lo hacen en unashoras: llegan en el vuelo de la mañana yse vuelven en el mismo avión por latarde, sin acercarse siquiera a Larkana.

Respecto al alojamiento, ya he sidobastante explícito al comienzo de estelibro. Hace unos días, rememorando conAntonio Crevillén, el realizador de laserie, nuestra estancia en el inefablehotel Green Palace, insistía él en queaquella célebre noche aparecí en elpasillo en paños menores y con unmachete en la mano. No lo recuerdo: omi memoria es en exceso piadosa omiente como un bellaco. Tampoco

acepto la sugerencia de que el fantasmalbicho fuera un gecko (especie desalamanquesa propia de Asia), a no serque se tratara de un ejemplar albinomonstruosamente grande por efecto delas radiaciones atómicas, como en laspelículas de la «serie B» de los añoscincuenta. Más, dejemos tan enojosoasunto y vayamos al día siguiente, que laluz del sol disipa las tinieblas y haceverlo todo de manera más alegre.

David quedó en el hotel, aferrado alteléfono, intentando resolver elinquietante enigma del baúl perdido, y elresto, con las cámaras y unas pocas

cintas que, por el «nunca se sabe»,llevábamos en la mochila, nos fuimos a

Mohenjo Daro.Cincuenta grados de temperatura

ambiente no son cualquier cosa; invitana la quietud bajo una sombra y a beberingentes cantidades de líquido quecompensen el que, en aquella sequedadextrema, se evapora de tu cuerpo hastadejarte como un higo seco antes de quete des cuenta, pero el avión no habíallegado aún con su docena de turistas yteníamos las ruinas para nosotros solos,así que, sin más dilación, iniciamosnuestro trabajo.

Los restos de calles y edificios seextendían hasta donde alcanzaba lavista, pero era la «ciudadela»,construida sobre un montículo quedomina la ciudad, lo que primero

llamaba la atención. Está rematada poruna gran stupa budista (monumentosemiesférico de estructura maciza) muyposterior, aunque también ya ruinosa.Sus constructores, hace de esto unos dosmil años, no sabían que la estabanlevantando encima de lo que había sidola zona residencial de una antigua urbe;para ellos se trataba tan sólo de unpequeño cerro. De hecho, poco o nadaquedaba al descubierto que permitieraimaginar lo que había bajo el suelo.Fueron algunos ladrillos y huesos queasomaban precisamente en esemontículo los que alertaron a losarqueólogos y de dónde le viene elnombre de Mohenjo Daro, que quiere

decir «la colina de los muertos».El enorme trabajo de excavación

realizado a lo largo de las décadas hadejado al descubierto una ciudadsorprendente. Contemporánea de lasprimeras dinastías del Antiguo Egipto yde la cultura sumeria, es, sin embargo,de una modernidad desconcertante;responde a criterios urbanísticos ysanitarios tan racionales, que hoy nopodrían mejorarse. Ordenada en barriosy sectores, se planificó en todos susdetalles antes de ser construida. Lascalles discurren paralelas, cruzándosecon las otras en ángulo recto y sinolvidar las condiciones climáticas, detal forma que, salvo las avenidasprincipales, el resto está constituido por

calles largas y estrechas que favorecíanla formación de corrientes de aire yproporcionaban la necesaria sombra.Ese mismo calor que aquella mañananos achicharraba, aconsejó también alos constructores de Mohenjo Darohacer las casas sin ventanas al exterior.Estas respondían a un modelo básico, de

cincuenta a ciento cincuenta metroscuadrados, repartidos en dos plantas quese abrían a un fresco patio interior. Elpiso de arriba estaba destinado a losdormitorios y la sala de estar, mientrasque la planta baja se distribuía en unacocina-comedor, una estanciapavimentada de ladrillos que hacía lafunción de lavadero

o baño y, aparte, un retrete. Lasaguas residuales de la cocina y de losservicios sanitarios eran conducidas poruna canaleta bajo el piso hasta la calle,donde otro colector subterráneo lasllevaba hasta la alcantarilla principal.Como es lógico, a distancias

regulares había fosas de obrapara que se depositaran los

residuos sólidos y no seprodujesen atascos. Ningunaciudad del antiguo Orientetuvo instalacioneshigiénicas públicas oprivadas comparables.Rectas y estrechas callesfavorecían la formación de sombra

y decorrientes de aire que aliviaran el

intensocalor de Mohenjo Daro.

La «modernidad» de la antiguacapital del Valle del Indo quedareflejada también en sus viviendas. Sinventanas a la calle y abiertas a unfresco patio interior, constaban de dosplantas; en la superior estaba el cuartode estar y los dormitorios, mientras

que la inferior, además de la cocina,contaba con baño y sanitario.

Detrás de aquella ciudad en uno decuyos barrios estábamos, habitada enotro tiempo por cincuenta o sesenta milpersonas, detrás de su perfectaplanificación y de su asombrosa red dealcantarillado, hubo necesariamentegobiernos estables, orden social,riqueza, cultura,

profesionales especializados y unaindustria que, entre otras cosas,abasteció con millones de ladrillos debarro cocido a los constructores. Todoello sustentado en la agricultura y en laganadería, sin olvidar la pesca y elcomercio brindados por el río Indo, quetanto fue para ellos despensa como

autopista fluvialUna evidencia de aquella

prosperidad son los granerosconstruidos en la ciudadela, probablesede de los gobernantes yadministradores de la ciudad Sóloquedan las macizas plataformas deladrillo que les servían de base, pero esposible deducir que en Mohenjo Daro seguardaban no menos de cinco miltoneladas de cereal Son la única muestrade grandes edificaciones; no se hanencontrado ruinas que hagan pensar entemplos, lo mismo que no han aparéelelo estatuas de dioses o representacionessuyas que sugieran un culto establecido,¿No han tenido suerte los arqueólogos?

¿O acaso esa cultura estaba tanevolucionada que carecía de religiónoficial?

Quizá lo más desconcertante de laplanificación urbanística de MohenjoDaro sea su red de alcantarillado,totalmente cubierta, que llevaba lasaguas residuales desde las viviendashasta grandes colectores generales porlos que aún se puede caminar sindificultad.

Otro aspecto sorprendente deaquella cultura es la ausencia derepresenten a dioses o gobernantes. Lamás conocida, etiquetada de unsacerdote o un rey, no llega a losveinte centímetros de altura.

Sentado en los escalones de lo quehabía sido un gran baño ceremonial ouna piscina pública, traté de imaginar

cómo eran las gentes que recorrieronesas calles, cómo se divertían, de quéhablaban en sus confortables viviendas,qué inquietudes y anhelos ocupabancada noche su mente mientras lesllegaba el sueño… Es algo que, quizápara olvidarme de mi condición deintruso, hago siempre que visito unasviejas ruinas. En esa ocasión, meseparaban nada menos

que cinco mil años de quienes, comoyo entonces, se habían sentado en esosmismos escalones, refrescándose en unagua que ya no estaba. Sabía de ellospor lo que se exhibe en las vitrinas delmuseo de Karachi. Una información quecomplementaría días después en elmuseo de Labore, ese hermoso edificio

gótico-mogol de la avenida Shahah-e-Quaid-e-Azam, que tuvo como primerconservador al padre de RudyardKipling, el célebre autor de novelas tanidentificadas con el país como Kim dela India. Sabía que fueron hábilesmetalúrgicos, quizá los mejores deOriente, porque sus hachas eran afiladasy ligeras, lo mismo que las hojas de susespadas y puñales, sorprendentementeflexibles. Sabía, por la abundancia depulseras,

collares y todo tipo deadornos encontrados, queentre ellos hubo extraordinariosjoyeros que tallaban ypulían piedras semipreciosas,

perforándolascon taladros inverosímilmentefinospara engarzarlas. Un arte que sin

duda exportaban, porque se hanencontrado joyas idénticas en tumbas deMesopotamia y de otros puebloscontemporáneos suyos. Sabía quetuvieron un sistema de pesas y medidascomún para todo el imperio, queutilizaban dados exactamente iguales alos actuales y que practicaban juegos demesa parecidos al ajedrez.

Pero todas esas piezasarqueológicas me dijeron mucho menosde ellos que unas pocas y modestasfiguras de terracota, quizá simplesjuguetes, que se conservan en otrasvitrinas: un perro que se estremece llenode vida bajo el barro, vasijas de usodiario, un semental adornado como sihubiera sido el ganador en un concurso

de ganadería, una rudimentaria madreamamantando a su hijo, pequeñosrecipientes para cosméticos, adornosque presidieron desde algún mueble lasala de estar, dos bueyes tirando de uncarro… y figuras femeninas, muñecastoscamente modeladas que nada tienenque ver con la maternidad o el culto,ricas en detalles pese su simpleza ymagníficos exponentes de cual eraentonces el ideal de belleza y qué modaimperaba en

las reuniones sociales de MohenjoDaro y Harappa. Son las estilizadasBarbie del Valle del Indo,

asombrosamente antiguas y, porquenada hay nuevo bajo el sol,

asombrosamente actuales; con peinadosa veces complejos y otras sencillos,pero siempre primorosamenteelaborados, ostentosos sombreros,collares, pendientes y pulseras, pechosal aire, anchos cinturones de granhebilla y atrevidas minifaldas.

Organizados, industriosos, amantesdel lujo y del confort… Lo extraño esque, siendo excelentes artistas, capacesde conciliar el realismo con lasobriedad como los escultores egipcioso sumerios, no esculpieran o modelarangrandes figuras de sus monarcas y de susdioses. Podrían haberlas hecho enbronce y colosales, porque dominabanla técnica de fundición a la cera perdida,pero ni siquiera se ha encontrado un

fragmento corroído que nos permitasuponer que lo hicieron. La más«imponente» de las estatuas halladasentre las ruinas, reproducida en todoslos libros que hacen referencia a estacultura, mide apenas diecinuevecentímetros de altura. En el pie queacompaña a su fotografía suele decirseque es la efigie de un rey o de unsacerdote, pero lo cierto es que, con lamisma probabilidad de acertar, puedeafirmarse que se trata del alcalde deMohenjo Daro, de un rico comerciante odel actor con más éxito en losescenarios de entonces. Debieron tenerreyes y algún dios al que dirigir susplegarias, pero, salvo una pequeña

imagen que ya describiré, la ausencia deiconografía religiosa y de restos quesugieran la existencia de templos es taninnegable como desconcertante. Tal vezfue una sociedad laica y democrática,por insólito que eso resulte en nuestraconcepción del pasado. Quizá entre suscreencias figurase la prohibición derepresentar al dios que fuese, igual quehacen o, mejor dicho, que dejan de hacerlos mahometanos con su Yahvé-Alá.Aunque puede que todo se reduzcasencillamente a que, como dije másatrás, los arqueólogos no han tenidosuerte. No hay forma ya de saberlo, laCultura del Valle del Indo fue destruidaa sangre y fuego hace treinta y ochosiglos.

La única posible deidad del Valledel Indo encontrada hasta ahora es elllamado por los arqueólogos «Señor de

las bestias». Su carácter intifálicoparece relacionarlo con la fertilidad,su postura es un claro precedente delyoga y su triple rostro se anticipa enmuchos siglos al concepto hindú de latrinidad, recogido después por otrasreligiones, entre ellas el cristianismo.

Aquella mañana no pude inventarmelos ruidos que animaron esas calles, nosupe imaginar que olores flotaban en elaire o en qué pensaban las gentes quehabitaron la ciudad. Afortunadamente,no soy un sensitivo. Lo que allí sucediófue tan atroz, que, si la hipótesis de laimpregnación psíquica es cierta, aúndebe quedar en el ambiente parte delhorror que experimentaron sushabitantes cuando una horda de bárbaros

sanguinarios acabó con ellos.Empujados por el frío y por el

hambre, el pueblo indoario, hasta esemomento repartido en torno al mar deAral, se puso en marcha hacia el Sur, enun camino de conquista y supervivencia.En su improvisada ruta atravesaron lospasos del Hindú Kush y llegaron alPunjab, la fértil tierra de los cinco ríos,en lo que hoy es Pakistán.

Esas tribus indoarias, de las queprocede en su mayoría el actual pueblohindú, fueron las que, mil ochocientosaños antes de Cristo, dieron fin a laextraordinaria cultura que, repartida enunas cuatrocientas ciudades, habíacrecido y fructificado a lo largo de

muchos siglos en ambas orillas del Indo.La naturaleza brutal y despiadada deaquel exterminio, quedó fielmente

retratada en Mohenjo Daro, laprobable capital. Enterradapiadosamente bajo varios metros detierra, la ciudad convertida en tumbaterminó revelando su secreto a losarqueólogos cuando la piqueta dejó aldescubierto las casas del barrioartesano: allí, mezclados en revueltaconfusión, se hallaron innumerablesesqueletos de hombres, mujeres y niños,muertos a sablazos.

Durante la segunda mitad del sigloxx se han localizado casi un millar deyacimientos arqueológicospertenecientes a esa cultura o bajo su

influencia, desde el Beluchistán hastalas inmediaciones de Delhi; la mayorparte corresponden a pequeños núcleosurbanos, pero su número y la enormeextensión por la que están repartidos,'dejan claro que se trató de un granimperio. Es muy posible que' sólo lasgrandes ciudades, sede de los centrosadministrativos y políticos, fueranobjeto de tan implacable destrucción,pero, desaparecidas éstas, el resto notardó en seguir el mismo camino.

La historia se escribe así, con lasmismas reglas que rigen la biología:unas culturas mueren y sobre suscadáveres nacen otras nuevas. Aquellahorda de bárbaros sanguinarios venida

del norte terminaría también porasentarse y madurar. Con el transcursode los siglos, su éxodo de conquista ysaqueo se transformaría en epopeyavedica, en una mitología sembrada dedioses emergentes con la que dardimensión trascendente a lo que sólo fueuna etapa primitiva y oscura de supasado.

La Cultura del Valle del Indodesapareció para dejar sitio a otra en loque parece ser un inevitable proceso,llevándose con ella muchos' secretosque ahora, quizá inútilmente, tratamos dedesvelar. Algunos como el de sureligión y su política, son materia parala especulación hasta que se disponga denuevos hallazgos, pero el más

apasionante de todos ellos, el másdesconcertante, está ahí mismo, estangible podemos cogerlo, pesarlo,medirlo… y sin embargo, se resisteigualmente a ser descifrada Loconstituyen más de cuatro mil pequeñossellos encontrados entre las rumas deHarappa y Mohenjo Daro que se exhibenen vanos museos de Pakistán.

Los Sellos Del Valle DelIndo

Están realizados en esteatita, unavariedad de talco compacto que allector le resultará familiar si le digo quese trata del popular «jaboncillo» queutilizan los sastres para marcar la tela.Es muy fácil de grabar y poco resistente,

pero los artesanos de aquellacivilización solventaron el problemadándoles a los sellos una capa de sosa ymetiéndolos luego al horno, con lo queadquirían gran dureza y un atractivobrillo.

La inmensa mayoría son cuadrados orectangulares, aunque también se hanhallado algunos prismáticos ycilíndricos, y parece obvio que estabandestinados a imprimir sobre la arcilla uotra materia blanda para marcarpropiedad o procedencia. La variedadde diseños, hasta dos mil doscientosdiferentes, hace pensar que no se tratade sellos estatales o gremiales, sinoidentificadores de pequeños grupos,probablemente clanes o familias. Tal

vez por ello, los motivos representadosen la mayoría de los sellos son decarácter cotidiano, casi doméstico, conrealistas imágenes de animales, todosellos de la fauna autóctona, desdecebúes a elefantes, pasando por bueyeso tigres. Figuras de animales… yescritura, una extraña y aún indescifradaescritura.

En los pequeños sellos de esteatita,encontrados a millares, es dóndeaparece grabada la escritura del Valledel Indo, incomprensiblementerelacionada con la de las tablillasrongo-rongo pascuenses. En contra delo aparente, el texto escrito en estossellos nada tiene que ver con la figura,como pude apreciarse en los dosfotografiados, con el mismo animal ydistinto texto sobre él.

El texto más largo encontrado constade veintiún signos, pero es unaexcepción; en el noventa por ciento delos casos, la inscripción se reduce acinco o seis signos escritos en líneasobre el motivo principal, que, como se

ha dicho, suele ser un animal. Sepueden reconocer cuatrocientosdiecinueve signos diferentes, de loscuales, tras un estudio sobre dos mildoscientos noventa textos, ciento treceaparecen una sola vez, cuarenta y sietedos veces y cincuenta y nueve menos decinco veces, por lo que puede afirmarseque la escritura del Valle del Indoconstaba de doscientos signosfundamentales. Estos datos los extraje ensu día de un documentado trabajo delantropólogo Walter A, Faiservis, Jr.,publicado en mayo de 1983 en laedición española de ScientificAmerican, y a él me remito. Supongoque en estos veinte años se habrán

realizado nuevos estudios, pero, pese abuscar mayor y más recienteinformación cuando preparaba mi viajea Pakistán, no he tenido conocimiento deque desde entonces se haya avanzadogran cosa en el desciframiento de esaescritura. Las razones son tancomprensibles como frustrantes, puestoque estamos refiriéndonos a escrituradesconocida en un idioma desconocido.De no aparecer un providencialChampollión que encuentre otra piedraRosetta con textos bilingües, me temoque lo que aquellas gentes dejaronescrito quedará sin descifrar parasiempre. Faiservis no es más optimista,aun así, hace un encomiable intento detraducción. Basándose en que parte de

ese viejo idioma tuvo que sobrevivirhasta hoy a través de alguna de laslenguas de la zona, llega a la conclusión,tras descartar el munda y el indoario, deque el único vínculo posible es con eldravídico, un idioma de antiguas raícesque hoy se habla de unas veinticincoformas diferentes por más de cienmillones de personas. Consciente de quesu punto de partida es meramentehipotético, trata de mantenerse en unapostura discreta, sin afirmarrotundamente, pero no lo consigue ytermina «traduciendo» varios sellos conresultados tan grandilocuentes como:«Patukaran, caudillo poderoso de losasentamientos de los alrededores» o

«Arasamban, Alto Caudillo deCaudillos del Sudoeste, linaje de laLuna», lo que no está nada mal paratextos que sólo tienen seis o siete signos.Encomiable o no, el intento deFaiservis, por muy doctorado enHarvard que sea, tiene más parecido conla descripción del paisaje hecha por unciego de nacimiento, que con larealidad.

El tema principal representado enlos sellos son animales propios de esaregión; en este caso, un elefante y unrinoceronte. Este último, invalida latesis, sostenida por algunos, de que lasalusiones al unicornio se referían enrealidad al rinoceronte.

La escritura del Valle del Indo sigue

constituyendo un enigma, como lo es lasimilitud de una treintena de sus signoscon los utilizados en la escritura rongo-rongo. Establecer un puente entre ambasculturas es imposible. No digo que losantiguos habitantes de esa parte de Asiano fuesen expertos navegantes capacesde afrontar los riesgos del océano, dehecho, el camino por el índico pudieronhacerlo sin grandes dificultades hastatener delante el inmenso Pacífico, peroel impulso de sus velas debería haberlestrasladado también no menos de tres milaños hacia el futuro. La legendaria tierrade Hiva a la que alude la tradiciónpascuense no pudo ser la India, sinoalguna isla cercana a la Polinesia, ysuponer que en ella se Establecieron las

gentes del Valle del Indo, llevadas hastaallí quien sabe por qué azarosacircunstancia, para permanecer durantetreinta siglos sin dar señales de vida, esmucho suponer. De otra parte, salvo esacoincidencia en un doce o un quince porciento de sus Signos escritos, no haynada, absolutamente nada que unaculturalmente a ambos pueblos, ni en suforma de vida, ni en su técnica, ni en suarte. Cedo, pues, el testigo al lector yque sea él quien continúe buscando lasolución al enigma. Si se fía de mí, ensus indagaciones puede ahorrarse elviaje a Pakistán, porque en las ruinas yen los museos no vi cosa alguna que merecordase remotamente a la Isla de

Pascua.Es de lamentar que esa escritura no

haya sido descifrada; dada la brevedadde los textos que figuran en los sellos,no sabríamos gran cosa sobre suhistoria, pero, al menos, saldríamos dedudas sobre si las

inscripciones tienen o no que vercon la figura representada debajo y, deser cierto lo primero, conoceríamos laidentidad de un misterioso personajeque aparece en algunos de ellos y al quetodos los libros sobre esa cultura hacenreferencia. Lo llaman «El Señor de lasBestias», y tiene especial interés porquepodría tratarse de la imagen del diosvenerado en el Valle del Indo. Es sólouna suposición, pero no carece de

fundamento. Se trata de un «hombre»sentado sobre una especie de tarima conpatas: está en una extraña posición,similar a la del «loto», común entre losque practican yoga, y sus brazos,enteramente cubiertos por lo queparecen ser brazaletes, están extendidos,de manera que las manos quedan sobrelas rodillas. En esa postura, con laspiernas totalmente abiertas, es bienvisible su pene erecto, lo que sugiereuna función fecundadora y le asimila aotros muchos dioses antiguos. Sinembargo, lo más llamativo es su cabeza,rematada por un penacho y dos grandescuernos curvos, que, además, tiene tresrostros: uno de frente y dos de perfil.

Sobre él hay un texto formado por seissignos y a ambos lados de su cornudatesta un rinoceronte, un búfalo, unelefante y un tigre, a los que habría queañadir una esquemática figura humana.Debajo del asiento, una cabra con lacabeza girada hacia la derecha y otra enposición inversa, de la que sólo sepueden ver los cuernos, ya que el selloestá roto y le falta una esquina. Lapresencia de esos animales es la que leha dado el nombre, aunque, en suempeño de traducir lo intraducible,Faiservis interpreta el texto como «ElNegro, El Búfalo Negro, el Altísimo, elSeñor de los Caudillos». La descripciónque acabo de hacer es la quecorresponde al sello más conocido, el

que se conserva en el Museo Nacionalde la India, en Nueva Delhi, pero tengosobre la mesa la fotografía de otro máspequeño que representa al mismopersonaje, en el que no hay animalalguno y cuyo texto nada tiene que vercon el anterior, por lo que es inevitablededucir que ni en uno ni en otro figura elnombre de la presunta divinidad.Tampoco resulta sorprendente, porqueesa discrepancia entre lo escrito y lorepresentado es una característicacomún en el resto de los sellos. Lo quesí sorprende es la postura y el triplerostro: vienen a señalar que aquellosprimitivos indoarios procedentes delNorte asimilaron durante su etapa de

conquista parte de la cultura quedestruyeron. Es un proceso habitual

en la historia, se ha dado en todos loscontinentes y en todas las épocas,incluida la actual, pero en este casoadquiere especial interés por suantigüedad y porque es el precedentemás antiguo que conocemos de la triplefunción de la divinidad, plasmadadespués en el Trimurti hindú (Brahmacreador, Visnú mantenedor y Shivadestructor) y en tantas otras triadas otrinidades posteriores, reflejo todasellas del ciclo natural de creación-muerte-renovación. En cuanto a lapostura (la mulaban-dhasana, entre losyoguis), enfatizada por quienes grabaronlos sellos, su significado está también

implícito en el que para las religionesposteriores de la India tiene, asociadotanto a la serenidad como al despertarde la consciencia.

Hemos comprobado sobre el terrenolo que ya suponíamos: salvo ladesconcertante coincidencia en unaporción de los signos usados en suescritura, la Cultura del Valle del Indono tiene relación alguna con Hiva, latierra de Hotu Matu’a. Esa decepción seha visto compensada en parte al conocera quien muy probablemente es elprotodios de la India, pero había unarazón más para el viaje…

No me traje ningún sello, son partedel patrimonio de Pakistán y, además,

están bien vigilados. Lo que si me trajeson varias improntas de los selloshechas en arcilla, entre ellas, una delcélebre «Señor de las Bestias». A veceslas saco de sus cajas y paso un buen ratoobservándolas. Siempre me ha llamadola atención, desde que vi las primerasfotografías de los sellos, lo exquisito deltrabajo. Pese a sus reducidasdimensiones -los sellos suelen medircuatro o seis centímetros de lado,incluso menos-, aquellos artesanosretrataron a los animales de su entornocon total fidelidad, dándoles volumen ysin omitir un solo detalle substancial.

En algo más de cuatro mil sellos,que son los que hasta ahora se hanencontrado, sería difícil que no hubiese

excepciones, y las hay, pero puedeafirmarse que el motivo representado enel noventa y nueve por ciento de loscasos corresponde a la fauna local.Abundan los cebúes y toros, perotambién hay rinocerontes, búfalos,cabras, elefantes, tigres y gaviales(cocodrilos de río); es decir, animalesauténticos y propios de ese territorio.Otra característica digna de interés esque, aun estando de perfil,

representaban a búfalos, toros,cebúes y cabras con sus dos cuernosclaramente visibles. Pueden aducirserazones estéticas, pero fuese por ellas oporque tenían especial interés en que losanimales de dos cuernos no se

confundiesen con otros de un solocuerno, el resultado, como ahoraveremos, es el mismo.

Las bestias domésticas o salvajesreproducidas son todas ellas conocidasy existentes en la actualidad; todasmenos una: el auténtico unicornio. No lorepresentaron de forma excepcional,sino centenares de veces, en casi lacuarta parte de los sellos. Tampoco ledieron un tratamiento distinto; estáretratado con la misma naturalidad y enla misma actitud que el búfalo o elelefante. Un animal más, aunque, quizápor ser ya escaso y apreciado, laespecie de pesebre que tiene delante seamás ostentoso que el del resto.

Y entre los animales de la faunalocal, como uno más, el unicornio: unpesado bóvido, representado encentenares de sellos, dotado de un

solitario cuerno curvado y con unostentoso pesebre ante él.

No es el airoso caballo de crines alviento, no es el idealizado y eleganteunicornio que alimentó la fantasíamedieval, ni siquiera se trata de ese«asno indio» citado por los máseruditos; es el verdadero unicornio: unbóvido macizo y pesado, sin lasolemnidad del cebú ni la gracia delantílope, al que la naturaleza dotó de unsolo cuerno que ni siquiera era recto. Esevidente que ya no existen, pero

asimismo parece evidente que hacecinco mil años aún quedaban algunos enla cuenca del valle del Indo»

Tampoco tiene nada deextraordinario, continuamente

desaparecen especies o se encuentranejemplares de otras que se creíandesaparecidas: el último leopardoautóctono de la India fue visto en 1948.Lo malo es que, contemplada así, sinromanticismo, la historia del auténticounicornio resulta un tanto decepcionante.

l pasado es seductor,insinuante, temira con ojos en

los que se intuye una promesa, unainvitación muda a experimentar con élsensaciones que van más allá de lo quenunca has vivido. Pero no hay nadaexplícito, tal vez esa insinuación estásólo en tu fantasía y al acercarte a élvuelva su mirada hacia otro lado,ignorándote sin desprecio. Quizá sea esolo mejor, porque si te acoge y pasa subrazo por tus hombros estás perdido,atrapado para siempre. Si te concede susfavores, si te desvela alguno de sussecretos, querrás vivir de nuevo esainefable experiencia y seguirásbuscando, sin que lo demás te importe.Si se muestra esquivo, lo haráarteramente, provocándote con un gesto,

con una leve caricia, cada vez que,decepcionado, estés a punto de rendirtey renunciar a sus encantos.

El pasado quiere para sí a lossoñadores: al tiempo que alimenta susfantasías, se alimenta de ellos, losincorpora, haciéndolos parte de lahistoria. Los gruesos tratados dearqueología y paleontología están llenosde ellos, pero hay otros muchos que nofiguran, que acaso no figurarán nunca,porque su entrega fue estéril o porqueaquello que buscaban lo encontraronsólo en su imaginación. Este capítulo selo dedico a dos de esos soñadores cuyonombre no aparecerá en los tratados«serios». A uno de ellos lo conocí yaanciano, poco tiempo antes de su muerte,

y al otro no llegué a conocerlo, perotuve la satisfacción de exhumar su«tesoro» y sacarlo del olvido.

En tiempos de los tlahuicas y nahuasse llamaba Cuahunahuac, que significa«entre bosques», pero hoy se la conocepor el mucho menos lírico nombre deCuernavaca, aunque, en compensación,la llaman también «la ciudad de laeterna primavera». Está bastante cercade México DF., por eso sigue siendo,como en época azteca y luego colonial,lugar de veraneo para los capitalinos.Desde que Emiliano Zapata la tomasedurante la Revolución, allá por 1917, hacrecido mucho, desparramándose eninnumerables colonias residenciales y

mansiones guardadas por altos muros.Aún puede pasearse por el casco

viejo de Cuernavaca y recorrer suscallejas de sabor hispano, ricas enconventos y palacetes. Merece sin dudala pena, pero si el lector va a esaciudad, le aconsejo que no deje devisitar «Las Mañanitas», una antiguahacienda transformada en lujoso hotel,por cuyo jardín se pasean indolentes ynecios los pavos reales. Allí vi en unaocasión a María Félix, seca y estucada,vestida de blanco, como un fantasmaanticipado, del brazo de un joven novioa sueldo. Sabe el licor de

otra manera en ese sitio, y es otrotambién su efecto, porque el aire está tanlleno de nostalgia y olor a buganvillas,

que embriaga por su cuenta los sentidos.Andaba preparando una larga serie

de documentales por Mesoamérica,cuando me contaron que en lasinmediaciones de Tepoztlán hay unapequeña pirámide chichimeca construidasobre un lugar escarpado y casiinaccesible. El templito no justificaríaprobablemente el viaje, al fin y al caboestaba previsto rodar decenas de ellosmucho más importantes, pero de algúnrincón de la memoria surgió el recuerdode que en esa misma zona había variasde las gigantescas estatuas que DanielRuzo cita en sus libros; así que fui. Y enverdad mereció la pena esa pequeñaexcursión desde Cuernavaca, porque es

aquél un lugar interesante.Cuenta menos Tepoztlán que su

entorno: una sierra torturada y agreste,en la que todo parece posible. Nisiquiera los geólogos se han puesto deacuerdo sobre el origen de aquelloscerros; según unos, se trata de materialeruptivo, en tanto que otros les dan unorigen sedimentario, al que después seañadió materia volcánica. El caso esque allí abundan por igual el basalto y laarenisca, a los que el tiempo ha idoerosionando a fuerza de agua y vientohasta convertir la sierra en un paraje dequebradas, lleno de abismos y cerrosafilados, donde el viento se oye como unalarido y las tormentas descargan sufuria rompiendo los peñascos. Un

paisaje así, tan sombrío y extraño, nopuede ser pobre en leyendas, sobre todosi, como en el Uritorco argentino y otroslugares, abundan «luces» que en lanoche sobrevuelan la sierra a bajaaltura.

Una mañana, tratando de reunirganas para subir al Tepozteco y visitarel adoratorio chichimeca, trabéconversación con una de las mujeres quevenden recuerdos para turistas al piemismo del cerro. Rufina Barragán es sunombre, y no lo recuerdo por buenamemoria, sino porque lo dejé escrito enmis notas del viaje por si en otraocasión volvía a entrevistarla comotestigo que era de esas «luces». Las

tenía vistas en diferentes ocasiones:unas veces evolucionando por entre lassolitarias cumbres, y otras, como «unagran estrella roja» que se manteníainmóvil sobre la sierra. Pero, con serinteresante su testimonio, lo era muchomás su oficio de cronista, ya que losmuchos años al frente del puestecillo lahabían permitido acumular la másvariada y terrorífica información.

«Nadie de aquí sube a lasierra en

diciembre», medijo. En ese mes son más frecuentes

las «luces», quecasi todas las noches se ven, y no es

bueno verlas,

al menos de cerca, porque han sidola causa de varias muertes. La másextraña fue la de un norteamericano, vapara doce años de aquello, que,sorprendido por el atardecer en lo altodel Tepozteco, decidió como más seguroquedarse allí hasta el otro día quedescender a oscuras por tan peligrosapendiente. Al igual que otras veces,aquella noche fueron vistas «luces»volando sobre el cerro, y a ellasatribuyeron la muerte del turista, que fueencontrado a la mañana siguientesentado contra una roca y «seco comouna momia», como si algo o alguien lehubiera absorbido todos los líquidos delcuerpo. Doña Rufina lo vio con detalle

cuando los policías que lo bajaron delcerro se tomaron un descanso junto a sutenderete y aún le espantabarecordarlo».

Todavía me contó de otra víctimamás, esta vez un muchacho y a plena luzdel día. Once estudiantes subieron deexcursión a Tepozteco, y llevaban allíun buen rato, cuando un ovni se dejó verdescribiendo absurdos giros por entrelos picachos de la sierra. Tenía, segúncontaron al juez, forma de plato y volabasin ruido, pero cuando se situó sobre elcerro, era tal el torbellino de aire que seformó bajo él, que unos se tumbaron enel suelo y otros se agarraron a lo quepudieron para no verse arrastrados. Unode ello-s tuvo peor suerte y fue lanzado

por aquel viento hasta el borde delprecipicio, despeñándose.

Aunque refrendados por la prensa,no investigué con detalle los hechos, sinembargo, he de añadir que quienes vivenen Tepoztlán no dudan de esas y otrashistorias semejantes; entre otras razones,porque tales «luces» las tienen vistascasi todos. Además, no deben ser cosade hoy, ya que la sierra goza de siniestrafama desde tiempos prehispánicos.

