Buck Pearl S - Hombres de Dios

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    Ttulo original:GOD'S MEN

    Traduccin deJUAN G. DE LUACES

    Portada deC. SANROMA

    Editorial Planeta, 1976Editado por PLAZA & JANS, S. A., Editores

    Virgen de Guadalupe, 21-33Esplugas de Llobregat (Barcelona)

    ISBN: 84-01-41089-4 Depsito Legal B. 31.087 1978ISBN: 84-320-5401-1. Publicado anteriormente por

    Editorial Planeta.

    GRAFICAS GUADA, S. A. Virgen de Guadalupe, 33

    Esplugas de Llobregat (Barcelona)

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    Corra una maana de marzo del ao 1950 de Nuestro Seor. Tan fuerte erael viento que, en su despacho del ltimo piso de un rascacielos de la ciudad deNueva York, Guillermo Lane sinti estremecerse el suelo bajo sus pies. Estaba

    junto al inmenso cristal de la ventana abierta en el muro, tras su mesa. Lapoblacin se extenda ante l como una alfombra y en el horizonte resplandecanel mar y las montaas.

    A su manera, Lane era religioso e iniciaba sus ocupados das con aquellospocos momentos de silencio ante su ventana y el mundo que se extenda msall. Su corazn nada tena que pedir; nada peda a Dios. La plegaria constituauna afirmacin de s mismo y de lo que l crea que era: un hombre de poderdefinitivo; un hombre, en ese sentido, sin par, al menos en su pas.

    Abajo, en las calles, tan distantes que las vea como meras veredas grises, semovan criaturas del tamao de insectos. Eran las gentes cuyos pensamientosguiaba, cuyas mentes iluminaba, cuyas conciencias diriga. Que ellos loignorasen y que slo unos cuantos lo supiesen, acreca su poder. Haca muchoque haba renunciado a la ambicin de ser un caudillo popular. Porque no tenael don de ganarse el amor del pueblo, no. Obligado al fin a saber que su aspecto,sombro y grave, inspiraba ms temor que fe, se haba emparedado a s mismo enaquel gran edificio. Desde all esparca sobre la nacin la red de sus peridicosdiarios. Para ello adquira los servicios y los mximos talentos de los hombres.Crea, aunque no con cinismo, que no haba nadie que no pudiera ser comprado.Por otra parte, nada poda persuadirle para que comprase un talento que nodeseaba o que no pudiera moldear segn la forma de su propia doctrina. Losmejores escritores no encontraban lugar en sus pginas si no opinaban como l.

    Pocos eran cinco o seis a lo ms los que no se sentan tentados porcincuenta mil dlares. Slo haba uno al que ni siquiera le haba tentado doblecantidad. Ninguno, pensaba Lane, rehusara lo que l ofreciera si juzgabaacertado ofrecrselo. Lo que compraba no era nicamente el fluir de los trabajosde los hombres. Compraba tambin la calidad de sus espritus. Un hombre hastaentonces incorruptible era valioso cuando ceda, aunque no fuese ms queporque venda a la par la confianza de las gentes en l.

    Aquella maana de marzo, mientras Guillermo se senta en comuninconsigo mismo y con Dios, not aquel temblor bajo sus pies. Saba que unedificio rgido, incapaz de cimbrearse ligeramente ante los vientos de una

    tormenta, habra podido ser derribado. Mas, cediendo slo un poco, estaba a

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    salvo. Con todo, aquel temblorcillo no le gust. Le recordaba otras cosas queantao le hicieran temblar a l.

    Haca mucho tiempo, en China, siendo muchacho, haba visto un tumultoen las calles de Pekn. Un tumulto de gentes comunes, irritadas, que le odiaban al, no por lo que en s era, sino por su piel blanca y sus ojos claros, esto es, por

    pertenecer a otra raza. Su inseguridad, la inseguridad de los de su raza aquel da,le produjo un pnico que, aunque no haba vuelto a sentirlo, tampoco habaolvidado jams. Cualquier multitud, cualquier muchedumbre de caras quesurgieran de malas ropas, le hacan recordar aquello, aunque ya no senta miedo,porque nada tena que temer. Era ms rico que nadie que conociera y sus amigosfiguraban tambin entre los individuos ms ricos del mundo occidental. Entreellos era inatacable. Por otra parte, se consideraba hombre de bondad rgida ensu vida personal. Que se hubiese divorciado de su primera mujer para casarsecon otra, no constitua una falta. Bastaba, para convencerse de ello, ver a Emory.Era una criatura tan delicadamente pura como una flor de nieve y su belleza

    inglesa, su gracia combinada con su bondad, la hacan irresistible. Comparadacon Candacia la primera mujer de Guillermo, Emory era el espritu encontraste con el barro.

    Mientras pensaba en su mujer, la puerta se abri a sus espaldas. Nadie,excepto su secretaria, se atrevera a entrar as, sin que le llamasen, y por lo tantoLane esper hasta que ella habl con su voz tmida:

    Siento importunarle, seor Lane.Qu hay? pregunt l, con voz seca.No hubiera entrado a no ser por la visita de su cuado, el seor Miller.Le habamos citado?

    No, seor Lane, y as se lo record; pero l repuso que estaba seguro deque usted querra verle, porque tiene una gran idea.

    A Guillermo le habra agradado contestar que no le interesaba ninguna delas grandes ideas que pudiera tener Clem Miller, mas no le placa dar a laseorita Smith motivos para andar chismorreando con el personal subalterno. Lecalificara de hombre duro, como saba que a menudo le calificaban, slo porque,en principio, no le gustaba confundir la justicia con la clemencia. Sin embargo,era intolerable que Clem invadiera aquellas oficinas en el curso de una maanamuy atareada, esperando que se le concediera tiempo para exponer algunadisparatada idea.

    Tampoco a Lane le gustaba recordar que el marido de Enriqueta era untriunfador. Clem se haba enriquecido por los mtodos ms absurdos, tanabsurdos que Lane le crea cuando el otro afirmaba que l no se haba propuestonunca ganar dinero. Era extrao creer que Clem no deseara enriquecerse,aunque la forma en que l y Enriqueta vivan resultase harto extraa. A pesar desu riqueza, habitaba en una casa prefabricada, en una calle secundaria de unapoblacin de Ohio. A nadie le constaba lo que haca Clem con su dinero.

    Diga a mi cuado que puedo concederle exactamente quince minutos. Sipermanece ms tiempo, hgale salir.

    S, seor murmur la seorita Smith.

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    No se llamaba Smith, pero Lane aplicaba el apellido Smith a todas sussecretarias. Eso las molestaba, mas como las pagaba muy bien, no osaban decirnada.

    Cuando oy cerrar la puerta, Guillermo, apartndose de la ventana, seacomod en su silln, tras la mesa semicircular. Sobre el vasto rectngulo

    luminoso, su cabeza recia y su figura esbelta, pero fuerte, con los hombros altos ycuadrados, se recortaban como cinceladas en piedra. Permaneci en espera einmvil, mirando a la puerta.

    Clem, cruzando el umbral con su paso nervioso y rpido, se enfrent conaquel hombre tan poderoso. Si sinti algn ligero terror ante los ojos deGuillermo, grises y verdosos como el liquen, no lo mostr. Era un hombremenudo y delgado, con el pelo del color de la tierra, y hasta con la piel de lamisma tonalidad. En su general insignificancia slo resaltaban sus ojos vivos yazules como los de un martn pescador.

    Hola, Guillermo! dijo Clem en voz alta y animada. En verdad que tu

    personal te ayuda. Tema ya no verte.De haber sabido que venas... empez Guillermo con dignidad.Ni yo mismo saba que iba a venir dijo Clem.Se sent, mas no en la silla que haba frente a Guillermo, sino en otra forrada

    de cuero junto a la ventana.Buenas vistas tienes desde aqu coment. Siempre me gusta mirarlas.

    Cmo est tu mujer?Emory est muy bien dijo Guillermo.Tambin Enriqueta lo est. Hoy ha ido a ver a Candacia.Y qu es de vuestra vida? pregunt Guillermo.Estaba ya acostumbrado al marido de su hermana, que siempre pareca a

    punto de brincar como un saltamontes. Slo la frialdad de su voz podra haberrevelado, y ello nicamente a Enriqueta, el desagrado de Guillermo ante el hechode que su hermana siguiera visitando a su antigua mujer.

    Se me ocurri una idea, y corr a Washington explic Clem. Elministerio de Abastos de Nueva Delhi me ha escrito diciendo que hay all unagran cantidad de trigo almacenado. No me parece seguro que sepa la verdad delo que habla un hombre sentado en un despacho de Nueva Delhi Con todo, creoque acierta. Por lo que he odo, hay ahora considerables cantidades de trigo en laIndia. No creo que est en manos de los tratantes. Se halla escondido por los

    campesinos, como t o yo podemos guardar una cuenta en un banco por sivienen las cosas mal dadas.Guillermo no respondi. No se imaginaba a s mismo guardando dinero ni

    pensando en que las cosas viniesen mal dadas.Clem se rasc su plida barbilla antes de continuar:Si yo persuadiese a nuestros propios almacenistas de Washington para

    que enviasen algo de trigo a la India, el grano que hay all saldra a relucir y eltrigo bajara de precio, con lo que podran adquirirlo las gentes que lo necesitan.Mas no s si lograr algo en Washington, porque no comprendo a los gobiernos,

    y al nuestro menos que a ninguno.

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    En eso estamos de acuerdo t y yo dijo Guillermo. Ya me parecabastante malo el que tuvimos en la Casa Blanca durante la guerra. Mas el queahora tenemos es peor.

    S dijo Clem, meditando. Claro que eso no me importa. No soypoltico. Yo nicamente quera obtener algn trigo.

    Qu dicen en Washington? pregunt Guillermo.Lo de costumbre. Que sera mezclarse en los asuntos internos de la India,

    con lo que vienen a indicar que si la gente encuentra qu comer podra ayudar alactual gobierno.

    No les agrada Nehru? inquiri Guillermo, con cierto inters. No sabaqu pensar de la visita a Amrica de aquel hombre tan reposado.

    Hasta ahora, s repuso Clem. Claro que no ha ido tan lejos comoquisieran algunos republicanos, que desearan verle jurar eterno odio a los rusos

    y eterna amistad a nosotros. Nehru no lo ha hecho ni lo har ningn hombresensato. Pero eso tampoco me importa. Lo que me interesa es que la gente

    encuentre alimentos, aunque no sea ms que porque el hambre constituye unavergenza y una desgracia para el mundo moderno, siendo, adems, totalmenteinnecesaria en estos tiempos. No soy partidario, entindeme, de usar vituallaspara manejar a los pueblos. Demos de comer a todos, digo yo, y as todosempezaremos igual. Una vez con el vientre lleno, la gente no tiene que votar detal o cual modo para poder comer. sa es la democracia. Nosotros no lapracticamos.

    La alimentacin y la democracia eran los temas favoritos de Clem. Hacamucho que con ellos vena fatigando a su cuado Guillermo. ste vio deslizarseuna expresin soadora en los brillantes ojos azules de Clem, mientras cierta

    tensin hencha su voz tenue, casi infantil. En ambas cosas reconoci lo que lllamaba el fanatismo de Clem.

    No deseo darte prisa dijo con su voz cuidadosamente articulada, perodentro de quince minutos tengo una reunin comercial de importancia inslita.

    Clem apart los ojos del mundo que se extenda allende la ventana. Suexpresin soadora se desvaneci. Levantndose, se acerc a la silla colocadafrente a Guillermo y, sentndose en ella, se acod sobre la mesa. Su cuadradorostro apareci sbitamente enrgico e incluso tajante.

