Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

929
LA PIEDRA LUNAR (1868) Wilkie Collins Prólogo En 1841, un pobre hombre de genio, cuya obra escrita es tal vez inferior a la vasta influencia ejercida por ella en las diversas literaturas del mundo, Edgar Allan Poe, publicó en Philadelphia Los crímenes de la Rue Morgue, el primer cuento policial que registra la historia. Este relato fija las leyes esenciales del género: el crimen enigmático y, a primera vista, insoluble, el investigador sedentario que lo descifra por medio de la imaginación y de la lógica, el caso referido por un amigo impersonal y, un tanto borroso, del investigador. El investigador se llamaba Auguste Dupin; con el tiempo se llamaría Sherlock Holmes… Veintitantos años después aparecen El caso Lerouge , del francés Emile Gaboriau, y La dama de blanco y La piedra lunar, del inglés Wilkie Collins. Estas dos últimas novelas merecen mucho más que una respetuosa mención histórica; Chesterton las ha juzgado superiores a los más afortunados ejemplos de la escuela contemporánea. Swinburne, que apasionadamente renovaría la música del idioma inglés, afirmó que La piedra lunar es una obra maestra; Fitzgerald, insigne traductor (y casi

Transcript of Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Page 1: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

LA PIEDRA LUNAR (1868)Wilkie Collins

Prólogo

En 1841, un pobre hombre de genio, cuya obraescrita es tal vez inferior a la vasta influencia ejercidapor ella en las diversas literaturas del mundo, EdgarAllan Poe, publicó en Philadelphia Los crímenes de laRue Morgue, el primer cuento policial que registra lahistoria. Este relato fija las leyes esenciales del género:el crimen enigmático y, a primera vista, insoluble, elinvestigador sedentario que lo descifra por medio de laimaginación y de la lógica, el caso referido por unamigo impersonal y, un tanto borroso, delinvestigador. El investigador se llamaba AugusteDupin; con el tiempo se llamaría Sherlock Holmes…Veintitantos años después aparecen El caso Lerouge,del francés Emile Gaboriau, y La dama de blanco y Lapiedra lunar, del inglés Wilkie Collins. Estas dosúltimas novelas merecen mucho más que unarespetuosa mención histórica; Chesterton las hajuzgado superiores a los más afortunados ejemplos dela escuela contemporánea. Swinburne, queapasionadamente renovaría la música del idiomainglés, afirmó que La piedra lunar es una obramaestra; Fitzgerald, insigne traductor (y casi

Page 2: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

inventor) de Omar Khayyam, prefirió La dama deblanco a las obras de Fielding y de Jane Austen.

Wilkie Collins, maestro de la vicisitud de la trama,de la patética zozobra y de los desenlacesimprevisibles, pone en boca de los diversosprotagonistas la sucesiva narración de la fábula. Esteprocedimiento, que permite el contraste dramático yno pocas veces satírico de los puntos de vista, deriva,quizá, de las novelas epistolares del siglo dieciocho yproyecta su influjo en el famoso poema de Browning Elanillo y el libro, donde diez personajes narran uno trasotro la misma historia, cuyos hechos no cambian, perosí la interpretación. Cabe recordar asimismo ciertosexperimentos de Faulkner y del lejano Akutagawa, quetradujo, dicho sea de paso, a Browning.

La piedra lunar no sólo es inolvidable por suargumento también lo es por sus vívidos y humanosprotagonistas. Betteredge, el respetuoso y repetidorlector de Robinson Crusoe; Ablewhite, el filántropo;Rosanna Spearman, deforme y enamorada; MissClack, «la bruja metodista»; Cuff, el primer detectivede la literatura británica.

El poeta T. S. Eliot ha declarado: «No hay novelistade nuestro tiempo que no pueda aprender algo deCollins sobre el arte de interesar al lector; mientrasperdure la novela, deberán explorarse de tiempo entiempo las posibilidades del melodrama. La novela deaventuras contemporánea se repite peligrosamente: en

Page 3: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el primer capítulo el consabido mayordomo descubreel consabido crimen; en el último, el criminal esdescubierto por el consabido detective, después dehaberlo ya descubierto el consabido lector. Losrecursos de Wilkie Collins son, por contraste,inagotables». La verdad es que el género policial sepresta menos a la novela que al cuento breve,Chesterton y Poe, su inventor. prefirieron siempre elsegundo. Collins, para que sus personajes no fueranpiezas de un mero juego o mecanismo, los mostróhumanos y creíbles.

Hijo mayor del paisajista William Collins, elescritor nació en Londres, en 1824; murió en 1889. Suobra es múltiple; sus argumentos son a la vezcomplicados y claros, nunca morosos y confusos. Fueabogado, opiómano, actor y amigo íntimo de Dickens,con el cual colaboró alguna vez.

El curioso lector puede consultar la biografía deEllis (Wilkie Collins, 1931), los epistolarios de Dickensy los estudios de Eliot y de Swinburne.

In Memoriam Matris

Page 4: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Prefacio

En alguna de mis novelas anteriores me propuseestablecer la influencia ejercida por las circunstanciassobre el carácter. En la presente historia he invertido elproceso. Mi meta ha sido señalar aquí la influenciaejercida por el carácter sobre las circunstancias. Laconducta seguida por una muchacha ante unaemergencia insospechada constituye el cimiento sobreel que he levantado esta obra.

Idéntico propósito es el que me ha guiado en elmanejo de los otros personajes que aparecen en estaspáginas. El curso seguido por su pensamiento y suacción en medio de las circunstancias que los rodeanresulta, tal como habría ocurrido muy probablementeen la vida real, unas veces correcto, otras equivocado.

Acertada o falsa su conducta, no dejan en ningúninstante de regir la acción de aquellas partes del relatoque les incumben a cada uno, frente a cualquier evento.

En lo que atañe al experimento psicológico queocupa un lugar destacado en las últimas escenas de LaPiedra Lunar he puesto allí, una vez más, en juego talesprincipios. Previa documentación efectuada no sólo enlos libros, sino también recogida de labios de vivientesautoridades en la materia respecto al probabledesenlace que dicho experimento hubiera tenido en larealidad, he declinado echar mano del privilegio que

Page 5: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

todo novelista posee de imaginar lo que podría ocurrir,estructurando mi relato de manera de hacerlo surgircomo una consecuencia de lo que en verdad hubieseocurrido…, cosa que, me permito declarar ante el lector,acaece realmente en estas páginas.

En lo que concierne a la historia del Diamante,narrada aquí, debo reconocer que se halla basada, ensus detalles primordiales, en la historia de dosdiamantes reales europeos. La magnífica piedra queadorna en su extremo el cetro imperial ruso fueanteriormente el ojo de un ídolo hindú. Del famoso Ko-i-Nur se sospecha que ha sido también una de las gemassagradas de la India y, aun más, el origen de unapredicción que amenazaba con segura desgracia a laspersonas que la desviaran de su uso ancestral.

Gloucester Place, Portman SquareJunio 30, 1868

PRÓLOGO

LA TOMA DE SERINGAPATAM (1799)

(Extracto de una carta familiar)

Page 6: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

I

Dirijo estas líneas, escritas en la India, a misparientes de Inglaterra.

Es mi propósito darles a conocer aquí las causas queme han inducido a rehusarle la mano fiel de mi amistada mi primo John Herncastle. La reserva que hasta ahorahe mantenido en torno a este asunto ha sido malinterpretada por algunos miembros de mi familia, cuyabuena opinión respecto a mi persona no puedoconsentir que se pierda. Les ruego a los mismos queposterguen su decisión hasta después de haber leído mirelato. Y, bajo palabra de honor, declaro que lo queestoy a punto de trasladar al papel es estricta yliteralmente la verdad.

La diferencia privada surgida entre mi primo y yo seoriginó durante un gran hecho público en el que ambosnos vimos implicados: el asalto a Seringapatam, bajo lasórdenes del General Baird, hecho que tuvo lugar el día4 de mayo de 1799.

A fin de tornar más comprensibles los sucesos, meveo precisado a dirigir por un momento mi atenciónhacia el período inmediatamente anterior al ataque yhacia las historias que circulaban en nuestrocampamento, relativas al oro y las joyas atesoradas enel palacio de Seringapatam.

Page 7: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

II

Una de las más disparatadas era la que giraba entorno de un Diamante Amarillo, gema famosa en losanales nativos de la India.

La más antigua de las tradiciones conocidasafirmaba que había estado engastada en la frente de ladeidad india de cuatro manos que simboliza la Luna.Debido en parte a su peculiar coloración y en parte auna superstición que la hacía partícipe de las cualidadesdel ídolo al cual servía de ornamento y a la circunstanciade que su brillo aumentaba o disminuía en potencia,según aumentara o disminuyera en intensidad el de laluna, recibió primitivamente el nombre con el cual aúnhoy se la conoce en la India: la Piedra Lunar. Unasuperstición parecida predominó en la Grecia antigua yen Roma, aunque no vinculada como aquella de la Indiaa un diamante consagrado al servicio de un dios, sino auna piedra semitransparente y perteneciente a unavariedad inferior de gemas, que se suponía era sensiblea las influencias de la Luna; la Luna, también en estecaso, dio su nombre a la piedra, que sigue siendollamada así por los coleccionistas de nuestro tiempo.

Las aventuras del Diamante Amarillo comienzan enel undécimo siglo de la Era Cristiana. Por ese entoncesatravesó la India el conquistador mahometanoMahmoud de Ghizni; luego de apoderarse de la ciudadsagrada de Somnauth, despojó de sus tesoros al famoso

Page 8: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

templo que durante muchos siglos fuera el santuario delos peregrinos indostánicos y la maravilla del mundooriental.

De todos los ídolos adorados en el templo, sólo eldios lunar escapó a la rapacidad de los conquistadoresmahometanos. Protegida por tres brahmanes, la deidadinviolada que lucía en su frente el Diamante Amarillofue quitada de allí durante la noche y transportada a lasegunda de las ciudades sagradas de la India: Benares.

Allí, en un nuevo templo —y en un recintoincrustado de piedras preciosas y bajo un techosostenido por pilares de oro—, fue colocado y adoradoel dios lunar. Allí también, y en la noche del día en quese dio término a la erección del santuario, se apareció alos tres brahmanes, en sueño, Vichnú el Preservador.

Impregnó el dios con su aliento divino el diamanteubicado en la frente del ídolo. Y los tres brahmanescayeron de hinojos ocultando sus rostros en sus túnicas.

Vichnú ordenó luego que la Piedra Lunar habría deser vigilada desde entonces por tres sacerdotes quedeberían turnarse día y noche, hasta la últimageneración de los hombres. Y los tres brahmanesescucharon su voz y acataron su voluntad con unareverencia. La deidad predijo una especie de desastre alpresuntuoso mortal que posase sus manos en la gemasagrada y también a todos los de su casa y su sangre quela heredaran después de él. Y los brahmanes decidieronestampar la sentencia en letras de oro sobre las puertas

Page 9: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

del santuario.Transcurrieron los siglos y, generación tras

generación, los sucesores de los tres brahmanesmantuvieron su vigilancia sobre la inapreciable PiedraLunar, durante el día y la noche. Las centurias fueronpasando hasta arribar a los primeros años del sigloXVIII de la Era Cristiana, que vio reinar a Aurengzeib,Emperador de los mogoles. Bajo su mando el estrago yla rapiña se desataron nuevamente en los templosdonde se adoraba a Brahma. El santuario del dios de lascuatro manos fue profanado, luego de haber sidomuertos los animales sagrados; las imágenes de losdioses fueron despedazadas y la Piedra Lunar cayó enmanos de un oficial de alta graduación del ejército deAurengzeib.

No pudiendo recuperar su tesoro perdido mediantela lucha franca, los tres sacerdotes guardianes losiguieron y continuaron vigilándolo a escondidas. Unatras otra fueron pasando las generaciones; el guerreroresponsable del sacrilegio pereció de manera miserable;la Piedra Lunar fue deslizándose (con la maldiciónencima) de las manos de un infiel musulmán a las deotro; y siempre en medio de todas las vicisitudes,siguieron vigilándola, a la espera del día en que lavoluntad de Vichnú el Preservador decidierareintegrarles la gema sagrada. Pasaron los años, hastallegar a las postrimerías del siglo decimoctavo de la EraCristiana. El diamante cayó en poder de Tippo, Sultán

Page 10: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de Seringapatam, quien ordenó que se lo colocara amanera de adorno en la empuñadura de su daga,disponiendo que la misma fuese depositada entre losmás valiosos tesoros de su armería. Y aun allí, en elpropio palacio del sultán, los tres sacerdotes guardianesprosiguieron velando en secreto. Había en la casa deTippo tres oficiales extranjeros que se ganaron laconfianza de su amo acatando o simulando acatar la femusulmana, y los rumores decían que se trataba de lostres sacerdotes, disfrazados.

III

Esta es la fantástica historia que en torno a la PiedraLunar circulaba en nuestro campamento. La misma nocausó impresión alguna en ninguno de nosotros,excepto en mi primo, cuyo amor hacia lo maravilloso loindujo a creerla. La noche anterior a la toma deSeringapatam se irritó absurdamente conmigo y otraspersonas, porque tildamos a la cosa de mera fábula. Unaestúpida reyerta se originó en seguida, que sirvió paraque el infortunado carácter de Herncastle se pusieraplenamente de manifiesto. Jactanciosamente afirmóque habríamos de verlo lucir el diamante en el dedo, sies que el ejército inglés tomaba Seringapatam. Estasalida fue saludada con grandes risas y así, según todos

Page 11: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

creímos esa noche, la cosa había ya terminado.Permitidme ahora que os hable del día del ataque.Mi primo y yo nos separamos al comienzo de la

acción. No lo vi en ningún momento mientrasvadeábamos el río, como tampoco cuando plantamos labandera inglesa en la primera brecha abierta, ni cuandocruzamos posteriormente la zanja o luchamos pulgadatras pulgada hasta arribar finalmente a la ciudad. Fuerecién hacia el crepúsculo, cuando el sitio ya era nuestroy el propio general Baird acababa de descubrir el cuerpoinerte de Tippo bajo un montón de cadáveres, que nosencontramos Herncastle y yo.

Integrábamos los dos una partida destacada por elgeneral para evitar que el saqueo y la confusiónsiguieran a la conquista. Los hombres del campamentocometieron los más deplorables excesos; y lo que espeor todavía, hallaron los soldados la manera deintroducirse, a través de una entrada desguarnecida, enel tesoro del palacio, del cual salían cargados de oro yjoyas. Fue en el patio exterior, frente al tesoro, dondenos encontramos mi primo y yo, mientras tratábamosde imponer por la fuerza a nuestros soldados las leyesde la disciplina.

El fogoso temperamento de Herncastle, según pudeclaramente comprobarlo, se había ido exasperando pocoa poco hasta llegar a una especie de frenesí, en medio dela terrible carnicería a través de la cual nos abriéramoscamino. Se adaptaba muy mal, en mi opinión, para

Page 12: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

llevar a cabo la labor que se le encomendara.En el tesoro advertí tumulto y confusión, aunque no

violencia. Los hombres (si es que cabe hacer uso de talexpresión) se deshonraban alegremente. Toda suerte debromas eran lanzadas de aquí para allá y devueltas deinmediato por quien las recibía; la historia del diamantesurgió de pronto bajo una forma jocosa y traviesa.«¿Quién tiene la Piedra Lunar?», era el grito zumbónque, cada vez que el pillaje cesaba en un sitio, dabalugar a que se lo reanudara en otro. Mientras mehallaba yo infructuosamente empeñado en restablecerel orden, llegó a mis oídos un espantoso alaridoproveniente del otro extremo del patio y hacia allí medirigí a la carrera, temiendo que un nuevo saqueo sehubiera iniciado en aquella dirección.

Al llegar ante una puerta abierta, descubrí loscuerpos de dos hindúes (oficiales de palacio, conjeturéal mirarles las ropas) que yacían sin vida junto a laentrada.

Un grito proveniente del interior me hizo penetrarcon premura en ese cuarto que, al parecer, era laarmería. Un tercer hindú caía mortalmente herido enese instante, a los pies de un hombre que me daba laespalda. Volvióse éste en cuanto entré y pudecomprobar que se trataba de John Herncastle, quiensostenía una antorcha en una mano y una daga de la quese desprendían gotas de sangre en la otra. Una piedraque se hallaba engastada a la manera de un pomo en el

Page 13: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

extremo de la empuñadura resplandeció a la luz de laantorcha cuando aquél volvió como un lampo de fuegohacia mí. El hindú moribundo, hundiéndose a sus pies,señaló hacia la daga esgrimida por Herncastle y dijo ensu lengua nativa:

—¡La Piedra Lunar habrá de tomar, sin embargo, suvenganza sobre ti y los de tu sangre!

Dicho lo cual, quedó exánime sobre el piso.Antes de que pudiera yo dilucidar esta cuestión, los

hombres que me habían seguido a través del patio seamontonaron allí dentro. Mi primo se precipitó sobreellos como un demente. «¡Despejad el cuarto —lesgritó—, y pon tú guardia a la puerta!» Los hombresretrocedieron, al verlo arrojarse sobre ellos con suantorcha y su daga. Yo aposté dos centinelas de mipropia compañía, en quienes podía confiar, paraguardar la entrada. Durante el resto de la noche no volvía ver a mi primo.

Ya en las primeras horas de la mañana y como elsaqueo no cesara, el General Baird anunciópúblicamente, luego de un redoble de tambor, quecualquier ladrón descubierto en flagrante delito habríade ser colgado, fuera él quien fuese. El Capitán prebostese hizo cargo del asunto, para demostrar el celo con queencaraba al mismo General; y en medio de la multitudque asistió a escuchar esa proclama, nos volvimos aencontrar Herncastle y yo.

Alargándome su mano como de costumbre, me dijo:

Page 14: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Buenos días.Yo aguardé un momento, antes de alargarle la mía

en retribución.—Dime, antes —le dije—, cómo fue que murió el

hindú de la armería y qué significado tienen esasúltimas palabras que pronunció mientras indicaba ladaga que tú tenías en la mano.

—Supongo que habrá muerto a causa de una heridamortal —dijo Herncastle—. En cuanto a lo que puedansignificar sus últimas palabras, sé tanto a ese respectocomo puedas saber tú.

Yo lo miré atentamente. Todo su frenesí de lavíspera habíase desvanecido. Resolví ofrecerle otraoportunidad.

—¿Es eso todo lo que tienes que decirme? —lepregunté.

Y me respondió:—Eso es todo.Le volví entonces la espalda y no nos hemos vuelto

a ver desde aquel día.

IV

Me permito aclarar que lo que narro aquí acerca demi primo (a menos que una necesidad imprevista meobligue a hacerlo público) tiene sólo por objeto informar

Page 15: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a mis familiares. Nada me ha dicho Herncastle quepueda impulsarme a hablar del asunto con elcomandante en jefe. Más de una vez ha sidovilipendiado a causa del diamante, por quienesrecuerdan su colérico estallido de la víspera del ataque.Pero, como es fácil imaginar, el mero recuerdo de lascircunstancias en las cuales lo sorprendí en la armeríaha bastado para silenciarlo. Dícese ahora que anhela untraslado a otro regimiento, con el propósito, confesadopor él, de hallarse lejos de mí.

Sea ello cierto o no, no consigo persuadirme de quetenga yo que trocarme en su acusador… Y creo que pormuy buenas razones. De hacerse público el asunto, nome hallo en condiciones de exhibir otras pruebas que nosean las morales. No solamente carezco de pruebas encuanto a la muerte de los dos hombres de la entrada,sino que tampoco podría afirmar que es él quien matóal tercer hombre que se hallaba en el interior… ya queno podría afirmar que he visto con mis propios ojoscometer tales crímenes. Cierto es que escuché laspalabras pronunciadas por el hindú moribundo, pero sise demostraba que éstas no habían sido más quedislates proferidos en pleno delirio, ¿cómo lograría yorebatir tal aserción con lo que sabía? Dejemos quenuestros parientes de cada rama se formen su propiaopinión sobre lo que acabo de narrar y decidan por símismos si la aversión que me inspira este hombre sehalla o no justificada.

Page 16: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

A pesar de no darle crédito alguno a la fantásticaleyenda hindú que se refiere a la gema, debo reconocer,antes de terminar, que me hallo influido por ciertasuperstición, respecto a este asunto. Tengo laconvicción, o la ilusión, lo mismo da, de que el crimenencierra en sí mismo su propia fatalidad. No sólo estoypersuadido de la culpabilidad de Herncastle, sino quesoy tan audaz como para creer que vivirá lo suficientepara lamentar su delito, si es que insiste en conservar eldiamante, y que habrá quienes también lamentenhaberlo recibido de sus manos, si es que alguna vezdecide desprenderse de él.

PRIMERA ÉPOCA

LA HISTORIA

PÉRDIDA DEL DIAMANTE(1848)

Los hechos, según Gabriel Betteredge, mayordomo alservicio de Lady Julia Verinder

Page 17: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

I

En la primera parte de Robinson Crusoe, páginaciento veintisiete, pueden leerse las palabras siguientes:

«Ahora comprendo, aunque demasiado tarde, lonecio que es dar principio a una operación cualquiera,antes de calcular su costo y de pesar exactamente lasfuerzas con que contamos para llevarla a cabo.»

Sólo fue ayer que abrí mi Robinson Crusoe en esapágina. Y sólo esta mañana (veintiuno de mayo de milochocientos cincuenta) que llegó el sobrino de mi ama,míster Franklin Blake, quien sostuvo conmigo lasiguiente conversación:

—Betteredge —dijo míster Franklin—, he ido a ver ami abogado para tratar algunos asuntos de familia y,entre otras cosas, hablamos acerca de la pérdida delDiamante Hindú, acaecida hace dos años en la casa demi tía de Yorkshire. El abogado opina, de acuerdoconmigo, que, en favor de la verdad, toda la historiadebiera quedar registrada para siempre en el papel…, ycuanto más pronto mejor.

No percibiendo aún su intención y considerando quees siempre deseable, por amor a la paz y la tranquilidad,ponerse de parte del abogado, le manifesté que yopensaba lo mismo. Míster Franklin prosiguió:

—Este asunto del diamante —me dijo— ha dado yalugar, como tú sabes, a que se sospechara de personasinocentes. Y la memoria de esos mismos inocentes

Page 18: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habrá de verse perjudicada de aquí en adelante, debidoa la falta de un registro de los hechos, al que puedanacudir quienes vengan después de nosotros. Me parece,Betteredge, que el abogado y yo hemos descubierto lamejor de las formas por utilizarse para narrar loocurrido.

Muy satisfactorio para ambos, sin duda. Pero nologré percibir hasta qué punto tenía yo algo que ver enel asunto.

—Hay varios hechos que deberán ser relatados—prosiguió míster Franklin—, y contamos con algunaspersonas que, implicadas en los mismos, se hallan encondiciones de referirlos. Partiendo de esta simpleverdad, el abogado opina que cada uno de nosotrosdebiera intervenir por turno en la tarea de llevar alpapel la historia de la Piedra Lunar… llegando cada cualhasta el límite que le marque su propia experiencia,pero no más allá. Habremos de dar comienzo a la tarea,estableciendo la forma en que el diamante vino a caerprimeramente en las manos de mi tío Herncastle,mientras se hallaba sirviendo en la India, hacecincuenta años. Este relato preliminar se encuentra enmi poder bajo la forma de una carta de familia, dondeaparecen los detalles requeridos, narrados con laautoridad de un testigo ocular. Luego habrá queexplicar cómo fue que el diamante vino a dar en la casade mi tía en Yorkshire, hace dos años, y cómo fue que seperdió poco más de doce horas más tarde. Ninguna

Page 19: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

persona se halla tan informada como tú, Betteredge,respecto a lo ocurrido por ese entonces en la casa. Demodo, pues, que habrás de tomar la pluma para darcomienzo a la historia.

En estos términos fui informado respecto a la laborque me incumbía en la cuestión del diamante. Si deseanustedes conocer la conducta que seguí en talemergencia, me permitiré hacerles saber que fueidéntica a la que ustedes hubieran probablementeseguido, de encontrarse en mi lugar. Declaré conmodestia que me consideraba enteramente incapaz dellevar a cabo la tarea que se me imponía, aunqueconsiderándome todo él tiempo lo suficientementediestro para ejecutarla, siempre que les brindara unajusta oportunidad de obrar a mis facultades. Creo quemíster Franklin adivinó mis más íntimos deseos a travésde mi rostro, pues, renunciando a creer en mi modestia,insistió en que les brindara esa justa oportunidad a misfacultades.

Dos horas han transcurrido desde la partida demíster Franklin. Tan pronto como me volvió la espalda,me dirigí hacia mi escritorio para dar comienzo a lahistoria. Ante él sigo sentado, impotente, desdeentonces, pese a la destreza de mis facultades,percibiendo lo que Robinson Crusoe percibió, según hedicho anteriormente, sobre lo necio que es empezar una

Page 20: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

operación cualquiera, antes de calcular su costo y depesar exactamente las fuerzas que contamos parallevarla a cabo. Les ruego que recuerden que abrí eselibro, y en esa página por azar, sólo el día anterior aaquél en que tan osadamente me comprometí a efectuarel trabajo que tengo ahora entre manos; y me permitiréaquí preguntarme si no es esto una profecía, ¿qué esentonces?

No soy supersticioso; he leído, en mis tiempos,muchos libros y soy un erudito a mi manera. Pese ahaber llegado ya a los setenta años, poseo una memoriaactiva y unas piernas que armonizan con ella. No debenustedes considerar mis palabras como si provinieran deuna persona ignorante, cuando les diga que, en miopinión, otro libro como ése que se denomina RobinsonCrusoe no ha sido ni podrá ser escrito jamás. Herecurrido a él año tras año, generalmente en compañíade mi pipa llena de tabaco, y he encontrado siempre enél al amigo que necesitaba en todos los momentoscríticos de mi vida. Cuando me hallo de mal humor,Robinson Crusoe. Cuando necesito algún consejo,Robinson Crusoe. En el pasado, cuando mi mujer meimportunaba, y en el presente, cuando he bebido algúntrago de más, Robinson Crusoe. He desgastado seisrecios Robinsones, luego de haberlos obligado a trabajarduramente a mi servicio. En ocasión de su últimocumpleaños, recibí de manos del ama el séptimo. Acausa de ello bebí un sorbo de más, y Robinson Crusoe

Page 21: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

me devolvió el equilibrio. Su precio, cuatro chelines yseis peniques, encuadernado en azul, con un retrato, porañadidura.

No obstante, no creo que sea ésta la mejor manerade dar comienzo a la historia del diamante, ¿no lesparece? Siento como si estuviera errando extraviado yfuera en busca de Dios sabe qué y Dios sabe dónde. Conpermiso de ustedes, tomaremos una nueva hoja depapel, y, luego de saludarlos con el mayor respeto,daremos comienzo de nuevo a esta labor.

II

Una o dos líneas antes he hablado acerca de mi ama.Ahora bien, jamás hubiera podido hallarse el diamanteen la casa, que fue donde se perdió, si no hubierallegado a ella en calidad de presente dirigido a la hija delama; y la hija del ama, por su parte, no hubiese podidorecibir jamás dicho presente, si no hubiera sido porque,con pena y trabajo, mi ama la hizo entrar en el mundo.En consecuencia, si comenzamos nuestra historia apartir del ama, tendremos que remontarnos bastantelejos en el pasado. Lo cual, permítanme que lo diga, esverdaderamente un cómodo comienzo, cuando tieneuno entre manos una labor como la mía.

Si saben ustedes algo respecto al mundo elegante,

Page 22: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habrán oído hablar, sin duda, de las tres bellas MissesHerncastle: Miss Adelaida, Miss Carolina y Miss Julia,esta última, la más joven y bella de las tres hermanas,según mi opinión. Yo me hallaba en condiciones, comopodrán comprobarlo ustedes más adelante, de actuarcomo juez en tal materia. Había entrado al servicio delviejo Lord, su padre (a Dios gracias nada tenemos quever con él en este asunto del diamante; poseía la lenguamás larga y el carácter más brusco que haya advertidoyo jamás en hombre alguno de alta o baja condición,durante mi existencia); como les iba diciendo, habíaentrado yo al servicio del viejo Lord en calidad de pajede las tres honorables jóvenes, a la edad de quince años.Allí viví hasta el momento en que Miss Julia se desposócon el difunto Sir John Verinder. Hombre excelente,sólo se hallaba necesitado de alguien que lo gobernase,y, aquí entre nosotros, les diré que dio con la personaque se encargó de tal cosa, y que, lo que es más curioso,prosperó a causa de ello, engordó, llevó una felizexistencia y murió sin contratiempo, todo esto desde elinstante en que mi ama lo llevó a la iglesia para casarlo,hasta el momento en que, luego de recoger su últimosuspiro, le cerró para siempre los ojos.

He omitido dejar constancia aquí de que yo seguíala novia para establecerme junto con ella en la casa y lastierras del novio.

—Sir John —dijo ella—, no puedo prescindir deGabriel Betteredge.

Page 23: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Señora mía —respondió Sir John—, yo tampocopodría prescindir de él.

Esta es la forma en que se conducía con ella…, y asífue como entré yo a su servicio. En lo que a mi respecta,me era indiferente ir a una u otra parte, con tal dehacerlo en compañía de mi ama.

Viendo que mi señora se interesaba por las faenasrurales, por las granjas y otras cosas por el estilo, meinteresé yo también por ellas, tanto más cuanto que yomismo era el séptimo hijo varón de un pequeñogranjero. Mi ama me colocó bajo las órdenes deladministrador y yo cumplí al máximo, la dejé satisfecha,y logré ser ascendido en consecuencia. Algunos añosmás tarde, un día lunes, creo, mi ama dijo:

—Sir John, vuestro administrador es un viejoestúpido. Otórgale una pensión liberal y designa aGabriel Betteredge para que le reemplace.

El martes, por así decirlo, Sir John dijo:—Señora mía, el administrador ha sido pensionado

generosamente y Gabriel Betteredge habrá dereemplazarlo.

Sin duda habrán ustedes oído hablar, hasta elcansancio, de matrimonios que llevan una vidamiserable. He aquí un ejemplo opuesto. Que le sirva ellode advertencia a unos y de estimulante a otros. Mientrastanto, habré de proseguir con mi relato.

Y bien: allí, dirán ustedes, gozaría yo de todas lascomodidades. Ocupando un puesto honorable y de

Page 24: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

confianza, con una pequeña choza para vivir en ella,empleando la mañana en las rondas por la heredad, latarde para efectuar las cuentas y la noche con mi pipa ymi Robinson Crusoe…, ¿qué otra cosa me faltaba paraser enteramente feliz? Recuerden lo que Adán echó demenos en el Jardín del Edén, cuando se hallaba solo enél, y si después de hacerlo no encuentran reprobable suconducta, no me condenen tampoco a mí.

La mujer sobre la que se posaron mis ojos se hallabaa cargo de las labores domésticas de mi cabaña. Sellamaba Celina Goby. En lo que se refiere a la elecciónde la esposa, soy de la misma opinión que el difuntoWilliam Cobbett: «Trata de dar con una que mastiquebien su alimento y que plante firmemente sus pies en elsuelo al caminar y todo irá bien.» Celina Goby llenabaesas dos condiciones, lo cual fue un motivo para que mecasara con ella. Hubo también otro que pesó por igualen mi decisión, pero éste, de mi propia cosecha. SiendoCelina soltera, tenía yo que pagarle cada semana por lacomida y los servicios que me prestaba. Siendo miesposa no podría cobrarme la pensión y tendría queservirme por nada. Esa fue la manera como encaré yo elasunto. Economía…, con una pizca de amor. Comoimpulsado por el deber, puse tal cosa en conocimientodel ama, utilizando las mismas palabras que habíaempleado conmigo mismo.

—He estado pensando una y otra vez en Celina Goby—le dije—, y he llegado a la conclusión, señora, de que

Page 25: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

me resultará más económico casarme con ella quetenerla de criada.

Mi ama soltó una carcajada y me dijo que no sabíade qué asombrarse más, si de mis palabras o de misideas. Algo jocoso debió advertir en lo que le dije, algoque sólo las personas de calidad son, sin duda, capacesde advertir. Sin comprender por mi parte otra cosa, sinoque me hallaba en entera libertad para exponerle el casoa Celina, hacia ella me dirigí y así lo hice. ¿Qué es lo quedijo Celina? ¡Dios mío!, ¡cuán poco deben ustedesconocer a las mujeres por hacer tal pregunta!Naturalmente, me respondió que sí.

A medida que se aproximaba la fecha establecida yhubo de hablarse de mi nueva levita para la ceremonia,entré en dudas. He comparado mis sensaciones de eseinstante con lo experimentado por otros hombres quevivieron un momento tan interesante como el mío, ytodos ellos han convenido en señalar que una semanaantes de la ceremonia anhelaron íntimamente poderlibrarse de ella. En lo que a mí respecta, declaro que heido un tanto más allá que cualquiera de ellos; me erguí,por así decirlo, realmente dispuesto a desembarazarmedel asunto. ¡Pero no sin pensar en una compensación!Demasiado justo era yo en confiar que habría ella dedejarme ir por nada. Una ley inglesa establece que elhombre deberá indemnizar a la mujer toda vez queeluda el cumplimiento de la palabra empeñada.

Respetuoso de las leyes y después de darle vueltas al

Page 26: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

asunto minuciosamente en mi cabeza, le ofrecí a CelinaGoby un colchón de plumas y cincuenta chelines, paralibrarme del compromiso. Indudablemente no querránustedes creerlo, pero se trata, sin embargo, de la verdad:ella fue tan tonta como para rehusarse.

Después de esto, naturalmente, di el asunto porterminado. Me procuré una nueva levita, tan baratacomo pude conseguirla, y afronté los otros gastos de lamanera más módica posible. Formamos una pareja queno llegó a ser ni feliz, ni infortunada. Nos hallábamosconstituidos, cada cual, por seis porciones de nosotrosmismos y media docena de porciones del otro ser. A quése debía ello no puedo explicármelo, pero lo cierto esque ambos parecíamos estar siempre, por algún motivo,cruzándonos en nuestros caminos. Cuando yo sentíanecesidad de dirigirme escaleras arriba, he aquí que miesposa descendía por ellas, o bien, cuando ella sentíanecesidad de bajar, he aquí que yo ascendía En esoconsiste la vida matrimonial, según mi experiencia.

Luego de cinco años de malentendidos en torno a laescalera, le plugo a la Providencia, toda sabiduría, veniren nuestro auxilio para llevarse a mi esposa.

Me dejó como único hijo a mi pequeña Penélope,nada más que ella. Poco tiempo después falleció SirJohn y no le quedó al ama otro hijo que la pequeña MissRaquel, nada más que ésta. Muy poco será lo que digaen favor de mi ama, si me obligan ustedes a decirles quela pequeña Penélope fue puesta bajo la cuidadosa

Page 27: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

vigilancia de sus buenos ojos, enviada a la escuela,instruida, convertida en una muchacha despierta, ypromovida, cuando se halló en edad de desempeñarlo,al cargo de doncella de la propia Miss Raquel.

En cuanto a mí, proseguí cumpliendo mis funcionesde administrador, año tras año, hasta llegar a laNavidad de 1847, fecha en que se produjo un cambio enel curso de mi vida. En tal ocasión el ama se invitó solaa beber en privado conmigo un té en mi cabaña. Luegode hacerme notar que, comenzando la cuenta a partirdel año en que me inicié como paje al servicio del viejoLord, llevaba ya más de medio siglo a sus órdenes,colocó en mis manos un hermoso justillo, que habíaconfeccionado ella misma, el cual tenía por objetopreservarme del frío durante las crudas jornadas delinvierno.

Acogí el presente sin saber de qué términos valermepara agradecerle a mi señora el honor que acababa dedispensarme. Ante el mayor de los asombros resultó, sinembargo, que no se trataba de un honor, sino de unsoborno. Antes de que yo mismo lo percibiera, el amahabía descubierto que me estaba poniendo viejo y sehabía allegado, por eso, hasta mi cabaña, paraarrancarme con zalemas (si se me permite la expresión)de las duras faenas que en mi carácter de administradorcumplía al aire libre y ofrecerme el descansado cargo demayordomo de la casa. Con todas mis fuerzas me opusea ese descanso que consideraba indigno. Pero el ama

Page 28: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conocía mi punto débil: le dio al asunto el carácter de unfavor que le haría a ella. Esto puso término a la disputa,y mientras me restregaba los ojos, como un viejo tontoque era, con el flamante justillo de lana, le dije quehabría de pensarlo.

Tan espantosamente confundido me hallaba por lamateria puesta en discusión, al partir el ama, que hubede recurrir al remedio que nunca me ha fallado en loscasos de duda y emergencia. Tras encender la pipa, leeché una ojeada a mi Robinson Crusoe. No hacía aúncinco minutos que me hallaba enfrascado en la lecturade ese libro tan extraordinario, cuando di con esteconsolador fragmento (página ciento cincuenta y ocho):«Amamos hoy lo que odiaremos mañana.»Inmediatamente se hizo la luz en mi cerebro. Hoydeseaba yo, con toda el alma, proseguir en misfunciones de administrador de la granja; al díasiguiente, de acuerdo con lo que opina esa autoridadque es Robinson Crusoe, habría de pensar todo locontrario. Me imaginaría, pues, ya en ese mañana y elproblema se hallaría resuelto. Aliviado mi espíritu enesta forma, me fui a dormir esa noche en el carácter deadministrador de Lady Verinder y desperté a la mañanasiguiente convertido en su mayordomo. ¡Todo se habíasolucionado y ello debido únicamente a RobinsonCrusoe!

Mi hija Penélope acaba de mirar por encima de mihombro para ver hasta dónde he llegado en lo que

Page 29: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

escribo. Me hace notar que lo he expresado todo muybellamente y que cada palabra constituye de por sí unaverdad. Pero tiene algo que objetar. Manifiesta que loque he escrito hasta ahora nada tiene que ver con el finpropuesto. Se me ha pedido la historia del diamante yen su lugar he estado narrando mi propia historia. Algocurioso, en verdad, y que no podría explicar. Mepregunto si esos caballeros que hacen un negocio yviven de los libros que escriben, hallan también que supersona se entremezcla con los asuntos que tratan,como me pasa a mí. Si es así, puedo hablar por ellos.Mientras tanto, he aquí otro falso comienzo y una nuevapérdida de buen papel de escribir. ¿Qué hacer,entonces? Que yo sepa, no otro cosa que permanecerustedes en calma, y en cuanto a mí, dar comienzo alrelato por tercera vez.

III

La cuestión de cómo dar comienzo a esta historia, hetratado de resolverla de dos maneras. La primera haconsistido en rascarme la cabeza, lo cual no me ha sidode ningún provecho. La segunda, en una consulta hechaa mi hija Penélope, cosa que ha dado lugar alsurgimiento de una idea enteramente nueva.

Penélope opina que debiera yo ir registrando día por

Page 30: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

día y regularmente todos los acontecimientosproducidos a partir de la fecha en que nos enteramos dela próxima visita a nuestra casa de míster FranklinBlake. Cuando ocurre que uno obliga a su memoria afijarse de esta manera en determinada fecha, esmaravilloso comprobar cuánto cosecha aquélla, paranosotros, mediante esa compulsión. La única dificultadconsiste en dar con las fechas en seguida. Penélope meofrece su ayuda, recurriendo para ello al diario personalque le enseñaron a llevar en la escuela y que ha venidoescribiendo desde entonces. En respuesta a unaproposición mía que tiende a perfeccionar dicha idea ysegún la cual debiera ser ella la narradora, auxiliada porsu diario, observa, con mirada violenta y la fazencendida que aquél no habrá de ser contemplado en laintimidad más que por sus ojos y que no habrá jamáscriatura humana que llegue a saber lo que él encierra,fuera de ella misma. Cuando le pregunto qué es lo queeso significa, me responde Penélope: «¡Bagatelas!» Yole digo entonces: «¡Amoríos!»

Comenzando, pues, sobre la base del plan dePenélope, permítaseme declarar que en la mañana delmiércoles veinticuatro de mayo de 1848, fue requeridami presencia en el aposento de mi ama.

—Gabriel —me dijo aquélla—, he aquí una noticiaque habrá de sorprenderte. Franklin Blake acaba deregresar del extranjero. Ha pasado un tiempo junto a supadre en Londres y arribará mañana aquí, donde

Page 31: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

permanecerá hasta el mes próximo, proponiéndosepasar a nuestro lado el día del cumpleaños de Raquel.

Si hubiese tenido en ese instante un sombrero en lasmanos, nada que no hubiera sido el respeto que le debíaal ama me hubiera impedido arrojarlo hasta el techo. Nohabía visto a míster Franklin desde el tiempo en quesiendo él un muchacho, vivía con nosotros en estamisma casa. Era, fuera de toda duda (tal como lo veoahora en el recuerdo), el más hermoso muchacho quehizo girar jamás una peonza o rompió alguna vez elcristal de una ventana. Miss Raquel, que se hallabapresente y a quien le hice notar ese detalle, observó a suvez que ella lo recordaba como al más atroz verdugo quejamás torturó a muñeca alguna y al más implacablecochero que haya dirigido nunca a una muchachitainglesa enjaezada con cuerdas.

—Ardo de indignación y me fatigo hasta elsufrimiento —resumió Miss Raquel—, cuando pienso enFranklin Blake.

Luego de oír esto preguntarán, sin duda, ustedescómo fue que míster Franklin vivió todos esos años, lostranscurridos desde que era muchacho hasta el día enque se trocó en un hombre, lejos de su patria. Enrespuesta a esa pregunta diré que se debió al hecho deque su padre tuvo la desgracia de ser el mas próximoheredero de un Ducado y que nunca pudo demostrarlo.

En pocas palabras, así fue como ocurrieron lascosas:

Page 32: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

La hermana mayor de mi ama se había desposadocon el famoso míster Blake, célebre no sólo por susgrandes riquezas, sino también por el litigio quemantenía ante los tribunales. Cuántos años fueron losque pasó molestando a la justicia de su país con elpropósito de entrar en posesión del título de Duque y deocupar el lugar del Duque; cuántas fueron las bolsas deabogados que llenó hasta reventar y cuántas fueron,también, las pobres gentes que intervinieron por sucausa en disputas donde se trataba de probar si estabaen lo cierto o equivocado, sobrepasa en muchocualquier cuenta que pueda yo intentar. Su esposa y dosde sus tres hijos habían ya muerto, cuando lostribunales decidieron enseñarle la puerta y se rehusarona seguir recibiendo su dinero. Terminado el asunto yhabiendo quedado el Duque usufructuario en posesióndel título, míster Franklin descubrió entonces que lamejor manera de responderle a su patria por la formaen que ésta lo había tratado, habría de ser privándoladel honor de educar a su hijo.

—¿Cómo puedo confiar en nuestras instituciones—acostumbraba decir—, luego de haberse conducidoellas conmigo de tal manera?

Si se añade a esto el desagrado que le producían amíster Blake los muchachos, en general, incluso elpropio, tendrán ustedes que admitir que el asunto nopodía terminar más que de una sola manera. El señoritoFranklin nos fue quitado a nosotros, los ingleses, para

Page 33: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ir enviado al país en cuyas instituciones podía su padreconfiar: Alemania. En cuanto a míster Blake, debodeciros que permaneció cómodamente en Inglaterra,dispuesto a bregar en favor de la evolución de suscompatriotas desde el Parlamento y para dar a lapublicidad una declaración relativa al Duque enposesión del título, la cual ha quedado inconclusa hastanuestros días.

¡Por fin! ¡Gracias a Dios, ya hemos terminado! Niustedes ni yo tendremos que preocuparnos para nada,respecto a míster Blake, padre. Dejémoslo con suDucado y retornemos al asunto del diamante.

Esto nos obliga a volver a míster Franklin, que fueel inocente intermediario a través del cual llegó lainfortunada gema a la casa.

Nuestro bello muchacho no nos había olvidadodurante su permanencia en el extranjero. Escribió detanto en tanto; algunas veces a mi ama, otras a MissRaquel y, en ciertas ocasiones, a mí. Antes de su partidarealizamos una operación que consistió en el préstamode un ovillo de cordel, de un cuchillo de cuatro hojas yde siete chelines y seis peniques en efectivo, de loscuales no supe más nada ni espero tener noticias jamás.Sus cartas se referían, sobre todo, a nuevos préstamos.Por intermedio del ama pude informarme, no obstante,de sus progresos en el extranjero, a medida que ibaaumentando en años y en estatura. Luego de haberasimilado cuanto de bueno fueron capaces de enseñarle

Page 34: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

las instituciones alemanas, les dio una oportunidad a lasfrancesas y más tarde a las italianas. Entre todoshicieron de él una especie de genio universal, hastadonde fui yo capaz de percibir. Escribía un poco,pintaba otro poco, cantaba, componía y ejecutabatambién un poco, recibiendo prestado en todas esasramas, según presumo, como había recibido aqueldinero de mi bolsillo. Al llegar a la edadcorrespondiente, vio llover sobre sí la fortuna de sumadre (setecientas libras por año), la cual se escurrió através de su mano como a través de una criba. Cuantomás era el dinero a su alcance, más necesitado sehallaba de él; existía en su bolsillo un agujero que nohabía manera de tapar. Dondequiera que fuese susmodales vivaces y espontáneos le ganaban todas lassimpatías. Vivía ya en un lugar, ya en otro: en todaspartes; su dirección (como acostumbraba decir élmismo) era la siguiente: «Posta Restante. Europa;reténgase hasta que sea solicitada.» En dos ocasiones sedispuso a regresar a Inglaterra para vernos, y en igualnúmero de ocasiones (con perdón de ustedes) unamujer dudosa se cruzó en su camino impidiéndoselo. Sutercera tentativa, como ustedes ya saben, tuvo éxito, deacuerdo con lo que me acababa de comunicar el ama. Eljueves 25 de mayo habríamos de comprobar por vezprimera qué es lo que había hecho nuestro hermosomuchacho para trocarse en un hombre. Era de buenasangre, poseía un gran coraje y contaba veinticinco años

Page 35: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de edad, según nuestros cálculos. Ahora, pues, sabenustedes tanto respecto a míster Blake como sabía yo…hasta el momento inmediatamente anterior a su regresoa nuestra casa.

El jueves fue un día de verano tan hermoso comojamás habrán tenido ustedes ocasión de vivir; el amaMiss Raquel (que no aguardaban a míster Franklin sinopara la hora del almuerzo) salieron en coche para asistira un lunch con algunos amigos del vecindario.

Luego de su partida me dirigí hacia el dormitoriodestinado al huésped, para comprobar si las cosas sehallaban ya dispuestas. Después, siendo como era a lavez mayordomo y despensero de la casa (por iniciativapropia, según creo, y porque me molestaba el hecho deque alguien que no fuera yo mismo se hallara enposesión de la llave de la bodega del difunto Sir John),después, como iba diciendo, subí algunas botellas denuestro famoso clarete Latour y las expuse a la accióndel cálido aire estival, para hacerle entrar en calor antesde la comida. Cuando, dispuesto yo también aexponerme a esa misma influencia del aire del verano,y luego de reflexionar que lo que es bueno para elclarete antiguo lo es también para un anciano, medirigía con mi silla colmenera a cuestas en dirección alpatio trasero, fui detenido de improviso por el rumor deun tambor suavemente batido, que llegaba desde la

Page 36: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

terraza frontera de la residencia de mi señora.Dando un rodeo avancé hacia allí y me encontré con

tres hindúes de piel color caoba, que vestían túnicas ypantalones blancos de lino y se hallaban mirando hacialo alto en dirección a la casa.

De sus hombros pendían, como pude advertirlo alcontemplarlos de más cerca, unos tambores pequeños,en la parte delantera. Detrás de ellos se veía a unmuchacho inglés de apariencia delicada y cabellosclaros, sosteniendo un zurrón.

Yo pensé que se trataría de hechiceros ambulantesy que el muchacho sería el portador de sus instrumentosde trabajo. Uno de ellos, que hablaba inglés y queexhibió, debo reconocerlo, los modales más elegantes,me informó que estaba yo en lo cierto. Y solicitópermiso para demostrar sus habilidades ante la señorade la casa.

Ahora bien; yo no soy ningún viejo irascible. Mehallo generalmente bien dispuesto hacia toda clase dediversiones y soy la última persona del mundo que vayaa desconfiar de alguien por la mera razón de que latonalidad de su piel sea un tanto más oscura que la mía.Pero aun los mejores tienen sus flaquezas, y la míaconsiste en el hecho de que, cada vez que se halla fueraun cesto doméstico que contiene vajilla, sobre una mesadestinada a la comida, la presencia de un extranjeroerrante cuyos modales son superiores a los míos tiene lavirtud de hacerme recordar dicho cesto. En

Page 37: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

consecuencia, le hice saber al hindú que el ama sehallaba ausente, previniéndole a él y a susacompañantes que debían alejarse de la finca. Enrespuesta a mis palabras me hizo una elegantereverencia y se alejó de allí junto con los otros. Por miparte retorné a mi silla colmenera, que se hallaba en laparte del patio bañada por el sol y caí (si he de decir laverdad), no exactamente en el sueño, pero sí en elestado que más se le aproxima.

Fui despertado por mi hija Penélope, quien veníacorriendo hacia mí, como si la casa se hallara presa delfuego. ¿Qué creen ustedes que la traía a mi lado? Puesel deseo de que hiciera arrestar inmediatamente a lostres nigromantes hindúes; sobre todo, porque sabíanquién era la persona que vendría a visitarnos desdeLondres y tenían la intención de inferirle algún daño amíster Franklin Blake.

Al oír este nombre me desperté. Abriendo los ojos ledije a mi hija que se explicara.

Al parecer, Penélope acababa de estar en el pabellónde guardia, donde habló con las hijas del guardián. Lasdos muchachas habían visto salir a los hindúes seguidospor el muchachito, luego que yo les ordenara abandonarla casa. Habiéndoseles antojado a ambas que elmuchacho era maltratado por los extranjeros —no sépor qué motivos, como no fuera por su aspecto hermosoy delicado—, se deslizaron luego a lo largo de la partetrasera del seto que separaba la casa del camino, para

Page 38: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

observar las maniobras efectuadas por aquéllos, del otrolado del cerco. Dichas maniobras consistieron en laejecución de las siguientes y asombrosas operaciones:

Primero habían mirado de arriba abajo el camino,para asegurarse de que se hallaban solos. Luego sevolvieron los tres hacia la casa, dirigiéndole una duramirada. Posteriormente cuchichearon y disputaron ensu lengua nativa, mirándose entre sí como si se hallaranen la duda. Por último se volvieron hacia el muchachoinglés como esperando que él los ayudara. El cabecilla,que hablaba el inglés, dijo al muchacho:

—Extiende tu mano.Al oír tan terribles palabras, mi hija Penélope me,

dijo que no sabía cómo su corazón no escapó de supecho. Yo me dije a mí mismo que sería debido a sucorsé. No le respondí, sin embargo, más que esto:

—Me haces poner la carne de gallina. (Nota bene: alas mujeres les agradan estos pequeños cumplimientos.)

Pues bien, cuando el hindú dijo: «Extiende tumano», el muchacho retrocedió y sacudiónegativamente la cabeza, respondiendo que no leagradaba tal cosa. El hindú le preguntó en seguida, nomuy ásperamente, si le gustaría ser enviado de regresoa Londres y al lugar donde lo habían encontradodormido en un cesto que se hallaba en un mercado…hambriento, haraposo y abandonado. Esto bastó, alparecer, para eliminar su resistencia. El pequeño alargóde mala gana su mano. El hindú extrajo entonces una

Page 39: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

botella de su pecho y vertió cierta cantidad de unasustancia negra como la tinta en la mano del muchacho.Luego de rozar con su mano la cabeza de éste y haceralgunos signos por encima de ella, en el aire, dijo:

—Mira.El muchacho se puso enteramente rígido y adquirió

la apariencia de una estatua, con la vista clavada en latinta vertida en el hueco de su mano.

(Hasta aquí todo esto no me pareció más que unsimple juego de manos, acompañado de un estúpidodespilfarro de tinta. Comenzaba a dormirme de nuevo,cuando las próximas palabras de Penélope vinieron adespertarme del todo.)

Los hindúes miraron una vez más de arriba abajo elcamino… Y entonces su jefe le dijo estas palabras almuchacho:

—Mira hacia los caballeros ingleses que regresan delextranjero.

El muchacho respondió:—Estoy viéndolos.El hindú dijo entonces:—¿Será por el camino que se dirige a esta casa y no

por otro por donde habrá de pasar hoy el caballeroinglés?

Y el muchacho replicó:—Será por el camino que se dirige a esta casa y no

por otro por donde habrá de pasar hoy el caballeroinglés.

Page 40: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El hindú hizo una segunda pregunta, luego de unbreve intervalo.

—¿Vendrá el caballero inglés con eso? —dijo.El muchacho respondió:—No puedo afirmarlo.El hindú le preguntó por qué.Y el muchacho repuso:—Estoy cansado. La niebla que rodea mi cabeza me

confunde. No puedo ver más por hoy.Con esto terminó el interrogatorio. El jefe hindú les

dijo algo en su propia lengua a sus dos compañeros,señalando al muchacho y apuntando con su mano haciala ciudad, en la que, como descubrimos más tarde, sealojaban todos ellos. Entonces, y luego de trazar nuevossignos sobre la cabeza del muchacho, sopló en la frentede éste, que se despertó estremecido. En seguidareanudaron su marcha hacia la ciudad, y desde esemomento las muchachas no habían vuelto a verlos.

Según se dice, casi todos los hechos sugieren algunamoraleja sólo que hace falta saber extraerla. ¿Cuál erala que se desprendía de lo antedicho? En mi opinión erala siguiente: primero, el jefe de los escamoteadoreshabía oído hablar puertas afuera, a la servidumbre,respecto al arribo de míster Franklin, y descubrió lamanera de hacer algún dinero a costa de ello. Segundo,tanto él como sus dos subalternos y el muchachito (convistas a obtener esa pequeña ganancia a que nos hemosreferido) se dispusieron a errar por allí hasta el

Page 41: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

momento del arribo de mi ama, con el propósito deretornar entonces y predecir, en forma mágica, lallegada de míster Franklin. Tercero, lo que Penélopehabía oído no era más que el ensayo de sus tretas, talcomo cuando los actores ensayan una obra. Cuarto,haría yo bien en no perder de vista esa noche el cesto dela vajilla. Quinto, Penélope no podía hacer otra cosamejor que apagar su vehemencia y dejarme a mí, supadre, que me adormeciera de nuevo bajo el sol.

Esto es lo que me parecía más conveniente. Si tienenustedes alguna experiencia respecto a las jovencitas, nohabrán de sorprenderse cuando les diga que Penélopeno hizo nada de eso. Según ella, los hechos eran demucha gravedad. Sobre todo me hizo reparar en latercera pregunta hecha por el hindú: «¿Vendrá elcaballero inglés con eso?»

—¡Oh, padre! —dijo Penélope, enlazandofuertemente sus manos—, ¡no te burles! ¿Qué significaeso?

—Se lo preguntaremos a míster Franklin, querida—le dije—, si es que puedes aguardar hasta su arribo.

Le guiñé un ojo, para demostrarle que tomaba lacosa en broma. Penélope la tomaba en serio. Suvehemencia me divertía.

—¿Qué diablos puede saber de esto míster Franklin?—inquirí.

—Pregúntale —dijo Penélope—. Y averigua si él,también, toma el asunto en broma.

Page 42: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Luego de este último disparo se alejó de mi lado.Una vez que se hubo ido, decidí realmente

interrogar a míster Franklin, sobre todo paratranquilizar a Penélope. Lo que hablamos ambos, luegode haberle hecho yo esa pregunta, habrán de hallarloustedes expuesto al detalle en el lugar pertinente. Pero,como no deseo despertar la expectativa de ustedes, paradefraudarlos más tarde, me permito anticiparles desdeya —y antes de ir más lejos— que no habrán de hallarustedes el menor asomo de broma en la conversaciónque sostuvimos en torno a los prestidigitadores. Congran sorpresa advertí que míster Franklin, al igual quePenélope, tomaba el asunto en serio. Hasta qué puntolo hacía, podrán ustedes comprobarlo cuando les digaque «Eso», en su opinión, significaba la Piedra Lunar.

IV

En verdad, lamento mucho obligarlos a permanecera mi lado y junto a mi silla. Un anciano que se hallaadormecido en un soleado patio trasero nada tiene deinteresante, lo reconozco. Pero las cosas habrán de serpuestas cada cual en su sitio, de acuerdo con lorealmente acaecido, y les ruego que prosigan andandoa paso lento junto a mí, mientras aguardamos a místerFranklin, que arribará en las últimas horas del día.

Page 43: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Antes de haber tenido tiempo de amodorrarme denuevo, luego de la partida de mi hija Penélope, fuiperturbado por un rechinar de vajilla, proveniente delas dependencias de los criados, que vino a anunciarmeque la cena se hallaba lista. Comiendo, como yo lo hacíaen mi propia habitación, nada tenía que ver con la cenade la servidumbre, como no fuera desearles una buenadigestión, antes de volver a apoltronarme en mi silla.Acababa de estirar mis piernas, cuando vi de prontosurgir ante mí a otra mujer. No era mi hija; se trataba,esta vez, de Nancy, la ayudante de cocina. Yo le cerrabael paso. Mientras me pedía que la dejara pasar pudeobservar que la expresión de su rostro era de malhumor…, cosa que, en mi carácter de jefe de laservidumbre, tenía por norma no dejar pasar jamás poralto.

—¿Por qué abandonas la mesa, Nancy? —lepregunté—. ¿Qué es lo que ocurre, ahora?

Nancy trató de abrirse paso sin responderme, antelo cual me levanté yo y la tomé de una oreja. Es unamuchacha rolliza y hermosa, y en cuanto a mí, tengo porcostumbre proceder en esa forma, cada vez que deseodemostrarle a una muchacha que apruebopersonalmente su conducta.

—¿Qué es lo que pasa ahora? —le volví a preguntar.—Rosanna ha vuelto a retrasarse para la cena —dijo

Nancy—. Y me han ordenado ir en su busca. Lostrabajos más duros caen siempre sobre mis espaldas.

Page 44: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

¡Déjeme pasar, míster Betteredge!La persona que aquí se designa con el nombre de

Rosanna era la segunda criada de la casa. Sintiendohacia ella una especie de piedad (por qué, ya habrán desaberlo ustedes ahora) y presintiendo, a través de laexpresión del rostro de Nancy, que ésta habría dedirigirle palabras más duras que las que aconsejaban lascircunstancias, se me ocurrió de pronto pensar que notenía nada que hacer y que bien podía ir por Rosanna yomismo, previniéndole que en el futuro debería ser máspuntual, cosa que, estaba seguro, habría de acatarsumisamente, dicho por mis labios.

—¿Dónde está Rosanna? —inquirí.—En la playa, naturalmente —dijo Nancy,

sacudiendo la cabeza—. Esta mañana sufrió uno de susacostumbrados desmayos y pidió que la dejaran salirpara respirar un poco de aire fresco. Se me estáacabando la paciencia.

—Vuelve a cenar, muchacha —le dije—. Yo, que soypaciente con ella, iré en su busca.

Nancy, que es de muy buen comer, se mostrócomplacida. Cuando así ocurre parece hermosa. Ycuando se me aparece hermosa tengo ya costumbre depasarle la mano por debajo de la barbilla. No es un actoinmoral, sino una costumbre.

Pues bien, echando mano de mi bastón, me dirigíhacia las arenas.

¡No!, aún no es conveniente partir. Siento mucho

Page 45: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

verme obligado a detenerlos otra vez; pero es necesario,realmente, que escuchen ustedes la historia de Rosannay las arenas, por la simple razón de que la historia deldiamante se halla estrechamente vinculada con ambas.¡Con cuánto esfuerzo trato de proseguir narrando sindetenerme en el trayecto, y cuán malamente llevo a cabomi propósito! Pero, ¡vaya!… Hombres y Cosas semezclan en forma arbitraria en nuestra vida,reclamando todas, a la vez, nuestra atención. Seamos,pues, pacientes y breves; les prometo que muy prontohabremos de hallarnos sumergidos en pleno misterio.

Rosanna (para nombrar a la Persona antes que laCosa, lo cual hacemos por mera cortesía) era la únicacriada nueva de la casa. Cerca de cuatro meses antes dela época a la que me estoy refiriendo, había ido mi amaa Londres a visitar un reformatorio, con el objeto desalvar a algunas mujeres y evitar que reincidieran en elmal camino, una vez que abandonaran la prisión. Ladirectora, advirtiendo su interés, le indicó unamuchacha llamada Rosanna Spearman, narrándole, almismo tiempo, una historia de lo más desdichada, queno me atrevo a repetir aquí, porque no deseo, como nodesearán sin duda ustedes, pasar un mal momento, sinprovecho alguno. En resumen, Rosanna Spearmanhabía sido una ladrona, pero como no era de esa especiede ladrones que fundan compañías en las ciudades parahurtarles a millares de personas, en lugar de robarle auna sola, la ley dejó caer su garra sobre ella, y la cárcel

Page 46: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

y el reformatorio siguieron las directivas de la ley. Ladirectora opinaba, pese a tales antecedentes, que lamuchacha constituía una excepción entre miles de casosdiversos y que sólo necesitaba una oportunidad paramostrarse digna del interés de que la hiciera objetocualquier mujer cristiana. Mi ama (que era unacristiana, si es que en verdad ha habido alguna vezalguien que lo fuera) replicó a la directora: «RosannaSpearman contará con esa oportunidad bajo miservicio.» Una semana después ingresó como segundadoncella.

Exceptuándonos a Miss Raquel y a mí, a ningunaotra persona le fue revelada dicha historia. Mi ama, queme concedía siempre el honor de consultarme respectoa cualquier clase de asunto, lo hizo también esa vez enla cuestión de Rosanna. Y habiendo yo adquirido, engran parte, la costumbre del difunto Sir John de asentirsiempre a lo que ella decía, convine cordialmente conella en todo lo que se vinculaba a la misma.

Jamás muchacha alguna contó con una oportunidadmejor que la que se le brindó a esta pobre muchacha.Ningún criado podía echarle en cara su pasado, porqueninguno de ellos lo conocía. Contó con un salario y gozóde los mismos privilegios que los demás; y de tanto entanto recibía, en privado, alguna palabra de estímulopor boca de mi ama. En retribución, necesario es que lodiga, se mostró ella siempre digna del benévolotratamiento que se le dispensaba. Aunque, lejos de ser

Page 47: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fuerte, era víctima a menudo de esos desvanecimientosa que se ha hecho referencia, realizaba sus faenas conmodestia y sin quejarse, efectuándolo todo cuidadosa yconcienzudamente. Pero, fuera por lo que fuere, locierto es que jamás entabló amistad alguna con las otrascriadas, exceptuando a mi hija Penélope quien, aunqueno intimó nunca con ella, la trató siempre conbenevolencia.

No puedo explicarme en qué forma pudo ofender lamuchacha a las demás. No había en ella, ciertamente,belleza alguna que hubiera podido provocar su envidia;era, por otra parte, la más humilde de la casa, a lo cualse agregaba la desgracia de tener un hombro másgrande que el otro. En mi opinión, las causas principalesdel resentimiento de sus compañeras eran, sobre todo,su mutismo y su soledad. Acostumbraba leer o trabajaren las horas libres, momentos que las demás dedicabana las murmuraciones. Y cuando le correspondía salir,nueve de cada diez veces en que tal cosa ocurría, secolocaba en silencio su gorro y salía completamentesola. Jamás disputaba ni se ofendía por nada; sólomantenía cierta distancia, obstinada y cortésmente,entre sí misma y las otras. Se añadía a ello lacircunstancia de que, simple como era, existía en supersona la pizca de un algo que no correspondía a unacriada, y esa pizca la hacía asemejarse a una señora.Trascendía tal cosa de su voz, o quizá de su rostro. Loque sí puedo asegurar es que las otras mujeres se

Page 48: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lanzaron sobre esa peculiaridad suya como un rayo,desde el primer día en que se la vio en la casa, y dijeron,lo cual era de lo más injusto, que Rosanna Spearman sedaba tono.

Habiendo narrado ya su historia, no me queda otracosa por hacer que darles a conocer una de las tantascostumbres extrañas de esta rara muchacha, antes deproseguir con mi relato sobre lo ocurrido en las arenas.Nuestra finca se yergue bien hacia lo alto, en la costa deYorkshire, próxima al mar. Y cuenta con muy hermosassendas en todas direcciones, salvo en una. Ésta, puedoasegurarles, es una senda horrible. Luego de surcar através de un cuarto de milla una melancólica plantaciónde abetos, nos lleva hasta un lugar ceñido por dos bajosacantilados que se alzan sobre una pequeña bahía, lamás solitaria y deprimente de toda la costa.

Las dunas se suceden allí cuesta abajo, en direcciónal mar, y culminan en dos cabos rocosos y combadosque surgen el uno frente al otro, hasta perderse en elmar. Uno de ellos recibe el nombre de Cabo Norte y elotro de Cabo Sur. Entre ambos, y fluctuandocontinuamente en ciertos períodos del año, extiéndesela más horrenda de las arenas movedizas de Yorkshire.Cuando retorna la marea, hay algo allí, en las remotasprofundidades, que le transmite un temblor de lo másextraño a esa superficie arenosa, lo cual ha dado lugara que las gentes de la región bautizaran al sitio con elnombre de las Arenas Movedizas. Un gran banco

Page 49: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

situado media milla más allá, próximo a la boca de labahía, atempera la violencia de las aguas oceánicas quevienen desde mar afuera. En invierno y verano, cuandofluye la marea sobre las arenas movedizas, parece comosi el mar, luego de abandonar allí sus olas, sobre elbanco, se deslizase calmosamente, suspirando ycubriendo de silencio la costa. ¡Se trata, sin duda, delmás horrible y solitario de los lugares! Ni un solo niñode nuestra aldea de pescadores, llamada Cobb’s Hole,viene a jugar aquí. Los mismos pájaros, creo, eluden aestas Arenas Movedizas. Que una muchacha ante cuyamirada se ofrecen por docenas los caminos máshermosos, y a quien no le habría de faltar compañía encuanto le dijera a alguien: «¡Ven!», escoja este sitio parasentarse a trabajar en él o dedicarse, solitaria, a lalectura, cuando le corresponde salir, es algo, en verdad,extraordinario. Como quiera que sea, y tómenlo ustedescomo quieran, lo cierto es que ése era el paseo favoritode Rosanna Spearman, si se exceptúan los viajes querealizaba de tanto en tanto, para ir a visitar a su únicaamiga residente en Cobb’s Hole, la persona máspróxima a su vida. También es cierto que era ése el sitiohacia donde yo me dirigía con el propósito de hacerlaregresar para la cena, lo cual nos retrotrae, felizmente,al punto de partida, impulsándonos otra vez hacia lasarenas.

Ni un solo vestigio de su existencia advertí en elplantío. Cuando, después de trasponerlo, avancé por los

Page 50: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

médanos en dirección a la costa, pude verla con elpequeño sombrero de paja y la sencilla capa gris queusaba siempre para disimular, de la mejor maneraposible, su hombro deforme. Allí estaba, solitaria,dirigiendo su vista, a través de las arenas movedizas, endirección al mar.

Se estremeció al verme a su lado y volvió la cabezahacia otra parte. Como por principio no podía yo, en micarácter de jefe de la servidumbre, permitir que serehusase mirarme a la cara, sin inquirir la causa, le hicevolver el rostro hacia mí y comprobé que estaba orando.Teniendo a mano mi pañuelo de hierbas —una de lasseis maravillas que le debo al ama—, lo sustraje de mibolsillo y le dije a Rosanna:

—Ven y siéntate conmigo, querida, en el declive decosta. Luego de enjugarte las lágrimas seré tan osadocomo para preguntarte cuál es el motivo de esaslágrimas.

Cuando sean ustedes tan viejos como yo, hallaránentonces mucho más fatigoso de lo que ahora les resultael acto de ir a sentarse en el declive de una costa.Sentado allí comprobé que Rosanna se había estadosecando los ojos con su propio pañuelo, de una claseinferior a la del mío, un mezquino pañuelo de artista. Sehallaba muy serena, sintiéndose a la vez y desdichada,pero se sentó a mi lado como una buena muchacha encuanto se lo indiqué. La manera más eficaz de consolara una mujer consiste en sentarla sobre nuestras rodillas.

Page 51: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Yo me acordé al instante tan preciosa norma. Pero,¡vaya!, lo cierto es que Rosanna no era Nancy.

—Dime, querida —le dije—, ¿por qué estabasllorando?

—Por mi vida de estos últimos años, místerBetteredge —dijo Rosanna calmosamente—. Todavía meacuerdo, de vez en cuando, de mi vida pasada.

—Vamos, vamos, muchacha —le dije— tu pasado yaha sido borrado. ¿Por qué razón no puedes olvidarlo?

Asió, entonces, uno de los faldones de mi casaca. Yosoy un viejo desaliñado que vuelco buena parte de loque como y bebo sobre mis ropas. Ya una ya otra mujerde la casa me quitan siempre la grasa de encima. Lavíspera Rosanna había quitado una mancha de mifaldón, con un nuevo producto del que se decía queeliminaba toda mancha. Desaparecida la grasa, unahuella opaca aparecía en el mismo lugar, sobre la pelusadel paño. La muchacha señaló el lugar y sacudió lacabeza.

—La mancha ha desaparecido —dijo—. ¡Pero el lugarla descubre, míster Betteredge…, el lugar la descubre!

Una observación que nos toma desprevenidos,valiéndose para ello de nuestra propia chaqueta, no esfácil de ser contestada. Por otra parte, algo trascendíaen ese instante de la muchacha que me hizo sentirmeparticularmente sensible a su dolor.

Tenía unos hermosos ojos castaños, simples, comolo eran también muchas de sus otras características

Page 52: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

personales, y me miró denotando una tan profundasensación de respeto hacia mi dichosa ancianidad y mibuen carácter, que fue como si me hubiera dado aentender que tales cosas habrían de hallarse en todotiempo fuera del alcance de sus posibilidades; lo cualhizo que se me oprimiera el corazón ante la suerte denuestra segunda doncella. Considerándome incapaz deconfortarla, sólo me quedaba una cosa por hacer. Y estacosa consistía… en hacerla regresar para comer.

—Ayúdame a levantarme —le dije—. Te hasrehusado para la cena, Rosanna, y he venido a buscarte.

—¡Usted, míster Betteredge! —respondió ella.—Nancy era la encargada de hacerlo —le dije—. Pero

pensé que habría de molestarte menos el regaño si éstevenía de mis labios.

En lugar de ayudarme, la pobre criatura deslizó sumano sobre la mía, y la apretó suavemente. Se esforzópor no llorar y lo consiguió… ganándose de esa manerami respeto.

—Es usted muy bueno, míster Betteredge —dijo—.No deseo comer nada hoy… Permítame quedarme unrato más aquí.

—¿Qué es lo que te hace desear este lugar? —lepregunté—. ¿Qué es lo que te impulsa a venircontinuamente a un sitio tan miserable?

—Hay algo que me arrastra aquí —dijo la muchacha,trazando figuras con su dedo en las arenas—. Quieroevitarlo y no puedo. A veces —dijo en voz baja y como

Page 53: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

atemorizada por sus propias visiones—, a veces, místerBetteredge, pienso que la muerte me está aguardandoaquí.

—Allá están el carnero asado y el budínaguardándote —le dije—. Entra a comer en seguida.¡Eso es lo que ocurre cuando se medita con el estómagovacío, Rosanna!

Le hablé con severidad, naturalmente indignado, aesa altura de mi vida, ante una muchacha de veinticincoaños que hablaba de la muerte.

Pareció no oírme; colocándome una mano sobre elhombro me obligó a permanecer sentado junto a ella.

—Creo que este sitio me ha embrujado —dijo—.Sueño con él todas las noches y pienso en él cuando mehallo cosiendo. Usted sabe, míster Betteredge, que soyuna persona agradecida… y sabe también que trato demerecer la bondad suya y la confianza del ama. Peroalgunas veces me pregunto si no es ésta una vidademasiado tranquila y buena para una mujer como yo,para una mujer que ha pasado por todo lo que yo hepasado, míster Betteredge…, por todo lo que yo hepasado. Me encuentro más a solas allá, entre los demáscriados, sabiendo, como bien sé, que no soy igual a ellos,que aquí, en este sitio. Ni el ama ni la directora delreformatorio pueden imaginarse el espantoso reprocheque significan en sí mismas las gentes honestas parauna mujer como yo. No me regañe usted que es unhombre bueno. ¿No cumplo acaso con mis obligaciones?

Page 54: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Por favor, no le diga al ama que estoy descontenta…Pues no lo estoy. Mi espíritu se inquieta algunas veces;eso es todo. ¡Mire! —dijo—. ¿No es maravilloso? ¿No esterrible? Lo he visto infinidad de veces y siempre meparece tan nuevo como si jamás lo hubiera vistoanteriormente.

Yo dirigí mi vista hacia donde ella indicaba. Lamarea retornaba y las horribles arenas comenzaron atemblar. La ancha y morena superficie se hinchabalevemente y luego se ahuecaba y temblequeaba en todasu extensión.

—¿Sabe usted en lo que me hace pensar, a mí, esto?—dijo Rosanna, asiéndose de mi hombro nuevamente—.En cientos y cientos de seres jadeantes que se hallaránallí debajo…, luchando todos por alcanzar la superficiey hundiéndose más y más en esas terriblesprofundidades. ¡Tire una piedra, míster Betteredge, tireuna piedra allí y veamos si la arena se la engulle!

¡He aquí una charla enfermiza! ¡He aquí unestómago vacío, nutriéndose con los pensamientos deuna mente agitada! Mi respuesta —un tanto abrupta,pero en su propio beneficio, puedo aseguraros— sehallaba ya en la punta de mi lengua, cuando fuecontenida súbitamente en ella por una voz, quesurgiendo de las dunas me llamaba a gritos por minombre. «¡Betteredge!» —prorrumpió la voz—, «¿dóndeestá usted?». «¡Aquí!», respondí con un grito, sin lamenor idea respecto a quién podía ser esa persona.

Page 55: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Rosanna se puso en pie, y, estremecida y rígida, clavó suvista en el lugar desde el cual llegaba la voz. Estaba yopor levantarme, a mi vez, cuando me hizo vacilar uncambio advertido en las facciones de la muchacha.

Su piel adquirió un bello matiz rojo, como jamás lohabía yo percibido anteriormente; todo su serresplandecía bajo los efectos de una indecible sorpresaque le cortó el aliento.

—¿Quién es?—pregunté.Rosanna me contestó repitiendo mi pregunta.—¡Oh! ¿Quién es? —dijo suavemente, hablándose

más a sí misma que dirigiéndose a mí. Yo giré sobre laarena y miré en sentido contrario. Allí, avanzando hacianosotros a través de los montículos, pude advertir a unjoven caballero de ojos vivaces, luciendo un hermosotraje color de cervatillo, ostentando un sombrero y unosguantes que armonizaban con el mismo, una rosa en elojal de la solapa y una sonrisa que hubiera sido capaz dehacer sonreír a las propias Arenas Movedizas, enretribución a su acogida. Antes de que tuviera yo tiempode ponerme de pie, se dejó caer, de golpe, a mi lado,colocó su brazo en torno de mi cuello —una modaextranjera—y me dio un abrazo que casi me corta elresuello.

—¡Mi viejo y querido Betteredge! —dijo el reciénllegado—. Te debo siete libras y seis peniques. ¿Sabesahora quién soy? ¡Dios nos bendiga y nos salve! ¡Porquehe aquí que, cuatro horas antes de la señalada, teníamos

Page 56: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

junto a nosotros a míster Franklin Blake! Antes de que lograra yo articular palabra alguna,

advertí que míster Franklin, muy sorprendido, alparecer, desviaba su vista de mi persona para fijarla enRosanna. Siguiendo su trayectoria con la mía, yotambién me puse a mirar a la muchacha. Ésta seruborizaba más y más, lo cual se debía, aparentemente,al hecho de haber tropezado con los ojos de místerFranklin; dándonos la espalda, súbita e indeciblementeconfundida, abandonó el lugar sin saludar siquiera alcaballero o dirigirme una sola palabra a mí, hecho quese halla enteramente en pugna con su habitual manerade conducirse, pues jamás habrán conocido ustedes unacriada más cortés y de mejores modales.

—Qué extraña muchacha —dijo míster Franklin—.Me pregunto qué es lo que la habrá sorprendido en mí.

—Creo, señor —respondí, bromeando a costa de laeducación europea de nuestro joven caballero—, quedebe de haber sido su apariencia de extranjero.

Hago constar aquí las displicentes palabras demíster Franklin y mi tonta respuesta, a manera deconsuelo y estímulo para cuanta gente estúpida hay eneste mundo, ya que, como lo he hecho notar con esteejemplo, constituye siempre un motivo de satisfacciónpara nuestros subalternos el comprobar cómo en ciertasocasiones no se muestran sus superiores másperspicaces que sus inferiores. Ni míster Franklin, pesea su maravillosa cultura extranjera, ni yo mismo, con

Page 57: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

toda mi experiencia y mi innata sagacidad, logramossiquiera vislumbrar a qué se había debido, realmente lainsólita actitud de Rosanna Spearman. Su pobre imagense había desvanecido de nuestra mente antes de quecesáramos de percibir el postrer temblor de su pequeñacapa gris en medio de las dunas. ¿Y qué importa ello?,se preguntará, con razón, el lector. Lea mi buen amigo,con tanta paciencia como le sea posible, y llegará alamentar en la misma medida, tal vez, en que yo lo hice,el destino de Rosanna Spearman, desde el momento enque di con la verdad.

V

Lo primero que hice, en cuanto nos quedamos solos,fue intentar, por tercera vez, ponerme en pie sobre laarena. Míster Franklin me contuvo entonces.

—Este horrendo lugar nos depara una ventaja—dijo—; y ésta consiste en que somos sus únicosmoradores. No te muevas, Betteredge; tengo algo quedecirte.

Mientras prestaba oídos a sus palabras, tenía yo mivista fija en él, y me esforzaba por hallar en los rasgosdel hombre algo que me hiciera ver de nuevo al año. Elhombre me desconcertó. Su aspecto me persuadió deque, mirándolo como lo mirara, tenía tantas

Page 58: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

probabilidades de descubrir las rosadas mejillas delniño como de volver a percibir la pequeña y acicaladachaqueta del muchacho. Su piel había empalidecido; surostro, ante mi asombro y disgusto, se hallabarecubierto en la parte inferior por un bigote y una barbamorena y rizada. Sus maneras eran frívolas y vivaces,agradables y atractivas, debo reconocerlo, pero nadasabía en ellas que pudiera compararse con susespontáneos modales de antaño. Lo que agravaba lascosas era el hecho de que, pese a su promesa de crecer,no había cumplido tal compromiso. Era delgado,elegante bien proporcionado, pero le faltaban una o dospulgadas para alcanzar una estatura mediana. En suma,me desconcertó completamente. Los años transcurridosnada habían dejado en pie de su antigua apariencia,como no fuera su vivaz y franca mirada. Esta me hizodar de nuevo con el muchacho y allí resolví detenermeen mi examen.

—Bienvenido sea en esta vieja residencia, místerFranklin —le dije—. Tanto más bienvenido cuanto queha llegado usted, señor, con algunas horas deanticipación.

—He tenido un motivo para anticiparme—respondió míster Franklin—. Sospecho, Betteredge,que se me ha seguido y vigilado en Londres durante lostres o cuatro últimos días; he viajado de mañana enlugar de tomar el tren vespertino, para chasquear acierto extranjero de piel oscura.

Page 59: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Estas palabras me sorprendieron sobremanera. Metrajeron a la mente de inmediato a los tresprestidigitadores y la advertencia de Penélope, quiensospechaba que los mismos se hallaban tramando algoen contra de la persona de míster Franklin Blake.

—¿Quién lo ha estado vigilando, señor… y por qué?—inquirí.

—Quiero que me informes respecto a esos treshindúes que han estado hoy en la casa —dijo místerFranklin, sin responder a mi pregunta—. Es muyposible, Betteredge, que tanto el extranjero como esosescamoteadores tuyos formen parte del mismo acertijo.

—¿Cómo se ha enterado usted, señor, de lapresencia de esos prestidigitadores? —le respondí,colocando una pregunta inmediatamente a la zaga de laotra, lo cual, admito, no encuadra con las normas de labuena educación.

Pero no siendo mucho lo que debe esperarse de lapobre naturaleza humana, confío en que no exigirántampoco mucho de mi persona.

—Estuve con Penélope en la casa —dijo místerFranklin—, y me puso al tanto de lo ocurrido. Tu hija,Betteredge, ha cumplido su promesa de trocarse enbella jovencita. Penélope se halla dotada de un oídoaguzado y de un pie leve. ¿Poseía acaso la difuntamistress Betteredge tan inestimables cualidades?

—La difunta mistress Betteredge poseía, señor, unabuena suma de defectos —le respondí—. Uno de ellos

Page 60: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Juego de palabras con base al apellido Betteredge.1

Míster Franklin dice literalmente «Betteredge, tu filo(edge), es mejor (better) que nunca» (N. del T.)

consistía, y le pido perdón por mencionarlo, en el hechode que jamás se mantenía dentro de los límites delproblema en discusión. Se asemejaba más a una moscaque a una mujer: le era imposible detener su vuelosobre cosa alguna.

—Hubiera congeniado cabalmente conmigo —dijoFranklin—. Jamás logré yo tampoco concentrarme encosa alguna. Betteredge, tienes ahora un filo másaguzado que nunca . Tu hija, al pedirle yo detalles1

acerca de los prestidigitadores, sólo me dijo lo siguiente:«Mi padre le dará informes. Es un hombre maravilloso,pese a su edad, y sabe expresarse muy bellamente.»Éstas fueron, exactamente, las palabras pronunciadaspor Penélope, quien se ruborizó de la manera másencantadora. Ni aun el respeto que siento por tiimpidió… pero eso no tiene importancia; la conocí deniña y no creo que tal cosa pueda perjudicarla.Hablemos seriamente. ¿Qué es lo que han hecho esosescamoteadores?

Yo me sentí un tanto incomodado por la conducta demi hija, no por haberle permitido a míster Franklin quela besara, lo cual podía muy bien hacer, sino porforzarme a hacer el relato de su tonta historia, desegunda mano. No obstante, me veía ahora obligado a

Page 61: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

narrar los mismos hechos. Toda la alegría de místerFranklin se vino abajo, a medida que yo avancé en mirelato Se hallaba allí, sentado, con las cejas fruncidas yretorciéndose la barba. Cuando hube dado término a lahistoria, se repitió a sí mismo dos de las preguntas queel jefe de los juglares le hiciera al muchacho, al parecercon la intención de grabárselas profundamente en lamemoria.

—¿Será por el camino que se dirige a esta casa nopor otro por donde habrá de pasar hoy el caballeroinglés? ¿Vendrá el caballero inglés con eso? Sospecho—dijo míster Franklin, extrayendo de su bolsillo unpequeño envoltorio de papel lacrado— que eso se refierea esto. Y esto, Betteredge, no es otra cosa que el famosodiamante de mi tío Herncastle.

—¡Dios mío, señor! —prorrumpí—. ¿Cómo ha venidoa parar a sus manos el diamante del maligno Coronel?

—El maligno Coronel ha dispuesto en su testamentoque este diamante se convierta en un presente decumpleaños para mi prima Raquel —dijo místerFranklin—. Y mi padre, en su carácter de albacea delmaligno Coronel, me ha confiado la misión de traerlo aeste lugar.

Si el mar, que en ese instante se filtraba suavementeen las Arenas Movedizas, se hubiera convertido en tierrafirme ante mis propios ojos, dudo de que mi sorpresahubiese sido mayor que la provocada en mi espíritu porestas palabras de míster Franklin.

Page 62: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¡Miss Raquel heredera del diamante del Coronel!—dije—. ¡Y su padre, señor, es el albacea del Coronel!¡Vaya, míster Franklin, le hubiera apostado a ustedcualquier cosa a que su padre se hubiese rehusado atocar al Coronel aun con tenazas!

—¡Eres muy severo, Betteredge! ¿Qué es lo quetienes que decir en contra del Coronel? Pertenecía a unaépoca que no es la nuestra. Ponme al tanto de lo quesepas a su respecto y habré de explicarte entonces cómofue que mi padre se convirtió en su albacea y algo másaún. En Londres realicé algunos descubrimientos entorno a la persona de mi tío Herncastle y su diamante,que presentan, me parece, un feo aspecto y necesito quetú me los confirmes. Acabas de llamarlo el «malignoCoronel». Indaga en tus recuerdos, viejo amigo, yaclárame por qué.

Al percibir cuán seriamente lo decía, resolví darleesa explicación.

Transcribo aquí, en beneficio del lector, y en susaspectos fundamentales, la información que le di a él.Preste atención, porque de lo contrario se extraviarácuando nos internemos más en nuestra historia.Ahuyente del pensamiento a los niños, a la cena, a sunuevo sombrero o lo que quiera que fuere. Trate deolvidarse de la política, los caballos, las cotizaciones dela City y las querellas del club. Espero que no habrá deser en vano; sólo se trata de una de las tantas manerasa que recurro para requerir la atención del benevolente

Page 63: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lector. ¡Dios mío! ¿No lo he visto acaso con los másgrandes autores en la mano y no sé por ventura lopropenso que es a dejar divagar su atención, cuando esun libro quien la solicita y no una persona? Hace uninstante me he referido al padre de mi ama, el viejoLord de la lengua larga y el carácter áspero. En totaltuvo cinco hijos. Para comenzar, dos varones; luego deun largo intervalo su esposa se dio engendrar de nuevoy tres damiselas fueron surgiendo prestamente unadetrás de otra, lo cual hizo con mayor premura quepuede permitir el curso natural le las cosas; mi ama,como ya he apuntado más arriba, era la más joven ybella de las tres. El mayor de dos varones, Arturo,heredó el título y las posesiones. El segundo, elHonorable John, recibió de un pariente una granfortuna e ingresó en el ejército.

Hay un proverbio que tacha de mal pájaro a aquelque empuerca su propio nido. Y como yo me consideroun integrante de la noble familia de los Herncastle,espero se me conceda el favor de no solicitarme detallesvinculados con el Honorable John. Honestamenteconsidero que fue uno de los más grandes y temiblesguardias que jamás hayan existido. Se inició en elejército, incorporándose al Cuerpo de Guardias. Tuvoque abandonarlo antes de los veintidós años…, noimporta por qué causa. Las leyes del ejército son muyrigurosas y lo fueron también en el caso del HonorableJohn. Se dirigió luego a la India para comprobar si allí

Page 64: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

también lo eran y probar un poco el servicio activo. Enlo que respecta al coraje (hay que reconocerlo) era unamezcla de bull dog y de gallo de pelea, con una pizca desalvajismo. Intervino en la toma de Seringapatam. Bienpronto cambió de regimiento, y con el correr del tiempose incorporó a un tercero. En éste alcanzó el últimogrado a que fue promovido, o sea de Teniente Coronel,juntamente con una insolación, emprendiendo entoncesel regreso a Inglaterra.

Retornó con un carácter que hizo que le cerraran lapuerta todos sus familiares, entre quienes se destacó enprimer término mi ama, recién casada, al proclamar,con el asentimiento de Sir John, naturalmente, quejamás habría de permitirle a su hermano la entrada enninguna residencia suya. Más de un baldón empañabala fama del Coronel y hacía que las gentes seavergonzaran de su trato, pero aquí sólo interesa insistirsobre el estigma que se refiere al diamante.

Se decía que había entrado en posesión de esa gemaindia valiéndose de medios que, aunque era osado, nose atrevía él mismo a reconocer. Jamás procuróvenderlo, ya que no se halló nunca necesitado de dinero,ni hizo nunca, para hacerle justicia nuevamente, deldinero un fin. Jamás se desprendió de la gema, ni se lamostró a ser viviente alguno. Se dijo que temía verseenvuelto en dificultades, ante las autoridades militares,por su causa; otros, ignorando completamente suverdadera naturaleza, afirmaron que temía que su

Page 65: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

exhibición le costara la vida.Sin duda había una parte de verdad en esta última

afirmación. Hubiera sido falso afirmar, por ejemplo,que se hallaba amedrentado, pero era cierto, por otraparte, que su vida se había visto amenazada en dosocasiones en la India, y era creencia arraigada que eldiamante desempeñaba un papel importante en eseasunto. Cuando a su regreso a Inglaterra se vio que todoel mundo eludía su presencia, pensó la gente de nuevoque el diamante era el causante de todo. El misterio dela vida del Coronel fue infiltrándose en sus propiosmodales y lo colocó al margen de la ley, por así decirlo,entre las gentes de su país. Los hombres le impedían laentrada a los clubes; las mujeres —muchas, sin duda—con que intentó casarse lo rechazaron; amigos yparientes se tornaron demasiado cortos de vista parapoderlo distinguir en la calle.

Otro hombre, en medio de tanta hostilidad, sehubiera esforzado por ganarse la buena voluntad de lasgentes. Pero el Honorable John no era un hombre quehabría de ceder aunque estuviese errado y tuviera queenfrentar a todo el mundo. Así como había conservadoel diamante en la India, desafiando abiertamente aquienes lo podían acusar de asesinato, seguíaconservándolo en Inglaterra, desafiando en la mismaforma a la opinión pública. He aquí el retrato de esehombre, pintado como sobre un lienzo; un carácter quese atrevía a toda cosa y un rostro que, hermoso como

Page 66: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

era, parecía no obstante poseído por el demonio.Numerosos rumores circulaban en torno a su

persona. Hubo quien dijo que se había entregado al opioy a coleccionar libros antiguos; otros afirmaron que sehallaba consagrado a extraños experimentos químicos;en ciertas ocasiones se lo vio divertirse y jaranear entrelas gentes más bajas de los más disolutos barrios deLondres. Como quiera que fuere, llevaba el Coronel unaexistencia subterránea, viciosa y solitaria. En unaocasión, tan sólo en una, luego de su regreso aInglaterra, tuve la oportunidad de encontrarme con élcara a cara.

Cerca de dos años antes de la época a que me estoyrefiriendo y un año y medio antes de su muerte aparecióinesperadamente el Coronel en la finca de mi ama enLondres. Fue en la noche del cumpleaños de MissRaquel, el veintiuno de junio, mientras se realizaba unatertulia en su honor, como era costumbre en la casa. Unmensaje me fue entregado por el lacayo, a través delcual se me anunciaba que un caballero requería mipresencia. Al llegar al vestíbulo me encontré allí con elCoronel, viejo, rendido y miserable y tan perverso ysalvaje como nunca.

—Sube en busca de mi hermana —me dijo— y dileque he venido a desearle a mi sobrina muchasfelicidades en este día.

Más de una vez, anteriormente, había tratado dereconciliarse por carta con su hermana, con el único

Page 67: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

propósito, muy firmemente convencido, de crearledificultades. Pero ésa era la primera vez que aparecíaallí en persona. Tenía ya en la punta de la lengua lanoticia de que mi ama se hallaba esa noche en unatertulia, pero su diabólico aspecto me acobardó. Así fuecomo me dirigí escaleras arriba con su mensaje,dejándolo, según sus deseos, a solas en el vestíbulo.

Los criados lo observaban, rígidos, desde lejos,como si se tratase de una máquina humana dedestrucción cargada de pólvora y municiones paralanzarse sobre ellos en cualquier momento.

Mi ama había heredado una pizca, nada más queuna pizca, de la irascibilidad proverbial en la familia.

—Dígale al Coronel Herncastle —me respondió altransmitirle el mensaje de su hermano— que MissVerinder se halla ocupada y que yo me niego a verlo.

Yo hice lo posible por lograr una réplica más cortés,conociendo, como conocía, al Coronel, cuyo carácter nose detenía ante ninguna de esas restricciones que suelencontener a un caballero. ¡Fue inútil! La cólera familiarse descargó súbitamente sobre mi persona.

—Bien sabe usted que cuando necesito su consejo—me dijo el ama— recurro, sin vacilar, a él. Pero ahorano se lo he pedido.

Bajé, pues, la escalera, portador de aquel mensaje,tomándome la libertad de presentarlo bajo una formaque era como una nueva edición, corregida de acuerdocon mis deseos y que constaba de las siguientes

Page 68: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

palabras:—Tanto el ama como Miss Raquel lamentan tener

que comunicarle que se hallan ocupadas, Coronel, yesperan se las excuse por no poder gozar del honor derecibirlo.

Yo esperaba que habría de estallar, aun ante esafrase tan cortés. Pero, con sorpresa, advertí que no hizonada de lo que yo temía. Me alarmé ante el hecho deque tomara la cosa con esa calma tan enteramente endesacuerdo con su índole. Sus ojos grises, vivaces yrelucientes, se posaron en mi rostro durante uninstante; luego rió, pero no hacia afuera como las demáspersonas, sino hacia adentro, hacia sí mismo, de unamanera suave, ahogada y horriblemente perversa.

—Gracias, Betteredge —me dijo—. No habré deolvidar nunca el cumpleaños de mi sobrina.

Dicho esto, giró sobre sus talones y abandonó lacasa.

Cuando llegó el cumpleaños siguiente nosenteramos de que se hallaba enfermo en cama. Seismeses más tarde —o sea un semestre antes de la épocaa que me estoy refiriendo— arribó a la casa una misivaque le era enviada al ama por un clérigo altamenterespetable. A través de la misma se le comunicaban dosnuevas maravillosas, referentes a la vida familiar. Laprimera anunciaba que el Coronel perdonó a suhermana en su lecho de muerte. La segunda, quetambién había perdonado a todo el mundo y tenido un

Page 69: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fin de lo más edificante. Yo siento, a pesar de losobispos y del clero, un verdadero respeto hacia laIglesia, pero me hallo enteramente convencido, almismo tiempo, de que el demonio debió entrar deinmediato, y sin dificultad, en posesión del alma delHonorable John y de que la última acción abominablecometida por ese hombre aborrecible fue, con perdón deustedes, llamar a un sacerdote.

Esto es todo lo que dije a míster Franklin. Advertíque me había estado escuchando más y másatentamente, a medida que avanzaba en mi relato.Comprobé también que la historia que se refería alrechazo del Coronel de la casa de su hermana, enocasión del cumpleaños de su sobrina, había herido, alparecer, a míster Franklin, como una bala que da en elblanco. Aunque no dijo una sola palabra, pude advertir,por la expresión de su rostro, que se sentía incómodo.

—Ya has dicho lo que te correspondía decirme,Betteredge —observó—. Ahora me corresponde a mí.Sin embargo, antes de darte a conocer losdescubrimientos que he realizado en Londres y losdetalles que explican cómo me vi mezclado en esteasunto del diamante, necesito saber una cosa. A juzgarpor tu expresión, mi viejo amigo, pareces no habercaptado enteramente la índole del asunto que buscamosresolver. ¿O es, acaso, engañosa tu apariencia?

—No, señor —dije—. Mi apariencia, en este instantepor lo menos, es sincera.

Page 70: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—En tal caso —dijo míster Franklin—, ¿qué teparece si te doy a conocer mi opinión antes deproseguir? Frente a mí veo surgir tres interrogantes,relacionados con el regalo de cumpleaños que elCoronel le envió a Miss Raquel. Sígueme con atención,Betteredge, y lleva la cuenta de lo que te iré diciendo,con los dedos, si lo crees conveniente —dijo místerFranklin, satisfecho de poder dar esa muestra de lucidezmental, lo cual me retrotrajo a los viejos y maravillosostiempos en que era un muchacho—. Primerinterrogante: ¿Dio lugar el diamante del Coronel a unaconspiración en la India? Segundo interrogante:¿Siguieron los conspiradores al diamante hastaInglaterra? Tercer interrogante: ¿Tuvo conocimiento, elCoronel, de que se conspiraba en torno del diamante yse propuso dejarle un legado peligroso y molesto a suhermana, a través de la inocente persona de su hija?Hacia eso es hacia donde me conducen mis deduccionesBetteredge. Te ruego que no te espantes.

Muy fácil era decirlo, pero lo cierto es que me habíaespantado.

De ser verdad lo que decía, he aquí a nuestrapacífica morada inglesa perturbada por un diabólicodiamante hindú, que arrastraba tras sí a variosconspiradores, arrojados sobre nosotros para vengar undifunto. ¡Ésa era nuestra situación, según las últimaspalabras de míster Franklin! ¿Quién ha oído halaralguna vez de una cosa semejante, en pleno siglo

Page 71: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

diecinueve, en una era de progreso y en un país quedisfruta de las bendiciones de la constitución británica?Nadie, sin duda, lo habrá oído jamás y no habrá, por lotanto, quien acepte tal cosa. Proseguiré, sin embargo,con mi relato, a pesar de ello.

Cuando una alarma repentina, de la índole de la queacababa yo de experimentar, los inquiete, pueden tenerla seguridad de que, en nueve de cada diez ocasiones, lamisma se hace sentir en el estómago. Y al ocurrir talcosa en este órgano, nuestra atención divaga y comienzaa sentirse uno molesto. Yo me agité silencioso, allí, en laarena. Míster Franklin, advirtiendo mi lucha con misperturbaciones mentales o estomacales, lo mismo da, yaque ambas significan lo mismo, se detuvo en el precisoinstante en que se disponía a proseguir con su relato,para decirme en forma abrupta:

—¿Qué es lo que quieres?¿Qué es lo que yo quería? Aunque no se lo dije a

nadie se lo diré a ustedes confidencialmente. Deseabaechar una bocanada con mi pipa y echarle un vistazo ami Robinson Crusoe.

VI

Ocultando m is sentim ientos, le pedírespetuosamente a míster Franklin que continuara. Y

Page 72: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

éste replicó:—No te inquietes, Betteredge —y prosiguió con su

narración.A través de lo que dijo en seguida nuestro joven

caballero, me enteré de que los descubrimientos hechosen torno al diamante del maligno Coronel habíaempezado a hacerlos durante una visita efectuada, antesde venir a nuestra casa, al abogado de su padre enHampstead. Una palabra lanzada al azar por místerFranklin, mientras se hallaban conversando a solascierto día después de la cena, dio lugar a que se le dijeraque había sido encargado por su padre para efectuar laentrega de un regalo de cumpleaños a Miss Raquel. Unacosa se fue eslabonando con la otra, hasta que porúltimo terminó el abogado por revelarle la índole delregalo y el origen del vínculo amistoso que llegó aestablecerse entre el difunto Coronel y míster Blake,padre. Los hechos que a continuación expondré son denaturaleza tan insólita que dudo de mi capacidad parahacerlo debidamente. Prefiero remitirme a losdescubrimientos efectuados por míster Franklin,valiéndome, hasta donde me sea posible, de sus propiaspalabras.

—¿Te acuerdas, Betteredge, de la época —me dijo—en que mi padre se hallaba empeñado en demostrar lasrazones que le asistían para aspirar a ese infortunadoDucado? Pues bien, por ese entonces regresó mi tíoHerncastle de la India. Mi padre llegó a saber que su

Page 73: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuñado poseía ciertos documentos que podían serle deutilidad mientras se ventilaba el proceso. Fue a visitar,por lo tanto, al Coronel, con el pretexto de darle labienvenida a su regreso a Inglaterra. El Coronel no erapersona que se dejara engañar de esa manera.

—Tú necesitas algo —le dijo—; de lo contrario nohabrías comprometido tu reputación para venir a micasa.

Mi padre comprendió que la mejor manera de salirairoso habría de ser el arrojar todas las cartas sobre lamesa: admitió de entrada que iba en busca de esospapeles. El Coronel le pidió un día de plazo parameditar la respuesta. Ésta llegó bajo la forma de la másextraordinaria de las cartas, la cual me fue mostrada porel letrado. Comenzaba expresando el Coronel que,hallándose él a su vez necesitado de algo que poseía mipadre, le proponía un cordial intercambio de servicios.Los azares de la guerra (tales fueron sus propiaspalabras) lo habían puesto en posesión de uno de losmás grandes diamantes del mundo y tenía sus razonespara creer que tanto su persona como la piedra preciosacorrerían peligro mientras permanecieran juntos encualquier morada o rincón de la tierra. Frente a tanalarmante perspectiva, había resuelto confiarle encustodia del diamante a otra persona. Esta no teníanada que temer. Podría depositar la gema en algún sitiofuera de su casa y especialmente vigilado, en un bancoo en la caja fuerte de algún joyero, donde es costumbre

Page 74: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

guardar los objetos más valiosos. Su responsabilidadpersonal en el asunto habría de ser de índoleenteramente pasiva. Debería comprometerse a recibiren una fecha preestablecida, y en un lugar tambiénpredeterminado, todos los años, una esquela delCoronel, donde constara simplemente el hecho de queaquél seguía existiendo. Si transcurría tal fecha sinobtener noticias suyas, debía interpretarse ese silenciocomo una segura señal de que el Coronel había sidoasesinado. En tal caso, sólo en ése, deberían abrirseciertas instrucciones selladas que habían sidodepositadas junto con el diamante, en las cuales seindicaba lo que habría de hacerse con aquél;instrucciones que debían ser seguidas al pie de la letra.

De aceptar mi padre tan extraño compromiso, losdocumentos que le solicitara al Coronel se hallarían a sudisposición. Tal era el contenido de la misiva.

—¿Y qué es lo que hizo su padre, señor? —lepregunté.

—¿Qué fue lo que hizo? —respondió místerFranklin—. De inmediato te lo diré. Decidió echar manode esa valiosa facultad que se conoce con el nombre desentido común para interpretar la carta del Coronel.Todo lo que allí se expresaba le pareció, simplemente,absurdo. En algún lugar de la India, durante suscorrerías por aquel país, debió haber hallado el Coronelalgún mezquino trozo de cristal que su imaginaciónconvirtió en un diamante. En cuanto a su temor de ser

Page 75: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

asesinado y a las precauciones tomadas parasalvaguardar su vida, nos hallábamos en pleno siglodiecinueve, por lo cual todo hombre que estuviera en susano juicio no encontraría otra respuesta mejor queponer el asunto en manos de la policía. El Coronel habíasido durante años y años un notorio fumador de opio;en cuanto a mi padre, si la única forma de obtener losvaliosos documentos que se hallaban en poder de aquélhabría de ser la de tomar por cosa auténtica esadivagación de opiómano, se hallaba dispuesto a cargarcon la ridícula responsabilidad que se le imponía, tantomás prestamente cuanto que no le depararíaincomodidad personal alguna. Tanto el diamante comolas instrucciones selladas fueron, pues, depositados enla caja de caudales de un banquero y periódicamenterecibió y fue abriendo nuestro abogado, en nombre demi padre, las cartas en las que hacía constar el Coronelque seguía siendo un ser viviente. Ninguna personacuerda habría encarado el asunto de otra manera. Nadahay en este mundo, Betteredge, que se aparezca comouna cosa probable, si no logramos vincularla connuestra engañosa experiencia, y sólo creemos en lonovelesco, cuando se halla estampado en letras demolde.

Por sus palabras, se me hizo evidente que místerFranklin consideraba falsa y ligera la opinión que supadre se formaba del Coronel.

—¿Cuál es, sinceramente, su opinión sobre este

Page 76: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

asunto, señor? —le pregunté.—Déjame antes terminar con la historia del Coronel

—dijo míster Franklin—. Se advierte, Betteredge, unacuriosa ausencia de sistema en la mentalidad británica;tu pregunta, mi viejo amigo, es un ejemplo de ello.Mientras no nos hallamos contraídos en la labor deconstruir alguna maquinaria, constituimos, desde elpunto de vista mental, el pueblo más desordenado de latierra.

«¡Eso se debe —me dije— a su educación extranjera!Sin duda ha aprendido a mofarse de nosotros enFrancia.»

Míster Franklin retomó el hilo perdido.—Mi padre —dijo— obtuvo los papeles que buscaba

y no volvió a ver jamás a su cuñado. Año tras año, en losdías preestablecidos, llegó la carta predeterminada, quefue abierta siempre por el letrado. He podido verlas,formando un montón, redactadas todas en el siguienteestilo, lacónico y comercial: «Señor, la presente es paracomunicarle que sigo existiendo. No toque el diamante.John Herncastle.» Eso fue todo o que dijo en cada carta,que arribó siempre en la fecha señalada; hasta que, haceseis u ocho meses, varió por vez primera el tono de lamisiva. La última se hallaba redactada en los siguientestérminos: «Señor, aquí dicen que me hallo moribundo.Venga a verme y ayúdeme a redactar el testamento.» Elabogado cumplió la orden y lo halló en su pequeña casasuburbana rodeada por las tierras de su propiedad,

Page 77: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

donde moraba solo desde que retornara de la India. Loacompañaban perros, gatos y pájaros, pero ningún serhumano se hallaba próximo a él, excepto la persona queiba allí diariamente para efectuar los trabajosdomésticos y el médico que se encontraba junto allecho. Su testamento fue la cosa más simple. El Coronelhabía disipado casi toda su fortuna en la realización deexperimentos químicos. Su última voluntad se hallabacontenida en tres cláusulas que dictó desde el lecho y enplena posesión de sus facultades. La primera se referíaal cuidado y nutrición de sus animales. La segunda, a lacreación de una cátedra de química experimental enuna universidad nórdica. En la tercera expresaba supropósito de legarle la Piedra Lunar, como presente decumpleaños, a su sobrina, siempre que mi padre fueraquien desempeñase las funciones de albacea. Mi padrese rehusó, en un principio, a actuar como tal. Meditandomás tarde sobre ello consintió, sin embargo, en parteporque se le dieron seguridades de que tal actitud no lehabría de ocasionar perjuicio alguno y en parte porqueel letrado le sugirió que, después de todo, y en beneficiode Miss Raquel, convenía prestarle alguna atención aldiamante.

—¿Explicó el Coronel la causa que lo indujo a legarleel diamante a Miss Raquel? —inquirí yo.

—No sólo la explicó, sino que la especificó en eltestamento —dijo míster Franklin—. Tengo en mi poderun extracto del mismo, que habré de mostrarte en

Page 78: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

seguida. ¡Pero no seas tan desordenado, Betteredge!Cada cosa debe ir surgiendo a su debido tiempo. Ya hasoído hablar del testamento del Coronel; ahora deberásprestar oído a lo que acaeció después de su muerte. Sehacía necesario, para llenar los requisitos legales,proceder a la tasación del diamante antes de efectuar laapertura del testamento. Todos los joyeros consultadoscoincidieron en la respuesta, confirmando lo aseveradoanteriormente por el Coronel, esto es, que se trataba deuno de los diamantes más grandes del mundo. Lacuestión de fijarle un precio exacto presentaba algunasdificultades. Su volumen hacía de él un verdaderofenómeno en el mercado de los diamantes; su colorobligaba a situarlo dentro de una categoría que tan sóloél integraba y a estas ambiguas características había queagregar un defecto, bajo la forma de una grieta situadaen el mismo corazón de la gema. Pese a este últimoinconveniente, la más baja de las valuaciones le atribuíaun valor de veinte mil libras. ¡Imagina el asombro de mipadre! Había estado a punto de renunciar a su cargo dealbacea, lo cual le hubiera significado a la familia lapérdida de tan magnífica piedra. El interés que logróentonces despertarle dicho asunto lo impulsó a abrir lasinstrucciones selladas que habían sido puestas endepósito, junto al diamante. El letrado me mostró esedocumento, como así también los otros papeles; ellos,en mi opinión, nos pueden dar la pista que conduzca alesclarecimiento de los móviles de la conspiración que

Page 79: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

amenazó en vida al Coronel.—¿Entonces cree usted, señor —le dije—, que existió

ese complot?—Falto del excelente sentido común de mi padre

—replicó míster Franklin—, opino que al Coronel se loamenazó en vida, tal cual él lo afirmaba. Lasinstrucciones selladas creo que sirven para explicar porqué murió, después de todo, tranquilamente en sulecho. En el supuesto caso de una muerte violenta (osea, que no arribara la misiva correspondiente, en lafecha establecida), se le ordenaba a mi padre remitirsecretamente la Piedra Lunar a Amsterdam. Allí debíadepositársela en manos de un famoso diamantista, elcual habría de subdividirla en cuatro o seis piedrasindependientes. Las gemas se venderían al más altovalor posible y el producto habría de destinarse a lafundación de esa cátedra de química experimental a lacual dotaba el Coronel por intermedio de su testamento.Ahora, Betteredge, haz trabajar esa aguda inteligenciaque posees y descubrirás entonces el blanco hacia elcual apuntaban las instrucciones del Coronel.

Instantáneamente hice entrar en actividad a micerebro; pero como no era éste más que un desordenadocerebro inglés, no hizo otra cosa que enredar más y másel asunto, hasta el momento en que míster Franklindecidió echar mano de él, para hacerme ver lo que teníaque ver.

—Observa —me dijo míster Franklin— que la

Page 80: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

integridad del diamante como gema se ha hechodepender aquí arteramente de la circunstancia de que elCoronel no perezca de muerte violenta. No satisfechocon decirles a los enemigos que teme: «Podéis matarme,pero no por eso os hallaréis más cerca del diamante delo que os halláis ahora, pues lo he colocado fuera devuestro alcance, en la segura caja fuerte de un banco»,agrega: «Si me matáis… la piedra dejará para siemprede ser el diamante; su identidad habrá desaparecidoentonces.» ¿Qué quiere decir esto?

A esta altura del relato, según me pareció, brilló enmí un relámpago de la maravillosa sagacidad de losextranjeros.

—Yo no puedo decirlo —respondí—. ¡Significa ladesvalorización de la piedra, para engañar en esa formaa los villanos!

—¡Nada de eso! —dijo míster Franklin—. Me heinformado a ese respecto. Si se subdividiera el diamanteagrietado, el producto obtenido en la venta sería mayorque el que se lograría si se lo vendiese tal cual se hallaahora, por la sencilla razón de que los cuatro o seisbrillantes a obtenerse de él valdrán, en conjunto, másque la gema única e imperfecta. Si el objeto del complotera un robo con fines lucrativos, las instrucciones delCoronel tornaban, entonces, aún más apetecible a lapiedra. De pasar ésta a manos de los operarios deAmsterdam, podría obtenerse por ella más dinero,contándose a la vez con más facilidades para disponer

Page 81: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

del mismo en el mercado de diamantes.—¡Bendito sea Dios, señor! —estallé—. ¿En qué

consistía entonces ese complot?—Se trata de una conspiración tramada por los

hindúes, quienes fueron los primitivos dueños de lagema —dijo míster Franklin—, un complot en cuyofondo asoma una vieja superstición indostánica. Esa esmi opinión, confirmada por una carta familiar que tengoaquí, en este momento.

Fue entonces cuando comprendí por qué místerFranklin se había interesado tanto en torno a laaparición de los tres juglares indios en nuestra casa.

—No quiero obligarte a pensar como yo pienso—prosiguió míster Franklin—. La idea de que variosescogidos servidores de cierta antigua supersticiónindostánica se han consagrado, frente a todas lasdificultades y peligros, a rescatar una gema sagrada, laconsidero ahora yo perfectamente lógica, de acuerdocon lo que sé respecto a la paciencia de los orientales yal influjo de las religiones asiáticas. Pero es que yo soyun imaginativo; a mi entender la realidad no se hallasólo compuesta por el carnicero, el panadero o elcobrador de impuestos. Coloquemos esta conjetura míaen torno a la verdad, en el lugar que merezca, yprosigamos ahora tomando sólo en cuenta lasrealidades tangibles, en el asunto que nos ocupa.¿Sobrevivió el Coronel al complot tramado en procuradel diamante? ¿Y sabía éste que habría de ocurrir tal

Page 82: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cosa, cuando dispuso legarle su regalo de cumpleaños asu sobrina?

Yo empecé a vislumbrar que tanto el ama como MissRaquel se hallaban involucradas en el fondo del asunto.Ni una sola de las palabras que siguieron se perdió paramis oídos.

—Cuando llegué a conocer la historia de la PiedraLunar —dijo míster Franklin—, no sentí muchos deseosde trocarme en el vehículo que la trajera hasta aquí.Pero mi amigo el abogado que me hizo notar quealguien tendría que poner el legado en manos de miprima, y que muy bien podía ser yo quien hiciera talcosa. Luego de retirarme del banco con la gema, se meantojó que era seguido por un harapiento individuo depiel oscura. Al llegar a la casa de mi padre, en busca demi equipaje, hallé la carta que me detuvoinesperadamente en Londres. Regresé al banco con lapiedra y otra vez me pareció que era seguido por unhombre harapiento. Al retirar esta mañana nuevamentela gema del banco, volví a ver a ese individuo por terceravez; para darle el esquinazo partí, antes de querecobrara aquél la pista, en el tren matutino en lugar dehacerlo en el de la tarde. Llegó aquí con el diamantesana y salvo…¿y cuáles son las primeras noticias querecibo? Pues que han estado aquí tres hindúesvagabundos y que mi arribo de Londres y alguna cosaque creen que poseo constituyen para ellos dos motivosde preocupación, cuando piensan que nadie los ve. No

Page 83: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

quiero perder tiempo ni malgastar palabras,refiriéndome a la tinta volcada en la mano delmuchacho ni a las palabras que le ordenaron que viesea un hombre remoto y descubriera cierto objeto en subolsillo. En mi opinión se trata de un ardid (de la índolede esos que tan a menudo he tenido ocasión depresenciar en la India), y lo mismo habrá de ser, sinduda, para ti. El problema por resolver en estemomento consiste en aclarar si es que le estoyatribuyendo una falsa trascendencia a un mero azar o sirealmente se pusieron los hindúes sobre la pista de laPiedra Lunar, a partir del preciso momento en que éstafue retirada de la caja fuerte del banco.

Ninguno de los dos parecía sentir el menor agradopor este aspecto de la investigación. Luego de mirarnosa la cara, dirigimos nuestra vista hacia la marea queavanzaba más y más, lentamente, sobre las ArenasMovedizas.

—¿En qué estás pensando? —me dijo súbitamentemíster Franklin.

—Pensaba, señor —respondí—, que de muy buenagana arrojaría el diamante en las arenas movedizas,para acabar en esa forma con este asunto.

—Si tienes en el bolsillo el dinero equivalente a suvalor —respondió míster Franklin—, dímelo,Betteredge, y allí lo arrojaré.

Es en verdad curioso comprobar cómo, siempre quenuestra mente se halla convulsionada, la más leve

Page 84: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

chanza provoca en ella una enorme sensación de alivio.En ese instante hallamos ambos un gran motivo dediversión en la idea de arrojar allí el legado de MissRaquel y en imaginar a míster Blake afrontando, en sucarácter de albacea, una situación extraordinariamentedificultosa… aunque lo que había en ello de divertido esalgo que ahora no percibo absolutamente.

Míster Franklin fue el primero en hacer que laconversación retornara a su cauce natural. Extrayendoun sobre de su bolsillo me tendió el papel que sacó de suinterior.

—Betteredge —me dijo—. En consideración a mi tía,tenemos que aclarar cuáles fueron los motivos queimpulsaron al Coronel a dejarle ese legado a su sobrina.Recuerda cómo trató Lady Verinder a su hermano,desde el momento en que retornó a Inglaterra hasta elinstante en que aquél te dijo que no habría de olvidarsenunca del cumpleaños de su sobrina. Y lee esto ahora.

Me alargó entonces un extracto del testamento delCoronel. Lo tengo ante mis ojos mientras escribo estaslíneas y lo transcribiré en seguida en beneficio dellector:

«Tercero y último: lego y otorgo a mi sobrina RaquelVerinder, única hija de mi hermana, Julia Verinder,viuda, el diamante amarillo hindú, de mi propiedad,conocido en Oriente bajo el nombre de la PiedraLunar…, siempre que su madre, la susodicha JuliaVerinder, se halle con vida en ese momento. Y dispongo

Page 85: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que mi albacea le haga entrega, en tal caso, deldiamante, personalmente o por intermedio de unapersona digna de confianza y escogida por él, a mi yanombrada sobrina Raquel, el día de su primercumpleaños a partir de mi muerte y en presencia de mihermana, la susodicha Julia Verinder. Otrosí: deseoque, de acuerdo con lo establecido más arriba, se leinforme a mi hermana, por intermedio de una copia fielde ésta, sobre la tercera y última cláusula de mitestamento: que lego el diamante a su hija Raquel, enseñal de amplio perdón por el agravio que para mireputación significó su manera de conducirse conmigodurante mi existencia y sobre todo en señal de perdón,como corresponde que haga un moribundo, por elinsulto de que se me hizo objeto, en mi carácter demilitar y caballero, cuando su criado, cumpliendo susórdenes, me cerró la puerta en la cara, en ocasión decelebrarse el cumpleaños de su hija.»

Seguían más líneas, a través de las cuales sedisponía que, en caso de haber muerto ya mi ama o MissRaquel, en el instante del fallecimiento del testador,debía enviarse el diamante a Holanda, de acuerdo conlo especificado en las instrucciones selladas que sehallaban junto al diamante. El producto de la ventadebería sumarse, en tal caso, a la cifra destinada, por elmismo testamento, a la creación de una cátedra dequímica en una universidad del Norte.

Le devolví el papel a míster Franklin,

Page 86: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

extraordinariamente inquieto y sin saber qué decirle.Hasta ese momento mi opinión había sido, como yasaben ustedes, que el Coronel seguía siendo tan malo enel momento de su muerte como lo fuera durante suexistencia. No diré que la copia de su testamento mehizo cambiar de parecer; sólo afirmo que me hizovacilar.

—Y bien —dijo míster Franklin—, ahora que hasleído las palabras del Coronel, ¿qué tienes que decirme?Al traer la Piedra Lunar a la casa de mi tía, ¿estoyobrando como un ciego instrumento de su venganza obien soy el agente reivindicador de la memoria de uncristiano penitente?

—Cuesta creer, señor —respondí—, que haya muertoalbergando tan horrible venganza en su corazón y tanhorrenda mentira en los labios. Sólo Dios conoce laverdad. No me haga a mí una pregunta de esa especie.

Míster Franklin doblaba y retorcía con sus dedos,sentado allí en la arena, el extracto del testamento,como si esperara arrancarle de esa manera la verdad. Suactitud sufrió un cambio muy notable en ese instante.Vivaz y chispeante, como había sido hasta entonces, setrocó ahora, de la manera más inexplicable, en un jovenlento, solemne y reflexivo.

—El problema tiene dos facetas —dijo—. Unaobjetiva y otra subjetiva. ¿Cuál de las dos habremos detomar en cuenta?

Míster Franklin tenía una cultura alemana y otra

Page 87: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

francesa. Una de ellas, en mi opinión, lo había estadodominando, sin dificultad, hasta ese momento. Y ahora,hasta donde alcanzaba mi intuición, descubría que laotra venía a reemplazarla. Una de las normas que rigenmi vida es la de no tener jamás en cuenta lo que nocomprendo. Opté, pues, por situarme a mitad decamino, entre lo objetivo y lo subjetivo. Hablando enlengua vulgar, clavé mis ojos en su rostro sin decirpalabra.

—Vayamos al fondo de la cuestión —dijo místerFranklin—. ¿Por qué le dejó mi tío el diamante a Raquel,en lugar de legárselo a mi tía?

—No creo que sea tan difícil la respuesta, señor —ledije—. El Coronel Herncastle conocía lo suficiente a miama como para prever que ésta habría de negarse aaceptar cualquier legado que proviniera de él.

—¿Cómo sabía que Raquel no habría de negarse arecibirlo?

—¿Conoce usted, señor, alguna joven que fueracapaz de resistir la tentación de aceptar un presente decumpleaños comparable a la Piedra Lunar?

—Ésa es la faz subjetiva del asunto —dijo místerFranklin—. Mucho habla en tu favor, Betteredge, elhecho de que seas capaz de enfocar el asunto desde elpunto de vista subjetivo. Pero hay, en torno al legadodel Coronel, otro misterio que no hemos aclarado aún.¿Cómo explicar los motivos que lo indujeron aestablecer que sólo habría de entregársele a Raquel su

Page 88: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

presente de cumpleaños, siempre que se hallara sumadre con vida?

—No deseo calumniar a un difunto, señor—respondí—. Pero si en verdad se propuso él dejarle asu hermana un legado peligroso y molesto, a través desu hija, forzosamente debió condicionar su entrega a lacircunstancia de que su hermana se hallara viva, parapoder humillarla.

—¡Oh! De manera que ésa es tu opinión, ¿no es así?¡Nuevamente la faceta subjetiva! ¿Has estado alguna vezen Alemania, Betteredge?

—No, señor. ¿Cuál es su opinión personal, porfavor?

—Se me ocurre —dijo míster Franklin— que elCoronel debió haberse propuesto no beneficiar a susobrina, a quien jamás había visto, sino más bienprobarle a su hermana que la perdonaba al morir,demostrándole tal cosa en forma convincente, esto es,mediante un regalo hecho a su hija. Existe unaexplicación totalmente diferente de la tuya, Betteredge,que surge si se encara el problema desde un punto devista objetivo-subjetivo. Hasta donde alcanza mientendimiento, una interpretación es tan valedera comola otra.

Después de plantear el problema en esos términostan agradables y consoladores, pareció míster Franklinhaberse convencido a sí mismo de que ya habíacumplido su parte en el asunto. Tendido largo a largo

Page 89: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

con la espalda apoyada en la arena, me preguntó qué eslo que correspondía hacer ahora.

Luego de haber asistido a la exhibición que hizo desu gran destreza y lucidez mental (antes de quecomenzara a hablar en jerigonza extranjera), y dehaberle visto dirigir el curso de la conversación, metomó ahora completamente desprevenido ese súbitocambio que lo transformaba en un ser desvalido que loesperaba todo de mí. No fue sino más tarde cuandocomprendí, con la ayuda de Miss Raquel, la primera queadvirtió tal cosa, que esos extraordinarios cambios ytransformaciones del carácter de míster Franklin teníansu origen en su educación foránea. A la edad en que elhombre se halla en mejores condiciones de adquirir supropio matiz vital, mediante el reflejo que su personarecibe del matiz vital de los demás, había sido él enviadoal extranjero y viajado de una nación a otra, sin dartiempo a que el color particular de ninguna de ellasimpregnase firmemente su ser. Como consecuencia deello retornaba ahora exhibiendo tan múltiples facetas,unas más, otras menos definidas y ya en mayor o menordesacuerdo entre sí, que parecía pasarse la vida en unestado de perpetua discrepancia consigo mismo. Podíaser, a la vez, industrioso y abúlico; nebuloso y lúcido; yamostrarse como un modelo de hombre enérgico, yamostrarse como un ser imponente, todo ello al unísono.Tenía un yo francés, otro germano y un yo italiano; sufondo inglés emergía de tanto en tanto a través de ellos

Page 90: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

y parecía dar a entender lo siguiente: «Aquí me tienenlamentablemente cambiado, como podrán advertirlo,pero aún sigue habiendo en el fondo de su ser, unapartícula del mío.» Miss Raquel acostumbraba decir queera su yo italiano el que emergía cuando, cediendoinesperadamente, le pedía a uno de manera suave yencantadora que echara sobre sus hombros la carga deresponsabilidades que a él le correspondía. No estaríanustedes desacertados, creo, si afirmaran que era su yoitaliano el que afloraba ahora en su persona.

—¿No es acaso asunto suyo, señor —le pregunté—,el decidir cuál habrá de ser el próximo paso que ha dedarse? ¡Sin duda no me corresponde a mí tal cosa!

Míster Franklin pareció ser incapaz de percibir lafuerza que emanaba de mi pregunta… Se hallaba en esemomento en una posición que le impedía ver otra cosaque no fuera el cielo.

—No quiero alarmar a mi tía sin motivo —dijo—.Pero tampoco deseo abandonarla sin haberle hechoantes una prevención, que puede serle de algunautilidad. En una palabra, Betteredge, ¿qué es lo queharías tú de hallarte en mi lugar?

—Aguardaría.—De mil amores —repuso míster Franklin—.

¿Cuánto tiempo?De inmediato pasé a explicarme.—En mi opinión, señor —le respondí—, alguien

tendrá que poner ese enfadoso diamante en las propias

Page 91: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

manos de Miss Raquel el día de su cumpleaños, lo cualpuede muy bien ser hecho por usted, tanto como porotro cualquiera. Ahora bien. Hoy es veinticinco de mayoy dicho cumpleaños será el veintiuno de junio. Tenemoscasi cuatro semanas por delante. Dejemos las cosascomo están y esperemos para ver lo que ocurre en eselapso; en cuanto al hecho de poner o no sobre aviso a miama, haremos lo que nos dicten las circunstancias.

—¡Perfecto, Betteredge, en lo que a eso se refiere!—dijo míster Franklin—. Pero ¿qué haremos con eldiamante mientras tanto?

—¡Lo mismo que hizo su padre, señor, sin lugar adudas! —le respondí—. Su padre lo depositó en la cajafuerte de un banco de Londres. Pues bien, usted ahoradeposítelo en la caja fuerte del banco de Frizinghall.(Frizinghall era la más próxima ciudad de la región, y subanco, tan seguro como el Banco de Inglaterra.) Dehallarme yo en su lugar —añadí— me lanzaríainmediatamente a caballo hacia Frizinghall, antes delregreso de las señoras.

La perspectiva de poder hacer algo y, lo que es másinteresante, de realizar la faena a caballo, hizo quemíster Franklin se lanzara hacia lo alto como tocado porun rayo. Poniéndose de pie inmediatamente, tiró de mísin ceremonia, para obligarme a hacer lo mismo.

—¡Betteredge, vales en oro lo que pesas! —dijo—.¡Ven conmigo y ensíllame en seguida el mejor caballoque haya en los establos!

Page 92: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

¡He aquí (¡Dios lo bendiga!) su fondo inglés originalaflorando, por fin, a través de su apariencia exótica! ¡Heaquí al señorito Franklin, tan añorado, exhibiendo otravez sus bellas maneras de antaño ante la perspectiva deun viaje a caballo y trayendo a mi memoria los viejos ybuenos tiempos! ¡Acababa de ordenarme que leensillara un caballo! ¡De buena gana le hubieraensillado una docena, si es que hubiera podido élcabalgar a la vez sobre todos ellos!

Emprendimos, presurosos, el regreso hacia la casa;en un momento ensillamos el más veloz de los caballosdel establo y míster Franklin echó a andarruidosamente, con el fin de guardar una vez más eldiamante maldito en la caja fuerte de un banco. Cuandodejé de oír el fragor producido por los cascos del caballode regreso en el patio me encontré otra vez a solasconmigo mismo, estuve a punto de pensar que acababade despertar de un sueño.

VII

Me hallaba aún en esa situación embarazosa ydeseando ardientemente encontrarme por un instantea solas para poner en orden mis pensamientos, cuandome crucé en el camino con mi hija Penélope(exactamente de la misma manera que acostumbraba

Page 93: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cruzarse su difunta madre conmigo en la escalera) einstantáneamente me emplazó a que la pusiera al tantode todo lo que habíamos hablado míster Franklin y yo.En tal circunstancia no cabía otra cosa que echar manodel matacandelas para apagar al punto su curiosidad.En consecuencia le dije que, luego de haber estadocomentando con míster Franklin la política extranjera,y al no tener ya más nada que decir, nos quedamosdormidos bajo los cálidos rayos del sol. Ensayen estarespuesta cada vez que su hijo o su esposa los molestencon alguna pregunta embarazosa, en cualquier instanteigualmente difícil, y tengan la plena seguridad de quesiguiendo los dictados de su dulce naturaleza, loshabrán de besar, difiriendo la cosa para la próximaoportunidad que se les ofrezca.

La tarde siguió su curso y, a su debido tiempo,regresaron el ama y Miss Raquel.

De más está decir que se asombraron en formaextraordinaria, al enterarse de que míster Franklinhabía llegado ya y partido, de nuevo, a caballo. De másestá también añadir que ellas me hicieron seguidamentevarias preguntas embarazosas y que lo de la «políticaexterior» y lo del «sueño al sol» no surtió efecto alguno,esta segunda vez, en el caso de ellas. Luego de haberagotado toda mi inventiva les dije que al arribo demíster Franklin en el tren de la mañana había queclasificarlo como uno de sus tantos caprichos.Interrogado respecto a si su viaje a caballo debía ser

Page 94: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

considerado, también, como un capricho, respondí:—Sí, también.De esta manera eludía, en mi opinión muy

hábilmente, la cuestión planteada.Después de haber sorteado el obstáculo constituido

por las señoras, me hallé aún frente a nuevasdificultades al retornar a mi cuarto. Allí fui visitado porPenélope, la cual —siguiendo los dictados de su dulcenaturaleza de mujer— me besó, volviendo a diferir lacosa para próxima ocasión, y —con la curiosidad,también natural de las mujeres— me hizo otra pregunta.Sólo me pedía ahora que le dijera qué es lo que ocurríacon nuestra segunda criada, Rosanna Spearman.

Luego de dejarnos a míster Franklin y a mí en lasArenas Movedizas, parece que aquélla había regresadoa la casa en un estado de indecible agitación. Exhibiósucesivamente (de creerla a Penélope) todos los coloresdel arco iris.

Se había mostrado alegre sin ningún motivo y triste,también, sin causa alguna. Conteniendo el aliento lehabía hecho a Penélope mil preguntas en torno a místerFranklin Blake y jadeando de cólera se había opuesto aella cuando dio a entender Penélope que era imposibleque un caballero desconocido sintiera interés algunohacia ella. Se la había sorprendido, ya sonriendo, yagarrapateando el nombre de míster Franklin en sucosturero. Se la observó, también, llorando frente alespejo y contemplando en él su hombro deforme. ¿Se

Page 95: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conocían acaso míster Franklin y ella desde antes?¡Imposible! ¿Había oído alguna vez el uno del otro? Yoexpresé que el asombro de míster Franklin, al ver cómole clavaba la muchacha la mirada, había sido auténtico.Penélope, por su parte, podía asegurarme que lacuriosidad de Rosanna cuando le hizo las preguntas entorno a míster Franklin, había sido también genuina. Laconversación se iba tornando, por ese camino,extremadamente fatigosa, hasta que mi hija decidióponer súbitamente término a la misma, mediante unasospecha que sonó en mis oídos como la frase másmonstruosa escuchada por mí hasta entonces.

—¡Padre! —dijo Penélope muy seriamente—, estosólo se puede explicar de una manera. ¡Rosanna se haenamorado de míster Franklin Blake a primera vista!

Sin duda habrán oído hablar de hermosasmuchachas que se enamoran a primera vista y les haparecido ésa la cosa más natural del mundo. Pero queuna sirvienta sacada de un reformatorio, con un rostrovulgar y un hombro deforme, se enamore a primeravista de un caballero que viene a visitar a ama de ella,me parece, por lo absurdo, algo que puedeparangonarse con la más absurda fábula que hayapodido urdirse en el seno de la Cristiandad, si es quehay alguna para establecer la comparación.

Me reí hasta que las lágrimas rodaron por mismejillas. Penélope se resintió, en una forma un tantoextraña, por esa alegría.

Page 96: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Nunca fuiste tan cruel anteriormente —me dijo, yme abandonó en silencio.

Sus palabras cayeron sobre mí como un chorro deagua fría. Me reproché a mí mismo el haberme sentidoincómodo cuando ella pronunció tales palabras… peroeso es lo que había ocurrido. Cambiaremos de tema, siles place. Lamento haber divagado y escrito lo queacabo de escribir, pero he tenido mis razones parahacerlo, como ustedes han de comprobarlo cuandohayamos avanzado un trecho más allá en nuestro relato.

Llegó la noche y se oyó sonar la campanilla queindicaba que era ya hora de acicalarse para la cena, peromíster Franklin no había aún regresado de Frizinghall.Yo mismo le subí el agua caliente a su habitación, con laesperanza de oír, luego de tanta demora, algunanovedad relativa al asunto. Pero ante mi gran disgusto(y sin duda el de ustedes), nada importante ocurrió. Nohabía encontrado a los hindúes ni a la ida ni a la vuelta.Después de entregar en el banco la Piedra Lunar—explicando tan sólo allí que se trataba de una gemavaliosa—, recibió en cambio un recibo que aseguraba sucustodia, el cual introdujo en su bolsillo.

Bajé la escalera con la sensación de que era ése unepílogo más bien pobre, luego de la gran excitación queprovocara en mí el diamante esa mañana.

En lo que concierne al curso que siguió la entrevista

Page 97: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sostenida por míster Franklin con su tía y mi prima,carezco de todos los detalles.

Hubiera dado no sé qué por servir a la mesa ese día.Pero ocupando el puesto que desempeñaba en la casa,dicha faena (como no fuera en los festivales familiares)hubiera ido en desmedro de mi dignidad, ante los ojosde los otros criados… algo que mi ama consideraba queyo estaba siempre demasiado inclinado a hacer por mímismo, sin necesidad de que ella me instigara por suparte a hacerlo. Las nuevas que llegaron hasta mí esanoche, desde las altas regiones de la casa, me fuerontraídas por Penélope y el lacayo. Aquélla me dijo quenunca se preocupó Miss Raquel tanto por su peinado yque jamás la vio tan hermosa y luciendo un aspecto tanlozano como cuando descendió la escalera para ir alencuentro de míster Franklin Blake en la sala. El lacayomanifestó que el conducirse de manera respetuosa antesus superiores y el atender a míster Franklin durante lacomida constituyeron dos de las cosas más difíciles deconciliar que jamás debió afrontar en su vida de criado.Avanzada la noche, se los oyó cantar y ejecutar duetos,en medio de los cuales surgía la voz aguda y alta demíster Franklin y por encima de ella el registro aún másagudo y alto de Miss Raquel, mientras mi ama losseguía en el piano, como en una carrera a través dezanjas y vallas, y sentimos la alegría de saberlos a salvo,de la manera más maravillosa y agradable de oír através de las ventanas que se abrían en la noche, sobre

Page 98: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

la terraza. Posteriormente me dirigí hacia místerFranklin, que se encontraba en el salón de fumar, con lasoda y el brandy, y puede advertir entonces que MissRaquel le había hecho olvidar enteramente el diamante.

«¡Es la muchacha más hermosa que he visto desdemi regreso a Inglaterra!», fue todo lo que logré sacarle,luego de haberme esforzado por llevar la conversaciónhacia un plano más serio.

Al llegar la medianoche efectué mi ronda habitualpor la casa, acompañado por el segundo domésticoSamuel, el lacayo, con el fin de cerrar las puertas. Unavez que las hube cerrado todas, excepto la que se hallahacia un costado y que da sobre la terraza, envié adormir a Samuel y salí para aspirar una bocanada deaire fresco, antes de irme, a mi vez, a la cama.

Era una noche serena y profunda y la luna brillabaen todo su apogeo. Tan hondo era el silencio allí fuera,que de tiempo en tiempo podía oírse, muy tenue ysuavemente, la caída del agua del mar, la cual, luego derecorrer las ondulaciones de la costa, descendía hasta elbanco de arena situado en la boca de nuestra pequeñabahía. Dada la ubicación de la finca, la terraza era ellugar más oscuro de la misma en ese momento, pero laenorme luna bañaba ampliamente el sendero de gravaque corría desde el otro extremo de la casa hasta laterraza. Mirando hacia el camino, luego de haberlohecho hacia lo alto, dieron mis ojos con una sombrahumana, proyectada por la luz de la luna desde detrás

Page 99: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de la esquina de la casa.Viejo y astuto como soy, me abstuve de llamar a

nadie; pero viejo y pesado a la vez, por desgracia medelataron mis pasos sobre los guijarros. Antes de quepudiera escurrirme de sopetón en torno a la esquina deledificio, como había sido mi intención, pude oír comounos pies más veloces que los míos —más de un par, mepareció—, se retiraban de allí presurosos. Al llegar aaquel sitio, los intrusos, quienesquiera que elloshubieran sido, habían alcanzado ya los arbustos que seencuentran hacia el costado derecho del camino y sehabían ocultado entre los frondosos árboles y arbustosque se yerguen en dicho lugar. Desde la arboleda podíanescapar fácilmente, luego de trasponer la cerca, hacia elcamino exterior. De haber tenido cuarenta años menos,hubiese podido, quizá, darles caza antes de que hicieranabandono de la finca, pero no siendo ése el caso, decidímarchar en busca de otras piernas más ágiles que lasmías. En el mayor silencio —nos armamos, Samuel y yo,con dos escopetas, y dando un rodeo en torno de la casa,nos dirigimos luego en dirección a los arbustos. Despuésde asegurarnos de que no había un solo ser humanoacechando en nuestras tierras, retornamos a la casa. Alpasar ahora por la senda en la cual había visto yo lasombra, descubrí un pequeño objeto que brillaba sobrela límpida grava, a la luz de la luna. Al levantarlocomprobé que se trataba de una pequeña botella quecontenía un líquido espeso de agradable fragancia y

Page 100: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

negro como la tinta.Nada le dije a Samuel. Pero al recordar las palabras

de Penélope relativas a los escamoteadores y al líquidoque fuera vertido en la mano del muchacho, barruntéque acababa de ahuyentar a los tres hindúes, dedicadosesa noche a acechar a las gentes de la casa y dar con elparadero del diamante, de acuerdo con sus tácticaspaganas.

VIII

Se hace ahora indispensable efectuar un breve altoen el camino.

Al recurrir a mis propios recuerdos —contando conla colaboración de Penélope que ha consultado sudiario—, descubro que podemos muy bien avanzarrápidamente a través del lapso que media entre el arribode míster Franklin y el día del cumpleaños de MissRaquel. Casi todo ese intervalo transcurrió sin queacaeciese hecho alguno digno de mención. Con elpermiso del lector y la ayuda de Penélope, daré sólo aconocer aquí ciertas fechas, reservándome el derecho denarrar la historia día por día nuevamente, tan prontolleguemos al período en que el asunto de la PiedraLunar se trocó en una cuestión fundamental para todoslos habitantes de la casa.

Page 101: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Dicho lo cual, continuaremos con nuestro relato,comenzando, naturalmente, a referirnos a la botella quecontenía esa tinta de agradable fragancia que encontrésobre la grava aquella noche.

A la mañana siguiente (el día veintiséis) exhibí antemíster Franklin esa pieza de engaño, narrándole lo queya les he contado a ustedes. En su opinión, los hindúesno sólo habían estado acechando en procura deldiamante, sino que habían sido lo suficientementeestúpidos como para tomar en serio su propia magia, lacual había consistido en los signos que hicieran sobre lacabeza del muchacho y en el acto de volcar tinta en lapalma de su mano, con la esperanza de poder percibirde esa manera las personas y cosas que se hallabanfuera del alcance de sus ojos. Míster Franklin meinformó que tanto en nuestro país como en Oriente haypersonas que practican esas tretas (aunque sin haceruso de la tinta) y que le dan a las mismas unadenominación francesa que significa algo así comopenetración visual.

—Puedo asegurarte —dijo míster Franklin— que loshindúes no tenían la menor duda respecto a quehabríamos de esconder aquí el diamante. Y trajeron almuchacho vidente con el propósito de que les indicarael camino, en caso de que lograran introducirse en lacasa la víspera por la noche.

—¿Cree usted que lo intentarán de nuevo, señor?—le pregunté.

Page 102: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Eso depende —dijo míster Franklin—de lo que elmuchacho sea realmente capaz de hacer. Si lograpercibir el diamante a través de las paredes de la caja dehierro del banco de Frizinghall, no volveremos a sufrirnuevas visitas de los hindúes, por el momento. Si no loconsigue contaremos con otra oportunidad paraecharles el guante en los arbustos, cualquiera de estasnoches.

Yo aguardé, esperanzado, esa oportunidad, pero porextraño que parezca, ésta nunca se produjo.

Ya sea porque los jugadores de manos se enteraronen la ciudad de que míster Franklin había estado en elbanco, extrayendo de tal evento las conclusionespertinentes, o porque hubiera en verdad el muchachologrado percibir el diamante en el lugar en que éste sehallaba depositado (lo cual yo, por mi parte, no creía enabsoluto), o por mero azar, después de todo, lo cierto esque, y ésa era la única verdad, no se vio ni la sombra deun hindú, siquiera, en las inmediaciones de la finca,durante las semanas transcurridas desde ese entonceshasta la fecha del cumpleaños de Miss Raquel. Losescamoteadores prosiguieron desarrollando sus juegosde manos en la ciudad y sus alrededores y tanto místerFranklin como yo, decidimos mantenernos a la esperade lo que pudiera ocurrir, dispuestos a no llamar laatención de los truhanes con una desconfianzademasiado prematura. Luego de haberme referido aldoble aspecto ofrecido por este asunto, nada tengo ya

Page 103: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que decir en torno a los hindúes por el momento.

Hacia el día veintinueve de ese mismo mes, MissRaquel y míster Franklin descubrieron una nuevamanera de emplear juntos el tiempo, que de otro modohubiese pendido pesadamente sobre sus vidas. Hayvarias razones que justifican el hecho de registrar aquíla índole de la ocupación en que se entretuvieronambos. El lector tendrá ocasión de comprobar que lamisma se halla vinculada a algo que se mencionará másadelante.

En general, las gentes de abolengo encuentran antesí una roca molesta…, la roca de la pereza. Pasándose lavida, como se la pasan, curioseando en torno con elpropósito de hallar alguna cosa en que emplear susenergías, extraño es comprobar cómo —sobre todocuando sus inclinaciones son de la índole de ésas que sehan dado en llamar intelectuales— se entreganfrecuentemente, a ciegas y al azar, a alguna miserableocupación. De cada diez personas en tal situación nuevese dedican a atormentar a un semejante o a estropearalgo, creyendo todo el tiempo, firmemente, que estánenriqueciendo su mente, cuando lo cierto es que no hanhecho más que traer el desorden a la casa. He visto aalgunas (damas también, lamento tener que decirlo)salir todos los días, por ejemplo, con una caja depíldoras vacía con el fin de cazar lagartijas acuáticas,

Page 104: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

escarabajos, arañas y ranas y regresar luego a sus casas,para atravesar con alfiles a esos pobres seres indefensoso cortarlos sin el menor remordimiento en pequeñostrozos. Así es como tiene uno ocasión de sorprender a sujoven amo o ama escrutando, a través de un vidrio deaumento, las partes interiores de una araña o de vercómo una rana decapitada desciende la escalera, y siinquiere uno el motivo de tan sórdida y cruel ocupación,se le responde que la misma denota en el joven o lamuchacha su vocación por la historia natural. Tambiénsuele vérselos entregados durante horas y más horas ala tarea de estropear alguna hermosa flor coninstrumentos cortantes, impelidos por el estúpido afánde curiosear y saber de qué partes se compone una flor.¿Se tornará más bello su olor o más dulce su fraganciacuando logremos saberlo? Pero, ¡vaya!, los pobresdiablos tienen que emplear, como ustedescomprenderán, de alguna manera el tiempo…, haceralgo con él. De niños, acostumbramos a chapotear en elfango más horrible con el objeto de fabricar pasteles delodo, y de grandes nos dedicamos a chapalear demanera horrible en la ciencia, disecando arañas yestropeando flores. Tanto en uno como en otro caso, elsecreto reside en la circunstancia de no tener nuestrapobre cabeza hueca en qué pensar y nada que hacer connuestras pobres manos ociosas. Y así es comoterminamos por deteriorar algún lienzo con nuestrospinceles llenando de olores la casa, o introducimos un

Page 105: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

renacuajo en una vasija de vidrio llena de agua fangosa,provocando náuseas en todos los estómagos de la casa,o desmenuzamos una piedra aquí o allá, atiborrando dearena las vituallas; o bien nos ensuciamos las manos ennuestras faenas fotográficas, mientras administramosimplacable justicia sobre todos los rostros de la casa. Esdifícil que todo esto sea emprendido por quienesrealmente se ven obligados a trabajar para adquirir lasropas que los cubren, el techo que los ampara y elalimento que les permite seguir andando. Perocomparen los más duros trabajos que hayan tenido queejecutar, con la ociosa labor de quienes desgarran floreso hurgan en el estómago de las arañas, y agradezcan asu estrella las circunstancias de que tengan necesidadde pensar en algo y que sus manos se vean también enla necesidad de construir alguna cosa.

En lo que concierne a míster Franklin y MissRaquel, ninguno de los dos, me es grato poderanunciarlo, torturó a cosa alguna. Se limitaron,simplemente, a trastornar el orden de la casa,concretándose todo el daño causado por ellos, parahacerles justicia, a la decoración de una puerta.

El genio enciclopédico de míster Franklin, que habíaincursionado en toda cosa, lo hizo también en el campode la que él denominaba «pintura decorativa». Seproclamaba a sí mismo inventor de una nuevacomposición destinada a humedecer los colores, a lacual daba el nombre genérico de «excipiente». Ignoro

Page 106: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Se trata de Rafael. (N. del E.)2

cuáles eran sus ingredientes. Pero sí puedo informarlesrespecto a sus consecuencias: la cosa hedía. Miss Raquelquiso ensayar a toda costa, con sus propias manos, elnuevo procedimiento y míster Franklin envió entoncesa buscar a Londres los componentes, mezclándolosluego y añadiéndoles un perfume que hacía estornudara los mismos perros, cada vez que penetraban en elcuarto; después le colocó a Miss Raquel un delantal y unbabero sobre las ropas y la inició en la tarea de decorarsu pequeña estancia, llamada, debido a la carencia deuna palabra inglesa apropiada, su boudoir. Comenzaroncon la parte interior de la puerta. Míster Franklin laraspó con una piedra pómez hasta hacer desaparecercompletamente el hermoso barniz que la recubría,convirtiéndola, según sus palabras, en una superficielista para trabajar sobre ella. Miss Raquel la cubrióentonces, bajo su asesoría y su ayuda manual, dedibujos: grifos, pájaros, flores, cupidos y otras figuraspor el estilo, todas ellas copiadas de los bocetos creadospor un famoso pintor italiano cuyo nombre no recuerdo,el mismo, creo, que inundó el mundo de Madonas ytuvo una amante en una panadería . Era ése un trabajo2

sucio de lenta ejecución, pero nuestra joven dama ynuestro joven caballero parecían no hastiarse nunca deél. Cuando no cabalgaban o iban de visita a algún sitioo se hallaban a la mesa comiendo o cantando con agudo

Page 107: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Isaac Watts, Divine Songs for Children, «Against3

Idleness and Mischief». (N. del E.)

registro sus canciones, allí era donde podía vérselos conlas cabezas juntas, laboriosos como abejas, estropeandola puerta. ¿Qué poeta fue el que dijo que Satán hallasiempre la forma de brindarle a los ociosos algunaempresa dañina que ejecutar con sus manos? . De haber3

ocupado él mi lugar en la familia y visto a Miss Raquelcon pincel y a míster Franklin con el excipiente, nohabría escrito sin duda nada más cierto respecto a ellosque lo que acabo de mencionar.

La próxima fecha digna de recordarse fue eldomingo cuatro de junio.

Ese día, hallándonos en las dependencias de laservidumbre, se desarrolló un debate en torno a algoque, como la decoración de la puerta, ejerció suinfluencia sobre un hecho que están aún por relatarse.

Ante el agrado que experimentaban míster Frankliny Miss Raquel cuando se hallaban juntos y al advertir lahermosa pareja formada por ambos en muchosaspectos, comenzamos nosotros a especular,naturalmente, respecto a la posibilidad de que el acto deaproximar sus cabezas tuviera otros motivos que elmero deseo de ornamentar una puerta. Alguien dijo quehabría boda en la casa antes de que se extinguiera elverano. Otros, a cuya vanguardia me encontraba yo,admitían como muy posible el casamiento de Miss

Page 108: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Raquel, pero dudaban, por razones que daré a conocerde inmediato, que el novio hubiera de ser místerFranklin Blake.

Que míster Blake se hallaba enamorado no podía serpuesto en duda por nadie que lo viera o lo escuchara. Ladificultad estribaba en sondear las intenciones de MissRaquel. Concédanme el honor de presentársela y luegosondéenla… si es que pueden.

El cumpleaños ya próximo, y que caía el veintiunode junio, marcaría sus dieciocho años de vida. Si ocurreque sientan predilección por las mujeres morenas (lascuales, según mis informes, han pasado de modaúltimamente en el gran mundo), y no abrigan prejuicioalguno en favor de una estatura elevada, respondoentonces del hecho de que Miss Raquel habrá deconstituirse en una de las más bellas mujeres que hayanvisto sus ojos. Era delgada y pequeña, pero muy bienproporcionada, de la cabeza a los pies. Bastaba verlasentarse, ponerse de pie y sobre todo caminar para quecualquier hombre en sus cinco sentidos experimentasela sensación de que la gracia emanaba de su figura y(perdónenme la expresión) brotaba de su carne, no desus ropas. Era el suyo el cabello más negro que jamásvieron mis ojos. Estos últimos tenían en ella idénticatonalidad. Reconozco, en cambio, que su nariz no era losuficientemente larga. Su boca y su barbilla, paramencionar las palabras de míster Franklin, eran,verdaderamente, dos manjares de los dioses, y su piel,

Page 109: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

siempre de acuerdo con la misma infalible autoridad enla materia, ardía como el sol, poseyendo respecto alastro la gran ventaja de que podía mirársela siemprecon agrado. Si agregamos a lo antedicho el detalle deque en todo momento llevaba erguida la cabeza comouna saeta, en actitud osada, elegante y vivaz; de que suclara voz delataba la presencia de un metal noble en ellay de que su sonrisa surgía muy bellamente en sus ojosantes de descender hasta sus labios, tendremos ya suretrato, a través de la mejor pintura que sea yo capaz deejecutar y trascendiendo el vigor de una cosa viva.

¿Y qué decir de sus restantes cualidades? ¿No tenía,acaso, ese ser encantador, sus lagunas? Las tenía, en lamisma proporción que aparecen en usted, señora, ni enmayor ni en menor medida.

Para hablar imparcialmente, debo reconocer que mibella y querida Miss Raquel, poseyendo, como poseía,innumerables gracias y atractivos, era víctima de undefecto que me veo obligado a reconocer. Sediferenciaba de las otras muchachas de su edad por elhecho de poseer ideas propias y una altivez que la hacíadesafiar las propias modas, cuando éstas noarmonizaban con sus puntos de vista. En el campo delas bagatelas esta independencia suya era una cualidadmeritoria, pero en lo que atañe a las cosasfundamentales la llevaba (como decía mi ama y opinoyo también) demasiado lejos. Juzgaba las cosas por símisma, avanzando hasta más allá del límite ante el cual

Page 110: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

se detenían generalmente las mujeres que la doblabanen edad; jamás solicitaba un consejo; nunca leanticipaba a nadie lo que habría de hacer; en ningúnmomento le confió un secreto o le hizo confidencias aalguien, desde su madre hasta la última persona de lacasa. Tanto en lo que se refiere a las grandes como a laspequeñas cosas de su vida, a los seres que amaba uodiaba (sentimientos ambos que sentía con igualintensidad), obraba siempre Miss Raquel de manerapersonal, bastándose a sí misma respecto a los doloresy alegrías de la vida. Una y otra vez oí decir a mi ama:«El mejor amigo y el más grande enemigo de Raquelson una misma y única persona: la propia Raquel.»

Añadiré otro detalle para terminar con esto.Pese a todo su misterio y a su gran obstinación, no

existía en ella el menor vestigio de falsía. No recuerdoque haya nunca dejado de cumplir la palabra empeñada,ni que haya dicho jamás no, cuando quería significar sí.Si me remontara a su infancia podría comprobar cómo,en más de una ocasión, la buena y pobre criatura hizorecaer sobre sí la condena y sufrió el castigo a que sehizo acreedor algún amado compañero de juegos. Nadielogró nunca hacerla confesar, si se descubrió la cosa, yella cargó posteriormente con toda la responsabilidad.Pero tampoco mintió nunca respecto a eso. Lo mirabaa uno directamente a la cara y, sacudiendo su pequeñae insolente cabeza, decía simplemente: «¡No se lo diré!»Castigada de nuevo, no dejaba de reconocer cuánto

Page 111: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sentía el tener que decirle a uno que «no», pero, aunquese la sometiese a pan y agua, no habría de decirlo jamás.Terca —diabólicamente empecinada algunas veces—,debo admitirlo que lo era, pero también la criatura másadmirable que posó alguna vez su planta en este bajomundo. Quizá les parezca que hay aquí unacontradicción. En tal caso, escuchen lo que les diré aloído. Estudien con ahínco a sus esposas durante laspróximas veinticuatro horas. Si durante ese lapso nohan descubierto ninguna contradicción en su conducta,el cielo los ayude… puesto que se han casado con unmonstruo.

Acabo de relacionarlos, lectores, con Miss Raquel, locual hallarán que los coloca de inmediato frente a frenteal punto de vista que respecto al matrimonio sosteníadicha joven.

El doce de junio le fue remitida por mi ama unainvitación a cierto caballero londinense, para que sehiciera presente en la finca con el fin de ayudarle en lospreparativos y asistir a la celebración del cumpleaños deMiss Raquel. Se trataba del dichoso mortal a quien éstale había entregado secretamente, en mi opinión, sucorazón. Al igual que míster Franklin, era primo suyo.Se llamaba míster Godfrey Ablewhite.

La segunda hermana de mi ama (no se alarmen, queno habremos de profundizar demasiado en los asuntos

Page 112: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

familiares), la segunda hermana de mi ama, como ibadiciendo, sufrió un desengaño amoroso que la impulsóa casarse de inmediato y sin motivo alguno, era unapersona que su familia llamó de una clase inferior.Violenta fue la labor desplegada en el seno de la familia,cuando la Honorable Carolina insistió en desposarsecon míster Ablewhite, el vulgar banquero de Frizinghall.Era muy rico y poseía un buen carácter y fue el origende una familia prodigiosamente numerosa… Hasta aquítodo hablaba en su favor. Pero ocurría que tenía lapretensión de haber sido capaz de elevarse desde unplano inferior hasta uno más alto del mundo, y esto eralo que iba en su contra. No obstante, el tiempo y lasluces progresistas de la civilización moderna pusieronlas cosas en su lugar y el matrimonio llegó a seraceptado como una cosa correcta. Todo el mundo esliberal actualmente, y mientras pueda usted seguirtachando mi nombre, cada vez que yo borre el suyo,¿qué importancia tiene que dentro o fuera delParlamento sea usted un duque o un barrendero? Estees el moderno punto de vista… y yo no hago más queponerme a tono con él. Los Ablewhite moraban en unahermosa finca rodeada por sus tierras, un poco más alláde Frizinghall. Se trataba de una gente muy digna yrespetada por todo el vecindario. No nos habrán demolestar mucho con su ingerencia en estas páginas…,excepto míster Godfrey, segundo hijo de místerAblewhite, el cual ocupará, con el permiso de ustedes,

Page 113: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

un lugar en el relato, a causa de su vinculación con MissRaquel.

Pese a toda la viveza de su ingenio, a su inteligenciay a sus buenas cualidades en general, muy escasas eranlas probabilidades con que contaba en su favor, en miopinión, míster Franklin para desplazar a místerGodfrey del lugar que ocupaba en la estimación de mijoven ama.

En primer lugar y en lo que concierne a lacontextura física míster Godfrey era, con mucho, el máshermosamente constituido de los dos. Tenía unaestatura de más de seis pies, una coloración en la que secombinaban muy bellamente el blanco y el encarnado,un rostro suave y redondo, tan desprovisto de barbacomo la palma de la mano y una cabeza recubierta poruna larga y hermosa cabellera de color de lino, quedescendía negligentemente sobre su cuello desnudo.Pero, ¿por qué describirlo tan minuciosamente? Sialguna vez han pertenecido ustedes a alguna Sociedadde Damas de Caridad, conocerán, sin duda, a místerAblewhite tan bien como yo. Era abogado de profesión,el hombre ideal de las damas por su temperamento y unbuen samaritano por propia opción. Ni la caridad ni laindigencia femenina hubieran podido hacer nada sin él.Era vicepresidente, árbitro y administrador de variassociedades maternales donde se redimía a las pobresMagdalenas y de algunas asociaciones donde imperabanlas ideas viriles y que tenían por objeto colocar a las

Page 114: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mujeres pobres en los puestos ocupados por loshombres indigentes, dejando que éstos se las arreglarancomo mejor pudieran. Dondequiera que hubiese unamesa rodeada por un comité femenino reunido enconsejo, podía verse a míster Godfrey ocupando lacabecera, atemperando el clima de la reunión y guiandoa sus queridas criaturas en medio de la espinosa sendade los negocios, con el sombrero en la mano. En miopinión, fue el más grande filántropo (dentro de lo quele permitía su pequeña independencia económica) quevio jamás la luz en Inglaterra. Como orador, no había enlos mítines de caridad quien lo igualara en la tarea dearrancar lágrimas y dinero a su auditorio. Era todo unpersonaje público. La última vez que estuve en Londres,mi ama me obsequió con dos invitaciones. Me envióprimero al teatro, para que pudiese admirar a unabailarina que hacía furor en ese momento, y luego alExeter Hall, para que oyese a míster Godfrey. La damacumplió su labor acompañada por una banda de música.El caballero, con la ayuda de un pañuelo y un vaso deagua. Una gran muchedumbre asistió al espectáculoejecutado con las piernas. Otro enorme gentío presencióel verificado con la lengua (aludo a míster Godfrey) dela persona de más dulce carácter que jamás hayaexistido. Amaba a todo el mundo. Y todos lo amaban aél. ¿Qué probabilidades podía tener míster Franklin—qué probabilidades cualquier hombre de capacidad yfama medianas— frente a un hombre de su categoría?

Page 115: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El día catorce llegó la respuesta de míster Godfrey.Aceptaba la invitación de mi ama desde el miércoles,

que era el día del cumpleaños de Miss Raquel, hasta lanoche del viernes, fecha en que se vería obligado aregresar a la ciudad, para atender sus compromisos conla Sociedad de Damas de Beneficencia. Envió con surespuesta la copia de unos versos suyos, en honor del«día natal» de su prima. Miss Raquel, según me dijeron,se burló juntamente con míster FrankIin, durante lacena, de tales versos. Y Penélope, que se hallabaenteramente de parte de míster Franklin, me preguntótriunfalmente qué pensaba yo de todo eso.

—Miss Raquel, querida, te ha despistado medianteun perfume falso —le repliqué—, pero mi olfato nopuede ser engañado tan fácilmente. Aguarda hasta elinstante en que los versos de míster Ablewhite seanseguidos por su propio autor.

Mi hija me respondió que muy bien podía místerFranklin meter su cuchara y probar suerte, antes de quelos versos fueran seguidos por el poeta. En favor de talpunto de vista, debo reconocer que míster Franklin nodesechó la menor oportunidad que se le presentó paraintentar ganarse los favores de Miss Raquel.

