Casapalabras 17

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1 Distribución gratuita Centenario de Edmundo Valadés Navidad en Jardín Iguazú, cuento de Mempo Giardinelli Muestra poética de Piedad Bonnett Raúl Yépez , obra fotográfica

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Revista Cultural de la Casa de la Cultura Ecuatoriana

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Centenario de

EdmundoValadésNavidad en Jardín Iguazú,cuento de

Mempo Giardinelli

Muestrapoética de

Piedad Bonnett

Raúl Yépez,obra fotográfica

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2015

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editorial

PresidenteRaúl Pérez Torres

VicepresidenteGabriel Cisneros Abedrabbo

DirectorPatricio Herrera Crespo

EditoresPatricio Viteri ParedesYuliana Marcillo

Colaboran en este número:Jorge Basilago, Piedad Bonnett, Eduardo Chirinos, Alexis Cuzme, Carlos Esquivel Guerra, Mempo Giardinelli, Lola Márquez, Pablo Montoya, Lucía Moscoso, Manuel Federico Ponce, Alex Schlenker y Andrea Torres Armas.

Edición de textosKatya Artieda

Diseño Tania Dávila López

PortadaFragmento del políptico Descomponer / recomponer / recrear / estructura / perímetro / triangular / base / cús-pide / 30 St Mary Axe / Norman Foster de Rául Yépez.

Casa de la Cultura EcuatorianaBenjamín Carrión

Dirección de Publicaciones

Avs. 6 de Diciembre N16–224y PatriaTelf.: 2565-808 Ext. 426gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ecwww.casadelacultura.gob.ecQuito–Ecuador.

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número diecisiete • octubre 2015Estamos a setenta y un años de distancia y nuestra Casa ha ca-minado, no es la misma porque la dialéctica de la vida y de la historia, porque la lucha por la humanización de la política y

de la economía en nuestra patria, el impulso de los creadores, artistas y trabajadores de la cultura la han modificado, la han restaurado, la han convertido en un espacio que se ha abierto a las demandas de todas las personas, colectivos, pueblos y nacionalidades que tienen algo que decir para dignificar la patria.

Por eso, vamos a diseñar la nueva utopía de nuestra Casa y de la Cultura. Si estamos condenados al desarrollo, hagamos menos inhu-mana esa condena, como decía Octavio Paz. Para ello nos hemos re-unido en los encuentros zonales, para construir de manera participa-tiva inclusiva, equitativa, activa y democrática el Plan de Desarrollo Estratégico de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, derrotero a seguir en los próximos años. Brújula que nos señalará el camino correcto. En estos encuentros zonales, que habría sido imposible realizarlos sin la comprensión, la intervención y la visión de los compañeros pre-sidentes de cada Núcleo, ha aflorado la participación ciudadana tan necesaria; se ha recogido el pensamiento, la opinión, los criterios de los gestores colectivos, individuales e institucionales, a nivel nacional.

Este proceso nuevo de la Casa de la Cultura, no solo es un proce-so de estrategia y de táctica (porque la estrategia es la Planificación y la táctica es el método), es un proceso de vida, de involucramiento, de sudar la camiseta, para finalmente decidir y ejecutar junto con la comunidad cultural, buscar pensarnos culturalmente, construyendo ciudadanía cultural. Queremos construir o descubrir esa identidad di-versa y multicultural, desde las diferentes ópticas territoriales, sociales, político-ideológicas que nos hacen multiculturales, incluyentes.

Nadie es la cultura, pero todos lo somos. Por eso no hay revolución que se sostenga si no avanza, y esa ha sido la ‘pata coja’ de la mesa del Estado: no haber podido diseñar una política cultural. ¿Dónde están ahora los grandes pintores, los grandes escritores, los grandes músi-cos, los grandes pensadores, los grandes artistas de la patria? Desde aquí, desde nuestras casas, hay que provocarlos, agitarlos, escucharlos, y para ello se requiere un espacio de vanguardia, de reflexión libre. La cultura siempre se manifiesta en libertad, y la libertad es autonomía responsable. La autonomía es el campo energético de esa libertad.

Necesitamos un cambio jurídico, una normativa que nos conten-ga y nos abrace. Ser 24 núcleos y una sola casa. Fuertes, solidarios, unidos.

Todo esto tenemos que cambiar. Tenemos que exigir, porque es obligación del Estado y nos ampara la Constitución.

Una casa para el siglo XXI

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índice

Muestra poética de la escritora colombiana Piedad Bonnett.

Poemas de Carlos Esquivel Guerra, poeta cubano.

El ángel negro, cuento del escritor colombiano Pablo Montoya.

Mempo Giardinelli nos presenta su cuento Navidad en Jardín Iguazú.

Alexis Cuzme realiza un análisis de la poesía desde la sátira.

Lucía Moscoso presenta los poemas Peces boca arriba, El lado B de una promesa y Elegía del futuro.

Inferno, estación penthouse, cuento de Andrea Torres Armas.

Carlos Alberto Mayer: un escultor olvidado, artículo de Patricio Herrera.

Raúl Pérez Torres reflexiona sobre el pensamiento martiano.

Selección poética del libro La música y el cuerpo, de Eduardo Chirinos.

Antología de prosa y verso, libro de Manuel Federico Ponce.

Réquiem por el tzantzismo, análisis de Esteban del Campo. Tributo.

Premio Eugenio Espejo 2015.

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Celebramos el centenario de Edmundo Valadés.

Yuliana Marcillo nos ofrece una entrevista al periodista español Alfonso Armada.

Alex Schlenker analiza Habitáculos visuales, la reciente obra fotográfica de Raúl Yépez ‘Yepo’.

De la mano de Jorge Basilago recordamos el centenario de la cantante francesa Edith Piaf.

Análisis de la obra y vida del escritor Joseph Rudyard Kipling.

Lola Márquez nos habla de Como es la pintura es la poesía, exposición que muestra 150 piezas del pintor Manuel Rendón Seminario.

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Edmundo Valadés nació en el estado de Sonora, Mé-xico, el 22 de febrero de

1915. Antes de ingresar en 1937 como periodista en la revista Hoy, fue maestro rural, agente fiscal, detective y vendedor de cremas y lociones. En dicha publicación, fue jefe de redacción y encargado de las crónicas cinematográficas y tauri-nas. También colaboró en varias revistas culturales y en los periódi-cos Novedades, El Día, Unomásuno y Excélsior. Trabajó en la oficina de prensa de la Presidencia duran-te los gobiernos de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz.

En 1939 fundó la célebre re-vista El Cuento, que en esta etapa sólo alcanzó cinco números. En 1964 se inició la segunda fase que se prolongó hasta el número 164 y en la que participó Juan Rulfo junto con otros intelectuales mexi-canos. La periodista Sara Rosalía, de la revista Siempre, señala: «Un ejemplo de cómo se formaba El cuento en esta anécdota. ‘Me gus-taba poner a prueba a Juan Rulfo y buscaba una colección de cuentos de escritores de algún país remo-to y que su literatura fuera poco

conocida en México, y una vez que lo encontraba y lo seleccio-naba llegaba con Juan y le decía: ¿De casualidad conoces tal cuen-to de tal autor? e invariablemente Juan me respondía, sí, creo que sí’. Desconfiado, Valadés le pregunta-ba: ¿Te acuerdas de qué trata?, y Rulfo pasaba la prueba contando puntualmente la trama. ‘Nunca lo sorprendí en falso ni dejé de bus-car en las librerías cuentos poco conocidos para sorprenderlo, lo logré pocas veces’. Rulfo, como se aprecia por la anécdota, colabora-ba con Valadés buscando cuentos poco conocidos en México».

El Cuento recogió una de las muestras más amplias de la cuen-tística mexicana, latinoamericana y universal, de todos los tiempos y de todas las culturas. Esta expe-riencia con la revista le sirvió a Va-ladés para elaborar varias antolo-gías memorables, como El libro de la imaginación - Los grandes cuen-tos del siglo veinte, 23 cuentos de la Revolución Mexicana, La picardía amorosa, Con los tiernos infantes te-rribles, Ingenios del humorismo, Los infiernos terrestres y Cuentos mexi-canos inolvidables.

«Le tocó nacer en

la generación de

Arreola, Revueltas,

Rulfo. No se parece

a ninguno de los tres

y al mismo tiempo

hay en él algo de sus

contemporáneos.

Valadés rompió las

falsas fronteras entre

narrativa fantástica

y realista, literatura

urbana o rural...».

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Como ensayista, Valadés abordó temas sociales como las multina-cionales bananeras en Los contra-tos del diablo, y literarios, como Por caminos de Proust, La revolución en su novela y Ronda por el cuento bre-vísimo; en esta última obra señala que «los cuentos en miniatura tie-ne como característica una historia vertiginosa cuya clausura contiene un sorpresivo golpe de ingenio, un final inesperado en contadas líneas, en una fórmula compacta de hu-morismo, ironía, sátira o sorpresa, si no todo simultáneo».

En cuento, publicó los libros La muerte tiene permiso (1955), Las dualidades funestas (1966) y Sólo los sueños y los deseos son inmortales, palomita (1986). Desde su publi-cación, el relato ‘La muerte tiene permiso’ se convirtió en un clásico de la literatura latinoamericana y mundial: utilizando el habla po-pular engloba la disputa por la tie-rra, el despotismo, la ausencia de justicia, la violencia y su desenlace inesperado.

José Emilio Pacheco dijo de él: «Le tocó nacer en la generación de Arreola, Revueltas, Rulfo. No se parece a ninguno de los tres y al

mismo tiempo hay en él algo de sus contemporáneos. Valadés rompió las falsas fronteras entre narrativa fantástica y realista, literatura ur-bana o rural. No cedió a ninguna prohibición: ha hecho cuentos ma-gistrales que valen por sí mismos y también se anticipan a bastan-tes cosas que llegaron después. Le debemos cuentos como los que ha escogido para que lo representen en este cuaderno: del extremo laco-nismo de ‘La incrédula’ a la intensi-dad de ‘Rock’, una de las primeras expresiones de la violencia urbana, pasando por las magistrales ‘Raíces irritadas’».

Recibió varios homenajes en su vida: en 1981 le entregaron el Pre-mio Nacional de Periodismo y en 1982 el Premio Rosario Castellanos del Club de Periodistas de México; en 1985 le dedicaron el Encuentro de Narradores en Morelia y le rin-dieron homenaje en la UNAM; en 1987 le entregaron el Doctorado Honoris Causa en Letras (Univer-sidad de Sonora); y, en 1989, le de-dicaron La Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Falleció el 30 de noviembre de 1994, en Ciudad de México. (PV).

Recibió varios homenajes en su vida: en 1981 le

entregaron el Premio Nacional de Periodismo y

en 1982 el Premio Rosario Castellanos del Club

de Periodistas de México; en 1985 le dedicaron

el Encuentro de Narradores en Morelia y le

rindieron homenaje en la UNAM; en 1987 le

entregaron el Doctorado Honoris Causa en Letras

(Universidad de Sonora); y, en 1989, le dedicaron

La Feria Internacional del Libro en Guadalajara.

homenaje

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Sobre el estrado, los ingenieros conversan, ríen. Se golpean unos a otros con bromas inci-

sivas. Sueltan chistes gruesos cuyo clímax es siempre áspero. Poco a poco su atención se concentra en el auditorio. Dejan de recordar la última juerga, las intimidades de la muchacha que debutó en la casa de recreo a la que son asiduos. El tema de su charla son ahora esos hom-bres, ejidatarios congregados en una asamblea y que están ahí abajo, frente a ellos.

—Sí, debemos redimirlos. Hay que incorporarlos a nuestra civiliza-ción, limpiándolos por fuera y ense-ñándolos a ser sucios por dentro...

—Es usted un escéptico, inge-niero. Además, pone usted en tela de juicio nuestros esfuerzos, los de la Revolución.

—¡Bah! Todo es inútil. Estos jijos son irredimibles. Están podri-dos en alcohol, en ignorancia. De nada ha servido repartirles tierras.

—Usted es un superficial, un derrotista, compañero. Nosotros tenemos la culpa. Les hemos dado las tierras, ¿y qué? Estamos ya muy satisfechos. Y el crédito, los abo-nos, una nueva técnica agrícola, maquinaria, ¿van a inventar ellos todo eso?

El presidente, mientras se atu-sa los enhiestos bigotes, acariciada asta por la que iza sus dedos con fruición, observa tras sus gafas, in-mune al floreteo de los ingenieros. Cuando el olor animal, terrestre, picante, de quienes se acomodan en las bancas, cosquillea su olfato, saca un paliacate y se suena las na-rices ruidosamente. Él también fue hombre del campo. Pero hace ya mucho tiempo. Ahora, de aquello, la ciudad y su posición sólo le han dejado el pañuelo y la rugosidad de sus manos.

Los de abajo se sientan con so-lemnidad, con el recogimiento del hombre campesino que penetra en un recinto cerrado: la asamblea o el templo. Hablan parcamente y las palabras que cambian dicen de cosechas, de lluvias, de animales, de créditos. Muchos llevan sus itacates al hombro, cartucheras para com-batir el hambre. Algunos fuman, sosegadamente, sin prisa, con los cigarrillos como si les hubieran cre-cido en la propia mano.

Otros, de pie, recargados en los muros laterales, con los brazos cruzados sobre el pecho, hacen una tranquila guardia.

El presidente agita la campa-nilla y su retintín diluye los mur-

mullos. Primero empiezan los in-genieros. Hablan de los problemas agrarios, de la necesidad de incre-mentar la producción, de mejorar los cultivos. Prometen ayuda a los ejidatarios, los estimulan a plantear sus necesidades.

—Queremos ayudarlos, pueden confiar en nosotros.

Ahora, el turno es para los de abajo. El presidente los invita a exponer sus asuntos. Una mano se alza, tímida. Otras la siguen. Van hablando de sus cosas: el agua, el cacique, el crédito, la escuela. Unos son directos, precisos; otros se en-

Edmundo Valadés

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redan, no atinan a expresarse. Se rascan la cabeza y vuelven el rostro a buscar lo que iban a decir, como si la idea se les hubiera escondido en algún rincón, en los ojos de un compañero o arriba, donde cuelga un candil.

Allí, en un grupo, hay cuchi-cheos. Son todos del mismo pue-blo. Les preocupa algo grave. Se consultan unos a otros: conside-ran quién es el que debe tomar la palabra.

—Yo crio que Jilipe: sabe mucho...—Ora, tú, Juan, tú hablaste

aquella vez...

Ahora, el turno es para los de

abajo. El presidente los invita a

exponer sus asuntos. Una mano

se alza, tímida. Otras la siguen.

Van hablando de sus cosas:

el agua, el cacique, el crédito,

la escuela. Unos son directos,

precisos; otros se enredan, no

atinan a expresarse.

relato

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No hay unanimidad. Los aludi-dos esperan ser empujados. Un vie-jo, quizá el patriarca, decide:

—Pos que le toque a Sacramento...Sacramento espera.—Ándale, levanta la mano...La mano se alza, pero no la ve el

presidente. Otras son más visibles y ganan el turno. Sacramento escudri-ña al viejo. Uno, muy joven, levanta la suya, bien alta. Sobre el bosque de hirsutas cabezas pueden verse los cinco dedos morenos, terrosos. La mano es descubierta por el presi-dente. La palabra está concedida.

—Órale, párate.La mano baja cuando Sacra-

mento se pone en pie. Trata de hallarle sitio al sombrero. El som-brero se transforma en un ancho estorbo, crece, no cabe en ningún lado. Sacramento se queda con él en las manos. En la mesa hay se-ñales de impaciencia. La voz del

presidente salta, autoritaria, con-minativa:

—A ver ese que pidió la palabra, lo estamos esperando.

Sacramento prende sus ojos en el ingeniero que se halla a un extre-mo de la mesa. Parece que sólo va a dirigirse a él; que los demás han desaparecido y han quedado única-mente ellos en la sala.

—Quiero hablar por los de San Juan de las Manzanas. Traímos una queja contra el Presidente Muni-cipal que nos hace mucha guerra y ya no lo aguantamos. Primero les quitó sus tierritas a Felipe Pérez y a Juan Hernández, porque colinda-ban con las suyas. Telegrafiamos a México y ni nos contestaron. Ha-blamos los de la congregación y pensamos que era bueno ir al Agra-rio, pa la restitución. Pos de nada valieron las vueltas ni los papeles, que las tierritas se le quedaron al Presidente Municipal.

Sacramento habla sin que se al-teren sus facciones. Pudiera creerse que reza una vieja oración, de la que sabe muy bien el principio y el fin.

—Pos nada, que como nos vio con rencor, nos acusó quesque por revoltosos. Que parecía que noso-tros le habíamos quitado sus tierras. Se nos vino entonces con eso de las cuentas; lo de los préstamos, siñor, que disque andábamos atrasados. Y el agente era de su mal parecer, que teníamos que pagar hartos intere-ses. Crescencio, el que vive por la loma, por ai donde está el aguaje y que le intelige a eso de los números, pos hizo las cuentas y no era verdá: nos querían cobrar de más. Pero el Presidente Municipal trajo unos seños de México, que con muchos poderes y que si no pagábamos nos quitaban las tierras. Pos como quien dice, nos cobró a la fuerza lo que no debíamos...

Sacramento habla sin énfasis, sin pausas premeditadas. Es como si es-tuviera arando la tierra. Sus palabras caen como granos, al sembrar.

—Pos luego lo de m’ijo, siñor. Se encorajinó el muchacho. Si vie-ra usté que a mí me dio mala idea. Yo lo quise detener. Había toma-do y se le enturbió la cabeza. De nada le valió mi respeto. Se fue a buscar al Presidente Municipal, pa reclamarle... Lo mataron a la mala, que dizque se andaba robando una vaca del Presidente Municipal. Me lo devolvieron difunto, con la cara destrozada...

La nuez de la garganta de Sa-cramento ha temblado. Sólo eso. Él continúa de pie, como un árbol que ha afianzado sus raíces. Nada más. Todavía clava su mirada en el ingeniero, el mismo que se halla al extremo de la mesa.

—Luego, lo del agua. Como hay poca, porque hubo malas llu-vias, el Presidente Municipal cerró el canal. Y como se iban a secar las milpas y la congregación iba a pasar mal año, fuimos a buscarlo; que nos diera tantita agua, siñor, pa nuestras siembras. Y nos atendió con malas razones, que por nada se amui-na con nosotros. No se bajó de su mula, pa perjudicarnos...

Una mano jala el brazo de Sa-cramento. Uno de sus compañeros le indica algo. La voz de Sacramen-to es lo único que resuena en el re-cinto.

—Si todo esto fuera poco, que lo del agua, gracias a la Virgencita, hubo más lluvias y medio salvamos las cosechas, está lo del sábado. Sa-lió el Presidente Municipal con los suyos, que son gente mala y nos ro-baron dos muchachas: a Lupita, la que se iba a casar con Herminio, y a la hija de Crescencio. Como nos tomaron desprevenidos, que an-dábamos en la faena, no pudimos evitarlo. Se las llevaron a fuerza al monte y ai las dejaron tiradas. Cuando regresaron las muchachas, en muy malas condiciones, porque hasta de golpes les dieron, ni si-quiera tuvimos que preguntar nada. Y se alborotó la gente de a deve-

Todos los brazos

se tienden a lo alto.

También los de

los ingenieros. No

hay una sola mano

que no esté arriba,

categóricamente

aprobando. Cada

dedo señala la

muerte inmediata,

directa.

—La asamblea da

permiso a los de San

Juan de las Manzanas

para lo que solicitan.

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ras, que ya nos cansamos de estar a merced de tan mala autoridad.

Por primera vez, la voz de Sa-cramento vibró. En ella latió una amenaza, un odio, una decisión ominosa.

—Y como nadie nos hace caso, que a todas las autoridades hemos visto y pos no sabemos dónde an-dará la justicia, queremos aquí to-mar providencias. A Ustedes —y Sacramento recorrió ahora a cada ingeniero con la mirada y la detu-vo ante quien presidía—, que nos prometen ayudarnos, les pedimos su gracia para castigar al Presiden-te Municipal de San Juan de las Manzanas. Solicitamos su venia para hacernos justicia por nuestra propia mano...

Todos los ojos auscultan a los que están en el estrado. El presi-dente y los ingenieros, mudos, se miran entre sí. Discuten al fin.

—Es absurdo, no podemos san-cionar esta inconcebible petición.

—No, compañero, no es absur-da. Absurdo sería dejar este asunto en manos de quienes no han he-cho nada, de quienes han desoído esas voces. Sería cobardía esperar a que nuestra justicia hiciera justi-

cia; ellos ya no creerán nunca más en nosotros. Prefiero solidarizarme con estos hombres, con su justicia primitiva, pero justicia al fin; asu-mir con ellos la responsabilidad que me toque. Por mí, no nos queda sino concederles lo que piden.

—Pero somos civilizados, tene-mos instituciones; no podemos ha-cerlas a un lado.

—Sería justificar la barbarie, los actos fuera de la ley.

—¿Y qué peores actos fuera de la ley que los que ellos denuncian? Si a nosotros nos hubieran ofendido como los han ofendido a ellos; si a nosotros nos hubieran causado me-nos daños que los que les han hecho padecer, ya hubiéramos matado, ya hubiéramos olvidado una justicia que no interviene. Yo exijo que se someta a votación la propuesta.

—Yo pienso como usted, com-pañero.

—Pero estos tipos son muy la-dinos, habría que averiguar la ver-dad. Además, no tenemos auto-ridad para conceder una petición como esta.