El Señor de TepoztlánTepoztlán es nombre náhuatl que

significa «lugar de mucho cobre», y serepresentaba con un hacha de ese metalsobre un cerro. Tepozteco, con la mismaraíz, es el nombre que designa al

picacho antes aludido, dónde aúnpueden verse los restos de un antiguoadoratorio chichimeca. Pero hay otronombre más derivado del cobre:Tepoztecatl, el Señor de Tepoztlán; unpersonaje sin duda extraordinario.Nació de una princesa virgen, quien,para ocultar su deshonor, lo confió a lasuerte poniéndolo en una caja y dejandoque la corriente del río se ocupase delresto, igual que hicieron con Moisés.Como el destino de los

héroes no es el mismo que el de loshombres comunes, lejos de ahogarse, fuerecogido por un matrimonio anciano quelo cuidó como a un hijo. Ya crecido,alcanzó justa fama por sus muchasproezas, incluida una que también tiene

aroma bíblico, porque, emulando aJonás, se dejó tragar por un monstruollamado Xochicalcatl, para, ya en suinterior, sacar del morral afiladoscuchillos de obsidiana y cortar con ellosel estómago de la horrible fiera,abriéndose paso hasta salir al exterior,al tiempo que la mataba. Como no podíaser menos, horadó cerros con sus puños,produjo enormes riadas con susmicciones y convirtió en peñascos a susenemigos. Pese a todo, no fue un dios,sino un simple héroe local que unió a sucargo de señor de Tepoztlán el desacerdote de Ometochtli, dios de laembriaguez. Quizás convenga aclararque no se trataba del santo patrón de los

borrachos; lo que tal deidad tutelaba erala embriaguez «sagrada», es decir,aquella que, propiciada por losalucinógenos, permite a los iniciadosentrar transitoriamente en el mundo delos espíritus.

No es Tepoztlán un lugar cualquiera:sobra allí material para que folkloristasy antropólogos pasen unas vacacionesinstructivas y amenas. Y es también unterreno propicio para cualquier tipo deespeculación, incluida una tan sugestiva,como la de que algunos de esos cerrosno son formaciones naturales, sinoestatuas, ya erosionadas y deformes,talladas por una cultura protohistórica.

El valle sagrado de

Daniel RuzoEsa es la tesis defendida por Daniel

Ruzo en su libro El Valle Sagrado deTepoztlán, en el que, como solía hacer,afirma en lugar de sugerir y, llevado porsu apasionada convicción, dogmatiza enlugar de convencer: «Enclavado en lasalturas centrales de México y dominadopor dos volcanes imponentes, el ValleSagrado de Tepoztlán guarda losrecuerdos de reyes muy antiguos y lossecretos y templos de una Humanidadque desapareció con el Diluvio».

La posición de Ruzo sefundamentaba principalmente en suestudio de la obra de Nostradamus,autor sobre el que poseía una extensa y

valiosísima biblioteca. Naturalmente, elhecho de contar con numerosasediciones de las cuartetas escritas por elcélebre astrólogo no convierte a Ruzo enel mayor experto sobre el tema, ytampoco hay garantía alguna de que sulibro El testamento auténtico deNostradamus contenga la verdaderaclave para interpretarlas, pero esindiscutible que manejaba documentosoriginales y que dedicó gran parte de suvida al estudio del tema, así que susrazones tendría para

afirmar que estamos viviendo losúltimos ciento ochenta años de esta erao, si se quiere, de esta humanidad, «laquinta de la cronología tradicional»,que, según sus deducciones, comenzó

hace algo más de ocho mil años, cuandolas aguas del Diluvio volvieron a sucauce. De acuerdo a su interpretación delas profecías de Nostradamus, esteperiodo final comenzó en 1957 yterminará en el 2137. Durante esos años,los humanos actuales debemos teneracceso a todos los secretos dejados porlas humanidades anteriores, porque enellos se encierra un mensaje que nosconcierne.

A este respecto, debo manifestar miencono hacia los remitentes de talesmensajes. No deja de ser irritante queesos avisos y recomendaciones,presuntamente de vital importancia paranosotros, los hayan escrito en un

lenguaje tan críptico y oscuro, que nadielos entiende y para nada sirven. Claroestá que no faltan traductores a esosmensajes, pero, a la postre, resultanigualmente abstrusos y basan susconclusiones en claves que sólo a ellosconvencen.

Daniel Ruzo no abrigaba dudaalguna. Según él, los miembros de laanterior humanidad y de otras aún másantiguas labraron las montañas paraesculpir rostros y animales que llamarannuestra atención. Esas esculturascolosales sólo constituyen la partevisible del mensaje; la otra, laverdaderamente importante, se oculta enel interior de las cuevas que en su díasirvieron de refugio a los elegidos para

perpetuar la especie cuando se produjoel cataclismo. Como él mismo mecontaría después, tales cuevas cumplían-y, presuntamente, han de volver acumplir- la función de antro iniciático,en el que aquellos supervivientesexperimentaron una aceleración de suproceso evolutivo, mejorando así laespecie en lo psíquico y en lo espiritual.Si se observa la calidad de los humanosde ahora, es fácil deducir que tal mejorano quedó impresa en el ADN o que lahumanidad precedente era aún másimpresentable que ésta, que ya es decir.

Por lo que respecta a Tepoztlán, laaguda mirada de Ruzo descubrió allívarias de esas esculturas. La mayoría

resultan más que dudosas para unobservador imparcial, pero hay unarealmente sugestiva que, a juicio suyo,representa al propio Tepoztecatl. Es unaroca de sesenta metros de altura, con lacumbre parcialmente invadida por lavegetación, que se asemeja bastante a unhombre sentado, cubierto con un mantodel que emerge la cabeza. La similitudes tan evidente, que los habitantes deTepoztlán la conocen por «El Cerro delGigante», pero, en tanto que ellos loatribuyen a un capricho de la Naturaleza,Daniel Ruzo no dudaba en afirmar que«se trata

del cerro del hombre que bajó delcielo: es Tepozteco, hijo del dios delViento, que ha bajado a la Tierra. Es el

hijo de Quetzalcoatl».

La «estatua de Tepozteco»iluminada por la luz del sol en dosmomentos diferentes del día.

Ésta y otras deducciones que figuran

en sus textos acaso parezcan aventuradasal lego, pero él era un experimentadobuscador de ese tipo de testimonios delpasado y estaba acostumbrado ahacerlas; el que sean o no correctas esotra historia. Con todo, y aunque hayamerecido un libro de su parte, Tepoztlánno es más que una muestra secundariadel arte ciclópeo desarrollado poraquella extinta humanidad sembradorade mensajes; el lugar principal, dondemás abundantes y mejor definidasesculturas dejaron, es una mesetaperuana llamada Marcahuasi, que diomotivo a Ruzo para escribir una de susmás reeditadas obras: "La historiafantástica de un descubrimiento. Lostemplos de piedra de una Humanidad

desaparecida.¿Qué lleva a un hombre a dedicar la

mayor parte de su vida a la defensa deuna idea indemostrable? ¿De qué rincóndel cerebro nace un convencimientocomo ese, tan poderoso que te empuja aconvencer a los demás aunque noquieran ser convencidos? ¿Acasoocultaba algo más serio y profundo, unargumento irrefutable que, por algunarazón, aún no había revelado?

Sólo había una forma de saberlo:preguntándoselo a él mismo.

No resultó fácil encontrar su casa.En Cuernavaca existen muchas coloniasresidenciales que se funden unas

con otras, sin límites precisos.

Tampoco hay transeúntes a los quepreguntar o comercios dondeinformarse. Se vive en esos barrios depuertas para adentro, y ni siquiera lasfachadas orientan al paseante sobre lapersonalidad de los que allí habitan o elgrado de riqueza que se oculta detrás delos discretos muros.

El despacho de Daniel Ruzo estabainstalado en la planta alta de una deaquellas mansiones. No era un lugarpara recibir visitas; libros y objetos seacumulaban sobre muebles que habíanconocido tiempos mejores en otrashabitaciones más importantes de la casa.Él mismo parecía haber hecho eserecorrido. Era viejo,extraordinariamente viejo, no importaba

la edad que tuviese, con seguridad,mucha menos de la que aparentaba, y mesonrió amablemente.

«Comencé a interesarme porMarcahuasi en 1951, al ver unamagnífica fotografía del lugar en casa demi amigo Enrique Damert. Esainstantánea expresaba todo lo que yohabía sospechado durante mi trabajo enel Cerro San Cristóbal, en Lima. En1952, el señor Damert me regaló dichafotografía e inmediatamente organicé laprimera expedición a Marcahuasiacompañado por mi hijo y un ingenieroque trabajaba conmigo».

De esa forma aparentemente casual,este peruano nacido con el siglo, se

embarcó en un sueño fascinante del queaquella mañana, en Cuernavaca ypasados los noventa años, aún no habíadespertado.

Pese a su avanzada edad, Ruzoconservaba íntegras sus facultadesmentales. Marcahuasi y el legado deuna humanidad anterior a ésta seguíansiendo su obsesión.

Ruzo estudió derecho en su país,fue discreto poeta cuando joven, ydesde 1927 dedicó parte de su fortuna areunir cuanto material pudo sobreNostradamus, otra de sus pasiones.Como tantos intelectuales de esa época,ingresó en una logia, perteneciendodesde 1937 al Supremo Consejo de laMasonería de Perú, con el grado 33.

Durante los años cincuenta se integró envarios movimientos de corte esotérico y,llevado por su interés hacia lo oculto,viajó por Europa y Asia. Sin embargo,el tema que estimularía definitivamentesu insano apetito por los misterios delpasado, lo encontró en su propia tierra.

A riesgo de dilatar este capítulo másde lo razonable, es preciso hacerreferencia a otro soñador y éste lo fuemetafórica y realmente-, responsable enbuena medida del sueño de Ruzo. Sellamaba Pedro de Astete, y hace más desesenta años que se durmió parasiempre, quién sabe si por mejorseguirle la pista a sus oníricas visiones.Tuvo este

hombre un sueño, un sueño de esos«diferentes» que, lejos de disolverse enla vigilia, se recuerdan después con todolujo de detalles, como si elsubconsciente tuviera empeño en que sumensaje no fuera desoído. Soñó con unaciudad subterránea, un reducto dondepermanecía, a salvo del tiempo y de loshombres, un tesoro constituido porvaliosos materiales y aún más valiososconocimientos.

Despertó convencido de que sumisión era encontrar la ciudad y ellegado para entregárselo a los hombresde esta época. Y, como una clave desingular importancia, de su aventuranocturna se trajo un nombre: Masma.

Buscó en vano la puerta que debía serabierta con esa llave, hasta que un día setropezó en la Biblia con la mismapalabra, Masma, como nombre delquinto hijo de Ismael, el padre de la razaárabe. Alentado por lo que a su juicio nopodía ser otra cosa que una señal,reanudó su búsqueda con mayorempeño, y así terminó por hallar lamisma palabra en el idioma autóctonode Perú, aunque con un significado muydiferente, porque masma significa enquechua «casa con alar grande» ytambién «tinaja». En sí no tenía sentido,la única posibilidad era encontrar esapalabra asociada a algún lugarconcreto… y siguió buscando. Al fin diocon ella: era el nombre de una hacienda

ruinosa en las inmediaciones de Jauja.Intento imaginar su entusiasmo, los

mil sentimientos diferentes que leasaltaron durante el viaje hacia esa metatan ansiada, hacia ese lugar donde seocultaba un secreto milenario que,gracias a él, cambiaría el destino delmundo. Imagino también su desgarro, laenorme decepción cuando llegó aMasma: nada había allí que mereciera lapena.

Fue una larga conversación.Amablemente, Daniel Ruzo compartiócon el autor su hipótesis sobre elpasado americano y el papel que esecontinente desempeñaría tras elpróximo cataclismo*

Otro, con menos temple o más

sensato, se habría rendido a laevidencia, pero Astete era un soñador yquiso seguir soñando. Le quedaba lacoincidencia entre la palabra peruana yla bíblica, poco menos que nada paracualquiera; para él, un nuevo punto departida. Ya no había un lugar quebuscar, lo importante ahora eraestablecer un vínculo más sólido entreaquellas dos culturas. Movido por esaidea, lo que fue sueño se convirtió endelirio: acabó por reescribir el pasadoamericano y se fue al otro mundoconvencido de que huancas y aimarás,dos viejos pueblos peruanos, descendíande los bíblicos cananeos e himiaritas.

Por esa época, Ruzo y Asteteentraron en contacto, quedando el

primero seducido por los argumentosdel segundo. Juntos continuaron labúsqueda de la inalcanzable Masma,estimulándose mutuamente, al tiempoque su amistad se hacía más y másprofunda. Fue un día de 1924, en Lima,acodados en un balcón de la casa deAstete, con el río Rimac ante ellos y enla otra orilla el Cerro San Cristóbal,cuando el destino puso ante los ojos deljoven Ruzo el anzuelo en el que sesentay siete años después, cuando estuve ensu casa, seguía enganchado. Hablabande los mensajes encerrados en cuentos yleyendas, concretamente del relato dePoe El escarabajo de oro. Una de susconclusiones era que en ese tipo de

mensajes literarios un árbol no es tal,sino un cerro desprovisto de vegetacióny que, aludir simbólicamente a un datoauténtico, la calavera del cuento de Poeel árbol estaría sobre un cerro pelado yno sobre un árbol. Todo habría quedadoen una elucubración más si laprovidencia no hubiera tenido preparadoun golpe de efecto para aquella ocasión:en el Cerro San Cristóbal la lluvia sedeslizaba por varias torrenteras queconfluían en una, formando la imagen deun árbol.

Ruzo, abogado, intelectual, masóny erudito en la obra de Nostradamus,descubrió las presuntas huellasdejadas en México y en Perú por unahumanidad desaparecida y convirtió

tema en el eje de su vida.«Siguiendo el relato de Poe

empezamos a contar las grandes ramasque salían del tronco. Al llegar a laséptima rama y recorrerla con la miradaen toda su extensión, sufrimos unaverdadera crisis de asombro, algo quedebe producirse cuando nuestraconciencia, condicionada al mundofísico, pasa de golpe al mundo mágico, aotro nivel de conciencia. Vimos lacalavera

de que habla Poe; muy grande, conlas dos cuencas vacías de los ojos. Allíestá y todos los limeños que quieran veresa calavera pueden situarse a la veradel río Rimac y en la prolongación del

Girón Camaná, y la verán».Una señal así no podía ser simple

fruto de la casualidad, y Ruzo comenzósu exploración del Cerro San Cristóbalen busca de más piezas para su reciéniniciado rompecabezas. Encontrócuantas quiso: desde determinadosángulos y a determinadas horas, según laincidencia de la luz solar, podían verseen las rocas cabezas de perro y de león,un cofre, una cruz… Si a ello unimosque el San Cristóbal fue cerro sagradopara los indios, no debe extrañarnos elentusiasmo de Ruzo y su deducción deque alguien, en tiempos muy remotos,había esculpido estatuas en ese y, muyposiblemente, en otros cerros.

Como un singular coleccionista,

Daniel Ruzo halló más «esculturas» enotras partes con las que ir cimentando suhipótesis de una superculturaantediluviana dedicada a esculpirmontañas para que los hombres delfuturo supieran de su existencia ydescifran un apocalíptico mensajedejado para ellos, es decir, paranosotros. Así pues, cuando en 1952 suamigo Enrique Damert le regaló aquellafotografía de Marcahuasi, no tuvo dudaalguna de que tenía delante una muestramás del arte de aquellos escultoresprotohistóricos. Sin embargo, desde suprimera visita a esa me comprendió quese trataba de algo mucho más importanteque cuanto hasta entonces había hallado:

«Encontré una maravilla que, tal ycomo había ocurrido en el Cerro SanCristóbal, no tenía explicación posible;no existía nada parecido en toda lahistoria de la Humanidad. Estamaravilla consistía en una enormecantidad de monumentos escultóricos,conservados como ningún otro en elmundo, gracias a la excelente calidad dela piedra que forma la meseta: unpórfido diorítico blanco».

MarcahuasiLa meseta de Marcahuasi está

situada a unos ochenta kilómetros deLima, en la provincia de Huarochirí,exactamente a los 11° 4 40.9" de latitudSur y 76° 36' 26.3" de longitud Oeste.

Se levanta junto al pequeño pueblo deSan Pedro de Casta, donde el viajero hade proveerse de caballerías y agua siquiere ascender a la meseta. Esta sehalla a 3.935 metros de altura y su puntomás elevado llega a los 4.200 metros.Ya arriba, la superficie es de unoscuatro kilómetros cuadrados, conabundantes roquedales de variadasformas que, según la tesis de Ruzo, noson naturales, sino esculpidos. En elaspecto arqueológico, la meseta no tienegran interés: hay restos de viviendas,probablemente de las culturas localesYunga y Yauyo (entre el 800 y el 1476d.C), una fortificación, almacenes yvarias chulpas o recintos funerarios.Ninguna de esas construcciones guarda

relación con las supuestas esculturas,cuyo origen sería mucho más antiguo:

«Antes del Diluvio, por supuesto. Esobra de una Humanidad anterior a lanuestra, ya que las bases mentales ypsicológicas de ese gran trabajo noestán de acuerdo con las directrices denuestra Humanidad».

Monumentos esculpidos en durapiedra por gentes que, psicológica ytécnicamente, nada tenían que ver connosotros. Está bien, pero ¿para qué?

«Para señalar esa montaña sagrada,como tantas otras del planeta, con lafinalidad de que los seres humanos nodesaparezcan. Marcahuasi, como otroslugares, desempeñó la función de

refugio. El Arca de Noé no era enrealidad una embarcación, sino unacaverna tallada en la roca que permitióalbergar grupos de personas y animales.Hubo varias de esas arcas en la Tierra,y Marcahuasi es una de ellas».

Marcahuasi: «Retrato de un rey».y

«Astronautas con escafandra».

Sin embargo, el trabajo de DanielRuzo hace constante referencia afiguras labradas, pero no a cuevas.

«Tiene que haberlas -afirmó conrotundidad-. Tiene que haber cavernassubterráneas magníficamente trabajadas,con entradas y salidas perfectamenteestudiadas, talladas en la roca».

Es posible, pero, de haberlas, el quemás probabilidades tuvo de encontrarlasera él mismo, que en los últimoscincuenta años de su vida habíarecorrido cada centímetro cuadrado dela meseta, viviendo a temporadas allí,en una rústica cabaña.

Me miró a los ojos durante unossegundos antes de responder. Aunque ami juicio se trataba de una objeciónlógica, a él debió parecerle queencerraba una cierta dosis de ironía.

«No, no he encontrado las cavernas,pero estoy seguro de que existen, hehallado señales indicativas de ellas…Pero, si las hubiera encontrado, tampocodiría nada a nadie para evitar quecayeran en manos de algún gobierno ode un grupo religioso, quienes, sin duda,las explotarían a su conveniencia».

La mucama nos trajo café. Mientraslo tomaba pensé que, de haberlasencontrado, Ruzo no habría dudado ni uninstante en divulgar la noticia.

Marcahuasi era el tema de su vida, y elhallazgo de esas cavernas, además deconfirmar su hipótesis, habríaconvertido a la meseta en

el Sinaí de los tiempos modernos y aél en el nuevo Moisés. Pese a todo, esposible que tales subterráneos existan.Si es así, merecería la pena pasar untiempo en ellos, porque, además derefugio, sirvieron, según Ruzo, como«aceleradores» de la evolución humana.

«En Marcahuasi, como en todas lasmontañas sagradas, existe una energía,una fuerza telúrica importantísima; poreso fueron escogidas. Con todaseguridad, en algún punto dado de esasmontañas se pueden producir curasmilagrosas. En las cavernas se darían

las circunstancias precisas para laproducción de seres excepcionales,podríamos llamarlos 'héroes', que setransforman a sí mismos».

La conversación derivó despuéshacia la apocalíptica catástrofe que,según su interpretación de Nostradamus(El testamento auténtico deNostradamus), está ya a la vuelta de laesquina, y en la que, como erainevitable, Marcahuasi y las cavernasjugarán un decisivo papel.

«Entre los años 2127 y 2137 denuestra era. En ese plazo de diez años,en un momento dado del paso del Soldesde el sector zodiacal de Piscis alsector zodiacal de Acuario, se producirá

una catástrofe por el aire que terminarácon nuestra Humanidad. Entonces, esasmontañas sagradas albergarán gruposhumanos, que sobrevivirán para que lashumanidades no desaparezcan».

Nada más dijo Ruzo que merezcatranscribirse, ni siquiera aportó datosque no figuren en sus libros, pero, aunasí, aquel anciano amable dijodemasiado si se tiene en cuenta quetodas sus rotundas conclusiones se basanen unas esculturas que, posiblemente, nisiquiera existen fuera de su imaginación.

Es ése el nudo gordiano de surazonamiento: ¿tales formaciones son ono son artificiales? Por mi parte, he deconfesar que el tema me pareciófascinante desde que vi las fotografías

publicadas en la primera edición de sulibro, en 1974. Sin embargo, pasadoslos años, me llamó la atención que ennuevas ediciones, así como en artículosy folletos, fuesen siempre las mismasfotografías o, al menos, los mismosencuadres. La razón me la dio el mismoRuzo al mostrarme esa mañana parte desu archivo.

No hizo falta insistencia alguna,estaba convencido de cuanto decía ydaba por seguro que otro cualquieravería en las fotografías de Marcahuasilo mismo que él veía. En una habitacióncontigua, ordenadas en álbumes quellenaban varias estanterías y lassobrantes amontonadas sobre una

mesa, las tenía por millares. Era eltrabajo de toda una vida. A lo largo delos años, había fotografiado cada palmode la meseta a diferentes horas del día, yahora, agrupadas en secuencias, las«esculturas» podían contemplarse desdemuchos ángulos diferentes. Tenía antemí la posible prueba de que en Américahubo una antiquísima culturadesconocida por arqueólogos ehistoriadores. El objetivo de mi viaje, loque había ido a buscar, estaba allí. Esasfotografías me permitirían valorar laimportancia del hallazgo de Ruzo antesde planificar la costosa expedición parafilmarlo. Estudié con detalle las que ibaponiendo a mi alcance, las que, a su

juicio, eran más evidentes…, pero no viescultura alguna.

Cuando se sueña, la conscienciaduerme. Lo que para él era obra deartistas antediluvianos, para el simpleobservador era capricho de lanaturaleza. Sólo desde determinadospuntos, aquellas formaciones rocosas seasemejan a rostros humanos o aanimales, basta desplazarse un par demetros para comprobar que esa aparentenariz o ese supuesto mentón no secontinúan, no están siquiera insinuadosen el resto de la roca. Lo que de perfilparece algo, de frente no pareceabsolutamente nada. Una escultura, pordeformada que este, es un objetotridimensional; las de Marcahuasi no lo

son, se trata de informes rocas que,únicamente desde un lugar concreto ydiferente para cada caso, parecenfiguras reconocibles. Por esa razón, laspresuntas estatuas son tan dispares entresí, encontrándose el perfil de un león allado del rostro venerable de un ancianoo de una tortuga.

Contemplando aquellas fotografíasno pude evitar compararlas con el testde Rorschach: esas diez láminas conmanchas simétricas de tinta en las que elsujeto trata de identificar algo más quesimples formas casuales. Sinpretenderlo, Ruzo se había estadosometiendo a sí mismo durante décadasa un test proyectivo.

Me fui a «Las Mañanitas» a ahogarmi decepción en tequila. Suerte que enesa ocasión no fue María Félix; ver dosmitos arrumbados en un mismo díahabría sido demasiado…

Eso fue entonces; ahora estoy segurode que, instalado en ese otro mundodónde las cosas se ven tal comorealmente son y no como desde aquí lasvemos, Ruzo habrá encontrado lo quebuscaba. En este plano de la realidad, loaparente goza de un prestigio exagerado;vivimos en un mundo de formas yvolúmenes, despreciando lo que no seatangible y pueda verificarse coninstrumentos que, por sofisticados quesean, están hechos a la medida de

nuestros sentidos -que es tanto comodecir de nuestras limitaciones-,incrementándolos, pero incapaces deatisbar lo que existe fuera de ellos. Conmás tiempo y experiencia a misespaldas, pienso que era Ruzo quientenía razón: fui yo el que no supo ver loque tenía delante de los ojos, porque usélos ojos y no la imaginación. Astete y élsoñaron, es cierto, pero su sueño estabafundamentado en señales inequívocas,en símbolos, en coincidencias… Nosoñaron porque sí, soñaron porque esarealidad ampliada, la que trasciende lossentidos, les exigió que lo hicieran. Sinembargo, aunque buscaron en elmomento y en el lugar adecuados,

porque cualquier momento y cualquierlugar son válidos para esa búsqueda,erraron al situar su meta en el mundomaterial. Cuevas, ciudades subterráneas,tesoros de conocimiento, mensajes deadvertencia… ¿Acaso algo de elloserviría para que la humanidad actualcambiara de rumbo? Y, en extremo, ¿quéimportancia tiene morir en masa ohacerlo individualmente? Su sueño erapara ellos, pero buscaron fuera lo quedebieran haber buscado dentro.

Este perfil del «Monumento a la

humanidad» fue decisivo para queRuzo se entregase a la causa deMarcahuasi. Es la más realista de lasfiguras y los aparentes rizos de sucabello contribuyen a considerarlaobra humana y no de la erosión.

Los hallazgos de Tepoztlán yMarcahuasi llevaron a Ruzo alconvencimiento de que esa mismahumanidad había dejado en otroslugares del mundo, esculpiendomontañas.

El sueño de WaldemarJulsrud

Se titulaba El retorno de losbrujos. Yo tenía entonces veinte años ycomprar un libro de esas características

significaba desnivelar mi magropresupuesto, pero, salvo el de la lectura,mis vicios no eran costosos, así queadquirí el grueso tomo encuadernado entela y me sumergí en su lecturaconfiadamente, sin sospechar lasconsecuencias que ello traería.

A la mayoría de los temas quefiguran en él les he seguido la pista a lolargo de los años, tal vez por eso ellibro ahora se me antoje ingenuo y, pesea lo escandaloso que resultó en losambientes intelectuales de aquellaépoca, encuentre en sus páginas unexceso de prudencia, un púdico recatoequiparable al de los de los strip-teaseparisinos de entonces, más sugerentesque eróticos. No obstante, sigue siendo

un estimulante y ameno libro en el quepueden leerse cosas como esta:

«Había en Nueva York,allá por el año

1910, en unpisito burgués del Bronx,

un buenhombre ni joven ni

viejo, que se parecía auna foca

tímida. Se llamabaCharles Hoy Fort. Tenía

piernasredondas y gordas,

vientre y caderas, nadade cuello,

cráneo grande ymedio desplumado, ancha nariz

asiática, gafas dehierro y mostacho a lo Gurdjieff. Se

le habría podidotomar también por un profesor

menchevique…».Así iniciaban Pauwels y Bergier el

capítulo fundamental de su libro, en quedaban cuenta al lector del trabajo de unhombre sin guiar, de un obsesivoacumulador de hechos insólitos quellenaba millares de fichas con todocuanto de inverosímil se publicaba enperiódicos y revistas: acontecimientos

absurdos, pero reales, de los que laciencia no quería ni oír hablar y que, endefinitiva, constituían evidencias de queeste mundo es más complejo ydesconcertante de lo que se nos enseñaen las escuelas.

En su primera obra, El libro de loscondenados, publicada en 1919, CharlesHoy Fort recogió nada menos que mil yun fenómenos inexplicados. Esa solatarea ya es mérito suficiente parahacerse un sitio en la historia, pero él,además de tenaz, era un hombreinquisitivo, e intentó hallar un vínculoque uniera entre sí aquellosacontecimientos tan dispares. Elresultado fue una especie de filosofíaque relacionaba la rotura del sujetador

de una dama noruega con la lluvia deranas en una localidad de Guatemala.Aunque a primera vista pueda parecerlo,no era un disparate; se trata simplementede una visión más

amplia del mundo, desde la queningún acontecimiento es independientedel resto. Nada más aparecer en laslibrerías, El libro de los condenadoencendió pasiones contrapuestas y,consecuentemente, alcanzó un enormeéxito de ventas. Cuatro años despuéspublicó Nuevas Tierras, al que seguiríandos libros más, He aquí y Talentossalvajes, que aparecieron en 1931 y1932, este último varios meses despuésde su muerte, acaecida el 3 de mayo de

1932. Su obra, aunque escasa, fue tanrevulsiva que atrajo a numerososintelectuales y cuajó en la creación de laSociedad Forteana, fundada el 26 deenero de 1931 para continuar la tareapor él emprendida y en la que figuraban,entre otros, escritores de la talla deTheodore Dreiser, que ya habíapublicado su Tragedia Americana yestaba considerado como el maestro delnaturalismo norteamericano. El propioLovercraft, aunque no fuera miembro dela sociedad, consideraba a C. Fort comosu mentor.

Aquel grupo de autores eintelectuales siguió coleccionandohechos malditos, recogidostrimestralmente en una revista, Duda,

que se publicó hasta 1950. Ladesaparición de varios de los máseminentes fundadores de la SociedadForteana terminó con ésta, pero no conel espíritu que les animó en su empresa,como si el viejo con aspecto de focasiguiera desde el otro mundo al acechode espíritus rebeldes para incorporarlosa su causa. Pauwels y Bergier fuerondos de sus víctimas y, como ellosmismos confesaron, El retorno de losbrujos responde a la metodología yconcepto del mundo de Charles H. Fort.Aún juntos, escribieron otros libros (Elplaneta de las posibilidades imposibles,La rebelión de los brujos…) y, ya ensolitario, Jacques Bergier insistió sobre

esos temas en diferentes obras, siemprecon el virus forteano irreductiblementeinstalado en su cerebro. En una de ellas,El libro de lo inexplicable, dio aconocer al gran público el tema de lasfigurillas de Acámbaro. No es un libroexclusivamente suyo, puesto que, salvoalgunos capítulos firmados por él, estáconstituido en su mayor parte porartículos de la revista INFO, publicadaperiódicamente por un nuevo grupo deseguidores de Fort surgido al final delos sesenta; en concreto, el que serefiere a Acámbaro es de Ronald J.Willis. No se trata de la primerareferencia, las enigmáticas figuras debarro mexicanas ya habían despertado elinterés del profesor en el Charles

Hapgood, que escribió un artículo sobreellas en Desert Magazine en octubre de1969, y aún existe otro texto masantiguo, Report on Acámbaro, deWiliam N. Russell, publicado en 1935por Fate Publications Inc, pero ladifusión de esos trabajos fue escasa y esal libro de

Bergier al que le corresponde elmérito de haber descubierto a losaficionados al misterio del pasado esetema.

Charles Hoy Fort, con su primeraobra El libro de los condenados, querecogía multitud de hechos tan realescomo absurdos, inició una línea de que,tras su muerte, otros han continuado.

Podría haber evitado esta largaintroducción, pero un asunto de estascaracterísticas hay que situarlopreviamente en el lugar debido, en esaparte del escenario de la realidad dondelos focos apenas iluminan y el decoradose confunde con la pared misma delteatro. Sentados en el palco y aburridospor lo intrascendente de la obra, hayespectadores que enfocan susprismáticos a esa zona de penumbras,acechando el paso de una rata, lasombra de un tramoyista o cualquier otrode esos fragmentos de realidad que nofiguran en el argumento y escapan alcontrol del director de escena. Lasfiguras de Acámbaro se amontonan en

esa parte oscura del escenario y, sinmetáfora alguna, han estado a punto dedeshacerse por la humedad o defragmentarse hasta quedar reducidas apolvo bajo el peso del olvido.

Las figuras de AcámbaroSon muchas, Ronald J. Willis se

refiere a 30.000, pero el investigadormexicano Harry Möller, que vio lacolección cuando aún estaba en manosde la familia de Waldemar Julsrud, da lacifra de 37.000. Están hechas de barro yen diferentes grados de cocción, con unacierta tosquedad que en muchas de laspiezas es sólo aparente. Su tamaño esigualmente variado, desde unos pocoscentímetros hasta más de un metro,

aunque predominan las pequeñas. Sólopor el número y la heterogeneidad -nohay dos figuras iguales-, la colección esdigna de figurar en un museo, pero,además, se da la circunstancia de quemillares de ellas representan ejemplaresde una fauna imposible que en muchoscasos recuerda a los grandes animalesdel Mesozoico. Si a esto añadimos laposibilidad de que no sean artesaníaactual, sino auténticas piezasarqueológicas, se entenderá que esasfiguras de barro entren en el universoforteano con el mismo derecho que unalluvia de sangre en Sumatra o la caídade un iceberg volante sobre Rouen.

La historia comenzó en 1945, en unapequeña ciudad del estado de

Guanajuato llamada Acámbaro, y suprotagonista indiscutible fue WaldemarJulsrud, un comerciante alemáninstalado desde años atrás en esalocalidad. Dicen que las descubrió undía en que cruzaba a caballo el Cerrodel Toro, a las afueras del pueblo: unpequeño deslizamiento de tierra habíadejado al descubierto unas cuantas yencargó a un albañil, Odilón Tinajero,que le llevase todas las que encontrara.Otra versión, proporcionada por elpropio Julsrud, es que las primeras lasencontró él mismo; unas de ellasexcavando en las proximidades de sucasa y otras incluidas en los adobes devarios muros. Convencido de que, dada

la facilidad con que las habíaencontrado, debían existir en enormecantidad, encargó a Tinajero y a otrosvecinos que las buscasen, pagando uno odos pesos por cada pieza que leproporcionaban. La curiosidad dio pasoa la avaricia del coleccionista, y entre1945 y 1952 obtuvo cerca de cuarentamil pequeñas esculturas de barro, amende otro tipo de objetos, como puntas deflecha, figuritas de la cultura chupícuara,máscaras, piezas de jade, pipas dearcilla y algún que otro resto fósil. Antetal conjunto de objetos, las preguntasobligadas son: ¿quién? ¿cuándo? y ¿porqué? Ninguna de ellas tiene respuestasatisfactoria. El propio Julsrudcontribuyó sin quererlo al misterio.

