Breny Mendoza La Irrelevancia de Las Teorias
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Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación
respetando la reglamentación en materia de derechos de autor.
Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.
El uso indebido de este documento es
responsabilidad del estudiante.
El feminismo hegemónico latinoamericano entró en crisis en los años noventa
por su creciente contubernio con el Estado neoliberal, así como por su práctica política carente de teoría. No supo cómo responder a los desaires de la izquierda masculinista y quedó intacto por los nuevos teóricos de la descolonialidad. Su acción y pensamiento no sólo se manifestaron profundamente colonizados por Occidente, sino que no encontraron una voz clara para entrar en diálogo con ciertas corrientes del feminismo latinoamericano que cuestionaron sus postula-dos de género, raza y heteronormatividad.
La teórica crítica hondureña, Breny Mendoza, én estos Ensayos de crítica femi-nista en nuestra América examina esta crisis del feminismo latinoamericano a la vez que desarrolla un profundo análisis y expone agudas observaciones a las teorías feministas occidentales, el poscolonialismo, la teoría queer, el marxismo, las teorías del imperio y las nuevas teorías descoloniales; expone, en definitiva,
los principios para una o varias teorías feministas latinoamericanas conscientes de su locus de enunciación y su posición dentro de la matriz de la colonialidad del poder y del saber.
En este libro, el lector encontrará no sólo un compendio de escritos teórico-políticos relevantes para el feminismo latinoamericano sino también un pensa-
miento de gran originalidad y compromiso ético y político con todos los proce-sos de descolonización de la región.
BRENY MENDOZA
ENSAYOS DE CRÍTICA FEMINISTA
EN NUESTRA AMÉRICA feminismos
,latinoamericanos de otro modo
Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.
El uso indebido de este documento es responsabilidad del estudiante.
4. LA (IR)RELEVANCIA DE LAS TEORÍAS FEMINISTAS OCCIDEN-
TALES, POSCOLONIALES Y QUEER PARA LA POLÍTICA DE LOS
FEMINISMOS LATINOAMERICANOS (1999)
En este ensayo quiero examinar la relevancia que tienen los
estudios feministas, poscoloniales y queer para las políticas fe-
ministas en América Latina. Ésta es una visión aún incompleta
e influenciada por lecturas previas sobre las teorías del cuerpo,
reflexiones en torno a lo político-público y experiencias concretas
del movimiento feminista en Centroamérica y Perú de los años
noventa. Falta mucho trabajo para conocer bien su relevancia.
Este ensayo forma parte de un proyecto más amplio que tiene
el propósito de replantear la teoría feminista latinoamericana
utilizando algunos de los aportes de estos estudios.
Mi interés en determinar la relevancia que tienen las teo-
rías feministas occidentales, poscoloniales y queer para políticas
feministas nace de una situación política muy particular de los
movimientos feministas latinoamericanos. Podríamos decir, con
Stuart Hall, que los movimientos sociales crean, en ciertos perío-
dos de la historia, momentos teóricos (Hall 1996). Creo que nos
encontramos ahora ante uno de esos momentos. Haré una breve
descripción de la situación para ser más clara.
Las feministas latinoamericanas, como en otros países, em-
pezaron sus historias políticas con una fuerte crítica a las ideas
convencionales de la política y el Estado. Sus políticas feministas
se inspiraron en el conocido lema de "lo personal es político" y
mostraban una gran desconfianza hacia instituciones estatales. Sin
embargo, el retorno a la democracia civil y electoral en la mayoría
de los países latinoamericanos y la gradual incorporación del aná-
lisis de género en las políticas de desarrollo, así como el creciente
involucramiento de los movimientos feministas en las megacon-
ferencias de las Naciones Unidas, cambiaron dramáticamente la
posición política de muchos movimientos feministas (Álvarez et al. 1998), a tal grado que, hacia fines de los años noventa, lo
que se suscitó, en lugar de movimientos feministas autónomos que
crean nuevas formas de hacer política, son movimientos feministas
profundamente comprometidos con la construcción de un Estado
liberal y entrampados con los discursos de desarrollo de la ONU.
