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El Conde de Montecristo Por Alexandre Dumas TOMO I

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  • ElCondedeMontecristo

    Por

    AlexandreDumasTOMOI

  • PRIMERAPARTE

    ELCASTILLODEIF

    CapítuloI

    Marsella.Lallegada

    El24defebrerode1815,elvigíadeNuestraSeñoradelaGuardadiolaseñal de que se hallaba a la vista el bergantín El Faraón procedente deEsmirna, Trieste y Nápoles. Como suele hacerse en tales casos, salióinmediatamenteensubuscaunpráctico,quepasópordelantedelcastillodeIfy subió a bordo del buque entre la isla deRión y el caboMongión. En uninstante,ytambiéncomodecostumbre,sellenódecuriososlaplataformadelcastillodeSanJuan,porqueenMarsellasedabagranimportanciaalallegadade un buque y sobre todo si le sucedía lo que al Faraón, cuyo casco habíasalido de los astilleros de la antigua Focia y pertenecía a un naviero de laciudad.

    Mientrastanto,elbuqueseguíaavanzando;habiendopasadofelizmenteelestrecho producido por alguna erupción volcánica entre las islas deCalasapeigneydeJaros,doblólapuntadePomeguehendiendolasolasbajosus tresgavias,sugranfoquey lamesana.Lohacíacon tanta lentitudy tanpenosos movimientos, que los curiosos, que por instinto presienten ladesgracia,sepreguntabanunosaotrosquéaccidentepodíahabersobrevenidoalbuque.Losmásperitosennavegaciónreconocieronalpuntoque,dehabersucedidoalgunadesgracia,nodebíadehabersidoalbuque,puestoque,auncuandoconmuchalentitud,seguíaésteavanzandocontodas lascondicionesdelosbuquesbiengobernados.

    Ensupuestoestabapreparadaelancla,sueltosloscabosdelbauprés,yalladodelpiloto,quesedisponíaahacerqueElFaraónenfilaselaestrechabocadelpuertodeMarsella,hallábaseun jovendefisonomía inteligenteque,conmiradamuyviva,observabacadaunodelosmovimientosdelbuqueyrepetíalasórdenesdelpiloto.

    Entre los espectadores que se hallaban reunidos en la explanada de SanJuan,habíaunoqueparecíamás inquietoque losdemásyque,nopudiendocontenerseyesperaraqueelbuquefondeara,saltóaunboteyordenóquelellevasenalFaraón,alquealcanzófrentealmuelledelaReserva.

    Viendo acercarse al bote y al que lo ocupaba, el marino abandonó supuesto al lado del piloto y se apoyó, sombrero en mano, en el filarete delbuque. Era un joven de unos dieciocho a veinte años, de elevada estatura,

  • cuerpobienproporcionado,hermosocabelloyojosnegros,observándoseentoda su persona ese aire de calma y de resolución peculiares a los hombresavezadosalucharconlospeligrosdesdesuinfancia.

    —¡Ah!¡SoisvosEdmundo!¿Quéesloquehasucedido?—preguntóeldelbote—. ¿Qué significan esas caras tan tristes que tienen todos los de latripulación?

    —Una gran desgracia, para mí al menos, señor Morrel —respondióEdmundo—.AlllegaralaalturadeCivita-Vecchia,fallecióelvalientecapitánLeclerc…

    —¿Yelcargamento?—preguntóconansiaelnaviero.

    —Intacto,sinnovedad.ElcapitánLeclerc…

    —¿Quélehasucedido?—preguntóelnaviero,yamástranquilo—.¿Quéleocurrióaesevalientecapitán?

    —Murió.

    —¿Cayóalmar?

    —No, señor; murió de una calentura cerebral, en medio de horriblespadecimientos.

    Volviéndoseluegohacialatripulación:

    —¡Hola!—dijo—.Cadaunoasupuesto,vamosaanclar.

    La tripulación obedeció, lanzándose inmediatamente los ocho o diezmarineros que la componían unos a las escotas, otros a las drizas y otros acargarvelas.

    Edmundoobservóconunamiradaindiferenteelprincipiodelamaniobra,yviendoapuntodeejecutarsesusórdenes,sevolvióhaciasuinterlocutor.

    —Pero¿cómosucedióesadesgracia?—continuóelnaviero.

    —¡Oh,Diosmío!, de unmodo inesperado.Después de una larga pláticacon el comandante del puerto, el capitán Leclerc salió de Nápoles bastanteagitado, y no habían transcurrido veinticuatro horas cuando le acometió lafiebre… y a los tres días había fallecido. Le hicimos los funerales deordenanza,yreposadecorosamenteenvueltoenunahamaca,conunabaladeltreintayseisalospiesyotraalacabeza,alaalturadelaisladeGiglio.Lacruzde laLegióndeHonory la espada las conservamosy las traemosa suviuda.

    —Esmuytriste,ciertamente—prosiguióeljovenconmelancólicasonrisa— haber hecho la guerra a los ingleses por espacio de diez años, y morirdespuésensucamacomootrocualquiera.

  • —¿Yquévamosahacerle,señorEdmundo?—replicóelnaviero,cadavezmás tranquilo—; somos mortales, y es necesario que los viejos cedan supuesto a los jóvenes; a no ser así no habría ascensos, y puesto que measeguráisqueelcargamento…

    —Se halla en buen estado, señor Morrel. Os aconsejo, pues, que no locedáisniaunconveinticincomilfrancosdeganancia.

    Acto seguido, y viendo que habían pasado ya la torre Redonda, gritóEdmundo:

    —Largadlasvelasdelasescotas,elfoqueylasdemesana.

    Laordenseejecutócasiconlamismaexactitudqueenunbuquedeguerra.

    —Amainadycargadportodaspartes.

    Aestaúltimaordenseplegaron todas lasvelas,yelbarcoavanzódeunmodocasiimperceptible.

    —Siqueréissubirahora,señorMorrel—dijoDantésdándosecuentadelaimpacienciadelarmador—,aquívienevuestroencargado,elseñorDanglars,quesaledesucamarote,yqueosinformarádetodoslosdetallesquedeseéis.Por lo que a mí respecta, he de vigilar las maniobras hasta que quede ElFaraónancladoydeluto.

    Nodejóelnavieroque le repitieran la invitación,yasiéndoseauncableque le arrojó Dantés, subió por la escala del costado del buque con unaligereza que honrara a un marinero, mientras que Dantés, volviendo a supuesto,cedióelqueocupabaúltimamenteaaquelquehabíaanunciadoconelnombredeDanglars,yquesaliendodesucamarotesedirigíaadondeestabaelnaviero.

    El recién llegado era un hombre de veinticinco a veintiséis años, desemblante algo sombrío, humilde con los superiores, insolente con losinferiores;demodoqueconestoyconsucalidaddesobrecargo,siempretanmalvisto,leaborrecíatodalatripulación,tantocomoqueríaaDantés.

    —¡Ybien!,señorMorrel—dijoDanglars—,yasabéisladesgracia,¿noescierto?

    —Sí,sí,¡pobrecapitánLeclerc!Eramuybuenoyvaleroso.

    —Y buenmarino sobre todo, encanecido entre el cielo y el agua, comodebeserelhombreencargadodelosinteresesdeunacasatanrespetablecomoladeMorrelahijos—respondióDanglars.

    —Sin embargo—repuso el navieromirando a Dantés, que fondeaba eneste instante—,meparece que no se necesita sermarino viejo, comodecís,paraserduchoeneloficio.Ysino,ahítenéisanuestroamigoEdmundo,que

  • detalmodoconoceelsuyo,quenohademenesterleccionesdenadie.

    —¡Oh!, sí—dijo Danglars dirigiéndole una aviesa mirada en la que sereflejabaunodioreconcentrado—;parecequeestejoventodolosabe.Apenasmurióelcapitán,seapoderódelmandodelbuquesinconsultaranadie,yaúnnoshizoperderdíaymedioen la isladeElbaenvezdeproseguir rumboaMarsella.

    —Al tomar el mando del buque—repuso el naviero— cumplió con sudeber;encuantoaperderdíaymedioenlaisladeElba,obrómal,siesquenotuvoquerepararalgunaavería.

    —Señor Morrel, el bergantín se hallaba en excelente estado y aquellademorafuepurocapricho,deseosdebajaratierra,nolodudéis.

    —Dantés—dijoelnavieroencarándoseconeljoven—,venidacá.

    —Disculpadme,señorMorrel—dijoDantés—,voyenseguida.

    Yenseguidaordenóa la tripulación:«Fondo»; e inmediatamente cayóelandaalagua,haciendorodarlacadenacongranestrépito.Dantéspermanecióensupuesto,apesardelapresenciadelpiloto,hastaqueestaúltimamaniobrahuboconcluido.

    —¡Bajadelgallardetehasta lamitaddelmastelero!—gritóenseguida—.¡Izaelpabellón,cruzalasvergas!

    —¿Loveis?—observóDanglars—,yasecreecapitán.

    —Ydehecholoes—contestóelnaviero.

    —Sí, pero sin vuestro consentimiento ni el de vuestro asociado, señorMorrel.

    —¡Diantre! ¿Y por qué no le hemos de dejar con ese cargo?—repusoMorrel—.Es joven, ya lo sé, perome parece que le sobra experiencia paraejercerlo…

    UnanubeensombreciólafrentedeDanglars.

    —Disculpadme,señorMorrel—dijoDantésacercándose—,ypuestoqueyahemosfondeado,aquímetenéisavuestrasórdenes.Mellamasteis,¿noesverdad?

    Danglarshizoademánderetirarse.

    —QueríapreguntarosporquéoshabéisdetenidoenlaisladeElba.

    —Lo ignoro, señor Morrel: fue para cumplir las últimas órdenes delcapitán Leclerc, que me entregó, al morir, un paquete para el mariscalBertrand.

  • —¿Pudisteisverlo,Edmundo?

    —¿Aquién?

    —Almariscal.

    —Sí.

    Morrelmiróenderredor,yllevandoaDantésaparte:

    —¿Cómoestáelemperador?—lepreguntóconinterés.

    —Segúnhepodidojuzgarpormímismo,muybien.

    —¡Cómo!¿Tambiénhabéisvistoalemperador?…

    —Sí,señor;entróencasadelmariscalcuandoyoestabaenella…

    —¿Ylehablasteis?

    —Alcontrario,élmehablóamí—repusoDantéssonriéndole.

    —¿Yquéfueloqueosdijo?

    —Me hizomil preguntas acerca del buque, de la época de su salida deMarsella,elrumboquehabíaseguidoydelcargamentoquetraía.Creoqueahabervenidoenlastre,yaseryosudueño,suintenciónfueraelcomprármelo;peroledijequenoeramásqueunsimplesegundo,yqueelbuquepertenecíaalacasaMorrelahijos.«¡Ah!—dijoentonces—,laconozco.LosMorrelhansidosiemprenavieros,yunodeellosservíaenelmismoregimientoqueyo,cuandoestábamosdeguarniciónenValence».

    —¡Esverdad!—exclamóelnaviero,locodecontento—.EseeraPolicarpoMorrel,mitío,queesahoracapitán.Dantés,sidecísamitíoqueelemperadorse ha acordado de él, le veréis llorar como un niño. ¡Pobre viejo! Vamos,vamos—añadióelnavierodandocariñosaspalmadasenelhombrodeljoven—; habéis hecho bien en seguir las instrucciones del capitán LeclercdeteniéndoosenlaisladeElba,apesardequepodríacomprometeroselquesesupiese que habéis entregado un pliego al mariscal y hablado con elemperador.

    —¿Yporquéhabíadecomprometerme?—dijoDantés—.Puedoasegurarque no sabía de qué se trataba; y en cuanto al emperador, no me hizopreguntas de las que hubiera hecho a otro cualquiera. Pero con vuestropermiso—continuóDantés—:vienenlosaduaneros,osdejo…

    —Sí,sí,queridoDantés,cumplidvuestrodeber.

    Eljovensealejó,mientrasibaaproximándoseDanglars.

    —Vamos—preguntóéste—,¿osexplicóelmotivoporelcualsedetuvoenPorto-Ferrajo?

  • —Sí,señorDanglars.

    —Vaya, tanto mejor —respondió éste—, porque no me gusta tener uncompañeroquenocumpleconsudeber.

    —Dantésyahacumplidoconelsuyo—respondióelnaviero—,ynohayporquéreprenderle.CumplióunaordendelcapitánLeclerc.

    —ApropósitodelcapitánLeclerc:¿oshaentregadounacartadesuparte?

    —¿Quién?

    —Dantés.

    —¿Amí?,no.¿Ledioalgunacartaparamí?

    —Suponíaqueademásdelpliego lehubieseconfiado tambiénel capitánunacarta.

    —Pero¿dequépliegohabláis,Danglars?

    —DelqueDantéshadejadoalpasarenPorto-Ferrajo.

    —Cómo, ¿sabéis que Dantés llevaba un pliego para dejarlo en Porto-Ferrajo…?

    Danglarssesonrojó.

    —Pasaba casualmente por delante de la puerta del capitán, estabaentreabierta,ylevientregaraDantésunpaqueteyunacarta.

    —Nadamedijoaún—contestóelnaviero—,perositraeesacarta,élmeladará.

    Danglarsreflexionóuninstante.

