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A 30 aos
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Ministro de Educacin, Ciencia y Tecnologa de la Nacin
Lic. Daniel F. Filmus
Secretario de EducacinProf. Alberto Sileoni
Subsecretaria de Equidad y Calidad
Lic. Mirta S. de Bocchio
Directora Nacional de Gestin Curricular y Formacin Docente
Lic. Alejandra Birgin
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Treinta ejercicios de memoria
A treinta aos del golpe
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El proyecto A 30 aos del golpe est integrado por:
Mara Celeste Adamoli, Estanislao Antelo, Jordana
Blejmar, Mabel Fernndez , Andrea Graciano, Luca
Litichever, Ana Longoni, Federico Lorenz, Pablo
Luzuriaga, Jos Luis Meirs, Roberto Pittaluga,
Eduardo Toniolli, Javier Trmboli.
Equipo de produccin de este volumen:
M.C. Adamoli, J. Blejmar, A. Longoni, P. Luzuriaga,
J. L. Meirs, J. Trmboli.
Diseo y produccin visual:
Ana Efron, Sergio Massun, Jos Luis Meirs.
ISBN
Primera Edicin: febrero de 2006
2006. Ministerio de Educacin, Ciencia y
Tecnologa de la Nacin Argentina
Impreso en Argentina.
Publicacin de distribucin gratuita.
Prohibida su venta. Se permite la reproduccin de
todo o parte de este libro con expresa mencin de la
fuente y autores.
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Durante casi ocho aos el terrorismo de Estado imprimi su huella de muerte, silencio, exilio e intolerancia. En la
educacin argentina quedaron cicatrices imborrables: docentes e intelectuales exonerados, encarcelados, desapa-
recidos, exiliados o silenciados por el miedo; bibliotecas destruidas, contenidos censurados. Cientos de miles de
jvenes vieron frustradas sus vocaciones por una universidad restrictiva, por claustros empobrecidos y por l a perse-
cucin lisa y llana.
A su modo, los dictadores no se equivocaban. El saber, la democratizacin del conocimiento, la reflexin crtica y ladignidad son siempre una usina de libertad incompatible con los regmenes oprobiosos. Como contrapartida, la
escuela es la principal institucin para garantizar que el horror no se repita. No podemos ignorar que la dictadura
fue posible porque la cultura democrtica, los valores de la libertad y la justicia estaban dbilmente arraigados en la
sociedad argentina. Nadie ignora ya que la clausura de la participacin poltica contribuy a imponer un modelo
econmico y social de exclusin, cuyas consecuencias an hoy resultan difciles de revertir. En esos aos, se senta-
ron las bases para la destruccin del Estado de bienestar, se min la produccin industrial y se profundiz la brecha
social.
La nica manera de evitar que se repita en la Argentina la barbarie que instal la ltima dictadura militar hace 30
aos es recordar y reflexionar permanentemente sobre nuestro pasado. Confiamos en que los 30 testimonios quepresentamos aqu nos ayuden a pensar acerca de la libertad, la democracia y los derechos humanos. La toma de
conciencia acerca de los crmenes de lesa humanidad cometidos en la Argentina debe estar acompaada por la
decisin poltica de construir una sociedad ms justa y solidaria, que nos permita formar hombres y mujeres ms
autnomos y crticos. Las dictaduras, aqu y en cualquier otro lugar, no solo destruyen vidas y bienes materiales,
sino que instalan hbitos y conductas autoritarias que trascienden los lmites temporales de su vigencia y necesitan
de una educacin y una prctica democrtica para desterrarlos de las sociedades que las padecieron.
Para la libertad
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Recordar no es anclarnos en el pasado: es la condicin para poder pensar el futuro. Slo lograremos reconstruir la
sociedad integrada, justa y soberana que deseamos, sobre la base de un ejercicio permanente colectivo del debate,
la reflexin, la participacin, la solidaridad.
El Ministerio de Educacin, Ciencia y Tecnologa se compromete a trabajar para mantener fresca la memoria en
cada escuela, en cada aula del pas. Todos los das acuden a nuestras escuelas 10 mil lones de nias, nios y ado-
lescentes; a ellos estn dirigidos estos testimonios. La labor cotidiana de nuestros docentes en la formacin de las
nuevas generaciones es fundamental para la construccin de una sociedad profundamente democrtica. Para que
jams perdamos la conciencia de la necesidad de defender la vida y la libertad.
Lic. Daniel Filmus
Ministro de Educacin, Ciencia y Tecnologa de la Nacin
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Amontonad los cadveres en Austerlitz y Waterloo,
echadles tierra encima y dejadme a m obrar.
Yo soy la hierba, lo cubro todo.
Y amontonadlos en Gettysburg,
Y amontonadlos en Yprs y en Verdn.
Echadles tierra encima y dejadme a m obrar.
Dos aos, diez y los turistas p reguntan al conductor:qu sitio es este?
Dnde estamos ahora?
Yo soy la hierba.
Dejadme obrar.
Carl Sandburg
(poeta norteamericano, 1878-1967)
Para que nunca ms la hierba del olvido nos cubra de espanto, el Ministerio de Educacin, Ciencia y Tecnologa de
la Nacin, como integrante del Poder Ejecutivo Nacional, reivindica como propia la tarea de ejercer la memoria y
conjurar el olvido. Estos treinta ejercicios de memoria, que podran ser treinta mil, forman parte de las actividades
propuestas para recordar el 30 aniversario de la dictadura ms sangrienta que haya padecido la Argentina.
Ejercer la memoria es un derecho inalienable de los hombres y una responsabilidad de la sociedad. Si el terror es
insidioso, la educacin es la herramienta privilegiada de la memoria, el vehculo para que se produzca esa necesaria
transmisin cultural de una generacin a otra.
De maestros a alumnos, de padres a hijos, de los ms viejos a los jvenes y a los nios; en esas direcciones y de
esa manera, las sociedades pelean por la vida.
En cada casa, en cada aula, en las plazas, en las mesas de los bares, un da y todos los das que sean necesarios,
recordaremos a aquellos que nos precedieron en la lucha por la justicia y por los derechos humanos. Los construc-tores de una mejor sociedad.
En estas pginas tambin homenajeamos a los centenares de compaeros y compaeras del campo de la educa-
cin desaparecidos en los aos del terror: docentes de todos los niveles y alumnos secundarios y universitarios.
As, la voz de nuestro Ministerio se une a infinidad de ot ras voces y gestos que, a lo largo y ancho de nuestro pas,
reclaman memoria.
Prof. Alberto Estanislao Sileoni
Secretario de Educacin
La hierba
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Los treinta aos del golpe de Estado ocurrido el 24
de marzo de 1976 se nos presentan como una opor-tunidad particularmente significativa para reflexionar
sobre aquello que sucedi en el pasado reciente de
nuestro pas, pero tambin sobre lo que nos atraviesa
en el da a da, interpelndonos acerca de qu futuro
como sociedad queremos. Desde esta perspectiva, el
Proyecto A 30 aos que se lleva adelante desde la
Direccin Nacional de Gestin Curricular y Formacin
Docente del Ministerio de Educacin, Ciencia y
Tecnologa de la Nacin, promueve una serie de ini-
ciativas que se proponen construir espacios compar-tidos de indagacin y pensamiento en las escuelas e
institutos de formacin docente de todo el pas.
Apostamos a propiciar el dilogo y a estrechar la bre-
cha que existe entre las generaciones que vivieron y
sufrieron en carne propia el terrorismo de Estado y
las nuevas, nacidas en democracia, pero cuyas vidas
estn sin duda marcadas por la herencia de lo suce-
dido. Slo mediante el lazo que produce la transmi-
sin ser posible anudar el pasado y el futuro, invitan-do a los nuevos a protagonizar la historia y a imagi-
nar mundos mejores.
Este libro
Este volumen es una iniciativa que impulsa el
Proyecto A 30 aos, con la intencin de servir
como disparador para trabajos sostenidos de refle-
xin, debate y produccin entre docentes y estudian-tes. Para construirlo, le pedimos a treinta escritores,
poetas, educadores, psicoanalistas, periodistas, cine-
astas, artistas plsticos, fotgrafos y actores que eli-
gieran una imagen significativa, aquella que le resulta-
ra ms representativa de su propia experiencia duran-
te aquellos aos, ya sea una foto privada o pblica,
una obra plstica, un recorte grfico, un objeto, lo
que fuera. Y que a partir de esa imagen escribiesen
un texto breve acerca de los porqu de su eleccin,
realizando lo que llamamos un ejercicio personal dememoria. Como podrn advertirlo, quisimos garanti-
zar que estos ejercicios aqu reunidos provinieran de
distintas generaciones y lugares del pas, y que, a su
vez, dejaran entrever diferentes situaciones biogrfi-
cas durante los aos de la dictadura. A los treinta
participantes, nuestro mayor agradecimiento por su
generosa disposicin a colaborar en este proyecto y
a contribuir a la construccin colectiva de nuestra
memoria, una tarea tan necesaria como ardua.