Ahora interviene el presidente. Surge en él el hombre del campo. Su voz es inapelable.

—Será la asamblea la que deci-da. Yo asumo la responsabilidad.

Se dirige al auditorio. Su voz es una voz campesina, la misma voz que debe haber hablado allá en el monte, confundida con la tierra, con los suyos.

—Se pone a votación la propo-sición de los compañeros de San Juan de las Manzanas. Los que estén de acuerdo en que se les dé permiso para matar al Presidente Municipal, que levanten la mano...

Todos los brazos se tienden a lo alto. También los de los ingenieros. No hay una sola mano que no esté arriba, categóricamente aprobando. Cada dedo señala la muerte inme-diata, directa.

—La asamblea da permiso a los de San Juan de las Manzanas para lo que solicitan.

Sacramento, que ha permanecido en pie, con calma, termina de hablar. No hay alegría ni dolor en lo que dice. Su expresión es sencilla, simple.

—Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las Man-zanas está difunto.

Cortesía del Fondo de Cultura Económica.

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Los estudiantes

Los saludables, los briosos estudiantes de espléndidas sonrisasy mejillas felposas, los que encienden un sueño en otro sueñoy respiran su aire como recién nacidos,los que buscan rincones para mejor amarsey dulcemente eternos juegan ruleta rusa,los estudiantes ávidos y locos y fervientes,los de los tiernos cuellos listos frente a la espada,las muchachas que exhiben sus muslos soleadossus pechos, sus ombligosperfectos e inocentes como oscuras corolas, qué se hacenmañana qué se hicieron qué agujeroayer se los tragóbajo qué piel callosa, triste, mustiasobreviven.

OraciónPara mis días pido,Señor de los naufragios, no agua para la sed, sino la sed,no sueños sino ganas de soñar.Para las noches,toda la oscuridad que sea necesariapara ahogar mi propia oscuridad.

Punto vivoLa clave es sostenerse en este punto vivo —escalón de cristal, luz del vacío—

volando como cuervos, en redondo,mientras sus duros picos presienten ya la presa.

Sostenerse comiendo de las sobras del pasado empollando el futuro cada día, viendo cómo revientan los pichones su cáscara

cómo saltan desnudos, temblorosos,

y caen uno a uno al albañal del tiempo.

‘Lo terrible es el borde, no el abismo’

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poesía

En el bordeLo terrible es el borde, no el abismo. En el bordehay un ángel de luz del lado izquierdo, un largo río oscuro del derechoy un estruendo de trenes que abandonan los rielesy van hacia el silencio. Todo cuanto tiembla en el borde es nacimiento. Y sólo desde el borde se ve la luz primerael blanco-blancoque nos crece en el pecho. Nunca somos más hombres que cuando el borde quema nuestras plantas desnudas. Nunca estamos más solos. Nunca somos más huérfanos.

Los hombres tristesno bailan en parejaLos hombres tristes ahuyentan a los pájaros.Hasta sus frentes pensativas bajan las nubes y se rompen en fina lluvia opaca.Las flores agonizanen los jardines de los hombres tristes.Sus precipicios tientan a la muerte.En cambio, las mujeres que en una mujer haynacen a un tiempo todasante los ojos tristes de los tristes.La mujer-cántaro abre otra vez su vientrey le ofrece su leche redentora.La mujer-niña besa fervorosa sus manos paternales de viudo desolado. La de andar silencioso por la casalustra sus horas negras y remiendalos agujeros todos de su pecho.Otra hay que al triste presta sus dos manoscomo si fueran alas. Pero los hombres tristes son sordos a sus músicas.No hay pues mujer más sola,más tristemente sola,que la que quiere amar a un hombre triste.

Piedad Bonnett(Almafi, Antioquia, Colombia, 1951)

Es licenciada en Filosofía y Letras por la Univer-sidad de los Andes y profesora de esta Universidad desde 1981; tiene una maestría en Teoría del Arte.Ha publicado ocho libros de poemas, entre ellos: De círculo y ceniza (mención de honor en el Concurso Hispanoamericano de Poesía Octavio Paz), El hilo de los días (Premio Nacional de Colombia 1994),  Ese animal triste (1996), Las herencias  (2008),  y Explicaciones no pedidas (Premio Casa de América de poesía americana 2011, Madrid).Es autora de cuatro novelas y de unas memorias sobre la muerte de su hijo, Lo que no tiene nombre (2013). Ha escrito cinco obras de teatro y poemas suyos han sido traducidos al italiano, inglés, fran-cés, sueco, griego y portugués. 

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La ballena punkquien tenga miedoque se compreun Borgesy ladre cuandolos alemanes echen la siesta.después traiganlos huesosen una bolsay échenlos a la comunay al mar.quien tenga miedo y no soportealemanes vestidos como alemanes.que se compreun Borges.quien tengamiedoque no venga a contarlas vísceras de enemigos.Golpea bajo que escomose golpeaaquí.O no golpeaque escomose golpeaallá.Quien tengamiedoa ser comidoen el final de la bocaque vayacon sus músicaa.

Desvíos

Soy hijo del Joker de Batman y de una lavadora soviéti-ca con que Dulce Loynaz lavaba trapitos sucios.

No me despiertes cuando muera/ espera el zapping de las ancianas que se vuelven felices sin saberlo.

Mi olor está en el patio donde enterré a Bill Wagner, más conocido como Lenin. Más conocido en sí. Lenin, hijo de Leopoldo Marechal, el insurgente vendedor de noticias de la Revolución del hueso: todos quedamos extintos alguna vez, todos nos remitimos a una similar fertilidad.

Terminaré temprano. Temprano para que los gusanos adivinen la hebra de hielo donde bregar.

Soy el médico oscurantista previsto para salvar ancia-nas felices. Es el síndrome, el apéndice, la inmovilidad de una burbuja que el país transmite conmigo. Hacia mí.

Soy hijo del Joker de Batman y de una lavadora sovié-tica con que Dulce Loynaz lavaba trapitos sucios. Que no esté aquí, que no esté en otra parte si mi viaje ocurre en la superficie, en la insinuación. Desde allí elijo.

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diálogo

Remolques

Cecilia vivía en remolques, Buenos Aires a Yucatán, de Yucatán a Florida, de Florida a Kansas, de Kansas a mí. Siempre el recorrido es inverso. Un bar es lo que pue-des descubrir en el horizonte, un bar de Kansas llama-do como un poeta de Kansas. Veíamos el mar Cecilia y yo. Se escribe la palabra resistencia, dije, pero un día al filo de un mercado, Cecilia pasaba a otra líneacomo si amontonara viajes sin rescindir. ¿Esta es tu dirección? Pregunté. Ya casi nadie tiene un remolque, nadie va de Buenos Aires a Yucatán, de Yucatán a Florida, de Florida a Kansas, de Kansas a mí. Nadie, lo que se dice nadie, puede resistir.

Perder la rapiñaTambién yo fui hijo de Mahomay aunque pronuncié en silencioel nombre de Diosy el nombre de mi perrono pude más que arrastrar todo el pesode una almohada santay luego rocé la irritación,mi propia sombra,tal como la carne vivafueradelacarnemuerta.

LudusSoy el obrero llamado Sísifo. La contradicción es que no soy el único llamado Sísifo: todos arrastramos una misma piedra/país. Cualquiera de nosotros ha hecho méritos para abjurar. Cualquiera de nosotros puede desviar una piedra/país. Eso no me asemeja a ellos, eso no me distancia de ellos. Bienaventurados los que pue-den levantar un país y después verlo caer.

Carlos Esquivel Guerra(Elia, Las Tunas, Cuba, 1968)

Ha logrado varios premios nacionales e inter-nacionales. Entre sus más de veinte libros pu-blicados se encuentran: Perros ladrándole a Dios (1999, Premio a la mejor Ópera Prima del año en el país), Tren de Oriente (México, 2001), Los animales del cuerpo (2001), El boulevard de los Ca-puchinos (2003), Bala de cañón (2006), Matando a los pieles rojas (2008), Los hijos del kamikaze (2008), Cuarteaduras (2013), Hablando mal de los otros (2013), Los ciclos de nadie (2013), y Once (2014).

(Dirección personal: Calle 12, número 23, / 9 y 11. Reparto Progreso. Colombia. Las Tunas. Cuba).

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Cuando llegó a Quito, un sábado de agosto al caer la tarde, dejó las male-

tas en el hotel San Sebastián y enseguida se echó a recorrer la ciudad. A pie, por supuesto, aunque los organizadores del encuentro y taller internacional de crónica ‘Quito Crónico’, le insistieron una y otra vez que tomara un taxi. Desde la calle Diego de Almagro, donde es-taba hospedado, Alfonso Ar-mada, periodista español que

trabaja para el diario ABC y uno de los invitados internacionales al encuentro, se adentró en esta ciudad cambiante y de gente que «a veces da la impresión de ser estampas de otras épo-cas», retratos ambulantes de la Plaza Grande.

Había recorrido las calles del Centro Histórico hace ya veinte años. Algunas cosas recordaba y con otras imágenes terminó ha-ciendo lo que más le gusta de su profesión: pescar posibles cró-

Yuliana Marcillo

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nicas. «Me llamó por ejemplo la atención que en las torres de la Basílica del Voto Nacional hubie-ra tantas pintadas de amor. Pen-sé que podría darse una cróni-ca contando por qué hay tantas pintadas de amor en esta Basíli-ca, que supone la consagración de Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús. Y también, por ejem-plo, los grupos de evangelistas tocando música y cantando en la plaza San Francisco. Desafina-ban como bellacos —espero no

lo tomen a mal—, pero cantaban con muchísimo entusiasmo, me pareció impresionante y me in-teresó saber quiénes son y qué pasión les lleva precisamente a eso, a salir a la calle a cantar ala-banzas al Señor». Es todo lo que necesita Alfonso para darle rien-da suelta a sus pasiones: un par de zapatos y calles por caminar. Aquí unas preguntas realizadas al escritor español en su visita al Ecuador, donde también impar-tió un taller de crónica.

magnetófono

«Creo que la

Internet está en su

infancia. Todavía

caben un montón

de posibilidades.

Con la prosa y

con el periodismo

hay posibilidades

infinitas. De

todos modos,

aún repitiendo

los esquemas

tradicionales

de un texto

cronológicamente

ordenado

recurriendo a

una sintaxis que

cualquiera puede

entender hecha

con precisión y con

amor a la palabra,

yo creo que se

pueden contar

historias fantásticas

y hay lectores que

disfrutan leyendo

historias sabiendo

que son verdaderas».

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16

Darío Jaramillo Agudelo en la Antología de crónica Latinoameri-cana actual afirma que «La crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y me-jor escrita hoy en día en Latinoa-mérica». ¿Así de cierta es esa afir-mación?Yo estoy bastante de acuerdo. Creo que igual hubo el famoso boom de la literatura, algunos han comen-zado a hablar del boom de la rea-lidad, aunque cronistas en ejercicio como Leila Guerriero son bastante más escépticos. Pero yo creo que sí, desde luego además desde Es-paña, donde la crónica se practica menos, porque quizá hay menos lu-gares donde practicarla, yo admiro profundamente a muchos nuevos cronistas que están haciendo un trabajo precisamente de contar la realidad y es admirable.

‘El buen periodismo necesi-ta tiempo’, así titula uno de tus últimos artículos de reflexión sobre este oficio. En los periódi-cos pequeños, donde prevalece la noticia del día a día, ¿qué es lo que les queda a los periodis-tas con hambre de escribir más?

¿Cómo se sobrevive la pasión ante los límites de caracteres y tiempo?Bueno, pues es una de las venta-jas del Internet, ahora tienes la oportunidad o bien de crear tu propio blog o bien de buscar cobi-jo en medios de este tipo y están surgiendo cada vez más tanto en España como en América Latina. Siempre hay sitios donde te co-bijan y puedes dar rienda suelta a esta necesidad de contar de forma más prolija, más detallada, más profunda, de hacer textos mucho más cuidados.

La crónica es periodismo y al periodismo se le pide ser claro, preciso y veraz. ¿Cómo combinar aquello sin perder la parte poéti-ca y hasta simbólica que hay en la literatura?La línea fundamental creo que está clara. Es un pacto sagrado que establece el periodista con el lector, es decir, todo lo que te voy a contar es cierto; dicho esto, las posibilidades de la crónica son in-finitas. El que mejor lo ha defini-do es Juan Villoro, haciendo una comparación entre Alfonso Reyes, cuando dijo que el ensayo era el centauro de la prosa y él creó esa figura del ornitorrinco, que ade-más es un emblema que se ha uti-lizado para Quito Crónico. Dicen que es un animal que tiene mu-chos animales dentro de sí, y don-de caben todo tipo de estilos de géneros literarios bajo esa especie de presupuesto fundamental de todo lo que te cuento es verdad, es como la propia realidad: in-agotable. Cuando le preguntan a Leila por qué no escribe una novela, es porque, bueno, todavía vivimos de esa especie de vieja jerarquía de que la novela está en la cima de la creación literaria. Ahora mismo se están haciendo cosas mucho más poderosas que la novela.

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17

¿Qué ingredientes hacen que una historia deba convertirse en una crónica? ¿Qué es una buena his-toria?Buena pregunta. Se puede hacer una crónica casi de cualquier his-toria. Lo que pasa es que a veces abusamos, o abusan los cronistas, de convertir en crónica cualquier cosa. Creo que es importante no olvidar que a fin de cuentas se tra-ta de contar algo que sea verda-dero, que sea relevante, que afecte a la gente y que esté bien cons-truido. Cuando huyes de lugares comunes, cuando se nota que el cronista ha prestado verdadera atención a sus fuentes, cuando ha escuchado de verdad, cuando se ha asomado a la realidad, cuando uno siente el ritmo de la propia escritura. Cuando uno empieza a leer el texto de una crónica y no lo puedes dejar de leer hasta el final, es la prueba de que la crónica está cumpliendo su cometido, y des-pués hasta revelas aspectos de la realidad desconocida, pues toda-vía se embellece más.

Usted se inició como redactor de cultura y luego se convirtió en co-rresponsal de guerra, ¿qué pasó por su mente en esa transición?Fue un choque. Cuando me lo propusieron la verdad es que quedé sobrecogido y pensé sobre todo en la posibilidad de morir. Tenía miedo de que me pegaran un tiro, tenía la imagen así muy gráfica. Pero también me despertó mucha curiosidad, yo nunca había pensado en cubrir guerras, ni en ir a cubrir conflictos y la propuesta despertó mi interés. Había com-pañeros de El País, donde traba-jaba entonces, que habían ido a Sarajevo durante el cerco y me impresionaron sus crónicas, en-tonces dije que sí, porque quería saber si era capaz de manejar mi miedo, saber si era capaz de con-tar cómo se vive en una ciudad sin

guerra y quería saber qué estrate-gias puedes utilizar para manejar tu propio miedo y contar. Me di de cuenta de que podía precisa-mente sortear el miedo tratando de concentrarme en lo que estaba haciendo; lo he contado otras ve-ces, es una especie de impresión ficticia, sin duda. Igual que los fotógrafos cuando enfocan para hacer una fotografía y se olvidan del resto y están intentando con-seguir la foto lo más cerca, bien compuesta y que cuente cosas, pues igual el cronista, también, por estar concentrado en el deseo de contar las historias de la gen-te que está ahí sufriendo, en este caso ahí en el cerco de Sarajevo, hace que te sientas protegido pre-cisamente por la propia necesidad de contarlo bien y de aplicar to-dos tus sentidos a ese oficio, y eso te sirve de protector y psicológi-camente es una especie de chaleco antibalas extra. ¿Cuáles son los recuerdos que más le persiguen de su vida pe-riodística?Algunos momentos que viví en África, especialmente en Ruanda y en Liberia. Mi primer libro, que se llama Cuadernos africanos, tiene la misma estructura que el que aca-bo de publicar ahora, Sarajevo, que compagina crónicas publicadas en El País con mis diarios íntimos. En Ruanda y en Liberia me vi ante si-tuaciones para las que nadie puede estar preparado. Creo por la mag-nitud de la matanza, de la muerte, y las situaciones por las que se te plantean dilemas, fueron muy fuer-tes; no le deseo a nadie que tenga que afrontar esto.

¿Tanta presión?Mucha presión, pero en el caso de Ruanda, prácticamente al día si-guiente de llegar, acompañé a una patrulla italiana que iba a rescatar a unos sacerdotes católicos que

Cuando uno

empieza a leer

el texto de una

crónica y no lo

puedes dejar de

leer hasta el final,

es la prueba de

que la crónica

está cumpliendo

su cometido.

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estaban perdidos en el inte-

rior de Ruanda. Y nos encontra-mos con una matanza: habían eje-cutado a cerca de mil tutsis en una aldea cerca de la capital de Kigali, y en medio de esa masa de gente muerta, había un brazo, una mu-chacha que se movía, de forma au-tomática. Entonces yo hablé con el capitán del destacamento italiano y me dijo que su misión era resca-tar a los sacerdotes católicos y era lo que iba a hacer. Yo estaba solo como periodista entre estos solda-dos italianos, tenía una cámara y me puse a hacer fotos, al cabo de un rato vi que el brazo se seguía moviendo, fui a hablar con el capi-tán otra vez, me repitió cuál era su misión. Al final los encontramos, los rescatamos, me preguntaron sobre lo ocurrido, la capilla estaba llena de gente muerta con los bra-zos alzados, así como intentando buscar protección en el altar, lue-go nos fuimos. Y al cabo de unas horas, cuando volvimos a pasar por este pueblo, vi que el brazo se había quedado como una especie de asta de bandera, sin bandera. Entonces, éste es un recuerdo que me per-

sigue siempre, pensando que no sé, quizá habría tenido que haber hecho más de lo que hice.

Usted escribe poesía. ¿Es ahí acaso cuando Alfonso Armada, el hombre, deposita sus pasiones más íntimas?Bueno, la poesía tiene otros códi-gos, otras estra-tegias, lo cual

es muy útil ade-más para el cronista porque

te ayuda a trabajar con la síntesis máxima de la palabra. Hay otras emociones evidentemente, aunque creo que también, en mi manera de ver el mundo a través de la poesía, he evolucionado y ahora soy quizá menos lírico y más irónico. Pero donde más rienda suelta le doy es quizá a mi parte más política o a la rabia acumulada por haber vivido situaciones que te desbordan como en Sarajevo, cuando veías que las crónicas que se publicaban cons-tantemente no cambiaban el esta-do de las cosas, no hacían que la Unión Europea interviniera, pues una manera de sacar afuera esa presión no la encontraba en la poe-sía, sino a través del teatro. Tenía una compañía de teatro en Madrid y aunque en las obras no hablaba directamente de las cosas vividas, sí se podía leer subterráneamente alguna referencia al espanto de la guerra a través de algunos persona-jes y algunas escenas.

¿Ahora ya está alejado del teatro?Nunca, porque el teatro es lo que más me gusta; de hecho, me gusta-ría volver a hacer teatro. Es curioso porque durante mucho tiempo, en España por lo menos, hacer teatro, sobre todo un teatro así muy políti-co, muy comprometido socialmen-

Cuadernos manuscritos del autor Armada, sobre la guerra de Bosnia.

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te, hacía difícil vivir de ello. Ahora, curiosamente el periodismo se está poniendo muy complicado y a lo mejor voy a terminar de plantearme el teatro como una forma de vida.

Con la poesía no ocurre lo mismo.No, la poesía evidentemente es un arte del que es imposible vivir; la poesía es tan fantástica porque es inútil, es tan necesaria porque no sirve para comerciar con ella. La poesía es otro campo, pero con el teatro es otra cosa, sigo teniendo un deseo inmenso de hacer teatro, aunque me falta tiempo, pero me gustaría.

Entre los viajes y las conferencias, ¿cómo organiza su tiempo libre? Lo que a mí me gusta es leer, yo me dedicaría todo el tiempo libre no a escribir sino a leer, me falta tiempo para leer. Me gusta caminar tam-bién.

¿Alfonso es introvertido?No lo creo, me gusta mucho estar solo, me gusta mucho pensar pero también me gusta relacionarme. De hecho, quizá el teatro es una forma también de dar rienda suel-ta a la necesidad de comunicarse, y por otra parte, me gusta mucho ir al periódico; yo trabajo en el ABC y el hecho de ir a la redacción to-dos los días me agrada mucho, y

Alfonso Armada Vigo (1958)

Aunque nació en Vigo, le gusta decir que es portugués. Estudió periodismo y teatro en Madrid. Ha trabajado para El País  (cu-brió el cerco de Sarajevo y fue corresponsal para África du-rante cinco años) y  ABC  (fue corresponsal en Nueva York, hoy dirige su Máster de Pe-riodismo). Sus últimos libros son:  Diccionario de Nueva York (2010), Mar Atlántico. Dia-rio de una travesía (2012), Fra-caso de Tánger (2013) y Sarajevo (2015). En FronteraD mantiene el blog El mirador.

luego en FronteraD, a pesar de que soy el editor, me gusta mucho es-cribir, y también editar los textos de otros. Ese diálogo con cada cro-nista, tratando de perfeccionar una crónica, de ver dónde no funciona, dónde te hace falta más diálogo, más trabajo, en la descripción y en los personajes, es un trabajo que me encanta.