    —Enesecaso,señorMorrel,ossuplicoquenadadigáisdeestoaDantés;mehabréequivocado.

    EnestovolvióeljovenyDanglarssealejó.

    —QueridoDantés,¿estáisyalibre?—lepreguntóelnaviero.

    —Sí,señor.

    —Laoperaciónnohasidolarga,vamos.

    —No, he dado a los aduaneros la factura de nuestras mercancías, y lospapelesdemaraunoficialdelpuertoquevinoconelpráctico.

    —¿Conquenadatenéisquehaceraquí?

    Dantéscruzóunaojeadaentorno.

    —No,todoestáenorden.

  • —Podréisveniracomerconnosotros,¿verdad?

    —Dispensadme, señor Morrel, dispensadme, os lo ruego, porque antesquiero ver ami padre. Sin embargo, no os quedomenos reconocido por elhonorquemehacéis.

    —Esmuyjusto,Dantés,esmuyjusto;yaséquesoisunbuenhijo.

    —¿Sabéiscómoestámipadre?—preguntóDantésconinterés.

    —Creoquebien,queridoEdmundo,aunquenolehevisto.

    —Continuaráencerradoensumíserocuartucho.

    —Eso demuestra al menos que nada le ha hecho falta durante vuestraausencia.

    Dantéssesonrió.

    —Mi padre es demasiado orgulloso, señor Morrel, y aunque hubieracarecidodelomásnecesario,dudoquepidieranadaanadie,exceptoaDios.

    —Bien,entoncesdespuésdeesaprimeravisitacuentoconvos.

    —Osrepitomisexcusas,señorMorrel;perodespuésdeesaprimeravisitaquierohacerotranomenosinteresanteamicorazón.

    —¡Ah!, es verdad, Dantés, me olvidaba de que en el barrio de losCatalanes hay una persona que debe esperaros con tanta impaciencia comovuestropadre,lahermosaMercedes.

    Dantéssesonrojóintensamente.

    —Ya,ya—repusoelnaviero—;poresonomeasombraquehayaidotresveces a pedir información acerca de la vuelta de El Faraón. ¡Cáspita!Edmundo, en verdad que sois hombre que entiende del asunto. Tenéis unaqueridamuyguapa.

    —No es querida, señorMorrel—dijo con gravedad el marino—; esminovia.

    —Eslomismo—contestóelnaviero,riéndose.

    —Paranosotrosno,señorMorrel.

    —Vamos, vamos,mi querido Edmundo—replicó el señorMorrel—, noquiero deteneros por más tiempo. Habéis desempeñado harto bien misnegocios para que yo os impida que os ocupéis de los vuestros. ¿Necesitáisdinero?

    —No,señor;conservotodosmissueldosdeviaje.

    —Soisunmuchachomuyahorrativo,Edmundo.

  • —Yañadidquetengounpadrepobre,señorMorrel.

    —Sí,yaséquesoisbuenhijo.Idaveravuestropadre.

    Eljovendijo,saludando:

    —Convuestropermiso.

    —Pero¿notenéisnadaquedecirme?

    —No,señor.

    —ElcapitánLeclerc,¿noosdioalmorirunacartaparamí?

    —¡Oh!,no;lehubierasidoimposibleescribirla;peroestomerecuerdaquetendréquepediroslicenciaporunosdías.

    —¿Paracasaros?

    —Primeramente,paraeso,yluegoparairaParís.

    —Bueno, bueno, por el tiempo que queráis, Dantés. La operación dedescargar el buque nos ocupará seis semanas lo menos, de manera que nopodrá darse a la vela otra vez hasta dentro de tresmeses. Para esa época sínecesitoqueestéisdevuelta,porqueElFaraón—continuóelnavierotocandoenelhombroaljovenmarino—nopodríavolverapartirsinsucapitán.

    —¡Sinsucapitán!—exclamóDantésconlosojosradiantesdealegría—.Pensad lo que decís, señor Morrel, porque esas palabras hacen nacer lasilusiones más queridas de mi corazón. ¿Pensáis nombrarme capitán de ElFaraón?

    —Si sólo dependiera de mí, os daría la mano, mi querido Dantés,diciéndoos… «es cosa hecha»; pero tengo un socio, y ya sabéis el refránitaliano:Chiacompagnoapadrone.Sinembargo,muchoesquededosvotostengáisyauno;encuantoalotroconfiadenmí,queyoharéloposibleporqueloobtengáistambién.

    —¡Oh, señor Morrel! —exclamó el joven con los ojos inundados enlágrimasyestrechandolamanodelnaviero—;señorMorrel,osdoygraciasennombredemipadreydeMercedes.

    —Basta,basta—dijoMorrel—.SiemprehayDiosenelcieloparalagentehonrada;idaverlosyvolveddespuésamiencuentro.

    —¿Noqueréisqueosconduzcaatierra?

    —No, gracias: tengo aún que arreglar mis cuentas con Danglars. ¿Osllevasteisbienconélduranteelviaje?

    —Segúnel sentidoquedeis aesapregunta.Comocamarada,no,porquecreo que no me desea bien, desde el día en que a consecuencia de cierta

  • disputalepropusequenosdetuviésemoslosdossolosdiezminutosenlaislade Montecristo, proposición que no aceptó. Como agente de vuestrosnegocios,nadatengoquedeciryquedaréissatisfecho.

    —SillegáisasercapitándeElFaraón,¿osllevaréisbienconDanglars?

    —Capitán o segundo, señor Morrel —respondió Dantés—, guardarésiempre lasmayores consideraciones a aquellos que posean la confianza demisprincipales.

    —Vamos, vamos, Dantés, veo que sois cabalmente un excelentemuchacho. No quiero deteneros más, porque noto que estáis ardiendo deimpaciencia.

    —¿Mepermitís…,entonces?

    —Sí,yapodéisiros.

    —¿Podréusarlalanchaqueostrajo?

    —¡Nofaltabamás!

    —Hastalavista,señorMorrel,ygraciasportodo.

    —QueDiososguíe.

    —Hastalavista,señorMorrel.

    —Hastalavista,miqueridoEdmundo.

    Eljovensaltóalalancha,ysentándoseenlapopadioordendeabordaralaCannebiere.Dosmarinerosibanalremo,ylalanchasedeslizócontodalarapidezqueesposibleenmediodelosmilbuquesqueobstruyenlaespeciedecallejónformadopordosfilasdebarcosdesdelaentradadelpuertoalmuelledeOrleáns.

    Elnavierolesiguióconlamirada,sonriéndosehastaqueleviosaltaralosescalonesdelmuelleyconfundirseentrelamultitud,quedesdelascincodelamañanahastalasnuevedelanochellenalafamosacalledelaCannebiere,delaquetanorgullosossesientenlosmodernosfocenses,quedicenconlamayorseriedad:«SiParístuvieselaCannebiere,seríaunaMarsellaenpequeño».

    Al volverse el naviero, vio detrás de sí a Danglars, que aparentementeesperaba sus órdenes; pero que en realidad vigilaba al joven marino. Sinembargo,esasdosmiradasdirigidasalmismohombreeranmuydiferentes.

    CapítuloII

    Elpadreyelhijo

  • Ydejando queDanglars diera rienda suelta a su odio inventando algunacalumnia contra su camarada, sigamos a Dantés, que después de haberrecorridolaCannebiereentodasulongitud,sedirigióa lacalledeNoailles,entróenunacasitasituadaalladoizquierdodelasalamedasdeMeillán,subióde prisa los cuatro tramos de una escalera oscurísima, y comprimiendo conuna mano los latidos de su corazón se detuvo delante de una puertaentreabiertaquedejabaverhastael fondodeaquellaestancia;allíeradondevivíaelpadredeDantés.

    La noticia de la arribada de El Faraón no había llegado aún hasta elanciano,queencaramadoenunasilla,seocupabaenclavarestacasconmanotemblorosaparaunascapuchinasyenredaderasquetrepabanhastalaventana.

    De pronto sintió que le abrazaban por la espalda, y oyó una voz queexclamaba:

    —¡Padre!…,¡padremío!

    Elanciano,dandoungrito,volviólacabeza;peroalverasuhijosedejócaerensusbrazospálidoytembloroso.

    —¿Qué tienes, padre? —exclamó el joven lleno de inquietud—. ¿Teencuentrasmal?

    —No, no, querido Edmundo, hijomío, hijo demi alma, no; pero no loesperaba,ylaalegría…laalegríadeverteasí…,tanderepente…¡Diosmío!,meparecequevoyamorir…

    —Cálmate,padre:yosoy,nolodudes;entrésinprepararte,porquedicenquelaalegríanomata.Ea,sonríe,ynomemiresconesosojostanasustados.Yametienesdevueltayvamosaserfelices.

    —¡Ah!,¿conqueesverdad?—replicóelanciano—:¿conquevamosasermuyfelices?¿Conquenomedejarásotravez?Cuéntamelotodo.

    —Diosmeperdone—dijoel joven—,simealegrodeunadesgraciaqueha llenadode lutoaunafamilia,pueselmismoDiossabequenuncaanheléestaclasedefelicidad;perosucedió,yconfiesoquenololamento.ElcapitánLeclerc ha muerto, y es probable que, con la protección del señor Morrel,ocupeyosuplaza…¡Capitánalosveinteaños,concienluisesdesueldoyunaparte en las ganancias! ¿No es muchomás de lo que podía esperar yo, unpobremarinero?

    —Sí,hijomío,sí—dijoelanciano—,¡esoesunagranfelicidad!

    —Así pues, quiero, padre, que del primer dinero que gane alquiles unacasa con jardín, para que puedas plantar tus propias enredaderas y tus

  • capuchinas…,pero¿quétienes,padre?Parecequeloencuentrasmal.

    —No,no,hijomío,noesnada.

    Lasfuerzasfaltaronalanciano,quecayóhaciaatrás.

    —Vamos,vamos—dijoeljoven—,unvasodevinoloreanimará.¿Dóndelotienes?

    —No,gracias, no tengonecesidaddenada—dijo el ancianoprocurandodetenerasuhijo.

    —Sí,padre,sí,esnecesario;dimedóndeestá.

    Yabriódosotresarmarios.

    —Notemolestes—dijoelanciano—,nohayvinoencasa.

    —¡Cómo! ¿No tienes vino?—exclamó Dantés palideciendo a su vez ymirandoalternativamentelasmejillasflacasydescarnadasdelviejo—.¿Yporquénotienes?¿Porventuralohahechofaltadinero,padremío?

    —Nadamehahechofalta,puesyaloveo—dijoelanciano.

    —No obstante—replicó Dantés limpiándose el sudor que corría por sufrente—,yoledejédoscientosfrancos…hacetresmeses,alpartir.

    —Sí,sí,Edmundo,esverdad.PeroolvidasteciertadeudillaqueteníasconnuestrovecinoCaderousse;melorecordó,diciéndomequesinoselapagabairía a casa del señorMorrel…y yo, temiendoque esto lo perjudicase, ¿quédebíahacer?Lepagué.

    —Peroeranciento cuarenta francos losqueyodebía aCaderousse…—exclamóDantés—.¿Selospagastedelosdoscientosqueyolodejé?

    Elancianohizounmovimientoafirmativoconlacabeza.

    —Demodoquehasvividotresmesesconsesentafrancos…—murmuróeljoven.

    —Yasabesqueconpocomebasta—dijosupadre.

    —¡Ah, Dios mío, Dios mío! ¡Perdonadme! —exclamó Edmundoarrodillándoseanteaquelbuenanciano.

    —¿Quéhaces?

    —Medesgarrasteelcorazón.

    —¡Bah!,puestoqueyaestásaquí—dijoelancianosonriendo—, todo loolvido.

    —Sí,aquíestoy—dijoeljoven—,soyricodeporveniryricountantodedinero.Toma,toma,padre,yenvíaalinstanteporcualquiercosa.

  • Yvaciósobrelamesasusbolsillos,queconteníanunadocenademonedasde oro, cinco o seis escudos de cinco francos cada uno y varias monedaspequeñas.

    ElviejoDantéssequedóasombrado.

    —¿Paraquiénesesto?—lepreguntó.

    —Para mí, para ti, para nosotros. Toma, compra provisiones, sé feliz;mañana,Diosdirá.

    —Despacio, despacito —dijo sonriendo el anciano—; con lo permisogastaré,peroconmoderación,puescreeríanalvermecomprarmuchascosasquemehevistoobligadoaesperartuvueltaparatenerdinero.

    —Puedes hacer lo que quieras. Pero, ante todo, toma una criada, padremío.Noquieroqueloquedessolo.Traigocafédecontrabandoybuentabacoenuncofrecito;mañanaestaráaquí.Pero,silencio,quevienegente.

    —SeráCaderousse,quesabiendotullegadavendráafelicitarte.

    —Bueno,siemprelabiosquedicenloqueelcorazónnosiente—murmuróEdmundo—;peronoimporta,alfinesunvecinoynoshahechounfavor.

    Enefecto,cuandoEdmundodecíaestafraseenvozbaja,sevioasomarenla puerta de la escalera la cabeza negra y barbuda de Caderousse. Era unhombre de veinticinco a veintiséis años, y llevaba en la mano un trozo depaño,queensucalidaddesastresedisponíaaconvertirenforrodeuntraje.

