Antología Leyendas de Guadalajara

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1 Antología Leyendas de Guadalajara Alan Roberto Aretia Domínguez Mauricio Patiño Moreno Daniel Alejandro Serna Reyes Instituto Técnico Y Cultural Martes 18 de septiembre 2012

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Compendio de leyendas

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Antología Leyendas de Guadalajara

Alan Roberto Aretia Domínguez

Mauricio Patiño Moreno

Daniel Alejandro Serna Reyes

Instituto Técnico Y Cultural

Martes 18 de septiembre 2012

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Presentación………………………………………….3

El árbol del vampiro………………………………….4

El árbol del ahorcado………………………………..6

El niño que tenía miedo a la oscuridad……………7

El taller de las muñecas…………………………….8

Alfredo y Julia………………………………………..13

El reloj…………………………………………………16

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Seleccionamos estas leyendas porque fueron las que más nos gustaron y todas

son de Guadalajara. El objetivo es que el grupo conozca algunas leyendas de

Guadalajara.

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El Árbol del Vampiro

Cuenta una de las leyendas del Panteón de Belén que hubo un vampiro que se

alimentaba de la sangre de los tapatíos. Todo empezó cuando encontraban

pequeños animales en la ciudad sin una gota de sangre.

Después encontraron niños muertos y lo peor sin sangre. Pánico reinaba en las

calles al caer la noche. La gente no salía al obscurecer y se quedaban en sus

casas rezando por sus vidas.

Hubo unas personas que estaban cansadas de esta situación y se armaron de

valor para acabar con la amenaza nocturna. Después de seguir las pistas del

vampiro lo emboscaron. La misma noche le pusieron una estaca de madera en el

corazón que le causo la muerte.

Al día siguiente la comunidad lo sepultó y pusieron lápidas grandes sobre el

cuerpo con la esperanza de que no surgiera otra vez por la noche.

Después de muchos meses las lápidas fueron quebrantadas y un árbol salió de la

tumba del vampiro. Ese árbol todavía existe en el panteón y se cree que nació de

la estaca que fue clavada en el corazón del vampiro. Cuando la gente cortaba

pequeños pedazos este sangraba. La sangre provenía de las víctimas del

vampiro.

Durante la noche se dice que puedes ver las caras de las victimas reflejadas en el

árbol. Este árbol parece que está encantado y una de las leyendas del Panteón de

Belén más popular.

La gente dice que deben tener vivo el árbol por que cuando el árbol muera el

vampiro aparecerá. Actualmente, el árbol del vampiro es protegido con un cancel

porque mucha gente acostumbraba a trozar el tronco para ver si salía sangre y por

ende el árbol se estaba secando.

El árbol está en buenas condiciones y mientras el árbol viva la leyenda vivirá.

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El Árbol del Ahorcado

Al otro lado del Panteón de Belén se encuentra el Hospital Civil Viejo.

Una de las leyendas del Panteón de Belén había un paciente muy enfermo que

tenía cáncer. Este joven muchacho estaba muriendo. La madre del muchacho

trataba de motivarlo y salir adelante pero nada aliviaba su dolor.

Los doctores del hospital decían que habían hecho todo lo que estaba en sus

manos y que no había más que hacer. Una vez, mientras dormía el joven

Santiago, la madre le puso una foto de un santo preferido.

Al día siguiente cuando Santiago vio la foto en su mano maldijo y renegó de su

enfermedad. Su mamá trato de calmarlo y le pidió que tuviera fe y que Dios le

diera la salud. Santiago estaba tan furioso que le pidió a su mamá que saliera del

cuarto y que lo dejara solo y que no quería saber nada de Dios.

Esa noche encontraron al joven colgado de un árbol al lado del hospital es decir,

en el panteón. Actualmente, solo queda el tronco del árbol y se dice que en la

noche se ve la sombra del joven ahorcado.

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El Niño que Tenía Miedo a la Obscuridad

Ignacio tenía un extraño problema desde que nació. Su fobia era el miedo a la

obscuridad y a los lugares cerrados.

Era tan grande su miedo que sus papás tenían que dejar la luz prendida y abiertas

las ventanas durante la noche para que pudiera dormir. Desafortunadamente,

después de cumplir un año Ignacio murió su cadáver fue sepultado en el Panteón

de Belén.

