Boletín ECEE #19

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Año 4 • No. 19 • 2008 • Una Bolsa de valores en tierra Gerardo Aparicio Yacotú • Fuerzas culturales y sociales en Hispanoamérica. Por un modelo económico Gamaliel Téllez • Valores de la cultura occidental. La necesidad de la formación humanística Rubén Elizondo Sánchez

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Boletín Oficial de la Escuela de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Panamericana

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• UnaBolsadevalores entierra Gerardo Aparicio Yacotú

• FuerzasculturalesysocialesenHispanoamérica.

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Gamaliel Téllez

• Valoresdelaculturaoccidental.

Lanecesidaddelaformaciónhumanística

Rubén Elizondo Sánchez

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Responsable de esta publicación: Carmen Yolanda Becerril Román [email protected] Tel: 5482 1600 ext. 5490. Diseño y cuidado de la edición,revista .

Secretaría AcadémicaFrancisco Loría García de Acevedo

Dirección de PosgradosGuillermo Arroyo Santisteban

Dirección de Educación Continua y Extensión UniversitariaPedro Salicrup Río de la Loza

Dirección de Administración y FinanzasEulalio González Anta

Dirección de Administración y MercadotecniaMa. Luisa Pimentel Zamudio

Dirección de Administración y Negocios InternacionalesSergio Garcilazo Lagunes

Dirección de Contaduría Jorge Huerta Bleck

Dirección de EconomíaGabriel Pérez del Peral

Secretaría de Asuntos EscolaresGamaliel Téllez Maqueo

Secretaría AdministrativaAlma Rosa Limas Álvarez

Escuela de Ciencias Económicas y Empresariales

DirectorioDirecciónGeneral

Antonio Castro D’Franchis

Jefe del área de Administración César Herrera Castillo

Jefe del área de Control e Información Directiva Jorge Huerta Bleck

Jefe del área de Economía Gabriel Pérez del Peral

Jefe del área de FinanzasEulalio González Anta

Jefe del área de MercadotecniaRoberto Garza-Castillón Cantú

Jefe del área de NegociosSergio Garcilazo Lagunes

Jefe del área de MatemáticasJosé Cruz Ramos Báez

Jefe del área de Computación Edmundo Marroquín Tovar

Jefe del área de Derecho Juan G. Araque Contreras

Jefe del área de HumanidadesGuillermo Arroyo Santisteban

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UnaBolsadevaloresentierraGerardo Aparicio YacotúAcadémico de la Escuela de Ciencias Económicas y Empresariales

Los factores externos de paralización en cre-cimiento económico que nuestro país podría resentir provocan que una gran cantidad de personas aporten ideas, proyectos y progra-mas para impulsar nuestro desarrollo.

Las organizaciones lo hacen de manera seria y objetiva al proponer actividades que generen productividad en el campo: desde la Procuraduría Agraria surge la Bolsa de tie-rra para atraer fuertes inversiones al campo mexicano, darles uso, usufructo y lograr así la reactivación del campo con grandes porcen-tajes de rentabilidad proyectados.

Lo que se busca es que los dueños de la tie-rra en coordinación con los campesinos, sean parte de nuevos negocios que van desde es-quemas agropecuarios, turísticos, ecoturísti-cos, urbanos y otros de rentabilidad adicional a la tierra. Esta Bolsa recibe solicitudes de grandes empresas que pretenden inversio-nes millonarias en tierras que ya agotaron su vocación agrícola. Incluyendo la tierra ejidal, comunal y propiedad privada rural.

El compromiso es otorgar total seguridad a las partes involucradas para lograr que el campo sea sinónimo de productividad y por lo tanto al socio llamado campesino se le tra-te como persona con opciones importantes de crecimiento y desarrollo.

Trasnacionales como Toyota pretenden instalar una planta ensambladora en al me-nos 800 hectáreas en Guanajuato, donde se desarrollará un corredor industrial; el grupo Santos ha solicitado 20 mil hectáreas en el sureste del país para sembrar caña de azú-car y producir biocombustibles; Minsa re-quiere 80 mil hectáreas para sembrar maíz; se firmarán convenios de colaboración con la Cámara nacional de desarrolladores de vivienda para iniciar la construcción de ca-sas; la asociación de pequeños propietarios rurales requerirá más de tres mil hectáreas para sembrar ciruela y nuez y seguramente algunos más se sumarán al conocer el pro-yecto.

Es posible pensar en un lugar o momento al que acudan oferentes y demandantes de tierra a nivel nacional o internacional y lleven a cabo el intercambio por medio de cantida-des de dinero que provoquen el desarrollo de socios estratégicos, pues se cuenta con la se-guridad jurídica de una parte importante de tierra en México.

Las ciudades donde se concentrará el pro-yecto serán Cancún, Guadalajara, Monterrey, Toluca, Puebla y Michoacán, pero abarcará, al final del sexenio, a 27 ciudades de 20 estados del país.

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FuerzasculturalesysocialesenHispanoamérica.PorunmodeloeconómicoGamaliel TéllezSecretario de asuntos escolares de la ECEE

Identidad y tipos de seres humanos¿Hay diversos tipos de seres humanos? ¿Cuá-les son sus características? Genes, geografías, vivencias, etcétera, nos incluyen en grupos con tendencias específicas: mediterráneos, nórdicos, tropicales. Los hispanoamericanos, ¿a cuál pertenecemos?

