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71 8 SAN AGUSTIN: LA MORAL Y U\ POLITICA son neg li gent es en ofrecer por sus pecados al Di os verdadero, que es el suyo, un sacrifi - cio de humildad. de propiciación y de su pl ica. A estos emperadores los proclamamos felices: ahora en esperanza, y des pués en rea· lidad, cuando ll egue lo que esperamos (De cú, Dei 5, 24). INSUF ICIENC IA DE LAS RE BLI CAS PARA LA FE LI C IDAD: SU PAPEL EN LA HI STORIA MUNDANA Todas las n rdad es fil osólkas y científicas, \' aJores morales e instituciones ci vi - les útil es de los paga nos pe rl en«e n a los cristianos porque pro\'ienen del ver- dadero Dios (28). Todas las ve rdades se encue ntr an en la Escritu ra IU (29). Cua ndo la ,'oluntad se une a Di os alca nza la bi ena\'enturanza, c uando se apar- ta de Di os y se co m' ic rte hacia sí misma o se une a lo exterior o a lo inf erior, aun siendo t odo esto bueno, hace el mal (30), E l egoís mo, la soberbia y la avar icia ll evan al hombr e a 10011 cl ase de imluietudes, e intentando ser más obtiene ser menos (31 ). Estos vicios implican amor propio desordenado, empequcñrt'cn al hombre y lo co nducen a In perdición; al contrario de la caridad que es amor ge - neroso. el cual in crementa su ser y lo condu ce a la salvación (32). 28. Si tal vel los que se ll aman fi lósofos dijeron al gunas verdades confonnes a nuestra fe. y en especial los pl atón icos. no sólo no hemos de temerl as, sino rec lamarl as de e ll os corno inju st os poseedores y apli carl as a nuestro uso. Porque así como los egipeios no sólo tení an ídolos y cargas pesadísi mas de l as cuales huía y detestaba el pueblo de Israel, sino también vasos y alhajas de oro y plat a y ves ti do, que el puebl o escogido, al salir de Egipto, se lleconsi go ocultame nte para hace r de ell o mejor uso, no por propia autoridad sino por man - dato de Dios. que hi zo prestaran los egipcios. s in saberl o. los objetos de que usaban mal; así también todas las ciencias de los ge ntil es no sólo conti enen fábu l as fingid as y su¡x: rsti - ciosas. y pesadísimas cargas de ejercicios inútil es, que cada uno de nosotros sali endo de la sociedad de los ge ntil es y ll evando a la cabeza a Jesucristo ha de aborrecer y detestar. sino también cont ienen las cienci as li beral es. muy aptas para el uso de la verdad, cienos prece p- tos mocaIes ut ilísimos, y hasta se hallan enlre ell os algunas verdades tocan tes al culto del mi s- mo úni co Di os. Todo esto es como el oro y plata de ellos, y que no lo instituyeron e ll os mis- mos, sino qu e 10 extrajeron de cie rtas como minas de la divina Providencia, que se halla infundida en todas partes. de cuya ri que7 .a perversa e injuriosameme abusaron contra Di os para dar culto a l os demo ni os; cua ndo el cri stiano se aparta de tedo corazón de la infe liz so- ciedad de los gentil es debe arrebatarles est os bienes para el uso j usto de la predi cac ión del Evange li o. Tambi én es c it o coger y ret ener para convenir en usos cristian os el vestido de e ll os. es decir, sus instituciones purame nt e human as. pero provechosas a la sociedad, de l as que no podemos carecer en la prese nt e vida (De doc. cllrist. 2, 40, 60). 123. Est:lomm\'aleocia de la Escntul1!.luy que referirla a 105 .'3.lores morales y religiosos. TEXTOS DE SAN AGUSTIN 719 29. Así como es mucho menor la ri queza del oro, de la plat a y de los ves ti dos, que el pueblode Israel sacó de Egipto, en compamción de los bi enes que des pués consiguió en Je- rusalén, lo que de un modo especial se manifestó en el rei nado de Salomón, as í también es mucho me nor toda la cie nci a recogida de l os li bros paganos. aunque sea útil , si se com- para con la ciencia de l as Escri turas di vinas. Porque todo lo que el hombre hubiese apren- dido fu era dc ellas, si es nocivo, en e ll as se eondena; si úül , enell assee ncuentra. y si cada uno encuentra allí cua nt o de uti l aprendió en otra parte. con mucha más abundanci a en- contrará allí lo que de ninn modo se aprende en ouo lugar, sino únicamente en la admi- rable sublimidad y senc ill ez de l as d iv inas Esc ritu ras (De doc. cll ris t. 2, 42, 63), 30. Cfr. text o 22. 3 1. Cfr. te xto 23. 32. Cfr. tex to 24 . VIRT U DES VERDADERA S V VICIADAS An á lisis crítico de la sociedad pagana El supremo bi en, aquel po r ti que deben desear se todos los bienes, detennina la relici dad humana (33). La úni ca razón para fLI 0s0far es lograr la felicidad (34). La sabiduría, la pacie nci a y la bienave ntu ra nza so n dones de Di os; el gober- nante cristi a no debe proc urar a sus subdit os l os bienes reli & osos, además de l os mate ri ales (35). Las acciones objeth'amente buenas de l os paga nos no eran ta- l es por qu e l es fa lt aba la buena int ención dirigida hacia Di os (36). La fil osofia, aunque trate co n in ge ni o sobre la éti ca. no condu ce a la sah' aci ón (37). La so- herma, que consiste en constitui rse en pri ncipio de sí mismo, es el ori gen de todo pecado; éste pro\'iene de una naturaleza bu ena creada de la nada, qu e al al e- jarse de Di os se acerca a fSa mi sma na da (38). La paz social es un bien comun para los alejados de Di os y para l os buenos cristi anos, aunque éstos gozan y go- zar " n también de otra paz superior (39). La paz finaJ , que será el supremo bien para el hombre. esta rá co nstituida por un orden unh'ersal, trnnquílo y suan (40). Las acci on es objet ivament e buenas de l os paganos no eran tales po rque l es fal taba la bue na i nt enció n di rigida hacia D ios (4 1). Usa r de las cosas que so n medios para poder goza r de otras que so n fin es y en co ntrar en éslaS la felicidad constituye el pr inci pio ge neral de un a \'ida ordenada; lo co ntrario a es to de- sordena la vid a (42). Hemos de usa r del mundo, 110 gozarnos de él, para alcan· zar las cosas invisibl es, Di us, en (Iui en nos debemos gozar (43). 33. Cfr. texto l . 34. Cfr. te xt o 2. 35. Ya ves de dó nd e hemos de solicit ar lo que desean tod os, doctos e indoctos, aun- que mu chos por sus e rr ores y alti vez ignoran de dónde hay que soli citarlo, de dónde hay

