El Hombre Del Burdel Diego Vecchio

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167 El hombre del burdel —Toc. El doctor Van Janssen abrió los ojos y miró el reloj. Eran las dos de la mañana. —Toc toc Se levantó y encendió la lámpara. —Toc toc toc. Se puso una bata. Al abrir la puerta, se encon- tró con Madame de Chastenay, quien le pidió que acudiera lo más pronto posible a su domicilio. Su hijo se hallaba en un estado que la dama no vaciló en calificar de alarmante. Y con razón. A Monsieur de Chastenay, quien hasta hacía poco había gozado de perfecta salud, le había dado súbitamente un ataque de parálisis. Aunque, a decir verdad, no tan súbitamente. Desde hacía años, padecía jaquecas y punzadas fulgurantes en las articulaciones que ningún analgésico lograba calmar. Ahora, tras el ataque, había perdido la ca- pacidad de movimiento de los miembros. Ni siquie- ra podía mover los dedos.

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    El hombre del burdel

    Toc.El doctor Van Janssen abri los ojos y mir el

    reloj. Eran las dos de la maana.Toc tocSe levant y encendi la lmpara.Toc toc toc.Se puso una bata. Al abrir la puerta, se encon-

    tr con Madame de Chastenay, quien le pidi queacudiera lo ms pronto posible a su domicilio. Suhijo se hallaba en un estado que la dama no vacilen calificar de alarmante.

    Y con razn.A Monsieur de Chastenay, quien hasta haca

    poco haba gozado de perfecta salud, le haba dadosbitamente un ataque de parlisis. Aunque, adecir verdad, no tan sbitamente. Desde hacaaos, padeca jaquecas y punzadas fulgurantes enlas articulaciones que ningn analgsico lograbacalmar. Ahora, tras el ataque, haba perdido la ca-pacidad de movimiento de los miembros. Ni siquie-ra poda mover los dedos.

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    El doctor Van Janssen examin con atencin aMonsieur de Chastenay y descubri en la reginparietal una carnosidad roja, que el cuero cabe-lludo apenas lograba ocultar: una cresta. Lo des-visti. En lugar de pelos, tena plumas. El doctorVan Janssen comprob que se le haba ablandadotodo el esqueleto. Era posible torcerle, en todoslos sentidos y con toda facilidad, los brazos, laspiernas, el cuello. Monsieur de Chastenay parecatener un cuerpo deshuesado, hecho de gelatina.

    Pobre ttere!Intuyendo cual poda ser el origen del mal, el

    doctor Van Janssen interrog a Monsieur deChastenay. Sin vacilar, formul abiertamente lapregunta. S, claro que s. Monsieur de Chastenayhaba pasado una breve estada en Pars. No hacafalta la reaccin de Wassermann, ni siquiera unapuncin lumbar, para establecer el diagnstico demorbo galicus.

    Morbo galicus?S: morbo galicus.Semejantes palabras en la boca (ahora torci-

    da) de Monsieur de Chastenay no podan dejar desorprender. Y no era para menos. Monsieur deChastenay haba llevado hasta entonces una vidamuy seria y desinfectada, absorbida totalmente porla Ciencia, sin ningn resquicio donde pudiera in-miscuirse aquel mundo de mugre y abyeccin, aso-ciado por lo general a este tipo de enfermedades.

    Haba nacido en Lieja. Su infancia haba sidouna de las ms higinicas de todo el reino de Bl-

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    gica, con una alimentacin equilibrada, nueve ho-ras de sueo religiosamente respetadas, un baosemanal, cambio de ropa interior todos los das ymucho aire puro. Su madre haba hecho lo posibley lo imposible para mantenerlo alejado de las ma-las compaas.

    La mosca domstica, deca Madame deChastenay, nace en las inmundicias, las carroas,las letrinas. De all va y viene a cada instante y sepasea por todas partes. Ah donde se posa, siem-bra grmenes, que producen pestes, fiebres, ta-bes. Las moscas visitan con gusto los cuartos delos enfermos. Caminan por encima de los excre-mentos de los diftricos. Revuelven los esputos delos tuberculosos. Besan con sus trompetas las lla-gas de los leprosos. Cuanto mayor sea la distanciaentre un nio y las moscas, menor ser el riesgode enfermedad infecciosa.

    Y cunta razn tena.Lejos de las moscas, Nicols creci robusto y

    lozano, ligeramente regordete. Vivi hasta los seisaos en el Edn de una infancia sin grmenes, sinconocer enfermedad. Ni siquiera un resfro. Ni si-quiera una angina. Ni siquiera un desarreglo in-testinal. Nada. Absolutamente nada. Hasta los seisaos.

