Biografia de M L Andreasen, Virginia Duffie (94)

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Pág. 1 M. L. Andreasen Misionero Emanuel (ahora Universidad de Andrews) y en la Universidad de Michigan. Ella y su esposo, Bruno, el cual investigó de algunos de los últimos capítulos de este libro, pasó la mayor parte de sus años de trabajo como misionero en el extranjero. Publicado en 1979 por la Review and Herald Publishing Association, WashingtonVirginia Duffie Steinweg, la autora de este libro, fue una profesora de idiomas por profesión. Nació en Battle Creek, Michigan, fue educada en el Colegio, D.C. Reproducido con permiso. Todos los derechos reservados. M. L. Andreasen (1876-1962) es probablemente mejor conocido por las generaciones actuales de Adventistas debido a sus protestas contra los líderes de la iglesia durante los últimos años de su vida. Esto no sólo es desafortunado sino que altamente irónico, cuando uno considera sus largos años de activo y fiel servicio a la iglesia y su desaprobación a ese misma controversia pública que él mismo agitó en sus últimos años. Pero, grandemente perturbado por lo que él consideró ser falsas enseñanzas en el libro Los Adventistas del Séptimo Día Responden Preguntas Sobre Doctrina, cuando sus primeras protestas a los líderes de la iglesia no tuvieron los resultados que él esperaba, él escribió lo que se conoció como "Cartas a las Iglesias", en las cuales él fuerte y públicamente expresó su disentimiento. La controversia así generada resultó en el retiro temporal de sus credenciales. Infelizmente, aun cuando la ruptura entre él y los líderes fue reparada, las controversias diseminadas por sus acciones no sólo no desaparecieron con su muerte, sino que otros que tenían los mismos puntosa de vista le dieron una cada vez mayor circulación y expresión. Este libro, sin embargo, no se concentra en estos últimos seis años de su vida ni en controversias teológicas, sino que más bien en M. L. Andreasen, la persona, descubriendo su vida en un "estilo eminentemente fácil desde su niñez en Copenhagen, Dinamarca, a través

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M. L. Andreasen

Misionero Emanuel (ahora Universidad de Andrews) y en la Universidad de Michigan. Ella y su esposo, Bruno, el cual investigó de algunos de los últi-mos capítulos de este libro, pasó la mayor parte de sus años de trabajo como misionero en el extranjero.Publicado en 1979 por la Review and Herald Publishing Association, Was-hingtonVirginia Duffie Steinweg, la autora de este libro, fue una profesora de idiomas por profesión. Nació en Battle Creek, Michigan, fue educada en el Colegio, D.C. Reproducido con permiso. Todos los derechos reservados.

M. L. Andreasen (1876-1962) es probablemente mejor conocido por las generaciones actuales de Ad-ventistas debido a sus protestas contra los líderes de la iglesia durante los últimos años de su vida. Esto no sólo es desafortunado sino que altamente irónico, cuando uno considera sus largos años de activo y fiel servicio a la iglesia y su desaprobación a ese misma controversia pública que él mismo agitó en sus últimos años.

Pero, grandemente perturbado por lo que él consideró ser falsas enseñanzas en el libro Los Adventistas del Séptimo Día Responden Preguntas Sobre Doctrina, cuando sus primeras protestas a los líderes de la iglesia no tuvieron los resultados que él esperaba, él escribió lo que se conoció como "Cartas a las Igle-sias", en las cuales él fuerte y públicamente expresó su disentimiento. La controversia así generada re-sultó en el retiro temporal de sus credenciales. Infelizmente, aun cuando la ruptura entre él y los líderes fue reparada, las controversias diseminadas por sus acciones no sólo no desaparecieron con su muerte, sino que otros que tenían los mismos puntosa de vista le dieron una cada vez mayor circulación y ex-presión.

Este libro, sin embargo, no se concentra en estos últimos seis años de su vida ni en controversias teoló-gicas, sino que más bien en M. L. Andreasen, la persona, descubriendo su vida en un "estilo eminente-mente fácil desde su niñez en Copenhagen, Dinamarca, a través de sus años como pastor, evangelista, administrador, profesor de seminario, autor y decano de teólogos Adventistas en Norteamérica".Virginia Steinweg, la autora, ha entretejido hábilmente páginas de la propia autobiografía no concluida de Andreasen con los resultados de su propia investigación para traernos una visión multifacético del hombre, su vida, pensamiento, actitudes y relacionamientos.

Índice

Como Todo Comenzó ……………………………………………………………….. 02Dinamarca 1876-1891 ……………………………………………………………….. 03Canadá 1891-1894 ……………………………………………………………….. 09Las Dos Mayores Decisiones de su Vida 1894-1896 …….………………………….. 13Tomando la Tercera Decisión 1896-1897………….…………………………………. 18"En la Obra" 1898-1899 ………………………………………………………….. 21Battle Creek 1899-1900 ………………………………………………………….. 21Chicago 1900-1905 ………………………………………………………………… 26Brooklyn 1905-1910 ………………………………………………………………… 27

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La Familia ………………………………………………………………………. 33Visitando el Hogar de Ellen White ……………………………………………………. 35En Hutch 1910-1918 ………………………………………………………………… 38Un Último Tributo para la Mensajera del Señor …..…………………………….. 43Profesor del Union College 1918-1922; Washington 1922-1924 …………...……….. 44La Asociación de Minnesota 1924-1931 ….……………………………………….. 48Pastoreando el Rebaño ………………………………………………….……….…. 52Union College 1931-1938 ……………………………………………………….. 57El Presidente Andreasen ………….…………………………………………… 62Acreditación 1934-1938 ……..……………………………………………..….. 66Vísperas ………………….……………………………………………………..... 69Seminario 1938-1949 ……….…………………………………………………….. 71Secretario de Campo 1941-1950 ………………………………………………… 75Retiro 1950-1956 ……………………………………………………………… 80Nubes en el Horizonte …………….………………………………………………… 83Palabras Finales ……………………..………………………………………………. 93Poema: Obrero de Dios ………………………………………………………… 94

COMO TODO COMENZÓ

Estábamos sentados bajo nuestro árbol de guayaba en Lima, Perú, habiendo justamente terminado de cerrar las tapas de Sus Iniciales Eran F.D.N., una biografía de Francis D. Nichol, un ex-editor de la Re-view, cuando Bruno, mi esposo, dijo, "Me gustaría que pudiéramos hacer algo parecido por el hermano Andreasen".

Geográficamente, el remoto Perú era el lugar menos auspicioso como para abordar un asunto como ese. Además, nuestros contactos personales con M. L. Andreasen estaban limitados a haber pasado dos pe-riodos de 9 semanas en sus clases en el Seminario Teológico ASD en Washington, D.C., leyendo la mayor parte de los libros que él había escrito, y recibiendo una media docena de pequeñas cartas de él poco tiempo antes de su muerte. Sin embargo, una aspiración nació en ese día.

Cerca de dos semanas después de esa inspiración, yo estaba en los Estados Unidos visitando a un pa-riente del hermano Andreasen. De esa fuente obtuve los nombres y direcciones de algunos ex-estudian-tes y asociados de él. Con estas direcciones en la mano, crucé el continente a través de un bus Gre-yhound. Después de oír el propósito de mi visita, los amigos normalmente encontraban alguna máquina de escribir en la cual yo podía anotar sus reminiscencias.

Pero entonces, durante nueve años las observaciones permanecieron sin ser usadas. Mientras tanto, yo me había conseguido la autobiografía no terminada del hermano Andreasen, la cual fue de gran valor, debido a que le permitía hablar por sí mismo. Esto, con las entrevistas que habíamos tenido anterior-mente, y con las recolecciones y reflexiones de los parientes del hermano Andreasen, han sido nuestras fuentes de información. A partir de eso finalmente juntamos este libro.

Desde el comienzo, los últimos seis años de la vida del hermano Andreasen fueron un problema. Pare-cía que esa historia no podría ser incluida, pero tampoco podía ser omitida, de tal manera que es conta-da en este libro. Mi esposo se propuso investigar él mismo este periodo. Los líderes de la Conferencia General que visitaban Lima leyeron el resultado con interés. Uno comentó, "Eso es para la posteridad".

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A cada uno que ha contribuido tan voluntariosamente con este libro, va nuestra más profunda gratitud. Se han incluido citas o información de entrevistas personales con Gladys Andreasen (la segunda esposa de M. L.), Ida Axelson, Ruth Baldwin, Dr. y Sra. Oliver Beltz, R. R. Bietz, P. 0. Campbell, Andrew Christensen, O. J. Dahl, Carlos Dammen, Esther Yost Dick, Dr. y Sra. Everett Dick, D. C. Duffield, Anna Edwardson, Alice Fahrbach, R. R. Figuhr, Ida Gjording, James Hansen, P. G. Herwick, Lenore Hill, Glen Hilts, Peter James, Duane Johnson, H. M. Johnson, F. M. Larsen, Dr. y Sra. Thomas Little, Dr. y Sra. Carl Martinsen, W. G. C. Murdoch, Edward Nachreiner, N. C. Nelsen, J. N. Petersen, Sr. y Sra. R. P. Rowe, D. K. Shilling, Sr. y Sra. C. P. Sorensen, Myrtle Thompson, Merwin Thurber, H. M. Tippett, L. W. Welch, Thelma Wellman, y A. Werline. Cartas de Roger Altman, Iva Mae Lee, Donald Madison, y L. H. Olson también han sido incluidas.

Si se nos preguntase cuál fue la mayor contribución de M. L. Andreasen, responderíamos. El desafío de la última generación, presentada por primera vez en el Servicio del Santuario. Que esta historia pueda inspirar a cada lector a hacerse parte de la última demostración al mundo de lo que el evangelio puede hacer en y por la humanidad.

DINAMARCA 1876-1891

"Le presentamos a nuestros lectores a M. L. Andreasen a través de su autobiografía, algo publicado, pe-ro mucho que no ha sido publicado. Este material continua a lo largo de casi todo el libro y aparece en itálico. Las primeras páginas de este capítulo, que son el resultado de una pelea de un niño con una pri-ma mayor, no sólo nos familiarizará con nuestro asunto y nos dará alguna idea de su personalidad y de su estilo para escribir, sino que también nos proporcionará algunas ideas sobre su manera de pensar y los poderes de raciocinio de una mente que establecería un hito importante en la IASD.

A pesar del hecho de que Carlos y yo éramos primos, no nos dimos muy bien juntos. Antes de que estu-viésemos jugando una media hora, ya estábamos peleando. Él tenía un hábito abominable de fastidiar-me, y cuando no podía soportarlo más, yo volaba hacia él y comenzaba la pelea. Esto era lo que él realmente quería, porque él era mayor y más fuerte que yo, e invariablemente yo recibía una paliza. Yo trataba de no llorar, pero a veces no podía impedirlo, porque me golpeaba hasta que realmente me he-ría. Entonces me prometía a mí mismo que cuando creciera, las cosas se invertirían. Yo tenía 8 años en aquella época, y parecía que yo estaba condenado a pasar toda mi vida recibiendo diariamente una paliza. El futuro era oscuro. Carlos era simplemente demasiado grande y demasiado fuerte para mi. A medida que pasaba el tiempo me volví un poco más fuerte, pero para mi disgusto él también creció se volvió más fuerte. Yo no estaba consiguiendo nada.

Entonces sorpresiva e inesperadamente mi suerte cambió. ¡Carlos se enfermó! ¡Gloria! Si solo se mantuviera lo suficientemente enfermo como para que yo lo pudiera alcanzar, el sol brillaría nueva-mente. Hasta hoy no he sabido la naturaleza de su enfermedad, pero era algo así como tuberculosis. Yo no me preocupé con lo que era; lo único que me preocupaba era que durase tanto tiempo como fue-se necesario para que yo lo pudiera alcanzar. Todavía recibo algunas palizas, pero ya no son tan du-ras como antes. Él se estaba definitivamente debilitando. Yo estaba haciendo animadores progresos hacia mi blanco, y muy luego llegaría el día de la venganza. ¡Y qué día sería ese!

Las cosas se estaban dando satisfactoriamente para mí: Carlos se volvía cada día más débil. finalmen-te el doctor lo envió a la cama. Yo no tuve ninguna objeción para con esto, ya que así no recibiría nin-guna paliza más. Cuando Carlos se levantase, recibiría lo que merecía. Yo lo atacaría así que él salga de la cama. Sería arriesgado esperar mucho tiempo. Él podría recuperarse muy rápido. ¡Y qué derrota

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recibiría! Apenas conseguía esperar que él se recuperase. Él no había sido indulgente conmigo, y yo no lo sería con él.

Pero entonces mi suerte cambió. Sucedió algo muy desafortunado. Carlos no se recuperó. No se levan-tó. Él murió. ¡No podía suceder algo así! No había contado con eso, y eso echó a perder todos mis pla-nes. ¿Qué podía hacer ahora? Si solo hubiese podido darle una buena paliza antes, no lo habría senti-do tanto. Ahora estaba defraudado. Vivo o muerto, Carlos tuvo lo mejor de mí. Yo recibí palizas por nada, y yo lo sabía. Sentí el golpe profundamente.

El funeral fue efectuado en una pequeña capilla lateral que quedaba al lado de una de las antiguas iglesias estatales de Copenhagen, mi ciudad natal. El sacerdote había evidentemente atendido otro fu-neral importante, y vino con sus ropas oficiales. Yo estaba impresionado. Supuse que había hablado apropiadamente y reconfortando a los dolientes, pero era demasiado alto para mí, y tranquilamente dormité. Pero cuando él mencionó a Carlos como si ya estuviese en el cielo, desperté. Era evidente que él no conocía a Carlos como lo conocía, o entonces no habría dicho que Carlos se había ido al cielo. Carlos no se había ido al cielo; eso yo lo sabía. Si él realmente se hubiera ido a algún lugar, él se ha-bría ido al otro lugar. Yo conocía a Carlos, y yo sabía a dónde él pertenecía. El sacerdote no sabía na-da.

Un instante después el sacerdote aclaró su declaración, y dijo que era el espíritu de Carlos que se ha-bía ido a la casa de Dios. Esto me confundió pero también me intrigó. Que yo sepa, Carlos no tenía ningún espíritu. El sacerdote estaba errado nuevamente. Pero el clímax vino cuando él dijo que era muy posible que Carlos estuviese en el mismo lugar donde nosotros estábamos. ¿Cómo podía ser eso posible, si era su propio funeral? Pero si estaba presente y me estaba espiando, yo sabía lo que él iba a hacer: él me haría morisquetas. Y él tendría la ventaja de poder verme, y yo no podía verlo a él. Eso no era justo. Pero, entonces, Carlos nunca había sido justo. Él debió haber recibido una buena paliza antes de morir.

Pero yo no me iba a frustrar porque no podía ver a Carlos. Yo podía hacer morisquetas tan bien como él. Desde luego, yo no sabía dónde él estaba sentado, pero si yo hacía morisquetas para todos los la-dos, eso me daría la seguridad de que él me había visto. Y comencé a hacer eso.

Infelizmente, mi mamá no había seguido mis pensamientos, y por lo tanto no apreció lo que yo estaba haciendo. Yo había apenas cubierto la mitad de la sala cuando ella me descubrió. Horrorizada, ella me dio un pellizcón que fue más fuerte que lo que debiera haber sido. Las mamás no siempre entienden las cosas. Se me debiera haber permitido terminar mi ronda.

No teniendo nada en particular que hacer ahora, mi mente se volvió a las cosas que yo había aprendi-do del cielo las pocas veces que había asistido a la escuela dominical. No me había impresionado fa-vorablemente con lo que había escuchado, y yo sabía que Carlos sentía de la misma manera. El cielo parecía ser un hogar de gente de mucha edad, donde no habían niños que fuesen saludados con entu-siasmo. Estos eran muy ruidosos, y eran muy inquietos si las reuniones duraban mucho tiempo. Mu-chas personas de edad habían estado ahí miles de años, y hace ya mucho tiempo habían contado histo-rias y reminiscencias, y ahora no tenían nada más que hacer que descansar. Era para eso que habían venido, y era eso lo que estaban haciendo. Ellos se sentarían debajo de su vida y de su higuera, y en-tonces irían a la iglesia, y después de eso irían a su casa y se sentaría nuevamente.

Yo no estaba interesado en sentarme y permanecer quieto, y tampoco Carlos. Yo quería estar donde las cosas estaban sucediendo, y en el cielo no pasa nada. Dudo que siquiera hubiese una única pelota

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ahí. Era probable que fuese siempre domingo, y nadie puede jugar a la pelota en domingo. Por lo tan-to, el cielo no me llamaba la atención como para que fuese un lugar deseable para los niños. Para las personas de edad estaba muy bien. Ellos habían vivido sus vidas y estaban cansados. Yo esperaba no morir joven y tener que irme al cielo. Eso sería una calamidad.

¿Pero qué estaría sucediendo con Carlos? Él estaba ahora en el cielo de acuerdo con el sacerdote, y no había nada que él pudiera hacer. Él no podía elegir nada. Cuando su funeral terminara, yo saldría para jugar a la pelota. Pero Carlos tendría que volver al cielo y tendría que sentarse con las personas de edad. Pensándolo mejor, decidí que eso era muy bueno para él. Se ajustaba al castigo que tenía que recibir. Por más que me arrepintiera de no haber tenido tiempo para darle la última paliza antes que muriera, su exilio al cielo era muy satisfactorio para mí. De hecho, al considerar la cosa más tarde, yo creo que fue un mejoramiento de mi plan. Yo estaba contento con permitir que las cosas descansaran. La vida era buena nuevamente.1

El joven Lauritz había comenzado el hábito de pensar bien las cosas, lo cual lo habilitaría para transfor-marse en un educador, el cual enseñaría durante todo su camino, desde el kindergarten hasta el Semina-rio Teológico Adventista del Séptimo Día, y escribiera quince libros sobre asuntos doctrinales y devo-cionales.

Él no haría cosas espectaculares durante sus casi 86 años de vida, pero la manera única en que él las hi-zo, eso permaneció. Los que lo observaron eran constantemente estimulados debido a su manera de aproximarse a los problemas, sus profundas perspicacias con los por qués, y su incansable sinceridad para pasárselas a otros, especialmente personas jóvenes, lo que él había descubierto.

Milian Lauritz Andreasen (An-dree-uh-sen) nació en 1876, en Copenhagen, Dinamarca. Sus padres eran ocupados sastres que le servían a la realeza. Tenían muy poco tiempo para cuidar a sus hijos, sien-do que casi todos ellos murieron o en la infancia o en la niñez. Una hermana llegó a la edad de 10 años, sólo para que su apéndice se rompiera, una calamidad para la cual no había remedio en aquellos días. Lauritz, el nombre que le pusieron sus padres, vio como ella sufría y finalmente la vio morir lentamen-te, mientras nada se podía hacer. Él tenía un medio hermano, Carl, con ocho años más de edad que él mismo, el cual eventualmente huyó al mar. Carl se contactó con la familia algunos años más tarde, y nuevamente al término de su vida, cuando fue cariñosamente cuidado por su sobrina.

La madre de Lauritz era una mujer de un carácter fijo y determinado. Su padre, nacido en Noruega, era más retirado. Sin embargo él favoreció a Lauritz por sobre los demás niños y no quería ver que lo casti-garan. Él no tuvo los mismos miramientos si tenían que castigar a Carl.

Ocasionalmente los niños le pedía a su padre que les contara algunas historias de su niñez en Noruega. Lauritz cuenta:

Cuando niño yo estaba grandemente interesado en escuchar a papá contarnos cosas de cuando él era joven, y de las cambiantes condiciones de vida que sobrevino con la invención de la máquina de cocer. Lo que más me interesaba, sin embargo, era la historia de la lámpara a parafina.

Desde los tiempos inmemoriales las personas usaron velas para la iluminación, o un pequeño recipien-te aceite con una mecha. Las personas pobres, sin embargo, no se podían permitir comprar ninguna de estas cosas, sino que hacían sus propias velas de los materiales que ellos poseían. Muchos ni siquiera podían hacerse esas velas. Ellos usaban astillas de madera de ciertos árboles, las impregnaban con trementina (resina que despide el pinto). Con un manejo cuidadoso esto podía durar por algunos mo-

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mentos. Las personas que vivían donde había madera tenían hogueras que proveían algo de luz. Pero las personas pobres como mis abuelos, que vivían en ciudades o en regiones donde no había leña, solo tenían astillas.

El trabajo de mi padre consistía en mantener estas astillas ardiendo, reemplazando las quemadas por otras nuevas, de tal manera que mi abuelo pudiera hacer su trabajo. Era, desde luego, no muy a menu-do que el trabajo que requería esto fuese hecho en la noche, pero sucedía de vez en cuando, y entonces mi padre tenía que trabajar arduamente para conseguir que hubiera una luz continua.

Entonces vino la lámpara a parafina ( kerosén). Para mi papá ese fue el mayor de todos los inventos, con la posible excepción de los fósforos. La lámpara daba una luz débil, pero liberó a un pequeño niño de una intolerable esclavitud. La vida comenzó a ser digna de ser vivida. La lámpara a parafina lo lo-gró.2

En el hogar de Andreasen en Copenhagen siempre había un pote con café en la estufa, y generalmente algún tipo de sopa de frutas. La madre pasaba tan ocupada con la hechura de vestidos, que los miem-bros de la familia tenían que servirse ellos mismos si es que querían comer algo. Esta casualidad proba-blemente ayudó a explicar la alta moralidad de la familia.

Lauritz entendió temprano que no era destacado en apariencia, pero aprendió a hacer lo mejor con lo que tenía:

Recuerdo bien una conversación en la cual yo era el sujeto cuando aun era un niño. Algunas de las amigas de mamá me estaban analizando. Se suponía que yo no estaba escuchando ni entendiendo. con-fieso que la conversación no fue muy halagüeña para mi, aun cuando fue hecha en buenos términos. Después que esos amigos me analizaron por algún tiempo apuntando mis fallas físicas y otras más, una de las mujeres dijo, "¿Han observado sus orejas? No están mal". Durante semanas yo escuché esa observación y me lavaba cuidadosamente mis orejas todas las mañanas. Había algo de lo cual me enorgullecía, no mucho, es verdad, pero lo suficiente. Yo no era una completa y total pérdida. Mis ore-jas estaban bien.3

Con las orejas limpias o no, Lauritz era un niño, tal como lo demostró la historia del funeral de Carlos.

El hogar de Andreasen estaba frente a un canal, el cual distaba apenas una cuadra. Durante el invierno servía perfectamente para el skate. Cuando era el tiempo en que Lauritz volviese a casa, su madre ponía una bandera blanca en la ventana. Pero el skate de madera de Lauritz se deslizaba tan suavemente que el niño de mejillas coloradas se demoraba un buen tiempo en ver la bandera y decidiese volver a casa.

A medida que Lauritz desarrollaba sus habilidades físicas, también desarrolló sus poderes para pensar.

Yo me eduqué en la iglesia estatal, y asistía a la escuela públicas, en la cual, además de las cosas nor-males que se enseñaban, era dada una instrucción en religión. Fui en busca de una instrucción religio-sa adicional y busqué al sacerdote, estudié el catecismo, y fui debidamente confirmado un cierto do-mingo a la edad de 14 años. Aparecí en la oficina del sacerdote el siguiente lunes, y le entregué el di-nero que mis padres habían reunido en la comunidad, tal como ellos me lo habían indicado, y recibí de vuelta un certificado de confirmación como prueba necesaria de que había pasado satisfactoriamente la prueba. Ahora era un cristiano novato de acuerdo con la costumbre de la época, y mi nombre fue inscrito como siendo uno de los que había pactado públicamente abandonar al diablo y todos sus ca-

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minos. La confirmación (la primera comunión) fue la línea divisoria entre los días de escuela y las rea-lidades más severas de la vida. Fue una ocasión importante.

Tuvimos una gran celebración en mi hogar aquella noche, tal como era la costumbre. No creo que ha-ya sido una celebración cristiana. No pocos tuvieron que ser llevados a sus lugares de habitación cuando todo terminó. ¡Pero yo era un cristiano! ¿No había prometido yo y todos mis compañeros de clase que habíamos sido confirmados a abandonar el diablo y todos sus caminos? ¿Y no teníamos nuestros certificados?

Pero yo tenía mis dudas.¿Era yo realmente un cristiano, un hijo de Dios? Yo tenía dudas conmigo mis-mo, pero el estado y la iglesia evidentemente no tenían ninguna; ¿y quién era yo para dudar de su sa-biduría? El sacerdote era un buen hombre, y él me había confirmado y me había dado un certificado confirmando ese hecho. ¡Probablemente yo era un cristiano sin saber cómo había llegado a serlo!

Me acorde de una experiencia de algunos años antes, que también me había confundido. Algunos pa-rientes quisieron hacer con que mis padres, y otros, fuesen padrinos de una pequeña niñita que tenía que ser bautizada, y ellos querían que yo también fuese. Mi mamá me explicó la responsabilidad que significaba ser padrino, lo cual significó muy poco para mí. Yo estaba más interesado en la celebra-ción que seguiría al bautismo. Pero cuando llegó el día, yo fui a la iglesia con los padrinos, y fue muy interesante en los procedimientos.

Nunca me olvidaré de mi asombro cuando nos reunimos alrededor del baptisterio en la pequeña igle-sia, y el sacerdote, después de haber hecho algunas observaciones preliminares, se volvió hacia la pe-queña bebé, que tenía menos de dos semanas de edad, y le preguntó, "¿abandonarás al diablo y todos sus caminos?" etc. Él la miró como si estuviese esperando una respuesta, y con la boca abierta yo es-peraba lo que la bebé iba a hacer. ¿Sería realizado un milagro y la bebé iría a responder? No hubo ninguna respuesta. El suspenso fue terrible. Alguien quiso hacer algo. Finalmente alguien hizo algo. Yo supongo que fue el padre el que respondió por la niña, pero en la excitación del momento yo tam-bién exclamé, "Si quiero". Esto evidentemente fue un error, como lo comprendí muy rápidamente al sentir un tirón. Pero había cumplido mi deber. No había entendido lo que estaba sucediendo, pero algo le había sucedido aparentemente a la niña. Ahora era una niña de Dios.

Tal vez algo similar había sucedido en mi confirmación. Yo era un cristiano novato, pero yo no sabía cómo había sucedido. Nunca antes de mi confirmación había actuado como cristiano, y yo no era aho-ra diferente de lo que lo había sido antes. Y sin embargo era un cristiano. Todo el asunto no tenía nin-gún sentido para mí; pero entonces, tal vez se suponía que los niños no tenían que entenderlo. Sería mejor aceptar la situación sin hacer muchas preguntas. Tal vez lo pensase mejor y más cuidadosamen-te, encontraría que después de todo sí era un cristiano. Me había unido al departamento de jóvenes de la YMCA a la edad de 12 años, debido principalmente a que otros niños de mi edad lo habían hecho. Teníamos privilegios en el gimnasio, habían buenas mesas de pool, la cerveza era servida con las co-midas, y se permitía fumar. Teníamos un buen lugar de reuniones donde no estábamos bajo una super-visión tan estricta, y las reuniones de nuestro club eran ocasiones interesantes. Yo no podía testimo-niar que esto me había ayudado en mi experiencia cristiana, pero de alguna manera yo me había vuel-to ahora un cristiano, y al tratar de entender cómo eso había sucedido, pensé que tal vez cada cosa pe-queña importaba. Todo el asunto era un misterio para mi.4

Lauritz recordó una persona para la cual el cristianismo tuvo algún significado.

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Uno de los primeros recuerdos de la niñez es de haber visitado mi abuela, la cual entonces andaba por los setenta. Su marido había muerto muchos años antes, y ella estaba viviendo sola en un pequeño ho-gar en el país. Pasé muchos veranos deliciosos pasando vacaciones en su hogar, y me apegué mucho a ella.

Recuerdo especialmente las tardes cuando nos sentábamos al lado de la chimenea antes de irnos a dormir. Cuando las tardes eran frías, generalmente había un fuego ardiendo. Aun cuando ella no era completamente religiosa, ella leía de su Biblia o de algún libro religioso, y cantaba algún himno. Ella tenía un himno que ella incluía en sus devocionales más que cualquier otro. Era cantado en una llave menor y tenía una fascinación peculiar para mí. Yo disfrutaba tanto de las palabras como de la melo-día. Yo he olvidado la mayor parte de la letra, pero no la melodía, y a veces me encuentro tarareándo-lo. Pero las palabras del coro no las he olvidado. Literalmente traducido, ellas serían:

"Oh Tú, mi amoroso y precioso Redentor, ¿no vienes pronto, no vienes pronto?"

Esto puede sonar torpe una vez traducido, pero no era torpe cuando ella lo cantaba. Aun puedo ver la frágil mujer, que no tenía muchos días más de vida en esta tierra, sentada con sus ojos cerrados, can-tando suavemente. La vida le había traído muchas penas, y ella deseaba ser liberada. Para ella el can-to debe haber sido la oración de su corazón, porque ella cantaba como si estuviese viendo a su Maes-tro. A mí me parecía que ella estaba conversando con Dios. Tal vez lo estaba.5

Una parte de la experiencia en la niñez de Lauritz le dio un trasfondo de conocimiento bíblico.

Cuando era niño canté en un gran coro de niños de una de las iglesias estatales en mi país natal, Di-namarca. La estructura era de apariencia imponente, construida en el estilo Gótico de las iglesias me-dievales. El gran coro estaba en la parte trasera de la iglesia, bien alto encima de la congregación, ca-si fuera de la vista de ésta. Pero nosotros, los niños, no estábamos fuera de vista o de escuchar cuando el ministro subía la escalera que conducía al púlpito, la cual se sujetaba a uno de los macizos pilares unos tres metros sobre las personas, cerca de la mitad de la iglesia. Aquí el ministro expondría las Es-crituras largamente, y en el transcurso de unos pocos años nosotros, los niños, ganamos un más o me-nos claro concepto del contenido de la Biblia. En muchas ocasiones se nos permitía salir, así que ter-minaba el himno preliminar y el sermón recién comenzaba, y oh, cuán quietamente bajábamos de pun-tillas la larga y estrecha escalera hasta el piso. Pero teníamos que volver a tiempo para el himno final. Para asegurarnos nuestra vuelta a tiempo, uno de los niños que estaba familiarizado con la rutina y que podía reconocer la "primera", la "segunda", y la "tercera" parte del sermón, era dejado como un espía para que nos notificara, de tal manera que pudiéramos volver a nuestros lugares a tiempo, cuan-do la "última" parte del sermón era expuesta.

También muy a menudo yo era el escogido para quedarme de espía. Aun cuando eso era considerada una posición de confianza, y así poseía un cierto honor ligado a ella, no equiparaba la pérdida que yo sufría al no poder salir juntamente con el resto de los niños, haciendo proezas durante la hora o un po-co más que duraba el sermón. A modo de venganza, ocasionalmente yo llamaba a los niños antes de tiempo para que volvieran antes de lo estrictamente necesario. Pero la mayor parte de las veces yo les daba el beneficio de mi experiencia juzgando correctamente la duración de los sermones, y así ellos escapaban de tener que escuchar mucho tiempo aquello que algunos de ellos no entendían y donde muy pocos estaban interesados.

Durante aquellos años gané un considerable conocimiento general de la Biblia, lo cual me dejó en una buena posición para más tarde. No que yo haya tenido alguna fe especial en la inspiración de las Es-

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crituras, ya que aquellos serían los días de Ingersoll, y la infidelidad era especialmente atrayente para las mentes jóvenes, pero obtuve una idea de los contenidos de la Biblia, de tal manera que podía ha-blar en una forma razonablemente inteligente acerca de ella con otros.6

La muerte de mi primo Carlos puede muy bien haber sido ocasionada por la tuberculosis, porque no muchos meses después, su madre también sucumbió. Su muerte aumentó los problemas de Lauritz a respecto de una madre que casi nunca la había visto. El gran pasatiempo de la familia era el juego de cartas. Cuando el padre de Carlos perdió a su esposa, Lauritz fue presionado para que trabajara.

Jugar a las cartas no le interesaba a Lauritz. Además, el alcohol y otras inmoralidades acompañaban las diversiones en las tardes. Además, él era inexperiente y jugaba muy mal. El resultado de todo esto fue un fuerte desagrado por parte del tío. De tal manera que cada vez que Lauritz tenía que jugar cartas, él se frustraba tanto que prometía que huiría del hogar. Pero entonces reflexionaba pensando que no tenía ningún lugar a donde huir, que no tenía habilidades para vender, y que por lo tanto iba a desear muy luego estar de vuelta en su hogar.

Finalmente, una tarde se aventuró a hablarle a sus padres acerca de toda esa situación. Con desilusión ellos entendieron que su hogar no era un lugar para tener a un joven. ¿Pero qué podían hacer? Algunas semanas más tarde le dijeron a su hijo, que estaba con la boca abierta, que habían decidido que la única cosa que se podía hacer era ir a Canadá, y ahí tener un nuevo comienzo. Por lo tanto, a pesar de las pro-testas de amigos y parientes, ellos fueron a Canadá, primero la mamá, para echarle un vistazo a la situa-ción, y después el padre y el hijo.

1 M. L. Andreasen, "El Funeral de Carlos" (manuscrito no publicado).2 M. L. Andreasen, "Nuestro Día en la Profecía, Signs of the Times, 4 de Marzo de 1952. Adaptado.3 M. L. Andreasen, “Una Fe Para Vivir Por Ella” (Takoma Park, Washington, D.C.: Review and Herald Publishing Association, 1943), página 160.4 Ibíd., páginas 55-57.5 M. L. Andreasen, "¿No vienes Tú pronto?" Signs of the Times, 1 de Enero de 1952. Adaptado.6 M. L. Andreasen, “Una Fe Para Vivir Por Ella”, páginas 31-32.

CANADA 1891-1894

Después de un largo viaje por mar y otro en tren, Lauritz y su padre llegaron a Winnipeg, Canadá, don-de su madre había encontrado trabajo como una experta modista, y donde el Sr. Andreasen podía traba-jar como sastre. Lauritz asistía a la escuela pública.

Lauritz tuvo un excelente desempeño en gimnasia. En invierno él atraía a grupos de admiradores para verlo girar y hacer divertidas piruetas en el hielo. En el verano él se revelaba en la natación. Su entu-siasmo para bucear en aguas desconocidas lo llevó a tener problemas varias veces. Una vez él buceó muy hondo y se rompió el tímpano, lo cual lo afectó su oído para el resto de su vida. Cuando le decían "Un vaso de vidrio" él entendería "Un matamoscas".1 En otra oportunidad él se zambulló en poca agua, lo cual podría haber sido fatal. En esta ocasión él se lastimó la espalda. Él aprendió a sobrellevar su re-sultante rigidez al cuello de una manera tal que aumentó su dignidad. Por eso es que no creció más de 1,70 m y fue "joven durante mucho, mucho tiempo", lo cual se convirtió en una ventaja.

Fue en Winnipeg que Lauritz se volvió hombre.

1 Nota del Traductor: Un juego de palabras en inglés.

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Me acuerdo del primer pantalón largo que tuve. ¡Cuán orgulloso me sentía! Ahora yo era realmente un hombre. Tenía 16 años. Me los puse en la mejor época, lo cual en aquel tiempo incluía un cuello tieso levantado y una corbata. Era un domingo en la tarde, cuando todos los jóvenes desfilaban alrede-dor del pueblo y a lo largo de la vía pública principal para ser admirados por el sexo opuesto.

Winnipeg era un pueblo comparativamente pequeño en aquellos días, aun cuando pretendía tener un aire metropolitano. Aun cuando los años han pasado, para mí todo este evento está muy claro en mi mente. A medida que andaba por la calle principal, pensé que era el motivo de muchos comentarios fa-vorables y de sonrisas, y yo sonreía de vuelta de la mejor manera posible. Yo estaba definitivamente complacido conmigo mismo.

Entonces me golpeó un horrible pensamiento. ¿Las jóvenes mujeres que acababan de pasar me habían sonreído o se habían reído de mí? ¿Había algo en mi apariencia que las divertía? Viré la esquina, y ahí en una de las vitrinas había un espejo, el cual me reveló cómo era que yo estaba. Ellas se habían reído y no me habían sonreído placenteramente. Descubrí que mi corbata, en la cual yo había gastado tanto tiempo para estar seguro de que el nudo estuviera bien hecho, se había subido por sobre mi alto y tieso cuello, ¡un imperdonable error de un sastre en aquellos días! Volví rápidamente a mi casa por las calles menos conocidas.1

Aun cuando la mente inquiridora de Lauritz estaba siempre trabajando, él no hizo mucho progreso en su pensamiento religioso. Él nos cuenta:

En Winnipeg prevalecían condiciones religiosas completamente diferentes que en Dinamarca y recibí otro choque religioso. En aquel tiempo yo había decidido que la religión no era para que las personas jóvenes la entendieran, que lo mejor que podían hacer era aceptar lo que decían los mayores, sin pre-guntar nada. Yo era un cristiano, y yo había sido confirmado, y ese era el fin de toda la controversia.

Pero en Winnipeg me vi súbitamente confrontado con diversas denominaciones, siendo que ninguna de ellas, tenían ninguna utilidad para las demás, sino que cada una pensaba que la otra era hereje. Esto era nuevo para mí. Yo había conocido sólo una iglesia Luterana, y ahora descubrí que por lo menos había una docena de ellas. No era apenas una cuestión de ser Luterano. La pregunta más importante era: ¿Qué tipo de Luterano? La iglesia a la cual yo asistía a veces, permitía que los laicos predicaran, y ellos tenían reuniones de testimonio. En la opinión de algunos, nada podría ser peor.

Yo había pensado que mis dificultades religiosas habían terminado. Pero ahora veía que eso no era verdad. Cualquiera que fuese la denominación a la cual decidiese juntarme, alguien estaría seguro de advertirme de que yo estaba cometiendo un serio error. Me asombraba cómo un joven, y aun un mero laico, podría decidir por la iglesia verdadera, cuando los eruditos diferían.

En este tiempo me familiaricé con algunos Bautistas. Cuando casualmente le mencioné esto a mi sacerdote consultor, él se quedó visiblemente horrorizado. Malas como eran algunas de las ramas de su propia iglesia, su error no era nada comparado con la herejía de los Bautistas. Toda su religión, me aseguró él, se centraba en la cantidad de agua usada en el bautismo. Ellos creían que mucha agua les garantizaba la salvación en el bautismo, mientras que un mero asperjar tendría poco valor. ¿Qué bue-nos propósitos podría tener esa "religión del agua"? era la mayor de todas las herejías.

Aquello cerró ese camino para mí. Los Bautistas no lo harían. Ellos creían demasiado en el agua. Y sin embargo, a medida que escuchaba su punto de vista, me parecieron que estaban en lo correcto. Pe-

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ro, entonces, probablemente estaban errados. El sacerdote tenía mucho más educación que el ministro Bautista. Sería mejor que tuviera cuidado.

Entonces estaban los Metodistas. Ellos parecían haber resuelto la cuestión del bautismo. En esa igle-sia una persona podía ser asperjada con un poco de agua o bautizada en mucha agua. Esa era una so-lución muy feliz.

¡Pero, no! Mi consejero no vio mucha luz en unirse a una denominación que no tenía fuertes convic-ciones sobre un asunto bíblico tan importante como ese y que sentía que un método de bautismo era tan bueno como otro. Y, de cualquier manera, habían muchas clases de Metodistas, ¿y a cuál de ellas me uniría yo? Yo estaba en un dilema. No sabía qué camino tomar. Finalmente decidí que lo mejor era dejar la religión a un lado, y mantenerme alejado de todas las iglesias. Y eso fue lo que hice. 2

En Winnipeg, las condiciones en la familia Andreasen fueron, al principio, muchos mejores que las que habían tenido en Copenhagen. Gradualmente, sin embargo, las antiguas tardes de diversión volvieron. Esto, y el hecho que el gran Oeste atraía a Lauritz, lo cual lo llevó a una decisión, y un día de verano él simplemente comenzó a caminar hacia el Oeste. Trabajó en cualquier tipo de campo que encontró. El mes de Diciembre lo encontró en el pequeño pueblo de Gretna, cerca de la frontera con Estados Uni-dos, donde encontró trabajo junto a un sastre.

Teniendo mucho tiempo libre, leí mucho, especialmente literatura atea. Me encantaba cuando en-contraba algo que podía ser usado para confundir o perturbar la fe primitiva de algunas de las buenas personas de la vecindad. Entre ellos había un joven ministro en el cual yo estaba particularmente inte-resado. Yo creía que él era honesto y sincero. Él era una persona rigurosa en cuanto a que las Escritu-ras no tenían errores.

Me acuerdo muy bien cuando por primera vez observé en la Biblia que Dios no sólo alimentó a los Is-raelitas con maná durante los cuarenta años que estuvieron en el desierto, sino que preservó sus ropas y sus zapatos de tal manera que no se gastaron. La lectura es esta:

“Durante 40 años os ha traído por el desierto. Vuestros vestidos no se gastaron sobre vosotros, ni vuestras sandalias se envejecieron en vuestros pies”.2

Eso, desde luego, tuvo que ser necesario, porque no hubo ninguna oportunidad, durante los cuarenta años, para que Israel pudiese restaurar sus vestuarios. Pero yo no había escuchado nunca esto antes, y me pareció una excelente oportunidad para molestar a mi joven ministro amigo.

No me llevó mucho tiempo hasta que pude llegar a su residencia. Conduje la conversación alrededor de la Biblia, lo cual siempre era algo que a él le gustaba. Entonces le dije mi nuevo "descubrimiento" y le pregunté si acaso él creía en eso. Él se sorprendió un poco, porque nunca lo había leído antes.

"¿Dice eso en la Biblia?" dijo él.

Entonces leímos la declaración.

"Bien", dijo, "no se nada a respecto de cómo esto fue hecho, pero cualquier cosa que la Biblia diga, yo la creo”.

2 Deuteronomio 29:5.

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"Usted realmente cree que ni siquiera los zapatos ni las ropas de los Israelitas se gastaron durante cuarenta años?" le pregunté, para estar seguro que tenía una declaración no calificada por parte de él.

"Si, yo creo todo lo que está en la Biblia", me respondió. "No puedo entenderlo todo, pero lo creo".

Entonces vino mi argumento coronador. Yo había concebido una brillante idea, y así se lo hice ver.

