Dossier ''Crónica de Una Muerte Anunciada''
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Lengua y Literatura 2º Bachillerato
Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. [Nota: los números romanos hacen referencia a cada uno de los cinco capítulos; los arábigos, a las
páginas de la edición DeBolsillo]
1. “Nunca hubo una muerte más anunciada.” (III, 61) El formato de crónica: Ya desde
el título, la novela anuncia la voluntad periodística de su autor (parece ser que está basada en un
suceso real, ocurrido treinta años antes de su publicación), quien no oculta elementos
autoficcionales en su papel de narrador (p. e., el nombre de su mujer, Mercedes Barcha, y de su
madre, Luisa Santiaga) en la reconstrucción del asesinato de Santiago Nasar. En efecto, la obra
recopila testimonios de gran parte de la cincuentena de personajes que habitan el pueblo en que
ocurrieron los hechos, si bien las pretensiones de objetividad se van al traste al comprobar cómo
aquellos difieren sustancialmente (cf. la idoneidad de la metáfora “tratando de recomponer con
tantas astillas dispersas el espejo roto de la memoria”; I, 12-13), con lo que el rigor informativo
que debe caracterizar la crónica como género periodístico (cf. la abundancia de verbos
declarativos) revela en cambio una realidad fragmentaria y poliédrica, casi imposible de
recomponer; hasta el punto que, de los hechos sustanciales para el desarrollo de la trama, el
cronista (y, por tanto, el lector) solo puede verificar que Santiago Nasar fue “destazado como un
cerdo” por los gemelos Vicario (por eso la novela se abre y se cierra con la descripción
minuciosa del crimen, en una estructura que necesariamente ha de ser circular por cuanto no
puede resolverse la entropía ocasionada por la muerte de Santiago) tras ser devuelta su hermana
Ángela por Bayardo San Román en la noche de su boda al comprobar este que ella no era
virgen, y ello pese a los denuedos del narrador en su recopilación de fuentes (desde el sumario
de un juez instructor cuyo nombre no consigue conocerse -en un guiño a la técnica cervantina
del manuscrito encontrado-, a entrevistas con los diferentes actores de la tragedia -aquí resultan
especialmente relevantes las conversaciones con los asesinos, con Cristo Bedoya y con Ángela
Vicario-, sin olvidar los propios recuerdos personales -lastrados por el parrandeo de la
celebración de la boda-, que introducen el elemento interpretativo propio del molde textual
elegido), en un vaivén de anticipaciones y analepsis acorde con la etimología de “crónica”.
Por otra parte, la inevitabilidad de los sucesos se refleja en la paradoja cruel de que el
Santiago Nasar es el único que no se entera de que lo buscan para matarlo (“murió sin entender
su muerte”; V, 116); como sentencia el juez (en esas “digresiones líricas” impropias de un auto),
“la fatalidad nos hace invisibles” (V, 129). “A las seis de la mañana todo el mundo lo sabía”,
dice Flora Miguel, sintetizando con sus palabras una información cuya difusión, como si
quisieran evitarla (“hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera
matarlo, y no lo consiguieron”; III, 60; cf. la ironía trágica en el hecho de que el coronel Lázaro
Aponte [III, 67] desarme a Pedro y Pablo Vicario o que un confidente anónimo deslice bajo la
puerta de los Nasar una nota de aviso que nadie llegará a ver a tiempo [I, 21]), iniciaron los
propios asesinos luego de que su hermana pronunciase el nombre de la víctima, tanto en el
burdel de Mª Alejandrina Cervantes como en la tienda de Clotilde Armenta, en una sucesión de
“tantas coincidencias funestas” (I, 19).
