El Rey Del Tomate

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2 Capítulo VIII Andrés Bermúdez, “el Rey del Tomate”: un símbolo* de los migrantes mexicanos Ahora que tengo cáncer me gustaría sensibilizar al mundo para que viviéramos mejor, pero se necesitaría que a todos los políticos les dé cáncer para que vean las cosas diferente, Andrés Bermúdez, Entrevista, por Sandra de la Torre, El Sol de Zacatecas, 12 de junio de 2008 Andrés Bermúdez como ciudadano binacional. *Reproduzco aquí parcialmente, en esta “introducción”, un artículo que escribí hace ya más de siete años y que conserva aún su vigencia. Además, es una manera de mostrar desde cuándo se reconoció que Andrés Bermúdez. era un símbolo de lucha de los migrantes. Miguel Moctezuma, “Andrés Bermúdez. Un símbolo de los migrantes”, Imagen, Sección: Opinión, Zacatecas, viernes 14 de septiembre de 2001.

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Historia de un migrante mexicano con doble nacioinalidad. Fragmento del libro LA transnacionalidad delos sujetos, migrantes en Estados Unidos

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Capítulo VIII

Andrés Bermúdez, “el Rey del Tomate”:

un símbolo* de los migrantes mexicanos

Ahora que tengo cáncer me gustaría sensibilizar al mundo para que viviéramos mejor, pero se necesitaría

que a todos los políticos les dé cáncer para que vean las cosas diferente,

Andrés Bermúdez, Entrevista, por Sandra de la Torre, El Sol de Zacatecas, 12 de junio de 2008

Andrés Bermúdez como ciudadano binacional.

*Reproduzco aquí parcialmente, en esta “introducción”, un artículo que escribí hace ya más de siete años y que conserva aún su vigencia. Además, es una manera de mostrar desde cuándo se reconoció que Andrés Bermúdez. era un símbolo de lucha de los migrantes. Miguel Moctezuma, “Andrés Bermúdez. Un símbolo de los migrantes”, Imagen, Sección: Opinión, Zacatecas, viernes 14 de septiembre de 2001.

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Introducción

Andrés no era un hombre de partido, nunca aceptó serlo, por eso una de sus frases preferidas era decir “yo no soy político, soy uno de ustedes”. No se sentía más estadunidense que mexicano, por el contrario, sufría en el alma cuando le decían que no era mexicano. Tomaba en sus manos las banderas de México y Estados Unidos porque era partidario de las prácticas transnacionales, él era producto de esas prácticas; ellas suponen la simultaneidad de las identidades.

Los símbolos sociales son creados por la necesidad que tienen los pue-blos. Bermúdez simboliza el mito de hombre pobre que se vuelve triunfa-dor; del hombre débil que ahora puede derrocar a los fuertes; del hombre del medio rural que es capaz de imponerse a la clase política y salir adelan-te, del hombre común y corriente que no es político y que derriba a los po-líticos. El Tomato King fue mucho más que Andrés Bermúdez; por ello, al propio Andrés cada día le costaba más trabajo representar al personaje que llevaba consigo. Y es que este personaje vino a romper con inercias y a en-frentarse a desafíos de los cuales él no tenía experiencia. El propio Bermú-dez lo comprendía mejor que muchos académicos de escritorio cuando de-cía: “ahora que el Rey del Tomate es famoso, hay que aprovechar este fenómeno para beneficio de Jerez”.45 Es decir, Bermúdez habla en segunda persona del Rey del Tomate, como si él no lo representara.

Como estudioso de la cultura de los migrantes, me impactó escuchar de Andrés Bermúdez que los mexicanos residentes en Estados Unidos, cuando participaba en el desfile del 9 de septiembre de 2001 que se organiza tradi-cionalmente en Los Ángeles, California, le gritaban: “Bermúdez, no te ra-jes”, “Bermúdez, tienes que luchar”, “Bermúdez, si tú te dejas, ya nadie nos va a respetar en México”. Él dice que había decidido volver a Jerez sólo a darle las gracias a la gente, pero lo que le dijeron los connacionales en Los Ángeles le hizo recapacitar porque le dieron la más grande lección de su vida. Esa vez lo tuvo tan claro que exclamó: “nunca se me hizo tan largo el camino para volver a Jerez”.46

45Por ejemplo, en plena campaña electoral, una empresa ofreció donar el cemento para pavimentar el periférico de Jerez a cambio de que llevara su nombre. En el segundo triunfo, ese proyecto ya no era de su interés: se había ido esa oportunidad. Se habló también de un ofrecimiento fílmico desde Hollywood que se mantuvo firme, pero no se concretizó porque el contenido del personaje no correspondía a los sueños de Andrés quien expresaba: “me quieren presentar como un migrante que regresa a su tierra y que no es aceptado, quieren verme derrotado, huyendo de México y ese personaje no soy. Yo siempre he triunfado en la empresa que me propongo. Si lo aceptara, sería como una traición a los migrantes y eso nunca me lo perdonarían”.

46Andrés se sentía agraviado cuando se le decía que amaba más a Estados Unidos que a México. Como prueba se presentó una foto suya con la bandera de México y de Estados Unidos, y hubo quien dijo que era ofensivo para México. Frente al Palacio Municipal un militante de

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Si desde la perspectiva lingüística se analizan estos hechos, es decir, desde el significado que cada frase tiene, lo menos que se puede concluir es que para muchos paisanos que radican en Estados Unidos, Andrés Bermúdez desde 2001 ya se había convertido en un símbolo de lucha transnacional. Sin embargo, más allá de esto, Bermúdez también era un símbolo entre nosotros.

Desde la cercanía con Bermúdez, observé y viví muchas experiencias que de otra forma quedarían en el anonimato. En una ocasión, paseando por el jardín de Jerez, una persona de edad avanzada me hizo saber que durante la campaña mandó hacer “quince misas para rezar por el triunfo de don Andrés”. El mismo Bermúdez estaba sorprendido que una señora de Jerez lo haya pasado a su casa para que viera un póster suyo con veladoras pren-didas, como si fuera su “santo”. Mientras esto sucedía, los políticos perredis-tas que buscaban asesorar a Bermúdez, al más puro conservadurismo, pre-tendían convencerlo de que tenía que quitarse el sombrero y las botas y vestirse de traje. También le opinaban que todo lo que dijera se lo debían escribir. Bermúdez reflexionaba así: “me quieren cambiar, quieren que yo diga cosas que no siento, quieren que sea como los políticos y yo no soy ése”.47 En efecto, querían otro Bermúdez, uno que fuera más refinado y que hablara con elocuencia. Por el contrario, él estaba preocupado porque ya no podía comerse una torta en Malpaso, Villanueva, o ir al mercado de Jerez a comerse una birria sin recibir un “periodicazo”.

La historia individual contada por Andrés Bermúdez es la historia de los migrantes mexicanos que trabajan en la agricultura. Es la trayectoria de vida de un hombre que transita en Estados Unidos del trabajo manual a la direc-ción del trabajo, y de ésta hacia la contratación de trabajadores hasta con-vertirse en un empresario exitoso. Un aspecto desconocido de Andrés Ber-múdez es su esmero por crear una máquina para la plantación en la agricultura, cuyo éxito empresarial no pude ser desligado de ese invento. Más tarde, en correspondencia con el involucramiento de las asociaciones

“izquierda” quemó la bandera estadunidense como agravio a Bermúdez. Estas expresiones esta-ban muy lejos del reconocimiento de las prácticas transnacionales de los migrantes, donde, ade-más del compromiso hacia México, se desarrolla la simultaneidad de las identidades. Bermúdez fue un protagonista exitoso de esas prácticas transnacionales, mismas que han venido a modificar la imagen que teníamos de una nación limitada a lo geográfico e ignorando su carácter social, expresado incluso desde 1996 en la reforma a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 46 y expresada en el Plan Nacional de Desarrollo, donde se reconoce que la nación mexicana no termina en sus fronteras, sino que se extiende más allá de ellas.

47En ese contexto me invitó a una reunión-cena en un restaurante jerezano con sus corre-ligionarios y ahí me pidió que opinara al respecto. Le dije: “El día que hagas lo mismo que todos los políticos, la gente va a decir que ya te cambiaron y a partir de entonces no van a creer en ti. Tú vas bien así como eres, incluso, tu forma de ser y de vestir va muy bien con lo que simbolizan los migrantes.