    Porque a los seis aos, un da, Nicols amane-ci con fiebre. Cuando Madame de Chastenay loexamin, descubri, no sin horror, una tremebundahinchazn de la regin parotdea, que le daba unaspecto monstruoso. Paperas! Tena paperas!

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    Nada ms ni nada menos que paperas! Madamede Chastenay le prohibi terminantemente salir dela cama. Si Nicols se levantaba, las paperas po-dan bajarle de las glndulas salivares hasta lasgnadas, con riesgo de atrofia testicular. Era ne-cesario reposo absoluto. Nicols tuvo que resig-narse a pasar tres semanas en cama. Para que elreposo forzado fuera ms ameno, Madame deChastenay le regal un telescopio de juguete.

    El cielo, afirmaba, es uno de los pocos luga-res que quedan en este mundo, al abrigo de losgrmenes. En la tierra, pululan millones y millo-nes de microbios, la gran mayora, dainos, fata-les, felones. Hormiguean en las profundidades dela tierra. Al ras del suelo. Alrededor de nuestrasfosas nasales. Incluso en la atmsfera, hasta los10.000 m de altitud, resistiendo al fro y a los ra-yos ultravioletas. Afortunadamente, en el vaco si-deral, no existen las condiciones necesarias parala vida y para aquellas vidas minsculas que des-truyen, a veces con tanta saa, la vida.

    El telescopio fue una verdadera revelacin. Sinmoverse de la cama, y sin riesgo de agravar suenfermedad con una orquitis, Nicols deChastenay, que tena unos testculos pequeos yprematuramente arrugados como dos pasas de uvaseca, poda observar la luna, el lucero vespertino,Marte y Jpiter, incluso el cinturn de asteroides.

    Las paperas le dejaron como secuela una cu-riosidad sin lmites por los cuerpos celestes. Antesde acostarse, Nicols formulaba la pregunta de lasbuenas noches.

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    Por qu la noche es oscura?Su madre no saba qu responder.Por qu el sol quema?Su madre no saba qu decir.Por qu la lluvia moja?An menos.Por qu las estrellas no se caen? Por qu la

    luna no tose? Por qu los planetas no hablan? Yla peor de todas: Por qu siempre hay algo y noms bien nada?

    Su madre no saba qu hacer para que se ca-llara y la dejara tranquila de una vez por todas.Nadie, ni siquiera el padre, que era una personamuy cultivada, daba abasto para satisfacer seme-jante sed de saber.

    Nicols de Chastenay se inscribi en la Uni-versidad de Lieja para estudiar astronoma. Pocosaos despus, se gradu con una memoria sobrelos uranolitos, que sorprendi a la comunidad cien-tfica por su originalidad, pero que no le vali paraencontrar trabajo. Eran tiempos difciles, inclusopara una ciencia en plena ebullicin, como la as-tronoma. Se vio obligado a ganarse la vida escri-biendo artculos en la seccin Ciencia y tcnica deun diario de provincia.

    Peor es nada.Otro cientfico hubiera rechazado rotundamen-

    te este trabajo, considerando que entre la cienciay su vulgarizacin, existe la misma diferencia queentre una estrella que tiene su propia luz y un pla-neta que no refleja ms que la luz de una estrella.Pero Monsieur de Chastenay estaba convencido de

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    que los progresos de la ciencia no servan de nadaa la humanidad si quedaban confinados en el es-trechsimo crculo de los especialistas.

    Por eso mismo, se afanaba en explicar de unamanera clara y sencilla los grandes descubrimien-tos cientficos de los ltimos siglos. Y de paso apro-vechaba para responder a las preguntas que losnios belgas formulaban a sus padres y a las quelos padres no saban responder. Por qu las es-trellas estn tan lejos? Por qu el aire es transpa-rente? Cunto tiempo de vida le queda al sol?

    El universo, escriba Monsieur de Chastenay,es una Escalera Helicoidal, por la que se puedesubir, no sin vrtigo, hasta el infinito, si las fuer-zas no flaquean. Hasta ahora el hombre no ha he-cho ms que subir el primer escaln: el Monte Blan-co, a 4.008 m de altitud sobre el mar. Pero nada leimpide seguir subiendo hasta tocar la bveda ce-leste.

    Basta dar un salto para llegar al segundo es-caln, la luna, con sus crteres y sus piedras, auna distancia que equivale a 30 dimetros terres-tres. En materia astronmica, esta distancia es to-talmente insignificante. Cientos de marinos, viaje-ros y guerreros han recorrido en barco, tren o ae-roplano distancias semejantes.

