Cuentos Manuel Mendez

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Apéndice 13

Los pobres ricos

El ricacho don Isauro llegó a prisa a casa de su sastre don Agapo.

—Don Agapo, quiero que me haga ahora mismo un traje de pobre.

—¿Piensa usted ir a un baile de disfraces, don Isauro?

—No, señor. Quiero hacerme pobre. ¿Me oye usted?

—S, señor, pero hay muchas maneras de hacerse pobre, así como hay muchas maneras de hacerse rico.

—Le advierto que yo me hice rico con la plusvalía.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Que me hice rico haciendo sudar en exceso a mis trabajadores. Por eso quiero hacerme pobre sin tener

que hacer sudar a nadie.

—Pero es que hay muchas clases de pobres, don Isauro. Por ejemplo, tenemos el pobre de nacimiento, el

pobre por correspondencia, el pobre de Dios, el pobre pícaro, el pobre a plazos, el pobre a medias, el

pobre de sopetón, el pobre quebrado, el pobre sinvergüenza y el pobre pordiosero.

—Pues yo quiero hacerme un pobre pordiosero de los de antes, de los que iban pidiendo un chavito casa

por casa.

—¡Ay bendito! ¡Qué disparate! Por su madre, no haga eso, don Isauro.

—No me contradiga, don Agapo. Yo tengo razones muy poderosas para hacerme pobre. Una de ellas es

para evitar que me secuestren.

—Pero si en Puerto Rico no han empezado a secuestrar a los ricos todavía, don Isauro. Eso es en la vieja

Europa. Aquí lo que hay son asaltos a los bancos al estilo yanqui.

—¿No sabe usted que es más fácil secuestrar a un ricacho que asaltar a un banco? Tiemblo de pensar que

me puedan secuestrar y asesinar.

—Pero no llore usted por eso, don Isauro. Lo que usted tiene que hacer en caso de que lo secuestren es

entregar sus millones.

—¿Y con qué me quedo entonces, don Agapo?

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—Se queda pobre. Eso es lo que usted quiere. ¿Sí o no?

—Así no, don Agapo. Por las malas no. Yo quiero hacerme pobre por las buenas, por la vía democrática.

—Don Isauro, si yo fuese un millonario como usted no me hacía pobre ni por todos los millones del petróleo árabe.

—Se conoce que usted nunca ha sido un ricacho.

—Por culpa mía no ha sido, don Isauro. Yo hice la solicitud a tiempo pero todavía no la han considerado. Que no se

diga luego que ha sido por desidia mía.

—Pues el día que se haga ricacho va a saber usted lo que duele tener que pagar tantas contribuciones para sostener

esa burocracia, ese ejército de empleados y funcionarios gubernamentales.

—No sea usted injusto, don Isauro. En ese ejército militan los funcionarios a cargo de impartir la justicia. Sin esa

justicia no sería usted tan millonario como es, ni tendría la oportunidad de meterse ahora a pobre.

—Don Agapo, yo no he venido aquí a discutir la justicia sino a que me haga un trajecito de pordiosero. No quiero

ser rico un momento más. No quiero líos con los amigos y parientes que vienen a pedirme dinero prestado porque si

les presto no me pagan y si no les presto se vuelven mis enemigos. Ser rico es ser desdichado, don Agapo. ¿Quiere

usted mayor desdicha que verse uno rodeado de tantos pobres envidiosos?

—¿Y a pesar de eso usted quiere meterse a pobre, don Isauro?

—Porque es mejor ser pobre y envidioso que ser rico y envidiado.

—No me convence usted.

—Don Agapo, usted no sabe lo que cuesta sostener cinco automóviles, un yate grande, un avión y, de ñapa, tres

mujeres.

—¡Vaya con la ñapa, don Isauro! ¿Por qué no vende las mujeres?

—Ya he vendido dos, pero me queda una que vale por diez.

—¿De lo majadera que es?

— No, señor. De lo buena hembra que es. —¿Quiere comprármela?

—Gracias...soy impoluto.