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718 SAN AGUSTIN: LA MORAL Y U\ POLIT ICA

son negligentes en ofrecer por sus pecados al Dios verdadero, que es el suyo, un sacrifi­cio de humildad. de propiciación y de suplica.

A estos emperadores los proclamamos felices: ahora en esperanza, y después en rea· lidad, cuando llegue lo que esperamos (De cú, Dei 5, 24).

INSUFICIENCIA DE LAS RE PÚBLICAS PARA LA FELICIDAD: SU PAPEL EN LA HISTORIA MUNDANA

Todas las n rdades filosólkas y científicas, \'aJores morales e instituciones civi­les ú tiles de los paganos perlen«en a los cristianos porque pro\'ienen del ver­dadero Dios (28). Todas las verdades se encuentran en la Escritura IU (29). Cuando la , 'oluntad se une a Dios alca nza la biena\'enturanza, cuando se apar­ta de Dios y se com'icrte hacia sí misma o se une a lo exterior o a lo inferior, aun siendo todo esto bueno, hace el mal (30), El egoísmo, la soberbia y la avaricia llevan a l hombre a 10011 clase de imluietudes, e intentando ser más obtiene ser menos (31). Estos vicios implican amor propio desordenado, empequcñrt'cn al hombre y lo conducen a In perdición; al contrario de la caridad que es amor ge­neroso. el cual incrementa su ser y lo conduce a la salvación (32).

28. Si tal vel los que se llaman fi lósofos dijeron algunas verdades confonnes a nuestra fe. y en especial los platónicos. no sólo no hemos de temerlas, sino reclamarlas de ellos corno injustos poseedores y aplicarlas a nuestro uso. Porque así como los egipeios no sólo tenían ídolos y cargas pesadísimas de las cuales huía y detestaba el pueblo de Israel, sino también vasos y alhajas de oro y plata y vestido, que el pueblo escogido, al salir de Egipto, se llevó consigo ocultamente para hacer de ello mejor uso, no por propia autoridad sino por man ­dato de Dios. que hizo prestaran los egipcios. sin saberlo. los objetos de que usaban mal; así también todas las ciencias de los gentiles no sólo contienen fábu las fingidas y su¡x:rsti­ciosas. y pesadísimas cargas de ejercicios inútiles, que cada uno de nosotros saliendo de la sociedad de los gentiles y llevando a la cabeza a Jesucristo ha de aborrecer y detestar. sino también contienen las ciencias liberales. muy aptas para el uso de la verdad, cienos precep­tos mocaIes utilísimos, y hasta se hallan enlre ellos algunas verdades tocantes al culto del mis­mo único Dios. Todo esto es como el oro y plata de ellos, y que no lo instituyeron ellos mis­mos, sino que 10 extrajeron de ciertas como minas de la divina Providencia, que se halla infundida en todas partes. de cuya rique7.a perversa e injuriosameme abusaron contra Dios para dar culto a los demonios; cuando el cristiano se aparta de tedo corazón de la infeliz so­ciedad de los gentiles debe arrebatarles estos bienes para el uso justo de la predicación del Evangelio. También es lícito coger y retener para convenir en usos cristianos el vestido de ellos. es decir, sus instituciones puramente humanas. pero provechosas a la sociedad, de las que no podemos carecer en la presente vida (De doc. cllrist. 2, 40, 60).

