Chirinos - A Dónde Va La Ciencia Cuando Se Olvida

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    A dnde va

    la ciencia cuando

    se olvida?

    Eduardo hirinos

    EL TEMA de la clase era el ro m an tici sm o espa ol y d iscuta con

    mis estudiantes la Rima IV de Bcquer. Luego de leer en voz alta

    el poema (siempre es bueno leer en voz alta un poema antes de

    cualquier discusin), una estudiante levant la mano y formul

    una pregunta que siempre me haba hecho pero que nunca haba

    tenido el tiempo ni la disposicin de contestar. Su pregunta tena

    que ver con alcance de la poesa en relacin a los avances cientfi

    cos. Transcribo a continuacin la tercera estrofa:

    Mientras la ciencia a descubrir no alcance

    las fuentes de la vida,

    y en el mar o en el cielo haya un abismo

    que al clculo resista,

    mientras la humanidad siempre avanzando

    no sepa a do camina,

    mientras haya un misterio para el hombre,

    habr poesa

    1

    Que Bcquer slo pretenda ofrecer una imagen hiperblica

    recurriendo a las limitaciones de la ciencia era la explicacin ms

    sensata, pero tambin la ms facilita. Quedaba en el aire una

    1

    Gigante y extrao. Las rimas de Gustavo Adolfo Bcquer:

    Luis Garc a Mon

    tero, ed. Barcelona: Tusq uets ,2001 .p. 168. Sob re las fuentes de este po em a (que

    revelan bastante bien la desconfianza de los poetas ante la ciencia y su deseo de

    conjurar la oponindole los valores eternos de la poes a) ver los comentar ios

    de Garc a M on te ro (pp . 271-275) .

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    inquietud justificada en una estudiante que se acercaba con la

    mejor buena fe a la tradicin literaria y cultural de un pas que no

    era la suya. Pe ro inclus o si lo fuera, qu pasa con los poem as un a

    vez que com pro bam os que la verdad de sus imgenes ha sido des

    cartada por la ciencia y los nuevos descubrimientos

    ?

    2

    Tendemos

    a pensar que cada vez que la ciencia soluciona un problema que

    hasta hace poco considerbamos insoluble, la poesa pierde terre

    n o .La lgica de este razona m iento cond uce a considerar la poesa

    como una especie de saber matriz del cual se van desprendien

    do fatalmente las provincias que llamamos ciencias especializadas.

    Como buen romnt ico, Bcquer no desconfiaba tanto de los

    alcances de la ciencia como de la garanta que ofreca de felicidad:

    no es difcil leer en versos como mientras la humanidad siempre

    avan zando no sepa a d camina una anticipacin del radicalismo

    de Rimbaud cuando adverta a los fi lsofos: El mundo no t iene

    edad. La humanidad se desplaza, simplemente

    3

    . Acorralado por

    el inco nten ible avance de las ciencias, B cqu er se aferr a la n ica

    parcela q ue jam s iba a des pre nde rse d e ese saber ma triz : el m is

    terio.

    La eternidad de la poesa, defendida tan fervientemente por el

    poema, t iene aqu un enemigo ms poderoso que la implacable

    reno vac in de los gustos literarios. Saber que la pro fun did ad de la

    fosa de las Marianas (islas que fueron espaolas en la poca de

    Bcquer) alcanza los 11,034 metros podra ser suficiente para des

    mantelar el razonamiento de un poema que confiaba en la impo

    sibilidad de ese clculo: hacia 1848 nadie poda imaginar que cien

    aos ms tarde el Challenger II llevara a cabo esa empresa, com

    pro bad a en 1960 po r el suizo Jacques Piccard y el e stadounidense

    D on ald W alsh. Lo mism o se pod ra decir de las med idas del cielo.