    El tercer escaln es el planeta Marte, 10 vecesms liviano que la Tierra. Un ser humano de 75 kpesara apenas 28. Si dicho individuo decidierasuicidarse arrojndose desde una torre Eiffelmarciana de 300 m de altitud, al estrellarse con-tra el pavimento, apenas se torcera el tobillo.

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    El cuarto escaln corresponde a los planetaslejanos, como Jpiter, que pesa 310 veces ms quela Tierra, pero 1.047 veces menos que el Sol y cuyodimetro es 11 veces mayor que el dimetro te-rrestre, pero 9,7 veces inferior al dimetro solar.Nuestro hombre de 75 k pesara 172. Si se le ocu-rriera levantar el brazo para saludarnos desde unaplaya jupiteriana, los tendones y los huesos no re-sistiran el peso de la mano. El brazo se le quebra-ra, como el tallo de una rosa sobre la cual se hu-biera sentado por descuido un hipoptamo.

    Basta con dar otro salto, para perder la cuentadel nmero de escalones y extraviarse en el espa-cio sideral, dejando atrs la repblica solar, consus nueve planetas y sus cuarenta y nueve lunas,hasta ser capturado por el campo gravitacional deestrellas que existen a distancias que la aritmti-ca terrcola por el momento no puede concebir.

    Por aquel entonces, el rey Leopoldo volvi deuno de sus viajes al Congo, bastante enfermo. Envez de reunirse por la maana con sus ministros,visitar por la tarde el Museo de Bellas Artes paraadmirar las ltimas adquisiciones, asistir por lanoche como era su costumbre al teatro, se la pa-saba todo el tiempo en el retrete, con clicos. Yahaba adelgazado varios kilos. Lo que haba perdi-do en carne, lo haba ganado en barriga. El mdi-co de la Corte sospechaba que se trataba de unanueva enfermedad congolea y que llam, en ho-nor al insigne enfermo, el mal del rey Leopoldo.

    A decir verdad, su majestad padeca un tras-torno digestivo un tanto alarmante, dado que, en

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    vez de cido clorhdrico y diastasas, las glndulasestomacales segregaban una encima altamente co-rrosiva. El estmago se haba transformado en unagran trituradora, que estaba digiriendo el cuerpodel rey. Ya haba hecho papilla 17 cm de esfago y23 cm de intestino delgado y se preparaba a engu-llir el colon. Un verdadero desastre. Si no encon-traban rpidamente un remedio, la vida del reyLeopoldo corra un serio peligro de muerte porautodigestin.

    El mdico pens que se trataba de un microbioque haba alterado la fisiologa de las glndulasdigestivas. La Ciencia acababa de descubrir losmicrobios y los cientficos pensaban que todo loque ocurra en este planeta era obra de un micro-bio. Microbios eran los que transformaban el vinoen vinagre. Y los que hacan cuajar la leche. Y losque provocaban enfermedades en los hombres yen los gusanos de seda, arruinando cuerpos, in-dustrias. La Ciencia no era ms que una nia. Ylos microbios eran su nuevo juguete. Que nadie selo reprochara. Haba que dejarla jugar.

    A pesar de sus dolores epigstricos y esofgicosy el riesgo inminente de oclusin intestinal, el reyLeopoldo estaba ms que feliz. Por fin se le pre-sentaba la oportunidad que tanto haba estado es-perando.

    En los ltimos tiempos, las principales poten-cias europeas haban descubierto un microbio.Prusia se enorgulleca del bacilo de la tuberculo-sis, descubierto por Koch. Francia se ufanaba delgermen de la rabia, que descubri Pasteur. Inclu-

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    so una nacin tan atrasada como Espaa se jacta-ba de tener su propio protozoario, totalmente in-ofensivo, identificado por Santiago Ramn y Cajal.El reino de Blgica, que en los ltimos aos habaextendido su imperio ms all del trpico, que ha-ba seguido con fervor los primeros pasos de la re-volucin industrial, que haba visto una pululacinsin precedentes de artistas y escritores, an notena su microbio.

    Y ya era hora.El rey quera que un cientfico descubriera un

    germen que fuera la envidia de las otras nacionescivilizadas. Estaba dispuesto a ofrecer su propiocuerpo a la Ciencia, para gloria y progreso del rei-no de Blgica. Acaso el cuerpo del rey no era unobjeto de experimentacin excepcional comparadocon un perro rabioso o un escupitajo de tsico?Estaban dadas las condiciones ptimas para co-menzar la investigacin. Solo faltaba un microsco-pio y un ojo que observara lo inobservable. Estavez no haba que dejar pasar la oportunidad.