Diversos autores han abordado el tema de la psicología de nuestros pueblos. Entre las obras más conocidas se encuentra la de Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultu-ra en México, en la que estudia el caso mexi-cano influenciado por la visión positivista de los años treinta y cuarenta, analiza qué as-pectos caracterizan al mexicano y cuáles nos distan del perfil de la mayoría de los países hispanoamericanos.

Otro libro, México oculto, concluye que los verdaderos mexicanos son los indígenas. No-sotros, «las cruzas», somos unos advenedizos; el auténtico México es indio.

Me ha ayudado, en cambio, el libro Las dos Américas de Enrique Moreno García, donde afirma que, en términos generales, se puede dividir a las personas en tres tipos:

•Mediterráneo: incluye a los hispanoame-ricanos, pero no exclusivamente.

•Nórdico: los sajones.

Estos dos tipos forman lo que el autor lla-ma «culturas paralelepípedas», es decir, no equilibradas, donde predominan unos rasgos sobre otros.

•Tropical: al que Moreno García llama «cúbi-co» porque aspira al ideal o paradigma de lo que debe ser el hombre en general.

De acuerdo con este esquema, existen cua-

tro actividades: pensar, actuar, sentir y obe-decer, que determinan nuestra tendencia a ser más nórdicos, tropicales o mediterráneos, es decir, latinos o sajones.

Vivencias humanas¿Qué hace que seamos lo que somos? Entre otras cosas, la genética determina si uno es moreno, alto o de ojos azules... Pero también influye la geografía, no es lo mismo nacer en Noruega que en el estado de Veracruz. Es de-cir, influye el punto geográfico, altitud, clima y también la historia, lenguaje e incluso la manera de ver y presentar las cosas.

Vivencia es todo lo que vivimos como pro-ducto de muchos de los factores anteriores. Pueden ser individuales o colectivas, las últi-mas atañen a todo un grupo, independien-temente de si los integrantes son negros,

Roberto 11/06/08Isabel, 10/06/08

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blancos, cobrizos o con cualquier otra carac-terística: todos las afrontan. Estas vivencias colectivas conforman la cultura de la familia, comunidad, pueblo, etcétera.

Toda vivencia se enmarca en una dimensión y existen en cuatro dimensiones:

Dimensión teoréticaEs la del pensamiento o la razón. Aquellas vivencias en donde las funciones principales son: discurrir, razonar, pensar, meditar, espe-cular, imaginar y creer. El teorético no es sólo el pensamiento científico, es también el que establece diálogo, medita. Por eso decimos que el mexicano es teorético, porque medita, habla y elabora teorías.

El valor intelectual o resultado de las viven-cias teoréticas es el juicio, los razonamientos, las filosofías y las convicciones.

Dimensión prácticaEn estas vivencias, lo importante es que la práctica está relacionada con la voluntad; no tanto con el pensar, sino con el actuar, obrar, realizar y ejecutar. Toda persona centrada en estas actividades tiene una vivencia práctica.

¿Cuáles son las vivencias de acción? Las cien-tíficas (ciencia como aspecto experimental o co-nocimiento de las cosas por su causa próxima), tecnológicas y económicas. Las personas que tienen una vivencia práctica no piensan cómo hacer las cosas, van directamente a hacerlas. Por eso decimos que los norteamericanos son prác-ticos. El valor utilitario de las vivencias prácticas son los logros, realizaciones y obras.

Dimensión éticaEn esta dimensión lo importante es obedecer reglas, normas, preceptos y mandamientos. Sus repercusiones prácticas, es decir, el valor moral de las vivencias éticas, son las leyes, re-glamentos y códigos. La conexión de las vi-vencias éticas con la dimensión teorética pro-duce la ética heterónoma y la conexión con las vivencias prácticas la ética autónoma.

El Papa Juan Pablo II meditaba sobre el valor de la moral y sus finalidades al re-mitirse a la realidad de los mandamientos como luz que ayuda a ver lo que existe en el interior. Para Juan Pablo II su ética es cúbica (equilibrada), no paralelepípeda (desbalanceada); es decir, no predominan unos aspectos sobre otros; busca una inte-gración armónica de todas las facetas del hombre.

Hoy, la mayoría de las personas, entien-den la ética como normatividad y regla-mento (incluso como control o represión). Cuando hablamos de vivencias éticas en la dimensión de la ética heterónoma, se refie-ren a que las cosas son buenas o malas, sin depender de mí sino de algo externo. Si se refieren al ser, son de dimensión metafísi-ca. Si a la divinidad, teológicas.

En cambio, cuando tengo una vivencia éti-ca conectada a lo práctico (ética autónoma), depende de que yo decida qué es bueno o malo, práctico o útil. Con este marco, pode-mos entender las diferencias de enfoque en-tre patrones de pensamiento hispanoameri-cano y anglosajón con respecto al aborto y la eutanasia, por ejemplo. Los primeros, usual-mente partimos de principios generales; y los sajones, por lo regular, de principios particu-lares, (ellos hacen la regla).