Al otro día los encargados del panteón se sorprendieron quela tumba estaba

abierta y colocaron la lápida en su lugar. Este hecho sucedió por diez días

seguidos.

Los papás comentaron a los vigilantes del cementerio la fobia que tenía su hijo. Al

parecer todavía tenía miedo aun después de la muerte. Por lo tanto, decidieron

poner en alto la tumba del niño para que no estuviera debajo de la tierra.

Cuando fuimos a visitar cementerio vi la tumba con muchos juguetes para que el

niño juegue por la noche y no haga travesuras.

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El Taller de las Muñecas

Desde la construcción de este edificio su principal objetivo fue el de recoger,

alimentar y educar a los niños huérfanos. Hace muchos años había entre los

cientos de internos que había en el Hospicio Cabañas, niños de todas las edades

y de todos los tamaños, algunos ya tenían, mucho tiempo, pero otro apenas

acababan de ingresar.

Había entre todos los internos una pequeñita de tres años, de nombre Rosa, a

quien todos le llamaban “Rosita”.

La pequeña era la consentida de los niños y de todas las monjas, porque a pesar

de su corta edad, tenía una cara de ángel, una suave, tierna y dulce voz que

alegraba a todo aquel que la escuchaba, tenía también unos ojos azules, tan

puros como el cielo; sus manos parecían dos florecitas de jazmín.

La pequeña era muy solicitada y procurada por los internos, quienes gozaban y se

complacían al verla sonreír. Si la pequeña se encontraba en el jardín, ahí era

donde acudían todos los niños para estar cerca de ella. Nunca la hacían llorar

porque cuando lloraba, su expresión era de tal tristeza que deprimía y entristecía a

los que la veían llorar.

Cuando Rosita iba a comer en su turno (es preciso aclarar que las religiosas

tenían la necesidad de dar de comer a los internos por turnos, ya que el comedor

solo tenía capacidad para 250 niños en una tanda) Siempre se llenaba de par en

par incluyendo las ventanas por fuera del comedor, nada más para observar a la

gentil y graciosa pequeña. Continuamente las monjitas sin poder disimular,

también seguían amorosas tiernamente a la pequeña.

La religiosas aprovechaban muy bien la popularidad de Rosita para lograr algunos

de los objetivos difíciles, como era la recolección de las frutas en la huerta durante

la temporada; esta era un faena dura que los niños siempre revisaban y por nada

del mundo querían hacer, valiéndose para esto de mil pretextos marrullerías, no

les importaba que les impusieran los más duros castigos, preferían sufrir estas

penas que ir a recoger las frutas: naranjas, guayabas, mangos, etc.… Pero

cuando Rosita empezó a recoger las frutas, entonces la huerta se lleno de niños y

niñas como nunca antes se había visto.

Esta idea también la aplicaron en misa y desde ese día nunca más se volvió a ver

la iglesia vacía, que todos los niños querían estar cerca de Rosita pues parecía

una angelito en medio de todos los niños queriéndole tocar sus manos, mejillas o

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su pelo. Pasaron cinco años y Rosita no perdía su popularidad dentro del

Hospicio, todos la seguían queriendo, los niños, los mozos, maestros y

empleados; sin embargo una monja sentía celos de que todos querían a Rosita

más que a ella y, parecía que además de quererla también la respetaban y la

obedecían, esto era lo que la llenaba de cólera.

Las monjas enseñaron muy bien el oficio de costurera a Rosita, quien lo aprendió

casi a la perfección a pesar de ser todavía una niña.

El taller se llenaba de costureras y curiosos cuando Rosita estaba trabajando.

Un día Rosita tuvo la idea de hacer una muñeca de trapo con los retazos que

sobraban, y la hizo tan bonita que la muñeca llamó la atención de todos. En

efecto, esta muñeca quedó tan bien hecha que las monjas decidieron llevar el

juguete a exhibirlo a una de las tiendas del centro de Guadalajara; más tardaron

en ponerla en el aparador que en venderla.

