Diario Hachis / Nowevolution

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    Ttulo El diario del hachs 2010 Rober Gmez Diseo Grfco: nowevolution

    Primera Edicin Diciembre 2011Derechos eclusios de la edicin. nowevolution 2011

    ISBN: 978-84-938690-1-4Depsito Legal: M-41029-2011Printed in Spain (Impreso en Espaa)

    Esta obra no podr ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningn medioo soporte, ya sea impreso o digital, sin la epresa noticacin por escrito deleditor. Todos los derechos reserados.

    Ms inormacin:[email protected]

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    A la memora de mi padre,Roberto Gmez Cueva (1950-2000).

    A mi hermano Pablo, quien tan generosamenteinvirti su tiempo en mover mi primera novela.

    A Cayo de la Hoz, por dejarme adaptar esa

    ancdota suya que tan bien haba escrito ya l.

    Y a la comunidad periodstica de Ceuta.

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    Entre el dolor y la nada... elijo el dolor.

    Jean Seberg enAl nal de la escapada,escrita por Jean-Luc Godard.

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    INTROEl canto rodado.

    En cierta ocasin, por una carretera de Andaluca, acomodadoen el asiento del copiloto de un coche de alquiler y tras un

    enloquecido iaje por Marruecos, discuta alguna de mis peregrinaspseudoteoras sobre la naturaleza humana con un iejo amigoingeniero inormtico. Estaba conencido de que aquel hombrede nmeros deba escucharme losoar gratuitamente en torno alsentido de todo el maldito circo.

    Para m, casi todo se eplica con la ley de la graitacinuniersal de Isaac Newton me interrumpi entonces mientras

    conduca mecnicamente.Cul? Que los cuerpos se atraen entre s? pregunt sor-

    prendido y con cierta compasin.Eso lo eplica todo, Tomi asegur Jacobo Queruez, que as

    se llama mi amigo, el hombre de nmeros. Todo! Bueno, eso yotras teoras, como la ley de conseracin de la energa.

    La rmula de la graedad? No te entiendo.

    No, ms bien que todos los cuerpos perseeran en su estadode reposo o de moimiento uniorme en lnea recta, salo que seean orzados a cambiar ese estado por uerzas eternas. Es decir,los cuerpos tienden al estado de mnima energa.

    Ya! Y qu? pregunt con desinters mirando por la enta-nilla a los campos amarillentos quemados por la cruel solana.

    El principio de conseracin de la energa es la ms slida y

    uniersal de las leyes de la naturaleza descubiertas hasta ahora porla ciencia.

    Y qu?Que eso eplica el comportamiento de todo: de los tomos,

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    de los cuerpos, del ser humano, de las asociaciones de personas, delas empresas, de las corporaciones, de los grupos polticos, de losEstados, del unierso entero!

    No te entiendo, amigo dije arrellanndome en el asiento.Por ejemplo, Tom: te acuerdas cuando en Tnger el tipo ese

    te llam judo espaol por no haberle dado unas monedas a cambiode nada? Ese hecho te desestabiliz y te iste obligado a discutircon l para recuperar tu punto de equilibrio. No te gust nada quete llamaran judo cabrn y, disgustado, tu organismo y tu mente secrisp y comenzaste a desperdiciar energa. Si te hubieras marcha-do hubieses seguido derrochando intilmente esa energa, dndo-le ueltas en tu cabeza. El jodido runrn que te iba a hacer sentirmal contigo mismo... tal ez todo el maldito da. Por eso, todo tuser conspir contra ese despilarro de energa... y por ello te girastey discutiste con l. Aseguraste que no eras un racista cabrn y aca-baste dndole unos drhams. As recuperaste tu equilibrio, dejastede malgastar energa.

    Vaya alcanc a decir, y recuerdo que pens que eso epli-cara por qu cuando se tiene un desengao amoroso se realiza esacondenada llamada que has jurado no hacer y que haces en busca deuna seal que sugiera que no est todo muerto, que te proporcioneese pequeo punto de tranquilidad para no derramar tanta dopami-na y recuperar parte de tu orgullo daado... aunque a menudo sabesque todo est muerto y bien muerto.

    Lo mismo ocurre, por ejemplo, con una empresa que e laoportunidad de agocitar a otra. Esa corporacin, representada ensu consejo de administracin, que al n y al cabo est ormado porpersonas, estar intranquila hasta que se produzca la usin y serecupere un nueo punto de tranquilidad, el nueo punto de esta-bilidad... Como un canto rodado al que das un puntapi y generaenerga hasta que se posa denitiamente en su nueo punto de

    equilibrio.