    —¡Hola, bien venido, Edmundo!—dijo con un acento marsellés de losmáspronunciados,yconunasonrisaquedescubríaunosdientesblanquísimos.

    —Tanbuenocomodecostumbre,vecinoCaderousse,ysiempredispuestoaservirosenloqueosplazca—respondióDantésdisimulandosufrialdadconaquellaofertaservicial.

    —Gracias,gracias;afortunadamenteyononecesitodenada,sinoqueporelcontrario,losdemássonlosquenecesitanalgunasvecesdemí(Dantéshizounmovimiento).Nodigoestopor ti,muchacho: teheprestadodinero,peromelohasdevuelto,esoescosacorrienteentrebuenosvecinos,yestamosenpaz.

    —Nuncaseestáenpazconlosquenoshacenunfavor—dijoDantés—,porqueaunquesepagueeldinero,sedebelagratitud.

    —¿Aquéhablardeeso?Lopasado,pasado;hablemosdetufelizllegada,muchacho. Iba hacia el puerto a comprar paño, cuandome encontré con elamigoDanglars. «¿Tú enMarsella?», le dije. «¿No lo ves?»,me respondió.«¡Pues yo lo creía enEsmirna!». «¡Toma!, si ahora he vuelto de allá». «¿Ysabes dónde está Edmundo?». «En casa de su padre, sin duda», respondió

  • Danglars.Entoncesvinepresuroso—continuóCaderousse—,paraestrecharlamanoaunamigo.

    —¡QuébuenoesesteCaderousse!—dijoelanciano—.¡Cuántonosama!

    —Ciertamentequeosamoyosestimo,porquesoismuyhonrados,yestaclase de hombres no abunda…Pero a lo queveovienes rico,muchacho—añadió el sastre reparando en el montón de oro y plata que Dantés habíadejadosobrelamesa.

    Eljovenobservóelrayodecodiciaqueiluminabalosojosdesuvecino.

    —¡Bah! —dijo con sencillez—, ese dinero no es mío. Manifesté a mipadre temor de que hubiera necesitado algo durante mi ausencia, y paratranquilizarmevaciósubolsaaquí.Vamos,padre—siguiódiciendoDantés—,guardaesedinero,siesqueasuveznolonecesitaelvecinoCaderousse,encuyocasolotieneasudisposición.

    —No,muchacho—dijoCaderousse—,nadanecesito,queaDiosgraciaseloficioalimentaalhombre.Guardatudinero,yDiostedémuchomás;esonoimpidequeyodejedeagradecértelocomosimehubieraaprovechadodeél.

    —Yoloofrezcodebuenavoluntad—dijoDantés.

    —No lo dudo. A otra cosa. ¿Conque eres ya el favorito de Morrel?¡Picaruelo!

    —ElseñorMorrelhasidosiempremuybondadosoconmigo—respondióDantés.

    —Enesecaso,hashechomuymalenrehusarsuinvitación.

    —¡Cómo! ¿Rehusar su invitación?—exclamó el viejoDantés—. ¿Te haconvidadoacomer?

    —Sí,padremío—replicóEdmundosonriéndosealver la sorpresade supadre.

    —¿Yporquéhasrehusado,hijo?—preguntóelanciano.

    —Para abrazaros antes, padremío—respondió el joven—; ¡tenía tantasganasdeveros!

    —PeronodebistecontrariaraesebuenseñorMorrel—replicóCaderousse—,queelquedeseasercapitán,nodebedesairarasunaviero.

    —Yaleexpliquélacausademinegativa—replicóDantés—,yesperoquelohayacomprendido.

    —Paracalzarselacapitaníahayquelisonjearuntantoalospatrones.

    —Esperosercapitánsinnecesidaddeeso—respondióDantés.

  • —Tantomejor para ti y tus antiguos conocidos, sobre todo para alguienquevivealláabajo,detrásdelaCiudadeladeSanNicolás.

    —¿Mercedes?—dijoelanciano.

    —Sí,padremío—replicóDantés—;yconvuestropermiso,puesyaqueoshevisto,yséqueestáisbienyquetendréistodoloqueoshagafalta,sinoosincomodáis,iréahacerunavisitaalosCatalanes.

    —Ve,hijomío,ve—dijoelviejoDantés—,¡Diostebendigaentumujer,comomehabendecidoenmihijo!

    —¡Sumujer!—dijoCaderousse—;siaúnnoloes,padreDantés;siaúnnoloes,segúncreo.

    —No; pero según todas las probabilidades —respondió Edmundo, notardarámuchoenserlo.

    —No importa, no importa —dijo Caderousse—, has hecho bien enapresurarteavenir,muchacho.

    —¿Porqué?—lepreguntó.

    —PorqueMercedes es unabuenamoza, y a las buenasmozasnunca lesfaltanpretendientes,aésasobretodo.Lapersiguenadocenas.

    —¿De veras?—dijo Edmundo con una sonrisa que revelaba inquietud,aunqueleve.

    —¡Oh! ¡Sí! —replicó Caderousse—, y se le presentan también buenospartidos,perono temas,comovasa sercapitán,nohaymiedodeque lodécalabazas.

    —Eso quiere decir—replicó Dantés, con sonrisa que disfrazabamal suinquietud—,quesinofuesecapitán…

    —Hem…—balbuceóCaderousse.

    —Vamos,vamos—dijoeljoven—,yotengomejoropiniónquevosdelasmujeresengeneral,ydeMercedesenparticular,yestoyconvencidodeque,capitánono,siempremeseráfiel.

    —Tantomejor—dijoel sastre—,siempreesbueno tener fe, cuandounovaacasarse;¡peronoimporta!,créeme,muchacho,nopierdastiempoenirleaanunciarlollegadayenparticiparletusesperanzas.

    —Allávoy—dijoEdmundo,yabrazóasupadre,saludóaCaderousseysalió.

    Al poco rato, Caderousse se despidió del viejoDantés, bajó a su vez laescalerayfueareunirseconDanglars,queleestabaesperandoalextremode

  • lacalledeSenac.

    —Conque—dijoDanglars—,¿lehasvisto?

    —Acabodesepararmedeél—contestóCaderousse.

    —¿Ytehahabladodesusesperanzasdesercapitán?

    —Yalodaporseguro.

    —¡Paciencia!—dijoDanglars—;vamuydeprisa,segúncreo.

    —¡Diantre!, no parece sino que le haya dado palabra formal el señorMorrel.

    —¿Estarámuycontento?

    —Estámásquecontento,estáinsolente.Yamehaofrecidosusservicios,comosifueseungranseñor,ydinerocomosifueseuncapitalista.

    —Porsupuestoquehabrásrehusado,¿no?

    —Sí,aunquebastantesmotivosteníaparaaceptar,puestoqueyofuielqueleprestóelprimerdineroquetuvoensuvida;peroahoraelseñorDantésnonecesitarádenadie,puesvaasercapitán.

    —Peroaúnnoloes—observóDanglars.

    —Mejorquenolofuese—dijoCaderousse—,porqueentonces,¿quiénlotoleraba?

    —Denosotrosdepende—dijoDanglars—queno lleguea serlo,yhastaqueseamenosdeloquees.

    —¿Quédices?

    —Yomeentiendo.¿Ysigueamándolelacatalana?

    —Confrenesí;ahoraestaráensucasa.Pero,omuchomeengaño,oalgúndisgustolevaadarella.

    —Explícate.

    —¿Paraqué?

    —Esmuchomásimportantedeloquetúloimaginas.

    —Túnolequieresbien,¿esverdad?

    —Nomegustanlosorgullosos.

    —Entoncesdimetodoloquesepasdelacatalana.

    —Nada sédepositivo;perohevistocosasquemehacencreer, como lodije,queesperabaalfuturocapitánalgúndisgustopor losalrededoresdelas

  • Vieilles-Infirmeries.

    —¿Quéhasvisto?Vamos,di.

    —ObservéquesiemprequeMercedesvieneporlaciudad,laacompañaunjovencatalán,deojosnegros,depieltostada,moreno,muyardiente,yaquienllamaprimo.

    —¡Ah!¿Deveras?Y¿teparecequeeseprimolehagalacorte?

    —Alomenoslosupongo.¿Quéotracosapuedehaberentreunmuchachodeveintiúnañosyunajovendediecisiete?

    —¿YDantéshaidoalosCatalanes?

    —Hasalidodesucasaantesqueyo.

    —Sifuésemosporelmismolado,nosdetendríamosenlaReserva,encasadel compadre Pánfilo, y bebiendo un vaso de vino, sabríamos algunasnoticias…

    —¿Yquiénnoslasdará?

    —Estaremos al acecho, y cuando pase Dantés adivinaremos en laexpresióndesurostroloquehayapasado.

    —Vamosallá—dijoCaderousse—,pero¿pagastú?

    —Puesclaro—respondióDanglars.

    Los dos se encaminaron apresuradamente hacia el lugar indicado, dondepidieronunabotellaydosvasos.ElcompadrePánfiloacababa,segúndijo,dever pasar a Dantés diez minutos antes. Seguros de que se hallaba en losCatalanes,sesentaronbajoelfollajenacientedelosplátanosysicómoros,encuyas ramas una alegre bandada de pajarillos saludaba con sus gorjeos losprimerosdíasdelaprimavera.

    CapítuloIII

    Loscatalanes

    A cien pasos del lugar en que los dos amigos, con los ojos fijos en elhorizonte y el oído atento, paladeaban el vino de Lamalgue, detrás de unpromontorio desnudo y agostado por el sol y por el viento nordeste, seencontrabaelmodestobarriodelosCatalanes.

    Una colonia misteriosa abandonó en cierto tiempo España, yendo aestablecerseenlalenguadetierraenquepermaneceaún.Nadiesupodedónde

  • venía,yhastahablabaundialectodesconocido.Unodesusjefes,elúnicoquese hacía entender un poco en lengua provenzal, pidió a lamunicipalidad deMarsella que les concediese aquel árido promontorio, en el cual, a fuer demarinosantiguos,acababandedejarsusbarcos.Supeticiónlesfueaceptada,ytresmesesdespuésaquellosgitanosdelmarhabíanedificadounpueblecitoentornoasusquinceoveintebarcas.

    Construido en el día de hoy de unamanera extraña y pintoresca,medioárabe, medio española, es el mismo que se ve hoy habitado por losdescendientes de aquellos hombres que hasta conservan el idioma de suspadres. Tres o cuatro siglos han pasado, y aún permanecen fieles alpromontorioenque sedejaroncaercomounabandadadeavesmarinas.Nosólonosemezclancon lapoblacióndeMarsella,sinoquesecasanentresí,conservandoloshábitosycostumbresdelamadrepatria,delmismomodoquesuidioma.

    Esprecisoquenuestroslectoresnossiganatravésdelaúnicacalledeestepueblecito,yentrenconnosotrosenunadeaquellascasas,acuyoexteriorhadadoelsolelbellocoloridodelashojassecas,comúnatodoslosedificiosdelpaís,ycuyointeriorpuleunacapadecal,esatintablanca,únicoadornodelasposadasespañolas.

    Unabellajovendepelonegrocomoelébanoyojosdulcísimoscomolosdelagacela,estabadepie,apoyadaenunasilla,oprimiendoentresusdedosafilados una inocente rosa cuyas hojas arrancaba, y los pedazos se veían yaesparcidosporelsuelo.Susbrazosdesnudoshastaelcodo,brazosárabes,peroque parecían modelados por los de la Venus de Arlés, temblaban conimpacienciafebril,ygolpeabadetalmodolatierraconsudiminutopie,queseentreveían las formas puras de su pierna, ceñida por unamedia de algodónencarnadoacuadrosazules.

    A tres pasos de ella, sentado en una silla, balanceándose a compás yapoyando su codo en unmueble antiguo, hallábase unmocetón de veinte aveintidós años que la miraba con un aire en que se traslucía inquietud ydespecho:susmiradasparecíaninterrogadoras;perolamiradafirmeyfijadelajovenledominabaenteramente.

    —Vamos, Mercedes —decía el joven—, las pascuas se acercan, es eltiempomejorparacasarse.¿Nolocrees?

    —Ya lodije cienveces loquepensaba,Fernando,y enpoco lo estimas,puesaúnsiguespreguntándome.

    —Repítemelo, te lo suplico, repítemelo por centésima vez para que yopuedacreerlo.Dimequedespreciasmiamor,elamorqueaprobabatumadre.Hazquecomprendaqueteburlasdemifelicidad;quemividaomimuerteno

  • sonnadapara ti…¡Ah,Diosmío,Diosmío!,habersoñadodiezañosconladichadesertuesposo,yperderestaesperanza,laúnicademivida.

    —Nosoyyoporciertoquienhaalimentadoen ti esaesperanzaconmiscoqueterías, Fernando —respondió Mercedes—. Siempre lo he dicho: «Teamo como hermano; pero no exijas de mí otra cosa, porque mi corazónperteneceaotro».¿Nolohedichosiempreesto?

    —Sí, ya lo sé, Mercedes —respondió Fernando—; hasta el horribleatractivo de la franqueza tienes conmigo. Pero ¿olvidas que es ley sagradaentrelosnuestroselcasarsecatalanesconcatalanes?