Dimensión estéticaAquí lo importante es la sensibilidad; no sólo la belleza también el sentimiento. En las vi-vencias estéticas entran el gusto, el placer, la sensibilidad y todo lo relacionado con el sen-timiento: amar, odiar, sufrir, apreciar. Estas vivencias se relacionan también con la parte biológica del ser humano y se manifiestan a partir del gusto y disgusto, amor y odio, com-pasión y desprecio…

En los ritos, ceremonias y fiestas, el valor es emotivo, sentimental. Son vivencias de orden estético: los placeres, goces, arte, felicidad, el paraíso...

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Mentalidades anglosajonas e hispanoamericanasCon estos cuatro elementos que determinan la dimensión de las vivencias, ¿qué predomi-na en los patrones anglosajones?, ¿qué tipo de vivencias poseen con mayor frecuencia los hispanoamericanos? Aclaremos que, de las cuatro actividades mencionadas: pensar, ac-tuar, sentir y obedecer, para el marco de com-portamiento anglosajón, las más importantes son actuar y obedecer, pero no quiere decir que no importen las otras dos; para los hispa-noamericanos en cambio, suele ser al revés.

En una organización un sajón le dice a su so-cio latino: Aquí habrá que hacer A y B y éstas son las reglas. El latino transmite a su gente: Esto es lo que debe hacerse (teórico), y espero que les guste (estético). La respuesta inmediata del mexicano o latino será: ¿Por qué hacerlo?, ¿cuál es el fundamento?, ¿quién lo dijo?. Se va al origen, a las últimas causas. Si le responden lo tienes que hacer porque es tu deber, dirá que sí, pero no lo hará. En cambio, si lo incitan: ándale mano, ayúdame; es que estamos ‘reagobiados’ y queremos pasar la Navidad con la familia, con-testará: ¡Encantado!

Todo lo que el hombre vive se resume en: pensar, sentir, actuar y obedecer, y dependien-do de qué predomina en un sujeto, grupo o cultura, puede ser cúbica o paralelepípeda.

Es cúbica cuando tenemos el ideal de hom-bre, es decir, dosis suficientes de las cuatro cosas. Será una cultura bien balanceada, con la misma intensidad a través de las dimensio-nes teorética, práctica, ética y estética, si se integran el pensamiento, la acción, normas y sentimientos, en un sistema de relaciones equilibradas y perfectas.

Cuando falla el equilibrio encontramos una cultura paralelepípeda. Por ejemplo, personas que piensan mucho y actúan poco, otras que actúan de continuo y apenas piensan. Otras más que sólo actúan cuando sienten ganas.

En México pensamos muchas cosas, bro-meamos y vamos a fiestas, predomina el sen-

tir. Es una paradoja porque a pesar de nues-tro sentimiento de sociabilidad, en nuestras casas ponemos bardas, entre más altas mejor. En Estados Unidos todo está al descubierto, como un parque, pero no están unidos en el sentido como lo están los hispanoamerica-nos. No puedes visitarlos si no llamas antes por teléfono, son más formales.

¿Cómo tiende a ser el hispanoamericano? Buscamos conocer un poco la psicología del hispanoamericano en general y del mexica-no de forma más particular, no simplemente para ilustrar, sino también con el objetivo de educarnos a nosotros mismos y a otros.

Todas las afirmaciones que a continuación hago deben, desde luego, suavizarse, ya que las señalo como una forma de entendernos y entender a los demás. Cada persona es irrepe-tible, aunque es válida la creación de esque-mas flexibles donde cada prototipo de perso-na pueda circunscribirse.

El hombre mediterráneo es teórico-estético, ve el trabajo como algo que debe hacerse para disfrutar el descanso. ¿Cuántas veces hemos dicho: «tengo que trabajar para poder descan-sar, pero si pudiera, no trabajaría»? El ocio es la condición normal y meta de la vida, tenemos que descansar. El tiempo es un concepto sub-jetivo, existe poca previsión y planeación de él. La gente mediterránea no tiene mayor necesi-dad de colaboración que la que se extiende a los miembros de la familia o comunidad, o si se presentan ataques al Estado o al gremio. Se fija más en la familia, luego agranda el círculo.

El hombre nórdico es práctico-ético. Toma el trabajo como necesidad. Si un hombre de No-ruega tomara el trabajo como el mediterráneo se moriría de hambre. Él tiene que trabajar duro y ser constante porque viene el invierno; el ocio es solamente un paréntesis de descanso porque luego viene el otro invierno. El tiempo es un concepto objetivo que es necesario pre-ver y planear porque si no le irá mal. La gente

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trabaja con solidaridad, en conjunto, ya que de no organizarse y apoyarse sufrirán; se requiere trabajar en equipo.

El hombre tropical es teórico-estético, práctico-ético. Su problema es que no distin-gue entre el trabajo y el ocio. Este tipo de hombre tropical no distingue el tiempo; el presente es perpetuo y por tanto no requiere de planeación o previsión, lo importante es vivir la vida. La gente tiene poco sentido de solidaridad familiar y grupal.

Si observamos a los mediterráneos, no es lo mismo uno nacido en México que otro de Ar-gentina o Chile. Hay dos Américas indo-hispáni-cas: una conformada por México y Perú donde, en general, existen más tropicales que medite-rráneos y la América Euro-hispánica –Argentina, Uruguay y Chile– zona en donde predominan los mediterráneos sobre los tropicales.