"¿Usted quiere hacerme creer que sus ropas no se gastaron durante cuarenta años? ¿Qué le suceden a las ropas de un bebé recién nacido? ¿Yo supongo que a medida que él va creciendo, y sus ropas no se desgastan, entonces las ropas tienen que crecer juntamente con el bebé? ¿Usted no me está realmente diciendo que las ropas crecieron juntamente con el bebé? Dígame, ¿usted cree en eso?"

"Yo creo que si", me respondió débilmente, mientras su fe disminuía un poco.

Yo me fui muy contento. Había ganado una gran victoria. Había demostrado la falacia de la incuestio-nable fe en la Biblia. Yo era un héroe.

Entonces, cuando comencé a pensar, un extraño sentimiento de hundimiento comenzó a apoderase sú-bitamente de mi. Me acordé de cómo había sido en hogares que yo conocía. Cuando los niños más cre-cidos tenían que dejar sus ropas (porque les quedaban chicas), los más pequeños las heredaban. ¿No habrían seguido los Israelitas la misma costumbre? En vez de que las ropas crecieran juntamente con el niño, ¿no serían estas simplemente pasadas a los más pequeños? Mi "ingenio" que yo había admira-do tanto, no parecía ser tan ingenioso ahora. ¿Había simplemente demostrado cuán tonto era? Apa-rentemente.

Ya no estaba tan feliz como cuando comencé. Pero había aprendido una lección, una muy efectiva, la cual no iría a olvidar. ¡Y la solución para este problema en particular era tan ridículamente simple! Tal vez en el futuro, no debía estar tan seguro de mi ingeniosidad; tal vez fuese mejor pensar un poco antes de hablar. 3

La razón por la cual M. L., como lo vamos a llamar de aquí en adelante, tuvo tanto tiempo libre para leer, fue que su trabajo no era del todo pesado. El "sastre" que aceptó sus servicios, a pesar de que M. L. era apenas el hijo de un sastre y que realmente no conocía bien el negocio, tal vez sólo quería que él cortase metros y más metros de seda y los pusiese en el forro de voluminosos abrigos de búfalo. Enton-ces sus dueños tomaban un tren para cruzar la frontera hacia el pueblo de Neche, y ahí vendían la seda.

Eventualmente el "sastre" y otros dos hombres comenzaron un negocio realmente de contrabando. La parte de M. L. era la de guiar un conjunto de caballos que tiraban un trineo lleno de mercadería hasta un camino que quedaba exactamente en la frontera. En un tiempo ya predeterminado, a menudo a me-dia noche, los hombres del otro lado recibirían la carga y le darían la correcta cantidad de dinero. M. L. se mantuvo a este lado de la línea, y los hombres se mantuvieron a su lado, de tal manera que podían jurar que nunca habían atravesado la línea.

Una semana, sin embargo, los hombres al otro lado de la línea le entregaron menos dinero en su pagos, y muy luego dejaron de colocar pedidos de cualquier clase. A M. L. se le asignó la tarea de ver lo que se podía hacer. Él nos cuenta lo que sucedió:

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Yo fui a Neche y entré en un salón, porque creía que sería el mejor lugar para conseguir la informa-ción que yo quería.

En poco tiempo un hombre se me acercó e inició una conversación conmigo. Evidentemente yo era un extraño en el pueblo, él presumió, porque nunca me había visto antes. ¿Y qué es lo que me podría ha-ber llevado hasta allí? Yo le conté todo lo que sabía y cuán tramposos habían sido los hombres con los cuales habíamos negociado, y cómo nos habían defraudado. Le conté todo acerca de nuestro contra-bando, sin tener una idea clara de que era un negocio ilícito. Él pareció estar interesado, y yo le conté todo. ¿Cuáles eran los nombres de los hombres que yo estaba buscando? Yo le di los nombres que ellos nos habían dado, pero que sospechábamos que no eran los verdaderos.

Cuando le dije que uno de ellos cojeaba un poco de la pierna derecha, él estaba seguro que lo conocía. Entonces él me habló libremente y me dio una clase acerca del contrabando. Me dijo que yo era evi-dentemente un "novato" y no un criminal, pero que me aconsejaba para que saliese inmediatamente del pueblo, porque él iría a buscar a los culpables, y naturalmente yo sería agarrado junto con ellos. Tuve miedo cuando descubrí lo que había hecho y de la seriedad de ello. Volví a Gretna tan rápido co-mo pude, reuní algunas de mis pertenencias, y esa misma noche partí en el tren hacia el Sur.4

M. L. Andreasen iba a comenzar sus casi 70 años de residencia en los Estados Unidos.

1 M. L. Andreasen, “Una Fe Por la Cual Vivir”, páginas 166-167.2 Ibíd., páginas 58-59.3 Ibíd. páginas 32-34.4 Andreasen, manuscrito autobiográfico.

LAS DOS MAYORES DECISIONES DE SU VIDA 1894-1896

Bajando de Canadá, M. L. gradualmente trabajó en Omaha, Nebraska. No encontrando ningún trabajo ahí, él cruzó el río hacia Council Bluffs, Iowa, donde él encontró rápidamente un empleo. Muy luego estaba trabajando para dos sastres, y muy luego aprendió el negocio. Los bolsillos en las vestiduras le fascinaban, y en muy poco tiempo él estaba haciendo ropas en un tiempo record. Él estaba especial-mente orgulloso de los ojales para los botones que él hacía a mano, desde luego.

Fue en Council Bluffs que M. L. tomó sus dos más grandes decisiones: quien sería el Señor de su vida, y quién sería la dueña de su corazón.

Encontré una pieza en el 618 de la Octava Avenida. Fue aquí que por primera entré en contacto con los ASD y donde acepté la verdad. Habían varios otros jóvenes que vivían en el mismo lugar, y yo co-mencé inmediatamente con mis discusiones sobre religión. No me llevó tiempo para "derribar" a estos hombres, porque no tenían mucha religión y menos aun teología. Mis propias ideas de Ingersoll nunca las habían escuchado, y pude impresionarlos fácilmente.

Una tarde, yo estaba sentado leyendo cuando uno de los hombres me convidó para que nos encontrá-ramos con un compañero joven que acaba de llegar y quería encontrar un lugar para quedarse. Ellos creían que él era un predicador. De tal manera que subí las escaleras y pude ver inmediatamente que ellos estaban en lo correcto: él era un predicador. De qué tipo aun no lo sabía. Su nombre era Ander-son.

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Muy luego estábamos en una animada conversación acerca de religión, y rápidamente percibí que él sabía mucho más de la Biblia que cualquier otro hombre que hubiese conocido. Él respondió mis "sa-bias" preguntas más bien cautelosamente, y me di cuenta de que si yo no era cauteloso podría ser apa-bullado.

Él había sido enviado a Council Bluffs para efectuar reuniones campales y así ganar adherentes para la IASD. Muy luego descubrí de que aun conocía las doctrinas de su iglesia, no sabía mucho más, y que si lo mantenía lejos de su fe particular yo podría mantener la mía. Sobre literatura en general no sabía mucho, ni de historia, fuera de su interés particular. Por otro lado, percibí que yo no sabía abso-lutamente nada sobre historia profética. Aquí fue donde él se afirmó y yo me volví el estudiante. Apren-dí mucho en apenas unas pocas lecciones.

Asistí a sus estudios, los cuales eran realizados en hogares particulares. Después de las reuniones íba-mos a nuestra pensión, discutiendo todo el camino, y a veces hasta altas horas de la noche. Yo me ha-bía impresionado mucho con su estudio en asuntos de los cuales yo no sabía nada. Pero cuando descu-bría que el asunto que él estaba presentando era muy angosto, recuperaba mi equilibrio. Como un to-do, nos dimos muy bien.

Yo estaba muy impresionado con sus estudios, aun cuando pensaba que algunas cosas que él había di-cho eran puras tonteras. Después de un estudio yo quería criticarlo y ridiculizarlo. Me acuerdo que una noche él habló sobre "La tierra se deterioró como un vestido". Yo me divertí con su manera de ha-blar. Ciertamente, la tierra se pone más vieja todo otoño e invierno, pero cuando viene la primavera es renovada.

Después de algún tiempo él terminó sus reuniones. Él creía que no había conseguido mucho, y eso era probablemente verdad. Pero él me vendió un libro de Daniel y Apocalipsis, y eso valió la pena. comen-cé a leerlo desde el mismo principio, marcando fielmente lo que yo creía, y también lo que no creía. Cuando terminé, tenía más marcas positivas que negativas. El libro evidentemente era valioso.

Varios meses después el predicador volvió. Aun cuando habían cosas en las cuales todavía no creía, estaba mucho más avanzado que cuando él me preguntó cómo me estaba yendo con el libro. Pude de-cirle que estaba a favor de la mayor parte de lo que había leído. ¿Qué pasa con el Sábado? Sin dudar-lo le dije que el yo creía que el séptimo día era el Sábado. "¿Qué va a hacer usted con eso?".

Nunca se me había ocurrido en pensar en eso. El séptimo día era el Sábado del Señor. Nunca se me había ocurrido que yo tendría algo que hacer con eso. Pero cuando lo volví a meditar esa noche, por primera vez me pareció que había que hacer algo. Habiendo decidido eso, pude ver claramente lo que era. Tenía que guardar el Sábado. Eso significaba que yo tenía que ser un ASD, y yo había decidido hace mucho tiempo, que nunca lo sería. Yo había ido a la iglesia una vez para ver de qué se trataba. Era una iglesia pequeñita de apenas una sala. Las ventanas estaban colocadas de tal manera que yo podía ponerme a mirar hacia el interior sin que fuese observado. Pude ver cerca de una docena de personas y un hombre hablando, aun cuando no pude oír lo que estaba diciendo. No me pareció que fuese una iglesia, y decidí que eso no era para mí. Si alguna vez tuviera que ser ASD, nunca pertenece-ría a la iglesia.

Habiendo llegado a comprender que el séptimo día es el "Sábado del Señor tu Dios: en él no harás ningún trabajo", decidí que cuando llegase el próximo Sábado, tenía que guardarlo. Y así cuando llegó el Sábado, comencé a guardarlo.

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¿Pero qué debía hacer el Sábado? Determinado a no ser un Adventista, tuve que guardar el Sábado por mí mismo. De tal manera que no fui a trabajar, sino que tomé un libro y me senté en el jardín, a leer. Muy luego eso comenzó a ser cansativo. Decidiendo a hacerlo lo más confortable posible, fui al centro y compré una pequeña carpa donde podría guardar el Sábado. Nunca se me ocurrió que com-prar una carpa en Sábado fuese alguna transgresión del mandamiento. Me llevó algunas semanas pa-ra poder llegar a esa conclusión. No fue mucho después que ya había levantado mi carpa cuando el sol se puso, y por lo tanto ya había guardado mi primer Sábado.

Parecía un poco tonto de parte de Dios pedirme que pare de trabajar los Sábados y no hacer nada más que sentarme por ahí, pero si esa era Su idea, yo estaba dispuesto a hacerlo. Varios Sábados más tar-de pensé en ir a la pequeña iglesia Adventista para saber lo que ellos hacían. Cuando llegué allá, no entré, sino que miré desde afuera. Tal como lo había observado antes, las personas estaban sentadas en sillas ordinarias, y un hombre parado adelante gesticulando como si realmente fuese realmente un predicador y como si estuviese diciendo algo importante. A mí me pareció tan ridículo que me fui dis-gustado. Probablemente tendría que guardar el Sábado y no hacer ningún trabajo en ese día, pero no me pareció algo que tuviese un buen sentido.

Estaba claro para mí que no iba a llegar a ninguna parte con mi guarda del Sábado. `pero el manda-miento era claro, "En él no harás ningún trabajo". De tal manera que, nuevamente, el próximo Sába-do, fui a ver cómo los Adventistas lo hacían en su iglesia, y estaban haciendo lo mismo que antes.

Pero entonces sucedió algo. Cuando estaba al lado de la ventana, se abrió la puerta y salió una mujer, la cual se presentó como siendo la Sra. Shilling, con una de sus pequeñas hijas. "¿No le gustaría en-trar?" sin responder, entré, esperando que pareciera que era eso lo que había venido a hacer. Y así me encontré en la clase de la Escuela Sabática por primera vez, sin saber nada a respecto de la lección. Pero las personas eran realmente bondadosas, y la Sra. Shilling y el Sr. Ferron tomaron tal interés en mí, que yo lo encontré razonable y fácil. Volví a casa con los Shillings para cenar y muy luego amaba a toda la familia, todos los nueve, porque eran nueve hijos.

En dos semanas había sido elegido organista y yo escogía los himnos que eran más fáciles de tocar. También me preocupé que la iglesia estuviera limpia. Estando sólo en la iglesia vacía en esas ocasio-nes, comencé a predicarle sermones a las sillas, siendo que todas ellas permanecían perfectamente tranquilas hasta que yo terminaba, lo cual no duraba mucho tiempo. Probablemente ellas no entendían mucho mis sermones, pero yo si.

Todo esto fue hecho antes que fuera bautizado. El ministro no venía muy a menudo, y esta vez perma-neció sin venir durante tanto tiempo, que concluimos que el anciano local me bautizara. Y así el her-mano Corbaley llevó a cabo su primer bautismo en un bautisterio que no había sido usado durante años y que no tenía escalas, pues la habían sacado porque se había podrido.

Sin embargo, no todo fue fácil para el joven M. L. Aun cuando no fue difícil continuar sin la cerveza a la cual se había acostumbrado a beber, desde antes de sus días en el YMCA en Copenhagen, el tabaco era algo diferente. Uno de sus más tiernos recuerdos era la de su madre poniéndole una pipa con tabaco en sus manos, y asignándole el trabajo de fumigar las plantas de la casa encendiendo la pipa, y entonces dirigiendo el humo hacia las hojas. Así, desde la edad de 3 años él había estado fumando con propósi-tos agrícolas, desde luego. Ahora que él había decidido hacerse un ASD, M. L. tuvo que descartar la pi-pa que había fumado durante tantos años. Sin embargo, la victoria sólo fue parcial. Él nunca fumó, ciertamente. Pero una y otra vez, durante años, él soñaría que iba a la ventana donde antes estaba la pi-pa, la encendía, y salía de la casa, doblaba la esquina, sólo para encontrarse con algún Adventista. en-

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tonces despertaría, y le agradecía a Dios porque era apenas un sueño. Él no fumó, pero tampoco lo odió. Finalmente, un día, entendió que el tabaco se había vuelto desagradable para él. ¡Cuánto se ale-gró! Finalmente, en respuesta a su oración para que pudiera odiarlo. Dios le había dado la victoria com-pleta sobre el cigarro.

Temprano en su experiencia en la IASD, M. L. se familiarizó con los escritos de Ellen G. White. Él nos cuenta cómo se relacionó con ellos:

Encontré que los libros eran muy instructivos y útiles de muchas maneras, pero yo tenía mis dudas de que hubiesen sido escritos por una persona con tan poca educación como la que tenía la Sra. White. Pero, a pesar de esta duda, conseguí mucho con ellos. Los tomé como estableciendo la doctrina de la iglesia, y sentí que tenían que ser creídos de la misma manera que la Biblia. Esta opinión fue confir-mada en mi mente por la costumbre en la iglesia por uno de los miembros para conducir la reunión, ya que no tenemos un ministro, simplemente leyendo una sección de uno de sus muchos libros. A medida que leía esos libros durante la semana, y los escuchaba ser leídos en la iglesia el Sábado, muy luego tuve una comprensión más completa de sus escritos y, tengo que confesarlo, fue algo bueno. Pero, des-de luego, también estaba seguro de que ella no había escrito los libros por los cuales se le daba crédi-to.

De mi experiencia con los guardadores del Sábado, yo tomé aquellas doctrinas que no solamente ha-bía que creer en ellas, sino que había que traerlas a la vida diaria. También tomé en forma muy literal lo que había leído, tanto de la Biblia como de los Testimonios. De tal manera que cuando Cristo le dijo a Sus discípulos no llevar ropa extra con ellos cuando viajaran, ni un par de zapatos extra, yo tomé eso en una forma bien literal. Yo tenía tres camisas, de tal manera que dispuse de dos. Tenía varios pa-res de zapato, de tal manera que dispuse de los extras.

Eso anduvo bien durante algún tiempo, pero un Sábado no funcionó. Yo había ido a una reunión de jó-venes el viernes en la noche. Yo era prácticamente la única persona joven ahí. Estaba lloviendo, de tal manera que me mojé cuando iba a la reunión. No había una vereda, y las calles no eran pavimentadas en aquellos días, de tal manera que tuve que caminar en el barro. Cuando llegué a la casa aquella no-che, estaba mojado y embarrado, lo cual no habría sido ningún problema si yo hubiese tenido ropas secas para cambiarme. Pero no tenía ninguna, ni tampoco un par de zapatos secos. ¿Qué haría en la mañana siguiente cuando tuviera que ir a la iglesia? No me quería quedar en casa.

Llegó el Sábado, un día con sol brillante. Pero el sol no brillaba para mí. Llegué a la conclusión que había algo errado con la Biblia, o conmigo. Yo estaba mojado y sucio, y todo era culpa de Dios. ¿Por qué no podía tener ropa extra? Mis zapatos estaban mojados y sucios. Decidí que si Dios no había querido calentar mis zapatos el Sábado, él debió haber calentado todos los viernes y Sábados, y si no lo hizo, yo tendría que comprar otro par de zapatos, o yo tendría que secar los que tenía. Dios no hizo su parte, de tal manera que compré otro par de zapatos.

El siguiente Sábado me fui a la casa con el hermano Shilling a almorzar, y en la tarde él me aclaró mi dificultad. Esta era mi primera lección para interpretar las Escrituras. Eso ha permanecido en un buen pie durante todos estos años: yo tengo que emplear el buen sentido común para interpretar la Biblia.

Mi llegada a la iglesia de Council Bluffs pareció darle una nueva vida. Habían algunos jóvenes que habían crecido en la iglesia, pero no tenían ningún interés más en religión. Ahora comenzaron a vol-ver. Luego teníamos un coro y cantábamos selecciones especiales en el servicio de la iglesia. La igle-sia estaba despertando. Un Sábado, el hermano E. W. Farnsworth nos visitó y predicó sobre los tiem-

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pos antiguos. Él llamó nuestra atención sobre algunos de los himnos en el antiguo himnario y músicas que nosotros no conocíamos. Él mencionó el himno "¿Cuán Lejos de Casa?" pero como nadie lo cono-cía, entonces se volvió hacia mí y dijo, "tal vez vuestro profesor de música lo cante para nosotros". Yo jamás lo había escuchado y tampoco pude cantarlo, y tenía cerca de 18 años, supongo. Y yo, ¡un pro-fesor de música! Tuve el buen sentido común de no cantar.

Cuando se bautizó, Andreasen aun era un jovencito. Sin embargo, juntamente con otros pensamientos profundos, también llegó una compañía. Su corazón y su mente se volvieron hacia la atractiva insteruc-tora bíblica de Council Bluffs, Annie Nelsen. Annie había nacido en Dinamarca pero había emigrado a Nueva Inglaterra. Después de llegar allí, ella había aprendido acerca del Sábado y de la cercanía del Advento, cuyas doctrinas ella había aceptado. Pero ella estaba perturbada con la enseñanza de que la carne de cerdo no era alimento aceptable a la vista de Dios. En el campo en Dinamarca, ¿no había su padre usado sus papas y la cebada para engordar a los cerdos, de tal manera que la familia pudiese tener la mejor comida? (No sería hasta unos 25 años más tarde, durante la Segunda Guerra mundial, que su país aprendería algo mejor. Cuando los Aliados forzaron a los Daneses a comer sus papas y cebada, el índice de muerte bajó a niveles nunca más igualados, mientras las personas disfrutaban de una excelen-te salud).

Mientras Annie estaba luchando contra la cuestión de los cerdos, ella se enfermó mucho. Ella le dijo al Señor que si Él la sanaba, ella nunca más tendría nada más que ver con cerdos o puercos. Desde enton-ces en adelante ella nunca más comió cerdo, o aun cualquier cosa que tuviera manteca de cerdo.

Después de su bautismo, Annie comenzó a vender libros religiosos. Un día mientras ella le colportaba a una mujer en una casa, observó que la mujer la esquivaba nerviosamente, y que tenía una mirada pecu-liar en sus ojos. Ella miró hacia atrás de la mujer a través de la puerta abierta hasta el dormitorio, y vio que la cama se movía como si alguien estuviese sobre ella. Entonces Annie sintió dedos invisibles que la tomaban por el cuello, tratando de estrangularla. Esta mujer tiene que ser espírita, ella pensó, y los espíritus no quieren que ella aprenda nada acerca de la verdad. Sofocada, ella consiguió pronunciar el nombre de Jesús, y los dedos se aflojaron de su cuello. Ella estaba muy agradecida de poder volver a la calle.

El año anterior y el año posterior al Congreso de Minneapolis en 1888, el nombre de Annie Nelsen apa-reció entre los estudiantes en el Colegio de Battle Creek.

Ahora Annie estaba en Council Bluffs, y M. L. reconoció su oportunidad. Habían varios años de dife-rencia en sus edades, y Annie había rechazado varios hombres más jóvenes que ella, pero esto no le im-portó nada a M. L. De alguna manera él sintió que esta era la mujer que necesitaba para su vida.

Contra la fuerza irresistible de convicción de M. L., nada podía oponérsele. La hermana de Annie, con quien ella vivía, acostumbraba ser bien provocativa con este joven de 19 años que se sentaba frente a la puerta, y así era todos los días. Eventualmente, la propia Annie entendió que estaba en los planes de Dios que ella le proveyese el equilibrio necesario a este joven de profundos pensamientos, que tenía un enorme potencial para trabajar para su Maestro. Ella no podía prever que durante 52 años ella sería la gran influencia estabilizadora de su vida. Ellos se casaron temprano en 1896.

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TOMANDO LA TERCERA DECISIÓN 1896-1897

Encontrar el trabajo para el cual Dios lo había llamado le llevó más tiempo a Andreasen que su conver-sión y que su matrimonio. Muchos elementos contribuyeron, él creía, cuando se acordaba de ello años más tarde.

Mejoré mi educación yendo a la escuela un trimestre cada vez y había planeado terminar la escuela secundaria y tal vez un poco más. Mientras tanto, la iglesia de Council Bluffs había crecido tanto que la Asociación había enviado a un joven para pastorearnos por algunos meses. Él tuvo un buen sermón con unas pocas palabras grandes metidas entre medio, y eso fue todo. Él no estaba interesado en pre-dicar; él quería ser un doctor. Había una Escuela de Medicina en Omaha ligada con la Universidad, y el único requisito para entrar en aquellos días era tener la educación secundaria. Si usted no tenía eso, usted podía terminarla más tarde. Nuestro joven ministro no poseía este requisito, pero él entró de todas maneras, y eventualmente se convirtió en un doctor. Yo hablé una vez con el Dr. Kress en una graduación de enfermeras, y le conté la historia. "Oh, si", dijo, "esa era toda la educación requerida entonces. Estas enfermeras que se están graduando hoy saben más que el doctor cuando éste se gra-duó".

Nuestro futuro doctor quería mucho que yo me enrolara con él en el curso de medicina. Pero mi espo-sa se opuso; ella quería que yo fuese un ministro. Y por lo tanto traté de serlo. Me conseguí una peque-ña pieza en una casa vacía, algunas sillas, y le anuncié a todo el mundo que iba a hablar sobre el he-cho de tener toda la armadura de Dios, un sermón que yo le había escuchado decir a otro ministro. No puedo decir que las personas se agolparon para escuchar el maravilloso sermón que yo había prepa-rado. Cinco personas vinieron, siendo una de ellas mi joven esposa. El discurso tuvo una virtud y es que fue corto, no más de quince minutos. En mi próximo estudio vino mi joven esposa. No hubo reu-nión. La serie terminó. Evidentemente sería mejor que fuese un doctor.

Mi esposa no desistió. Pero yo no hice más reuniones. Y en ese tiempo nos fuimos a Missouri Valley, Iowa. No puedo dar la razón de por qué nos cambiamos a ese lugar. Puede haber sido un intento para ocultar la vergüenza como predicador. Permanecimos ahí durante un año. Ahí vino a nacer mi primo-génito en una pequeña casa, que yo he visitado varias veces desde entonces. Después nos volvimos a Council Bluffs, donde fui elegido como una especie de líder de iglesia y varias veces hablé los Sába-dos. Eso me dio una práctica muy buena.

La iglesia de Council Bluffs estaba creciendo, de tal manera que los miembros decidieron que tenían que tener un nuevo santuario. M. L. hizo una gran promesa, y los miembros se maravillaban de cómo iría él a cumplirla. Él tenía su plan. Él fue a varias sastrerías e hizo grandes pedidos de géneros. Los ar-tículos que pudo hacer más rápido fueron los mejor pagados, y muy luego la promesa estaba cumplida. Esa no fue la última vez que él usó sus habilidades para hacer ropas para proporcionarle ayuda finan-ciera a algún proyecto que él acariciara en su corazón.

Volvemos a la autobiografía de M. L.:

Decidí que lo que yo necesitaba era más educación. De tal manera que fui a College View, donde el Union College había recién comenzado. Ahí conocí a un hombre joven, M. E. Kern, que también esta-ba comenzando su trabajo. Pero no le causé ninguna impresión, ni él a mí. Vi al hermano J. G. Matte-son, el cual estaba enseñando en aquel tiempo ahí, y le conté lo que quería hacer. Él estaba sentado en el césped, y no se sentía muy bien. Yo le conté que quería ir a la escuela, que quería terminar la secun-

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daria en dos años y entonces me iría a trabajar. El mundo pronto llegaría a su fin, y dos años era todo el tiempo que yo me podía permitir.

"¿Usted me está queriendo decir que vas a obtener tu grado en dos años?"

"Si, ese es todo el tiempo que yo me puedo permitir. El Señor viene muy luego".

Entonces él me preguntó qué tipo de trabajo yo había hecho que me capacitaría para terminar mis es-tudios en dos años. Conversamos mucho, y él me dio su ultimátum. Tres años era lo mejor que podía hacer para obtener mi grado, y eso sería un trabajo bastante arduo realmente. Yo creía que no me po-día permitir ocupar tres años estudiando siendo que el mundo se iba a acabar. El Union College per-dió un buen estudiante, pensé, pero ellos parecían sobrevivir. Y eso era muy malo.

Yo tuve una experiencia interesante durante los dos días y medio que estuve en el colegio. El profesor M. W. Newton estaba en el jardín delantero con algunos de sus estudiantes técnicos, recorriendo los jardines. No habían alcantarillas en la propiedad, y se usaban pozos abiertos. El profesor había perdi-do un instrumento en uno de los pozos, y el problema era cómo recuperarlo. Ellos pescaron con un alambre torcido, pero el instrumento los eludió. Entonces no había otra solución que alguien entrara en el pozo y lo encontrara. Era un trabajo muy sucio, porque todos los baños del edificio desemboca-ban ahí. Algunos de los estudiantes se ofrecieron como voluntarios, pero el Profesor Newton calmada-mente dijo, "He hecho una regla de mi vida que nunca le pida nada a alguien que yo mismo no pueda hacer, si es que puedo hacerlo. Yo voy a bajar". Y bajó.

A través de todos los años he recordado ese incidente, y decidí tomar la misma resolución: nunca pe-dirle a nadie que haga algo si yo mismo no puedo hacerlo bajo las mismas circunstancias. Puede ser que usted no necesite hacerlo, pero tiene que estar dispuesto a hacerlo. Nunca use al hombre.

Y así dejé el Union College con la convicción de que ahí había un verdadero hombre.

Con el establecimiento del Union College y también de la Clínica Nebraska en College View, el lugar se volvió una especie de centro de diversas actividades, y un conveniente lugar para que los ministros realizaran sus reuniones y concilios. Fue apenas un asunto de 8 años hasta el famoso Congreso de Minneapolis, y eso era asunto de frecuente discusión.

El antiguo hermano J. H. Morrison, padre del Prof. H. A. Mormon, vivía en Lincoln. Él había tenido un papel prominente en las discusiones en Minneapolis y había escrito un libro sobre ese asunto. Él era un personaje de la antigua escuela, un ortodoxo no comprometido conforme a la luz que tenía. Aun cuando no siempre estaba del lado correcto, él estaba del lado que él creía que era el correcto. Le gus-taba mucho discutir y a mí me gustaba escucharlo. Yo me compadecía de aquellos que no estaban de su lado, porque él podía "aplastarlos", y le gustaba hacerlo. Yo debiera añadir, sin embargo, que nun-ca ocurrió algo indecoroso. La amargura de las primeras discusiones habían desaparecido, y todos se reunían y partían como buenos amigos.

Fue grandemente a través de la bondad del antiguo hermano Morrison que me fue permitido entrar en las discusiones. Desde luego, yo estaba ahí para escuchar y no para hablar. Y no hablé. Pero aprendí mucho. De hecho, era una escuela maravillosa. Yo sólo quería tener apuntes.

En retrospecto, dudo que las reuniones a las cuales yo asistí cuando estaban los ministros más anti-guos fuesen lo mejor para un joven convertido que ni aun era un Adventista. Yo lo llamaría de comida

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fuerte. Ellos no pusieron casi ninguna atención en mí, pero tocaron un asunto del cual yo no sabía na-da. Pero muy luego comprendí, y estaba asombrado con la libertad con que ellos analizaban las perso-nalidades. Muchos de los hermanos más antiguos que habían conocido al hermano White no estaban apegados a él, así parecía ser. En su opinión, él era muy testarudo como para que trabajara bien con los demás.*

La posición de la hermana White no era una posición fácil. Como esposa del presidente de la denomi-nación, ella lo apoyó en su trabajo. Pero a veces vendrían palabras del Señor que hicieron necesario que ella le diera mensajes de reproche. Y el hermano White a veces cuestionaba en su propia mente si ella le estaba hablando a él como proviniendo del Señor. En algunas ocasiones esto produjo tensión.

Este era a veces el caso cuando fue su deber aconsejar a otros. Mientras muchos para quienes fueron escritos testimonios los aceptaban con gratitud, otros se volvieron contra ellos. No me asombra que ella haya dicho que si pudiese escoger entre tener una visión y morir, ella elegiría la tumba.

Cuando, debido a problemas de salud, el hermano White tuvo que apartarse de sus muchas activida-des, otros fueron llamados para ser líderes. Habían ocasiones en que la hermana White recibió mensa-jes para ellos, mensajes que normalmente eran bien recibidos. Pero hubo ocasiones en que a ellos les pareció que los mensajes estaban mezclados con sus opiniones personales. Su propio estado de salud no le permitiría a ella tomar muchas responsabilidades, y ella a menudo sintió que le gustaría ser libe-rada de sus múltiples cargas.

Unos pocos líderes estaban esperando el día cuando habría un cambio en la manera en que la iglesia estaba funcionando. Ellos pensaban que después de la reunión de Minneapolis se podía hacer un cam-bio de ese tipo.

Yo he escuchado, muchas versiones de lo que sucedió en Minneapolis. Algún día, si es que tengo tiem-po, me gustaría contar la historia tal como yo la escuché ser contada en las reuniones hechas en Co-llege View por los hombres que fueron los líderes que se opusieron a la hermana White. Ellos no con-sideraron el mensaje de Jones y Waggoner como siendo el verdadero asunto. El verdadero asunto, de acuerdo con mis informantes, fue que si se le permitiría a la hermana White gobernar a los hombres que llevaban las responsabilidades de la obra. Fue un intento para derribar la posición del Espíritu de Profecía. Y al parecer los hombres que estaban en la oposición salieron victoriosos. Eventualmente ella se fue a Australia, donde estuvo nueve años. Ella estuvo allá debido a un plan de organización el cual llamaba a las Asociaciones, el cual recibió sus bendiciones y que en 1901 fue implementado a ni-vel de la Conferencia General. Según la interpretación de algunos, el Congreso de Minneapolis fue una revuelta contra la hermana White. Si eso es así, eso arroja alguna luz sobre la apostasía Omega.

Así, aun cuando Andreasen no tenía todavía mucha educación formal, él estaba reuniendo información y estaba formando conceptos que le ayudarían en su manera de pensar en el futuro.

* James White fue un hombre de fuertes y positivas características a quien Dios usó de muchas mane-ras para construir la novata Iglesia Adventista. Es necesario recordar que una persona fuerte puede des-encadenar fuertes sentimientos en otras personas que también poseen fuertes características.

También se debe observar que las condiciones aquí referidas pertenecen a situaciones que estaban sur-giendo, la mayor parte de las veces, después que James White había tenido varios ataques. Es sintomá-tico de esa enfermedad que sus víctimas tiendan a ser de alguna manera irascibles. Para mayor informa-

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ción, el lector puede ir al capítulo "Ataques en la Familia" en el libro James White, publicado por la Review and Herald Publishing Association.

"EN LA OBRA" 1898-1899

Más o menos en este tiempo el hermano Luther Warren sostuvo una serie de reuniones en Omaha a las cuales yo asistí. Aun cuando él tenía ciertas peculiaridades con las cuales nunca concordé, creo que él es un gran hombre de Dios. Nunca había escuchado predicaciones como estas, ni tampoco había visto el poder de Dios ilustrado como él lo hizo. A él le gustaban los niños, y cuando me convidó a visitar una casa de niños, que él había establecido cerca de Omaha, yo acepté rápidamente. Él no recibía un salario por eso. Todo era hecho bajo su propia responsabilidad. Y dudo que la Asociación haya sido siquiera consultada. Yo tenía un poco de dinero guardado, y muy luego nos cambiamos a esa casa de los niños. Yo no estaba "en la obra", pero de cierta manera sentí que sí lo estaba. Me gustaba trabajar con niños, y parecía que teníamos un grupo inusual de niños contentos y dispuestos a trabajar. Yo era feliz.

Nuestro hogar estaba situado cerca de 2,5 Km de la ciudad. En aquel tiempo quedaba en pleno campo; ahora es un suburbio. Habían varios edificios pequeños, y el lugar era adecuado. Yo era el único hom-bre del lugar, y por lo tanto tenía que hacer todo el trabajo pesado. Pero yo estaba contento.

Habían muchas personas que querían que sus hijos estuviesen bajo las órdenes directas del hermano Warren, porque él tenía la confianza de todos. Él tenía un profundo conocimiento de la Palabra de Dios, y vivía todo lo que enseñaba. Medía 1,88 m, y vestía una especie abrigo eclesiástico abotonado solamente arriba en el cuello. Con su oso negro, él se parecía a como nosotros nos imaginábamos a Cristo. Y los niños lo seguían a dondequiera que él fuese. Él favorecía tanto a los mayores como a los niños. Todos lo amábamos.

Teníamos cerca de 20 niños, y luego entraron unos pocos más. Con tantos niños, tuvimos que arreglár-noslas para darles educación. Después de investigar un poco, encontramos a una joven profesora. Pearl West, la cual se dispuso a ayudar sin recibir un salario. Ella era una devota y cariñosa mujer jo-ven, y se adaptó muy luego al grupo.

En el hogar, el hermano Warren comenzó unas charlas sobre reforma pro-salud, las cuales habían si-do negligenciadas, y él era el más estricto de los estrictos. Dos comidas al día era compulsorio para los adultos y para los jóvenes, y teníamos algunos niños de sólo 3 años. Mi esposa era la cocinera y la mamá de todos, y ella era la que verificaba si todas las reglas se estaban cumpliendo fielmente. Pero no siempre era tan estricta como debiera haber sido. Ella no podía resistir la tentación de darle algu-nas galletas a un niño que estaba llorando en la cama porque tenía hambre. Oficialmente, yo no sabía que esto estaba sucediendo. De acuerdo con las reglas, un hecho así era pecado y necesitaba de arre-pentimiento. Pero nosotros no nos arrepentimos.

La más dura regla que el hermano Warren quería imponer era la ducha diaria matinal. Teníamos una vertiente que brotaba del lado de la colina, a una altura conveniente. Y ahí era donde los niños tenían que meterse todas las mañanas. Mi esposa no quiso aceptar esta regla para los niños pequeños. Ella ganó.

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Varias cosas sucedieron en este hogar de niños que ciertamente fueron de ayuda para mí. Yo no había tenido una instrucción cristiana completa, ni tampoco estaba bien informado de la fe Adventista. Mi fuente principal de aprendizaje de las enseñanzas de la iglesia fueron las discusiones en College View, las cuales a menudo tuvieron que ver con la controversia de 1888 y con los caracteres de los hombres que habían tomado parte en los eventos de la Iglesia Adventista en el pasado. De vez en cuando todos los líderes prominentes eran juzgados por los participantes en las discusiones, a los cuales no se les escapó ninguno. Había una aceptación general de la hermana White como siendo una noble y buena mujer, pero algunos expresaban su opinión de que su esposo a veces intentaba influenciarla. Que fuese tan influenciada, ella lo negó firmemente. Cuando el hermano White finalmente murió, los hermanos líderes en aquel tiempo, sintieron que la hermana White sería fácil de manejar. Pero en esto ellos des-cubrieron que estaban equivocados. Ella permaneció en su terreno y no era fácil moverla.

La Biblia declara que algo tiene que ser recibido, "pero no en dudosas contenciones" (Rom. 14:1). Yo había sido expuesto a "dudosas contenciones", y cuando uno de los grandes hombres eran menciona-dos, yo fui influenciado por lo que oí. Yo necesitaba una nueva educación, y el hermano Warren me ayudó en eso.

Durante el primer año en mi nuevo trabajo, estuve íntimamente asociado con el hermano Warren en todas sus actividades. Descubrí que él vivía su religión tanto, que a veces pensaba que se iba a los ex-tremos. Él no hacía ninguna farsa, ninguna hipocresía, ningún engaño de ninguna especie. Él era ex-tremadamente conciente. Si se olvidaba de cerrar una puerta, volvía una cuadra con tal de cerrarla.

Entonces sucedió algo que me causó una profunda impresión tanto a mí como a los niños. Nuestra pro-fesora, Pearl West, una mujer devota y consagrada con cerca de 20 años, cariñosa, competente, queri-da por todos, se enfermó de fiebre tifoidea y cayó bajo los cuidados de un médico. Yo entré un día por la mañana para verla y la encontré muy deprimida. Apenas pudo girar la cabeza y me preguntó si Dios podría sanarla. Yo no creía que Dios podría hacer algo así, pero cuando ella me preguntó si Dios po-dría hacerlo, tuve que decir Si. "Busque al hermano Warren", dijo ella. Rápidamente se esparció la noticia entre los niños que el hermano Warren estaba viviendo para sanar a la Srta. West y que ella quedaría bien. Nosotros teníamos varias familias incrédulas viviendo cerca del hogar, y los niños no perdieron tiempo en decirles que el hermano Warren venía para sanar a la Srta. West. Fue una situa-ción creada en apenas unos momentos, y nosotros no estábamos felices. Hay ocasiones en que sola-mente la familia de Dios debiera estar envuelta, y esta era una de ellas. Pero era demasiado tarde pa-ra hacer algo ahora. Vestimos a los niños con sus mejores ropas y esperamos al hermano Warren.

Mientras tanto yo entré para ver a la Srta. West y la informé de la situación. Ella pidió que dos niñas más adultas vinieran y le trajeran sus vestidos, de tal manera que pudiera ponérselos para poder le-vantarse. También tuvieron que peinarla. Yo tenía mis dudas y quise decirles que sería mejor ver si ha-bría alguna mejoría, pero no lo hice.

El hermano Warren llegó, y la pieza estaba llena de niños y de incrédulos. Él leyó un verso de la Biblia y todos nos arrodillamos en oración. Al levantarnos de nuestras rodillas, el hermano Warren le tomó la mano a la Srta. West, y ella se levantó. Un momento después el hermano Warren se inclinó hacia mi y me dijo, "¿Dije yo en mi oración, ‘Sea hecha Tu voluntad’?". Yo le dije que no lo sabía. "Bien” dijo él, "está todo bien. Estaba tan claro". Entonces nos sentamos para desayunar. Pero sólo algunos de los niños más pequeños comieron. Estábamos tan llenos de admiración que ninguno de nosotros quiso comer. La Srta. West comió.

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Hubo una reunión campal en Lincoln en aquel tiempo, y el día anterior, yo había enviado un telegra-ma hacia allá a uno de los médicos para que viniera. Esperábamos que llegara en el tren del medio día. Mientras tanto la Srta. West había decidido que iría a la reunión campal y, después de consultarle al hermano Warren, se decidió que yo la llevara a la estación. Esto significaba un viaje de 2,5 Km en un carruaje. Salimos por un camino de ripio que iba hacia la estación, justo a tiempo para colocar a la Srta. West en el tren que iba hacia Lincoln.

Yo me quedé en la plataforma, transpirando debido a todo lo que había sucedido, cuando vi llegar el tren que venía de Lincoln. En el tren venían dos médicos de los nuestros. Cuando les conté que yo aca-ba de enviar a la Srta. West a Lincoln en el tren, ellos simplemente continuaron en el tren .¿No sabía yo que era un asesinato lo que había hecho? ¡La Srta. West no viviría como para llegar hasta Lincoln! En cierta etapa de la fiebre tifoidea, los órganos internos se adelgazan y se vuelven débiles y cualquier movimiento inusual puede hacer con que se revienten. Y yo ciertamente sería encontrado culpable. Yo no se si me dijeron la verdad, pero ciertamente estaba impresionado. Un par de días después recibí un telegrama donde me decían que la Srta. West había llegado bien. Ellos la examinaron e informaron que "no encontramos ninguna señal de fiebre tifoidea en ninguna parte. Si ella tuvo fiebre tifoidea, en-tonces hubo un milagro".

Años más tarde, cunado fui al Union Collage, encontré el nombre de Pearl West en las "Cuerdas de Oro". Algunos años más tarde aun, después que conté la historia en una reunión campal en el Sur, dos jóvenes vinieron y dijeron que yo había estado hablando de su tía, que entonces estaba viviendo no muy lejos de ahí.