—¿Todavía?

—(Abochornado.) Todavía.

—¿Por qué no hace la prueba con ella?

—Porque no me atrevo.

—Tendré que regalarla entonces porque los pobres no deben tener mujeres.

—Se conoce que usted no ha sido pobre, don Isauro. Hay pobres que tienen varias mujeres.

—¿Y cómo se las arreglan para sostenerlas?

—Las ponen a trabajar.

—¿Ve usted la ventaja de ser pobre? Convénzase, don Agapo, no vale la pena

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ser rico. Además, la vida está carísima hoy. En mi juventud, una gallina valía una peseta, y un huevo dos centavos.

¿Cómo se explica eso?

—Porque eran huevos de gallina.

—lAy! Dichosos tiempos aquéllos, hace medio siglo, cuando usted alimentaba su familia con fritangas y cuchifritos,

cuando una caneca de ron “pitorro” valía quince centavos, cuando los perros se amarraban con longanizas y los

cortadores de caña ganaban cincuenta centavos por un día de trabajo.

—Aquellos tiempos ya pasaron, don Isauro.

—Desdichadamente. Hoy lo que hay son fábricas sin exención contributiva. ¡Ay! ¡Si volvieran los tiempos de bajos

salarios cuando se podía montar una fábrica y no pagar contribuciones!

—Se acabó la guachafita de pagar salarios bajos y no pagar contribuciones. Ahora pronto habrá que pagar el salario

mínimo, don Isauro.

No me miente eso, don Agapo, que me entra la temblequera. Vamos, pronto, hágame el trajecito de pordiosero.

—Don Isauro, le advierto que si se mete a pobre y se roba una latita de carne picada en el supermercado, lo meten a

la cárcel hasta que le celebren juicio.

—¿Y por qué?

—Porque los pobres no tienen con que pagar la fianza. Lo mismo que si un pobre hace un prestamito cualquiera y

no puede pagarlo, lo persiguen como a un prófugo. No es lo mismo que cuando un rico hace un préstamo de varios

millones para construir un condominio y si no puede pagar se declara en quiebra y se pone las botas. Igual que los

ricos que se roban los fondos públicos, nunca los meten a la cárcel. Yo le aconsejo que antes de meterse a pobre, don

Isauro, se dé usted una vueltecita por las cárceles y verá que todas están llenas de pobres.

—Don Agapo, yo tengo otras razones para meterme a pobre. Tengo razones religiosas y morales para no seguir

siendo millonario. Acuérdese lo que dijo Jesucristo que primero entra un camello por el ojo de una aguja que un rico

al reino de los cielos.

—Comprendo. Usted quiere hacerse pobre para entrar, como si fuera un camello, al reino de los cielos por el ojo de

una aguja.

—Exactamente. Si usted supiera que las veces que he tratado de entrar al cielo por el ojo de un camello, he

fracasado.

—¡Cómo no va a fracasar! Si al cielo no se entra por el ojo de un camello. Se entra por el ojo de una aguja. Lo digo

yo que soy sastre y tengo buen ojo para ensartar la aguja.

—¿Me podría prestar usted su aguja para entrar al cielo por el ojo de un camello?

—Le repito que no es por el ojo del camello.

—Perdón, por la aguja del camello.

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—Tampoco, don Isauro.

—¡Basta ya, carajo! Entraré al cielo aunque tenga que pasar por el ojo del culo del camello!

—Pero primero tiene que hacerse pobre.

—Perfectamente. Hágame el trajecito de pobre.

—Tenga. Póngase este traje de pordiosero ahí en el cuarto.

—Ya no soy rico, don Agapo— dijo don Isauro al regresar del cuarto vestido estrafalariamente de pordiosero.

—¿Me queda bien el traje de pordiosero?

—¡Estupendo! ¿Y qué lleva usted en esa bolsa?

—Mis ahorros de pobre. Un millón de pesos.

—¿Y para qué diablos quiere usted ahora un millón de pesos?

—Por si acaso me va mal como pobre me meto otra vez a millonario.

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