123. Est:lomm\'aleocia de la Escntul1!.luy que referirla a 105 .'3.lores morales y religiosos.

TEXTOS DE SAN AGUSTIN 719

29. Así como es mucho menor la riqueza del oro, de la plata y de los vestidos, que el pueblode Israel sacó de Egipto, en compamción de los bienes que después consiguió en Je­rusalén, lo que de un modo especial se manifestó en el rei nado de Salomón, así también es mucho menor toda la ciencia recogida de los libros paganos. aunque sea útil, si se com­para con la ciencia de las Escri turas divinas. Porque todo lo que el hombre hubiese apren­dido fuera dc ellas, si es nocivo, en ellas se eondena; si úül, enellasseencuentra. y si cada uno encuentra allí cuanto de uti l aprendió en otra parte. con mucha más abundancia en­contrará allí lo que de ningún modo se aprende en ouo lugar, sino únicamente en la admi­rable sublimidad y sencillez de las divinas Escrituras (De doc. cll rist. 2, 42, 63),

30. Cfr. texto 22.

31. Cfr. texto 23.

32. Cfr. texto 24.

VIRTUDES VERDADERAS V VICIADAS

Análisis c rít ico de la sociedad pagana

El supremo bien, aquel por t i que deben desearse todos los bienes, detennina la relicidad humana (33). La única razón para fLI0s0far es lograr la felicidad (34). La sabiduría, la paciencia y la bienaventu ranza son dones de Dios; el gober­nante cristiano debe procurar a sus subditos los bienes reli&'¡osos, además de los materiales (35). Las acciones objeth'amente buenas de los paganos no eran ta­les porque les faltaba la buena intención dirigida hacia Dios (36). La filosofia, aunque trate con ingenio sobre la ética. no conduce a la sah'ación (37). La so­herma, que consiste en constitui rse en principio de sí mismo, es el origen de todo pecado; éste pro\'iene de una naturaleza buena creada de la nada, que a l ale­jarse de Dios se acerca a fSa misma nada (38). La paz social es un bien comun para los alejados de Dios y para los buenos cristianos, aunque éstos gozan y go­zar" n también de otra paz superior (39). La paz finaJ, que será el supremo bien para el hombre. esta rá constituida por un orden unh'ersal, trnnquílo y suan (40). Las acciones objetivamente buenas de los paganos no eran tales porque les fal taba la buena intención dirigida hacia Dios (4 1). Usar de las cosas que son medios para poder gozar de otras que son fines y encontrar en éslaS la felicidad constituye el princi pio ge neral de una \'ida ordenada; lo contrario a esto de­sordena la vida (42). Hemos de usar del mundo, 110 gozarnos de él, para alcan· zar las cosas invisibles, Dius, en (Iuien nos debemos gozar (43).

33. Cfr. texto l .

34. Cfr. texto 2.

35. Ya ves de dónde hemos de solicitar lo que desean todos, doctos e indoctos, aun­que muchos por sus errores y altivez ignoran de dónde hay que solicitarlo, de dónde hay

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720 SAN AGUSTíN: LA MORAL. Y LA POLITICA

que recibirlo 124. Hay un salmo divino que reprende a ambos, a los que confían el! Sil for­raleza )' a los que se gloríal/ el! la abllndancia de SI/S riquezas (Sal 48, 7), es decir, a los filósofos de eSlc siglo y a los que, aunque apartados de esta filosofía, llaman bienaven­turado al pueblo que nada en la terrena opulencia. Por eso pidamos a nuestro Seriar, pues él nos hizo, la fortaleza con que podamos superar los males de esta vida, y pidámosle la bienaventuranza de que hemos de gozar tras esta vida en su eternidad, para que, como dice el Apóstol, el que se g/oría se gloríe en el Se/lor (2 Co 10, [7), tanto en la fortale­za como en el premio de la fortaleza. Esto hemos de desear tanto para nosotros como para el Estado cuyos ciudadanos somos; porque es uno mismo el origen del Estado y del hom­bre, ya quc el Estado no es otra cosa que una mullitud concorde de hombres.