BATTLE CREEK 1899-1900

Aunque el trabajo en el hogar de niños era compensador, no era exactamente lo que M. L. planeaba pa-ra un trabajo de una vida. Él quería ser un predicador. Pero cuando él mismo se presentó ante el comité como un candidato para el servicio, fue rechazado. Alguien le dijo, "usted nunca será un ministro; pero usted puede ganar dinero. Haga eso, y deje que aquellos de nosotros que podemos predicar, lo haga-mos". Pero M. L. no iba a ser disuadido. Él continuó su camino:

Fue después de treinta años después de la Desilusión que se estructuró la primera escuela. El Colegio de Battle Creek, surgió. Sin embargo, no era un colegio para niños. Era un colegio. Dios puede atra-sarse cinco años, pero no más. Los niños jamás crecerían como para llegar a ser misioneros e ir a campos extranjeros, de tal manera que fue fundado un colegio para adultos, los cuales pasarían uno o dos años preparándose antes de entrar en algún campo. Pasaron muchos años hasta que el colegio de Battle Creek admitió estudiantes. La mayoría de los que asistieron habían apenas cursado el octavo año.

Un artículo en la Review del Prof. E. A. Sutherland llamando a hombres jóvenes para que vinieran a Battle Creek para una corta preparación y después se fueran a la viña de Dios lo impresionó. M. L. An-dreasen sintió que era un llamado para él, de tal manera que la familia se fue hacia Michigan para pre-pararse más definitivamente para la obra del Señor. Battle Creek no era nuevo para Annie. Ella había asistido ahí entre los años 1887-1889. pero ahora no asistió a la escuela. Ella tenía una amorosa niña pequeña a la cual tenía que cuidar, la cual en Mayo se regocijó en poder tener una niñera.

Esto sucedió cerca del último año de escuela (1899) antes que el colegio fuese trasladado al campo cer-ca de Berrien Springs. Mientras los Profesores Sutherland y P. T. Magan estaban a la cabeza de la es-cuela, A. T. Jones y Uriah Smith estaban entre los profesores.

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De acuerdo con los registros, los ramos de M. L. eran Biblia, historia, psicología, pedagogía, y la siem-pre presente gramática. Esto más tarde incluyó una práctica en homilética, porque él nos cuenta:

Yo estaba predicando una noche y estaba hablando fuerte, siendo que mi asunto era la nueva tierra. Mencioné las calles de oro, cuando una voz dijo, errado. Yo conocía esa voz. Era A. T. Jones. Paré, perplejo. ¿Qué había dicho que estuviese errado? ¿No habían calles de oro en la Nueva Jerusalén? No, no habían calles de oro en la ciudad. Pero yo sabía que estaba en lo correcto, y me viré para leer el pasaje en Apocalipsis 21:21. y sin embargo el hermano Jones estaba en lo correcto. El texto decía "Y la calle de la ciudad era de oro puro". "Calle". Singular. Hay sólo una calle de oro. El hermano Jo-nes estaba en lo correcto. Yo estaba errado. Así aprendí por el camino más duro.

Hubo otro caso cuando un antiguo ministro detuvo a un joven que estaba predicando y le dijo que no había preparado bien el asunto y que él mismo le daría ahora la interpretación correcta. Yo no era la víctima aquella noche, pero temblé un poco, porque yo habría dicho lo que el joven había dicho. Esto fue problemático para el joven, pero hizo con que estudiara mucho más y creyera muy firmemente en las doctrinas.

Yo tuve al hermano A. T. Jones como profesor por un tiempo. Él y el Dr. Waggoner fueron los hombres prominentes en el Congreso de 1888, y Jones estaba lleno de ese asunto. Yo me acerqué inmediata-mente a é, y cuando él se dio cuenta de que yo no era totalmente ignorante acerca de ese congreso, él habló libremente. A él le gustaba hablar y le gustaba estar envuelto en ese asunto, de tal manera que pasamos todo el verano, todos los domingos, en el bello lago Goguac en un bote discutiendo teología, y especialmente el Congreso de 1888. Él naturalmente se colocaba siempre a su lado, pero yo ya había escuchado ambos lados en las discusiones de Omaha, de tal manera que estaba capacitado como para juzgar lo que era historia y lo que era su interpretación. Él parecía querer ser justo, pero él había teni-do unas experiencias muy duras a partir de ese Congreso, diez años antes, y estaba amargado con ciertos hombres. Pero el verano fue muy provechoso para mí.

Un domingo casi hubo una catástrofe en el lago Goguac. Un grupo de niños, la hija de 3 años de An-dreasen. Vesta, de alguna manera fue a un bote que estaba amarrado a un muelle. El bote se volcó con todos los niños dentro. M. L. rápidamente demostró sus habilidades como nadador literalmente pescan-do a los niños uno tras otro.

Otro hombre que tuve por algunos días como profesor fue Uriah Smith. Él no era un profesor regular, sino que esporádico. Mientras Jones no era tan pulido, el hermano Smith era pulido y cortés. Él había sido editor de la Review durante varios años, y había caído en el hábito de la mayoría de los editores, pensar que él sabía todas las cosas y que los demás sabían muy poco, si es que sabían algo. Él lo hacía de una manera bien calmada, pero cuando hablaba daba la impresión de que nadie más sería capaz de decirlo de una manera mejor.

Mientras estuve en Battle Creek también me familiaricé con el Dr. Kellogg, el cual me dio parte de la correspondencia que él mantenía con la hermana White. Antes que él muriera yo pasé con él algunos días y él muy amablemente me ofreció mucho de su material. Pero yo lo desagradé cuando él me pidió que hiciera algo que yo no podía hacer, y entonces él retiró su oferta. También le pregunté sobre algu-nas cosas que él había dicho, y como recompensa recibí algunos materiales muy valiosos. Pero no re-cibí uno que sí quería. Lo leí, pero no pude obtenerlo.

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Cuando dejé Battle Creek para comenzar a enseñar, había obtenido no sólo alguna educación, sino que información de primera mano de muchas cosas en relación a asuntos controversiales y a la mane-ra de solucionarlos.

En 1877, solamente algunos meses después de haber aceptado la superintendencia médica del Hospital de Battle Creek, John Harvey Kellogg comenzó la producción de granola como un alimento saludable para sus pacientes. Este alimento listo para ser ingerido, encontró una aceptación pública y ya en 1889, fuera de muchos otros alimentos, la Compañía Alimenticia del Hospital estaba vendiendo granola a ra-zón de dos toneladas semanales.*

Antes que el joven M. L. entrara en su experiencia como profesor, tuvo una experiencia inusual relacio-nada con la granola. Él estaba vendiendo libros religiosos en aquel tiempo. En años posteriores él vol-vió a contar la historia a algunas audiencias en varias oportunidades:

Yo acepté el Espíritu de Profecía sin cuestionarlo, y muy a menudo no paraba para pensar. Lo que fue-se que estuviese escrito, eso hacía. No siempre fui sabio al hacer esto, y me tomó algunos años hasta que me acostumbrara a hacerlo. Pero permítanme explicarlo.

Yo creía en la reforma de salud. Yo vivía de granola. Algunos se burlaban de mí. Tal vez a usted no le guste al comienzo, pero era muy buena. Colporté durante algún tiempo y vivía de granola. Mientras colportaba llevaba mi pequeña bolsa de granola conmigo y me la comía con agua. Comía solamente dos veces al día y tenía cuidado de no comer mucho.

Pero entonces alguien me dijo lo que la hermana White decía: "Usted come mucho". Generalmente ha-blando, casi siempre comemos mucho. Yo tomé eso de manera personal, de tal manera que disminuí mi ración justo por la mitad. Ahora no comía mucho. Pero cual no fue mi asombro al encontrar que des-pués que había disminuido a la mitad mi ración, la declaración aun estaba ahí en 2 T:374.

"Usted come mucho". ¿Qué debía hacer ahora? ¿Debía disminuir mi ración nuevamente por la mitad? Pero no me haría ningún bien. Aun continuaría diciendo, "usted come mucho". Entonces me pareció que tenía que usar el sentido común, y le agradezco a Dios por el pequeño sentido común, que final-mente llegó. Yo era honesto y quería actuar correctamente. Pero no había aprendido a aprender a ha-cer lo correcto, que cuando usted encuentra una declaración, primero, crea en ella. Pero recuerde que en muchos casos son declaraciones equilibradas. Usted puede comer esto. Usted no puede comer esto otro o aquello. Créala, pero también lea aquellas declaraciones equilibradas, no para alejar la otra, no, sino que para fortalecerla. Entonces encontrará que estará sobre una base sólida.

Mientras estuve colportando con mi granola y agua, les puedo decir que me alegraba mucho cuando llegaba el viernes. Entonces descansaba un día. ¿Pero qué debía hacer? Colportaba en un territorio donde no hubieran Adventistas. ¡Qué debía hacer el Sábado! En un lugar escuché que había un buen ASD a 12 Km de distancia. Pensé. Aun si fuesen 30 Km, iré. Tengo que ver un ASD. De tal manera que me fui caminando y finalmente llegué. Era un buena hermana anciana. Estoy seguro que ella estaba asombrada cuando yo aparecí en su casa. Nunca la había visto antes, pero lo sentí como si así hubiese sido. Usted es mi madre, yo podría quererla, y ciertamente la amo. No creo que le haya dicho eso, pero creo que lo sintió. Yo estaba nostálgico. Y nunca había apreciado tanto a los hermanos y hermanas en la iglesia. ¡Qué cosa maravillosa es llegar a casa!

* Richard W. Schwartz, John Harvey Kellogg, M.D. (Nashville, Tenn.: Southern Pub. Assn., 1970), pá-gina 209.

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CHICAGO 1900-1905

Después de su año en el Colegio de Battle Creek, se le pidió a M. L. que condujera un colegio de igle-sia de verano en Chicago. La sala de clases estaba localizada en un pasillo sobre un salón que quedaba en la Avenida Milwaukee. Imaginen a los niños teniendo que asistir a la escuela en el verano, cuando normalmente estaban en vacaciones.

Se llegaba a la sala de clases subiendo 23 estrechos peldaños, y para que no les robasen sus bicicletas, los estudiantes tenían que subirlas por esa escalera.

La escuela comenzó siendo tanto un desafío para el profesor como para los alumnos. M. L. había sido instruido por la mesa directiva de la escuela a usar solamente la Biblia como libro de texto, y se le ha-bía dicho en Battle Creek que nunca le pegara a un pupilo debido a mala conducta.

M. L. muy luego aprendió que la última instrucción era impracticable, y así obtuvo permiso de la mesa directiva de la escuela para usar la varilla. Cuando él quiso disciplinar un estudiante, el muchacho, al tratar de escapar, saltó hacia fuera por la ventana, quedando a horcajadas en el letrero de la taberna. A la mañana siguiente él llegó a la escuela blandiendo un revolver. M. L. lo enfrentó y lo amarró con un manto. Entonces los niños le hicieron un juicio y lo condenaron a un merecido castigo, el cual fue lle-vado a cabo. El verano transcurrió en forma satisfactoria después de eso.

La Asociación entonces le pidió a M. L. que le ayudara a L. H. Christian a conducir reuniones en una tienda para Escandinavos en Chicago. Ambos llevaron a cabo un nuevo plan publicitario. Mientras el hermano Christian estaba predicando, M. L., actuaba como si fuese un extraño, se levantaba y objetaba algo que él había dicho y lo desafiaba a un debate. El predicador concordaba; el público estaba encanta-do. A la tarde siguiente la tienda se llenaba con personas deseosas de ver a esos dos predicadores en-frentarse nuevamente.

El lugar donde M. L. y L. H. habían colocado su tienda estaba justo al lado de la línea elevada del tren. De acuerdo a los decibeles, en aquel tiempo de los 1900, era el equivalente a tener aviones a chorro despegando sobre las cabezas a cada par de minutos. Ambos predicadores desarrollaron sus capacida-des pulmonares completamente, mientras competían con los trenes.

Muy luego la voz le dio problemas a M. L. Él desarrolló unas grandes amígdalas, las cuales fueron re-movidas a través de una operación en la sala de un médico. Al volver a casa después de la operación, M. L. tuvo que permanecer en la plataforma posterior para poder botar la sangre. (Tuvo que hacerse dos operaciones más, hasta que todo quedó bien).

Los ingresos de la familia eran provistos a través de las ofrendas que se realizaban los domingos en la noche. Si estas excedían los dos dólares, el excedente iba para la Asociación.

La Era del Maní había comenzado en Battle Creek. La familia Andreasen, de acuerdo con los tiempos, compró maní en cantidad y lo tostó, lo hirvió, lo mezcló con agua, y subsistió de él. Pero a pesar de sus estómagos llenos, las pequeñas niñas sufrían de mala nutrición. Especialmente la pequeña Eunice de un año de edad. Un médico de hospital le recetó huevos revueltos con granola. Vesta estaba agradecida de poder recibir lo que la pequeña dejaba. Eunice se recuperó, pero pasaron años hasta que su estómago volvió a lo normal. Nadie en la familia quería saber de mantequilla de maní otra vez.

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Un poco después de la enfermedad de Eunice, la Sra. Andreasen experimentó una crisis de salud, desa-rrollando una gran fiebre, la cual permaneció durante varios días. El Sábado en la mañana Annie, la cual tenía una gran fe en las oraciones de Andrew Christensen, un hermano de la iglesia local de Escan-dinavos, le pidió a su esposo para que lo buscara. M. L. le pidió que viniera durante el servicio de la iglesia, de tal manera que ninguno de los miembros se enterara. De acuerdo con los relatos de Christen-sen, una Sra. Bennie Iverson tuvo la idea de que algo iba a suceder, y se fue hacia el lado de la cama de Annie en vez de ir a la iglesia. El hermano Christensen solemnemente ungió a Annie, y entonces pidió que oraran. Mientras ella estaba débilmente arreglando la ropa de la cama, sus labios se movieron para decir casi en forma inaudible, "Entonces me levantaré". Cuando las sinceras oraciones del pequeño gru-po terminaron, ¡cual no fue la sorpresa de M. L. al ver a su esposa sentarse en la cama y comenzar a cantar! Ella estaba sanada. Todo lo que M. L. pudo decir fue, "Oh ustedes de poca fe".

No todas las experiencias terminaron en una forma tan feliz. M. L. escribe:

Una vez yo estaba predicando en Fullerton Avenue en Chicago. Teníamos un cuarteto de cuerdas don-de yo tocaba el cello, no muy competentemente, tengo que confesarlo, especialmente en vista del hecho de que dos de los otros hombres eran profesores de música.

Una noche después que habíamos tocado, un hombre vino a la plataforma, parcialmente bajo la in-fluencia del alcohol. Con cierta dificultad me dijo, "¿Alguna vez ha tocado esa cosa antes?" refirién-dose al cello. Admití que no lo había tocado mucho. "Préstemelo", dijo. Yo le dije que volviera cuando estuviera sobrio, y yo se lo prestaría.

Él volvió. ¡Y cómo tocó! Él tocó hasta que las lágrimas rodaron por las mejillas de aquellos que nor-malmente no son afectados por la música. Él continuó volviendo a nuestras reuniones una y otra vez, y finalmente aceptó a Cristo.

Entonces un día recibí un mensaje urgente. El hombre había cometido suicidio. La botella había sido demasiado para él. Él había tomado un trago, y la vergüenza y la desgracia por lo que había hecho lo vencieron.

Fue uno de los funerales más tristes en el cual yo haya oficiado.1

M. L. cuenta esta historia, la cual posee un impacto emocional muy diferente:

Yo estaba en Illinois cuando fue colocada la primera línea telefónica en cierto distrito rural. Un cam-pesino estaba escéptico con respecto a esa nueva idea. Él había escuchado antes que habían tubos que hablaban (se refiere a las líneas telefónicas), pero estaba seguro que ningún tubo que hablara podría funcionar a lo largo de tantos kilómetros. Su asombro fue mayúsculo cuando el aparato realmente fun-cionó y cuando descubrió que el conductor no era totalmente hueco, como él había pensado, ¡sino que era sólido! Él podía concebir un tubo que hablara. ¡Pero un conductor sólido! ¿Cómo era posible en-viar palabras a través de un artefacto así? Era inexplicable, y él no tendría ninguno.2

M. L. se las arregló para hacer más de una cosa a la vez durante toda su vida. Mientras estuvo en Chi-cago él se metió en la universidad. Entre otros asuntos, aprendió un poco de Griego.

En 1902, a la edad de 26 años, M. L. fue ordenado. Finalmente podía sentarse en la plataforma. En aquellos días, aun si un hombre iba a hablar, no se podía sentar en la plataforma a menos que fuese or-denado. Tenía que sentarse en los asientos que estaban adelante.

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La sesión de la Conferencia General de 1905 fue realizada en Washington, D.C. M. L. asistió. Camino a Washington a comienzos de Mayo, Ellen White y otros delegados de California supieron de la dispo-nibilidad de la propiedad de Loma Linda. Durante el Congreso, iban y venían los telegramas y las car-tas, animando al comprador del sitio para un futuro centro de salud de la denominación.

En este Congreso en 1905 le llegó un inesperado aprendizaje a M. L. y a su joven amigo de Chicago, L. H. Christian. Esto se conoció como el Juicio Ballenger. Más de medio siglo después M. L. recuenta la historia:

El hermano Ballenger era bien parecido, y era un choque para todos nosotros cuando era citado como hereje y se le citaba a un juicio, el cual fue realizado al mismo tiempo que se realizaba el Congreso de la Conferencia General en Washington, D.C., en 1905, el primer Congreso realizado ahí. Se había eri-gido una gran tienda para las reuniones en los terrenos de la escuela. Habían algunos edificios peque-ños, uno de los cuales fue usado para el juicio, el cual se conoció como el "juicio secreto" porque sola-mente a los ministros más antiguos y prominentes se les permitió asistir a la audiencia. Los hermanos Daniells, Evans, Haskell, Prescott, Gilbert, Shaw, y Spicer estaban constantemente asistiendo. El her-mano L. H. Christian y yo estábamos en el Congreso, y no podíamos entrar en la audiencia. Aun cuan-do éramos ordenados, no éramos considerados lo suficientemente adultos.

Había una ventana al lado del edificio, siendo que el último vidrio de arriba era bajado cuando hacía mucho calor adentro. Pero, ninguno de nosotros era lo suficientemente alto como para sacar alguna ventaja de ello. Pero decidimos que si uno se podía sentar sobre las espaldas del otro, tendría una bue-na visión, y podría escuchar. Así es que decidimos turnarnos para sentarnos o estar parados, y funcio-nó satisfactoriamente. Sin embargo, la verdad me hizo compeler a que yo había estado más parado que sentado. Pero obtuve un buen informe oral del hermano Christian. El arreglo era satisfactorio.

El segundo día hicimos un arreglo con el hermano Ballenger, el cual no era duro, el cual ya estaba siendo rehuido, y no era considerado seguro asociarse mucho con él. Estas entrevistas eran muy pro-vechosas, y para mí fue el comienzo de un gran interés en el santuario y en la expiación, el cual ha permanecido durante toda mi vida.

A partir de Ballenger yo obtuve ambos lados de los argumentos, ya que él me decía lo que estaba suce-diendo.

Pero un día el hermano Daniells pasó por ahí, y nosotros pensamos que nos habíamos metido en un lío cuando él nos dijo que entráramos para conversar con nosotros. Pero lo único que le preocupaba a él era que dos jóvenes ministros estaban sentados en sus sillas con los pies arriba de ellas. Esto era malo, se nos dijo, y andar sin un sombrero, como siempre lo hacía el hermano Gilbert, y por lo cual él había sido reprendido. El hermano Daniells andaba siempre bien vestido, y él quería que todos sus ministros anduviesen igual. Ambos nos arrepentimos debidamente.

Hasta ese día yo estaba agradecido por esas conversaciones, porque me dio un curso preliminar sobre estos asuntos tan importantes del santuario y de la expiación, los cuales han sido demasiado negligen-ciados. ...

Tanto cuanto yo sepa, la hermana White no asistió al juicio personalmente. Pero le envió un mensaje a los líderes, envolviendo al hermano Ballenger. Yo tengo eso delante de mí mientras escribo. Ella dijo: "Las pruebas del hermano Ballenger no son confiables. Si son recibidas, destruirían la fe del pueblo de Dios en la verdad que nos ha hecho lo que somos”.

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Con este apoyo del Espíritu de Profecía y sus propias convicciones, los hermanos votaron sin animosi-dad por la exclusión del hermano Ballenger del ministerio.3

Así, cerca del término de su primera designación denominacional, Andreasen centralizó su atención so-bre el santuario y la expiación, lo cual continuó siendo de especial interés para él durante el resto de su vida, y que lo envolvió en una controversia con algunos de sus hermanos durante los últimos años de su vida.

1 M. L. Andreasen, La Fe por la Cual Vivo, páginas 47-48.2 Ibíd., página 138.3 M. L. Andreasen, "Expiación VII", 19 de Enero de 1958.

BROOKLYN 1905-1910

Después de cinco años en Chicago, M. L. fue transferido a Brooklyn, Nueva York, donde continuó tra-bajando entre los Escandinavos.

La primera cosa que observé cuando llegué a la iglesia para mi primer servicio en esta nueva parro-quia fue una señal en la iglesia (algo que tenía que ver con funerales). Estaba nítidamente pintada, y daba información que sería necesaria si surgiese una emergencia. Yo concluí que uno de los miembros estaba metido en eso, y que la iglesia le había permitido a él colocar esa señal como algo acomodati-cio para él. Sin embargo, después de investigar, encontré que no era así; fui informado que las iglesias de todas las denominaciones tenían esas señales, y que era una de las costumbres de la ciudad. En nuestra primera reunión de negocios pedí más informaciones, y sugerí que la señal fuese borrada. Es-to, sin embargo, los hermanos pensaron que no era bueno hacerlo.

Entonces vino mi primer funeral. Una pobre hermana había perdido a su esposo; el funerario en cues-tión fue llamado, y a mí se me pidió que predicara el sermón. Yo hice eso con mi mejor habilidad. En el camino a casa viajé junto con el agente funerario en una antigua carroza que se usaban en aquellos días. Después de los debidos preliminares él me pasó unos billetes de algunos dólares. Yo le pregunté para qué era eso, y él me dijo que eso era por mi parte en el funeral. Cuando le pregunté que cómo se le ocurría pagarme a mí, él me dijo que era costumbre en la ciudad que el funerario incluyera en sus servicios una cierta cantidad para el ministro. Él lamentó que el funeral no fuese un funeral caro, y que por lo tanto cinco dólares era todo lo que me podía dar. Cuando yo indignado rehusé su oferta, él me dijo que tal vez podría aumentar un poquito la oferta, pero no mucho, porque él mismo estaba ga-nando muy poco con ese funeral. Él no sólo había tenido que pagarle a los conductores (cocheros) del carruaje (esto era en los días de carruajes y caballos), sino que todos ellos esperaban una propina es-pecial. Si éstas no eran pagadas, eventos no deseados y tal vez aun accidentes podrían suceder, y en poco tiempo su negocio estaría arruinado. Cuando le dije que yo no podía aceptar ese dinero, porque era un principio, él me dijo que yo era un forastero y que muy luego aprendería.

Entonces comencé a pensar. ¿Qué debiera haber hecho? Todo lo que había hecho era aceptar los cin-co dólares del funerario. La viuda los había pagado. Yo los había perdido. El funerario los tenía. Tal vez hubiese sido mejor aceptar el dinero. Se lo podría haber devuelto a la viuda. Ahora era demasiado tarde, pero la próxima vez lo pensaría mejor.

La próxima vez fue el mismo funerario. Esta vez recibí diez dólares, y no puse ninguna objeción para aceptar el dinero, pero sentí que era mi deber explicarle por qué había cambiado de opinión. Le dije al

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funerario que yo le iba a devolver el dinero a la viuda. Esto, evidentemente, no debiera habérselo di-cho. Él me miró de reojo y no dijo nada; pero sentí que él no me creyó que le estaba diciendo la ver-dad. Él pensó que yo era un hipócrita y un mentiroso. Otros ministros por lo menos eran honestos y to-maban el dinero; pero yo estaba tratando de hacerle creer que yo se lo iba a devolver a la viuda. Me sentí totalmente miserable. No era tan fácil ser un ministro honesto, como yo había pensado que fuese.1

Una de las primeras cosas que los miembros de la iglesia hicieron con M. L., fue proveerle un abrigo Prince Albert, sin el cual ningún sacerdote Escandinavo podía estar correctamente vestido. Naturalmen-te que él lo cuidó muchísimo.

Luego después que su familia se estableció en Brooklyn, M. L. comenzó una serie de reuniones evan-gelísticas en una tienda erigida en un lote vacío, no muy lejos del muelle. Un día se hizo necesario ha-cer algunas reparaciones en la tienda. Después que salió el sol de la mañana, él se sacó la chomba que Annie le había tejido. Cuando estaba listo para volver a casa al medio día, la chomba no estaba en nin-guna parte. Él estaba solo con su camiseta. Entonces se acordó de su levita, que estaba en el closet de un miembro de iglesia que vivía cerca. Muy luego tenía su abrigo Prince Albert colocado sobre sus overoles, y con la solemnidad de un clérigo, se fue a casa.

El lugar donde él estaba realizando sus reuniones, era conocido como un área agresiva. Uno de sus fas-tidios era que muchachos lanzarían piedras sobre la tienda durante las reuniones sólo para verlas rodar por los lados inclinados. M. L. aprendió luego que necesitaría una protección policial:

Me dijeron que jamás lo conseguiría hasta que accediera "engrasar" las palmas de los policías. Me di-jeron que diez dólares serían suficientes. Decidí no pagar ninguna extorsión, y a medida que se me aseguraba por el capitán de la policía de que iba a haber un policía ahí la próxima noche, pensé que todo estaba bien. Pero no hubo ningún policía, y tuvimos más disturbios que nunca. Y lo mismo suce-dió la próxima noche, y las reuniones estaban a punto de ser arruinadas. Aun así, yo estaba decidido a no pagar. Pero la próxima noche todo estuvo bien. No hubo disturbios. Yo había ganado, pensé. Algu-nas semanas después, supe que uno de mis amigos le había dado a la policía el dinero necesario. Esta vez me había quedado claro que la vida de un ministro es bastante complicada. Decidí que los minis-tros no están exentos de problemas.2

Las reuniones se efectuaron todos los días, menos los lunes. Las doctrinas fueron enseñadas abierta-mente, las bestias, el papado, todo. Muchos de los oidores Escandinavos eran tenidos por Luteranos. Pero cuando decidieron cambiar, realmente lo hicieron. Varios de los que aceptaron el mensaje en aquel tiempo, se volvieron obreros fuertes en la denominación.

M. L. completó dos importantes actividades seculares durante sus cinco años en Brooklyn. Primero, él pasó los exámenes de los Regentes de Nueva York, lo cual lo calificó para ser aceptado en cualquier universidad de Norteamérica. Dos de sus exámenes fueron agendados para el mismo tiempo. Él termi-nó uno, y entonces fue a hacer el otro, terminando ambos dentro del tiempo permitido.

Entonces, el 17 de Junio de 1909, Milian Lauritz Andreasen se volvió un ciudadano de los Estados Unidos de Norteamérica:

"Edad 33; altura 1,70 m; ojos grises; cabello café. Antes de su naturalización, un ciudadano de Dina-marca".3

La naturalización depende considerablemente de la manera con que M. L. cuenta esta historia:

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Cuando me puse a sacar mi ciudadanía, tuve que llenar papeles donde tenía que decir de dónde venía y otras cosas más. El papel preguntaba en qué barco había llegado. Yo no había llegado en ningún barco, yo simplemente había tomado el tren en Gretna, y eso era todo. Eso era muy ilegal, y habría complicado las cosas. Yo tenía dos testigos que habían visto que yo había permanecido en el país el tiempo necesario como para obtener la ciudadanía, dos ministros ASD. El abogado opositor rehusó mi proceder e hizo un gran discurso contra mi procedimiento. Tuve que dar una prueba acerca de mi co-nocimiento de la Constitución, el cual aprobé satisfactoriamente, pero mi abogado opositor no estaba satisfecho. Tiene que haber algo errado con un hombre que sólo se sube a un tren y entra en los Esta-dos Unidos sin ningún permiso de entrada. De cualquier manera, ¿quién podría saber durante cuánto tiempo yo había estado en los Estados Unidos? La ley requería que yo estuviese aquí durante cinco años.

Fueron llamados mis dos testigos. ¿Sabían ellos el tiempo que yo ya estaba en el país? Ellos dijeron que me conocían desde mucho más tiempo que el mencionado; ellos me habían visto en reuniones cam-pales y en otros lugares. El abogado se enfureció. Él no había preguntado cuánto tiempo ellos me co-nocían. La ley requería que yo presentara pruebas de que yo estaba aquí hacía cinco años, esto es, del 17 de Junio de 1904. hablándole a cada uno de mis testigos, él quería saber dónde me habían visto a mí el 17 de Junio de 1904. Nadie pudo darle la información que él solicitaba. Ambos me habían visto antes y después de esa fecha, pero el abogado pedía una prueba de que yo había estado aquí en esa fe-cha en particular. De tal manera que él protestó solemnemente diciendo que yo no podía ser ciuda-dano de los Estados Unidos.

El juez era una persona cariñosa y sensible. "Bien", dijo, "estos son todos ministros, y aparentemente buenos hombres. Indudablemente hubo una irregularidad en su ingreso en la forma en que lo hizo, pe-ro de cualquier manera, nunca escuché que fuese necesario probar que un hombre tuvo que estar aquí justo a cinco años de esta fecha y traer testigos para ese efecto, de tal manera que anulo la objeción del consejo, y declaro que este hombre es un ciudadano legal". Cuando nosotros tres salimos de la corte aquel día, estábamos todos transpirando, y sentimos que habíamos tenido una gran liberación.4

Un año después de haber llegado a Brooklyn, Andreasen fue hecho miembro del comité de la Asocia-ción. En 1908 fue Presidente de la Asociación. El Boletín de la Conferencia General de 1909 incluye una fotografía de una reunión campal que él condujo en Nueva York. Hay filas de tiendas de familias y la gran tienda bajo la sombra del tremendo “rascacielos” de seis pisos de aquel tiempo. Un carruaje y un caballo están pasando frente a las tiendas, y caballos y vagones están laborando a lo largo de la ca-lle.5

En Mayo de 1909, M. L. nuevamente asistió a un Congreso de la Conferencia General realizado en tiendas bajo los árboles de un campus del Colegio Misionero de Washington (ahora Columbia Union College). Él fue uno de los 199 delegados representando a los cerca de 60.000 miembros en Norteamé-rica; otros 129 representaban los 24.000 miembros del extranjero. Los delegados dieron informes de lu-gares como la Unión Alemana, La Asociación de Rusia, del corazón de África (ilustrados con diapositi-vas), la Unión China, el Campo de India Oriental bajo los cuidados de Australia, la Unión Escandinava, Japón, Corea, México, el Lago Titicaca, la Polinesia, y las Indias Occidentales. Este fue el último Con-greso al cual asistió la Ellen White. M. L. la escuchó hablar ocho veces. Una vez fue sobre "Un Salva-dor Resucitado", las otras veces, ella habló de las diversas fases del mensaje de salud, especialmente en el Colegio de Médicos Evangelistas, Loma Linda.6 En el Otoño del año siguiente este colegio fue auto-rizado a otorgar el grado de médico.7

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En el último día del Congreso M. L. vio subir a la Sra. White a la plataforma para darle la bienvenida a los delegados, los cuales muy luego estarían volviendo a las cuatro esquinas de la tierra. Él no sabía cuál sería ese último mensaje. Después de algunas palabras de cariño y de adiós, ella volvió al púlpito donde había una Biblia. La abrió, y la sostuvo en alto con manos temblorosas debido a la edad.

"Hermanos y hermanas, les recomiendo este libro".

Ella cerró el libro y bajó de la plataforma. Le había dicho su última palabra a los delegados ahí reuni-dos de la IASD.8

De especial interés para Andreasen y su cuerpo de trabajadores fue el memorial que ellos habían prepa-rado. F. C. Gilbert, un convertido de procedencia Judía, que trabajaba entre los Judíos, tenía que leerlo a la asamblea: "Una gran proporción [más de la mitad de los 5 millones de habitantes de la ciudad de Nueva York] ... ha nacido afuera. ... Se dice que en el Gran Nueva York debían establecerse misiones donde pudiesen ser entrenados los obreros ... que debía hacerse un centro ahí, que el trabajo hecho de-bía ser un símbolo del trabajo que el Señor quería que fuese hecho en todo el mundo ... y que debía ha-cerse una especialidad de este campo. Vuestros conmemorados respetuosamente urgirían para que esos pasos fuesen dados en esta Asociación, para que el Gran Nueva York fuese el extracto descrito.... Con [dos excepciones] ... no tenemos ningún edificio de iglesia en toda la ciudad o en toda la Asociación".9

M. L. y sus asociados no podían saber que pasarían casi 50 años hasta que se estableciera el Centro Evangelístico Times Square, y que en 1977 cinco Asociaciones y dos Uniones cooperarían para desa-rrollar el Ministerio del Metro.10

1 M. L. Andreasen, Una Fe Por la Cual Vivir, páginas 173-174.2 Ibíd., páginas 174-175.3 "Certificado de Naturalización", el clérigo del Condado de King, Brooklyn, Nueva York.4 Andreasen, de un manuscrito autobiográfico.5 Boletín de la Conferencia General, 24 de Mayo de 1909.6 Ibíd.7 D. E. Robinson, La Historia de Nuestro Mensaje de Salud (Nashville, Tenn: Southern Pub. Assn., 1943).8 W. A. Spicer, el Espíritu de Profecía en el Movimiento del Advento (Takoma Park, Washington, D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1937), página 30.9 Boletín de la Conferencia General, 24 de Mayo de 1909.10 Review and Herald, 21 de Julio de 1977, página 17.

LA FAMILIA

Se necesitaban volantes para atraer personas a las reuniones. Pero los volantes cuestan dinero, y él tenía muy poco de eso. Sin embargo, pudo resolver ese problema. Él compraría una prensa manual. No im-portaba si él no sabía nada de imprenta; esta sería la ocasión de hacerlo. De tal manera que muy luego fue instalada una prensa manual y una fuente de tipos en el tercer piso del departamento de Andreasen. ¿Pero dónde había que instalarla? En el living, desde luego. Esa no era la idea de Annie para un living,

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aun en un departamento. En el primer invierno de M. L. en Brooklyn, él sostuvo reuniones en un pasi-llo sobre una herrería. Pero ella entendió. La obra del Señor estaba primero. Y los volantes que salieron de ahí eran atractivos, los cuales llevaron a muchos oyentes a las reuniones.

El próximo hogar para la familia Andreasen fue el departamento de un primer piso de un edificio de dos pisos en Brooklyn, en la Calle 56. Cada pequeño dormitorio tenía una cama. Había una pequeña cocina, y también un pequeño living. Desde luego, la prensa manual estaba ahí. Afortunadamente había un pequeño patio enrejado donde Vesta y Eunice podía jugar cuando había buen tiempo.

El segundo hogar en Brooklyn fue en un segundo piso en la calle 76. En esta área todas las calles se pa-recían, y las casas también. Todas estaban hechas con el mismo material de piedras cafés. Pero los cuartos eran mayores que en su hogar anterior. Además, las calles llegaban hasta la playa, donde so po-dían realizar bautismos. A este hogar M. L. un día llevó un dorado piano de roble.

Hasta antes de la compra del piano, el pequeño órgano de la familia era llevado en una caja de un lado a otro desde el hogar al lugar de las reuniones. Tanto M. L. como Annie lo tocaban, aun cuando las ni-ñas no sabían decir quién les había enseñado. A las edad de 10 años, Vesta era capaz de tocar en las reuniones si fuese necesario, y a los 12 ella ya no necesitaba saber los números de los himnos antes de tiempo. Ella podía tocarlos casi todos.

No era siempre el órgano el que era usado para acompañar el canto. Los domingos en la noche un gru-po de jóvenes tocaba guitarra cuando M. L. se levantaba para cantar. Este grupo disfrutaba de las nece-sarias horas de práctica, gracias a la inteligencia y a la habilidad de su joven pastor. Él siempre tenía un grupo que cantaba o que preparaba música especial para sus reuniones, también.

Mientras vivía en el hogar de la calle 76, Eunice se quemó mucho. Mientras ella estaba observando una hoguera, sus vestidos se incendiaron con las brasas, y se quemó de la cabeza hasta los talones. Annie se olvidó de su propio sueño tratando de calmar la agonía, la cual parecía ser aun más intensa en la noche que durante el día. Cuando llegó el médico para cambiar las vendas, él tuvo que empaparlas para poder soltarlas y así poder ponerle una nuevas. El dolor duró durante meses hasta que la niña finalmente estu-vo mejor. M. L. se refirió a menudo a esta experiencia como una ilustración de cómo Dios debe sufrir cuando Sus hijos sufren.

A M. L. le gustaba sacar a sus hijas a caminar. Una vez sería Vesta, la próxima vez sería Eunice. En vez de que la niña le tomara la mano, él le tomaba la mano a la niña. De vez en cuando mientras cami-naban, él levantaba a la niña y la hacía girar por el aire, todo eso tomándola de sus pequeños dedos. Él comenzó con eso cuando ellas eran pequeñitas, y él aumentó en fuerza a medida que las niñas aumenta-ban de peso, de tal manera que él aun las estaba haciendo girar cuando ellas ya eran muy pesadas como para soportar todo su peso con sus dedos. Un día, cuando él estaba haciendo girar a Vesta, la punta de su dedo se torció bajo el esfuerzo. Él encontró un alivio permanente solamente algunos años después cuando le fue removida la punta de ese dedo.

Ocasionalmente M. L. él llevaba a una de las niñas al centro de Manhattan con él. Vesta se deliciaba en meter su moneda en la ranura del tragamonedas, subiendo las escalas de madera hasta la línea elevada, y parándose en la plataforma mirando con atención la huella de las luces de un tren eléctrico que se acercara. Ella aun puede acordarse al ver los techos de las casas, viendo las ropas sucias que habían si-do lavadas y que colgaban de las cuerdas entre los techos mientras el tren pasaba.

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La ciudad de Nueva York no tenía rascacielos en 1908, pero el puerto parecía la "octava maravilla del mundo", el gracioso Puente de Brooklyn, con su parte suspendida de un quinto de kilómetro. Cuando el tren elevado cruzaba East River en la parte superior del puente, M. L. le contó a Vesta la historia de esa construcción. El inmigrante Alemán Roebling, que lo proyectó, murió de tétano, al recibir una herida mientras supervisionaba la obra. Su hijo se convirtió en un inválido cuando fue descomprimido muy rá-pidamente, al estar 12 horas comprimido bajo el agua en un compresor pionero, usado para colocar los fundamentos. Durante los próximos 11 años de la construcción, él observó a través de binoculares des-de su cama, enviando instrucciones a través de su esposa. Finalmente una mañana en el mes de Mayo de 1883, él observó con profundo interés cómo el recién terminado puente era inaugurado oficialmen-te.*

Vesta observó cuidadosamente la estación, en la cual ella y su padre salieron del tren, qué dirección to-maron desde el comienzo de las escaleras, y el edificio en el cual entraron, donde su padre arrendó unos grandes lentes para proyectar sus diapositivas en el proyector que usaba en sus reuniones públicas. Des-pués de escoger las diapositivas que iba a usar en las próximas reuniones, se las dio a Vesta para que las llevara a casa, mientras él se fue a su oficina a trabajar.

Cuando Vesta tenía 10 años, M. L. y Annie decidieron que era lo suficientemente grande como para acompañar a su padre en un viaje en barco por el océano hasta Dinamarca. Él arregló su estadía cerca del Hospital Skodsborg, en la casa de una familia, mientras él iba a Alemania para asistir al Congreso de la División Norte-europea.

Debido a que M. L. estaba trabajando para Escandinavos en Brooklyn, todas las partes del servicio de la iglesia estaban en Danés. Sin embargo, el Inglés era usado en la Escuela de la iglesia donde iban las niñas. Queriendo que sus hijas hablaran Danés, y también Inglés, M. L. y Annie decidieron tomar dos decisiones para alejar el Inglés normalmente usado en casa: ellos conducirían los cultos familiares de adoración usando la Biblia en Danés, y le pagarían a las niñas un penique por cada hora en que ellas conversaran sólo en Danés. El plan funcionó, y el Danés de las niñas se salvó del olvido.

M. L. le enseñó a sus niñas a andar en skate en el hielo y a nadar. En aquellos días Coney Island no es-taba comercializado; tenía solamente un hotel, y las amorosas playas no estaban estropeadas. La des-ventaja era el exceso de ropa que las niñas y las mujeres tenían que usar en el agua: mangas, y faldas que cubrían unas largas bombachas. Un día el hombre que cuidaba la playa, vino y le dijo a Vesta que tenía que usar medias en la playa y en el agua.

La familia Andreasen se separó durante 1909. tuvo que ver con la Escuela de la iglesia. No era posible operar una Escuela de iglesia ese año, y M. L. y Annie ni siquiera consideraban enviar a las niñas a una escuela pública de Brooklyn, aun cuando las escuelas de Brooklyn pertenecía a uno de los mejores sis-temas escolares del país. Finalmente ellos decidieron dividir las fuerzas. Annie y las niñas fueron a South Lancaster, Massachusetts, donde había una buena escuela, y M. L. se arrendó una pieza en Manhattan, cerca de su oficina, donde trabajaba como Presidente de la Asociación del Gran Nueva Yo-rk. Refiriéndose a este periodo de soledad temporal, M. L. acostumbraba decirle a sus estudiantes acer-ca de cómo dejaba la loza sucia acumularse, hasta que tenía papel de lija para limpiarla.

* "Roebling, John Augustus y Washington Augustus", La Nueva Enciclopedia Británica, Macropedia, Volumen 15.

VISITANDO EL HOGAR DE ELLEN WHITE

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Había sido un Sábado tranquilo. Ahora que el sol se estaba poniendo detrás de las colinas que rodeaban el pequeño valle. La abuela, los nietos, los tataranietos, los ayudadores en el hogar y en la oficina, y unas pocas visitas estaban todos cantando juntos. La clara voz de soprano de la abuela era claramente distinguible. Después que varios himnos fueron cantados ella comenzó una vívida descripción de cómo era el cielo.1

M. L. se emocionaba al entender que él era un miembro de esta familia, aunque fuese sólo por algunos días. Henry y Herbert White, los hijos gemelos de W. C. White, que estaban sentados cerca de él, lo ha-bían convidado a él esa mañana para cabalgar con ellos en su coche delante del de su padre, Willie, y la abuela en su viaje de 5,5 Km hasta el Pacific Union College, donde la abuela tenía que hablar. Durante la semana los niños se le habían arrancado hacia el establo para ver el nuevo becerro de la abuela y para ver los polluelos de un día y a su madre comiendo granos. Ellos le habían dicho cómo el pequeño Ar-thur había tratado de contar los botones que tenía el vestido de la abuela, pero los había mezclado, y có-mo ella había puesto sus delicadas manos alrededor de él y lo abrazó. Durante un corto espacio de tiempo en la tarde después de la escuela, antes del tiempo para los coros, M. L. había escuchado a los niños jugar béisbol en los grandes pastos. Más tarde los había encontrado en la casa donde estaba el po-zo, lavando y cortando los albaricoques que la abuela había traído para secarlos, para después ser en-viados a las familias de los ministros del Sur, y a los misioneros en el extranjero.