Años después de formada la colección,sufrió un accidente con fuertetraumatismo» craneal y quedótrastornado. Sus figuras

pasaron a ser «las figurillas delloco» y él se negó a que nadie volvieraa verlas. Harry Möller, que le hizo unaentrevista cuando aún vivía, tuvo queconformarse, a pesar de haber sidoamablemente recibido, con ver algunasfotografías.

Entre 1945 y 1952, WaldemarJulsrud acumuló casi cuarenta milfiguras de barro, cuyo paradero hasido un misterio durante muchasdécadas.

Los necios son crueles y

abundantes, y el pobre loco y susparientes debieron sufrir lo suyo a costade la colección, por eso, muerto Julsrud,su familia cerró las puertas del viejocaserón con las figuras de barro dentro yse marchó de Acámbaro. Tiempo mástarde, el tenaz Möller consiguió de losherederos de Julsrud queexcepcionalmente le abrieran las puertasde la casa y se las mostraran, pasando aser uno de los pocos afortunados quehan visto y tocado las estatuillas:

«La inmensa mayoría se encuentranbien; muchas están rotas porque la casaha sido el paraíso de las ratas. Elespectáculo es sombrío, ya que en lashabitaciones no hay luz eléctrica; la casa

sólo se ilumina con los leves rayos desol que penetran por las hendiduras; elpolvo cubre y oscurece las piezas debarro. Es impresionante, triste yfrustrante que tanto esfuerzo y valorartístico estén allí perdidos».

(De una entrevista concedida aElvira García para la revista mexicanaContactos).

¿Por qué tanto misterio?Parece un estegosaurio, pero sus

placas dorsales están sustituí das porgruesas y carnosas espinas. Aquél otropodría ser un tiranosaurio, pero sucráneo está armado con una coraza comola del triceratops, además, sus patasdelanteras son demasiado gran des. Éste

posee el estilizado cuello de undiplodocus, pero está rematado por unacabeza de pterosaurio, mientras que elcuerpo recuerda al de un iguanodonte…Nada es lo que parece a primera vista,se trata de criaturas imposibles, muchascon sólo dos extremidades y algunas contres pares de ellas. Hay millares, todasdiferentes y todas absurdas; animalesque no pudieron existir y que, skiembargo, parecen sacados de un libro dePaleontología. Es ése su principalencanto y el motivo de tantas y tanvariadas especulaciones: rugientes,amenazadoras o grotescas, recuerdaninevitablemente a esas bestias deljurásico que Hollywood volvió a ponerde moda hace unos años.

Nada es lo que parece a primeravista y quizá en eso consista suencanto: lo que recuerda la cabeza deun atípico triceratops, está sobre elcuerpo de lo que podría ser unpterosaurio dotado de un cuello dediplodocus, pero sin que siquiera esasimilitud por partes vaya más allá dela simple apariencia.

Para algunos, como el historiadorsoviético G. Buslaiev, cabe laposibilidad de que en aquella parte deAmérica los saurios del Mesozoicohubieran pervivido el tiempo suficientepara que el hombre llegara a conocerlosy fuera ese recuerdo, transmitido degeneración en generación, el hubiese

inspirado a los artesanos que modelaronlas figuras de Acámbaro» Pero, ¿losartesanos de qué época?

En primer plano, una de esascriaturas imposibles, medio humano,medio animal, con una bocadesmesurada cuajada de amenazadores

dientes, más propia de un cómicque de un yacimiento arqueológico.

Para la arqueología institucional deMéxico no hay dudas sobre suactualidad y se trata de «falsificaciones»hechas por los campesinos con el únicoobjeto de sacarle unos cuantos pesos alingenuo de Julsrud Tan convencidosestán, que el antiguo director delDepartamento Nacional de Archivos yBibliotecas del INAH (InstitutoNacional de Antropología e Historia), elprofesor Antonio Pompa, que las tuvohace unos treinta años en sus manos,afirma tajantemente que las figurascarecen de valor arqueológico:

«En realidad le tomaronel pelo al

señor Julsrud,

un alemán que no conocía nuestrasculturas

prehispánicas y se impresionó poralgunas figurillas

que él mismo encontró y que, ésas sí,eran

auténticas. Las demás las hicieronlos alfareros,

quienes previamente las enterrabanpara que

parecieran antiguas».He aquí una afirmación realmente

pintoresca, porque las supuestas figuras«auténticas» encontradas por Julsrudestaban mezcladas con las supuestasfiguras «falsas» fabricadas por losartesanos, y el profesor Pompa condenóindistintamente a todas ellas a la

categoría de fraudulentas. Debierahaberse tomado la molestia de separarlas unas de las otras y llevarse lasbuenas al museo; no se encuentran todoslos días figuras de la cultura chupícuara.Pero hay, además, otra afirmación dignade tenerse en cuenta: «… previamentelas enterraban para que parecieranantiguas». Y debe ser tenida en cuentaporque otra de las mayores objeciones ala antigüedad de las figuras procede delespecialista Charles C. Di Peso,miembro de la Fundación Amerindia deArizona, quien en 1950 estudió durantenada menos que una tarde y una mañanalas esculturas, llegando a la conclusión,tal como puede leerse en un tendencioso

y lamentable articulo suyo de 1953 en larevista Archeology+ de que las figuraseran falsas porque ¡ninguna de ellasmostraba signos de haber estadoenterrada!

Hay cuestiones, como ésta, en lasque resulta más que evidente el aforismo«no hay peor ciego que el que no quierever». No pretendo decir con ello que setrate de representaciones de dinosaurios,que esa es otra historia, lo que sísostengo es que los arqueólogos,algunos arqueólogos, tienden adespreciar cualquier hallazgo queproceda de aficionados, y que si,además, ese hallazgo se refiere aculturas desconocidas o piezas que noencajan bien en el «horizonte cultural»

atribuido al pasado de esaregión, suelen considerarlo

fraudulento, dando por bueno cualquierdato que contribuya a «confirmar» sufalsedad. En la colección de Julsrud esobvio que existen piezas antiguas y otrasrecientes o, lo que es lo mismo,auténticas y falsas, el mismocoleccionista tenía conciencia de ello;basta, pues, elegir las que por su facturaparecen modernas y basar en ellas elestudio – reducido habitualmente a unasimple «ojeada»- para llegar a laconveniente conclusión de que se tratade burdas falsificaciones.

Afortunadamente, el pasado no esmonopolio de nadie y cualquiera tiene

derecho a investigar por su propiacuenta. Así que, por si acaso, ydesoyendo la docta aseveración de losexpertos, varios investigadores, entrelos que se encontraba el profesorCharles Hapgood, una especie de«detective del pasado» losuficientemente prestigioso como paraque el propio Albert Einstein escribiesela introducción de uno de sus libros(Earth's Shifting Crust), participaron enexcavaciones en el Cerro del Toro, a lasafueras de Acámbaro, (de las quesalieron a la luz piezas similares. En elcaso de Hapgood, la excavación seefectuó en el terreno que había estadoocupado por una antigua casa, bajo loscimientos, sin posibilidad de que

alguien hubiera introducido allírecientemente figura alguna,encontrándose más de cuarenta, en sumayoría similares a las de la colecciónde Julsrud. Tanto en las recién extraídascomo en otras de las que el alemánhabía acumulado, Hapgood y el biólogoIvan T. Sanderson descubrieronevidencias de haber permanecido muchotiempo enterradas. En el interior de unade ellas, cubierta por la tierra cuando yaestaba rota, se encontraron suficientesrestos orgánicos como para intentar ladatación por el carbono 14, y Hapgood,decidido a salir de dudas, envió lafigura a la Isotopes, Inc de Westwood,Nueva Jersey, en 1968» El resultado fue

que la materia orgánica tenía unaantigüedad aproximada de ¡3,600 años!,lo que, por pura lógica, significa que lapequeña escultura era tanto o másantigua.

Quedan así contestadas dos de laspreguntas fundamentales: el quién y elcuándo. Unas son de los años cuarenta ycincuenta, obra de artesanos locales queganaron unos pocos pesos, muy pocos enproporción al trabajo que se tomaron, acosta del bolsillo de Julsrud, y otras, lamayoría, fueron modeladas y cocidaspor artesanos, también locales, quevivieron en torno al 1600 antes deCristo, Lo que no está aún resuelto es elpor qué.

Muchas de las figurillas no plantean

enigma alguno. En mi pequeña coleccióntengo varias que representan

personajes o situaciones acordes asu antigüedad y nivel cultural: ingenuasy deliciosas pero bastante detalladas yhechas con parecida técnica a la de otrasviejas culturas mexicanas, como, porejemplo, la adición de pequeños pegotesa la figura una vez moldeada pararepresentar los ojos y otros detallesconocida como «pastillaje». Escenasdomésticas o de guerra, sacrificios,supuestas deidades… representaciones,en fin, aceptables para los arqueólogos.Las «otras», las que retratan a una faunapintoresca y de apariencia monstruosa,son las que constituyen el problema.

Según habían reconocido lospropios arqueólogos, tras un brevísimoy vergonzoso examen, entre aquellasfiguras, presuntamente falsas, habíaotras auténticas pertenecientes a lacultura chupícuaro.

Antes de volverse loco, WaldemarJulsrud escribió el inevitable libro consus propias conclusiones respecto a lasfiguras ole su colección: Enigmas delpasado. Como tantos otros aficionadoscon escasos o nulos conocimientos dearqueología, se lanzó a todo tipo deespeculaciones gratuitas para explicar lapresencia de tan extrañas y abundantesfiguras en el subsuelo de Acámbaro,deduciendo que fueron los habitantes de

la Atlántida los autores de aquellaespecie de museo ambulante. Poco antesde que la isla-continente se hundiese,trasladaron a México las esculturas, yallí permanecieron ocultas hasta que losaztecas las instalaron en un museo de sucapital, Tenochtitlán, donde fuerondignamente exhibidas y veneradas» A lallegada de Hernán Cortés, y para evitarque cayeran en manos «bárbaras», lasfiguras fueron llevadas subrepticiamentea Acámbaro y enterradasapresuradamente. Ante tal cúmulo dedisparates, sobra cualquier comentario.

Dedadas y toscas, auténticas unas yfalsas otras, todas ellas frágiles,muchas rotas y el resto a punto deestarlo, las figuras son una galería deseres imposibles que parecen extraídosde una pesadilla.

Son muchos los que han oído hablarde esas piezas y muy pocos los que lashan visto, sin embargo, los rumores y elpropio libro de Julsrud han bastado paraque se pergeñen las más fabulosashistorias. El célebre médico yparapsicólogo Ándrija Puharich ha sidouno de los que no se han resistido aaportar su grano de arena, y en su libroEl misterio de Uri Geller cuenta cómoviajó a Acámbaro en 1953 y la

conversación que mantuvo con un talCharles Laughead, quien le confesó queestaba en contacto con losextraterrestres a través de un médium yque éstos le habían dicho que en lasfiguras que coleccionó Julsrud hayclaras referencias a los primerosaterrizajes de los alienígenas en nuestroplaneta, llevados a cabo en tiempos muyremotos en una isla del Pacífico llamadaMangareva,

cercana a la de Pascua, Algunospiensan que Charles Laughead no eraotro que Charles Hapgood, al quePuharich cambió de nombre en el libropara no traicionar su confianza.

Por si esa relación de las figuras deAcámbaro con seres de otros mundos no

las hiciera suficientementeextraordinarias, hay otros que lasvinculan con fuerzas maléficas. En ellibro ha vida secreta de las plantas (Ed.Diana, México, 1974), escrito por PeterTompkins, el conocido autor de IJJSsecretos de la Gran Pirámide, y elbiólogo y antropólogo Christopher Bird,se hace referencia en su página 357 aunas experiencias relacionadas con lasestatuillas que, por lo pintorescas, nopuedo resistir la tentación detranscribirlas textualmente:

«Los experimentos realizados configurillas

extrañas de barro cocido, piedras yhuesos

descubiertos en Acámbaro, delestado mexicano de

Guanajuato, por Waldemar Julsrud,constituyen pruebas

impresionantes de que la materiapuede recibir

energía maléfica y retenerla durantelargos períodos

de tiempo, quizá millones de años».El profesor Charles H. Hapgood

dice en su manuscrito, Reports fromAcámbaro (Relaciones de Acámbaro),refiriéndose enorme colección de másde 33.000 objetos de Julsrud, que nopuede identificarse con ninguna de lasculturas conocidas de México, pero, encambio, insinúa que acaso se relacionen,

no sólo con determinadas tribus delhemisferio Occidental, sino también conpueblos del Pacífico meridional y deÁfrica. Los investigadores patrocinadospor la Fundación de Arthur M. Youngseleccionaron unos cuantos ejemplaresque parecían diabólicamente extraños aprimera vista. Los colocaron en cajasseparadas junto con ratones, y vieronque a algunos de ellos se les ponía negroel rabo y terminaba por caérseles, y queotros animalitos murieron después depasar una noche nada más con losobjetos» Evidentemente, había unaenergía maléfica -del carácter quegeneralmente se asocia con la brujería-en aquellas piezas de aspecto siniestro,y que esa energía era capaz de matar a

un ratón.

Uno de los que mostró especialinterés por las figuras de Acámbaro fueel naturalista y explorador Iván T.Sanderson; tal vez porque él mismohabía tenido un encuentro con unacriatura parecida en el ÁfricaOccidental en 1932.

Con tales hipótesis por medio, la deque puedan tratarse de representacionesexageradas y fabulosas de dinosauriosresulta casi vulgar, no obstante sigamosanalizándola. El argumento más sólidoen su contra es que tales criaturasdesaparecieron de este planeta hacesesenta y cinco o setenta millones de

años, mucho antes de que el másprimitivo de los prehomínidos

apareciese. Pensar que hace 3.600 añosestaba aún vivo el recuerdo de lapresencia en América de tales animalesparece un disparate, pero… ¿lo esrealmente?

Siendo estrictos, la única objeciónque la ciencia puede hacer es que apartir de los últimos sesenta y cincomillones de años no se han encontradorestos de dinosaurios. El que no sehayan encontrado quiere decir sólo eso,que no se han encontrado, no que noexistan. Por otra parte, parece evidenteque han desaparecido, puesto que, adiferencia de las vacas, los corderos olos elefantes, no se les ve por ahípastando. La única posibilidad es que enalgunas zonas del planeta se hubieran

dado las circunstancias propicias paraque colonias de esos seressobrevivieran hasta épocas cercanas,incluso hasta hoy mismo. Quien pienseque nuestro mundo está completamenteexplorado se equivoca: son muchas laszonas que sólo se conocen desde el airey hay extensas regiones en las que lavisita del hombre tecnificado es simpleanécdota. De existir animalessupervivientes de aquellas remotasépocas que hayan sufrido pocasmutaciones, estarán limitados a unhábitat concreto, no muy extenso y,desde luego, poco accesible,

porque si no figurarían en los librosy su imagen nos sería tan familiar como

la de los cocodrilos, las tortugas, loscelacantos y las de otroscontemporáneos suyos que hanpervivido a lo largo de millones de añostan lozanos y pimpantes. La única pistaque tendríamos sería la de testimoniosaislados, la de rumores entre los nativosde regiones poco visitadas y lasleyendas. Como tendemos a considerarsupersticiosos e ignorantes a los nativosque no han ido a la misma escuela quenosotros, damos poco crédito a susrelatos -que, por cierto, son abundantesen lo que se refiere a gigantescosanimales de cuello largo en algunasregiones de África- y preferimos los queproceden de hombres civilizados, sobretodo si son investigadores, aunque sean

menos numerosos. Entre esostestimonios «fiables» hay uno que vieneperfectamente al caso, ya que se tratadel proporcionado por Iván T.Sanderson, el conocido naturalista,explorador y escritor que acompañen alprofesor Hapgood en su visita aAcámbaro. Aunque al revisar libros yrevistas para documentar este capítulome he encontrado varias veces con elnombre de Sanderson, en ninguno deellos se alude a la razón de su interéspor las figurillas, cuando, conociendo subiografía, ésta resulta clara: ¿cómo noiba a interesarse por unas esculturas debarro que parecían representardinosaurios, cuando él mismo se había

encontrado con uno varios años antes?Fue en 1932, en el África

Occidental, navegando por el ríoMainyu. De una cueva de la orilla surgióuna especie de espantoso bramido, luegohubo un movimiento en el agua yemergió una enorme cabeza:

«Esa cosa de brillante color negroera la cabeza de

un animal similar a una gigantescafoca, aunque mucho

más ancha que alta. La cabeza eratan grande como un

hipopótamo adulto».Según le contaron después los

nativos, se trataba de un M'Koo, unanimal cuya descripción secorrespondería sin gran esfuerzo con la

de un dinosaurio herbívoro.No es el único explorador que ha

tenido encuentros de ese tipo ni lo que lecontaron los nativos es una excepción,sean verídicos o no, lo cierto es que losrelatos sobre animales de esascaracterísticas resultan frecuentes endeterminadas regiones pantanosas deÁfrica.

Que en un pasado no muy lejanoexistiesen descendientes vivos de losantiguos saurios del Mesozoico enAmérica es improbable, sumamenteimprobable si se quiere, pero en modoalguno imposible; es más, algunos otroshallazgos, como el de las discutidas y,pese a todo, probablemente auténticas

«Piedras de lea», parecerían confirmaresa herética posibilidad. Sin ir muylejos de Acámbaro -poco

más de cincuenta kilómetros-, semantiene viva la leyenda de otromonstruo, en esta ocasión acuático y connombre propio, Chan, que vivió, y segúnalgunos aún vive, en la laguna deTallacua, un cráter de 750 metros dediámetro ocupado por agua verde ysombría. Al monstruo, temido yvenerado desde época prehispánica, sele describe como un animal de enormecabeza y larguísimo cuello. Pareceinevitable relacionar las figuras debarro con la leyenda de Chan, aunque talrelación no constituya prueba alguna ypueda ser interpretada como una muestra

de la desbordada fantasía de losantiguos habitantes de esa zona que,vaya usted a saber por qué, seinventaron monstruos que recuerdan alos dinosaurios.

A cincuenta kilómetros deAcámbaro, en la laguna Tellacua,formada en el cráter de un volcánapagado, habita, según la tradición, unmonstruo acuático, Chan, al queanualmente se le hacen ofrendas.

Posiblemente, las figuras deAcámbaro y el viejo sacerdote queoficiaba la ceremonia para aplacar altemible Chan, sean dos expresiones deun mismo hecho: la -paleontológicamente imposible-convivencia del hombre consupervivientes de aquella fauna delMesozoico que pobló la tierra hacemuchos millones de años.

La suerte nos puso en la pista de esacolección maldita y dimos con ella. Noestaba en un sombrío edificio, sino enuno moderno, parte del complejoescolar del municipio

de Acámbaro» Hace años, algúnfuncionario tuvo que decidir qué hacer

con un centenar de cajas llenas defiguras que nadie quería» Destruirlashabría sido una excesivaresponsabilidad, aunque sin ningúnvalor material aparente, la familiaJulsrud había optado por deshacerse deellas regalándoselas a la viña,convirtiéndolas así en patrimonio de losciudadanos que, como tal, debía serconservado hasta que se supiese quedestino darle. Lo aconsejable eraguardarlas donde no estorbasen, y esofue lo que se hizo, fue tan sencillo comoir a Acámbaro, preguntar dónde estabany pedir la llave.

A veces me sorprende la falta deiniciativa de mis colegas: localizaraquellas esculturas legendarias cuyo

paradero era un misterio,Las cajas, unas de cartón y otras

de madera, probablemente de pescado,llevaban allí unos cuantos años, en unagran aula habilitada como almacén.Buena parte de las figuras,precariamente protegidas algunas deellas con papel de periódico, estabanrotas, y las intactas parecían a punto deestarlo si no se las manejaba concuidado. Disponía de media jornadapara filmarlas y me dejé llevar por elazar al seleccionar las cajas, pero, envista del resultado, habría dado igual,porque en las diez o doce que abrí, elcontenido era tan heterogéneo que dabaa entender la ausencia de criterio alguno

al guardarlas» Sólo tuve tiempo deestudiar someramente un centenar defiguras y es posible que entre lasrestantes hubiese cápsulas espaciales ocualquier otra cosa, pero no en las quelibremente elegí Los que sí estaban,mezclados con otras piezasperfectamente adecuadas al pasadomexicano, eran esos fantásticos,terribles y entrañables monstruos.

Nada puedo aportar que solucione elmisterio y cuanto se sabe de lasesculturas está ya dicho en lo esencial.En 1990, otra modesta investigación, eneste caso llevada a cabo por un tal NealSteedy, confirmó sin grandes diferenciasla antigüedad que en su día les habíaasignado el Isotopes Inc. de Westwood.

Las razones que animaron a losartesanos precolombinos de Acámbaro amodelar tan imposibles criaturas nadielas sabe; si fue producto de su fantasía oun intento de recrear terroríficosanimales de los que hablaban sustradiciones, es algo que dejo a laopinión del lector. Lo que si añadiré esque, en contra de lo que afirmanTompkins y Bird en su libro, no percibívibración maligna alguna emanando deellas; aunque, en honor a la verdad, he

de reconocer que en mi casa, dondeconservo varias de esas figuras, no havuelto a haber ratones. Quién sabe…

En numerosas cajas apiladas, unasde cartón y otras de madera que en su

día contuvieron aceite y jabón,millares de aquellas polémicasfiguritas estaban esperando una manopiadosa que las sacara del olvido.

A medida que desembalaba

figuras, en el mejor de los casosprotegidas someramente por unaenvoltura de papel de periódico, elautor no podía reprimir una ciertatristeza: el sueño de un hombre estabaallí, despreciado, desintegrándose enfragmentos sin que a nadie parecieraimportarle.

En contra de lo imaginado, no fuedifícil dar con las figuras, estabanalmacenadas en un aula del centroescolar municipal.

Era imposible verlas todas yclasificarlas, no había tiempo paraello, y el autor se tuvo que limitar aescoger unas cuantas cajas al azar.

Ignoro hasta qué punto pudo influir

el documental que hice sobre lasfiguras de Acámbaro, incluido entre losque forman la serie En busca delmisterio, rodado codo a codo con JuanJosé Benítez hace once o doce años -nisiquiera estoy seguro de que se emitieraen México-, pero el caso es que a partirde entonces la ciudad pareció recuperarel

interés, si es que lo había tenidoantes, por la colección de Julsrud.Acámbaro no es muy grande, y lapresencia de un nada discreto equipo derodaje como el nuestro -éramos oncepersonas con dos toneladas de material-,llegado hasta allí desde Europa con elúnico objetivo de filmar las figuras, no

pasó desapercibida. Quiero creer quefue así, porque me gustaría habercontribuido a que esa galería deentrañables monstruos y el nombre dequien hizo de ellos el objeto de su vidasalieran del olvido. Hoy existe un museoen esa ciudad donde se exhiben parte delas figuras, y hasta pueden encontrarseen Internet páginas dedicadas a él, a laciudad y a la colección. Por lo que hevisto, no dicen nada que no se hayadicho en este capítulo y sí algunatontería que otra, pero están ahí,accesibles a todo el mundo, esperando aque alguien resuelva su misterio, yJulsrud, desde el segundo cielo, dóndemoran los soñadores muertos, debesentirse contento.

quellas, no fueron unas veladasespecialmente confortables. A nuestrallegada y de día, el alojamiento nospareció romántico: un edificio de

madera con amplio porche y,diseminadas cerca de él, lashabitaciones, que consistían en sólidascasitas individuales con techo de paja.

A las nueve de la noche apagaban elgrupo electrógeno y, agotada la últimacopa y la conversación, cada cual cogíauna vela o un quinqué, que de ambosestaba provisto el «hotel», y se iba a sucabaña. Ahí acababa todo elromanticismo. Por el calor y para unamejor ventilación, la pared terminabapor arriba a un metro del techo, dejandoespacio para que el aire circularalibremente… y, con él, cualquierespecie animal provista de alas. Pese atodo, el ambiente era sofocante y uno setendía en la cama, convenientemente

alejada de las paredes por lo quepudiera descender por ellas, como Dioslo trajo al mundo o poco menos.

Empapado con repelente parainsectos y con el corazón en un puño porlos horrísonos gritos de los monosaulladores, que más parecían estar juntoa la cabecera que entre los árboles, meencomendaba a «San Aután» y,confiando en la benevolencia de lasarañas, escorpiones y serpientes que enmi imaginación rodeaban el lecho comosi fueran ángeles de la guarda, esperabaa que el bendito sueño llegara.

Con la luz de la mañana yafortunadamente indemne, comprobabaque mis temores nocturnos eran

infundados: ni rastro de serpientes o dearañas peludas, a lo más, una rana yalgún ciempiés. Diez segundos bajo elchorro de agua helada -en un rincón dela cabaña había un inodoro y una vetustaducha que desaguaba en el mismo suelo-eran suficientes para despejarse sinquedar yerto y emprender el día conoptimismo. Hubiera dado igual noducharse, porque lo que había afuerabastaba para despertar todos lossentidos.

El hotel de las ruinas de Tikalrespondía a la romántica imagen deuna película de los años cincuentaambientada en la selva.

Las habitaciones eran cabañas,también con techo de paja, que elviajero compartía con toda la variedadde insectos, batracios y reptilespropios del lugar.

Supongo que ahora llegará hasta allíel tendido eléctrico y en las renovadascabañas habrá aire acondicionado, pero,quizá movido por la nostalgia, se me

antojan más auténticos la selva y elTikal que en esos días conocí. Era laprimera vez que estaba en Guatemala.Ya había rodado años antes la mayoríade las ruinas mayas de México, algunade ellas en más de una ocasión, peroTikal, incrustado en la feraz vegetación,con sus empinadas pirámides asomandopor encima de los árboles y lasplataformas ceremoniales abrazadas porgigantescas raíces, me resultó grandiosoy, a la vez, amenazador.

Sin desmerecer lo esbelto de sustemplos y la belleza de las estelas quese alineaban en torno a la plazaprincipal, algo ominoso parecía flotar enaquél aire húmedo y espeso. Tuve lasensación de que, tras los primorosos

bajorrelieves y en cada piedra labrada,latía, aún vivo, un primitivo y ferozfanatismo.

Sin razón para saberlo, supe que losmil aromas de la selva se habíamezclado en ese lugar con el acre olorde sangre, y la imagen amable que de lacultura maya un-había formado cedió sulugar a otra, sin duda más real, en la queel arte y los conocimientos que hicieronde ese un pueblo singular se hermanabancon los sacrificios humanos.

Ya no flotaba en el aire el aromadel Copal, el incienso de mesoamérica,pero algo o mi no su seguíaimpregnando el ambiente, algo quetenía que ver con los sacrificios

humanos que allí se hicieron.

En todo caso, no fue una civilizacióncomo tantas otras. Por establecer unacomparación, alguien definió a losmayas como «los griegos de América».Y estaría bien si, además, se añadieraque los de Europa no contaron con los

inconvenientes que los mayas tuvieron:la selva, la ausencia de metales, eldesconocimiento de la rueda y lacarencia de animales de carga; lo queacrecienta su

mérito y obliga a profundasreflexiones sobre el tesón y lagenialidad como motores ligados a losgenes que elevan a unos grupos humanospor encima de otros.

No está resuelto el enigma de suorigen. La noticia que tenemos de ellos através de ruinas como las de Tikal oCopan, es la de una cultura yafloreciente, con una arquitectura originaly depurada, con un arte cargado desimbolismo y una escritura jeroglíficaequiparable a la egipcia, también de

triple lectura: ideográfica, fonética ysimbólica.

Sus ciudades fueron abandonadas ydevoradas por la vegetación insaciablede la selva mil arios antes de que loseuropeos descubriesen ese continente.Lo que hoy queda de ellas son ruinascuajadas de pirámides y plataformasceremoniales que nos hablan de laexagerada religiosidad de quienes lasconstruyeron; sin embargo, comocontraste, el mensaje dejado en susbajorrelieves refleja conocimientosmatemáticos y astronómicossorprendentes, entre los que, por citar unpar de ejemplos, puede señalarse el usodel «cero» catorce siglos antes de que

tal concepto llegase a Europa de manosde los árabes y una medida del año tresdiez milésimas de día más exacta que lade nuestro actual calendario gregorianocorregido.

Una cultura formada por gentessingulares que tuvieron el buen gusto deno representar en la variada iconografíabatallas o conquistas, que usaronmedidas de hasta sesenta y cuatromillones de años en su cómputo deltiempo y que, ajustándose a quién sabequé ideal estético, deformaron suscráneos en busca de un perfil sin frente yse limaron los dientes, incrustando enellos jade y otras piedras.

En los escasos códices que nofueron destruidos por los frailes, en losglifos de los bajorrelieves y de lasestelas, han quedado recogidosfragmentos de una cultura que,viviendo en la «edad de piedra», poseía

conocimientos matemáticos yastronómicos asombrosos.

Recientemente, en una de esasinvestigaciones que monopoliza a golpede dólar la 'National GeographicSociety, se afirma que el ocaso de lacultura maya fue causado por la luchafratricida entre la ciudad estado de Tikaly la de Calakmul, separadas por cienkilómetros, en el siglo VII de nuestraera. Al parecer, esta

teoría, ya adelantada por SimónMartin, del University College deLondres, y Nikolai Grube, de laUniversidad de Bonn, ha sidoconfirmada por los jeroglíficosdescubiertos en una pirámide de DosPilas, Guatemala. Con todo lujo de

detalles, se describen las intrigas,batallas y traiciones protagonizadas porBalaj Chan K'awiil y su hermano, cuyonombre no se cita. Diez años deencarnizados combates que, según estoseruditos, supusieron el principio del finpara aquella magnífica civilización.Dudo que fuera así, porque los glifosmayas se están traduciendo sin haberdescifrado más que medianamente susignificado y porque, conociendoaquellas tierras del sur, cubiertas deselvas poco menos que infranqueables,el sentido común me dice que talesluchas entre ciudades estado carecen delógica. No obstante, se trata de unapostura personal y recomiendo al lector

que no me haga el menor caso.Mientras escribo esto, acaban de

publicarse los resultados de otrainvestigación, en este caso financiadapor la Woods Mole Oceanographiclnstitution de Alemania. El estudio,dirigido por Gerald Haug, se hacentrado en el análisis de loscomponentes químicos en sedimentoscorrespondientes al primer milenio denuestra era en una región al norte deVenezuela. Ha sido la determinación delos niveles de titanio, directamenterelacionados con la lluvia, lo que hapermitido al investigador alemán llegara la conclusión de que en los años 810,860 y 910 hubo extrema sequía en esaparte de América, extensible a

Guatemala y al sur de México, lo que, asu juicio, influyó decisivamente en elabandono de las ciudades mayas de lazona y la emigración de sus habitanteshacia el norte, concretamente a lapenínsula del Yucatán, dónde la granabundancia de agua subterránea,explotada por ellos mediante zenotes(enormes pozos que adquirieron caráctersagrado) permitió su definitivoasentamiento.

Resulta claro que el tema no estáresuelto, y que a esas dos recienteshipótesis, ambas razonables y dignas derespeto, se unirá alguna más, igualmenteenjundiosa, antes de que este libro estéen los escaparates. Sea por alguna de las

dos razones expuestas o por otra muydistinta, lo seguro es que el tiempo, quebarre de la memoria con igual eficacia adioses que a imperios, dio cuenta de losmayas, que terminaron siendoabsorbidos por otros pueblos menoscultos y más guerreros.

En su época de esplendor, entre el300 a.C. y el 900 de nuestra era,ocuparon un vasto territorio, un desigualrectángulo de doscientos cincuenta milkilómetros cuadrados, que abarcaba lapenínsula de Yucatán y el estado deChiapas, en México, la totalidad deGuatemala, el noroeste de Honduras y elterritorio de Belice. Un imperio sinemperador ni gobierno, porque cadaciudad estado era independiente, bajo el

mandato de un Halach Uinic, un«Hombre Verdadero», y bastante teníacon ocuparse de su propia subsistencia,en perenne lucha con la selva, comopara sostener un ejército y la siempreparásita estructura administrativa de unpoder central.

Cada dudad-estado maya, eraregida por un Halach Uinic, un«hombre verdadero». Pese alaislamiento de estas ciudades y lainexistencia de un poder central,permanecían indisolublemente unidasen su religión, su ciencia y su arte.

A pesar de todo, la cultura maya semantuvo durante muchos sigloscoherente, compartiendo ciencia,

religión y arte, regida por el mismo diosomnipotente y abstracto, Hunab Ku, «elúnico dios que es», y ajustándose encada uno de sus actos, allá dondeestuviesen, al mismo rigurosocalendario.

La cultura maya alcanzó un nivelextraordinario, tanto más sorprendentesi se tiene en cuenta que lo consiguióen un medio tan hostil como la selva,sin metales ni animales de carga.