Por lo tanto, si toda tu prudencia, con la que te esfuerzas en negociar los asuntos hu­manos; si toda tu fortaleza, por la que no te dejas sobresaltar por la iniquidad adversa de nadie: si tooa tu templanza, por la que evitas la corrup;::ión de los hombres en tan gran­de perdición de las costumbres humanas; si toda la justicia, por la que, juzgando recta­mente, distribuyes a cada uno lo suyo. se dirigen y tienden a mantener salvos corporal­mente, tranquilos y garantizados contra la iniquidad ajena a todos los que quieres que vivan bien, para que tengan sus hijos establecidos como plantaciones nuevas, sus hijas adornadas a semejanza del templo, las bodegas rebosantes de todo, fecundas las ovejas, cebadas las vacas, sin que la ruina de sus tapias afee las haciendas ni el clamor de los li­tigantes turbe sus plazas: no serán las tuyas verdaderas virtudes, como no lo es la bie­naventuranza de ellos. No debe estorbanne para decir la verdad aquí aquella modestia que con benignas palabras me loaste en tu carta. Si tu administración, repito, sea la que sea, adornada con esas virtudes que cité, queda determinada por el fin e intención de que los hombres no padezcan molestia alguna inicua según lacame, y piensas que no te toca a ti referir a otro valor ese sosiego que pretendes ofrecer, es decir (para hablar claro), si no tratas de que sirvan al Dios verdadero, en el que reside tooo el fruto de la vida ape­tecible. nada te aprovecha tanta fatiga para una vida verdaderamente bienaventurada (Ep. 155. 3,9-10) In.

36. Por más laudable que parezca el dominio del alma sobre el cuerpo y de la razón sobre las pasiones, si tanto el alma como la razón no están sometidas a Dios, tal como el mismo Dios lo mandó, no es recto en mooo alguno el dominio que tienen sobre el cuer­po y las pasiones. ¿De qué cuerpo. en efecto, puede ser dueña un alma, ode qué pasio­nes, si desconoce al verdadero Dios y no se somete a su dominio, sino que se prostitu­ye a los más viciosos y corruptores demonios? Por eso, hasta las virtudes que estos hombres tienen la impresión de haber adquirido, mediante las cuales mantienen a raya el cuerpo y las pasiones, con vistas al logro o conservación de cualesquiera valores, pero sin referirlas a Dios. incluso ellas mismas son vicios más bien que virtudes. Y aunque al­gunos las tengan por verdaderas y nobles virtudes, consideradas en sí mismas y no ejer­citadas con alguna otra finalidad, incluso entonces están infatuadas, son soberbias, y, por

124. Se refiere al don de la biena\·enturanu. 125. Fragmemo de lacartadirigida(mos 413-414) a MacedoniO. crisliano. a1laaulOridad romana en África.

TEXTOS DE SAN AGUSTIN 721

tanto, no se las puede considerar como virtudes, sino como vicios 126. Pues así como 10 que hace vivir a la carne no procede de ella, sino que es algo superior, así también lo que hace al hombre vivir feliz no procede del hombre, sino que está por encima del hombre. y dígase lo mismo no sólo del hombre, sino lambién de cualquier otra potestad o vinud ce­leste (De cil'. Dei 19, 25).

37. Existieron ciertos filósofos que con sutileza disertaron acerca de las virtudes y de los vicios, dividiendo, definiendo, sacando conclusiones de ingeniosísimos raciocinios, lle­nando libros, pregonando a grandes voces su sabiduría y llegando a la osadía de decir a los hombres: «Seguid nos, afiliaos a nuestra secta si queréis vivir felices». Pero no entraban por la puerta 127 (/1110. el~ 45, 3).

38. El prillcipio de todo pecado es la soberbia (Si 10, 15). Y ¿qué es la soberbia sino el apetito de un peIVerso encumbramiento? El encumbramiento peIVerso no es otra cosa que dejar el principio al que el espíritu debe estar unido y hacerse y ser. en cierto mOOo. prin. cipio para sí mismo. liene eslO lugar cuando se complace uno demasiado en sí mismo. Y se complace así cuando se aparta de aquel bien inmutable que debió agradarle más que él a sí mismo. Cierto que este defecto es espontáneo, porque si la voluntad pcnnaneciera es­table en el amor del bien superior inmutable, por el cual era ilustrada para que viera (la ver­dad) y era encendida para que amara, no se apartaría para agradarse a sí misma, ni por su cau· sa se entenebrccería y languidecería; así ni ella (Eva) hubiera creído que la serpiente decía la verdad, ni él hubiera antepuesto la voluntad de su esposa al mandato de Dios, ni pensaría que traspasaba venialmente el preceplo acompañando a su compañera hasta el pecado.

