Discurso del Desarrollo Humano, representaciones de la pobreza y la participación como dispositivo...

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Discurso del Desarrollo Humano, representaciones de la pobreza y la participación como dispositivo para autogestionarla 1 Sonia Alvarez Leguizamón En este artículo recojo algunas reflexiones ya realizadas en otras publicaciones (Alvarez Leguizamón, 2008), vinculadas con la relación entre representaciones de la pobreza y el incentivo a la participación, “autogestión” “auto propulsión”, etc… de las políticas para “erradicar” “disminuir” “atacar” la pobreza, dentro del marco del discurso hegemónico del Desarrollo y en la última etapa del Desarrollo Humano. Entendiendo que éstas no pretenden erradicar la pobreza sino utilizar las energías asociativas y comunitarias que tradicionalmente han formado parte de las formas de sobrevivencia de los pobres, creando así un mundo dual y cada día más desigual. Por un lado el de los pobres donde primaría la solidaridad y la reciprocidad no mercantil y en el otro: la ganancia, el lucro y la competencia. Entiendo que si bien la economía social o economía popular es un dispositivo incentivado por este discurso con fines utilitarios, existen muchas experiencias emancipatorias que lo promueven dentro de un marco de políticas inclusivas, como el caso de la Economía Solidaria llevada a cabo por el partido Trabalhista en Brasil, aunque este no será objeto de mi análisis. Algunas reflexiones previas sobre la participación Participar significa diferentes cosas y depende de sus estilos, de las instituciones adonde se participa, los actores que participan, los fines, las instituciones que entran en juego. La idea de involucrarse, apostar, formar parte es mucho más que la suma o el conjunto de dimensiones analíticas de la categoría de participación. Participar, en la lengua castellana, tiene dos acepciones. Por un lado, formar parte de algo, o tener parte de algo. La otra alude a comunicar, hacer participe a alguien de algo. En las dos hay una idea de vínculo o de actividad compartida. Vivir en el mundo o el propio goce de estar en el mundo, es participar. Según Rahnema habría dos formas de participar, una transitiva y otra 1 Publicado en el V Coloquio Local, III Coloquio Regional OSC-Universidad y II Foro de Economía Social, Organizado por la Universidad Nacional del Litoral, llevado a cabo en la ciudad de Santa Fe, Argentina durante los días 4 y 5 de Noviembre de 2010. Forma parte de uno de los capítulos del libro Pobreza y desarrollo en América Latina, El caso de Argentina , EUNSA, Editorial de la Universidad Nacional de Salta, 2008.

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Discurso del Desarrollo Humano, representaciones de la pobreza y la participación como dispositivo para autogestionarla 1

Sonia Alvarez Leguizamón

En este artículo recojo algunas reflexiones ya realizadas en otras publicaciones (Alvarez Leguizamón, 2008), vinculadas con la relación entre representaciones de la pobreza y el incentivo a la participación, “autogestión” “auto propulsión”, etc… de las políticas para “erradicar” “disminuir” “atacar” la pobreza, dentro del marco del discurso hegemónico del Desarrollo y en la última etapa del Desarrollo Humano. Entendiendo que éstas no pretenden erradicar la pobreza sino utilizar las energías asociativas y comunitarias que tradicionalmente han formado parte de las formas de sobrevivencia de los pobres, creando así un mundo dual y cada día más desigual. Por un lado el de los pobres donde primaría la solidaridad y la reciprocidad no mercantil y en el otro: la ganancia, el lucro y la competencia. Entiendo que si bien la economía social o economía popular es un dispositivo incentivado por este discurso con fines utilitarios, existen muchas experiencias emancipatorias que lo promueven dentro de un marco de políticas inclusivas, como el caso de la Economía Solidaria llevada a cabo por el partido Trabalhista en Brasil, aunque este no será objeto de mi análisis.

Algunas reflexiones previas sobre la participaciónParticipar significa diferentes cosas y depende de sus estilos, de las instituciones adonde

se participa, los actores que participan, los fines, las instituciones que entran en juego. La idea de involucrarse, apostar, formar parte es mucho más que la suma o el conjunto de dimensiones analíticas de la categoría de participación. Participar, en la lengua castellana, tiene dos acepciones. Por un lado, formar parte de algo, o tener parte de algo. La otra alude a comunicar, hacer participe a alguien de algo. En las dos hay una idea de vínculo o de actividad compartida. Vivir en el mundo o el propio goce de estar en el mundo, es participar. Según Rahnema habría dos formas de participar, una transitiva y otra intransitiva. En la forma intransitiva, el sujeto vive el proceso de participar sin un objetivo predefinido, “cuando uno esta escuchando, amando creando o viviendo plenamente su propia vida uno toma parte sin buscar necesariamente el logro de un objetivo particular” (Rahnema, 1998). Esta sería una forma de participar donde no hay cosas en juego, sólo el hecho de estar en el mundo. En el caso de una participación transitiva, la acción se orienta a un objetivo o meta definidos, aunque no necesariamente consciente o intencionado.

Esta segunda forma la podríamos encuadrar en lo que Bourdieu (1997) llama el interés o el sentido del juego2, es decir "formar parte", participar, por lo tanto reconocer que el juego merece ser jugado y que los envites que se engendran, en y por el hecho de jugarlo, merecen seguirse. Las personas que cogidas por el juego están dispuestas a apostar, a arriesgar, aunque aparezca como un juego desinteresado, apuestan a los envites de un juego concreto. Entonces participar significa, la mayoría de las veces, un interés por algo que merece la pena y en el que se apuestan cosas, sentimientos, proyectos, utopías, deseos, intereses.

Siguiendo a Rahnema también se puede clasificar a la participación según la naturaleza éticamente definida de las metas que persigue, según sea forzada o libre, según sea espontánea o manipulada y teledirigida, formas y acciones de la gente que son inspiradas o dirigidas por

1 Publicado en el V Coloquio Local, III Coloquio Regional OSC-Universidad y II Foro de Economía Social, Organizado por la Universidad Nacional del Litoral,   llevado a cabo en la ciudad de Santa Fe, Argentina durante los días 4 y 5 de Noviembre de 2010. Forma parte de uno de los capítulos del libro Pobreza y desarrollo en América Latina, El caso de Argentina, EUNSA, Editorial de la Universidad Nacional de Salta, 2008.2 Para Bourdieu, el juego expresa el interés de la gente para hacer lo que hace, implica inversión, estar metido en él, tomarse el juego en serio, creer que el juego merece la pena jugarse (Bourdieu, P.; 1997: 141).

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centros fuera de su control. Estas tipologías sugieren formas propositivas, que serían aquellas promovidas desde afuera y las formas espontáneas que generalmente son más libres y que surgen del sólo hecho de estar en el mundo, de vivir. Algunas de estas últimas, constituyen luchas por modificar diversas formas de dominación y tienden a ser más emancipadoras. A pesar de estas modalidades de participar en el mundo, generalmente la participación tiende a percibirse como una acción libre, espontánea y positiva, aunque muchas veces es forzada para fines ajenos a los intereses de la gente.

Veamos cuales pueden ser los objetivos de la participación o cuales son las diferentes apuestas o los intereses que entran en juego. En el caso de que la participación sea propositiva, tiene lugar en un espacio social donde hay intereses en juego y reglas de intercambio que se desarrollan en un campo particular (Bourdieu, 1997).

Dependiendo de las circunstancias, la participación puede generar autonomía de grupos a través de la creación de comunidad y de identidad, de reconocerse en el otro y por el otro y en oposición o diferencia con otros. La participación puede propiciar acciones colectivas o individuales que tengan como fin obtener rendición de cuentas de parte de instituciones estatales o de otro tipo. Aquí el resultado es el fortalecimiento de la ciudadanía. La participación también puede tener fines instrumentales. Por ejemplo, se participa para adquirir o reforzar capacidades o habilidades de distinto tipo (organizativas, de autosubsistencia, para el trabajo, etc.) o proveerse de servicios o bienes o, también, para adquirir más poder o prestigio. Finalmente, la participación puede tener objetivos emancipatorios. Aquí la apuesta es la lucha contra la explotación y las diferentes formas de dominación social de clase, género o etnia. Pero también la participación puede ser inducida o forzada para generar o fortalecer vínculos de dependencia o relaciones de poder y subordinación o dominio. En la dolorosa historia de América Latina, la participación emancipatoria ha sido contrarrestada generalmente por la violencia, la represión, la manipulación, la cooptación, el clientelismo o la instrumentación de las prácticas para fines diferentes a los de la propia gente.

Formar parte de algo o comunicar algo implica también diferentes tipos de vínculos o relaciones. Podemos señalar tres. Se puede participar a través de lazos sociales no mercantiles basados en la lógica de la solidaridad intragrupo3, por ejemplo, por medio de formas asociativas de reciprocidad de tipo comunitaria o vecinal. También es posible participar a partir de lazos basados en las instituciones burocráticas y formales donde priman las relaciones jerárquicas, como en las instituciones estatales o en una empresa. Finalmente la participación puede implicar lazos sociales mercantiles (formas asociativas fundadas en la lógica del lucro). Generalmente la participación que se promueve en las políticas para pobres se asocia a los lazos de reciprocidad no mercantil y las dos últimas están más vinculadas con la idea de trabajo. Distintos tipos de instituciones se construyen participando. Podríamos señalar dos grandes tipos: aquellas instituciones más formales o burocratizadas como las de tipo gremial, estatal, educativas, deportivas, asistenciales, filantrópicas, organizaciones no gubernamentales, benéficas, etc.. Pero también pueden formar parte de instituciones más informales como las redes de parentesco, de amigos, de colegas, de vecinos, de parientes. El capital social, se asocia a este último tipo de vínculos.

Otra manera de analizar la participación es observar que bienes están en juego cuando se participa. Estos podrían ser considerados propiedades actuantes o capitales (Bourdieu, 1991, 1995). Pueden ser tangibles (cosas, servicios, dinero) o intangibles (información, comunicación, relaciones, habilidades, prestigio).

Las nominaciones de las personas que participan cambian de acuerdo al campo específico donde actúan, a las reglas que están en juego y a los vínculos que se estructuran en ese campo. Si se participa inducido por un programa social, la nominación del participante ha ido cambiando según la característica de la intervención, desde “beneficiarios”, a “grupos objetivo”. Si el vínculo de la participación se encuadra en el campo de la beneficencia o la filantropía, se trata de sujetos de “dádiva” o personas “voluntarias”. Si se participa en un

3 Esta solidaridad puede ser para fines morales positivos como lograr el bien o puede ser para organizar asociaciones delictivas como la mafia, por ejemplo. La solidaridad intragrupo, en definitiva, puede tener diferentes fines morales, lo distintivo de este tipo de solidaridad es que requiere lealtades recíprocas entre sus miembros.

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comité o se vota, se reclama rendición de cuentas, o se lucha en un movimiento social se trata de “ciudadanos”. Si la participación es en la construcción de un barrio, se trata de dirigentes barriales o de pobladores. Si la participación está implicada en un campo laboral se trata de un “trabajador”.

Las representaciones de la pobreza “revolucionaria”, La participación popular, la investigación acción y el desarrollo comunitario en los 70’ y 80’

Junto a las representaciones de apatía, pasividad o escasa participación asociadas a los pobres vinculada a la teoría de la Modernidad, en los 70’, aparecen dos concepciones que son de alguna manera su reverso. Un grupo hacía especial hincapié en la creatividad de los pobres para resolver problemas de sobrevivencia y, otros, en su potencialidad de transformación de la sociedad. Los primeros enmarcaban sus estudios etnográficos en barrios urbanos. Estos explicaban la importancia de las formas de reciprocidad y de las diversas estrategias para generar recursos alternativos para la sobrevivencia. El trabajo "¿Cómo sobreviven los marginados?", de Larissa Adler de Lomnitz (1976) es pionero en esta línea e inicia una representación más participativa de la pobreza que enfatiza en las capacidades y en la creatividad de los pobres para enfrentar sus problemas. Lomnitz interpelando a Oscar Lewis (1961, 1963), plantea que la identificación que hace de la marginalidad con la cultura de la pobreza es errónea. Según Lomnitz, las sesenta características de comportamiento de la cultura de la pobreza de Lewis que, junto con el factor cuantitativo del nivel de ingresos permitirán definir la cultura de la pobreza, resultarían difícil de identificar y analizar en un estrato social, mediante una lista de comportamientos específicos, y menos todavía mediante un concepto relativo como es la pobreza. “Por ese motivo hemos preferido la categoría de marginalidad a otras categorías de análisis, como la de pobreza, que no admiten definiciones objetivas. El factor determinante de la existencia de los marginados, del que se originan las características (...) descritas por Lewis, es la condición de inseguridad crónica de empleo y de ingresos. Esta a su vez es consecuencia de una falta de integración al sistema de producción industrial y no de una determinada cultura, o "diseño existencial" como define Lewis”. Lomnitz, considera que posiblemente la falla de Lewis consiste en el excesivo énfasis que pone en el sistema de normas y valores, y en las posesiones materiales de los pobres, que representan al fin y al cabo sólo una manifestación de su realidad económica. “Al desentenderse (...) de la base económica y de la organización social, se hace aparecer la cultura, es decir, el conjunto de mecanismos de defensa de los pobres frente a una situación objetiva difícil, como si fuera una causa de sí misma: el pobre no puede salir de la pobreza porque su "cultura" se lo impide. Si fuera más limpio, más estudioso, o más obrero, más honrado, quizá progresaría“ (Lomnitz, 1976: 24). Basada en las criticas que realiza Charles Valentín (1970 [1968]) a la “cultura de la pobreza” afirma que "el hecho de erigir en "cultura de la pobreza" este conjunto de racionalizaciones y mecanismos de defensa, este conjunto de desviaciones de los ideales culturales de la sociedad dominante, equivale en cierto modo a culpar a los pobres de su pobreza” (Lomnitz 1976: 24; Valentin. (1970 [1968]: 25-28). Para Lomnitz los pobres tienen una capacidad muy significativa para sobrevivir. A estas capacidades les llama mecanismos de sobrevivencia.