    Tal ez eso eplicaba tambin la reaccin de mi ejee y editordel peridico Noticias de Madrid en aquella calurosa maana de

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    nales de erano en su despacho. Recuerdo que me cuadr en lasilla desconcertado. No lleaba ni medio ao en aquella redacciny ya me haba acomodado hasta el hasto. Fue un trabajo que cacal uelo por mediacin de Gerar Morientes... a quien no podradenir de mejor orma que como un izquierdista desaorado, quehaba sido mi tutor aos atrs, nada ms salir de la acultad, durantelas prcticas en un peridico local del norte de Espaa y con quientrab una amistad sincera.

    Te ocurre algo, Tom? pregunt el cicatero editor del No-ticias de Madrid.

    No, nada.Ests bien?S, perectamente... No s a qu iene esto contest al n.Te he llamado porque ests cometiendo muchos errores lti-

    mamente.Muchos errores?S. No te lo haba dicho, pero ests cometiendo muchos erro-

    res, y me gustara saber a qu se deben.Saba perectamente que no eran muchos errores. El diario solallear todos los das una buena dosis de erratas, de hecho; pero habaciertos temas sobre los que no poda haber equiocaciones. Losperiodistas que integrbamos aquella redaccin cobrbamos poco y trabajbamos mucho... pero con desgana,... y aun as sabamosque el jee estaba obsesionado con un equipo de baloncesto de

    Liga LEB que haba adquirido, con el que pretenda conseguircuantiosas subenciones de los organismos pblicos a cambio deun trato aorable en su diario. Por ello, para ponerle en un apuro,pregunt qu errores eran esos.

    Ahora mismo no los recuerdo... pero no iene al caso con-test indignado.

    Yo tampoco los recuerdo, por eso lo pregunto me empec

    a poner urioso.Ests umando porros? se decidi a preguntarme.No es que me estuiese matando a canutos... es ms, ni siquie-

    ra me gustaba el hachs que llegaba a la capital... pero s era erdad

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    que mi ida nocturna era abundante y demente, por lo que dichoserrores se deban ms bien a la igilia y la resaca alcohlica. Visita-ba siempre que poda las barras de los pubs de ambiente bohemiode Malasaa. En casa, las paredes se me caan encima y malgastabamucha energa que preera emplear en dejarme er por las mujeresde tal o cual antro. Tambin, hay que reconocer, que era un icio demi anterior trabajo como cronista musical de rock en una sugestiareista que haba echado el cierre por alta de anunciantes. Adems,Madrid es Madrid.

    Despedido del Noticias de Madrid, tue alguna oerta paramaliir en la capital espaola, pero record una del pasado, de unperidico de Septonia, una de las tres ciudades espaolas en el nortede rica, rodeada por Marruecos y el Mediterrneo, donde habatrabajado una compaera de la acultad durante un par de aos. Laciudad estaba muy prima a la cordillera del Ri, lugar que es elprimer eportador de hachs al mundo... por lo que pens que qudiantres!... a la uerza, tena que ser una seal.

    Ayman al Zawahiri, nmero dos de la red terrorista AlQaeda, llama a los habitantes del norte de fica, en un vdeodiundido este jueves por internet, a que liberen su tierra delos hijos de fanceses y espaoles, requisito para cumplir eldeber de recuperar Andaluca para el islam.

    Puse la comida a uego lento y me acerqu al teleisor.

    La recuperacin de Andaluca es un deber para lanacin en general y para ustedes en particular, dice el brazoderecho de Osama bin Laden a los pueblos de la regin del Magreb, a la que pertenecen Marruecos, Argelia, Tnez yMauritania. Solo se podr alcanzar ese objetivo librandoal Magreb islmico de los hijos de Francia y de Espaa que

    han regresado.Inorm un busto parlante en la segunda edicin del teledia-

    rio de la primera cadena pblica.

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    El vdeo es una compilacin de una serie de grabaciones publicadas por Al Qaeda con motivo del sexto aniversariode los atentados del 11 de septiembre de 2001 en EstadosUnidos. La grabacin, de ms de ochenta minutos, retomaviejas declaraciones de dirigentes del grupo. Al Zawahirihace un vibrante homenaje a los padres y abuelos de losmagrebes que dieron su sangre para expulsar a fanceses yespaoles.

    Espero que mi madre no haya isto esto musit oliendoa la cocina.

    Nos reunimos cerca de einte personas en mi pequeo aparta-mento, apretados, sin duda. Baj la msica casi al mnimo, creo quesonaba una cancin de Rob Zombie cuando ibr el timbre. Unapareja de policas me identic y deslamos de uno en uno por lasdesencijadas escaleras del iejo edicio de cinco plantas situado en

    la zona de Moncloa.Lleaba algo ms de medio ao trabajando en el estresante Ma-drid. Dejaba un buen puado de amigos, tres amantes espordicasy apenas uno o dos enemigos. Me lle casi dos semanas decirlesadis a todos ellos.