En consecuencia, lo que presenciamos fue cómo las feministas se
vieron inmersas en políticas estatales e, incluso, en políticas auto-
ritarias que hicieron que perdieran el control de su propia agenda.
Observamos cómo los espacios tradicionales de las femi-
nistas para la deliberación política se transformaron en corto
tiempo en miniministerios o parte de secretarías del Estado a
financiadas por el aparato de desarrollo internacional y que les
exigía especializarse como ejecutoras de proyectos dirigidos a
mujeres pobres con "perspectiva de género"(Álvarez et al. 1998). Esta situación pronto hizo que sus interlocutoras principales fue-
ran el Estado y no otras mujeres, como de costumbre. Podemos
decir que se llevó a cabo una despolitización y desarticulación
del feminismo, y que los espacios de deliberación política entre
mujeres se redujeron significativamente.
Estos acontecimientos generaron mucho descontento entre
muchas feministas que temían una pérdida de la autonomía,
una cooptación por parte del Estado y las políticas del desarro-
llismo. Voces disonantes pidieron que se reconsideraran estas
políticas centradas en el Estado y se revisara y reformulara el
proyecto político feminista. Pero los temores de las feministas
latinoamericanas iban más allá de la mera cooptación. Muchos
de los planteamientos pusieron en cuestión la naturaleza del
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feminismo latinoamericano. Por ejemplo, muchas mujeres se
preguntaban quién determina la agenda feminista, el carácter
de los problemas de las mujeres y los objetivos y estrategias del
movimiento feminista. Si las ONG feministas son las que al fin y
al cabo definen las políticas feministas, ¿cuál es su análisis y su
posición con respecto el Estado y los proyectos liberales demo-
cráticos? ¿Cómo entienden el funcionamiento interno del poder
en las sociedades latinoamericanas? Y, en última instancia, ¿en
que consiste su proyecto feminista? ¿Qué significaba ser feminista
hacia fines de los noventa en América Latina?
No hubo en ese momento una respuesta sencilla a estas pre-
guntas. Pero se entendió que el impasse político podía amenazar
la existencia del feminismo como una estrategia emancipatoria,
no sólo porque su política se había vuelto estadocéntrica, sino
porque también el feminismo carecía de teorías políticas que
comprendieran la situación y sentaran las bases para renovarse.
Es decir, existía un vacío teórico. No había, en esos momentos,
teorías a mano que reorientaran el proceso y sentaran las bases
para un nuevo tipo de políticas. No sólo se llegó a un punto muy
bajo en la deliberación política entre feministas, sino que tampoco
hubo mucha deliberación teórica.
Por esa incertidumbre de los feminimos latinoamericanos
me interesé en las teorías feministas occidentales, poscoloniales
y queer. Sin embargo, establecer la relevancia de estas teorías no
ha sido cosa fácil, en parte por su grado de complejidad, pues
provienen de distintas tradiciones geoculturales y distintos cam-
pos del saber, como las teorías del cuerpo, queer y poscoloniales.
Pero también, porque el número de interrogantes que surgen
en el proceso de establecer su relevancia o sus peligros para el
feminismo latinoamericano es preocupante.