Toda seleccin es arbitraria y, por cierto, lo es an
ms dadas la singularidad del tema frente al cual no
hay quien no tenga algo valioso que contar. La deci-
sin de restringir las colaboraciones a treinta en
alusin por supuesto al aniversario que se cumple
este ao 2006 funcion, a su vez, como un lmite y
como un marco imprescindible para el libro. Nuestra
invitacin estuvo dirigida a un grupo de personas que
tienen en comn el hecho de dedicarse a la produc-cin de representaciones que, a travs de palabras e
imgenes, recrean anhelos, pesadillas, dolores y ale-
gras que son individuales pero tambin colectivos.
Su labor circula en libros, cuadros, pelculas, fotogra-
fas, as como tambin en un aula o en una sala de
teatro, formatos y espacios que revelan el deseo de
transmitir lo producido a otros. En este sentido, la
seleccin de autores a la que arribamos no pretende
reflejar a los distintos sectores sociales o profesiona-
les que conforman nuestra sociedad, sino que priori-za la posibilidad de dar lugar a un intercambio entre
generaciones, sostenido en trayectorias individuales
que vienen inyectndole densidad a la trama de sm-
bolos y representaciones que nos pueblan en tanto
conjunto social.
El resultado de esta convocatoria, como podr notar
el lector al adentrarse en el libro, despliega una cons-
telacin de voces. Desde la imagen que no requiere
palabras y las palabras que deciden no congelarse enninguna imagen, aparecen una diversidad de tonos
(de la confesin ntima al nfasis polmico, de la carta
privada a un ausente querido a la reflexin terica
sobre la memoria y el olvido), de gneros (poesa,
ensayo, memoria autobiogrfica) y de registros de
escritura. Desde la foto extrada del lbum familiar
ms atesorado hasta la representacin universal del
Introduccin
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horror (El grito del pintor expresionista noruego
Edvard Munch), desde el conocido cono publicitario
del mundial de ftbol hasta la construccin delibera-
da de un nuevo signo. Las miradas sobre la experien-
cia colectiva argentina de las ltimas dcadas, que
subyacen a cada ejercicio de memoria, no pueden
ser sino dismiles. Nuestro posicin, en tanto que
Proyecto del Ministerio de Educacin, fue la de abrir
un territorio lo suficientemente amplio para que pueda
contener incluso contrastes abruptos que, no obstan-
te, se reconozcan en la valoracin de la vida demo-
crtica y sus instituciones. Podra leerse este libro
como un tenso collage que, a partir de fragmentos y
de perspectivas disonantes, reclama articular sus his-
torias en un cuerpo mltiple, multifactico.
En medio de esa diversidad, muchos de estos ejer-
cicios de memoria eligen hablar de la dictadura evo-
cando un arco comn de emociones (el terror, la pr-
dida de alguien muy cercano, la persecucin, la opre-
sin en el pecho, la gama de grises del cielo, las
miradas bajas, los susurros) que se instalaron en la
vida cotidiana y son rememorados desde un registro
personalsimo que se sita mucho ms all o ms
ac de la unanimidad de la condena. Asimismo sedan lugar en estas pginas resquicios de libertad, de
resistencia o de lucha que pudieron idearse a contra-
pelo del terror. Lo que muchas veces se esconde en
una cifra abrumadora 30.000 desaparecidos se
vuelve en varios de estos ejercicios un rostro preciso
y una biografa concreta. Es de este modo que
Treinta ejercicios de memoria colabora a desafiar el
consenso extendido durante los aos de la transicin
democrtica, consenso que resaltaba que nuestra
sociedad, fundamentalmente sus jvenes, haba sido
blanco pasivo del terrorismo de Estado, imaginado
como un cuerpo extrao que se hizo presente como
un rayo en cielo sereno. El reconocimiento de distin-
tas militancias (polticas, sindicales, estudiantiles,
incluso armadas) es hoy una zona ineludible en la
construccin crtica de una historia de la trama social
desmantelada en aquella poca.
Otros ejercicios aqu reunidos eligen exponer aristas
complejas y habitualmente eludidas en los relatos
sobre aquel difcil perodo: las complicidades, los
silencios, el tcito dejar hacer, las actitudes ambiguasde gran parte de la sociedad ante lo que estaba ocu-
rriendo. Se suceden as inquietantes referencias al
conflicto del Beagle, al Mundial de Ftbol de 1978, a
la guerra de Malvinas... Se formulan preguntas lgi-
das pero inexcusables sobre el rol de los medios
masivos, de sectores de la Iglesia e incluso de las
movilizaciones populares en el sostn de la dictadura.
Para aproximarse a esa otra cara, la de la aparente
normalidad del terrorismo de Estado, Pilar Calveiro
sugiere que el terror construye tambin esta 'norma-lidad' y esta 'bonhoma', sin la cual no se puede
entender que muchos dentro de nuestra sociedad no
quisieran o no pudieran ver.
Son varios los autores que sealan que todos os
que eran nios, jvenes o ya adultos hace treinta
aos, los que participaban de alguna manera en la
vida poltica y los que se mantenan al margen,
todos fuimos de alguna forma alcanzados por el
terror. No slo por la ausencia irrevocable y atroz de
alguna persona querida, hermano, hijo, padre, madre,
amigo, vecino o compaero de trabajo. Sino porque,
en alguna medida, todos sabamos lo que estaba
ocurriendo. As lo condensa en su ensayo Mara Pa
Lpez: Fbula de la infancia: la inocente alegra del
no saber. El problema es que se saba, que esa nia
que fui que soy cuando recuerdo saba. Saba
que la tranquilidad de la siesta en el Barrio Obrero de
una ciudad bonaerense poda rasgarse con un opera-
tivo militar.
Un recurso en la escuela
Este libro est particularmente abierto a mltiples
posibilidades de lectura y su objetivo estar por
dems cubierto en cada escuela o instituto de forma-
cin docente si permite una entrada imprevista, si
desata entre los estudiantes alguna resonancia ines-
perada o algn nuevo debate entre sus lectores. Nos
permitimos, no obstante, sugerir posibles abordajes
para trabajar con l en las aulas.
A travs de la lectura de Treinta ejercicios de memo-
ria es posible aproximarse a distintas dimensiones de
la cotidianeidad de aquella poca, y en este sentido,
puede pensarse qu cuestiones aparecen destaca-
das y en qu medida se contraponen, se diferencian,
se asemejan, se distancian o se acercan a nuestras
vivencias actuales.
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Se abre tambin la posibilidad de trabajar a partir de
las distintas imgenes del libro, por ejemplo, desde la
eleccin de alguna de ellas y un posterior ejercicio de
escritura, debate o reflexin. Hay una serie de pre-
guntas que puede ser de utilidad a la hora de promo-
ver en el aula que los estudiantes miren con atencin
estas imgenes: por qu fue elegida por el autor?;
qu nos evoca a cada uno de nosotros y qu aso-
ciaciones nos despierta?; en qu se parecen y en
qu se diferencian entre s?; con que imagen de cir-
culacin actual podra relacionarse?
Otra alternativa es retomar alguno de los ensayos a
partir de los interrogantes que deja formulados. Por
ejemplo, qu oscura faz de la sociedad argentinapone en evidencia la guerra de Malvinas, segn
Maristella Svampa. Coincidimos con ella? Por qu?
Puede verse, en todo caso, ese lado oscuro en
algn acontecimiento ms reciente?
Tambin podemos ayudar a percibir los puntos de
contacto o de diferencia entre dos o ms ejercicios
de memoria, en relacin con la evaluacin que propo-
nen de la dictadura. En ese sentido, hay varios textos
que se detienen en marcar el consenso, pasivo oactivo, que gener la dictadura entre la sociedad.
Mientras que otros, en cambio, tienden a localizar al
pueblo al margen de una violencia y un conflicto que
le habran sido ajenos, reforzando una visin extendi-
da en la sociedad argentina de los aos ochenta.
Una va fundamental para leer este libro es preguntar-
nos por las distancias que se ponen de manifiesto
entre aquellas experiencias y nuestras vivencias
actuales. Distancias que son evidentes, pero que a
veces dejan traslucir ciertas continuidades: las violen-
cias y las injusticias que, aunque con otra intensidad
y bajo distintas formas, persisten en nuestra socie-
dad, motivadas por otras razones y fuerzas.