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de clubes de zacatecanos en la inversión de proyectos sociales, Andrés Ber-múdez incursiona en la política de la entidad hasta convertirse por dos ve-ces consecutivas en presidente municipal de su natal Jerez (la primera de ellas desconocido por el Tribunal Federal Electoral del Poder Judicial de la Federación) y posteriormente se convierte en diputado federal hasta su fa-llecimiento el 5 de febrero de 2009. Se trata de un personaje que se involu-cra plenamente como ciudadano transnacional en el destino de México y que con su iniciativa logra abrir camino.

La mayoría de los ensayos académicos y artículos periodísticos que se han escrito sobre Andrés Bermúdez se refieren al personaje en sí mismo. Sin el aporte de las asociaciones de clubes de migrantes y sin considerar la de-manda por el reconocimiento de los derechos políticos de los migrantes mexicanos (aspectos que aquí se han tratado en detalle en los capítulos III, IV y VII). La experiencia de Andrés Bermúdez pierde su riqueza, sobre todo en lo que concierne a su práctica transnacional (véanse capítulos I y II). Ésta es una de las razones por las que el transnacionalismo fincado en el indivi-duo y en las identidades sigue siendo muy limitado.

Este capítulo se compone de tres secciones: una primera, se refiere a la experiencia que el propio Bermúdez cuenta sobre su arribo a Estados Unidos, su trabajo en el campo y el surgimiento del contratista. La segunda, muestra su carácter de inventor y empresario, faceta aún desconocida. Mientras que la tercera devela la forma como Andrés se fue interesando por el desarrollo de Zacatecas y cómo esto lo condujo a involucrarse en la política. Se trata de po-ner de manifiesto, lo más vivamente posible, en qué consiste el invento de la “Máquina Bermúdez” y dar a conocer cómo surge y se materializa este pro-yecto, además de describir su funcionamiento. Se trata de una historia conta-da en diciembre de 2002 por su protagonista en la ciudad de Winters, Califor-nia, en su casa, durante 21 días, desplazándose en su camioneta negra de un lado a otro, atendiendo sus contratos empresariales y estableciendo otros, al tiempo que recibía entrevistas telefónicas de los medios de comunicación des-de las ciudades mexicanas de Zacatecas, Fresnillo y Jerez. En otros casos, he revisado mis notas sobre entrevistas, convivios y encuentros frecuentes por un periodo de seis años, además de recoger el contenido del primer documento que escribí en la prensa local sobre su significado como icono.

Un inmigrante singular

Los grandes hombres, aunque se les mira como enigmáticos, son hombres comunes y corrientes. Andrés Bermúdez fue uno de esos migrantes que na-

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ció en una pequeña comunidad, dedicado desde niño con su familia a la agricultura de temporal. Como muchos otros campesinos, su situación de joven lo llevó a buscar fortuna en Estados Unidos. La diferencia de este mi-grante es que logró con creces su sueño y se convirtió en uno de los empre-sarios más prósperos del Valle de San Joaquín en California, admirado y respetado por propios y extraños, hasta incursionar exitosamente en la po-lítica en México. No tenía la fortuna del migrante poblano Ángel Lucero, ni la de muchos otros migrantes mexicanos, pero tenía la singularidad de ser audaz, arriesgado y famoso. Estos rasgos sumados a su forma de vestir le darían un tinte de simpatía y misterio entre los mexicanos y el mundo pe-riodístico de ambos lados de la frontera, los que sin proponérselo termina-ron por reconocerlo como icono de los migrantes. Para quienes aún creen que Andrés Bermúdez se convirtió gracias a sus asesores en un producto de los medios de comunicación, he de decepcionarles porque Andrés Bermú-dez no hacía otra cosa que comportarse justo como él era. Más bien, la nece-sidad de contar con un símbolo de la transnacionalidad política, junto con la intensa actividad de las asociaciones de migrantes y su manera de ser, terminaron por conver-tirlo en un protagonista transnacional al lado de otras fuerzas sociales. A ese proceso contribuyó que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Fede-ración lo declarara “inelegible”, mediante “Juicio de Revisión Constitucio-nal”, impidiendo que tomara posesión del cargo, lo que se asimiló como una injusticia: una especie de sentimiento de culpa que llevó a la sociedad zaca-tecana a compensarlo y a hacerlo suyo.

Cruzaron a Estados Unidos en la cajuela de un carro

Andrés Bermúdez, originario de El Cargadero, Jerez (Zacatecas), como tan-tos otros zacatecanos de la misma región, emigró a Estados Unidos con su esposa en 1974, cuando tenía sólo 24 años de edad, recién casado, sin hijos y sin documentos. Esta decisión fue motivada por la influencia que desde años atrás ha habido en la región debido a la migración histórica que desde en-tonces ha caracterizado a Zacatecas y cuyas redes sociales y familiares resul-tan decisivas. Primero llegó a Los Ángeles, California, con su hermana Carmen Bermúdez y un mes después partió al Valle de San Joaquín, donde trabajó en las plantaciones agrícolas en el corte de frutas.

Fue en julio de 1974 cuando decidió partir de El Cargadero, Jerez debi-do a que el frijol que había sembrado la familia había sido azotado por un fuerte granizal “dejando sólo los tallos sin hojas”, por lo que la cosecha se perdió totalmente. En la comunidad El Cargadero, Rafaela Aguilar, tía de

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Andrés, le prestó mil pesos para iniciar su aventura y su hermana Carmen Bermúdez que vivía en Los Ángeles (California) le prestó para pagar el co-yote. Antes de eso, la pareja llegó a un hotel en Tijuana y allí permaneció cinco días. Duraron ese tiempo porque vacilaban en tomar la decisión de cruzar la frontera. En el mismo hotel les informaron y consiguieron el coyote, él era un hippy. No lo conocían pero confiaron en lo que se decía de él. Él dijo “yo los paso, los voy a pasar en la cajuela de un carro”. Cuando su espo-sa iba a subirse a la cajuela le confesó a Andrés que estaba embarazada “por lo que le pudiera pasar”.

Entonces pensé “Dios mío, ayúdame”. La cajuela estaba obscura, pero creía-mos que pasando la frontera el coyote nos iba a sacar. No sucedió. Permane-cimos cuatro horas encerrados. Recuerdo que a mi esposa la agarraba de la mano y le decía “no te preocupes, ya vamos a llegar”. Como el que nos trajo era un hippy rockero, le subía al volumen de su radio y como la cajuela tenía bocinas, cuando llegamos nos bajamos aturdidos. Me acuerdo que se me olvidaron allí mis lentes y chamarra. A mi esposa se le quedó una bolsa. Lo que queríamos era ya salir. Le dijimos a mi hermana “páguele”, le dio los 275 por cada uno y nos fuimos.

De ese embarazo nació Laura Bermúdez su hija, quien estudió una es-pecialidad en pediatría además de ser enfermera. Según la señora Irma García, “Laura era el amor de su vida”. Ella le aconsejaba cómo tratar a los políticos de Zacatecas y estuvo en reuniones importantes de negociación entre Andrés Bermúdez y Ricardo Monreal y, cuando fue necesario, en esas mismas reuniones, aprovechando su dominio del inglés, le dijo a su padre lo que debía hacer y lo que sentía. Después de esas experiencias, hubo mo-mentos en que Laura, la hija de Andrés comenzó a dejar de escuchar música mexicana y a dejar de vestir su traje típico de charra, aspectos que Andrés decía que le dolían en el alma, por el amor que siempre sintió por México y que mantuvo hasta su muerte.

Primer trabajo

Al llegar a Los Ángeles, me puse a buscar trabajo. Tuve suerte, trabajé en una fábrica de hacer belices […] Cuando vivía con mi hermana, todos los días pasaba por esa fábrica y le decía al mayordomo “ayúdame”. A los diez días me dio trabajo. Me acuerdo que el primer día sólo trabajé dos horas, al

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siguiente, cuatro horas y al tercero ya puse mi nombre. En aquel entonces me pagaron 1.75 dólares la hora. En la fábrica trabajábamos unas 150 personas. El manager era mexicano, originario de Michoacán. El primer cheque que me dieron era de 110 dólares. Empecé a abonarle a mi herma-na lo del coyote. Total que trabajé allí en esa fábrica, pero no recuerdo si trabajé un mes o un mes y medio. También le dábamos a mi hermana diez dólares a la semana como contribución por los alimentos. Alcancé a ahorrar sólo cien dólares, pero eso no era lo que yo buscaba. Tenía que ser más arriesgado.