Mañana en la mañana M. L. estaría nuevamente a la mesa de la abuela, que ella tan graciosamente pre-sidía. Tal vez habrían "gemas" especiales de trigo integral o de trigo no cernido. Para la cena él espera-ba que fuesen colocados los platos favoritos de la abuela, un suflé de grano horneado, tomates y maca-rrones, granos de mostaza finamente cocinados.

¿Cómo sucedió que Andreasen estaba aquí en Elmshaven, siendo un convidado del hogar de Ellen G. White? Él se acuerda de las razones para estar allá y lo que esta visita le significó a él y al trabajo de su vida:

Mi contacto personal con la Sra. E. G. White estaba confinado a los últimos años de su vida y fue de corta duración. Yo había leído sus escritos y de alguna manera los había estudiado desde el tiempo de mi bautismo, cuando era joven en 1894, y me había encontrado con ella en diversas ocasiones.

No fue sino hasta 1909, sin embargo, que comencé q considerar seriamente lo que significaban los Testimonios para la iglesia remanente. Yo era en aquel tiempo Presidente de la Asociación del Gran Nueva York y había leído con interés los diversos mensajes relacionados con la obra que tenía que ser hecha en las grandes ciudades del país. Yo estaba perplejo de que aparentemente se hubiese hecho tan poco para cumplir con las instrucciones dadas. El hermano E. E. Franks había estado realizando reu-niones en Carnegie Hall con buenos resultados. Los hermanos S. N. Haskell, Luther Warren, G. B. Sta-rr, Dr. Kress, y el Profesor Prescott habían visitado y habían trabajado en Nueva York. La propia Sra. White había visitado la ciudad, y se sentía que no se podría hacer mucho más en aquel tiempo.

Esto me llevó a considerar extensamente los mensajes enviados y cómo ellos habían sido aceptados y manejados. Algunos de ellos parecían haber caído en buen terreno, mientras otros aparentemente ha-bían sido considerados un buen consejo, pero no de importancia obligatoria, y consecuentemente fue negligenciado u olvidado.

Este estudio me llevó a revisar esa evidencia tal como yo la había recibido, llevando adelante la cues-tión del origen de los escritos de la Sra. E. G. White. Hasta ahí yo había aceptado los testimonios de otros sin hacer ninguna crítica apreciable o sin ninguna convicción profunda, ya sea hacia un lado o

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hacia el otro. Ahora, sin embargo, sentí que había llegado a un punto en mi vida donde tenía que to-mar decisiones por mí mismo. Esto se volvió lo más necesario, ya que fui llamado a dirigir el nuevo se-minario en Hutchinson, Minnesota, y tendría que lidiar con jóvenes que estaban entrando en el minis-terio. Por amor a ellos decidí que tenía que conocerlo por mí mismo y no depender de ninguna autori-dad secundaria, no importa cuán buena pudiera parecer.

Esto me llevó a considerar un viaje a Santa Helena, California, donde la Sra. White residía en aquel tiempo. Quería obtener conocimiento de primera mano, tanto cuanto eso fuese posible. No quería ser engañado ni tampoco engañar a otros.

Consecuentemente, a su debido tiempo llegué a Santa Helena y fui cordialmente recibido por la Sra. White. Le di la razón de mi venida, la cual era obtener permiso para examinar sus escritos en manus-critos antes que cualquier persona haya efectuado algún trabajo editorial sobre ellos. Yo había traído conmigo muchas citas de sus escritos que eran de un supremo interés, ya sea por su importancia teoló-gica o por su belleza de expresión.

En mi propia mente estaba convencido que la hermana White nunca los había escrito de la manera en que aparecían impresos. Ella podría haber escrito algo parecido a eso, pero yo estaba seguro que na-die, con la limitada educación que tenía la hermana White, haya podido producir declaraciones con expresiones tan bellas o pronunciamientos teológicos de tanta dificultad. Ellos tienen que haber sido producidos por un individuo bien entrenado, versado no sólo en delicadezas teológicas, sino que tam-bién en un bello Inglés.

Tuve permiso y libre acceso al sótano donde eran guardados los manuscritos, y comencé inmediata-mente mi trabajo. Estaba abrumado con la cantidad de material colocado a mi disposición. No parecía ser posible para un individuo producir tal cantidad de material durante una vida, siendo que la mayo-ría era manuscrito. Yo había imaginado que la hermana White dictaba la mayor parte de su material, porque tenía secretarias. Ahora encontraba que, aun cuando a veces había dictado, la mayor parte de sus escritos fueron producidos por su propia pluma. Eran estos escritos en los cuales yo estaba intere-sado y que examiné. Pasé varios días trabajando, y siendo un lector bastante rápido, y con la asisten-cia del equipo de la oficina, terminé mi tarea.

Cuando terminé, estaba tanto asombrado como perplejo. Aquí había visto delante de mis ojos lo que no creía que fuese posible. Verifiqué muchas de las citas que había traído conmigo. Vi con su propia letra los escritos que yo creía que ella no podía haber escrito. Especialmente estaba chocado con la ahora familiar cita en el DTG:530: "En Cristo hay vida, original, no prestada, no derivada". Esta de-claración en aquel tiempo era revolucionaria y obligaba a hacer una completa revisión de mi anterior punto de vista, y la de la denominación sobre la Deidad de Cristo.

Había examinado muchos de los manuscritos en el sótano, excepto las cartas familiares. Aun cuando el hijo, W. C. White, dudaba que podría obtener permiso para leerlas. La hermana White inmediata-mente me dio permiso. Y así las leí. Aquí estaban las cartas escritas de los padres para los hijos y de los hijos para los padres, de James a Ellen y de Ellen a James. Las cartas de Ellen podían comenzar con "Querido James" o "Querido Esposo", seguido de alguna observación o declaración de carácter estrictamente personal, y entonces ella comenzaría un extenso recital de algún tópico religioso con apropiadas amonestaciones y consejos. Si las observaciones introductorias eran dejadas a un lado, to-da la carta podía ser impresa en una página editorial de la Review hoy, ningún nombre tendría que ser agregado, y muchos lectores reconocerían inmediatamente el origen de la composición.

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La misma fraseología distintiva, el mismo estilo e intensidad de deseo para un mayor conocimiento de Dios, marcaban sus escritos, aun cuando en aquel tiempo las cartas no eran consideradas como mate-rial para ser publicado.

Cuando estaba listo para dejar Santa Helena, la hermana White me regaló varios de sus libros, inscri-tos con su propio nombre y también con una pequeña dedicatoria para que el Señor me bendijera. El único libro que conservo con su nombre, es El Deseado de Todas las Gentes. También me traje algu-nos de sus escritos no impresos, los cuales ella me regaló graciosamente. Algunos de estos eran ma-nuscritos, pero la mayoría eran copias hechas a máquina de comunicaciones que ella había enviado, siendo que algunos tenían correcciones hechas con su propia mano.

Cuando la conocí, la hermana White era una anciana, pero en plena posesión de sus facultades. Ella era graciosa, considerada, y amable, una verdadera madre en Israel. Yo la visité una vez temprano en la mañana, pero a cualquier hora que yo fuese, ella ya estaba trabajando. Habían algunos que decían que ella ya estaba chocha. Ella debe haber escuchado esto, porque una mañana ella me dio ocho pági-nas para que las leyera de lo que ella había escrito esa mañana. Después de haberlo leído, ella me sonrió y me dijo con una voz juguetona, "¡Es muy bueno, no es verdad, para una anciana ya chocha!" y entonces ella se rió. La primera vez que vi reírse a la hermana White yo me quedé chocado, porque no pensé que una persona en su posición podría reírse. Pero ella a veces se reía, una risa dulce, cal-mada y joven, totalmente apropiada. Ella era una buena compañía y no siempre seca, exigiendo, y con una personalidad mandona, como yo esperaba que fuese. Ella era una madre en Israel, y aprendí a amarla.

Cuando finalmente le pedí que me despidiera, fue con la profunda convicción que había estado cara a cara con una manifestación y una obra que solamente podía provenir de la guía divina. Estaba con-vencido que su obra era de Dios, que sus escritos fueron producidos bajo la guía de Dios, y que ella te-nía un mensaje tanto para el mundo como para el pueblo de Dios.

Al escribir esto, no estoy intentando "probar" nada. Apenas estoy dando mi testimonio de lo que se. Y ese testimonio es claro e inequívoco. Yo creo que los escritos de la hermana White son verdaderos mensajes de Dios para Su iglesia, y que nadie puede ignorarlos y desobedecerlos, excepto a un gran, muy gran, costo.

Permítanme dejar esto claro. Yo no adoro a la hermana White o sus escritos. Yo adoro a Dios. Yo no predico a la hermana White. Yo predico a Cristo. Yo no considero sus escritos como si fuesen otra Bi-blia. Como un Protestante debo permanecer con la Biblia y solamente con la Biblia. No considero sus escritos como una añadidura a la Biblia, presentando una nueva luz. Yo los uso como una lupa que no crea una nuevas verdades, sino que aclara aquellas que ya han sido reveladas. En mi propia vida y en mi pensar, las encuentro de un valor inestimable. Realmente se las recomiendo a otros.2

1 Grace White Jacques, "Mi Abuela Especial", The Youth's Instructor, 5 de Diciembre de 1961.2 M. L. Andreasen, manuscrito no publicado.

EN HUTCH 1910-1918

En 1909 habían 1,8 millones de Daneses y Noruegos en Norteamérica, que hablaban su idioma aun después de la cuarta generación, y había una fuerte tendencia a preservar la cultura Escandinava en los

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Estados Unidos. La Universidad de Minnesota estableció un centro de cultura y literatura Danesa y No-ruega.

El Congreso de Otoño, realizado en College View, Nebraska, en Octubre de 1909, decidió que los ASD tuvieran tres escuelas con idiomas extranjeros en Norteamérica, en vez de tratar de mantener varios de-partamentos de idiomas extranjeros en el Union College.

Un comité de veinte escogidos para buscar un sitio para el seminario Danés-Noruego, encontró un edi-ficio y un campo en Hutchinson, Minnesota, que los Luteranos Daneses estaban ofreciendo a la venta a un precio bastante bajo y atractivo. El gran edificio de cuatro pisos era de ladrillos prensados con rocas en los fundamentos. Fuera de las salas de clases, poseía 46 salas de estudio para los estudiantes, un agradable comedor, una capilla que tenía asientos para unas 400 personas, y un buen gimnasio. Era ca-lefaccionado con vapor, y tenía iluminación eléctrica y agua potable. El campo tenía 160 acres.

Cuando O. A. Olsen predicó el sermón de la graduación para el octavo año en la escuela de la iglesia Escandinava en Chicago, él contó sobre la compra de la propiedad Luterana en Minnesota. Una de las graduados, Ida Christensen, se volvió y miró hacia su padre, el anciano local que había orado por Annie Andreasen, pidiéndole permiso para asistir a la nueva escuela. Él consintió.

Cuando la escuela abrió el 28 de Septiembre de 1910, los Andreasens y las otras familias convidadas a hacer un trabajo pionero en Hutchinson, ya se habían trasladado hacia allá, y habían instalado algunas habitaciones provisorias en la escuela "de una pieza". Los muchachos fueron asignados al piso supe-rior. En el piso inferior estaban las niñas. La oficina del Presidente, las salas de clases, la librería y la capilla, estaban en el primer piso. El gimnasio, el comedor y la cocina, la lavandería, y el horno estaban en el sótano.

La primera cosa en la mañana durante algunos días, era que el jefe del campo, George Axelson, o el es-tudiante, Nels Nelson, levantaría a todo el equipo e irían a la gran estación de tren Great Northern para encontrar a los estudiantes con sus equipajes. Finalmente, fueron admitidos 82 estudiantes.

Vesta, que todavía no llegaba a los 14 años, e Ida Christensen, andarían juntas, regocijándose mucho. M. L. acostumbraba decir que el único tiempo en que había calma en la escuela, era cuando Vesta e Ida se enojaban y no se hablaban. Eunice era la encantadora niña pequeña, la cual iba a encontrar a Axel-son después del trabajo y volvía a casa cabalgando uno de los caballos.

Los profesores y sus familias comían en el comedor de los estudiantes en mesas de a ocho. La manera en que se sentaban, era cambiada cada mes. La comida era servida al estilo casero. Para la cena había compota de manzana, pan integral, y una jarra de jugo de sorgo, que se compraba por barriles, y una es-pumosa leche desnatada.

No habían obreros pagados. Cada día, cuando terminaban las clases, los profesores y estudiantes se po-nían ropas de trabajo. Había que construir las casas de los profesores, había que cavar zanjas, descargar el carbón, y había que cortar leña. Aun cuando había que limpiar las cloacas, M. L. estaba ahí trabajan-do, era el "padre" de la gran familia. Aun cuando la escuela enseñaba solamente al séptimo, octavo y noveno grado, en ese primer año, los estudiantes eran más cercanos a la escuela secundaria. El único profesor certificado era el Dr. J. M. Petersen de Heidelberg, un nuevo Adventista, dedicado a levantar las normas educacionales de la iglesia. Para comenzar, el profesor de aritmética del octavo grado estaba estudiando álgebra, y el profesor de álgebra estaba estudiando geometría.

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Durante sus ocho años en la escuela, M. L. era el gerente de negocios y también el director y el presi-dente. Annie trabajaba como contadora y enfermera, "yendo de aquí para allá, ayudando conforme fue-se la necesidad". El primer año hubo un déficit de US$ 550; el segundo una ganancia de US$ 370. al tercer años, la matrícula había llegado a 104 alumnos. Al octavo año de M. L., la escuela estaba ense-ñando la secundaria, faltando sólo tres semestres para otorgar el grado correspondiente.

Todos los jóvenes ASD Daneses-Noruegos se suponían que estaban en esta escuela, y recibieron toda su instrucción en ese idioma. Unos pocos, tales como Ida Christensen, que sólo había aprendido el vo-cabulario Danés en la iglesia, no pudo obtener su graduación correspondiente. Fue de mucha ayuda cuando M. L. concordó en enseñar historia general en Inglés.

Anna Paulson, que fue una estudiante en Hutchinson en 1912, se recuerda: "El Profesor tenía el hábito de subir hasta el piso de las niñas para ver si todo estaba bien. Algunas veces él entraba y nos visitaba. Yo dormía con Anna Sorensen en aquel tiempo, y el nombre de la esposa del Profesor era Annie. 'Na-die puede ser buena a menos que se llame Anna', decía el Profesor. Entonces me miró y dijo, 'Usted nunca llegará a ser alguien a menos que se ponga a estudiar álgebra'. Yo me estaba divirtiendo tanto, que no sabía si había aprobado o no álgebra. En años posteriores disfruté burlándome de él por haber-me reprobado en álgebra. Él me respondió igualmente feliz, 'Yo se de una cosa: si yo la desaprobé, us-ted se lo merecía'. Yo no desaprobé ningún otro ramo". Otra Anna, una estudiante de más edad que también enseñaba a coser, de alguna manera obtuvo bajas notas en álgebra y estaba en un mar de lágri-mas un día en clases. El Profesor no sabía qué hacer con ella, sino que anduvo valientemente por la sala de clases. Al día siguiente trajo una postal y la puso en su escritorio. Era una foto de un niño y de una niña pequeños, con un calcetín a medio caer en una pierna, desanimado y llorando. La leyenda escrita decía, 'Usted sabe que yo la quiero, pero no puedo estar diciéndoselo todo el tiempo'. Todos nos reímos de buena gana.

"Se instaló una dobladora en el sótano. El Profesor llamaría a dos o tres de nosotros para ayudar. Natu-ralmente dijo rápidamente, 'Bien, veamos quién puede hacer todo esto'. Él nos tuvo trabajando como locos.

"Pero no era apenas el arte de plegar. Me acuerdo haberlo visto en el cajón de las papas junto a mí, cor-tando rápidamente las papas para plantarlas. Él también estaba con nosotros cuando estábamos reco-giendo papas durante la cosecha. En años posteriores nos pusimos muy sofisticados para hacer eso, y cómo lo extrañamos".

El segundo año en la escuela, Delia Jensen vino de Dakota del Sur. Muy luego estaba alternando con Vesta para tocar el piano los viernes en la tarde. Delia recuerda: "El hermano Andreasen parecía tan majestuoso bajando por el pasillo con su largo abrigo Prince Albert. Pero él podía desconcertante si él pensaba que lo necesitabas. Él había instruido a Vesta y a mí, 'Siéntate en la silla de adelante, de tal manera que cuando yo diga el número del canto, no tengas que venir desde atrás'. Una semana yo me olvidé que tenía que tocar, de tal manera que cuando él anunció el canto, yo comencé a descender por el pasillo. Cuando había recorrido apenas la mitad de la distancia, él dijo, 'Levantémonos y cantemos'.

"Una noche dos hombres jóvenes y dos niñas fueron a andar en bote. Si todo hubiese andado bien, po-dríamos haber estado de vuelta antes del anochecer, y nadie habría notado la diferencia. Pero un remo quebrado nos atrasó, y el bote se pasó mojando nuestras ropas. Cuando volvimos a la escuela, las luces estaban apagadas, pero las puertas estaban abiertas. Ahí estábamos, todos mojados y andando en punti-llas por el pasillo. La linterna del Profesor nos siguió durante todo el camino, subiendo las escaleras hasta nuestro cuarto, sin decir una palabra. Nos sentimos como ratones.

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"Cuando fui por primera vez a Hutch, la escuela era nueva. Había un montón de jardinería que hacer. Nosotros teníamos un caballo y una especie de camión. El Profesor dijo un día, 'Delia, ¿podrías ir a buscar rosas? Usted es del campo. Usted se sienta y dirige, y yo iré atrás'. Era un día lluvioso y con ba-rro. De repente el caballo se tambaleó, y el Profesor cayó fuera del carruaje, el delantal volando, y ahí estaba él en barro. 'Oh, lo siento', balbucié. Él nunca dijo nada, sino que se levantó, se subió nuevamen-te al carruaje, y fuimos en busca de las rosas".

En el otoño de 1912, un hombre joven, F. M. Larsen, que más tarde fue un misionero enviado a la Chi-na, llegó a la escuela a las 16:30 horas, después de haber tenido algunos problemas con el transporte, sólo para encontrar la oficina cerrada. Fue tres días antes que la escuela comenzara, y habían muy po-cos estudiantes ahí. Él escuchó voces en el sótano, de tal manera que bajó y tocó a la puerta, y el her-mano Andreasen salió.

"¿De dónde viene?""Michigan"."¿Cómo llegó aquí?""Vine en bicicleta"."¿Todo el camino?""Desde Glencoe [distante 10 Km]"."Bien, ¿qué es lo quieres?""He venido para prepararme para ser ministro"."Bien, eso es bueno".

Larsen tenía una carta de presentación de un amigo que M. L. había conocido en Michigan. "¿Quieres trabajar?""¿Por qué? Claro que quiero trabajar".

M. L. abrió una puerta, y ahí estaba la cocina. Larsen se sacó su abrigo y comenzó a desempacar platos, menos de 20 minutos de haber llegado.

Había una despensa al lado de la cocina. Un año el guardia nocturno comenzó a ir ahí en la noche, abría el candado y sacaba fruta. M. L. decidió ponerle fin a eso. Él estaba escondido en la cocina cuando es-cuchó que el guardia se acercaba cantando, "He llegado al país de los granos y del vino". El humor de la situación era tanto, que M. L. no pudo hacer nada para atrapar al ladrón. Él subió las escaleras rién-dose. Él nunca pudo cantar ese canto nuevamente sin acordarse del incidente.

"Yo tuve al hermano Andreasen como profesor en dos clases", relata F. M. Larsen. "La mejor fue histo-ria Norteamericana. Él tenía una facilidad para mantener a sus alumnos atentos, contando cada evento de una forma tan vívida, que casi podíamos ver cómo sucedían. Puedo acordarme cómo a las diez de la mañana estábamos todos ahí sentados esperando. Él entró calmadamente, fue al pizarrón, y escribió al-gunas preguntas. Nunca sabíamos lo que él iba a hacer con nosotros. Él tenía una manera de mostrarnos las cosas en la lección, que los estudiantes normalmente ni lo percibían. Normalmente siempre habían unas diez preguntas. 'Muy bien; escriban'.

"Durante mis dos últimos años yo era un estudiante externo. El último viernes en la tarde yo iba cami-nando hacia la escuela para practicar con un cuarteto. Cuando llegó la hora de la cena, la Sra. Andrea-sen invariablemente me invitaba a cenar. Ella era una maravillosa cocinera. Todos los viernes en la no-che teníamos los más deliciosos porotos al horno.

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"En su hogar el Profesor me convidaba a su estudio, lleno de libros. En su dormitorio había una peque-ña mesa que se colocaba al lado de la cama con libros sobre ella. Él era un gran lector, y sabía cómo aplicar lo que leía.

"Era siempre una alegría cuando el Profesor tenía el servicio del Sábado. Siempre traía algo valioso, justo al punto, y siempre se detenía a las 12:00 horas (otros predicadores se pasaban unos 20 o 30 mi-nutos)".

Un incidente en particular ilustra la política de M. L. de no pedirle a nadie para que hiciera algo, si él mismo no era capaz de hacerlo.

Un verano los muchachos estaban pintando el cuarto piso del edificio de ladrillos, y habían planeado terminar las ventanas, pero no tenían un equipo para el andamio. Los aleros tenían que ser conquista-dos. M. L., fiel a su política, sabía quién los iba a pintar. Atleta que era, subió a los aleros todos los días, con sólo una hendidura para apoyar el pie sobre las ventanas. Él terminó el trabajo sin un resba-lón. Un no Adventista escribió la hazaña en el Atlantic Monthly, no identificando al presidente ni a la institución, sino que claramente era M. L.

Como niño, la ambición de M. L. era estar frente a una audiencia con la cabeza en alto. Algunas veces durante las marchas en la noche del Sábado en Hutch, él entraba al gimnasio andando sobre sus manos. Después de completar los 60 años, un ex-estudiante de Hutch le preguntó si8 aun caminaba sobre sus manos. "Oh, si. Todos los días".

M. L. siguió nadando en la última década de su vida. Él se unía a los muchachos para nadar un kilóme-tro y medio hasta la isla del Lago Hook, cerca de la escuela. Entre la escuela y el pueblo había un mo-lino donde el agua tenía 6 m de profundidad. M. L. acostumbraba a sujetar una gran piedra la cual lo mantenía bajo el agua mientras nadaba alrededor del aspa del molino.

Todos los estudiantes fueron animados a tomar parte en el skate sobre el hielo. M. L., vistiendo un abri-go corto, una capa roja, y guantes, ayudaba a los niños a limpiar la nieve de la pista de hielo en el río. Él andaba en skate en una forma tan fácil que era como una poesía el verlo. Una vez, después que había juntado a todos los estudiantes para volver a casa, ellos le pidieron que les diera una pequeña exhibi-ción de sus habilidades. Mientras lo hacía, él se inclinó demasiado hacia atrás y se cayó. Todos los es-tudiantes se rieron. M. L. se puso nuevamente en pie y muy luego se estaba riendo mucho más fuerte que todos ellos.

Aun la lucha no estaba más allá del límite para M. L. Nels Nelson recuerda: "Un día en nuestro picnic anual, él quiso saber cuánto era capaz de hacer en la lucha. De tal manera que él decidió que dos de no-sotros fuesen a un lugar recluido en el bosque y se midió con nosotros. Él perdió el juego. Dos de los muchachos estaban mirando, y dieron una buena carcajada.

"El Profesor trajo la pequeña imprenta manual que tenía en Brooklyn con él hasta Hutch. Nosotros nos preparamos para trabajar con ella, que nos había sido dada. No tenía un recipiente para la tinta, de tal manera que el Profesor y yo ideamos un dispositivo para alimentar la tinta sobre los rodillos. Trabaja-mos toda la noche en eso; la noche no era nada para él cuando algo especial estaba en juego. Teníamos un nuevo invento. Aquella imprenta manual sirvió por algún tiempo.

"Lo siguiente fue comprar una imprenta con cilindro, la cual encontramos en un pequeño sótano. La mesa directiva decidió que íbamos a imprimir el Cosechador de la Unión Norte, el cual salió todas las

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semanas. El Profesor había salido, y el editor estaba ansioso por imprimir el próximo asunto en Hu-tchinson. Trasladar todo desde Minneapolis en aquel tiempo tan corto, era algo que sólo un ignorante o un tonto podría intentar, pero de alguna manera sacamos el próximo Cosechador a tiempo. Cuando el Profesor volvió, él sacudió su cabeza. 'Nels, yo jamás me habría atrevido a hacer eso'.

"En 1914 George Axelson y yo fuimos escogidos para ir a Dinamarca. Ya habíamos comprado nuestros pasajes desde Nueva York a Europa, los cuales costaron US$ 25 cada uno. Entonces la guerra paró to-do. El Profesor me urgió para que fuese a Hutch a trabajar por el resto del verano. Fue idea suya la de colocar cerámicas en los pisos de los baños. Nadie de nosotros sabía nada sobre colocar cerámicas, pe-ro seguimos adelante. No había nada que él no se dispusiera a hacer. Él siempre estaba ahí para respal-darlo con su propio trabajo.

"Otra vez estábamos colocando aceras al frente del edificio principal. El jefe del campo nos permitiría usar el equipo y el vagón en la mañana, pero no en la tarde, cuando los estudiantes tenían que ejecutar un trabajo. Nosotros teníamos clases en la mañana. El Profesor siempre salía con algo. 'Nels, usted tie-ne dos horas libres. Usted sale y consigue el equipo y el vagón, y así que yo salga, saldremos a buscar una carga de arena'. Creo que nunca vi dos palas trabajar tan rápido. Después devolví el equipo, y noso-tros volvimos a clases.

"Muchas personas se pasaban un buen tiempo tratando de entenderlo. Algunas veces hasta sus propios amigos. Él era rápido para tomar una decisión y muy corto para dar una respuesta o dar una explicación de por qué había hecho lo que había hecho. Una vez después que había administrado cierto castigo a uno de los muchachos, el Profesor y yo estábamos trabajando juntos en la pieza de la imprenta. Yo le dije que no creía que hubiese tratado bien a Tom. Aquello despertó su espíritu luchador. Aun puedo verlo dando pequeños escupitazos en el piso cuando me dijo, 'Yo ciertamente le he dado mi opinión a alguien que me va a criticar por toda la ayuda que le he dado a Tom'. Desde entonces entendí que yo, siendo un muchacho, estaba errado tratando de corregir al Profesor, el cual estaba en lo cierto. nuestra amistad nunca se quebró. Yo creo que nos entendíamos el uno con el otro".

Aun antes de la primera graduación en 1914, los estudiantes que venían del Seminario teológico de Hu-tchinson fueron reconocidos como los primeros llevadores de carga en sus iglesias. Para mencionar só-lo unos pocos: A. W. Johnson, presidente de colegio y secretario de Libertad Religiosa de la Conferen-cia General; R. P. Rowe, jefe de la Pacific Press; Nets Nelson, superintendente de la Southern Publis-hing Association; Carl Martinson, físico consagrado; Anna Paulson Edwardson, decana de las enferme-ras en La Sierra. Especialmente los estudiantes de Hutch brillaban como misioneros en el extranjero:

Chris Sorensen, se casó con Delia, presidente de la División del Lejano Este; los Larsens en China; los Dahls en Manchuria; los Gjordings en Manchuria, Shangai, y Singapur.

"A la Conferencia General le gustaba tener misioneros para los campos extranjeros de Hutchinson por-que estos jóvenes eran consagrados; también poseían una mente práctica. Si necesitaban una casa, ellos construían una buena casa. Si necesitaban algo para comer, lo plantaban de manera que tenía una varie-dad en su dieta. Las personas que iban a ayudar, recibían bien a estos jóvenes misioneros".

* H. M. Johnson, entrevista personal.

UN ÚLTIMO TRIBUTO PARA LAMENSAJERA DEL SEÑOR

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A través de todo su liderazgo en el Seminario Teológico de Hutchinson, M. L. Andreasen llevaba en su mente los consejos de los Testimonios, los cuales traduciría para el Danés, mientras predicaba, y los cuales siguió tal como él los entendía en el programa de la escuela. "Creedle a vuestros profetas, y se-réis prosperados",1 era lo que primaba en el programa de estudio del seminario.

Nadie que había tenido la oportunidad de conocer tanto a Ellen White como a sus escritos, obtuvo dine-ro debido a ello. Cierto ministro que sabía que la hermana White "no era creída sino que modesta, de corazón cariñoso, una noble mujer" y que había "estado en su familia [la de los White] una y otra vez, algunas veces por algunas semanas",2 publicó un libro titulado Adventismo del Séptimo Día Renuncia-do siete años antes que M. L. se hiciese un Adventista. En su libro el autor firmemente invirtió su eva-luación del carácter y de la obra de Ellen White. La cuarta vez (y la última) que D. M. Canright se re-concilió con la iglesia antes de su última partida, él admitió que, "El verdadero problema está cerca de casa, en un corazón orgulloso y no convertido, en una falta de verdadera humildad, y de falta de volun-tad para someterse a los caminos de Dios para encontrar la verdad".3 "Cuando los hermanos Butler, White, Andrews, Haskell, u otros han dicho algo que ha herido mis sentimientos, he permitido que eso destruya mi confianza en la verdad".4

M. L. nunca había enfrentado a este hombre cuyos escritos habían sido un desánimo para muchos bus-cadores de la verdad durante los años. Sus caminos se cruzaron bajo circunstancias inusuales.

El 16 de Julio de 1915, Ellen White fue a descansar a su casa de Elmshaven, donde M. L. la había ido a visitar algunos años antes. El funeral se realizó en Battle Creek. M. L. estuvo presente.

Él vio las palmeras del hospital, los helechos, y los lirios que cubrían la plataforma del gran tabernácu-lo donde James y Ellen White habían hablado tantas veces. Él admiró las arreglos florales simbólicos que representaban una rueda quebrada, una columna quebrada, y una Biblia abierta con las palabras, "He aquí que yo vengo luego; y mi recompensa está conmigo".5 M. L. estaba sentado cerca del féretro, ya que había sido elegido para ser uno de los guardias de honor los cuales tenían que servir de a dos al mismo tiempo, uno a la cabeza, y el otro a los pies. Fuera de M. L., estaban L. H. Christian de Chicago, C. S. Longcare del Departamento de Libertad Religiosa de la Conferencia General, y pastores de Grand Rapids, Indianapolis, y Chicago, completando así los seis.6

Durante dos horas más de 4.000 personas pasaron por ahí, dando una última mirada, dándole sus últi-mos respetos.7 M. L. había especialmente observado a dos hermanos de edad, uno un Adventista, el otro no. Ambos parecían estar muy emocionados. Cuando le tocó la vez a M. L. de tomar su lugar en la guardia, él observó que ambos hermanos aun estaban atrás sentados en un banco de la iglesia. Repenti-namente uno de ellos se volvió hacia el otro y le susurró algo en el oído. Entonces ambos fueron hacia el pasillo y nuevamente se unieron al gentío que se movía hacia adelante. Cuando llegaron, el antiguo líder Adventista puso su mano a un lado del ataúd, y con lágrimas rodando por sus mejillas, dijo con voz quebrada, "Una noble mujer cristiana se ha ido".8

D. M. Canright había dicho la verdad una vez más. M. L. lo escuchó. Dieciocho años más tarde, cuan-do era Presidente del Union College, Andreasen escribió;

Yo era uno de los guardias de honor cuando el cuerpo de la Sra. E. G. White fue colocado en el taber-náculo en Battle Creek, Michigan, y estaba de servicio cuando el Sr. Canright se aproximó al féretro. Yo escuché las palabras dichas por D. M. Canright, y testifico de su exactitud.9

1 2 Crónicas 20:20.

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Pág. 442 D. M. Canright, "Una Conversación Clara con los Murmuradores", Review and Herald, 26 de Abril de 1877.3 ????, "A Aquellos que Están en un Castillo de Dudas", Ibíd., 10 de Febrero de 1885.4 Canright, "Ítems de Experiencia", Ibíd.. 2 de Diciembre de 1884. "Notas Biográficas de Ellen G. Whi-te (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1915), páginas 462-463.5 Notas Biográficas de Ellen G. White (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1915), páginas 462-463.6 Ibíd., página 463.7 Ibíd.8 W. A. Spicer, El Espíritu de Profecía en el Movimiento del Advento, página 127.9 Citado en W. H. Branson, Respuesta a Canright (Takoma Park, Washington, D.C.: Review and Her-ald Pub. Assn., 1933), página 288.

PROFESOR DEL UNION COLLEGE 1918-1922WASHINGTON 1922-1924

En 1918 M. L. dejó Hutchinson y se fue al Union College.

En la reunión campal de Minnesota en 1918 el Profesor H. A. Morrison, el presidente del Union Colle-ge, pareció de alguna manera estar interesado en mi. Él me rodeó varias veces y me aquilató de varios ángulos. Finalmente se aproximó de mí y me preguntó si estaría interesado en ir al Union College e enseñar [Biblia e Historia]. Yo lo estaba, pero no tenía ningún grado. Sin embargo, al mirar nueva-mente mis créditos se encontró que tenía más de lo necesario para un grado. Tal me podrían dar un grado un poco especial. Yo no quería eso, y les sugerí que iría a la Universidad [de Nebraska, en Lin-coln] y vería lo que ellos podrían hacer. Ellos no harían nada. De hecho me despedazaron el corazón al rechazar la mayoría de mis créditos y me dejaron apenas con un años y medio de créditos acepta-dos, lo cual significaba que tendría que hacer dos años y medio para poder obtener mi B.A. no me sen-tí muy bien, pero habiendo puesto la mano en el arado, me matriculé. El trabajo era fácil para mí, por-que ya lo había realizado en otros lugares. De hecho, ya había enseñado lo que ahora me tocaba aprender. De tal manera que en menos de dos años terminé los requisitos, me gradué, y recibí mi B.A., para poder enseñar a tiempo completo en el Union College.

Años más tarde un colega explicó que M. L. estaba enfrentando problemas en su enseñanza:

"Como cabeza del departamento de Biblia en el Union, Andreasen sucedió a Camden Lacey. El herma-no Lacey era un Inglés. Era un buen estudiante de la Biblia, y también sabía muy el Inglés. Para que Andreasen tuviera éxito con su acento Escandinavo y con su manera más bien no convencional de aproximarse a la Biblia, era una empresa poco menos que imposible. Varios de la facultad expresaron sus dudas de que él pudiera conseguir el respeto de los estudiantes, como lo había conseguido el herma-no Lacey".

Un estudiante de aquellos días recuerda, "La primera vez que lo vi fue en la reunión campal de Kansas, y en aquel tiempo él vino al Union. Yo estaba sentado en la tienda durante una reunión la reunión de los jóvenes una tarde, cuando los ministros fueron a la plataforma, juntamente con este hombre vestido con un arrugado traje gris claro. Él tenía un caminar muy elegante, que lo llamaba de contorneo. Yo lo tomé por un nuevo convertido en nuestra iglesia. 'Oh, ¿cómo podía él subir juntamente con los minis-tros?' me preocupé por él, hasta que se levantó para hablar. Entonces muy rápidamente olvidé todo lo relacionado con su traje, y su manera de caminar. Él realmente tuvo un maravilloso mensaje.

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"Más tarde tomé Doctrinas Bíblicas con él. Estoy seguro que obtuve más de la clase de Biblia que de cualquier otra, porque él era un excelente profesor y conocía su Biblia.

"él tuvo un interés personal en sus estudiantes. Un día recibí un mensaje que decía que un amigo mío había muerto. Yo estaba muy abatido. Cuando terminó la clase, él dijo, 'Quiero hablar contigo un mo-mento. Algo te está perturbando. ¿Hay algo que yo pueda hacer por ti?' realmente aprecié eso.

"él convidó a todos los que querían ir a su casa para ver su librería. Él tenía muchos libros antiguos, las primeras ediciones. Tenía varios autobiografados por la Sra. White".

M. L. tomó un interés en el bienestar de todos los estudiantes. Como jefe de un comité, él fue ante la mesa directiva del colegio para solicitar un gimnasio y una piscina. La mesa directa procedió a trabajar en el financiamiento, y los estudiantes lanzaron una campaña para completar su cuota. Muy luego los caballos del colegio comenzaron a abrir y a cavar el hoyo para la piscina. Los muchachos prometieron tres mil horas de trabajo gratis. Un profesor supervisionó el proyecto, y M. L. tomó a cargo la construc-ción. Estudiantes y profesores donaron ropas de trabajo y trabajaron como si fuera una carrera contra el tiempo.

Una vez un gran grupo de muchachos trabajaron toda la noche mezclando concreto para las paredes de la piscina. A media noche la matrona y un grupo de muchachas sirvieron sándwiches y cocoa caliente. Cuando la estructura estaba ya bien avanzada, las muchachas donaron delantales de carpintero y clava-ron el áspero piso. El edificio fue abierto al uso al comienzo de año escolar de 1920-1921.1

En cuanto al ejercicio, M. L. mostró una decidida preferencia por el handball, un juego muy causativo que separaba los hombres de los muchachos. Dos hombres tiraban una pelota contra tres paredes, pro-veyendo mucho más trabajo que el volleyball. M. L. acostumbraba a ir al YMCA a jugar. Un año él ca-si le gana al campeón del Estado de Nebraska.

Cuando él fue a jugar handball, M. L. llevaba un par de calcetines limpios para ponérselos después que tomara baño. Una vez él fue directamente del handball a una reunión de oración. Durante el servicio él metió su mano en uno de sus bolsillos para sacar el pañuelo. Y resultó ser un calcetín.

M. L. necesitaba este ejercicio vigoroso para compensar el pesado programa de estudio que él llevaba a cabo fuera de su carga horaria como profesor. ¿Pero cuál fue la reacción a su estudio?

Yo tenía certeza que el Presidente Morrison sabía lo que yo estaba haciendo. Pero oficialmente él no sabía nada. Pero Washington sabía. Yo era un quebrantador de la ley. Contra la clara ley yo había ido a la Universidad. ¿Qué podía hacerse? La crisis vino cuando continué trabajando en mi grado M.A. Yo no le había pedido permiso al presidente del colegio para ir a la escuela, porque yo sabía que hu-biera tenido que prohibírmelo. Pero Washington tenía sospechas y envió al Profesor Howell para ave-riguar lo que estaba sucediendo. Yo no tenía nada que esconder, de tal manera que le conté toda la historia y él fielmente se la informó a Washington. Entonces vino el propio hermano Daniells. Él llegó a College View en un tiempo inconveniente. Yo tenía una clase en la universidad media hora después que la capilla era liberada en el Union. Si yo salía de la capilla a tiempo como para tomar el carro de la media hora, yo llegaría a mi clase a tiempo. Era algo bien sincronizado, pero la mayoría de las ve-ces lo conseguía. El día en que llegó el hermano Daniells, yo estaba corriendo para tomar el carro. Yo no lo había visto hasta que me llamó. Yo le respondí que tenía una clase en la universidad, y que lo ve-ría más tarde. Aun puedo verlo parado en la calle desalentado, mientras yo estaba en las pisaderas del carro alejándome rápidamente. No creo que me haya amado mucho en aquel tiempo. El carro ya había

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andado varias cuadras antes de que me diera cuenta de lo poco cortés y poco cariñoso que había sido. ¿Debía bajarme y volver? Pero sería un largo camino, y él ya se habría ido a aquella hora. De tal ma-nera que permanecí en el carro. Pero no aproveché mucho mi clase ese día.

Cuando vi al hermano Daniells más tarde ese día, le di las debidas disculpas. Pero era demasiado tar-de. Había cometido una lesa majestad, y yo lo sabía, y el hermano no estaba dispuesto a perdonar en-tonces. Sabiendo que yo era culpable, no dije nada, y estaba debidamente arrepentido. Y realmente es-taba triste. Me llevó un par de años para que la amistas se restaurase.

Tal como sucedió, el padre y la hija mayor recibieron ambos su grado de M.A. el mismo día, el 13 de Agosto de 1922.

Mientras tanto, habían llegado las dificultades al Union. M. L. lo explica diciendo que "había una situa-ción en el colegio que provocó una clara división entre un gran número de la facultad y de la mesa di-rectiva". Él le dijo a Annie, "Esto es complicado. Todo puede suceder. ¿Qué haremos si somos forza-dos a tomar una posición firme?"

"Toma tu posición, y deja que las consecuencias sean las que fueren", fue su respuesta.

Al final del año escolar, cerca de diez miembros de facultad dejaron el Union con el unánime consenti-miento de la mesa directiva. M. L. fue uno de los que renunció, pero fue hecho un arreglo a través del cual muchos de ellos, incluyendo M. L., fueron transferidos al Colegio Misionero de Washington, en Takoma Park, Maryland. M. L. permaneció ahí durante dos años.

El enseñar en el Colegio Misionero de Washington no le dio a M. L. la libertad que había disfrutado en el Union. Él era infeliz en sus clases de Biblia, porque se sentía obligado a "enseñar de la manera en que ellos enseñaban ahí". Pidió una clase de Historia Americana, el campo en el cual él había obtenido su Maestría. En esa clase pudo ser él mismo. Pero la atadura teológica continuó. En la convención de profesores de Colorado Springs, él le confidenció a un colega, "Mi conciencia no me permite más ense-ñar Biblia". Aun cuando H. A. Morrison (que ahora era presidente del Colegio Misionero de Washin-gton) y los estudiantes estaban de su parte, Andreasen decidió irse.