    —Teequivocas,Fernando,noesuna ley,sinounacostumbre;y,créeme,no debes de invocar esta costumbre en lo favor.Has entrado en quintas.Lalibertaddequegozas ladebesúnicamentea la tolerancia.Deunmomentoaotropueden reclamarte tusbanderas,yunavezseas soldado,¿quéharíasdemí, pobrehuérfana, sin otra fortunaqueunamísera cabaña casi arruinadayunasmalas redes,herenciaúnicademispadres?Haceunañoquemuriómimadre, y desde entonces, bien lo sabes, vivo casi a expensas de la caridadpública.Talvezmedicesquelosoyútil,parapartirconmigotupesca,yyolaacepto, Fernando, porque eres hijo del hermano de mi padre, porque noshemos criado juntos, y porque además sé que lo disgustarías si la rehusase.Perosémuybienqueesepescadoqueyovendo,yesedineroquemedanporél, y con el cual compro el estambre que luego hilo, no es más que unalimosna,ycomotallarecibo.

    —¿Yesoquéimporta,Mercedes?Pobreysolacomovives,meconvienesmásquelahijadelnavieromásricodeMarsella.Yoquierounamujerhonradayhacendosa,yningunacomotúposeeesascualidades.

    —Fernando—respondióMercedes con un movimiento de cabeza—, nopuede responder de ser siempre honrada y hacendosa, la que ama a otrohombrequeno sea sumarido.Confórmateconmiamistad,porque te repitoqueestoestodoloqueyopuedoprometerte.Yonoofrezcosinoloqueestoyseguradepoderdar.

    —Sí,sí,yalocomprendo—dijoFernando—;soportasconresignacióntumiseria, pero te asusta la mía. Pero, oye, Mercedes, si me amas probaréfortunayllegaréaserrico.Puedodejareloficiodepescador;puedoentrardedependienteenalgunacasadecomercio,yllegarasercomerciante.

    —Tú no puedes hacer nada de eso, Fernando. Eres soldado, y sipermaneces en losCatalanes todavía es porque no hay guerra; sigue con looficiodepescador,nohagascastillosenelaire,yconfórmateconmiamistad,puesnopuedodarotracosa.

    —Puesbien, tienes razón,Mercedes,meharémarinero,dejaréel trabajo

  • denuestrospadresquetútantodesprecias,ymepondréunsombrerodesuela,unacamisarayadayunachaquetaazulconanclasenlosbotones.¿Noesasícomohayquevestirseparaagradarte?

    —¿Quéquieresdecirconeso?Nolocomprendo…

    —Quierodecirquenoseríastancruelconmigo,sinoesperarasaunoqueusaeltrajeconsabido.Peroquizásélnoteesfiel,yaunquelofuera,elmarnolohabrásidoconél.

    —¡Fernando!—exclamóMercedes—,¡tecreíabueno,peromeengañaba!Eso es prueba demal corazón. Sí, no te lo oculto, espero y amo a ese quedices, y si no volviese, en lugar de acusarle de inconstancia, creería que hamuertoadorándome.

    Fernandohizoungestoderabia.

    —Adivinotuspensamientos,Fernando,querrásvengarenéllosdesdenesmíos… querrás desafiarle… Pero ¿qué conseguirás con esto? Perder miamistadsieresvencido,ganarmiodiosivencedor.Créeme,Fernando:noesbatirseconunhombreelmediodeagradaralamujerqueleama.Convencidode que te es imposible tenerme por esposa, no, Fernando, no lo harás, locontentarásconquesea tuamigay tuhermana.Porotraparte—añadióconlosojospreñadosdelágrimas—,túlohasdichohacepoco,elmarespérfido:espera,Fernando,espera.Hanpasadocuatromesesdesdequepartió…¡cuatromeses,yduranteelloshecontadotantastempestades!…

    PermanecióFernando impasible sin cuidarsede enjugar las lágrimasqueresbalabanporlasmejillasdeMercedes,aunqueadecirverdad,porcadaunade aquellas lágrimas hubiera dado mil gotas de su sangre…, pero aquellaslágrimaslasderramabaporotro.Sepusoenpie,diounavueltaporlacabaña,volvió,sedetuvodelantedeMercedes,yconunamiradasombríaylospuñoscrispadosexclamó:

    —Mercedes,telorepito,responde,¿estásresuelta?

    —¡AmoaEdmundoDantés—dijo fríamenteMercedes—,yningúnotroqueEdmundoserámiesposo!

    —¿Yleamarássiempre?

    —Hastalamuerte.

    Fernando bajó la cabeza desalentado; exhaló un suspiro que más bienparecíaungemido,ylevantandoderepentelacabezayrechinandolosdientesdecóleraexclamó:

    —Pero,¿ysihubiesemuerto?

    —Sihubiesemuerto…¡Entoncesyotambiénmemoriría!

  • —¿Ysiloolvidase?

    —¡Mercedes!—gritóunavozjovialysonoradesdefuera—.¡Mercedes!

    —¡Ah!—exclamólajovensonrojándosedealegríaydeamor—;bienvesquenomehaolvidado,puesyahallegado.

    Ylanzándosealapuertalaabrióexclamando:

    —¡Aquí,Edmundo,aquíestoy!

    Fernando, lívido y furioso, retrocedió como un caminante al ver unaserpiente, cayendo anonadado sobre una silla, mientras que Edmundo yMercedesseabrazaban.ElardientesoldeMarsellapenetrandoatravésdelapuerta, los inundabade susdorados reflejos.Nadaveíanen torno suyo:unainmensafelicidadlosseparabadelmundoysolamentepronunciabanpalabrasentrecortadasquerevelabanlaalegríadesucorazón.

    De pronto Edmundo vislumbró la cara sombría de Fernando, que sedibujaba en la sombra, pálida y amenazadora, y quizá, sin que él mismocomprendiese la razón, el joven catalán tenía apoyada la mano sobre elcuchilloquellevabaenlacintura.

    —¡Ah!—dijoEdmundofrunciendolascejasasuvez—;nohabíareparadoenquesomostres.

    VolviéndoseenseguidaaMercedes:

    —¿Quiénesesehombre?—lepreguntó.

    —Unhombrequeserádeaquíenadelantetumejoramigo,Dantés,porquelo esmío, esmi primo,mi hermano Fernando, es decir, el hombre a quiendespuésdetiamomásenlatierra.

    —Estábien—respondióEdmundo.

    YsinsoltaraMercedes,cuyasmanosestrechabaconlaizquierda,presentóconunmovimientocordialísimoladiestraalcatalán.PerolejosderesponderFernando a este ademán amistoso, permaneció mudo e inmóvil como unaestatua. Entonces dirigió Edmundomiradas interrogadoras aMercedes, queestabatemblando,yalsombríoyamenazadorcatalánalternativamente.Estasmiradaslerevelarontodoelmisterio,ylacóleraseapoderódesucorazón.

    —Aldarmetantaprisaenveniravuestracasa,nocreíaencontrarenellaunenemigo.

    —¡Unenemigo!—exclamóMercedesdirigiendounamiradadeodioasuprimo—;¿unenemigoenmicasa?Asercierto,yolocogeríadelbrazoymeiríaaMarsella,abandonandoestacasaparanovolverapisarsusumbrales.

    LamiradadeFernandocentelleó.

  • —Y si te sucediese alguna desgracia, Edmundo mío —continuó conaquellacalmaimplacablequedabaaconoceraFernandocuánbienleíaensusiniestra mente—, si te aconteciese alguna desgracia, treparía al cabo delMorgiónparaarrojarmedecabezacontralasrocas.

    Fernandosepusolívido.

    —Pero te engañas, Edmundo —prosiguió Mercedes—. Aquí no hayenemigoalguno,sinomiprimoFernando,quevaadartelamanocomoasumásíntimoamigo.

    Ylajovenfijó,aldecirestaspalabras,suimperiosamiradaenelcatalán,quien,comofascinadoporella,seacercólentamenteaEdmundoyletendiólamano.

    Su odio desaparecía ante el ascendiente deMercedes. Pero apenas hubotocado lamanodeEdmundo,conocióquehabíayahecho todo loquepodíahacer,yselanzófueradelacasa.

    —¡Oh! —exclamaba corriendo como un insensato, y mesándose loscabellos—.¡Oh!¿Quiénmelibrarádeesehombre?¡Desgraciadodemí!

    —¡Eh!,catalán,¡eh!¡Fernando!¿Adóndevas?—dijounavoz.

    El joven se detuvo paramirar en torno y vio a Caderousse sentado conDanglarsbajoelemparrado.

    —¡Eh!—ledijoCaderousse—.¿Porquénoteacercas?¿Tantaprisatienesquenotequedatiempoparadarlosbuenosdíasatusamigos?

    —Especialmente cuando tienen delante una botella casi llena —añadióDanglars.

    Fernandomiróalosdoshombrescomoatontadoysinresponderles.

    —Afligidoparece—dijoDanglarstocandoaCaderousseconlarodilla—.¿Nos habremos engañado, y se saldrá Dantés con su tema contra todasnuestrasprevisiones?

    —¡Diantre! Es preciso averiguar esto —contestó Caderousse; yvolviéndosehaciaeljovenlegritó—:Catalán,¿tedecides?

    Fernandoseenjugóelsudorquecorríaporsufrente,yentróapasolentobajoelemparrado,cuyasombrapusountantodecalmaensussentidos,ylafrescura,vigorensuscansadosmiembros.

    —Buenosdías:mehabéisllamado,¿verdad?—dijodesplomándosesobreunodelosbancosquerodeabanlamesa.

    —Corrías como loco, y temí que te arrojases al mar —respondióCaderousseriendo—.¡Quédemonio!Alosamigosnosolamenteselesdebe

  • ofrecerunvasodevino, sino también impedirlesque sebeban tresocuatrovasosdeagua.

    Fernando exhaló un suspiro que pareció un sollozo, y hundió la cabezaentrelasmanos.

    —¡Hum! ¿Quieres que te hable con franqueza, Fernando? —dijoCaderousse,entablandolaconversaciónconesabrutalidadgroseradelagentedel pueblo, que con la curiosidad olvidan toda clase de diplomacia—, puestienestodoelairedeunamantedesdeñado.

    Yacompañóestabromaconunaestrepitosacarcajada.

    —¡Bah!—replicóDanglars—;unmuchachocomoéstenohanacidoparaserdesgraciadoenamores:túteburlas,Caderousse.

    —No—replicóéste—, fíjate, ¡quésuspiros!…Vamos,vamos,Fernando,levanta la cabeza y respóndenos.No está bienque calles a las preguntas dequienseinteresaportusalud.

    —Estoy bien —murmuró Fernando apretando los puños, aunque sinlevantarlacabeza.

    —¡Ah!, ya lo ves, Danglars—repuso Caderousse guiñando el ojo a suamigo—.Loquepasaesesto:queFernando,catalánvaliente,comotodosloscatalanes, y uno de losmejores pescadores deMarsella, está enamorado deunalindamuchachallamadaMercedes;perodesgraciadamente,aloquecreo,lamuchachaamaporsupartealsegundodeElFaraón;ycomoElFaraónhaentradohoymismoenelpuerto…¿Mecomprendes?

    —Quememuera,siloentiendo—respondióDanglars:

    —ElpobreFernandohabrárecibidoelpasaporte.

    —¡Ybien!¿Quémás?—dijoFernandolevantandolacabezaymirandoaCaderoussecomoaquelquebuscaenquiéndescargarsucólera—.Mercedesnodependedenadie,¿noesasí?¿Nopuedeamaraquienseleantoje?

    —¡Ah!, ¡si lo tomasdeesemodo—lijoCaderousse—,esoesotracosa!Yoteteníaporcatalán.Mehandichoqueloscatalanesnosonhombresparadejarsevencerporunrival,ytambiénmehanaseguradoqueFernando,sobretodo,estemibleenlavenganza.

    —Unenamoradonuncaestemible—repusoFernandosonriendo.

    —¡Pobremuchacho!—replicóDanglarsfingiendocompadeceraljoven—.¿Quéquieres?Noesperaba,sinduda,quevolvieseDantéstanpronto.Quizálecreeríamuerto,quizásinfiel,¡quiénsabe!Esascosassontantomássensiblescuantoquenosestánsucediendoacadapaso.

  • —Seguramentequenodicesmásque laverdad—respondióCaderousse,quebebía al compásquehablaba,y aquien el espumosovinodeLamalguecomenzabaahacerefecto—.FernandonoeselúnicoquesientelallegadadeDantés,¿noesasí,Danglars?

    —Sí,ycasipuedoasegurartequeesolehadetraeralgunadesgracia.

    —Peronoimporta—añadióCaderoussellenandounvasodevinoparaeljoven, y haciendo lomismo por duodécima vez con el suyo—; no importa,mientras tantosecasaconMercedes,conlabellaMercedes…sesaleconlasuya.

    Durante este coloquio, Danglars observaba con mirada escudriñadora aljoven. Las palabras de Caderousse caían como plomo derretido sobre sucorazón.

    —¿Ycuándoeslaboda?—preguntó.

    —¡Oh!,todavíanohasidofijada—murmuróFernando.

    —No, pero lo será —dijo Caderousse—; lo será tan cierto como queDantésserácapitándeElFaraón:¿noopinastúlomismo,Danglars?

    Danglars se estremeció al oír esta salida inesperada, volviéndose aCaderousse, en cuya fisonomía estudió a su vez si el golpe estabapremeditado;perosóloleyólaenvidiaenaquelrostrocasitrastornadoporlaborrachera.