Modelo económico adecuado a necesidades, valores y metasEntusiasmados por la euforia de la globali-zación buscamos un modelo económico apto para todos los países, pero ¿cualquier sistema es adecuado para las necesidades, valores y metas particulares de cada pueblo? ¿El mo-delo económico hispanoamericano ha tenido el éxito esperado? Al parecer, falta «adaptar» el capitalismo y hacerlo «a lo latino».

Los análisis sobre las culturas capitalistas no deberían arrancar de actitudes ideológicas o so-ciológicas de la economía global como las que caracterizan a nuestros últimos gobiernos; sino desde la fuente misma de esas culturas: la em-presa y el management, no entendidas como disciplinas científicas, sino como el producto, fruto del carácter o modo de ser de la cultura de quienes hacen y dirigen la empresa.

Cuando nuestros gobernantes acepten los muchos «mundos» que conforman a la región y planeen modelos económicos para cada distinto tipo de «cultura hispanoame-ricana», estarán en condiciones de propiciar un modelo económico de desarrollo, menos

espectacular que el de la economía global, pero más realista e igualitario.

Los principales modelos del capitalismoA propósito de la edición de la extraordi-naria obra Las siete culturas del capitalismo (Hampden-Turner y Trompenaars, 1995) Car-los Llano sugería averiguar qué tipo cultural de capitalismo es el nuestro, o al menos qué similitudes y diferencias guarda con el que aplican los siete países reseñados en el libro; cuál ofrece mayores probabilidades de éxito y cuál sería la ruta factible para México en concreto, pero aplicable sin lugar a dudas en varios países hispanoamericanos.

En México se debate la necesidad de cambiar el modelo económico, pero las alternativas son difusas e ininteligibles; no se sabe bien qué se quiere cambiar y a qué se quiere cambiar. Es ne-cesario averiguarlo, de lo contrario, hablar de cambio de modelo económico es caer en un lu-gar común, en un desánimo generalizado y en un desconcierto improductivo.

Llano destaca dos puntos que conside-ro importantes. Primero, la separación que el capitalismo occidental hace de cultura y economía. «Uno de los graves problemas de Occidente y de su capitalismo, es haber se-parado economía y cultura, haber abierto la grieta entre la economía y el hombre, entre las técnicas económicas y la antropología». Y segundo, siete rasgos que suponen siete esti-los de capitalismo:

•El modo de establecer las reglas y de identificar las excepciones, que configu-ra el dilema cultural universalismo versus particularismo.

•El modo de enfrentarse con la organiza-ción, considerando analíticamente cada parte o viéndola bajo la perspectiva de una armonía globalizadora, que respon-dería al dilema metodológico análisis versus integración.

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• La diversa manera de enfrentarse con los grupos o comunidades de individuos, que a su vez da pie a la consideración de dos polos axiológicos opuestos: individualis-mo versus comunitarismo.

• Las guías o criterios más importantes de acción por parte de la empresa nos po-nen en contacto con dos grandes modos de trabajo: orientación hacia dentro ver-sus orientación hacia afuera.

• Los procesos que acontecen en las empre-sas, a los que contemporáneamente se les imprime cada vez más velocidad, señalan también dos géneros de empresas según se considere el tiempo como secuencia versus el tiempo como sincronización.

• Las formas de hacer empresa varían depen-diendo del estatus en que se coloca a las personas. Para unas empresas la posición se gana con resultados; para otras, deriva de varias condicionantes: edad, experien-cia, titulación académica, antigüedad en la empresa. No necesariamente vinculada a los resultados: estatus conseguido versus estatus asignado.

• El valor predominante en la relación de las personas en la empresa: la homogeneidad (se asumen como iguales y se diferencian por su eficacia) o la heterogeneidad (se dis-tinguen por su nivel jerárquico): igualdad versus jerarquía.

Carlos Llano precisa la ubicación económica de los grandes países capitalistas: «podría de-cirse que Estados Unidos e Inglaterra se ubica-rían en el lado izquierdo de estos parámetros (es decir, la dirección de empresas sería univer-salista, analítica, individualista, orientada hacia las operaciones internas, con un punto de vista secuencial de sus procesos, atenta a resultados y valorando la igualdad) mientras que Japón y Alemania —en ese orden— se encontrarían en la parte de la derecha de los extremos alternati-vos (particularistas, integradoras, comunitarias, sincrónicas, etcétera). En una posición interme-

dia y variable hallaríamos a las empresas holan-desas, francesas y suecas».

La identidad hispanoamericanaAhora que conocemos –al menos en parte– el panorama del capitalismo en el mundo, tratemos de encontrarle un lugar a México e Hispanoamérica. Para ello habrá que revi-sar brevemente la complicada naturaleza del hispanoamericano.

Más que de identidad debe hablarse de Volks- geist o «espíritu de un pueblo». Lo propio del Volksgeist es no poder diseccionarse: no podría-mos estudiar metódica y objetivamente qué es ser hispanoamericano, parece no haber nada que nos haga culturalmente idénticos. Por eso no es exacta la palabra «identidad». Es preferi-ble el «espíritu de un pueblo» no determinante sino dinámico y variable, aunque finalmente, hay algunos rasgos que nos aproximan a todos los hispanoamericanos.

