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ALGUNOS ASPECTOS SOBRE EL ARTE EN LOS GRUPOS ABORIGENES AGROALFAREROS DE CUBA Por Lic. Arql. LOURDES S. DOMÍNGUEZ GONZÁLEZ Estamos acostumbrados a recibir sistemáticamente variados criterios —no muy justos por cierto— sobre nuestros primitivos habitantes; generalmente la historiografía cubana plantea, y en muchos casos ase- gura, que nuestras comunidades aborígenes precolombinas fueron muy pobres, que su desarrollo fue incipiente, que sus fuerzas productivas fueron exiguas. Muchos de estos historiadores, en sus respectivas obras, a veces no tocan el capítulo aborigen tan siquiera, alegando no solamente lo antes expuesto, sino también la falta de información que dejaron los cronistas de Indias. Hay que tener en cuenta que no sólo en Cuba sucede esto; también durante siglos la verdad sobre nuestras tierras de América se ha tergi- versado o se ha ignorado totalmente. El genocidio perpetrado por los conquistadores en las masas indígenas americanas se silenció escudán- dose tras la cortina mentirosa que propició la religión consecuentemen- te; por esta razón no debemos olvidar lo que dijera nuestro apóstol José Martí: «... la historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria». Nuestras verdaderas raíces, las que unieron y unen en sí a la totalidad caribeñas, donde comienza nuestra identidad cultural es en la etapa precolombina, en la cual estas tierras eran en verdad una sola; esta unidad se encuentra precisamente en ese pasado precolombino cuyo estudio propugnaba el Apóstol. No puede aceptarse el rotundo planteamiento del aniquilamiento total de nuestros indios; la historia olvidada no da derecho a que se omitan verdades. Aquellas verdaderas raíces a que nos referimos anteriormente no fueron tan exiguas que no permitieran su estudio; que éste no se haya PSANA. —51-52 49
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ALGUNOS ASPECTOS SOBRE EL ARTE EN LOS GRUPOS ABORIGENES AGROALFAREROS DE CUBA
Por
Lic. Arql. LOURDES S. DOMÍNGUEZ GONZÁLEZ
Estamos acostumbrados a recibir sistemáticamente variados criterios —no muy justos por cierto— sobre nuestros primitivos habitantes; generalmente la historiografía cubana plantea, y en muchos casos asegura, que nuestras comunidades aborígenes precolombinas fueron muy pobres, que su desarrollo fue incipiente, que sus fuerzas productivas fueron exiguas. Muchos de estos historiadores, en sus respectivas obras, a veces no tocan el capítulo aborigen tan siquiera, alegando no solamente lo antes expuesto, sino también la falta de información que dejaron los cronistas de Indias.
Hay que tener en cuenta que no sólo en Cuba sucede esto; también durante siglos la verdad sobre nuestras tierras de América se ha tergiversado o se ha ignorado totalmente. El genocidio perpetrado por los conquistadores en las masas indígenas americanas se silenció escudándose tras la cortina mentirosa que propició la religión consecuentemente; por esta razón no debemos olvidar lo que dijera nuestro apóstol José Martí:
«... la historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria».
Nuestras verdaderas raíces, las que unieron y unen en sí a la totalidad caribeñas, donde comienza nuestra identidad cultural es en la etapa precolombina, en la cual estas tierras eran en verdad una sola; esta unidad se encuentra precisamente en ese pasado precolombino cuyo estudio propugnaba el Apóstol.
No puede aceptarse el rotundo planteamiento del aniquilamiento total de nuestros indios; la historia olvidada no da derecho a que se omitan verdades.
Aquellas verdaderas raíces a que nos referimos anteriormente no fueron tan exiguas que no permitieran su estudio; que éste no se haya
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realizado con anterioridad no permite plantear tan categóricamente la carencia de fuentes que se aduce. Los últimos quince años de investigación arqueológica con métodos científicos realizadas en Cuba ha permitido, conjuntamente con el aporte legado por algunos investigadores de épocas anteriores, nutrir y aumentar nuestra visión sobre la comunidad primitiva cubana, trayendo como resultado que las ideas de pobreza y depauperación hayan quedado totalmente descartadas por anticientíficas.
Nuestro archipiélago, así como el resto de las Antillas, estuvieron poblados en la etapa precolombina y desde épocas muy tempranas, pues las fechas más antiguas, hasta el momento, datan de seis mil años antes del presente, y tal vez en estudios futuros se pueda alargar un poco más esta antigüedad. Cuando la colonización española llega a nuestras playas, los grupos agroalfareros de origen arauco poblaban estas tierras sedentariamente, practicando la agricultura como principal actividad económica. Obras recientes sobre esta materia coinciden en plantear que las fuerzas productivas de estos grupos se habían desarrollado a un grado relativamente considerable, lo que nos permite valorar a estos grupos agroalfareros nuevamente.
El arte, como forma de la conciencia social, refleja la base que lo engendra, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que permiten su ejecución. Estos aspectos, a su vez, nos ayudan a valorar el desarrollo artístico que alcanzaron nuestras comunidades precolombinas. La resultante cubana es bien ostensible, como podremos ver en la muestra que expondremos.
Estas manifestaciones de la plástica aborigen a que nos referimos, los objetos de arte aborigen cubano, que en gran mayoría se encuentran diseminados por casi todo el ámbito nacional, nos permiten pensar que estos hombres llegaron a alcanzar una tecnificación tal, lo que nos hace muy difícil pensar en una creación fortuita, esporádica o pasajera.
Son estos exponentes el testimonio fehaciente, que invitamos a valorar, no sólo en esta muestra que exponemos, sino en otros museos o colecciones y donde se refleja la destreza de artífices avezados, y la existencia de formas preestablecidas que se reiteran sistemáticamente como si fueran cánones rígidos para materiales y formas.
Por ser pueblos alfareros de larga tradición ancestral, utilizaron el barro abundantemente, aprovechando la enorme posibilidad expresiva que permite este material, y que en muchas ocasiones se reiteran en el tratamiento de otros materiales, como, por ejemplo, la piedra, tanto blanda como dura, la concha, el hueso, la madera, etc.
El principal motor en la ejecución de estos objetos artísticos son los valores ético-religiosos del grupo que los crea y que se representan plásticamente mediante un trabajo altamente calificado en un artesano debidamente entrenado para ello, posiblemente de generación en genera-
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ción, conformado a un proceso emocional y material dentro de un clima propicio, en donde, sin lugar a dudas, debió existir el tiempo-labor disponible para la realización de esta tarea.
Su arte es profundamente utilitario, representa deidades queridas o temidas, siempre supeditadas a la necesidad de su representación para el logro de algún bien material solicitado a través de los ritos mágico-religiosos correspondientes.
La intención realista dentro de la elaboración de estos objetos o piezas artísticas está dado con lo mejor que posee el artesano que lo confecciona, con lo mejor de su técnica, con lo mejor de su maestría, con la intención plena de representar la realidad que impera en su necesidad, no la realidad que le rodea, sino la realidad de su mundo mítico-religioso, el cual debe poner de manifiesto con lo mejor de su ejecución, siempre cumpliendo con ideas preconcebidas, las cuales deben estar profundamente arraigadas en él.
Sin duda, el arte de nuestros aborígenes, tan poco conocido hasta ahora, es un mundo poco explorado que espera del trabajo de todos.
FOTOGRAFÍAS
Todas las piezas son de la colección de la Academia de Ciencias de Cuba. Pertenecen a los grupos agricultores o ceramistas de Cuba en las regiones orientales del país.
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