La ciudad del estucoPalenque, que por ese nombre se la

conoce, aunque nada tenga que ver conel auténtico y desconocido que en otrotiempo tuvo, es una de esas ciudadessantuario que, como el resto, quedóabandonada al abrazo de la selvacuando sus habitantes emigraron hacia el

norte sin volver la vista atrás.Allí, solitarios y vacíos,

contrastando con el verdor brillante dela vegetación, quedaron aquellostemplos, construidos en la misma épocaen que Mahoma predicaba una«verdadera» religión más.

La maciza solemnidad de losedificios levantados en otras ciudadesdel sur, se veía en Palenque aligeradapor amplias puertas y ventanas, de modoque a los recintos, necesariamentealargados por sus falsas bóvedas,dejaron de ser lóbregos para llenarsepor fin de luz. No fue la únicainnovación; los arquitectos quediseñaron la ciudad se atrevierontambién a erigir una insólita torre de

planta cuadrada, con cierto aire depagoda, sin parangón en el resto de lasconstrucciones mayas, y a decorar lospatios interiores del edificio principalcon bellos bajorrelieves.

Pero, sobre todo, Palenque fue laciudad del estuco. En cascarones yfachadas, modelado y pintado debizarros colores, el estuco, obtenido dela mezcla de polvo de cal, agua y resina,dio a sus construcciones un carácterdistinto a las de cualquier otra. La lluviaha ido desnudando las piedra y sóloquedan algunos desvaídos restos de eserevestimiento, pero aquellos edificioscubiertos con ornamentos azules, ocres yrojos, debieron ser cosa digna de verse.

Llegado el día prefijado -los mayas nodejaban nada en manos de] azar-, laciudad fue abandonada. En el transcursode unos pocos meses la selva recuperóel terreno perdido, ocultándola a lamirada de los curiosos, y donde antes seoían rezos aromados por el copal, elincienso de Mesoamérica, sólo seoyeron los agudos gritos de los monos yd ocasional canto de un quetzal. Asípermaneció durante siglos, olvidada detodos. El propio Hernán Cortés pasó apoca distancia de ella, pero nada supode su existencia porque los mismosmexicanos la ignoraban.

Palenque fue la ciudad del estuco.Esa pasta a base de polvo de cal, aguay resina, que, al secarse, adquiría gran

dureza y sobre la que pintaban conbrillan les colores. En las paredes queaún se mantienen en pie pueden versemascarones y relieves de estuco,aunque su color original se ha perdidoo, a lo sumo, es reconocible en losdesvaídos chorretones que manchanlos muros. Palenque, como el resto delas ciudades del sur, fue abandonada ydejada al abrazo de la selva. El propioHernán Cortés pasó cerca de él, sinsaber de su existencia.

Conocido por «El palacio», uno delos edificios posee algo tan insólito enla arquitectura maya como es unatorre de planta cuadrada rematada porun tejado que le da aire de pagoda. Noes el único detalle «oriental» del arte

maya, en realidad son tantas lassimilitudes, que muchos creen ver unaclara relación entre esta cultura y ladel subcontinente indio.

En este templo en ruinas pudeverse perfectamente la técnica queusaban para construir el «falso arco»propio de esa cultura, que obligaba alevantar edificios alargados ysombríos. En Palenque, los

arquitectos solventaron el problemaabriendo grandes puertas y ventanalespor los que entrara la luz.

En los patios de «El palacio»,

evidentemente fuera de suemplazamiento original, pueden verselápidas bellamente labradas conescenas ceremoniales. Probablemente,Palenque también fue escenario desacrificios humanos.

Fue ya en el siglo xix, cuandoempezó a despertar de su sueño:aventureros y exploradores abrieronsenderos en la maleza y algunos, comoel falso conde Juan FedericoMaximiliano Waldeck a través de susdibujos, se empeñaron en que el restodel mundo supiese de las ruinas dePalenque y de su singular encanto, tanoriental en apariencia, que no pocosmurieron convencidos de que habían

sido arquitectos llegados de la Indiaquienes la construyeron.

Pasado el tiempo, llegaron losarqueólogos. La ciudad fue rescatada enparte de la selva y varios de susedificios comenzaron a ser restaurados,entre ellos, el llamado «Templo de lasInscripciones». Este nombre le vienepor tener a ambos lados de la entrada asu segunda sala seiscientos veinte glifosgrabados en la piedra. Únicamente enCopan hay más jeroglíficos agrupadosen una sola pared.

El «Templo de las inscripciones»visto por entre las ruinas de «Elpalacio». Sería uno más de losedificios de Palenque, de no ser por su

misteriosa tumba la polémica losa quela cubre.

Al igual que el resto de las

pirámides mayas, se trata en realidadde un templo levantado sobre unaestructura de forma piramidal. Un estecaso, el llamado «Templo de lasinscripciones» está construido encimade nueve plataformas que, con todaprobabilidad, representan las nueveregiones del inframundo, el reino de lamuerte que recorren las almas, lomismo que hace el Sol desde el ocaso,cuando es devorado por el «monstruode la tierra», hasta el amanecer.

Un día de 1949, Alberto RuzLhuillier, el arqueólogo que tenía a sucargo las excavaciones, descubrióaccidentalmente que en una de las losasdel suelo de ese templo había docemanchas circulares dispuestas

simétricamente. Tras un más detenidoexamen, resultaron corresponder asendos tacos de piedra, perfectamenteencajados y pulidos para que seconfundiesen lo más posible con el restode la superficie. Deducir que sufinalidad era tapar doce agujeros y queéstos debieron servir para facilitar,mediante cuerdas, la retirada o lacolocación de la losa, no resultó difícil.Sin embargo, por lo que sé del asunto,no fue el primero; doce años antes,Miguel Ángel Fernández, un ilustradorespecializado en dibujar ruinas mayas,hizo el mismo descubrimiento, aunquepor falta de medios técnicos no pudoretirar la enorme piedra. Alberto Ruz sí

pudo, dejando al des cubierto losprimeros peldaños de un pasadizodescendente, cegado en su totalidad conescombros y tierra. Quienesconstruyeron el templo y la pirámideescalonada sobre la que éste se asienta,habían rellenado concienzudamente eltúnel y no era posible saber hasta quéprofundidad llegaba, pero resultabaevidente que allá abajo había algoimportante, algo que los constructorespusieron especial empeño en ocultar,quizá una cámara secreta.

Dice mucho en favor de laprofesionalidad de Alberto Ruz que,pese a su comprensible impaciencia pordesvelar el misterio, tardase casi tresaños en despejar de escombros el

pasadizo. Como debe hacerse, cadapalada de tierra era cribadacuidadosamente, apartando cualquierfragmento que pudiera tener algúninterés.

Así día a día, mes a mes, hasta que,por fin, en mayo de 1952, quedóexpedito el

El autor ante el «Templo de lasinscripciones», hace veinticinco años,durante el primer rodaje que realizó enPalenque.

camino: la escalera terminaba en uncorto corredor y éste, a su vez, en unmuro de piedra, tras el que, sin dudaalguna, se hallaba la solución delmisterio. Varios certeros golpes de

piqueta bastaron para abrir un agujeropor el que introducir la linterna ycontemplar lo que había al otro lado. Elhaz de luz recorrió el techo, del quependían estalactitas formadas a lo

largo de los siglos, y luego lasparedes desnudas de una estancia que, aprimera vista, parecíadecepcionantemente vacía… Sinembargo, no era así: en el suelo yacíanseis esqueletos humanos teñidos de rojo.

En la pared de la derecha, una granlosa triangular daba a entender queestaban en una antecámara y que laauténtica tumba – pues todo parecíaseñalar que ese era el destino de laconstrucción subterránea- se encontrabadetrás de la monolítica puerta.

Una vez más, AlbertoRuz hubo de

contener su impacienciay proceder

cuidadosa ymetódicamente a la

retirada de aquellosrestos humanos. Un

estudio somero revelóque se trataba de seis

adolescentes, cinco varones y unahembra, que, por la deformación cranealy sus die tes limados y conincrustaciones, habían pertenecido a laobleza maya. No eran otra cosa quesimples comparsas en una e las muchasy terribles ceremonias del pasadomesoamericano, ví timas sacrificadaspara que sirvieran en la otra vida al persnaje que presuntamente estaba enterrado

al otro lado de la pared..Tras casi tres a os de trabajo,

Alberto Ruz dejó libre de escombrosel pasa izo descendente. Cada escalónera un paso más hacia una tumba q eiba a cambiar el concepto que hastaentonces se tenía de las p rámidesamericanas.

Fue el 15 de junio de 1952 cuandoAlberto Ruz consiguió

desplazar la enorme losa vertical yacceder a la otra cámara.

Tal como pensaba, se trataba de unatumba.

Aquella fue una fecha histórica.Hasta ese momento, aunque similares enla forma, las construcciones piramidalesamericanas se diferenciaban de las

egipcias en que su función no erafuneraria, sino la de servir de base apequeños templos. Alberto Ruz acababade descubrir que bajo la pirámide dePalenque conocida como «Templo delas Inscripciones» había una tumba…,

y muy especial, como luegoveremos.

La cámara violada aquel 15 de junioera de planta rectangular, de nueve porsiete metros, con el techo terminado…La falsa bóveda siete metros más arriba.En la pared, modeladas en estuco ybellamente policromadas, nueve figuras,seis en pie y tres sentadas: nueveguardianes que, con toda probabilidad,no eran otros que los bolontikú, los

dioses de las nueve regiones delinframundo maya. Abajo, a los piesmismos de la entrada, una enorme losade casi cuatro metros de larga finamentelabrada, cuyo diseño levantaría las másencendidas polémicas.

Al parecer, el primero en sugerirque en la losa de Palenque estárepresentado a un astronauta a bordo deun pequeño vehículo espacial fueAlexander Kazantzev, un autor soviéticopionero en la «astro-arqueología», queya había lanzado la hipótesis de que elsupuesto meteorito que explotó en 1908en la taiga siberiana fue en realidad unovni movido por energía atómica que seestrelló, y también quien sugirió que ladesaparición de Sodoma y Gomorra fue

debida a una explosión nuclear. Que seaél o no responsable de la tesis del«astronauta», carece de importancia, locierto es que otros muchos autores seinclinaron desde el primer momento poresa interpretación. Entre ellos, RobertCharroux fue uno de los que máscontribuyeron a su difusión con El librode los dueños del mundo (RobertLaffont, 1967 y Plaza & Janes, 1976),donde transcribe, Compartiéndola puntopor punto, la interpretación dada porGuy Tarade y André Millou:

«El personaje que se veen el centro

de la losa y al que

llamaremos el piloto,lleva un casco ymira hacia delante

del aparato. Manipulalas palancas

con ambas manos. La dela derecha sujeta unamanilla idéntica a

un cambio develocidades de un

automóvil '2 CVCitroen'. Un soportesostiene su cabeza;

introducido en lanariz lleva un

inhalador, lo que indica con claridadel principio del

vuelo estratosférico. La nave deviaje, que tiene un

aspecto exacto al del cohete, pareceser una nave cósmica

que utilice la energía solar».En efecto, la partedelantera delartefacto es unpapagayo,

ave que representa aldios volador en el

simbolismo maya. Lapalabra energía resultaría más

apropiada que la de dios, yaque, en la descomposición de la luz

a través de un prisma,encontramos la gama de colores del

plumaje del papagayo.Por lo general, el color

dominante endicho plumaje es el

verde, el de los dioses venusianos;ahora bien, resulta curioso

observar que, al decir de ciertostestigos, las apariciones de

los «artefactos no identificados»matizaban el cielo de verde.

En la parte anterior del cohete,justamente detrás del morro, aparecendispuestos diez acumuladores y tambiénson visibles otros mecanismos captoresde energía. El motor tiene cuatrocompartimentos en la parte delantera; enla parte trasera, unas células y órganosen extremo complejos están unidos portubos a una tobera que escupe fuego.Queda establecido de manera patente elimpulso en el espacio y parece queresulte de la

mezcla de dos fuerzas antagónicas,una solar y la otra terrestre.

Una de las muchas reproduccionesde la célebre «losa del astronauta», eneste caso realizada en plata, vista en

vertical, suposición natural. (Col. delautor).

Basándose en lo aparente, muchosautores consideran que-quien estárepresentado en la losa es unaastronauta a bordo de una pequeñanave espacial: «… en la parte anteriordel cohete, justamente detrás delmorro, parecen dispuestos diezacumuladores y también son visiblesotros mecanismos captores deenergía». Por lo que respecta alpresunto piloto: «…manipula palancascon ambas manos» y, además,«introducido en la nariz lleva uninhalador».

Entre otras deduccionesdesestabilizadoras, la presencia delglifo correspondiente a Venus es unaprueba inequívoca para esos autoresde que el destino del cosmonauta es eseplaneta y no otro Como se razona en ellibro, todos y cada uno de loselementos que componen elbajorrelieve de la losa tienen unaexplicación bien distinta. (Dibujos deCarlos Fernández Moreno)

«Antaño existían áreas para ellanzamiento de tales aparatos,especialmente la amplia plataforma deMonte Albán, que es el gemelo mejicanode la terraza de Ba'albeck en el Líbano(Ba'albeck = Templo de Baal, el

venusino). Estas áreas son una especiede pista gigante construida con bloquesinmensos, depositados mediante unpoderoso procedimiento queignoramos».

Podría hacer varios y sabrososcomentarios sobre las deducciones deTarade y Millou, empeñados en diseñarun vehículo espacial digno del profesorFrank de Copenhague, el de los inventosdel T.B.O., pero me limitaré a advertiral lector, si es que no ha estado allí, queMonte Albán en nada se parece aBaalbeck y que, aun siendo una obracolosal, puesto que se allanó la cumbrede un monte para transformarlo enmeseta donde levantar variosadoratorios, carece de esas fantásticas

losas de piedra para el despegue decohetes a las que ellos aluden. Por suparte, Baal -o Ba 'al-, el dios semita,tenía tanto que ver con Venus comopueda tenerlo un servidor. Pese a todo,Charroux no sólo asume tal versión, sinoque la complementa, aportando un datotan substancial, como es el destino de lanave:

«Al no haberse traducido laescritura maya, resulta imposibledescifrar literalmente el texto -se refierea los glifos que figuran en la losa-perono cabe la menor duda sobre la idea queexpresa: cosmonauta pilotando un cohetepor el espacio sideral en dirección a unplaneta. Y podemos determinar con

exactitud de qué planeta se trata:Venus».

Una conclusión para él evidente,porque en el texto maya

grabado en la losa aparecerepresentado dos veces un jeroglíficoque en esa escritura identifica al planetaVenus.

Detrás de lo aparenteNo voy a discutir lo que la losa

parece representar, yo mismo defendíesa tesis en TVE hace unos veinticincoaños, cuando aún no había comenzado aviajar a México y mi conocimientosobre la cultura maya era tan escasocomo el del propio Charroux. Lo que sies discutible es que la losa representerealmente lo que a primera vista parece

u otra cosa muy distinta. Para ello,recomiendo al lector que busque enestas páginas (págs. 198-199) unailustración en la que aparece fielmentereproducido el presunto astronauta en suno menos presunta nave.

El primer elemento a considerar esel propio «vehículo». Contemplando lalosa en sentido vertical, que es como hade verse de acuerdo a otrasrepresentaciones que, con esos mismoselementos, hay en Palenque, por encimadel personaje se ve una estructura que asimple vista puede ser cualquier cosa,pero que adquiere una aparienciamecánica por tres «tubos» acodados,uno arriba y dos a los lados, que, por si

fuera poco, parecen articulados; a esaimpresión contribuye también otro«tubo» sinuoso, con «abrazaderas»distribuidas regularmente, que termina aambos lados en dos extrañas formassimétricas, de cada una de las cualessurge hacia arriba una prolongacióncurva. En conjunto, parece la secciónsagital de la proa de un vehículo con unaamplia entrada de aire por delante,como en los motores a turbina decualquier avión actual.

Ruego ahora al lector que busqueentre las ilustraciones de este capítulo laque corresponde a otro bajorrelieve dePalenque, el del «Templo de la Cruz».En él están representados los mismoselementos y en una disposición similar;

sin embargo, ¿a quién se le ocurriríacompararlo con vehículo alguno? Setrata, ni más ni menos, que de una cruz,lo que en sí mismo nada tiene desorprendente, por mucho que loscristianos la consideren un emblemaexclusivo de su religión.

La cruz está presente en toda laAmérica precolombina y con el mismocontenido simbólico que en cualquierotra cultura: el árbol de la vida.Hundidas sus raíces en el mundosubterráneo, el que corresponde a losinstintos, se proyecta hacia arriba, seeleva hacia el mundo espiritual,identificado siempre con el cielo. Susdos ramas horizontales, sus brazos, son

un limite que, al tiempo de señalar elorto y el ocaso, pues la cruz es tambiénsímbolo solar, sitúa la cabeza, elespíritu, por encima de la acción (en laproyección del hombre sobre la cruz, losbrazos extendidos de éste coinciden conlos de la cruz), en una intención deascenso. Pueden hacerse cuantasvariaciones se quiera sin abandonar eseconcepto, añadiendo lo que el árboltiene de renovación, de vida surgida dela tierra, de manifestación, del podergenerador del Sol (los cuatro brazos sontambién los cuatro puntos cardinales, loscuatro hitos en el camino del Sol,representados en su forma más dinámicaen la esvástica hindú), etc…, pero, enúltima instancia, representa, como en el

cristianismo, al hombretrascendido.Entre los mayas, sobre todo los de

Palenque, es un elemento fundamentalutilizado con diversos símbolosaccesorios, pero siempre unido a la vidaque surge de la semilla tras su estanciaen la tierra. Espiritualmente, es símbolode vida más allá de la muerte: delcadáver, enterrado como la semilla,nacerá la vida en su sentido más pleno ydefinitivo.

El otro símbolo fundamental en lacosmología americana es la serpiente,que en Mesoamérica aparecerepresentada por todas partes y en milformas diferentes. Es el símbolo por

excelencia de la renovación. Tras suletargo invernal (un remedo de lamuerte), vuelve a la vida con elnacimiento del Sol en el equinoccio deprimavera, y lo hace dejando atrás supiel, abandonando su vieja envoltura.

¿Qué mejor expresión de larenovación, del renacimiento y, enúltima instancia, de la reencarnación?

Entre los mayas, como después entrelos toltecas o los aztecas, la serpienteelegida es la más mortífera, la decascabel, igual que en Egipto o en laIndia es la cobra. Es posible que sucarácter letal se adecue mejor a esesímbolo de vida que surge tras lamuerte, pero en la de cascabel se datambién la magnífica circunstancia de

que cada crótalo de su cola representauna de estas renovaciones.Consecuentemente, la serpientemesoamericana aparece representadacomo tal, entera y más o menosidealizada artísticamente -a veces tanto,que cuesta reconocerla-, o sintetizada enalguno de sus atributos característicos,ya sean los crótalos, las escamas de supiel o los colmillos.

El árbol de la vida y la serpientemezclan sin opugnación alguna su mutuosimbolismo, que, en esencia, es elmismo. El «tubo» cuatro veces acodadocon segmentos y abrazaderas que el«astronauta» tiene delante, es unaserpiente bicéfala equiparable a la que,

en la misma disposición, se enlaza conla cruz en un relieve del vecino«Templo de la Cruz». Es cierto que laserpiente y sus cabezas estánexcesivamente estilizadas, tan cargadasde aditamentos simbólicos que resultadifícil identificarlas, pero no más que elresto de las representaciones religiosasmayas.

De las fauces abiertas de cadacabeza emerge a su vez la pequeñacabeza de un ser de larga nariz, trasuntotal vez de dios Chac, el responsable dela lluvia y, por ende, de la fructificaciónde la semilla. Los apéndices que laserpiente tiene en ambas mandíbulas,mucho más largo el de la superior, sonsimilares a los que tiene inmediatamente

por detrás de la cabeza, semejantes, a suvez, a los que adornan al pájaro quetzalque remata por arriba el relieve de lalosa y al que el personaje tiene en lacabeza. No es aventurado identificaresas volutas con estilizaciones deplumas, lo que nos llevaría a situar elmito de Quetzalcoatl, la «serpienteemplumada», en forma incipiente entrelos mayas; algo absolutamente asumible,puesto que el precedente

del Quetzalcoatl tolteca es elKukulcán de maya tardío.

En confirmación de lo anterior estáel «astronauta» mistico, situado, no en elangosto asiento de una cápsula espacial,sino entre las fauces estilizadas y

abiertas de dos serpientes. Kukulcán serepresenta profusamente así, al igual queotras deidades, emergiendo de la bocaabierta de una serpiente, comorepresentación del eterno renacer, deldominio sobre la muerte, de lasupervivencia del espíritu.

El «asiento» del personaje estambién explícito simbólicamente: deizquierda a derecha, un caracol marino,representación de la fertilidad; un brotevegetal, expresión de lo que nace de latierra, y un símbolo similar al %, que enescritura maya sirve para representar lamuerte; de él, por la derecha, nace unaforma vegetal. Todo ello tiene unasignificación tan evidente en cuanto serefiere a muerte y renacimiento que no

merece mayor comentario.Por' debajo de esos símbolos hay un

rostro grotesco de boca desenfadada.Unos lo identifican con el «mascarónsolar» y otros con «el monstruo de latierra». Yo me inclino por esta últimainterpretación, no porque su simbolismose ajuste mejor al conjunto de la losa, loque también sería una razón, sino porquesu tocado, la figura que tieneinmediatamente por encima de los ojos,es similar al tocado «Sol de Tierra» quelleva el noveno dios de los MundosInfernales (Bolontikú) en el glifo G-9 dela estela E de Quiriguá, otra de lasciudades-santuario mayas de esa época,y que, con ligeras variantes, se identifica

en otros relieves también con el Sol deTierra, expresión ésta que alude alrecorrido nocturno del Sol, desde que es«devorado» por el Monstruo de laTierra al anochecer, hasta que renace alalba por el oriente.

También en este caso el simbolismoes evidente; el viajero está asentadosobre representaciones de muerte yrenacimiento, situadas a su vez encimadel Monstruo de la Tierra, expresión delreino oscuro de la muerte: es alguienque nace después haber muerto, que, enpostura casi fetal, abandona el reino delas sombras para un alumbramiento almundo del espíritu.

En el «Templo de la cruz», en elmismo Palenque, hay un relieve decaracterísticas similares, pero sin

«astronauta». La cruz representada esla misma que la de la losa, con susbracos horizontales acodados quesemejan tubos articulados, también hayuna serpiente bicéfala entrelazada conla cruz y el «asiento» es el mismo«monstruo de la tierra» que figura bajolas posaderas del piloto en el«Templode las inscripciones», sin embargo, anadie se le ocurriría ver en esoselementos piezas de nave espacialalguna.

Destino: VenusHay que conocer la cosmología y la

teogonía maya profundamente paraadentrarse en el significado completo dela losa de Palenque, lo que ni siquieraestá al alcance de los expertos. No

sucede lo mismo con su significadoglobal, accesible para los que esténfamiliarizados con el simbolismo y lasestilizaciones artísticas de esa cultura;muchos de los glifos tieneninterpretaciones diferentes según lasdiversas escuelas, pero nocontradictorias. Lo que no resulta lícitoes valorar lo representado en esa losa almargen de su contexto y de espaldas alconocimiento que actualmente se tienesobre la cultura maya: si ese relieverepresenta un vehículo espacial, todoslos de Chiapas y el Yucatán están llenosde fragmentos de vehículos espaciales, ysi el personaje es un cosmonauta, lasruinas mayas están repletas de colegas

suyos.Alguien dijo a Charroux que en la

losa hay un par de glifos que identificana Venus, de lo que sagazmente dedujoque el piloto de la nave se dirigía a eseplaneta. Es obvio que Charroux no teníala menor idea de la importancia queVenus tuvo en la religión deMesoamérica, equiparable a la quealcanzó Sirio entre los antiguosegipcios. Lo extraordinario sería que enuna tumba maya no apareciese elsímbolo de Venus, ligado como estaba aese ciclo de vida-muerte-renacimientofundamental para aquella culturaintegradora que cifraba su destino en lasestrellas (fueron extraordinariosastrónomos y astrólogos).

La revolución sinódica (tiempo quetarda un planeta en volver a estar enconjunción o en oposición con el Sol) deVenus era una medida de tiempocomplementaria al año solar y al añomágico. El brillante planeta es estrellamatutina durante 236 días, durante 90 esinvisible, durante 250 es estrellavespertina y a lo largo de 8 desaparececon el Sol al atardecer y aparece por elmismo punto del orto solar comoestrella matutina. Hasta tal extremo eraimportante, que los mayas contabanciclos de tiempo armonizando suscalendarios mágicos y solares con el deVenus, desde el ciclo corto, de 2.920días, que comprende ocho años solares

y 5 venusianos, hasta el más largo de losutilizados en las estelas, que armonizaba3.744 años astronómicos con 2.340revoluciones sinódicas de Venus, 5.256años mágicos y 1.752 revolucionessinódicas de Marte. En su afán de darlea todo acontecimiento una medidacronológica, hoy se piensa que losmayas identificaban el ciclo de Venuscon el ciclo de las almas.

Respecto a las manos que manejan«delicadamente» los mandos de la nave,habría que censurar al escultor que labróla losa su inexcusable olvido en elmomento de representar tales mandos.Injustificadamente se tiende a considerarque los bajorrelieves americanosresponden a la misma rigidez, al mismo

hieratismo que los egipcios, cuando, sicon una expresión artística se puedecomparar la de los mayas, no es con lade Egipto o la de Mesopotamia, sino conla de Oriente, al punto que gestos,

actitudes y movimientosrecuerdan

sorprendentemente losde

esculturas y relieves de la India. Lasmanos del «astronauta» son tanexpresivas y dinámicas como las deotros muchos personajes mayas. Su ropatampoco es la más adecuada para unpiloto y sí idéntica, en cuanto al ceñidory al faldellín, a la de otras figuras

retratadas en Palenque, como la queaparece en un panel oval del «palacio»y que debe corresponder a un sacerdote,no a un rey, puesto que está ofreciendouna corona a otro personaje de más altorango sentado en un trono constituidopor un jaguar de dos cabezas.

Sumando detalles y dando a cadauno la interpretación que más convenga,se puede llegar a cualquier resultado.Recuerdo aquel simple juego gráfico demi infancia en el que, colocando uncuatro debajo de un seis, se obtenía unperfil humano: «con un seis y un cuatrohago una cara que es tu retrato». Bienestá si no olvidamos que no es un dibujode un perfil, sino un seis y un cuatro que,colocados en esa posición, semejan un

perfil humano. La disposición delpersonaje y de todos los elementos quelo acompañan recuerdan la imagenconvencional de alguien pilotando unvehículo que no es avión, porque carecede alas, ni carreta, porque no tieneruedas, y que en su extremo inferiorpresenta una serie de líneas que parecenlas llamas de una tobera, las plumas deuna serpiente emplumada o las llamasdel infierno, pero que, en cualquiercaso, habrán de identificarse como loque son y no condicionando el noventa ynueve por ciento restante de locontenido en la losa a esas supuestasllamas, que, tal vez, tendrían el valorque algunos pretenden darle si todo lo

que hay delante de ellas fuese realmenteun vehículo, lo que, como hemos visto,no es ni por asomo. Aunque en lasdescripciones que he leído de la losasus autores pasan por alto las hipotéticasllamas, si se atiende a la forma de lasque están representadas completas (lasdos de los lados), es lógico deducir quese trate de plumas, pues son similares alas que tiene en su tocado el«astronauta» y otros muchos personajesmayas, o las del quetzal que aparecerepresentado en el extremo superior dela cruz.

Queda un detalle: el del «aparato»para respirar que tiene junto a su nariz.Dudo que el artista maya encargado derepresentar algo que obviamente no

entendía, hubiera descendido al detallede un inhalador que, además, no estáconectado a ingenio alguno, ni siquiera ala nariz del piloto, a la que apenas toca.No es parte de un sistema, es unsímbolo, cuyo significado desconozco,que tiene al lado, a su izquierda, otroigual, aunque más pequeño, y que conligeras variantes se halla numerosasveces representado en la losa. Si fueseun inhalador habrá que convenir quellamó poderosamente la atención delescultor, pues llenó toda la lápida deinhaladores.

El auténtico misterio está debajo dela losa

En fin, no es cuestión de opinar. Lo

que de acuerdo a la simbología y al artemaya está representado en la célebrelosa de Palenque se corresponde con lafunción que tal losa tenía, es decir, la deuna tumba: un personaje, sin dudaimportante – incluso un hombre llegadode otro planeta; que en nada me opongoa visitas de este tipo en el pasado-emerge del inframundo, de la muerte, ynace a una vida espiritual. Dicho de otraforma, se plasma gráficamente laesperanza o el convencimiento, que esono lo sé, de que el muerto se irá al cielo;ni más ni menos que como en cualquierotra sepultura.

Lo verdaderamente misterioso es latumba en sí. Es obvio que la pirámide-templo de las Inscripciones se construyó

después, encima de ella; entre otrasrazones, porque la losa no cabe por elpasadizo escalonado que desciendedesde el templo hasta la cámarafuneraria. Lo que no se sabe es cuántomás antigua que la pirámide es, pero noresulta descabellado pensar quebastante, puesto que los seis esqueletosde los adolescentes sacrificados estánmucho mejor conservados que el quehabía en su interior, pese a encontrarseéste más protegido.

Tratándose de un personaje deexcepcional importancia, puesto que sutumba es excepcional dentro delpanorama funerario maya, lo lógico esque fuese alguien de la más alta alcurnia

y, por supuesto, miembro de esa raza,como está retratado en la losa. Sinembargo, aunque bastante destrozado, sucráneo no mostraba huellas dedeformación y sus dientes no estabanlimados y carecían de incrustaciones;detalles éstos, que obligan a pensar enalguien que, paradójicamente, no era dela nobleza. Si a ello unimos que no seencontraron cabellos en torno al cráneo(según se ve en códices, estelas yrelieves, los mayas, incluidos losnobles, tenían abundan le y cuidadocabello) y que la estatura estimada es de1,73 metros (unos 20 centímetros más dela que debiera tener si fuese maya),estaremos obligados a admitir que nosencontramos ante un muerto bastante

extraño.Y un último detalle: según la

traducción más aceptada de lasinscripciones que figuran en el templo,el personaje allí enterrado fue un rey dePalenque llamado Pakal («escudo»), quenació en el 603 y reinó desde el 615hasta su muerte en el 683, a la avanzadaedad de ochenta años. Si es así, tampocoel esqueleto enterrado bajo la losaencaja, porque el estudio anatómicoforense que se hizo en su momentoconcluye en que tales restoscorresponden a un hombre de cuarenta ocuarenta y cinco años.

O la traducción no es correcta, o noshallamos ante el hecho insólito de que el

cadáver fue enterrado en una tumba queno era la suya. Por otra parte, comohemos visto, es preciso aceptar que setrata de alguien que no pertenecía a lanobleza y que ni siquiera era maya. Asípues, el misterio del «Templo de lasInscripciones» de Palenque no está en lalosa, sino debajo de

ella.¿Quién pudo ser ese hombre

misterioso? Cuanto se diga es meraespeculación, aunque, por pura lógica,podemos imaginar que tuvo que seralguien lo suficientemente importantepor sus hechos, ya que no por su estirpe,como para que ese pueblo, tan ajustadoa la norma en su conducta y tan aferradoa las tradiciones, le dispensara un

homenaje fúnebre del que, puesto quehasta el momento esa es la única tumbaque se ha encontrado bajo una pirámidemaya, ni siquiera reyes y sacerdotesfueron merecedores. Alguien muyespecial, poco menos que un dios, y quellevaba años, tal vez muchos, enterrado.¿Por qué esta afirmación? Las razonesfundamentales ya han sido expuestas,pero aún podemos añadir otra másponiendo en juego algo de imaginación,y es la que se deriva de la propia losa:resulta incongruente que, tratándose deun extranjero, el personaje representadoen ella sea típicamente maya. Unaposibilidad es que la losa no lepertenezca a él, sino a un rey maya

llamado Pakal -suponiendo que latraducción del texto sea correcta, que esmucho suponer-, lo que parece pocoprobable. Otra teoría a tener en cuentaes que, pese a no ser maya, lo hubiesen«incorporado» por razones afectivas ode otra índole y quisieron que fueserecordado como tal. Pero aún cabe otrahipótesis, mucho menos enrevesada y,por tanto, más plausible, y es que elartista encargado de esculpir la losa notuviese idea de cual era el auténticoaspecto del personaje y lo representarade la forma que, dadas lascircunstancias, consideró más adecuada.De estar en lo cierto, hay que suponerque se trataba de alguien legendario eidealizado cuya tumba era conocida,

quizá venerada, y que los mayas queconstruyeron Palenque decidieron darleuna nueva y más digna sepultura.Desgraciadamente, no tenemos unpersonaje así del que echar mano en latradición maya conocida, aunquetambién es verdad que de esa tradición,en lo que se refiere a individuoslegendarios, sabemos muy poco. Sinembargo, el que pergeña una teoríaacaba encontrando siempre datos conlos que sustentarla, sólo es cuestión debuscar con paciencia. En este caso, ni lapaciencia ni el mérito son míos, amboscorresponden a Tomás Doreste. Notengo el placer de conocerlepersonalmente, ni siquiera sé si vive o,

cansado de los misterios de este mundo,se fue a investigar los del otro, peroquiero pensar que sigue por aquí y quecualquier día publicará otro de susdesestabilizadores libros. El másconocido de ellos es Un extraterrestrellamado Moisés (Editorial Diana,México, 1978), en el que sugiere variashipótesis que otros autores posterioresse han apropiado con la mayor caradura. También son suyos El mundo de loinsólito, El templo de Quetzalcóatl ysus extrañas profecías, La maldición dela Casa Blanca y El hombre dePalenque y otros enigmas mayas(Ediciones Roca, México, 1984), que esel que ahora viene al caso.