    Guillermo dijo, he recibido cartas de China.Guillermo se sobresalt.

    Cmo?De alguien a quien yo conoca en Pekn.Vas a tener disgustos si te mezclas con los comunistas repuso

    severamente Guillermo.Me parece que no contest Clem. El viejo lo sabe.El viejo, en el lenguaje de Clem, era el Presidente de los Estados Unidos.Y qu dice? pregunt Guillermo.Que no lo aprueba ri Clem.Guillermo ni contest. Como lo previera, Clem sigui espontneamente:Hay un hambre terrible en China. Recuerdas? Los ros desbordndose,

    los diques rompindose...

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    Eso es bueno manifest Guillermo. As los chinos sabrn que loscomunistas no pueden salvarlos.

    Pero ello, Guillermo dijo Clem, con insistente fervor no es todo. Esslo la mitad. La otra mitad nos corresponde a nosotros. Lo que los rojos nopueden hacer, podemos nosotros hacerlo. Sino, la gente pensar que nosotros no

    podemos tampoco, y entonces, de qu nos servira la ocasin de probar locontrario?

    Que la gente que escoge mal dijo Guillermo pague las consecuencias.Viendo el enojo de su cuado, Clem sinti piedad y repuso:No te complazcas tanto en castigar a las gentes, Guillermo. Te aseguro que

    no es digno de un hombre tan grande como eres t ahora. Es un estilo a loAntiguo Testamento, estilo que concluy cuando el Nuevo Testamento vino.

    No discutir contigo mi religin dijo Guillermo con cierta violencia.Tampoco deseo yo discutir de religin respondi Clem. Apenas sabra

    decir cul es mi credo y, como le dije a Enriqueta, si quieres ser catlico, eso es

    cosa tuya. No me importa lo que un hombre sea, si l es bueno, y siempre loafirmo as. Mi padre crea en la fe, pero no le salv, ni yo le recomendara eso anadie. Realmente, la religin no me interesa. Cuanto digo es que si el hombre notiene el vientre bien lleno...

    Ya s lo que dices ataj Guillermo, con tono de fatiga. Vamos algrano.

    Clem lleg al grano inmediatamente.Guillermo, yo puedo proporcionar vveres para enviar a la India y a China

    tambin. Tantsima comida tenemos almacenada aqu, que nuestroscompradores pueden adquirirla por centenares de toneladas sin molestar por eso

    a Washington. Asimismo puedo proporcionarme buques. Ni siquiera tendra elviejo que intervenir. Le bastara hacer la vista gorda. Pero te necesito, Guillermo.

    Para qu? pregunt Guillermo, cansado.Una luz evanglica brill en los azules ojos de Clem. Alz su mano en

    inconsciente ademn.Quiero, Guillermo, que difundas la idea en tus peridicos, a fin de que no

    me la estorben senadores y gentes por el estilo. Hay millones de personas que noleen otra cosa que tus peridicos. Y hasta a los senadores les asustan millones depersonas. Deseo que digas a los lectores que si enviamos alimentos a Asia ello

    valdr tanto como las bombas atmicas, y las de hidrgeno, e incluso...

    La voz de Guillermo son con rabia.Imposible! Si sta es la buena idea a que te referas...Mi idea es dar de comer a los hambrientos, Guillermo. No te pido que lo

    hagas. Tengo mis medios de infiltrarme en los sitios. Tengo mis amigos. Slopido que se lo expliques a la gente.

    Tus amigos deben de ser comunistas!No me importa lo que sean, como no me importa lo que eres t, y slo me

    preocupo de alimentar al hambriento. La gente preguntar: De dnde vienenesas vituallas? De Amrica. Amrica no pregunta si las gentes son comunistas.La buena Amrica alimenta a los hambrientos. Es la mayor publicidad de nuestra

    democracia...

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    Imposible dijo Guillermo con acritud. Sentimental. Absurdo! Esagente, Clem, no pide nada. Y comer. La mayora pensar que son los comunistasquienes los alimentan. Eres demasiado cndido.

    Clem se neg a ceder.Aunque lo atribuyesen errneamente a otro partido, estarn ms fuertes

    para percibir la tirana al fin, comprendes? Un hambriento no ve ni lo bueno nilo malo. No ve ms que la comida. Cuando uno est hambriento no sabe juzgarnada. Ni rebelarse siquiera.

    Clem, durante un anheloso segundo de espera, contempl el semblante deGuillermo. ste no cambi.

    Nunca has estado hambriento, Guillermo? pregunt Clem. Yo s.Guillermo no necesit responder. La seorita Smith abri suavemente la

    puerta.Siento interrumpirlos, seor Lane, pero esos seores aguardan en la sala

    del Consejo.

    Clem se levant.Conmigo no necesita usar aagazas, seorita. Basta con avisarme de que

    es hora de que me vaya. Bien, Guillermo...No pienso hacer lo que me propones respondi Guillermo. No estoy

    de acuerdo contigo.Clem, de pie, le mir.Los dejaremos hambrientos, eh, Guillermo? dijo tras una pausa

    infinitesimalmente corta.Que padezcan hambre hasta que confiesen su locura repuso Guillermo

    con firmeza, incorporndose. Adis, Clem. Saludos a Enriqueta.

    Adis dijo Clem.Y volvindose, sali.Ninguno de los dos se haba tendido la mano, pero Guillermo no repar en

    ello. Rara vez estrechaba la mano de nadie. Le disgustaban los contactos yadems haca pocos aos que ciertos amagos de neuritis en las manos le hacanpenoso sufrir el vigor de las de Clem. Extrajo su pauelo, sec el sudor de lafrente y se sirvi un vaso de agua helada que tom del termo de plata que habasobre la mesa.

    La ms extraa manifestacin del hado en su singular vida era que Clem,cuado suyo, hubiese llegado a ser Clem Miller, a quien haba conocido, ms de

    medio siglo atrs, en una calle de Pekn, no pensando volver a verle nunca. Clem,el muchacho plido y hambriento, de una familia misionera, que viva en unchamizo de una calleja de la parte ms pobre de la ciudad. Clem, a quien yaentonces l despreciaba. Cmo habra sido eso? Haca media centuria...

    El joven Guillermo Lane, recostado en la riksha particular de su madre,percibi, como a un cuarto de milla de distancia, una multitud. Ello, en una callede Pekn, significaba alguna complicacin. O posiblemente nada ms que algunadiversin. La gente de la imperial ciudad, acostumbrada al placer, nunca estaba

    tan ocupada que no pudiese perder una hora o dos para ver cualquier cosa quepasara, desde el desfile del squito de una dama de la corte que se dirigiera al

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    palacio de verano, hasta las habilidades de un oso amaestrado y lasextravagancias de un inquieto mono. Como corra la primavera, bien pudieratratarse de una compaa de actores callejeros que llegaran de su campaa deinvierno en el sur.

    Guillermo se inclin hacia delante.Qu pasa, Lao Li? pregunt al que tiraba de la riksha.Hablaba en un chino puro y hasta acadmico, aunque l slo contaba

    diecisiete aos. En realidad, no estaba orgulloso de tal cosa, que le revelaba comohijo de misionero. En el colegio de Chef, donde pasaba como interno la mayorparte del ao, los aristcratas entre los muchachos eran los hijos de diplomticos

    y de hombres de negocios, y todos ellos se preocupaban de no mostrar suconocimiento de la lengua indgena. En la escuela, Guillermo hablaba en ingls alos sirvientes y finga no comprenderlos cuando contestaban en chino. Peroentonces, estando en su casa para las vacaciones de Pascua, y habiendo nacido ycridose en Pekn, no poda fingir en nada.

    Algo extrao, seorito respondi Lao Li.Se despeg de los hombros su blusa de algodn y se sec el sudor de la

    frente. Los extranjeros pesaban, e incluso aquel muchacho tan joven pesabatanto como un hombre maduro. Lao Li recordaba haberle llevado de nio. Losaos pasaban. l no se atreva a aflojar el paso. Un conductor de riksha no puedeenvejecer. Un oficio seguro en una familia blanca no debe perderse, por pesadosque sean los hijos.

    As, quiso aprovechar la ocasin para descansar.Nos paramos para que puedas verlo t mismo?Guillermo levant altaneramente la cabeza.

    Qu me importa lo que haga la gente de la calle?No he hecho ms que preguntar replic Lao Li.Procur apresurar el paso segn se acercaba a la multitud, y entonces

    Guillermo le grit, sobresaltndole al punto de casi hacerle caer entre las varas:Prate!Guillermo, sentado en alto, poda ver, sobre la cabeza de la gente, un

    espectculo horrible. Un muchacho blanco estaba enzarzado en lucha con unmozalbete chino. Los mirones no rean. Permanecan intensamente quietos.

    Voy a bajar exclam Guillermo imperiosamente.Lao Li dej caer las varas y Guillermo, saltando por encima, se abri camino

    entre la gente.Paso! grit con altanera.Los chinos, deferentes, le permitieron llegar hasta el centro. En silencio, los

    dos muchachos forcejeaban con la misma expresin airada en el rostro blanco yen el de color.

    Eh, basta! dijo Guillermo, en voz alta, hablando en ingls.El muchacho blanco se volvi.Qu te importa esto? pregunt.Era menudo y plido, con un cuerpo desnutrido, y su vestimenta de algodn

    gris, encogida por los muchos lavados, se le pegaba a los huesos. Pero haba

    cierta rudeza en su cuadrado rostro y, bajo su cabello terroso, sus ojos eran de unbrillante azul.

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    Me importa contest Guillermo.Notaba bien el contraste entre ambos. Su traje ingls haba sido hecho por

    un excelente sastre chino y sus zapatos sus botas, como se habaacostumbrado a decir en la escuela estaban limpios merced a los cuidados quetodas las noches les dedicaba su coolie. Con gran horror vio que el otro mozo

    llevaba zapatos chinos de tela, abiertos por las puntas.Es degradante para un muchacho extranjero pelear con un chino dijo

    severo. Eso nos rebaja a todos. No tienes derecho a obrar de manera que nosdesacredite.

    El muchacho plido parpade rpidamente y apret los puos.Pelear con quien se me antoje dijo con voz alta y sonora.Pues dar parte al cnsul declar Guillermo.Con ojos fros mir de arriba abajo al joven desharrapado, de esbelta figura.Cmo te llamas? pregunt.Clem Miller.

    En los labios de Guillermo hubo un movimiento que no llegaba a sonrisa.De la Misin Miller?Los brillantes ojos azules desafiaban el desprecio de Guillermo.En ese caso...

    Y Guillermo se encogi de hombros. Volvise para marchar, pero agreg:De todos modos, como americano, debas pensar en el honor de tu patria.Mi padre dice que nuestra patria es el mundo.Para Guillermo Lane, hijo de un misionero episcopalista, esto es, un

    aristcrata de la Iglesia, nada poda ser ms nauseabundo que semejantecomentario. Se volvi hacia el muchacho plido.

    Aunque fuese as! Hagas lo que hagas, eres americano, por desgracia paranosotros. Por qu luchabas con ese muchacho chino?

    Porque dijo que mi padre era un mendigo.En cierto modo lo es respondi Guillermo.No lo es! replic Clem.

    Y, volviendo a crispar los puos, principi a dirigirlos hacia el rostro deGuillermo.

    ste retrocedi un paso.No seas necio. Ya sabes que tu padre no depende de ningn patronato

    misional, ni tiene salario, ni nada.