    Una consulta a cualquier pgina especializada en la red nos infor

    mara que ni la luna ni el sol (para mencionar los cuerpos celestes

    2

    Como le ocurr i a l poeta Horacio (e l e jemplo es de Borges) cuando quiso

    representar en los c isnes negros una imagen de lo imposible . Ni Horacio ni la

    Roma de su s iglo es taban en condiciones de saber que esas aves eran bas tante

    comunes en Austra l ia .

    3

    A r t h u r R i m b a u d :

    Una temporada en el infierno

    Trad. Ral Gus tavo Agui -

    r re . Buenos Aires : Centro Edi tor de Amrica Lat ina, 1976. p. 73.

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    ms rec orrid os p or la poesa) han resistido los asedios del clculo:

    hoy sabe mo s q ue la distancia q ue hay entre la tierra y la luna vara

    entre los 356.000 y 407.000 kilmetros debido a que la luna dibu

    ja una elipse y no un crculo alrededor de la tierra. La distancia

    media entre el sol y la tierra, en cambio, es de 149.6 millones de

    kilmetros; bastante ms de lo que Bcquer hubiera podido cal

    cular lpiz en mano. Contemporneo de Friedrich Bessel (quien

    calcul en 9.3 aos lu z la distancia qu e nos separa de la 61-C yg ni,

    una estrella fija de la constelacin del Cisne) y de Giuseppe Piaz-

    za (quien descubri en 1800 el primer asteroide entre Marte y

    Jpiter) el po eta B cquer ni siquiera saba de la existencia de A ris

    tarco, quien en pleno siglo III a. C. se sirvi de un eclipse solar

    para hacer clculos de distancia que hubieran asombrado por su

    exactitud al mism o Galileo. Y sin e m ba rgo .. .

    El xito de la hiprbole becqueriana ha cruzado la barrera del

    tiempo hasta colarse en las canciones populares del siglo XX

    Acaso los versos iniciales de Piel canela de Los Panchos no son

    un eco de la Rima IV?: Que se quede el infinito sin estrellas, /o

    que pierda el ancho mar su inmensidad,/ pero el brillo de tus ojos

    que no muera,/ y el canela de tu piel se quede igual. Como en la

    Rima de Bcquer, lo que est en juego aqu es la nocin matem

    tica de lo infinito. Y sern matemticos (y no, como podra pen

    sarse, crticos literarios) los que darn la razn a los poetas: Un

    gran nmero -expl ican Kasner y Newman- es grande, pero es

    definido y preciso. Por supuesto que en la poesa lo finito termi

    na alrededor de tres mil; cualquier nmero mayor es infinito. En

    muchos poemas, el poeta le hablar del nmero infinito de estre

    llas,

    pero si alguna vez hubo una hiprbole, sta lo es, pues nadie,

    ni siquiera el poeta, ha visto alguna vez ms de tres mil estrellas en

    una noche clara, sin el auxilio de un telescopio

    4

    . Con toda segu

    ridad mi estudiante no tena en mente estos datos ni estos nme

    ros (ni prob ablem ente la cancin de Lo s Panc hos), lo que tena era

    ese saber acumulado que nos asegura de que hay cosas ya sabidas

    y verificadas que forman parte de nuestro acervo cultural. Atra

    pado entre la espada y la pizarra, le contest con otra pregunta:

    4

    Edward Kasner y James Newman: Matemticas e imaginacin. Mxico:

    Consejo Nac ional para la Cultur a y las Artes, 2007. p. 33.

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    por qu crees que a pesar del sealado desfase con la ciencia

    todava seguimos leyendo la Rima IV? Su respuesta fue sorpren

    den te: porqu e a la bue na poesa no le im po rtan los desfases con

    la ciencia. Pudo haber elaborado un poco ms su respuesta y

    argu me ntar q ue no slo no le im por tan, sino que es capaz de reci

    bir de buen grado todo aquello que las ciencias, en su rpida e

    incon trolada ma rcha hacia la especializacin, desechan por consi

    dera r obsoleto . Esta recepcin asum e la forma de un reto rno y un

    ajuste de c uentas: la som bra de la poesa vuelve a am pliar sus m r

    genes con la vuelta de esos hijos prdigos.