Más tarde las categorías de estrategias familiares de sobrevivencia y de vida ampliaron el marco de estudio de las redes y mecanismos de sobrevivencia estudiados por Lomnitz asociadas a los ámbitos locales y barriales, a la reproducción de la fuerza de trabajo (Torrado, 1980 y 1982). El planteo se basaba en el análisis de las consecuencias particulares de la lógica de acumulación capitalista y los modelos de desarrollo en América Latina que produjeron una importante cantidad de población que quedaba sin posibilidad de sobrevivir y reproducirse, a través de relaciones asalariadas (Rodríguez, 1981). Estos mecanismos o estrategias provenientes de las redes de solidaridad primarias locales, permitían generar recursos y contrarrestar las distintas formas de violencia que generaba la modernidad: destrucción de valores y formas de producción anteriores, migración rural-urbana, adaptación, contención y generación de recursos para la sobrevivencia en las ciudades, etc. La mayoría de estas etnografías realizadas en barrios urbanos pobres, hacían especial hincapié en la importancia de las estrategias de ayuda mutua

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para la sobrevivencia. También en el origen rural asociado a culturas nativas, en oposición a la competencia propia de la cultura urbana moderna.

La otra representación más emancipatoria de la pobreza fue la de la “pobreza revolucionaria” (Feijoo, 1990), también de orientación católica como la de la DESAL pero de una concepción contrapuesta en el sentido que proponía un cambio de la sociedad. Esta forma de percibir a la pobreza y a la sociedad estaba impregnada por las ideas del sacerdote brasileño Paulo Freyre y por una incipiente influencia de las concepciones gramscianas en América Latina.

El origen de la participación asociada al desarrollo en los 60’, también tuvo que ver con las acciones de activistas sociales y trabajadores de campo, influenciados principalmente por el pensamiento de Paulo Freyre4 –activista popular brasileño-. Este proponía métodos participativos de interacción como una dimensión esencial del desarrollo, luego de constatar que las poblaciones eran marginadas de todos los procesos asociados con el diseño, formulación e implementación de los programas de desarrollo (Rahnema, 1996). Junto a la visión instrumental de las agencias internacionales del desarrollo comunitario, esta era una concepción más emancipatoria. Se ponía énfasis en la incorporación de los saberes de la gente, en la regeneración de su saber-hacer tradicional y en la posibilidad de que se genere un nuevo tipo de conocimiento que incluya el científico y el vernáculo. Freyre consideraba fundamental, para el desarrollo económico, la interacción de los sectores populares marginados a la economía nacional en ascenso. Su fundamentación teórica tuvo su origen en las concepciones predominantes de la Sociología del Desarrollo cuya representación de la sociedad latinoamericana era la de una sociedad dual, compuesta por una “tradicional cerrada” y otra “moderna abierta”. Freyre concibe en aquel momento que la emergencia histórica de las clases populares, desde el estado de marginación en el que viven en la sociedad “cerrada”, hacia la movilización y participación de la sociedad “abierta”, se constituye en una sociedad en transición (Freyre, 1967: 43)5. La sociedad en transición se caracteriza por la contradicción entre un sistema que se sabe decadente y trata de preservase y la búsqueda de síntesis del nuevo orden emergente, que intenta planificarse. Esta transición se caracteriza además por la radicalización de los valores y por la represión de la participación popular por parte de la “elite decadente”. Según Freyre en este entorno, el educador debe jugar su rol, discutiendo sobre un tema específico sin desligarlo del nuevo clima cultural y social que se representa. En la sociedad en transición, temas como democracia, participación popular, libertad, propiedad, autoridad, educación, etc. tienen una tónica y un significado diferente a los que tenían en la sociedad tradicional y cerrada. La educación en la fase de transición es altamente importante. Según Freyre quienes gozaron de los beneficios de la educación y quienes tienen conciencia popular, deben ir a ayudar al pueblo a hacerse partícipe y agente de su recuperación. Mediante la alfabetización, favorecer una postura conscientemente crítica delante de sus problemas y a ampliarle sus perspectivas ante la vida. La educación para la libertad es una educación para el desarrollo y para la democracia, la que constituye una necesidad vital6. Se requiere así una respuesta al problema del desarrollo económico, al de la participación popular en éste y al de la inserción crítica del hombre en el proceso de democratización. Se aspira también a una educación para la participación y para la decisión. Un sistema que diese lugar a una estructura mental que genere actitudes de progreso y que haga frente al pánico que se produce ante la pérdida de valores y antiguos hábitos mentales. Una educación para el cambio, que otorgue

4 Paulo Freyre, desarrolla sus experiencias de educación participativa y su producción teórica en Brasil las que luego se reproducen en otros países como la Argentina. 5 “Se verifica en esta fase, un tenor altamente dramático que impregna los cambios por los que se nutre la sociedad. Por dramática y desafiadora esta etapa de tránsito se hace entonces un tiempo enfático de opciones: son opciones realmente en la media en que nacen de un impulso libre, como resultado de la captación crítica del desafío, para que sean conocimiento transformado en acción” (Freyre, 1967: 43 traducción nuestra).6 Los ejes de la educación dialógica y para la libertad serían los siguientes. La educación es entendida como un proceso de concientización y de incorporación de la conciencia crítica y creadora. El proceso educativo es parte del proceso de transformación de la sociedad por medio de la generación de espacios de participación y movilización popular e implica una democratización de la cultura.

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poder de resolución a la gente. En este último sentido, la participación popular que proponía Freyre, como el desarrollo comunitario más ortodoxo, también tenía como objetivo fundamental el cambio de actitudes necesarias para el “progreso”. A pesar de la generalización de estas experiencias en América Latina, los resultados de su aplicación no produjeron evidencias sobre la generación de un nuevo conocimiento incorporado al discurso hegemónico, como proyectaba Freyre.

Otras corrientes de la época, esta vez de origen marxista, consideran la participación popular como un proceso de formación y capacitación, dentro de una perspectiva política de clase vinculada a la acción organizada del pueblo, en orden a lograr el objetivo de construir una sociedad nueva, de acuerdo a su intereses (Núñez, 1986). Estas señalan el peligro de la participación y educación popular de raigambre humanista cristiana, que al radicar la propuesta en un esquema de valores enfatizando aquellos de “comunión de espíritus” puede ser extrapolada con bastante facilidad al plano afectivo y místico, dejando de lado aquellos aspectos metodológicos que permitan controlar la experiencia científicamente (Thiollent, 1984).

En la década de los 70’, surge un estilo de intervención social que cuestiona las modalidades asistenciales, y además al propio desarrollo comunitario y a las intervenciones cientificistas que plantean una separación entre ciencia y política. Este es el denominado movimiento de reconceptualización del Trabajo Social que surge luego de un documento emitido en Teresópolis, Brasil7. En él se afirmaba que las formas de intervención clásicas fueron ajustar o integrar a los individuos a la sociedad a partir de las prácticas asistenciales. Como contrapartida se propuso otras formas de intervención que transformaran la sociedad por medio de la concientización, la organización y la movilización de los sectores populares, pasando del ámbito técnico de promoción o asistencia al ámbito político. En esa dirección Orlando Fals Borda, sociólogo colombiano, es quien promueve lo que se denominó investigación acción. Este pensador dentro de un marco crítico al discurso desarrollista distingue entre ciencia dominante y ciencia popular. La primera sería la que permite la manutención del sistema social vigente y la segunda sería el conocimiento empírico, práctico, del sentido común que constituiría un bien cultural y ancestral de la gente de escasos recursos; el cual permite crear, trabajar e interpretar la realidad. Para él la piedra filosofal de la investigación acción es que la idea de conocimiento para la transformación social no radica en la formación liberadora de la conciencia, sino en la práctica de esa conciencia, en esa práctica también se produce un saber y un conocimiento científico (Fals Borda, 1982).

Aquí la pobreza era vista como un lugar privilegiado para observar y experimentar las injusticias sociales y desde donde era posible que surgieran las propuestas sociales y políticas que liberarían a América Latina del yugo de la explotación. Esta postura la defendían militantes de base que formaban parte de las luchas sociales revolucionarias de los 70’. A pesar de esta visión más emancipatoria, su propuesta teórica y política, no ponía en cuestión las categorizaciones ni las problematizaciones del discurso del desarrollo. Su representación de los pobres no se basaba en su situación de carencia sino en su situación de opresión. Freyre los denomina los oprimidos. Para él se caracterizan por haber sido inducidos por el entorno opresor a centralizar sus intereses y a la ampliación del radio de su atención a las formas más vegetativas de vida. Sus intereses “son más vitales que históricos”, significando “una falta de compromiso”, de lo que se deriva una gran incapacidad de captación de un sinnúmero de cuestiones que son suscitadas en su entorno. La reflexión será liberalizadora en cuanto amplíe su poder de captación y respuesta a las preguntas generadas por su entorno, su capacidad de diálogo con los otros hombres y la esfera de sus intereses y preocupaciones. De esta manera, la educación dialogada y para la libertad que él propone, llevará a una transición crítica caracterizada por la substitución de las explicaciones mágicas por principios causales, implicando un retorno a la verdadera matriz de la democracia, puesto que es una educación dialogada, permeable, inquieta, interrogadora, en oposición a la educación discursiva que caracteriza a la educación tradicional (Freyre, 1967).

7 Ver trabajos en la compilación realizada por Humanitas sobre el movimiento de reconceptualización en Alayón, Alvariño, Araneda, Atilano y otros (1975), Desafío del Servicio Social, ¿crisis de la reconcpetualización?. Buenos Aires, editorial Humanitas.

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Como se observa “los oprimidos” de Freyre también son apáticos, no tienen compromiso, viven una vida vegetativa, no tienen capacidad para comprender el mundo y las explicaciones mágicas se lo impiden. La pobreza aparece como potencialmente revolucionaria pero su representación mantiene algunos aspectos de la idea de “cultura de la pobreza”. La visión de los pobres como portadores de un potencial revolucionario no violento y transformador, proviene también de las preocupaciones sobre las formas de vida en las ciudades en América Latina, que consideran al barrio como comunidad política8. Dice John Friedmman (1988), a propósito que "en muchos de los barrios obreros de América Latina se está conformando una nueva y todavía frágil polis. Lo que parece estar ocurriendo es un extraordinario renacimiento del "poder popular". En lugar de procurar una solución violenta, el poder popular, al menos por ahora, se ocupa -con una creciente conciencia de sí mismo- de las luchas cotidianas por la existencia física, de los procesos de auto-habilitación colectiva y de la persistente defensa de su base territorial. Las nuevas formas emergentes de las organizaciones populares pueden interpretarse como la prefiguración del futuro de la ciudad latinoamericana, con su fortaleza en los barrios y no en las instituciones que están aun simétricamente colocadas en torno a la Plaza de Armas ni en las más recientes ciudadelas de opresión. A pesar de sus condiciones "espartanas" la vida en los barrios es generosa y optimista, basada en la ayuda mutua, la cooperación y el autogobierno democrático; y por primera vez en la historia, las mujeres asumen su papel activo, e incluso dirigente, en su regeneración" (1988: 78-79).

Junto con los estudios de la marginalidad, de las economías de pequeña escala, la informalidad fue otra categoría para estudiar a los grupos excluidos de los procesos de modernización e industrialización, por oposición a un sector “formal” de la economía. Como con las categorías de masa marginal o polo marginal, la pobreza no se asocia a la pereza o la indolencia, al mundo de la cultura de la pobreza o de la marginalidad ecológica en las ciudades, sino a su relación con el trabajo. La pobreza deja de ser temática de la asistencia o de la promoción para pasar a ser un problema de políticas macroeconómicas y de regulación del mercado. Ya no son las características sociales o culturales las que producen la exclusión sino la economía. El género común entonces del análisis de la informalidad serán las formas de relacionarse con el mundo del trabajo.