Rumbo a Winters, California

El trabajo agrícola en Estados Unidos ha sido una de las actividades más mexicanizadas laboralmente. Entre 1970 y 1980, cuando Bermúdez se invo-lucró como trabajador y posteriormente como contratista para la pizca de frutas, así como en la plantación de árboles y leguminosas, muchos de los trabajadores con los que se relacionó procedían de la zona histórica de la migración México-Estados Unidos (abarca en orden alfabético: Aguasca-lientes, Colima, Durango, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Nayarit, San Luis Potosí y Zacatecas). Esto cambiaría radicalmente con la reforma de irca en 1986 que permitió la regularización de los inmigrantes en Estados Uni-dos. Este flujo de población fue lentamente ocupado por los inmigrantes procedentes de las entidades de más reciente migración que incluye asimis-mo a un numeroso grupo de indígenas. Actualmente, la agricultura sigue dependiendo de la mano de obra mexicana, donde encontramos preferen-temente a inmigrantes indocumentados y a trabajadores agrícolas contrata-dos a través de las visas H2A.

“Estando en Los Ángeles conocí a un amigo que trabajaba en el campo, acá en un lado de Sacramento. El me comentó que trabajaba en la pisca de frutas. Me dejó su dirección y como veía que para un campesino Los Ánge-les era una ciudad muy grande y que frecuentemente me perdía, entonces resolví hablarle al amigo que conocí y decidí venirme.

Nos vinimos a Winters, California, y llegamos a un campo agrícola, don-de había unos 80 hombres trabajando. Entonces los campos de braceros ya no existían, pero allí se quedaron los trabajadores y los rancheros acudían a ese lugar a contratarlos. En ese lugar vivimos en una casa que se quemó. Quedó una esquina buena y yo le puse unas tablas, pero en la noche veía las estrellas. Así empezó todo.

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Cortar durazno

“Al llegar a Winters mi trabajo fue la pisca de durazno. Si uno trabajaba duro se ganaba buen dinero. En dos días sacaba hasta cien dólares y en la semana llegue a sacar hasta 215 dólares. En aquel tiempo era una fortuna.48 Recuerdo que llevé a mi esposa a que me ayudara a trabajar, pero la miré embarazada y al día siguiente volví solo, además había una o dos mujeres en un mundo de hombres. Cuando se terminó el trabajo toda la gente se empezó a ir y yo no tenía a dónde ir; entonces, el mismo ranchero me dijo que si quería quedarme me podía enseñar a manejar tractor. Él miraba que era buen trabajador. Me en-señó a podar y a voltear la tierra con el tractor entre los árboles. Pagaban a 80 centavos por las poda de árbol y me hacía los 20 o 22 árboles por día, aunque con dificultades porque era la temporada de lluvias. En aquel tiempo llegaban los agentes de inmigración hasta las huertas y nos echábamos a correr. Los pri-meros tres años no me agarraron porque conocía todas las huertas y sus es-condites, además el manager me cuidaba porque era buen trabajador y así empezó a crecer una amistad entre los dos. El manager se llamaba John, por cierto lo enseñé a comer chile picoso.

Irma García Medina, sus primeros añosviviendo en Winters, California, 1974.

Andrés Bermúdez, llegando a los campos agrícolas

de Winters, California, 1974.

48“Era tan buen trabajador que nadie cortaba más cajas que Andrés. Yo le ayudaba al pa-trón en la oficina y veía los tickets donde Andrés sacaba el primer lugar” (Irma García Medina, esposa de Andrés Bermúdez).

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Primer vivienda propia

En 1980, un gabacho que trabajaba en el empaque del patrón se retiró y vendía su casa. Quise comprarla, pero no tenía documentos, entonces le dije al patrón y a mis hermanos y le compré su casa. La casa me costó 42 mil dólares. Aporté cinco mil dólares de enganche y la seguí abonando 140 dó-lares al mes. La seguí pagando, pero todo el tiempo con la preocupación de que me echaran, pero dije: “total si me echan ya disfruté mi casa”. Compré un Carro Chevy Nova, nuevo, blanco y en él andaba sin documentos para todos lados.

Surgió el manager

El patrón tenía varias casitas y en una de ellas vivía su antiguo mayordomo de nombre Frank, que ya no trabajaba porque estaba viejito, pero el patrón tampoco podía correrlo. Puso otro mayordomo, pero no sabía nada de huertas. El primer día que llegó, estaba echando diesel y me preguntó cómo se encendía el tractor y le dije que si él era el mayordomo tenía que saber cómo hacer las cosas. No lo sentía capaz. Fue una lucha por un año y medio, hasta que el patrón entendió que no era el indicado… hasta que me conver-tí en el manager.

»Cuando corrieron al manager se me abrieron nuevos horizontes, por-que la gente mexicana me hablaba y les daba trabajo, traía gente de Los Ángeles y estando indocumentado los cuidaba de la migración. Todos los días me levantaba temprano y me informaba dónde andaba “la migra”. El hijo del patrón me consiguió un radio para informarme por dónde iba “la mi-gra” y en el rancho nunca detenían a mi gente porque me informaba qué dirección tomaba. Entre los rancheros nos informábamos y nos prevenía-mos. Nos hablábamos por radio en clave, y para despistar al enemigo les decíamos “las avispas verdes” y entonces nos preguntábamos dónde vie-nen “las avispas verdes” y toda la gente indocumentada que traíamos, la escondíamos... llegaba “la migra” y veían todo aquello cerrado y se iban… Entonces la gente me empezó a seguir porque les ayudaba y los cuidaba, les conseguía los mejores salarios, les enseñaba a podar. Todos los ran-cheros alrededor de Winters necesitaban gente y al terminar el trabajo con mi patrón, les ayudaba con los mismos trabajadores a cosechar. Así fue como empecé a relacionarme con los rancheros en el trabajo de la poda y la pizca.

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Una anécdota de astucia

»Conocía en detalle todo el rancho, de una orilla a otra. Era capaz de identificar, por ejemplo, que en la línea X, a los cincuenta árboles, había uno con una rama torcida, porque conocía árbol por árbol. A media huerta estaba un edificio viejo y abandonado. Dentro del edificio había un troque ya sin uso, de por allá de los años cincuenta. Pensando en “la migra” hice un hoyo en el suelo, abajo del troque, arrimé una tabla y le eché tierra encima para que estuviera camuflado y listo. Un día andaba en mi care-tilla trabajando y miré la avioneta, me bajé y hablé por radio y me con-firmaron que estaban llegando “las avispas verdes”. Me fui caminando tranquilamente rumbo al edificio viejo, me metí al hoyo y recorrí la tabla: desde afuera todo parecía ser piso de tierra. Rato después escuché el sonido del radio y que un oficial decía “aquí no hay nada”, y el otro le respondía “allí está, allí está, búscalo”. Luego de rato dijeron “vámonos aquí no hay nada”, aparentemente encendieron el troque y se marcha-ron, pero dejaron uno vigilando. Dejé pasar unos 15 minutos y cuando salí del hoyo y apenas estaba sacudiéndome la ropa del polvo se me acer-có un agente de inmigración y me dijo: “¡eh hombre, tú ser inteligente pero yo ser más inteligente que tú!”. En 1982 la migración me agarró unas cuatro veces, a las mujeres no las molestaba y siempre que me dete-nían decía que yo era solo. Entonces ya tenía dos hijos e iba frecuentemen-te a la frontera. Cuando me expulsaban me dejaban en la frontera e inme-diatamente daba la vuelta. Una de esas veces crucé por la garita de Tijuana, otra caminando por el cerro y otra en la cajuela de un carro, pero lo hacía solo.

»En 1982 volví con mi esposa a México. No íbamos desde 1974, fuimos a tramitar un acta de nacimiento a la presidencia de Jerez, Zacatecas (cabe-cera municipal de El Cargadero) y de ahí nos fuimos a la Embajada Ameri-cana de la ciudad de México. Mi intención era hacer los trámites para ingre-sar legalmente a Estados Unidos como inmigrante. En aquel tiempo hubo una Amnistía para quienes tuviéramos hijos en Estados Unidos, nosotros ya teníamos a Laura y Andrés y fue cuando aproveché eso.

»Al llegar a la frontera me dijeron “eres la primer persona que solici-ta emigrar y ya tienes tu casa y tu carro… Te voy a dar la mica (Green Card) porque me da gusto que te intereses por estar acá, que tengas tu casa y tu patrón”; porque nunca había solicitado ayuda del gobierno y hasta ahora, nunca he agarrado un cheque de desempleo. Dice Andrés con orgullo.

