Autoestima: Exploración, evaluación y pautas

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Montgomery, W. (1997). Asertividad, autoestima y solución de conflictos interpersonales. Lima: Círculo de Estudios Avanzada. Capítulo 5 LA AUTOESTIMA: EXPLORACIÓN, EVALUACIÓN Y PAUTAS a autoestima del individuo es, en rigor, un sistema de repertorios disposicionales* que, a nivel verbal y emocional, el sujeto ha adquirido y tiene, en un momento dado, sobre su propio comportamiento en general y sobre las respuestas que puede emitir en situaciones impersonales e interpersonales. Se origina, por un lado, en la auto-observación y en las autoevaluaciones de la eficacia comportamental para el logro de objetivos, y, por otro, lado gracias al reforzamiento y castigo social que constituye la opinión de aquellas personas significativas o no significativas para él. Su componente emotivo hace que algunos lo identifiquen frecuentemente con el “amor a sí mismo”. Ya en época tan antigua como la de Aristóteles (1984, t.e.) el vocablo autoestima evocaba el “amor a sí mismo”, pero de una manera harto distinta a la acepción individualista, geneticista y, por decirlo así, políticamente manipuladora de la mentalidad postmoderna que prima en muchos escritos e ideas populares proclives al liberalismo consumista (recuérdense las modas light y diet), y en los productos "psicológicos" que lo legitimizan "científicamente" (como el constructivismo). Explica Aristóteles que hay dos maneras de amarse a sí mismo: * Las disposiciones son tendencias a responder adquiridas gracias a una historia interactiva del sujeto con su ambiente físico, biológico y social, así como a la estructura genética, fisiológica y anatómica con que viene equipado (Kantor, 1978, t. e.; Bijou y Baer, 1983, t. e.). L

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Capítulo 5 del libro: Asertividad, autoestima y solución de conflictos interpersonales. Lima: Círculo de Estudios Avanzada. ISBN 9972-9618-2-6

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Montgomery, W. (1997). Asertividad, autoestima y solución de conflictos interpersonales. Lima: Círculo de Estudios Avanzada.

Capítulo 5 LA AUTOESTIMA: EXPLORACIÓN,

EVALUACIÓN Y PAUTAS

a autoestima del individuo es, en rigor, un sistema de

repertorios disposicionales* que, a nivel verbal y

emocional, el sujeto ha adquirido y tiene, en un momento

dado, sobre su propio comportamiento en general y sobre las

respuestas que puede emitir en situaciones impersonales e

interpersonales. Se origina, por un lado, en la auto-observación

y en las autoevaluaciones de la eficacia comportamental para el

logro de objetivos, y, por otro, lado gracias al reforzamiento y

castigo social que constituye la opinión de aquellas personas

significativas o no significativas para él. Su componente

emotivo hace que algunos lo identifiquen frecuentemente con

el “amor a sí mismo”.

Ya en época tan antigua como la de Aristóteles (1984, t.e.)

el vocablo autoestima evocaba el “amor a sí mismo”, pero de

una manera harto distinta a la acepción individualista,

geneticista y, por decirlo así, políticamente manipuladora de la

mentalidad postmoderna que prima en muchos escritos e ideas

populares proclives al liberalismo consumista (recuérdense las

modas light y diet), y en los productos "psicológicos" que lo

legitimizan "científicamente" (como el constructivismo).

Explica Aristóteles que hay dos maneras de amarse a sí mismo:

* Las disposiciones son tendencias a responder adquiridas gracias a una

historia interactiva del sujeto con su ambiente físico, biológico y social, así

como a la estructura genética, fisiológica y anatómica con que viene

equipado (Kantor, 1978, t. e.; Bijou y Baer, 1983, t. e.).

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1) deseando sólo la virtud y los buenos actos para sí, en cuyo

caso es un amor éticamente saludable, y 2) deseando los

placeres y los bienes materiales, en cuyo caso es un amor no

ético. La segunda acepción suele reflotar en tiempos de

decadencia cultural y moral.