¿En dónde empieza la historia de nuestra identidad? Tal vez cuando nos enseñaron las doctrinas cristianas. Hacia 1517, en la vieja Europa, la reforma luterana marcó la sepa-ración entre los espíritus cristianos. Quizá sea ésta la historia del pensamiento en occidente: el cristianismo separado y algunos hombres de fe desprestigiando o conciliando las de otros. El Concilio de Trento intentó la reuni-ficación, pero después de sesionar dieciocho años con varias interrupciones, no se logró. Cuando Pío IV confirmó el Concilio en 1563, Felipe II mandó las siguientes instrucciones: «que se junten los prelados de la Nueva Espa-ña en esa ciudad de México y traten las cosas necesarias para el bien de sus iglesias».

Aquí empieza la historia de nuestra iden-tidad. Los europeos se estaban enfrentando a las conciencias indígenas y evangelizarlas encerraba un sinnúmero de problemas. Aun-que los indios asistieron al catecismo, nunca dejaron atrás su pasado cultural: nuestro es-píritu sintetizó cristianismo e indigenismo. El descubrimiento de América planteó distintos

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problemas: para algunos fue la pérdida del espíritu indígena y la matanza de indios. Para otros supuso, al contrario, un intercambio y enriquecimiento cultural. Para otros más, España trajo la verdad del cristianismo. Lo cierto es que entre pérdidas y matanzas, en-riquecimientos y verdades, nos fue mejor que a los indios de Norteamérica.

Lo relevante, a fin de cuentas, es que nues-tro pueblo sí fue enseñado con el símbolo. Fray Baltasar Pacheco, Domingo de la Anun-ciación o Bartolomé de Alba, ya habían in-sistido en que el lenguaje más conveniente para evangelizar era el metafórico. Símbolo y metáfora son la antítesis de la idea clara y distinta de Descartes.

Los aztecas ya manejaban múltiples símbo-los para representar a sus divinidades y diversos rituales para rendirles culto. Cuando el cristia-nismo llegó a México, el símbolo y la metáfora fueron las herramientas básicas para educar y comunicar las «nuevas verdades» a los indíge-nas. El barroco criollo fue vitalmente simbolista. Y tal parece que nos gustó la metáfora exage-rada y la ornamentación recargada. Este espí-ritu metafórico va más allá de lo pictórico y lo lingüístico. Es festivo y vital.

Barroquismo metafóricoEl castellano que hablamos en la mayoría de los países hispanoamericanos es metafórico. Precisamente porque damos una amplísima maleabilidad y libertad al significado de las palabras y solemos utilizar el lenguaje indi-recto. Algunos ejemplos pueden escucharse en los barrios bajos de México: «castígame un pulmón» en vez de «dame un cigarro», «co-munícame tu ardor» en vez de «préstame tu encendedor», «te veo seco» en vez de «¿Qué más quieres beber?». Piénsese en las frases que se usan, por ejemplo, en un juego típica-mente mexicano, la lotería.

Esta pluralidad en la significación es tam-bién la esencia del albur. El albur y la grose-ría —vulgares para muchos— son elementos

constitutivos de nuestra cultura. Son mues-tras de creatividad y «salvajismo», de un temperamento agresivo pero irónico y, en el fondo, estético. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz dedica un capítulo a una de las groserías que más suenan en México. Puede sonar simpático u ofensivo, pero tiene su im-portancia para conocernos como pueblo.

Mientras que el inglés es sumamente prácti-co y en pocas ocasiones se presta al equívoco, mientras que el alemán es imperativo y tiende a la univocidad, y mientras que el francés es poé-tico pero siempre entendido, nuestro castellano es equívoco en un noventa por ciento. La plura-lidad de sentidos nos permite usar una misma palabra para referir todo tipo de significados, incluso contradictorios.

El barroquismo metafórico que pondera en nuestro espíritu es un modo de resistirse a la descripción directa de las cosas, se piensa que la transposición de términos otorgará mayor facilidad a la comunicación. En Hispanoamérica no sólo existe en el lenguaje, sino que es vital. Existe en el rito y la fiesta. Los hispanoamerica-nos hacemos fiesta para todo y eso, también, es un modo de metaforizar: celebrar es inventar un símbolo para estar alegres, incluso en las si-tuaciones más dramáticas. A nosotros nos basta estar vivos para festejar.

Nada importa, todo es fascinación: se exalta la propia vida a costa de hacer ver que la vida no vale nada. ¡Gran paradoja que solamente nosotros entendemos! Ésta es una manera de hacer alegre la tragedia, la ironía nos pone por encima del drama cotidiano.

El hispanoamericano reúne una inmensa pluralidad de sensibilidades. Desde nuestros orígenes conservamos de manera notable costumbres y modos de ser de nuestros ante-pasados indígenas. Y no me refiero solamen-te a características externas, sino también y sobre todo, a la sensibilidad indígena: noble y salvaje, amante del mito porque nuestra juventud todavía nos impide perder la espe-ranza. Somos un pueblo que si bien vive en

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la inmediatez de los sentidos, también suele pensar que las cosas mejorarán. Junto a nues-tro pasado indígena hemos sabido sintetizar de manera admirable cualquier cultura que nos llegue. Desde el cristianismo hasta la ilus-tración, el barroco y «yanquismo», el mar-xismo y el neoliberalismo. Siempre hemos sido un pueblo que mezcla infinidad de sen-sibilidades. México ha pasado por etapas de afrancesamiento, de españolamiento y, sobre todo, de norteamericanismo. Pero todas es-tas culturas las modificamos.