Primero tuvimos que preguntarnos por qué estas teorías
encontraron un "mercado" tan rápido dentro de la academia
anglosajona y por qué han sido tan fácilmente consumidas y
en algunas ocasiones descartadas. Me refiero al rotundo éxito
de los estudios poscoloniales y conceptos tales como hibridaje,
pero también a la impaciencia que existe por el culturalismo que
caracteriza a los discursos posmodernos. Al examinar estas teorías
no pude evitar preguntarme: ¿estoy cayendo en alguna trampa de
mercadeo académico? ¿Estoy realmente en buen camino? ¿Está
bien, ética y políticamente, argumentar que estas teorías son
útiles en el contexto del Tercer Mundo? Parafraseando a María
Lugones y Elizabeth Spelman, ¿tienen las feministas occidentales
y los poscolonialistas del sudeste asiático, el Caribe francófono y
anglófono, y el Oriente Medio, y los teóricos queer una teoría
para mí? Es decir que la preocupación por la orientación mer-
cantil de la academia se tornó pronto una difícil decisión ética
y política. En contextos tan conflictivos como la relación entre
imperio y colonia, ¿cómo podemos distinguir una buena teoría
de una mala? ¿Puede una teoría ser a la vez buena y mala? (no
me refiero a su cercanía a la "verdad", sino a sus implicaciones
políticas) ¿Conduce la ambivalencia política y teórica a una me-
jor comprensión de la complejidad de lo político o promueve
más bien un nihilismo político? ¿Es conveniente políticamente
importar y retraducir teorías con referentes históricos distintos o
que pueden contener una agenda política ajena a los condiciones
culturales y socioeconómicas del país importador?
Éstas son algunas de las preguntas que me guiaron en aquel
momento, que me hicieron sentir en un campo minado. Son
preguntas que construyeron una tensión en mi pensamiento, que
me ayudaron a avanzar pero al mismo tiempo me frenaban en
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algún lado, si es que puede entenderse esto tan contradictorio.
Probablemente, sucedía porque hay más preguntas inevitables
que plantearse: ¿por qué debemos preocuparnos por el cuerpo,
el uso del placer y la institución de la heterosexualidad en este
preciso momento de la historia (el de los noventa y hoy)? ¿Por qué
hacer uso de teorías de raza y etnicidad escritas en códigos
que parecen muy diferentes a los nuestros? ¿Por qué ocuparnos
en estudios poscoloniales que le ponen poca atención a América
Latina pero que le conceden muchísimo espacio a excolonias
como Australia y Canadá?
No tengo aún respuestas directas a estas preguntas, pero me
gustaría argumentar aún hoy que los estudios feministas occidentales
y las teorías poscoloniales y queer pueden ser relevantes, pueden
ser útiles en algunas instancias para el movimiento feminista en
América Latina. Son útiles porque nos obligan a tocar temas que
necesitan urgentemente ser abordados, pero que sistemáticamente
son rehuidos o analizados en forma inadecuada en casi todos los
contextos feministas de la región; son útiles porque nos ayudan a
pensar lo político en formas novedosas, en formas que trascien-
den el proceso de políticas estatales y la toma de decisiones en el
marco del Estado (sobre todo en su forma pre-11/9); estas teorías
son útiles porque nos permiten pensar la democracia afuera del
Estado liberal; y también porque introducen categorías hasta hace
poco impensables en América Latina, como transformar asuntos
sobre la sexualidad y el cuerpo en materia de deliberación política
fuera del espacio público subalterno de las feministas.
Sin embargo, para apropiar estas teorías o descartarlas, las
feministas latinoamericanas debemos releerlas y reescribirlas. Al
leer estos textos de la academia —debemos hacer lo que Gloria
Anzaldúa decía en otro contexto— es decir, leer en una forma que
nos permita descodificar el intertexto de las teorías y, al mismo
tiempo, introyectar nuestras propias experiencias en los vacíos que
encontramos en ellas (Anzaldúa 1987). Pero necesitamos otras
cosas además de eso. No es suficiente insertarnos o encontrar
nuestra identidad en estas teorías, o estar simplemente alertas
a los efectos colonizadores que tienen. Se necesita replantear la
pregunta de qué constituye lo político, reinyectar lo político a
la agenda de estas teorías que tienden a despolitizar los proble-
mas y encontrarle un espacio dentro de la vida política de las
feministas. Sólo así pueden tornarse relevantes.