    U na ram a, tal vez la ms atractiva, de la llamada historia de las

    ideas es la historia de las ciencias: gracias a estas necesarias reco

    pilaciones (donde la erudicin no rie con el placer de la lectura)

    po de m os acceder con asom bro a ideas que en su m om en to se con

    sideraron cientficas y que ahora no podemos leer sin que la poe

    sa asome en sus pgin as. Pa ra no ha cer dem asiado extensa la ilus

    tracin citar ejemplos provenientes de ciencias muy distintas

    entre s: la me dicina, la gem ologa y la cosm ologa.

    En su l ibro Entre el ngel y la bestia

    5

    el h is tor iador rumano

    Lucan Boia relata que a mediados del siglo XIX se propag en

    Eu rop a el ru m or de que en el Sudn oriental (entre las cuencas del

    N i l o ,el C on go y el lago Cha d) exist a un pueb lo cu yos individuos

    posean cola: los famosos am-am. Est claro que estos am-

    am -cuya existencia desvel a hombres tan inteligentes como

    Alejand ro D um as p a d re - eran la fantasa racista y colonial de una

    Eu rop a que se senta superior hasta el pu nt o d e apoyarse en la cla

    sificacin cientfica para justificar atrocidades en nombre del pro

    greso

    6

    .Pe ro un o n o pued e dejar de pregun tarse p or q u ni el Siglo

    5

    Lucan Boia:

    Entre el ngel y la bestia. El mito del hombre diferente desde la

    antigedad hasta nuestros das.

    Trad. Andrea Morales Vidal . Sant iago de Chi le :

    Andrs Bel lo, 1997. pp. 161-163.

    6

    Sorprende enterarse , por e jemplo, de que un hroe de la I lus t racin como el

    sabio Linneo dej de lado su imparcialidad cientfica a la hora de clasificar las

    razas humanas en europea, as i t ica , americana

    y

    africana. De esta lt ima dice:

    Es negro f lemt ico, de f ibra laxa. Cabel lo negro

    y

    r izado; pie l a terciopelada,

    nariz roma, labios gruesos . Las mujeres que amamantan t ienen grandes pechos .

    Es as tu to, per ezo so, negl igente . Se frota e l cue rpo con aceite o grasa . Es gob er

    nado por Ja voluntad arbi t rar ia de sus amos (c i tado por Boia , pp. 15-116). De

    8

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    de las Luces ni la Revolucin Industrial lograron desterrar a esos

    monstruos que les devolvan, como un espejo invertido, una ali

    viada norm alida d. La perce pci n q ue se tena en 1850 de esta tr ibu

    no estaba demasiado lejos de la lgica de un mdico imbuido de

    cultura medieval y renacentista como Ambroise Par (c. 1509-

    1590),

    quien crea sinceramente -y decir sinceramente es decir

    cientficamente- que la aparicin de anomalas com o la cola en los

    seres humanos se explicaba por la confusin y mezcla de los

    smenes: sodomitas y ateos que se aparean y alivian contra natu

    ra con las bestias

    7

    . Un lector atento habr advertido la reapari

    cin de esa misma cola en las pginas de

    Cien aos de soledad.

    All

    encontramos a Jos Arcadio Buenda cuyo m atr imo nio incestuo

    so con su prima rsula Iguarn viva bajo el peso de una maldi

    cin que delataba su raigambre juda: la de engendrar hijos con

    cola de cerdo. Se dir que estamos ante una novela y no ante un

    tratado cientfico, pero qu cerca est la descripcin imaginativa

    de Garca Mrquez de las especulaciones cientficas de mdicos

    como Par. Basta hojear las pginas de Monstruos y prodigios

    (1575) para dar con un catlogo de certezas mdicas que supera,

    en su conjunto, las invenciones de cualquier relato real maravillo

    so.