Treinta ejercicios de memoria puede funcionar tam-
bin como una invitacin a recrear la consigna de
escritura que le dio origen, ya sea para abordar la
misma dictadura o algunos de sus episodios tal
como la guerra de Malvinas, como para pensar
una poca en particular de la vida de los estudiantes(la primera infancia), o un acontecimiento histrico
prximo a ellos (por ejemplo lo acontecido el 19 y 20
de diciembre de 2001 o el atentado de la AMIA en
1994). De esta forma, eligiendo una imagen que para
ellos condense de manera significativa un aconteci-
miento y escribiendo un breve texto, los estudiantes
realizaran su propio ejercicio de memoria.
Por otra parte, muchas de las cuestiones que se plan-
tean en los distintos escritos pueden dar pie a la pro-duccin de investigaciones sobre algn tema puntual,
abriendo nuevas preguntas, interrogando a actores
silenciados, recuperando experiencias personales, fami-
liares, locales, regionales hasta ahora no consideradas.
El problema de la construccin de la memoria atravie-
sa por supuesto estos distintos ejercicios, y permite
reflexionar sobre la dinmica del olvido y el recuerdo
en nuestra sociedad. Una dinmica en la que se
entrecruzan duelos colectivos e individuales y que es
imposible congelar o cerrar. Relatos ntimos e histo-
rias pblicas. Gritos y secretos.
Una cita secreta
Existe una cita secreta entre las generaciones que fue-
ron y la nuestra escribi alrededor de 1940 el filsofo
alemn Walter Benjamin. Una cita entre el pasado y el
presente, y tambin entre el pasado y el futuro. Con esa
breve sentencia, Benjamin sostiene que no es irreversi-
ble que lo acontecido en el pasado con su carga de
deseos y pasiones, pero tambin de violencias e injusti-cias permanezca desconocido para los ms jvenes.
La invitacin del Proyecto A 30 aos es a producir
esa cita secreta, a tornarla real en las aulas de nues-
tro pas. Alguien podra advertirnos que este movi-
miento ha sido siempre el de la educacin, que ha
intentado mediar entre lo viejo y lo nuevo, para apos-
tar con mejores probabilidades a que el futuro sea
ms justo. Y estara en lo cierto. Sucede que lo acon-
tecido en estos ltimos treinta aos puso de mani-fiesto la tremenda pobreza que se apodera de una
sociedad cuando sta se desentiende de sus muer-
tos, que es otra forma de desentenderse de los
vivos, de dejarlos ms solos, en la intemperie.
Ojal este libro ayude a convocar, contra ese efecto
desolador, a esta cita secreta y necesaria.
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Todos los das.Todos los santos das: de lunes a viernes. La
escuela esperaba. Estaba ah, haba que llegar a ella,
aceptar su acogedor abrazo. Darle su alimento: nuestra
obediencia y nuestra indisciplina. Darle los cuadernos.
Todos los das cuadernos pintados. Con pequeas
banderas -pintadas con lpices de colores- de los
pases que ese da jugaban un partido. Creo recordar
que un gauchito dibujado era parte de los dones coti-
dianos a la escuela.
Todos los das, dibujar y pintar. Una y otra bandera.
Razones pedaggicas, quizs: un presunto interesado
camino hacia el saber histrico y geogrfico. El ftbol
sera el camino apasionado hacia ese anaquel de
conocimientos. Pero la pedagoga fracas conmigo.
Todos los das, la pedagoga de los lpices de colores
produjo odio. Slo eso: no recuerdo ninguna bande-
ra. Apenas, por reiteracin, la de Argentina. Quizs se
debi a que no quera levantarme de la cama para
hacer los deberes. Sin saber que evocaba a Onetti,
pretenda que la escritura y la horizontalidad eran
compatibles. Quizs se debi, tambin, a que la ocio-
sidad alcanzaba, con peculiar insistencia, al acto de
sacar puntas a los lpices. La horizontalidad y las
puntas rasposas imposibilitaron todo placer y cual-
quier aprendizaje.
Todos los das, odio al mundial. Si haba partidos,
haba banderas. Si haba banderas, haba que pintar-
las. Y encima, el gauchito. Varias desconfianzas
deben provenir de esos das: frente al festejo futbols-
tico, frente a la escuela, frente a la infancia. Porque la
infancia no es bella. Tanto que no puedo recordar
con alegra a esa nia de segundo grado, con cua-
dernos que solan ser acreedores de la demanda de
mayor prolijidad, que nunca supo peinarse ni sacarle
punta a los lpices.
Por esos das la revista Para Tirecin ahora perci-
bo el arcasmo de ese nombre en el pas del voseo!
traa postales. Era un servicio patritico: haba que
enviarlas al exterior para contrarrestar la campaa
antiargentina. Recuerdo una, tan inocente como el
gauchito. Nios rubios agitando banderitas naciona-
les. La frase: los argentinos somos derechos y huma-
nos. Quizs me gustaba la foto, o querra haber sido
una nia rubia bien peinada. Por algo la recuerdo.
Pero no la mand.
Banderas y nios. Un infante gaucho como smbolo
mayor: inocencia y alegra. Fbula de la infancia: la
inocente alegra del no saber. El problema es que se
saba, que esa nia que fui que soy cuando recuer-
do, saba. Saba que la tranquilidad de la siesta en
el Barrio Obrero de una ciudad bonaerense poda
rasgarse con un operativo militar. Saba que Navidad
no era nombre de la espera de un gordo vestido de
rojo, sino el momento de la frustracin por otro blan-
queo no efectuado, el fin de otra espera. Saba que
ningn festejo dejaba de estar amenazado por los
relatos sobre el sonido de un tren arrollando autos.
Todos los das saba y todos los das ignoraba.
Porque saba quera ser una nia rubia -bien peinada-
agitando una pequea bandera celeste y blanca; por-
que ignoraba crea que el problema era el spero
sonido de los lpices sin punta en un papel. Los cua-
dernos habrn sido tirados como restos poco memo-
rables. La escuela est all, todava a la espera de las
ofrendas que cada generacin debe sacrificarle.
Richard nunca tuvo legalizacin ni amnista navidea.
Mi abuela esper, hasta su muerte, escuchar que su
nieto golpeara a su puerta. Casi en secreto me cont
que cada noche despertaba sobresaltada, imaginan-
do esos golpes.
Yo: todava huyendo de eso que fue juego e infierno.
Todos los das.
01.
Todos los das
Mara Pa Lpez
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En julio de 1977 cumpl diecisis aos pero dej pasar
unos meses antes de iniciar los trmites para obtener
mi DNI. La demora obedeca a un compromiso con
un amigo: nos habamos propuesto tener nmeros
consecutivos en nuestros documentos. Como si fuera
poco, llegado el da nos cortamos el pelo de igual
manera y posamos para la foto con camisas idnti-
cas, la misma corbata y el mismo saco. No recuerdo
haber pensado algo especial para ese gesto, aunque
creo que el hecho hablaba por s solo: quera escribir
una marca personal en el librito del DNI que se impo-
na como un todo ya finiquitado.
La foto sigui recordndome aquel da mucho tiempo
despus, cuando ya haba llenado una pgina de la
seccin cambios de domicilio y mis amigos no eran
los mismos. En realidad, todo haba cambiado a mi
alrededor en el 82, menos el DNI que, aunque un
poco ajado y con la tapa deshilachada, segua siendo
igual a s mismo. Era lo nico invariable, y el nico
objeto que me haba acompaado todos los das,
minuto a minuto. Ni mi reloj era el que haba sido,
tampoco mis zapatillas rojas ni mi morral; en cambio
el DNI insista con su presencia obligatoria, siempre
deba estar conmigo. Lo tanteaba en el bolsillo antes
de salir de mi casa para asegurarme que estaba all.
Porque la polica poda exigrmelo en la calle, o un
retn militar mientras viajaba en colectivo, o en el cine
como me haba sucedido ya una vez en plena
funcin cuando, de golpe, las l uces se encendieron y
los soldados aparecieron apostados junto a las buta-
cas. En cada uno de esos casos no haca ms que
entregar mi DNI y poner cara de nada, lo mejor que
poda. Una cara en la que nadie pudiera leer lo que
pensaba, una cara en la que deseaba no ser yo el yo
que buscaban, o el que hacan que buscaban.
Todava me parecera a la foto? El de la foto se pare-
ca a m? Habra algn yo parecido al yo de la foto?
El pnico de esos momentos slo fue comparable al
orgullo de ver estampado el sello por mi primer voto
en octubre del 83. La misma sensacin experiment
al ao siguiente con el sello que confirmaba mi parti-
cipacin en la consulta popular por el litigio limtrofe
con Chile, y meses despus con el registro de mi
voto ante las elecciones de legisladores.