Teniendo esto en mente, me gustaría discutir brevemente las
contribuciones de la academia feminista occidental, los estudios
poscoloniales y queer que me parecieron relevantes en el contexto
feminista latinoamericano de los años noventa y dónde vislumbré
que podían interferir negativamente. Iré anotando algunos puntos
de intersección y contradicción a medida que reviso estas teorías
y trataré de ver cómo podrían ser útiles o no para construir una
nueva visión de las políticas feministas en América Latina (incluso
hoy, diez años más tarde).
***
Para ser un poco esquemática, voy a partir de la idea de que
cada una= de las teorías de las feministas occidentales, posco-
loniales y queer tienen su propio objeto de investigación y un
proyecto político diferente. Digamos que la teoría feminista
occidental estudia cómo se construye el género en la sociedad y
cómo éste contribuye a subordinar a las mujeres a los hombres
en todas las esferas de la vida, y que lucha por reconstituir sus
ordenamientos que discriminan a las mujeres. Es decir, busca
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reconstituir la diferencia sexual. Por otro lado, digamos que la
teoría queer estudia los vínculos entre la sexualidad y la política
o el poder, que tiene el propósito de desnaturalizar la dicotomía
entre heterosexualidad y homosexualidad, y desea acabar con
la heteronormatividad. Y digamos que las teorías poscoloniales
estudian los procesos de colonización y sus efectos residuales
en el mundo de hoy, investigan la intersección entre el poder y
la cultura imperial y se proponen releer la forma binaria en que
ha sido representado el "encuentro" colonial en la historiogra-
fía occidental con el objetivo de desplazar las temporalidades
eurocéntricas y crear nuevas narrativas de la historia desde la
perspectiva de los colonizados. Formalmente, entonces, estas
teorías tienen distintos proyectos teóricos y políticos, y tratan de
explicar las miserias de este mundo desde distintas perspectivas:
las feministas, desde la institución del patriarcado; las queer,
desde la institución de la heterosexualidad; y los estudiosos de
lo poscolonial, desde la experiencia colonial.
Pese a ello, se observa una interseccionalidad entre estas teorías
feministas, queer y poscoloniales que las articula y es su complicidad
con el posmodernismo. Hay, por ejemplo, en todas una identifi-
cación fuerte con el antiesencialismo y el contextualismo. Y todas
nos quieren proveer con narrativas y construcciones alternativas.
(Piensen en la subversión de género de Butler a partir de la parodia
del travesti; la resimbolización de lo femenino de Irigaray a través
del cuerpo y la conciencia de la mestiza de Anzaldúa.)
En otros lados, su amplio uso de la teoría del poder y el
discurso de Foucault les permite hacer una análisis político que
evade los fundamentos convencionales de la teoría política. A
través de Foucault, estas teorías brindan una visión del poder
que ve más allá de la relación entre Estado y sociedad, y que
considera las prácticas cotidianas, es decir, la micropolítica. Esta
nueva visión del poder permite ver, asimismo, las imposiciones
de éste que se dan a nivel de todo el cuerpo social mediante la
constitución discursiva del sujeto. Al desplegar este concepto de
poder, estas teorías reconstituyen el análisis de poder de lo macro
a lo micro, de lo público a lo privado, del Estado a la intimidad, a
la carne. Este tipo de análisis de poder pone al descubierto las
profundidades de la vida política y la multidimensionalidad de
la macropolítica. Más aún, revela cómo los discursos de género,
raza (aunque omitiendo a menudo los de clase) y heterosexuali-
dad estructuran las políticas públicas. Éstos son apenas algunos
de sus puntos de intersección.
Por supuesto que encontramos también puntos de desen-
cuentro. Quizá uno de los que más salta a la vista es el repudio
de la teoría de Marx de las feministas posmodernas y queer,
mientras que los estudiosos del poscolonialismo están un poco
más abiertos a una reformulación de la teoría marxista. Aquí me
refiero más ala teoría poscolonial producida dentro de los estudios
culturales británicos y menos ala intersección de las teorías queer,
chicana y poscolonial producidas en los estudios culturales de EE.
uu. Y podemos decir sin temor a equivocarnos que casi toda la teoría queer es insensible a los temas de clase, raza y etnicidad.