    Espigar un ejemplo entre muchos. Como la mayora de los

    mdicos de su poca, Par estaba convencido de que el nacimien

    to de nios monstruosos poda ser causado por una imaginacin

    ardiente y obstinada que puede tener la mujer mientras concibe,

    por algn sueo fantstico, o por algunas visiones nocturnas que

    tienen el hombre y la mujer a la hora de concebir, y cita el testi

    m onio de Juan D am asceno quien explicaba la m onstru osa vellosi

    dad de una joven por la excesiva atencin que puso su madre en

    la efigie de un San Juan cubierto de pieles sin curtir que estaba

    fijada a los pies de la cama mientras conceba

    8

    . Par llama a

    Damasceno autor serio, y no le falta razn: entre las obras ms

    importantes de este sabio de la iglesia se encuentran Fuente del

    esta definicin a la necesidad de colonizarlos slo hay un brevsimo paso que

    las naciones europeas no vacilaron en dar.

    7

    A mbro i s e P a r :

    Monstruos y prodigios

    Trad. Ignacio Malaxeverr a . Madrid:

    Siruela, 1987. p. 64.

    8

    Ci tado por Par , p. 46.

    8 1

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    conocimiento (volumen erudito que contiene tratados de dialcti

    ca, fsica, moral y teologa), el dilogo Contra los ma niqueos y el

    t ra tado S obre los dragones y los fantasmas donde fustiga las

    supersticiones populares, a las que consideraba fruto de la igno

    rancia. . .

    En Herreros y alquimistas

    9

    Mircea Eliade ofrece un amplio

    repertorio de creencias gemolgicas de las que podra nutrirse la

    mejor poesa. Recuerda, por ejemplo, al autor indio del Ja-whir-

    ndme (Libro de las piedras preciosas) para quien la diferencia

    entre el diamante y el cristal era de orden estrictamente embriol

    gico:

    el diamante no es otra cosa que un cristal maduro, y el

    cristal, por contra, un diamante verde al que todava le falta de

    sarrollar. No se trata de una absurda creencia asitica. El mismo

    Eliade cita esta idea de Pierre de Rosnel: El rub, en particular,

    nace,poco a po co , en la mina: prim eram ente es blanco y luego, al

    madurar, adquiere lentamente su color rojo, de donde viene que

    se hayan encontrado algunos totalmente blancos, otros rojiblan

    cos.

    Cual el nio se alimenta de sangre en el vientre de su madre,

    as el ru b se forma y a limenta

    10

    . De Rosnel escribi estas sersi

    mas palabras en pleno siglo XVII europeo y fueron publicadas

    p o r

    Le Mercure Indien

    en 1872, dos aos despus de la m uer te de

    Bcquer y diecisis antes de que Rubn Daro publicara su cuen

    to El rub, donde Puck explica a los gnomos ms jvenes que

    tal joya era, en realidad, el diamante teido por la sangre de una

    hermosa ninfa raptada en el pasado por un viejo gnomo

    1 1

    .

    Del mismo modo que las ms arraigadas nociones mdicas y

    gemolgicas, las cosmolgicas tampoco tardaron en desprenderse

    del canon cientfico para ser devueltas a la poesa. Esta certeza

    hace de la lectura de las casi quinientas pginas de Los sonmbu

    los

    de Ar thu r K oestler un sob erbio ejercicio de melancola

    12

    . Uno

    9

    Mircea El iade:

    Herreros y alquimistas.

    Trad. E.T. Revis in de M anu el Prez

    Ledesm a. Mad rid: Al ianza, 1983. p . 20 .

    10

    C i tado p or El i ade , p . 20 .

    11

    R u b n D a r o :

    Cuentos completos.

    Mxico: FCE, 1988. pp. 151-157.