    Tenemos a Dios dijo Clem en voz alta y clara.Guillermo emiti un sonido despectivo.A eso lo llamis Dios? Mi madre lo llama mendigar. Y asegura que

    siempre que os quedis sin comida, vuestro padre viene y nos lo dice. Afirma quecuando no tenis nada que comer esperis que el Seor provea. Pero quinprovee? Por ejemplo, mi madre. No podemos tolerar que los americanos pasenhambre. Quedaramos muy mal ante los chinos.

    En aquel momento sinti en la barbilla el golpe de un puo menudo yfuerte, y, contra todo lo que entenda que deba hacer un caballero, respondicon un puntapi. Su zapato era de cuero excelente, recortado por el borde de la

    suela, y, alcanzando a Clem bajo la rodilla, prodjole tal dolor que le hizo caer en

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    el espeso polvo. Guillermo no esper a ver lo que despus pasaba. Volvindoseatraves de nuevo la expectante muchedumbre y torn a sentarse en la riksha.

    Vamos dijo a Lao Li.A sus espaldas, la multitud murmuraba. Varias manos se tendieron hacia el

    cuerpo cado,y el muchacho chino se olvid de la pendencia.Ese americano grandote merece la muerte murmur. Sois la misma

    clase de personas, las dos de ultramar. Debais obrar como hermanos.Clem no contest. Tras unos instantes de intenso dolor se alej cojeando.Los extranjeros tienen mal carcter comentaba la gente. Son muy

    fieros. Ya veis como proceden incluso unos con otros.Unos cuantos se volvieron al mozo chino, y le aconsejaron.T, hijo de Han, anda con cuidado otra vez. Es natural que a un ser

    humano no le guste or llamar mendigo a su padre, aunque lo sea.En realidad, hablbamos del dios extranjero explic el muchacho. El

    padre de ese joven pidi al mo una de nuestras hogazas. Resulta que no tena

    pan en su casa y que el dios extranjero le mand ir a casa de nuestro padre. Mipadre le dio las tres hogazas, y el padre del muchacho declar al mo que Diossiempre provea. Y yo dije: Cmo no os provee entre los vuestros? Esemuchacho extranjero, que estaba con su padre, me oy estas palabras y me dijoque le siguiera, y cuando estuvimos solos empez a pegarme, como habis visto.

    La muchedumbre escuchaba con inters. Haba divisin de opiniones.Algunos pensaban que el muchacho haba hablado bien, y otros que el silenciovala ms que cualquier discurso cuando de extranjeros se trataba.

    Sin embargo dijo uno, que pareca un intelectual por sus vestiduraslargas, es extrao que todas las familias de Jess sean ricas menos esa que vive

    entre nuestros pobres.Quin puede comprender a los extranjeros? Hay muchos aqu dijo un

    carnicero.Llevaba varias varas de tripas de cerdo arrolladas a su desnudo brazo. Ya

    aquello haba empezado a oler por efecto del sol, recordndole que debacontinuar su camino. La multitud, poco a poco, se dispers y pronto de larefriega no quedaron ms huellas que las de los pies sobre el polvo.

    Guillermo Lane se detuvo a la puerta de su casa y esper. Al intentar abrirla,

    advirti que no estaba cerrada, pero no entr. A pesar de sus instrucciones, elcriado de la casa no esperaba en el vestbulo para recoger su sombrero y susobretodo. Hubiera querido llevar tambin su bastn de Malaca, como en laescuela, pero no se atrevi. Su hermana Enriqueta, dos aos ms joven, se reirade l y nada tema Guillermo tanto como la risa.

    Tir de la campanilla y esper. Casi instantneamente se abri la puerta yWang, el criado, le invit a entrar, sonriendo y tomando el sombrero a la vez.

    Hoy es el dadijo que tu madre, la tai-tai, recibe dijo en chino.Han venido muchas seoras y estoy muy ocupado.

    Guillermo no respondi. Wang llevaba con la familia largos aos y

    Guillermo se preocupaba vivamente de hacerle comprender que los antiguos das

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    de camaradera infantil se haban disipado. Un seor joven no tiene por qucharlar con sirvientes.

    Dnde est mi padre? pregunt.El maestro an no ha venido de la iglesia grande replic Wang.Sonri afectuosamente al corpulento muchacho a quien recordaba ver, de

    nio pequeo, tambalendose por las habitaciones. Los sirvientes le llamabanSeorito. Ahora le llamaban Seoritn. Era triste que la familia no tuviese mshijos, salvo las dos muchachas.

    Dnde est mi hermana pequea? pregunt Guillermo.De sus dos hermanas, siempre prefera a Ruth.Con tu madre y tu hermana mayor respondi Wang. Y, con tu

    permiso, joven seor, te digo que te asombrar la celeridad con que las seorasextranjeras comen y beben.

    Colg el sombrero de Guillermo en un perchero de caoba, coloc elsobretodo en el guardarropa que haba bajo las escaleras y se apresur a volver al

    saloncito.Guillermo titube. El ruido de las voces de las. mujeres, solamente apagado

    por la cerrada puerta que daba al ancho vestbulo en que estaba l, a la vez leatraa y le repela. Muchas de las mujeres eran de edad madura, como su madre,

    y le conocan desde la niez. Pero poda haber una forastera o dos. En aquellosdas Pekn estaba lleno de turistas y visitantes, y su padre figuraba entre losmisioneros ms esplndidos. Saba Guillermo que su madre declaraba a menudoque ella no era misionera, sino la esposa de un misionero y que no quera pasarpor otra cosa. Privadamente se haba quejado a menudo a su hijo de la tragediade que su marido hubiera escogido ser misionero en un pas tan repulsivo como

    China y tan distante de Nueva York, donde ella tena su casa.Tu padre sola decirle a menudo hubiese llegado a donde hubieraquerido. En Harvard era tan distinguido como apuesto. Todos imaginaban que sehara abogado, como su padre. Tu familia es buena, Guillermo: no lo olvides. Nodeseo que te eches a perder.

    Y su madre agregaba una serie de privadas herejas a las qu l no contestabasino guardndolas en su corazn.

    Ciertamente que nunca sera misionero. Los muchachos ingleses de laescuela lo esperaban as. Sera acaso un prncipe del comercio o un diplomtico;pero todava no lo haba decidido. Aunque soaba en Amrica, no imaginaba

    habitar en parte alguna, salvo en China. All vivan cmodamente los hombresblancos. No le gustaban las historias que oa sobre los misioneros que tenan quehacerse la comida y lavarse la ropa. Nunca entraba en la cocina ni en los cuartosde los criados, al menos ahora que prcticamente se haba convertido en unhombre. Cuando era pequeo y se senta muy solo, porque no le permitan jugarcon los nios chinos, iba a veces a las habitaciones de la servidumbre en busca decompaa. Wang, joven entonces y poco amigo de la cocina, acoga con placer aGuillermo. Y a veces le llevaba en secreto a la calle a ver alguna exhibicincmica o comprar unos dulces.

    Claro que eso haba sucedido mucho antes... Al recordar los dulces,

    Guillermo resolvi decididamente entrar en el saloncito. En la cocina sepreparaban unos bollos irresistibles para los das de reunin de su madre. Solan

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    ser de dos capas doradas, con oscuro chocolate helado, y otros consistan en dosrebanadas blancas como la nieve, cubiertas de coco fresco.

    Pero algo ms que el mero comer le tentaba. Desde su llegada, pocos dasantes, muchas de las amigas de su madre, que no le haban visto en varios meses,elogiaban su extraordinario crecimiento. Haba aumentado varias pulgadas

    desde las ltimas y largas vacaciones de Navidad y estaba, a su entender, caminode llegar a los seis pies de altura que meda su padre. En ocasiones tema nopoder alcanzarlos, porque sus manos y pies eran pequeos. Pero ahora se sentaalentado.

    Abri la puerta y entr con los hombros erguidos y la cabeza levantada. Ensu faz haba el aspecto de una severa gravedad juvenil. Por un momentopermaneci de espaldas a la puerta, esperando.

    Su madre le mir. Con su vocecita argentina, de los das de recepcin, ledijo:

    Entra, Guillermo. Pero deja la puerta abierta, que hace cierto calor.Sus ptreos ojos grises, acaso demasiado juntos bajo sus espesas cejas

    oscuras, brillaron con orgullo. Mir en torno al cuarto, donde se sentaban variasseoras junto a media docena de mesillas de t.

    Guillermo anunci ha vuelto de la escuela. Verdad que est enorme?Es su ltimo curso.

    El espectculo era grato para Guillermo. La amplia estancia se hallabailuminada y caliente. Sobre el suelo pulido haba grandes alfombras pequinesas,tejidas en azul y oro, y por doquier relucan los muebles, al parecer de oscuracaoba. Pero en realidad, valan ms que si fuesen de caoba, porque eran demadera negra, pesada como el hierro. Aquellos antiguos muebles chinos,

    robados de los palacios por hambrientos eunucos, haban sido empeados a losmercaderes. Las casas de los americanos de Pekn estaban llenas de semejantesmesas, divanes y biombos. Diseminadas entre ellos haba cmodas sillasmodernas, tapizadas de raso. Flores de melocotonero y dos macetas de ciruelosenanos adornaban la estancia. Entre estos placenteros lujos las seoras beban elt. Volvieron sus caras hacia el joven, y sus voces le saludaron.

    Caramba, Guillermo, cmo has crecido! Ven a darnos la mano,muchachote!

    Adelantndose graciosamente, Guillermo dio la mano a cada una de lasseoras, olvidndose de sus hermanas. Ruth se sentaba junto al fuego de carbn.

    Enriqueta, acomodada en el alfizar de la profunda ventana, coma un bocadillo.No mir a su hermano, pero Ruth si le contempl con sus agradables ojos declaro azul.

    Sintate, Guillermo, y toma el t orden su madre.Era una mujer alta, delgada y huesuda. Aunque fuese casi fea, y l no, su hijo

    se le pareca. Lo que en una mujer significaba falta de delicadeza, representabafuerza en un hombre.

    Cuando el joven se instal junto a ella en una silla, Wang le acercbocadillos y bollos. l, silencioso, comi con apetito. Las damas reanudaron suconversacin. En seguida not l que hablaban de la misin de los Miller,

    diciendo exactamente la clase de cosas con que l poda estar de acuerdo. Laseora Tibbert, metodista y, por lo tanto, no exactamente igual a los

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    episcopalistas y presbiterianos, aunque mejor que una anabaptista, se salvabagracias a ser esposa de un obispo. Era una mujer plida y menuda, bien vestidasegn un modelo del Delineator copiado por un modista chino. Le faltaba undiente y ceceaba.

    Es realmente estpido que sos hablen de que confan en Dios para todo,

    cuando realmente todo lo sacan de nosotros. Claro que no podemos dejarlosmorir de hambre. No s si una peticin al cnsul...

    Es que hay que ver cmo viven! exclam la seora Haley.Era una adventista del sptimo da, y, por tanto, menos que una anabaptista.

    Resultaba confuso para los chinos decirles que el domingo era el sbado, si bienla inmersin en que insistan los anabaptistas y adventistas resultaba, segnepiscopalistas y presbiterianos, la ms confusa de todas las prcticas. Losignorantes chinos, no obstante, tendan a dejarse impresionar por la mucha agua

    y el rociarse les gustaba, especialmente cuando haca calor.La seora Henry Lodge, esposa del ms notorio ministro presbiteriano,

    pasaba por caritativa, y bien poda serlo, ya que posea una casa de las mshermosas de Pekn, y su marido era el mejor pagado de los misioneros, ademsde estar emparentados con los Lodge de Boston.