No obstante ser el más inveterado de los fumadores,abandonó el cigarro porque ella le expresó un día que lerepugnaba sentir el olor dejado por el humo del mismoen sus ropas. Luego de ese acto de abnegación pasó tan

Page 116: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

malas noches, debido a la ausencia de la accióncalmante del tabaco, a la cual estaba tan acostumbrado,y bajó cada mañana con un aspecto tal de agotamientoy tan ojeroso, que la misma Miss Raquel hubo depedirle que volviera a sus cigarros. ¡No!; jamás habría élde volver a una cosa que le causara a ella la menormolestia; lucharía con resolución hasta vencer suinsomnio y recobraría, tarde o temprano, el sueño porla mera presión de la paciencia que estaba dispuesto aemplear para lograrlo. Tal devoción, pensarán ustedes(coincidiendo con lo que dijo alguien escaleras abajo),no podía dejar nunca de producir el efectocorrespondiente en Miss Raquel…, respaldada como sehallaba tal devoción por la labor diaria de decorar lapuerta. Todo eso estará muy bien… pero lo cierto es queella poseía en su alcoba un retrato de míster Godfrey,donde se lo veía hablar, durante un mitin, con el cabelloflotando a impulsos de su propia elocuencia, y seadvertía cómo sus ojos, de la manera más agradable,embrujaban y hacían salir el dinero cada mañana, comola misma Penélope hubo de reconocerlo, se exhibía allíen efigie ese hombre de quien las mujeres no podíanprescindir y observaba a Miss Raquel mientras erapeinada. Poco tiempo habría de pasar, pensaba yo,antes de que la estuviera mirando con sus ojos reales.

El dieciséis de junio se produjo un evento que hizoque las probabilidades de éxito de míster Franklin eneste asunto se tornaran más lejanas que nunca.

Page 117: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Un extraño caballero, que hablaba el inglés conacento extranjero, apareció esa mañana en la casa ysolicitó una entrevista con míster Franklin Blake paratratar cuestiones de negocio. Estas no tenían nada quever, posiblemente, con el asunto del diamante, por lasdos razones que paso en seguida a exponer: primero,porque míster Franklin nada me dijo acerca de esaentrevista, y segundo, porque puso al tanto de la misma(luego que el extraño caballero hubo partido) a mi ama.Quizá ésta hizo alguna insinuación respecto al asunto,poco tiempo después, delante de su hija. Comoquieraque sea, oí decir que Miss Raquel le dirigió algunosseveros reproches a míster Franklin, mientras sehallaban junto al piano, esa noche, relacionados con lasgentes entre las cuales había aquél vivido y a losprincipios que adoptara durante su permanencia en elexterior. Al día siguiente, por primera vez hastaentonces, nada se hizo en materia de decoración allí enla puerta. Sospecho que alguna imprudencia cometidapor míster Franklin en el Continente —relacionada conalguna mujer o deuda— lo había seguido hastaInglaterra. Pero todo esto no es más que meraconjetura. En lo que se refiere a este asunto, tanto miama como míster Franklin me dejaron extrañamente enlas tinieblas.

El diecisiete, según todas las apariencias, la nube sehabía disipado nuevamente. Ambos volvieron a su labordecorativa junto a la puerta y parecían seguir siendo tan

Page 118: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

amigos como siempre. De creer a Penélope, místerFranklin había sabido aprovechar la oportunidad que sele presentara a raíz de la reconciliación, para hacerle aMiss Raquel una declaración amorosa que no había sidoni aceptada ni rechazada. Mi hija estaba segura, a travésde diversos signos y señales que no vale la penaespecificar aquí, que su joven ama había reñido yalejado a míster Franklin, en el primer momento, por nocreer que hablara en serio, pero que más tarde lamentóen secreto el haberlo tratado de esa manera. AunquePenélope gozaba ante su joven ama de una familiaridadque iba más allá de la que generalmente se les dispensaa las criadas —ya que habían compartido, casi, de niñasla misma educación—, demasiado bien conocía yo, noobstante, el carácter reservado de Miss Raquel, parapensar que habría de revelarle sus sentimientos a nadieen tal sentido. Lo que mi hija me dijo en tal ocasión era,sospecho, más la expresión de sus deseos que lo que ellamisma sabía en realidad.

El diecinueve hubo otro acontecimiento. Recibimosla visita de nuestro médico, por motivos profesionales.Se lo llamó para que atendiera a cierta persona de quienya hemos tenido ocasión de hablar en estas páginas:nuestra segunda criada, Rosanna Spearman.

Esta pobre muchacha —que me dejó perplejo, comoya saben, en las Arenas Movedizas— volvió a

Page 119: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

confundirme una vez más, durante el lapso a que meestoy refiriendo. La idea de Penélope, según la cual sucompañera se hallaba enamorada de míster Franklin (ymantenida estrictamente en secreto por mi hija, deacuerdo con mis órdenes), seguía pareciéndome tanabsurda como siempre. Pero debo reconocer que,teniendo en cuenta lo que me mostraban mis propiosojos y lo que vio mi hija con los suyos, la conducta denuestra segunda doméstica comenzó a adquirir ante losmismos un cariz misterioso, y ello, hablando de lamanera más moderada posible.

La muchacha se cruzaba, por ejemplo,constantemente en el camino con míster Franklin…,muy disimulada y silenciosamente, pero lo cierto es queeso ocurría. En cuanto a él, reparaba en ella tanto comohubiera podido hacerlo en el gato; al parecer no pensónunca malgastar una sola de sus miradas, para dirigirlahacia el rostro vulgar de la muchacha. La pobre criatura,que no había tenido nunca mucho apetito, lo teníamenos ahora y comenzó a consumirse en formaaterradora; sus ojos mostraban cada mañana las visibleshuellas del insomnio y del llanto nocturno. Un díaPenélope fue testigo de una escena embarazosa,descubrimiento que decidimos, desde el primerinstante, mantener en secreto. Había sorprendido aRosanna junto al tocador de míster Franklin,reemplazando furtivamente una rosa que le obsequiaraa aquél Miss Raquel para que la luciera en el ojal de la

Page 120: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

solapa, por otra de la misma variedad, que acababa decortar con sus manos. Posteriormente se condujo antemí, en una o dos ocasiones, en forma descarada, cuandole hice presente de manera inequívoca, aunque general,que debía poner más cuidado en lo que hacía y, lo quefue peor aún, no se mostró ya tan extremadamenterespetuosa como anteriormente, en las pocas ocasionesen que Miss Raquel le dirigió, por casualidad, lapalabra.

Mi ama, que advirtió el cambio, quiso conocer miopinión al respecto. Yo traté de proteger a la muchachay le respondí que se hallaba enferma, lo cual dio lugar aque se llamase al médico el día diecinueve, como hedicho más arriba. Aquél manifestó que se trataba de losnervios y que ponía en duda el hecho de que lamuchacha pudiese atender el servicio. El ama se ofreciópara procurarle un cambio de aire, diciendo que laenviaría a alguna de nuestras granjas interiores. PeroRosanna, con lágrimas en los ojos, le pidió y rogó que lepermitiera quedarse en la casa, y entonces fue cuandoyo, en mala hora, le aconsejé que le permitiera quedarseun poco más de tiempo. De acuerdo con lo que acaeciódespués, fue ése el peor de los consejos que pudehaberle dado. Si hubiese sido capaz de intuir por uninstante el futuro, habría sacado entonces y sin pérdidade tiempo a Rosanna de la casa con mis propias manos.

El día veinte se recibió una nota firmada por místerGodfrey. Había resuelto hacer escala en Frizinghall esa

Page 121: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

noche, para aprovechar la ocasión que se le ofrecía deconsultar a su padre por asuntos de negocios. En latarde del día siguiente reanudaría su marcha a caballo,en compañía de sus dos hermanas mayores, y pensandollegar a nuestra finca mucho antes de la hora de la cena.Un elegante estuche de porcelana acompañaba a laesquela, el cual le fue entregado a Miss Raquel,juntamente con las expresiones de amor y los mejoresdeseos de su primo. Míster Franklin sólo le habíaregalado un guardapelo de la mitad del valor de aquél.Mi hija Penélope, no obstante —tal es la obstinación delas mujeres—, seguía aún considerándolo el futuroganador.

¡Gracias a Dios hemos llegado, por fin, a la vísperadel día del cumpleaños! Deben reconocer que los heconducido esta vez hasta el sitio indicado, sin habermeentretenido demasiado en el camino. ¡Animo, lectores!He aquí que un nuevo capítulo viene en ayuda deustedes…, y, lo que es más importante aún, ese nuevocapítulo los llevará directamente hacia lo másintrincado del relato.

IX

El veintiuno de junio, o sea el día del cumpleaños, elcielo apareció nublado y el tiempo inestable, pero hacia

Page 122: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el mediodía se aclaró aquél del todo.Nosotros, los criados, dimos comienzo, en las

dependencias de la servidumbre, a la celebración de tanfeliz aniversario como de costumbre, esto es,ofreciéndole a Miss Raquel nuestros modestos regalos,simultáneamente con el tradicional discursopronunciado por mí todos los años, en mi carácter dedoméstico principal. En tales ocasiones, adopto el planpuesto en práctica por la Reina al inaugurar el períodoparlamentario…, sobre todo su costumbre de decirregularmente cada año la misma cosa. Antes de serpronunciado, como ocurre con el de la Reina, se loaguarda con la misma expectativa que si se tratara dealgo jamás escuchado. Luego de oído y cuando se hacomprobado que no es todo lo novedoso que seesperaba, pese a algunos breves rezongos que se hacenescuchar entonces, vuelven todos a fijar su vista en elfuturo, con la esperanza de oír algo más nuevo elpróximo año. Lo cual viene a demostrar queconstituimos una nación fácil de gobernar tanto desdeel Parlamento como desde la cocina.

Luego del desayuno, míster Franklin y yosostuvimos una entrevista, a solas, sobre el asunto de laPiedra Lunar…, pues ya había llegado el momento deretirarla del banco de Frizinghall, para ponerla en laspropias manos de Miss Raquel.

Sea porque hubiera estado haciéndole nuevamentela corte a Miss Raquel y ésta lo hubiese rechazado…. o

Page 123: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

porque su falta reiterada de reposo nocturno hubieraido agravando paulatinamente las contradicciones yfluctuaciones de su carácter, cosas éstas que no puedoyo afirmar, lo cierto es que míster Franklin fracasó en loque respecta al inmejorable aspecto que debió exhibir lamañana del día del cumpleaños. En lo que concierne aldiamante, expresó veinte ideas antagónicas durante unperíodo constituido por igual número de minutos. Encuanto a mí, seguía aferrándome tenazmente a lossimples eventos que ya les son conocidos. Nada de loocurrido hubiera tornado razonable la idea de alarmara nuestra ama en la cuestión de la gema y nada podíaacaecer que viniera a alterar la obligación legal quepesaba sobre míster Franklin de poner a su prima enposesión de la misma. Este era mi punto de vista y ésefue también el suyo, cuando luego de darle vueltas ymás vueltas al asunto en su cabeza, se vio compelido aadoptarlo. Resolvimos que míster Franklin habría dedirigirse luego del almuerzo a Frizinghall en busca deldiamante, para regresar después muy probablementeacompañado por míster Godfrey, y las dos jóvenesdamas.

Aprobado dicho temperamento, retornó nuestrojoven caballero junto con Miss Raquel.

Ambos emplearon toda la mañana y parte de latarde en la interminable faena de decorar la puerta,auxiliados por Penélope, que les mezclaba los colores deacuerdo con sus instrucciones; mi ama, a medida que la

Page 124: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hora del almuerzo se aproximaba, comenzó a entrar ysalir del cuarto con un pañuelo en la nariz (pues ambosutilizaban en ese momento cierta cantidad del“excipiente” de míster Franklin) y se esforzó porahuyentar a los dos artistas. Sólo hacia las tres de latarde se despojaron de sus delantales, liberaron aPenélope, cuyo aspecto era mucho más lamentable queel de ellos a causa del excipiente, y se desembarazarona sí mismos de todo ese embrollo. Pero habían cumplidolo que se habían propuesto: acababan de dar término ala labor de decorar la puerta el mismo día delcumpleaños y sentirse orgullosos por ello. Tanto losgrifos como los cupidos y demás figuras producían,debo reconocerlo, el más hermoso efecto visual, aunqueera tal su número y se enmarañaba en tal forma enmedio de las flores y las diferentes imágenescircundantes, siendo sus actitudes y posturas tandislocadas que, luego de haber uno en el primermomento experimentado el placer de contemplarlas, lasveía bailotear más tarde de la manera más endiabladasen su cabeza durante horas y horas. Si a esto añado quePenélope terminó, luego de su faena matinal, por caerenferma en la trascocina, no es porque quierademostrar hostilidad alguna en contra del mencionadoexcipiente. ¡No! ¡No! Debo hacer constar que esto dejóde heder en cuanto se secó; por otra parte, si el Arteexige de nosotros tales sacrificios, no dejaré por eso—pese a que se trata de mi hija— de exclamar: ¡Todo sea

Page 125: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a favor del Arte!Míster Franklin, luego de comer un presuroso

bocado del almuerzo, partió a caballo en dirección aFrizinghall, para escoltar a sus primas, como le dijo a miama. Pero era para ir en busca de la Piedra Lunar, segúnsabíamos ambos en secreto.

Tratándose de uno de los más grandes festines enque me haya tocado intervenir junto al aparador, en micarácter de jefe del servicio, muchas eran las cosas enque tenía que pensar, mientras durase la ausencia demíster Franklin. Luego de haber examinado el vino yrevistado a los hombres y las mujeres que atenderían lamesa me aparté un instante para recobrarme, antes deque comenzaran a llegar los invitados. Una bocanadade… lo que ustedes ya saben y una ojeada a cierto libro,que ya he tenido ocasión de mencionar en estas páginas,bastaron para sosegar mi cuerpo y mi espíritu. Medespertó, de lo que estoy más inclinado a calificar deensueño que de modorra, un rumor de cascos decaballos provenientes de afuera; dirigiéndome,entonces, hacia la puerta, salí a recibir una cabalgatacompuesta por míster Franklin y sus tres primos,escoltada por uno de los palafreneros del viejo místerAblewhite.

Míster Godfrey me sorprendió de la manera másextraña, por la similitud que guardaba con místerFranklin en cierto detalle de su aspecto: parecía nohallarse del mismo humor que de ordinario. Estrechó

Page 126: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mi mano tan cordialmente como de costumbre ydemostró alegrarse, muy políticamente, de hallar en tanbuen estado de salud a su viejo amigo Betteredge. Perouna especie de sombra pendía sobre él, algo cuyo origenno sabía yo a que atribuirlo; cuando le pregunté cómohabía encontrado a su padre, me respondió un tantoabruptamente: «Como siempre». No obstante, las dosseñoritas Ablewhite reflejaban el júbilo de veintepersonas juntas, lo cual sirvió para compensarnos deaquello. Eran casi tan voluminosas como su hermano,extraordinariamente enormes y de cabello amarillo; setrataba de dos mozas, rebosantes de carne y de sangre;pletóricas de salud y vivacidad, de los pies a la cabeza.Las patas de los pobres animales vacilaban bajo el pesode su cargo, y cuando saltaron de sus sillas, sin aguardarla ayuda de nadie, afirmo que rebotaron en la tierracomo si fueran de goma. Toda anécdota narrada porambas Ablewhite surgía de sus labios precedida por unaO gigante; cada cosa ejecutada por ellas ibaacompañada de un golpe estrepitoso y tenían lacostumbre de reírse estúpidamente o de chillar, hubierao no motivo para ello, ante la menor provocación.Mocetonas…, ése es el nombre que considero adecuadopara ellas.

Detrás de la cortina formada por el estrépito queproducían ambas jóvenes, tuve ocasión de dirigirle unapalabra a hurtadillas a míster Franklin en el hall.

—¿Ha traído el diamante, señor?

Page 127: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Inclinando afirmativamente la cabeza, golpeó sobreel bolsillo superior de su chaqueta.

—¿Ha visto usted a los hindúes?—Ni la sombra de ellos.Luego de esta respuesta me preguntó por mi ama y

al responderle que se encontraba en su pequeña sala derecibo, hacia allí se dirigió inmediatamente.

Cuando alrededor de media hora más tardeatravesaba yo el vestíbulo, me detuve de pronto al oíruna serie de chillidos que venían desde la pequeña sala.No habré de decir que experimenté alarma alguna, yaque pude identificar en medio de los gritos la enorme Ocaracterística de las señoritas Ablewhite. Con todo,penetré allí con la excusa de ir en busca de instruccionespara la cena y cerciorarme si es que algo grave había, enverdad, ocurrido.

Al entrar pude ver a Miss Raquel junto a la mesa,con el aspecto de una persona hechizada y sosteniendoel aciago diamante del Coronel en su mano. A amboscostados suyos se hallaban de hinojos las dosmocetonas, devorando con sus ojos la gema y chillandoextasiadas cada vez que la piedra les lanzaba unrelámpago de diverso matiz. En el extremo opuesto dela mesa se encontraba míster Godfrey, quien aplaudíacomo un niño y cantaba suavemente: «¡Exquisito!¡Exquisito!» míster Franklin, sentado junto al armario

Page 128: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de los libros, tiraba de su barba y dirigía ansiosasmiradas en dirección a la ventana. Y allí, junto a ésta, sehallaba el objeto de su curiosidad: mi ama, que exhibíaen sus manos el testamento del Coronel, dándole laespalda a toda la reunión.

Al volverse hacia mí, cuando le pedí lasinstrucciones, pude advertir cómo el ceño característicode la familia se iba acentuando paulatinamente sobresus ojos y cómo la ira, también peculiar de la familia,crispaba las comisuras de sus labios.

—Venga a mi habitación dentro de media hora —merespondió—. Para entonces tendré algo que decirle.

Dicho lo cual, abandonó la estancia. Era evidenteque se hallaba confundida ante la misma suerte deobstáculo que nos había confundido a míster Frankliny a mí, durante la entrevista celebrada en las ArenasMovedizas. ¿Constituía, acaso, el legado de la PiedraLunar una prueba de lo injusto y cruel que había sidoella con su hermano, o era, más bien, algo que venía aprobar que aquél había sido mucho peor de lo que ellase atrevió jamás a imaginarse? Dilema éste difícil deresolver, y ante el cual se hallaba ahora el ama, mientrassu inocente hija, ignorando la índole del Coronel,permanecía allí cerca con su regalo de cumpleaños en lamano.

Antes de que hubiera tenido tiempo de abandonar,a mi vez, la habitación, Miss Raquel, siempre atenta conel viejo doméstico que la había visto nacer, me contuvo.

Page 129: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¡Mire, Gabriel!—dijo, e hizo rutilar la gema antemis ojos bajo un rayo de sol que penetraba a través dela ventana.

¡El Señor nos bendiga! ¡Era un diamante! ¡Y tangrande, casi tan grande, como un huevo de avefría! Laluz que irradiaba era idéntica al resplandor que mana dela luna en el tiempo de la cosecha. Desde el instante enque posaba uno sus ojos en la piedra, se sumergía enuna profundidad amarilla que absorbía su mirada hastael punto de impedirle distinguir cualquier otra cosa.Parecía insondable; esa gema, que podía tener uno asidaentre el índice y el pulgar, era tan abismal como elpropio firmamento. Luego de oscurecer la habitación, lacolocamos al sol y pudimos entonces observar cómo unterrible fulgor brotaba de las entrañas luminosas de lagema, invadiendo igual que un rayo lunar la oscuridad.No era extraño que Miss Raquel se hallase fascinada, nique sus primas hubiesen chillado de esa manera. Fue talla impresión que me produjo el diamante, que yotambién estallé en una O tan grande como las quenacieran en los labios de las dos mocetonas. La únicapersona que seguía siendo dueña de sí misma, eramíster Godfrey. Deslizando sus brazos en torno a lacintura de sus dos hermanas y dirigiendoalternativamente su vista desde el diamante a mipersona, dijo:

—¡Carbón, Betteredge! ¡Sólo es un mero pedazo decarbón, mi viejo amigo, después de todo!

Page 130: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Su propósito era, sin duda, instruirme. Sólo logró,sin embargo, hacerme recordar la cena. Cojeando medirigí escaleras abajo, hacia donde se hallaba mi ejércitode criados. Cuando salía, le oí decir a míster Godfrey:

—¡Mi viejo y querido Betteredge! ¡Siempre me hainspirado el mayor respeto!

Mientras me honraba con esta muestra de afecto,seguía abrazando a sus dos hermanas y devorando conlos ojos a Miss Raquel. ¡Algo así como el nacimiento deun amor vislumbrándose allí! Míster Franklin resultabaun perfecto rústico comparado con él.

Al cumplirse la media hora fui a ver al ama, como seme había ordenado, a su habitación.

Lo ocurrido entre ambos, en esa ocasión, fue casi lomismo, en su faz primordial, a lo que acontecieradurante mi entrevista con míster Franklin en las ArenasMovedizas…, con la sola diferencia, esta vez, de que meguardé muy bien de expresarle mi opinión respecto a losprestidigitadores, ya que no se había producido hastaentonces hecho alguno que justificara el alarmar a miama en tal sentido. Me despedí de ella con la completacertidumbre de que enfocaba ahora al Coronel desde elmás sombrío punto de vista posible y de que se hallabadispuesta a hacerle abandonar, a su hija, en la primeraoportunidad, la Piedra Lunar.

Al regresar a mis propias habitaciones me encontrécon míster Franklin. Me preguntó si había visto a suprima Raquel. Le dije que no. ¿Podía yo acaso

Page 131: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

informarle dónde se hallaba su primo Godfrey?También lo ignoraba; pero empecé a sospechar que suprimo Godfrey no se hallaría muy lejos de la primaRaquel, míster Franklin pareció abrigar la mismasospecha. Tirando fieramente de su barba prosiguió sucamino y se encerró en la biblioteca, luego de dar unportazo extraordinariamente sugestivo.

No volví a ser molestado en mi tarea de preparar lacena del cumpleaños, hasta que llegó el momento enque debí aplicarme a la labor de acicalar mi persona,con el fin de ir más tarde al encuentro de los huéspedes.Acababa apenas de ponerme mi chaleco blanco, cuandovi llegar a mi tocador a Penélope, quien lo hacía con laexcusa de cepillar los restos de cabellera que aún mequedan. Mi hija se hallaba muy animada e intuí quetenía algo que decirme. Luego de darme un beso en lacúspide de mi cabeza calva murmuró a mi oído:

—¡Buenas nuevas para ti, padre! Miss Raquel lo harechazado.

—¿A quién te refiere?—le pregunté.—Al hombre de los comités femeninos, padre —dijo

Penélope—. Es un pícaro detestable. ¡Lo odio por habertratado de desplazar a míster Franklin!

De haber contado con el aliento suficiente, hubierasin duda hecho oír mi protesta ante tan indecorosaapreciación respecto a tan eminente y filantrópicociudadano. Pero ocurrió que mi hija se hallaba en eseinstante rectificando el nudo de mi corbata y toda la

Page 132: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fuerza de sus ideas se había escurrido en la punta de susdedos. Jamás me hallé tan próximo a ser estranguladocomo en ese momento.

—Los vi cuando se dirigieron a solas hacia el jardínde las rosas —dijo Penélope—. Y estuve acechandodetrás del acebo, para poder verlos cuandoemprendieran el regreso. A la ida avanzaron del brazoy riendo. A la vuelta venían separados y muy serios,rehuyendo el mirarse a la cara en una forma que nodejaba lugar a dudas. ¡Jamás me he alegrado tanto enmi vida, padre! Comoquiera que sea hay en el mundouna mujer capaz de resistir a míster Godfrey Ablewhite;¡y, de haber sido yo una dama, habría de haber otra!

Nuevamente hubiera querido protestar. Pero mi hijase había apoderado ahora del cepillo para la cabeza ytodo el vigor de sus ideas lo había transmitido al mismo.Si eres tú calvo, lector, podrás entonces hacerte una ideade la forma en que Penélope escarificó mi cabeza. Si nolo eres, mejor será que pases por alto y le des las graciasa Dios por contar con una especie de defensainterpuesta entre tu cabeza y el cepillo para el cabello.

—Exactamente delante del acebo fue donde sedetuvo míster Godfrey —prosiguió Penélope—. «¿Así esque prefieres», le dijo él, «que me quede aquí igual quesi nada hubiera ocurrido?» Miss Raquel se volvió haciamíster Godfrey como un rayo. «Has aceptado lainvitación de mi madre», le dijo, «y te hallas aquí paraatender a los huéspedes. ¡A menos que desees provocar

Page 133: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

un escándalo en la casa, habrás de quedarte, sin duda!»Después de avanzar unos pasos, pareció ella ceder untanto. «Olvidemos lo que acaba de pasar, Godfrey», ledijo, «y sigamos tratándonos como amigos». En seguidale alargó su mano. El se la besó, lo cual me pareció queera una extralimitación, y ella entonces se alejó de allí.Míster Godfrey permaneció con la cabeza gacha duranteun momento, abriendo lentamente con su tacón unhoyo en el sendero de grava; jamás habrás visto tú unhombre más fuera de sí de lo que se hallaba él en eseinstante. «¡Torpe!», dijo entre dientes, al levantar lacabeza y echar a andar en dirección a la casa…,«¡terriblemente torpe!» Si ésa era la opinión que teníade sí mismo, se hallaba enteramente en lo cierto. Sinduda lo es bastante, estoy segura de ello. Debajo de todoeste asunto, padre, se hallaba aquello de que ya te hablé—exclamó Penélope, dando término a su obra con unaúltima escarificación, la más violenta de todas—: ¡místerFranklin es el elegido!

Apoderándome del cepillo para el cabello, abrí laboca dispuesto a administrarle a mi hija la reprimendaa que, deben ustedes reconocerlo, se había hecho entodo sentido acreedora por su lenguaje y su conducta.

Antes de que hubiera podido articular una solapalabra, sin embargo, un crujir de ruedas, provenientede afuera, me hizo enmudecer estremecido. Losprimeros convidados acababan de llegar. Poniéndomela chaqueta eché una ojeada sobre mi persona en el

Page 134: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

espejo. Mi cabeza se hallaba tan roja como puede estarloun cangrejo, pero desde otro punto de vista me hallabatan acicalado para la ceremonia de esa noche, comopodría haberlo estado el hombre más elegante delmundo. Entré en el vestíbulo justamente a tiempo parapoder anunciar la llegada de la primera pareja deconvidados. No tienen por qué manifestar curiosidadalguna al respecto. Se trataba, simplemente, de losprogenitores del filántropo, Míster y mistressAblewhite.

X

Uno tras otro fueron llegando los huéspedesrestantes, a partir del arribo de los Ablewhite, hastaquedar cubierto el número global de concurrentes.Incluyendo a los miembros de la familia, se contabanallí veinticuatro personas en total. Fue, en verdad, unnoble cuadro el que ofrecieron todos ellos, luego dehaber ocupado cada uno su sitio respectivo en torno dela mesa, y se vio levantarse al cura párroco deFrizinghall, quien, con elocuente palabra, bendijo lacomida.

No es necesario fatigar aquí al lector dando lanómina completa de los huéspedes, ya que no habrá deencontrarse con ninguno de ellos —en la parte de esta

Page 135: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

historia que me corresponde a mí narrar, por lomenos—, con la sola excepción de dos personas.

Estas últimas se hallaban sentadas una a cada ladode Miss Raquel, quien, como reina de la reunión,constituía la máxima atracción de la fiesta. En estaocasión había más motivos que nunca para considerarlael centro hacia el cual convergían todas las miradas,dado que, ante la desazón secreta de mi ama, lucía unmaravilloso presente de cumpleaños que eclipsaba todolo circundante: la Piedra Lunar. En el primer momentole había sido entregada en las manos sin ningúnagregado, esto es, suelta, pero luego, ese genio universalque era míster Franklin halló la forma de fijarlo amanera de broche sobre la pechera del traje blanco deMiss Raquel, con la ayuda de sus pulcros dedos y de unpequeño trozo de hilo plateado. Todo el mundo expresósu asombro ante las peligrosas dimensiones y la bellezadel diamante, por medio de las palabras que seacostumbra decir en tales casos. Las únicas personasque se abstuvieron de decir vulgaridad alguna en tornoal mismo fueron aquellos dos huéspedes que ya hemencionado y que se hallaban sentados, uno a laderecha y otro a la izquierda de Miss Raquel.

El de la izquierda se llamaba míster Candy, era elmédico de la familia y residía en Frizinghall.

Se trataba de un hombrecillo agradable y cordial,con la desventaja, no obstante, debo reconocerlo, de quese mostraba, en y fuera de ocasión, demasiado

Page 136: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dispuesto a regodearse con sus propias chanzas yentablar un tanto precipitadamente conversación conlos extraños, antes de informarse debidamente respectoa su idiosincrasia. En sociedad no hacía más quecometer yerros y arrastrar a la gente hacia camposhostiles, sin proponérselo. Como médico se conducíacon más prudencia, y echando mano instintivamente,como decían sus enemigos, de su discreción, lograbademostrar por lo general que se hallaba en lo cierto,cuando otros colegas suyos más cautos se equivocaban.Lo que él le dijo esa noche a Miss Raquel respecto aldiamante, cobró como de costumbre la forma de unabroma o una burla. Le rogó gravemente, en interés de laciencia, que le permitiera llevárselo a su casa parahacerlo arder.

—Primeramente, Miss Raquel —dijo el doctor—, losometeremos a muy elevada temperatura y luego loexpondremos a una corriente de aire y así, poco a poco—¡puf!—, evaporaremos el diamante, ahorrándole austed el trabajo de tener que custodiar tan valiosa gema.

Mi ama, mientras lo escuchaba con expresión untanto fatigada, parecía estar deseando que el doctorhablara en serio y que sus palabras fueran capaces dedespertar en Miss Raquel el celo suficiente por laciencia, como para inducirla a sacrificar su regalo decumpleaños.

El otro huésped, que se hallaba sentado a la derechade la joven, era un célebre personaje: míster

Page 137: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Murthwaite, famoso por sus expediciones a la India, elcual, a riesgo de perder la vida, se había internadodisfrazado en regiones donde ningún europeo posarajamás su planta.

Era alto y delgado, de tez morena, curtido ysilencioso. Tenía el aspecto de un ser cansado y unosojos firmes y atentos. Se decía que hastiado de lamonótona existencia inglesa no deseaba otra cosa quevolver a la brecha, para darse a vagar nuevamente porlas zonas más salvajes de Oriente. Si se exceptúan lasescasas palabras que cambió con Miss Raquel relativasa la gema, dudo que haya pronunciado después de elloseis palabras o que haya bebido más de un vaso de vinodurante la comida. La Piedra Lunar fue lo único quedespertó en él una especie de curiosidad. La fama deldiamante parecía haber llegado hasta sus oídos, enalguna de aquellas comarcas peligrosas visitadas por éldurante sus correrías. Luego de haberlo observado ensilencio durante tanto tiempo que Miss Raquel comenzóa sentirse confundida, dijo a ésta en un tono frío einconmovible.

—Si va usted alguna vez a la India, Miss Verinder,no lleve jamás el regalo de cumpleaños de su tío. Tododiamante indostánico suele hallarse vinculado a algunareligión de esos lugares. Conozco una ciudad, y en esaciudad un templo, donde, aderezada como usted sehalla ahora, su vida no tendría el más mínimo valor.

Miss Raquel, a salvo en Inglaterra, sintió un gran

Page 138: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

placer al oír hablar del riesgo que corría en la India. Lasmocetonas se regodearon aún más: dejando caerruidosamente tenedores y cuchillos, prorrumpieron alunísono en vehementes exclamaciones:

—¡Oh, qué interesante!Mi ama se agitó nerviosa en su asiento y cambió el

tema de la conversación.

A medida que la cena avanzaba llegué a darmecuenta, poco a poco, que esta fiesta no prosperaba en lamedida en que lo habían hecho otras reunionessemejantes.

Recordando ahora aquel día, y a la luz de lo queaconteció después, estoy casi tentado a pensar que lapiedra maldita debió haber obrado como un influjomaligno sobre la reunión. Yo les serví el vino enabundancia y, aprovechando las prerrogativas de micargo, anduve en todo instante dando vueltas en tornode la mesa en pos de los platos que no merecían suaprobación y diciéndole confidencialmente a cadahuésped: «Por favor, no lo mire así y pruébelo; estoyseguro de que le sentará a usted bien.» Nueve de cadadiez convidados cambiaban de opinión en consideracióna su antiguo y ocurrente amigo Betteredge, segúnafirmaban complacidos; no obstante, ello no dio ningúnresultado. A medida que el tiempo fue transcurriendo,se produjeron algunos intervalos de silencio, que me

Page 139: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hicieron sentirme incómodo. Cuando volvían a dirigirsela palabra lo hacían, inocentemente, de la peor maneray con escasa fortuna. Míster Candy, el doctor, dijo, porejemplo, las cosas más desdichadas que jamás lo oyeradecir hasta entonces. Bastará un solo ejemplo de sumanera de conducirse en tal ocasión, para dar una ideade lo mucho que sufrí yo junto al aparador, tomando tana pecho como había tomado la idea de que la fiestadebía constituir un éxito.

Se hallaba entre la concurrencia la digna señora deThreadgall, viuda del difunto profesor del mismonombre. Esta buena señora tenía la costumbre dereferirse en todo instante a su esposo, pero sinmencionarle nunca a su interlocutor la circunstancia deque aquél había muerto. Consideraba sin duda que todapersona adulta y físicamente capacitada, en Inglaterra,se hallaba en la obligación de conocer tal cosa. En unode esos intervalos de silencio a que ya me he referido, sele ocurrió a alguien poner sobre el tapete ese tema áridoy un tanto desagradable que es la anatomía, lo cual diolugar a que mistress Threadgall trajera de inmediato acolación, como era su costumbre, el nombre de sudifunto marido, pasando por alto la circunstancia de sumuerte. Afirmó que la anatomía era el pasatiempofavorito del profesor en sus momentos de ocio.Desgraciadamente míster Candy, que se hallaba sentadoenfrente de ella (e ignoraba la muerte del caballero),pudo oír lo que decía. Siendo, como era, el hombre más

Page 140: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cortés del mundo, no dejó pasar la oportunidad que sele ofrecía de cooperar de inmediato a los esparcimientosanatómicos del profesor.

—En el Colegio de Cirujanos acaban de recibir variosesqueletos de notable apariencia —dijo desde el otrolado de la mesa y en un tono alegre y ruidoso—. Lerecomiendo encarecidamente al profesor, señora, queen el primer momento libre vaya a hacerles una visita.

El silencio que se hizo fue tal que hubiera podidooírse caer un alfiler. Los comensales, por respeto a lamemoria del profesor, no dijeron una sola palabra. Yome hallaba en ese instante a espaldas de mistressThreadgall, recomendándole confidencialmente un vasode vino del Rin. Bajando la cabeza, dijo aquélla en vozmuy baja:

—Mi amado esposo ya no existe.El desdichado de míster Candy, sordo a tales

palabras y muy lejos de sospechar, siquiera, la verdad,prosiguió hablando por encima de la mesa, más cortésy ruidoso que nunca.

—El profesor quizá ignora —dijo— que una tarjetade un miembro del Colegio bastaría para facilitarle laentrada allí, cualquier día de la semana, excepto losdomingos, de diez a cuatro.

Mistress Threadgall hundió aún más su barbilla enel escote y en voz más baja todavía repitió las solemnespalabras:

—Mi amado esposo ya no existe.

Page 141: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Yo le hice un guiño a míster Candy a través de lamesa. Miss Raquel lo rozó con su brazo. Mi ama le dijolas cosas más terribles con su mirada. ¡Todo fue inútil!Siguió hablando y hablando con una cordialidad que nose detenía ante nada.

—Me sentiré muy complacido —dijo— de enviarlemi tarjeta al profesor, si me hace usted el favor decomunicarme su dirección actual.

—Su dirección actual es el sepulcro —dijo mistressThreadgall, perdiendo súbitamente la paciencia yhablando con un énfasis y una violencia que hicieronvibrar de nuevo el cristal de los vasos—. ¡El profesor hamuerto hace diez años!

—¡Oh Dios santo! exclamó míster Candy.Si se exceptúan las dos mocetonas, que estallaron en

una carcajada, se hizo un silencio tan profundo en lareunión, que fue como si todos los allí congregadoshubieran seguido el camino del profesor y morarandonde él moraba, esto es, en el sepulcro.

Dejemos ya a míster Candy. Los restantescomensales se condujeron, cada cual a su manera, en lamisma forma provocativa que el doctor. Cuando debíanhablar, no lo hacían, y cuando abrían la boca era parahostilizarse mutuamente y sin descanso. MísterGodfrey, que solía ser tan elocuente en público, declinóel hacer gala de tal cualidad en privado. Quizá se hallabade mal humor o tal vez se sentía avergonzado, a causade su derrota en el jardín de las rosas: no puedo afirmar

Page 142: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ni lo uno ni lo otro. Toda su charla se circunscribió a laspalabras que vertió secretamente al oído de la dama quese encontraba a su lado. Se trataba de una de lasintegrantes de una junta de mujeres… un ser espiritualque exhibía una hermosa clavícula y gran afición por elchampaña: le agradaba seco y en abundancia. Como mehallaba próximo a ellos, junto al aparador, puedo dar fe,teniendo en cuenta lo que los oí decir mientrasdescorchaba botellas, trinchaba al carnero o efectuabacualquier otro menester por el estilo, que la reunióndejó escapar una gran oportunidad de levantar el tonogeneral de la conversación. Lo que dijeron respecto a lasobras de beneficencia realizadas por ambos no pudeescucharlo. Cuando alcancé a oírlos, hacía ya tiempoque habían abandonado el tema acerca de las mujeresque debieran ser encerradas y de las que era necesarioredimir, para empeñarse en la discusión de asuntos másgraves. Religión, creo haberlos oído decir mientrasquitaba los corchos y trinchaba la carne, es sinónimo deamor. Y decir amor es decir religión. La tierra es unparaíso un poco menos perfecto que el otro. Y el cielo,por otra parte, es una tierra refaccionada, que lo ha sidopara que aparezca otra vez con el aspecto de una cosanueva. Existía en el mundo cierto número de gentesindeseables, pero, para contrarrestar tal cosa, todas lasmujeres que habitaban en el paraíso habrían de integrarun prodigioso comité en el que jamás se produciríandisensiones, siendo asistidas en sus tareas por los

Page 143: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hombres, quienes actuarían a la manera de ángelesejecutivos. ¡Muy hermoso! ¡Muy hermoso! Pero, ¿porqué se reservaba tan aviesamente míster Godfrey parasí mismo y su dama todas esas cosas?

Míster Franklin, insistirán ustedes, ¿no logró místerFranklin convertir esa reunión nocturna en una fiestaagradable?

¡Nada de eso! Recobrado enteramente, desplegó unaenergía y un buen humor maravillosos, al tanto como sehallaba, sin duda, sospecho que por medio de Penélope,del recibimiento que se le dispensó a míster Godfrey enel jardín de las rosas. Pero, hablara lo que hablare, locierto es que, nueve de cada diez veces que tomaba lapalabra, escogía un mal tema o se dirigía a quien nodebía haberle hablado, lo cual dio por resultado queofendiese siempre a alguno y dejara perplejos en todomomento a los demás. Su educación extranjera, lasfacetas germana, francesa e italiana de su carácter queya he apuntado, se mostró nuevamente ante lahospitalaria mesa de mi ama de la manera másembarazosa.

¿Qué piensan, por ejemplo, de la discusiónpromovida por él cuando inquirió hasta dónde debíauna mujer casada demostrar su admiración por unhombre que no era su marido, dejando caer en medio dela conversación y de acuerdo con su ingeniosa y francamodalidad francesa, el nombre de la tía soltera delvicario de Frizinghall? ¿Qué piensan de su actitud,

Page 144: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuando luego de sacar a relucir su yo germano, le dijo alseñor de una heredad en el momento en que éste, todauna autoridad en materia ganadera, hizo mención de suexperiencia en el arte de criar toros, que, hablando conpropiedad, la experiencia para nada contaba y que lamejor manera de criar un toro era concentrarse con lamayor energía en la idea de un toro perfecto y hacerlosurgir en carne y hueso de nuestra mente? ¿Qué opinande lo que dijo cuando el representante del Condado,caldeado ya en el instante en que se servían el queso y laensalada, estalló en esta forma, refiriéndose alincremento de la democracia en Inglaterra. «Si llegamosa perder alguna vez nuestras ancestrales garantías,¿puede usted decirme, sir Blake, qué nos quedará?»Este replicó entonces, sacando a relucir su yo italiano:«Nos quedarán tres cosas, señor: el Amor, la Música yla Ensalada.» No solamente aterró a la concurrencia contales exabruptos, sino que, volviendo a su yo inglés, a sudebido tiempo, dejó de lado toda su suavidad extranjeray al hablar de la profesión médica afirmó rotundamentecosas que ponían en ridículo a los médicos, sacando desus casillas aun al pequeño y alegre míster Candy.

La disputa se inició a raíz de haberse visto obligadoa reconocer míster Franklin —por motivos que heolvidado— que había estado durmiendo muy malúltimamente. Míster Candy le dijo al punto que susnervios se hallaban resentidos y que debía someterse aun tratamiento de inmediato. Míster Franklin le

Page 145: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

contestó que, en su opinión, un tratamiento médico y unsistema que lo obligara a andar a uno a tientas en laoscuridad eran la misma cosa. Míster Candy le devolvióel golpe hábilmente respondiéndole que, en el terrenofísico, no hacía míster Franklin más que andar a tientasen la oscuridad en busca del sueño y que la únicamanera de recobrarlo sería confiándose a untratamiento médico. Míster Franklin, deteniendo en elaire la pelota, le replicó que muchas fueron las vocesque oyó hablar del caso de un ciego que dirigía a otrociego, pero que ésa era la primera vez que tal cosa se lehacía evidente. Siempre en el mismo tono prosiguieronparando y devolviéndose los golpes con energía, hastaque se acaloraron…, especialmente míster Candy, quienperdió de tal manera el dominio sobre sí mismo al saliren defensa de su profesión, que obligó a mi ama aintervenir para prohibirles que siguieran más adelante.Esta indispensable muestra de autoridad actuó amanera de golpe de gracia sobre la atmósfera de lareunión. De tanto en tanto volvió a reanudarse aquí yallá la conversación, pero pudo advertirse unalamentable carencia de vida e ingenio en las palabras. ElDemonio (o el diamante) había embrujado a estedinner-party y fue un alivio para todos el ver levantarseal ama, quien les indicó con señas a las señoras quedebían dejar libres a los hombres para beber.

Acababa yo apenas de disponer en una fila lasgarrafas delante del anciano míster Ablewhite (que

Page 146: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

actuaba en calidad de anfitrión), cuando llegó hastanosotros desde la terraza un rumor que me hizoestremecer y olvidar de golpe las maneras adecuadas allugar. Míster Franklin y yo nos miramos a la cara: era elredoble de un tambor indio. ¡Hubiera apostadocualquier cosa a que se trataba de los escamoteadoreshindúes que regresaban a nuestra casa atraídos por laPiedra Lunar!

En el momento en que doblaban la esquina de laterraza y aparecían ante nuestra vista, me dirigí haciaellos cojeando, con el fin de ahuyentarlos. Pero quiso mimala suerte que se me adelantaran en el camino las dosmocetonas. Zumbando pasaron junto a mí en direccióna la terraza, con la velocidad de dos cohetes yenloquecidas por presenciar las triquiñuelas de loshindúes. Las otras mujeres las siguieron y hasta lospropios caballeros hicieron allí su aparición. Antes deque hubiera uno podido exclamar: «¡el Señor nosasista!», ya estaban allí los truhanes haciéndonoszalemas y las dos mocetonas besando al hermosomuchachito.

Míster Franklin se situó junto a Miss Raquel y yo aespaldas de ésta. De confirmarse mis presunciones, heahí que delante de los hindúes se hallaba ellaexhibiendo su diamante sobre el pecho, ignorandoabsolutamente su verdadera situación.

No me hallo en condiciones de especificar cuántosfueron los juegos verificados y en qué forma los

Page 147: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ejecutaron. En parte debido a los malos ratos pasadosdurante la cena y en parte a causa de la provocación queentrañaba el regreso de esos pícaros que llegabanjustamente a tiempo para contemplar la gema,reconozco que perdí totalmente la cabeza. La primeracosa que recuerdo haber notado entonces fue lapresencia súbita en el lugar del explorador hindú místerMurthwaite. Deslizándose en torno del semicírculoformado por las personas que se hallaban sentadas o depie, avanzó con cuidado hasta situarse a espaldas de losjuglares, a quienes les habló repentinamente en supropia lengua.

De haberlos punzado con una bayoneta, dudo quelos hindúes se hubieran estremecido de tal manera yque se hubiesen vuelto hacia él con más agilidad felinaque la que pusieron en juego al oír las primeras palabrasbrotadas de sus labios. Pero inmediatamentecomenzaron a prodigarle sus zalemas y a hacerlereverencias en la forma más política y taimada. Luegode las pocas palabras cambiadas en lengua extranjera,se alejó de allí míster Murthwaite tan silenciosamentecomo se había acercado. El jefe, que actuaba en calidadde intérprete, giró de inmediato sobre sí mismo, paraenfrentar de nuevo a la concurrencia. Pude advertirentonces que el individuo de la tez color de café exhibíauna coloración gris, a raíz de las palabras oídas de labiosde míster Murthwaite. Haciéndole una reverencia alama, declaró que el espectáculo había terminado. Las

Page 148: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mocetonas, terriblemente disgustadas, lanzaron unestrepitoso «¡Oh!» que iba dirigido directamente contramíster Murthwaite, por haber interrumpido éste laexhibición. El jefe de los juglares, llevándose conademán humilde la mano al pecho, declaró por segundavez que los juegos habían terminado. El muchachitoinglés comenzó a pasar el sombrero. Las señoras seretiraron a la sala y los caballeros, excepto místerFranklin y míster Murthwaite, volvieron a sentarse antesus copas de vino. El lacayo y yo seguimos a los hindúespara comprobar si abandonaban la finca.

Al retornar por el lado de los arbustos, sentí olor atabaco y me encontré con míster Franklin y místerMurthwaite (este último fumando una trompetilla), loscuales se paseaban de un lado a otro entre los árboles.Míster Franklin me hizo una seña para que me acercara.

—Este —dijo míster Franklin, presentándome alfamoso viajero— es Gabriel Betteredge, viejo amigo yservidor de la familia de la cual acabo de hablarle. Teruego le cuentes al señor lo que me has referido a mí.

Míster Murthwaite se quitó la trompetilla de la bocay se recostó contra un árbol con aire fatigado.

—míster Betteredge —comenzó—, esos tres hindúesson tan juglares como lo podemos ser usted o yo.

¡He aquí otro hecho sorprendente! Naturalmente, lepregunté al viajero si había visto a los hindúesanteriormente.

—Jamás —replicó míster Murthwaite—; pero

Page 149: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conozco a fondo lo que son los verdaderos juegos demanos hindúes. Lo que acaba de ver usted aquí estanoche no es más que una pobre y burda imitación deaquéllos. A menos que, pese a mi larga experiencia, mehalle yo enteramente equivocado, esos hombres sonbrahmanes de alta jerarquía. Habrá usted observado,sin duda, cómo reaccionaron cuando los acusé defalsarios, pese a lo hábiles que son los indostánicos paraocultar sus verdaderos sentimientos. Hay en suconducta un algo misterioso que no logro explicarme.Han sacrificado en dos oportunidades sus privilegios decasta: primero, al cruzar el mar, y después, aldisfrazarse de juglares. En la tierra de que ellosproceden, constituye ése un inmenso sacrificio. Debehaber un motivo muy serio respaldando su actitud yalguna razón poderosa que les sirva para justificarse ylos ayude a recuperar, a su regreso, dichos privilegios.

Yo enmudecí, míster Murthwaite siguió fumando.Míster Franklin, luego de fluctuar en medio de lasdiversas facetas de su carácter, quebró el silencio enesta forma, hablando según su bella manera italiana, entanto que dejaba traslucir a través de ella, su sólida baseinglesa original.

—Míster Murthwaite; no sé si se valdrá la penamolestarlo dándole a conocer ciertos detallesdomésticos por los cuales no habrá de sentir usted, sinduda, ningún interés y de los que no siento yo, por miparte, muchos deseos de hablar, fuera del círculo de mis

Page 150: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

allegados. Pero, luego de lo que acaba usted de decir,me creo obligado, en interés de Lady Verinder y de suhija, a poner en su conocimiento algo que puede quizácolocarlo a usted sobre la pista. Le hablo en formaconfidencial y estoy seguro que habrá de ser usted losuficientemente amable como para no olvidar talcircunstancia.

Luego de este exordio le narró al viajero hindú,según su lúcida manera francesa, lo mismo que mehabía contado a mí en las Arenas Movedizas. Aun elinmutable míster Murthwaite se sintió tan atraído hacialo que estaba oyendo que dejó caer el cigarro de su boca.

—Y ahora —dijo míster Franklin, al dar término alrelato— ¿qué es lo que le aconseja su experiencia?

—Mi experiencia me dice, míster Franklin Blake—respondió el explorador—, que ha estado usted muchomás próximo a perder la vida que yo en cualquierocasión; y eso es ya mucho decir.

Ahora fue míster Franklin quien se asombró.—¿Se trata, realmente, de algo tan grave?

—preguntó.—En mi opinión, sí —replicó míster Murthwaite—.

No me cabe la menor duda, luego de haberlo escuchado,de que la reintegración de la Piedra Lunar al sitio queocupaba en la frente del ídolo hindú es el motivo y lajustificación de esa renuncia a los privilegios de casta aque acabo de referirme. Estos hombres aguardarán conpaciencia felina su oportunidad y lucharán entonces con

Page 151: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

la ferocidad de los tigres. No puedo explicarme cómo hapodido escapar usted con vida —agregó el eminenteviajero, volviendo a encender su cigarro y clavando suenérgica mirada en el semblante de míster Franklin—.¡Ha estado usted yendo y viniendo de un lado a otro, acáy en Londres, con el diamante encima y siguerespirando todavía! Aclaremos esto. ¿Fue a la luz del díacuando retiró usted, en ambas oportunidades, la gemadel banco, en Londres?

—A la plena luz del día —dijo míster Franklin.—¿Y había mucha gente en las calles?—Sí.—Sin duda fijó usted la hora en que habría de llegar

a la residencia de Lady Verinder. La zona que mediaentre la casa y la estación es muy solitaria. ¿Pudo ustedcumplir su palabra?

—No. Llegué cuatro horas antes de la convenida.—¡Permítame que lo felicite por el procedimiento!

¿Cuándo depositó el diamante en el banco local?—Una hora después de haberlo traído a esta casa….

y tres horas antes de que esperase verme nadie por estosalrededores.

—¡Permítame que lo felicite nuevamente! ¿Lo trajousted aquí, solo?

—No. Sucedió que me encontré en el camino conmis primos y su palafrenero y hube de regresar a la casacon ellos.

—¡Permítame que lo felicite por tercera vez! Si en

Page 152: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

alguna ocasión decide usted realizar un viaje hasta másallá de los límites del mundo civilizado, hágamelo saber,míster Blake, porque habré de acompañarlo. Es ustedun hombre afortunado.

A esa altura fue cuando intervine yo. Todo esto sehallaba en pugna con mi mentalidad inglesa.

—Sin duda no querrá usted decir, señor —le dije—,que hubieran sido capaces de matar a míster Franklinpara apoderarse del diamante, de haberse presentado laoportunidad.

—¿Fuma usted, Betteredge?—preguntó el viajero.—Sí, señor.—¿Le preocupa a usted mucho la ceniza cuando está

limpiando su pipa?—No, señor.—En el país de donde estos hombres provienen

importa tanto asesinar a un semejante como le importaa usted eliminar la ceniza de su pipa. Si un millar devidas se interpusiesen entre ellos y el diamante —yestuvieran seguros de que la cosa habría de quedar en elmisterio—, las sacrificarían todas sin vacilar. Concedoque el sacrificio de la propia casta constituye un hechotrascendental entre los hindúes. Pero el sacrificio de lavida humana carece para ellos de importancia alguna.

Al oír esto declaré que en mi opinión no se tratabamás que de un hatajo de ladrones y criminales. MísterMurthwaite replicó que, en su opinión, se trataba de unpueblo maravilloso. Míster Franklin, sin expresar la

Page 153: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

suya, nos hizo volver al asunto en cuestión.—Ya han visto la Piedra Lunar sobre el pecho de

miss Verinder —dijo—. ¿Qué debe hacerse ahora?—Lo mismo que su tío amenazó hacer —respondió

míster Murthwaite—. Bien sabía el Coronel Herncastlecon qué gentes trataba. Envíe mañana el diamante (bajola custodia de varias personas) a Amsterdam, para quese lo fragmente. Conviértalo en media docena dediamantes. En esa forma desaparecerá la sagradaidentidad de la Piedra Lunar…, y se acabará así con elcomplot.

Míster Franklin se volvió hacia mí.—La cosa no tiene remedio —dijo—. Es necesario

que hablemos de ello mañana con Lady Verinder.—¿Por qué no esta misma noche, señor? —le

pregunté—. ¿Y si vuelven los hindúes?Míster Murthwaite se apresuró a responder, antes

de que lo hiciera míster Franklin.—Los hindúes no querrán correr el riesgo de venir

aquí esta noche —dijo—. Rara vez utilizan ellos losprocedimientos directos para afrontar cualquier hecho,y mucho menos lo harán en este caso, en que el menoryerro podría ser de fatales consecuencias para laconsecución de lo que se proponen obtener.

—Pero, ¿y si esos pícaros resultan ser más osados delo que usted supone, señor? —insistí yo.

—En este caso —dijo míster Murthwaite—, suelte alos perros. ¿Tienen ustedes algún perro grande en el

Page 154: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

patio?—Dos, señor. Un mastín y un sabueso.—Con ellos bastará. En la actual emergencia,

Betteredge, el mastín y el sabueso tienen la granventaja, sobre usted, de no sentir tantos escrúpulosrespecto a la santidad de la vida humana—. En el mismoinstante en que esta respuesta estallaba como unpistoletazo en mis oídos llegó hasta nosotros la vozdesafinada del piano, proveniente de la sala. Arrojandoel cigarro, míster Murthwaite tomó del brazo a místerFranklin y se dirigió con él hacia donde se hallaban lasseñoras. Mientras avanzaba en pos de ellos, advertí queel cielo se encapotaba rápidamente. Míster Murthwaitetambién lo advirtió. Volviéndose me dijo con un tonofatigado y burlón:

—¡Los hindúes van a necesitar de sus paraguas estanoche, míster Betteredge!

La cosa podía ser divertida para él. Pero yo no eraningún viajero eminente, ni había andado nunca portierras remotas jugando al peligro entre ladrones yasesinos. Luego de penetrar en mi pequeña habitacióntomé asiento, sudoroso, en una silla y me pregunté conembarazo qué es lo que debía hacerse de inmediato.Otro, en mi lugar, hubiese terminado por ponerse febril;yo acabé con eso de otra manera: encendí mi pipa y medispuse a hojear mi Robinson Crusoe.

No hacía cinco minutos que me hallaba leyendo,cuando di con este asombroso pasaje, en la página

Page 155: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ciento sesenta y uno:«El temor del Peligro es diez mil veces más

aterrador que el Peligro en sí mismo, cuando se tornaéste aparente ante nuestros ojos; entonces descubrimosque el Peso de la Ansiedad supera en mucho al de laDesgracia que provoca esa misma Ansiedad.»

¡Quien después de leer estas líneas no crea en elvalor del Robinson Crusoe, o bien es porque algo andamal en su cabeza o bien es un ser extraviado en labruma de su propia arrogancia! Si así ocurre, mejor seráno malgastar con él palabras y reservar nuestra piedadpara alguien que posea fe más viva.

Hacía ya largo tiempo que me hallaba fumando misegunda pipa y que seguía perdido en mi sentimiento deadmiración hacia ese maravilloso libro, cuando oí entrara Penélope, quien luego de servir el té, venía ainformarme de lo acontecido en la sala. Cuando ellasalió de allí. las dos mocetonas se hallaban cantando undúo, cuya letra comenzaba con una enorme «O» y al queservía de fondo la música correspondiente. Habíaobservado que el ama cometió por vez primera, hastadonde alcanzaba su memoria, varios yerros en el juegode whist. Había visto, también, al famoso viajerodurmiendo en un rincón; oído cómo míster Franklinejercitaba su ingenio a costa de míster Godfrey y de lasDamas de Beneficencia en general y cómo le devolvíamíster Godfrey el golpe, en una forma un tanto violentay que no se avenía con la habitual conducta de tan

Page 156: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

benevolente caballero. Pudo ver luego a miss Raqueldedicándose en apariencia a calmar a mistressThreadgall mediante la exhibición de algunasfotografías, pero esforzándose en realidad por lanzarlea míster Franklin miradas tan expresivas, que aun lamás torpe criada hubiera sabido interpretarladebidamente. Por último, fue sorprendida por laausencia súbita de míster Candy, quien luego dedesaparecer en forma misteriosa, reapareció en formaigualmente misteriosa y entabló conversación conmíster Godfrey. En general puede decirse que las cosasseguían un curso más favorable que el que era deprever, teniendo en cuenta lo ocurrido durante lacomida. De mantenerse una hora más tal situación, lasviejas manos del Padre Tiempo llegarían allí con elcarruaje de cada cual, librándonos, por fin, de todosellos.

Todo llega a su fin en este mundo; así fue como aunel estimulante efecto del Robinson Crusoe se disipó enmi espíritu, luego que abandonó Penélope mihabitación. Otra vez inquieto, resolví efectuar unainspección por las tierras que rodean la casa, antes deque comenzara a llover. En lugar de ir acompañado dellacayo, cuyo olfato era humano y por lo tanto deninguna utilidad frente a cualquier emergencia, partí encompañía del sabueso. Su olfato era especial paradescubrir a los extraños. Después de recorrer todo elperímetro de la heredad, salimos a la carretera y

Page 157: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

emprendimos luego el regreso tan ignorantes comocuando partimos y sin haber dado con el menor rastrode alguien que pudiera estar acechando en cualquiersitio. Encadené otra vez al perro, y al dirigirmenuevamente por el lado de los arbustos en dirección a lacasa, me encontré con dos caballeros que viniendo de lasala avanzaban hacia mí. Se trataba de míster Candy ymíster Godfrey, quienes, tal como los dejara Penélope,se hallaban conversando y reían suavemente a raíz dealguna ocurrencia de su propia cosecha. Yo experimentécierto asombro ante el hecho de que hubieran llegado ahacerse amigos, pero resolví pasar de largo,naturalmente, aparentando no verlos.

El arribo de los vehículos fue la señal para quecomenzara a llover. El agua cayó a cántaros y en unaforma que parecía anunciar que llovería toda la noche.Con la sola excepción del doctor, cuyo birlocho estabaaguardando allí, el resto de los contertulios partióarrellanándose cada cual cómodamente en su cochecerrado. Le dije a míster Candy que lamentaba el quehubiera de mojarse. Me respondió que mucho leextrañaba que a mi edad siguiera ignorando que la pielde un médico es impermeable. Y así fue como, riéndoseante su propia chanza, se lanzó en medio de la lluvia ypudimos al fin vernos libres de todos los huéspedes.

Corresponde ahora narrar lo acontecido durante esanoche.

Page 158: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

XI

Luego que el último huésped se hubo alejadoregresé al vestíbulo interior, donde encontré a Samueljunto al aparador presidiendo la labor de quienesservían el brandy y la gaseosa. El ama y miss Raquelabandonaron la sala y entraron allí seguidas de doscaballeros. Míster Godfrey bebió un poco de brandy ygaseosa. Míster Franklin se abstuvo en absoluto. Sesentó, denotando un cansancio mortal; creo que lasconversaciones sostenidas por él durante esa fiesta decumpleaños habían rebasado su capacidad deresistencia.

Al volverse para decirles buenas noches, posó miama una dura mirada sobre el legado del Coronel querutilaba sobre el pecho de su hija.

—Raquel —le preguntó—, ¿dónde piensas guardar eldiamante esta noche?

Miss Raquel se hallaba muy animada, en ese estadoespiritual propicio para decir tonterías e insistirperversamente en ellas como si se tratara de cosashenchidas de sentido, que habrán podido sin dudaobservar algunas veces en las jovencitas cuando sehallan excitadas hacia el final de un día agitado.Primero expresó que no sabía dónde colocarlo. Luegoque lo pondría, «naturalmente, sobre su tocador, entrelas demás cosas». Pero en seguida recordó que muybien podía la piedra darse a brillar por su cuenta,

Page 159: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

aterrorizándola con su espantosa luz lunar en medio dela noche. Después se refirió a un bufete hindú que seencontraba en su sala privada y decidióinstantáneamente colocar el diamante hindú en dichobufete para que así tuvieran esos dos bellos objetosnativos la oportunidad de admirarse mutuamente.Luego de haber permitido que la pequeña corriente desu insensatez avanzara hasta ese punto, decidióinterponerse su madre para contenerla.

—¡Pero, querida! Tu bufete hindú carece decerradura —le dijo.

—¡Por Dios, mamá! —exclamó miss Raquel—.¿Vivimos acaso en un hotel? ¿Hay ladrones en la casa?

Sin responder a tan absurdas palabras, les deseó miama buenas noches a los dos caballeros. Luego se volvióhacia miss Raquel para besarla.

—¿Por qué no me dejas guardar a mí el diamante,esta noche? —le preguntó.

Miss Raquel respondió en la misma forma en quehubiera replicado diez años atrás, de habérselepropuesto en ese entonces abandonar una muñecanueva. Mi ama advirtió que no sería posible hacerlaentrar en razones esa noche.

—Ven a mi alcoba mañana en cuanto te levantes,Raquel —le dijo—. Pues tendré entonces algo quedecirte.

Dicho lo cual, abandonó el cuarto lentamente,abismada en sus propios pensamientos, que parecían

Page 160: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conducirla por senderos nada gratos.Miss Raquel fue la primera persona en dar las

buenas noches después de ella. Estrechó primero lamano de míster Godfrey, que se hallaba dedicado a lacontemplación de un cuadro en el extremo opuesto delcuarto. Luego se volvió hacia míster Franklin, quepermanecía sentado, silencioso y con aire de fatiga, enun rincón.

Ignoro lo que hablaron. Pero hallándome, como mehallaba, a pocos pasos de nuestro grande y antiguoespejo de marco de roble, pude verla reflejándose en él,mientras le enseñaba por un momento y a hurtadillas amíster Franklin, luego de haberlo extraído de su escote,el guardapelo que aquél le regalara, acompañando suacción con una sonrisa cuyo sentido trascendía loslímites de un acto ordinario, antes de dirigirse con pasoágil a su alcoba. Este incidente me hizo perder un tantola confianza que había tenido hasta entonces en midiscernimiento. Comencé a pensar que bien podía,después de todo, hallarse Penélope en lo cierto respectoa los sentimientos de su joven ama.

Tan pronto como liberó miss Raquel los ojos demíster Franklin y pudo éste de nuevo mirar por sucuenta, reparó en mi presencia. Su variable opinión, quecambiaba ante cualquier cosa, varió también en lo querespecta a los juglares.

—Betteredge —dijo—, me siento inclinado a pensarque tomé demasiado en serio las palabras que me dijo

Page 161: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Murthwaite allí, en los arbustos. Me preguntoahora si no nos habrá hecho víctimas de alguno de susembustes de viajero. ¿Piensas soltar, de veras, a losperros?

—Les quitaré el collar, señor —respondí—,dejándolos en libertad para que se den una vuelta porahí esta noche, si es que huelen algo que los impulse ahacer tal cosa.

—Muy bien —dijo míster Franklin—. Ya veremosmañana qué es lo que hay que hacer. No estoydispuesto, de ninguna manera, Betteredge, a alarmar ami tía, mientras no tenga una razón poderosa parahacerlo. Buenas noches.

Tan pálido y agotado se hallaba en el instante en queasiendo la bujía se dispuso a ascender la escalera, queme atreví a aconsejarle que tomara un trago de brandycon gaseosa antes de irse a la cama. Míster Godfrey, queavanzó hacia nosotros desde el otro extremo del hall,apoyó mi ofrecimiento. Insistió de la manera máscordial ante míster Franklin, para hacerlo beber untrago antes de retirarse.

Si detallo estas pequeñeces, es sólo para hacerconstar el gran placer que experimenté al advertir cómo,pese a cuanto había visto y oído ese día, los doscaballeros se hallaban en mejores relaciones que nunca.La guerra verbal (que presenció Penélope en la sala) ysu rivalidad anterior en procura del favor de missRaquel parecían no haber dejado ninguna huella

Page 162: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

profunda en sus espíritus. Pero, ¡bueno!, tengan encuenta que se trataba de dos caballeros de buen caráctery de dos hombres de mundo. Indudablemente la gentede condición posee el método de no ser tan pendencieracomo la que no lo es.

Míster Franklin rehusó el brandy con gaseosa yascendió la escalera acompañado de míster Godfrey,pues sus cuartos se hallaban contiguos. Ya en el rellano,no obstante, y fuera porque su primo lo hubieseconvencido o porque dando un viraje como decostumbre hubiese cambiado nuevamente de opinión,me gritó desde lo alto:

—Quizá necesite echar un trago durante la noche.Súbeme un poco de brandy a mi habitación.

Envié a Samuel con el brandy y la soda y salí de lacasa para ir a quitarles el collar a los perros. Listos,atónitos y locos de alegría al ver que se los libertaba aesa altura de la noche, comenzaron a saltarme encimacomo dos cachorros. Sin embargo, la lluvia se encargóbien pronto de apagar su vehemencia: luego de mojar sulengua en breve instante, se deslizaron nuevamente ensus perreras. Al emprender el regreso hacia la casa,observé en lo alto señales de un cambio favorable en lascondiciones del tiempo. Por el momento, sin embargo,seguía lloviendo torrencialmente y la tierra se hallabaenteramente empapada.

Samuel y yo recorrimos la casa, cerrando como decostumbre todas las puertas. Sin confiarme a mi

Page 163: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

subalterno, me aseguré, esta vez por mí mismo, de quetodo se hallaba en orden. Todo estaba bajo llave y asalvo cuando tendí mi vieja osamenta en la cama, entrela medianoche y la una de la madrugada.

Sin duda las inquietudes del día resultaron un tantoagobiantes para mí. Sea como fuere, me sentí aquejadoen cierta medida por la misma dolencia que había hechopresa de míster Franklin. Salía el sol cuando pudedormirse. Todo el tiempo que duró mi desvelopermaneció la casa tan silenciosa como una tumba. Noescuché otro rumor que el de la lluvia o el vientosilbando entre los árboles, cuando empezó a soplar labrisa de la madrugada.

Me desperté a las siete y media, y al abrir la ventanatuve ocasión de admirar un magnífico día de sol. El relojya había dado las ocho y me disponía a salir paraamarrar de nuevo a los perros, cuando escuché deimproviso un crujido de faldas detrás de mí en laescalera.

Al volverme vi venir a Penélope corriendo como unaloca.

—¡Padre! —chilló—. ¡Sube, por Dios, la escalera! ¡Eldiamante ha desaparecido!

—¿Estás loca? —le pregunté.—¡Ha desaparecido! —dijo Penélope—. ¡Nadie sabe

cómo pudo ocurrir tal cosa! ¡Sube y compruébalo por timismo!

A la rastra me condujo hasta la sala privada de su

Page 164: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

joven ama, que se hallaba contigua a su dormitorio.Allí, sobre el umbral de este último, se erguía miss

Raquel con el rostro tan blanco como el níveo peinadorque la cubría. Allí también pude observar las dospuertas del bufete hindú abiertas de par en par. Una delas gavetas interiores había sido impulsada hacia afueraen toda su longitud.

—¡Mira! —dijo Penélope—. Yo misma vi a missRaquel guardar anoche el diamante en ese cajón.

Me dirigí hacia el bufete. La gaveta se hallaba vacía.—¿Es cierto eso, miss Raquel? —le pregunté.Con una mirada que no era la habitual y una voz que

tampoco era la propia, miss Raquel me respondió de lamisma manera que me había replicado mi hija:

—El diamante ha desaparecido.Dichas estas palabras se retiró a su alcoba y se

encerró en ella con llave.Antes de que tuviéramos tiempo de decidir lo que

habría de hacerse, entró allí nuestra ama, la cual,atraída por mi voz, venía a enterarse de lo ocurrido enla habitación privada de su hija. La noticia de la pérdidadel diamante la dejó petrificada. Avanzando hacia eldormitorio de su hija, insistió en ser recibida. MissRaquel abrió la puerta.

La alarma, propagándose como un fuego por la casa,alcanzó de inmediato a los dos caballeros.

Míster Godfrey fue el primero en lanzarse fuera desu alcoba. Todo lo que hizo al enterarse de la noticia fue

Page 165: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

elevar las manos en un ademán de perplejidad que nohablaba para nada en favor de su fuerza de carácter.Míster Franklin, en cuya lucidez mental yo confiara ycuyo consejo esperaba, se mostró tan impotente comosu primo al llegar la noticia a sus oídos. Quiso lacasualidad que esa noche descansara por fin a susanchas y, al parecer, como lo dijo él mismo, eseinusitado derroche de sueño entorpeció sus facultades.No obstante, luego que hubo bebido una taza de café—cosa que, siguiendo una costumbre extranjera, hacíasiempre antes de ingerir comida alguna—, se aclaró sucerebro, su yo lúcido retornó, y tomando el asunto ensus manos resuelta y diestramente, adoptó las medidasque siguen:

En primer lugar hizo comparecer a los criados, paracomunicarles que debían dejar cerradas todas laspuertas y ventanas de la planta baja, excepto laprincipal, que ya había yo abierto. Luego nos propuso,a su primo y a mí, que antes de emprender acciónalguna nos aseguráramos bien de si el diamante nohabía caído por accidente en algún lugar oculto…, detrásdel bufete, por ejemplo, o debajo de la tarima sobre lacual se hallaba aquél. Después de haber indagado allíinfructuosamente —y de haber interrogado a Penélope,quien no le dijo más de lo que me había dicho a mí—,manifestó míster Franklin que sería conveniente incluira miss Raquel en el interrogatorio y le ordenó aPenélope que llamara a su puerta. El llamado fue

Page 166: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

contestado por mi ama, quien al salir cerró la puertatras sí. De inmediato se oyó cómo miss Raquel hacíagirar la llave en la cerradura desde adentro. Mi ama sereunió con nosotros, trascendiendo una zozobra y unaperplejidad angustiosas.

—La pérdida del diamante parece haber abatidoenteramente a Raquel —dijo en respuesta a unapregunta que le hizo míster Franklin—. Se niega de lamanera más extraña a hablar de la gema aun conmigo.Es en vano que intenten verla ahora.

Luego de haber sumado un nuevo motivo deperplejidad a los ya existentes, con esta mención delestado de miss Raquel, recobró mi ama mediante unleve esfuerzo su calma habitual.

—Creo que esto no tiene remedio —dijocalmosamente—. ¿No les parece a ustedes que no quedaotra alternativa que dar cuenta a la policía?

—Y lo primero que hará la policía —añadió místerFranklin, acogiendo con entusiasmo sus palabras—, seráechar el guante a los juglares hindúes que actuaron aquíanoche.

Tanto mi ama como míster Godfrey, que ignorabanlo que sabíamos míster Franklin y yo, clavaron,perplejos, sus miradas en él.

—No tengo tiempo para entrar en detalles—prosiguió míster Franklin—. Lo único que puedoasegurarles ahora es que el diamante ha sido robado poresos hindúes.

Page 167: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Extiéndeme una carta de presentación —le dijo ami ama—, dirigida a alguno de los magistrados deFrizinghall…, haciendo constar solamente que yo terepresento en tus deseos e intereses y déjame partir deinmediato. Las probabilidades que tenemos de darlescaza a esos ladrones depende quizá del hecho de nodesperdiciar un solo minuto. (Nota bene: se tratara o node la faceta británica o francesa de su carácter, lo ciertoes que la que se mostraba ahora en todo su apogeoconstituía la base auténtica de su yo. Sólo cabíapreguntarse ahora cuánto tiempo permanecería a flotela misma.)

Echando mano del tintero, del portaplumas y delpapel, los puso delante de su tía, quien, según mepareció, escribió la carta que le era solicitada un tantode mala gana. Si le hubiera sido posible pasar por alto ladesaparición de una gema cuyo valor ascendía a veintemil libras, creo que mi ama —teniendo en cuenta laopinión que le merecía su difunto hermano y el receloque despertaba en ella ese presente de cumpleaños— sehubiera sentido secretamente aliviada al dejar que losladrones huyeran impunemente con la Piedra Lunar.

Mientras nos dirigíamos, míster Franklin y yo, hacialos establos, se me presentó la oportunidad depreguntarle cómo habían podido los hindúes, dequienes tan mala opinión tenía él, introducirse en lacasa.

—Es posible que alguno de ellos se haya deslizado en

Page 168: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el vestíbulo durante la confusión que se produjo alretirarse los huéspedes —dijo míster Franklin—. Ocultobajo el sofá puede haber oído mencionar a mi tía y aRaquel el nombre del lugar en que habría de serdepositado el diamante anoche. Luego de ello, no habrátenido más que aguardar a que se hiciese el silencio enla casa para echar mano a la gema en el bufete.

Dicho esto le gritó al establero para que abriese lapuerta y se lanzó en seguida al galope.

Esa parecía ser la explicación más lógica. Noobstante, ¿de qué medios se había valido el ladrón paraabandonar la casa? Al ir a abrir yo esa mañana la puertaprincipal, la hallé cerrada con llave y cerrojo, tal cual ladejara la noche anterior. En lo que concierne a lasrestantes puertas y ventanas, he aquí que se hallabanaún todas cerradas e intactas, hecho este últimoelocuente por sí mismo. ¿Y los perros? Concediendo queel ladrón hubiera escapado lanzándose desde alguna delas ventanas del piso alto, ¿cómo había logrado eludir alos perros? ¿Dándoles de comer carne narcotizada? Mehallaba aún pensando en ello, cuando vi venir corriendohacia mí a los animales, los cuales, luego de doblar unaesquina de la casa, se echaron a rodar sobre el céspedcon tanta alegría y saludable dinamismo, que me vi enapuros para que se calmasen, con el fin de encadenarlosde nuevo. Cuantas más vueltas le daba en mi cabeza,menos satisfactoria me parecía la explicación de místerFranklin.

Page 169: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Llegó la hora del desayuno… Pase lo que pase enuna casa, haya o no habido en ella un robo o unasesinato, lo cierto es que no puede uno rehuir eldesayuno. Terminado éste, envió por mí el ama y me viobligado a revelarle todo lo que hasta ese instantemantuviera en secreto, en lo que atañía a los hindúes ya su complot. Mujer de gran coraje, supo bien prontorecobrarse del asombro inicial que le provocaron mispalabras. Se hallaba mucho más preocupada por elestado de su hija que por la conspiración de los paganoshindúes.

—Usted sabe lo rara que es Raquel y en qué formatan distinta de las demás muchachas se conduce enciertas ocasiones —me dijo—. No obstante, jamásanteriormente he observado en ella el extraño yreservado aspecto que ahora tiene. La pérdida de lagema parece haberle hecho perder la cabeza. ¿Quiénhubiera imaginado que ese horrible diamante habría deejercer sobre ella tal influjo y en tan brevísimo espaciode tiempo?

Sin duda era para extrañarse. En lo que concierne alos juguetes y dijes en general, no había ido ella nuncamás allá del entusiasmo que por esas cosas sienten lamayoría de las niñas. No obstante, he aquí que seguíaencerrada en su alcoba, desconsolada. Justo es agregar,sin embargo, que no fue ella la única persona de la casaque se vio lanzada repentinamente fuera del cursoordinario de su vida. Míster Godfrey, por ejemplo—pese

Page 170: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a ser, profesionalmente hablando, una especie demitigador de los males ajenos—, parecía hallarseenteramente desorientado respecto de los medios a usarpara ayudarse a sí mismo. No contando con ningúncompañero que lo entretuviera, ni pudiendo ensayar enla persona de miss Raquel su experiencia relativa a lasmujeres en desgracia, erraba de aquí para allá por lacasa y el jardín, sin rumbo y desasosegado. Dos ideasdiferentes contendían en su espíritu, en lo que atañe ala conducta a seguir por él, frente a la desgraciaacaecida en el seno de la familia. ¿Debía en la actualemergencia aliviar a esta última de la carga queimplicaba su presencia allí, en calidad de huésped, o eramejor que se quedara para el caso de que sus humildesservicios pudieran ser de alguna utilidad? Decidió al finque este último era quizá el procedimiento queaconsejaba la costumbre y el decoro, frente a uninfortunio de índole tan peculiar como el que acababade sobrevenir en la casa. La realidad es la piedra detoque donde se pone a prueba el metal de que estáconstituido un hombre. Míster Godfrey, al ser probadopor las circunstancias, demostró hallarse fundido en unmetal más pobre que el que yo había supuesto. En loque se refiere a la servidumbre femenina —exceptoRosanna, que se replegó sobre sí misma—, todas lasmujeres se dieron a cuchichear en los rincones y a clavarsus miradas suspicaces en cuanta cosa les parecíaextraña, como es costumbre en quienes componen esa

Page 171: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mitad más débil del género humano, cuando ocurrealgún suceso extraordinario en una casa. Admito que yomismo me inquieté y me puse de mal humor. La malditaPiedra Lunar había trastornado todas las cosas.

Poco antes de las once regresó míster Franklin. Lafaceta expeditiva de su carácter había naufragado, segúntodas las apariencias, durante el tiempo que permanecióafuera, bajo el peso de la responsabilidad recaída sobreél. Había partido de nuestro lado al galope y regresabaal paso. Cuando salió era un hombre de acero. A suretorno parecía una cosa rellena de algodón y tanblanda como es posible serlo.

—¡Y bien! —dijo mi ama—. ¿Vendrá la policía?—¡Sí! —respondió míster Franklin—; me dijeron que

vendrían volando: el Inspector Seegrave con dosagentes. ¡Mera fórmula! No hay esperanza alguna.

—¡Cómo! ¿Han huido los hindúes, señor? —lepregunté.

—Esos pobres e infortunados hindúes han sidoencarcelados de la manera más injusta —dijo místerFranklin—. Son tan inocentes como un niño reciénnacido. Mi sospecha de que alguno de ellos se habíaescondido en la casa ha terminado, como todas lasdemás, por desvanecerse como el humo. Se ha probadoque tal cosa —añadió míster Franklin, regodeándose ensu propia incompetencia— es, desde todo punto devista, imposible.

Luego de asombrarnos con este anuncio que

Page 172: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

implicaba un cambio radical en el aspecto presentadopor el asunto de la Piedra Lunar, nuestro caballero tomóasiento a pedido de su tía, disponiéndose a explicarse.

Al parecer, la faceta expeditiva de su carácter habíaseguido actuando en primer plano hasta no más allá deFrizinghall. Luego de haber escuchado su sobriaexposición, el magistrado dispuso que el asunto pasaraa manos de la policía. Las primeras indagacionesefectuadas en torno a las actividades de los hindúesdemostraron que éstos no intentaron siquieraabandonar la ciudad. Posteriormente pudo comprobarla policía que los tres juglares fueron vistos de regresojunto con el muchacho en Frizinghall, entre las diez ylas once de la noche anterior…, circunstancia que venía,a su vez, a demostrar, teniendo en cuenta la hora y ladistancia, que emprendieron el regreso apenasterminaron su exhibición en la terraza. Aún más, haciala medianoche tuvo ocasión la policía de comprobar enla casa de huéspedes donde aquéllos se alojaban, quetanto los prestidigitadores como el muchachito inglés seencontraban allí como de costumbre. Yo mismo habíacerrado las puertas de la casa poco después demedianoche. No podría haberse hallado otra prueba quehablase más que ésta en favor de los hindúes. Elmagistrado afirmó que no había el menor motivo parasospechar de ellos hasta ese momento. Pero como podíaocurrir que las investigaciones policiales trajeran a luzciertos hechos relacionados con los juglares, habría de

Page 173: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

valerse, con el fin de ponerlos a nuestra disposición, delpretexto de que eran unos truhanes y vagabundos, paraencerrarlos bajo llave y cerrojo. Una transgresióncometida por ellos sin saberlo (he olvidado cuál) loscolocó automáticamente bajo la acción de las leyes.Toda institución humana, incluso la justicia, extenderáun tanto el radio de su acción, con sólo apartarla de sucauce natural. El digno magistrado era un viejo amigode la casa…, y los hindúes fueron, por lo tanto,«encarcelados» por una semana, de acuerdo con laorden impartida apenas abrió las puertas el tribunal esamañana.

Tal fue el relato que de los hechos acaecidos enFrizinghall hizo ante nosotros míster Franklin. La pistaque se basaba en los hindúes, para esclarecer el misteriode la gema perdida, se había esfumado en nuestrasmanos, según todas las apariencias. Si los juglares eraninocentes, ¿quién diablos había hecho entoncesdesaparecer la Piedra Lunar de la gaveta de missRaquel?

Diez minutos más tarde la presencia del InspectorSeegrave en la casa provocó en todos una infinitasensación de alivio. Luego de presentarse ante místerFranklin, lo siguió hasta la terraza y se sentaron despuésal sol (la faceta italiana del carácter de aquél se hallaba,sin duda, ahora, en todo su apogeo). Míster Franklinprevino al policía que no cabía abrigar esperanza algunarespecto a la investigación, antes de que éste hubiera

Page 174: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dado siquiera comienzo a la misma.Teniendo en cuenta la situación en que nos

hallábamos, ninguna visita hubiera podido ser másestimulante para nosotros que la del Inspector de lapolicía de Frizinghall. Míster Seegrave era una personaimponente, de elevada estatura y ademanes marciales.Tenía una hermosa voz de acento imperativo, unamirada extraordinariamente enérgica y una gran levitapulcramente abotonada hasta la altura de su corbatín decuero. «¡He aquí al hombre que ustedes necesitan!»,parecía hallarse estampado en todo su semblante; y lesdio unas órdenes tan severas a sus dos subalternos, queno nos quedó ya la menor duda respecto a que nadie seatrevería a jugar con él.

Comenzó por indagar dentro y fuera de la finca,llegando a la conclusión de que ningún ladrón habíatratado de violentar las puertas y que, por lo tanto, elhurto había sido cometido por algún habitante de lacasa. Imaginamos la alarma que cundió entre laservidumbre, cuando ese anuncio oficial llegó a susoídos. El Inspector resolvió examinar primero elboudoir, terminado lo cual dispuso el registro de loscriados. Al mismo tiempo apostó a uno de sus hombresjunto a la escalera que conducía a los dormitorios de laservidumbre, con la orden de no dejar pasar a nadie dela casa, hasta tanto no se le dieran nuevas instrucciones.

Esto último dio lugar a que las representantes de laotra mitad más débil del género humano se dieran a

Page 175: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

vagar por allí desorientadas. Saltando cada una de surincón, se lanzaron escalera arriba en dirección alaposento de miss Raquel, donde se presentaron encorporación. (Rosanna Spearman había sido arrastradaesta vez en medio de ellas) y se arrojaron luego comouna tromba sobre el Inspector Seegrave, emplazándolo,con el aire de ser cada una de ellas la culpable, a quedijera de una vez por todas sobre quién recaían sussospechas.

El señor Inspector se mostró a la altura de lascircunstancias…, las miró con sus ojos enérgicos y lasamedrentó con su voz de militar:

—Bueno, ahora, todas las mujeres pueden ir bajandola escalera. Todas. No las necesito aquí para nada.¡Miren! —dijo el Inspector, señalando súbitamente unapequeña mancha que se hallaba hacia el borde yexactamente debajo de la cerradura de la puerta reciéndecorada del aposento de miss Raquel—. ¡Miren lo queha hecho alguna de ustedes con su falda! ¡Fuera, fuerade aquí!

Rosanna Spearman, que era quien más próxima sehallaba a él y a la mancha, dio el ejemplo, retirándoseobedientemente para ir a reanudar sus faenas. El restode la servidumbre la imitó. El Inspector terminó suregistro del cuarto y no habiendo sacado nada enlimpio, me preguntó quién había sido la persona quedescubrió el robo. Mi hija había sido tal persona. Seenvió, pues, por ella.

Page 176: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El señor Inspector se mostró un tanto severo conPenélope, al dar comienzo al interrogatorio.

—Ahora, muchacha, escúcheme bien…, y trate dedecir tan sólo la verdad.

Penélope se inflamó instantáneamente.—¡Nunca se me ha enseñado a decir otra cosa que la

verdad, señor policía!… ¡Y si mi padre, que se halla aquípresente, permite que se me acuse de ladrona y falsaria,que se me impida la entrada a mi propia habitación y sepisotee mi buena reputación, la única cosa de valor conque cuenta una muchacha pobre, si mi padre lo permite,consideraré que no es tan buen padre como yo lo creíhasta ahora!

Una palabra oportuna dicha por mí en ese instante,sirvió para colocar las relaciones de Penélope con laJusticia en un plano menos enojoso. Las preguntas y lasréplicas se sucedieron, sin que se arribara a nada dignode mención. La última escena a que asistió mi hija lanoche anterior fue aquella en que vio a miss Raquelcolocar su diamante en la gaveta del bufete. Cuando,hacia las ocho de la mañana siguiente, pasó por allí conuna taza de té para miss Raquel, halló el cajón abierto yvacío. Ante lo cual puso sobre aviso a toda la casa… Esoes todo lo que tenía que decir Penélope.

El señor Inspector solicitó ver en seguida a la propiamiss Raquel. Penélope le hizo llegar a ésta el pedido através de la puerta. La réplica llegó por la misma vía:

—No tengo nada que decirle a la policía… No quiero

Page 177: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ver a nadie.Nuestro experimentado oficial se sintió, a la vez,

perplejo y ofendido al oír tal respuesta. Yo le dije que mijoven ama se encontraba enferma y le rogué quedifiriese la entrevista para más adelante. En seguidadescendimos la escalera y nos cruzamos luego conmíster Godfrey y míster Franklin en el hall.

Ambos caballeros, siendo, como eran también,moradores de la casa, fueron requeridos para quearrojaran, de serles posible, alguna luz sobre el asunto.Ninguno de ellos sabía nada importante. ¿Habíanescuchado algún ruido sospechoso durante la noche?Ninguno, como no fuera el golpeteo acompasado de lalluvia. ¿Y yo, por mi porte, despierto como había estadodurante más tiempo que cualquiera de ellos, no habíaoído nada? ¡Nada tampoco! Se me liberó delinterrogatorio. Míster Franklin, aferrado aún al puntode vista de que nuestras dificultades eran insalvables,cuchicheó en mi oído:

—Este hombre no nos servirá para nada. ElInspector Seegrave es un asno.

Liberado a su vez de las preguntas, míster Godfreyme murmuró al oído:

—Evidentemente se trata de un hombre muy capaz.¡Betteredge, confío plenamente en él!

Muchos hombres, muchas opiniones, como dijohace tiempo uno de nuestros mayores.

El señor Inspector decidió ir de inmediato al

Page 178: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

boudoir; mi hija y yo íbamos pisándole los talones.Tenía el propósito de averiguar si es que alguno de losmuebles fue cambiado de lugar durante la noche…, puessu previa indagación en el mismo sitio lo había dejado,al parecer, insatisfecho.

Mientras nos hallábamos hurgando aún entre sillasy mesas, se abrió súbitamente la puerta del dormitorio.Después de haberse rehusado a recibir a nadie, he aquíque, ante nuestro asombro, avanzaba miss Raquel hacianosotros, por su propia voluntad. Luego de echar manode su sombrero de jardín, que se hallaba sobre una silla,avanzó en línea recta hacia Penélope para hacerle estapregunta:

—¿Míster Franklin Blake la envió con un recadopara mí esta mañana?

—Sí, señorita.—Deseaba hablar conmigo, ¿no es así?—Sí, señorita.—¿Dónde está él ahora?Al oír voces provenientes de la terraza de abajo, me

asomé a la ventana y pude distinguir a dos caballerosque se paseaban por allí de arriba abajo. Respondiendoen lugar de Penélope dije:

—Míster Franklin se halla en la terraza, señorita.Sin agregar una sola palabra y haciendo caso omiso

de lo que le decía el señor Inspector, quien se esforzópor hacerse oír, con el semblante mortalmente pálido yextrañamente aislada en sus propios pensamientos,

Page 179: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

abandonó miss Raquel la estancia y bajó en dirección ala terraza, para ir a enfrentar a sus primos.

Sin duda fue la mía una falta de respeto y tambiénde educación, pero no pude de ningún modo resistir a latentación de asomarme a la ventana, para asistir alencuentro de miss Raquel con los dos caballeros.

Avanzó aquélla directamente al encuentro de místerFranklin, sin reparar, al parecer, en míster Godfrey, elcual optó por retirarse, dejándoles el campo libre.Cualquier cosa que le haya dicho a míster Franklin, loexpresó de una manera vehemente. Fueron tan sólounas pocas palabras; pero, a juzgar por lo que alcancé aver del rostro de él, desde mi observatorio, despertaronen míster Franklin un asombro que iba más allá de todointento descriptivo. Se hallaban aún los dos allí, cuandovi aparecer a mi ama en la terraza. Miss Raquel la vio…le dijo unas palabras más a míster Franklin… yemprendió súbitamente el regreso a la casa, antes deque mi ama pudiera darle alcance. Esta, sorprendidapor su conducta, y advirtiendo la sorpresa de místerFranklin, se puso a hablar con su sobrino. MísterGodfrey se acercó entonces para unirse a laconversación. Míster Franklin echó a andar entre ambosy comenzó a referirse, sin duda, a lo que acababa deocurrirle, pues los otros dos, luego de haber avanzadounos pocos pasos, se detuvieron en seco comoparalizados por el asombro. A esta altura de miobservación oí que la puerta de la habitación privada de

Page 180: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mi ama era impulsada de manera violenta. Miss Raquelatravesó el cuarto velozmente, irradiando una cólerasalvaje, con los ojos llameantes y las mejillas ardientes.El señor Inspector intentó de nuevo interrogarla. Yasobre el umbral de su alcoba, miss Raquel se volvió paragritarle enfurecida:

—¡Yo no lo he mandado llamar! Ni lo necesito. Heperdido mi diamante. ¡Ni usted, ni nadie en el mundohabrán de encontrarlo jamás!

Dicho lo cual, se introdujo en su alcoba y luego decerrarnos la puerta en la cara, le echó la llave a lapuerta. Penélope, que se hallaba muy próxima a ésta,dijo que la oyó estallar en sollozos, apenas se encontróa solas en su cuarto.

¡Tan pronto rugía, tan pronto lloraba! ¿Quésignificaba eso?

Respondí al Inspector que ello significaba que lamente de miss Raquel se hallaba perturbada por ladesaparición de la gema. Preocupado como me sentíapor el buen nombre de la familia, mucho fue lo quelamenté ese olvido de las formas de parte de mi jovenama —aun frente a un funcionario policial—, y la excuséde la mejor manera, en consecuencia. En el fondo mehallaba de lo más perplejo ante las asombrosas palabrasy la conducta seguida por miss Raquel en estaemergencia. Apoyándome, para descifrar su sentido, enlas palabras que pronunciara junto a la puerta de sualcoba, sólo pude sacar en limpio que se hallaba

Page 181: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mortalmente ofendida por el hecho de que hubiéramosmandado llamar a la policía, y que el asombro que sereflejó en el rostro de míster Franklin, en la terraza,tuvo su origen en el reproche que ella le dirigió a raíz dehaber sido él la persona más responsable de traer lapolicía a la casa. Si esta suposición mía se confirmaba,¿por qué entonces …habiendo ella perdido eldiamante… se oponía a la entrada en la finca de esasgentes cuya misión consistía, precisamente, enreintegrarle la gema? ¿Y cómo es que, ¡en nombre delcielo!, podía ella saber que la Piedra Lunar no habría deser jamás recuperada?

Tal como se hallaban las cosas, era imposible quepersona alguna de la casa estuviese en condiciones deresponder a ninguna de esas preguntas. Míster Franklinconsideraba, al parecer, que su honor le impedíarepetirle a un criado —aun tan anciano como yo— lo quemiss Raquel le dijo en la terraza. Míster Godfrey, cuyacondición de caballero y de pariente le hubiera dadoprobablemente acceso a la intimidad de místerFranklin, respetó su secreto por decoro. Mi ama, que sehallaba también en conocimiento del mismo y era laúnica persona que podía llegar hasta miss Raquel, hubode reconocer abiertamente que nada pudo obtener de suhija. «¡Me enloqueces cuando me hablas deldiamante!»: ni una sola palabra más pudo arrancarle sumadre, luego de poner en juego toda su influencia.

He aquí que nos encontrábamos ante una valla

Page 182: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

infranqueable, en lo que respecta a miss Raquel…, yante un escollo también infranqueable, en lo queconcierne a la Piedra Lunar. En cuanto a lo primero, miama se mostró impotente para prestarnos ayuda. En loque atañe a lo segundo (como lo habrán sospechadoustedes), míster Seegrave estaba ya a punto deconvertirse en un inspector que no sabe qué hacer.

Luego de haber huroneado de arriba abajo en elboudoir sin haber descubierto absolutamente nadaentre los muebles, nuestros experimentado funcionariose dedicó a averiguar si los domésticos tenían o noconocimiento del sitio en que fue colocado el diamantela noche anterior.

—Para empezar le diré, señor —contesté—, que yoconocía el lugar. También Samuel el lacayo…, pues seencontraba presente en el hall, en el instante en que sehabló respecto al sitio en que debía ser colocado esanoche el diamante. Mi hija también lo sabía, como ya loha manifestado ella misma. Penélope o Samueldebieron mencionar la cosa ante los demás criados…, obien éstos oyeron por sí mismos la conversación a travésde la puerta lateral del hall, que da sobre la escaleraposterior, la cual pudo muy bien hallarse abierta en esteinstante. En mi opinión, todo el mundo conocía el lugaren que se encontraba la gema anoche.

Como mi respuesta abría ante el señor Inspector uncampo demasiado vasto en donde volcar sus sospechas,aquél trató de reducir sus proporciones pidiendo de

Page 183: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

inmediato detalles acerca del carácter de cada uno delos domésticos.

Yo pensé en seguida en Rosanna Spearman. Pero noera mi propósito ni tampoco me correspondía hablarpara hacer recaer las sospechas sobre una pobremuchacha cuya honestidad se hallaba por encima detoda sospecha, de acuerdo con lo que yo conocía de ellahasta ese momento. La directora del reformatorio se lahabía recomendado a mi ama diciéndole que se tratabade una sincera penitente y de una muchacha digna de lamayor confianza. Era el señor Inspector quien debía darcon las causas que hicieran recaer las sospechas sobreella… Entonces, el deber me obligaría a ponerlo al tantode cómo había entrado Rosanna al servicio de mi ama.

—Todas éstas son personas excelentes —le dije—. Ytodas se han mostrado dignas de la confianza que lesdispensa nuestra ama.

Luego de esto no le quedaba a míster Seegrave otracosa por hacer… que, en primer término, habérselas conlos criados por su cuenta y ponerse en seguida atrabajar.

Uno tras otro fueron todos interrogados. Uno trasotro probaron que no tenían nada que decir, lo cual fueexpresado (por las mujeres) en forma harto locuaz y quedejaba trascender el desagrado que les causaba laprohibición de retornar a sus alcobas. Una vez que se losmandó a todos de vuelta abajo, se solicitó de nuevo lapresencia de Penélope, quien fue interrogada por

Page 184: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

segunda vez.Su pequeño estallido colérico en el boudoir y la

circunstancia de que se hubiera apresurado a pensarque se sospechaba de ella produjeron, al parecer, unamala impresión en el Inspector Seegrave. Estaimpresión se hallaba robustecida, en parte, por el hechode que aquél insistía en la idea de que había sido ella laúltima persona que vio el diamante la noche anterior.Cuando el segundo interrogatorio llegó a su fin, mi hijavino hacia mí frenética. No había ya lugar a dudas: ¡elfuncionario policial la había casi señalado como laautora del robo! Apenas podía yo creer que aquél fuera(utilizando palabras de míster Franklin) tan asno comopara opinar de esa manera. Pero, a pesar de que no dijouna palabra, las miradas que le dirigió a mi hija nodejaban traslucir nada bueno. Yo me reí de la pobrePenélope, diciéndole, para calmarla, que la cosa erademasiado ridícula para ser tomada en serio, en lo cualme hallaba, sin duda, en lo cierto. Aunque mucho metemo que en el fondo fui tan estúpido como parasentirme, a mi vez, irritado. El asunto era, realmente,un tanto enojoso. Mi hija en un rincón, cubriéndose lacara con un delantal. Sin duda dirán que era una tonta:debería haber aguardado a que él la acusaraabiertamente. Y bien, siendo un hombre justo yequilibrado como soy, admito que tienen razón. Noobstante, el señor Inspector debería haber tenidopresente… no importa lo que debería haber tenido

Page 185: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

presente. ¡El demonio se lo lleve!El siguiente y último eslabón de la encuesta condujo

las cosas, según el lenguaje corriente, a una crisis. Elfuncionario mantuvo una entrevista con mi ama, a lacual asistí yo. Después de informarle que el diamantedebió, sin duda alguna, haber sido tomado por algunode los moradores de la casa, le pidió permiso pararegistrar inmediatamente, junto con sus hombres, lashabitaciones y arcas de la servidumbre. Mi ama,haciendo honor a su condición de mujer generosa y dealta clase, rehusó a tratarnos como ladrones.

—Jamás consentiré que se les paguen de esta forma—dijo— todos los servicios que les debo a los fielesservidores de esta casa.

El señor Inspector hizo una reverencia y dirigió susojos hacia mí, dándome a entender con ellosclaramente: «¿Para qué me llaman, si luego me atan lasmanos de esta manera?» Como primer doméstico sentíinmediatamente que, si es que queríamos ser justos conambas partes, no debíamos aprovecharnos de la bondaddel ama.

—Le estamos muy agradecidos a Su Señoría —dije—,pero le rogamos, al mismo tiempo, nos permita hacer loque consideramos debe hacerse en este caso, esto es,entregar nuestras llaves. En cuanto vean hacer tal cosaa Gabriel Betteredge —añadí, deteniendo al InspectorSeegrave junto a la puerta—, el resto de los criadosseguirá su ejemplo, se lo prometo. Aquí tiene usted mis

Page 186: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

llaves, para empezar.Mi ama me estrechó la mano, agradeciéndome el

gesto con lágrimas en los ojos. ¡Dios mío!; ¡cuántohubiera dado en ese instante por que se me concedierael privilegio de derribar de un golpe al InspectorSeegrave!

Tal como lo prometiera yo, los otros criadossiguieron mi ejemplo, de mala gana, naturalmente, perosin hacer objeción alguna. Las mujeres, sobre todo,presentaron un cuadro digno de ser contemplado,durante todo el tiempo en que los empleados policialesse dedicaron a hurgar en sus enseres. La cocinera dabaa entender, a través de su apariencia, que de muy buenagana hubiera asado vivo en su horno al señor Inspector,y las restantes, que habrían sido capaces de comérselouna vez efectuada la operación.

Terminada la búsqueda y no habiéndose dado conel diamante ni con vestigio alguno de su presencia enningún sitio, el Inspector Seegrave se retiró a mipequeño cuarto para meditar acerca de las medidas quecorrespondía ahora tomar. Llevaba ya con sus hombresvarias horas en la finca, y no había avanzado una solapulgada en el sentido de poder indicar la forma en quehabía sido quitado de allí el diamante, ni de hacer recaerlas sospechas sobre ninguna persona en particular.

Mientras el policía seguía rumiando en la soledad,fui enviado a la biblioteca en busca de míster Franklin.¡Ante el mayor de los asombros, al posar mi mano en la

Page 187: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

puerta de la misma, ésta fue abierta súbitamente desdeadentro, para dar paso a Rosanna Spearman!

Luego que era barrida y limpiada cada mañana,nada tenían que hacer en la biblioteca, en las restanteshoras del día, ni la primera ni la segunda criada de lacasa. Deteniéndola, pues, la acusé al punto de haberviolado las leyes de la disciplina doméstica.

—¿Qué es lo que está haciendo usted aquí a estahora del día? —le pregunté.

—Míster Franklin perdió un anillo arriba —dijoRosanna— y he venido a la biblioteca para entregárselo.

Se puso roja al decirme esas palabras; luego se alejó,sacudiendo la cabeza y adoptando un aire deimportancia que me dejó perplejo. Los procedimientosefectuados en la casa habían indudablementetrastornado, a unas más, a otras menos, a todas lassirvientas de la casa, pero ninguna se apartó tanto desus maneras habituales como, según todas lasapariencias, lo había hecho Rosanna.

Hallé a míster Franklin escribiendo sobre la mesa dela biblioteca. Apenas hube entrado me pidió un cochepara ir de inmediato a la estación. El timbre de su vozme convenció al instante de que la faceta expeditiva desu carácter se hallaba una vez más en primer plano ensu persona. El hombre de algodón se había esfumado:era el de acero el que se encontraba de nuevo allísentado ante mí.

—¿Va a ir a Londres el señor? —le pregunté.

Page 188: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Voy a telegrafiar a Londres —dijo místerFranklin—. He convencido a mi tía de la necesidad deconseguir los servicios de una cabeza más lúcida que ladel Inspector Seegrave y he logrado su permiso paradirigirle este telegrama a mi padre. Mi padre es amigodel Jefe de Policía y éste se halla en condiciones deindicar el hombre ideal para aclarar el misterio deldiamante. Y ya que hablo de misterios…—añadió místerFranklin, bajando el tono de su voz—, tengo otra cosaque decirte, antes de que te dirijas al establo. No vayasa dejar escapar una sola palabra de lo que te diré enseguida: o bien Rosanna no se halla en sus cincosentidos, o mucho me temo que sepa respecto a laPiedra Lunar más de lo que es conveniente que sepa.

No puedo afirmar cuál fue mayor, si mi asombro omi pena, al enterarme de ello. De haber sido más joven,le habría confesado a míster Franklin lo que sentía enese momento. Pero en la vejez adquirimos un hábitohermoso: al hallarse uno ante algo que no ve claro deltodo, opta por retener su lengua.

—Vino para traerme un anillo que se me había caídoen mi dormitorio —prosiguió míster Franklin—. Luegode darle las gracias, aguardé, naturalmente, a que seretirase. En lugar de hacer tal cosa, permaneció frentea mí junto al borde opuesto de la mesa, mirándome dela manera más extraña: semiatemorizada,semifamiliarmente, no sé por qué motivo. «Es raro loque ha ocurrido con el diamante, señor», me dijo, con

Page 189: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

una premura y una osadía repentinas. Yo le repliqué:«Sí; es raro», y me pregunté en voz alta qué ocurriríaahora. ¡Palabra de honor, Betteredge, creo que debeestar mal de la cabeza! «¿No es cierto, señor, que nohabrán de recuperar jamás el diamante?» —dijo—. No,como tampoco darán nunca con la persona que se lollevó… Respondo de ello». ¡Y, haciéndome unareverencia, se atrevió a sonreírme! Antes de que hubieratenido yo tiempo de preguntarle qué quería decir, oímostus pasos. Creo que temía que tú la sorprendieses aquídentro. Sea como fuere, cambió de color y abandonó elcuarto. ¿Qué diablos significa esto?

Ni aun entonces me atreví a narrarle la historia dela muchacha, ya que hacerlo hubiera equivalido, casi, adenunciarla como ladrona. Por otra parte, aunque yohubiese reconocido francamente mi error en este puntoy aun suponiendo que ella fuera efectivamente la autoradel robo, el hecho de que hubiera recurrido, entre todaslas personas del mudo, a míster Franklin para confiarlesu secreto, constituía de por sí un misterio que habíaque aclarar aún.

—No puedo ni siquiera concebir que la pobremuchacha se vea envuelta en un enredo, por el solohecho de ser un tanto traviesa y de expresarse en laforma más extraña —prosiguió míster Franklin—. Noobstante, de haberle dicho al Inspector Seegrave lo queme dijo a mí, tonto como es éste, mucho me temo…

Se detuvo a esta altura dejando inconclusa la frase.

Page 190: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Lo mejor será, señor —le dije—, que en la primeraoportunidad, confidencialmente y en dos palabras,ponga yo a mi ama al corriente de lo acontecido. Ellasiente por Rosanna un cordial interés y es posible,después de todo, que la muchacha haya dicho lo quedijo, de puro tonta y atolondrada. Siempre que ocurreen una casa algún hecho desusado, señor, las criadas loenfocan desde el ángulo más tenebroso… esto las haceadquirir a las infelices un cierto grado de importanciaante sus propios ojos. Si se trata de un enfermo, puedeusted estar seguro de que profetizan su muerte. Si deuna gema perdida, presagiarán que nunca habrá de serrecuperada.

Esta apreciación (que, debo reconocer, llegué aconsiderar yo mismo como razonable luego de habermeditado sobre ella) sirvió, al parecer, para tranquilizara míster Franklin en forma notable; luego de plegar eltelegrama, dejó de lado la cuestión. Mientras iba haciael establo para ordenar que se enganchara el pony alcalesín, lancé una mirada hacia el interior de lasdependencias de los criados, quienes se hallabancomiendo en ese instante. Rosanna Spearman no seencontraba allí. Al preguntar por ella me respondieronque, habiendo enfermado súbitamente, debió serconducida escaleras arriba hasta su alcoba, paradescansar.

—¡Qué extraño! Me pareció que se hallabaenteramente bien la última vez que la vi —observé.

Page 191: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Penélope me siguió afuera.—No hables de esa manera delante de los otros

criados, padre —me dijo—. Así no haces más queincitarlos a ser más duros aún con ella. La pobre estásufriendo lo indecible por míster Franklin Blake.

He aquí otro punto de vista respecto a la conductade la muchacha. De estar en lo cierto Penélope, podíanexplicarse la extraña conducta y el desusado lenguaje deRosanna, diciendo que poco le importaba lo que hubierade decir, con tal de sorprender a míster Franklin yobligarlo a hablar con ella. Concediendo que ésta fuesela explicación exacta del enigma, se aclaraba, quizá, detal manera el motivo que la impulsó a obrar en la formapresuntuosa y casquivana en que lo hizo, cuando pasójunto a mí en el hall. Aunque él no le dijo más que trespalabras, se había salido con la suya, puesto que místerFranklin habló, realmente, con ella.

Con la vista seguí la faena de enjaezar el pony. Enmedio de la diabólica red de misterios e incertidumbresque nos rodeaban, puedo afirmar que experimenté ungran alivio al observar lo bien que armonizaba cadahebilla con la correa correspondiente. Luego de habervisto al pony recostarse contra las varas del calesín,podía uno afirmar que acababa de percibir una cosa queno dejaba lugar a dudas. Y esto, permítanme que lodiga, era algo que ocurría cada vez menos en la casa.

Mientras giraba con el calesín en dirección a lapuerta principal, advertí que no sólo me aguardaba

Page 192: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sobre los peldaños míster Franklin, sino también místerGodfrey y el Inspector Seegrave.

Las reflexiones de míster Seegrave (luego de haberfracasado en el registro efectuado en las habitaciones yen las arcas de la servidumbre) lo llevaban ahora haciauna nueva conclusión. Persistiendo en su idea primitiva,sobre todo en aquello de que fue una persona de la casaquien robó la gema, nuestro experimentado funcionarioopinaba ahora que el ladrón (y fue lo suficientementeperspicaz para no mencionar a Penélope, cualquiera quehaya sido su idea última al respecto) había actuado decomún acuerdo con los hindúes y propuso, enconsecuencia, desviar el curso de la pesquisa endirección a aquéllos, que se hallaban en la prisión deFrizinghall. Al tener noticia de tal decisión, místerFranklin se ofreció para llevar de regreso al Inspector ala ciudad, desde donde podría él por su parte telegrafiara Londres con la misma comodidad que lo hubierapodido hacer desde nuestra estación. Míster Godfrey,con su fe depositada aún en la persona de místerSeegrave e interesado grandemente en el interrogatoriode los hindúes, había pedido permiso para acompañaral funcionario a Frizinghall. Uno de los dos subalternosfue dejado en la finca, en previsión de lo que pudieraocurrir. El otro acompañaría al Inspector a la ciudad.Así es como los cuatro asientos del calesín se hallaríantodos ocupados.

Antes de empuñar las riendas, míster Franklin me

Page 193: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

llevó unos cuantos pasos más allá, fuera del alcance deloído de los otros.

—Aguardare, antes de telegrafiar a Londres —medijo—, que hayan sido interrogados los hindúes, paraver lo que ocurre. En mi opinión, este estúpidofuncionario de la policía local se halla tan a oscurascomo lo estuvo siempre en este asunto y tratasimplemente de ganar tiempo. La idea de que alguno delos criados se halla en connivencia con los hindúes meparece la cosa más absurda y ridícula. Presta atención acuanto ocurra en la casa, Betteredge, mientras dure miausencia y trata de esclarecer la situación de RosannaSpearman. No te exijo que hagas nada que te degradeante sus propios ojos, ni que te conduzcas en formacruel con la muchacha. Sólo te pido que ejercites tusfacultades de observación con más intensidad que decostumbre. Por más a la ligera que tomemos estodelante de mi tía, se trata de una cosa más importantede lo que tú te imaginas.

—Se hallan en juego veinte mil libras, señor —le dije,pensando en el valor del diamante.

—Se halla en juego la tranquilidad de Raquel —merespondió, gravemente, míster Franklin—. Estoy muypreocupado por ella.

Me abandonó en seguida, como si deseara darle uncorte abrupto al diálogo. Yo estaba seguro de haberlocomprendido. De proseguir hablando, se hubiera vistoobligado a revelarme el secreto de las palabras que miss

Page 194: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Raquel le dijo en la terraza.Así fue como partieron para Frizinghall. Yo me

hallaba enteramente dispuesto, en interés de ellamisma, a cambiar algunas palabras en privado conRosanna Spearman. Pero la oportunidad buscada no sepresentó. Aquélla sólo bajó la escalera a la hora del té.Demostró estar excitada y poseída por una granversatilidad de espíritu, sufrió luego lo que allídenominaban un ataque de histerismo y, después deingerir una dosis de carbonato amónico por orden delama, fue enviada de nuevo a la cama.

El día se deslizó monótona y áridamente. MissRaquel seguía encerrada en su aposento, luego decomunicar que se sentía demasiado enferma para comeresa noche. Mi ama se hallaba tan preocupada respectoa su hija, que yo no me atreví a aumentar su desasosiegomediante el relato de lo que Rosanna Spearman le habíadicho a míster Franklin. Penélope insistió en que debíaser inmediatamente juzgada, sentenciada ytransportada al presidio por ladrona. Las demásmujeres tomaron sus Biblias y sus libros de cánticos y seentregaron a la lectura mostrando un rostro tan ásperocomo el agraz, cosa que siempre ocurre, según he tenidoocasión de comprobar en la esfera de mis actividades,cada vez ejecuta la gente un acto piadoso a una horadesacostumbrada. En lo que a mí se refiere, no mehallaba con el ánimo suficiente para abrir siquiera miRobinson Crusoe. Salí al patio, y ansioso como estaba

Page 195: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de alegrarme un poco y sentirme acompañado, me dirigícon mi silla hacia las perreras para conversar con losperros.

Media hora antes de la fijada para cenar retornaronlos dos caballeros de Frizinghall, luego de haberconvenido con el Inspector Seegrave que éste regresaríaal día siguiente. Durante su estancia en la ciudadvisitaron al viajero hindú míster Murthwaite, en sunueva residencia, próxima a la población. Complaciendoel pedido que le hiciera míster Franklin, pusocordialmente su conocimiento de la lengua de loshindúes a disposición del mismo, para interrogar a losjuglares, que ignoraban el inglés. La encuesta,prolongada y cuidadosa, no condujo a nada concreto: noexistía el menor motivo para suponer a los juglares enconnivencia con ninguno de nuestros criados. Al llegara esta conclusión, míster Franklin resolvió despachar sumensaje telegráfico a Londres y el asunto quedó en unpunto muerto hasta el día siguiente.

Esto es cuanto tengo que decir respecto a lo ocurridoel día posterior al cumpleaños. Uno o dos días mástarde, sin embargo, las tinieblas se disiparon un tanto.De qué y cuáles fueron las consecuencias es algo quesabréis en seguida.

Page 196: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

XII

La noche del jueves llegó a su término sin queocurriera hecho alguno digno de ser recordado. En lamañana del viernes se produjeron dos novedades.

Primero: el repartidor del pan declaró haber visto aRosanna Spearman la tarde anterior, cubierta con undenso velo, camino a Frizinghall, por la senda depeatones que atravesaba la ciénaga. Difícil era quealguien se equivocara respecto a Rosanna, cuyo hombrodeforme servía para identificarla, a la pobre, sinninguna dificultad… No obstante, el hombre debióhaberse equivocado, pues Rosanna, como ustedes estánenterados, había permanecido en su alcoba del pisosuperior toda la tarde del jueves.

La segunda novedad nos fue transmitida por elcartero. El muy digno doctor míster Candy había dichouna de las tantas cosas infortunadas que expresó en suvida, cuando afirmó ante mí, al partir en medio de lalluvia la noche del día del cumpleaños, que la piel de unmédico era una cosa impermeable. A despecho de supiel, la humedad había sabido cómo infiltrarse a travésde su cuerpo. Luego de sufrir un enfriamiento esamisma noche, se hallaba ahora con fiebre. Las últimasnoticias traídas por el cartero aseguraban que le fallabala cabeza…, y que hablaba en su delirio tan tonta yvolublemente, el pobre hombre, como acostumbrabahacerlo cuando se encontraba sano. Todo el mundo

Page 197: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sintió mucho lo que le ocurrió al pobre doctor; peromíster Franklin pareció, sobre todo, lamentarlo, a causadel estado en que se hallaba miss Raquel. De acuerdocon lo que oí que le decía a mi ama mientras estuve enel aposento donde se desayunaban, míster Franklinparecía ser de opinión que miss Raquel—de no aclararsepronto la cuestión de la Piedra Lunar—habría denecesitar la urgente asistencia del mejor de los médicosa nuestro alcance.

No había transcurrido mucho tiempo desde queterminara el desayuno, cuando llego un telegrama demíster Blaye, padre, en respuesta al que le remitiera suhijo. Nos comunicaba en él que acababa de dar, graciasa la ayuda de su amigo el Jefe de Policía, con el hombreideal para el caso. Era el Sargento Cuff, quien llegaríaprocedente de Londres en el tren de esa mañana.

Al leer el nombre del nuevo funcionario policial,míster Franklin se sobresaltó. Se hallaba, al parecer,enterado de algunas curiosas anécdotas relacionadascon el Sargento Cuff, las que le fueron narradas por elabogado de su padre durante su estada en Londres.

—Comienzo a vislumbrar que nos estamosaproximando al fin de este problema —dijo—. De sercierta la mitad de las historias que han llegado a misoídos, no existe en Inglaterra, cuando ocurre que hayque desvelar algún misterio, persona alguna que puedaequipararse con el Sargento Cuff.

Nuestra excitación e impaciencia fueron en aumento

Page 198: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a medida que se aproximaba el instante del arribo detan renombrado y competente personaje. El InspectorSeegrave, de regreso a la hora señalada y enterado de lainminente llegada del Sargento, se encerró de inmediatoen una habitación, llevándose consigo tinta, papel ypluma, con el propósito de trabajar en el informe queindudablemente le sería requerido. En lo que a míconcierne, me hubiera agradado ir a la estación enbusca del Sargento. Pero en ese instante no había ni quépensar en el vehículo o los caballos del ama, aunque setratara de traer al famoso Sargento Cuff, y en cuanto alcalesín, se lo tenía en reserva para transportar mástarde a míster Godfrey. Mucho fue lo que lamentó esteúltimo tener que abandonar a su tía en un momento tantrascendental, y así fue como difirió su partida hasta lahora de salida del último tren. Pero el viernes a la nochetenía que encontrarse en la ciudad, debido a que unaSociedad Femenina de Beneficencia, que se hallaba endificultades, requería su presencia allí para consultarlo,el sábado a la mañana.

A la hora indicada descendí hasta la entradaprincipal, para aguardar la llegada del Sargento.

Cuando llegué a la altura del pabellón de guardia, viavanzar camino arriba, desde la estación, un cabriolé.De su interior surgió un hombre de edad madura, decabellos grises y tan espantosamente delgado, que eracomo si en ningún lugar de sus huesos se hallara,siquiera, una onza de carne. Estaba decorosamente

Page 199: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

vestido de blanco de pies a cabeza y lucía una corbata,también blanca, en torno al cuello. Su rostro era tanaguzado como un destral y tenía la piel amarilla, resecay marchita como una hoja de otoño. Sus ojos, aceradosy ligeramente grises, poseían la artera propiedad dedesconcertar a quien se encontraba con ellos, como sidejaran entrever que esperaban de uno más de lo queuno sabía respecto de sí mismo. Su andar era suave, suvoz melancólica y sus largos dedos se encorvaban comogarras. Se lo hubiera podido tomar por un párroco, unempresario de pompas fúnebres o cualquiera otra cosa,menos por lo que realmente era. Desafío al lector a queme muestre, dondequiera que sea, un ser másantagónico al Inspector Seegrave y un funcionariopolicial más deprimente para una familia en desgraciaque el Sargento Cuff.

—¿Vive aquí Lady Verinder? —me preguntó.—Sí, señor.—Soy el Sargento Cuff.—Por aquí, señor, tenga la bondad.Durante el trayecto hacia la casa le dije mi nombre

y mi situación en la misma, con el propósito de ganarmesu voluntad y hacerlo hablar respecto a la misión que leencargaría el ama. A despecho de mi esfuerzo, ni unasola palabra conseguí arrancarle. Demostró suadmiración por las tierras de la finca e hizo notar que elaire marino era extremadamente agradable yvivificante. Secretamente me pregunté cómo había

Page 200: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

logrado tanta fama el renombrado Sargento Cuff.Llegamos a la casa en la actitud de dos perrosrecíprocamente hostiles y constreñidos a permanecerjuntos por primera vez en su vida, por hallarseamarrados a la misma cadena.

Luego de preguntar por el ama y de enterarnos deque se encontraba en uno de los invernaderos, dimos lavuelta en torno a los jardines que se hallan en la partetrasera de la casa y enviamos un criado en su busca.Mientras aguardábamos, el Sargento Cuff se dedicó aobservar el arco de siemprevivas que se alzaba a nuestraizquierda y a atisbar por entre los rosales; avanzó luegodirectamente hacia allí, con muestras de hallarse porprimera vez interesado respecto a algo. Ante el asombrodel jardinero y mi disgusto personal, este famosopesquisante demostró ser todo un pozo de sabiduría enlo que atañe a esa cosa baladí que son las rosas.

—¡Ah!, veo que las han plantado en el lugar exacto:mirando hacia el Sur y Suroeste —dijo el Sargento,meneando su cabeza gris y dejando trascender ciertoagrado a través de su voz melancólica—. Esteordenamiento es el que más conviene a un jardín derosas…. nada de círculos engastados en rectángulos. Sí,así debe ser; y con senderos entre un macizo y otro.Pero no de grava como son éstos. Césped, señorjardinero…. caminos de césped entre sus rosas: la gravaes demasiado áspera para ellas. He aquí un hermosomacizo de rosas blancas y rojas. Juntas producen

Page 201: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

siempre un hermoso efecto, ¿no le parece? Aquítenemos, míster Betteredge, la blanca rosa almizcleña,nuestra vieja rosa inglesa, irguiendo su cabeza en mediode las más finas y recientes variedades de rosas.¡Querida mía! —dijo el Sargento, acariciándola con susdedos flacos, igual que si se tratara de un niño.

¡De manera que éste era el hombre encargado derecuperar el diamante de miss Raquel y de descubrir alladrón!

—Parece que le agradan a usted mucho las rosas,Sargento —observé.

—No es mucho el tiempo de que dispongo parasentir agrado por nada —dijo el Sargento Cuff—. Perocuando dispongo de algún instante para ello, se lodedico, la mayor parte de las veces, a las rosas. Me criéentre ellas, en el vivero de mi padre, y habré de terminarmis días entre las rosas, de serme posible. Sí. Cualquierdía de éstos abandonaré, si Dios quiere, la caza deladrones, para probar fortuna con las rosas. Pero loscaminos que irán de un macizo a otro en mi jardín seránde hierba, señor jardinero —dijo el Sargento, a quien ladesagradable idea de construir los senderos de grava enlos jardines de rosas parecía obsesionarlo.

—Extraña preferencia, señor —me aventuré adecir—, en un hombre de su oficio.

—Si mira usted en torno suyo (cosa que muy pocagente hace) —dijo el Sargento Cuff—, comprobará ustedque los gustos de un hombre se hallan, la mayor parte

Page 202: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de las veces, en pugna total con lo que hace. Muéstremedos cosas más antagónicas que un ladrón y una rosa yme comprometo a cambiar mis preferencias…, si no esya demasiado tarde para realizar tal cosa, a esta alturade mi vida. ¿No le parece, señor jardinero, que la rosade damasco es un buen injerto para las otras variedadesmás frágiles? ¡Ah! En mi opinión, sí. He aquí al ama.¿No es ésa Lady Verinder?

La había visto antes que yo o el jardinero…, y esoque ambos sabíamos hacia qué lado mirar para dar conella y él no. Comencé, pues, a pensar ahora que setrataba quizá de un hombre más listo de lo quesupusimos a primera vista.

La presencia del Sargento en la casa o tal vez sumensaje —alguna de esas dos cosas—, pareció confundiren cierta medida a mi ama. Por primera vez desde quela conocía, vi que vacilaba respecto a las palabras quecorrespondía utilizar frente a un extraño. El SargentoCuff le allanó el camino de inmediato. Le preguntó sialguna otra persona había sido llamada conanterioridad, para hacerse cargo de la investigación delrobo. Al respondérsele afirmativamente ycomunicársele que dicha persona se encontraba en lacasa, solicitó autorización para entrevistarse con ellacomo primera providencia.

Mi ama lo dirigió en el camino de regreso. Antes deponerse en marcha, resolvió el Sargento liberar sumente del peso que implicaba la cuestión de las sendas

Page 203: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de grava y le dijo unas palabras de despedida aljardinero.

—Trate de convencer a su ama para que ensaye elcésped —dijo lanzando una mirada hostil hacia lossenderos—. ¡Nada de grava! ¡Nada de grava!

A qué se debió que el Inspector Seegrave parecierahaber disminuido varias veces de volumen cuando le fuepresentado el Sargento Cuff es algo que no podría yoaclarar. Dejo sólo constancia del hecho. Se retiraron losdos a deliberar y permanecieron durante un largo yárido espacio de tiempo alejados de todo otro contactomortal. A su regreso, el señor Inspector venía excitadoy el señor Sargento se dedicaba a bostezar.

—El Sargento desea ver la habitación privada demiss Verinder —me dijo míster Seegrave, en un tonomuy pomposo y diligente—. Puede ser que quierahacerle algunas preguntas. ¡Tenga la bondad deatenderlo!

Mientras me daba estas órdenes, dirigí mi vistahacia el gran Cuff. El gran Cuff, por su parte, mirabahacia el Inspector Seegrave, en esa forma tranquila yexpectante que ya he señalado. No afirmaré que sehallase al acecho para sorprender en su dinámico colegaalgún detalle que lo hiciera aparecer en su carácter deasno…, sólo diré que lo sospeché intensamente.

Los conduje escaleras arriba. El Sargento avanzósuavemente en dirección del armario hindú y dio todauna vuelta en torno del boudoir; hizo varias preguntas

Page 204: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dirigidas casi todas a mí y sólo unas pocas al señorInspector, y cuyo sentido, creo, se nos escapó por iguala ambos. A su debido tiempo la investigación lo llevóhasta la puerta y se encontró frente a frente de lasimágenes decorativas que ustedes ya conocen. Su dedoinquisitivo y descarnado se detuvo sobre la manchasituada exactamente debajo de la cerradura, la cualhabía sido advertida anteriormente por el InspectorSeegrave, cuando regañó a las criadas por aglomerarseen el cuarto.

—Es una lástima —dijo el Sargento Cuff—. ¿Cómoha ocurrido esto?

La pregunta me la había dirigido a mí. Le contestéque las criadas se agolparon en el cuarto la mañanaanterior y que alguna de ellas debió haber causado esedaño con su falda.

—El Inspector Seegrave les ordenó salir —añadí—,para evitar que aumentaran el daño.

—¡Así es! —dijo el señor Inspector, con su tonomilitar—. Les ordené salir. Las faldas tienen toda laculpa, Sargento… las faldas.

—¿Pudo usted ver cuál fue la que lo hizo?—preguntó el Sargento Cuff, insistiendo eninterrogarme a mí y no a su colega.

—No, señor.Luego de esto volvióse hacia el Inspector Seegrave

para decirle:—Supongo que usted lo sabrá, ¿no es así?

Page 205: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—No puedo recargar mi memoria con esasmenudencias, Sargento —dijo—, con esas menudencias.

El Sargento Cuff miró a míster Seegrave de la mismamanera que había mirado los senderos de grava en eljardín de las rosas y nos dio así, según su modomelancólico, la primera muestra de su calidad.

—La semana pasada, señor Inspector, llevé a cabouna investigación privada —dijo—. En un extremo de lamisma se hallaba un crimen y en el otro una mancha detinta sobre un mantel, mancha en la cual nadie habíareparado. En mi larga excursión por los sucios caminosde este mundo pequeño y cochino, no encontré jamáscosa alguna que mereciera ser llamada una menudencia.Antes de avanzar un solo paso en este asunto, tenemosque averiguar qué falda fue la que originó esa manchay establecer sin lugar a dudas cuánto tiempopermaneció húmeda la puerta.

El señor Inspector —aceptando un tanto de malagana la reprimenda— le preguntó si había que citar a lasmujeres. El Sargento Cuff, luego de reflexionar duranteun breve instante, suspiró y sacudió negativamente lacabeza.

—No —dijo—; aclararemos primero la cuestión de lapintura. En lo que a ella concierne, sólo caben un sí o unno…, lo cual significa que será un asunto breve. En loque respecta a las mujeres, se trata en cambio dehabérselas con faldas…, lo cual indica que el asunto serálargo. ¿A qué hora estuvieron las criadas en esta

Page 206: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habitación, ayer a la mañana? ¿A las once… eh? ¿Sehalla alguno de los presentes en condiciones de asegurarsi se había ya secado o no la pintura a las once de lamañana del día de ayer?

—Míster Franklin Blake, el sobrino de Su Señoría,podrá informarlo—dije.

—¿Se encuentra en la casa dicho caballero?Míster Franklin se hallaba tan a mano como era

posible, aguardando la oportunidad de ser presentadoal gran Cuff. Medio minuto más tarde se encontraba yaen la habitación, y le daba las siguientes explicaciones:

—Esta puerta, Sargento —dijo—, ha sido pintada pormiss Verinder bajo mi dirección, con mi ayuda yutilizando un excipiente creado por mí. Dicha sustanciase seca en doce horas, cualquiera sea el color con que semezcle la misma.

—¿Recuerda a qué hora dio término a la pintura deese fragmento en que aparece la mancha, señor?—preguntó el Sargento.

—Exactamente —respondió míster Franklin—. Fueesa la última parte de la puerta que pintamos.Queríamos que estuviese lista para el miércoles últimoy yo mismo la completé hacia las tres de la tarde o quizáun poco más.

—Hoy es viernes —dijo el Sargento Cuff,dirigiéndose al Inspector Seegrave—. Llevemos lacuenta, señor. A las tres de la tarde del día miércoles,ese fragmento de la puerta se hallaba ya pintado. El

Page 207: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

excipiente se secó en doce horas… lo cual quiere decirque estaba seco hacia las tres de la mañana del díajueves. A las once de la mañana del jueves realizó ustedaquí su indagación. Réstele tres a once y quedan ocho.Hacía ya ocho horas que la pintura se había secado,señor Inspector, cuando usted pensó que las faldas delas criadas habían hecho esa mancha.

¡Míster Seegrave acababa de sufrir el primer golpedecisivo! De no haber sido por la circunstancia de quehabía hecho recaer antes las sospechas en la pobrePenélope, me hubiese apiadado de él.

Luego de haber aclarado la cuestión de la pintura, elSargento Cuff dejó de lado inmediatamente a su colega,y se dirigió a míster Franklin por considerarlo suauxiliar más prometedor.

—Es un hecho evidente, señor —dijo—, que hapuesto usted el hilo en nuestras manos.

Mientras estas palabras se deslizaban por sus labiosse abrió la puerta de la alcoba y vimos llegarsúbitamente a miss Raquel.

Se dirigió al Sargento, sin advertir, al parecer, o notomando en cuenta, el hecho de que se trataba de unperfecto desconocido para ella.

—¿Dice usted —le preguntó, indicando a místerFranklin— que él acaba de colocar el hilo en sus manos?

—Ésta es miss Verinder —murmuré a espaldas delSargento.

—Este caballero, señorita —dijo el Sargento,

Page 208: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

estudiando minuciosamente con sus ojos grises yacerados el semblante de mi joven ama—, ha colocado,posiblemente, el hilo en nuestras manos.

Volviéndose, trató ella de mirar hacia místerFranklin. Digo trató, porque repentinamente volvió susojos hacia otra parte, antes de que sus ojos seencontraran. Su mente parecía hallarse extrañamenteperturbada. Enrojeció y luego empalideció de nuevo. Ycon su palidez, una nueva expresión surgió en su rostro,una expresión que me hizo estremecer.

—Habiendo respondido a su pregunta, señorita—dijo el Sargento—, le ruego ahora que conteste a suvez a la nuestra. Hay una mancha en la pintura de supuerta. ¿Sabe usted, acaso, cuándo fue hecha, o quién lahizo?

En lugar de responder, miss Raquel prosiguió consus preguntas, como si no le hubieran hablado o nohubiese escuchado las palabras.

—¿Es usted otro funcionario policial? —le preguntó.—Soy el Sargento Cuff, señorita, de la Policía de

Investigaciones.—¿Tomará usted en cuenta el consejo de una joven?—Me sentiré muy complacido en escucharla,

señorita.—Haga usted el trabajo por sí mismo… ¡y no permita

que míster Franklin Blake lo ayude!Dijo tales palabras con tanto rencor, de una manera

tan salvaje y extraordinariamente abrupta y con tan

Page 209: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mala intención respecto a míster Franklin, tanto en lavoz como en la mirada, que a pesar de haberla conocidoyo desde niña y de amarla y honrarla casi tanto como ami ama, me sentí por primera vez en mi vidaavergonzado de la conducta de miss Raquel.

La mirada inmutable del Sargento Cuff no se desvióun palmo del rostro de ella.

—Gracias, señorita —dijo—. ¿Sabe usted algorespecto a esa mancha? ¿No pudo haberla hecho ustedmisma, por casualidad?

—Nada sé respecto a esa mancha.Luego de esta réplica abandonó el cuarto,

encerrándose nuevamente en su alcoba. Esta vez pudeoír —tal como Penélope la había oído anteriormente—cómo estallaba en sollozos en cuanto se encontró sola denuevo.

No me atreví a mirar al Sargento… Dirigí mi vistahacia míster Franklin, que era quien se hallaba máspróximo a mí. Me pareció que su angustia respecto a loocurrido era más honda que la mía.

—Le dije antes que me hallaba preocupado por ella—dijo—. Ahora sabe usted por qué.

—Miss Verinder parece un tanto contrariada por lapérdida de su diamante—observó el Sargento—. ¡Seexplica, se explica! Es una gema valiosa.

He aquí la disculpa que yo había ideado parajustificar su conducta (cuando se olvidó de sí misma eldía anterior delante del Inspector Seegrave), lanzada

Page 210: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

otra vez por un hombre que no podía tener en absolutoel interés que yo tenía por justificarla… ¡puesto que noera más que un perfecto desconocido para ella! Unaespecie de frío temblor me acometió a través de todo elcuerpo: algo que no pude explicarme en ese instante.Ahora sé que en ese momento debí haber sospechadopor vez primera la existencia de una luz nueva (de unaluz espantosa), que acababa de caer súbitamente sobreel asunto entre manos, en la mente del Sargento Cuff…pura y exclusivamente a consecuencia de lo que élacababa de descubrir con su mirada en el rostro de missRaquel y de lo que acababa de oír de labios de la mismamiss Raquel en esa primera entrevista.

—La lengua de una joven es un órgano privilegiado,señor —le dijo el Sargento a míster Franklin—.Olvidemos lo pasado y vayamos directamente a nuestroasunto. Gracias a usted sabemos a qué hora se hallabaseca la pintura. Lo que ahora hay que averiguar escuándo fue vista por última vez la puerta sin esamancha. Tiene usted una cabeza entre los hombros… ycomprenderá, pues, lo que le quiero decir.

Míster Franklin, recobrándose, logró desasirse de lainfluencia de miss Raquel, para retornar al asunto entremanos.

—Creo que lo entiendo —dijo—. Cuanto másreduzcamos esa cuestión que se refiere al tiempo, máslimitado será el campo en que se desarrolle lainvestigación.

Page 211: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Así es, señor —dijo el Sargento—. ¿Echó usted unaojeada a su trabajo, luego de haberlo terminado, elmiércoles por la tarde?

Míster Franklin respondió, sacudiendo la cabeza:—No podría asegurarlo.—¿Y usted? —inquirió el Sargento Cuff, volviéndose

hacia mí.—Yo tampoco podría asegurarlo, señor.—¿Quién fue la última persona que estuvo en esta

habitación el miércoles por la noche?—Creo que miss Raquel, señor.Míster Franklin intervino para decir:—O posiblemente su hija, Betteredge.Volviéndose hacia el Sargento Cuff le explicó que mi

hija era la doncella de miss Verinder.—Míster Betteredge, dígale a su hija que suba. ¡Un

momento! —me dijo el Sargento llevándome hacia laventana y fuera del alcance del oído de los demás—. ElInspector local —prosiguió en un cuchicheo— me hahecho llegar un amplio informe respecto a la manera enque ha conducido este asunto. Entre otras cosas y segúnlo admite él mismo, ha convulsionado a la servidumbre.Se hace imprescindible devolverles la tranquilidad.Dígale a su hija y a los criados restantes estas dos cosasa las que acompaño mis felicitaciones: primero, que nohe encontrado prueba alguna, hasta ahora, de que eldiamante haya sido robado, y que lo único que sé es queel diamante se ha perdido. Y segundo, que mi labor

Page 212: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

aquí, en lo que concierne a la servidumbre, secircunscribirá, simplemente, a pedirles que unan susesfuerzos y me ayuden a dar con la gema.

Mi experiencia respecto a la servidumbre, abonadapor lo que vi cuando el Inspector Seegrave les prohibióla entrada en sus habitaciones, me ofreció ahora laoportunidad de intervenir.

—Me atreveré a pedirle, Sargento, que me permitahacerle a las mujeres un tercer anuncio —le dije—. ¿Selas autorizará, con su consentimiento, a que suban ybajen las escaleras cuando quieran y entren y salgan desus habitaciones cuando lo deseen?

—Gozarán de entera libertad —dijo el Sargento—Eso es lo que habrá de calmarlos a todos, señor

—observé—, desde la cocinera hasta el último galopín dela cocina.

—Vaya y hábleles de una vez, míster Betteredge.Así lo hice antes de que hubiesen transcurrido cinco

minutos. Sólo se presentó una dificultad y esto ocurriócuando les hablé de los dormitorios. A un gran esfuerzose vio sometida mi autoridad cuando, en mi carácter dejefe de la servidumbre, hube de impedir que lapoblación femenina de la casa se lanzara detrás de mí yPenélope escaleras arriba, pues todas queríandesempeñar su papel de testigos voluntarios y lanzarseansiosa y febrilmente en ayuda del Sargento Cuff.

Éste pareció simpatizar con Penélope. Perdió untanto su melancolía y cobró casi el aspecto que tuviera

Page 213: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuando advirtió la rosa almizclera en el jardín. He aquíla declaración de mi hija, tal cual le fue arrancada por elSargento. En mi opinión, llenó muy bien su cometido…,pero, ¡vaya!, se trata de mi hija: nada hay en ella que laasemeje a su madre; ¡gracias a Dios, nada que larecuerde!

Deposición de Penélope: Habiéndose sentidoprofundamente interesada por la decoración de lapuerta, se ofreció para mezclar los colores. Recordaba elfragmento situado inmediatamente debajo de lacerradura, por haber sido ése el último sitio que fuepintado. Había mirado hacia allí varias horas más tarde,sin advertir mancha alguna. Estuvo en el lugar porúltima vez a las doce de la noche, sin percibir, tampoco,ninguna mancha. A esa hora le dio las buenas noches asu joven ama en su dormitorio, oyó las campanadas delreloj del boudoir; se hallaba en ese instante con la manoen el picaporte de la puerta recién pintada; sabía que lapintura estaba húmeda (ya que ayudó a la tarea depintarla, mezclando los colores, como se ha dicho);trató, por lo tanto, en lo posible de no tocarla; podíajurar que levantó sus faldas en ese instante y que noexistía entonces mancha alguna en la pintura; pero nopodía jurar en cambio que no la hubiera rozadoinvoluntariamente con sus ropas al salir; se acordaba desu traje de entonces, porque era nuevo y le había sidoregalado por miss Raquel; su padre se acordaba de elloy podría confirmarlo, por su parte; pudo hacerlo, en

Page 214: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

efecto y se mostró dispuesto a ello, después de haber idoen busca del vestido; su padre reconoció que ése era eltraje que llevaba aquella noche; en el examen de lasfaldas, tarea prolongada a causa de la longitud delvestido, ni la sombra de una mancha se descubrió enparte alguna. Y aquí termina la deposición de Penélope,bastante buena y convincente, por otra parte. Firmado:Gabriel Betteredge.

El próximo paso del Sargento fue preguntarme si eraposible que algún perro grande que hubiera en la casahubiese penetrado en la habitación y cometido el dañoal agitar su cola. Al asegurársele que tal cosa eraimposible, mandó buscar un vidrio de aumento y seesforzó por estudiar el aspecto de la mancha. Ningúndedo humano había dejado su marca en la pintura.Según todas las apariencias, la pintura había sidomanchada por alguna pieza flotante del traje de alguienque rozó la puerta al pasar por allí. Esa misma persona,si se relacionaban las deposiciones respectivas dePenélope y míster Franklin, debió haberse hallado en lahabitación y cometido el daño entre la medianoche y lastres de la mañana del día jueves.

A esta altura de la investigación el Sargento Cuffadvirtió que cierto individuo, llamado el InspectorSeegrave, se hallaba aún en el aposento, y resolvióentonces efectuar una síntesis de sus procedimientos,en beneficio de su colega, de la siguiente manera:

—Eso que usted llamó una menudencia, señor

Page 215: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Inspector —le dijo el Sargento, señalando la mancha dela puerta—, ha adquirido cierta importancia desde elinstante en que usted se fijó en ella por última vez. Enel estado actual de la investigación y según mi opinión;pueden hacerse tres descubrimientos tomando a esamancha como punto de partida. Averigüe usted,primeramente, si hay en la casa algún traje que ostenteuna huella de pintura. Luego, a quién pertenece dichotraje. Y, por último, trate de lograr que esa personaexplique por qué se encontraba en dicha habitaciónentre la medianoche y las tres de la mañana y cómo fueque manchó la puerta. Si esa persona no logra satisfacersus deseos, no tendrá usted entonces que dedicarse pormás tiempo a la búsqueda de la mano que se apoderódel diamante. En tal caso, si no le es molesto, tomaré elasunto por mi cuenta y no lo detendré aquí por mástiempo, impidiéndole el atender sus labores cotidianasen la ciudad. Veo que ha traído usted a uno de sussubalternos. Déjelo a mi disposición por si lo necesito…y permítame desearle a usted muy buenos días.

Grande era la estima que el Inspector Seegravesentía por el Sargento, pero mayor era aún la queexperimentaba hacia sí mismo. Golpeado duramentepor el famoso Cuff, decidió devolverle el golpeelegantemente, poniendo en juego todo su ingenio, enel instante de abandonar la habitación.

—Hasta ahora me he abstenido de expresar opiniónalguna —dijo el Inspector con su voz de militar todavía

Page 216: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

incólume—. Sólo quiero hacer notar ahora, en elmomento de abandonar este caso en sus manos, unacosa. Lo que pasa, Sargento, es que se está viendo unamontaña donde no hay más que una cueva de topo.Buenos días.

—Lo que pasa es que no ve usted más que una cuevade topo, porque su cabeza se halla demasiado en lo altopara poder distinguir la cosa.

Y luego de haber devuelto el cumplimiento de sucolega en esta forma, el Sargento Cuff giró sobre sustalones y se dirigió hacia la ventana.

Míster Franklin y yo aguardamos para ver quéocurría ahora. El sargento permaneció junto a laventana mirando hacia afuera con las manos en losbolsillos y silbando la melodía de «La última rosa delverano», suavemente, para sus propios oídos. En losprocedimientos que se sucedieron más tarde tuveocasión de comprobar que al distraerse no iba nuncamás allá del silbido, en los momentos en que se hallabamás concentrado en su labor y siguiendo palmo a palmoel sendero que lo conduciría hacia sus fines últimos; entales ocasiones «La última rosa del verano» le servíaevidentemente de ayuda y estímulo. Creo que esacanción concordaba con su carácter. Le recordaba, sinduda, a sus rosas predilectas, y cuando él la silbaba, seconvertía en la más melancólica de las canciones.

Volviéndose desde la ventana, un minuto o dos mástarde se dirigió el Sargento hacia el centro de la

Page 217: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habitación, y se detuvo allí enfrascado en sus ideas y conla vista fija en la puerta del dormitorio de miss Raquel.Luego de un instante volvió en sí y asintió con la cabeza,diciendo tan sólo:

—¡Con eso basta!Y, dirigiéndose a mí, preguntó si sería posible hablar

durante diez minutos con el ama, en el momento queella considerase más conveniente.

Mientras abandonaba la habitación para transmitireste mensaje, oí que míster Franklin le dirigía alSargento una pregunta, por lo cual decidí detenerme enel umbral para captar la respuesta.

—¿Se halla usted ya en condiciones —inquiriómíster Franklin— de decir quién ha robado el diamante?

—El diamante no ha sido robado —replicó elSargento Cuff.

Sacudidos por tan extraordinaria opinión, lepreguntamos ansiosos qué quería significar con talespalabras.

—Hay que aguardar todavía un poco —dijo elSargento. Las piezas de este rompecabezas se hallancompletamente dispersas aún.

XIII

Encontré a mi ama en su gabinete. Se estremeció y

Page 218: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

pareció sentirse molesta cuando le anuncié que elSargento Cuff deseaba hablar con ella.

—¿Es necesario que lo vea? —me preguntó—. ¿Nopodría usted representarme, Gabriel?

Yo fui incapaz de comprender lo que quería decirmey debo de haber mostrado esa incapacidad en misemblante en forma muy visible. Mi ama fue tanbondadosa como para explicarse.

—Mucho me temo que mis nervios no se hallen bien—me dijo—. Hay algo en ese policía londinense que merepele… No sé por qué. Tengo el presentimiento de queha de traer consigo la miseria y el dolor a esta casa. Sinduda es una gran tontería y algo que no está de acuerdocon mi carácter…, pero así es.

Apenas si supe qué responder a esto. Cuanto másreparaba yo en el Sargento Cuff, tanto más me agradabasu persona. Mi ama se reanimó un tanto luego dehaberme abierto su corazón, pues se trataba, como yahe tenido ocasión de afirmarlo, de una mujer de grancoraje.

—Si es menester que lo vea, lo veré —dijo—. Pero nome atrevo a hacerlo a solas. Tráigalo aquí, Gabriel, ypermanezca luego con nosotros mientras dure laentrevista.

Era ésta, que yo recuerde, la primera jaqueca sufridapor mi ama desde los días de su juventud.

Regresé al boudoir.Míster Franklin, paseándose fuera de la casa, fue al

Page 219: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

encuentro de míster Godfrey, que se hallaba en eljardín, próxima ya la hora de la partida de éste. ElSargento Cuff y yo nos dirigimos directamente hacia lahabitación del ama.

¡Afirmo que mi ama palideció aún más al verlo!Dominándose a sí misma, en otro plano, le preguntó noobstante al Sargento si tenía que hacer alguna objeciónrespecto a mi presencia en el lugar. Fue tan buena comopara añadir a esas palabras que yo era su consejero deconfianza tanto como su más viejo criado y que en loque se refería a la casa no había persona cuya opiniónresultara más provechosa. El Sargento replicócortésmente que había de considerar mi presencia en ellugar como un favor, ya que habría de referirse en estaconversación a la servidumbre en general y yo le habíaprestado anteriormente con mi experiencia cierta ayudaen tal sentido. El ama nos indicó dos sillas y nosdispusimos a iniciar la conferencia de inmediato.

—Ya he hecho mi composición de lugar en lo que serefiere a este asunto —dijo el Sargento Cuff—, y le ruegoa Su Señoría me permita reservarme por el momento miopinión. Lo que debo decir ahora se refiere a lo que hedescubierto arriba, en la sala privada de miss Verinder,y a lo que he resuelto hacer, con el permiso de SuSeñoría, inmediatamente.

Entrando en seguida en materia aludió a la manchade la puerta y dio a conocer las conclusiones extraídasfrente a esa circunstancia, exactamente las mismas, sólo

Page 220: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que expresadas en una forma mucho más respetuosaque las que le diera a conocer a míster Seegrave.

—Sólo hay —dijo para concluir— una cosa cierta. Yes que el diamante ha desaparecido de la gaveta delbufete. Existe otro detalle que se le aproxima enverosimilitud. La mancha de la puerta debe de habersido producida por alguna pieza flotante del traje decierta persona de esta casa. Es menester dar con esapieza, antes de avanzar un solo paso en este asunto.

—¿Y ese descubrimiento —observó mi ama—implicará, sin duda, el descubrimiento del ladrón?

—Con el permiso de Su Señoría…, me atreveré adecir que yo no he dicho que el diamante haya sidorobado. Sólo afirmo, por el momento, que se haperdido. El hallazgo del traje manchado puede ponernossobre la pista.

Mi ama dirigió su vista hacia mí.—¿Comprende usted esto? —dijo.—El Sargento Cuff lo comprende, señora —respondí.—¿De qué medios se valdrá usted para dar con el

traje manchado? —inquirió el ama, dirigiéndose una vezmás al Sargento—. Mi buena servidumbre, que se hallabajo mis órdenes desde hace muchos años, ha tenidoque sufrir, me avergüenza el decirlo, que sus arcas yhabitaciones fueran registradas ya por el otrofuncionario. No puedo ni habré de permitir que se lesinfiera de nuevo ese agravio.

(¡He ahí una ama que merecía ser servida! ¡He ahí

Page 221: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el caso de una mujer entre mil, si les parece!)—De eso es de lo que le quería hablar, precisamente,

a Su Señoría —dijo el Sargento—. El otro policía haentorpecido enormemente el curso de la investigaciónal hacer que los criados comprobaran que sospechabade ellos. Si les doy motivo para que piensen otra vez lomismo, no pocos habrán de ser los obstáculos quearrojen ellos en nuestro camino… principalmente lasmujeres. Al mismo tiempo debo decirle que sus arcastendrán que ser registradas de nuevo… por la sencillarazón de que antes se lo hizo para dar con el diamantey ahora habrá que hacerlo para buscar ese trajemanchado. Estoy enteramente de acuerdo con usted,respecto a que deben consultarse los sentimientos de laservidumbre. Pero al mismo tiempo me siento en lamisma medida convencido de que los guardarropas delos criados tienen que ser registrados.

El asunto parecía haber llegado a un punto muerto.Mi ama se refirió a ello en un lenguaje más refinado queel mío.

—Tengo un plan para afrontar esa dificultad —dijoel Sargento Cuff—, si es que Su Señoría lo aprueba. Mepropongo explicarle el caso a la propia servidumbre.

—Las mujeres pensarán en seguida que se sospechade ellas —dije, interrumpiéndolo.

—Las mujeres no sospecharán nada, místerBetteredge —replicó el Sargento—, si les digo querevisaré los guardarropas de todas las personas —desde

Page 222: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el ama hasta el último criado— que durmieron aquí lanoche del miércoles. Es una mera formalidad —añadió,mirando de soslayo al ama—, que los criados aceptaráncomo algo equitativo, ya que se los colocará en el mismonivel que sus superiores; y así es como en lugar deobstaculizar la investigación, harán una cuestión dehonor del hecho de cooperar en la pesquisa.

Yo reconocí la razón que le asistía. También mi ama,luego de la sorpresa del primer momento, lo reconoció.

—¿Considera usted necesario ese registro? —dijo.—Me parece el camino más corto para llegar, señora,

al fin propuesto.Mi ama se levantó para tocar la campanilla en

demanda de su doncella.—Les hablará usted a los criados —dijo— con las

llaves de mi guardarropa en la mano.El Sargento Cuff la detuvo, con una pregunta

extraordinariamente inesperada.—¿Por qué no nos aseguramos primero —le

preguntó— si las otras damas y los caballeros estándispuestos a hacer lo mismo?

—La única otra dama de la casa es miss Verinder—le respondió el ama, mirándolo sorprendida—. Losúnicos caballeros que hay aquí son mis sobrinos, místerBlake y míster Ablewhite. No hay por qué temer en lomás mínimo una negativa de parte de cualquiera de lostres.

A esta altura de la conversación le recordé a mi ama

Page 223: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que míster Godfrey se hallaba a punto de partir. Apenasacababa de decirlo, cuando el propio míster Godfreygolpeó a la puerta para despedirse; venía seguido demíster Franklin, quien lo acompañaría hasta la estación.Mi ama les explicó lo que ocurría. Míster Godfreyresolvió en seguida la dificultad. Le ordenó a Samueldesde la ventana que volviera a subir su maleta y pusoluego la llave en manos del Sargento Cuff.

—Mi equipaje puede seguirme a Londres —dijo—cuando haya terminado el registro.

El Sargento recibió la llave excusándose de maneraoportuna.

—Lamento provocarle esta incomodidad, señor,para llenar una mera formalidad; pero el ejemplo de sussuperiores servirá para reconciliar de maneramaravillosa a los criados con esta pesquisa.

Míster Godfrey, luego de pedirle permiso al ama dela manera más simpática, le dejó un mensaje dedespedida a miss Raquel, a través de cuyos términos seme hizo patente que no había tomado por un no larespuesta que ella le diera y que pensaba ponernuevamente sobre el tapete la cuestión del matrimonio,en la primera oportunidad. Míster Franklin, mientrasiba en pos de su primo hacia afuera, informó alSargento que todas sus ropas se hallaban a sudisposición y que nada de lo que le pertenecía se hallababajo llave. El Sargento Cuff reconoció en la forma máselocuente el valor de su gesto. Como habrán visto

Page 224: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ustedes, su punto de vista había sido aceptado sin lamenor vacilación tanto por mi ama como por místerGodfrey y míster Franklin. Solo faltaba ahora que missRaquel siguiera el ejemplo de ellos para citar a laservidumbre y dar comienzo a la búsqueda del trajemanchado.

La inexplicable objeción que mi ama le hacía alSargento pareció influir para que la conferencia setornara más desagradable que nunca para ella, encuanto nos encontramos solos de nuevo.

—Espero que, una vez que le haya enviado abajo lasllaves de miss Verinder —le dijo—, habré ya cumplidocon todo lo que usted exige de mí, por el momento.

—Usted dispense, señora —dijo el Sargento—. Peroantes de comenzar el registro, quisiera tener en mismanos, si le parece conveniente, el libro donde seinscriben las ropas que se dan a lavar. Es posible queesa pieza del traje sea una prenda de lino. Si labúsqueda que estamos por efectuar fracasa tendré quehacer un recuento de toda la ropa blanca que hay en lacasa, como así también de la que se ha enviado a lavar.Si se demuestra que falta alguna prenda, podremossospechar, al menos, que la mancha se encuentra en ellay que la ha hecho desaparecer deliberadamente, ayer uhoy, el propietario de la misma. El Inspector Seegrave—añadió el Sargento, volviéndose hacia mí— dirigió laatención de las criadas hacia esa mancha, cuando seagolparon en la habitación el jueves por la mañana. Esa

Page 225: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

puede haber sido, míster Betteredge, una equivocaciónmás entre las muchas cometidas por él.

Mi ama me ordenó que hiciera sonar la campanillay mandase traer el libro requerido. Y permaneció connosotros hasta que la orden se hubo cumplido, por si elSargento Cuff tenía alguna pregunta que hacerle, luegode examinado el libro.

Rosanna Spearman fue quien lo trajo. La muchachahabía bajado para desayunarse esa mañana,terriblemente pálida y macilenta, pero losuficientemente repuesta de su enfermedad del díaanterior, como para poder cumplir con sus laborescotidianas. El Sargento Cuff dirigió su vista atenta hacianuestra segunda doncella…, mirándola a la cara cuandoentró, y reparando en su hombro encorvado cuandosalió.

—¿Tiene usted algo más que decirme? —le preguntómi ama, ansiosa como nunca por desprenderse de lacompañía del Sargento.

El gran Cuff abrió el libro del lavado, se compenetróperfectamente de su contenido y lo volvió a cerrar.

—Me atreveré a molestar a Su Señoría con unaúltima pregunta —dijo—. La joven que acaba detraernos este libro, ¿es tan antigua en la casa como lasotras criadas?

—¿Por qué me lo pregunta? —dijo mi ama.—La última vez que la vi —replicó el Sargento— se

hallaba encarcelada por hurto.

Page 226: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Luego de esto no había más remedio que decirle laverdad. Mi ama recalcó vigorosamente la buenaconducta observada por Rosanna a su servicio y elinmejorable concepto que tenía de ella la directora delReformatorio.

—Espero que no sospechará usted de ella concluyódiciendo muy seriamente.

—Ya le he dicho a Su Señoría que hasta el momentono sospecho de ninguna persona de la casa.

Después de esto mi ama se levantó para subir enbusca de las llave de miss Raquel. El Sargento, que sehabía adelantado conmigo, le abrió la puerta y le hizouna leve inclinación de cabeza. Mi ama se estremeció alpasar junto a él.

Aguardamos y aguardamos, pero las llaves noaparecieron. El Sargento Cuff no me dijo absolutamentenada. Volvió su melancólico rostro hacia la ventana,deslizó sus manos descarnadas en los bolsillos ycomenzó a silbar para sí mismo y de manera triste «Laúltima rosa del verano».

Por último apareció Samuel, pero no con las llaves,sino con un recorte de papel que me entregó. Yo empecéa buscar mis anteojos con cierta torpeza y embarazo,sintiendo todo el tiempo los ojos melancólicos delSargento posados sobre mí. Dos o tres líneas aparecíanescritas a lápiz en el papel con la letra de mi ama. Através de ellas me informaba que miss Raquel serehusaba de plano a que fuese revisado su guardarropa.

Page 227: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Cuando se le preguntó por qué, había estallado ensollozos. Y al insistirse con la pregunta habíarespondido: «Porque no quiero. Cederé por la fuerza, sies que recurren a ella, pero de ninguna otra manera.»Comprendí entonces por qué mi ama había evitadoenfrentar al Sargento Cuff con esa respuesta de su hija.De no haber sido yo demasiado viejo para dejarmevencer por las gratas flaquezas de la juventud, creo quehubiera enrojecido, por mi parte, ante la mera idea detener que enfrentar al Sargento.

—¿Algo nuevo respecto a las llaves de missVerinder? —preguntó el Sargento.

—Mi joven ama se rehúsa al registro de suguardarropa.

—¡Ah! —dijo el Sargento.Su voz no condecía en absoluto la perfecta serenidad

que emanaba de su semblante. Había dicho «¡Ah!» conel tono de un hombre que escucha algo que esperabaoír. Por una parte casi me encolerizó; por la otra, casime produjo espanto… Por qué, no podría decirlo, perolo cierto es que eso es lo que sentí.

—¿Habrá que suspender el registro, entonces? —lepregunté.

—Sí —dijo el Sargento—, el registro no podráefectuarse porque su joven ama se niega a someterse aél como los demás. O se examinan todos losguardarropas de la casa, o ninguno. Envíele a místerAblewhite su maleta a Londres por el próximo tren y

Page 228: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

devuélvale el libro del lavado a la joven que lo trajo,haciéndole llegar mi agradecimiento y mi saludo.

Colocó el libro del lavado sobre la mesa, extrajo delbolsillo su cortaplumas y comenzó a arreglarse las uñas.

—No parece hallarse usted muy disgustado —le dije.—No —repuso el Sargento Cuff—-; no me hallo muy

disgustado.Yo traté de que me diera una explicación.—¿Por qué obstaculizará miss Raquel su

investigación? —inquirí—. ¿No está acaso en el interésde ella ayudarlo?

—Aguarde un poco, míster Betteredge…, aguarde unpoco.

Una persona más lista que yo habría, sin duda,percibido su intención. O una persona que quisieramenos a miss Raquel de lo que yo la quería. Es posibleque el horror experimentado ante él por mi ama fuerauna muestra de que ella, como llegué a pensar mástarde, percibió su intención, como dicen las Escrituras,«en un cristal, secretamente». Yo no advertí tal cosa…;eso es todo lo que puedo decir.

—¿Qué es lo que hay que hacer ahora? —le pregunté.El Sargento Cuff dio término al arreglo de la uña que

le preocupaba en ese instante, fijó en ella su mirada unmomento con curiosa melancolía y guardó por fin en subolsillo el cortaplumas.

—Venga conmigo al jardín —dijo— para echar unvistazo a las rosas.

Page 229: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

XIV

La manera más rápida de llegar al jardín desde elgabinete del ama era por el sendero de los arbustos, queustedes ya conocen. Con el fin de tornarles máscomprensibles los hechos que narraré en seguida, debodecirles que dicha senda constituía el paseo favorito demíster Franklin. Cada vez que salía al jardín o queadvertíamos su ausencia en la casa, solíamos hallarlo enese lugar.

Mucho me temo que deba confesar aquí que soy unanciano un tanto obstinado. Cuanto más tenazmenteocultaba el Sargento Cuff sus pensamientos, másempeño ponía yo en descubrirlos. Mientras doblábamoshacia el sendero de los arbustos, intenté engañarlo deotra manera.

—Tal como están las cosas —le dije—, si me hallarayo en su lugar no sabría a estas horas qué hacer.

—Si se hallara usted en mi lugar —me respondió elSargento—, sabría que a qué atenerse respecto a esteasunto…, y, tal como están las cosas en este instante,cualquier duda que hubiera usted sentido previamente,con relación a sus propias conclusiones, se habríandisipado totalmente. Por el momento no interesan talesconclusiones, míster Betteredge. No lo he traído aquípara que tire usted de mí igual que de un tejón, sinopara que me dé algunos informes. Sin duda podría ustedhaberlo hecho en la casa, en lugar de hacerlo aquí. Pero

Page 230: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ocurre que en general puertas y oyentes van muy deacuerdo y, por otra parte, las gentes de mi oficio sesienten atraídas por la saludable influencia del airelibre.

¿Quién podía engañar a este hombre? Cedí, pues, yaguardé tan pacientemente como me fue posible, paraescuchar lo que habría de decirme ahora.

—No habré de indagar las razones que tenga sujoven ama —prosiguió el Sargento—; sólo diré quelamento su negativa, porque entorpece de esa manera lainvestigación. Tenemos que aclarar el misterio de lamancha sobre la puerta el cual, le doy mi palabra,involucra el misterio del propio diamante, por otrocamino. He resuelto observar a la servidumbre, yexaminar sus actos y pensamientos en lugar de registrarsus guardarropas. Antes de comenzar, no obstante,quiero hacerle una o dos preguntas. Usted es un hombreobservador… ¿Advirtió algo desacostumbrado en algunode los domésticos (dejando de lado el espanto y laconfusión naturales en esos casos) luego que se supo lapérdida del diamante? ¿Hubo alguna reyerta entreellos? ¿Advirtió algún cambio en el modo de ser dealgún criado o criada? ¿Mal humor, por ejemplo, oalguna enfermedad repentina?