    El Rey llam a uno de sus Ministros y le pidique le buscara a un Cientfico, digno de ese nom-bre, que le diera al Reino de Blgica, aquello quetanto mereca: su Microbio. El Ministro llam alPresidente de la Academia de Ciencias de Bruse-las para que buscara a un Cientfico, que le reve-lara al Rey aquello que tanto lo mortificaba: laCausa de su Enfermedad. El Presidente de la Aca-demia de Ciencias se puso a buscar por las uni-versidades, laboratorios y gabinetes de curiosida-des. Pero no encontr a nadie.

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    En la escala de lo pequeo, los cientficos bel-gas no haban descendido ni siquiera medio esca-ln. Van Diek, el ms osado de todos, que habaconsagrado toda su vida a las dermatosis caninas,se haba detenido en los 10 mm de la Ixodes ricinus,ms conocida como garrapata. Nadie se haba aven-turado ms all. Nadie se haba atrevido a pegar elsalto para caer en el mundo, invisible al ojo huma-no, donde viven los microbios. A todo esto, el esta-do del rey se agravaba. Una vez ms el reino deBlgica dejara pasar una oportunidad?

    Cuando estaba a punto de abandonar la bs-queda, el director de la Academia de Ciencias leyuna de las notas de Monsieur de Chastenay y loconvoc inmediatamente. Este era el cientfico queestaban buscando. Si la Naturaleza era una Es-calera, como aseguraba, una Escalera Helicoidal,para ser ms exactos, no sera desatinado afir-mar que lo infinitamente grande y distante se to-ca en un punto determinado con lo infinitamentepequeo y cercano. Quien es capaz de subir, tam-bin es capaz de bajar. El que puede estudiar lasestrellas que titilan a quince millones de aos luz,tambin puede estudiar los microbios que vivenplcidamente instalados en nuestro tubo digesti-vo. Solo es necesario dar vuelta la lente y trans-formar el telescopio en microscopio; la ascensin,en descenso; dejndose resbalar de lo maysculoa lo minsculo.

    Modesto como era, Monsieur de Chastenay lerespondi que para pasar de la astronoma a lamicrobiologa no bastaba una mera inversin de

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    lente. Un microbio no era un asteroide a la deriva.As como tampoco, la luna era una bacteria. Entrela materia inorgnica de un cuerpo celeste y lamateria orgnica de ciertos cuerpos terrestres, ha-ba un enigma, por ahora no resuelto por la Cien-cia: el origen de la vida.

    El Director de la Academia de Ciencias no qui-so escucharlo y le dijo que el Rey estaba dispuestoa pagarle de su propio bolsillo una breve estadaen algn centro de investigaciones de avanzada,para que se pusiera al da en materia de microbio-loga. Como le era imposible financiarle una esta-da en Berln, donde la vida se haba vuelto dema-siado cara, no le quedaba ms remedio que en-viarlo a Pars, donde la vida estaba tirada.

    En todo caso, para los belgas.Un domingo por la maana, Monsieur de

    Chastenay tom un tren en Lieja y descendi unashoras ms tarde en Pars. Gracias a una carta derecomendacin, firmada por el mismsimo reyLeopoldo, Monsieur de Chastenay fue aceptadocomo asistente en el laboratorio del profesorPhilippe de Saint-Gervais, uno de los hombres msclebres de aquella poca, en virtud de la querellade la gripe de las gallinas.

    En una de las ltimas sesiones de la Academiade Ciencias de Pars, el profesor Saint-Gervaisanunci que el germen de la gripe no atacaba a losgallinceos. El profesor Saint-Jurieu, un cientfi-co de segunda que haba hecho carrera refutandoteoras de cientficos de primera, afirm, sin dejarde atusarse el bigote, que su colega, el profesor

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    Saint-Gervais, estaba lamentablemente equivoca-do. Ah mismo, Saint-Gervais le dio a Saint-Jurieuun frasco con microbios de gripe y le pidi que tu-viera la amabilidad de enviarle, a cambio, una ga-llina engripada. Saint-Jurieu acept el reto. Y sepuso a inocular.

    El problema era de crucial importancia. Si laCiencia lograba explicar las razones de la inmuni-dad de los gallinceos, sera posible comprenderlos complejos mecanismos del sistema inmunitariohumano, lo que permitira a su vez descubrir unavacuna contra la gripe, que el ltimo invierno sehaba cobrado varios millones de vctimas.