La noticia causó tanta satisfacción a las monjas que tomaron la decisión de que

Rosita, en lugar de hacer vestidos y pantalones para sus hermanitos, ahora se

dedicara a fabricar muñecas de trapo como aquella que había hecho primero. A

Rosita le había parecido muy bien la idea de dedicarse a hacer las muñecas.

Desde ese día, ella se dedicó con mucho gusto a fabricarlas. El tiempo pasó y

Rosita enseñaba a otras niñas a hacer las muñecas, pero las de ella eran las más

bonitas y las que más se vendían porque tenían la carita de ternura y sus

pantalones y vestidos eran muy originales.

De pronto surgió un problema. Rosita estaba muy ocupada en la producción de

muñecas, pero también sentía la necesidad de jugar con sus propios juguetes; sin

embargo, a pesar de que ella misma las hacía, nunca tenía ni siquiera un

momento libre para poder jugar con ellas, porque las monjas siempre estaban

vigilando par que mientras trabajaba no platicara con nadie o se distrajera con

alguna otra cosa.

A las religiosas si les convenía que Rosa trabajara mucho porque entre más

muñecas hiciera, más dinero ganaban. Así es que Rosita tuvo que ingeniárselas

para encontrar un momento de completa libertad, y así darse tiempo para jugar

con sus propias muñecas. Una vez esperó a que todos se quedaran dormidos

para levantarse a media noche y salió de su dormitorio para cruzar el patio mayor

y llegar al patio norte, donde se encontraba el taller; ahí estaban las muñecas

guardadas en unos cajones que permanecían abiertos. De esta forma llegaba y se

metía sigilosamente hasta dentro del taller, envuelta en la más negra de las

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obscuridades, pero ella siempre llevaba consigo una vela y un fósforo para

alumbrarse.

Una vez dentro, Rosita sacaba a todas las muñecas de sus cajas y las sentaba en

el suelo, como si fuera el aula de clases, quizás porque Rosa veía cómo las

maestras impartían sus clases, y cómo trabajaban con los niños. Parecía como si

la pequeña mostrara su obsesión por los maestros, pues su mayor ilusión, también

era ser maestra para enseñar a los niños.

De esta forma Rosa mostraba su anhelo y amor por las muñecas, porque además

de sentarlas a todas en el piso, bien formaditas, utilizaba el mismo pizarrón en que

las maestras de corte y confección enseñaban la clase, Rosita lo utilizaba también

para dar sus clases nocturnas; y como si esto fuera muy poco, a cada una de las

muñecas, Rosita les ponía nombres y con ellas jugaba toda la noche y muchas

veces, casi hasta las primeras luces del alba, hora en que se termina ya la vela.

Esta era la forma en que la pequeña se divertía todas las noches, convirtiéndose

en una costumbre que hasta entonces nadie había notado.

Rosa era una niña muy ordenada y aseada por lo tanto tenía la costumbre de que

después de haber terminado de jugar, volvía a acomodar todo en su lugar, de tal

forma que nadie se daba cuenta de lo que había ocurrido la noche anterior. Cabe

hacer nota que ella no tenía dificultad al entrar al taller por las noches, porque

siempre dejaba abierta la ventana, de esta forma no llamaba la atención.

El tiempo pasaba y noche tras noche se repetía la misma escena en el taller

donde se fabricaban las muñecas.

Pero una noche, una de las monjas se sintió mal y tuvo la necesidad de ir a la

enfermería; para ello tenía que pasar por el taller de muñecas. La sorpresa fue tan

enorme cuando vio una luz dentro del salón, que en lugar de ir a la enfermería se

devolvió a su dormitorio corriendo, con los cabellos erizados, con un pálido color

de piel y sin poder hablar, de tal forma que se olvidó el dolor de estómago.

Al otro día, cuando ya se había controlado la monja, contó a sus compañeras que

la noche anterior había visto una fantasma en el taller de muñecas.