Formas de intervención “desarrollo comunitario”, preludio de la autogestión de la pobreza de los 90’

Las relaciones entre desarrollo económico y desarrollo social comienzan a destacarse, a partir de comienzos de la década de los 60’; en documentos de las Naciones Unidas, en los cuales se señala la necesidad de promover el bienestar social, simultáneamente con el desarrollo de la economía nacional9. Hasta ese momento la economía nacional era pensada desde estos organismos sin que se incluya el “bienestar social”10. La relación entre ambos factores apelaría básicamente a la creencia de la necesidad de transformación de los comportamientos, actitudes mentales y hábitos que traban el desarrollo pero también, en algunos casos, a la eliminación de los contrastes y de las desigualdades existentes con el objeto de lograr un crecimiento armónico11. Se nota aquí que el “desarrollo social” se plantea como “integrado” e “interdependiente” del desarrollo económico y, al mismo tiempo, el desarrollo social se autonomiza del económico para promover un cierto “bienestar social”, vinculado estrechamente con las categorías y procesos más sobresalientes del discurso del desarrollo (la producción y el crecimiento del producto nacional). La autonomía de la problematización de lo social es relativa

8 Esta visión revolucionaria del barrio como comunidad política, según Friedmman (1988: 74) le debe mucho al relato de Hannah Arendt sobre la tradición revolucionaria.9 Naciones Unidas: Informe sobre la situación social en el mundo; Nueva York, 1961.10 Ander-Egg (1981) señala que los organismos internacionales comienzan actividades de promoción del desarrollo, señalando la vinculación e interdependencia entre el desarrollo económico y el social, lo que traería un desarrollo equilibrado e integradoNaciones Unidas, Resoluciones del Consejo Económico y Social: 627 (XII); 633 H (XXI), y 731. Resoluciones de la Asamblea General: 1-161 (XII); 1-258 (XIII), y 1-392 (XIV) (citado en Ander-Egg, 1981: 48).11 Acta de Bogotá y la Carta de Punta del Este. (citado en Ander-Egg, 1981: 48).

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dado que estos factores y problemas se consideran exclusivamente como aspectos psico sociales (hábitos, actitudes mentales, comportamientos) que inciden indirectamente en un menor estadio de desarrollo, por lo que hay que modificarlos.

Coherente con estas tendencias, el desarrollo de la comunidad como modalidad de intervención social con los pobres, aparece y se va instalando en los lineamientos de los organismos internacionales y en el discurso del desarrollo. En 1962 y 1963, se oficializa en los documentos aprobados por el Congreso Internacional Económico y Social, en sus regiones de México y San Pablo (Tenti, 1989: 83-85). El desarrollo comunitario a mediados de los 70’, empieza a estar vinculado con el cambio de rumbo político que efectuó el Banco Mundial, trayendo a primer plano, en el discurso formal, la consideración de factores sociales y culturales del “desarrollo”. La promoción del “desarrollo comunitario”, considera que los pobres deben participar en los programas a ellos destinados para alcanzar un resultado positivo.

En julio de 1976 la OIT y el Banco Mundial habían realizado una conferencia sobre Empleo, Distribución del Ingreso y Programas Sociales. Allí se inicia la idea de la promoción de ciertos “satisfactores mínimos” para atender “necesidades” consideradas “básicas” de carácter universal, en vez de esperar que este sea el resultado de los efectos “espontáneos” del desarrollo (Esteva, 1996). Este giro, que Sachs (1999: 9) llama el descenso al mínimo biológico, fue el producto de la constatación que el desarrollo económico estaba fallando en la ayuda a la mayoría de las personas para alcanzar altos estándares de vida. Se comienza a delinear una nueva concepción de la pobreza vinculada más con aspectos materiales que culturales. Los pobres serían personas que no pueden satisfacer un estándar de necesidades consideradas mínimas, a un nivel biológico. La frontera o línea de la pobreza estaría dada por una línea de flotación, debajo de la cual se es pobre. Surge entonces lo que se denominó pobreza absoluta. En 1974, ya Robert Mc Namara presidente del Banco Mundial decía que el objetivo era “erradicar la pobreza absoluta para el final de la centuria". Esto significaba, en “la práctica, la eliminación de la malnutrición y el analfabetismo, la reducción de la mortalidad infantil y la suba de los estándares de las expectativas de vida en las naciones subdesarrolladas” (citado en Sachs, 1999: 9). Como veremos más adelante, esta expresión de deseos en el marco del discurso de McNamara en 1973, se repite casi treinta años después en el discurso del Desarrollo Humano, pero en un contexto no de su erradicación sino de aumento exponencial de la pobreza “absoluta”. La medida del producto bruto per cápita comienza a relativizarse. Ahora el desarrollo debe sólo asegurar un “mínimo nivel de vida” a los que no reciben los “beneficios” del desarrollo. El desarrollo ya no es más la panacea para entrar en la civilización o un proceso ineluctable que irá integrando espontáneamente a los excluidos. Hay que intervenir puesto que el crecimiento sólo no lo logra. Esta visión del Banco se concretará más tarde, con las nuevas formas de medir y representar la pobreza en los 80’, a partir de las denominadas líneas de pobreza y los satisfactores básicos. Estas ideas, se plasmarán en los indicadores de necesidades básicas insatisfechas que servirán para detectar la población pobre sobre la base de la carencia de satisfactores mínimos y para empezar a focalizar los destinatarios de las políticas compensatorias.

El desarrollo se representa como un proceso de diferenciación y de especialización que se daría por la modernización de la sociedad y que destruiría las formas de vida y producción anteriores. Esta visión plantea al desarrollo como una secuencia lineal progresiva. La condición para la especialización y para el desarrollo es que los expertos puedan trabajar en la solución de problemas específicos: desnutrición, pobreza urbana, asentamientos urbanos pobres –villas, callampas, fabelas, cantegriles, pueblos nuevos-, migración rural urbana, campesinos pobres, etc. - todos temas que se convierten en objeto de saber del discurso del desarrollo en ese período. El proceso de desarrollo pasa a ser visto como un “problem solving” (problema a resolver)12. Se crean programas y necesidades para esos programas (Faleiros, 1992: 34-35). Los

12 Los “problemas sociales” que las organizaciones internacionales promotoras del desarrollo fueron identificando como problemas a resolver (problem solving), no son otra cosa que objetos que se fueron construyendo y que, en un momento dado, se materializaron en algo que era visualizado como un “problema” o una posible crisis del sistema social (Lenoir, Remi; 1993: 58-61) de interés de estos organismos, lo que comienzan a conformarse en objetos de saber y de control. El surgimiento y desarrollo de las ciencias sociales en América Latina, en la década de los 50’ y 60’ - sobre todo la sociología, las

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trabajadores sociales y los dirigentes de base serían esos agentes de cambio que requieren cada vez una mayor especialización en el uso de técnicas de diagnóstico, instrumentación y evaluación de programas.

El “desarrollismo” se había convertido en esta época, en el objetivo fundamental de las políticas públicas. Ahora sin embargo, se comienza a poner en cuestión que el desarrollo sea visto sólo como el producto de la “inversión de capital” y la organización del ahorro, y se propone considerar “factores extraeconómicos” del desarrollo que implican aspectos no sólo cuantitativos sino también cualitativos (Ander-Egg, 1981: 44-45). Esta idea de un desarrollo que reconoce la existencia de estos factores estaba influenciada, en esos momentos, por economistas como Gunnar Miyrdal (1957) y Franxois Perroux (1962)13, críticos de las teorías liberales del desarrollo.

Al incorporar las cuestiones sociales y culturales se considera que en los países llamados subdesarrollados los factores extra-económicos están relacionados con la superación de trabas vinculadas a aspectos mentales, actitudinales, de conducta. Ezequiel Ander-Egg, un trabajador social de mucho prestigio en esa época en la Argentina, y uno de los promotores más importantes del desarrollo de comunidad como forma de intervención social, explica que la superación de factores extra-económicos consiste, en nuestros países, en el la necesidad de “transformar hábitos, eliminar prejuicios y modificar conductas y modos de vida de seres humanos que se resisten al cambio simplemente porque están habituados a modalidades antiguas o porque la nueva situación lesiona sus intereses” (1981: 45, cursivas nuestras). Son necesarios cambios de actitud y un “esfuerzo desde la base para lograr el desarrollo”. El desarrollo de la comunidad sería uno de los factores extra-económicos, “que jugaría un papel de importancia insustituible, trabajando al nivel de las motivaciones, de los hábitos, las actitudes y los sistemas de valores”. El desarrollo de la comunidad “constituiría un elemento útil y necesario para la preparación psicológica del desarrollo, porque eleva el nivel de aspiraciones y provoca los cambios mentales y de actitud que este exige” (Ander-Egg, 1981: 46-47, cursivas nuestras).

La expresión “desarrollo de la comunidad” (DC) se emplea entonces para designar un estilo particular de intervención pública sobre los sectores desfavorecidos de la población que forma parte del discurso del desarrollo y de las representaciones de la pobreza, presentes en esa etapa. Esta representación parte del supuesto que los países subdesarrollados y los pobres en general, poseen actitudes y hábitos que constituyen trabas para el desarrollo; como ser un bajo nivel de aspiraciones, que el desarrollo comunitario debería revertir. Una de las características básicas del DC consistiría en la intención de trascender un área específica de servicios para abordar, en forma integral, el “problema social”. El enfoque integral tiene que ver con la superación de una forma de intervención individual, propia de las etapas anteriores que se traslada al ámbito de la comunidad y que, sobre todo, no focaliza en la solución de problemas puntuales, sino en la promoción de cambios psico-sociales (hábitos, mentalidades, conductas) de grupos más grandes e insertos en un territorio homogéneo.

El objetivo del DC, según las Naciones Unidas, consiste en “lograr las condiciones previas al progreso económico: el ambiente mental, los conocimientos teóricos y prácticos y la organización y elementos que hacen falta para que la repercusión económica sea al mismo tiempo importante y duradera”14. Desde un punto de vista discursivo, para Tenti (1989), el bienestar social ya no será un resultado natural de los procesos de desarrollo de la estructura productiva. Los organismos internacionales comienzan a difundir una visión del proceso global de desarrollo que convierte a la expansión de los servicios sociales básicos (educación, salud,

ciencias políticas, la antropología y la economía-, estuvieron estrechamente ligadas a la necesaria especialización y acción sobre estos grupos sociales que se convirtieron en sujetos de intervención social. 13 Perroux (1962, cursivas nuestras) dice que “el crecimiento acumulativo y durable del producto real global se ve impedido en ellos (en los países subdesarrollados) por numerosas características mentales y sociales. Cambiar estas características de acuerdo con las poblaciones, engendra un rendimiento y acarrea un costo que puede ser administrados racionalmente: existe, pues una economía del desarrollo, la cual es diferente de la economía del crecimiento”. 14 Desarrollo de la Comunidad y Desarrollo Económico, CN 5379, “Revista de las Naciones Unidas”, Nueva York, 1953: 29 (citado en Tenti, 1989: 84, Cita 92).

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nutrición, saneamiento etc.), en un elemento indispensable para el éxito de los programas de desarrollo pero vinculado a esta visión neo racista de la pobreza. Los pobres son tales no por la dinámica de las desigualdades de la sociedad sino por sus hábitos individuales que son asignados y descalificados por las voces autorizadas. Esta concepción se afianza en el Acta de Bogotá y la carta de Punta del Este, a través de la Alianza para el Progreso.

Para Ander-Egg, el DC implica un “desarrollo armónico con una justa distribución de los ingresos”, pero además un desarrollo democrático y auto-propulsivo. Las posibilidades del desarrollo, dice “están condicionadas a que el pueblo, el simple ciudadano, esté dispuesto a realizar un esfuerzo efectivo, transformándose según sus circunstancias y posibilidades en agente de su propio desarrollo” (Ander-Egg, 1981: 50 cursivas nuestras). La participación y la iniciativa de la población articulada en el concepto de comunidad se constituyen en el objetivo del desarrollo. El desarrollo de comunidades, desde la base -eufemismo para nominar a los grupos más pobres- propicia “un mayor nivel de aspiraciones, una mayor capacidad de resolver problemas, un mayor deseo de progreso”, para lo que se hace necesario una “tarea psico-social de educación y estímulo de los grupos” (Ander-Egg, 1981: 54, cursivas nuestras)15.

Desde esta modalidad también se aconseja crear necesidades sentidas, para lo que se emplearon técnicas “necesarias para crear los cambios de actitud” (OEA, citado por Tenti, 1989: 84-86, cita 96), ideadas por la psicología social. La OEA, en ese momento observa que estos sectores a) no sienten necesidad de éxito; b) están convencidos de que no lo pueden lograr, y c) no les interesa saber lo que les podría ayudar a conseguirlo” (OEA, citado por Tenti, 1989: 86, n97). Todas estas actitudes, actuarían, desde la visión de ese organismo, como limitantes o como barrera para el desarrollo.