    Gerardo Morientes, Gerar, era el jee de la seccin de Culturadel Noticias de Madrid, un tipo al borde de la cincuentena que ue

    hippie cuando haba alguna esperanza de cambiar el mundo. Ahora,tiene un par de nios crecidos y ie en un chal en las aueras de lacapital. Me acompa en mis ltimas horas en Madrid, a los demsintegrantes de la esta los uimos perdiendo de pub en pub. Habarecibido tantos abrazos de gente borracha esa noche que me dolala espalda. Gerar pagaba las cerezas y yo las apuraba con ruicin.Luego pasamos otra ez por mi apartamento y cog el enorme tro-

    lley y el porttil. A mi casero, o ms bien a mi ecasero, no le iban agustar nada las condiciones en las que haba quedado el piso, habacolillas esparcidas por el suelo y hasta en el ltimo objeto con ormade recipiente... y algn que otro aso roto en el regadero... pero ya

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    me haba deuelto la anza el da anterior, cuando se pas a er enqu estado iba a dejar aquella cuea. Y aunque me quit las lla-es, yo haba copiado un segundo juego.

    Nunca consigo dormir bien cuando tengo que iajar, as que de-cid organizar una despedida a la que llam Fiesta hasta la ista,Madrid hola, culo del mundo, tal y como rezaba un gran cartel quecolgu en la puerta de mi apartamento. Cuando era nio y compar-ta habitacin con mis dos hermanos siempre me quedaba con losojos abiertos oyndoles respirar proundamente, lo que me indica-ba que ya haban cado en los brazos de Moreo. En cambio yonunca he tenido el sueo cil. Por ello, quera dormir la borracheraen el ain y agradec a Gerar que me acompaase en mis ltimashoras en la capital.

    En 2001 estue junto a l en el moimiento antiglobalizacin enBarcelona contra la cumbre del Banco Mundial. Yo acud porque notena otra cosa mejor que hacer... pero Gerar se tomaba estas cosasmuy a pecho. Incluso particip en los iolentos enrentamientos

    contra los Mossos. Muchos lo criticaron, pero lo cierto es que sin iolencia nadie hubiera hablado de aquello... sin iolencia no sehubiera conseguido, por ejemplo, que la cumbre uera cancelada ysustituida por una ideoconerencia.

    Por primera ez desde Mayo del 68 nos tienen miedo, los po-derosos an a saber que ya no pueden hacer lo que quieran. Es tanbonito! me haba dicho Gerar, borracho, en la Ciudad Condal.

    Entonces, su mujer le amenaz con diorciarse si acuda aSalzburgo y ah acab todo... o ms bien... todo recuper su puntode equilibrio.

    Yo cubr para La nacin el asesinato de Carrero Blanco medijo encogido dentro de su gabardina, en la resca madrugada deloctubre madrileo, mientras esperbamos al tai que habra dellearme al aeropuerto.

    Eso debi de ser en 1972, no? Ni siquiera haba nacido contest a Gerar, quien mostraba una serena embriaguez bajo la nay ra lluia.

    El 20 de diciembre de 1973 me corrigi. Yo era todaaun reportero sin eperiencia.

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    Le haba odo relatar aquella historia cientos de eces y no que-ra oler a orla. Ech a andar en direccin a la parada de tais yGerar me sujet del brazo.

    Aquel enorme agujero en la calzada de la calle Claudio Coelloy nadie, ni yo ni el resto de periodistas, sabamos dnde diablos es-taba el maldito Carrero Blanco. All solo haba un inmenso crter.La eplosin ue tan iolenta que el coche ol por los aires y cayen la azotea de un edicio aneo sonri.

    Le deol la sonrisa con compasin. Via ya de sus historiaspasadas.

    Y nadie nos lo dijo prosigui. Y all estuimos arios mi-nutos mirando el crter. Se ech a rer estruendosamente epul-sando una gran bocanada de aho. Y recuerdo que estbamos yacansados de esperar y el corresponsal del Noticias de Madrid, queera ngel Ruiz...

    ngel era el ms eterano de los periodistas del Noticias, alborde de la jubilacin ya, ansiaba recordar l mismo a todas horas

    a quien quisiera escucharle.S, ya sabes lo cabrn que es... Pues empuj al crter secarcaje de nueo logrando contagiarme la risa, pese a que conocade memoria la historia a un chaal, que estaba en prcticas en nos qu medio, y que se cay al enorme agujero... Gerar no podaparar de rer.

    Ya, y no era capaz de salir por s mismo continu la historia.

    Gerar se me colg de las solapas tambalendose. Me contagila risa, mientras los escasos iandantes que haba por la Gran Vacruzaban de acera.

    Entonces... entonces... casi no le alcanzaba el aire, enton-ces ino una ambulancia y los enermeros lo sacaron y se lo llearona la uerza en la ambulancia mientras l gritaba: Soy periodista!.Su caja torcica estall en una gran carcajada que al instante le

    prooc un preocupante acceso de tos.