Acababa de pensar en la repentina dolencia queaquejara a Rosanna Spearman el día anterior hacia lahora de la cena, pero no tuve tiempo de dar respuestaalguna, porque los ojos del Sargento se volvieron

Page 231: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

rápidamente hacia los arbustos y lo oí entonces decirsea sí mismo suavemente «¡Hola!».

—¿Qué pasa? —le pregunté.—Un pequeño dolor reumático en la espalda —dijo

el Sargento, en voz alta y como si tratara de hacerse oírde un tercer oyente—. Poco habrá de tardar enproducirse un cambio en las condiciones del tiempo.

Avanzando unos pasos llegamos a la esquina de lacasa. Volviendo bruscamente hacia la derecha entramosen la terraza y descendiendo por los peldaños que sehallaban en su centro nos dirigimos hacia el jardín deabajo. El Sargento Cuff se detuvo allí, en medio de unespacio libre, desde el cual podíamos abarcar con lamirada todo el espacio circundante.

—Quiero hablarle de Rosanna Spearman—me dijo—.No es probable que con su físico pueda tener unamante. No obstante y en beneficio de la propiamuchacha me veo obligado a preguntarle de una vez siella, esa pobre desgraciada, se ha procurado como lasdemás algún amigo.

¿Qué diablos quería significar con esa preguntahecha en tales circunstancias?

Clavé mis ojos en su rostro en lugar de responderle.—He visto a Rosanna Spearman ocultarse en medio

de los arbustos cuando pasamos por allí —dijo elSargento.

—¿Cuando dijo usted «hola»?—Sí…, cuando dije «hola». Si existe, en verdad, un

Page 232: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

amante, su ocultamiento importa poco. Pero si no lo hay—tal como se presentan las cosas en la casa—, dichaactitud resulta extraordinariamente sospechosa y meveré en la dolorosa necesidad de obrar tal como loaconsejen las circunstancias.

¿Qué era, por Dios, lo que quería decir? Yo sabía queel bosque de arbustos constituía el paseo preferido demíster Franklin; sabía también que a su regreso de laestación lo más probable era que se dirigiese hacia allíy sabía, por otra parte, que Penélope había hallado másde una vez a su compañera de trabajo aguardando aalguien en ese sitio, habiendo afirmado en todomomento que el objeto de Rosanna era llamar laatención de míster Franklin. De estar mi hija en locierto, muy posible habría sido que hubiese estadoesperando el regreso de míster Franklin, cuando elSargento la descubrió allí. Yo me vi colocado entre dosescollos: o bien debía mencionar la opinión dePenélope, haciéndola propia, o bien permitir que esainfortunada criatura sufriera las consecuencias, las muypeligrosas consecuencias de haber despertado lassospechas del Sargento Cuff. Nada más que por piedad,por pura compasión hacia la joven, le di al Sargento lasnecesarias explicaciones, diciéndole que Rosanna habíasido tan loca como para enamorarse de míster FranklinBlake.

El Sargento Cuff no reía jamás. En las pocasocasiones en que alguna cosa lo divertía, fruncía un

Page 233: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tanto las comisuras de los labios, pero no iba más alláde ese gesto.

Eso fue lo que hizo ahora.—¿No sería mejor que hubiera usted dicho que es

ella lo suficientemente loca como para no ser más queuna mujer fea y una criada? —me preguntó—. El hechode que se haya enamorado de un caballero de laeducación y el físico de míster Franklin Blake, no es,para mí, de ninguna manera, una locura. No obstante,me alegro de que la cosa se haya aclarado: es un aliviopara la mente de uno el hecho de que algo se hayaaclarado. Sí, guardaré el secreto, míster Betteredge. Megusta mostrarme tolerante con las flaquezas humanas…aunque no son muchas las oportunidades que se meofrecen para ejercitar tal virtud, en el campo de misactividades. ¿Dice usted que míster Franklin Blake noha sospechado el interés que por él siente la muchacha?¡Ah! Sin duda lo habría percibido de la manera másoportuna de haber sido ella bien parecida. Las feas no lopasan muy bien en este mundo: esperemos que se lascompense en el otro. Tienen ustedes un hermoso jardín,y un hermoso césped muy bien cuidado. Compruebe porsí mismo cuánto más bellas parecen las flores, cuandohay césped en torno de ellas en lugar de grava. No,gracias. No cortaré ninguna rosa. Me partiría el corazónel separarlas de su tallo. Tal como se le parte a usted elcorazón cuando advierte algo fuera de lugar en lasdependencias de los criados. ¿Percibió usted algo

Page 234: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

inexplicable en la conducta de alguno de ellos en cuantose difundió la noticia de la pérdida del diamante?

Yo había llegado a congeniar de la mejor maneracon el Sargento Cuff, pero la astucia de que se valió paradejar escapar de sus labios esta última pregunta hizoque me pusiera en guardia. Hablando en lenguajevulgar, no sentí el menor agrado en ayudarlo en susindagaciones, cuando estas últimas lo llevaban aaccionar, a la manera de una serpiente en la hierba, enmedio de mis camaradas los criados.

—No he advertido nada —le dije—, como no sea elhecho de que todos perdimos la cabeza, incluso yo.

—¡Oh! —dijo el Sargento—, ¿eso es todo lo que tieneusted que decirme?

Yo le repliqué (¡cómo me jacté de ello!) adoptandouna postura inconmovible:

—Eso es todo.Los ojos melancólicos del Sargento Cuff se clavaron

en mi rostro.—Míster Betteredge —dijo—, ¿tiene usted alguna

objeción que hacerle al deseo mío de estrecharle lasmanos? Siento hacia usted una extraordinaria simpatía.

¡Por qué eligió el instante preciso en que yo loestaba engañando para darme esa prueba de la buenaopinión que le merecía es algo que escapa a todacomprensión! Yo experimenté cierto orgullo… ¡sentí enverdad cierto orgullo al comprobar que por fin elfamoso Cuff distinguía la identidad de mi persona entre

Page 235: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

las de otras mil!Regresamos a la casa; el Sargento me pidió una

habitación para su uso y ordenó que, uno por uno, sefueran presentando, de acuerdo con su jerarquía, todoslos domésticos de la casa.

Yo lo llevé hasta mi propio aposento y reuní luego alos criados en el hall. Rosanna Spearman apareció entreellos con su aspecto habitual. A su manera, sedemostraba tan lista como el Sargento y sospecho quehabía escuchado lo que aquél dijera respecto a loscriados en general, apenas un momento antes dedescubrir su presencia. Sea como fuere, allí estaba conun aspecto que daba a entender que jamás había oídohablar en su vida de un sitio como el bosque dearbustos.

Uno por uno los fui enviando adentro, satisfaciendosus deseos. La primera que entró en la Corte de Justicia,en otros términos mi habitación, fue la cocinera.

Esto es lo que dijo al salir: «El Sargento Cuff se hallaabatido; pero el Sargento Cuff es un cumplidocaballero.» La siguió la doncella del ama. Su ausenciaduró mucho más tiempo. Esto es lo que dijo al salir: «¡Siel Sargento Cuff no le cree a una mujer respetable,podría muy bien guardarse esa opinión para sí mismo!»La próxima en entrar fue Penélope. Sólo permaneció allíun minuto o dos. Su informe al salir fue el siguiente: «ElSargento Cuff es digno de lástima. Debe de habersufrido algún desengaño amoroso cuando era joven.»

Page 236: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

En seguida entró la primera criada de la casa. Tal comola doncella del ama, permaneció allí largo tiempo. Estofue lo que dijo al salir: «¡Yo no he entrado al servicio demi señora para soportar, míster Betteredge, que unsubalterno funcionario policial se permita dudar en micara de lo que le digo!» Rosanna Spearman fue la queentró después. Permaneció allí más tiempo queninguna. Nada dijo al salir…; salió envuelta en unsilencio mortal y con los labios color de ceniza. Samuel,el lacayo, fue quien la siguió. Su ausencia duró uno odos minutos. Su informe fue el siguiente: «Quienquierasea la persona que le lustre los zapatos al Sargento Cuff,debiera avergonzarse de sí misma.» Nancy, la fregona,fue la última en entrar. Su ausencia duró uno o dosminutos. Su informe, al salir, fue: «El Sargento Cuff esuna persona de buen corazón; no acostumbra burlarse,míster Betteredge, de una pobre muchachatrabajadora.»

Al entrar, cuando todo hubo terminado en la Cortede Justicia, en demanda de nuevas órdenes, si las había,vi cómo el Sargento se entregaba a su antigua treta: sehallaba asomado a la ventana silbándose a sí mismo «Laúltima rosa del verano».

—¿Ha descubierto algo, señor? —inquirí.—Si Rosanna Spearman le pide permiso para salir

—dijo el Sargento—, déjela ir a la pobre; pero anteshágamelo saber.

¡Muy bien podía haberme yo callado la boca, en lo

Page 237: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que se refería a Rosanna y míster Franklin! Era evidenteque la pobre muchacha se había tornado sospechosapara el Sargento Cuff, pese a todo lo que yo pudierahacer en su favor.

—Espero que no ha de considerar usted a Rosannacomplicada en la desaparición del diamante —meaventuré a decir.

Las comisuras de la melancólica boca del Sargentose fruncieron y su vista se detuvo duramente en mirostro, tal como había ocurrido en el jardín.

—Creo que será mejor que no se lo diga, místerBetteredge —dijo—. Como usted sabe, podría ustedvolver a perder la cabeza.

¡Yo empecé a preguntarme si era en verdad ciertoque el famoso Cuff me había distinguido entre otros mil,después de todo! Significó un alivio para mí el hecho deque alguien llamara a la puerta y de que fuéramosinterrumpidos por la cocinera, quien traía un mensaje.Rosanna Spearman había pedido permiso para salir,por el motivo habitual: su cabeza no estaba bien ynecesitaba respirar un poco de aire fresco. Ante unaseñal del Sargento respondí que sí.

—¿Cuál es la puerta de salida de la servidumbre?—preguntó en cuanto se hubo alejado la mensajera.

Yo le indiqué el sitio.—Cierre con llave la puerta de su cuarto —dijo el

Sargento—; y si alguno pregunta por mí, dígale queestoy aquí ordenando mis ideas.

Page 238: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Nuevamente volvió a fruncir las comisuras de suslabios y desapareció de mi vista.

Solo, en medio de esas circunstancias, me sentídevorado por una curiosidad que me instigaba a realizarindagaciones por mi cuenta.

Era evidente que las sospechas del Sargentorespecto a Rosanna tenían su origen en algún hallazgoefectuado durante el interrogatorio de la servidumbre.Ahora bien, los dos únicos criados, exceptuando a lamisma Rosanna, que habían permanecido más tiempoen mi habitación eran la doncella particular del ama y laprimera doméstica de la casa, las cuales habían sido,también, las que se hallaron a la cabeza de lapersecución iniciada contra su infortunada compañera,desde el primer momento. Luego de llegar a estasconclusiones me asomé, aparentemente por casualidad,a las dependencias de la servidumbre y, al comprobarque se hallaban tomando el té, me invitéinstantáneamente yo mismo a la reunión. Porque, notabene, una gota de té es a la lengua de una mujer lo queuna gota de aceite para una lámpara agotada.

Mi confianza en la tetera como aliada no dejó deverse recompensada. En menos de media hora llegué asaber tanto como el mismo Sargento.

Tanto la doncella del ama como la otra doméstica nocreían, al parecer, en la enfermedad que aquejara aRosanna, el día anterior. Este par de demonios—perdón, lector, pero ¿de qué otra manera podría

Page 239: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

llamar a esas dos malévolas mujeres?— se habíandeslizado escalera arriba, a intervalos, durante la tardedel jueves; habían probado el picaporte de la puerta deRosanna comprobando que se hallaba cerrada con llavehabían golpeado sin recibir respuesta alguna; habíanaplicado el oído a la puerta sin advertir ningún ruido.Luego, cuando la muchacha bajó para tomar el té y fueenviada de nuevo arriba, por hallarse aún indispuesta,los dos demonios antedichos trataron de abrir otra vezla puerta, hallándola cerrada con llave; despuésintentaron mirar por el ojo de la cerradura que seencontraba obstruido; más tarde, hacia la medianoche,vieron surgir una luz por debajo de la puerta, y oídocrujir un fuego (¡un fuego en el dormitorio de unasirvienta en el mes de junio!) hacia las cuatro de lamañana. Todo eso es lo que le habían dicho al SargentoCuff, quien en respuesta a sus palabras, las miró conojos mordaces y escépticos, dándoles claramente aentender que no creía a ninguna de las dos. De aquí laopinión desfavorable expresada por ambas, luego delinterrogatorio. De aquí, también (dejando de lado lainfluencia ejercida en ellas por el té), la presteza con quesus lenguas entraron en actividad para referirse a susanchas a la descortés conducta del Sargento.

Poseyendo ya alguna experiencia respecto a lasmaneras indirectas del gran Cuff y habiendo advertidohacia poco lo inclinado que se hallaba a seguirle lospasos secretamente a Rosanna cuando ésta salió de la

Page 240: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

casa, se me hacía evidente que aquél trató de impedirque tanto la doncella del ama como la primeradoméstica llegaran a vislumbrar lo valioso que habíaresultado su aporte. Ambas, de haber dejado él traslucirque su deposición era digna de crédito, se habríanenorgullecido de tal cosa y hecho o dicho algo quesirviera para poner sobre aviso a Rosanna Spearman.

Salí y me halle en medio de un hermoso atardecerde estío, lamentando la suerte de la pobre muchacha enparticular y sumido en un gran desorden mental, frenteal cariz tomado por las cosas. Andando a la deriva, fui aparar al bosque de los arbustos, donde encontré amíster Franklin en ese su lugar favorito. Al regresar dela estación, hacía ya cierto tiempo, se entrevistó con elama, con quien mantuvo una conversación prolongada.Esta se había referido a la inexplicable actitud de missRaquel, quien se había negado al registro de suguardarropa; estas palabras respecto a mi joven ama lodeprimieron tanto, que el joven parecía eludir todamención del tema. El carácter de la familia se reflejó ensu rostro esa tarde por primera vez desde que yo loconocía.

—Y bien, Betteredge —dijo—, ¿qué tal se siente laatmósfera de misterio y sospecha que nos envuelve atodos se este momento? ¿Recuerda usted aquellamañana en que llegué aquí por vez primera con laPiedra Lunar? ¡Ojalá Dios me hubiera impulsado aarrojarla sobre las arenas movedizas!

Page 241: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Luego de este estallido se abstuvo de volver a hablarhasta que no hubo recobrado la calma. En silencio nospusimos a caminar juntos, durante uno o dos minutos,hasta que él me preguntó qué había sido del SargentoCuff. Era imposible alejar del tema a míster Franklincon la excusa de que el Sargento se hallaba en mi cuartoordenando sus ideas. Lo puse, pues al tanto de todo loocurrido y en particular de lo que la doncella del ama yla primera doméstica de la casa habían dicho en tornoa Rosanna Spearman.

La mente lúcida de míster Franklin advirtió el nuevorumbo que seguían las sospechas del Sargento, en unabrir y cerrar de ojos.

—¿No me dijiste esta mañana —preguntó— que unode los vendedores ambulantes declaró haber visto aRosanna, ayer, en el camino de peatones que lleva aFrizinghall, en el momento en que todos nosotros lasuponíamos enferma en su habitación?

—Sí, señor.—Si la doncella de mi tía y la otra mujer han dicho

la verdad, puedes estar seguro de que el vendedorambulante se encontró con ella en el camino. Laenfermedad de la muchacha no fue, entonces, más queuna pantalla utilizada para engañarnos. Algún hechocomprometedor impulsó a la muchacha a ir a la ciudadsecretamente. El traje que ostenta la mancha de pinturaes de ella; y el fuego que se oyó crujir en su cuarto hacialas cuatro de la mañana fue encendido para destruirlo.

Page 242: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Rosanna Spearman es quien ha robado el diamante.Entraré en seguida para informar a mi tía respecto alnuevo cariz tomado por las cosas.

—Todavía no, señor, por favor —dijo una vozmelancólica detrás de nosotros.

Ambos nos volvimos y nos encontramos cara a caracon el Sargento Cuff.

—¿Por qué no todavía? —preguntó míster Franklin.—Porque si usted, señor, informa a Su Señoría, Su

Señoría le referirá el caso a miss Verinder.—Suponiendo que lo haga, ¿qué ocurrirá entonces?

—míster Franklin dijo estas palabras con un calor y unavehemencia tan repentinos que era como si el Sargentole hubiese inferido una ofensa mortal.

—¿Le parece a usted, señor, razonable dijo elSargento Cuff calmosamente —hacerme una preguntade esa índole… en este momento?

Hubo un breve intervalo de silencio. Míster Franklinavanzó hasta colocarse casi junto al Sargento. Ambos semiraron fijamente a la cara. Míster Franklin fue quienhabló primero, bajando la voz tan rápidamente como lahabía elevado.

—Supongo que sabe usted, míster Cuff —dijo—, queel asunto que tenemos entre manos es delicado.

—No es ésta primera vez, entre cientos de casos, quetengo entre manos un asunto delicado —replicó el otro,inconmovible como nunca.

—Según tengo entendido me ha prohibido usted

Page 243: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

comunicarle a mi tía lo ocurrido, ¿no es así?—Lo que tiene usted que entender, señor, se lo

ruego, es que habré de abandonar este asunto si le diceusted a Lady Verinder o a cualquier otra persona loocurrido, hasta tanto no le dé yo permiso.

Esto sirvió para poner término a la disputa; místerFranklin no tenía que elegir, sino someterse. Se pusocolérico y se alejó del lugar.

Yo había permanecido allí prestando oídos a lo quedecían, todo tembloroso, sin saber de quién sospecharni qué pensar en el primer momento. En medio de miconfusión, sin embargo, dos cosas se me hacíanevidentes. La primera consistía en suponer que mi jovenama se hallaba involucrada de manera inexplicable enel fondo de las abruptas palabras de cada uno de ellos.Y la segunda se refería a la creencia de que ambos secomprendían perfectamente, sin haber cambiadopreviamente palabra alguna.

—Míster Betteredge —dijo el Sargento—, hacometido usted una gran tontería durante mi ausencia.Se ha dedicado usted a una pequeña labor detectivescapor su propia cuenta. En adelante me hará usted, sinduda, el favor de realizar sus indagaciones de acuerdocon las mías.

Tomándome del brazo me llevó hacia el camino porel cual había él venido. Mucho me temo que el reprochehaya sido merecido… pero con todo no me hallabadispuesto a auxiliarlo en la tarea de tenderle celadas a

Page 244: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Rosanna Spearman. Que fuera o no ladrona, queactuara dentro o fuera de la ley, poco me importaba, locierto es que me apiadé de ella.

—¿Qué es lo que quiere usted de mí? —le preguntédesprendiéndome con una sacudida de su brazo ydeteniéndome en seco.

—Sólo unos pocos informes respecto a las tierras delos alrededores—dijo el Sargento.

Yo no pude negarme a acrecentar los conocimientosgeográficos del Sargento Cuff.

—¿Existe algún sendero, en esa dirección, que llevede la playa a la casa? —preguntó el Sargento. Su dedoapuntaba, mientras hablaba, hacia el bosque de abetosque conducía a las Arenas Movedizas.

—Sí —le dije—; hay un sendero.—Muéstremelo.Juntos y envueltos por las luces grises de ese

atardecer de verano, el Sargento Cuff y yo echamos aandar en dirección a las Arenas Movedizas.

XV

El Sargento permaneció sumido en sus propiospensamientos hasta el instante en que arribamos a laplantación de abetos que conducía a las arenasmovedizas. Allí se recobró como un hombre que ha

Page 245: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

estado ordenando sus ideas para hablarme nuevamente.—Míster Betteredge —dijo—, en vista de haberme

hecho usted el honor de compartir mi bote, y teniendoen cuenta el hecho de que puede usted brindarme algúnapoyo antes de que este crepúsculo se haya extinguido,no veo que tengamos nada que ganar ninguno de los dosengañándonos recíprocamente, por lo cual me dispongoinmediatamente a ofrecerle un ejemplo de mi buenavoluntad. Usted está resuelto a no darme informaciónalguna que pueda perjudicar a Rosanna Spearman,porque ella ha sido siempre para usted una buenamuchacha y siente una gran piedad hacia ella. Esossentimientos humanitarios hablan mucho en favor de supersona, pero ocurre que en el presente caso lossentimientos humanitarios no tienen por quédesempeñar ningún papel. Rosanna Spearman se hallafuera de todo peligro… no, no corre el menor peligro sirelaciono sus actos, en el asunto de la desaparición deldiamante, con una prueba tan evidente como esa narizque tiene usted en el rostro.

—¿Quiere usted decir que mi ama no habrá deacusarla?

—Quiero significarle que su ama no podrá acusarla—dijo el Sargento—. Rosanna Spearman no es más queun instrumento en manos de otra persona y ella habráde convertirse en la víctima inofensiva que salve a esaotra persona.

Hablaba seriamente…, no podía negarse. Pero con

Page 246: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

todo, algo en mí se agitaba en su contra.—¿No puede usted darme el nombre de esa otra

persona? —le dije.—¿Puede dármelo usted, míster Betteredge?El Sargento Cuff permaneció inmóvil y silencioso y

me dirigió una mirada inquisidora y melancólica.—Experimento siempre un gran placer cuando

puedo mostrarme tolerante hacia las flaquezas humanas—dijo—. Y me siento particularmente tolerante en elpresente caso, míster Betteredge, hacia usted. Por suparte usted, impulsado por el mismo y excelentemotivo, siente particular tolerancia hacia RosannaSpearman, ¿no es así? ¿Sabe usted, por casualidad, si lamuchacha ha renovado últimamente su ropa blanca?

Cuál fue el motivo que lo impulsó a dejar caer comoal acaso esa pregunta tan extraordinaria, era algo queescapaba totalmente a mi entendimiento. Sabiendo,como sabía, que ningún daño habría de ocasionarle aRosanna al decir la verdad, le respondí que la muchachahabía llegado a la casa un tanto desprovista de ropablanca, y que mi ama, en premio a su buena conducta(insistí aquí respecto a su buen comportamiento), lehabía regalado, no hacía una quincena, un nuevo juegode ropa blanca.

—Es éste un mundo miserable —dijo el Sargento—.La vida del hombre, míster Betteredge, es una especiede blanco…, en dirección al cual hace fuego de continuola desgracia que da siempre en el centro. De no haber

Page 247: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sido por ese juego nuevo de ropa blanca, habríamos sinduda descubierto entre las ropas de Rosanna algúnpeinador o enaguas nuevos que nos hubiera servidopara condenarla. Sin duda no se halla usted tanconfundido como para no poder seguirme, ¿no es así?Usted ha interrogado a los criados por sí mismo y sehalla al tanto de los descubrimientos realizados por dosde ellos junto a la puerta de Rosanna. Sin duda sabráusted en qué andaba la muchacha, ayer, luego que lallevaron hacia arriba enferma. ¿No tiene usted ningunaidea? ¡Oh Dios mío!, y sin embargo es tan evidentecomo esa franja de luz que aparece allí hacia el límitedel bosque. A las once de la mañana del día jueves, elInspector Seegrave, que no es más que un bloque dedebilidades humanas, le indica a toda la servidumbre dela casa la mancha descubierta en la puerta. Rosannatiene sus buenas razones para sospechar de sus ropas;aprovecha la primera oportunidad que se le presentapara dirigirse a su cuarto, da con la mancha de pinturaen su peinador, en su enagua o en lo que quiera que sea,finge hallarse enferma y se escurre subrepticiamente ala ciudad con el fin de proveerse del material necesariopara confeccionarse una nueva enagua o peinador; sededica a ello durante la noche del jueves, enciende unalumbre (no para destruir la prenda: dos compañerassuyas se hallan junto a la puerta curioseando y ellaconoce recursos mejores que el de provocar un humosospechoso y el de proveerse de una yesca de la que

Page 248: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habrá que desembarazarse…), enciende una lumbre,digo, para secar y planchar la nueva prenda luego deretorcerla entre sus manos, oculta la ropa manchada(probablemente sobre sí misma) y se halla en estosmomentos entregada a la tarea de liberarse de ella, enalgún sitio conveniente, sobre esa franja de arenasolitaria que se extiende ante nuestra vista. Le heseguido la pista, esta tarde, hasta la aldea pesquera yhasta una casa de campo, en particular, que habremostal vez de visitar antes de emprender el regreso.Permaneció dentro de dicha casa cierto espacio detiempo y salió luego, según mi opinión, ocultando algodebajo de su capa. Una capa, sobre las espaldas de unamujer, es un emblema de caridad…, sirve para cubririnnumerables pecados. La vi luego seguir hacia el Nortea lo largo de la costa, luego de abandonar la casa decampo. ¿Consideran aquí a esa franja de arena como unbello ejemplo de paisaje marino, míster Betteredge?

Yo le respondí: «Sí», tan brevemente como pude.—Los gustos difieren —dijo el Sargento Cuff—.

Mirándolo desde mi punto de vista, puedo decir quejamás he contemplado un paisaje menos digno deadmiración. Si ocurriera que estuviese usted siguiendoa alguna persona a lo largo de la costa del mar, y esapersona decidiera mirar en torno suyo, no encontraríausted en ninguna parte un sitio donde ocultarse. Yo tuveque escoger entre apresar a Rosanna por hallarse bajosospecha o dejarla ir por el momento para que siguiera

Page 249: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

desarrollando el pequeño juego que tenía entre manos.Por razones que no quiero exponer ahora a fin de nofatigarlo, decidí hacer cualquier sacrificio antes dedespertar prematuramente la atención, esta mismanoche, de cierta persona cuyo nombre seguiremosignorando. Regresé a la casa para pedirle a usted queme condujera hacia el extremo norte de la costa por otrocamino. La arena —en lo que respecta a las pisadas delas gentes— es uno de los mejores detectives queconozco. Si no damos con Rosanna Spearman luego deeste rodeo, la arena nos dirá dónde ha estado, siempreque la luz se prolongue un tiempo prudencial. He aquíla arena. Me atrevo a sugerirle que me excuse…, si lepropongo retener la lengua y dejar que vaya yo primero.

Si existe en verdad en medicina algo que reciba elnombre de fiebre detectivesca, ésa era la enfermedadque había hecho presa de este humilde criado. ElSargento Cuff avanzó entre los montículos de arena,descendiendo hacia la costa. Yo lo seguí con el corazónen la boca y aguardé a cierta distancia a la espera de loque podría ocurrir.

Así las cosas, descubrí que me hallaba casi en elmismo sitio donde Rosanna y yo habíamos estadoconversando cuando vimos aparecer súbitamente antenosotros a míster Franklin de regreso de Londres.Mientras mis ojos seguían posados en el Sargento, mimente vagaba, a despecho de mí mismo, hacia la escenaque se desarrolló entre nosotros en aquella ocasión.

Page 250: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Confieso que casi sentí de nuevo cómo la pobrecitadeslizaba su mano en la mía, dándole un pequeñoapretón de agradecimiento, por haberle hablado contanta benevolencia. Confieso que casi volví a oír su voz,cuando me dijo que le parecía como si las ArenasMovedizas tiraran de ella, contra su propia voluntad,cada vez que salía de la casa…, y que casi me pareció verbrillar su rostro como cuando vio dirigirse a místerFranklin hacia nosotros, con paso vivo, a través de losmontículos.

Mi espíritu decayó y más a medida que meditaba enesas cosas…, y la vista de la pequeña y solitaria bahía,cuando alcé los ojos para despertarme del todo, sirviótan sólo para aumentar mi desazón.

Las últimas luces del crepúsculo se diluían, y a todolo largo del paisaje se extendía una calma terriblementesilenciosa. El jadeo del mar, junto al banco de arena,fuera de la bahía, era un rumor ahogado. El mar interiorse perdió en la sombra, sin que el más leve soplo deviento agitase su superficie. Asquerosos montones delimo de una tonalidad blancuzco-amarillentasobrenadaban en las aguas muertas. Fango y espumabrillaban débilmente en ciertos lugares, allí donde la luzlograba darles alcance aún, entre los dos grandes cabosrocosos que avanzaban mar adentro: uno hacia el Norte,el otro hacia el Sur. Era ésa la hora del cambio de lamarea y, mientras me hallaba aún aguardando allí, pudeobservar cómo la vasta y morena superficie de las

Page 251: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

arenas movedizas empezaba a ahuecarse ytemblequear…, única cosa dotada de movimiento en esesitio tan horrendo.

Advertí que el Sargento se estremecía al percibir esetemblor de la arena. Después de haber mirado hacia allíun breve instante, se volvió y emprendió el regresohacia donde yo me encontraba.

—Un lugar traicionero, míster Betteredge —dijo—;no hay el menor vestigio de Rosanna Spearman, mireuno hacia donde mire, en todo a lo largo de la costa.

Me llevó unos pasos costa abajo y pude comprobarpor mí mismo que las huellas de sus pasos y las de losmíos eran las únicas marcadas en la arena.

—¿Hacia qué punto cardinal se encuentra la aldeade pescadores, tomando como base el sitio en que ahoranos encontramos? —me preguntó el Sargento Cuff.

—Cobb’s Hole —le respondí, pues éste era el nombrede la misma— se halla situado tan al sur de este lugar,como pueda estarlo sitio alguno en el mundo.

—Esta tarde vi que la muchacha avanzaba por elcamino a lo largo de la costa procedente de Cobb’s Hole,en dirección al Norte —dijo el Sargento—. Enconsecuencia debe de haber venido caminando haciaaquí. ¿Se halla Cobb’s Hole sobre el otro extremo de esalengua de tierra? ¿Podríamos llegar a la aldea, ahoraque el agua ha descendido, andando por la costa?

Yo le respondí que «sí» a ambas preguntas.—Usted perdone, pero tendremos que apurarnos

Page 252: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—dijo el Sargento—. Necesito dar con el sitio en el cualRosanna abandonó la costa, antes de que se hagaoscuro.

Habíamos andado un par de yardas, más o menos,en dirección a Cobb’s Hole, cuando repentinamente elSargento Cuff cayó de hinojos sobre la costa, con elaspecto de quien se siente poseído por el frenético ysúbito deseo de decir sus oraciones.

—¡Después de todo, hay algo ahora que decir enfavor de su paisaje marino! —observó el Sargento—. ¡Heaquí las huellas de una mujer, míster Betteredge! Se lasvamos a atribuir a Rosanna, hasta que no aparezca laprueba irrefutable que demuestre lo contrario. Si ustedme hace el bien de observarlas, comprobará que sonmuy confusas…, confusa intencionalmente, diría. ¡Ah,la pobrecita se halla tan al tanto de las virtudesdetectivescas de la arena como yo mismo! ¿Pero no leparece que un gran apremio le ha impedido borrarlasdel todo? Esa es mi opinión. He aquí una huella queviene de Cobb’s Hole y he aquí otra que regresa haciaallá. ¿No apunta por otra parte, el extremo de calzadodirectamente hacia el borde del agua? Lamento herirloen sus sentimientos, pero mucho me temo que Rosannaes una persona astuta. Todo parece indicar que sepropuso llegar al lugar desde el cual acabamos de venir,sin dejar la menor huella de su paso en la arena.¿Diremos que luego de marchar a través del agua desdeel lugar en que nos encontramos ahora avanzó hasta

Page 253: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

alcanzar aquella capa rocosa que se encuentra anuestras espaldas y que regresó por el mismo camino,dirigiéndose luego hacia la playa otra vez, donde puedenverse aún las huellas de sus tacones? Sí, eso es lo quediremos. Creo que venía con algo oculto debajo de lacapa al abandonar la casa de campo. ¡No! ¡No paradestruirlo!…, porque, en ese caso, ¿qué necesidad teníade tomar tantas precauciones para impedir que yopudiera descubrir el sitio en que terminó su paseo? Creoque lo más probable es que haya ido allí a ocultar algo.¡Si fuéramos a esa casa podríamos, tal vez, dar con lacosa!

Al oír tal proposición mi fiebre detectivesca se enfriósúbitamente.

—Usted ya no me necesita —le dije—. ¿Para quépuedo servirle?

—Cuanto más lo conozco, míster Betteredge —dijoel Sargento—, más virtudes descubro en su persona. Lamodestia…, ¡oh Dios mío, cuán rara es la modestia eneste mundo!, ¡y en qué medida posee usted esa cosa tanrara! Si voy solo a esa casa, ante la primera preguntaenmudecerán todas las lenguas. Si voy con usted, lesseré presentado por un vecino justicieramenterespetable, lo cual dará lugar indefectiblemente a undiluvio de palabras. Esa es mi opinión; ¿cuál es la suya?

Incapaz de dar con la frase inteligente y rápida conque me hubiese gustado responderle, traté de ganartiempo inquiriendo cuál era la casa de campo que

Page 254: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

deseaba visitar.A través de la descripción que de la misma hizo el

Sargento reconocí la vivienda de un pescador llamadoYolland, quien tenía una esposa y dos hijos ya grandes,un muchacho y una muchacha. Si vuelve el lector susojos hacia las páginas anteriores hallará que, cuando lepresenté por primera vez a Rosanna Spearman, afirméque en determinadas ocasiones alternaba sus paseos alas Arenas Movedizas con visitas efectuadas a unosamigos que tenía en Cobb’s Hole. Esos amigos eran losYolland, gentes dignas, respetables y muy estimadas portodo el vecindario. La amistad con Rosanna se habíainiciado por intermedio de la hija que sufría de undefecto en un pie y la cual era conocida en losalrededores por el sobrenombre de la coja Lucy. Creoque las dos muchachas contrahechas se sentían unidaspor una especie de recíproca simpatía. Comoquiera quefuere, los Yolland y Rosanna parecían congeniar, en laspocas ocasiones en que tenían ocasión de verse, de lamanera más grata y amistosa. El hecho de que elSargento Cuff la hubiera seguido hasta la casa de campode ellos, colocaba la cuestión de la ayuda que debía yoprestarle en la investigación bajo la luz de unacircunstancia enteramente nueva. Rosanna no había idomás que adonde tenía costumbre de ir y, al demostrarque visitó al pescador y su familia, se evidenciaba enforma clara que había estado entregada a una laborinocente, hasta ese instante, por lo menos. Le haría a la

Page 255: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

muchacha un servicio en lugar de un daño si me dejabaconvencer por la lógica del Sargento Cuff. Me dejé, pues,convencer por ella.

Nos dirigimos hacia Cobb’s Hole y seguimos viendosiempre huellas marcadas en la arena mientras hubo luzque las alumbrara.

Al llegar a la casa de campo, nos enteramos de quetanto el pescador como su hijo se hallaban afuera, en elbote; la coja Lucy, fatigada y débil como siempre,reposaba en su lecho, arriba. La buena de mistressYolland nos recibió, ella sola, en la cocina. En cuanto seenteró de que el Sargento Cuff era un famoso personajede Londres, destapó una botella de ginebra holandesa,colocó dos pipas vacías sobre la mesa y se quedómirándolo con la vista clavada en su rostro, como sinunca alcanzase a mirarlo lo suficiente.

Yo me senté en silencio en un rincón esperando vercómo se las arreglaba el Sargento para derivar laconversación hacia la persona de Rosanna Spearman.Su habitual manera indirecta de entrar en materiaresultó en esa ocasión más vaga que nunca. Cómo se lasarregló para ello es algo que no pude en aquel tiempo nipuedo aún explicármelo. Lo cierto es que comenzó porreferirse a la familia real, a los primitivos metodistas yal precio del pescado; de allí pasó, con su tonomelancólico y solapado, a la pérdida de la Piedra Lunar,a la malevolencia de nuestra primera doncella y al maltrato que le daban las criadas en general a Rosanna

Page 256: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Spearman. Luego de haber alcanzado de esta manera suobjetivo, declaró que al hacer esa investigación en tornoal diamante perdido, lo guiaban dos propósitos: el dedar con él y el de liberar a Rosanna de las injustassospechas que hicieron recaer sobre ella sus enemigosde la casa. Habían transcurrido apenas quince minutosdesde el instante en que penetráramos en la cocina,cuando ya la buena de mistress Yolland se hallabapersuadida de que estaba hablando con el más íntimoamigo de Rosanna e insistía para que el Sargento Cuffalegrara su estómago y reanimara su espíritu con algúntrago de ginebra holandesa.

Firmemente persuadido de que el Sargento perdíael tiempo con mistress Yolland, yo asistía gozoso desdemi asiento a su conversación, tal como en mis tiemposme regodeaba ante una obra de teatro. El gran Cuffdemostró ser capaz de una paciencia maravillosa; consus modos melancólicos probó suerte ya en su sentido,ya en otro, e hizo fuego, por así decirlo,ininterrumpidamente, al azar, esperando dar porcasualidad en el blanco. Todo hablaba en favor deRosanna, nada en su contra; ésa era la conclusión a quearribó, apuntara hacia donde apuntara. MistressYolland habló casi ella sola durante todo el tiempo ydemostró confiar plenamente en él. El último esfuerzodel Sargento se produjo en el momento en quedirigimos nuestra vista hacia nuestros relojes y ya de pienos disponíamos a abandonar la casa.

Page 257: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Ha llegado el momento de desearle a usted muybuenas noches, señora —dijo el Sargento—. Sólo diré enel instante de partir que Rosanna Spearman tiene en mí,en este humilde servidor suyo, señora, su más sincerodefensor. Pero, ¡oh, Dios mío!, jamás prosperará ella enel lugar en que se encuentra: yo le aconsejaría… que loabandonara.

—¡Santo cielo! ¡Ya lo creo que se irá! exclamómistress Yolland. (Nota bene: yo he vertido las palabrasde mistress Yolland de su dialecto de Yorkshire alinglés. Cuando les diga que el Sargento Cuff, pese a sucultura, se vio en aprietos a cada instante paraentenderla sin mi ayuda, sacarán las debidasconclusiones respecto a la situación mental en que sehallarían ustedes, de haber yo transcripto sus palabrasen su lengua nativa.)

¡Rosanna Spearman a punto de abandonarnos! Yoagucé mis oídos al oír tal cosa. Me parecía extraño, paradecir lo menos que me sugería el asunto, que no noshubiese puesto sobre aviso, antes que a nadie, al ama oa mí. Empecé a sentir dudas y a preguntarme si nohabría dado en el blanco el último disparo lanzado alazar por el Sargento Cuff. Comencé a preguntarme,también, si mi participación en las diligenciasemprendidas por él era tan inofensiva como yo habíapensado. Sin duda encuadraba dentro de las actividadesdel Sargento el hecho de engañar a una mujer honestatendiendo en su torno una red de mentiras; pero era por

Page 258: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

otra parte mi deber, como buen protestante, el tener encuenta que el Demonio es el padre de todas lasmentiras…, y que el mal y Satán no andan nunca lejos eluno del otro. Percibiendo en la atmósfera el daño queestaba a punto de ser consumado, traté de llevar afueraal Sargento Cuff. Pero éste volvió a sentarse deinmediato y pidió un último trago de ginebra holandesapara darse aliento. Mistress Yolland tomó asiento en ellado opuesto y le sirvió de la botella. Yo me dirigí haciala puerta, muy molesto, y les dije que era ya tiempo deque nos retiráramos…, y sin embargo no pude irme.

—¿Así es que piensa irse Rosanna? —dijo elSargento—. ¿Qué hará cuando se vaya? ¡Qué desdicha,qué desdicha! ¡La pobre criatura no tiene otros amigosen el mundo que ustedes y yo!

—¡Ah, pero se irá, sin embargo! —dijo mistressYolland—. Como ya le dije, vino aquí esta tarde y, luegode charlar un rato con mi hija Lucy y conmigo, nos pidióque la dejáramos subir sola hasta el cuarto de Lucy. Esel único lugar de la casa donde hay tinta y lapiceros.«Tengo que escribirle una carta a un amigo —me dijo—,y no puedo hacerlo en casa porque las otras criadas sonmuy curiosas y me espiarían.» A quién le escribió lacarta, no podría decirlo; debe haber sido sumamentelarga a juzgar por el tiempo que permaneció arriba. Yole ofrecí una estampilla cuando bajó. Pero vino sin lacarta y rechazó la estampilla. Como usted sabe la pobrees un tanto reservada respecto a sí misma y a las cosas

Page 259: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que hace. Pero puedo asegurarle a usted que tiene unamigo en alguna parte y que es seguro que irá hacia eseamigo.

—¿Pronto? —preguntó el Sargento.—Tan pronto como le sea posible —dijo mistress

Yolland.A esta altura de la conversación abandoné yo la

puerta para avanzar otra vez hacia el interior del cuarto.Como jefe de la servidumbre no podía permitir que enmi presencia se hablara tan libremente respecto alhecho de si alguna criada habría o no de abandonar lacasa.

—Me parece que está usted equivocada en lo que serefiere a Rosanna Spearman —dije—. De haber resueltoella abandonar su puesto actual, me lo hubieracomunicado, en primer término a mí.

—¿Equivocada? —exclamó mistress Yolland—. Vaya,si hace una hora apenas me compró varias cosas quenecesitaba para el viaje, a mí misma, míster Betteredge,y en este mismo cuarto. Y, ya que hablamos de esto, meacuerdo ahora —dijo la tediosa mujer palpandosúbitamente algo en su bolsillo— de algo que tenía quedecirles respecto a Rosanna y su dinero. ¿La verá algunode ustedes cuando regresen a la casa?

—Me encargaré de ese mensaje, con el mayor placer—respondió el Sargento Cuff, antes de que pudiera yointercalar palabra alguna.

Mistress Yolland sacó de su bolsillo unas cuantas

Page 260: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

monedas de un chelín y de seis peniques y se puso acontarlas sobre la palma de su mano de la manera másminuciosa y exasperante. Luego se las ofreció alSargento, después de haber dejado traslucir todo eltiempo las pocas ganas que sentía de desprenderse deellas.

—¿Me hace el favor de devolverle esto a Rosanna,haciéndole llegar al mismo tiempo mis cariñosossaludos? —dijo mistress Yolland—. Esta tarde insistió enpagarme por una o dos cosas que se llevó de aquíporque le agradaron…, y aunque reconozco que eldinero es siempre bienvenido en esta casa, sin embargono quiero privar a la pobre muchacha de sus pequeñosahorros. Y, para decirle la verdad, no creo que a mimarido le agradara enterarse, cuando regrese mañanapor la mañana de su trabajo, que he recibido este dinerode manos de Rosanna Spearman. Le ruego le diga quetengo mucho gusto en regalarle…, lo que me acaba decomprar. Y no deje el dinero sobre la mesa —dijomistress Yolland depositándolo en ella súbitamenteante los ojos del Sargento y como si le quemaran losdedos—, ¡no lo deje, por Dios! Porque los tiempos sondifíciles y la carne es débil y podría sentir la tentaciónde guardármelo otra vez en el bolsillo.

—¡Vamos! —dije—. No puedo esperar más tiempo:es necesario que regrese a la casa.

—En seguida estaré con usted —dijo el SargentoCuff.

Page 261: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Por segunda vez me dirigí hacia la puerta y porsegunda vez, también, por más esfuerzos que hice nologré atravesar el umbral.

—Eso de devolver el dinero —oí decir al Sargento—es un asunto delicado. Sin duda le ha cobrado ustedmuy poco por las cosas, ¿no es así?

—¡Barato! —dijo mistress Yolland—. Venga y juzguepor sí mismo.

Echando mano de una bujía, condujo al Sargentohacia un rincón de la cocina. Nada en el mundo hubierasido capaz de impedirme que los siguiera. Amontonadoallí se veía un conjunto de restos de cosas (la mayorparte de metal viejo) obtenidas en diferentes épocas porel pescador en los naufragios y para las cuales no habíahallado aquél aún mercado conveniente. mistressYolland se zambulló en esos despojos y surgió de allícon un viejo estuche de estaño barnizado, con tapaderay un aro en ésta que permitía colgarlo…, un estucheigual a esos utilizados a bordo para preservar de lahumedad a los mapas y cartas marítimas.

—¡Vaya! —dijo la mujer— Rosanna me compró estatarde el compañero de éste. Me servirá para guardar miscuellos y puños, que no se arrugarán aquí como en micaja. Un chelín y nueve peniques, míster Cuff. ¡Por elaire que respiro, ni medio penique más le he cobrado!

Y calculó el peso del estuche en su mano. Me parecióoírle una o dos notas de «La última rosa del verano»,mientras tenía su vista fija en él. ¡No cabía ya la menor

Page 262: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

duda! ¡Acababa de hacer, en perjuicio de RosannaSpearman, un descubrimiento distinto de todosaquellos de los que yo la creía a salvo, y ello a través,enteramente, de mi propia persona! Dejo por cuenta deustedes el imaginar lo que sentí y cuán sinceramente mearrepentí de haber servido de intermediario para poneren relación a mistress Yolland con el Sargento Cuff.

—Con eso basta—dije—. Tenemos que irnos de unavez.

Sin prestar la menor atención a mis palabras,mistress Yolland efectuó una nueva zambullida en losdespojos y salió de allí esta vez con una cadena paraamarrar perros.

—Tómele el peso, señor —dijo el Sargento—.Teníamos tres iguales y Rosanna se ha llevado dos.«¿Para qué necesitas estas dos cadenas?», le pregunté.«Si las uno, podré amarrar mi caja perfectamente»,repuso. «La soga es más barata», le dije yo. «Pero lacadena es más segura», me contestó. «¿Quién ha vistojamás una caja amarrada con una cadena?», le dije.«¡Oh mistress Yolland, no me ponga obstáculos!—respondió—. ¡Déjeme llevar esas cadenas!» Unamuchacha extraña, míster Cuff —vale como el oro y esmás buena que una hermana para mi Lucy—, perosiempre me resultó un tanto extraña. ¡Vaya! Accedí asus deseos. Tres chelines y seis peniques. ¡Le doy mipalabra de mujer honesta de que no le cobré más quetres chelines y seis peniques, míster Cuff!

Page 263: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿Cada una? —preguntó.—¡Las dos! —dijo mistress Yolland—. ¡Tres chelines

y seis peniques por las dos!—Regaladas, señora —dijo el Sargento, sacudiendo

la cabeza—. Completamente regaladas.—Allí está el dinero —dijo mistress Yolland

volviéndose de costado hacia el pequeño montón dedinero depositado sobre la mesa, como si éste la atrajeraa despecho de sí misma—. El estuche de estaño y las doscadenas fue todo lo que compró y todo lo que se llevó deaquí. Un chelín y nueve peniques y tres chelines y seispeniques…, total cinco chelines y tres peniques.Devuélvaselo con mis cariñosos saludos…. pues noquiero que mi conciencia me reproche el haber aceptadolos ahorros de una pobre muchacha que puede hallarsenecesitada de ellos.

—Yo por mi parte no quiero que mi conciencia,señora, me reproche el haber hecho entrega de esedinero —dijo el Sargento Cuff—. Puede usted estarsegura de que se las ha regalado, completamentesegura, en verdad.

—¿Es ésa sinceramente su opinión, señor? —dijomistress Yolland, animándose como maravillada.

—No puede haber la menor duda respecto de ello—respondió el Sargento—. Pregúntele a místerBetteredge.

Fue inútil que me preguntaran a mí tal cosa. Todo loque lograron de mí fue un «buenas noches».

Page 264: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¡Maldito dinero! —dijo mistress Yolland. Y conesas palabras pareció perder todo dominio sobre supersona; con un rápido ademán se apoderó del montónde dinero y lo volvió a echar en su bolsillo hecho unapelota—. La pone a una fuera de sí el verlo allí, sobre lamesa, sin que nadie lo tome exclamó la ingobernablemujer dejándose caer ruidosamente en su asiento ydirigiéndole al Sargento Cuff una mirada que parecíasignificar: «¡Ahora se halla de nuevo en mi bolsillo...,sáquelo de él si puede!»

Esta vez, no sólo me dirigí hacia la puerta, sino queavancé hacia el camino para emprender el regreso.Tómenlo ustedes como quieran, pero lo cierto es que alsalir sentí como si alguno de los dos me hubieraofendido mortalmente. Antes de que hubiese dado trespasos por la aldea oí la voz del Sargento detrás de mí.

—Gracias por la presentación, míster Betteredge—dijo—. Le estoy muy reconocido a la mujer delpescador por esa noticia tan sensacional. mistressYolland me ha dejado perplejo.

En la punta de la lengua tenía ya lista una bruscarespuesta sin otro motivo que éste: el de que me hallabairritado contra él porque estaba encolerizado conmigomismo. Pero cuando él reconoció que se hallabaperplejo, una duda estimulante hizo que me preguntaraa mí mismo si era verdad, después de todo, que se leacababa de inferir daño alguno a alguien. En discretosilencio aguardé para oír lo que seguiría.

Page 265: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Sí —dijo el Sargento, como si hubiese estadoleyendo realmente mis pensamientos en la oscuridad—.En lugar de ponerme sobre la pista, puede ustedconsolarse ante el hecho, míster Betteredge (teniendoen cuenta su interés por Rosanna), de haberme arrojadode ella. Lo que ha estado haciendo la muchacha estanoche es algo que no deja lugar a dudas, naturalmente.Luego de unir las dos cadenas las ha amarrado al aro delestuche de estaño. Ha sumergido a éste en las aguas oen la arena movediza. Ha asegurado al extremo libre dela cadena en algún sitio debajo de las rocas que ella solaconoce. Y habrá de dejar a salvo en su escondite elestuche, hasta que se haya dado fin a los procedimientosactualmente en vías de realización; cuando éstosterminen irá secretamente allí para sacarlo delescondrijo, en el momento que le parezca másconveniente. Hasta aquí todo se explica claramente.Pero —dijo el Sargento, y su voz reflejó una impacienciaque nunca le había oído hasta entonces— el misterioradica en esta circunstancia… ¿Qué diablos es lo que haescondido en el estuche de estaño?

Yo me dije a mí mismo: «¡La Piedra Lunar!». Perosólo le pregunté al Sargento Cuff:

—¿No se le ocurre lo que pueda ser?—No se trata del diamante —dijo el Sargento—. De

nada me habrá servido mi experiencia en el oficio siresultara que Rosanna Spearman fue quien se apoderódel diamante.

Page 266: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Al oír esas palabras, creo que comenzó a arder en míla infernal fiebre detectivesca que me había invadidoantes. Sea como fuere, perdí toda conciencia de mímismo arrebatado por la idea de resolver ese nuevoenigma. Imprudentemente exclamé:

—¡El traje manchado!El Sargento Cuff se detuvo en seco en la oscuridad

y dejó caer una mano sobre mi hombro.—¿Ha sucedido acaso alguna vez que una cosa

arrojada en esa arena movediza haya vuelto jamás a lasuperficie? —me preguntó.

—Nunca —le respondí—. Liviana o pesada, toda cosaque cae en las Arenas Movedizas es absorbida por ellaspara no volver a ser vista jamás.

—¿Conoce Rosanna tal circunstancia?—Lo sabe tanto como yo.—Entonces —dijo el Sargento—, ¿qué otra cosa

podía ella haber hecho sino atar un trozo de piedra a laropa manchada, para arrojarla en las arenas movedizas?No hay la menor razón para suponer que ella se hubiesevisto obligada a ocultarla…; no obstante, tiene quehaberla ocultado. Pregunta —dijo el Sargento, echandoa andar de nuevo—: ¿es la prenda manchada de pinturauna enagua o un peinador? ¿O se trata de algo que hayque preservar a todo trance? Míster Betteredge, siempreque ningún nuevo acontecimiento me lo impida, tengoresuelto ir mañana a Frizinghall para investigar quécompró allí Rosanna, cuando se dirigió a la ciudad

Page 267: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

secretamente con el fin de adquirir los materialesdestinados a la confección de la nueva prenda. Espeligroso abandonar la casa ahora, como están lascosas, pero lo es más todavía avanzar un solo paso enmedio de las tinieblas que rodean a este asunto.Disculpe esta ligera irritación mía; me siento degradadoante mis propios ojos…. ya que he permitido queRosanna Spearman me haya desconcertado.

Cuando llegamos a la casa, los criados se hallabancenando. La primera persona con quien dimos en elpatio exterior fue el policía que el Inspector Seegravedejara allí a disposición del Sargento. Este le preguntósi Rosanna Spearman había ya regresado. Sí. ¿Cuándo?Hacía aproximadamente una hora. ¿Qué había hecho?Había subido por la escalera, para dejar arriba su gorroy su capa…, y se hallaba ahora cenando tranquilamentecon los demás.

Sin hacer la menor observación prosiguió elSargento Cuff su camino en dirección a la parte traserade la finca, sintiendo que caía en descrédito ante supropia persona. Errando en la oscuridad la entrada,siguió caminando, a pesar de mi llamada, hasta que fuedetenido por el portillo que daba entrada al jardín. Alllegar a su lado con el propósito de reintegrarlo alcamino verdadero, advertí que se hallaba con la vistaclavada en determinada ventana del piso alto, donde seencontraban los dormitorios, en la parte posterior de lacasa.

Page 268: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Mirando en la misma dirección, pude yo a mi vezcomprobar que se trataba de la ventana del aposento demiss Raquel y que las luces iban y venían allí dentro,como si algo desusado estuviera acaeciendo en lahabitación.

—¿No es ése el cuarto de miss Verinder? —mepreguntó el Sargento Cuff.

Yo le respondí afirmativamente y lo invité a entrarpara cenar. El Sargento permaneció en el mismo sitio ydijo algo que se refería al placer que le producía elaspirar los perfumes del jardín en la noche. Yo lo dejéabandonado a su deleite. En el preciso instante en quedoblando penetraba en la casa, oí la música de «Laúltima rosa del verano», que llegaba hasta mis oídosdesde el portillo del jardín. ¡El Sargento Cuff acababa dehacer un nuevo descubrimiento! ¡Y la ventana de missRaquel era el origen del mismo esta vez!

Esta última reflexión me impulsó a retornar a él,insinuándole políticamente que no me parecía justodejarlo librado allí a sí mismo.

—¿Hay algo allí arriba que le preocupa? —añadí,señalando la ventana de miss Raquel.

A juzgar por el tono de su voz, el Sargento Cuffacababa de elevarse nuevamente hasta el lugar queocupara anteriormente en su propia estimación.

—Ustedes, en Yorkshire son muy aficionados a lasapuestas, ¿no es así? —me preguntó.

—Y bien —le dije—, ¿qué hay si lo somos?

Page 269: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Si yo fuera del lugar, míster Betteredge—prosiguió el Sargento, tomándome del brazo—, leapostaría, en números redondos, un soberano, a que sujoven ama ha resuelto abandonar repentinamente lacasa. Y si ganara, le apostaría un nuevo soberano a quela idea de hacer tal cosa se le ha ocurrido a ella en eltranscurso de esta última hora.

La primera de las conjeturas del Sargento meestremeció. La segunda se entremezcló no sé por quémotivo en mi recuerdo con la noticia que nos diera elpolicía respecto al hecho de que Rosanna Spearmanhabía regresado de la playa durante el transcurso de esaúltima hora. Ambas circunstancias produjeron en mí uncurioso efecto mientras entrábamos para ir a cenar.Desprendiéndome del brazo del Sargento Cuff, yolvidando las buenas maneras, me lancé a través de lapuerta con el fin de investigar por mi cuenta.

La primera persona con quien di en el pasillo fueSamuel, el lacayo.

—Su Señoría los está aguardando, a usted y alSargento Cuff —me dijo, antes de que pudiera yohacerle pregunta alguna.

—¿Cuánto tiempo lleva allí esperando? —lepreguntó la voz del Sargento a mis espaldas.

—Una hora, señor.¡Otra vez esa palabra! Rosanna había regresado;

miss Raquel había tomado una desusada resolución ymi ama se hallaba aguardando al Sargento Cuff…; ¡todo

Page 270: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ello había ocurrido durante ese lapso de una hora! Noera nada agradable comprobar que todas esas personasy esos hechos se eslabonaban los unos con los otros enesa forma. Me dirigí escaleras arriba sin mirar alSargento Cuff ni decirle una palabra. Mi mano se pusode pronto a temblar en cuanto la alcé para llamar a lapuerta de mi ama.

—No me sorprendería lo más mínimo —murmuró elSargento por encima de mi hombro— que estallara unescándalo esta noche en la casa. ¡Pero no se alarme! Mihocico se ha posado, en mis tiempos, sobre cuestionesdomésticas más graves aún que éstas.

Apenas acababa de hablar cuando oí que el ama nosllamaba desde adentro.

XVI

La única luz que había en el cuarto del ama era la desu lámpara para leer. La pantalla se hallaba tan bajacomo para que su cabeza se mantuviera en la sombra.En lugar de mirarnos directamente a la cara, como erasu costumbre, permaneció sentada junto a la mesa,manteniendo obstinadamente fijos sus ojos sobre unlibro abierto.

—Oficial —dijo—, ¿tiene alguna importancia, para lainvestigación a su cargo, que usted sepa con

Page 271: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

anticipación que una persona de esta casa deseaabandonar la misma?

—Mucha importancia, señora mía.—Debo comunicarle, entonces, que miss Verinder se

propone ir a pasar una temporada a casa de su tía,mistress Ablewhite, de Frizinghall. Ha hecho ya todoslos preparativos para ir mañana por la mañana.

El Sargento Cuff me miró. Yo di un paso haciaadelante dispuesto a hablarle a mi ama…, pero micorazón se echó atrás (debo reconocerlo) y decidíentonces retroceder sin decir una palabra.

—¿Puedo preguntarle a Su Señoría cuándo decidiómiss Verinder marcharse a la casa de su tía? —inquirióel Sargento.

—Hace aproximadamente una hora —respondió miama.

El Sargento Cuff me miró una vez más. Es corrienteoír decir que el corazón de los viejos no se conmueve tanfácilmente. ¡El mío no hubiera podido golpear másfuerte, de haber tenido yo veinticinco años, que en esaocasión!

—Yo no soy quién, señora mía —dijo el Sargento—,para vigilar los actos de miss Verinder. Todo lo quepuedo pedirle es la postergación de la partida, si esposible, hasta una hora más avanzada del día. Yo mismotengo que ir a Frizinghall mañana por la mañana…, yestaré de regreso a las dos de la tarde, si no antes. Simiss Verinder pudiera ser retenida aquí hasta ese

Page 272: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

momento, me agradaría decirle dos palabras—súbitamente— antes de su partida.

Mi ama me comunicó entonces que le ordenara alcochero que su carruaje no debía venir en busca de missRaquel sino hasta las dos de la tarde.

—¿Tiene usted algo más que decirme? —le preguntóal Sargento, para luego dar la orden.

—Sólo una cosa, Señoría. Si miss Verinderdemostrara sorpresa ante este cambio, le ruego que nole mencione que he sido yo la causa de la postergaciónde su viaje.

Mi ama levantó de golpe la cabeza que teníainclinada sobre el libro, como si fuera a decir algo, pero,reprimiéndose merced a un gran esfuerzo, volvió adirigir su vista hacia el libro y nos despidió con unademán.

—Es una mujer maravillosa —dijo el Sargento Cuff,en cuanto nos encontramos solos, de nuevo, en el hall—.De no haber sido por el dominio ejercido sobre símisma, el misterio que en este momento lo tienepreocupado, míster Betteredge, se habría aclarado estamisma noche.

Ante esas palabras, la verdad se precipitó, por fin, enmi vieja y estúpida cabeza. Por un instante, supongo,debo de haber perdido, realmente, el juicio. Asiendo alSargento por el cuello de su levita lo oprimí contra elmuro.

—¡Maldito sea! —exclamé—, hay algo malo en la

Page 273: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conducta de miss Raquel…, ¡y usted me lo ha estadoocultando todo el tiempo!

El Sargento Cuff me miró desde lo bajo —aplastadocontra la pared—, sin mover una mano ni agitar unosolo de los músculos de su melancólico rostro.

—¡Ah —dijo—, por fin lo ha adivinado usted!Mi mano descendió de su cuello y mi cabeza se

hundió en mi pecho. Ruego al lector tenga en cuenta,como excusa por ese proceder grosero de mi parte, elhecho de que me hallaba al servicio de la familia desdehacía cincuenta años. Miss Raquel había trepado hastamis rodillas y había tirado de mis patillas, muchasveces, siendo una niña. Con todos sus defectos habíasido siempre para mí la más querida, la más bella y lamejor ama joven a quien pudo servir o amar un viejocriado. Le pedí al Sargento Cuff que me perdonara, peromucho me temo lo haya hecho con los ojos húmedos yno de la manera más conveniente.

—No se aflija, míster Betteredge —dijo el Sargentomostrando una benevolencia que en verdad yo nomerecía—. Si en el campo de nuestras actividades nosmostráramos demasiado susceptibles, no tendríamosentonces el valor siquiera de la sal con que sazonamosnuestra comida. Si ello sirve para estimularlo, tire otravez de mi cuello. Sin duda no sabrá usted ahora cómohacerlo; pero yo estoy resuelto a pasar por alto sutorpeza en consideración a sus sentimientos.

Frunció las comisuras de sus labios y, según su

Page 274: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

manera melancólica, pareció creer que acababa de darcurso a una frase muy jocosa.

Yo lo conduje hasta mi pequeña sala y cerré lapuerta.

—Dígame la verdad, Sargento —le dije—. ¿De quiénsospecha? No me parece bien que me lo siga ocultando.

—No sospecho —repuso el Sargento Cuff—. Sé.Mi infortunado carácter comenzó a sacar el mejor

partido posible de la situación, nuevamente.—¿Quiere usted decir, en inglés vulgar —le dije—,

que miss Raquel es quien ha robado su propiodiamante?

—Sí —asintió el Sargento—; eso es lo que habré dedecirle en un número mayor de palabras. Miss Verinderha estado secretamente en posesión del diamante, desdeel primer instante hasta ahora; y le ha dispensado suconfianza a Rosanna Spearman porque calculaba quehabríamos de sospechar de ésta. He ahí, en pocaspalabras, toda la historia. Tire de mi cuello otra vez,míster Betteredge. Si eso le sirve para desahogar sussentimientos, vuelva a tirar de él.

¡Dios me asistiera! Mis sentimientos no habrían dedesahogarse en esa forma.

—¡Déme usted sus razones!Eso fue todo lo que pude decirle.—Las oirá mañana —dijo el Sargento—. Si miss

Verinder se rehúsa a postergar la visita a su tía (lo quehará), me veré obligado a exponer el caso en todos sus

Page 275: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

detalles ante su ama, mañana. Y, como no estoy segurode lo que habrá de ocurrir, le rogaré a usted que se hallepresente para oír lo que digan ambas partes. Dejemos elasunto por esta noche. No, míster Betteredge, nologrará usted hacerme decir una palabra más en tornoa la Piedra Lunar. He ahí su mesa, tendida ya para lacena. Esa es una de las muchas flaquezas humanashacia la que me muestro indulgente. Si tira usted delcordón de la campanilla, le estaré muy agradecido.Porque lo que estamos a punto de recibir…

—Le deseo muy buen provecho, Sargento —dije—.Mi apetito se ha desvanecido. Aguardaré y veré que sele sirva y luego le pediré me excuse y me permita salirde la casa para atar estos cabos por mi cuenta.

Velé, pues, para que se le sirviera de la mejormanera posible…, y no hubiera lamentado mucho lacircunstancia de que los mejores manjares se lehubiesen atragantado. El jardinero principal, místerBegbie, entró en ese mismo instante con el informe dela semana. El Sargento se engolfó en seguida en el temade las rosas y en el valor de los senderos de grava y losde césped. Yo los dejé y salí con el corazón oprimido.Fue ése el primer contratiempo, en muchos años, que yorecuerde, sobre el cual no surtió efecto alguno el humode mi pipa y ni siquiera mi Robinson Crusoe.

En un estado de lamentable desasosiego y nodeseando ir a ningún cuarto en particular, resolví daruna vuelta por la terraza, para meditar a solas en medio

Page 276: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de la paz y la quietud de ese lugar. No interesaespecificar aquí cuáles eran mis pensamientos. Mesentía miserablemente viejo, agotado e incapaz para elcargo que ocupaba…, y comencé a preguntarme, porprimera vez en mi vida, cuándo le placería a Diossacarme de este mundo. Pese a todo esto, seguía yoconfiando en miss Raquel. Si el Sargento Cuff hubierasido el rey Salomón en toda su gloria y me hubiese dichoque mi joven ama se hallaba complicada en algúnasunto vil y delictuoso, no habría tenido para el reySalomón, sabio como era, otra respuesta que ésta:«Usted no la conoce como la conozco yo.»

Fui interrumpido en mis meditaciones por Samuel.Me traía un mensaje escrito de parte del ama.

Mientras me dirigía hacia la casa en busca de luzpara poder leerlo, Samuel observó que era posible quese produjera un cambio en las condiciones del tiempo.La agitación de mi mente me había impedido advertirtal cosa. Pero ahora mi atención se había despertado yreparé en el desasosiego de los perros y en el gravelamento del viento. Mirando hacia arriba comprobécómo las nubes tenues se iban ennegreciendo más y másy aumentaban a cada instante en velocidad, mientraspasaban por encima de una luna húmeda. Habríatormenta… Tenía razón Samuel: tendríamos tormenta.

El mensaje del ama ponía en mi conocimiento queel juez de paz de Frizinghall le había escrito pararecordarle la situación en que se hallaban los tres

Page 277: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hindúes. En las primeras horas de la semana entrantelos tres truhanes debían ser liberados y dejados enentera libertad para poder proseguir con susacostumbradas triquiñuelas. Si teníamos que hacerlesaún alguna pregunta, debía ser sin pérdida de tiempo.Habiéndose olvidado de ello la última vez que estuvocon el Sargento Cuff, mi ama deseaba ahora que yosalvase esa omisión. Los hindúes se habían esfumado demi mente (como sin duda se habrán esfumado de la deustedes). Por mi parte no veía por qué debía acordarmede ellos nuevamente. No obstante, acatando los hechos,cumplí al punto la orden.

Hallé al Sargento Cuff y al jardinero frente a unabotella de whisky escocés y enfrascados en unaconversación que se refería al cultivo de las rosas. ElSargento se mostraba tan hondamente interesado por elmismo, que al entrar yo allí alzó su mano paraindicarme que no los interrumpiera. Hasta donde yopude comprender, el problema en discusión se refería siera o no conveniente injertar en el escaramujo la blancarosa musgosa para favorecer su desarrollo. MísterBegbie decía que sí; el Sargento Cuff dijo que no. Ambosapelaron a mí como dos muchachos enardecidos.Desconociendo enteramente todo lo que se relacionabacon el cultivo de las rosas, adopté una posiciónintermedia…, como hacen los jueces de Su Majestadcuando se sienten molestos ante las vacilaciones de losplatillos, aunque sólo exista entre ambos una diferencia

Page 278: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

equivalente al peso de un cabello.—Caballeros —observé—, mucho es lo que puede

decirse por ambas partes.Y aprovechando el intervalo de calma que se

produjo a raíz de esa sentencia tan imparcial, coloqué elrecado del ama sobre la mesa, ante los ojos del SargentoCuff.

Por ese entonces mis sentimientos hacia su personaeran casi de odio. Con todo, la verdad me obliga areconocer que, en lo que se refiere a agilidad mental, eraun hombre maravilloso.

Medio minuto después de haber leído el recado sumemoria había dado con el informe del InspectorSeegrave; había extraído de él el fragmento que serefería a los hindúes y se hallaba listo para darme surespuesta.

¿No se hacía mención, en el informe de místerSeegrave, de cierto famoso viajero que conocía a loshindúes y su lengua? Muy bien. ¿Conocía yo su nombrey su dirección? Muy bien, otra vez. ¿Tendría yo a bienanotárselos al dorso del mensaje del ama? Muyagradecido. El Sargento Cuff habría de visitar a talcaballero a la mañana siguiente, cuando fuera aFrizinghall.

—¿Espera usted algo de esa visita? —le pregunté—.El Inspector Seegrave comprobó que esos hindúes erantan inocentes como un niño recién nacido.

—Ya se ha probado que el Inspector ha estado

Page 279: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

errado en todas sus apreciaciones hasta el momento—replicó el Sargento—. Puede ser que valga la penacomprobar mañana si también se han equivocadorespecto a los hindúes.

Dicho lo cual se volvió hacia míster Begbie y retomóel hilo de la discusión exactamente en el mismo sitio enque lo había abandonado.

—En esta cuestión que hemos puesto sobre el tapetese hallan involucrados el suelo, la estación, la pacienciay el trabajo personal, señor jardinero. Ahora bien,permítame enfocar el asunto desde otro punto de vista.Tome usted, por ejemplo, la rosa musgosa blanca…

En ese instante había yo cerrado la puerta y el restode la disputa quedó fuera del alcance de mis oídos.

En el pasillo me encontré con Penélope, quien sehallaba acechando allí y a quien le pregunté qué estabaesperando.

Aguardaba el llamado de la campanilla de su jovenama y el anuncio de que podría seguir efectuando lospreparativos para el viaje del día siguiente. Posterioresindagaciones sirvieron para poner en mi conocimientoque miss Raquel daba como motivo para ir a visitar a sutía de Frizinghall el hecho de que la casa se le hacíainsoportable y de que no podía tolerar por más tiempola odiosa presencia de un policía bajo el mismo techo. Alser informada, media hora antes, de que su partidadebía ser diferida hasta las dos de la tarde, había sidoacometida por la más violenta cólera. Mi ama, presente

Page 280: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

en ese instante, la regañó severamente y luego, comotenía que decir algo reservado para el oído particular desu hija, hizo salir a Penélope del cuarto. Mi hija sehallaba extraordinariamente deprimida por los cambiossobrevenidos en la casa.

—Nada sale bien, padre; nada es como era antes.Siento como si alguna horrible desgracia pendiera sobretodos nosotros.

Eso era lo que yo también sentía. Pero, ante mi hija,oculté mis sentimientos tras un rostro alegre. Lacampanilla de miss Raquel llamó mientras estábamosallí conversando. Penélope se lanzó hacia la escaleratrasera para seguir empacando. Yo me dirigí en sentidocontrario, hacia el vestíbulo, para consultar elbarómetro respecto al probable cambio de lascondiciones atmosféricas.

Exactamente en el mismo instante en que meaproximaba a la puerta de vaivén que separa elvestíbulo de las dependencias de la servidumbre, fueabierta aquélla violentamente desde el otro lado y vivenir a Rosanna Spearman a la carrera con una terribleexpresión de dolor en el rostro y oprimiendo la regióndel corazón con una de sus manos, como si el malproviniera de ese lugar.

—¿Qué te pasa, muchacha? —le pregunté,cortándole el paso—. ¿Estás enferma?

—¡Por Dios, no me hable! —me respondió,desasiéndose de mi mano y corriendo en dirección a la

Page 281: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

escalera de la servidumbre.Yo le dije a la cocinera, que se encontraba por allí

que vigilara a la muchacha. Luego comprobé que otrasdos personas se hallaban, como la cocinera, al alcancede mi voz. El Sargento Cuff se precipitó suavementedesde mi habitación para preguntarme qué ocurría. Lerespondí: «Nada». Míster Franklin, desde el ladoopuesto, abrió de golpe la puerta de vaivén yhaciéndome señales para que entrase en el vestíbulo mepreguntó si había visto a Rosanna Spearman.

—Acaba de pasar a mi lado, señor, con la caradescompuesta y haciendo muy extraños ademanes.

—Mucho me temo, Betteredge, que sea yo elcausante involuntario de su mal.

—¡Usted, señor!—No puedo explicármelo —dijo míster Franklin—;

pero si la muchacha se halla, de verdad, complicada enla cuestión de la pérdida del diamante, creo entoncesque vino a verme con la intención, y estuvo a punto, deconfesármelo todo —a mí, entre todos los seres de estemundo—, hace apenas dos minutos.

Al dirigir mi vista hacia la puerta de vaivén mientrasprestaba oídos a estas últimas palabras, me pareció queaquélla era abierta ligeramente desde adentro.

¿Estaría allí alguien escuchando? La puerta se cerróantes de que llegara yo a la misma. Cuando miré através de ella un instante después, me pareció que losfaldones de la respetable levita negra del Sargento Cuff

Page 282: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

desaparecían hacia la esquina del pasillo. Sabía él tantocomo yo que no podía esperar de mi ayuda alguna,ahora que conocía yo el rumbo cierto que seguía en supesquisa. En tales circunstancias se avenía muy biencon su carácter ayudarse a sí mismo y el hacer tal cosade una manera subterránea.

Como no me hallaba plenamente seguro de que lapersona que había visto era, en realidad, el Sargento —yno deseaba provocar un daño innecesario allí donde, elcielo bien lo sabe, demasiadas cosas malas estabansucediendo—, le dije a míster Franklin que uno de losperros se había introducido en la casa…, y luego le pedíque me contara lo ocurrido entre él y Rosanna.

—¿Pasaba usted por el vestíbulo en ese momento,señor? —le pregunté—. ¿La había encontradocasualmente cuando ella le dirigió la palabra?

Míster Franklin señaló la mesa de billar.—Yo me hallaba jugando allí —dijo—, esforzándome

por olvidar esa miserable historia del diamante. Al alzarla vista… ¡he aquí que descubro a Rosanna Spearman,a mi lado, igual que un fantasma! Su manera deaproximarse había sido tan extraña, que no supe, alprincipio, qué hacer. Percibiendo una expresión ansiosaen su semblante le pregunté si deseaba hablar conmigo.Me respondió: «Sí, si es que tengo el coraje suficiente.»Al tanto como me hallaba de las sospechas recaídassobre su persona, sabía muy bien el sentido que debíadarle a esa frase. Confieso que me sentí incómodo. No

Page 283: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sentía el menor deseo de provocar sus confidencias. Almismo tiempo y en vista de las dificultades en que nosencontrábamos en la casa, no podía negarme aescucharla, si es que realmente se sentía inclinada ahablarme. La situación era violenta y me atrevo a decirque salí de ella de una manera igualmente violenta. Ledije: «No la entiendo, absolutamente. ¿Necesita ustedalgo de mí?» ¡Ten en cuenta, Betteredge, que no lo hicecon maldad! La pobre muchacha no tiene la culpa de sertan fea… Fui bien consciente de ello todo el tiempo. Eltaco se hallaba aún en mis manos y proseguí jugandocon el fin de librarme de un asunto tan embarazoso. Loshechos me demostraron que no hice, en esa forma, másque agravar las cosas. ¡Mucho me temo que la hayamortificado sin quererlo! Ella se alejó súbitamente. «Seha puesto a mirar el juego», le oí decir. «¡Prefiere mirarcualquier cosa, con tal de no mirarme a mí!» Antes deque pudiera detenerla, había ya abandonado elvestíbulo. No me siento satisfecho de mi conducta,Betteredge. ¿Me harías el favor de decirle a Rosannaque lo hice sin ninguna mala intención? He sido untanto duro con ella, hasta en mis propiospensamientos…. casi he deseado que la pérdida deldiamante le fuera atribuida a ella. Y no porque le deseeningún mal a la pobre muchacha; pero… —se detuvorepentinamente, y dirigiéndose hacia la mesa de billar,siguió haciendo carambolas.

Luego de lo ocurrido entre el Sargento y yo, me

Page 284: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hallaba tan al tanto de las palabras que míster Franklinno quiso decir, como podía estarlo él mismo.

Nada que no fuera el implicar a nuestra segundadoncella en la pérdida del diamante podría librar a missRaquel de la infame sospecha que el Sargento Cuff hacíarecaer en su persona. No se trataba ya de aplacar laexcitación nerviosa de mi joven ama, sino de probar suinocencia. Si Rosanna no había hecho, en verdad, nadaque la comprometiera, el deseo que míster Franklinconfesó haber sentido respecto de ella hubiese entoncessido un deseo miserable, para cualquier conciencia.Pero no se trataba de eso. Ella había fingido hallarseenferma e ido secretamente a Frizinghall. Había pasadola noche en pie, haciendo o destruyendo algo enprivado. Y estuvo esa tarde en las Arenas Movedizas,bajo circunstancias altamente sospechosas, si es que seconcretaba uno a decir las cosas menos graves. Portodas estas razones (y pese a lo mucho que lamentaba loque le ocurría a Rosanna), no pude menos de reconocerque la manera como míster Franklin enfocaba el casoera natural y razonable, teniendo en cuenta susituación. A ello me referí brevemente.

—¡Sí, sí! —me contestó—. Pero existe unaposibilidad —muy pobre, por cierto—, y es la de dar conalgo que venga a justificar la conducta de Rosanna; algoque no se ha producido todavía. ¡Me disgusta el herir lossentimientos de una mujer, Betteredge! Dile a la pobrelo que te he pedido que le expresaras. Y, si desea ella

Page 285: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hablar conmigo —poco importa que esto me envuelvaen un lío—, envíala a la biblioteca, que es donde yoestaré.

Dichas estas palabras abandonó el taco y se alejó demi lado.

A través de las indagaciones realizadas en lasdependencias de la servidumbre me enteré de queRosanna se había retirado a su aposento. Rechazandotodos los ofrecimientos de ayuda que se le hicieron, diolas gracias por ellos y respondió que sólo quería que ladejaran descansar. Allí, por lo tanto, terminaba suconfesión (si es que en verdad tenía algo que confesar)por esa noche. Yo le transmití el resultado a místerFranklin, quien decidió abandonar de inmediato labiblioteca para irse a dormir a su habitación.

Me hallaba apagando las luces y cerrando lasventanas cuando vi entrar a Samuel, quien me traíanoticias de los dos huéspedes que abandonara yo en mihabitación momentos antes. La discusión en torno a larosa musgosa blanca parecía haber terminado, por fin.El jardinero se había retirado a su casa y el SargentoCuff se hallaba en algún sitio, en la parte más baja de lafinca.

Yo entré en mi habitación. Era completamentecierto… No se advertía allí más que un par de vasossucios y un fuerte y áspero olor de grog. ¿Se habíadirigido el Sargento por su propia cuenta hacia eldormitorio que le fuera destinado? Subí la escalera para

Page 286: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

comprobarlo.Al llegar al segundo rellano me pareció oír el rumor

suave y acompasado de una respiración, hacia mi manoizquierda. Allí había un corredor que comunicaba con laalcoba de miss Raquel. Al mirar hacia ese sitio pude ver,enroscado sobre tres sillas atravesadas en el pasillo…,con un pañuelo rojo atado sobre sus cabellos grises ycon su respetable levita negra enrollada a manera dealmohada, ¡al Sargento Cuff durmiendo!

Se despertó instantánea y silenciosamente, igual queun perro, en cuanto yo me aproximé.

—Buenas noches, míster Betteredge —dijo—. Yescuche lo que le voy a decir: si alguna vez se le ocurrededicarse al cultivo de las rosas, tenga en cuenta que larosa musgosa blanca resulta de más calidad cuando nose la injerta en el escaramujo, ¡diga lo que dijere eljardinero en contrario!

—¿Qué está haciendo usted aquí? —le pregunté—.¿Por qué no duerme en su cama?

—Si no me hallo en ella en este instante —replicó alSargento— se debe al hecho de que soy uno de los tantosindividuos que en este mísero planeta no puedenganarse el pan honesta y cómodamente al mismotiempo. Se han producido esta tarde dos sucesosconcordantes: el regreso de Rosanna Spearman de lasarenas y la resolución tomada por miss Verinder deabandonar la casa, a continuación de aquél. Cualquieraque fuere el objeto escondido por Rosanna, es evidente,

Page 287: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a mi entender, que su joven ama no podía partir hastatanto no estuviera segura de que tal cosa se hallaba yaoculta. Ambas deben ya haberse puesto encomunicación, secretamente, esta noche. Y si tratan devolver a hacerlo cuando la casa se halle en silencio, esnecesario que esté yo alerta para impedirlo. No meculpe por haber estropeado sus proyectos respecto a mialcoba, míster Betteredge…, cúlpelo al diamante.

—¡Ojalá ese diamante no hubiera llegado jamás aesta casa! —estallé.

El Sargento Cuff dirigió una mirada dolorida hacialas tres sillas en las cuales se había condenado a símismo a pasar la noche.

—Lo mismo opino yo —respondió gravemente.

XVII

Nada ocurrió durante la noche; ninguna tentativa(me es grato anunciarlo) de parte de miss Raquel o deRosanna, para comunicarse entre sí, vino a premiar lavigilancia establecida por el Sargento Cuff.

Yo confiaba en que lo primero que acaecería al díasiguiente habría de ser la partida para Frizinghall delSargento. No obstante, éste se demoró aquí y allá, comosi tuviera que hacer algo antes de emprender la marcha.Yo lo abandoné a sus proyectos y me dirigí hacia el

Page 288: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

parque donde di con míster Franklin, quien se hallabaen su paseo favorito, el bosque de arbustos.

Antes de que hubiéramos cambiado dos palabras, seagregó a nosotros, inesperadamente, el Sargento.Avanzó hacia míster Franklin, quien lo recibió, deboreconocerlo, altivamente.

—¿Tiene usted algo que decirme? —fue toda larespuesta que obtuvo el cortés buenos días que ledirigiera a míster Franklin.

—Sí; tengo algo que decirle, señor —respondió elSargento—, respecto a la investigación que estoyrealizando en esta casa. Ayer advirtió usted, por vezprimera, el rumbo que ha tomado la pesquisa. Esnatural que, dada su situación, experimente usteddisgusto y desasosiego. Y es natural, también, quevuelque la ira que le provoca este escándalo familiar enmi persona.

—¿Qué es lo que se propone? —exclamó místerFranklin bruscamente.

—Recordarle, señor, que, sea como fuere, y hasta elmomento, nadie ha podido probarme que me halloequivocado. Tenga a bien tomar nota de eso, como asítambién del hecho de que soy un funcionario de la leyque actúa aquí con la aprobación de la dueña de la casa.Esto sentado, ¿tiene o no usted el deber, como buenciudadano, de proporcionarme cualquier informaciónespecial que posea referente a este asunto?

—No poseo información alguna —dijo míster

Page 289: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Franklin.El Sargento Cuff hizo caso omiso de la respuesta,

como si ésta no hubiera sido nunca expresada.—Podría usted hacerme ahorrar, señor

—prosiguió—, el tiempo que me vería obligado aemplear en una indagación a larga distancia, si optarapor comprender lo que estoy diciendo, y hablara.

—No lo entiendo —replicó míster Franklin—; nitengo nada que decirle.

—Una de las criadas, que no quiero mencionar,habló con usted, señor, anoche, en privado.

Una vez más lo interrumpió míster Franklinbruscamente; y una vez más le respondió:

—No tengo nada que decirle.Silencioso junto a ellos, recordé yo el movimiento

advertido en la puerta de vaivén el día anterior y el delos faldones de la levita que viera desaparecer pasilloabajo. El Sargento Cuff había, sin duda, oído losuficiente antes de que yo lo interrumpiera, como parallegar a sospechar que Rosanna se había sacado un pesode encima, mediante alguna confesión que le hiciera amíster Franklin Blake.

Acababa apenas de ocurrírseme tal cosa, cuando, ¿aquién creen que vi aparecer en el extremo del senderode los arbustos sino a Rosanna Spearman en persona?En pos de ella iba Penélope, quien se esforzaba porhacerla regresar a la casa. Al advertir que místerFranklin no se hallaba solo se detuvo evidentemente

Page 290: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

perpleja y sin saber qué hacer. Penélope aguardabadetrás de ella. Míster Franklin vio a las muchachas en elmismo instante en que las advertí yo. El Sargento, consu diabólica astucia acostumbrada, expresó quelamentaba grandemente no haberse percatado antes desu presencia. Todo ello ocurrió en un instante. Antes deque míster Franklin o yo tuviéramos tiempo de deciruna sola palabra, el Sargento Cuff ya estaba hablandosuavemente y en un tono que lo hacía aparecer como sireanudara una conversación interrumpida.

—No debe usted temer que se le ocasione dañoalguno a la muchacha, señor —le dijo a míster Franklin,con una voz lo suficientemente fuerte como para quepudiese oírlo Rosanna—. Por el contrario, le ruego meconceda el honor de confiar en mi persona, si es quesiente algún interés por Rosanna Spearman.

Míster Franklin lamentó también, por su parte,grandemente, no haber reparado hasta entonces en lasmuchachas. En voz alta replicó:

—No tengo interés alguno por Rosanna.Yo miré hacia el extremo del sendero. Sólo alcancé

a ver a la distancia que Rosanna se había vuelto enforma súbita, cuando oyó hablar a míster Franklin. Enlugar de rechazar a Penélope, como lo había estadohaciendo hasta hacía unos momentos, dejó ahora quemi hija la tomara del brazo y que la condujese hacia laparte trasera de la casa.

La campanilla que anunciaba el desayuno vibró en

Page 291: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el mismo instante en que las muchachas desaparecíande nuestra vista… y aun el mismo Sargento Cuff se vioobligado a abandonar el tema por inoportuno.Calmosamente me dijo:

—Iré a Frizinghall, míster Betteredge, y estaré deregreso antes de las dos.

Se alejó luego sin agregar una palabra; y por unascuantas horas nos vimos libres de su presencia.

—Tendrás que explicarle a Rosanna —me dijo místerFranklin en cuanto nos quedamos solos—. Parece comosi estuviera condenada a decir yo siempre algoinadecuado delante de esa desgraciada. Sin duda habrásadvertido que el Sargento Cuff nos tendió una trampa alos dos. Si hubiera logrado confundirme a mí o irritarlaa ella, cualquiera de los dos hubiera lanzado larespuesta que él aguardaba. En mi apuro no hallé mejorcamino que el escogido en ese instante. Le impedí conél a la muchacha decir una sola palabra más y ledemostré al mismo tiempo al Sargento que estabaleyendo su pensamiento. Evidentemente, Betteredge,nos estuvo escuchando anoche mientras hablábamos túy yo.

Sin duda había hecho algo peor que escuchar, medije a mí mismo. Recordando lo que yo le dijerarespecto a la circunstancia de que la muchacha sehallaba enamorada de míster Franklin, especuló conello cuando se refirió al interés de míster Franklin porRosanna, sabiendo que ésta lo estaba escuchando.

Page 292: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—En lo que se refiere al acto de escuchar, señor—observé (reservándome lo demás para mí mismo)—,muy poco tiempo habrá de pasar antes de que noshallemos remando todos en un mismo bote, si las cosassiguen como hasta ahora. El atisbar, el curiosear y elescuchar, constituyen la ocupación natural de laspersonas que se encuentran en nuestra situación.Dentro de uno o dos días, míster Franklin, habremos deenmudecer todos aquí súbitamente…, por la siguienterazón: cada uno buscará sorprender los secretos de losdemás y será a la vez consciente de ello. Perdone miviolencia, señor. El horrible misterio que se cierne sobrenosotros, los de esta casa, me hace perder la cabeza ydecir disparates, como si hubiera bebido licor.Aprovecharé la primera oportunidad que se presentepara poner las cosas en claro ante Rosanna Spearman.

—¿Le has dicho algo respecto a lo ocurrido anoche?—me preguntó míster Franklin.

—No, señor.—Entonces, no le digas nada. Será mejor que

renazca su confianza, mientras persiste el Sargento enacecharnos para sorprendernos juntos. Sin duda suconducta no es muy conveniente, ¿no es así,Betteredge? No percibo en este asunto ningún desenlaceque no sea horrible, a menos que se vincule a la personade Rosanna Spearman con el diamante. Y, sin embargo,no puedo ni pienso ayudar al Sargento Cuff en la tareade demostrar su culpabilidad.

Page 293: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Cosa ilógica, sin duda. Pero así pensaba yo también.Lo entendí completamente. Si recuerdas, lector, una vezen tu vida, que eres también un ser mortal, locomprenderás, a tu vez, en la misma medida.

Resumiendo: la situación, dentro y fuera de la casa,mientras se hallaba el Sargento en viaje a Frizinghall,era la siguiente:

Miss Raquel persistió en aguardar el carruaje que laconduciría a la casa de su tía, obstinadamente encerradaen su cuarto. Mi ama y míster Franklin almorzaronjuntos. Luego de la comida, míster Franklin adoptó unade sus habituales actitudes imprevistas y salióprecipitadamente de la casa, para iniciar un largo paseodestinado a sosegar su mente. Yo fui el único que lo viosalir y a quien le dijo que volvería antes del regreso delSargento. El cambio en las condiciones del tiempo,pronosticado en la noche precedente, ya se habíaproducido. A una lluvia copiosa siguió, poco después dela alborada, un viento recio. Este, que era fresco, siguiósoplando durante todo el día. Pero, aunque las nubesamenazaron una y otra vez, no volvió, sin embargo, allover. No estaba mal el día para efectuar un paseo,siempre que fuera uno joven y fuerte y pudiese darlecabida en su pecho a las violentas ráfagas de viento quebarrían la tierra, procedentes del mar.

Ayudé al ama después del desayuno, auxiliándola enla tarea de ordenar las cuentas domésticas. Sólo una vezmencionó la cuestión de la Piedra Lunar, y fue para

Page 294: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

prohibirme que mencionara tal cosa por el momento.—Aguarde a que regrese ese hombre —me dijo,

refiriéndose al Sargento—. Cuando esté él aquítendremos que hablar de eso: ahora no estamosobligados a hacerlo.

Luego de abandonar al ama me encontré conPenélope, quien se hallaba esperándome en mi cuarto.

—Quisiera, padre, que vinieses conmigo parahablarle a Rosanna —dijo—. Estoy muy intranquilarespecto a ella.

Yo sospeché en seguida de qué se trataba. Pero unaxioma de mi propia cosecha sostiene que el hombre,siendo un ser superior, tiene la obligación de contribuiral mejoramiento de la mujer…, si es que puede. Cuandouna mujer me pide que haga alguna cosa (sea o no mihija, lo mismo da), insisto siempre en conocer el motivo.Cuanto más pronto las obliga uno a buscar en su menteuna razón, más fácil le será a uno manejarlas en todaslas circunstancias de la vida. No es culpa suya (¡pobresinfortunadas!) si tienen la costumbre de actuar primeroy luego pensar; la culpa es de los hombres estúpidos queconsienten tal cosa.

La razón que asista a Penélope en esta ocasiónpuede ser expresada mediante sus propias palabras.

—Temo, padre —dijo—, que míster Franklin hayaherido cruelmente, aunque sin quererlo, a Rosanna.

—¿Qué fue lo que la impulsó a dirigirse hacia elsendero de los arbustos? —le pregunté.

Page 295: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Su locura —dijo Penélope—; no puedo darle otronombre. Se hallaba decidida a hablarle a místerFranklin… esta mañana, pasara lo que pasare. Yo hicetodo lo posible por impedirlo: tú lo has visto. Si sólohubiera logrado apartarla de allí, antes de que hubiesensido pronunciadas aquellas terribles palabras. . .

—¡Vamos, vamos! —le dije—; no pierdas ahora lacabeza. Que yo recuerde, nada ha ocurrido que puedaalarmar a Rosanna.

—Nada que pueda alarmarla, padre. No obstante,míster Franklin dijo que no tenía ningún interés porella..., y, ¡oh, con un tono de voz tan cruel!

—Lo dijo para cerrarle la boca al Sargento—respondí.

—Se lo he dicho, padre —dijo Penélope—. Pero comotú sabes, padre (aunque no hay por qué condenar amíster Franklin por ello), él ha estado mortificándola ychaqueándola desde hace varias semanas para que él seinterese por ella. Sería una monstruosidad que seolvidara en tal forma de sí misma y de su situaciónpersonal, como para pensar en tal cosa. Pero parecehaber perdido la dignidad, el sentido de lasconveniencias y toda otra cosa. Me espantó, padre,cuando míster Franklin dijo aquellas palabras. Parecióquedarse petrificada. Una súbita calma se apoderó deella y ha estado haciendo sus labores desde entoncescomo una mujer que trabaja soñando.

Yo empecé a sentirme un tanto incómodo. Algo

Page 296: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

había en la manera de expresarse de Penélope que leimponía silencio a mis facultades superiores. Tratéentonces de acordarme, ahora que mis ideas convergíanhacia esa dirección, de lo acontecido la noche anteriorentre míster Franklin y Rosanna. En esa oportunidadparecía tener el corazón destrozado; y ahora,infortunadamente, se la había herido involuntariamentea la pobre, en la misma parte vulnerable de su ser.¡Malo, malo!… Tanto más, cuanto que no tenía lamuchacha razón alguna que justificase su conducta niderecho alguno a sentir lo que sentía.

Yo le había prometido a míster Franklin hablarle aRosanna y ése me pareció el momento más propiciopara cumplir mi palabra.

Encontramos a la muchacha barriendo el corredorhacia el cual daban los dormitorios, pálida y serena yaseada como nunca en su modesto traje estampado.Percibí en sus ojos una curiosa opacidad y una aridez…,que no se debían al llanto, sino más bien al hecho dehaber estado mirando durante largo tiempo una cosaúnica. Posiblemente se trataba de una niebla producidapor sus propios pensamientos. No había ciertamente asu alrededor objeto alguno que no hubiese miradocentenares de veces.

—¡Animo, Rosanna! —le dije—. No debes dejartevencer por ninguna fantasía. Tengo algo que decirte departe de míster Franklin.

De inmediato pasé a explicarle el asunto poniendo

Page 297: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

las cosas en su lugar, escogiendo las palabras máscordiales y estimulantes que hallé a mi alcance. Misideas, en lo que atañe al otro sexo y como ya habrántenido ustedes oportunidad de advertirlo, son muyseveras. Pero, por una u otra razón, cuando llega elmomento de enfrentar a una mujer, la situación (deboreconocerlo) no es nada agradable.

—Míster Franklin es muy bueno y considerado. Leruego que le dé las gracias.

Eso fue todo lo que me respondió.Mi hija había ya dicho que Rosanna realizaba sus

labores como en un sueño. A ello agregaba yo ahora estaotra observación: que también hablaba y escuchabacomo en un sueño. Entré en dudas respecto a si sumente sería capaz de comprender lo que acababa dedecirle.

—¿Estás completamente segura, Rosanna, de queme has comprendido? —le pregunté.

—Completamente segura.Se hizo eco de mis palabras, no como una mujer

viviente, sino como una cosa movida por un mecanismo.Prosiguió barriendo todo el tiempo. Yo le quité la escobatan blanda y suavemente como pude.

—¡Ven, muchacha, ven! —le dije—. Te notocambiada. Hay algo que te preocupa. Soy tu amigo…, yseguiré siéndolo aunque hayas hecho algo malo.Confiesa tu error, Rosanna… ¡reconócelo!

Ya había pasado el tiempo en que esa manera de

Page 298: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hablarle, de mi parte, le hubiera arrancado lágrimas. Noobservé cambio alguno en sus ojos.

—Sí —dijo—, lo reconoceré.—¿Ante el ama? —le pregunté.—No.—¿Ante míster Franklin?—Sí; ante míster Franklin.Apenas si supe contestar a tales palabras. No se

hallaba ella en condiciones de comprender laadvertencia que míster Franklin me ordenó le hicierallegar, respecto a la inconveniencia de entrevistarse enprivado. Tanteando el terreno cuidadosamente, sólo ledije que míster Franklin había salido a dar un paseo.

—Eso no importa —me respondió—; no habré demolestar a míster Franklin hoy.

—¿Por qué no hablarle al ama? —le dije—. La mejormanera de aliviar tu corazón habrá de ser conversandocon esa piadosa y cristiana mujer que es el ama, quienha sido siempre buena contigo.

Durante un momento me miró con mirada grave yfirmemente atenta, como si buscara fijar mis palabrasen su mente. Luego tomó la escoba de mis manos y sealejó lentamente hasta un poco más allá, corredor abajo.

—No —dijo, continuando el barrido y hablandoconmigo misma—; conozco otra manera mejor paraaliviar mi corazón.

—¿Cuál es?—Por favor, déjeme continuar con mi trabajo.

Page 299: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Penélope la siguió para ofrecerle su ayuda.Ella le respondió:—No. Tengo necesidad de hacerlo yo misma.

Muchas gracias, Penélope.Luego de mirar a su alrededor hasta dar conmigo,

dijo:—Muchas gracias, míster Betteredge.Nada la hubiera hecho cambiar de parecer…, nada

quedaba ya por decir. Le hice señas a Penélope para quesiguiera. La dejamos tal como la habíamos encontrado:barriendo el corredor como una mujer que obra ensueños.

—Este es un caso que debe ser tratado por unmédico —dije—. Se halla fuera de mis posibilidades.

Mi hija me recordó que el doctor Candy se hallabaenfermo, debido, como ustedes recordarán, alenfriamiento que sufriera la noche del dinner-party. Suayudante —un tal Ezra Jennings —se pondría,seguramente, a nuestra disposición. Pero muy pocoseran quienes lo conocían en el lugar. Había entrado alservicio de míster Candy bajo circunstancias un tantoextrañas y, tuviéramos o no razón, lo cierto es queninguno de nosotros gustaba de él o confiaba en supersona. Había en Frizinghall otros médicos. Pero noseran todos desconocidos; y Penélope dijo, teniendo encuenta el estado actual de Rosanna, que la intervenciónde un médico extraño quizá le haría más daño que biena la muchacha.

Page 300: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Yo pensé consultar al ama. Pero, al recordar latremenda carga de ansiedad que pesaba ya sobre suespíritu, vacilé en añadir a sus actuales molestias estanueva preocupación. No obstante, era imprescindiblehacer algo. El estado de la muchacha era, en mi opinión,completamente alarmante, y el ama debía informarse.De muy mala gana me dirigí hacia su aposento. Ni unalma había allí. El ama se había encerrado con missRaquel. Me fue imposible verla hasta que salió de allí.

Esperé en vano hasta que oí dar al reloj, que sehallaba sobre la escalera exterior, las dos menos cuarto.Cinco minutos más tarde oí que me llamaban desde elsendero que daba frente a la casa. Instantáneamenteidentifiqué la voz. El Sargento Cuff ya estaba de regresode Frizinghall.

XVIII

Mientras descendía hacia la puerta principal meencontré con el Sargento en los peldaños.

Se hubiera hallado en pugna con mi carácterdemostrar ahora interés alguno en sus procedimientos,luego de lo acontecido entre ambos. A despecho de mímismo, sin embargo, me sentí poseído por unacuriosidad irresistible. Mi dignidad se hundió bajo mispies y di salida a las siguientes palabras:

Page 301: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿Qué nuevas trae de Frizinghall?—He estado con los hindúes —respondió el Sargento

Cuff—. Y he averiguado lo que Rosanna comprósecretamente en la ciudad el jueves último. Los hindúesrecobrarán la libertad el miércoles de la semanaentrante. No me cabe la menor duda, y de la mismaopinión es míster Murthwaite, de que vinieron aquí enbusca de la Piedra Lunar. Pero sus cálculos se vieronfrustrados por lo ocurrido en la casa el miércoles a lanoche y están tan comprometidos en la desaparición dela joya como puede estarlo usted. No obstante, puedoasegurarle una cosa, míster Betteredge: si nosotros nosomos capaces de dar con la Piedra Lunar, ellos loserán. Usted no está al tanto de las últimas noticiasrespecto a los tres hindúes.

Míster Franklin regresaba de su paseo en el mismoinstante en que el Sargento pronunciaba esas palabrassobrecogedoras. Dominando su curiosidad mejor de loque ya había dominado la mía pasó a nuestro lado sindecir una palabra, y se introdujo en la casa.

En cuanto a mí, habiendo ya dejado a un lado midignidad, me propuse sacar todo el proyecto posible detal sacrificio.

—Eso en lo que se refiere a los hindúes —le dije—.¿Y en cuanto a Rosanna?

El Sargento Cuff sacudió la cabeza.—El misterio en ese sentido es más impenetrable

que nunca —dijo—. He seguido su pista hasta dar con

Page 302: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

una tienda de Frizinghall atendida por un lencerollamado Maltby. No le compró nada a ningún otropañero, ni a ninguna modista o sastre y no compró en lode Maltby otra cosa que un gran trozo de paño. Semostró escrupulosa en lo que se refiere a la calidad.

En cuanto a la cantidad, compró lo suficiente parahacer un peinador.

—¿Para quién? —le pregunté.—Para ella misma, puede usted estar seguro. Entre

las doce y las tres, en la mañana del jueves, debe dehaberse deslizado hasta el aposento de su joven amapara decidir dónde ocultarían la Piedra Lunar, mientrastodo el mundo dormía en la casa. Al regresar a suhabitación su peinador debe de haber rozado la puertahúmeda de pintura. No pudo hacer desaparecer lamancha con agua y tampoco podía destruir el peinador,sin despertar sospechas, antes de haberse provisto deotro idéntico, con el fin de que el inventario de su ropablanca no sufriera alteraciones.

—¿En qué se basa usted para decir que ese peinadorera de Rosanna? —objeté.

—En el material comprado para la nueva prenda—respondió el Sargento—. Si hubiera sido para elpeinador de Lady Verinder, hubiese tenido que adquirirtambién encajes y volantes y Dios sabe cuántas otrascosas; y no hubiera tenido tiempo para confeccionarloen una sola noche. Un paño vulgar hace pensar en unvulgar peinador de criada. No, no, míster Betteredge,

Page 303: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

todo esto es muy claro. El problema en este caso resideen la pregunta: ¿Por qué, luego de haberse provisto deotra prenda, oculta ella el peinador manchado en lugarde destruirlo? Si la muchacha no quiere decirlo, sóloexiste una manera de vencer esa dificultad. Habrá quebuscar el escondite en las Arenas Movedizas…, allí esdonde habremos de dar con la pista verdadera.

—¿Cómo va a dar usted con el sitio? —inquirí.—Lamento mucho tener que chasquearlo —dijo el

Sargento—, pero es ése un secreto que no habré decompartir con nadie.

Sin duda no habrá de ser mayor la curiosidadsentida por ustedes que la que experimenté yo cuandosupe que había regresado de Frizinghall provisto con unauto de registro. Su experiencia en la materia le decíaque lo más probable era que Rosanna tuviese en supoder un papel-guía, en el cual constara la ubicación delescondite, con el fin de regresar a él después de ciertolapso y una vez que hubiesen variado las circunstancias.La posesión de ese papel significaría para el Sargento ellogro de todas sus aspiraciones.

—Ahora bien, míster Betteredge —prosiguió—, ¿quéle parece si abandonando el campo especulativo nosentregamos a la acción? Le recomendé a Joyce que noperdiera de vista a Rosanna. ¿Dónde está Joyce?

Joyce era el agente de policía que el InspectorSeegrave dejara bajo las órdenes del Sargento Cuff. Elreloj dio las dos en el mismo instante en que hacía la

Page 304: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

pregunta y con puntualidad cronométrica se vioaparecer el vehículo que habría de llevar a miss Raquelhasta la casa de su tía.

—Cada cosa a su debido tiempo —dijo el Sargento,deteniéndome en el mismo momento en que me lanzabaen busca de Joyce—. Debo atender primero a missVerinder.

Como aún amenazaba lluvia, era el carruaje cerradoel que habría de llevar a miss Raquel a Frizinghall. ElSargento Cuff le hizo una seña a Samuel para quedescendiera del pescante trasero y se acercara.

—Un amigo mío se hallará aguardando entre losárboles, sobre ese lado de la casa de guarda —dijo—. Sindetener el coche subirá al pescante, a su lado. No tieneusted otra cosa que hacer como no sea retener la lenguay cerrar los ojos. De lo contrario se creará dificultades.

Luego de aconsejarlo en esta forma, envió al lacayode nuevo a su lugar. Qué es lo que pensó Samuel; nopuedo saberlo. Era evidente para mí que miss Raquelhabría de ser vigilada en secreto desde el instante enque abandonara la casa… si es que la abandonaba. ¡Mijoven ama bajo vigilancia! ¡Un espía habría de estarlaacechando desde el pescante del coche de su madre!Mejor hubiera sido que me cortara la lengua antes quehablarle jamás al Sargento Cuff.

La primera persona que salió de la casa fue mi ama.Se mantuvo a un lado, sobre el último peldaño a laespera de los acontecimientos. Ni una sola palabra nos

Page 305: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dijo al Sargento o a mí. Con los labios apretados y losbrazos cruzados debajo de la ligera capa queacostumbraba llevar cuando salía al aire libre, semantuvo allí tan inmóvil como una estatua aguardandola aparición de su hija.

Un minuto más tarde se vio bajar la escalera a missRaquel, hermosamente ataviada con un traje amarilloque hacía resaltar su tez oscura, ajustado, a la manerade un jubón, en la cintura. Llevaba un pequeño yelegante sombrero de paja con un velo blanco enroscadoalrededor. Sus guantes color de vellorita armonizabancon sus manos igual que una segunda piel. Su hermosacabellera negra surgía por debajo del sombrero y era tansuave como el raso. Sus pequeñas orejas semejaban dosconchas rosadas… y de cada una de ellas pendía unaperla. Avanzó hacia nosotros ágilmente, tan erguidacomo un lirio en su tallo y tan flexible y tierna en elandar como un gato joven. No advertí en su bello rostroalteración alguna, como no fuera en los ojos y los labios.Aquéllos brillaban con un fuego que no era muy de miagrado y éstos habían perdido en tal forma el color y lasonrisa, que apenas si logré reconocerlos. De manerasúbita y precipitada besó a su madre en la mejilla, y ledijo:

—Trata de perdonarme, mamá… —y en seguida tiróhacia abajo el velo con tanta vehemencia que lodesgarró. Inmediatamente se lanzó escaleras abajo y seintrodujo precipitadamente en el carruaje como en un

Page 306: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

escondite.El Sargento Cuff obró tan rápidamente como ella.

Luego de haber hecho a un lado a Samuel se hallaba yacon la mano en la portezuela abierta del vehículo,cuando miss Raquel penetraba en él.

—¿Qué quiere? —le preguntó miss Raquel a travésde su velo.

—Tengo algo que decirle, señorita —respondió elSargento—, antes de que parta. No pretendo impedirleque visite a su tía. Sólo me atreveré a decirle que supartida, tal como están las cosas, dificultará la labor enque me hallo empeñado de dar con su diamante. Leruego que me comprenda; y ahora decida usted por símisma si habrá de quedarse o partir.

Miss Raquel persistió más que nunca en su negativade responderle.

—¡Adelante, James! —le gritó al cochero.Sin agregar una sola palabra cerró el Sargento la

portezuela. En el mismo instante en que lo hacía se viobajar corriendo las escaleras a míster Franklin.

—Adiós, Raquel —le dijo, extendiéndole la mano.—¡Adelante! —gritó miss Raquel con más fuerza que

nunca y haciendo tanto caso de su persona como de ladel Sargento Cuff.

Míster Franklin volvió a subir la escalera con elaspecto de quien ha sido tocado por un rayo. El cochero,sin saber qué hacer, dirigió su vista hacia el ama, quepermanecía inmóvil en lo alto de la escalera. La ira, el

Page 307: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dolor y la vergüenza se reflejaban en su rostro cuando lehizo una señal al cochero para que echara a andar loscaballos, y se volvió luego, presurosa, hacia la casa.Míster Franklin, recobrando el habla, la llamó desdeatrás, mientras el vehículo se ponía en marcha:

—¡Tía! Tenías mucha razón. Permíteme queagradezca todas tus bondades y déjame partir.

Mi ama se volvió como para hablarle. Pero, enseguida, como si desconfiara de sí misma, agitó sólo sumano en un ademán cordial.

—Ven a verme antes de irte, Franklin —le dijo con lavoz quebrada… Y prosiguió su camino en dirección a sucuarto.

—¿Me harás un último favor, Betteredge? —dijomíster Franklin, volviéndose hacia mí con lágrimas enlos ojos—. ¡Llévame, tan rápido como te sea posible, a laestación!

También él entró en la casa. Por el momento, missRaquel lo había trocado en un ser completamentedesvalido. A juzgar por su estado actual, ¡cuán grandedebía ser la pasión que sentía por ella!

El Sargento Cuff y yo nos quedamos solos, frente afrente, junto al pie de la escalera. Sus ojos estaban fijosen un claro que había entre los árboles, a través del cualpodía divisarse uno de los recodos del camino queconducía a la casa. Tenía las manos en los bolsillos ysilbaba suavemente, para sus propios oídos, «La últimarosa del verano».

Page 308: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Cada cosa debe hacerse a su debido tiempo —ledije en un tono salvaje—. No creo que sea éste elmomento oportuno para ponerse a silbar.

En ese instante apareció el carruaje a la distancia, através del claro, y en dirección hacia la puerta de la casade guardia. Se hizo entonces visible la presencia de otrohombre en el pescante trasero, junto a Samuel.

—¡Muy bien! —se dijo a sí mismo el Sargento. Yvolviéndose hacia mí—: Tiene usted razón, místerBetteredge; como usted dice, no es éste un momentooportuno para ponerse a silbar. Lo que correspondeahora es poner manos a la obra, sin pasar por alto aninguna persona de la casa. Comencemos con RosannaSpearman. ¿Dónde está Joyce?

Los dos lo llamamos por su nombre sin obtenerrespuesta. Envié entonces a uno de los estableros en subusca.

—¿Oyó usted lo que le dije a miss Verinder?—observó el Sargento mientras aguardábamos—. ¿Yadvirtió usted la reacción que produjo en ella? Le dije,sencillamente, que su partida dificultaría mi tarea dedar con su diamante, ¡y ella optó por partir contraviento y marea! Su joven ama, míster Betteredge, llevaa su lado un compañero de viaje en el coche, y elnombre de ese acompañante es la Piedra Lunar.

Yo no dije una sola palabra. Seguiría creyendo, hastala muerte, en miss Raquel.

El establero regresó seguido —de muy mala gana,

Page 309: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

según me pareció— de Joyce.—¿Dónde está Rosanna Spearman? —preguntó el

Sargento Cuff.—No lo sé, señor —comenzó a decir Joyce—; lo

siento mucho. Pero por uno u otro motivo…—Antes de partir para Frizinghall —lo interrumpió

en forma brusca el Sargento—, le dije que no le quitaralos ojos de encima a Rosanna Spearman, y que no lehiciera comprender que se la vigila. ¿Quiere decir,entonces, que se ha dejado usted burlar por ella?

—Mucho que temo, señor —dijo Joyce, comenzandoa temblar—, haber puesto demasiado empeño en eso deno hacerle ver que la vigilaba. Hay tantos pasillos en laplanta baja de la casa…

—¿Cuánto tiempo hace que la perdió de vista?—Más o menos una hora, señor.—Puede usted volver a su trabajo en Frizinghall —le

dijo el Sargento tan sereno como siempre y en la formacalmosa y monótona que era habitual en él—. No creoque tenga usted talento alguno para actuar en nuestrooficio, Joyce. Su actual ocupación se halla un tanto porencima de su capacidad. Buenos días.

El hombre se escabulló. En lo que a mí se refiere, seme hace muy difícil describir las sensaciones queexperimenté al tener noticia de la desaparición deRosanna Spearman. Mi mente parecía fluctuar entrecincuenta opiniones diferentes al mismo tiempo. Así escomo me quedé con la vista clavada en el Sargento

Page 310: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Cuff…, privado enteramente de la facultad del habla.—No, míster Betteredge —dijo el Sargento, como si

acabara de echar mano del primero de mispensamientos a su alcance para responderle antes quea los otros—. Su joven amiga Rosanna no habrá deescapárseme tan fácilmente como usted parece creerlo.Mientras me halle al tanto del sitio en que se encuentramiss Verinder, tendré a mi disposición los medios dedar con el paradero de su cómplice. Yo les impedí que sevieran anoche. Muy bien. Tratarán de encontrarse enFrizinghall en lugar de hacerlo aquí. La investigacióndeberá proseguir ahora, simplemente, mucho antes delo que yo esperaba, en la casa hacia la cual va de visitamiss Verinder. Mientras tanto, mucho me temo vermeobligado a molestarlo a usted para que reúna de nuevoa la servidumbre.

Juntos nos dirigimos hacia las dependencias de laservidumbre. Fue en verdad una desgracia, aunque nopor eso un hecho menos cierto, la circunstancia de queme sintiese acometido de nuevo por la fiebredetectivesca, en cuanto oí al Sargento decir estasúltimas palabras. Me olvidé de que lo odiaba. Lo tomédel brazo muy confiadamente y le dije:

—¡Por Dios, dígame qué es lo que piensa hacerahora con los criados!

El gran Cuff permaneció completamente inmóvil yhabló luego, sumido en una especie de raptomelancólico.

Page 311: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¡Si este hombre —dijo el Sargento, refiriéndoseaparentemente a mí—, entendiese siquiera de rosas,habría de ser la criatura más perfecta de la creación!—Luego de expresar en forma tan franca sussentimientos hacia mí, suspiró y enlazó su brazo con elmío.

—Rosanna ha hecho una de estas dos cosas—prosiguió—. O bien se ha dirigido directamente haciaFrizinghall (antes de que pueda llegar yo allí) o ha ido avisitar su escondite en las Arenas Movedizas. Laprimera cosa que tenemos que averiguar consiste ensaber cuál fue el criado que la vio por última vez antesde que abandonara la casa.

El interrogatorio demostró que la última personaque posó sus ojos sobre Rosanna fue Nancy, lamuchacha de la cocina.

La había visto salir con una carta en la mano ydetener al repartidor de la carne, quien acababa dehacer su entrega diaria por la puerta trasera. Nancy oyóque le decía al hombre que echara la carta al correocuando regresase a Frizinghall. El hombre, luego defijarse en la dirección, le dijo que era una forma muyindirecta ésa de enviar una carta dirigida a Cobb’s Holea través del correo de Frizinghall… y que, además, erasábado, lo cual haría que la misma no llegase a destinoantes del lunes a la mañana. Rosanna le contestó que lademora no tenía importancia. Lo único que deseaba eraestar segura de que el hombre cumpliría su pedido.

Page 312: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Luego de asentir, aquél había partido. Nancy fuerequerida en la cocina para seguir con su faena. Yninguna otra persona había vuelto a ver a RosannaSpearman desde entonces.

—¿Y bien? —le pregunté al Sargento cuando noshallamos solos de nuevo.

—Bien —dijo el Sargento—. Tengo que ir aFrizinghall.

—¿Por la carta, señor?—Sí. En ella es donde se halla especificado el

escondite. Tengo que averiguar la dirección en el correo.—Si es la que yo sospecho, habré de visitar

nuevamente a nuestra amiga mistress Yolland, el lunespróximo.

Junto con el Sargento partí para ordenar que seenganchara el pony al calesín. En la cuadra, una nuevaluz vino a sumarse en torno a la muchachadesaparecida.

XIX

La nueva de la desaparición de Rosanna se habíapropagado, al parecer, entre los criados de fuera de lacasa. Estos habían estado investigando por su cuenta yechado mano a un pequeño y vivaz tunantuelo, apodado«Duffy», quien era empleado de tanto en tanto para

Page 313: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

limpiar de hierbas el jardín y el cual había visto aRosanna por última vez, hacía media hora. Duffyaseguraba haber visto pasar a la muchacha frente a élmientras se hallaba en el bosque de abetos, nocaminando, sino corriendo en dirección a la playa.

—¿Conoce este muchacho la costa de losalrededores? —preguntó el Sargento Cuff.

—Ha nacido y se ha criado en la playa —le respondí.—¡Duffy! —dijo el Sargento—. ¿Quieres ganarte un

chelín? Si lo quieres, ven conmigo inmediatamente.Míster Betteredge, mantenga listo el calesín hasta queyo regrese.

Y se lanzó hacia las Arenas Movedizas a unavelocidad que mis piernas, pese a lo bien conservadasque se hallan para la edad que tengo, no tenían la menoresperanza de igualar. El pequeño Duffy, como escostumbre entre los jóvenes salvajes de nuestra regióncuando están de buen humor, dio un alarido y comenzóa trotar pisándole los talones al Sargento.

Nuevamente se me hace imposible dar aquí unaclara idea de lo que aconteció en mi espíritu durante elintervalo que siguió a la partida del Sargento Cuff. Mesentí poseído por un extraño y turbador desasosiego.Hice, dentro y fuera de la casa, una docena de cosasinnecesarias, de las cuales me he olvidado totalmente.No podría tampoco decir cuánto fue el tiempotranscurrido entre la partida del Sargento hacia lasarenas y el instante en que vi venir corriendo a Duffy,

Page 314: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

portador de un mensaje para mí. El Sargento Cuff lehabía dado al muchacho una hoja arrancada de sucartera, en la cual escribió con lápiz: «Envíeme uno delos zapatos de Rosanna Spearman lo más prontoposible.»

Despaché a la primera criada que hallé a mano alcuarto de Rosanna y envié de vuelta al muchacho con lanoticia de que yo mismo habría de seguirlo con elzapato.

Bien sabía que no era ésa la manera más rápida decumplir las órdenes recibidas. Pero estaba resuelto a verpor mí mismo el desarrollo de esta nueva comedia ya encurso, antes de entregarle al Sargento el zapato deRosanna. Mi vieja idea de proteger a la muchacha entodo lo posible retornaba en la hora undécima. Estesentimiento, para no mencionar la fiebre detectivesca,me impulsó, tan pronto como el zapato se halló en mismanos, a lanzarme a lo que un hombre que ha llegadoa los setenta años puede considerar la cosa que más separece a una carrera.

Mientras me aproximaba a la costa el cielo se cubrióde nubes oscuras y la lluvia comenzó a caer en grandesoleadas blancas batidas por el viento. Pude escuchar elfragor del mar sobre el banco de arena, en la boca de labahía. Un poco más adelante pasé junto al muchacho,quien, agachado, trataba de refugiarse a sotavento juntoa los médanos. Y más tarde pude ver al mar rugiente ya las olas enormes rompiéndose sobre el banco de

Page 315: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

arena, a la violenta lluvia precipitándose sobre el aguacomo una prenda fluctuante, y al amarillo desierto de laplaya sobre el cual se destacaba la presencia de unafigura solitaria…: el Sargento Cuff.

En cuanto me vio, señaló con su mano hacia elNorte.

—¡Consérvese en esa posición! —me gritó—. Y bajehasta donde yo me encuentro.

Yo descendí hacia allí casi sin aliento y sintiendo quemi corazón brincaba como si estuviera a punto delanzarse fuera de mi pecho. Había perdido el habla.Tenía cien preguntas que hacerle, pero ninguna de ellaslogró llegar a mis labios. Su rostro me espantó.Arrebatándome el zapato lo colocó sobre una huellamarcada en la arena en dirección al Sur y apuntandodirectamente hacia la rocosa saliente llamada Cabo Sur.La huella no había sido borrada aún por la lluvia, y elzapato de la muchacha coincidía exactamente con ella.

El Sargento señaló hacia el zapato colocado sobre lahuella sin decir una palabra.

Yo lo tomé del brazo y traté de hablarle, pero fracasécomo había fracasado anteriormente. Él echó a andarnuevamente en pos de las huellas, bajando más y máshacia el lugar donde se unían las rocas y la arena. ElCabo Sur se hallaba exactamente a flor de agua con elflujo de la marea; las aguas oscilaban sobre la ocultasuperficie de las Arenas Movedizas. Ya en un sentido, yaen otro, y sumido en un porfiado silencio que pasaba

Page 316: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sobre uno como el plomo y una obstinada paciencia quecausaba espanto, el Sargento Cuff colocó el zapato sobrelas huellas, comprobando siempre que apuntaban haciael mismo sitio, directamente hacia las rocas. Fuera haciadonde fuere, no pudo en ningún momento descubriruna sola huella que viniera desde allí.

Por último abandonó la búsqueda. Dirigiónuevamente su vista hacia mí y luego hacia las aguasque se extendían ante nosotros y que se infiltraban másy más en la oculta superficie de las Arenas Movedizas.Yo miré hacia donde él miraba… y pude leer suspensamientos en su rostro. Un terrible y mudo temblorrecorrió mi cuerpo súbitamente. Y caí de hinojos sobrela arena.

—Ella volvió al escondite —oí que el Sargento sedecía a sí mismo—. Algún accidente fatal debió dehaberle ocurrido sobre esas rocas.

Las miradas descompuestas de la muchacha, suspalabras, sus acciones… la rigidez mortal con que habíaprestado oído y me había hablado hacía unas horas,cuando la sorprendí barriendo el corredor, todo esovolvió a cobrar vida ante mí y me previno, aun antes deque el Sargento terminara de hablar, que la conjetura deéste se hallaba muy lejos de la terrible realidad. Meesforcé por comunicarle el temor que acababa deparalizarme. Y traté de decirle: «La muerte que ella hatenido, Sargento, es la que ella misma se ha buscado.»¡No!, no pude articular tales palabras. El mudo temblor

Page 317: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

me tenía asido con sus garras. Era inconsciente a laviolencia de la lluvia. No podía ver el ascenso de lamarea. Como en un sueño, la visión del pobre serperdido surgió de nuevo ante mí. La volví a ver como lahabía visto en el pasado… como en la mañana en que fuien su busca para traerla de regreso a la casa. La oí decirotra vez que las Arenas Movedizas la arrastraban haciaellas contra su propia voluntad y preguntarse si noestaría allí aguardándola la tumba. El horror de esasituación se me hizo perceptible, en forma inexplicable,a través de mi propia hija. Esta era de su misma edad.De haber sufrido ella lo que sufrió Rosanna, habríallevado una vida tan miserable y tenido una muerte tanespantosa como la suya.

El Sargento, bondadosamente, me ayudó a ponermede pie y me alejó del lugar en que ella había perecido.

Eso sirvió por hacerme recobrar el aliento ypermitirme ver las cosas que me rodeaban tal comorealmente eran. Dirigiendo mi vista hacia las dunaspude advertir que los criados de la casa veníancorriendo hacia nosotros en tropel, junto con Yolland,el pescador, y gritando, ya sobre aviso, si habíamosdado con la muchacha. En la forma más breve posibleles señaló el Sargento las evidentes marcas halladas enla arena, diciéndoles que algún fatal percance debió dehaberle acaecido a la muchacha. Luego, dirigiéndose enparticular al pescador, le preguntó mientras se volvíanuevamente de cara al mar:

Page 318: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Dígame, ¿podría ella haberse alejado en un bote,desde ese arrecife, donde se detienen sus pisadas?

El pescador señaló hacia las largas olas que seestrellaban en el banco de arena y hacia las otras másgrandes que levantaban nubes de espuma al chocar conlos dos promontorios que se elevaban a cada ladonuestro.

—No hay bote en el mundo —respondió— quehubiera podido llevarla a través de eso.

El Sargento Cuff miró por última vez hacia lashuellas de la arena, que iban siendo borradasrápidamente por la lluvia.

—Eso —dijo— prueba que no pudo abandonar estelugar por tierra. Y aquello —prosiguió, dirigiendo suvista hacia el pescador— demuestra que no pudoalejarse por mar.—Se detuvo, para pensar un minuto—.Media hora antes de que yo llegase aquí, se la vio venircorriendo hacia este lugar —dijo dirigiéndose aYolland—. Cierto tiempo ha transcurrido desdeentonces. Supongamos que haya sido hace una hora.¿Qué altura habrían alcanzado las aguas hacia este ladode las rocas por ese entonces?

Apuntaba hacia el lado Sur… el cual, por otra parte,no se hallaba tan invadido por la arena movediza.

—Tal como avanza hoy la marea —dijo elpescador—, no debe haber habido hacia ese lado delcabo, hace una hora, el agua suficiente como para que seahogara siquiera un cachorro de gato.

Page 319: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El Sargento Cuff se volvió hacia la arena movediza,un tanto en dirección al Norte.

—¿Y aquí? —le preguntó.—Menos aún —respondió Yolland—. Las Arenas

Movedizas se hallarían cubiertas por las aguas.El Sargento se volvió hacia mí para decirme que el

accidente debió de haber ocurrido en el sitio en que seencontraba la arena movediza. Mi lengua entoncesrecuperó el habla.

—¡No se trata de ningún accidente! —le dije—.Cuando ella vino a este lugar, se hallaba ya cansada dela vida y dispuesta a ponerle fin aquí.

El Sargento retrocedió sobresaltado.—¿Cómo lo sabe usted? —me preguntó.Los demás se amontonaron en torno mío.

Recobrándose instantáneamente, los alejó el Sargentode mi lado y les dijo que era yo un anciano y que elhallazgo me había perturbado, añadiendo:

—Déjenlo solo un momento.Luego, volviéndose hacia Yolland, le preguntó:—¿Habrá alguna probabilidad de dar con ella

cuando se produzca el reflujo?Yolland respondió:—Ninguna. Lo que la arena absorbe en ella queda

para siempre.Dicho esto, el pescador, dando un paso en mi

dirección, me dirigió la palabra.—Mister Betteredge —dijo—, tengo algo que decirle

Page 320: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

respecto a la muerte de esa joven. A lo largo del Caboexiste una capa rocosa que se extiende hasta cuatro piesmás allá de su borde y se halla oculta debajo, a unadistancia de media braza de la superficie de arena. Loque yo me pregunto es esto: ¿cómo es que no se golpeócontra ella? Si hubiera resbalado accidentalmente en elCabo habría caído allí y podido hacer pie en una cavidadque apenas ocultaría su cuerpo hasta la cintura. Tieneque haber caminado o saltado desde allí hasta esasprofundidades; de lo contrario no la echaríamos demenos ahora. ¡No se trata de un accidente, señor! Hasido absorbida por la arena movediza. Y lo ha sido porsu propia voluntad.

Luego del testimonio de ese hombre, en cuyo saberpodía confiarse, el Sargento guardó silencio. Los demás,al igual que él, permanecimos callados. De comúnacuerdo nos volvimos para iniciar el regreso costaarriba.

Mientras andábamos entre las dunas nosencontramos con el establero inferior, quien veníacorriendo hacia nosotros desde la casa. Era un buenmuchacho que me respetaba mucho. Me alargó un papelcon una decorosa expresión de dolor en el semblante.

—Penélope me dijo que le entregara esto, místerBetteredge —dijo—. Lo encontró en el cuarto deRosanna.

Se trataba de las últimas palabras dirigidas a unanciano que había hecho siempre lo posible —gracias a

Page 321: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Dios, siempre lo posible— para favorecerla.«Usted me ha perdonado muchas veces en el

pasado. La próxima ocasión que vaya a las ArenasMovedizas trate de perdonarme una vez más. He venidoa morir junto a la tumba que me estaba destinada. En lavida y en la muerte le he estado siempre agradecida,señor, por su bondad.»

Eso era todo lo que decía. Breve como era, no tuveyo la entereza suficiente para contrarrestar suinfluencia. Las lágrimas surgen fácilmente en lajuventud, cuando da uno los primeros pasos en elmundo. Y también cuando uno es viejo y está a punto dedejarlo. Yo estallé en sollozos.

El Sargento Cuff avanzó un paso hacia mí…, conbuena intención, no lo dudo. Pero yo retrocedí paraevitar su presencia.

—No me toque —le dije—. Es el temor a usted lo quela llevó a ese lugar.

—Está usted equivocado, míster Betteredge —merespondió calmosamente—. Pero ya tendremos tiempode hablar de ello, una vez adentro.

Yo eché a andar detrás de todos ellos, ayudado porel establero inferior, que me llevaba del brazo. A travésde la lluvia impetuosa emprendimos el regreso…, parair al encuentro de la inquietud y el terror que nosaguardaban en la casa.

Page 322: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

XX

Ya los primeros habían desparramado la noticiaantes de que nosotros llegáramos. Hallamos a laservidumbre poseída por el pánico. Al pasar frente a lapuerta del ama, aquélla fue abierta violentamente desdeadentro. Y vimos salir al ama, seguida por místerFranklin, quien se esforzaba en vano por calmarla,completamente fuera de sí ante la horrenda noticia.

—¡Usted es el responsable de esto! —gritó,amenazando violentamente al Sargento con su mano—.¡Gabriel!, páguele a este miserable…, y sáquelo de mivista.

El Sargento era el único que podía haber contendidocon el ama…, siendo también el único que tenía plenodominio sobre sí mismo.

—Soy tan responsable de esta terrible calamidad,señora, como lo puede ser usted misma —dijo—. Sidentro de media hora insiste usted aún en que deboabandonar la casa, lo haré, pero sin aceptar el dinero deSu Señoría.

Las palabras fueron dichas con mucho respeto, peromuy firmemente a la vez, y surtieron efecto no sólo enmi ama, sino también en mí. Aquélla consintió en volvera su habitación, acompañada por míster Franklin. Encuanto la puerta se hubo cerrado, el Sargento, al dirigirsu vista hacia la servidumbre femenina, según sumanera inquisidora, advirtió que, mientras las demás se

Page 323: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hallaban simplemente espantadas, había lágrimas en losojos de Penélope.

—Una vez que su padre se haya cambiado las ropasmojadas —le dijo—, venga a hablar con nosotros en elcuarto de su padre.

Antes de que expirase la media hora ya me hallabayo vestido con la ropa seca y había provisto al SargentoCuff de las prendas requeridas. Penélope se presentóentonces ante nosotros, para saber qué es lo que queríael Sargento. No creo que jamás haya yo visto conducirsea mi hija de manera tan respetuosa como en eseinstante. Sentándola sobre mis rodillas, le pedí a Dios subendición para ella. Con la cabeza hundida en mi pecho,Penélope me rodeó el cuello con sus brazos… yaguardamos durante un rato en silencio.

La pobre muchacha muerta debía, sin duda, estargravitando sobre nosotros. El Sargento se dirigió haciala ventana y se quedó allí mirando hacia afuera. Yoconsideré oportuno agradecerle esa deferencia tenidapara con nosotros, y así lo hice.

Las gentes mundanas pueden permitirse todos loslujos… entre otros, el de dar rienda suelta a sus propiossentimientos. Los pobres no disfrutan de tal privilegio.La necesidad, que no cuenta para los ricos, se muestrainflexible hacia nosotros. La vida nos enseña a ocultarnuestros sentimientos y a proseguir con nuestro trabajo,en la forma más paciente posible. No me quejo de ello…,simplemente lo hago notar. Penélope y yo nos

Page 324: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

encontramos listos, tan pronto como el Sargento loestuvo por su parte. Al preguntársele si sabía qué es loque había impulsado a su compañera a quitarse la vida,mi hija respondió, como ustedes habrán ya previsto, quesu amor por míster Franklin Blake. Al preguntársele sile comunicó tal cosa a alguna otra persona, contestóPenélope:

—No he hablado de ello, para no perjudicar aRosanna.

Yo consideré necesario añadir a lo dicho unapalabra. Y dije:

—Y para no perjudicar, tampoco, querida, a místerFranklin. Si Rosanna ha muerto por él, él lo ignora y notiene culpa alguna. Dejémoslo abandonar la casa, si esque se va, evitándole la inútil congoja de saber laverdad.

El Sargento Cuff dijo:—Muy bien —y volvió a quedarse silencioso, tal

como si estuviera comparando, según me pareció, loque Penélope acababa de decirle, con alguna opiniónpropia que guardaba para sí mismo.

Al expirar la media hora, sonó la campanilla delama.

Mientras acudía al llamado di con míster Franklinque abandonaba en ese instante el aposento de su tía.Me dijo que Su Señoría se hallaba lista para recibir alSargento Cuff en mi presencia —como anteriormente—,añadiendo que él, por su parte, necesitaba primero

Page 325: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hablar dos palabras con el Sargento. En el trayecto haciami cuarto se detuvo para consultar el horario de trenescolocado en el vestíbulo.

—¿Piensa usted, realmente, abandonar la casa,señor? —le pregunté—. Miss Raquel volverá con todaseguridad en sí. Sólo es cuestión de tiempo.

—Volverá en sí —replicó míster Franklin— cuandose entere de mi partida y de que no habrá de volvermea ver jamás.

Yo pensé que era el resentimiento por la forma enque lo había tratado mi joven ama el que le dictaba esaspalabras. Pero no se trataba de eso. Mi ama habíaadvertido, desde el primer momento en que se halló lapolicía en la casa, que la mera mención del nombre deél bastaba para poner fuera de sí a miss Raquel.Demasiado enamorado de ésta para aceptar la verdad,se vio forzado a abrir los ojos cuando aquélla partióhacia la casa de su tía. Abiertos sus ojos en la formacruel que ustedes ya conocen, míster Franklin resolvió—adoptando la única resolución que un hombre queposea un mínimo de temple puede adoptar— abandonarla finca.

Las palabras que tenía que decirle míster Franklinal Sargento fueron dichas en mi presencia. Afirmó queSu Señoría se hallaba dispuesta a reconocer que obróprecipitadamente. Y le preguntó al Sargento si aceptaría—en tal caso— su paga y si se hallaba dispuesto aabandonar el asunto del diamante, tal como se

Page 326: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

encontraba en ese instante. El Sargento respondió:—No, señor. Si se me paga, es por mi trabajo.

Declino tomar el dinero hasta no haberlo realizado.—No lo entiendo —dijo míster Franklin.—Me explicaré, señor —dijo el Sargento—. Yo vine

aquí para aclarar en forma conveniente la cuestión de lapérdida del diamante. Y ahora me hallo listo y a laespera del momento en que pueda cumplir mi palabra.Una vez que haya puesto al tanto a Lady Verinder delestado actual de este asunto y le haya indicado, enforma sencilla, el plan de acción a seguir para recobrarla Piedra Lunar, abandonaré la responsabilidad quepesa actualmente sobre mis hombros. Que Su Señoríadecida ahora si debo proseguir o abandonar mi labor.Recién entonces habré efectuado lo que me propusehacer… y aceptaré la paga.

Con estas palabras el Sargento Cuff nos hizorecordar que aun en la Policía de Investigaciones puedetener un hombre una reputación que perder.

Su punto de vista resultaba tan palmariamenteconvincente, que no había una sola objeción quehacerle.

Al levantarme para conducirlo hasta el cuarto delama, le preguntó a míster Franklin si deseaba hallarsepresente.

—No —respondió éste—, a menos que Lady Verinderlo desee.

Y mientras avanzábamos en pos del Sargento,

Page 327: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

añadió en un cuchicheo, dirigiéndose a mí:—No sé lo que este hombre habrá de decir con

respecto a Raquel; estoy demasiado enamorado de ellapara poder oírlo y conservar la calma. Déjenme solo.

Lo dejé allí, recostado con aspecto miserable contrael alféizar de mi ventana y con la cara oculta entre lasmanos… Penélope lo atisbaba desde la puerta, deseandopoder confortarlo. De haber estado yo en el lugar demíster Franklin, la hubiera hecho entrar. Cuando sesufre por una mujer, nada hay más estimulante querecurrir a otra…, ya que, la mayor parte de las veces,habrá la última de ponerse de nuestra parte. ¿La llamó,otra vez, cuando les di yo la espalda? En tal caso nohago más que ser justo con mi hija, cuando afirmo quehizo todo lo posible para consolar a míster FranklinBlake.

Mientras tanto, el Sargento Cuff y yo nos dirigimoshacia el cuarto de mi ama.

Durante la última entrevista no había ellademostrado grandes deseos de levantar la vista del libroque tenía sobre la mesa. Ahora se produjo un cambiofavorable. Enfrentó la mirada del Sargento con unosojos tan firmes como los de él. La energía de la familiase reveló en cada línea de su rostro y yo pensé que elSargento Cuff encontraría su igual, ahora que una mujercomo mi ama se hallaba dispuesta a oír las cosas másgraves que pudieran serle anunciadas.

Las primeras palabras dichas allí lo fueron por boca

Page 328: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de mi ama.—Sargento Cuff —dijo—, quizá haya tenido algún

motivo para hablarle en la forma desconsiderada en quele hablé hace media hora. Sin embargo no tengo laintención de echar mano de ninguna excusa. Sólo he dedecirle con la mayor sinceridad que lamento cualquierclase de injusticia que haya podido cometer con usted.

La gracia del tono y el ademán con que efectuó estedesagravio a la persona del Sargento produjo el efectodeseado. Aquél le pidió permiso para justificarse….dándole a su justificación el carácter de una muestra derespeto hacia mi ama. Era imposible, dijo, que pudieraser él la causa de la calamidad que acababa desacudirnos a todos nosotros por la evidente razón deque el éxito de su investigación dependía del hecho deno decir ni hacer nada que pudiese haber alarmado aRosanna Spearman. Apeló a mi testimonio parademostrar si había o no actuado de esa manera. Yo mehallaba en condiciones de certificarlo y así lo hice. Conesto, según pensó, el asunto habría de llegar a un finjuicioso.

No obstante, el Sargento Cuff dio un paso más allá,con la evidente intención (como podrán ustedescomprobarlo ahora) de provocar la más dolorosa de lasexplicaciones que pudiera haber entre ambos.

—He oído decir algo respecto al motivo del suicidiode la joven —dijo el Sargento—, motivo que me pareceel más probable. Es algo que no tiene nada que ver con

Page 329: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

la causa que estoy investigando aquí. Tengo el deber deañadir, sin embargo, que mi opinión personal apuntahacia otra parte. Una agitación insoportable y vinculadaa la pérdida del diamante ha sido, según lo que yo creo,lo que ha impulsado a esa joven hacia su propiadestrucción. No pretendo saber nada respecto a lamisma. Pero creo, con licencia de Su Señoría, que mehallo en condiciones de señalar a la persona capaz dedecidir si estoy en lo cierto o equivocado.

—¿Se encuentra esa persona actualmente en la casa?—preguntó mi ama, luego de una pequeña pausa.

—Dicha persona ha abandonado la casa, señora mía.La respuesta no podía señalar en forma más directa

hacia la persona de miss Raquel. Sobre nosotrosdescendió un silencio que yo creí que no seinterrumpiría jamás. ¡Dios mío!, ¡cómo ululaba el vientoy golpeaba la lluvia en la ventana, mientras yo esperabaallí sentado que alguno de los dos tomase nuevamentela palabra!

—Le ruego que tenga la bondad de expresarseclaramente —dijo mi ama—. ¿Se refiere usted a mi hija?

—Así es —dijo el Sargento Cuff, sin emplear máspalabras que ésas.

Cuando entramos pudimos ver el talonario decheques de mi ama sobre la mesa…, indudablementepara pagarle sus honorarios al Sargento. Ahora lo habíavuelto a guardar en la gaveta. Yo me sentí morir al vertemblar su mano…, esa mano que tantos beneficios

Page 330: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

había prodigado a su viejo criado; esa mano que, Dios loquiera, habrá de posarse en la mía cuando me llegue lahora y deba abandonar este mundo para siempre.

—Yo esperaba —dijo mi ama, muy lenta ycalmosamente— premiar sus servicios y despedirme deusted, sin que hubiera llegado a mencionarseabiertamente entre nosotros el nombre de LadyVerinder, como ha ocurrido ahora. ¿Le ha dicho acasomi sobrino algo referente a este asunto, antes de venirusted a mi cuarto?

—Míster Blake me dio su mensaje, señora mía. Y yole di a míster Blake una explicación…

—Es innecesario que me la dé usted a conocer.Luego de lo que acaba de decirme, sabe usted tan biencomo yo que ha ido ya demasiado lejos para retroceder.Por mí misma y por mi hija, estoy en la obligación deinsistir en que permanezca usted en la casa y en que seexplique.

El Sargento miró su reloj.—De haber tenido tiempo, señora mía —le

respondió—, hubiese preferido presentarle mi informepor escrito en lugar de hacerlo verbalmente. Pero, siesta investigación ha de seguir adelante, el tiempoadquiere entonces un valor demasiado grande paraemplearlo en escribir. Estoy listo para entrar en materiade inmediato. Es para mí muy doloroso tener quereferirme y para usted tener que escuchar…

Aquí fue interrumpido nuevamente por mi ama.

Page 331: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Creo que yo puedo hacer que el asunto se tornemenos doloroso no sólo para usted, sino también parami viejo amigo y criado aquí presente —dijo—, si por miparte le doy el ejemplo a usted de hablar abiertamente.¿Sospecha usted que miss Verinder nos ha engañado atodos al ocultar el diamante por algún motivo personal?¿Es eso cierto?

—Enteramente cierto, señora.—Muy bien. Ahora y antes de que usted comience,

deseo informarle, en mi carácter de madre de missVerinder, que ésta es absolutamente incapaz de hacerlo que usted le atribuye. El conocimiento que ustedtiene de su persona data de uno o dos días. El mío desdeque nació. Puede usted sospechar de ella todo lo quequiera…, pero no podrá usted ofenderme en absoluto.De antemano estoy convencida de que pese a toda suexperiencia las circunstancias lo han llevado a usted,fatalmente, por un camino errado en este asunto.¡Escuche! No poseo información privada alguna.Ignoro, en la misma medida que usted, los secretos demi hija. La única razón que tengo para hablarle enforma tan categórica es la que le he dado a conocer.Conozco a mi hija.

Volviéndose hacia mí, me dio la mano. Yo se la beséen silencio.

—Puede usted continuar —dijo—, enfrentando alSargento con más seguridad que nunca.

El Sargento Cuff le hizo una reverencia. Las palabras

Page 332: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

del ama influyeron sobre él sólo en cierto sentido. Suenjuto rostro se suavizó por un instante, como si secompadeciera de ella. En lo que respecta a su opinión,era evidente que no lo había conmovido ni logradodesviarlo una sola pulgada de la misma. Acomodándoseen la silla, inició su vil ataque contra miss Raquel, deesta manera:

—Antes que nada debo pedirle a Su Señoría —dijo—que enfoque este asunto, no sólo desde su punto de vistapersonal, sino también desde el mío. ¿Me hará usted elfavor de imaginarse a sí misma llegando aquí porprimera vez, en lugar mío? ¿Y me permitirá que le relateen forma muy sucinta en qué ha consistido talexperiencia?

Mi ama le indicó con un ademán que podía hacerlo.Y el Sargento prosiguió:

—Durante estos últimos veinte años —dijo— heempleado la mayor parte de mi tiempo en ladilucidación de escándalos familiares, actuando en elcarácter de agente confidencial. La única experienciaextraída de esa práctica doméstica, que tiene algunarelación con el asunto entre manos, es la queespecificaré en dos palabras. Mi experiencia me hademostrado plenamente que las jóvenes de categoría yposición suelen contraer deudas en privado que no seatreven a reconocer ante sus más próximos parientes yamigos. Unas veces se trata de la modista, otras deljoyero. En algunas ocasiones necesitan el dinero para

Page 333: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

algo que no creo haya ocurrido en este caso, y que nohabré de mencionar aquí para no escandalizarla. ¡Tengaen cuenta, señora, lo que acabo de decirle…, y veamosahora cómo fue que los hechos acaecidos en esta casame forzaron a retornar al camino de mi propiaexperiencia, me gustara o no hacerlo!

Luego de reflexionar durante un momento,prosiguió hablando con tan horrenda claridad que nosobligó a com prenderlo y en una form aabominablemente precisa que no favorecía a nadie.

—La primera noticia relativa a la pérdida de laPiedra Lunar —dijo el Sargento— llegó a mí porintermedio del Inspector Seegrave. Ante mi enterasatisfacción comprobé que éste era completamenteincapaz de solucionar el problema. La única cosa queme comunicó, digna de ser escuchada, y que llamó miatención, fue ésta: que Lady Verinder se había rehusadoa ser interrogada por él y que su respuesta había sidoinexplicablemente áspera y desdeñosa. A mí me parecióesto algo extraño…, pero lo atribuí, más que nada, aalguna torpeza que, cometida por el Inspector Seegrave,agravió a la joven. Después tomé el asunto en mismanos y me dediqué por mi cuenta a resolver el caso. Elresultado fue que, como usted se halla enterada, dimoscon la mancha de la puerta y tuve yo la satisfacción decomprobar, mediante el testimonio de míster FranklinBlake, que tanto esa mancha como la desaparición deldiamante constituían dos piezas del mismo

Page 334: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

rompecabezas. Hasta aquí, si algo sospechaba yo, eraque la Piedra Lunar había sido robada y que alguno dela servidumbre era el ladrón. Muy bien. ¿Qué ocurreentonces? miss Verinder sale precipitadamente de sucuarto para venir a hablar conmigo. Yo observo en suapariencia tres detalles sospechosos. Primero: siguesiendo presa de la más violenta agitación, pese a quehan transcurrido ya más de veinticuatro horas desde elmomento en que desapareció el diamante. Segundo: seconduce conmigo como se condujo antes con elInspector Seegrave. Y, por último, se sientemortalmente ofendida hacia míster Franklin Blake. Muybien, otra vez. He aquí—me digo—a una joven que acabade perder una joya valiosa…. y a una joven, también,que, según lo que me dicen mis ojos y oídos, posee uncarácter impetuoso. Teniendo en cuenta talescircunstancias y el carácter de la joven, ¿cómo reaccionaésta? Demostrando un inexplicable resentimiento haciamíster Blake, hacia el Inspector Seegrave y hacia mí…,quienes somos, por otra parte, cada uno a su manera,las tres únicas personas que nos hemos esforzado porhallar la gema perdida. A esta altura de lainvestigación…, sólo ahora, señora, y no antes,comienzo yo a echar una mirada retrospectiva hacia mipasada experiencia. Y allí encuentro la explicación de laconducta de miss Verinder, que no hubiese podidohallar de ninguna otra manera. Mi experiencia larelaciona con aquellas otras jóvenes que me son

Page 335: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conocidas. Me dice que tiene deudas que no se atreve adar a conocer y que deben ser pagadas. Y me impulsa apreguntarme a mí mismo si la pérdida del diamante nopuede significar… que el diamante ha sido empeñadosecretamente para pagarlas. Esta es la conclusión quemi experiencia extrae, sencillamente, de lo ocurrido.¿Qué réplica le dicta a Su Señoría su propia experienciaen contra de esto?

—La que ya le he dado a conocer —respondió miama—. Las circunstancias lo han llevado a usted por uncamino errado.

Por mi parte, yo no dije nada. Robinson Crusoe—sólo Dios sabe cómo— volvió a hacerse presente en mivieja y desordenada cabeza. Si el Sargento Cuff sehubiera hallado en ese instante en una isla desierta, sincontar con la ayuda de ningún hombre llamado Viernesni de barco alguno que viniera a salvarlo, se habríaencontrado en el sitio exacto en que yo deseé que seencontrara. (Nota bene: debo hacer constar que soy loque generalmente se llama un buen cristiano, siempreque no se le exija demasiado a mi cristianismo. Esto measemeja, sin duda —lo cual es un gran consuelo—, a lamayor parte de ustedes, en tal sentido.)

El Sargento Cuff prosiguió:—Acertado o no, señora —dijo—, extraje mis propias

conclusiones; y el próximo paso debía consistir enponerlas inmediatamente a prueba. Le sugerí, pues, aSu Señoría, efectuar el registro de todos los

Page 336: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

guardarropas de la casa. Esa habría de ser la manera dedar con la prenda que, según todas las apariencias,debió de ser la causa de la mancha y de poner al mismotiempo a prueba mis deducciones. ¿Qué ocurrióentonces? Su Señoría consintió; míster Blake consintióy míster Ablewhite también consintió. Sólo missVerinder se opuso categóricamente a ello,interrumpiendo en esa forma el procedimiento. Si SuSeñoría y míster Betteredge insisten en discreparconmigo, es porque se hallan ciegos y no han sidocapaces de percibir lo acaecido hoy ante sus propiosojos. Delante de ustedes le dije a la joven que, tal comoestaban las cosas, su abandono de la casa obstaculizaríami labor de dar con la gema. Con sus propios ojos hanpodido ustedes observar que partió en su carruaje,haciendo caso omiso de tal indicación. Y han podido, ala vez, comprobar cómo lejos de perdonar a místerBlake por haber contribuido más que nadie en la tareade colocarme a mí sobre la pista, lo ha insultadopúblicamente, sobre los peldaños de la casa de sumadre. ¿Qué significa todo esto? Si no se halla missVerinder complicada en la desaparición del diamante,¿qué sentido tienen entonces tales hechos?

Esta vez dirigió su vista hacia mí. Era horrible estaroyendo cómo acumulaba pruebas y más pruebas contramiss Raquel y saber que, pese al gran anhelo que sentíauno por defenderla, era imposible desconocer la verdadde lo que él decía. ¡Gracias a Dios soy yo un ser que

Page 337: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

reacciona orgánicamente por encima de la razón! Estome capacitó para apoyar firmemente el punto de vistasustentado por mi ama, que era el mío propio. Estosirvió también para levantar mi espíritu y hacer queenfrentara osadamente al Sargento Cuff. Aprovéchensemis buenos amigos, se lo ruego, de este ejemplo. Seevitarán así muchas molestias enojosas. Cultiven lasupremacía de los sentimientos sobre la razón y veránentonces cómo le cortan las garras a todo ser cuerdo queintente arañarlos, por el propio bien de ustedes.

Al ver que ni yo ni el ama hacíamos comentarioalguno, prosiguió hablando el Sargento Cuff . ¡Dios mío!¡Cómo me enfureció el advertir que nuestro silencio nolo conmovía en lo más mínimo!

—He aquí el caso, señora, enfocado desde el puntode vista de las pruebas que existen contra miss Verinder—dijo—. Corresponde ahora hacerlo desde el punto devista de las pruebas que existen contra miss Verinder yla extinta Rosanna Spearman en conjunto. Con supermiso, nos retrotraemos, por un instante, al momentoen que su hija se rehusó al registro de su guardarropa.Hecha mi composición de lugar, respecto a este asunto,me correspondía en seguida averiguar dos cosas.Primero: cuál habría de ser el método a emplear en lapesquisa. Y segundo: aclarar si miss Verinder contabacon algún cómplice entre los criados de la casa. Luegode meditar profundamente sobre ello, decidí conducirla investigación siguiendo un método que utilizando las

Page 338: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

palabras de nuestro oficio denominaremos totalmenteirregular. Por el siguiente motivo: me hallaba ante unescándalo familiar y debía no salirme de los límitesdomésticos. Cuanto menos ruido se hiciera y menosextraños tuviesen ingerencia en el asunto, mejor. Encuanto a la usual práctica de colocar a las gentes bajocustodia por sospechas, de llevarlos ante el juez,etcétera…, ni que pensar había en ello, hallándose comose hallaba su hija, según mi opinión, envuelta demanera principalísima en el asunto. En tal sentido,pensé entonces que míster Betteredge, por suscondiciones personales y la función que desempeña enla casa —conociendo, como conoce, a toda laservidumbre y respetando, como respeta, a la familia, detodo corazón—, podría constituirse en el mejor auxiliarde que podía echar mano entre cuantas personas merodeaban. Habría podido hacer la prueba con místerBlake…, si no hubiese sido por determinadoimpedimento. Aquél conocía ya desde el principio elrumbo seguido por la investigación y, por otra parte, suinterés personal por miss Verinder tornaba enteramenteimposible todo mutuo entendimiento entre él y yo. Sifatigo con estos detalles a Su Señoría, es sólo parademostrarle que he mantenido este secreto de familiadentro de los límites familiares. Yo soy el único extrañoque se halla al tanto del mismo…, y mi carreraprofesional depende del hecho de que sepa retener milengua.

Page 339: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

A esta altura de su exposición sentí yo que micarrera profesional dependía del hecho de no retener,por mi parte, la lengua. Que se me hiciera aparecer anteel ama, a mis años, como una especie de colaborador dela policía era, una vez más, algo que iba más allá de loque mi moral cristiana podía tolerar.

—Ruego a Su Señoría me permita informarle—dije— que en ningún momento, que yo sepa, heparticipado en esta abominable pesquisa, en el sentidoque fuere, desde que se inició hasta el instante actual, ydesafío al Sargento Cuff a que se atreva a probarme locontrario.

Luego de dar salida a estas palabras, me sentíenormemente aliviado. Su Señoría me honró con unpequeño y amistoso golpecito en el hombro. Despuésmiré al Sargento justamente indignado para ver cómoreaccionaba ante semejante testimonio. El Sargentovolvió la vista como un cordero y pareció simpatizarmás que nunca conmigo.

Mi ama le dijo que podía continuar con suexposición.

—Considero —dijo— que ha hecho usted todo lo quehonestamente creyó que redundaría en mi beneficio. Mehallo lista para seguir escuchándolo.

—Lo que tengo que decirle ahora —respondió elSargento Cuff— se refiere a Rosanna Spearman.Reconocí a la joven, como Su Señoría recordará, cuandola vi entrar con el libro del lavado en esta habitación.

Page 340: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Hasta ese momento me hallaba inclinado más bien adudar de la posibilidad de que miss Verinder hubieseconfiado su secreto a nadie. En cuanto vi a Rosanna, miactitud varió. Sospeché al punto que se hallabacomprometida en la desaparición del diamante. Lapobre ha encontrado una muerte espantosa y no deseoque Su Señoría piense que he procedido con ella de unamanera innecesariamente cruel. Si se hubiera tratado deun hurto corriente habría otorgado a Rosanna elbeneficio de la duda, con la misma amplitud con que selo hubiese concedido al resto de la servidumbre de lacasa. La experiencia nos enseña que las mujeresprocedentes de los reformatorios, al entrar al servicio dealguien —si es que se las trata cordial yrazonablemente—, se conducen en la mayoría de loscasos como honestas penitentes y demuestran serdignas del interés que nos han inspirado. Pero en estecaso no se trataba de un robo corriente, sino que noshallábamos, en mi opinión, frente a un engañocuidadosamente planeado, en el fondo del cual aparecíala mano de la dueña del diamante. Adoptado este puntode vista, la primera idea que surgió naturalmente y porsí misma, en mi cerebro, fue la siguiente: ¿secontentaría miss Verinder (con perdón de Su Señoría)con hacernos creer que la Piedra Lunar se habíasimplemente extraviado? ¿O iría más lejos hasta elpunto de hacernos creer que fue robada? De decidirsepor esto último, he aquí a Rosanna Spearman… —con

Page 341: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

antecedentes ya como ladrona— al alcance de su mano:la persona ideal para despistar a Su Señoría y paradespistarme a mí como un perfume falso.

¿Era acaso posible —me pregunté— que pudiera élpresentar de manera más horrenda las cosas, en contrade miss Raquel y Rosanna? Lo era, como verán enseguida.

—Tenía aún otro motivo para sospechar de la extinta—dijo—, que me parece todavía más convincente. ¿Quépersona era la más indicada para ayudar a missVerinder a obtener dinero mediante la piedra?: RosannaSpearman. Una joven de la condición de miss Verinderno podía afrontar, sin riesgo, una operación de esanaturaleza. Se necesitaría un intermediario, y ¿quién seadaptaba mejor a ese papel, me pregunto yo, queRosanna Spearman? La difunta doncella de Su Señoríase hallaba en lo más alto de la escala, dentro de suprofesión, cuando oficiaba de ladrona. De acuerdo conmi relativa documentación en tal sentido, teníavinculaciones con uno de los pocos hombres que enLondres, dentro del campo de los prestamistas, hubierasido capaz de adelantar una gran suma, recibiendo enprenda tan notable gema como era la Piedra Lunar, sinformular preguntas embarazosas ni presentarexigencias molestas. Tenga bien en cuenta estosdetalles, señora, y permítame demostrarle ahora cómomis sospechas se han visto confirmadas por los propiosactos de Rosanna y las claras consecuencias que se

Page 342: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

pueden extraer de ellos.Inmediatamente se dedicó a pasar revista a todas las

actividades de Rosanna. Ustedes ya conocen, tan biencomo yo, cuanto se refiere a las mismas y comprenderánpor lo tanto de qué manera incontestable ese trozo delinforme hacía recaer la culpa de la desaparición de laPiedra Lunar sobre la persona de la pobre muchachamuerta. Aun el ama se acobardó ahora, ante lo que éldijo. No le respondió una sola palabra cuando terminósu exposición. Al parecer, poco es lo que le importaba alSargento que le respondiera o no. Siguió adelante en sumarcha (¡el demonio se lo lleve!) con mayor tenacidadque nunca.

—Luego de haber planteado el caso según losdictados de mi inteligencia —dijo—, sólo habré dedecirle ahora a Su Señoría cuál es el paso que mepropongo dar de inmediato. Dos caminos se me ofrecenpara llevar esta pesquisa a un desenlace feliz. A uno deellos lo considero seguro. El otro, admito, es un osadoexperimento; nada más que eso. Su Señoría será quiendecida. ¿Adoptamos primero el que es seguro?

Mi ama le hizo un signo para que escogiera él.—Muchas gracias —dijo el Sargento—.

Comenzaremos con el método seguro, ya que Su Señoríaha sido tan amable como para permitirme elegir. Yadecida miss Verinder permanecer en Frizinghall, oresuelva regresar aquí, propongo que en cualquiera delos dos casos se mantenga una estricta vigilancia sobre

Page 343: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sus actos…, sobre sus entrevistas con otras personas,sus paseos a caballo o los paseos que realice a pie y lascartas que despache o reciba.

—¿Qué más? —preguntó mi ama.—En seguida —replicó el Sargento—, solicitaré

permiso de Su Señoría para traer a la casa, y hacerlaocupar el puesto de criada que en la mismadesempeñaba Rosanna Spearman, a una mujer expertaen investigaciones domésticas de esta índole, de cuyadiscreción respondo personalmente.

—¿Qué más? —repitió mi ama.—Luego —prosiguió el Sargento—, y como último

pedido le propongo el envío de uno de mis compañerosde profesión a Londres, para que llegue a un arreglo conel prestamista que acabo de citar como viejo conocidode Rosanna Spearman… y cuyo nombre y dirección,puede estar Su Señoría segura, le fueron revelados porRosanna a miss Verinder. No niego que la realizacióndel procedimiento que le estoy sugiriendo ahorademandará una cierta suma de dinero y de tiempo. Peroel resultado es seguro. Tenderemos con él una línea entorno de la Piedra Lunar, línea que iremos estrechandomás y más, hasta dar con la gema en poder de missVerinder, suponiendo que ésta decida conservarla. Sibajo la presión de sus deudas resuelve desprenderse deella, tendremos ya a nuestro hombre listo para echarmano de la Piedra Lunar a su llegada a Londres.

Al oír las palabras que hacían blanco a su hija de

Page 344: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

semejante proposición, mi ama, herida, adoptó un tonoiracundo por primera vez.

—Considere esa proposición denegada en todos susdetalles —dijo—. Y prosiga, dándome a conocer el otrocamino susceptible de llevar a su fin la investigación.

—El otro camino —dijo el Sargento, prosiguiendocon más calma que nunca— consiste en efectuar eseosado experimento al que ya he aludido. Creo que laopinión que me he formado respecto al carácter de missVerinder es bastante correcta. La considero muy capaz(de acuerdo con esa creencia) de cometer, por ejemplo,un atrevido fraude. Pero es demasiado ardiente eimpetuosa y se halla muy poco acostumbrada al engaño,considerado éste como un hábito, para actuarhipócritamente en las pequeñas cosas y saber refrenarsefrente a toda clase de provocaciones. Sus sentimientos,en este caso, han escapado reiteradamente a su dominioen momentos en que era evidente que debía ocultarlosen su propio interés. Sobre esa faceta de su carácter mepropongo obrar. Necesito provocar en ella unsacudimiento súbito, bajo circunstancias tales, queharán que lo sienta en carne viva. Hablandovulgarmente, pienso anunciarle a miss Verinder, sinpreámbulos de ninguna especie, la muerte de Rosanna,en la esperanza de que sus mejores sentimientos laimpulsen a hacer una precipitada confesión. ¿Acepta SuSeñoría esta alternativa?

Mi ama provocó en mí entonces un asombro que

Page 345: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

elude todo intento descriptivo. Le respondió al punto:—Sí, acepto.—El calesín ya se halla listo —dijo el Sargento—.