Por consiguiente, no tuvo lugar el mal, la transgresión, en el comer del manjar prohi­bido, sino en el comerlo quienes eran ya malos. Pues no llegaría a ser malo aquel fru to si no procediera de un árbol malo. Pero el llegar a ser malo el árbol tuvo lugar en contra de la naturaleza, ya que no se hubiera hecho malo si noes por el vicio de la voluntad, que es contra la naturaleza. Y no hay naturaleza que pueda scr peIVertida por el vicio sino la que ha sido hecha de la nada. El ser naturaleza le viene de Dios, que la hizo; pero cI apartarse de 10 que es le viene de haber sido hecha de la nada. No se apartó el hombre hasta dejar de existir, sino que. inclinándose hacia sí, quedó reducido a menos de lo que era cuando es­taba unido al que es en grado sumo. El dejar a Dios y quedarse en sf mismo, esto es, como placerse a sí mismo, no equivale a ser nada, pero sí a acercarse a la nada. De ahí que los so­berbios se llaman en las santas Escrituras con otro nombre: Los que se complacen en sí mismos (2 P 2. IO)(De cil'. Dei 14, 13, 1).

39. Así como el alma es el principio vital de la carne, así también Dios es la vida bie­naventurada del hombre. De ello dicen las sagradas Letras de los hebreos: Dichoso el pue· blo cllyo Dios es el Sellor (Sal 143, 15). Desgraciado, por tanto, el pueblo alejado de este Dios. Con tooo, también él runa la paz, una cierta paz que le es propia y que no hay por qué

126. Para obrar bien se necesitan dos rosas: la acción en si misma buena y la intención larnbién buena. A los paganos les fallaba eSh) úllimo.

127. La puena. obviamenle. esCrislO.

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722 SAN AGUSTIN: LA MORAL Y LA POLITICA

despreciar. Cierto que no disfrutará de esta paz al final, porque no la ha utilizado debida­mente antes de ese final. y a nosotros nos interesa también que Juranle el tiempo de esta vida disfrute de esta paz, puesto que mientras están mezcladas ambas ciudades, también nos favorece la paz de Babilonia De esta ciudad se libera el pueblo de Dios {XIr la fe, es ver­dad, pero teniendo que convivir con el la durante el tiempo de su destierro. De aquí que el mismo Apóstol encomendase a la Iglesia orar por los reyes y autoridades, añadiendo es­tas palabras: Pllra que ¡el/gamos IIl1a I'idlltrallqllila)' sosegada, cOllla mayor piedad y

amor posibles (1 Tm 2, 2). Ya el proreta Jeremías,junto con el anuncio al antiguo pueblo de Dios de su futura cautividad, y con el mandato divino de que fuesen dócilmente a Ba­bilonia, ofreciendo sus mismos padecimientos como un servicio a Dios, les aconsejó tam­bién que orasen (X)r la ciudad, y les dijo: Porque SIl paz será {ti vuestra (Jr 29, 7). Una paz todavía tem(X)ral, (X)r supuesto, común a buenos y malos.

Pero esa otra paz peculiar nuestra la tenemos ya aquí aliado de Dios por la fe, y en la eternidad la tendremos a su lado por visión directa (De dI'. Dei 19,26-27).

40. Pcroen aquella paz final, hacia donde debe tcnder y por laque hay que conseguir esta santidad, nuestra naturaleza, recuperada su integridad por la inmonalidad y la inco­rrupción, no tendrá inclinaciones viciosas; nada se enfrentará contra nadie, ni (X)f parte de sí mismo ni de algún otro: y no será necesario que la razón tenga sometida bajo su control a las inclinaciones viciosas -que habrán ya desaparecido-. Dios mandará al hombre, el alma al cuerpo, y al obedecer será tanta la suavidad y la felicidad, cuanta será la felicidad en el gozo de vivir y de reinar. Y todo esto seráetemo en todos y cada uno, y habrá certe­za de su etern idad. La paz de esta felicidad, o la fel icidad de esta paz, constituirá el supre­mo bien (De cil'. Dei 19, 27).

41. Cfr, texto 36,

42. Unas cosas sirven para gozar de ellas, otras para usarlas y algunas para gozarlas y usarlas. Aquellas con las que nos gozamos nos hacen fel ices; las que usamos nos ayudan a tender hacia la bienaventuranza y nos sirven como de apoyo para poder conseguir y unir­nos a lasque nos hacen fclices. Nosolrosque gozamos y usamos nos hallamos situados en­tre ambas: pcrosi queremos gozar de las que debemos usar, trastornamos la orientación de nuestra vida. y algunas veces también la torcemos de tal modo que, atados por el amor de las cosas inferiores. nos retrasamos o nos alejamos de la posesión de aquellas que debía­mos gozar una vez obtenidas (Det/oc. chrisl. 1.3,3).