Esta narración la hizo con tal veracidad que sus compañeras si le creyeron y tres

de ellas se pusieron de acuerdo para ir en la noche al mismo lugar donde su

compañera se había asustado. De esta forma esperaron a que llegara la media

noche para dirigirse al taller y llenas de valor se encaminaron a ese lugar. Y en

efecto, vieron que adentro había una luz que se reflejaba por debajo de la puerta,

y sigilosas se acercaron para asomarse por la vieja cerradura de la puerta. Las

monjas se llevaron otra sorpresa, cuando a la débil luz de la vela, alcanzaron a ver

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las muñecas que estaban sentadas en el piso, todas bien formaditas y ordenadas,

y de pronto escucharon una dulce y delgadita voz que daba órdenes a las

muñecas. Esta impresión fue mayúscula y todas corrieron despavoridas gritando

como locas, cuando llegaron a sus dormitorios sus compañeras también se

sorprendieron.

Al siguiente día todas andaban contando lo sucedido, las monjas decían que las

muñecas en la noche se levantan, caminan y hablan, desde ese día ya nadie

quería pasar en la noche por el taller de muñecas.

Esto también llegó a oídos de la directora, quien era muy poco creyente en los

fantasmas. Al cabo de tres días, la misma directora invitó a las monjas que se

habían asustado con las muñecas a que fueran con ella por la noche para ver y

comprobar aquellos falsos rumores, y demostrar que todo tenía una explicación

natural, para ello propuso que desde muy temprano todas juntas se escondieran

dentro del taller, detrás de las cajas. Y si lo hicieron las monjas y la directora, se

escondieron desde las siete de la noche para descubrir aquel secreto.

La desesperación y el miedo se iban apoderando de las monjas conforme pasaba

el tiempo.

El reloj del Hospicio marcó las doce de la noche, cuando se escucharon en los

pasillos unos pequeños pasos acercándose sigilosamente. Al llegar a la puerta del

taller se detuvieron, esto causó temor a las monjas y estuvieron a punto de salir

gritando juntas con la directora. Pero de pronto, los pasos se volvieron a escuchar,

ahora se acercaron junto a la ventana, y esta empezó a rechinar para abrirse

lentamente, y ante los ojos sorprendidos de las monjas, la pequeña Rosa se

brincó ágilmente por la ventana y la volvió a cerrar con mucho cuidado. Luego se

dirigió al centro del salón para encender su pequeña vela, la que puso sobre una

caja de madera, luego sacó las muñecas, y las colocó de frente al pizarrón y

empezó a jugar a la escuela como siempre, y luego a nombrar a cada una de las

muñecas por su nombre como si estuviera pasando lista.

De pronto se escucharon unas fuertes carcajadas a sus espaldas que la dejaron

paralizada, el susto fue enorme, pues nunca imaginaba que las risas eran de las

monjas y la directora, que estaban escondidas, el susto que se llevó Rosita fue tan

grande que dio un fuerte grito y cayó desmayada sobre el piso, rápidamente y sin

perder tiempo la llevaron a la enfermería donde horas más tarde recobró el

sentido; desde ese día empezó a ponerse enferma, sin tener ganas de comer,

vomitando lo poco que se comía y así estuvo durante largos 22 días.

Cada día que transcurría Rosita se ponía más y más delgada, su cuarto estaba

repleto de niños preocupados porque Rosita estaba enferma.

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Hasta que una mañana del mes de abril Rosita cerró sus bellos ojos y dejó de

existir. La muerte de Rosita llenó de dolor, depresión y tristeza a todo el Hospicio,

y por órdenes de la directora fue velada por dos noches seguidas en la capilla

antes de sepultarla en el panteón de Los Ángeles (este cementerio estaba donde

hoy se encuentra la antigua central camionera).

El tiempo transcurrió y el recuerdo de Rosita no se borraba, seguía latente en el

Hospicio.

Una noche las mismas monjas que se habían burlado de Rosita, al ir cruzando por

el taller de muñecas volvieron a ver la misma luz dentro del cuarto oscuro. Esto les

causó gran impresión y pensaron que algún otro niño o niña se encontraba

adentro jugando con las muñecas. Las tres juntas, burlándose decidieron abrir la

puerta del cuarto pero, ante sus ojos desorbitados, vieron a Rosita, que una vez

más estaba jugando con sus muñecas. Las tres monjas pegaron un grito tan fuerte

que se escuchó en todo el Hospicio, y del susto también quedaron tiradas sobre el

piso. Al día siguiente cuando abrieron el taller encontraron a las monjas

desmayadas, las llevaron a la enfermería donde recobraron el sentido, y más tarde

contaron a todos lo que habían visto, luego abandonaron el Hospicio y nunca más

se volvió a saber más de esas tres monjas. Hoy en día el cuarto donde se

encontraba el taller de costura, en su lugar se encuentra el Museo de Sitio y

ciertas noches se sigue viendo una extraña y misteriosa luz y también se escucha

una voz de una niña jugando con sus muñecas.