    Cunto lo siento por los pobres nios! dijo con suavidad.Linda, a pesar de su cabello blanco, vestida con un traje de suave crep

    chino con rosas, tena una traza que las dems seoras, aunque cristianas, nopodan dejar de envidiar. Guillermo la mir con aprobacin. Aqul era el aspectode una seora. Para llamar su atencin decidi contarle lo que acababa deocurrirle.

    Quiz le guste saber, seora Lodge, que cuando yo vena a casa...

    Narr la historia bien y fue lo bastante sensato para mostrarse modesto ycompasivo hacia el mal vestido mozalbete a quien en pblico haba reprobado.Cuando termin le felicitaron.

    Me alegra de que le ayudases, Guillermo dijo la seora Lodge. Fuemuy cristiano y muy fraternal por tu parte. Porque el menor de stos..., comodijo Nuestro Seor...

    Gracias, seora Lodge repuso Guillermo.

    Clem Miller se haba alejado de la multitud tan rpidamente como pudo.

    Con gusto hubiera corrido, pero sus psimos zapatos y su maltratada pierna se loimpedan. De Guillermo no recordaba ms que sus zapatos fuertes y biencortados de oscuro cuero, finas suelas y ajustados puntos. Un buen puntapi contales zapatos tena que dejar huella.

    En cambio yo murmur nunca llevar zapatos americanos;Sus pensamientos articulados se producan siempre en chino, y no en el

    chino fluido y entonado de Pekn, sino en el chino plebeyo, en el gutural dialectode los cooles de los puertos, donde viva la gente en los barcos-casas. La primeramorada de Clem haba sido precisamente una barca, porque su padre, anhelosode seguir exactamente los pasos de Jess, haba predicado desde las aguas del

    sucio Whangpoo, en Shanghai, a los que se congregaban en las orillas paraescuchar. Ms que escucharle le miraban, y los cristianos respetables solan ir por

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    las noches a reprochar a los padres de Clem el que les avergonzara obrando demodo tan inferior, digno de pordioseros.

    Y en verdad que como pordioseros vivan. Clem, mientras andaba sobre elpolvo pequins, no poda negar la acusacin que le dirigiera Guillermo. Ms deuna vez haba mirado a travs de las verjas del compound en que Guillermo

    moraba, y comparando los hogares de los que habitaban casas grandes de ladrillooscuro, cubiertas con palatinas tejas azules y verdes, con los cuatro cuartuchosde la calleja china en que viva Clem con sus padres y sus hermanas, haba deconcluir que, en efecto, su existencia era de mendigos.

    Su madre, aunque nunca quejosa y de una fe firme, se haba, con todo,negado a seguir viviendo en una barca desde que Arturo, su nio pequeo, habacado por la borda, ahogndose.

    Acerca de ello haba habido largas disputas entre los padres de Clem.Dirase, Mary, que, a causa de esa prueba que Dios nos ha mandado, ya no

    crees en l haba dicho Pablo Miller a su llorosa mujer.

    Ella, procurando contener los sollozos con un trozo de andrajoso paueloque se llevaba a la boca, respondi:

    Sigo confiando. Pero no me es posible mirar ms al agua.El cuerpecillo de Arturo no haba sido encontrado. Se busc durante varios

    das en la ribera, pero las aguas haban apresado profundamente al nio en susrevueltas corrientes. Con lo cual, pasadas unas semanas, se prescindi de labsqueda y la familia se dirigi hacia el norte y se instal en Pekn. Pablo Miller,dejando a Dios la resolucin del dinero preciso para el viaje en tercera clase, fuea despedirse de sus cofrades misioneros de Shanghai, como hermanos suyos enCristo. Ellos respondieron con repentina generosidad, haciendo una colecta a su

    favor, y las esposas de los misioneros reunieron entre todas un equipo de ropaspara la seora Miller y sus nios.

    Ya veis como el Seor provee cuando se confa en l! haba exclamadoel padre de Clem, con sus mansos ojos azules llenos de agradecidas lgrimas.

    Clem, tu padre tiene razn manifestaba la madre del muchacho.Hasta ahora siempre hemos sido provistos, aunque Dios, a veces, ponga nuestrafe a prueba.

    Clem no respondi. En aquella poca de su vida se encontraba sumido enuna confusin que no osaba afrontar ni aun hallndose a solas. El mundo estabadividido entre los ricos, que tenan con que alimentarse, y los pobres, que no

    tenan; y aunque se le haba dicho a menudo aquello del camello y del ojo de unaaguja, y de la dificultad de los ricos para entrar en el cielo, era el caso que Diospareca singularmente indulgente con los adinerados y extraamente indiferentecon los pobres. Por ejemplo, Dios, que ve toda las cosas, deba ver a los chinosindigentes, pero, si as era, permaneca mudo.

    Meditando en el silencio de Dios, Clem iba tornndose tambin cada vezms silencioso. Haba ocasiones en que ansiaba abandonar a su familia y partirsolo a travs de las doradas llanuras, para llegar a la costa, encontrar un buque ybuscar en l un empleo que le permitiera cruzar el Pacfico hasta la fabulosatierra donde haban nacido sus padres. Ya all, ira a pie a la granja que posea en

    Pensilvania su abuelo.

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    Pero no se decida a separarse de su pobre familia, y ahora, ya cumplidos losquince aos, le preocupaba mucho su porvenir.

    Guardaba para s tales pensamientos, sabiendo que, si los expresaba, suspadres, incorregibles en su fe, le aconsejaran que pusiese su confianza en Dios.Lo cual estaba muy bien, pero quin iba a ensearle latn, matemticas y

    gramtica inglesa? Haba comprado unos pocos viejos libros ingleses en unalibrera china de lance, pagando su importe con unas lecciones de ingls al hijodel librero, que contaba diez aos. Estudi solo aquellos textos, masexperimentaba vivamente la necesidad de un profesor. Pero no quera pedirnada. Coma las vituallas que sus padres lograban de un modo u otro y se negabaa solicitar nada de los misioneros ms prsperos. Al regresar de casa del seorFong, el librero, haba visto en casa del panadero a su padre y despus que supadre se march surgi la pelea.

    De no mediar eso, el da hubiera sido agradable, si bien con el anochecerllegaba cierto fro, complicado por el aire del noroeste. Mas a aquella hora la

    ciudad le agradaba. La gente era afectuosa con l, pese a su lucha con aqueldescarado muchacho. Lucha que deploraba. Desde el punto de vista del otro,reconoca que no le faltaba razn. Los miembros de la familia Miller, aunqueconfiaban en Dios, eran unos mendigos.

    Cruz la puerta de su casa con tan adusto ceo que su madre, quepreparaba, sobre una cuadrada mesa china algunas escudillas y palillos, se par amirarle. Las escudillas de barro y los palillos de bamb eran ms baratos que losplatos, los cuchillos y los tenedores.

    Te pasa algo, hijo?La voz de la mujer era infantilmente dulce y su rostro todava redondo y

    juvenil. Su cabello, antao de un suave rubio rojizo, era ya gris como la arena. Apesar de las adolescentes dudas que sobre el buen juicio de su madre senta,Clem la amaba por lo buena y tierna que era con l y con todos.

    Pero, endureciendo su corazn, expuso sus pensamientos.Mam, yo no s cmo, he llegado a la conclusin de que somos unos

    pordioseros.Ella, abriendo los brazos, se inclin sobre la mesa.Por Dios, Clem!l, obstinndose ms an, prosigui, aunque a disgusto:Un muchacho chino me dijo que ramos unos mendigos. Le pegu. Se

    interpuso Guillermo Lane y suspendi la lucha, pero me dio a entender queopinaba lo mismo. No me mires as, mam.Tiemblo por ti, cario mo. Si perdemos la fe, nada nos quedar.Quisiera, mam, tener ms fe.Su cerebro, sincera y gil, buscaba pruebas.No veo cmo podra pap tener ms fe, monn. Nunca ha vacilado, ni aun

    cuando perdimos al pobre Arturito. l me fortaleci.Quebrsele la voz y tembl su boca, pequea y llena. Sus lgrimas, siempre

    tan prontas como su risa, brotaron de sus ojos, de un dorado oscuro.Ms fe podra demostrar dijo Clem.

    Y cmo?

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    No yendo a decir a la gente que el pan se nos acaba. Por lo menos, nocontndolo a los misioneros.

    Alz los ojos hacia su madre, y en ellos, con gran asombro, vio claramentepintado el terror. Las redondas mejillas de su madre, siempre plidas, se habantornado cenicientas. Comprendi que tampoco ella se engaaba, y el amor de

    Clem acreci. Extendi la mujer las manos, y acercndose al taburete de bamben que se sentaba su hijo, se acomod a su lado, en el suelo.

    Lo que dices, Clem, lo he pensado yo a menudo.Y por qu no se lo dices a pap? inquiri el muchacho.No entenda por qu, a pesar de lo que quera a su madre y ella a l, no la

    tocaba. Tema sus caricias.Mas ella no las inici. Levantndose, le mir cruzando las manos.Porque t tampoco te atreveras dijo. Le desgarrara el corazn pensar

    que dudbamos.No es dudar, sino querer pruebas insisti l.

    Pedir pruebas a Dios es dudar, queridito aleg ella vivamente. Norecuerdas, Clem, que pap nos lo ha explicado as?

    Lo recordaba. Su padre, en las largas plegarias familiares del da y de lanoche, se lo haba enseado, insistiendo en la bondad de Dios para con ellos yaadiendo que pedir a Dios que se probase a s mismo era servir a Satans. Laduda era el polvo que Satn tiraba a los ojos de los hombres para as cegarlos.

    Adems agreg su madre, yo quiero a pap lo bastante para no desearofenderle, y t debes hacer lo mismo, Clem. A nadie tiene en el mundo sino anosotros, y en realidad slo a ti y a m, puesto que las nias son muy pequeas.Para fortalecerse ha de creer en nuestra fe. Y pap es muy bueno, Clem. El mejor

    hombre que he visto. Es como Jess. Nunca piensa en s mismo, sino en losdems.

    Era cierto. Aunque a veces Clem aborreca la falta de egosmo de su padre,aunque la humildad paterna le avergonzaba, constbale que aqullos eranaspectos de una bondad pura e inmarcesible. Cediendo a esta verdad suspir y,levantndose, se acerc a la mesa.

    Ha venido pap? pregunt.Todava no. Ha ido a predicar a la Plaza del Mercado.

    Pablo Miller sali de la Plaza del Mercado, adonde haba ido a predicar labuena nueva de Jess, en vista de que todos andaban muy ocupados eindiferentes. De retorno a su casa hall al doctor Lane, que volva de su clase decatecismo de la tarde de los mircoles, en la iglesia. Ordinariamente, el alto yapuesto misionero, al cruzarse en su riksha con la baja figura que caminabasobre el polvo, limitbase a dirigirle un indiferente aunque algo embarazososigno de saludo. Mas aquel da, mandando parar el cochecillo, dijo:

    Pueblo hablarle dos palabras, Miller?Desde luego, hermano Lane.Enrique Lane parpade. Espiritualmente, en verdad, era hermano de toda la

    humanidad, ya que crea ser un autntico cristiano. Pero no resultaba grato versealegremente interpelado as en plena calle por un blanco con los vestidos

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    remendados. Enrique no alentaba a su esposa ni a su hijo cuando criticaban a laMisin Miller. Y aun les recordaba que a Cristo se le puede predicar de muchosmodos. Mas, siendo sincero consigo mismo, haba de confesarse que lossentimientos de su familia se parecan a los suyos. Para la comunidad extranjerade Pekn era humillante la presencia de los Miller. An resultaba peor que fuesen

    misioneros a su modo, predicando al mismo Salvador. La Misin Miller causabaextraeza y murmuraciones incluso en su propia y bien asentada Iglesia.