Usted ha señalado que el buen pe-riodista es el que sale a la calle con la mirada de un niño, esa mirada supongo se tiene desde el inicio, ¿se carga con ella hasta el final de los días en que se haga periodismo o es posible que con el tiempo se vaya perdiendo?Bueno, eso pasa en todos. Uno se da cuenta cómo se es capaz de ha-cer dibujos maravillosos cuando es pequeño y llega un momento en que no sé qué pasa en nuestra mente pero dejamos de dibujar así. Pues creo que el cronista de alguna manera intenta recuperar esa mirada. Es como, en el caso de alguien que ha nacido en Quito, volver a ver tu cuidad con los ojos de un desconocido, con los ojos de un extranjero que se asombra con todo. En la medida en que el periodista deja de asombrarse de las maravillas de la vida, creo que pierde su posibilidad de contar. La curiosidad es algo absoluta-mente necesario para el periodista. Una cosa que hemos hecho todos los días en el curso de crónica es leer un poema de la poeta polaca Wislawa Szymborska, porque tie-ne unos poemas maravillosos que hablan sobre todo de prestar aten-ción. Una de las labores del perio-dista es precisamente hacer que el lector preste atención a lo impor-tante y mucho de lo importante no es lo que está en las noticias, lo que está en los titulares, sino lo que está inadvertido, y creo que esa mirada descubre cosas de la reali-dad que son fascinantes.

Me llamó por

ejemplo la

atención que en

las torres de la

Basílica del Voto

Nacional hubiera

tantas pintadas

de amor.

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Los elementos para leer ‘Ha-bitáculos visuales’, la recien-te obra fotográfica de Raúl

Yépez ‘Yepo’, fotógrafo y arquitecto, los encontré en un intercambio de ideas alrededor del jazz con el teóri-co y crítico literario Michael Han-delsmann. La lectura que Handels-mann hace de la autobiografía de Miles Davis, y la exhortación que Davis hace en ella de la forma en que el músico Charlie ‘Bird’ Parker defendía el derecho a seguir sus im-pulsos en detrimento de un guión preelaborado, se volvieron la clave central para indagar en la visuali-dad que surge en esta serie de foto-grafías montadas a partir de dos o incluso tres imágenes.

Tal como en la irrupción que hi-ciera Charlie ‘Bird’ Parker en el jazz con una propuesta experimental entre 1935 y 1955, el proyecto ‘Ha-bitáculos visuales’ de Yepo arriesga desde un re-ensamblaje complejo la conjunción de aquello que, en principio, no podría ser combinado porque alguna sentencia naturaliza-da en el régimen de representación habría sugerido una taxonomía rí-gida que separa y clasifica al mun-do en materiales, texturas, colores, cuerpos, formas, gestos, tamaños que se excluyen unos a otros. Yepo advierte tales fronteras y las desafía con una mirada audaz y prolija para superarlas a través de un sinnúmero de gestos poéticos que acercan los cuerpos a la luz, el deseo a la som-bra, el espacio al vacío.

La primera etapa del proyecto se constituye a través del movimiento calculado del fotógrafo por distin-tos territorios, urbanos y naturales. Sus viajes no son simples tránsi-tos que buscan conocer y retratar el mundo: lo suyo es una estrate-gia que descompone en segmentos precisos al mundo y su infinidad de aristas insospechadas. El resultado es una extensa serie de detallados planos visuales que Yepo ensambla en un segundo momento desde la

Alex Schlenker

Hablaron de todo menos de ellos mismos. Estaban desnudos, Ricardo dejaba que su mano se paseara por el

vientre de Elaine, que sus dedos peinaran sus vellos lacios, y hablaban de intenciones y proyectos, convencidos, como sólo pueden estarlo los amantes nuevos, de que decir lo que uno

quiere es lo mismo que decir quién es.

Juan Gabriel Vásquez, El ruido de las cosas al caer

Todo lo sólido es deseo puro.Thomas Hartford, Des-variaciones

Ésta es la relación de cómo todo estaba en suspenso,todo en calma, en silencio.Popol Vuh, Capítulo Primero

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visor

quietud en su mesa de trabajo jun-tando o confrontando flujos/mo-vimientos, cromáticas/contrastes, vectores/puntos, ausencias/nom-bres, deseos/recuerdos, gestos/satu-raciones, texturas/temperaturas…

Su campo de batalla para tal operación se traslada al interior del encuadre en el que aplica una depurada y meditada composición que reordena al mundo de acuerdo a su infinitesimal conjunción de minúsculos detalles geométricos/cromáticos/psicológicos/oníricos. Y es que Yepo no recrea al mundo. Ni siquiera lo registra. Lo suyo es una meticulosa medición que des-cubre palmo a palmo las diminutas estructuras circulares, triangula-res, trapezoidales, moleculares, de pulsación que componen la vida y los espacios que hemos construido para habitarlos en el sentido más carnal y pasional del término.

La estrategia de Yepo para rein-ventar el mundo pasa por apropiar-se de la técnica del montaje visual, una estrategia cinematográfica que consiste en administrar el orden y la duración de los distintos planos con los que el camarógrafo ha re-tratado múltiples facetas de la reali-dad. Siguiendo a Sergei Eisenstein, el legendario maestro del montaje cinematográfico, la unión final de dos planos en la mesa de montaje no implica una sumatoria, sino que, y de manera casi inesperada, sugiere algo nuevo que interpela profunda-mente la realidad a partir de la cons-tatación del carácter ficticio, mas no imposible de la representación.

La exacta y precisa unión de las distintas piezas extraídas del mun-do asemeja a un rompecabezas cu-yas piezas se hubieran dispersado por un laberinto borgeano. La línea que atraviesa la combinación de planos no es tan sólo un trazo que une distintos puntos con una deter-minada curvatura, sino una proyec-ción aguda y certera de una mirada sensible sobre el mundo de los ob-

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jetos y los deseos, de las formas y los impulsos. Tal costura, potente e invisible al mismo tiempo, junta el canto de una sombra con el borde de un cuerpo, el espacio inacabado con el deseo por el mar, o el cielo o ambos. Un gesto mágico que su-giere un entretejido complejo para repensar el mundo.

Cara/Luz/Sombra/Sossusvlei/Desierto/Namibia/África.

Reflejo/Extensión/Crepúsculo/Salar/Uyuni/Bolivia.

Duna/Alborada/Viento/Sos-susvlei/Namibia/África.

Mujer/Compraventa/Desnu-dez/Exhibir/Ofrecer/Esconder.

Anhelo/Vislumbrar/Ansia/Ver-de/Flotar.

Tal estrategia se prolonga a las palabras claves con las que Yepo nombra sus montajes. Las frases construidas con la misma precisión con la que biseló las imágenes pro-ponen un sensible tejido compues-to por referentes visuales/arqui-tectónicos/intelectuales (Claudio Naves/Óscar Niemeyer/Hubert van Doorne/Dom Bosco/…), luga-res de toda índole (desierto/centro/parque nacional/museo/…) en dis-tintas regiones del mundo transita-do y auscultado (Brasil/Ecuador/Namibia/Bolivia/Panamá/…), ver-bos de tránsito y reposo (yacer/ha-bitar/esconder/flotar/...), atributos que describen distintos estados de ánimo y del alma (súplica/sensua-lidad/curiosidad/…) y conceptos que explican la geometría del mun-do (sinuoso/curvilíneo/gótica/soli-dez/contorno/simetría/…).

Las dos aristas (imagen/palabra) que Yepo construye sobre el mundo de lo sensible y frágil recuerdan la sentencia que Charlie Parker ha-bía predicado hace más de medio siglo: «Play what isn’t there/toca lo que no está ahí». (Davis, 1989: 243). Esta exhortación por lo expe-rimental, por una reconexión con la

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23

parte más sensible del ver, del sen-tir, del recordar, del amar, no solo busca acusar las ausencias, sino vol-verlas lugares de construcción de lo posible para que la vida sea lo que debería ser: vida, habitada en toda su amplitud. La serie ‘Habitáculos visuales’ no sólo invita a dejar de re-presentar el mundo como creemos que es, sino a reinventarlo como sentimos que debería ser. Es posi-ble que muchos de los habitáculos de Yepo no existan, pero eso no implica que no pudieran/debieran existir.

Referencias

Davis, Miles; Quincy Troupe1989 Miles: The autobiography. New York,

Simon and Schuster, Paperbacks.

Handelsman, Michael2015 ‘Situando a Charlie ‘Bird’ Parker entre

Julio Cortázar y Juan Montaño. Una lectura de pertenencias’, University of Tennessee, documento digital.

La serie Habitáculos

visuales no sólo invita

a dejar de representar

al mundo como

creemos que es, sino

a reinventarlo como

sentimos que debería

ser. Es posible

que muchos de los

habitáculos de Yepo

no existan, pero eso

no implica que no

pudieran/debieran

existir.

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 Pablo Montoya

24

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1

Tengo horror de la patria, de-cía Arturo. Y los pasajeros miraban sin entender los

perfiles de esa confesión. El viaje había iniciado horas antes en Me-dellín. El bus, después de subir has-ta el Alto de la Sierra, planeó bajo la oscuridad de Santuario. Luego se precipitó por entre las curvas que terminan en las llanuras del Mag-dalena. El cielo se veía iluminado por una exhalación parda que pa-recía una baba. La noche tenía algo de garganta abierta. Arturo la mi-raba fijamente desde la ventanilla. Estrellas de espanto, mascullaba incansable. Y después, de lo hondo de la memoria, brotaba otro delirio. Escribí silencios y noches, decía para sí, y anoté lo inexpresable. Una música de mariachis flotaba alrede-dor de los pasajeros. En el monte, las luces de los ranchos se confun-dían con cucuyos que Arturo veía agigantados. En Dorada, el chofer se detuvo. Algunos pasajeros baja-ron a orinar. El calor era inmenso y asordinado y se medía por la hu-medad que aplastaba la ropa sobre los cuerpos. Arturo no descendió. Una mujer pasó a su lado. Ofrecía mecato, gaseosas frías, cervezas, aguardiente. Tras ella una sombra se irguió como un reflejo intenso. Esa misma sombra Arturo creyó verla alrededor de quienes fueron subiendo al bus minutos más tar-de. Entonces volvió a hablar. Pero esta vez lo hizo con fuerza. No para que fuera escuchado, sino porque así conjuraba lo descomunal que le nombraba el mundo desde ha-cía días. El bus avanzaba, veloz, mientras Arturo repetía sin pau-sa, la senté sobre mis rodillas y la encontré amarga y la injurié. El chofer frenó. Acompañado por al-gunos pasajeros, preguntó por lo que pasaba. Vieron una huella de estrago en el rostro de Arturo. Ob-tuvieron una vaga respuesta hecha

de sustantivos impenetrables. Lo amenazaron con bajarlo si no cesa-ba la habladera. Pero Arturo siguió mirando las estrellas. Sintiendo que la oscuridad estaba suspendida en el filo de un puñal que quería cer-cenarle el corazón. Fue atravesan-do el puente cuando Arturo se le-vantó. El infierno, dijo. Estoy en el infierno. Y una sonrisa se extravió en su boca. Sus gritos terminaron por despertar a los pasajeros. Un pánico incontrolable le sacudía las venas. Rogó que lo bajaran. Decía que al bus se lo iba a tragar un abis-mo. «¡Drogo hijueputa!», exclamó alguien desde las bancas de atrás. El motor volvió a ronronear y se sumergió en las tinieblas. Arturo se acomodó la mochila. Caminó en dirección contraria al bus. Sintió el piso caliente bajo sus pies. Al cru-zar el río, escuchó el cauce. Voces y suspiros se desprendían de él.

 

2La cantina tenía una atmósfera

desvaída. La música, roída por un acordeón, brotaba de una vitrola. En la puerta dos mujeres susurra-ban somnolencias. Arturo entró y buscó una silla. Puso la mochila en la mesa. Una de las mujeres pre-guntó. Arturo sintió que la voz caía como un agua opaca pero fresca. Era una voz hecha de acumulada fatiga. La mujer alzó los hombros ante la falta de respuesta. Arturo reaccionó. La siguió. La detuvo de un brazo. Pero lo hizo con suavidad. ¿Dónde estamos?, dijo. En Honda, respondió ella. Y pensó otra vez en el vértigo. Creyó que estaba en una llanura poblada de tumbas. Paladas de fango se trazaron en su mente. Cerró los ojos para expulsar la de-solación. Luego se pasó las manos por las mejillas sudorosas. Deme una cerveza, dijo. Cuando la mujer puso la botella en la mesa, Arturo

cuento

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la tomó de la mano. Le pidió que se quedara. La mujer hizo un ade-mán de molestia. Tenía sueño y ya se iba, explicó. Me bajé del bus, dijo Arturo. Tuve horror de los hombres y me bajé del bus. La mujer enarcó las cejas. Entonces Arturo habló de una comarca verde. Tan lejana que parecía un espejismo. Mencionó jó-venes caballos y una vaca en medio de un paisaje lunar. Habló de una anciana que cantaba en las noches para hacer dormir a niños asustados por la enormidad del silencio. Qué le pasa, dijo ella riéndose. Arturo siguió hablando de hombres de tor-sos desnudos, olientes a hierba, que amanecían radiantes y anochecían taciturnos. Puedo hablar mientras llega el amanecer. Sólo necesito que esté sentada, a mi lado, hasta que llegue la luz, dijo Arturo. La mu-jer volvió a reír. Pero esta vez había un fulgor tenue en sus ojos. Estoy rodeado de muertos, continuó Ar-turo. Todos lo estamos, replicó ella. Soltó la mano y se sentó. Entonces de afuera terminó por llegar la voz. Hubo una seña entre las mujeres. Y ellos entraron. Lo habían seguido, ocultos bajo la oscuridad pegajosa forjada por el río. Lo habían visto gritar en el puente con las manos

son los sombríos prelados de ellas. Sepultureros insomnes, lo sé, pue-blan las orillas de este río. Y yo logro verlo en sus ojos. Y el horizonte es un mar ígneo y en el cielo el humo planea como un pájaro agorero. La mujer lo interrumpió. Le puso la mano en los hombros. Cálmese, hombre, por lo que más quiera. Ar-turo la miró. Con un tono que de pronto se tornó leve dijo que él era un maldito. Que no quería adorar ninguna bestia. Su voz parecía un surco de alteraciones. Le tomó otra vez la mano. Le rogó que se que-dara. Usted es la claridad y ellos el légamo. Pero el más alto lo empujó hacia la silla. El otro pidió los pape-les con frialdad. Arturo rió de nue-vo. Soy un fantasma, güevón. No te das cuenta. Soy nadie. No tengo identidad. Soy el que canta en el suplicio. El despedazado en las pa-labras. Y jamás he tenido moral. Y no comprendo las leyes de ustedes. Mis ojos están cerrados a la lava de sus armas. El bajo lo tomó del cue-llo. Lo hizo levantar hasta tenerlo cara a cara. «¡Loco malparido!», le escupió. Y entre los dos lo arrastra-ron hacia fuera. ¿Qué es lo que es-tás diciendo, peyerrea, preguntó el más alto. Las mujeres intervinieron.

en las orejas. Se rieron, pero en sus risas había inquietud, al ver que lanzaba manotazos a los árbo-les que bordeaban el parque. Rara esa caspa, había dicho el más bajo. Ambos vigilaban la penumbra de Honda. Controlaban el sosiego so-focante en las flotas de los buses. El más bajo empuñaba la akacuaren-taisiete a todo momento. El otro, mientras caminaban, miraba hacia la punta de sus botas. En la cantina preguntaron. La mujer levantó los hombros, dobló la boca, cerró los ojos. El bajo insistió agresivo. Tiene miedo, dijo ella. Sólo tiene miedo y quiere que lo escuche. Trató de re-gresar a la mesa, pero una mano se interpuso.

3Soy un fantasma, contestó Ar-

turo. Y los encaró con la mirada intensa. Y luego les sonrió irónico. Y antes de que ellos reaccionaran levantó las dos manos. Trazó con ellas un gesto. Se paró. Los seña-ló a los dos. Los dedos eran cruz y gatillo al mismo tiempo. He dejado las regiones de la luz y desciendo a imperios de tinieblas, dijo. Ustedes

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No ven que está desjuiciado, alega-ban asustadas. Y halaban a Arturo de un brazo. En las bocas, un rictus de rabia y de impotencia. Pero en el forcejeo el delirio seguía. He llama-do a los verdugos y aquí están. He llamado a todos los flagelos y aquí están. Me ahogo en el barro. Me asfixio en la sangre. Estoy de crí-menes empapado y tengo horror de la patria. El golpe de la culata inte-rrumpió las incoherencias. Arturo se fue de bruces contra el suelo. Las dos mujeres intentaron hacer un cerco protector. Una de ellas alcan-zó a pasar su pañoleta. La sangre rodaba desde la nariz hasta el men-tón. En vano intentaron socorrer a Arturo con justificaciones. Las dos fueron empujadas contra las me-sas. Al hombre lo levantaron de sus cabellos. Lo tomaron de las axilas. Lo expulsaron a la calle. Frente a la noche, la luz de una lámpara los de-lineó durante un trayecto. Al fondo, en dirección del río, una callejuela con muros descascarados los borró de los ojos femeninos.

 4Preguntó por ellos. Había es-

tado en las flotas de los buses. Los había buscado en los tenderetes donde vendían tinto. Las mujeres lo miraron con estupor. Parado, negro e inmenso, a la entrada de la cantina. El miedo de ellas hizo surgir la respuesta. Contaron lo que sucedió. Él también había escucha-do, mientras seguía el rastro de sus hombres, algo del que hablaba solo. El camino fue señalado. Apartó a las mujeres con un gesto. Ordenó sin palabras que se quedaran. Sus botas resonaron hasta desvanecerse en la oscuridad. Inmerso en ella, y al borde de la corriente, Arturo es-taba arrodillado. Las sombras de los guardias, a su lado, se mezclaban a las sombras de los árboles. Arturo buscaba sus raíces como si estuviera buscando un asidero. Indagaba en sus follajes como si tramara un es-cape. Pero sólo percibía penumbra desde donde brotaba y se sumergía todo. Quiso respirar pero no había viento. El mundo estaba detenido en un marasmo donde la luz pare-cía tímido esbozo. Un olor a aguas podridas, sin embargo, inundaba el espacio. Arturo lo aspiró y pensó en una fisura por donde él tal vez po-dría entrar. Sintió que lo agarraban del pelo. El acero frío del arma le refrescó la frente. En su rostro la sangre se había tornado grumos. La desdicha ha sido mi dios. Y ustedes son los progenitores de todas las desdichas, alcanzó a gritarles. Pero los hombres lo tumbaron. La boca pegada al pantano. El bajo descargó el seguro de su fusil. El otro lan-zó la mochila al cauce. Entonces el ámbito se iluminó. Un resplandor arrasó la mirada de Arturo. Oyó pedazos de palabras que discutían. Como hechas de ecos lejanos. Ar-turo tenía las manos maniatadas. Pero logró voltearse. Cuando el chorro de luz se desvaneció, vio la figura a sus pies. Era más alta que

las otras. Y poseía un aura negra que resplandecía en la oscuridad. Arturo pensó en el primer nacido de entre los muertos. En el príncipe de los reyes de la tierra. En el ángel que libera de la sangre y del pecado. Dos manos vigorosas lo levantaron. Váyase, dijo el negro. Y en las aguas del Magdalena un reflejo de sol tocó los ojos de Arturo.

Pablo Montoya Campuzano(Barrancabermeja, Colombia, 1963)

Pablo Montoya es escritor y profesor de literatura de la Uni-versidad de Antioquia. Realizó estudios de música en la Escuela Superior de música de Tunja. Se especializó en Filosofía y Letras. Obtuvo el Primer Premio del Concurso Nacional de Cuen-to ‘Germán Vargas’ (1993). Ha publicado libros de cuentos, en-sayos y novelas, entre los que se destacan: La sed del ojo (2004), Lejos de Roma (2008) y Los derro-tados (2012). En 1999 el Centro Nacional del Libro de Francia le otorgó una beca para autores ex-tranjeros por su libro Viajeros. El libro Habitantes ganó en el 2000 el premio ‘Autores Antioque-ños’. Réquiem por un fantasma fue premiado por la Alcaldía de Medellín en el 2005. En el 2007 ganó la beca de creación en cuen-to de la Alcaldía de Medellín con El beso de la noche.

Tengo horror de la

patria, decía Arturo.

Y los pasajeros

miraban sin entender

los perfiles de esa

confesión. El viaje

había iniciado horas

antes en Medellín.

El bus, después de

subir hasta el Alto

de la Sierra, planeó

bajo la oscuridad de

Santuario.

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Es un hombre que está solo pero no espera. Se nota que no espera. Tiene una mueca

en los labios que intenta o preten-de ser una sonrisa, pero no lo es. Con las manos entrelazadas sobre la mesa, mira cantar a la chica de vestido largo azul. Todo el restau-rante la mira, y también lo mira a él. Pero no parece que por una secreta historia de amor.

En el ‘Jardín Iguazú’ la fauna de esa noche, 24 de diciembre, es por lo menos llamativa. Los chinos es-tán en la larga mesa del fondo, con-tra las verjas, y desde allá llega un suave murmullo como de palomas. Su extraña lengua entremezcla vo-cablos del guaraní y del castellano, particularmente en los más chi-cos, que llaman la atención por su comportamiento serio, casi adulto. El patio es grande, como para cin-

cuenta mesas o algo más. Casi to-das están ocupadas por una legión de rostros peculiares que parlotean como pájaros de hablar diverso: las chicas que parecen alemanas, o aus-tríacas, comen tan discretas como rubias; los dos franceses de cami-seta y shorts que parecen gemelos, o pareja gay, tragan como si esa fue-se la última cena antes de subir al patíbulo; una barra de cordobeses grita cerca de los chinos y suelta procacidades cada tanto, pidiéndo-le a la chica del vestido largo azul que cante temas cuarteteros onda Mona Jiménez.