En años posteriores una de sus estudiantes jóvenes resumió la manera en que Andreasen se aproximaba al estudio de la verdad: "Ese hombre podía ir al centro de cada asunto. Él era honesto, absolutamente honesto. Y él sentía que cuando uno había investigado, no debía partir de ninguna idea preconcebida, que la verdad nunca tenía que ser defendida a partir de un punto de vista previo. La verdad es la verdad. Si usted es capaz de aclarar su mente, de tal manera que pueda conseguir un proyecto investigador viendo otros ángulos fuera de aquellos que usted mismo está buscando, si en este proceso usted en-cuentra algo que parece ir en contra de lo que a usted le parecía la verdad, continúe la cacería, y todo quedará claro. Así lo hacía M. L.".

Él usaba ese método aun en situaciones informales. A él le gustaba que los estudiantes pensasen algo hasta el fin, para que llegaran a una conclusión por ellos mismos. Entonces él les mostraría cómo la Bi-blia o el Espíritu de Profecía lo había dicho siempre así.

Le gustaba sentarse con un pequeño grupo y hablar del cielo, lo que significaba, cómo sería. "Pongan su mente a trabajar", diría. Los estudiantes hablarían con sus imaginaciones corriendo a toda velocidad. Antes que terminaran, M. L. citaría un pequeño verso que dejaría todo claro.

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"Escucharemos el canto que Pablo y Silas cantaron y que hizo con que la cárcel se cayera. Escuchare-mos el canto de Moisés, el canto de Miriam. Y entonces escucharemos el canto de Dios. 'Él se alegrará sobre ti con canto'. ¿Quién va a cantar un dúo con Dios?" Entonces él iría a sus archivos y sacaría una tarjeta que le añadiría algo al pensamiento en cuestión.

M. L. quería que los demás recibiesen crédito. Una vez un amigo de él hizo una revista de Escuela sa-bática. Cuando M. L. se levantó para proceder a pasar el estudio de la lección, dijo, "yo no se si usted ya lo sabe o no, pero acaba de escuchar algo".

Mientras enseñaba en Washington, M. L. le sacaron el apéndice en una operación. En uno de los libros él cuenta su experiencia cuando despertó de la anestesia:

Era la víspera de Navidad. Yo desperté después de la operación. ... Yo estuve conciente por un momen-to, y luego me volví a quedar inconciente nuevamente. Pero en ese momento escuché cantar a los án-geles "Noche Silenciosa, Noche Santa".

Estos "ángeles" eran las enfermeras de la institución que habían estado pasando por los pasillos can-tando este lindo canto de Navidad, el cual se ha vuelto el favorito en tantos países. Sus voces eran dul-ces y apacibles, y en mi estado semi-conciente yo realmente pensé que estaba en el cielo.

Cuando volví a estar conciente, ahora por un tiempo un poco más prolongado, nuevamente escuché el canto. Yo estaba solo en la pieza; todo era paz; y el canto se venía acercando. A través de mis ojos nu-blados vi figuras vestidas de blanco pasando por el pasillo y oí el canto de los ángeles alejándose gra-dualmente. Ahora sabía que estaba en el cielo; todas mis pruebas se habían terminado; todo estaba bien con mi alma; y en dulce contentamiento me hundí en la almohada y nuevamente estaba en el país de la inconciencia. Nunca olvidaré la alegría y la paz que penetró todo mi ser cuando descansé en la dulce conciencia de que mis pecados estaban perdonados y que la salvación estaba asegurada.

Cuando desperté por tercera vez, una enfermera estaba inclinada sobre mí y calmadamente me estaba preguntando cómo me estaba sintiendo. ¿Sintiendo? ¿Qué me había sucedido? ¿No estaba en el cielo? Ella tocó la venda. ¡La venda! ¡Tenía una venda puesta? Yo la sentí. Estaba ahí. Yo no estaba en el cielo. Estaba en un hospital. La desilusión no era fácil de ser descrita.2

Como cabeza del departamento de Biblia en el Union College y del departamento de teología del Cole-gio Misionero de Washington, Andreasen contaba a sus estudiantes por decenas. Entonces un día se le dio la oportunidad de contar a sus estudiantes por miles. Se le pidió que preparara una serie de leccio-nes para la mayor universidad del mundo, la Escuela sabática. Él aceptó el desafío. Ciertamente, él no vería a sus estudiantes, y ellos ni siquiera sabrían su nombre, pero él podría ayudarlos a todos a pensar las cosas hasta el fin a medida que estudiaran las lecciones alrededor de todo el mundo, que se llama-ban "La Vida Cristiana". En el tiempo en que las lecciones comenzaron a ser usadas durante el cuarto trimestre de 1924, M. L. ya había comenzado a trabajar como presidente de la Asociación de Minneso-ta.

1 Everett Dick, Union College, páginas 256-257.2 M. L. Andreasen, La Fe Por la Cual Vivir, páginas 126-127.

LA ASOCIACION DE MINNESOTA 1924-1931

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Aun cuando se me pidió que entrara en contacto con el Departamento de la Escuela Sabática de la Conferencia General, y también se me había ofrecido la presidencia de un colegio establecido, yo no acepté, y acepté el llamado para ser presidente de la Asociación de Minnesota. Yo esperaba que ahí podría asistir a la Universidad de Minnesota, para continuar con mi trabajo escolar. Tendría más li-bertad. Pero no salió así. Descubrí que no podía trabajar como presidente y también ir a la escuela.

La hija de M. L., Vesta, comenta: "Cuando papá aceptó la presidencia de la Asociación de Minnesota [en 1924], él dijo que la había aceptado, pero que no estaría sentado en la oficina todo el día. Cuando consiguiese terminar su trabajo [del día] él se iría. Tal vez se iría a la casa a escribir, o a la librería a es-tudiar. Él no iba a desperdiciar todo un día en la oficina. Él nunca consiguió hacerlo. Si no había nada más que hacer, estaba escribiendo.

"Cuando viajaba por Minnesota, llevaba una máquina de escribir con él en el auto, para escribir sus ser-mones o para escribir. Aun cuando no era muy inclinado a la mecánica, él hizo una mesa para escribir que bien pudo haber sido patentada".

M. L. consideró que una parte importante de su trabajo consistía en llamar a los miembros en sus hoga-res, y también visitando las iglesias. Le gustaba que Annie lo acompañara en sus visitas siempre que fuese posible. Él acostumbraba a decir, "Mamá, tenemos que hacer un viaje hoy. ¿Puedes estar lista en 15 minutos?" Él sabía que ella podía estar lista.

La mayor parte de las personas en Minnesota, incluyendo a los ASD, vivían en campos en la década de 1920. Dejas las comodidades de la ciudad y visitar las personas en el campo era como dar un paso atrás al siglo XIX. Cuando M. L. y Annie iban a llegar a un hogar de un hermano de la iglesia un viernes en la tarde, probablemente encontrarían a los niños bombeando agua para llenar los baldes que estarían al lado de la puerta de la cocina. Temprano en el día ellos habían derramado parafina en las lámparas y en las linternas, y habían sacado el hollín de la lámpara de la chimenea.

En su pieza, M. L. y Annie encontrarían un gran cántaro con agua y un lavatorio, ambos de un grueso enlozado. Así se podían refrescar después de su pasada a través de las nubes de polvo que levantaban las sucias ruedas. Y sucias que eran, especialmente las ruedas laterales. Sólo la décima parte de las ca-rreteras Estatales eran pavimentadas en 1924; un quinto ni siquiera tenían ripio.

Durante los cuatro o cinco meses en que la nieve caía sobre la tierra, los campesinos sólo podían Salir a través de un trineo tirado por un caballo. Los niños a menudo caminaban dos o más kilómetros para lle-gar a la escuela del condado. Aun cuando después de 1928 las principales carreteras tenían equipo qui-tanieve, fue mucho más tarde que las carreteras y las calles secundarias quedaron abiertas para los auto-móviles. En cada mes de Abril, cuando la nieve y el hielo se derretían en el suelo, las sucias carreteras podían volverse inmensos hoyos llenos de barro. Los meses restantes, cada vez que llovía, las carrete-ras se llenaban de charcos y surcos. Solamente en la década de 1930 fue colocado el ripio y le coloca-ron una inclinación, quedando así para "todo-tiempo".

Cuando M. L. y Annie hacían sus visitas a las iglesias, a menudo encontrarían las carreteras cerradas con una señal que decía "Desvío", que era la primera palabra que aprendían algunos niños campesinos a leer. En su visita al año siguiente encontrarían que la carretera estaría con ripio, inclinada, y tal vez alquitranada. En otro viaje podrían andar sobre una carretera con orillas, con curvas bien hechas, reem-plazando algunas de las 1.379 curvas cerradas que habían plagado las carreteras Estatales. Nuevamente, estaban agradecidos de poder ver peligrosos cruces eliminados debido al nuevo trazado de carreteras a un lado de la línea del tren.

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Los miembros de iglesia muy luego descubrieron que los Andreasens eran fáciles de ser entretenidos. Nada les gustaba más que ser tratados como campesinos. Ellos se deliciaban si podían comer sobre un hule encerado sin el lujo de un mantel. Si M. L. pedía un vaso de agua, quedaba muy contento si le de-cían dónde podía encontrarlo. Una vez cuando estaba haciendo una visita sólo, la familia se había cam-biado recién, y la dueña de casa se estaba disculpando. "¿Qué quiere usted decir?” le preguntó. "Esta-mos comiendo en la parte de atrás de la cocina, ¿no es verdad?" Si habían muchos porotos para comer, M. L. estaba feliz.

M. L. y Annie fueron capaces de nadar sobre carreteras pavimentadas entre su hogar en Saint Paul y el campo durante su quinta reunión campal en Anoka. En aquel tiempo la ocupación de M. L. en Minne-sota terminó en 1931, y tres cuartos de las de los 4.400 Km de carreteras estatales estaban libres de pol-vo, y 1.000 Km no lo estaban.*

Un mujer cuyo hogar los Andreasens visitaron varias veces había provisto cuadros personalizados:

"Él tenía una habilidad inusual para observar a todos los niños de una familia. Muy luego o estaría ju-gando algún juego con ellos o haciendo cualquier otra cosa que fuese atractiva para ellos. Cada vez que sabíamos que iba a venir, los niños estarían tan contentos como nosotros lo estábamos.

"En una ocasión cuando ellos vinieron, nosotros teníamos una nueva guagua con grandes ojos cafés. Los Andreasens aun no la habían visto antes. Cuando entraron, el hermano Andreasen dijo, 'Yo se que sus ojos son azules'. 'No, no lo son. Son cafés', le respondí. Él tomó a su hermana de la mano, y fueron hasta la cuna. La guagua estaba mirando hacia arriba con sus grandes ojos cafés. Él la miró, y dijo, 'Bien, los blancos son azules', y salió.

"Una vez alguien estaba golpeando en la puerta trasera. Era el hermano Andreasen. '¿Dónde está el Sr. Andreasen?' pregunté. 'Bien, mi auto no quiere andar. Se detuvo como a cuatro cuadras de aquí. He es-tado ahí casi durante media hora, tratando de hacerlo andar. Venía pensando que tal vez Will podría ir hasta allá en su auto, a buscar a mamá, y traerla hasta aquí'. En apenas unos pocos minutos ambos autos llegaron. El hermano Andreasen entró en mi cocina. 'No me parece que Hill sea muy considerado'. '¿Qué quiere decir usted?' le dije. 'Bien, yo creo que él por lo menos pudo haber hecho aparecer como si hubiese sido difícil hacerlo andar'".

En 1929 un joven ministro recién graduado fue llamado para ser líder de los jóvenes en la Asociación de Minnesota. Su esposa nos cuenta sobre su primer año:

"Nosotros vimos cuán generoso era el hermano Andreasen con su hogar si alguien llegaba al pueblo y quería pasar la noche, o si aparecía alguna persona necesitada. Cuando al principio él nos llamó para Minnesota, nosotros vivimos con ellos durante casi un año. Nunca hubo el más leve roce entre noso-tros. Nosotros teníamos que usar todos los cuartos en forma compartida, menos los dormitorios. Noso-tros estábamos recién casados. El crédito fue para la Sra. A.

"La madre del hermano Andreasen estaba viviendo con nosotros. Ella era una mujer con tanta energía que la Sra. A pasaba mucho tiempo tratando de mantenerla ocupada. Ella quería salir para barrer y lim-piar. La Sra. A tenía que ser diplomática en su trato. A la abuela le gustaba coser, de tal manera que la Sra. A le compraba metros y más metros de material y le decía lo que tenía que hacer. En la tarde ya lo había usado todo.

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"Tuvimos nuestro primer árbol de Navidad después que nos casamos. Los árboles de Navidad eran mi-rados entre ojos en la denominación. Nosotros no nacimos siendo Adventistas, y siempre habíamos te-nido un árbol en nuestros hogares. Dudamos en preguntarle al hermano Andreasen, pero no teníamos ninguna duda al respecto. Podíamos tenerlo. Era un árbol pequeño que fue colocado sobre la mesa de cenar. Él lo disfrutó con sus bolitas y sus oropeles; no tenía velas. Un día uno de los muy antiguos y es-trictos ministros vino a la casa de A durante la época de Navidad. Pudimos ver que había un poco de preocupación en los As debido al árbol. Pero el hermano visitante tuvo su pequeña conversación con el presidente y nunca dijo nada sobre el árbol.

"La Sra. A era una dueña de casa inmaculada, y una muy buena cocinera. Ocasionalmente hacía peque-ñas delicias. Las personas le pedían las recetas para hacer galletas".

Una vez, durante varias semanas, M. L. tomó a un ex-estudiante para visitar las iglesias y para que ha-blara de sus experiencias en China. Todos los viernes llegaban para buscar a la esposa y a dos niños pe-queños para que estuvieran con ellos en alguna iglesia los Sábados. Durante la semana la familia per-manecía con Annie. M. L. dijo, "Si tú puedes quedarte con mamá, entonces puedes quedarte para siem-pre". La esposa del misionero comentó, "Mamá era una muñeca, tan modesta y sin embargo tan majes-tuosa. Ella era muy tranquila y sincera, atendía sus propias cosas, nunca andaba con chismes. Le gusta-ban las personas".

Mientras M. L. estaba alerta para que aun un misionero con permiso hiciese su contribución, él también manifestó interés en la salud de los ministros que estaban a su cargo. Una vez él dijo, "Hermano Smith, usted debiera tomarse el lunes de cada semana. Como presidente de la Asociación no debiera decírselo, pero se lo estoy diciendo". En años posteriores, otro ex-estudiante estaba pastoreando una gran iglesia, hablando en la radio cinco días a la semana. Un día M. L. le dijo, "Tienes que disminuir el ritmo". en-tonces añadió humorísticamente, "Si no lo haces, yo voy a tener que oficiar el matrimonio de tu viuda".

M. L. era cariñoso con los niños pequeños. La familia de un obrero estaba viviendo en un hogar casi a dos kilómetros de los As cuando su hijo nació. Era un niño prematuro, y M. L. quería verlo. Fue a la casa y se llevó el niño a su casa. Fue la primera salida del niño después de haber llegado del hospital. Cuando ese hijo creció, le gustaba mucho tener al "Tío Andy" visitando la familia.

Un ministro nos cuenta cómo cuando era un niño pequeño, no podía ir a las reuniones campales muy a menudo, de tal manera que era algo excepcional cuando conseguía ir. En la reunión campal, le gustaba escuchar a M. L. porque hablaba muy distintivamente, de una manera medida y que los niños podían entender. Sin embargo, una mañana en particular, M. L. estaba hablando sobre Abraham, Taré y Lot, y cómo dejaron Ur de los Caldeos e iban hacia un lugar que no conocían. M. L. habló acerca del relacio-namiento entre los diferentes patriarcas y sobre la yuxtaposición de sus edades, la filosofía y la ense-ñanza que ellos compartieron con varias generaciones. De la manera como él habló de Terá, el mucha-cho supuso que había mucho más en la Biblia sobre él que lo que en realidad había. Cuando M. L. se refirió a la parada de Abraham en Harán, él dijo varias veces que Taré murió en Haán, omitiendo la r. El muchacho, que nunca había escuchado antes a un Neoyorkino, pensó, ¿cómo puede el hermano An-dreasen decir que Taré murió en el cielo (Haán es parecido con Heaven en inglés) cuando la Biblia dice que nadie morirá en el cielo? Él aguijoneó a su madre, preguntándole qué era lo que M. L. estaba expo-niendo. Ella sonrió apenas un poquito y susurró, "Harán". Eso fue suficiente.

A M. L. le gustaba visitar a sus ministros individualmente mientras trabajaban juntos, armando carpas para reuniones campales. Un predicador que entonces estaba justo comenzando su ministerio, relata, "Él disfrutaba tomando un trabajador joven por sorpresa preguntándole algo que podía no ser fácil res-

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ponder inmediatamente. Él se acercó a mí y me preguntó, '¿Cómo definiría usted, en una palabra, "al-ma"?' yo pensé un momento y le respondí, 'Personalidad'. Él miró hacia el piso meditativamente por al-gunos momentos, y entonces respondió, 'No creo que puedan agarrarte en eso', y se fue, posiblemente para tratar de hacerle la misma pregunta a otra persona".

A veces su trabajo le planteaba preguntas que M. L. no era capaz de responder. Una vez se le pidió que le orara a una profesora que había vivido bajo el techo de Andreasen más de una vez. Ahora el cáncer la estaba consumiendo. Parecía ser que aquí había un caso en que el Señor podía intervenir. Durante el transcurso de su oración, M. L. dijo, "Padre, si Tú no puedes ver cómo responder nuestro pedido, noso-tros trataremos de entender. Pero no será fácil". Ellos tuvieron que aguantar, porque ella no se recupe-ró.

M. L. algunas veces contaba una experiencia, que el sólo hecho de contarla lo hacía transpirar un poco. Tenía que ver con una atractiva y joven instructora bíblica y un joven que demostró estar más interesa-do en ella que en la Biblia. Él era un muchacho inteligente y trabajador, que había decidido que la ins-tructora bíblica sería su esposa. Ella le aseguró que no se casaría con una persona que no fuese de su fe, pero él persistió. Finalmente ella dijo, "Si el hermano Andreasen efectúa la ceremonia, me casaré conti-go".

M. L. fue muy tentado. Este era un joven ideal, y había demostrado tener un muy buen gusto al elegir a una joven así. Pero le faltaba la calificación más importante. M. L. sabía que tenía que guiarlo por prin-cipios. Por lo tanto en forma reacia declaró que no lo haría. Instantáneamente la muchacha dijo, "Yo sabía que usted no lo haría". M. L. nunca se olvidó de cuán cerca estuvo de caer.

Algunos meses antes de la sesión de la Conferencia General de Milwaukee en 1926, Andreasen recibió una invitación formal para presentar un sermón devocional a las 8:00 horas. Él se fue a casa muy exci-tado. "Piensa, ¡he sido convidado para dar un sermón en la Conferencia General!"

Annie esperó un momento, y entonces dijo muy calmadamente, "¿Sólo uno?"

A M. L. le gustaba contar esa historia. "¡Eso fue lo mejor para mí!" terminaría él. Realmente, fue la única vez en que él se encolerizó por algo y Annie le pinchó el ego, trayéndolo nuevamente a la razón.

Él llegó a casa y dijo, "Bien, mamá, ¿cómo encontraste el sermón de hoy?"

"Escogiste un buen texto, papá".

Una vez en una reunión campal, después que él predicó un sermón, preguntó, "Mamá, ¿cómo en-contraste eso?"

"No creo que haya sido muy bueno". En la tarde él habló nuevamente. Al término ella dijo, "Este fue mejor que el otro".

Durante sus años como presidente de la Asociación de Minnesota, s ele pidió a M. L. para que prepara-ra las lecciones de la Escuela Sabática sobre Isaías, para tres trimestres. Él también escribió un comen-tario, el cual fue publicado cada trimestre para acompañar las lecciones. Los jóvenes de 1928 y 1929 podrán acordarse de cómo querían aprender a pronunciar el nombre Andreasen que aparecía en cada ta-pa de Isaías, el Profeta del Evangelio. Aun no sabiendo cómo se pronunciaba su nombre, aun los jóve-nes reconocieron que se trataba de un erudito.

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* Informe del Comisario de Carreteras de Minnesota, 1923-1932.

PASTOREANDO EL REBAÑO

Usted no se puede permitir no estar presente este año. Espero encontrarlo en la reunión campal de Ano-ka".* The Northern Union Reaper, publicado en Hutchinson, el cual llevaba este anuncio una semana antes que M. L. y Annie dejaran el Colegio Misionero de Washington, para irse a Minnesota. Durante un mes el presidente electo había estado animando a los miembros de iglesia para que estuvieran ahí. "No es demasiado temprano para hacer planes para ir a la reunión campal. ... Tengamos la mayor y la mejor reunión que jamás hayamos tenido", había escrito él. "Los tiempos lo demandan. Dios espera que así sea". "Todos nosotros necesitamos un nuevo reavivamiento espiritual". "El hermano Daniells ... to-mará parte activa en la reunión. Dios lo ha usado grandemente los últimos años, y nosotros esperamos grandes cosas".

Los lectores del Reaper (cosechador) estaban acostumbrados a ver artículos semanales de los presiden-tes de las diferentes Asociaciones. Cada artículo cubría por lo menos una página, normalmente un poco más. M. L. era diferente. Raramente ocupaba una columna. Los pequeños artículos constituían mensa-jes personales del pastor, y lo era, para cada miembro de su rebaño.

"Usted está cordialmente invitado a asistir del 19-29 de Junio". La próxima semana decía "Llamado de último minuto: cuando usted esté leyendo esto, la reunión campal ya estará comenzando. ...

* Todas las citas y referencias en este capítulo son del Northern Union Reaper, ediciones fechadas en-tre Abril de 1924 y Diciembre de 1929.

Si usted no ha podido venir hasta ahora, es mejor llegar tarde que no venir ... de tal manera que venga si es que puede".

Durante el viaje de 950 Km desde Washington a Minnesota, siendo que la mayor parte eran caminos de ripio, a menudo pasaba por la mitad de cada pueblo o ciudad, M. L. estaba pensando en el campamen-to en el bello bosquecillo de árboles en la parte Sureste de Anoka, cerca de la línea interurbana. Él casi no podía esperar hasta que las 200 familias con sus tiendas estuviesen erigidas en filas, y la tienda Da-nesa-Noruega, la tienda Sueca, y las tiendas de los diversos jóvenes y niños, y el gran pabellón sería izado entre sus polos centrales, y después sería bajado.

Las reuniones comenzarían el jueves. El miércoles en la noche M. L. y el cansado grupo de ministros que habían trabajado tan fielmente, dejando todo listo, miraron el campamento, contentos. Podían tener un buen sueño esa noche. Eran sólo los toques finales que quedaban para ser hechos mañana, y enton-ces las familias comenzarían a llegar de todas las partes del Estado.

Mucho antes del término del día, comenzaron a caer pesadas gotas de lluvia sobre la lona y sobre las cabezas de los ministros que estaban durmiendo. Ellos despertaron sobresaltados. Las gotas eran ahora más gruesas; comenzó a llover. Cada hombre saltó fuera de su cama, se puso sus ropas y corrió hacia fuera hasta colocarse en su puesto. No quería que nada cayese sobre su área.

Cuando todas las salvaguardas habían sido tomadas, los hombres mojados se juntaron en el pabellón. El viento soplaba ahora como una ventolera. Repentinamente la lluvia cayó sobre los hombres. La luz pestañeó.

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"¡Oh, no!" gimió uno."¿Viste ese tremendo desgarro?" se lamentó otro."¡Y sus esquinas todas rasgadas!""¡Cuánto tendremos que trabajar para tenerlo todo listo antes de mañana en la noche!""Es inútil", suspiró un antiguo ministro. "El último verano apenas pudimos hacer pasar el hilo en un pe-dazo rasgado bien pequeño. Con este inmenso desgarro la lona ya está muy débil debido a la edad que tiene"."Entonces tendremos que arrendar una tienda". Y así lo hicieron, y la tuvieron lista antes que comenza-ra la reunión del atardecer.

Después de informar a respecto de la tormenta en el Reaper, M. L. hizo un apelo, "¿No hay muchos a lo largo de la Asociación que disfrutaron tanto las reuniones en el antiguo pabellón, que no les gustaría contribuir para poder comprar uno nuevo?" El domingo en la reunión de la mañana se reunieron US$ 1.725 en apenas algunos minutos. M. L. escribió en el Reaper que iban a comprar una tienda más gran-de para poder acomodar a las visitas del Sábado. "¿No hay más que quieran invertir algo en la nueva gran tienda? Si fuese así, por favor envíelo a través de los canales regulares".

Mientras los miembros de la iglesia aun estaban reunidos bajo el pabellón arrendado, M. L. estaba ideando un plan para prever futuras emergencias. En vez de tener que hacer apelos especiales, tenía que haber un camino para que cada familia hiciese contribuciones regulares en proporción a sus ingresos. ¡De repente se le ocurrió! ¿Por qué no diezmar el diezmo? El comité de la Asociación concordó. An-dreasen escribió: "Confiamos en que cuando usted pague su diezmo la próxima vez, no se olvidará del Fondo del Uno por Ciento". Un par de semanas más tarde él insertó una observación, "A menos que lo olvidemos: a menudo olvidamos hacer las cosas que realmente queremos hacer . La última vez que pa-gué mi diezmo, casi me olvidé del Fondo del Uno por Ciento".

Un par de meses más tarde se pudo hacer un informe del uso del nuevo fondo. "Este fondo nos permiti-rá comprar este año 100 nuevos catres metálicos de ¾ de plaza, sin resortes, para ser usados en reunio-nes campales. Aquellos que han dormido, o que han tratado de dormir, en alguno de los catres con do-ble resorte, que hemos tenido que usar en las reuniones campales apreciarán estos nuevos catres, esta-mos seguros. El Fondo del Uno por Ciento lo ha hecho posible, y hay otras necesidades que debieran ser suplidas con esto, de tal manera que manténganlo en mente cuando pague su diezmo".

Las siguientes reuniones campales durante los años 20 fueron realizadas en Harvest Ingathering, hechas en otoño. Bandas de música y otros refinamientos fueron desatendidos. En vez de ello, los miembros individuales salieron y visitaron a los amigos no Adventistas y a los vecinos, pidiéndole contribuciones para las misiones. M. L. condujo su propia campaña de inspiración a través del Reaper.

P. "¿Por qué debiera ir a Harvest Ingathering?"R. "(1) Se proveyeron fondos; (2) el conocimiento de esta verdad es llevada a mis vecinos".

P. "¿Cómo puedo ir?"R. "Con un corazón consagrado, con el renovado fervor de mi primer amor, ... con oración".

P. "¿Cuándo debo ir?"R. "Durante la campaña de seis semanas, por lo menos diez horas, 'porque él nos amó primero'".

Dos semanas más tarde él escribió: "Haga su parte ... Donde quiera que voy encuentro a nuestro pueblo ansioso para ponerse a trabajar y para terminarlo en un tiempo corto".

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Un año, cuando llegó el tiempo de Ingathering, M. L. hizo una aproximación diferente: "Cuando salgo para ir a bañarme, temo mucho andar en las aguas poco profundas y mojarme de a poco. Yo preferiría zambullirme primero de cabeza y terminar con eso. ... Vaya a trabajar; sea optimista, alegre, y el traba-jo será hecho".

El año de la quiebra de la bolsa en 1929, falló todo el optimismo. Cuando pasó Diciembre, Ingathering quedó decididamente atrás. "Quedarse atrás el último año era nada menos que una calamidad. Y sin embargo estamos en un peligro inminente de hacerlo. ... Apelo a nuestros obreros, a nuestros hermanos, líderes, personas, jóvenes y antiguas, para que hagan un esfuerzo más. Esta es una emergencia. No po-demos fallar. Que todos tengamos una parte que hacer. Un dólar por persona en toda la Asociación sal-vará la situación".

La Asociación de Minnesota fue notada por su fuerte laicicidad. De hecho, algunos de los laicos en el comité de la Asociación se pusieron duros con cualquier presidente de Asociación que no hubiese favo-recido su parte del campo, o asegurarse que la academia de la Asociación le estaba dando una debida consideración. Algunos presidentes de la Asociación habían gastado solamente un par de años, pero M. L. continuó año tras año. Siete veces tuvo que inspirar a los miembros para que salieran y terminaran Ingathering. Algunos líderes estaban preocupados de que si ponían en juego todas sus ideas para conse-guir el objetivo un año, no tendrían nuevas ideas para inspirar a las personas el año siguiente. Pero M. L. no estaba preocupado. Su mente siempre estaba procurando nuevas aproximaciones.

Un año él pensó en hacer un distintivo para cada miembro registrado en una reunión campal. Llevando su nombre y dirección, el miembro pensaba que estaba asistiendo a una sesión de la Conferencia Gene-ral o a una convención profesional. También le ayudó a M. L. a llamar a cada miembro por su nombre.

Un método típico que M. L. usó para asegurar la cooperación de los laicos era invitar a tantos como pu-diesen quedarse después de la reunión para ayudar a quebrar el campo de tal manera que los ministros pudiesen llegar a su trabajo regular más rápidamente. "Ciertamente fuimos bendecidos con buen tiem-po para la reunión campal este año y también para desarmar el campo. La mayoría de las tiendas esta-ban desarmadas y en el almacén el lunes por la tarde, y el terreno quedaba limpio el miércoles en la tar-de. La asistencia de los laicos que se quedaban después de la reunión campal y que ayudaban en este trabajo era muy apreciada".

Cuando Michigan estaba llevando a cabo sus reuniones campales en los terrenos de una feria, Minneso-ta ya había levantado un edificio permanente en su terreno. Hubieron miembros que objetaron, pero M. L. había estudiado los Testimonios sobre ese asunto y consultó con los hombres de la Conferencia Ge-neral y de la Unión. La decisión fue tomada que un sitio permanente tenía que ser llevado a cabo.

De acuerdo con el informe de las ofrendas per-capita de la misión enviado por la Conferencia General para el primer trimestre de 1925, Minnesota era una de las más pobres Asociaciones en Norteamérica. Al año siguiente ya estaba mejor, reuniendo casi 40 centavos semanales por miembro, dos tercios de los 60 centavos semanales del blanco. "algunos pueden hacer un poco más. Y yo creo que hay suficien-tes que pueden hacer un poco más para reunir todo el blanco, el último tercio. Un tercio más para poder completar los tres tercios. ¿Quién ayudará? ¿Quién aumentará esta ofrenda? Esto puede ser hecho. ha-gámoslo. Y comencemos temprano este año, ahora mismo. Minnesota juntará el último tercio".

M. L. inventó el Día Cuadrado: "En esta campaña los dólares significan almas. ... Trabajo, oración, y entonces trabajar un poco más. Al final del año quiero ver a todas las iglesias cuadradas con su blanco de 60 centavos semanales. Que todos los obreros hagan su parte. Que todos los oficiales se hagan cargo

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de sus responsabilidades. Que las mujeres se sumen al trabajo. Empujemos todos juntos, y entonces Minnesota no se quedará atrás".

No importaba qué actividad especial estuviese prevista en el calendario, M. L. tenía por lo menos una sentencia para ayudar en este sentido:

"La 'Cosa más Importante' ahora es la 'Gran Semana'".

"La campaña de suscripción de la Signs of the Times comienza el próximo Sábado. Apoyémosla todos, y recordemos, 'Más Señales (Signs), más almas'".

"Suscríbase a la Review y manténgase informado con el mensaje".

"Que el amor de Cristo, que lo dio por nosotros, nos constriña para darle un aporte liberal el próximo Sábado en la ofrenda del decimotercer Sábado".

Los miembros más aislados del rebaño no fueron olvidados. Un año M. L. les envió todos los progra-mas de las reuniones de tal manera que "todos los que, por alguna razón no pueden venir a las reunio-nes campales [puedan] unirse a nosotros buscando al Señor. El programa diario lo capacitará para unir-se de corazón con nosotros al mismo tiempo en que las reuniones están siendo realizadas en el campo".

Las carreteras secundarias no eran limpiadas de la nieve al final de la década de 1920, de tal manera que durante semanas, algunos miembros de iglesia quedaban aislados debido a la nieve. "Pero estos no están privados de las bendiciones de la Escuela Sabática del hogar", escribió M. L. "Aun si hay sólo una persona, él puede pertenecer al Departamento del Hogar. Que separe un poco de tiempo para la Re-view y que estudie la lección. Que ore en forma audible o silenciosa. Que separe su ofrenda, la cual po-drá ser entregada en la primera oportunidad, y que guarde un registro fiel de ellas". "La alegría y las bendiciones de la presencia del Señor, no necesariamente depende de los números o de la presencia de un ministro. Él ha prometido estar con nosotros aun hasta el mismo fin, y no importa cuán aislados po-damos estar".

Las radios estaban comenzando a llegar a los hogares de Minnesota. En Marzo de 1929, tres años des-pués que H. M. S. Richards hizo su primer programa de radio, M. L. comenzó un programa experimen-tal de tres semanas en la radio "los Sábados en la tarde, para beneficio de nuestros creyentes aislados, como también para los pequeños grupos que no poseen un pastor".

"Está planeado que el hermano Andreasen pase el sermón en el servicio de la tarde de la radio el próxi-mo Sábado. Muchos han escrito sobre vecinos que han escuchado estos servicios, y otros han sido con-vidados a un hogar de un vecino para escuchar la programación. ... Asegúrese de seguir este interés tan discretamente como sea posible, y esperemos que podamos obtener mucho bien de esta manera. A las tres en punto".

Ese mismo año se hizo la primera reunión campal de jóvenes en Minnesota, dirigida por Frank Yost. Eso sucedió tres años después que Michigan había realizado una obra pionera con la primera reunión campal de jóvenes ASD. M. L. escribió, "Hay muchas cosas que tienen que ser consideradas al planear una reunión campal de esta naturaleza, y no hay que cometer ningún error. Creemos firmemente que este campamento será una gran bendición para los jóvenes que se van a beneficiar a sí mismos con este privilegio inusual".

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Cuando el año 1929 estaba llegando a su fin, M. L. sugirió un inventario personal: "¿Estamos mejor preparados para enfrentar las luchas y las pruebas de los últimos días ahora que cuando estábamos co-menzando el año? ¿Hemos hecho algún progreso espiritual? ... ¿Se ha ganado alguna victoria espiritual en 1929, o son las derrotas las más numerosas? ¿Somos más fieles en la observancia del Sábado y en la devoción religiosa privada que hace doce meses atrás?

"El final de año debiera ser un tiempo cuando debiéramos hacer un balance financiero. ... Que en estos pocos días que restan de 1929 sea un tiempo de inspección y examen del corazón y que con ese deseo podamos redimir el tiempo y cuadremos todas las cosas con Dios y con el hombre".

En otras oportunidades los artículos serían solamente devocionales:

"Porque para un hijo de Dios es indudablemente de gran importancia su propia relación con la Divini-dad. Como hijo de Dios, ¿exhibe él la semejanza de la familia y los rasgos de la familia que lo identifi-can inmediatamente como habiéndose relacionado con Dios? Normalmente los hijos participan tanto de las cualidades físicas y espirituales de los padres. Ellos pueden parecerse y actuar como el papá o la mamá, y ellos a veces poseen 'actitudes' que son características de la familia. ...

"Apliquen esto espiritualmente. Damos por sentado que Dios no es irritable, impaciente, no cariñoso, o sin amor. Él no habla mal de nadie, no trata a Su propia familia con exhibiciones de temperamento, sino que cuidadosamente los protege de los demás. Él es invariablemente cariñoso y simpático y nunca se sale del camino o dice alguna palabra que no sea cariñosa. Él es cariñoso con aquellos que no lo son, paciente con aquellos que son desagradables, dispuesto siempre a perdonar y olvidar. Él es todo lo que nosotros podamos concebir con respecto a algo valioso. ¿Cuánto exhibimos los rasgos familiares? Creo que sería valioso si nos examináramos a nosotros mismos. Si otros nos ven en una explosión de tempe-ramento, ellos están bien concientes de nuestras limitaciones. ¿Y nosotros lo estamos? Debiéramos es-tarlo. Mostremos las gracias de Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a Su maravillosa luz".

UNION COLLEGE 1931-1938

Como Presidente de la Asociación de Minnesota, yo era miembro de la mesa directiva del Union Co-llege, y me reunía regularmente con ella (escribe M. L. en su autobiografía no publicada). El Union College estaba teniendo problemas nuevamente, y fue necesario encontrar un nuevo presidente. Esto no era fácil. Había algo que no estaba del todo bien con todos los candidatos sugeridos. Finalmente, habiendo agotado toda otra posibilidad, ellos llegaron a mi nombre. ¿Aceptaría yo el trabajo? Yo me reí. Apenas algunos años antes me habían puesto de patitas en la calle como miembro de la facultad. Ahora se me estaba preguntando para que sirviera como presidente. Los días pasaron, y no fue tomada ninguna decisión. Yo debiera haber dejado la sala cuando me analizaron a mí, pero yo no podía que-darme afuera durante muchos días, de tal manera que me quedé adentro. Mi presencia no les impidió hablar francamente. Yo disfruté de todo eso, porque sabía que no podía ser elegido, y no me importé mucho con lo que fue dicho.

Pero al final la cosa se puso seria. Ellos no conseguían encontrar un hombre adecuado. La mayoría estaba a mi favor, pero había una fuerte minoría en contra mía. El argumento final fue que la Confe-

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rencia General nunca me permitiría trabajar. De tal manera que fue decidido que la Conferencia Ge-neral debía ser consultada. La respuesta fue que el Prof. C. W. Irwin, jefe del Departamento de Educa-ción, vendría.

Después de algunos días, él llegó al campus. Él fue enviado para decirle a la mesa directiva que yo no podía ser elegido. Yo estaba sentado en la sala escuchando su informe, y él lo hizo bien, sin omitir na-da. Él me convenció de que yo no era el hombre. Pero la mesa directiva me eligió, y cuando a la maña-na siguiente recibí un telegrama de mi esposa diciéndome que aceptara, yo así lo hice.

La situación en el Union College no era buena. Habían sido introducidas extrañas enseñanzas que afectaron tanto a los profesores como a los alumnos. El presidente había renunciado a la fe, y había influenciado a los profesores y a los estudiantes para que hicieran lo mismo. El jefe de los profesores de Biblia había seguido al presidente, pero era evidente que no sabía lo que este había hecho. Él murió muy luego, considerándose un buen Adventista, pero que había sido mal juzgado por sus hermanos. Él era un buen hombre y un cristiano.

El Union College estaba en un mal camino. Había perdido la confianza del campo como siendo un lu-gar seguro como para enviar a los jóvenes. El primer día del próximo año escolar, matriculamos me-nos de 200 estudiantes. Estábamos con grandes deudas. Cada vez que el reloj daba las horas, nosotros debíamos 5 dólares más. Y el futuro no se veía bien. Había que capear el temporal. El Union tenía ahora un presidente no aprobado por la Conferencia General. El Union estaba sentenciado.

Yo tenía que colocar las cosas en orden, ser un reformista. Fue un año duro para mí. Tenía una posi-ción que no merecía y para la cual no estaba preparado. La facultad hizo bien en ajustarse a mí. Gra-dualmente comenzaron a hablarme.

Aun cuando esta es la evaluación de M. L. sobre la situación, las expectativas no eran del todo negati-vas. Este editorial apareció en el Central Union Outlook el 4 de Agosto de 1931, con una foro de M. L.

"El Profesor Andreasen es un educador de larga experiencia y un orador público de inusual habilidad. Su placentera y afable disposición le ha granjeado amigos en todas partes. El editor de este artículo feli-cita al colegio para que sea capaz de retener a un hombre de tal fortaleza y experiencia como lo es su presidente. La juventud que asiste al Union College bajo la administración del Profesor Andreasen será inspirada por su entusiasmo, su fidelidad, su sinceridad, y su integridad cristiana".

El 1 de Diciembre, apareció este artículo de M. L. en el diario:

"Si algún esfuerzo va a tener éxito, tiene que ser planificado a largo plazo. Eso es lo que estamos ha-ciendo en el Union College. Estamos planificando para el segundo semestre, y también para el próximo año, y para los próximos años. Si el Maestro se demora, tenemos que estar ‘ocupados’.

"Los estudiantes del Union College están ahora enviando cientos de cartas a posibles estudiantes, y no-sotros esperamos resultados bien definidos de esta campaña.

"Necesitamos más estudiantes. Una mayor asistencia ayudaría materialmente a resolver algunos de los problemas que estamos enfrentando. Creemos que vamos a conseguir esa mayor asistencia. Nuestros amigos por todas partes nos están diciendo que volverán a la escuela y que la apoyarán lo más que pue-dan. Creemos que así lo harán.

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"Todo el campo nos está apoyando. La facultad está trabajando duro. Estamos estirando cada nervio para hacer del Union un mayor y mejor colegio el próximo año. Creemos que vamos a tener éxito. Es-tamos tratando de merecer vuestro apoyo. Planifiquen para el próximo año, pero no se olviden de que hay una excelente oportunidad para hacer un trabajo de medio año en el segundo semestre de este año".

Las actividades escritas de los estudiantes han sido colocadas en la capilla el lunes antes del día de Ac-ción de Gracia. Agradecido de que el año había tenido un comienzo tan bueno, M. L. estaba sin embar-go ansioso para que vinieran más jóvenes para compartir las bendiciones. Él le pidió a los estudiantes colocar en un par de palabras que "Mamá Union" quería identificarlos a ellos. Un estudiante tras otro se levantó para expresar su gratitud. A menudo varios estudiantes se levantaban al mismo tiempo, espe-rando su oportunidad para testimoniar cómo el Union había bendecido sus vidas.

M. L. inclinaba su cabeza a medida que a cada estudiante le tocaba su turno: "Aprecio la placentera asociación con profesores y estudiantes cristianos". "Estoy agradecido por el reconfortante espíritu cris-tiano expresado en un interés personal en cada miembro de la familia de la escuela". "¡Cómo le agra-dezco a Dios por mi progreso espiritual desde que llegué aquí!". "Quiero ser fiel al espíritu de trabajo de los pioneros que fundaron el Union". "Conozco a jóvenes en mi iglesia que debieran tener el privile-gio de estar aquí. Yo quiero convidarlos".