    Los transentes chinos empezaron a agolparse en torno a los dosamericanos. Aquellas repentinas multitudes parecan brotar del mismo polvo.Enrique Lane, dando por supuesto que ningn chino hablara ingls, no sepreocup de ellos.

    Miller, quera explicarle que sospecho que va a haber turbulencias contralos extranjeros. No me agradan los rumores que oigo.

    Mir al gento. Bajo el plido y dorado crepsculo, nada se adverta en losrostros, salvo su acostumbrada curiosidad tranquila.

    Qu ha odo usted, hermano Lane? pregunt Pablo Miller.Apoy las manos en el borde de la riksha y admir, como siempre, la

    delicada espiritualidad del aspecto del otro misionero. No se le ocurri envidiarel buen pao negro de sus ropas, ni la blancura de su cuello almidonado, ni laseda de su corbata. Lane baj la voz.

    Uno de los cofrades de mi parroquia, cuyo hermano es ministro en laCorte Imperial, me asegura que la emperatriz viuda se inclina a favorecer a losboxers. Ha presenciado hoy una exhibicin de sus estrafalarias pretensiones deque son inviolables a las heridas de balas y los bayonetazos. Todo lo que ellateme son los ejrcitos extranjeros. Si se convence de que esos truhanes son

    inmunes a nuestras armas, es posible que los exhorte a expulsarnos por la fuerza.Piense en su familia, Miller.

    Qu me dice de la suya, hermano Lane?Quiero enviarla a Shanghai. All estn nuestros barcos de guerra.Pablo Miller apart las manos del pulido borde del vehculo. Mir las atentas

    caras chinas, plidas bajo la creciente oscuridad.Yo pongo mi fe en Dios y no en los barcos de guerra dijo sencillamente.Enrique Lane, aunque buen cristiano, sinti como una punzada en el

    corazn.Ya est advertido repuso. Era mi deber.

    Gracias, hermano Lane.Buenas noches dijo el otro, haciendo signo al conductor de la rikshapara que avanzase.

    Pablo Miller, hundido hasta el tobillo en el polvo primaveral, vio alejarse elcochecillo. Posea una faz cuadrada y flaca y segua teniendo la piel blanca yrosada como cuando, veinte aos antes, oyendo la llamada de Dios en unaasamblea campestre de Pensilvania y abandonando la granja de su padre, congran consternacin del viejo, march a China, nica tierra pagana de que habaodo hablar. La fe le haba provisto de medios parvos pero suficientes para cruzarel continente en un coche de turistas y el Pacfico en el entrepuente de un

    buque. No se le haba ocurrido pedir a Dios vacaciones, aunque los demsmisioneros se las tomaban cada siete aos. Viva de su fe.

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    Tembl su boca y sus ojos brillaron. Hasta entonces nunca haba temido laposibilidad de la muerte. Haba, con su familia, pasado hambre a menudo, ytenido algunas enfermedades, y el recuerdo del pobre Arturn le dola, aunqueprocurase no pensar en ello. Pero no se le haba ocurrido jams que Mara y suspequeos pudieran morir a manos de hombres crueles. Nunca, ni siquiera las

    noches en que Satans le tentaba con dudas y con aoranzas de la dulce vida enla granja que haba dejado. A menudo senta nostalgia, pero ya no se lo deca aMary. Antes s, y aun haban llorado los dos por ello, aunque l fuera un hombremaduro. Su madre le haba seguido escribiendo hasta que muri, haca diezaos, pero su padre no. Pablo ni siquiera saba si viva.

    Y all, en la ensombrecida calle china, tenuemente alumbrada por faroles deaceite y velas de sebo de vaca, escuchando los sonidos de la inminente noche(madres que llamaban a sus hijos, an en las calles; lloros de un pequenenfermo; una spera disputa; portazos de los batientes de madera al cerrarse laspuertas de los establecimientos; gemidos de un violn de dos cuerdas; aullar del

    viento nocturno), sintise abrumado de terror. Era un extranjero en tierra ajena.Deban huir l y su familia? Pens en el tierno aspecto de su mujer, en la

    gentileza de sus dos plidas hijitas, en su hijo, tan desarrollado ya. Aquello eratodo lo que le haba dado Dios. Y qu tenan los pobrecitos? l les habaarrebatado su posible nacimiento en la granja, la seguridad de que gozaran entrelos de su raza, la tranquilidad de un techo sobre sus humildes cabezas. Sihombres malvados mataban a aquellos de quienes era responsable, perdera la feen Dios.

    En la oscuridad alz los brazos al cielo. Fras y titilantes estrellas brillabansobre l. No haba luna. Nadie le vea y, por ello, cayendo de rodillas en plena

    calle, or a Dios. Despus, oprimindose el pecho con las manos, levant la vistaa las burlonas estrellas.

    Dios mo! murmur. T, que quizs en este momento miras laquerida casa que abandon, dime lo que deseas. T, que ves en todos loscorazones, sabes si es verdad que hay hombres malos que quieren nuestras vidas.Humildemente digo que yo he notado cierta diferencia en los chinos durante losltimos meses. Nuestro casero, sin motivos, desea que nos vayamos. Siempre lehe pagado, aunque a menudo cueste encontrar el dinero a tiempo. Pero Tprovees. Te ruego que salves nuestras vidas y especialmente las de aquellos queme has dado. Mas hgase tu voluntad: que ni a ellos los amar ms que a Ti.

    Hundi la cabeza en el pecho, y su barbilla repos en sus cruzados brazos.Esperaba que el flujo de la fe llegase a su corazn.Y lleg al fin, calentando la sangre de sus venas, fortificando su corazn

    como el vino, convencindole de que cuanto haca era razonable. Poda or lastan conocidas palabras:

    No temas, que estoy contigo.Amn, Dios mo respondi, reverente.

    Y levantndose, recorri la calle vaca, camino de los cuatro cuartuchosdonde le esperaban los que amaba. Cierto qu se esforzaba constantemente enno amarlos demasiado. No eran, razonaba, todo lo que posea. Porque tena,

    adems, el infinito amor de Dios.

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    Antes de pasar media hora abri la puerta de su casa y contempl elespectculo que siempre le contentaba tanto. Estaba dispuesta la mesa para lacena. Mara, junto a la lmpara de aceite, remendaba unas ropas y Clemestudiaba uno de sus libros. Las nias jugaban con una muequita de barro queles haba dado una china bondadosa.

    Al entrar l, todos alzaron la vista y l oy sus saludos. Por alguna tontarazn, no supo reprimir las lgrimas que acudieron a sus ojos. Mara se le acerc

    y l celebr que la luz fuese tenue. De todos modos, al besar a su mujer, cerr losojos para que no le cayese en la cara alguna lgrima. Luego se inclin hacia lasnias y eludi la mirada de su hijo.

    Slo cuando hubo vencido su repentino deseo de llorar habl a Clem.Qu libro es se, hijo?Un libro de historia, pap. Me lo dio el seor Fong.Qu historia?La historia de Norteamrica.

    Pablo apenas oy la voz de Clem. Saboreaba su alivio, la seguridad que Diosle daba. Todos estaban a salvo. No les hablara del peligro. Era innecesario. Sehaba disipado. Pondr mi confianza en el Seor. Y con estas mudas palabrasrecobr su sosiego.

    En la casa-misin, todas las luces estaban encendidas y el doctor Lane, en elpiso alto, se vesta para la cena. No alentaba las opiniones de su mujer respecto a

    vestirse de etiqueta todas las noches, como los ingleses, pero s se cambiaba decamisa y chaqueta.

    Cuando veinte aos atrs dej el colegio, era lo que despus llamaba unsoador. O sea, que crea en el ascetismo de los hombres de Dios. Lasdificultades de los aos de guerra le haban moldeado, aunque en casa de supadre nadie se uni al ejrcito. Pero haban albergado esclavos del Sur, gastadomucho dinero ayudndolos a instalarse y buscar trabajo, y su padre habasobresalido mucho en la iglesia episcopal de Cambridge. No obstante, cuandoEnrique anunci su vocacin de misionero, su padre le habl con claro enojo.

    Necesario es haba dicho que enviemos misioneros a las tierraspaganas, pero no me parece que debamos emplear para eso a nuestros mejores

    jvenes. Mi padre no quera que yo fuese a la guerra y no fui.Dios no te llamaba a la guerra dijo Enrique.La lucha con su padre, en la que no cedi, le fue til cuando, pocos meses

    despus, se enamor de Elena Vandervent, de Old Harbor. Era la muchacha msagradable que haba visto, y construida muy majestuosamente, incluso en su

    juventud. l era alto, mas ella le llegaba bastante ms arriba del hombro. Prontoadvirti Enrique, adems, que era mundanal y orgullosa. l pidi a Dios derodillas que le diera fuerzas para amansarla, no para prescindir de ella. Pero ellatard dos aos en condescender. Le amaba y as se lo dijo, mas enfriaba su amorsu poca inclinacin a seguir el camino que l deseaba. A esto se neg.

    No te pido le dijo que dejes de ser sacerdote. Slo que creo que aqu

    tambin hay almas que salvar.

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    Veinte aos haca que le haba hablado as, y an recordaba l su aspecto deentonces. Alta, arrogante, con un vestido de vivo azul y una chaquetilla. Llevabaun sombrero de plumas azules, con el ala ribeteada de blanco. Era regia en su

    juventud, imperial en su confianza, y al impacto de su voluntad haba vacilado ladecisin de Enrique.

    He de ir a donde Dios me llama le respondi, reuniendo las escasasfuerzas que quedaban en su voluntad.

    Elena se encogi de hombros y durante seis meses ms mantuvo su buendeseo. Da y noche Enrique robaba a Dios que, dndole a l fuerzas, yaumentando en ella su amor, se realizara lo que l quera.

    Fuerzas tuvo, pero lo otro no lo encontr. Recordaba una terrible noche deverano junto al mar, en Old Harbor. l haba ido para poner a prueba el amor deElena una vez ms. Pero con mala oportunidad. Elena estaba rodeada de jvenesa los cuales no los llamaba Dios y que, por lo tanto, podan complacerla. Al finlogr l llevrsela aparte, a orillas de un acantilado sobre la playa.

    Elena dijo, me voy a China. Y solo, si t no quieres venir conmigo.No estaba seguro de que le creyera. Ella movi la cabeza caprichosamente y

    Enrique march a China, an inseguro de si ella le seguira o no. Pero cuandoElena se convenci de que en Pekn podra hacer una vida civilizada, le escribimanifestando su decisin de casarse. l accedi a vivir en Pekn. Haba pasadosolo los dos primeros aos en una poblacin del interior, donde la vida era muyprimitiva. En el fondo de su corazn, Elena no haba cedido nunca, aunque setena por buena cristiana. Y a su modo lo era, segn pensaba l. Mantena unacasa cmoda, trataba con justicia a los criados y procuraba conseguir lasambiciones que acariciaba respecto a sus hijos.

    Enrique, secretamente, se preocupaba por su hijo. Tema por el porvenir deaquel muchacho altanero y duro. Guillermo rea muy a menudo, y a la par seentregaba a sombras furias si alguien de su familia le gastaba cualquier pequeabroma.