43. Gozar es adherirse a una cosa por el amor de ella misma. Usar es emplear lo que está en uso para conseguir lo que se ama, si es que debe ser amado. El uso ilícito más bien debe llamarse abuso o cOm.Jptela Supongamos que somos peregrinos, que no podemos vivir sino en la patria, y que anhelamos, siendo miserables en la peregrinación, tenninar el infonunio y volver a la patria: para esto sería necesario un vehículo terrestre o marítimo, usando del cual pudiéramos llegar a la patria en la que nos habríamos de gozar; mas si la amenidad del camino y el paseo en el carro nos deleitase tanto que nos entregásemos a gozar de las cosas que sólo debemos utilizar, se vería que no querríamos terminar pronto el viaje, engolfa-

TEXTOS DE SAN AGUSTIN 723

dos en una perversa molicie, enajenaríamos la patria, cuya dulzura nos haría felices. De igual modo siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en esta vida mortal, si queremos volver a la patria donde podemos ser bienaventurados, hemos de usar de este mundo, mas no gozamos de él, a fin de que por medio de las cosas creadas contemplemos las invisi­bles de Dios, es decir, para que por medio de las cosas temporales consigamos las espiri­tuales y eternas (De doc. chrisr. 1,4,4).

Superación del paganismo por el cristianismo

Todas las , 'erdades filosóficas y científicas, valores morales e instituciones civiles útiles de los paganos pertenecen a los cristianos porque provienen del "erdade­ro Dios (44). Todas la , 'erdades se encuentran en la Escritura (45). Nada hay tan deseable como la paz. Incluso los que buscan la ¡''llerra pretenden la paz, aunque sea su paz; porque con miras a la paz se emprenden las guerras (46). Cristo nos deja su paz en este mundo en la vivencia de la vida cristiana; nos dará su paz en el otro mundo cuando libres de enemigos y de disensiones tengamos la vivencia plena del amor de Dios para con nosotros (47). El amor propio dio origen a la ciudad terrena; el amor de Dios, a la celestial (48). La ciudad terrena se Cabrio

ca dioses falsos; la celeste ha sido hecha por Dios. Las dos en esta vida disfrutan de los mismos bienes y padecen de los mismos males, aunque con fe, esperan­

za y caridad di"ersas (49). La ciudad de Dios, que es la Iglesia, ha sido descri­ta y anunciada proféticamente en la Escritura (50). La paz verdadera tiene su

origen en Dios, no en los seres creados (51).

44. Cfr. tex(O 28.

45, Cfr. texto 29.

46. Tan estimable es la paz, que incluso en las realidades terrenas y transitorias nor­mahnente nada suena con un nombre más deleitoso, nada atrae con fuerza más irresistible; nada, en fin, mejor se puede descubrir. Voy a hablar con cierto detenimiento de este teso­ro que es la paz. Estoy seguro de que no me haré pesado a los lectores: lo pide el fin de esta ciudad de la que estamos tratando; lo pide aquello mismo que a todos nos es tan grato: la propia dulcedumbre de la paz.

Cualquiera que observe un poco las realidades humanas y nuestra común naturaleza re­conocerá conmigo que no hay quien no ame la alegría así como tampoco quien se niegue a vivir en paz. Incluso aquellos mismos que buscan la guerra no pretenden otra cosa que ven­cer. Por lo tanto, lo que ansían es llegar a una paz cubienade gloria. ¿Qué otra cosa es, en efecto, la victoria más que la sumisión de fuerzas contrarias? Logrado esto, tiene lugar la paz. Con mira~ a la paz se emprenden guerras, incluso por aquellos que se dedican a la es­trategia bélica, mediante las órdenes y el combale. Está, pues, claro que la paz es el fin de­seado de la guerra. Tc10 hombre, incluso en el torbellino de la guerra, ansía la paz, así como nadie trabajando por la paz busca la guerra. Y los que buscan perturbar la paz en que viven

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724 SAN AGUSTIN: LA MORAL Y LA POLITlCA

no tienen odio a la paz; simplemente la desean cambiar a su capricho. No buscan supri­mir la paz; lo que quieren es tenerla comaa ellos les gusta. Y, en definitiva, aUfKjue por una insurrección rompan con otros, nunca conseguirán el fin pretendido, a menos que man­tengan la paz -una paz. al menos en apariencia- entre los propios miembros de la conspi­ración o conjura.

Los mismos bandoleros. cuando inlenl.aJl atacar la paz ajena con más seguridad y más violencia, procuran tenerla entre sus compinches (De ci\'. Dei 19, 11-12).