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Licencia de contratista

»De regreso a Winters, después de haberme ido alrededor de 22 días a México, como veía el drama del trabajo del campo y de los rancheros, estu-dié para tener licencia como contratista, aprobé y deposité diez mil dólares. Entonces me pedían gente para la pizca de frutas, tomate, para las máqui-nas, para limpiar. Ya era muy popular entre los rancheros porque cuidaba a la gente de la migración, y comenzaron a pedirme cinco, diez hombres…

»El detalle estuvo en que trabajaba para el ranchero, el señor George Taps. Su esposa se llamaba Elizabeth. Ellos tenían dos hijas y una de ellas se casó con Thomas Jacors, quien trabajaba en el estado de Oregon constru-yendo casas. Total que un día me hablan a la oficina y me comunican: “de mañana en adelante vas a llegar por Thom a su casa y le vas a enseñar todo lo que sabes”. No podía hacerlo…, de todas las cosas, le enseñaba una parte. Cuando cumplió nueve meses se hizo otra reunión familiar y me comunica-ron que iban a poner a Thomas en mi lugar y que me regresarían de tracto-rista. Yo dije que no me sentía bien aceptando eso. Recuerdo que una de las hijas me decía: "tienes que entender que esto es como un equipo de béisbol, tú eres el que tira la bola, pero tienes tiempo que no la tiras bien". Les di las gracias.

»En eso ya andaba estudiando para contar con la licencia de contratista. Duré como dos meses para sacar la licencia y me retrasé en los pagos de mi casa y de mi carro. Me comunicaron que si no pagaba me quitarían mi casa. Los patrones volvieron hablarme para trabajar pero ya sólo duré con ellos dos meses haciendo de todo. Les enseñé todo lo del trabajo, pero nunca les enseñé cómo tratar a mis trabajadores, no sabían cómo llegaban hasta ese lugar, cómo los ponía a trabajar, cómo comían y cómo vivían.

»Cuando llegan los tiempos de pizcar las frutas el patrón anterior me propuso encargarme de los trabajos, acepté pero esta vez como contratista. Al empezar a trabajar les dije: “quiero que me paguen lo de la gente y lo de mi comisión me lo guardan”. Les pizqué el durazno y el chabacano, fueron como cuatro meses. Al terminar hicimos una reunión. Entonces me hicieron el cheque de lo que gané. Era un plan de venganza, porque los que vinimos aquí lo guardamos todo muy dentro, con sentimiento y todos los días se va uno acordando. Me pagaron 17 mil dólares. Entonces les dije: “miren seño-res, si ustedes revisan, antes ganaba 14 mil dólares al año, pero trabajaba los 365 días, día y noche, porque cuando no había que poner las esprintas para irrigar había que cuidar por las noches que no helara. Ustedes díganme quién sabe tirar mejor la bola”. El señor Taps se molestó mucho por esa

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expresión, pero esa vez me sentí contento porque me acababa de cobrar una de las cosas que me hicieron.

»Al señor que le compré la casa. Cuando empecé a trabajar eran sólo dos cuartitos, entonces trajeron al señor Artemio, quien les hizo un empaque con nueva tecnología, se los hizo en dos años. Antes las frutas se vaciaban a mano y él logró que se pudieran vaciar con máquina. Después de que les hizo el empaque siguió trabajando más años. Yo admiraba al señor y un día hicieron su famosa junta de familia que siempre hacían y me dijeron que lo iban a despedir.

»Al día siguiente recorrí el empaque y observé todo lo que el señor Arte-mio había hecho, entonces me dije: "si este señor que hizo todo esto no lo respetan, menos a mí que soy mexicano y que no he hecho nada". Esto me decepcionó porque en los primeros años de mayordomo me sentía intocable. Si la policía me detenía, les decía "trabajo para Taps" y me dejaban ir, porque era un hombre importante, influyente. Pero con todo esto se me cayó el en-canto. Despidieron al señor Artemio, vendió su casa y se la compré; no tenía documentos pero ya tenía casa, no es ésta sino otra que tengo.

Nace la era de “Los Bermúdez”

»Entonces renté el campo al ranchero a quien le trabajaba. Allí tenía entre 100 y 120 hombres todo el año. Les daba la comida y el trabajo y el lugar donde durmieran, entonces todo mundo querían irse conmigo.

»Ya con la licencia trabajé en el condado de Yolo, California. Entonces me llegó una carta del estado de Oregón ofreciéndome trabajos para el go-bierno estatal. En 1983 y 1984 me dieron dos contratos, uno bajo la respon-sabilidad de mi hermano José y otro bajo la mía. Para ese tiempo ya nos habíamos registrado como Compañía de Bermúdez Brother´s y aunque Serafín vivía en México lo incluimos. Yo buscaba los contratos y José venía atrás ejecutándolos. Llegamos a ser tan solicitados que nos llamaban hasta de Fresno, California, a quinientas millas. Teníamos un prestigio de hones-tidad en toda la región. En Fresno fuimos a pizcar uva en 20 campos y llegué a tener hasta trescientos trabajadores. Entonces, todo eso se fue haciendo más grande. Tuvimos tropiezos, un ranchero en Fresno nos robó 10 mil dó-lares y después del trabajo desapareció de la noche a la mañana.

»Con los contratos del gobierno de Oregón adquirimos otra dimensión. Salimos en el periódico. El trabajo que hicimos fue sacar arbolitos y sortear-los (limpiarlos). Era una tarea difícil porque eran tiempos de nieve. En un trabajo empezamos a ganar dinero y en otro a perderlo porque el terreno no

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se prestaba, era una tierra arcillosa pegada a la raíz y que al sacudir los árboles no se avanzaba. Recuerdo que llevé a mi esposa y rentamos dos apar-tamentos sin camas, sin televisión. Volví a recordar la pobreza y valorar lo que había logrado. Yo mismo me ponía a trabajar para que avanzáramos. En cada trabajo por reglamento traíamos 20 personas y un mayordomo. El sa-lario mínimo era de 3.75 dólares la hora. Para ahorrar, mi esposa coordina-ba un grupo como mayordomo. Al terminar ese trabajo traté de informarme y fui a una nursery (invernadero) donde me dieron el trabajo de desyerbar arbolitos. Eran tiempos de hacer de todo.

»Recuerdo que estábamos pizcando en Fresno cuando el gobierno me ofreció un contrato, le dije a mi hermano “llévate a 12 trabajadores y vete a hacerlo. Lo terminó en cinco días. A los tres días siguientes fui a firmar los documentos, me pagaron 28 mil dólares; haciendo cuentas ¡habíamos ganado 18 mil dólares libres! Entonces fue cuando empezó la era de Los Bermúdez, donde trabajo que salía del gobierno, trabajo que agarrábamos.

La discriminación laboral

»Luego trabajamos en el empaque de pinos durante años a temperaturas bajo cero a la intemperie. Los sacábamos, podábamos, limpiábamos y los

Andrés y José Bermúdez entrevistados en el Winters Express, Winters, California, 1984.

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poníamos en una caja. En el interior del empaque trabajaban unas 200 o 300 personas, pero trabajaban puros gringos. Cuando entraba para que me en-señaran el empaque, me ponían un guía y a mi cuadrilla no la dejaban entrar. Después de tres años empecé a protestar por qué sólo nos dejaban el trabajo difícil. A diferencia de nosotros, a los trabajadores gringos los tenían en el interior, aire acondicionado, radio, café, break (descanso) y ganaban 11 dólares la hora, y nosotros afuera con en el frío, lloviendo y entre el lodo hasta las orejas, ganábamos ocho dólares.

»En 1988 en el mismo lugar donde mi hermano perdió dinero agarramos otro contrato en la Ambort Nursery del estado de Oregón, era un invernade-ro para limpiar arbolitos, pero los que allí trabajaban eran los americanos y al gobierno le salía muy caro, entonces me hablan y me dan ese contrato. Pero el primer día, ¿cuál sería mi sorpresa?, que al llegar con mis trabajadores ten-go huelga a la entrada de la Nursery con mantas que decían: “fuera mexica-nos nos están robando el trabajo”. Había cámaras de televisión y nos pregun-taban que “por qué íbamos a quitarles el trabajo”, que “ese trabajo era de los americanos”, que “ustedes son hasta mojados”. Se hizo la lucha por no dejar-nos entrar a la Nursery, pero entramos. Cuando se llegó la hora del lunch (almuerzo): las 12:00, nos fuimos a comer, llevábamos seis carros, al regreso nos encontramos doce llantas ponchadas con navaja; las quitamos y nos fuimos a parcharlas y al día siguiente la misma bronca. Me entrevista la televisión, no quería hablar, no quería denunciar nada, pero lo hice porque tenía coraje. Les dije en la televisión: “yo no les quité el trabajo, ustedes me lo dieron; si hubieran trabajado como debe trabajarse, nadie se los hubiera quitado”. Así fue como nos ganamos la preferencia por los mexicanos.