Enfrentado también al problema de

la identidad del cadáver enterrado bajoel «Templo de las Inscripciones»,Doreste recurre al texto de un ocasionalcronista de Indias, fray Ramón deOrdóñez y Aguilar, en el que podríaestar la clave del asunto. Corría el año1691, cuando al obispo Núñez de laVega sufrió un

extemporáneo arrebato de fanatismoy se impuso como misión suprema -todos los fanáticos son así de estúpidos-acabar con cualquier foco de resistenciapagana en su diócesis, en la que seincluía la zona a la que desde hacevarias páginas nos estamos refiriendo.Llegado a sus oídos que por esa partelos pertinaces indígenas seguían

adorando a un tal Votan, envió al yacitado fray Ramón de Ordóñez y Aguilarpara que pusiera la cosa espiritual enorden y terminara de una vez por todascon tan terrible herejía. Después deregañar a los impíos y hacerles ver suerror, el fraile quemó los textos que, enlengua quiche, recogían las andanzas delmítico Votan. Por curiosidad o porqueera menos cerril que su obispo, tuvo lafeliz idea de tomar algunas notas de loque en esos códices se contaba, graciasa las cuales podemos agregar un nombremás a la muy larga lista de «diosesmaestros» que visitaron América entiempos pasados.

Según la tradición quiche transcritaen las notas de fray Ramón, en una

época imprecisa anduvo por la región unpequeño grupo de hombres Lideradospor Votan. Todos ellos eran altos,barbudos e iban vestidos con túnicas.Procedían de una lejana tierra llamadaValum Chivin, y en su viaje habíanhecho escala en «la morada de lostrece». Aunque lejos, el lugar de origende Votan no debía estarlo demasiado,porque se dice que regresó en cuatroocasiones a su patria. No tengoconstancia de los prodigios que obró esepersonaje y su séquito, pero algomemorable debieron hacer, ya que losindígenas les ofrecieron sus hijas másbellas para que engendraran hijos de suestirpe. Hay, asimismo, un detalle que

podría apoyar la tesis de que el cadáverenterrado bajo el «Templo de lasinscripciones» es el suyo: fundó Otulum,que, según la tradición quiche, esprecisamente el lugar que hoy llamamosPalenque. Por cierto, no recuerdo si yalo he dicho, pero ese nombre actual leviene únicamente por estar al lado de unpueblecito llamado Santo Domingo dePalenque. Ya de paso, por si el lector nolo sabe, diré que palenque es unapalabra castellana equivalente a valla demadera o empalizada, que es lo que entiempos rodeaba a esa pequeñapoblación para defenderla del acoso delos «indios». (como en anterioresocasiones, el misterio no queda resueltoy la identidad del mal llamado

«astronauta de Palenque» sigue siendoun enigma. Es posible que se trate deVotan, pero, de serlo, sólocambiaríamos la interrogación de sitio yen vez de preguntarnos ¿quién es el queestá enterrado?, diríamos: ¿quién era eseVotan que está enterrado allí?

El que si resolvió a plenasatisfacción el tema -por lo menos aplena satisfacción suya-, fue el bueno defray Ramón, que llegó a la conclusión deque Votan y su cortejo eran hetveos, esdecir, descendientes de Het, hijo deCanaán, nieto de Cam y, por tanto,bisnieto de Moisés. Un personaje, esteHet, que tanto vale para un roto comopara un descosido, porque en el libro de

Doreste se menciona, aunque ignoro lafuente, que partió del puerto fenicio deTiro en el 1447 a.C. y no se volvió atener noticia de él. Vaya usted a saber…

Mucho misterio, demasiado paraquienes, como si fuera suyo, se

arrogan el poder de decisión sobreel pasado mexicano. Las «autoridades»arqueológicas de ese país, que las hay,están hartas de tanta especulación y deque los arqueólogos no ortodoxos y los«aficionados», sobre todo si sonextranjeros, encuentren misterios oincongruencias que vulneran la historia«oficial» determinada por ellos. Elpasado es allí mucho más que simplehistoria: es «seña de identidad», base yfundamento de un nacionalismo puro y

duro, reaccionario como todos losnacionalismos, pero útil en cuantoinstrumento de manipulación. El lectorse sorprendería si conociese lo efectivoque resulta en muchos países deAmérica ese manejo del pasado paradesviar la atención del pueblo,alejándola de la corrupción de losgobernantes y dirigiéndola hacia un«enemigo» exterior que, salvo en el casode «la guerra de las Malvinas» y pocosmás, suele ser España. Recuerdo unarueda de prensa en un hotel de MéxicoDF., en la que dábamos a conocer a losmedios de comunicación el inicio delrodaje de una serie de documentalestitulada El otro México, coproducida

por varias televisiones autonómicasespañolas y el Instituto deCinematografía de México. La primerapregunta que me hicieron fue: «¿Y cómoustedes, los españoles, que destruyeronla cultura mexicana, vienen ahora ahacer una serie sobre nuestro pasado?».La cortesía me impidió responderle aaquel mentecato como debiera; melimité a contestarle que yo había nacidoa mediados del siglo XX y que losmiembros de mi equipo eran aún másjóvenes. El pasado de México esgrandioso, pero su presente no lo es. Ahíse reduce todo.

Son consideraciones que hacen alcaso, porque en los días en que redactoeste capítulo me llega la noticia de que

Vera Tiesler Blos, investigadora de laUniversidad Autónoma del Yucatán ydirectora de un equipo multidisciplinarque ha estudiado «a fondo» los restosdel cadáver enterrado bajo la losa del«Templo de las Inscripciones», ha dadoa conocer al mundo que sí son los dePakal, que tenía deformación craneana ylos dientes limados, que era originariode Palenque y que murió a la edad deochenta años. Naturalmente, también harebajado su estatura a un metro sesenta ycinco para que, aún siendo alto, encajemejor en la tipología maya. Esindudable que los métodos deinvestigación forense han avanzadomucho en estas décadas, pero no tanto

como para que exista tal disparidad conlas observaciones, análisis y medicionesrealizadas en su día bajo el ojo atento deAlberto Ruz, nada interesado, por cierto,en que esos restos fueran otros que losde un personaje maya: o se trata de doscadáveres distintos o uno de los estudiosestá convenientemente manipulado.Como médico diplomado enInvestigación Criminal por la Cátedra deMedicina Legal de la UniversidadComplutense de Madrid -tengo otrostítulos y diplomas, pero no hace ahora alcaso presumir de ellos- sé que no esdifícil orientar un estudio de este tipo enla dirección más conveniente. Así pues,aunque considere mi obligación incluirestos recientes datos, no lo hago sin

dejar constancia de mi desconfianza.

o soy un buen jinete, pero en esosdías una vieja lesión de rodilla habíavuelto a manifestarse y no me quedabaotra alternativa si quería llegar hasta elcerro El Pajarillo. El capataz al quealquilamos la montura debió deducir conuna simple ojeada que me iba más unmanso corcel que un brioso alazán. Nofue un juicio desacertado, pero creo quese excedió: aquél saco de huesos era laimagen misma de la decrepitud. Noscaímos bien, creo que por solidaridad,porque, tras unas extrañas fiebres que unpar de semanas antes habían estado apunto de acabar conmigo en Costa Rica,andaba yo en esos días tan escaso decarnes como él. Piadosamente, mis

compañeros de equipo se abstuvieron dehacer comentarios y emprendimoscamino hacia la sierra. A veces losdesniveles eran tan pronunciados, queoptaba por descabalgar para librar alvenerable penco de mi peso y evitar queambos rodáramos quebrada abajo; otras,era la propia compasión lo que memovía a apearme y a tirar de sus riendasen las cuestas arriba. Han pasadobastantes años desde entonces y supongoque ahora cabalgará retozón por laspraderas del otro mundo. Vaya desdeaquí mi agradecido recuerdo a sudesgarbada estampa y a su filosóficocarácter; fue una digna montura, aunqueme proporcionase algún sobresalto, máspor su quebradiza osamenta -

inverosímilmente intacta al final delrecorrido- que por mi propia seguridad,que en ningún momento sentí en peligro.

Tras cuatro horas de accidentadamarcha llegamos a la ladera del cerrodonde estaba la huella. A pesar deltiempo transcurrido era perfectamentereconocible: una gran elipse de cienmetros de larga, con el pasto más claroque el resto. En un lugar más accesiblehabría durado menos tiempo, peroaquella parte de Argentina estáescasamente poblada y son pocos losque han vuelto por allí después de lainvestigación que en su día se hizo.

Fue el 9 de enero de 1986. Esanoche, los habitantes de un pequeño

rancho no muy lejos del cerro fueronprotagonistas de una escena digna delmejor cine de Spielberg. DoñaEsperanza, una de sus hijas y su nietoGaby, jugaban a las cartas mientrasllegaba la hora de acostarse. En esaépoca es verano por aquellas latitudes yde fuera llegaba el canto de laschicharras y algún mugido del ganado,sólo eso… Hasta que un nuevo sonidoque venía de lejos les hizo interrumpirla partida:

«Oímos un ruido -así lo contó doñaEsperanza-, como si viniera unautomóvil; entonces dijimos: vamos adejar, que viene alguien. Cuando fuimosa la pieza vimos la luz que,

como tenemos la ventana alta,

llegaba el reflejo. Era de color rojo. Alrato la veíamos acá y al rato para el otrolado… parecía como si corriera. Minietito, que es muy curioso, se quedómirando por la ventana; nosotras nosestuvimos quietas y no nos atrevimos amirar más. Pregúntele a él, que lo viotodo».

Y, naturalmente, le preguntaron,recibiendo por parte del nieto estarespuesta:

«Se veía del lado de atrás de lasierra, muy lejos, pero se acercaba a lacasa. Mi tía le dijo a la abuela, 'dése lavuelta', porque tuvieron miedo, pero laluz llenó toda la pieza. Entonces fui acorrer la ventana y miré por la reja: era

una cosa redonda como una pelota. Nose podía ver nada, pero enseguida apagóla luz fuerte que tenía abajo y prendió lamás clarita y se lo podía ver todo. Erauna cosa redonda, con rayas. Cuando seapagaba la luz clarita, con la fuerte noveía. 'Eso' andaba por los campos, sealejaba y luego volvía, venía de lasierra, se balanceaba y despuésseguía…».

(Fragmentos de la entrevistarealizada en su día por losinvestigadores argentinos Elena Nilian yHéctor Antonio Picco).

Aunque dramática para quienes laprotagonizaron, la experiencia podríaser considerada una más dentro de ladilatada casuística ovni: un objeto

esférico y luminoso que evoluciona apocos metros de altura sobre la casa ysus alrededores. Sin embargo, fuera loque fuese aquel objeto, no se limitó aasustar a los testigos, sino que, además,dejó dos pruebas físicas de su excursiónnocturna: la huella del cerro «ElPajarillo» y un sauce deshidratado.

Doña Esperanza recordabaperfectamente lo sucedido aquellaaterradora noche en la que ella y sunieto Gaby sufrieron el «acoso» de ungran objeto que estuvo evolucionadosobre la casa.

Cuando estuve en el rancho, elsauce, un hermoso ejemplar plantadocerca de la casa, tenía un aspectonormal; si acaso, su verde era másencendido que el de los otros, o así melo pareció. En los meses transcurridosdesde aquella célebre noche se habíaregenerado por completo, aunque nadiehabría dado un austral por él al ver suestado a la mañana siguiente de la visita

del ovni, ya que, mientras que los dealrededor permanecían indemnes, élhabía perdido todas sus hojas, queformaban una alfombra amarilla en elsuelo. Los análisis realizados por doslaboratorios distintos demostraron queno quedaba

una gota de savia; las hojas estabandeshidratadas, aunque conservaban suestructura normal, sin signo alguno dequemaduras. Limpiamente, aquellaesfera luminosa había «succionado» ellíquido del sauce o había emitido sobreél alguna forma de energía que lodeshidrató sin chamuscarlo siquiera.

Por lo que se refiere a la huella de«El Pajarillo», los hechos fueron aúnmás sorprendentes. No hubo ningún

testigo que pueda verificarlo, pero lológico es atribuirla también al paso delovni, porque se formó durante esa nochey, como se comprobaría después, no fueproducida por incendio alguno u otracausa fácilmente explicable. Al igualque sucediera con el sauce, losvegetales y pequeños animales delinterior de la huella estabandeshidratados y algunos tallos y hojas degramíneas aparecieron ligeramentetostados y brillantes, «comobarnizados»; pero lo sorprendente esque el chamuscamiento se habíaproducido de arriba a abajo,evidenciando que la fuente de calor quecausó la rápida evaporación de los

tejidos vivos estaba situada en el aire,por encima del terreno.

Los investigadores llegaron, rmidieron la huella, se llevaron muestrasdel terreno y de los vegetales,comprobaron que la radiactividad eranormal, hicieron muchas fotografías y sefueron. Allí quedó la huella elíptica: unamancha oscura, contrastando con elpasto verde amarillento del cerro.

Pasó el tiempo y las hierbas secasfueron sustituidas por otras nuevas yjugosas, pero el ganado las rechazaba;comía del pasto circundante, pero nisiquiera entraba en la huella. Sinembargo, lo más extraño sucederíadespués, en agosto de 1987. En ese messe produjo un incendio en el cerro, en

esta ocasión por causas naturales, y elpasto ardió, levantando una espesahumareda. Todo quedó quemado…,excepto el pasto del interior de la huellaque, sin que hasta ahora se sepa larazón, se negó a arder. Aquella elipse,que en su día era oscura en comparacióncon el resto, seguía estando allí, sóloque ahora era verde, mientras todo lodemás estaba calcinado. Sorprendentecircunstancia, que aún lo resulta más sise tiene en cuenta que, como entonces secomprobó, una vez arrancada delinterior de la huella, la hierba ardía consuma facilidad.

A la mañana siguiente, uno de lossauces que hay junto a la casa

apareció totalmente blanco, sin unagota de savia. Pese a ello, en los mesessiguientes se recuperó y cuatro añosdespués tenía este aspecto, totalmentenormal.

Pensaba en todo ello mientras micaballo comía

parsimoniosamente de ese pasto quetres años atrás las reses rechazaban. Alobservarlo, deduje que, aunque el granóvalo era aún de color diferente al restodel cerro, nada había ya de especial enél. Me equivocaba. Invisible a nuestrosojos, algo quedaba allí que producíainterferencias en la grabación delsonido. Tras varias pruebas,comprobamos que esas anomalías sólotenían lugar cuando la transmisión era

entre el interior y el exterior de lahuella. Si yo estaba dentro, provisto demicrófono inalámbrico, y el ingeniero desonido fuera, con su receptor, habíainterferencias.

Vista aérea y sobre el terreno de lahuella del Cerro del Pajarillo. En estasfotografías, tomadas en 1986, en losdías siguientes a su formación, seaprecia claramente el pasto quemadode su interior, contrastando con elresto.

También se producían en el casocontrario, pero si ambos estábamosdentro o fuera de la huella, no habíainterferencias. No pudimos determinarla causa, pero, sin la menor duda, lo quefuese estaba dentro de aquella

elipse e interfería la transmisión deondas hertzianas. Lamentablemente, elingeniero de sonido decidió«dramatizar» las interferencias en su

laboratorio para que quedaran másperceptibles en el documental y, pese asu buena intención, las transformó en unmal truco de película, así que sóloqueda el testimonio de los que allíestuvimos ese día…y la huella misma,donde a buen seguro todavía puederepetirse la experiencia; sólo hay que irhasta allí.

Sin rubor alguno, el autor exhibeen esta fotografía su poco airosaestampa de jinete sobre el famélico yfilosófico caballo que le sirvió demontura en aquella sierra argentina,camino del Cerro del Pajarillo, y alque desde este libro envía un cariñosoy agradecido recuerdo allá donde esté,que será en las praderas del otro

mundo.

Años más tarde se produjo elfenómeno inverso; el pasto del cerroardió por cansas naturales y, sin quehaya explicación, el del interior de la

huella no se quemó, permaneciendoverde.

Cuatro años después, en los díasdel rodaje de En busca del misterio, lahuella era todavía reconocible, con su

hierba de un color diferente a la dealrededor. No era la única anomalía:tal como comprobó repetidamente elingeniero de sonido, dentro de lahuella «algo» interfería en latransmisión de radio.

La hacienda que fue sobrevoladapor un ovni la noche del 9 de enero de1986. Presuntamente el mismo que dejóla huella en el cerro.

En esta panorámica obtenida agran distancia durante el rodaje, seaprecia claramente la forma elíptica dela huella.

Una sierra cargada de enigmas

–Por muy interesante que sea, desdeel pragmático punto de vista de unproductor una huella dejada por losovnis no es razón suficiente para que unnumeroso equipo de rodaje se trasladecon todos sus pertrechos, incluidas doscámaras de 35 mm., focos y dos gruposelectrógenos portátiles, desde BuenosAires hasta Córdoba. Ni yo mismo lohabría planteado, pero había otro motivopara el viaje, otra historia que contar,aún más extraordinaria, en ese mismoparaje argentino.

Tal vez a los ajenos al tema lesparezca excesivo el término «zonacaliente» que los ufólogos utilizan alreferirse a lugares en los que el

fenómeno ovni es especialmentepródigo, pero en el caso de Capilla delMonte resulta más un eufemismo que unaexageración. Está a una hora porcarretera de la ciudad de Córdoba, haciael norte, al pie de una sierra formadapor cerros erosionados y profundasquebradas, donde todo lo extravaganteencuentra asiento y de la que un cerro, elque llaman Uritorco, es el epicentro.

Si los que hablamos de estas cosassupiéramos realmente de qué estamoshablando, conoceríamos las razones porlas que ese abigarrado conjunto desucesos absurdos que encuadramos en elfenómeno ovni se centra habitualmenteen torno a lugares considerados desdeantiguo como mágicos o legendarios.

Intentamos razonar sobre ello yaludimos a causas telúricas:geomagnetismo, aguas subterráneas,radiactividad…, sabiendo que, en elmejor de los casos, se trata de unavisión parcial del asunto. Aunque resulteincómodo admitirlo, la experienciaparece indicar que, sin negar sumaterialidad, «luces», «naves» y«extraterrestres» parecen másvinculados a lo psíquico y lo espiritualque a lo físico y resulta más probable sulocalización sirviéndose de la intuiciónde un paragnosta que de un contadorGeiger. Uritorco, como algunos otroslugares de este planeta, cumple esascondiciones: es fecundo en

acontecimientos extraordinarios y atraecon un canto inaudible de sirena asensitivos y contactados, quién sabe sipara premiarles con una apertura deconciencia o para devorarlospsíquicamente.

Gabriela no tiene dudas: eso fuebueno para ella. Al verla tan frágil, tandesnuda de defensas y, sin embargo, tanlibre para sonreír, uno piensa si notendrá razón. Llegó a Uritorco con otrostres amigos, llevados por un «contacto»,citados sin día ni hora a los pies delcerro, para que, desde allí, su sextosentido les guiara a un lugar de la sierradonde tendrían su encuentro con los

«maestros» de Erks, la ciudadsubterránea que, según dicen, comparte

el espacio de Uritorco, pero a la quesólo los elegidos tienen acceso, porqueno está en ésta, sino en otra dimensión.

Dejaron su calzado al borde de unsendero y, vestidos con túnicas blancas,iniciaron el ascenso al cerro. No erabuena época para su peculiar excursióny cuando menos lo esperaban la nieblacubrió Uritorco borrando con su velocualquier traza de vereda. Tras la nieblavino la noche y, tras ésta, de nuevo laniebla y una copiosa nevada.

Por si había suerte -que

no la hubo- y podíamosfilmar alguna de esas luces, elequipo de En busca delmisterio instaló uncampamento al pie delcerro.Durante varios días fueron buscados

por el ejército y la policía civil. Al fin,uno a uno, fueron encontrándolos,hambrientos y agotados, pero vivos. Sino recuerdo mal, Gabriela fue la última.Cuando dieron con ella llevaba ocho

días perdida y tenía los piesdestrozados. El primero en atenderla fueel médico de Capilla del Monte, con elque estuve charlando. A pesar de losaños, recordaba perfectamente suimpresión al ver el lamentable estado dela muchacha y, sobre todo, sus piesgangrenados. Tras una primera cura,hizo lo único posible: enviarla a unhospital de Córdoba, la capital. Aun quedesnutrida y sumamente débil, no fuedifícil su recuperación; el auténticoproblema lo constituían sus pies. Dadala irreversibilidad del proceso y elpeligro que suponía para su vida, elcriterio fue amputarlos, pero Gabriela«supo» que sus pies sanarían y pidióunos días de plazo. Contra todo

pronóstico, en menos de una semana lapiel necrosada se había desprendido yarterias y tendones, antes cruelmentedañados, recuperaron sus funciones.Ahora camina con esos pies; lo hacegrácilmente y, si se le pide, los muestrasatisfecha para que vean que no hayrastro alguno de lesiones. Puede que eldiagnóstico no fuera el correcto o que sumente pusiera en marcha misteriososprocesos auto-regenerativos, perotambién puede ser que nos hallemos anteun caso más de curación «milagrosa»,médicamente inexplicable.

Estuvimos hablando de ello al amordel fuego, en el pequeño campamentoque habíamos instalado en las

inmediaciones del cerro por si teníamosla suerte de filmar alguna de esas lucesque allí todos han visto. A

impulso del viento, la hoguerallenaba el aire de chispas querevoloteaban entre nosotros caprichosasy efímeras pero más allá de ellas y de unpar de linternas que iluminaban lastiendas, todo era oscuridad y silencio.En ese ambiente propicio a lasconfidencias, la voz suave de Gabrielasonaba como venida de un mundo amedio camino entre éste y el de loscuentos de hadas. Me llegan a lamemoria sus ojos, abiertos de par enpar, más atenlos a lo que rememorabaque a lo que tenía alrededor, y la pielcasi transparente de su cara; parecía a

punto de disolverse en el aire y volver ala Tierra Media de los relatos deTolkien. Sus recuerdos eran vagos yhechos a retazos, como secuenciasinconexas de una película: el frío, lapérdida de contacto con suscompañeros, la soledad y, finalmente, elabandono de sí misma, la mansa entregaa la muerte, en aquellos momentos másdulce y piadosa que siniestra. No llegó,o llegó apenas, si es que la Parca seconforma en ocasiones como esa conacariciar a su presa y dejarla luego. Talvez fuese porque Gabriela estabaacompañada. Ella no tiene duda: fueronseres de Erks quienes la cuidaron hastaque llegó el equipo de rescate. Los vio y

habló con ellos. Días después, ya sinverlos, fue a ellos también a quienespidió ayuda cuando iban a cortarle lospies. ¿Cómo saber si todo se limitó a undelirio inducido por la fiebre y elhambre o fue otra cosa? Ante la duda,pronunciarse por una explicaciónrazonable parece lo sensato, pero,¿cuáles son los límites de lo razonableen un lugar donde lo absurdo se haconvertido en lo habitual?

No es sólo Gabriela, otros afirmanhaber visto a esos mismos seres, altos,vestidos de blanco, deslizándose sinpisar el suelo, con una marcha uniformeque ignora lo abrupto del terreno…Entre los testigos abundan los que, sinestar comprometidos emocional-mente

con el tema pese a su proximidad, vivenen las inmediaciones del cerro. Son losmismos que con frecuencia ven lasesferas de luz, esos globos anaranjadoso azules que, sin ruido alguno, parecenbrotar de las laderas del cerro,solitarios o en grupo, para volar a pocaaltura por entre las quebradas o, visiblesdesde varios kilómetros de distancia,dirigirse desde Uritorco a otros cerros ydesde ellos a Uritorco. Luces esféricasque al final de su recorrido desaparecentragadas por la sierra, introduciéndoseen las laderas sin dejar huella alguna,como si carecieran de materia. Son…«las luces de Erks». Unos creen queforman parte del fenómeno ovni,

«simples» foo-fighters, en tanto queotros aseguran que se trata de entidadesmás espirituales que físicas: los propioshabitantes de Erks.

Vista general del cerro Uritorco,

escenario frecuente de «luces» quesalen de él, dirigiéndose a otros cerrosde esa sierra, o que llegan desde éstos,introduciéndose en él como sicarecieran de materia. Casi todos losvecinos de Capilla del Monte, unapequeña ciudad al pie del cerro, hansido testigos del paso de estas «luces»,descritas como de varios colores y deforma esférica.

Seres y luces no constituyen la únicapeculiaridad de Uritorco; el cerro y unaamplia zona en torno a él son escenariofrecuente del paso y evoluciones deovnis convencionales, aparentementesólidos y con formas semejantes a las detantos otros. Hay muchas personas enCapilla del Monte que los han visto en

una o varias ocasiones; desde WalterCo, el entonces alcalde de la pequeñaciudad, que perdió el control y seestrelló con su coche por la inesperadaaparición de un enorme ovni junto a lacarretera, hasta Carlos Parodi, el dueñodel hotel donde nos alojábamos,pasando por Jorge A. Suárez, nuestrocorresponsal en la región, EduardoAguado, jefe de correos, los guardiasmunicipales y una larga lista deciudadanos.

Gente común, simples testigos queestán seguros de lo que vieron, pero quese encogen de hombros cuando se lespregunta sobre Erks y sus espiritualeshabitantes.

«Algo» debe haber allí. Lo irritantees que ese «algo» se escurre por entrelos pliegues de la realidad y los hechosquedan reducidos a simple crónica, sinpoder saber qué intención hay detrás deellos ni qué plan los aglutina. Elmomento para sacar conclusiones no hallegado aún, quizá no llegue nunca, peroentre tanto es preciso acumular cuantainformación sea posible, sin despreciarninguna, no sea que por soberbiaintelectual nos perdamos lo másinteresante. Por eso agudicé el oídocuando, pocos meses después,conversando por teléfono con un viejoamigo

de Miami, surgió la palabra Erks. El

amigo en cuestión es un empresario delmundo editorial y, aunque le sabíainteresado por estos temas, ignoraba quefuera uno más en la ya inmensa red de«contactados». No me sorprendiódemasiado, pero sí que hicierareferencia a Erks y situase lapseudomaterial ciudad en Uritorco. Loque yo creía un tema local, resultaba serfamiliar para contactados de diferentespaíses americanos y europeos, que enpequeños grupos acuden periódicamentea la sierra cordobesa para tenerencuentros con los «maestros». Miamigo llevaba años haciéndolo y, segúnme confió con toda naturalidad, habíavisto la ciudad de Erks en variasocasiones. Era una pieza más en el

rompecabezas. Pero aún surgiría otraspocas semanas después.

Cuando se prepara un artículo o unlibro sobre determinado tema, seexacerba la capacidad asociativa, sedesarrolla el «olfato» para cualquiernoticia o dato que pueda tener relacióncon el tema en que se está trabajando,aunque tampoco faltan quienes dicen quese trata de «causalidades», es decir, deaparentes coincidencias que no son frutode la casualidad, sino de una estrategiaque trasciende lo humano. En este caso,casual o puesto delante de mis naricespor yo que sé quién, el nuevo dato erauna breve crónica enviada por uno denuestros corresponsales en Extremadura.

Por sí misma, la nota nada tenía deespectacular, en síntesis, se trataba deléxodo de unas cuantas familias pacensesbajo la guía de un líder espiritual de lazona. Lo significativo es que el punto dedestino era Alta Gracia, un pequeñopueblo argentino situado a pocadistancia de Uritorco y vinculado a lassupuestas energías telúricas que hacende esa parte de Argentina un lugarespecial. Ante los medios decomunicación, los protagonistas de eseviaje sin retorno adujeron razones detipo ecológico, refiriéndose al clima y ala naturaleza del suelo de esa regiónamericana como los idóneos para elcultivo de plantas salutíferas ymedicinales, lo que carece de todo

sentido para quien haya estado allí.El auténtico motivo por el que esas

familias extremeñas, a las que seunieron otras en los siguientes meses,dejaron su tierra y sus amigos paraafincarse en un lugar tan lejano eramucho más extraordinario. Ni su propiogurú lo tenía totalmente claro, sólo sabíaque esa especie de Nueva Jerusalén estállamada a desempeñar un papelfundamental en los sucesos que aguardana la humanidad. La sospecha, por nodecir convencimiento pleno, entre los«iniciados» es que tales acontecimientosserán catastróficos para la mayor partedel planeta. El norte de Argentina es unade las zonas que quedarán indemnes, por

eso las entidades que nos tutelanestán «llamando» por vía inconsciente ala gente para que se instale allí. Puestoque esa llamada no es percibida portodos, queda la duda de si estáreservada a los «elegidos» o vale paracualquiera que tenga un cerebroadecuadamente receptivo. Como en todoesto de los «contactos» y de las«llamadas interiores» hay mucho denarcisismo, los perceptores se apuntan ala tesis de una elección y no a la de unapeculiaridad fortuita de su masaencefálica.

¿Disparatado? Vaya usted a saber…,el hecho es que no se trata de algonuevo, y que son muchos los que creen

firmemente en el final de una etapa de lahumanidad, obviamente plagado deguerras y catástrofes naturales, yaprevisto por una especie de «hermanosmayores» que están disponiendo lascosas para que grupos espiritualmenteselectos de personas sean el germen deuna nueva y mejorada humanidad;recuerde si no el lector lo que decíaDaniel Ruzo a propósito de Marcahuasi.

En el caso de Uritorco, lo llamativoes que sus peculiaridades (esferas deluz, individuos levitantes, naves, puntode cita para encuentros místicos, etc.) nopueden atribuirse a una moda pasajeradebida al cambio de milenio, porque yaera un lugar «especial» en épocaprecolombina. Los comechingones,

indios de esa región que, entre otrascosas singulares -aparte de su mismonombre- poseían un idioma propio,consideraban tabú al cerro Uritorco porla aparición de luces y la presencia deextraños seres.

El bastón de mandoPara que un lugar así se haga

acreedor con todo merecimiento aadjetivos como legendario o mítico,sólo hace falta que su existencia fueraconocida en los círculos herméticos deEuropa y Asia desde antiguo. No se mehabría pasado por la cabeza esaposibilidad, pero las «causalidades»volvieron a hacer de las suyas,llevándome casi de la mano al barrio de

San Isidro, en Buenos Aires, paraencontrarme con el profesor Terrera.

En el mundillo de lo esotérico,donde cualquier indocumentado seotorga gratuitamente y sin vergüenza -eneso, al menos, son coherentes-el títulode profesor, resulta reconfortanteencontrarse con alguien que lo ostentamerecidamente. El profesor GuillermoAlfredo Terrera lo había sido deAntropología y Sociología en lasuniversidades de Córdoba, BuenosAires y La Plata. Había acumulado,además, tal cantidad de cargos y escritotantos libros, que cuesta entender cómotuvo tiempo para todo. Sin embargo, nopor ello cuanto afirmaba ha de seraceptado al pie de la letra, porque

afirmaba muchas cosas, muydogmáticamente y, en no pocasocasiones, con evidente gratuidad. Elviejo truco dialéctico de amontonarverdades y simples suposiciones,sazonándolas con un abrumadorderroche de datos y citas para llevar asu interlocutor al clásico huerto, loutilizaba el bueno de don GuillermoAlfredo con encomiable habilidad. Asípues, con el debido respeto a sumemoria y alguno menos a susargumentos, haré una telegráfica síntesisde lo que sostenía respecto a Uritorco yal Bastón de Mando, del que luegohablaré.

Según sus fuentes de información, el

planeta tiene zonas en las que «unaconjunción de energías cósmicas,solares y telúricas otorgan a esa áreageográfica una intensa y especialactividad energética». En Argentinahabría dos de esos «triángulos defuerza», uno «mayor» y otro «menor»,que se relacionan precisamente con elescenario donde se producen losfenómenos que se comentan cu estecapítulo. Al parecer, esas «conjuncionesde fuerza» son conocidas en los círculosherméticos desde tiempo inmemorial, yunos supuestos «maestros», auténticosrectores ocultos de la Humanidad,dispusieron que, llegado el momento, elCono Sur de América juegue un papeldecisivo en el cambio que la especie

humana ha de experimentar: «elregeneramiento de la Humanidad tendrácomo epicentro a Sudamérica, y delvértice triangular de fuerzas saldrá elnuevo hombre que vencerá a laviolencia, a la droga, al alcohol y almaterialismo».

El símbolo de cambio, el armamística que ha de empuñar en sus manosaquél que cambiará el destino delhombre, es un bastón de mando, el ToquiLítico que, según Terrera, fue mandadoconstruir por Multan o Sultán, un«poderoso cacique de la protohistoriasudamericana y poseedor de todo elsaber hermético que guardan los códicesy las escuelas primordiales», cuyo

nombre, muy similar;i Votan, hacepensar si no se trata del mismomisterioso personaje que, según latradición quiche, anduvo por el sur deMéxico haciendo prodigios, y al que yame he referido en el capítulo anterior.