    Al cabo de un tiempo, el profesor Saint-Gervaisencontr al profesor Saint-Jurieu, caminando porla calle y, antes de sacarse el sombrero, le pre-gunt:

    Y la gallina engripada?El profesor Saint-Jurieu le explic que no ha-

    ba tenido tiempo de ocuparse del asunto,mascullando un pretexto cualquiera. Y le prome-ti traerle lo ms pronto posible la gallina enfermade gripe.

    Al cabo de unas semanas, el profesor se en-contr con el profesor Saint-Jurieu en la fiesta deuna princesa, protectora de las Artes y de las Cien-cias. Limpindose el monculo, le dijo, no sin es-bozar una sonrisa:

    Y la gallina engripada?El profesor Saint-Jurieu volvi a inventar un

    pretexto cualquiera. Y le prometi traerle la galli-na engripada en pocos das.

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    Unos das ms tarde, el profesor Saint-Gervaisse encontr con el profesor Saint-Jurieu en unade las sesiones de la Academia de Ciencia. Sin sa-ludarlo siquiera, le pregunt, delante de todos:

    Y la gallina engripada?Esta vez, no hubo escapatoria. El profesor

    Saint-Jurieu tuvo que confesar que durante todoaquel tiempo haba estado inoculando cuatro ga-llinas, llamadas respectivamente, de menor a ma-yor, Mary, Peggy, Betty y Julie, con una buena do-sis de microbios, en diferentes oportunidades y demaneras diferentes, pero ninguna de las gallinasse haba enfermado. Por el contrario, las cuatrogallinas gozaban de perfecta salud, como si los mi-crobios inyectados hubieran sido vitaminas. Hu-biera continuado con su experimento, a no ser porun descuido del personal de limpieza, que dej malcerrada la puerta de una de las perreras. En me-dio de la noche, los perros se escaparon y se preci-pitaron sobre la jaula de las gallinas. Tras echarabajo la puerta, se las comieron de un mordisco,sin dejar una pluma. Al da siguiente, los perrosestaban muertos. El profesor Saint-Jurieu se vioobligado a declarar pblicamente que su colegatena razn: el microbio de la gripe no atacaba alos gallinceos.

    En la sala se hizo un silencio sepulcral, que elprofesor Saint-Gervais rompi, pidiendo que le tra-jeran una jaula envuelta en un lienzo blanco. Dela jaula sac un objeto, que expuso ante todo elmundo. Era Samantha, una gallina con los ojosrojos, inyectados de sangre, que en vez de caca-

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    rear, estornudaba. Seoras y seores: una gallinaengripada.

    En la sala se oy un murmullo, que el profesorSaint-Gervais hizo callar, majestuoso como siem-pre, con un simple gesto de su mano, para expli-car, sin dejar de afilarse el bigote, que mientras elprofesor Saint-Jurieu inoculaba sus cuatro galli-nas, l, Philippe Marcel Andr Auguste de Saint-Gervais, como buen cientfico que era, haba repe-tido sus experiencias, a fin de poner en tela de jui-cio sus propias hiptesis.

    Intrigado por la resistencia de las gallinas algermen de la gripe se pregunt si la causa no seraun simple problema de temperatura. Como todossaben, la temperatura promedio de una gallina esde 45 C, mientras que la del perro es de 39 C, ladel hombre es de 37 C y la de la rata almizclera de25 C. El profesor Saint-Gervais inocul dos galli-nas: Samantha y Charlotte. A Samantha, la sumer-gi inmediatamente en un bao de agua fra, ha-cindole descender la temperatura a 39 C. ACharlotte, no. Charlotte resisti a la inoculacin,Samantha se enferm de gripe. Para pulular y ma-tar, el microbio necesitaba una temperatura infe-rior a 40 C. Ah tenan la prueba, ante sus propiosojos: Samantha, la gallina engripada, por culpa deun bao de agua fra. La prueba irrefutable, porotra parte, de la ineptitud total de Saint-Jurieu parala investigacin cientfica.

    Gracias a Samantha, el profesor Saint-Gervaisobtuvo una ctedra de Microbiologa en el Collgede France, que no tard en convertirse en uno de

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    los lugares ms frecuentados de Pars. Las cienbutacas del anfiteatro donde enseaba estabanocupadas por un pblico de lo ms selecto, que nosolo contaba con los cientficos ms brillantes dela poca, sino tambin con un puado de prince-sas, duquesas y marquesas que haban sobrevivi-do a las sucesivas olas de revoluciones que habansacudido a toda Europa y que aprovechaban aque-llos instantes sin guillotina, para salir a la luz einstruirse.