Deseo a Su Señoría muy buenos días.Mi ama elevó su mano y lo detuvo cuando estaba ya

en la puerta.—Apelaremos, sí, a los buenos sentimientos de mi

hija, tal cual usted lo acaba de proponer —dijo—. Pero,en mi carácter de madre, reclamo el derecho que measiste de ser yo quien la ponga a prueba. Tenga labondad de aguardar aquí; yo seré quien vaya aFrizinghall.

Por primera vez en su vida el gran Cuff perdió elhabla, asombrado, igual que un hombre común.

Mi ama hizo sonar la campanilla y ordenó que letrajeran sus prendas impermeables. Seguía aúnlloviendo; el carruaje cerrado había partido, comoustedes saben, con miss Raquel a Frizinghall. Yo intentédisuadir a Su Señoría de su intención de arrostrar untiempo tan hostil. ¡Todo fue inútil! Le pedí entoncespermiso para acompañarla con el paraguas. Ni oírmequiso. El calesín apareció de pronto, guiado por elcaballerizo.

—Puede usted estar seguro de dos cosas —le dijo alSargento Cuff en el hall—: que ensayaré elprocedimiento en miss Verinder tan osadamente comolo haría usted mismo, y que le comunicaré el resultado,ya sea personalmente o por carta, antes de que parta de

Page 346: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

aquí el último tren para Londres, esta noche.Dicho lo cual se introdujo en el calesín y, tomando

las riendas con sus propias manos, se lanzó en direccióna Frizinghall.

XXI

Habiendo partido mi ama, yo gozaba ahora de undescanso para poder observar al Sargento Cuff. Lo hallésentado en un cómodo rincón del vestíbulo,consultando su libreta de apuntes y arrugandomaliciosamente las comisuras de sus labios.

—¿Tomando notas del caso? —le pregunté.—No —dijo el Sargento—. Tratando de ver cuál es el

próximo caso.—¡Oh!—dije—. ¿Piensa usted que ya todo ha

terminado aquí?—Pienso —respondió el Sargento Cuff— que Lady

Verinder es una de las más astutas mujeres deInglaterra. Y pienso también que una rosa es algomucho más digno de interés que un diamante. ¿Dóndeestá el jardinero, míster Betteredge?

Ni una palabra más logré arrancarle en lo queconcierne a la cuestión de la Piedra Lunar. Habíaperdido todo interés personal en su propia pesquisa einsistió en dar con el jardinero. Una hora más tarde los

Page 347: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

oí disputar en voz alta en el invernadero, y elescaramujo era el tema de la discusión.

Mientras tanto, era necesario que aclarara yo simíster Franklin persistía en su resolución deabandonarnos partiendo en el tren de la tarde. Luego dehaberse enterado de la entrevista efectuada en lahabitación del ama y de su resultado, decidióinmediatamente aguardar hasta que llegaran noticias delo ocurrido en Frizinghall. Esta alteración de los planes,tan natural en él —y que no hubiese conducido a nadaen particular a cualquier hombre corriente—, demostróen el caso de míster Franklin ser capaz de producir unefecto inconveniente. Lo sumió en el desasosiego y diopie a que las facetas foráneas de su carácter comenzarana abandonar una tras otra su yo, como ratas que huyende un costal.

Ya en su carácter de angloitaliano, ya en el deanglogermano o en el de francoinglés, penetró y salió detodos los aposentos de la casa, sin hablar de otra cosaque de la manera como lo había tratado miss Raquel; ysin otro interlocutor que yo en todo momento. Lo hallé,por ejemplo, en la biblioteca, sentado al pie del mapa dela Italia moderna y demostrando no ser capaz deenfrentar sus penurias como no fuera haciendo mencióncontinua de ellas. «Dentro de mí albergo muy dignasambiciones, Betteredge; pero ¿qué haré con ellas ahora?

Page 348: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Estoy henchido de hermosas cualidades latentes. ¡Ah, siRaquel me hubiera sólo ayudado a actualizarlas!» Semostró tan elocuente en la pintura de sus propiosméritos olvidados y tan patético en sus lamentaciones,luego de haberlo hecho, que yo no supe cómo hacer paraconsolarlo en el primer momento, pero súbitamente seme ocurrió que ése era un caso que se prestaba para sertratado con un trozo del Robinson Crusoe. Cojeando medirigí, pues, hacia mi habitación y cojeando emprendí elregreso a la biblioteca, portador de ese libro inmoral.¡Ni un alma había en la biblioteca! El mapa de la Italiamoderna pareció clavar en mí un par de ojos; y yo clavé,a mi vez, mi vista en él.

Probé luego en la sala. Su pañuelo, que se hallabasobre el piso, demostraba que había entrado allí. Y heahí que el cuarto vacío demostraba, a su vez, que sehabía escurrido nuevamente hacia afuera.

Me dirigí entonces al comedor y di allí con Samuel,quien con una galleta y un vaso de jerez en las manos sededicaba a indagar silenciosamente en la atmósferavacía del cuarto. Un minuto antes míster Franklin habíaagitado furiosamente la campanilla, para pedir esepequeño estimulante. Al llegar allí Samuel con losolicitado, luego de violenta carrera, comprobó quemíster Franklin se había esfumado, antes de que lacampanilla que se hallaba al pie de la escalera hubiesecesado de vibrar a raíz del tirón con que aquél la habíaimpulsado.

Page 349: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Probé a continuación en el cuarto matinal y lo hallépor fin allí. Se encontraba junto a la ventana, dibujandojeroglíficos con su dedo en el húmedo cristal.

—Su jerez lo está aguardando, señor —le dije.Fue lo mismo que si le hubiera hablado a las

paredes. Estaba sumergido en el insondable abismo desus propias ideas, sin miras a que se detuviera en susreflexiones.

—¿Cómo explicas tú la actitud de Raquel,Betteredge? —fue la única respuesta que recibí.

No encontrando ninguna réplica adecuada a mano,saqué a relucir mi Robinson Crusoe, completamentepersuadido de que hallaríamos en él algún pasajeexplicativo del caso, siempre que empleáramos ciertotiempo en su búsqueda. Míster Franklin cerró el libro einsistió al punto en su jerigonza anglogermana. «¿Porqué no estudiar a fondo la cuestión?», dijo como si élmismo hubiera estado objetando dicho procedimiento.

—¿Por qué demonios habremos de perder lapaciencia, Betteredge, cuando es mediante esa cualidadque arribaremos a la verdad? No me interrumpas. Laactitud de Raquel se torna enteramente inteligible si,haciéndole justicia, adoptamos primero el punto devista objetivo, a continuación el subjetivo y por últimoy como remate el objetivo-subjetivo. ¿Qué es lo que haocurrido? Sabemos que la pérdida del diamante,descubierta el jueves último por la mañana, la sumió enun estado de excitación nerviosa del cual no se ha

Page 350: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

recobrado aún. ¿Vas a negarme la existencia hasta aquídel aspecto objetivo? Muy bien, entonces… no meinterrumpas. Ahora bien, hallándose en ese estado deexcitación nerviosa, ¿cómo podía esperarse quereaccionara, frente a las gentes que la rodeaban, deigual manera que si se hallase en otras condiciones? Alargüir en esta forma, o sea, partiendo de lo internohacia lo externo, ¿a qué arribamos? Al punto de vistasubjetivo. Te desafío a que me niegues la existencia deeste aspecto subjetivo del asunto. Muy bien…, ¿quéocurre entonces? ¡Dios santo! ¡Arribamos,naturalmente, al aspecto objetivo-subjetivo! Resultaentonces que Raquel, hablando con justeza, no esRaquel propiamente dicha, sino otra persona. ¿Debeimportarme el ser tratado cruelmente por otra persona?Tú eres bastante irrazonable, Betteredge; perodifícilmente podrías acusarme a mí de lo mismo. Ahorabien, ¿en qué termina todo esto? Concluye en que, adespecho de tu maldita estrechez mental inglesa y tusprejuicios, me siento enteramente cómodo y feliz.¿Dónde está el jerez?

Mi cabeza se hallaba a esta altura en un estado tal deconfusión, que no estaba seguro de si era la mía o la demíster Franklin. En tan deplorables condiciones me lasarreglé para cumplir tres acciones objetivas: le alcancéa míster Franklin el jerez; me retiré a mi habitación yme conforté a mí mismo con la más estimulante pipa detabaco que recuerdo haber fumado jamás.

Page 351: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

No crean, sin embargo, que logré desembarazarmede manera tan fácil de míster Franklin. Escurriéndoseotra vez del cuarto matinal al vestíbulo, halló el caminode los cuartos de servicio, olió en la atmósfera el aromade mi pipa y recordó al instante que había sido tansimple como para dejar de fumar en obsequio de missRaquel. En un abrir y cerrar de ojos irrumpió en micuarto con su cigarrera y volvió, empecinado, a la cargacon su tema eterno, tratándolo ahora según su pulcra,ingeniosa e increíble modalidad francesa.

—Dame fuego, Betteredge. ¿Se concibe que haya unhombre que después de haber fumado durante tantosaños como yo lo he hecho, sea incapaz de descubrir todoun sistema para el tratamiento que debe dispensarse alas mujeres, en el fondo de su cigarrera? Sígueme conatención y te probaré la cosa en dos palabras. Túescoges, por ejemplo, un cigarro; lo pruebas y tedesagrada. ¿Qué haces, entonces? Lo tiras y ensayasotro. Ahora bien, observa ahora la aplicación delsistema. Tú escoges una mujer, la pruebas y éstadestroza tu corazón. ¡Tonto!, aprende de tu cigarrera.¡Arrójala de tu lado y ensaya otra!

Yo sacud í la cabeza negat ivam ente .Maravillosamente ingenioso, me atrevo a decir, pero miexperiencia personal se hallaba totalmente en pugnacon ese procedimiento.

—En tiempos de la difunta mistress Betteredge —ledije— me sentí inclinado innumerables veces a poner en

Page 352: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

práctica su filosofía, míster Franklin. Pero la ley insisteen que debe uno seguir fumando su cigarro, luego dehaber escogido.

Hice la observación, guiñándole un ojo. MísterFranklin soltó una carcajada… y seguimos disfrutandode nuestra alegría igual que dos grillos, hasta el instanteen que un nuevo aspecto de su carácter surgió, a sudebido tiempo, en primer plano. Así iban las cosas entremi joven amo y yo y así, mientras el Sargento y eljardinero disputaban en torno de las rosas, empleamosel tiempo que precedió a la llegada de las nuevas deFrizinghall.

El calesín tirado por el pony se halló de vuelta unabuena media hora antes del momento en que yo hubieseosado imaginar que lo haría. Mi ama había resueltopermanecer, por el momento, en la casa de su hermana.El caballerizo trajo dos cartas escritas por ella: unadirigida a míster Franklin y la otra a mi nombre.

La de míster Franklin se la envié a éste a labiblioteca, en donde se había refugiado por segunda vez,luego de tanta andanza. A la mía le di lectura en mipropia habitación. Un cheque que se escurrió de ella encuanto abrí el sobre, sirvió para indicarme, antes deenterarme de su contenido, que el despido del SargentoCuff como encargado de la investigación en torno a laPiedra Lunar era ya un hecho consumado.

Le mandé decir al invernadero que deseaba hablarcon él inmediatamente. Surgió ante mí con la cabeza

Page 353: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

atiborrada de la persona del jardinero y del escaramujo,y afirmó que jamás había existido, ni habría de existiren el futuro, persona alguna que pudiese compararse,por lo obstinada, con míster Begbie. Yo lo insté aahuyentar esas futesas de la conversación y a dedicartoda su atención a las cosas realmente importantes. Aloír tales palabras, esforzó su atención lo suficiente comopara ver la carta que yo tenía en la mano.

—¡Ah! —dijo con su tono fatigado—, ha recibidousted noticias de Su Señoría. ¿Tengo yo algo que ver enel asunto, míster Betteredge?

—Podrá usted comprobarlo por sí mismo, Sargento.Y a continuación comencé a leerle la carta, con el

mayor énfasis y la mayor discreción posibles, la cual sehallaba concebida en los siguientes términos:

«Mi buen Gabriel: Le ruego informe al SargentoCuff que he cumplido la promesa que le hiciera, conel siguiente resultado, en lo que atañe a RosannaSpearman: miss Verinder declara solemnementeque en ningún instante cambió en privado palabraalguna con Rosanna, desde el instante en que estainfortunada mujer entró por vez primera en mi casa.Que en ningún momento, ni siquiera porcasualidad, se encontró con ella la noche en quedesapareció el diamante; y que ninguna clase decontacto hubo entre ellas desde la mañana deljueves, día en que se dio la primera alarma en la

Page 354: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

casa, hasta el día de hoy, sábado a la tarde, en quemiss Verinder abandonó la misma. Luego dehaberle comunicado a mi hija la noticia del suicidiode Rosanna Spearman, en forma repentina y con laspalabras estrictamente imprescindibles paraefectuar tal anuncio…, esto fue lo que ocurrió.»

Al llegar a este punto, elevé mi vista hacia elSargento Cuff y le pregunté qué opinaba de la carta.

—No haría más que ofenderse si le expresara miopinión —replicó el Sargento—. Continúe, místerBetteredge —añadió con exasperante obstinación—,continúe.

Al acordarme de que éste era el hombre que tuvo laaudacia de quejarse de la obstinación del jardinero, milengua sintió el vehemente impulso de «continuar»,pero con palabras que no eran las de mi ama.

No obstante, mi yo cristiano se mantuvo firme.Proseguí pacientemente la lectura de la carta del ama:

«Dirigiéndome a miss Verinder en la forma quedeseaba el policía, le hablé de la manera que mepareció más susceptible de provocar sorpresa enella. En dos ocasiones, antes de que mi hijaabandonara mi techo, le previne que al hacerlo seexpondría a despertar la más degradante eintolerable de las sospechas. Ahora acabo de decirleque mis temores se hallaban justificados.

Page 355: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

»Su respuesta ha sido respaldada por su tonomás solemne, tan sencillamente como es posible quesea cosa alguna expresada con palabras. En primerlugar, no le debe dinero en privado a ser vivientealguno. En segundo lugar, el diamante no seencuentra ni se ha encontrado nunca en sus manos,desde que lo puso en su bufete el miércoles por lanoche.

»La confianza de mi hija en mi persona no haido más allá de estas palabras. Se mantiene en unobstinado silencio cada vez que le pregunto si puededarme alguna explicación respecto a la desaparicióndel diamante. Se niega a hacerlo, con lágrimas en losojos, cuando apelo a ella diciéndole que lo haga enmi beneficio. ‘‘Algún día llegarás a saber por qué metiene tan sin cuidado la acusación y por qué guardosilencio, aun ante ti. Mucho es lo que he hecho paramerecer la piedad de mi madre…, nada que puedahacerla avergonzarse de mi conducta.’’ Estas hansido sus palabras.

»Luego de lo ocurrido entre ese funcionario yyo, creo —pese a que no es más que un extraño—que debe hacérsele conocer, igual que a usted,cuanto ha dicho miss Verinder. Léale esta carta yentréguele en seguida, en sus propias manos, elcheque que adjunto a la misma. Al renunciar a todanueva intervención suya en el asunto, sólo tengo queagregar que estoy segura de su honestidad e

Page 356: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

inteligencia; pero me hallo a la vez más persuadidaque nunca de que las circunstancias lo hanarrastrado fatalmente en este caso por un caminoequivocado.»

Con estas palabras terminaba la carta. Antes dealargarle el cheque, le pregunté al Sargento si teníaalguna observación que hacer.

—No encuadra con mis obligaciones, Betteredge—replicó—, hacer observación alguna respecto a uncaso, cuando he dado a éste por terminado.

Yo arrojé el cheque en su dirección, a través de lamesa.

—¿Cree usted en esta parte de la carta de SuSeñoría? —le dije indignado.

El Sargento miró el cheque y arqueómelancólicamente sus cejas, al comprobar la liberalidadde Su Señoría.

—Es ésta una tan generosa estimación del valor demi tiempo —dijo—, que me siento obligado a retribuirlaen alguna forma. Tendré en cuenta el monto de esecheque, míster Betteredge, cuando llegue el momentoen que sea oportuno recordarlo.

—¿Qué quiere usted decir? —le pregunté.—Su Señoría ha sorteado los escollos del momento

en forma muy inteligente —dijo el Sargento—. Pero esteescándalo de familia pertenece a esa categoría de hechosque vuelven a estallar en la superficie cuando menos lo

Page 357: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

espera uno. Nuevos problemas detectivescos se hallaránen nuestras manos, señor, antes de que la Piedra Lunartenga muchos meses más de vida.

Si algún sentido trascendía de tales palabras y algoquiso dar a entender con el tono con que las dijo, fue losiguiente: la carta de mi ama demostraba, según él, quemiss Raquel era lo suficientemente tenaz como pararesistir la más potente súplica que le fuera dirigida y quehabía hecho víctima a su madre (¡Dios mío, y en quémomento!) de toda una serie de abominables mentiras.Qué respuesta le hubiera dado cualquier otra persona alSargento, no podría decirlo. Yo, por mi parte, le repliquéde esta sencilla manera:

—¡Sargento Cuff, considero sus últimas palabrascomo un insulto inferido a mi ama y a su hija!

—Míster Betteredge, considérelas usted como unaadvertencia y se hallará más próximo a la verdad.

Furioso e iracundo como me encontraba, ladiabólica presunción de esta respuesta selló mis labios.

Con el fin de serenarme avancé hacia la ventana. Lalluvia había ya cesado; y, ¿a quién fue que vieron misojos en el patio sino a míster Begbie, nuestro jardinero,aguardando allí afuera el instante de reanudar ladisputa acerca del escaramujo, con el Sargento Cuff?

—Saludos para el Sargento —dijo míster Begbie, encuanto advirtió mi presencia—. Si está él dispuesto acaminar hasta la estación, tendré el placer deacompañarlo.

Page 358: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¡Cómo! —gritó el Sargento a mis espaldas—, ¿nose ha convencido usted aún?

—¡Demonios, ni una pizca! —respondió místerBegbie.

—¡Entonces iré a la estación! —dijo el Sargento.—¡Lo esperaré en la puerta! —exclamó míster

Begbie.Yo me hallaba, como ustedes ya saben, bastante

enfurecido… Pero ¿cómo podía la cólera de ningúnhombre mantenerse incólume ante una interrupción deesta índole? El Sargento Cuff advirtió el cambioproducido en mí y estimuló su progreso con unaexpresión oportuna.

—¡Venga! ¡Venga! —dijo—. ¿Por qué no aplicarle ami caso el mismo punto de vista puesto en práctica porSu Señoría? ¿Por qué no decir que las circunstancias mehan arrastrado fatalmente por un camino equivocado?

Poder juzgar una cosa desde el punto de vista en quelo hacía Su Señoría era un privilegio de ser gustado…aun teniendo en cuenta la desventaja de que elofrecimiento había sido hecho por el Sargento Cuff.Lentamente me fui apaciguando, hasta que alcanzó miespíritu su nivel normal. Toda opinión en torno a lapersona de miss Raquel, que no fuese la mía o la de miama, provocaba de mi parte un altivo desdén. ¡La únicacosa que escapaba a mi voluntad era echar en el olvidola cuestión de la Piedra Lunar! Mi propio sentido comúndebió de haberme aconsejado, bien lo sé, hacer a un

Page 359: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lado la cosa…, pero, ¡vaya!, las virtudes que distinguena la actual generación no existían en mi tiempo. ElSargento Cuff me había herido en mi punto débil y, pesea mis altivas miradas de desprecio, la tierna zona heridapor él seguía aún hormigueando. Lo cual me impulsóperversamente a obligarle a dirigir su atención hacia lacarta de Su Señoría.

—En lo que a mí se refiere, estoy enteramenteconvencido —dije—. ¡Pero dejemos de lado eso! Haga decuenta que tiene aún que convencerme. Usted es deopinión de que no debe dársele crédito a las palabras demiss Raquel y de que volveremos a oír hablar de laPiedra Lunar. Demuéstreme tal cosa, Sargento —concluíen un tono ligero—. Demuéstremela.

En lugar de ofenderse, asió el Sargento mi mano y lasacudió hasta hacerme doler nuevamente los dedos.

—¡Juro ante Dios —dijo este extraño oficial,solemnemente— que ingresaría mañana mismo en elservicio doméstico, míster Betteredge, si se me brindarala oportunidad de trabajar a su lado! Decir que es ustedtan transparente como un niño, es hacer a los niños uncumplido que nueve de cada diez de ellos no merecen.¡Vaya, vaya!, no empecemos a disputar de nuevo. Lediré lo que quiere saber sin recurrir a ese enojosoexpediente. No diré una palabra más respecto a SuSeñoría o miss Verinder…, sino que, por primera vez enmi vida, me trocaré, en cierto sentido, en un profeta, yello en su beneficio. Ya le he prevenido que este asunto

Page 360: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de la Piedra Lunar no ha terminado todavía. Muy bien.Ahora, en el momento de partir, le anunciaré tres cosasque habrán de ocurrir en el futuro y las cuales, es micreencia, los obligarán a ustedes a fijar su actuación enellas, les agrade o no hacer tal cosa.

—¡Prosiga! —le dije, con el mayor descaro y ligereza.—Primero —dijo el Sargento—, tendrá usted noticias

de los Yolland… cuando entregue el cartero la misiva deRosanna en Cobb’s Hole, el lunes próximo.

Si me hubiera volcado encima un balde de agua fría,dudo que mi desagrado hubiese sido mayor que el queme provocaron tales palabras. Las protestas deinocencia de miss Raquel habían dejado las actividadesde Rosanna —la confección del peinador, elocultamiento de la prenda manchada y demás hechos—sin la menor explicación. ¡Y esto no se me ocurrió a míen ningún momento, antes de que el Sargento Cuff meobligara a pensar en todo ello de repente!

—Luego —prosiguió el Sargento—, tendrá ustednoticias de los tres juglares hindúes. Oirá hablar de ellosen los alrededores, si miss Raquel permanece en elvecindario. Y oirá hablar de ellos en Londres, si missRaquel se dirige a Londres.

No sintiendo ya el menor interés por losescamoteadores y hallándome plenamente convencidode la inocencia de mi joven ama, acogí esta segundaprofecía con la mayor ligereza.

—Basta ya de las dos primeras cosas de las tres que

Page 361: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habrán de suceder —le dije—. ¡Dígame cuál es la otra!—La tercera y última —dijo el Sargento Cuff—

consiste en que tarde o temprano oirá usted hablar deese prestamista londinense que me he tomado ya lalibertad de mencionar dos veces. Déme usted su libretade apuntes para anotarle su nombre y dirección…, paraevitar que se produzca confusión alguna, en caso de queel hecho se consume en realidad.

En consecuencia, escribió sobre una hoja en blanco:«míster Septimus Luker, Middlesex Place, Lambeth,Londres.»

—Estas son las últimas palabras —dijo, indicando ladirección— relativas a la Piedra Lunar, con que habré demolestarlo a usted por el momento. El tiempo dirá siestoy en lo cierto o equivocado. Mientras tanto, señor,me voy de aquí llevándome una favorable y sinceraimpresión de su persona, que en mi opinión nos honraa ambos. Si no volvemos a encontrarnos antes de queme retire del ejercicio de mi profesión, espero que vengausted a verme a esa casita próxima a Londres, a la cualya le he echado el ojo. Le prometo, míster Betteredge,que los senderos serán de hierba en mi jardín. Encuanto a las rosas musgosas…

—¡Demonios, ni una pizca podrá hacer crecer a larosa musgosa, si no la injerta primero en el escaramujo!—gritó una voz desde la ventana.

Ambos nos volvimos. Allí estaba el eterno místerBegbie, quien se hallaba demasiado impaciente respecto

Page 362: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a la controversia, para seguir aguardando un minutomás en la puerta. El Sargento estrujó mi mano y seprecipitó al patio, más caldeado aún que su antagonista.

—Pregúntele qué pasó con la rosa musgosa cuandoregrese y fíjese bien si lo he dejado con alguna pierna enque pararse —gritó el gran Cuff, a su vez, desde laventana.

—Caballeros —respondí yo, tratando de aplacarloscomo los había aplacado anteriormente—, en lo queconcierne a la rosa musgosa, mucho es lo que puededecirse por ambas partes.

Fue lo mismo que si me hubiese puesto, como dicenlos irlandeses, a silbarle gigas a una piedra. Ambosprosiguieron el camino, disputando la batalla de lasrosas, sin dar ni pedir cuartel. La última vez que los vi,míster Begbie sacudía su obstinada cabeza y el SargentoCuff lo había tomado de un brazo igual que si se tratarade un preso. ¡Ah, vaya, vaya! Reconozco que no pudeevitar un sentimiento de simpatía hacia el Sargento…,aunque seguí odiándolo todo el tiempo.

Explíquese como mejor puedan este estado mental.Pronto se verán libres de mi persona y miscontradicciones. Una vez que me haya referido a lapartida de míster Franklin, el relato de lo acontecido eldía sábado habrá llegado, por fin, a su término. Ycuando, luego de ello, haya narrado ciertos extrañoseventos acaecidos en el curso de la nueva semana, habrécumplido mi misión respecto a esta historia y entregaré

Page 363: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

la pluma a la persona designada para sucederme. Si sehallan ustedes fatigados por la lectura, como yo por lafaena de escribir este relato…, ¡qué alegría, Dios mío,será la que experimentaremos dentro de muy pocaspáginas!

XXII

Yo había ordenado que el calesín se mantuvieralisto, para el caso de que míster Franklin persistiera ensu deseo de partir en el tren de esa noche. La aparicióndel equipaje, seguida por la del propio míster Franklin,me hizo comprender claramente que éste persistía enun propósito por primera vez en su vida.

—¿De modo que ya es una cosa resuelta, señor? —ledije al encontrarme con él en el vestíbulo—. ¿Por qué noaguarda un día o dos más y le ofrece otra oportunidada miss Raquel?

Todo el barniz extranjero de míster Franklin sedisipó ahora que había llegado el instante de decirnosadiós. En lugar de responderme con palabras, colocó enmis manos la carta que Su Señoría acababa de remitirle.Lo que allí decía era, en su mayor parte, lo mismo queme comunicara a mí en la otra carta. Pero había unfragmento hacia el final de la misiva relativo a missRaquel, que servirá, si no para otra cosa, para aclarar al

Page 364: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

menos la causa de la firmeza de míster Franklin.

«Me atrevo a afirmar (decía allí Su Señoría) quehabré de provocar su asombro cuando le diga que hepermitido que mi propia hija me mantenga en lamás completa oscuridad. Un diamante cuyo valoralcanza a las veinte mil libras acaba de perderse…,y las circunstancias quieren llevarme a inferir que elmisterio de su desaparición no constituye tal cosapara Raquel y que un inexplicable compromiso deguardar silencio pesa sobre ella, compromiso que leha sido impuesto por una o varias personas que meson desconocidas en absoluto, con miras a unpropósito del que no tengo la menor idea. ¿Seconcibe que me deje engañar a mí misma en estaforma? Sí, se justifica enteramente, teniendo encuenta el estado actual de Raquel. Mi hija se hallabajo los efectos de una agitación nerviosa queconmueve. Evitaré toda mención de la Piedra Lunar,mientras el tiempo no haya logrado hacerlerecuperar su tranquilidad. Con el fin de alcanzar talcosa no he vacilado en despedir al policía. Elmisterio que nos tiene en ascuas a nosotros lomantiene a él también en idéntico estado. No es ésteun asunto en el que pueda sernos de utilidad ningúnextraño. Su presencia no hace más que aumentarmis sufrimientos, y Raquel enloquece ante la solamención de su nombre.

Page 365: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

»Mis planes para el futuro han sido trazados dela mejor manera en que fue posible hacerlo. Mepropongo actualmente dirigirme con Raquel aLondres…, en parte para aliviar su espíritu medianteun cambio total de ambiente y en parte para probarqué se puede hacer, de acuerdo con el mejor consejomédico que se nos haga llegar. ¿Me atreveré apedirte que vayas a recibirnos a la ciudad? Miquerido Franklin, en cierto sentido tienes que imitarmi paciencia y aguardar, como yo lo hago, uninstante más favorable. La valiosa ayuda que hasaportado a la investigación con motivo de la pérdidade la gema sigue constituyendo una imperdonableofensa para la mente de Raquel, en su espantosoestado actual. Obrando a ciegas como lo has hechoen este asunto has aumentado la carga de ansiedadque ya pesaba sobre ella desde el instante en que, enforma inocente, la amenazaste con descubrir susecreto mediante la diligencia puesta en juego. Mees imposible hallar justificación alguna a la malignaopinión que te hace responsable de unasconsecuencias que ni tú ni yo podíamos imaginar oprever. Pero ella no se encuentra en un estado quele permita razonar; solo cabe apiadarse de Raquel.Mucho es lo que sufro al tener que decirte que porel momento será mejor que tú y ella se mantenganalejados. El único consejo que puedo darte es que ledes tiempo.»

Page 366: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Le devolví la carta sinceramente afligido por lo quele pasaba a míster Franklin, pues bien sabía loenamorado que se hallaba de la joven y en qué forma lohabía herido en el corazón ese relato que del estado deella acababa de hacerle llegar mi ama.

—Sin duda conoce usted el proverbio, señor —meatreví a decirle—: «Cuando las cosas alcanzan su nivelmás bajo, es seguro entonces que comenzarán amejorar.» Las cosas han llegado aquí tan bajo, místerFranklin, que no es posible que empeoren más.

Míster Franklin dobló la carta de su tía, sin que sesintiese al parecer confortado en lo más mínimo por laspalabras que me aventuré a dirigirle.

—Cuando llegué aquí procedente de Londres con esehorrendo diamante —dijo—, no creo que hubiera entoda Inglaterra un hogar más dichoso que éste. ¡Míralo,ahora! ¡Disperso, desunido…, la propia atmósfera dellugar se halla emponzoñada por el misterio y lasospecha! ¿Te acuerdas de aquella mañana cuando enlas Arenas Movedizas hablamos de mi tío Herncastle yde su regalo de cumpleaños? ¡La Piedra Lunar le haservido para vengarse, Betteredge, de una manera queel propio Coronel no osó jamás soñar!

Dicho esto, me estrechó la mano y se dirigió alcalesín. Yo lo seguí escaleras abajo. Era en verdad muylamentable verlo partir de esa manera de la viejaresidencia donde transcurrieron los más felices años desu vida. Penélope (triste y trastornada por lo acontecido

Page 367: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

en la casa) se hizo presente para decirle adiós. MísterFranklin la besó. Yo lo saludé con la mano, como si ledijera: «con todo mi corazón lo autorizo a hacerlo,señor». Varias domésticas surgieron en la esquina de lacasa para atisbar su partida. Pertenecía él a esacategoría de hombres que agradan a todas las mujeres.A último momento detuve el pony y le pedí, por favor,que nos hiciera llegar noticias suyas por carta. Nopareció escuchar lo que le dije…; deslizó su mirada deuna cosa a la otra como si estuviera despidiéndose de lavieja mansión y de las tierras circundantes.

—¡Díganos adónde va, señor! —le rogué, mientrascaminaba a la par del calesín y me esforzaba porpenetrar sus planes futuros de esa manera.

Míster Franklin se bajó súbitamente el sombrerohasta los ojos.

—¿Adónde voy? —me dijo, haciéndose eco de mispalabras—. ¡Al infierno!

El pony echó a correr al oír esta palabra, como siexperimentase una especie de horror cristiano ante lamisma.

—¡Dios lo bendiga, señor, dondequiera que vaya!—fue cuanto tuve tiempo de decirle, antes de quedesapareciera de mi vista y del alcance de mi oído.

¡Un agradable y simpático caballero! ¡A pesar detodas sus locuras y defectos, un agradable y simpáticocaballero! Su partida dejó en la casa de mi ama un tristevacío.

Page 368: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Monótono y triste era el ambiente de la casa, cuandoel largo crepúsculo de ese día de verano se trocó en lanoche del sábado.

Yo evité que mi ánimo decayera, recurriendo enseguida a mi pipa y a mi Robinson Crusoe. Las mujeres,excepto Penélope, mataron el tiempo hablando delsuicidio de Rosanna. Todas se obstinaron en afirmarque la pobre muchacha había robado la Piedra Lunar yque se había eliminado aterrorizada ante la idea de quepodían descubrirla. Mi hija, naturalmente seguíaaferrada íntimamente a lo que ya había dicho. Suopinión respecto al verdadero motivo del suicidio deRosanna resultaba insatisfactorio frente a los mismosobstáculos que tornaban, también, insatisfactoria laafirmación que mi joven ama hacía de su inocencia, locual constituía una extraña coincidencia. Ninguna de lasdos tomaba para nada en cuenta el misterioso viaje deRosanna a Frizinghall ni sus actividades en torno alpeinador. Inútil era hacerle reparar en ello a mi hija; laobjeción la dejaba tan impasible como un chubasco auna prenda impermeable. La verdad es que ha heredadoesa supremacía de los sentidos sobre la razón quedistingue a mi persona…, superando en ello por ampliomargen a su padre.

Al día siguiente —domingo— llegó de regreso, perosin nadie dentro, el coche cerrado que transportara a

Page 369: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Ablewhite. El cochero me entregó un mensajeque me dirigía mi ama, así como también lasinstrucciones que por escrito le hacía llegar aquélla a sudoncella privada y a Penélope.

El mensaje me anunciaba que el ama había resueltoinstalarse con miss Raquel en su casa de Londres el díalunes. Las instrucciones ponían en conocimiento de lasdos criadas cuáles eran las ropas que necesitaban y lesordenaban ir a reunirse con sus dos amas en la ciudad,a determinada hora del día. La mayor parte de laservidumbre debía seguirlas más tarde. Mi ama habíahallado tan poco dispuesta a miss Raquel a retornar a lacasa luego de lo acontecido en ella, que decidiómarcharse directamente a Londres desde Frizinghall.Yo debía permanecer en el campo hasta nueva orden yvigilar las faenas dentro y fuera de la finca. Los criadosque quedaran debían recibir en retribución por susservicios sólo el cuarto y la comida.

Al hacerme recordar esto lo que míster Franklin medijera acerca de la desunión y dispersión de la familia,mi pensamiento se sintió impelido, naturalmente, arecordar al propio míster Franklin. Cuanto más pensabaen él, más inquietud sentía en lo que concernía a susfuturas actividades. Por último decidí enviarle una cartapor el correo del sábado a míster Jeffco, el valet de supadre (a quien conociera yo años atrás), para rogarle mehiciera saber qué decisión había tomado míster Franklina su llegada a Londres.

Page 370: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El crepúsculo del domingo fue aún más monótono,si es que ello era posible, que el del día anterior.Terminamos el día de descanso semanal en la mismaforma que cientos de miles de personas, en estas islas,pasan las últimas horas del mismo, o sea, anticipamosla hora del sueño, quedándonos dormidos en nuestrassillas.

De qué manera influyó el día lunes en los demás nopodría decirlo. En mí produjo una conmoción. Laprimera de las profecías del Sargento Cuff —es decir,aquélla que anunciaba que habría de recibir noticias delos Yolland— se cumplió en esa fecha.

Acababa de asistir en la estación a la partida dePenélope y de la doncella del ama que se dirigían aLondres con el equipaje y me hallaba echando unvistazo por las tierras de la finca, cuando oí de prontoque me llamaban por mi nombre. Al girar sobre lostalones me vi frente a frente de la coja Lucy, la hija delpescador. Dejando de lado su cojera y su delgadez(terrible desventaja esta última, en mi opinión, para unamujer), la muchacha poseía ciertas cualidades noexentas de atracción para los hombres. Un rostrooscuro, perspicaz e inteligente, una bella y clara voz yuna hermosa cabellera castaña, se contaban entre susatractivos. Una muleta, en la lista de sus infortunios. Yun carácter extraordinariamente violento agregábase a

Page 371: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

la suma total de sus defectos.—Y bien, querida —le dije—, ¿qué es lo que quieres

de mí?—¿Dónde se encuentra ese hombre que ustedes

llaman Franklin Blake? —dijo la muchacha, fijando enmi rostro una furiosa mirada, mientras apoyaba elcuerpo en su muleta.

—Esa no es manera correcta de expresarsetratándose de un caballero —le contesté—. Si deseassaber algo respecto al sobrino de mi ama, debes tener abien mencionarle como míster Franklin Blake.

Se aproximó, cojeando, un paso más hacia donde yome hallaba y me miró igual que si estuviera a punto decomerme vivo.

—¿Míster Franklin Blake? —dijo, remedando mivoz—. «Franklin Blake el asesino» sería el nombre másapropiado para él.

Mi experiencia con la difunta mistress Betteredgesurgió de pronto ante mí. Toda vez que una mujerintenta sacar a ustedes de las casillas, inviertan lospapeles y háganlas salir a ellas de las casillas.Generalmente se hallan preparadas para responder acualquier clase de defensa que ensayemos, menos aésta. Una sola palabra ejercerá el mismo influjo quecien, en tal sentido; y una palabra única fue la que ledije a la coja Lucy. Mirándola alegremente a la cara,exclamé.

—¡Bah!

Page 372: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

La muchacha se inflamó inmediatamente. Luego deapoyarse en su pie sano, golpeó tres veces de manerafuriosa el piso con su muleta.

—¡Es un asesino! ¡Un asesino! ¡Un asesino! ¡Ha sidoel causante de la muerte de Rosanna Spearman! —chillócon su tono de voz más agudo. Una o dos personas quese hallaban trabajando la tierra cerca de nosotrosalzaron su vista, comprobaron que se trataba de la cojaLucy, intuyeron lo que podía esperarse de ella, yvolvieron a mirar hacia otra parte.

—¿Que ha sido él el causante de la muerte deRosanna Spearman? —repetí yo—. ¿En qué te basaspara afirmar tal cosa, Lucy?

—¿Qué puede importarle a usted? ¿Qué puedeimportarle a ningún hombre? ¡Oh, si hubiera tenido ellala misma opinión que yo tengo de los hombres, seguiríaviviendo!

—Ella siempre pensó en mí con cariño, ¡pobrecita!—dije—; y yo siempre traté de protegerlacariñosamente.

Dije estas palabras con el tono más estimulante queme fue posible hallar. A decir verdad no quiseensañarme con la muchacha irritándola con mis réplicaspunzantes. En el primer instante no advertí en ella másque su ira. Ahora sólo sentía su infortunio, y éste vaunido comúnmente a la insolencia, en los humildes. Mirespuesta ablandó a la coja Lucy. Inclinando su cabezala apoyó en el extremo de la muleta.

Page 373: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Yo la quería —dijo suavemente la muchacha—. Suexistencia había sido miserable, míster Betteredge;gentes viles la habían maltratado, llevándola por el malcamino…, pero eso no consiguió hacerle perder susdulces maneras. Era un ángel. Hubiera podido ser feliza mi lado. Yo tenía el plan de ir a Londres con ella,donde hubiéramos vivido como hermanas, ganándonosla vida con la aguja. Pero apareció el hombre y lo echótodo a perder. Él la embrujó. No me diga que lo hizo sinquerer y que no lo sabía. Tenía el deber de saberlo y eldeber de apiadarse de ella. «No puedo vivir sin él…, y él,¡oh Lucy!, él ni siquiera me mira jamás.» Eso es lo queme dijo. «¡Malo, malo, malo!» —le contesté—. «Ningúnhombre merece que una se preocupe por él de esamanera.» Y ella afirmó: «¡Hay hombres dignos de quese muera por ellos, Lucy, y él es uno de ellos.» Yo teníaahorrado algún dinero. Había llegado a un acuerdo conmi padre y mi madre. Pensaba alejarla de los sinsaboresque sufría en este lugar. Hubiéramos vivido en algúnpequeño alojamiento de Londres, unidas como doshermanas. Ella había recibido una buena educación,señor, usted lo sabe, y tenía buena letra. Era hábil conla aguja. Yo también he recibido una buena educacióny tengo buena letra. No soy tan hábil como ella con laaguja…, pero podía haber aprendido. Podíamoshabernos ganado la vida maravillosamente. ¿Y qué es loque ocurre esta mañana?, ¿qué es lo que ocurre? Llegauna carta en la que me comunica que ha resuelto

Page 374: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

librarse de la carga de su vida. Viene su carta donde medice adiós para siempre. ¿Adónde está él? —solloza lamuchacha, levantando la cabeza que tenía apoyada enla muleta, iracunda otra vez, en medio de suslágrimas—. ¿Dónde está ese caballero del cual no debohablar sino con respeto? ¡Ah, míster Betteredge, no estálejos el día en que el pobre se alzará contra el rico!Ruego a Dios que comiencen con él. Ruego a Dios quecomiencen con él.

He aquí a otra de nuestras cristianas comunes y heaquí también el habitual desmoronamiento de esecristianismo cuando se exige demasiado. El propiopárroco (aunque reconozco que esto es decir bastante)se hubiera visto en aprietos para sermonear a lamuchacha, en el estado en que ésta se encontraba. Todolo que yo me atreví a hacer fue esforzarme por que semantuviera dentro del tema…; con la esperanza de oírladecir algo digno de ser escuchado.

—¿Qué es lo que quieres con míster Franklin Blake?—le pregunté.

—Necesito verlo.—¿Para algo en particular?—Tengo que entregarle una carta.—¿De Rosanna Spearman?—Sí.—¿La envió dentro de la tuya?—Sí.¿Estaba acaso por disiparse la niebla? ¿Se hallaban

Page 375: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a punto de ofrecérseme por sí mismas todas esas cosaspor las que yo me moría de curiosidad? Me vi obligadoa efectuar una pausa. El Sargento Cuff me habíacontagiado su mal. Ciertos signos y señales interioresque me eran ya familiares me advirtieron que la fiebredetectivesca renacía en mi espíritu.

—No puedes ver a míster Franklin—le dije.—Tengo que verlo y lo veré.—Partió para Londres anoche.La coja Lucy me miró fijamente a la cara y pudo

comprobar que le decía la verdad. Sin decir una palabramás, se volvió instantáneamente en dirección a Cobb’sHole.

—¡Un momento! —le dije—. Espero carta de místerFranklin Blake, mañana. Dame la tuya para enviárselapor correo.

La coja Lucy se afirmó sobre la muleta y dio vueltaa la cabeza, mirándome por encima de su hombro.

—La carta deberá pasar de mis manos a las manosde él —dijo—. No pienso hacérsela llegar de otramanera.

—¿Puedo escribirle diciéndole lo que tú me hasdicho?

—Dígale que lo odio, y le habrá dicho la verdad.—Está bien, está bien. Pero ¿y la carta?…—Si desea él la carta, tendrá que volver aquí y

obtenerla de mis manos.Con estas palabras echó a andar cojeando en

Page 376: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dirección a Cobb’s Hole. La fiebre detectivesca devoróal punto con su fuego toda mi dignidad. Siguiéndola,traté de hacerla hablar. Fue en vano. Por desgracia erayo un hombre…, y la coja Lucy se regodeaba conhacerme sufrir. Posteriormente, ese mismo día, probéfortuna con su madre. La buena de mistress Yolland nohizo más que llorar y recomendarme un tragoestimulante, extraído de su botella holandesa. Alpescador lo hallé en la playa. Sólo me respondió que eraése un «asunto desgraciado» y prosiguió componiendosu red. Ni el padre ni la madre sabían más de lo que yoconocía. La única oportunidad que me quedaba era la deescribirle, al día siguiente, a míster Franklin Blake.

Imaginen con qué ansiedad aguardé la llegada delcartero el martes por la mañana. Me entregó dos cartas.Una, la de Penélope (que apenas si tuve la pacienciasuficiente de leer), me anunciaba que el ama y missRaquel se hallaban instaladas sin novedad en Londres.La otra, de míster Jeffco, me informaba que el hijo de suseñor había ya abandonado Inglaterra.

Al llegar a la metrópoli, míster Franklin se dirigió, alparecer, inmediatamente a la residencia de su padre.Arribó allí a una hora inconveniente. Míster Blake padrese hallaba absorbido por su labor en la Cámara de losComunes y entregado en su casa esa noche al divertidopasatiempo parlamentario denominado por las gentesdel oficio «un proyecto privado». Míster Jeffco enpersona condujo a míster Franklin hasta el estudio de

Page 377: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

su padre.—¡Mi querido Franklin! ¿Por qué vienes a verme en

un momento tan intempestivo? ¿Pasa algo?—Sí; algo malo ha pasado con Raquel; estoy

terriblemente apenado.—¡Cuánto lo siento! Pero no puedo atenderte ahora.—¿Cuándo podrás escucharme?—¡Querido niño! No quiero engañarte. No podré

escucharte hasta que termine la sesión, ni un minutoantes. Buenas noches.

—Gracias, señor. Buenas noches.Esta fue la conversación sostenida en el estudio, de

acuerdo con la versión hecha por míster Jeffco. La quemantuvo fuera del mismo fue aún más breve.

—Jeffco, infórmese respecto a la hora en que subirála marea mañana a la mañana.

—A las seis y cuarenta, míster Franklin.—Llámeme a las cinco.—¿Parte al exterior el señor?—Iré, Jeffco, hasta donde se le ocurra al tren

llevarme.—¿Debo informar a su padre, señor?—Sí; dígaselo cuando termine la sesión.A la mañana siguiente míster Franklin emprendió

su viaje al exterior. Hacia qué lugar iba, nadie, inclusoél mismo, podría haber sido capaz de decirlo. Más tarderecibiríamos noticias suyas de Europa, Asia, Africa oAmérica. Las cuatro partes del globo, en opinión de

Page 378: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Jeffco, contaban con las mismas probabilidadesde albergarlo.

Estas noticias —al dar por tierra con mi proyecto dehacer entrar en contacto a la coja Lucy con místerFranklin— paralizaron todo intento de mi parte deavanzar en el terreno de la investigación. La opinión dePenélope relativa al suicidio de su compañera de faenas,y según la cual el hecho tuvo su origen en su amor nocorrespondido hacia míster Franklin, se vio confirmaday todo quedó ahí. Que la epístola dejada por Rosanna,para que le fuese entregada después de su muerte, amíster Franklin, contuviera o no la confesión que aquélsospechaba que estuvo a punto de hacerle en vida, eraalgo imposible de aclarar. Muy bien podía tratarse deuna simple despedida, en la que sólo constara el secretode su infortunado amor hacia una persona que sehallaba fuera de su alcance, o también de una admisiónlisa y llana de las extrañas actividades en que lasorprendiera el Sargento Cuff, desde el instante en quedesapareció la Piedra Lunar hasta aquél en que corrióhacia su perdición y se arrojó en las Arenas Movedizas.Una carta sellada había sido puesta en las manos de lacoja Lucy y una carta sellada siguió siendo la misma,tanto para mí como para cuantas personas rodeaban ala muchacha, sus padres inclusive. Todo el mundosospechó que había merecido la confianza de la muertay todo el mundo trató de hacerla hablar, en lo cualfracasamos todos también. Ya un doméstico, ya otro,

Page 379: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

toda la servidumbre —aferrada a la creencia de queRosanna fue quien robó y ocultó el diamante— se dio ahurgar y mirar aquí y allá entre las rocas por donde sedijo que había andado ella, hurgando y atisbando envano. La marea bajó y la sucedió el flujo; el veranoavanzó y se trocó en otoño. Y las arenas movedizas queabsorbieron su cuerpo escondieron también su secreto.

La noticia relativa a la partida de míster Franklin deInglaterra y la que anunciaba la llegada de mi ama ymiss Raquel a Londres, el lunes a la tarde, llegaronhasta mí, como ya os he referido, por el correo delmartes. El miércoles transcurrió sin que acaecieraningún hecho importante. El jueves recibí una segundatanda de noticias remitidas por Penélope.

Me informaba mi hija en su carta que cierto granfacultativo londinense, consultado respecto a la salud desu joven ama, se ganó una guinea luego de opinar que lomejor sería que la muchacha se divirtiese. Exposicionesflorales, óperas, bailes…, todo un cúmulo dedistracciones en perspectiva; y miss Raquel, ante elasombro de su madre, se dio a ellas con granentusiasmo. Míster Godfrey fue a visitarlas;evidentemente estuvo con su prima más tierno quenunca, a despecho de la actitud de ella cuando probó élfortuna en ocasión del día del cumpleaños. Ante eldisgusto de Penélope, había sido muy bien recibido y

Page 380: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

añadió al punto el nombre de miss Raquel a una lista deDamas de Beneficencia. Según se decía, Lady Verinderse hallaba muy desanimada, agregándose que habíamantenido largas entrevistas con su abogado. Acontinuación seguían ciertas especulaciones en torno auna pariente pobre, una tal miss Clack, de quien dije enmi relato de la fiesta del cumpleaños que se hallabasentada junto a míster Candy y era afecta al champaña.Penélope se preguntaba con asombro cómo era posibleque miss Clack no se hubiese hecho aún presente en lacasa. Seguramente no habría de pasar mucho tiempoantes de que se le pegara al ama, como era sucostumbre…. y ¡dale que dale!, ¡dale que dale!, en esaforma que utilizan las mujeres para mofarse unas deotras; palabras y más palabras y papel malgastado. Todoesto no sería digno de mención siquiera, de no ser poruna sola razón. He oído decir que se encontrarán másadelante con miss Clack. Si ello ocurre, no crean nadade lo que les diga acerca de mi persona.

El viernes nada ocurrió…, excepto que uno de losperros apareció con señales de enfermedad debajo delas orejas. Le di una dosis de jarabe de ladierno ydispuse para él una dieta de agua y verduras, hastanueva orden. Perdón por mencionar estas cosas. Se handeslizado aquí no sé cómo. Pásenlas por alto, se loruego. Rápidamente me acerco al instante en quehabrán de cesar mis agravios al refinado gusto modernode ustedes.

Page 381: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Por otra parte, el perro era bueno y merecía unabuena purga: era muy útil en verdad.

El sábado, último día de la semana, es también elpostrero de mi narración.

El correo de la mañana me deparó una sorpresa bajola forma de un periódico londinense. La letra queestampara mi dirección despertó mi curiosidad.Comparándola con aquella que trazó en mi libreta elnombre y la dirección del prestamista, la identifiqué conla del Sargento Cuff.

Al recorrer ansiosamente el periódico con la vista,luego de este descubrimiento, advertí una línea trazadacon tinta, en torno de una de las noticias policiales. Acontinuación transcribo la nota en beneficio de ustedes.Léanla con la misma atención con que yo la he leído yapreciarán en todo su valor la cortés deferencia de queme hizo objeto el Sargento al enviarme las nuevas deldía.

LAMBETH.— Poco antes de que cerraran lostribunales se presentó ante el juez de turno endemanda de consejo míster Septimus Luker, elprestigioso traficante en gemas, esculturas,grabados, etcétera. El recurrente afirmó que habíasido molestado a distintas horas, durante todo eldía, por las actividades de varios de esos hindúesvagabundos que suelen infestar las calles. Laspersonas contra quienes presentaba su queja eran

Page 382: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tres. Luego de haber sido ahuyentados por lapolicía, volvieron a hacerse presentes una y otra vez,intentando penetrar en la finca con la excusa desolicitar una caridad. Alejados de la parte delantera,fueron descubiertos en la trasera, nuevamente.Además de quejarse de tal molestia, míster Lukerdemostró hallarse hasta cierto punto poseído por eltemor de que se intentara robarle. En su colecciónhabía numerosas gemas únicas en su tipo, europeasy orientales, de sumo valor. La víspera no más, sevio obligado a despedir a un diestro operario en eltallado del marfil (un nativo de la India, segúnparecía, por sospechar que intentaba robarle; y nopodía asegurar, de ninguna manera, que dichosujeto y los juglares callejeros de quienes se quejabano estuvieran actuando de común acuerdo. Quizáintentaran una aglomeración de público, producirun alboroto e internarse en la casa en medio de laconfusión originada con tal motivo. En respuesta auna pregunta que le hiciera el magistrado, místerLuker admitió que no tenía prueba alguna queofrecer respecto a la posibilidad de que se intentararobarle. En concreto, sólo podía quejarse de lasmolestias y de la pérdida de tiempo que leocasionaron en sus actividades los hindúes. Elmagistrado observó que, de insistir aquéllos en suactitud, podría el recurrente obligarlos acomparecer ante ese mismo tribunal, donde caerían

Page 383: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fácilmente bajo las disposiciones legales. En lo queconcernía a los valores de míster Luker, era elpropio míster Luker quien debía adoptar lasmedidas más adecuadas para su salvaguardia. Quizáfuese conveniente que se pusiera en comunicacióncon la policía y tomase, por su parte, lasprecauciones que le dictara su propia experiencia.Luego de darle las gracias a Su Señoría, elrecurrente abandonó la sala.

Se dice que cierto sabio antiguo recomendó (norecuerdo en qué ocasión) a sus semejantes «cuidar elfinal». Velando por el remate de estas páginas y despuésde haberme pasado varios días preguntándome a mímismo cuál podría ser el final de las mismas, meencuentro ahora con que este simple relato halla suepílogo por sí mismo de la manera más apropiada. Eneste asunto de la Piedra Lunar hemos ido avanzando deprodigio en prodigio; y he aquí que el más grande detodos es el que surge en este último instante, el que serefiere, sobre todo, al cumplimiento de las tres profecíasdel Sargento Cuff, antes de que hubiese transcurridouna semana desde el momento en que las hizo.

Luego de haber tenido noticias de los Yolland, el díalunes, acababa de recibirlas, ahora, de los hindúes y delprestamista, junto con las nuevas llegadas desdeLondres… Recuerden, por otra parte, que miss Raquelse hallaba en Londres en esa época. Como ustedes

Page 384: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

pueden comprobar, narro siempre las cosas desde elpeor punto de vista posible, aunque me obligue éste acolocarme en una situación enteramente opuesta alsostenido por mí mismo. Si después de esto abandonanmi opinión para solidarizarse con la del Sargento frentea la evidencia que se ofrece a sus ojos —si la únicaconclusión lógica que extraen de lo antedicho los inducea ustedes a pensar que miss Raquel y míster Luker seencontraban allí y que la Piedra Lunar debe hallarse, encalidad de prenda, en casa del prestamista—, reconozcoque no puedo condenarlos por tal cosa. A través de laoscuridad los he traído hasta aquí. Y en la oscuridad meveo obligado a abandonarlos, con mis mejores respetos.

¿Por qué obligado?, se preguntarán quizá ustedes.¿Por qué no echar mano del testimonio de las otraspersonas que me han acompañado bien arriba en miascensión hacia las altas regiones de la verdad en queme sitúo a mí mismo?

A ello respondo que no puedo hacer otra cosa quecumplir las órdenes recibidas y que estas últimas mehan sido impartidas, según tengo entendido, enbeneficio de la verdad. Se me ha prohibido ir más allá,en mi relato, de lo que yo sabía por mí mismo en aqueltiempo. O, para hablar más claramente, me veoconstreñido a mantenerme estrictamente dentro de loslímites de mi propia experiencia de los sucesos y a nodecirles nada de lo que otras personas que contaron…,por la muy plausible razón de que ustedes habrán de

Page 385: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

saber tales cosas por boca de esas mismas personas;esto es, de primera mano. En la cuestión de la PiedraLunar el plan trazado exige presentar testigos, norumores. Me imagino ahora a un pariente mío,entregado, de aquí a cincuenta años, a la lectura de estaspáginas. ¡Dios mío!, ¡cuán satisfecho habrá de sentirsecuando se lo invite a desechar las hablillas y se ledispensen los honores de miembro de un tribunal!

Aquí es donde tenemos que separarnos, por elmomento, al menos, luego de haber andado un largotrecho juntos, confío que de una manerarecíprocamente amistosa. El diamante hindú proseguirábailando su diabólica danza en Londres y hasta Londresdeberán seguirlo abandonándome a mí en esta fincarural. Les ruego dejen de lado las torpezas del relato: miafán de hablar mucho de mí mismo y el haber usado,mucho me temo, un tono demasiado íntimo con ellector. Nada de eso ha sido hecho con mala intención;bebo, pues, con el mayor respeto (acabada apenas lacena), por la salud y prosperidad personal de ustedes,un pichel de la cerveza de Su Señoría. Ojalá hallen enesta narración salida de mis manos lo que encontróRobinson Crusoe durante su aventura en la isladesierta…, por encima de todo «algo que los resarza dela misma y que puedan anotar en el Haber del libro delBien y del Mal».

Page 386: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

SEGUNDA ÉPOCA

DESCUBRIMIENTO DE LA VERDAD(1848-1849)

Los hechos según el testimoniode varios testigos

PRIMERA NARRACIÓNA cargo de miss Clack, sobrina del difunto

Sir John Verinder

I

Grande es mi deuda con mis queridos padres(ambos ya en el cielo) por los hábitos de orden yregularidad que lograron inculcarme siendo yo muypequeña.

En aquella feliz época ya ida se me enseñó a tener elcabello bien peinado a toda hora del día y de la noche ya doblar cada prenda de mi traje pulcramente, de lamisma manera y sobre la misma silla, situada éstasiempre en el mismo sitio, esto es, a los pies del lecho,antes de retirarme a dormir. Una mención de los

Page 387: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

acontecimientos del día en mi pequeño diario precedíasiempre al plegado de las ropas. La oración de la noche(dicha en la cama) sucedía invariablemente al plegado.Y el dulce sueño de la niñez sucedía en la misma formainvariable a la oración.

Posteriormente, ¡ay!, la oración se vio desplazadapor reflexiones de una índole triste y amarga, y el dulcesueño de la niñez trocado desventajosamente en elsueño irregular que ronda junto a la inquieta almohadade la zozobra. Por el contrario, he conservado el hábitode doblar las prendas y de escribir mi pequeño diario. Elprimero me liga a la época de mi dichosa niñez..., antesde que papá se arruinara. El segundo —que hasta hoy hacontribuido más que ninguna otra cosa para ayudarmea disciplinar esta blanda naturaleza que heredamos deAdán— ha demostrado inesperadamente su utilidad enmi humilde provecho, de una manera totalmentedistinta. He capacitado a este pobre ser que soy yo parasatisfacer el capricho de un miembro acaudalado denuestra familia. Me siento muy feliz de poder serle dealguna utilidad, en el sentido mundano de la palabra, amíster Franklin Blake.

Me hallo desde hace cierto tiempo ajena a cuantoocurre en el seno de la rama próspera de mi familia.Cuando estamos pobres y solos, no es difícil que nosolviden. Resido ahora, por economía, en una pequeñaciudad de Bretaña poblada por un selecto grupo decuáqueros ingleses, la cual cuenta con la ventaja de

Page 388: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

poseer un clérigo protestante y un mercado de baratijas.En ese retiro —una isla de Patmos en medio del

rugiente océano papista circundante— ha llegado hastamí, por fin, una carta de Inglaterra. He aquí que depronto míster Franklin Blake se acuerda de miinsignificante existencia. Mi próspero, y ¡ojalá pudieraañadir mi espiritual pariente!, me escribe sin intentarsiquiera disimular que lo que quiere de mí es un meroservicio. Se le ha antojado remover el deplorable yescandaloso asunto de la Piedra Lunar y debo yoauxiliarlo mediante el relato de lo que he presenciadodurante mi estada en casa de tía Verinder, en Londres.Me ha ofrecido una remuneración pecuniaria, haciendogala de esa carencia de sentimientos común entre lospudientes. Deberé, pues, reabrir las dolorosas heridasque el tiempo acaba apenas de cerrar; sacar a relucir losmás tristes y dolorosos recuerdos…, y, luego de esto,sentirme compensada por una nueva laceración queadoptará la forma del cheque de míster Blake. Minaturaleza es débil. Dura fue la lucha que hube desostener conmigo misma, antes de que mi cristianahumildad se impusiese a mi pecaminoso orgullo y meobligase a aceptar abnegadamente el cheque.

Dudo que sin la ayuda de mi diario —¡y les pidoperdón por expresarme en tan groseros términos!—hubiera podido ganarme honradamente ese dinero. Sóloél hará que se torne la jornalera (quien le perdone amíster Franklin el agravio que le ha inferido) digna de

Page 389: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Nota agregada por Franklin Blake. Miss Clack puede1

estar completamente tranquila a este respecto. Nadahabrá de quitársele o añadírsele a su manuscrito nihabrá de ser alterado en él; lo mismo ocurrirá con losotros que pasen por mis manos. Cualesquiera sean lasopiniones vertidas por los relatores y lasconsideraciones personales que puedan caracterizar ytal vez, desde el punto de vista literario, desfigurar losrelatos que estoy reuniendo actualmente, ni una solalínea habrá de ser modificada, desde la primera hasta laúltima página del libro. Como documentos fidedignosllegaron hasta mí…, y como tales habré de conservarlos,respaldándolos con el testimonio de testigos que hablande lo que han visto. Sólo tengo que agregar que «lapersona mayormente implicada» en el relato de miss

su salario. Nada pasó inadvertido para mí durante elperíodo en que estuve junto a mi querida tía Verinder.Cuanto ocurrió en ese entonces lo tengo registrado,gracias a mis precoces hábitos, día por día, fielmente; yhabrá de ser narrado aquí en sus más mínimos detalles.

Mi devoto amor a la verdad se halla, gracias a Dios,muy por encima de mi respeto por las personas. Fácilhabrá de serle a míster Blake eliminar de estas páginastodo aquello que considere poco lisonjero para lapersona mayormente implicada en las mismas. Hacomprado mi tiempo, pero ni aun su dinero lograrásobornar mi conciencia .1

Page 390: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Clack es hoy lo suficientemente dichosa como parapoder desafiar no sólo las más mordaces alusiones de lapluma de miss Clack, sino también para reconocer elincuestionable valor de la pluma de la misma, comovehículo de expresión del carácter de miss Clack.

Mi diario me informa que el día 3 de julio del año1848 pasé yo accidentalmente delante de la casa de tíaVerinder en Montagu Square.

Al advertir los postigos abiertos y las persianaslevantadas pensé que constituiría un acto de buenaeducación el golpear a su puerta y preguntar por ella. Lapersona que respondió al llamado me informó que mitía y su hija (¡no puedo, realmente, llamarla mi prima!)habían llegado del campo hacía ya una semana con elpropósito de pasar una temporada en Londres. Enviéarriba un mensaje de inmediato, ya que no quisecausarles molestia alguna, para comunicarles quedeseaba únicamente saber si podía serles útil en algo.

La persona que acudió a abrir la puerta acogió mispalabras con insolente mutismo y me abandonó en elhall. Se trata de la hija de un viejo pagano llamadoBetteredge, quien ha sido tolerado durante muchos añosen casa de mi tía. Tomé asiento mientras aguardaba larespuesta, y, como acostumbro llevar siempre en mibolsillo algunos opúsculos, seleccioné entre ellos unoque resultó providencialmente aplicable a la personaque acudiera a abrir la puerta. El hall se hallaba

Page 391: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cubierto de polvo y el asiento era duro; pero la santanoción de devolver bien por mal me hizo elevar muy porencima de tales pequeñeces. El folleto pertenecía a unaserie destinada a las jóvenes y trataba de la pecaminosacuestión del vestido. Su estilo era familiar y devoto. Eltítulo: «Breves palabras contigo respecto a las cintas detu sombrero.»

—Mi ama le da las gracias y le ruega que venga aalmorzar mañana a las dos.

Pasé por alto el tono con que la muchacha metransmitió la respuesta y el terrible descaro de sumirada. Luego de darle las gracias a esta joven réproba,le respondí con tono fraternalmente cristiano:

—¿Me hará usted el favor de aceptar este folleto?Ella reparó en el título.—¿Lo ha escrito un hombre o una mujer, señorita?

Si lo escribió una mujer, mejor será que no lo lea,precisamente por eso. Y, si lo escribió un hombre, leruego que le informe que no sabe absolutamente nadadel asunto.

Me devolvió el folleto y abrió la puerta. De una uotra manera estamos obligados a sembrar la buenasimiente. Aguardé hasta que hubo cerrado la puerta ydejé caer el folleto en el buzón. Luego de haber arrojadootro a través de la verja del patio me sentí un tantoaliviada de una pesada responsabilidad para con missemejantes.

Esa noche teníamos un mitin los componentes de la

Page 392: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Junta Selecta de la Liga de Madres para la Confecciónde Pantalones Cortos. El objeto de esta excelenteasociación de caridad es —como toda persona seriasabe— rescatar de manos de los prenderos lospantalones de los padres reincidentes con el fin deevitar que sean recobrados por el padre incorregible yacortarlos de inmediato para adaptarlos al cuerpo delhijo inocente. Yo integraba en ese entonces la Junta;menciono aquí dicha liga, debido a que mi grande yadmirable amigo míster Godfrey Ablewhite cooperabaen nuestra misión de utilidad moral y material. Yo meproponía entrevistarlo en el comedor la noche del díalunes al cual me estoy refiriendo y pensaba comunicarlela nueva del arribo de mi querida tía Verinder aLondres. Pero ante mi gran disgusto, no apareció allí. Alexteriorizar mi sentimiento de sorpresa a causa de suausencia, mis hermanas de la Junta alzaron todas a lavez sus ojos, que se hallaban fijos en los pantalones(teníamos un trabajo de gran urgencia esa noche), y mepreguntaron si no estaba al tanto de lo ocurrido. Yoreconocí mi ignorancia y fui informada entonces porprimera vez de lo que, por así decirlo, constituye elpunto de partida de esta narración. El viernes anteriordos caballeros —pertenecientes a dos esferas totalmenteopuestas de la sociedad— habían sido víctimas de unultraje que conmovió a todo Londres. Uno de ellos eramíster Septimus Luker, de Lambeth. El otro místerGodfrey Ablewhite.

Page 393: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Viviendo tan aislada como vivo actualmente, me esimposible insertar en mi relato la crónica aparecida enel diario. También me vi privada en ese entonces de lainestimable ventaja de escuchar la narración de loocurrido a través de la férvida palabra de místerGodfrey Ablewhite. Todo lo que puedo hacer es contarlo que me contaron a mí la noche de ese lunes,adoptando el mismo plan que me enseñaron a aplicaren la infancia para doblar mis ropas. Cada cosa serápuesta en orden y en el lugar correspondiente. Estaslíneas proceden de una pobre y débil mujer. ¿Quién serátan cruel como para exigir más que eso de una pobre ydébil mujer?

La fecha —gracias a mis amados padres ningúndiccionario de los escritos hasta hoy será nunca másexplícito que yo en cuanto a las fechas— era la siguiente:viernes 30 de junio de 1848.

En las primeras horas de la mañana de ese díamemorable ocurrió que nuestro talentoso amigo místerGodfrey se hallaba cobrando un cheque en un banco dela Lombard Street. El nombre de los dueños seencuentra accidentalmente oculto tras una mancha enmi diario y mi santo respeto por la verdad me prohibeaventurar ninguna conjetura en una cuestión de esaíndole. Afortunadamente el nombre de los propietariosno interesa. Lo que importa es lo ocurrido después quemíster Godfrey hubo efectuado la operación allí. Alganar la puerta se encontró con un caballero

Page 394: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

enteramente desconocido para él, quien abandonabapor casualidad el edificio exactamente en el mismoinstante en que él lo hacía. Una momentánea puja deurbanidad tuvo lugar entre ambos, respecto a quiénhabía de ser el que pasara primero a través de la puertadel banco. El desconocido insistió en que místerGodfrey debía precederlo; míster Godfrey le contestócon unas breves frases corteses, se saludaron con unareverencia y partieron en dirección de la calle.

Las gentes ligeras y superficiales dirán sin duda: heaquí, con toda seguridad, un pequeño y mezquinoincidente relatado en una forma absurdamenteminuciosa. ¡Oh mis jóvenes amigos y compañeros en elpecado!, guárdense de tener el atrevimiento de aplicaraquí su pobre razón carnal. ¡Oh, procedan en lo moralordenadamente! Que su fe se inspire en sus medias yéstas en su fe. ¡Ambas igualmente inmaculadas y ambaspor igual siempre listas para poder usarlas en la primeraocasión que se presente!

Les pido mil veces perdón. Insensiblemente hereincidido en mi estilo de tiempos de la EscuelaDominical. Algo de lo más inapropiado para un asuntocomo éste. Permítanme que les hable con tonomundano…. permítanme que les diga que las cosaspequeñas y mezquinas en éste como en otros muchoscasos provocan terribles consecuencias. Luego de sentarla premisa de que el desconocido no era otro que místerLuker, de Lambeth, seguiremos ahora a míster Godfrey

Page 395: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hasta su hogar establecido en Kilburn.Allí encontró, aguardándolo en el hall un

muchachito pobremente vestido, pero de aspectodelicado e interesante. El muchacho le alargó una cartadiciéndole tan sólo que se la había confiado una señoraanciana a quien no conocía y que no le había indicado sidebía o no esperar la respuesta. Incidentes como ésteabundaban en la larga trayectoria de míster Godfreycomo promotor de la caridad pública. Dejó ir almuchacho y abrió el sobre.

La letra era enteramente desconocida. Se le pedía enla carta que hiciera acto de presencia dentro de unahora en una casa de la Northumberland Street, Strand,en la cual no había tenido jamás ocasión de entrar hastaentonces. El motivo de la entrevista era obtener delabios de su digno administrador ciertos detallesreferentes a la Liga de Madres para la confección depantalones cortos, y la interesada era una dama ancianaque tenía el propósito de contribuir con largueza a losfondos de caridad, siempre que sus preguntasobtuvieran una réplica satisfactoria. Le daba su nombre,y añadía que su breve estancia en Londres le impedíaser más explícita con el eminente filántropo a quien sedirigía.

Un hombre corriente hubiera vacilado antes deabandonar sus propios asuntos para atender los de undesconocido. Pero nuestro Héroe Cristiano jamás vacilacuando se trata de hacer un bien. Volviéndose

Page 396: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

instantáneamente, se dirigió míster Godfrey hacia lacasa de la calle Northumberland. Un hombre muyrespetable, aunque un tanto corpulento, respondió a sullamado, y al oír el nombre de míster Godfrey locondujo inmediatamente hasta un aposento vacío de laparte trasera de la finca, situado en el mismo piso enque se hallaba la sala. Dos cosas desusadas le llamaronla atención al ser introducido en el cuarto. Una consistíaen un tenue perfume de almizcle y alcanfor. La otra enun antiguo manuscrito oriental, bellamente iluminadocon imágenes y dibujos hindúes, que aparecía abierto ya la vista, sobre una mesa.

Se hallaba observando el libro en una posición quelo obligaba a dar la espalda a las puertas corredizas ycerradas que comunicaban con el cuarto que daba a lacalle, cuando, sin que ningún ruido previo viniera aanunciárselo, se sintió repentinamente asido por unbrazo que le rodeó el cuello desde atrás. Apenas si tuvotiempo de percibir otra cosa que no fuera el hecho deque el brazo que rodeó su cuello se hallaba desnudo yera curtido y moreno, antes de ser vendado,amordazado y arrojado al suelo, indefenso, por dosindividuos. Un tercero saqueó sus bolsillos y —si es quea una dama le está permitida tal expresión— indagóhasta dar con su piel, una y otra vez.

Quizá debiera yo brindarme aquí la satisfacción dedecir unas pocas y estimulantes palabras respecto alhecho de que tan sólo su devota confianza en sí mismo

Page 397: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ayudó a míster Godfrey a sobrellevar una emergenciatan terrible como ésa. Quizá, por otra parte, la posturay el aspecto de mi admirable amigo durante el apogeodel ultraje, que ya he descrito más arriba, difícilmenteencuadre dentro de los límites de la discusión femenina.Permitidme que pase por alto los instantes inmediatosposteriores y que retorne a míster Godfrey cuando ya laodiosa búsqueda a través de su persona se habíacompletado. El ultraje se efectuó en medio de unsilencio mortal. Al finalizar el mismo, se produjo unbreve cambio de palabras entre los invisibles sujetos enuna lengua que él no entendió, pero que claramentehubieran podido ser identificadas (por un oídorefinado) como de ira y disgusto. Súbitamente fuelevantado del piso, colocado en una silla y atado a ellade pies y manos. En seguida percibió una corriente deaire proveniente del hueco de la puerta, prestó oídos yllegó a la conclusión de que se hallaba nuevamente soloen la habitación.

Transcurrido cierto espacio de tiempo oyó un ruidoque venía desde abajo y que semejaba el crujir de unvestido de mujer. El rumor avanzó hacia arriba y cesóluego. Un chillido de mujer rasgó esa atmósferaculpable. Una voz de hombre exclamó desde abajo:«¡Hola!» Pies masculinos ascendieron por la escalera.Míster Godfrey advirtió que unos dedos cristianosaflojaban su venda y le arrancaban la mordaza. Al miraren torno suyo asombrado descubrió la presencia de dos

Page 398: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

respetables personas desconocidas y articulódébilmente estas palabras: «¿Qué significa esto?» Lasdos personas desconocidas y respetables le dijeron,luego de reflexionar un instante: «Eso es precisamentelo que deseábamos preguntarle a usted.»

La inevitable explicación del caso sucedió a laspalabras. ¡No! Permitidme que os pinte el caso en todossus detalles. Una dosis de carbonato amónico y de aguale fue administrada inmediatamente a nuestro queridomíster Godfrey para calmar sus nervios. La explicaciónvino luego.

De las palabras del amo y del ama —personas quegozaban de buena reputación en el vecindario— sedesprendía, al parecer, que el primero y segundo pisosde la finca habían sido alquilados la víspera, por unasemana, por un caballero de respetabilísimaapariencia…, el mismo que ya se ha indicado que fuequien le abrió la puerta a míster Godfrey cuando llamóa ella. Dicho caballero pagó el alquiler y todos los gastosextras correspondientes a una semana, por adelantado,diciendo que los aposentos serían ocupados por tresnobles hindúes, amigos suyos, quienes se hallaban depaseo en Inglaterra por primera vez. En las primerashoras de la mañana del día del ultraje, dos de esosorientales desconocidos, acompañados por surespetable amigo inglés, tomaron posesión de lashabitaciones. El tercero habría de reunirse con ellosmuy en breve y el equipaje (que se decía era muy

Page 399: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

abultado) habría de seguirlos, según sus palabras, unavez que se hubieran llenado las formalidades en laaduana, hacia las últimas horas de la tarde. No menosde diez minutos antes de la visita de míster Godfreyllegó el tercer hindú. Nada desacostumbrado habíaocurrido, de acuerdo con lo que sabían el amo y el ama,hasta esos últimos cinco minutos…, en que vieronabandonar la casa a los tres extranjeros acompañadosde su respetable amigo inglés, los cuales echaron aandar calmosamente en dirección al Strand.Recordando que un visitante había entrado en la casa yque dicho visitante no había aún hecho abandono de lamisma, se le ocurrió al ama que era un tanto raro elhecho de que un caballero fuese dejado a solas en el pisode arriba. Luego de breve discusión con su marido,consideró ella conveniente asegurarse de si había o noocurrido algo malo allí. El resultado de ello fue el que heintentado describir aquí y así fue como la explicacióndel ama llegó a su fin.

Inmediatamente se procedió a registrar el cuarto.Las pertenencias de nuestro querido míster Godfrey sehallaban desparramadas por todas partes. Una vez quese las reunió a todas se advirtió, sin embargo, que nofaltaba ninguna; su reloj, la cadena, el portamonedas,las llaves, el pañuelo de bolsillo, su libro de apuntes ytodos sus papeles sueltos habían sido cuidadosamenteexaminados y arrojados luego intactos para que losrecogiera su dueño. Al mismo tiempo pudo

Page 400: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

comprobarse que no había sido sustraído el menorobjeto de propiedad de los dueños de la casa. Los tresnobles orientales sólo se habían llevado su manuscritoiluminado; nada más que eso.

¿Qué significaba esto? Considerando el asuntodesde un punto de vista terrenal, míster Godfrey parecíahaber sido víctima de un incomprensible error cometidopor varios sujetos desconocidos. Un oscuro complot secernía sobre nosotros, y nuestro bien amado e inocentecompañero había sido apresado entre sus mallas.Cuando un héroe cristiano, vencedor en mil combatesde caridad, puede caer en una trampa que ha sidocavada para él por equivocación, ¡oh, qué advertenciaimplica tal circunstancia para el resto de nosotros, aquienes nos incita a mantenernos en guardia en todoinstante! ¡Y cuán prontos se hallan nuestros malignosinstintos para demostrar que no son más que unosnobles orientales que nos toman del cuello deimproviso!

Muchas son las páginas de afectuosa prevención quepodría dedicarse a este tema, pero, ¡ay!, no se me haconcedido aquí la libertad de enmendar a nadie, sinoque se me ha condenado a narrar. El cheque de mipariente rico —de aquí en adelante el íncubo de miexistencia— me previene que aún no he dado término alregistro de este acto de violencia. Deberemos, pues,dejar a míster Godfrey para que se recobre en laNorthumberland Street y seguir los movimientos de

Page 401: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Luker, en las últimas horas de ese día.Luego de abandonar el banco, míster Luker había

visitado varios sitios de Londres por motivos denegocios. Al retornar a su residencia se encontró conuna carta que, según se le dijo, había sido dejada pocotiempo antes por un muchacho. En este caso, como enel de míster Godfrey, se trataba de una escrituradesconocida; pero el nombre allí mencionado era el deuno de los clientes de míster Luker. Su corresponsal(que escribía en tercera persona, y aparentemente através de un intermediario) le anunciaba que había sidocitado inesperadamente en Londres. Acababa de tomaralojamiento en el Alfred Place, Tottenham Court Road,y deseaba hablar en seguida con míster Luker conrespecto a una compra que estaba a punto de realizar.Dicho caballero era un entusiasta coleccionista deantigüedades orientales y, desde hacía muchos años, ungeneroso protector del establecimiento de Lambeth.¡Oh, cuándo dejaremos de adorar a Mammón! MísterLuker llamó un cabriolé y partió inmediatamente enbusca de su liberal protector.

Lo que le ocurriera a míster Godfrey en laNorthumberland Street, ocurrió exactamente a místerLuker en Alfred Place. Una vez más acudió al llamadoel hombre de apariencia respetable e invitó a pasar alvisitante, escaleras arriba, a la sala trasera. Allí sobre lamesa se encontraba nuevamente el manuscritoiluminado. La atención de míster Luker fue absorbida,

Page 402: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

como anteriormente la de míster Godfrey, por esa bellaexpresión del arte hindú. También a él lo arrancó de suexamen un brazo desnudo y curtido que rodeó sugarganta, una venda que le fue puesta en los ojos y unamordaza que le cubrió la boca. Se lo arrojó, igualmente,en el suelo, y se lo registró hasta dar con su piel. Elintervalo de silencio fue en su caso más prolongado queel que sobrevino durante la experiencia en que intervinomíster Godfrey; pero tuvo el mismo desenlace que elanterior: dos personas de la casa, presumiendo que algomalo habría ocurrido, ascendieron la escalera con el finde averiguarlo. Exactamente la misma explicación queel amo de la Northumberland Street le había dado amíster Godfrey, le fue dada a míster Luker por el dueñodel Alfred Place. Ambos se habían sentido conmovidosde la misma manera por los correctos modales y la bolsarepleta del respetable caballero desconocido, quien seanunció como representante de unos amigosextranjeros. La única diferencia entre ambos casos sólopudo verse cuando se procedió a reunir las pertenenciasde míster Luker, desparramadas en el suelo. Se hallaronel reloj y la cadena, pero, menos afortunado que místerGodfrey, echó de menos uno de sus papeles sueltos. Elpapel en cuestión certificaba la recepción de un objetomuy valioso, el cual había sido depositado por místerLuker en manos de sus banqueros. Dicho documento nopodía ser de utilidad alguna para el caso de que seintentara efectuar un robo, debido al hecho de que en él

Page 403: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

se especificaba que el objeto habría de ser devuelto sóloen el caso de ser requerido por su propio dueño. Tanpronto como se recobró, míster Luker se precipitó endirección al banco, con la esperanza de que los ladrones,ignorantes de la cláusula, se presentaran allí con elrecibo. Cuando llegó, nadie había visto aún a losdesconocidos en el banco, y nadie los vio más tarde. Losdirectores del banco opinaron que el respetable amigoinglés de los hindúes debió haber examinado el reciboantes de que intentaran hacer uso de él y que los habíaprevenido a tiempo.

Los detalles de ambos atropellos fueron puestos enconocimiento de la policía, la cual, según creo, efectuócon el mayor celo las investigaciones pertinentes. Lasautoridades opinaron que el robo había sido planeadopor unos ladrones escasos de información. Era evidenteque no se hallaban seguros de si míster Luker había ono confiado a otra persona la misión de entregar lapreciosa gema y el pobre y cortés de míster Godfreyhabía sido castigado por el crimen de encontrarseaccidentalmente con míster Luker. Debo añadir ahoraque la ausencia de míster Godfrey en nuestra reunióndel lunes a la noche fue motivada por una consulta delas autoridades que requirieron su presencia, y, dadasya las explicaciones del caso, podré ahora seguirnarrando la simple historia de mis pequeñasexperiencias personales en Montagu Square.

Page 404: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Exactamente a la hora indicada, hice acto depresencia en el lunch del día martes. Mi diario me diceque fue ése un día desigual: mucho hubo en él para serpiadosamente lamentado y mucho también para estarlepiadosamente agradecido.

Mi querida tía Verinder me recibió con suacostumbrada cordialidad y donosura. Pero a poco dehaber llegado tuve la sensación de que algo malo habíaocurrido. Pude advertir ciertas miradas ansiosas yfurtivas de mi tía, en dirección de su hija. Jamás puedomirar, por mi parte, a miss Raquel, sin dejar depreguntarme cómo puede ser que una persona deaspecto tan insignificante sea la hija de dos padres tandistinguidos como Sir John y Lady Verinder. En estaocasión, sin embargo, no sólo me disgustó su presencia,sino que, realmente, me chocó. Había en su lenguaje ysus modales una ausencia tan cabal de esa moderaciónque debe distinguir a las damas, que daba penaobservarla. Se hallaba poseída por una especie deexcitación febril que hizo que se condujera en una formadesdichadamente estrepitosa cuando reía yculpablemente exagerada y caprichosa cuando comió ybebió durante el lunch. Yo sentí una gran congoja por supobre madre, aun antes de que llegara en formaconfidencial a mis oídos la verdad de lo ocurrido.

Terminado el almuerzo, dijo mi tía:—Acuérdate, Raquel, de lo que te dijo el médico: que

después de comer tomes un libro para serenarte.

Page 405: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Iré a la biblioteca, mamá —respondió missRaquel—. Pero si viene Godfrey, quiero que se meinforme. Me muero por recibir noticias suyas, luego delo que pasó en la Northumberland Street.

Besó a su madre en la frente y dirigió su miradahacia mí.

—¡Adiós, Clack! —me dijo displicentemente.Su insolencia no despertó en mí cólera alguna. Sólo

tomé nota de su actitud, en privado, para rezar mástarde por ella.

Cuando nos encontramos a solas, mi tía me contó entodos sus detalles la horrenda historia del diamantehindú, la cual, gracias a Dios, no es necesario que searepetida aquí. No me ocultó mi tía el hecho de quehubiese preferido guardar silencio con respecto a eseasunto. Pero cuando sus propios criados se hallabanenterados de la desaparición de la Piedra Lunar yalgunos de los detalles del asunto habían realmentesalido a la luz en los diarios; cuando los extrañosespeculaban en torno a si existía algún lazo de uniónentre lo acaecido en la casa de campo de Lady Verindery lo que ocurriera en la Northumberland Street y elAlfred Place, no había ni que pensar en ocultar nada:una franqueza sin limitaciones se imponía entonces,como una necesidad y una virtud al mismo tiempo.

Otra persona, al oír lo que yo escuché en esemomento, se hubiera sentido probablementeanonadada por el asombro. En cuanto a mí, sabiendo,

Page 406: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

como sabía, que el alma de miss Raquel había sidoesencialmente, desde la infancia, un alma rebelde, mehallaba preparada para oír cualquier cosa que mi tía medijera y que tuviese por tema a su hija. Podía la historiahaberse deslizado de un mal a otro mayor y terminar,por último, en el crimen; lo mismo me habría dicho a mímisma: «¡Esa es la consecuencia natural, oh Dios mío,Dios mío, la consecuencia natural!» La única cosa quelogró estremecerme fue el procedimiento adoptado pormi tía en tales circunstancias. ¡He aquí un caso comojamás se habrá presentado otro, que reclamara en talforma la presencia de un clérigo! Lady Verinder fue deopinión de que correspondía al médico. Toda lajuventud de mi pobre tía transcurrió en la impíamansión de su padre. ¡Otra vez la consecuencia natural!¡Oh Dios mío, Dios mío; la consecuencia natural otravez!

—El médico le ha recomendado mucho ejercicio ydiversiones a Raquel y me ha urgido encarecidamenteque trate yo de mantener su mente lo más alejadaposible del pasado —dijo Lady Verinder.

«¡Oh, qué consejo pagano!», me dije a mí misma.«En un país tan cristiano como éste, un consejo tanpagano!»

Mi tía prosiguió:—Yo hago lo posible por cumplir las prescripciones

del médico. Pero esa extraña aventura de Godfrey se haproducido, infortunadamente, en el instante menos

Page 407: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

oportuno. Raquel se ha mantenido incesantementeagitada e inquieta desde que oyó hablar de ello. No medejó en paz hasta que no le hube escrito a mi sobrinoAblewhite pidiéndole que viniera a vernos. Y haexpresado aún su interés por otra persona duramentemaltratada —míster Luker, o algo parecido—, aunqueno es éste, naturalmente, más que un perfectodesconocido para ella.

—Tu conocimiento del mundo, querida tía, es másamplio que el mío —le sugerí tímidamente—. Pero debehaber alguna razón que justifique esa extraordinariamanera de conducirse de Raquel. Ella les está ocultandoa ti y a todo el mundo algún pecado secreto. ¿No habráalgo, en lo que acaba de ocurrir, que amenaza conrevelar ese secreto?

—¿Revelar? —repitió mi tía—. ¿Qué quieres decir?¿Revelación a través de míster Luker? ¿Revelación através de mi sobrino?

Apenas se deslizaron estas palabras de sus labios seprodujo un hecho providencial. El criado abrió la puertay anunció a míster Godfrey Ablewhite.

II

Míster Godfrey en persona siguió al anuncio de sunombre, haciendo tal cosa como él sabe hacerlo todo,

Page 408: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

esto es, en el momento oportuno. No tan próximo a lostalones del criado como para sobresaltarnos, ni tan lejosde él como para provocarnos la doble incomodidad deuna pausa y una puerta que se abre. Es en el conjuntode los detalles de su vida cotidiana donde el cristianoverdadero demuestra que lo es. Este ser querido lo eraintegralmente.

—Vaya donde está miss Verinder—le dijo mi tía alcriado—y anúnciele que míster Ablewhite se halla aquí.

Ambas inquirimos por su salud. Ambas lepreguntamos a la vez si volvió a sentirse el mismo deantes, luego de su terrible aventura de la semanaanterior. Con su admirable tacto acostumbrado se lasarregló para contestarnos a las dos simultáneamente. ALady Verinder le contestó con palabras. A mí con unaencantadora sonrisa.

—¿Qué he hecho yo —exclamó con infinita ternura—para merecer tanta simpatía? ¡Mi querida tía!, ¡miquerida miss Clack! Simplemente me han tomado porotra persona. No han hecho más que vendarme; no hanhecho más que estrangularme; no he sido más quearrojado cuan largo soy sobre una suave alfombra quecubría un suelo particularmente duro. Piensen lo quepudo en verdad haber ocurrido; podría haber sidoasesinado; podrían haberme robado. ¿Qué es lo que heperdido? Nada como no sea cierta cantidad de energíanerviosa…, a lo cual la ley no le reconoce el carácter depropiedad; de manera, pues, que hablando con

Page 409: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

exactitud no he perdido absolutamente nada. De habersido por mí hubiera escondido el secreto de estaaventura dentro de mí mismo… Me molesta todo esteruido y esta publicidad; pero míster Luker hizo públicassus injurias, y las mías han tenido necesariamente quetornarse públicas a su vez. He pasado a ser unapertenencia de los periódicos hasta el momento en queel benévolo lector se harte del asunto. Yo mismo yaestoy harto de ello. ¡Ojalá le ocurra pronto lo mismo albenévolo lector! ¿Cómo está mi querida Raquel?¿Disfrutando aún de las diversiones londinenses? ¡Mealegro de ello! miss Clack, necesito toda su indulgencia.Reconozco tristemente que me hallo en un gran atrasorespecto a la Junta de Trabajo y mis queridas señoras.Pero confío, en verdad, echarle un vistazo a la Liga deMadres la próxima semana. ¿Adelantaron algo en sulabor durante la reunión del lunes? ¿Se muestra laJunta optimista en lo que concierne al futuro? ¿Y noshemos atrasado mucho en la cuestión de lospantalones?

La celestial dulzura de su sonrisa hizo que susexcusas se tornaran irresistibles. La riqueza sonora desu voz profunda le añadió un indecible hechizo a lainteresante pregunta comercial que acababa dedirigirme. En verdad nos encontrábamos casidemasiado atrasadas en la cuestión de los pantalones;estábamos enteramente abrumadas bajo su peso. Mehallaba a punto de expresar tal cosa cuando volvió a

Page 410: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

abrirse la puerta y un elemento de discordia mundanahizo su aparición en el cuarto, en la forma humana demiss Verinder.

Se aproximó a míster Godfrey con una celeridadmuy poco apropiada a una dama, con el cabelloespantosamente revuelto y el rostro, me atrevería adecir yo, inconvenientemente sonrojado.

—Estoy encantada de verte, Godfrey —le dijohablándole, lamento tener que manifestarlo, en lamisma forma despreocupada con que un joven se dirigea otro joven—. Me hubiera gustado que hubieses traídoa míster Luker. Tú y él, mientras dure nuestra actualexcitación, seguirán siendo los dos hombres másinteresantes de Londres. Es morboso decirlo; malsano;y se trata de algo ante lo cual se estremeceráninstintivamente como ante ninguna otra cosa las mentesbien reguladas de las personas como miss Clack. Peropoco me importa eso. Cuéntame en seguida la historiacompleta de lo acaecido en la Northumberland Street.Sé que los diarios no lo han dicho todo.

Aun nuestro querido míster Godfrey participa de laflaca naturaleza que hemos todos nosotros heredado deAdán…; se trata de una partícula de ese nuestro legadocarnal, pero, ¡ay!, existe también en él. Confieso que meacongojó el verlo asir la mano de Raquel entre las suyasy depositarla suavemente sobre el costado izquierdo desu chaleco. Era ésa una manera de estimularladirectamente en el tono que había adoptado para

Page 411: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hablarme y en la insolente manera de referirse a mipersona.

—Mi amadísima Raquel —dijo con el mismo timbrede voz con que me había conmovido al hablar denuestras perspectivas y de nuestros pantalones—, losperiódicos te lo han dicho ya todo, y en una formamucho más precisa que la que pueda yo utilizar.

—Godfrey opina que le estamos dando demasiadaimportancia a este asunto —observó mi tía—. Acaba dedecirnos que no le interesa hablar de ello.

—¿Por qué?Hizo la pregunta, miss Raquel, con los ojos

relampagueándole súbitamente en las órbitas y mirandosúbitamente hacia lo alto, en dirección al rostro demíster Godfrey. Por su parte, bajó él los ojos paramirarla con una indulgencia tan imprudente y tan pocomerecida por ella, que yo me sentí llamada a intervenir.

—¡Raquel querida! —la amonesté suavemente—, laverdadera grandeza y el verdadero coraje son siempremodestos.

—Eres, a tu manera, Godfrey, un muchacho muybueno —le dijo ella…, sin reparar en lo más mínimo,tened en cuenta en mi persona e insistiendo en hablarlea su primo con el mismo tono con que un joven se dirigea otro joven…—. Pero estoy segura de que no eresgrande; ni creo tampoco que poseas ningún corajeextraordinario; y me hallo firmemente persuadida —sies que tuviste alguna vez modestia— de que tus

Page 412: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

adoradoras femeninas te han librado de esa virtud haceya una buena suma de años. Algún motivo secreto teimpide hablar de tu aventura en la NorthumberlandStreet y yo quiero conocer ese motivo.

—Mi motivo es de lo más simple que se puedaimaginar y de lo más fácil para dar a conocer—respondió él, aún indulgente con ella—. Me halloharto de este asunto.

—¿Tú, harto de este asunto? Mi querido Godfrey,quiero hacerte una indicación.

—¿De qué se trata?—Has vivido demasiado tiempo en la sociedad de las

mujeres. Y has contraído, por lo tanto, dos hábitos muymalos. Te has acostumbrado a hablar tonteríasseriamente y te has aficionado a contar embustes nadamás que por el placer de contarlos. Frente a tusadoradoras femeninas no puedes nunca ir directamentea la cuestión. Pero yo me propongo que vayas al granoconmigo. Ven y siéntate. Estoy desbordante depreguntas claras y espero que tú lo estés también derespuestas.

Arrastrándolo a través del cuarto lo llevó hasta unasilla situada cerca de la ventana, donde habría de darlela luz en la cara. Me siento profundamente afectada porel hecho de tener que transcribir aquí semejantelenguaje y describir una conducta como la suya. Pero,cerrada como me hallo por el cheque de míster FranklinBlake por un lado y mi propio y sagrado amor a la

Page 413: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

verdad por el otro, ¿qué puedo hacer? Dirigí, pues, lamirada hacia mi tía. Permanecía inmóvil en su asiento;al parecer no pensaba intervenir. Jamás advertí en ellaanteriormente una apatía semejante. Quizá no era ésasino la reacción que se producía en ella luego de lastribulaciones que soportara en el campo. Muy pocograto era el síntoma, fuera éste de la índole que fuere,teniendo en cuenta la edad de mi querida tía Verindery la otoñal exuberancia de su figura.

Mientras tanto Raquel se había colocado junto a laventana con nuestro amable y benevolente —demasiadobenevolente— míster Godfrey. Y comenzó a desgranarunas tras otras las preguntas con las cuales loamenazara, prestando tan poca atención a la presenciade su madre y a la mía en el cuarto como si no noshalláramos en él.

—¿Ha hecho algo la policía, Godfrey?—Nada absolutamente.—¿No es cierto que los tres hombres que te

tendieron esa trampa fueron los mismos que se latendieron más tarde a míster Luker?

—Hablando desde un punto de vista humano, miquerida Raquel, no cabe abrigar la menor duda.

—¿No han descubierto ningún rastro de su paso?—Ninguno.—¿No es cierto que se cree que estos tres individuos

son los tres hindúes que estuvieron en nuestra casa decampo?

Page 414: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Algunos son de esa opinión.—¿Lo crees tú?—Mi querida Raquel, fui vendado antes de que

pudiese advertir sus rostros. No sé nada de este asunto.¿Cómo puedo dar opinión alguna sobre el mismo?

Como podéis ver, aun la angélica benevolencia demíster Godfrey estaba a punto de esfumarse a raíz de lapersecución de que se le hacía objeto. Que las preguntasde miss Verinder le fueran dictadas a ésta por unadesenfrenada curiosidad o un temor ingobernable esalgo que no me atrevo a inquirir. Sólo habré de decirque, al intentar míster Godfrey levantarse, luego dehaberle respondido en la forma ya descrita, lo tomó ellamaterialmente de los hombros y lo obligó a sentarse denuevo. ¡Oh, no digáis que fue ése un acto impúdico!, ¡nios atreváis a insinuar que sólo el atolondramientoprovocado por un terror culpable puede justificar unareacción como la que acabo de describir! No debemosjuzgar a nuestros semejantes. ¡Sí, mis amigos cristianos,realmente, verdaderamente, bajo ningún concepto,debemos juzgar a nuestros semejantes!

Desvergonzadamente prosiguió ella suinterrogatorio. Los fervientes estudiosos de la Bibliarecordarán quizá —como recordé yo entonces— a losciegos hijos del diablo, viviendo de orgía en orgía,impúdicamente, en los tiempos anteriores al Diluvio.

—Necesito saber algo relacionado con míster Luker,Godfrey.

Page 415: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Otra vez soy un hombre infortunado, Raquel.Ningún hombre sabe menos respecto a míster Lukerque yo.

—¿No lo habías visto anteriormente, antes de que teencontraras con él en el banco?

—Jamás.—¿Lo has visto posteriormente?—Sí. Hemos sido interrogados juntos y

separadamente por la policía.—Míster Luker fue despojado de un recibo que le

entregaron en la casa de su banquero, ¿no es así? ¿Porqué fue que recibió el mismo?

—Por una gema valiosa que dejó en custodia en elbanco.

—Eso es lo que dicen los periódicos. Eso podrásatisfacer al lector común; pero no es suficiente para mí.En el recibo del banco debe decir de qué gema se trata,¿no es así?

—En el recibo bancario, Raquel —según he oídodecir—, no se hace mención alguna de esa especie. Unagema valiosa de propiedad de míster Luker; depositadapor míster Luker; sellada con el sello de míster Luker;y la cual será entregada sólo cuando la solicitepersonalmente míster Luker: eso es lo que consta en elrecibo y cuanto yo sé al respecto.

Ella hizo una pausa, luego que él terminó de hablar.Miró después a su madre y suspiró. Volvió a mirar amíster Godfrey y prosiguió.

Page 416: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Ciertos asuntos privados nuestros —dijo— hansalido a la luz en los periódicos, ¿verdad?

—Lamento tener que decir que sí.—Y ciertas gentes ociosas, enteramente

desconocidas para nosotros, están esforzándose porhallar un nexo entre lo que ocurrió en nuestra casa deYorkshire y lo que ha estado acaeciendo más tarde aquíen Londres, ¿no es cierto?

—Mucho me temo que la curiosidad pública, enciertos círculos, se haya encauzado por ese camino.

—La misma gente que afirma que los tresdesconocidos que te maltrataron a ti y a míster Lukereran los tres hindúes afirma también que la piedrapreciosa…

Aquí se detuvo. Gradualmente, durante los últimosminutos, había ido palideciendo más y más. Laextraordinaria negrura de su cabello tornaba, porcontraste, tan aterradora su palidez, que todospensamos que habría de desmayarse cuando seinterrumpió en ese instante en medio de su pregunta.Nuestro querido míster Godfrey hizo una segundatentativa de abandonar su asiento. Mi tía le rogó a ellaque se abstuviera de preguntar. Yo respaldé su palabramediante un simple y medicinal ofrecimiento de paz,bajo la forma de un frasco de sales. Ninguno de los tresobtuvo el menor éxito con su actitud.

—Godfrey, quédate aquí. Mamá, no tienes por quéalarmarte en lo más mínimo respecto a mí. Clack, te

Page 417: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

estás muriendo por conocer el desenlace de esto; no medesmayaré, expresamente, para ganarme tuagradecimiento.

Éstas fueron, textualmente, sus palabras, queregistré en mi diario apenas me hallé en casa. ¡Pero nojuzguemos! ¡Amigos cristianos, no juzguemos! missRaquel se volvió nuevamente hacia míster Godfrey. Conterrible obstinación retomó el hilo del discurso en elmismo lugar en que lo había dejado cuando se detuvo ycompletó su pregunta con estas palabras:

—Hace un minuto te hablé de lo que actualmentecomentan las gentes de ciertos círculos. Contéstameclaramente, Godfrey: ¿ha dicho alguna de esas personasque la valiosa gema de míster Luker es… la PiedraLunar?

En cuanto el nombre del diamante hindú hubosalido de los labios de ella, advertí un cambio en elrostro de mi admirable amigo. Su tez oscureció. Sedesvaneció su cordial y suave disposición de ánimo, quees uno de sus mayores encantos. Una noble indignacióninspiró su réplica.

—Sí; lo han dicho —respondió—. Hay gentes que novacilan en acusar a míster Luker de haber falseado lacosa para servir algún fin privado personal. Éste hadeclarado una y otra, solemnemente, que antes de verseenvuelto en el escándalo no había oído hablar jamás dela Piedra Lunar. Y esas gentes viles replican, sin que unamera sombra de verdad justifique sus palabras: «tendrá

Page 418: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sus razones para ocultarlo; nos rehusamos a creer lo queafirma bajo juramento.» ¡Vergonzoso!

Raquel estuvo mirándolo de una manera muyextraña —no puedo decir con propiedad en qué forma—durante el tiempo en que él habló. Una vez que huboterminado le dijo:

—Considerando que míster Luker es sólo un amigoocasional para ti; defiendes su causa, Godfrey, un tantoapasionadamente.

Mi talentoso amigo le contestó con una de lasréplicas más genuinamente evangélicas que he oídojamás.

—Tengo la esperanza, Raquel, de haber defendidosiempre la causa de los oprimidos, un tantoapasionadamente —dijo.

El tono con que pronunció estas palabras hubierasido capaz de fundir una piedra. Pero, ¡oh Dios mío!,¿qué dureza hay, después de todo, en una piedra?Ninguna si se la compara con la del corazón de un serdegenerado.

Ella le dirigió una mirada burlona. Enrojezco alrecordarlo; se le burló a él en la cara.

—Guarda esas bellas palabras para tus juntasfemeninas, Godfrey. Estoy segura de que el escándaloen que se ha visto envuelto míster Luker no te haperdonado a ti tampoco.

Aun la apatía de mi tía se desvaneció ante esaspalabras.

Page 419: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¡Mi querida Raquel —la amonestó—, no tienes enverdad derecho de afirmar tal cosa!

—No lo hago para perjudicarlo, mamá…, sino por subien. Ten un poco de paciencia conmigo y ya verás.

Volviéndose hacia míster Godfrey lo miró con lo queal parecer era un súbito arranque de piedad. Llegó alextremo —al muy poco femenino extremo— de tomar sumano.

—Estoy segura —dijo— de haber descubierto elmotivo de tu repugnancia a hablar de este asuntodelante de mi madre y de mí. Un desdichado accidenteha ligado tu nombre con el de míster Luker en elpensamiento de las gentes. Me has dicho ya lo que sedice de él, en este escándalo. ¿Qué es lo que se dice de tirespecto del mismo?

Aun al escuchar eso nuestro querido míster Godfrey—siempre dispuesto a devolver bien por mal— seesforzó por perdonarla.

—¡No me preguntes nada! —dijo—. Mejor seráolvidarlo, Raquel…, realmente, mejor será dejar esto así.

—¡Quiero saberlo! —gritó ella, fieramente, con sutono más alto de voz.

—¡Díselo, Godfrey! —le suplicó mi tía—. ¡Nadapodrá hacerle el daño que le está haciendo ahora tusilencio!

Los bellos ojos de míster Godfrey se llenaron delágrimas. Apeló ella con una postrer mirada, y exhalópor fin las palabras fatales:

Page 420: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Ya que lo quieres saber, Raquel…, he aquí lo quese dice de mí respecto a este escándalo: que la PiedraLunar ha sido empeñada por mí y que se halla encalidad de prenda en manos de míster Luker.

Ella saltó de su asiento y se puso en pie dando unchillido. Empezó a mirar ya hacia adelante ya haciaatrás, de mi tía a míster Godfrey, de tan frenéticamanera que parecía, realmente, haberse vuelto loca.

—¡No me habléis! ¡No me toquéis! —exclamórehuyéndonos a todos (¡afirmo que como un animalacorralado!) y retrocediendo hacia un rincón delcuarto—. ¡Esta es mi falta! Yo tengo que subsanarla. Mehe sacrificado a mí misma… tenía el derecho de hacerlo,si es que me gustaba hacerlo. Pero arruinar a unhombre inocente; mantener un secreto que habrá dedestruir su reputación para siempre…, ¡oh Dios mío, esoes algo demasiado horrendo! ¡No puedo soportar talcosa!

Mi tía se levantó a medias de su asiento y se dejócaer luego súbitamente en él. Me llamó con vozdesmayada, indicándome una pequeña redoma que sehallaba en su costurero.

—¡Rápido!—murmuró—. Seis gotas en agua. Que note vea Raquel.

En otras circunstancias me hubieran extrañado talespalabras. Pero no había ahora tiempo para pensar….sólo cabía echar mano de la medicina. Nuestro queridomíster Godfrey me ayudó inconscientemente a ocultarle

Page 421: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a Raquel lo que yo estaba por hacer, al dirigirle a éstaalgunas palabras para serenarla, en el otro extremo delcuarto.

—En verdad…, en verdad, tú exageras —lo oí decir—.Mi reputación se halla en lo alto para que pueda serdestruida por un escándalo miserable y pasajero comoéste. Todo caerá en el olvido dentro de una semana. Nohablemos más de ello.

Ella se mostró enteramente inaccesible a unagenerosidad tan grande como ésta. Prosiguió hablando,yendo de mal en peor.

—Yo debo y habré de detener el escándalo —dijoella—. ¡Mamá! Escucha lo que voy a decir. ¡Miss Clack!,escuche lo que voy a decir. Yo sé cuál fue la mano que sellevó la Piedra Lunar. Lo sé… —puso un gran énfasis enlas palabras y golpeó con los pies en el piso, poseída porla cólera—. ¡Yo sé que Godfrey es inocente! ¡Llévameante el juez, Godfrey! ¡Llévame ante el juez para jurarlo!

Mi ama asió mi mano y cuchicheó:—Quédate un minuto o dos más aquí. Que Raquel

no me vea.Yo advertí en su rostro un tinte azulado que me

alarmó. Ella se dio cuenta de que yo estaba inquieta.—Las gotas me pondrán bien en uno o dos minutos

—dijo. Y cerró los ojos, aguardando así durante uninstante.

Mientras esto ocurría pude oír cómo nuestroquerido míster Godfrey la seguía amonestando

Page 422: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

suavemente.—No debes aparecer mezclada públicamente en este

asunto —le dijo—. Tu reputación, mi queridísimaRaquel, es algo demasiado puro y sagrado para jugarcon ella.

—¡Mi reputación! —dijo ella soltando unacarcajada—. Vaya, se me ha acusado, Godfrey, tantocomo a ti. El mejor detective de Inglaterra afirma que herobado mi propio diamante. Pregúntale lo que opina yte dirá que he empeñado la Piedra Lunar para pagar misdeudas privadas.—Se detuvo, corrió a través del cuarto,y cayó de rodillas a los pies de su madre—. ¡Oh mamá!¡Mamá! ¡Mamá! ¡Debí de estar loca, ¿no es cierto?, parano haber descubierto la verdad hasta ahora!

Se hallaba demasiado excitada para advertir elestado de su madre; en un instante se puso en pie denuevo y en otro se halló de regreso junto a místerGodfrey.

—No dejaré que tú…, no dejaré que ningún hombreinocente sea acusado ni deshonrado por mi culpa. Si noquieres llevarme ante el juez, redacta entonces en unpapel una declaración de inocencia, que yo habré defirmarla. Haz lo que te digo, Godfrey; de lo contrario, laescribiré yo misma a los diarios… ¡Saldré de aquí e irédiciéndolo a gritos por las calles!

No diremos que era el remordimiento el quehablaba, sino simplemente la histeria. El indulgente demíster Godfrey la aplacó echando mano de una hoja de

Page 423: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

papel y extendiendo allí la declaración. Ella la firmó conuna prisa febril.

—Muéstrala en todas partes, sin preocuparte por mí—dijo, mientras se la devolvía—. Mucho me temo,Godfrey, que no te haya hecho justicia hasta ahora enmi pensamiento. Eres más desinteresado…, eres mejorhombre de lo que te creía. Ven aquí cuando puedas, queyo me esforzaré por reparar el daño que te he hecho.

Le dio la mano. ¡Ay, esta débil naturaleza nuestra!¡Ay, míster Godfrey! No sólo llegó a olvidarse en talforma de sí mismo como para besarle la mano, sino queadoptó tal suavidad de tono al responderle, que,teniendo en cuenta la situación del momento,significaba poco menos que una concesión hecha alpecado.

—Vendré, amadísima Raquel—dijo—, con lacondición de que no volvamos a hablar de este odiosoasunto.

Jamás anteriormente había visto yo a nuestro HéroeCristiano caer tan bajo como en esa ocasión.

Antes de que ninguno de nosotros hubiese tenidotiempo de proferir una palabra, un golpe espantosodado en la puerta de calle nos estremeció a todos.Asomándome a la ventana pude ver al Mundo, la Carney el Demonio aguardando ante nuestra casa,personificados en un carruaje y unos caballos, unpolvoriento lacayo y tres de las mujeres másaudazmente trajeadas que haya visto jamás en mi vida.

Page 424: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Raquel dio un respingo y compuso su persona.Luego cruzó el cuarto en dirección a su madre.

—Han venido a buscarme para ir a la exposiciónfloral—dijo—. Una palabra antes de irme, mamá. ¿No tehe causado un disgusto?, ¿verdad que no?

¿Había que compadecerse o condenar eseembotamiento del sentido moral que la hacía dirigir unapregunta de esa índole, en semejante situación? Yo meinclino por el perdón. Apiadémonos de ella.

Las lágrimas produjeron su efecto. La tez de mipobre tía volvió a ser la de siempre.

—No, no, querida—le dijo—. Ve con tus amigos ydiviértete.

Su hija se inclinó y la besó. Yo había abandonado yala ventana y me hallaba junto a la puerta, cuandoRaquel se aproximó para salir. Un nuevo cambio sehabía operado en ella: se hallaba bañada en lágrimas.Yo miré con simpatía el momentáneo ablandamiento deese corazón obstinado, y me sentí inclinada a decirleunas pocas palabras de estímulo. Pero ¡ay!; mis bieninspiradas palabras de simpatía no hicieron más queofenderla.

—¿Qué significan esas palabras de consuelo? —merespondió en un murmullo áspero, mientras se dirigíahacia la puerta—. ¿No ves lo feliz que soy? Iré a laexposición floral, Clack, y me pondré el gorro máshermoso de Londres.

Completó su hueco sarcasmo enviándome un beso

Page 425: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que sopló sobre la palma de su mano…, y abandonóluego la habitación.

Quisiera poder transmitir con palabras toda lacompasión que sentí por esta miserable y descarriadamuchacha, pero me encuentro tan escasamente dotadade elocuencia como de dinero. Permítanme ustedes quelo diga: mi corazón sangró por ella.

Al regresar junto a la silla de mi tía, advertí quenuestro querido míster Godfrey se hallaba dedicado a labúsqueda de algo, aquí y allí, en las diferentes partes delcuarto. Antes de que pudiera ofrecerle ayuda había yadescubierto lo que buscaba. Regresó hacia dondeestábamos su tía y yo, trayendo su declaración deinocencia en una mano y una caja de cerillas en la otra.

—¡Querida tía, un pequeño complot! —dijo—. ¡Miquerida miss Clack, una piadosa mentira que aun suelevada integridad moral sabrá excusar! ¿Le harán creera Raquel que he aceptado este generoso sacrificio que laha llevado a firmar este documento? ¿Y seréis tanbuenas como para atestiguar que lo destruyo en vuestrapresencia antes de abandonar la casa?

Encendiendo una cerilla puso fuego al papel,colocándolo para que ardiera en un plato que habíasobre la mesa.

—Cualquier pequeño contratiempo que pueda yosufrir no es nada —observó—, comparándolo con laimportancia que tiene el preservar a un nombre tanpuro del pecaminoso contacto del mundo. ¡Vaya!,

Page 426: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hemos reducido esto a un minúsculo e inofensivopuñado de cenizas y nuestra querida e impulsiva Raquelno sabrá jamás lo que hemos hecho. ¿Cómo sesienten…? Mis preciosas amigas, ¿cómo se sienten? Enlo que a esta pobre persona mía se refiere, puedo decirque me siento tan dichoso como un niño.

Irradiando alegría volcó sobre nosotros su bellasonrisa, y nos tendió luego una mano a cada una. Yo mehallaba demasiado conmovida por esa noble accióncomo para intentar hablar. Cerré los ojos y llevé sumano, impulsada por una especie de olvido de mímisma, a mis labios. Él murmuró una suaveamonestación. ¡Oh, el éxtasis, el puro y extraterrenaléxtasis de ese instante! Tomé asiento —difícilmentepodría decir sobre qué— completamente extraviada enla exaltación de mis sentimientos. Cuando volví a abrirlos ojos, sentí lo mismo que si bajase del cielo a la tierra.No vi más que a mi tía en la habitación. Él habíadesaparecido.

Me agradaría detenerme aquí… Me gustaría cerrarmi relato con el registro de esa noble acción de místerGodfrey. Desgraciadamente hay más, muchas más cosasque la inexorable presión pecuniaria del cheque demíster Blake me obliga a decir. Los penososdescubrimientos que habrían de revelárseme durantemi visita a Montagu Square el día martes no pararon

Page 427: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

aquí.Hallándome a solas con Lady Verinder volví,

naturalmente, al tema de su salud, haciendo referenciamuy delicadamente a la ansiedad que demostrara porocultarle su indisposición y la medicina ingerida a suhija.

La réplica de mi tía me sorprendió enormemente.—Drusilla—me dijo (si es que no he dicho

anteriormente que mi nombre de pila es Drusilla,permítanme que lo haga ahora)—, estás rozando, de lamanera más inocente, lo sé, un asunto muy penoso.

Yo me levanté instantáneamente. El decoro no meaconsejaba más que una alternativa…, la alternativa dealejarme luego de ofrecerle mis excusas. Lady Verinderme contuvo e insistió en que volviera a sentarme.

—Has sorprendido un secreto —me dijo— que sólole había confiado a mi hermana, mistress Ablewhite, ya mi abogado, míster Bruff; a nadie más que a ellos.Puedo confiar en su discreción y estoy segura de contartambién con la tuya, cuando te haya puesto al tanto delo ocurrido. ¿Tienes algún compromiso urgente,Drusilla, o puedes disponer de todo el tiempo estatarde?

Innecesario es decir que todo mi tiempo se hallabaa la entera disposición de mi tía.

—Acompáñame, entonces —me dijo—, una horamás. He de decirte algo que, según creo, lamentarásmucho oír. Y habré de pedirte un favor después, si es

Page 428: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que no me rehúsas tu ayuda.Innecesario vuelve a ser que diga que, lejos de

objetar tal ayuda, me hallaba pronta para prestarle todala que se hallaba a mi alcance.

—Puedes aguardar aquí—prosiguió—, hasta quellegue míster Bruff a las cinco. Y actuarás en calidad detestigo, Drusilla, cuando deba firmar yo mi testamento.

¡Su testamento! Me acordé de las gotas que viera ensu costurero. Y también del tinte azulado que percibí ensu rostro. Una luz que no era de este mundo —una luzque surgía de un sepulcro increado— alumbrósolemnemente mi inteligencia. El secreto de mi tíahabía dejado de ser para siempre un secreto.

III

El respeto que siento por la pobre Lady Verinder meimpidió insinuar siquiera que había descubierto la tristeverdad antes de que abriera ella los labios. Aguardé ensilencio su decisión; y, luego de haber resuelto en mifuero interno decirle unas pocas palabras de consueloen cuanto se presentara la oportunidad de hacerlo, mesentí preparada para cumplir cualquier deber que se meimpusiera, por penoso que fuese.

—He estado seriamente enferma, Drusilla, desdehace algún tiempo —comenzó a decirme mi tía—. Y, lo

Page 429: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que es extraño, sin saberlo.Yo me acordé de las miles y miles de perecederas

criaturas humanas que se hallaban en ese mismoinstante enfermas del espíritu, sin saberlo ellas mismas.Y mucho temí que mi pobre tía perteneciera a esamultitud.

—Sí, querida —le dije tristemente—. Sí.—He traído a Raquel a Londres, tú lo sabes, por

consejo médico —prosiguió—. Y me pareció convenienteconsultar a dos médicos.

¡Dos médicos! Y, ¡oh Dios mío, en el estado en quese halla Raquel, ni un solo sacerdote!

—Sí, querida —dije una vez más—. ¿Y?—Uno de los médicos —prosiguió mi tía— me era

desconocido. El otro había sido un viejo amigo de miesposo y demostró siempre interés por mi persona.Luego de prescribirle el tratamiento a Raquel, manifestóque deseaba hablar a solas conmigo, en otro aposento.Yo esperaba, naturalmente, que me hiciera conoceralgunas instrucciones especiales relativas a la curaciónde mi hija. Ante mi sorpresa asió mi mano gravementey me dijo: «La he estado observando, Lady Verinder, nosólo con interés profesional, sino también personal. Sehalla usted, mucho me temo, mucho más necesitada deurgente consejo médico que su hija.» Me hizo algunaspreguntas que al principio me sentí inclinada a tomarligeramente, hasta que observé que mis réplicas loapenaban. Terminó la entrevista con el anuncio suyo de

Page 430: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que vendría al día siguiente acompañado de un médicoamigo, a una hora en que no se hallaría Raquel en lacasa. La consulta —cuyo resultado me fue transmitidode la manera más cordial y afable— convenció a los dosfacultativos de que había habido una preciosa pérdidade tiempo que no podría jamás recuperarse y que miestado de salud escapaba a cuanto podía su cienciahacer en mi favor. Desde hacía más de dos años habíaestado yo padeciendo una subrepticia dolencia alcorazón, la cual, sin darse a conocer bajo ningúnsíntoma alarmante, fue minándome poco a poco hastallevarme fatalmente a un estado ruinoso. Puedo viviraún algunos meses o puedo también morir antes de queun nuevo día se deslice en torno mío… Los médicos nopueden ni osan afirmar, positivamente, otra cosa queésa. Sería inútil negar, querida, que he pasado poralgunos momentos angustiosos desde que me fue dadoa conocer mi verdadero estado de salud. Pero estoyahora más resignada y me hallo dispuesta a hacer loposible para ordenar mis asuntos terrenos. Mi másgrande motivo de preocupación reside en el hecho deque Raquel sea mantenida en la ignorancia, en cuantoa la verdad. Si la conociera atribuiría mi ruina física a laansiedad provocada en mí por el diamante y sereprocharía a sí misma una cosa de la que ella, pobreniña, no es en modo alguno la culpable. Según losmédicos, la dolencia surgió hace dos, si no tres años.Estoy segura de que sabrás guardar mi secreto,

Page 431: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Drusilla…, porque estoy convencida de no ver más quesincera congoja y simpatía en tu semblante en estemomento.

¡Congoja y simpatía! ¡Oh, qué emociones máspaganas se aguardaban de una cristiana inglesa ancladasólidamente en su fe!

Difícil le hubiera sido a mi pobre tía imaginar elraudal de devoto agradecimiento que inundó todo miser al acercarse ella al epílogo de su melancólicahistoria. ¡He aquí toda una brillante y útil carrera enperspectiva! ¡He aquí a una amada parienta, a unaperecedera criatura humana, en la víspera de un grancambio, completamente desapercibida para el mismo,e instigada, providencialmente instigada a revelarme susituación a mí! ¡Cómo describir la alegría que meprodujo el recordar que los preciosos amigos clericales,en cuya ayuda podía confiar, podían contarse no de auno o de a dos, sino por decenas y veintenas! Tomé a mitía en mis brazos…, mi abrumadora ternura no sesatisfacía ahora con nada que fuese menos que unabrazo. «¡Oh!—le dije con fervor—, cuán grande es elinterés que me inspiras! ¡Oh! ¡Cuánto bien pienso volcarsobre ti, querida, antes de que nos separemos!» Luegode una o dos palabras de advertencia, a manera deprólogo ardoroso, le di a escoger entre tres preciososamigos míos dedicados de la mañana a la noche a sulabor piadosa en su propio vecindario; los tresafectuosamente inclinados a ejercitar sus dones, ante

Page 432: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

una sola palabra mía. Pero ¡ay!, la realidad fue muchomenos alentadora. La pobre Lady Verinder me miróperpleja y atemorizada y rechazó cuanto pude ofrecerlehaciéndome la objeción puramente mundana de que nose encontraba con fuerzas para recibir a ningún extraño.Yo cedí…, por el momento, naturalmente. Mi largaexperiencia (colectora y visitadora religiosa, bajo lasórdenes de no menos de catorce bien amados amigosclericales, contándolos a todos) me sugirió que mehallaba ante un nuevo caso en el que debía recurrir amis libros, que se ajustaban, todos ellos, a la actualemergencia, los cuales habían sido escritos paraestimular, convencer, preparar, iluminar y fortificar ami tía.

—¿Leerás, querida? —le dije de la manera máspersuasiva—. ¿Leerás, no es cierto, si te traigo algunosde mis preciosos volúmenes, doblados todos en lapágina indicada, y con señales a lápiz en los lugares enque debes detenerte y preguntarte a ti misma: «¿Tieneesto aplicación en mi caso?» —Aun este simple ruego(tan absorbente es la influencia pagana del mundo)pareció estremecer a mi tía. «Haré lo que pueda,Drusilla, para complacerte», me dijo, con una mirada desorpresa que era a la vez instructiva y terrible. No habíaun instante que perder. El reloj que estaba sobre elmármol de la chimenea me informó que contaba apenascon el tiempo suficiente para precipitarme a casa,proveerme de las primeras series de lecturas selectas

Page 433: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que encontrara a mano (una docena, diremos) yregresar a tiempo para encontrarme con el abogado ypresenciar la firma del testamento de Lady Verinder.Prometiéndole fielmente estar de retorno a las cinco,dejé la casa para ejecutar mi piadosa misericordia.

Cuando sólo se halla en juego mi interés personal,me conformo muy humildemente con ir de sitio en sitioen ómnibus. Permítanme que les dé una idea de midevoción por mi tía, al recordar que en esa ocasión fuitan dilapidadora como para tomar un cabriolé.

Llegué a mi casa, escogí y marqué la primera seriede lecturas y emprendí el regreso a Montagu Square conuna docena de obras en un saco de noche, libros que notienen rivales, estoy enteramente segura, en la literaturade ningún otro país de Europa. Le pagué al cochero elprecio exacto del viaje. Lo recibió con un juramento y yole entregué al punto un folleto. Difícilmente hubierademostrado hallarse ese pobre desventurado másconsternado si le hubiese puesto una pistola en lacabeza. Pegando un salto en el pescante y lanzandoprofanas exclamaciones de disgusto partió de allífuriosamente. ¡No obstante, todo fue inútil, tengo ladicha de poder decirlo! Sembré la buena semilla adespecho de él, al arrojar un segundo folleto adentro delcabriolé a través de la ventanilla.

El criado que me abrió la puerta —no la persona consu gorro de cintas, ante mi gran alivio, sino el lacayo—me informó que el doctor había llegado y se encontraba

Page 434: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

aún encerrado arriba con Lady Verinder. Míster Bruff,el abogado, había llegado hacía un minuto y se hallabaaguardando en la biblioteca. Yo también fui conducidaallí para aguardar.

Míster Bruff pareció sorprenderse al verme. Era elabogado de la familia y nos habíamos encontrado enmás de una ocasión anteriormente bajo el techo de LadyVerinder. Se trata, lamento tener que decirlo, de unhombre que ha crecido y envejecido al servicio delmundo. Un hombre que en sus horas de labor era elprofeta elegido de la Ley y de Mammón, y en sus horasde ocio, culpable igualmente de leer una novela ydestruir un folleto.

—¿Ha venido usted para quedarse, miss Clack? —mepreguntó, dirigiendo una mirada hacia mi saco denoche.

Revelarle el contenido de mi precioso bolso a unapersona como ésa, equivaldría simplemente a invitarlaa lanzar un diluvio de profanaciones. Descendiendo a sumismo nivel terrenal le mencioné el motivo de mipresencia en la casa.

—Mi tía me ha informado que se halla a punto defirmar su testamento —le respondí—. Y ha sido tanbuena como para pedirme que actúe en calidad detestigo.

—¡Ay! ¡Ay! Bien, miss Clack, podrá usted serlo.Tiene más de veintiún años y no la guía el menor interéspecuniario, en cuanto se relaciona con el testamento de

Page 435: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Lady Verinder.¡No tenía el menor interés pecuniario en cuanto al

testamento de Lady Verinder! ¡Oh, cuán agradecida leestuve al oír estas palabras! Si mi tía, que poseía milesde libras, se hubiera acordado de esta pobre criaturaque soy yo y para la cual cinco libras constituyen todauna meta; si mi nombre hubiese aparecido en eltestamento, con un pequeño y estimulante legadoadscrito al mismo, mis enemigos habrían quizá dudadodel motivo que me impulsó a cargar con los másescogidos tesoros de mi biblioteca y habrían tratado desacar provecho de mis débiles recursos, a raíz deldespilfarro cometido al viajar en cabriolé. Ni el máscruel y burlón de todos ellos dudaría ahora. ¡Tantomejor que así ocurriera!

Fui despertada de estas consoladoras reflexiones porla voz de míster Bruff. Mi pensativo silencio parecióhaber pesado sobre el espíritu de ese ser mundano,forzándolo, por así decirlo, a hablar contra su mismavoluntad.

—Y bien, miss Clack, ¿cuáles son las últimasnovedades en el terreno de la caridad? ¿Cómo seencuentra su amigo míster Godfrey Ablewhite, luego dela azotaina que le dieron esos bandidos en laNorthumberland Street? ¡Vaya! En el club circula unalinda historia en torno a este caritativo caballero.

Yo había pasado por alto la forma en que esteindividuo observó que tenía más de veintiún años y que

Page 436: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

no albergaba interés pecuniario alguno respecto altestamento de mi tía. Pero el tono con que se refirió ami querido míster Godfrey iba mucho más allá de lo quemi tolerancia podía soportar. Obligada como me sentía,luego de lo acaecido en mi presencia esa tarde, aasegurar la inocencia de mi admirable amigo,dondequiera que se trajese a colación el tema, deboreconocer a la vez que sentí la obligación de reforzar tanjusticiero propósito, en el caso de míster Bruff, con unpunzante castigo.

—Vivo demasiado alejada del mundo —le dije—, yno tengo la ventaja, señor, de pertenecer a un club comousted. Pero ocurre que conozco la historia a que acabausted de aludir; y sé también que mentira más vil queesa no ha sido jamás propalada.

—Sí, sí, miss Clack…, cree usted en su amigo. Muynatural. Míster Godfrey Ablewhite comprobará que noes tan fácil convencer a las gentes en general como auna junta de damas caritativas. Las apariencias estántodas, fatalmente, en contra suya. Se hallaba en la casacuando desapareció el diamante. Y fue la primerapersona que la abandonó para dirigirse a Londres, luegode ello. Son ésas dos feas circunstancias, señora, cuandose les observa a la luz de los posteriores eventos.

Reconozco que debí haberlo puesto en su lugarantes de que prosiguiera hablando. Debería haberledicho que estaba hablando sin tener en cuenta eltestimonio que de la inocencia de míster Godfrey podía

Page 437: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ofrecer la única persona innegablemente capacitadapara hablar con pleno conocimiento de causa. Pero,¡ay!, la tentación de conducir al abogado diestramentehasta su propia derrota era algo demasiado pesado paramí. Le pregunté qué había querido decir con eso de los«posteriores eventos…», con un tono de lo másinocente.

—Por posteriores eventos, miss Clack, quierosignificar eventos en los cuales se han visto implicadoslos hindúes —prosiguió míster Bruff, adoptando un airemás y más superior hacia esta pobre criatura que soy yo,a medida que proseguía hablando—. ¿Qué es lo quehacen los hindúes en cuanto se les abren las puertas dela prisión de Frizinghall? Dirigirse inmediatamente aLondres y fijar su vista en la persona de míster Luker.¿Qué es lo que dice míster Luker cuando acude por vezprimera a la justicia en demanda de protección?Reconoce que ha sospechado que uno de los operariosde su establecimiento se halla en connivencia con loshindúes. ¿Puede haber una prueba moral más evidente,hasta aquí, de que los truhanes contaban con uncómplice entre los empleados de míster Luker y quesabían que la Piedra Lunar se encontraba en la casa demíster Luker? Muy bien. ¿Qué ocurre luego? místerLuker se siente preocupado (y con mucha razón) por laseguridad de la gema que se le ha entregado en calidadde prenda. La coloca entonces secretamente, segúntodas las apariencias, en la caja fuerte de sus banqueros.

Page 438: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Maravillosa perspicacia la suya; pero los hindúes son,por su parte, tan perspicaces como él. Sospechan que eldiamante es cambiado de un lugar a otro; y hallan laforma, singularmente osada y cabal, de aclarar sussospechas. ¿A quién apresan para registrar? Nosolamente a míster Luker —lo cual es biencomprensible—, sino también a míster GodfreyAblewhite. ¿Por qué? míster Ablewhite afirma que hanobrado ciegamente, y sospechado de él por haberlo vistohablar accidentalmente con míster Luker. ¡Absurdo!Otra media docena de personas conversaron con místerLuker esa mañana. ¿Por qué no siguieron a los demáshasta sus casas y les tendieron la misma trampa? ¡No!¡No! La explicación más sencilla es que místerAblewhite sentía un interés oculto por la Piedra Lunaral igual que míster Luker, y que los hindúes se hallabantan en la duda respecto a cuál de los dos se encontrabaen posesión de la misma, que no contaron con otraalternativa que la de registrarlos a los dos. Eso es lo quedice la opinión pública, miss Clack. Y la opinión públicano puede en este caso ser muy fácilmente refutada.

Dijo estas últimas palabras con un aire de sabiduríatan maravillosamente sustentado por su vanidadmundana, que no pude realmente (para vergüenza míalo digo) resistir la tentación de conducirlo un brevetrecho más allá en ese camino, antes de apabullarlo conla verdad.

—No pretendo argüir con un letrado tan hábil como

Page 439: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

usted —le dije—. Pero ¿le parece a usted, señor, que sees justo con míster Ablewhite cuando se pasa por alto laopinión del famoso funcionario de la policía de Londresque investigó este caso? Ni una sombra de sospecharecayó sobre nadie de la casa como no fuera sobre missVerinder, según la opinión del Sargento.

—¿Quiere usted decir, miss Clack, que se halla deacuerdo con el Sargento?

—No soy juez de nadie, señor, ni doy opiniónalguna.

—Yo, por mi parte, cometeré ambas enormidadesseñora. Juzgo que el Sargento se ha equivocadocompletamente y doy mi opinión al afirmar que si aquélhubiese conocido el carácter de miss Raquel como loconozco yo, hubiese sospechado de cualquiera de la casaantes que de ella. Admito que tiene sus defectos; esreservada y terca, rara e indómita y distinta de las otrasmuchachas de su edad. Pero es fiel como el acero,magnánima y generosa hasta el exceso. Si la prueba másevidente del mundo apuntara en determinada direccióny tan sólo la palabra de honor de Raquel lo hiciera ensentido contrario, yo me declararía en favor de supalabra y en contra de la evidencia, ¡abogado como soy!Palabras fuertes, miss Clack; pero eso es lo que piensoen verdad.

—¿Tendría usted algún inconveniente en ilustrar loque piensa, míster Bruff, de manera que pueda yo estarcompletamente segura de que lo comprendo?

Page 440: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Supongamos que halla usted a miss Verinderinsistentemente interesada por saber qué les haocurrido a míster Ablewhite y míster Luker.Supongamos que ella formula las más extrañaspreguntas en torno a este espantoso escándalo ydemuestra hallarse poseída por la más indomableagitación al enterarse del giro que el asunto va tomando.

—Suponga usted lo que suponga, miss Clack, nohará usted vacilar la fe que me inspira Raquel Verinder,en lo más mínimo.

—¿Puede confiarse en ella hasta tal grado?—Absolutamente hasta ese punto.—Permítame entonces que le informe, míster Bruff,

que míster Godfrey Ablewhite ha estado en esta casahace menos de dos horas y que el pleno reconocimientode su inocencia en lo que concierne a la desaparición dela Piedra Lunar ha sido proclamado por la propia missVerinder en el más violento lenguaje que escuché jamássalir de boca de una joven dama.

Me gocé en el triunfo —triunfo impío, me temo, loadmito— que significaba el ver a míster Bruffenteramente confundido y aplastado por estas pocaspalabras mías. Saltando de su asiento, se puso en pie yme clavó su vista en silencio. Yo permanecí sentada,inconmovible y procedí a narrar de manera exacta loocurrido.

—¿Qué tiene usted que decir respecto a místerAblewhite, ahora? —le pregunté, con la mayor suavidad

Page 441: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que me fue posible utilizar, tan pronto como hubeterminado.

—Si Raquel ha certificado su inocencia, miss Clack,no tengo el menor escrúpulo en decir que creo en suinocencia tan firmemente como usted. Me he dejadoextraviar por las apariencias igual que el resto de lasgentes y me entregaré ahora a la tarea de reparar eldaño de la mejor manera a mi alcance refutandopúblicamente las escandalosas apreciaciones que sehagan en torno a su amigo, dondequiera que las oiga.Mientras tanto, permítame que la felicite por la formamagistral en que abrió el fuego graneado de sus bateríassobre mí, en el instante en que menos lo esperaba.Hubiera usted hecho grandes cosas en mi profesión,señora, de haber querido la suerte que fuese ustedhombre.

Dichas estas palabras se alejó de mi lado y comenzóa pasearse, irritado, de arriba abajo por el cuarto.

Era evidente que la nueva luz que arrojé yo sobre eltema lo había convulsionado y sorprendido en formaextraordinaria. Ciertas expresiones que dejó escapar desus labios mientras se engolfaba más y más en susreflexiones sirvieron para sugerirme el abominablepunto de vista que había hasta entonces sustentadorespecto al misterio de la desaparecida Piedra Lunar.No había tenido el menor escrúpulo en sospechar amíster Godfrey autor de la infame acción de apoderarsedel diamante y de atribuirle a Raquel la generosa

Page 442: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

intención de ocultar el crimen. De acuerdo con eltestimonio de la propia miss Verinder —autoridadcompletamente inexpugnable, como ya lo sabenustedes, de acuerdo con la opinión de míster Bruff—, laexplicación de los hechos resultaba enteramenteequivocada. La perplejidad en medio de la cual fuelanzada por mí esta alta autoridad en la materia era tanabrumadora, que no le fue posible ocultarla. «¡Quéproblema!», lo oí decir cuando se detuvo junto a laventana y empezó a tamborilear con sus dedos en elcristal. «No sólo desafía toda explicación, sino que sehalla más allá de toda conjetura!»

Nada había en estas palabras que hiciese necesariauna réplica de mi parte… y, no obstante, ¡le contesté!Me parece increíble que no haya sido capaz, ni aunentonces, de dejar en paz a míster Bruff. Y parece queescapa a los límites de la mera maldad humana el hechode que yo descubriera en las palabras que acababa dedecirme una nueva oportunidad para tratar deconvertirme en una persona desagradable para él.Pero… ¡ah, mis queridos amigos!, ¡la perversidadhumana no tiene límites y todo se torna posible cuandonuestra débil naturaleza saca de nosotros todo elprovecho que puede!

—Perdóneme que lo interrumpa en sus reflexiones—le dije al desprevenido míster Bruff—. Pero ¿no existeacaso una posibilidad que no se nos ha ocurrido aún aninguno de los dos?

Page 443: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Puede ser, miss Clack. Confieso que ignoro cuálpuede ser.

—Antes de que hubiera sido tan afortunada, señor,como para convencerlo de la inocencia de místerAblewhite, dijo usted que una de las razones que lohicieron sospechar de él fue la circunstancia de que sehallara en la casa en el instante en que desapareció eldiamante. Permítame recordarle que míster Franklin seencontraba también en ella en esa misma oportunidad.

Nuestro viejo hombre mundano abandonó laventana, colocó una silla exactamente enfrente de la míay me miró con firmeza, mientras se sonreía con unasonrisa dura y maligna.

—No es usted tan buena abogada, miss Clack—observó en un tono meditabundo—, como había yosupuesto. No sabe usted dejarlo a uno en paz.

—Mucho me temo que no pueda seguirlo, místerBruff —le dije con modestia.

—No me engañará con eso, miss Clack…, no podráengañarme con eso por segunda vez. Franklin Blake esel joven que yo más estimo; usted bien lo sabe. Pero ellono importa. Adoptaré su punto de vista, en esta ocasión,antes de que tenga usted tiempo de volverlo contra mí.Se halla usted enteramente en lo cierto, señora. Hesospechado de míster Ablewhite por motivos que enabstracto justificarían también el sospechar de místerBlake. Muy bien; sospechemos, también, de éste.Encuadra enteramente con su carácter, diríamos, el acto

Page 444: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de robar la Piedra Lunar. La única pregunta que cabehacer ahora es si tenía algún interés en hacer tal cosa.

—Que míster Franklin Blake tiene deudas—observé— es un asunto del dominio familiar.

—Y que las de míster Godfrey Ablewhite no hanalcanzado aún ese grado de desarrollo, también.Completamente cierto. Pero ocurre que surgen losescollos en el camino de su teoría, miss Clack. Yoadministro los bienes de Franklin Blake y me atrevo ainformarle a usted que la gran mayoría de susacreedores (sabiendo como saben que su padre es rico)siente una gran satisfacción al cargar sus intereses sobresus deudas, mientras aguardan su dinero, esa es laprimera dificultad…, bastante pronunciada por cierto.Ahora verá usted que la segunda lo es aún más. Me heenterado a través de esa fuente fidedigna que es lapropia Lady Verinder de que su hija se hallabadispuesta a casarse con Franklin Blake, antes de que eldiabólico diamante hindú desapareciese de la casa. Lohabía atraído y rechazado varias veces anteriormente.Pero le confesó a su madre que amaba al primo Frankliny su madre le confió el secreto al primo Franklin. Así escomo, miss Clack, se hallaba por un lado, frente a unosacreedores conformes con aguardar, y por el otro, antela probable perspectiva de casarse con una ricaheredera. Júzguelo usted, por todos los medios posibles,un pícaro; pero ¿me hará el favor de decirme por quéhabría de robar la Piedra Lunar?

Page 445: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—El corazón humano es inescrutable —le dijesuavemente—. ¿Quién podrá sondearlo?

—En otras palabras, señora —aunque no hubiesetenido ni una sombra de razón para apoderarse deldiamante—, podría haberlo tomado no obstante, a causade su natural depravación. Muy bien. Digamos que asílo hizo. ¿Por qué diablos…?

—Usted dispense, míster Bruff. Pero si lo oigo otravez referirse al diablo en esa forma, me veré obligada aabandonar la habitación.

—Usted dispense, miss Clack…; le prometo cuidarmás la elección de mis palabras en adelante. Todo loque quise preguntar fue esto. ¿Por qué —aunconcediendo que tomase él el diamante— habríaFranklin Blake de convertirse a sí mismo en la figuramás llamativa de la casa al esforzarse por recuperar lapiedra? Usted podrá sin duda responder que se propusodesviar astutamente las sospechas que pudieran recaersobre su persona. Y yo le respondo que no tenía ningunanecesidad de hacerlo… ya que nadie sospechaba de él.Primeramente hurta la Piedra Lunar (sin el menormotivo) y a causa de su natural depravación; y luegodesempeña un papel, en lo que concierne a ladesaparición de la gema, que no tenía la menornecesidad de desempeñar y que lo lleva a inferirle unaofensa mortal a la joven que, de no ser por eso, sehubiera casado con él. Esta es la monstruosa conclusióna que arribará si intenta usted ligar el nombre de

Page 446: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Franklin con la desaparición de la Piedra Lunar. ¡No,no, miss Clack! Luego de lo que ha ocurrido hoy aquíentre nosotros dos, el punto muerto a que se ha llegadoen este asunto es completo. Raquel es inocente (comosu madre lo sabe y yo también lo sé), fuera de todaduda. Míster Ablewhite es igualmente inocente…, oRaquel no lo hubiese jamás certificado. Y la inocenciade Franklin Blake, como ya lo ha visto usted, sedesprende irrefutablemente de los mismos hechos. Poruna parte nos hallamos enteramente seguros de estascosas. Y por otra, tenemos la misma completacertidumbre de que alguien ha traído la Piedra Lunar aLondres y de que míster Luker o su banquero estánsecretamente en posesión de ella en este instante. ¿Paraqué servirá mi experiencia, para qué servirá la deninguna persona en un asunto de esta índole? Este seburla de mí, como se burla de usted, y de todo elmundo.

No…, no de todo el mundo, pues no se había burladodel Sargento Cuff. Me hallaba a punto de mencionareste detalle con la mayor dulzura posible y las másgrandes protestas en contra del hecho de que se mesupusiera inclinada a arrojar una mancha sobre elnombre de Raquel…, cuando apareció el criado paraanunciarnos que el doctor había partido y que mi tía sehallaba lista para recibirnos.

Esto puso término a la discusión. Míster Bruffreunió sus papeles con el aspecto de hallarse un tanto

Page 447: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fatigado a raíz del esfuerzo desplegado durante nuestraconversación. Yo eché mano de mi bolso repleto depreciosas publicaciones, sintiéndome aún capaz deproseguir hablando durante horas y horas. En silencionos dirigimos hacia el aposento de Lady Verinder.

Permítanme añadir aquí, antes de que el curso de mirelato nos lleve hacia nuevos eventos, que si he descritolo acaecido entre el ahogado y yo, lo he hecho, teniendoen vista un propósito definido. Se me ha ordenadoincluir en mi colaboración respecto a la horrendahistoria de la Piedra Lunar no sólo un claro esquema delcurso seguido por las sospechas, sino tambiénespecificar los nombres de las personas sobre quienesrecaían las sospechas en la época en que se sabía que eldiamante hindú se hallaba en Londres. Unareproducción de la charla mantenida en la bibliotecacon míster Bruff me ha parecido que era la maneraexacta de corresponder a ese propósito, mientras que,al mismo tiempo, poseía este recurso la gran ventajamoral de exigir de mi parte un sacrificio esencial de miamor propio. Se me ha obligado a reconocer que miflaca naturaleza se aprovechó de mí de la mejor maneraposible. Al hacer esta humillante confesión saco yo deella ahora el mejor partido posible. El equilibrio moralha sido recuperado; la atmósfera espiritual ha vuelto aaclararse. Queridos amigos, podemos ahora continuar.

Page 448: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

IV

La ceremonia de la firma del testamento llevómucho menos tiempo que el que yo había supuesto.Todo fue hecho precisamente, en mi opinión, con unaindecente premura. Samuel, el lacayo, fue mandadollamar para actuar en calidad de segundo testigo… y lapluma fue colocada de súbito en la mano de mi tía. Yoexperimenté la urgente necesidad de decir unas pocaspalabras apropiadas a tan solemne ocasión. Pero losmodales de míster Bruff me convencieron de que seríamás prudente reprimir ese impulso en tanto se hallaraél en la habitación. En menos de dos minutos todo habíaterminado, y Samuel, perdida la ocasión de beneficiarsecon mis palabras, se hallaba ya de regreso al piso bajo.

Míster Bruff plegó el testamento y fijó luego sus ojosen mí, aparentemente preguntándose si pensaba yodejarlo o no a solas con mi tía. Yo tenía que dar aúncumplimiento a mi piadosa misión y me encontrabalista con mi bolso de preciosas publicaciones sobre elregazo. Era lo mismo que si hubiese intentado élconmover a la Catedral de San Pablo con su miradacuando esperó conmoverme a mí con sus ojos. Poseíaeste hombre un mérito, debido, sin duda, a su educaciónmundana, que no tengo yo la intención de negarle. Eramuy ágil para percibir las intenciones. Me pareció quemis palabras produjeron en él el mismo efecto que lehabían producido al cochero. También él lanzó una

Page 449: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

expresión profana y se retiró con violenta premura,dejándome dueña del campo.

Tan pronto como nos encontramos solas, se reclinómi tía en el sofá y comenzó luego a hablar de sutestamento, con el aspecto de hallarse un tantoconfundida.

—Espero que no habrás de pensar que te heolvidado, Drusilla —me dijo—. Tengo el propósito deentregarte tu pequeño legado, querida, con mis propiasmanos.

¡He aquí una brillante oportunidad! Yo la apresé alvuelo. En otras palabras, abrí instantáneamente mibolso y extraje la publicación que se hallaba máspróxima a mi mano. Resultó ser ésta una primitivaedición —sólo la vigésima quinta— de la famosa obraanónima, escrita, según se cree, por la bien amada missBellows, y titulada La serpiente en casa. El objeto de laobra —con la cual el lector moderno quizá no se hallefamiliarizado— es demostrar cómo el Maligno acecha enmedio de las acciones más aparentemente inocentes denuestra vida cotidiana. Los capítulos que más adaptana la reflexión femenina son los siguientes: «Satán en elcepillo para la cabeza», «Satán tras el espejo», «Satánbajo la mesa del té», «Satán espiando desde laventana»…, y muchos otros.

—Presta atención, querida tía, a este libroprecioso…, y me entregarás luego todo lo que te pida.

Con estas palabras le alargué el volumen abierto en

Page 450: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

determinado pasaje marcado…; ¡un continuo estallidode la más ardiente elocuencia! Su tema: Satán en mediode los cojines del sofá.

L a p o b r e L a d y V e r i n d e r , r e c l i n a d adesaprensivamente sobre los cojines de su propio sofá,le echó una ojeada al libro y me lo devolvió, mirándomemás confundida que nunca.

—Mucho me temo, Drusilla —me dijo—, que tendréque aguardar a que me encuentre un poco mejor, antesde leer esto. El doctor…

En cuanto nombró al doctor adiviné lo demás. Unay otra vez en el pasado, durante mis andanzas en mediode mis perecederos semejantes, los miembros de esaprofesión notoriamente infiel que es la Medicina seinterpusieron entre mi persona y mi labor piadosa… conla miserable excusa de que el paciente requeríadescanso y de que entre todas las influenciassusceptibles de perturbarlo no había otra a la cualtemieran más que a la ejercida por miss Clack y por suslibros. Y era precisamente ese mismo y ciegomaterialismo, accionando arteramente a mis espaldas,el que intentaba ahora despojarme del único derecho depropiedad que mi pobreza podía reclamar…, el derechode propiedad espiritual, en lo que se refería a mi tíamoribunda.

—El doctor me ha dicho —prosiguió mi pobre ydescarriada parienta— que no me encuentro muy bienhoy. Me ha prohibido ver a cualquier extraño y me ha

Page 451: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ordenado que si leo algo, lo poco que lea habrá de ser enlibros de lo más ligeros y entretenidos. «Evite, LadyVerinder, todo lo que tienda a fatigar su cabeza y aacelerar su pulso». Esas fueron sus últimas palabras,Drusilla, antes de partir.

No hubo más remedio que ceder otra vez…, por elmomento, al menos, igual que anteriormente.Cualquiera franca afirmación de mi parte respecto a laimportancia infinitamente mayor de mis servicios,comparados con los del médico, sólo hubiera servidopara provocar en el doctor el deseo de practicar sobre lahumana flaqueza de su paciente, amenazándolo a éstecon hacer abandono del caso. Felizmente hay otrosmétodos para sembrar la buena semilla y pocaspersonas se hallan más versadas en ellos que yo.

—Quizá dentro de una o dos horas, querida, teencuentres mejor —le dije—. O tal vez despiertesmañana por la mañana con la sensación de quenecesitas algo que este humilde volumen será capaz debrindarte. ¿Me permites que te deje el libro, tía?¡Difícilmente hallará el doctor motivo alguno paraoponerse a ello!

Deslicé el libro debajo de los cojines del sofá, mitadhacia adentro, mitad hacia afuera, cerca de su pañueloy de su redoma de sales. Toda vez que su mano fuese enbusca de cualquiera de estas dos cosas, habría de rozarel libro y, tarde o temprano (¿quién lo sabe?), el libropodría rozarle el alma a ella. Luego de haber dispuesto

Page 452: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

así las cosas, consideré lo más prudente retirarme.—Permíteme partir, querida tía, para que puedas

reposar; vendré otra vez mañana.Accidentalmente dirigí mi vista hacia la ventana al

pronunciar estas palabras. Se hallaba aquélla atestadade flores en cajas y potes. Lady Verinder sentía unapasión extravagante por esos tesoros perecederos ytenía la costumbre de levantarse de vez en cuando parair a mirarlas y oler su perfume. Una nueva idea cruzócomo un rayo por mi mente.

—¡Oh! ¿Puedo tomar una flor?—le pregunté, yavancé hacia la ventana, sin despertar así sus sospechas.

En lugar de quitar de allí una flor añadí otra, en laforma de un nuevo libro extraído de mi bolso, al cualcoloqué, para sorprender a mi tía, en medio de las rosasy los geranios. Fue entonces cuando se me ocurrió lafeliz idea: «¿Por qué no hacerle a la pobre el mismo bienen cada una de las otras habitaciones a las cuales habríade entrar?» Le dije inmediatamente adiós y, luego decruzar el vestíbulo, me deslicé en la biblioteca. Samuel,que subió para guiarme a la salida, supuso que ya mehabía ido y volvió a descender la escalera. Sobre la mesade la biblioteca advertí dos de esos «librosentretenidos» que el infiel doctor le recomendara.Instantáneamente los hice desaparecer cubriéndoloscon dos de mis preciosas publicaciones. En el cuarto deldesayuno hallé al canario favorito de mi tía cantando ensu jaula. Ella tenía la costumbre de alimentar al pájaro

Page 453: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

por sí misma. Cierta cantidad de hierba cana habíadesparramada sobre la mesa que se encontrabaexactamente debajo de la jaula. Coloqué, pues, un libro,en medio de la hierba cana. En la sala se mepresentaron más felices oportunidades de vaciar mibolso. Las piezas musicales favoritas de mi tía estabansobre el piano. Deslicé entre ellas dos nuevosvolúmenes. Coloqué después otro en la sala trasera,debajo de cierto bordado inconcluso, que sabía eraejecutado por Lady Verinder. Una tercera y pequeñahabitación se hallaba detrás de la sala trasera, de la cualse encontraba separada por una cortina en lugar de unapuerta. El antiguo y sencillo abanico de mi tía reposabasobre el delantero de la chimenea. Luego de abrir minoveno volumen en su pasaje especialmenteimportante, lo coloqué allí disponiendo encima elabanico a manera de indicador. Se me presentóentonces el problema de si debía o no ir más arribatodavía y esforzarme por alcanzar el piso de losdormitorios, corriendo el riesgo, naturalmente, de serinsultada, en caso de que me descubriera en las regionesmás altas de la casa la persona del gorro con cintas.Pero, ¡oh!, ¿qué importaba eso? Miserable cristiano esaquél que le teme al insulto. Ascendí la escaleradispuesta a afrontar cualquier cosa. Todo estaba ensilencio y desierto; supongo que era ésa la hora en quelos criados tomaban el té. El cuarto de mi tía se hallabaenfrente de mí. La miniatura de mi difunto y querido

Page 454: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tío, Sir John, colgaba en el muro opuesto a la cama.Pareció sonreírme, y luego hablarme: «¡Drusilla!, dejaaquí un libro.» Había una mesa a cada lado del lecho demi tía. Como tenía insomnio necesitaba o creía necesitarmuchos objetos de noche. Coloqué un libro próximo alas cerillas, en un lado, y otro debajo de la caja de laspastillas de chocolate que se encontraba en la mesaopuesta. Ya sea que necesitara alumbrarse o requirieseuna pastilla, he ahí que sus ojos o sus manos habrían detropezar con alguno de esos valiosos volúmenes que ledirían en cada caso: «¡Tómame y pruébame!,¡pruébame!» Pero quedaba un libro en el fondo de mibolso y un solo cuarto sin haber sido explorado, el baño,que daba a la alcoba y dentro del cual atisbé; la sagradavoz interior que nunca me engaña murmuró en misoídos: «Le has salido al encuentro, Drusilla, en todaspartes; sorpréndela ahora en el baño y habrás cumplidotu misión». Reparé en un peinador que había sidoarrojado sobre una silla. Tenía aquél un bolsillo y fue enese bolsillo donde coloqué mi último volumen. ¿Podríaacaso palabra alguna expresar la sensación del debercumplido que experimenté cuando, luego deescabullirme de la casa, inadvertida por todos, meencontré en la calle con el bolso vacío bajo el brazo? ¡Ohmis terrenales amigos que persiguen a ese fantasma quees el Placer, en medio del pecaminoso laberinto delDesenfreno, cuán fácil es ser dichoso: sólo basta con serbueno!

Page 455: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Cuando doblé esa noche mis prendas, cuandoreflexioné acerca de las genuinas riquezas quedesparramé con pródiga mano de arriba abajo en la casade mi acaudalada tía, afirmo que me sentí tan libre detoda preocupación, como si me hubiera tornado denuevo en una niña. Tan alado sentí mi corazón que mepuse a cantar un verso de la Oración de la Noche. Tanalado lo sentí, que caí dormida antes de que hubieratenido tiempo de cantar el siguiente. ¡Enteramente igualque una niña otra vez!, ¡enteramente igual que una niñaotra vez!

Así fue como pasé una noche venturosa. Allevantarme al día siguiente, ¡cuán fresca me sentí!Podría añadir, cuán joven era mi apariencia, si es queme atreviese a demorarme en las cosas que leconciernen a mi cuerpo perecedero. Pero, como no soycapaz de hacerlo…, no añado una sola palabra.

Hacia la hora del almuerzo —no para halagar a lacriatura humana, sino para tener la seguridad deencontrarme con mi querida tía— me puse el gorro parair a Montagu Square. Justamente en el instante en queme disponía a partir, asomó la cabeza por el vano de lapuerta la doncella del alojamiento en el cual entoncesme hospedaba, para decirme: «El criado de LadyVerinder desea ver a miss Clack.»

Yo ocupaba el piso en que se hallaba la sala derecibo, durante mi permanencia en Londres en esaépoca. La sala de enfrente hacía las veces, para mí, de

Page 456: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

gabinete. Muy pequeña era en verdad, de cielo raso muybajo y muy pobremente amueblada…, pero, ¡oh, tanpulcra! Me asomé al pasillo para averiguar cuál de loscriados de Lady Verinder había preguntado por mí. Setrataba de Samuel, el joven lacayo…, un sujeto muycortés, rubicundo, de apariencia dócil y modales muyobsequiosos. Siempre había experimentado una especiede interés espiritual por Samuel y deseé probarlomediante un serio intercambio de palabras. En esaocasión lo invité a pasar a mi gabinete.

Entró en él con un gran paquete bajo el brazo. Luegode depositarlo sobre el piso pareció asustarse delmismo.

—Con el cariño de mi ama, señorita; y me dijo quele anunciara que hallará una carta dentro.

Luego de transmitirme el mensaje, el rozagante yjoven lacayo me sorprendió con su aspecto, el cual medio a entender que no deseaba otra cosa más que huir.

Lo detuve para hacerle algunas preguntas. ¿Hallaríaa mi tía si me dirigía a Montagu Square? No: habíasalido de paseo. Miss Raquel la acompañaba y místerAblewhite tomó asiento, también, en el carruaje.Enterada como estaba yo del enorme retraso en que sehallaba nuestro querido míster Godfrey respecto de suslabores de caridad, me extrañó que saliese de paseocomo cualquier hombre ocioso. Ya en la puerta lo retuvea Samuel para hacerle otras pocas preguntas cordiales.Miss Raquel pensaba asistir a un baile esa noche y

Page 457: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Ablewhite resolvió ir a tomar el café a MontaguSquare y acompañarla al mismo. Para el día siguienteestaba anunciado un concierto matinal y se le ordenó aSamuel que hiciera reservar asientos para un gruponumeroso, en el que estaba incluido míster Ablewhite.«Todas las entradas estarán ya vendidas, miss», dijo elinocente muchacho, «si no corro y las compro enseguida». Echó a correr mientras decía estas palabras…y volví entonces a encontrarme a solas conmigo mismay con ciertos angustiosos pensamientos en queocuparme.

Teníamos esa noche una reunión especial lasintegrantes de la Liga de Madres para la Confección dePantalones Cortos convocada expresamente con mirasa obtener el consejo y la ayuda de míster Godfrey. ¡Y enlugar de auxiliar a la hermandad que sufría bajo el pesode un agobiante torrente de pantalones, peso éste quemantenía enteramente postrada a nuestra pequeñacomunidad, había él resuelto ir a tomar café a MontaguSquare y asistir luego al baile! La tarde del día siguientehabía sido escogida para llevar a cabo el festival de laSociedad Supervisora de los Amantes Dominicales delas Criadas de las Damas Británicas. ¡Y en lugar dehacer acto de presencia en el mismo, el alma y centro deesa batalladora institución se comprometió paraintegrar una partida de gentes mundanas que asistiríaa un concierto dominical! Me pregunté a mí misma:«¿Qué quiere decir esto?» ¡Ay!; significaba que nuestro

Page 458: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Héroe Cristiano se hallaba a punto de revelárseme bajoun nuevo aspecto y por presentárseme en la menteasociado a la figura precisa de uno de los más horrendosapóstatas de los tiempos modernos.

Retornemos, no obstante, a los hechos de ese día. Alhallarme sola en el cuarto, mi atención recayó,naturalmente, en el paquete que tan extrañamenteintimidara, al parecer, al joven y rozagante lacayo. ¿Meenviaba mi tía el legado prometido, y había ésteadoptado la forma de un montón de ropas en desuso ode cucharas de plata gastadas o de un conjunto de joyasfuera de moda o cualquier otra cosa de esa índole? Listapara aceptar lo que fuera y no ofenderme por nada, abríel envoltorio… y ¿qué es lo que vieron mis ojos? Losdoce hermosos volúmenes que había yo sembrado porla casa la víspera, los cuales me eran devueltos encumplimiento de las órdenes impartidas por el doctor.¡Razón había tenido el joven Samuel para encogerse detemor cuando introdujo el paquete en mi cuarto! ¡Razóntambién para echar a correr una vez que hubo cumplidosu ruin misión! En lo que atañe a la carta de mi tía, lapobre sólo me anunciaba en ella lo siguiente: que no seatrevía a desobedecer a su médico.

¿Qué correspondía hacer ahora? Con mi experienciay mis principios, jamás he tenido un solo instante deduda.

Una vez que se siente apoyado por su conciencia,una vez que se ha embarcado en una misión de patente

Page 459: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

utilidad, el verdadero cristiano nunca cede. Ni losinflujos públicos ni los privados producen el menorefecto sobre nosotros, cuando nos hemos decidido allevar a cabo una misión. Los tributos podrán ser laconsecuencia de una misión; el motín también sudesenlace; la guerra, en otras ocasiones, su resultado;nosotros seguimos en nuestra faena sin tener para nadaen cuenta los móviles que impulsan al mundo en tornonuestro. Nos hallamos por encima de la razón; más alládel ridículo; no miramos con los ojos ajenos, niescuchamos con los oídos de los demás, como tampocosentimos con otro corazón que no sea el propio.¡Magnífico, glorioso privilegio! ¿Y cómo es que se logana? ¡Ah, mis amigos; pueden ahorrarse el trabajo demeditar sobre ello! Únicamente nosotros podemosalcanzarlo…, porque sólo nosotros obramos siemprevirtuosamente.

En lo que se refiere al caso de mi descarriada tía, laforma que debía adoptar mi labor de pía perseveranciase me reveló por sí misma con claridad meridiana.