Contemplaba las pginas finales de mi DNI y estaba
convencido que en cada uno de los sellos estaba yo,
no un yo detenido sino en movimiento, libre, cam-
biante en cada voto. Poda recorrer los ltimos aos
de mi vida en cada voto, aquello que haba credo y
ya no crea, lo que nunca haba credo, y lo que
nunca quera dejar de creer. Por eso vacil poco en el
87, en el momento de iniciar la renovacin de mi DNI
(me resisto a llamarlo un duplicado), y arranqu la
pgina con mis votos para guardrmela. Apenas si
volv a mirar aquella foto de los diecisis que haba
pasado lluvias, pascuas y primaveras, slo tuve aten-
cin para esa pgina incompleta que habra de conti-
nuarse en el nuevo DNI.
Como suele suceder en estos casos, termin por
guardarla tan bien que no la volv a encontrar. No me
preocupa, pienso que lo peor sera tener la necesidad
de buscarla.
02.
DNI
Miguel Vitagliano
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Dos imgenes (aunque me pidieron una): la primera de
1974, unos veinte meses antes del golpe; la otra de
fines del '84 o comienzos del '85, en democracia.
Juntndolas (y creo que tiene sentido juntarlas) habra
que llamar a la composicin Amigos. La primera es
Daniel Luaces. Tiene, en la foto, 23 aos. Est senta-
do en su escritorio del Centro Editor de Amrica
Latina y revisa diapositivas para ilustrar alguna colec-
cin, Movimiento Obrero, o, ms probablemente,
Transformaciones . Si la foto la hubiesen tomado tres
o cuatro meses despus ya se lo vera con barba, y
muy parecido al Che Guevara.
A la salida de un da de trabajo como el que aparece
retratado aqu, Daniel, que cursa Psicologa en
Filosofa y Letras, va a la Sociedad de Arquitectos a
votar un plebiscito estudiantil en contra de la Misin
Ottalagano. Ottalagano es interventor en la
Universidad, Ivanissevich es el Ministro de Educacin.
Son los tiempos de Lpez Rega y la Triple A. Esa
noche Daniel no vuelve a la casa, tampoco llega al
da siguiente a la editorial. A media maana un perio-
dista amigo de Crnica llama para decir que en un
baldo de Soldati aparecieron varios cuerpos, jvenes,
fusilados. Pasamos esa tarde del 13 de diciembre de
1974 sentados en el cordn de la vereda frente a la
morgue -recuerdo muy bien esa triste reunin de ami-
gos-, hasta que Boris Spivacow y el Negro Daz salen
a decir que s, que es Daniel, nuestro Danielito
Luaces. Lo enterramos al da siguiente en el cemen-
terio de Avellaneda. Hicimos cientos de llamados,
queramos que todos supieran. Pero muchos tuvieron
miedo de ir: el terror ya estaba instalado.
La segunda foto, la de tres chicos en un camino de
tierra, es una foto feliz. Est tomada junto al campito
que compraron y cuidaron amorosamente durante
aos Julio y Carmen, los abuelos de Antonio, el ms
alto de los tres. Los otros dos son mis hijos. Juntan
hormigas y bichos bolita, se hacen chozas entre las
caas, se disfrazan, se pelean y vuelven a amigar-
se En invierno juegan con el fuego. En verano gri-
tan Marco! y se zambullen en el tanque australiano
justo en el momento en que los dems responden
Polo!. Antonio es hijo de Jos y de Electra, ambos
secuestrados en mayo del '77, desaparecidos.
Detrs de esta foto est, por lo tanto, el dolor. Pero lo
que se ve aqu es la trama reconstruida, por eso se la
puede llamar una foto feli z. Se ha vuelto a empezar,
se ha reconquistado, laboriosamente, una alegra.
Dos imgenes, entonces. Entre el dolor (que no miti-
ga) y la sonrisa nueva. Entre amigos.
03.
Amigos
Graciela Montes
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21]
De repente empez a nevar en Buenos Aires. De
repente aparecieron monstruos y mquinas extrate-
rrestres en Buenos Aires. La gente se empez a morir
en Buenos Aires.
Cuando agarr El Eternauta a los 11 o 12 aos,
qued atrapado. Terminaba el libro y volva a la pgi-
na uno para volver a atravesarlo. De Ser posible?
a Era de madrugada, apenas las tres, y ah voy de
nuevo. Juan Salvo, Franco, Favalli, Elena, Martita, los
Manos, los Gurbos, los Ellos.
Cuando tena 11 o 12 aos era viajar. Viajar con El
Eternauta era diferente. Era en Buenos Aires, era
cerca de casa. Pasaba ac. Dibujos Solano Lpez,
guin Hctor G. Oesterheld.
Un da, dieron un documental en televisin sobre El
Eternauta. Al fin iba a conocer a los responsables de
uno de mis libros favoritos... Horrible sorpresa.
Oesterheld desapareci. Lo desaparecieron. Se lo lle-
varon los extraterrestres. A l, a sus cuatro hijas, a
decenas de miles de argentinos ms. Era en Buenos
Aires. Eran extraterrestres de ac. La manera en que
el fin de Oesterheld se aline con su propia obra es
trgicamente asombrosa. Se trazan paralelos, y
todos encajan. Vida, arte, vida, arte. La imagen que
representa para m ese perodo oscuro de la dictadu-
ra fue pensada y dibujada casi veinte aos antes del
24 de marzo de 1976. Y la vi por primera vez varios
aos despus, sentado cmodamente en un silln,
bajo el paraguas metafrico de una democracia
recin estrenada. Pero la imagen es esa. Estoy segu-
ro de que, si uno observa con cuidado las fotos y fil-
maciones de Videla, Massera y Agosti, parados con
sus uniformes planchados, erguidos detrs de algn
escritorio repleto de micrfonos, algunos puntos
blancos se ven. Alguno pensar que son problemas
del material de archivo de aquella poca. Yo creo que
son copos de nieve. Y que si te tocan te matan.
04.
Ser posible?
Liniers
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Tum tum... tum...
Yo soy cantora del pueblo
yo nunca me'i de callar
Aunque me lleven de a rastras
mi memoria quedar.
No haba pensado tanto en ella como este da.
Afuera llueve y las coplas de mujeres y hombres se
mezclan con las gotas que parecen adormilarse entre
las cajas. Sobre la pared de adobe, el santo eterno y
polvoriento colgado y un rayito de luz que se mete
por entre los cardones viejos del techo. Me gustara
poder salir, cantar, macharme de chicha y de sueos,
de miradas, de tonadas, del olor a barro del ro creci-
do, de la albahaca verde y orgullosa, de sombreros
cantores... Uno canta lo que siente, lo que vive, lo
que sufre, lo que lucha deca Marina.
Cmo habremos cantado y farreado ji ji! Juera
lindo! Noches enteras, carnavales donde todo se
comparte. Sealadas y marcadas de chivitos y de
vacas. La alegra de vivi r... Cantar en su escuela, en
su aula, desde el corazn de sus alumnos. En el gre-
mio con sus compaeros, en cada conquista social.
Hace mucho que no siento sus manos sobre m.
Acaricindome, renaciendo en los sonidos de mi
cuerpo, ajustando mi chirlera, mis cueros.
Hablndome como si hablara a su gente.
Cuando los copleros se juntan y cantan, las cajas
aprovechamos para contarnos secretos que solo
nosotras comprendemos, y entonces me enteraba
que quizs andara Marina por San Salvador de Jujuy.
Eran pocas oscuras, donde la gente tena miedo,
haba mucha desconfianza y muchas injusticias, se
deca que a las personas se las llevaban y despus
no aparecan ms. Mucho dolor llevaba y traa el vien-
to sobre mi tierra. Pensaba que en ese lugar podra
estar. Si nunca se callaba cuando cantaba, menos se
iba a callar viendo a su pueblo sufrir.
Me hubiera gustado tanto estar con ella en esos
momentos, entrar a la crcel para acompaarla en
sus coplas y dar fuerza a los compaeros, a los
maestros presos. Vibrar con sonidos de esperanza
entre esos muros arrancasueos, contrapuntear su
voz de trueno y su sonrisa inmutable.
Me hubiera gustado tanto estar con ella cuando se la
llevaron, aferrarme con mi guastana a su corazn.
Por ah dicen que las cajas resguardamos la memoria
de los copleros que nos tocan, los amores, los
desencuentros, las tristezas, sobre todo la lucha y la
vida cotidiana. Con mi sonido su nombre hace eco
en los cerros y vive siempre.
Mi maestra, mi compaera querida, mi Marina Vilte
A veces me gusta pensar que estoy en tus recuer-
dos como vos segus en los mos.