    Lo ltimo que recuerdo es dar un abrazo a Gerar, maldecir el rode Madrid y subir al tai, donde trat de dormir hasta el aeropuerto,

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    abriendo un ojo de ez en cuando para cerciorarme de que aqueltipo me lleaba directamente a Barajas.

    La azaata me oreci una almohada y una bebida.Una cereza ped.La ltima, me dije.Despegamos y obser por la entanilla la monstruosa urbe en

    que se haba conertido Madrid. Record la noche anterior, cuandollam a mi madre para contarle que me iba a rica.

    S lo que intentas me lanz amargamente.Qu quieres decir? la pregunt.Te ests despidiendo como si no ueras a oler a Espaa.Septonia es Espaa, mam. Y por qu no iba a oler? Es-

    taba seguro de que haba isto las noticias... las amenazas de Al Qae-da y todo eso. Mam, no te preocupes por nada.

    Cmo no me oy a preocupar si dos das antes de que te mar-ches all amenazan a los espaoles con arrojarles al mar?

    Pero mam, aqu tambin hay terrorismo, y en Londres...Realmente no estamos seguros en ninguna parte, si lo piensas bien.

    No digas tonteras.Me oblig a prometerla que olera sano y salo. Como si meuera a una corresponsala de guerra. Las madres!

    En la cola para subir al autobs de Mlaga a Algeciras me jen una escultural mujer negra entre la mayora de rabes mucho

    menos pigmentados.En el autocar tena intencin de dormir todo el trayecto, pero laseora que tena detrs golpeaba mi asiento cada ez que lo recli-naba.

    Seora, esto es un autobs nocturno, as que oy a reclinar elrespaldo de mi asiento! espet con enojo.

    No hablaba espaol, pero obser cmo la escultural mujer

    negra me miraba con desaprobacin. Seguramente me tomara porun racista. Me poda haber tocado junto a ella y no al lado de aqueltipo gordo que ola a ropa hmeda.

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    LIBRO PRIMERO:

    EL SNDROME DEL

    VIENTO DEL ESTRECHO

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    Bienvenido a la ciudad de Septonia

    A la Ciudad Autnoma de Septonia solo se puede acceder en he-licptero o por mar. El aparato, desde Mlaga, sale a unos noentaeuros el trayecto de ida, as que tom el erri desde Algeciras portreinta y seis (una barbaridad, de cualquier orma, por atraesaruna quincena de kilmetros de agua salada). No era ningn secretoque las compaas naieras concertaban sus precios y uncionabancomo un crtel para eitar la mutua competencia y aumentar susmrgenes de benecio.

    Me alegr cuando i a la esbelta mujer negra esperando el em-

    barque hacia Septonia. La obser con disimulo y luego, en el pom-poso barco, me sent primo a ella, como transportado, casi sin serconsciente de ello.

    El erri comenz a moerse al tiempo que amaneca. Haba unaista etraordinaria, con el horizonte rojizo ms all del pen deGibraltar, pero no pude moerme hasta los enormes entanalesporque no quera descuidar mi maleta ni, sobre todo, mi porttil,

    as que obser la traesa desde la distancia sentado en mi cmo-do silln mientras Ian Gibson hablaba de su nuea obra,El hombreque detuvo a Garca Lorca entreistado en el inormatio de CanalSur, en uno de los mltiples pequeos teleisores con sus brilloscatdicos colgados del techo, los cuales poco a poco comenzaron atener ms y ms molestas intererencias a medida que llegbamos alecuador de la traesa.

    Ech una cabezada y ol en m justo cuando entrbamos enSeptonia. En los pequeos teleisores, ahora, un hombre de las no-ticias del canal andaluz daba la inormacin de la detencin de unatreintena de inmigrantes en las costas de Almera, a donde haban

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    arribado en un par de pateras. Mir de nueo por el entanal y mesorprendi er una estatua gigante de bronce de un Hrcules mus-culoso y crispado, que agarraba con tensin dos enormes columnas.El coloso estaba en una pequea roca que sobresala a medio cen-tenar de metros del puerto. Todaa adormilado, me pregunt si noestaba arribando a una ciudad poblada por gigantes.

    Mitolgicamente, Hrcules uni las aguas del Mediterrneo conlas del Atlntico al separar las dos columnas del n del mundo: unase deca que estuo en Calpe (Gibraltar) y la otra se la disputabanCeuta y Septonia, dos Ciudades Autnomas espaolas separadaspor menos de einticinco kilmetros. Y Ceuta tena tambin susestatuas, en este caso a pares. Al parecer suya ue la idea en origen,pero claro esto no sent muy bien en Septonia. As que si Ceutatena dos estatuas de casi siete metros que haban costado cerca deun milln de euros Septonia tendra la suya y esta meda cator-ce metros y medio por dos millones.