Toda acción preparatoria de acuerdo con misamigos clericales fracasó debido al rechazo de LadyVerinder. Toda acción similar por intermedio de loslibros se vio frustrada por la infiel obstinación delmédico. ¡Que así fuera! ¿Qué correspondía hacer ahora?La próxima sería probar: «Iniciación a través dePequeñas Notas». En otras palabras, habiendo sidodevueltos los libros, habrían de enviarse, copiados por

Page 460: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

diferentes manos, algunos por correo y otrospersonalmente con el fin de que fueran desparramadospor la casa de acuerdo con el plan puesto en práctica pormí el día anterior, selectos fragmentos de esos libros, amanera de epístolas dirigidas a mi tía. Bajo la forma demisivas no habrían de despertar la menor sospecha ycomo tales habrían de ser abiertas…, y una vez abiertas,quizá fueran leídas. Algunas las escribí yo misma.«Querida tía: ¿puedo reclamar tu atención para estaspocas líneas?», etcétera. «Querida tía: leyendo anocheun libro, di por casualidad con el siguiente pasaje»,etcétera. Otras fueron escritas para mí por algunas demis inapreciables compañeras de labor pertenecientesa la hermandad de la Liga de Madres para la Confecciónde Pantalones Cortos. «Querida señora: perdón por elinterés demostrado hacia su persona para esta fielaunque humilde amiga suya.» «Querida señora:¿permitirá usted que una persona seria la sorprenda conunas pocas palabras de aliento?» Utilizando éste y otrosmétodos similarmente amables, volvimos a introduciren la casa todos esos valiosos fragmentos de mis libros,bajo una forma que ni aun la vigilancia positivista delmédico sería capaz de sospechar siquiera. Antes de quelas sombras de la noche se volcaran sobre nosotros,tenía yo en mis manos doce epístolas instructivas parami tía, en lugar de una docena de libros estimulantes.Seis de ellas, decidí despacharlas inmediatamente porcorreo y las otras seis las guardé en mi bolsillo con el

Page 461: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

propósito de distribuirlas en la casa, personalmente, aldía siguiente.

Poco después de las dos, de nuevo en el campo debatalla donde contiende la piedad, golpeé la puerta deLady Verinder y le dirigí nuevas y cordiales preguntas aSamuel en el umbral.

Mi tía había pasado una mala noche. Se hallabaahora en el mismo cuarto en que yo actuara en un sofáy esforzándose por dormir un poco. Yo le dije queaguardaría en la biblioteca, con la esperanza de poderverla. En el celo y fervor desplegados en la tarde endistribuir la correspondencia, no se me ocurrió enningún momento preguntar por miss Raquel. La casa sehallaba silenciosa y había ya pasado la hora señaladapara la iniciación de la velada musical. Yo di por unhecho la circunstancia de que tanto ella como su partidade buscadores de placer (míster Godfrey, ¡ay!, entreellos) se hallarían en el concierto y me consagréardientemente a mi piadosa labor, mientras se meofrecía la oportunidad y contaba con el tiemposuficiente para hacerlo.

La correspondencia matinal de mi tía —incluso lascartas estimulantes que yo había despachado la nocheanterior— reposaba intacta sobre la mesa de labiblioteca. Sin duda no se había sentido con las fuerzassuficientes como para afrontar la tarea de habérselascon esa montaña de cartas…, y quizá, de entrar allí mástarde, se espantara ante su número. Coloqué una

Page 462: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

perteneciente a la segunda serie de seis epístolas sobreel delantero de la chimenea, con el fin de que atrajera suatención a causa de su solitaria ubicación, lejos de todaslas demás. Coloqué intencionalmente una segunda cartasobre el piso del cuarto del desayuno. El primerdoméstico que entrara allí habría de suponer sin dudaque se le había caído a mi tía y pondría especial cuidadoen devolvérsela. Sembrada en esta forma la planta baja,eché a correr ligeramente escalera arriba para esparcirde inmediato mis mercedes sobre el piso de la sala.

Exactamente en el instante en que penetraba en elcuarto que da a la calle, escuché un llamado doble en lapuerta exterior…, un suave, tembloroso y prudentegolpeteo. Antes de que hubiese tenido tiempo deescurrirme para regresar a la biblioteca (en donde sesuponía en la casa que debía estar yo aguardando), eldinámico y juvenil lacayo se hallaba ya en la puertarespondiendo al llamado. Poco importaba, pensé. En elestado actual de mi tía, no se le daba entrada en la casaa ningún visitante. Ante mi asombro y mi horror, elautor del prudente golpeteo constituyó una excepción ala regla general. Desde arriba oí que la voz de Samuel,luego de haber aparentemente respondido a algunaspreguntas que no pude captar, decía inequívocamente:«Tenga la bondad de subir, señor.» En seguida escuchéun rumor de pasos —pasos de hombre— que seaproximaban al piso superior, donde se encuentra lasala. ¿Quién podía ser ese privilegiado visitante

Page 463: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

masculino? Casi en el mismo instante en que me lopregunté, se me ocurrió la respuesta. ¿Quién podía sersino el médico?

De haberse tratado de cualquier otra persona, no mehubiese importado dejarme descubrir en la sala. Nadade extraño hubiera habido en el hecho de que, cansadade la biblioteca, hubiese subido allí en procura de uncambio. Pero mi propio decoro me impedíaencontrarme con la persona que me había ultrajado alenviarme de vuelta los libros. Me deslicé, pues, en eltercer cuartito, que comunicaba, según ya he dicho, conla antesala, y dejé caer las cortinas que cerraban el vanolibre de la puerta. Sólo tenía que aguardar allí uno o dosminutos, para que los hechos arribaran al epílogoacostumbrado en tales casos, o sea, para que el doctorfuese conducido hasta el aposento del enfermo.

Aguardé uno o dos minutos, y luego, un poco más.Pude oír cómo el visitante se paseaba, inquieto, dearriba abajo por el cuarto. Lo oí también hablar consigomismo. Y llegué aún a imaginarme que reconocía suvoz. ¿Me había equivocado? ¿Era el doctor o alguna otrapersona? ¿míster Bruff, por ejemplo? ¡No! Un infalibleinstinto me decía que no se trataba de míster Bruff.Quienquiera que fuese seguía conversando consigomismo. Separando las pesadas cortinas con el fin deabrir la más pequeña abertura que pueda abrirse enlugar alguno de la tierra, me puse a escuchar.

Las palabras que llegaron entonces a mis oídos

Page 464: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fueron éstas: «¡Lo haré hoy mismo!» Y la voz que laspronunció fue la de míster Godfrey Ablewhite.

V

Mi mano soltó la cortina. ¡Pero no crean ustedes—¡oh, no crean!—que el azoramiento espantosoprovocado por la situación en que me hallaba era la ideacentral que albergaba en mi mente! Tan fervorososeguía siendo el interés fraternal que sentía por místerGodfrey, que en ningún momento me detuve parapreguntarme a mí misma por qué razón no seencontraba aquél escuchando el concierto en eseinstante. ¡No! Sólo reparé en las palabras —lasalarmantes palabras— que acababan de surgir de suslabios. Lo haría hoy. En un tono terriblemente decididohabía dicho que lo haría hoy. ¿Qué? ¡Oh! ¿Qué es lo queharía él hoy? ¿Algo aún más lamentablemente indignode su persona que lo que ya había hecho? ¿Renegaría desu fe? ¿Nos abandonaría a nosotras, las de la Liga deMadres para la Confección de Pantalones Cortos?¿Había sido, la que viéramos últimamente, la postrersonrisa angelical que habríamos de ver en la sala dereuniones, y la que oyéramos hacía poco, la últimademostración de su elocuencia sin paralelo, en ExeterHall? Tan grande fue la excitación que experimenté

Page 465: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ante la mera sospecha de estas horribles eventualidadesrelacionadas con un hombre de semejante talla, quecreo hubiera sido capaz de lanzarme precipitadamentefuera de mi escondite para implorarle en nombre detodas las Juntas Femeninas de Londres que seexplicara, de no haber sido porque, repentinamente, seoyó otra voz en el cuarto. La voz atravesó las cortinas;era ruidosa, atrevida y carente de todo encantofemenino ¡Era la voz de Raquel Verinder!

—¿Por qué has subido aquí, Godfrey? —lepreguntó—. ¿Por qué no fuiste a la biblioteca?

Él se rió suavemente y respondió:—Miss Clack se halla en la biblioteca.—¡Clack en la biblioteca!E instantáneamente se dejó caer ella sobre la

otomana que se encontraba en la antesala.—Tienes razón, Godfrey. Mucho mejor será aquí. Un momento antes me había sentido poseída por un

ardor febril y por la duda respecto a lo que mecorrespondía hacer de inmediato. Ahora me habíaenfriado y no dudaba en absoluto. Tornarme visible,luego de lo que escuchara allí era imposible. Todaretirada —como no fuera hacia el interior de lachimenea— debía ser también desechada. El martiriome aguardaba. Para hacerme justicia a mí misma,arreglé silenciosamente las cortinas de manera de poderver y escuchar. Y me dispuse entonces a afrontar elmartirio con el mismo valor de un cristiano primitivo.

Page 466: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—No te sientes en la otomana —prosiguió la joven—.Arrima una silla, Godfrey. Me agrada ver a la gentesentada enfrente de mí cuando converso con ella.

Él echó mano de la silla más próxima. Se trataba deun asiento bajo. Era muy alto y de una talla varias vecesmayor que la que exigía la silla. Jamás observé suspiernas en más desventajosa posición.

—¿Y bien? —prosiguió ella—. ¿Qué les has dicho?—Exactamente lo que tú me dijiste a mí, querida

Raquel.—¿Que mamá no se encuentra del todo bien hoy? ¿Y

que yo no deseaba de ninguna manera abandonarlapara asistir al concierto?

—Esas fueron mis palabras. Lamentaron tu ausenciaen la velada, pero supieron comprenderla. Todos teenvían cariños y todos también expresaron laalentadora creencia de que la indisposición de LadyVerinder habrá de ser pasajera.

—Tú no crees que sea nada serio, ¿verdad Godfrey?—¡Absolutamente! Dentro de pocos días, estoy

seguro, se hallará enteramente bien.—Yo también creo lo mismo. Al principio me asusté

un poco, pero ahora creo lo mismo. Ha sido una buenaacción de tu parte el ir a excusarme ante personas quete son casi desconocidas. Pero, ¿por qué no has ido conellos? Me parece injusto que hayas perdido tú tambiénel concierto.

—¡No digas eso, Raquel! ¡Si supieras cuánto más

Page 467: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dichoso soy aquí, contigo!Entrelazó sus manos y la miró en la cara. Al hacerlo

se volvió en mi dirección. ¿Podrá acaso palabra algunaexpresar la sensación de angustia que experimenté aladvertir en su rostro, exactamente, el mismo gestopatético con que me hechizara durante sus alegatos enfavor de los millones de semejantes desvalidos, desde laplataforma del Exeter Hall?

—Mucho es lo que cuesta abandonar los maloshábitos, Godfrey. Pero haz lo posible por desechar tucostumbre de dirigir cumplidos…, hazlo por mí.

—Jamás te he dirigido a ti cumplido alguno, Raquel,en toda mi existencia. Admito que un amanteafortunado recurra algunas veces a la lisonja. Pero elamante desdichado dice siempre la verdad.

Acercó su silla y le tomó la mano, cuando dijo lo de«amante desdichado». Hubo un momento de silencio.Él, que a tantas gentes conmoviera, acababa, sin duda,de conmoverla a ella también. Se me ocurrió entoncesque comprendía ahora las palabras que lo oí decircuando se encontraba solo en la sala. «Lo haré hoymismo.» ¡Ay!, difícilmente podría el más rígido de losintérpretes dejar de convenir en que lo estaba haciendoahora.

—¿Te has olvidado, Godfrey, de lo que convinimoscuando me hablaste allá en el campo? Convinimos enque habríamos de seguir siendo primos y nada más queeso.

Page 468: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Violo ese pacto, Raquel, cada vez que te veo.—¡Entonces no vuelvas a verme!—¡Será completamente inútil! Rompo el convenio

cada vez que pienso en ti. ¡Oh Raquel!, ¡qué buena hassido al decirme el otro día que el lugar que ocupo en tuestimación es el más elevado que haya ocupado jamásanteriormente! ¿Soy un loco al fundar vanas esperanzascomo lo hago, en esas amadas palabras tuyas? ¿Soy unloco cuando sueño que llegará el día en que habrá deablandarse tu corazón con respecto a mí? ¡Si lo soy, nome lo digas! ¡Déjame con mi ilusión, mi bien amada! ¡Sino habré de contar con otra cosa, déjame, al menos, eso,para que me sostenga y me conforte!

Su voz temblaba; se llevó el blanco pañuelo a losojos. ¡Exeter Hall, otra vez! Nada faltaba paracompletar el paralelo, excepto la audiencia, los aplausosy el vaso con agua.

Hasta la inflexible naturaleza de ella se sintióconmovida. La vi inclinarse un tanto en la dirección deél. Y percibí un nuevo matiz, que expresaba ciertointerés, en las palabras que pronunció en seguida.

—¿Estás completamente seguro, Godfrey, de que estan grande la pasión que sientes por mí?

—¡Absolutamente! Tú sabes, Raquel, cómo era yo.Permíteme que te describa lo que soy actualmente. Heperdido todo interés por lo que me rodea, excepto por ti.Una transformación se ha operado en mi vida, que no sécómo explicármela. ¿Quieres creer? Mi labor de

Page 469: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

beneficencia se ha convertido para mí en unainsoportable carga, y cada vez que me encuentro anteuna Junta de Señoras desearía hallarme en los últimosconfines de la tierra.

Si los anales de la apostasía registran algo que puedacompararse con esta declaración, sólo me cabe a mídecir que tal cosa no figura para nada en el conjuntoglobal de mis lecturas. Me acordé entonces de laMaternal de los Pantalones para Niños; de laSupervisora de los Amantes Dominicales, y de las otrasagrupaciones, demasiado numerosas para sermencionadas aquí, y sostenidas por la acción de estehombre como por una fuente de energía. Me acordé dela batalladora Junta Femenina, que, por así decirlo,aspiraba el aire que nutría su vida laboriosa a través delas ventanas de la nariz de míster Godfrey, de esemismo míster Godfrey que acababa de injuriar nuestramisión, al considerarla como una «carga…», y queacababa también de afirmar que hubiese deseadohallarse en los últimos confines de la tierra, cuando seencontraba en nuestra compañía. Mis jóvenes amigas sehabrán de sentir sin duda estimuladas, a perseverar,cuando les diga que aun mi disciplina personal pasó porun instante de prueba antes de que me hallara yo encondiciones de devorar mi propia y muy justaindignación, en silencio. Al mismo tiempo, no hago másque hacerme justicia a mí misma, cuando añado que noperdí por eso una sola sílaba de la conversación. Raquel

Page 470: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habló a continuación.—Ya me has hecho tu confesión —le dijo—. Me

pregunto ahora si no serviría para curarte de esainfortunada pasión que sientes por mí el hecho de queyo te hiciera llegar a mi vez la mía.

Él se estremeció. Y confieso que yo también meestremecí. Pensó él y pensé yo que se hallaría a punto derevelarle el misterio de la Piedra Lunar.

—¿Serías capaz de imaginar, al mirarme —prosiguióella—, que soy la más infortunada de todas lasmuchachas? Esa es la verdad. Godfrey. ¿Qué mayordesdicha puede haber que la de vivir teniendoconciencia de la propia degradación?

—¡Mi querida Raquel…! ¡Es imposible que tengasmotivo alguno para hablar de ti misma en esa forma!

—¿Cómo sabes que no tengo motivo?—¡Y me lo preguntas a mí! Lo sé, porque te conozco

bien. Tu silencio, amada mía, no te ha hecho descenderen el grado de estimación de tus verdaderos amigos. Ladesaparición de tu valioso regalo de cumpleaños puedehaber parecido una cosa extraña; tu inexplicableconexión con ese hecho puede aparecer, también, comoalgo extraño…

—¿Te refieres a la Piedra Lunar, Godfrey?—En verdad creía que te referías…—No me refería a nada de eso. Puedo oír hablar de

la pérdida de la Piedra Lunar a quienquiera que sea, sinque por ello me sienta degradada ante mí misma. Si la

Page 471: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

historia del diamante llega a ver alguna vez la luz, secomprobará entonces que acepté una espantosaresponsabilidad; se sabrá que me vi complicada en lapreservación de un secreto miserable, ¡pero surgirátambién más clara que la luz del sol a mediodía, laevidencia de que no he cometido ninguna bajeza! Mehas interpretado mal, Godfrey. La culpa es mía, por nohaberme expresado más claramente. Cuésteme lo queme cueste, hablaré ahora con claridad. Imagínate queno me amas. Imagínate que te hallas enamorado de otramujer.

—Sí.—Imagínate que acabas de descubrir que esa mujer

es enteramente indigna de ti. Y que te hallascompletamente convencido de que sería una desgraciael malgastar un nuevo pensamiento en su persona.Imagínate que la simple idea de llegar a casarte con esamujer te hace arder la sangre.

—Sí.—E imagínate que, a pesar de todo esto…, no

pudieras arrancarla de tu corazón. Imagínate que elsentimiento que había despertado en ti, cuando aúncreías en ella, era un sentimiento que no tenías por quéocultar. Imagínate que el amor que esa desdichada te hainspirado… ¡Oh!, ¿dónde hallar palabras para expresarlo que siento? ¿Cómo podré hacerle comprender a unhombre que el sentimiento que me horroriza a mímisma me fascina al mismo tiempo? ¡Es el aire que

Page 472: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

respiro, Godfrey, y el veneno que me mata…, las doscosas a la vez! ¡Vete! Debo estar loca para hablar comolo estoy haciendo. ¡No!, no debes irte…, no debesllevarte una impresión equivocada. Debo decir lo quecorresponde decir en defensa de mí misma. ¡Recuerda!Él no sabe…, jamás sabrá lo que acabo de decirte a ti.No lo volveré a ver jamás…, pase lo que pasare…,¡jamás, jamás, jamás volveré a verlo! ¡No me preguntessu nombre! ¡No me preguntes más nada! Cambiemos detema. ¿Sabes acaso lo suficiente de medicina, Godfrey,para poder explicarme por qué razón siento ahora queme asfixió igual que si me faltara el aire? ¿Existe acasoalguna forma de histeria que nos hace estallar enpalabras en lugar de hacernos estallar en lágrimas? ¡Meatrevo a afirmarlo! ¿Qué importa eso? Ahora te serámás fácil pasar por alto cualquier molestia que te hayaocasionado. He descendido hasta el lugar que mecorresponde en tu estimación, ¿no es así? ¡Olvídate demí! ¡No te apiades de mí! ¡Por amor de Dios, vete!

Volviéndose súbitamente comenzó a golpearsalvajemente con ambas manos sobre la parte trasera dela otomana. Su cabeza descendió hasta los cojines yestalló en sollozos. Antes de que hubiese tenido yotiempo de horrorizarme por esto, vino a escandalizarmeuna acción completamente inesperada de parte demíster Godfrey. ¿Querrán creer ustedes que cayó derodillas a sus pies…? ¡Sobre ambas rodillas, declarosolemnemente! ¿Me permitirá mi modestia decir ahora

Page 473: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que extendió sus brazos en torno a ella? ¿Y podrá acasomi forzada admiración reconocer que la electrizó condos palabras?

—¡Noble criatura!¡Nada más que eso! Pero lo hizo en uno de esos

arranques que lo han hecho famoso en el campo de laoratoria. Ella permanecía en su asiento completamenteparalizada o fascinada —no podría afirmarlo—, sinintentar siquiera el esfuerzo necesario para hacer quelos brazos de él volvieran a estar donde correspondía.En cuanto a mí, mi sentido del decoro se encontrabaenteramente desconcertado. Me hallaba tanpenosamente insegura respecto a si mi más inmediatodeber habría de consistir en cerrar los ojos o detener laslágrimas, que no hice ninguna de las dos cosas.

Atribuyo enteramente a la represión de mi histeriami capacidad para seguir asiendo la cortina en laposición exacta para poder seguir viendo y escuchando,en ese instante. Hasta los médicos admiten que paravencer la histeria debe uno echar mano de algo.

—Sí —dijo él, poniendo en juego todo el poderevangélico y fascinante de su voz y sus maneras—, ¡eresuna noble criatura! Una mujer capaz de decir la verdad,por la verdad en sí misma —una mujer dispuesta asacrificar su orgullo antes que sacrificar al hombrehonesto que la ama— es el más preciado de los tesoros.Cuando una mujer así se casa, con sólo que gane suesposo su estima y consideración, ha ganado lo

Page 474: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

suficiente para ennoblecer toda su existencia. Te hasreferido recién, mi bienamada, al lugar que ocupas enmi estimación. Podrás hacerte una idea del mismo…,cuando te implore de rodillas que me permitas ser elcustodio de tu pobre corazón herido. ¡Raquel!, ¿meconcederás el honor, la bendición de trocarte en miesposa?

A esta altura habría yo ciertamente dejado de oír, deno haber sido porque Raquel me alentó a seguirescuchando al responderle con las primeras palabrassensatas que jamás oí brotar de sus labios.

—¡Godfrey! —le dijo—, ¡debes de estar loco!—Jamás hablé más razonablemente, queridísima

mía…, en tu beneficio y en el mío propio. Mira por uninstante hacia el futuro. ¿Habrás de sacrificar tufelicidad por un hombre que no sabrá nunca lo quesientes por él y a quien has resuelto no ver nunca más?¿No te obliga un deber hacia ti misma echar en el olvidotan funesto y nocivo sentimiento de cariño? ¿Y podráshallar el olvido en la vida que llevas actualmente? Hasprobado esa vida y ya estás cansada de ella. Rodéate decosas más nobles que las mezquinas cosas de estemundo. Un corazón que te ame y te venere, un hogarcuyas pacíficas reclamaciones y dichosos deberes tevayan ganando dulcemente día a día…; prueba esascosas, Raquel, y verás el consuelo que te deparan lasmismas. No te pido que me ames…; me contentaré contu afecto y estima. Deja lo demás, con entera confianza,

Page 475: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

librado a la devoción de tu esposo y al tiempo, que sabecurar heridas aun tan profundas como las tuyas.

Ella empezó a ceder. ¡Oh, cuánta falta le hacía unabuena educación! ¡Oh, cuán distinta habría sido miactuación de encontrarme en su lugar!

—¡No me tientes, Godfrey! —dijo—; demasiadoinfortunada y confusa es mi situación actual. ¡No metientes con una mayor desventura y temeridad!

—Una pregunta, Raquel. ¿Tienes alguna objeciónpersonal a mi respecto?

—¡Yo…! Siempre me gustaste. Y luego de lo queacabas de decirme, sería en verdad insensible si no terespetara y admirara en la misma medida.

—¿Conoces tú acaso, mi querida Raquel, muchasesposas que respeten y admiren a sus esposos? Noobstante, unas y otros se llevan muy bien. ¿Cuántas sonlas novias que van hacia el altar con un corazónsusceptible de tolerar un análisis de parte de loshombres que las llevan allí? Y sin embargo, la cosa notiene un desenlace infortunado…, de una u otra manerala institución nupcial sigue afirmándose lentamente. Laverdad es que las mujeres, muchas más de las que sehallan resueltas a admitirlo, buscan en el matrimonioun refugio, y, lo que es más importante, hallan siempreque el matrimonio ha justificado sus esperanzas.Observa tu caso, nuevamente. A tu edad y con tusatractivos, ¿es posible que te condenes a ti misma a viviruna existencia solitaria? Confía en mi experiencia del

Page 476: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mundo…; nada podría ser menos factible. Sólo escuestión de tiempo. Podrás casarte, de aquí a unos años,con algún otro hombre. O puedes casarte, queridísimamía, con el que se halla ahora a tus pies y coloca surespeto y admiración hacia ti por encima del amor decualquiera otra mujer que viva sobre la faz de la tierra.

—¡Dulcemente, Godfrey, estás haciéndome pensaren algo en que no había reparado hasta ahora! Metientas con una nueva perspectiva, cuando todos losdemás caminos se me cierran. Vuelvo a decirte que estal mi desdicha y tal mi desesperación que, de agregartú una sola palabra y lo ya dicho, seré capaz de casarmecontigo de acuerdo con tus condiciones. ¡Repara en laadvertencia y vete!

—¡No me pondré de pie hasta que me digas que sí!—¡Si lo hago, habrás de arrepentirte tú y habré de

arrepentirme yo también, cuando ya sea demasiadotarde!

—Bendeciremos el día, querida, en que yo insistí ytú cediste.

—¿Es tan grande tu confianza como dices?—Juzga por ti misma. Hablo por lo que he visto en

mi propia familia. Dime lo que opinas respecto anuestro hogar de Frizinghall. ¿Son acaso mi padre y mimadre desgraciados?

—Lejos de ello…, hasta donde he podido yocomprobarlo.

Cuando mi madre era una muchacha, Raquel (no es

Page 477: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

2 Ver narración de Betteredge, Capítulo VIII.

un secreto para nadie en la familia), se enamoró comotú te has enamorado…; le entregó su corazón a unhombre indigno de ella. Se casó luego con mi padresintiendo sólo, por él, admiración, respeto, nada másque eso. Con tus propios ojos has podido asistir alresultado. ¿No puede ella servirnos de estímulo a ti y amí? 2

—¿No me apurarás, Godfrey?—Mi tiempo será tuyo.—¿No me exigirás más de lo que pueda darte?—¡Mi ángel! Sólo te pido que des tu ser.—¡Tómame! ¡Con esta sola palabra lo aceptó!Él tuvo un nuevo arrebato…, un impío arrebato esta

vez. La atrajo más y más hacia sí hasta que el rostro deella rozó el rostro de él; y entonces… ¡No! No puedo enverdad inducirme a mí misma a llevar adelante laescalofriante revelación de lo ocurrido. Permítanme tansólo añadir que traté de cerrar los ojos antes de que ellose consumara, pero que llegué tarde por la mínimafracción de tiempo posible. Yo había pensado, comoustedes supondrán, que ella resistiría. Pero se sometió.Para cualquier persona de mi sexo, de sentimientosnormales, todo un cúmulo de libros no hubiera podidoañadir nada a lo ya visto.

Aun mi propia inocencia en estos asuntos comenzó

Page 478: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a percibir que el final de la entrevista no se hallaba muylejos. Habían llegado a tal entendimiento a esta á altura,que yo esperaba, con seguridad, que habría de verlossalir juntos del brazo, para ir a casarse. Al parecer, sinembargo, y a juzgar por las inmediatas palabras demíster Godfrey, había otra formalidad baladí que llenarforzosamente. Se sentó —sin que se le prohibierahacerlo esta vez— en la otomana, junto a ella.

—¿Le hablaré yo a tu querida madre? —preguntó—.¿O lo harás tú?

Ella rechazó ambas sugestiones.—No le hagamos saber nada antes de que se halle

mejor. Desearía mantenerlo en secreto por el momento,Godfrey. Vete ya y regresa esta noche. Hemos estadosolos aquí demasiado tiempo.

Ella se levantó y, al hacerlo, miró por primera vezhacia la pequeña habitación en que yo soportaba mimartirio.

—¿Quién ha corrido esas cortinas?—exclamó—.Bastante cerrado es de por sí el cuarto, para que seimpida la entrada de aire en esta forma.

Avanzó hacia las cortinas. Y en el mismo momentoen que posaba su mano sobre ellas en el mismo instanteen que la revelación de mi persona era, al parecer, unhecho inevitable—, la voz del rozagante y joven lacayo,viniendo desde la escalera, suspendió cualquier acciónposible de su parte o de la mía. Se tratabaindudablemente de la voz de un hombre muy alarmado.

Page 479: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¡Miss Raquel! —gritó—. ¿Dónde está usted, missRaquel?

Ella saltó hacia atrás alejándome de las cortinas yechó a correr en dirección a la puerta.

El lacayo apareció en ese mismo instante en lahabitación. Sus vivaces colores habían desaparecido.

—¡Por favor, señorita, venga abajo! La señora se hadesvanecido y no podemos hacerla volver en sí.

Un instante después me hallaba sola y libre parabajar la escalera a mi vez, sin ser observada por nadie.

Míster Godfrey pasó corriendo a mi lado por elvestíbulo, en busca del médico.

—¡Entre y ayúdeles! —me dijo, indicándome lahabitación. Hallé a Raquel de rodillas junto al sofá yapoyando la cabeza de su madre en el pecho. Unamirada al rostro de mi tía, sabiendo lo que yo sabía,bastó para sugerirme la terrible verdad. Oculté miopinión, hasta el momento de la llegada del doctor. Notardó mucho éste en arribar. Comenzó por enviar aRaquel fuera del cuarto…, y nos dijo, entonces, a losrestantes, que Lady Verinder había dejado de existir.Quizá a alguna persona seria, dedicada a la búsqueda deejemplos que hablen de un inflexible escepticismo, leinterese saber que el doctor no evidenció síntomaalguno de remordimiento al fijar sus ojos en mí.

Más tarde atisbé dentro del cuarto del desayuno y dela biblioteca. Mi tía había muerto sin abrir una sola delas cartas que yo le dirigiera. Tan impresionada me sentí

Page 480: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

por ello que en ningún momento se me ocurrió pensarentonces, sino varios días más tarde, que también habíamuerto sin dejarme su pequeño legado.

VI

1) Miss Clack saluda cordialmente a místerFranklin Blake, y al remitirle el quinto capítulo desu relato se permite comunicarle que se consideraenteramente incapaz de ser más explícita, comosería su deseo, sobre un hecho tan horrendo, por lascircunstancias que lo rodearon, como la muerte deLady Verinder. Ha resuelto, por lo tanto, recurrir alos copiosos extractos manuscritos, efectuados porsu mano, de valiosas publicaciones que se hallan ensu poder, relacionados todos con ese tan terribleasunto. Y ojalá puedan tales extractos (es elferviente anhelo de miss Clack) soplar como unatrompeta en los oídos de su respetable parientemíster Franklin Blake.

2) Franklin Blake le presenta sus saludos a missClack, comunicándole le permita agradecerle elenvío del quinto capítulo de su historia. Aldevolverle los extractos, manifiesta que se abstendráde hacer mención alguna de cualquier objeción

Page 481: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

personal que pudiera provocar en él esa clase deliteratura y que se concretará a señalar que laspropuestas adiciones al manuscrito son innecesariaspara el logro pleno del propósito en vista.

3) Miss Clack hace constar su agradecimientopor la devolución de sus extractos. Afectuosamentele recuerda a míster Franklin Blake que es unacristiana y que por lo tanto le será a élcompletamente imposible ofenderla. Miss Clackinsiste en manifestar que siente el más profundointerés por la persona de míster Blake y secompromete consigo misma a ofrecerle, en laprimera ocasión en que la enfermedad que él padecelo suma en el abatimiento, esos mismos extractospor segunda vez. Mientras tanto, le agradaría saber,antes de dar comienzo al próximo y último capítulode su narración, si se le permitiría completar suhumilde contribución a esta historia mediante elaprovechamiento de la luz que posterioresrevelaciones han arrojado sobre el misterio de laPiedra Lunar.

4) Míster Franklin Blake lamenta tener quedefraudar a miss Clack. Sólo le cabe repetir lasinstrucciones que tuvo el honor de hacerle llegar,cuando ella dio comienzo a su narración. Se le exigióentonces limitarse a su propia experiencia depersonas y hechos, tal como están registrados en sudiario. Será tan buena de dejar los descubrimientos

Page 482: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

posteriores a la pluma de las personas que habránde sucederla, quienes relatarán los hechos encalidad de testigos oculares.

5) Miss Clack lamenta extremadamente tenerque molestar a míster Franklin Blake con una nuevaepístola. Sus extractos le han sido devueltosimpidiéndose así que vieran la luz sus madurasreflexiones en torno al asunto de la Piedra Lunar.Miss Clack es dolorosamente consciente de quedebería (utilizando una frase mundana) sentirsehumillada. Pero no… miss Clack ha aprendido loque es la Perseverancia, en la Escuela de laAdversidad. Su objeto, al escribir estas líneas, escomprobar si míster Blake (que le ha prohibidotantas otras cosas) le prohibirá también latranscripción de esta correspondencia en sunarración. En su opinión, razones de estricta justiciahacen indispensable dar alguna explicación respectoa la situación en que ha sido colocada en su carácterde autora, por la intromisión de míster Blake. MissClack, por su parte, se halla ansiosa porque suscartas sean dadas a conocer para que hablen por símismas.

6) Míster Franklin Blake está de acuerdo con laproposición de miss Clack, siempre que ella resuelvaconsiderar amablemente esta sugestión aprobatoriacomo un hecho que habrá de servir para cerrar estacorrespondencia.

Page 483: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

7) Miss Clack considera que su condición decristiana le impone el deber (antes de que lacorrespondencia llegue a su término) de informarlea míster Franklin Blake que su última carta —escritacon el evidente propósito de ofenderla— no halogrado el fin que se propuso su autor.Afectuosamente invita a míster Blake a retirarse alsilencio de su aposento para considerar consigomismo si esta experiencia que eleva a una pobre ydébil mujer por encima del alcance de su injuria eso no digna de una admiración mucho mayor que laque él está dispuesto a otorgarle. De ser favorecidacon una insinuación afirmativa. Miss secompromete solemnemente a remitirle de nuevo laserie completa de sus extractos a míster FranklinBlake.

(Esta carta no obtuvo respuesta. Loscomentarios huelgan.)

VII

La anterior correspondencia bastará para explicarpor qué razón no me ha quedado otra alternativa, en loque concierne a la muerte de Lady Verinder, que la dela simple mención del hecho con que cierro el capítuloquinto.

Page 484: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Manteniéndome, en lo que atañe a lo que acaeciódespués, rigurosamente dentro de los límites de miexperiencia personal, debo decir que hubo detranscurrir un mes, luego del deceso de mi tía, antes deque Raquel Verinder y yo volviéramos a encontrarnos.El hecho ocurrió en ocasión de haber ido a pasar younos pocos días bajo el mismo techo, con ella. Durantemi estada allí tuvo lugar un hecho relacionado con sucompromiso matrimonial con míster GodfreyAblewhite, lo suficientemente importante como para serregistrado en estas páginas. Cuando este último eslabónde una cadena de desdichas familiares sea revelado,habré dado cumplimiento a mi misión; porque habréentonces referido todo lo que sé en mi carácter detestigo (y de lo más mal dispuesto) de estos hechos.

Los restos de mi tía fueron transportados desdeLondres al campo y depositados en el pequeñocementerio adyacente a la iglesia que se halla en suspropias tierras. Se me invitó, como a los demásmiembros de familia, a asistir al funeral. Pero eraimposible, debido a mis creencias religiosas, que lograraarrancarme a mí misma de mi propio abatimientocuando tan pocos días habían transcurrido desde elmomento en que recibí el golpe que significó para mí sumuerte. Supe además que el Rector de Frizinghallhabría de ser quien leyera las oraciones durante elservicio. Habiendo tenido ocasión de ver con mispropios ojos anteriormente cómo este réprobo clérigo se

Page 485: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sumaba a los jugadores junto a la mesa de whist de LadyVerinder, dudo que, aun de haberme hallado encondiciones de viajar, hubiera asistido a la ceremonia.

A la muerte de Lady Verinder su hija fue puesta bajola tutela de su cuñado, míster Ablewhite, padre. En eltestamento se lo designaba tutor hasta el momento enque su sobrina se casase o alcanzara la mayoría de edad.Frente a tales circunstancias míster Godfrey, sospecho,puso al tanto a su padre de la clase de relación que launía en ese entonces con Raquel. Sea como fuere, diezdías después de la muerte de mi tía, el secreto de sucompromiso matrimonial había dejado de ser tal en elcírculo de sus familiares, y el gran problema que se lepresentó a míster Ablewhite, padre —¡otro réproboconsumado!—, para resolver, fue cómo habría dearreglárselas para hacer que su persona y su autoridadresultaran lo más amable posible a la acaudalada jovenque habría de casarse con su hijo.

Raquel le ocasionó cierta molestia en un principiocuando se trató de persuadirla en lo que atañe al lugaren que debía residir. La casa de Montagu Square sehallaba asociada a la desdichada idea de la muerte de sumadre. La de Yorkshire, al escandaloso asunto de ladesaparición de la Piedra Lunar. La residencia de sututor en Frizinghall no se hallaba expuesta a ninguna deestas dos objeciones. Pero la presencia de Raquel en lamisma, luego de su reciente pérdida, implicaba unobstáculo en medio de las alegrías de sus primas, las

Page 486: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Ablewhite…, y ella misma exigió que la visita fuerapostergada hasta una oportunidad más favorable. Seterminó por adoptar la idea, emanada del viejo místerAblewhite, de probar suerte en una casa amueblada deBrighton. Su esposa, su hija inválida y Raquel irían ahabitarla en seguida. Él se les uniría cuando la estaciónse hallase más avanzada. No contarían con otracompañía que la de unos pocos amigos y tendrían aGodfrey, que viajaría continuamente hacia Londres ydesde Londres hacia allí en tren, a su entera disposición.

Si me detengo en este fluctuar sin rumbo de unaresidencia a la otra —en este insaciable desasosiego delcuerpo y este espantoso estancamiento del alma—, esmeramente para alcanzar un fin determinado. El actoque, inspirado por la Providencia, probó ser el vehículoque habría de unirnos una vez más a Raquel Verinder ya mí, no fue otro que el hecho de haber alquilado lafinca de Brighton.

Mi tía Ablewhite es una mujer alta, silenciosa, dehermosa tez, que se distingue por determinado rasgo desu carácter. Desde el día en que nació no se sabe quehaya hecho nada por sí misma. En su marcha a travésde la vida ha ido aceptando la ayuda de uno y otro yadoptando las opiniones de cada cual. Otra persona mássin remedio, desde el punto de vista religioso, no creoque haya encontrado yo jamás… No existe en ese serasombroso escollo alguno que se oponga al trabajoajeno. Tía Ablewhite sería capaz de escuchar al Gran

Page 487: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Lama del Tibet con la misma atención con que meescucha a mí y de meditar luego sobre sus opinionescomo lo haría sobre las mías. En cuanto a la casaamueblada de Brighton, se enteró de que existía,después de haber descendido frente a un hotel deLondres, de haberse arrellanado en un sofá y enviadopor su hijo. Determinó el número de criados que haríanfalta allí, mediante el acto de desayunarse en su lechouna mañana (todavía en el hotel), y de darle asueto a sucriada con la condición de que «comenzara a divertirsetrayendo de inmediato a miss Clack». La encontréabanicándose plácidamente en su peinador, hacia lasonce.

—Mi querida Drusilla, necesito varios criados. Tueres práctica. .. Hazlo por mí.

Yo miré en torno, hacia las cosas de ese cuarto endesorden. Las campanas de la iglesia llamaban para elservicio del día; su sonido me insinuó la convenienciade lanzar una frase afectuosa.

—¡Oh, tía! —le dije tristemente—, ¿es acaso dignoesto de una cristiana inglesa? ¿Debe acaso afrontarse eltránsito de lo temporal a lo eterno en esta forma?

Mi tía me respondió:—Me pondré el vestido, Drusilla, si eres tan buena

como para ayúdame.¿Qué respuesta cabía luego de estas palabras? Yo he

hecho maravillas con mujeres criminales… Pero no heavanzado una sola pulgada con tía Ablewhite.

Page 488: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿Dónde está la lista de los criados que necesitas?Mi tía sacudió la cabeza; no contaba con las energías

suficientes siquiera para echar mano de la lista.—Raquel la ha llevado, querida —me dijo—, a la otra

habitación.Me dirigí al otro cuarto, y así fue como me encontré

con Raquel por primera vez desde el momento en quenos separáramos en Montagu Square.

Aparecía lamentablemente pequeña y delgada en sutraje de luto riguroso. Si yo le atribuyera importanciaalguna a esa cosa baladí y perecedera que es laapariencia personal, me sentiría inclinada ahora aañadir que el suyo era uno de esos cutis que se resiententoda vez que no se hallan bordeados por alguna prendablanca. Pero ¿qué importancia tienen nuestro cutis ynuestra apariencia? ¡No son más que un estorbo y unatrampa, mis queridas muchachas, que nos acechan ennuestra marcha hacia cosas más altas! Ante mi gransorpresa, Raquel se levantó al entrar yo en el cuarto yvino a mi encuentro extendiéndome la mano.

—Me alegro de verte, Drusilla —me dijo—. He tenidoantes la costumbre de hablarte en una formaextremadamente tonta y grosera. Perdóname. Confío enque me perdonarás.

Supongo que mi rostro debió traicionar el asombroque experimenté ante esas palabras. Enrojeció por unmomento y prosiguió luego con su explicación.

—En tiempos de mi madre—dijo—, no siempre sus

Page 489: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

amigos fueron también los míos. Ahora que la heperdido, mi corazón se vuelve en busca de consuelohacia aquellas personas que a ella le agradaron. Tú legustabas. Prueba ser mi amiga, Drusilla, si te es posible.

Para cualquier inteligencia decorosamenteconstituida, este reconocimiento del motivo que laimpulsaba era, simplemente, chocante. ¡He aquí, ennuestra cristiana Inglaterra, una joven que, en medio desu desgracia, tan escasa noción tenía del lugar hacia elcual debía mirar en busca de consuelo, que esperabarealmente hallarlo entre los amigos de su madre! ¡Heaquí a una parienta mía que despertaba a la realidad desus faltas respecto a sus semejantes, bajo la influenciano del deber ni la convicción, sino del sentimiento y delimpulso! Cosa ésta de lo más deplorable…, aunquesusceptible de despertar las esperanzas de una personatan experimentada como yo en los trabajos piadosos.Nada de malo tendría, me dije, que me asegurara de lamagnitud del cambio operado en el carácter de Raquela raíz de la pérdida de su madre. Resolví, a manera deútil experimento, probarla en lo que se refería a lacuestión de su compromiso matrimonial con místerGodfrey Ablewhite.

Luego de haber respondido a sus insinuaciones conla mayor cordialidad posible, me senté a su lado en elsofá, a su propio requerimiento. Discutimos los asuntosfamiliares y los planes para el futuro… todos ellos,menos ese otro plan futuro que habría de epilogar en su

Page 490: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

matrimonio. Por más que me esforcé en una u otraforma para hacer recaer la conversación en el mismo,ella se obstinó en no recoger mi insinuación. Cualquierfranca alusión al tema de mi parte hubiese resultadoprematura en esta primera etapa de nuestrareconciliación. Además, acababa yo de descubrir cuantome hacía falta saber. Ya no era ella esa criaturadesafiante y temeraria a quien viera y escuchara durantemi martirio en Montagu Square. Lo ocurrido fue yasuficiente de por sí para estimularme a tomar en mismanos el asunto de su conversión, a la cual di comienzodirigiéndole unas pocas palabras de prevención encontra de la idea de un prematuro establecimiento delvínculo matrimonial, para deslizarme poco a poco haciatemas más elevados. Considerándola ahora a la luz delnuevo interés que despertaba en mí su persona —yacordándome de la temeraria premura con que habíaacogido ella la proposición matrimonial de místerGodfrey—, me sentí solemnemente llamada a intervenircon un fervor que me aseguró que habría de alcanzarresultados nada comunes. Una acción rápida era lo que,me pareció, correspondía en el presente caso.Inmediatamente volví a la cuestión de los criadosrequeridos por la casa amueblada.

—¿Dónde está la lista, querida?Raquel me la alargó.—Una cocinera, una fregona, una criada y un lacayo

—leí—. Mi querida Raquel, estos criados serán tomados

Page 491: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sólo por una temporada…, la temporada por la cual haalquilado tu tutor la casa. Nos será muy dificultosoconseguir que personas de capacidad y buenosantecedentes acepten un contrato tan breve, aquí enLondres ¿Han encontrado ya casa en Brighton?

—Sí. Godfrey la ha alquilado; y las gentes de la casase ofrecieron para ocupar las plazas de criados. A él lepareció que difícilmente habrían de adaptarse anuestras necesidades y regresó sin llegar a nadaconcreto.

—¿Y tú no tienes experiencia alguna en cuanto a eseasunto, Raquel?

—Absolutamente ninguna.—¿Y tía Ablewhite no tratará de hacer algo?—No, pobrecita de ella. No la condenes, Drusilla.

Creo que es la única persona dichosa que he encontradojamás en mi vida.

—Hay diversos grados de felicidad, querida. Algúndía hablaremos un poco de ello. Mientras tanto tomaréa mi cargo la tarea de salvar esa dificultad constituidapor los criados. Tu tía tendrá que escribirles una cartaa los criados de la casa…

—La firmará después que yo la haya escrito, lo cuales lo mismo.

—Exactamente lo mismo. Yo tomaré la carta ypartiré para Brighton mañana.

—¡Qué buena eres! Nos reuniremos contigo tanpronto como te halles lista para recibirnos. Y espero que

Page 492: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

te quedes con nosotros, en calidad de huésped mía.¡Brighton es tan animado!; estoy segura de que teagradará.

Con estas palabras me fue extendida la invitación, yla gloriosa perspectiva de una intervención de mi partese ofreció de inmediato ante mi vista.

Nos hallábamos a mediados de la semana. Hacia latarde del sábado la casa se encontraba lista pararecibirlos. En tan breve espacio de tiempo me habíainformado no sólo respecto a los antecedentespersonales, sino también a las creencias religiosas de loscriados desocupados que acudieron a mí, y llevado afeliz término una selección que mereció la aprobaciónde mi conciencia. Encontré también allí y mandé llamara dos graves amigos míos, residentes en la ciudad, aquienes sabía podía confiarles la piadosa misión que mellevó a Brighton. Uno de ellos —un amigo clérigo— meayudó buenamente en la tarea de lograr asientos paranuestro pequeño grupo familiar, en la iglesia en la cualél oficiaba. El otro —una dama soltera, como yo— pusotodo el material de su biblioteca, compuesta de valiosaspublicaciones, a mi entera disposición. Le toméprestados una media docena de volúmenes, escogidoscuidadosamente con el propósito de entregárselos aRaquel. Una vez que los hube distribuido muyjuiciosamente por las habitaciones que indudablementehabría ella de ocupar, consideré que los preparativos sehallaban completados. Firme creencia religiosa en los

Page 493: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

criados que los aguardaban; firme doctrina en elsacerdote que la arengaría; sana doctrina en los librosque reposaban sobre la mesa…, ¡ésa era la triplebienvenida que mi celo religioso le había preparado enla casa a la muchacha huérfana! Una paz celestial saturómi pensamiento, cuanto me senté en la tarde de esesábado junto a la ventana para aguardar el arribo de misparientes. La aturdida multitud pasaba y repasaba antemis ojos. ¡Ay!, ¿cuántos de entre ellos serían capaces desentir la exquisita satisfacción del deber cumplido quea mí me embargaba? Terrible pregunta. No insistamosen ella.

Entre las seis y las siete llegaron los viajeros. Unaindecible sorpresa me produjo el hecho de que vinieranescoltados no por míster Godfrey (como yo meimaginara), sino por míster Bruff, el abogado.

—¿Cómo está usted, miss Clack? —me dijo—. Estavez pienso quedarme.

Su referencia a aquella ocasión en que lo obligué aposponer sus negocios en aras de los míos, cuando noshallábamos ambos de visita en Montagu Square, meconvenció de que ese viejo mundano había venido aBrighton para poner en práctica algún plan de su parte.¡Yo le había preparado, cabalmente, un pequeño paraísoa mi bien amada Raquel…, y he aquí la serpienteinstalada ya en él!

—Godfrey sintió mucho no haber podido venir connosotros, Drusilla —dijo mi tía Ablewhite—. Cierto

Page 494: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

asunto lo obligó a permanecer en la ciudad. Míster Bruffse ofreció para remplazarlo y se ha tomado asueto hastael lunes por la mañana. (Entre paréntesis, míster Bruff,se me ha ordenado hacer ejercicio, pero no me gusta).Esa —añadió tía Ablewhite apuntando a través de laventana y en dirección a un inválido que pasaba en eseinstante sobre una silla de ruedas— es la idea que yotengo del ejercicio. Si es aire lo que se quiere, hay quetomarlo en su silla. Y si es que quiere uno fatigarse,estoy segura de que se fatigará lo suficiente con sólomirar a los hombres.

Raquel permanecía silenciosa junto a la ventana ycon la vista clavada en el mar.

—¿Cansada, querida? —inquirí yo.—No. Solamente un poco triste —me respondió—.

He visto el mar muchas veces, en nuestra costa deYorkshire, alumbrado por esta misma luz. Y estabapensando, Drusilla, en días que jamás habrán de volver.

Míster Bruff se quedó a comer y seguía en la casa alllegar la noche. Cuando más lo observaba, más meconvencía de que algún fin secreto lo impulsó a venir aBrighton. Lo vigilé estrechamente. Se mantuvo siemprecon aspecto despreocupado y se refirió en suconversación a los mismos e impíos chismes desiempre, hora tras hora, hasta que llegó el momento dela despedida. Cuando estrechó la mano de Raquel,advertí que su mirada dura y astuta se detenía por uninstante en el rostro de ella, denotando un interés y una

Page 495: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

atención de índole peculiar. Ella se hallabaindudablemente implicada en su fin secreto. No dijonada que saliera de lo común ni a ella ni a ningún otro,al abandonar la casa. Se invitó a sí mismo para elalmuerzo del día siguiente y partió entonces para suhotel.

Fue imposible lograr, a la mañana siguiente, que tíaAblewhite se quitara a tiempo el peinador para poder iral templo. Su hija inválida, que no padecía de otra cosa,en mi opinión, que de una pereza incurable heredada desu madre, anunció que pensaba quedarse en la camatodo el día. Raquel y yo nos dirigimos, solas, a la iglesia.Un magnífico sermón fue pronunciado por mi talentosoamigo, respecto de la pagana indiferencia del mundo, enlo que concierne a la gravedad de los pecados menores.Durante más de una hora atronó su elocuencia,auxiliada por una voz soberbia, a través del sagradoedificio. Al salir le dije a Raquel:

—¿Ha conseguido llegarte al corazón, querida? —Yella me respondió:

—No, sólo me ha producido jaqueca.Estas palabras habrían sin duda decepcionado a

cualquiera otra persona. En lo que a mí se refiere, unavez embarcada en una misión de manifiesta utilidad,nada hay que pueda desalentarme.

Encontramos a tía Ablewhite y a míster Bruff a lamesa, almorzando. En cuanto Raquel se rehusó a comerdando como motivo su dolor de cabeza, el astuto

Page 496: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

abogado aprovechó la oportunidad que ella acababa dedarle.

—Sólo existe un remedio para el dolor de cabeza—dijo este horrible anciano—. Un paseo, miss Raquel,es lo que habrá de curarla. Me pongo a su enteradisposición si me concede el honor de darme el brazo.

—Con el mayor placer. Un paseo es lo que másestaba deseando realizar ahora.

—Son ya más de las dos —sugerí blandamente—. Yel servicio de la tarde comienza a las tres.

—¿Cómo puedes creer que vuelva a la iglesia —merespondió de manera petulante— con este dolor decabeza?

Míster Bruff le abrió, oficiosamente, la puerta. Unminuto después estaban fuera de la casa. No creo quehaya sentido en ninguna otra ocasión más hondamenteel deseo de intervenir. ¿Pero qué podía yo hacer? Nada,como no fuera aguardar la primera oportunidad que seme ofreciera para ello, a una hora más avanzada del día.

Al volver de los servicios religiosos de la tarde halléque acababan de regresar en ese instante. Una solamirada que les dirigí a ambos me bastó para comprobarque ya le había dicho el abogado lo que tenía quedecirle. Jamás vi a Raquel tan silenciosa y pensativacomo en esa ocasión. Jamás vi anteriormente quemíster Bruff se consagrara tan devotamente a ella y laobservase con tan notables muestras de respeto. Tenía,o fingió tener, el compromiso de asistir a una comida

Page 497: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ese día…, y se despidió de todos a una hora temprana,con el propósito de regresar a Londres en el primer trende la mañana siguiente.

—¿Está segura de no volverse atrás? —le dijo aRaquel ya en la puerta.

—Completamente segura —le respondió ella…, y asífue como se separaron.

En cuanto él le dio la espalda, Raquel se retiró a sucuarto. No apareció en ningún momento durante lacomida. Su criada, la mujer del gorro con cintas, fueenviada escalera abajo para anunciar que había vueltoa dolerle mucho la cabeza. Yo subí corriendo y le ofrecíluego, a través de la puerta, cuanta ayuda es posible queuna hermana le preste a otra hermana. La puerta seencontraba cerrada y ella siguió manteniéndola así. ¡Heaquí todo un cúmulo de obstáculos materiales, contralos cuales podría yo luchar! Me sentí alegre y estimuladapor el hecho de que hubiese cerrado la puerta.

Cuando a la mañana siguiente le fue llevada su tazade té yo ascendí en pos de ella, me senté a su lado en lacama y le dije unas pocas palabras juiciosas. Raquel meescuchó con lánguida cortesía. Vi las preciosaspublicaciones que me diera mi grave amigo,amontonadas sobre una mesa que se hallaba en unrincón. ¿Había acaso reparado por casualidad en lasmismas?, le pregunté. Sí…, pero no le interesaron. ¿Mepermitiría leerle unos pocos pasajes, muy profundos,que probablemente habían escapado a su mirada? No;

Page 498: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

entonces no…; tenía otras cosas en las cuales pensar. Medio estas respuestas aparentemente absorbida por latarea de plegar y replegar el volante de su camisa dedormir. Era evidente que se hacía necesario despertarlamediante alguna referencia a esas cosas mundanas queaún gravitaban en el fondo de su corazón.

—¿Sabes, mi amor —le dije—, que tuve una extrañaocurrencia ayer respecto de míster Bruff? Pensé, cuandote vi a tu regreso del paseo que realizaste con él, que tecomunicó alguna mala nueva.

Sus dedos soltaron el volante de su camisa dedormir y sus coléricos ojos negros relampaguearon antemí.

—¡Todo lo contrario! —dijo—. Fueron nuevas quetenía mucho interés en oír…, y le estoy muy agradecidaa míster Bruff por habérmelas comunicado.

—¿Sí? —le dije, en un tono dulcemente interesado.Sus dedos retornaron el volante y volvió su cabeza

con enfado, dejando de mirarme. Por centenares secuentan las veces en que se me respondió de esa maneradurante el cumplimiento de mi misión piadosa. Ahora,su actitud no hizo más que estimularme a probar denuevo. En mi impávido afán por bregar por su dicharesolví afrontar el gran riesgo y aludí abiertamente a sucompromiso matrimonial.

—¿Nuevas que tenías interés en oír? —le dije,repitiendo sus palabras—. Supongo, mi querida Raquel,que tales nuevas se referirán a míster Godfrey

Page 499: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Ablewhite.Saltó en el lecho y se puso mortalmente pálida. Era

evidente que en la punta de su lengua se hallaba ya listauna réplica de la misma índole insolente y desenfrenadade las de antaño. Se reprimió… dejó caer su cabezahacia atrás, sobre la almohada… meditó durante unminuto…, y me respondió después con estas notablespalabras:

—Jamás me casaré con míster Godfrey Ablewhite.Me llegó ahora el turno a mí de sobresaltarme.—¿Qué quieres decir? —exclamé—. Toda la familia

considera ya el matrimonio como una cosa hecha.—Míster Godfrey Ablewhite es esperado hoy aquí

—me contestó empecinadamente—. Aguarda a que élvenga. .., y verás lo que sucede.

—Pero mi querida Raquel…Hizo sonar la campanilla que se hallaba a la

cabecera de su lecho. La persona del gorro con cintasapareció en el cuarto.

—¡Penélope, el baño!Hagámosle justicia. Teniendo en cuenta mi

situación mental de ese momento, creo sinceramenteque dio con el único medio posible capaz de obligarmea abandonar la alcoba.

Un espíritu meramente mundano habría juzgado misituación, en lo que respecta a Raquel, cargado dedificultades de índole desusada. Yo había dado porseguro el ir llevándola hacia planos más y más elevados,

Page 500: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mediante una breve y ardiente exhortación sobre eltema del matrimonio. Y he aquí, de creer lo que ella medijo, que tal hecho no habría de verificarse de ningúnmodo. Pero, ¡ah, mis amigos!, una cristiana batalladoracomo yo y con mi experiencia (con la perspectiva depoder realizar una labor evangelizadora ante sí), juzgalas cosas con un criterio más amplio. Admitiendo queRaquel desistiera en verdad del matrimonio que los dosAblewhite, padre e hijo, daban como una cosa segura,¿cuál habría de ser el resultado? La cosa sólo podíaterminar, de mantenerse ella firme, en un simpleintercambio de expresiones duras y de ásperasacusaciones por ambas partes. ¿Y cuál sería el efecto detodo ello en Raquel, una vez que la borrascosaentrevista hubiese terminado? Una saludable depresiónmoral. Su orgullo se agotaría, y su obstinación cederíatambién, bajo el peso de la firme resistencia que, deacuerdo con su carácter, habría de oponer. Debería,pues, volverse en demanda de simpatía hacia la personamás próxima a ella susceptible de ofrecérsela. Y yo eraesa persona que se hallaba más cerca…, desbordandoconsuelo, henchida hasta el exceso de las más oportunasy vivificantes palabras. Jamás anteriormente se habíanofrecido ante mis ojos tan brillantes perspectivas en elcampo de la evangelización.

Bajó para el almuerzo, pero no comió nada y apenassi articuló palabra alguna.

Luego del almuerzo empezó a vagar

Page 501: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

negligentemente de un cuarto a otro…, y, de repente,despertándose a sí misma, procedió a abrir el piano. Lamúsica que escogió para ejecutar en el instrumento fuede lo más escandalosa y profana y se hallaba asociada alrecuerdo de ciertas obras de teatro que le helaban a unala sangre en las venas con sólo pensar en ellas. Hubierasido imprudente intervenir en ese momento.

Luego de asegurarme, secretamente, de la hora de lallegada de míster Godfrey Ablewhite, salí de la casa parahuir de la música.

Ya sola, en el exterior, se me presentó laoportunidad de visitar a los dos amigos que tenía en elvecindario. Un lujo indescriptible significaba para mí elsentir que me toleraba a mí misma la debilidad demantener una conversación sobre temas importantescon personas serias. Infinitamente animada yconfortada desanduve el camino, y regresé a la casa contiempo de sobra para aguardar el arribo del huésped aesa hora del día…, ¡y me encontré cara a cara con místerGodfrey Ablewhite!

No intentó abandonar el lugar. Todo lo contrario.Avanzó para salirme al encuentro, con la mayorvehemencia.

—¡Mi querida miss Clack, he estado aguardandoaquí tan sólo para verla a usted! Quiso la casualidad queme viera libre de mis compromisos en Londres, antes delo que yo esperaba…, y he venido aquí, en consecuencia,antes de la hora indicada.

Page 502: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Ni la menor muestra de embarazo entorpeció suexplicación, pese a que era ésta la primera vez que nosencontrábamos, luego de la escena que se desarrolló enMontagu Square. Cierto es que él ignoraba que yo habíasido testigo de la misma. Pero sabía por otra parte, quepor el hecho de concurrir a la Junta Maternal para laConfección de Pantalones Cortos y por hallarmevinculada a ciertos amigos que se dedicaban a diversasobras de beneficencia, tenía que hallarme enterada desu negligente y vergonzosa conducta respecto de lasdamas y de los pobres. ¡No obstante, allí lo tenía yo antemí, en plena posesión de sus encantadoras cuerdasvocales y de su irresistible sonrisa!

—¿Ha visto ya a Raquel? —le pregunté.Lanzando un dulce respiro me tomó la mano. Yo la

hubiera arrancado, sin duda, de la suya, de no haberquedado paralizada por el asombro que me produjo eltono con que expresó su respuesta.

—He visto a Raquel —me dijo, con la mayortranquilidad—. Usted sabe, querida amiga mía, que sehallaba comprometida conmigo, ¿no es así? Pues bien;repentinamente ha decidido romper el compromiso.

Luego de meditar sobre ello se ha convencido de quela mejor manera de propender a su felicidad y a la míasería la de retractarse de su imprudente promesa ydejarme libre para que efectúe yo una elección másafortunada en cualquier otro sitio. Esa es la únicaexplicación que me ha dado y la única respuesta que

Page 503: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lograra sacarle cualquier pregunta mía.—¿Qué ha hecho usted, por su parte? —inquirí—.

¿Se ha sometido?—Sí —dijo, con una calma inconmovible—. Me he

sometido.Tan inconcebible me resultaba su conducta en tales

circunstancias, que permanecí, confundida, con mimano en la suya. Clavarle la vista a cualquieraconstituye, hasta cierto punto, una grosería; clavárselaa un caballero resulta una acción indecorosa. Yo cometíambas indiscreciones. Y le dije, como en un sueño:

—¿Qué quiere usted decir?—Permítame que se lo diga —replicó—. ¿Qué le

parece si nos sentamos?Me condujo entonces hacia una silla. Tengo la vaga

impresión ahora de que se mostró muy afectuosoconmigo. No digo que deslizara su brazo en derredor demi cintura… aunque no estoy muy segura. Yo mehallaba desamparada y él tenía la costumbre de ser muycariñoso con las damas. Sea como fuere, nos sentamos.Puedo responder de ello, aunque no pueda hacerlorespecto de ninguna otra cosa.

VIII

—He perdido a una bella muchacha, una excelente

Page 504: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

posición social y una hermosa renta —comenzó a decirmíster Godfrey—; y me he sometido a todo ello sinofrecer la menor resistencia. ¿Cuál puede ser el motivode tan extraordinaria conducta? No existe ninguno,preciosa amiga mía.

—¿Ningún motivo? —repetí.—Permítame recurrir, mi querida miss Clack, a su

experiencia con los niños —prosiguió—. Un niño seconduce, por ejemplo, de cierta manera. A usted lechoca su actitud e intenta entonces descubrir el motivode la misma. Nuestro querido pequeñuelo es incapaz dedecírselo. De igual manera hubiera podido ustedpreguntarle a la hierba por qué crece o a los pájaros porqué cantan. ¡Pues bien!, en este asunto yo vengo a sercomo el querido pequeñuelo…, como la hierba…. comolos pájaros. No sé en verdad por qué le hice miproposición matrimonial a miss Verinder. No sétampoco por qué he descuidado tan vergonzosamente amis queridas damas. E ignoro por qué he renegado de laJunta Maternal para la Confección de PantalonesCortos. Si usted le pregunta, por ejemplo, a un niño:«¿por qué eres tan malo?», el angelito habrá de llevarseun dedo a la boca y no sabrá qué responder: ¡ése es,exactamente, mi caso! ¡Me he sentido impulsado aconfesárselo a usted!

Yo empecé a recobrarme. Un problema mentalsignificaba lo que acababa de oír. Yo siento un profundointerés por ellos…, y no carezco, según se dice, de cierta

Page 505: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habilidad para resolverlos.—Querida amiga, aguce el entendimiento y ayúdeme

—prosiguió él—. Dígame: ¿por qué ocurre que llega unmomento en que todos esos planes matrimoniales míoscomienzan a parecerme algo como forjado en un sueño?¿Por qué se me ha ocurrido de manera tan súbita la ideade que mi verdadera felicidad habrá de residir en laayuda que les preste a mis queridas damas, en el hechode cumplir modestamente mi útil labor, y de pronunciarunas pocas palabras juiciosas, cada vez que me invite ahacerlo el presidente de la directiva? ¿Para qué quieroyo una posición? Ya he alcanzado una. ¿Para qué unarenta? Me hallo en condiciones de pagarme mi pan y miqueso, mi pequeño y hermoso alojamiento y mis doslevitas anuales. ¿Para qué necesito yo a miss Verinder?Acaba de decirme con sus propios labios (esto, miquerida señora, aquí entre nosotros) que ama a otrohombre y que el único motivo que la impulsó a decirmeque se casaría conmigo fue el de exasperar y hacerperder la cabeza a ese otro hombre. ¡Qué horrendaunión! ¡Oh Dios mío, qué horrenda unión sería! ¡Talesson mis reflexiones, miss Clack, mientras viajo haciaBrighton! Me aproximo a Raquel igual que un criminalque va a escuchar su sentencia. Cuando me enteré deque ella había también cambiado de opinión…, cuandooí decir que se proponía romper el compromiso…,experimenté (no hay la menor duda respecto a ello) unaenorme sensación de alivio. Un mes atrás la estrechaba

Page 506: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

arrobado contra mi pecho. Hace una hora la dicha desaber que nunca más habré de hacerlo me haembriagado lo mismo que un fuerte licor. Me pareceimposible: no puede ser, me digo a mí mismo. Y, sinembargo, allí están los hechos, como ya tuve el honor dedarlos a conocer apenas nos sentamos en estas dossillas. He perdido a una bella muchacha, una excelenteposición social y una hermosa renta; y me he sometidoa ello sin ofrecer la menor resistencia ¿puede ustedexplicárselo, mi querida amiga? en cuanto a mí debodecirle que esto se halla fuera del alcance de miinteligencia.

Su magnífica cabeza se reclinó en su pecho, en tantoabandonaba, desesperado, el problema.

Yo me sentí profundamente conmovida. El caso (sihe de hablar en el carácter de un médico espiritual) mepareció enteramente sencillo. No es difícil que en elcurso de nuestra vida hayamos podido ver, cualquierade nosotros, cómo el poseedor de las más poderosasfacultades cae ocasionalmente hasta situarse al nivel delas personas más pobremente dotadas que se hallan anuestro alrededor. Esto, sin duda, tiene por objeto,dentro del plan de la sabia Providencia, recordarle a lagrandeza que es mortal y que el poder que le ha sidoconferido puede serle también retirado. Se tornóevidente —en mi opinión—, ahora, que las deplorablesacciones ejecutadas por nuestro querido míster Godfreyy de las cuales fuera yo invisible testigo, constituían

Page 507: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

otras tantas y saludables humillaciones de esa índole yse tornaba igualmente un hecho evidente la bienvenidareaparición de su más fina naturaleza, a través delhorror con que rechazaba la idea de casarse con Raquely de la encantadora vehemencia con que demostraba sudeseo de retornar a sus damas y a sus pobres.

Le explique todo esto en unas pocas y simples frasesfraternales. ¡Qué bello espectáculo fue el de su alegría!Se comparó a sí mismo, en cuanto yo proseguíhablando, con un ser perdido que emergía de la sombraa la luz. Cuando le aseguré que habría de dispensárseleuna cariñosa acogida en la Junta Maternal para laConfección de Pantalones Cortos, el agradecido corazónde nuestro Héroe Cristiano desbordó de alegría.Alternativamente se llevó a los labios y oprimió contraellos mis manos. Abrumada por la espléndida victoriade haberlo hecho retornar a nuestro campo, dejé quehiciera con mis manos lo que quisiese. Cerré los ojos. Ysentí que mi cabeza, olvidándose de sí misma, seapoyaba sumida en el éxtasis, en su hombro. Unmomento más y me hubiera desvanecido en sus brazos,de no haber sido por una interrupción proveniente delmundo exterior y que me hizo recobrarme. Un horrendorechinar de cuchillos y tenedores llegó hasta nosotrosdesde la puerta y vimos entrar al lacayo, quien sedisponía a tender la mesa para el almuerzo.

Míster Godfrey se puso de pie, de repente, y dirigiósu vista hacia el reloj que se encontraba sobre el manto

Page 508: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de la chimenea.—¡Cómo vuela el tiempo a su lado! —exclamó—.

Apenas si llegaré a tiempo para tomar el tren.Yo me aventuré a preguntarle a qué se debía esa

prisa por retornar a la ciudad. Su respuesta me trajo ala memoria las dificultades domésticas que debían seraún salvadas y las desavenencias aún por surgir.

—He recibido noticias de mi padre—me dijo—. Susnegocios lo obligan a abandonar Frizinghall paradirigirse a Londres y se propone llegar allí esta noche omañana. Debo ponerlo al tanto de lo ocurrido entreRaquel y yo. Ha puesto su corazón en este asunto delmatrimonio .., y mucho habrá de costar, me temo, elhacerle aceptar la idea del rompimiento. Debodetenerlo, en beneficio de todos nosotros, para que novenga aquí antes de que haya logrado yo hacerlo aceptartal cosa. ¡Queridísima amiga mía, la mejor que poseo, yanos volveremos a ver!

Con estas palabras salió del cuartoprecipitadamente. Con igual prisa corrí yo escaleraarriba en dirección de mi aposento para arreglarmeantes de enfrentar a tía Ablewhite y a Raquel junto a lamesa del almuerzo.

Sé muy bien —para volver de nuevo a la persona demíster Godfrey— que la opinión general y profana delmundo exterior lo ha acusado de tener razones privadaspara liberar a Raquel de su compromiso, en la primeraocasión que ella le ofreció para ello. También ha llegado

Page 509: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a mis oídos la afirmación de que su celo por recobrar miestimación ha sido atribuido en ciertos círculos almercenario anhelo de hacer las paces (por miintermedio) con cierta venerable dama de la JuntaDirectiva de la Maternal para la Confección dePantalones Cortos, abundantemente provista de bienesmateriales y que es una muy amada e íntima amiga mía.Si me detengo en estos odiosos infundios es sólo parahacer constar que tales influencias no gravitaron enningún instante en mi espíritu. De acuerdo con lasinstrucciones recibidas, he ido reflejando lasfluctuaciones de mi pensamiento en lo que atañe anuestro Héroe Cristiano, tal como se hallan registradasen mi diario. Haciéndome justicia a mí misma deboagregar que, una vez reinstalado en el sitio que ocuparaanteriormente en mi estimación, no volvió mi talentosoamigo a perderlo nunca más. Escribo estas líneas conlágrimas en los ojos y consumida por el deseo de deciralgo más. Pero no…, se me ha impuesto la cruellimitación de atenerme a mi experiencia real de laspersonas y las cosas. Antes de que hubiese transcurridoun mes de los sucesos que acabo de narrar, la situacióndel mercado monetario, que determinó unadisminución aun en el monto de mi renta escasa ymiserable, me obligó a partir hacia el exilio en elextranjero, sin dejarme otra cosa que un amablerecuerdo de la persona de míster Godfrey, imagen quela malevolencia mundana ha atacado una y otra vez

Page 510: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

aunque en vano.Permítanme ahora enjugarme los ojos y retomar el

hilo de mi historia.

Bajé la escalera para ir a almorzar, naturalmenteansiosa por conocer la reacción de Raquel ante lanoticia de la anulación de su compromiso matrimonial.

Me pareció —aunque debo reconocer que soy un maljuez en tal materia— que la recuperación de su libertadhizo que su pensamiento se volviera hacia el otrohombre, hacia aquél a quien ella amaba, y de que sehallaba furiosa consigo misma por no haber sabidocontrolar ese cambio repentino operado en sussentimientos, cambio del cual se hallaba íntimamenteavergonzada. ¿Quién era ese hombre? Yo tenía missospechas…, pero era innecesario malgastar el tiempoen tan ociosa especulación. Una vez que la hubieraconvertido, era seguro que ella no habría de tenersecreto alguno para mí. Me enteraría de cuantoconcernía a tal hombre y cuanto se refería a la PiedraLunar. Aunque para estimular su espíritu y elevarlo aun más alto plano espiritual no hubiera tenido yo otromotivo más digno que el de aliviar su mente de susculpables planes, hubiera éste bastado para alentarmea llevar adelante mi labor.

Tía Ablewhite realizó su ejercicio esa tarde, en unasilla para inválidos. Raquel la acompañó.

Page 511: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Me gustaría arrastrar la silla estalló en formatemeraria—. ¡Quisiera cansarme hasta caer rendida!

A la noche seguía con el mismo humor. Yo di, enuna de las valiosas publicaciones que me entregara miamiga —Vida, Obra y Epístolas de Jane Ann Stamper,cuadragésimoquinta edición—, con algunos pasajes quese prestaban maravillosamente para ser aplicados a lasituación actual en que se encontraba Raquel. En cuantole propuse su lectura se dirigió hacia el piano.¡Imagínense cuán inexperta debía ser, respecto de laspersonas graves, para suponer que mi paciencia habríade agotarse en esa forma! Con mi miss Jane AnnStamper al alcance de mi mano, aguardé el curso de lossucesos con una inconmovible confianza en el futuro.

El viejo míster Ablewhite no apareció en ningúnmomento esa noche. Pero bien sabía yo la importanciaque su voraz apetencia terrenal le atribuía almatrimonio de su hijo con miss Verinder…, y mehallaba completamente persuadida (hiciera lo quehiciere míster Godfrey para evitar tal cosa) de quehabríamos de verlo al día siguiente. Su intervención enel asunto daría lugar, seguramente, a la tormenta que yohabía vaticinado como cosa segura, la cual habría de serseguida, con toda seguridad, también, por un saludableagotamiento de la capacidad de resistencia de Raquel.No ignoro que el viejo míster Ablewhite tiene fama(sobre todo entre sus inferiores) de ser un hombrenotablemente bonachón. De acuerdo con mi propia

Page 512: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

observación debo decir que se hace acreedor a tal famamientras puede salirse con la suya, pero no más allá.

Al día siguiente, tal como yo lo previera, tíaAblewhite experimentó lo que, de acuerdo con sunaturaleza, es lo que más se parece al asombro, al veraparecer súbitamente en la casa a su esposo. Apenasllevaba éste un minuto en ella cuando fue seguido, antemi asombro esta vez, por una inesperada complicaciónen la forma humana de míster Bruff.

No recuerdo que jamás me haya parecido másinoportuna que en esa ocasión la presencia del abogadoentre nosotros. Parecía hallarse listo para hacercualquier cosa que representara un obstáculo en elcamino… y para demostrar que era capaz de establecerla paz, pese al hecho de ser Raquel uno de loscontendientes.

—Es una agradable sorpresa para mí, señor —dijomíster Ablewhite, dirigiéndose con engañosacordialidad a míster Bruff—. Al dejar su despacho ayer,no esperaba que habría de tener el honor de recibirlohoy en Brighton.

—He estado dándole vueltas en mi cabeza a lo queconversamos, luego que usted se fue —replicó místerBruff—. Y se me ha ocurrido pensar que quizá podríaserles útil en algo. Apenas si tuve tiempo para alcanzarel tren; pero no tuve la oportunidad de descubrir elcompartimiento en el cual usted viajaba.

Luego de dar esta explicación se sentó junto a

Page 513: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Raquel. Yo me retiré modestamente a un rincón…, conmi miss Jane Ann Stamper sobre el regazo, a laexpectativa. Mi tía se sentó junto a la ventana y empezóa ¿abanicarse con su calma acostumbrada. MísterAblewhite, que se hallaba de pie sobre el centro de lahabitación, con su calva más rosada de lo que yo la vierajamás anteriormente, se dirigió a su sobrina de lamanera más afectuosa.

—Raquel, querida mía —le dijo—, acabo deenterarme, por intermedio de Godfrey, de una noticiade lo más extraordinaria. Y he venido aquí parainformarme respecto a ella. Tú tienes tu propio gabineteen esta casa. ¿Me harás el honor de conducirme hastaél?

Raquel permaneció completamente inmóvil. Que sehubiese propuesto provocar una crisis en el asunto oque obedeciera a una oculta señal de míster Bruff esalgo que escapa a lo que yo sé. Sólo puedo afirmar quedeclinó el honor de conducir al viejo míster Ablewhitehasta su gabinete.

—Sea lo que fuere lo que tenga que decirme —lerespondió—, puede comunicármelo en presencia de misparientes y de (y dirigió su mirada hacia míster Bruff)este viejo amigo que mereció la confianza de mi madre.

—Como te parezca, querida mía —dijo el amablemíster Ablewhite, y echó mano de una silla. Los demásclavaron la vista en su rostro…, como si aguardasen queéste, luego de setenta años de experiencia mundana,

Page 514: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fuera a decir la verdad. Yo, por mi parte, dirigí mi vistahacia la cúspide de su cabeza calva, por haber notado enanteriores ocasiones que su estado de ánimo tenía lacostumbre de hacerse visible allí.

—Varias semanas atrás —prosiguió el viejocaballero—, mi hijo me comunicó que miss Verinder lehabía concedido el honor de comprometerse enmatrimonio con él. ¿Es posible, Raquel, que haya mihijo interpretado mal o se haya jactado de quecomprendía tu respuesta?

—Ciertamente, no —replicó ella—. Me comprometí,en verdad, a casarme con él.

—¡Muy bien por tu franca respuesta! —dijo místerAblewhite—. Todo se explica de la manera mássatisfactoria hasta aquí, querida mía. En lo que respectaa lo ocurrido hace varias semanas, Godfrey no se haequivocado, pues. El error radica en lo que me dijo ayer.Comienzo a explicarme ahora las cosas. Tú y él habéistenido una disputa de amantes…, y el tonto de mi hijo laha tomado en serio. ¡Ah! Yo habría sabido conducirmemejor a su edad.

La parte débil de la naturaleza de Raquel —la madreEva resucitando en ella— comenzó a irritarse por estaspalabras.

—Le ruego que trate de comprenderme, místerAblewhite —le dijo—. Nada que pueda en lo másmínimo merecer el nombre de disputa ocurrió ayerentre su hijo y yo. Si le ha dicho él que yo he resuelto

Page 515: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

romper nuestro compromiso matrimonial, y que él porsu parte se halla de acuerdo con ello…, no ha hecho másque decirle la verdad.

El termómetro indicador, sobre la cima calva demíster Ablewhite, comenzó a registrar un aumento demal genio. Su rostro se mostraba más amable quenunca…, pero ¡he ahí, sobre la cumbre del rostro, esacoloración rosada un tanto más pronunciada quehabitualmente!

—¡Ven, ven, querida!—dijo él, de la manera mássuave—, ¡vamos, no seas tan dura y tan mala con elpobre Godfrey! Seguramente te ha dicho alguna cosainconveniente. Desde chico ha sido siempre un pocotorpe…, ¡pero es un muchacho bien intencionado,Raquel, un muchacho bien intencionado!

—Míster Ablewhite, o bien me he expresado muymalamente o bien se ha propuesto usted interpretar mallo que le digo. De una vez por todas habré de decirle quede común acuerdo hemos resuelto su hijo y yo nomantener otras relaciones, durante el resto de nuestrasvidas, que las de primo y prima. Está claro, ¿no?

El tono con que dijo estas palabras hizo imposibleque el viejo míster Ablewhite siguiera aún equivocandosus ideas por más tiempo. El termómetro registró otroavance de un grado y su voz, cuando volvió a hablar,dejó de tener el tono que más conviene a un hombreafable.

—Según eso debo dar por sentado, entonces

Page 516: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—dijo—, que tu compromiso matrimonial ha quedadoanulado.

—Eso es lo que habrá de dar usted por sentado,míster Ablewhite, si le place.

—¿Debo también dar por sentado que la proposiciónde deshacer el compromiso se te ocurrió, desde elprimer momento, a ti?

—Se me ocurrió desde el primer instante a mí. Ycontó luego, como acabo de decírselo, con la aprobaciónde su hijo.

El termómetro registró el más alto nivel que eracapaz de señalar. Quiero con ello decir que el matizrosado se convirtió de pronto en escarlata.

—¡Mi hijo es un perro miserable! —gritó con furia elanciano hombre de mundo—. Para hacerme justicia amí mismo, como padre —y no a él como hijo—, le ruegome permita inquirir, miss Verinder, qué es lo que tieneusted que decir de míster Godfrey Ablewhite.

A esta altura intervino por vez primera míster Bruff.—No está usted obligada a responder a esa pregunta

—le dijo a Raquel.El viejo míster Ablewhite se lanzó sobre él

inmediatamente.—No olvide usted, señor —le dijo—, que no es aquí

más que un huésped que se ha invitado solo. Suintromisión hubiese contado con una mejor acogida dehaber usted aguardado a que se la solicitaran.

Míster Bruff no se dio por aludido. El suave barniz

Page 517: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que recubría su piel jamás se agrietaba. Raquel le dio lasgracias por el consejo y se volvió luego hacia el viejomíster Ablewhite…, manteniendo su compostura en unaforma que, teniendo en cuenta su sexo y su edad,provocaba, simplemente, espanto.

—Su hijo me hizo la misma pregunta que ustedacaba de hacerme —le dijo ella—. Una sola respuestatuve para él y una sola igualmente habré de tener parausted. Le propuse liberarnos del compromiso, porqueluego de haber meditado sobre ello, había llegado alconvencimiento de que la mejor manera de propendera su felicidad y a la mía habría de ser la de retractarmeyo de una imprudente promesa y dejarlo libre a él paraque escogiera a una mujer en cualquiera otra parte.

—¿Qué ha hecho mi hijo? —insistió místerAblewhite—. Tengo el derecho de saberlo. ¿Qué hahecho mi hijo?

Ella se obstinó, por su parte, de la misma manera.—Le he dado ya la única explicación que creo

necesario deba darle a usted o a su hijo—respondió.—Hablando vulgarmente, miss Verinder, son su

deseo y su voluntad soberanos el darle calabazas a mihijo, ¿no es así?

Raquel permaneció en silencio un instante. Sentada,como me hallaba, muy próxima a sus espaldas, pude oírel suspiro que lanzó. Míster Bruff tomó su mano y le dioun leve apretón. Recobrándose aquélla le replicó amíster Ablewhite tan atrevidamente como lo había

Page 518: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hecho antes.—Me he expuesto anteriormente a sufrir mayores

malentendidos que éste —le dijo—. Y los hesobrellevado pacientemente. Ha pasado ya el tiempo enque hubiera podido usted mortificarme llamándomecoqueta.

La acritud de su tono me convenció de que en una uotra forma se la había obligado a recordar el escándalode la Piedra Lunar.

—No tengo más nada que decir —añadió con untono cansado sin dirigirse a nadie en particular ypasándonos por alto para mirar hacia afuera, a través dela ventana que se hallaba más próxima a ella.

Míster Ablewhite se puso de pie y arrojó lejos de sísu silla con tanta violencia, que ésta se volcó y cayósobre el piso.

—Por mi parte, tengo algo que decir —anunció,dejando caer ruidosamente la palma de su mano sobrela mesa—. ¡Y es que si mi hijo no considera esto uninsulto, yo sí lo considero tal cosa!

Raquel se estremeció y lo miró sorprendida.—¿Insulto? —replicó—. ¿Qué quiere usted decir?—¡Insulto! —reiteró míster Ablewhite—. ¡Conozco el

motivo, miss Verinder, que la ha impulsado a usted aromper con mi hijo! Lo percibo tan claramente como sime lo hubiera usted confesado con sus propias palabras.Su maldito orgullo de familia es quien está ultrajandoahora a Godfrey, de la misma manera que me ultrajó a

Page 519: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mí antes, cuando me case con su tía. Su familia —sumiserable familia— le volvió la espalda cuando se hubocasado con un hombre honesto que se abrió camino porsí mismo y se labró su propia fortuna. No sé de ningúnhatajo de pillos y degolladores que hubieran vivido delcrimen y del robo. No podía, tampoco, referirme aninguna época en que los Ablewhite no hubiesen tenidouna camisa con que cubrir su espalda y en que nohubiesen sido capaces de escribir sus propios nombres.¡Ah!, ¡ah! No me hallaba a la altura de los Herncastlecuando me casé. Y ahora, vuelven ustedes a la carga;tampoco mi hijo se halla a la altura de usted. Losospeché desde el principio. ¡Ha heredado usted, mijovencita, la sangre de los Herncastle! Lo sospechédesde el principio.

—Es ésta una indigna sospecha —observó místerBruff—. Me asombra que tenga usted el coraje deafirmar tal cosa.

Antes de que míster Ablewhite hubiera podidohallar palabras con qué responderle, habló Raquel, conun tono de lo más exasperante por lo desdeñoso.

—Tiene usted razón —le dijo al abogado—; es algoque no tiene precedentes. Si es capaz de pensar en esaforma, dejémoslo que piense lo que quiera.

Del escarlata comenzó a pasar, ahora, místerAblewhite, al púrpura. Jadeó en procura de aire; yempezó a dirigir su vista, ya hacia atrás, ya haciaadelante, de Raquel a míster Bruff, tan furioso y

Page 520: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

frenético contra ambos, que no sabía a quién atacarprimero. Su esposa, quien se había estado abanicandoimperturbablemente en su asiento hasta ese instante,trató, aunque sin resultado alguno, de calmarlo. Yohabía sentido, durante el curso de esta penosaentrevista, más de un llamado interior que instigaba aintervenir con unas pocas palabras juiciosas, pero mecontuvo el temor de un posible desenlacecompletamente indigno de una cristiana inglesa cuyasmiras se hallan puestas, no sobre lo que aconseja unamezquina prudencia, sino sobre lo que es moralmentejusto. Al advertir la gravedad de la situación me elevépor encima de toda mera contemplación de lasconveniencias. Si me hubiera yo dispuesto a intervenirmediante alguna amonestación de mi propia y humildecreación, es posible que hubiera aún vacilado. Pero lainfortunada querella doméstica que se ofrecía ahora ami vista contaba con una solución maravillosa ybellamente descrita en la correspondencia de miss JaneAnn Stamper…, Carta número mil uno, titulada: «Pazen el Hogar». Me levanté, pues, en mi modesto rincóny abrí el precioso libro.

—Mi querido míster Ablewhite —dije—, ¡una solapalabra!

En el primer momento y al atraer por vez primera laatención de todos al levantarme, pude advertir queestaba a punto de decirme alguna cosa fuerte. Pero mifraternal manera de dirigirle la palabra, lo retuvo. Clavó

Page 521: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

en mí sus ojos con un asombro pagano.—En mi carácter de amiga y de persona bien

inspirada —proseguí—, de persona que cuenta con unagran experiencia en lo que se refiere a despertar,convencer, preparar, iluminar y fortificar a sussemejantes, permítanme que me tome la más inocentede todas las libertades…, la libertad de apaciguar elánimo de ustedes.

Él comenzó a recobrarse; se hallaba ya a punto deestallar…, y hubiera sin duda estallado, frente acualquier otra persona. Pero mi voz, habitualmentedulce, alcanza un rico acento en los instantes de aprieto.En éste, por ejemplo, me sentí llamada a intervenir conun registro más alto que el suyo.

Levantando mi valioso libro frente a él, golpeteé conmi índice de manera impresionante sobre la página enque se hallaba abierto.

— ¡N o son palabras m ías! — exclam éinterrumpiéndolo con mi ferviente estallido—. ¡Oh, nosupongan que reclamo su atención para que escuchenmis humildes palabras! ¡Maná en el desierto, místerAblewhite! ¡Rocío sobre la tierra calcinada! ¡Palabras deconsuelo, de sabiduría, de amor…, las benditas tresveces benditas, palabras de miss Jane Ann Stamper!

Me detuvo aquí un momentáneo impedimento deíndole respiratoria. Antes de que lograra recobrarme,ese monstruo con figura de hombre gritó furiosamente.

—¡Miss Jane Ann Stamper es…!

Page 522: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Me es imposible transcribir aquí la horrenda palabrarepresentada por estos puntos.

Chillé al oírla deslizarse entre sus labios; volé haciami pequeño bolso, que se hallaba sobre el trinchero;volqué todo su contenido, así un tratado especial queversaba sobre los juramentos profanos, titulado:«¡Silencio, por amor de Dios!», y se lo tendí con unaexpresión de agonizante súplica. Él lo desgarró en dosy me lo tiró de vuelta por encima de la mesa. Los demásse pusieron en pie alarmados, ignorando lo que habríade seguir. Yo me senté instantáneamente, de nuevo enmi rincón. En cierta ocasión y en circunstancias untanto similares, miss Jane Ann Stamper fue tomada porambos hombros y lanzada fuera de una habitación. Yoaguardé, inspirada por su ejemplo, la repetición de sumartirio.

Pero no… no había de sucederme a mí tal cosa. Suesposa fue la primera persona a quien le dirigió él lapalabra.

—¿Quién…, quién…, quién —le dijo, tartamudeandode ira— invitó a esta fanática osada a entrar en estacasa? ¿Fuiste tú?

Antes de que tía Ablewhite hubiera tenido tiempo depronunciar una sola palabra respondió Raquel por ella:

—Miss Clack se halla aquí —le dijo— como huéspedamía.

Estas palabras tuvieron un singular efecto sobremíster Ablewhite. Súbitamente transformaron a ese

Page 523: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hombre enrojecido por la ira en un ser que emanaba unhelado desprecio. Palmariamente percibió todo elmundo que Raquel acababa de decir algo —breve ysimple como había sido su respuesta— que lo colocó aél, por fin, en ventaja sobre ella.

—¡Oh! —dijo—. Así que miss Clack es huéspedasuya…, aquí, en mi casa, ¿no es así?

Le tocó ahora el turno a Raquel de perder lapaciencia. Su color se acentuó y sus ojos brillaronfieramente. Volviéndose hacia el abogado y señalandoa míster Ablewhite, preguntó altivamente:

—¿Qué quiere él decir?Míster Bruff intervino por tercera vez.—Parece usted olvidar —dijo, dirigiéndose a míster

Ablewhite— que ha alquilado usted la casa en sucarácter de tutor de miss Verinder y para uso de missVerinder.

—No se apresure —lo interrumpió místerAblewhite—. Tengo aún algo que decir; una últimapalabra que hubiera dicho hace algún tiempo, de nohaber sido por esta…—y me miró, deteniéndose apensar qué abominable calificativo podía aplicarme—,de no haber sido interrumpido por esta atrevidasolterona. Permítame que le informe, señor, que si mihijo no merece ser el esposo de miss Verinder, presumoque su padre no debe merecer el título de tutor de missVerinder. Tenga la bondad de tomar nota de que merehuso a aceptar el cargo que se me ha ofrecido en el

Page 524: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

testamento de Lady Verinder. Utilizando su lenguajeforense diré que renuncio a actuar. La casa ha sido,necesariamente, alquilada en mi nombre. Cargo sobremis hombros con toda la responsabilidad que elloimplica. Es mi casa. La habito o la abandono, según meplazca. No deseo apurar a miss Verinder. Por elcontrario, le ruego a ella que aleje a su huéspeda con suequipaje, cuando lo crea más conveniente.

Luego de hacer una profunda reverencia abandonóel aposento.

¡Así fue como se vengó míster Ablewhite de Raquel,por haberse negado ésta a casarse con su hijo!

En cuanto se cerró la puerta, tía Ablewhite realizóuna acción tan prodigiosa que nos dejó a todosparalizados. ¡Exhibió la energía suficiente como paraatravesar el cuarto!

—Querida mía —le dijo a Raquel en tanto la tomabade la mano—, me avergonzaría de mi esposo, si nosupiera, como bien sé, que ha sido su mal genio y no supersona la que te ha dicho esas palabras. Usted—continuó diciendo tía Ablewhite, volviéndose hacia mirincón y haciendo otro derroche de energía, con sumirada esta vez, no con sus miembro—, usted ha sido lamiserable que provocó su cólera. Espero no volver averla nunca más aquí, como tampoco a sus tratados.

Volviéndose hacia Raquel la besó nuevamente.—Te pido perdón, querida —le dijo—, en nombre de

mi esposo. ¿Qué puedo hacer por ti?

Page 525: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Obstinadamente perversa en todo —caprichosa eirrazonable en todas sus acciones— se deshizo Raquelen lágrimas al oír tan triviales palabras y le devolvió elbeso a su tía en silencio.

—Si se me permitiera responder en nombre de missVerinder —dijo míster Bruff—, me atrevería a pedirle amistress Ablewhite que enviara abajo a Penélope con elgorro y el chal de su ama. Concédanos diez minutos asolas —añadió bajando la voz— y le aseguro quearreglaré las cosas a su entera satisfacción y a la deRaquel también.

La confianza que toda la familia depositaba en estehombre era, en verdad, maravillosa. Sin que hubieramediado una nueva palabra de su parte, tía Ablewhiteabandonó la habitación.

—¡Ah! —dijo míster Bruff mirándola con atención—.Admito que la sangre de los Herncastle tiene susdesventajas. ¡Pero algo representa la buena educación,después de todo!

Luego de haber lanzado esta observación puramentemundana, miró con dureza hacia mi rincón, como siaguardase a que yo me fuera. Mi interés por Raquel—infinitamente superior al que sentía él por ella— meclavó en la silla.

Míster Bruff desistió, como había desistidoanteriormente en casa de tía Verinder, en MontaguSquare. Condujo a Raquel hasta una silla que se hallabajunto a la ventana y empezó a hablarle.

Page 526: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Mi querida señorita —le dijo—, la conducta demíster Ablewhite la ha horrorizado y tomado,naturalmente, de sorpresa. Si valiera la pena debatiresta cuestión con semejante hombre, habríamos dedemostrarle bien pronto que no siempre habrá desalirse él con la suya. Pero no vale la pena. Ha estadousted en lo cierto cuando le dijo lo que acaba de decirle:su conducta no ha tenido precedentes.

Se detuvo y dirigió la vista hacia mi rincón. Yopermanecía allí sentada, inconmovible, con mis tratadosjunto al codo y mi miss Jane Stamper sobre el regazo.

—Como usted sabe —prosiguió él, volviéndosenuevamente hacia Raquel—, era privativo de laexcelente naturaleza de su madre el ver siempre la fazmejor, jamás la peor, de las gentes que la rodeaban.Nombró tutor suyo a su cuñado porque creía en él yporque sabía que tal cosa habría de agradarle a suhermana. En cuanto a mí, nunca me agradó místerAblewhite e induje a su madre a insertar una cláusula ensu testamento mediante la cual se les confería el podera sus albaceas de consultar conmigo respecto a unnuevo tutor, si lo aconsejaban las circunstancias. Unode esos eventos acaba de producirse hoy, y yo me halloen condiciones de poner término a estos áridos detalleslegales, espero que de una manera satisfactoria,mediante una carta dirigida a mi esposa. ¿Honraráusted a Bruff convirtiéndose en su huéspeda? ¿Ypermanecerá usted bajo mi techo, como un miembro

Page 527: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

más de mi familia, hasta que nosotros, los sabios,maduremos nuestros proyectos y decidamos qué deberáhacerse posteriormente?

Al oír esto me puse de pie dispuesta a intervenir.Míster Bruff acababa de hacer exactamente lo que yohabía temido que hiciera cuando le pidió a místerAblewhite que enviara abajo el gorro y el chal deRaquel.

Pero, antes de que hubiera podido intercalar yo unasola palabra, había ya aceptado Raquel la invitación enlos términos más cordiales. De haber yo tolerado queeste arreglo fuera llevado más adelante —de transponerella el umbral de la puerta de míster Bruff—, ¡adiósentonces al más grande deseo de mi vida, a miesperanza de hacer volver al redil a mi ovejadescarriada! La sola idea de tal calamidad me anonadó.Lanzando al viento la miserable carga que todadiscreción mundana implica, le hablé con todo el fervorque me poseía y con las palabras que más prontovinieron a mis labios.

—¡Alto! —les dije—, ¡alto ahí! Deben escucharme.¡míster Bruff!, usted no se halla emparentado con ellacomo lo estoy yo. La invito a ella…, y emplazo a susalbaceas para que me designen su tutora. Raquel, miqueridísima Raquel, te ofrezco mi humilde hogar; venconmigo a Londres en el próximo tren, mi amor, paracompartirlo conmigo.

Míster Bruff no dijo nada. Raquel me miró con un

Page 528: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cruel espanto que no se esforzó por ocultar.—Eres muy buena, Drusilla—me dijo—. Y espero ir

a visitarte cuantas veces vaya a Londres. Pero heaceptado ya la invitación de míster Bruff y me pareceque lo mejor que puedo hacer ahora es quedar bajo sucuidado.

—¡Oh, no digas eso! —imploré yo—. ¡No puedosepararme de ti, Raquel…, no puedo separarme de ti!

Traté de estrecharla entre mis brazos. Pero ellaretrocedió. Mi fervor no logró contagiarla; sólo le causóalarma.

—En verdad —dijo—, ¿no es excesiva tantaagitación? No logro comprenderla.

—Ni yo tampoco —dijo míster Bruff.La dureza de ambos —su mundana y espantosa

dureza— me rebeló.—¡Oh, Raquel! ¡Raquel —estallé—. ¿Es posible que

no hayas aún percibido que mi corazón desfallece porhacer una cristiana de ti? ¿No te ha dicho alguna vozinterior que estoy tratando de hacer por ti lo que estabatratando de hacer por tu querida madre cuando lamuerte me la arrebató de las manos?

Raquel avanzó un paso y me miró muyextrañamente.

—No entiendo tu referencia a mi madre —dijo—.Miss Clack, ¿quieres tener la bondad de explicarte?

Antes de que pudiera contestar, llegó míster Bruff yofreciéndole el brazo a Raquel trató de conducirla fuera

Page 529: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de la habitación.—Mejor no siga con el tema, querida —dijo—. Y miss

Clack haría mejor en no explicarse.Aunque hubiera sido un tronco o una piedra, una

interferencia como ésa me hubiera animado a dartestimonio de la verdad. Hice a un lado a míster Bruffcon mi propia mano, indignada, y, en lenguaje solemney adecuado, formulé el punto de vista con que la sanadoctrina no tiene escrúpulos en referirse a la horriblecalamidad de morir sin preparación.

Raquel se apartó de mí —me sonrojo al escribirlo—con un grito de horror.

—¡Vayámonos! — dijo a míster Bruff—. ¡Vayámonos,por Dios, antes de que esta mujer pueda decir nadamás! ¡Oh, piense en la inocente, útil, hermosa vida demi madre! Usted estuvo en el funeral, míster Bruff;usted vio cómo todos la querían; usted vio a las pobresgentes desvalidas llorando en su tumba la pérdida de sumejor amiga. ¡Y esta miserable se planta aquí y trata dehacerme dudar de que mi madre, que fue un ángel sobrela tierra, sea ahora un ángel en el paraíso! ¡No sigamoshablando de esto! ¡Vayámonos! ¡Me sofoca respirar elmismo aire que ella! ¡Me espanta sentir que estamosjuntas en la misma habitación!

Sorda a toda reconvención, corrió hacia la puerta.En ese mismo instante entraba su doncella con su

gorro y su chal. Ella los tomó y los amontonó decualquier modo.

Page 530: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Empaca mis cosas —le dijo—, y llévalas hasta eldomicilio de míster Bruff.

Yo intenté acercarme… Me hallaba afligida yconmovida, pero innecesario será que afirme que no mesentía ofendida. Sólo experimenté el deseo de decirleestas palabras:

—¡Ojalá llegue a ablandarse tu duro corazón! ¡Teperdono con toda el alma!

Ella tiró hacia abajo su velo, me arrancó el chal delas manos y se precipitó cerrándome la puerta en lacara. Yo soporté el ultraje con mi habitual entereza Y lorecuerdo ahora con la misma superioridad con queenfrento siempre todo ultraje.

Míster Bruff me dirigió una burlona frase dedespedida, antes de precipitarse, a su vez, al exterior.

—Más le hubiera valido no explicarse, miss Clack—me dijo; y haciéndome una reverencia, abandonó elcuarto.

La mujer del gorro con cintas habló a su vez.—No es difícil determinar quién ha sido la persona

que los ha malquistado a los unos con los otros —medijo—. No soy más que una pobre criada…, pero afirmo,con todo, que estoy avergonzada de usted.

También ella abandonó la estancia, cerrando conestrépito la puerta.

Denigrada, abandonada por todos, quedé librada amí misma en el cuarto.

Page 531: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

¿Puede acaso añadírsele una sola palabra a estasimple exposición de los hechos…, a esta conmovedorpintura de una cristiana perseguida por el mundo? ¡No!Mi diario me recuerda que aquí termina uno de lostantos capítulos variados de mi existencia. Desde ese díano volví a ver jamás a Raquel Verinder. En aquelentonces, cuando me insultó, le otorgué mi perdón.Desde ese día en adelante ha contado con mis másdevotos y buenos augurios. Y cuando muera —paracompletar, por mi parte, el retorno de todo bien por unmal— habré de legarle, según haré constar en mitestamento, la Vida, Obra y Epístolas de miss Jane AnnStamper.

SEGUNDA NARRACIONA cargo de Mathew Bruff, abogado,

de Gray’s Inn Square

I

Habiendo hecho abandono de la pluma mi bellaamiga miss Clack, dos razones me impulsaban atomarla, a mi vez, inmediatamente.

En primer lugar, me hallo en situación de arrojar la

Page 532: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

luz indispensable sobre ciertos puntos interesantes quehan sido dejados hasta ahora en la sombra. MissVerinder tenía un motivo oculto para romper sucompromiso matrimonial…, y yo desempeñé un papelimportante en ello. Míster Godfrey Ablewhite tenía unmotivo privado para renunciar a cuanto derecho loasistiera para reclamar la mano de su encantadoraprima… y yo descubrí de qué se trataba.

En segundo lugar, por un feliz o infortunado azar,no podría en verdad precisar si fue lo uno o lo otro, mehallé personalmente implicado en la época a que aludoen estas páginas —en el misterio del diamante hindú.Tuve el honor de entrevistarme en mi bufete con unoriental de distinguidos modales, quien no era, fuera detoda duda, otra persona que el cabecilla de los treshindúes.

Añadan a esto que me encontré al día siguiente conel famoso viajero míster Murthwaite, con quien sostuveuna conversación acerca de la Piedra Lunarestrechamente relacionada con posteriores eventos. Ytendrán en esa forma una idea de los títulos que poseopara ocupar el puesto que ocupo en estas páginas.

La verdadera historia de la anulación delcompromiso matrimonial es lo que surge primeramenteen el orden cronológico y habrá de ocupar por lo tantoel primer lugar en mi relato. Recorriendo la cadena delos eventos desde un extremo al otro, me encuentro conque debo necesariamente abrir la escena, hecho curioso,

Page 533: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sin duda, pensarán ustedes, junto al lecho de miexcelente cliente y amigo, el difunto Sir John Verinder.

Sir John participaba —quizá en una medida un tantoexcesiva— de las más inocentes y amables flaquezasinherentes al género humano. Entre ellas puedomencionar, por su aplicabilidad al asunto entre manos,su invencible resistencia —que persistió en él mientrasgozó de su habitual buena salud— a afrontar laresponsabilidad de hacer su testamento. Lady Verinderpuso en juego su influencia para despertar en él elsentido del deber en tal materia; yo también puse enjuego la mía. Él admitió la justicia de nuestros puntosde vista… pero no fue más allá de eso, hasta que llegó elinstante en que cayó enfermo de la dolencia que lo llevóa la tumba. Entonces fui mandado llamar, por fin, pararecibir las instrucciones de mi cliente, relativas a sutestamento. Resultaron ser éstas para mí las mássimples instrucciones que recibí a lo largo de toda miactuación profesional.

Sir John se hallaba dormitando cuando entré en lahabitación. Se despertó al verme aparecer.

—¿Cómo está usted, míster Bruff? —me dijo—. Serémuy breve respecto de este asunto. Y luego me dormiréotra vez.

Con gran interés siguió mis movimientos mientrasreunía yo las plumas, la tinta y el papel.

—¿Está ya listo? —me preguntó.Yo incliné mi cabeza, sumergí y saqué la pluma de la

Page 534: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tinta y aguardé sus instrucciones.—Todos mis bienes a mi esposa —dijo Sir John—.

Eso es todo.Volvió la cara en la almohada y se dispuso a

dormirse nuevamente.Yo me vi obligado a molestarlo.—¿Debo dar por sentado —pregunté— que lega

usted la suma total de las propiedades, de toda suerte ynaturaleza, poseídas por usted en el instante de sumuerte, a Lady Verinder únicamente?

—Sí —dijo Sir John—. Sólo que yo lo digo másbrevemente. ¿Por qué no lo establece usted con tanpocas palabras como yo y me deja dormir de nuevo?Lego todo lo que tengo a mi esposa. Esa es mi voluntad.

Sus propiedades se hallaban a su entera disposicióny eran de dos clases.

Propiedad en tierra (intencionadamente meabstengo de utilizar un lenguaje técnico) y propiedad enefectivo. En la mayoría de los casos, mucho me temo,hubiera yo sentido que mi deber me obligaba a pedirlea mi cliente que reconsiderara su actitud. En el caso deSir John, sabía yo que Lady Verinder era no solamentedigna de la ilimitada confianza que depositaba en ella suesposo (toda buena esposa es digna de ella)…, sinotambién capaz de administrar adecuadamente unlegado (cosa que, según mi experiencia personal delbello sexo, muy pocas mujeres son lo suficientementecompetentes para hacer). En diez minutos se hallaba

Page 535: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

redactado y legalizado el testamento de Sir John, y SirJohn, ese buen hombre, concluía su siestainterrumpida.

Lady Verinder justificó ampliamente la confianzaque su esposo depositara en ella. En los primeros díasde su viudez envió por mí y me dictó su testamento. Sumanera de encarar la situación fue tan profundamenteintegral y razonable que me vi relevado de la necesidadde aconsejarla. Mi responsabilidad comenzó y terminócon la tarea de darle forma legal a sus instrucciones. Nohacía un quincena que se hallaba Sir John en la tumba,cuando ya el futuro de su hija se hallaba salvaguardadode la manera más sabia y cariñosa.

El testamento permaneció en la caja, a prueba defuego, de mi bufete, durante más años de los que meagradaría contar. Y no fue sino hasta el verano del año1848 cuando tuve ocasión de posar mi vista en él, enmedio de las más tristes circunstancias.

En la fecha mencionada los doctores pronunciaronsu sentencia respecto a Lady Verinder, la cual fue,literalmente, una sentencia de muerte. Yo fui la primerapersona a quien ella hizo conocer la verdad y la viansiosa por revisar el testamento conmigo.

Era imposible mejorar las estipulacionesrelacionadas con su hija. Pero, con el correr de los años,sus deseos en lo que atañía a ciertos legados menoresdestinados a diferentes parientes suyos, experimentaroncierto cambio, y se hizo necesario añadirle tres o cuatro

Page 536: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

codicilos al documento original. Hecho esto, todo a unmismo tiempo, por temor a algún accidente, obtuve deSu Señoría permiso para englobar sus recientesinstrucciones en un segundo testamento. Mi propósitoera evitar ciertas inevitables confusiones y repeticionesque desfiguraban entonces el testamento original y lascuales, a decir verdad, molestaron grandemente misentido profesional del ajuste de todas las partes.

La legalización del segundo testamento ha sido yadescrita por miss Clack, quien fue tan gentil como paraactuar de testigo. En lo que atañe a los bienespecuniarios de Raquel Verinder el documento encuestión era, palabra por palabra, un verdaderoduplicado del primer testamento. Los únicos cambiosintroducidos en él se referían al nombramiento de untutor y a ciertas estipulaciones relacionadas con lomismo, hechas por insinuación mía. A la muerte deLady Verinder el testamento fue colocado en las manosde mi procurador, para ser «abierto y hecho público»,según la frase ritual, de acuerdo con lo establecido.

Alrededor de tres semanas más tarde —hasta dondeme permite recordar mi memoria— percibí la primeraseñal de algo anormal que se producía por debajo de lasuperficie. Ocurrió que al visitar a mi amigo elprocurador en su despacho, advertí que éste me recibiócon un aspecto que trascendía un interésdesacostumbrado.

—Tengo varias nuevas para usted —me dijo—. ¿Qué

Page 537: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cree usted que oí decir esta mañana en el Colegio deAbogados? ¡Pues que el testamento de Lady Verinder hasido reclamado y revisado ya!

¡Una gran novedad, en verdad! Nada había en eltestamento que hubiera podido dar lugar a ningunadisputa; como tampoco había, que yo supiera, personaalguna que tuviera el menor interés en hacerloexaminar. (Creo que no estará de más que expliqueaquí, en beneficio de las pocas personas que desconocenaún estas cosas, que la ley permite que cualquiertestamento sea examinado en el Colegio de Abogadospor cualquier persona que lo solicite, previo el pago deun chelín).

—¿Te han dicho quién ha sido el que pidió eltestamento?

—Sí, el empleado no vaciló en decírmelo a mí.Míster Smalley de la firma Skipp y Smalley, fue quien lopidió. De manera, pues, que no hubo otra alternativaque la de apartarse de las normas habituales y dejarlever el documento original. Luego de observarloatentamente hizo una anotación en su libreta deapuntes. ¿Puedes hacerte una idea de lo que buscabaallí?

Yo sacudí la cabeza.—Lo sabré —respondí— antes de que sea un día más

viejo.Dicho lo cual, regresé de inmediato a mi propio

despacho.

Page 538: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

De haber sido otra firma la implicada en eseinexplicable registro del testamento de mi difuntacliente, hubiera tenido alguna dificultad para enterarmede lo que necesitaba saber. Pero yo contaba con ciertainfluencia en lo que respecta a Skipp y Smalley, que mesirvió en este caso para facilitar mi acción de unamanera relativa. Mi actuario de derechoconsuetudinario (un hombre excelente y muy capaz) erahermano de la esposa de míster Smalley y, a raíz de estaespecie de indirecta conexión conmigo, Skipp y Smalleyhabían venido recogiendo desde hacía varios años lasmigajas que caían de mi mesa, bajo la forma de asuntostraídos hasta mi bufete, de los cuales, por diversasrazones, no me interesaba hacerme cargo. Mi amparojurídico era, en tal sentido, de alguna utilidad para lafirma. Me proponía, si fuera necesario, recordarles talayuda en la presente ocasión.

En cuanto llegué a mi despacho hablé con miescribano y, luego de ponerlo al tanto de lo ocurrido, loenvié al despacho de su cuñado para «hacerle llegar lossaludos de míster Bruff, a quien le agradaría conocerpor qué razón consideraron necesario los señores Skippy Smalley examinar el testamento de Lady Verinder».

Este mensaje tuvo la virtud de traer a místerSmalley, acompañado de su hermano, a mi despacho.Admitió que había obrado de acuerdo con lasinstrucciones que recibiera de un cliente. Y por últimome preguntó si no violaría el secreto profesional, por su

Page 539: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

parte, si decía algo más.Sostuvimos una sutil controversia en torno al

asunto. La verdad es que yo estaba irritado ysospechaba, e insistí en saber más. Lo peor fue que merehusé a considerar cualquier información adicional quese me ofreciera como un secreto que debía guardar:exigí completa libertad para hacer uso de mi propiadiscreción según me pareciera más conveniente. Y peoraún que eso, aproveché de manera injustificable laventaja que me deparaba mi situación.

—Elija usted, señor —le dije a míster Smalley—,entre estos dos riesgos: el de perder el asunto de sucliente o el de perder los míos.

Algo enteramente indefendible, lo admito…, unamuestra de tiranía de mi parte; y no otra cosa. E igualque todos los tiranos, me salí con la mía. Míster Smalleyescogió la primera alternativa, sin vacilar un soloinstante. Sonrió con resignación y me cedió el nombrede su cliente: míster Godfrey Ablewhite. Esto mebastó… No necesitaba saber más.

A esta altura de mi relato se hace necesario quecoloque al lector de estas líneas en lo que concierne alasunto del testamento de Lady Verinder, en un perfectopie de igualdad conmigo respecto a la información.

Permítaseme entonces declarar que Raquel Verinderno había de contar más que con la renta vitalicia de las

Page 540: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

propiedades. El excelente sentido común de su madre ymi dilatada experiencia se combinaron para relevarla detoda responsabilidad y librarla del peligro de ser víctimaen el futuro de algún hombre necesitado einescrupuloso. Ni ella ni su esposo, si se casaba, podríanobtener siquiera seis peniques en calidad de préstamos,sobre la base de sus bienes en tierras o en dinero.Podrían contar con sus casas de Londres y de Yorkshirepara vivir en ellas y disfrutar de su hermosa renta: esoera todo.

Cuando me puse a pensar en lo que acababa dedescubrir, me sentí poseído por una dolorosaperplejidad respecto a lo que debía hacer de inmediato.

Apenas hacía una semana que había oído hablar(ante mi sorpresa y pesar) del compromiso matrimonialde miss Verinder. Yo sentía la más sincera admiracióny un grande afecto por ella y experimenté una indecibleangustia al enterarme de que había decidido arrojarseen brazos de míster Godfrey Ablewhite. Y he aquí queahora ese hombre —a quien yo siempre consideré unmeloso impostor— justificaba mis peores pensamientosrespecto de su persona y revelaba de manera palmariael mercenario propósito que lo impulsaba a casarse. ¿Yqué hay con eso? —podrá usted responderme—; la cosaocurre todos los días. Tiene usted razón, mi queridoseñor. Pero ¿consideraría usted el asunto tan a la ligerasi la cosa, digamos, le sucediera a su propia hermana?

Lo primero que se me ocurrió pensar, naturalmente,

Page 541: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ahora, fue esto: ¿seguirá míster Godfrey Ablewhitesiendo de la misma opinión respecto a su compromisoluego de enterarse de lo que acababa de descubrir suabogado?

Todo dependía de su situación económica, la cualme era enteramente desconocida. Si no era elladesesperada, valdría la pena todavía para él casarse conmiss Verinder por sus rentas únicamente. Si, por elcontrario, se hallaba en la urgente necesidad de obteneruna gran suma en una fecha dada, el testamento deLady Verinder habría de ajustarse exactamente al casoy serviría para preservar a su hija del peligro de caer enlas garras de un pillo.

De ocurrir esto último, no era entonces necesarioque angustiara yo a miss Raquel, en los primeros díasde su duelo por su madre, con la revelación inmediatade la verdad. De acaecer lo primero, si guardaba yosilencio, habría de hacerme cómplice entonces de larealización de un matrimonio que la haría desdichadapor toda la vida.

Mis dudas terminaron en el instante en que concurríal hotel en que se hospedaban en Londres mistressAblewhite y miss Verinder. Allí me informaron quepartirían para Brighton al día siguiente y que uncompromiso inesperado impediría a míster GodfreyA b l e w h i t e a c o m p a ñ a r l a s . Y o l e p r o p u s einmediatamente ocupar su lugar. Mientras pensé, nadamás, en Raquel Verinder, fue posible que dudara. Pero

Page 542: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuando la vi en persona resolví al instante, y pasara loque pasase, anunciarle la verdad.

Se me presentó dicha oportunidad cuando salí a darun paseo con ella el día posterior al de mi arribo.

—¿Me permitirá usted que le hable —le dije—respecto a su compromiso matrimonial?

—Sí —me respondió con indiferencia—, si es que notiene usted otra cosa más interesante de que hablarme.

—¿Le perdonará usted a un viejo amigo y servidorde la familia, miss Raquel, la osadía de preguntarle si sehalla en juego su corazón en el asunto del matrimonio?

—Me caso por desesperación, míster Bruff…, y conla esperanza de llegar a sumergirme en una especie deestática felicidad que me reconcilie con la vida.

¡Lenguaje fuerte, sin duda, y que sugería lapresencia, debajo de la superficie, de algo que tenía laapariencia de una cuestión sentimental! Pero yo teníami propio asunto que resolver aún y decliné (comodecimos nosotros los abogados) derivar la cuestiónhacia los incidentes menores.

—Difícilmente opinará en la misma forma místerGodfrey Ablewhite —le dije—. Debe de haber puesto sucorazón en la idea del matrimonio, ¿no es así?

—Así dice él y supongo que debo creerlo.Difícilmente se casaría conmigo, luego de lo que le heconfesado, de no hallarse enamorado de mí.

¡Pobrecita! La sola idea de un hombre que se casaracon ella, con la vista fija en sus propios fines,

Page 543: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mercenarios y egoístas, no había logrado albergue en sucabeza. La faena que me había impuesto a mí mismo,comenzaba a trocarse en una tarea más ardua que laque yo me había comprometido a realizar.

—Muy extraño les resulta —le dije— a misanticuados oídos…

—¿Qué es lo que les resulta extraño? —me preguntó.—Oírla hablar a usted de su futuro esposo, como si

no estuviera completamente segura de la sinceridad desus propósitos. ¿Tiene usted algún motivo para dudarde él?

Su asombrosa agilidad perceptiva le permitiódescubrir un cambio en el tono de mi voz o mismaneras, cuando le hice esa pregunta, y la puso sobreaviso respecto al hecho de que yo le había estadohablando hasta entonces con miras a una meta ulterior.Se detuvo; apartando su brazo del mío, empezó aescrutar mi semblante.

—Míster Bruff —me dijo—, usted tiene algo quedecirme respecto a míster Godfrey Ablewhite. Dígamede qué se trata.

Yo la conocía lo suficiente como para confiar en ella.Y se lo dije.

Volvió a enlazar su brazo con el mío y prosiguióandando lentamente a mi lado. Yo sentí que su manoacentuaba mecánicamente su presión sobre mi brazo yla vi ponerse más pálida a medida que avanzábamos…,pero ni una sola palabra brotó de sus labios mientras le

Page 544: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dirigí la palabra. Cuando hube terminado, persistió ensu silencio. Su cabeza se inclinó un tanto y siguiócaminando a mi lado insensible a mi presencia y acuanto la rodeaba; perdida —sumergida, podría casidecir— en sus propios pensamientos.

No intenté molestarla. Mi experiencia con respectoa su carácter me previno como en anteriores ocasionesque debía darle tiempo.

El primer impulso que acomete en general a lasmuchachas, cuando acaban de escuchar algo queprovoca su interés, es el de hacer un tropel de preguntasy el de echar a correr luego para conversar del asuntocon la amiga predilecta. El primer impulso de RaquelVerinder en similares circunstancias era el deencerrarse en sí misma y el de meditar a solas loocurrido. Esta extremada independencia constituye unagran virtud cuando pertenece a un hombre. En unamujer implica una seria desventaja porque la distanciamoralmente del conjunto de las personas de su sexo,exponiéndola por lo tanto a las malas interpretacionesde parte de la opinión general. En cuanto a mí, tengo lafirme sospecha de que opino en este asunto como elresto de mis semejantes…, excepto cuando se trata deRaquel Verinder. La independencia de carácterconstituía en ella una virtud, en mi opinión; en parte sinduda, porque me agradaba y sentía por ella sinceraadmiración, y en parte porque el punto de vistaadoptado por mí en lo que concernía a su vinculación

Page 545: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

con el asunto de la desaparición de la Piedra Lunar sebasaba en un especial conocimiento de su carácter. Pordesfavorable que fuese el cariz presentado por las cosasen la cuestión del diamante espantable como era sinduda la circunstancia de saber que se hallaba en algunaforma vinculada con el misterio de un robo —aún pordescifrar—, me hallaba yo convencido, no obstante, deque nada había hecho Raquel indigno de ella, ya queestaba también, por otra parte, convencido de que nohabría dado un paso en tal asunto sin haberse antesconcentrado en sí misma y meditado sobre ello primero.

Habíamos andado cerca de una milla, creo, cuandodespertó por fin Raquel de su ensimismamiento. Elevósu vista hacia mí, súbitamente, y exhibió lo que no fuemás que un débil reflejo de su sonrisa de tiempos másfelices…, la más fascinadora sonrisa que haya vistosurgir jamás en el rostro de una mujer.

—Mucho es lo que le debía a usted por su bondadantes de ahora —me dijo—. Y me siento en deuda conella en este momento como nunca lo estuveanteriormente. Si oye usted, cuando regrese a Londres,algún rumor que se refiera a mi matrimonio, refútelo deinmediato, en mi nombre.

—¿Ha resuelto usted romper su compromiso? —lepregunté.

—¿Puede usted ponerlo en duda —me replicóaltivamente— luego de lo que acaba de decirme?

—Mi querida Raquel, es usted muy joven… y puede

Page 546: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hallar más obstáculos que los que ahora imagina,cuando intente deshacer ese compromiso. ¿No tieneusted a nadie —me refiero a una señora, naturalmente—a quien consultar?

—A nadie —me respondió.Me apenó, me entristeció de veras el oírla decir tales

palabras. ¡Era tan joven, se hallaba tan sola, ysobrellevaba tan bien su situación! Mi impulso de ir ensu ayuda se impuso a cualquier otro sentimiento quehubiera podido yo albergar respecto de la inutilidad demi persona en ese trance y le di a conocer cuantas ideassobre la materia se me ocurrieron, bajo el acicate de lascircunstancias, desplegando al máximo mi capacidad.Yo he aconsejado a un prodigioso número de clientes yhe tenido que habérmelas, en mis tiempos, con algunasdificultades de lo más espinosas. Pero ésta era laprimera ocasión en que me veía a mí mismoaconsejándole a una joven cómo debía hacer para lograrla anulación de su compromiso matrimonial. Misugerencia se concretaba, en pocas palabras, a losiguiente: le insinué que le dijera a míster GodfreyAblewhite —durante el curso de una entrevista, privada,indudablemente— que éste había dejado traslucir,según sabía ella de muy buena fuente, la mercenarianaturaleza de sus propósito. Sólo tenía por su parte queañadir que el matrimonio, luego de lo que acababa ellade descubrir, resultaba completamente imposible…, ydebía preguntarle también si consideraba más prudente

Page 547: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

asegurarse el silencio de ella accediendo a sus deseos oprefería obligarla, con su oposición, a hacer públicos losmotivos que la impulsaron a obrar de esa manera. Siintentaba él defenderse a sí mismo o negar los hechos,ella debía, en tal caso, decirle que se entendieraconmigo.

Miss Verinder escuchó atentamente, hasta que ditérmino a mi exposición. Me dio luego las gracias muyefusivamente por el consejo, pero me hizo saber almismo tiempo que le sería imposible.

—¿Puedo preguntarle —le dije— cuál es el escolloque le impide seguirlo?

Ella vaciló…, y me contestó, al fin con una pregunta.—Imagínese usted que le pidiera su opinión respecto

al proceder de míster Godfrey Ablewhite —comenzó adecir.

—¿Sí?—¿Qué diría usted?—Diría que ha procedido como un hombre ruin y

solapado.—¡míster Bruff! He creído en ese hombre. Le he

prometido casarme con él. ¿Cómo podré decirle que esun ruin, que me ha engañado y abochornarlo delantedel mundo, luego de esto? Me he degradado ante mímisma al pensar alguna vez que podría ser mi marido.Si yo dijera lo que usted me ha sugerido que le diga, noharía más que confesar que me estaba degradando antelos ojos de él. ¡No puedo hacer eso…, luego de lo que ha

Page 548: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ocurrido entre nosotros…, no puedo hacer eso! Lavergüenza no significaría nada para él. Pero el bochornosería insoportable para mí.

He aquí otra de las notables peculiaridades de sucarácter, revelándose sin la menor reserva. ¡He aquí unsensible horror por el mero contacto con una cosa ruin,encegueciéndola frente a cualquier consideración que sedebiera a sí misma, precipitándola en una falsasituación que podría comprometerla a los ojos de todossus amigos! Hasta ese instante me había yo mostradoun tanto inseguro respecto del valor del consejo queacababa de darle. Pero, luego de lo que ella me dijo nome cupo ya la menor duda de que era ése el mejorconsejo que podía haberle dado y no vacilé un instantepara instarla, nuevamente, a seguirlo.

Ella no hizo más que sacudir la cabeza y me repitiósu objeción con otras palabras.

—Él ha gozado de la suficiente intimidad conmigocomo para poder pedirme que fuera su esposa. Y sehallaba tan alto en mi estimación como para lograrobtener mi consentimiento. ¡No puedo decirle ahora enla cara que es la más despreciable criatura viviente!

—Pero, mi querida miss Raquel —la amonesté—,igualmente imposible le será anunciarle que retira ustedla palabra que le diera, sin darle ninguna razón que loexplique.

—Le diré que he meditado sobre ello y que me heconvencido de que será mejor para ambos separarnos.

Page 549: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿Nada más que eso?—Nada más.—¿Ha previsto usted lo que puede él responderle,

por su parte?—Que diga lo que le parezca.Era imposible no admitir su delicadeza y resolución,

pero era también imposible no percibir que se estabacolocando en un plano equivocado. La insté a quetuviera en cuenta su propia situación. Le recordé que seexpondría a la más odiosa tergiversación de sus motivosverdaderos, de parte de los demás.

—No puede usted desafiar a la opinión pública —ledije— bajo el imperio de sus sentimientos privados.

—Podré —me respondió—. Ya lo he hechoanteriormente.

—¿Qué quiere usted decir?—Ha olvidado usted la Piedra Lunar, míster Bruff.

¿No he desafiado acaso a la opinión pública, en eseasunto, bajo el dictado de mis propios sentimientos?

Su respuesta me hizo callar por un instante. Meimpulsó a tratar de explicarme la conducta seguida porella en la época de la desaparición de la Piedra Lunar, através de la pista que entraña esa extraña confesión quese escapó de sus labios. Quizá lo hubiera logrado de sermás joven. Ciertamente no lo conseguí entonces.

Probé una última advertencia, antes de quevolviéramos a la casa. Ella se mostró tan inflexible comonunca. Cuando la dejé ese día, en mi mente chocaban

Page 550: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

los más extraños pensamientos respecto de su persona.Era obstinada e injusta. Interesante y admirable y dignade la mayor compasión. Le hice prometer que me habríade escribir en cuanto tuviera alguna nueva quecomunicarme. Y regresé a mis asuntos de Londres en unestado de ánimo excesivamente intranquilo.

La noche de mi retorno y antes de que me hubierasido posible recibir la carta prometida, fui sorprendidopor la visita de míster Ablewhite, padre, quien meinformó que míster Godfrey había sido rechazado —yaceptada, por su parte, la decisión— ese mismo día.

Al tanto como me hallaba de las cosas, el simplehecho anunciado por las palabras que he subrayado mereveló cuál había sido la razón que tuvo míster GodfreyAblewhite para someterse, tan claramente, como sihubiera sido admitida de viva voz por él mismo.Necesitaba dinero, y ello, para determinada fecha. Larenta de Raquel, que le hubiera sido de utilidad paratoda otra cosa, no podría ayudarlo en la actualemergencia; y Raquel había podido por lo tantoliberarse del compromiso, sin hallar ninguna seriaoposición de su parte. Si se me dice que esto no es másque una mera especulación mía, preguntaré a mi vez:¿qué otra teoría podrá explicar esa renuncia a unmatrimonio que habría de mantenerlo en un plano deesplendidez material por el resto de sus días?

Toda la alegría que de otra manera hubiera yosentido ante el feliz curso que seguían los

Page 551: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

acontecimientos se vio contenida en una forma positivapor lo que ocurrió en la entrevista que sostuve con elviejo míster Ablewhite.

Vino, naturalmente, para preguntarme si le podíadar alguna explicación respecto de la extraña conductaseguida por miss Verinder. De más está que diga que nome fue posible darle los informes solicitados. Lamolestia que ello le ocasionó, unida a la irritación que lehabía producido una reciente entrevista con su hijo,impulsó a míster Ablewhite a hacer a un lado todacautela. Tanto sus miradas como su lenguaje meconvencieron de que miss Verinder tendría quehabérselas con un hombre despiadado cuando sereuniera aquél con las señoras al día siguiente, enBrighton.

Pasé una noche intranquila, meditando acerca de loque me correspondía hacer de inmediato. A quéconclusiones me llevaron muchas de esas reflexiones yde qué manera plena se hallaba justificada midesconfianza respecto del viejo míster Ablewhite, soncosas que, según se me ha dicho, han sido ya explicadaspulcramente y a su debido tiempo por esa ejemplarpersona que es miss Clack. Sólo habrá deañadir—completando lo que ella ha contado en sunarración—que miss Verinder halló en mi casa deHampstead la quietud y el reposo que tanto necesitabala pobrecita. Nos honró con una prolongada estadía. Miesposa y mis hijas se hallaban encantadas con ella, y

Page 552: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuando los albaceas decidieron designar un nuevo tutor,tengo el sincero orgullo y el placer de hacer notar quetanto mi huéspeda como mi familia se separaronsintiéndose cada cual una vieja amiga de la otra.

II

La próxima acción que me corresponde efectuar esla de presentar toda la información suplementaria queposeo respecto al asunto de la Piedra Lunar o, parahablar con más propiedad, respecto al asunto delcomplot hindú destinado a hacer desaparecer eldiamante. Lo poco que me hallo en condiciones dereferir reviste, no obstante, como creo haberlo ya dicho,cierta importancia, debido a su vinculación con sucesosaún por venir.

Alrededor de una semana o diez días después de quemiss Verinder abandonara nuestra casa, uno de misescribientes entró en mi despacho privado, en mioficina, con una tarjeta en la mano y me anunció que uncaballero que se hallaba abajo deseaba hablar conmigo.

Yo miré la tarjeta. Aparecía en ella un nombreextranjero que se ha borrado de mi memoria. A ésteseguía una línea escrita en inglés, hacia el pie de latarjeta, que decía, lo recuerdo perfectamente:

«Recomendado por míster Septimus Luker.»

Page 553: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

La audacia demostrada por una persona quehallándose en la situación de míster Luker atrevíase arecomendarme a mi a quienquiera que fuese, me tomótan completamente de sorpresa, que, por un instante,permanecí sentado en silencio y preguntándome si esque había sido engañado por mis propios ojos. Elempleado, al observar mi azoramiento, tuvo la gentilezade hacerme conocer el resultado de su observaciónpersonal respecto del extranjero que aguardaba abajo.

—Es un hombre de apariencia un tanto notableseñor. De piel tan oscura, que todos dimos por sentadoen el despacho que se trataba de un hindú o de algo porel estilo.

Asociando la opinión de mi escribiente con la líneaextraordinariamente ofensiva impresa en la tarjeta quetenía en la mano, sospeché inmediatamente que laPiedra Lunar desempeñaba un papel muy importanteen la recomendación de míster Luker, como así tambiénel forastero que se hallaba en mi bufete. Ante elasombro de mi empleado, decidí conceder la entrevistaque me era solicitada por el caballero que esperabaabajo.

En descargo de este sacrificio extremadamenteantiprofesional hecho en favor de mi simple curiosidad,permítaseme recordarle a cualquier posible lector deestas páginas que ningún ser viviente, en Inglaterra, porlo menos, puede afirmar que se ha hallado másíntimamente vinculado con la novela del diamante

Page 554: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hindú que lo que yo lo he estado. Fue a mí a quienconfiaron el secreto del plan trazado por el CoronelHerncastle para evitar el ser asesinado. Yo fui quienrecibió las cartas periódicas en las que el Coronel dejabaconstancia de que seguía existiendo. Yo redacté eltestamento donde aquél dispuso legarle la Piedra Lunara miss Verinder. Yo fui quien persuadió a su albacea deque debía actuar, frente a la posibilidad de que la gemasignificara una valiosa adquisición para la familia. Y yo,por último, fui quien combatió los escrúpulos de místerFranklin Blake y quien lo indujo a convertirse en elvehículo que habría de transportar el diamante a la casade Lady Verinder. Si alguien hay que pueda reclamarpara sí el derecho, sancionado por los hechos, de sentiralgún interés por la Piedra Lunar y por cuanta cosa sehalle vinculada con ella, creo que difícilmente podránegárseme que ese hombre soy yo.

En cuanto el misterioso cliente fue introducido enmi cuarto tuve la íntima certidumbre de que me hallabaen presencia de uno de los hindúes…, probablemente eljefe. Vestía pulcramente, a la manera europea. Pero suatezada piel, su flexible contextura y la garbosa y gravecortesía de sus maneras bastaban para delatar su origenoriental a cualquier ojo inteligente que se posara en sufigura.

Le indiqué una silla y le rogué me diera a conocer lanaturaleza del asunto que lo había traído hasta aquí.

Luego de excusarse —mediante una excelente

Page 555: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

selección de vocablos ingleses— por la libertad que sehabía tomado de molestarme, me mostró el hindú unpequeño paquete cuya cubierta exterior era una tela deoro. Después de quitar ésta y una segunda envoltura decierta especie de seda, colocó sobre la mesa un pequeñoestuche, o arquilla, de ébano, rica y bellamenteincrustado de gemas.

—He venido, señor —me dijo—, para solicitarle unpréstamo en dinero. Y le dejo esto como una prueba deque la deuda habrá de serla pagada.

Yo señalé la tarjeta.—¿Y acude usted a mí —le repliqué— por

recomendación de míster Luker?El hindú asintió con la cabeza.—¿Puedo preguntarle por qué el mismo míster

Luker no le ha anticipado el dinero que necesita?—Míster Luker me comunicó, señor, que no tenía

dinero para prestarme.—¿Y por eso le recomendó que viniera a verme?El hindú señaló, a su vez, la tarjeta.—Allí está escrito —me dijo.¡Breve la respuesta y enteramente ajustada a las

circunstancias! De haberse hallado la Piedra Lunar enmi poder, este caballero hindú me hubiera asesinado,bien lo sé, sin la menor vacilación. Al mismo tiempo, yexceptuando este pequeño inconveniente, me siento enla obligación de certificar que era el modelo del clienteperfecto. No hubiera, tal vez, respetado mi vida. Pero

Page 556: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hizo, por otra parte, algo que ninguno de miscompatriotas ha hecho jamás en los años que tengo deexperiencia: respetó mi tiempo.

—Lamento —le dije— que se haya usted molestadopara venir a verme. Míster Luker se ha equivocadocompletamente al enviarlo aquí. Como a otros hombresde mi profesión, se me ha confiado dinero para prestar.Pero jamás le hago préstamos a ningún extranjero, niacepto prendas de la índole de la que usted me hamostrado.

Lejos de procurar, como sin duda hubieranintentado hacerlo otras personas, inducirme aabandonar mis propias normas, el hindú sólo me hizouna reverencia y envolvió nuevamente en sus dosenvolturas el estuche, sin proferir una sola palabra deprotesta. ¡Se levantó!… ¡Este admirable asesino se pusode pie en cuanto le di mi respuesta!

—¿Condescenderá usted con este extranjero y lodisculpará por la nueva pregunta que desea hacerleantes de partir? —me dijo.

Ahora fui yo quien inclinó la cabeza. ¡Una solapregunta antes de partir! El promedio, según miexperiencia, había sido siempre de cincuenta.

—Suponiendo, señor, que le hubiera sido a ustedposible, y estuviese encuadrado dentro de sus normas elprestarme ese dinero —dijo—, ¿en qué espacio detiempo hubiera sido posible que yo, de acuerdo tambiéncon lo acostumbrado, le devolviera dicha suma?

Page 557: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—De acuerdo con las normas seguidas en este país—le respondí— tendría usted el derecho de devolverla,si quería hacerlo, un año después de la fecha en que yole entregara el dinero.

El hindú me hizo una última reverencia, la máspronunciada de todas…, y súbita y silenciosamenteabandonó la habitación.

Lo hizo sin ruido, en un instante, y en una forma tanágilmente gatuna que me hizo estremecer un tanto,debo reconocerlo. Tan pronto como me hallé encondiciones de pensar, llegué a una conclusión precisarespecto del visitante que acababa de favorecerme consu presencia, la cual, de otra manera, se hubieratornado indescifrable.

Su rostro y sus modales —mientras estuvo delantede mí— se habían hallado sometidos al más severocontrol de su parte, control que desafió todo examen.Pero, a pesar de todo, me había dado una oportunidadpara atisbar lo que se escondía debajo de esa amablesuperficie. No había demostrado el menor interés porgrabar en su mente palabra alguna de lo que yo le decía,hasta el momento en que le anunció la fecha en que lesería permitido al deudor, de acuerdo con loacostumbrado, efectuar la primera amortización de lasuma adeudada. En cuanto le di esta pequeñainformación, me miró directamente a la cara, porprimera vez, desde que estábamos hablando. De ellodeduje que tenía un especial interés en hacerme esa

Page 558: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

última pregunta y un interés, también especial, enaguardar mi respuesta. Cuanto más atentamentemeditaba acerca de lo ocurrido entre ambos, másastutamente infería yo que la exhibición del estuche y lasolicitación del préstamo, no habían sido más quemeras formalidades destinadas a prepararle el terrenoa la pregunta que me dirigió en el momento de partir.

Me había ya convencido a mí mismo de la exactitudde esta conclusión —y me hallaba empeñado en avanzarun paso más allá, para penetrar de inmediato losmotivos que pudieran haber guiado al hindú—, cuandome fue entregada una carta que probó ser nada menosque del propio míster Septimus Luker. Con repugnanteservilismo solicitaba mi perdón, asegurándome quepodría explicarme las cosas a mi entera satisfacción si lohonraba con una entrevista personal.

Sacrificando nuevamente mis interesesprofesionales a la mera curiosidad, lo honré con laconcesión de una cita en mi despacho para el díasiguiente.

Tan inferior al hindú demostró ser, en todo sentido,míster Luker como persona —tan vulgar era y horrible,tan rastrero y tan prosaico en sus maneras— que esindigno de que se le dedique espacio alguno en estaspáginas. Resumiendo diré lo que me dijo, lo cual puedemuy bien concretarse en las palabras siguientes:

La víspera del día en que yo recibí la visita delhindú, míster Luker había sido favorecido con la

Page 559: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

presencia de ese culto caballero. A pesar de su disfraze u ro p e o , m ís te r L u k e r h a b ía re co n ocid oinstantáneamente a su visitante, identificándolo con eljefe de los tres hindúes que lo estuvieron molestandoanteriormente, mientras merodeaban en lasproximidades de su establecimiento y no dejándole otraalternativa que la de recurrir a la justicia. Estealarmante descubrimiento lo condujo rápidamente a laconclusión, bastante justificada, lo reconozco, de que sehallaba sin duda en presencia de uno de los treshombres que le habían vendado los ojos, amordazado ydespojado del recibo de su banquero. La consecuenciade este descubrimiento fue que se quedó paralizado deterror y en la firme creencia de que su última hora habíallegado.

Por su parte el hindú prosiguió actuando como sifuera un perfecto desconocido. Exhibió su pequeñaarquilla y le hizo exactamente el mismo pedido que mehiciera a mí más tarde. Considerando que esa sería laforma de liberarse más rápidamente de su presencia,míster Luker lo informó de inmediato que no teníadinero. El hindú le pidió entonces que lo informararespecto a cuál había de ser la persona más digna deconfianza y segura para solicitarle el préstamo. MísterLuker le respondió que en tales casos, la persona mássegura y digna de confianza es, siempre, un abogado.

Instado a dar el nombre de algún individuo de talcarácter y profesión, le había dado el mío…, por la única

Page 560: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

y sencilla razón de que fue ese el primer nombre que sele ocurrió pronunciar en medio de su extremado terror.«El sudor me empapó como una lluvia», concluyódiciendo este miserable sujeto. «No sabía ni lo quedecía. Y espero que usted sabrá tener en cuenta, místerBruff, que me hallaba realmente y sin lugar a dudasfuera de juicio.»

Yo lo excusé a su satisfacción. Era esa la mejormanera de librarme cuanto antes de su presencia. Antesde que me abandonara lo detuve para hacerle unapregunta. ¿Había dicho el hindú, acaso, antes deretirarse, alguna cosa digna de mención?

¡Sí! Le había hecho, al partir, a míster Luker, lamisma pregunta que me hiciera a mí, obteniendo,naturalmente, idéntica respuesta.

¿Qué significaba esto? La explicación de místerLuker no me fue de utilidad alguna en lo que conciernea la solución del problema. Mi propia y humildeingenuidad, consultada en seguida, demostró ser tanincapaz como él para aclarar el misterio. Estabainvitado esa noche para asistir a una cena y me dirigí,pues, escalera arriba, en un estado de ánimo no muyfavorable y sin sospechar siquiera que el camino haciami tocador y el que habría de llevarme aldescubrimiento de la verdad constituirían en esaocasión una misma y única cosa.

Page 561: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

III

Ya en la cena advertí que el personaje másprominente allí, era, para todo el mundo, místerMurthwaite.

Al hacer su aparición en Inglaterra, varios mesesatrás, el gran mundo había demostrado un gran interéspor el viajero teniéndolo por un hombre que habíaafrontado innumerables y peligrosas aventuras, yescapado de ellas con vida para poder narrarlas.Acababa de anunciar ahora su propósito de retornar alteatro de sus hazañas y de penetrar en regiones aúninexploradas. Esta magnífica indiferencia con respectoa su destino y el hecho de que hubiera decidido poneren peligro por segunda vez su seguridad personaltuvieron la virtud de reavivar el débil entusiasmo de losadoradores por su héroe. La ley de las probabilidades sehallaba netamente en contra de una segundaescapatoria con vida. No todos los días se nos ofrece laoportunidad de encontrarnos en una cena frente a uneminente personaje y de experimentar la sensación deque es muy razonable esperar que nos llegue la noticiade su asesinato, antes que ninguna otra, respecto de supersona, la próxima vez que oigamos hablar de él.

Cuando quedaron solos los caballeros en elcomedor, descubrí que me hallaba sentado junto amíster Murthwaite. De más está decir que, siendo comoeran todos los huéspedes ingleses, tan pronto como

Page 562: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

desapareció el saludable obstáculo que implicó lapresencia de las señoras, la discusión de los temas depolítica se convirtió de inmediato en una necesidad dela concurrencia.

En lo que se refiere a este único gran tema nacional,ocurre que soy el más antiinglés de los inglesesvivientes. Por regla general, las conversaciones políticasson para mí las más aburridas e inútiles de todas lasconversaciones. Echándole una ojeada a místerMurthwaite, cuando ya las botellas habían cumplido suprimera vuelta en torno de la mesa, comprobé que aquélcompartía, al parecer mi opinión. Con mucho tacto —ytodas las consideraciones posibles, respecto de suanfitrión—, pero no por ello con menos resolución, sedisponía a echar una siesta. Se me ocurrió entoncespensar si no sería un experimento digno de ser realizadoel de probar si era posible que una juiciosa alusión a laPiedra Lunar fuera capaz de despertarlo y, deconfirmarse ello, el de constatar cuál era su opiniónrespecto de la nueva y reciente complicación originadaen el asunto de la conspiración hindú, tal como ésta seme había revelado dentro de los prosaicos límites de midespacho.

—Si no me equivoco, míster Murthwaite —comencéa decirle—, usted fue amigo de la difunta Lady Verindery demostró cierto interés por esa extraña sucesión deeventos que culminaron con la pérdida de la PiedraLunar, ¿no es así?

Page 563: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El eminente viajero me concedió el honor dedespertarse al instante y de preguntarme quién era.

Lo puse al tanto de los vínculos profesionales queme ligaban a los Herncastle, sin dejar de mencionarle elcurioso papel que había desempeñado respecto delCoronel y del diamante, en el pasado.

Míster Murthwaite se volvió en su silla de manera dedarle la espalda a la concurrencia (a conservadores yliberales por igual), con el fin de concentrar toda suatención en el humilde señor Bruff, de Gray’s InnSquare.

—¿Ha oído usted hablar últimamente de loshindúes? —me preguntó.

—Tengo grandes motivos para creer —le respondí—que uno de ellos estuvo ayer en mi bufete y sostuvo allíconmigo una conversación.

Míster Murthwaite no era un hombre a quien sepudiera asombrar fácilmente; pero esta últimarespuesta mía lo hizo trastabillar completamente. Leconté lo que le ocurrió a míster Luker y lo que meacaeció a mí con las mismas palabras con que se lo hecontado a ustedes.

—Es evidente que la última pregunta del hindúencubría algún propósito —añadí—. ¿Por qué se mostrótan ansioso por conocer la extensión del plazo que se leconcede a todo prestatario para efectuar la devolucióndel dinero recibido?

—¿Será posible que no pueda ver usted el motivo,

Page 564: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Bruff?—Estoy avergonzado de mi propia estupidez, míster

Murthwaite…, pero, ciertamente, no logro verlo.El gran viajero sintió un notable interés en sondear

la inmensa vacuidad de mi estupidez hasta sus másremotos confines.

—Permítame hacerle una pregunta —me dijo—. ¿Enqué grado de desarrollo se encuentra actualmente laconspiración tramada para echar mano de la PiedraLunar?

—No me hallo en condiciones de informarlo —lerespondí—. El complot de los hindúes es un misteriopara mí.

—El complot hindú, míster Bruff, sólo puede ser unmisterio para usted, porque no ha meditado sobre élseriamente. ¿Qué le parece si echamos una ojeada sobreel mismo, desde la época en que redactó usted eltestamento del Coronel Herncastle hasta el momento enque recibió en su despacho la visita del hindú? Por laposición que usted ocupa sería muy importante, eninterés de miss Verinder, que se hallara en condicionesde tener una clara visión del asunto, en caso de que lascircunstancias así lo exigieran. Dígame ahora, yreténgalo bien en la memoria: ¿quiere usted descubrirel móvil de los hindúes por sí mismo o desea que yo leahorre el trabajo de hacer alguna investigación en talsentido?

Innecesario es que diga que supe apreciar en todo su

Page 565: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

valor el práctico punto de vista que acababa de darme aconocer, y que escogí la primera de las dos alternativas.

—Muy bien —dijo míster Murthwaite—.Consideraremos primero la cuestión que se refiera a laedad de cada uno de los hindúes. En cuanto a mí, puedoafirmar que los tres me parecen de la misma edad…,usted decidirá por sí mismo si es que el hombre que fuea visitarlo se halla o no en la flor de la vida. ¿Menos decuarenta, dice usted? Exactamente lo que opino yo.Diremos, pues, que tiene menos de cuarenta. Volvamosahora a la época en que regresó a Inglaterra el CoronelHerncastle y en que usted se vio implicado en el planproyectado para salvaguardar la vida de aquél. No leexijo que cuente los años. Sólo diré que es evidente quelos hindúes actuales, por su edad, tienen que ser lossucesores de los otros tres hindúes (¡brahmanes de altajerarquía los tres, míster Bruff, en el momento deabandonar su tierra natal!) que siguieron al Coronelhasta estas playas. Muy bien. Estos individuos actualeshan sucedido a aquellos otros que estuvieron aquí conanterioridad. Si todo se concretara a esto, no valdríaentonces la pena inquirir más allá. Pero han hecho algomás que eso. Han sucedido a la organización queaquéllos dejaron establecida en este país. ¡No seespante! De acuerdo con nuestras ideas, dichaorganización no es más que un mero engaño, sin duda.Y estaría aun dispuesto a admitir que incluye en sí comofuerza propulsora al dinero; los servicios, cuando son

Page 566: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

considerados útiles, de esa especie de inglés sospechosoque vive en contacto con los más bajos círculosextranjeros de Londres, y finalmente la secreta simpatíade cuanto individuo de su propio país y (anteriormente,al menos) de su propia religión que colaboran en latarea de ayudar en algunas de las múltiples necesidadesmateriales de esta gran ciudad. ¡Nada del otro mundo,como puede usted comprobar! Pero algo digno de sermencionado, no obstante, porque nos permitiráreferirnos a la pequeña y modesta organización hindú,a medida que vayamos avanzando en nuestro análisis.Limpio ya el terreno pasaré de inmediato a hacerle unapregunta, y espero que su experiencia le permitirácontestarla. ¿Cuál fue el hecho que dio a los hindúes laprimera oportunidad de echar mano del diamante?

Yo percibí el sentido que encerraba esa alusión a miexperiencia.

—La primera oportunidad que se les presentó—repliqué— les fuera ofrecida sin ninguna duda por lamuerte del Coronel Herncastle. Supongo queconsideraban a la misma un hecho indefectible, ¿no leparece?

—Así es. Y su muerte, como dice usted, les ofrecióesa primera oportunidad. Hasta ese instante la PiedraLunar se había hallado a salvo, dentro de la caja fuertedel banco. Usted fue quien redactó el testamento delCoronel; en él constaba que le legaba la gema a susobrina; luego fue abierto y hecho público de acuerdo

Page 567: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

con lo acostumbrado. Como abogado no le costará austed mucho trabajo imaginar la acción emprendida porlos hindúes, asesorados por algún inglés a continuaciónde eso.

—Deben de haberse provisto de alguna copia deltestamento en el Colegio de Abogados —le dije.

—Exactamente. Alguno de esos ingleses sospechososa los cuales ya he aludido, les habrá proporcionado lacopia de que usted ha hablado. Mediante esa copiadebieron enterarse de que la Piedra Lunar le era legadaa la hija de Lady Verinder, y que míster Blake, padre, oalguna persona designada por él, habría de colocar lagema en las manos de ella. Convendrá usted conmigo enque no es difícil obtener información alguna relacionadacon personajes de la categoría de Lady Verinder ymíster Blake. La única dificultad que tenían que resolverlos hindúes consistía en el hecho de si debían intentarapropiarse del diamante mientras era retirado del bancoo aguardar a que fuese transportado a la casa de LadyVerinder en Yorkshire. La segunda alternativa era lamás segura…, y allí tiene usted la explicación de lapresencia de los hindúes en Frizinghall, disfrazados dejuglares, aguardando el momento oportuno. EnLondres, innecesario es que lo diga, contaban con elpleno apoyo de la organización para hallarse al tanto delos acontecimientos. Dos hombres bastarían para llevara cabo los planes. Uno le seguiría los pasos aquienquiera que se dirigiese desde la casa de míster

Page 568: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Blake al banco. Y el otro convidaría con cerveza a loscriados inferiores para obtener noticias de la casa.Mediante estas simples precauciones deben de haberseenterado fácilmente de que míster Franklin Blake fuequien concurrió al banco y de que este mismo habría deser la única persona de la casa que iría a visitar a LadyVerinder. Lo que ocurrió, realmente, luego de estedescubrimiento, lo recordará usted, sin duda, tan biencomo yo.

Yo sabía que Franklin Blake había descubierto a unode los espías en la calle —que anticipó, por lo tanto, sullegada a Yorkshire en varias horas— y que, gracias alexcelente consejo que le diera el viejo Betteredge, dejóen custodia el diamante en el banco de Frizinghall,antes de que los hindúes se hallaran siquiera encondiciones de sospechar su presencia en el vecindario.Hasta aquí todo era muy claro. Pero, ¿cómo fueentonces que los hindúes, ignorando como ignorabantal precaución, no intentaron efectuar indagaciónalguna en casa de Lady Verinder (donde debían habersupuesto que se hallaba el diamante) durante todo ellapso que transcurrió hasta el día de cumpleaños deRaquel?

Al hacerle presente esta objeción a místerMurthwaite, me pareció atinado añadir lo que habíaoído yo decir en torno al muchachito, a la gota de tintay todo lo demás, manifestándole al mismo tiempo quetoda explicación basada en la teoría de la clarividencia

Page 569: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

no lograría convencer a mi mente.—Ni a la mía tampoco —dijo míster Murthwaite—.

La clarividencia en este caso no constituye más que unrecurso destinado a satisfacer la faceta romántica queexiste en el carácter hindú. Contribuirá sin duda avivificarla y estimular a esos hombres —algoenteramente inconcebible, lo admito, para lamentalidad inglesa— y para rodear su árida y peligrosamisión en este país de cierto halo maravilloso ysobrenatural. Su muchachito es incuestionablementesensible a la influencia de las fuerzas mesmerianas…, ybajo su influjo no ha hecho más que repetir lo que yaexistía en la cabeza de la persona que lo hipnotizó. Pormi parte, he puesto a prueba la teoría de la clarividenciasin lograr jamás percibir que tales manifestacionesavanzaran más allá de ese punto. Esos hindúes noescudriñan como nosotros; consideran a su muchachocomo a un vidente capaz de ver cosas que son invisiblespara ellos…, y repito que ese elemento maravillosoconstituye para ellos la fuente de un nuevo atractivo enla ejecución del propósito que los mantiene unidos. Sólohago mención de ello para ofrecerle a usted una curiosafaceta del carácter humano, quizá enteramentedesconocida para usted. Nada tenemos que hacernosotros con la clarividencia, el mesmerismo ocualquiera otra cosa tan inverosímil como éstas, para lamente de un hombre práctico, en el asunto queintentamos aclarar. El objeto que persigo al referirme al

Page 570: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

complot hindú, paso a paso, es el de relacionarretrospectivamente, y de manera racional, los efectoscon las causas originales. ¿He logrado acaso satisfacer,hasta aquí, sus deseos?

—¡Sin duda alguna, míster Murthwaite! No obstanteestoy esperando con cierta ansiedad escuchar algunaexplicación racional relacionada con la objeción que hetenido el honor de someter a su consideración.

Míster Murthwaite se sonrió.—Es ésa, de todas, la objeción más fácil de destruir

—me dijo—. Permítame que comience por admitir quesu punto de vista es enteramente correcto. Los hindúesignoraban, sin duda, lo que míster Franklin Blake habíahecho con el diamante…, ya que los vemos dar suprimer paso en falso la primera noche que se encontrómíster Franklin en la casa de su tía.

—¿Su primer paso en falso? —repetí yo.—¡Seguramente! Cometieron el error de permitir ser

sorprendidos por míster Betteredge mientras atisbabanesa noche en la terraza. No obstante, hay quereconocerles el mérito de haberse dado cuenta por símismos de que cometieron un yerro, puesto que, comousted dice, por otra parte, dejaron pasar tan largo lapsocomo ese que se hallaba a su disposición, sin volver aponer los pies en la casa en ningún momento durantevarias semanas.

—¿Por qué, míster Murthwaite? Eso es lo que quierosaber. ¿Por qué?

Page 571: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Porque ningún hindú, míster Bruff, corre jamásun riesgo innecesario. La cláusula redactada por usteden el testamento del Coronel Herncastle les aclaró (¿sío no?) que la Piedra Lunar habría de pasar a ser deabsoluta propiedad de miss Verinder, el día de sucumpleaños. Muy bien. Dígame ahora: ¿cuál le parecea usted que era el procedimiento más seguro, de todoslos que se les ofrecían a esos hombres, en la situación enque se hallaban? ¿Intentar apropiarse del diamantemientras éste se hallaba aún bajo el control de místerFranklin Blake, el cual había demostrado quesospechaba de ellos y que era más listo también que loshindúes, o aguardar hasta el momento en que eldiamante se hallara a la disposición de una joven que sedeleitaría inocentemente con su magnífica gema y quehabría de lucirla cuantas veces se le presentara laoportunidad de hacerlo? Quizá quiera usted una pruebaque venga a corroborar la exactitud de mi teoría.Considere usted la propia conducta de los hindúes comola prueba requerida. Aparecieron en la casa, luego dedejar transcurrir todas esas semanas, el día delcumpleaños de miss Verinder y vieron premiada lapaciente y exacta ejecución de sus planes por elespectáculo de verle lucir sobre la pechera de su vestidola Piedra Lunar. Cuando oí, más avanzada la noche, lahistoria del Coronel y del diamante, no me quedó lamenor duda respecto del riesgo corrido por místerFranklin Blake (de no haber venido acompañado por

Page 572: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

otras personas a su regreso a la casa de Lady Verinder,habría sido seguramente atacado por ellos) y meconvencí tan plenamente de los riesgos aún más gravesque habría de correr en el futuro miss Verinder, que lesaconsejé llevar a la práctica el plan del Coronel ydestruir la identidad de la piedra mediante sudesintegración en varias gemas distintas. De quémanera vino la extraordinaria circunstancia de ladesaparición de la gema, ocurrida esa noche, a invalidarmi consejo y a desbaratar totalmente el complot de loshindúes —y cómo toda acción posterior de éstos se vioparalizada, al ser confinados al día siguiente en laprisión por embaucadores y vagabundos—, es algo de loque usted está tan bien enterado como yo. El primeracto de la conspiración se cierra allí. Antes de proseguircon el segundo, ¿me permitirá usted que le pregunte sihe rebatido su objeción con una explicación que puedeser considerada satisfactoria por el criterio de unhombre práctico?

Era imposible negar que había enfrentado miobjeción de una manera eficaz, gracias a su hondoconocimiento del carácter hindú, ¡y gracias, también, alhecho de no haber tenido que habérselas con otroscientos y cientos de testamentos, desde los tiempos delCoronel Herncastle!

—Hasta aquí todo va bien —resumió místerMurthwaite—. La primera oportunidad que se lespresentó a los hindúes de apropiarse del diamante fue

Page 573: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

la que perdieron desde el instante en que se los encerróen la prisión de Frizinghall. ¿Cuándo se presentó lasegunda? La segunda se les presentó —y me hallo encondiciones de probarlo— mientras se hallabanencarcelados.

Extrayendo de su bolsillo su libreta de apuntes, laabrió en determinada página y prosiguió con su relato.

—Yo me hospedaba —continuó diciendo— en casade unos amigos míos, en Frizinghall. Un día o dos antesde que los hindúes recobraran su libertad (un lunes,creo), se presentó ante mí el gobernador de la prisióncon una carta. Había sido dejada allí por una talmistress Macann, en cuya casa se alojaban aquéllos y encuya puerta había sido entregada, la víspera por lamañana, por el correo ordinario. Las autoridades de laprisión advirtieron que el sello postal decía «Lambeth»y que la dirección, aunque escrita correctamente eninglés, difería de manera extraña, por su disposición, dela habitual manera de dirigir una carta. Al abrirlahabían descubierto que el contenido se hallaba escritoen un idioma extranjero, que acertadamenteconsideraron el indostánico. El motivo que los llevó avisitarme fue naturalmente, el de que les tradujera lacarta. Yo copié en mi libreta de apuntes el contenido deloriginal y de mi traducción…, los cuales pongo a sudisposición.

Y me alargó la libreta de apuntes abierta. Ladirección de la carta era lo que figuraba en primer

Page 574: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

término. Estaba escrita en una sola línea y sin la menorpuntuación, de esta manera: «Para los tres hindúes queviven con la señora llamada Macann en Frizinghall enYorkshire.» A continuación seguían los caracteresindostánicos y por último la traducción inglesa, cuyotexto se hallaba constituido por las siguientes ymisteriosas palabras:

En nombre del Señor de la Noche, cuyo trono sehalla sobre el Antílope y cuyos brazos ciñen loscuatro puntos del mundo.

Hermanos, volved vuestros rostros hacia el Sury venid hacia mí por la calle de los ruidos múltiplesque baja en dirección del río fangoso.

La razón es ésta: mis ojos la han visto.

Allí terminaba la carta que no tenía fecha ni firma.Se la devolví a míster Murthwaite y le confesé que eseextraño espécimen de correspondencia indostánica mehabía dejado perplejo.

—Yo le explicaré la primera frase —me dijo— laconducta de los mismos hindúes le explicará a usted elresto. El dios de la luna está representado en lamitología indostánica por una deidad de cuatro manos,que se halla sentada sobre un antílope y uno de lostítulos que se le otorgan a ese dios es el de Señor de laNoche. He aquí, pues, para comenzar, algo que se hallaindirecta, aunque sospechosamente, relacionado con la

Page 575: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Piedra Lunar. Ahora bien, veamos en seguida de quémanera procedieron los hindúes luego que la,autoridades de la prisión les permitieron recibir la carta.El mismo día en que se vieron libres se dirigieron deinmediato a la estación de ferrocarril y tomaron elprimer tren que partió para Londres. Todos los que noshallábamos en Frizinghall pensamos que era unalástima que no se los vigilara en sus actividades. Peroluego que Lady Verinder decidió despedir al policía eimpidió toda encuesta que se relacionara con ladesaparición del diamante, nadie se atrevió allí aentrometerse en el asunto. Los hindúes eran libres de ira Londres si se les ocurría hacerlo y a Londres fue haciadonde se dirigieron. ¿Cuáles fueron las primerasnoticias que obtuvimos después de ellos, míster Bruff?

—Nos enteramos de que se dedicaron allí a molestara míster Luker —le respondí— y a rondar su casa dLambeth.

—¿Leyó usted el informe referente al pedido que lehizo míster Luker al magistrado?

—Sí.—En el curso de su declaración, como usted

recordará, se refirió a cierto operario extranjero de suestablecimiento al que acababa de despedir porsospechar que intentaría robarle y por considerarlo enconnivencia con esos hindúes que lo estabanmolestando. Fácil es deducir de ello, míster Bruff, quiénfue la persona que escribió esa carta que acaba de

Page 576: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dejarlo a usted perplejo y cuál era, por otra parte, entrelos tesoros de míster Luker, aquél que intentaría robarel operario.

Su deducción, como me apresuré a reconocerlo, erademasiado evidente para tomarse siquiera el trabajo dehacer mención de ella. En ningún momento había yodudado que la Piedra Lunar cayó en manos de místerLuker en la época a que aludió ahora míster Murthaite.La única pregunta que me había hecho yo siempre erala siguiente: ¿cómo se habían enterado los hindúes detal cosa? Esta pregunta (la más embarazosa de todas, enmi opinión) acababa de recibir ahora, como las demás,su respuesta. Abogado como era, comencé a pensar quepodría quizá confiar en míster Murthaite y dejarmeguiar ciegamente por él a través de sus últimos recodosde ese laberinto a lo largo del cual acababa deconducirme hasta ese momento. Le hice el cumplido decomunicarle tal cosa y tuve la satisfacción de comprobarque era acogido con la mayor cortesía.