La literatura fenomenológica (que se ha ocupado

indirectamente más del tema) confunde a menudo las cosas,

separando el autoconcepto de la autoestima como si el primero

fuera sólo un componente de aquella (Alcántara, 1993; Bonet,

1994; Rodriguez, s/f). En realidad, la relación es a la inversa: la

autoestima es una forma de autoconcepto expresada

coloquialmente como "creencias sobre la propia valía" no ne-

cesariamente congruentes con la observación objetiva, ni, por

tanto, con el "autoconocimiento". Lo que una persona dice de

sí misma no es igual a lo que es, conductualmente hablando.

Clemes y Bean (1993, t.e.) destacan este hecho al anotar que:

...la autoestima es un sentimiento que se expresa siempre con hechos. En un

niño puede detectarse su autoestima por lo que hace y por cómo lo hace... El

niño tiene una idea sobre cámo se ve él haciendo cosas que se le dan bien o

mal, sobre sus preferencias, sobre lo que le gusta y lo que no, sobre el papel

que desempeña en sus relaciones con los demás y sobre las exigencias que él

mismo se marca. Puede creer de sí mismo que es una persona amigable, pero

no tener amigos. Pueden gustarle los deportes, pero rechazar tomar parte en

los equipos del colegio. (p. 10)

Lo cierto es que semejante autosistema desempeña un rol

disposicional y generalmente directivo en cuanto al

razonamiento y a las conductas instrumentales del individuo en

diferentes circunstancias. Por ejemplo, el adolescente que

aprendió a rotularse como "bueno para las matemáticas"

asociando numerosas recompensas emotivas a dicha clase de

interacciones, tenderá a elegir carreras afines a los números.

Staats (1979, t.e.) describe muy bien la relación que las

respuestas emotivas tienen con las secuencias de razonamiento

y los actos del sujeto, al reforzar "intra-individualmente"

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actitudes de "esforzarse por" (repertorios de acercamiento) o

"tratar de oponerse a" (repertorios evitativos) determinados

acontecimientos, objetos o personas.

Cabe esperar que el mecanismo básico de la autoestima se

vincule, de acuerdo con lo dicho, a experiencias afectivas

fuertemente reforzadas tanto en el sentido positivo (agradaron y

tuvieron consecuencias eficaces), como en el negativo

(viceversa). Así, en este último caso, pueden encontrarse

individuos que se describen a sí mismos como "in-

competentes", "cobardes", "tímidos", "incomprendidos"; y cuya

autodepreciación los lleva a depresiones, adicciones, temores,

etc. De igual forma, pueden hallarse sujetos con

autodescripciones de rebeldía, superioridad o promiscuidad,

cayendo en conductas agresivas, desobedientes, delin-

cuenciales, trastornadas sexualmente, etc.

El tono de las propias descripciones puede ser “bueno” en

ciertos tipos de repertorio, y “malo” en otros. Por ejemplo, un

joven se rotula como “capaz” en el trabajo manual y como

“torpe” en el intelectual, como “reflexivo” frente a situaciones

distendidas y “defensivo” ante situaciones riesgosas. asimismo

puede percibirse “vivaz” en la interacción con personas de su

mismo sexo, mientras se considera “tonto” cuando trata con las

de diferente sexo. Puede gustarle alguna parte de su cuerpo y

desagradarle otra, etc. La suma de esos factores da por cociente

el autoconcepto, y finalmente el nivel de autoestima.

En todos los casos, un individuo con autoestima pobre o

distorsionada evidencia comportamientos desadaptativos que

podrían caracerizarse como de autodestrucción. Por el

contrario, las señales de elevada autoestimación muestran

configuraciones conductuales molarmente identificables de

manera similar a la descripción que hace Rogers (1993, t.e., p.