    Cuando pis suelo aricano recuerdo que sent un engaoso si-

    lencio solo interrumpido por el graznido histrico de las gaiotasy un hmedo calor que te golpeaba la cabeza. En la cola de la para-da de tais, en la estacin martima, ol a coincidir con la esbel-ta dama negra. Debe de ser mi da de suerte, me sonre... an mscuando el taista nos propuso compartir gastos.

    Dnde as? le pregunt el taista, un rabe que me hizo,equiocadamente, suponer que poda ser marroqu.

    A Septonia respondi la mujer con una epresin de recelo.A Septonia, dice! Y dnde estamos? En Melilla? riel taista.

    Habl con la mujer en ingls.Dice que a a la zona centro.Y t, adnde? me pregunt.A la pensin El Tosco, en el pasaje Dila.

    Te lleo a ti primero dijo.Seguro que es lo mejor para su bolsillo , pens. El taista me dio

    conersacin por ser quien iba en el asiento del copiloto y el quehablaba castellano.

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    De dnde eres?Vengo de Madrid, pero nac en Torrelaega, en Cantabria.Me encantara ir a Cantabria me coment. Me pregunt

    todo tipo de detalles sobre qu hay que hacer para arribar a Santan-der... como si algn da se uera a decidir a ir ms all de Andaluca.No lo cre.

    Al llegar me sum dos euros por los bultos y en total hicieroncerca de seis. Me desped de la hermosa mujer de color anhelandooler a erla. Dese tambin la honradez del taista para ado quedescontase a la indeensa dama lo que yo ya haba pagado. El iejoMercedes se perdi carretera abajo.

    La pensin, la ms barata que haba encontrado por internet, seencontraba en una empinada colina con preciosas istas a la zonasur de la baha que ormaba la pennsula de Septonia. Era, pese alpaisaje de acantilados, una zona deprimida de la ciudad. Para acce-der a la pensin haba al menos una eintena de escaleras y menosmal que dos obreros marroques se apiadaron de m y me echaron

    una mano con la atroz maleta.Me recibi un hombre de unos cincuenta y cinco aos con losbrazos tatuados con tinta azul al estilo de la Legin. Era simptico,pero su negocio era una pocilga y un autntico laberinto de pasillosy habitaciones sin ningn sentido del orden.

    Mi cuarto solo tena un catre, una mesilla de noche y un cenicerode latn. Ni tele, ni bao, ni armarios. Lo que ms me gustaba de la

    pensin era una tortuga de unos treinta centmetros de dimetroque campaba a sus anchas por los pasillos y a la que puse el satriconombre deJumping Jack Flash II.

    Pagu por adelantado dos das, luego llam al director deEl Ciu-dad de Septonia, que se llamaba Andrs Gonzlez. Me inent quemi uelo se haba retrasado y que necesitaba dormir cuando llegase,as que me dio permiso para incorporarme al peridico por la tarde.

    Intent dormir, pero el presunto elegionario haba emprendidouna serie de reormas y haba arias habitaciones en obras, dondeun par de obreros marroques (estos s eran marroques) se aana-ban en derribar techos y muros. Por ello, decid abrir mi neceser

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    y tragarme medio somnero, de los que nicamente haca uso ensituaciones ecepcionales como aquellas... pues, a dierencia de otragente, tengo ese respeto para no acabar enganchado a los ansiolti-cos... algo que puede ocurrir casi sin darte cuenta.

    Dos das antes de partir hacia Septonia me recorr el Madrid mscabrn junto a mi amigo Fran Iturbe, en busca de drogas, por si mesenta demasiado solo o nerioso en la Ciudad Autnoma. Nuncase sabe. Llenamos mi neceser con una bolsa de marihuana casera,una caja de Valium y otra de un antidepresio de ltima generacinque compraba Fran a tras de internet. l era de la opinin de queel Prozac y el Vandral deberan enderse en las armacias y as todoel mundo tendra la posibilidad de escoger ser ms o menos ineliz.No somos nios, deca, tengo todo el derecho del mundo acontrolar mis nieles de serotonina en el tarro.

    Cuando despert, me ase en el plato de ducha sin cortinas del

    bao eterno, lo que se tradujo en que todo el suelo se llen de agua,pero de cualquier orma ya estaba hmedo cuando entr, supongoque por el anterior desgraciado que utiliz la ducha.

    Com un bocadillo y me encamin al peridico. A las cuatro dela tarde comenc a notar en todo su soocante esplendor el calornortearicano que a las nuee de la maana casi me haba pasadodesapercibido. Mi espalda empapaba la camisa de sudor y me di

    cuenta de que, si Septonia es el culo del mundo, yo estaba en el culodel mundo de Septonia. Baj por una enorme y empinada cuestaque luego tendra que subir bajo treinta grados centgrados, maldi-je. Lo nico que mereca la pena eran las istas al mar y a los suciosacantilados, que eran utilizados por los ecinos como ertederos(de electrodomsticos especialmente), con Marruecos al ondo yuna ortaleza del siglo xv con sus murallas colosales, oliendo la

    cabeza, arriba del camino.Apenas me cost encontrar el peridico, pequeo pero moder-

    no y pegado a las playas ,que contempl umndome un cigarropara calmar los nerios antes de entrar. Desde all arriba, la arena y

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    el agua tenan un color erdusco. Me entraron por momentos unasganas ormidables de bajar y darme un bao en calzoncillos.