Podemos agregar que también está muy centrada en procesos
psicosexuales y en la desesencialización de la sexualidad, y muy
poco preocupada por las implicaciones políticas de su práctica
teórica. Lo mismo podemos decir de una buena parte de la teoría
feminista occidental: ésta también deja de lado las cuestiones
relacionadas con clase, raza y etnicidad al insistir en priorizar la
diferencia sexual. Y podríamos igualmente anotar que las teorías
poscoloniales tienden a subteorizar el papel de la institución de
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la heterosexualidad en las formaciones históricas y culturales o
a ignorarlo del todo.
En todo caso, pese al distinto acento puesto en cada teoría,
todos los puntos de intersección y desencuentro dejan ver la gran
complejidad de la vida política. Nos hacen conscientes de la im-
portancia del estudio de la relación que existe entre poder, cultura
y discurso para entender lo político, y enfatizan de nuevo cómo las
prácticas discursivas configuran los diferentes sistemas de poder
de género, raza, etnicidad y sexualidad. Creo que es precisamente
esa conceptualización posmoderna de la intersección entre poder
y cultura que comparten estas teorías, desde perspectivas muy
diferentes, lo que las hace interesantes y relevantes para repensar la
política feminista en América Latina. Estas teorías nos recuerdan
que las políticas feministas latinoamericanas no pueden continuar
enfocándose en asuntos de género y políticas estatales nada más.
Los feminismos se ven obligados a contemplar un campo de re-
laciones de poder mucho más amplio, si es que se desea obtener
una compresión más profunda de las vidas de las mujeres y hacer
alguna diferencia en ellas. Pero esto quiere decir también que se
necesita entender mejor el funcionamiento del poder en América
Latina. Y esto sólo puede suceder si se tiene una discusión franca
sobre las relaciones de poder de género, raza, etnicidad, clase y
sexualidad que se dan entre feministas latinoamericanas.
Las feministas latinoamericanas tendrían que ser más am-
biciosas tanto política como teóricamente. Para repensar lo
político, necesitan repensar la sociedad y la cultura de América
Latina bajo nuevos términos. Tendrían que desarrollar algo así
como estudios culturales feministas latinoamericanos. Las teorías
poscoloniales podrían ser útiles en esta tarea: quizá con ellas se
podría entender mejor cómo se producen tan grandes contra-
dicciones internas en América Latina, como las que combinan
características modernas y democráticas con relaciones arcaicas,
como poderes oscurantistas que se asocian con instituciones
"liberales" y costumbres autoritarias. Quizá así se logre deshacer
la forma en que los movimientos sociales llegan a operar dentro
de regímenes paternalistas, incluyendo el mismo movimiento
feminista. Tal vez, entonces, se podría explicar la tendencia que
tenemos a adherirnos más fácilmente a personas y no a ideas o
a esa dinámica de alianzas informales, es decir, esas prácticas
clientelistas que aún persisten y determinan la vida política,
incluso dentro de los círculos feministas.
Por otro lado, la idea de pensar a través del hibridaje, tan pre-
sente en casi todas las teorías que he discutido, puede contribuir
a entender y sobrellevar la multitemporalidad heterogénea y la
multiplicidad de formas de ser que estructuran nuestras sociedades
e identidades. El hibridaje puede ayudar a enfrentar los aspectos
culturales que subyacen en los distintos modos de producción y
consumo que configuran nuestras sociedades y los sentidos del
ser de mujeres y hombres latinoamericanos.