Purmamarca, 31 de diciembre de 2005.
05.
Compaeras
Laura y Alejandro Vilte
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La corta guerra de Malvinas constituy sin duda la vuelta
de tuerca y, al mismo tiempo, el canto de cisne del
proceso militar iniciado en 1976. Empujados por un
dficit creciente de consenso social, sin poder ocultar
ni el fracaso econmico ni la visibilidad que iban
adquiriendo los reclamos sindicales y las denuncias
por las violaciones de los derechos humanos, los mili-
tares argentinos buscaron recuperar algo de la adhe-
sin social perdida a travs de un acto de patrioteris-
mo suicida, que anclaba en lo ms profundo del sen-
timiento colectivo.
El 30 de marzo de 1982 se haba registrado una mul-
titudinaria marcha de la CGT hacia Plaza de Mayo
que culmin en una violenta represin, con numero-
sos heridos y cerca de dos mil detenidos. Sin embar-
go, tres das mas tarde, la Plaza de Mayo fue colma-
da por una multitud que celebraba eufrica la recupe-
racin de las islas Malvinas. Entonces sucedi lo
inimaginable, lo inesperado: aquella imagen de
Galtieri, que a la manera de J. D. Pern aparece salu-
dando a la multitud con los brazos abiertos desde los
histricos balcones de la Casa Rosada y arranca su
discurso con aquella conocida frase: el pueblo quie-
re saber de qu se trata.
Esta foto de Galtieri saludando a las masas en una
plaza colmada nos lleva a preguntarnos cun ambi-
valente puede ser un sentimiento colectivo, sobre
todo si ste es, como sucede en este caso, tenaz-
mente inculcado desde temprana edad en todas las
escuelas del pas, desde La Quiaca hasta Tierra del
Fuego. O acaso alguien poda poner en duda que
las Malvinas eran argentinas? Cuntos argentinos y
argentinas estuvieron presentes entonces aquel da
en que la dictadura militar tuvo su nico bao de
pueblo, antes de que la guerra se convirtiera en un
literal bao de sangre que teminara con la vida de
tantos jvenes argentinos de entre 18 y 20 aos?
Cuntos de ellos haban estado tres das antes en
aquella marcha de la CGT, reprimida tan duramente?
Cuntos argentinos privados de sus derechos civiles
y polticos se regodearon en ese inesperado senti-
miento de unin nacional, minimizando el alcance
poltico y militar que poda llegar a tener este brusco
pasaje de la doctrina del enemigo interno al enemigo
externo? En fin, cuntos de ellos en ese momento
se preocuparon por distinguir y separar lo que la
toma de Malvinas significaba en trminos simblicos,
con la inequvoca significacin poltica que esto tena
para una dictadura militar en franca decadencia?
Lo cierto es que las palabras pueblo, nacin e
imperialismo volvieron a estar a la orden del da.
Desde el escritor Ernesto Sbato, el cirujano Ren
Favaloro, pasando por referentes del PJ y el titular del
comit de la UCR, hasta el dirigente montonero Mario
Firmenich desde su confortable exilio, las declaracio-
nes eran ms que entusiastas, al subrayar el hecho
como una reivindicacin histrica y un acto de
soberana poltica, que involucraba la nacin entera y
no solamente a las fuerzas armadas...
No hay duda que la guerra de Malvinas mostr una
nueva faz nefasta de la dictadura militar, que no esca-
tim recursos propagandsticos a la hora de activar el
discurso de la cohesin nacional, frente al enemigo
externo; ni tampoco vacil en reproducir sobre los
cuerpos semicongelados de los jvenes soldados
argentinos algunos de los mtodos represivos desa-
rrollados en los campos de concentracin, destinados
a eliminar al enemigo interno. Despus de la derrota
de Malvinas, vendra lo previsible: la queja, el lenguaje
de la mortificacin, la denuncia de que la sociedad
haba sido objeto de manipulacin y engao...
Todo ello forma parte de la verdad. Sin embargo, val-
dra la pena no olvidar que Malvinas a travs de
esta foto, en esta histrica plaza interpela tambin
al conjunto de la sociedad argentina, en la medida en
que puso al desnudo la faz ms oscura de un senti-
miento colectivo.
07.
La faz ms oscura
Maristella Svampa
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08.
Rosario, Kempes
y Galtieri
Carlos del Frade
Rosario, abrazada por el ro Paran, era la capital
nacional del ftbol hacia 1974.
Una de las consecuencias de haberse convertido en
el corazn del segundo cordn industrial ms impor-
tante de Amrica del Sur, luego de San Pablo. La ciu-
dad y la regin amanecan con centenares de bicicle-
tas que llevaban y traan obreros del mtico tercer
turno, del que se haca de noche en talleres peque-
os y medianos, y se rotaban los planteles de las
grandes fbricas.
Eran los das en que la Seleccin de ftbol Rosarina
bailaba a la Nacional y en las tribunas se juntaban las
banderas rojinegras de uls y las auriazules de
Central. Por aquellos das lleg desde Crdoba al
club de Arroyito (Central) un zurdo imponente, Mario
Alberto Kempes, que no tard en consagrarse golea-
dor de los torneos argentinos hasta que fue vendido
a Espaa. El famoso cordobs, como lo nombraba
la hinchada canalla, tambin rompi redes en la
pennsula y cuatro aos despus era una de las prin-
cipales estrellas de la Seleccin Argentina para el
Mundial de 1978.
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Rosario ya no era la misma.
Dos aos de terrorismo de Estado haba condenado
la ciudad obrera, el lugar iluminado por las plumas fla-
mgeras de las fbricas durante la noche y la geogra-
fa rebelde de obreros y estudiantes fue ocupada por
las legiones de Leopoldo Galtieri, titular del Comando
del Segundo Cuerpo de Ejrcito, cuya jurisdiccin se
extenda sobre las seis provincias del litoral argentino:
Misiones, Formosa, Corrientes, Chaco, Entre Ros y
Santa Fe.
Ya los equipos de ftbol no eran campeones.
Las mayoras empezaban a ser goleadas, en la cancha
chica del ftbol, en la cancha grande de la historia.
Despus de la primera ronda en Buenos Aires duran-
te aquel Mundial, la Seleccin vino a jugar a Arroyito.
Kempes retornaba a la cancha que lo haba proyecta-
do al privilegio del ftbol. Hasta entonces no haba
podido hacer un gol.
Fue contra Polonia cuando Mario meti un frentazo
irrefrenable y de esa manera volvi al grito. Y no
poda ser en otro lugar que no fuera la cancha de
Central.
En los palcos del estadio, remodelado y elegido
como subsede por una serie de complicidades entre
dirigentes del sector ms conservador del peronismo
vernculo primero con la democracia agonizante de
1975 y luego ratificada por los militares a cambio de
ciertos lugares convertidos en centros clandestinos
de detencin en la zona, Videla, Massera, Agosti y
hasta Kissinger gritaron aquel gol del cordobs como
manos levantadas al cielo como si fueran garras.
Pero el que ms festej fue el seor de la vida y la
muerte de la zona del Gran Rosario, el entonces
general Galtieri.
Kempes iniciara su fantstica serie de goles que lo
llev a convertirse en el goleador del Mundial, y
Galtieri, mimado por los grandes empresarios de la
zona, se anotara un triunfo poltico en la interna del
partido militar.
Cuando el fenomenal jugador ya estaba en Europa, el
represor de Rosario era jefe del primer cuerpo de
ejrcito y haba decidido tomar las islas Malvinas para
perpetuarse en el poder.
En aquellos aos que fueron desde el golpe de
Estado hasta principios de 1979, la ciudad sufri ms
de 250 desapariciones de personas, la mayora jve-
nes y trabajadores; la eliminacin del tercer turno; la
liquidacin del puerto estatal y el cierre de varias
fbricas.
Rosario, de capital nacional del ftbol, ahora era el
lugar en donde las mayoras populares, de tanto en
tanto, tenan una alegra efmera y momentnea.
De corazn palpitante del cordn industrial del
Paran, pas a ser ciudad de servicios del ex cintu-
rn productivo a la vera del ro marrn.
Las mayoras se quedaron quietas en las tribunas,
aorando los goles de Kempes que jams regresaran
y esperando el momento para cambiar, de una buena
vez, las reglas de juego que solamente le hacan
ganar el partido grande, la historia a unos pocos.
Rosario, despus de Galtieri, se haba convertido en
la ciudad goleada.
Y quizs todo empez en aquel preciso, bello y nota-
ble cabezazo del cordobs en la cancha de Central,
a un costado del Paran, mudo testigo de la lgica
de la dictadura de matar para robar.