    Philippe de Saint-Gervais llegaba, alto, delga-do, con sus dedos largos y peludos. Tras subirsea una tarima, se pona a hablar, con una elocuen-cia que haca comprender a los otros aquello queni l mismo comprenda. El pblico beba sus pa-labras, en medio de un silencio en que no se oani una tos.

    Ni siquiera una mosca.Monsieur de Chastenay estaba profundamen-

    te impresionado.Un microbio deca Philippe de Saint-Gervais

    y al or esta palabra al pblico se le pona la carnede gallina un microbio es algo infinitamente mi-nsculo que puede tener un efecto maysculo.Quince micrones bastaron para exterminar, en elsiglo XIV, en pocas semanas, a ms de veinte mi-llones de seres humanos: los quince micrones dela Yersinia Pestis. Dotada de una membranaplsmica, rica en lipopolisacridos y de una pisto-la de rayo lser, este microbio malhechor desem-barc en Venecia, en un barco mercante que pro-vena de Oriente, difundiendo la peste.

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    En la sala, se hizo un silencio de muerte.Pero no todos los microbios son malhecho-

    res. Es ms: los malos son los menos. La mayorparte de los microbios son buenos. Qu hara lahumanidad sin el generoso Saccharomyces apicu-latus, una de las principales levaduras, que inter-viene en la produccin del vino? Sin el madruga-dor Saccharomyces cerevisiae, primer productorde pan? Y qu sera de nosotros sin el modestoRhizobium que vive escondido en las profundida-des de la tierra, como un anacoreta, durmiendoen las races de las plantas, transformando el azo-gue del aire en fertilizante?

    Sus conferencias tuvieron tanto xito y habatantas personas que queran asistir a sus charlasy que siempre se quedaban afuera, que Philippede Saint Gervais se decidi a publicarlas. Otro cien-tfico en su lugar se hubiera negado rotundamen-te a dar a conocer por escrito aquello que habasido dado a conocer de manera oral. Pero Philippede Saint Gervais, que no solo era un extraordina-rio cientfico sino que tambin hubiera podido serun extraordinario poltico, saba perfectamente quepara ganarse los aplausos de la Ciencia haba queganarse los aplausos del Pueblo. Gobernar es con-trolar el universo. Y para gobernar y controlar eranecesario poner los nuevos juguetes de la cienciaal alcance de todo el mundo, y no guardrselospara s. Philippe de Saint-Gervais escribi enton-ces su Viaje al Mundo de lo Imperceptible que ledio una gran popularidad. No poda caminar porla calle sin que alguien lo detuviera para hacerle

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    alguna pregunta: los microbios pertenecen al rei-no animal o al reino vegetal? de qu manera selos puede ver? qu colores tienen? qu forma?dnde viven? qu comen?

    Una noche, al terminar su conferencia, vino averlo Madame Claire, la duea de un burdel mo-delo. A diferencia de las otras alcahuetas ms in-teresadas en el dinero de los clientes que en lasalud de la poblacin, Madame Claire haba pues-to los ltimos descubrimientos de la ciencia al ser-vicio del placer. Gracias a una verdadera labor deprofilaxis, haba logrado erradicar de su estableci-miento las enfermedades sexualmente transmisi-bles. Era verdad que sus tarifas eran las ms ele-vadas. Pero tambin era verdad que su burdel erael ms pasteurizado de toda la ciudad. Cuando unade sus trabajadoras terminaba el turno, vena in-mediatamente el personal de limpieza con guantesde ltex para fregar, frotar, rociar, hervir, si eranecesario incinerar y, por supuesto, echar un cho-rro de hipoclorito de sodio. Gracias a estos cuida-dos, los clientes podan retornar a sus hogares contoda tranquilidad, sin polizontes inoportunos, comola Neisseria gonorrhoeae, con su garfio, su pata depalo y su parche negro, que produce la blenorra-gia; o el Treponema palidum, siempre impecable-mente vestido de blanco, responsable de la sfilis;o el Herpes virus simplex, envuelto en una bataicosadrica, con el pelo mojado, como si recinacabara de salir de la ducha, agente del herpesgenital.

    Ni siquiera piojos.