    El director del peridico, Andrs Gonzlez, del que no supe qupensar, me recibi con los brazos abiertos y me propuso escribir unpequeo reportaje esa misma tarde sobre un circo ambulante insta-lado durante dos semanas en la ciudad.

    Esperaba encontrar periodistas trotamundos y desarraigados,pero por lo que pude er... todos parecan dierentes unos a otros,la mayora ms jenes que yo. Sal del peridico armado con unacmara de otos, un cuaderno y un bolgrao. Mi charla con el u-nmbulo propietario del circo, a quien encontr sentado en una silladelante de la carpa, result estimulante y agradable. Me lle a echarun istazo a una leona que haba encerrada en una pequea jaula, unanimal imponente que se me antoj triste en su cautiidad.

    De regreso a la redaccin trat de hacer un buen reportaje, dis-tinto, para impresionar en mi primer da. No s si lo consegu... peros s que cumpl con lo mnimo que esperaban de m. Me despe-

    d hasta el da siguiente y me encamin de uelta a la pensin msmsera de Septonia. Fumando un cigarrillo, en calzoncillos sobrela cama, con el agradable ro que me trasmita el latn del cenice-ro sobre mi ientre, escuchando por el pequeo altaoz del porttilelMellon Collie and the Innite Sadness de los Smashing Pumpkins,supe que deba encontrar un piso de alquiler antes de una semanapara no deprimirme ms de la cuenta.

    El ruido brusco del pomo de la puerta interrumpi mi descan-so a eso de las nuee y media de la maana del da siguiente. Meleant mientras pensaba que sera la mujer de la limpieza... perome result ingenuo a m mismo al suponer que en la pensin msdesenturada de la ciudad alguien iba a moer una escoba. Abr en

    ropa interior y me encontr a los dos obreros marroques que el daanterior me haban ayudado a subir la maleta.

    Qu es lo que pasa? pregunt.Se miraron el uno al otro con cara de nosotros-no-entende-

    mos-nada-ni-queremos-entender.

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    Quin quera entrar en la habitacin? pregunt mientrascada ez me encontraba ms seguro de que no haba buenas inten-ciones en ellos.

    No respondieron. Uno de ellos cogi el mazo y comenz a de-rribar una pared mientras el otro segua mirndome estpidamente.

    Me cago en la puta! Que a nadie se le ocurra entrar aqu! gru dando un portazo.

    Oye, jee, uno de los marroques ha intentado entrar en mihabitacin.

    Cmo? dijo sorprendido.Que estaba descansando en mi habitacin y uno de los obre-

    ros marroques ha intentado entrar, pero tena trancada la puerta.Eso es imposible.Cmo que es imposible?Hablar con ellos.Por su actitud tan indierente supe que no tena ninguna inten-

    cin de perder el tiempo conmigo.Le adierto que si me desaparece algo llamar a la Polica.A la Polica? no le gust nada.No lo dude.Para empezar esos marroques, como t dices, son tan espa-

    oles como t.Pues se hacen los suecos muy bien.

    Me importa una mierda...Me ol rustrado al jodido cuartucho.Durante los siguientes das en la pensin ms calamitosa de Sep-

    tonia no cruc palabra con el propietario, aunque coincidamos unao dos eces por jornada en los labernticos pasillos del albergue.

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    La pequea redaccin de El Ciudad de Septonia

    La comunidad periodstica de Septonia, que se conormaba en tor-no a dos diarios, un puado de radios, un par de emisoras de te-leisin y una web de inormacin dscola, giraba sobre una basede jenes periodistas recin licenciados en cualquier acultad dela Pennsula y que entraban y salan continuamente de la ciudaddejando un ago recuerdo a menudo. Eran el grupo ms ortodoo,porque entre los llamados ya eteranos no haba uno igual aotro: coeistan los brillantes periodistas con los trotamundos dip-smanos y, entre medias, todo el espectro posible de proesionales

    responsables a juerguistas recalcitrantes.En la redaccin de El Ciudad de Septonia coincida por aquellapoca Guillermo Corsa, un subdirector que todaa no llegaba a latreintena, cuyos antecesores amiliares, a principios del siglo xx,se localizaban en un pequeo pueblo del sur de Italia. Aunaba ungran talento con una capacidad inusitada para el trabajo, por lo quetodo el mundo se preguntaba qu diablos haca all y por qu no tra-

    bajaba para algn diario de tirada nacional. La einteaera BeatrizBamba era la redactora jea de la seccin Local, menos noata quela mayora de la redaccin, pero que no pareca que uera a durarmucho en el cargo, al estar rontalmente enrentada con la direc-cin (ellos consideraban que no trabajaba lo suciente y ella quela eplotaban ms de lo suciente); y Miguel Naes, cuyo cerebrodeba a la uerza haber sido cosido como un baln de tbol cua-

    renta aos atrs, era el redactor jee de la seccin de Deportes. Yluego estaba la plyade de redactores rasos recin salidos del hornouniersitario: Diego F. Campodio, un tipo nerioso como un gatoe inestable como la nitroglicerina, combinacin que le conerta en