Al pueblo de la ex ciudad obrera, en tanto, le qued
el aferrarse al otro sentido existencial: luchar para
vivir. Prepararse para ganar el partido en la cancha
grande de la dinmica social para que alguna vez los
que festejen sean los que son ms.
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Sigo creyendo en el arte y, sobre todo, en su memoria
insobornable, no sentimental pero que es capaz de
fijar las heridas que la realidad deja en nosotros; no
creo que el arte pueda resolver ninguno de los pro-
blemas del mundo, mxime cuando la ambigedad
invade el arte figurativo y la banalidad es consagrada
de utilidad pblica; los Estados del mundo intentan
esterilizarnos con la miseria y el terror, pero es con
ese amor aterrorizado con el que podemos construir
nuestros cuadros. [pgi
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09.
Sigo creyendo en el arte
Carlos Alonso
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memoria
] Los das viernes por la tarde mi madre nos baaba, con
esa obsesin por la limpieza que la ha caracterizado,
por segunda vez en el da. Nos peinaba con
Belcream, un fijador blanco y grasoso, y nos pona la
ropa ms nueva que tenamos. Todos en la casa
dejaban de trabajar y a eso de las siete comenzaba la
picada. Habamos migrado desde nuestro pueblo
natal, La Unin, escapando de la dictadura chilena,
de dos clanes enfrentados y de los vicios juveniles de
mi padre. Llegamos en junio de 1975 a Bariloche.
Haba una huelga en toda la Argentina contra el
gobierno de Isabel Pern. A los pocos das fue el
Rodrigazo, el plan econmico de un ministro llamado
Celestino Rodrigo que en una tarde subi los precios
el 200 por ciento. De Guatemala a Guatepeor. Al ao
siguiente no pude hacer el jardn de infantes. Los chi-
lenos no podamos. Ya la Argentina haba comenzado
con su dictadura y por problemas de lmites en tres
islas del sur no nos daban la radicacin. Como a mi
madre le pareci que no poda perder el tiempo, y
como para salvar el honor de los Casanova, me
ense a leer, escribir y algunas matemticas a los
10.
La sensacin del
momento
Cristian Alarcn
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cinco aos. Cuando llegu a la escuela mis compa-
eros me detestaron: por traga, y por chileno.
Entonces ramos mi madre, de 23 aos; Marcelito,
mi hermano de 1; mi viejo, de 22; y mi to Geo, de
18. En la foto ya pasaron tres aos desde que nos
instalamos, no en Bariloche, sino en Cipolletti, 450kilmetros al noreste. A los dos aos nos mudamos a
una casa a la que le decamos La Celeste: Dante
Alighieri 560, del Barrio Don Bosco. La ventana esa
daba al dormitorio de mis padres. El paredn del
fondo a la casa de los Gonzlez. Enfrente viva nues-
tro amigo el Tono, con sus siete hermanitos hurfa-
nos. Al lado haba una bruja horrible y su hija, y su
hijo, que me pareca lindo y se vesta como mi to, en
la foto con esos pantalones blancos de pata de ele-
fante y la camisa verde abierta, ms los lentes que
usaba John Travolta. Esa foto es del 18 de julio de
1978. Fueron unos meses felices, recuerdo. La
Argentina haba ganado el mundial, aunque se deca
que le haban comprado el partido 6 a cero a los
peruanos. No sabamos que haba algo que se llama-
ba desaparecido. Nadie pareca saberlo en la ciudad.
En la foto parecemos relajados. Sobre todo yo, de
pulver de plush celeste, ajustados patas de elefante,
y manito en la cintura. El de la otra punta a mi to
Hugo es mi to Carrasquito, que despus se fue para
siempre a Buenos Aires. Debajo de l, Marcelo, que
tena el corte de Carlitos Bal. Y entre l y yo, Carlitos
Gonzlez. Fue poco despus que empezaron los pro-
blemas entre el Chile de Pinochet y la Argentina de
Videla. Se disputaban la propiedad de una porcin
del Atlntico sur en la que hay tres pramos, las islas
Pincton, Lennox y Nueva. Las conoc muchos aos
despus viajando como periodista en un velero por el
Canal de Beagle: son tres costas de tierra gris sobre
las que vuelan los pjaros como sobre cadveres.
Por esas tres islas, de las que nos hablaban todos
los das en la escuela, mandaron soldados al sur y ala frontera. Los trenes pasaban cargados de armas y
soldados, decan, por Cipolletti rumbo a Zapala. Mis
padres y los dems chilenos de mi cuadra empeza-
ron a temer que abrieran campos de concentracin.
No estaban tan equivocados, aunque no saban que
la dictadura los haba abierto en todo el pas, incluso
en el valle en el que vivamos.
Nosotros conocamos bien a la polica. Cada tres
meses nos levantaban a las cuatro de la maana
para hacer la cola de migraciones. El fro del invier-
no en el valle es de bajo cero. Parecamos esquima-
les arropados frente a la comisara. A veces la fila
daba la vuelta del destacamento. Despus venan un
montn de papeles que mis padres llenaban, y las
huellas digitales. Cuando volvamos a casa, recuerdo,
mi madre insultaba en profundo chileno al polica que
nos atenda, al que haba que dejarle dinero, la
coima. El comisario nos tena de hijos: mandaba a su
oficialito, hijo de chilenos como nosotros, bien tem-
prano, cada semana, a buscar plata. Yo no entenda
por qu mi padre le tena que pagar siempre. Pero
con el tiempo me di cuenta de que no era de jugar
con los cabrones.
En noviembre la guerra, decan, era segura. Desde
Chile nos escriban los parientes ofreciendo sus
casas para que volviramos. Los tos del campo nos
preparaban la casa de visitas para que nos escondi-
ramos. Pero mis padres preferan conservar lo poco
reconstruido de este lado. Como pagaban tenan la
radicacin renovable. Los que la tenan mal eran lostos Geo, Hugo y Carrasquito. Una maana la polica
y el ejrcito rodearon la cuadra. Hugo estaba en la
casa. Trabajaba en una papelera pero sus papeles,
los migratorios, eran falsos. Con las persianas bajas
nos encerramos en la parte de atrs de la casa. No
se muevan, no hablen, no chillen, deca mi madre. A
Hugo lo meti en el ropero, detrs de sus tapados
gordos, en un rincn. Dijo: ac no hay nadie, nadie
va a salir. Y se fue para espiar por una rendija. Se
estaban llevando a los de enfrente. El padre del Tono,
que tena documentos, sali para el trabajo. Cerr
con llave la casa y los dej a ellos, al Tono y a sus
hermanos, adentro, tambin, en silencio. Llenaron un
camin de hombres. Los tiraban despus de una
pateadura en la frontera.
El miedo fue pasando de a poco. La guerra no esta-
ll, hubo una mediacin del Vaticano y el mar qued
para la Argentina y los peascos esos, para Chile. A
fin de ao, para levantar el nimo, mis padres com-
praron un combinado para pasar discos. Y la noche
de ao nuevo bailamos Abba. Era la sensacin del
momento.
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Por qu evoco esta imagen, y no otra? Por qu no el
gauchito del Mundial o el pauelo de las Madres o el
logo de la Cadena Nacional de Radio y Televisin?
Sin alguna otra adicin, nada en la foto hace inferir
que fue tomada en el ao 1978. Quizs en algo la
delate la ausencia de color, que se corresponda
menos con las carencias tecnolgicas de la poca
que con la paleta de grises, constante y esttica,
pues tal es la zona cromtica que se correspondecon la memoria de la dictadura. En verdad no es una
fotografa, sino la imagen congelada de un reporte
que era emitido al aire, desde exteriores, por un
programa de televisin. Se trata de una consulta en
vivo a lo que por entonces sola ser llamado la
mayora silenciosa y por causa de un tema canden-
te, el conflictivo caso del Canal de Beagle que por
poco no incendi la cordillera. Acaso esta foto me
concierna porque en aquella poca yo usaba pasa-
porte chileno, o porque el muchacho que en ella apa-
rece centrado podra haber sido yo mismo. La esce-
na es hoy habitual, personas contestando encuestas
por la calle y periodistas novatos tomndole el pulso
a la opinin pblica, pero no lo era por entonces, y
menos an que una persona se negara no ya a afron-
tar una inmediata impopularidad por lo dicho sino a
rechazar un dilogo en las condiciones propuestas
por el inquisidor, en este caso un periodista notero
que recin se iniciaba en el oficio. Ms adelante,
ascendera de rango.
Quin fue tu maestro. Quines son tus padres.