“Si el Hospicio Cabañas Hablara” pág. 38 Rubén Rodríguez Corona.

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Alfredo y Julia

Durante la larga historia de la antigua Casa de la Caridad y Misericordia, la cual ha

albergado a un considerable número de niños desamparados, han ocurrido

acontecimientos merecedores de darse a conocer a la sociedad.

Una mañana de verano llegó hasta las puertas del hospicio un señor que dijo

llamarse Pedro Jiménez Ramírez, y era originario de Arandas, Jalisco.

Este hombre traía consigo a dos pequeños, explicándole a la directora que los

niños habían quedado completamente huérfanos, sin ningún familiar o pariente;

ellos eran los dos únicos hijos de una joven pareja que por cuatro años fueron sus

vecinos y que una noche fueron muertos dentro de su casa para robarlos, y por

esta razón a don Pedro no le quedó otra opción más que recoger a esos dos

huérfanos, agregando que no se podía quedar con ellos por estar casado y tener

tres hijos que mantener, además de carecer de recursos económicos, por lo que le

resultaba muy difícil seguir manteniéndolos más tiempo.

El mayor de los niños tenía dos años y su nombre era Alfredo, la menor tenía un

año y su nombre era Julia.

La directora, después de haber escuchado la historia de los huérfanos, los registró

como internos comprometiéndose a darles protección y la educación

correspondientes; de esta forma, los pequeños se integraron al plantel iniciando

así una nueva vida. Con el paso del tiempo Alfredo y Julia se olvidaron de que

eran hermanos, como era normal debido a su corta edad; también influyó mucho

el que se hubiera cambiado la directora y a algunos de los empleados del

hospicio, entre ellos, los que habían registrado a los dos niños.

Se debe hacer notar que el Hospicio Cabañas antiguamente fue muy famoso por

contar con señoritas muy bien formadas, tanto social como moralmente. En toda

esta región y en los estados vecinos, valoraban mucho a las señoritas

hospicianas, a quienes se les proporcionaba una atención especial, misma que

era garantía de su casta virginidad, además de estar muy bien preparadas en las

labores domésticas.

Al hospicio llegaban los hijos de ricos comerciantes, ganaderos, agricultores y

hacendados, etc., que iban en busca de señoritas en edad casadera para formar

un hogar, y por algún tiempo fueron las hospicianas muy solicitadas en toda la

región.

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Algunas veces también surgían noviazgos entre los mismos internos, pero todo

esto se hacía con permiso de la dirección, la que a su vez, nombraba a una de las

monjas para que supervisara dicho noviazgo, destinándoles de esta forma un

lugar y una hora especial. Alfredo y Julia todavía no cumplían la mayoría de edad

cuando se conocieron durante una función de pastorelas, que se celebraban con

mucho arraigo dentro del hospicio.

Se debe tomar muy en cuenta que las monjas seleccionaban a los internos para

que formaran parte de estas pastorelas.

Julia era una de las “Jilas” (pastora que es la primera voz en los cánticos) y

Alfredo era el Bartolo (el pastor más flojo y tragón) de la misma Pastorela, y por

azares del destino Cupido los flechó y se convirtieron en novios oficiales.

Tenían ya dos años de noviazgo cuando cumplieron la mayoría de edad, y por lo

tanto ya deberían abandonar el hospicio, pues ya estaban formados cultural, física

y moralmente para incorporarse a la sociedad.

Por esta razón los jóvenes decidieron hablar con la directora, para comunicarle

que la decisión de ellos antes de salir, era casarse dentro de la capilla del

hospicio, por haber sido su hogar durante tantos años.

La señora directora dio su aprobación, haciéndose todos los preparativos

necesarios para su boda, escogiéndose como fecha el día 10 de mayo.