En la modalidad de intervención del desarrollo de la comunidad, a partir de los 50’16, la representación del pobre es de apatía e indolencia. Según Tenti Fanfani (1989: 85) en esta representación “se insinúa otra vez, bajo formas éticamente neutras, la vieja lógica que consiste en hacer cargar sobre la víctima parte considerable de la responsabilidad de su estado”. En este sentido, se conserva la idea que los marginados urbanos, los campesinos, los pobres, los indígenas, las analfabetos, los subempleados, etc., no están en condiciones ni de participar ni de colaborar en el proceso de transformación en marcha. Se entiende así que sus valores, actitudes y aptitudes constituirán obstáculos para el desarrollo17. La pobreza es una cuestión individual, subjetiva y debida a problemas de comportamientos y valores que da cuenta de una visión neo racista de la representación de la pobreza. Esta no es vista como el producto de las relaciones histórico estructurales de desigualdad, dominación y explotación.

La comunidad pasa a ser el objeto primordial de intervención social y es considerada una unidad de cuyos miembros participan en algún rasgo, interés, elemento o función común, en una conciencia de pertenencia o de estar situados en una determinada área geográfica, en la cual hay una mayor interacción (Ander-Egg, 1981: 20-21). La importancia de la comunidad, como objeto de intervención social estaba vinculada, a su vez, a los estudios de comunidad que prevalecían, en ese momento, tanto en la sociología norteamericana como en la incipiente antropología urbana pero no con la idea de comunidad como una forma particular de vida diferente a la lógica capitalista como es el caso de la tradición andina.

15 Esto se ejemplifica, en el caso del ámbito rural, donde a pesar de la existencia de medios disponibles y tecnología adecuada no se lograría el desarrollo rural, “puesto que otros factores lo obstaculizarían, tales como el acentuado tradicionalismo de los grupos rurales reacios a generar por sí mismos cambios sociales o tecnológicos” (Ander Egg, 1981:54, cursivas nuestras).16 Es interesante destacar los orígenes del desarrollo de la comunidad. Francia, durante el proceso de liberación de Argelia y para neutralizar el conflicto social y cooptar lealtades promueve el desarrollo de las comunidades. Esta idea es tomada y promovida luego por los organismos internacionales promotores del desarrollo.

17 “El desarrollo de las comunidades se proponía como una estrategia básicamente orientada a remover estos obstáculos”. Parte de esos obstáculos se removerían no sólo modificando hábitos de comportamientos considerados arcaicos sino a través de la incentivación a la participación para que sean agentes su propio desarrollo. El desarrollo de la comunidad designaría entonces “aquellos procesos en cuya virtud los esfuerzos de la población se suman a los de su Gobierno para mejorar las condiciones económicas, sociales y culturales de las comunidades, integrándolas a éstas en la vida del país y permitiéndoles contribuir plenamente al proceso nacional” (Tenti Fanfani; 1989: 85).

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La participación, su invención como tecnología de intervención social para la regulación y autogestión de la pobreza en el Discurso del Desarrollo Humano

“Los beneficiarios (de programas sociales para pobres) tienen más que trabajo y fondos para contribuir a que el proyecto sea efectivo. Ellos tienen inteligencia, experiencia y habilidades de gestión para ser movilizadas y tomadas en cuenta para el logro de los objetivos del desarrollo”. También tienen “buenas ideas” que hay que considerarlas. Existe una “expectativa en los potenciales humanos que deben ser movilizados para la autogestión y la autosustentabilidad del desarrollo”. Norman Uphoff, Monitoring and evaluation popular participation in World Bank-assisted projects.

“Los pobres son los principales protagonistas en la lucha contra la pobreza”. Banco Mundial, Informe sobre el Desarrollo Mundial. Lucha contra la pobreza -2000.

El incentivo a la participación para la gestión de la autogestión de los programas sociales es una tecnología básica de intervención para regular y administrar la pobreza de lo que llamo una política de foco o focopolítica del discurso del Desarrollo Humano (Alvarez Leguizamón: 2009). La participación convertida en un dispositivo de intervención de esta política se ve reflejada en distintas agencias como el Banco Mundial (BM) BID, la CEPAL, el PNUD, en cuyas visiones se ven inscriptas representaciones particulares de los participantes que este dispositivo promueve.

Considero que estos programas forman parte de una forma particular de lo que Foucault denomina gubernamentalidad neoliberal (1981 [1978]), 2006 [1977-1978]); 2007 [1978-1979]), que se viene constituyendo además en una nueva práctica del derecho político supranacional y un nuevo humanitarismo, bajo la fuerte influencia de los organismos supra nacionales que dicen promover el desarrollo de la vida. Sin embargo los dispositivos de intervención promueven a la vida a niveles  mínimos básicos, que llamo políticas minimalista (Alvarez Leguizamón, 2005), a través de diversas formas de focalización de poblaciones de o en “riesgo”, sin atacar los problemas estructurales que producen la exclusión y la pobreza. Aquí las cuestiones que hay que regular o controlar no son más un problema de gestión de la población ni la población el fin último del gobierno, disminuyendo los riesgos de adquirir enfermedades o aumentando la vida útil de los trabajadores (como en la etapa de la biopolítica según Foucault). Este nuevo arte de gobernar es un problema de gestión de la vida de las poblaciones de riesgo. La primera generación de políticas se dirige a los más pobres de entre los pobres y a nuevas y viejas minorías o poblaciones llamadas vulnerables por su condición de marginación y exclusión histórica (mujeres y niños pobres y aborígenes). Esta última problematización se pone en la agenda social, también como producto de las luchas sociales.

Por un lado la categoría/dispositivo de la participación de los pobres en los programas sociales para ellos destinados ha sido incorporada como elemento de la investigación de los pobres que realiza el BM. Para completar la mirada estadística de la pobreza y el refinado análisis cuantitativo, el BM ha desarrollado un nuevo marco conceptual de lo que se denomina evaluación participativa de la pobreza (participatory poverty assessments: PPA), que implica la evaluación de la pobreza por los propios pobres. Esto constituiría un proceso participativo de investigación focalizada en las “voces de los pobres” que pretende entender la pobreza en el contexto social local, institucional y político (Narayan, 1999: 7-15, traducción nuestra) 18. El

18 El Banco Mundial ha procesado setenta y ocho reportes de PPA los que se basaron en “discusiones con hombres y mujeres pobres y otros participantes (stakeholders)”. Sus resultados se han publicado en dos libros. El primero se denomina “Voices of the poor. Can anyone hear us? (Narayan, y otros, 2000) y

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abordaje del PPA examina la problemática de la pobreza a través de las instituciones “de una manera multidimensional”. Parte del supuesto de que éstas juegan un rol crítico, ya sea respondiendo o reprimiendo sus necesidades, opiniones y voces. Esta preocupación por las instituciones es coherente con las denominadas reformas de segunda generación y pasa a ser una de las causas de la reproducción de la pobreza, por eso se promueve modificarlas y crear instituciones “pro pobres”, no modificar las condiciones socio estructurales que producen la pobreza. Esta perspectiva tiene influencia de la corriente neo-institucional en el análisis de las ciencias sociales e incluye las valoraciones de la efectividad, calidad y accesibilidad de una serie de instituciones con las que los pobres se encuentran, incluidas las agencias gubernamentales e instituciones legales y financieras. Esta sería una forma en la que proponen la articulación entre organizaciones y estado.

El estudio de las “voces de los pobres” arriba a cuatro conclusiones, algunas de ellas bastante obvias, acerca de la experiencia de la pobreza desde la perspectiva de los propios pobres. “Primero que la pobreza es multidimensional. Segundo que los hogares se deshacen bajo el estrés de la pobreza. Tercero que el Estado ha sido largamente inefectivo en llegar a los pobres. Cuarto que el rol de las ONG en la vida de los pobres esta limitado y así, los pobres dependen primariamente de sus propias redes informales. Finalmente, los pobres creen que los lazos de solidaridad y confianza se están rompiendo” (Narayan, 1999: 7-9). Estas dos últimas conclusiones ponen en cuestión dos de las más importantes estrategias de sus políticas de “alivio” a la pobreza: la importancia de las ONG y la promoción de las redes primarias de base local. Por ello, la publicación de la investigación final tuvo una serie de dificultades19.

La investigación acción participativa (IAP) en el marco de los programas de desarrollo ha sido promovida en Latinoamérica, anteriormente, como una alternativa emancipatoria a las formas de intervención social que no incluían los saberes locales de la gente (Fals Borda, 1982). La “participación popular” era una bandera levantada por los movimientos de base de los 70’. Allí se propugnaban la participación comunitaria como forma de lograr un “desarrollo inclusivo”. Entonces era mal vista por los grupos de poder y muchas veces reprimidos y perseguidos sus militantes. Sin embargo, en la actualidad, se ha convertido en un dispositivo básico de intervención social.

Ahora la promoción de la participación se extiende en estos tiempos de los pobres a una acepción ampliada y nueva de sociedad civil20. Dado que en este nuevo discurso, la sociedad civil se hace cargo de la acción societal y el bien común se coloca en sus energías, es necesario incentivar la participación de sus distintos componentes: las organizaciones no gubernamentales, las organizaciones de base de los pobres, las empresas privadas y las organizaciones benéficas y filantrópicas21.

En los 60’, en los organismos internacionales aparecen ideas que vinculan el desarrollo con aspectos sociales y culturales. Se considera que en los países llamados subdesarrollados los factores extra económicos están relacionados con la superación de trabas vinculadas a aspectos mentales, actitudinales, de conducta. El desarrollo comunitario era el dispositivo que permitiría dicho cambio. Existía una concepción donde la pobreza se asociaba a la “negligencia”, la “pereza” y la “relajación”. Por ello, la "participación" y el "desarrollo comunitario” eran considerados vitales para superar situaciones provocadas por la "desidia" que se cree “hay en toda pobreza”. En la participación que promueve el discurso del desarrollo de los 90’, la representación de los pobres ha cambiado. Ahora se valoran sus “potencialidades” y algunos

el segundo “Voices of the poor. Crying out for change” (Narayan, y otros, 2000). Este producto sirvió para insumo del Reporte del Desarrollo Mundial 2000/1 para “atacar la pobreza”.19 Deepa Narayan denunció presiones para sacar algunas conclusiones de la versión final del estudio.20 Esta concepción de sociedad civil se asocia al fortalecimiento de identidades no vinculadas a la condición de trabajador o de ciudadano fundada en derechos formales que se traducen en garantías. No se trata de la promoción de una sociedad civil que desarrolle prácticas contra hegemónicas, fundadas en una educación política crítica a la lógica del mercado y a la dominación capitalista. Es contraria también al ejercicio de auto reconocimiento como clase o grupo que con fuerza política ejerza presión. Para esta concepción neoliberal, la sociedad civil implica una sectorialización de lo social (Castro, 2001).21 Dentro de esta acepción ampliada de la participación, según Rahnema (1998), actividades de desarrollo rentables, podrían ayudar al sector privado a involucrarse directamente en el negocio del desarrollo.

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comienzan a ser considerados creativos e inteligentes para generar recursos y subsistir en forma autogestionada.

Rahnema (1996) opina que el actual interés por la participación, de los gobiernos e instituciones de desarrollo, permite otorgar al “desarrollo” una nueva fuente de legitimación. Con el objetivo de economizar la vida, se promueve la participación teledirigida. El concepto y la práctica de participar ya no son más percibidos como una amenaza. La participación se ha vuelto un lema publicitario políticamente atractivo. Cuando se ha logrado contener y controlar la participación, se obtienen ventajas políticas de las intenciones de ampliar la participación. La participación se ha convertido también en una proposición económicamente tentadora. Como resultado de los “ajustes” se traspasa costos a los más pobres en nombre de la participación y la autoayuda. La participación es percibida como un instrumento de mayor eficacia, así como una nueva fuente de inversión. Se dice ahora que la participación permite un mayor conocimiento de las problemáticas locales como insumo para los técnicos nacionales e internacionales, genera redes de relaciones esenciales para el éxito de los programas y viabiliza la cooperación a nivel local para brindar sustentabilidad a la autoayuda.