2. “Yo conservaba un recuerdo muy confuso de la fiesta antes de que hubiera
decidido rescatarla a pedazos de la memoria ajena.” (II, 53). El papel del narrador y la objetividad: Años después del suceso, casi llevado por el azar de reencontrarse con
Ángela Vicario, el narrador se propone reconstruir los hechos que desembocaron en el asesinato
de Santiago Nasar (su periplo se expone en IV, 102-104). Para ello, como se apuntó arriba,
recoge las inquietudes de quienes presenciaron el suceso (“tratando de ordenar las numerosas
casualidades encadenadas que habían hecho posible el absurdo”; V, 111) tanto como su propia
vivencia, pues conocía al asesinado desde la escuela primaria (II, 51); y, en efecto, cada uno de
los cinco bloques textuales se organiza en torno a un episodio determinante para la trama (I:
momentos antes del crimen; II: relación entre Bayardo San Román y Ángela Vicario y su boda;
III: preparativos del crimen por parte de los gemelos Vicario; IV: autopsia de Santiago Nasar y
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vida posterior de Ángela; V: conmoción del pueblo ante el destino de la víctima). En este afán
por recoger esa pluralidad de voces, que propicia el perspectivismo, el narrador sacrifica la
linealidad temporal, y de esa confrontación de tiempos y versiones del mismo hecho lo que se
consigue, paradójicamente, no es la exhaustividad de la observación científica, sino la quiebra
por agotamiento de una visión unívoca de la realidad, que (según los postulados de la novela
posmoderna) genera un nuevo modo de mímesis ante el cual el narrador no puede imponer más
que un orden temático. Tanto es así que incluso circunstancias en apariencia nimias para el
desarrollo de la trama no terminar de dilucidarse; baste el ejemplo de si llovía o no: “era un día
muy hermoso”, asegura Santiago (I, 10); “la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo
fúnebre” (ibíd.), “‘No estaba lloviendo’, recordaba Pablo Vicario. ‘Al contario -recordaba
Pedro” (III, 73); “Por supuesto que no estaba lloviendo -me dijo Cristo Bedoya” (V, 121). No se
puede desarrollar, pero conviene apuntar que la visión a posteriori de los hechos puede
introducir distorsiones en la interpretación de los mismos, por no mencionar la voluntad
constructiva de un narrador que se “resistía a admitir que la vida terminara por parecerse tanto a
la mala literatura.” (IV, 103)
3. “La caza de amor es de altanería.” Temas principales: Si lo que provoca el asesinato de
Santiago Nasar es la confesión de Ángela Vicario de que fue él quien arrebató su virginidad,
esta concepción de la honra entronca con la manera de desagraviar afrentas familiares de los
dramas de honor del teatro del Siglo de Oro (de Lope o de Calderón; vid. A secreto agravio,
secreta venganza), como también puede verse en la máxima que anota el juez instructor,
“Dadme un prejuicio y moveré el mundo” (V, 115); al tiempo que pone de relieve la
confluencia de elementos de diversa procedencia (ya se ha visto el enfoque periodístico, o el
manejo de elementos de la novela policiaca) en un conglomerado multiforme. De la literatura
áurea deriva asimismo, aunque sometido a un distanciamiento irónico, una visión de la mujer
sometida a la voluntad del macho (“también el amor se aprende”, esgrime Pura Vicario; II, 43;
cf. el tratamiento de los Nasar, padre e hijo, hacia Victoria Guzmán y Divina Flor
respectivamente; sería interesante detenerse en las connotaciones bíblicas de los nombres de pila
de la familia Vicario), aunque también lo femenino desempeña un papel crucial como elemento
cohesivo de una sociedad donde la violencia está a flor de piel (como se puede apreciar en la
descripción de la autopsia de Santiago Nasar -quien rehúsa llevar encima la pistola, descargada,
que guarda bajo la almohada-, o en el relato de su muerte a manos de los Vicario, prefigurado
icónicamente por la limpieza de los conejos por parte de Victoria Guzmán). Sobre estos
convencionalismos sociales orbita la sombra de la soledad en torno a Santiago Nasar, figura
sacrificial cargada de tintes de irrealidad (“Ya parecía un fantasma”, dice de él Clotilde; I, 22),
correlato contario a Bayardo San Román (cuyas motivaciones nadie parece tener muy claras y a
quien la mayoría considera “víctima”; IV, 97)
4. “el augurio magnífico de los árboles con el infausto de los pájaros” (V, 113). Entramado simbólico: El aura sobrenatural que introduce el sueño (y el supuesto don que
Plácida Linero tiene para interpretarlos, pese a que se equivoque en los sueños que tiene su hijo
antes de ser asesinado) sirve al autor colombiano para, de manera sutilísima, ir cargando de
connotaciones diversos elementos que se van diseminando a lo largo de la novela. Como se
asegura, los árboles, las flores (la vegetación), se asocian a lo vivificante (así en la boda de
Bayardo San Román; en contraste, p. e., a las flores de plástico que Pura y Ángela Vicario
fabrican mientras guardan el luto por la hija fallecida), al tiempo que los pájaros (vid. la cagada
con que se inicia la novela; I, 9, o el pájaro enjaulado sobre la cabeza de una Ángela Vicario ya
madura) traen malos agüeros. Otro tanto ocurre con el agua, cargada de negatividad desde el
comienzo de la obra; todo lo que llega por el río (Ibrahim Nasar, el general Petronio San
Román, cf. “la pestilencia de las aguas”; I, 18; el obispo no llega a bajarse del barco)
difícilmente echa raíces en el pueblo; de ahí también la importancia de si llovía o no en el
momento del asesinato, por no mencionar la inundación que impide al cronista conocer el
nombre del juez que instruyó el caso (de quien se hacen alusiones a Nietzsche o a su querencia
literaria en la instrucción del caso).