Es muy importante recordar que la dirección que dio la autorización de la boda no

era la misma que los había registrado a su llegada al hospicio, por lo tanto

ignoraba el parentesco que unía a la hasta entonces feliz pareja.

Por curiosidad, la noche del 9 de mayo, la directora quiso consultar el origen de

cada uno de los novios. La sorpresa fue enorme cuando descubrió que en uno de

sus libros del registro Julia y Alfredo aparecían como hermanos carnales, hijos de

la misma madre y del mismo padre, y también pudo darse cuenta de que eran

originarios de Arandas.

Al enterarse la directora de tal verdad, inmediatamente mandó llamar a l pareja

para ponerla al tanto de la realidad. Los muchachos en ese momento se

encontraban dormidos, pero fueron a despertarlos.

La sorpresa fue tremenda para los novios, quienes no podían creerlos, pensando

que sólo se trataba de alguna mentira con el fin de separarlos.

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La directora les mostró la hoja del libro de registro, donde se especificaba

claramente que eran hermanos, así como el día y el nombre de la persona que los

había entregado al hospicio.

Esta noticia fue muy dura para los dos jóvenes, después de lo sucedido Julia

decidió quedarse en el hospicio y así dedicar su vida al cuidado de los huérfanos.

Por su parte Alfredo quiso abandonar el edificio, no sin antes jurar ante su

hermana que regresaría algún día para sacarla del hospicio, pues en ese

momento no tenía a donde llevarla. Con esta promesa y una gran ilusión de

trabajar para juntar dinero suficiente y sacar a su hermana del hospicio, se fue.

Pasaron siete años cuando Alfredo regresó con dinero en busca de su hermana,

pero ésta ya había muerto a causa de un contagio de viruela, enfermedad que

adquirió por tener contacto con los niños enfermos que ella misma atendió en la

enfermería (donde hoy se encuentra la escuela de música).

Julia fue sepultada en La Necrópolis de Santa Paula hoy llamado Panteón de

Belén, sólo la muerte pudo romper y terminar con este amor.

“Los amores en Jalisco, nada más los rompe Dios…”

“Si el Hospicio Cabañas Hablara” pág. 45 Rubén Rodríguez Corona.

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El Reloj

Una de las joyas más importantes que el Hospicio ha tenido durante su larga

historia, ha sido sin duda, el gran reloj que se localizaba en la parte superior de la

espadaña de la capilla principal.

Este reloj fue comprado a finales del siglo XIX especialmente para decorar el

antiguo hospicio Cabañas. Fue uno de los primeros relojes públicos de la ciudad

de Guadalajara. Su funcionamiento era mecánico (de cuerda). Era en éste donde

los internos aprendía a leer la hora con la ayuda de las monjas, además, timbraba

cada cuarto de hora y funcionaba a la perfección.

Era responsabilidad específica de la dirección su mantenimiento. Había dentro del

Hospicio un mozo de nombre Aurelio, a quien se le asignó la tarea de limpiar y dar

cuerda al reloj, para ello había que subirse hasta la parte superior de la espadaña

(campanario), todos los niños y las monjas ya conocían de memoria sus

campanadas.

Para la celebración del Año Nuevo en el hospicio se hacía una modesta fiesta

donde se divertían y se comía de lo mejor que se podía. La dirección organizaba

concursos de villancicos, piñatas y daban pequeños regalos a los triunfadores, a

las doce de la noche se oficiaba la misa de gallo para recibir el Año Nuevo,

entonces las campanadas del reloj eras esperadas con ansias para celebrarlo, y

ahí estaba el reloj, siempre puntual con sus clásicas campanadas, lo mismo

ocurría con la celebración de Navidad.

El reloj también se alcanzaba a ver desde el teatro Degollado, por lo tanto servía

para orientar a los transeúntes.

Un día, sin que nadie se diera cuenta, el reloj dejó de funcionar cuando marcaba

las nueve de la mañana en punto, fue uno de los pequeños el primero que se dio

cuenta de este hecho y comentó a las monjas, y éstas a su vez, lo comunicaron a

la dirección, y en efecto, ante la incredulidad de todos el reloj se había detenido.

La directora regañó a don Aurelio quien tampoco se había dado cuenta de tal

hecho, el reloj fue revisado minuciosamente, pero su mecanismo se encontraba en

perfectas condiciones.