El hombre que está solo ha terminado de comer. Antes de las once de la noche ya se ha pasado dos veces una blanca servilleta de papel por los labios y ha bebido un par de copas de sidra helada con que la casa invita a los comensales.

Chun-Li, el patrón que vigila que nada escape a su control, ha dis-puesto que la sidra se incluya en el precio del tenedor libre chino-argentino: veinte pesos, o dólares, por persona y con toda otra bebida aparte. Mientras María Paula, la mesera que nos toca, nos sirve la si-dra e informa sobre la mesa de co-midas, calculo que hay más de cien personas en el local: un negocio re-dondo sobre todo porque hay gente como esos cuatro europeos de na-cionalidad indefinible que ya van

Mempo Giardinelli

Para Daniel Mordzinski

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…todos se besan, se abrazan, se saludan, nos besamos,

brindamos de mesa a mesa, alzamos copas, algunos le

hacen guiños a la chica del vestido largo azul que canta

algo de Caetano, Chun-Li vigila la caja y que todo esté

en orden, y luego de cinco minutos yo advierto, y creo

que todos advertimos, que el hombre solo sigue solo,

impertérrito, alzando su copa apenas hasta la altura de

sus labios y como para brindar con nadie.

narrativa

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La chica canta ahora boleros de Luis Miguel

y es difícil decidir si es mejor mirarle las

piernas bellísimas que asoman por el tajo del

vestido largo azul, o seguir la conducta tan

extraña de Solari, como hemos bautizado al

hombre de la mueca en la boca que parece

sonrisa pero no es sonrisa

por la octava botella del mejor tinto nacional, o ese grupo de estudian-tes norteamericanos con camisetas de NYU y otras universidades que desde las ocho de la noche están bebiendo cerveza con un apasiona-miento como el de la Quinta Flota cada vez que ataca a un país árabe.

La chica canta ahora boleros de Luis Miguel y es difícil decidir si es mejor mirarle las piernas bellísimas que asoman por el tajo del vesti-do largo azul, o seguir la conducta tan extraña de Solari, como hemos bautizado al hombre de la mueca en la boca que parece sonrisa pero no es sonrisa. Su comportamiento es por completo educado, o quizás habría que decir medido. Como una representación de lo discreto, no es tristeza lo que define su es-tado. Es más bien un transcurrir a contramano de todos, el cual, final-mente, resulta patético.

Es un hombre apuesto, cierta-mente: andará por los cuarenta lar-gos, quizá cincuenta muy bien lle-vados, con algunas canas sobre las orejas, lomo trabajado en gimnasio, manos de campesino o de obrero: bastas, fuertes, grandes. Viste con sencillez, como casi todos esa no-che abrasadora de Navidad y en ese punto caliente de la frontera: jean y camisa de mangas cortas en tono pálido, nada para destacar. Lo que destaca es que está solo y su soledad es absoluta, insólita para esa noche y ese sitio, una solitariedad, se diría, tan llamativa como la joroba del de Notre Dâme, indiscreta como un comentario del inolvidable Max Ferrarotti de Soriano.

Imposible no mirarlo. Es casi agresiva su desolación. Preside una mesa vacía con restos de pavo y un trozo de pan dulce a medio comer. Ha pedido ahora una botella de vino blanco que beberá solo, quizá como lo ha hecho toda su vida, y lo bebe parsimonioso y lento como hacién-dolo durar hasta las doce, cuando la chica del vestido largo azul anuncia

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Mempo Giardinelli

Es escritor y periodista. Nació (1947) y vive en Resistencia, Chaco, Argentina. Exiliado en México en-tre 1976 y 1984, a su regreso fundó y dirigió la revista Puro Cuento. Su obra literaria está traducida a veinte idiomas y recibió importantes galar-dones, entre ellos el Premio Rómu-lo Gallegos 1993, y en 2006 recibió el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Poitiers, Francia.

También recibió el Premio Na-cional de Novela, en México (1983), y el Premio Grandes Viajeros 2000 en España. En Italia recibió el Pre-mio Grinzane Montagna 2007 y el Premio Acerbi 2009. Y en mayo de 2013 le fue otorgado el Premio An-drés Sabella, en Chile.

Enseñó Periodismo y Literatura en la Universidad Iberoamericana (México), la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) y la Univer-sidad de Virginia (Estados Unidos).

Es autor de una decena de nove-las. Entre las más conocidas: Luna caliente, La revolución en bicicleta, Santo oficio de la memoria e Imposi-ble equilibrio. Su más reciente no-vela publicada es Visitas después de hora. También ha publicado libros de cuentos: Vidas ejemplares, Estación Coghlan y Luminoso amarillo, entre los más conocidos. El más reciente se titula 9 historias de amor.

(Tomado del sitio web del autor).

que es la hora del gran brindis y los besos y los buenos deseos, y estallan las mesas de los argentinos, los cor-dobeses y unos rionegrinos de más allá, y también un grupo de brasi-leños que se lanzan a bailar como siempre hacen los brasileños para que todo el mundo los quiera, y de modo más contenido los europeos, y con asiática frialdad los chinos: todos se besan, se abrazan, se sa-ludan, nos besamos, brindamos de mesa a mesa, alzamos copas, algu-nos le hacen guiños a la chica del vestido largo azul que canta algo de Caetano, Chun-Li vigila la caja y que todo esté en orden, y luego de cinco minutos yo advierto, y creo que todos advertimos, que el hom-bre solo sigue solo, impertérrito, al-zando su copa apenas hasta la altu-ra de sus labios y como para brindar con nadie. De una mesa vecina un

matrimonio mayor se le acerca para brindar con él, acaso conmovidos por su desamparo; cambian saludos y otra mujer, de unos cuarenta años y a la que imagino solterona, va y le zampa un beso y un abrazo como diciéndole oiga, che, no joda, venga a divertirse un rato que aquí estoy yo y la noche es propicia. Pero el hombre, tras devolver, gentil y edu-cado, los saludos, retorna a su mesa, a su soberbia, a su patética soledad sin esperanzas.

Hacia la una de la madrugada y después de tangos, cumbias y has-ta chacareras a pedido, la chica del vestido largo azul se toma un respi-ro con sus músicos, algunos turistas se retiran a descansar, y con Daniel, que ha mantenido sus cámaras col-gadas del cuello como un médico de terapia intensiva su estetosco-pio, decidimos que es hora de ir a

dormir pues mañana será un día de trabajo. Pagamos a María Paula y saludamos a Chun-Li y los suyos. Yo le doy un beso fraternal a María Paula, que no ha dejado de bailar cumbias desde que terminó la cena, y antes de salir miro por última vez al hombre solo y le pregunto a Ma-ría Paula qué onda con el que sigue allí, sentado, con su mueca que pre-tende ser sonrisa pero no lo es y que intenta ser agradable sin lograrlo.

—¿Ese? —dice con desprecio María Paula—. Es un gendarme retirado que torturó y mató a un montón de gente. Hace años era el hombre más temido de la frontera; ahora es sólo eso que ves: menos que un pobre infeliz, una mierdita. Y me da un beso y otro a Daniel, y sigue bailando. Nos vamos al hotel, pensando en el día siguiente. Y sin mirar atrás.

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I

«Lento dulcimer, gavota y arco, en otoño, / Bashô y sus amigos salen a mi-

rar la luna; / en verano, arcoíris de gasolina en la cuneta, // la secreta cortesía que corre como icor / por la versión antigua de un chiste gro-sero a gran escala, / imposible de decir por escrito. ‘Bashô’ / se llamó a sí mismo, ‘Banano’ (…)», lee Ro-bert Pinski, poeta laureado de los Estados Unidos.

Y lo hace en el pequeño esce-nario del café Kafka: un lugar con cuadros de cucarachas gigantes, de mesas con velas y tazas con café, de oyentes cautivados y un grupo en-tusiasta que corea «Bashô».

Pinski ha atrapado al público. Luego, tras su lectura, contará a un grupo de privilegiados de cómo im-provisó un poema ante la exigencia del Presidente de los EE.UU.

IIEn sus paredes hay frases suel-

tas, frases que hablan de su mun-do, de aquella vida reducida. En las paredes de su departamento destartalado habitan momentos horrendos del pasado, de su infan-cia, de los novios de su madre, de su particular infierno. En las pare-des manchadas y ahuecadas de su departamento hay notitas pegadas, con textos que alguien considera que es poesía.

Moe Szyslak, así se llama el poeta, lee ante un grupo de alum-nos de secundaria: «Mi alma huele como paloma muerta después de tres semanas / cierro mi ventana y me voy a dormir / en mis sueños como maíz con mis ojos». Ninguno de ellos, con expresión de asombro, le entiende. No le sorprende tal ac-titud, es un fracasado, y es normal en su larga lista de decepciones.

Alexis Cuzme

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ensayo

IIIRobert Pinski1 y Moe Szyslak2

son dos estereotipos de poeta in-compatibles. El primero ganándose al público desde el anuncio de que su libro ha sido ‘tomado’ de una bi-blioteca pública, el otro destacando que su único libro de cabecera es aquel que trata sobre cómo ganar en las carreras de perros.

Estos modelos de poetas exis-ten desde un imaginario exage-rado que caricaturiza la labor del poeta, y no solo de ellos: leyendo en un café para ‘intelectualoides’ que acuden a escuchar poesía no como una forma de vida a través de este arte, sino como parte de un rito cultural y social en el cual se está porque eso dicta la moda y no el gusto. O asistiendo a una mesa de escritores ‘famosos’ y evi-denciando la generosidad de co-

mentarios a los libros de colegas-amigos, rechazando a todos aque-llos autores que necesitan ayuda de otros, desde la titulación hasta la composición.

Toda una amalgama de prejui-cios alrededor de estos dos poetas, el primero a partir de uno real, el segundo una inventiva comprimida del realismo sucio bukowskiano.

IVPero, ¿qué hay más allá de estas

caricaturas en torno a dos poetas, uno real y otro una mera ficción?, ¿cómo reconocer que en medio de la comicidad habita una verdad a voces dentro del mundillo de la poesía?, ¿cuánta de la mofa que se reconoce en verdad se aplica a la realidad? Partamos diciendo que ambos personajes pertenecen a dos capítulos3 de Los Simpson, capítu-

los donde la poesía y la literatura están presente, capítulos donde se explora y critica muchas de las si-tuaciones que acontecen dentro del campo de la literatura, con ese tras-fondo donde la envidia, el rencor, el revanchismo y la soberbia invade la obra de muchos autores.

Pinski, el personaje, no hace más que proyectar la egolatría del poeta actual, que sabe que desde el primer poema leído debe cauti-var a un público que no solo busca escuchar poesía mientras bebe café, cerveza o vino, un público que ade-más de la misma poesía busca show, algo que sea ese plus al cual recor-dar cuando la poesía acabe. Ese es Pinski, en el teatro Kafka, leyendo para un grupo de seguidores uni-versitarios, acentuando cada pala-bra y las metáforas que van calando en los oyentes. Pero también, y una vez finalizada la lectura, despren-diéndose de anécdotas que hablan de una posición privilegiada, de su

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título de laureado,4 de la relación que guarda con el poder político de su país.

Por otro lado está Moe, un can-tinero sobreviviendo y padeciendo desde las márgenes de la ciudad, habitando un departamento que es una pocilga, con paredes decoradas con anotaciones coléricas que guar-dan una relación: un hilo emotivo que refleja una cierta ‘poesía’. Este es el detonante para que un don na-die se convierta de la noche a la ma-ñana en poeta, un poeta publicado en una antología, un poeta que es invitado inmediatamente a un con-greso de escritores, un poeta que se muestra tal y como es, y eso des-de un panorama literario pulcro y conservador resulta algo exótico, un poeta que se burla de la desfacha-tez de sus ‘similares’, un poeta que niega cualquier ayuda pasada en su conversión de ‘poeta’, un poeta que, contradictoriamente, ya no tiene ni puede pensar en más poemas.

Esta sátira desde Los Simpson es en primer momento divertida, pero en su interior, sobre todo en ambos capítulos, demuestra a la poesía desde sus matices que no se ven, revela sus costuras, sus fa-llas, va dando cuenta de los errores

constantes a los que los poetas se remiten como algo natural.

VPoetas desde el oficialismo y

desde el lumpen. Poetas que escri-ben y leen poesía como si no exis-tiera otra forma de comunicarse. Poetas que asisten a congresos de poesía porque allí la comida y be-bida es gratis, porque siempre hay un poeta más mediocre víctima de los demás.

Poetas arrastrando cada una de sus imperfecciones a un circo ávido de espectáculo. Poetas que insisten en perdurar año tras año.

Y en este escenario vale pre-guntarse: ¿los poetas nacen y apa-recen por error?, ¿son los poetas esos andrajosos individuos e in-dividuas siempre con una his-toria entretenida salvando una reunión?, ¿cuántos poetas se han negado al molde clásico y aburrido del escritor ‘intelectual’?, ¿cuántos poetas han reivindicado el modelo del ‘intelectual’ y lo han llevado a un límite que invade terrenos poco apetecibles como la moda?

En sus paredes

hay frases sueltas,

frases que hablan

de su mundo,

de aquella vida

reducida. En las

paredes de su

departamento

destartalado

habitan momentos

horrendos del

pasado, de su

infancia, de los

novios de su

madre, de su

particular infierno.

En las paredes

manchadas y

ahuecadas de su

departamento hay

notitas pegadas,

con textos que

alguien considera

que es poesía.

Robert Pinsky, poeta, editor, crítico literario y traductor estadounidense.

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Alexis Cuzme

(Manta, 1980). Editor de la re-vista metal literaria Marfuz. Ad-ministra el blog Ciudad Hecatom-be (literatura). Su obra poética consta en varias muestras. Ha publicado en poesía: Complot ante el silencio (2003) Club de los pre-muertos (2006) Bloody city (2009) Cúmulo sanguinolento (2011) y Trilogía de la carne (2012). En ensayo, Moshpit (2013).http://alexis-cuzme.blogspot.com/

1 Long Branch, New Jersey, 1940. Poeta, editor, crítico literario y traductor estadounidense.

2 Cantinero de Springfield en la serie televisiva Los Simpson; su único poema publicado se titula Aullándole a una luna de asfalto.

3 La pequeña niña y los diez grandes (décimo tercera temporada, capítulo 20) y Moe y Lisa (décima octava temporada, capítulo 6).

4 En Ecuador no existe oficialmente el título de ‘poeta laureado’, sin embargo desde Ma-nabí, específicamente en la Casa de la Cultura de esta provincia, existe la ‘coronación’ para los poetas que respondan a una cierta estética relacionada a la política institucional. Ahora las preguntas claves son ¿Cuántos poetas quisieran ser coronados? ¿Es relevante la obra de un poeta coronado? ¿A quién se corona y a quién se deja de coronar?

VIPinski pregunta, con gesto de

preocupación, si la muchacha con cabeza de piña puso para la pizza que comen algunos fans junto a él.

Moe agarra bocaditos, ensucia su boca, ve la pulcritud de Tom Wolfe, y usa su traje blanco como servilleta.

En la ciudad alguien ha decidi-do que mañana hará la mejor bro-ma jamás pensada. Pintará un gra-fiti, corto y explosivo: POETA BASU-RITA DE MI PATRIA. Luego esperará en las redes sociales que el dolor y odio los delate.

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Comenzar a delinear un perfil de Edith Piaf sin mencionar su voz puede

parecer, como mínimo, un ges-to curioso. Pero cada vez que pienso en ella, lo primero que viene a mi mente son sus cejas. Ese subrayado gestual que dice tanto de una persona, en la Piaf se me antoja casi una cartogra-fía de su existencia, mucho más precisa incluso que la herra-mienta con que supo conquistar multitudes en Francia y el resto del mundo.

Su voz, conmovedora e incon-movible, delata los avatares de una vida colmada de desengaños y excesos pero los atraviesa sin perder un ápice de su intensidad. Las cejas del Gorrión de París, en cambio, son cicatrices que mu-tan al ritmo de las heridas acu-muladas por su alma.

Una niña vagabunda

Las cejas pobladas y oscuras le daban un aspecto fresco y de-safiante cuando grabó su primer éxito, Les Momes de la Cloche (Las niñas vagabundas, en argot parisino), en 1936. Justo eso había sido Piaf hasta entonces.

Hija de una cantante callejera y un contorsionista itinerante que no pudieron o quisieron hacerse cargo de ella, nació bajo el nom-bre de Edith Giovanna Gassion en el frío diciembre de 1915, a poco de iniciada la Primera Gue-rra Mundial.

Durante gran parte de sus primeros nueve años de vida, su ‘retrato de familia’ fue el de las prostitutas del burdel que regentaba su abuela paterna en Normandía. Junto a ellas vivió y de ellas recibió las primeras —y ambiguas— nociones sobre el amor. Consentida y arropada por las residentes y los visitan-tes del lugar, descubrió el des-parpajo con que podía vivirse la liturgia de los cuerpos desnu-dos. Pero también la respetuosa veneración por Santa Teresa de Lisieux. Dos amores distintos, antagónicos según la perspecti-va, que aprendería a sentir con idéntica fruición.

Luego sus ojos fueron dejan-do la sorpresa a un costado. Aún niña, Edith supo de la dura vida en las calles y los circos junto con su padre, Louis, que regresó a buscarla y la convirtió en su asistente. Ella pasaba el som-brero al final del acto de contor-

Jorge Basilago

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sionismo y en cierta oportuni-dad, a pedido del público, cantó por primera vez. Su formidable intuición para elegir repertorio se manifestó desde aquel insos-pechado debut: se despachó con La Marsellesa y la cubrieron de propinas. «Mi vida de niña pue-de parecer espantosa, pero era hermosa. Pasé hambre, pasé frío, pero era libre. Libre de no levantarme, de no acostarme, de emborracharme, de soñar…», recordaría luego, con un dejo de nostalgia.

Cantante callejera

Al cumplir los catorce años se independizó y volvió a París, para ser una cantante callejera. Como su madre. Y como su abuela an-tes que ella. Entre obre-ros e inmi-g r a n t e s

de la más diversa laya y origen, recorrió las esquinas de Belle-ville —donde había nacido—, Ménilmontant, Montmartre y la Plaza Pigalle, cantando por mo-nedas que recogía su amiga Si-mone ‘Momone’ Berteaut.

Por aquellos mismos rumbos pasaba a menudo un joven men-sajero llamado Louis Dupont. De tanto verlo, se involucró con él y resultó embarazada. Tuvo una niña, Marcelle, a la que no supo o no quiso cuidar. Como le había sucedido a ella misma. Víctima de una meningitis, la pequeña

murió a los dos

años, en julio de 1935. El se-pelio costaba diez francos más de los que Edith tenía: cuentan que intentó prostituirse para poder pagarlo, con tan buena fortuna que el cliente en cues-tión le dio el dinero sólo por un rato de charla. Después, litros de alcohol barato. Peleas calle-jeras. Rabia, dolor, imposibilidad de volver a ser madre. Hambre. Cicatrices en la frente del espí-ritu y en la entereza del cuerpo, para toda la vida.

Agridulce, después del bofe-tón el destino le regaló ensegui-da una caricia. Un día cualquie-ra, en Pigalle, la encontró Louis Leplée, propietario de uno de los cabarés parisinos ‘de moda’. Bajo la mugre, la mirada provo-cadora y la dicción pastosa por la bebida, el empresario distin-guió a la artista que nadie más había visto antes. La subió al es-cenario del Gerny’s —su local—, la vistió con cierta elegancia, le presentó a personas importan-tes, financió sus primeras gra-baciones y la rebautizó como ‘La Mome Piaf’: ‘el pequeño go-rrión’. Un año después, Edith estuvo entre los sospechosos por el asesinato de Leplée. Fue absuelta, pero el escándalo la obligó a retornar a las calles y a malvender, otra vez, su arte por centavos.

Dejar el barro

Para dejar definitivamente el barro y las miserias, supo que le hacía falta ayuda. «No quiero volver a la calle y nunca logra-ré salir sola de ella: tengo de-masiadas cosas malas dentro», fue su dura autocrítica, incluso ya transformada en una cele-bridad. Recurrió al compositor y músico Raymond Asso, a quien

centenario

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había conocido en el Gerny’s. Fue él quien modeló su estilo, su presencia escénica, pulió su lenguaje y su pronunciación, le obsequió varias creaciones que ella hizo corear por multitu-des —como Mi legionario, con música de la pianista Margue-rite Monnot— y se convirtió en su amante. Un Pigmalión que le transmitió su manía: en adelan-te, sería ella la ‘creadora’ de fi-guras de las cuales acabaría por enamorarse.

Asso la conectó también con Monnot, con quien trabajaría casi sin interrupciones hasta el final de su vida. Y las puertas del éxito cedieron ante el em-puje de esa voz que desnudaba una historia atormentada y, al mismo tiempo, era la medicina para conjurarla: cuando can-taba, se operaba en Edith una transformación física y espiritual imposible de comprender. «De-cir que la canción era su vida, es poco», reconoció uno de sus tantos amantes-discípulos, Georges Moustaki. «Cantar es

una forma de escapar, es otro mundo», confirmó ella.