En un informe del PNUD de finales de los 80’ (PNUD, 1988: 46-50), se reconoce explícitamente que la participación promovida es instrumental, finalista y promotora del autogobierno22. Ya en ese documento se plantea la necesidad de promover instituciones donde se representen los intereses de los pobres. Estas ideas luego se formalizarán en las denominadas “instituciones pro pobres” que se impulsan a finales de los 90. En la segunda conferencia regional sobre la pobreza en América Latina y el Caribe, dentro del mismo proyecto regional para la superación de la pobreza, se propone satisfacer el componente universalista de las necesidades básicas para toda la población y modificar las bases económicas de la pobreza23. Se dice, sin embargo que, a pesar de ello, se debe prestar atención “a necesidades no económicas, como participación, creación y libertad y generar las condiciones para que las necesidades de afecto e identidad puedan realizarse” (PNUD, 1990: 101 cursivas nuestras). Esta estrategia de acción del PNUD, para esa década, tiene cinco componentes básicos: a) la recuperación de la capacidad de crecimiento y la transformación productiva de las economías de América Latina y el Caribe, b) el apoyo masivo a la economía popular, c) una política de satisfacción de necesidades básicas especificas o política social para la superación de la pobreza24, d) una política de desarrollo socio cultural, orientada a fortalecer las capacidades de los pobreza reforzando así su papel protagónico en la superación de la pobreza, y e) la reforma y modernización del Estado, tendiente a desarrollar un estilo gerencial pro-participativo, flexible y adaptativo (PNUD, 1990: 104).

En estos componentes encontramos tres aspectos donde la participación es fundamental: en las formas asociativas de la denominada “economía popular”, en las “capacidades socio culturales” para superar la pobreza25 y en la “gestión gerencial pro participativa”. La participación está vinculada fuertemente también al trabajo asociativo productivo, denominado sector social, dado que se piensa que “las formas asociativas pueden potenciar muchas unidades productivas populares”. En este sentido la participación y la organización comunitaria se consideran aspectos particularmente impulsores de sinergias positivas (con sentido utilitario y productivo) derivadas de un apoyo a lo que se comienza a denominar “economía popular”, en un entorno territorial de barrio o de comunidad (PNUD, 1990: 110-111).

Se plantea que la capacidad organizativa asociativa, en el ámbito territorial, permite identificar problemas y buscar soluciones. Esta estrategia valora variados elementos de la participación, que expresan diversas formas de expresión de lo que se comienza a llamar como

22 “Es el valor simultáneamente finalista e instrumental de la práctica participativa lo que concita su despliegue de modalidades y de tipos de participación social. La participación es un medio para satisfacer necesidades y un fin en si misma, porque es una práctica de autogobierno” (PNUD, 1990: 104).23 Esta es la “estrategia de acción” para la década del 90 (PNUD, 1990) denominado con el pretencioso nombre de “desarrollo sin pobreza”.24 Se puede visualizar como las políticas para la pobreza son solamente atender a necesidades básicas específicas y no cualquier necesidad básica.25 Aquí la relación con la noción de pobreza vinculada al aumento de capacidades de los pobres de Amartya Sen

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“activos” de los pobres que se pretende favorecer. Se comienza a producir lentamente la creación de un nuevo capital, dándole valor económico a los vínculos sociales. El primer elemento sería el incentivo a lo que se denominan activos tangibles de acceso comunitario, como la infraestructura barrial o familiar como la vivienda, que permitirían constituir lo que denominan “Comunidades Urbanas Productivas” (CUP) para mejorar la infraestructura y servicios barriales y de vivienda. El segundo aspecto que se aprecia son los activos asociados al “capital humano”, a partir de la “la conformación de redes productivas y las actividades de capacitación”. La revalorización de esta “forma de producción”, denominada economía popular se basa en la constatación que “pequeñas unidades de producción podrían ser competitivas y, apoyándolas, transformarían recursos en bienestar”26. El tercer elemento es la capacitación y el cuarto la participación productiva “intensa” de la mujer en actividades “comunitarias de cuidado, nutrición, salud y educación de los menores”. Se puede visualizar la importancia que se le da al dispositivo del capital social como activo intangible a nivel doméstico y comunitario y la representación de la mujer pobre circunscripta a su rol reproductor. Al mismo tiempo el Sistema de las Naciones Unidas, en forma ambivalente, promueve los derechos de la mujer y su virtual empoderamiento.

La participación ciudadana se entiende puntualmente como una manera de involucrarse en “programas de apoyo a la economía popular como a los de política social: participación potenciada a su vez por las políticas de desarrollo cultural” (PNUD, 1990: 112). Se ve aquí como la ciudadanía de los pobres se limita y circunscribe a un mundo acotado de reproducción de la pobreza. La acepción de participación se concentra entonces en cuatro grandes aspectos que se verán reflejados luego en el tipo de programas sociales que se implementan: a) al trabajo informal en la “economía popular”; b) las redes informales que potencian las sinergias asociativas; c) la gestión en programas de mejora barrial, de provisión de servicios e infraestructura y d) la participación productiva no pagada de la mujer en actividades de provisión de servicios básicos comunitarios y domésticos.

Hacia 1993, en otro documento relevante del PNUD, se amplia la visión de participación del campo de la sociedad civil al de la actividad privada. Se afirma la importancia del “fortalecimiento de la participación de la sociedad civil en su sentido amplio, incluyendo tanto las diversas formas de organización local y comunitaria como el sector privado empresarial” (cursivas nuestras)27. Para ello se propone, entre otras cuestiones, “reorganizar las formas de prestación de los servicios públicos, en especial la educación, salud, vivienda y saneamiento básico, tanto en áreas urbanas como rurales, articulando nuevas formas de gestión entre el Estado y la sociedad civil, y apoyando a las organizaciones de esta última para que desempeñen un papel creciente en esta materia” (PNUD, 1993: 12). El documento revela que la participación se vincula a la eficacia económica vinculada con la descentralización y la transferencia a la “comunidad organizada” y gobiernos locales” de los servicios sociales28.

Dos años más tarde, en un estudio de la CEPAL se señala la necesidad de “concentrar el apoyo en los grupos pobres que puedan transformar la ayuda en capacidad de autosustentación productiva y sostenida (CEPAL, 1995). Las capacidades de “autosustentabilidad” es otro requerimiento que debe poseer la "comunidad", para mejorar las relaciones costo beneficio. Eufemismo para designar su capacidad organizativa y el sobre-trabajo comunitario o familiar necesarios para la ejecución y continuidad del programa29. En otras palabras, se desea que los

26 “Los recursos generados por esta vía no requieren redistribuirse, están ya en manos de la población objetivo que, además, tiene como preocupación central el bienestar familiar” (PNUD, 1990: 112).27 Este documento recoge los resultados de un Foro sobre “Reforma Social y Pobreza” organizado en forma conjunta por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en febrero de ese año.28 “Las acciones propuestas comparten criterios de modernización y eficacia tales como el apoyo a los esfuerzos de descentralización y la transferencia de servicios a la comunidad organizada y los gobiernos locales” (PNUD, 1993: 13, cursivas nuestras).29 Robert Castel señala a las formas de contraprestación como riesgos de las políticas de inserción y las denomina "riesgo de neo filantropía". A las contrapartidas requeridas, como el “insertado” no las puede pagar con su trabajo, se le exige que haga pruebas de buena voluntad, de participación, de clientelismo político. Por lo demás, todo lo que se le ofrece es mantenerse en una suerte de estado intermedio y de no

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beneficiarios no dependan permanentemente de los programas de asistencia social, “al no haber desarrollado la capacidad de llegar a generar ingresos suficientes para enfrentar sus necesidades básicas”. Las capacidades de “autosustentabilidad” y “autogestión” de los pobres se deben reforzar, para mejorar las relaciones costo beneficio que busca la lógica utilitaria de la focopolítica. En esta lógica económica de lo que se trata es que “el gasto social pueda efectivamente operar como inversión social”. En este sentido será “decisivo focalizar el apoyo hacia los grupos etarios y productivos pobres con potencialidad de desarrollo, a fin de que estos ejerzan un efecto de demostración en los más rezagados” (1995: 29, cursivas nuestras). Esto sería uno de las causas por las que la "agenda social" prioriza las primeras etapas de la vida. La sustentabilidad enmarcada en esta ecuación, requiere no sólo una selectividad de los más pobres de entre los pobres, sino los más competitivos y de quienes puedan tener un efecto de demostración ejemplarizante para los “rezagados”. De estos últimos, en la perspectiva de los más ortodoxos, las políticas focalizadas no deberían hacerse cargo, quedando librados a su propia suerte, al no tener capacidades de auto-sustentación. Las "potencialidades de desarrollo", requieren de ciertas "calidades físicas y psíquicas" dice el informe, de productividad, de capacidad de gestión y de organización para la autoayuda.

La representación de los pobres diferencia entre dos tipos. Los “rezagados” que por su apatía o condición (vejez, enfermedad, incapacidad) no tienen potencialidades para producir o gestionar programas. Son residuales, es decir no pueden ejercer efecto de demostración en su grupo y tampoco poseen calidades físicas y psíquicas que justifiquen una intervención social. Por otro, estarían los pobres “con potencialidad de desarrollo”. Estos serían los niños, los que pueden trabajar y los que tienen ciertas “cualidades físicas y psíquicas”. Grupos y atributos donde la inversión se justifica por que tiene un efecto multiplicador e instrumental, pues opera como una “inversión social”. Se trata de los pobres útiles para la lógica de las políticas focalizadas. A diferencia de la biopolítica, donde importaba el aumento de la productividad de la vida útil de los trabajadores, ahora interesa solo la “vida útil” de los más pobres entre los pobres y que además no tengan incapacidades físicas ni psíquicas. Esto significa que, en las políticas para pobres a mínimos biológicos, ha operado un giro copernicano sobre los destinatarios entendidos como sujetos válidos de la asistencia. Los incapacitados para el trabajo son cada vez menos sujetos de asistencia gubernamental, no son pobres válidos para la focopolítica, como lo eran en la época de la asistencia clásica. La focopolítica problematiza a aquellos que tienen capacidades productivas potenciales y de autogestión comunitaria.

A diferencia del BID, el Banco Mundial no habla tanto de reforma social sino de programas de “lucha contra la pobreza” o de “estrategia de alivio a la pobreza”. No plantea como el PNUD la promoción de una economía popular sino de un desarrollo participativo o de acciones de participación popular.

En el discurso del Banco Mundial, la participación es también claramente instrumental y utilitaria. En un documento denominado “Monitoreando y evaluando la participación popular en los proyectos asistidos por el Banco Mundial” (Uphoff, 1993: 135-136) se destaca el objetivo de “pensar y trabajar en una manera menos centrada en el gobierno. De este modo, con una apropiada reorientación burocrática, las agencias gubernamentales pueden jugar un rol constructivo propiciando un desarrollo participativo”. Define la participación popular “como un proceso por el cual las personas, especialmente aquellas con desventajas, influyen en las decisiones que las afectan. El término “popular” alude no sólo a los pobres absolutos sino también a un abanico más amplio de personas quienes poseen “desventajas en términos de salud, educación, grupos étnicos y género”. La representación de la pobreza se vincula a desventajas no sólo económicas. En síntesis, popular es equivalente a poseer desventajas. El pueblo no se representa como perteneciente a una comunidad nacional ni como protagonista de derechos civiles, políticos o sociales sino como portadores de desventajas. La nominación de “grupo étnicos y de género” tienen una fuerte connotación neocolonial racista y machista. Se señalan los objetivos más importantes de la participación popular para las actividades de “desarrollo” apoyadas por el Banco. Estos son el “empowerment”, que implica el “desarrollo de

hundirse en la miseria total o en la desocialización completa. (Entrevista en el periódico Página 12, del 27 de Septiembre de 1995, Buenos Aires).

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la capacidad de las personas para iniciar acciones por ellas mismas o influir en decisiones de actores de más poder”. El segundo objetivo es el desarrollo de “capacidades de los beneficiarios”. Se dice que, de “esta manera los beneficiarios pueden compartir las responsabilidades de gestión de la operación tomando responsabilidades por ellos mismos” y contribuir a la sustentabilidad del proyecto. Están también, la efectividad y eficiencia para el cumplimiento de las metas del proyecto. Finalmente, un último objetivo, sin eufemismos, plantea la necesidad de “compartir costos” (cost sharing). “Así, se espera que los beneficiarios contribuyan con trabajo y capital o hagan uso de la “autoayuda” para mantener el proyecto” (Bhatnagar & Williams : 1992, 177-178 cursivas nuestras).

En el informe sobre el desarrollo mundial 2000/2001 denominado “lucha contra la pobreza” (Banco Mundial: 2000) se plantean tres elementos fundamentales de la estrategia de “alivio a la pobreza”: la oportunidad, la seguridad y el empoderamiento o potenciamiento. Sería una estrategia para generar “las oportunidades materiales que los pobres destacan sistemáticamente” como empleo, crédito, carreteras, electricidad, mercados, servicios de abastecimiento de agua, saneamiento, escuelas y salud. Se señala, junto con el crecimiento y la introducción de reformas en los mercados “que pueden ser claves para la expansión de las oportunidades para los pobres”, “la importancia que el Estado respalde la acumulación de activos que poseen los pobres o a los que tienen acceso (recursos humanos, tierra e infraestructura)”.