»Al día siguiente había más gringos en protesta, no supe de dónde salie-ron tantos, pero había más. Como en los contratos de gobierno le dan a uno tiempo límite para terminarlos, al ver esa protesta le dimos vuelta a los carros y nos fuimos a la poda de chabacano. Dejamos que pasara una semana y en lugar de llevarme 12 o 14 me llevé 28 trabajadores. Dos días los agarré de sorpresa y al tercer día volvieron a empezar la huelga y siguieron las entre-vistas. Nos decían “mexicanos mojados”, “apestosos”, “regrésense a su tierra”. Nos echaron la migra, pero me llevé a gente con documentos y cada quien mostró su mica y todo estaba en regla. Como pude acabé el trabajo. Agarré en la Ambort Nursery un contrato por un año, pero conociendo esa expe-riencia iba a hacer el trabajo cada mes. Al siguiente mes ya hubo menos gritos y menos huelgas, las resistencias fueron reduciéndose.

»En ese pueblito de Oregón vivían aproximadamente unos cinco mil ha-bitantes y entonces no había mexicanos. Fui con el inspector de gobierno a la

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“marqueta” de compras, nos metimos a una cantina y él pidió una cerveza y yo otra. El cantinero le cobró un dólar y me dijo “para ti vale 1.5 dólares”; le dije que por qué”, enojado le di los 50 centavos pero cuando me dio la copa se la aventé. El inspector se regresó sorprendido y le expliqué, abogó por mí pero a los dos nos corrieron. Entonces ahí es cuando sentí la discriminación.

»Se acabó ese trabajo y seguí insistiendo con el gobierno del estado de Oregon para que me dieran el contrato del empaque. Con la experiencia de la discriminación, les dije: “les ahorro lo que gastan en trabajadores deshabili-tados”, les hice cuentas, ya tenían a 12 trabajadores lesionados e incapacita-dos de por vida; eran argucias de los mismos gringos para sacarle dinero al gobierno. Les garanticé que podía hacer el trabajo, igual o mejor y más ba-rato. Me dieron una mesa para que se los comprobara, mientras los gringos tenían otras seis mesas. ¡Lo que hacían en dos mesas, lo hacíamos en una y de mejor calidad¡ Al ver esto, los gringos sintieron el reto y se hicieron acti-vos. Al principio les ganábamos en trabajo y al final del año se fueron empa-rejando. Al principio nos provocaban y aparecían cartelones que decían “mexicanos apestosos” o “esos no se bañan”. Poco a poco comenzaron a sa-ludarse, hasta tomar juntos café y hasta se echaban bromas.

Enfrenta la discriminación laboral

»Al siguiente año me dieron todo el contrato del empaque con la condición de que siguiera utilizando 55 por ciento de trabajadores norteamericanos, pero ahora bajo mi responsabilidad. Así fue como aceptaron. Recuerdo que publiqué en el periódico que necesitaba 280 personas y que iba a recibir “aplicaciones durante tres días”.

»El primer día recibí las aplicaciones desde las 8 de la mañana. Mi sor-presa fue ver que había más de 300 personas en fila esperando en las ofici-nas que rentamos. Cuando caminaba entre la formación me iba riendo porque miraba mezclados a mexicanos y americanos, me dije: “¡no que no se olían el sudor!”. Los entrevisté y aproveché para decirles “lo pasado, pa-sado; ahora si quieres conservar tu trabajo tienes que echarle más ganas”. En dos días agarré ochocientas aplicaciones y al tercer día cerré la puerta... el lunes siguiente en que empezaba el trabajo tenía arriba de mil personas esperando, donde sólo iba a aceptar a 300.

»Al contratarlos mezclé en el trabajo a americanos y mexicanos, acabé con la separación racial entre trabajadores dentro y fuera del empaque. To-davía me acuerdo y me da risa porque los trabajadores americanos pensa-ban que se iba a conservar esa separación y que ellos sólo trabajarían dentro

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de las instalaciones y que todo el trabajo más duro iba a seguir siendo de los mexicanos.

»Vinieron los compradores de los árboles de cada distrito a felicitarme porque les hice muy buen trabajo. Abrimos otro lugar de empaque y el go-bierno me dio otras dos nurseries en Bend, Oregón y en Washington. Yo fui el pionero que abrió todas esas puertas donde no nos aceptaban ni como visitantes. A partir de entonces en el campo se hizo el trabajo de igual a igual. Fue la era de Los Bermúdez que triunfó contra la discriminación. Eso hizo que fuera dejando mexicanos regados por aquí y por allá, todavía me hablan trabajadores que están bien acomodados por todos lados.

Grandes contratos

»Empezamos a recibir más mexicanos y entonces, además de los empaques me dediqué a plantar árboles. Antes sólo los sacábamos, podábamos, lim-piábamos y empaquetábamos y el trabajo de plantarlos lo hacía otra empresa, pero a partir de entonces también los plantamos. De todos los contratos que traía eran en total como 100 millones de árboles a plantar.

Un año agarré tres mil acres (1,214.1 has.) para plantarlos en la sierra, era una cantidad inmensa de terreno. El trabajador se llevaba de 100 a 110 dólares diarios y de 300 o 400 trabajadores que traía, veía un dineral que pasaba por mis manos y me asustaba, eran alrededor de 200 mil dólares por semana. Entonces fue cuando vi a Los Bermúdez en su apogeo.

Comparación con Joaquín Murrieta

»Tenía un amigo americano de nombre James, él me decía que yo era “un Murrieta” porque hacía temblar a los americanos. Cuando los mexi-canos me dicen señor Bermúdez o don Andrés, no los dejo y les digo: “dime Andrés”, “quítame el don”. Pero cuando los americanos me dicen mister Bermúdez me gusta. En los bancos y en las oficinas también me dicen mister Bermúdez, los dejo porque es una manera de cobrarme un poquito lo que ellos nos hicieron. Cuando los americanos escuchan de Bermúdez sienten miedo, como lo sentían con Joaquín Murrieta. Sí me gusta esa comparación porque sienten envidia de mis inventos y de lo que he hecho. Los americanos decían: “Andrés este año vas a fracasar”, “este año vas quebrar” y hasta ahora eso no lo han visto. Porque un mexi-cano para que compre tantos tractores, para que siembre tantas plantas y que tenga sus propias nurseries; por ser mexicano lo ven con envidia y

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con miedo. Me gusta que reconozcan que sé hacer las cosas. A todos los periódicos les ha interesado qué hace o deja de hacer Andrés Bermúdez. Esto todo el tiempo es noticia. “Yo nunca he fracasado con mis empresas, con mis ideales, siempre he triunfado”.49

Empresario e inventor

El Valle de San Joaquín, zona agrícola de California, ha sido desde tiempo atrás proveedora de toda clase de hortalizas y frutas. Sus niveles de productivi-dad y eficiencia son de los más altos en el mundo. Por increíble que parezca, An-drés Bermúdez fue pieza clave en este interesante proceso.

Anteriormente, en el Valle de San Joaquín, las hortalizas como el chile, tomate, etcétera, se plantaban manualmente en el surco. Esto implicaba un mayor costo debido a que el cultivo se prolongaba por dos o tres meses y requería de mayor actividad laboral. Además, su cultivo era muy problemá-tico debido al invierno, pues su plantación tenía que iniciar desde enero y enfrentar los bruscos cambios del clima.

La idea de hacer la máquina empezó a nacer en 1990, cuando el Depar-tamento de Agricultura de Oregón contrató a Andrés Bermúdez para la reforestación de los bosques de Medford. Este trabajo se hizo a máquina y fue en plena actividad cuando a Bermúdez le llamó la atención el funciona-miento de esa máquina y se preguntó si había algo similar que se pudiera utilizar para la agricultura. Buscó en el mercado, pero no existía. Pero An-drés era un hombre inquieto que contaba con la cultura emprendedora que le permitía hacer realidad sus proyectos, apoyarse en la observación y correr riesgos por lo que decidió su aventura más grande: hacer su máquina.