M. L. resumió los sentimientos de los estudiantes: "Ustedes preguntan qué es lo que podemos hacer pa-ra que el colegio aumente su utilidad. Es muy simple: Vayan y cuéntenle a sus amigos lo que el Union ha hecho por ustedes".

El 5 de Abril de 1932, M. L. escribió lo siguiente: "Progreso en el Union College".

"Estamos, desde luego, duramente golpeados por las condiciones financieras. Estamos haciendo lo me-jor para economizar y lo estamos haciendo con algún éxito. Los profesores están cooperando de todas las maneras posibles. Quiero enfatizar este punto, porque es un verdadero placer trabajar con un grupo así de hombres y mujeres.

"Estamos tratando de permanecer fieles a la fe una vez dada a los santos. En una escuela donde hay cientos de estudiantes con mentes activas, cuyo principal trabajo es estudiar, sería extraño si no surgie-ran dificultades teológicas y otros problemas. No debemos tomar la actitud de que los estudiantes no deben pensar. Eso sería fatal. Pero mientras seamos guiados por las enseñanzas de la Biblia y por los escritos del Espíritu de Profecía, no nos desviaremos. Que la experiencia de los años recién pasados nos sirvan de advertencia, de tal manera que seamos muy cuidadosos para no dar la impresión de que esta-mos temerosos de que alguien piense. Ese fue un miedo que algunos tenían cuando comencé a trabaja r en esta escuela. La ortodoxia no depende del no pensar. Las doctrinas ASD están hechas para ser pro-fundamente examinadas. Una manera clara de pensar sólo hace con que la verdad brille más. Hemos te-nido y tenemos algunos estudios interesantes, y yo creo que estamos consiguiendo un bien.

Entre estos estudios está la Organización y el Espíritu de Profecía".1

M. L. reconoció la gran depresión como siendo una oportunidad:

"No hay un tiempo como este para prepararse para el futuro. Hay poco trabajo para hacer y no mucho dinero como para ahorrar. Debiéramos aconsejar a cada joven y mujer que pueda juntar algún dinero, para que venga a la escuela este año. Las tasas han sido reducidas y se está haciendo todo esfuerzo po-sible para ayudar a los estudiantes. Nunca hemos tenido una mejor facultad, y existe una determinación

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por parte de todos para cooperar y hacer de este año un éxito. No sabemos si alguna vez van a venir tiempos mejores; y si vienen, aun cuando sean cortos, será útil tener la preparación como para hacer un trabajo eficiente cuando los tiempos mejoren un poquito".2

Un artículo apócrifo en la misma edición anunciaba:

"En una reciente reunión en la mesa directiva del Union College fue decidido que el Presidente An-dreasen, adicionalmente a su trabajo de presidente, asuma las responsabilidades de jefe del Departa-mento de Biblia. Esto se hace posible debido a la reorganización en el trabajo administrativo del cole-gio, a través del cual muchos de los deberes anteriormente llevados a cabo por el presidente, serán eje-cutados por el decano ejecutivo".3

El decano nos cuenta su experiencia en llevar a cabo este arreglo: "Cuando el Presidente Andreasen me preguntó si quería ser decano, no tenía claro lo que quería decir. Entonces fuimos a la Universidad de Chicago para saber lo que otras personas pensaban. Concluimos que a medida que enumerábamos di-versas responsabilidades, virtualmente todas ellas eran consideradas como responsabilidades del de-cano y no del presidente. M. L. preguntó, '¿Qué es lo que le queda por hacer al presidente?'. 'Si es un buen presidente y tiene un buen decano, puede salir y jugar golf'. Salimos a una plaza que tenía unos bancos y nos reímos bastante, pero él tomo esto bien en serio. Él había tenido serios problemas para convencer a la mesa directiva, pero él adoptó esta posición y fue leal con la situación. Y yo también traté de ser leal. Esto demuestra que él no era una persona egoísta.

"En aquellos años ellos no mantenían a un presidente por mucho tiempo. Hubieron 5 durante mis 16 años y medio en el Union. Él fue un buen presidente. Estábamos todos muy juntos el uno del otro, aun cuando él era mayor que yo por varios años. Él acostumbraba hablar en la capilla acerca de los amigos que eran capaces de explotar los reinos del silencio juntos, y nosotros podíamos hacer eso. No necesitá-bamos hablar durante todo el tiempo. Puede parecer presuntuoso que yo lo diga, pero para mí éramos espíritus afines intelectual, espiritual y teológicamente. Mi admiración por él era ilimitada, aun cuando no concordáramos en todo.

"Más que cualquier otro presidente anterior, él consideraba que la facultad, no el presidente, era la au-toridad en asuntos educacionales".

Otros profesores recuerdan: "Él sentía que las reuniones de facultad era tiempo valioso, y que no debía ser desperdiciado. No era un lugar como para considerar cosas insignificantes, las cuales también po-dían ser manejadas a través de procesos administrativos. Él estaba interesado en la filosofía total de la instrucción y con el curriculum completo del colegio".

"Él nos hacía sentir que éramos un equipo, que él era uno de nosotros, simplemente el jefe del grupo".

"De vuelta del Concilio de Otoño, él convidó a miembros interesados de facultad para que escucharan un pequeño informe acerca de los planes y sentimientos. Lo que él sabía, nosotros lo sabíamos. Noso-tros no estábamos trabajando para él, nosotros estábamos trabajando con él".

La supervisión de M. L. incluía lo que algunos pueden haber considerado un asunto puramente perso-nal: "Él era muy franco en relación con las obligaciones de los profesores con relación al diezmo. Él verificaba los libros de la iglesia. Él no aceptaba a un profesor que no diezmara".

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El decano de M. L. recuerda, "Yo siempre estaba impresionado por la humanidad de sus acciones disci-plinarias. Recuerdo a un hombre joven que se metió en serios problemas y los negó durante bastante tiempo. Su padre había apelado a Andreasen para que vea si lo podía conducir en forma constructiva y para que lo ayudara, de tal manera que no arruinara la reputación del joven para el resto de su vida. Yo como decano y él como presidente trabajamos con el joven hasta que finalmente conseguimos que con-fesara. Él tenía que recibir algún castigo, y fue administrado de tal manera que no fue apenas una pal-madita en la espalda, sino que fue de tal naturaleza que nadie se dio cuenta. Andreasen le aseguró que tanto él como yo jamás se lo mencionaríamos a nadie, y nunca lo hicimos. Algunas veces el crimen es tan público, que el castigo también tiene que serlo.

"Otro joven había hecho algo que, si hubiese sido conocido, habría sido expulsado y habría quedado in-capacitado para conseguir un trabajo durante mucho tiempo. Mi inclinación era ser mucho más duro. Pero aprendí algo de Andreasen. Él acostumbraba decir que cuando un miembro de una facultad o un ministro o un estudiante hacía algo malo, tenía que haber una conspiración de silencio en relación a eso. No tenía que salir a la luz. Él creía firmemente que una mala acción no tenía que salir a la luz pú-blica, a menos que haya sido pública en su origen. Muchas malas acciones no son públicas. Cuando ha-bía alguna situación delicada, él no dudaba en ignorar a los inspectores, que eran los miembros regula-res del comité de disciplina".

El propio M. L. nos cuenta otro de sus principios que lo guiaban:

"Algunos padres y profesores tenían la costumbre de decir No a cualquier requerimiento, a menos que hubiesen buenas razones como para poder garantizarlo. Yo considero que debiera tomar la posición opuesta. En vez de decir o pensar, '¿Por qué debería esto ser garantizado?' yo diría, '¿Por qué no debe-ría ser garantizado?' Cuando yo seguía esta línea, yo obtenía inmediatamente la buena voluntad del ni-ño o de la persona joven, y aun cuando a veces yo era compelido a negar un pedido, él aun me conside-raría como su amigo y volvería nuevamente en busca de consejo. Él sabía que yo pesaría bien el pro-blema, que lo miraría desde su punto de vista, y que trataría de ayudarlo".4

Un profesor comenta: "Una de sus políticas era que cuando algún joven venía al Union College, el equipo tenía que reconocer que ya no estaban más en una academia, y que debían llamarlo de 'joven' o de 'señorita'. Tenemos que demostrar que tenemos confianza de que ellos, por lo menos en un punto, llegarían a los normas establecidas, sin ser amontonados ni acorralados todo el tiempo. Desde luego, eso no eliminaba la disciplina. Aquellos que cometían infracciones eran castigados.

"Engañar en los exámenes era completamente tabú. Cualquiera que engañara, M. L. lo consideraba co-mo habiendo fallado. Tuvimos algunos casos donde esto fue realmente aplicado. Una niña fue enviada de vuelta a su casa por haber engañado, y ella nunca volvió".

Muchos estudiantes vinieron al Union para quedarse. Pero en el Otoño de 1935, bajo el lema "Gran Matrícula en el Union", M. L. escribió:

"no son los números los que cuentan. Estamos agradecidos por tener tantos estudiantes como los que tenemos, pero estamos más agradecidos en saber que la gran mayoría está aquí para trabajar, y para tra-bajar duro. ... También estamos agradecidos por poderles dar trabajo a todos. Es la opinión unánime de los profesores que los estudiantes están aquí para trabajar, que estudian cada vez más y que trabajan ca-da vez más. Así debiera ser. Los tiempos ciertamente no parecen prometer mucho, y hace parte de la sabiduría prepararnos para el futuro. Hacemos del deseo de todos la oración del Union".5

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Durante el año escolar de 1935-1936, dieciocho exestudiantes del Union comenzaron a trabajar afuera. Esto no fue un accidente, porque el Union era conocido como el "Colegio de las Cuerdas Doradas". En la pared frontal de la capilla colgaba un gran cuadro del edificio del colegio, del cual salía una cuerda dorada que alcanzaba a cada estudiante que ya había salido a trabajar como misionero. Las cuerdas es-taban sujetas a las placas a cada lado del cuadro, representando el hemisferio a donde cada uno había ido a trabajar.

Un viernes en la mañana durante el servicio en la capilla, M. L. le entregó tarjetas a todos los estudian-tes que estuvieran dispuestos a ir a trabajar como misioneros al extranjero, si Dios los llamaba. Él no hizo ningún apelo; era apenas una presentación de las necesidades y una oportunidad para que los estu-diantes supieran que estaban disponibles. Ciento veinte y cinco firmaron esas tarjetas.

El viernes en la tarde, una semana después, las cuerdas colgaban de cada uno de los 18 misioneros que habían salido a trabajar ese año. Entonces los 125 que habían firmado las tarjetas, solemnemente fueron adelante para ofrecerse a sí mismos para trabajar en el extranjero.6

Las oportunidades de trabajo del Union no llegaban espontáneamente, tal como se observa a partir de observaciones que aparecían de tiempo en tiempo 1934 en el Central Union Reaper:

"Industrias que han crecido mucho. ... Más tierras arrendadas para plantar. ... Fabrica de escobas para ser construida. ... Imprenta Capitol City, una de las industrias del Union, ha recibido un gran pedido de varias partes del Estado por miles de libros para ser re-empastados, necesita cuatro obreros más. ... La lechería del Union College obtuvo un conteo de bacterias de 3.000, contra la cantidad normalmente certificada de 10.000 a 12.000. La Gerencia se ha visto obligada a aumentar el establo para acomodar a 67 nuevas vacas. En la lechería trabajan alrededor de 13 estudiantes, sacando leche, crianza de ganado, y trabajo en el establo; embotellamiento de la leche; manufactura de queso, mantequilla, y crema. ... El Union había pasado el temporal y había pagado una suma substancial para reducir su deuda.

Otras noticias durante el año tocaban asuntos académicos:

“Curso de Medicina, en consulta con la Conferencia General. ... Las charlas del Dr. Schilling sobre los 'Misterios de la Luz y de la Electricidad'. ... El hermano Andreasen consultó a la Conferencia General para enseñar teología sistemática en la escuela avanzada de Biblia, a ser realizado durante seis semanas este verano en el P.U.C.".

El 31 de Octubre de 1936, se recogió una ofrenda especial de los 25.000 miembros de la Unión Central para poder tener una nueva librería para el Union College. Cada uno de los presidentes de Asociación escribió un artículo acerca de eso en el Reaper. La contribución de Andreasen decía:

"La nueva librería no es una necesidad común que tal vez podríamos manejar y que podríamos conti-nuar sin ella si no consiguiésemos los recursos. Es una necesidad imperiosa, una de las cosas necesarias para poder continuar como un colegio. ... Significa mucho, me siento impresionado a decir que lo signi-fica todo, para el Union College ... en este tiempo. Creemos ... que nuestro pueblo va a responder no sólo liberalmente, sino que de su propia necesidad. Este proyecto no puede y no va a fallar. ... Nuestra gran Unión Central está por detrás de este movimiento como un hombre; Dios está yendo delante de nosotros; y la victoria está adelante. Hermanos, oren por el Union College ... su facultad, y sus estu-diantes. Mucho depende de las próximas pocas semanas".7

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La nueva librería fue construida, alcanzando así uno de los urgentes prerrequisitos para la acreditación del Union College.

1 Central Union Reaper, 5 de Abril de 1932.2 Ibíd., 23 de Agosto de 1932.3 Ibíd.4 M. L. Andreasen, Una Fe por la Cual Vivir, página 181. 5 Central Union Reaper, 22 de Octubre de 1935.6 Ibíd., 3 de Diciembre de 1935.7 Ibíd.., 13 de Octubre de 1936.

EL PRESIDENTE ANDREASEN

No hay muchas personas de las cuales usted podría escribir un libro", recuerda una de las niñas estu-diantes de M. L. "La mayoría son personas normales. Él era tan diferente; nunca había alguna monoto-nía".

M. L. esta bien conciente que su apariencia personal no impresionaba. Él dijo, "Yo se lo que usted está pensando: ¿Qué es lo que está haciendo ese pequeño renacuajo aquí?" A pesar de sus cortas piernas, él tenía "una manera de caminar por la cual era conocido".

A pesar de (o tal vez debido a) su figura no impresionante, él tenía que mandarse a hacer su ropa de acuerdo a su figura. Él nunca usó pantalones con bastilla. Eso era considerado afectado cuando él co-menzó su ministerio.

M. L. era un rápido conductor. En una ocasión él convidó al presidente de la Unión Central para que lo acompañara en su Modelo Ford A, a una reunión en la que ambos tenían que ir en California. El presi-dente pensó que iba a demorar mucho, de tal manera que se fue en tren. Cuando el tren llegó a Denver, M. L. estaba en la plataforma. Cuando el tren llegó a Reno, ahí estaba M. L. Cuando llegó a Riverside, una vez más M. L. estaba en la plataforma, esperando para conducir al presidente a la reunión en Loma Linda.

M. L. normalmente llevaba dos cosas consigo: una tablilla con sujeta papeles para apuntar sus ideas, y un gorro en su bolsillo para proteger su cabeza en caso que el tiempo se volviera frío. Él decía que siempre tenía un pañuelo en su escritorio listo para pasárselo a una niña que comenzara a llorar cuando él encontraba que tenía que amonestarla.

Él creía que tenía que mantenerse en contacto con todo lo que estaba aconteciendo alrededor del cole-gio. Si había un programa de cualquier índole, él estaba ahí antes de la hora para asegurarse que todo estuviera en orden. Su oficina estaba a un par de pasos de la capilla, de tal manera que podía ver a los estudiantes a medida que entraban, y también estar ahí cuando eran liberados.

M. L. consiguió un nuevo grabador para el departamento de predicaciones. Una vez, cuando tuvo que alejarse de la capilla, él concibió la idea de grabar su predicación para después poder escucharla. Esto era una tremenda novedad en aquellos días, antes que los grabadores se hicieran populares. "Aquí estoy yo viajando por los caminos de Oklahoma y les estoy hablando a ustedes que están en la capilla".

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En la parte superior de una pizarra, en uno de los pasillos principales había una sección de 23 x 63 cm., donde M. L. mantenía una pequeña cita. Cada semana le decía a su secretaria que copiara una nueva ci-ta, la cual los estudiantes siempre miraban.

En algunas ocasiones M. L. usaba con efecto la expresión "Y eso no es bueno", decía a través de la na-riz. Si algún estudiante pedía algo en lo cual él no veía nada bueno, él decía simplemente No, y mante-nía una expresión inquebrantable en su cara, hasta que el suplicante desistía.

"Si usted le hacía una pregunta, él podía sentarse un minuto antes de responder", se acuerda un estu-diante. "No ayudaba en nada apurarlo. Usted tenía que hacer la pregunta y esperar. Muy luego él co-menzaría a hablar".

Otros recuerdan: "Yo me maravillaba en las predicaciones de la capilla que él daba todos los lunes, miércoles y viernes, cuando él estaba en el pueblo. Las predicaciones eran cortas, de veinte a treinta minutos. Incluían una rica información. Él tenía un material interminable".

"Él era un predicador dinámico, y sin embargo sólo hablaba. Era diferente. A todos les gustaba escu-charlo". Una vez en una reunión campal, M. L. comenzó a la una de la tarde. Él dijo, "Lo siento por Dios". Después de eso, nadie durmió.

Los que le escuchaban por primera vez, tenían que acostumbrarse a sus sentencias cortas, su falta de re-sonancia, y su forma directa de decir las cosas. Pero muy luego se acostumbraban con eso, y comenza-ban a decir que él hablaba "poesía en prosa con un ligero acento".

M. L. tenía una manera muy simple para mantener las normas. Él colocaba su lengua detrás de los dientes y decía, "Eso no se hace en el Union". Eso resolvía todo. En Hutchinson él trató, tanto cuanto le fuese posible, dramatizar los textos bíblicos. Algunas veces tenía estudiantes vestidos de la manera en que las personas se vestían en otros países, para mostrarles eso a los oyentes. Los estudiantes quedaban impresionados. Pero cuando él estaba en el Union, fue criticado por algunos líderes por hacer eso.

Después que M. L. se volvió presidente del Union College, la asociación entre hombres y mujeres estu-diantes fue considerablemente liberalizada. Un estudiante recuerda cómo su pololeo había sido repren-dido porque ella había sido acompañada unos dos kilómetros a lo largo del boulevard hasta el hogar donde ella trabajaba. M. L. llamó al joven para saber más detalles. Para el asombro del joven, M. L. de-jó la impresión que parecía pensar que era una delicadeza que el joven no permitiera que su polola saliera sola a la calle cuando ya estaba oscuro. Desde luego que M. L. no era siempre tan indulgente.

"Yo creo que él debe haber sido uno de esos jóvenes Adventistas muy severo e inflexible", dijo alguien que estaba familiarizado con él. "Yo creo que fue después que él desarrolló su tolerancia y sentido de comprensión sobre la importancia de las demás personas. Las personas son más importantes que las re-glas".

Uno de los profesores tenía en su corbata un pequeño distintivo de la universidad donde había obtenido su Ph.D. M. L. dijo, "El campo lo criticará a usted por eso". El profesor sabía que era él que lo critica-ba.

Un año hubo una gran discusión si los profesores deberían usar adornos en una graduación. Cuando fue tomado el voto, la mayoría estaba a favor. M. L. dijo, "Yo veto eso".

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Él había efectuado bastante trabajo en inglés como para obtener su Ph.D., de acuerdo con un asociado, pero no dio sus exámenes. Al final de su vida M. L. dijo que si tuviera que hacerlo todo de nuevo, ha-bría terminado su doctorado. No que hubiera cambiado su trabajo ni un ápice, pero habría removido cualquier excusa para que los más jóvenes criticaran su escolaridad.

Un amigo recuerda: "Él me dijo una vez que si no hubiese tenido una educación Escandinava, habría preferido ser un profesor de Inglés. Él creía que podía combinar todas las cosas que eran importantes para él para enseñar Inglés, coronando todo con la grandiosidad de la Biblia. Él me contó cuándo flore-ció en él la belleza de la literatura. '¿Usted se acuerda de la lectura de Shakespeare, El Mercader de Ve-necia, "Cuán dulcemente duerme la luz de la luna sobre este banco"? Fue una luz que explotó e iluminó mi vida desde entonces. Puedo entender la poesía, el arte, todo'. Fue el Presidente Andreasen que por primera vez usó la expresión, 'Para algunas personas, la música de violín es apenas un rasquido de cri-nes de caballo sobre una cuerda de tripa'".

M. L. esperaba una buena escolaridad en cada fase de estudio. No importaba qué tipo de curso fuese, vocacional, educación, educación física, él quería hacer lo mejor, de acuerdo con la norma.

En relación a los grados, M. L. simplemente rindió su grado; no había más discusiones. En cuanto a que los estudiantes hablaban sobre los grados entre ellos mismos, él dijo, "Un estudiante del tipo A es simplemente muy humilde como para mostrar su grado, y el estudiante pobre está muy avergonzado como para mostrar el suyo". De tal manera que no habían comparaciones de grado entre los estudian-tes. Los grados (notas) recibidos de M. L. eran normalmente decepcionantes. Recibir una C de él era excelente. Recibir una A era simplemente fuera de este mundo.

Las notas definitivamente no se recibían los Sábados. "Un Sábado él vino a mi oficina en el 'Castillo', en el quinto piso de nuestro edificio administrativo", se recuerda un exestudiante. "Yo estaba sentado a la máquina de escribir, trabajando en el libro de Isaías, el cual estábamos estudiando en clases. Él me reprendió severamente por estudiar mi lección durante el Sábado. Yo argumenté un poco con él. Era mi lección de la Biblia, de tal manera que, ¿cuál era la diferencia? Pero eso no le hizo cambiar un ápice".

Otro estudiante recuerda: "Varios Sábados en la tarde lo encontré andando a través del pasillo del dor-mitorio para ver a quién encontraba. Una vez estábamos teniendo una discusión en nuestra pieza y lo convidamos para que nos ayudara. Fue una de mis experiencias más maravillosas de mi vida estudian-til. ¡El honor de haber tenido al presidente en nuestra pieza dándonos su ayuda!"

M. L. era altamente respetado por los estudiantes y era muy popular en el campus. Él fue convidado por la clase del 32 para que fuera su patrocinador. Él estaba muy ocupado como para darnos la supervi-sión que necesitábamos, escribe un miembro del curso. "Me acuerdo que nuestra clase estaba entreteni-da en su hogar. Vesta estaba ahí. Teníamos bebidas y jugábamos juegos de mesa.

"Mientras él estuvo en el Union hizo arreglos para tener música el Sábado en la tarde en el comedor. Solamente instrumental, no lenta, sino que música buena, feliz. Él a menudo expresaba el pensamiento de que el Sábado debía ser un día de felicidad".

Varios estudiantes escogieron casarse en el hogar de Andreasen. "Él casaba a las personas en su hogar, que quedaba a una cuadra de la esquina", escribe uno. "Mi suegra y mi cuñado, y mi hermana, mi polo-la y yo éramos los únicos presentes. Yo había estado trabajando todo el verano como un cantante evan-gelista. Fuimos casados a la una de la tarde, y volví inmediatamente a mi trabajo. Esto fue durante la depresión. Yo había colocado un billete de diez dólares en un sobre, el cual se lo entregué al Presidente

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Andreasen cuando salimos de la casa. Él se lo pasó a mi esposa, y dijo, 'Aquí está su primer dinero para comprar en el almacén'".

Otro se acuerda, "En el día de nuestra boda, él tomó a mi marido y salió buscando a otros estudiantes. 'Hemos andado muy ocupados. John se va a casar hoy en la noche', le decía a las personas. Y entonces continuaría hablando y hablando. Él mantuvo a John hasta la hora de la cena, y nosotros salimos en el tren de las nueve aquella noche. Los Andreasens nos dieron un gran baúl como regalo de bodas. Noso-tros íbamos como misioneros hacia el Oeste".

M. L. trataba de actuar con imparcialidad: "Después que el Presidente Andreasen nos casó, vivimos en una gran casa que costaba más de lo que nosotros podíamos permitirnos, y el horno no funcionaba bien. Los Andreasens estaban viviendo en una antigua casa con un departamento en el segundo piso, el cual lo arrendaban, de tal manera que nos trasladamos hacia allá. Pero en la parte más difícil de la depre-sión, el gerente comercial insistió que todos los miembros solteros de la facultas y todos los miembros casados de la facultad, pero que no tenían hijos, se trasladaran al dormitorio (de la escuela). A pesar del interés en el negocio del Presidente Andreasen y de nuestra amistad, tuvimos que trasladarnos al dor-mitorio para que todo estuviera bien. Nos costó bastante dinero hacer eso. Teníamos que comer en el comedor. La campana sonaba a las 5:00 a.m. Teníamos que usar el baño de las visitas al otro lado del pasillo. Pero él no quería ninguna imparcialidad".

M. L. tenía una política de no aplicar favoritismos con ninguno de sus amigos. Si había alguien con el cual le gustaba estar más que con otros, cuando llegaba donde aquellos profesores que querían obtener algo especial, él haría todo lo posible para que no lo obtuvieran. Si un hombre estaba tomando trabajo de la universidad, su salario sería disminuido, sólo para demostrarle que eso no hacía parte de su traba-jo regular, sino que M. L. "quería que continuara con su educación.

M. L. no quería que su hija trabajara en ningún lugar donde él estuviera. Eso habría sido nepotismo, sentía él.

El año en que Vesta estuvo enseñando, fue un último recurso.

Él era generoso con su dinero. Si un amigo le pedía ayuda, él sacaría el dinero de su bolsillo. Cuando más tarde el dinero le era devuelto, él actuaría como si estuviese sorprendido, haciendo como que apa-rentemente lo había olvidado.

M. L. mantenía su puerta cerrada, de manera que cuando alguien llamaba, él apretaba un botón y la puerta se abría automáticamente. Un día él presionó el botón para abrir la puerta. M. L. nos cuenta la historia: "Una señorita comenzó a entrar. Así que ella entró, yo debo haberme inclinado levemente ha-cia adelante, y mi peso hizo con que la silla se diera vuelta, lo cual me dejó sentado en el piso con mi mentón colgando del escritorio. Nunca tuve certeza, pero creo que la silla debe haber sido interferida por algún bromista".

Un profesor recuerda: "Una mujer adulta, un miembro de la iglesia, pero un poco confundida, que vivía al frente de la calle del colegio, decía que era una profetisa. Ella tomó el Clock Tower (un diario) que contenía un cuadro de la facultad y nos dio todos los nombres de los profetas de la Biblia. Creo que yo era Amós. Ella tenía un esposo, también Adventista, más o menos bajo su influencia, al cual ella envió a Andreasen con un gran canasto con las primeras frutas. El Presidente Andreasen no encontraba qué hacer con eso. El hombre decidió entregarlo de todas maneras, y lo colocó sobre la mesa en la recep-

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ción. Andreasen se opuso fuertemente a eso, pero las niñas que estaban en la oficina no tenían la misma idea, e hicieron con que la fruta desapareciera".

Su libro más importante, El Servicio del Santuario, salió en 1937. El libro del Dr. Everett Dick, El Césped Delantero de la Casa, salió al mismo tiempo. En la capilla un día M. L. le habló a la escuela acerca del logro del Dr. Dick con su resplandeciente libro, que fue comentado en The New York Times, y que su colega había pasado a ser un autor conocido en todo el país. Entonces dijo, "Sucedió de tal manera que mi propio libro había sido recién publicado, pero yo no escuché que nadie lo comentara, por lo tanto asumí que mi logro personal, si no fue una falla, fue casi totalmente eclipsado por el de mi colega". Más tarde, muchos reconocieron que El Servicio del Santuario era realmente una joya.

Más de un estudiante nos cuenta de cómo él camino alguna distancia corta junto con Andreasen, men-cionando haber leído su libro, y le escucharon preguntar, "¿Usted cree realmente que es así?"

Los estudiantes reconocieron la íntima relación entre M. L. y su esposa. "Annie Andreasen era la que sostenía a la familia". "Él respetaba mucho, mucho". "Ella era una gran influencias estabilizadora para él. Él lo sabía y estaba orgulloso de eso. Los estudiantes lo sabían". Cuando llegó el tiempo en que M. L. se despidió del Union College, los estudiantes hicieron que su esposa se subiera a la plataforma con él, sentada en una mecedora. El programa terminó con el Presidente y la Sra. Andreasen dejando la pla-taforma, siendo que ella llevaba un gran canasto de flores. Tomados del brazo ellos caminaron por el pasillo y salieron de la capilla.

ACREDITACIÓN 1934-1938

Un día al comienzo de su presidencia en el Union College, M. L. llegó a la librería y vio un conjunto de literatura que venía de la Asociación Central Norte. "¿Quién gastaría dinero para enviar esos informes de la Asociación Central Norte?" exclamó. Pero cuando llegó el problema de la acreditación algunos años más tarde, esos informes pasaron a ser las herramientas más útiles.

El Diccionario Webster define acreditación como el "reconocimiento de [una institución educacional] como manteniendo normas que califican a los graduados para ser admitidos en instituciones superiores o más especializadas o para una práctica profesional". En este asunto M. L. pudo decir, "Siento que fue una desgracia para la denominación darle a los estudiantes un curso pre-médico en una escuela no acre-ditada".

El 5 de Junio de 1934, él le escribió al campo: "Como bien lo se, durante algunos años ha habido un de-finido movimiento en esta denominación para el acreditamiento de nuestros colegios. Durante varios años el Union College ha sido acreditado con el Estado y con la Universidad [de Nebraska] como un colegio de 16 años, y ha ... tenido una acreditación con la Asociación Central Norte [la entidad cuya acreditación total era crucial]. Las normas de la Asociación Central Norte son muy altas, y se pide mu-cho. Nosotros creemos, sin embargo, que las normas pueden ser alcanzadas sin violar ningún principio que la denominación apoya. De acuerdo con eso hacemos una aplicación este año a la Asociación Cen-tral Norte para una total acreditación". *

En respuesta a la aplicación, el inspector de la Asociación visitó el Union ese mismo año. En su infor-me él comentó favorablemente la actitud de los estudiantes y de la facultad, del curriculum, de la libre-ría y de los laboratorios, y de la condición general de la planta física y de otros aspectos del colegio. Él

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terminó comentando, "El Union College está haciendo un muy trabajo, con una gran calidad de estu-diantes". Con esto en mente, la mesa directiva votó extender el tiempo de la acreditación.

Un profesor recuerda, que M. L. "trató de encontrar cuáles serían los colegios afectados. Realmente tra-tó de convertirlo en universidad, uno que pudiera soportar el escrutinio del mundo. Él encontraría lo que sería necesario [para la acreditación]. La facultad estaba con él, los estudiantes estaban con él. La mesa directiva no siempre lo estaba. Hay muchos colegios en los cuales el presidente piensa que la fa-cultad son los siervos del presidente. Pero él no, porque si así hubiese sido el colegio nunca habría sido acreditado. Él los trataba como seres humanos. Si usted permite que las personas lo ayuden a decidir la política, ellos sienten que hacen parte de ella. Si no lo hace, ellos no se sienten participantes".

Otro profesor recuerda: "Luchar por la acreditación, él no quería que fuese una escuela de cumplimien-tos escolásticos, sino que una con un excelente programa de trabajo para los estudiantes. El decano ela-boró un sistema de graduación para su trabajo. Si un estudiante llegaba atrasado cinco minutos para realizar un trabajo, perdía un punto, lo cual a su vez reducía su tasa horaria. Este entrenamiento siste-mático de los estudiantes en responsabilidad para con el trabajo fue una de las excelentes contribucio-nes hecha a favor de la acreditación".

M. L. resume su cuenta:

La facultad tenía que familiarizarse con el objetivo de la escuela. ¿Qué estás haciendo para calificar-te? Los miembros de la facultad tenían que estar listos para responder cualquier pregunta que surgie-ra en el comité de acreditación. No podían responder con generalidades, porque la Asociación era muy estricta.

Los hombres de la Asociación Central Norte eran muy considerados. ... Uno, miembro de la Iglesia de los Hermanos, dijo, "Ustedes tienen que hacer ejercicios de capilla para conseguir algo. Creen un ob-jetivo. Trescientos estudiantes debieran recibir algo en una hora de capilla. La capilla no debiera ser meramente para pasar el tiempo. ¿Están consiguiendo lo que quieren obtener? Son los estudiantes me-jores Adventistas cuando salen que cuando llegaron? ¿Permanecen en la denominación después de ha-berse graduado?" Él nos trajo un desafío. "Ustedes tienen que hacer diagramas que muestren si están consiguiendo lo que se han propuesto. La Central Norte no les está diciendo qué es lo que ustedes tie-nen que enseñar, sino que está preguntado, ¿Están haciendo un buen trabajo en lo que han emprendi-do?" No teníamos registros de lo que habíamos hecho, ni los objetivos declarados que queríamos al-canzar. Teníamos las cuerdas doradas como símbolo y tradición, pero eso era un miserable informe de los cincuenta años de trabajo. Cuando fue hecho, yo pensé que habíamos hecho algo, algo que yo no había hecho, y que tampoco había sido hecho antes.

Una secretaria recuerda, "Estábamos sintiendo más o menos nuestro camino. Tuvimos que trabajar to-das las horas de la noche y del día, dormir en la escuela si fuese necesario, copiando informes y otras cosas. Teníamos que tenerlo listo para las reuniones. M. L. me pondría en aprietos durante varios años, recordándome de los días en que podíamos reírnos o llorar cuando teníamos que trabajar durante tantas horas".

M. L. nos cuenta la historia:

Reunimos nuestras fuerzas; trabajamos, oramos, estudiamos. Un grupo aprendió a usar la regla de cálculo e hizo todo tipo de cálculos, estadísticas, gráficos, comparaciones, porcentajes, etc. Toda la fa-

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cultad pasaba la semana entera informando y analizando, algunos se quedaban hasta altas horas de la noche.

Los inspectores vinieron y se reunieron con la facultad e hicieron varias preguntas, y la facultad trató de dar las mejores respuestas posibles. En la tercera inspección del colegio por los inspectores de la Asociación Central Norte, ellos hablaron con los profesores y estudiantes, desafiándolos. "¿De dónde es usted?" le preguntaban a un no graduado. "Minnesota".

"¿Puede usted dar alguna razón por la cual pasó la Universidad de Minnesota y ha venido a un peque-ño e insignificante colegio como el Union College?"

Ellos no podían haber conseguido mejores estudiantes. Ellos hablaron con muchos de ellos y quedaron muy impresionados.

M. L. también fue interrogado: "Ellos le hicieron una pregunta. Él pensó un instante y respondió, 'Fran-camente, caballeros, debo decirles que no se la respuesta'. Y la respuesta que obtuvo fue, 'Bien, Reve-rendo Andreasen, nosotros tampoco sabemos la respuesta'".

Finalmente vino la reunión con la Central Norte, en la cual se tomaría la decisión. Andreasen nos cuen-ta : Y así tuve que ir a Chicago. La noche anterior a que fuese anunciada la decisión, no dormí. El pre-sidente de nuestra escuela gemela, que también iba a tener que enfrentar la decisión, me había infor-mado que había escuchado que su escuela sería aceptada, y que el Union sería rechazado, pero que yo no tenía que preocuparme. Él tomaría nuestros estudiantes. Era bueno saberlo, pero no era reconfor-tante.

Habían siete escuelas esperando la decisión: "Albion College, Albion, Michigan, con una aplicación de acreditación como un colegio de 16 años", llegaron las palabras dichas muy lentamente y con pau-sas deliberadas e irritantes. "Aplicación ... denegada". Nuestra escuela gemela era la próxima. nueva-mente las largas palabras y pausas, y entonces, "Aplicación . ... denegada". Mi corazón se hundió. ¿Qué esperanza había para nosotros? El Union era el séptimo y el último. Me parecía que no iba a vi-vir lo suficiente como para escuchar nuestra condenación. "Union College, Lincoln, Nebraska, aplica-ción para una acreditación como escuela de 16 años", una pause que pareció durar una eternidad, y entonces las palabras: "Aplicación ... garantizada". Fue un momento terrible. Fue el momento supre-mo de mi vida.

El Union era la última escuela, y fue la única aceptada. Cuando llegué, pedí inmediatamente para reu-nirme con el comité. Quise pleitear por nuestra escuela gemela, porque esta era la última oportunidad para aplicarlo por varios años, y ser derrumbado significaba que los graduados que presentaran un año serían descalificados por la escuela de medicina y no podrían comenzar a trabajar como médicos.

Entonces envié un telegrama y volví a casa en el primer tren. Llegué a la capilla la mañana siguiente justo después que el programa había comenzado. Fui alegremente escoltado hasta la plataforma para recibir los aplausos de la asamblea. Y en medio de todo eso, lloré.

Les dije a los estudiantes que debíamos estar contentos, pero decentemente contentos, no jactándonos de nosotros mismos. Yo estaba feliz de que los estudiantes de medicina no serían perjudicados debido a haber terminado su curso pre-médico en una escuela no acreditada.

* Central Union Reaper, 5 de Junio de 1934.

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VÍSPERAS

Uno de los colegas de M. L. le preguntó cuál había sido su mayor contribución al Union College. "'Mi contribución fue la reunión de los viernes en la tarde'. Él planificó las bellas reuniones de los viernes en la tarde, que consistían de diferentes números dirigidos por el Prof. C. C. Engel, un quieto cantante sin acompañamiento de cuerdas, la lectura de ciertas escrituras al unísono, y pequeñas conversaciones, las cuales teníamos todos los viernes en la noche, en los cuales él estaba en el pueblo. Era el consenso que este era un factor espiritual extraordinario en la administración de Andreasen".

"Las reuniones de los viernes en la noche eran su tiempo favorito", se recuerda otro colega. "Él quería que fuese así. Comenzarían con una música suave, para que todos comenzaran a meditar. El conjunto Engel tocaría Bach o Beethoven durante unos 20 o 30 minutos. Entonces los ministros subirían a la pla-taforma. (Nosotros habíamos ensayado un nuevo canto, el cual tendríamos que tocar en pianísimo cuando terminara la oración). Normalmente había un dúo vocal o un solo o un cuarteto. Entonces, con su voz trémula, M. L. nos cantaría el 'Bello Valle del Edén' o tal vez ‘Dulce Hora de Oración'. Nos co-nocíamos esas canciones de memoria y nunca nos cansábamos de ellas. La última estrofa era cantada sin acompañamiento, y M. L. cantaría como bajo. Entonces el hermano Andreasen nos daría el mensa-je, el cual no excedía los 20 minutos. Podía ser del libro de Hebreos o de la vida de Cristo o una ilustra-ción de alguna cualidad que tuviera que ser enfatizada en nuestras vidas. A menudo había un testimo-nio o un llamado, pero no muchos. La manera que tenía el hermano Andreasen para ilustrar las verda-des de la Biblia, y su manera interesante de presentarlas, sería el apelo. La respuesta de los 400 estu-diantes era tan espontánea que siempre ocuparía todo el tiempo permitido. Serían como las nueve o las nueve y cuarto cuando salíamos, habiendo comenzado a las siete y media o a las siete treinta y cinco".

Parecía ser que los estudiantes del Union College de los años de Andreasen recuerdan sus vísperas de los viernes en la noche más que cualquier otra cosa. Otros han tratado de imitarlo, pero nadie ha conse-guido hacerlo en la forma quieta y calmada en que eso era hecho.

Veinte años después que M. L. dejó el Union, un grupo de exestudiantes le pidieron que condujera un programa de vísperas típico en Minneapolis. Este fue grabado. Siguen algunos trechos de la grabación:

"Fue una revelación para mi cuando supe que los violines no sólo pueden tocar sino que alabar. ... Hay sonidos tan puros, tan maravillosos, en música, que me llevan a mi más interno ser, y digo, 'tengo que ser un hombre mejor'.

"Es muy malo que no me acuerde de todos los estudiantes. ... Me acuerdo de los malos. Los tenía gra-bados, de tal manera que los conozco muy bien. Pero se me ha olvidado todo, y todos amamos igual-mente al Señor ... y eso es maravilloso.

"Los viernes en la tarde me traen dulces recuerdos. Me acuerdo del comienzo de mi experiencia como un ASD. En aquellos días el cielo era bien real. Creíamos en la vida venidera. Estábamos en el primer amor de la verdad, y nos amábamos los unos con los otros y al Señor. Y así nos juntábamos, cantába-mos un poco, y orábamos un poco. Una y otra vez leíamos aquellas declaraciones relacionadas con lo que había que hacer, las cuales aun leo en la noche . 'Él me mostraba un río puro con el agua de la vida, claro como el cristal'. En nuestra igual a la de un niño, tomamos esto como real, y aun creo que es real Leemos en el Salmo 23, 'Él me conduce a aguas quietas'. Nosotros entendíamos eso tal cual está escri-

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to, que llegará el tiempo cuando el propio Señor nos conducirá, y yo creo que eso es verdad en un senti-do muy literal. ...

"Yo creo que el Dios en el cielo mira hacia abajo con cariñosa compasión sobre nosotros, aun ahora mismo, en esta tarde. Infieles como hemos sido, sin ningún valor como somos, el Señor nos ama. Y ese amor es maravilloso. Me asombro de cómo algunas personas me puedan amar, y supongo que ustedes se asombran de cómo algunos pueden amarlos, y todos nos asombramos de cómo Dios puede amarnos, cuando Él conoce nuestras muchas fallas y nuestros muchos defectos. Así como Dios conoce y ama. Dios entiende. ...

"Si solo pudiéramos aprender a ser un poquito más semejantes a Dios, un poquito más semejante a nuestro Maestro, bondadoso y entendedor, misericordioso. Si pudiéramos aprender a mirar las cosas buenas en vez de las malas. Tendríamos un pequeño cielo aquí en la tierra. Eso es lo que estoy teniendo esta noche. Estoy teniendo un poquito del cielo.

"Podemos pensar en cómo será cuando, en la nueva tierra, nunca nos separaremos. Usted dirá, 'Eso no es tan bueno, si no tenemos que separarnos nunca. Yo puedo ser bueno durante un momento. Pero si permanezco contigo durante un tiempo largo, no estoy seguro de que usted estaría convencido de mi bondad'.

"Por lo tanto es necesario, si es que vamos a estar todos juntos para siempre, que aprendamos a vivir aquí, ahora, de tal manera que el amor de Dios pueda prevalecer en nuestros corazones. El cristianismo es amor. Cristianismo es entenderse. Cristianismo significa adaptación. Significa renunciar a nuestros propios caminos y ser dulces. Y así es ahora, el viernes en la noche. Viernes en la noche en la historia del mundo también. El sol se está poniendo silenciosamente. Pasará apenas un poquito de tiempo y el que ha de venir, vendrá, y no tardará. ... No podemos esperar que las cosas continúen siendo pacíficas por mucho tiempo más.