—Deberá usted darme ahora, a su vez, una pequeñaformación, antes de que continuemos con nuestroasunto —me dijo—. Alguien tuvo que haberse encargadode transportar la Piedra Lunar desde Yorkshire hastaLondres. Y alguien tuvo que recibir dinero por la gema;de lo contrario no se hubiera hallado aquélla roca en lasmanos de míster Luker. ¿Ha logrado saberse quién fueesa persona?

—No, que yo sepa.

Page 577: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Existe una historia (¿sí o no?) en torno a místerGodfrey Ablewhite. He oído decir que es un eminentefilántropo…, lo cual habla, decididamente, en su contra,para comenzar.

Cordialmente convine en ello con místerMurthwaite, Al mismo tiempo me sentí en el deber deinformarle (sin mencionar, de más está que lo diga, elnombre de miss Verinder) que míster GodfreyAblewhite había quedado libre de toda sospecha, debidoa una prueba de cuya veracidad podía yo responder quese hallaba por encima de toda discusión.

—Muy bien —respondió míster Murthwaite,calmosamente—; dejemos que el tiempo lo aclare por símismo. Mientras tanto, míster Bruff, debemos retornara nuestros hindúes, en honor de usted. Su viaje aLondres culminó en una nueva derrota para ellos. Lapérdida de la segunda oportunidad que se les presentóde echar mano del diamante debe serle atribuidaprincipalmente, en mi opinión, a la astucia y previsiónde míster Luker…, quien por algo se halla a la cabeza decuantos cultivan esa próspera y antigua profesión que sellama la usura. Mediante el rápido despido de suempleado privó a los hindúes de la ayuda que sucompinche les hubiera prestado al entrar en la casa. Ymediante el rápido traslado de la Piedra Lunar a la casade su banquero tomó de sorpresa a los complotadosantes de que los mismos tuvieran tiempo de preparar unnuevo plan destinado a robarla. Cómo fue que los

Page 578: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hindúes sospecharon, respecto de esto último, elprocedimiento seguido por él y cómo se las arreglaronpara apoderarse del recibo bancario, son hechos estosúltimos demasiado recientes para que nos detengamosen ellos. Bástenos decir que sabían ahora que la PiedraLunar se hallaba, una vez más, fuera de su alcance ydepositada (bajo la denominación general de «gemavaliosa») en la caja fuerte de un banquero. Ahora bien,míster Bruff, ¿cuál será la tercera oportunidad que sepresente de apoderarse del diamante, y cuándo ocurrirátal cosa?

¡En tanto esta pregunta trasponía sus labios,descubrí, al fin, el motivo que impulsó a los hindúes avisitarme en mi despacho!

—¡Ya lo tengo! —exclamé—. Los hindúes dan comocosa segura, igual que nosotros, el hecho de que laPiedra Lunar ha sido empeñada y necesitan saber debuena fuente cuál es la fecha más temprana en quepuede ser retirada la prenda…, porque esa habrá de sertambién la más próxima fecha en que pueda ser retiradoel diamante de la caja fuerte del banco.

—Ya le he dicho que lo descubriría usted por símismo, siempre que yo le brindara una buenaoportunidad para hacerlo. Cuando haya transcurrido unaño desde la fecha en que fue empeñada la PiedraLunar, volverán los tres hindúes a acechar, a la esperade que se produzca la tercera oportunidad. Por boca delpropio míster Luker se han enterado respecto del

Page 579: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tiempo que tendrán que aguardar para ello y larespetable y autorizada palabra suya, míster Bruff, losha convencido de que míster Luker les dijo la verdad.¿En qué fecha le parece a usted, así, a ojo de buencubero, que fue puesto el diamante en las manos delprestamista?

—Hacia los últimos días del pasado mes de junio—le respondí— de acuerdo con mis mejores cálculos.

—Y nos hallamos ahora en el año cuarenta y ocho.Muy bien. Si esa persona desconocida que empeñó laPiedra Lunar se halla en condiciones de rescatarladentro de un año, la gema se encontrará nuevamente ensu poder hacia las postrimerías del mes de junio delcuarenta y nueve. Yo estaré en esa fecha a cientos demillas de distancia de Inglaterra y de todo rumor que serefiera a Inglaterra. Pero quizá valga la pena que tomeusted nota de ello y disponga las cosas de manera deencontrarse en Londres para esa fecha.

—¿Cree usted que ocurrirá algo grave?—le dije.—Creo que me hallaría más a salvo —me

respondió— en medio de los más feroces fanáticos delAsia Central que cruzando el umbral del banco con laPiedra Lunar en el bolsillo. Los hindúes han sido yaburlados en dos ocasiones, míster Bruff. Creofirmemente que no lo serán por tercera vez.

Estas fueron las últimas palabras sobre el asunto.En ese instante fue servido el café; los huéspedes selevantaron y se dispersaron por la habitación; nosotros

Page 580: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

nos reunimos con las señoras del dinner-party, arriba.Yo tomé nota de la fecha y creo que no estaría de

más que cerrara mi relato transcribiendo aquí la misma:Junio de mil ochocientos cuarenta y nueve. Esperar

noticias de los hindúes, hacia las postrimerías del mes.Hecho esto le entrego la pluma, que no tengo ya el

derecho de seguir utilizando un solo instante más, alnarrador siguiente.

TERCERA NARRACIONA cargo de Franklin Blake

I

En la primavera del año mil ochocientos cuarenta ynueve me hallaba yo vagabundeando por el Oriente yacababa de alterar los planes de viaje que, trazados unosmeses antes, les había hecho llegar a mi abogado y a mibanquero en Londres.

Este cambio hizo necesario el envío de uno de miscriados para que le solicitara mis cartas y mis girosbancarios al cónsul inglés de cierta ciudad que habíasido excluida como lugar de descanso de mi nuevo plande viaje. Dicho criado habría de reunirse conmigo en

Page 581: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

determinado lugar y en una fecha prefijada. Unaccidente del que no fue responsable lo demoró en laejecución de su encargo. Durante una semanaaguardamos mi gente y yo acampados junto a los bordesde un desierto. Al cumplirse ese lapso, apareció elausente con el dinero y las cartas a la entrada de mitienda.

—Mucho me temo traerle aquí malas nuevas, señor—me dijo, señalando una de las cartas, bordeada denegro y cuya dirección había sido escrita por místerBruff.

No hay cosa, cuando se trata de un asunto de esaclase, que me sea más insoportable que la duda. La cartaenlutada fue la que abrí primero.

En ella se me comunicaba que mi padre habíamuerto y que heredaba yo su cuantiosa fortuna. Lariqueza que de esta manera caía en mis manos, traíaconsigo una serie de responsabilidades; y míster Bruffme rogaba que regresara sin pérdida de tiempo aInglaterra.

Al romper el día, a la mañana siguiente, emprendíviaje de retorno a mi patria.

La descripción que de mí ha hecho mi viejo amigoBetteredge, en la época de mi partida de Inglaterra es,en mi opinión, un tanto exagerada. Ha interpretado, conla seriedad inherente a su modo de ser bello y arcaico,muchas de las satíricas referencias relativas a mieducación extranjera hechas por su joven ama y se ha

Page 582: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

persuadido a sí mismo de que veía en mí, realmente,todas aquellas facetas: la francesa, la germana y laitaliana de mi temperamento, facetas que mi ruidosaprima sólo pretendió descubrir en el campo humorísticoy que jamás tuvieron existencia real, como no fuera enla mente de nuestro buen Betteredge. Pero, dejando delado esta objeción, debo reconocer que no hizo más quedecir la verdad cuando me representó como herido enlo hondo del corazón a raíz de la conducta de Raquel yafirmó que abandonaba yo Inglaterra bajo los efectosrecientes del más amargo desengaño de mi vida.

Partí al exterior resuelto —si es que el cambio y laausencia podían ayudarme— a olvidarla. Estoyconvencido de que es una idea falsa, respecto de lanaturaleza humana, esa que afirma que el cambio y laausencia no le sirven de ayuda a un hombre que seencuentra en tales condiciones: ambas cosas lo obligana desviar su atención y la apartan de la exclusivacontemplación de su propia desdicha. Yo nunca lleguéa olvidarla; no obstante, la angustia de su recuerdo fueperdiendo poco a poco sus más vivos matices, a medidaque el tiempo, la distancia y la nueva atmósfera seinterponían más y más plásticamente entre su personay la mía.

Por otra parte, no es menos cierto que al emprendermi regreso al hogar el remedio que tan firmementefuera ganando terreno dentro de mí, comenzó desde esemismo instante a perderlo de la misma manera tenaz.

Page 583: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Cuanto más cerca me hallaba del país que ella habitabay más probable se tornaba la perspectiva de volver averla, más irresistiblemente volvía ella a ejercer suimperio sobre mí. Al dejar Inglaterra su nombre habríasido el último que le hubiera yo permitido pronunciar amis labios. A mi regreso fue ella la primera persona porquien pregunté, tan pronto como volví a encontrarmecon míster Bruff.

Se me puso al tanto, naturalmente, de cuanto habíaocurrido durante mi ausencia; en otras palabras, decuanto ha sido dicho aquí luego del relato deBetteredge…, con excepción de una sola circunstancia.Míster Bruff no se consideró en este momento enlibertad como para informarme respecto de los motivossecretos que indujeron a Raquel y Godfrey Ablewhite aanular de común acuerdo su promesa matrimonial. Yoevité el molestarlo con ninguna pregunta embarazosarelativa a ese tema tan delicado. Bastante alivioencontraba luego del chasco y los celos provocados enmí por la noticia de que había sido capaz de pensaralguna vez en convertirse en su esposa, al saber ahoraque su propia reflexión le hizo comprender laimprudencia de tal acción, llevándola a liberarse a símisma de su promesa matrimonial.

Luego de informarme de lo ya acontecido, misposteriores preguntas (¡siempre apuntando en ladirección de Raquel!) se deslizaron, naturalmente, haciael plano actual. ¿Bajo qué tutela había sido colocada,

Page 584: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

luego de abandonar la casa de míster Bruff y dónde vivíaahora?

Se hallaba bajo el cuidado de una hermana viuda deldifunto Sir John Verinder —una tal mistressMerridew—, a quien los albaceas de su madre lesuplicaron que se convirtiera en su tutora y la cual habíaaceptado dicha proposición. Según oí decir se llevabanadmirablemente bien, y vivían actualmente en la casaque mistress Merridew poseía en Portland Place, dondepasarían una temporada.

¡Media hora después de haberme enterado de esto,me hallaba en camino de Portland Place, sin habertenido el coraje de reconocer tal cosa delante de místerBruff!

El hombre que respondió a mi llamado no se hallabaseguro de si miss Verinder se encontraba o no en lacasa. Lo envié escalera arriba con mi tarjeta, para ponerfin de la manera más rápida a la incertidumbre.

El hombre bajó nuevamente, con un rostroimpenetrable, y me informó que miss Verinder seencontraba fuera de la casa. Yo hubiera creído capaz acualquier otra persona de negarse a verme,intencionadamente. Pero imposible era que sospechasede Raquel. Dejé, pues, dicho que volvería a las seis, esamisma tarde.

A las seis se me comunicó por segunda vez que missVerinder no se hallaba en la casa. ¿No había dejadoalgún recado para mí? Ninguno. ¿Habría llegado mi

Page 585: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tarjeta a sus manos? El doméstico solicitó mi perdón yme dijo… que miss Verinder la había recibido.

La cosa era demasiado evidente para ser discutida.Raquel se negaba a recibirme.

Por mi parte, yo me resistí a que se me tratara de esamanera, sin haber intentado conocer, por lo menos, elmotivo de su actitud. Me hice anunciar a mistressMerridew, quien se hallaba arriba, rogándole mefavoreciera con una entrevista personal, a la hora que lepareciera más conveniente fijar.

Mistress Merridew no halló dificultad alguna enrecibirme inmediatamente. Se me hizo pasar a unpequeño y confortable gabinete donde me encontré depronto ante una exquisita y pequeña dama de edadmadura.

Esta fue tan buena como para experimentar un granpesar y una gran sorpresa a causa de lo que a mí meocurría. No obstante, no se hallaba en condiciones deofrecerme explicación alguna o de ejercer ningunapresión sobre Raquel, en lo que concernía a un puntoque parecía ser de índole puramente privada. Esto mefue repetido una y otra vez con una cortesía paciente einfatigable y eso fue lo que gané con haber recurrido amistress Merridew.

La última oportunidad que se me ofrecía era la deescribirle a Raquel. Mi criado concurrió al día siguientecon una carta y con estrictas instrucciones de aguardarsu respuesta.

Page 586: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Esta se produjo, pero se concretó, literalmente, auna frase única:

«Miss Verinder lamenta tener que comunicarle quedeclina mantener correspondencia alguna con místerFranklin Blake.»

Amándola como la amaba, no dejé por eso deindignarme ante el insulto que implicaba esa respuesta.Míster Bruff entró para hablarme de negocios, antes deque hubiera logrado recobrar mi dominio sobre mímismo. Hice a un lado la cuestión y pasé a exponerle misituación del momento. Por su parte demostró tantaincapacidad para aclararme nada, como la quedemostró anteriormente mistress Merridew. Lepregunté si algún infundio respecto de mi persona habíallegado a los oídos de Raquel. Míster Bruff no teníanoticias de ningún infundio que hubiese tenido por basemi persona ¿Se había ella referido a mi persona en unau otra forma, durante el tiempo que vivió bajo el mismotecho que míster Bruff? Jamás. ¿No había siquierapreguntado, alguna vez, durante mi larga ausencia, sime hallaba vivo o había muerto? Ninguna pregunta deesa índole se había deslizado jamás a través de suslabios.

Yo extraje de mi cartera la carta que la pobre LadyVerinder me había escrito desde Frizinghall, el día queabandoné su casa de Yorkshire. Y le llamé la atención a

Page 587: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Bruff, en lo que respecta a estas dos frases:

«La valiosa ayuda que has aportado a lainvestigación del paradero de la gema desaparecidacontinúa siendo considerada por Raquel como unaofensa imperdonable, dadas las presentes yhorrendas condiciones de su mente. Actuando comolo has hecho en este asunto, ciegamente, hasaumentado el volumen de la carga de ansiedad quevenía soportando, al amenazarla inocentemente conla revelación de su secreto, mediante tus esfuerzosen tal sentido.»

—¿Será posible —le pregunté— que el sentimientoaquí descrito, relativo a mi persona, siga siendo tanenconado como antes?

Míster Bruff me miró sinceramente afligido.—Si insiste usted en obtener una respuesta —me

dijo— me veré obligado a admitir que no puede haberuna mejor interpretación de lo que ella siente que ésa.

Hice sonar la campanilla y le ordené a mi criado queempacara en mi saco de viaje y que fuera luego en buscade una guía de ferrocarril. Míster Bruff me preguntóasombrado qué es lo que pensaba hacer.

—Partiré para Yorkshire —le repliqué— en el primertren.

—¿Me permitirá inquirir con qué objeto?—Míster Bruff; la ayuda que inocentemente he

Page 588: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

prestado en lo que atañe al diamante constituyó, hacecerca de un año, una imperdonable ofensa para Raquel;y continúa siendo considerada como tal todavía. ¡Noestoy dispuesto a aceptar esta situación! Tengo el firmepropósito de desvelar el secreto de su silencio conrespecto a su madre y de su enemistad con respecto ami persona. ¡Si sólo bastan para ello el tiempo, lossinsabores y el dinero, seguro habrá de ser que le echeel guante al ladrón que hurtó la Piedra Lunar!

El anciano y digno caballero intentó prevenirme,hacerme entrar en razón, cumplir con su deber paraconmigo, en suma. Yo hice oídos sordos a cuantapalabra creyó él urgente decirme. Ningún obstáculohumano hubiera conseguido hacer vacilar esaresolución que me poseía.

—Reanudaré la encuesta —proseguí— a partir delpunto en que fue abandonada; e iré avanzando paso apaso desde entonces, hasta llegar a la época actual. Seadvierte la ausencia de algunos eslabones entre laspruebas presentadas hasta el momento en que yo laabandoné, eslabones que Gabriel Betteredge se halla encondiciones de suministrarme. ¡Por lo tanto, hacia él medirijo ahora!

Hacia el crepúsculo de esa misma tarde, me hallabayo sentado otra vez en la inolvidable terraza y dirigíauna vez más la mirada hacia la apacible estructura de la

Page 589: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

vieja casa de campo. La primera persona que hallé en elparque desierto fue el jardinero. Había dejado aBetteredge hacía una hora tomando sol en suacostumbrado rincón del patio trasero. Yo conocía muybien el lugar y le dije que iría y lo buscaría por mímismo.

Luego de recorrer los senderos y pasadizosfamiliares, me asomé a la puerta abierta que daba sobreel patio.

¡Allí estaba —mi viejo y querido amigo de un tiempofeliz que no habría ya de volver—, allí, en su viejorincón, sobre su vieja silla colmenera, con la pipa en laboca, su Robinson Crusoe sobre el regazo, y sus dosamigos, los perros, dormitando a cada lado suyo! En lasituación en que yo me hallaba, mi sombra eraproyectada hacia adelante por los últimos y oblicuosrayos del sol. Los dos perros la vieron, o bien supenetrante olfato les advirtió mi presencia;levantándose inmediatamente, lanzaron un gruñido.Incorporándose precipitadamente a su vez, el ancianolos acalló con una sola palabra; colocó su mano amanera de pantalla sobre sus débiles ojos, y dirigióluego una mirada inquisitiva a la figura que se hallabajunto a la puerta.

Mis propios ojos se llenaron de lágrimas. Me viobligado a aguardar un instante antes de atreverme adirigirle la palabra.

Page 590: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

II

—¡Betteredge! —le dije, señalando con el dedo elinolvidable libro que se hallaba sobre sus rodillas—, ¿teha anunciado Robinson Crusoe esta tarde que podríaocurrir que vieras a Franklin Blake?

—¡Por Dios, míster Franklin! —gritó el anciano—,¡eso es exactamente lo que me anunció RobinsonCrusoe!

Con mucho trabajo logró ponerse de pie mediantemi ayuda y permaneció luego durante un momentomirando ya hacia atrás, ya hacia adelante, dividiendo suatención entre Robinson Crusoe y mi persona, como sise hallara en la duda respecto de quién habría sido, delos dos, el que más lo asombró. El veredicto terminó porinclinarse en favor del libro. Asiéndolo con ambasmanos abierto en determinada página, se dedicó ainquirir en el maravilloso volumen con mirada fija eindeciblemente expectante…, como si aguardara veravanzar fuera del libro al propio Robinson Crusoe, parafavorecernos con una entrevista personal.

—¡Aquí está el pasaje, míster Franklin! —me dijo,tan pronto como hubo recobrado el habla—. ¡Como quenecesito comer para vivir, señor, he aquí el pasaje queestaba leyendo en el mismo instante en que entró ustedaquí! Página ciento cincuenta y seis; dice así: «Mehallaba estupefacto, o como si acabara de percibir unaaparición». Si esto no equivale a decir: «De un

Page 591: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

momento a otro habrás de ver súbitamente a místerFranklin Blake»…, el idioma inglés no tiene entoncessentido alguno —dijo Betteredge, cerrando el libro conestrépito y liberando por fin una de sus manos, parapoder estrecharme la que yo le ofrecía.

Yo esperaba que me abrumaría con un tropel depreguntas, cosa muy natural, en vista de lascircunstancia. Pero no…, la idea de la hospitalidad erala que reinaba sobre todas las demás en la mente delviejo criado, toda vez que algún miembro de la familia(¡no importa de qué manera!), aparecía de visita en lacasa.

—Entremos, míster Franklin —me dijo, abriendo lapuerta que se hallaba detrás de sí y haciéndome unaexquisita reverencia a la antigua usanza—. Lepreguntaré qué es lo que lo ha traído aquí después…,antes debo ayudarlo a sentirse cómodo. Cosas muytristes han ocurrido desde que usted se fue. La casa estácerrada y los criados se han ido. ¡Pero no importa! Yo leprepararé la cena y la esposa del jardinero le hará lacama…, y si hay en la bodega alguna botella de nuestrofamoso clarete Latour, garganta abajo habrá de ir por sucuerpo, míster Franklin, el contenido de esa botella.¡Sea bienvenido, señor, a esta casa! ¡Bienvenido de todocorazón! —me dijo mi viejo y pobre camarada,esforzándose virilmente por ahuyentar la atmósferamelancólica de la casa y recibiéndome con la sociable ycortés solicitud de los tiempos idos.

Page 592: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Sentí mucho tener que desilusionarlo. Pero la casaera ahora de Raquel, y la cosa no tenía remedio, por lotanto, ¿Podría yo comer o dormir en ella, luego de loacontecido en Londres? El más ligero sentimiento delpropio decoro me prohibía —literalmente me prohibía—cruzar siquiera el umbral.

Tomando a Betteredge del brazo lo conduje hacia eljardín. No tuve más remedio que hacerlo. Me sentíobligado a decirle la verdad. Oscilando entre su afectohacia mi persona y el que sentía hacia Raquel, se mostródolorosamente asombrado y angustiado por el cariz quehabían tomado las cosas. Su opinión, cuando la dio aconocer, fue expresada de la manera más categórica,característica en él, y vino envuelta en la agradablefragancia de la más positiva de todas las filosofías…: lafilosofía de la escuela Betteredge.

—Miss Raquel tiene sus defectos…, jamás lo henegado—comenzó a decirme—. Y uno de ellos es el demontar el caballo de la arrogancia. Ha intentado ahoragobernarlo a usted de esa manera…, y usted lo hatolerado. ¡Dios mío, míster Franklin!, ¿tan poco conoceusted a las mujeres? ¿Me ha oído alguna vez hablar dela difunta mistress Betteredge?

Yo lo había oído hablar muchas veces de la difuntamistress Betteredge…, a quien invariablementepresentaba como el ejemplo máximo y categórico de lainnata fragilidad y perversidad del otro sexo. En talsentido la volvió a presentar ahora.

Page 593: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Muy bien, míster Franklin. Ahora, escúcheme.Cada mujer tiene su manera particular de cabalgarsobre el caballo de la arrogancia. La difunta mistressBetteredge realizaba su ejercicio sobre ese animalfavorito de las mujeres, toda vez que yo le negabaalguna cosa en la que había puesto su corazón. Tanpronto regresaba yo de mi trabajo a mi casa, en talesocasiones, seguro era que habría de ser llamado desdelo alto de la escalera que conducía a la cocina, por mimujer, quien me anunciaba que no tenía fuerzas paracocinar mi comida, luego de mi brutal conducta paracon ella. Yo toleré tal situación durante un tiempo…, dela misma manera que usted la tolera con respecto a missRaquel. Por último perdí la paciencia. Bajé un día laescalera y tomando a mistress Betteredge en mis brazos—cariñosamente, se entiende—, la conduje de inmediatoa su sala principal, donde recibía ella a las visitas. Y ledije luego: «Este es el sitio donde te corresponde estar,querida mía», y dicho esto regresé a la cocina. Meencerré allí, me quité la chaqueta y, arremangándomelas mangas de la camisa, comencé a preparar micomida. Cuando se halló lista me la serví a mí mismo dela mejor manera y disfruté de ella de todo corazón.Luego fumé mi pipa, eché un trago de grog y,levantando la mesa, procedí de inmediato a lavar lavajilla, a limpiar los cuchillos y los tenedores, a colocarcada cosa en su sitio y a barrer la cocina. Cuando todose halló tan limpio y brillante como era posible que se

Page 594: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hallara, abrí la puerta y dejé entrar a mistressBetteredge. «Ya he comido, querida», le dije; «y esperoque hallarás que te he dejado la cocina en el mejorestado en que pudieras desear encontrarla». ¡Por elresto de la vida de esa mujer, míster Franklin, jamástuve que volver a hacerme yo mismo la comida!Moraleja: usted la toleró a miss Raquel en Londres; nola tolere en Yorkshire. Entre en la casa.

¡Incontestable argumento! Sólo pude asegurarle ami buen amigo que aun su poder persuasivo era unacosa inútil, en mi caso.

—Es una tarde hermosa —le dije—. Caminaré hastaFrizinghall y me alojaré en el hotel y tú podrás venirmañana a la mañana y desayunarte conmigo. Tengoalgo que comunicarte.

Betteredge sacudió con ademán grave la cabeza.—Lo siento de todo corazón —me dijo—. Yo

esperaba, míster Franklin, que las relaciones entreusted y miss Raquel hubieran vuelto a deslizarse en unplano agradable y cordial. Si está dispuesto a salirse conla suya, señor —prosiguió, luego de reflexionarbrevemente—, no tiene usted por qué ir a Frizinghall enbusca de una cama esta noche. Puede usted conseguirlaen un lugar más próximo. La granja de Hotherstone estáa dos millas escasas de aquí. Difícilmente podrá ustednegarse a ello a causa de miss Raquel —añadió elanciano astutamente—. Hotherstone vive, místerFranklin, en propia heredad.

Page 595: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Yo me acordé del lugar, en cuanto Betteredge serefirió a él. La granja se hallaba en un abrigado valleinterior, sobre las márgenes de la más hermosacorriente de agua que existe en esa parte de Yorkshire yel granjero disponía de una alcoba y de un locutorio,que acostumbraba alquilarse a los artistas, lospescadores o turistas en general. Ningún otro lugar másagradable podía haber deseado yo para morar durantemi estancia en el vecindario.

—¿Están desalquiladas dichas habitaciones?—inquirí.

—Mistress Hotherstone en persona me pidió ayer,señor, que le recomendara alguna persona.

—Las tomaré con el mayor placer, Betteredge.Regresamos al patio trasero, donde había dejado yo

mi saco de viaje. Luego de haber hecho pasar un palo através de su asa y de columpiar el saco sobre su hombro,Betteredge se sintió poseído, al parecer, por un asombroigual al que le provocó mi súbita aparición, cuando sehallaba sentado en su silla colmenera. Miró con ojosincrédulos hacia la casa, y después de girar sobre sustalones, me miró a mí con unos ojos aún másincrédulos.

—Llevo ya en este mundo un cierto y prolongadonúmero de años—me dijo éste, el mejor y más queridode cuanto viejo criado hay en el mundo—, pero jamáspensé que podría llegar a ver una cosa semejante. Heahí la casa y he aquí a míster Franklin Blake…, y

Page 596: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

¡demonios!, ¿no está él dispuesto a darle la espalda aella, para ir a dormir en un hospedaje?

Tomando la delantera echó a andar meneando lacabeza y gruñendo de manera fatalista.

—Un solo milagro queda ahora por cumplir —medijo por sobre el hombro—. La próxima cosa que deberáusted hacer, míster Franklin, será la de devolverme lossiete chelines y seis peniques que me pidió prestadoscuando era muchacho.

Esta salida sarcástica lo puso de mejor humorrespecto de su persona y de la mía. Abandonamos lacasa y transpusimos la entrada del pabellón de guarda.Una vez fuera de las tierras de la finca, los deberes quele imponía la hospitalidad (según su código moralparticular) cesaron para Betteredge, y comenzaron losprivilegios de la curiosidad.

Se detuvo para permitir que yo lo alcanzara.—Hermosa tarde para pasear, míster Franklin —me

dijo, como si acabáramos de encontrarnosaccidentalmente en ese momento—. Suponiendo quehubiera ido usted a ese hotel de Frizinghall, señor…

—Sí.—Hubiera yo tenido el honor de desayunarme

mañana por la mañana con usted.—Ven a desayunarte conmigo, entonces, a la granja

de Hotherstone.—Mucho le agradezco su bondad, míster Franklin.

Pero no era el desayuno a lo que yo aspiraba. Creo que

Page 597: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

usted me dijo que tenía algo que decirme, ¿no es así? Noes un secreto, señor—dijo Betteredge, abandonando desúbito sus maneras sinuosas para adoptar un tonodirecto—, que ardo en deseos por saber el motivo que loha traído aquí de manera tan repentina, si no le esmolesto.

—¿Qué es lo que me trajo aquí anteriormente? —lepregunté.

—La Piedra Lunar, míster Franklin. Pero ¿qué es loque lo ha traído ahora, señor?

—La Piedra Lunar nuevamente, Betteredge.El anciano se quedó repentinamente callado y me

miró, en el gris crepúsculo, como si desconfiara de suspropios oídos.

—Si se trata de una broma, señor —me dijo—,mucho me temo que me estoy volviendo un tantoestúpido con la edad. No capto su sentido.

—No es una broma —le respondí—. He venido pararetomar el hilo de esta encuesta que fue abandonada alpartir yo de Inglaterra. He venido aquí para descubrir loque nadie ha descubierto aún…, o sea, quién fue lapersona que se apoderó del diamante.

—¡Deje usted en paz al diamante, míster Franklin!¡Siga usted mi consejo: olvídese del diamante! Esamaldita gema hindú se ha burlado de cuantos se le hanaproximado. No malgaste usted su dinero y sutranquilidad —en la flor de la vida, señor—,entremetiéndose con la Piedra Lunar. ¿Cómo puede

Page 598: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

usted triunfar (con perdón de usted), cuando el propioSargento Cuff no hizo más que enredarse en esteasunto? ¡El Sargento Cuff, nada menos! —repitióBetteredge agitando severamente su índice frente a mirostro—. ¡El más grande detective de Inglaterra!

—Estoy ya resuelto a ello, mi viejo amigo. Ni aun elfracaso del Sargento Cuff logrará desanimarme… Y,entre paréntesis, quizá tenga que hablar con él tarde otemprano. ¿Has oído hablar de él últimamente?

—El Sargento no habrá de ayudarlo, místerFranklin.

—¿Por qué no?—Porque durante su ausencia, señor, ha ocurrido

determinado suceso en las esferas policiales. El granCuff se ha retirado del servicio. Ha adquirido unapequeña casa de campo en Dorking y se hallaenfrascado hasta los ojos en la tarea de cultivar rosas.Lo he sabido de su puño y letra, míster Franklin. Halogrado cultivar la rosa musgosa, sin necesidad deinjertarla en el escaramujo. Y míster Begbie, eljardinero, se halla a punto de dirigirse hacia Dorkingpara reconocer frente al Sargento que éste lo havencido, al fin.

—No importa—le dije—. Deberé hacerlo sin la ayudadel Sargento Cuff. Y deberé confiarme a ti en elprincipio.

Muy probable es que se lo haya dicho con un tomoun tanto negligente. Sea como fuere, Betteredge se

Page 599: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

irritó, al parecer, por algo que advirtió en mi réplica.—Podría usted haber confiado en alguien aún peor

que yo, míster Franklin…, puedo asegurárselo —me dijo,un tanto mordazmente.

El tono de su réplica y cierto desasosiego que advertíen sus maneras, después que hubo hablado, provocaronen mí la creencia de que se hallaba en el secreto de algoque vacilaba en comunicarme.

—Espero que me ayudes —le dije— a recoger losfragmentos de las pruebas que el Sargento Cuffabandonó tras sí. Tú sabes que puedes hacerlo. Pero ¿nopodrías hacer algo más?

—¿Qué más podría usted esperar de mí, señor? —mepreguntó Betteredge con aire humilde.

—Espero más…, respecto de lo que acabas dedecirme.

—Mera jactancia, míster Franklin —replicóobstinadamente el anciano—. Hay gentes que sonfanfarronas de nacimiento y que no consiguen librarsede tal defecto hasta la hora de su muerte. Yo soy una deellas.

Sólo un procedimiento cabía adoptar frente a él.Apelé a su sentimiento amistoso hacia la persona deRaquel y hacia la mía.

—Betteredge, ¿te agradaría oír decir que Raquel y yofuéramos buenos amigos otra vez?

—¡De poco me habrá valido servirle a su familia,señor, si puede usted poner en duda tal cosa!

Page 600: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿Recuerdas de qué manera se condujo conmigoRaquel antes de que abandonara yo Inglaterra?

—¡Tan bien como si hubiera ocurrido ayer! Mipropia ama le escribió a usted una carta sobre esteasunto, y usted fue tan bueno como para mostrármela.Decía en ella que Raquel se sentía mortalmenteofendida con usted, por el papel que desempeñara enlos esfuerzos hechos para recuperar su gema. Y ni miama, ni usted, ni ninguna otra persona en el mundolograron averiguar el motivo.

—¡Exacto, Betteredge! Y al regresar ahora de miscorrerías me encuentro con que ella sigue mortalmenteofendida conmigo. Hace un año yo sabía que eldiamante desempeñaba un gran papel en la cuestión yahora sé que el diamante se halla también en el fondodel asunto. He tratado de hablar con ella y se ha negadoa recibirme. He probado con una carta y no ha queridocontestarme. ¿Cómo, en nombre del cielo, habré deaclarar este asunto? ¡La oportunidad de hacerlo a travésde la cuestión de la pérdida de la Piedra Lunar es laúnica que me ha sido dejada por la propia Raquel!

Estas palabras sirvieron, evidentemente, parahacerle ver las cosas de una manera distinta. Lapregunta que me hizo en seguida me convenció de quelo había impresionado.

—¿No hay ninguna mala intención, míster Franklin,de parte suya?… ¿No es cierto que no?

—Hubo cierta cólera en mí —le respondí— cuando

Page 601: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

abandoné Londres. Pero ella se ha disipado porcompleto. Necesito llegar a un entendimiento conRaquel: eso es todo.

—¿No teme usted, señor —suponiendo que efectuaraalgún descubrimiento—, dar con algo que pueda estarrelacionado con miss Raquel?

Yo advertí que una celosa confianza en la persona desu ama lo había impulsado a proferir esas palabras.

—Estoy tan seguro respecto de su persona como loestás tú —le respondí—. La más amplia revelación de susecreto no habrá de mostrarnos nada que venga adesplazarla del lugar que ocupa en tu estimación o lamía.

Los postreros escrúpulos de Betteredge sedesvanecieron al oírme hablar así.

—Si hago mal al ayudarlo, míster Franklin—exclamó—, sólo puedo decir que… ¡soy tan inocente deello como pueda serlo un niño que no ha abierto aún susojos a la vida! Lo puedo poner a usted sobre la pista, contal de que prosiga luego a solas su camino. ¿Se acuerdade aquella pobre muchacha, de Rosanna Spearman?

—Naturalmente.—Usted siempre creyó que ella necesitaba confesarle

cierta cosa vinculada con la Piedra Lunar, ¿no es así?—Indudablemente no podía pensar de otra manera,

dada su extraña conducta.—Puede usted abandonar tal pensamiento, míster

Franklin, tan pronto como le parezca conveniente

Page 602: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hacerlo.Me llegó ahora el turno a mí de hacer una pausa.

Vanamente me esforcé por distinguir su rostro en lacreciente oscuridad que nos rodeaba. Impulsado por misorpresa del momento, le pregunté, un tantoimpacientado, qué era lo que quería decir.

—¡Calma, señor! —prosiguió Betteredge—. Noquiero decir otra cosa que lo que estoy diciendo.Rosanna Spearman ha dejado tras sí una carta sellada…,una carta dirigida a usted.

—¿Dónde está?—Se halla en poder de una amiga que ella tenía en

Cobb’s Hole. Usted debe de haber oído hablar, durantelos últimos días de su estada aquí, señor, de la cojaLucy…, una muchacha inválida que usa una muleta.

—¿La hija del pescador?—La misma, míster Franklin.—¿Por qué no se me entregó la carta?—La coja Lucy es muy caprichosa, señor. No quiso

entregársela a otras manos que no fueran las suyas. Yusted abandonó Inglaterra antes de que tuviera yotiempo de escribirle.

—¡Volvamos, Betteredge, para que nos la entreguende una vez!

—Demasiado tarde, señor, por esta noche. Lasgentes de nuestras costas son muy ahorrativas en lo querespecta a las candelas y las de Cobb’s Hole se acuestantemprano.

Page 603: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¡Absurdo! Podríamos estar allí en media hora.—Podría, sí, usted, estarlo. Y cuando llegara se

hallaría con que la puerta está cerrada.Apuntó con su mano hacia una luz que temblaba

debajo de nosotros y, al tiempo que lo hacía, llegó hastamis oídos, hendiendo la calma de la noche, el rumor deuna corriente.

—¡He ahí la granja, míster Franklin! Acomódese enella por esta noche y venga a verme mañana por lamañana…, si es tan bueno como para hacer tal cosa.

—¿Irás conmigo hasta la cabaña del pescador?—Sí, señor.—¿Temprano?—Tan temprano como usted lo disponga, míster

Franklin.Y descendimos por el sendero que llevaba a la

granja.

III

Sólo una vaga imagen conservo de lo acontecido enla granja de Hotherstone.

Recuerdo que se me dispensó una cordialbienvenida; me acuerdo de una cena prodigiosa quehubiera servido para alimentar a toda una aldea enOriente; de un dormitorio deliciosamente pulcro sin

Page 604: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

otra cosa que lamentar en él que esa detestableinvención de nuestros abuelos llamada colchón deplumas; de una noche agitada y pródiga en fósforos quese inflaman, de una pequeña bujía que se ilumina a cadainstante, y de una honda sensación de alivio al elevarseel sol y vislumbrar la perspectiva de poder levantarme.

De acuerdo con lo convenido la noche anterior conBetteredge, debía yo ir a buscarlo, para dirigirnos aCobb’s Hole, tan temprano como lo creyera yoconveniente…, lo cual, interpretado por mi impaciencia,significaba que habría de ser tan pronto como me fueraposible. Sin aguardar el desayuno en la granja, tomé unmendrugo y emprendí la marcha, diciéndome que eraposible que sorprendiera a mi excelente amigoBetteredge en la cama. Un gran alivio significó para míel comprobar que se hallaba tan extraordinariamenteexcitado, respecto del hecho en cierne, como yo mismo.Lo encontré listo ya y aguardándome con su bastón enla mano.

—¿Cómo te encuentras esta mañana, Betteredge?—Muy mal, señor.—¡Cuánto lo lamento! ¿De qué se trata?—Me aqueja una nueva dolencia, míster Franklin,

que yo mismo he descubierto. No quiero alarmarlo peropuede usted estar seguro de que habrá de atraparlaantes de que termine la mañana.

—¡Caramba, la estoy ya sintiendo!—¿No siente usted, señor, un molesto ardor en la

Page 605: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

boca del estómago? ¿Y un horrible golpeteo en lacoronilla? ¡Ah!, aún no, ¿eh? Ya habrá de sentir su garracuando estemos en Cobb’s Hole, míster Franklin. Yo lallamo la fiebre detectivesca y la sufrí por vez primerajunto al Sargento Cuff.

—¡Ay!, ¡ay!, y la cura, en este caso, consistirá enabrir la carta de Rosanna Spearman, ¿no es así?¡Vamos, echemos mano de ella!

A pesar de lo temprano de la hora, hallamos a lamujer del pescador trajinando ya en la cocina. Al serlepresentado por Betteredge, la buena de mistress Yollandllevó a cabo una ceremonia social, estrictamentereservada, como me enteré posteriormente, para losvisitantes distinguidos. Colocó una botella de ginebraholandesa y dos pipas vacías sobre la mesa y abrió laconversación con estas palabras:

—¿Qué nuevas hay en Londres, señor?Antes de que hubiera tenido yo tiempo de hallar una

respuesta capaz de abarcar la inmensa vastedad de estapregunta, vi avanzar hacia mí un fantasma que surgióde un oscuro rincón de la cocina. Una muchacha pálida,montaraz, extravagante, con una cabelleranotablemente hermosa y unos ojos fieramente sagaces,se aproximó, cojeando y sosteniéndose en una muleta,a la mesa ante la cual me hallaba yo sentado y me mirócomo si estuviera observando un objeto interesante y ala vez horrendo, que la fascinaba totalmente.

—Míster Betteredge —dijo, sin quitarme los ojos de

Page 606: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

encima—, le ruego tenga a bien repetirme su nombre.—Este caballero se llama —replicó Betteredge

(recalcando con énfasis la palabra caballero)— místerFranklin Blake.

La muchacha me volvió la espalda y abandonósúbitamente la habitación. La buena de mistressYolland, creo, me dio algunas excusas por el extrañocomportamiento de su hija, y Betteredge,probablemente, las tradujo a un inglés decoroso.Escribo de esto sin mayor certeza. Mi atención sehallaba absorbida en seguir el rumor de la muleta de lamuchacha. ¡Pum!, ¡pum!, mientras subía por la escalerade madera; ¡pum!, ¡pum!, a través del cuarto, sobrenuestras cabezas; ¡pum!, ¡pum!, por la escaleranuevamente… ¡y he ahí, en el vano de la puerta, alfantasma, con una carta en la mano y haciéndomeseñas!

Yo dejé que las nuevas excusas siguieran su curso amis espaldas y avancé en pos de esa extraña criatura—que cojeaba más y más rápidamente delante de mí—cuesta abajo, hacia la playa. Luego de conducirme hastadetrás de unos botes, fuera de la vista y del alcance deloído de las pocas gentes que se veían en la aldea depescadores, se detuvo y me enfrentó por vez primera.

—No se mueva —me dijo—. Necesito observarlo.No había cómo engañarse respecto de la expresión

de su cara. Yo le inspiraba las más hondas sensacionesde horror y repugnancia que sea posible inspirar. No

Page 607: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

seré tan vanidoso como para afirmar que ninguna mujerme había mirado anteriormente de esa manera.Solamente aventuraré la más modesta aserción de queninguna me había hecho percibir tal cosa hasta eseinstante. Hay un límite respecto de la longitud delexamen que todo hombre es capaz de tolerar, bajodeterminadas circunstancias. Yo traté de desviar laatención de la coja Lucy hacia otra cosa menos repulsivaque mi cara.

—Creo que tiene usted una carta que entregarme—comencé a decirle—. ¿Es la que tiene ahora en lamano?

—Repita esas palabras —fue la única respuesta querecibí.

Así lo hice, igual que un niño juicioso que estáestudiando su lección.

—No —dijo la muchacha, hablando consigo misma,pero manteniendo sus despiadados ojos fijos en mirostro—. No logro ver lo que ella vio en su rostro. Niadivinar lo que escuchó en su voz.

Súbitamente dejó de mirarme y apoyó su fatigadacabeza sobre el extremo de la muleta.

—¡Oh pobrecita mía! —dijo, con la voz más tiernaque le había oído hasta entonces—. ¡Oh mi perdidobien!, ¿qué es lo que vieron tus ojos en este hombre?

Y volviendo a levantar fieramente su cabeza, memiró a la cara una vez más.

—¿Puede usted comer y beber? —me preguntó.

Page 608: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Yo hice lo posible por conservar mi gravedad y lecontesté:

—Sí.—¿Puede usted dormir?—Sí.Cuando ve a alguna pobre criada, ¿no siente

remordimiento alguno?—Ciertamente que no. ¿Por qué habría de sentir tal

cosa?Bruscamente me arrojó la carta (ésa es la verdad) al

rostro.—¡Tómela usted! —exclamó, furiosa—. ¡Jamás lo

había visto a usted antes de ahora! Quiera elTodopoderoso que no vuelva a posar jamás mis ojossobre su persona.

Luego de estas palabras de despedida, echó a andarcojeando a la mayor velocidad que le era posible. Laúnica interpretación que podía yo darle a su conducta eslo que ya todos ustedes se habrán anticipado, sin duda,a darle. Sólo podía pensar que estaba loca.

Después de haber arribado a esta inevitableconclusión, dirigí mi atención hacia esa cosa más dignade interés, la carta de Rosanna Spearman. Su direcciónera la siguiente: «Para el señor Franklin Blake. Paraserle entregada en sus propias manos por Lucy Yolland(y por ella únicamente).»

Desgarré el sello. El sobre contenía una carta y ésta,a su vez, una tira de papel. Leí primero la esquela:

Page 609: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Señor: Si desea comprender el sentido de miactitud hacia usted, mientras se hospedó en la casade Lady Verinder, mi ama, haga lo que le indico enel apunte que va adjunto a ésta…, y que no hayaninguna persona presente que pueda observarlo. Suhumilde criada,

Rosanna Spearman.

Volví mi vista entonces hacia la tira de papel. Heaquí la copia literal de su texto, palabra por palabra:

MEMORÁNDUM: Ir a las Arenas Movedizas,cuando vuelva la marea. Caminar por el Cabo Surhasta que alcance a verse el faro y el asta de labandera de la caseta del guardacostas que asomasobre Cobb’s Hole, en una misma línea. Colocardebajo, sobre las rocas, un palo o cualquiera otracosa rígida para guiar la mano y hacerla posarse demanera exacta sobre la línea que va desde el farohasta el asta de la bandera. Tener cuidado, al haceresto, de que un extremo del palo se encuentre sobreel borde de las rocas, en el lugar desde donde sedominan las arenas movedizas. Ir palpando a lolargo de la estaca, entre las algas marinas(comenzando desde el extremo del palo que apuntahacia el faro), en busca de la cadena. Recorrer lacadena con la mano, cuando la haya encontrado,

Page 610: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hasta llegar al lugar donde ésta baja desde las rocasy se sumerge debajo, en la arena movediza. Yentonces, tirar de la cadena.

Apenas acababa de leer estas últimas palabras—subrayadas en el original—, cuando escuché a misespaldas la voz de Betteredge. El descubridor de lafiebre detectivesca acababa de sucumbir bajo lainfluencia de tan irresistible dolencia.

—No puedo aguardar más tiempo, míster Franklin.¿Qué dice esa carta? ¡Por Dios, señor!, ¿qué dice esacarta?

Le entregué la carta y el memorándum. Leyó laprimera, la cual, al parecer, no despertó en él un graninterés. Pero el segundo —el memorándum— le produjouna gran impresión.

—¡Esto es lo que dijo el Sargento! —exclamóBetteredge—. Siempre, desde el primero hasta el últimoinstante, afirmó que ella poseía un memorándumrelativo al escondite. ¡Aquí lo tenemos! ¡El Señor nosampare, míster Franklin; he aquí el misterio que nosmantenía perplejos a todos, desde el Sargento Cuff paraabajo, listo y aguardando el momento, por así decirlo,para revelársele a usted por sí mismo! Es la hora delreflujo, señor, como puede comprobarlo quienquieratenga ojos. ¿Cuánto tiempo habrá de pasar antes de quecambie la marea?

Elevó su vista y la dirigió hacia un muchacho que se

Page 611: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hallaba componiendo su red a cierta distancia denosotros.

—¡Tammie Bright!—le gritó a voz en cuello.—¡Lo oigo!—le gritó, a su vez, Tammie.—¿A qué hora cambiará la marea?—Dentro de una hora.Ambos dirigimos la vista hacia nuestros relojes.—Podemos ir a dar una vuelta por la costa, míster

Franklin —dijo Betteredge—, y allegarnos así,descansadamente, a las arenas movedizas, con tiempode sobra para obrar. ¿Qué le parece, señor?

—Vamos.En nuestro trayecto hacia las Arenas Movedizas le

rogué a Betteredge que reavivara mis recuerdos(relacionados con Rosanna Spearman) de la época enque el Sargento Cuff efectuó su investigación. Con laayuda de mi viejo amigo logré bien pronto distinguir denuevo en mi memoria la clara sucesión de los eventos.El viaje efectuado por Rosanna hasta Frizinghall,cuando todo el mundo en la casa la creía enferma en suhabitación; sus misteriosas actividades nocturnas,encerrada bajo llave allí, con la bujía encendida hasta lamañana siguiente; la sospechosa compra que hizo de unestuche de estaño barnizado y de las dos cadenas; losperros en casa de mistress Yolland; la seguridad quetenía el Sargento de que Rosanna había ocultado algo;las Arenas Movedizas y su absoluta ignorancia respectode lo que tal cosa podía ser; todo este cúmulo de

Page 612: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conclusiones a que se arribara en la pesquisainterrumpida, en torno a la Piedra Lunar, surgieronnítidamente en mi recuerdo, y se hallaban de nuevo enél cuando alcanzamos las arenas movedizas yavanzamos juntos sobre esa baja capa rocosa llamadaCabo Sur.

Con la ayuda de Betteredge no tardé mucho enalcanzar el lugar desde el cual podían verse el faro y elasta de la bandera de la Guardia de Costas, en unamisma línea. Siguiendo las indicaciones delmemorándum, colocamos en seguida mi bastón en ladirección señalada allí, tan apropiadamente como nosfue posible, sobre la despareja superficie de piedra. Yentonces volvimos a consultar nuestros relojes.

Faltaban aún veinte minutos, aproximadamente,para que se produjera el cambio en la marea. Lepropuse guardar, durante ese intervalo, en la costa, enlugar de hacerlo sobre la húmeda y resbaladizasuperficie rocosa. Una vez sobre la seca arena, y cuandome disponía a sentarme allí, advertí, con gran sorpresa,que Betteredge se disponía a abandonarme.

—¿Por qué te vas? —le pregunté.—Vuelva a leer la carta, señor, y habrá de saberlo.Una sola ojeada a la carta me bastó para recordar h

exigencia de que, en el instante del descubrimiento,debería hallarme solo.

—¡Cómo me duele tener que abandonarlo en unmomento como éste! —dijo Betteredge—. Pero la pobre

Page 613: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tuvo una muerte horrenda, y me parece sentir dentro demí una voz, míster Franklin, que me induce acomplacerla en su capricho. Por otra parte —añadió contono confidencial—, nada hay en la carta que lo obliguea mantener el secreto, posteriormente. Iré a dar unavuelta por la plantación de abetos y esperaré allí hastaque pase a recogerme. No se demore más de loabsolutamente necesario, señor. La fiebre detectivescase convierte en una enfermedad difícil, encircunstancias como éstas.

Luego de esta última advertencia se alejó de mi lado.Ese período de expectativa, breve como resultaba

aplicándosele una medida cronológica, asumíaproporciones formidables al aplicársele la medida de miansiedad. He aquí una de esas ocasiones en que elinapreciable hábito de fumar se torna en un hábitoparticularmente bello y consolador. Encendí un cigarroy me senté sobre el declive de la costa.

La luz del sol derramaba su inmaculada claridadsobre cada cosa en que se posaban mis ojos. Laexquisita frescura del aire trocaba el mero acto de viviry de respirar en una cosa deliciosa. Aun la pequeña ysolitaria bahía le daba su bienvenida a la mañana conseñales de alegría, y aun la desnuda y húmeda superficiede la arena movediza relucía con un brillo que ocultabasu morena superficie debajo de una sonrisa pasajera.Era ése el más bello día que había visto desde miregreso a Inglaterra.

Page 614: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El cambio en la marea se produjo antes de quehubiera terminado de fumar mi cigarro. Vi primerolevantarse las arenas y observé luego el terrible temblorque las recorría en toda su extensión… como si algúnespíritu horrendo viviera, se agitara y temblara en susinsondables profundidades. Arrojé mi cigarro y regreséa las rocas.

Según el memorándum debía yo palpar a lo largo dela línea indicaba por el bastón, comenzando a hacerlodesde el extremo que apuntaba al faro.

Recorrí, pues, de esa manera más de la mitad delbastón, sin encontrar otra cosa que no fuera el borde dela roca. Una o dos pulgadas más allá, no obstante, fuepremiada mi paciencia. En una pequeña y estrechafisura, justamente al alcance de mi dedo índice, palpé lacadena. Al intentar luego seguirla en la dirección de laarena movediza, me vi detenido en mi avance por unadensa profusión de algas marinas, que habían invadidola grieta, sin duda, durante el tiempo transcurrido desdeel momento en que Rosanna Spearman escogió ese sitiocomo escondite.

Era tan imposible arrancar las algas como hurgarcon mi mano a través de ellas. Después de dejarmarcado el sitio indicado por el extremo de la estacaque apuntaba hacia la arena movediza, resolví procedera la búsqueda de la cadena, siguiendo un métodopropio. Mi propósito era «sondear» en seguida debajode las rocas, para ver si lograba recobrar la pista perdida

Page 615: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de la cadena, allí donde ésta se internaba en la arena.Levanté la estaca y me arrodillé sobre el borde del CaboSur.

En esta posición mi cabeza se hallaba a pocos piesde la superficie de la arena movediza. Su proximidad yel horrible temblor que a intervalos la recorría hicieronflaquear mis nervios durante un momento. El espantosotemor de ver surgir a la muerta en el lugar de susuicidio, para venir en mi ayuda el indecible terror deverla levantarse desde lo hondo de la arena palpitantepara venir a indicarme el lugar, forzó mi pensamiento yme hizo sentir frío en medio de la cálida luz del sol.Confieso que cerré los ojos en el instante en que elextremo del palo se introdujo en la arena movediza.

Un momento después y antes de que aquél sehallaba sumergido más allá de unas pocas pulgadas, mesentí liberado de las garras de mi propio terrorsupersticioso y empecé a palpitar de emoción, de lacabeza a los pies. ¡Sondeando a ciegas, como lo habíahecho, en esa primera tentativa…, acababa de sondearperfectamente bien! Mi bastón dio con la cadena.

Asiendo firmemente con mi mano izquierda lasraíces de las algas marinas, me tendí sobre el borde delcabo y palpé con la derecha por debajo de las rocassalientes. Mi mano derecha dio con la cadena.

Tiré de ella hacia lo alto sin la menor dificultad. Y heahí que amarrado a su extremo vi aparecer el estuche deestaño barnizado.

Page 616: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

De tal manera se había herrumbrado la cadena bajola acción del agua, que me fue imposible desprenderladel anillo que la unía al estuche. Colocando éste entremis rodillas y mediante el mayor esfuerzo que me fueposible, logré arrancarle la cubierta. Cierta sustanciablanca llenaba todo su interior. La tomé en mis manosy comprobé que se trataba de un género de lino.

Con éste salió del estuche una carta completamenteapañuscada Luego de inquirir su dirección y comprobarque figuraba allí mi nombre, me la guardé en el bolsilloy quité del todo el género del estuche. Salió de él bajo laforma de un grueso rollo que había adquirido laconfiguración del estuche en el que permaneciera tantotiempo encerrado y libre de toda acción dañina,respecto del agua del mar.

Me dirigí con el trozo de género hacia la seca arenade la costa, y lo desenrollé y alisé allí. No había la menorduda de que se trataba de una prenda de vestir. Era unacamisa de dormir.

En su parte superior, cuando la extendí, no percibíotra cosa que un sinnúmero de pliegues y arrugas.Indagué entonces en su extremo inferior y descubríinstantáneamente la mancha producida por la pinturade la puerta del boudoir de Raquel.

Mis ojos permanecieron clavados en la mancha y mimemoria me hizo retroceder de un salto del presente alpasado. Volví a oír exactamente las mismas palabrasque pronunciara el Sargento Cuff, en otra ocasión, como

Page 617: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

si éste se encontrara de nuevo a mi lado y se refiriera ala irrefutable consecuencia que extraía de la manchasobre la puerta:

«Averigüe usted, primeramente, si hay en la casaalgún traje que ostente una huella de pintura. Luego, aquién pertenece dicho traje. Y, por último, trate delograr que esa persona explique por qué se encontrabaen dicha habitación entre la medianoche y las tres de lamañana y cómo fue que manchó la puerta. Si esapersona no logra satisfacer sus deseos, no tendrá ustedentonces que dedicarse por más tiempo a la búsquedade la mano que se apoderó del diamante.»

Una tras otra, cada una de estas palabrascomenzaron a recorrer mi memoria, repitiéndose una yotra vez con mecánica y árida obstinación. Desperté deese trance cuya duración me pareció de varias horas —yque, realmente y sin la menor duda, no duró más que unbreve instante—, al escuchar una voz que me llamaba.Alcé la vista y comprobé que la paciencia de Betteredgese había agotado, al fin. Apenas si era visible entre losmédanos, mientras se acercaba, de regreso de la costa.La figura del anciano sirvió para traerme de inmediatoa la realidad y recordarme que la investigación sehallaba aún incompleta. Acababa de descubrir lamancha en la camisa de dormir. Pero ¿a quiénpertenecía esa prenda?

Mi primer impulso fue consultar la carta que teníaen el bolsillo…, la que había encontrado dentro del

Page 618: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

estuche.Acababa de levantar la mano para apoderarme de

ella, cuando recordé que había otra manera de descubrirlo que deseaba. La propia camisa de dormir me habríade revelar el misterio, porque, con toda seguridad, debíaestar marcada con el nombre de su dueño. Di con él y loleí…

¡MI PROPIO NOMBRE!He ahí que esas letras familiares me demostraban

que la prenda era mía. Levanté mi vista. He allí el sol;he allí las resplandecientes aguas de la bahía y el viejoBetteredge aproximándose más y más hacia mí. Volví amirar las letras. Mi propio nombre. Frente a mí,sencillamente…, las letras de mi nombre.

«Si el tiempo, el esfuerzo personal y el dinero bastanpara ello, habré sin duda de echarle el guante al ladrónque hurtó la Piedra Lunar…» Con estas palabras en laboca había partido de Londres. Desvelé luego el secretoque las arenas movedizas le habían ocultado a todo serviviente. Y frente a esa prueba irrefutable que era lamancha de pintura, acababa de descubrir que yo mismohabía sido el ladrón.

IV

No encuentro palabras adecuadas para expresar mis

Page 619: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sensaciones de ese instante.Tengo la impresión de que el choque que en mí se

produjo provocó una paralización de mi facultad depensar y de la de sentir. Sin duda no debí saber lo quehacía cuando se reunió conmigo Betteredge, ya que ésteme ha asegurado que me eché a reír cuando mepreguntó qué es lo que ocurría y que le entregué lacamisa de noche para que leyera el acertijo por símismo.

De lo que hablamos en la costa entonces no tengo elmás remoto recuerdo. El primer sitio en el cual alcanzoa distinguir mi figura claramente, luego de eso, es laplantación de abetos. Me veo a mí mismo y a Betteredgecaminando juntos en dirección de la casa, y oigo queBetteredge me dice que me hallaré yo y se hallará él encondiciones de afrontar lo ocurrido, una vez quehayamos bebido un vaso de grog.

La acción muda de escenario y pasa de la plantaciónde abetos al pequeño gabinete de Betteredge. Heolvidado mi decisión de no penetrar en la casa deRaquel. Percibo la agradable frescura, la sombra y laquietud del cuarto. Bebo el grog (un lujo para míenteramente nuevo, a esa hora del día) que mi viejo ybuen amigo mezcla con el agua helada de la fuente. Encualesquiera otras circunstancias la bebida no hubierahecho más que atolondrarme. En las actuales, aquietamis nervios. Comienzo ya a afrontar lo ocurrido, segúnha predicho Betteredge. Este también, por su parte,

Page 620: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

comienza a afrontar lo ocurrido.Sospecho que la descripción que estoy haciendo de

mí mismo constituye, para decir lo menos que se puedeafirmar respecto de ella, una descripción bien extraña.Colocado en una situación que, en mi opinión, puedeser considerada absolutamente sin paralelo, ¿cuál es elprimer expediente a que recurro? ¿Me alejo, acaso, detodo contacto con los demás? ¿Me pongo a analizarpacientemente esa abominable imposibilidad que se meopone, sin embargo, como una innegable realidad? ¿Meprecipito de regreso a Londres, en el primer tren, paraconsultar con las más altas autoridades y para iniciar deinmediato una investigación? No. Acepto, en cambio,cobijarme bajo el techo de una casa respecto de la cualhe dicho que no habría de degradarme jamás hasta elpunto de llegar a trasponer su umbral; y me siento aempinar el codo con alcohol y agua en compañía de unviejo criado, a las diez de la mañana. ¿Es ésa la conductaque podía esperarse de un hombre colocado en lahorrible situación en que yo me hallaba? Sólo me caberesponder que la contemplación del rostro familiar delviejo Betteredge significó para mí un estímulo deincalculable valor y que el grog del viejo Betteredge meayudó, según creo, como ninguna otra cosa hubieralogrado hacerlo, a levantar mi cuerpo y mi espíritu delplano de postración en que habían caído. Sólo estaexcusa puedo ofrecer para justificar mi conducta, yproclamar en seguida mi admiración por ese invariable

Page 621: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mantenimiento de la dignidad y esa estricta y lógicaconsistencia de conducta que distinguirá sin duda, antecualquier emergencia, desde la cuna a la tumba, a todohombre o mujer que pose sus ojos en estas páginas.

—Ahora, míster Franklin, hay, sea como fuere, unhecho cierto —dijo Betteredge, arrojando la camisa denoche sobre la mesa que se interponía entre ambos yseñalando a aquélla como si se tratara de un ser vivienteque pudiera escucharlo—. Para comenzar, debo decirque él es un mentiroso.

Este consolador punto de vista difería del que surgióen mi mente, respecto de ese asunto.

—Soy tan inocente, en lo que concierne al robo deldiamante, como lo eres tú —le dije—¡Pero he ahí esaprueba en contra de mí! La pintura sobre la camisa dedormir y el nombre que aparece sobre la mismaconstituyen dos realidades.

Betteredge levantó mi vaso y lo colocópersuasivamente en mi mano.

—¿Realidades? —repitió—. ¡Tome un trago más degrog, míster Franklin, y verá usted cómo desapareceesta debilidad que lo hace creer en ellas! ¡Trampa,señor!—continuó diciendo, bajando la voz hasta hacerlaalcanzar un tono confidencial—. Eso es lo que mesugiere este acertijo. Trampa que se oculta en algúnlugar de él…, y que yo y usted tenemos que descubrir.¿No había otra cosa en el estuche de estaño cuandointrodujo usted su mano en él?

Page 622: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

La pregunta me trajo a la memoriainstantáneamente la carta que guardara en mi bolsillo.La extraje de él y la abrí. Se componía de numerosaspáginas ceñidamente escritas. Impaciente, dirigí misojos hacia el final de la misma, en busca de la firma,«Rosanna Spearman».

En cuanto comencé a leer ese nombre, una súbitaañoranza iluminó mi cerebro y una imprevista sospechabrotó al conjuro de esa nueva luz.

—¡Alto ahí! —exclamé—. ¿Rosanna Spearman vinoa casa de mi tía luego de salir de un reformatorio? ¿Nohabía sido antes una ladrona?

—Nadie lo niega, míster Franklin. ¿A qué viene esoahora? ¡Por favor!…

—¿A qué viene? ¿Cómo podemos afirmar que no fueella quien robó el diamante, después de todo? ¿O decirque no manchó intencionadamente mi camisa de nochecon la pintura?…

Betteredge dejó caer su mano sobre mi brazo, y mecontuvo antes de que pudiera añadir una sola palabra alo ya dicho.

—No me cabe la menor duda de que logrará ustedverse libre de esto, míster Franklin. Pero espero que nosea de esa manera. Entérese de lo que dice la carta,señor. Para hacerle justicia a la memoria de lamuchacha, entérese de lo que dice la carta.

Sus palabras graves influyeron en mi ánimo… lassentí casi como si constituyeran un reproche.

Page 623: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Podrás juzgar luego de que te haya leído la carta—le dije—; la leeré en voz alta.

Comencé, pues…, y di lectura a las siguientes líneas:

Sir: Tengo algo que confesarle. Una confesiónque encierra una gran desgracia puede decirse, aveces, en muy pocas palabras. Para decir ésta nonecesito más que dos. Lo amo.

La carta se deslizó de mi mano. Miré a Betteredge yle dije:

—En nombre del Cielo, ¿qué significa esto?Él pareció tener miedo de responder a la pregunta.—Usted estuvo esta mañana a solas con la coja Lucy,

señor —me dijo—. ¿Le dijo ella algo respecto deRosanna Spearman?

—Ni siquiera mencionó su nombre una sola vez.—Tenga la bondad de volver a su carta, míster

Franklin. Le confieso que no me atrevo a causarle unnuevo trastorno, luego de lo que ha tenido usted quesoportar hasta ahora. Deje que ella le hable por símisma, señor. Y termine con su grog. Por su propiobien, termine de beber su grog.

Yo reanudé la lectura de carta.

Mucha vergüenza me habrían de causar estaspalabras, si estuviera viva cuando usted las leyera.Habré muerto y desaparecido, señor, cuando usted

Page 624: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

descubra esta carta. Eso es lo que me hace serosada. No habrá siquiera una tumba que merecuerde. Me atrevo a decirle la verdad…, porque séque la arena movediza me está aguardando paraocultarme una vez que haya escrito estas palabras.

Además, hallará usted su camisa de dormir enmi escondite, con la mancha de pintura en ella yquerrá usted saber cómo llegué yo a ocultarla, y porqué no le dije una palabra de ello cuando estabaviva. Una sola razón puedo darle. Si hice todas esascosas extrañas fue porque lo amaba.

No lo molestaré con mayores detalles respecto amí misma o de la vida que llevé antes de que visitarausted la casa de mi ama. Lady Verinder me sacó deun reformatorio. Había ido a éste desde la prisión.A la prisión por ladrona. Y fui ladrona porque mimadre vagaba por las calles desde que yo era muypequeña. Mi madre salió a vagar por las callesdebido a que un caballero, que era mi padre, laabandonó. No es necesario que me detenga más enuna historia tan vulgar. A cada momento aparecenen los diarios.

Lady Verinder fue muy buena conmigo, y místerBetteredge también lo fue. Estos dos y la directoradel reformatorio han sido las únicas personasbuenas que encontré durante toda mi existencia.Hubiera podido acostumbrarme a esa existencia—aunque sin ser feliz—, hubiera podido, de todos

Page 625: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

modos, acostumbrarme, si no hubiera venido ustedde visita a la casa. No lo condeno a usted, señor. Laculpa es mía…, totalmente mía.

¿Se acuerda usted de aquella mañana en queapareció frente a nosotros, en medio de las dunas,en busca de míster Betteredge? Era usted como elpríncipe de un cuento de hadas, como el amante deun sueño. Era usted el ser más adorable que jamásvieran mis ojos. Algo me hizo sentir esa felicidadque nunca había experimentado; brotó dentro de míen cuanto posé mis ojos en usted. No se ría de mi, sile es posible. ¡Oh, si pudiera hacerle sentir tan sólocuán importante es esto para mí!

Me volví en seguida a la casa y escribí su nombrey el mío en mi costurero y dibujé debajo de ambos ellazo del perfecto amor. Y entonces, algúndemonio…. no, debiera más bien decir un ángelbueno, me cuchicheó al oído: ‘‘Ve al espejo y mírateen él.’’ El espejo me dijo…, no importa lo que él medijo. Demasiado entontecida me hallaba parareparar en su advertencia. Y seguí enamorándomemás y más de usted, como si fuera una dama de sumisma condición y la más hermosa criatura quehubieran visto sus ojos. Me esforcé —¡oh, de quémanera, querido mío!— para lograr que usted memirara. Si usted hubiera sabido de qué maneralloraba yo por las noches, mortificada y dolorida porel hecho de que usted nunca se fijara en mí, se

Page 626: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habría apiadado, tal vez, de mí y me habría dirigidode vez en cuando alguna mirada, para que pudieravivir de ella.

Y no hubiera sido ésa una mirada muy amable,quizá, si hubiera usted adivinado en qué formaodiaba yo a miss Raquel. Creo que descubrí queusted la amaba, antes de que lo hiciera ustedmismo. Ella tenía la costumbre de regalarle rosaspara que se las pusiera usted en el ojal de suchaqueta. ¡Ah, míster Franklin, llevó usted másveces mis rosas, en el ojal, de lo que usted o ellasospecharon! Mi único consuelo, en ese entonces,era el de colocar a hurtadillas mi rosa en su vaso conagua, en lugar de la de ella… y luego arrojar la rosade miss Raquel.

Si hubiera sido ella, realmente, tan hermosacomo usted la imaginaba, podría yo habersobrellevado mejor mi destino. Pero no; creo quehubiera sentido aún mayor rencor hacia ella.Supongamos que viste usted a miss Raquel con lasropas de una criada y le quita todos sus adornos…No sé qué objeto tiene escribir de esta manera. Nose podía negar que ella tenía un pobre aspecto; erademasiado delgada. Pero ¿quién podrá adivinar loque habrá de gustarle a un hombre? Por otra parte,las señoritas llegan a conducirse, a veces, de unamanera que bastaría para hacerle perder su empleoa una criada. Pero no es éste un asunto que me

Page 627: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

atañe. No puedo esperar que lea usted mi carta, siescribo de esta manera. Pero es que me rebela oírdecir que miss Raquel es hermosa, cuando bien sabeuna que sólo es su ropa y su confianza en sí mismalas que producen tal efecto.

Trate de no impacientarse conmigo, señor. Meaproximaré, de la manera más rápida que me seaposible, a la época que, sin duda, habrá de despertaren usted un mayor interés…; la época de ladesaparición del diamante.

Pero hay una cosa que se me ha antojado decirleprimero.

Mi vida no fue muy difícil de sobrellevarmientras fui una ladrona. Sólo cuando se me enseñóen el reformatorio a sentir mi propia degradación ya esforzarme por alcanzar cosas mejores, mis días setornaron aburridos y largos. Las ideas sobre elfuturo se abrieron paso por su cuenta dentro de mímisma, entonces. Llegué a sentir el horrendoreproche que la gente honesta —aun los más buenosentre los honestos— significaba en sí misma paramí. Una angustiosa sensación de soledad me seguíafuese donde fuere, hiciese lo que hiciere y viese a lagente que viere. Mi deber me imponía, bien lo sé,tratar de armonizar con mis compañeros de labor demi nuevo destino. Por una u otra causa no pudehacerme amigo de ninguno de ellos allí. Me miraban(o me pareció que me miraban) como si

Page 628: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sospecharan lo que había sido yo anteriormente. Nolamento, absolutamente, el hecho de que se me hayadespertado y se me haya obligado a hacer unesfuerzo para convertirme en una mujer mejor; peroen verdad, era ésa una existencia árida. Ustedapareció en ella como un rayo de sol, al principio…y luego, también usted me decepcionó. Yo fui losuficientemente loca como para enamorarme deusted, y no logré hacerlo reparar siquiera en mí. Eraésa una gran desdicha…, realmente una grandesdicha.

Ahora estoy llegando a lo que quería decirle. Enaquellos días de amargura fui dos o tres veces,durante mis salidas, a mi lugar predilecto…: la costaque domina las Arenas Movedizas. Y me dije a mímisma: ‘‘Creo que esto habrá de terminar aquí.Cuando no pueda soportarlo más, creo que habré determinar aquí.’’ Tiene usted que tener en cuenta,señor, que el sitio ejercía sobre mí una especie dehechizo, desde antes de que usted llegara a la casa.Siempre había tenido el presentimiento de que algohabía de ocurrirme algún día en la arena movediza.Pero jamás había mirado hacia ella considerandoque podría convertirse en el medio de librarme demí misma, antes de la época a la cual me estoyrefiriendo ahora. Entonces fue cuando pensé quecontaba con un lugar donde poner fin a todas mispenas en un momento…, y donde ocultarme para

Page 629: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

siempre.Esto es cuanto tengo que decirle respecto de mí

misma, desde la mañana en que lo vi por vezprimera hasta la otra mañana en que la pérdida deldiamante alarmó a toda la casa.

Tan exasperada me hallaba por la tonta charlade las criadas, que no hacían más que preguntarsesobre quién debían recaer inmediatamente lassospechas, y tan irritada me hallaba con usted (queestaba tan poco enterado de lo ocurrido por eseentonces) por el trabajo que se tomó a fin de dar conla gema y por haber recurrido a la policía, queresolví mantenerme lo más alejada que me fueraposible de los demás, hasta que, más tarde esemismo día, llegó el funcionario de Frizinghall a lacasa.

Míster Seegrave comenzó, como ustedrecordará, por establecer una guardia en losdormitorios de las mujeres, y éstas subieronentonces la escalera hechas unas furias, para que seles explicara por qué las había insultado aquél deesa manera. Yo fui con ellas porque, si no lo hubierahecho, ese hombre de tan cortos alcances que esmíster Seegrave, habría sospechado de míinmediatamente. Lo encontramos en el cuarto demiss Raquel. Nos dijo entonces que no quería allítantas mujeres, señaló la mancha que se hallaba enla pintura de la puerta y sugirió que alguna de

Page 630: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

nosotras debía de haberla hecho con su falda.Después nos envió escalera abajo nuevamente.

Luego de abandonar el cuarto de miss Raquelme detuve un instante en uno de los rellanos, paracomprobar si había manchado por azar mi vestido.Penélope Betteredge (la única, entre las mujeres,con quien me hallaba en amistosas relaciones) pasóen ese momento a mi lado y advirtió lo que mehallaba haciendo.

—No tienes por qué preocuparte, Rosanna —medijo—. La pintura de la puerta de miss Raquel haceya varias horas que se halla seca. Si míster Seegraveno hubiera puesto guardia en nuestros dormitorios,se lo hubiera dicho. No sé lo que piensas tú de ello…Yo, por mi parte, jamás fui insultada anteriormentede esa manera.

Penélope era una muchacha muy fogosa. Yo lacalmé y la retrotraje a lo que me dijera antes,cuando manifestó que la pintura de la puerta hacíaya varias horas que se había secado.—¿Cómo lo sabes? —le pregunté.

—Estuve con miss Raquel y míster Franklindurante toda la mañana de ayer —me dijoPenélope—, mezclando los colores, mientras ellosterminaban la puerta. Oí que miss Raquel lepreguntaba si la puerta estaría seca para elatardecer, a fin de poder ser contemplada por losinvitados del día del cumpleaños. Y míster Franklin

Page 631: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sacudió la cabeza y le contestó que no se secaríahasta dentro de doce horas. Hacía ya rato que habíapasado la hora del almuerzo…, eran ya más de lastres cuando terminaron de pintar. ¿Qué es lo que tesugieren tus cálculos, Rosanna? Los míos me dicenque la puerta se hallaba seca a las tres de estamañana.

—¿Subió alguna de las señoras ayer por la nochepara verla? —le pregunté—. Me pareció oír decir amiss Raquel que no debían acercarse a la puerta.

—Ninguna de las señoras ha manchado la puerta—me respondió Penélope—. Dejé a miss Raquel ensu lecho a las doce, anoche. Miré luego hacia lapuerta y no advertí nada anormal en ella.

—¿No deberías comunicarle tal cosa a místerSeegrave, Penélope?

—No le diría una sola palabra que pudieraayudar a míster Seegrave, me ofrezcan lo que meofrecieren.

Partió en seguida para sus ocupaciones y yo paralas mías.

Mi trabajo, señor, consistía en hacerle a usted lacama y en ordenar su cuarto. Era ése, para mí, elinstante más feliz del día. Acostumbraba besar laalmohada en la que había reposado su cabeza todala noche. Quienquiera se haya encargado desdeentonces de ello, jamás le habrá plegado nadie susropas en la forma delicada en que yo lo hacía. En

Page 632: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ninguna de las chucherías guardadas en su neceserse advirtió jamás una mancha de polvo. Ustedreparó tanto en ello como reparó en mi propiapersona. Perdón: ya me estaba olvidando de mímisma. Debo apresurarme y continuar con lo que leestaba diciendo.

Pues bien, entré esa mañana en su cuarto pararealizar mi trabajo cotidiano. Sobre la cama sehallaba su camisa de dormir, en la misma posiciónen que usted la dejara al arrojarla allí. La tomé enmis manos para doblarla…, ¡y descubrí la manchade pintura hecha en la puerta de miss Raquel!

Tanto pavor me provocó este descubrimientoque eché a correr con la camisa de noche en la manoen dirección de la escalera trasera y me encerré conllave en mi cuarto para poder observarla en un lugardonde ningún intruso viniera a interrumpirme.

Tan pronto como recuperé el aliento me acordéde mi conversación con Penélope y me dije a mímisma: ¡He aquí una prueba que viene a demostrarque él se hallaba en el gabinete de miss Raquel,entre las doce de anoche y las tres de esta mañana!

No le diré aquí, de manera clara, cuál fue laprimera sospecha que cruzó por mi mente al hacerese descubrimiento. No haría usted más queirritarse…, y, si se irritara, habría de desgarrar estacarta y no leer una sola palabra más.

Permítame que le diga sólo esto. Luego de

Page 633: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

meditar sobre ello hasta donde me lo permitía micapacidad, deduje que lo que había pasado no eraposible, por el motivo que le daré a conocer enseguida. Si se hubiera encontrado usted en elgabinete de miss Raquel, sabiéndolo ella, a esa horade la noche (y si hubiera sido usted tan tonto comopara olvidarse de que debía tener cuidado con lapuerta húmeda), ella se lo habría recordado…, y ellano lo hubiera dejado salir jamás de allí llevándoseun testimonio en su contra, como ése sobre el cualposaba yo ahora mis ojos. Al mismo tiempo deboreconocer que no me hallaba completamente segurade haberme probado a mí misma que mi primerasospecha era equivocada. Recordará usted, sinduda, que he admitido que odiaba a miss Raquel.Haga usted lo posible por pensar, si es que puede,en que había un poco de odio en todo esto. La cosaterminó con mi resolución de retener la camisa denoche y aguardar, observar y pensar en lo que debíahacer con la prenda. Le ruego que recuerde quehasta ese momento ni la sombra de una sospechahabía anidado en mi cabeza, respecto al hecho deque usted era quien había robado el diamante.

A esta altura suspendí por segunda vez la lectura dela carta.

Había leído todos los pasajes de la confesión de lainfeliz mujer con natural sorpresa, y puedo

Page 634: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

honestamente añadir que con sincero pesar. Habíalamentado, sinceramente lamentado, la calumnia queatolondradamente arrojara sobre su memoria antes dehaber leído una sola línea de su carta. Pero al llegar alpasaje citado más arriba, debo reconocer que sentí queme iba encolerizando más y más contra RosannaSpearman, a medida que avanzaba en la lectura.

—Lee tú el resto—le dije a Betteredge, alargándole lacarta por encima de la mesa—. Si encuentras algo en ellaque sea imprescindible que yo lea, puedes leérmelo envoz alta, en el instante en que lo halles.

—Lo comprendo, míster Franklin —me respondió—.Es natural, señor, tratándose de usted. Y, ¡Dios nosampare a todos!—añadió bajando la voz—, no es menosnatural, tratándose de ella.

A continuación transcribo la carta, según el originalque obra en mi poder.

Resuelta ya a retener la camisa de noche y aaguardar con el fin de ver el uso que mi amor o misdeseos de venganza (difícilmente podría precisarcuál de los dos) me impulsaban a hacer de la prendaen el futuro, el próximo paso que debía dar ahoraera el de hallar la manera de conservarla sin correrel riesgo de ser descubierta.

Sólo existía una manera…; confeccionar otracamisa de dormir exactamente igual a la anteriorantes de que con el día sábado llegara a la casa la

Page 635: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lavandera con su inventario de la ropa.Temí postergar tal cosa hasta el día siguiente, el

viernes, debido a que en ese intervalo podía ocurrircualquier accidente inesperado. Me dispuse, pues,a confeccionar la nueva camisa de dormir esemismo día (el jueves), durante el cual podía contar,si es que jugaba hábilmente mis cartas, con eltiempo suficiente para hacerlo. La primera cosa quedebía hacer (luego de cerrar bajo llave su camisa denoche en mi gaveta) era regresar a su dormitorio…,no tanto para poner allí las cosas en orden(Penélope lo hubiera hecho de habérselo yo pedido),sino para comprobar si había usted borrado algunamancha de pintura dejada por la camisa de dormiren su lecho o sobre cualquiera de los muebles de lahabitación.

Examiné todas las cosas con el mayor cuidado ydescubrí, al fin, unas pocas y débiles rayas depintura en la parte interior de su bata…; pero no enla bata de lino que acostumbraba usted ponersedurante ese verano, sino en otra de franela quetambién era suya. Yo supuse que había sentidousted frío, luego de haber andado de aquí para allásin otra cosa encima que su camisa de dormir y quedecidió echarse encima la ropa más abrigada queencontró a mano. Sea como fuere, allí estaban lasmanchas, apenas visibles, en la parte interior de labata. Yo las quité de allí rápidamente, raspando la

Page 636: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

franela. Una vez hecho esto, la única prueba quehabía en contra suya era la que se hallaba encerradabajo llave en mi gaveta.

Acababa de dar término al arreglo de su cuarto,cuando fui llamada a comparecer ante místerSeegrave, junto con el resto de la servidumbre.Luego vino el registro de todas nuestras arcas. Ymás tarde el más extraordinario de los eventos deldía —para mí—, desde el momento en que hallara lamancha de pintura en su camisa de dormir. Seprodujo el mismo a raíz del segundo interrogatoriode Penélope Betteredge efectuado por el InspectorSeegrave.

Penélope retornó a nuestro lado completamentefuera de sí por la manera en que la había tratadomíster Seegrave. Le había insinuado, sin dejar lugara dudas, que sospechaba que ella era la ladrona.Todas nos asombramos en la misma medida y lehicimos la misma pregunta: ¿Por qué?

—Porque el diamante se hallaba en el gabinetede miss Raquel —nos mostró Penélope—. Y porqueyo fui la última persona que estuvo en él esa noche.

Antes casi de que estas palabras brotaran de suslabios, me acordé yo de que otra persona habíaestado en el gabinete después de Penélope. Esapersona era usted. La cabeza me dio vueltas y misideas se entremezclaron de manera espantosa. Enmedio de todo esto, cierta voz interior me cuchicheó

Page 637: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

al oído que la mancha de su camisa de dormir podíamuy bien significar algo completamente diferentede aquello que yo había pensado hasta entonces. «Silas sospechas deben recaer sobre la última personaque estuvo en la habitación», pensé, «entonces elladrón no es Penélope, sino míster Franklin Blake.»

De haberse tratado de otro caballero, creo queme hubiera sentido avergonzada de sospechar queera el autor del robo, en el mismo instante en que talsospecha se hubiera hecho presente en mi cerebro.

Pero el simple pensamiento de que usted habíadescendido a mi nivel y de que yo misma, alapoderarme de su camisa de noche, me habíaadueñado, a la vez, de los medios que me serviríanpara evitar que lo descubrieran y lo deshonraranpara toda la vida…, le digo, señor, que ese simplepensamiento pareció ofrecerme una tan grandeoportunidad de ganarme su buena voluntad, quepasé ciegamente de la sospecha, por así decirlo, a lacreencia. De inmediato me convencí a mí misma deque usted había demostrado mayor celo que nadiepor ir a buscar a la policía, utilizando eso como unapantalla que sirviera para engañarnos a todos, y quela mano que se había apoderado de la gema de missRaquel no podía ser otra, sin lugar a dudas, que lasuya.

La agitación que tal descubrimiento me produjodebió, creo, de haberme hecho perder la cabeza

Page 638: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

durante un momento. Sentí entonces un deseo tanabsorbente de verlo —de ensayar una o dos palabrasrelativas al diamante y obligarlo así a mirarme yhablarme—, que luego de ordenarme el cabello yembellecerme cuanto me fue posible, me dirigíosadamente a la biblioteca, donde sabía que sehallaba usted escribiendo.

Usted había olvidado arriba uno de sus anillos,lo cual me brindó la mejor y más excelente excusaque podría yo haber deseado para justificar miintromisión. Pero, ¡oh señor!, si ha estado ustedenamorado alguna vez podrá entonces comprendercómo fue que todo mi coraje se vino abajo en cuantopenetré en la habitación y me hallé en su presencia.Y en seguida levantó usted su vista para mirarmetan fríamente y me dio las gracias por haberencontrado su anillo con un tono tan indiferente,que sentí que las rodillas me temblaban y mepareció que estaba a punto de caer sobre el piso, asus pies. Luego de haberme dado las gracias, volvióusted a dirigir su mirada, según recordará, hacia elpapel sobre el cual se hallaba escribiendo. Tanto memortificó el ser tratada de esa manera que recobréel ánimo suficiente como para poder hablar. Y ledije: «Es raro lo que ha ocurrido con el diamante,señor.» Usted volvió a alzar la vista y me dijo: «Sí,es raro.» Su tono fue cortés (no puedo negarlo);pero aun así seguía usted manteniendo la

Page 639: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

distancia…, una cruel distancia entre nosotros.Creyendo, como yo creía, que había usted ocultadoel diamante desaparecido, mientras se hallaba allíhablando conmigo, su frialdad me provocó en talforma, que fui lo suficientemente osada, en el ardordel momento, como para prevenirle. Y le dije: «¿Noes cierto, señor, que no habrán de recuperar jamásel diamante? No. Como tampoco darán nunca con lapersona que se lo llevó… Respondo de ello.» Losaludé con la cabeza y le sonreí, como si le dijera:«¡Estoy enterada!» Esta vez levantó usted su vistapara mirarme de una manera que parecía denotaren sus ojos la existencia de algo semejante alinterés, y fui consciente entonces de que unas pocaspalabras de parte suya y mía bastarían para traer laverdad a la superficie. En ese mismo instante místerBetteredge lo estropeó todo al acercarse a la puerta.Yo conocía sus pisadas y sabía también que era ircontra las reglas establecidas por él en la casa elhallarme en la biblioteca a esa hora del día…, muchomás todavía estando allí usted. Apenas si tuve eltiempo suficiente para salir de la habitación por micuenta, antes de que él entrara y me echara de ella.Me hallaba irritada y desanimada, pero no habíaperdido las esperanzas, a pesar de ello. El hielo,como usted ve, se había roto entre nosotros…, y mepropuse cuidarme bien de que en la próximaocasión no se cruzara míster Betteredge en mi

Page 640: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

camino.En tanto regresaba al vestíbulo de la

servidumbre oí sonar la campanilla que anunciabael almuerzo. ¡Era ya la tarde, y no había adquiridoaún los materiales para confeccionar la nuevacamisa de dormir! Sólo una oportunidad se meofrecía de procurarlos. Fingí hallarme enferma a lahora del almuerzo y pude disponer así de todo elintervalo que mediaba entre ese instante y la horadel té.

Cómo fue que empleé mi tiempo mientras todoel mundo en la casa me imaginaba reposando en micuarto y cómo la noche luego que fingí nuevamentea la hora del té hallarme enferma y se me envió a mialcoba de arriba, no es necesario que se lo diga austed. El Sargento Cuff descubrió, al menos eso, sino otra cosa. Me imagino cómo fue. Fui descubierta,aunque tenía la cara cubierta con un velo, mientrasme hallaba en la tienda del pañero de Frizinghall.En el mostrador ante el cual efectuaba yo la comprade la tela había un espejo y en ese espejo vi que unode los tenderos le indicaba mi hombro a otro y lecuchicheaba algo al oído. Esa noche, por otra parte,y mientras me hallaba encerrada con llave en micuarto, y entregada furtivamente a mi labor, oí larespiración de las criadas, que sospechaban de mí,junto a mi puerta.

De nada sirvió ello entonces: de nada servirá

Page 641: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tampoco ahora. El viernes por la mañana y variashoras antes de que entrara en la casa el SargentoCuff, estaba ya lista la nueva camisa de noche —quehabría de reemplazar a la que yo poseía—confeccionada, retorcida, secada, planchada,marcada y doblada en la misma forma en que lalavandera plegara todas las otras prendas y a salvoen su gaveta. No había por qué temer (en caso deque se procediera al registro de la ropa blanca de lacasa) que la camisa de dormir me descubriera porsu calidad de nueva. Toda su ropa interior habíasido renovada cuando usted vino a nuestra casa…,supongo que a su retorno al país desde el extranjero.

El próximo acontecimiento fue la llegada delSargento Cuff y la próxima gran sorpresa el anunciode lo que él opinaba respecto de la mancha de lapuerta.

Yo lo había considerado a usted culpable, comoya lo he admitido, más por la necesidad que sentíade que usted lo fuera que por ninguna otra razón. ¡Yhe ahí que ahora el Sargento Cuff llegabaexactamente a la misma conclusión por un caminodiferente! ¡Y yo tenía en mi poder la prenda queconstituía la única prueba en su contra! ¡Ningunaotra criatura viviente sabía tal cosa…, ustedinclusive! Me espanta el decirle lo que pensé en elinstante en que me acordé de todas esas cosas…,maldeciría usted mi memoria eternamente si se lo

Page 642: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dijera.

A esta altura, Betteredge levantó su vista de la carta.—Ni la menor chispa de luz hasta el momento,

míster Franklin —me dijo el anciano, quitándose suspesados espejuelos de carey y apartando un tanto laconfesión de Rosanna Spearman—. ¿Ha llegado ustedpor su parte a alguna conclusión, señor, mientras meescuchaba?

—Termina de leer primero, Betteredge; puede serque al final haya algo que venga a iluminarnos. Para eseentonces tendré una o dos palabras que decirte.

—Muy bien, señor. Dejaré descansar un poco misojos y proseguiré en seguida mi lectura. Mientras tanto,míster Franklin —y aunque no quiero apurarlo—, ¿lesería molesto decirme, de la manera más breve, sipercibe usted la pista en medio de todo este enredo?

—Percibo un viaje de regreso a Londres—le dije—,para ir a consultar a míster Bruff. Si él no puedeayudarme. . .

—Sí, señor.—Y si el Sargento no se decide a abandonar su retiro

de Dorking…—¡No querrá abandonarlo, míster Franklin!—Entonces, Betteredge —hasta donde alcanzo yo a

percibir ahora—, me encuentro con que he agotadotodos mis recursos. Exceptuando a míster Bruff y alSargento, no conozco a nadie que pueda serme de

Page 643: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

utilidad alguna en este asunto.En cuanto decía estas palabras oímos que alguien

llamaba a la puerta desde afuera.Betteredge pareció sorprenderse tanto como

irritarse por la interrupción.—¡Adelante —gritó enojado—, quienquiera que sea!Se abrió la puerta y he ahí que en dirección a

nosotros vimos entrar y avanzar calmosamente alhombre de más notable apariencia que jamás haya yocontemplado. De juzgárselo tomando sólo en cuenta suaspecto general y sus ademanes, se lo hubieraconsiderado todavía una persona joven. Mirándole elrostro, y comparándolo con el de Betteredge, parecía elmás anciano de los dos. Su piel era oscura como la delos gitanos, sus descarnadas mejillas se habían hundidoen profundas cavidades sobre las que se proyectaba elhueso como un alero. Su nariz se hallaba tan finamenteconformada y modelada como es frecuente encontrarlaentre las antiguas razas de Oriente y tan poco probableen las nuevas razas de Occidente. Su frente se elevabaverticalmente desde las cejas y era muy alta. Las marcasy las arrugas eran innumerables en su piel. Desde eserostro extraño, unos ojos más extraños aún y de la másleve tonalidad morena que pueda existir ojos soñadoresy tristes y profundamente sumidos en sus órbitas—, lomiraban a uno y (en mi caso, al menos) se apoderabande su atención, a voluntad. Añadían a esto una marañade cabello apretadamente ensortijado que, por algún

Page 644: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

capricho de la naturaleza, había perdido su color en unaforma de lo más aterradoramente parcial yextravagante. Sobre la coronilla conservaba su profundatonalidad oscura original. Y en torno de la cabeza —y sinque mediara la menor gradación de tonos grises quepudieran tornar menos violento dicho contraste— habíaemblanquecido totalmente. La línea divisoria entre losdos colores era de lo más irregular. En un sitio, porejemplo, el cabello blanco se precipitaba sobre el negroy en otro este último se lanzaba sobre el primero. Yodirigí mi vista hacia él con una curiosidad que, meavergüenza decirlo, escapó a todo control de mi parte.Sus dulces ojos castaños me miraron, en respuesta,mansamente, y a la involuntaria rudeza y fijeza de mimirada le replicó con una excusa que yo mismo sentíque no merecía.

—Perdón, señor —dijo—. No tenía la menor idea deque míster Betteredge estuviese ocupado.

Sacó entonces una tira de papel de su bolsillo y se laextendió a Betteredge.

—La lista para la próxima semana —le dijo.Sus ojos se posaron nuevamente en mi rostro…, y

abandonó en seguida la habitación, tan calladamentecomo entrara en ella.

—¿Quién es? —le pregunté.—El ayudante de míster Candy —dijo Betteredge—.

Y, entre paréntesis, míster Franklin, sin duda le apenarásaber que el doctor no se recobró jamás de la

Page 645: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

enfermedad que contrajo mientras regresaba a su casa,luego de la fiesta del cumpleaños. Su salud no es deltodo mala, pero perdió la memoria a raíz de la fiebre yno cuenta desde entonces más que con un despojo dememoria. Todo el trabajo recae sobre su ayudante.Aunque no es mucho ahora, excepto el que se refiere alos pobres. Estos no tienen más remedio que tolerar alhombre del cabello blanquinegro y de la piel gitana,porque de lo contrario no podrían contar con médicoalguno.

—Parece que no te agrada mucho su persona,Betteredge, ¿no es así?

—A nadie le agrada, señor.—¿Por qué es tan poco querido?—Bueno, míster Franklin, para comenzar diremos

que su aspecto predispone muy poco en su favor. Yluego está esa historia que dice que míster Candy lotomó para que desempeñara un papel harto dudoso.Nadie sabe quién es…, y no cuenta con un solo amigo enlos alrededores. ¿Cómo puede usted esperar que leguste a nadie después de lo que acabo de decirle?

—¡Completamente imposible, naturalmente! Pero¿podrías decirme qué fue lo que lo trajo hasta ti cuandote entregó la tira de papel?

—Sólo vino para entregarme su lista semanal deenfermos de los alrededores, señor, los cuales se hallannecesitados de un poco de vino. Mi ama distribuíaregularmente cierta cantidad de su buen y saludable

Page 646: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

oporto y su buen y saludable jerez entre los pobresenfermos, y miss Raquel desea que se mantenga esacostumbre. ¡Cómo cambian los tiempos!, ¡cómocambian los tiempos! Me acuerdo ahora de la épocaaquella en que el propio míster Candy le traía la lista ami ama. Ahora es su ayudante quien me la trae a mí.Proseguiré con la carta, señor, si me lo permite—dijoBetteredge, atrayendo hacia sí nuevamente la confesiónde Rosanna Spearman—. No es una lectura muyestimulante, lo admito. Pero, ¡vaya!, sirve al menos paraevitarme la amargura de pensar en el pasado.

Volvió a calarse los espejuelos y meneó tristementela cabeza.

—Hay un gran fondo de sentido común, místerFranklin, en la actitud que adoptamos para con nuestrasmadres, cuando nos lanzan éstas en el viaje de la vida.Todos, en mayor o menor medida, nos mostramos muypoco deseosos de que nos traigan a este mundo. Y eneso tenemos todos razón.

Demasiado fuerte había sido la impresión que meprodujera el ayudante de míster Candy para quepudiera yo desterrar su imagen tan fácilmente de mimemoria. Pasando por alto la última e incontestabledeclaración filosófica de Betteredge, insistí en volver ahablar del hombre del cabello blanquinegro.

—¿Cómo se llama?—le pregunté.—Su nombre es tan feo como lo requiere el caso

—replicó ásperamente Betteredge. Ezra Jennings.

Page 647: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

V

Luego de haberme dicho el nombre del ayudante demíster Candy, Betteredge pensó, al parecer, que yahabíamos malgastado demasiado tiempo respecto a taninsignificante sujeto, y reanudó su lenta lectura de lacarta de Rosanna Spearman.

Por mi parte, me senté junto a la ventana, a laespera de que diera término a aquélla. Poco a poco laimpresión que me produjo Ezra Jennings —¡parecíainexplicable, en verdad, que encontrándome en lasituación en que me encontraba hubiera ser humanoalguno capaz de impresionarme aún!— se desvaneció demi mente. Mis pensamientos volvieron a fluir por sucauce anterior. Una vez más me obligué a mí mismo acontemplar con resolución y frente a frente la increíblesituación en que me hallaba. Una vez más repasé en mimente la línea de conducta que, luego de poner en juegotoda la serenidad que me fue posible hallar dentro de mímismo, planeé para el futuro.

Debía regresar a Londres ese mismo día; exponerleel caso en toda su amplitud a míster Bruff y, por último,efectuar el acto más importante, esto es, obtener, noimporta de qué manera y a costa de qué sacrificio, unaentrevista personal con Raquel…; en esto consistía elplan de acción que forjé de acuerdo con lo que fui capazde realizar en ese entonces. Contaba aún con una hora,antes de la partida del tren, y con la dudosa

Page 648: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

probabilidad de que Betteredge descubriera en la parteaún no leída de la carta de Rosanna Spearman, algo queme fuera útil saber antes de que abandonara la casa enque desapareció el diamante. A la espera de esaoportunidad fue que decidí aguardar.

La carta proseguía con estas palabras:

No tiene usted por qué encolerizarse, místerFranklin, aun cuando haya yo experimentado unapequeña sensación de triunfo al saber que tenía enmis manos todas las posibilidades de su futuro. Muypronto se descargaron de nuevo sobre mí laansiedad y el temor. Teniendo en cuenta el punto devista adoptado por el Sargento Cuff en lo queconcernía a la pérdida del diamante, podíaasegurarse que habría él de concluir por ordenar elregistro de nuestra ropa blanca y de nuestrosvestidos. No había un lugar en mi habitación —no lohabía en toda la casa—, estaba segura, que fuera alibrarse de sus garras. ¿Cómo ocultar la camisa dedormir de manera tal que ni el propio Sargentopudiera dar con ella, y cómo hacerlo sindesperdiciar un solo instante de ese tiempo preciosocon que contaba para ello? No era fácil contestar aestas preguntas. Mi incertidumbre concluyó cuandome dispuse a seguir un procedimiento que lecausará sin duda risa. Me desvestí y me eché encimasu camisa de noche. Usted la había llevado…, y yo

Page 649: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

viví un pequeño instante de placer al llevarla luegoque usted la hubo usado.

Las próximas nuevas que llegaron hasta lasdependencias de los criados sirvieron parademostrarme que no me había anticipado en un solominuto respecto al límite máximo con que contabapara poner a buen recaudo la camisa de dormir. ElSargento Cuff acababa de pedir el libro del lavado.

Di con él y se lo entregué en el gabinete de miama. El Sargento y yo nos habíamos encontradomás de una vez anteriormente. Estaba segura de quehabría de reconocerme…, pero no tenía la mismacerteza en lo que respecta a lo que haría alcomprobar que me hallaba empleada de sirvienta enuna casa donde acababa de desaparecer una gema.Frente a tanta incertidumbre consideré quesignificaría un alivio para mí el afrontar de una vezel encuentro.

Me miró como a una desconocida, cuando lealargué el libro del lavado; y me lo agradeció conuna particular cortesía. Yo consideré ambas cosascomo dos malas señales. ¿Qué sabía yo lo que podíadecir de mí a mis espaldas?, ¿qué sabía yo cuántotiempo habría de pasar antes de que se me detuvierabajo sospecha y se me registrara? Era ésa la hora enque debía usted regresar del viaje en tren queefectuara para ir a visitar a míster GodfreyAblewhite; por tanto, me dirigí hacia su sendero

Page 650: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Nota de Franklin Blake. La narradora, pobre criatura,3

se halla enteramente equivocada. No la vi en ningúnmomento. Tenía la intención, es verdad, de dar unavuelta entre los arbustos. Pero, al recordar al mismotiempo que mi tía podría querer verme, luego de miviaje por ferrocarril, cambié de idea y me dirigí hacia lacasa.

favorito, entre los arbustos, a la espera de una nuevaoportunidad de hablar con usted…, la últimaoportunidad, a pesar de todo lo que yo sabía encontrario, que habría de presentárseme jamás.

Usted no apareció en ningún momento y, lo quefue peor todavía, vi pasar junto a mi escondite amíster Betteredge y al Sargento Cuff…, y el Sargentome vio.

No me quedaba otra alternativa, luego de esto,que regresar al sitio en que me correspondía estar ya la labor que era de mi incumbencia, antes de quese descargaran nuevos desastres sobre mí. En elmismo instante en que iba yo a echar a andar através del sendero, regresaba usted de su viaje enferrocarril. Cuando se disponía usted a avanzardirectamente hacia allí, me vio estoy segura, señor,de que me vio, y volviéndose entonces, como sihubiera estado yo apestada, cambió de rumbo y seinternó en la casa .3

Hice casi todo mi recorrido, puertas adentro,

Page 651: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

otra vez, y penetré por la entrada de la servidumbre.No había nadie en el lavadero, y me senté allí,solitaria. Ya le he dicho cuáles fueron las ideas quelas Arenas Movedizas me metieron en la cabeza.Dichas ideas retornaban a mi mente ahora. Mepregunté a mí misma qué es lo que me sería másdifícil de soportar, si las cosas seguían por el rumboen que iban: si la indiferencia de míster FranklinBlake o la resolución de arrojarme a la arenamovediza para terminar en ella para siempre.

Es inútil que se me pida una explicación de miconducta de ese entonces. Me esfuerzo…, pero nologro comprenderme a mí misma.

¿Por qué no traté de detenerlo al ver que ustedme evitaba de tan cruel manera? ¿Por qué no lodesafié y le dije: «míster Franklin, tengo algo quedecirle; se refiere a su persona y deberá y habráusted de escucharlo?» Se hallaba usted a mimerced… Le había arrebatado a usted el látigo de lamano, como es corriente decir. Y aún más que eso:me hallaba en condiciones, si sólo podía lograr queme dispensara su confianza, de serle útil en elfuturo. Naturalmente, jamás pensé que usted —uncaballero— hubiera robado el diamante por el meroplacer de hacer tal cosa. No, Penélope la había oídohablar a miss Raquel y yo lo había oído hablar amíster Betteredge, tanto de sus deudas como de susextravagancias. Se hizo evidente para mí que había

Page 652: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tomado usted el diamante para venderlo oempeñarlo con el fin de obtener por su intermediola suma que necesitaba. ¡Vaya! Yo podría haberleindicado un hombre que en Londres le hubieraanticipado una gran suma por la gema sin hacerleninguna pregunta embarazosa.

¡Por qué no le habré hablado a usted, por qué nose lo habré dicho!

Me pregunto si los riesgos y dificultades queimplicaba el hecho de esconder la camisa de nocheno eran ya demasiados de por sí como paraañadirles otros. Eso hubiera podido ocurrir concualquiera otra mujer…, pero ¿cómo podía tratarsede tal cosa en mi caso? En los días en que fuera youna ladrona había corrido riesgos cincuenta vecesmayores que ése y sorteado dificultades con lascuales ésta de ahora resultaba un simple juego deniños. Me hallaba iniciada, por así decirlo, en timosy engaños…, algunos de los cuales se hicieronfamosos y aparecieron en los periódicos. ¿Eraposible que algo tan mezquino como el guardar lacamisa de dormir pesara de tal manera sobre miespíritu, hasta el punto de hacer naufragar micorazón bajo su peso en el preciso instante en quedebía ponerlo sobre aviso a usted? ¡Qué tonta soy alhacer tal pregunta! Eso no podía ser.

¿Qué objeto tiene el insistir de esta manera enmi propia manera tonta de obrar? ¿No es acaso

Page 653: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

demasiado evidente la simple veracidad de losmotivos? A espaldas suyas, lo amaba yo con toda mialma y mi corazón. Frente a usted —no tengo porqué ocultarlo— me sentía atemorizada; temíaencolerizarlo y temía también lo que usted pudieradecirme, pese a haber sido usted quien se habíaapoderado del diamante, en cuanto yo me atrevieraa anunciarle que me había enterado de ello. Avancétanto en ese terreno como me lo permitió mi coraje,cuando le dirigí la palabra en la biblioteca. Usted nome había vuelto la espalda en esa oportunidad.Como tampoco había huido de mí igual que si setratara de la peste. Yo traté de despertar en mí unsentimiento de cólera hacia usted y de estimular enesa forma mi coraje. ¡Pero no! No pude sentir otracosa que mi propia miseria y humillación. «Es usteduna muchacha vulgar; tiene usted un hombroencorvado; no es más que una simple criada…, ¿quése propone, pues, al intentar dirigirme la palabra amí?» ¡Jamás pronunció usted palabra alguna que separeciera a éstas, míster Franklin; pero, noobstante, me lo dijo! ¿Puede explicarse una locurasemejante? No. No queda otra cosa que confesarlay dejarla luego en paz.

Le pido perdón una vez más por esta nuevadivagación de mi pluma. No hay temor de que elloocurra otra vez. Me hallo ahora muy cerca del final.

La primera persona que vino a molestarme en el

Page 654: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuarto solitario fue Penélope. Había descubierto misecreto hacía ya largo tiempo y hecho lo posible porhacerme entrar en razón…, de la manera másbondadosa, por otra parte.

—¡Ah! —me dijo—, sé que estás aquí sentadalamentándote, sola y sin ayuda de nadie. Lo mejorque puede ocurrirte, Rosanna, es que terminecuanto antes la visita de míster Franklin a esta casa.Creo que no pasará mucho tiempo antes de que sevaya.

En medio de todos mis pensamientos acerca deusted, nunca se me ocurrió pensar que podría ustedirse de aquí.

—Acabo de dejar a miss Raquel —prosiguióPenélope—. Gran trabajo me costó tolerar su malhumor. Dice que la casa se le hace insoportable conla policía adentro y se halla determinada a hablarcon mi ama esta tarde e irse a casa de su tíaAblewhite mañana. Si hace eso, la primera personade la casa que busque algún motivo paraabandonarla también habrá de ser míster Franklin;¡puedes estar segura de ello!

Yo recobré la facultad de la palabra entonces.—¿Quieres significar que míster Franklin habrá

de irse con ella? —le pregunté.—De mil amores, si ella se lo permite; pero no

ocurrirá tal cosa. A él también le ha hecho sentir suirritación; él también se halla en su lista negra…, y

Page 655: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ello a pesar de haber hecho todo lo posible porayudarla, el pobre. ¡No, no! Si no llegan areconciliarse antes de mañana, habrás entonces dever a miss Raquel tomando por un lado y a místerFranklin yendo por otro. Hacia dónde se dirigirá éles algo que no me hallo en condiciones de decírtelo.Pero lo cierto es que no seguirá viviendo un soloinstante más aquí una vez que miss Raquel nos hayaabandonado.

Yo me las arreglé para contener midesesperación ante la perspectiva de que usted sefuera. A decir verdad, percibía un pequeño rayo deesperanza en mi futuro, si se producía realmenteuna seria divergencia entre miss Raquel y usted.

—¿Sabes a qué se debe su desinteligencia? —lepregunté.

—Toda la culpa recae sobre miss Raquel —medijo Penélope—. A pesar de todo lo que sé encontrario, todo se debe a la cólera de miss Raquel;nada más que a eso. No quiero afligirte, Rosanna,pero no vaya a ocurrírsele huir con la idea de quemíster Franklin habrá de estar disputando siemprecon ella. Está demasiado enamorado para que esoocurra.

Acababa apenas de pronunciar tan cruelespalabras, cuando llegó hasta nosotros la voz demíster Betteredge, que nos llamaba. Toda laservidumbre interior de la casa debía reunirse en el

Page 656: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

vestíbulo. Y luego habríamos de ir pasando, uno poruno, para ser interrogados en el cuarto de místerBetteredge, por el Sargento Cuff.

Me llegó el turno a mí, una vez que hubieronpasado la doncella del ama y la doméstica principalde la casa. Las preguntas del Sargento Cuff—aunque disfrazadas muy astutamente— medejaron entrever bien pronto que aquellas dosmujeres (las más acérrimas enemigas que tenía enla casa) habían hecho algunos descubrimientosjunto a mi puerta, desde afuera, la tarde del jueves,y, luego, la noche del mismo día. Le habían dicho alSargento lo suficiente como para abrirle los ojosrespecto a determinada porción de la verdad. Sehallaba aquél en lo cierto cuando sospechaba quehabía confeccionado yo una nueva camisa dedormir, pero se equivocaba cuando creía que laprenda manchada de pintura me pertenecía. Através de lo que me dijo llegué a convencerme deotra cosa que me dejó perpleja. Sospechaba,naturalmente, que me hallaba yo implicada en ladesaparición del diamante. Pero, al mismo tiempo,me dejó entrever —de propósito, según me pareció—que no me consideraba a mí la personaprincipalmente responsable de la pérdida de lagema. Al parecer, pensaba que yo había actuadosiguiendo las órdenes de otra persona. Quién podíaser dicha persona es algo que no pude adivinar

Page 657: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

entonces ni logro imaginármelo ahora.En medio de tanta incertidumbre, una sola cosa

era evidente: que el Sargento Cuff se hallaba amuchas millas de distancia de saber toda la verdad.Usted estaría a salvo mientras estuviese a salvo lacamisa de noche…, pero ni un minuto más.

Yo me desesperé por hacerlo comprender todoel horror y la desdicha que presionaban ahora sobremí. Era imposible que me arriesgara a llevar unminuto más, encima, su camisa de dormir. Podríanenviarme de repente a comparecer ante el tribunalde Frizinghall, bajo sospecha, y ser registrada, enconsecuencia. Mientras el Sargento Cuff me dejaraen libertad debía escoger —y ello en seguida— entreproceder a la destrucción de la camisa de dormir oel ocultamiento de la misma en algún sitio seguroque se hallara también a segura distancia de la casa.

De haber estado siquiera un tanto menosenamorada de usted, creo que la hubiera destruido.Pero, ¡oh!, ¿cómo podía yo destruir la única cosaque me hubiera servido para demostrar que lo habíasalvado a usted? Si tuviéramos que llegar aexplicarnos mutuamente y si usted sospechara queyo había tenido alguna mala intención, y se negaraa creerme, ¿cómo podría yo ganarme su confianzacomo no fuera por medio de su camisa de dormir?¿Me equivoco, acaso, al creer, como lo creí entoncesy lo sigo creyendo ahora, que podría usted vacilar

Page 658: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

respecto a la conveniencia de que una pobremuchacha como yo compartiera su secreto y fuerasu cómplice en el robo que lo tentó a cometer sumalestar económico? Si piensa usted en su fríaconducta para conmigo, señor, no le causaráasombro alguno la circunstancia de que tuviera yotan pocos deseos de destruir el único título que teníala fortuna de poseer para merecer su confianza y suagradecimiento.

Resolví, pues, ocultarla; y el lugar elegido fueaquel que me era más familiar: las ArenasMovedizas.

Tan pronto como terminó el interrogatorio di laprimera excusa que me vino a la mente y conseguípermiso para salir e ir a tomar un poco de airefresco. Me dirigí directamente hacia Cobb’s Hole,hacia la cabaña de míster Yolland. Su esposa y suhija eran las mejores amigas que yo tenía. No creausted que fui allí para confiarles su secreto…, no selo he confiado a nadie. Sólo fui para escribirle austed una carta y para contar con una seguraoportunidad que me permitiera sacarme de encimala camisa de noche. Sabiendo, como sabía, que sesospechaba de mí, no podía hacer ninguna de esasdos cosas, allá, en las dependencias superiores de lacasa.

Y he aquí que ya llego al final de esta carta, queestoy escribiendo, sola, en el dormitorio de Lucy

Page 659: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Yolland. Cuando la haya terminado bajaré por laescalera con la camisa de dormir arrollada y ocultabajo mi capa. Ya encontraré, entre ese montón decosas viejas que hay en la cocina de Mrs. Yolland,alguna que se preste para conservar seca y a salvo lacamisa en su escondite. Y luego iré a las ArenasMovedizas —¡no se asuste porque deje que lashuellas me delaten!— y ocultaré la camisa dedormir, debajo, en las arenas y en un sitio que nohabrá ser humano alguno que sea paz de descubrir,a menos que le comunique yo el secreto.

Hecho esto, ¿qué haré a continuación?Entonces, míster Franklin, me asistirán dos

razones para intentar nuevamente decirle a ustedlas palabras que aún no le he dicho. Si abandonausted la casa, como cree Penélope que usted hará,sin que yo le haya hablado aún, habré perdido mioportunidad para siempre. Esa es una de lasrazones. Por otra parte, además, tengo laconsoladora certidumbre de saber —si mi palabrallega a encolerizarlo a usted— que la camisa denoche se halla lista y a mi disposición para abogarpor mi causa, como no se halla ninguna otra cosa.Esa es la otra razón. Si estas dos razones noconsiguen, juntas, endurecerme el corazón demanera tal que le permita a éste defenderse de lafrialdad que lo ha estado helando hasta ahora (merefiero a la frialdad de sus modos para conmigo),

Page 660: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habré llegado al final de mis esfuerzos… y al final demi vida.

Sí; de perder la próxima oportunidad —si semuestra usted tan cruel como siempre y me hacesentir tal cosa como la he sentido yaanteriormente—, le diré adiós a este mundo que meha mezquinado la felicidad que a otros les da. Lediré adiós a una vida que sólo una pizca de bondadde parte de usted podría convertir alguna vez en unacosa agradable, de nuevo, para mí. No me condene,señor, por este final. ¡Pero trate, esfuércese porsentir cierta piedad dolorosa hacia mí! Trataré en loposible que descubra lo que he hecho por usted,cuando ya no me encuentre aquí para decírselo. ¿Medirá usted entonces, cuando ello ocurra, alguna cosaamable…, con el mismo tono tierno con que le hablaa miss Raquel? Si lo hace, y si existen, de verdad, losespectros, creo que el mío lo oirá y temblará deplacer cuando ello ocurra.

Ya es tiempo de terminar con esto. Yo mismaestoy llorando. ¿Cómo podré ver el camino queconduce al escondite, si permito que estas inútileslágrimas me enceguezcan?

Por otra parte, ¿por qué habré de mirar las cosasdesde el lado más sombrío? ¿Por qué no creer,mientras pueda, que esto terminará bien, despuésde todo? Puede ser que lo halle a usted de buenhumor esta noche…, o quizá que tenga más suerte

Page 661: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mañana por la mañana. No habré de mejorar mirostro irritándome…. ¿no es así? Quién sabe si no hellenado, después de todo, estas largas y fatigosaspáginas inútilmente. Ellas también habrán de ir,para que no se pierdan (no importa ahora para qué),dentro del escondite junto con la camisa de dormir.Duro, muy duro me ha sido escribir esta carta. ¡Oh,si llegáramos siquiera a entendernos mutuamente,con qué alegría habría de desgarrarla!

Permítame, señor, que me despida como su fielamante y su humilde servidora.

Rosanna Spearman

Betteredge terminó de leer la carta y guardósilencio. Luego de volverla a colocar cuidadosamentedentro del sobre, permaneció pensativo en su asiento,con la cabeza inclinada sobre el pecho y los ojosclavados en el piso.

—Betteredge —le dije—, ¿hay algo hacia el final de lacarta que pueda servirnos para orientarnos?

Él alzó la cabeza y miró, lanzando un profundosuspiro…

—Nada hay en ella que pueda servir para orientarlo,míster Franklin —me respondió—. Siga usted miconsejo: no saque de su sobre la carta hasta que hayapasado su presente agitación. Ya habrá de angustiarlohondamente en cualquier tiempo que la lea. No lo haga

Page 662: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ahora.Yo guardé la carta en mi cartera.Una ojeada retrospectiva hacia los capítulos

dieciséis y diecisiete de la Narración de Betteredgebastará para demostrar que había en realidad una razónpara que yo desistiera de leer la carta, en una época enque mi coraje se hallaba sometido a tan cruel prueba.En dos ocasiones la infeliz mujer había efectuado unaúltima tentativa para hablar conmigo. Y en igualnúmero de oportunidades había tenido yo la desgracia(¡sólo Dios sabe cuán inocentemente!) de rechazar sussolicitaciones. La noche del viernes, como hace constarverazmente Betteredge, me halló a solas junto a la mesade billar. Sus maneras y sus palabras me dieron laimpresión —y se la hubieran dado a cualquier otrohombre— de que estaba a punto de hacerme unaconfesión culpable respecto de la desaparición deldiamante. Por su propio bien no le presté ningunaatención especial cuando la vi venir, y por su propiobien y también de propósito, dirigí mi vista hacia lasbolas de billar en lugar de mirarla a ella…, ¿y con quéresultado? ¡La despedí dos veces con el corazón herido!El sábado, nuevamente —el día en que, según debió ellahaber previsto de acuerdo con lo que le dijera Penélope,mi partida era ya una cosa inminente—, nos persiguió lamisma fatalidad. Ella trató una vez más de encontrarseconmigo en el sendero de los arbustos y me halló encompañía de Betteredge y del Sargento Cuff. Al alcance

Page 663: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de su oído el Sargento apeló, impulsado por un móvilinterno, a mi interés por Rosanna Spearman. Y otra vez,por el propio bien de la pobre muchacha, le respondí alfuncionario policial con un franco desmentido y declaré—afirmé en voz alta, para que pudiera ella oírmetambién—, que no sentía «interés alguno por RosannaSpearman». Ante esas palabras, cuyo único objeto fueel de prevenirla contra toda tentativa de llegar a laconfidencia conmigo, se desvió de allí y abandonó ellugar; prevenida por el peligro, según creí;condenándose a sí misma a su propia destrucción,según sé ahora. Ya he trazado el curso seguido por lossucesos desde ese instante hasta el momento en queefectué el asombroso descubrimiento en la arenamovediza. La ojeada retrospectiva ya ha sidocompletada. Puedo ahora abandonar esta miserablehistoria de Rosanna Spearman —la cual, aun después detanto tiempo, no puedo releer sin experimentar unadolorosa sensación de desgracia— para que sugiera porsí misma todo lo que no ha sido dicho aquí. Puedotambién pasar ya del suicidio en las Arenas Movedizas,con toda la extraña y terrible influencia que ha ejercidoen mi presente situación y mis probabilidades futuras,a otras cosas más interesantes que les conciernen a lasdemás personas de este relato y a los eventos queestaban ya preparándome el camino para que pudierarealizar el lento y fatigoso viaje que me habría deconducir de la sombra a la luz.

Page 664: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

VI

Me dirigí a la estación de ferrocarril, innecesarioserá que lo diga, acompañado de Gabriel Betteredge.Llevaba la carta en el bolsillo y la camisa de nocheempacada, a salvo, dentro de mi pequeño saco deviaje…; ambas habrían de ser sometidas al examen demíster Bruff.

Abandonamos la casa en silencio. Por primera vezdesde que lo conocía noté que el viejo Betteredge iba ami lado sin decirme una palabra. Teniendo algo de quéhablar, por mi parte, inicié la conversación tan prontotraspusimos la entrada del pabellón de guardia.

—Antes de partir para Londres —comencé adecirle—, tengo que hacerte dos preguntas. Ambas serelacionan con mi persona y creo que habrán desorprenderte un tanto.

—Si ambas vienen a quitarme de la cabeza la cartade esa pobre muchacha, míster Franklin, podrán ellashacer lo que quieran conmigo. Tenga la bondad decomenzar por sorprenderme, señor, tan pronto como lesea posible.

—Mi primera pregunta, Betteredge, es la siguiente:¿me hallaba yo borracho la noche del cumpleaños deRaquel?

—¡Borracho usted! —exclamó el anciano—. ¡Vaya, sisu más grande defecto, míster Franklin, es el de bebersolamente en la comida y no probar una sola gota de

Page 665: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

licor después de esa hora!—Pero el día del cumpleaños fue una fecha especial.

Muy bien podría ser que hubiera hecho abandono demis hábitos regulares esa noche, única entre todas lasdemás.

Betteredge meditó durante un momento.—Abandonó, sí, usted sus hábitos, señor —me

dijo—. Pero le diré en qué sentido. Presentó un aspectolastimosamente enfermizo…, y lo persuadimos para quetomara un trago de brandy con agua para levantarle unpoco el ánimo.

—No acostumbro beber brandy con agua. Es muyposible. . .

—Aguarde un instante, míster Franklin. También yosabía que no se hallaba acostumbrado a ello. Escanciépara usted medio vaso de los que se usan para el vino,de nuestro viejo coñac de cincuenta años, ¡y quévergüenza para mí!, inundé ese noble licor con cerca demedio vaso de agua fría. Un chico no hubiera podidoemborracharse con él…, ¡mucho menos un hombre!

Yo sabía que podía confiar en su memoria en unacuestión como ésa. Era completamente imposible queme hubiera embriagado. Pasé, pues, a la segundapregunta.

—Antes de que se me enviara al extranjero,Betteredge, siendo un muchacho, tú me conocíasbastante, ¿no es así? Ahora bien: dime sin ambages sirecuerdas alguna cosa extraña que haya yo hecho, luego

Page 666: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de haberme ido a la cama a dormir. ¿Me viste algunavez caminar dormido?

Betteredge se detuvo, me miró durante unmomento, asintió con la cabeza y prosiguió su caminonuevamente.

—¡Ya sé cuál es su propósito, míster Franklin!—medijo—. Está usted tratando de explicarse cómo fue quese manchó con pintura su camisa de noche, sinenterarse usted mismo de ello. Pero se equivoca, señor.Se halla usted muy lejos de la verdad, señor. ¿Caminardormido? ¡Jamás hizo usted tal cosa durante suexistencia!

Nuevamente tuve la sensación de que Betteredgedebía de estar en lo cierto. Ni en mi patria ni en elextranjero había llevado yo nunca una vida solitaria. Dehaber sido yo sonámbulo, cientos y cientos de personaslo hubieran comprobado e, interesándose por miseguridad, me hubieran prevenido respecto de talhábito y tomado las precauciones del caso.

Admitiendo aun todo eso, me seguí aferrando —conuna obstinación indudablemente natural y excusabledadas las circunstancias por que atravesaba— a una uotra de las dos explicaciones que yo concebía como lasúnicas capaces de justificar la insoportable situación enque me hallaba entonces. Advirtiendo que no estaba aúnconvencido se refirió Betteredge astutamente a ciertoseventos posteriores, relacionados con la historia de laPiedra Lunar y dispersó a los vientos de una vez y para

Page 667: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

siempre mis dos teorías.—Probemos sus teorías de otra manera, señor —me

dijo—. Persista usted en esa idea y veamos hasta dóndelo hace avanzar la misma en el camino de la verdad. Sihemos de creerle a la camisa de dormir —a quien, yo porlo menos, no le creo—, no solamente la manchó ustedcon la pintura de la puerta, sino que robó usted eldiamante, también sin saberlo. ¿Es o no es así, hastaaquí, por lo menos?

—Completamente cierto. Continúa.—Muy bien, señor. Diremos que se hallaba usted

borracho o que caminó dormido cuando se apoderó dela gema. Esto puede admitirse en lo que concierne a lanoche del día del cumpleaños y a la mañanasubsiguiente. Pero ¿cómo podrá servir para explicar loque ocurrió después? El diamante fue llevado aLondres, después de eso. Le fue entregado en calidad deprenda a míster Luker posteriormente. ¿Hizo ustedambas cosas, sin saberlo, también? ¿Se hallababorracho cuando lo vi fuera en el calesín del pony, latarde del sábado? ¿Y se dirigió usted, dormido, hacia lacasa de míster Luker, luego que abandonó el tren alfinal de su viaje? Perdóneme que le diga, místerFranklin, que este asunto lo ha trastornado de tal forma,que no se halla usted en condiciones de juzgar las cosaspor sí mismo. Cuando más pronto se halle usted juntoa míster Bruff, más pronto distinguirá el camino que loconduzca fuera del punto de estancamiento en que se

Page 668: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

encuentra ahora.Arribamos a la estación con uno o dos minutos de

adelanto.Apresuradamente le di mi dirección de Londres a

Betteredge, de manera que pudiera escribirme si sehacía necesario, prometiéndole, de mi parte, ponerlo altanto de cualquier novedad que se produjese. Hechoesto y en el preciso instante en que me despedía de él,eché por casualidad una ojeada al puesto de los libros ydiarios. Y ¡he ahí que, conversando con el encargado delpuesto, vi de nuevo al extraño ayudante de místerCandy! Nuestros ojos se descubrieron los unos a losotros simultáneamente. Ezra Jennings se quitó elsombrero al verme. Yo le devolví el saludo y meintroduje en mi compartimiento en el mismo instanteen que el tren partía. Fue un alivio para mi mente, creo,poder detenerse en cosas que no tenían ninguna especiede relación personal conmigo. Sea lo que fuere,comencé ese viaje de regreso que habría de llevarmehacia míster Bruff, sorprendido —absurdamentesorprendido, lo admito— por el hecho de habermeencontrado dos veces, durante el mismo día, con elhombre del cabello blanquinegro.

La hora en que llegué a Londres excluía todaesperanza de hallar a míster Bruff en el teatro de susactividades. Me dirigí, pues, desde la estación a suresidencia privada de Hampstead, donde perturbé lamodorra del abogado, que se hallaba solo en su

Page 669: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

comedor con su doguillo favorito sobre las rodillas y subotella de vino junto al codo.

La mejor manera de describir el efecto que leprodujo mi historia a míster Bruff será la de puntualizarlas diversas medidas que tomó en cuanto hube llegadoal término de la misma. Ordenó que llevaran bofes y téfuerte a su estudio e hizo poner en conocimiento de lasseñoras de la casa que les estaba prohibidointerrumpirnos, cualquiera fuera el pretexto queutilizaran para ello. Luego de estas medidaspreliminares, examinó primero la camisa de dormir y seconsagró en seguida a la lectura de la carta de RosannaSpearman.

Cuando hubo terminado, míster Bruff me dirigió porprimera vez la palabra, desde que nos recluyéramos ensu cuarto.

—Franklin Blake —me dijo el anciano caballero—, eséste un asunto serio, desde más de un punto de vista. Enmi opinión, le concierne casi tanto a Raquel como austed mismo. Su extraordinaria conducta ha dejado deser un misterio ahora. Ella cree que fue usted quienrobó el diamante.

Yo me había resistido a razonar imparcialmente,para no arribar a tan odiosa conclusión. Pero ésta habíaforzado el paso dentro de mí, no obstante. Mi resoluciónde obtener una entrevista personal con Raquel sebasaba cierta y realmente en esa causa que acababa depuntualizar míster Bruff.

Page 670: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—El primer paso por darse en esta investigación—prosiguió el abogado— habrá de ser el de apelar amiss Raquel. Ha guardado silencio hasta ahora pormotivos que yo, que conozco su carácter, puedofácilmente explicarme. Es imposible, luego de loocurrido, tolerar ese silencio por más tiempo. Debe serpersuadida, o forzada, a decirnos en qué se basa paracreer que fue usted quien robó la Piedra Lunar. Haymuchas probabilidades que todo este asunto, difícilcomo nos parece ahora, se derrumbe y desintegre en milpedazos, con sólo que logremos abrirnos paso a travésde la inveterada reserva de Raquel y podamosconvencerla de que debe hablar sin ambages.

—Es ésta una consoladora opinión para mí —ledije—. No obstante, admito que me gustaría saber…

—En qué se basa mi presunción —me interrumpiómíster Bruff—. Podré decírselo en dos minutos. Tengaen cuenta, en primer lugar, que juzgo el caso desde elpunto de vista del abogado. Las pruebas son las que meinteresan. Muy bien. Estas surgen al comienzo del casoy en una faz importante del mismo.

—¿Qué faz?—Escuche usted. Admito que el nombre estampado

en la camisa de dormir es el suyo. Admito también quela marca de pintura prueba que dicha prenda fue la queprovocó la mancha en la puerta de Raquel. Pero ¿quétestimonio existe, ante usted o ante mí, que venga ademostrar que usted fue la persona que vistió en ese

Page 671: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

momento la camisa de dormir?Su objeción me electrizó. No se me había ocurrido

en ningún momento.—En cuanto a esto —prosiguió el abogado,

levantando la confesión de Rosanna Spearman—,comprendo que se trata de una carta dolorosa parausted. Comprendo también por qué no se resuelve usteda analizarla desde un punto de vista puramenteimparcial. Pero yo no me hallo en su misma situación.Puedo aplicarle mi experiencia profesional a estedocumento, de la misma manera en que se la aplicaríaa cualquier otro. Sin aludir para nada a las actividadesde esa mujer como ladrona, le haré notar simplementeque su carta viene a demostrar que era una perita enimposturas, como lo demuestra ella misma; y arguyo,por tanto, que se justifica mi sospecha de que no hadicho toda la verdad. No lanzaré ninguna teoríarespecto de lo que pudo o no pudo ella hacer. Solamentediré que si Raquel ha sospechado de usted, basándoseúnicamente en la camisa de dormir, existen noventa ynueve probabilidades entre cien de que RosannaSpearman fuera la persona que le mostró la prenda. Ental caso, ahí está la carta de esa mujer en la cual ellaconfiesa que se hallaba celosa de Raquel, que lecambiaba las rosas y que percibía un pequeño rayo deesperanza en su futuro, en caso de que produjera unadisputa entre Raquel y usted. No me detendré parainquirir quién robó la Piedra Lunar (para conseguir sus

Page 672: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fines, Rosanna Spearman hubiera sido capaz de hurtarcincuenta Piedras Lunares); sólo diré que ladesaparición de la gema le dio a esa ladrona, que sehallaba enamorada de usted, la oportunidad dedesunirlos, a usted y a Raquel, por el resto de sus vidas.Tenga en cuenta que ella no había decidido aún en eseentonces eliminarse, y habiéndosele presentado taloportunidad, afirmo sin la menor vacilación que sehallaba de acuerdo con su carácter el aprovecharla.¿Qué me dice usted de ello?

—Una sospecha parecida —le respondí— cruzó pormi mente tan pronto abrí la carta.

—¡Exacto! Y una vez que la hubo leído se apiadó dela pobre muchacha y no se atrevió a sospechar de ella.¡Eso habla mucho en su favor, mi querido señor…,mucho en su favor!

—Pero supongamos que resulte que he llevadorealmente encima la camisa de dormir. ¿Qué ocurreentonces?

—No veo cómo pueda probarse tal cosa —dijo místerBruff—. Pero, dando por sentado que existe tal prueba,la vindicación de su inocencia no sería entonces unafácil faena. No profundicemos ahora en eso.Aguardemos y veamos si es que Raquel ha sospechadode usted, basándose únicamente en la camisa de noche.

—¡Dios mío, cuán fríamente habla usted de lassospechas de Raquel! —prorrumpí—. ¿Qué derechotiene ella a sospechar de mí, exista la prueba que

Page 673: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

existiere, y a pensar que yo soy el ladrón?—Pregunta muy sensata, mi querido señor. Hecha

con un poco de vehemencia…, pero digna de ser tenidaen cuenta a pesar de ello. Lo mismo que a usted loconfunde me tiene perplejo a mí. Busque en su memoriay conteste a lo siguiente: ¿ocurrió durante supermanencia en la casa algo, no, naturalmente, queviniera a hacer vacilar la creencia de Raquel en suhonor, pero sí que viniera, digamos, a hacerla vacilar ensu creencia, no importa si con muy poca razón, en losprincipios de usted en general?

Yo me puse en pie de un salto, impelido por unaingobernable agitación. La pregunta del abogado mehizo recordar, por primera vez desde que abandonaraInglaterra, que algo había, en verdad, ocurrido.

En el capítulo octavo de la Narración de Betteredgese hace alusión a la llegada de un extranjerodesconocido a la casa de mi tía, quien fue a verme allípor asuntos de negocios. La naturaleza de su misión erala siguiente:

Yo había sido tan tonto (hallándome, como mehallaba habitualmente, necesitado de dinero) como paraaceptar un préstamo del encargado de un pequeñorestaurante de París, donde era un cliente bienconocido. Una fecha fue fijada para la devolución deldinero, y, cuando venció el plazo, comprobé, como leshabrá ocurrido comúnmente a millares de hombreshonestos, que me era imposible cumplir con mi

Page 674: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

compromiso. Le envié entonces al hombre una letra. Minombre era, desgraciadamente, demasiado conocidorespecto de tales documentos: el hombre no lo pudonegociar. Sus asuntos se habían desordenado luego queme prestara a mí esa suma; la bancarrota se avecinaba,cuando un pariente suyo, un abogado francés, vino averme a Inglaterra para insistir en el pago de la deuda.Era éste un individuo de fogoso temperamento, queoptó, frente a mi, por la injuria. Cambiamos palabrasásperas y, desgraciadamente, mi tía y Raquel, que seencontraban en el cuarto contiguo, las oyeron. LadyVerinder entró en la habitación e insistió en enterarsede lo que ocurría. El francés exhibió sus credenciales yme proclamó el culpable de la ruina de un pobrehombre que confiara en mi honor. Mi tía le entregóinmediatamente el dinero y lo despidió. Me conocíamejor, sin duda, que el francés, para adoptar el punto devista de éste, respecto de la transacción. Pero le chocó,al mismo tiempo, mi negligencia y se irritó justamenteconmigo por haberme colocado en una situación que, deno haber mediado su intervención, hubiera llegado a serdeshonrosa. Que su madre la hubiera puesto al tanto delo ocurrido o que Raquel lo hubiera oído por sí misma…es cosa que no puedo yo determinar. Lo cierto es queella adoptó su personal punto de vista romántico ypresuntuoso en lo que concierne a este asunto. Segúndijo, era yo un «hombre sin corazón», «sin honor» yque «carecía de principios», agregando que «no se

Page 675: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

podía decir lo que sería capaz de hacer la próximavez»…; en suma, me dijo las cosas más duras que oyerajamás de labios de una joven. La brecha abierta entreambos persistió hasta el día siguiente. Al otro día logréhacer las paces con ella y dejé de pensar en este asunto.¿Había Raquel vuelto a pensar en tan desgraciadacontingencia, cuando se produjo el momento crítico enque el lugar que yo ocupaba en su estimación se vionuevamente y de manera mucho más seria en peligro?míster Bruff, al mencionarle yo tal cosa anteriormente,había respondido afirmativamente y de inmediato a mipregunta.

—Esto no habrá dejado de ejercer su efecto en ella—me dijo gravemente—. Y desearía, por el bien suyo,que eso no hubiera ocurrido jamás. No obstante, hemosdescubierto que existía determinado influjo que lapredisponía en contra de usted…, y, sea como fuere,hemos despejado ya una de las incógnitas. El próximopaso que habremos de dar en nuestra investigación seráel que nos lleve junto a Raquel.

Se levantó y echó a andar, pensativo, de arriba abajopor el cuarto. En dos oportunidades estuve a punto dedecirle que me hallaba decidido a entrevistarme conRaquel y en igual número de ocasiones el respeto queme inspiraba su edad y su carácter me hicieron vacilarrespecto del hecho de sorprenderlo en un momentodesfavorable.

—La gran dificultad estriba —me dijo resumiendo—

Page 676: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

en lograr que ella dé a conocer, sin reservas, su opiniónsobre este asunto. ¿Se le ocurre a usted algo?

—He decidido, míster Bruff, hablarle a Raquelpersonalmente.

—¡Usted! —se detuvo súbitamente y me miró comosi pensara que había perdido el juicio—. ¡Usted, entretantas personas como hay en el mundo! —se contuvobruscamente y empezó a dar otra vuelta por el cuarto—.Aguarde un poco —me dijo—. En casos tanextraordinarios como éste, el método osado resulta aveces el mejor de todos —meditó sobre ello durante unminuto o dos, bajo esa nueva luz arrojada sobre elasunto y optó de manera audaz por declararse en mifavor—. Quien no arriesga, nada consigue —prosiguió elanciano—. Cuenta usted con una probabilidad que yo noposeo… y habrá de ser, por tanto, usted quienexperimente primero.

—¿Una probabilidad en mi favor? —repetí, con lamayor sorpresa.

Míster Bruff suavizó por vez primera la expresión desu rostro, hasta llegar a sonreír.

—Así es —me dijo—. Le digo a usted claramente queno confío ni en su discreción ni en su carácter. Pero síen que Raquel conserva aún, en algún remoto yminúsculo rincón de su corazón, cierta enfermizadebilidad por usted. Toque ese resorte… ¡y verá ustedcómo habrá de escuchar la más plena confesión quehaya brotado jamás de labios de una mujer! El

Page 677: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

problema reside en saber cómo se las arreglará ustedpara verla.

—Ella ha sido ya huéspeda suya en esta casa —lerespondí—. ¿Me atreveré a sugerirle —si es que no se hahablado ya en forma desfavorable de mí en este lugar—si no podría verla en esta casa?

—¡Calma! —dijo míster Bruff.Sin otro comentario que esta palabra única respecto

de mi réplica, comenzó a pasearse otra vez de arribaabajo por el cuarto.

—Hablando vulgarmente, mi casa habrá deconvertirse en una trampa destinada a cazar a Raquel,mediante la utilización de un cebo que adoptará laforma de una invitación que le harán a ella mi esposa ymis hijas. Si fuera usted cualquiera otra persona, menosPranklin Blake, y el asunto un poquito menos serio delo que en realidad es el mismo, habría de rehusarme yode plano. Tal como están las cosas, abrigo la totalcerteza de que vivirá Raquel lo suficiente como paraagradecerme algún día esta traición que le haré en miancianidad. Considéreme usted su cómplice. Raquelserá invitada a pasar el día en mi casa y usted habrá derecibir la comunicación pertinente.

—¿Cuándo? ¿Mañana?—Si fuera mañana, no contaríamos con el tiempo

suficiente como para recibir su respuesta. Digamospasado mañana.

—¿Cuándo tendré noticias suyas, míster Bruff?

Page 678: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Permanezca en su casa toda la mañana y aguardemi llamado.

Luego de agradecerle el valioso servicio que meestaba prestando, con toda la gratitud queexperimentaba, realmente, en ese instante, decliné lahospitalaria invitación que me hizo para que durmieraesa noche en Hampstead y regresé a mi alojamiento deLondres.

Del día que siguió a éste sólo puedo afirmar que fueel más largo de toda mi existencia. Inocente, como sabíayo mismo que lo era, y seguro como me hallaba de quela abominable imputación que se hacía recaer sobre mipersona debía, tarde o temprano, disiparse,experimentaba, no obstante, una sensación devergüenza que me hacía rehuir instintivamente a misamigos. Es común oír decir (casi invariablemente deboca de observadores superficiales) que el delito puedetener la apariencia de la inocencia. Por mi parte creoque es un axioma mucho más cierto ése que afirma quela inocencia presenta a veces el aspecto del delito.Decidí no recibir a nadie, durante todo el día, en la casa,y sólo me aventuré a salir amparándome en la oscuridadde la noche.

A la mañana siguiente míster Bruff me sorprendiójunto a la mesa del desayuno. Luego de alargarme unallave de gran tamaño, me anunció que se sentíaavergonzado de sí mismo por primera vez en su vida.

—¿Vendrá ella?

Page 679: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Vendrá hoy a almorzar y a pasar la tarde con miesposa y mis hijas.

—¿Se hallan mistress Bruff y sus hijas en el secreto?—Ha sido inevitable. Pero las mujeres, como habrá

usted observado, carecen de principios. Mi familia noexperimenta mis escrúpulos de conciencia. Siendonuestro fin avenirlos, a usted y a Raquel, mi esposa ymis hijas pasan por alto los medios puestos en juegopara lograr tal cosa, con la misma tranquilidad que sifueran jesuitas.

—Le estoy infinitamente agradecido. ¿De dónde esesa llave?

—Es de la puerta que se halla en el muro de mijardín trasero. Hágase presente allí a las tres de la tarde.Introdúzcase en el jardín y penetre en la salita y abraluego la puerta que hallará enfrente y que comunica conel cuarto de música. Allí se encontrará con Raquel.. ., asolas con ella.

—¿Cómo podré agradecerle a usted?—Ya le diré cómo. No me condene por lo que pase

luego.Con estas palabras salió del cuarto.Muchas eran las horas áridas que debía pasar

aguardando. Para matar el tiempo le eché una ojeada alas cartas recibidas. Entre ellas se hallaba una deBetteredge.

La abrí ansiosamente. Ante mi sorpresa y mi chasco,comenzaba con una excusa y me prevenía respecto del

Page 680: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hecho de que no debía aguardar ninguna novedad deimportancia. ¡En la frase siguiente volvía a aparecer eleterno Ezra Jennings! Había detenido a Betteredgemientras abandonaba la estación y le preguntó quiénera yo. Satisfecha su curiosidad en ese punto, lecomunicó a míster Candy, su amo, que me había visto.Al enterarse de ello, míster Candy se había dirigido porsu cuenta a Betteredge, para expresarle que lamentabael que no nos hubiéramos encontrado. Tenía ciertomotivo particular para hablar conmigo y me pedía quela próxima vez que estuviera yo en el pueblo deFrizinghall se lo hiciera saber. Dejando de lado unaspocas sentencias típicas de la filosofía de Betteredge,eso era todo lo que en sustancia decía la carta de micorresponsal. El fiel y cordial anciano reconocía que lahabía escrito «sobre todo para gozar del placer deescribirme».

Yo estrujé la carta en mi bolsillo y la olvidé enseguida, absorbido, como me hallaba totalmente, por lainminente entrevista que habría de sostener con Raquel.

En cuanto el reloj de la iglesia de Hampstead dio lastres, introduje la llave en la cerradura de la puerta delmuro. Confieso que al dar el primer paso dentro deljardín, mientras me hallaba asegurando aún la puertadesde adentro, experimenté una culpable sensación deincertidumbre respecto de lo que podría ocurrir mástarde. Dirigí una mirada furtiva hacia la izquierda y laderecha como si sospechara la presencia de algún

Page 681: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

inesperado testigo oculto en cierto rincón ignorado deljardín. Nada ocurrió que viniera a confirmar misaprensiones. Los senderos estaban todos desiertos, y nohabía otros testigos allí como no fueran los pájaros y lasabejas.

Atravesé el jardín, penetré en el invernadero y crucéla salita. Al poner mi mano sobre la puerta que habíaenfrente de mí, oí unas pocas notas quejumbrosas quesurgían del piano que se hallaba dentro de ese cuarto.Ella acostumbraba dejar vagar sus dedos por el tecladode esa manera, durante mi estada en la casa de sumadre. Me vi obligado a aguardar un instante, parapoder calmarme. El pasado y el presente surgieron alunísono en el supremo instante…, y el contrasteofrecido por ambos me conmovió.

Transcurrido un breve lapso, excité mi hombría yabrí entonces la puerta.

VII

En cuanto mi figura se recortó en el vano de lapuerta Raquel se levantó del piano.

Yo cerré la puerta tras de mí. Nos enfrentamos ensilencio, separados por todo lo ancho del cuarto. Elmovimiento que efectuó ella al levantarse pareció ser elúnico esfuerzo que era capaz de realizar. Toda otra

Page 682: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

actividad de sus facultades físicas o mentales fueabsorbida, al parecer, por el mero acto de mirarme.

El temor de haber obrado precipitadamente cruzóde súbito por mi mente. Avancé unos pocos pasos haciaella, y le dije dulcemente:

—¡Raquel!El timbre de mi voz le devolvió la vida a sus

miembros y el color a su rostro. Ella avanzó, por suparte, pero sin pronunciar todavía palabra alguna.Lentamente, como si obrara bajo el influjo de unafuerza independiente de su voluntad, se aproximó másy más hacia mí; un matiz ardiente y oscuro se derramópor sus mejillas y la luz de su inteligencia vuelta a lavida brillaba con más intensidad en sus pupilas. Yo meolvidé del motivo que me trajera a su presencia; de la vilsospecha que ensombrecía mi nombre… Me olvidé detoda consideración, pasada, presente o futura, que teníala obligación de recordar. No vi otra cosa que a la mujerque amaba, avanzando más y más hacia mí. La vitemblar, y detenerse luego, indecisa. No pude resistir yamás tiempo… La tomé en mis brazos y cubrí de besos surostro.

Hubo un momento en que creí que los besos meeran devueltos, en que me pareció que ella tambiénhabía olvidado. Antes casi de que la idea hubiera tenidotiempo de adquirir forma en mi mente, la primeraacción voluntaria de su parte vino a hacerme sentir querecordaba. Dando un grito que fue algo así como una

Page 683: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

exclamación de horror —y tan potente que dudo quehubiera sido capaz yo mismo de proferirlo si lo hubieraintentado— me apartó de sí. Percibí en sus ojos una irainexorable y un idéntico desdén en sus labios. Me miróde pies a cabeza, como hubiera mirado a undesconocido que la hubiese insultado.

—¡Tú, el cobarde! —me dijo—. ¡Tú, el ruin, elmiserable, el hombre cobarde y sin corazón!

¡Esas fueron sus primeras palabras! El reproche másintolerable que puede arrojar una mujer a un hombre,fue el que ella escogió para arrojármelo a mí.

—Recuerdo que hubo un tiempo, Raquel —le dije—,en que me hubieras dicho que te había ofendido de unamanera más digna que la que acabas de utilizar ahora.Perdón por mis palabras.

Una porción de la amargura que yo sentía debió dehabérsele comunicado a mi voz. Ante las primeraspalabras de mi réplica, sus ojos, que se habían desviadohacía un instante, volvieron a mirarme de mala gana.Me respondió en voz baja y en una forma hosca ysumisa, enteramente desusada en ella, de acuerdo conlo que yo conocía hasta entonces de su carácter.

—Quizá haya algo que justifique mi conducta —medijo—. Luego de lo que has hecho, creo que constituyeuna baja acción de tu parte el acercarte a mí de lamanera en que lo has hecho hoy. Me parece unprocedimiento cobarde ése de recurrir a la debilidadque siento por ti. Y me parece también una sorpresa

Page 684: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cobarde esa que recurre a los besos para ser tal cosa.Pero éste no es más que el punto de vista de una mujer.No debía haber pensado que iba a ser también el tuyo.Hubiera sido mucho mejor que me dominara y nohubiese dicho una sola palabra.

La excusa era más intolerable que el propio insulto.El hombre más degradado la hubiera recibido como unahumillación.

—Si mi honor no se hallara en tus manos —le dije—,me iría ahora mismo para no verte nunca más.

Te has referido a algo que yo he hecho. ¿Qué es loque yo he hecho?

—¡Qué es lo que has hecho! ¿Y tú me preguntas esoa mí?

—Así es.—He mantenido tu infamia en secreto —me

respondió—. Y he sufrido las consecuencias de dichoocultamiento. ¿No tengo derecho a que se me ahorre elinsulto que implica la pregunta que acabas de hacerme?¿Ha muerto en ti todo sentimiento de gratitud? Huboun tiempo en que fuiste muy querido por mi madre y enque lo fuiste aún más por mí…

Su voz flaqueó. Dejándose caer sobre una silla medio la espalda y ocultó su rostro detrás de sus manos.

Yo aguardé un breve instante, hasta sentirme capazde agregar algo. Apenas si sé lo que sentí de maneramás aguda durante ese intervalo de silencio…, si elaguijón que me clavó su desdén o la altiva decisión mía

Page 685: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de eludir todo contacto con su desgracia.—Si tú no quieres ser la primera en hablar—le dije—,

debo ser yo quien lo haga. He venido aquí porque tengoque comunicarte una cosa importante. ¿Me otorgarásesa pequeña y justiciera concesión de prestarle oído a loque habré de decirte?

Ella no se movió ni me respondió. Yo no le hiceninguna nueva solicitud ni avancé un solo centímetropara aproximarme a su silla. Con un orgullo que era tanobstinado como el de ella, le hice la historia deldescubrimiento efectuado por mí en las ArenasMovedizas y de todo lo que me había conducido a él. Elrelato absorbió necesariamente cierto espacio detiempo. Y desde su comienzo hasta el final no me miróella una sola vez ni me dirigió una sola palabra.

Yo me contuve. Todo mi futuro dependía, muyprobablemente, del hecho de que no perdiera eldominio sobre mí mismo un solo instante. Llegó, porfin, el momento en que debía poner a prueba la teoríade míster Bruff. Ansioso por efectuar la prueba, giré enredondo hasta situarme enfrente de ella.

—Tengo que hacerte una pregunta —le dije—. Ellame obligará a hacer mención de un asunto doloroso. ¿Temostró Rosanna Spearman la camisa de dormir?

Ella se puso súbitamente de pie y echó a andar hastasituarse muy cerca de mí, por su propia voluntad. Susojos escudriñaron mi rostro, como si estuvieran leyendoen él algo que nunca habían visto.

Page 686: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿Estás loco? —me preguntó.Yo me contuve aún. Y le dije con calma:—¿Responderás, Raquel, a mi pregunta?Ella prosiguió hablando sin atender a mis palabras.—¿Has venido aquí con el propósito de obtener algo,

algo de lo que yo no logro hacerme una idea? ¿Te haimpulsado algún temor ruin respecto del futuro, en elcual me hallo implicada? Se dice que la muerte de tupadre te ha convertido en un hombre acaudalado. ¿Hasvenido para compensarme por la pérdida del diamante?¿Y te ha quedado alguna pieza de corazón paraavergonzarte de tu misión? ¿Es ése el secreto de tupretendida inocencia y de tu historia relativa a RosannaSpearman? ¿No se oculta algún motivo vergonzosodebajo de toda esa falsía ahora?

Ya la detuve allí. No logré controlarme a mí mismopor más tiempo.

—¡Me has hecho víctima de una infame mentira!—prorrumpí con vehemencia—. Has sospechado que terobé tu diamante. ¡Tengo el derecho de saber, y habréde saberlo, en qué te basas para afirmarlo!

—¡Sospechar de ti! —exclamó, en tanto su iraaumentaba a la par de la mía—. ¡Villano; yo misma tevi robar el diamante con mis propios ojos!

La revelación que surgió súbitamente ante mí al oírtales palabras, el golpe de muerte que recibióinstantáneamente y a raíz de ellas el punto de vista enque se basaban las deducciones de míster Bruff, me

Page 687: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dejaron indefenso. Inocente como era, permanecí ensilencio ante ella. A los ojos suyos y a los de quienquieraque me hubiese mirado, debo de haber presentado elaspecto de un hombre abrumado por el descubrimientode su delito.

Ella se contuvo ante el espectáculo de mihumillación y de su triunfo. El súbito silencio que cayósobre mí pareció atemorizarla.

—Lo pasé por alto ante ti aquella vez —me dijo—. Yhabría hecho lo mismo ahora si no me hubierasobligado a hablar.

Se alejó como si tuviera el propósito de abandonarla habitación…, pero vaciló antes de llegar a la puerta.

—¿Para qué has venido aquí a humillarte a timismo? —me preguntó—. ¿Para qué has venido aquí ahumillarme?

Avanzó unos pasos y se detuvo una vez más.—¡Por el amor de Dios, di algo! —exclamó

apasionadamente—. ¡Si te queda aún algún resto depiedad no permitas que me degrade en esa forma! ¡Dialgo, y arrójame luego de esta habitación!

Yo avancé hacia ella, apenas consciente de lo quehacía. Quizá albergaba la confusa idea de que no debíadetenerla hasta que no me dijera algo más. Desde elmomento en que supe que la prueba que me condenabaante ella era una prueba percibida con sus propios ojos,nada —ni la convicción personal que tenía yo de miinocencia— fue una cosa clara para mí. La tomé de la

Page 688: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mano y me esforcé por hablar con firmeza e ir al grano.—Raquel, hubo un tiempo en que me amaste —fue

cuanto pude decirle.Ella se estremeció y desvió su vista de mí. Su mano

yacía, impotente y temblorosa, en la mía.—Suéltame —profirió débilmente.El roce de mi mano pareció ejercer sobre ella el

mismo efecto que produjo anteriormente el timbre demi voz, cuando entré en el cuarto. Luego de haberlanzado al aire esta palabra que me designaba como uncobarde y de admitir que me había estigmatizado porladrón…, en cuanto su mano reposó sobre la míacomprobé que seguía siendo su dueño.

La hice volver, tiernamente, hacia el centro delcuarto. Y la senté a mi lado.

—Raquel —le dije—, no puedo explicarme laconfusión que existe en lo que voy a decirte. Sólo tehabré de decir la verdad, de igual manera que lo hashecho tú. Me has visto, dices…, apoderarme deldiamante, con tus propios ojos. ¡Ante Dios, que nos estáescuchando, proclamo que es ésta la primera vez queme entero de haber hecho tal cosa! ¿Dudas de mí aún?

Ella ni prestó atención ni oyó lo que le dije.—Suelta mi mano —repitió con voz desmayada.Fue ésta su única respuesta. Su cabeza cayó sobre mi

hombro y su mano estrechó inconscientemente la mía,en tanto me decía que la dejara libre.

Yo renuncié a insistir con mi pregunta. Pero mi

Page 689: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

indulgencia se negó a ir más allá. La probabilidad conque contaba de no volver a ir jamás con la cabezaerguida entre las gentes honestas, dependía de lacircunstancia de inducirla a revelarme todo el misterio.La única esperanza que se me ofrecía era la de suponerque ella había olvidado algún eslabón en la cadena delas pruebas…, una simple futesa, quizá, pero que seconvertiría, no obstante, y luego de una minuciosainvestigación, en el medio que sirviera para demostrar,por fin, mi inocencia. Reconozco que seguí en posesiónde su mano. Y admito que le hablé echando mano delresto de simpatía y confianza que existió entre nosotrosen el pasado.

—Necesito preguntarte algo —le dije—. Necesito queme digas cuanto sepas respecto de lo ocurrido desde elinstante en que nos dijimos buenas noches hasta elmomento en que me viste apoderarme del diamante.

Ella levantó su cabeza de mi hombro e intentóliberar su mano.

—¡Oh!, ¿por qué volver a eso? —me dijo—. ¿Por quévolver a eso?

—Te lo diré, Raquel. Tanto tú como yo hemos sidovíctimas de un monstruoso engaño que se ha cubiertocon la máscara de la verdad. Si meditamosconjuntamente acerca de lo que ocurrió la noche del díade tu cumpleaños, aún podremos, tal vez, llegar aentendernos mutuamente.

Su cabeza volvió a caer sobre mi hombro. Las

Page 690: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lágrimas que brotaron de sus ojos comenzaron a fluirlentamente por sobre sus mejillas.

—¡Oh! —dijo—, ¿no he alimentado yo, acaso, esamisma esperanza? ¿No me he esforzado yo también pordescubrir lo que tú intentas percibir ahora?

—Lo has hecho a solas —le respondí—. Pero no conmi ayuda.

Estas palabras despertaron, al parecer, en ella, lamisma esperanza que hicieron nacer en mí cuando lasdije. Me contestó, a partir de entonces, algo más qued ó c i lm e n te … ; e s fo rza n d o su in te l ig e n c ia ;voluntariamente se franqueó totalmente conmigo.

—Comencemos —le dije—por referirnos a loocurrido luego que nos dijéramos buenas noches.¿Fuiste tú a la cama en seguida, o permaneciste en pie?

—Me fui a la cama.—¿Reparaste en la hora? ¿Era ya tarde?—No mucho. Creo que serían cerca de las doce.—¿Te dormiste en seguida?—No. No pude dormir esa noche.—¿Te sentías inquieta?—Pensaba en ti.Su respuesta estuvo a punto de hacerme perder todo

mi coraje. Cierto matiz en el tono de su voz se abriópaso directamente hacia mi corazón de manera másrápida que sus propias palabras. Sólo después de haberhecho una pequeña pausa me hallé en condiciones deseguir hablando.

Page 691: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿Había alguna luz en tu cuarto? —le pregunté.—Ninguna…, hasta que me levanté para encender

mi bujía.—¿Cuánto tiempo había transcurrido cuando lo

hiciste, desde el instante en que te retiraras a dormir?—Cerca de una hora, creo. Aproximadamente, a la

una de la mañana.—¿Abandonaste entonces tu alcoba?—Estuve a punto de hacerlo. Me había puesto ya mi

peinador y me dirigía a mi gabinete en busca de unlibro…

—¿Habías abierto ya la puerta de la alcoba?—Acababa de hacerlo.—Pero, ¿no habías entrado aún en el gabinete?—No…, algo me detuvo.—¿Qué cosa fue la que te detuvo?—Vi una luz por debajo de la puerta y escuché un

rumor de pasos que se aproximaban.—¿Tuviste miedo?—Aún no. Sabía que mi madre era de muy mal

dormir y me acordé de que se había esforzado almáximo esa noche para que la dejara hacerse cargo deldiamante. A mi entender, se hallaba injustificadamenteansiosa en lo que atañía al mismo, y pensé, por lo tanto,que vendría a comprobar si me hallaba ya en la cama,para hablarme del diamante, si es que me encontrabadespierta.

—¿Qué hiciste tú?

Page 692: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Apagué la bujía para hacerle creer que me hallabaen la cama. Era una insensata… Estaba determinada aguardar el diamante en el sitio que yo misma escogiera.

—Luego que apagaste la vela, ¿regresaste al lecho?—No tuve tiempo de hacerlo. En el mismo instante

en que soplé la llama, se abrió la puerta del gabinete yvi…

—¿A quién viste?—Te vi a ti.—¿Con mi traje habitual?—No.—¿Con mi camisa de dormir?—Sí…, y sosteniendo con tu mano la bujía que se

hallaba en tu alcoba.—¿Solo?—Solo.—¿Pudiste verme la cara?—Sí.—¿Claramente?—Muy claramente. La luz de la vela te daba

plenamente en el rostro.—¿Tenía los ojos abiertos?—Sí.—¿Advertiste algo extraño en ellos? ¿Algo así como

una mirada fija y vaga?—Nada de eso. Tus ojos brillaban… con más fuerza

que habitualmente. Dirigiste en torno tuyo una miradaque hacía pensar que tú sabías que te hallabas en un

Page 693: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lugar donde no deberías haberte hallado y queexpresaba tu temor de ser descubierto.

—¿Advertiste algún cambio en mí cuando penetré enla habitación?… ¿Observaste mi andar?

—Caminabas como siempre lo haces. Avanzastehasta llegar al centro de la habitación…, allí te detuvistey miraste a tu alrededor.

—¿Qué es lo primero que hiciste al verme?—Absolutamente nada. Quedé petrificada. No pude

hablar, ni gritar, ni aun moverme lo suficiente comopara cerrar la puerta.

—¿Podía verte yo desde donde me encontraba?—Sin duda, podrías haberme visto. Pero en ningún

momento dirigiste hacia mí tu mirada. Está de máspreguntar tal cosa. Estoy segura de que no me viste enningún momento.

—¿Cómo te hallas tan segura?—¿Te habrías apoderado, acaso, del diamante?

¿Habrías hecho luego lo que hiciste? ¿Estarías ahoraaquí… si hubieras advertido que yo estaba despierta yobservándote? ¡No me obligues a hablar de ello! Deseocontestar tus preguntas con calma. Ayúdame amantener toda la serenidad que sea yo capaz de tener.Háblame de otra cosa.

Se hallaba en lo cierto; desde cualquier punto devista que se la juzgase, tenía razón. Me referí, pues, aotras cosas.

—¿Qué hice, luego de haberme detenido en el centro

Page 694: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de la habitación?—Te desviaste de allí, para avanzar directamente

hacia la esquina próxima a la ventana…, que es donde seencuentra mi bufete hindú.

—Mientras estuve junto al bufete, tengo que habertedado la espalda. ¿Cómo pudiste ver lo que hacía?

—En cuanto tú te moviste, yo también me moví.—¿De manera de poder ver lo que hacía yo con mis

manos?—Hay tres espejos en mi gabinete. Todo el tiempo

que estuviste tú allí pude observar lo que hacíasreflejado en uno de ellos.

—¿Qué es lo que viste?—Colocaste tu bujía en la parte superior del bufete.

Abriste y cerraste una gaveta tras otra hasta que llegasteal cajón en que yo había guardado el diamante. Mirastehacia su interior durante un momento. Y luegointrodujiste en él tu mano para apoderarte deldiamante.

—¿Cómo sabes que me apoderé del diamante?—Te vi introducir la mano dentro de la gaveta. Y

pude advertir el brillo de la gema, entre tu dedo índicey tu dedo pulgar, cuando sacaste de allí la mano.

—¿Volvió a acercarse mi mano a la gaveta…, comopara cerrarla, por ejemplo?

—No. Tenías el diamante en tu mano derecha ytomaste la bujía de encima del bufete con la izquierda.

—¿Volví a mirar en torno mío, luego de ello?