Andrés comentaba:

hacer la máquina no fue nada fácil, fue un periodo de encierro de siete me-ses. Se fabricó en el taller Bermúdez Brothers Farm & Labor Contractors, y mientras Serafín montaba el taller para cortar el hierro y soldar las partes, yo iba a buscar en los talleres lo que se necesitaba o a que me lo fabricaran. Eso fue muy difícil porque no llevaba más que el diseño en la cabeza y las medidas posibles. El principal problema es que llegaba a los talleres a pedir-les una pieza que no existía. Tenía que explicarles cómo hacerla. Yo mismo

49Por cierto, cuando Andrés Bermúdez murió, la televisión estadunidense y mexicana, y en general los medios de comunicación difundieron este suceso destacando sus aportes como empresario y como político transnacional.

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les dibujaba las partes o se las explicaba para que ellos fueran trazándola y así, con acierto y error fueron saliendo las cosas.

Pero la idea de hacer la máquina aún no estaba completa, era apenas un sueño, un deseo y una intención en marcha. La idea se fijó obsesivamente en la cabeza de Andrés y un día lo discutió con su hermano Serafín. Entonces, juntos tomaron la decisión de fabricarla. Fue en ese contexto que el modelo de la máquina plantadora de árboles sirvió de prototipo aproximado.

La Máquina Bermúdez jalada por un tractor, Winters, California,

9 de abril de 2002.

“La Paloma”, el secreto de la Máquina Bermúdez,

9 de abril de 2002.

En la actualidad la máquina puede describirse así: es una estructura metáli-ca resistente que se extiende hasta abarcar seis surcos: a) lleva en cada surco un arado que va abriendo la tierra; b) sobre cada arado está adherida una mangue-ra por donde circula el agua, mezclada, si se desea, con fertilizante; c) más atrás lleva dos ruedas por surco que giran al ritmo del desplazamiento del tractor y con la presión de su mismo peso, y d) en medio de ellas existe un mecanismo que es el secreto más importante y que Serafín Bermúdez nombra como “La Paloma”; esta parte gira al ritmo de las ruedas y eso provoca que se abra exactamente en la parte superior e inferior. Al abrirse esta parte frente a los trabajadores, éstos le colocan la planta, la cual inmediatamente es prensada con suavidad. Al llegar a la parte inferior, este mecanismo libera la planta, colocándola en el surco. En ese momento, las mismas ruedas giratorias le acercan la tierra y con su propio peso la prensan.

En la parte superior, sobre la estructura de la máquina se han diseñado los asientos. Éstos quedan colocados al frente y a un costado de “La Palo-

“La Paloma”

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ma”, de tal manera que al ir sentado el trabajador tiene que inclinarse, to-mar la planta por el tallo, colocarla en “La Paloma” y soltarla; todo lo demás se hace automáticamente.

Asimismo, frente a los trabajadores hay una amplia estructura metálica, con tres niveles sobrepuestos. En ellos se colocan decenas de laminillas que miden entre 50×40 centímetros, con 339 o 372 celdas que hacen posible la germinación de las plantas (una celda igual a una planta). Estas laminillas se van recorriendo una a una hasta el alcance de los trabajadores. De cada cel-da se toma la planta, ésta se libera con un césped adherido a su raíz y queda lista para colocarse en “La Paloma” y transplantarla.

Finalmente, atrás de la máquina un trabajador camina con un manojo de plantas en la mano, se encarga de vigilar que no se quede un solo espacio sin planta, si llegara a suceder, éste la trasplanta “a mano”.

La máquina es jalada por el tractor. Su peso es tan grande que, una vez que entra al surco, ella mantiene fijo su desplazamiento y en una misma dirección. Por tanto, al llegar a cada extremo de los surcos, un trabajador debe subir al tractor y tomar el volante para retornar. Cuando esto se hace, la máquina se levanta con todo y trabajadores, momento en que se cierra la llave del agua provista por la manguera. Una vez que el tractor vuelve al surco, se “baja” la máquina, se abre la llave de la manguera, y se deja despla-zar libremente al tractor a la velocidad promedio indicada.

El tractor a su vez lleva cargados dos grandes depósitos de agua (adelan-te y atrás). Todo lo cual indica la capacidad y potencia del mismo.

Por cierto, cuando se trabaja en un mismo terreno, generalmente el pro-ceso laboral se realiza a la vez con varias máquinas. Hasta ese lugar se trans-portan las plantas en grandes traileres propiedad de Bermúdez. Asimismo en ellos se trasladan sanitarios arrendados para la temporada de cultivo.

Andrés comenta que cuando se supo de la existencia de la máquina, hubo varios reportajes de la televisión californiana, fue entonces cuando se le llamó “Máquina Bermúdez”. No podían creer que en lugar de sembrar la semilla en el surco ahora se podía sembrar en un invernadero y trasplantarla pos-teriormente. Con eso no sólo se pudo reducir el tiempo de cosecha, sino tam-bién plantarla una vez que había pasado el frío. Asimismo, este sistema permitió programar con exactitud la fecha de su maduración.

Pero la hazaña de Bermúdez fue más lejos:

a) construyó su propio invernadero con una extensión de 10 acres (4.5 hectáreas);

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b) programó la siembra de semillas calificadas, según las necesidades, alcanzando la cifra de 65 a 70 millones de plantas que deben tras-plantar en tres meses;

c) previó la demanda de plantas en la región durante ese periodo, yd) comenzó a programar siembras escalonadas y variedades distintas.

Cuando pudo hacer todo esto, él aumentó a miles de acres la escala de cultivos, incrementó la productividad laboral y dio origen a un nuevo sistema agrícola en todo ese hermoso valle.

Resultado de lo anterior, a partir de 1996 los hermanos Bermúdez consi-guieron cultivar más acres de tomate y cultivar más toneladas de este produc-to que ningún otro productor en California. De esto se generó la idea de que Andrés Bermúdez se había convertido en “El Rey del Tomate”. El propio An-drés reconoce que ésta es una verdad imprecisa. Cuando en abril de 2002 vi-sité los campos de cultivo y observé la máquina en plena actividad, pude comprender varias cosas. En esa fecha, Bermúdez con orgullo me mostró los surcos trasplantados y me indicó que las plantas mantenían entre sí una misma distancia y una perfecta dirección en línea recta; él decía con orgullo: “se ven como un balazo”.

Asimismo, fui testigo de que Bermúdez ocupa hombres y mujeres, y que éstas son más eficientes y cuidadosas en el trato con las plantas. Ese día An-drés me dijo: “agarre la planta y jálela con fuerza para que vea por qué soy el Rey del Tomate”. Andrés no esperó, lo hizo él mismo y cuando la planta se trozó y quedó sepultada su raíz y parte del tallo, entonces me aclaró: “la plan-ta se queda en el surco porque cuando la trasplantamos permanece a presión, mojada y sin aire y eso es garantía de que no se secará”. Nadie ha logrado hacer eso, por eso soy el rey. Éste es mi verdadero invento”. Esa explicación me sorprendió porque yo mismo creía que Andrés era el Rey del Tomate sim-plemente porque cultivaba más tomates que nadie en California, sin embargo, la grandeza está en su invento.

En la actualidad, por todo el Valle de San Joaquín en California se utili-za esta máquina. Bermúdez, como todo hombre de campo, nunca patentó su invento y ahora ya es tarde para hacerlo. Cuenta que su máquina recién inventada se le perdió y dos meses después la encontró en un barbecho, él creé que fue la primera vez que se la copiaron y de ahí en adelante aparecie-ron otras. Sin embargo, Andrés reconoce que aunque se la han “pirateado”, nadie ha podido descifrar los pequeños detalles y secretos que contiene. Esto es lo que hace la diferencia en el grosor y alineación de los surcos, la profundidad del trasplante, la presión de las raíces, etcétera.

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En diciembre de 2001, en mi primera visita a su casa en Winters, Cali-fornia, Andrés se entrevistó con David Atanaka, un empresario agrícola y ciudadano japonés, quien le contrató para trasplantar cientos de acres de chile por 1.5 millones de dólares. Eran días difíciles porque el calentón del invernadero había fallado y era necesario sustituirlo por otro, pues estaba por hacer la siembra de semillas y éstas requerían un clima perfecto para su correcta germinación y crecimiento. Lo acompañé a varios lugares comer-ciales hasta que encontró el adecuado. El calentón adquirido era del tamaño de un tráiler y su costo fue de 40 mil dólares. Otro problema a enfrentar fue el de los daños que presentaba el invernadero por una fuerte granizada, ya que Bermúdez exigía a la firma aseguradora que se hiciera cargo de los da-ños y perjuicios que le ocasionó ese fenómeno natural. Bermúdez convino con esta firma que él haría las reparaciones a cambio de que la aseguradora cubriera sus costos, pues tenía el tiempo encima para garantizar que conta-ría con la planta. Asimismo, lo acompañé a la Eker Cold Storage donde le entregaron la semilla certificada de chile que debía de plantarse en ese ciclo. Esa empresa le compra miles de toneladas de ese producto, lo almacena, procesa y pone a la venta en enlatados diversos. Lo sorprendente es que es la misma empresa a la que se refería Bermúdez en su primera campaña política de 2001 a la presidencia municipal de Jerez, Zacatecas, como aquella que le compraría hasta 40 mil toneladas de chile morrón procedente de Zacatecas para procesarlas en Sinaloa y posteriormente exportarla a Estados Unidos.