    —¡Ea! —dijo llenando los vasos—. ¡Bebamos a la salud del capitánEdmundoDantés,maridodelabellacatalana!

    Caderoussellevóelvasoasuslabiosconmanotemblorosa,yloapuródeunsorbo.Fernandotomóelsuyoyloarrojóconfuriaalsuelo.

    —¡Vaya! —exclamó Caderousse—. ¿Qué es lo que veo allá abajo endirecciónalosCatalanes?Mira,Fernando,tútienesmejoresojosqueyo:meparece que empiezo a ver demasiado, y bien sabes que el vino engañamucho…Diríasequesetratadedosamantesquevanagarradosdelamano…¡Diosme perdone! ¡No presumen que les estamos viendo, y mira cómo seabrazan!

    Danglars no dejaba de observar a Fernando, cuyo rostro se contraíahorriblemente.

    —¡Calle!¿Losconocéis,señorFernando?—dijo.

    —Sí—respondióésteconvozsorda—.¡SonEdmundoyMercedes!

    —¡Digo! —exclamó Caderousse—. ¡Y yo no los conocía! ¡Dantés!¡Muchacha!Venidaquí,ydecidnoscuándoeslaboda,porqueeltestarudode

  • Fernandononosloquieredecir.

    —¿Quierescallarte?—dijoDanglars,fingiendodeteneraCaderousse,quetenazcomo todos losquehanbebidomuchosedisponíaa interrumpirles—.Haz por tenerte en pie, y deja tranquilos a los enamorados. Mira, mira aFernando,ytomaejemplodeél.

    Acasoéste,incitadoporDanglars,comoeltoroporlostoreros,ibaalfinaarrojarse sobre su rival, puesyadepie tomabauna actitud siniestra, cuandoMercedes, risueñaygozosa, levantósu lindacabezayclavóenFernandosubrillante mirada. Entonces el catalán se acordó de que le había prometidomorirsiEdmundomoría,yvolvióacaerdesesperadosobresuasiento.

    Danglarsmirósucesivamentealosdoshombres,elunoembrutecidoporlaembriaguezyelotrodominadoporloscelos.

    —¡Oh!Ningúnpartidosacarédeestosdoshombres—murmuró—,ycasitengo miedo de estar en su compañía. Este bellaco se embriaga de vino,cuandosólodebíaembriagarsedeodio;elotroesunimbécilqueleacabandequitar la novia en susmismas narices, y se contenta solamente con llorar yquejarse como un chiquillo. Sin embargo, tiene la mirada torva como losespañoles, lossicilianosyloscalabresesquesabenvengarsemuybien; tieneunos puños capaces de estrujar la cabeza de un buey tan pronto como lacuchilladelcarnicero…Decididamenteeldestino le favorece; secasaráconMercedes, será capitán y se burlará de nosotros como no… (una sonrisasiniestraaparecióenloslabiosdeDanglars),comonotercieyoenelasunto.

    —¡Hola!—seguíallamandoCaderousseamediolevantardesuasiento—.¡Hola!,Edmundo,¿novesalosamigos,olohasvueltoyatanorgullosoquenoquieressiquieradirigirleslapalabra?

    —No, mi querido Caderousse—respondió Dantés—; no soy orgulloso,sinofeliz,ylafelicidadciegaalgunasvecesmásqueelorgullo.

    —Enhorabuena, ya eso es decir algo —replicó Caderousse—. ¡Buenosdías,señoraDantés!

    Mercedessaludógravemente.

    —Todavíanoesésemiapellido—dijo—,yenmipaísesdemalagüeroalgunasveceselllamaralasmuchachasconelnombredesuprometidoantesquesecasen.LlamadmeMercedes.

    —Esmenesterperdonaraestebuenvecino—añadióDantés—.Falta tanpocotiempo…

    —¿Conque,esdecir,quelabodaseefectuarápronto,señorDantés?—dijoDanglarssaludandoalosdosjóvenes.

  • —Lomásprontoquesepueda,señorDanglars:nostomanhoylosdichosencasademipadre,ymañanaopasadomañanaamástardarserálacomidadeboda,aquí,enLaReserva;losamigosasistiránaella; loquequieredecirqueestáisinvitadosdesdeahora,señorDanglars,ytútambién,Caderousse.

    —¿YFernando?—dijoCaderoussesonriendoconmalicia—;¿Fernandoloestátambién?

    —Elhermanodemimujerloestambiénmío—respondióEdmundo—,yconmuchísimapenaleveríamoslejosdenosotrosensemejantemomento.

    Fernandoabriólabocaparacontestar;perolavozseapagóensuslabiosynopudoarticularunasolapalabra.

    —¡Hoylosdichos,mañanaopasadolaboda!…¡Diablo!,muchaprisaosdais,capitán.

    —Danglars—repusoEdmundosonriendo—,digo loqueMercedesdecíahacepocoaCaderousse:nomedeisese títuloqueaúnnoposeo,quepodríaserdemalagüeroparamí.

    —Dispensadme —respondió Danglars—. Decía, pues, que os daisdemasiadaprisa.¡Quédiablo!,tiemposobra:ElFaraónnosevolveráadaralamarhastadentrodetresmeses.

    —Siempre tieneunoprisapor ser feliz, señorDanglars;porquequienhasufridomucho,apenaspuedecreerenladicha.Peronoessóloelegoísmoelquemehaceobrardeestamanera;tengoqueiraParís.

    —¡Ah!¿AParís?¿Yeslaprimeravezquevaisallí,Dantés?

    —Sí.

    —Algúnnegocio,¿noesasí?

    —No mío; es una comisión de nuestro pobre capitán Leclerc. Yacomprenderéisqueestoessagrado.Sinembargo,tranquilizaos,nogastarémástiempoqueeldeidayvuelta.

    —Sí,sí,yaentiendo—dijoDanglars.Ydespuésañadióenvozsumamentebaja—: A París… Sin duda, para llevar alguna carta que el capitán le haentregado. ¡Ah!, ¡diantre! Esa carta me acaba de sugerir una idea… unaexcelente idea. ¡Ah! ¡Dantés!, amigomío, aún no tienes el número 1 en elregistro de El Faraón. —Y volviéndose enseguida hacia Edmundo, que sealejaba—.¡Buenviaje!—legritó.

    —Gracias—respondióEdmundovolviendolacabeza,yacompañandoestemovimientoconciertoademánamistoso.Ylosdosenamoradosprosiguieronsucamino,tranquilosyalborozadoscomodosángelesqueseelevanalcielo.

  • CapítuloIV

    Complot

    Danglars siguió con la mirada a Edmundo y a Mercedes hasta quedesaparecieron por uno de los ángulos del puerto de San Nicolás; yvolviéndoseenseguidavislumbróaFernandoquesearrojabaotravezsobresusilla,pálidoydesesperado,mientrasqueCaderousseentonabaunacanción.

    —¡Ay,señormío—dijoDanglarsaFernando—,creoqueesabodanolesientabienatodoelmundo!

    —Amímetienedesesperado—respondióFernando.

    —¿Amáis,pues,aMercedes?

    —Laadoro.

    —¿Hacemuchotiempo?

    —Desdequenosconocimos.

    —¿Y estáis ahí arrancándoos los cabellos en lugar de buscar remedio avuestrospesares?¡Quédiablo!,nocreíqueobrasedeesamaneralagentedevuestropaís.

    —¿Yquéqueréisquehaga?—preguntóFernando.

    —¿Quéséyo?¿Acasotengoyoalgoquevercon…?Parécemequenosoyyo, sino vos, el que está enamorado de Mercedes. «Buscad —dice elEvangelio—,yencontraréis».

    —Yohabíaencontradoya.

    —¿Cómo?

    —Queríaasesinaralhombre,pero lamujermehadichoque si llegaraasucedertalcosaasufuturo,ellasemataríadespués.

    —¡Bah!,¡bah!,esascosassedicen,peronosehacen.

    —VosnoconocéisaMercedes,amigomío,esmujerquediceyhace.

    «¡Imbécil! —murmuró para sí Danglars—. ¿Qué me importa que ellamueraono,contalqueDantésnoseacapitán?».

    —Y antes que muera Mercedes moriría yo —replicó Fernando con unacentoqueexpresabaresoluciónirrevocable.

    —¡Esosíqueesamor!—gritóCaderousseconunavozdominadacadavezmásporlaembriaguez—.Esosíqueesamor,oyonoloentiendo.

  • —Veamos—dijoDanglars—;meparecéisunbuenmuchacho,y llévemeeldiablosinomedanganasdesacarosdepenas;pero…

    —Sí,sí—dijoCaderousse—,veamos.

    —Mira —replicó Danglars—, ya lo falta poco para emborracharte, demodoqueacábatedebeberlabotellayloestaráscompletamente.Bebe,ynolo metas en lo que nosotros hacemos. Porque para tomar parte en estaconversaciónesindispensableestarensusanojuicio.

    —¡Yo borracho—exclamóCaderousse—, yo! Si todavíame atrevería abeber cuatro de tus botellas, que por cierto son como frascos de agua decolonia…—Yañadiendoeldichoalhecho,gritó—:¡TíoPánfilo,másvino!—Caderousseempezóagolpearfuertementelamesaconsuvaso.

    —¿Decíais?…—replicóFernando,esperandoanhelosolacontinuacióndelafraseinterrumpida.

    —¿Quédecía?Yanomeacuerdo.Eseborrachomehahechoperderelhilodemisideas.

    —¡Borracho!, eso me gusta; ¡ay de los que no gustan del vino!, tienenalgúnmalpensamiento,ytemenqueelvinoselohagarevelar.

    YCaderoussesepusoacantarlosúltimosversosdeunacanciónmuyenbogaporaquelentonces.

    Losquebebenaguasolasonhombresdemalaley,ypruebaesdeello…eldiluviodeNoé.

    —Conquedecíais—replicóFernando—,quequisieraissacarmedepenas;peroañadíais.

    —Sí,añadíaqueparasacarosdepenas,bastaconqueDantésnosecase,ymeparecequelabodapuedeimpedirsesinqueDantésmuera.

    —¡Oh!,sólolamuertepuedesepararlos—dijoFernando.

    —Raciocináiscomounpobrehombre,amigomío—exclamóCaderousse—;aquítenéisaDanglars,pícaroredomado,queosprobaráenunsantiaménquenosabéisunapalabra.Pruébalo,Danglars,yoherespondidodeti,dilequenoesnecesarioqueDantésmuera.Porotrolado,muytristeseríaquemurieseDantés;esunbuenmuchacho; lequieromucho,mucho;¡a tusalud,Dantés!¡Atusalud!

    Fernandoselevantódandomuestrasdeimpaciencia.

    —Dejadle—dijoDanglars deteniendo al joven—. ¿Quién le hace caso?Además, no va tan desencaminado: la ausencia separa a las personas casimejor que la muerte. Suponed ahora que entre Edmundo y Mercedes se

  • levantandeprontolosmurosdeunacárcel;estarántanseparadoscomosilosdividieselalosadeunatumba.

    —Sí, pero saldrá de la cárcel—dijo Caderousse, que con la sombra dejuicio que aún le quedaba semezclaba en la conversación—; y cuando unosaledelacárcelysellamaEdmundoDantés,sevenga.

    —¿Quéimporta?—murmuróFernando.

    —Además—replicóCaderousse—,¿porquéhandeprenderaDantéssiélnoharobadonimatadoanadie?…

    —Cállate—dijoDanglars.

    —Noquiero—contestóCaderousse—;loqueyoquieroquemediganesporquéhabíandeprenderaDantés;yoquieromuchoaDantés; ¡a tusalud,Dantés,atusalud!

    Ysebebióotrovasodevino.

    Danglars observó en los ojos extraviados del sastre el progreso de laborrachera,yvolviéndosehaciaFernando,ledijo:

    —¿Comprendéisyaquenohabríanecesidaddematarle?

    —Desdeluegoqueno,sipudiéramoslograrqueloprendiesen.Pero¿porquémedio…?

    —Como lo buscáramos bien—dijo Danglars—, ya se encontraría. Pero¿enquélíovoyameterme?¿Acasotengoyoalgoquever…?

    —Yonosésiestoosinteresa—dijoFernandocogiéndoleporelbrazo—;peroloquesíséesquetenéisalgúnmotivodeodioparticularcontraDantés,porqueelqueodianoseengañaenlossentimientosdelosdemás.

    —¡YomotivosdeodiocontraDantés!,ninguno,¡palabradehonor!Osvidesgraciado, y vuestra desgracia me conmovió; esto es todo. Pero desde elmomento en que creéis que obro con miras interesadas, adiós, mi queridoamigo,salidcomopodáisdeeseatolladero.

    YDanglarshizoademándeirse.

    —No —dijo Fernando deteniéndole—, quedaos. Poco me importa queodiéisonoaDantés;peroyosíleodio;loconfiesofrancamente.Decidmeunmedioy lo ejecuto al instante…, comono seamatarle, porqueMercedeshadichoquesedaríamuertesimatasenaDantés.

    Caderousse levantó la cabeza que había dejado caer sobre la mesa, ymirandoaFernandoyaDanglarsestúpidamente:

    —¡MataraDantés…!—dijo—.¿QuiénhablademataraDantés?