    A veces, meditando en su amado hijo, Enrique recordaba una tontaocurrencia de su mujer, la cual, cuando el nio contaba nueve aos, le haballevado a una audiencia de la emperatriz viuda, quien sola ofrecer una vez al aoun recepcin a las seoras americanas. Elena expuso su deseo a la primera damade la emperatriz. La dama ri, habl a la soberana, y sta, en uno de sus accesoscuriosos, que variaban entre la puerilidad y la tirana, dijo:

    Nuestro antecesor afirmaba que le gustara ver a un niito extranjero.Trele el primer da de fiesta, que es el de la iniciacin de la primavera.As, un fro da Guillermo fue con su madre al palacio imperial, donde esper

    horas enteras en una glacial antesala. Al medioda, un eunuco de alta estatura loscondujo a La Presencia. Guillermo sigui a su madre y, a una indicacin deleunuco, se inclin profundamente ante una vieja muy espectacular, sentada enun resplandeciente trono con dragones. Se haba dado a la sazn por entendidoque los americanos no necesitaban prosternarse.

    La emperatriz estaba de buen humor. El brillante aunque invernal soliluminaba los suelos embaldosados y el vestido de la soberana, incrustado de

    oro, as como las largas manos enjoyadas que apoyaba sobre las rodillas. Lo queGuillermo vio primero fue el ribete bordado de un amarillo vestido de seda y

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    luego, alzando los ojos, divis las fabulosas manos, y el extremo del largo collarde jade, y la faz como esmaltada, y los grandes ojos lucientes, v el peinadoenjoyado y complicadsimo. Eunucos y damas, advirtiendo el atrevimiento deaquel nio, esperaban la furia imperial.

    Pero no se produjo. En los ojos del lindo nio americano la emperatriz vio

    tal adoracin y tan admirativo respeto que ri. Y todos los presentes rieron,menos Guillermo, que segua mirndola sin reaccionar.

    De pronto la soberana cambi. Frunci el entrecejo, movi un dedo depintadas uas, y volvi la cabeza.

    El eunuco mayor, adelantndose en el acto, hizo salir a los visitantes.Por qu se enfad la emperatriz conmigo? pregunt Guillermo a su

    padre, ya en casa, despus de que se hubo calentado y comido.Quin puede comprender a la emperatriz? le contest Enrique.La seora Lane se apresur a aadir:No debemos olvidar, hijo, que eres el nico nio americano que ha visto a

    la gran emperatriz de la China. Lo importante es eso, no?A Lane no le agrad aquello.A los ojos de Dios, Elena, todos somos iguales dijo.Ya lo s replic ella. Pero nosotros no somos dioses, verdad? La

    emperatriz es la emperatriz y es intil pretender que Guillermo no ha tenido ungran honor, porque s lo ha tenido. Es algo maravilloso, y he de manifestar que,de no poseer yo el valor de pedirlo, no lo habramos conseguido.

    Lane, pensando en su hijo, suspir, como a menudo lo haca, sin darsecuenta. Elena no haba cambiado mucho. En ocasiones, aunque ella observaraexteriormente todas las formas de la religin, l tema que en su corazn fuese

    mujer mundana.Guillermo llamado as en recuerdo del padre de Elena, no del de

    Enrique se haba desarrollado y era listo y orgulloso. No saba Lane si elcorazn de su hijo haba sido tocado por la gracia. Acaso los corazones de losmuchachos no sean nunca tocados por ella en tanto que los rocos de la juventudno los ablanden. El propio Lane se recordaba como un mozalbete endurecidohasta el da en que, cerca de los veinte aos, percibi de pronto que la vida ensus manos era un don susceptible de ser utilizado o tirado. Dios le haba habladoen ese momento.

    Son suavemente el batintn chino que anunciaba la cena. Lane aminor la

    luz de la lmpara de aceite. Era un interesante objeto, que Elena haba sacado deun jarro Ming. Porque tena aficin por las cosas lujosas. Fuera de Pekn aquellohabra parecido impropio de la casa de un sacerdote que, en el fondo de sucorazn, amaba la pobreza; pero las residencias de los diplomticos en Pekneran tan suntuosas que la de Lane no llamaba la atencin. La fantsticaextravagancia de la corte imperial daba tono a la ciudad. Con todo, la viejaemperatriz senta Ciertos escrpulos de conciencia. El dinero sacado al pueblopara construir una armada moderna se haba invertido en erigir un gran barco demrmol en un lago el Palacio de Verano. Mientras los ministros profetizaban queel occidente provocara un desastre, mientras el joven emperador alimentaba la

    rebelin en secreto ella se entregaba a concomitancias con la absurda sociedadde los boxers. Estos, excitados por la noticia alardeaban de que eran

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    invulnerables. Ni balas ni espadas, afirmaban, podran herir sus carnes. Poseanuna magia especial, segn decan a la supersticiosa emperatriz, y ella los crea.

    Lentamente, Lane baj las alfombradas escaleras. No saba qu hacer. Desdeluego, la Embajada norteamericana tomara precauciones. Pero deba lesperar? Guillermo estaba en condiciones de ir al colegio y Elena anhelaba un

    descanso en Amrica.Penetr en el comedor donde su familia le esperaba, y se sent a la cabecera

    de una mesa ovalada. La mantelera, muy fina, haba sido bordada por las monjaschinas del convento catlico, con un grueso anagrama. Era aquello, se dijo l, laclase de cosas que, pareciendo costosas, no lo son. Las monjas trabajaban barato

    y l no haba tenido nimos para negar a Elena lujo econmico. Al fin y al cabo,ella, al casarse, haba renunciado a muchas cosas. Todos los aos echaba demenos las temporadas de Nueva York, la msica, los teatros, las reuniones. No legustaban los teatros chinos, aunque en Pekn estaban los mejores, y ello en elfondo convena, porque a l siempre le inquietaban las encubiertas crticas que

    en los medios misioneros se hacan de su mujer. La mayora de los misionerosprocedan de casas menos encumbradas que la de Lane, y ello no los tornaba msclementes. Acaso Elena hubiese tenido tiempo para aprender el chino, mas l nola censuraba por no haberlo hecho. Guillermo haba nacido al ao escaso delcasamiento y las dos nias muy poco despus. Desde el da en que Elena, al darsecuenta de su tercer embarazo, se enfureci contra su marido, no haban vuelto atener descendencia.

    Dobl la servilleta y mir, en torno a la mesa, todas las caras. Ruth se estabaponiendo muy bonita. Se pareca la familia paterna. Guillermo y Enriqueta seasemejaban ms a su madre; pero el muchacho era guapo y Enriqueta, en

    cambio, careca de la distincin materna. Enrique no estaba seguro de si legustara que alguno de sus hijos fuera misionero. Dios decidira Les sonri.

    Le gustara a mi familia ir a Amrica este verano?Wang, vestido con una larga tnica blanca, estaba sirviendo la cena. Ola a

    pollo delicadamente condimentado con jengibre.Pero; Enrique! exclam la mujer. Yo crea que ello sera imposible

    por el mucho coste de la casa de Peitaiho.Como la mayora de los misioneros, Lane posea una casa de veraneo en la

    costa. Un huracn se haba llevado la techumbre durante el invierno y costabavarios centenares de dlares chinos el repararla.

    Podramos arrendarla respondi l; Ello con tribuira al pago de lospasajes. No creo que podamos pedir dinero al Patronato, porque mis vacacionesno me corresponden an.

    Yo no quiero ir dijo Enriqueta con voz sin inflexiones.Hablaba mientras coma, pero Lane no la reprendi. Senta por Enriqueta

    una simpata que l mismo no acertaba a explicarse.Puede ya Guillermo ingresar en Harvard? pregunt la seora Lane.

    Y fij los ojos en Wang, que serva croquetas.Puesto que se le ha educado a la inglesa, no creo que haya dificultades

    respondi Lane.

    Y como le disgustaba la sopa, se sirvi croquetas.Me agradara ir dijo Guillermo.

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    El pensamiento de no tener que soportar ms a sus condiscpulos ingleses,que llamaban a los americanos insurrectos e hijos de perro misionero, lecomplaca. Repentinamente, sinti aumentar su apetito.

    Ruth, con sus suaves ojos azules paseando de un rostro a otro, guardabasilencio.

    Ms vale decidi el doctor Lane que os diga la verdad. No me gusta elaspecto que toman las cosas. En la campia creo que se prepara algo. El jovenemperador ha vuelto a tener dificultades con la emperatriz, la cual ha mandadoencerrarlo. Se dice que la vieja ha resuelto matar a los preceptores del joven quele imbuyen ideas occidentales. Pero algo tendr que hacer para contentar a susministros, muy disgustados con las nuevas concesiones extranjeras que se ha

    visto obligado a otorgar al gobierno alemn. Si entra en su ignorante cabeza laidea de exterminar a todos los extranjeros, no me gustara que mi familiaestuviese aqu.

    Procuraba hablar humorsticamente, pero todos le notaron inquieto. Su

    tranquila y delicada faz, siempre plida, pareca muy blanca ahora sobre su grisbarba recortada y su bigote.

    Siempre he dicho que los chinos nos odian declar su mujer.No lo creo repuso l, benigno.Han matado a los misioneros alemanes arguy ella.l dej la cuchara.Ya te he dicho, Elena, que eso fue un accidente. Los bandidos atacaron

    una poblacin donde estaban los alemanes.Los bandidos no tienen derecho a matar a extranjeros replic ella.Nadie se fijaba en Wang. Elena dijo, casi con violencia:

    Wang, retira los platos de la sopa.No creo que Wang nos odie, madre dijo Ruth cuando el chino sali de

    la estancia.La voz d la jovencita, dulce y tmida, difera de las dems. Incluso Lane,

    aunque hecho a muchos aos de prdicas, hablaba con una articulada precisincasi forzada.

    Porque le pagamos respondi la seora Lane.Lane se sinti, obligado por sus hijos, a establecer la verdad.Si los chinos se siente xenfobos dijo se debe a cmo los han tratado

    los alemanes. Apoderarse de puertos y exigir el uso de toda la baha, aparte de

    una indemnizacin, excusa el asesinato de los misioneros. Luego Rusia, luegoInglaterra, luego nuestro gobierno... Eso late en el fondo de todos los estallidosantiextranjeros. Naturalmente, los chinos no desean ver su patria hecha pedazos.

    La seora Lane interrumpi:T siempre das la razn a los chinos. Y, reprimiendo el intento de

    rplica de su marido, continu: Si hay algn peligro, quiero irme pronto. Perono me ir sin ti. No permitir que te sacrifiques por esa gente. Tu primer deberes con los nios y conmigo.

    No creo que pueda irme dijo l. Los cristianos chinos esperarn queme quede. Si los boxers se levantan, tanto irn contra ellos como contra

    nosotros. Desde luego, los soldados de la legin nos protegern, pero no quiero

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    que los nios y t afrontis un asedio, si esto ocurre. Mas no estara bien que yohuyera. Mi conciencia me lo prohbe. Mi deber con Dios es lo primero.

    Los muchachos guardaron silencio. Por la paciente firmeza con que su padrehablaba, comprendieron que estaba dispuesto a discutir con su madre.Usualmente ella ganaba, pero cuando su padre mencionaba a Dios desde el

    comienzo, ya adivinaban el fin. Solo, Enrique, poda perder; pero bajo ladireccin divina, triunfaba.