La segunda venganza de Bermúdez

Una anécdota interesante es que en una ocasión Andrés Bermúdez se pre-sentó en una agencia comercial a comprar 12 tractores. Esperó 15 minutos y solicitó ser atendido, pasaron otros 15 minutos y nuevamente insistió que lo atendieran. Al ver tanta indiferencia decidió retirarse, pero antes de par-tir un ranchero de la zona llegó y se dirigió a él como míster Bermúdez, preguntándole: “¿Qué haces aquí?”. Bermúdez respondió: “vine a comprar 12 tractores, pero aquí no tienen ganas de vender y ya me voy”. El gerente al darse cuenta de su identidad se disculpó y le ofreció atenderlo. Andrés le dijo: “me discriminas porque soy mexicano, pero te equivocas, los mexica-nos tenemos derecho a ser tratados igual que cualquier ciudadano americano…” Andrés partió en su camioneta y el gerente se fue siguiéndole de cerca por el Freeway. Mientras le seguía habló por teléfono a otra agencia de tractores y convino en que lo encontraran en el camino. Al encontrarse, se estacionó a un lado de la carretera. El gerente llegó disculpándose y ofreciéndole los

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tractores con descuento, pero Bermúdez replicó: “de ti no quiero nada, no quiero tus tractores ni regalados”, y ante sus ojos tomó el contrato de com-pra-venta de la otra agencia, y como el gerente le decía: “Bermúdez, no lo firmes, no lo firmes por favor”. Entonces, para sorpresa del gerente, le dijo al segundo vendedor: “ya no quiero 12 sino 14 tractores” y firmó el contrato. Se trataba de la segunda venganza de este mexicano.

Bermúdez compra tractores,The Daily Democrat, Yolo County, California, 30 de noviembre de 1995.

Asimismo, he de agregar una experiencia que observé en los campos de Bermúdez durante el proceso de la cosecha del chile. Bermúdez posee una segunda máquina que él mismo la ha adaptado a sus necesidades. Se trata de una cosechadora que cuenta con bandas transportadoras que reducen el tiempo en que un trabajador se desplaza desde el lugar donde lleva el corte del chile hasta donde lo vacía. Las bandas hacen este trabajo transportándo-lo automáticamente hacia un remolque jalado por un tractor.

El chile que se cosecha debe tener una determinada coloración, peso y tamaño. El producto que no cuenta con estas características es desechado y abandonado en el surco, sirviendo sólo como abono, igual que la maleza que queda. Por supuesto, sólo quien es capaz de producir en estas condicio-nes puede competir con éxito en el mercado estadunidense.

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De esta experiencia se pueden sacar varias conclusiones que dan cuenta del éxito de esta empresa de los hermanos Bermúdez:

a) Andrés Bermúdez no sólo es un empresario, sino también un inven-tor que ha sido capaz de abrirle paso a una revolución tecnológica en el campo de la agricultura empresarial moderna.

b) Como empresario, su éxito depende de una producción muy tecnifi-cada, en serie y a gran escala, ya que estos sistemas no son rentables entre pequeños productores.

c) El contar con un invernadero, tierras, maquinaria y un amplio siste-ma de comercialización le asegura controlar las distintas fases del pro-ceso de producción.

“Con la máquina he plantado melones, sandía, calabazas, toda clase de plantas. Depende del patrón lo que quiera contratar”.

El sueño por el cambio de Zacatecas

Los investigadores y periodistas de México y Estados Unidos han escrito muchos artículos sobre Andrés Bermúdez, pero siempre desatacaron la face-ta política y aunque en ella hay indicios de este personaje forjado como migrante emprendedor, se ha destacado más su astucia. De hecho, se llegó a decir que Andrés Bermúdez no era empresario y que muchos de sus mitos eran verdaderos inventos. Pero Andrés también era un soñador que se veía asimismo involucrado en el desarrollo de Zacatecas.

El sueño que parecía posible

»Eran los tiempos del gobernador Genaro Borrego. Yo trabajaba en los inverna-deros en Oregon. En esos tiempos empaqué 96 millones de arbolitos. Entonces arreglé para que me donaran alrededor de 20 mil árboles y los llevé a Zacatecas con la intención de plantarlos. Busqué al gobernador Genaro Borrego para que me recibiera. Serafín y yo estuvimos en el Palacio de Gobierno toda una mañana, sin almorzar hasta las dos de la tarde y nunca nos recibió. Busqué a los secretarios, hablé con uno: Victorio de la Torre, le expliqué el plan y me pidió tiempo para hablar con el gobernador y nunca lo volví a ver. Vi que al gobierno no le interesaban los arbolitos y los tiré. Cuando tuve el sueño de llevar las máquinas, vi que entonces era el gobernador Arturo Romo y ni al Palacio de Gobierno me dejaron entrar. Cuando aparece el gobernador Ricardo Monreal me ilusioné mu-

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cho, le expliqué del invento y lo invité a que viniera a mi rancho a conocer la máquina. Al mes mandó a Antonio Mejía Haro, a Manuel de la Cruz y a su propio hermano Cándido Monreal Ávila. Ellos se fueron encantados, al mes o mes y medio vino el propio gobernador Monreal y al conocer cómo funcionaba la má-quina, él me dijo: “éstas tienen que ir a Zacatecas y le tienes que donar una al estado”. A mi hermano le dije: “ése es uno de tus sueños que ahora podremos realizar”.

»Para entonces la política no me llamaba la atención. Quería acercarme a ellos, pero con la intención de hacer algo por el municipio de Jerez y por el estado. Miré que si llevaba las máquinas yo mismo tenía que hacer las cosas o de lo contario no iban a funcionar.

Los proyectos se fueron frustrando

»Cándido Monreal Ávila, el hermano del gobernador de Zacatecas, lo pri-mero que dijo fue: “hay que llevar esas máquinas y probarlas en el rancho”. Todo iba bien para llevarlas, las habíamos pintado, estaban listos el troque y las trailas en las que las íbamos a llevar. Pensaba dejar allá el troque para llevarlas de un municipio a otro.

»Por lo pronto no pienso llevarlas, estoy muy decepcionado. Por eso mi hermano Serafín dijo a la prensa que después de lo sucedido se retiraban todos los apoyos.50 Al momento que me desconocieron quiere decir que tampoco quieren mis proyectos y lo que represento.

»La Ecker Co. Storages me iba a comprar el chile morrón que trajéramos de Zacatecas. Aquí en Estados Unidos tengo seis años entregándole chile. Ellos no tienen el chile que necesitan. Pusieron una sucursal en Sinaloa. Ellos querían que les llevara el chile a Sinaloa. Yo les dije que se pueden llevar de Zacatecas de 20 a 25 mil toneladas. Yo mismo pensaba llevar las nurseries, in-clusive se quedaron muchas cosas que había comprado para los invernaderos. Cuando se supo lo que me hicieron, la Ecker Co. Storages me mandó un ofi-cio en el que me decía: “a México no le interesa el progreso, no le interesan los campesinos, no le interesa el análisis. Lo que les interesa es su propio go-bierno. Retiramos el contrato que habíamos hablado contigo para México…”. Tengo ese documento en la oficina. En cierta forma se reían de mí porque me decían “Andrés y su gobierno”, “Andrés y su México”.

»Tenía el lugar para poner el invernadero. Se iba hacer en el Cañón de Juchipila. Los estudios indican que cuando se va a poner un invernadero la

50Se refiere al fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que en 2001 lo declaró inelegible.

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clave es la temperatura. La planta se siembra en enero, febrero y marzo. Allí es donde había visto un terreno que estaba tratado para comprar, pero al gobierno de México no le interesa el progreso.