45) del sujeto “que funciona integralmente”:

experimentará y comprenderá aspectos de sí mismo anteriormente reprimidos;

logrará cada vez mayor integración personal y será capaz de funcionar con

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eficacia;

se parecerá cada vez más a la persona que querría ser;

se volverá más personal, más original y expresivo;

será más emprendedor y se tendrá más confianza;

se tornará más comprensivo y podrá aceptar mejor a los demás, y

podrá enfrentar los problemas de la vida de una manera más fácil y

adecuada.

1. EXPLORACIONES SUBJETIVAS Y OBJETIVAS SOBRE LA AUTOESTIMA

Como se mencionó antes, quienes más se han ocupado del

tema a nivel teórico son los psicólogos orientados a la

fenomenología, sobre todo desde Alfred Adler. Tanto Maslow

(1979, t.e.) como Rogers (1993, t.e.) se han referido de manera

implícita a la autoestima, concibiéndola como un motor para el

desarrollo personal, y privilegiando sus atributos en sus

respectivas teorías sobre la personalidad.

Una constante en esas y otras teorías humanistas, sin

embargo, es la indefinición de los mecanismos moleculares por

los cuales se originan esos repertorios, dificultando adecuar

medios objetivos (en la lógica de tales modelos) para efectuar

cambios controlados y efectivos en la conducta. La

subjetividad —a veces extrema— del lenguaje utilizado para

describir las propiedades de la autoestima contribuye

notablemente a ello; aunque tenga efectos emocionantes sobre

los lectores o cultores de ese tipo de literatura humanística.

En una vertiente más objetiva se encuentran los estudios

conductistas. Por ejemplo Ellis (1983, t.e.) desmitifica el papel

terapéutico de la “valoración del yo” típico de los enfoques

subjetivos. Aunque admite que una psicoterapia eficaz debe

dirigirse a elevar la autoestima promoviendo la mayor

valoración de los actos y características del comportamiento,

niega que dicha valoración comprenda el “Yo” o “esencia

personal”.

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Con respecto a ello hay que citar, en la misma línea de Ellis,

a Beck y cols. (1983, t.e.): “... el concepto de valía personal es

un constructo hipotético que no se puede medir: se pueden

clasificar las conductas, pero no a las personas” (p. 245).

Dicha declaración pone de manifiesto que elevar la autoestima

no significa perderse en difusas consideraciones ético-

filosóficas o folclóricas sobre lo que debe o no debe ser su

"esencia", sino actuar concretamente a nivel de variables

operacionalmente definidas para insertarlas en programas. Dyer

(1978, t.e.) ha catalogado como "zonas erróneas" aquellas áreas

identificables como objetivos para la mejora.

En el ámbito de la teoría conductual (entendiendo por ella

el conjunto de enfoques experimentales sobre el com-

portamiento y su adquisición), son diversos los estudios que

aportan acerca del papel de la autoestima, aun cuando no la

mencionen explícitamente. La perspectiva de Rotter (1964, t.e.)

en cuanto al foco de control interno y externo, y las de

McClelland y Atkinson en cuanto a la motivación de logro

(véase Arnau, 1979, para una revisión), son relevantes en

primera instancia: aquellos individuos con una mayor

motivación de logro son, entre otras cosas, más activos que los

menos motivados ¿Qué relación tiene esto con la autoestima?

Coopersmith (1978, t.e.) la mostró al encontrar en un estudio

con preadolescentes que los que tenían mayor nivel de

autoestima evidenciaban más confianza, mayor actividad y

mejores expectativas de buena socialización con sus

compañeros. Los de menor nivel, por el contrario, carecían de

tales motivaciones comportándose de manera depresiva,

autovigilante e hipersensible.

Hay otros hallazgos interesantes. Por ejemplo, la fuerte

influencia de los padres en la formación de la autoestima, la

correlación de esta con el buen rendimiento escolar, el

crecimiento coincidente de la autoestima con el carácter

significativo de las funciones cumplidas en la red social, y el

mayor sentimiento de autoestima infantil comparado con el de

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los adolescentes (véanse las tesis de Diez Canseco, 1983;

Panizo, 1985; Busse, 1989; y Pecho, 1996).