En breve, al considerar fenómenos relacionados con la
cultura, el poder y la historia, las feministas pueden estar en
mejores condiciones para llevar a cabo un análisis de cómo la
cultura política latinoamericana está determinando el propio
pensamiento político de las feministas. Estas perspectivas teóricas
pueden proveer un nuevo marco para las políticas de movimientos
feministas que no han logrado abordar adecuadamente asuntos
relacionados con raza, clase, etnicidad y sexualidad. Pueden
contribuir a una comprensión más amplia de lo político que no
se reduce a las políticas del Estado, a lo político-público y a las
políticas de desarrollo. Pueden ayudarnos a ser más atentas ante
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la complicidad que tienen los feminismos latinoamericanos con
el proyecto de modernización.
Evidentemente, estas teorías no pueden tomarse tal cual;
deben ser tratadas con un sentido crítico. De ninguna manera
quiere decir esto que las feministas latinoamericanas necesaria-
mente deben asumir estas teorías para pensar sus sociedades.
Lo que trato de explicar es que las feministas latinoamericanas
pueden considerar algunos de estos aspectos teóricas para enfren-
tar el impasse político y de teoría que comenzó en los noventa y
persiste hoy. Creo que la academia feminista occidental, con las
teorías queer y poscoloniales, puede ayudar a replantear algunos
de sus cuestionamientos y ampliar sus vocabularios y algunas de
sus posiciones y estrategias políticas, así como su agenda. Esto
no necesita convertirse en una colonización intelectual, porque
ciertamente, muchos de los debates que se dan dentro de estas
teorías no son para nada adecuados para nuestras sociedades.
La búsqueda de un nuevo tipo de políticas y un nuevo análisis
político no puede darse por anticipado en estos debates; al con-
trario, deben ser cuestionados profundamente para arribar a una
propuesta política que tenga algún sentido a nivel local. Por eso,
quizá antes de proseguir con más propuestas, deba detenerme
más en los problemas que veo ahora en las teorías feministas
occidentales, feministas, queer y poscoloniales.
Uno está referido al término mismo posmodernismo. Éste
presupone que cierta era ha llegado a su fin y que el proyecto
de la modernidad ha sido superado. Estos presupuestos son,
obviamente, problemáticos para una América Latina donde sus
clases políticas y grandes sectores populares siguen creyendo en
un proyecto de modernidad; es decir, donde algunos aspectos
de la modernidad siguen pensándose necesarios pero la mo-
dernidad adquiere significados y funcionalidades distintas a las de Occidente.
Es interesante pero, pese a la apreciación que le tiene el
posmodernismo a la multiplicidad, la forma de periodización
histórica implícita en el término de posmodernidad ignora la
existencia de temporalidades múltiples y la heterogeneidad
de espacios que coexisten simultáneamente en lugares como
América Latina. Irónicamente, al ignorar esta multiplicidad
fuera de Occidente, el posmodernismo conserva la linealidad
de la historia que dice ser propia de los enfoques modernistas;
y sigue definiéndose a sí misma como la única advenediza de
un estadio superior de la historia, y sigue viendo a aquellos
que se supone no han pasado por estos estadios todavía como
regiones anacrónicas y retrogradas. Es evidente, entonces, que
al autoerigirse como referente histórico, el posmodernismo
revela su imperante eurocentrismo. La afirmación de que el
posmodernismo representa el momento en que los europeos se
descentran a sí mismos y dejan de ver al resto del mundo como
su periferia se torna poco convincente.
Algo similar sucede con el tema de la deesencialización del
sujeto, que parece a veces un sortilegio de los posmodernistas.
La teoría de la deesencialización parece suponer que si proba-
mos teóricamente la artificialidad del ser, los modos de ser o de
existencia real pueden dejar de existir en el mundo. Como nos ha
dicho David Morley en su crítica al posmodernismo, se supone
que ahora que sabemos que todo es un efecto del discurso y obra
de ficción, sencillamente nos podemos relajar y gozar (Morley
1996). La verdad, sin embargo, es que dejan sin cuestionar las
formas de vida real existentes, pero para ser más exactas, sobre
todo las formas de vida de los euroamericanos; de tal forma que
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aquellas afirmaciones que dicen que los subalternos no pueden
darse el lujo de reconstruirse porque no gozan de los mismos
lucros que los superdesarrollados occidentales tienen, pero que
aún así pueden beneficiarse políticamente de la deesencialización,
suenan vacías y condescendientes.