Page 695: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—No.—¿Abandoné el cuarto inmediatamente?—No. Permaneciste inmóvil durante un tiempo que

me pareció prolongado. Podía ver de soslayo tu rostroreflejado en el espejo. Presentabas el aspecto de unhombre que medita y que se halla desconforme con suspropios pensamientos.

—¿Qué ocurrió en seguida?—Te recobraste de golpe y te dirigiste directamente

hacia la puerta de salida.—¿La cerré al salir?—No. Te introdujiste rápidamente en el pasillo y la

dejaste abierta.—¿Y luego?—Luego desapareció la luz de tu bujía y se extinguió

el rumor de tus pasos y quedó yo a solas en la oscuridad.—¿Ocurrió algo… durante el lapso que medió entre

ese instante y el momento en que se enteraron todos enla casa que el diamante había desaparecido?

—Nada.—¿Estás segura de ello? ¿No te habrás dormido

alguna vez, durante ese tiempo?—No dormí en ningún instante. Ni volví para nada

a mi lecho. Nada ocurrió hasta el momento en que entróPenélope, a la hora habitual, a la mañana siguiente.

Yo dejé caer su mano, me puse de pie y eché a andarpor el cuarto. Toda pregunta que pudiera hacerle habíasido ya respondida. Todo detalle que pudiera yo desear

Page 696: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conocer había sido colocado ante mis ojos. Nuevamentehabía vuelto a la cuestión del sonambulismo y a la ideade la embriaguez y otra vez se había demostrado quedebían ambas teorías ser descartadas…. de acuerdo conel testimonio del testigo de la escena. ¿Qué podía decirahora?, ¿qué paso dar en seguida? ¡Frente a mí selevantaba el horrible hecho que implicaba ese robo…,como la única cosa visible y tangible, en medio de laimpenetrable oscuridad que envolvía todo lo demás! Niun solo resplandor que hubiera podido guiarme habíapercibido antes, cuando entré en posesión del secreto deRosanna Spearman en las Arenas Movedizas. Y ningúnresplandor advertía ahora, luego de haber apelado a lapropia Raquel y haber oído, de sus propios labios, laodiosa historia de lo acaecido aquella noche.

Ella fue quien primero rompió esta vez el silencio.—Y bien —me dijo—, me has interrogado y te he

respondido. Me has hecho aguardar algo de esto,porque tú esperabas que surgiera algo. ¿Qué tienes quedecirme ahora?

El tono con que me dijo estas palabras me previnode que había dejado de ejercer, nuevamente, todoinflujo sobre ella.

—Según dijiste, habríamos de meditarconjuntamente acerca de lo que ocurrió la noche del díade mi cumpleaños —prosiguió—, y llegaríamos, a travésde ello, a entendernos. ¿Ha ocurrido tal cosa?

Sin compasión alguna se quedó aguardando mi

Page 697: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

respuesta. Al responderle, cometí yo un error fatal…;dejé que el desamparo de mi propia situación seimpusiera sobre el dominio de mí mismo. Precipitada einútilmente le reproché su silencio, que me habíamantenido hasta ese momento alejado de la verdad.

—Si hubieras hablado cuando debiste hacerlo—comencé a decirle—; si de acuerdo con los principiosmás comunes de la justicia te hubieras explicado antemí…

Prorrumpió furiosa en un estallido. Las pocaspalabras que acababa yo de pronunciar cayeron sobreella, al parecer, como un latigazo que la hizo montar encólera.

—¡Explicarme! —dijo—. ¡Oh!, ¿existirá acaso otrohombre igual a éste en todo el mundo? Lo perdono,primero, cuando se me está desgarrando el corazón; loencubro, luego, cuando mi propia reputación se halla enjuego, y él, por su parte entre todos los seres que hay enel mundo—, él se vuelve ahora contra mí para decirmeque debiera yo haberme explicado. Luego de habercreído en él como yo creí, de haberlo amado como loamé y soñado con él durante mis noches…, he aquí queahora él se pregunta por qué no le imputé su desgracia,la primera vez que nos encontramos: «¡Amado mío, eresun ladrón! ¡Tú, el héroe a quien amo y venero, te hasdeslizado dentro de mi cuarto al abrigo de la noche yhas robado mi diamante!» Eso es lo que debí habertedicho. ¡Villano, ruin, ruin y villano; hubiera preferido

Page 698: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

perder cincuenta diamantes, antes que oírte mentir enmi cara, como lo estás haciendo ahora!

Yo tomé mi sombrero. Y compadeciéndome de ella— ¡ s í ! , p u e d o h o n e s t a m e n t e a f i r m a r l o — ,compadeciéndome de ella, me volví sin decirle unapalabra y abrí la puerta por donde había entradoanteriormente en la habitación.

Ella me siguió, y arrebatándome la puerta de lamano, la cerró y me indicó que regresara al lugar quehabía ocupado anteriormente.

—¡No! —me dijo—. ¡Todavía no! Al parecer debo yojustificar la conducta que he observado contigo. Habrásde quedarte y oírme, o de lo contrario, tendrás quedescender hasta cometer la más grande infamia, o sea,a tener que usar la fuerza para salir.

Se me encogió el corazón al contemplarla, se mecontrajo al oírle decir tales palabras. Mediante unaseñal —que fue cuanto me sentí capaz de hacer— lerespondí que me sometía a su voluntad.

El tono carmesí de la ira comenzó a disiparse en surostro a medida que me fui aproximando en silencio ami silla. Ella aguardó un breve lapso para serenarse.Cuando volvió a hablar, ni un solo vestigio de emociónse percibió en ella. Lo hizo sin mirarme. Sus manos sehallaban anudadas estrechamente sobre su regazo, y susojos miraban fijamente hacia el piso.

—De acuerdo con los principios más comunes de lajusticia, debiera yo explicarme —me dijo repitiendo mis

Page 699: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

palabras—. Ya verás si traté o no de hacerte justicia.Acabo de decirte que en ningún momento me dormí nivolví a mi lecho, luego que tú abandonaste mi gabinete.Sería inútil que te molestara deteniéndome a recordarlo que pensé entonces —tú no comprenderías talespensamiento—; sólo habré de decirte lo que hice luegoque transcurrió el tiempo suficiente que me ayudó arecobrarme. Me abstuve de alarmar a las gente de lacasa y de contarle a todo el mundo lo ocurrido…, comodebiera, en verdad, haber hecho. A despecho de lo queviera, me hallaba tan enamorada de ti como para creer—¡no importa lo que ello fuera!— cualquier imposible,antes que admitir ante mí misma que tú eras un ladróndeliberado. Pensé una y otra cosa…, hasta que opté porescribirte una carta.

—Jamás recibí esa carta.—Ya sé que nunca la recibiste. Aguarda un poco y

sabrás a qué se debió. Mi carta no te hubiera dicho nadaabiertamente. No te hubiera estropeado la vida, de caeren manos extrañas. No hubiera dicho en ella más que—y en unos términos cuyo sentido no se hubieraescapado— tenía yo mis razones para creer que tehallabas endeudado y que tanto a mí como a mi madrela experiencia que teníamos de ti nos decía que no erastú muy discreto ni muy escrupuloso en lo que se refierea la manera de obtener dinero para pagar tus deudas.Esto te hubiera recordado la visita del abogado francésy habrías comprendido entonces lo que te quería decir.

Page 700: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

De haber sentido algún interés por seguir leyendo,habrías llegado a enterarte del ofrecimiento que tehacía…, del ofrecimiento que te hacía en privado (¡niuna sola palabra, ten en cuenta, debía cruzarseabiertamente entre ambos!) de un préstamo consistenteen la suma más grande de dinero que me fuera posiblereunir. ¡Y la habrías tenido! —exclamó enrojeciendonuevamente y levantando sus ojos para mirarme unavez más—. ¡Habría empeñado yo misma el diamante, sino hubiese logrado reunir el dinero de otra manera! Enesos términos se hallaba concebida la carta. ¡Aguarda!Hice aún algo más. Dispuse, con Penélope, las cosas demanera de hacértela llegar a solas. Y me propuseencerrarme en mi dormitorio, dejando abierta la puertade mi desierto gabinete, durante toda la mañana.Esperaba —¡con toda el alma y corazón aguardaba!—que tú habrías de aprovechar la oportunidad que se teofrecía para volver a colocar en secreto el diamante enla gaveta.

Yo intenté hablar. Pero ella levantó, impaciente, sumano y me contuvo. En medio de las cambiantesalternativas de su carácter, comenzó a encresparse denuevo su ira. Abandonó su asiento y se aproximó a mí.

—¡Ya sé lo que quieres decirme! —prosiguió—.Quieres volver a recordarme de que jamás recibiste talcarta. Yo puedo decirte por qué. La rompí.

—¿Por qué motivo? —le pregunté.—Por el más razonable de los motivos. ¡Preferí

Page 701: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

desgarrarla antes que malgastarla enviándosela a unhombre como tú! ¿Cuál fue la primera noticia que recibía la mañana? ¿Qué es lo que oí decir en el mismoinstante en que acababa de darle forma a mi modestoplan? Oí decir que tú —¡nada menos que tú!— fuiste elprimero en traer a la policía a la casa. ¡Tú eras el másactivo: el jefe; quien luchaba más que nadie pararecobrar la gema! Y fuiste tan audaz como para quererhablar conmigo respecto de la desaparición deldiamante…, del diamante que tú mismo robaras; eldiamante que tuviste todo el tiempo en tus manos. Anteesta horrible demostración de astucia y falsedad,desgarré mi carta. Pero aun entonces —aun en elmomento en que me hallaba enloquecida por labúsqueda y el registro efectuados por ese policía que tútrajeras a la casa—, aun entonces, cierta infatuaciónpersonal me impidió el darte por perdido. Y me dije amí misma: «Ha estado desempeñando una vil farsa antetodas las gentes de la casa. Veamos si es que se atreve adesempeñarla ante mí.» Alguien me dijo que te hallabasen la terraza. Bajé, pues, a la terraza. Me esforcé pormirarte y también por hablarte. ¿Has olvidado ya lo quete dije?

Pude haberle respondido que me acordaba de cadapalabra. Pero, ¿qué objeto hubiera tenido el hacerlo enese momento?

¿Cómo podía decirle que lo que me dijo en aquellaocasión me dejó pasmado y acongojado, me hizo pensar

Page 702: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que se encontraba bajo los efectos de una peligrosaconmoción nerviosa y pensar si no sería posible que ladesaparición de la gema no constituyera para ella elmisterio que la misma significaba para las otraspersonas de la casa…, y que no me había hecho percibiren ningún momento la más ligera vislumbre de laverdad? No teniendo a mi alcance ni la sombra de unaprueba que sirviera para vindicar mi inocencia, ¿cómohabría logrado persuadirla de que no sabía yo más, enlo que concernía a lo que ella estaba pensando en esemomento allí, en la terraza, que lo que hubiera sabidorespecto de ello la persona más ajena al asunto?

—Quizá te convenga olvidar; en cuanto a mí, meconviene hacer memoria —prosiguió—. Sabía muy bienlo que decía…, ya que medité sobre ello antes de hablar.Una tras otra fui dándote varias oportunidades para queconfesaras la verdad. No callé nada de lo que pudedecirte…, nada, excepto el decirte claramente que túeras el autor del robo. Y por toda respuesta no hicistemás que dirigirme una fingida y vil mirada de asombroy mostrarme un engañoso rostro de inocente…;exactamente como lo has hecho hoy aquí, ¡exactamentecomo lo estás haciendo en este mismo instante! Te dejéesa mañana con el convencimiento de que te habíaconocido, al fin, tal cual eras —tal cual eres—: ¡como elser más miserable que ha pisado jamás la tierra!

—Si me hubieras hablado claro en aquella ocasiónRaquel, te habrías alejado de mi lado, quizá, con el

Page 703: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

convencimiento de que habías sido cruelmente injustacon un inocente.

—¡Si hubiera hablado claro ante las otras gentes—me replicó en un nuevo acceso de indignación—,habrías quedado deshonrado por el resto de tus días! ¡Sihubiera hablado claro para tus oídos, tan sólo, tehabrías negado a creerme como lo estás haciendo ahora!¿Piensas, acaso, que te hubiese creído? ¿Vacilaría enmentir un hombre que había hecho lo que yo te vi hacera ti…, y que se condujo como tú te condujiste más tarde,respecto de ese asunto? Te repito que me contuvo elhorror de oírte mentir, luego de haber experimentado elhorror de comprobar que eras un ladrón. ¡Hablas deesto como si se tratara de un malentendido que pudieradisiparse mediante unas pocas palabras! ¡Bien!, elmalentendido ha terminado. ¿Se ha rectificado algo?¡No!, las cosas se hallan como antes. ¡No te creo, ahora!¡No creo que hayas encontrado la camisa de dormir, nique exista esa carta de Rosanna Spearman, no creo unasola palabra de lo que has dicho. Tú lo robaste… ¡Yo tevi! Simulaste ayudar a la policía; ¡lo vi también! Yempeñaste el diamante en la casa del prestamista deLondres, ¡estoy segura de ello! ¡Hiciste recaer tudeshonra (gracias a mi indigno silencio) sobre unhombre inocente! ¡Y fuiste hacia el Continente con tubotín, a la mañana siguiente! Luego de tanta vileza, sólouna cosa podías aún hacer. Venir aquí con una últimamentira en los labios…, ¡venir aquí para decirme que he

Page 704: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sido injusta contigo!Si hubiera permanecido allí un instante más, quién

sabe qué palabras, de las cuales me hubiese arrepentidoen vano posteriormente, habría dejado escapar de mislabios. Pasé de largo a su lado y abrí por segunda vez lapuerta. Por segunda vez, también —y con la frenéticaterquedad de una mujer excitada—, me asió del brazo yse interpuso en mi camino.

—Déjame ir, Raquel —le dije—. Será mejor para losdos. Déjame ir.

Su histerismo y su cólera le hinchaban el pecho…. suanhelosa respiración me golpeó casi en el rostro, entanto me retenía junto a la puerta.

—¿Por qué has venido? —insistió, desesperada—. Telo vuelvo a preguntar…, ¿por qué has venido? ¿Tienesmiedo de que te delate? Ahora que eres un hombre rico;ahora que ocupas un lugar en el mundo y puedes casartecon la dama más encumbrada de la tierra…, ¿temes quediga yo las palabras que no le he dicho a nadie hastaahora más que a ti? ¡No puedo hacerlo! ¡No puedodenunciarte! Soy peor, si es posible tal cosa, peor de loque tú eres.

Volvió a estallar en sollozos. Luchó consigo mismafieramente; asió mi brazo más y más fuertemente.

—No puedo arrancarte de mi corazón —me dijo—,¡ni aun ahora! ¡Puedes estar seguro de esta vergonzosa,de esta indigna flaqueza que no puede luchar contigomás que de esta manera! —abandonando súbitamente

Page 705: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mi brazo… elevó sus manos y las retorciófrenéticamente en el aire—. ¡Cualquiera otra mujerrehuiría la acción de tocarlo! —exclamó—. ¡Oh, Diosmío! ¡Oh, Dios mío! ¡Me desprecio a mí misma, máshondamente de lo que lo desprecio a él!

Las lágrimas forzaron su paso a través de mispupilas, a despecho de mí mismo…; no podía seguirsufriendo por más tiempo tan horrenda situación.

—Tendrás que comprender que has sido injustaconmigo, sin embargo —le dije—. ¡De lo contrario nohabrás de volver a verme jamás!

Dicho esto me alejé. Ella abandonó de inmediato lasilla en que se había dejado caer un momento antes; sepuso de pie, de súbito —¡la noble criatura!—, y mesiguió a través del cuarto exterior, para hacerme llegaruna postrera y clemente frase de despedida.

—¡Franklin! —me dijo—. ¡Te perdono! ¡Oh,Franklin, Franklin, no nos volveremos a ver nunca más!¡Dime que me perdonas a mí!

Yo me volví para demostrarle con la expresión de mirostro que me era imposible recurrir a la palabra… Mevolví y la saludé con la mano y la vi turbiamente, comoen un sueño, a través de las lágrimas que me vencieron,al fin.

Un instante después la más honda amargura habíaya pasado. Me encontraba nuevamente en el jardín.

No la pude ya ver ni escuchar.

Page 706: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

VIII

En las últimas horas de esa misma tarde, mesorprendió la visita que me hizo en mi alojamientomíster Bruff.

Un cambio notable se advertía en las maneras delabogado. Había perdido su habitual cordialidad y suconfianza. Por primera vez en su vida me estrechó ensilencio la mano.

—¿Se va ya para Hampstead? —le pregunté, pordecir algo.

—Acabo, justamente, de abandonar Hampstead—me respondió—. Sé, míster Franklin, que ha logradousted enterarse, por fin, de la verdad. Pero,honestamente, le digo que, de haber previsto yo elprecio que debía usted pagar por ello, hubiera preferidodejarlo en las tinieblas.

—¿Ha visto usted a Raquel?—He venido hacia aquí luego de llevarla de regreso

a Portland Place; era imposible dejar que se volvierasola en el vehículo. Difícilmente podría hacerlo a ustedresponsable —teniendo en cuenta que la vio usted en micasa y con mi permiso— del golpe que esta infortunadaentrevista ha significado para ello. Todo cuanto puedoyo hacer es esforzarme por evitar una repetición de estadesgracia. Ella es joven, posee un carácter enérgico, ylogrará sobreponerse a esto con la ayuda del tiempo ydel reposo. Necesito asegurarme de que usted no habrá

Page 707: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de estorbarla en su recuperación. ¿Puedo confiar en queno intentará verla usted nuevamente…, sin contar conmi autorización y aprobación?

—Luego de lo que ella ha sufrido y lo que yo hesoportado —le dije—, puede usted confiar en mí.

—¿Me lo promete?—Le doy mi palabra.Míster Bruff pareció aliviado. Depositando su

sombrero arrimó su silla a la mía.—¡Eso ya está arreglado! —dijo—. Ahora, hablemos

del futuro…, de su futuro, quiero decir. En mi opinión,las consecuencias del extraño giro tomado por esteasunto son, en pocas palabras, las siguientes: en primerlugar, nos hallamos seguros de que Raquel le ha dichoa usted toda la verdad, tan claramente como es posibleexpresarla con palabras. En segundo lugar —y auncreyendo como creemos que alguna terribleequivocación se esconde en alguna parte de esteasunto— apenas si podemos condenarla por el hecho deque lo crea a usted culpable, basándose en el testimoniode sus propios sentidos, respaldados éstos, como lo hansido, por determinadas circunstancias que parecenhablar ante los mismos de una manera hartoconcluyente en contra de usted.

Aquí lo interrumpí.—Yo no condeno a Raquel —le dije—. Sólo lamento

que no lograra convencerse a sí misma de que debíahablarme claramente cuando era el momento oportuno.

Page 708: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—De la misma manera podría usted lamentar el queRaquel no sea cualquier otra persona —me replicómíster Bruff—. Y aun así, dudo que ninguna muchachadelicada que hubiera puesto su ilusión en casarse conusted, se hubiese atrevido a acusarlo, en la cara, deladrón. De cualquier modo, no concordaba con lanaturaleza de Raquel el hacer tal cosa. En un asuntomuy distinto de éste suyo —y que la colocó, no obstante,en una situación no muy diversa de la que ocupó conrespecto a usted— llegué a saber que actuó bajo lainfluencia de un motivo similar al que gravitó sobre ellaen este asunto en que intervino usted. Por otra parte,como me dijo ella misma durante nuestro viaje deregreso a la ciudad esta tarde, de haber hablado ellaclaramente en aquel entonces, hubiera creído tanto ensu negativa como ha creído ahora. ¿Qué puede ustedcontestarle a esto? No hay respuesta posible. ¡Vamos!¡Vamos!, míster Franklin; se ha comprobado que mipunto de vista respecto de este caso era erróneo; loadmito…, pero, tal como están las cosas, puede ser quemi consejo sea digno de ser seguido, a pesar de ello. Ledigo sinceramente que no haremos más que perder eltiempo y devanarnos los sesos sin provecho alguno, si esque intentamos volver atrás para hacer ensayos ydesembrollar un asunto tan espantosamentecomplicado desde el principio. Volvámosle la espaldacon decisión a cuanto ocurrió el año último en la casa deLady Verinder; y veamos qué es lo que podemos

Page 709: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

descubrir en el futuro, en lugar de comprobar qué es loque no logramos percibir en el pasado.

—Sin duda olvida usted —le dije— que todo elasunto pertenece esencialmente al pasado…, en lo quea mi concierne.

—Contésteme esta pregunta —me replicó misterBruff—. ¿Se halla la Piedra Lunar implicada en el fondode tan desgraciado asunto?… ¿Sí o no?

—Sí…, naturalmente.—Muy bien. ¿Qué creemos nosotros que se hizo con

la Piedra Lunar cuando fue llevada a Londres?—Le fue entregada en prenda a míster Luker.—Sabemos que no fue usted la persona que la

empeñó. ¿Sabemos acaso quién lo hizo?—No.—¿Dónde se halla ahora, en nuestra opinión, la

Piedra Lunar?—Depositada en casa de los banqueros de míster

Luker.—Exactamente. Ahora bien, observe lo siguiente.

Nos hallamos ya en el mes de junio. Hacia fin de estemes, no puedo precisar el día, habrá transcurrido unaño desde el día en que, según nuestra creencia, fueempeñada la gema. Existe la posibilidad —para decir lomenos de ello— de que la persona que la empeñó puedahallarse lista en estos momentos para rescatarla,cuando haya expirado ese plazo de un año. De ocurrirtal cosa, el propio mister Luker en persona —de acuerdo

Page 710: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

con los términos de su propio contrato— deberá recibirel diamante de manos de los banqueros. En talescircunstancias, propongo que se establezca vigilancia enel banco, tan pronto como el presente mes se aproximea su fin, para descubrir a la persona a quien misterLuker le reintegrará la Piedra Lunar. ¿Me entiendeusted ahora?

Yo admití, un tanto de mala gana, que se trataba,sea como fuere, de una idea novedosa.

—Me pertenece a mí tanto como a místerMurthwaite —dijo míster Bruff—. Jamás hubierapenetrado en mi cabeza de no haber sido por laconversación que sostuve con él hace algún tiempo. Deestar en lo cierto míster Murthwaite, es probable que loshindúes se hallen rondando el banco hacia laspostrimerías de este mes, también…, y es posible queocurra entonces algo serio. Lo que acaezca no debeimportarnos nada, ni a usted ni a mí…, como no sea enlo que se refiere a la ayuda que pueda prestarnos paraecharle el guante a ese misterioso personaje queempeñó el diamante. Dicha persona, puede usted estarseguro de ello, es responsable, no pretendo decir de quémanera, de la situación en que se halla usted en estemomento, y sólo ella podrá hacerlo recobrar el lugarque ocupaba anteriormente en la estimación de Raquel.

—No puedo negar —le dije— que el plan que mepropone enfrenta la dificultad de una manera muyosada, muy ingeniosa y muy novedosa. Pero…

Page 711: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Pero, ¿tiene usted que hacerme alguna objeción?—Sí. Mi objeción es la siguiente: su plan nos

obligará a aguardar.—Concedido. Según mis cálculos necesitaremos

aguardar alrededor de una quincena…, más o menos.¿Es mucho tiempo?

—Toda una vida, mister Bruff, para quien se halla enmi situación. Mi existencia me resultará sencillamenteintolerable, a menos que no haga de una vez algodestinado a limpiar mi reputación.

—Bien, bien, lo comprendo. ¿Ha pensado ustedalgo?

—He pensado consultar al Sargento Cuff.—Se ha retirado de la policía. Es inútil esperar

ninguna ayuda del Sargento.—Yo sé dónde encontrarlo; podré, al menos, hacer

la prueba.—Hágala —dijo míster Bruff, luego de meditar un

instante—. El caso ha adquirido un aspecto tanextraordinario desde el tiempo en que actuó el SargentoCuff, que es posible que usted logre revivir su interéspor la investigación. Pruébelo y hágame saber elresultado. Mientras tanto —me dijo, poniéndose depie—, de no hacer usted hallazgo alguno durante ellapso que habrá de transcurrir desde ahora hasta fin demes, ¿me hallaré yo en libertad para ensayar, por miparte, qué es lo que pueda hacerse, según lo queaconseje el resultado de la vigilancia establecida en el

Page 712: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

banco?—Seguramente—le respondí—; a menos que lo

releve yo completamente, en el intervalo, de lanecesidad de efectuar dicho experimento.

Míster Bruff se sonrió y se encasquetó el sombrero.—Dígale al Sargento Cuff —me replicó— que yo

opino que el hallazgo de la verdad depende del hallazgode la persona que empeñó el diamante. Y hágame ustedsaber qué es lo que le sugiere su experiencia al Sargento.

Y así fue como nos despedimos esa noche.En las primeras horas de la mañana del día

siguiente, partí hacia la pequeña ciudad de Dorking…,lugar adonde se había retirado el Sargento Cuff, segúnme dijo Betteredge.

Luego de inquirir en el hotel me hallé en posesión delos datos necesarios para dar con el cottage delSargento. Se llegaba al mismo por un desierto atajo delas afueras de la ciudad y se alzaba aquélconfortablemente en medio de sus propios jardines,protegido por un sólido muro de ladrillos en la partetrasera y los costados y por un elevado seto vivo alfrente. La puerta, ornamentada en su parte superior porun enrejado bellamente pintado, estaba cerrada. Luegode hacer sonar la campanilla, atisbé a través delenrejado y pude advertir la flor favorita del gran Cuff entodas partes: floreciendo en el jardín, apiñándose juntoa la puerta, y asomándose hacia el interior, en lasventanas. ¡Lejos de los crímenes y misterios de la gran

Page 713: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ciudad, este ilustre apresador de ladrones vivíaplácidamente los últimos años sibaríticos de suexistencia, sumergido en las rosas!

Una honorable anciana me abrió la puerta ydestruyó de golpe todas las esperanzas que yo forjarasobre la base de la ayuda que el Sargento Cuff podríaprestarme. Había partido, justamente el día anterior,para Irlanda.

La mujer sonrió.—Un solo negocio lo preocupa ahora, señor —me

dijo—: el de las rosas. Cierto jardinero de un granpersonaje de Irlanda ha descubierto una nueva manerade cultivar las rosas…, y míster Cuff ha ido allí paraaveriguar de qué se trata.

—¿Sabe usted cuándo regresará?—No podría informarle con exactitud, señor. Míster

Cuff me dijo que regresaría en seguida o se quedaría alláalgún tiempo, según que el descubrimiento resultaradigno de estudio o no mereciera su atención. Si quiereusted dejarle algún mensaje pondré el mayor cuidado,señor en hacérselo llegar.

Yo le di mi tarjeta, luego de haber escrito en ella, conlápiz, lo siguiente: «Tengo algo que decirle respecto dela Piedra Lunar. Tan pronto regrese, hágamelo saber.»Hecho esto, no me quedaba otra cosa por hacer quesometerme a las circunstancias y regresar a Londres.

En las condiciones tan irritables en que me hallabaen la época a la cual me estoy refiriendo, mi infructuoso

Page 714: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

viaje hacia el cottage del Sargento no hizo más queacrecentar mi incontenible impulso de hacer algunacosa. El mismo día que regresé a Dorking decidí que lapróxima mañana habría de hallarme entregado a unnuevo esfuerzo: el de avanzar a marchas forzadas, y através de todos los obstáculos, de la sombra a la luz.

¿Qué forma habría de adoptar mi próximoexperimento?

Si mi excelente amigo Betteredge se hubiese halladopresente, mientras me dedicaba yo a meditar sobre talcuestión, y hubiera podido sorprender el curso de mispensamientos, habría dicho, sin lugar a dudas, que erala faceta germana de mi carácter la que se hallaba ahoraen primer plano. Hablando seriamente, era posible, talvez, afirmar que mi educación germana era responsable,hasta cierto punto, de ese laberinto de especulacionesen medio de las cuales andaba ahora extraviado. Pasécasi toda la noche sentado, fumando y construyendoteorías, cada una más hondamente improbable que laque la había precedido. Cuando logré dormirme, misfantasías de la vigilia me persiguieron durante el sueño.Al levantarme al día siguiente, el aspecto objetivo-subjetivo y el subjetivo-objetivo del asunto, se hallabaninextricablemente confundidos en mi mente; y comencéel día que habría de ser testigo de mi próximo esfuerzoen favor de determinada acción positiva de mi parte,preguntándome si tenía derecho alguno, desde el puntode vista filosófico, a considerar como existente cosa

Page 715: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

alguna, incluso el diamante, sobre la tierra.Cuánto tiempo hubiera permanecido extraviado en

la niebla de mi propia metafísica, de haberme dejado asolas para desenredar mi propio embrollo, es algo queno podría de ninguna manera especificar. Como seprobó más tarde, la casualidad vino a rescatarme y logróliberarme con toda fortuna. Ocurrió que me puse esamañana la misma chaqueta que llevaba el día de mientrevista con Raquel. Mientras buscaba cierta cosa enuno de los bolsillos, dieron mis dedos con un rugosotrozo de papel; lo saqué de allí y comprobé que setrataba de la olvidada carta de Betteredge.

Me pareció injusto dejar sin respuesta a mi viejo ybuen amigo. Y así fue como me dirigí hacia mi escritorioy me puse a leer de nuevo su carta.

Una misiva en la cual no aparece nada importantehace que sea muy difícil la respuesta. El esfuerzo actualde Betteredge por entrar en correspondencia conmigo,encuadraba dentro de esa categoría de cartas. Elayudante de míster Candy, por otro nombre, EzraJennings, le había dicho a su amo que me vio en laestación; y míster Candy, por su parte, deseaba vermepara hablar conmigo respecto de cierto asunto, lapróxima vez que fuera yo a Frizinghall. ¿Qué podíarespondérsele a esto que fuera digno del papelempleado para ello? Sentado allí comencé a trazar dememoria diversos retratos del extraño ayudante demíster Candy, sobre la hoja de papel que había decidido

Page 716: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

consagrarle a Betteredge…, hasta que me di cuenta, demanera repentina, que el incorregible Ezra Jennings secruzaba nuevamente en mi camino. Arrojé, por lomenos, una docena de retratos del hombre del cabelloblanquinegro (su cabello, en todos los casos, presentabaun aspecto notable) dentro del cesto de papeles…, yrecién entonces y allí, en el mismo lugar, comencé aredactar mi respuesta para Betteredge. Resultó ésta lamás vulgar de las cartas…, pero ejerció sobre mí uninflujo excelente. El esfuerzo que implicó el escribir esaspocas líneas en un inglés sencillo despejó totalmente micabeza de los nebulosos disparates que la llenaran desdeel día anterior.

Consagrándome nuevamente a la dilucidación delimpenetrable enigma que significaba mi situación paramí mismo, intenté ahora afrontar la dificultad,investigando el asunto desde un punto de vistaenteramente práctico. Siendo, como eran todavía paramí, ininteligibles los eventos de la noche delcumpleaños, dirigí mi atención un poco más hacia atrásy busqué en mi memoria, de lo ocurrido en las primerashoras del día del cumpleaños, algún hecho que pudieraayudarme a dar con la pista que buscaba.

¿Había ocurrido algo mientras Raquel y yoestábamos terminando de pintar la puerta, o más tardecuando me dirigí a caballo a Frizinghall, oposteriormente, cuando volví, acompañado por GodfreyAblewhite y sus hermanas, o más tarde aún, cuando

Page 717: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

deposité la Piedra Lunar en manos de Raquel, oposteriormente todavía, cuando llegaron los invitadosy nos hallamos todos reunidos en torno a la mesa de lafiesta? Mi memoria pudo disponer de todos loseslabones, con la mayor facilidad, hasta llegar a esteúltimo evento. Al mirar hacia atrás en busca de lospormenores de índole social acaecidos durante lacomida del día de cumpleaños, advertí que me hallabaen un punto muerto, al comienzo, no más, de laencuesta. No era capaz de recordar el número exacto dehuéspedes que se sentaron alrededor de la mesaconmigo.

Comprobar que me hallaba aquí completamente enduda e inferir de inmediato que las incidencias de lacomida podrían depararme una especial recompensapor el trabajo que me tomara en investigarlas, formabanparte, en mi caso, de un plan mental único. Y creo quecualquiera otra persona, de encontrarse en mi situación,hubiera razonado de la misma manera. Cuando labúsqueda de lo que nos interesa personalmente noslleva a convertirnos en motivo de análisis para nosotrosmismos, sospechamos, naturalmente, de lo que noconocemos. Una vez que dispuse de los nombres detodas las personas que se hallaron presentes en lacomida, resolví —como un medio que me sirviera paraenriquecer los deficientes recursos de mi propiamemoria— apelar a la memoria del resto de loshuéspedes; registrar en el papel cuanto pudieran ellos

Page 718: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

recordar de los actos sociales cumplidos el día delcumpleaños y comparar luego el resultado así obtenido,a la luz de lo acontecido después que los invitadosabandonaron la casa.

Este último, el más novedoso de todos losexperimentos efectuados por mí en el campo de lainvestigación —y el cual le hubiera sido atribuido porBetteredge a la faceta más luminosa o francesa de micarácter, actuando en ese instante en todo su apogeo—,puede con justicia reclamar el derecho de ser registradoaquí, de acuerdo con sus propios méritos. Porinverosímil que parezca, acababa yo, por fin, de palpara tientas, realmente, el sendero que conducía hacia lamisma entraña del problema. No necesitaba ahora másque una ligera ayuda que me sirviera para guiarme porel camino verdadero desde el principio. Antes de quehubiera transcurrido un nuevo día esta ayuda me fuedada por uno de los invitados que se halló presente enla fiesta del día del cumpleaños.

Trazado ya el plan, se hacía necesario, antes quenada, conseguir la lista completa de los huéspedes, cosafácil de lograr por intermedio de Betteredge. Resolví,pues, regresar a Yorkshire ese mismo día y darcomienzo a la investigación a la mañana siguiente.

Era ya demasiado tarde para tomar el tren quepartía de Londres antes de mediodía. No había otraalternativa como no fuera la de aguardar, cerca de treshoras, la partida del próximo tren. ¿Podría hacer algo en

Page 719: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Londres, durante ese intervalo, que me fuera de algunautilidad?

Mis ideas retornaron, obstinadamente, a la comidadel día del cumpleaños.

Aunque había olvidado el número exacto de loscomensales, y en muchos casos aun los nombres, meacordaba lo suficiente de lo ocurrido como para saberque la mayor parte no componía el todo. Unos pocos,entre nosotros, no éramos residentes habituales delcondado. Yo me contaba entre esos pocos. MísterMurthwaite era otro. Godfrey Ablewhite, también,míster Bruff…, no; me acordé de que cierto asunto lehabía impedido asistir. ¿Se halló presente alguna señoraresidente en Londres? Sólo a miss Clack podía incluirlaen esa categoría. No obstante, he aquí tres invitados aquienes, sea como fuere, era conveniente que yo vieraantes de abandonar la ciudad. De inmediato me dirigíhacia el despacho de míster Bruff, pues, desconociendola dirección de las personas a quienes debía buscar,consideré posible que aquél pudiera ayudarme aencontrarlas.

Míster Bruff se hallaba tan ocupado que apenas sime concedió un solo minuto de su valioso tiempo.Durante ese minuto, sin embargo, se las arregló paraopinar —de la manera más desalentadora— respecto detodas las preguntas que le hice.

En primer lugar, consideraba mi más recientemétodo para dar con la clave del misterio demasiado

Page 720: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

descabellado como para ser tomado siquiera en serio.En segundo, tercero y cuarto lugar, míster Murthwaitese hallaba actualmente en camino de lo que fuera elteatro de sus antiguas proezas; miss Clack había venidoa menos y se hallaba instalada, por economía, enFrancia; míster Godfrey Ablewhite podría o no podríaser encontrado en algún lugar de Londres. ¿Por qué nopreguntaba por él en el club? ¿Y por qué no lo excusabaa míster Bruff por tener que volverse a sus ocupacionesy verse obligado a decirme buenos días?

Habiendo quedado reducido el campo de misactividades en Londres hasta el punto de incluir tan sóloen él la necesidad de hallar el paradero de Godfrey,atendí el consejo del abogado y me dirigí, por lo tanto,hacia el club.

En el vestíbulo me encontré con uno de los socios,que era un viejo amigo de mi primo y a quien yotambién conocía. Dicho caballero, luego de aclararme elmisterio del paradero de Godfrey, me puso al tanto dedos hechos de su vida que no habían llegado hastaentonces a mis oídos.

Al parecer, Godfrey, lejos de haberse sentidoabrumado por la anulación, de parte de Raquel, de supromesa matrimonial, se había dedicado a hacerlerequerimientos amorosos, poco después, a otra jovenfamosa por sus riquezas. Su pedido prosperó y elmatrimonio llegó a ser considerado como una cosaestablecida y segura. Pero he aquí que otra vez el

Page 721: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

compromiso había sido súbita e inesperadamenteanulado a causa, según se decía, de una seriadivergencia surgida entre el novio y el padre de la dama,respecto a la cuestión de la dote.

Como compensación por este segundo desastrematrimonial, había sido Godfrey, poco tiempo después,objeto del apasionado recuerdo pecuniario de parte deuna de sus muchas admiradoras. Cierta vieja damaacaudalada —muy respetada en el seno de la Liga deMadres para la Confección de Pantalones Cortos y queera una gran amiga de miss Clack (a quien no legó otracosa que un anillo de luto)— dejó al admirable ymeritorio Godfrey un legado de cinco mil libras. Luegode recibir tan preciosa adición a sus modestos recursospecuniarios, se le oyó decir que necesitaba un pequeñodescanso en lo que concernía a sus labores caritativas yque el doctor le había prescrito «una escapada alContinente, la cual podría ser muy benéfica para susalud». Si quería verlo, sería conveniente que no dejarapasar mucho tiempo antes de hacerle la visitaproyectada.

Yo me lancé, en el acto, en su busca.La misma fatalidad que me hizo llegar con un día de

retraso a la casa del Sargento Cuff, me hizo llegar un díamás tarde, también, a la de Godfrey. Había abandonadoLondres la mañana anterior en el tren periódico deDover. Cruzaría hasta Ostende, y su criado creía queabrigaba el propósito de dirigirse a Bruselas.

Page 722: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

La fecha de su regreso era un tanto incierta; peropodía estar seguro de que habría de permanecer por lomenos tres meses en el extranjero.

Regresé a mi alojamiento un tanto deprimido. Tresde los convidados a la comida del día del cumpleaños—los tres excepcionalmente inteligentes— se hallabanfuera de mi alcance, en el preciso instante en que másnecesario me hubiera sido comunicarme con ellos. Mispostreras esperanzas reposaban ahora en Betteredge yen los amigos de la difunta Lady Verinder que pudieraencontrar aún en las inmediaciones de la casa de campode Raquel.

En esa ocasión viajé directamente hastaFrizinghall…, ciudad que se convirtió en el centro, estavez, de mi investigación. Llegué allí a una horademasiado avanzada de la tarde para podercomunicarme con Betteredge. A la mañana siguienteenvié recadero con una carta, en la cual le rogaba que sereuniera conmigo en mi hotel, lo más pronto que lefuera posible.

Luego de tomar la precaución —en parte para ganartiempo y en parte para complacer a Betteredge— deenviar volando a dicho mensajero a su destino, contabacon la razonable perspectiva, de no ocurrir ningunademora inesperada, de ver al anciano antes de quehubieran transcurrido dos horas desde el instante enque envié por él. Durante este intervalo me dispuse aemplear mi tiempo en la tarea de dar comienzo al

Page 723: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

proyecto de la encuesta entre los convidados de la fiestadel día de cumpleaños a quienes conocía personalmentey se hallaban más a mano. Estos eran: mis parientes, losAblewhite, y míster Candy. El doctor, que habíaexpresado que tenía un interés particular en verme,vivía en la calle siguiente. Así fue como me dirigíprimero hacia míster Candy.

Luego de lo que me dijera Betteredge, yo esperaba,naturalmente, percibir en el rostro del doctor las huellasde la grave dolencia que lo había aquejado. Pero no meencontraba absolutamente preparado para el cambioque advertí en él en cuanto hubo penetrado en lahabitación y me estrechó la mano. Su mirada era turbia,su cabello se había tornado enteramente gris, su cara sehallaba mustia y su figura se había encogido. Dirigí mivista hacia quien fuera una vez un doctor vivaracho,parlanchín y chistoso —asociado en mi recuerdo a laperpetración de incorregibles indiscreciones sociales einnumerables chanzas juveniles— y no advertí otrovestigio en él de su ser anterior que su antiguainclinación por la elegancia vulgar en el vestir. Elhombre no era más que una ruina; pero sus ropas y suspedrerías —como haciendo cruel escarnio del cambiooperado en su persona— eran tan ostentosas yllamativas como siempre.

—Muchas veces he pensado en usted, míster Blake—me dijo—, y me alegro sinceramente por volverlo aver, al fin. ¡Si hay algo que pueda hacer por usted, le

Page 724: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ruego me considere a su disposición, señor…,enteramente a su disposición!

Dijo estas breves y vulgares palabras con una prisay una vehemencia innecesarias y dejando traslucir unacuriosidad por conocer el motivo de mi viaje aYorkshire, que fue completamente —diría queinfantilmente— incapaz de ocultar.

De acuerdo con el propósito que tenía yo en vista,había, naturalmente, previsto la necesidad de entrar enuna especie de aclaración personal, antes de tener lamenor esperanza de lograr interesar a esa gente, lamayoría desconocida para mí, a fin de que hicieran elmayor esfuerzo posible de su parte para auxiliarme enmi empresa. En mi viaje hacia Frizinghall habíapreparado la respuesta…, y aproveché ahora laoportunidad que se me ofrecía para ensayarla en lapersona de míster Candy.

—Estuve en Yorkshire el otro día y vuelvo aencontrarme en Yorkshire ahora, cumpliendo unamisión de aspecto un tanto romántico —le dije—. Setrata de un asunto, míster Candy, que les interesó deuna u otra manera a todos los amigos de la difunta LadyVerinder. ¿Recuerda usted la misteriosa desaparicióndel diamante hindú, acaecida hace alrededor de un año?Ciertos hechos ocurridos últimamente han dado lugara la esperanza de que puede aún ser hallado…, y yocomo miembro que soy de la familia, estoy interesadoen recobrarlo. Entre los obstáculos que encuentro en mi

Page 725: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

camino, se halla la necesidad de reunir nuevamentetodas las pruebas que se descubrieron en aquel entoncesy otras más, si es posible. El caso ofrece ciertascaracterísticas que hacen aconsejable que yo reviva entodos sus detalles lo ocurrido en casa de miss Verinderla noche del cumpleaños. Y me atrevo ahora a recurrira los amigos de su difunta madre que se hallabanpresentes allí en dicha ocasión, para que me presten elauxilio de su memoria…

Al llegar a esta altura en mi experimento con lasfrases explicativas, me contuve repentinamente, aladvertir a través del rostro de míster Candy que miprueba había fracasado totalmente.

El pequeño doctor permaneció todo el tiempo queyo hablé inquieto en su silla y tirando de las puntas desus dedos. Sus ojos turbios y acuosos se hallaban fijosen mi rostro con una expresión vaga y a la vezansiosamente inquisitiva, que causaba pena. Eraimposible adivinar lo que pensaba en ese momento. Laúnica cosa claramente perceptible era que había yofracasado en mi propósito de atraer su atención, luegode haber pronunciado las dos o tres primeras palabrasde mi discurso. La única probabilidad que tenía dehacerlo acordarse de sí mismo parecía residir en elhecho de cambiar el tema de la conversación. Ensayé,pues, un nuevo tópico inmediatamente.

—¡Y basta ya —le dije alegremente— de los motivosque me han traído a Frizinghall! Ahora es su turno,

Page 726: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Candy. Me envió usted un recado por intermediode Gabriel Betteredge…

Dejó de tirar de sus dedos entonces y se despabilósúbitamente.

—¡Sí!, ¡sí!, ¡sí! —exclamó ansiosamente—. ¡Eso es!¡Le envié a usted un recado!

—Y Betteredge me lo hizo llegar debidamente porcarta —proseguí—. Decía usted allí que tenía quedecirme algo la próxima vez que arribara yo a estapoblación. ¡Y bien, míster Candy, aquí estoy!

—¡Aquí está usted! —repitió el doctor—. Betteredgetenía mucha razón. Tenía yo que decirle algo a usted.Ese era mi mensaje. ¡Qué hombre maravilloso esBetteredge! ¡Qué memoria! ¡A su edad, qué memoria!

Volvió a caer otra vez en el silencio, y comenzó atirar de sus dedos nuevamente. Acordándome de lo quele oyera decir a Betteredge en cuanto al efectoproducido en su memoria por la fiebre, proseguíhablando en la esperanza de que podía ayudarlo arecordar.

—Hacía mucho tiempo que no nos veíamos —ledije—. La última vez que nos vimos fue durante laúltima comida de cumpleaños que dio mi pobre tía.

—¡Eso es! —gritó míster Candy—. ¡La comida del díadel cumpleaños!

Se puso impulsivamente de pie y me miró a la cara.Un profundo sonrojo fluyó de manera súbita a través desu rostro marchito y volvió a sentarse bruscamente,

Page 727: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

como si fuera consciente de haber dado a conocer unaflaqueza que deseara mantener oculta. Era evidente,lastimosamente evidente, que conocía las lagunas de sumemoria y que se empeñaba en ocultarlas a los ojos desus amigos.

Hasta aquí no había hecho él más que apelar a micompasión. Pero las palabras que acababa de decir,pocas como eran, elevaron instantáneamente micuriosidad al más alto nivel posible. La comida del díadel cumpleaños había llegado a convertirse en el únicoacontecimiento del pasado hacia el cual dirigía yo mimirada, experimentando un sentimiento que era unaextraña mezcla de esperanza y recelo. ¡Y he aquí que esemismo acontecimiento surgía de pronto paraproclamarse a sí mismo de manera inequívoca comouna materia sobre la cual tenía míster Candy algoimportante que decir!

Traté de ayudarlo una vez más. Pero ahora mipropio interés, que asomaba en el fondo de micompasión, me urgió de manera un tanto premiosa parallevar a cabo lo que me proponía alcanzar.

—Hará ya pronto un año —le dije— que estuvimossentados en torno de tan agradable mesa. ¿Tiene ustedalgún apunte en su diario o en cualquier otra parteadonde conste lo que quería decirme?

Míster Candy comprendió la insinuación y me hizopercibir que la consideraba como un insulto.

—No necesito de ningún apunte, míster Blake —me

Page 728: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dijo con bastante empaque—. ¡No soy todavía tanviejo…, y mi memoria, gracias a Dios, es digna de lamayor confianza aún!

Innecesario es que diga que decliné advertir que sehallaba ofendido conmigo.

—¡Ojalá pudiera decir lo mismo de mi memoria! —lerespondí—. Siempre que trato yo de recordar algunaescena ocurrida hace un año, rara vez mi recuerdo estan vívido como quisiera yo que fuese. La comida en lode Lady Verinder, por ejemplo…

Míster Candy volvió a animarse en cuanto la alusiónse deslizó a través de mis labios.

—¡Ah, la comida, la comida en casa de LadyVerinder! —exclamó más ansioso que nunca—. Tengoalgo que decirle respecto de ella.

Sus ojos me miraron con la misma angustiosaexpresión inquisitiva, con la misma ansia, la mismavaguedad y denotando idéntica sensación de miserabledesamparo que antes. Evidentemente se esforzaba,aunque en vano, por recobrar su perdida memoria.

—Fue una comida muy agradable —estallósúbitamente y dando la impresión de que decíaexactamente lo que anhelaba decir—. Una comida muyagradable, míster Blake, ¿no le parece a usted?

Asintió con la cabeza, se sonrió y pareció creer elpobre hombre que había triunfado en su esfuerzo porocultar la total bancarrota de su memoria bajo unaoportuna intervención de su presencia de ánimo.

Page 729: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Tan lamentable era su aspecto que decidí cambiarsúbitamente de conversación —interesado como mehallaba tan hondamente por la recuperación de sumemoria—, y me referí a ciertos hechos de interés local.

Estos lograron desatarle la lengua. Tanto losminúsculos e inútiles escándalos como las disputasacaecidas en la ciudad, algunas de las cuales, las másviejas, no hacía más de un mes, volvían, al parecer,fácilmente a su memoria. Charlaba de tales temas deuna manera que hacía recordar, en parte, el fluir afabley chistoso de su conversación de antaño. Pero habíainstantes en que, en plena conversación, vacilaba degolpe…, me miraba durante un momento con la mismavaga e inquisitiva expresión con que me miraba antes…,se dominaba… y volvía al asunto abandonado. Yo mesometí pacientemente a este martirio (¿puede ser acasootra cosa que un martirio para un hombre de interesescosmopolitas el absorber con silenciosa resignación lasnovedades producidas en una ciudad de campo?), hastaque el reloj ubicado en el delantero de la chimenea mehizo saber que mi visita se había prolongado a través demás de media hora. Considerando que tenía ahoracierto derecho a pensar que mi sacrificio era completo,me levanté para partir. Mientras le estrechaba la mano,míster Candy volvió a referirse, por su cuenta, a la fiestadel día del cumpleaños.

—Me alegro mucho de haberle vuelto a ver —medijo—. Yo pensaba…, realmente pensaba, míster Blake,

Page 730: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hablar con usted. Respecto de la comida en casa de LadyVerinder, ¿sabe usted? Una comida agradable….realmente agradable, ¿no le parece?

En tanto repetía la frase, parecía sentirse tan pocoseguro de haber logrado ocultarme las lagunas de sumemoria, como ocurriera en el primer momento. Sumirada preocupada volvió a ensombrecer su semblante,y luego de hacerme pensar que me había de acompañarhasta la puerta de calle, cambió súbitamente de idea,hizo sonar la campanilla en demanda de su criada y sequedó aguardando en la sala.

Yo descendí lentamente la escalera, con ladescorazonada sensación de que el doctor tenía algo quedecirme de vital importancia para mí, pero que sehallaba físicamente incapacitado para hacerlo. Elesfuerzo que implicaba para él recordar que tenía algoque decirme era, de manera harto evidente, el únicoesfuerzo que su débil memoria se hallaba encondiciones de efectuar.

En el preciso instante en que luego de llegar alúltimo de los peldaños doblé una esquina para dirigirmehacia el vestíbulo exterior se abrió suavemente unapuerta en algún lugar de la planta baja de la casa y unavoz amable dijo detrás de mí:

—Mucho me temo, señor, que haya ustedencontrado a míster Candy lamentablemente cambiado,¿no es así?

Me volví y me encontré de pronto cara a cara con

Page 731: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Ezra Jennings.

IX

La hermosa criada del doctor estaba aguardándomecon la mano puesta sobre la abierta puerta de calle. Ladeslumbrante luz matinal que inundaba el vestíbulocaía plenamente sobre el rostro del ayudante de místerCandy, cuando me volví para mirarlo.

Era imposible refutar a Betteredge cuando decía queel aspecto de Ezra Jennings, juzgándolo desde un puntode vista ordinario, predisponía en su contra. Tanto supiel gitana como sus descarnadas mejillas y sus flacoshuesos faciales, y así también sus ojos soñadores, suextraordinaria cabellera de dos colores y el asombrosocontraste ofrecido por su rostro y su figura, que lo hacíaaparecer como una persona vieja y joven a la vez,parecían haber sido calculados como para producir unamala impresión en el espíritu de cualquier desconocido.No obstante —y sintiendo como sentía yo todo ello—, nopuedo negar que Ezra Jennings despertó en mí ciertasimpatía que me fue imposible resistir. En tanto que miexperiencia de la vida me aconsejaba responder a supregunta y decirle que había en verdad hallado a místerCandy lamentablemente cambiado y proseguir despuésmi camino hasta salir de la casa, el interés que despertó

Page 732: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

en mí Ezra Jennings me hizo echar raíces en el lugar yle dio a él la oportunidad de hablarme en privado deldoctor, oportunidad que había estado, evidentemente,acechando.

—¿Va usted por el mismo camino, míster Jennings?—le dije, al observar que llevaba su sombrero en lamano—. Yo voy a la casa de mi tía mistress Ablewhite.

Ezra Jennings me contestó que tenía que ir a ver aun paciente y debía dirigirse en la misma dirección.

Al salir juntos de la casa observé que la linda criada—que no fue más que toda sonrisa y amabilidad encuanto le di los buenos días al salir— recibió unpequeño y modesto encargo de parte de Ezra Jennings,relativo a la hora en que debía esperarse su regreso, conlos labios fruncidos y dirigiendo su vistaostensiblemente hacia cualquier parte, antes quemirarlo a él a la cara. El pobre infeliz no era,evidentemente, un ser querido en la casa. Fuera de ellay de acuerdo con lo que me dijera Betteredge, eraimpopular en todas partes. «¡Qué vida la suya!», penséen tanto descendíamos la escalinata exterior.

Luego de haberse referido, por su parte, a laenfermedad del doctor, Ezra Jennings parecíadeterminado a dejar que yo reanudara la conversacióncon ese tema. Su silencio me decía de manerasignificativa: «Ahora es su turno.» Yo también tenía mismotivos para referirme a la enfermedad del doctor yacepté prestamente la responsabilidad de hablar

Page 733: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

primero.—A juzgar por el cambio que advierto en él

—comencé a decir—, la dolencia de míster Candy debede haber sido mucho más grave de lo que yo supuse, ¿noes así?

—Es un milagro —dijo Ezra Jennings— que hayasobrevivido a la misma.

—¿Se halla acaso alguna vez su memoria en mejorescondiciones de lo que se encuentra hoy? Se ha esforzadopor decirme…

—¿Algo que sucedió antes de que enfermara? —mepreguntó el ayudante, al reparar que yo vacilaba.

—Sí.—Su memoria de los hechos ocurridos en esa época

está incurablemente debilitada —me dijo EzraJennings—. Casi debemos deplorar que el pobre hombreconserve algún resto de la misma. Mientras que por unlado se halla en condiciones de recordar confusamenteciertos planes ideados por él —cosas que debió decir ohacer aquí y allá, antes de enfermarse—, se muestra, almismo tiempo, incapaz de recordar en qué consistíandichos planes, o cuáles eran las cosas que tenía quehacer o decir. Tiene dolorosa conciencia de su propiaimpotencia y se esfuerza angustiosamente, como ustedlo habrá comprobado, por ocultar tal cosa a los ojos delos demás. Si al sanar se hubiera levantado sin recordarun solo detalle del pasado, sería un hombre mucho másfeliz. ¡Quizá lo fuéramos también todos nosotros

Page 734: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—añadió, sonriendo tristemente—, si pudiéramos, porlo menos, olvidar!

—¿No hay acaso en la vida de todos los hombres, ysin lugar a dudas —le repliqué—, ciertos hechos cuyamemoria no deberían ellos desear que se perdieratotalmente?

—Eso, creo, puede decirse de la mayor parte de loshombres, míster Blake. Pero mucho me temo que nopueda decirse, en verdad, de todos. ¿Tiene usted algúnmotivo para suponer que ese recuerdo perdido quemíster Candy se esforzó por recobrar —hace uninstante, cuando usted le habló—, es un recuerdo queusted considera que es imprescindible que él conserve,en favor de usted?

Al decir estas palabras por su cuenta, rozóprecisamente el tema respecto del cual me hallaba yoansioso por consultarlo. El interés que sentí por esehombre extraño me había impelido en el primermomento a darle la oportunidad de hablarme, peroabsteniéndome al mismo tiempo de referirme por miparte a su amo, hasta tanto no estuviera losuficientemente convencido de que se trataba de unapersona en cuya delicadeza y discreción podía confiar.Lo poco que me había dicho hasta ahora sirvió paraconvencerme de que me hallaba ante un caballero.Poseía lo que me aventuré a llamar ese innato dominiode sí mismo, que es una segura muestra de buenaeducación no sólo en Inglaterra, sino en cualquier

Page 735: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

región del mundo civilizado. Cualquiera fuera el motivoque lo guió a hacerme la pregunta que acababa dedirigirme, no dudé un solo instante que se justificaba—hasta ahí por lo menos— el que le contestase yo sin lamenor reserva.

—Creo que tengo el más grande interés —le dije— enreconstruir ese perdido recuerdo que míster Candy esincapaz de hacer revivir. ¿Puede usted aconsejarmealgún método que me sirva para ayudarle a refrescar susrecuerdos?

Ezra Jennings me miró y un relámpago de interésrepentino brilló en sus ojos castaños y soñadores.

—La memoria de míster Candy se encuentra fueradel alcance de toda ayuda —me dijo—. Yo he tratado deprestarle esa ayuda, desde que su restablecimiento lopermitió hablar positivamente del asunto.

Esto me desanimó, y no dejé de reconocerlo.—Le confieso que me hizo usted concebir la

posibilidad de una respuesta menos desalentadora queésa —le dije.

Ezra Jennings se sonrió.—Puede ser que, después de todo, no se trate de una

réplica definitiva, míster Blake. Puede ser que seaposible reconstruir el recuerdo perdido de místerCandy, sin necesidad de recurrir a míster Candy.

—¿De veras? ¿Sería una indiscreción de mi parte elpreguntarle… cómo podría ser eso?

—De ninguna manera. La única dificultad que tengo

Page 736: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

para contestarle a su pregunta es la de explicarme a mímismo. ¿Puedo contar con su paciencia, si paso areferirme, nuevamente, a la enfermedad de místerCandy, y si no le escatimo al hacerlo ahora ciertosdetalles profesionales?

—¡Por favor, prosiga! Ya ha despertado usted en míun gran interés en torno de esos detalles!

Mi vehemencia pareció divertirlo…, quizá debieramás bien decir, agradarlo. Volvió a sonreír. Habíamosya dejado tras de nosotros las últimas viviendas de laciudad. Ezra Jennings se detuvo un instante y cortóvarias flores silvestres de un seto que se hallaba a uncostado del camino.

—¡Qué hermosas son! —dijo sencillamente ymostrándome su pequeño ramillete—. ¡Y cuán pocasson las personas, al parecer, que las admiran enInglaterra como ellas merecen!

—¿No ha vivido usted siempre en Inglaterra? —ledije.

—No. He nacido y me he criado, durante ciertotiempo, en una de nuestras colonias. Mi padre erainglés, pero mi madre… Nos estamos desviando deltema, míster Blake, y por culpa mía. La verdad es que heasociado a estas modestas florecillas de seto… Noimporta a qué; hablábamos de míster Candy, y a místerCandy volveremos ahora.

Relacionando las pocas palabras que de tan malagana se le escaparon, respecto de sí mismo, con esa

Page 737: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

melancólica opinión de la vida que lo llevaba a pensarque la felicidad del hombre estribaba en el completoolvido del pasado, me convencí de que la historia quehabía yo leído en su rostro era, en dos sentidos, almenos, su historia verdadera. En primer lugar, habíasufrido lo que pocos hombres han padecido y, ensegundo lugar, existía en su sangre inglesa elingrediente de una raza extranjera.

—Sin duda habrá usted oído hablar de la causa de laenfermedad de míster Candy —me dijo, retomando lapalabra—. La noche del dinner-party de Lady Verinderllovió a cántaros. Mi amo regresó en medio de la lluviaen su birlocho y cuando llegó a su casa se hallaba caladohasta los huesos. Allí se encontró con un urgentemensaje de un enfermo que lo aguardaba y procediendode la manera más desdichada, resolvió partir al puntopara ver a su paciente, sin haberse cambiado de ropa.Yo me hallaba profesionalmente ocupado esa nocheatendiendo un caso a cierta distancia de Frizinghall. Alregresar a la mañana siguiente hallé que me estabaesperando muy alarmado el lacayo de míster Candypara llevarme al cuarto de su amo. Por ese entonces elmal había ya obrado; la enfermedad estaba en suapogeo.

—La enfermedad, según se me dijo en términosgenerales, consistió en una fiebre —le dije.

—No podría yo añadir una sola palabra que hicieramás exacta su clasificación —me respondió Ezra

Page 738: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Jennings—. Desde el primer instante hasta el últimodicha fiebre no asumió ninguna forma específica.Inmediatamente mandé llamar a dos amigosprofesionales de míster Candy, ambos médicos, que sehallaban en la ciudad, para que me dieran a conocer suopinión al respecto. Los dos convinieron conmigo enque se trataba de algo serio, pero también disintieroncompletamente en cuanto al tratamiento que yo queríaaplicarle. El punto de vista que sostenían ellos por unlado y yo por el otro, en cuanto a su pulso, eratotalmente opuesto. Los dos médicos, razonando por laceleridad de los latidos, manifestaron que debíaadoptarse únicamente un tratamiento que tendiera adisminuirlos. Yo, por mi parte, admití que su pulso erarápido, pero les hice notar que su alarmante estado dedebilidad indicaba un agotamiento general de sunaturaleza física y exigía claramente la administraciónde estimulantes. Los dos médicos se declararonpartidarios del avenate, la limonada, el hordiate y otrascosas por el estilo. Yo, del champaña o del brandy, delamoniaco y la quinina. ¡Como usted ve, una seriadivergencia! Una diferencia de opiniones entre dosmédicos de sólida reputación local y un desconocidoque no era más que un ayudante en la casa. Durante losprimeros días no me quedó otra alternativa que la deceder ante los más ancianos y más doctos; mientras, elpaciente se agravaba más y más. Yo intenté por segundavez recurrir al convincente e innegable testimonio de su

Page 739: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

pulso. Su celeridad era mayor y la fiebre habíaaumentado. Ambos médicos tomaron como una ofensami obstinación. Y me dijeron: «míster Jennings, o biennos entendemos nosotros con el enfermo, o usted sehace cargo de él. ¿Qué escoge?» Yo les dije: «Caballeros,concédanme cinco minutos para pensarlo y esapregunta categórica habrá de tener una respuestacategórica.» Cuando el plazo hubo expirado, me hallépronto para darles mi contestación. Y les dije: «¿Seniegan ustedes de plano a probar el tratamiento basadoen los estimulantes?» Ambos se rehusaron, con laspalabras estrictamente necesarias para ello. «Piensoponerlo en práctica inmediatamente, caballeros.» «Si lohace usted, míster Jennings, abandonaremos el caso.»Yo bajé a la bodega en busca de una botella dechampaña y le administré luego medio vaso del mismoal paciente con mis propias manos. Los dos médicostomaron sus sombreros y abandonaron la casa ensilencio.

—Asumió usted una grave responsabilidad —ledije—. De hallarme yo en su lugar, mucho me temo queno me hubiera atrevido a hacerlo.

—De hallarse usted en mi lugar, míster Blake,hubiera usted recordado que míster Candy le habíadado empleo en circunstancias tales, que lo convertíana usted en su deudor por toda su existencia. De hallarseusted en mi lugar habría visto que su salud se apagabade hora en hora y se hubiera arriesgado a hacer

Page 740: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cualquier cosa antes que ver cómo el único hombre quelo amparó en esta tierra se moría ante sus ojos. ¡No creausted que no tenía yo conciencia de la situación en queme había colocado! Hubo momentos en que llegué asentir toda la miseria de mi soledad y el peligro de mitremenda responsabilidad. De haber sido yo un hombrefeliz, de haber sido la mía una próspera existencia, creoque hubiera sucumbido bajo el peso de la labor que meimpuse. Pero como yo no tenía a mis espaldas ningúntiempo feliz hacia el cual dirigir mi vista, ni podíaañorar ningún estado de sosiego mental que meobligara a percibir contraste alguno con la duda y laansiedad del presente…, me mantuve firme, y a travésde todos los obstáculos, llevé adelante mi resolución.Hacia el mediodía, que era cuando las condiciones delpaciente alcanzaban el más alto nivel de mejoría, metomaba yo el reposo que tanto necesitaba. Durante elresto de las veinticuatro horas del día y mientras su vidaestuvo en peligro, jamás me alejé de su lecho. Hacia elcrepúsculo, como ocurre habitualmente en tales casos,el delirio inherente a la fiebre se hacía presente. Semantenía, con mayor o menor intensidad, durante lashoras de la noche, y cesaba en ese terrible período queabarca las primeras horas de la mañana —desde las doshasta las cinco—, cuando aun las energías vitales de laspersonas más sanas alcanzan su más bajo nivel. Es enesos momentos cuando recoge la Muerte su másabundante cosecha de vidas humanas. Y era en ese

Page 741: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

período cuando yo y ella luchábamos junto al lecho,para determinar quién habría de quedarse con elhombre que reposaba en él. Jamás dudé del tratamientoal cual lo apostara todo. Cuando fallaba el vino, leadministraba brandy. Y cuando los otros estimulantesdejaron de surtir efecto, doblé la dosis. Luego de unintervalo de incertidumbre —cuya repetición le ruego aDios no se produzca jamás—, llegó un día en que,lentamente, aunque de manera apreciable, comenzó apercibirse una disminución de los latidos y, lo que eraaún mejor, se produjo un cambio en las característicasdel golpeteo…, un innegable cambio que apuntaba haciala estabilidad y la salud. Entonces fue cuando advertíque lo había salvado y cuando, debo reconocerlo, mevine abajo a mi vez. Abandoné la débil mano del pobreenfermo sobre el lecho y prorrumpí en sollozos. ¡Undesahogo histérico, míster Blake…, un desahogohistérico tan sólo! ¡Los fisiólogos dicen, y tienen razón,que algunos hombres nacen con característicasfemeninas…; yo soy uno de ellos!

Hizo esta amarga defensa profesional de suslágrimas, hablando calmosamente y sin afectación,como lo había hecho hasta entonces. Tanto su ademáncomo su palabra demostraron desde el principio hastael final que se hallaba particularmente, casienfermizamente, preocupado por no exhibirse como unobjeto digno de interés para mí.

—Sin duda se preguntará usted por qué razón lo he

Page 742: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

fatigado con todas estas minucias, ¿no es así?—prosiguió—. Debo decirle, míster Blake, que noencuentro otro camino mejor que ése para llevarloadonde lo quiero conducir en seguida. Ahora que sehalla usted al tanto de la clase de vida que llevaba yodurante la enfermedad de míster Candy estará encondiciones de comprender cuán grandementenecesitado, de tanto en tanto, me hallaba yo de aligerarla carga que pesaba sobre mi espíritu, con algo quefuese una especie de respiro. He tenido la pretensión deemplear mis horas libres, desde hace varios años, en lapreparación de un libro dirigido a los miembros de miprofesión…. un libro que tiene por tema el delicado eintrincado asunto del cerebro y el sistema nervioso. Esprobable que no lo termine nunca y lo más seguro seráque no aparezca jamás. No por eso ha dejado de serpara mí el compañero de muchas de mis horas solitariasy fue también él quien me ayudó a sobrellevar losmomentos de angustia —esos momentos que empleénada más que en velar— junto al lecho de míster Candy.Ya le he dicho que éste deliraba, ¿no es así? ¿Y le hemencionado, también, la época en que comenzó adesvariar?

—Sí.—Bien; yo había llegado en mi libro, por ese

entonces, al pasaje que debía tratar precisamente deldelirio. No habré de molestarlo a usted de ningunamanera con teoría alguna sobre la materia…; me

Page 743: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

concretaré tan sólo a decirle lo que le interesa a usted enel presente. Innumerables veces se me ha ocurrido,durante el ejercicio de la medicina, poner en duda elhecho de que podamos justificadamente inferir en loscasos de delirio, que la pérdida del habla tiene queinvolucrar necesariamente la pérdida de la facultad depensar, en idéntica medida. La dolencia del pobremíster Candy me dio la oportunidad de poner a pruebami objeción. Debido a mi conocimiento del arte de lataquigrafía, me hallaba en condiciones de registrar las«divagaciones» del paciente, respetando exactamentelas palabras emitidas por sus labios. ¿Percibe usted lameta a la que me voy aproximando, míster Blake?

Yo la advertí claramente y aguardé, conteniendo elaliento, a que dijera más.

—A ratos perdidos —prosiguió Ezra Jennings— medediqué a traducir mis notas taquigráficas al lenguajecorriente…, dejando largos espacios entre una y otrafrase inconclusa y aun entre las meras palabras sueltas,tal como brotaron éstas de los labios de míster Candy.Le apliqué entonces al caso el mismo razonamiento queponemos en práctica cuando nos hallamos en el trancede reunir las diferentes piezas de un «rompecabezas»infantil. Al comenzar, todo es confusión; pero todopodrá ser puesto en orden hasta llegar a constituir unafigura, sólo con que hallemos el sistema verdadero parahacerlo. De acuerdo con este plan, llené los espacios enblanco con las palabras que las frases inconclusas o las

Page 744: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

palabras sueltas me sugirieron que habían sidopensadas por el paciente; alteré luego una y otra vez laspalabras hasta que logré dar con aquellas que resultaronser el complemento natural de las que las antecedían ylas sucedían en el papel. El resultado fue que no sólopude llenar de esa manera el vacío de muchas horas deansiedad, sino que arribé a algo que vino, según mepareció, a confirmar mi teoría. Hablando con mássencillez, luego de haber enlazado las diferentes frasesinconclusas entre sí, descubrí que la superior facultaddel pensamiento había seguido obrando de manera máso menos hilvanada en la mente del enfermo durante eltiempo en que la inferior facultad de la expresiónpermanecía en un estado de casi total impotencia yconfusión.

—¡Un momento! —interrumpí ansiosamente.¿Apareció mi nombre durante alguna de lasdivagaciones?

—Verá usted, míster Blake. Entre los testimoniosescritos que prueban la verdad de la aseveración queacabo de anticiparle —o, mejor dicho, entre los variosexperimentos efectuados para poner a prueba miaserción— hay uno en el que aparece su nombre.Durante casi toda la noche la mente de míster Candy sehabía hallado ocupada en algo que les concierne aambos. Yo anoté las palabras sueltas, tal como fueronbrotando de sus labios, sobre una hoja de papel. Y heregistrado los eslabones descubiertos por mí y que

Page 745: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

vinculan entre sí a esas palabras, en otra hoja de papel.El producto, utilizando el lenguaje de los aritméticos, esun inteligible relato…, relacionado, primeramente, conun hecho realmente acaecido en el pasado y luego conalgo que míster Candy hubiera hecho en el futuro, de nohabérsele cruzado en el camino la enfermedad que vinoa impedírselo. La cuestión reside en averiguar si estoconstituye o no el recuerdo perdido que él se esforzó porhallar esta mañana, cuando usted lo visitó, ¿no es así?

—¡No hay la menor duda! —le respondí—.Regresemos inmediatamente para ver esos papeles.

—Absolutamente imposible, míster Blake.—¿Por qué?—Póngase usted en mi lugar, por un momento —dijo

Ezra Jennings—. ¿Le revelaría usted a otra persona laspalabras que han surgido de manera inconsciente delabios de su doliente enfermo y su desvalido amigo, sinasegurarse previamente de que existe, en verdad, unarazón que justifique tal cosa?

Yo advertí que no había réplica posible; pero traté,no obstante, de refutarlo.

—Mi conducta frente a un hecho de naturaleza tandelicada como ese al que usted se refiere —le conteste—se hallaría sujeta en gran medida a la cuestión de si larevelación compromete o no a mi amigo.

—Yo he dispuesto necesariamente del tiemposuficiente para considerar ese aspecto de la cuestión—me dijo Ezra Jennings—. Dondequiera que una nota

Page 746: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

incluía algo que míster Candy hubiera deseadomantener en secreto, resolví yo romper tal nota. Losexperimentos manuscritos efectuados a la vera de lacama de mi amigo no incluyen ahora nada que élvacilaría en comunicar a otros, en el caso de querecuperara la memoria. En lo que a usted se refiere, measiste aún la razón de suponer de que hay en mis notasalgo que él desearía realmente comunicarle…

—¿Y aún vacila usted?—Sí, aún vacilo. ¡Tenga en cuenta las circunstancias

en las cuales obtuve la información que ahora poseo!Inofensiva como es la misma, no puedo convencerme deque debo entregársela a usted, a menos que medemuestre usted que le asiste un motivo para pedirmetal cosa. ¡Tan mal ha estado el pobre, míster Blake, y tanenteramente ha dependido de mí! ¿Le pido mucho austed al rogarle que me insinúe, no más, qué clase deinterés es el que lo lleva hacia ese recuerdo perdido…, oen qué cree usted que consiste el mismo?

De haberle respondido con la misma franqueza quesus palabras y sus maneras exigían de mí, me hubieravisto obligado a reconocer abiertamente que sesospechaba que yo era el ladrón del diamante. Pese aque el impulsivo interés que había sentido en el primermomento por Ezra Jennings se había ido acrecentandoposteriormente de manera extraordinaria, no habíalogrado destruir la invencible repugnancia que mecausaba el hecho de revelarle la degradante posición en

Page 747: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que me hallaba. Una vez más me refugié en las frasesexplicativas que había preparado para enfrentar a losdesconocidos.

Esta vez no tuve motivo alguno para quejarme de lafalta de atención de la persona a quien me dirigía. EzraJennings me escuchó pacientemente, aun con ansiedad,mientras le dirigí la palabra.

—Lamento haber despertado su expectativa, místerBlake, sólo para desilusionarlo después —me dijo—.Durante todo el tiempo que duró la enfermedad demíster Candy, desde el primer día hasta el último, niuna sola palabra relativa al diamante se escapó de suslabios. El asunto con el cual oí que relacionaba él sunombre, míster Blake, puedo asegurarle que no guardarelación visible alguna con la desaparición orecuperación de la gema de miss Verinder.

Habíamos llegado en tanto decía él estas palabras aun sitio en el cual la carretera por donde íbamoscaminando se bifurcaba. Un camino conducía hacia lacasa de míster Ablewhite y el otro hacia una aldeasituada en medio de un brezal, dos o tres millas másallá. Ezra Jennings se detuvo ante la ruta que conducíaa la aldea.

—Tengo que ir en esa dirección —me dijo—.Lamento real y verdaderamente, míster Blake, el nopoder serle de ninguna utilidad.

Su voz me convenció de que hablaba sinceramente.Sus dulces ojos castaños se detuvieron por un momento

Page 748: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

en mi rostro con melancólico interés. Haciéndome unareverencia echó a andar, sin agregar una sola palabra,en dirección de la aldea.

Durante uno o dos minutos permanecí allí inmóvil,viendo cómo se perdía en la distancia, llevándose con ély más lejos lo que yo estaba seguro ahora que era laclave de lo que buscaba. Luego de haberse alejado untanto, se volvió para mirarme. Al advertir que mehallaba en el mismo lugar, se detuvo como si estuvieradudando respecto a si yo deseaba o no dirigirle de nuevola palabra. ¡No tuve tiempo para detenerme a razonarsobre mi propia situación…, para recordarme a mímismo de que estaba perdiendo mi oportunidad en elque podría ser el punto decisivo de mi existencia, y todoello nada más que por halagar mi amor propio! Sóloconté con el tiempo suficiente para decirle primero quevolviera y para pensar luego. Sospecho que soy uno delos hombres más imprudentes del mundo. Le dije quevolviera…, y luego me dije a mí mismo: «Ahora no hayya remedio. ¡Debo decirle la verdad!»

El desanduvo su camino de inmediato. Y yo avancéa lo largo de la carretera para ir a su encuentro.

—Míster Jennings —le dije—. No he sido totalmentehonrado con usted. El interés que me lleva a reconstruirel recuerdo perdido de míster Candy no tiene nada quever con la recuperación de la Piedra Lunar. Un graveasunto personal ha motivado mi visita a Yorkshire. Sólouna excusa tengo para justificar el hecho de no haberle

Page 749: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hablado con franqueza respecto de esta cuestión. Esmás doloroso de lo que pueden expresarlo mis palabras,para mí, el hecho de poner al tanto a cualquier personade la situación en que realmente me hallo.

Ezra Jennings me miró con lo que era en él elprimer atisbo de asombro, desde que yo lo conocía.

—No tengo el derecho, míster Blake, ni el deseo—me dijo—, de entremeterme en sus asuntos privados.Permítame que le pida perdón por haberlo sometido, dela manera más inocente, a una prueba angustiosa.

—Tiene usted el perfecto derecho —le repliqué— defijar las condiciones según las cuales se halla dispuestoa revelarme lo que oyó junto al lecho de míster Candy.Comprendo y respeto la delicadeza que gravita sobreusted, en lo que se refiere a ese asunto. ¿Cómo puedoesperar que me dispense usted su confianza si yo meresisto a dispensarle la mía? Debe usted conocer, yhabrá de conocerlo, el objeto de mi interés en lo queconcierne a lo que míster Candy quería comunicarme.Si ocurriera que me equivocase en mi anticipación delas cosas y que usted demostrara que no puedeayudarme luego de hallarse plenamente al tanto de loque yo necesito, apelaré a su honor para que guarde misecreto…; algo me dice que no confiaré en vano.

—¡Alto ahí, míster Blake! Tengo algo que decirle,algo que deberé decirle antes de que pronuncie usteduna palabra más.

Yo lo miré asombrado. La zarpa de una terrible

Page 750: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

emoción pareció haberlo asido para sacudirlo hasta elalma. Su piel gitana se alteró y adquirió un matiz pálido,grisáceo, lívido; sus ojos se tornaron de súbito en unosojos brillantes y salvajes. Su voz descendió hastaadquirir un tono —bajo, grave y resuelto— que yo oíaahora por vez primera. Los latentes recursos naturalesde ese hombre para el bien o para el mal —difícilhubiera sido determinarlo en ese instante— surgieron ala superficie de su ser y se mostraron ante mí con lamisma rapidez del relámpago.

—Antes de que deposite usted su confianza en mipersona —prosiguió—, deberá y habrá de saber en quécircunstancias hice mi entrada en la casa de místerCandy. No me llevará ello mucho tiempo. No pretendo,señor, contarle mi historia, como es usual decir, aningún hombre. Mi historia habrá de morir conmigo.Sólo le pido que me permita usted que le diga lo que lehe dicho a míster Candy. Si persiste usted luego dehaberme oído en querer decirme lo que se ha propuesto,contará usted con toda mi atención y me pondréenteramente a sus órdenes. ¿Seguimos andando?

La reprimida angustia de su rostro me hizo callar.Le respondí con un signo. Y seguimos andando.

Luego de haber avanzado unos pocos metros, EzraJennings se detuvo junto a un portillo que se abría en eltosco muro de piedra que separa el brezal de lacarretera en ese lugar.

—¿Qué le parece si descansamos un momento,

Page 751: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

míster Blake? —me preguntó—. No soy ya el de antes….y hay ciertas cosas que me fatigan.

Yo le di mi aprobación, naturalmente. El abrió lamarcha y luego de introducirse a través de la abertura sedeslizó sobre una parcela de hierba que crecía en elbrezal, protegida del lado más próximo a la carreterapor un conjunto de arbustos y árboles enanos, desde lacual se divisaba en la opuesta dirección la grande yextraordinariamente desolada perspectiva constituidapor la sombría y yerma superficie del páramo. El cielose había nublado durante la última media hora. La luzse tornaba opaca y la distancia poco clara.

El rostro amable de la Naturaleza salió a nuestroencuentro, exhibiendo una expresión suave, tranquila eincolora…, y sin ninguna sonrisa.

Nos sentamos en silencio, Ezra Jennings colocó a unlado su sombrero y deslizó su mano, fatigadamente,sobre su frente y, en la misma forma, después, por entresu cabello asombrosamente blanquinegro. Luego arrojósu ramillete de flores silvestres, como si los recuerdosque las mismas despertaban en él fueran ahorarecuerdos que lo herían.

—¡Míster Blake! —me dijo súbitamente—, se hallausted en una mala compañía. La sombra de una horribleacusación ha estado pendiendo sobre mí durantemuchos años. Le digo lo peor desde el principio. Soy youn hombre cuya vida no es más que un despojo y cuyareputación ya no existe.

Page 752: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Yo intenté hablar. Pero él me detuvo.—No —me dijo—, perdón, todavía no. No se

comprometa mediante ninguna expresión de simpatíade la cual pueda usted mañana sentirse arrepentido. Mehe referido a una sombra que ha pendido sobre mídurante muchos años. Diversas circunstancias,relacionadas con la misma. hablan en mi contra. Nopuedo reconocer ante mí mismo en qué consiste dichaacusación. Y me hallo incapacitado, totalmenteincapacitado, para probar mi inocencia. Sólo puedojurar, como cristiano, que soy inocente. Es inútil apelara mi honor de hombre.

Se detuvo nuevamente. Yo le dirigí una miradacomprensiva. Pero él no me respondió con ningunamirada en momento alguno. Todo su ser parecíasumergido en la agonía del recuerdo y sus energíasabsorbidas por un esfuerzo verbal.

—Mucho es lo que podría decir —prosiguió— en loque se refiere al implacable trato que he recibido de mipropia familia y a la implacable enemistad que me hahecho su víctima. Pero el mal ya está hecho y la Justiciano tiene remedio ahora. Renunciaré a fatigarlo o aapenarlo, señor, si ello me es posible. En los comienzosde mi carrera, aquí en este país, esa vil calumnia de quele hablé al principio dio en tierra conmigo para siempre.Renuncié entonces a cuanto podía aspirar dentro delcampo de mi profesión; el anonimato fue la mejoralternativa que se ofreció ante mi vista. Abandoné a la

Page 753: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mujer amada… ¿Cómo podía condenarla a compartir midesgracia? Una plaza de ayudante de médico se meofreció en un remoto rincón de Inglaterra. Obtuve dichoempleo. Una promesa de tranquilidad y también deoscuridad, pensé. Pero estaba equivocado. Los rumoresmalignos, auxiliados por el tiempo y la oportunidad,viajan pacientemente y hasta una gran distancia. Laacusación, de la que había huido, me siguió los pasos.Yo advertí su cercanía. Y fui capaz de abandonarvoluntariamente mi posición, llevándome lostestimonios a que me hice acreedor. Ellos me sirvieronpara procurarme un nuevo puesto en un nuevo y remotodistrito. Pasó cierto tiempo nuevamente y otra vez lacalumnia, que fue un golpe de muerte para mireputación, me dio alcance. Esta vez no advertí supresencia. Mi patrono me dijo: «míster Jennings, notengo ningún motivo de queja contra usted; pero deberáusted rectificarse o de lo contrario abandonar elpuesto.» No me quedaba más que una sola alternativa…Y dejé el puesto. Es innecesario que me detenga aquípara decirle lo mucho que he sufrido después de eso.Sólo tengo ahora cuarenta años. Mire usted mi cara ylea en ella la historia de varios años de penurias.Terminaron éstos con mi venida a este lugar y con miencuentro con míster Candy. Necesitaba el doctor unayudante. En lo que concernía a mi competencia loremití a mi último patrono. Quedaba aún por aclarar lacuestión de mi reputación. Le dije entonces lo que le he

Page 754: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dicho a usted ahora…; nada más que eso. Le previne quese producirían dificultades aun cuando él me creyera.«Aquí, como en cualquier otra parte», le dije,«rechazaré esa máscara culpable que implica todonombre supuesto; no me hallo más a salvo enFrizinghall que en ningún otro lugar de la sombra queme sigue, vaya donde vaya.» Y él me respondió: «Noacostumbro hacer las cosas a medias…, le creo y locompadezco. Si está usted decidido a afrontar cualquieracontecimiento que se produzca, yo también lo estaré.»¡El Todopoderoso lo bendiga! Me ha dado albergue,empleo y además tranquilidad espiritual…, y tengo lacompleta seguridad (la he tenido desde hace variosmeses) de que nada ocurrirá que le haga lamentar a éltal cosa.

—¿Ha muerto ya la calumnia? —le dije.—Se muestra más activa que nunca. Pero cuando

llegue aquí será ya demasiado tarde.—¿Abandonará usted el lugar?—No, míster Blake… Ya estaré muerto. Desde hace

diez años padezco de una incurable dolencia interna. Nole ocultaré a usted que me hubiera abandonado a laagonía de ese dolor permitiéndole que acabara conmigohace ya muchos años de no haber sido por una últimacosa digna de interés que me resta hacer en la vida y quetorna mi existencia en un hecho que reviste ante mímismo alguna importancia todavía. Necesito prever lonecesario para una persona que me es muy querida, y a

Page 755: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

quien no habré de ver jamás. Mi pequeño patrimoniopersonal difícilmente podrá servirle para emanciparlade los demás. La esperanza de alcanzar a vivir losuficiente para hacer que aquél aumente hasta una cifradeterminada, me impulsó a resistir la enfermedad conel mejor paliativo a mi alcance. Para mi enfermedad, elúnico paliativo realmente eficaz es… el opio. A estadroga todopoderosa y compasiva le he debido unaprórroga de muchos años en el cumplimiento de misentencia de muerte. Pero aun las virtudes del opiotienen su límite. El progreso de mi dolencia me ha idoobligando paulatinamente a convertir el uso del opio enun abuso de la droga. Al cabo estoy sintiendo lasconsecuencias. Mis nervios están destrozados; misnoches son noches de horror. El fin no se halla muylejano. Puede venir ya… No he vivido ni trabajado envano. La pequeña suma de que le hablé está a punto deser reunida, y me hallo en condiciones de completarla simis últimas reservas orgánicas no se agotan antes de loque yo espero. Apenas si sé por qué le he comunicadotodas estas divagaciones. No creo que sea yo tanmodesto como para apelar a su compasión. Quizá hayasido porque se me ha ocurrido pensar que usted mecomprendería más pronto en cuanto supiera que si le hedicho esto ha sido por la completa seguridad que tengode ser un moribundo. No quiero engañarlo, místerBlake, diciéndole que usted me interesa. No he hechomás que valerme de la cuestión de la pérdida de la

Page 756: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

memoria de mi amigo, para intimar con usted. Heespeculado con la posibilidad de que sintiera usted unacuriosidad pasajera respecto de lo que él quería decirley de que me creyera a mí capaz de satisfacerla. ¿Hayalgo que pueda servirme de excusa por habermeentremetido con usted? Quizá sí. Un hombre que havivido como yo he vivido suele amargarse cuandomedita sobre el destino de la especie. Tiene ustedjuventud, riquezas, salud, una situación en el mundo ymuchas posibilidades ante sí…; usted y los que se hallanen sus mismas condiciones me hacen ver el ladobrillante de la vida y me reconcilian con este mundo quehabré de dejar. Cualquiera sea el epílogo de estaconversación, no olvidaré nunca que me ha concedidousted una gracia al hacerme sentir tal cosa. Depende deusted ahora, señor, el decirme lo que se proponíacomunicarme o el desearme buenos días.

Sólo una respuesta podía darle a este pedido. Sinvacilar un solo instante le conté la verdad, tan sinreservas como la he contado para ustedes en estaspáginas.

Él se puso súbitamente de pie y me miróansiosamente y conteniendo el aliento, a medida queme aproximaba al incidente central de mi relato.

—Es cierto que penetré en la habitación —le dije—,y es cierto también que me apoderé del diamante. Solopuedo justificar ambas cosas diciendo que, sea lo quefuere lo que haya hecho, lo efectué sin saberlo yo

Page 757: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mismo. Puede usted creer que le he dicho la verdad…Ezra Jennings me asió con vehemencia del brazo.—¡Alto ahí! —me dijo—. Me ha sugerido usted más

de lo que usted mismo supone. ¿Ha tenido usted algunavez la costumbre de hacer uso del opio.

—Jamás lo he probado en mi vida.—¿Se hallaban sus nervios resentidos el año pasado

en esta misma fecha? ¿Sintió alguna inquietuddesusada, alguna irritación desacostumbrada?

—Sí.—¿Dormía usted mal.—Malísimamente. Muchas noches no dormí un solo

instante.—¿Constituyó la noche del cumpleaños una

excepción? Trate de recordar. ¿Durmió usted bien esedía únicamente?

—¡Lo recuerdo! Dormí profundamenteSoltó mi brazo tan súbitamente como lo había

asido…, y me miró con el aire de un hombre en cuyamente acaba de disiparse la última duda que loabrumaba.

—Es éste un día notable, tanto en su vida como en lamía —me dijo gravemente—. Estoy ahoraabsolutamente seguro, míster Blake, de una cosa… Loque míster Candy quería decirle esta mañana, lo tengoregistrado en las notas que tomé junto a la cama delpaciente. Aguarde, que eso no es todo. Estoyfirmemente convencido de que podré probarle que

Page 758: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

estaba usted inconsciente cuando entró en la habitacióny echó mano del diamante. Deme tiempo para meditary para hacerle algunas preguntas. ¡Creo que lavindicación de su buen nombre se halla en mis manos!

—¡Explíquese, por Dios! ¿Qué quiere usted decir?En medio de la excitación provocada en nosotros

por el diálogo, habíamos avanzado unos pasos más alládel grupo de árboles enanos que ya he dicho nosocultaban a los ojos de los demás. Antes de que EzraJennings hubiera tenido tiempo de responderme, fuellamado desde la carretera por un hombreextraordinariamente excitado, el cual había estadoevidentemente acechándolo.

—Ya voy —le respondió—; ¡con la mayor rapidezposible! —y se volvió hacia mí—. Debo atender un casourgente en la aldea. Debería estar allí desde hace mediahora… Debo atender el llamado en seguida. Concédameusted dos horas y vuelva a lo de míster Candy… Mecomprometo a ponerme a su disposición entonces.

—¡Cuánto tiempo tendré que esperar! —exclamé conimpaciencia—. ¿No podría usted calmar mi ansiedadcon alguna palabra explicativa, antes de irse?

—Se trata de un asunto demasiado serio para quepueda ser explicado de manera precipitada, místerBlake. No crea que trato de poner a prueba su pacienciaintencionadamente… No haría más que aumentar suexpectativa si intentara remediar las cosas en el estadoen que se encuentran actualmente. ¡En Frizinghall,

Page 759: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

señor, dentro de dos horas!El hombre de la carretera volvió a llamarlo. Y él se

alejó precipitadamente, abandonándome allí.

X

De qué manera se hubiera comportado cualquierotro hombre durante ese intervalo de expectativa a queme vi condenado, es algo que no pretendo aclarar. Lainfluencia que esas dos horas de prueba ejercieron sobremí fue la siguiente: me sentí físicamente incapaz, todoel tiempo, de permanecer tranquilo en un mismo sitioy espiritualmente imposibilitado de hablar con nadiehasta no haber oído primero todo lo que Ezra Jenningstenía que decirme.

En este estado de ánimo renuncié no sólo a la visitaque había pensado hacerle a mistress Ablewhite…, sinoque no sentí ni el menor deseo de ver al propio GabrielBetteredge.

De regreso en Frizinghall le dejé una nota aBetteredge, en la cual le comunicaba que había sidollamado y que mi ausencia duraría unas pocas horas,pero que podía tener la seguridad de que regresaríahacia las tres de la tarde. Le rogaba que durante eseintervalo ordenara su comida para la hora habitual y

Page 760: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

matara el tiempo como mejor le pareciera. Como bienyo sabía, poseía una multitud de amigos en Frizinghally no se hallaría en dificultades para ocupar su tiempo,hasta tanto regresara yo al hotel.

Una vez realizado esto, hice la mayor parte de mitrayecto por las afueras de la ciudad nuevamente y medediqué a vagar por el solitario brezal que rodea aFrizinghall hasta que el reloj me previno de que habíallegado, por fin, la hora de regresar a la casa de místerCandy.

Me encontré allí con Ezra Jennings, quien se hallabalisto y aguardándome.

Estaba sentado a solas en un pequeño cuarto quecomunicaba mediante una puerta de vidrio con una salade operaciones. Diagramas horrendamente coloreadosque hablaban de los estragos causados por temiblesenfermedades, colgaban en los desolados muros decolor de ante. Un armario para libros lleno devolúmenes de medicina deteriorados, y ornamentado ensu parte superior con un cráneo en lugar del bustohabitual; una gran mesa de pino salpicadaprofusamente de tinta; sillas de madera como esas quese ven habitualmente en las cocinas y cabañas; undroguete deshilachado en el centro del cuarto; unsumidero con una pileta y un canal de desagüeempotrado en el muro y que sugería de manera horriblesu vinculación con los trabajos quirúrgicos, componíantodo el moblaje del cuarto. Las abejas zumbaban entre

Page 761: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

las escasas flores de los tiestos colocados en la parteexterior de la ventana, los pájaros cantaban en el jardíny el débil e intermitente sonido de un piano desafinadode alguna casa de las inmediaciones se abría paso hastamis oídos, a la fuerza, de vez en cuando. En cualquierotro sitio todos esos rumores habituales hubieranpenetrado como mensajeros alegres del mundocotidiano de afuera. Allí se introducían como intrusos,en una atmósfera de silencio que ninguna otra cosa queno fuera el sufrimiento humano tenía el privilegio deturbar. Dirigí mi vista hacia el estuche de caoba dondese guardaban los instrumentos quirúrgicos y hacia elenorme rollo de hilaza que ocupaba por su cuenta unlugar en los anaqueles y me estremecí interiormente alpensar en los sonidos familiares y concordantes con lavida ordinaria del cuarto de Ezra Jennings.

—No le daré ninguna excusa, míster Blake, porhaberlo recibido en este sitio —me dijo—. Es ésta laúnica habitación de la casa en que a esta hora del díapodemos tener la seguridad de no ser molestados pornadie. He aquí mis papeles ya listos para usted, y heaquí también estos dos libros a los cuales es posible quetengamos necesidad de recurrir antes de que hayamosterminado con este asunto. Aproxime su silla a la mesade manera que podamos consultarlos los dos a la vez.

Yo me aproximé a la mesa y Ezra Jennings mealargó sus notas manuscritas. Consistían éstas en dosgrandes folios. Una de las hojas se hallaba escrita sólo

Page 762: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a intervalos. La otra, con tinta roja y tinta negra,presentaba un escrito que la cubría de arriba abajo. Bajolos efectos de la irritante curiosidad que experimentabaen ese momento, hice a un lado la segunda de las hojasde papel, desesperado.

—¡Apiádese de mí! —le dije—. Dígame qué es lo quedebo esperar, antes de que intente leer esto.

—Con mucho gusto, míster Blake. ¿Le molestarácontestar una o dos preguntas más?

—¡Pregúnteme lo que se le antoje!Me miró con su triste sonrisa en los labios y una

mirada benevolente e interesada en sus tiernos ojososcuros.

—Según me ha manifestado —me dijo—, jamás, queusted sepa, ha probado el opio en su vida.

—¿Que yo sepa? —repetí.—Comprenderá en seguida por qué le hablo con

tanta reserva. Prosigamos. Que usted sepa, no haprobado jamás el opio. En esta misma fecha, el añopasado, tenía usted los nervios irritados y dormía muymal por las noches. La noche del cumpleaños, noobstante, se produjo una excepción a la regla: durmióusted perfectamente. ¿Voy bien hasta aquí?

—Enteramente bien.—¿Sabe usted a qué atribuirle el motivo de su

malestar nervioso y de su falta de sueño?—No sé a qué atribuirlo. Recuerdo ahora que el viejo

Betteredge hizo una conjetura al respecto. Pero apenas

Page 763: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

si es digna de mención.—Perdón. Toda cosa es digna de mención en un caso

como éste. Betteredge le atribuyó ese sueño a algo. ¿Aqué?

—A mi abandono del tabaco.—¿Había sido usted antes un fumador inveterado?—Sí.—¿Abandonó usted el cigarro de golpe?—Sí.—Betteredge se hallaba completamente en lo cierto

míster Blake. Cuando el fumar es un hábito, tiene queser un hombre de anormal constitución el que sea capazde abandonarlo súbitamente sin que se resientatemporariamente su sistema nervioso. A ello sedebieron, en mi opinión, sus noches de insomnio. Mipróxima pregunta se refiere a míster Candy. ¿Recuerdausted haber sostenido algo que se parezca a una disputacon él —durante la comida del día del cumpleaños oposteriormente—, sobre el tema de su profesión?

La pregunta despertó en el acto en mi memoria unrecuerdo dormido, vinculado con la noche de la fiesta.La estúpida reyerta que hubo en tal ocasión entre Candyy yo ha sido descrita con una extensión mucho mayor déla que merece en el décimo capítulo de la Narración deBetteredge. Los detalles que allí se dan de la disputa—tan poco pensé yo en ellos posteriormente— nolograron de ninguna manera hacerse presentes en esaocasión en mi memoria. Todo lo que recordaba y lo que

Page 764: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

pude decirle a Ezra Jennings fue que la emprendí con elarte de la medicina con la suficiente imprudencia y lasuficiente obstinación como para sacar de sus casillasaun a míster Candy. Recordaba también que LadyVerinder se había interpuesto con el propósito de ponerfin a la disputa y que el pequeño doctor y yo habíamos«hecho las paces», como dicen los chicos, y llegado a sertan grandes amigos, antes de estrecharnos las manosesa noche, como nunca lo fuéramos anteriormente.

—Hay algo más —dijo Ezra Jennings—, que es muyimportante que yo sepa. ¿Tenía usted algún motivo parasentirse especialmente inquieto en lo que concierne aldiamante, en esta misma fecha, el año pasado?

—Tenía los más poderosos motivos parainquietarme respecto del diamante. Sabía que era elcentro de un complot y se me previno que en micarácter de poseedor de la piedra debían adoptarseciertas medidas para proteger a miss Verinder.

—¿Sostuvo usted con alguien, inmediatamentedespués de haberse retirado a descansar la noche del díadel cumpleaños, alguna conversación acerca de laseguridad del diamante?

—La cuestión del diamante dio lugar a unaconversación entre Lady Verinder y su hija…

—¿La cual se desarrolló al alcance de su oído?—Sí.Ezra Jennings asió las notas que se hallaban sobre

la mesa y las colocó en mis manos.

Page 765: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Míster Blake —me dijo—, si lee usted ahora estasnotas a la luz que mis preguntas y sus respuestas hanarrojado sobre ellas, hará usted dos asombrososdescubrimientos relacionados con su persona.Comprobará, primero, que entró usted en el gabinete demiss Verinder y echó mano del diamante en un estadohipnótico producido por el opio, y segundo, que el opiole fue administrado a usted por míster Candy —sin queusted lo supiera— para refutar prácticamente lasopiniones que usted expresara durante la comida del díadel cumpleaños.

Yo permanecí sentado, con los papeles en la mano,completamente estupefacto.

—Trate de perdonar al pobre míster Candy —me dijosu ayudante cortésmente—. Admito que le ha causadoun terrible daño, pero lo ha hecho inocentemente. Si leecha un vistazo a esas notas comprobará que de nohaber sido por su enfermedad habría él vuelto a la casade Lady Verinder a la mañana siguiente del día de lafiesta y habría confesado ser el autor de la treta que lejugara a usted. Miss Verinder se hubiera enterado deello y hubiese interrogado al doctor…, y la verdad, quese ha mantenido oculta durante todo un año, hubierasido conocida en un solo día.

Yo empecé a recobrarme.—Míster Candy se halla fuera del alcance de mi

resentimiento —le dije, colérico—. Pero la treta que mehizo no deja por eso, en lo más mínimo, de ser una

Page 766: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

felonía. Podré perdonarle, pero jamás la olvidaré.—No hay médico que no cometa tal felonía, míster

Blake, en la práctica de su profesión. Esa ignorantedesconfianza del opio (en Inglaterra) no se hallasolamente limitada a las clases más bajas y menoscultivadas. Todo médico, durante la larga práctica de suprofesión, se ve obligado, de vez en cuando, a engañara sus pacientes en la misma forma en que míster Candylo ha engañado a usted. No justifico la tontería dejugarle a usted una mala pasada en tales circunstancias.Sólo abogo ante usted por una más exacta y más piadosainterpretación de los motivos.

—¿Cómo ocurrió ello? —le pregunté—. ¿Quién meadministró el láudano sin que yo lo advirtiera?

—No me hallo en condiciones de decírselo. Nadaque se refiera a esa parte del asunto escapó de los labiosde míster Candy durante todo el curso de suenfermedad. Quizá su propia memoria le indique lapersona sospechosa. ¿Qué le parece?

—No.—Es inútil entonces proseguir la investigación. El

láudano le fue administrado a usted secretamente, dealguna manera. Dejemos eso y prosigamos con otrosasuntos de mayor interés inmediato. Lea usted misnotas, si es que puede. Familiarice sus pensamientoscon lo que ocurrió en el pasado. Tengo algo queproponerle, muy osado y emocionante que se relacionacon el futuro.

Page 767: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Estas últimas palabras me estimularon.Empecé a estudiar los papeles, en el orden en que

Ezra Jennings los colocara en mis manos. El de arribaera el que contenía menor cantidad de palabras.Aparecían en él las siguientes palabras sueltas y frasesinconclusas que brotaron de labios de míster Candydurante su delirio:

«… míster Franklin Blake… y agradable… descenderun grado… medicina… confiesa… dormir de noche… ledigo… resentidos… medicamento… él dice…medicamento… y andar a tientas en la oscuridad es lamisma cosa… todos los convidados a la mesa… yo ledigo… a tientas en busca del sueño… sólo unmedicamento… Él dice… dirigiendo a otro ciego… sé loque eso significa… ingenioso… una noche de descansoa pesar de sí mismo… necesita dormir… el botiquín deLady Verinder… veinticinco mínimas… sin que él losepa… mañana a la mañana… Y bien, míster Blake…medicamento hoy… jamás… sin él… equivoca, místerCandy… excelente… sin él… le descargo… verdad… otracosa además… excelente… dosis de láudano, señor…cama… que… medicina ahora.»

Aquí terminaba la primera de las hojas de papel. Sela devolví a Ezra Jennings.

—¿Eso es lo que usted oyó junto a su cama?—lepregunté.

Page 768: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Es exacta y literalmente lo que oí —merespondió—; exceptuando las repeticiones que aparecenen mis notas taquigráficas y que no han sidotransferidas aquí. Ciertas frases y palabras las repitió yauna docena de veces, ya cincuenta veces, de acuerdo conla importancia que él le atribuía a la idea querepresentaban. Dichas repeticiones, en tal sentido, mefueron de cierta utilidad en la tarea de ir uniendo todoslos fragmentos. No crea —añadió, indicándome lasegunda hoja— que pretendo haber registrado allí,exactamente, las mismas expresiones que hubiera usadomíster Candy de haberse hallado en condiciones dehablar hilvanadamente. Sólo afirmo que he penetrado,a través del obstáculo que representaban sus palabrasinconexas, hasta el pensamiento central que laseslabonó todo el tiempo, bajo la superficie. Juzgue ustedpor sí mismo.

Me volví hacia la segunda hoja que ahora sabía yoconstituía la clave de la anterior.

Una vez más aparecían ante mí las divagaciones demíster Candy, copiadas con tinta negra; los espaciosentre ellas habían sido llenados por Ezra Jennings continta roja. Transcribo aquí el resultado de manerasencilla; teniendo en cuenta que el texto original y suinterpretación se hallan muy próximos el uno del otro,en estas páginas, para ser comparados y verificados.

«… míster Franklin Blake es inteligente y agradable,

Page 769: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

pero necesita descender un grado en la escala, cuandohabla de medicina. Confiesa que no puede dormir denoche. Yo le digo que sus nervios se hallan resentidos yque debía tomar algún medicamento. El dice que tomarun medicamento y andar a tientas en la oscuridad sonuna misma cosa. Delante de todos los convidados a lamesa yo le digo: usted va a tientas en busca del sueño ysólo un medicamento podrá ayudarlo a recuperarlo. Eldice: he oído hablar de un ciego dirigiendo a otro ciegoy ahora sé lo que eso significa. Ingenioso… Pero yopuedo proporcionarle una noche de descanso a pesar desí mismo. En verdad, necesita dormir y el botiquín deLady Verinder se halla a mi disposición. Le doyveinticinco mínimas de láudano esta noche sin que él losepa; y voy a la casa mañana a la mañana. ‘‘Y bien,míster Blake, ¿tomará usted una pequeña dosis demedicamento hoy? Jamás habrá de dormir sin él…’’ ‘‘Eneso se equivoca, míster Candy; he pasado una nocheexcelente sin él.’’ ¡Entonces le descargo la verdad! ‘‘Hadisfrutado usted de otra cosa, además, tan excelentecomo esa noche de descanso que dice haber gozado; habebido usted una dosis de láudano, señor, antes de irsea la cama. ¿Qué opina usted ahora del arte de lamedicina?’»

Una admiración producida por la obra ingenua delhombre que urdió esa textura tan delicada y completa,valiéndose de tan embrollada madeja, fue,naturalmente, la primera sensación que experimenté en

Page 770: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tanto le devolvía el manuscrito a Ezra Jennings.Modestamente me interrumpió en cuanto comencé aexteriorizar mi sentimiento de sorpresa y me preguntósi la conclusión que yo extraía de sus notas era la mismaa la cual él arribara.

—¿Cree usted, en la misma medida en que yo lo creo—me dijo—, que obró bajo los efectos del láudanocuando hizo usted lo que hizo la noche del cumpleañosde miss Verinder?

—Ignoro absolutamente los efectos del láudano parapoder dar una opinión al respecto —le respondí—. Sólome resta acatar lo que usted dice y convencerme a mímismo de que está usted en lo cierto.

—Muy bien. La próxima pregunta es la siguiente.Usted está convencido y yo también lo estoy…, ¿cómopodremos convencer a los demás?

Yo señalé los dos manuscritos que se hallaban entreambos sobre la mesa. Ezra Jennings sacudió la cabeza.

—¡Son inútiles, míster Blake! Completamenteinútiles en las actuales circunstancias, por tres razonesincontestables. En primer lugar, estas notas han sidotomadas en circunstancias que escapan enteramente ala comprensión de la mayoría de las gentes. ¡Que sehallan en oposición a la misma, para comenzar! Ensegundo lugar, estas notas simbolizan una teoría médicay metafísica. ¡En oposición a las gentes también! Entercer lugar, han sido escritas por mí; no existe otra cosaque mi testimonio personal como única garantía de que

Page 771: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

no se trata de meras fábulas. Recuerde usted lo que ledije en el páramo…, y pregúntese luego a sí mismo quévalor puede tener mi aserción. ¡No!, mis notas poseentan sólo cierto valor, en lo que respecta a la opinión delas gentes. Su inocencia debe ser vindicada y ellasdemuestran que es posible tal cosa. Tenemos quesometer a una prueba nuestra creencia…, y usted será elhombre que lo haga.

—¿De qué manera? —le pregunté.Él se inclinó ansiosamente, a través de la mesa que

nos separaba.—¿Se halla dispuesto a ensayar un osado

experimento?—Haré cualquier cosa que sirva para librarme de la

sospecha que pesa sobre mí en este momento.—¿Se sometería usted a ciertas molestias personales

durante cierto tiempo?—A cualquier molestia que sea.—¿Querrá usted someterse sin reservas a mi

voluntad? Habrá de exponerse a las burlas de los tontosy sufrir las reconvenciones de algunos amigos cuyasopiniones se halla usted obligado a respetar…

—¡Dígame qué es lo que tengo que hacer!—prorrumpí impaciente—. Y venga lo que viniere, habréde hacerlo.

—Se trata de esto, míster Blake —me respondió—.Robará usted el diamante, en estado inconsciente, porsegunda vez, en presencia de testigos cuyo testimonio

Page 772: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

esté fuera de toda sospecha.Yo pegué un salto y me puse de pie. Quise hablar.

Pero no pude más que mirarle al rostro.—Creo que eso puede hacerse —prosiguió—. Y

habrá de hacerse…, siempre que cuente con su ayuda.Trate de serenarse…, siéntese y escuche lo que tengoque decirle. Usted ha vuelto a su costumbre de fumar;lo he comprobado con mis propios ojos. ¿Cuánto haceque volvió a fumar?

—Cerca de un año.—¿Fuma usted más o menos que antes?—Más.—¿Abandonaría de nuevo ese hábito? ¡De golpe,

quiero significar, como lo hizo usted antes!Yo comencé a vislumbrar su intención.—Lo abandonaré desde ahora mismo —le respondí.—De reproducirse las mismas consecuencias a que

dio lugar ello en el mes de junio del año anterior —medijo Ezra Jennings—; de sufrir usted ahora de insomniopor las noches como sufrió en aquel entonces, habremosganado la primera batalla. Lo habremos retrotraído austed al mismo estado de nervioso desasosiego en quese halló la noche del cumpleaños. Si logramos enseguida reconstruir, o hacer revivir aproximadamente,los detalles domésticos que lo rodearon en aquelentonces y volvemos a interesar a su mente de nuevo enlas varias cuestiones relacionadas con el diamante, quela conmovieron en esa oportunidad, lo habremos

Page 773: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

colocado a usted de nuevo, y en la medida de lo posible,en la misma situación física y mental en que se hallabacuando le fue administrado el opio el año anterior. Ental caso podemos razonablemente esperar que unarepetición de la dosis nos llevará, en mayor o menormedida, a una repetición de los efectos. He aquí miproposición expresada en unas pocas y precipitadaspalabras. Usted verá ahora si hay o no un motivo quejustifique mi proposición.

Se volvió hacia uno de los volúmenes que sehallaban a su lado y lo abrió en la página señalada conuna tira de papel.

—No crea que voy a cansarlo con alguna lectura decarácter psicológico —me dijo—. Siento que me hallocomprometido a probar, para hacerle justicia a usted yhacerme justicia a mí mismo, que no le estoy pidiendoque ensayemos este experimento en atención a ningunateoría de mi propia invención. Principios yaconsagrados y reconocidas autoridades en la materiajustifican mi punto de vista. Concédame usted cincominutos de atención y me comprometo a demostrarleque la ciencia acepta lo que yo le propongo, porfantástica que pueda parecerle mi proposición. Aquí, enprimer lugar, se halla expuesto el principio fisiológicoen el cual yo me baso, por una persona de la autoridaddel doctor Carpenter. Léalo usted mismo.

Y me alargó el trozo de papel que servía deseñalador en el libro. Se hallaban allí escritas las

Page 774: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

siguientes palabras:«A lo que parece, tiene mucha base la creencia de

que toda impresión sensorial que ha sido alguna vezrecogida por la conciencia queda registrada, por asídecirlo, en el cerebro y es susceptible de ser reproducidacierto tiempo después, aunque no tenga la menteconciencia de ella, durante todo el lapso intermedio.»

—¿Está claro hasta aquí? —me preguntó EzraJennings.

—Perfectamente claro.Empujó entonces el libro abierto a través de la mesa

en mi dirección y me señaló un pasaje marcado conlíneas de lápiz.

—Ahora —me dijo— lea el relato de ese caso queguarda, en mi opinión, una estrecha relación con el suyoy con el experimento a que lo estoy tentando. Tenga encuenta, míster Blake, antes de comenzar, que me refieroahora a uno de los más grandes fisiólogos ingleses. Ellibro que tiene usted en la mano es la FisiologíaHumana del doctor Elliotson y el caso que el doctor citase halla respaldado por la autorizada palabra del tanconocido míster Combe.

El pasaje a que aludía estaba concebido en lossiguientes términos:

«El doctor Abel me contó el caso», dice místerCombe, «del portero irlandés de un almacén, el cualolvidaba en estado de templanza lo que había hechodurante su embriaguez; pero que al ponerse borracho

Page 775: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

recordaba nuevamente lo que hiciera durante suanterior período de embriaguez. En cierta ocasión,hallándose borracho perdió un paquete de cierto valory en los momentos de templanza posteriores no supodar cuenta del mismo. La próxima vez que seemborrachó recordé que había dejado el paquete encierta casa; como éste carecía de dirección, habíapermanecido allí a salvo y pudo recuperarlo cuando fuepor él.»

—¿Está claro otra vez? —preguntó Ezra Jennings.—Tan claro como es posible.Echó mano del trozo de papel, lo colocó en su lugar

y cerró el libro.—¿Se halla usted convencido de que no he hablado

sino apoyándome en una fuente fidedigna? —mepreguntó—. Si no lo está, no tendré más que ir hastaesos anaqueles y usted leerá los pasajes que puedo yoindicarle.

—Estoy plenamente convencido —le dije—, y no esnecesario que lea una palabra más.

—En ese caso, podemos volver ahora a la cuestión desu interés personal por este asunto. Me siento en laobligación de decirle que así como hay un pro hay uncontra, en lo que concierne al experimento. De lograreste año reproducir exactamente las circunstancias quese produjeron el anterior, arribamos, infaliblemente,desde el punto de vista fisiológico, a un resultadoexactamente igual al de entonces. Pero esto —debemos

Page 776: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

admitirlo— es literalmente imposible. Sólo podemosconfiar en aproximarnos a tales circunstancias, y, porotra parte, de no lograr retrotraerlo a usted en lamedida de lo necesario al estado en que entonces sehallaba, esta aventura nuestra habrá de fracasar. Sitriunfamos —y yo abrigo por mi parte la esperanza deque tendremos éxito—, podrá usted, por lo menos,repetir sus actos de la noche del cumpleaños de maneratal que llegue a convencer a cualquier persona razonablede que es usted inocente, moralmente hablando, delrobo del diamante. Creo ahora, míster Blake, que le heexpuesto la cuestión, en su anverso y reverso, con lostérminos más exactos a mi alcance y dentro de loslímites que a mí mismo me he impuesto. Si hay algunacosa que no haya entendido usted, dígame cuál es…; sipuedo aclarársela se la aclararé.

—He comprendido perfectamente —le dije— cuantoacaba de explicarme. Pero reconozco que me sientoperplejo ante un hecho que no me ha aclarado todavía.

—¿De qué se trata?—No entiendo cómo pudo el láudano ejercer ese

efecto en mí. No logro explicarme cómo fue que bajé laescalera y anduve por los corredores y abrí y cerré lasgavetas de un bufete y regresé luego a mi cuarto. Todasésas son actividades físicas. Yo pensaba que el primerefecto del opio era provocar en uno un estado deestupor y que a eso seguía el sueño.

—¡El error corriente, respecto del opio, míster

Page 777: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Blake! En este momento estoy esforzando miinteligencia (tal como lo oye) en favor suyo, bajo losefectos de una dosis de láudano, diez veces, más omenos, mayor que la que le administró a usted místerCandy. Pero deseche usted si quiere mi testimonio…,aun en este asunto que se halla dentro del radio deacción de mi propia experiencia. He previsto la objeciónque acaba de hacerme y me he provisto de untestimonio independiente que habrá de pesardebidamente en su espíritu, como así también en el detodos sus amigos.

Y me alcanzó el segundo de los libros que trajera ala mesa.

—¡Ahí tiene —me dijo— las celebérrimasConfesiones de un inglés fumador de opio! Llévese ellibro y léalo. En el pasaje que le he marcado verá ustedcómo cada vez que De Quincey efectuaba lo que éldenomina «una orgía de opio», o bien se dirigía alparaíso de la ópera para gozar de la música, o bien sededicaba a vagabundear los sábados por la noche porlos mercados de Londres, para observar los trueques ytransacciones de las gentes humildes que se proveían delas viandas destinadas a las comidas del domingo. Ybasta ya del asunto que se refiere a la facultad que tieneel hombre de desempeñar tareas activas y de andar deun lugar a otro bajo la influencia del opio.

—Basta ya, sí, en lo que a eso se refiere —le dije—;pero no ha satisfecho usted aún mi curiosidad en lo que

Page 778: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

concierne a los efectos que ejerció el opio en mi personaen particular.

—Trataré de responderle con pocas palabras —medijo Ezra Jennings—. La acción del opio provocageneralmente dos efectos distintos… Durante el primerperíodo de la misma su efecto es estimulante; duranteel segundo, sedante. Bajo sus primeros efectos, las másrecientes y vívidas sensaciones recogidas por su mente—sobre todo las relativas al diamante— es muy probableque, dado el estado mórbidamente sensitivo en que sehallaba su sistema nervioso, se hayan intensificado,imponiéndose sobre su raciocinio y su voluntad…,exactamente de la misma manera en que obra un sueñoordinario. Bajo tales efectos y lentamente cualquieraprensión que hubiere usted sentido durante el día, encuanto a la seguridad del diamante, debió de haberseacentuado, dando lugar a que la duda se convirtiera encerteza, lo que lo impulsó a obrar físicamente parasalvaguardar la gema, dirigiendo sus pasos, con la mirapuesta en ello, hacia el cuarto en el que luego penetró ydebió guiar su mano hacia las gavetas del bufete, hastahacerle dar con el cajón en que se hallaba la piedra. Bajola tóxica influencia ejercida en su mente por el opio,puede usted haber hecho todo eso. Más tarde, cuando elperíodo de calma sucedió al estimulante, debió usted dehaber caído en un estado de inercia y sopor. Más tardeaún se habrá sumergido usted en un profundo sueño. Alllegar la mañana debió de despertarse tan ignorante de

Page 779: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lo que hizo durante la noche como si regresara de lasantípodas. ¿Le he aclarado de manera discretamentesatisfactoria la cuestión hasta aquí?

—Tanto me la ha aclarado —le dije— que deseoahora que prosiga. Me ha explicado usted cómo penetréen el cuarto y eché mano del diamante. Pero missVerinder me vio salir de allí con la gema en las manos.¿Puede usted reconstruir lo que hice después? ¿Puededecirme lo que hice inmediatamente?

—A ese asunto iba a referirme precisamente ahora—me replicó—. Y me pregunto si el experimento que mepropongo efectuar para probar su inocencia no puedeconvertirse al mismo tiempo en el medio que sirva pararecuperar el diamante desaparecido. Luego deabandonar el gabinete de miss Verinder debió usted,con toda seguridad, de haberse dirigido hacia su propiahabitación…

—Sí; ¿y luego?—Es probable, míster Blake —no me atrevo a decir

más— que la idea que usted tenía de salvaguardar eldiamante lo haya llevado, por lógica deducción, a la deocultarlo y que el escondite haya sido su propiodormitorio. En tal caso puede ser que se repita aquí elcaso del portero irlandés. Quizá recuerde usted bajo losefectos de una segunda dosis de opio el lugar en quebajo los efectos de la primera dosis escondió usted eldiamante.

Me llegó ahora el turno a mí para aclararle las cosas

Page 780: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a Ezra Jennings. Lo contuve, antes de que tuvieratiempo de añadir una sola palabra.

—Está usted especulando —le dije— con undesenlace que posiblemente no ocurrirá. El diamante seencuentra en este momento en Londres.

Se estremeció y me miró muy sorprendido.—¿En Londres? —repitió—. ¿Cómo fue a parar a

Londres desde la casa de Lady Verinder?—Nadie lo sabe.—Lo sacó usted, con sus propias manos, del bufete

del cuarto de miss Verinder. ¿Cómo fue despojado ustedde él?

—No tengo la menor idea de ello.—¿Lo vio usted al despertarse a la mañana

siguiente?—No.—¿Lo ha recuperado miss Verinder?—No.—¡Míster Blake, hay algo aquí que requiere ser

puesto en claro! ¿Me permitirá usted que le preguntecómo el diamante se halla actualmente en Londres?

Era la misma pregunta que le había hecho yo amíster Bruff, en cuanto inicié, a mi regreso a Inglaterra,la investigación relativa a la Piedra Lunar. En mirespuesta a Ezra Jennings utilicé, en consecuencia, lasmismas palabras que oyera yo de labios del abogado….y que les son ya conocidas a los lectores de estaspáginas.

Page 781: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Él no se dio, evidentemente, por satisfecho con miréplica.

—Con todo el respeto que me merece su persona—me dijo— y la de su consejero legal, me atrevo adecirle que mantengo la opinión que acabo deexpresarle. Bien sé que la misma está basada en unamera suposición. Pero perdóneme que le haga notar quela suya se basa también en una conjetura.

El punto de vista que adoptó ahora respecto delasunto resultaba enteramente nuevo para mí. Memantuve expectante y ansioso por oír la defensa queharía del mismo.

—Yo supongo —prosiguió Ezra Jennings— que elopio, luego de impelerlo a usted a posesionarse deldiamante con el propósito de ponerlo a salvo, pudohaberlo impelido, por el mismo motivo e idénticapresión de su influjo, a ocultar la gema en algún rincónde su cuarto. Y usted, por su parte, supone que losconspiradores hindúes no pueden equivocarse deninguna manera. Los hindúes se dirigieron hacia la casade míster Luker… ¡El diamante tiene que hallarse, portanto, en casa de míster Luker! ¿Puede usted acasoofrecer alguna prueba de que la Piedra Lunar fuellevada en algún momento a Londres? ¡Si no sabe ustedsiquiera quién o quiénes la llevaron allí desde la casa deLady Verinder! ¿Puede usted probar que la gema fueempeñada en lo de míster Luker? Este declara quejamás ha oído hablar de la Piedra Lunar y en el recibo

Page 782: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de sus banqueros no consta otra cosa sino que se tratade una joya de gran precio. Los hindúes dan por sentadoque míster Luker miente…, y usted, por su parte, queaquéllos se hallan en lo cierto. Todo lo que puedo deciren defensa de mi punto de vista es que lo consideroposible. ¿Qué otros fundamentos lógicos o legales puedeusted aducir en favor del suyo?

El asunto había sido planteado por él en términosenérgicos, pero no se podía negar, al mismo tiempo, queeran de peso.

—Confieso que me hace usted vacilar —le repliqué—.¿Se opondría usted a que le escribiera a míster Bruff,para comunicarle lo que acaba de decirme?

—Al contrario, me sentiré complacido si lo hace.Con la ayuda de su experiencia nos hallaremos encondiciones de estudiar el asunto bajo una nueva luz.Mientras tanto volvamos a la cuestión del opio. Hemosconvenido que habrá de dejar usted de fumar desde estemomento, ¿no es así?

—Desde ahora mismo.—Este constituye el primer paso. El próximo habrá

de ser el de reconstruir, en la medida de lo posible, losdetalles domésticos que lo rodeaban a usted el añopasado en esta misma fecha.

¿Cómo podría lograrse tal cosa? Lady Verinderhabía muerto. Raquel y yo, hasta tanto siguierarecayendo sobre mí la sospecha del robo,permaneceríamos distanciados de manera irrevocable.

Page 783: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Godfrey Ablewhite se hallaba viajando por elContinente. Resultaba simplemente imposible reunir denuevo a las gentes que se hallaban en la casa cuando yodormí en ella por última vez. El anuncio de estaobjeción no desorientó, al parecer, a Ezra Jennings. Ledaba muy poca importancia, me dijo, al hecho de quepudiera reunirse de nuevo a las mismas personas, dadoque sería vana la esperanza que pudiera uno tenerrespecto a la posibilidad de que siguieran teniendo demí la misma opinión que tuvieron en el pasado. Por otraparte, era de vital importancia para el éxito delexperimento, según él, que viera yo los mismos objetosque me rodearan el año anterior, la última vez queestuve en la casa.

—Por encima de todo —me dijo—, deberá usteddormir en el mismo cuarto en que durmió la noche delcumpleaños, el cual deberá estar amueblado de lamisma manera que entonces. Las escaleras, loscorredores y el gabinete de miss Verinder deberánpresentar el mismo aspecto que presentaron cuando losvio usted por última vez. Es absolutamenteimprescindible, míster Blake, que todo mueble que hayasido quitado de su lugar vuelva a ser reintegrado almismo, en esa parte de la casa. De nada servirá susacrificio de los cigarros sí no logramos permiso de missVerinder para hacer tal cosa.

—¿Quién habrá de solicitar tal permiso? —lepregunté.

Page 784: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿No podría ser usted?—Hay que descartarlo. Luego de lo ocurrido entre

ambos a raíz de la pérdida del diamante, no puedo, talcomo están las cosas actualmente, ni ir a verla niescribirle.

Ezra Jennings hizo una pausa para meditar duranteun breve instante.

—¿Me permitirá usted hacerle una preguntadelicada? —me dijo.

Yo le indiqué con un gesto que podía hacerlo.—¿Me hallo en lo cierto, míster Blake, al suponer

(según me lo han dejado entrever una o dos palabrasque acaban de deslizarse a través de sus labios) quesintió usted por miss Verinder en el pasado un interésque iba más allá de lo corriente?

—Enteramente en lo cierto.—¿Se vio correspondido ese sentimiento?—Sí.—¿Cree usted que miss Verinder sería capaz de

sentir un fuerte interés por esta tentativa de probar suinocencia?

—Estoy seguro de ello.—Entonces yo seré quien le escriba a miss

Verinder…, si me autoriza usted a hacerlo.—¿Para ponerla al tanto de la proposición que acaba

de hacerme?—Para ponerla al tanto de cuanto hemos tratado hoy

aquí nosotros.

Page 785: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

De más está decir que acepté ansiosamente elservicio que acababa de ofrecerme.

—Tendré tiempo de despachar la carta por el correode hoy —me dijo, mientras observaba la hora en sureloj—. ¡No se olvide de guardar bajo llave suscigarrillos en cuanto regrese al hotel! Iré a verlo mañanaa la mañana para enterarme de cómo pasó la noche.

Me levanté para despedirme e intenté expresarle elsincero agradecimiento que experimentaba ante subondadoso ofrecimiento.

Estrujando mi mano cordialmente. me respondió:—Recuerde lo que le dije en el páramo. Si logro

hacerle, míster Blake, este pequeño servicio, seráentonces para mí como si viera caer un último rayo delsol sobre el crepúsculo de un largo día nebuloso.

Nos separamos. Era entonces el quince de junio. Lossucesos de los próximos diez días —cada uno de ellosmás o menos vinculado directamente con elexperimento del cual fui yo el objeto pasivo— se hallanregistrados de la manera más fidedigna en el «Diario»que habitualmente escribía el ayudante de místerCandy. Nada ha ocultado Ezra Jennings en sus páginas,ni de un solo detalle se ha olvidado. Dejemos, pues, quesea Ezra Jennings quien nos diga de qué manera se llevóa la práctica la aventura que tuvo por base el opio y cuálfue el resultado.

Page 786: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

CUARTA NARRACIÓNFragmentos del Diario de Ezra Jennings

1849. — 15 de junio. Luego de haber tenido queinterrumpirla varias veces a causa de mis pacientes y demis propios dolores físicos, he dado término a la cartaque enviaré a miss Verinder con tiempo para poderdespacharla por el correo de hoy. He fracasado en miintento de lograr una misiva breve, como era mi deseo.Pero he expuesto las cosas claramente en ella. Según lostérminos en que está concebida, miss Verinder podráadoptar la decisión que más le plazca. Si resuelve asistira dicho experimento lo hará siguiendo los dictados desu libre albedrío y no como favor que nos haga a místerFranklin Blake o a mí.

16 de junio.— Me levanté tarde, luego de una nochehorrenda; el opio ingerido ayer ha tomado su venganzasobre mí persiguiéndome con una serie de sueñoshorribles. En un instante dado me hallaba girando en elespacio vacío en medio de los espectros de los muertos:amigos y enemigos conjuntamente. Y de súbito, elrostro único y bienamado que no habré de volver a verjamás surgió a la vera de mi lecho fosforesciendo conuna luz horrible en medio de la densa oscuridad, meclavó su mirada y se burló de mí. Un ligerorecrudecimiento de mi vieja enfermedad a la horatemprana en que ello ocurre habitualmente recibió mienhorabuena, por implicar un cambio. Vino a dispersar

Page 787: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

las visiones…, y se tornó tolerable a causa de ello. Mi mala noche hizo que me retrasara en la visita que

debía hacerle a míster Franklin Blake. Lo halléapoltronado en su sofá, desayunándose con brandy yagua de soda, y una galleta seca.

—He tenido el mejor comienzo que pudiera usteddesear —me dijo—. He pasado una noche agitada,miserable; y me levanté con una falta total de apetito.Exactamente lo mismo que me ocurrió el año pasadocuando abandoné los cigarros. Cuanto más pronto mesea suministrada la segunda dosis de láudano, máscomplacido me sentiré.

—Habrá usted de ingerirla lo antes posible —lerespondí—. Mientras tanto, debemos velar por su saludde la mejor manera. Si dejamos que usted se debilite,fracasaremos en ese sentido. Tendrá usted que sentirapetito a la hora de comer. En otras palabras, deberáusted hacer un paseo a caballo o a pie esta mañana paraaspirar un poco de aire fresco.

—Montaré, si pueden hallarme aquí un buencaballo. Y, entre paréntesis, le escribí ayer a místerBruff. ¿Le ha escrito usted, por su parte, a missVerinder?

—Sí…, por el correo nocturno de ayer.—Muy bien; sin duda habremos de saber mañana

ambos alguna noticia digna de ser escuchada. No sevaya aún. Tengo algo que decirle. Según creo, me diousted a entender la víspera que nuestro experimento

Page 788: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

con el opio no habría de ser acogido, posiblemente, demanera muy favorable por algunos de mis amigos.Estaba usted completamente en lo cierto; considero aGabriel Betteredge como uno de mis viejos amigos y lecausará a usted sin duda gracia el saber que protestó dela manera más violenta cuando estuve con él ayer«¡Innumerables son las locuras que ha cometido usteddurante el curso de su existencia, míster Franklin; peroésta sobrepasa a todas las anteriores!» ¡Tal es la opiniónde Betteredge! Espero que usted respete sus prejuicios,cuando se encuentre con él.

Abandoné a míster Blake para ir a ver a mispacientes y me sentí mejor y más feliz, pese a lo breveque había sido la entrevista que mantuve con él.

¿Cuál es el secreto de la atracción que este hombreejerce sobre mí? ¿Se debe ella nada más que al contrasteofrecido por la manera franca y cordial con que mepermitió llegar a convertirme en su amigo y ladespiadada desconfianza y el recelo con que meenfrentan las otras gentes? ¿O existe en él, realmente,algo que viene a satisfacer ese gran deseo que yo sientopor un poco de simpatía humana…, anhelo quesobrevivido a la soledad y las persecucionesinnumerables años y que se acentúa, al parecer, mas ymás a medida que se aproxima la hora en que no habréde sufrir ni sentir ya más nada? ¡Cuán inútiles son todasestas preguntas! Míster Blake ha hecho que la vidavuelva a interesarme. Conformémonos con esto y

Page 789: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cesemos de indagar en qué consiste ese nuevo interésque siento por las cosas de la vida.

17 de junio. — Antes del desayuno, esta mañana, meanunció míster Candy que partiría hacia el sur deInglaterra para hacerle una visita de quince días a unamigo que allí tiene. Antes de irse me dio el pobrehombre una serie de instrucciones especiales relativasa los pacientes, tal como si siguiera contando con lalarga práctica que poseía antes de que cayera enfermo.¡De poco sirve ella ahora! Otros médicos lo hansuperado ya a él y nadie que pueda evitarlo habrá deemplearme a mí.

Quizá constituya un evento afortunado el hecho deque deba ausentarme justamente en este momento. Sehabría ofendido si no lo hubiese puesto yo al tanto delexperimento que estoy a punto de realizar con místerBlake. Y, por otra parte, apenas si me atrevo a imaginarlo que habría ocurrido de haberle yo dispensado miconfianza. Mejor es que sucedan así las cosas.Incuestionablemente mejor es que así sea.

El correo me trajo la respuesta de miss Verinderluego de que míster Candy abandonó la casa.

¡Encantadora misiva! Y que ha servido para que meforme la mejor opinión de ella. No hay por qué ocultarel interés que han despertado en miss Verinder nuestrasactividades. Me ha dicho de la manera más bella que micarta la ha convencido de la inocencia de míster Blakey que no hay la menor necesidad (en lo que a ella le

Page 790: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

concierne) de someter a una prueba mi afirmación.Llega aún a reprobarse a sí misma —¡de la manera másinjusta, la pobre!— la circunstancia de no haber sidocapaz de intuir a su debido tiempo cuál podía ser laverdadera solución del enigma. El motivo de ello deriva,evidentemente, de algo más que del mero empeño enexpiar un daño que le causó involuntariamente a otrapersona. Patente resulta que lo ha amado durante todoel tiempo en que permanecieron separados. En más deun pasaje, el éxtasis que le produce el descubrimientodel hecho de que él ha merecido su amor irrumpe, depronto, inocentemente, en medio de las más rígidasformalidades de la pluma y la tinta y desafía aun a esavalla más recia que implica el acto de escribirle a undesconocido. ¿Será posible, me pregunto, al leer esacarta encantadora, que yo, entre todas las gentes quehabitan este mundo, haya sido escogido como elintermediario que sirva para unir nuevamente a estajoven pareja? Mi dicha individual ha sido pisoteada; elamor, arrancado de mi existencia. ¿Viviré lo suficientepara poder asistir a la felicidad de otros que me deberánsu dicha…; podré asistir a ese amor renacientefomentado por mí? ¡Oh Muerte misericordiosa,permíteme que lo vean mis ojos antes de que tus brazosme ciñan y de que cuchichee tu voz en mis oídos:«¡Descansa al fin!»

Dos pedidos contiene la carta. Mediante uno de ellosse me prohibe mostrarle la misma a míster Franklin

Page 791: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Blake. Estoy autorizado para comunicarle a éste quemiss Verinder accede de buena a gana a poner su casaa nuestra disposición; allí termina mi misión.

Hasta aquí es fácil satisfacer sus deseos. Pero elsegundo pedido me coloca en un serio aprieto.

No satisfecha con haberle escrito a místerBetteredge dándole instrucciones para que cumplatodas las órdenes que le hagamos llegar, me ha pedidomiss Verinder permiso para que la dejemos supervisarpersonalmente la restauración de su propio gabinete.Sólo aguarda una palabra afirmativa de mi parte paratrasladarse a Yorkshire con el fin de convertirse en unode los testigos, la noche en que se realice por segundavez la prueba del opio.

He aquí nuevamente un motivo oculto debajo de lasuperficie y he aquí también que yo creo hallarme encondiciones de descubrirlo.

Lo que me ha prohibido que le diga a místerFranklin Blake es algo que ella, según interpreto yo suspalabras, se halla ansiosa por comunicarle con suspropios labios, antes de que él sea sometido a la pruebaque tiene por objeto vindicarlo a los ojos de las gentes.Comprendo y admiro tan generosa preocupación porabsolverlo, antes de que su inocencia sea o no probada.Es ésta la expiación que está ansiosa por pagar la pobremuchacha, luego de haber sido inocente einevitablemente injusta con él. Pero no puede ser. Notengo la menor duda de que la agitación provocada en

Page 792: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ambos por el encuentro —al revivir sus sentimientos deantaño y despertar nuevas esperanzas en ellos—influiría en el estado mental de míster Blake, siendo defatales consecuencias para el buen éxito delexperimento. Bastante dificultosa será ya de por sí latarea de retrotraerlo, tal como están las cosas ahora,exactamente o por lo menos de la manera másaproximada posible, a la situación mental en que sehallaba el año anterior. Si algún nuevo interés o algunanueva emoción viniera a agitarlo, la tentativa resultaríasimplemente infructuosa.

Y, sin embargo, y a pesar de ello, no se atreve micorazón a defraudarla. Debo esforzarme, antes de queparta el último correo, para hallar la manera decomplacer a miss Verinder, sin entorpecer por ello elcumplimiento del servicio que me he comprometido aprestarle a míster Franklin Blake.

Dos de la tarde. — Acabo de regresar de mis visitasmédicas a mis pacientes; comencé, como es de suponer,por llamar al hotel.

El informe que me ha dado míster Blake respecto dela última noche es igual que el de la anterior. Hadormido tan sólo a intervalos; eso es todo. Pero sientecon menor intensidad hoy sus efectos, luego del sueñode que gozó después de la comida de ayer. Ese sueñodespués de la comida fue el resultado, sin lugar a dudas,de la cabalgata que efectuó siguiendo mi consejo.Mucho me temo verme obligado a acortar la duración

Page 793: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de sus restauradores ejercicios al aire libre. No tiene quehallarse demasiado bien, como tampoco demasiadomal. Se trata, como dicen los marineros, de unamaniobra difícil.

Míster Blake no ha recibido aún noticias de místerBruff. Demostró hallarse ansioso por saber si habíarecibido yo la respuesta de miss Verinder.

Le dije lo que se me ha permitido decirle; nada másque eso. Fue completamente inútil el inventar excusaspara justificar el hecho de no haberle mostrado laesquela. Me dijo, de manera bastante amarga, el pobre,que comprendía los escrúpulos que me inclinaban aproceder de esa manera.

«Ella asiente, sin duda, pero no se trata más que deun acto de mera cortesía y de justicia corriente», medijo. «Se reserva para sí misma su propia opiniónrespecto de mi persona y queda a la espera delresultado.» Me sentí grandemente tentado de insinuarleque ahora era él tan injusto con ella como lo había sidomiss Verinder con él anteriormente. Pero luego dereflexionar, no me atreví a adelantarme parapresentarla a ella en su doble y magnífico carácter demujer que se muestra sorprendida y que perdona.

Mi visita fue muy breve. Luego de mi experiencia dela otra noche, me he visto en la obligación de renunciaruna vez más a mis dosis de opio. La inevitableconsecuencia de ello ha sido un terrible recrudecimientode mi enfermedad que ha vuelto a enseñorearse de mi

Page 794: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuerpo. Ante los primeros síntomas del ataqueabandoné a míster Blake repentinamente, para noalarmarlo o deprimirlo. Su duración fue de sólo uncuarto de hora, esta vez, y me dejó con las fuerzassuficientes para poder continuar mi trabajo.

Cinco de la tarde. — Le he escrito mi respuesta amiss Verinder.

De aprobar ella mi proposición, servirá ésta parareconciliar los deseos de ambas partes. Luego deenumerar las objeciones que se oponen a la realizaciónde una entrevista entre míster Blake y ella antes de quehaya tenido lugar el experimento, le he aconsejado elanticipar su viaje de manera que pueda arribar a la casasecretamente la noche en que se efectúe la prueba. Deviajar en el tren de la tarde procedente de Londres,demoraría su llegada hasta las nueve. Esa es la hora enque yo me he comprometido a ver sin peligro a místerBlake en su dormitorio; de esa manera miss Verinderestará en libertad para ocupar sus propias habitacioneshasta que llegue el momento en que se le administre aaquél la dosis de láudano. Una vez hecho esto, no habránada que se oponga a que asista ella a sus resultados,junto con todos los demás. A la mañana siguiente podrámostrarle, si es que lo desea, la correspondenciaintercambiada conmigo y le demostrará así que lo habíaabsuelto, por su parte, antes de que su inocencia fuerapuesta a prueba.

En tal sentido le he escrito. Esto es cuanto tengo que

Page 795: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

decir hoy. Mañana habré de ver a míster Betteredgepara darle las instrucciones necesarias respecto de lareapertura de la casa.

18 de Junio. — Me he retrasado nuevamente en mivisita a míster Franklin Blake. Nuevo recrudecimientode mi terrible dolencia en las primeras horas de lamañana, seguido esta vez por una total postración queduró varias horas. Preveo ya que, a despecho del castigoque me impondrá tal cosa, me veré en la obligación derecurrir por centésima vez al opio. Si no tuviera quepensar más que en mí mismo, preferiría los agudosdolores a los sueños horrendos. Pero los dolores físicosme agotan. Si me dejo vencer por ellos, resultaráentonces probable que no pueda prestarle ningúnservicio a míster Blake en el preciso instante en que másme necesite.

Eran ya casi las nueve de la mañana cuando lleguéal hotel. La visita, pese a la miserable condición en queyo me encontraba, resultó de lo más divertida…. gracias,enteramente, a la presencia de Gabriel Betteredge en laescena.

Lo hallé en la habitación cuando entré en ella. Sealejó hacia la ventana y se asomó a ella mientras yo ledirigía la primera pregunta a mi paciente.

Míster Blake pasó otra mala noche y sintió losefectos de la falta de reposo esta mañana, de maneramás intensa que nunca.

A continuación le pregunté si había recibido noticias

Page 796: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

de míster Bruff.Una carta de éste había llegado esa misma mañana.

Míster Bruff expresaba en ella, en los términos másenérgicos, su desaprobación por el plan en que sehallaba empeñado su cliente y amigo a instancias mías.Era perjudicial…, porque despertaba esperanzas quenunca cristalizarían. Y era también una cosaininteligible para su mente, excepto si se la juzgabacomo una farsa, y una farsa relacionada con elmesmerismo, la clarividencia y otras cosas afines.Desordenaría la casa de miss Verinder y terminaría pordesordenar a la propia muchacha. Le había expuesto elcaso (sin dar mención de nombres) a un médicoeminente y el eminente facultativo había sonreído,sacudido la cabeza y dicho… absolutamente nada. Sobreesa base míster Bruff hacía constar su protesta, sinpasar de allí.

Mi pregunta siguiente se relacionaba con eldiamante. ¿Podía exhibir el abogado alguna prueba quesirviera para demostrar que la gema se encontraba enLondres?

No, el letrado se negaba simplemente a discutir lacuestión. Él, por su parte, se hallaba seguro de que laPiedra Lunar había sido empeñada en lo de místerLuker. Su eminente amigo ausente, míster Murthwaite(cuyo profundo conocimiento del carácter hindú nadiepodía poner en duda), estaba también convencido deello. En tales circunstancias y ante las muchas

Page 797: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

demandas que le habían sido hechas en el mismosentido, declinaba entablar nuevas disputas respecto delasunto. El tiempo habría de demostrar si se hallaba enlo cierto o equivocado y míster Bruff aguardabaconfiado su fallo.

Era completamente evidente —aun cuando místerBlake no hubiera aclarado el contenido de la carta, enlugar de leer lo que realmente había sido en ellaescrito— que la desconfianza que despertaba en él mipersona era lo que lo había llevado a adoptar esaactitud. Habiendo yo previsto el resultado, no me sentímortificado ni sorprendido. Le pregunté a míster Blakesi la protesta de su amigo lo había sorprendido. Y mereplicó enfáticamente que la misma no había producidoel menor efecto en él. Me hallaba yo en libertad luego deesto para descartar a míster Bruff sin la menorcontemplación, y así lo hice, en consecuencia.

Se produjo una pausa en nuestra conversación…;Gabriel Betteredge vino entonces hacia nosotros desdesu retiro junto a la ventana.

—¿Me concederá usted la gracia de escucharme,señor? —inquirió, dirigiéndose a mí.

—Me pongo a su entera disposición —le respondí.Betteredge tomó entonces una silla y se sentó junto

a la mesa. A continuación sacó a relucir un enorme yantiguo libro de apuntes de cuero y un lápiz que hacíajuego con él, por sus dimensiones. Luego de colocarselos espejuelos, abrió el libro de apuntes en una página

Page 798: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Famoso manicomio que se halla en las proximidades4

de Londres. (N. del T.)

en blanco y me dirigió, una vez más, la palabra.—He vivido —me dijo Betteredge mirándome

severamente— cerca de cincuenta años al servicio de midifunta ama. Fui antes paje al servicio del viejo Lord, supadre. Me hallo actualmente entre los setenta y losochenta años de edad…, no interesa ahora saberloexactamente. Se me reconoce una regular experiencia yconocimiento de la vida, como a la gran mayoría de loshombres. ¿Y en qué culmina todo esto? Culmina, místerEzra Jennings, en una triquiñuela de ilusionistas quetendrá por base a míster Franklin Blake y al ayudante deun médico, conjuntamente con una botella de láudanoy, ¡vamos!, se me designa a mí para que a mi avanzadaedad desempeñe el papel del muchacho que ayuda alilusionista.

Míster Blake estalló en una carcajada. Yo intentéhablar. Betteredge levantó su mano para indicarnos queno había concluido.

—¡Ni una sola palabra, míster Jennings! —me dijo—.No necesito que me diga usted una sola palabra. Graciasa Dios poseo mis principios. Si se me diese una ordenque fuese gemela de cualquiera de las que podría darmeun morador del Bedlam la cumpliría, siempre que4

proviniera del amo o del ama, según las circunstancias,sin importárseme mucho de ello. Podré tener yo mi

Page 799: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

opinión que, en este caso coincide, le ruego tengan abien recordarlo, con la de míster Bruff…. ¡del granmíster Bruff! —dijo Betteredge elevando su voz ysacudiendo su cabeza ante mí, de manera solemne—.Pero no importa; la retiro a pesar de ello. Mi joven amame dice, por ejemplo, «Haga esto». Y yo le respondo:«Miss, su orden será cumplida.» Aquí me hallo con milibro y mi lápiz…; este último no tan aguzado en suextremo como yo desearía; pero cuando hasta lospropios cristianos pierden la cabeza, ¿cómo es posibleesperar que los lápices conserven sus puntas? Ordeneusted, míster Jennings. Toleraré sus órdenes en elpapel, señor. Pero me hallo dispuesto a no aparecer nidetrás ni delante de ellas tan siquiera a una distanciadel ancho de un cabello. No soy más que un meroagente…, ¡nada más que un mero agente! —repitióBetteredge, sintiendo un infinito alivio ante el retratoque acababa de hacer de sí mismo.

—Mucho lamento —comencé a decir yo— que nocoincidamos. . .

—¡No me incluya a mí en el asunto! —interrumpióBetteredge—. No se trata de una cuestión decoincidencia, sino de obediencia. Deme usted susinstrucciones, señor…, deme usted sus instrucciones.

Míster Blake me hizo una señal para queaprovechara al vuelo la oportunidad que se me ofrecía.Yo le «di entonces mis instrucciones» de manera tansimple y grave como me fue posible hacerlo.

Page 800: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Deseo que se reabran ciertas dependencias de lacasa —le dije—, y que se las amueble exactamente de lamisma manera en que se hallaban amuebladas el añopasado.

Betteredge le dio un preliminar lamido a laimperfecta punta de su lápiz.

—¡Nombre las dependencias, míster Jennings!—dijo altivamente.

—Primeramente el vestíbulo interior que conduce ala escalera principal.

—Primero, el vestíbulo interior —escribióBetteredge—. Imposible amueblarlo tal cual se hallabael año anterior…, para comenzar.

—¿Por qué?—Porque había allí un buharro embalsamado,

míster Jennings. Cuando la familia abandonó la casa elaño pasado, el buharro fue colocado entre las demáscosas, y al ser colocado entre las demás cosas, elbuharro reventó.

—Excluiremos el buharro entonces.Betteredge tomó nota de la exclusión. «El vestíbulo

interior deberá ser amueblado de la misma manera queel año anterior. Sólo deberá excluirse un buharro quereventó.»

—Tenga la bondad de proseguir, míster Jennings.—La alfombra habrá de ser colocada sobre la

escalera tal cual se hallaba en ella anteriormente.—«La alfombra deberá ser colocada sobre la

Page 801: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

escalera tal cual se hallaba en ella anteriormente.»Lamento tener que defraudarlo, señor. Pero tampocoeso podrá llevarse a cabo.

—¿Por qué no?—Porque el hombre que la colocó ha muerto, míster

Jennings, y no hay en toda Inglaterra, por más que lobusque, quien sea capaz de hacer concordar, como él lohacía, cualquier rincón de una casa con una alfombra.

—Muy bien. Debemos encontrar al que más se leaproxime en Inglaterra.

Betteredge volvió a tomar nota y yo proseguí conmis instrucciones.

—El gabinete de miss Verinder deberá serrestaurado hasta que logre adquirir el mismo aspectoque poseía el año pasado, también el corredor queconduce desde el gabinete hasta el primer rellano, y elsegundo corredor, que va desde el segundo rellano hastalas alcobas superiores, y el dormitorio que ocupó enjunio último míster Franklin Blake.

El lápiz romo de Betteredge me seguíaconcienzudamente, palabra por palabra.

—Prosiga, señor —me dijo con sardónicagravedad—. Hay todavía una buena reserva de palabrasen la punta de mi lápiz.

Yo le dije que no tenía ya más instrucciones quedarle.

—Señor —me dijo Betteredge—, en ese caso yo tengouna o dos cosas que hacer notar.

Page 802: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Abrió su libro de apuntes en una nueva página y leaplico a su inagotable lápiz un nuevo lamido preliminar.

—Quisiera saber —comenzó a decir— si puedo o nolavarme las manos…

—Naturalmente que sí —dijo míster Blake—. Tocaréla campanilla en demanda del mozo.

— …respecto de ciertas responsabilidades—prosiguió Betteredge, imperturbablemente dispuestoa no ver en el cuarto a nadie más que a sí mismo y amí—. Para comenzar me referiré al gabinete de missVerinder. Cuando levantamos el año último la alfombramíster Jennings, descubrimos allí una sorprendentecantidad de alfileres. ¿Debo hacerme responsable de laoperación de reintegrar los mismos a ese lugar?

—Seguramente que no.Betteredge tomó nota al punto de la concesión que

se le otorgaba.—En cuanto al primer corredor —prosiguió—,

cuando quitamos de él los ornamentos, sacamos de allíla estatua de un niño desnudo y rollizo…, a quien sedesignaba en el catálogo de la casa con el nombreprofano de «Cupido, dios del Amor». El año anteriorpodían verse dos alas en la parte carnosa de sushombros. En el mismo instante en que quité yo mis ojosde él, perdió una de ellas. ¿Debo hacerme responsablepor el ala de Cupido?

Yo le hice una nueva concesión y Betteredge volvióa tomar nota.

Page 803: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—En lo que concierne al segundo corredor—continuó—, como no se veía nada en él el año pasadocomo no fueran las puertas de las habitaciones(respecto de las cuales prestaré juramento si se me exigetal cosa), es la única parte de la casa por la cual, admito,me siento enteramente tranquilo. Pero en lo que serefiere a la alcoba de míster Franklin (si es que hay quehacerle recobrar a la misma el aspecto que poseíaanteriormente), quiero que se me diga antes quiénhabrá de responsabilizarse por el eterno desorden quehabrá de imperar en ella, por más que se la arregleinfinidad de veces: los pantalones por aquí, las toallaspor allí y sus novelas francesas desparramadas portodas partes… Insisto: ¿quién habrá de correr con laresponsabilidad de destruir el orden que reina en elcuarto de míster Franklin: él o yo?

Míster Blake declaró que él habría de asumir con elmayor placer dicha responsabilidad. Betteredge seobstinó en no prestar oído a ningún plan, para sorteardificultades, que no contara con mi sanción yaprobación. Yo aprobé la proposición de míster Blake yBetteredge registró esta última anotación en su libro deapuntes.

—Vaya usted a indagar en la casa, míster Jennings,a partir de mañana —me dijo, poniéndose de pie—. Mehallará usted trabajando conjuntamente con laspersonas que sean necesarias para ayudarme en milabor. Con el mayor respeto le ruego me permita

Page 804: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

agradecerle, señor, por el hecho de haber pasado poralto el asunto del buharro embalsamado y el del ala deCupido…, y también por haberme permitido lavarme lasmanos respecto de ciertas responsabilidades, como serlos alfileres que se hallaban sobre la alfombra y eldesorden imperante en el cuarto de míster Franklin. Enmi carácter de criado, he contraído con usted unaenorme deuda. En el de hombre, debo decirle que tieneusted la cabeza llena de larvas; y quiero dejar constanciade mi oposición a su experimento, al que considero unailusión y una trampa. ¡No tema usted, a causa de ello,que mis sentimientos de hombre habrán de imponersesobre los deberes del criado! Será usted obedecido,señor…; a pesar de las larvas, será usted obedecido. ¡Sitodo esto concluye con el incendio de la casa, maldito sihabré de ir yo en busca de los extintores, a menos queme lo ordene usted primero por medio de uncampanillazo!

Con esta afirmación de despedida, me hizo unareverencia y abandonó la habitación.

—¿Cree usted que podemos confiar en él? —lepregunté a míster Blake.

—Sin reserva alguna —me respondió éste—. Cuandovayamos a la casa hallaremos que nada ha sidodescuidado, ni olvidado.

19 de junio.— ¡Una nueva protesta se ha alzado encontra de nuestros planes! Esta vez se trata de unadama.

Page 805: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El correo de la mañana me trajo hoy dos cartas. Unade miss Verinder, en la cual ésta aprueba de la maneramás bondadosa los procedimientos que le he propuesto.La otra de una señora bajo cuya tutela se encuentraaquélla…, una tal mistress Merridew.

Mistress Merridew me presenta sus saludos y nopretende comprender siquiera el asunto que ha sido eltema de mi correspondencia con miss Verinder, en susraíces científicas. Juzgando la cosa desde un punto devista social, sin embargo, considera que puedepronunciarse libremente respecto del mismo.Probablemente, afirma mistress Merridew, desconozcayo la circunstancia de que miss Verinder apenas cuentadiecinueve años de edad. Permitir que una joven de suedad asista, sin una «acompañante», en una casaatestada de hombres, a un experimento médico,constituye un ultraje al decoro que mistress Merridewno puede de ninguna manera tolerar. De llevarseadelante la idea, considerará un deber de su parte—hecho que implicará un enorme sacrificio de supersonal conveniencia— acompañar a miss Verinder ensu viaje a Yorkshire. En tales circunstancias se atreve apedirme y espera que yo acceda buenamente areconsiderar el asunto, ya que ha podido comprobar quemiss Verinder no acepta otra opinión que la mía. Quizásu presencia no sea necesaria y una sola palabrabastaría para librarnos, tanto a mistress Merridew comoa mí, de una desagradable responsabilidad.

Page 806: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Traduciendo este lenguaje de vulgar cortesía alinglés corriente, nos encontramos con que esto quieredecir, en mi opinión, que mistress Merridew siente unmiedo mortal por la opinión de las gentes.Desgraciadamente, ha acudido al hombre que menosmotivos tiene para sentir ningún respeto por su opinión.No habré yo de defraudar a miss Verinder ni dedemorar la reconciliación de dos jóvenes que se aman yque han permanecido separados ya demasiado tiempo.Traduciendo esto del inglés corriente a un lenguaje devulgar cortesía, nos encontramos con que esto quieredecir que míster Jennings le presenta sus saludos amistress Merridew y lamenta no considerar justificadauna mayor intromisión de la misma en este asunto.

El informe personal de míster Blake, esta mañana,ha sido igual al del día precedente. Hemos resuelto nomolestar a Betteredge con ninguna vigilancia en su casahoy. Mañana será el momento oportuno para realizarnuestra primera visita de inspección.

20 de junio.— Míster Blake está comenzando asentir un permanente desasosiego por las noches.Cuanto más pronto sean reamueblados los cuartos,mejor. Mientras nos dirigíamos hacia la casa estamañana, me ha consultado, con cierta nerviosaimpaciencia e indecisión, respecto de una carta, que leha sido remitida desde Londres, firmada por el SargentoCuff.

Le escribe éste desde Irlanda. Reconoce que ha

Page 807: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

recibido, por intermedio de su ama de llaves, una tarjetay un mensaje que míster Blake dejó en su residenciapróxima a Dorking y anuncia que es probable queregrese a Inglaterra dentro de una semana o antes aún.Mientras tanto, le ruega le conceda el favor de saber quémotivos son los que impulsan a míster Blake a quererhablar con él, como anuncia dicho mensaje, sobre lacuestión de la Piedra Lunar. De lograr míster Blakeconvencerlo de que cometió una grave equivocacióndurante la investigación del año último relacionada conel diamante, considerará un deber suyo (teniendo encuenta la generosa acogida que le dispensara la difuntaLady Verinder) ponerse a la disposición de dichocaballero. De no ocurrir eso, ruega se le permitapermanecer en su retiro, rodeado de las pacíficasatracciones que le brinda la floricultura campesina.

Luego de haber leído su carta, no vacilé enaconsejarle a míster Blake que debía poner enconocimiento del Sargento, al contestarle, todo loacaecido desde que la investigación fuera abandonadael año último, dejando que él mismo extrajera suspropias conclusiones de la mera confrontación de loshechos.

Después de meditar sobre ello, le sugerí tambiénque invitara al Sargento a presenciar el experimento, enel caso de que regresara a Inglaterra a tiempo paraunirse con nosotros. De cualquier manera habría de serun valioso testigo, y de probarse que me hallaba yo

Page 808: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

equivocado al creer que el diamante se hallaba oculto enla habitación de míster Blake, su consejo podría sernosde gran utilidad durante el curso futuro deacontecimientos susceptibles de escapar a mifiscalización. Este último argumento decidió, al parecer,a míster Blake. Prometió éste seguir mi consejo.

El golpe del martillo nos informó, en tantopenetrábamos en el sendero que conducía a la casa, quela tarea de reequiparla estaba en su apogeo.

Betteredge, ataviado para esa ocasión con un gorroencarnado de pescador y un delantal de bayeta verde,salió a recibirnos al vestíbulo anterior. En cuanto me vioextrajo de su bolsillo su libro de apuntes y un lápiz y seobstinó en tomar nota de cuanto yo le dije. Miráramoshacia donde mirásemos, pudimos comprobar, comohabía previsto míster Blake, que el trabajo avanzaba tanrápida e inteligentemente como era posible que elloocurriera. Pero quedaba aún mucho por hacer en elvestíbulo interior y en el cuarto de miss Verinder. Eradudoso que la casa se hallara lista antes del fin desemana.

Luego de felicitar a Betteredge por la actividaddesplegada (persistió en tomar nota cada vez que abríyo la boca y declinó, al mismo tiempo, prestarle lamenor atención a cuanta cosa dijera míster Blake) y decomprometernos a realizar una segunda visita deinspección dentro de un día o dos después, nosdispusimos a abandonar la casa por el camino trasero.

Page 809: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Antes de que hubiéramos traspuesto los pasillos de laplanta baja, fui detenido por Betteredge en el precisoinstante en que trasponía yo la puerta de su habitación.

—¿Me permitirá decirle dos palabras en privado?—me preguntó en un cuchicheo misterioso.

Yo accedí, naturalmente. Míster Blake siguióavanzando y se dirigió hacia el jardín para aguardarmeallí, mientras yo penetraba junto con Betteredge en elcuarto de éste. Esperaba una nueva demanda en favorde ciertas concesiones basadas en el precedente yasentado por el buharro embalsamado y el ala de Cupido.Ante mi gran sorpresa, colocó Betteredgeconfiadamente su mano en mi brazo y me hizo estaextraordinaria pregunta:

—Míster Jennings, ¿conoce usted, por casualidad, alRobinson Crusoe?

Le respondí que lo había leído de niño.—¿Nunca más desde entonces? —inquirió

Betteredge.—Nunca más.Dio unos pasos hacia atrás y me miró con una

expresión de compasiva curiosidad, atemperada por unhorror supersticioso.

—No ha leído al Robinson Crusoe desde que era unniño —dijo Betteredge dirigiéndose a sí mismo…, no amí—. ¡Veamos qué efecto le produce ahora RobinsonCrusoe!

Abriendo una alacena que se hallaba en un rincón

Page 810: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

extrajo de ella un volumen polvoriento cuyas páginasestaban dobladas en las esquinas y el cual exhaló unintenso olor de tabaco viejo en cuanto se puso él ahojearlo. Luego de haber dado con el pasaje a cuyabúsqueda se había, al parecer, lanzado, me rogó que loacompañara hasta uno de los rincones; siempre con suaire misteriosamente confidencial y hablando en uncuchicheo.

—Se trata, señor, de esa frase suya con el láudano yla persona de míster Franklin Blake —comenzó adecirme—. En tanto se hallan los operarios en la casamis deberes de criado se imponen sobre missentimientos de hombre. Cuando aquéllos se van, estosúltimos se imponen sobre mis deberes de criado. Muybien. Anoche, míster Jennings, se hizo carne en mí, dela manera más firme, la idea de que esta nueva aventuramédica suya habría de terminar malamente. De haberobedecido yo a esta voz interior habría quitado todos losmuebles con mis propias manos y prevenido a losoperarios que debían alejarse de la finca, cuando sepresentaran en ella a la mañana siguiente.

—Me ha alegrado comprobar, a través de lo que hevisto escalera arriba —le dije—, que se ha resistido usteda esa voz interior.