    12

    Ar thur Koes t l e r :

    Los sonmbulos. Origen y desarrollo de la cosmologa.

    Toms Granados Sal inas , ed. Mxico: Consejo Nacional para la Cul tura y las

    Ar tes , 2007. pp . 31-43.

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    no puede sino conmoverse al saber que -una vez superada la idea

    de que el sol, la luna y los dem s planetas flotaban co m o ostras en

    direccin al Poniente- los pitagricos propusieron que todos los

    planetas (la tierra incluida) giraban en su pr op io eje dibujand o cr

    culos concntricos y zumbando en tonos dist intos, de modo que

    los iniciados podan escuchar la msica de las esferas. Esa msi

    ca fue la que hizo sospechar a los pitagricos que el conjunto de

    las rbitas en que se mueven los planetas constituye una especie

    de enorme lira de cuerdas curvadas que forman crculos

    13

    . Plinio

    dej escrito en su Historia Natural que para P itgoras la lgica de

    las cuerdas curvadas abra las puertas a un sistema de medicin de

    distancias planetarias basado en intervalos musicales: Pitgoras

    crea que el intervalo musical existente entre la Tierra y la Luna

    era de un tono; entre la Luna y Mercurio, de un semitono: entre

    Mercurio y Venus, de un semitono; entre Venus y el Sol, de una

    tercera menor; entre el Sol y Marte, de un tono.. .

    1 4

    . Sin duda,

    esta notacin hubiera ayudado a Bcquer a encontrar una solu

    cin potica al problema planteado en la Rima IV, pero Bcquer

    pareca haber desechado ese saber que autores como Shakespeare,

    Dryden y Mil ton (mencionados por Koest ler) tuvieron muy pre

    sente a la hora de disear su sistema potico. En nuestra tradicin

    literaria basta recordar las liras dedicadas por Fray Luis de Len

    al maestro Francisco Salinas para notar cuan vivas estaban las

    enseanzas de Pitgoras en la Espaa del siglo XVI:

    Traspasa el aire todo

    hasta llegar a la ms alta esfera,

    y oye all otro modo

    de no perecedera

    msica, qu e es la fuente y la prim era .

    Ve cm o el gran m aestro,

    aquesta inmensa ctara aplicado,

    con movimiento diestro

    produce el son sagrado,

    con que este eterno templo es sustentado.

    Koestler, p . 35.

    Ci tado por Koest ler , p. 35.

    8 3

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    Y como est compuesta

    de nmeros concordes, luego enva

    consonante respuesta;

    y entrambas a porfa

    se mezcla una dulcsima armona

    15

    .

    Pero Bcquer no tuvo (ni tena por qu tener) la necesidad de

    adaptar al Dios cristiano en el concierto de las esferas. Tampoco

    tuvo la curiosidad de un Kepler, quien en el mismo siglo de Fray

    Luis se enam or del sueo pitagrico y a partir de los fundam en

    tos de la fantasa y mediante mtodos de razonamiento igualmente

    errn eos, con struy el slido edificio de la astrono m a m odern a

    16

    .

    A Bcquer le bastaba la intuicin potica para devolverno s, rejuve

    necidas, viejas creencias consideradas cientficas y construir con

    ellas el slido edificio de la poesa moderna espaola. Bueno es

    advertir que lo contrario tambin ocurre y que la intuicin potica

    suele adelantarse a las revelaciones cientficas. Sobre este tema hay

    num erosas ancdotas en las que n o voy detenerm e; slo sealar la

    impostura de aquellos artistas que aplican voluntariamente una ley

    natural (o una form ulacin terica) en vez de confiar en su perc ep

    cin intuitiva. Lvi-Strauss menciona el caso de Marcel Duchamp,

    quien en suDesn udo bajando una escalera(1912) era plena m ente

    consciente de que se refera a la cronofotografa, y lo contrapone

    a la herldica medieval que fue capaz de reproducir en las coronas

    conda les la imagen exacta de la salpicadura de un a g ota de leche. En

    la misma pgina, Lvi-Strauss va todava ms lejos y anota: asi

    m ism o, los que con cibiero n las corona s reales o imperiales llamada s

    'cerradas' ignoraban, con su cuenta y razn, que la explosin de

    una bomba atmica proporcionara, durante una fraccin de segun

    do ,

    un prototipo que la naturaleza mantena en secreto

    17

    .