Los existencialistas, con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir a la cabeza, la ‘adop-taron’ enseguida. El guitarrista gitano Django Reinhardt hasta le permitió ‘leer’ la palma de su atrofiada y mágica mano iz-quierda. Y Jean Cocteau la amó de tal manera que hasta le es-cribió dos obras ‘a medida’: el intenso monólogo La voz huma-na —que ella nunca se atrevió a representar en público— y El bello indiferente, en la que ac-tuó junto a su pareja de aquel momento, Paul Meurisse. Am-bas, historias de amores contra-riados como las de muchas de sus canciones, tan parecidas a su propia vida.

Ansiosa y apasionada, co-leccionaba parejas sin miedo al ‘qué dirán’. Por sus brazos y su lecho pasaron cantantes y acto-res como Yves Montand, Charles Aznavour y Georges Moustaki, compositores como Jacques Pills —su primer marido— y Charles

Dumont, ciclistas como Totó Gé-rardin y Andre Pousse... A mu-chos de ellos, pese al escepticis-mo generalizado, los impulsó en el inicio de sus carreras artísti-cas. «Admitan que tengo suerte de tener tantos amantes. ¡Qué mujer no me los envidiaría! Son todos jóvenes, bellos, seducto-res, y después que me conocen, comienzan incluso a hallarles talento», bromeó Piaf en cierta oportunidad, siempre entre pí-cara y escandalizadora.

Bonanza en suspenso

Al comenzar la Segunda Gue-rra Mundial, los tiempos de bo-nanza quedaron en suspenso. Los nazis ocuparon París y todos comenzaron a fingir: los invaso-res, que no eran tan malos; los invadidos, que les obedecían. A Edith, como a otros artistas, la salvó el gusto de algunos jerar-cas alemanes por su música. Y el aspecto desvalido que le da-ban sus cejas, ahora en forma de media luna exagerada. Eso no la salvó de recibir acusacio-nes, casi al mismo tiempo, de ser colaboracionista y miembro de la resistencia, aunque ningu-na pudo probarse.

Tras el armisticio, mientras la posguerra desgarraba a toda Eu-ropa, Edith escribió una canción ilógica para la época: La vida en rosa. Un canto a la magia del amor, en medio de la estela de miseria que el odio acababa de dejar. La compuso a pedido de la cantante Marianne Michel, en una servilleta de restauran-te, pensando en Yves Montand. Su amiga Marguerite Monnot no quiso musicalizarla: dijo que era una letra tonta. Pero ese sería, de allí en más, su emblema. El himno, entre las 80 canciones firmadas por ella.38

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Los soldados aliados regre-saron a casa con discos suyos, y enseguida la invitaron a visi-tar los Estados Unidos. Cautivó a todos desde el escenario y al boxeador de origen argelino Marcel Cerdan también en la in-timidad. Casado y con tres hi-jos, Cerdan fue el mayor de sus amores, aunque la relación no duró demasiado: él murió muy poco después, a fines de 1949, en un accidente aéreo. La herida en el alma de Edith jamás cerró. Pero sangró en verso a través del premonitorio Himno al amor, escrito poco antes de la trage-dia: «Si mueres estando lejos de mí / poco me importa, si tú me amas / pues moriría yo tam-bién. / Tendremos para nosotros la eternidad / (…) / Dios reúne a los que se aman».

La voz y el cuerpo

A pesar de todos los lujos y placeres que se permitía, de ser tan generosa como tiránica con sus íntimos, su figura pública jamás se volvió elitista. «Yo no canto sola: en mí canta la voz de muchos», remarcó, en la cúspide de su popularidad, para explicar el afecto y la idolatría de aquellos que compartían sus orígenes marginados, emigran-tes, humildes hasta la miseria. «Nosotros no venimos a escu-charla, sino a aplaudirla», le di-jeron dos de sus admiradores a una cronista española, sorpren-dida porque batían sus palmas incluso mientras Piaf cantaba. El de su público fue, quizás, su único amor correspondido e im-perecedero.

Durante los años cincuen-ta, Edith consolidó su fama in-ternacional. Al éxito en los Es-tados Unidos le siguieron giras por México, Brasil y Argentina.

Del tintinear de monedas en la Plaza Pigalle, al rumor de multi-tudes en países lejanos. «Siem-pre tuve ganas de cantar. Como también supe que algún día ocu-paría mi lugar en la canción. Era como una premonición que me vino simplemente escuchando las ovaciones», admitía, sin ras-gos de falsa modestia.

Pero su voz, vigorosa como siempre, comenzaba a contras-tar demasiado con la fragilidad de su físico: según relató alguna vez Momone, a lo largo de esa década sufrió cuatro accidentes automovilísticos, dos episodios de delírium trémens, un edema de pulmón, tres comas hepáticos, siete operaciones y una crisis de locura. Para mitigar los dolores se volvió adicta a la morfina, y atra-vesó cuatro internaciones para desintoxicarse de la droga y del alcohol. El dibujo de sus cejas se hizo más errático, como su andar. Le costaba hilar ideas cuando ha-blaba, pero al subir al escenario o ubicarse frente a un micrófono, se transformaba. «Cada vez que canta, parece que se arranca el corazón por última vez», la des-cribió Cocteau.

Obligada por su extrema de-bilidad, abandonó las actuacio-nes en público por un tiempo. Apenas pasaba de los cuarenta años de edad, pero parecía de sesenta. Sus cejas, inseguras, disparejas, enmarcaban aho-ra un rostro agobiado. Volvió en 1961, contra la opinión de los médicos y el consejo de sus amigos, con un ciclo de cuatro meses a sala llena en el Olym-pia. Allí estrenó su último gran éxito, compuesto por Charles Dumont: Je ne regrette rien (No me arrepiento de nada). Cerca del final, una nueva declaración de principios.

Para entonces ya había cono-cido al que sería su segundo y

último esposo, el estilista grie-go Theofanis ‘Théo’ Lamboukas, veinte años menor que ella. Fiel a su costumbre, lo impulsó a una carrera como cantante y le buscó un apellido artístico: Sa-rapo, ‘te quiero’ en griego. Poco antes de morir, sostuvo que na-die la había tratado jamás con tanta ternura como él. Aunque eso no alcanzó para prolongar su vida, que se apagó en 1963 en Plascasier, en la Costa Azul francesa, estragada por tantas enfermedades que todavía hoy se duda sobre cuál de ellas le dio el golpe definitivo.

«No me molestaría volver a la tierra después de mi muerte», sostuvo alguna vez, acaso ante la presunción de que el momen-to estaba próximo. Pero no le hizo falta regresar, porque nun-ca se fue del todo. Quedaron sus grabaciones, sus imágenes, el perfil de una mujer singular en medio de otros muchos recuer-dos queridos. Un sobrio vestido negro. Un par de cejas que se esfuman. Una voz inconfundi-ble. La desesperada vocación de amar. París y el canto de su Go-rrión son eternos.

«No me molestaría

volver a la tierra

después de mi

muerte», sostuvo

alguna vez, acaso ante

la presunción de que

el momento estaba

próximo. Pero no le

hizo falta regresar,

porque nunca se

fue del todo.

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Peces boca arribaTu corazón es una mantarrayaelectriza el instanteun océano no ha sido descubiertoun tejido de algas rodea los minutosese océano guarda todas las mareasy está dormidocomo enterradocomo encubiertodebajo de tu piel la arena tu corazón es una mantarrayanada sobre su propia sombraelectriza el instanteen que despiertas para constatarque todos los peces de la memoriaflotan ahora, boca arriba.

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El lado B de una promesaTragar delirios y constelacionespor el hambre como ensueño,por la distancia recogidade unos pasos hacia otros,como soles desvestidospara incinerar penas,todas las penas del asfalto.

Una promesa se atora en el tragamonedas.

Romper regalos con su envolturapor el ojo descocido de su par,por la llama aceleradade una pasión sobre otra,como horno para quemarorugas y lombrices de barro:gusanos del quererlo todo.

Una promesa se transforma en premisa,la condición del futuro es una monedaque se pierde en el choque de los vientos.

Elegía del futuro

Hoyla fragilidad escondida en las entrañasque arrojan todo sedimento acecha cuerpos que edificaron templos en el aire.

Luz quebrada en los túneles del tiempoel ruido empaña vidriosel frío muerde ventanasse tuercen los letreros del diluviono hay nada universal en el aguaque vuelve blanda una cicatriz.

Junto al verdugo duerme el inocenteambos saben que el cénit llegay en la curva de un cero plateadose descubren sus idénticos rostrossu indivisible y única geografía:

La anemia heredada del porvenir.

Lucía Moscoso Rivera(Quito, 1983)

Licenciada en Lengua, Literatura Española y Len-guajes Audiovisuales por la Universidad de Cuen-ca. Ha trabajado como docente a nivel secundario y universitario; y como correctora de redacción y estilo en diferentes revistas e instituciones. Ha coordinado talleres de creación literaria bajo el nombre de Mecá-nica Giratoria, editorial y espacio de gestión cultural, el cual dirige actualmente. Es creadora del proyec-to ‘Fonografías: registro de la poesía ecuatoriana a través del rock’. Aparece en 100 Poemas: antología de autores del mundo, de la Editorial Márgenes Azu-les (Argentina, 2014), y publica su primer poemario Dictado de la mano izquierda con la Casa de la Cultu-ra Ecuatoriana, Núcleo del Azuay (Ecuador, 2015).

poesía

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Un par de golpes secos sobre un trozo de madera recu-bierto con anuncios pu-

blicitarios en papel periódico; todo para evitar la muerte de algún ma-rinero en aguas de occidente. En el cristal de la ventana algo así como un reflejo, una silueta de mujer re-cubierta de humo y unas cortinas impregnadas con el olor a sexo leja-no y tabaco barato.

Tengo la leve sensación de que estoy muerto y de haber llegado al infierno al más puro estilo luterano: definitivamente no estaba predesti-nado para la salvación y en aproxi-madamente dos milésimas de se-gundo tendré una cita con el diablo.

Siempre imaginé el infierno como un sitio lúgubre, asfixiante y recargado, decorado como las vitri-nas de un centro comercial de algu-na metrópoli decadente; los mani-quíes por obra y gracia del Espíritu Santo se hallarían completamente desfigurados, como ajusticiados por el fuego inquisidor de la nueva era.

Pero no.Heme aquí, en una especie de

penthouse donde de fondo tengo un piano blanco de cola que jamás podré tocar, y que conste que para mí esto no es ningún castigo, por algún motivo no me dediqué a la música; eso me hubiera represen-tado uno que otro problema exis-tencial y con los habituales era su-ficiente. ¿Dónde estarán todos los desterrados hijos de Eva? Si a cada uno le tocó una suite como en la que yo me encuentro no sé por qué decir que el infierno es un castigo.

= = =

Cada vez que me sentía derrota-do venía a mí la idea de la muerte, pero nada de pegarme un tiro, no; el suicidio es un acto de cobardía injustificado e injustificable, por compensación creaba en mi cerebro la más perfecta escena de accidente boom para la crónica roja. Duran-Andrea Torres Armas

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te estos seis últimos meses he sido atropellado por un tranvía desca-rriado, dos vehículos conducidos por mujeres histéricas, una moto Harley Davidson y una patrulla en persecución; una bala microexplo-siva se incrustó en mis pulmones y, además, una caída por las escaleras me causó un coma acompañado de severo daño cerebral.

Morir no era ningún alivio. Po-día sentir el más intenso dolor cor-poral mientras creaba mis escenas y también experimentar la mor-tificación del llanto o la ausencia de este en mis múltiples funerales. Recuerdo una vez, la más terrible, fui sorprendido por la catalepsia; desperté el momento en que una de mis amantes se inclinaba ante mi ataúd como reclamándome por dejarla sola entre la multitud que, curiosa e inesperadamente, había acudido al funeral. Sus ojos llenos de furia y de tristeza clavados en mi rostro no me dejaban descan-sar, era como si escuchara su risa deliciosa invocándome, diciéndo-me que «aún no es hora, que aún no has llegado a los cien, ¡despiér-tate cobarde!...». La sensación de asfixia causada por los algodo-nes en las fosas nasales —de las que no salían ni siquiera mocos y mucho menos el equivalente a los lixiviados para los cadáveres—combinada con el calor producido por las velas —que más parecían cirios pascuales esperando premo-nitoriamente mi resurrección—, era desesperante. Al abrir los ojos me encontré en un cómodo ataúd y con las manos sobre el abdo-men. Pobre Andrea; era claro que no tenía miedo y que su llanto en aquel momento no era de conmo-ción sino de reproche por haberle hecho lucir su traje negro sin jus-tificación y dejar que por sus ojos cayeran un par de mundos, que si no despertaba bien hubieran po-dido ser galaxias. ¡Qué furia, qué mirada! Sus ojos concupiscentes

alguna vez reclamándome ahora por patán, cómo diciendo: «Esta vez fuiste muy lejos…».

Qué terror sentí al reaccionar del todo y ver que mis uñas habían crecido un poco y que por las co-misuras de mis labios se escapaban un par de hilos de sangre. Supon-go que esa vez la decepción de mi vida se debió a un tema grave como haberme dado cuenta de la incon-gruencia cósmica, descubrir por qué un kilopondio no sería lo mismo en Quito que en París, la incapacidad para asumir mi falibilidad cada vez más latente; ver que el biógrafo de Yourcenar se me había adelantado con mi obra cumbre: Qué aburrido hubiera sido ser feliz, o la imposibi-lidad de publicar El decálogo de la felicidad u Otaku por despecho.

Cada mañana, irremediable-mente, me despertaba de mal genio y con nostalgia; a veces por descu-brir un rostro que habría querido desaparecer inefablemente, y otras, por el puro dolor de no verlo ahí. Tener la sensación de haber sido sorprendido por mi fiel súcubo y escuchar que el reloj seguía ha-ciendo funcionar su desesperante y sonoro mecanismo despiadado, mientras, yo esperaba caer dormido otra vez.

= = =

Una mosca descansa en la su-perficie de la pared en frente de mi sillón de fumar. ¿Sería posible fumar a una persona, sentir cómo su esencia se cuela en los pulmones y cada fibra del cerebro como una sublime bocanada de muerte?

Silencio. El más profundo y exquisito silencio, desprovisto de interrupciones mortificantes de procesos eléctricos. Silencio. No sentir más que la propia respiración tratando de concentrarse en no ser descubierta, pretender que mis pa-sos densos y sonoros alcanzan un nivel excepcional de levedad para

Durante estos seis

últimos meses he

sido atropellado

por un tranvía

descarriado, dos

vehículos conducidos

por mujeres

histéricas, una moto

Harley Davidson

y una patrulla en

persecución; una

bala microexplosiva

se incrustó en

mis pulmones y,

además, una caída

por las escaleras

me causó un coma

acompañado de

severo daño cerebral.

no ser escuchados en las madru-gadas de contrabando en la cama de un hijo irrespetuoso con la casa paterna. Crear una sincronía tal de movimientos que es posible pre-tender que mi sombra y yo somos uno mismo viviendo en armonía.

Cada peldaño de la escalera es un escollo circundado por feroces fieras al acecho, que no desaparece-rán ni al encender la luz del sol y mucho menos al encender la luz de la bombilla, que por más de cinco años ha estado descompuesta.

Golpes en el cristal de la ven-tana izquierda del segundo piso;

cuento

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alguien que espera hallar un cuarto para poder pasar una noche acom-pañado por un alma, aunque sea una noche. La primera, la última, la definitiva.

El humo se escapa por un hoyo en la pared.

= = =

Se ha abierto una ventana y una mujer cae a lo que alguna vez fuera un jardín; deja entrever una delica-da sonrisa, una mueca de satisfac-ción espeluznante. ¿Por qué esta criatura no es rescatada en pleno vuelo por una bandada de cuervos? Su cabello negro es una oda a la elegancia y sobriedad más profun-da. ¿Qué espera ese farol de la calle vecina para estallar por una sobre-carga y hacer un gran eco de colores festejando la decadencia de la vida?

Su cuerpo cae irremediable-mente haciendo honor a la grave-

dad, cada ápice de su cabello corta el aire con tanta perfección que al parecer la noche desea mantenerla suspendida; los jirones de su vesti-do y de su piel son movidos como si estuviese recibiendo de los dioses una última caricia como señal de despedida.

Otro golpe seco; ni un quejido, ni un lamento. Su cuerpo yace iner-te sobre un puñado de tierra y al lado de un muro de ladrillo lindan-te con un ramillete de hortensias.

El tiempo detiene a las cortinas que aún hondean y una mano del-gada cierra la ventana.

= = =

Una y veinticinco a.m. Hora final.Todos los suicidas van al infier-

no, ¿será posible que la mosca en la pared haya logrado escabullirse y haga compañía a la niña que ha venido a sentarse frente a mi piano,

inexplicablemente blanco? Supon-go que en un ataque de vil envidia esta mosca pretendió ser un cuervo y quiso hacer levitar a la muchacha sujetándola por uno de sus cabellos y al ver su intento fallido decidió morir por una fuerte inanición.

Un cadáver exquisito entre la mosca y yo:

Ella. Solo palabras, nada de sangre.

= = =

Nunca fui capaz de escribir un diario sin avergonzarme. Mi vida en el «mundo real» no era nada extremo. Yo me limitaba a tener una bitácora en la que anotaba de vez en cuando el nombre de una prostituta deslumbrante o el suceso interesante del día en alguna calle de Quito o en cualquier otro lugar del mundo, no siempre debía estar ahí pero servía si podía imaginar-

¿Quién es este

engendro que me

mira cada vez que

veo el espejo? Cierro

los ojos, los abro y

no desaparece; la

última vez que lo

vi pensé que era

una alucinación

porque estaba

ebrio, pero ahora

sigue ahí, estático,

como queriendo

hipnotizarme.

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Andrea Torres Armas(Quito, 1985)

Bibliófila, escritora, correctora de textos, librera, viajera, tra-ductora y socióloga en ciernes. Su vida se reparte entre la lite-ratura, las lenguas y las ciencias sociales. En 2014 el relato ‘In-ferno, estación penthouse’ fue fi-nalista en el Premio Internacio-nal de Narrativa Femenina Bo-varismos. Ha publicado El virus del Génesis (Alfaguara, 2001) y Decálogo de asperezas (obra digital, 2009). Ha colaborado con varias revistas, entre ellas: cartóNPiedra, Aportes Andinos, de la  UASB, Revista Absenta Poetas de España y el fanzine poético Hasta que grita la santa. Ubicación geográfica de los suce-sos (Editorial CCE, 2015) es su más reciente poemario.

lo. Presencié, gracias a un blog, la muerte de la música: todos los CD del mundo quedándose en blanco y el hombre que tarareaba una can-ción enmudeció a mitad del coro; a la mañana siguiente los diarios anunciaban una ola de suicidios en Madrid y lamentaban la pro-vocación de un gran incendio cuyo alimento primordial eran instru-mentos musicales básicamente de madera. Charly García solo pudo escribir Say No More como muestra de solidaridad mientras lloraba por el tipo al que preguntaban «¿cómo fue que se inició el incendio?».

= = =

¿Quién es este engendro que me mira cada vez que veo el espejo? Cierro los ojos, los abro y no desa-parece; la última vez que lo vi pen-sé que era una alucinación porque estaba ebrio, pero ahora sigue ahí,

estático, como queriendo hipnoti-zarme. Topa mi cara examinándose, sonríe con cada cicatriz como si se felicitara y me dice orgulloso: «Yo te hice esto y así me lo agradeces». Se sienta en el piso del baño, se desarregla el pelo y ríe por ver que me ha vencido y que ya no tengo un lugar para escapar; se levanta, tantea algo en el aparador encima del espejo y me alcanza una navaja de afeitar, trato de asesinarle pero se aleja, huye jadeante mientras le grito que no escape, que podría terminar siendo destruido por su propio mecanismo para sobrevivir. Regresa, ve directamente a mis ojos y me dice «sal de aquí, no pierdas el tiempo ahora que al fin has conse-guido un poco de actitud». Me da las espaldas y se aleja con un fuerte portazo tras de mí.

Hoy es un gran día —me digo—, deberías empezar a vivir.

= = =

He sobrevivido estos tres últi-mos días alimentándome de nico-tina y lo que queda en la taza de café. Los obituarios lloriquean por la pérdida de un gran benefactor y una ilustrísima matrona. Nadie se lamenta de no verme, ni yo mismo. Lo único que realmente me ator-menta es un zumbido en mis oídos y ella, que no para de tocar las mis-mas primeras notas de una canción de despedida. Me asusta pensar en la posibilidad de asomarme por la ventana y ver que la ciudad trans-curre con el mismo tedio de siem-pre y que se terminen mis cerillas. Me acerco a ella que, mientras me ve, impasible sigue tocando. Trato de rozar su mano y me detengo porque está totalmente fría y esa glacial sensación me recorre ente-ro, siento que el vello corporal se eriza y me lastima al contacto con la ropa, el escozor es insoportable y empiezo a comprender por qué a este lugar le llaman Infierno.

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Cuando Mowgli abrió los ojos, el almizcle de She-re Khan, el tigre, era más

fuerte que el olor de la selva: olía a muerte. Del otro lado del cerro se encontraba la luz, las costumbres y tradiciones de los humanos. Él habría sido desprendido del calor

de su hogar y ahora se encontraba entre los matorrales, dando pasos cortos, con un tigre merodeándolo, sin miedo alguno de lo que vendría: sería instruido y criado bajo la ley de los animales.