Sin renunciar en ningún momento aese lenguaje grandilocuente, moviéndosecon envidiable desenvoltura por entrelas leyendas europeas,fundamentalmente las germánicas, yhaciendo con todas ellas unatendenciosa mezcla, el profesorargentino no tenía rubor en concluir queese bastón de mando, también llamado«Piedra de la Sabiduría», es uno de losmás místicos y codiciados objetos delmundo:

«El Toqui Lítico fue programadodesde la antípoda terrestre y confirmadopor las escuelas primordiales de Persia,del Himalaya, de los Andes, deltriángulo del Cono Sur, del CercanoOriente y de la Antigua Europa; por ellofue buscado con tanto empeño, desdehace siglos, conjuntamente con el vasosagrado del Santo Sepulcro, por multitudde filósofos y esotéricos de diversospaíses, como los chinos, indios,tibetanos, alemanes, europeos,norteamericanos, gentes de OrienteMedio, etc. Gran cantidad de estosestudiosos, investigadores y filósofos,concurrieron a las escuelas tibetanas y alos centros herméticos de México y Perú

y a las más grandes bibliotecas públicasy privadas, a la busca de datos y de lainformación que, por otra parte, yaestaba determinada desde milenios en elpequeño triángulo de fuerzas del área delos comechingones del silenciosoUritorco».

Entre esos buscadores no podríafaltar Hitler, tan vinculado alesoterismo, quien, según otro rumormás, envió a Argentina una expediciónpara conseguir el preciado bastón y, conél en la mano, refrendar su imagen delíder predestinado. No lo consiguió, sies que tal rumor tiene algún fundamento,y perdió la guerra, privándonos a losciudadanos del mundo de los beneficiosdel Nuevo Orden. Gracias sean dadas

por ello.El que sí encontró el bastón fue

Orfelio Ulises, un hermetista argentinoque vivió durante ocho años en el Tíbet.Al parecer, fue allí donde supo el lugaren el que el simihuinqui (otro nombremás del misterioso objeto) estabaenterrado. Ese lugar no era otro queUritorco. En 1934, vuelto ya a su patriatras varios años más de peregrinación yestudio, se dirigió a la sierra cordobesay, llevado por su intuición, localizó enel cerro el sitio exacto y lo desenterró.Por tanto, el bastón existe. Ahora estábajo la custodia del ique simihuinqui,que como el avispado lector habráimaginado, no era otro que el propio

profesor Terrera.Ignoro si ese Toqui Lítico será

empuñado por un nuevo avatara o si suspretendidos poderes son una tabulación,pero me consta, porque lo he tenido enlas manos, que es una extraordinariapieza. Está labrado en basalto,perfectamente pulido, y su color negroazulado le da apariencia metálica. Mideun metro y diez centímetros de largo ytiene cuatro centímetros de diámetro ensu extremo más grueso, para terminar enpunta por el otro, librado y esbelto.Según el Instituto de Arqueología de laUniversidad Nacional de Córdoba, fuelabrado hace ocho mil años, lo que,añadido a su perfecto acabado, no dejade ser sorprendente si se tiene en cuenta

el incipiente nivel artístico y técnico deaquella parte de América en esa época.

El autor sostiene

en sus manos el mítico «bastón demando», el Simihuinqui; que

según la tradición, será empuñadopor

aquél que está destinado agobernar

el mundo.Sea comofuere, el Bastón es real, fue

encontrado en el cerro Uritorco, tiene larespetable edad de ochenta siglos y,según se dice, forma parte de la leyendadel Rey Arturo a través de uno de suscaballeros: Sir Perceval, «el tontoperfecto». Centrándose en ese buscadordel Grial, cuyas hazañas fueron cantadaspor Chrétien de Troyes en la primera

versión escrita del relato artúrico, elpoeta bávaro Wolfram von Eschenbach

escribió entre 1200 y 1220 su Parzival,una auténtica epopeya en veinticinco milversos, que sirvió de base a Wagnerpara su célebre ópera. Aun siendo elpoeta alemán más ilustre de la EdadMedia, de von Eschenbach (1160-1220aprox.) se sabe muy poco, sólo lo que élescribió de sí mismo en sus libros, y esde lamentar, porque algunos pasajes deParzival, la única de sus obras que nosha llegado completa, alude a hechos,lugares y tradiciones que reflejan nosólo profundos conocimientos de lafilosofía hermética oriental y de lamitología indoaria, sino también de unageografía desconocida en el medievo.Respecto al tema que nos ocupa, en lasaventuras de su héroe incluye la

búsqueda de la «Piedra de la sabiduríaancestral», a la que en otros versos serefiere como el «Bastón de Mando», el«Bastón austral» o el Lapis ExiIis(piedra delgada o estilizada), «caído delCosmos envuelto en un tonante fuegocelestial». Para mayor coincidencia conel simihuinqui de Guillermo AlfredoTerrera, esa piedra mística, que en elviaje iniciático de Parzival simbolizapara quien la descubre y «empuña» elsalto de hombre común a hombretrascendido, se encuentra en una «lejanacordillera», y aunque Eschenbachescribe que está «en la Armórica»antigua» (región meridional de Franciaentre el Loira y el Sena), se deduce que

es allí donde estuvo inicialmente,porque en el verso siguiente añade que,para buscarla, Parzival embarca en la«Nave Sagrada» con otros compañerosy llevando consigo el Santo Grial haciaun destino desconcertante: «…por elAtlántico Océano realizará un largoviaje hasta las puertas secretas de unsilencioso país que Argentum se llama yasí siempre será». Acababa de comenzarel siglo XIII y es lógico suponer que eseviaje por el Atlántico fuese bordeandola costa o en dirección a Inglaterra, perose deja claro que es «un largo viaje», loque señala una meta lejana, y que el paísde arribada es «Argentum». América noexistía oficialmente y faltaban siglospara que alguien le pusiese el nombre de

Argentina -con la misma raíz y similarsignificado- a un país de ese continente,pero es preciso reconocer que lascoincidencias van más allá de lorazonable. Da la impresión de que enese juego de símbolos y alegoríasEschenbach estaba refiriéndose alnombre futuro de ese lugar, porque, demanera totalmente innecesaria por lamétrica y el sentido mismo del verso,enfatiza «que Argentum se llama y asísiempre será».

El recientemente desaparecidoGuillermo Alfredo Terrera, profesoruniversitario y profundo conocedor dela mitología europea y americana, alque «el destino» hizo depositario del

«bastón de mando» que en otro tiempocustodiaron los indios comechingonesy que el «iniciado» Orfelio Ulisesencontró en la sierra de Uritorco,donde ellos lo habían enterrado.

Pese a lo sugestivo de esascoincidencias y a falta de datos másconcretos, mejor es dejar las cosascomo están si no queremos terminar conun buen dolor de cabeza. Lo que quizá

convenga, si el lector tiene ganas deviajar, es pasarse unos días en las ruinasde] castillo de Wildenburg, en elmontañoso Odenwald alemán, dondeEschenbach escribió buena parte de suParzival, por si se aparece en formafantasmal y nos cuenta cuál fue su fuentede información. Hago esta sugerenciaporque, partiendo del relato de Chrétiende Troyes, el vate bávaro construyó otromucho más complejo y profundo, conelementos exóticos que vinculan aParzival-Perceval con viejas tradicionesocultistas de Oriente, décadas antes delos viajes de Marco Polo. Él mismodejó escrito que había contado con lainformación que le proporcionó unmisterioso personaje llamado Kyot Los

comentaristas de la obra de Eschenbachque he consultado piensan que el talKyot no era real, sino «una clarainvención del poeta». Yo no lo veo tanclaro, y no deja de llamarme la atenciónla similitud de ese nombre con el deKyóto, la antigua capital japonesa quedurante muchos siglos fue residencia delos emperadores y el centro cultural yespiritual más importante de ese país.Merece la pena leer con detenimientoParzival y el resto de las obras de estepoeta medieval, aunque esténincompletas.

Es evidente que el profesor Terrerasí lo hizo y, además de los versoscitados, encontró material suficiente con

el que construir su propia epopeya ydarle al cetro hallado en Uritorco unatrascendencia histórica y místicauniversal, convirtiendo de paso a suamada Argentina en el futuro ombligodel mundo. Igual tenía razón…

Si el lector quiere tener máselementos de juicio, puede buscar unlibrito titulado Erks. Mundo interno,publicado en Brasil en 1989 y traducidoese mismo año al español por laeditorial Ker de Buenos Aires. Estáescrito por un «contactado» bajo elseudónimo de Trigueirinho,familiarizado con una realidad muydiferente a la que los humanos de a piepercibimos. Lejos de ser la únicaespecie inteligente que habita este

sistema solar, resulta que compartimosel planeta con todo tipo de entidades endiversos grados de materialidad,provenientes muchas de ellas de losrincones más apartados del Universo. Lamayoría de esos seres, entre los que seencuentran los que viven en Erks, estánaquí para tutelar y acelerar nuestra

evolución, realizando diversas ytrascendentales funciones, como la deatraer y formar a un grupo selecto dehumanos que, en el caso de unacatástrofe ecológica o bélica, segúnellos inevitable por la marcha quellevamos, garantice la supervivencia dela humanidad.

Aunque la ciudad de Erks está,según dicen, a medio camino entre éstey otro mundo, en algunas cuevas yoquedades del cerro Uritorco -lafotografía sería una de ellas-, enocasiones se abren «puertas» quepermiten acceder a su interior.

Lo cierto es que el libro resultaindigestible, ya sea porque esacondición de indigestibilidad esinherente al producto o porque misistema digestivo no está preparado.Reales o fruto del delirio de susreceptores, resulta molesto que losmensajes remitidos desde ese planoextraterrestre-místico-interdimensional alo largo de los últimos cincuenta años

estén tan llenos de obviedades y memasadmoniciones. Puede que estéequivocado y en el fondo seamosbíblicamente ciegos y sordos ante laresplandeciente verdad que esos«hermanos mayores» tienen a bienrevelarnos, pero si así fuese, loshumanos debiéramos reprocharles, comoyo lo hago ahora, que no pongan al díasus argumentos y que, sinproporcionarnos solución prácticaalguna, sigan advirtiéndonos de peligrosque conocemos sobradamente pornosotros mismos.

Memorias del mar muerto

n este ir y venir de una aotra partedel planeta

buscando misterios, hemos llegadoahora, amigo lector, a un territorioáspero y duro, tan seco de agua comoempapado de historia. Los pueblos másviejos del extremo oriental delMediterráneo recorrieron estosdesiertos y los regaron, no sé sigenerosa o neciamente, con su propiasangre. Sumerios, egipcios, caldeos,griegos, hebreos, romanos…, todosellos lucharon por esta tierra como sifuera la más fértil y ubérrima, el más

codiciable paraíso, cuando en realidades sólo un reino de desolación ysilencio.

Esa es al menos la primeraimpresión que recibe el viajero.

Si, venciendo el inicial rechazo,permanece algún tiempo, descubrirá quetan árido paisaje encierra una bellezasingular, diferente a la de cualquier otro,y que su aparente hosquedad resultafinalmente acogedora.

La Providencia quiso que en esterincón del mundo también hubiese unmar, pero, quizá por no contrastar conlas tierras que lo rodean, lo hizo distintode otros mares, sin vida ni esperanza deella, al punto que se le conoce como elMar Muerto. Las gentes que anduvieron

por aquí lo llamaron en otras épocasMar de la Llanura, Mar del Asfalto, Marde Sal, Mar de Lot…, pero todosexageraron, porque no es mar, sino lago,ya que mide setenta y seis kilómetros delargo y apenas diecisiete en su parte másancha.

Sin embargo, en tan seco entornoresulta ser mucha agua, así quedejémosle el título de mar aunque seapretencioso.

Está incluido en la FallaAfroasiática, la «Gran Falla», unahendidura geológica que se extiendedesde el Asia Menor hasta África, y esel «mar» más bajo del mundo. Laspequeñas olas que, de cuando en

cuando, agitan su superficie están casicuatrocientos metros por debajo de losmares restantes, por eso el aire es aquímás denso, con un quince por ciento másde oxígeno que a orillas delMediterráneo o del Atlántico. Un airepesado, caliente, impregnado de olor aazufre y con tan siniestra comoinjustificada fama, porque loshistoriadores clásicos decían de él quelos pájaros no podían volar de una aotra orilla, cayendo envenenados amitad de su vuelo por los gases nocivos.Lo cierto es que nadie teme hoy a esospestilentes vapores, si es que los huboalguna vez, y este lago con pretensionesde mar es frecuentado por turistas enbusca de alivio para su artrosis o sus

problemas de piel, al tiempo quedisfrutan de la sensación, sólo en élposible, de flotar como el corcho: susaguas sin vida contienen cinco vecesmás sal que cualquier otro mar u

Memorias del mar muertoocéano y, aunque lo intenten, los

bañistas no pueden hundirse en ellas.Salvo la que aportan algunos

míseros riachuelos, su única provisiónde agua es la que le llega del río Jordán,la arteria que dio vida a la Galileabíblica. Un cauce constante quedesemboca íntegramente en el MarMuerto y que en él debería quedarse,porque mar o lago, el hecho es que notiene desagüe alguno…

Pero es tal el calor, que cada día seevaporan ocho millones de metroscúbicos de sus aguas, prácticamente lamisma cantidad que recibe del Jordán,por eso cubre ahora casi la mismaextensión que hace cuatro mil años, entiempos de Abraham.

Aunque sin vida, siempre fue un marútil.

Cuesta entender que esta tierra, ensu mayoría un desierto árido einhóspito, haya sido fruto codiciado ymotivo de incontables y cruentasguerras.

De él se llevaban los antiguosegipcios el betún para embalsamar a susmuertos y largas caravanas

transportaban su preciada sal hastalugares lejanos. Actualmente, laEmpresa del Mar Muerto, unos treskilómetros al sur del monte Sodom,extrae la riqueza mineral del lago y suscamiones cargados de potasa, demagnesio o de sal parten hacia el Norte,hasta el puerto de Ashdod, en elMediterráneo, o siguen la rutameridional para llegar a Eliat, en el MarRojo.

El Mar Muerto es en realidad unlago que mide 76 kilómetros de largo yapenas 17 en su parte más ancha.Cuatrocientos metros por debajo del

nivel de los otros mares, en sus orillasel aire es más espeso sofocante. Nadainvita allí a

Memorias del mar muertoquedarse…, hasta que se capta su

belleza extraña y el viajero descubreque, lejos de lo aparente, el desiertoresulta, a la postre, acogedor.

Aunque sin vida, el Mar Muertosiempre fue útil. Sin alardes,modestamente, forma parte de lahistoria de muchos pueblos de esaZona del mundo. Por ejemplo, de élprocedía el betún con el que losegipcios embalsamaban a sus muertos.

Tantas peculiaridades hacen delYam Hamelaj, el «Mar de Sal» que ese

es su nombre en hebreo, un mar singular,pero su verdadera importancia se la hadado la historia. En torno a él se hanproducido acontecimientos queconmocionaron al mundo antiguo ymisterios que aún están por resolver,como el de la destrucción de Sodoma yGomorra.

«Entonces, Yahvehllovió desde el

cielo sobreSodoma y Gomorra azufre y fuego

procedente de Yahveh.Arrasó, pues, estas ciudades y toda

la Cuenca, contodos los habitantes de las ciudades

y las plantas

del suelo».

Pero es sin duda la gran salinidadde sus aguas lo que más caracteriza aeste mar insólito. Con cinco veces más

sal por unidad de medida que losdemás, es imposible hundirse en él.Una sensación que ningún turista seresiste a experimentar.

El barro de este mar goza tambiénde fama por su beneficiosa acciónsobre la piel. Tampoco es nuevo, ya

Memorias del mar muertoCleopatra se hacía llevar lodo del

Mar Muerto para el cuidado de sucutis.

Para los creyentes, las cosassucedieron tal como en el Génesis serelatan y ambas ciudades fueronborradas de la faz de la tierra por suimpiedad y lascivia. Sin embargo, hayen ese pasaje bíblico aspectos tandesconcertantes, que muchos

investigadores no aceptan esa simplistaexplicación y suponen que los hechossucedieron de muy distinta manera.

En realidad, la desaparición deSodoma y Gomorra empieza a serextraña ya antes de producirse;concretamente, desde el día anteriorhacia las doce de la mañana:

«Más tarde se leapareció Yahveh en el

encinar deMamré, estando él sentado a la

puerta de la tienda,en el mayor calor del día. Alzó,

pues, sus ojos, miróy he aquí que había tres varones

puestos en pie junto

a él. En cuanto los vio, corrió a suencuentro desde

la puerta de la tienda y se prosternóen tierra».

Emocionado por tan extraordinariavisita, el anciano patriarca se apresuró aofrecerles comida, cosa que aceptaronde buen grado. Sentados a la sombra,mientras él estaba respetuosamente enpie, dieron cuenta de unas porciones deternero, tortas de pan, cuajada y leche.No queda duda, por tanto, de que, aunsiendo Yahveh y dos ángeles, se tratabade personas de carne y hueso y no deespíritus intangibles. Asimismo,tampoco queda duda de que se tratabade varones, algo que ya se recoge en

otras partes de la Biblia y que esa nochetambién queda patente cuando, en casade Lot, los dos ángeles están a punto deser sodomizados por sus lujuriososvecinos.

Hago énfasis en ello, porque nuncahe entendido el empeño de los exégetasen enmendar la plana a los redactoresdel Antiguo Testamento y debatir sobreel sexo

o la materialidad de los ángeles.Volviendo a aquella mañana, tras

informarle a Abraham de que un añodespués Sara, su esposa, tendría un hijo,Yahveh le confía su intención de destruirSodoma y Gomorra, misión a la queenvía a los dos varones. De que lacumplieron, no hay duda, como

comprobó el propio patriarca a lamañana siguiente:

«Por su parte, Abraham,madrugando,

dirigióse demañana al lugar donde había estado

de pie anteYahveh, y, oteando hacia el lado de

Sodoma y Gomorray hacia todo el país de la Cuenca,

vio que subía dela tierra humo, como la humareda de

un horno».El atroz y desproporcionado castigo

se había cumplido, pero hay algunosdetalles previos que, por curiosos, handado motivo para las más diversas

especulaciones. No seMemorias del mar muertoentiende, por ejemplo, que,

tratándose de dos ángeles enviados porel mismo dios, tanto Lot como su familiapongan en duda su palabra y no se creanque tal destrucción va a producirse, alpunto que los yernos, designadostambién para salvarse, se lo toman abroma y prefieren seguir durmiendo.Bien por parecerles que talmonstruosidad era impensable o porqueentendieran que a un dios le sobranrecursos para aniquilar a todos los dealrededor y dejarles a ellos indemnes, elcaso es que fue preciso sacar de laciudad al matrimonio y a sus dos hijas

prácticamente a la fuerza. Igualmenteresulta chocante que, como el texto da aentender de forma explícita, el desastrefuera inevitable y estuviesepredeterminado para una hora concreta:

«Al despuntar el alba,los ángelesapremiaron aLot, diciendo:

'¡Levántate, toma atu mujer y a tus

dos hijas aquí presentesno vayas aperecer en el

castigo de la ciudad!'

Mas como élronceaba, los

varones agarraron de la mano a él, asu mujer y sus

dos hijas, merced a la compasión deYahveh hacia él,

y le sacaron, poniéndole fuera de laciudad».

Da la impresión de que los únicosque estaban verdaderamente asustadoseran los ángeles, porque Lot habíapasado la noche durmiendo a piernasuelta y aún se permitió remolonearcuando estos le instaban a salvarse.Luego está la insólita advertencia en elúltimo momento: «¡Ponte a salvo; por tuvida, no mires hacia atrás ni te pares en

toda la Cuenca!».

De Sodoma sólo queda el nombre,Sodom, referido a una zona imprecisaen la ribera en la que hoy se levantan

algunos hoteles-balneario y unafactoría industrial que explota lariqueza mineral del lago, exportandotanto sal como magnesio y potasa.

Memorias del mar muertoDe ese contundente aviso se

desprende que mirar hacia atrásimplicaba un riesgo, que no puede serotro que el de quedarse ciego temporal odefinitivamente, y que detenerseequivalía a quedar dentro del área deldesastre. Dos recomendaciones que,según muchos, permiten identificarclaramente al agente que causó ladestrucción: algo capaz de desprenderuna luz cegadora y con un inmenso poderdevastador; es decir, una bombaatómica. El primero, que yo sepa, en

sugerir tan anacrónica causa de ladestrucción fue, como ya adelanté en uncapítulo anterior, un científico ruso decierto prestigio llamado AlexanderKazantzev. Atribuir al dios de los judíosrecursos más propios de un alienígenatecnológicamente avanzado que de unomnipotente creador es disculpable; entodo caso, la responsabilidad deberecaer sobre quienes redactaron LATanakh.

El lector debe saber, si es que no losabe ya, que el término «AntiguoTestamento» es un invento cristiano, sinotra justificación que la de enlazar LosEvangelios, el llamado NuevoTestamento, con la antigua religión

judía, cuando, ateniéndonos a larealidad histórica y conceptual, nadatienen que ver el uno con el otro. LaTanakh, base de la religión judía, es unacrónimo formado por los tres grupos delibros admitidos en el canon hebreo:Tora (los cinco libros atribuidos aMoisés), Nebh 'im (Profetas) y Ketubh'im (Escritos). El valor que cada cualquiera darle a estos libros es cosa suya,pero no debe olvidar que en una parteestán construidos sobre textos otradiciones pertenecientes a otrasculturas contemporáneas o anteriores,que otra fue transmitida oralmente, contodos los defectos de forma y contenidoque ello implica, que todas o casi todaslas leyes de carácter civil y penal fueron

atribuidas a ese dios particular para asíno ser discutidas y que sus «hazañas», atodas luces sin relación con las quecorresponden a un dios universal, estánal servicio de la propia historia delpueblo hebreo. En esa mezcla de hechos,pretextos y aleccionadoras invenciones,la figura de los Elohim, Elohim-Yahveho Yahveh a secas, sin que esté claropara nadie cuál es la sutil frontera quesepara al plural del singular y hasta quépunto unos y otro son la misma cosa,tanto se presta para un roto como paraLUÍ descosido, porque recurre amétodos tan peculiares para conseguirsus fines, que en ocasiones actúa comolegislador, en otras como ingeniero y no

pocas como general. Es, por tanto,comprensible que se le haya identificadopor muchos como uno de esos «diosesmaestros» venidos de otro tiempo-mundo-dímensión a los que aluden tantastradiciones antiguas en todos loscontinentes.

Memorias del mar muertoDioses que líderaron a sus pueblos

elegidos -los judíos prefierenconsiderarse «el», cuando, en realidad,son «uno más» de los muchos que hahabido- en campañas de conquistas ysaqueos, durante las que, de dar créditoa las tradiciones, hicieron alarde demedios destructivos altamentesofisticados e impropios de esa época.No es que esté plenamente de acuerdo

con ellos, pero comprendo a quienesescribieron libros como ¿Fue Jehová uncosmonauta?, Un extraterrestrellamado Moisés, Los platillos volantesy la Biblia, Un extraterrestre llamadoDios y tantos otros que andan dormidospor algún rincón de mi biblioteca. Dichocon franqueza, cuesta menos trabajoidentificar al dios bíblico con unalienígena que con un dios afín alinconmensurable universo que hoyconocemos.

Al tratar de dar a los dioses localesun carácter universal, se les atribuyencatástrofes legendarias,justificándolas como castigos por laimpiedad de los hombres o cualquier

otra estúpida razón, con lo que, sinpretenderlo, se rebaja a esos dioses auna condición de jueces caprichosos eimplacables.

Se quiera o no, fe y razón son dostérminos antitéticos; esta última se basaen la objetividad, en el análisisdesapasionado de los hechos, en tantoque la fe es un sentimiento y, como tal,se fundamenta en la afectividad. Bajo laóptica judeocristiana, Yahveh es «El»dios y, desde esa «incuestionable»singularidad, sus andanzas en estemundo no tienen parangón posible.Contemplado sin condicionamientosafectivos, desde fuera de la fe, es uno delos muchos que deambularon por nuestro

pasado, y tanto su estrategia como susprodigios resultan equiparables -a vecesidénticos-a los de otros «dioses» endistintas épocas y latitudes. Que susmétodos se parezcan a los de esa y otrasdivinidades de Oriente Próximo escomprensible, al fin y al cabo procedendel mismo origen y compartentradiciones ancestrales, atribuyéndosecon el mayor descaro la autoría deacontecimientos, como el «DiluvioUniversal», pertenecientes a religionesmás antiguas de la zona. Lo que no es tanfácil de explicar es que, en esa época osiglos más tarde, otros dioses hayanutilizado esos métodos y protagonizadoesos acontecimientos en el continenteamericano. Diluvios también

universales, desencadenados paracastigar a una humanidad impía, Noéselegidos para salvarse, éxodos en buscade una tierra de promisión, con Arca dela Alianza incluida… Cambian losnombres, pero, salvo pequeñasdiferencias, los hechos y la estrategiason los mismos,

Memorias del mar muertocon el desconcertante dato añadido

de que los dioses americanos suelen serde raza blanca, barbudos y, lo que nodeja de ser una curiosa paradoja, pocoagraciados físicamente.

Dado que no tenemos prisa, sugieroal lector que haga mentalmente lasmaletas y nos vayamos a los Andes para

conocer a uno de esos dioses que, conparecida técnica y similares motivos alos de Yahveh, achicharró a loshabitantes de una ciudad peruana.Merece la pena esta especie deparéntesis, porque ese dios americanoes de lo más interesante; luegovolveremos al Mar Muerto y, antes deocuparnos de alguno más de susmisterios, trataremos de encontrar otraexplicación para la destrucción deSodoma y Gomorra menos estrambóticaque la de la bomba atómica.

El mal llamado AntiguoTestamento está lleno de ejemplosque, de responder a la realidad,retratarían a Yahveh como unpsicópata de la peor especie:

intolerante, cruel, vengativo einsoportablemente narcisista.

La génesis de las religionesdebería ser estudiada con nuevoscriterios que trascendieran lossimplemente antropológicos, porquemuchos de los elementos coincidentesque aparecen en ellas no pueden serexplicados con argumentospsicológicos o culturales. El Arca dela Alianza, sin ir más lejos, estápresente, lo mismo que el Éxodo, en lahistoria «sagrada» de varios pueblosamericanos. Puede

Memorias del mar muertoque, después de todo, los dioses

hayan sido reales y utilizasen similaresmétodos y estrategia.

Un feo dios de hermosas

obrasYa en Bolivia, y puesto que el libro

ha ido adquiriendo por su cuenta uncierto aire de guía para viajeroscuriosos, sugiero a éstos que tomemosun primer contacto con Tiahuanaco enLa Paz, en la plaza de Tejada Sorzano.Hay allí un museo al aire libre, unapequeña «plaza hundida», a imitación delas que después encontraremos en laspropias ruinas, donde se exhiben variasde sus desconcertantes esculturas depiedra, entre ellas, una de gran tamaño,a la que se conoce como «monolitoBennet», en honor del arqueólogonorteamericano que las descubrió.Representa a un ser extraño, más

humanoide que humano, más abstractoque real, tan hierático, tan patético ysolemne, tan abrumador en su prismáticamacicez, que parece arrancado de untiempo en el que aún no había sereshumanos, sino esos gigantes «disformesen su grandeza» que, según la milenariareligión andina, creó Viracocha en unode sus ensayos antes de hacer al hombredel barro y «a su imagen y semejanza».Dicen que el ser retratado en el«monolito Bennet» llora cada noche porsu innecesario destierro, añorando ellugar que ocupaba junto a las otrasestatuas de Tiahuanaco. Ignoro si sullanto es cierto, pero no dudo del mío, yestuve a punto de él la primera vez quevisité ese «museo» al ver cómo aquellas

venerables piedras talladas con esmero,pulidas «a espejo» muchas de ellas,cómo aquellos seres, miembros de unafauna sólo posible en el reino de lamitología, se desintegran lenta einexorablemente en medio de esa plazasaturada de coches y autobuses. Pero,como nada podemos hacer por evitarlo,será mejor que finalicemos estaprotocolaria visita y, sin más, nosdirijamos hacia el altiplano.

Ahí está, desparramándose ya antenosotros, flanqueado por gigantescasmontañas de nieves perpetuas. Noshallamos a casi cuatro mil metros dealtura, cuesta respirar y la radiaciónsolar achicharra sin calor,

traidoramente. En otras visitas he idoprotegido, cubierto como hacían lassegadoras castellanas para que el solagosteño no mancillara su pielinmaculadamente blanca, pero en esaprimera ocasión a la que ahora merefiero, desprevenido, no lo hice y, díasdespués, cuando sobrevolaba enhelicóptero la Pampa Colorada, sembrélas «pistas» de Nazca con largas tiras dela piel que, por el puro placer dehacerlo, iba arrancando de mi calva.Otros las habrán

Memorias del mar muertoinvestigado mejor y

durante mástiempo, pero no pueden

presumir comoyo de haberse dejado en

ellas elpellejo.

Una de las estatuas del pequeñomuseo al aire libre de

La Paz anticipo de lo que el viajeroencontrará en

Tiahuanaco, donde abundanrepresentaciones de seres

igualmente extraños:idealizaciones de Viracocha y de su

séquito, recordados como deelevada estatura y piel

blanca.De no estar avisados, podríamos

pasarde largo sin ver los restos deTiahuanaco, aunque están al lado

mismode la carretera, entonces de tierra,porque poco o nada hay que por su

altura destaque a lavista. Lo hubo, pero en un tiempo

lejano; ya era un vastocampo de ruinas cuando los incas

llegaron allí. De sercierto lo que éstos dijeron a los

cronistas, la ciudad fuelevantada tras un tiempo oscuro, en

el que, por algunarazón ignorada, densas nubes

cubrían constantemente elcielo sin dejar ver el Sol: «Antes

que los incas reinasen en estos reinos nien ellos fuesen conocidos, cuentan estosindios otra cosa muy mayor que todaslas que ellos dicen, porque afirmanquestuvieron mucho tiempo sin ver elSol y que, padeciendo gran trabajo conesta falta, hacían grandes votos eplegarias a los que ellos tenían pordioses, pidiéndoles la lumbre de quecarecían; y questando desta suerte salióde la isla de Titicaca, questá dentro dela gran laguna del Collao, el Sol muyresplandeciente, con que todos sealegraron. Y luego que esto pasó, dixenque hacia las partes del Mediodía vino yremanesció un hombre blanco decrecido cuerpo, el cual en su aspecto y

persona mostraba gran autoridad yveneración, y queste varón que asívieron tenía gran poder, que de loscerros hacía Llanuras y de las llanurascerros grandes, haciendo fuentes enpiedras vivas; y como tal poderreconociesen llamábanle Hacedor detodas las cosas criadas, Principiodellas, Padre del Sol, porque, sin esto,dicen que hacía otras cosas mayores,porque dio ser a los hombres yanimales; y que, en fin, por su mano lesvino notable beneficio. Y este tal,cuentan los indios que a mí me lodixeron, que oyeron a sus pasados, queellos también oyeron en los cantares queellos de lo muy antiguo tenían, que fuede largo

Memorias del mar muertohacia el Norte haciendo

y obrandoestas maravillas por el

camino de laserranía y que nunca

jamás lovolvieron a ver. En muchos lugares

diz que dio orden a los hombres cómoviviesen y que los hablabaamorosamente y con muchamansedumbre, amonestándoles quefuesen buenos y los unos a los otros nose hiciesen daño ni injuria, antes,amándose, en todos hobiese caridad.

Generalmente le nombran en la

mayor parte Ticiviracocha, aunque en laprovincia del Collao le llaman Tuapacay en otros lugares del la Arnavan.

Fuéronle en muchas partes hechostemplos, en los cuales pusieron bultosde piedra a su semejanza, y delantedellos hacían sacrificios: los bultosgrandes questán en el pueblo deTiahuanacu se tiene que fueron hechosde aquellos tiempos; y aunque por famaque tienen de lo pasado cuentan esto quedigo de Ticiviracocha, no saben decirdel más ni que volviese aparte algunadeste reino».

«En muchos lugares diz que dioorden a los hombres cómo viviesen yque los hablaba amorosamente y conmucha mansedumbre, amonestándolesque fuesen buenos los unos a los otrosno se hiciesen daño ni injuria, antes,amándose, en todos obvíese caridad».

Memorias del mar muertoSi Yahveh eligió el

desierto deJudea, Viracocha, el dios

americano,que también creó alhombre delbarro y a su imagen ysemejanza,eligió otra tierrainhóspita, acuatro mil metros dealtura, parahacer acto de presenciaen estemundo.No es la primera vez que reproduzco

en un libro este fragmento de Crónicadel Perú; quizá sea porque su autor, elextremeño Pedro Cieza de León (1520-1554), laico y sin vínculos de sangre

con el país, resulta más objetivo que losotros dos grandes ero nistas del Perú:Huamán Poma de Ayala y Garcilaso dela Vega. Aunque también he de confesarque me seduce su elegante estilo alescribir. De todas formas, loverdaderamente interesante es que eltexto nos proporciona datosfundamentales para valorar laimportancia de Tiahuanaco. El másdirecto es su vinculación con Viracocha,un dios muy especial, capaz de realizargrandes prodigios, que,sorprendentemente, era de raza blanca yelevada estatura, un extraño; lo queaporta, a mi juicio, mayor verosimilitudal relato. No es posible determinar hastaque punto sus hazañas fueron

exageradas, pero algunas debió llevar acabo para impresionar de esa manera alos habitantes del Altiplano. Sinembargo, lo que más llama la atenciónes su viaje de apostolado y el mensajede amor y convivencia pacífica que a lolargo de él fue difundiendo, nada comúnen aquél tiempo y en aquellas latitudes.Cumplida su misión, se marchó por lasbuenas, sin dejar tras de sí, comoYahveh o Huitzilopochtli, el dios azteca,un rastro de muerte y de conquistas, sinimponer sangrientas ceremonias nicultos disparatados, sin otro legado parala memoria colectiva que sus buenasobras y sus dulces maneras. También elnavegante Sarmiento de Gamboa, que

estuvo en Perú de 1557 a 1565, escribióextensamente sobre Viracocha en suHistoria de los Incas, pero ya desde laperspectiva que éstos tenían del dios,más acorde con una deidad estándar -diluvio universal y fuego del cieloincluidos-y más alejada de los hechosauténticos, fuese cual fuese la verdaderanaturaleza de estos.