»Había otros compromisos. Habíamos unas 15 personas que queríamos invertir. Cada inversión se haría entre jerezanos, michoacanos y jaliscienses. De los inversionistas ya había cinco que tenían tiendas de productos mexicanos en Estados Unidos. Queríamos hacer cintos piteados, bordados, hacer artesanías, comprarlos y venderlos en esas tiendas. En cada comunidad podíamos poner algún taller. Era un modo de promover las exportaciones y crear empleos. A todos los presidentes de Zacatecas les pedí que cada uno llevara lo que cada municipio podía producir. Le aseguro a cualquiera que con la intención de co-mer unos duraznos de Santa Rita o de El Durazno, unos nopalitos de El Morral o unas tunas de Jerez, uno es capaz de manejar en Estados Unidos unas 50 o 100 millas para comer un producto de su municipio. Ésa era la intención.

»Tenía relaciones con Jumex. Los empresarios mexicanos creían en mis propuestas. Con la marca de Zacatecas, los zacatecanos de aquí iban a ir a comprar, a probar el sabor. También fui a Reynosa con el presidente de Ca-nacintra, donde él me había conseguido tres empresarios interesados en confeccionar vestidos. Pensaba buscar trabajos para las mujeres.

»Cemex es una compañía grandísima. Les propuse el proyecto de com-prarles directamente el cemento. Toda la gente organizada en clubes podía comprar desde Estados Unidos su cemento para las obras del 3×1. Ellos esta-ban dispuestos a aportar su parte en ese programa social. Pensé en hacerles publicidad, les propuse que el periférico que hiciéramos en Jerez le pusiéra-mos su nombre, el de Lorenzo Zambrano o de uno de sus hijos. Ellos vinieron conmigo a Estados Unidos a una reunión del 3×1 y fueron a Jerez a tomar medidas. Yo había dicho que desde el primer día de mi gobierno empezaría el periférico, porque todos los políticos se los prometían pero nadie lo hacía. Ya había hablado con Cemex y sólo yo sabía cómo iba hacerle.

Bermúdez: la venganza de los migrantes

»Yo le decía a mi esposa y a mi hijo un día: voy a venir a componer esto. Me acuerdo que era un domingo en Jerez y un carro aventó a una persona en bicicleta. Llegó la policía y cuando el del carro dijo: “soy fulano de tal” lo dejaron ir y se fueron contra el de la bicicleta. Intervine y me dijeron “usted no sabe quién es el hombre del carro”. Se juntó la gente y a una persona le dije: “un día voy a venir y voy a quitar a los influyentes”. Cada rato pensaba en esas palabras. Sam Quiñones, un periodista estadunidense, recogió esta

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idea al decir que el regreso de Bermúdez a Jerez se podía entenderse como “una venganza de los migrantes en contra de los poderosos”.

En México también lo discriminaron

»Una vez que fui a México y llevé a mi esposa y a mi secretaria, estábamos en la frontera y nos iban a revisar las maletas y a ella le dije: “aquí no hables español, háblales inglés y verás cómo te tratan”. Cuando nos dijeron que revisarían las maletas, ella les respondió en inglés y lo primero que hicieron fue decirle que separara sus maletas porque iban a revisar las mías. Yo protesté y les dije que era injusto, y que en ese caso debían revisar sus maletas porque ella era extranjera y yo mexicano. Las maletas mías y las de ella iban en el mismo troque.

»Después de años regresé a Jerez y estaba de presidente Gonzalo del Río. Me metieron tres veces a la cárcel. El error que cometí fue haber com-prado una funda para navaja y no traía navaja. Me dijeron que había tirado la navaja. Les di cincuenta dólares de mordida. Regresé al restaurante por-que allí había dejado las llaves del auto. Me llevaron nuevamente porque el inspector de policía quería hablar conmigo, le di otros cincuenta dólares. Me fui rumbo al rancho y al salir a Jerez me eché unos tacos y me volvieron a llevar a la cárcel, y les volví a dar otros cincuenta dólares. Llegué a mi casa a las cuatro de la mañana y desperté a mi esposa y a mis hijos y a esa hora me vine a Estados Unidos. Duré tres años sin volver.

La política

»Toda esta aventura empezó con el mismo invento de las máquinas. El go-bernador Monreal Ávila vino a Winters, vio las máquinas y me dijo: “se ne-cesita el triunfo en Jerez, quiero que me ayudes”. Le respondí, de política yo no sé nada. La cosa es que uno debe hacer sólo lo que uno sabe. En esa oca-sión Serafín le dijo: “zapatero a tus zapatos”.

»Fuimos a Reno y me vuelve a decir lo mismo. A su secretario le dijo: “me voy a llevar a Andrés para que me ayude a ganar Jerez, porque Jerez es el municipio más difícil y quiero que cada uno le ayude”. Me quedé mirando a cada uno de ellos. Traía como a 12 personas de su gabinete. Pensé y me inte-resó la propuesta para hacer realidad mis sueños: mi hermano tenía el sueño de llevar las máquinas y yo tenía el sueño de componer las cosas allá, quería que los que estábamos de este lado de la frontera tuviéramos derechos políti-cos, que contáramos en México. Nos quedamos solos el gobernador, Pedro Goitia y yo. Él le dijo a Pedro Goitia: "mañana que lleguemos a Zacatecas quie-

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ro que me investigues inmediatamente qué es lo que se puede hacer con An-drés, si puede ser presidente municipal para que le hables inmediatamente y para que llegando haga un recorrido por el municipio conmigo, que la gente vea que él es el elegido”. Moví la cabeza, me agarré el sombrero, y pensé: “será muy cabrón el gobernador o serán muy pendejos los otros”, me intrigó.

»Ya se fue y a los cinco días me habló Goitia y me dijo: "Andrés, sí puedes ser presidente municipal, lo único que tienes que hacer es sacar una carta en Jerez”. Le pregunté: “¿sin esa carta no puedo hacer nada?”. Él me respon-dió que no. Ya se me había metido el gusanito, hablé con mi esposa y ella me dijo: “estás loco”. En ese momento pensé que en todo lo que había iniciado nunca había fracasado. Llegué a Zacatecas y el gobernador me pasea por Jerez, Villa de Cos y por muchos lados. La gente me miraba con ojos de curiosidad. Entonces entendí que el gobernador me había dicho que sólo con andar con él les iba a mandar el mensaje. El presidente municipal de Jerez era Benito Juárez. El y yo hicimos el trato de vernos en Napa.

»El gobernador vino a ver lo de las máquinas, llegó a Los Ángeles con la Federación de Clubes y de allí pasó a la Federación de Oxnard con los zacateca-nos. Le reservé el mejor hotel en Sacramento y al día siguiente le preparé un almuerzo en Winters con el Mariachi Zacatecas, invité a los cónsules mexicanos, a los congresistas americanos, banqueros, rancheros y a mucha gente importante. Fue un evento a la categoría del gobernador. Pensé que él viera que yo tam-bién podía traer políticos y medios de comunicación de periódicos y televisión (Univisión, Galavisión, Telemundo). Vi sorprendido al gobernador. Le dije que fuéramos a ver mis máquinas, los tractores, los tomates. Fuimos, se subió a los tractores, se tomó fotos. Entonces bajando de las máquinas fue cuando por pri-mera vez me dijo: “te voy a llevar a Jerez para que seas presidente”. Cuando nos fuimos a Napa me dijo: “estoy sorprendido de lo que la gente habló de ti, de lo que tú representas en las comunidades, de lo que has hecho”.

La conclusión es clara, Andrés Bermúdez es un hombre que con muchos sacrificios logró materializar el sueño del migrante triunfador y de un agen-te que cambió la política de un estado de migración histórica. Reconocido en Estados Unidos como empresario exitoso, esto le abrió las puertas para involucrarse activamente en Zacatecas en el cuestionamiento de los políticos de todos los colores. El hecho de que la Ley Migrante llevara inicialmente su nombre y de que ésta se haya convertido en la primera reforma nacional en su tipo, constituye la mejor prueba de que hizo historia, porque como él mismo decía: “detrás de mí vienen otros”, para después llegar aquellos que lograrán construir nuevas rutas para la afirmación de las prácticas transna-cionales en México.

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282 Miguel MoctezuMa l.

Bibliografía

Bermúdez, Andrés (1995), The Daily Democrat, Yolo County, California, noviem-bre. 30.

(2008), Entrevista, por Sandra de la Torre, en El Sol de Zacatecas, 12 de junio.

y José (1984), Entrevista por el Winters Express, Winters, California. moctezuma, Miguel (2001), “Andrés Bermúdez, Un símbolo de los migrantes”,

en Imagen, Sección: Opinión, Zacatecas, viernes 14 de septiembre.