Y cuando las calamidades de los últimos días estén sobre nosotros, cuando miles caigan a nuestro lado, y diez mil a nuestra diestra, ¿seremos escondidos a la sombra del Todopoderoso? Esos son pensamien-tos solemnes, pero valiosos, aun hoy, en este viernes. Gracias le sean dadas a Dios, que tenemos Uno que está sobre todas las penas y calamidades terrenales, y que puede cuidar y proteger a Su pueblo. Y es eso lo que se nos ha prometido.

"El cuarto capítulo de Isaías se me ha vuelto muy precioso. Habla del tiempo, justo antes de la venida de nuestro Señor. Aquel tiempo en que todos estamos interesados. Cuando se cierre la puerta de la gra-cia y el pueblo de Dios pase por el último sufrimiento, el tiempo de la angustia de Jacob. Leo, 'En aquel día el renuevo del Señor será hermoso y glorioso'. Ese es el pueblo de Dios. 'Y el fruto de la tierra será excelente y atractivo para aquellos que escaparon de Israel. Y sucederá, que el que quedare en Sión, y el que permaneciere en Jerusalén, será llamado santo, hasta aquel que quede registrado como vivo en Jerusalén'. ¿Pueden ver el zarandeo ahí? Tenemos que esperar un zarandeo, y muchos serán lanzados fuera. ... Algunos ya están siendo lanzados fuera, pero aquellos que permanecen, que permanecen fie-les, todos esos serán llamados santos. 'Cuando el Señor haya lavado las manchas de las hijas de Sión ... a través del espíritu de juicio, y a través del espíritu de fuego'. Dios limpiará a Su pueblo a través del espíritu de juicio y por el espíritu de fuego. 'Y el Señor creará sobre todo lugar de habitación del monte Sión ... una nube y humo de día, y el brillo de una llama de fuego en la noche'. Ustedes han leído cómo, durante la última batalla, cuando venga la persecución, algunos del pueblo de Dios tendrán que huir. ... Algunos serán encarcelados, aun en mazmorras, solos, y aparentemente olvidados. Yo he dicho, 'Señor, sálvame de eso. No creo tener la fortaleza para poder atravesar esa experiencia'. Pero puedo tener cora-

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je, porque se que, 'así como son los días, así será Tu fortaleza'. De tal manera que no necesito preocu-parme con eso. Pero a la mayoría del pueblo de Dios se le permitirá estar juntos en pequeños grupos. Ese pensamiento ha sido una maravillosa bendición para mí. Puedo permanecer en pie cuando se que hay alguien que me ama. Eso le da a un hombre coraje y esperanza. Si se nos permite estar juntos en pequeños grupos, qué cosa gloriosa será".

La opinión de M. L. sobre su mayor contribución para el Union College probablemente estaba correcta. Su reputación de ser capaz de proveer inspiración espiritual fue establecida ahí. "Nunca me voy a olvi-dar de las vísperas del hermano Andreasen; eran de un gran valor espiritual para mí" ha sido el senti-miento de muchos.

Sus sermones eran igualmente de ayuda. "Me acuerdo de un sermón que él predicó, que me ayudó a eliminar mis dudas"; "Me acuerdo de un sermón que él predicó sobre el Espíritu de Profecía, que afir-mó mi fe en eso, el gran don de la iglesia". Sin lugar a dudas, M. L. sabía cómo hablarle a los corazo-nes y a las mentes.

SEMINARIO 1938-1949

La acreditación del Union College produjo algunas repercusiones en Washington. Tal vez yo no fuese una pérdida total. Contra tremendas probabilidades el Union College se había acreditado, el electora-do estaba comenzando a correr hacia la escuela, y la misma ciudad estaba conciente de la existencia de la escuela y de la necesidad de apoyarla. El Union College estaba en su camino, y mientras noso-tros sabíamos muy bien que eso era el resultado de un trabajo en equipo, aun así, yo, como cabeza de la escuela recibí algún crédito.

Yo debía dar un testimonio público de aquellos que habían ayudado en esta batalla por la acredita-ción. Comencé haciendo una lista de nombres de aquellos que merecían alguna mención especial. Pe-ro tuve que desistir. Porque mientras uno merecía un gran crédito, habían otros que merecían lo mis-mo. Y había entre los estudiantes aquellos que merecían la más alta alabanza. Algunos se pasaron las noches sentados haciendo valiosos diagramas y cálculos importantes, y nunca recibieron ni un penique por su valiosísimo trabajo. Ningún hombre merecía un crédito especial por el éxito de la acreditación. Un centenar sí lo merecían.

Las cosas comenzaban a verse educacionalmente bien en la denominación, y la necesidad de una es-cuela avanzada para jóvenes ministros se estaba comenzando a sentir. Muchos jóvenes estaban llegan-do al ministerio, pero no había ningún lugar donde ellos pudieran ir donde pudieran hacer algún tra-bajo de avanzada. También, cada profesor de Biblia enseñaba lo que a él le habían enseñado, y no to-dos enseñaban lo mismo.

Diferentes puntos de vista sobre algunos asuntos eran colocados, y esto conduciría a dificultades. No necesitábamos una universidad. Eso ni siquiera era mencionado. Pero necesitábamos una escuela avanzada de Biblia. ¿Pero quién enseñaría en una escuela así? Sus responsabilidades serían grandes. Tenía que ser ortodoxa.

No trataré de contar la historia o de cansar al lector. Pero finalmente la cosa cayó sobre mi persona. Yo tenía algunas de las calificaciones requeridas; ¿pero era yo "seguro"? ¿Se atreverían ellos a colo-carme en un cargo así y dejar la educación bíblica de todos los jóvenes ministros a mi cargo? ¿Qué enseñaría yo sobre diversos asuntos, algunos de los cuales estaban en disputa? Después de un largo

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aconsejamiento, fue decidido llevar a cabo una especie de escuela de prueba, donde solamente profe-sores de Biblia y oficiales generales pudiesen asistir.

El Central Union Reaper, del 3 de Julio de 1934, informa: "El Presidente M. L. Andreasen, acompaña-do por su esposa e hija, está a camino del Pacific Union College, Angwin, California, donde él instruirá en la escuela avanzada de Biblia durante el segundo periodo de verano. Poco antes de su partida la es-cuela de verano del Union Collage, la facultad y los estudiantes le dieron un sorpresivo picnic en Pio-neer Park en honor a su cumpleaños [58]".

El Reaper, del 14 de Agosto: "Escuela Avanzada de Biblia:

La matrícula de 33 hasta esta fecha. ... Los estudiantes son profesores en nuestros colegios y acade-mias. ... Todas menos dos de nuestras Asociaciones en Norteamérica están presentes, y cuatro divisio-nes extranjeras. M. E. Kern es el secretario. ... W. W. Landeen y G. M. Price [están enseñando], ... Las clases [han sido dadas] por A. G. Daniells, W. A. Spicer, William Branson, L. E. Froom. ... Muchos es-tán expresando su esperanza de que la idea de una escuela avanzada de teología pudiera ser llevada mantenida, y que la escuela pudiera convertirse en una característica permanente de nuestro sistema educacional".

M. L. resume su punto de vista:

Yo tenía que conducir una escuela así de la misma manera en que lo hice cuando la escuela fue esta-blecida. Los estudiantes, los oficiales denominacionales, se sentarían en los bancos de la escuela, y le-vantarían sus manos, como lo hacen otros estudiantes, cuando quisieran hablar. Pero podrían hacer cualquier tipo de pregunta que se les ocurriera y podrían presentar sus puntos de vista. Decidimos que daríamos oportunidad de expresión, tomaríamos la Biblia como nuestro libro guía, y determinaríamos si podíamos hablar libremente sobre asuntos bíblicos y al final salir todos juntos como ASD. Las ma-yores herejías podrían ser propuestas, y la analizaríamos libremente, expresaríamos nuestras opinio-nes, pero nos reservaríamos el derecho de cambiar nuestros puntos de vista si veíamos que estábamos errados, sin ningún constreñimiento.

Era una clase interesante, llevada a cabo en el Pacific Union College en el verano. Ahí no había una escuela de verano. ... Era interesante ver a esos estudiantes, y debo admitir que me era interesante ver-me como profesor de un grupo así. Cuando me portaba mal, ellos me enviaban para que permaneciera de pie en la esquina. Yo también podía enviarlos a ellos a la esquina. Pero nadie fue enviado a la es-quina. Pasamos un tiempo muy bonito, y luego de un primer constreñimiento en los primeros días por parte de algunos al encontrarse nuevamente en la escuela, todos se dedicaron de corazón al programa de la escuela. Prevaleció la perfecta libertad, y nadie ofendió a nadie si estos no concordaban con su punto de vista. Una y otra vez orábamos cuando tocábamos ciertos puntos de doctrina, y en pocos mi-nutos todo se retractaban. Un día un veterano habló sobre la Creación. Otro veterano llamó al orden, y dijo en efecto y en palabras, "Hermano X, he escuchado atentamente todo lo que usted ha dicho, y debo confesar que no veo ningún sentido en sus ideas". Nosotros nos pusimos un poquito aprensivos, porque el primero que había hablado era una especie de autoridad. Para nuestro asombro, él se levan-tó, y, mirando al segundo que había hablado, sin dudar le dijo: "Eso es justamente lo que estaba pen-sando", y, retractándose completamente, continuó con su discurso.

Otro negó la deidad de Cristo y usó algunos argumentos comunes. Un profesor de Biblia se levantó cuando el primero ya había terminado, y dijo, "Los argumentos que usted ha usado son los mismos que

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Satanás usó en el cielo. Ahora se lo que usted es: usted es un Luciferiano". Al día siguiente él se dis-culpó, y no hubo ningún problema.

Otro veterano se levantó un día y dijo, "Hermano Andreasen, yo no creo en lo que usted está diciendo ahora. He predicado lo opuesto durante 40 años, y usted es el primero que me ha dicho que yo estoy errado". Yo dejé pasar el asunto, pero después en la clase me volví hacia él y le pregunté si aun mante-nía su opinión. Él me dijo que si. Yo seguí con mi materia, y una vez más cuando estaba terminando la clase, le pregunté nuevamente si estaba de acuerdo con lo que yo había dicho. Esta vez él golpeó con su puño el escritorio y dijo, "Siempre he creído y he predicado esto, y siempre lo haré". Yo sabía que cuando ese hombre había golpeado su puño, él estaba siendo sincero. Le llevó tres días volver al mis-mo asunto. Entonces se levantó y dijo que había estado errado, y que nosotros éramos buenos amigos nuevamente. Nosotros aprendimos en aquella clase que podíamos no estar de acuerdo, pero que podía-mos continuar siendo amigos. Fue un tiempo maravilloso aquel, y muy provechoso. Cada día nos acer-cábamos más el uno al otro y a la verdad, y al final del instituto fue decidido que yo era "seguro" y que yo podría enseñar en la nueva escuela. El editor de la Review aun colocó en su revista, "Andreasen es siempre ortodoxo".

Así es que la escuela comenzó con el hermano M. E. Kern como director y yo como profesor de Biblia. Fue todo bien primitivo, pero muy luego se demostró que una institución así era necesaria. Mientras la escuela estuvo localizada en California y que funcionó sólo en el verano, yo continué como presidente del Union College, y cada verano iba hacia el Pacific Union. Después de tres veranos en el Pacific Union College, este fue cambiado a Washington, D.C., donde fue instalado en la cafetería del edificio de la Review and Herald.

Una secretaria se acuerda: "Cuando teníamos una adoración en familia aquel verano, nosotros salíamos, y él tomaría un libro de filosofía teológica o algo que estuviese leyendo. Él leería alguna sentencia, pensaría un poco sobre la misma, expondría su manera de pensar y luego continuaríamos. Eso desarro-lló en mi un interés por la teología".

Un estudiante de Seminario comenta: "Nosotros lo encontramos por primera vez en el Seminario de 1937. Nunca había estado a los pies de nadie que me hubiese hecho pensar tanto como él lo hizo. Él to-mó mi mente y la estiró hasta que pensé que se iba a quebrar". Realmente, al lado del escritorio del her-mano Andreasen en el edificio del Seminario que muy luego fue construido, había una frase muy clara, "Piense las Cosas Hasta el Fin". Él le pedía a las personas que pensaran y que apreciaran lo que descu-brían.

M. L. tenía su propia manera de enseñar. Una era su manera de acercarse a la verdad. Haga todas las preguntas que usted desee hacer, pero sea capaz de responder sus propias preguntas, si nadie más puede hacerlo. Él tomaba esa actitud con las preguntas que él mismo hacía: "Nunca le haré una pregunta, a menos que yo mismo la pueda responder". Él no pretendía responder todas las preguntas de los estu-diantes, pero, podía responder sus propias preguntas. Los estudiantes del Seminario a veces se quejaban con las preguntas que no eran respondidas, pero esas eran las de ellos mismos.

Él comenzaba su clase lanzando una pregunta provocativa, la cual parecía no tener una respuesta; en-tonces hacía preguntas complementarias hasta que conseguíamos ver la respuesta.

Él acostumbraba decir, "El límite de un profesor es la capacidad de sus estudiantes".

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Con respecto a los escritos de Ellen White, M. L. observaba, "Cuando no consigo entender algo que ella dijo, tengo que archivarla y colocar las citas junto con aquello hasta que consiga entenderlas".

Él siempre iba directo al asunto. Sin historias, sin subterfugios. Él iba directo al grano.

M. L. siempre llegaba a sus clases en la mañana pulcramente vestido, se sentaba a la mesa de su peque-ña plataforma, debajo de la frase "Piense las Cosas Hasta el Fin", juntaba sus manos, e inclinaba su ca-beza. "Padre", su voz temblaba. Entonces su oración continuaba con algunas sentencias más conversan-do con Aquel que ya había estado conversando dulcemente aquella mañana (en su casa).

Desde su niñez, M. L. había reconocido el hecho de conversar razonablemente en la oración: "He ob-servado que algunos predicadores generalmente poseen una 'voz gritona' que usan cuando oran, y algu-nos la usan aun en sus predicaciones. Esto me parece extraño, pero no consigo ver a Dios siendo afecta-do o siendo movido a cambiar con esas tácticas. ¿Por qué no puedo hablar con Dios como lo hago con un hombre? Creo que a Dios le gusta que yo le hable así".1

Un estudiante recuerda: "En clase me acuerdo de su tendencia de presentarnos un problema y de ver cuáles serían nuestras soluciones. Un día él entró, se sentó en su escritorio, juntó sus manos, y esperó un poco, con una chispa en sus ojos. Todos nosotros estábamos sentados muy quietamente, porque sa-bíamos que algo vendría. Entonces él dijo, 'Ustedes saben, que siempre he devuelto cuidadosamente mi diezmo. Al final del mes siempre lo calculo exactamente, y entonces añado algunos centavos. entonces le entrego todo a mi esposa, y ella hace lo que tiene que ser hecho. Ella efectúa alguna corrección que tenga que ser hecha, y entonces ella añade algunos centavos. Pero ustedes saben, cuando yo voy a la siembra de papas, y no he estado ahí durante algunos días, encuentro las plantas con un montón de bi-chos. Ahora, ¿cómo explica usted eso?' La discusión que se siguió resolvió en mi propia mente el pro-blema del diezmo y mi entendimiento de la declaración de Malaquías acerca del mismo". Una expre-sión que M. L. usaba ocasionalmente probablemente arrojaría alguna luz para la respuesta: "La oración no es substituto para las matemáticas". Y realmente, en ocasiones apropiadas, él añadiría, "O para el trabajo". Reclamar las promesas de Dios no puede reemplazar el hecho de que hay que sacar los bichos de las papas.

Un decano del Seminario Teológico ASD, le preguntaron en una entrevista, si él había conocido al her-mano Andreasen. Él respondió: "Él fue mi profesor en el Seminario. Yo apreciaba su mente incisiva y su profundo sentimiento teológico, y su sentido de justicia y su agudo sentido del humor, un sentido inusual del humor. Sus palabras eran pocas, pero siempre muy bien escogidas. Lo que él escribía era corto pero al punto. A él no le gustaban las cartas largas subrayadas con rojo. Sus sermones y clases siempre eran interesantes. Él creció familiarizado con esto. Su personalidad no era la de una familiari-dad casual, sino que pasaba por la prueba del tiempo. Mientras más uno lo conocía, mayor era la admi-ración. Su capacidad de conocimiento sobre muchos asuntos parecía ser ilimitada; él tocaba la vida de muchas maneras. El hermano Andreasen combinaba la calidad de un administrador con aquella del es-tudiante investigador, una rara combinación. Él tenía un profundo respeto por los escritos de Ellen G. White y por ella personalmente, habiendo vivido en su hogar. Él no pretendía responder preguntas con las cuales no estaba familiarizado y no especulaba con problemas teológicos, donde la revelación es el silencio".2

1 M. L. Andreasen, Una Fe por la Cual Vivir, página 62.2 W. G. C. Murdoch.

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SECRETARIO DE CAMPO 1941-1950

Durante un periodo de ocho años, M. L. Andreasen ocupó dos puestos distintos en los cuarteles genera-les. En 1941 fue convidado a ser secretario de campo para la Conferencia General. En la sección del Seminario de la iglesia, en el año 1945 del Libro del Año él aparece como instructor visitante en Biblia y en teología sistemática, de lo cual él había sido previamente profesor. Realizar dos trabajos no era na-da nuevo para él. De vuelta en los días de Council Bluffs el trabajó, no sólo para un sastre, sino que pa-ra dos. Después, él siempre estaba haciendo por lo menos dos cosas al mismo tiempo. Por esa razón, varios profesores del Seminario que tenían otras responsabilidades, eran apenas llamados para hacer un ramo durante nueve semanas durante un año dado.

Durante años, el escribir había sido la segunda ocupación de M. L. En Takoma Park, cuando no podía dormir en la noche, él bajaba al sótano y comenzaba a escribir en su gran escritorio. Las niñas que vi-vían en el departamento del sótano, escuchaban el tipeo (de la máquina de escribir) a cualquier hora. Era ahí que él preparaba las lecciones de la escuela sabática para los tres trimestres del año 1948. Para acompañar estas lecciones, él escribió su libro más erudito, El Libro de Hebreos, un comentario ver-sículo por versículo repleto de lecciones espirituales.

Nuevamente, M. L. nos cuenta su propia historia: Después que dejé el Seminario, pasé algunos años viajando, visitando campos misioneros. Lo que aprendí podría llenar todo un libro. Encontré algunos misioneros que estaban viviendo de la grasa del campo y que me imploraron que yo no contara nada. Pero la gran mayoría eran siervos verdaderos y fieles de Dios, los cuales en algunos casos sufrían ver-daderas privaciones y nunca murmuraron, sino que hicieron fielmente su parte. Vi trabajadores nati-vos que merecían algo mejor, y para quienes no tenía un "trato justo". Pero habían pocas quejas. Co-mo un todo, yo estaba orgulloso de nuestro trabajo y de nuestros trabajadores nativos. Dios había ben-decido maravillosamente los esfuerzos que habíamos hecho.

Yo estaba en Noruega inmediatamente después de la guerra, cuando los hermanos se juntaron un vier-nes en la tarde para adorar. Era la primera reunión que se realizaba ahí después de muchos años, sin la intervención de la policía ni de los militares. Así es que comenzamos a cantar "Bello Valle del Edén". Algunos pueden pensar que la melodía de aquel canto no se compara con la norma de los gran-des himnos antiguos. Yo estoy seguro que no. Pero me traía recuerdos especiales, porque lo usamos para cantar los viernes en la tarde, cuando recién estaba aprendiendo la verdad en Iowa. Ahora, en Noruega, lo estábamos cantando.

Nunca terminamos ese canto, porque esta era una ocasión tan solemne, la primera reunión después de la guerra, cuando nuestros creyentes de Noruega podían estar juntos en paz y seguros. Y así, algunos comenzaron a llorar quietamente, a llorar de alegría, y entonces otros se le unieron en el llanto, y an-tes que pudiéramos terminar de cantar, estábamos todos llorando juntos. Se suponía que yo debía ha-blar esa noche, pero no lo hice. No podía. Estábamos ahí sentados y llorábamos todos de alegría. Y entonces terminamos la reunión.

A M. L. le gustaba ser secretario de campo de la Conferencia General, y aun cuando se estaba aproxi-mando a los 70, él quería ser re-elegido por otro periodo, de tal manera que pudiera continuar su traba-jo. No creo que haya habido ningún obrero en el campo que no haya sentido que sus reuniones eran muy benéficas. Él fue a las Filipinas, a Alemania, Noruega, tratando de aclarar nuestras doctrinas. El hermano Branson utilizó sus habilidades especiales al enviarlo al extranjero.

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Sus propias cartas escritas durante este periodo nos dicen mucho:

"Manila, Filipinas, 17 de Diciembre de 1947

"QUERIDO DOCTOR Y ESPOSA,

"Gracias por su amable carta. Si, me gustaría ir a Europa con usted. Me gustaría volver a Europa. Por-que cuando salga de Singapur estaré exactamente a mitad de camino de la tierra. No hay ni siquiera 60 Km de diferencia, y el pasaje es el mismo. Si puedo, iré por barco.

"Estuve en un accidente el otro día. Chocamos a un hombre y le quebramos la pierna. Él se levantó con la otra pierna y sacó un revolver calibre 45 para dispararle al conductor. El bus quedó vacío en un ins-tante. Yo no tuve el sentido común como para arrancar inmediatamente. El conductor se arrastró por el piso por debajo de los asientos, y como el hombre armado no podía moverse, el conductor escapó.

"Nuestra clínica aquí, un gran edificio de concreto, fue casi completamente demolido por los Japone-ses. Cuando ellos se fueron, colocaron una bomba de tiempo en el ducto del ascensor, y cuando se fue-ron, el edificio colapsó. Están tratando de restaurarlo, pero requerirá unos cientos de miles de dólares. Tenemos tres médicos aquí.

"Estoy conduciendo una escuela aquí para los obreros, con cuatro sesiones diarias. A. V. Olson llegó hoy. Mañana llegarán los hermanos Bradley, Cossentine, y Armstrong.

"Y nuevamente, cariño y saludos y una Feliz navidad y un buen Año Nuevo,

M.L.A. "Y denle saludos especialmente al abuelo. Y, oh, a los 'corderos', también".

"Shangai, 8 de Enero de 1948

"QUERIDOS AMIGOS,

"Parece que ha pasado una eternidad desde que estuve ahí. Y ustedes tienen un nuevo presidente. espe-ro que él lo haga bien.

"Aquí en China es mucho más limpio que en Manila. También, las personas están mejor vestidas y me-jor alimentadas. Desde luego, que he visto apenas una pequeña parte, pero otros dicen que aun cuando hay pobreza y hambruna en las provincias cercanas, en China misma no es tan malo.

"Ellos tienen dificultades aquí con los obreros Chinos, los cuales demandan salarios iguales a los Nor-teamericanos. Sus normas son diferentes de las nuestras, de tal manera que le hemos pagado lo que los Chinos le pagan a sus obreros, sólo que más liberalmente. Pero ellos no están satisfechos. Uno pidió un refrigerador, y lo recibió. Él lo usó para hacer cubos de hielo para vender, y nunca colocó alimentos en él. Nuestros hombres no saben que hacer, pero supongo que se harán algunos ajustes.

"El hermano Detamore hará un esfuerzo en Shangai en Inglés. Ciertamente hay personas suficientes, y hay varios diarios en Inglés. Hay algunas fallas proféticas, pero existe una enormidad de jóvenes Chi-nos que conocen algo de Inglés, de tal manera que no debiera faltar audiencia".

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"Washington, D.C., 10 de Mayo de 1948

"QUERIDOS,

"Muchas gracias por su amable y buena carta. Ciertamente nos alegraremos si nos visita por algún tiempo.

"Nuestras escuelas están todas andando por el camino errado, financieramente. Están entrando en deu-das, patas arriba. Berrien ha sufrido menos. Para eso el [Presidente] Johnson debiera recibir el crédito. Hemos aprendido algo nuevo:

Como los estudiantes cuestan más que lo que pagan, mientras más estudiantes, más cuesta hacer andar correctamente una escuela financieramente. Nosotros pensábamos que muchos estudiantes nos ayuda-rían. Pero cada uno de ellos cuesta más que lo que ellos nos pagan. De tal manera que mil estudiantes es peor que quinientos. Eso es algo nuevo. Y por eso todas nuestras escuelas están entrando en deudas.

"Fui convidado a tomar la dirección de Ooltewah, La Sierra, y del PUC. Las rechacé todas. La Fe de Jesús [segunda edición] saldrá en dos volúmenes. El primero, de 650 páginas, está listo para ser impre-so. Me han pedido que prepare un libro sobre el Sábado para nuestros evangelistas, para un uso amplio. Muy luego tendré otro libro listo sobre nuestras doctrinas, y uno sobre oración. Hebreos ha vendido ahora 40.000 ejemplares, lo cual es un record, dicen ellos, para ese tipo de libro.

"A pesar de mi protesta, han puesto mi nombre en el nuevo catálogo del Seminario. Eso es muy malo. Los estudiantes en la India y en China lo leen y llegan a conseguir ciertos cursos. Yo protesté el año pa-sado, y ellos prometieron que no sucedería nuevamente. ¡Fue un error!"

"Honolulu, Hawai, 14 de Diciembre de 1948

"QUERIDOS AMIGOS,

"Continuo escribiendo este menú porque pensé que tal vez Mary pudiese estar interesada en ver el tipo de comida que ellos sirven. El problema es, que lo perdieron, porque sirven porciones tan grandes, y to-do es perfecto.

"Tuvimos un buen pasar y ciertamente una tremenda bienvenida. Este fue el primer barco que llegó en tres meses, y todo el pueblo estaba ahí para ver sus banderas, tela para banderas, bandas, música, can-tos, bailes, etc. Yo recibí siete ramos de flores, y algunos eran simplemente maravillosos. A Vesta le gustó mucho. Esto le gana a California. Es como el jardín del Edén. Si mamá y tú hubiesen estado aquí, todo habría sido perfecto.

"Ellos ya tienen un programa completo hasta el 16 de Enero. Dos o tres reuniones diariamente, con los laicos y los obreros. Entonces la escuela y las islas cercanas. Estaré en Honolulu dos semanas, y des-pués visitaré las islas. Vesta probablemente se quedará aquí. Vivimos en un pequeño hotel a una cuadra de la famosa playa de Waikiki. Nadamos todos los días y el agua es tibia".

"Hilo, Hawai, 29 de Diciembre de 1948

"QUERIDOS,

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"Ahora estoy en Hilo, un pueblo en la isla de Hawai, a 140 Km de Honolulu. Aquí todo es más verde que en Oahu, la isla donde está Honolulu. En Honolulu caen entre 760 y 2.000 mm de agua por año; aquí caen 3.800 mm anuales. Este año ha sido húmedo, de tal manera que ya han caído 4.300 mm. Eso es mucha agua. Yo creo que en Minnesota caen unos 500 mm. Eso significa que aquí llueve todos los días, y también en la noche. Pero es maravillosamente verde y hermoso. Hace dos años atrás hubo una ola gigante que se llevó la mayor parte del pueblo, puentes, y la estación del tren. Hay cráteres en la is-la, y erupcionan a menudo. Donde estoy sentado puedo ver la nieve en una de las grandes montañas. Tiene cerca de 4.200 m de altura y la nieve permanece ahí la mayor parte del año. La montaña es acce-sible, y las personas suben para esquiar.

"Cuando llegué aquí ayer, entre otras cosas, recibí un ramo de orquídeas. ¡Maravilloso! Tuve que po-nérmelo mientras predicaba. Eso es un problema, tienes que ponerte lo que te regalan.

"Ves se quedó en Honolulu, pero yo creo que va a llegar el viernes. Está a una hora y media en avión".

En 1948, mientras aun estaba envuelto en estos viajes, M. L. y Annie compraron un lote en Loma Lin-da y en Mayo decidieron cambiarse para California. "Ahora estamos en los últimos días para irnos al campo. Mamá ha decidido no volver al Este, sino que quedarse en California. De tal manera que se está llevando todo".

El segundo viernes de Noviembre M. L. y Annie estaban a camino a unas reuniones especiales en el Pacific Union College. Habían parado para pasar la noche en Mountain View en el hogar de unos estu-diantes del antiguo "Hutch", cuyo anfitrión había trabajado en la oficina con Annie. Cuando los An-dreasens estaban por irse, M. L. dijo, "Vamos, anda con nosotros hasta San Francisco, para que poda-mos estar juntos un tiempito más". Los amigos colocaron todo en el vehículo y los acompañaron un po-co, diciéndoles adiós en el centro de la ciudad. Al llegar de vuelta a casa, los amigos encontraron que Annie había perdido una zapatilla, la cual planearon hacérsela llegar en la primera oportunidad.

Pero la oportunidad no llegó. M. L. nos cuenta la historia en una carta:

"Santa Helena, 14 de Noviembre de 1948

"Estoy sentado al lado de la cama de mi esposa en la clínica. Ella fue ayer a la iglesia en la mañana, co-mo de costumbre, entonces almorzamos en la casa de los Campbell, y todo estaba bien. Después de le-vantarse de la mesa mi esposa tuvo un ataque, pero no nos dimos cuenta de ello, ya que continuó an-dando. Pero cuando no pudo contestar las preguntas, descubrimos que no podía decir ni una palabra. Un médico vino inmediatamente, y la llevamos a la clínica. Tres médicos decidieron que era una trom-bosis o una hemorragia cerebral, probablemente esto último. Gradualmente todo el lado derecho del cuerpo se vio afectado, aun cuando ella aun movía sus extremidades. Ella está con drogas, de tal mane-ras que casi nunca está conciente. Ella obedece las órdenes del médico, pero no responde a una presión de la mano. No se ve bien. Estamos orando y esperamos que se recupere.

"Vesta llegará a San Francisco esta mañana a las 6:30 (ahora son las 5:00)".

Eunice estaba ahí cuando Vesta llegó. Esa era la última mañana de Annie Andreasen. M. L. no esperó hasta que Annie se hubiese ido para traerle sus flores. Uno de sus exestudiantes, a quien M. L. y Annie acostumbraban visitar, recuerda: "Una vez estuvimos juntos en San Francisco, caminando por la calle. El hermano Andreasen dijo, 'apenas un minuto'.

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Estábamos pasando por una florista. Él entró y le compró a su esposa un lindo ramillete. No era su cumpleaños ni nada especial. Era apenas su constancia y devoción por ella. Yo creo que ellos se escri-bían todos los días cuando él estaba afuera".

Casi diez años antes que muriera su esposa, Andreasen le había dedicado su libro de 571 páginas. La Fe de Jesús, para "mi esposa y fiel ayudadora de tantos años". En este libro Annie había tenido el pla-cer de leer el siguiente tributo:

A algunos no les gusta pensar en casarse o en un hogar como instituciones educacionales; pero en el plan de Dios estas son así. Allí el esposo puede aprender ... la preciosa lección de poder dar, aprender a ceder graciosamente (o de otra manera), de encontrar aquella fuerza corporal superior no es un cri-terio seguro de superioridad mental. Ahí él puede aprender a cooperar, a trabajar juntos, a modificar sus opiniones a la luz de la experiencia. Ahí él puede aprender a entender cómo funciona una mente del sexo opuesto, que siempre le causa confusión y perplejidad, y que sorprendentemente descubre que a menudo el otro tiene la razón y no su propia lógica, y que si él es sabio, él confiará más en los conse-jos recibidos en casa que en la sabia opinión de sus vecinos. En retrospecto él estará agradecido de los tiempos en que fue salvado de tomar decisiones erradas al dejar de escuchar los consejos de su es-posa, y él se acordará tristemente cuántas más veces pudo haber sido salvo si hubiera estado dispuesto a escuchar su consejo. Le agradecerá al Dios del cielo, sobre sus rodillas, por enseñarle lecciones tan preciosas, y sabrá que si alguna es salvo, en el reino de los cielos, la mayor parte del crédito será para aquella que ha prometido amar, honrar y estimar. ...

Pocos son los hombres que tienen éxito en la vida pública que no posean una esposa fiel a la cual ten-gan que agradecerle por su éxito. Muchas son las esposas que no sólo tienen hijos para criar, sino que además poseen un esposo a quien también tienen que criar. Muchas esposas aprenden muy luego que la idea del esposo sobre la división del trabajo, es que él se lleva la mayor parte de la gloria y ella es la que tiene que hacer la mayor parte del trabajo. Pero aun esta lección es bueno aprenderla. Hay mu-chas personas que están dispuestas a trabajar sólo si van a ser debidamente reconocidas y que puedan recibir un reconocimiento público. Son pocos los que quieren trabajar anónimamente, reciben sólo el reconocimiento que los ángeles registran. Pero para estar dispuesto a hacer esto, hay que tener una verdadera religión. En los libros del cielo, si algún esposo pudiera leer los registros, se quedarían sor-prendidos al ver cómo Dios mantiene esos libros. Eso los haría un poquito más humildes, y más apre-ciadores del trabajo no egoísta de sus compañeros.*

En público a M. L. le gustaba referirse a la experiencia de Ezequiel cuando el Señor le dijo que tenía que continuar dando su mensaje, a pesar de la súbita muerte de la delicia de sus ojos. De tal manera que él continuó haciendo sus reuniones. Una típica Semana de Oración es recordada por un estudiante de lo que ahora se conoce como la Universidad de Andrews:

"Don y yo fuimos a una Semana de Oración de Andreasen, usted sabe. Aun puedo ver a Bill Brown (usted conoce su padre, un gran periodista). Hasta él fue persuadido. Me hubiera gustado tener cintas magnéticas de algunos de esos sermones. '¿Es su vida una máquina de coser que no tiene hilo?' El cie-lo, y, desde luego, y la reforma de salud, suplicando de la mitad de la calle. ... Eso fue realmente una pieza de arte, algo que nunca se puede olvidar. 'Permanezca en el Barco', revisando las diversas crisis que él había visto a la iglesia enfrentar, y suplicando una y otra vez para permanecer en la iglesia, no importa lo que pueda suceder, hasta triunfar".

Muy luego después de esto, M. L. escribió esta carta:

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* M. L. Andreasen, La Fe de Jesús (Washington, D.C.; Review and Herald Pub. Assn., 1943), páginas 315-316.

"Washington, D.C., 22 de Abril de 1949

"QUERIDOS AMIGOS,

"Mi trabajo del viernes está casi hecho. Cortar y rastrillar el pasto, barrer la vereda, ordenar la cocina (lo necesitaba), lavar la loza de la mesa (también los cuchillos, los tenedores y las cucharas), y lavarlos y secarlos y colocarlos de vuelta en el cajón. Limpiar las alfombras con la aspiradora en todas las pie-zas; hacer la cama; rechazar dos invitaciones para predicar el Sábado y aceptar otra; escribir dos pági-nas de manuscritos; hacer cuatro cartas, para Etiopia, Singapur, Nueva Inglaterra, y California, todas firmadas "con amor" excepto una; tener una olla con porotos en el fuego después de tenerlos remojando toda la noche, y no olvidarse de poner la cebolla. Nada de porotos, ni Sábado. Dejar lista mi ropa (una camisa); planchar mi ropa de Sábado; lustrar mis zapatos (dos pares); comprar los necesarios comesti-bles para el Sábado; asistir a una reunión de comité de la Conferencia General; hacer un viaje especial al pueblo para buscar unas ropas que había enviado a la lavandería para Vesta, de las cuales me había olvidado y ahora estoy sentado escribiendo una media docena de cartas.

"Estoy llegando a California a tiempo para la última parte de la reunión de Lynwood. La reunión de Lodi y la de Lynwood son al mismo tiempo, y primero voy a la de Lodi. Voy hacia el Oeste en dos se-manas, en auto, si es que el cacharro me lleva hasta allá. Voy a ir a Iowa, Minnesota, y a Nebraska du-rante un par de semanas y dejaré mi auto en College View mientras vuelvo hacia South Lancaster para asistir a una reunión del 5 al 10 de Junio. He tratado de no ir a esta reunión, pero no lo he conseguido. Y así he resuelto volver en tren a Lincoln, y llegar a Lodi el 15 de Junio. ¡Qué itinerario! Pero es lo me-jor que puedo hacer. Me quedaré en California hasta Septiembre, pero estaré ocupado la mayor parte del tiempo. Entre medio, haré un viaje a Idaho".

Este es el hombre que luego sería jubilado (retirado).

RETIRO 1950-1956

Muy luego M. L. cumpliría 74 años. Tenía que encontrar a alguien que lo cuidara en su vejez. Los ami-gos en cuyos hogares Annie había estado afligida sentían una carga especial. Ellos le trajeron una can-didata, Gladys Grounds. M. L. la describe al escribirle a unos amigos en el campo misionero: "Bien, ella es una maravillosa mujer. Ella debe estar por los cincuenta, un poco al costado. Ella tiene cuatro hijos. Yo creo que a ustedes les gustará. Quiero que se encuentren con ella algún día". "Ella es una en-fermera, agradable, y aun tiene sentido del humor, más de lo que yo merezco".

Gladys le dio la bienvenida al privilegio de casarse con un hombre tan honorable, y resolvió hacer todo lo posible que esté a su alcance para ministrar sus necesidades y deseos. La vida parecía tan rosada para M. L. que escribió "Recién Casado" en su registro en la Conferencia General de 1950 en Exposition Building en San Francisco.

Aun cuando M. L. tenía toda la razón para esperar que su nombre fuese escogido para que lo retiraran (jubilaran), aun así, ningún oficial de la Conferencia General se lo había dicho, y él esperaba que se permitiera ser uno de aquellos que continuarían sirviendo por lo menos durante un año más, como po-cos robustos lo habían conseguido. Pero, el 14 de Junio, mientras estaba escuchando un informe del

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Comité Nominador, escuchó su propio nombre al comienzo de una lista alfabética de 14 ministros que serían retirados. Antes de que se diera cuenta de lo que eso significaba, ya había sido votado.

M. L. sabía que muchos de hombres eran mayores que él; uno tenía 85 años, otro 83 años. El 16 de Ju-lio él leyó el texto completo del informe en el boletín de la Review:

"Parece estar de acuerdo con este informe el mencionar públicamente los nombres de aquellos obreros más antiguos, quienes, debido a la edad o a la salud, deben dejar las pesadas cargas que han llevado du-rante los años, y busquen el retiro y el descanso que tan justamente merecen.

"Estos obreros son un grupo honrado entre nosotros. Ellos han ocupado puestos de responsabilidad con honor y distinción. Sólo la eternidad revelará la contribución que ellos le han hecho a la causa de Dios. Sus valiosos consejos y advertencias, como sus otros servicios que pueden ser considerados prudentes, serán siempre procurados y apreciados. Los siguientes son recomendados para el retiro:

"M. L. Andreasen, H. M. Blunden, H. H. Cobban, Claude Conard, Frederick Griggs, W. K. Ising, M. E. Kern, C. S. Longacre, Meade MacGuire, J. J. Nethery, G. A. Roberts, R. Ruhling, J. A. Stevens, Dr. E. A. Sutherland."1

Cuatro días más tarde, justo antes de la clausura de la sesión de la Conferencia General de 1950, el ve-terano ministro Carlyle B. Haynes se levantó para hablar, lo cual quedó registrado en la Review:

"Hermano Presidente, ya que aun quedan algunos minutos ... quiero hacer una moción. Ha estado hace algún tiempo en mi mente, y yo creo que tiene que ser hecho antes que esta reunión termine. ...

"Yo me he referido al informe del Comité Nominador de la Conferencia General, el cual recomendó el retiro de una larga lista de nombres. No estoy levantando ninguna pregunta acerca de la prudencia o de la propiedad del retiro, sino que sólo la manera en que fue hecha. Yo creo que los hombres tienen que retirarse, y debieran considerar el retiro, pero no creo que su retiro debiera ser forzado ante ellos, delan-te de cinco mil personas. Estoy inclinado a creer que los administradores deben enfrentar el desagrado de la tarea al lidiar con hombres de esta naturaleza, y lidiar con ellos francamente en la quietud de sus oficinas.

"Yo se que los hombres se están yendo de esta reunión con dolor en sus corazones, hombres a quienes no queremos herir. Hombres que han dado esfuerzos sinceros, fieles, por más de medio siglo, y se están yendo de esta reunión sintiendo que han sido tratados injustamente.

"Estamos estableciendo un padrón que se transformará en nuestra práctica en los días venideros, y yo preferiría no tener establecido ese tipo de padrón ... Quiero que esta acción sea borrada de los registros permanentes de esta conferencia".

Esto fue debidamente votado.2

El resultado fue que, el retiro de M. L. significó que él estaría ahora más disponible para las iglesias que quisieran escucharlo. Cuando Gladys dejó su trabajo en la Clínica Glendale a las 3:00 p.m., ella lo llevaría a unos 125 Km a una reunión en la tarde. Los Sábados a menudo su agenda estaría ocupada pa-ra unos cuatro sermones en la tarde y en la noche, y también dos en la mañana. Tal como él lo resume algunos años más tarde: Desde mi retiro en 1950 estuve ocupado cada minuto. Los primeros cinco años, continué mi trabajo, como si aun estuviese empleado, y compartí mi trabajo. Pero al no tener un

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campo asignado, tenía más tiempo libre que el que había tenido durante mucho tiempo. De tal manera que estudié como nunca lo había hecho antes, y conseguí leer mucho.

Cuando fue preparado el Libro del Año en 1953, M. L. y Gladys estaban viviendo en Gold Gulch, un área de casas privadas cerca de los bosques de secoya de Santa Cruz. Cuando llegaba una visita, la pri-mera cosa que M. L. haría, sería sacarlo afuera para que viera los grandes árboles. Él dijo que el cielo estaría en esos bosques de secoya.

Su casa de dos dormitorios tenía un living-comedor y un porche adjunto que M. L. usaba como oficina. Había una chimenea externa, usada por los Andreasens y por sus vecinos. Construida en una colina, la casa no sufría cuando había un diluvio. Era la única casa blanca en el área. Cuando un amigo comenta-ba, "Sobresale como un pulgar", M. L. replicaba, "Bien, se le puede cambiar el color".