Paz recoge en El laberinto de la soledad un ejemplo típico de modificación cultural: el pa-chuco de los años cincuenta. Este personaje no quiere ser mexicano e intenta aportar modos de comportamiento, vestido y lenguaje distintos a lo cotidiano; intenta acercarse al mundo nor-teamericano pero éste lo rechaza porque sabe perfectamente que tampoco le pertenece.

El hispanoamericano ha incorporado todo tipo de elementos a su persona y a su na-ción, sin importarle si los asimila o no. Desde el cristianismo de España hasta la fast food de los estadounidenses. Pero todo con un tinte estético; así como hemos sido tocados por todo, todo ha sido tocado por nosotros y, por tanto, modificado. Ni siquiera la fast food norteamericana logra su cometido: el norteamericano come y se va, vive rápido, no tiene tiempo para el ritual de la comida; en México, aunque vayamos a McDonald’s, nos quedamos a platicar en la mesa.

Evidentemente podemos descubrir que lo an-terior tiene dimensión dual: una riqueza «plu-ricultural», por llamarla de alguna manera, y la deformación de culturas. La pluralidad enten-dida como mezcla excesiva y desordenada, nos hace ser todo y nada. Estamos, como diría Paz, de regreso a la soledad: queremos ser neolibe-rales pero no terminamos de saber qué cosa es eso porque no es para nosotros. La pregunta sería si ¿Inventamos nuestra cultura y nuestro espíritu, quizá nuestra identidad o, más bien, lo perdemos todo?

Consideramos –con todos los peligros a los que lleva una excesiva generalidad– que el mexicano –por ser el perfil que más conozco– es una mezcla de hombre tropical y medite-rráneo, con ciertos tintes de hombre nórdico al norte del país. Sin lugar a dudas esta reali-dad no es muy alejada de Hispanoamérica.

En busca del modelo hispanoamericanoAplicando las distinciones de Hampden-Tur-ner y Trompenaars, el capitalismo mexicano e hispanoamericano es individualista –salvo en lo que respecta a la empresa familiar–, lo que muestra la tremenda desigualdad que caracteriza al país. El mexicano es más inte-gracionista que analista, su concepción del tiempo es sincrónica, trabaja enfocado hacia dentro, es más emotivo que ético, no selec-ciona a sus individuos entre aquellos que han logrado progresos en beneficio de la com-pañía. Del mismo modo, nos parece que la empresa mexicana no promueve la igualdad de oportunidades, de ahí la importancia del compadre y el factor amistad en la toma de decisiones.

Esto dará como resultado un enfoque ca-pitalista distinto al que ha pretendido im-plantar, o con el que ha pretendido contar, la generación tecnócrata que ascendió al poder en 1988. No se pueden utilizar parámetros de capitalismo desarrollado o postindustrial (Daniel Bell) en sociedades que no funcionan bajo esas premisas.

Ya en 1950 Frank Tannenbaum llamó la atención sobre un crecimiento económico ba-sado en el progreso como un fin en sí mismo. México –sostenía– necesitaba «una filosofía de cosas pequeñas». A la suya se sumaron voces más conocidas: Octavio Paz en El ogro filantrópico: «Nuestro país se modernizaba al costo de perderse a sí mismo».

En 1983, Enrique Krauze en Por una demo-cracia sin adjetivos advirtió el riesgo de un crecimiento sostenido predominantemente

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en el petróleo y en los «grandes proyectos», descuidando la comunidad tradicional, gran error del presidente López Portillo.

Al copiar el modelo capitalista norteameri-cano sucede que copiamos lo bueno –más efi-ciencia y mejor trabajo–, a costa de asumir los costos de la masificación de la sociedad nor-teamericana: consumismo, individualismo, relativismo, desintegración familiar; ideas que en sí mismas se imitan estando alejadas de nuestra realidad, pero su mímesis, acaba por dominar nuestras formas de vida.

Zaid y González Pedrero pusieron el dedo en la llaga al criticar los afanes moderniza-dores al prescindir del México real, «el otro México»: las comunidades.

González Pedrero fundó su propuesta en un modelo mexicano de desarrollo, basado en la reafirmación de las virtudes de la comu-nidad indígena y en la vocación de autono-mía municipal de herencia hispánica. «No se trata de proponer soluciones espectaculares sino modestas y sólidas. No se trata de imitar a ultranza el modelo norteamericano, sino de manejar dos modelos: es necesario unir al México tradicional, el mestizo, el de las co-munidades indígenas y la economía informal, con el México moderno de grandes exporta-ciones, preparado profesionalmente y con una situación económica más estable».

Ello exige distintas medidas de empresarios y gobiernos. Los empresarios deben ejercer un liderazgo que motive a los empleados de acuerdo a nuestra idiosincrasia. También exi-ge superar la mentalidad individualista para ser comunitarios, y lo lógico sería empezar por la empresa familiar, en la que el mexicano muestra sus primeros lazos de solidaridad. La empresa familiar tiene fuerzas y debilidades, pretender desfamiliarizarla es desconocer la realidad mexicana y sus fortalezas, por lo que considero, debe ser alentada.