Ciento veintiún años han pa-sado desde que Joseph Rudyard

Yuliana Marcillo

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Kipling escribiera El libro de la selva, donde Mowgli, el ‘cachorro humano’, es adoptado por una fa-milia de lobos y guiado por Ba-loo, el oso, y Bagheera, la pantera negra. Sin embargo, la historia de aquel niño sigue zumbando en el imaginario de pequeños y grandes, y hoy forma parte de las colecciones más importantes de relatos con animales como prota-gonistas, de la mano de Kipling, quien nació en la India, y perte-nece además a una generación de autores victorianos clásicos ya que todos sus cuentos tuvieron una gran influencia sobre la gene-ración que era joven antes de la Primera Guerra Mundial.

La inspiraciónde la cabaña

El segundo nombre de Kipling hace referencia al lago Rudyard, en Stafordshire, Inglaterra, donde sus padres se conocieron, este lugar les gustó tanto que decidieron llamar así a su hijo en su memoria. Su ma-dre fue Alice Kipling y era consi-derada como una mujer vivaz; su padre, John Lockwood Kipling, un oficial del ejército británico además de experto escultor y alfarero. Edu-caron a su hijo en Londres, luego se desplazó a Lahore, donde su padre desempeñaba el cargo de director de la Escuela de Bellas Artes, y durante siete años Kipling trabajó como periodista en la India. Luego viajó por Birmania, Japón y Esta-dos Unidos escribiendo cuentos y baladas que se convertirían en 1890 en un éxito editorial.

El 18 de enero de 1892, a los 26 años, el escritor contrajo matrimo-nio con Carrie Balestier de 29, en Londres. Los recién casados pla-nearon su luna de miel en Estados Unidos y Japón. Sin embargo, en Yokohama, Japón, descubren que su banco había quebrado. Volvie-

aniversario

«Kipling, narrador y poeta inglés,

controvertido por sus ideas imperialistas,

es uno de los más grandes cuentistas de

la lengua inglesa».

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ron a Vermont, EE.UU., donde alquilaron una pequeña casa de campo cerca de Brattleboro por diez dólares al mes, con Carrie embarazada ya de su primer hijo. Esta cabaña era denominada por Kipling ‘la cabaña de la dicha’. Ahí nació Josephine, la primera hija de la pareja.

Imposible llegar a imaginar la dicha de Kipling, iniciado en Ma-sonería a los veinte años, en aque-lla casita de madera, donde vio la luz El libro de la selva. En febrero de 1896, nace la segunda hija de la pareja, Elsie. En este tiempo, la re-lación matrimonial era más alegre y espontánea. El escritor siempre dijo que aquellos años fueron de los más felices de su vida. Años después su felicidad dio un giro: la guerra estalló, y su hijo varón, John, tuvo que alistarse en el ejérci-to. Kipling no era tímido a la hora de apoyar las guerras británicas, y fue un entusiasta de la intervención en la Primera Guerra Mundial. Ese entusiasmo le costó demasiado caro: la muerte de su único hijo va-rón. John murió a los 18 años, en la primera batalla en la que tomó parte. Y una de sus hijas ya había fallecido de pulmonía en un viaje que hizo junto a su padre a EE.UU. Desde la muerte de John, y hasta su propia muerte, el escritor empezó a desarrollar una úlcera gástrica. Con la rabia en la sangre por la pérdi-da de su hijo, publica artículos de guerra, recolectados en dos peque-ños textos bajo los nombres de El nuevo ejército en formación (The New Army In Training) y Francia en guerra  (France At War). Estos textos fueron censurados por el contenido irónico en contra de las estrategias militares.

Finalmente, a consecuencia de una hemorragia interna, Rudyard Kipling muere el 18 de enero de 1936, dejando un enorme legado de cinco novelas, más de 250 historias cortas y 800 páginas de versos.

Criticado por ser defensor del imperialismo

Aunque su obra abarca prácti-camente todos los géneros litera-rios conocidos (escribió ensayos, hizo reportajes, libros de viajes, cuentos, novelas cortas, poesía, y literatura para niños), para mu-chos lectores y analistas ingleses y anglosajones, en general, se trató sólo de un escritor de literatura para jóvenes y niños. A su escritura la ubican en dos niveles: uno para niños y otro «para los que hallan en estos su filosofía de confianza en uno mismo». En sus biografías señalan que él se sentía incómodo cuando consideraban sus trabajos de esa manera, pues se pensaba subestimado.

De los relatos situados en el am-biente de la selva dicen: «El rescate de los pobres infelices que habitan la jungla puede darse en dos direc-ciones, salvando del espíritu primi-tivo que la invade cuando menos a una persona, llámese Kim, Tarzán o Mowgli, o llevando la civilización a esos umbrales de primitivismo, barbarie e ignorancia, con la fuer-za de la convicción primero, y sir-viéndose de cualquier otro recurso después, si se hace necesario. En este sentido, la obra de Kipling es inigualable». Aunque sus postu-ras políticas han sido condenables, Kipling figura entre los principales escritores de relatos ingleses sobre los soldados británicos en la India, así como el «poeta triunfante del imperialismo británico» de la época victoriana; en sus versos destaca la defensa del  imperialismo occiden-tal. «Su literatura gira siempre en torno a tres ejes: el patriotismo, el deber de los ingleses de llevar una vida de intensa actividad y el des-tino de Inglaterra, llamada a ser un gran imperio. Su insistencia en este último aspecto era sin duda un eco del pasado victoriano y perjudicó

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gravemente su reputación como escritor en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial», señalan.

Para componer sus relatos, Ki-pling entraba en las tabernas y via-jaba jornadas enteras en tren para escuchar testimonios de personas que ya nadie recuerda. Sus biógra-fos aseguran que no era idealista, tampoco racista, «ni siquiera fue un espíritu aristócrata», pero se lo re-cuerda como un representante de las clases dominantes británicas, creía firmemente en las virtudes imperia-les y en la superioridad de la civiliza-ción occidental. Y aunque «se equi-vocó muchas veces en sus análisis de la política británica», su angustiada advertencia de que la retirada de In-glaterra de la India y de Sudáfrica llevaría a terribles consecuencias lo acompañó toda su vida.

Algunas de sus obras más po-pulares son la colección de re-latos  The Jungle Book  (El libro de la selva,  1894), la novela de espionaje  Kim  (1901), el rela-to corto  The Man Who Would Be King  (El hombre que pudo ser rey,  1888), publicado original-mente en el volumen  The Phan-tom Rickshaw, o los poemas Gun-ga Din  (1892) e  If  (traducido al castellano como  Sí...,  1895). En 1895 se le ofreció el premio nacio-nal de poesía Poet Laureat (Poeta laureado) y el título Order Of The

British Empire  (Caballero de la Orden del Imperio Británico) en tres ocasiones, honores que recha-zó. Sin embargo aceptó el Premio Nobel de Literatura de 1907. Fue el primer escritor británico en re-cibir este galardón, pese al repudio de algunos liberales ingleses. Va-rias de sus obras han sido llevadas al cine.

La marca de la bestia es imborrable

Aunque el nombre Rudyard Kipling se vuelva más familiar al mencionar El libro de la selva, hay composiciones inéditas que reve-lan a un hombre muy emocional, dotado de gran sentido del humor. Y bajo esos parámetros nos trajo al primer hombre lobo de la literatura en un relato fantástico, que en su momento causó revuelo y escán-dalo. Un periodista del diario The Spectador escribió: «Esta historia puede ser curiosa pero es deplora-ble, y muestra lo peor del señor Ki-pling». Sin embargo en la actuali-dad sigue llamando la atención por su estructura y desarrollo, debido a que tiene elementos impactantes incluso para los estándares extre-mos del terror actual.

El  cuento  se desarrolla bien le-jos de los escenarios habituales para

«Esa doble habilidad narrativa lo

hizo un maestro en la prosa breve.

Esa tensión de vivir en una colonia

lo llevó a contrarrestar no sólo lo

británico con lo hindú, sino también

el paisaje que ven los hombres

frente al universo en su interior».

un hombre lobo: la India, donde un soldado inglés profana una escultura del dios Hanuman. Luego es vícti-ma de la maldición de un aborigen leproso, y es vigilado por sus amigos durante la transformación. Se trata de La marca de la bestia. En este re-lato de apenas 46 páginas, la riqueza del texto radica en el contenido, en la trama que resulta impecable, im-borrable aún después de los años. «Desde las mitologías más antiguas, el hombre, cuando era maldecido, se transformaba en lobo para acechar y asesinar a los demás; pasando por los mitos griegos y escandinavos, se registran historias de hombres lo-bos, pero es durante la Edad Media cuando el mito toma más fuerza», señala Mariana Enríquez, prolo-guista de esta obra.

Tildado por George Orwell de «profeta del imperialismo», Ki-pling, con su ingenio e imagina-ción, de todos los animales posi-bles eligió al lobo. Con un gusto casi perfecto por lo macabro, esco-ge a un animal capaz de alimen-tarse de los muertos abandonados, mayoritariamente por la guerra en aquella época, sumándole la magia de las religiones milenarias de los Himalaya. Las tradiciones indias y el colonialismo fueron los temas favoritos de Kipling; terminaron en relatos extraordinarios y me-morables.

John Kipling, hijo del escritor, desapareció a los 18 años después de una batalla en la Primera Guerra Mundial.

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Patricio Herrera Crespo

Monumento a Guayas y Quil, Guayaquil.

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Carlos A. Mayer nunca ima-ginó a sus 21 años que cuando salió de Quito el

16 de febrero de 1911 becado por el gobierno del general Eloy Alfa-ro a estudiar en Roma, esa misma ciudad recibiría sus restos 59 años después.

Su nombre completo era Carlos Alberto Mayer Woolfson y nació en Quito el 12 de octubre de 1890; tal vez nada les diga su nombre pero él está presente cada vez que pasamos y admiramos las obras escultóricas de los parques de Riobamba, Lata-cunga, Cuenca, Guayaquil, Huigra, etc.. Él era escultor.

Hijo del inglés Isidoro Mayer, amigo personal de Eloy Alfaro y uno de los más altos miembros de la masonería sudamericana, y de Avelina Estés que se convirtió en Stacey. Su abuelo, don Manuel, fue hijo de Diego Stacey Byron, «el amado sobrino carnal del poeta in-glés Lord Byron». Al parecer «tenía el gen de la inteligencia y la cul-tura», que se despierta desde niño cuando en Latacunga frecuenta la Escuela de Bellas Artes.

Cuando partió del puerto de Guayaquil hacia la Ciudad Eterna, no pensó que ese viaje cambiaría el curso de su vida. Se embarcó con Nicolás Delgado, Camilo Egas, el escultor Antonio Salgado, el pintor José A. Moscoso y Manuel María Ayala «para hacer estudios de cul-tura y arte…»; sin embargo, luego de dos años la beca fue suspendida, lo que provocó que el artista co-menzara a ocuparse en talleres de maestros escultores para sobrevivir. Pero esta época de siete años le dio la oportunidad de trabajar con es-cultores de prestigio como Mario Rutelli, Giuseppe Ximénez y En-rico Tadolini, el último heredero de los escultores de la escuela de An-tonio Canova.

No obstante los conocimientos adquiridos, había un dejo de amar-gura cuando decía: «Yo he vivido

los años que llevo de permanencia en Italia sirviendo como un simple asalariado en esas firmas de escul-tores solicitados. Hay tantas obras que me ha correspondido realizar a mí exclusivamente y ostentan, sin embargo, el nombre de alguna celebridad, cuando no el de una de esas firmas que se acreditan sobre los estragos de infinidad de artistas que forman la peonada de los talle-res de escultura».

Se casó con Lydia Battilocchi con quien vivió en un gélido depar-tamento que era al mismo tiempo el taller del escultor. Carlos seguía en su oficio afirmándose como ar-tista de gran valor a fuerza de coraje y voluntad.

Con Ecuador comienza sus relaciones profesionales con im-portantes obras escultóricas que conforman un enorme legado cul-tural y que son miradas y admiradas constantemente pero cuyo autor permanece en el olvido.

Una muestra de ello son: el monumento a Vicente León (La-tacunga, 1925), monumento a Guayas y Quil (Guayaquil, 1926), relieve de Juan Montalvo (Ambato, 1927), monumento a Pedro Vicen-te Maldonado (Riobamba, 1927), monumento al general Eloy Alfa-ro (Huigra, 1929), monumento a Abdón Calderón (Cuenca, 1931), medallón de bronce tamaño natural del Libertador Simón Bolívar, que se encuentra en el Círculo Militar, todos con importantes grupos es-cultóricos.

En el libro El Ecuador universal se lee: «Carlos E. Mayer, escultor ecuatoriano lamentablemente aún desconocido en nuestro país, es quien, en Italia, lleva a la práctica las ideas de Francisco Durini». Se refiere a los grupos escultóricos del monumento a Pedro Vicente Mal-donado. Cabe anotar que Durini es el principal arquitecto de obras monumentales en el Ecuador en la primera mitad del siglo XX.

cincel

Cuando partió

del puerto de

Guayaquil hacia

la Ciudad Eterna,

no pensó que ese

viaje cambiaría el

curso de su vida.

Se embarcó con

Nicolás Delgado,

Camilo Egas, el

escultor Antonio

Salgado, el pintor

José A. Moscoso

y Manuel María

Ayala «para hacer

estudios de cultura

y arte…».

Carlos Alberto Mayer

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El escultor, por su trabajo y su familia, hizo varios viajes al Ecua-dor; incursionó en arquitectura en la reconstrucción del Colegio Bo-lívar de Ambato, donde fue tam-bién profesor de dibujo. Ejecutó los planos del parque y de la verja de Latacunga, fue presidente del Centro Nacional de Bellas Artes de Quito y miembro de la Socie-dad Bolivariana. En 1928 ganó el premio Mariano Aguilera. Mien-tras en Roma, paralelamente a la realización de sus obras escultóri-cas, fue secretario de la Embajada de Ecuador en Italia. Trabajaba

también en el Instituto de Bellas Artes que tuvo que dejar por el control del fascismo. Así lo encon-tró la Segunda Guerra Mundial y con ella el miedo, la miseria, la desolación y la tristeza, que cam-bió el 4 de junio de 1944 cuando Roma fue liberada y Carlos Mayer dijo a sus hijas: «Vestíos mucha-chas, vamos al encuentro de los aliados».

Él continuó con su trabajo de-leitándose con la escultura, aten-diendo a sus amigos principal-mente con bustos para ellos y sus hijos.El cónsul en Génova, Car-

En 1928 ganó el

premio Mariano

Aguilera. Mientras

en Roma,

paralelamente a la

realización de sus

obras escultóricas,

fue secretario de

la Embajada de

Ecuador en Italia.

Trabajaba también

en el Instituto de

Bellas Artes que

tuvo que dejar

por el control

del fascismo. Así

lo encontró la

Segunda Guerra

Mundial y con

ella el miedo,

la miseria, la

desolación y

la tristeza.

Monumento a Pedro Vicente Maldonado, Riobamba.

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los Alberto Arteta, solicitó que se nombrara a Carlos A. Mayer vice-cónsul; su hija, en 1963, solicitó al Ministro de Educación un apoyo para un ecuatoriano sumido en el olvido; ninguna de las misivas tuvo nunca respuesta. Él siguió solo con su destino sumando a la escultura la pintura y el dibujo.

En la década del sesenta, acom-pañando al olvido, le diagnostica-ron cáncer a los huesos; fueron seis años de sufrimiento, perdió la movilidad de las piernas y fue internado en una clínica. Un día le pidió a su hija Alba una determi-

nada botella de vino dulce, que le acercase la mesilla con los perió-dicos, agua y el frasco de Pentotal. Cuando su hija se despidió le dijo: «Alba, a ti gracias por todo», y le pidió, con las últimas palabras, que no cerrara la ventana: «Déjame ver hasta el último rayo de luz».

Roma amaneció gris el 25 de noviembre de 1970. Carlos A. Ma-yer había muerto.

Fuente: Carlos Alberto Mayer, recuerdo de un artista olvidado, libro escrito por su hija Alba Victoria Eugenia y publicado por la CCE Núcleo del Chimborazo (2005).

Él continuó con su

trabajo deleitándose

con la escultura,

atendiendo

a sus amigos

principalmente con

bustos para ellos y

sus hijos. El cónsul

en Génova, Carlos

Alberto Arteta,

solicitó que se

nombrara a Carlos

A. Mayer vicecónsul;

su hija, en 1963,

solicitó al Ministro de

Educación un apoyo

para un ecuatoriano

sumido en el olvido;

ninguna de las

misivas tuvo nunca

respuesta.Monumento a Abdón Calderón, Cuenca.

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Raúl Pérez Torres

conocimiento integral, como una de las etapas de la liberación de nuestros pueblos.

Esta edición de Educación y Revolución en José Martí, pro-movida por el Instituto de Altos Estudios Nacionales, de inmenso valor para los maestros ecuatoria-nos y para los jóvenes de la patria, llega en el momento apropiado de nuestra historia, cuando es ne-cesario fortalecer el conocimien-to dotándole de aquellos valores éticos y patrióticos que fueron el paradigma del pensamiento mar-

tiano y que constituyeron su pla-taforma pedagógica.

Multiplicar ese pensamiento, hablar de su proyecto político, de su pensamiento revolucionario, de su teoría educativa, de su mi-rada crítica a los EE.UU., de su estrategia libertaria, de su pasión por la crítica y el análisis del sis-tema educativo, de la necesidad de un singular y propio mode-lo para Nuestra América, poner constantemente en vigencia el pensamiento martiano, su ideario político y sus fundamentos cultu-

Enseñar es crecer, decía el Apóstol de Nuestra América, y esta frase ha

calado muy hondo en el espíri-tu de Héctor Hernández Pardo, entrañable amigo cubano, presi-dente del Proyecto José Martí de Solidaridad Internacional, quien ha dedicado una gran parte de su vida a estudiar, promocionar y difundir el multifacético pen-samiento de José Martí, ese for-midable pedagogo instintivo —al decir de Juana de Ibarboru—, que alentó la necesidad de acceder al

pensamientomartiano

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anaquel

rales, ha sido siempre el afán de Hernández Pardo tanto en Cuba como en todos aquellos países que se han enriquecido con su sa-biduría.

Por otra parte, este libro cons-tituye también un gesto de inter-nacionalismo, de trabajo común y solidario entre Cuba y Ecuador. Ya alguna vez, en una reunión en Caracas, yo había recordado, junto al autor de Luz para el siglo XXI, algunos rasgos de la fecunda amistad de nuestros pueblos, ese internacionalismo que dejó su sangre en los campos de batalla y dignificó nuestras patrias, las lle-nó de esperanza y de ejemplo, y constituyó una herencia histórica y humana que palpitará y resurgi-rá siempre en el espíritu. Ecuador y Cuba hermanados más allá de la fraternidad. Hermanados en la búsqueda incansable de esa estre-lla huidiza y refulgente: la libertad.

Tras ella fuimos juntos, los dos pueblos, solidarios en la lu-cha anticolonialista, firmes en la organización de los pobres del mundo, heroicos en el combate antiimperialista. Cuba y Ecuador fecundando con su sangre la in-dependencia americana para de-rrotar al imperio español primero.

Fibra cubana en los comba-tientes ecuatorianos, cubanos los padres de Antonio José de Sucre, cubana la sangre heredada en las venas de Abdón Calderón, el Hé-roe Niño.

Ecuatoriano el coraje y el pensamiento de Vicente Roca-fuerte que defendió la libertad de Cuba contra la tesis reaccionaria de «la justa adhesión y gratitud a la madre patria», Rocafuerte, que recibió en Cuba la venia de Bo-lívar por su trabajo tenaz para la independencia americana.

Ecuatoriano Eloy Alfaro, el General de las Victorias, el más alto reformador de la historia de nuestro país, el primer internacio-nalista, el primer latinoamericano que desde su gobierno convocó a un Congreso Americano en 1896 que debía fortalecer el derecho público de nuestra América. El mismo que en 1895 pidió a la reina María Cristina de España, la independencia de Cuba y alis-

tó sus tropas de montoneros para que fueran a luchar por la libertad de la Perla de las Antillas.

Grandes internacionalistas, padres de América, fecundadores sabios de la solidaridad de nues-tros pueblos: Máximo Gómez, jefe del ejército libertador de Cuba, dominicano de nacimien-to; Antonio Maceo, que igual que José Martí, ese otro genio del pensamiento y del coraje, encon-tró la muerte en los campos de batalla, que en América han sido los campos de la tea encendida, campos de la hoguera bárbara.

Estaba prendida, pues, la vi-sión latinoamericana, liberal y revolucionaria que se expresó en el Pacto de Amapala, suscrito por el ecuatoriano Eloy Alfaro, por el venezolano Joaquín Crespo, el nicaragüense José Santos Zelaya y el colombiano Juan de Dios Uribe.

Ya en el destierro, Alfaro se entrevistó con José Martí y An-tonio Maceo, a quienes participó la necesidad de integrar destaca-mentos de voluntarios liberales de los países latinoamericanos. La fiebre revolucionaria de Martí no aceptó esa propuesta porque la consideró «lenta y vasta», a él le urgía la libertad inmediata de su patria, sin embargo dijo para siempre que Alfaro era un gran luchador, «uno de los pocos ame-ricanos de creación».

Desde la amistad profun-da, desde la Casa de la Cultura Ecuatoriana, desde la conjunción de nuestros ideales, saludo la pu-blicación de este libro y a su fer-viente autor, y convoco a todos los maestros y estudiantes ecuatoria-nos a encontrar en sus páginas ese tesoro inigualable, esa herencia histórica de libertad y de perma-nente compromiso que significó la vida de este ilustre pensador revolucionario, José Martí.