    15

    Los comentar is tas de Fray Luis (Ores te Macr entre e l los) sealan como

    fuente de es te poema el

    Somnius Scipione

    de C i c e rn c ome n t a do po r M a c ro

    bio .

    No debe olvidarse que las ideas de Macrobio es taban fuertemente imbui

    das de pi tagorismo.

    16

    Koestler, p. 36.

    17

    Claude Lvi-Strauss . Mirar escuchar leer. Trad . Emma Caa tayud. Madr id :

    Siruela , 1988. p. 116. Tal vez a l hacer su comentar io sobre Duchamp, Lvi-

    8 4

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    Sumergirse en tratados mdicos medievales y renacentistas

    como los de Par, en los trabajos de Eliade sobre la creencia en el

    origen e m briolg ico de las piedras pre ciosas, o en la historia de la

    cosmologa tal como la relata Koestler, es descubrir que ciencias

    tan distintas como la medicina, la gemologa y la astronoma for

    man parte de la poesa con tanto derecho como los sonetos de

    Shakespeare, los cantos de Maldoror y los poemas de Vallejo.

    Suponer que la poesa est nicamente en los poemas es un error

    del que conviene sacudirse para no creer (como muchos creen)

    que la poesa es un gusto elitista difcil de adquirir que compete a

    lectores debidamente entrenados. Muchos de nosotros razona

    mos poticamente y ni siquiera nos damos cuenta. Poticamente

    razona ba el miniaturista del ma nuscrito gtico que revisaba C he s-

    terton en la Biblioteca Rylands: preocupado por el origen de la

    Bestia de siete cabezas en el Apocalipsis, no dud en incluirla

    entre los animales del Arca con su esposa de siete cabezas para

    cooperar con ella en la propagacin de tan importante especie (la

    broma es de Chesterton)

    1 8

    ; poticamente razonaba el jesuita

    Athanasius Kircher cuando rebati la idea de Olester acerca de

    los nidos que construyeron las sirenas en los costados del Arca,

    asegurando que no hubieran podido mantenerse sin peligro de

    separacin del Arca durante un ao, y dentro de las aguas subsis

    tir sin alimento durante un ao

    19

    . Tanto el miniaturista medieval

    como el sabio jesuita estaban convencidos de que lo que estaban

    diciendo era la ms pura verdad y a ningu na person a razonab le se

    le hubiera ocurrido acusarlos de urdir invenciones poticas. Pero

    eso quizs no sea lo ms importante: la poesa es paciente y sabe

    esperar a que le devuelvan con justicia lo que es suyo. Tal vez lo

    que hoy da leemos como un desapasionado e inspido informe

    cientfico sea ledo por nuestros bisnietos como poesa puraG

    Strauss tena en m ente los t rabajos de Ead we ard M uy brid ge (1830-190 4), quien

    registr a finales del siglo XIX a una mujer desnuda bajando una escalera con

    el recurso de la cronofotografa.

    18

    G. K. Chester ton: El sepul turero, en:

    Lectura y locura.

    Trad. Victoria

    Len . Sevi lla: Rena cim iento, 2 008 . pp . 154-160.

    19

    Athanas ius Ki rcher :

    El Arca de No. El mito la naturaleza y el siglo

    XVII

    Trad. At i lano Mart nez Tom. Madrid: Ediciones Octo, 1989. pp. 102-103.

    8 5