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    una bomba retardada andante; Sandra Cabrera, silenciosa y elegan-te chica de mirada emme atale; el neoacha Leandro Pamploni; laingenua Sara Malaz y el perezoso laro Vidancos. Al margen detodos estaba Jaime Gutirrez, un tipo obsesio a quien la empresahaca el aco por haberle pillado, en ms de una ocasin, quejn-dose de las condiciones laborales. Haba llegado a ser redactor jee,pero le degradaron y desde entonces buscaba la orma de reentar elperidico desde dentro. Y, por ltimo, Enric Rodrguez, un catalnque estaba de acaciones cuando aterric en la redaccin delEl Ciu-dad,y de quien todo el mundo hablaba a menudo recordando esteo aquel otro alboroto.

    El director de todo aquello era Andrs Gonzlez. nicamente melle una semana darme cuenta de que no haba pasado por acultadalguna y que ni siquiera haba logrado hacerse respetar aprendiendoel ocio en los ltimos einte aos que lleaba en la proesin. Dehecho, se haba preocupado ms por ser un contumaz lameculos y,tras un bree y desastroso paso por la poltica, logr que por sus

    pecados le concediesen un puesto de director de un diario que, sinser muy grande, le quedaba muy grande. De hecho, renegaba de unpasado en el que orm parte de una corrupta ormacin polticaque ejerci una gran presin sobre los (qu irona!) actuales gober-nantes, a quienes por aquel entonces insult a menudo cara a cara.Tambin en ese pasado, del que no quera ni or hablar, se habaenrentado (que irona!) a su actual editor. Por ello, siempre ia

    intranquilo. Nicols Maquiaelo dej escrito que aquel que pienseque los aores harn que los grandes personajes oliden oensaspasadas, se engaa a s mismo. En ese terror a que la mima ma-quialica se cumpliera ia Gonzlez, de quien hay que lamentartambin que uera decididamente racista... Es una semblanza tris-te, lo s; pero en su descargo hay que reconocer que tena un tratoagradable y que se le poda manejar en un buen nmero de circuns-

    tancias, porque, a menudo, pareca sentirse acomplejado ante loslicenciados, lo que trataba de disimular a toda costa, a eces inclusopor encima de su obcecacin manipuladora y complaciente con elpoder. Y eso nos daba un respiro.

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    Al editor, Jaier ngel Muiz, solo se le ea unas dos eces porsemana, pues haba delegado la uncin de gerente en su hijo Alre-do, un joen de ida cil a quien su padre ya haba echado a per-der obsesionndolo con el dinero. El editor era un nueo rico que,aseguraban, haba logrado su ortuna en los aos ochenta, pasandohachs a la Pennsula. Miraba por encima del hombro, pero yo es-taba conencido de que era, en el ondo, un tipo tmido hecho a smismo y que ahora renegaba de su pasado narco, lo que le ponasiempre en una posicin deensia ante cualquier interlocutor. Porsupuesto, como casi toda la calaa de editores de diarios, lo nicoque cruzaba su cabeza da y noche era aumentar sus cuotas de ri-queza e infuencia sobre la ciudad.

    El que sacaba adelante da tras da el peridico era el subdirec-tor. Se podra decir que Corsa eraEl Ciudad, quien obtena la ayuda justa de Bea, la redactora jea, mientras que Naes solo quera orhablar de deportes, por lo que era ideal para su cargo. Sola empezarsiempre sus rases de la misma orma: Como t sabrs, Tom...

    o Corsa... o Bea, y luego te deca que tal jugador de la Segunda Bue contratado en el ao 1992 por el Elche tras lesionarse la rodilla,por ejemplo. Por lo general, nadie saba de lo que estaba hablando,por lo que asentamos sin mucho entusiasmo. Se poda decir queera un aburrido archio de datos deportios de los tres ltimos de-cenios, con los cuales, por otro lado, se podra haber hecho un buenTriial temtico.