Ecuatoriano Eloy

Alfaro, el General

de las Victorias, el

más alto reformador

de la historia de

nuestro país.

Héctor Hernández Pardo, presidente del Proyecto José Martí de Solidaridad Internacional, y autor del libro.

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Para la Casa de la Cultura Ecuatoriana es un honor acoger en su seno la presen-

tación de esta obra La música y el cuerpo, del escritor peruano Eduar-do Chirinos. Primero, porque una acertada selección pone a la luz de los lectores un trabajo poético de envidiable factura, obra de un escritor que lleva en su seno altos méritos como ensayista, traductor, cuentista y, por cierto, como poe-ta. En segundo término, porque la editorial que produce este libro lle-va años dedicada a una tarea nada fácil: publicar obras de poesía. Si editar es ya una tarea compleja en nuestro medio, no se diga lo que significa afrontar un proyecto ex-clusivamente dedicado al género poético.

¿Cómo no dejarse llevar, en-tonces, cuando el poeta habla de sí mismo y de sus caminos, de la mú-sica, del cuerpo, tal como el título que ha sido dado a esta selección? ¿Cuando habla, con tanta entrega al lector, a quien, al final de cuentas, va dirigido su mensaje, que en oca-siones se vuelve rogativa si no nos-tálgica admonición del transcurrir del tiempo? ¿Cuando nos habla de sus orígenes y de sus afectos? ¿De la naturaleza de la que compartimos sus bienes?

Dejarse llevar, por ejemplo, por esos remotos recuerdos de Lima, agazapada en la niebla y exudando frío por las esquinas de ese viejo centro de los años sesenta destroza-do por la piqueta de la modernidad urbanística. Y el poeta vuelve a su

origen cuando dice: «Vengo de una ciudad donde jamás llueve, / donde el cielo es color-panza-de-burro/ y el mar una invisible telaraña que enreda y confunde/ el horizonte».

Dejarse llevar, impresionado, por el desenfreno del ser humano, ávido por lucrar a costa de los bie-nes de la naturaleza que le fueron conferidos para que los cuide y los aproveche con mesura y discipli-na. Y el poeta nos recuerda: «Has olvidado el favor que te otorgaron los dioses, / el vertiginoso espíritu del fuego,/ los inútiles signos que multiplican los astros./ Ya nadie recuerda los secretos del mar,/ solo nos queda el silencio».

Dejarse llevar, por fin, por los quiebres del cuerpo, el único tes-timonio real, nuestro, propio, para marcar el paso de las edades. Y el poeta nos traslada al cuerpo: «Lo que queremos decir y no podemos/ lo cubrimos con un manto azul y transparente. / Cicatrices/ donde el silencio dice su verdad/ y pudre poco a poco nuestra lengua./ Las cicatrices han crecido conmigo./ Desde hace años habitan mi cuer-po/ flores discretas…».

Gracias poeta por dejarnos compartir su intimidad, sus afectos, sus recuerdos y también sus temo-res. Lo que es usted.

(Extractos de la presentación realizada por Irving Zapater del libro La música y el cuerpo, de Eduardo Chirinos, Línea

Imaginaria, Quito, CCE, 2015).

«Vengo de una

ciudad donde

jamás llueve, /

donde el cielo

es color-panza-

de-burro/ y

el mar una

invisible telaraña

que enreda y

confunde/ el

horizonte».

poesía

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Palabras que no dejan dormirPiano porque allí se oculta para siempre la música.Cementerio por razones familiares.Los ojos de Gustavo mirándome tras la vitrina de la maternidad.Una fotografía sepia con las esquinas rotas.Cangrejos devorantes.Dios (también Dios) y luego mariposa.No sé por qué mariposa.Fragilidad tal vez. Descontrol de la belleza.El nombre que siempre queremos pronunciar.El nombre que nunca debimos pronunciar.

Porque olvidamos amamosLa lluvia salpica las aguas del lagoy en lago se convierte.Los pájarosse ocultan en el bosque y sin saberloson el bosque.

Lo que alguna vez amamosse pierde en lo que somos: la nieveya no es nieve sino lago. El mismo

lago donde ahora cae la lluviasin que a nadie le importe.

OraciónSeñor:cuando nos cansemos de esperar la lluviasentados en las piedrascuando nos cansemos de bailar la danza del kyrie y aleluyacuando trepemos sudorosos la cuesta de tu Reinocon un libro bajo el brazocuando nos detengamos a descansar en el caminoy no exista ningún claro ningún árbolcuando busquemos en nuestros bolsillos un papel arrugadoy encontremos una vieja entrada de teatrocuando apostemos un par de piedras por la lluviay se nos ocurra amar sin límitesSeñor cuenta tus denarios vacuna tus camellosdeshazte de los mercaderes con sus odres de vinoy lápices de labiosseñálanos Señor nuestro camino (el verdadero o el falso)muéstranos las llaves de tu Reinocuando caiga la lluvia y reposemos tranquilosy tus camellos no contraigan la viruelaSeñor no pretendas amarnos.Perecerías ahogado en medio de la nievey haríamos comercio con tus huesos.

Eduardo Chirinos:

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Perros en la calleSe trata de erigir un monumento a los perros, compararloscon los dioses que alguna vez crearon de sus vientres la piedracon la que más tarde habrían de construir su casa.

La calle es un marco de perros infinitos y perdidos; la acera,embotada de polvo y de basura, corre tan simplemente bajonuestros pies que ya desearíamos morir para ubicarla.

Seguimos con lo del perro.

Un perro no le rinde cuentas a nadie, ignora todo aquelloque nosotros conocemos y, pensándolo bien, nos gustaríaser perro. Un perro inmenso que usurpe las tinieblas,maleducado y feliz.

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Lola Márquez

Aunque Manuel Rendón Seminario no nació ni murió en Ecuador, es uno

de nuestros pintores más célebres del siglo XX. Nacido en París, a fi-nes del siglo XIX (2 de diciembre de 1894), recién a los 26 años de edad pisó Guayaquil, la tierra nati-va de sus padres, para descubrir un mundo que después plasmaría en su obra artística.

‘Como la pintura es la poesía’, se titula la extraordinaria exposi-ción que muestra 150 piezas en sa-las del Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC) de Guayaquil, un lujo visual pocas ve-ces puesto en la ciudad. Son óleos, dibujos, tintas y maquetas de mural, pertenecientes al MAAC, la Casa de la Cultura del Guayas, el Mu-seo Municipal porteño y el de Arte Moderno de Cuenca; la Fundación Zaldumbide Rosales, el Club La Unión y coleccionistas privados de Guayaquil, Quito y Cuenca. Para-dojas de la urbe mayor del país, que tiene entre los íconos de su centro bancario el más importante mural de Rendón, y muy pocos saben quién es su autor y cuáles fueron sus alcances artísticos. Dicho mu-ral es una franja central que rodea el edificio de la sucursal mayor del Banco Central —hoy identifica-do como de la CFN—, y sin duda todo guayaquileño lo reconocería en cualquier parte del mundo.El mayordomo, óleo sobre tela.

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poética

Juan Castro, curador

de esta exposición y

uno de los mayores

estudiosos de

Rendón (autor del

Catálogo razonado

de Manuel Rendón

Seminario 1894-

1980), considera

que la trascendencia

del pintor radica

en haber sido «el

introductor de la

Modernidad en la

pintura ecuatoriana.

Esta exhibición obsequia un plus: por primera vez se enfoca la poesía escrita por Rendón en fran-cés, traducida al español para acer-carla al público que la visita. La frase en latín, Ut pictura poiesis, del poeta italiano Quinto Horacio Flaco, se funde perfectamente con la obra de quien hizo de su vida artística y personal, una praxis de misticismo, sobriedad y austeridad evidentes.

Los Rendón (Manuel y su espo-sa Paulette) vivieron entre Europa y Ecuador, siempre en ambientes tan sencillos, que esto se ha vuel-to casi legendario en su historia. Buscaban la naturaleza virginal y el clima apropiado para la afección asmática que marcaba la salud de ella; y era admirable la capacidad de adaptación que tuvieron para compartir por igual el gran mundo parisino como las entonces remo-tas islas Galápagos; las apartadas playas de San Pablo y el ambiente rural de Cuenca. Llevaban algún tiempo residiendo en una pequeña población portuguesa, Vila Viçosa, cuando la parca recogió a Rendón, un 2 de noviembre de 1980, exac-tamente un mes antes de cumplir los 86 años de edad. Partió así, el artista que traería el constructi-vismo al Ecuador, que legaría una obra evolucionada, tanto como su propia búsqueda de la profundidad del alma humana, su razón de ser y estar en este mundo.

«Quisiera que mis cuadros sean símbolos para la meditación, y el conocimiento del hombre y del universo, una llamada al amor, a la ternura, a la fraternidad, a la paz, en fin, a la búsqueda de la luz, ma-nifestación de lo desconocido, des-tello luminoso que nos ha dado la vida», declaraba Rendón en 1971, y eso se respira en esta exposición, donde el silencio complementa el mundo diáfano de la obra de este artista multidimensional, al que aún se le adeuda más expansión en el conocimiento de cuanto ofrece.

Introductor de lamodernidad

Juan Castro, curador de esta ex-posición y uno de los mayores estu-diosos de Rendón (autor del Catá-logo razonado de Manuel Rendón Se-minario 1894-1980), considera que la trascendencia del pintor radica en haber sido «el introductor de la Modernidad en la pintura ecuato-riana. Esto se dio contracorriente, ya que los pintores y cultivadores del realismo social dominaban la escena plástica y estaban apoyados directamente por los corifeos de la intelectualidad de aquellos años. Por ello, Manuel Rendón solamen-te recibió en toda su trayectoria en Ecuador un simple premio de un salón de pintura en Quito. El único tributo que se le hizo en vida fue ponerle su nombre a la sala princi-pal de la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas, en 1971».

Si la genética juega en su forma-ción, hay que fijarse en sus padres y abuelos. Su padre —diplomático gran cacao— escribía, y su abuela pintaba muy bien. «Considero que el retrato de Víctor Manuel Ren-dón (su padre) de 22 años, pinta-do por Delfina Pérez de Rendón en París, y que por primera vez se exhibe en un museo ecuatoriano, es un hito histórico. Con ello pode-mos iniciar una ‘genealogía’ en las artes plásticas. En esto, la familia Rendón es un ejemplo maravilloso en la alta cultura», señala Castro.

Para él, adentrarse nuevamen-te en el mundo de Rendón para abrirlo al gran público, ha sido una experiencia refrescante: «Toman-do como punto de partida el símil de Horacio, he querido presentar a Manuel Rendón como pintor (como es conocido) y como poe-ta (desconocido)». Y agrega que le hubiera gustado abordar también el pensamiento esotérico de Ren-dón, a través de textos e imágenes. ¿Esotérico? «Sí, el pensamiento

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Abstracto en rojo, óleo sobre tela. La estatua, acuarela, 1943.

Autorretrato, óleo sobre tela, 1942. Composición, óleo sobre tela, 1958.

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Lola Márquez

Periodista guayaquileña. Ha sido editora cultural de los dia-rios El Telégrafo, El Universo y Hoy-Guayaquil, así como de la revista Vistazo. Sus entrevistas, además, han aparecido en las revistas Cosas, Hogar y Diners. Integró el Taller literario del maestro Miguel Donoso Pare-ja, como tal, sus cuentos apare-cen en el libro Mensaje en una botella, edición Banco Central del Ecuador, 2002. Entrevistas suyas constan en la antología Retratos hablados, de Mundo Diners. Miembro de la Casa de la Cultura del Guayas, de cuyo directorio es vocal principal; también se desempeña como gestora cultural.

filosófico inspirado en los grandes arcanos. Rendón en 1971 habló muy claramente de que el hombre solamente alcanzaba la perfección en la ‘desintegración’». He allí una tarea pendiente para seguir explo-rando al enorme artista.

Aunque Rendón estudió en la Academia de la Grande Chaumière en París, y vivió como un artista bo-hemio en su juventud, no le atraían los centros formales de estudio ar-tístico, por lo que se definió por un exigente camino propio, solitario y de íntimas exploraciones. A una edad temprana, la obra de Rendón fue regularmente exhibida en las salas de París, y su nombre está li-gado al de las estrellas pictóricas de su época europea. No se sabe con exactitud cuántas obras creó, pero se calcula que alrededor de seis mil, entre óleos, acuarelas, carboncillos y objetos escultóricos, muchas de ellas siguen en el viejo continente, como parte de valiosas colecciones públicas y privadas. Por eso, esta ex-posición reviste un especial valor, ya que es difícil recopilar los Rendón que se conservan en nuestro medio.

Su espiral, un manifiesto estético

«Rendón era un poeta pintan-do o escribiendo y obedecía a una gestualidad sígnica de evidente vanguardia espiritual y existen-cial», comenta Hernán Zúñiga, pintor, grabador, poeta y artista performático, a quien invitaron a dar su visión de esta doble faceta del artista ecuatoriano-francés.

Para Zúñiga, la poesía y la pin-tura de Rendón atravesaron «di-versas etapas estilísticas de este fenómeno de creación y su rela-ción dialógica como temática o concepto analógico en constante contrapunto. Un lenguaje surrea-

lista, postcubista, informalista o abstracto, en constante diálogo contextual, para conformarse en lúcidas metáforas».

Subraya que el signo gráfico de la espiral es recurrente en la com-posición de sus pinturas, y su poe-ma La espiral («Y entonces la espi-ral se abre/ cual una culebra desen-rolla/ sobre la aspereza del sendero /El ignorado ciclo de su cuerpo») es, a su modo de ver, «un manifiesto estético y panteísta de su existen-cia como creador en permanente estado de contemplación y poiesis frente a la espiral o signo infinito del tiempo».

Esto se comprende cuando re-pasamos las palabras de Rendón Seminario: «Lo que tuve que ex-presar, empujado por una fuerza íntima que muchas veces endereza-ba un tema brotado de la subcons-ciencia oscura, hacia un significado espiritual, en lo que pertenece, di-gamos, a la esencia del hombre».

Manuel Rendón Seminario no se agota con esta exposición. Pero queda claro que no será fácil volver a reunir su obra, tan imbuida de su exquisito espíritu artístico que, aún hoy, nos sigue transmitiendo tantas cosas trascendentales.

(Fotos cortesía del MAAC)

Bustos de los padres de Rendón

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Hitos de la anatomía patológica hasta el siglo XX a nivel mundial y nacional

Autor: Francisco Rigail ArosemenaGénero: Artículos científicosEditorial: CCEAño: 2015

Sonata a la vida

Autores: Elva Poveda, Matilde Suárez Troya, Edison Calvachi, Mariana Falconí,Carlos Reyes y Rosa Mercedes Sosa.Géneros: Poesía y prosaEditorial: CCEAño: 2015

«Amante de su especialidad y cultor probo de la Historia de la Medicina, ha investi-gado con tesón y prolijidad el desarrollo histórico de la Anatomía y de la Anatomía Patológica. El esfuerzo encomiable y digno de reconocimiento y gran admiración lo ha plasmado en un libro rebosante de ciencia y de historia, tan fidedigno que en cada párrafo expone sucesos extraordinarios, testimonios fehacientes del esfuerzo huma-no, desde los albores de la civilización hasta nuestros días, orientados a descubrir la estructura macroscópica y microscópica del cuerpo y relacionarlas con patologías, pestes y enfermedades». R.P.Z.

«Sonata a la vida, esta obra que hoy presenta la Corporación de Escritores Ecuatorianos y Latinoamericanos, es la voz de una América nueva que desde sus entrañas germina en poesía, en grito de protesta desparramando un anhelo de libertad… Es la voz de seis poetas y prosistas ecuatorianos que develan con su palabra cada espacio interior de esta América mestiza que se yergue en maizales surcados por las yuntas, en volcanes que levantan cantos de bocinas andinas, en riberas manchadas de petróleo en las selvas del Yasuní, es la voz de una América nueva que va saliendo del olvido». K.A.S.

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Bukowski, te están jodiendo

Autor: Pedro GilGénero: PoesíaColección: PoesíaEditorial: CCEAño: 2015

«...de los poetas ‘malditos’ vivos ecuatorianos, a Pedro Gil yo sí le creo absolutamente todo lo que dice. El mito generado atrás de la figura de Pedro Gil es real. Su locura, marginalidad y caos sagrado son una actitud insobornable ante la vida. Pedro vive de forma marginal, no es un performance ni la teatralización de un personaje autoimpues-to, no es una impostura para que se apiaden los giles». A.V.B.

Los adioses y otros males

Autor: Fanny RodríguezGénero: PoesíaColección: Casa NuevaEditorial: CCEAño: 2015

«Los adioses y otros males es una obra de madurez, es el fruto de un arduo trabajo, de una alquimia verbal llevada hasta las últimas consecuencias. Cada poema nos atrapa con sus poderosas garras para transportarnos a otra dimensión apenas intuida en sueños y ahora materializada en imágenes, en poemas que ponen en entredicho esta realidad en la que ‘supuestamente’ habitamos, pero que está colmada de señales secre-tas, de aparentes casualidades, de sutiles guiños…». C.G.N.

Tres cuentos amazónicos de ayahuasca y muerte

Autor: José Luis LovecchioGénero: NarrativaColección: Casa NuevaEditorial: CCEAño: 2015

«Tres cuentos amazónicos de ayahuasca y muerte es un libro que contiene narraciones am-bientadas en la Amazonía ecuatoriana, vivencias propias y escuchadas monte adentro que descubren capa por capa los misteriosos códigos de la naturaleza intangible de la selva amazónica y de su gente. ‘Sacha anaconda’, ‘La muerte de la verrugosa’ y ‘El arú-tam y la tzantza’ son los tres títulos que comprenden esta obra». J.L.L.

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Poema de alturaEl montecomo un zorro de hambrese desnuba pardo y francodeshabita sus artistas de furiay cual cresta brava,pulpa enhiestabravío y náufrago de espumadeja verChasqui en frío, páramo lejanosu secreto de bravura. La cúpula aguda se sumerge en la nube blanda…

Y se perdura el mensajero de correo de pie en pie en el chasqui y mano a mano La orden de voz en voz como una antorcha.Mientras el pajonal se deleita en el vientoabirendo su haz de ancha pajameciendo su copa verde hacia la ebriedad de la tarde.

El monje viaja entre la niebla amante.Incauto y solo, hecho Submarino de la altura.

Senda adentro estás, piedra eterna y solitariaChilintosa, roca inmensa que el volcán donaranaciendo desde el centro a un arcoíris de fuego.Vas hundiendo en el páramo tu rostro de animal vencido.

Y en el sello de la patriael cóndor se escuda al monte enorme pájaro del andedesdibujada la cicatriz del aguanevado entero y perfecto.Hechura de nieve, Cotopaxi bocio del mundo hacia la luna.

* Colección ‘Vida en letras’, edición de la Universidad Tecnológica Equinoccial, UTE. Portada del artista Romanzú. Fotografía de Hugo Martínez.

«Los sentimientos se entremezclan con dosis de nostalgias, es la magia de la palabra la que se ense-ñorea del espíritu de Manuel Federico, la embriaguez de ver desfilar las letras agrupadas, con el sentido que les quiere dar su autor; el personaje que se hace a sí mismo, que se ha construido un mundo, suyo, muy suyo, propio, al que deja entrar a través de la lectura a quienes hemos tenido el honor de hurgar por entre los intersticios de su alma privilegiada.»Parece siempre sumergido en una especie de sueño continuo, que no para, que le sirve para crear esos vín-culos formados por las palabras, con las que de tanto en tanto nos regala y que se esmera en burilar como fino orfebre hasta encontrar el resultado deseado».

Rosalía Arteaga Serrano

ManuelFederico

Ponce

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La nueva luzHa venido la luz, la luz de los electrodos,la del fiel alambrón. La casa atiborrada de la luz.Archivamos las espermas, que los fósforosadormezcan su chispa roja; que los libros ya se veny los poemas se descubren. Ha venido otra vez la luz, y han fugado lastinieblas amantes de la niebla, la queridaoscuridad la guardo en las memorias de media luz,y me veo tomado del verso rebuscando en latecla renegrida la consonante exacta, elsigno preciso de la voz, la pausa encarcelada enla figurilla humilde de la coma, en esaCorchea diminuta que me ayuda a decir lo quesintiendo soy, lo que sintiendo vengo, lo quesintiendo doy; el poema que me ayuda a vivir, lapágina que me hace sobrevivir, y que dono alprójimo, a que encause sus nociones hermetizadas enel yugo de la ciudad, o se libere en un pájaro decolor que a veces sin mis versos no se ve.

Manuel Federico Ponce

Nació en 1974. Editoriales, instituciones y univer-sidades le han publicado los libros: poemAmor, Le-yendario, la tierra del eros y el Viento, de la Rima y la ciudad, intipoemas del Sol, los cuentos poéticos en la Violación de la bestia, el poemario de Atarde-cer, páginAdolescente y otros versos, Los poemas eróticos, hojas de Infancia y otros textos, Versos di-versos, poesía en prosa y Juventud, y ficción de chis-tes y Ensayos. Ha ganado un sinnúmero de precios y menciones de honor por su poesía. Actualmente es secretario general del Grupo América, miembro Fraterno del grupo literario Galaxia, Director cul-tural del Ateneo Ecuatoriano y miembro honorario del Círculo de la Prensa.