47. lLlpa::.osdejo. mi pa:.osdo)'(Jn 14,27). EstomiStnO leemoseo el proreta: Paz so­bre fa paz (1r6. 14). Nos deja la paz cuando va a partir, y nos dará su paz cuando vengaaJ fin del mundo. Nos deja la pazco este mundo, nos dará su pazeo el otro. Nos deja su paz para que, pennaneciclldocn ella, podamos vencer al enemigo; nos dará su paz cuando rei­nemos libres de enemigos. Nos deja su paz para que aquí nos amemos unos a otros; nos dará su paz allí donde no podamos tener diferencias. Nos deja su paz para que no nosjuz­guemos unos a otros acerca de lo que nos es desconocido mientras vivimos en este mundo; nos dará su paz cuando nos manifieste los pensamientos del corazón, y cada cual recibirá entonces de Dios la alabanza. Pero en él y de él tenemos nosotros la paz, sea la que nos deja al irse al Padre, sea la que nos dará cuando nos conduzca al Padre (/1110. evo 77, 3).

48. Dos amores han dado origen a dos ciudades: el amor de sí mismo hasta el despre. cio de Dios. la terrena; y el amor de Dios, hasta el desprecio de sí, tacelestial. La prime­ra se gloría en sí misma; la segunda se gloría en el Señor. Aquélla solicita de los hombres la gloria; la mayor gloria de ésta se cifra en tener a Dios como testigo de su conciencia. Aquélla se engríe en su gloria; ésta dice a su Dios: Gloria mía, tlÍ mamienesalra mi ca­bez" (Sal 3,4) (De ci~'. Dei 14,28).

49. Hemos explicado y tratado de demostrar, cuanto nos ha parecido suficiente, cuál es el desarrollo, en esta vida mona!. de las dos ciudades, lacelcstc y la terrena, mezcladas des­de el principio hasta el fin. La terrena se fabricó dioses falsos a su gusto, tomándolos de don­de sea.. y aun de entre los hombres. para honrarlos con sus sacrificios; en cambio, la celes­te, que peregrina en la tierra. no se fabrica dioses falsos, sino que ha sido hecha por Dios para ser ella misma un verdadero sacrificio. Las dos, sin embargo. disfrutan igualmente de los bienes temporales. o igualmente son afligidas por los males, ciertamente con fe di­versa, con diversa esperanza. con caridad diversa, hasta que sean separadas en el último jui­cio y consiga cada una su propio fin, que no tendrá fin. De estos fines de ambas ciudades vamos a tratar a continuación (De dv. Dei 18. 54. 2).

50. Tratamos de penetrar estos secretos de la divina Escrilura cada uno como mejor pue­de, pero teniendo como cieno con espíritu de fe que no se han realizado ni escrito estas co­sas sin una figura del fUluro, y que no pueden referirse sino a Cristo y a su Iglesia, que es la ciudad de Dios. Desde el principio del género humano han existido sobre la misma vati­cinios que vernos cumplidos en lodos sus detalles.

y así. después de la bendición de los hijos de Noé Y de la maldición del hijo segundo, no se vuelve a hablar hasta Abraham de justo alguno por más de mil años. No precisamente.

TEXTOS DE SAN AGUSTIN 725

pienso yo. porque no los haya habido; sino porque scría tarea muy larga mencionarlos a to­dos, y aparecería esto más bien diligencia histórica que profética providencia. Por ello, el autor de las sagradas Letras o, mejor. el Esplritu de Dios por él consigna hechos que tu­vieron lugar, desde luego. pero que a la vez anuncian cosas futuras, referentes ciertamen­tea la ciudad de Dios. Aun laque se dice de los hombres que no san sus moradores, sees­cribe con la intención de que resalte ella o se ponga de relieve con el contraste.

Con todo. no se vaya a pensar que cuanto se narra como realizado tiene alguna signifi­cación: algunas cosas que no tienen significación determinada se han escrito por las que la tienen. Yernos que sólo la reja remueve la tierra; pero para realizar esto son necesarias las otras partes del arado, y sólo las cuerdas son aptas para el sonido musical en las cítaraS y de­más instrumentos; pero para que puedan ser aptas se encuentran las otras piezas en su es­tructura, que cicnamente no son pulsadas pero están unidas a las que hacen resonancia. Lo mismo sucede en la profecía histórica: se expresan algunas cosas que no tienen significoción especial, pero se unen a las que significan algo y a ellas se ocoplan (De dv. Dei 16.2,3).