Lo más probable es que tanto el euroamericano como el sujeto
poscolonial deban esencializarse a sí mismos estratégicamente
para contravenir los discursos hegemónicos que han interiorizado.
El euroamericano tendría que esencializarse estratégicamente
de una manera que pueda enfrentar sus responsabilidades his-
tóricas y las del presente en la destrucción del mundo. No existe
tal cosa como el euroamericano superdesarrollado deleitándose
con egos difusos mientras que el tercermundista tiene que con-
formarse con identidades monolíticas y rígidas para construir un
contradiscurso en su mundo aparte. Creo que el euroamericano
debe construirse primero una identidad como colonizador para
construir un discurso contrahegemónico.
No obstante, lo que se populariza en los contextos euroa-
mericanos es el modelo de identidad del híbrido, tomado de la
experiencia del ser colonizado, tan bien elaborado en los escritos de
Gloria Anzaldúa sobre la conciencia de la mestiza. Es interesante
observar cómo el híbrido se celebra dentro de todas las corrientes
del posmodernismo, sean feministas, queer o poscoloniales, aún
hoy como una forma de ser superior, algo que en la cúspide de
la modernidad fue visto con horror, es decir, ese mítico, híbrido,
perturbador, fascinante, erótico, perverso y desorden del "otro" (el
colonizado). Es importante mencionar también que ha cambiado
bastante luego del 11/9.
Esta forma de apropiarse de lo híbrido es cuanto menos
preocupante. No puedo detenerme mucho en este punto, pero
me gustaría dejar claro que apropiarse de la metáfora del híbri-
do (léase "el mestizo") ignorando la especificidad histórica que
hizo surgir este concepto de hibridaje (mestizaje) en un contexto
colonial puede tener el efecto de encubrir el poder discursivo
de los euroamericanos. Es curioso, pero esto sucede incluso en
la elaboración de la conciencia de la mestiza de Anzaldúa, una
chicana, si pensamos el mestizaje desde América Latina.
El texto de Anzaldúa es una introducción maravillosa al tema
de la conciencia racial de América Latina y, en particular, en un
contexto feminista. Sus textos hacen el trabajo que las feministas
latinoamericanas debieron haber comenzado hace mucho tiempo.
Pero, como la misma Anzaldúa dijo, no nos podemos reencontrar
a nosotras mismas con sólo la lectura de sus textos ni a través de
su narrativa de mestizaje. Esta narrativa que menciona está muy
contaminada de la experiencia chicana en EE. uu.; el término de mestiza que utiliza se inclina demasiado hacia el lado de EE. uu.
de la frontera. De una manera, la teoría de Anzaldúa es ya por sí
una retraducción del concepto de mestizaje de América Latina,
dado que el mestizaje ahí no es sólo una forma de negar el origen
en alguna raza o cultura, o el dolor histórico de haber perdido
los orígenes o tener uno doble. En América Latina, el mestizaje
es una máscara para protegerse del racismo y, al mismo tiempo,
una forma de legitimarlo en una misma. Por tanto, no es sólo
una posición subalterna, como aparece en EE. uu. En América
Latina es, sobre todo, una posición de dominación, aunque no
se agota allí tampoco.
Por último, hay otros puntos problemáticos dentro del
posmodernismo, específicamente en los textos queer sobre el
cuerpo, a los que debemos prestar atención. A pesar de que creo
que pensar y escribir desde el cuerpo, el deseo y las pasiones es
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pionero, innovador y hasta cierto punto revolucionario, e incluso
vital, para entender la organización del poder, me preocupan al-
gunas implicaciones políticas de sus formas de teorizar actuales.