Poema marinoEl barco pescador,mecido el brazo, braceando al vientova prófugo de soly perseguido de ave,tendiendo sobre el aguaredes de silencio y muerte larga.Avanzando abierto en alasparece abarcardesde su insomnio toda la sombra del mar y la distancia.Toda la serranía de la ola.Raptor de luches y de críosraptor de sangre.El agua lo agiganta y cabeceay los hilos sueltos cometean a la pluma.

Pájaro absorto de maná gitano

Pájaro yerto en el vuelo.

Y las redes se desnudan y se asombrande la pasión marina.

La máquina recorre la aventuratrazando el eco pausador.Como cuernos de buey el barco mecey la cuerda cuelga tu lontananzaal acecho de la luz.

El hombre se ancla y adormeceen la altivez del agua.

La barca asemeja aún bajo el brazoun arado en el oleaje pensador.El poderío del hambre sobre la pieloceánica.

Caballos de pena blancavan navegando en el azul.

poética

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LOS NIÑOS, LA LECTURA Y LA CULTURA

Los niños son uno de los objetivos principales en las actividades de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En la Matriz hay un programa permanente denominado ‘Los estudiantes en la Casa’, mediante el cual niños y jóvenes, de escuelas y colegios, realizan dos veces al mes recorridos conociendo la Casa y participando de actividades especialmente programadas, entre ellas re-cibir como recuerdo un libro.

Precisamente en el aspecto editorial se creó la Colección ‘La Casa de los niños’, en la que se han publicado cinco título y se encuentran en proceso siete libros más. Por su parte, Museos realiza los Ta-lleres de Artes Plásticas para niños y organiza el Sa-lón Nacional de Pintura Infantil Carlos Rodríguez.

Igualmente el Núcleo del Guayas de la CCE, que preside Rosa Amelia Alvarado, con motivo de la celebración de la Feria Internacional del Libro realizada en Guayaquil entre el 12 y el 16 de agos-to, a través de su programa de animación a la lec-tura ‘Sueños de Papel’, realizó dos actividades para niños, replicadas durante todos los días de la feria: ‘La hora del cuento’ y ‘Cuentos a media luz’.

Asimismo, durante los días de la feria, el maes-tro Fernando Rodríguez colaboró en las activi-dades de ‘Hora del cuento’, con el personaje de ‘El Tragasueños’, interactuando con los niños, así

como ‘Cuentos a media luz’, con el personaje de ‘El Tin tín’ narrando leyendas. El día sábado 15 de agosto, la educadora Rosa Pogo llevó adelante un taller sobre técnicas para contar

cuentos, destinado a padres de familia, en las áreas establecidas dentro del recinto ferial, la zona infantil y la Sala Clemente Yerovi.

Dos personajes de cuento en la programación para niños que presentó la

CCE Núcleo del Guayas en la Feria Internacional del libro en Guayaquil.

En los extremos de la foto Raúl Pérez Torres, presidente de la CCE y Rosa Amelia Alvarado Presidenta del Núcleo del Guayas junto al estand de la Casa de la Cultura .

En los extremos de la foto Raúl Pérez Torres, presidente de la CCE y Rosa Amelia Alvarado Presidenta del Núcleo del Guayas junto al estand de la Casa de la Cultura .

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CARTA DE MARÍA LUISA GONZÁLEZ

Apreciado Raúl:

Tú más que nadie sabes, que nuestro ser y hacer en el arte es solo un camino en el que transitamos como herederos de otros caminantes, llevando la posta, cargando utopías y sueños, a veces más solos que las soledades de Vallejo y Van Gogh y otras veces con soledades necesarias y productivas que nos iluminan.

Cuando la mirada de ese ‘otro’ ha valorado nuestro quehacer, nos sen-timos agradecidos, porque nos ha tocado vivir una época en la que parece que la gratitud se va perdiendo y que el olvido está a la vuelta de la es-quina.

El reconocimiento que tú como Presidente de la Casa, y amigo en-trañable, me entregaste, la medalla ‘Benjamín Carrión’, el día 7 de agosto en el Teatro Nacional, fue como decir a todas y a todos que no hay que olvidar, que hay que vivir para tener presente y valorar cada día el queha-cer de los artistas, de los creadores, de los gestores culturales, que incluye también la danza, por ello nuevamente mi agradecimiento de corazón.

Tú que con tu forma mágica de la palabra nos llevas por mundos tan nuestros, tan cercanos, tan tiernos e inciertos y que por ello has recibido premios como el de ‘Casa de las Américas’, ‘Julio Cortázar’, ‘Juan Rulfo’, entre otros, sabes que estos premios tienen un gran estímulo para seguir adelante, y para recordarnos, en el momento del insomnio, que el hori-zonte es infinito y que sólo hay que seguir, desde otros territorios, desde otras esperanzas.

Con el cariño de siempre y un abrazo enorme.

María Luisa.

panel

Cuenta cuentos con los niños y los personajes en el programa de la

Biblioteca Nacional por el día de la Cultura y 71 aniversario de la

Casa de la Cultura.

EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

En el mes de agosto la Biblioteca Nacional realizó, dentro de la Fiesta de la Cultura por el 71 aniversario de creación de la Casa de la Cul-tura Ecuatoriana, un programa especial con el propósito de promover un acercamiento a los libros y a la lectura y, en definitiva, al quehacer cultural; quiso festejar con los más pequeños. Para ello, en los espacios verdes del edificio se contaron cuentos populares, se realizaron ade-más juegos tradicionales para rescatar la me-moria colectiva nacional y finalmente se hizo ‘caritas pintadas’. Al interior de la Biblioteca se efectuaron, durante toda la semana, visitas guiadas en las que el público en general pudo conocer los servicios, la historia y los fondos bi-bliográficos patrimoniales de gran valor para el país que custodia la BNE.

María Luisa González, bailarina y coreógrafa ecuatoriana.María Luisa González, bailarina y coreógrafa ecuatoriana.

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No cabe duda de que la ne-gación, dialécticamente entendida, fue la principal

posición entre los tzántzicos, desde el aparecimiento del Primer Mani-fiesto en el mes de agosto de 1962. Esa posición recobró exigentemente una actitud que se hacía, desde hace mucho, absolutamente necesaria en los medios intelectuales jóvenes de nuestro país: la actitud crítica.

El provincianismo cultural, los círculos cerrados de ‘prestigiosos’ escritores, la degradación de la li-teratura ‘convertida en entreteni-miento practicado a ratos perdidos’, el arte reducido a oficio de gran porvenir, la hipocresía pequeño-burguesa (mala conciencia) grasan-do en los templetes de la cultura, generó esa actitud tzántzica que se la puede definir sin merodeo como una necesidad histórica.

Es indispensable que compren-damos, sin embargo, un aspecto realmente importante, en lo que se refiere a lo que llamamos crítica: pa-rece seguro afirmar que la concep-ción inicial de esta palabra fue man-tenida en los límites tradicionales, en tanto los tzántzicos la concibie-

ron como una manifestación pura-mente intelectual, es decir, enmar-cada en los cánones de una filosofía especulativa, preocupada con una investigación y hasta un análisis de tipo literario formal o de contenido. Pero sin salir de estos hitos. Algo como para decir que los tzántzicos incurrieron en el subjetivismo críti-co (o en criticismo subjetivo)

Dicha posición se puede inter-pretar como un error inevitable, en un país en el cual los movimientos artísticos e intelectuales en general adolescen de mimetismo y entre-ga a modelos extranjeros impor-tados con sorprendente facilidad, pero nunca entendidos a cabalidad puesto que se originan en realida-des totalmente diversas a la nuestra.

A pesar de ello, y por el perma-nente reclamo a que ‘pensemos con nuestras propias cabezas’, la actitud crítica de los tzántzicos vino a co-locarse en un nuevo nivel, de con-tenido completamente diferente y que nos permite medir de mejor manera la variación de su iracundia y negación en el tiempo.

Este nuevo nivel tuvo sin duda mucho que ver con una cada vez

Esteban del Campo

Homenaje póstumo a

Esteban del Campo

1940-2015

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más alta comprensión marxista del fenómeno cultural y social en el Ecuador y se refiere especialmen-te, a mi modo de ver, al concepto de praxis artístico-política. De una praxis insertada en el proceso de transformación de nuestra sociedad sumergida en el atraso, la ignoran-cia y la explicación imperialista.

Fue, por tanto, en la aceptación de un compromiso práctico con la lucha por una auténtica cultura na-cional que se definió y se sitúa esta nueva posición del tzantzismo. Ella difirió (y difiere aún) fundamen-talmente de aquella posición aco-modaticia de la mayoría de nues-tros intelectuales, navegantes de la inercia. Es decir, el concepto de praxis, en este caso, no se encuentra separado ya de la posición crítica, como práctica, como compromiso con el pueblo, como abandono de las tareas de escritorio, de una falsa actitud revolucionaria.

Es una perspectiva histórica, este renacimiento (porque efecti-vamente eso era) está relacionado, a nuestro juicio, con el cada vez mayor influjo de la Revolución Cu-bana en América Latina. Para los años 62-68, ese influjo era eviden-te y se manifestaba en la creciente conquista de los intelectuales jóve-nes, de esta parte del mundo, por la fase heroica de la Revolución. La guerrilla campesina ejercía una enorme atracción política indiscu-tible y la consigna más prestigiosa era «hacer la revolución».

Los tzántzicos asimilaron, por lo tanto, esas experiencias positivas. Pero las colocaron en el único nivel posible de la sociedad ecuatoriana, muy atrasada en lo político: el ni-vel de la poesía de denuncia, com-bativa y revolucionaria, de la praxis política en la literatura. Su negativa a publicar sus poemas (en ediciones destinadas a satisfacer el gusto de capas sociales reducidas y hasta in-sensibles) y su decisión de decirlas, declamarlas en escenarios públicos

o populares tales como universida-des, sindicatos, barrios, etc., no fue otra cosa, pues, que la manifestación coherente de esa época y la demos-tración de una tomada de conciencia muy clara sobre lo que se necesitaba realizar aquí, en nuestro medio, en nuestras propias condiciones.

El parricidio fue la gran mani-festación de esa toma de conciencia. Resumió objetivamente la inten-ción de estos jóvenes intelectuales revolucionarios manifiestamente antiburgueses, anticorruptos, anti-mentirosos, antimediocres, anti-etc. A este parricidio habrá que enten-derlo siempre como una actitud más que como una posición teórica im-provisada. Reveló él la urgencia no solamente de ‘reducir cabezas’ sino de lapidarlas históricamente para correcto juicio de los demás.

Es importante anotar que la producción parricida de PUCUNA es muy valiosa, sociológicamente hablando. Su lenguaje irreverente, mordaz, no literario para el gus-to y juicio de la molicie pequeño-burguesa, expresa una actitud social definida (además de la literaria o política) en nuestra época de tran-sición. Ese lenguaje es contempo-ráneo de un pueblo que comienza a surgir como categoría sociológica real y que va dejando de ser cate-goría abstracta o mítica. En buena parte expresa también el revivir de ese pueblo, adormecido en los rela-tos de generaciones pasadas, ahora caducas y descomprometidas. Re-vela un movimiento histórico de lenguaje, que contrasta fuertemen-te con el de nuestros ‘padres’ litera-rios. Es una sublevación justa con-tra su inconsecuencia. Es, además, el paso necesario hacia las prime-ras ideas sólidas sobre una Cultura Popular, hacia el combate contra el folclorismo estéril que usa nuestra producción artística popular y la transforma en una mercancía más.

Está claro que se planteó una lucha entre los parricidas y sus ase-

tributo

Los tzántzicos

asimilaron esas

experiencias

positivas. Pero las

colocaron en el

único nivel posible

de la sociedad

ecuatoriana, muy

atrasada en lo

político: el nivel

de la poesía de

denuncia, combativa

y revolucionaria, de

la praxis política en

la literatura.

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en la literatura. De estos dos, el se-gundo ha sido considerado como el más importante, pues manifiesta la acción creativa, exclusiva del hom-bre como ser productivo. Sin em-bargo, la primera es quizás más im-portante, como paso previo. En mi opinión, una auténtica creación li-teraria no se resume sólo por el acto de crear en sí, sino por su relación con el medio social en que se crea y la comprensión correcta del mis-mo. Es decir, me refiero a la nece-sidad de conocer la realidad social que produce el escritor. Pero como lo que llamamos generalmente de realidad presenta una infinidad de aspectos y formas aparentemente sin relación alguna, lo difícil con-siste en aprender a generalizar, en comprender las leyes que rigen los fenómenos. La transformación de la posibilidad de ser un escritor re-volucionario coherente (como en el caso del tzántzico) es condicionada, pues, por factores sociales y no ape-nas por factores individuales.

Si los tzántzicos intentaron con seriedad asumir una posición litera-ria renovadora, de vanguardia, po-demos creer que tuvieron éxito re-lativo a sus posibilidades, en cuanto se refiere incluso al aspecto formal. Agustín Cueva definió este hecho con absoluta precisión al decir que el tzantzismo «es, a la vez, nuestra poesía y la imposibilidad actual de una absoluta poesía», es «la dimen-sión… de un momento en el que el artista toma conciencia del alcance social como de las limitaciones de la palabra». Pero, ni los tzántzicos podrían afirmar que han logrado captar correctamente la realidad para transponerla a la literatura. Ese defecto, que de ninguna ma-nera es exclusivo de ellos, pues se debe al nivel bajo de desarrollo de la interpretación social en el Ecua-dor, ha afectado sensiblemente su producción y la ha metido en una especie de limbo político-literario inevitable. El grupo es víctima na-

tural de las condiciones sociales del país en que se ha desarrollado.

Hablaríamos, así, de un ¿‘Ré-quiem por los tzántzicos’? Sería de esperar que la respuesta nos la den los comprometidos.

La Bufanda del SolNo 2, abril, 1972

Esteban del Campo

Esteban del Campo, Quito (1940-2015), fue un reconocido intelec-tual que a través del ensayo y de artículos y estudios de sociología política dejó por sentado su pen-samiento y su preocupación por la realidad social y estética del país. Publicó el libro de poesía Aluvia-les, en 1989, editado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana; Quipos, en 1992, editado por Editorial El Conejo y la Colección Metáfora, y ahora, Quinqué, publicado tam-bién por la CCE. En dramaturgia publicó la obra de teatro Rumi-ñahui, sobre la última etapa de la resistencia indígena a la conquista española, en el 2015, con la edito-rial Abya-Yala.

El parricidio

fue la gran

manifestación

de esa toma

de conciencia.

Resumió

objetivamente

la intención de

estos jóvenes

intelectuales

revolucionarios

manifiestamente

antiburgueses,

anticorruptos,

antimentirosos,

antimediocres,

anti-etc.

sinados, una lucha por la autenti-cidad cultural en el primer caso, una lucha por la sobrevivencia en el segundo. Pero no se trata de una lucha entre ‘generaciones’, como al-guien podría colegir intencionada-mente, es mucho más: un enfren-tamiento de distintas y opuestas concepciones del mundo y de las actitudes relacionadas a ellas.

Por lo demás, cabría insistir en algunas ideas que nos puedan si-tuar en el terreno de la significa-ción actual del tzantzismo, luego del transcurso de la década anterior.

Muchos sabemos que son dos los aspectos fundamentales del trabajo literario o actitud literaria: captar la realidad y transponerla

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Educación y revolución en José Martí

Autor: Héctor Hernández PardoGénero: EnsayoCoordinación editorial: 13 edicionesPáginas: 199Año: 2015

«La primera edición de este libro que tiene el lector ante sus ojos, fue impresa en el año 2000 bajo el títu-lo Luz para el siglo XXI: actualidad del pensamiento de José Martí. Aunque su esencia mantiene total vigen-cia, especialmente el mensaje que aquí está implícito a los maestros de nuestra América y a los lectores interesados en acercarse al pensamiento de este hom-bre universal, me pareció imprescindible actualizar ligeramente el último capítulo, a fin de considerar la situación actual de América Latina y el Caribe». H.H.P.

Alianza: 5 U.S. Poets in Ecuador

Autores: Steve Barfield, Alan Britt, Alex Lima, Silvia Scheibli y Lilvia Soto.Género: PoesíaEditorial: CypressBooksPáginas: 96Año: 2015

«Hemos apreciado y aprendido de los grandes poetas latinoamericanos y sentimos humildad y admiración por lo que han aportado a la literatura universal. Les ofrecemos este libro para expresar nuestro más pro-fundo agradecimiento a la Casa de la Cultura Ecua-toriana ‘Benjamín Carrión’ y, muy especialmente, a Raúl Pérez Torres, su presidente, y a Gabriel Cisne-ros Abredabbo, su vicepresidente, por haber tenido el coraje para realizar este Intercambio Internacional de Poesía y la imaginación para prever su valor actual y sus promesas futuras».

Antología de prosa y verso

Autor: Manuel Federico PonceGéneros: Prosa y poesíaPublicado por: Comisión de Cultura de la Universidad Tecnológica Equinoccial, UTEPáginas: 52Año: 2015

«…Esta Universidad ha creído importante publicar mi libro Antología de prosa y verso, que ha sido para mí un sueño desde hace muchos años; ahora ya es un sueño hecho realidad. Gracias al artista Roman-zú por la portada iluminada con su collage para esta edición. Las ilustraciones de fotografía artística y la redacción del título ‘Vida en letras’, colección donde ha sido publicada mi obra, fueron canalizadas por el creador Hugo Martínez Robles». M.F.P.

La novela ecuatoriana del siglo XXI

Autor: Antonio SacotoGénero: EnsayoImpresión: Gemagrafic ImpresoresPáginas: 490Año: 2015

«En este libro se estudia la novela ecuatoriana del siglo XXI, a partir del año 2000. La producción es abundante, voluminosa y en su mayoría son novelas bien escritas… Nuestro estudio se limita a las novelas que consideramos más destacadas, más sobresalientes ya sea por la forma, el manejo técnico, la escritura, la creación de personajes, el gusto narrativo y el desen-volvimiento de la trama; en fin, por todos o alguno de los ingredientes que hacen una gran novela». A.S.

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tributoreconocimiento

Pilar Bustos

(Quito 1945). Ha sido galardo-nada con el premio Eugenio Espe-jo 2015. Dibujante y muralista, rea-lizó sus estudios en la Escuela de Artes de Cubanacan-Cuba.

Durante la década de los se-senta, su obra artística recibió los premios ‘Adquisición’ e ingresó a Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (1965); el Primer Premio, Realización Mural, Ciu-dad Sandino (1966); Segundo Pre-mio, Mural Parque Universitario, La Habana. En 1980 recibió Men-ción en el Concurso Internacional de Dibujo y Poesía sobre la Danza, Universidad Autónoma, México.

«Ella es un lienzo desbordado de historia —dice Estefanía Gar-cés en una biografía sobre Pillar—. Líneas del cuerpo, elementales, apenas frontera entre el dibujo y la forma austera y expresiva, Pilar Bustos se muraliza en los rostros sin ojos, algo perceptibles en la pedigüeña mano, en las reminis-cencias que hacen que la artista conquiste sus vuelos sin sombra de sus líneas. Solo la luz blanca, adormecida en los cuerpos desnu-dos, que a veces se quiebran y se incompletan, hace que el abrazo sea entre líneas».

Fernando Tinajero Villamar

Nació en Quito el 5 de enero de 1940. Estudió Derecho en la Uni-versidad Católica y Filosofía en la Universidad Central. Participó en el programa de observaciones peda-gógicas en las Universidades de Co-lumbia, Morehead y Nuevo México, y obtuvo el doctorado en Filosofía en la Universidad Carolina de Praga.

Es uno de los ensayistas más im-portantes y con mayor experiencia en el país, desde la década de los sesenta, cuando sus ensayos aparecieron en la Revista Indoamérica. Sus ensayos se publicarían en las décadas siguien-tes en la revista La bufanda del sol, Esferimagen y Tientos de Guaya-quil, Contextos de Cuenca, Cultura del Banco Central, como en revistas internacionales de Bratislava y La Habana. Su novela El desencuentro ganó el premio nacional de novela instituido por la Universidad Central en 1976.

La carrera académica la ha de-sarrollado en varias universida-des ecuatorianas y en colegios, así como en la Universidad Komensky de Bratislava.

El Gobierno Nacional recono-ció este gran aporte a la cultura del país, otorgándole el Premio Nacio-nal Eugenio Espejo 2015.

Luis Cumbal

Es un hombre para quien el futuro es ya una realidad, cuando pocos daban importancia a la na-nociencia en el país, él estaba rea-lizando experimentos de este tipo y mientras nadie hablaba de crisis ambiental, él ya se estaba preparan-do para estudiar este campo.

En la actualidad dirige el Cen-tro de Nanociencias y Nanotecno-logía de la Escuela Politécnica del Ejército, con cuatro líneas de in-vestigación: mediación ambiental, celdas solares híbridas, polímeros nanoestructurados y nanomedici-na. Es muy importante señalar que una de sus patentes registradas en Estados Unidos ahora permite que miles de personas en todo el mun-do beban agua sin el temor de que ésta se encuentre contaminada con arsénico.

Su experiencia: Es Ingeniero Mecánico, Master en Ingeniería Ambiental, PhD en Ingeniería Ambiental por sus investigaciones en polímeros. Ha realizado varias publicaciones especializadas en inglés.

El 9 de agosto del 2015 fue ga-lardonado con el Premio Nacional Eugenio Espejo por sus investiga-ciones científicas.

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Dis

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Centenario de

EdmundoValadésNavidad en Jardín Iguazú,cuento de

Mempo Giardinelli

Muestrapoética de

Piedad Bonnett

Raúl Yépez,obra fotográfica

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