Quines son tus amigos. Son preguntas policiales
que no pudieron serle formuladas al muchacho de la
foto. Ya era tarde, haba zigzagueado hasta confun-dirse con la multitud annima, y quizs por eso el
comentario publicado por la revista Gente pocos das
despus termina con una conminacin: lo espera-
mos. Durante la semana siguiente, la anecdtica
escena callejera haba sido la comidilla de los eternos
programas de opinin de la televisin argentina, que
desde haca tiempo machacaban sobre el problema
de la juventud. La impotencia era un sentimiento
generalizado, y nadie soltaba prenda sin adosarle pri-
mero pies de plomo, a menos que la propia opinin
coincidiera con la versin corriente de las cosas en
ese nuevo pas. Pero al joven de la foto no le intere-
sa la cuestin que justamente estaba siendo moviliza-
da en direccin a un posible fratricidio. No le interesa
a pesar de que Sbato opina y de que Favaloro
dice cosas y de que la nota asevere asombrosa-
mente que en Argentina se vota y se elige gobier-
no, que no dejaba de ser una promesa continua-
mente repetida por los militares. Sorprendentemente,
en Argentina haba al menos una persona que no
saba ni le interesaba, respuesta dicha menos apti-
camente que con desdn apenas contenido. El
muchacho haba despreciado a la opinin pblica
en un pas preado de miedo, y quizs por eso en la
fotografa se condensa el estupor de una nacin. Eraun enemigo del pueblo que daba la cara. Todo, la
situacin original como la pgina de la revista de
actualidad que la reprodujo, resulta ser amenazador.
Era temporada de caza y la nota impresa pertenece a
un gnero de uso espordico hoy pero rutinario en
aquellos tiempos, el cartel que especifica las seas
particulares de un perseguido al tiempo que ofrece
recompensa por informacin.
11.
Buscado
Christian Ferrer
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A principios de 1977 mis padres me enviaron una tempora-
da a casa de mi to Pepe en Buenos Aires. Por aquel
entonces Baha Blanca no parecera una ciudad
segura para que un adolescente circule sin temor a
desaparecer. Ms tarde sabramos que en esos aos
esa seguridad no se poda encontrar en ninguna
parte del pas.
Mi to manejaba una estacin de servicio en un pue-blo del Gran Buenos Aires, que se llama Rafael
Castillo. Por aquellos aos tena una fisonoma que
asustaba con solo ver desde el colectivo. Pero all
creyeron mis padres que iba a estar ms seguro y a
resguardo. Paradjicamente hace unos das vi en
Crnica Televisin un incidente en Rafael Castillo
donde una mujer fue muerta en una carnicera mien-
tras esperaba ser atendida. Las imgenes mostraban
ahora una ciudad con calles asfaltadas, comercios de
arquitectura moderna, servicios, gente de traje quecirculaba en segundo plano, en fin, un lugar bastante
diferente del que vi aquella maana de 1977 al bajar-
me del colectivo en la puerta de la estacin de servi-
cio YPF en las calles Carlos Casares y Mendes de
Ands. El periodista de Crnica cerraba la nota
diciendo que esa zona fuera tal vez uno de los pun-
tos ms inseguros del Gran Buenos Aires.
Sin embargo aquel verano Rafael Castillo fue para m
un oasis. En un bar y pool cercano a la casa de mi to
me hice de amigos bailadores de rock and roll y saba
departir con muchachos alegres y verborrgicos
sobre sus andanzas y ancdotas cercanas al delito .
Alguno de ellos podra ser hoy quien entr disparan-
do en la carnicera para arrebatar la recaudacin del
da. Esos muchachos dscolos y desdentados me
parecan a m tambin menos peligrosos que losque me sacaron encapuchado de mi casa unos
meses antes, lo que motiv, tras mi liberacin, que
mis padres me enviasen lejos por un tiempo.
Pero lo que me fascinaba de la juventud de la zona
oeste Morn , Haedo, Ramos Meja, mi querido
Rafael Castillo era la total libertad para llevar el pelo
largo, en algunos casos hasta la cintura. Era cosa
muy extraa de ver en mi ciudad ya que si bien no
haba nada escrito al respecto se saba que no eraconveniente adquirir esa moda y mucho menos com-
binarla con una barba tupida. Me compr entonces
unos jeans gastados y una remera amarilla con la
imagen de Deep Purple, un grupo musical que poco
haba escuchado todava pero cuyos integrantes usa-
ban las lanas ms all de los hombros, y con este
atuendo me iba a pasear por avenida Gaona los
sbados y domingos comparando el largo que iba
adquiriendo mi pelo con el de los muchachos que se
reunan en la puerta de Camelot o de Crash. Esa era,
segn pienso hoy, una accin de resistencia, modes-
ta y pequea. Un resquicio de libertad en una poca
complicada. Lo aprovech y siento que me ayud a
crecer, al ritmo que lo haca mi pelo.
Eleg la imagen que acompaa este texto, una obradel artista rosarino Romn Vitale cuyos trabajos admi-
ro y considero de una calidad nica, porque el
muchacho que se ve salvado del peligro y en vuelo
de la mano de un superhroe me recuerda a ese
adolescente que fui en 1977 con la remera amarilla y
los jeans gastados. Hoy tambin s que el superh-
roe es la memoria.
12.
Rafael Castillo
Gustavo Lpez
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Vemos un hombre en la calle, de ojos marrones, brazos
flacos, tal vez sumido en pensamientos que posible-
mente nos resultaran anodinos. No es su individuali-
dad, ni el ser humano en l, lo que nos es sagrado.
Es l. En su integridad. Los brazos, sus ojos, unos
pensamientos, todo. No deberamos querer daar
nada de eso sin infinitos escrpulos.
Decir no es un gesto esencial. Pero para que fun-cione debe ser profundo, ir ms all de este punto o
aquel otro. No puede ser simplemente un rechazo de
sentido comn. Eichmann tena un gran sentido
comn. Y no saba decir no.
Un lugar del corazn de cada uno les pide a los
dems que no le hagan el mal.
El grito de dolor que nos provoca el mal no es algo
personal. Surge por la sensacion de un contacto conla injusticia a travs del dolor. Es una reaccin que
supera los debates ideolgicos. Las palabras siempre
son insuficientes para describirla.
Hay quienes gozan al or a esa parte del corazn que
grita de dolor ante el mal, otros la desconocen.
Acaso esos estados del espritu se complementen.
Los que la atacan pueden darse distintas justificacio-
nes. Cada uno elige con la cara aplastada contra el
momento de la historia que le toca, contra su propio
minuto. Pero no hay argumento peor que el que se
apoya en la fuerza de un Estado.
Existe el deseo de matar. Y eso hermana a todos en
la historia del fracaso de los sistemas sociales. Entre
el cuerpo y los sistemas est esa musicalidad quedesafina, como un abismo ebrio. Y los muertos, que
ya no tienen otro amor que el que nos quiere a todos
iguales y libres de dao, simplemente miran con dolor.
Hay un reclamo tico en esas miradas.
(Elaborado a partir de textos de Simone Weil y de
Pier Paolo Pasolini)
13.
La tica contra la historia
Florencia Abbate
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Pensar en una imagen que represente la masacre cometida
por la ltima dictadura argentina me resulta difcil,
sino imposible. Pens retratar esta nota con una de
las fotos del primer libro de Fernando Gutierrez. Me
acuerdo que cuando me encontr con esas imge-
nes entr en un mundo ominoso y como tal, familiar.
Tiempo despus me di cuenta que el ttulo del libro
era, sin metforas adyacentes, Treintamil. Tambin
record el comercial del buen soldado que pasabanen la tele durante la guerra de Malvinas. Otra imagen
digna de evocar es la recorrida de Juan Pablo II en su
papamvil yendo por la Av. Libertador y miles de per-
sonas saludando a quien minutos despus hara
comulgar a los asesinos Videla, Galtieri y compaa.
Entonces pens que la obra de Len Ferrari de los
reyes magos cocinndose en una sartn podra ilus-
trar estas lneas. Tambin record, en mi intento
desesperado por encontrar la imagen que resuma,
que sintetice tanto horror, la pelcula de CarlosEcheverra Juan como si nada hubiese sucedido.
Pero no puedo elegir una imagen esttica, fija, que
represente mi recuerdo de esos aos. Podra pensar
en el campo, donde viv luego del secuestro de mis
padres: un bosque visto desde lejos, los rboles
como fantasmas elevan sus brazos al cielo, o las
bandadas de pjaros migrando de una cosecha a la
otra. Esas son las fotos de mi infancia que me hacan
sentir el desamparo de no tener cerca a mis padres.
Sin embargo no son representativas y sobre todo no
son fijas, son movimientos, como el recuerdo, como
los 30 aos que pasaron y que siguen esperando.