    Unos das ms tarde la seora Lane se mostr dispuesta a partir cuantoantes. Era sbado y el doctor Lane trabajaba en su usual sermn del domingo.Haba escogido un tema singularmente inadecuado a los tiempos: El malvadohuye cuando nadie lo persigue. Y estaba urdiendo sus pensamientos,divinamente dirigidos, a propsito del profundo significado de aquellas palabras,cuando oy que su mujer le llamaba a voces.

    Casi inmediatamente se abri la puerta de su despacho y vio entrar aGuillermo. Las ropas del muchacho estaban cubiertas de polvo, tena la fazcenicienta y llevaba un corte en la frente. Permaneci mudo.

    El doctor Lane, levantndose, grit:Guillermo! Qu te ha ocurrido?Guillermo cuchiche:Las turbas... un motn...Cmo! exclam Lane.Corri hacia el vestbulo y hall a su esposa en un esculpido silln chino.

    Estaba medio desmayada, al parecer.Elena, qu...?Un motn! Cre que no nos librbamos... De no ser por Lao Li... Guillermo

    y yo bamos en la misma riksha.Dnde fue eso? barbot Lane.En esa sastrera de la calle de Hatamen, donde siempre compro la ropa de

    Guillermo. Como necesitaba un traje nuevo...Qu hizo Guillermo? pregunt Lane.Instintivamente adivinaba que alguien haba hecho algo. Los motines no

    surgen sin motivo.La seora Lane solloz:Nada... No lo s. Cuando salimos haba un hombre apoyado en su riksha...

    Un pordiosero. Guillermo le empuj con el pie. No es que le pegara... Y la gentesali de todas las puertas y se tir a nosotros. Ay, Enrique! Quisiera que nosfusemos... todos.

    l procur calmarla mientras ordenaba a Wang que preparase t.Elena dijo, estoy de acuerdo con que te vayas. Las gentes son muy

    especiales... Pero no vuelvas a salir, querida, porque podra haber un incidenteautntico.

    Fue un incidente! insisti ella. Si vieses qu horribles caras tenan!Pero dnde est Guillermo? Enrique, has de encontrar a Guillermo. Le tiraron al

    suelo y si Lao Li no le hubiese ayudado, le habran golpeado hasta matarle.Vete a la sala y tmate el t dijo Lane.

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    Estaba muy conturbado, pero no quera demostrarlo. A menudo haba dichoa Guillermo que nunca tocase a un chino. Los chinos consideraban unaindignidad el ser pegados. Recordaba que un da de Ao Nuevo, hallndose en lacalle, adonde haba llevado a los nios a ver las cosas, Guillermo, con laimpaciencia de sus seis aos, tir de la coleta de un seor alto que estaba ante

    ellos y que se volvi hecho una furia. El doctor Lane se vio obligado a excusarserepetidas veces y slo la poca edad de Guillermo impidi otras complicaciones.

    Busc a Guillermo y le encontr en el piso superior, cambindose de ropa.En la frente se haba puesto gasa y esparadrapo.

    Te has desinfectado ese corte? pregunt el doctor Lane.Por completo, padre repuso Guillermo.El doctor Lane not que el joven tena an el rostro blanco.Ms vale le dijo que bajes y tomes el t con tu madre. Pareces

    bastante impresionado.Un poco, s.

    Nunca toques a un chino. Lo recuerdas? dijo Lane con severidadinslita.

    Era un pordiosero apoyado en una riksha.No importa lo que fuese ni lo que hiciera, Nunca toques a un chino!

    insisti, con voz ms fuerte, Lane.S, padre.

    Y, volvindose de espaldas, Guillermo empez a anudarse una corbatalimpia. Le temblaban las manos y procuraba que el doctor no lo advirtiese.Aquellas ignorantes gentes bajas que se haban lanzado contra l y ni siquieraconocan su nombre! l, americano y blanco, hijo del privilegiado, atacado por

    gentes pobres y sucias... Nunca volvera a sentirse seguro. Quera irse de Pekn,de China, de aquellas hordas...

    Podran haberte matado dijo su padre.Guillermo no lo neg. Era verdad. Poda haber sido aplastado por puercos y

    viles pies. Lao Li le haba levantado, escudndole hasta llevarle a la riksha dondeestaba su madre. Los dos se haban amilanado all mientras Lao Li, inclinando lacabeza, se abra camino entre la multitud. Guillermo haba contemplado elenfurecido gento apretndose contra las ruedas. Nunca olvidara aquellas caras,nunca mientras viviese...

    A la semana siguiente, con su madre y hermanas, parti de Pekn.

    Llegaba la primavera septentrional. Las tormentas de polvo se aplacaron,reverdecieron los sauces y florecieron los melocotoneros. La fiesta de la ClaraPrimavera se observ con la usual libertad y alegra. Las gentes circulaban a lolargo de las calles, llevando los hombres jaulas de pjaros y las mujeres sus nios,

    y en las puertas de las casas colgaban, entrelazadas, ramas de sauce verde y demelocotonero encarnado. La corte imperial hizo muchos festejos y la ancianaemperatriz orden especiales representaciones escnicas. Exteriormente, laciudad mostraba tanta calma y estabilidad como haba tenido durante cientos de

    aos, y, sin embargo, todos los chinos adultos saban que no era as.

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    La emperatriz haba expresado sus sentimientos en diciembre, cuando dosmisioneros alemanes fueron muertos en la provincia de Chantung. Los gobiernosextranjeros haban exigido que el gobernador, Yu Hsien, fuera destituido. Atravs de eunucos y sirvientes, las nuevas de lo que pasaba en palacio corrieronpor la ciudad. Todos supieron que la vieja Buddha, como llamaban a la

    emperatriz, haba rehusado al principio relevar a Yu Hsien. Sus ministros lahaban rodeado hablndole del calibre de los caones extranjeros y del nmerode soldados que guardaban las legaciones. Ella no crea que los extranjerospudieran imponerse, pero la convencieron sus ministros. Mas cuando depuso a

    Yu Hsien y en su lugar nombr a Yuan Shih Kai, como le recomendaban susministros, confi la gran provincia interior de Shansi a Yu Hsien. En su rabia lehaba ascendido y la gente rea, con admiracin.

    Nuestra vieja Buddha decanse unos a otros siempre se sale con lasuya. Es una mujer de una vez y una gran gobernante.

    Y, aunque la odiaban, se sentan orgullosos de ella.

    Nunca haba sido ms bella la primavera. Los americanos de la ciudad sesentan alegres por el calor del sol, el florecimiento de los rboles frutales, laamabilidad de las gentes en las calles. Las guardias enviadas el ao antes parareforzar las legaciones fueron retiradas. El gobierno chino haba pagado unaindemnizacin por el asesinato de los misioneros. Shansi quedaba tan lejos queaquel Yu Hsien, aunque siguiera siendo gobernador, pareca estar desterrado, yla vida en las anchas calles de Pekn continuaba como de costumbre.

    Sin embargo, los cnsules haban advertido a todos los occidentales que semantuvieran apartados de las calles durante las fiestas, para impedir algunapendencia que produjese nuevas complicaciones. Pero el da transcurri en paz

    y, por la tarde, los extranjeros, saliendo de sus moradas, estuvieron paseando.Por la maana los campesinos haban llevado a la ciudad ramos verdes, nabos,races, ajos y cebollas de sus campos, y la gente, harta del pan y las batatas delinvierno, coma aquello para renovarse la sangre. Los centenares de pobres queno podan comprar comida, salan de la ciudad para coger clavo silvestre y bolsade pastor, que extendan sobre sus trozos de pan cocido. Los nios descalzos

    jugaban al sol junto a sus madres.Clem Miller, en su paseo cotidiano, no advirti en las calles novedad alguna.

    Desde el da en que Guillermo Lane interrumpi su pelea, no haba hablado conningn blanco, fuera de los de su familia. Saba, empero, que su padre estaba

    disgustado y desasosegado, pues en realidad siempre tena la preocupacin deque la comida escaseaba, aunque procuraba negrselo a s mismo para evitar queDios, a quien crea bondadoso, se enojara con el descreimiento de Pablo Miller ynegara el sustento a quienes dependan de l.

    Clem no posea ninguna experiencia directa de Dios. Oraba, como le habanenseado, noche y maana, y a veces febrilmente a otras horas, por si ello podacontribuir a que no faltara la comida y se pagase al casero; pero no estaba segurode que semejantes ddivas se debieran a Dios. Preguntbase si tambin su padreestara inseguro y ello motivara su inquietud. Amaba a su padre, le vea algopueril y no reclamaba ms pruebas de fe, limitndose a procurar comer menos

    en casa. Le era fcil manifestar que no se senta hambriento, y se atiborraba de

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    los dulces que siempre haba sobre la mesa cuando daba lecciones al hijo delseor Fong.

    Porque Fong, observando el flaco cuerpo y las hundidas mejillas del hijo dePablo Miller, tena piedad de l. Haba dicho a la madre de sus hijos:

    Has visto cmo despacha los dulces ese joven extranjero? No come en su

    casa lo suficiente. Maana ponle en el plato un poco de carne y huevos cocidos ypelados.

    La seora Fong era budista y no coma carne ni huevos; pero, como pensabaque los extranjeros no iran al cielo en caso alguno y, en cambio, ella poda hacermritos para su alma alimentando a quien con nada iba a pagarle, obedeci a sumarido. De manera que, todos los das, Clem encontraba algo slido que comer,

    y su discpulo Yusan, aconsejado por su padre, le instaba a que yantase. Clem lohaca pensando que acaso aquello fuera provisin de Dios. Claro que era difcilpensar que Dios se valiera de paganos para prodigar sus mercedes. Confuso, crea

    y no crea, pero, entretanto, su cuerpo, en pleno desarrollo, hubiera padecido de

    no tener aquellos alimentos.Nadie le hablaba de la emperatriz ni de sus antojos, ni de las exigencias que

    a la sazn formulaban Italia y Alemania. De Italia no saba otra cosa sino que deella proceda Cristbal Coln. Tampoco le hablaba nadie de los barcos alemanes,ingleses y franceses que humeaban en los puertos chinos. Su mundo estaba en elpolvo de Pekn y cuando soaba con algo, era con una granja situada en un lugarllamado Pensilvania. No saba lo grande que Pensilvania pudiera ser, y slo leconstaba que era algo ms que una ciudad. Siendo muy pequeo habaaprendido a no preguntar por aquello a sus padres, porque los entristeca y a

    veces su madre lloraba.

    Terminaron las fiestas. Un da de primavera segua a otro y a mayo siguijunio. La gente coma grandes albaricoques amarillos y una maana la seoraFong puso un plato de ellos en la mesa.

    Come, hermanito dijo a Clem. Limpian la sangre.l comi y, contra su sentido de la correccin, escondi dos albaricoques en

    el bolsillo para drselos a sus hermanas cuando llegase a casa. Hizo que lostomasen en secreto para impedir que su padre descubriese en Fong un nuevomanantial de vituallas y fuese a pedrselas en nombre de Dios. Desde que oy la

    voz despreciativa de Guillermo Lane, Clem no poda soportar la idea de que suprogenitor pidiera comida a los chinos. Mas cuando vio el ansia con que sus

    hermanitas asieron las frutas, no pudo, al da siguiente, refrenarse, y escondi ensus bolsillos varios bollos y despus dos trozos de carne. Su despierta concienciale deca que aquello era un hurto. Vala ms robar que pedir? No obraba lpeor que su padre?