Más tarde el reloj siguió funcionando como siempre, solo don Aurelio se

preguntaba cuál era el motivo o la razón, o por qué el reloj se había detenido

inexplicablemente, pues a él si se le hacía raro.

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Pasaba el tiempo y el reloj seguía funcionando perfectamente, los niños del

hospicio, con ayuda de las monjas aprendieron a leer el reloj de manecillas

primero que los de otras escuelas de la ciudad. Era un orgullo para los niños del

hospicio cuando alguien les preguntaba la hora, alzaban la cara con altivez para

leer el reloj, causando la admiración.

Pero dos meses más tarde de que don Aurelio se había preguntado el por qué se

había detenido el reloj tan misteriosamente, un día se volvió a detener de nuevo,

pero en esta ocasión la persona que se dio cuenta de ello fue el propio don

Aurelio; notó que se detuvo exactamente a las 11:05 a.m. y sin perder tiempo

rápidamente subió hasta el campanario para volver a revisar el mecanismo del

reloj, en cuya tarea se llevó buena parte del día sin encontrar ninguna falla; este

detalle le causaba dos preocupaciones: la primera era que alguno de los internos

le hubiera lanzado una piedra, pues cada año, el 15 de septiembre, hacían un

concurso de tiro con resortera el cual siempre resultaba para los jueces reñidísimo

el poder elegir a los ganadores, hubo ocasiones en que se tuvo que nombrar a

cinco primeros lugares porque los pequeños eran unos expertos en esta disciplina.

La segunda preocupación era que alguna de las palomas tuviera la costumbre de

meterse dentro del reloj, pero esto nunca se pudo comprobar.

Conforme el tiempo iba pasando don Aurelio estuvo más atento que nunca para

tratar de descubrir la verdadera causa que hacía que el reloj se detuviera tan

repentinamente; porque él sabía que si la dirección volvía a darse cuenta de la

descompostura, sería una regañada segura, por esta razón el mozo se escondía

todos los días en la azotea cerca del reloj para descubrir el problema.

Transcurrieron quince días sin que pasara nada, hasta que un día, el reloj se

detuvo nuevamente cuando marcaba las 12:00 p.m. exactamente a medio día ante

los incrédulos ojos de don Aurelio, quien rápidamente salió de su escondite para

volver a revisarlo antes de que alguien se diera cuenta de lo ocurrido. Pero en esa

ocasión casi todos los que se encontraban dentro del hospicio se dieron cuenta de

tal suceso, porque ya no dio las campanadas de las doce, momento en que los

niños deberían de salir al recreo.

Los internos empezaron a desesperarse dentro de las aulas de clases, y a las

monjas no les quedó otra opción mas que ir corriendo hasta el patio principal para

cerciorarse personalmente que era lo que pasaba con el reloj. Esto llegó a oídos

de la directora, quien encolerizada se reunió con las religiosas en el mismo patio,

todas observaron el reloj, y al ver que don Aurelio se encontraba revisándolo,

provocó el enojo de la directora, pensando que él era el causante de tal avería, y

nada mas lo hacía para divertirse, porque ya sabía el descontrol que causaba

entre el personal del edificio la descompostura del reloj, y esto no se lo iba a

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perdonar, por esta razón le llamó la atención muy duramente al empleado, que a

pesar de su cierta y clara explicación de que él tampoco sabía nada de este

hecho, no le valió de nada y terminó siendo despedido por la señora directora.

Ante la mirada curiosa de todos, don Aurelio recogió sus pocas pertenencias y se

marchó obediente, con la mirada clavada en el piso, llena de tristeza, después de

esto el reloj siguió funcionando cuando don Aurelio se marchó; esto llenó de

satisfacción a la directora, pues para ella el problema ya estaba resuelto con la

despedida del empleado. El tiempo siguió transcurriendo y el reloj seguía

funcionando normal, cuando en una ocasión un niño que acompañaba a las

monjas a comprar verduras al mercado, fue mordido por un perro con rabia y éste

tuvo que ser hospitalizado en la enfermería del hospicio, donde le fueron aplicadas

inyecciones cada dos horas para poder salvarle la vida, por esta razón las monjas

que hacías las veces de enfermeras, tenían que estar viendo el reloj para llevar

correctamente el tratamiento.