—Resistir no es la palabra —replicó Betteredge—.Luchar sí. He luchado, señor, acosado por lassilenciosas órdenes interiores que me instigaban aseguir por determinado camino y las órdenes escritas en

Page 811: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

este libro de apuntes que me arrastraban hacia otro,hasta que llegué (y perdón por la expresión) a sentir unsudor frío sobre mi cuerpo. En medio de tan horribleconmoción de la mente y laxitud del cuerpo, ¿a quéremedio hube de recurrir? Al que nunca, señor, me hadefraudado durante los últimos treinta años, y más aún. . .: ¡a este libro!

Le aplicó entonces un sonoro golpe al libro con sumano abierta e hizo brotar de él un perfume añejo detabaco más penetrante que nunca.

—¿Qué es lo que hallé —prosiguió Betteredge— enla primera página con que dieron mis ojos al abrirlo?Este tremendo pasaje, señor, página ciento setenta yocho: «Luego de estas y muchas otras reflexionessimilares llegué más tarde a formularme para mi propiogobierno esta regla infalible: que cuando quiera queesas advertencias interiores o presiones de mi mente meinstigaran a hacer o no hacer una cosa que se presentaraante mí, o a seguir por este camino o por el otro, jamásdebía dejar de obedecer a esa Voz secreta.» ¡Por el panque me alimenta, míster Jennings, ésas fueron lasprimeras palabras que encontraron mis ojos en elpreciso instante en que me aprontaba para desafiar elDictado secreto! ¿No ve usted nada que salga de locomún en todo esto, señor?

—Veo una coincidencia…, nada más que eso.—¿No vacila usted un tanto, míster Jennings,

respecto de su proyectada aventura médica?

Page 812: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Absolutamente nada.Betteredge me clavó una dura mirada, en medio de

un silencio mortal. Cerró su libro con deliberadaparsimonia, lo volvió a guardar bajo llave en la alacenacon extraordinario cuidado, giró sobre sí mismo y volvióa clavarme una dura mirada. Luego habló.

—Señor —me dijo gravemente—, mucha es latolerancia que hay que tener con una persona que no havuelto a leer Robinson Crusoe desde que era un niño. Ledeseo a usted muy buenos días.

Abrió la puerta, me hizo una profunda reverencia yme dejó en libertad para que descubriera por mí mismoel camino que conducía al jardín. Me encontré conmíster Blake en el momento en que éste regresaba a lacasa.

—No necesita decirme usted lo que ha ocurrido—me dijo—. Betteredge acaba de jugar su última carta:ha descubierto sin duda alguna profética alusión en elRobinson Crusoe. ¿Ha acogido usted de manerafavorable esa alusión suya? ¿No? ¿Ha dejado traslucirque no cree en Robinson Crusoe? ¡míster Jennings!; hapasado usted a ocupar el más bajo lugar posible en suescala de valores. Diga usted lo que diga y haga lo quehaga en el futuro, verá usted cómo no habrá él demalgastar una sola palabra con usted, desde este mismoinstante.

21 de junio.— Una breve nota bastará por hoy en miDiario.

Page 813: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Míster Blake ha vivido la peor noche pasada por élhasta ahora. Me he visto obligado a recetarle unmedicamento. Felizmente los hombres de naturalezasensitiva como la suya son muy sensibles a la acción delas medicinas. De no ser así, me sentiría inclinado apensar que no habría de hallarse absolutamente encondiciones de soportar el experimento, cuando llegueel momento de hacerlo.

En lo que a mí se refiere, luego de una pequeñatregua respecto de mi dolencia, sufrí un ataque estamañana, del cual no habré de decir otra cosa como nosea que me impulsó a recurrir de nuevo al opio. Cerraréahora este libro y tomaré la dosis máxima…. esto es,quinientas gotas.

22 de junio.— Nuestras perspectivas son mejoreshoy. Míster Blake ha sentido un gran alivio en sumalestar nervioso. Ha dormido un poco anoche. Encuanto a mí, he pasado, gracias al opio, una noche queha sido la noche de un hombre atontado. No podríadecir que desperté; la expresión más correcta sería decirque recobré los sentidos.

Fuimos a la casa para comprobar si había sido yareamueblada. La tarea terminará mañana…, sábado. Talcomo predijo míster Blake, Betteredge no opuso ningúnnuevo obstáculo. Desde el primer momento hasta elúltimo no dejó de hacer gala de una abominable cortesíay de un silencio igualmente abominable.

Mi aventura médica (como la designa Betteredge)

Page 814: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tendrá que ser ahora inevitablemente postergada hastael lunes próximo. Mañana los operarios permaneceránhasta muy tarde en la casa. Al día siguiente, la clásicatiranía del domingo, que constituye toda una instituciónen este país libre, habrá de regular el horario de lostrenes de una manera que tornará completamenteimposible para nosotros el pedirle a nadie que viajehasta aquí desde Londres. Hasta el lunes no hay otracosa que hacer como no sea la de vigilar con el mayorcuidado a míster Blake y mantenerlo, si es posible,dentro del mismo estado en que se encuentra hoy.

Mientras tanto lo he convencido de que debeescribirle a míster Bruff para decirle que es de vitalimportancia que se halle aquí presente en calidad detestigo. Escojo de manera especial al abogado, por loshondos prejuicios que alimenta en contra de nosotros.Si llegamos a convencerlo a él, nuestro triunfo alcanzarála categoría de un acontecimiento.

Míster Blake le ha escrito también al Sargento Cuff,y yo, por mi parte, le he enviado unas líneas a missVerinder. Con ellos y el viejo Betteredge (quien es,realmente, un personaje importante en la familia)reuniremos un número suficiente de testigos para elpropósito en vista…, sin incluir a mistress Merridew, sies que ésta persiste en sacrificarse a sí misma poratender a las opiniones de las gentes.

23 de Junio.— Nuevamente se ha vengado de mí elopio la última noche. No importa, debo seguir

Page 815: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

utilizándolo hasta que llegue el lunes y se vaya del todo.Míster Blake no se siente muy bien hoy. Confiesa

que a las dos de la madrugada abrió el cajón en que sehallan guardados sus cigarros. Sólo triunfó en el intentode volverlo a cerrar luego de un violento esfuerzo. Supróximo paso, de acuerdo con lo dispuesto para loscasos de emergencia, fue arrojar la llave por la ventana.El mozo la trajo al día siguiente, luego de haberlahallado en el fondo de una cisterna vacía… ¡Así obra elHado! He tomado posesión de la llave hasta el lunespróximo.

24 de junio.— Míster Blake y yo hemos efectuado unlargo paseo en un coche abierto. Ambosexperimentamos la benéfica influencia de esta benditay suave atmósfera estival. Comí con él en el hotel. Fueun gran alivio para mí —ya que lo había encontradosobreexcitado y agotado en la mañana— verlo dormirsobre el sofá profundamente durante dos horas luego dela comida. Aunque pasara ahora una nueva malanoche…, no temo ya sus consecuencias.

25 de junio, lunes.— ¡El día del experimento! Son lascinco de la tarde. Acabamos de llegar a la casa.

La primera y más importante cuestión es la que serefiere a la salud de míster Blake.

Hasta donde yo soy capaz de juzgar promete éste,desde el punto de vista fisiológico, hallarse en un estadotan propicio para la acción del opio esta noche como loestuvo a esta misma altura del año anterior. Sus nervios

Page 816: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

se encuentran esta tarde en un estado de excitación quese aproxima al de la irritación nerviosa. Cambia de colorpor nada; su mano vacila y se sobresalta ante cualquierruido casual y ante la inesperada aparición de personasy cosas.

Todo esto se debe a la falta de reposo nocturno, elcual es nerviosa consecuencia, a su vez, del súbitoabandono del hábito de fumar, luego de haber sido éstellevado al extremo. He aquí las mismas fuerzas del añoanterior en plena actividad nuevamente, y he aquítambién, según todas las apariencias, los mismosefectos de entonces. ¿Se mantendrá la semejanza luegode haberse efectuado la prueba final? Los hechos porocurrir esta noche serán los que decidan.

Mientras escribo yo estas líneas, míster Blake se estádivirtiendo junto a la mesa de billar que se encuentra enel vestíbulo interior, mediante la práctica de lasdiferentes maneras de golpear con el taco, tal cualacostumbraba hacer cuando era huésped de la casa enjunio del año pasado. He traído mi diario aquí, en partepara llenar con él las horas en blanco que habrán detranscurrir entre hoy y mañana por la mañana y enparte con la esperanza de que ocurra algo digno de serregistrado al instante.

¿He omitido algo a esta altura? Una ojeada sobre lanota escrita ayer viene a recordarme que me he olvidadode registrar la llegada del correo matinal. Permítanmecubrir esta laguna, antes de que cierre

Page 817: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

momentáneamente estas páginas para reunirme conmíster Blake.

Debo decir que recibí unas pocas líneas ayer departe de miss Verinder. Ha dispuesto ésta viajar en eltren nocturno, según yo le recomendé. MistressMerridew persiste en acompañarla. La carta insinúa queésta, cuyo carácter es de ordinario excelente, se halla untanto amoscada y pide para ella la debida indulgenciadebido a su edad y sus costumbres. Me esforzaré, por miparte, en mis relaciones con mistress Merridew, poremular la moderación puesta de manifiesto porBetteredge en su trato personal conmigo. Nos recibióéste hoy portentosamente ataviado con su mejorchaqueta negra y su más tiesa corbata blanca. Cada vezque mira en mi dirección me recuerda con sus ojos queno he leído el Robinson Crusoe desde que era un niño yse apiada respetuosamente de mí.

Ayer también recibió míster Blake la respuesta delabogado. Míster Bruff acepta la invitación…, previaprotesta. Considera evidentemente necesario que uncaballero dotado de sentido común acompañe a missVerinder hasta la escena donde habrá de desarrollarselo que él se atreve a llamar la exhibición preparada pornosotros. A falta de una mejor escolta, míster Bruffhabrá de ser el caballero que la acompañe. Así es comola pobre miss Verinder habrá de contar con dos«acompañantes». ¡Es un alivio pensar que la opinión delas gentes habrá de verse satisfecha con esto!

Page 818: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Nada hemos sabido del Sargento Cuff. Sin duda sehalla aún en Irlanda. No debemos esperar verlo aquíesta noche.

En este momento entra Betteredge para decirmeque míster Blake ha preguntado por mí. Deboabandonar la pluma por el momento.

Siete de la tarde.— Hemos estado recorriendonuevamente todas las habitaciones reamuebladas y lasescaleras; y hemos efectuado un agradable paseo entrelos arbustos, que era el lugar favorito de míster Blake laúltima vez que se hospedó aquí. De esta manera confíohacer revivir en su mente las viejas sensacionesproducidas en él por los lugares y las cosas, tanvívidamente como sea posible hacerlo.

Nos hallamos ya a punto de sentarnos a la mesa,exactamente a la misma hora en que se efectuó lacomida del día del cumpleaños anterior. Mi interés porel asunto es puramente científico. El láudano deberáserle administrado a la misma altura del procesodigestivo en que le fue administrado el año pasado.

Luego de transcurrido un intervalo razonable,después de la cena, me propongo encauzar laconversación nuevamente —de la manera más naturalque me sea posible— hacia el tema del diamante y haciael complot hindú destinado a robarlo. Una vez que hayallenado su mente con esas ideas, habré hecho cuantoestá a mi alcance hacer antes de que llegue el instantede administrarle la segunda dosis.

Page 819: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Ocho y media de la noche.— Recién en estemomento se me ha presentado la oportunidad decumplir con el más importante de todos mis deberes: elde indagar en el botiquín familiar en busca del láudanoque míster Candy utilizó el año pasado.

Hace diez minutos sorprendí a Betteredgedesocupado y le dije qué era lo que necesitaba. Sin hacerla más mínima objeción y sin intentar siquiera sacar arelucir su libro de apuntes me condujo (dedicándometoda su atención a cada paso que dábamos) hacia eldepósito en que se guarda el botiquín.

Di con la botella la cual se hallaba cuidadosamentecerrada con un tapón de vidrio amarrado con cuero. Elpreparado de opio contenido en ella resultó ser, talcomo yo me lo había imaginado, tintura común deláudano. Como la botella se halla bastante llena todavía,he resuelto usar con preferencia su contenido en lugarde emplear cualquiera de los preparados con que hetenido la precaución de proveerme para un caso deemergencia.

La cuestión que se refiere a la cantidad que habrá deadministrársele presenta algunas dificultades. Luego depensar en ello he resuelto aumentar la dosis.

Mis notas me informan que míster Candy no leadministró más que veinticinco mínimas. Se trata deuna dosis demasiado pobre para haber producido losefectos que produjo entonces…, aun tratándose de unapersona tan sensitiva como es míster Blake. Lo más

Page 820: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

probable, en mi opinión, es que míster Candy le hayadado una dosis mayor que la que él mismo creyóhaberle administrado sabiendo, como sé, que es muyafecto a los placeres de la mesa y que midió la dosis delláudano el día del cumpleaños luego de la comida.Comoquiera que sea, correré el riesgo de aumentar ladosis a cuarenta mínimas. En esta ocasión míster Blakesabe de antemano que habrá de ingerir el láudano, locual equivale, desde el punto de vista fisiológico, a decir(aunque él sea inconsciente de ello) que se hallará encondiciones de ofrecer una mayor resistencia a susefectos. De hallarme en lo cierto, una dosis mayor setorna imperativa para producir los mismos resultadosa que dio lugar la dosis menor del año pasado.

Diez de la noche. — Los testigos o convidados(¿cómo los llamaremos?) han llegado a la casa hace unahora.

Poco antes de las nueve logré convencer a místerBlake de que debía acompañarme hasta su alcoba.Justifiqué mi pedido diciéndole que deseaba que leechara una última ojeada a ésta para asegurarse de quenada había sido olvidado durante la operación dereamueblarla. Previamente resolví, de común acuerdocon Betteredge, que el dormitorio de míster Bruff habríade ser el cuarto contiguo al de míster Blake y que yosería informado del arribo del abogado mediante ungolpe en la puerta. Cinco minutos antes de que el relojdel vestíbulo diera las nueve oí su llamado y, al salir de

Page 821: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

allí, me encontré con míster Bruff en el corredor.Mi apariencia personal, como de costumbre, se

volvía en contra mía. La desconfianza que despertaba yoen míster Bruff afloraba de manera bien visible en susojos. Acostumbrado como me hallo al efecto queproduce mi persona en los desconocidos, no vacilé unsolo instante en decirle lo que tenía que comunicarleantes de que el abogado se introdujera en el cuarto demíster Blake.

—Sin duda usted ha venido aquí en compañía demistress Merridew y miss Verinder, ¿no es así? —le dije.

—Sí —me respondió míster Bruff con la mayorsequedad posible.

—Miss Verinder le habrá dicho, probablemente, queyo deseo que su presencia en la casa, así como tambiénla de mistress Merridew, naturalmente, sea mantenidaen secreto ante míster Blake, hasta después de habersido efectuado el experimento que tendrá por base a supersona, ¿no es así?

—¡Sé que tengo que retener mi lengua, señor! —dijomíster Bruff impaciente—. Tan acostumbrado estoy aguardar silencio ante las locuras humanas en general,que me encuentro preparado para mantener mi bocacerrada en esta ocasión. ¿Se halla usted satisfecho conesto?

Yo me incliné y dejé que Betteredge le enseñara suhabitación. Este último me dirigió al partir una últimamirada que quería significar, tal como si lo hubiera

Page 822: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

expresado con idéntico número de palabras: «Acabausted de hallar la horma de su zapato, místerJennings…; su nombre es míster Bruff.»

Se hacía necesario ahora salir al encuentro de lasdos damas. Descendí la escalera —un tanto nervioso, loconfieso— en dirección del gabinete de miss Verinder.

La mujer del jardinero (a quien se le encomendó lamisión de acomodar a las señoras) me salió al encuentroen el corredor del primer piso. Esta excelente mujer metrata con excesiva urbanidad, la cual no es más que elfruto evidente del terror que le inspiro. Me clava sumirada, tiembla y me hace reverencias en cuanto ledirijo la palabra. Al preguntarle por miss Verinder clavóde nuevo en mí su mirada, se puso a temblar y mehubiera sin duda hecho alguna reverencia en seguida sino hubiese sido porque la propia miss Verinder dio uncorte brusco a la misma al abrir súbitamente la puertade su gabinete.

—¿Es usted, míster Jennings? —preguntó.Antes de que hubiera tenido yo tiempo de

responderle, salió del cuarto con paso vivo para venir ahablarme en el corredor. Nos encontramos bajo la luzde una lámpara sostenida por un soporte. En cuanto mevio, miss Verinder se detuvo, vacilante. Se recobróinstantáneamente, enrojeció por un instante y luego,con encantadora franqueza, me tendió su mano.

—No puedo tratarlo como a un desconocido, místerJennings —me dijo—. ¡Oh, si supiera usted lo feliz que

Page 823: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

me han hecho sus cartas!Dirigió hacia mi horrible rostro rugoso una brillante

mirada de gratitud; cosa tan desusada en mi experienciacon mis semejantes, que me hallé perplejo en cuanto ala respuesta que debía darle. No me hallabaabsolutamente preparado para afrontar su bondad y subelleza. La miseria de innumerables años no ha llegadoa endurecer, gracias a Dios, mi corazón. Me mostré anteella tan atolondrado y tímido como un mozalbete que noha llegado aún a los diecinueve años.

—¿Dónde está él ahora? —me preguntó, dando librecurso a lo que más le interesaba: míster Blake—. ¿Quéestá haciendo ahora? ¿Ha hablado de mí? ¿Se halla debuen humor? ¿Qué tal lo ha impresionado la casa luegode lo ocurrido durante el último año? ¿Cuándo le daráusted el láudano? ¿Podré hallarme presente cuando lovierta usted en la botella? ¡Estoy tan excitada y es tantami curiosidad!… Tengo que decirle a usted diez milcosas, pero como se amontonan todas a la vez en micabeza, no sé con cuál empezar. ¿Le asombra a usted lacuriosidad que siento por esto?

—No —le respondí—. Me atrevo a decir que lajustifico enteramente.

Ella se encontraba más allá de cualquier mezquinay falsa exteriorización de azoramiento. Y me respondiócomo si hubiera yo sido su hermano o su padre.

—Me ha liberado usted de una desdicha indecible;me ha hecho usted revivir. ¿Cómo podría ser yo tan

Page 824: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

desgraciada como para ocultarle cualquier cosa a usted?Lo amo a él—me dijo simplemente—; lo he amado entodo instante…, aun cuando fui injusta con él en mispensamientos, aun cuando le dije las más crueles yduras palabras. ¿Servirá eso para justificarme? Confíoque sí… Mucho me temo que ésa sea mi únicajustificación. Cuando mañana él se entere de que estoyen la casa, ¿cree usted…?

Se detuvo otra vez y me miró muy ansiosa.—Cuando mañana él se entere de ello —le dije—,

creo que debiera usted únicamente decirle lo que meacaba de decir a mí.

Su rostro volvió a encenderse; dio un paso más haciamí. Sus dedos se pusieron a jugar nerviosamente conuna flor que yo había cortado en el jardín y puesto en elojal de la solapa de mi chaqueta.

—Usted lo ha estado viendo a menudo últimamente—me dijo—. ¿Ha podido usted percibir, verdadera yrealmente, tal cosa?

—Verdadera y realmente —le respondí—. Y estoycompletamente seguro de lo que habrá de acaecermañana. Ojalá pudiera estarlo en la misma medidarespecto de lo que ocurrirá esta noche.

A esta altura de la conversación fuimosinterrumpidos por Betteredge, quien apareció con labandeja del té. En tanto pasaba a mi lado en direcciónal gabinete, me dirigió una nueva y expresiva mirada. «¡Ay!, ¡ay!, golpee ahora que el hierro está en ascua. La

Page 825: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

horma de su zapato, míster Jennings, está arriba…, ¡lahorma está arriba!»

Lo seguimos dentro de la habitación. Una damaanciana y pequeña, muy elegantemente vestida, que sehallaba en un rincón, abismada en la tarea de bordaruna tela, dejó caer su labor sobre el regazo y profirió unbreve y amortiguado grito, al ver por primera vez mipiel gitana y mi cabello blanquinegro.

—Mistress Merridew —dijo miss Verinder—, éste esmíster Jennings.

—Le ruego a míster Jennings que me perdone —dijola vieja dama mirando a miss Verinder y hablándome amí—. Los viajes en ferrocarril me ponen siemprenerviosa. Me estoy esforzando por aquietar mi mentecon esta labor cotidiana. Ignoro si mi bordado se hallafuera de lugar en tan extraordinaria ocasión. Si místerJennings considera que dificulta sus planes médicos, loabandonaré, naturalmente, muy gustosa.

Yo me apresuré a aprobar la presencia del bordadoexactamente de la misma manera en que habíaaprobado la ausencia del buharro reventado y del ala deCupido. Mrs. Merridew hizo un esfuerzo —unencomiable esfuerzo— para dirigir la vista hacia micabellera. ¡No!, no podía ser. mistress Merridew volvióa mirar a miss Verinder.

—Si míster Jennings me lo permitiera —prosiguió lavieja dama—, me agradaría solicitarle un favor. MísterJennings se halla a punto de llevar a cabo un

Page 826: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

experimento científico. Cuando yo era muchacha asistíahabitualmente a los experimentos científicos efectuadosen la escuela, los cuales terminaban invariablementecon una explosión. Me agradaría por eso que místerJennings fuera tan amable como para advertirme atiempo esta vez. Y me agradaría también que la pruebatuviera lugar antes de que me fuese yo a la cama.

Yo intenté asegurarle a mistress Merridew que elprograma, en esta oportunidad, no incluía explosiónalguna.

—No —dijo la anciana—. Le estoy muy agradecida amíster Jennings… Sé que me está engañando por mipropio bien. Pero prefiero que me hable con claridad.Estoy completamente resignada a escuchar laexplosión…, sólo que deseo que, de ser posible, ocurraésta antes de que yo me vaya a la cama.

En ese mismo instante se abrió la puerta y mistressMerridew profirió otro apagado alarido. ¿La explosión?No, simplemente Betteredge.

—Usted dispense, míster Jennings —dijoBetteredge, de la manera más esforzadamente íntimaque le fue posible utilizar—. Míster Franklin desea saberdónde se halla usted. Teniendo en cuenta que me haordenado usted engañarlo respecto a la presencia de mijoven ama en la casa, le he contestado que no lo sabía.Esto, según tendrá usted a bien reconocer, es unamentira. Hallándome, como me hallo, señor, con un piesobre la tumba, cuantas menos mentiras me exija usted,

Page 827: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

más agradecido le estaré en el momento en que miconciencia me llame a rendir cuentas y haya llegado mihora.

Demasiado urgía el tiempo para malgastarlo,aunque sólo hubiera sido un breve instante, enreflexiones sobre esa cuestión puramente especulativaque tenía por base a la conciencia de Betteredge. MísterBlake habría de lanzarse en mi busca, a menos que fuerayo a verlo en su cuarto. Miss Verinder me siguió cuandosalí al corredor.

—Parece que todos se han confabulado en contra deusted —me dijo—. ¿Qué quiere decir esto?

—Se trata de la protesta habitual del mundo, missVerinder en una escala muy ínfima, contra todo lo quees nuevo.

—¿Qué haremos con mistress Merridew?—Dígale que la explosión ocurrirá mañana a las

nueve de la mañana.—¿Para que se vaya a dormir?—Sí…, para que se vaya a dormir.Miss Verinder regresó a su gabinete y yo ascendí por

la escalera para ir al cuarto de míster Blake.Ante mi sorpresa lo hallé solo, paseándose inquieto

por su cuarto y un tanto irritado por haber sido libradoa sí mismo.

—¿Dónde está míster Bruff? —le preguntéEl señaló la puerta cerrada que comunicaba con el

cuarto contiguo. Míster Bruff había estado con él un

Page 828: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

instante; pretendió renovar sus protestas en contra denuestro experimento y había fracasado una vez más, sinproducir la menor impresión en el ánimo de místerBlake. Luego de esto, el abogado buscó refugio en unacartera de cuero negro henchida hasta reventar dedocumentos profesionales. «Los trabajos serios de lavida —admitió— se hallaban enteramente fuera de lugaren esa oportunidad. Pero los trabajos serios de la vidadebían ser, a pesar de ello, continuados. Quizá místerBlake sería tan amable como para tolerar los hábitosanticuados de un hombre práctico. El tiempo es oro…,y en lo que concernía a míster Jennings, podía tener lacompleta seguridad de que míster Bruff se pondría deinmediato a su disposición en cuanto fuera llamado.»

Con una excusa había regresado el abogado a suhabitación, sumergiendo obstinadamente su atenciónen el interior de su negra cartera.

Yo me acordé del bordado de mistress Merridew yde la conciencia de Betteredge. Existe una maravillosasimilitud entre las facetas sólidas del carácter de uninglés y las de otro inglés…, como así también unasemejanza maravillosa entre las expresiones básicas delrostro de un inglés y las de otro inglés.

—¿Cuándo me dará usted el láudano? —mepreguntó míster Blake de manera impaciente.

—Tendrá usted que aguardar un poco más —ledije—. Me quedaré aquí para hacerle compañía hastaque llegue la hora.

Page 829: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

No eran aún las diez. Las previas indagaciones quehabía yo efectuado ante Betteredge y míster Blake mellevaron a la conclusión de que míster Candy le habíaadministrado a aquél la dosis de láudano después de lasonce de la noche. Resolví, en consecuencia, noadministrarle esta segunda dosis antes de esa hora.

Conversamos durante un momento; pero ningunode los dos dejó de sentirse preocupado por las cercanasordalías. Nuestra conversación languideció pronto…, ydecayó luego totalmente. Míster Blake volvió a hojearperezosamente los volúmenes que se hallaban sobre lamesa de su alcoba. El guardián, Tatler y Pamela deRichardson; El hombre sensible, de Mackenzie; elLorenzo de Médicis, de Roscoe, y el Carlos V, deRobertson…; todas ellas obras clásicas, todas(naturalmente) inmensamente superiores a cualquierobra aparecida posteriormente y todas también (segúnmi actual punto de vista) poseedoras del gran mérito deno encadenar la voluntad del lector ni de excitar elcerebro de nadie. Dejo a míster Blake librado a laapaciguadora influencia de esa literatura ejemplar y mededico, por mi parte, a registrar esta nota en mi Diario.

Mi reloj me anuncia que son cerca de las once.Deberé cerrar estas páginas una vez más.

Dos de la mañana.— El experimento ya se harealizado, con el resultado que pasaré a describir.

A las once de la noche hice sonar la campanilla endemanda de Betteredge y le comuniqué a míster Blake,

Page 830: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

por fin, que debía prepararse para ir a la cama.Me asomé a la ventana para contemplar la noche.

Era una noche tranquila y lluviosa, similar en talsentido a la noche del cumpleaños…, el veintiuno dejunio del año anterior. Aunque confieso que no creo enlos augurios, resultaba confortante, al menos, no hallarningún influjo nervioso —perturbaciones eléctricas osignos de tormenta— en la atmósfera. Betteredge seaproximó a la ventana y depositó misteriosamente untrozo de papel en mi mano. En él se hallaban escritas lassiguientes líneas:

Mistress Merridew se ha ido a la cama segura deque la explosión ocurrirá mañana a las nueve de lamañana y de que habré yo de permanecer en estesitio en la casa hasta que ella venga a libertarme. Notiene la más remota idea de que el experimentohabrá de efectuarse en mi gabinete…, de lo contrariohubiera permanecido en él toda la noche. Estoy solay muy excitada. Le ruego me deje ver cómo vierteusted el láudano; necesito ocuparme en algo,aunque no sea más que en el carácter de meraespectadora.

R. V.

Seguí en pos de Betteredge fuera del cuarto y le dijeque llevara el botiquín al gabinete de miss Verinder.

La orden lo tomó, al parecer, enteramente de

Page 831: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sorpresa. ¡Me miró como si sospechara que yoalbergaba algún oculto designio médico respecto demiss Verinder!

—¿Me atreveré a preguntarle —me dijo— qué tieneque ver el botiquín con la persona de mi joven ama?

—Quédese en el gabinete y lo sabrá.Betteredge pareció dudar de su propia habilidad

para controlarme de manera efectiva en esta ocasión enque un botiquín se hallaba incluido en mis actividades.

—¿Objetará usted la intervención, señor —mepreguntó—, de míster Bruff en esta fase del asunto?

—¡Al contrario! Le pediré en seguida a míster Bruffque me acompañe abajo.

Betteredge se alejó para ir en busca del botiquín, sinagregar una sola palabra. Yo regresé al cuarto de místerBlake y golpeé en la puerta del cuarto contiguo, místerBruff la abrió y apareció ante mí con sus papeles en lamano…, sumergido en la Ley, impermeable a lainfluencia de la Medicina.

—Lamento tener que molestarlo —le dije—. Pero voya preparar el láudano para míster Blake; vengo asolicitarle que se halle presente en el momento en quelo haga.

—¿Sí? —me dijo míster Bruff, con las nueve décimaspartes de su atención concentradas en sus papeles y unasola décima dedicada de mala gana a mi persona—.¿Tiene algo más que decirme?

—Tengo que molestarlo para pedirle que regrese a

Page 832: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

este lugar conmigo y vea cómo le administro la dosis amíster Blake.

—¿Tiene algo más que decirme?—Una última cosa. Me veo en la obligación de

molestarlo para pedirle que se quede en el cuarto demíster Blake y permanezca a la espera de lo que puedaocurrir.

—¡Oh, muy bien! —dijo míster Bruff—. Que sea enmi cuarto o en el de míster Blake…, lo mismo da; puedoproseguir con mi trabajo en cualquier parte. A menosque usted objete, míster Jennings, la intromisión deesta dosis de sentido común en sus actividades.

Antes de que hubiera tenido yo tiempo deresponderle, el propio míster Blake le dirigió la palabraal abogado desde su lecho.

—¿Quiere usted, en verdad, decir que no siente elmenor interés por lo que está realmente a punto deocurrir? —le preguntó—. ¡Míster Bruff, tiene usted laimaginación de una vaca!

—La vaca es un animal muy útil, míster Blake —dijoel letrado.

Dicho esto, abandonó el cuarto tras de mí, siemprecon sus papeles en la mano.

Encontramos a miss Verinder pálida y agitada,recorriendo inquieta, de arriba abajo, su gabinete. Juntoa una mesa que se hallaba en un rincón permanecía deguardia Betteredge próximo al botiquín. Míster Bruff sesentó en la primera silla que encontró y, emulando la

Page 833: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

utilidad de la vaca, se sumergió al punto en sus papeles.Miss Verinder me arrastró aparte y volvió

instantáneamente a dejarse absorber por lo único que leinteresaba…, la persona de míster Blake.

—¿Cómo se encuentra él ahora? —me preguntó—.¿Está nervioso?, ¿está irritado? ¿Cree usted que tendráéxito el experimento? ¿Está usted seguro de que no lehará daño?

—Completamente seguro. Venga a ver cómo viertola dosis.

—¡Un momento! Son ya más de las once. ¿Cuántotiempo habrá de pasar antes de que ocurra algo?

—No es fácil decirlo. Una hora, tal vez.—Sin duda el cuarto se hallará a oscuras como el año

pasado, ¿no es así?—Seguramente.—Aguardaré en mi alcoba…, como hice entonces.

Mantendré la puerta un tanto entreabierta. Muy pocaera la abertura el año pasado. Observaré la puerta delgabinete y en cuanto la vea moverse apagaré mi bujía.

Así fue como procedí la noche de mi cumpleaños. Yasí deberá ocurrir ahora, ¿no es así?

—¿Está segura, miss Verinder, de que es dueña de símisma?

—¡Por él soy capaz de cualquier cosa! —merespondió con vehemencia.

Una sola mirada dirigida a su rostro bastó parademostrarme que podía confiar en ella. Nuevamente me

Page 834: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dirigí a míster Bruff.—Lamento tener que decirle que deberá abandonar

por un momento sus papeles —le dije.—¡Oh, seguramente! —me dijo y se puso de pie

sobresaltado, como si lo hubiera interrumpido en unpasaje particularmente interesante, y me siguió hasta ellugar en que se hallaba el botiquín. Una vez junto a él yprivado ahora de la honda excitación que le procurabaincidentalmente la práctica de su profesión, dirigió suvista hacia Betteredge y bostezó luego hastiado.

Miss Verinder se acercó a mí con un cántaro de aguafría que acababa de tomar de sobre un trinchero.

—¡Déjeme verter el agua! —cuchicheó a mi oído—.¡Yo tengo que intervenir en esto!

Yo vertí y conté las cuarenta mínimas y volqué elláudano en un vaso para medicamentos.

—Llénelo hasta sus tres cuartas partes —le dije yalargué el vaso en dirección de miss Verinder.

Luego le dije a Betteredge que cerrara con llave elbotiquín, pues ya no lo necesitaba. Una expresión deindecible alivio cubrió el rostro del viejo criado.¡Evidentemente había sospechado que yo tenía algúnotro designio en contra de su joven ama!

Luego de añadir el agua según lo que yo le habíaindicado, asió miss Verinder, por un momento—mientras Betteredge se dedicaba a cerrar el botiquíny míster Bruff retornaba a sus papeles—, el vasomedicinal, y depositó un beso tímido sobre su borde.

Page 835: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Cuando usted se lo dé a tomar —me cuchicheóesta encantadora muchacha—, haga que beba el líquidopor este lugar.

Yo extraje de mi bolsillo el fragmento de cristal quehabría de hacer las veces del diamante y se lo entregué.

—Usted también tiene que intervenir en esto —ledije—. Deberá usted colocar este cristal en el mismositio en que colocó la Piedra Lunar el año pasado.

Ella abrió la marcha en dirección del bufete hindú ycolocó el falso diamante en el interior de la mismagaveta en que colocara la noche de su cumpleaños eldiamante auténtico. Míster Bruff asistió al acto bajoprotesta, como había asistido a todos losprocedimientos efectuados hasta entonces. Pero el carizhondamente dramático que empezaba a asumir ahorael experimento demostró ser, lo cual me divirtiógrandemente, demasiado absorbente para poder sereludido por la facultad de autocontrol de Betteredge. Sumano tembló cuando asió la bujía y ansiosamentemurmuró:

—¿Está usted segura, Miss, de que es ésta la gaveta.Yo abrí la marcha ahora hacia afuera nuevamente,

llevando el láudano y el agua. En la puerta me detuvepara dirigirle una última advertencia a miss Verinder.

—No se demore al apagar la luz —le dije.—La apagaré de un soplo —me respondió—. Y

aguardaré en mi alcoba con una sola bujía encendida.Luego cerró a nuestras espaldas la puerta de su

Page 836: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

gabinete. Seguido por míster Bruff y Betteredge, retornéal cuarto de míster Blake.

Lo hallamos inquieto y revolviéndose de uno a otrolado en el lecho y preguntándose, irritado, si habría o node tomar el láudano esa noche. En presencia de los dostestigos le administré la dosis, le arreglé las almohadasy le recomendé que reposara allí tendido y aguardara losacontecimientos.

Su lecho, encortinado con una ligera zaraza, sehallaba colocado con la cabecera dispuesta contra elmuro del cuarto de manera tal, que a cada lado delmismo quedaban dos amplios espacios libres. Yo corrícompletamente las cortinas que había en uno de suscostados, y aposté en esa parte del cuarto, que se tornóinvisible para sus ojos, a míster Bruff y a Betteredgepara que asistieran al resultado. A los pies de la camacorrí las cortinas hasta la mitad, y coloqué mi silla a unacorta distancia de las mismas, para permitirle que meviera o no me viera, que me hablara o no me hablara,según lo que aconsejaran las circunstancias.Habiéndoseme informado que siempre dormía conalguna luz en su habitación, coloqué una de las dosluces sobre una mesita que se hallaba junto a lacabecera de la cama y de manera tal que su fulgor no lohiriera en los ojos. La otra bujía se la entregué a místerBruff; su resplandor, a esa distancia, era amortiguadopor la zaraza de las cortinas. La ventana había sidoabierta en su parte superior para que pudiera renovarse

Page 837: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el aire de la habitación. Caía una suave lluvia; la casa sehallaba silenciosa. Eran las once y veinte, según mireloj, cuando ya todos los preparativos habían sidocompletados y cuando tomé asiento en la silla situada alos pies del lecho y hacia un costado del mismo.

Míster Bruff retomó sus papeles, sintiendo por ellos,al parecer, un interés más hondo que nunca. Pero aldirigirle mi mirada, logré advertir ciertos signos segurosque me convencieron de que la Ley comenzaba a perder,por fin, su dominio sobre él. La expectante situación enque nos hallábamos colocados, empezó a ejercer demanera paulatina su influencia aun sobre su mente tanpoco imaginativa. En lo que concierne a Betteredge, lasolidez de sus principios y la dignidad de su conducta sehabían tornado, en lo que a este asunto se refiere, enmero y hueco palabrerío. Se olvidó de que yo estabarealizando una treta de ilusionista con míster FranklinBlake; de que había trastornado la casa de arriba abajoy de que no había leído al Robinson Crusoe desde niño.

—Por amor de Dios, señor —cuchicheó a mi oído—,díganos cuándo habrá de comenzar a surtir efecto.

—No antes de medianoche —le contesté en uncuchicheo—. Quédese quieto en su silla y no hable.

Betteredge descendió hasta el más bajo grado defamiliaridad conmigo, sin intentar luchar para salvarsea sí mismo. ¡Me respondió con un guiño!

Al dirigir mi vista hacia míster Blake, lo vi másinquieto que nunca en su lecho; ansiosamente se

Page 838: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

preguntaba cómo el láudano no había comenzado acorroborar aún sus cualidades. De haberle dicho en susituación actual que cuanto más inquieto se mostrara ymás preguntas hiciera, más dilataría el resultado queestábamos nosotros aguardando, hubiera hecho unacosa completamente inútil. Lo más sabio era hacerloolvidar la idea del opio y llevarlo insensiblemente apensar en cualquiera otra cosa.

Con esta idea en la mente lo estimulé a queconversara conmigo y me las arreglé para encauzar, pormi parte, la conversación, de manera de hacer que suatención recayera sobre un asunto del que habíamostratado ya en las primeras horas de la noche: el asuntodel diamante. Me esforcé por hacerle recordar aquellospasajes de la historia de la Piedra Lunar que serelacionaban con el traslado de la misma de Londres aYorkshire; el riesgo que míster Blake había corrido alretirarla del banco de Frizinghall y la inesperadaaparición de los hindúes en la casa la tarde del día delcumpleaños. Aparenté en seguida, en relación con estoseventos, no haber comprendido gran parte de lo quemíster Blake me había dicho hacía tan sólo unas pocashoras. Y así fue como lo fui obligando a hablar del temacon el cual se hacía ahora vialmente necesarioimpregnar su mente, sin hacerle sospechar siquiera quelo estaba impulsando a hablar con un propósitodeterminado. Poco a poco fue poniendo tanto interés enla tarea de rectificarme, que se olvidó de revolverse en

Page 839: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

la cama. Su mente se hallaba muy lejos de la cuestióndel opio en el momento culminante en que sus ojos meadvirtieron por vez primera que el opio comenzaba aadueñarse de su cerebro.

Consulté mi reloj. Eran las doce menos cinco cuandolos síntomas premonitorios de los efectos del láudanocomenzaron a hacerse visibles a mis ojos.

A esta altura, ningún ojo profano hubiera sido capazde descubrir cambio alguno en su persona. Pero, amedida que se iban sucediendo los minutos del nuevodía, el sutil y veloz proceso de la droga comenzó aanunciarse de manera más clara. La sublimeintoxicación del opio fulguró en sus ojos y el rocíofurtivo de su transpiración comenzó a relucir en surostro. Cinco minutos después la conversación que aúnseguía manteniendo conmigo se tornó, de su parte, enuna charla incoherente. Se aferró a la cuestión deldiamante, pero dejó inconclusas sus frases. Poco mástarde las frases se convirtieron en meras palabrassueltas. Luego se produjo un intervalo de silencio.Después se sentó en el lecho, y en seguida, preocupadoaún por la cuestión del diamante, comenzó a hablar denuevo…, pero sin dirigirse a mí, sino conversandoconsigo mismo. Este cambio me aseguró de que acababade cumplirse la primera etapa del experimento. Laestimulante influencia del opio acababa de hacer presade él.

Eran ahora las doce y veintitrés minutos. En la

Page 840: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

próxima media hora, a lo sumo, se decidiría la cuestiónde si se levantaba o no del lecho y abandonaba sucuarto.

Suspendiendo el aliento y empeñado en observarlo—y ante el indecible triunfo que significaba para míasistir al cumplimiento de la primera etapa delexperimento, que adoptaba el cariz y se producía casi ala misma hora que yo había previsto— me olvidécompletamente de mis dos compañeros de vigilia.Dirigiendo mi visita, ahora, hacia ellos, pude ver cómola Ley, representada allí por los papeles de míster Bruff,yacía abandonada sobre el piso. El propio míster Bruffse hallaba atisbando ansiosamente a través de unahendedura que se abría entre las cortinas mal cerradasdel lecho. Y Betteredge, dejando de lado enteramentelas conveniencias sociales, escudriñaba por encima delhombro de míster Bruff.

Ambos retrocedieron súbitamente al ver que yo losestaba observando, igual que dos escolaressorprendidos en una falta por su maestro. Con un signoles indiqué que se despojaran de su calzado, tal cual loestaba haciendo yo en ese momento. De darnos místerBlake la oportunidad de seguirlo, era absolutamentenecesario hacerlo sin producir el menor ruido.

Diez minutos transcurrieron…, y nada ocurrió. Depronto apartó de su cuerpo la ropa de la cama, y sacóuna pierna fuera del lecho. Nosotros aguardamos.

—Ojalá no lo hubiera retirado nunca del banco —se

Page 841: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dijo a sí mismo—. Allí se hallaba seguro.Mi corazón latía violentamente: el pulso batía mis

sienes con furia. ¡Sus temores respecto de la seguridaddel diamante constituían nuevamente la ideapredominante en su cerebro! Sobre este único ejedescansaba todo el éxito del experimento. Laperspectiva que tan súbitamente se abría ante mis ojosera algo demasiado potente para mis nerviosmaltrechos. Me vi obligado a apartar mi vista de él, yaque de lo contrario hubiese perdido el control sobre mímismo.

Se produjo otro intervalo de silencio.Cuando, recuperada la confianza en mí mismo, volví

a mirarlo, se hallaba fuera de la cama y erguido a uncostado de la misma. Sus pupilas se habían contraído;las niñas de sus ojos fulguraban a la luz de las bujías entanto balanceaba lentamente su cabeza. Estabameditando; dudaba…, volvió a hablar.

—¿Cómo puedo yo saberlo? —dijo—. Los hindúespueden hallarse ocultos en la casa.

Se detuvo y echó a andar lentamente hacia el otroextremo de la habitación. Se volvió luego…, aguardó…,y regresó a la cama.

—Ni siquiera está guardado bajo llave —prosiguió—.Se halla en la gaveta de su bufete. Y la gaveta no tienecerradura.

Se sentó sobre el borde de la cama.—Cualquiera podría robarlo —dijo.

Page 842: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Volvió a levantarse inquieto y repitió sus primeraspalabras:

—¡Cómo puedo yo saberlo? Los hindúes puedenhallarse ocultos en la casa.

Aguardó nuevamente. Yo me coloqué detrás de lacortina semicerrada de su lecho. Dirigió su vista entorno de la habitación: una luz vaga refulgía en sus ojos.Fue un momento emocionante. Se produjo cierta pausa.¿Una pausa en los efectos del opio, una pausa en laactividad de su cerebro? ¿Quién podría haberloasegurado? Todo dependía ahora de lo que hiciera enseguida.

¡Volvió a dejarse caer sobre el lecho!Una horrible duda cruzó por mi mente. ¿Era posible

que la acción sedante del opio se estuviera haciendo yapresente? Mi experiencia me decía lo contrario. Pero,¿de qué sirve la experiencia en lo que se refiere al opio?No hay probablemente en el mundo dos hombres en loscuales el efecto de esa droga sea exactamente el mismo. ¿Existía acaso alguna peculiaridad funcional en él quetornaba distinto el efecto de la droga? ¿Fracasaríamosal borde mismo del éxito?

¡No! He aquí que se levantaba bruscamente.—¿Cómo diablos podré dormir —dijo— con esta

preocupación en mi mente?Dirigió su vista hacia la bujía que ardía sobre la

mesa que estaba a la cabecera de su lecho. Luego de unapausa echó mano de la bujía.

Page 843: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Yo apagué la otra luz que brillaba detrás de lacortina cerrada y me retiré, junto con míster Bruff yBetteredge, al rincón que se hallaba más alejado de lacama. Con una señal les impuse silencio, como si suspropias vidas hubieran dependido del mismo.

Aguardamos…, sin ver ni oír nada. Aguardamosocultos a sus ojos detrás de las cortinas.

La bujía que él tenía asida del otro lado se movió demanera repentina. Inmediatamente lo vimos deslizarseveloz y silenciosamente a nuestro lado con la bujía en lamano.

Abrió luego la puerta de la alcoba y pasó a través delvano.

Lo seguimos a lo largo del corredor. Luego, escaleraabajo. Lo seguimos después a lo largo del segundocorredor. En ningún momento se dio vuelta, en ningúninstante vaciló.

Abrió entonces la puerta del gabinete y entró en él,dejando tras sí la puerta abierta.

La puerta se hallaba sujeta (igual que todas las otrasde la casa) con grandes y antiguos goznes. Cuando se laabría, una hendedura surgía entre la misma y la jamba.Yo les hice señas a mis dos compañeros para queespiaran a través de ella y evitar así que se dejaran ver.En cuanto a mí —del otro lado de la puerta también—,me coloqué en el lado opuesto. En la pared, a miizquierda, se abría un nicho en el cual podía ocultarmeen el caso de que él intentara darse vuelta y mirar hacia

Page 844: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el corredor.Avanzó hasta el centro de la habitación con la bujía

aún en la mano; miró en torno suyo, pero en ningúnmomento dirigió su vista hacia atrás.

Yo vi que la puerta de la alcoba de miss Verinder sehallaba entreabierta. Esta había apagado la luz. Secontrolaba a sí misma noblemente. El vago y blancoperfil de su vestido estival era lo único que alcanzaba yoa distinguir. Nadie que no lo hubiera sabido deantemano habría sospechado la presencia de un serhumano en el cuarto. Se mantenía en la oscuridad: niuna palabra, ni el menor movimiento dejó escapar.

Era ahora la una y diez de la madrugada. En mediode ese silencio mortal, oí el suave caer de la lluvia y eltrémulo tránsito del viento a través de los árboles.

Luego de permanecer indeciso durante un minuto oalgo más en el centro de la habitación, se dirigió haciauna esquina próxima a la ventada, donde se hallaba elbufete hindú.

Colocó entonces la vela sobre la parte superior delmueble. Abrió y cerró, una tras otra, las gavetas hastaque dio con aquella en que se hallaba el falso diamante.Miró hacia su interior un breve instante. Y luego tomóla piedra falsa con su mano derecha. Con la izquierdaasió la bujía que se hallaba sobre el bufete.

Retrocedió algunos pasos, hacia el centro de lahabitación, y se detuvo allí nuevamente.

Hasta aquí había repetido exactamente lo que

Page 845: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hiciera la noche del cumpleaños. ¿Habría de ser supróximo paso idéntico al que efectuara el año anterior?¿Abandonaría el cuarto? ¿Regresaría ahora, como yopensaba que había hecho entonces, a su dormitorio?¿Nos mostraría ahora lo que había hecho con eldiamante al regresar a su habitación?

Su primer acto, cuando volvió a moverse, fuediferente del que ejecutara bajo la influencia del opio enla anterior ocasión. Colocó la vela sobre una mesa y erródurante un breve instante en dirección del más lejanorincón del cuarto. Allí había un sofá. Se recostópesadamente sobre su espaldar, apoyándose en su manoizquierda…, y entonces se reanimó y retornó al centrode la habitación. Pude ver ahora sus ojos. Se estabantornando más y más opacos e inexpresivos; su brillo seiba apagando rápidamente.

La emoción del instante demostró ser excesiva parala facultad de autodominio de miss Verinder. Estaavanzó unos pasos…, y luego se detuvo. Míster Bruff yBetteredge me miraron a través del vano por primeravez. La posibilidad de un chasco próximo empezaba ainsinuarse en sus mentes lo mismo que en la mía.

Sin embargo, en tanto siguiera él allí, podíamosabrigar cierta esperanza. Aguardamos con indecibleexpectación su próximo paso.

Su acto siguiente fue decisivo. Dejó caer el diamantefalso de su mano.

Este rodó y fue a detenerse delante del vano de la

Page 846: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

puerta…, enteramente visible a sus ojos y a los de todoel mundo. No hizo ningún esfuerzo para recogerlo; ledirigió una mirada vaga y, en tanto lo hacía, dejó caer sucabeza hasta hundirla en su pecho. Vaciló…, se animódurante un momento…, regresó con paso inestablehacia el sofá…, y se sentó en él. Realizó en seguida unúltimo esfuerzo; trató de levantarse y volvió a hundirseen su asiento. Su cabeza cayó sobre los cojines del sofá.Era entonces la una y veinticinco de la madrugada.Antes de que hubiera tenido yo tiempo de guardar mireloj en el bolsillo, estaba dormido.

Todo había concluido. La influencia sedante de ladroga hizo presa de él; el experimento había llegado a sufin.

Entré en el cuarto y les dije a míster Bruff y aBetteredge que podían seguirme. No había por quétemer el molestarlo. Nos hallábamos en libertad paramovernos y hablar, ahora.

—La primera cosa que deberemos resolver —lesdije—, habrá de ser la cuestión de qué haremos con él.Probablemente seguirá durmiendo durante laspróximas seis o siete horas, por lo menos. De aquí a sucuarto hay cierta distancia. Cuando yo era más jovenpodría haberlo llevado allí sin ayuda. Pero ni mi salud nimis fuerzas son las de entonces… Mucho me temo tenerque pedirles que me ayuden.

Antes de que ninguno de los dos hubiera tenidotiempo de responderme, me llamó miss Verinder en voz

Page 847: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

baja. La encontré junto a la puerta de su aposento conel pequeño chal y el cubrecama de su lecho encima.

—¿Piensa usted vigilarlo mientras duerme? —mepreguntó.

—Sí. No me hallo tan seguro respecto de la accióndel opio, en su caso, como para dejarlo solo.

Me alargó entonces el chal y el cubrecama.—¿Para qué molestarlo? —cuchicheó a mi lado—.

Que duerma en el sofá. Yo puedo cerrar la puerta de micuarto y permanecer en él.

Era éste, con mucho, el más simple y seguroprocedimiento a seguir con él esa noche. Les mencionéla cosa a míster Bruff y Betteredge, quienes aprobaronel procedimiento. En cinco minutos lo tendícómodamente sobre el sofá y lo cubrí ligeramente con elchal y el cubrecama. Miss Verinder nos dio las buenasnoches y cerró la puerta. A pedido mío nos dirigimos lostres restantes hacia la mesa que había en el centro delcuarto, sobre la cual seguía ardiendo la bujía y sehallaban los materiales para escribir, y nos ubicamos entorno de la misma.

—Antes de separarnos —comencé a decirles— tengoalgo que manifestarles respecto del experimento que sellevó a cabo esta noche. Dos objetivos eran los quedebían alcanzarse a través de él. El primero consistía enprobar que míster Blake entró en este cuarto y seapoderó del diamante, el año pasado, de manerainconsciente e irresponsable y obrando bajo los efectos

Page 848: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

del opio. Luego de lo que acabamos de ver, ¿se hallanustedes convencidos de ello?

Ambos me respondieron afirmativamente, sin lamenor vacilación.

—El segundo objetivo —proseguí— consistía endescubrir qué es lo que hizo con el diamante luego quemiss Verinder lo sorprendió cuando salía de su gabinetecon la gema en la mano, la noche de su cumpleaños. Eléxito, en cuanto a este segundo objetivo, dependía,naturalmente, del hecho de que él continuara haciendoexactamente lo mismo que hizo el año anterior. No haocurrido tal cosa y, por lo tanto, ha fracasado en su finúltimo el experimento. No niego que el resultado me hadesilusionado…, pero puedo honestamente afirmar queno me hallo sorprendido de ello. Desde el primermomento le dije a míster Blake que el éxito de nuestratentativa dependía de nuestra capacidad parareproducir las condiciones físicas y morales en que sehallaba él el año pasado y le previne que eso era entretodas las cosas del mundo lo que más se parecía a unimposible. Sólo hemos reproducido en parte talescondiciones y el experimento ha alcanzado, por lo tanto,un éxito parcial. También es posible que le hayaadministrado una dosis excesiva de láudano. Pero, pormi parte, considero la primera razón que les expusecomo la verdadera causa del fracaso que tenemos quelamentar, como así también del éxito del cual tenemosque alegrarnos.

Page 849: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Luego de decir estas palabras coloqué el materialpara escribir delante de míster Bruff y le pregunté sitenía alguna objeción que hacerle —antes desepararnos— a mi idea de que redactara y firmara unaexposición de lo que acababa de ver con sus propiosojos. Apoderándose en seguida de la pluma redactó ladeclaración con la fluida presteza de una mano experta.

—Le debo esto —me dijo, en tanto firmaba eldocumento— a manera de reparación por lo ocurridoentre nosotros, en horas más tempranas de la noche. Lepido, míster Jennings, perdón por haber dudado deusted. Acaba usted de hacerle a Franklin Blake unincalculable servicio. De acuerdo con la jerga de mioficio, ha ganado usted el pleito.

La excusa que dio Betteredge se halló en un todo deacuerdo con sus características.

—Míster Jennings —me dijo—, si vuelve usted a leerel Robinson Crusoe, cosa que le recomiendoencarecidamente que haga, hallará usted que éste notiene reparo alguno en reconocer que se ha equivocadocada vez que ello ha ocurrido. Le ruego, señor, tenga labondad de disculparme en esta ocasión; en la mismasituación se encontró Robinson Crusoe.

Dichas estas palabras, firmó a su vez el documento.Míster Bruff me llevó aparte cuando nos levantamos

de la mesa.—Una palabra más respecto al diamante —me

dijo—. Según su teoría, míster Franklin Blake ocultó la

Page 850: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Piedra Lunar en su cuarto. Según la mía, la PiedraLunar se halla en manos de los banqueros de místerLuker en Londres. No disputaremos sobre quién sehalla en lo cierto. Sólo se trata de averiguar cuál de lasdos teorías podrá ser puesta a prueba primero, ¿no leparece?

—Mi teoría —le dije— ya ha sido puesta a pruebaesta noche, y ha fracasado.

—La mía —replicó míster Bruff— está siendosometida a prueba actualmente. Durante los dosúltimos días he establecido vigilancia en el banco paraobservar las actividades de míster Luker, y habré demantener la misma hasta el último día del presentemes. Sé que habrá de ser él mismo quien vaya a retirarde manos de sus banqueros el diamante…, y corro elalbur de que la persona que ha empeñado el diamantelo obligue a retirarlo de allí mediante el pago delrescate. En tal caso me hallaré en condiciones depoderle echar el guante a dicha persona. ¡Y contaremosentonces con la perspectiva de aclarar por completo elmisterio exactamente en el punto en que éste semuestra actualmente más intrincado! ¿Admite ustedque tengo razón hasta aquí?

Yo asentí prestamente.—Retornaré a la ciudad en el tren de las diez

—prosiguió el abogado—. Puede ser que a mi regreso meencuentre con algún nuevo acontecimiento…, y puedeocurrir que me sea absolutamente imprescindible tener

Page 851: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

a mano a Franklin Blake para apelar a él en caso denecesidad. Me propongo decirle, tan pronto despierte,que debe regresar conmigo a Londres. Luego de todo loocurrido, ¿puedo confiar en que me respaldará ustedcon su influencia?

—¡Seguramente! —le dije.Míster Bruff me estrechó la mano y abandonó el

cuarto. Betteredge lo siguió afuera.Me dirigí entonces hacia el sofá para observar a

míster Blake. No se había movido desde que yo lo dejéallí y le arreglé un lecho en el sofá; seguía sumido en unsueño quieto y profundo.

En tanto me hallaba observándolo oí que la puertadel dormitorio se abría suavemente. Una vez más viaparecer en el umbral a miss Verinder en su bello trajeestival.

—Concédame usted un último favor —me dijo en vozbaja—. Permítame que lo observe juntamente con usted.

Yo vacilé…, no en atención a las reglas del decoro,sino en favor del reposo nocturno de ella. Se aproximóentonces a mí y me tomó de la mano.

—No puedo dormir; ni siquiera permanecer sentadaen mi habitación —me dijo—. ¡Oh, míster Jennings,póngase en mi lugar y dígame luego si no desearía contoda el alma sentarse aquí para observarlo! ¡Dígame quesí! ¡Por favor!

¿Será necesario que diga que accedí? ¡Por supuestoque no!

Page 852: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Arrastró una silla hasta situarla a los pies del sofá.Lo miró entonces sumida en un callado éxtasis defelicidad, hasta que las lágrimas asomaron a sus ojos. Selas enjugó y dijo que habría de ir en busca de su labor.La trajo allí, pero no dio una sola puntada. Quedóaquélla sobre su regazo…; no se sintió siquiera confuerzas para apartar su vista de él el tiempo suficientepara enhebrar su aguja. Yo recordé mi propia juventud.Y pensé en los dulces ojos que volcaron cierta vez suamor sobre mí. Para aliviar mi corazón de tan pesadacarga me volví hacia mi Diario y escribí en él lo que aquídoy a luz.

Así fue como velamos juntos en silencio. Unoabsorbido por su escritura; la otra por su pasión.

Hora tras hora siguió él sumido en su sueñoprofundo. La luz del nuevo día avanzó más y más en lahabitación, pero él siguió siempre inmóvil.

Hacia las seis percibí los síntomas premonitorios demi dolencia. Me vi obligado a dejarla sola con él duranteun breve espacio de tiempo. Le dije que iba arriba, alcuarto de míster Blake, en busca de una nuevaalmohada para él. No fue muy prolongado el ataque esavez. Poco tiempo después me sentí en condiciones deaventurarme a regresar para que pudiera ella verme denuevo allí.

La hallé, a mi retorno, a la cabecera del sofá. En esepreciso instante rozaba con sus labios la frente de él. Yosacudí la cabeza con la mayor discreción posible y le

Page 853: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

indiqué su silla. Se volvió para mirarme y advertí en surostro una brillante sonrisa y un fascinante rubor.

—¡Usted hubiera hecho lo mismo —cuchicheó— dehallarse en mi lugar!

Son exactamente las ocho de la mañana. Haempezado a moverse por primera vez.

Miss Verinder se halla de hinojos junto al sofá. Se hacolocado allí de tal manera para que cuando se abran losojos de su amado lo hagan directamente sobre el rostrode ella.

¿Los dejaré solos?¡Sí!Once de la mañana.— Ya han arreglado las cosas

por sí mismos y se han ido todos a Londres en el tren delas diez. Mi breve sueño dichoso ha concluido. He vueltoa despertar a la realidad de mi vida solitaria y sinamigos.

No me atrevo a llevar al papel las bondadosaspalabras que me han dicho, especialmente missVerinder y míster Blake. Además, no es necesario.Dichas palabras habrán de regresar a mi memoria enmis horas solitarias, para sostenerme en el espacio queme queda aún de vida. Míster Blake será quien meescriba y me tenga al tanto de lo que ocurra en Londres.Miss Verinder retornará a Yorkshire en el otoño (paracasarse, sin duda), y yo tendré que tomarme un día de

Page 854: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

descanso y ser huésped suyo en su casa . ¡Oh Dios mío,cómo me emocionó el ver asomarse a sus ojos unamirada de agradecida felicidad y la cálida presión de sumano cuando me dijo: «¡Esto es obra suya!»

Mis pobres pacientes me están aguardando . ¡Devuelta esta mañana a mi vieja rutina! ¡De vuelta estanoche a esa odiosa alternativa que me obliga a escogerentre el opio o el dolor!

¡Alabado sea Dios por su misericordia! Acabo de verbrillar un pequeño rayo de sol en mi vida… Acabo devivir un instante dichoso.

QUINTA NARRACIONRetoma el hilo de la historia Franklin Blake

I

Sólo unas pocas palabras necesitan ser dichas de miparte para completar el relato que aparece en el Diariode Ezra Jennings.

En lo que a mí se refiere, debo decir que desperté lamañana del día veinticinco, ignorando completamentelo que hiciera y dijera bajo los efectos del opio, desde elinstante en que la droga se apoderó de mi voluntad,

Page 855: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hasta el momento en que abrí los ojos sobre el sofá quese hallaba en el gabinete de Raquel.

De lo que acaeció a continuación no creo que debayo dar cuenta en detalle. Limitándome a lasconsecuencias, sólo tengo que decir que Raquel y yo nosentendimos recíprocamente antes de que una solapalabra explicativa hubiera sido dicha por ambas partes.Renuncio a detallar, como así también Raquel se niegaa ello, la extraordinaria celeridad de nuestrareconciliación. Señor, señora: miren hacia atrás, haciala época en que ambos se sentían ligadosapasionadamente el uno al otro…, y se enteraránentonces, tan bien como yo, de lo que acaeció luego deque Ezra Jennings cerró la puerta del gabinete.

No tengo, sin embargo, reparo alguno en declararque nos hubiera sin duda descubierto mistressMerridew, de no haber sido por la presencia de ánimode Raquel. Al oír el rumor de las ropas de la vieja damaen el corredor, echó a correr hacia allí para salirle alencuentro. Le oí entonces decir a mistress Merridew:«¿Qué ocurre?», y luego a Raquel responderle: «¡Laexplosión!» Mistress Merridew se dejó llevar en seguidadel brazo hacia el jardín, fuera del alcance del choqueinminente. Cuando retornó a la casa me encontró en elhall y me expresó su grande admiración por losenormes progresos efectuados por la ciencia desde laépoca en que ella era niña.

—Las explosiones de ahora, míster Blake, son

Page 856: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

infinitamente más suaves que las de antaño. Le aseguroque apenas si oí desde el jardín la que acaba de producirmíster Jennings. ¡Y ni el menor olor percibo ahora aquíen la casa! Tendré que disculparme ante su amigo eldoctor. ¡No es más que un simple acto de justicia eldecir que lo ha hecho todo de la manera más bella!

Así fue como, luego de conquistar a Betteredge y amíster Bruff, Ezra Jennings acababa de conquistar a lapropia mistress Merridew. ¡Existe, después de todo, enlas gentes un filón de generosidad ignorado!

Durante el desayuno, míster Bruff no tuvo ningúnreparo en poner de manifiesto los motivos que le hacíandesear que yo lo acompañara a Londres en el tren de lamañana. La vigilancia mantenida sobre el banco y lasderivaciones que podría ésta alcanzar despertaron demanera tan irresistible la curiosidad de Raquel, quedecidió de repente (siempre que mistress Merridew nose opusiera) acompañarnos en nuestro viaje de retornoa la ciudad para poder hallarse al alcance de lasprimeras noticias que se recibieran de nuestrasactividades.

Mistress Merridew probó ser toda indulgencia ymansedumbre luego de la manera tan suave en que sehabía conducido con ella la explosión; y Betteredge fueinformado, por tanto, de que habríamos de regresar aLondres los cuatro, en el tren matinal. Yo estabaconvencido de que aquél habría de pedirnos permisopara acompañarnos. Pero Raquel había muy sabiamente

Page 857: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dispuesto para su fiel y antiguo criado una ocupaciónque despertó su interés. Le encargó llevar a su términola tarea de reamueblar la casa y, por otra parte, sehallaba en ese instante demasiado recargado deobligaciones domésticas para sentir la «fiebredetectivesca» en la misma medida en que la hubierasentido de ser otras las circunstancias.

Lo único que lamentamos al dirigirnos haciaLondres fue la necesidad de tener que alejarnos másbruscamente de lo que hubiéramos deseado de EzraJennings. Fue imposible persuadirlo para que nosacompañara. Sólo pude prometerle por mi parte que leescribiría y Raquel logró tan sólo convencerlo de quedebía ir a verla cuando regresara a Yorkshire. Todoindicaba que habríamos de encontrarnos dentro deunos pocos meses y, sin embargo, cuán melancólicavisión ofreció ante nosotros la solitaria figura de nuestromejor y más querido amigo sobre la plataforma de laestación en tanto el tren se alejaba de ésta.

A nuestro arribo a Londres, míster Bruff se vioacosado por un muchachito trajeado con una chaquetay unos raídos pantalones de paño negro que se tornabanotable en virtud de la extraordinaria prominencia desus ojos. Se proyectaban éstos tan hacia afuera yhurgaban tan libremente a su alrededor que uno sepreguntaba inquieto cómo era posible que semantuvieran en las órbitas. Luego de escuchar almuchacho, míster Bruff preguntó a las damas si nos

Page 858: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

excusarían por no acompañarlas de regreso hastaPortland Place. Apenas había tenido yo tiempo dedecirle a Raquel que regresaría para comunicarle aldetalle lo que ocurriera, cuando fui asido del brazo pormíster Bruff, quien me obligó a introducirmeapresuradamente en un cabriolé. El muchacho de losojos desencajados se sentó en el pescante junto alcochero y éste recibió orden de dirigirse a la LombardStreet.

—¿Novedades en el asunto del banco? —le pregunté,en tanto arrancaba el vehículo.

—Novedades relativas a míster Luker —me dijomíster Bruff—. Hace una hora se lo ha visto abandonarsu casa de Lambeth en un cabriolé, acompañado de dospersonas, quienes fueron identificadas por mis hombrescomo oficiales de policía trajeados con su ropaordinaria. Si el motivo de tal preocupación ha sido eltemor que míster Luker experimenta ante los hindúes,la conclusión que de ella se deriva es evidente. Va haciael banco ahora para retirar el diamante.

—¿Y nosotros nos dirigimos allí para ver lo quepasaba?

—Sí…, o para escuchar lo que ha pasado, si ya todoha terminado cuando lleguemos. ¿Se fijó usted en mimuchacho…, el que está allí en el pescante?

—¡Me he fijado en sus ojos!Míster Bruff se rió.—En mi bufete lo llaman a este pobre y pequeño

Page 859: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

desdichado «Grosella» —me dijo—. Yo lo utilizo comomensajero, y desearía tan sólo que esos escribientesmíos que le han dado tal apodo fueran tan dignos deconfianza como él. «Grosella» es, míster Blake, uno delos muchachos más perspicaces de Londres, a despechode sus ojos.

Eran las cinco menos veinte cuando nos detuvimosfrente al banco en la Lombard Street. «Grosella» ledirigió una mirada ansiosa a su amo, en tanto le abría laportezuela del cabriolé.

—¿Quieres entrar tú también? —le preguntó demanera bondadosa míster Bruff—. Entra, pues, ysígueme, pegado a mis talones, hasta nueva orden. Estan veloz como el rayo —prosiguió míster Bruffdirigiéndose a mí en un cuchicheo—. Dos palabras sonsuficientes para «Grosella», cuando para otromuchacho se necesitarían veinte.

Penetramos en el banco. La primera oficina —con ellargo mostrador detrás del cual se hallaban sentados loscajeros—, se veía abarrotada de público que aguardabasu turno para retirar o depositar dinero antes de que elbanco cerrara a las cinco de la tarde.

Dos hombres, salidos de la multitud, seaproximaron a míster Bruff, tan pronto lo vieronaparecer allí.

—Y bien —dijo el abogado—. ¿Lo han visto?—Pasó delante de nosotros hace media hora, señor,

y siguió en dirección de la oficina interior.

Page 860: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿No ha salido aún de allí?—No, señor.Míster Bruff se volvió hacia mí.—Aguardaremos —me dijo.Yo miré a mi alrededor en busca de los tres hindúes.

Ni el menor rastro de ellos advertí en ninguna parte. Elúnico de los circunstantes que se hacía notar por su pieloscura era un hombre alto que vestía una chaqueta detimonel y un sombrero redondo y que tenía laapariencia de un marinero. ¡Sería alguno de los hindúesdisfrazado! ¡Imposible! Era más alto que cualquiera deellos, y su rostro, en la parte en que no se hallabacubierto por su densa barba negra, tenía, por lo menos,el doble del ancho del rostro de cualquiera de los tres.

—Deben tener su espía en alguna parte —dijo místerBruff, en tanto dirigía su vista, a su vez, en dirección deloscuro marinero—. Y ése debe de ser su hombre.

Antes de que hubiera tenido tiempo de agregar unasola palabra, el faldón de su chaqueta fue tironeadodesde atrás por su duende-ayudante de ojos de grosella.Míster Bruff dirigió su mirada hacia donde dirigía lasuya el muchacho.

—¡Silencio! —dijo—. ¡Aquí está míster Luker!Proveniente de las más remotas regiones del banco,

surgió ante nosotros el prestamista seguido por sus dosguardianes policiales, que vestían el uniforme ordinario.

—No lo pierda de vista —dijo míster Bruff en uncuchicheo—. Si ha de entregarle el diamante a alguno,

Page 861: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

habrá de hacerlo aquí dentro.Sin reparar en ninguno de los dos, prosiguió

lentamente míster Luker su camino en dirección de lapuerta…, ya en medio de la más abigarrada multitud, yaa través de los claros en que había poca gente. Con lamayor claridad pude advertir un movimiento de sumano cuando pasó junto a un hombre bajo y fornidoque vestía un decoroso y sobrio traje color gris. Elhombre se estremeció un tanto y miró detrás de sí.Míster Luker prosiguió andando lentamente en mediode la multitud. Ya en la puerta, sus dos guardias secolocaron uno a cada lado suyo. Los tres fueronseguidos por uno de los dos hombres de míster Bruff ylos perdí entonces de vista.

Yo miré al abogado y luego lancé una significativamirada en dirección del hombre del decoroso traje gris.

—¡Sí! —cuchicheó míster Bruff—. ¡También yo lo hevisto!

Dirigió su vista en torno de sí en busca de susegundo hombre. Este no se hallaba en ninguna parte.Miró detrás de sí en demanda de su duende-ayudante.«Grosella» había también desaparecido.

—¿Qué diablos significa esto? —dijo míster Bruffirritado—. Nos han abandonado en el preciso instanteen que más los necesitábamos.

Le llegó al hombre del traje gris el turno de realizarsu operación delante del mostrador. Pagó con uncheque, le entregaron un recibo, y se volvió para salir.

Page 862: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—¿Qué haremos ahora? —me preguntó místerBruff—. No podemos degradarnos nosotros hasta elpunto de seguirle los pasos.

—¡Yo sí! —le dije—. ¡No perdería de vista a esehombre aunque se me ofrecieran diez mil libras por nohacerlo!

—En ese caso —replicó míster Bruff—, yo tampocolo perdería de vista a usted por el doble de esa cantidad.¡Hermosa situación para un hombre de mi posición!—refunfuñó para sí mismo, en tanto salíamos del bancoen pos del desconocido—. ¡Por Dios, no vaya amencionarle esto a nadie! Me arruinaría si lo supieran.

El hombre del traje gris se introdujo en un ómnibusque corría hacia el oeste. Ambos penetramos en elvehículo detrás de él. En el interior míster Bruff teníalatentes reservas juveniles. ¡Afirmo de manera positivaque al tomar asiento en el vehículo enrojeció!

El hombre del traje gris descendió del ómnibus y seencaminó hacia Oxford Street. Nosotros lo seguimos,hasta que lo vimos entrar en una droguería.

Míster Bruff se estremeció.—¡Mi químico! —exclamó—. Mucho me temo que

nos hemos equivocado.Penetramos en la tienda, míster Bruff y el

propietario intercambiaron unas pocas palabras enprivado. El abogado regresó a mi lado enteramenteabatido.

—Esto habla muy en favor nuestro —me dijo,

Page 863: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

mientras me tomaba del brazo y me conducía afuera—;¡es un motivo de satisfacción!

—¿Qué es lo que habla en favor nuestro? —lepregunté.

—¡Míster Blake, somos los peores detectivesaficionados que pusieron jamás sus manos en unasunto! El hombre del traje gris se halla desde hacetreinta años al servicio del químico. Fue enviado albanco para efectuar un pago a nombre de su amo, ysabe tanto de la Piedra Lunar como un niño reciénnacido.

Yo le pregunté qué es lo que haríamos ahora.—Regresaremos a mi despacho —dijo míster

Bruff—. «Grosella» y mi segundo hombre habránseguido a algún otro; es evidente. Confiemos en quehabrán sabido ellos mirar en torno suyo, por lo menos.

Cuando llegamos a Gray’s Inn Square nosencontramos con que el segundo de los hombres demíster Bruff había arribado allí antes que nosotros.Había estado aguardando durante más de un cuarto dehora

—¡Y bien! —le dijo míster Bruff—. ¿Qué nuevastiene?

—Lamento, señor, tener que decirle —replicó elnombre— que me he equivocado. Hubiera jurado que via míster Luker entregar algo a un anciano caballero quevestía un gabán de color claro. Y resulta claro que elanciano caballero no es otro, señor, que el más

Page 864: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

respetable de los maestros de quincallería de Eastcheap.—¿Dónde está «Grosella»? —le preguntó míster

Bruff resignado.El hombre clavó en él su mirada.—No lo sé, señor. No lo he vuelto a ver desde que

abandoné el banco.Míster Bruff lo despidió.—Una de dos —me dijo—: o bien «Grosella» ha

huido, o bien se ha entregado a la caza por su cuenta.¿Qué le parece si nos quedamos a comer aquí por siregresa el muchacho dentro de una hora o dos? Tengoen mi bodega un buen vino y podremos, además,comprar una tajada de carne en el bar.

Comimos en las habitaciones de míster Bruff. Antesde que el mantel hubiera sido quitado fue anunciada«una persona» que deseaba hablar con el letrado. ¿Setrataba de «Grosella»? No; sólo del hombre que habíasido encargado de seguirle los pasos a míster Lukercuando salió éste del banco.

Su informe no revistió ningún interés. Míster Lukerhabía retornado a su casa y despedido a su escolta. Nohabía vuelto a salir después. Hacia el crepúsculo, laspersianas habían sido cerradas y las puertasacerrojadas. Tanto la calle del frente de la casa como elsendero posterior fueron cuidadosamente vigilados. Niel menor vestigio de los hindúes había sido advertido.Ni una sola persona merodeó durante todo el tiempo entorno de la finca. Luego de dejar sentados estos hechos,

Page 865: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el hombre dijo que quedaba a la espera de nuevasórdenes. Míster Bruff lo despidió por esa noche.

—¿Cree usted que míster Luker se llevó consigo laPiedra Lunar hasta su domicilio?—le pregunté.

—Él no —me dijo míster Bruff—. De ningunamanera habría despedido a los dos policías si hubieracorrido el riesgo de guardar nuevamente el diamante ensu casa.

Aguardamos media hora más al muchacho y lohicimos en vano. Era ya hora de que míster Bruffregresara a Hampstead y de que fuera yo a PortlandPlace en busca de Raquel. Le dejé mi tarjeta al conserjeen las habitaciones, con algunas líneas en las cualesdeclaraba que me hallaría en mi alojamiento hacia lasdiez y media de la noche. Dicha tarjeta debía serleentregada al muchacho, en caso de que éste regresaraallí.

Hay hombres que tienen el don de cumplir con lapalabra empeñada y otros el de no cumplirla. Yopertenezco a este último grupo. Añadan a esto lacircunstancia de que pasé la tarde en Portland Placesentado en el mismo asiento ocupado por Raquel, enuna habitación de cuarenta pies de largo en cuyo lejanoconfín se encontraba mistress Merridew. ¿Habrá quiense asombre cuando le diga que regresé a mi alojamientoa las doce y media, en lugar de hacerlo a las diez ymedia? ¡Qué insensible habría de ser dicha persona! ¡Yde qué manera más honda deseo no llegar nunca a

Page 866: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

conocerla!En cuanto entré, mi criado me entregó un papel.Pude leer allí, escritas con pulcra letra forense, las

siguientes palabras: «Usted dispense, señor, pero meestoy durmiendo. Regresaré mañana por la mañana,entre las nueve y las diez.» Mis indagaciones medemostraron que un muchacho de ojos singularísimoshabía llamado a la casa, presentado mi tarjeta ymensaje, y después de haber aguardado una hora sehabía quedado dormido y de nuevo despertado; escribióluego unas líneas para mí y se marchó a su casa…después de informarle gravemente al criado que «noserviría para nada a menos que descansara durante lanoche».

A las nueve horas del día siguiente me hallaba yolisto para recibir a mi visita. A las nueve y media oí unrumor de pasos más allá de mi puerta.

—¡Adelante, «Grosella»! —grité.—Gracias, señor —me respondió una voz

melancólica y grave.La puerta se abrió. Yo me puse de pie en un brinco

y me hallé cara a cara… ¡con el Sargento Cuff!—Pensé que podría venir aquí, míster Blake, ante la

perspectiva de que comenzara usted sus actividades enla ciudad, antes de escribirle a Yorkshire —me dijo elSargento.

Se hallaba más flaco y más mustio que nunca. Susojos no habían perdido su antigua expresión astuta (tan

Page 867: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sutilmente puntualizada por Betteredge en suNarración): «miraban como si esperaran ver en unomás de lo que uno era capaz de percibir en sí mismo».Pero, hasta donde puede la ropa transformar a unhombre, había cambiado el aspecto del Sargento másallá de toda identificación. Llevaba ahora un blancosombrero de amplias alas, una liviana chaqueta decazador, pantalón blanco y polainas de color pardo.Sostenía un recio bastón de roble. Todo, en su aspectoy su ademán, parecía proclamar que había pasado en elcampo toda su vida. Cuando lo felicité por sumetamorfosis eludió tomar la cosa en broma. Se quejómuy seriamente de los ruidos y los olores de Londres.¡Afirmo que estoy muy lejos de asegurar que no hablócon un acento ligeramente campesino! Lo invité adesayunarse. Y el inocente campesino se sobresaltó demanera extraordinaria. ¡El se desayunaba a las seis ymedia…, y se iba a la cama a la misma hora que lasgallinas!

—Regresé anoche de Irlanda —me dijo el Sargentoapuntando directamente hacia el objetivo práctico de suvisita y con su habitual manera enigmática—. Antes deirme a la cama leí la carta en la cual usted me relata loocurrido después que yo abandoné la pesquisa en tornodel diamante, el año último. Sólo una cosa tengo quedecir, por mi parte. Me he equivocado completamente.Cómo podría haber percibido hombre alguno las cosasen su aspecto verdadero, de hallarse en la situación en

Page 868: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

que yo me hallaba en ese entonces, es algo que no meatrevo a afirmar que sé. Pero ello no altera la realidad delos hechos. Debo reconocer que hice un lío del asunto.Y no el primero de los líos, míster Blake, que hancaracterizado mi carrera profesional. Sólo en los libroslos funcionarios de la policía de investigaciones sehallan por encima de esa flaqueza humana que consisteen equivocarse.

—Ha llegado usted en el momento más oportunopara recuperar su reputación —le dije.

—Usted dispense, míster Blake —me replicó elSargento—. Ahora que estoy retirado del servicio meimporta un comino mi reputación. ¡No tengo ya nadaque ver con ella, a Dios gracias! Si he venido aquí,señor, ha sido en agradecimiento a la generosidad quetuvo para conmigo y en memoria de la difunta LadyVerinder. Retornaré a mi antigua labor —si es que ustedme necesita y confía en mí—, en atención a lo que acabode decirle y no a otra cosa. Es una cuestión de honorpara mí. Ahora bien, míster Blake, ¿qué giro ha tomadoel asunto desde que me escribiera usted su última carta?

Le conté lo del experimento del opio y lo ocurridodespués en el banco de la Lombard Street. Se sintiógrandemente impresionado por lo primero; era algoenteramente nuevo para él. Y se mostró particularmenteinteresado por la teoría de Ezra Jennings relativa a loque yo había hecho con el diamante luego de abandonarel gabinete de Raquel la noche de su cumpleaños.

Page 869: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—No estoy de acuerdo con míster Jennings cuandodice que usted ocultó la Piedra Lunar —me dijo elSargento Cuff—. Pero convengo con él, sin lugar adudas, cuando afirma que usted debió de haber llevadoel diamante a su cuarto.

—¿Y bien? —le pregunté—. ¿Qué ocurrió después?—¿No tiene usted la menor sospecha de lo que pudo

haber sucedido, señor?—Absolutamente.—¿Y míster Bruff sospecha algo?—Tanto como yo.El Sargento se levantó y avanzó hasta mi escritorio.

Regresó luego de allí con un sobre sellado. Se leía en élla palabra «Privado» y se hallaba dirigido a mí; en unaesquina se percibía la firma del Sargento.

—El año pasado me equivoqué en mis sospechas—me dijo—; y es posible que también ahora equivoqueal culpable. No abra este sobre, míster Blake, hasta nohaber dado con la verdad; compare entonces el nombredel culpable con el que yo he escrito en esta cartasellada.

Yo introduje la carta en mi bolsillo y le pregunté alSargento qué pensaba de las medidas que tomara yo enel banco.

—Muy buenas, señor —me respondió—;exactamente las que correspondían en talescircunstancias.

Pero además hay otra persona que debió ser vista

Page 870: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

con míster Luker.—¿Justamente la persona que usted menciona en la

carta que acaba de entregarme?—Sí, míster Blake, la persona mencionada en mi

carta. Eso no puede ayudarnos ahora. A su debidotiempo tendré algo que proponerles a usted y a místerBruff. Aguardaremos mientras tanto la llegada delmuchacho; puede ser que tenga algo importante quedecirnos.

Eran ya cerca de las diez y el muchacho no habíaaparecido aún. El Sargento empezó a ocuparse de otrostemas. Me preguntó por su antiguo amigo Betteredge ypor su viejo enemigo, el jardinero. Un minuto más yhubiera vuelto sin duda a referirse al antiguo tema desus rosas favoritas, de no haber venido a interrumpirnosmi criado, quien me dijo que el muchacho se hallabaabajo.

Antes de entrar en la habitación se detuvo«Grosella» en el umbral y le dirigió una mirada recelosaal desconocido que se encontraba conmigo. Yo leindique que se acercara.

—Puedes hablar delante de este caballero —le dije—.Ha venido a ayudarme y se halla al tanto de todo loocurrido. Sargento Cuff —añadí—, éste es el muchachoque trabaja en el despacho de míster Bruff.

En nuestro moderno mundo civilizado la celebridad(no importa de qué clase) es la palanca que mueve todaslas cosas. La fama del gran Cuff había llegado incluso a

Page 871: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

los oídos del pequeño «Grosella». Los ojos sueltos delmuchacho empezaron a girar de tal manera en cuantomencioné yo el nombre ilustre, que llegué a pensar quehabrían de rodar sobre la alfombra.

—Ven acá, muchacho —le dijo el Sargento—, y dinoslo que tienes que decirnos.

La atención que le dispensaba ese gran hombre —elhéroe de innumerables historias, famosas en los bufetesde los abogados de Londres— pareció fascinar almuchacho. Se colocó delante del Sargento Cuff eintrodujo sus manos en los bolsillos según la maneraadoptada habitualmente por los neófitos que van a serinterrogados por vez primera.

—¿Cómo te llamas? —le dijo el Sargento,comenzando con la primera pregunta del interrogatorio.

—Octavius Guy —respondió el muchacho—. Pero enla oficina me llaman «Grosella», a causa de mis ojos.

—Octavius Guy, por otro nombre «Grosella»—prosiguió el Sargento con la mayor gravedad—;desapareciste del banco ayer. ¿Por dónde has andado?

—Usted dispense, señor; he estado siguiendo a unhombre.

—¿Quién era?—Un hombre alto, señor, con una barba grande y

negra y vestido como un marinero.—¡Me acuerdo de él! —prorrumpí—. Míster Bruff y

yo pensamos que podía ser un espía al servicio de loshindúes.

Page 872: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

El Sargento Cuff no pareció impresionarse muchoen cuanto a lo que pensáramos míster Bruff y yo.Prosiguió interrogando a «Grosella».

—Bien —dijo—, ¿por qué seguiste al marinero?—Usted dispense, señor, pero míster Bruff quería

saber si míster Luker le entregaba alguna cosa a alguien,al salir del banco. Y yo vi que míster Luker le entregóalgo al marinero de la barba negra.

—¿Por qué no le dijiste a míster Bruff lo queacababas de ver?

—No tuve tiempo de decirle nada a nadie, señor,porque el marinero salió muy apurado.

—¿Y tú corriste detrás de él. .., eh?—Sí, señor.—«Grosella» —le dijo el Sargento, y le acarició la

cabeza—, en tu pequeño cráneo hay algo… que no esprecisamente algodón en rama. Estoy muy satisfechocontigo hasta aquí.

El muchacho enrojeció de placer. El Sargento Cuffprosiguió:

—Bien, ¿y qué es lo que hizo el marinero una vez enla calle?

—Llamó un cabriolé, señor.—¿Y qué hiciste tú entonces?—Eché a correr detrás del cabriolé.Antes de que el Sargento hubiera tenido tiempo de

darle forma a su próxima pregunta, fue anunciado otrovisitante…, el escribiente principal de míster Bruff.

Page 873: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Considerando que era muy importante nointerrumpir el interrogatorio al que el Sargento estabasometiendo al muchacho, recibí al empleado en otrocuarto. Traía malas noticias de su patrono. La agitacióny el ajetreo de los últimos dos días demostraron ser unacarga excesiva para míster Bruff. Había despertado esamañana con un ataque de gota, se había recluido en sucuarto de Hampstead y mucho lamentaba el verseobligado, en medio de la crítica situación en que nosencontrábamos, de privarme del consejo y la ayuda deun hombre experimentado. Su empleado principalrecibió la orden de ponerse a mi disposición y se hallabadispuesto a hacer cuanto se hallara a su alcance parareemplazar a míster Bruff.

En seguida le escribí unas líneas al ancianocaballero para aquietar su espíritu mediante la noticiade la visita del Sargento Cuff; añadí que «Grosella» erasometido en ese momento a un interrogatorio y leprometí que habría de informar a míster Bruff, ya fuerapor carta o personalmente, respecto de lo queaconteciera más tarde, ese día. Luego de haberdespachado al escribiente a Hampstead con mi nota,regresé al cuarto que había abandonado anteriormentey hallé al Sargento Cuff junto a la chimeneadisponiéndose a hacer sonar la campanilla.

—Usted dispense, míster Blake —me dijo elSargento—. Estaba a punto de mandarle a decir con sucriado que necesitaba hablar con usted. No me cabe la

Page 874: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

menor duda de que este muchacho…, de que estevaliosísimo muchacho —añadió el Sargento en tantoacariciaba la cabeza de «Grosella»—, ha seguido alhombre que debía seguir. Se ha perdido un tiempoprecioso, señor, debido a la infortunada circunstanciade no haberse hallado usted en su casa a las diez ymedia de la noche. Lo único que cabe hacer ahora esmandar a buscar un cabriolé.

Cinco minutos más tarde el Sargento Cuff y yo (con«Grosella» en el pescante actuando a la manera de guía,junto al cochero) nos hallábamos en camino hacia elEste, en dirección de la ciudad.

—Uno de estos días —me dijo el Sargento apuntandohacia la ventanilla frontera del cabriolé— este muchachohabrá de hacer proezas en mi antigua profesión. Es elmás hábil y vivaz de los jóvenes que he encontrado enmuchos años. Habrá de oír usted ahora, míster Blake, elfundamento de lo que me dijo este muchacho cuando sehallaba usted fuera de la habitación. Creo que estabausted allí cuando dijo que echó a correr detrás delcabriolé, ¿no es así?

—Sí.—Bien, señor; el cabriolé se dirigió desde la

Lombard Street hasta la Tower Wharf. El marinero dela barba negra bajó y habló con el despensero del vaporde la línea de Rotterdam que habría de partir a lamañana siguiente. Le pidió permiso para ir a bordo enseguida y para dormir en su litera esa noche. El

Page 875: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

despensero le dijo que no. Los camarotes, las literas, loscolchones y la ropa de cama habrían de ser sometidos,todos ellos, a una limpieza general esa noche y ningúnpasajero podría hallarse a bordo antes de la mañana. Elmarinero se volvió y abandonó el muelle. Cuando llegóde nuevo a la calle el muchacho percibió, por primeravez, a un hombre que vestía unas decorosas prendas demecánico y que se paseaba sobre el lado opuesto delcamino, sin perder de vista, aparentemente, almarinero. Este se detuvo frente a una taberna de lasinmediaciones y penetró luego en ella. El muchacho—que no supo qué hacer entonces— se dedicó adeambular entre algunos otros muchachos y a clavar sumirada en las lindas cosas que veía a través de laventana de la taberna. Advirtió que el mecánicoaguardaba como él, pero siempre desde el lado opuestode la calle. Un minuto más tarde apareció un cabrioléque avanzando despacio fue a detenerse en el lugar enque se hallaba el mecánico. El muchacho sólo pudodistinguir claramente a una persona dentro delvehículo, la cual se inclinaba hacia afuera, por laventanilla, para hablar con el mecánico. Describió elmuchacho a esa persona, míster Blake, sin que hubieramediado insinuación alguna de mi parte, como a unhombre de rostro tan oscuro como el de un hindú.

Era evidente, a esta altura, que míster Bruff y yohabíamos cometido otra equivocación. El marinero dela barba negra no era, de ninguna manera, un espía al

Page 876: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

servicio de los conspiradores hindúes. ¿Sería acaso elhombre que se hallaba en posesión del diamante?

—Luego de un breve instante —prosiguió elSargento—, el cabriolé echó a andar de nuevolentamente, calle abajo. El mecánico cruzó la calle ypenetró en la posada. El muchacho siguió afuera hastaque se sintió hambriento y fatigado…, y penetróentonces a su vez en ella. Tenía un chelín en el bolsilloy gozó, según me dijo, de una opípara comida,constituida por una morcilla, un pastel de anguila y unabotella de cerveza de jengibre. ¿Qué es lo que no puededigerir el estómago de un muchacho? La sustancia encuestión está aún por descubrirse.

—¿Qué es lo que vio en la posada? —le pregunté.—Bien, míster Blake, vio al marinero leyendo un

diario junto a una mesa y al mecánico leyendo otrodiario junto a otra mesa. Era ya el crepúsculo cuando selevantó el marinero de su asiento y abandonó el lugar.Al llegar a la calle, dirigió una mirada recelosa en tornode sí. El muchacho —por ser tal cosa— pasó inadvertido.El mecánico no había salido aún. El marinero echó aandar y a mirar en torno de sí, como si no estuvieraseguro de lo que debía hacer en seguida. Una vez másapareció el mecánico sobre el lado opuesto del camino.El marinero siguió andando hasta que llegó al ShoreLane que conduce hacia la Lower Thames Street. Allí sedetuvo ante una posada que ostenta el nombre de «LaRueda de la Fortuna», y luego de observar su exterior se

Page 877: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

introdujo en ella. «Grosella» lo imitó. Un gran númerode personas la mayor parte de ellas de aspecto decentese hallaban en el bar. «La Rueda de la Fortuna» es unacasa muy estimada, míster Blake, tanto por su cervezanegra como por sus pasteles de cerdo.

Las digresiones del Sargento me irritaron. Él loadvirtió y se limitó desde entonces, de maneraexclusiva, al testimonio de «Grosella».

—El marinero —dijo retomando el hilo— preguntósi había allí cama para él. El dueño le respondió: «No;se hallan todas ocupadas.» La muchacha de la posada lorectificó y dijo: «La ‘‘número 10’’ se halla desocupada.»Un mozo fue encargado de enseñarle al marinero la‘‘número 10’’. Exactamente un momento antes de queesto ocurriera, advirtió «Grosella» al mecánico entre lasgentes de la fonda. Antes de que el mozo hubierarespondido al llamado, desapareció el mecánico. Elmarinero fue conducido hasta su cuarto. No sabiendoqué hacer de inmediato, «Grosella» tuvo la sabia idea deaguardar para ver lo que ocurría. Algo ocurrió, enefecto. El amo fue llamado. Voces coléricas llegarondesde arriba. Súbitamente volvió a aparecer el mecánicoasido por el cuello, esta vez por el dueño, y exhibiendoante el muy sorprendido «Grosella» todos los rasgos delborracho. El amo lo lanzó por la puerta y lo amenazócon llamar a la policía si volvía a entrar. Según lo quedijeron durante el altercado, parece que el hombrehabía sido descubierto en la «número 10», donde

Page 878: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

sostuvo con la obstinación de un beodo que el cuartohabía sido tomado por él. «Grosella», sorprendido porla súbita borrachera de un hombre que hasta unmomento antes estaba sereno, no pudo resistir latentación de echar a correr por la calle detrás delmecánico. Mientras se halló a la vista de la posadasiguió el hombre haciendo eses de la manera másvergonzosa. En cuanto dobló la esquina, recobróinstantáneamente su equilibrio y se tornó en el másrespetable miembro de la sociedad que hubiera deseadouno ver. «Grosella» regresó a «La Rueda de la Fortuna»completamente confundido. Aguardó nuevamente, a laespera de lo que pudiese acontecer. Nada ocurrió y nadavio u oyó relacionado con el marinero. Decidió entoncesvolver al bufete. Acababa de tomar esta decisióncuando, ¿a quién cree usted que vio aparecer en el ladoopuesto de la calle si no al mecánico nuevamente? Elevóéste su vista hacia determinada ventana situada en lacima de la posada, y que era la única que se hallabailuminada. La luz pareció aliviar su espíritu. Abandonóel lugar de inmediato. El muchacho regresó a Gray’sInn, recogió allí su tarjeta y mensaje. Preguntó porusted y fracasó en su demanda. He aquí, míster Blake,el estado en que se encuentran actualmente las cosas.

—¿Qué opina usted del asunto, Sargento?—Considero que la situación es seria, señor.

Basándome en lo que ha visto el muchacho, creo, paraempezar, que los hindúes se hallan implicados en el

Page 879: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

asunto.—Sí. Y evidentemente el marinero fue quien recibió

el diamante de manos de míster Luker. Extraño meparece que tanto míster Bruff como su hombre y yo noshayamos equivocado respecto de quién podía ser esapersona.

—No es tan extraño, míster Blake. Teniendo encuenta el riesgo que dicha persona habría de correr, esmuy probable que míster Luker los haya despistado austedes mediante alguna treta convenida con ellos.

—¿Cómo interpreta usted lo ocurrido en la posada?—le pregunté—. El hombre vestido de mecánico haobrado, naturalmente, bajo las órdenes de los hindúes.Pero me hallo tan perplejo ante esa súbita simulación deebriedad como «Grosella».

—Creo que puedo darle una vislumbre de lo que esosignifica —me dijo el Sargento—. Si usted medita sobreello habrá de llegar a la conclusión de que dichoindividuo debió recibir instrucciones un tanto estrictasde parte de los hindúes. Ellos hubieran podido seridentificados muy fácilmente para correr el riesgo demostrarse en el banco o en la posada…; se vieron, portanto, compelidos a confiar totalmente en suintermediario. Muy bien. Su intermediario se entera enla posada del número del cuarto que el marineroocupará allí esa noche…, cuarto que habrá de servirle derefugio (a menos que nos hallemos totalmenteequivocados) al diamante esa noche. En tales

Page 880: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

circunstancias los hindúes, puede estar seguro de ello,habrán insistido en que les hiciera una descripción delcuarto, que los pusiera al tanto de la ubicación delmismo en la casa, de las posibilidades que se ofrecíanpara penetrar en él desde afuera, etcétera. ¿De quémanera habría de obrar el hombre para cumplir dichasinstrucciones? ¡Exactamente de la manera que obró!Corrió escalera arriba para echarle una ojeada al cuartoantes de que fuera conducido allí el marinero. Al serdescubierto en medio de sus indagaciones, consideróque la mejor manera de sortear el escollo habría de serun simulacro de borrachera. Así es como descifro yo elenigma. Luego de haber sido arrojado de la posada, sedirigió probablemente con un informe hacia el lugar enque lo estaban aguardando sus jefes. Y éstos, sin duda,le ordenaron que volviera para que comprobara si elmarinero se había instalado realmente en la posadahasta el día siguiente. En cuanto a lo acaecido en «LaRueda de la Fortuna», luego que el muchacho se fue deallí, deberíamos haberlo descubierto nosotros mismosanoche. Son ahora las once de la mañana. Esperemos lomejor y veamos qué es lo que podemos descubrir.

Un cuarto de hora más tarde se detuvo el cabriolé enShore Lane y «Grosella» nos abrió la portezuela paraque saliéramos de él.

—¿Listo? —preguntó el Sargento.—Listo —respondió el muchacho.En cuanto entramos en «La Rueda de la Fortuna»,

Page 881: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

aun sus ojos inexpertos percibieron que algo maloocurría en la casa.

La única persona que se hallaba detrás delmostrador en el cual se servían los licores era unaazorada y joven doméstica, perfectamente ignorante deltrabajo que ejecutaba. Uno o dos parroquianos queaguardaban su trago matinal golpeaban impacientescon sus monedas sobre el mostrador. La muchacha dela fonda surgió desde el más remoto rincón de la sala derecibo, excitada y preocupada. Cuando el Sargento Cuffpreguntó por el amo, le respondió bruscamente que éstese encontraba arriba y que no deseaba ser molestadopor nadie.

—Venga conmigo, señor —me dijo el Sargento Cuff,abriendo la marcha fríamente hacia arriba y haciéndoleuna señal al muchacho para que nos siguiera.

La muchacha de la posada llamó a su amo y le dijoque unos desconocidos violaban la casa. En el primerpiso nos salió al encuentro el dueño, quien bajabaprecipitadamente y muy irritado, para ver lo queocurría.

—¿Quién diablos es usted y qué es lo que buscaaquí? —preguntó.

—Cálmese —le dijo serenamente el Sargento—. Paraempezar le diré quién soy. Soy el Sargento Cuff.

El nombre ilustre produjo un efecto instantáneo. Elirritado patrono abrió de par en par las puertas de ungabinete y se excusó ante el Sargento Cuff.

Page 882: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—Estoy nervioso y fuera de mí, señor…, ésa es laverdad —le dijo—. Algo desagradable ha ocurrido estamañana en mi casa. Un hombre de mi oficio se hallaexpuesto a perder la paciencia a cada instante, SargentoCuff.

—Sin duda alguna —dijo el Sargento—. Si usted melo permite iré al grano en seguida respecto de lo que nosha traído aquí. Tanto este caballero como yo nos vemosen la necesidad de molestarlo con unas pocas preguntasque se refieren a un asunto de interés para usted y paranosotros.

—¿A qué se refiere el mismo? —preguntó elposadero.

—A un hombre moreno, vestido de marinero quedurmió aquí anoche.

—¡Dios mío! ¡Es la misma persona que ahora estádando vuelta la casa! exclamó el posadero—. ¿Sabenusted o este caballero algo respecto de él?

—No podremos asegurárselo antes de haberlo visto—le respondió el Sargento.

—¿Verlo? —repitió el posadero—. Es eso algo quenadie ha sido capaz de lograr desde las siete de lamañana de hoy. Esa era la hora en que dijo anoche quedebía despertársele. Se lo llamó…, pero no huborespuesta. Probaron nuevamente a las ocho y luego a lasnueve, pero en vano. ¡Todo fue inútil! ¡He ahí que lapuerta seguía cerrada con llave…, y que no se escuchabael menor ruido en el cuarto! Estuve afuera esta mañana,

Page 883: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

y no hace más de un cuarto de hora que he regresado.Yo mismo he estado golpeando a la puerta, sin resultadoalguno. He enviado al mozo en busca del carpintero. Silos caballeros pueden aguardar unos minutos, la puertaserá abierta y podrán enterarse de lo ocurrido.

—¿Se hallaba borracho ese hombre anoche? —lepreguntó el Sargento Cuff.

—Completamente sereno, señor; de lo contrario nolo hubiera dejado dormir, de ninguna manera, en micasa.

—¿Pagó por adelantado su cama?—No.—¿Pudo haber escapado de la habitación sin salir

por la puerta?—Se trata de una buhardilla —dijo el mesonero—.

Pero en su cielo raso hay una trampa que da sobre eltejado…, y un poco más abajo, sobre la calle, hay unacasa vacía que se halla en reparaciones. ¿Cree usted,Sargento, que el tunante se ha escapado por allí sinpagar?

—Un marinero —dijo el Sargento Cuff— lo habríahecho en las primeras horas de la mañana, antes de quela calle se animase. Sabría cómo trepar y no habría defallarle la cabeza cuando se hallara sobre los tejados delas casas.

No había terminado de hablar cuando fue anunciadala llegada del carpintero. Inmediatamente nos dirigimostodos escaleras arriba, en dirección del piso superior.

Page 884: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Advertí que el semblante del Sargento tenía unaexpresión desusadamente grave, aun tratándose de él.También me chocó, como algo extraño, el hecho de quele dijera al muchacho (luego de haberlo estimuladopreviamente a que nos siguiera) que aguardara abajonuestro regreso.

El martillo y el escoplo del carpintero dieron cuentaen pocos minutos de la puerta. Pero algún mueble habíasido colocado a manera de barricada del lado deadentro. Empujando la puerta hicimos este obstáculo aun lado y logramos penetrar en el cuarto. El mesonerofue el primero en entrar; el Sargento, el segundo; yo, eltercero. Los demás circunstantes nos siguieron.

Todos dirigimos nuestra vista hacia el lecho y todosnos estremecimos al unísono.

El hombre no había abandonado la habitación.Estaba tendido en su lecho, vestido y con una blancaalmohada que le ocultaba totalmente el rostro.

—¿Qué significa esto? —preguntó el mesonero,indicando la almohada.

El Sargento Cuff se aproximó a la cama sinresponderle y quitó de allí la almohada.

La atezada faz del hombre tenía una expresiónplácida y tranquila; su negro cabello y su barba sehallaban ligera, muy ligeramente en desorden. Sus ojos,abiertos totalmente, clavaban una mirada vidriosa yabstracta en el cielo raso. La expresión fija y turbia desus ojos me horrorizó. Me volví para dirigirme hacia la

Page 885: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ventana abierta. Los demás permanecieron al lado delSargento Cuff, esto es, junto a la cama.

—¡Tiene un ataque! —oí decir al mesonero.—Está muerto —respondió el Sargento—. Envíe por

el médico más próximo y por la policía.El mozo fue el encargado de cumplir ambas órdenes.

Una especie de extraño hechizo parecía mantener alSargento adherido a la cama. Y una extraña curiosidadparecía mantener a los demás a la expectativa de lo quehabría de hacer en seguida el Sargento.

Yo me volví nuevamente hacia la ventana. Uninstante después sentí que alguien tiraba del faldón demi chaqueta y que una voz minúscula cuchicheaba a misespaldas:

—¡Mire esto, señor!«Grosella» nos había seguido dentro del cuarto. Sus

ojos desencajados giraban espantosamente…, pero node temor, sino de júbilo. Acababa de hacer undescubrimiento detectivesco por su propia cuenta.

—¡Mire esto! —insistió, y me condujo hacia unamesa que se hallaba en un rincón del cuarto.

Sobre aquella se veía un pequeño estuche demadera, abierto y vacío. Hacia un lado del estuche habíaun trozo de algodón, de ése que usan los joyeros. Y en elopuesto se veía una hoja de papel blanco desgarrado,con un sello parcialmente destruido y una inscripcióntodavía perfectamente legible. Lo que había allí escritoera lo siguiente:

Page 886: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

«Depositado en casa de los señores Bushe, Lysaughty Bushe, por míster Septimus Luker, de MiddlesexPlace, Lambeth, un pequeño estuche de madera quecontiene una joya de gran precio. El estuche, al serreclamado, sólo habrá de ser entregado a pedidopersonal de míster Luker.»

Estas líneas despejaban toda duda respecto de unacosa por lo menos. El marinero se había hallado enposesión de la Piedra Lunar al abandonar el banco lavíspera.

Sentí de nuevo que tiraban de mi faldón. «Grosella»no había terminado aún conmigo.

—¡Robo! —cuchicheó el muchacho, apuntandoembelesado hacia el estuche vacío.

—Se te ordenó aguardar abajo —le dije—. ¡Vete deaquí!

—¡Y crimen! – añadió «Grosella», apuntando conmayor fruición todavía hacia el hombre del lecho.

Había algo espantoso en ese regodeo del muchachocon el horror de la escena, que tomándolo por los doshombros lo puse fuera del cuarto.

En el preciso instante en que cruzaba el umbral oíque el Sargento Cuff preguntaba por mí. Se encontróconmigo cuando ya de regreso penetraba en el cuarto,y me obligó a acompañarlo hasta el lecho.

—¡Míster Blake! —me dijo—. Observé la cara de estehombre. ¡Es una cara falsa… y aquí tiene usted pruebade ello!

Page 887: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Trazó de inmediato con su dedo una línea delgada yprofundamente blanca, en retroceso, a través de laatezada frente del muerto, hasta llegar a su negracabellera un tanto desordenada.

—Veamos lo que hay debajo de esto —dijo elSargento, mientras asía repentinamente y con firmeademán la negra cabellera.

Mis nervios no eran lo suficientemente fuertes comopara soportar tal cosa.

Volví a alejarme del lecho.Lo primero que vieron mis ojos en el otro extremo

de la habitación fue al incorregible «Grosella»,encaramado sobre una silla y observando con el alientoen suspenso y por encima de las cabezas de las personasmayores cuanto hacía el Sargento.

—¡Le está arrancando la peluca! —cuchicheó«Grosella», apiadándose de mí, porque era yo la únicapersona allí que no podía ver lo que estaba ocurriendo.

Hubo una pausa…; luego se oyó un grito deasombro, proferido por quienes rodeaban el lecho.

—¡Le ha quitado la barba! —exclamó «Grosella».Se produjo una nueva pausa. El Sargento Cuff pidió

alguna cosa. El posadero se dirigió hacia el lavabo yregresó junto a la cama con una jofaina llena de agua yuna toalla.

«Grosella» se puso a bailar de excitación sobre lasilla.

—¡Suba usted aquí a mi lado, señor! ¡Le está

Page 888: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

lavando la cara!El Sargento se abrió paso bruscamente entre las

personas que lo rodeaban y avanzó directamente con elrostro horrorizado hacia el sitio en que yo meencontraba.

—¡Vuelva usted junto al lecho, señor! —comenzó adecirme. Se acercó más hacia mí, me observó y secontuvo a sí mismo—. ¡No! —dijo al volver a hablar—.Abra usted primero la carta sellada…, la carta que leentregué esta mañana.

Yo hice lo que me decía.—Lea usted, míster Blake, el nombre que he escrito

allí.Yo leí el nombre que había escrito él en ella. Era el

siguiente: Godfrey Ablewhite.Fui con él hacia allí y dirigí mi vista hacia el hombre

que yacía en la cama: Godfrey Ablewhite.

SEXTA NARRACIONA cargo del Sargento Cuff

I

Dorking, Surrey, julio 30, 1849

Page 889: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Para Franklin Blake.

Señor: Le ruego disculpe el retraso con que le envíoel Informe que me comprometí a remitirle. Me hedemorado, para poder escribir un informe completo,porque he tenido que evitar, aquí y allá, ciertosobstáculos que pudieron ser salvados merced a un pocode tiempo y paciencia.

El objeto que me propuse ante mí mismo acaba deser alcanzado, según espero. Hallará usted en estaspáginas la réplica de casi todas —si no de todas— laspreguntas que se refieren al difunto míster GodfreyAblewhite y que usted me hizo la última vez que tuve elhonor de encontrarme con usted.

Me propongo, en primer lugar, comunicarle cuantose sabe respecto de la manera en que halló la muerte suprimo, complementando el relato con las deduccionesy conclusiones que, de acuerdo con mi opinión,podemos justificadamente extraer de los hechos.

Me esforzaré, en segundo lugar, por poner en suconocimiento todos los descubrimientos que he hechoen lo que se refiere a las actividades desplegadas pormíster Godfrey Ablewhite antes, durante y después dela época en que usted y él se encontraron, cuando eranambos huéspedes en la casa de campo de la difuntaLady Verinder.

Page 890: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

II

Me referiré, pues, en primer lugar a la muerte de suprimo.

Según mi parecer, es un hecho comprobado y que sehalla fuera de toda duda el de que fue asesinadomientras dormía o apenas despertó, siendo asfixiadocon una almohada de su propio lecho…, que los autoresdel crimen son los tres hindúes…, y que la metaprevista, y alcanzada, del crimen era la de entrar enposesión del diamante denominado la Piedra Lunar.

Los hechos de que se desprende están en lahabitación de la taberna y en parte de las pruebasreunidas durante la investigación dirigida por elinvestigador.

Al violentarse la puerta del cuarto, el difuntocaballero fue hallado sin vida con la almohada de sulecho contra la cara. El médico que lo examinó, al serinformado respecto de este detalle, consideró que elaspecto presentado por el cadáver se tornabaperfectamente compatible con la idea de una muertepor asfixia…, o sea con la de un crimen cometido poralguna persona o personas luego de hacer presión conla almohada contra la nariz y la boca del extinto, hastaque a raíz de la congestión de los pulmones sobrevino lamuerte.

Me referiré en seguida al motivo del crimen.Un pequeño estuche, a cuyo lado se encontró un

Page 891: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

papel sellado sacado anteriormente del mismo (el papelllevaba una inscripción), fue hallado abierto y vacíosobre una mesa del cuarto. Míster Luker en persona haidentificado el estuche, el sellado y la inscripción. Hadeclarado luego que aquél contuvo, realmente, aldiamante llamado la Piedra Lunar; ha admitido tambiénque le entregó el estuche (sellado) a míster GodfreyAblewhite (disfrazado en ese instante) la tarde delveintiséis de junio último.

De esto se deduce claramente que el robo de laPiedra Lunar ha sido el móvil del crimen.

Hablaré ahora de la manera en que se cometió elasesinato.

Al registrarse el cuarto, que mide solamente sietepies de altura, se descubrió, abierta en el cielo raso, unatrampa que comunica con el tejado de la casa. Lapequeña escala utilizada para subir a la trampa (y queera guardada debajo de la cama) fue hallada aseguradaen la abertura de arriba, de manera de poder facilitarleuna cómoda huida a cualquier persona o cualesquierapersonas que desearan abandonar el cuarto. En lapropia trampa fue hallada, en la madera, una aberturacuadrada, hecha al parecer con un instrumentoexcesivamente cortante, exactamente detrás del cerrojoque servía para cerrar la puerta desde adentro. De estamanera cualquier persona hubiera podido correr desdeafuera el cerrojo, abrir la puerta y dejarse caer (o serbajada silenciosamente por un cómplice), dentro del

Page 892: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuarto, cuya altura, según hemos ya dicho, alcanza tansólo a siete pies. Que dicha persona o personas entraronen la habitación de esa manera, surge evidente de lapresencia de la abertura descrita. En cuanto alprocedimiento empleado por la persona (o las personas)que debieron trepar al tejado de la posada, debemoshacer notar que la tercera casa del lugar es más baja yque se halla vacía y en reparaciones; que una largaescala había sido dejada allí por los obreros, la cualconducía desde el pavimento hasta la cima deledificio…, y que al volver a su trabajo en la mañana deldía 27 se encontraron los obreros con que el tablón quedejaron amarrado a la escala para evitar que alguno lautilizase durante su ausencia había sido quitado de allíy se encontraba en el suelo. En cuanto a la posibilidadde ascender por la escala, de andar sobre los tejados delas casas, de volver luego y de descender nuevamentesin ser visto…, remitámonos al testimonio del vigilantenocturno, quien declara que solamente pasa por ShoreLane dos veces por hora cuando efectúa su ronda.Según aseveran los vecinos, Shore Lane se conviertedespués de la medianoche en una de las más tranquilasy desiertas calles de Londres. De ello se deducenuevamente, de la manera más clara, que —con ladebida precaución y presencia de ánimo— cualquierhombre u hombres pueden haber ascendido por laescala y descendido por ella, luego, sin ser vistos. Unavez sobre el techo de la posada se ha probado, mediante

Page 893: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el ensayo efectuado al efecto, que cualquier hombre,tendido sobre la trampa, pudo haber cortado la maderade la misma, sin ser visto por ningún transeúnte a causadel parapeto que se levanta sobre el frontispicio de lacasa.

Finalmente, me referiré a la persona o personas queperpetraron el crimen.

Es sabido: 1) Que los hindúes tenían interés enapoderarse del diamante. 2) Es, por lo menos, probableque el hombre con apariencia de hindú a quien OctaviusGuy vio hablar a través de la ventanilla del cabriolé conel individuo vestido de mecánico fuera uno de los tresconspiradores indostánicos. 3) Es seguro que ese mismoindividuo vestido de mecánico fue quien estuvosiguiendo a míster Godfrey Ablewhite durante toda latarde del día 26 y quien fue hallado en el dormitorio,antes de que míster Ablewhite fuera introducido allí encircunstancias tales que lo llevaban a uno a sospecharque había ido a examinar la habitación. 4) Un trozo degusanillo de oro desgarrado, recogido en el piso deldormitorio, ha sido conocido por algunos expertos en lamateria como de fabricación india y clasificado dentrode una categoría de gusanillos de oro desconocida enInglaterra. 5) En la mañana del día 27, tres hombres,cuya apariencia concordaba con la descripción que setiene de los tres hindúes, fueron vistos en la LowerThames Street, seguidos hasta la Tower Wharf yobservados cuando se embarcaron en el vapor que

Page 894: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

partía para Rotterdam.Existen pruebas morales, si no materiales, de que el

crimen fue cometido por los hindúes.Que el individuo disfrazado de mecánico haya sido

o no un cómplice del crimen es algo imposible deaclarar. Que haya podido cometer el asesinato sin ayudade nadie es algo que se halla fuera de los límites de loposible. De haber actuado solo, difícilmente hubierapodido asfixiar a míster Ablewhite —quien era más altoy más fornido que él—, sin dar lugar a una lucha o aalgún grito de parte de éste. El mesonero, que duermeen el cuarto de abajo, no oyó nada. Todas las pruebasconducen a la deducción de que más de un hombre sehalla implicado en el crimen… y las circunstancias,repito, justifican la creencia de que fueron los hindúessus autores.

Sólo me cabe añadir que el veredicto delinvestigador fue el siguiente: crimen premeditado,cometido por una o varias personas desconocidas. Lafamilia de míster Ablewhite ha ofrecido una recompensay no se han ahorrado medios para dar con los culpables.El hombre vestido de mecánico ha eludido todas laspreguntas. Se está sobre la pista de los hindúes. Encuanto a la posibilidad de capturar a estos últimos,tengo algo que decirle sobre ello, pero lo haré al final deeste informe.

Mientras tanto y luego de haberle dicho cuanto esnecesario que sepa usted en torno a la muerte de míster

Page 895: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Godfrey Ablewhite, pasaré de inmediato a referirme alas actividades del mismo antes, durante y después dela época en que usted y él se encontraron en casa de ladifunta Lady Verinder.

III

En lo que concierne al asunto que pongo sobre eltapete, debo aclarar desde el principio que la vida demíster Godfrey Ablewhite presentó dos aspectos.

Su faz pública nos ofreció el espectáculo de uncaballero que gozaba de una envidiable reputación deorador de mítines de beneficencia y que se hallabadotado de altas dotes de administrador, puestas por élal servicio de varias Sociedades de Beneficencia, lamayor parte de ellas de carácter femenino. La facetaoculta de su persona nos ofrecía a este mismo caballerobajo la imagen totalmente diferente de un hombre quevive para el placer, poseedor de una casa quinta en lossuburbios, que no lleva su nombre como tampoco lolleva la dama que habita en la quinta.

Las investigaciones realizadas por mí en la finca mellevaron al descubrimiento de varios hermosos lienzosy estatuas; de un moblaje bellamente escogido yadmirablemente trabajado y de un invernáculo dondepueden verse las más extrañas variedades de flores,

Page 896: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuyas iguales no habría de ser fácil encontrar en todoLondres. La investigación realizada ante la dama me hallevado al descubrimiento de ciertas joyas dignas deparangonarse con las flores, y diversos carruajes ycaballos, los cuales han despertado (justificadamente)en el Parque la admiración de personas losuficientemente idóneas como para juzgar la estructurade unos y la raza de los otros.

Todo esto, hasta aquí, es muy conocido. La casaquinta y la dama son dos cosas tan familiares dentro dela vida londinense que tendré que excusarme porhaberlas mencionado aquí. Pero lo que deja de sercomún y familiar (en lo que a mí se refiere) es lacircunstancia de que todas estas cosas bellas fueron nosolamente ordenadas, sino pagadas. Los cuadros, lasestatuas, las flores, las joyas, los carruajes y los caballos,según comprobé con indecible asombro durante miinvestigación, no han dado lugar a una deuda desiquiera seis peniques. En lo que atañe a la casa quinta,ha sido comprada y pagada del todo y puesta a nombrede la dama.

Por más que me hubiera esforzado por dar con laclave de este enigma habría, por mi parte, fracasado deno haber sido por la muerte de míster GodfreyAblewhite, que obligó a efectuar un inventario de susbienes.

Los resultados de la investigación fueron éstos:A míster Godfrey Ablewhite le fue confiado el

Page 897: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cuidado de una suma de dinero que alcanzaba a veintemil libras, por ser uno de los dos administradores de losbienes de un joven caballero, que era todavía menor deedad en el año mil ochocientos cuarenta y ocho. Dichamisión habría de terminar y el joven caballero recibiríalas veinte mil libras el día en que este último llegara a lamayoría de edad, esto es, durante el mes de febrero delaño mil ochocientos cincuenta. Mientras tanto, el jovengozaría de una renta de seiscientas libras, que habría deserle pagada por sus dos administradores en dosocasiones durante el año: en la Navidad y el día de SanJuan. Dicha renta le fue pagada regularmente por eladministrador ejecutivo míster Godfrey Ablewhite. Lasveinte mil libras (de las cuales se suponía que proveníala renta) habían sido gastadas hasta el último cuarto depenique, en diferentes épocas; su extinción total seprodujo al terminar el año de mil ochocientos cuarentay siete. El poder notarial que autorizaba a los banquerosa vender las acciones y las diversas órdenes escritas enlas que se les indicaba el monto de lo que debíanvender, se hallaba suscrito por ambos administradores.La firma del segundo administrador (un oficial retiradoque vivía en el campo) fue falsificada por eladministrador ejecutivo, es decir, míster GodfreyAblewhite.

Todos estos detalles sirven para explicar lahonorable conducta de míster Godfrey, en lo que serefiere al pago de las deudas que le ocasionaron su

Page 898: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

dama y su casa quinta, y, (como habrá de ver usted enseguida) otras cosas, además.

Podemos ya avanzar hasta dar con la fecha delcumpleaños de miss Verinder el día veintiuno de junioen el año mil ochocientos cuarenta y ocho.

La víspera de ese día, míster Godfrey Ablewhitearribó a la casa de su padre y le solicitó (como lo hesabido por boca del propio míster Ablewhite, padre) unpréstamo de trescientas libras. Repare usted en la sumay tenga en cuenta, a la vez, que el pago semestral quedebía hacerle al joven caballero tenía que hacerlo enefectivo el día veinticuatro de ese mes. Y también, quetoda la fortuna del joven había sido disipada por suadministrador a fines del año mil ochocientos cuarentay siete.

Míster Ablewhite, padre, se rehusó a prestarle unsolo cuarto de penique a su hijo.

Al día siguiente míster Godfrey Ablewhite cabalgójunto con usted en dirección de la casa de LadyVerinder. Pocas horas más tarde míster Godfrey (comousted mismo me lo ha dicho) le pidió a miss Verinderque se casara con él. En ello veía una salida, sin lugar adudas —de aceptar ella— para todas sus inquietudeseconómicas presentes y futuras. Pero, debido al girotomado por los sucesos, ¿qué ocurrió? miss Verinder lorechazó.

La noche del cumpleaños, por lo tanto, la situaciónfinanciera de míster Godfrey Ablewhite era la siguiente:

Page 899: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

se hallaba en la obligación de conseguir trescientaslibras para el día veinticuatro de ese mismo mes y veintemil libras para el mes de febrero del año milochocientos cincuenta. De fracasar en su intento, erahombre perdido.

En tales circunstancias, ¿qué es lo que ocurre enseguida?

Exaspera usted a míster Candy, el doctor, al discutirsobre el espinoso tema de su profesión, y él le juega unamala pasada, como réplica, con una dosis de láudano.Le confía la administración de la dosis (preparada enuna pequeña redoma) a míster Godfrey Ablewhite,quien ha confesado su participación en el asunto encircunstancias que ya le daré a usted a conocer. MísterGodfrey se halla tanto más dispuesto a intervenir en elcomplot, cuanto que ha sido la víctima de su lenguamordaz, míster Blake, esa misma noche. Apoya, pues, aBetteredge, cuando éste le aconseja a usted que beba unpoco de brandy con agua antes de irse a la cama. Yvierte luego, a escondidas, la dosis de láudano en sugrog helado. Usted bebe entonces la mezcla.

Cambiemos ahora de escenario si no le es a ustedmolesto, y vayamos hacia la casa de míster Luker enLambeth. Permítame ahora hacerle notar, a manera deprólogo, que míster Bruff y yo hemos hallado la manerade obligar al prestamista a confesarlo todo. Hemosdiscernido luego ambos, cuidadosamente, cuanto él nosdijo y se lo ofrecemos a continuación aquí.

Page 900: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

IV

En las últimas horas de la tarde del día veintitrés dejunio de mil ochocientos cuarenta y ocho, míster Lukerfue sorprendido por la visita de míster GodfreyAblewhite. Mayor fue aún su sorpresa cuando vio quemíster Godfrey le mostraba la Piedra Lunar. No haypersona alguna en Europa (de acuerdo con lo que le dicesu experiencia a míster Luker) que posea un diamanteparecido.

Míster Godfrey Ablewhite le hizo dos modestasproposiciones relacionadas con la magnífica gema.Primero preguntó si míster Luker sería tan bueno comopara comprarle la piedra, y luego inquirió si éste (dadoel caso de que no se hallara en condiciones decomprarla) se encargaría de venderla cobrando unacomisión por ello, después de anticiparle una suma dedinero.

Míster Luker probó el diamante, lo pesó y tasó,antes de responderle una sola palabra. Según sutasación (y teniendo en cuenta la grieta que la hendía)el diamante valía treinta mil libras.

Luego de arribar a esta conclusión, abrió por finmíster Luker su boca para preguntarle: «¿Cómo llegóesto a sus manos?» ¡Seis palabras tan sólo! Pero ¡quéenorme significación tenían las mismas!

Míster Godfrey Ablewhite comenzó a tejer unahistoria. Míster Luker volvió a abrir la boca y sólo dijo

Page 901: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

tres palabras esta vez. «¡Eso no servirá!»Míster Godfrey Ablewhite comenzó una nueva

historia. Míster Luker no volvió a malgastar una solapalabra con él. Se levantó e hizo sonar la campanilla endemanda del criado que habría de enseñarle la puerta alcaballero.

Ante semejante medida compulsiva, míster Godfreyhizo un esfuerzo y le dio a conocer una nueva versióndel asunto, de la siguiente manera:

Luego de verter a hurtadillas el láudano en elbrandy con agua, le había dicho a usted buenas nochesy se había dirigido a su habitación. Esta estaba contiguaa la de usted y se comunicaba con ella por medio de unapuerta. Al entrar en su cuarto, míster Godfrey (según élsupuso) cerró la puerta. Sus problemas económicos lomantuvieron despierto. Permaneció sentado en bata ychinelas durante cerca de una hora absorbido por suspreocupaciones. En el preciso instante en que sedisponía a irse a la cama, oyó que usted hablaba consigomismo en la otra habitación y al acercarse a la puertamedianera descubrió que no la había cerrado comohabía creído.

Se asomó entonces a su cuarto para ver qué es lo queocurría. Y comprobó que usted abandonaba en esemismo instante su alcoba con una bujía en la mano. Oyóluego que usted se decía a sí mismo, con una voztotalmente distinta de la suya habitual, «¿Cómo puedoyo saberlo? Los hindúes pueden hallarse ocultos en la

Page 902: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

casa».Hasta ese momento había él supuesto, simplemente

(al administrarle la dosis de láudano), que no hacía másque participar en la tarea de hacerlo a usted víctima deuna broma inofensiva. Pero ahora pensó que el láudanoejercía sobre usted un efecto que no había sido previstoni por él ni por el propio doctor. Ante el temor de que leocurriera a usted algún accidente, lo siguió en silenciopara observar sus movimientos.

Lo siguió hasta el gabinete de miss Verinder y lo viopenetrar en él. Usted dejó la puerta abierta. Atisbóentonces a través de la hendedura que se produjo entrela jamba y la puerta, antes de aventurarse a penetrar enel cuarto.

Desde allí, no solamente lo vio a usted apoderarsedel diamante que se hallaba en la gaveta, sino quedescubrió también cómo miss Verinder seguía ensilencio sus movimientos desde la puerta abierta de sudormitorio. Comprobó entonces que ella también lo vioa usted echar mano del diamante.

Antes de abandonar el gabinete, vaciló usteddurante un momento. Míster Godfrey aprovechó esetitubeo para regresar a su dormitorio antes de que ustedsaliera y lo descubriese. Acababa apenas de regresar asu cuarto, cuando usted hizo lo propio en el suyo. Ustedlo vio (según creyó él) en el mismo instante en quetrasponía la puerta medianera. Sea como fuere, lo llamóa usted con una voz extraña y somnolienta.

Page 903: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Él se volvió, y usted le dirigió entonces una miradaturbia y aletargada. Luego colocó usted el diamante ensu mano, y le dijo: «Llévalo, Godfrey, otra vez, al bancode tu padre. Aquí peligra… aquí peligra.» Usted sevolvió entonces con paso vacilante y se echó encima subata. Después se sentó en el gran sillón que se hallabaen su dormitorio, y habló de nuevo: «Yo no puedollevarlo al banco. Mi cabeza me pesa como si fuera deplomo, no siento siquiera mis pies.» Hundió ustedentonces su cabeza en el espaldar del sillón…. dejóescapar un pesado suspiro… y se sumió en el sueño.

Míster Godfrey Ablewhite regresó con el diamantea su cuarto. Según sus declaraciones, aún no habíadecidido por ese entonces lo que habría de hacer….como no fuera mantenerse a la expectativa y aguardarlos hechos que se producirían a la mañana siguiente.

Al llegar ésta, sus palabras y su conducta, místerBlake, lo convencieron de que usted ignoraba enabsoluto lo que había hecho y dicho la nocheprecedente. Al mismo tiempo, las palabras y la conductade miss Verinder lo convencieron de que ésta se hallabadispuesta a no decir nada, por piedad hacia usted, de loocurrido. De resolverse míster Godfrey Ablewhite aconservar el diamante, podría hacerlo con la mayorimpunidad. A mitad de camino entre él y su ruina sehallaba la Piedra Lunar. Míster Godfrey decidióentonces guardarse la Piedra Lunar en el bolsillo.

Page 904: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

V

Esta es la historia que su primo narró, presionadopor la necesidad, a míster Luker.

Míster Luker consideró que la misma, en lo queconcierne a los detalles principales, era auténtica,basándose en el hecho de que míster Godfrey Ablewhiteera demasiado bruto para inventarla. Míster Bruff y yoestamos de acuerdo con míster Luker respecto de lavalidez de ese argumento para demostrar la veracidadde la historia.

El próximo problema a resolver era el de determinarde qué manera procedería míster Luker en la cuestiónde la Piedra Lunar. Propuso éste las siguientescondiciones, a las que consideraba como las únicas bajolas cuales se complicaría (aun teniendo en cuenta laíndole de su trabajo) en esa dudosa y peligrosaoperación.

Míster Luker consentiría en otorgarle a místerGodfrey Ablewhite un préstamo por valor de dos millibras, con la condición de que la Piedra Lunar le fueraentregada en calidad de prenda. Si al cumplirse un añoa partir de esa fecha, míster Godfrey Ablewhite leabonaba a míster Luker tres mil libras, podría aquélretirar el diamante, en calidad de prenda rescatada. Sial cumplirse el año no lograba éste reunir la sumarequerida, la prenda (por otro nombre, la Piedra Lunar)habría de pasar a poder definitivo de míster Luker, el

Page 905: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

cual, en este caso, habría de entregarle a místerGodfrey, en calidad de generoso presente, varias pólizaspromisorias (relacionadas con operaciones anteriores)y que se hallaban en poder del prestamista.

Innecesario es que diga que míster Godfrey serehusó indignado a aceptar tan monstruosascondiciones míster Luker le devolvió al punto eldiamante y dio por terminada la entrevista.

Su primo se dirigió hacia la puerta y se volvió luegodesde allí. ¿Cómo podía estar seguro de que laconversación que acababa de sostener esa noche con suamigo sería mantenida estrictamente en secreto poréste?

Míster Luker no se comprometió a ello. De haberaceptado míster Godfrey sus condiciones, habría éstehecho de él su cómplice y hubiera podido contar, por lotanto, con su silencio, sin lugar a dudas. Tal como sepresentaban las cosas, míster Luker debía guiarse por loque le aconsejara su interés personal. De hacérselealguna pregunta embarazosa, ¿cómo podía esperarseque se comprometiera a sí mismo por hacerle un favora un hombre que se había negado a negociar con él?

Al recibir esta réplica, míster Godfrey Ablewhitehizo lo que cualquier individuo (humano o de otraespecie) hace siempre que descubre que ha caído en unatrampa. Dirigió en torno suyo una mirada de impotentedesesperación. La fecha del día, visible a través de unapequeña y elegante tarjeta que se hallaba en una caja

Page 906: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

situada sobre el delantero de la chimenea delprestamista, atrajo por casualidad su mirada. Era elveintitrés de junio. El veinticuatro debería pagarletrescientas libras al joven caballero de quien era eladministrador y ninguna otra oportunidad de conseguirese dinero se le ofrecía, como no fuera la que acababa deofrecerle míster Luker. De no haber existido tanmiserable obstáculo, habría podido llevar el diamante aAmsterdam, donde lo habría convertido en un artículomás negociable, luego de hacerlo fragmentar en variaspiedras distintas. Tal como se presentaban las cosas, nocontaba con otra alternativa que no fuera la de aceptarlas condiciones de míster Luker. Después de todo, teníatodo un año por delante para reunir las tres mil libras…y un año es un lapso considerable.

Míster Luker redactó al punto los documentos delcaso. Una vez firmados, le entregó a míster GodfreyAblewhite dos cheques. Uno fechado el 23 de junio, portrescientas libras. Y otro con una fecha posterior en unasemana, por el resto de la suma…, esto es, por milsetecientas libras.

Cómo fue que la Piedra Lunar pasó a poder de losbanqueros de míster Luker y de qué manera fuerontratados ambos por los hindúes, luego que se efectuó eltraspaso, es algo que usted ya conoce.

El próximo acontecimiento en la vida de su primo sehalla nuevamente vinculado con miss Verinder. Porsegunda vez le pidió que se casara con él… y, luego de

Page 907: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

haber sido aceptado, consintió, a pedido de ella, enromper el compromiso. Una de las razones que lollevaron a hacer tal concesión ha sido puesta enevidencia por míster Cuff. Miss Verinder poseía tan sólouna renta vitalicia en lo que respecta a las propiedadesdejadas por su madre, y a él no habría de serle posiblesacar de allí las veinte mil libras disipadas.

Sin duda usted me dirá que él podría haber obtenidolas tres mil libras necesarias para rescatar el diamante,de haberse casado con ella. Indudablemente podríahaberlo hecho…, siempre que ni su esposa ni los tutoresadministradores de ella se hubieran opuesto aadelantarle más de la mitad de la renta a su disposicióncon vistas a un asunto desconocido, durante el primeraño de su matrimonio. Pero, aunque hubiera logradovencer tal obstáculo, otro escollo le estaba esperandomás allá. La dama de la casa quinta había oído hablar dela boda en cierne. Se trata, míster Blake, de una mujersoberbia y perteneciente a esa categoría de mujeres delas cuales no puede uno burlarse…, una mujer de levecomplexión y de nariz aguileña. Ella experimentóentonces el más profundo desprecio por la persona demíster Godfrey Ablewhite. Desprecio que habría deadquirir un carácter silencioso, siempre que él le hicieraun hermoso regalo. De lo contrario se haría lenguas deél. La renta vitalicia de miss Verinder le ofrecía tantasprobabilidades de adquirir ese «regalo» como de lograrreunir las veinte mil libras. No podía, por lo tanto,

Page 908: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

casarse…, no podía de ninguna manera desposarse conella, en tales circunstancias.

Cómo fue que probó suerte nuevamente con otradama y de qué manera este compromiso fue anuladopor cuestiones de dinero, son cosas que usted ya conoce.También se halla usted al tanto del asunto del legado decinco mil libras que le fue dejado poco tiempo despuéspor una de las tantas admiradoras del sexo débil queeste hombre tan agraciado y fascinador tuvo lahabilidad de ganarse durante su existencia. Dicholegado (como ya ha sido probado) lo condujo a lamuerte.

He averiguado que al partir al exterior, luego deentrar en posesión de las cinco mil libras, se dirigió aAmsterdam. Allí hizo todos los arreglos necesarios paradividir el diamante en varias piedras distintas. Regresóluego (disfrazado) y rescató la Piedra Lunar el díaseñalado. Después de dejar transcurrir varios días(precaución convenida por ambas partes), decidióretirar la gema, realmente, del banco. De haber logradoél arribar sano y salvo con la misma a Amsterdam,habría contado con el tiempo apenas suficiente (desdeel mes de julio del cuarenta y nueve y hasta el mes defebrero del cincuenta, fecha esta última en que el jovencaballero llegaría a la mayoría de edad) para hacerfragmentar el diamante y convertir en un artículonegociable (pulidas o no) a las distintas piedrasobtenidas de él. Juzgue usted a través de esto si tuvo o

Page 909: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Nota. — Cada vez que el Informe se refiera a los5

sucesos del día del cumpleaños o a los tres díasposteriores al mismo, compárese lo dicho en él con loque aparece en la Narración de Betteredge, desde elcapítulo VIII hasta el XIII.

no tuvo él motivos para correr el riesgo que realmenteafrontó. En lo que a él respecta, se trata de una cuestiónde «vida o muerte»…, como quizá ningún otro hombrehaya afrontado jamás.

Sólo quiero recordarle, antes de dar término a esteInforme, que existe la probabilidad de poder echarle elguante a los hindúes y de recuperar la Piedra Lunar.Estos se hallan actualmente en camino (según haymotivos para suponer) a Bombay, a bordo de un buquemercante de las Indias Orientales. El barco, de nomediar ningún accidente, no habrá de tocar otro puertoque ése durante su trayecto y las autoridades deBombay (puestas sobre aviso mediante cartadespachada por vía terrestre) se hallarán listas paraabordar la nave en cuanto entre la misma a puerto.

Tengo el honor de suscribirme, mi querido señor, sumás fiel servidor, Richard Cuff, ex Sargento de laDivisión de Investigaciones, Scotland Yard, Londres .5

Page 910: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

SÉPTIMA NARRACIÓNDe una carta escrita por míster Candy

Frizinghall, miércoles, sept. 26, 1849.

Mi querido míster Franklin Blake: Sin dudasospechará usted la triste nueva que estoy a punto decomunicarle, en cuanto advierta, en este sobre sin abrir,la carta que le dirigiera usted a Ezra Jennings. Murió enmis brazos al caer la tarde del miércoles último.

No debe usted reprocharme el no haberle informadoantes que su fin se hallaba próximo. El me prohibióexpresamente comunicarle tal cosa. «Me hallo en deudacon míster Franklin Blake, me dijo, por haberme hechovivir algunos días dichosos. No lo entristezca, místerCandy, no lo entristezca.»

Sus sufrimientos, hasta las últimas seis horas de suvida, fueron espantosos. En los intervalos de calma,cuando tenía la mente lúcida, le rogué que me diera elnombre de algunos de sus parientes para escribirles. Mepidió entonces que lo perdonara por no poder accedera lo que yo le pedía. Y luego me dijo —sin amargura—que habría de morir como había vivido, esto es, olvidadoy sin amigos. Mantuvo su designio hasta el últimomomento. No existe ahora la menor posibilidad dedescribir nada respecto de su persona. Su historia esuna página en blanco.

Page 911: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

La víspera de su muerte me indicó el lugar en que sehallaban sus papeles. Se los llevé al lecho. Había entreellos un manojo de viejas cartas que hizo a un lado.También un libro inconcluso y su Diario…, compuestode varios volúmenes entrelazados. Abrió elcorrespondiente al año actual y arrancó entonces de éluna por una las páginas que se referían a la época queusted y él compartieron. «Entrégueselas», me dijo, «amíster Franklin Blake. Puede ser que en los años porvenir tenga interés en echarle una ojeada a lo que sehalla aquí escrito.» De inmediato enlazó sus manos y lepidió a Dios en un ruego ferviente que los bendijera austed y a sus seres queridos. Pero en seguida cambió deopinión. «¡No!», me respondió cuando yo me ofrecípara escribirle a usted, «¡no quiero apenarlo!»

A su pedido recogí a continuación los papelesrestantes —o sea, el manojo de cartas, el libroinconcluso y los varios volúmenes que componen suDiario— y los guardé a todos en un sobre sellado con mipropio sello. «Prométame», me dijo, «que usted mismohabrá de colocar esto en mi ataúd y que habrá de velarporque nadie lo toque en adelante.»

Yo me comprometí a ello. Y la promesa ha sidocumplida.

Me pidió luego otra cosa, a la cual accedí luego deviolenta lucha conmigo mismo. «Que mi tumba seaolvidada», me dijo. «Déme usted la palabra de honor deque no habrá de permitir que ningún monumento —ni

Page 912: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

siquiera la lápida más vulgar— habrá de indicar el sitioen que me halle enterrado. Quiero dormir ignorado.Quiero reposar olvidado.» En cuanto yo traté de hacerlecambiar de opinión, se agitó por primera y última vez,de la manera más violenta. No pude soportar eseespectáculo y cedí. Sólo un pequeño montículo dehierba señala el lugar en que reposa. Con el correr deltiempo habrán de levantarse en torno de él más y máslápidas. Y las gentes que nos sucedan habrán de mirarcon asombro la tumba innominada.

Según ya le he dicho, seis horas antes de su muertedejó de sufrir. Dormitó un poco. Creo que soñó. En unao dos ocasiones se sonrió. Un nombre de mujer, segúnme pareció —el nombre de «ella»—, brotó por eseentonces varias veces de sus labios. Pocos minutos antesde morir me pidió que lo levantara sobre la almohadapara poder ver elevarse el sol a través de la ventana. Sehallaba muy débil. Su cabeza se inclinó sobre mihombro. Y dijo en cuchicheo: «¡Ya llega!» Luego mepidió: «¡Béseme!» Yo lo besé en la frente. Súbitamentelevantó la cabeza. La luz del sol le dio en el rostro. Unabella expresión, una expresión angélica, cubrió su cara.Y exclamó tres veces: «¡Paz, ¡paz!, ¡paz!» Su cabezavolvió a caer sobre mi hombro, el largo infortunio quefue su vida había llegado a su fin.

Así fue como se alejó de nuestro lado. Fue, en miopinión, un gran hombre…, aunque el mundo no hayasabido nunca nada de él. Sobrellevó su destino cruel con

Page 913: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el mayor coraje. Poseía el carácter más dulce que hayaencontrado yo jamás en un hombre. Su pérdida me hadejado muy solo. Quizá no he vuelto a hallarme nuncaenteramente bien desde que estuve enfermo. A vecespienso abandonar mi profesión e irme de aquí paraprobar las aguas y los baños de algún sitio extranjero enbeneficio de mi salud.

Corre el rumor aquí de que usted y miss Verinder secasarán el mes próximo. Le ruego acepte mis mássinceras congratulaciones.

Las páginas arrancadas del Diario de mi pobreamigo lo están esperando a usted en mi casa…, selladasy con el nombre suyo en el sobre. No me atreví aenviárselas por correo.

Saludos para miss Verinder, a quien le hago llegar,a la vez, mis mejores augurios. Me suscribo, mi queridomíster Franklin Blake, su seguro servidor.

Thomas Candy

OCTAVA NARRACIÓNA cargo de Gabriel Betteredge

Yo soy la persona (como sin duda recordaránustedes) que abrió la marcha en estas páginas y diocomienzo a la historia. También habré de ser la que se

Page 914: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

quede detrás, por así decirlo, para cerrarla.Que nadie crea que quiero yo añadir aquí ciertas

palabras finales respecto del diamante hindú. Aborrezcoesa gema aciaga y remito al lector, en lo que a eso serefiere, ante otras personas de más autoridad que la míapara conocer, como sin duda querrá hacerlo, cualquiernovedad relativa a la Piedra Lunar. Mi propósito es el dedar a conocer aquí un suceso de la vida de la familia,que ha sido pasado por alto por todo el mundo y que yono permitiré que sea tan irrespetuosamente dejado delado. El hecho en cuestión es… el casamiento de missRaquel con míster Franklin Blake. Este interesantesuceso se produjo en nuestra casa de Yorkshire elmartes nueve de octubre de mil ochocientos cuarenta ynueve. Yo vestí un nuevo traje en tal ocasión. Y la parejade recién casados fue a pasar su luna de miel a Escocia.

Escasas como han sido las fiestas en nuestra casadesde la muerte de mi pobre ama, debo reconocer queen ocasión de la boda tomé, hacia el final del día, untrago de más en honor de la fecha.

Si han hecho ustedes alguna vez lo que yo he hecho,habrán de comprender y sentir lo que yo hecomprendido y sentido. De lo contrario, es muyprobable que digan: «¡Viejo estúpido!, ¿por qué nos dicetal cosa?» La razón que me asiste para hacerlo es lasiguiente:

Luego de haber bebido, pues, ese trago (¡válgameDios!, ustedes también tienen su vicio favorito: sólo que

Page 915: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

el vicio de ustedes no es igual al mío y éste no es igual alde ustedes), recurrí de inmediato al único remedioinfalible…, ése que ustedes ya conocen y que lleva elnombre de Robinson Crusoe. En qué página abrí estelibro sin igual es algo que no podría determinarlo. Peroen qué lugar del mismo vi que dejaban las líneas desucederse las unas a las otras, es algo que conozcoperfectamente. Se trataba de la página trescientosdieciocho…, en la que aparece el siguiente pasajerelativo al matrimonio de Robinson Crusoe:

«A la luz de tales ideas hube de meditar sobre misnuevos compromisos: tenía una esposa…» (¡Observenque también la tenía míster Franklin!)…, «un hijo ya…»(¡observen nuevamente, que podía ser ése el caso demíster Franklin, también!…), «y mi mujer, entonces…».Lo que hizo o dejó de hacer «entonces» la mujer deRobinson Crusoe fue algo que no sentí el menor deseode conocer. Taché con mi lápiz el pasaje que se referíaal hijo y coloqué un pedazo de papel en dicha páginapara que sirviera de indicador: «Descansa allí, le dije,hasta que míster Franklin y miss Raquel lleven variosmeses de casados…; ¡entonces veremos lo que ocurre!»

Pasaron los meses (más de los que yo suponía) yninguna oportunidad se me presentó de ir a perturbarla calma del indicador del libro. No fue sino en el actualmes de noviembre, correspondiente al año milochocientos cincuenta, cuando penetró míster Franklin

Page 916: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

en mi cuarto con el mejor de los humores para decirme:—¡Betteredge, tengo cierta noticia que darte! Algo

habrá de ocurrir en nuestra casa antes que transcurranmuchos meses.

—¿Se refiere a la familia, señor? —le pregunté.—Le concierne completamente a la familia —me dijo

míster Franklin.—¿Tiene algo que ver con ello su buena esposa, si

me dispensa, señor?—Mucho es lo que tiene que ver ella en el asunto

—me dijo míster Franklin, comenzando a experimentarcierta sorpresa.

—No necesita usted, señor, agregar una sola palabramás —le respondí—. ¡Dios los bendiga a los dos! ¡Losfelicito de todo corazón!

Míster Franklin me clavó su vista como una personaherida por el rayo.

—¿Me permites preguntarte dónde te informaste?—me preguntó—. Yo por mi parte me informé (dentrodel mayor secreto) hace apenas cinco minutos.

¡He aquí una gran oportunidad para exhibir a miRobinson Crusoe! ¡He aquí la oportunidad de darlectura al fragmento doméstico relacionado con lacriatura, que había marcado con una señal el día de laboda de míster Franklin! Le leí entonces las milagrosaspalabras con un énfasis que les hacía justicia…, y lo miréluego a la cara con los ojos severos.

—¿Cree usted ahora, señor, en Robinson Crusoe?

Page 917: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

—le pregunté con la solemnidad que se ajustaba a laocasión.

—¡Betteredge! —me dijo míster Franklin con lamisma solemnidad—, me he convencido, al fin.

Nos estrechamos las manos…, y percibí que lo habíaconvencido.

Hecho el relato de este suceso extraordinario, llegaa su fin mi reaparición en estas páginas. Que nadie sería de la única anécdota que he narrado aquí. En buenahora podrán ustedes reírse de cuanto cosa haya escritoyo en estas páginas. Pero no cuando se trata deRobinson Crusoe, por Dios, porque es éste un asuntoserio para mí…, y les ruego que lo tomen ustedes de lamisma manera, por lo tanto.

Dicho lo cual, he terminado con mi relato. Señorasy señores, les hago una reverencia y doy por terminadaaquí esta historia.

Page 918: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

EPÍLOGO

Hallazgo del diamante

I

Informe del subalterno

del Sargento Cuff (1849)

El veintisiete de junio último recibí del SargentoCuff la orden de seguir a tres hombres, hindúes los tres,a quienes se suponía autores de un asesinato. Se loshabía visto esa mañana en la Tower Wharf en elmomento de embarcarse con destino a Rotterdam.

Yo partí de Londres en un vapor perteneciente aotra compañía, en la mañana del jueves 28.

Al arribar a Rotterdam tuve la suerte de dar con elcapitán del vapor que partiera el día miércoles. Mecomunicó el mismo que los hindúes habían viajado, enefecto, en calidad de pasajeros a bordo de su nave….pero tan sólo hasta Gravesend. Cerca de este lugar unode los tres hombres preguntó a qué hora llegarían aCalais. Al ser informado que el buque se dirigía haciaRotterdam, el intérprete del grupo expresó la másgrande sorpresa y disgusto por el error que habíancometido él y sus dos amigos. Los tres (manifestó) se

Page 919: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

hallaban dispuestos a perder su dinero, siempre que elcapitán los dejara en la costa. Compadeciéndose de susituación de extranjeros en una tierra extraña y noteniendo motivo alguno para detenerlos, el capitánseñaló hacia uno de los botes de desembarco y los treshombres abandonaron la nave. Como resultaba evidenteque esta actitud de los hindúes había sido planeada deantemano por ellos, para evitar que les fuera seguida lapista, resolví yo de inmediato regresar a Inglaterra.Abandoné la nave en Gravesend y me enteré allí que loshindúes se habían dirigido desde ese lugar haciaLondres. Allí me puse de nuevo sobre su pista y supeque habían partido hacia Plymouth. En esta últimaciudad me informaron que cuarenta y ocho horas anteshabían partido a bordo del Bewley Castle, buquemercante de la línea de la India, que se dirigíadirectamente hacia Bombay.

Al recibir este informe, dispuso el Sargento Cuffponerse en comunicación por vía terrestre con lasautoridades de aquella ciudad, de manera que la navepudiera ser abordada por la policía en cuanto entrara apuerto. Cumplido este último requisito, mi misión,respecto de este asunto, quedó terminada. Y no hevuelto a oír desde entonces nada que se vincule con elmismo.

Page 920: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

II

Informe del Capitán (1849)

El Sargento Cuff me ha pedido que describa ciertoshechos relativos a tres hombres (según pareceindostánicos) que viajaron como pasajeros durante elúltimo verano en el Bewley Castle, mientras iba éste enviaje directo hacia Bombay, bajo mi comando.

Los indostánicos se reunieron con nosotros enPlymouth. Durante la travesía no llegó hasta míninguna queja respecto de su conducta. Se los alojó enla parte delantera de la nave. Pocas fueron las ocasionesen que los vi personalmente.

Durante la última parte del viaje tuvimos la malasuerte de contar con tan poco viento que nos demorótres días y tres noches en las proximidades de la costade la India. Como no tengo en mi poder el Diario deviaje, no puedo dar a conocer aquí ni la longitud ni lalatitud en que nos encontrábamos. En lo que se refierea nuestra situación, por lo tanto, sólo puedo decir, demanera general, que las corrientes nos empujaban haciala costa y que cuando volvió a soplar el vientoalcanzamos el puerto veinticuatro horas más tarde.

La disciplina de un barco (como todo hombre demar sabe) se relaja durante una charla prolongada. Esofue lo que ocurrió en mi barco. Ciertos caballeros delpasaje hicieron bajar algunos de los más pequeños botes

Page 921: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

del barco y se divirtieron entre sí, remando en torno deél y nadando cuando el sol, hacia el crepúsculo, era losuficiente débil como para permitirles tal pasatiempo.Los botes, una vez terminado el asunto, debieron habersido colgados de nuevo en sus lugares respectivos. Perono fue así; se los amarró a un costado de la nave.

En parte debido al calor y en parte a causa de lainfluencia deprimente del tiempo, ni los oficiales ni lostripulantes demostraron mayor celo en sus laboresmientras duró la calma.

Durante la tercera noche, nada desusado fue visto uoído por la guardia de a bordo. Al llegar la mañana seadvirtió que uno de los botes más pequeños habíadesaparecido…, y en seguida supimos que también lostres indostánicos se habían esfumado.

De haber robado ellos el bote poco después dellegada la noche (lo cual no pongo yo en duda),próximos como nos hallábamos a la costa, hubiera sidoen vano que nos lanzáramos en su persecución, aldescubrir su fuga en la mañana. No tengo la menorduda de que arribaron a la costa (tomando debida notadel tiempo que habrán perdido a causa de la fatiga y deremar por instantes torpemente) antes del alba.

Sólo al llegar a puerto me enteré del motivo quehabían tenido mis tres pasajeros para aprovechar laprimera oportunidad que se les presentó para escapardel barco. En cuanto a mí, solamente pude declarar ante

Page 922: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

las autoridades lo que declaro en este momento aquí.Estas juzgaron conveniente llamarme al orden por elrelajamiento de la disciplina. Y yo me disculpo por esacausa ante ellos y mis patronos. Desde ese entoncesnada he vuelto a saber de los tres indostánicos. Nadapuedo añadir, por otra parte, a lo que ya he dicho.

III

Informe de míster Murthwaite (1850)

(De una carta escrita a míster Cuff)

¿Recuerda usted, mi querido señor, a ciertopersonaje semisalvaje con quien se encontró en unacomida efectuada en Londres durante el otoño del añomil ochocientos cuarenta y ocho? Permítame recordarleque el nombre del mismo es Murthwaite y que usted yél mantuvieron una prolongada conversación despuésde la comida. El tema de ella fue cierto diamante hindúdenominado la Piedra Lunar y el complot tramado enese entonces para dar con la gema.

Poco tiempo después me di yo a vagabundear por lasregiones del Asia Central. De allí regresé a los lugaresque fueron escenario de algunas de mis aventuras en elpasado, situados hacia el norte y noroeste de la India.Hace alrededor de una quincena me hallaba en cierto

Page 923: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

distrito o provincia (muy poco conocido por loseuropeos), llamado Kattiawar.

Allí fue donde me ocurrió una aventura que (porincreíble que ello parezca) habrá de interesarle desobremanera a usted, personalmente.

En las bárbaras regiones de Kattiawar (y se daráusted una idea de su salvajismo cuando le diga que losagricultores aran allí la tierra armados hasta losdientes), el pueblo le rinde un culto fanático a la viejareligión indostánica, el antiguo culto de Brahma y deVichnú. Las escasas familias mahometanas diseminadasen las ralas aldeas del interior jamás prueban, portemor, ninguna clase de carne. Cualquier mahometanodel cual se sospeche tan sólo que ha matado a eseanimal sagrado que es la vaca, es condenado, sin más nimás, por sus piadosos convecinos indostánicos. Parafomentar el entusiasmo religioso de esas gentes, sehallan dentro de los límites de Kattiawar dos famosossantuarios a los que concurren los peregrinosindostánicos. Uno de ellos es Dwarka, lugar denacimiento del dios Krishna. El otro es la ciudadsagrada de Somnauth, saqueada y destruida hacemucho tiempo, en el siglo undécimo, por elconquistador mahometano Mahmoud de Ghizni.

Siendo ésa la segunda vez que me encontraba en tanrománticas regiones, resolví no abandonar Kattiawarsin echarle antes una nueva ojeada a las magníficas

Page 924: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ruinas de Somnauth. Me hallaba, desde el lugar en queplaneé la travesía (según mis cálculos más aproximadosde ese entonces), a tres días de viaje a pie de la ciudadsagrada.

Poco tiempo llevaba en camino, cuando pudeadvertir que otras personas —que iban en grupos de ados y de a tres— marchaban, según parecía, en mimisma dirección.

A aquellos que me dirigieron la palabra les dije queera un indostánico budista de una provincia lejana, enmarcha hacia el santuario. Innecesario es que le digaque mi ropa estaba en un todo de acuerdo con mispalabras. Si a ello agrego el dato de que conozco lalengua de esas gentes tan bien como la propia y que soylo suficientemente delgado y moreno como para hacerdifícil la tarea de que se reconozca en mí a un europeo,comprenderá usted por qué motivo no me costó un granesfuerzo el ser aceptado de inmediato entre esas gentes;no como compatriota, sino como un desconocidoprocedente de una provincia lejana de su propio país.

En el segundo día de mi marcha el número deindostánicos que viajaba en la misma dirección habíaaumentado en varios centenares. Al tercer día, eranmiles los que componían esa multitud: todos en marchaconvergente hacia una meta única: la ciudad deSomnauth.

Un pequeño servicio que le hice a uno de mis

Page 925: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

compañeros de peregrinación durante el tercer día de latravesía me facilitó el acceso al círculo constituido porciertos indostánicos pertenecientes a la casta máselevada. Por su intermedio me enteré de que esamuchedumbre tenía el propósito de asistir a una granceremonia religiosa que se verificaría sobre una colinasituada a corta distancia de Somnauth. El acto sería enhonor del dios de la Luna y habría de celebrarse en lanoche.

La multitud nos obligó a demorarnos, a medida queavanzábamos hacia el lugar fijado para el acto. Cuandoarribamos a la colina, la luna brillaba en lo alto del cielo.Mis amigos indostánicos poseían un cierto privilegioespecial que les permitía penetrar en el santuario.Cortésmente me invitaron a que los siguiera. Al llegar altemplo advertimos que éste se hallaba oculto tras unacortina que pendía de dos árboles magníficos. Debajo delos árboles un estrato rocoso se proyectaba hacia afuera,a manera de plataforma natural. Debajo de ésta fuedonde me situé, en compañía de mis dos amigosindostánicos.

Al dirigir mi vista hacia abajo, pude contemplar elmás grande espectáculo que hayan podido ofrecer jamásla naturaleza y el hombre combinados. La vertiente mássuave de la colina se transformaba imperceptiblementeen una planicie herbosa en la cual unían sus aguas tresríos. Hacia un lado, el correr sinuoso y alegre del agua,

Page 926: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

ya visible, ya oculta entre los árboles, hasta dondealcanzaba la vista. Hacia el otro, la inmóvil superficiedel océano dormido en la calma de la noche. Puebleusted tan hermoso escenario con una muchedumbre dediez mil seres humanos vestidos todos de blanco ydiseminados por ambos costados de la colina,inundando la planicie y bordeando las costas máspróximas de los tres ríos sinuosos, alumbre usted luegoese punto de llegada de los peregrinos con las locasllamas rojas de los hachones y las antorchas, queserpean a intervalos por encima de esa innumerablemultitud; e imagine por último a la luna del Estevertiendo su luz magnífica desde un cielo inmaculado…,y podrá usted tener entonces una idea de la vista que seofreció ante mis ojos cuando miré hacia abajo desde lacima de la colina.

Un acorde quejumbroso producido por flautas einstrumentos de cuerda hizo que volviera yo a fijar miatención en el templo escondido.

Al volverme distinguí las figuras de tres hombres depie sobre la plataforma rocosa. A la figura central laidentifiqué como la del hombre a quien le dirigí lapalabra en Inglaterra, el día en que se hicieronpresentes los hindúes en la terraza de Lady Verinder.Sin duda alguna los dos que lo habían acompañado enaquella ocasión eran también los mismos que loacompañaban ahora.

Page 927: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Uno de los indostánicos, que se hallaba próximo amí, pudo advertir que yo me estremecía. En uncuchicheo me explicó el motivo de la aparición de esastres figuras sobre la plataforma de piedra.

Se trataba de tres brahmanes (me dijo), querenunciaron a su casta por servir a su Dios. Usted leshabía ordenado que debían purificarse, mediante unviaje de peregrinación. Esa noche habrían de partir lostres hombres. Siguiendo tres rumbos distintos habríande dar comienzo a su peregrinación por los santuariosde la India. Jamás habrían de volverse a mirarmutuamente a la cara. En ningún instante habrían dedetenerse para reposar, desde el momento en que sesepararan hasta aquel en que encontraran la muerte.

En cuanto terminó de cuchichearme estas palabrasllegó a su término el acorde quejumbroso. Los treshombres se prosternaron sobre la roca, ante la cortinadel santuario oculto. Después se levantaron, mirándosea la cara mutuamente y se abrazaron. Luegodescendieron por caminos distintos, en dirección de lamuchedumbre. Las gentes les hicieron lugar en mediode un silencio mortal. Entre tres grupos se dividió lamultitud al unísono. Y lentamente volvió la gente, porúltimo, a fundirse en una sola y grande masa blanca. Lahuella abierta por los tres brahmanes en medio de lasfilas de sus camaradas mortales se borró totalmente. Novolvimos a verlos desde ese entonces.

Page 928: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

Un nuevo acorde musical, potente y jubiloso, se alzódesde el templo oculto. La multitud, en torno mío, seestremeció y se aproximaron más los unos a los otros.

La cortina que pendía de los dos árboles fuedescorrida y vimos aparecer el santuario ante nuestravista.

Allí, en lo alto de un tronco elevado y sentado sobresu antílope característico, con sus cuatro brazosdesplegados en dirección de los cuatro puntoscardinales; allí, cerniéndose muy por encima denosotros, envuelto en sombría y terrible majestad einundado por la mística luz que caía del cielo, se hallabael dios lunar. ¡Y sobre la frente de la deidad brillaba elmismo diamante que vi fulgurar anteriormente enInglaterra sobre la pechera de un vestido de mujer!

Sí; luego de un lapso de ocho centurias la PiedraLunar volvía a brillar por sobre los muros de la ciudadsagrada en que comenzó su historia. Cómo logró lagema retornar a su bárbara tierra nativa, y a través delas circunstancias o por medio de qué crímenesconsiguieron los hindúes rescatar su piedra sagrada, esalgo que quizá usted sepa; yo confieso, por mi parte, quelo ignoro. La perdió usted de vista en Inglaterra y (si esque sé yo algo respecto de esas gentes) no habrá devolverla a ver jamás.

Así es como transcurren los años y se repiten lossucesos de uno y otro; y así es como los mismos eventos

Page 929: Collins, Wilkie - La Piedra Lunar (v1.2)

vuelven a acaecer una y otra vez en los ciclos del tiempo.¿Cuáles serán las próximas aventuras de la PiedraLunar? ¡Quién podría decirlo!