    Al menos, no cojo la comida en nombre de Dios, se dijo.Y continu cogindola.Pero su culpa le hizo sentirse desasosegado un da que el seor Fong entr

    en el cuarto soleado, de suelo de ladrillos. Fong, sentndose, se alz sobre susrodillas su rada tnica de seda. Era un hombre alto, natural de la ciudad, conuna cabeza ovalada. Como haca calor se haba quitado su gorro negro. Estaba

    recin afeitado, con la coleta peinada y enlazada con un cordn de seda negra.Mirando a Clem comenz:

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    Tengo que decirte una cosa, hermanito.Qu es, hermano mayor? pregunt Clem, con gran susto.Mientras yo hablo, come dijo amablemente el seor Fong.

    Y, dando una palmada, mir a su hijo con cariosos ojos.Yusan dijo, sal a jugar.

    Yusan, complacido de verse en libertad, meti su libro dentro de unacuadrada bolsa de algodn azul, la guard en un cajn y sali del cuarto.

    Bebe t dijo el seor Fong a Clem. Lo que voy a hablarte no quiereindicar que me encuentre enfadado.

    Aquellas palabras quitaron a Clem las ganas de comer y beber. Qu hara siel amable seor Fong le ordenaba que no volviese? Se habran acabado los libros

    y los vveres.El seor Fong, levantndose, cerr la puerta y coloc la tranca de madera.

    Luego, sentndose muy cerca de Clem, le habl al odo.La anciana emperatriz dijo va a mandar que todos los extranjeros

    salgan de la ciudad... y del pas.Aqullas eran las palabras ms horrorosas que Clem haba odo jams.Por qu? exclam boquiabierto.Oh...! No sabes nada? No te lo ha dicho tu padre? Tenis que iros, o...

    Y el seor Fong se pas expresivamente la mano por la garganta.Pero qu han hecho los extranjeros? pregunt Clem.Ni por un momento se le ocurri que tambin l era extranjero. Por eso no

    emple la palabra nosotros.Que sus padres eran extranjeros, bien lo saba. Extranjeros incluso para l,

    todas cuyas memorias se vinculaban con la tierra china. Pero con qu dinero

    iban a huir? Dnde podran esconderse? Quin osara acogerlos? No crea quelos orgullosos misioneros los albergasen, ni se atreva a pedir a Fong que,ocultndolos, pusiera en peligro a su propia familia.

    Sinti escalofros y le temblaron las piernas.El seor Fong tosi ligeramente, se acarici la afeitada barbilla y reanud su

    gutural cuchicheo:Los gobiernos extranjeros, comprendes?, estn cortando nuestro pas

    como un meln. Un trozo para los Ying, otro para los teh, otro para I-Ta-lee, yotro para los salvajes ruh del norte.

    Mis padres son americanos record Clem.

    Fong agit rpidamente la cabeza.Conozco a los mei. No nos cortarn con un cuchillo, pero vendrn despusde hechos los cortes y dirn: Ya que os habis dejado cortar, debis darnosalgn don. Verdad, verdad es que los mei son mejores. No aprueban que se nostaje, pero desean ddivas.

    Yo no haba odo nada murmur Clem torpemente.No es tiempo de explicrtelo todo dijo el seor Fong. Escucha esto

    solamente, hermanito. Vete a casa y dile a tus padres que debis huir a Shanghai.Los tiempos son malos. Huid antes que os corten el camino. Tengo un parienteque trabaja en Palacio y temo que la cosa est a punto de ocurrir.

    Mi padre no se ir repuso Clem tristemente. Cree en Dios.

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    sta no es la ocasin propicia para creer en Dios adujo Fong con tonopersuasivo. Di a tu padre que ante todo salve a su familia.

    Se levant abri el cajn y, sacando la bolsa azul del libro de su hijo, la llende dulces y frutas.

    Llvate esto y recuerda que no te odio dijo. Si me atreviese, dira que

    trajeras a tu familia aqu. Pero no valdra de nada y mi familia sera asesinadatambin. Ya hemos sido advertidos. No vuelvas, hermanito.

    E hizo salir a Clem por una puertecilla trasera. Clem se encontr en unpasadizo urbano. En la calle pareca imposible creer en l sino que penda sobrela ciudad. Era una maana suave, como de verano. La gente de la ciudad se habalevantado y lavado, haba comido y puesto la cara de siempre. Como decostumbre, Clem se haba levantado temprano, antes de que las tiendas abriesen,porque el seor Fong crea que el cerebro humano est ms activo a la aurora.Generalmente, cuando Clem sala cruzbase con filas de escolares que, con ojossoolientos, iban al colegio, llevando sus libros en las azules bolsas de algodn,

    pero recordaba que aquella maana no haba encontrado ninguno, lo que lehaba hecho creer que madrugaba en exceso.

    A la sazn, apresurndose en su camino, comprenda que a tal hora lasescuelas ya deban estar abiertas, pero no se vean estudiantes. Y tambin debanestar abiertas las tiendas, mas no lo estaban, aunque el sol se hallaba alto ya. Lascalles que recorri hacia su casa parecan extraamente silenciosas. Y antes deque llegara, como a una seal que l no percibi, la ciudad cobr animacin ybullicio, pero de un gnero inslito y terrible. Los buenos permanecan en susmoradas y los malos salan. Clem, pegndose a los muros y escondindose en laspuertas oy un bestial gritero, un feroz clamoreo cerca del barrio donde estaban

    las legaciones extranjeras. All vivan tambin los misioneros ricos, los prncipesde la iglesia.

    Se apresur hacia su domicilio. Quizs all, entre las casas de los pobres,estuviesen ms a salvo. Tal vez Dios, a fin de cuentas, acogiese a aquellos quellevaban una cruz.

    En el mismo momento el seor Fong miraba a ambos lados de la calle. Vioque aquel da era distinto de otros y comprendi por qu. Su primo, al visitarle amedia noche, le haba dicho lo que pasaba en Palacio. Indudablemente, la mitadde la poblacin estaba ya enterada. Muchas familias tenan parientes en Palacio,como criadas, damas de la corte, eunucos qu ocupaban cargos variables, desde

    cocinero a ministro, y todos ellos difundan entre los moradores ajenos a laCiudad Prohibida cuanto suceda en sta. El pueblo nunca ignoraba nadarespecto a sus gobernantes.

    El seor Fong, recordando las agitadas horas de la noche anterior, decidicerrar la tienda durante el da. Ocurriera lo que ocurriera, no deseaba darse porenterado. Era bravo, pero no temerario. Saba que la vieja haba de perder, peroque obrara con desesperada arrogancia antes de darse por enterada de que habaperdido.

    El seor Fong haba ledo mucho respecto a la ciencia occidental. Leconstaba que los boxers no sobreviviran a las balas de hierro. Mas costara

    tiempo demostrarlo. La vieja era tan obstinada que habra de ver las tropasextranjeras atravesando la ciudad y an no lo creera.

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    Suspirando en la oscuridad de su tienda, Fong se alegr de haber compradomijo y trigo para dos meses. En el patio, su mujer tena doce gallinas y l habaplantado, junto al gallinero, unas cuantas coles. No moriran de hambre.

    Pero no se senta con bastantes arrestos para hablar a su familia antes quetranscurrieran una hora o dos. Quera estar solo y, como pretexto, tom sus

    libros de cuentas, destap sus tinteros y prepar sus pinceles. Su mujer nunca leimportunaba cuando le vea pensando en asuntos de dinero. Mas en lo queentonces meditaba Fong era en lo que le haba dicho su primo, el cual afirmabaque la ciudad estaba llena de boxers. stos eran lo bastante atrevidos para entrarpor todas las puertas. No sentan el menor temor desde que el prncipe Tuanhaba convencido a la emperatriz para que los dejara entrar y pudieran exhibirante ella sus poderes mgicos.

    Acaso son magos? haba preguntado ansiosamente a su primo el seorFong, cuya cabeza no estaba tan despejada a media noche como durante el da.

    Son de carne y hueso haba replicado despectivamente su primo.

    ste no era ms que un oficinista de palacio, pero posea buen sentido ycultura. Continu explicando que el nueve de aquel mes, al volver la emperatrizdel Palacio de Verano, algunos boxers haban ido al campo de carreras, tresmillas al oeste de Pekn, donde, encendiendo una hoguera, quemaron vivo a unchino cristiano. Y en palacio la emperatriz afirmaba a sus ministros que iba aexpulsar del pas a los extranjeros.

    El da once, dijo el primo, el canciller de la legacin japonesa fue asesinadoextramuros de la ciudad. Haba ido a la estacin del ferrocarril, acaso para sabercundo saldran los trenes de nuevo. Porque no circulaba ninguno.

    Y tras esto el primo haba partido, con aire sombro.

    El seor Fong pas otra hora sobre sus cifras, y luego guard sus libros en elcajn. Dirigise a los patios interiores, donde su familia esperaba. Todos estabanmuy quietos, excepto la seora Fong, que preparaba la comida del medioda.

    Desde ahora orden l, pon ms agua en el mijo. Tomaremos sopa envez d potaje.

    Con tal de salir con vida... suspir ella.l no respondi. Como nada tena que hacer, fuese a su estancia y abri el

    Libro de los Cambios, en el que, segn sola l decir, todo estaba previsto si sesaba leerlo con acierto.

    Despus de comer en silencio, mand que nadie de su familia saliese a la

    calle y encarg a los nios que jugaran sin hacer ruido en el ms interior de lospatios. Se fue al lecho para dormir por la tarde. Nada poda hacer, dijo a sumujer, y convena reservar fuerzas para los das sucesivos. No se levant ms quepara cenar, al oscurecer, y volvi a acostarse.

    A medianoche despert de pronto, al or a su mujer lanzar alaridos.Fong! gritaba. Fong, despierta!Estaba l tan profundamente dormido, que le cost un par de minutos

    entender.Qu pasa? rezong.La ciudad est ardiendo! respondi ella.

  • 7/27/2019 Buck Pearl S - Hombres de Dios

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    l, despertando del todo, se puso las zapatillas para impedir que le mordiesealgn ciempis, y, saliendo al patio, mir. El cielo estaba enrojecido y la nochetan clara como el da.

    Los nios, despiertos ya, lloraban ruidosamente. Se volvi a ellos.A callar! Queris que piensen los vecinos que estamos llorando por los

    extranjeros?Todos enmudecieron instantneamente. Y Fong, dirigindose al despacho,

    abri un par de pulgadas la tienda y mir a la calle.Una veintena de incendios alumbraban el cielo. Comprendi lo que ocurra.

    Las casas e iglesias de los cristianos estaban ardiendo. Cerr la puerta otra vez yvolvi con su familia. En el cuarto principal todos se hacinaban.

    Todos a la cama les dijo. Afortunadamente, no somos cristianos ysobreviviremos.

    Clem, tras un momento de indecisin, despert a su padre. Los incendios noestaban prximos al barrio en que vivan ellos. Casi todos ardan en la partemejor de la ciudad, cerca del distrito de las legaciones. Desde que Fong le avis,Clem no haba salido a la calle. Tampoco haba salido su padre, salvo de noche,para pedir, segn Clem supona, en casa de algn misionero, porque volvi contres hogazas de pan extranjero y algo de conservas. Un bote contena mantecaaustraliana. Clem no haba probado nunca la manteca. Aquella noche comieronrebanadas de pan con manteca amarilla y Clem la sabore golosamente,

    Nosotros hacamos manteca en la finca dijo de pronto su padre.La rota voz de la madre de Clem le interrumpi:Por favor, Pablo: no hablemos de la finca.Clem se acost tan pronto como concluyeron las plegarias nocturnas. Le

    despertaron los incendios, que iluminaban el cuartito de en medio, dondedorma en