La seguridad implica la reducción de la vulnerabilidad a que se ven expuestos los pobres. Para ello se propone no sólo la gestión de los riesgos sino también “acrecentar los activos de los pobres, diversificar las actividades de los hogares y ofrecer, para las situaciones adversas, toda una gama de mecanismos de protección, desde las obras públicas hasta los programas contra la evasión escolar y el seguro de salud”. El desarrollo comunitario se entiende como “mecanismos eficaces de participación popular y de supervisión de la ciudadanía de los organismos gubernamentales” que compagine la descentralización de los organismos que “ofrecen servicios” a los pobres. El “respaldo al patrimonio social de los pobres” se refiere a las “normas y redes sociales” que se entienden como “una forma de patrimonio que puede ayudar considerablemente a los necesitados a salir de la pobreza”. Por ello se considera “importante colaborar con las redes de personas pobres y prestarles apoyo, con el fin de incrementar su potencial”. (Banco Mundial, 2000: 7-12 cursivas nuestras).

Vemos que los tres organismos coinciden en que la participación como dispositivo de intervención es instrumental para promover una mayor eficiencia en la gestión de los programas desde una visión utilitaria, vinculada tanto a la subsidiariedad del estado y al traslado de la protección social a la “sociedad civil” y a las “comunidades locales”, como al ahorro de recursos por medio de la utilización del trabajo de los pobres en la autogestión de los programas y en la conversión de este trabajo participativo en activos o capitales de tipo social intangibles. Se trata de una representación de la pobreza que comienza a valorar sus capacidades participativas supeditadas a la utilización de activos no económicos para enfrentar la pobreza.

Dado que se ha comprobado que el crecimiento, en condiciones de apertura de los mercados y reforma del Estado ha aumentado la desigualdad y no ha provocado el rebalse “esperado”, el discurso promueve el aumento de las “oportunidades” que ofrece el mercado y “el mejoramiento de los activos de los pobres”. En los hechos las oportunidades, sin embargo, son cada vez más reducidas. De esta manera, los pobres se convierten en “artífices” del alivio a su propia pobreza. La sociedad por lo tanto no debe actuar sobre las desigualdades que las provocan. Los programas gubernamentales y no gubernamentales deben potenciar sus activos. Los activos están conformados por: a) recursos humanos, donde la participación dentro de programas focales, tiene como objetivo la capacitación; b) por infraestructura, donde la participación en programas focales tiene como objetivo generar recursos o trabajo a través de la potenciación de la vivienda o la infraestructura barrial y c) el “patrimonio social” donde la participación se basa en la energización sinérgica de las redes asociativas no mercantiles (familiares y comunales). De esta manera los pobres no dejan de serlo sino que se mantienen en su situación, en el marco de la “economía de los pobres” potenciada y reforzada por los programas sociales.

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La representación del pobre como productor, autogestor y autoproveedor, diferentes estímulos participativos

“Se puede afirmar entonces que las necesidades no sólo revelan una condición de carencia, sino sobre todo una condición de potencialidad cuando son satisfechas sinérgicamente. En este contexto, el trabajo tiene una implicación más amplia, que supera la simple generación de ingresos, estimulando la creatividad, la solidaridad, la identidades; es decir moviliza las potencialidades de la comunidad organizadas, convirtiéndose la fuerza de trabajo, que es el recurso más abundante en la población pobre, en generación de otros recursos. En esta perspectiva, las múltiples iniciativas microsociales articuladas con políticas globales a nivel nacional y local, permitirán el desarrollo masivo de comunidades urbanas y de comunidades rurales autosustentadas, generadoras de empleo e ingreso y participantes en la dotación de servicios sociales básicos, contribuyendo a superar su condición de pobreza y al desarrollo nacional” (PNUD, Desarrollo sin pobreza)

La representación y conceptualización de la pobreza en el discurso de la focopolítica se basa no sólo en carencias materiales sino en aspectos socioculturales y en la idea de deprivación de capacidades, bajo la influencia del economista Amartya Sen. Al mismo tiempo, sin embargo, se reconocen otras capacidades y virtudes que son funcionales a las modalidades autogestionarias predominantes en la gestión de la pobreza que el “desarrollo social” propugna. De allí que el incentivo a la participación popular en los programas para pobres, sean parte constitutiva de la reforma. Dice una de las voces autorizadas de los programas del BM: “las intenciones para promover un “mejor gobierno” y un más activo y productivo “sector privado” son solo retórica si las capacidades locales para la autogestión y la autosustentabilidad no son reforzadas” (Uphoff, 1993: 135-36). Se aprecia entonces que “los beneficiarios tienen más que trabajo y fondos para contribuir a que el proyecto sea efectivo. Ellos tienen inteligencia, experiencia y habilidades de gestión para ser movilizadas y tomadas en cuenta para el logro de los objetivos del desarrollo”. Se ha realizado un importante descubrimiento: los pobres tienen “buenas ideas” que hay que considerarlas. Existe en esta representación una “expectativa en los potenciales humanos que deben ser movilizados para la autogestión y la autosustentabilidad del desarrollo” (Uphoff, 1993: 143, cursivas nuestras).

La participación tiene diversas acepciones en el discurso del desarrollo humano. Se asocia a la generación de capital humano en trabajos de baja productividad en el marco de la economía informal o la economía llamada de pobres y la capacitación en gestión de programas o de destrezas para la generación de micro emprendimientos de baja productividad. También se vincula con la potenciación de vínculos asociativos no mercantiles como el capital social para generar mayor capacidad organizativa. Estos pueden tener fines productivos de sobrevivencia y también de cohesión social, tanto para potenciar las asociaciones de productores informales como para proveer servicios autogestionados. También la participación se vincula con el uso de algún patrimonio de los pobres para generar recursos para la sobrevivencia como la vivienda, como el caso de los núcleos productivos promovidos por la CEPAL. Otra acepción de la participación vinculada a ciertas prácticas ciudadanas y el empoderamiento pretende lograr una mayor transparencia en el uso de los fondos públicos o de las políticas sociales, una mejor rendición de cuentas

En un documento donde se fijan las bases para una “estrategia y un programa de acción” del “Proyecto regional para la superación de la pobreza” del PNUD, en la primera conferencia regional para América Latina y el Caribe, realizada en 1988, en Quito, la participación juega un papel fundamental.. “La principal función de la participación es liberar el potencial creativo que las sociedades manifiestan, en especial en los espacios de pobreza, como resultado de la diversidad que contienen. (...) Heterogeneidad, diversidad y creatividad son elementos que pueden conciliarse a través de la participación y, con el estímulo del Estado,

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convertirse en agentes eficientes para la eliminación de la pobreza” (PNUD, 1988: 46). La creatividad se vincula con las estrategias de sobrevivencia del “mundo de los pobres”, las cuales se dice “pueden significar la satisfacción de nuevas y más complejas necesidades básicas” (1988: 50).

La pobreza se representa como un espacio separado del resto. Vuelve la representación de la pobreza como perteneciente a una sociedad dual, como las categorías de marginales e informales de los sesenta. La diferencia radica en que ya no son una patología de un mundo que se pretendía integrado y homogéneo. Las nuevas categorías para nominarla son entre otras, el “mundo de la pobreza” o el “mundo pobre” o también de la “organización marginal” o “marginados” (PNUD, 1988: 46-50). En este caso, la participación que se promueve, se vincula con capacidades cognoscitivas y organizativas, relaciones de reciprocidad comunitaria y de instituciones de “economía solidaria” asociadas al trabajo. Estos tres componentes, como veremos, se mantienen en todos los documentos analizados. “La importancia del asunto radica en el tipo de movilización a la cual se convoca al mundo pobre. (...) Se trata de que (la participación) adquiera un carácter endógeno o, si se prefiere, una modalidad de participación que involucre no sólo la afectividad de los participantes sino también su capacidad cognoscitiva y genere una nueva práctica social. Las movilización pueden desarrollar sus expectativas si, en verdad, logran fortalecer las organizaciones aumentando su recursos de poder y enriqueciendo la red social que las une, a través de la diversificación y la generación de instituciones solidarias. Las instituciones de economía solidaria suelen ser pasadas por alto por el Estado. Se las interpreta frecuentemente como procesos residuales de escasa eficiencia, y la labor que tratan de desplegar suele ser sustituida por servicios asistenciales directos. No se percibe el enorme potencial que contienen. De allí que la iniciativa popular y la creatividad que contiene resultan tremendamente golpeadas por la acción burocrática y tecnocrática de los organismos estatales. Esto es especialmente cierto respecto a los mecanismos de sobrevivencia de los pobres”. Se debe apoyar y estimular las organizaciones solidarias, “en particular (...) organizaciones económicas populares autogestionadas, tales como talleres, empresas familiares y microempresas en general, además de otros tipos de organizaciones comunitarias de apoyo mutuos” (PNUD, 1988: 48-49, cursivas nuestras).

El tipo de actividades que se promueve en esta acepción instrumental de la participación se basa en actividades y relaciones asociativas vinculadas, en el nuevo léxico económico, a la potenciación de los “activos de los pobres”. Estos serían de tres tipos, los activos tangibles como el capital humano y laboral, activos menos productivos tales como la vivienda o también denominados activos de consumo básico, y activos intangibles y más invisibles tales como las relaciones domésticas y el capital social" (Moser, 1998: 1, traducción nuestra). Los activos tangibles se basarían en el capital humano asociada a la promoción de una nueva categoría conceptual para nominar a la alteridad, la “economía de los pobres” (PNUD, 1989) la “economía popular” o la “pequeña empresa popular productiva urbana” (PNUD, 1990), “economía social o sector social” (PNUD, 1990: 104) 30. Esta primer tipo de estímulo a la participación equivale a una representación de la pobreza asociada con trabajos de baja productividad pero que soluciona problemas, dentro de la promoción de una economía dual. No se trataría de erradicarla como en los 70’ y 80’ ni tampoco estas formas de trabajo son

30El Proyecto regional de superación de la pobreza que promueve el PNUD, en América Latina, complementa según ellos la propuesta previa de la CEPAL de transformación productiva con equidad. La estrategia homologa la importancia de la economía popular a lo que la CEPAL, en dicho trabajo, denomina “economía social o sector social”, que incluiría la pequeña y mediana empresa y que en la estrategia del PNUD se conceptualiza como “formas asociativas de la economía popular”. En ambos trabajos, se dice que “se parte de premisas similares, entre otras: las formas asociativas pueden potenciar a que muchas unidades económicas populares; los trabajadores por cuenta propia representen uno de los potenciales empresariales de la región, las necesidad de las pequeñas empresas y a las formas asociativas” (PNUD: 1990, 206).

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consideradas como patológicas y, en cierto sentido, causales de nuestro subdesarrollo31, la informalidad ha dejado de ser una rémora para convertirse en una política activa

El estímulo a una economía popular o economía de los pobres (PNUD, 1989) complementaria y articulada a la economía moderna por la provisión de bienes y servicios de una a la otra. Esta economía estaría “intrínsecamente unida con la familia y los lazos de solidaridad del barrio” e implicaría “formas espontáneas de organización para la producción” (PNUD, 1989: 5). Por oposición a las tendencias de décadas anteriores, se dice que “el desarrollo de la economía de los pobres lejos de representar un obstáculo al crecimiento económico, se constituye en una formidable estímulo al mismo”. Es la representación de la pobreza y del pobre como productor, autogestor y autoproveedor de sus propias necesidades. Un segundo estímulo participativo sería el de actividades que potencian los activos más improductivos, como la vivienda. Esta forma de participación se sintetiza en la idea de lo que la estrategia del PNUD ha denominado “Comunidad Urbana Productiva CUP”, “que plantea la optimización de la fuerza de trabajo y la utilización de la vivienda y el barrio de las familias pobres para la producción asociativa de bienes y servicios” (PNUD, 1990: 127). La existencia de la vivienda es vista como una ventaja comparativa. En un contexto de carencia, se dice, es necesaria la utilización óptima de todos los recursos. Uno de éstos, es el territorio en el que se asienta la comunidad. De allí la idea de una vivienda “productiva”.

El tercer tipo de estímulo y acepción de la participación es la que promueve las formas asociativas de reciprocidad no mercantiles denominadas capital social y las relaciones domésticas. Estas están vinculadas fuertemente a la provisión de servicios por medio de la reciprocidad basada en las más variadas relaciones familiares, vecinales, de clientela política, etc. Aquí la participación se traduce en trabajo no pagado para autogestionar programas sociales o realizar actividades no rentadas o promover actividades de voluntariado.