Durante unos tres años los Andreasens vivieron en el bosque de secoyas, durante el verano y el in-vierno. Durante ese tiempo M. L. dedicó mucho tiempo a escribir. Cuando él sufrió un ataque al cora-zón, decidió que sería bueno cambiarse a Glendale, donde Gladys tenía un hogar algunas cuadras de la Clínica Glendale.

Una razón por la cual el ataque al corazón de M. L. no sucedió antes en su vida, fue debido a su actitud en relación a la comida. Temprano en su vida de Adventista él había aprendido las lecciones de una dieta equilibrada, tal como fue comprobado con la historia de la granola. Él aprendió a gustar de la co-mida simple.

Él a menudo hablaba de la edad del maní. "¡Yo creo que si tiene buen gusto, está errado! Hay un texto que dice, 'Como todo lo que es bueno, y permite que tu alma se delicie en la hartura'. Eso no quiere de-cir aquello que le guste, sino lo que es bueno. A mi no me gustaban las aceitunas, pero eran buenas. La Biblia dice que hay que comer aquello que es bueno. De tal manera que aprendí a comer aceitunas".

Uno familiarizado recuerda: "Cuando lo veía venir, ponía una gran olla con porotos sobre la cocina, po-rotos Lima, todo tipo de porotos".

M. L. le escribió caprichosamente a un amigo en los trópicos una vez: "Aun cuando el comité vote en un año o dos, que una vez más estoy tratando de andar en tu camino, voy a estar muy gordo en aquel tiempo como para entrar en las ropas tropicales que acabo de comprar, de tal manera que son una pérdi-da total". En realidad él tenía cuidado con sus calorías. Cinco años después que escribió esa carta, fue convidado a almorzar un Sábado. Él rodeó las galletas de nueces hechas especialmente para él y para su esposa, e insistió en comer sólo la décima parte de lo que comían los demás.

El ejercicio era otra precaución de salud que M. L. mantenía. Sólo dos años antes de su muerte, él le es-cribió a unos amigos, "Voy a nadar prácticamente todos los días. Le agradezco a Dios por mi salud".

En Glendale, M. L. estaba más disponible para sus amigos. A él siempre le gustó tener exestudiantes que lo visitaran. Él apreciaba especialmente tener algunos de ellos con él y orar con ellos en Escandina-vo. A otros les gustaba escuchar música con él. A él le gustaba escuchar a los Cosacos del Don con las luces apagadas. Cuando terminaba el disco, él siempre oraba.

Una secretaria relata: "Una vez cuando él estaba en el salón de entrada de la Asociación del Sur de Ca-lifornia, él se detuvo para leer un periódico. Yo entré y vi que estaba leyendo Ann Landers. Yo dije,

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'Ella parece tener una respuesta para todo'. 'Ella es una hábil mujer', respondió él. Entonces, lentamente, 'Ella es una mujer sabia y una buena mujer. Sería peligroso para mí casarme con una mujer así'".

Cuando M. L. se cambió de vuelta a Glendale, la Asociación del Sur de California le dio el título de se-cretario Ministerial. Este reconocimiento oficial le dio una nueva vida. Él fue de iglesia en iglesia, dan-do reavivamientos de diez días, basados en el santuario y en el Espíritu de Profecía. Él habló en reunio-nes campales. Dondequiera que aparecía, él era, como siempre lo había sido, un reunidor de multitudes. "Nadie dormía cuando él predicaba".

1 Review and Herald, 16 de Julio de 1950.2 Ibíd.., 21 de Julio de 1950.

NUBES EN EL HORIZONTE

Cierta mañana en el otoño de 1956, M. L. dedicaba, como lo hacía normalmente, su vida al Salvador que había servido durante más de sesenta años. A medida que lo hacía, no sospechaba que al leer cuatro páginas ese día, una reimpresión de un artículo de Donald Barnhouse en la revista Eternity, ocasionaría una serie de reacciones de su parte que lo harían sobrevivir.

¿Qué fue lo que leyó en aquellas cuatro páginas? Barnhouse, un erudito evangélico, estaba dando su evaluación del ASD de aquella época. M. L. tomó esta evaluación como siendo de un forastero, y no esperó ninguna confirmación.

Una frase cautivó la atención de Andreasen: "Se percibió inmediatamente que los Adventistas estaban negando fuertemente ciertas posiciones doctrinales que antes se les atribuían a ellos".1

¿Bajo qué circunstancias? preguntó Andreasen. Él leyó el marco: Dos años antes, a un investigador, Walter Martin, se le había pedido que escribiera un libro sobre los ASD, los cuales eran considerados por los evangélicos como siendo una religión no cristiana. Para obtener información de primera mano, el Sr. Martin había hecho contacto con líderes Adventistas en sus oficinas principales.

Más adelante M. L. leyó, "Esta idea es totalmente repudiada". ¿Qué idea era esta? Ninguna otra sino la que él consideraba el concepto básico del santuario y de la expiación, el asunto sobre el cual él había centrado su forma de pensar durante todos esos años.

Cuando se le concedió el privilegio de pasar algún tiempo en el hogar de Ellen White, él examinó espe-cialmente el asunto de la expiación y copió una gran cantidad de citas que más tarde usó en sus clases. De los quince libros que había escrito, dos se referían directamente a este asunto, como también mu-chas de las lecciones de la escuela Sabática que se le había pedido que hiciera a lo largo de los años.

Ahora leía esta sentencia: "Ellos no creen, tal como lo enseñaban alguno de sus antiguos profesores, que la obra expiatoria de Jesús no estaba completa en el Calvario, sino que él estaba llevando a cabo un segundo ministerio a partir de 1844".2 ¿Qué es lo que ellos creen? Preguntó él. "Ellos creen que desde Su ascensión, Cristo ha estado ministrando los beneficios de la expiación que Él completó en el Calva-rio".3

¡Qué descubrimiento! A través del simple dispositivo de usar la frase "beneficios de la expiación" des-cribiendo la obra de Cristo en el cielo, se podría implicar que la expiación había sido completada en el

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Calvario. El único problema era que Ellen White había escrito, "El gran plan de la redención, que de-pendía de la muerte de Cristo, fue así llevado a cabo".4

¿Pero por qué estarían los hermanos tan ansiosos para redefinir la doctrina básica Adventista? M. L. en-contró la respuesta en otra página del artículo:

"La mayor área de desacuerdo es sobre la doctrina del 'juicio investigador' ... una doctrina sostenida ex-clusivamente por los ASD. Al comienzo de nuestros contactos con los Adventistas el Sr. Martin y yo pensamos que esta sería la doctrina en la cual sería imposible llegar a ningún acuerdo, lo cual podría permitirnos incluirlos entre aquellos que podrían ser contados como siendo cristianos en la obra termi-nada de Cristo".5

¡Así que esa fue la razón por la cual tiene que haber una redefinición! El "juicio investigador" tiene que ver con la obra expiatoria de Cristo en el santuario celestial. Los primeros escritores Adventistas habían quedado tan impresionados con la importancia de esta doctrina distintiva, que no le aplicaron la palabra "expiación" al sacrificio de Cristo en la cruz.6 M. L. podía ver que la tendencia actual era irse al otro extremo, limitando la expiación a la cruz, y llamando la obra celestial de meramente la "aplicación de los beneficios de la expiación". En realidad, tal como es confirmado por las Escrituras y es confirmado por Ellen White, ambas fases constituyen la expiación.

M. L. sabía que Ellen White había usado la frase, "los beneficios de Su expiación"7, para referirse a la obra de Cristo en el cielo. Pero él también sabía que en el mismo libro que ella había escrito, "así como el sacerdote entraba al Lugar Santísimo una vez al año para purificar el santuario terrenal, así Jesús en-tró en el Lugar santísimo del celestial, al término de los 2300 días de Daniel 8, en 1844, para hacer una expiación final por todos los que pudieran ser beneficiados por Su mediación, y así purificar el santua-rio".8 "Esta expiación es hecha por los justos muertos y también por los justos vivos".9

En relación al sacrificio de la cruz, ella había escrito, "El resplandor de la gloria del Padre, y la exce-lencia y la perfección de Su santa ley, sólo pueden ser entendidos a través de la expiación hecha en el Calvario por Su querido Hijo".10 "La intercesión de Cristo a favor del hombre en el santuario celestial es tan esencial para el plan de salvación como lo fue Su muerte sobre la cruz. Por Su muerte Él comen-zó esa obra y después de Su resurrección Él ascendió para completarla en el cielo".11

En casi todos los 15 libros M. L. había escrito sobre teología, y había dedicado los últimos capítulos para describir, de diversas maneras, la obra final de la expiación. Por ejemplo:

"Al fin de los 2300 días [1844] se levantará un pueblo que poseerá luz sobre la cuestión del santuario, que sigue a Cristo por fe al Lugar Santísimo, que tiene la solución para quebrar el poder del misterio de la iniquidad, y que va hacia adelante para pelear por la verdad de Dios. Ese pueblo es invencible. pro-clamará la verdad sin miedo. Hará la suprema contribución para con la religión en la promoción de la verdad del santuario".12

"La demostración final de lo que el evangelio puede hacer en y por la humanidad aun está en el futuro. Cristo mostró el camino. Él tomó un cuerpo humano, y en ese cuerpo demostró el poder de Dios. Los hombres tienen que seguir Su ejemplo y probar que lo que Dios hizo en Cristo, Él puede hacerlo en ca-da ser humano que se somete a Él. El mundo está esperando esta demostración (Rom. 8:19).

Cuando se haya cumplido, vendrá el fin. Dios habrá cumplido Su plan. Él habrá demostrado que es ver-dadero y que Satanás miente. Su gobierno permanecerá vindicado".13

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Como si M. L. no hubiese sido suficientemente zarandeado, él leyó otras declaraciones en el artículo de Barnhouse que lo perturbaron: "La posición de los Adventistas nos parece a algunos de nosotros en al-gunos casos ser una nueva posición; para ellos puede ser meramente la posición del grupo mayoritario del liderazgo sano, la cual está determinada a frenar a cualquier miembro que trate de sostener puntos de vista divergentes de aquel que sostiene el liderazgo responsable de la denominación".14 "Frenar" y "puntos de vista divergentes" le sonó a M. L., escribió él más tarde, como un retorno a los días de la In-quisición. Él no debía estar leyendo correctamente.

M. L. volvió a la primera página de la reimpresión y volvió a leer una declaración relacionada con di-versas enseñanzas de la iglesia sobre la marca de la bestia y sobre la naturaleza humana de Cristo. En relación a estas enseñanzas, los hermanos Adventistas eran descritos como habiéndole dicho al Sr. Martin "que ellos tenían entre ellos a ciertos miembros que eran una 'franja lunática' así como existen irresponsables similares en cada campo de la cristiandad fundamental. Esta acción de los ASD era una indicación de pasos similares que fueron tomados subsecuentemente".15

Esta última sentencia Andreasen aparentemente la consideró un llamado a un deber de centinela.

Muy luego la revista The Ministry anunció aquellas grandes respuestas a las preguntas del Sr. Martin diciendo que estaban en proceso de ser preparadas y que serían publicadas en una firma de un libro:

"Esta oficina del editor en el edificio de la Conferencia General comprobó una santa reunión donde seis hombres sinceros, algunas veces fueron más de seis, se sentaron alrededor de una mesa investigando la preciosa Palabra de Dios. ... Muy luego se entendió que si estas preguntas y respuestas pudiesen ser pu-blicadas, ayudaría grandemente para aclarar nuestra posición sobre las fases más importantes de nues-tras creencias".16

Un artículo subsiguiente explicó el proceso usado para preparar el libro:

"Probablemente ningún otro libro publicado por esta denominación ha sido tan cuidadosamente leído por un grupo tan grande de hombres responsables de la denominación antes de su publicación que este que estamos considerando. Cerca de 250 hombres en Norteamérica y en otros países recibieron copias del manuscrito antes que fuese publicado. El manuscrito preliminar hecho por un grupo de cerca de 14 individuos, ha sido tan cuidadosamente preparado, que sólo una mínima parte de sugerencias para me-jorarlo, fueron hechas. Hubo, sin embargo, un extraordinario coro de aprobación".17

¿Quiénes fueron esos 250 hombres que recibieron copias antes de la publicación? Andreasen se asom-bró. La respuesta estaba en The Ministry.

"El manuscrito, después de haber sido cuidadosamente estudiado por un gran grupo aquí, fue enviado a nuestro liderazgo en todas las divisiones del mundo. Además, le fue enviado a los profesores de Biblia en nuestros colegios superiores y a los editores de nuestros mayores diarios. También fueron enviadas copias a nuestros líderes de Uniones y Asociaciones en Norteamérica".18

De acuerdo con los amigos de M. L., lo que más lo molestó fue que nadie pensaría que si alguien ha he-cho o ha participado en un gran número de eventos, esto pudiera indicar que ellos son expertos. Ningún puesto en la iglesia hace de un hombre automáticamente un teólogo. No era la tarea de hombres cuyo mayor trabajo era la administración, meterse a arbitrar sobre la verdad.

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Esos hombres fueron elegidos para ver que los negocios de la iglesia fuesen llevados a cabo de una ma-nera efectiva. Un administrador no tenía más derecho de asumir el papel de un teólogo que un teólogo para asumir el papel de un administrador. Aun cuando la habilidad pudiera estar presente, el entrena-miento y la experiencia, en la mayoría de los casos, estaba ausente. De tal manera que los asuntos teo-lógicos era para aquellos que habían sido capaces de estudiar completamente el asunto durante muchos años. En cuanto a los profesores, M. L. había escuchado que algunos habían admitido no haber estudia-do la expiación.

Una cosa M. L. sabía: aquel que probablemente pudiera haber detectado serias dificultades en la pre-sentación de la expiación y de la naturaleza humana de Cristo no se le había dado la oportunidad. Aun una única palabra mal escogida en una exposición escrita de la verdad, puede causar problemas.

M. L. consideró por qué él no había estado entre los 250 lectores del manuscrito. Él no podía negar su edad. Habían pasado seis años desde que su nombre había sido leído para ser retirado en aquel día de la Conferencia General de 1950. él había escrito en aquel tiempo, "El servicio activo no ha cesado. No tengo ninguna discapacidad". Realmente, había sido su esposa más joven, la que lo había mantenido después de su retiro. Él había sido constantemente solicitado para predicar. Ella lo conducía a casi cua-tro reuniones los Sábados.

Más de dos años después que M. L. se retiró, un editor de la Review hizo algunos comentarios tardíos bajo el título "Nuestros Estadistas":

"Estos héroes vivientes de la fe que se quedan atrás de nosotros en el ocaso de sus vidas, y que nosotros estimamos sus consejos como una inapreciable herencia del pasado. ... Nosotros pensamos de la vasta reserva de sabiduría, creada por la experiencia, en el amplio círculo de la Fraternidad del Retiro. Las mentes de los hombres no se retiran en el tiempo en que son elegibles para ser sustentados. ¿Por qué no nos acercamos más a menudo y sistemáticamente a esta reserva de sabiduría y de experiencia buscando consejo para enfrentar los problemas de hoy?".19

Algunos han pensado que otra posible razón para que M. L. no estuviera entre los 250 lectores, se re-monta al tiempo en que él fue por primera vez al Seminario en Washington en 1938. él fue convidado para llevar a cabo clases en las tardes sobre el servicio del santuario, a las cuales asistieron empleados de la Review and Herald y de la Conferencia General y a los cuales les gustaron estas clases. ¿Pudiera ser que otros eruditos que no fueron convidados a dar estas clases en las tardes en sus especialidades hayan sentido un poco de envidia de su popularidad como profesor?

Más recientemente, en relación con su preparación de las lecciones de la Escuela Sabática para los dos primeros trimestres de 1957, a M. L. se le pidió que actualizara su comentario, Isaías, el Profeta del Evangelio. Cuando el manuscrito estuvo listo, se le dijo a M. L. que no iba a ser publicado. El jefe del Departamento que había hecho el contrato se había retirado, y los gerentes de Libros y de Biblias ha-bían votado no publicar más ayudas para las lecciones por algún tiempo, posiblemente debido a que aquellas de los años recientes no se habían vendido. Si M. L. no hubiese sentido eso como un asunto de principio el insistir que la casa publicadora le reembolsara los US$ 3.000 que él había solicitado por el tiempo que le había dedicado al asunto, la ayuda de algunas secretarias, y otras cosas, los hermanos ha-brían estado más dispuesto a ayudarlo.

Cuando el libro “Los ASD Responden Preguntas Sobre Doctrinas” salió de la imprenta, M. L. leyó las 720 páginas del volumen con cuidado. Él estaba contento que un adjetivo que él había objetado en un artículo de Ministry, final,20 aplicado a la expiación en la cruz, había sido omitido. Pero no pudo encon-

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trar ninguna declaración reafirmadora, tal como había aparecido en el artículo, diciendo que el ministe-rio actual de Cristo en el cielo hace parte integral de la expiación.21 En ves de una clara presentación, encontró esto: "Cuando, por lo tanto, uno escucha decir a un Adventista, o lee en la literatura Adventis-ta aun en los escritos de Ellen G. White, que Cristo está haciendo expiación ahora, debiera ser entendi-do que nosotros queremos simplemente decir que Cristo está ahora haciendo aplicación de los benefi-cios de la expiación sacrificial que Él hizo en la cruz".22

Esta sentencia apareció tan grande en la evaluación de M. L., que a él no le impresionó la alta erudición evidenciada en el resto del libro, incluyendo aquellos asuntos especiales de 42 páginas sobre "Campeo-nes de la Inmortalidad Condicional", las 38 páginas sobre "Principios Básicos Sobre la Interpretación Profética", y dos capítulos sobre el macho cabrío.

Otros asuntos perturbaron a M. L., tales como la omisión de una lección de la Escuela Sabática sobre el Apocalipsis en el estudio de la marca de la bestia. Él relacionó esto con los contactos del Sr. Martin con los hermanos. Entonces un día, mientras estaba visitando un ex-jefe de los Fideicomisarios de E. G. White, una copia de cortesía de último minuto llegó. Su anfitrión se la pasó a M. L. para que la leyera, sin haberla él mismo leído antes, solamente como un asunto de interés. Los ojos de M. L. captaron una frase acerca de anexar unas pocas observaciones a ciertos escritos de Ellen G. White, que explicaban "nuestro entendimiento de las diferentes fases de la obra expiatoria de Cristo".

Así como un pequeño temblor puede desencadenar un terremoto, M. L. temió lo que podría suceder después. ¿No podrían esas observaciones socavar la autoridad de los escritos de Ellen White? preguntó.

En la actualidad, los hombres que han trabajado con los evangélicos han descubierto que la frase en Primeros Escritos relacionada con "los beneficios de Su expiación" ha sido de gran ayuda para esos eruditos para entender la ministración del santuario. Los hermanos por lo tanto, han sugerido que este pasaje puede ser usado como un apéndice o como una observación al pie de la página en uno o dos lu-gares en el Conflicto de los Siglos. El jefe de la mesa directiva iba a viajar en un par de horas hacia el extranjero, pero pasó más de un cuarto de año hasta que la mesa directiva decidió no anexar esas obser-vaciones.

Mientras tanto, M. L. había estado intercambiando cartas con las oficinas generales. Él no estaba satis-fecho con las respuestas que incluían, 'He analizado esto con los hermanos que están preocupados, y vamos a dejar el asunto hasta aquí". Nuevamente, "He considerado el asunto al cual usted se refiere, como encerrado".

A partir de esto, M. L. concluyó que él había agotado el envío de cartas a los líderes de Washington. Bajo la fuerte convicción de que algo tenía que ser hecho, él comenzó a mimeografiar una serie de car-tas sobre la expiación, las cuales envió a exestudiantes, y posiblemente a otros a los cuales también les envió sus correos.

M. L. se recuerda que durante sus primeros meses como Adventista, cuando aun no cumplía veinte años, había estado expuesto a discusiones con los de la "banda de Iowa" de ministros. Él comentó una vez, "En retrospecto dudo que las reuniones a las cuales asistí fuesen las mejores para un joven conver-tido. ... Yo estaba sorprendido con la libertad con que ellos discutían los asuntos de las personalidades". Ahora, en sus propias discusiones escritas, él mismo se encontró usando sentencias como: "Nuestros lí-deres están en el camino errado". "Oren por los líderes. Ellos están tomando sobre sí mismos más res-ponsabilidad que la que pueden llevar". "Están muy próximo a dar el último paso. Que Dios salve a Su pueblo".23

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Para M. L. los eruditos, el gran punto focal de la iglesia, era la sana doctrina, que emanaba de Cristo, el Camino, la verdad, y la Vida. Desde el punto de vista administrativo, el gran punto focal de la iglesia estaba expresado por el presidente de la Conferencia General en su conversación abierta en el Concilio de Primavera de 1957, en el cual él declaró principios que necesitaban ser enfatizados en este tiempo:

"¿Qué es lo que mantiene a nuestra denominación junta? No podemos por la fuerza mantener a ningún individuo en la iglesia. Todo es voluntario. Nuestro pueblo está unido porque ellos creen en la iglesia de Dios y en el liderazgo, ya sea el presidente o el pastor de iglesia. Tenemos que retener esta confian-za a través de nuestro ejemplo, a través de la vida que vivimos, de la manera como vivimos, de la ma-nera como actuamos, a través de lo que decimos, y de la manera como lo decimos. ... Tenemos que ser sinceros, pero nunca extremistas, ni fanáticos ni muy liberales".24

Así, para la administración, cualquier palabra dirigida contra el liderazgo constituía una amenaza a la verdadera unidad de la iglesia.

No se espera que un administrador sea un experto en todos los asuntos. Él está rodeado de especialistas a los cuales él les da algunos asuntos, confiando en que todos tomarán los debidos cuidados. Por lo tan-to, cuando el administrador jefe recibió varias cartas de M. L., él analizó su contenido con sus especia-listas y entonces le respondió que él consideraba el asunto encerrado, y lo conminó sinceramente a de-poner su agitación.

M. L. ofreció ir a Washington para una audiencia, con la condición de que pudiese obtener una copia de los procedimientos. Se sugirió una cinta grabada, y él entendió que iba a recibir una. Sin embargo, la correspondencia posterior reveló que no sería prudente darle una cinta grabada. M. L. decidió entonces que una audiencia era imposible.

Otras personas fuera de M. L. estaban preocupadas acerca de Questions on Doctrine (Preguntas Sobre Doctrinas). Uno de ellos afirma que fue autorizado por M. L. para imprimir y hacer circular "Cartas a las Iglesias", reescrito a partir de los mensajes sobre la expiación. Esto indudablemente aumentó el nú-mero de lectores. Otros más las reimprimieron y las hicieron circular sin la autorización de M. L., lo cual hizo aparecer como si él estuviese instigando ese movimiento.

A través de todo esto, sin embargo, M. L. no quería nada de aquello. Se nos informa que un día un co-mité fue a su casa en Glendale. Ellos querían que él fuese el líder de su grupo. Tan pronto como él en-tendió su misión, se levantó y con toda dignidad le mostró la puerta a los visitantes.

En Junio de 1958, la Conferencia General se reunió en Cleveland, Ohio. M. L. brillaba por su ausencia; él no era un delegado. Pero aparentemente él estaba en los pensamientos de los oradores. El sermón de apertura fue sobre "La Bendición de la Unidad". Otro fue sobre "El Ministerio Intercesorio de Cristo". El primer Sábado, cerca del final de su sermón sobre "La Fe Una Vez Entregada a los Santos", el presi-dente reelegido de la Conferencia General dijo:

"Sólo la esperanza de nuestra salvación, Cristo, Su sacrificio expiatorio en el Calvario, la última fase de Su ministerio expiatorio que ahora se realiza en el santuario celestial, tiene que ser proclamado clara-mente a través de la palabra y de la voz al mundo de tal manera que las personas entiendan y aprecien esta fundamental enseñanza bíblica. El sacrificio y el ministerio de nuestro Señor y Salvador no ha sido claramente entendido, ni tampoco ha sido profundamente apreciada, aun por nuestro propio pueblo. A través de una mejor comprensión de ello, la preciosidad de nuestro Señor, como nuestro relacionamien-to personal con Él, será grandemente aclarado y mejorado".25

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Un mes antes de la sesión de la Conferencia General, la Review había colocado un artículo de un editor asociado, "¿Puede la Verdad Puede Ser Popular?"

"Las verdades distintivas proclamadas por los ASD durante más de siglo, nunca han sido populares en los círculos teológicos, y es fútil esperar que lo serán. ... Si los ASD cedieran sobre sus enseñanzas dis-tintivas para poder ganar y llevar el signo de respetabilidad teológico, sin duda que serían aceptados por otros cuerpos cristianos. Pero al hacerlo, serían traidores a las verdades que los han convertido en un pueblo. ... No serían más ASD".26

El editor jefe continuó con el mismo asunto nueve meses después:

"Existe una sutil tentación enfrentando a los Adventistas hoy; donde tenemos una creciente populari-dad, para pensar que podemos reformular un poquito nuestras creencias, colocándolas de una manera menos problemáticas, podemos tener más fraternidad en todos lados. ... Grande sería el mal si alguien tratara de persuadirnos para caer en esa trampa. ... El mensaje del Advento es extraído del pensamiento de las modernas religiones que nos darían una especie de emoción inspiracional ofuscada como un substituto para las escabrosas doctrinas, y aquellos conceptos agudos grabados de Dios y de Sus reque-rimientos, que son vitales para la verdadera religión".27

El 5 de Enero de 1960, a la edad de 83 años, M. L. escribió en una carta personal, "Aun puedo ver un poco, escuchar un poco, pensar un poco. Voy a nadar prácticamente todos los días. Le agradezco a Dios por mi salud. También predico regularmente, pero lo que más hago es escribir".

Parte de sus escritos fueron matizados con el espíritu crítico que él había observado en algunos que ha-bían estado en la Conferencia General de 1888. El editor jefe escribió en la Review en Julio de ese mis-mo año:

"Es increíble que los críticos procuren encontrar en los profetas bíblicos y en los escritos de la Sra. White un precedente para su crítico curso de acción. Ellos son culpables de presunción al colocarse ellos mismos en un mismo plano con los profetas. ... No, los críticos no son hombres inspiradores".28

M. L. había estado actuando como un crítico porque "yo sabía que era tiempo como para hacer sonar la alarma. ... Yo recibí mis órdenes de Dios, ENFRÉNTALO, ENFRÉNTALO. Y yo tengo que serle fiel a mi Señor".29

Su fiel esposa por más de 52 años no estaba más a su lado para recordarle que los profetas bíblicos te-nían que entregar su mensaje, "ya sea que escuchen, o que desistiesen". Una vez que lo entregaban, te-nían que volver a casa. "Annie lo habría fortalecido en dos minutos", fue observado, "pero no quería ir-se a la casa". En vez de ello, él se levantó y gritó con mucha fuerza.

Durante los años de controversia, cinco de los libros de Andreasen fueron regularmente listados en la Librería del Hogar Cristiano, donde el anuncio decía: "Cada libro de esta serie era bueno ayer, es bueno hoy, y será igualmente bueno mañana. Cada uno de ellos es digno de tener un lugar permanente en los estantes de vuestra librería". Después del 17 de Noviembre de 1960, este anuncio continuó apareciendo en la Review, pero sin que los títulos de Andreasen fuesen incluidos en la lista. (El libro Oración se in-cluyó nuevamente en la lista durante el cuarto trimestre de 1966).

A pesar de sus dificultades, el veterano no había perdido su espíritu de lucha ni su sentido de humor.

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Es una cosa maravillosa vivir en un tiempo como este y bajo circunstancias como estas. Yo estoy dis-frutando la vida como nunca antes. "Estar vivo es sublime". De tal manera que continuaré haciendo lo que he hecho hasta aquí: escribir un poco, descansar un poco hasta que mis buenos amigos piensen que ya he desistido, que estoy enfermo, o que me he ido. Entonces vuelvo a la vida, y continuo mi tra-bajo.30

Pero la denominación no podía condonar las actividades de M. L. Por lo tanto, el 6 de Abril de 1961, los miembros del comité de la Conferencia General reunidos en Spring Council reaciamente votaron quitarle sus credenciales ministeriales. Esto fue hecho por (1) traer discordia y confusión a las filas a través de la voz y de la pluma, y por (2) rehusarse a responder favorablemente a los apelos para hacer una declaración de sus diferencias con la Conferencia General, excepto en sus propios términos parti-culares.31 "Fue una reunión triste, muy triste. Todos honrábamos al hermano Andreasen. Lo amába-mos".32

En una carta personal, Andreasen escribió, "Como usted debe saber, me han ‘suspendido’ mis creden-ciales. ... Yo no supe de ellos sino más tarde. Pero yo soy un ASD ... Tengo bastante coraje. 'Quedarse en el barco es duro cuando te arrojan afuera". Él había escrito anteriormente, "Tres veces escuché a la hermana White repetir eso, 'Permanezcan en el barco'. Buen consejo".

Aquel verano, dos exestudiantes vinieron a visitarlo, resueltos a no mencionar sus problemas. La pri-mera cosa que él dijo fue, "Bien, ellos me han quitado mis credenciales". Con lágrimas en sus ojos aña-dió, "Yo no he abandonado a la iglesia. No tengo intención de dejar la iglesia".

Pero a pesar de la devoción de su segunda esposa para darle el mejor cuidado físico posible, el cuerpo de M. L. no pudo resistir la pena que lo asaltó, especialmente durante las largas noches. Él aun le escri-bió cartas a Dios. No se le permitió más predicar, ni siquiera un sermón en Sábado. Que su celo por lo que él entendía era la causa de Dios lo haya conducido a esta situación, era algo mayor que lo que él podía soportar. Él desarrolló una úlcera duodenal que eventualmente comenzó a sangrar. Menos de una semana antes de su muerte, la cual ocurrió el 19 de Febrero de 1962, fue llevado al hospital. Su corazón no estaba lo suficientemente fuerte como para resistir una operación.

Él pasó su última noche en casa orando y llorando debido a su triste situación relacionada con el minis-terio del cual él había formado parte durante casi 60 años. Su esposa le envió algunas palabras al presi-dente de la Conferencia General, el cual estaba en la vecindad en aquellos días, explicándole que M. L. quería verlo. Él fue, acompañado por el presidente de la Asociación de la Unión del Pacífico.

Los tres se habían juntado antes en otras ocasiones, cuando los resultados habían sido insatisfactorios. Ahora hablaban juntos francamente acerca de las experiencias y acciones pasadas. M. L. dejó claro que aun cuando él divergía en relación a algunos procedimientos seguidos en relación a su caso, él quería estar en paz con sus hermanos y con Dios. Él no quería animosidades. El presidente respondió en forma amable. Entonces cada uno oró. La amargura fue eliminada. Finalmente el antiguo guerrero estaba listo para dejar todo el asunto en las manos de Dios. Habían lágrimas de gratitud en sus ojos cuando las vivi-tas se fueron. "Ahora puedo morir en paz", le dijo a su esposa.

El 1 de Marzo de 1962, el Comité de la Conferencia General votó devolverle las credenciales ministe-riales a M. L. y colocar su nombre de vuelta en el Libro del Año juntamente con otros. Pero M. L. nun-ca supo de esta acción; él ya se había ido al descanso.

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Ocho meses después que murió M. L., la siguiente "Carta de Nuestro Presidente" apareció en la Re-view:33

"La verdadera fe en Dios nos conducirá a creer que cuando hemos traído la atención de algunos bajo convicciones personales, entonces Dios puede actuar para arreglar cualquier error que los hombres o los comités puedan haber cometido. Es desafortunado para cualquiera tomar una posición de que si su punto de vista no es aceptado, los hermanos entonces tienen que estar errados; y es más errado aun que una persona comience a diseminar su punto de vista en un intento de obligar la aceptación de aquello. Cuánto mejor es descansar en Dios para que Él arregle las cosas después que hayamos hecho lo mejor que podamos. Tal como alguien ha dicho, 'si Dios no puede gobernar, Él gobierna en contra'. Más de una vez hemos visto esto acontecer. Pero muy a menudo somos tentados, como Pedro, a pelear con nuestras armas humanas, para defender lo que creemos que está bien. El resultado normalmente es la confusión y el daño para la obra que amamos. ...

"Sería tonto para cualquier líder decir que él está por sobre cualquier error o que cualquier mesa directi-va asuma que es infalible. Pero 'Dios guía de una manera misteriosa Sus maravillas' ...

"La oración de fe es un arma poderosa en las manos del cristiano fiel. Debiéramos emplearla más. Los diversos oradores sinceros del pueblo de Dios a favor de Su obra y de los líderes de la iglesia, nosotros creemos sinceramente que son escuchadas en el cielo. Él responde a Su manera divina, a veces aun guiando a Su iglesia en lo que parece ser la dirección errada. Pero podemos confiar en Él para guiar a Su pueblo triunfalmente hasta la Tierra Prometida".

Aun cuando la literatura denominacional haya adoptado la frase "los beneficios de Su expiación", ha si-do hecho todo el esfuerzo para dejarle claro al mundo que los ASD creen que una parte importante de la expiación está sucediendo ahora en el santuario celestial. Un poco más de un año después de la muerte de M. L., F. D. Nichol escribió Respuestas a las Objeciones, lo cual M. L. había dicho que co-locaba correctamente la posición de la iglesia sobre el asunto de la expiación, y fue publicado en una nueva edición compacta, con un precio barato para que pudiera ser fácilmente vendido. En 1969, siete años después de su muerte, cuatro de los libros de Andreasen fueron re-publicados para comenzar una nueva librería llamada la Serie Shield. Los títulos fueron: El Servicio del Santuario, La Fe de Jesús, El Sábado, y Una Fe por la Cual Vivir.

1 Donald Barnhouse, editor, "¿Son los ASD cristianos?" Eternity, Septiembre de 1956.2 Ibíd.3 Ibíd.4 Ellen G. White, Testimonios (Mountain View, Calif: Pacific Press Pub. Assn., 1948), vol. 2, p. 211.5 Barnhouse, op. cit.6 "... cuya expiación, al haber sido hecha en la cruz, lo cual era el ofrecimiento del sacrificio, es la últi-ma parte de su obra [de Cristo] como sacerdote" ("Principios Fundamentales", Signs of the Times, 4 de Junio de 1874; citado en L. E. Froom, Movimiento de Destino [Washington, D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1971], p. 514).7 White, Primeros Escritos, p. 260.8 Ibíd.., p. 253. (Itálicos suplidos).9 Ibíd.., p. 254.10 White, ST, 25 de Agosto de 1887 (citado en L. E. Froom, Movimiento de Destino, p. 514). (Itálicos suplidos).

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Pág. 9211 El Conflicto de los Siglos (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1888), p. 489 (citado en Los ASD Responden Preguntas Sobre Doctrinas [Washington, D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1957], p. 682). (Itálicos suplidos).12 M. L. Andreasen, El Servicio del Santuario (Washington, D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1937), p. 274.13 Ibíd.., p. 279.14 Barnhouse, op. cit.15 Ibíd..16 R. A. Anderson, "Los ASD Responden Preguntas Sobre Doctrinas", The Ministry, Junio de 1957, p. 24.17 R. R. Figuhr, "Questions on Doctrine," The Ministry, Enero de 1958, p. 29.18 Anderson, op. cit.19 Raymond F. Cottrell, "Nuestros Estadistas", Review and Herald, 16 de Abril de 1959.20 "Ese es el tremendo alcance del acto sacrificial de la cruz, una expiación completa, perfecta, y final por el pecado del hombre". L. E. Froom, "La Aplicación Sacerdotal del Acto Expiatorio", The Ministry, Febrero de 1957. (Itálicos suplidos).21 "La expiación consta de dos partes; primero un acto simple y comprensivo, y después un proceso continuo o trabajo de aplicación. ... Es necesario tomar ambas partes para tener una expiación comple-ta, efectiva y aplicada. ... Estos son dos aspectos complementarios de una sola expiación indivisible". Ibíd..22 Questions on Doctrine, pp. 354-355.23 Andreasen, "Expiación VII", 19 de Enero de 1958, p. 7.24 Figuhr, "'Un Sonido del Cielo'", The Ministry, Junio de 1957, p. 26.25 Figuhr, "La Fe Una vez Entregada a los Santos", Review and Herald, 23 de Junio de 1958, p. 56.26 Cottrell, "¿Puede la Verdad Ser Popular?" Review and Herald, 15 de Mayo de 1958.27 Francis D. Nichol, "Lecciones de Advertencia de Falsos Libros", Review and Herald, 26 de Febrero de 1959.28 Francis D. Nichol, "¿Están las Críticas También Entre los Profetas?" Review and Herald, 21 de Julio de 1960.29 Andreasen, "Historia de Suspenso", p. 1.30 M. L. Andreasen, "El Testigo Viviente", p. 5.31 Minutos del Concilio de Primavera colocado en los archivos de la Conferencia General.32 Arthur White, carta a Thomas A. Davis, 23 de Octubre de 1978.33 Figuhr, "Una carta de Nuestro Presidente," Review and Herald, 4 de Octubre de 1962, p. 5.

PALABRAS FINALES

Las personas que asistieron al funeral de M. L. Andreasen el 23 de Febrero de 1962, escucharon no so-lo lo que esperaban oír, sino que también algunas cosas que no esperaban.

"La lámpara de la esperanza fue una influencia guiadora en la vida de nuestro hermano", dijo el herma-no R. R. Bietz en el sermón del funeral. "Me gustaría referirme a un cierto párrafo de su libro Oración, en la página 17. Se titula 'Volviendo a Casa':

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"'Cuando tenemos una clara visión del gran corazón de amor del Padre, nunca más podemos ser desco-razonados o desanimados. Dios se alegra por nosotros cantando, esperando ansiosamente el tiempo cuando todos los hijos lleguen al hogar. Aun ahora mismo Él se está alegrando anticipadamente por aquello que va a suceder. Él está feliz en Su amor, y se está preparando para aquel gran evento de las edades, la vuelta a casa de todos los hijos de Dios tanto en la tierra como en el cielo. Aun para Dios es-te es un gran día. Mientras estamos esperando la venida de Cristo. Dios está esperando que volvamos. Y Su amor y Su deseo es aun mayor que el nuestro. Él ha esperado durante mucho tiempo.

"'Y así oramos porque necesitamos a Dios, necesitamos Su amor y su compañía, necesitamos Su cuida-do y guía. ... No oramos para obtener lo que nosotros queremos, sino que para saber lo que Él quiere. No oramos para que Él cambie Su manera de pensar, sino para que nuestras mentes sean cambiadas. No oramos para que Él cambie Sus planes en relación a nosotros, sino que para pedirle que nos ayude a aceptar voluntariamente Sus planes. No oramos para esquivar el dolor, sino que por fuerza para sopor-tarlo. No oramos para ser sacados del mundo, sino que para mantenernos fieles mientras estamos en él. No oramos para escapar del sufrimiento o de las pruebas, sino que por paciencia para enfrentarlas'.

"En mis muchas conversaciones con el hermano Andreasen a través de los meses y años, él siempre re-conoció la bondad del Señor. Justo algunos días antes de su muerte, algunos de nosotros lo visitamos en el hospital. Su esperanza en Cristo era evidente por la manera en que él habló con relación a la muerte. Él sabía que podía morir en cualquier momento. Aun con pensamientos de muerte en su mente, él era un hombre alegre. Aun su sentido de humor no se quebró durante aquella hora".

"Pocos, muy pocos, han hecho un impacto en el pensamiento y en la fe de los ASD que las enseñanzas y los escritos del hermano Andreasen han hecho", dijo T. J. Michael, el cual fue el que leyó el obitua-rio. "Y sin embargo, este hombre de Dios, que alcanzó tanto en su vida, escribió de si mismo apenas al-gunas horas antes de morir, que la del era una vida común, que él no había venido de ninguna parte en especial, que no realizó hazañas de fuerza o de sabiduría, sino que era un mero hombre que vivió una vida tranquila sin ostentación ... que no dejó huellas en la arena del tiempo. Tal como él declaró, él no era un Colón, un Einstein, o un Edison. Pero para los cientos que lo conocieron y lo amaron, él era más que eso, él era un amigo en el que se podía confiar, un sabio consejero, y una fuerza espiritual. Él tenía una íntima familiarización con Dios, y él se propuso compartir esta amistad con todas las vidas que él tocó. ...

"Para cerrar este obituario, yo les traigo aquí a ustedes que hoy están aquí reunidos, y también a aque-llos otros incontables en las filas del Movimiento Adventista que lloran su partida, un mensaje de adiós escrito por el propio hermano Andreasen. Esto es lo que el mensaje dice:

"Parece calzar en esta ocasión que yo debiera decirle algunas palabras a mis amigos aquí reunidos.

"Dios ha sido bueno conmigo durante todos estos años; la vida ha sido buena para mi; mis amigos han sido buenos conmigo; mi familia ha sido buena conmigo. Como yo creo que la vida aquí nos es dada para que demostremos como la vamos a usar, dejo mi testimonio de que amo la vida, que aprecio el privilegio de que se me haya permitido vivir durante todos estos años, en asociación con mis queridos amigos.

"La vida y el amor son maravillosos, y yo he podido compartirlos. He tenido un gusto por la vida y por el amor, y estoy mirando hacia la otra vida, interminable, con mis amigos y queridos, donde no habrá partida, ni un triste adiós.

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"Así, queridos, sean fieles y verdaderos, hasta el fin. Descansaré en la esperanza, esperando el día de la alegre reunión. Amo a mi Dios. Muy luego lo veré. Los amo a ustedes que están hoy aquí; amo la música; amo las flores; y aprecio vuestro amor.

"Adiós, entonces, hasta que nos encontremos nuevamente.

"M. L. Andreasen"

OBRERO DE DIOS

Obrero de Dios, Oh no pierdas el corazón,sino que aprende a conocer a Dios;

y en el oscuro campo de batallasabrás donde golpear.

Tres veces bendito es aquel a quien le es dadoel instinto que puede decir

que Dios está en el campo, cuando Éles casi invisible.

Bendito, también, es aquel que puede ser divinodonde la verdad y la justicia mienten,

y no se atreve a tomar el lado que pareceerrado a los ojos ciegos de los hombres.

Aprende a despreciar la alabanza de los hombres,y aprende a perder con Dios;

porque Jesús ganó el mundo a través de la vergüenza,y te atrae a Su camino.

Porque lo correcto es correcto, así como Dios es Dios,y lo correcto ganará el día;

y dudar será deslealtad,y fallar será pecado.

Frederick W. Faber, 1849