Tiahuanaco fue lo que Jerusalén, asu dios, Viracocha, fue lo que Yahveh.Son las circunstancias humanas, no lasdivinas, las que hacen que unasreligiones pervivan y otras se diluyanen el olvido.

Memorias del mar muertoLo que tal vez el lector

ignore,aunque incluí los datos

en El síndrome ovni (Planeta, 1984)y algún otro autor se ha servido de ellosen época reciente, ese dios de los Andeses posiblemente el único que dejópruebas irrefutables de su paso por estemundo. El mérito de tal descubrimientono es mío, sino de María Scholten de D'Ebneth, que publicó varias monografíassobre diversas cuestiones del pasadoamericano. En todas ellas refleja suprofundo conocimiento de las cienciasexactas y el rigor aplicado en lainvestigación. Prestando atención a loque a otros nos pasó desapercibido,siguió al pie de la letra la descripción

que el cronista Juan de Betanzos hizodel viaje «evangelizador» de Viracochadesde Tiahuanaco, su punto de partida,hasta el actual Puerto Viejo, en Ecuador,donde se despidió de su séquito y seinternó en el mar «caminando» sobre lasaguas y dejando una estela de la que leviene su nombre, «espuma de mar», quees lo que al parecer significa Viracochaen aymará. En su estudio sobre elterreno localizó los lugares dondefueron fundadas las ciudades citadas porBetanzos, en ocasiones a bastanteskilómetros de las actuales, obteniendoasí un mapa exacto del referido viaje.Tanto la ruta principal, Tiahuanaco-Pukara-Cuzco-Cajamarca, que sigue¡exactamente! la dirección Noroeste con

esas ciudades alineadas, cómo lasdistancias entre ellas y la disposición delas dos rutas secundarias, Cuzco-Pachacamac -seguida por dos emisarioscon la incomprensible misión de«arreglar los equinoccios»- yCajamarca-Puerto Viejo, responden a unplan diseñado con toda precisión, cuyapuesta en práctica exigió necesariamentetécnicas topográficas e instrumentos demedida sólo hoy posibles.

La singularidad de este diosingeniero y humanitario, da aTiahuanaco una importancia que va másallá de lo meramente arqueológico,pero, incluso desde esta perspectiva, lavieja ciudad-santuario cobra especial

relieve si lo que afirma Cieza de Leónes cierto: «Fuéronle en muchas parteshechos templos, en lo cuales pusieronbultos de piedra a su semejanza, ydelante dellos hacían sacrificios: losbultos questán en el pueblo deTiahuanacu se tiene que fueron hechosdesde aquellos tiempos…».

Cuando los incas entraron en lahistoria, Tiahuanacoya era un campode ruinas desde hacía siglos; sinembargo, lo que quedaba en piehablaba más de superhombres que dehombres comunes.

Memorias del mar muertoLa datación con el método del

carbono 14 abarca un amplio periodo,con una mayor abundancia de restos

orgánicos, lo que implica mayordensidad y estabilidad de población,entre el 800 a.C. y el 400 d.C; fechasque nos sitúan ante una de las ciudadesmonumentales más antiguas de América.Pero es que antes de esa fase, hubo otrascon menor presencia humana, un periodo«for-mativo» previo a la construcciónde los grandes templos y al cultomasivo, durante el que ya había gentesinstaladas y, presumiblemente,edificaciones de tipo religioso mássencillas y perecederas. El carbono-14ha aportado en algunas catas laantigüedad de 3.500 años, que, aunque«incómoda» para los arqueólogos, se havisto confirmada con otro método, el de

la hidratación de la obsidiana, que midecon precisión el tiempo transcurridodesde que los instrumentos hechos conese vidrio volcánico fueron tallados.Según esa técnica, algunos cuchillos yotros artefactos de obsidiana hallados enTiahuanaco, fueron elaborados hace3.200 años.

Visto lo anterior, y dando crédito ala tradición recogida por Cieza de León,es deducible que Viracocha anduvo poresas tierras en torno al 1500 antes denuestra era y que la ciudad sagrada quehoy está en ruinas, con sus 4,5kilómetros cuadrados de extensión, seempezó a construir varios siglos mástarde; lo mismo que sucedió en elámbito cristiano, donde las catedrales se

levantaron ochocientos o mil añosdespués de la desaparición de Cristo, enmuchas ocasiones sobre pequeñasiglesias o santuarios más antiguos.

La otra frase resaltada, «pusieronbultos de piedra a su semejanza», da aentender que las estatuas de Tiahuanacorepresentan a Viracocha. Es dudoso que,por muy benévolo que fuese, el diosposara para los escultores, por lo cruedebemos suponer que sus retratos estánidealizados, aunque incluyan algunos delos rasgos más sobresalientes delpersonaje recordados de generación engeneración. Y sea o no cierto elparecido, llama la atención que lasestatuas más grandes, de varios metros

de altura, representen a individuos deaspecto verdaderamente extraño, conojos rectangulares que más parecengafas que auténticos ojos; un efecto alque contribuye que, rodeándolos yprolongándose por toda la mejilla abajo,tengan dos placas cubiertas de adornos.Su boca, aunque redondeada ligeramenteen los ángulos, también es rectangular, yen alguna de ellas, con los labiosrodeados por lo que parecen ser otroslabios exteriores. Un gorro, a modo deestrecho casco, quizá un turbante,culmina por arriba su cabeza. Que setrata de personas del más alto rango,queda patente por llevar en sus manossendos cetros, por lo que

Memorias del mar muerto

no hay motivo para pensar querepresentan a otro que a Viracocha y, siacaso, a éste y a algunos de losmiembros de su séquito.

«El dios llorón» de la Puerta delSol de Tiahuanaco, con sus manos decuatro dedos, cómo las del resto defiguras que le rodean en el friso de esapuerta monolítica, y el friso mismo,supuesto calendario de tiemposantediluvianos, han hecho pensar amuchos autores en un posible origenextraterrestre del dios de los Andes.Vaya usted a saber…

Lo que ya no hay forma de saber sila extraña apariencia de esas estatuas secorresponde en algo o en nada con la deldios andino, pero es innegable que elescultor quiso dejar patente que setrataba de gente distinta al común de losmortales, al menos de los que a él le

eran familiares. Distinta y, al decir delos naturales que hablaron conSarmiento de Gamboa, de modales nosiempre afables, porque, igual quehiciera Yahveh, no satisfecho con laconducta de los hombres que habíacreado, decidió matarlos en masa devariadas formas, entre ellas, con elcorrespondiente diluvio:

«Más como entre ellos naciesenvicios de soberbia y codicia,traspasaron el precepto de ViracochaPachayacachi, que cayendo por estatransgresión en la indignación suya, losconfundió y maldijo. Y luego fueronunos convertidos en piedras y otros enotras formas, otros tragó la tierra y aotros el mar, y sobre todo les envió un

diluvio general, al cual ellos llamaronUno Pachacuti, que quiere decir 'agua

Memorias del mar muertoque trastornó la tierra'. Y dicen que

llovió sesenta días y sesenta noches, yque anegó todo lo criado…».

Por aquello de que «se ve mejor lapaja en el ojo ajeno que la viga en elpropio», después de describir estos yotros hechos, igualmente equiparables alos que figuran en el AntiguoTestamento, el bueno de Sarmiento deGamboa termina diciendo: «Esta fábularidicula tienen estos bárbaros de sucriación y afírmanla y créenla, como sirealmente así la vieran ser y pasar».Pero no hemos venido desde el Mar

Muerto hasta el altiplano boliviano paracriticar la cerrazón de un cronista, sinopara trabar conocimiento con Viracochay enterarnos de que el castigo abrasadorllovido del cielo no era un métodoexclusivo de Yahveh. Ignoro si huboalguien que, como Lot y sus hijas, sesalvase del desastre, pero, encompensación, el cronista recogió undato sobre los efectos del fuego divinousado por Viracocha en la ciudad dePukara, que no deja de serdesconcertante:

«…bajó fuego de lo alto sobre losque estaban en el monte y abrasó todoaquel lugar; y ardía la tierra y piedrascomo paja (…). Mas el cerro quedóabrasado de tal manera, que las piedras

quedaron tan leves por la quemazón, queuna piedra muy grande, que un carro nola meneara, la levanta fácilmente unhombre».

La estrategia de los dioses, real oimaginada por los hombres, es tansimilar, que debiera inducir a loscreyentes a una profunda reflexiónsobre aquello en lo que creen: paracastigar a los humanos, como en elcaso de Yahveh, sin razones muyclaras, el dios andino también mandó«un diluvio general, al cual ellosllaman Uno Pachacuti, que quieredecir agua que trastornó la tierra'. Ydicen que llovió sesenta días y sesentanoches, y que anegó todo lo aiado».

(Sarmiento de Gamboa). Vara que esasimilitud de métodos e intencionesquede aún más clara, Viracochatambién hizo llover fuego del cielosobre Pukara, destruyéndola, al puntoque todo resultó calcinado y laspiedras «quedaron tan leves por laquemazón, que una piedra muy grande,que un carro no la meneara, la levantafácilmente un hombre». Curioso poderel de estos dioses…

En el Callejón de Huaylas, entre laCordillera Blanca y la CordilleraNegra, en pleno corazón de los Andes,están las ruinas de Chavín de Huantar,un centro espiritual vinculado aViracocha.

Doy por seguro que Kazantzev noleyó a los cronistas de Indias; dehacerlo, habría escrito todo un tratadosobre Viracocha y sus armas atómicas ydesintegradoras…; que lo mismo lasusó, porque el relato de sus hazañasincluye hechos tan

sorprendentes como transformarmontes en llanura y viceversa o hacerbrotar manantiales en la dura roca. Nose puede negar que al referirse a sus

dioses el hombre tiende a exagerar, peroen este caso contamos con laindiscutible evidencia de su capacidadtécnica, implícita en la ya mencionadaruta que siguió, y es lógico suponer quetal nivel de conocimientos no selimitaba a la topografía.

Podría extenderme mucho más sobreel tema, suelo hacerlo en cuanto se meda ocasión, porque el dios de los Andesy sus dos ciudades emblemáticas,Tiahuanaco y Chavín de Huantar -estaúltima a unos mil trescientos kilómetrosde distancia y en plena cordillera andinaperuana, pero, en mi opinión,directamente vinculada a la primera-,me atraen tanto como me desconciertan,sin embargo no lo haré: hemos dejado a

medias la cuestión de Sodoma yGomorra y es hora ya de que volvamosal Mar Muerto.

Un misterio cubierto porla sal

Los dioses son dioses y, comotales, pueden hacer lo que les venga engana sin dar cuentas a nadie, pero, porlo que hemos visto, cuando quierenmatar a un grupo de impíos

Memorias del mar muertorecurren a métodos cuyos efectos

exceden el fin propuesto y, de paso queaniquilan a los supuestamentemerecedores del castigo, asesinan a losinocentes, achicharran las piedras oreducen todo un valle a cenizas… ¡Con

lo fácil que sería para un dios realmentepoderoso hacer que cayesen fulminadossus enemigos sin manchar siquiera laropa que llevan puesta!

O los «textos sagrados» y lastradiciones en que se basan son una sartade mentiras con finalidad ejemplarizanteo detrás de esos relatos hay hechosauténticos que los testigos no supieroninterpretar correctamente. Lo másprobable es que en esos libros hayamucho de las dos cosas. Una extensainundación local se transforma con eltiempo en un diluvio mundial paracastigar, no se sabe bien por qué, a lahumanidad. Un terremoto que se traga amiles de israelitas acaba interpretándosecomo «justicia» divina para dar buena

cuenta de Coré, Datan, Abirón y sugente, que estaban hasta las narices delÉxodo y de los caprichos del histéricoYahveh. Lo mismo podría decirse de lasplagas de Egipto, del paso del MarRojo, de la caída de las murallas deJericó y de tantos otros acontecimientos.En el caso de Sodoma y Gomorra, loúnico seguro es que no ha quedado nirastro de ambas ciudades. El nombre deSodom figura en los mapas de Israelaludiendo a una zona no bien delimitadaen la que el viajero encontrará un monte,modernos hoteles a la orilla del Mar dela Sal y todo el desierto que quiera, peroni un solo ladrillo de aquella urbelicenciosa. Es posible que, en efecto,

fuera desintegrada, borrada junto a laotra de la faz de la tierra, aunquetambién es posible que, simplemente, nose la haya buscado en el lugar adecuado.En el lado derecho de esta página, ellector encontrará un mapa del MarMuerto que he hecho yo mismo sobre lamarcha, échele una ojeada.

¿Ya? Si es así, habrá apreciado quehay dos zonas diferenciadas: una alnorte de la península de Al Lisán, elauténtico Mar Muerto, conprofundidades de hasta cuatrocientosmetros, y otra por debajo de ella, conaguas muy poco profundas; entre ambasqueda una franja de terreno pantanoso.

Mapa del Mar Muerto. La zonainundada tras la catástrofe es la queestá por debajo de la península de AlLisán y en la que probablemente seencuentran sumergidos los restos deSodoma y Gomorra.

Como ya se ha dicho, este lago convocación de mar forma parte de la Gran

FallaMemorias del mar muertoAfroasiática, lo mismo que el lago

Tiberiades y el lago Hule, más al norte.Es una larga línea de inestabilidadgeológica que ha dejado enormecicatrices en la corteza terrestre y en laque hasta no hace mucho eran frecuenteslos terremotos y las erupcionesvolcánicas. Es posible que la últimagran catástrofe fuera precisamente la quetuvo por escenario al Mar Muerto hacetres mil quinientos o cuatro mil años: unmovimiento sísmico que sacudióviolentamente la región, hundiendo partedel valle de Siddim, en tanto que, entreerupciones de magma y enormesllamaradas de asfalto ardiente, el mar,

roto su límite a la altura de la actualpenínsula de Al Lisán, anegaba lacuenca recién hundida hasta alcanzar susdimensiones actuales.

Un cataclismo natural, menosexcitante que lo del fuego destructor deYahveh, pero mucho más lógico, del queotros autores antiguos también dieroncuenta, aunque sin atribuírselo a diosalguno, como el sacerdote fenicioSanchumiatón en su Historia Antigua:

«El valle de Siddim se hundió y seconvirtió en mar

del que salen continuos gases, sinque allí se vean

peces, sólo un cuadro de desolacióny muerte».

Cuando la luz es favorable, en laparte menos profunda del Mar Muertopueden verse bajo la superficie del agualos fantasmales troncos de árboles queformaron en tiempos parte de un bosque.Son el mudo testimonio de un pasado enel que esa parte del valle estaba llena devida. Cubiertas por las mismas aguas ytoneladas de cieno, duermen con todaseguridad las ruinas de aquellas míticasciudades; entre sus paredes,conservados piadosamente por la saldesde hace treinta y cinco o cuarentasiglos, arqueólogos futuros encontrarántambién los huesos de sus habitantes.

Pero la destrucción y la muerte noson sólo obra de la naturaleza o de los

dioses; los hombres hemos demostradodesde siempre una especial capacidadpara llevar a cabo esas tareas sin ayudaalguna. A la orilla de este manso yestéril mar hay un ejemplo de ello enuna meseta descarnada barrida por elviento del desierto a la que llamanMasada.

Más al norte,

incrustado tambiénen la Gran FallaAfroasiática y unidoal Mar Muerto porel río Jordán, el lagoTiberiades, «mar»de Galilea, lleno de

vida en sus aguasy en torno a él.Memorias del mar muerto

MasadaPara Israel es un símbolo. Fue el

último reducto de los resistentesdurante la conquista romana, el lugardonde en el año 73 d.C. casi mil judíosprefirieron suicidarse antes que rendirsea las legiones del Imperio. Al menos esoes lo que relató el historiador FlavioJosefo, ya veremos después si con rigorhistórico o dejándose llevar por surecién estrenado y, según mi criterio,engañoso ardor patriótico. De lo que nohay duda es de la importanciaarqueológica de ese casi inaccesible

peñón que, además, sigue conservandodentro de sus muros derruidos unmisterio que hasta este momento nadieha resuelto.

Vista aérea de

Masada, en la que puedeapreciarse

su situación de aislamiento y lo

escarpado de sus paredes, que laconvierten en una fortaleza natural.Contempladadesde abajo, la enorme rocaresultaimpresionante. Está en plenodesierto de Judea, cercade la ribera occidentaldel Mar Muerto, y la llanuraque se extiende a su pie porel lado este hace que aúnresalte más su condición defortaleza inexpugnable.Cuando levanté la vista hasta los

restos de construcciones que seasomaban al acantilado, cuatrocientosmetros más arriba, entendí que su

conquista costase tantos años y esfuerzo.También imaginé lo que habría supuestoascender por el empinado «camino de laserpiente», el único acceso que lameseta tuvo en tiempos de la conquistaromana, cargados con cámaras ypertrechos. Todavía está practicablepara aquellos que aman el deporte oprefieren ahorrarse el precio delfunicular, pero, afortunadamente, paranosotros estaba descartada esa opciónpor el peso y la fragilidad del materialde rodaje.

Memorias del mar muertoPendiente de los gruesos cables de

acero, la cabina ascendía a buen ritmo.Apenas daba tiempo para observar conalgún detalle las oscuras entradas a las

cuevas que se abrían a diferentes alturasen las paredes del acantilado y, aunquesé que no lo haré, recuerdo que al verpasar a ambos lados, casi al alcance dela mano, aquellas sombrías e incitadorascavernas, me prometí a mí mismo volverpara explorarlas todas. En una de ellasse han encontrado restos de gentes quela habitaron temporalmente hace nadamenos que seis mil años; el por qué,como otros después que ellas,escogieron tan aislado e inhóspitocobijo, es algo que no entiendo, a no serque, más que alojamiento, lo quebuscaron fuese un escondite, comohicieron a principios de nuestra Era elgrupo de rebeldes protagonista de esta

historia.No estaríamos hablando ahora de

Masada si Herodes el Grande nohubiera decidido construirse en ella unaresidencia hacia el año cuarenta antes deCristo. Lejos de cualquier parte y enmedio del desierto, está claro que noeligió el solitario peñón como lugar devacaciones. Pese a haber levantado elSegundo Templo de Jerusalén, ensustitución del antiguo Templo deSalomón destruido quinientos años antespor el ejército de Babilonia, y compartiren buena medida las decisiones deestado con los miembros del Sanedrín,el ambiente social era cada vez mástenso, los agitadores incitaban a larebelión desde cualquier esquina y era

presumible un levantamiento en masa. Sia esos problemas internos, añadimosque la intrigante Cleopatra presionaba aMarco Antonio para que invadiese elpaís, no es extraño que Herodes buscaseun confortable y seguro refugio. Lassiete inconquistables hectáreas queofrecía la superficie libre de la mesetaeran más que suficientes para eseobjetivo.

Por las razones antedichas o por unaabsurda veleidad, el caso es que en eseinsólito lugar se levantaron murallas,palacios, almacenes, edificiosadministrativos, baños públicos y todoaquello que un rey de su importancianecesitaba para mantener durante un

largo periodo de tiempo el tipo de vidaal que estaba acostumbrado. Paraconseguirlo, embarcó a arquitectos,constructores y artesanos en una tareaque, aún hoy, estando todo en ruinas,causa asombro: donde sólo habíasequedad, hubo jardines y estanques;donde sólo se oía el susurro del viento,hubo voces y risas; donde sólo habíatierra y piedra, se levantaron torres ycolumnas… Fue una especie de milagro,un sueño imposible que se hizo realidad.

En el ángulo norte, en la parte en quela meseta se afila como la proa de unbarco, con el abismo por delante y aambos lados, se construyó un palaciocolgante

Memorias del mar muerto

dispuesto en tres terrazas, la inferiora casi cuarenta metros por debajo delborde del acantilado. Un palaciocaprichoso e íntimo, con numerosashabitaciones, suntuosos baños, ampliossalones y miradores desde los quecontemplar la siempre cambiante bellezadel desierto. Y arriba, en el interior dela meseta, otro palacio, el oficial, conedificios adyacentes paraadministradores y criados. Cuartelespara la guarnición, grandes almacenesen los que guardar grano, legumbres,dátiles… Huertas y establos… Nadafaltaba, pero ¿y el agua?

Reconstrucción de Masada. A. laderecha, en el extremo, el palacio«colgante» de Herodes. Ya en lo alto demeseta, por encima de éste, el palacioadministrativo y los almacenes. Los

bordes de la meseta se hallabanprotegidos con un muro defensivo alque estaban adosados los cuarteles dela guarnición. Bofo el funicular está el«camino de la serpiente», única vía deacceso.

Aparte de la necesaria para beber yasearse, debió haber agua abundante enMasada, porque las excavaciones handejado al descubierto varias salas debaños, incluso una pública. Además, lomismo que había una sinagoga para losjudíos practicantes, que eran muchos enel séquito de Herodes, había también unestanque para baños rituales: un mikave.¿De dónde procedía el agua en un lugartan aislado, lejos de cualquier río?

Aunque de ordinario secos y

polvorientos, los desiertos reciben decuando en cuando el regalo de la lluvia,generalmente, de forma tan torrencialcomo breve, y el que rodea Masada noes una excepción. Cerca de la mesetahay dos wadis, dos cauces, casi todo elaño secos, por los que discurre el aguaen las pocas ocasiones en que las nubesse muestran generosas; sólo era cuestiónde retenerla sin que se perdiera una gotay luego conservarla. Para solucionar elprimer problema, los constructores de laciudadela levantaron dos pequeñaspresas y dos acueductos

Memorias del mar muertode los que apenas quedan vestigios.

Gracias a ellos, llevaron el agua hasta la

meseta; sin embargo, faltaba lomás difícil: almacenarla de forma

que, por el intenso calor, no seevaporara.

Fotografía aérea de las ruinas delpalacio «colgante» distribuido en tresterrajas, al que Herodes el Grandedotó con todos los lujos que lascircunstancias permitían y que nuncallegó a utilizar.

Las cisternas subterráneasexcavadas en el interior de la mesetagarantizaban el necesario suministrode agua, aun durante un largo periodode tiempo.

Pese a no estar la vista, los aljibesde Masada son, sin duda, la obra másimportante que acometieron aquellosingenieros de hace dos mil años.Excavaron nada menos que doce-cisternas en el corazón de la roca, cada

una con capacidad para cuatro milmetros cúbicos. En total, los habitantesde esa fortaleza natural dispusieron de¡casi

Memorias del mar muertocincuenta millones de litros de agua!

Más que suficiente para resistir un largoasedio. Asedio que no llegó aproducirse, al menos en tiempos deHerodes. Aquella ciudadela amurallada,provista de todos lo recursosnecesarios, y su fastuoso palaciocolgante no llegaron a cumplir la funciónque les había sido asignada. Tendríanque pasar unos setenta años antes de queMasada se convirtiese en reducto paraun grupo de sitiados.

Un mikave, baño ritual, previstopara los miembros judíos del séquitode Herodes y que luego fue utilizadopor los pelotas refugiados en lafortaleza.

Después de tres de lucha sangrienta,la rebelión judía iniciada en el añosesenta y siete la ocupación habíaterminado conseguir su objetivo. Pese agrupos aislados de

Memorias del mar muertorebeldes continuaron hostigando a

las tropas del Imperio y dedicándose alpillaje como medio de subsistencia. Uno

de esos grupos, perteneciente a la sectade los zelotas, hizo de Masada su cuartelgeneral.

La rampa levantada por el ejércitoromano; una obra de colosalescaracterísticas, que hizo posible atacarel muro defensivo con pesados arietes ymáquinas de guerra, consiguiendofinalmente la conquista de Masada.

Entre las diferentes faccionesnacionalistas judías, los zelotas eran losmás radicales. En gran medida fueronellos los responsables del alzamiento enPalestina contra Roma: observantesrigurosos de la Ley Mosaica desde laépoca de los Macabeos, no podíanconsentir que reinase un extranjerosobre el país que, por decreto de él

mismo, estaba destinado a ser regidopor Dios. Consecuentemente, no estabandispuestos a rendirse bajo ningúnconcepto. Los que se refugiaron en lameseta eran novecientos sesenta,incluidos mujeres y niños, bajo elmando de Eleazar ben Yair, y allípermanecieron hasta un día de laprimavera del año 73, en el que todosellos encontraron la muerte.

Han transcurrido más de diecinuevesiglos, pero todavía son visibles alláabajo los restos de los ochocampamentos y de la muralla quelevantó el general Flavio Silva pararodear Masada y evitar que los rebeldespudiesen escapar. No sabemos con

exactitud cuánto duró el asedio, perodebió ser mucho. Tanto, que el veteranomilitar acabó tomando la decisión deconstruir una rampa de tierra y piedraspor la que hacer llegar sus máquinas deguerra hasta los muros defensivos yasaltar la inexpugnable fortaleza. Fueuna obra colosal que, desafiando altiempo, aún sigue en pie.

A medida que la rampa progresaba,las cada vez más cercanas catapultasaumentaban su eficacia y los proyectiles,ennegrecidos con betún y cenizas paraque fuese difícil verlos llegar yevitarlos, llovían sobre los asediadoscomo siniestro anticipo de su yainevitable derrota. Cubierto el últimotramo de la rampa con un pontón, la alta

torre de asalto forrada de hierro llegóhasta el muro mismo, que empezó aestremecerse por los formidables golpesde ariete, en tanto que, desde arriba, lossoldados romanos arrojaban piedras ydardos sobre los defensores. Llegó lanoche y, con ella, una forzosa pausaantes del ataque final. Se redobló laguardia para que nadie escapara deMasada aprovechando las sombras, loslegionarios consumieron la que paramuchos de ellos sería presumiblementesu última cena y aquellos que habían deintervenir en la batalla del día siguiente,la que daría término al asedio,intentaron dormir.

Memorias del mar muerto

Apenas había asomado el sol porencima de la tierra de Moab, al otrolado del Mar Muerto, cuando el pesadoariete golpeó de nuevo. Esta vez no huboresistencia alguna; sin duda, los sitiadoshabían abandonado el muro y lascasamatas adosadas a él para hacersefuertes en otras construcciones delinterior de la meseta. Al fin se abrióbrecha suficiente y enardecidos,ansiosos tal vez de una lucha cuerpo acuerpo tantos meses retrasada, loslegionarios de Roma entraron enMasada.

Nadie salió a su encuentro. Ni unaflecha, ni una espada en alto, ni siquieraun grito de guerra o el llanto de un niño.

Nadie estaba esperándolos excepto elsilencio. Aquellos novecientos sesentazelotas que defendían Masada, hombres,mujeres y niños, habían elegido lamuerte antes que rendirse.

La historia escribe sus páginas concrudeza, con la desapasionada fuerza delos hechos, sean éstos heroicos omiserables. Los historiadores, aunhabiendo sido testigos de aquello querelatan, vierten en esas páginas sussentimientos; por eso, siendo la misma,la historia tiene tantos rostros comoplumas la escriben. En el caso deMasada, nadie quedó de entre losdefensores para contar de primera manolo que sucedió en las horas previas aaquella mañana, sin embargo, la

patriótica arenga con la que Eleazar benYair convenció a sus compañeros paraque matasen a su familia y luego a símismos se ha convertido en un textofundamental para el nacionalismo judío:

«Ya que nosotros, desde hace muchotiempo, mis generosos amigos,decidimos no ser nunca siervos de losromanos, ni de nadie que no fuera elpropio Dios, el cual es únicamente elverdadero y justo Señor de lahumanidad, ha llegado el momento quenos obliga a poner en práctica esaresolución. Y no nos hagamosacreedores de nuestro propio reprocheen este momento contradiciéndonos, yaque cuando decidimos no aceptar la

servidumbre, aunque entonces era sinpeligro, ahora tendríamos que aceptar,junto con la esclavitud, castigos que sonintolerables; digo esto, suponiendo quelos romanos nos sojuzguen bajo su poderestando nosotros con vida. Fuimos losprimeros que nos levantamos contraellos; y no puedo sino considerar comoun favor que Dios nos ha concedido elque esté todavía en nuestras manos elmorir valientemente, y libres, lo cual nofue el caso de otros que fueronconquistados por sorpresa. Está claroque seremos conquistados dentro de undía tan sólo; pero todavía podemoselegir el morir gloriosamente, junto connuestros más queridos amigos. Esto eslo que nuestros enemigos no pueden de

Memorias del mar muertoninguna manera evitar, aunque

estarían muy deseosos de capturarnosvivos.

Ya no podemos intentar por mástiempo el luchar contra ellos yvencerlos. Hubiera sido mejor paranosotros el haber adivinado losdesignios de Dios antes, y al principiode todo, cuando estábamos tan deseososde defender nuestra libertad y cuandorecibimos tan duro trato entre losnuestros, y peor trato de nuestrosenemigos, y habernos dado cuenta deque aquel mismo Dios que desde antiguohabía favorecido a la nación judía, lahabía ahora condenado a la destrucción;

pues si hubiera continuado favorable, oestuviera por lo menos ofendido connosotros en menor grado, no hubieradejado perecer a tantos hombres, nihubiera dejado que su ciudad mássagrada fuera incendiada y destruida pornuestros enemigos.

En realidad, nosotros teníamos ladébil esperanza de salvarnos y serlibres, ya que no habíamos sidoculpables de ningún pecado contra Dios,ni habíamos tomado parte en lospecados de los otros; tambiénenseñamos a otros hombres a conservarsu libertad. Por lo tanto, considerarcómo Dios nos ha convencido de quenuestras esperanzas eran vanas, al hacercaer sobre nosotros tal desgracia en el

estado desesperado en que nosencontramos hora, y que ha rebasadotodos nuestros cálculos, pues estafortaleza que era de por síinconquistable no ha servido parasalvarnos; y aun cuando todavía tenemosgran abundancia de comida y una grancantidad de armas y otras cosas útiles enmayor número de lo que necesitábamos,estamos claramente privados por Diosmismo de toda esperanza de salvación;pues ese fuego que cayó sobre nuestrosenemigos no se volvió por sí mismosobre la muralla que habíamosconstruido; esto fue el efecto de lacólera de Dios contra nosotros pornuestros múltiples pecados, de los que

hemos sido culpables de una manerainsolente e increíble en lo que toca anuestros propios compatriotas; elcastigo de los cuales recibámoslo no porlos romanos, si no por medio del mismoDios, ejecutado por nuestras propiasmanos, ya que éstas serán más piadosasque las de los otros. Dejemos morir anuestras mujeres antes de que abusen deellas, y a nuestros hijos antes de quehayan probado la esclavitud; y despuésde haberlos matado, concedámonos talbeneficio mutuamente, y conservémonosen nuestra libertad, como un ejemplarmonumento funerario.