Los activos intangibles o también denominados capital social de los pobres, en esta concepción económica, tendría cuatro componentes según el ex Vicepresidente Senior y Jefe de Economistas del Banco Mundial, Joseph Stiglitz (2000). El primero es el conocimiento tácito, que es un conjunto de aptitudes cognitivas y predisposiciones. Es considerado capital, porque toma tiempo y esfuerzo en producirlo (tiene costos de oportunidad) y es un medio de producción. En segundo término, el capital social puede ser pensado como una colección de redes, en las cuales uno es socializado y aspira a serlo. Tercero, el capital social es al mismo tiempo una agregación de reputaciones y una manera para conseguir reputación. Los individuos invierten en reputación (una forma implícita de capital) porque reduce los costos de transacciones y ayuda a romper barreras para entrar en una variedad de producciones y relaciones de intercambio. Finalmente, el capital social incluye el capital organizacional (estilos de administración, incentivos, comandos, prácticas de trabajo, sistemas de resolución de conflictos, estilos de venta, procesos de afiliación a la empresa). Este último aspecto, permite pensar en mecanismos diferentes a los del mercado pero que están estrechamente vinculados (Stiglitz: 2000, 60-61, traducción nuestra).

La representación de la pobreza participativa, autogestionada, autoproductiva y con buenas ideas, es significativamente diferente a las que primaba en las otras estrategias desarrollistas. Las necesidades y las condiciones de carencia se reconvierten dolorosamente y paradojalmente de trabas en recursos y capitales para autoabastecerse. Las estrategias de sobrevivencia han sido potenciadas como un recurso participativo y creativo que ahora se denominan “activos de los pobres” o desarrollo de sus capacidades (individuales) para salir de la pobreza. La agencia (capacidades para convertir activos en satisfactores según el lenguaje de la Economía del Bienestar) unida a la libertad de oportunidades que brindará el mercado a partir de inimaginables artilugios que muevan a la “mano invisible” hacia los menos desfavorecidos, es parte constitutiva del discurso del Desarrollo Humano. Poner a la “gente” en el centro de la escena es también la valoración de un núcleo blando de la representación de la pobreza subjetiva y cualitativa, vinculado a la importancia de las capacidades de los pobres en

31 La única excepción fue de Soto, en su libro el “Otro Sendero” quien se adelantó a la representación de la pobreza y de su “economía” en el discurso del desarrollo de los 90. Consideró que había que potenciar esta energía informal desregulando la economía, flexibilizando las relaciones laborales y liberando las potencialidades de los pobres y aumentando su productividad.

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términos de destreza, habilidades e inteligencia. Estas se convocan para transformar escasez y restricciones en oportunidades o capitales. Muchas de estas “capacidades” implican sacrificar otras oportunidades para atender a problemas de sobrevivencia mínima, por ejemplo el trabajo de menores, el hacinamiento para enfrentar falta de vivienda, etc. Sen (1993) diferencia entre capacidades, habilidades y bienes y servicios. Las habilidades serían las diversas condiciones de vida que pueden o no ser alcanzadas. Las capacidades sería nuestra habilidad para alcanzar dichas condiciones de vida. Como corolario, la posesión o acceso a bienes y servicios no son criterios para definir el nivel de vida puesto que las tasas de transformación de bienes y servicios a habilidades, varían de persona a persona. Por ejemplo, la situación nutricional de dos diferentes personas (habilidad) puede ser diferente a pesar de que su ingesta alimentaría (bienes) sea igual. El discurso del desarrollo humano, fuertemente influenciado por esta idea de capacidades de Sen, permite entender la importancia de las nociones de empoderamiento (empowerment) y la importancia del incentivo a la participación. El premio Nobel de Economía permite da el sustento teórico y un criterio de verdad “legítimo” para pensar que la pobreza puede resolverse a partir de la potenciación de las capacidades individuales o comunitarias de los pobres y su autoexploración a partir de la idea de capital humano. Dentro de una idea mítica liberal que esas capacidades serán desarrolladas a partir de las “oportunidades” que brinda un mundo que se piensa como autoregulado y basado en libertades –aunque paradojalmente la pobreza para Amartya Sen es también falta de libertades-.

Los programas sociales promueven una participación que convierte en recursos activos, identidades o capacidades organizativas, pero sólo y exclusivamente para dejar a los pobres dentro del mundo de pobreza, sin cuestionar o avanzar en las causas que la producen. La necesidad, el hambre, la marginalidad, el aislamiento, la falta de servicios, la violencia que sufren los pobres no deben ser vistos como carencias o limitantes de su desarrollo humano sino, y aunque parezca perverso, como potencialidades para generar trabajo “participativo”. Este tendría un efecto sinérgico fundado en “capacidades” no en carencias. Se trata de reproducir y potenciar este mundo cada vez más desigual, creando y reforzando las desigualdades a partir de la promoción de una sociedad dual. En esta etapa los estímulos, que devienen en dispositivos de asistencia y de las políticas sociales en general, son la competencia para los más capaces (coherente con el traslado al mercado de los que tienen “capacidades” individuales) y para los pobres y excluidos, la revalorización del “mundo de la pobreza”, de lo local y las redes de solidaridad primarias. Por ello, las actuales políticas se basan, en un discurso que dice fortalecer la “sociedad civil”, que en la superficie podría entenderse como un mejoramiento de la participación de los sectores excluidos. Sin embargo este fortalecimiento no es más que el espejo deformado del retiro del estado en la distribución de bienes y servicios y en el otorgamiento de garantías de bienestar. En este contexto, es difícil plantearse la posibilidad que la participación social se convierta en un mecanismo de reconstrucción de la esfera pública y de re-equilibramiento en la relaciones de poder. El proyecto regional para la superación de la pobreza del Programa de las Naciones Unidas, en su estrategia de acción para los 90 expresa esta dolorosa paradoja con un estilo desembozado.

“Se puede afirmar entonces que las necesidades no sólo revelan una condición de carencia, sino sobre todo una condición de potencialidad cuando son satisfechas sinérgicamente. En este contexto, el trabajo tiene una implicación más amplia, que supera la simple generación de ingresos, estimulando la creatividad, la solidaridad, las identidades; es decir moviliza las potencialidades de la comunidad organizadas, convirtiéndose la fuerza de trabajo, que es el recurso más abundante en la población pobre, en generación de otros recursos. En esta perspectiva, las múltiples iniciativas microsociales articuladas con políticas globales a nivel nacional y local, permitirán el desarrollo masivo de comunidades urbanas y de comunidades rurales autosustentadas, generadoras de empleo e ingreso y participantes en la dotación de servicios sociales básicos, contribuyendo a superar su condición de pobreza y al desarrollo nacional” (PNUD: 1990, 112).

No se trata ahora de actitudes mentales que es necesario construir, como en la concepción del desarrollo comunitario de los 70. El problema no es crear capacidades, comportamientos, necesidades sentidas que incentiven actitudes y prácticas positivas al trabajo y al mejoramiento individual, como se pensaba en ese entonces. En la representación del pobre

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de estas políticas, no prevalece la indolencia como en otras épocas, aunque sigue presente de forma más sutil. Ahora los pobres son inteligentes, creativos, pero no para ser ciudadanos con derechos y garantías que le permitan vivir una vida digna. Son creativos e inteligentes para seguir siendo pobres en un territorio cada vez más confinado y alejado de los otros ciudadanos “de primera”.

La participación en este contexto es una categoría utilitaria y constituye una tecnología de poder para gestionar programas que no hacen otra cosa más que convertir activos en recursos, identidades en capacidades organizativas, pero sólo y exclusivamente para dejar a los pobres dentro del mundo de pobreza, gestionando y reduciendo así las amenazas a la estabilidad del sistema. Es la nueva paradoja de los programas de desarrollo y del discurso del desarrollo humano, el desarrollo “para la gente pobre”, en un mundo reducido y sin expectativas. Es la mueca “social” del discurso neoliberal.

La cultura de los pobres como un insumo para la superación de su propia pobreza

Dentro del sistema discursivo que comienza a problematizar a las formas de vida de los pobres ya no como una traba sino como un elemento positivo para superar sus propias carencias pero viviendo en un mundo de pobres, surge otra categoría que se revaloriza su “cultura”. Las políticas de los organismos de desarrollo coinciden en incorporar a la “cultura de los pobres”, “desventajados” y “minorías” como un elemento fundamental de los programas participativos de “alivio a la pobreza”. La importancia de la cultura en estos programas que antes era considerada residual y una traba en la visión más dura y económica del crecimiento, a mediados de los 70’. En los 90’, adquiere un lugar cada vez más protagónico, bajo la fuerte influencia del economista hindú Amartya Sen.

La tematización de la multiculturalidad ha venido asociada a la de la globalización y a la promoción de la cultura de los pobres como parte de sus activos, es decir se ha vinculado a un proceso de economización no sólo de lo social sino de lo cultural. La cultura como objeto de saber propio de la antropología, luego de los “estudios culturales” y de las ciencias sociales en general, en los 90 en América Latina ha pasado a ser una tematización fundamental no sólo de las agencias de desarrollo. La moda de la multiculturalidad se ha sumado a la representación de la pobreza y se ha incorporado como política en las modalidades de intervención que promueven las agencias de desarrollo, como otro de los efectos de la globalización y de la incorporación de factores sociales y culturales al discurso del desarrollo.

Sin embargo la multiculturalidad globalizada en América Latina no es nueva. La comprensión espacio tiempo propia de los diagnósticos de la globalización es y ha sido, desde la época de la colonización, mucho más intensa y violenta que en los países ricos, por lo que la gama de etapas que conviven en el mismo espacio/tiempo es más compleja y diversa. Asimismo, la llegada de los colonizadores, el comercio, los movimientos forzados de la población nativa, en la época colonial y también durante la república, las relaciones de explotación y violencia entre criollos e indígenas, la migración rural urbana de los campesinos en este siglo, la segregación urbana, étnica y cultural en las ciudades de la actualidad, revelan de parte de las poblaciones nativas, una intensa vivencia de aceleración de la historia y de interculturalidad continua. Silvia Rivera Cusicanqui (2003) puntualiza la violencia de estas experiencias a lo largo de la historia latinoamericana, las denomina “contradicciones no-coétaneas”, que sería la encrucijada construida a lo largo de siglos de conflictos étnicos no resueltos –sólo pormenorizados y acallados – y de la violencia estructural que implicó e implica la ruptura de cosmovisiones locales.

Se dice promover derechos multiculturales dentro del discurso del desarrollo humano. La multiculturalidad aporta un nuevo elemento a la nueva representación de la pobreza multidimensional, heterogénea, específica y vulnerable. En realidad la multiculturalidad aplicada a las políticas para pobres, no es otra cosa que el color racista de la pobreza. Implica el reconocimiento que la pobreza es más dolorosa y difícil si a eso se le suma el racismo o la segregación, por razones étnicas. Se piensa que aminorando estas diferencias se podría hacer menos aguda la pobreza. La multiculturalidad aparece como un discurso aparentemente neutro,

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dentro de políticas destinadas a los denominados grupos vulnerables, entre los que las minorías étnicas son convidadas especiales.

¿Por qué causa, si antes las culturas nativas eran consideradas primitivas, incultas y premodernas a las que había que civilizar o desarrollar, es decir homogeneizar dentro de los patrones culturales de la elite dominante, ahora la multiculturalidad es propiciada como dispositivo. La explicación de este vuelco copernicano no se debe, sin duda, a un interés por mantener la riqueza de la diversidad cultural en el planeta o por incentivar el desarrollo igualitario de pueblos y culturas. La causa es estrictamente económica. De esta forma, las lógicas no mercantiles son fuente de recursos para los pobres, minorías y grupos vulnerables ante las limitadas posibilidades de obtener recursos por vía del mercado o del estado. Su valoración relativa permite crear confianza allí donde el sistema la ha debilitado y neutralizar el conflicto social que produce la desigualdad creciente de las políticas de reestructuración económica.

Esto explica que el “etnodesarrollo”, otrora bandera política de los sectores progresistas como alternativa a los avances destructores del capitalismo sobre culturas nativas se haya incorporado como estrategia de intervención fundamental de las agencias de desarrollo. Por ejemplo, en un documento del Banco Mundial, sobre el etnodesarrollo en América Latina, se afirma que “la característica del desarrollo indígena debe ser considerado en el contexto de la propia naturaleza de estas comunidades, lo cual les permite sobrevivir y mantener su cultura y organización social desde centurias, a lo largo de constantes procesos de adaptación, usualmente combinando conocimiento tradicional y moderno” (Patridge W. y Uquillas E. con Johns, K.; 1996: 7).

Dentro de un departamento, que crea el Banco Mundial en 1997, denominado World Bank's Social Development Family, existe un área denominada “Cultura en desarrollo sustentable”. Esta "es partidaria de la incorporación de la cultura viva y material, en los programas de reducción de la pobreza, inclusión social y protección ambiental". También instituye otra denominada “Pueblos indígenas”, la que “incorpora las culturas y grupos étnicos vulnerables en las operaciones financieras del Banco” (World Bank Group,1998, cursiva nuestra) 32.