51. Cfr. texto 35.

LA PAZ Y LA VIDA FELIZ

En la vida bienan'nturada gozaremos eternamente de la paz y del descanso (52). La vida eterna, reino que no tendrá fin, será descanso perfecto, contemplación, amor y alabanza de Dios (53). El cristianismo es el único camino que conduce a la liberación del alma; ninguna otra religión o rtlosorl3, y ningún otro tipo de 00-

nacimiento cond uce a esa liberación (54). Cristo es quien con toda seguridad nos sah 'a, ya que es la salvación por ser Dios, Y es el camino que a ella condu­

ce por ser hombre (55).

52. Cfr. texto 4.

53. Sería muy largo tratar de explicar ahoraCOfl detalle cada una de estas edades. A esta séptima. sin embargo, podemos considerarla nuestro sábado. cuyo término no será la tar­de. sino el día del Señor. como día octavO eterno, que ha sido consagrado por la resurrec­ción de Cristo. significando el eterno descanso no sólo del espíritu, sino también del cuer­po. A1\í descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin, mas sin fin. Pues ¿qué otro puede ser nuestro fin sino llegar al reino que no tiene fin? (De dv. Dei 22. 30, 5).

54. Ésta es la religión que posee el camino para la liberación del alma; por ningún 000 fuera de éste puede alcanzarla. ~te es, en cierto modo, el camino real. único que condu­ce al reino, que no ha de vacilar en la cima del tiempo. sino que permanecerá seguro con la finnezade la eternidad. Dice Porfirio al final del primer libro sobre el Regreso del alma que aún no se ha encontrado secta alguna que enseñe un camino universal para la liberación del alma: ni filosofía alguna de primer orden, ni las costumbres o enseñanzas de los hindúes. ni

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726 SAN AGUSTíN: LA MORAL y lA POLíTICA

el sistema inductivo de los caldeos, ni cualquier OlTO sistema la ha llevado a conocer ese camino por el conocimiento histórico. Al hablar así, confiesa claramente que hay algún camino, pero que aún no ha llegado a su conocimiento. De suene que no le bastaba a él lo que con toda diligencia había aprendido sobre la liberación del alma, ni laque él crda o creían o conocían otros. Pensaba, en efecto, que todavía faltaba una excelsa autoridad que se pudiera seguir en un asunto tan importante ( ... ).

No duda un hombre dotado de brillante ingenio que exista ese camino, pues no cree que pudo la divina providencia dejar al género humano sin este camino universal de liberación del alma. No dice, por cierto, que no exista, sino que aún no se ha recibido tan grande don y beneficio, que todavía no ha llegado a su noticia. Y no es extraño. Vivía todavía Porfi­rio bajo el dominio de las cosas humanas cuando este camino universal de la liberación del alma, que no es otro que la religión cristiana, era atacado libremente por los adoradores de los ídolos y de los demonios y por los reyes de la tierra (Deciv. Dei 10,32, 1).

SS. Para caminar con más confianza enesa fe hacia la verdad, el Hijo, Dios de Dios, to­mando al hombre sin anular a Dios, fundó y estableció esa misma fe, a fin dequeel hom· bre tuviera camino hacia el Dios del hombre mediante el hombre Dios. Pues éste es el Me­diador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús; Mediador por ser hombre, y por esto tambien camino.

De este modo. si entre quien se dirige y el lugar a que se dirige hay un camino, existe la esperanza de llegar: pero si faltase, o se desconociese por dónde había de ir, ¿de qué sir­ve conocer adónde hay que ir? Hay un solo camino que excluye todo error: que sea uno mismo Dios y hombre: a donde se camina. Dios, y por donde se camina, hombre (De civ. Dei 11,2).

MIRADA RETROSPECTIVA

Se~oún las definicionCl'i de Ciceron nunca la República romana fue un estado au· téntico; porque siempre se cometió la injusticia, entre otras muchas, de prÍl'ar de culto al nrdadero Dios (56). Cristo, la Verdad de Dios, es la luz que nos peT­mite conocer la doctrina "erdadera, la justicia auténtica que salva al hombre y a las sociedadCl'i humanas (57).

56, Cfr. texto 16,

57. El Verbo de Dios nuestro Señor Jesucristo está presente en todas partes, ya que la verdad está en todas panes, como lo está la sabiduría. Quien está en oriente entiende la jus­ticia lo mismo que el que está en occidente; y la justicia que entiende uno, ¿es acaso distinta de lajusticia que entiende el otro? Están distanciados por el cuerpo, pero las miradas de sus inteligencias están clavadas en una misma cosa. La justiciaquc estoy viendo yo desde este lugar, si es que es auténtica justicia, la está viendo también el justo no sé en qué moradas, separado de mí por la carne, pero unido conmigo en la luz de la misma justicia. Luego, la luz da testimonio de sí misma (In Jo. evo 35, 4).