  • ¡No quiero que lematen…!, esmi amigo… estamañaname ofreció sudinero…,delmismomodoqueyopartíenotro tiempoelmíoconél…¡NoquieroquematenaDantés…!No…,no…

    —Y¿quiénhabladematarle,imbécil?—replicóDanglars—.Sólosetratade una simple broma. Bebe a su salud —añadió llenándole un vaso—, ydéjanosenpaz.

    —Sí,sí,alasaluddeDantés—dijoCaderousseapurandoelcontenidodesuvaso—;asusalud…asusalud…asu…

    —Pero¿elmedio…?,¿elmedio?—murmuróFernando.

    —¿Nolohabéishalladoaún?

    —No,vososencargasteisdeeso.

    —Escierto—repusoDanglars—,losfrancesestienensobrelosespañoleslaventajadequelosespañolespiensanylosfrancesesimprovisan.

    —Improvisad,pues—dijoFernandoconimpaciencia.

    —Muchacho—dijoDanglars—,traerecadodeescribir.

    —¡Recadodeescribir!—murmuróFernando.

    —Puestoquesoyeditorresponsable,¿dequéinstrumentosmehedeservirsinodepluma,tintaypapel?

    —¿Traeseso?—exclamóFernandoasuvez.

    —Enesamesahayrecadodeescribir—respondióelmozoseñalandounainmediata.

    —Tráelo.

    Elmozolocogióylocolocóencimadelamesadelosbebedores.

    —¡Cuandopienso—observóCaderousse,dejandocaer sumanosobreelpapel— que con esos medios se puede matar a un hombre con mayorseguridad que en un camino a puñaladas! Siempre tuve más miedo a unaplumayauntintero,queaunaespadaoaunapistola.

    —Ese tunante no está tan borracho como parece —dijo Danglars—.Echadlemásvino,Fernando.

    Fernando llenó el vaso de Caderousse, observándole atentamente, hastaquelevio,casivencidoporesenuevoexceso,colocar,omásbien,soltarsuvasosobrelamesa.

    —Conque…—murmuróelcatalán,conociendoqueyanopodíaestorbarleCaderousse, pues la poca razónque conservaba iba adesaparecer con aquel

  • últimovasodevino.

    —Pues, señor, decía—prosiguióDanglars—,que si despuésdeunviajecomoelqueacabadehacerDantéstocandoaNápolesyenlaisladeElba,ledenunciasealguienalprocuradordelreycomoagentebonapartista…

    —Yoledenunciaré—dijovivamenteeljoven.

    —Sí, peroos harán firmar vuestra declaración, os carearán con el reo, yaunqueyoosdépruebasparasostener laacusación,esoespoco;Dantésnopuedepermanecerpresoeternamente;undíaaotrotendráquesalir,yeneldíaenquesalga,¡desdichadodevos!

    —¡Oh! Sólo deseo una cosa —dijo Fernando—, y es que me venga abuscar.

    —Sí,peroMercedesosaborrecerásitocáiselpelodelaropaasuadoradoEdmundo.

    —Esverdad—repusoFernando.

    —Nada, sinosdecidimos, lomejorescogerestaplumasimplemente,yescribirunadenunciaconlamanoizquierdaparaquenoseaconocidalaletra—contestóDanglars; y esto diciendo, escribió con lamano izquierda y conuna letra que en nada se parecía a la suya acostumbrada, los siguientesrenglones,queFernandoleyóamediavoz:

    Unamigodel tronoyde la religiónprevieneal señorprocuradordel reyqueuntalEdmundoDantés,segundodeElFaraón,quellegóestamañanadeEsmirna,despuésdehabertocadoenNápolesyenPorto-Ferrajo,harecibidode Murat una misiva para el usurpador, y de éste otra carta para la juntabonapartistadeParís.

    Fácilmentesetendrálapruebadesucrimen,prendiéndole,porquelacartasehallarásobresupersona,oencasadesupadre,oensucamarote,abordodeElFaraón.

    —Estábien—añadióDanglars—.Deestemodovuestravenganzatendríasentidocomún,ydelocontrariopodríarecaersobrevosmismo,¿entendéis?Ya no queda sino cerrar la carta, escribir el sobre—yDanglars hizo comodecía—:Alseñorprocuradordelrey,yasuntoconcluido.

    —Sí, asunto concluido —exclamó Caderousse, quien con los últimosresplandoresde su inteligenciahabía escuchado la lectura,y comprendiendopor instinto todas las desgracias que podría causar tal denuncia; sí, negocioconcluido;peroseríaunainfamia.

    Yalargóelbrazoparacogerlacarta.

    —Porsupuesto—dijoDanglars,apartándolelamano—,loquedigonoes

  • másqueunabroma;ysoyelprimeroquesentiríamuchoquelesucediesealgoaDantés,aesebuenodeDantés.Vamos,¡nofaltabamás…!—ycogiendolacarta,laestrujóentrelosdedosylatiróaunrincón.

    —¡Muybien!—exclamóCaderousse—.Dantésesmiamigo,ynoquieroquelehaganningúndaño.

    —¿Quién diablos piensa en hacerle daño? A lo menos no seremos niFernandoniyo—dijoDanglarslevantándoseymirandoaljoven,cuyosojosestabanclavadosenelpapeldelatortiradoenelsuelo.

    —Entalcaso—replicóCaderousse—,quenosdenmásvino,quierobeberalasaluddeEdmundoydelabellaMercedes.

    —Bastante has bebido, ¡borracho! —dijo Danglars—; y como sigasbebiendo lo verás obligado a dormir aquí, porque seguramente no podrástenerteenpie.

    —¡Yo! —balbuceó Caderousse levantándose con la arrogancia delborracho—;¡yonopodertenerme!¿ApuestasalgoaquemeatrevoasubiralcampanariodelasAccoulesderechito,sindartraspiés?

    —Está bien—dijoDanglars—, hago la apuesta; pero la dejaremos paramañana.Yaestiempodequenosvayamos;dameelbrazo.

    —Vamos allá —dijo Caderousse—; mas para andar no necesito de lobrazo.¿Vienes,Fernando?¿VuelvesaMarsellaconnosotros?

    —No—respondióFernando—;mevuelvoalosCatalanes.

    —Hacesmal;venconnosotrosaMarsella.

    —NadatengoquehacerenMarsella,ynoquieroir.

    —Bueno,bueno,noquieres,¿eh?Pueshazloqueloparezca:libertadparatodosentodo.Ven,Danglars,ydejémoslequevuelvaalosCatalanes,siasíloquiere.

    DanglarsaprovechóesteinstantededocilidaddeCaderousseparallevarlehaciaMarsella;peroparadejaraFernandomásasusanchas,envezde irseporelmuelledelaRive-Neuve,echóporlapuertadeSaint-Victor.Caderousseleseguíatambaleándose,cogidodesubrazo.Apenasanduvieronunosveintepasos, Danglars volvió la cabeza tan a tiempo, que pudo ver al jovenabalanzarsealpapel,queguardóensubolsillo,dirigiéndoseenseguidahaciaPillon.

    —¡Calla!¿Quéestáhaciendo?—dijoCaderousse—.NoshadichoqueibaalosCatalanes,ysedirigealaciudad.¡Oye,Fernando,vasdescaminado,oye!

    —Tú eres el que no ves bien —dijo Danglars—. ¡Si sigue derecho el

  • caminodelasVieillesInfirmeries…!

    —Escierto—respondióCaderousse—;perohubierajuradoqueibaporladerecha.Decididamenteelvinoesuntraidor,quehacevervisiones.

    —Vamos,vamos—murmuróDanglars—,quelacosamarcha,ysólocabedejarlamarchar.

    CapítuloV

    Elbanquetedeboda

    Amanecióundíamagnífico:eltiempoestabahermosísimo;elsol,puroybrillante,ysusprimerosrayos,deunrojopurpúreo,dorabanlasespumasdelasolas.

    La comida había sido preparada en el primer piso de La Reserva, cuyoemparradoyaconocemos.Secomponíaaquéldeungransalóniluminadoporcincooseisventanas;encimadecadaunaseveíaescritoelnombredeunadelasmejores ciudades de Francia. Todas estas ventanas caían a un balcón demadera:demaderaeratambiéntodoeledificio.

    Si bien la comida estaba anunciada para las doce, desde las once de lamañana llenaban el balcónmultitud de curiosos impacientes. Eran éstos losmarineros privilegiados deElFaraón y algunos soldados amigos deDantés.Todossehabíanpuestodegalaparahonraralosnovios.EntrelosconvidadoscirculabaciertomurmulloocasionadoporquelosconsignatariosdeElFaraónhabían de honrar con su presencia la comida de boda del segundo. Era tangrande este honor, que nadie se atrevía a creerlo, hasta que Danglars, quellegaba con Caderousse, confirmó la noticia, porque aquella mañana habíavistoalseñorMorrel,yledijoqueasistiríaalacomidadeLaReserva.

    Efectivamente,uninstantedespuésMorrelentróenlasalayfuesaludadopor los marineros con un unánime viva y con aplausos. La presencia delnaviero les confirmaba las voces que corrían de que Dantés iba a ser sucapitán;ycomotodosaquellosvalientesmarineroslequeríantanto,ledabangracias, porque pocas veces la elección de un jefe está en armonía con losdeseos de los subordinados. No bien entró Morrel, cuando eligieron aDanglarsy aCaderousseparaque saliesenal encuentrode losnovios, y lespreviniesen de la llegada del personaje que había producido tan vivasensación,paraqueseapresuraranavenirpronto.DanglarsyCaderoussesemarcharonenseguidaperoaloscienpasosvieronquelacomitivaseacercaba.

    Esta se componía de cuatro jóvenes amigas de Mercedes, catalanas

  • también,queacompañabanalanovia,aquiendabaelbrazoEdmundo.JuntoalafuturacaminabaelpadredeDantés,ydetrásdeellosveníaFernandoconsusiniestrasonrisa.NiMercedesniEdmundosedieroncuentadeesasonrisa:lospobres muchachos eran tan felices que sólo pensaban en sí mismos, y noteníanojosmásqueparaaquelhermosocieloquelosbendecía.

    DanglarsyCaderoussecumplieronconsumisióndeembajadores,ydandodespuésunfuerteapretóndemanosaEdmundo,DanglarssefueacolocaralladodeFernando,yCaderoussealdelpadredeDantés,objetodelaatencióngeneral.Elancianovestíaunacasacadetafetán,congrandesbotonesdeacerotallados. Cubrían sus delgadas, aunque vigorosas piernas, unas medias dealgodónquealaleguaolíanacontrabandoinglés.Desusombreroapuntadopendíanconpintorescaprofusióncintasblancasyazules;seapoyabaenfin,enunnudosobastóndemadera,encorvadoporelpuñocomoelpedumantiguo.Parecía uno de esos figurones que adornaban en 1796 los jardines deLuxemburgoydelasTullerías.

    Juntoaélhabíasecolocado,comoyahemosdicho,Caderousse,aquienlaesperanza de una buena comida acabó de reconciliar con los Dantés;Caderousse conservaba un vago recuerdo de lo que había sucedido el díaanterior, como cuando al despertar por la mañana nos representa laimaginaciónelsueñoquehemostenidoporlanoche.

    AlacercarseDanglarsaFernando,dirigióunamiradapenetrantealamantedesdeñado.Este,quecaminabadetrásdelosnovios,completamenteolvidadode Mercedes, que con ese egoísmo sublime del amor sólo pensaba enEdmundo; Fernando, repetimos, pálido y sombrío, de vez en cuando dirigíaunamiradaaMarsella,yentoncesuntemblorconvulsivoseapoderabadesusmiembros. Parecía como si esperase, o más bien previese algúnacontecimiento.

    Dantés vestía con elegante sencillez, como perteneciente a la marinamercante;sutrajeparticipabadeluniformemilitarydeltrajecivil;yconélyconlaalegríaygentilezadelanovia,parecíamásalegreymásbonita.

    Mercedes estaba tan hermosa como una griega deChipre o deCeos, deojosdeébanoy labiosdecoral.Suandargraciosoydesenvueltoparecíadeandaluza o de arlesiana. Una joven cortesana quizás hubiera procuradodisimularsualegría;peroMercedesmirabaatodossonriéndose,comosiconaquella sonrisa y aquellasmiradas les dijese: «Puesto que soismis amigos,alegraoscomoyo,porquesoymuydichosa».

    Tan pronto como fueron divisados los novios desdeLaReserva, salió elseñorMorrelasuencuentro,seguidodelosmarinerosydelossoldados,aloscualesrenovólapromesadequeDantéssucederíaalcapitánLeclerc.AlverleEdmundodejóelbrazodesunovia,y tomóeldelnavieroquecon la joven

  • dieronlaseñalsubiendolosprimeroslaescalerademaderaqueconducíaalasaladelbanquete.

    —Padremío—dijoMercedes deteniéndose junto a lamesa—, vos amiderecha,osloruego.Amiizquierdapondréalquemehaservidodehermano—añadióconunadulzuraquepenetrócomolapuntadeunpuñalhastalomásprofundodelcorazóndeFernando.Suslabiospalidecieron,ybajoelmatizdesu rostro fue fácil distinguir cómo se retiraba poco a poco la sangre paraagolparsealcorazón.