Más tarde, la relación entre cultura y pobreza se incorpora en un programa particular del Banco denominado “Pobreza y Cultura” el que se inserta dentro de otro programa más amplio: “Capital cultural y pobreza para el Programa de Reducción de la Pobreza” del Departamento de Desarrollo Social33. Este subprograma estudia cinco relaciones entre cultura y pobreza. La primera se denomina “emprendimientos culturales y la industria del desarrollo en la reducción de la pobreza, el que trata cómo “el conocimiento tradicional pueden ser visto como recursos potenciales de ingresos y contribuir efectivamente a un desarrollo sustentable”. La segunda relación es entre “voces y participación” (voice and participation), dando las voces a las pobres y, “con una mejor participación los grupos pobres pueden mejorar su stock dentro de sus propias pautas culturales”. Este vínculo, además, lleva a “la necesidad de soportar instituciones que desarrollen una cultura que es “pro- pobre” (pro-poor). El tercer vínculo es entre las “fuerzas de la globalización y la identidad”, este plantea directamente la cuestión de “¿cómo se deben promover los intereses de los pobres en el marco de la globalización, liberalización, marketing y cambios tecnológicos?”. El cuarto es entre “comportamientos de los hogares y la reducción de la pobreza”, el que se vincula a las trabas que pueden generar las barreras

32 En septiembre de 1991, el Banco Mundial instituyó una directiva operacional (OD4 Pueblos indígenas) para desarrollar proyectos que los afecten. Se los definió en OD 4.20 como un grupo social con una identidad cultural y social distinta de la sociedad dominante, lo que los hace vulnerables, siendo desaventajados para el proceso de desarrollo”. Este OD fue una revisión de la política del Banco sobre pueblos indígenas (OMS 2.34 Pueblos Tribales en Proyectos financiados por el Banco) desarrollado en 1982. OD 4.20 provee una política guía para asegurar que los pueblos indígenas se beneficien de los proyectos de desarrollo y eviten o mitiguen los potenciales efectos adversos que las actividades de asistencia pueden generar. (Patridge W. y Uquillas E. con Johns, K.; 1996: 25 y 26, traducción y cursivas nuestra) 33 Una síntesis del programa se puede encontrar dentro de la página web del Banco Mundial denominada “PovertyNet: Culture and Poverty” http://www.worldbank.org/poverty/culture/index.htm, (05/03/01)

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culturales (tabúes culturales específicos, prácticas sexuales) al bienestar de los hogares, como las prácticas de prevención del sida o la anticoncepción o “salud reproductiva”. Finalmente, el último vínculo que el programa explora es la relación entre “derechos intelectuales y reducción de la pobreza”, el que indaga la forma de darle a la herencia cultural indígena un beneficio económico similar al de los derechos intelectuales, en la medida que este conocimiento sirve para la reducción de su propia pobreza.

En un trabajo presentado en junio de 1996, en la Conferencia anual del Banco Mundial sobre “Desarrollo en América Latina y el Caribe”, en Bogotá, Colombia (Patridge y Uquillas con Johns, 1996) se observan los lineamientos más sobresalientes sobre el discurso dirigido a los pueblos aborígenes. El documento comienza haciendo una referencia a la cercanía del inicio de la década internacional de las Naciones Unidas para los pueblos indígenas (2004), afirmando y probando con datos que estos pueblos viven en las condiciones más marginales y pobres del planeta siendo “el sector más empobrecido, tanto en los países ricos como en los países en desarrollo” (1996: 3). Para América Latina, afirman que los pueblos aborígenes son los más pobres de entre los pobres. Con la “mano izquierda” las agencias promueven el “respeto” a las minorías, la afirmación de su cultura y las reivindicaciones de los pueblos indígenas34, con la mano derecha integran la racionalidad no mercantil dentro del modelo económico.

De esto surgen algunas preguntas y dilemas, ¿como desarrollar las potencialidades sociales de estos pueblos en contextos culturales opuestos a la lógica del mercado, la productividad y el crecimiento?. En realidad, las agencias y los gobiernos con estos proyectos de desarrollo, incentivan estos valores con el revoque del “respeto a la cultura”. Por ello esta contradicción se aclara cuando se afirma que “uno de los mayores desafíos del Banco en los países de América Latina y el Caribe es encontrar modos de ofrecer a los pueblos indígenas nuevas oportunidades para el proceso de desarrollo. La exclusión de estas pueblos de la economía central representa una pérdida de recursos humanos y materiales, mientras que su inclusión aumentará la productividad, fortalecerá los intercambios en el mercado (purchasing) y promoverá el crecimiento” (Patridge y Uquillas con Johns, 1996:31). Es difícil pensar en un “etnodesarrollo” que respete pautas culturas nativas cuando propugna los valores de la cultura del capitalismo, la productividad, el lucro y la competencia.

Es cierto, sin embargo que, al mismo tiempo y paradójicamente, el discurso multicultural remite a valores positivos para los reclamos de respeto a la identidad cultural, como la necesidad de consolidar derechos colectivos en consonancia con los derechos humanos individuales (Jelin, 1996). Se formaliza e instituye al menos el derecho abstracto y la posibilidad de que grupos culturales y étnicos puedan acceder a cuestiones que se les ha negado históricamente, como el derecho a la tierra, a la lengua y a expresar su cultura. Se abre la posibilidad de construir un mayor pluralismo cultural en la esfera cívica, aunque en un contexto de cercenamiento de garantías sociales. Pero ¿hasta qué punto es posible disminuir la violencia simbólica en el campo de la cultura cuando las diferencias sociales, que reproducen las diferencias culturales y étnicas, son más marcadas?. No solo es dudoso que en este contexto las minorías culturales accedan a la posibilidad de poseer su territorio, desarrollando su cultura y su identidad. De esto pueden dar cuenta los movimientos sociales Es cada vez más difícil que le lleguen las migajas del escaso “desarrollo” que habían recibido que han surgido en los 90’ de las poblaciones nativas en América Latina, en Bolivia, México, Ecuador, Guatemala, entre otros.

Estando el estado y el empleo en retirada, el mercado en avanzada, las zonas donde estas poblaciones se localizan son menos rentables para inversión social. Sin embargo, lo son

34 “En el lenguaje del Banco nosotros diríamos que para que el desarrollo económico sea sustentable debe proveer nuevas oportunidades para que las personas desarrollen sus potencialidades y objetivos definidos en su propio contexto cultural” (Patridge W. y Uquillas E. con Johns, K.; 1996: 7). “Nosotros sabemos que el capital social, valores compartidos, reglas sociales correctas y un sentido común de responsabilidad cívica e identidad, son las características culturales mas fuertes de las comunidades indígenas” (1996: 34). “El objetivo de la asistencia técnica y la construcción de capacidades del Banco Mundial para los pueblos indígenas tiende a fortalecer las organización de los pueblos indígenas e incrementar sus opciones para el etnodesarrollo” (1996: 3).

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cada vez más para inversión de emprendimientos de hidrocarburos y gas de alta rentabilidad, pero de fuerte impacto sobre el equilibrio ambiental y cultural de estas comunidades.

El discurso del Banco Mundial de inclusión de los aspectos culturales en sus estrategias de desarrollo, la promoción del etnodesarrollo e inclusive la promoción del acceso a la tierra de las comunidades aborígenes, no es otra cosa que utilizar las formas de sobrevivencia ancestrales, - siempre que no entran en contradicción con la lógica de la ganancia o los intereses de los monopolios - para la gobernabilidad del sistema. Una mirada muy rápida, como la que aquí realizamos muestra la esquizofrenia del discurso. Por un lado una retórica basada en el “respeto” a la diferencia y, por otro, aplicación de programas totalmente opuestos a su lógica de sobrevivencia, a las estructuras de parentesco, a sus organizaciones políticas y a sus cosmovisiones de vida (Alvarez Leguizamón y Sacchi, 2000) junto a aseveraciones que los valores diferentes se deben erradicar por que son “premodernos” (Stiglitz) para aumentar la productividad y los intercambios.

La violencia económica y cultural, ejercida sobre los pueblos dominados, alcanzó diversas formas de explotación de la mano de obra y de las culturas de esos pueblos. Primero se llamó colonización, relaciones post coloniales imperiales o neocolonialismo después, desarrollo a partir de mediados del siglo XX. Ahora la nueva forma de dominación encubierta es el desarrollo humano multicultural y globalizado. Al igual que en la categoría de hibridación (García Canclini, 1992), la multiculturalidad que pretende desembarazarse de los prestigios del exotismo, no puede ser mirada con una visión ingenua35.

Algunas reflexiones finales

Esta retórica que promueve un mundo de pobres donde priman los lazos de solidaridad y economías de intercambio poco productivas (indudables estrategias de los propios pobres para sobrevivir a la carencia y exclusión) junto a otras donde las relaciones de dominación y la competencia son la panacea, plantean un dilema: ¿cómo articular estos procesos de similitud que se reduce a los más pobres y excluidos, con una intensificación de la división social del trabajo, el aumento creciente de la desigualdad, la competencia y los valores de la ganancia y el lucro?. En este dispositivo el leitmotiv es “solidaridad entre los pobres, competencia y lucro para los más capaces” y “filantropía entre ellos”. Lo social se imagina como un territorio de iguales, similares, cercanos, con escasa división social del trabajo, mientras que, las relaciones económicas o la “economía política” está cada vez más complejizada, des-territorializada y con una creciente división social del trabajo, diferenciales de poder y nuevas formas de dominación territorial, exacción y explotación del trabajo, algunas de carácter neocolonial (como en el caso del oro verde del aguacate en México o las maquilas donde se recrean formas semi-serviles de utilización del trabajo).

La reprimarización de lo social, desde el punto de vista de la intervención social, estaría mostrando el paso de una moral positiva y de una situación de contrato, entre individuos relativamente libres, que devendrá en justicia social en la etapa del desarrollo del estado de bienestar a una moralización remozada de lo social. La moralización de lo social, implica el paso de relaciones de contrato a la tutela de las organizaciones intermedias, de la comunidad local, de nuevas formas de moral laica -como las organizaciones no gubernamentales - o también de una renovada neo beneficencia y neo filantropía, que constituye la nueva ética de fines del siglo XX y comienzos del XXI. El vinculo ético con el desarrollo se vislumbra también en los organismos supranacionales y en una creciente masa crítica de técnicos de organizaciones

35 Según Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant (2000: 12) “el multiculturalismo lleva a todos los lugares donde se los exporta tres vicios propios del pensamiento nacional estadounidense: a) el grupismo, que cosifica las divisiones sociales canonizadas por la burocracia estatal, como principio de conocimiento y de reivindicación política, b) el populismo, que reemplaza el análisis de las estructuras y de los mecanismos de dominación, por la celebración de la cultura de los dominados y de su “punto de vista”, elevado a real rango de proto teoría funcional; c) el moralismo, que al obstaculizar un análisis materialista racional del mundo social y económico, condena a un debate sin fin ni efectos sobre el “necesario reconocimiento de las identidades”, cuando en la triste realidad de todos los días el problema no se sitúa en ese nivel”.

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no gubernamentales que promueven una neo-filantropía laica no gubernamental la cual no ofrece garantía de derechos positivos.

Según Amin (1978), lo que él llama la ideología comunitarista anglosajona, que propone formas de desarrollo comunitario para los antillanos de los suburbios de Londres o los hijos de inmigrantes árabes de Francia o los negros de los Estados Unidos “equivale a encerrar a los individuos en esas comunidades y, a la vez, a encerrar esas comunidades dentro de los limites de los yugos jerárquicos que impone el sistema. No es mas que un apartheid no confesado” (Amin, 1978: 194). Este discurso (retórica y practica discursiva) está unido a otra de las utopías vigentes del culturalismo el cual, según Amin, se corresponde con las insuficiencias de la gestión democrática de la diversidad y con una visión que prioriza en la retórica la diversidad cultural obviando las diferencias de clase y las lógicas de exclusión social y étnica que el propio sistema produce.

Este tipo de multi culturalismo tiene un componente positivo, promueve una sociedad donde la diversidad étnico cultural debe ser respetada y tiene un fuerte componente negativo, obvia los diferenciales de poder económico y social tanto de la geopolítica mundial como del racismo local, existente y vigente tanto en los países europeos en relación a los migrantes árabes y asiáticos y latinos como en nuestro racismo latinoamericano con todos los grupos étnicos no europeos denominados de diversa forma (indígenas, criollos, cholos, mestizos, etc.)

Las representaciones predominantes de la pobreza que promueven este mundo dual, donde existe una visión de los pobres como carentes de comportamientos proclives al “desarrollo” y paradojalmente se ha descubierto su “inteligencia” para autogestionar su propia pobreza, muestran las visiones utilitarias de estos dispositivos. Sin duda estas formas de autogestión de la vida en condiciones de autoexplotación basadas en redes de solidaridad tienen una importancia fundamental para los pobres, más allá de que se encarnen desde el discurso oficial en una economía llamada social o popular en la que estos dispositivos se encarnan. Pero su promoción dentro del discurso del DH es claramente utilitaria y descalificante de las personas a las que están destinadas.

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