Esos datos, aunados a los que aporta la psicología de la

percepción social (Lindgren, 1976, t.e.), y los conceptos de

Bandura sobre la autoeficacia, así como de Epstein sobre las

necesidades experienciales, redondean un cuadro amplio de

referencia conductual.

Al respecto, Bandura (1987, t.e.) menciona un hecho

básico: toda persona en proceso de lograr metas tiende a

evaluar constantemente su propio rendimiento. Si observa

respuestas satisfactorias en sí mismo, ellas le producirán la

motivación suficiente para salir adelante o concretar mayores

logros (autoeficacia). Epstein (1990), por su parte, advierte que

si bien la mejora de la autoestima es una necesidad perentoria

dentro de aquellas dirigidas a “maximizar el placer”,

frecuentemente se sacrifica porque es más fuerte la necesidad

de "evitar el dolor". Así pues, el sujeto se inhibe de

posibilidades de acción eficaz mediante autoevaluaciones

negativas, para no arriesgarse a “sufrir las consecuencias” de

los riesgos que conlleva. Los “no puedo, soy muy débil”, “por

mi culpa”, etc.; son verbalizaciones desadaptativas en tal

sentido sobre la percepción personal de acontecimientos en los

cuales hay que tomar decisiones. Desde otra óptica, Branden

(1987) también se ha referido a estos “automensajes”

negativos.

2. ¿CÓMO EVALUAR LA AUTOESTIMA?

Se ha caracterizado la autoestima como un constructo

disposicional que suma varios repertorios (disposicionales) de

autorrotulación en base a: a) los propios índices de eficacia; y

b) la opinión que se percibe tienen los demás sobre uno. En

ello está implícita, por cierto, la percepción del propio cuerpo.

Desde luego que, como se ha dicho también, tales fuentes

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desembocan siempre en una serie de respuestas operantes

motoras y verbales claremente visibles. Clemes y Bean (1993,

t.e.) y Clark, Clemes y Bean (1993, t.e.), refiriéndose a la

autoestima de niños y adolescentes, mencionan varios grupos

de características reseñadas en las siguientes líneas.

2.1. Independencia: habrá decisiones y elecciones propias

(empleo del tiempo, dinero, ropa, ocupaciones, entre-

tenimientos, etc.).

2.2. Responsabilidad: se asumirán obligaciones y tareas

importantes para la marcha de la micro-comunidad en que se

vive, con seguridad y diligencia (por ejemplo comprar el pan o

lavar los platos).

2.3. Entusiasmo y orgullo: interés por cosas desconocidas,

aprendizajes y nuevas actividades, confianza y satisfacción en

lo que se emprende.

2.4. Amplitud emocional y sentimental: expresión

espontánea y justificada de respuestas asertivas (alegría,

tristeza, temor, enfado).

2.5. Tolerancia a la frustración: se enfrentan interferencias

y obstáculos de manera habilidosa y optimista.

2.6. Persuasión: confianza en las impresiones causadas en

los demás (amigos, familiares, autoridades), y capacidad de

influir en ellos.

Por el contrario, una pobre autoestima tendrá por

consecuencias un sentimiento agudo de no ser valorado por el

entorno social y familiar (hipersensibilidad a la crítica), la

dependencia de otros, la inseguridad en las propias acciones, la

represión o la exacervación emocional, y el escape de

situaciones que involucran todas las exigencias consignadas en

los párrafos anteriores.

El reporte verbal del cliente o de las personas que lo

tutorean, aunado a la observación a través de escalas (por

ejemplo la de Autoconcepto Infantil de Beck o la de Piers

Harris, las Escalas de Hábitos Asertivos de Magaz y cols., el

Autoinforme de Conducta Asertiva de García y Magaz, la

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Escala de Dependencia de Wolpe, la de Asertividad de Rathus,

la de Autoestima de Coopersmith, el Diferencial Semántico de

Osgood, etc.); y el chequeo de habilidades sociales hecho en la

consulta (para lo cual también hay listas y escalas del tipo de

las de Goldstein y cols.), puede dar indicios del nivel de

autoaprecio teniendo en cuenta las características enumeradas.