    Dantés había hecho entretanto lo mismo con Morrel, colocándole a suderecha,yconDanglars,quecolocóasuizquierda,haciendoenseguidaseñasconlamanoatodosparaquesecolocaranasugusto.YacorríandemanoenmanoportodalamesalossalchichonesdeArlés,lasbrillanteslangostas,lassabrosas ostras del Norte, los exquisitos mariscos envueltos en su ásperaconcha,comolacastañaensuerizo,ylasalmejasquelasgentesmeridionalesprefierenalasanchoas;enfin,todaesamultituddeentremesesdelicadosquearrojan lasolasa laarenosaplaya,y lospescadoresdesignanconelnombregenéricodefrutosdemar.

    —¡Qué silencio!—dijo el anciano saboreando un vaso de vino amarillocomo el topacio, que el tío Pánfilo acababa de traer aMercedes—. ¿Quiéndiríaquehayaquítreintapersonasquesólodeseanhablar?

    —¡Bah!,unmaridonosiempreestáalegre—dijoCaderousse.

    —Elcasoes—dijoDantés—,quesoyenestemomentodemasiado felizparaestaralegre.

    —Tenéisrazón,vecino;laalegríacausaavecesunasensaciónextraña,queoprimeelcorazóncasitantocomoeldolor.

    Danglars observaba a Edmundo, cuyo espíritu impresionable absorbía ydevolvíatodaemoción.

    —Qué —le dijo—, ¿teméis algo? Me parece que todo marcha segúnvuestrosdeseos.

    —Justamente es eso loquemeespanta—respondióDantés—,parécemeque el hombre no ha nacido para ser feliz con tanta facilidad. La dicha escomoesospalaciosdelasislasencantadas,cuyaspuertasguardanformidablesdragones; preciso es combatir para conquistar, y yo, a la verdad, no sé quehayamerecidoladichadesermaridodeMercedes.

    —¡Marido!¡Marido!—dijoCaderousseriendo—;aúnno,micapitán.Hazdemaridounpoco,yyaveráslaquesearma.

    Mercedesseruborizó.

  • Fernandoestabamuyagitadoensusilla,estremeciéndosealmenorruido,y limpiándose lasgruesasgotasdesudorquecorríanpor su frentecomo lasprimerasgotasdeunalluviadetormenta.

    —Afemía,vecinoCaderousse—dijoDantés—,quenovalelapenaquemedesmintáisportanpocacosa.Mercedesnoesaúnmimujer,tenéisrazón—ysacósureloj—;perodentrodehoraymedialoserá.

    Lospresentesprofirieronungritodesorpresa,exceptoelpadredeDantés,cuyasonrisadejabaverunafiladedientesbienconservados.Mercedessonriósinruborizarse,yFernandoapretóconvulsivamenteelmangodesucuchillo.

    —¡Dentro de hora y medía! —dijo Danglars, palideciendo también—,¿cómoeseso?

    —Sí, amigos míos —respondió Dantés—; gracias al señor Morrel, alhombre a quien debo más en el mundo después de mi padre, todos losobstáculossehanallanado;hemosobtenidodispensadelasamonestaciones,yalasdosymediaelalcaldedeMarsellanosesperaenelAyuntamiento.Porlotanto,comoacabadedarlaunaycuarto,creonohabermeengañadomuchoaldecirquedentrodeunahoraytreintaminutos,MercedessellamarálaseñoraDantés.

    Fernando cerró los ojos; unanubede fuego le abrasaba los párpados; seapoyó sobre lamesa, y a pesar de todos sus esfuerzos nopudo contener unsordo gemido, que se perdió en el rumor causado por las risas y por lasfelicitacionesdelaconcurrencia.

    —Aesolellamoyoseractivo—dijoelpadredeDantés—.Ayerllegóyhoysecasa…,nadieganaalosmarinosenactividad.

    —Pero ¿y las formalidades? —preguntó tímidamente Danglars— ¿elcontrato…?

    —Elcontrato—leinterrumpióDantésriendo—,elcontratoestáyahecho.Mercedes no tiene nada, yo tampoco; nos casamos en iguales condiciones;conqueyaseosalcanzaráqueni sehabrá tardadoenescribirelcontrato,nicostarámuchodinero.

    Estabromaexcitóunanuevaexplosióndealegríaydeenhorabuenas.

    —Conque,esdecir,queéstaeslacomidadebodas—dijoDanglars.

    —No—repusoDantés—,nolaperderéisporeso,podéisestartranquilos.Mañana parto para París: cuatro días de ida, cuatro de vuelta y uno paradesempeñar puntualmente la misión de que estoy encargado; el primero demarzoestoyyaaquí; el verdaderobanquetedebodas se aplazapara el2demarzo.

  • Lapromesadeunnuevobanqueteaumentólaalegríahastatalpunto,queelpadredeDantés,quealprincipiodelacomidasequejabadelsilencio,hacíaahoravanosesfuerzosparaexpresarsusdeseosdequeDioshicierafelicesalosesposos.

    Dantésadivinóelpensamientodesupadre,yse lopagóconunasonrisallena de amor. Mercedes entretanto miraba 1a hora en el reloj de la sala,haciendo picarescamente cierta señal a Edmundo. Reinaba en la mesa esaalegríaruidosayesalibertadindividualquesiempresetomanlaspersonasdeclaseinferioralfindelacomida.Losquenoestabancontentosensussitios,sehabíanlevantadoparaocuparotrosnuevos.

    Todos empezaban ya a hablar en confusión, y nadie respondía a suinterlocutor,sinoasuspropiospensamientos.

    La palidez de Fernando se comunicaba por minutos a Danglars. Aquél,sobre todo, parecía presa de mil tormentos horribles. Había sido de losprimerosenlevantarseysepaseabaporlasala,procurandoapartarsuoídodelaalgazara,delascancionesydelchoquedelosvasos.

    Se acercó a él Caderousse en el momento en que Danglars, de quienparecíahuir,acababadereunírseleenunángulodelasala.

    —Enverdad—dijoCaderousse,aquienlaamabilidaddeDantés,ysobretodo el vino del tío Pánfilo, habían hecho olvidar enteramente el odio queinspiró la repentina felicidad de Edmundo—; en verdad que Dantés es unguapo mozo, y cuando le veo sentado junto a su novia, digo para mí, quehubierasidounalástimajugarlelamalapasadaqueintentabaisayer.

    —Peroyahasvisto—respondióDanglars—queaquellonopasódeunaconversación.EsepobreFernandoestabaayer tan fueradesí,quemecausólástimaalprincipio;pero,desdequedecidióasistira labodadesu rival,nohayyatemoralguno.

    CaderoussemiróentoncesaFernando,queestabalívido.

    —El sacrificio es tanto mayor —prosiguió Danglars— cuanto que lamuchacha es de perlas. ¡Diantre!, miren si es dichoso mi futuro capitán.QuisierallamarmeDantés,nomásquepordocehoras.

    —¿Vámonos?—dijoenestepuntocondulcevozMercedes—;acabandedarlasdos,alasdosycuartonosesperan.

    —Sí,sí—contestóDantéslevantándoseinmediatamente.

    —Vamos—repitieronacorotodoslosconvidados.

    Fernandoestabasentadoenelantepechodelaventana,yDanglars,quenoleperdíadevistaunmomento,levioobservaraDantésconinquietamirada,

  • levantarsecomoporunmovimientoconvulsivo,yvolveradesplomarseenelsitiodondesehallabaantes.

    Se oyó en aquelmomento un ruido sordo, como de pasos recios, vocesconfusas y armas, ahogando las exclamaciones de los convidados eimponiendo a toda la asamblea el silencio del estupor. El ruido se oyómáscerca: en lapuerta resonaron tresgolpes…;cadacualmirabaa sualrededorconasombro.

    —¡Ennombredelaley!—gritóunavozsonora.

    La puerta se abrió al punto, dando paso a un comisario con su faja y acuatrosoldadosyuncabo.Conesto,alainquietudsucedióelterror.

    —¿Qué se ofrece? —preguntó Morrel avanzando hacia el comisario, aquienconocía—sindudavenísequivocado.

    —Si ha sido así, señor Morrel —respondió el comisario—, creed queprontosedesharálaequivocación.Entretanto,ypormuysensiblequemesea,debocumplir con laordenque tengo. ¿Quiéndevosotros, señores, se llamaEdmundoDantés?

    Lasmiradas de todos se volvieron hacia el joven, quemuy conmovido,aunqueconservandotodasudignidad,diounpasohaciadelanteyrespondió:

    —Yosoy,caballero,¿quémequeréis?

    —EdmundoDantés—repuso el comisario—, en nombre de la ley, daospreso.

    —¡Presoyo!—dijoEdmundo,cuyorostrosecubriódeunalevepalidez—.¡Presoyo!,pero¿porqué?

    —Lo ignoro, caballero. Ya lo sabréis en el primer interrogatorio a queseréissometido.

    ElseñorMorrelcomprendióquenadapodía intentarse:uncomisarioconsufajanoesyaunhombre,eslaestatuadelaley,fría,sorda,muda.Elviejo,porelcontrario,seprecipitóhaciaelcomisario:hayciertascosasquenuncapodrácomprenderelcorazóndeunpadreodeunamadre.Rogó,suplicó;peroruegos y lágrimas fueron inútiles. Sin embargo, su desesperación era tangrande,queelcomisarioalfinseconmovió.

    —Tranquilizaos, caballero—le dijo—, quizá se habrá olvidado vuestrohijodealgunosdelosrequisitosqueexigenlaaduanaolasanidad.Yoasílocreo. Cuando se hayan tomado los informes que se desean, le pondrán enlibertad.

    —¿Qué significa esto?—preguntóCaderousse frunciendo el entrecejo ymirandoaDanglars,queaparentabasorpresa.

  • —¿Quéséyo?—respondióDanglars—;comotú,veoyestoyperplejo,sincomprendernadadetodoello.

    CaderoussebuscóconlosojosaFernando,peroéstehabíadesaparecido.

    Toda la escena de la víspera se le representó entonces con todos suspormenores.Aquellacatástrofeacababadearrancarelveloquelaembriaguezhabíaechadoentresuentendimientoysumemoria.

    —¡Oh!—dijoconvozronca—,¿quiénsabesiestoseráelresultadodelabroma de que hablabais ayer, Danglars? En ese caso, desgraciado de vos,porqueesmuytristebromaporcierto.

    —Yavistequerompíaquelpapel—balbuceóDanglars.

    —Nolorompiste;loarrugasteyloarrojasteaunrincón.

    —¡Calla!Túestabasborracho.

    —¿QuéesdeFernando?

    —¡Qué sé yo! Habrá tenido que hacer. Pero en vez de ocuparte de él,consolemosaesospobresafligidos.

    Efectivamente, durante la conversación, Dantés había dado la manosonriendoasusamigos,ydespuésdeabrazaraMercedes,sehabíaentregadoalcomisario,diciendo:

    —Tranquilizaos,prontoserepararáelerror,yprobablementenollegaréaentrarenlacárcel.

    —¡Oh!, seguramente —dijo Danglars, que, como ya hemos dicho, seacercabaenestemomentoalgrupoprincipal.

    Dantés bajó la escalera precedido del comisario de policía y rodeado desoldados. Un coche los esperaba a la puerta, y subió a él, seguido de lossoldadosydelcomisario.Laportezuelasecerró,yelcarruajetomóelcaminodeMarsella.

    —¡Adiós, Dantés! ¡Adiós, Edmundo! —exclamó Mercedes desde elbalcón,adondesaliódesesperada.

    Elpresoescuchóesteúltimogrito,salidodelcorazóndolientedesunoviacomo un sollozo, y asomando la cabeza por la ventanilla del coche, lecontestó:

    —¡Hastalavista,Mercedes!

    YenestodesaparecióporunodelosángulosdelfuertedeSanNicolás.

    —Esperadmeaquí—dijoelnaviero—;voyatomarelprimercarruajequeencuentre:corroaMarsella,yostraerénoticiassuyas.

  • —Sí,sí,id—exclamarontodosauntiempo—;id,yvolvedpronto.

    Aestasegundamarchasiguióunmomentodeterribleestuporentodoslosquesequedaban.ElancianoyMercedespermanecieronalgúntiemposumidosen el más profundo abatimiento; pero al fin se encontraron sus ojos, yreconociéndose por dos víctimas heridas del mismo golpe, se arrojaron enbrazosunodeotro.

    Entodoestetiempo,Fernando,devueltaalasala,bebióunvasodeaguayfueasentarseenunasilla.LacasualidadhizoqueMercedes,aldesasirsedelanciano,cayesesobreunasillapróximaaaquélladondeélsehallaba,porloqueFernando,porunmovimientoinstintivo,retiróhaciaatráslasuya.

    —Ha sido él —dijo Caderousse a Danglars, que no perdía de vista alcatalán.

    —Creoqueno—respondióDanglars—;esdemasiadotonto.Entodocaso,suyaeslaresponsabilidad.

    —Ydelqueseloaconsejó—repusoCaderousse.

    —¡Ah!Sifueseunoresponsabledetodoloqueinadvertidamentedice…

    —Sí,cuandoloquesediceinadvertidamentetraedesgraciascomoésta.

    Mientras tanto, los grupos comentaban de mil maneras el arresto deDantés.

    —Yvos,Danglars—dijounavoz—,¿quépensáisdeesteacontecimiento?