Memorias del mar muertoPero primero

destruyamos nuestrodinero y la

fortaleza por medio del fuego; puesestoy bien seguro

de que esto causará un gran disgustoa los romanos,

que no podrán apoderarse denuestros cuerpos y

también serán privados de nuestrasriquezas; no

conservemos nada, salvo lasprovisiones, pues ellas

darán testimonio, cuando estemosmuertos, de que no

fuimos vencidos por falta de lascosas necesarias,

sino que, de acuerdo con nuestra

resolución, hemospreferido la muerte antes que la

esclavitud».El arrebatado discurso puesto en

boca de Eleazar ben Yair fue escrito porel historiador Flavio Josefo y, aunquecon menos retórica y más rudeza, bienpudo ser así. No obstante, ni siquiera esseguro que el jefe zelota lanzase arengaalguna y, mucho menos, que los sitiadosasumiesen de buen grado suejemplarizante sacrificio. Flavio Josefovertió en esas páginas todo su fervorpatriótico, recreando en función de loheroico y con abundancia de detalles,necesariamente inventados, ese episodiode la historia judía. Para algunos, fue lamanera de reconciliarse con sus

compatriotas.Su verdadero nombre era Joseph ben

Matthias y pertenecía a un noble familiade Jerusalén, sin embargo, su másconocida obra, La guerra de los judíos,fue escrita desde el bando romano. Lasrazones de esa aparente contradiccióntienen que ver con su biografía, digna deser novelada, si es que no se ha hechosin que yo lo sepa, lo que nada tendríade extraño. Vivió esos tumultuosos añosque, tras el fallido levantamiento contraRoma, culminaron con la desapariciónde la nación judía y la dispersión de supueblo. Él mismo fue uno de loscomandantes que dirigieron al ejércitosublevado en el frente de Galilea. Hecho

prisionero tras la caída de Jotapa en elaño 67, profetizó al procónsulVespasiano que sería emperador, lomismo que su hijo Tito, como asísucedió. Faltaban dos años para que suprofecía se cumpliese, por tanto debióhacer gala de otros méritos además delde vidente, porque Tito lo tomó comoamigo, fue liberado y, terminada laguerra, se marchó a Roma con él,gozando del favor de la familia Flaviodurante los treinta años que vivió en lacapital del Imperio. No es extraño que,por estas razones, fuera consideradotraidor entre los judíos, aunque algunosde sus traductores consideren injusta esaacusación. No sin falta de razón,argumentan que, como tantos

intelectuales repartidos por el mundoantiguo tras la desaparición del estadohebreo, se adaptó a las costumbres eideas de su país anfitrión sin dejar deser fiel a la causa judía. Puede que fueseasí, pero lo cierto es que formó parte delejército romano en el asedio

Memorias del mar muertoy conquista de Jerusalén, algo que,

desde la óptica de los vencidos, nopuede considerarse de otra forma que detraición, y que en La guerra de losjudíos y otros textos posteriores quedaimplícito su convencimiento de que lomás conveniente para la seguridad dePalestina era integrarse en el ImperioRomano. En su opinión, la causa de la

guerra había que buscarla entre losnacionalistas exaltados antes que entreel pueblo llano, satisfecho en suconjunto de la tutela romana, por esoresulta chocante que en su relato de loacaecido en Masada defienda con tantavehemencia la causa nacionalista yeleve a ese grupo de zelotas, una de lassectas independentistas más radicales, ala categoría de mártires por la libertad.Ni siquiera se muestra compasivo conlos que, tras escuchar el discurso deEleazar ben Yair, según su propiaversión idealizada del suceso, sesintieron comprensiblementehorrorizados ante la idea de sacrificar asus esposas e hijos:

«Pero, sin embargo, no todos los

soldados estuvieron de acuerdo; porqueaunque algunos de ellos tenían muchoempeño en poner en práctica esreconsejo, y estaban en cierto modogozosos por ello, y pensaban que lamuerte era una buen cosa, sin embargohabía otros más apocados que sentíanpena por sus esposas y familias; ycuando estos hombres se sintieronconmovidos por la perspectiva de supropia y cierta muerte, se miraronatentamente entre sí y, por las lágrimasque había en su ojos, demostrarondiscernir de esta opinión. CuandoEleazar vio a estas gentes con tal miedo,y que sus almas desfallecían ante unaproposición tan grave, temió que estas

personas afeminadas, con sus lamentos ylágrimas, debilitasen a aquellos quehabían acogido valientemente lo que élhabía dicho; así que no cesó deexhortarles, y apelando a los argumentosapropiados para levantar su ánimo,empezó a hablarles más violenta yclaramente de lo que concernía a lainmortalidad del alma. Así que dio untriste gemido, y fijando su ojos conatención en los que lloraban, habló así:En realidad estaba terriblementeequivocado cuando pensaba estarayudando a hombres valerosos queluchaban fieramente por su libertad, aaquellos que estaban dispuestos a vivircon honor, o si no a morir; pero meencuentro con que vosotros sois gentes

como las demás, ni mejores en virtud nien valor, y tenéis miedo de morir…».

Aunque importante para quienessienten curiosidad por ese capítulo de lahistoria y fundamental para elnacionalismo judío actual, renuncio, porsu extensión, a

Memorias del mar muertotranscribir íntegro el largo alegato

del jefe zelota, remitiendo al lectorinteresado al texto original o, másfácilmente, al libro Masada/ Lafortaleza de Herodes y el últimobastión de los Zelotes, escrito por elarqueólogo Yigael Yadin, ymagníficamente editado por EdicionesDestino, en el que se incluye completo

el discurso. No obstante, me gustaríahacer alguna consideración sobre esetexto, para lo que es inevitable incluiralgunos fragmentos más.

No hay duda de que con su versiónde lo sucedido en Masada, FlavioJosefo se rehabilitó plenamente ante losojos de sus compatriotas, al punto quehoy es leída en las escuelas y, siendoevidente que él no estuvo allí, se tienepor cierta en todos sus extremos. Pero esel célebre discurso «pronunciado» porEleazar ben Yair en esas trágicascircunstancias, la parte del relato quemás emocionadamente se recuerda. Fuealgo así como el «canto del cisne», elpostrero acto de un líder judío antes deque su nación desapareciese del mapa,

la apertura de un paréntesis apáftridaque no se cerraría hasta casi diecinuevesiglos después, el 14 de mayo de 1948,con la creación del estado de Israel…No es, pues, extraño que ese discursotenga tanta importancia para losisraelitas actuales y lo consideren comoun legado de inapreciable valor queafianza su identidad como nación. Y estábien que así sea, sin embargo, eldiscurso no es del recordado patriotajudío, un nacionalista radical, sino deFlavio Josefo, un judío fariseo proclivea la integración de Palestina en elImperio Romano y, desde luego,manifiestamente contrario a los zelotas yal resto de los grupos nacionalistas. El

por qué renunció a relatar los hechoscon la aséptica distancia del historiadoro, a lo sumo, expresando unacomprensible simpatía hacia lossitiados, es algo que siempre me haintrigado. Lejos de ello, asumió el papeldel protagonista, metiéndose en la pielde ben Yair, y redactó un largo einnecesario discurso en el que,aparentemente, sólo aparentemente,como después veremos, ensalza todocuanto antes había criticado.

Un par de cuervos, acostumbradossin duda a los turistas, se posaron en losrestos de un muro cerca de mí. Apenasreparé en ellos, el viento del desierto,caliente y seco, dejaba diminutos granosde arena en mi barba; salvo él, salvo su

débil gemido, todo era silencio. ¿Quémejor momento para rememorar elpatriótico discurso?

Expectantes, ávidos de palabras quehiciesen noble el bárbaro acto queacababa de proponerles, los zelotas, conel corazón encogido y los ojosdesmesuradamente abiertos, fascinados,quizá, como el pajarillo que espera ser

Memorias del mar muertodevorado por la serpiente,

escuchaban a su jefe. Les dijo que su finno era fruto de las circunstancias, sinodesignio de Dios:

«¿No estamos avergonzados de tenermás innobles ideas que los indios, y delanzar con nuestra cobardía una afrenta

contra las leyes de nuestro país, que sontan admiradas e imitadas por toda lahumanidad? Pero puestos en el caso deque nos hubiésemos criado en otrascreencias y nos hubieran enseñado quela vida es el mayor bien que puedenalcanzar los hombres y que la muerte esuna calamidad, las circunstancias en lasque ahora nos encontramos deberíaninducirnos a soportar tal calamidadvalientemente, ya que nos viene pormandato de Dios, y por necesidad, elque tengamos que morir; porque ahoraparece que Dios hubiera decretado talcosa contra el pueblo judío; quehayamos de ser privados de esta vida,de la que él sabía que haríamos mal uso;pues no creáis que vuestra presente

condición se debe a vosotros, ni penséisque los romanos son la verdadera razónde que esta guerra que hemos pasadohaya sido tan desastrosa para nosotros;estas cosas no han sucedido por causade su poder, sino que una causa máspoderosa ha intervenido y los ha hechoparecer conquistadores nuestros. ¿Conqué armas romanas, os pregunto, fueronmatados los judíos de Cesárea? Conningunas. Al contrario, no estaban enabsoluto dispuestos a rebelarse y sepasaban el tiempo guardando lafestividad del séptimo día, y ni tansiquiera levantaron su manos contra loshabitantes de Cesárea; sin embargo,éstos los arrollaron en grandes

multitudes y les cortaron el cuello, y loscuellos de sus mujeres y niños, y estosin intervenir los propios romanos, quenunca nos tomaron por enemigos, hastaque nos rebelamos contra ellos».

Sonreí para mis adentros: por bocade ben Yair, Josefo estaba soltando supropio discurso. Era Dios quien habíadecidido el curso de la guerra, no losromanos; eran los habitantes de Cesáreaquienes habían degollado a los judíos,no los romanos, «que nunca nos tomaronpor enemigos, hasta que nos rebelamoscontra ellos». Y aún puso más ejemplos,como los dieciocho mil judíos muertosen Damasco o los sesenta milsacrificados en Egipto.

No, los romanos no eran sus

enemigos naturales, sino un simpleinstrumento del designio divino: «…estas cosas no han sucedido por causade su poder, sino que una causa máspoderosa ha intervenido y los ha hechoparecer conquistadores nuestros». Noera la caída del último

Memorias del mar muertoreducto rebelde en aquella guerra,

era algo mucho más grave ytrascendente. La misma intuición que lehabía llevado a presagiar queVespasiano y Tito serían emperadores,parecía decirle a Flavio Josefo que, porsu fatal condición de «pueblo elegido»,el destino de los judíos era no integrarsecon el resto y vivir sin patria,

perseguidos o masacrados durantesiglos, quizá para siempre, como anteslo habían sido en Scytopolis, en Siria

o en el país del Nilo.Pero, enemigos o instrumentos del

destino, los romanos estaban a punto deirrumpir en Masada, y la inventadaexhortación del jefe zelota no tenía otrofin que el de convencer a suscorreligionarios de que era mejor lamuerte que la rendición. Para los másfanáticos, lo dicho resultaba suficiente,les bastaba con saber que el asesinatode su familia y su suicidio eran, a lapostre y en igual medida, un acto dehonor y una expiación. Faltaba persuadira los pusilánimes. Sólo un argumentopodría vencer su temor a la muerte, y era

que temiesen más a las consecuencias deno estar muertos cuando los legionariosde Roma los apresaran a la mañanasiguiente:

«…pero en cuanto a la multitud queestá ahora sojuzgada por los romanos,¿quién no se compadeciera de suestado? ¿Y quién no se apresuraría amorir antes de sufrir las mismasmiserias que los otros? Algunos hansido llevados al suplicio y torturadoscon fuego y latigazos hasta morir.Algunos han sido destrozados poranimales salvajes o conservados vivospara ser devorados por éstos y asíproporcionar diversión yentretenimiento a nuestros enemigos; y

aquellos que todavía están vivos debenser considerados como los másdesgraciados, los cuales, deseando lamuerte, no pudieron conseguirla».

Esos y otros atroces malesesperaban a los supervivientes. Josefono escatimó en su discurso terriblesdescripciones que, en boca de Eleazarben Yair, pudiesen haber convencido alos más remisos, sin embargo, una vezmás, se descubre a sí mismo exonerandoa los romanos:

«Nos rebelamos contra los romanoscon grandes pretensiones de valor, ycuando al final nos invitaron a que nossalváramos, no quisimos plegarnos aellos. ¿Quién no creerá por tanto queahora se hallan enfurecidos contra

nosotros, en caso de que puedancogernos vivos?».

No sabemos cuáles fueron losverdaderos argumentos esgrimidos porben Yair y, si queremos ser estrictos, nisiquiera podemos estar ciertos de quepronunciase discurso alguno; sólosabemos que Flavio Josefo,atribuyéndoselo al

Memorias del mar muertolíder rebelde, escribió un

discurso,su propio discurso, en el

que, entreotras cosas, deja patente

que el

motivode la inmolación no fue otro que el,

muy humano pero dudosamenteejemplar, de huir de un destino queacababa de serles descrito como peorque la propia muerte:

«No hubo ni uno solo de estoshombres que sintiera escrúpulos decumplir su parte en esta terribleejecución, y cada uno de ellos mató asus parientes más queridos.Desgraciados fueron ellos, sin duda,cuya desesperación les forzó a sacrificara sus propias mujeres e hijos, con suspropias manos, como el menor de losmales que les esperaba. Así que nopudiendo soportar la pena bajo la que se

hallaban por lo que habían hecho, yconsiderando un insulto para los quehabían matado el vivir siquiera el máscorro espacio de tiempo después deellos, colocaron todo lo que poseían enun montón y le prendieron fuego.Entonces escogieron diez hombres porsorteo entre ellos, para que mataran alresto; y cada uno de los otros se tendióen el suelo junto a su mujer e hijos,extendiendo su brazo sobre ellos yofreciendo su cuello al golpe de los quedebían ejecutar tan triste oficio; ycuando estos diez hombres, sin miedo,hubieron terminado con todos, siguieronla misma regla para echar a suerte entreellos, que aquél a quien lecorrespondiera debería matar a los otros

nueve y después matarse a sí mismo».Cuando, por razones que no entro a

considerar, se está más cerca de laspersonas que de los ideales y, como esmi caso, se contemplan conescepticismo valores tan incuestionablespara la mayoría como religión, patria,lengua o tradición, se tiende a despojara los hechos históricos de su barnizpropagandístico y a intentar imaginarloscomo realmente fueron. Lo que esanoche pasó en Masada debió serterrible. No es cierto, no puede serlo,que todos ofrecieran resignadamente sucuello al improvisado verdugo. Hubogritos, carreras, mujeres y niñosdespavoridos, tratando de eludir una

muerte que no deseaban, horrorizadosante la espada que esgrimía su propioesposo o padre. Muchos de los hombres,llegado ese momento extremo, arrojaronsu arma, incapaces de matar a aquellosque amaban, siendo asesinados ellos ysus familias por los más fanáticos. Lomismo que en Sagunto o Numancia y entantos lugares que fueron escenario de«hazañas» semejantes, lo sucedido enMasada requiere otros adjetivos que losde heroico o noble, por mucho que asíconvenga a quienes, manipulándola,utilizan la historia en su propiobeneficio. Pero ha sido siempre así yseguirá siéndolo, por lo que más valedejar a un lado esta inútil

Memorias del mar muerto

reflexión y terminar con el texto deFlavio Josefo, como hemos ido viendo,no menos manipulador que el resto delos historiadores comprometidos conuna idea. Es por él también, por quiensabemos que no todos murieron:

«Sin embargo, sobrevivieron unaanciana y otra que

era de la familia de Eleazar,superior a todas las

mujeres en prudencia y sabiduría,que con cinco niños

se habían escondido en cuevassubterráneas,

habiéndose llevado allí agua parabeber; y estuvieron

escondidas mientras los otros se

dedicaban matarse».Que hubiese supervivientes,

resultaba imprescindible; de no habertestigos que contasen lo sucedido -aunque él no dice que fuesen losmiembros de ese pequeño grupo sufuente de información, es lógicodeducirlo, puesto que nadie mássobrevivió-, el relato habría quedadoreducido a una mera suposición.Probablemente es eso y no otra cosa,pero concedamos que las dos mujeres ylos cinco niños sobrevivieron y narraronla tragedia que después recrearía FlavioJosefo; aun así, resulta obvio que lo másque pudieron referir acerca del discursoes su tono e intención, acaso algunafrase concreta. Insisto en ello, porque,

como ya he dicho, para los judíos,Masada es un símbolo de su identidad ytal discurso el texto que mejor encarnasu sentimiento nacionalista. Seducidospor la envoltura, no han reparado en quesu contenido expresa precisamente locontrario de lo que el propio Eleazarben Yair habría dicho, y si alguien lo hahecho, ha preferido callárselo para nodestruir el mito. Por si hubiera algunaduda sobre la intención de Josefo, en elúltimo párrafo trascrito no tacha a lasdos mujeres de traidoras o cobardes, yaque, egoístamente, prefirieron salvarseantes que compartir el heroico destinodel resto; muy al contrario, hace que unade ellas sea, nada menos, que «de la

familia de Eleazar» y la retrata como«superior a todas las mujeres enprudencia y sabiduría», con lo que nosólo alaba su decisión de esconderse,sino que, implícitamente, descalifica alas que no lo hicieron.

En 1963 se iniciaron los trabajosarqueológicos en Masada. Fue muchomás que una simple excavación: milesde voluntarios llegados de todo elmundo participaron desinteresadamentedurante dos años en las más diversastareas bajo la dirección de YigaelYadin, catedrático de Arqueología en laUniversidad Hebrea de Jerusalén. Noera para menos, ya que se trataba derecuperar para la historia del judaísmouna de sus páginas más emotivas. Aparte

de lo que, en síntesis, queda recogido eneste capítulo, el trabajo de losarqueólogos permitió saber que, tras suconquista, la fortaleza estovo ocupadapor una guarnición romana durante nomenos de cuarenta años.

Memorias del mar muertoPerdido ya su valor estratégico, la

vieja ciudadela que edificara Herodessólo tuvo ocupantes temporales. Algunosdejaron huella evidente de su paso,como los monjes cristianos que, allá porlos siglos quinto y sexto, levantaron unacapilla, en tanto que de otros no quedómás testimonio que unas cuantasmonedas, trozos de vasijas y sencillasinscripciones en las paredes que aún se

mantenían en pie. Pero hubo un hallazgodurante esas excavaciones queconmovió más que ningún otro al pueblojudío: en una pequeña cueva delacantilado sur fueron encontrados cercade treinta esqueletos correspondientes ahombres, mujeres y niños.

Sin pruebas contundentes, se decidióque esos restos eran de los héroes queen el año 73 habían elegido la muerteantes que la rendición. En consecuencia,fueron enterrados con todos los honoresdurante una impresionante ceremonia en1969. Hoy, más de treinta años después,hay motivos para pensar que aquelloscuerpos tan solemnemente inhumados nopertenecían a los defensores de Masaday que ni siquiera eran judíos; es más,

puede que se tratase de ciudadanosromanos.

Durante las excavaciones

realizadas en los años sesenta, seencontraron en una cueva delacantilado los esqueletos de unatreintena de personas. Interpretadoscorno restos de los defensores, fueronenterrados con todos los honores; noobstante, como se detalla en el texto,esa versión oficial es más que dudosa.

En 1997, las investigaciones delantropólogo israelita Joe Ziaspermitieron saber que, junto a losesqueletos, se habían encontrado en lacueva huesos de cerdo, algoinconcebible en un enterramiento judíopor su carácter de animal «impuro»,pero que, sin embargo, era usual en lastumbas romanas de la época. Que lapresencia de esos

Memorias del mar muertorestos porcinos no fuera detectada en

su momento o que intencionadamente sesilenciara, debería ser objeto de unainvestigación que, me temo, nunca sellevará cabo. Sin cuestionar la valía delarqueólogo Yigael Yadin, es evidenteque las excavaciones realizadas enMasada se consideraron desde el primermomento un asunto de interés nacional, yque su objetivo primordial erademostrar la veracidad de la heroicaresistencia y de su ejemplar final.Apenas terminado el trabajo, YigaelYadin publicó en 1966 extenso libro:Masada. Herod 'sfortress and thezealots' last stand, editado en español

por Ediciones Destino en 1969. En suintroducción, en la que exalta elaleccionador sacrificio de losdefensores de Masada, considera unprivilegio que le fuera encomendada ladirección de las excavaciones, y lo hacecon argumentos cuya valoración dejo allector:

«He dicho que tuve el privilegioporque siempre fue el sueño de todoarqueólogo israelita desentrañar lossecretos de Masada, y también porqueuna excavación arqueológica en estelugar era completamente distinta acualquier excavación en otro pueblo dela antigüedad.

Se sabía que su importanciacientífica era extraordinaria. Pero, sobre

todo, Masada representa para nosotros,en Israel, y para muchos en otroslugares, arqueólogos y profanos, unsímbolo del heroísmo, un monumento anuestras grandes figuras nacionales,hombres que prefirieron la muerte a unavida de servidumbre física y moral.

Fue por eso por lo que acepté converdadero entusiasmo las invitacionesde la Universidad Hebrea de Jerusalén,de la Sociedad de Exploración de TierraSanta y sus antigüedades y delDepartamento de Antigüedades delGobierno de Israel para dirigir laexpedición de Masada».

Afirmar que la excavación careciódel rigor y de la objetividad necesaria

sería excesivo, pero la Arqueología noes una ciencia exacta, y en la evaluaciónde los hallazgos queda un margen, aveces muy amplio, para lainterpretación. En Masada, la existenciade la rampa construida por los romanos,los restos de los campamentos que larodean y otras pruebas igualmentesólidas, confirman la duración delasedio y la resistencia de los sitiados,pero, en contra de lo que se ha dicho, nose produjo ningún descubrimiento queratificase el «suicidio» colectivo de losnovecientos y pico zelotas relatado porFlavio Josefo. El entierro de la treintenade «héroes», elevado a la categoría deacontecimiento nacional, puso un brochede oro a las excavaciones dirigidas por

Yigael Yadin: social y políticamente, elobjetivo se había cumplido. Sinembargo, judíos o no, esos esqueletos

Memorias del mar muertodejaron en el aire un interrogante:

¿Dónde están los restos de losdefensores de Masada? Suponiendo quelos enterrados en 1969 fuesen parte deellos, quedan más de novecientos porhallar.

De ser cierto lo que se dice, cuandolos romanos irrumpieron en Masada seencontraron con cerca de mil cadáveres.¿Qué pudieron hacer con ellos?Efectuando un macabro cálculo yteniendo en cuenta que se trataba dehombres, mujeres y niños, nos estamos

refiriendo a unas treinta toneladas decarne putrescible, lo que en ese climaexige una rápida solución. Para algunos,el método elegido fue la cremación, loque justificaría que no se hayanencontrado restos de los cuerpos, perotreinta toneladas son muchas y habríanrequerido una enorme cantidad demadera… que no había. La hubo en sumomento, aunque dudo que suficiente,traída de lejos para el ornamento delpalacio y sustento de las techumbres,además de la que formaba parte delmobiliario, pero fue quemada por lospropios sitiados para cocinar y paracalentarse en las frías noches deldesierto. La que quedaba se utilizó enlos últimos días del asedio -siempre que

el relato de Flavio Josefo sea cierto-para levantar un muro que cubriese labrecha abierta por el ariete de losromanos y terminó ardiendo.

Hay quien sugiere que loslegionarios de Roma utilizaron el simpley expeditivo método de arrojar loscuerpos por el acantilado. También hayque descartarlo, porque ellos ocuparonla plaza recién conquistada y no habríasido soportable el hedor que, desdeabajo, les llegaría durante muchos días.Lo único sensato era enterrar loscadáveres.

El ejército romano se habíaencontrado en situaciones semejantescon relativa frecuencia y sabía cómo

solucionar el problema. La DécimaLegión mandada por el general FlavioSilva, sobrada de hombres y de medios,habría hecho lo que procedía: abrir unao varias profundas zanjas, echar en ellaslos cuerpos y luego volver a llenarlascon la tierra extraída, que es lo normalen estos casos. La cuestión, es ¿dónde?

Esa es una de las cosas que mepreguntaba cuando estuve allí. Mellamaba la atención que, en los dos añoslargos que duraron las excavaciones, nose hubiese hecho un intento serio paralocalizar el lugar en que estánenterrados los legendarios defensores deMasada. El sencillo razonamiento queacabamos de hacer, lo haría también,digo yo, Yigael Yadin, y, aunque lo

parezca a primera vista, tampoco haymuchos sitios donde buscar. Una cosa esdisponer de hombres y herramientassuficientes y otra malgastar tiempo yenergías. La razón sugiere que la tumbacolectiva esté en la misma meseta o, sino querían

Memorias del mar muertotener tan fúnebres vecinos, que los

legionarios llevasen los cuerpos rampaabajo -otro camino es imposible, comoquedó claro durante el asedio-enterrándolos en las inmediaciones, alfinal de ésta. Que yo sepa, en ninguno delos dos sitios se han hecho catas con laintención de descubrir la fosa en quedescansan los héroes de Masada. Quizá

sea mejor así: lo mismo no la habríanencontrado por mucho que buscasen.

Memorias del mar muertoÍNDICE DE TÉRMINOS

AAcámbaro, 157,158, 161, 163, 165,

166, 168, 170-174. Ahu Nau-nau, 19.Aimaras, 142. Aku-aku, 54-56, 59. AltaGracia, 233. Anakena, 19, 50. Ank, 19,22, 23. Arasamban, 120. Archipiélagode las Marquesas, 33. Ariki, 51.Armórica, 238. Ashdod, 248. Astete,Pedro de, 140, 142. Atariki, 51.Augustodunense, Honorio, 94. Autun,Honorio de, 94.

BBaal (Ba'al), 202. Belice, 187.

Beluchistán, 100, 117. Benitez, JuanJosé, 172. Bergier, Jacques, 156.Betanzos, Juan de, 265. Bird,Christopher, 168, 174. Bolontikú, 197,206. Brahminabad, 102. Brown,Guillermo, 96. Brunton, John, 101, 104.Brunton, William, 101, 104. Buslaiev,G, 163. Bustrofedon, 80.

CCachemira, 105. Cajamarca, 265.

Calakmul, 185. Cam, 215. Campbell,Ramón, 9, 11-13, 15, 27, 50,51,65.Canaán, 215. Cananeos, 142. Capilla delMonte, 227, 229, 231. Cerro del Toro,158, 160, 165. Cerro El Pajarillo, 219,221. Cerro Púa Katiki, 75. Cerro SanCristóbal, 139,142, 143. Cerro Uritorco,

231, 234, 237, 241. Chac, 205.Memorias del mar muertoChan, 171-173,205. Charroux,

Robcrt, 198, 202, 208. Chiapas, Estadode, 187, 208. Chrétien de Troyes, 238,239. Chupícuara, 159, 164. Cieza deLeón, Pedro, 263, 265, 267.Comechingones, 234, 236, 239. Copal,189. Copan, 184, 192. Ctesias, 96.Cuahunahuac (Cuernavaca), 129, 138,139.

DDamert, Enrique, 139, 143. Dclhi,

117, 123. Doreste, Tomás, 213, 215.Dos Pilas, 185. Dreiser, Theodore, 156,

EEdwards, Edmundo, 14. Ei,51.

Einsteín, Albcrt, 164. Eliat, 248. Erks,217, 228, 230, 232, 240. Eschenbach,Wolfram von, 238, 240.

FFaiservis, Jr. Walter A., 120, 122.

Falla Afroasiática, 245, 274, 275.Fernández, Miguel Ángel, 193. Forster,Georg, 7. Forster, Reinhold, 7.

GGamboa, Sarmiento de, 32, 264,

269, 270. Garganta del Karakorun, 105.Geco, 107. Girón Camaná, 143.Gomorra, 197, 249, 251, 252, 256 272,273. Grube, Nikolai, 185. Guanajuato,Estado de, 158, 168.

HHarappa, 85, 102,104, 113, 114,

118. Hare-moa, 35. Haug, Gerald, 186.Heathrow, 97.– Het, 215. Heveos, 215.Hevesy, Guillermo de, 85-87.Heyerdahl, Thor, 11, 13, 18, 47, 59. 302Hiero fante, 71.

Memorias del mar muertoHimiaritas, 142. Hindú Kush, 117

Hiva, 33, 60, 72, 78, 82, 84, 88, 121,123. Hodges, Charles H., 7. Hoschka,38. Hoy Fort, Charles, 153, 157.Huancas, 142. Huarochirí, Provincia,144. Huitzilopochdi, 264. Humboldt, 32.Hunab Ku, 187.

IIque simihuinqui, 237.Isla Mangareva, 168.Isla Nuku-Hiva, 33.

Islamabad, 99.J

Jauja, 141. Jiménez López, F, 32,33. Julsrud, Waldemar, 153, 158-159,161,163-165,168, 177.

KKai-kai, 51.Karachi, 97-102.Karakorum, 101.Kazantzev, Alexander, 197, 253,

272.Kipling, Rudyard, 112.Kukulcán, 205.Kyóto, 240.

LLaffon, Robert, 198.Laguna de Tallacua, 171.

Lahore, 99, 101,112.Larkana, 105, 106.Loti, Pierre, 9, 48.Lovercraft, 156.

MMamré, 251.Mana, 70.MardeAral, 117.Mar Muerto, 243, 245, 247, 248,

269, 272, 273, 274, 277. Martin, Simón,185.

Masma, 140-142.Mellen Blanco, F, 6, 75, 77.Meseta Marcahuasi, 138, 139, 143-

152.Mesozoico, 158, 163, 171.Metraux, Alfred, 87.

Mikave, 279, 282.Millou, André, 198,202.M'Koo, 271.Memorias del mar muertoMoai, 7,11,14,16, 18, 19, 22-24.

Moai hoa-haka-mana-ia, 23. Moai kava-kava, 19, 53, 56. Moaituturi, 18,20.Mohenjo-Daro, 103-1177 Móller,Harry, 158, 159, 161. Monte Albán,202. Monte Sodom, 248. Montes Kailas,105. Mucama, 146. Mulloy, William,11,18,66. Multan (Vultán), 235.

NNahuas, 129. Náhuatl, 133. Nazca,

259. Nieves del Hindú Kus, 105. Niiian,Elena, 220. Nostradamus, 134, 140, 142,147.

OOdenwald, 239. Omctochtü, 133.

Ordóñez y Aguilar, Fray Ramón de, 213.Orellana Neira, Rubén, 41. Otulum, 214.

PPachacamac, 265. Pakal, 197,

211,212, 216. Palacios, Félix, 92.Palenque, 189, 196, 203, 204, 208-209,210-216. Pampa Colorada, 259. papa-ebe, 28, 45, 47. Papagayo, 198.Patukaran, 120. Pauwels, 153, 156.Pelliot, Paul, 85. Península del Yucatán,186-187, 208,216. Peshawar, 99. Peso,Charles C. Di, 164. Picco, HéctorAntonio, 220. Poe, Alan, 142. Poma deAyala, Huamán, 263. Pompa, Antonio,163. Poro-i ti, 43. Poro-nui, 43. Puerto

Viejo, 265. Puharich, Andrija, 168.Pukao, 47, 49, 50. Pukara, 265, 269,270.

Memorias del mar muertoPunjab, 100, 102, 105, 117.

QQuaid-e-azam's, 98, 112. Quechua,

33, 37, 141. Quetzal, 189,205.Quetzalcoatl, 205, 213. Quiche, 214,235. Quiligua, 206.

RRapa Nui, 9, 33. Rawalpindi, 99.

Reimiro, 53, 77. Río Eufrates, 97, 105.Río Indo, 97, 104, 110, 118-126. RíoJordán, 247, 275. Río Mainyu, 171. RíoNüo, 105, 292. Río Rimac, 142. RíoTigris, 97, 105. Rongo-rongo, 76-88, 97,

119, 121. Russell, WiliamN, 157. RuzLhuillier, Alberto, 193, 195, 216. Ruzo,Daniel, 130, 134-152, 234.

SSan Pedro de Casta, 144.

Sancarlenses (Tepitotehenuenses), 7,75.Sanderson, Ivan T., 165, 170. SantoDomingo de Palenque, 214. Scholten deD'Fdmeth, María, 265. Simihuinqui,236, 237, 238. Sind, 100, 104. Sodoma,197, 249, 251, 252, 256. Steedy, Neal,174. Stupa budista, 107, 108.

TTahonga, 53. Tahua, 43, 44, 46.

Tahuantinsuyo, 36. Tarade, Guy,198,202. Tautanga, 51. Tenochtitlán,166. Tepozteco, 131-133, 135-137.

Tepoztlán, 130, 132, 133-138. Terrazade Ba'albeck, 202. Terrera, GuillermoAlfredo, 234, 235-238, 239.Tiahuanaco, 258, 260, 261, 263, 265,267. Tiesler Blos, Vera, 216. Tikal,183-185. Tiro, 215.

Memorias del mar muertoTlahuicas, 129. Toki, 41, 58.

Toltecas, 204. Tompkins, Peter, 168,174. Toqui Lítico, 235, 237. Toromiro,53, 54, 81. Trigueirinho, 240. Tu u-Ko-Iho, 53-56. Tumbes, 32. Tupas, 35.

VMemorias del mar muerto

Nacido en Madrid en junio de 1941,estudió Medicina en la UniversidadComplutense y se especializó enPsiquiatría, que ejerció durante años.Durante 30 años ejerció comopsiquiatra. En su labor mediáticadirigió, presentó y fue guionista en másde 800 documentales para televisión.Además,

escribió más de 600 programas deradio, 6 libros y centenares de artículosA comienzos de 1976, se encargó delprograma «Más allá» y en 1982 de «Lapuerta del misterio». En 1989 escribió,dirigió y presentó dos seriesdocumentales de televisión sobre lasculturas mexicana y peruana.

Fue director de tres enciclopediasademás de 5 colecciones de libros,creador y director de la revista «MásAllá» y «Enigmas del hombre y deluniverso». Dirigió para EdicionesNowtilus la colección «La Puerta delMisterio», una colección de 17 títulossobre los temas más inquietantes de laactualidad y los enigmas de la historia.

Fue también director de la colecciónInvestigación Abierta, hasta sufallecimiento el 27 de marzo de 2005

Memorias del mar muertoCOLECCIÓN LAPUERTA DEL

MISTERIODirigida por Fernando Jiménez

del OsoDesde NOWTILUS FRONTERA

ofrecemos una colección de temáticaúnica: La Puerta del Misterio.Realizada por un grupo de autoresespecializados en el periodismo deinvestigación de todo aquello queresulta desestabilizador, extraño omisterioso; que rezuma frescura,

aventura y rigurosidad; que posee losingredientes necesarios para que ellector sacie su curiosidad por aquellostemas que permanecen situados en loslímites de la realidad, pero que no dejande estar presentes en nuestra sociedad, yen la curiosidad de todos.

Ediciones Nowtilus presenta unacolección diferente, cuyo objetivo esinformar con veracidad, crear opinión yque los lectores sean los que saquen suspropias conclusiones.

De la mano del Doctor Jiménez delOso recorremos los enigmas del país delos faraones, las caras desconocidas deJesús, el uso de las plantas mágicas, elsecreto de los templarios en España, loslugares de poder, las claves ocultas del

cristianismo, la certeza del fenómenoOvni y los expedientes oficiales, lastécnicas de captación de las sectas ycómo defendernos de ellas. Endefinitiva, la obra más completa jamásrealizada, escrita por autores dereconocido prestigio y solvencia.

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