Conforme pasaban las horas, el niño se ponía más grave, lo que preocupaba a las

religiosas quienes no se cansaban de tanto ir y venir desde la enfermería hasta el

patio principal, donde se encontraba el reloj.

Mas una de las tantas veces que la religiosa estaba viendo el reloj, escuchó desde

la enfermería a una de sus compañeras que la llamaba, y en eso, precisamente

ella vio que el reloj se detuvo exactamente a las 5:00 p.m. mas no le dio

importancia y corriendo se unió con su compañera, y éste le dijo que ya no era

necesario que viera mas el reloj porque el niño acababa de morir y cuando llegó a

la enfermería efectivamente vio que el niño ya había fallecido, fue entonces

cuando ella le preguntó a sus compañeras a qué horas había muerto, todas juntas

le contestaron –A las cinco en punto-, entonces su rostro mostró una expresión de

miedo y por unos instantes no pudo hablar, sólo movía los labios, tuvieron que

pasar unos minutos para que pudiera hablar, y les contó que el reloj se había

detenido a la misma hora que el niño había muerto. Sus compañeras incrédulas

fueron a ver el reloj solo para comprobar que el reloj efectivamente se había

detenido.

Este misterioso hecho dejó con los cabellos erizados a las monjitas que atendieron

al niño, volteándose a ver unas a las otras, y por un buen rato no pudieron articular

palabra alguna.

En esos momentos la directora entró a la enfermería encontrándose a las

religiosas todavía sin poder hablar, después de esto. Ellas mismas fueron quienes

explicaron a la directora lo ocurrido, mas ella no aceptaba aquella fantástica

verdad. Después de este hecho, dos de las monjas se dieron a la tarea de

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investigas las veces que el reloj se había detenido tan misteriosamente, sólo para

comprobar que en cada una de las ocasiones que el reloj había dejado de

funcionar, efectivamente, un niño había muerto en la enfermería.

Este hecho causó desconcierto entre las monjas y los empleados del hospicio, a

tal grado, que al poco tiempo entre los habitantes de la ciudad se comentaba que

el reloj dejaba de funcionar cada vez que uno de los niños internos moría,

corriéndose la noticia como reguero de pólvora, se decía también que el reloj

quería, amaba, protegía y vigilaba a los niños del hospicio, como si fueran sus

hijos.

En una ocasión en que la enfermería estaba casi llena con niños contagiados por

una epidemia de viruela, se cuenta que en un solo día murieron tres de los niños,

fueron precisamente las tres mismas veces en que el reloj se detuvo. Este hecho

lo comprobó también la directora, quien aun así se rehusaba a creer y aceptar la

realidad.

El tiempo siguió transcurriendo y el reloj seguía deteniéndose cada vez que un

niño moría, y al paso de seis meses, la señora directora fue internada en el

hospital de Belén, muriendo a los dos días de haber sido internada; entonces el

reloj se soltó dando campanadas como loco, más de lo normal, y nadie podía

detenerlo, hubo necesidad de mandar traer a don Aurelio para que lo detuviera,

todos estaban desconcertados y no sabían ni por qué el reloj ahora daba

campanadas sin control.

Después de lo sucedido el reloj volvió a funcionar correctamente, pero un 7 de

octubre se detuvo una vez más, esta vez el caso era bastante raro, porque en esta

ocasión no se había muerto ningún niño, y por mas que trataron de buscar una

explicación no encontraron ninguna.

Lo más extraño fue que el reloj no volvió a funcionar, por tal motivo la nueva

directora mandó buscar a don Aurelio para que lo revisara, pero cuando llegaron a

su casa por más que tocaron la puerta nadie les abrió y decidieron brincarse por la

ventana que estaba entreabierta, entonces vieron que don Aurelio estaba

acostado en la cama, y por más que le hablaron no respondió. El viejo relojero del

hospicio, “Don Guellito”, como algunos le llamaban de cariño jamás volvió a

despertar.

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Antología Leyendas de Guadalajara

“Si el Hospicio Cabañas Hablara” pág. 56 Rubén Rodríguez Corona.