    —Yo—respondióDanglars—creoquetraeríaalgodecontrabandoenElFaraón…

    —Perosiasífuera,voslosabríais,Danglars;¿nosoisvoselresponsable?

    —Sí, pero no lo soy sino de lo que viene en factura. Lo que sé es quetraemosalgunaspiezasdealgodón,tomadasenAlejandríaencasadePastret,yenEsmirnaencasadePascal:nomepreguntéismás.

    —¡Oh!,ahora recuerdo—murmuróelpobreancianoaloíresto—,ahorarecuerdo…Ayermedijoquetraíaunacajadecaféyotradetabaco.

    —Ya lo veis —dijo Danglars—, eso será sin duda; durante nuestraausencia,losaduaneroshabránregistradoElFaraónylohabrándescubierto.

    Casi insensiblehasta elmomento,Mercedesdio al fin rienda suelta a sudolor.

    —¡Vamos, vamos, no hay que perder la esperanza! —dijo el padre deDantés,sinsabersiquieraloquedecía.

    —¡Esperanza!—repitióDanglars.

  • —¡Esperanza! —murmuró Fernando; pero esta palabra le ahogaba; suslabiosseagitaronsinarticularningúnsonido.

    —¡Señores!—gritóunodelosinvitadosquesehabíaquedadoenunadelasventanas—;señores,uncarruaje…¡Ah!¡EselseñorMorrel! ¡Valor!Sindudatraebuenasnoticias.

    Mercedesyelancianolesalieronalencuentro,ysereunieronconélenlapuerta:elseñorMorrelestabasumamentepálido.

    —¿Quéhay?—exclamarontodosauntiempo.

    —¡Ay!,amigosmíos—respondióMorrelmoviendolacabeza—,lacosaesmásgravedeloquenosotrossuponíamos…

    —Señor—exclamóMercedes—,¡esinocente!

    —Locreo—respondióMorrel—;peroleacusan…

    —¿Dequé?—preguntóelviejoDantés.

    —Deagentebonapartista.

    Aquellosdenuestroslectoresquehayanvividoenlaépocadeestahistoriarecordaráncuán terrible era en aquel tiempo tal acusación.Mercedes exhalóungrito,yelancianosedejócaerenunasilla.

    —¡Oh!—murmuróCaderousse—,mehabéisengañado,Danglars,yalfinhicisteislodeayer.Peronoquierodejarmoriraeseancianoyaesajoven,yvoyacontárselotodo.

    —¡Calla, infeliz!—exclamóDanglars agarrando lamano deCaderousse—,¡calla!,onorespondodeti.¿QuiénlodicequeDantésnoesculpable?Elbuque tocóen la isladeElba; él desembarcó,permaneciendo todoel día enPorto-Ferrajo.Silehanhalladoconalgunacartaquelecomprometa,losqueledefiendan,pasaránporcómplicessuyos.

    Conelrápidoinstintodelegoísmo,Caderoussecomprendióloatinadodelaobservación,miróaDanglarsconadmiración,yretrocediódospasos.

    —Esperemos,pues—murmuró.

    —Sí,esperemos—dijoDanglars—;siesinocente,lepondránenlibertad;siesculpable,novalelapenacomprometerseporunconspirador.

    —Vámonos,nopuedopermaneceraquípormástiempo.

    —Sí, ven—dijo Danglars, satisfecho al alejarse acompañado—; ven, ydejemosquesalgancomopuedandeeseatolladero.

    Tanprontocomopartieron,Fernando,quehabíavueltoaserelapoyodelajoven,cogióaMercedesdelamanoylacondujoalosCatalanes.Losamigos

  • de Dantés condujeron a su vez a la alameda de Meillán al anciano casidesmayado.

    EnseguidaseesparcióporlaciudadelrumordequeDantésacababadeserpresoporagentebonapartista.

    —¿Quiénlohubieracreído,miqueridoDanglars?—dijoelseñorMorrelreuniéndoseaésteyaCaderousse,enelcaminodeMarsella,adondesedirigíaapresuradamente para adquirir algunas noticias directas de Edmundo por elsustituto del procurador del rey, señor de Villefort, con quien tenía algunasrelaciones—.¿Lohubieraisvoscreído?

    —¡Diantre!—exclamóDanglars—,yaosdijequeDantéshizoescalaenlaisladeElbasinmotivoalguno,locualmepareciósospechoso.

    —Pero¿comunicasteisvuestrassospechasaalguienmásqueamí?

    —LíbremeDiosdeello,señorMorrel—dijoenvozbajaDanglars—;biensabéisqueporculpadevuestrotío,elseñorPolicarpoMorrel,quehaservidoen sus ejércitos, y que no oculta sus opiniones, sospechan que lamentáis lacaída de Napoleón, y mucho me disgustaría el causar algún perjuicio aEdmundo o a vos. Hay ciertas cosas que un subordinado debe decir a suprincipal,yocultarcuidadosamentealosdemás.

    —¡Bien! Danglars, ¡bien! —contestó el naviero—, sois un hombrehonrado.Hice bien al pensar en vos para cuando ese pobreDantés hubiesellegadoasercapitándelFaraón.

    —Pues¿cómo…?

    —Sí,yahabíapreguntadoaDantésquépensabadevosysi teníaalgunarepugnanciaenqueosquedaraisenvuestropuesto,pues,yonoséporqué,mepareciónotarqueostratabaisconalgunafrialdad.

    —¿Yquéosrespondió?

    —Que creía efectivamente que, por una causa que no me dijo, leguardabais cierto rencor; pero que todo el que poseía la confianza delconsignatario,poseíalasuyatambién.

    —¡Hipócrita!—murmuróDanglars.

    —¡Pobrecillo!—dijoCaderousse—,eraunmuchachoexcelente.

    —Sí, pero entretanto—indicó el señorMorrel—, tenemos al Faraón sincapitán.

    —¡Oh!—dijoDanglars—,bienpodemosesperar,puestoquenopartimoshastadentrodetresmeses,queparaentoncesyaestarálibreDantés.

    —Sí,peromientrastanto…

  • —¡Mientras tanto…, aquí me tenéis, señor Morrel! —dijo Danglars—.Bien sabéis que conozco el manejo de un buque tan bien como el mejorcapitán.Esto no os obligará a nada, pues cuandoDantés salga de la prisiónvolveráasupuesto,yoalmío,ypaxChristi.

    —Gracias, Danglars, así se concilia todo, en efecto. Tomad, pues, elmando,osautorizoaello,ypresenciadeldesembarque.Losasuntosnodebenentorpecerseporquesucedaunadesgraciaaalgunodelatripulación.

    —Sí,señor,confiadenmí.¿YpodréveralpobreEdmundo?

    —Prontooslodiré,Danglars.VoyahablaralseñordeVillefort,yainfluircon él en favor del preso. Bien sé que es un realista furioso; pero, aunquerealista y procurador del rey, también es hombre, y no le creo demuymalcorazón.

    —No —repuso Danglars—; pero me han dicho que es ambicioso, yentonces…

    —Enfin—repusoMorrelsuspirando—,alláveremos.Idabordo,queyovoyenseguida.

    YseseparódelosdosamigosparatomarelcaminodelPalaciodeJusticia.

    —Yaveselsesgoquevatomandoelasunto—dijoDanglarsaCaderousse—;¿piensastodavíaendefenderaDantés?

    —No a fe; pero, sin embargo, terrible cosa es que tenga talesconsecuenciasunabroma.

    —¿Y quién ha tenido la culpa?No seremos ni tú ni yo, ciertamente; entodo caso, la culpa es de Fernando. Bien viste que yo, pormi parte, tiré elpapelaunrincón;yhastacreohaberloroto.

    —No,no—dijoCaderousse—;encuantoaesoestoyseguro,lovienunrincón,dobladoyarrugado;ojaláestuvieseaúnallí.

    —¿Quéquieres?SiFernandolocogiólohabrácopiadoohechocopiar,yaunsabeDiossisetomaríaesamolestia.Ahoraquecaigoenello,¡Diosmío!,quizásenviómipropiacarta.Afortunadamenteyodesfigurémucholaletra.

    —Pero¿sabíastúqueDantésconspiraba?

    —¿Quéhabíadesaber?Aquellofueunabroma,comoyalodije.Peromepareceque,aligualquelosarlequines,dijelaverdadalbromear.

    —Lomismoda—replicóCaderousse—.Yo,sinembargo,daríacualquiercosaporquenoocurrieraloquehaocurrido,oporlomenospornohabermemetidoennada:yaveráscomoporestonossucedetambiénanosotrosalgunadesgracia,Danglars.

  • —En todo caso, la desgracia caerá sobre el verdadero culpable, y elverdaderoculpableesFernandoynonosotros.¿Quédesgraciaquieresquenossobrevenga?Vivamostranquilos,queyapasarálatempestad.

    —¡Amén!—dijoCaderousse,haciendounaseñaldedespedidaaDanglarsy dirigiéndose a la alameda de Meillan, moviendo la cabeza y hablandoconsigomismo,comoaquellaspersonasqueestánmuypreocupadasconsuspensamientos.

    —¡Magnífico! —murmuró Danglars—, las cosas toman el giro que yoesperaba.Demomentoyasoycapitán,ysieseimbécildeCaderoussesecalla,capitán para siempre…Sólome atormenta el pensar que si la justicia dieralibertad a Dantés… ¡Oh…!, no —añadió, sonriendo con satisfacción—, lajusticiaeslajusticia,yenellaconfío.

    Y dicho esto saltó a una barca y dio orden al barquero para que lecondujera abordodelFaraón, adonde, comoya recordará el lector, le habíacitadoelseñorMorrel.

    CapítuloVI

    Elsustitutodelprocuradordelrey

    EnlacalledeGrand-Cours,lindandoconlafuentedelasMedusas,enunade esas antiguas casas de arquitectura aristocrática, edificadas por Puget, secelebrabatambiénenelmismodíayenlamismahoraunbanquetedebodas,conladiferenciadequeenlugardeserlospersonajesyanfitrionesgentedelpueblo,marinerosysoldados,pertenecíanalamásaltasociedaddeMarsella.

    Se trataba de antiguos magistrados que habían dimitido sus empleos entiempodelusurpador,antiguosoficialesdesertoresdesusfilasparapasarsealasdelejércitodeCondé,yjóvenesdeilustrealcurnia,todavíapocoelevadosapesardeloquehabíansufridoyaporelodiohaciaaquelaquiencincoañosdedestierrodebíanconvertirenunmártir,yquincederestauraciónenundios.

    Sehallabansentadosalamesa,ylaconversaciónchispeabaaimpulsosdetodaslaspasionesdelaépoca,pasionestantomásterriblesyencarnizadasenel Mediodía de Francia, cuanto que al cabo de quinientos años, los odiosreligiososveníanaañadirsealosodiospolíticos.

    ElemperadorreydelaisladeElba,quedespuésdehabersidosoberanoenunapartedelmundo,reinabasobreunapoblacióndecincoaseismilalmas,ydespués de haber oído gritar ¡VivaNapoleón! por ciento veintemillones devasallos,endiezlenguasdiferentes,eratratadoallícomounhombreperdido

  • sinremedioparaFranciayparaeltrono.Losmagistradosanatematizabansuserrores políticos; los militares murmuraban de Moscú y de Leipzig; lasmujeres,desudivorciodeJosefina;ynoparecíasinoqueaquelmundoalegrey triunfante, no por la caída del hombre, sino por la derrota del príncipe,creyesequelavidacomenzabadenuevoparaél,quedespertabadeunsueñopenoso.

    UnancianocondecoradoconlacruzdeSanLuisselevantóbrindandoporlasaluddelreyLuisXVIII.EraelmarquésdeSaint-Meran.Conestebrindis,que recordaba a la vez al desterrado de Hartwell y al rey pacificador deFrancia,seaumentóelbarullo,losvasoschocaronunosconotros,lasmujeressequitaronlasfloresdelacabezaylasesparcieronsobreelmantel;momentofueésteenverdaddeentusiasmocasipoético.

    —Yaconfesaríandeplanosiestuviesenaquí—dijolamarquesadeSaint-Meran,mujerdemiradadura,labiosdelgadosycontinentearistocrático,mujeraúnalamoda,apesardesuscincuentaaños—yaconfesaríandeplanotodosesosrevolucionariosquenoshansecuestrado,aquienesdejamosanuestravezconspirar tranquilamente en nuestros castillos antiguos comprados por unpedazo de pan en tiempo del Terror; ya confesarían que el verdaderodesinterés estaba de nuestra parte, puesto que nosotros nos uníamos a laagonizantemonarquía,mientras ellos, por el contrario, saludaban al sol quenacía, y labraban sus fortunas, mientras que nosotros perdíamos la nuestra;confesarían que nuestro soberano era verdaderamente Luis, el muy amado,mientrasquesuusurpadornofuenuncamásqueNapoleónelmaldito.¿Noesverdad,Villefort?

    —¿Quédecís…señoramarquesa…?—respondióaquelaquiensedirigíaestapregunta—.Perdonadme,noatendíaalaconversación.

    —Dejadaesosjóvenes,marquesa—replicóelviejoquehabíabrindado—.Van a casarse, y naturalmente tendrán que hablar de otra cosa que no depolítica.

    —Dispensadme