    Diego F. Campodio era un muchacho grandulln y orondo einfeible que se encontraba a gusto en el ictimismo. Vea moli-nos de iento por todas partes y nunca supimos si era debido a unapredisposicin gentica o a una estricta educacin de sus padresmilitares, es decir, si la naturaleza le jug una mala pasada o bienue condicionado socialmente... o la desgracia de ambas cosas eleterno debate, no? El hecho es que posea un absurdo acerbo de

    normas conductuales de todo tipo, que no solo se eiga a s mismocon el mayor de los esmeros, sino a todo el que tena la desgraciade coincidir a su lado. Tal ez por ello, su nica noia, una periodis-ta del otro peridico de la ciudad, le haba abandonado haca unos

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    meses por Vidancos, a quien apunt en su lista negra (estbamospersuadidos de que eista tal lista). La consecuencia ue que le re-tir la palabra, a no ser que se iese obligado a hablar con l poralgn motio estrictamente proesional, como reconoca (era unade sus normas conductuales). Vidancos, por su parte, era un buentipo, aunque muy anidoso y ago.

    La estilizada Sandra era una periodista que destacaba de una or-ma muy ortodoa y que cumpla siempre con mucho sentido co-mn. De todas ormas, era una de esas mujeres intocables. Vestamuy elegante, lo que resaltaba an ms su belleza. Deca que tenaun noio en Inglaterra, pero yo no entenda cmo se poda mante-ner una relacin tan a distancia sin echar un polo de ez en cuando.

    Leandro Pamploni era un ignorante pijo arrogante e histrinico.Su abuelo haba sido general del ejrcito y su delidad a la amilia lehaca andar siempre dando la murga con alabanzas a la dictadura deFranco, por lo que se gan la simpata del director, Andrs Gonz-lez (quien coleccionaba en su mil marchas ranquistas), pero las

    reticencias del resto de la plantilla, especialmente de Nordin Dris, elotgrao rabe del peridico, que sola humillarle llamndole a-chilla cuando Gonzlez no le oa porque estaba encerrado en sudespacho, simulando que trabajaba en algo importante.

    Nordin estaba casi siempre de mal humor, pero si sabas tratar-le descubras que tena buen corazn. Haba estudiado en Londres y hablaba ingls, rancs, espaol y rabe. El otro otgrao era la

    anttesis de Nordin. Se haca llamar Mike, pero su erdadero nom-bre era Miguel. Un redomado tunante con una prounda incultura.Realmente no era otgrao, ue dueo durante muchos aos, losaos del esplendor de las maas de la droga, de una tienda de len-cera, y acab de rebote cogiendo una cmara un buen da, lo quepareci gustarle, pese a su nulo talento y predisposicin para ello.De hecho, solo tena un ojo bueno, porque el otro no lo tena debi-

    do a un tumor en su inancia. Era tuerto... y entre el parche y el ojode cristal haba optado por esto ltimo. Pese a su incompetencia,me caa bien y siempre podas contar con l para lograr una oto, pormuy comprometida que uese, ya que presuma de tener amigos

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    hasta en el inerno, como le gustaba ardar; y, creo, sinceramente,que si le hubiramos retado algn da, hubiera sido capaz de retrataral presidente de la ciudad sentado en la taza del ter.

    Por ltimo, estaban los chicos de la cuea, es decir, los maqueta-dores e inormticos, unos cincuentones malolientes y borrachinesque se puede decir, sin eagerar, que ian en la planta superior delperidico. Por alguna etraa razn, los chicos de la cuea la habantomado con el piso de abajo y nos complicaban la eistencia todolo que alcanzaban, en especial Antonio Martnez y el desgraciadoMartn Corrado, un hombre sin personalidad y, por ello, manipula-ble. Martnez era el sudoroso chiato del editor... y este le premiabasin acaciones. Los dos trabajaban trescientos sesenta y dos jorna-das del ao (hay tres das en que la prensa no sale, dos en Naidad yuno en Semana Santa, y que ambos esperaban, lgicamente, comoagua de mayo). No haba lgica... ni mucho menos dignidad... entodo aquel etrao asunto.

    Luego estaban unos cuantos trabajadores eternos, colaborado-

    res eteranos que aparecan por el peridico de ez en cuando. Lamayora eran delirantes ultraderechistas, que no se ruborizaban a lahora de soltar toda su basura ormal e ideolgica en las pginas deldiario. La mayora de ellos no hubieran sabido rellenar una postalcorrectamente... pero haba uno al que, por lo menos, se le entendalo que escriba, por lo que destacaba entre todos: Miguel del All,que era el que ejerca como perro de presa del editor. Era un camo-

    rrista pendenciero que se tena a s mismo por un gran columnista,por lo que era capaz de cargar con ereza contra cualquiera que ro-zase su ego. De ez en cuando incluso proocaba peleas en tabernas.

    De la plantilla ja, solo el director, la redactora jea y los ot-graos Nordin y Mike eran septones. El resto habamos llegado deuera y tenamos muy claro que estbamos all de paso.

    Esta era la redaccin deEl Ciudad de Septonia.

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