El Fastidio de María Eugenia Alonso
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Universidad Central de VenezuelaFacultad de Humanidades y EducaciónEscuela de LetrasTaller de investigaciónProfa. Teresa SoutiñoAutora: Lorena Alejandra Quijada Struve
El fastidio de María Eugenia Alonso:La señorita que contemplaba, imaginaba y escribía por causa de su fastidio.
Brisa que eleva la palabra. Eduardo Dios.
En Ifigenia Teresa de la Parra nos regala la historia, contada en primera persona, de
María Eugenia Alonso. Una hermosa joven caraqueña, recién llegada a su ciudad natal
luego de una larga estancia en solitario en la capital del mundo: París. En ese viaje
aprendió, experimentó y conoció el mundo, fue libre, fue feliz. Cuando María Eugenia llega
a su casa en Caracas, una enorme y antigua casa colonial donde viven su Abuela y su tía
Clara–quienes no comparten con ella su visión del mundo–, se entera de que es pobre y de
que debe vivir ahí confinada, en ese sitio donde el tiempo no parece avanzar, donde no hay
nada divertido –o no– que hacer, y donde la religión rige lo que una buena mujer debe
hacer. Y se fastidia. Un fastidio que casi la consume, su alrededor inmóvil le fastidia y la
inmoviliza a ella también. No le queda más que contemplar y soñar con el pasado, pensar e
imaginar, y crear, escribir. Escribir por el fastidio que trae la tristeza y la melancolía de
tener que encerrarse en una casa antigua y tratar de encajar en unos antiguos valores
morales que no corresponden con María Eugenia que viene del mundo, viene de las
experiencias, ella es una señorita que estudia y que le gusta ser libre de la forma en que no
puede serlo allí encerrada.
Gregoria conoce mis tendencias contemplativas y en lugar de
contrariarlas como hace tía Clara, no, Gregoria las alimenta. Cuando
yo entro en el corral y me extiendo sobre el baúl que acostumbra a
hacer las veces de chaise longue, ella, conociendo ya mis gustos y
caprichos prodiga sobre mi persona toda clase de cuidados: me cubre
los pies para que no me piquen los mosquitos; cierra la puerta para
evitar la corriente de aire; tiende en el alambre una sábana ancha a fin
de atenuar a mis ojos la luz directa del sol, y suele además prestarme
como almohada algún mullido paquete de ropa limpia y sin planchar.
María Eugenia Alonso en Ifigenia. Teresa de la Parra. (114)
Con ésta primera imagen podemos ver a la María Eugenia contemplativa, la que se
acuesta cuán larga es en el corral a observar encantada “las gallinas”, “las copas de los
árboles que como cabezas curiosas se asoman por las tapias desde los corrales vecinos”,
“las hojas tan verdes y tan rizadas de la mata de acacia”, “las cayenas chillonas”, “las
grandes piedras manchadas de blanco donde se extiende al sol la ropa enjabonada”, “el
pedazo de Ávila que se mira a lo lejos por encima de las matas y de los tejados”, “el
nostálgico baúl de tío Enrique”, y a Gregoria a lo largo de su faena, sus movimientos al
lavar la ropa, la espuma y las burbujas en las que María Eugenia ve poesía, las sabias
palabras de Gregoria provenientes de la experiencia en las que María Eugenia oye filosofía
(114). Y todo esto lo sabemos por una carta que la misma María Eugenia escribe, y en el
que la descripción de éste momento es puro lenguaje poético, pura inspiración, cosa que,
por supuesto, no es exclusivamente de María Eugenia, esa inspiración, esa melancolía, ese
fastidio, esa añoranza por lo pasado, por el viaje, también es de Teresa. La melancolía se
traslada al artista –o el artista traslada su melancolía a sus personajes–.
La ensoñación particular se fija sobre todo en lo natural y los colores y ambos
actuando sobre lo artificioso, como las manos negras de Gregoria contra la espuma blanca
cuando lava, y eso la sumerge en pensamientos creativos, en el mundo poético La
imaginación y la creatividad surgen de esa contemplación.
Hace como cosa de dos años, yo tenía la costumbre de escribir mis
impresiones. Pero dicha costumbre me duró tan sólo algunos meses,
porque en un momento dado, sin saber cómo ni cuándo, la encontré necia,
ridícula, fastidiosísima (…)
A decir verdad, semejante lectura, me proporcionó una agradable
sorpresa, tanta, que leídas las primeras cuartillas, resolví inmediatamente
reanudar mi olvidado relato de impresiones. Por esta razón he amanecido
hoy ante mi escritorio, pluma en ristre, y con gran locuacidad de espíritu.
María Eugenia Alonso en Ifigenia. Teresa de la Parra. (225-226)
El melancólico artista, ese que escribe, el creativo, tiene arranques de creatividad
que tienen diversas duraciones y con la misma violencia la creatividad se va y ¿quién sabe
cuándo vuelva? El melancólico de repente siente la necesidad de hacer algo, ordenar y
limpiar, por ejemplo, y después puede que no lo realice más hasta luego de bastante tiempo.
En ésta imagen, María Eugenia estaba limpiando porque se encontró “en otro día de
actividad” (225), encontró sus viejos escritos que había abandonado porque se fastidió de
ellos (volvemos siempre al tema del fastidio, la señorita que se aburre de la monotonía, de
lo cotidiano, de las costumbres), y luego de leerlos por un rato, decidió retomarlos.
Despertó con una “locuacidad de espíritu” (226), despertó con un arranque de creatividad
que le va a durar ésta vez hasta el final del libro, final en el cual la tristeza de alma se
apodera de ella y en el que su madre, la naturaleza, la acompaña.
La verdadera pasión de María Eugenia es la aventura, los placeres y los libros, al no
encontrar los dos primeros, sólo le queda la lectura y la escritura, así que comienza a
buscarse en la literatura, escribiéndose a sí misma, leyéndose a sí misma y criticándose a sí
misma. A medida que María Eugenia va avanzando en su escritura, se va haciendo cada vez
más evidente el peso de la desilusión, de la tristeza y de la melancolía; vamos pasando lenta
y progresivamente de una María Eugenia con entusiasmo juvenil, eufórica, de mundo, a una
María Eugenia que va transformándose cada vez más en Ifigenia, una María Eugenia
desengañada y con una pulsión mortuoria. Como una buena melancólica: una vida
destinada a acabar horriblemente.
Bibliografía
De la Parra, Teresa. Ifigenia. España: Alfadil, 1981. Impreso.
Bohorquez, Douglas. “Del amor y la melancolía en la escritura de Teresa de la Parra”.
Revista Iberoamericana. Vol. LX. Núm 166-167. (Enero-junio 1994): 15-30. Web.
03 marzo de 2015.