Por parte de los gobiernos, no se puede aplicar el mismo modelo de desarrollo en aquellos países con una visión del hombre

nórdico: Chile (a quien le vienen bien las po-líticas de globalización y apertura de la eco-nomía), que al resto de los países o regiones de cada uno, (donde predominan el hombre tropical y el mediterráneo), zonas que exigen desarrollo de pequeñas industrias y empre-sas, fomento de la agricultura para dotar a las pequeñas comunidades de todo lo cien-tífico y tecnológico capaz de hacerlas auto-suficientes.

Por el carácter festivo, simbolista e inte-gracionista del mexicano, las oportunidades también son amplias, en el comercio o turis-mo por ejemplo; la empresa mexicana debe esforzarse por promocionar aquellos pro-ductos que favorezcan un nicho de mercado en donde pueda utilizarse esta característica como fortaleza competitiva, como las arte-sanías, agroindustria y sectores donde brille la «creatividad» empresarial. Lo anterior sin demerito de los avances tecnológicos y diver-sificados de la economía ya patentes.

Cultura e identidadLo más trascendente que la cultura aporta es una especie de identidad. Nuestro retrato es siempre una parcela de cultura, consecuencia personal del cultivo de nuestras facultades a través del diálogo con Dios, los seres humanos y la naturaleza. He aquí una paradoja muy conocida: para llegar a ser nosotros mismos y adquirir nuestro toque distintivo –nuestra identidad propia–, necesitamos a los otros. Encontrarse a sí mismo y hallar el lugar social propio son la misma cosa.

Cuanta más riqueza interior tienen las perso-nas y realidades con las que dialogamos, más verdadero, intenso, profundo y amplio es el diá-logo con ellas, y más se enriquece nuestra propia identidad. Eso explica el temor de ciertos defen-sores del espíritu comunitario, que desconfían de la sociedad occidental de hoy, en donde per-sonas individualistas viven en un medio social demasiado abierto, indistinto, abstracto, que no permite un diálogo enriquecedor.

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Por contra, en un verdadero diálogo per-sonal, al conocer a los otros aprendemos a conocernos a nosotros mismos. Los otros nos ayudan a ser mejores y a corregir nuestros defectos. Es también la amistad con otras personas la que nos empuja a estudiar, descu-brir nuevos mundos y construir una sociedad mejor. La tecnología por sí misma es incapaz de hacer todo esto.

Se puede temer, por el contrario, que ayude a desarrollar personalidades fuerte-mente individualistas, rígidas y seguras de sí mismas, puesto que al no poder comparar-se con otros seres humanos, serán incapa-ces de auto-examen: personalidades llenas de información pero vacías de formación y serán personalidades unidimensionales.

La calidad de vida se conquistaCada país se forma por medio de su gente: ciudadanos y ciudadanas que habitan un mis-mo Estado plural y diverso. Por eso podemos preguntarnos seriamente, ¿Cómo me gusta-ría que fuera mi país?, ¿se encuentra a mi al-cance hacer algo para recuperarlo y transfor-marlo y mejorar la convivencia social?

Para remontar los muchos nuevos retos que aquejan tanto a los países hispanoame-ricanos como a muchas otras naciones, se necesita aceptar que no sólo compete a los especialistas, sino a todos y cada uno de sus habitantes.

Se necesitan ciudadanos humanos, solida-rios y seguros, que participen y se sientan identificados con su patria, donde la calidad de vida no consista en consumir más, sino en compartir colectivamente mayores niveles de bienestar, convivencia y sociabilidad.

En muchos países hispanoamericanos las megalópolis se caracterizan por una excesiva y desordenada concentración poblacional y por espacios poco acogedores e inseguros. La realidad crece demasiado rápido y los planes de desarrollo, más que preventivos, apenas operan como correctivos.

Por otro lado, el rol que escenificaba cada ciudad, en muchos casos deja de ser válido porque la globalización implica competitivi-dad y exige que cada país, región, ciudad o municipio reencuentre su lugar en el nuevo panorama, que identifique sus vetas de opor-tunidad y enfrente las nuevas amenazas.

Pese a los problemas, la contribución activa de los ciudadanos y de una verdadera planifica-ción democrática, cada país hispanoamericano cuenta con un enorme potencial para superar las condiciones desfavorables. Todas poseen re-cursos naturales y humanos que las convierten en un complejo único de oportunidades.

Para reconvertir las ciudades es indispensa-ble sumar voluntades –administración, sector privado y ciudadanía organizada– para ha-cerlas incluyentes, con escenarios para todos los grupos sociales, y solidarias, porque la ca-lidad de vida no se da, se conquista y exige participación activa.

Sólo el uso racional de los recursos y la mo-vilización de todas las capacidades posibles contra la pobreza y exclusión social, logrará ese modelo de país al que aspiramos.

Bibliografía

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Valoresdelaculturaoccidental.LanecesidaddelaformaciónhumanistaRubén Elizondo SánchezCatedrático de Ética en la ECEE

En algún momento de nuestra existencia re-flexionamos sobre el sentido de la vida. Tal vez nos hemos preguntado ¿para qué estoy en este mundo?, ¿qué logros debo conseguir? O bien, ¿qué actitudes debo cambiar?, ¿cómo puedo mejorar como ser humano, como per-sona? Posiblemente hemos discutido si vale la pena la autenticidad de una vida sin hori-zontes y sin finalidad o, si aún con esos vacíos de sentido se puede ser feliz.