Es indicado retornar a mis preguntas iniciales ahora: ¿por qué
tendríamos que preocuparnos en este momento histórico (tanto
en los noventa como ahora) en América Latina por el cuerpo, sus
placeres y los problemas de la heterosexualidad compulsiva, si
todavía tenemos altísimas tasas de mortalidad materna e infantil
y un excesivo número de feminicidios, sólo para dar algunos
ejemplos? Bueno, quizá porque estas estadísticas nos muestran
precisamente la perversidad de la institución heterosexual. En-
tonces, quizá deba plantear la pregunta de otra manera: ¿por qué
está Occidente tan obsesionado con el cuerpo ahora?
Xiaoying Wang nos dio una respuesta interesante a esta
pregunta en los noventa (Wang 1997). Dice que la atención que
recibe el cuerpo libidinoso en los textos posmodernistas se debe
a la lógica de consumo que predomina en el capitalismo tardío de
Occidente. Según él, el tema recurre en sociedades donde se ha
superado ampliamente el sufrimiento producido por la escasez
material y donde la lógica del mercado ha invadido todas las
esferas de la vida. En estos contextos, la urgencia por la gratifi-
cación de los sentidos desplaza la urgencia por la satisfacción de
las necesidades básicas. Es decir, que el posmodernismo le sigue
el juego al capitalismo sin querer, porque lo que el capital más
necesita es multiplicar la proliferación de deseos para aumentar
la demanda de mercancías y así garantizar una reproducción
ampliada del capital. En esta línea de razonamiento, et capitalismo
tardío necesita el deseo pluralizado y múltiple, requiere eliminar
todas las barreras que obstruyan los placeres del cuerpo para
manipular libremente todo aquello corporal que pueda transfor-
marre en mercancía. El tabú ancestral contra la homosexualidad
se torna, en un contexto capitalista que todo lo mercantiliza, en
algo obsoleto y fútil, y explica por qué el cuerpo libidinoso, y
no el cuerpo laborioso, es el que recibe más atención y el que se
somete a una deconstrucción.
Hay mucho más por explorar alrededor de este tema que no
puedo tocar ahora, pero se pueden sacar algunas conclusiones de
este breve análisis: la textualización del cuerpo dentro de las teo-rías queer y feminista lleva la marca de clase, raza y lugar: es más
que todo un cuerpo blanco, de clase media alta, que está situado
en Occidente y suele ser un cuerpo masculino. Las feministas
latinoamericanas no pueden olvidar este detalle, porque no nos
da las herramientas adecuadas para reflexionar sobre el cuerpo
malnutrido, empobrecido, violado y torturado que abunda en
América Latina. Por eso, deben leer estos textos haciendo una
recontextualización y, luego, una retextualización. Se debe hacer
una política del cuerpo propia y, al hacerlo, encontrar la lógica
que se esconde en el cuerpo del capitalismo dependiente y su
heterogeneidad estructural, para utilizar términos antiguos y
pasados de moda que nos llevan al punto de ausencia de los temas
de la economía política que caracteriza a casi todas las teorías
feministas occidentales, queer y poscoloniales, un lujo que ni los occidentales ni los latinoamericanos se pueden dar.
Bibliografía Alvarez, Sonia et al. 1998. "Latin American Feminisms go Global:' En
Culture ofPolitics, Politics of Culture, Sonia Alvarez, Evelyn Dagnino,
Arturo Escobar (eds.). Boulder: Westview Press.
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Este documento es proporcionado al estudiante con fines educativos, para la crítica y la investigación respetando la reglamentación en materia de derechos de autor. Este documento no tiene costo alguno, por lo que queda prohibida su reproducción total o parcial.
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feminismos latinoamericanos
de otro modo
Librería Herder, el espacio de las ciencias sociales y las humanidades.
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