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    O condilomas.Mucho menos ladillas.El problema era que desde haca meses se le

    haba infiltrado un microbio, resistente a los desin-fectantes, que echaba por tierra semejante laborsanitaria. La primera vctima fue un poltico. Trasuna semana de fiebre intensa de 40 C, se le caye-ron todos los pelos. En lugar de pelos, le salieronplumas, para colmo de males plumas blancas, quetanto avejentan. De nada serva afeitarse o depi-larse. A los pocos das, las plumas volvan a cre-cer, duras y gruesas, ms blancas que antes. Laenfermedad no era mortfera sino fastidiosamenteantiesttica. El enfermo estaba obligado a exhibirante los ojos de todo el mundo el estigma de unabarba plumero.

    Madame Claire sospechaba que se trataba deuna venganza de su archienemiga MadameSolange, propietaria de uno de los burdeles msfrecuentados de todo Pars, pero donde las condi-ciones de higiene dejaban mucho que desear. Enuna gota de agua recolectada al azar en un mil-metro de los 200 m2, con piscina de mrmol, baoturco y sauna finlands, pululaban segn el lti-mo informe del Ministerio de Salud Pblica, msde 3.000 especies de microbios, entre ellos, los cl-sicos universales de todos los tiempos, responsa-bles de la blenorragia, la sfilis y el herpes genital,pero adems el Haemophilus ducreyi, baciloanaerbico, vulgarmente anaranjado, responsabledel chancro blando; por la Chlamydia trachomatis,ms bien pequea, azul, con rayas blancas, a me-

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    nudo melanclica, que produce uretritis y pros-tatitis aguda; y por un buen puado de Citome-galovirus, gorditos y sanguneos, con marcadastendencias psicpatas. Gracias a los contactos deMadame Solange, junto a una considerable sumade dinero, el legajo se perdi y el establecimientoescap a las sanciones sanitarias que le corres-pondan.

    Los funcionarios podan ser corruptos, pero losclientes no eran idiotas.

    Con la apertura del burdel modelo de MadameClaire, se produjo un movimiento de migracinmasivo. Harta ya de tanta enfermedad venrea, laclientela prefera pagar unos cuantos francos ms,a gastar el dinero en tratamientos antisifilticos,antiblenorrgicos o antiladllicos. Madame Solangeperdi ms de dos tercios de sus clientes. Por esomismo, Madame Claire sospechaba que MadameSolange le haba inoculado algn microbio, impor-tado de frica o de Indochina, a fin de provocar suruina.

    Y lo estaba logrando.La situacin era cada vez ms alarmante. La

    ltima semana, se haban declarado tres nuevoscasos de lo que todos haban empezado a llamaren Pars la fiebre espaola de los burdeles; peroque en Blgica se llamaba el morbo galicus; y enHolanda, el mal belga; y en Prusia, la peste holan-desa; y as sucesivamente, hasta la China, dondela enfermedad an no tena nombre. Si la cosa se-gua as, el Ministerio de Salud Pblica iba a ce-rrarle el local. Madame Claire tena que identificar

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    el microbio, si no su reputacin sanitaria queda-ra definitivamente arruinada. Consideraba que elprofesor Saint-Gervais era el nico hombre de cien-cia capaz de salvarla, proponindole las medidasde prevencin ms eficaces. Vacunacin? Fumi-gacin? Desinfeccin?

    Philippe de Saint-Gervais acept este nuevoreto. Aquella misma noche se present en el esta-blecimiento, alto, delgado, con sus dedos largos ypeludos. Acompaado por Madame Claire, exami-n las instalaciones, inspeccionando con particu-lar atencin los lugares que aquella porquera demicrobios suele elegir como escondite para susemboscadas, por ejemplo: el sistema de ventila-cin, las letrinas, el agua usada de las palanga-nas, la ropa de cama, el tocador, el reverso de losespejos. Todo estaba en un estado impecable. Nisiquiera en un hospital hubiera sido posible en-contrar tanta higiene. Antes de terminar su visita,recolect algunas muestras de agua, aire y polvo,a fin de observarlas en su laboratorio con un mi-croscopio ultrapoderoso.

    Vio en una gota de agua de bid millones deanimales, extraordinariamente minsculos, blan-cos y negros, con cilios, avanzando con movimien-tos rectilneos, como automviles circulando porlas calles de una gran ciudad, tocando bocina. Eranparamecios. Y en ningn caso el microbio respon-sable de la fiebre espaola de los burdeles.

    El profesor Saint-Gervais volvi al estableci-miento de Madame Claire esta vez para examinara las trabajadoras, inspeccionando en particular

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    los lugares que esos malhechores de microbiossuelen elegir como residencia, extrayendo mues-tras de piel, pelos, uas, sangre, orina, excremen-tos, saliva, placa dental, mucus vaginal.