Estoy convencido que los lectores colabo-rarían con sus propias preguntas, pero no lo estoy de que todos descubran respuestas satisfactorias a sus dudas. En mi opinión, la relevancia de la respuesta debe ser propor-cionada a la naturaleza del problema. Si las preguntas que nos formulamos se refieren a los aspectos más humanos de la persona, la respuesta debe brotar de los saberes más humanos también.

De vuelta a los clásicosNo es extraño que las soluciones a esos cues-tionamientos se encuentren en las raíces de nuestra cultura occidental. Por eso, utilizo deliberadamente la expresión «back to ba-sics» para remarcar la importancia de recupe-rar los fundamentos o cimientos que dieron

origen a nuestra cultura y sobre los que des-cansa la civilización occidental.

Francisco de Quevedo y Villegas escribió estos versos en la torre en que estaba prisionero:

Retirado en la paz de estos desiertos con pocos pero doctos libros juntos vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos o enmiendan o fecundan mis asuntos; y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos.1

La imagen poética que nos regala Quevedo es, en cierto sentido, una especie de diálogo con la riqueza precedente repleta de con-tenidos humanos. Es una conversación con la sabiduría humana a través de los escritos pasados. Y también es un tesoro siempre ac-tual. En gran medida la formación humanista enmienda o fecunda nuestra vida. «Escuchar con los ojos a los muertos y conversar con los difuntos» es una lúcida referencia a la sa-piencia humana transmitida por las cumbres intelectuales del pensamiento griego, latino y cristiano.

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La riqueza del pasado occidentalEstoy convencido de la riqueza que las apor-taciones de la cultura grecolatina y cristiana han traído a la humanidad. De los griegos re-cibimos una imagen del hombre que piensa y crea. De los romanos, un perfil de hombre que ordena y sistematiza. El fundamento ético-político que orienta al bien, es común a ambas.

Ellas representan un legado invaluable y, porqué no decirlo, la clave para resolver las preguntas eternas que todos nos hacemos a lo largo de nuestra vida.

Sin embargo, durante los dos últimos siglos de nuestra civilización, la formación huma-nista ha quedado relegada y devaluada. El crecimiento insospechado de la tecnología parece haber desterrado de las aulas los sa-beres humanistas.

¿Pragmatismo vs humanismo?En este contexto de abandono, de anorexia humanista, es normal preguntarnos si acaso existen enemigos que, en su momento, des-terraron o relegaron al interior de la concien-cia las respuestas a las preguntas que todos concebimos.

En mi opinión, los principales enemigos de las humanidades son el pragmatismo académico y social reinante en buena parte de la civilización occidental. Quizá en México no estemos exen-tos de este problema. Los detractores esgrimen variados argumentos que, al parecer, coinciden en descartar definitivamente lo que califican como «añoranzas del pasado».

Menciono sólo dos ideas:

•«ahora se requieren soluciones prácticas»•«las decisiones se toman de acuerdo a las

ganancias»

Lo que más me sorprende es que, ante los desafíos del siglo XXI, sin duda alguna abun-dan las soluciones técnicas a los problemas. Sin embargo, es notoria la falta de ideas crea-

tivas que rodeen de humanidad las decisio-nes que implican a la persona.

No pongo en duda la eficacia de la técnica. Pero siempre, la formación integral es supe-rior a la especialización.

Es imposible marginarnos de la preocupa-ción por solucionar los problemas fundamen-tales del hombre. Posiblemente la pregunta básica sería: ¿cómo hacer que la formación en humanidades despierte auténtico interés?

Lucha por el hombreTambién existen argumentos a favor de la formación humanista. Suscribo algunas de las razones:

•«La única manera de hablar al hombre de hoy es hablar de lo humano»

•«De las humanidades se puede extraer mucha sabiduría»

•«De ellas se aprenden hábitos de trabajo, estudio, paciencia, curiosidad, capacidad de juicio, capacidad de expresión»

•«No solo muestran un camino que otros han seguido sino nos enseñan a andar»

•«Un emprendedor, director de empresa, etcétera, debe ser, ante todo, plenamente hombre y reflexionar sobre el sentido de la vida y las cuestiones primeras de las que dependen todas las demás»

Ahora más que nunca se necesita una sín-tesis de saberes humanos. Pero no tipo «ba-nana split» (una parte de chocolate, otra de plátano, un poco de helado, y cereza). Se re-quieren conocimientos humanos perennes, que nunca cambien.

Conocer el pasado es forjar el futuroLa filosofía y la teología gozan de un lugar central en la formación humanista. La lectura de clásicos enseña a vivir. La historia ilustra el mundo en que vivimos y nos explica el pre-sente.

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Valores como libertad, racionalidad, indi-vidualismo, solidaridad, sociabilidad, infor-man nuestro actuar y tienen un componen-te histórico indiscutible. En pocas palabras, el tejido de nuestra cultura occidental está forjado con los hilos maestros de Grecia, Roma y el Cristianismo. Vale la pena recu-perarlos.

Llevo 33 años en la cátedra universitaria y conozco lo que los alumnos quieren. También

aquello que los profesionistas demandan. Y puedo decir que hoy, más que nunca, desean tener una idea clara de quién es el hombre, su papel en el mundo, el sentido de la vida y de la cultura general.

1 D. Francisco de Quevedo y Villegas (1580 – 1645).

Tradujo de cinco o seis lenguas y en la suya escri-

bió como nadie ha podido volver a hacerlo.

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