Para más detalles relacionados con la entrevista y el registro

conductual remitimos, como en otras ocasiones, a Montgomery

(1995).

3. PAUTAS PARA EL DESARROLLO DE LA AUTOESTIMA

El problema de los aportes fenomenológicos es que se sitúan

deliberadamente en el ámbito de la no-especialización, con el

fin de llegar a sectores legos a la psicología. Para amenizar su

lectura recurren, así, a un lenguaje con tono de arenga, casi

panfletario y por lo tanto superficial, apoyado actualmente en la

visión neoliberal del sí mismo y del desarrollo personal egoísta

(“todos vendemos nuestra imagen”). Lo cierto es que de

análisis superficiales no pueden derivarse tecnologías

sistemáticas ni fecundas.

Para el tecnólogo conductual la cosa es distinta. Sus

programas son puntuales y se sirven rigurosamente de los

principios obtenidos a través de la investigación. En este

sentido, el entrenamiento asertivo es la base para confeccionar

estrategias de promoción de una autoestima elevada.

(naturalmente, adaptando la acción de acuerdo a pautas ad hoc

como las que mencionaremos en seguida, antes de pasar a

detallar los módulos de la programación respectiva).

Clark, Clemes y Bean (obras citadas antes) extienden su

enfoque a cuatro condiciones fundamentales que deben

comenzar a experimentarse positivamente para elevar la

autoestima, y que llaman “vinculación”, “singularidad”,

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“poder” y “modelos”.

3.1. La vinculación se refiere al establecimiento de

relaciones sociales productivas y duraderas. Eso significa

vincularse a una red significativa de actividades compartidas

con otras personas, cumpliendo a su vez funciones numerosas e

importantes en ella. La formación del individuo, así, depende

de conexiones familiares, culturales, comunitarias, étnicas,

deportivas, ideológicas, etc.; y del papel que juegue en tales

nexos. La pregunta es aquí: "¿Con quiénes me junto y

comunico, y para qué?

3.2. La singularidad implica el reconocimiento y aprecio

por la propia individualidad, a su vez fuerte y apoyada por los

demás. Esta condición incluye respetar los derechos personales

y ajenos, y saberse especial en tanto se siente que se puede

saber y hacer cosas que no son del dominio común. El

individuo debe preguntarse: "¿Quién soy y qué me distingue de

los demás?".

3.3. El poder es un sentimiento de capacidad para asumir

responsabilidades, tomar decisiones, utilizar las habilidades

que se tengan para afrontar problemas y solucionarlos, aun

cuando la situación sea difícil. En este sentido, es una

condición necesaria para cambiar el ambiente desfavorable. La

pregunta que hay que hacer es: "¿Qué puedo hacer y cómo?".

3.4. Los modelos son pautas de referencia para servir de guía

vital: metas, valores, ideales, intereses: "¿Como quiénes debo

ser? ¿cómo debo actuar? ¿hacia dónde voy? y ¿en qué creo?".

Con base en estas condiciones, en el siguiente capítulo se

detallará la secuencia práctica de pasos que pueden servir para

mejorar la autoestima.

CONCLUSIÓN

Es importante recalcar que la autoestima no es una actitud

“mental” que pueda mejorarse simplemente alentando de forma

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vaga una escondida o adormecida capacidad de

autorrealización. Tampoco está compuesta de un solo

repertorio, ni puede mejorarse al margen de la interacción

concreta de cada individuo con su circunstancia. Se expresa en

actos y se verifica con relación a parámetros precisos. En

consecuencia, requiere del análisis conductual para

operacionalizar sus pautas de desarrollo. Como hemos visto en

las secciones sobre los programas de asertividad y habilidades

sociales, hay maneras objetivas para llevar a cabo programas de

intervención en el sector del comportamiento que tratamos en

este capítulo y en el próximo.