    Vio en una pizca de sarro tantos microbioscomo estrellas en el cielo, en forma de bastn,trasparentes, con aletas, que se desplazaban encrculos concntricos, a una velocidad increble,como delfines. Era la clebre Spirochaeta buccalis.Pero no el microbio que buscaba.

    El profesor Philippe de Saint-Gervais volvi portercera vez al burdel esta vez para recolectar algu-nas gotas de licor seminal de los clientes. En unagota tan pequea como un grano de arena, vio ungran nmero de gusanos cabezones, propulsadospor una hlice, avanzando, retrocediendo, entre-chocndose, retorcindose.

    De pronto, en medio de este espectculo, des-cubri una piedra preciosa, de unos pocos micro-nes, oval, cuidadosamente labrada. Seran mol-culas de cornalina? O de sardnica? Sera elmicrobio que estaba buscando? El microbio de lafiebre espaola de los burdeles?

    Para ver ms claro, ajust la lente, temblandoante la posibilidad de descubrir un microbio quellevara su propio nombre. Seguramente toc laperilla que no haba que tocar. La lente del mi-croscopio se abri de par en par. Philippe de SaintGervais trastabill y empez a caer a los tumbos,por la escalera de lo visible, pasando del metro alcentmetro y del centmetro al milmetro. De unmundo a la escala del hombre, con sillas, mesas,

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    puertas y ventanas, pas a un mundo a la escalade un insecto. Luego se perdi en el reino de loinvisible, engullido por el abismo de lo infinitesimal.A una velocidad vertiginosa, cada vez ms cercanaa la velocidad de la luz, pas del micrn al micrndel micrn y del micrn del micrn al micrn delmicrn del micrn. Del mundo de los microbiospas al mundo de las molculas y del mundo delas molculas, al mundo atmico y del mundo at-mico al mundo de las partculas subatmicas. Yluego dio de narices contra una puerta: la puertade lo incognoscible.

    Antes de desintegrarse, transformndose enenerga, se dio vuelta, para despedirse del mundoque lo haba albergado hasta entonces. Vistos desdela perspectiva de un quark, los microbios eran es-trellas, mucho ms grandes que nuestro sol, ani-mados por un extrao magma interior, que les per-mita moverse, alimentarse, excretar, respirar, re-producirse, antes de apagarse.

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    Indice

    La dama de las toses .. 9El hombre del tabaco .. 29La nia de los huesos .. 41Las damas de las focas .. 61El hombre de los sesos .. 77El hombre de las hormigas destornilladoras .. 99La dama de las flores .. 123El hombre del ltimo libro .. 143El hombre del burdel . .1 6 7

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    ltimos ttulos en Biblioteca Ficciones

    Palacio de los aplausos

    por Arturo Carrera y Osvaldo Lamborghini

    Varia imaginacin, por Sylvia Molloy

    Las violetas de Attis, por Daniel Attala

    El nio pez, por Luca Puenzo

    Villa Laura, por Sergio Dubcovsky

    Provincia de Buenos Aires, por Laura Palacios

    Al fin, por Sergio Delgado

    Ms extrao que la verdad, por Luciano Cescut

    Ischia, Praga & Bruselas, por Gisela Heffes

    Footing sostenido, por Santiago Stura

    El matador de hormigas, por Germn Coiro

    9 minutos, por Luca Puenzo

    Formas de humo, por Erich Schierloh

    Diario de la rabia, por Hctor Libertella

    El da feliz de Charlie Feiling

    por Sergio Bizzio y Daniel Guebel

    Siesta nmade, por Dbora Vzaquez

    El da feliz de Charlie Feiling, por Daniel Guebel y

    Sergio Bizzio

    Corrientes, por Cristina Iglesia

    Corazn de skitalietz, por Antonio J. Ponte

    Los tipos como yo, por Dominique Fabre

    El monstruo, por Sergio Sant'Anna

    Mi perra Tulip, por J.R.Ackerley

    Obra Completa, Tomos I y II, por Norah Lange

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    Csar Aira en Beatriz Viterbo

    Copi

    El llanto

    El volante

    Cmo me hice monja

    La costurera y el viento

    La fuente

    Los dos payasos

    La serpiente

    El mensajero

    La trompeta de mimbre

    Un episodio en la vida del pintor viajero

    Alejandra Pizarnik

    Las tres fechas

    Fragmentos de un diario en los Alpes

    Edward Lear

    El tilo

    Cmo me re

    Las conversaciones

    La confesin

    El nufrago

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