Entonces pienso en sacarle una foto al atardecer
melanclico que veo desde donde escribo estas lne-
as o, por qu no, al techo de madera de la casa en laque intento ganarle al calor en este verano de 2006.
Pero tambin desecho esas posibilidades porque me
doy cuenta que los desaparecidos, la dictadura, el
horror, no son pasado sino que estn en presente y
como tal se mueven, se bifurcan en el entramado del
cotidiano. El cigarrillo que fumo, la letra que aprieto
para escribir estas palabras, el perro que me mira
con ojos de perro, todo a mi alrededor habla, grita
esa poca infame. Por eso estas lneas van sin ima-
gen. Ella, esa imagen, est dentro de nuestros cuer-pos, est en la tierra que habitamos y se mueve
como los muequitos de una animacin o como la
sangre de hija de desaparecidos que llevo en mis
venas. No hay cuerpo inanimado, quedan relatos,
recuerdos e imgenes en movimiento, como en una
pelcula pasada en sinfn.
14.
Una pelcula pasada en sinfn
Albertina Carri
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Plantamos la mesa en medio de la calle. Un transente
se detiene. Nos observa como si fusemos una
vidriera, examina la escena con atencin y se decide
a hablarnos: Es un machete!, exclama convencido.
Habla mucho. Cuenta que en sus pocas de escuela
l saba fabricar machetes, esos ayuda memoria
para copiarse en las evaluaciones de geografa. Que
nunca lo haban descubierto. Y no s qu ms dice,
porque no lo escucho del todo. Me distraigo porqueMariana sonre con todo el cuerpo, como hace siem-
pre que sonre. Ella tiene casi 30 aos, igual que yo,
pero cuando se re es una nia descubriendo el
mundo. Esta vez, su gesto tambin es una seal de
intimidad, un velo que nos separa del interlocutor
desconocido.
Cuando el hombre se va, nos quedamos callados.
Mariana contempla la textura de su obra y la acaricia
como a un hijo dormido. Lee algunas de las frasesescritas en las tiras de papel que peg sobre la
mesa. Yo s que no necesita leer: lo hace por cos-
tumbre. Lleva aos repitiendo el ejercicio de recortar
lneas de esa carta y pegarlas una atrs de la otra.
Conoce de memoria cada una de las doce pginas
que le leg su padre antes de intentar escapar de la
Argentina. Ella dice que es una forma de entablar un
dilogo. Cada palabra que adhiere es responder un
poco la carta. Los espacios en blanco representan
las respuestas que tal vez nunca encuentre, los silen-
cios que no se pueden pintar con ningn color.
Manolo us una mesa similar, hace 29 aos, para
escribir la carta a Mariana. Fue el 23 de Marzo de
1977, en el bar Antigua Perla de Once. Eran las 2 dela maana cuando la termin. Pas a la clandestini-
dad, escribe. Soy una persona buscada... Estuve
todo el da deambulando por la ciudad. Es la pala-
bra de un hombre acorralado que intenta salvar su
vida. He decidido partir. Debo llegar a destino con la
nica finalidad de reencontrarme. Pero tambin sabe
que es un viaje peligroso. Hoy se vive y se muere
muy rpido.. No tengo la seguridad de terminar este
escrito.
Manolo escribe que no quiere hacer un testamento,
pero no puedo evitar confiesa que esta carta
tome el carcter de testimonio, del testimonio de mi
verdad. Entonces hace el inventario de su vida para
la hija que no sabe si va a volver a ver. Divide su histo-
ria en etapas signadas por acontecimientos persona-
les y polticos. Toda la carta, toda la vida de Manolo
estn marcadas por dos aspectos que algunas veces
se complementan y otras se enfrentan. El amor y la
revolucin social. La familia y los compaeros de mili-
tancia. Formar una familia y morir por un ideal. Manolo
se entiende a s mismo como un militante dando su
vida por un sueo, pero tambin como un padre que
aora tener a su hija, a Mariana, en brazos.
Espero escribe casi al final que el depositario te
la entregue cuando cumplas quince aos. Hay dos
copias escritas a mano. Ambas tienen su sello postal,
y fueron entregadas a personas de confianza, que no
olvidarn su promesa de guardarlas y entregarlas en
el momento justo.
Si la dictadura quiso desarmar proyectos e imponer
el pas del no te mets, esa carta de un padre a su
hija recin nacida representa el ltimo acto de unhombre que estuvo dispuesto a pagar el precio de
sus ideas. Mariana retoma esas ltimas palabras y las
convierte en el hilo con el que se teje la memoria. La
carta de Manolo es un mensaje para el presente, un
machete a plena luz del sol.
15.
La carta de Mariana
Sebastin Hacher
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En la foto, aunque no estoy, tengo 10 aos. En realidad
buscaba otra foto en la que estoy con mis hermanos y
mi madre. Buscaba una foto en la que mi padre est
ausente pero no la encuentro. En cambio me doy con
sta, que fue tomada en el mismo ao que la otra,
donde aparece mi padre sentado en un jeep.
l estaba en Costa Rica y yo le haba enviado una
carta en la que le contaba con un dibujo la ltima ata-jada del Pato Fillol y tambin le preguntaba cundo
mandara pasajes para que lo visitemos. Y esta foto
que ahora encuentro fue la contestacin a esa carta
o quizs parte de ella.
Hace poco dibuj un jeep muy parecido para la tapa
de una revista de psicoanlisis. El que lo maneja es
Freud y lo acompaan Lacan, Pichon Rivire y
Melanie Klein. Mi padre en cambio est solo en ese
jeep que quizs sea alquilado para ir a alguna playalejana o simplemente prestado para la foto.
Me pregunt por qu le hablaba a mi padre sobre
pasajes para visitarlo, me pregunto por qu le escrib
esa carta. Quizs por un pedido de mi madre. Me
pregunto por qu, si mi padre fue una figura ausente,
sentado en ese jeep o en la mesa de la cocina de
nuestra casa. Ausente por lo menos en el sentido de
lo que un nio necesita como padre.
Pero nadie se llev a mi padre, no vinieron por la noche
a nuestra casa rompiendo todo y robando, no se lo lle-
varon encapuchado y tampoco fue torturado. Nadie
pregunt por l dando vueltas a la plaza. Mi padre,Diego Jorge Di Pascuale, decidi no estar, fue respon-
sable individual de su ausencia. Y en eso no tuvo nada
que ver el gobierno de nuestro pas. Los argentinos no
somos responsables de que haya estado tan lejos, sen-
tado en ese jeep o en la mesa de un bar.
En otras imgenes que se me vienen a la cabeza, mi
padre est con anteojos oscuros y bigote grueso
hacindose pasar por militar en un control policial.
Entonces lo tratan como a un superior y nos dejanseguir adelante sin revisar el automvil. Tambin
recuerdo a mi padre hablando de las viejas locas
de la Plaza de Mayo o queriendo venderle a los mili-
tares de Crdoba unos afiches con la cara de San
Martn al comienzo de la guerra de Malvinas.
Lo recuerdo, en el ltimo ao de mi secundario,
dicindome que deje de meterme en poltica porque
iba a terminar en una fosa comn como toda esa
manga de pelotudos subversivos.
Tambin recuerdo mi asombro al verlo en una marcha
en Semana Santa de 1987 en la que repudibamos
el levantamiento carapintada.
16.
Costa Rica
Lucas Di Pascuale
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La foto es de mi hermano. Se llamaba Pablo. Era rubio,
flaco. Sus ojos eran muy parecidos a los de un to por
el lado materno aunque la mayora de sus rasgos
tenan una fuerte impronta de nuestro padre. Yo le
deca Pablo y l me deca gordo. O lulo. O a veces
gordolulo. Tuvimos una infancia no muy distinta a la
del resto de nuestros amigos. Lo consideraba ms
inteligente y valiente que yo, as que siempre le haca
caso. A partir de 1972 y hasta 1976 fuimos activistasde Montoneros. En agosto de ese ao decid dejar de
serlo. l no. Me fui del pas porque consider que era
la nica manera de salvar mi vida. Desapareci cinco
meses despus. Tena 19 aos. Yo 17.
No hay en la tierra lpida que lo acompae
porque as trat a su muerte la patria fra.
Vaga en mis sueos sin reposo
susurra olvidadas ilusiones y agonas.
Como el que ofrece al amor un beso
y el ingenuo cuerpo triunfante
convencido de causas justas -dijo una carta-
entreg su vida a la nada.
Tengo la tarea de inventarle el universo
Aqu ests vos, aquello es mi afecto
Se ha vuelto crcel mi nostalgia
donde sus ojos siguen abiertos.
Quiero que el olvido, viento amargo,
borre para siempre su voz, esa carne.
Pesa ms la tristeza en el recuerdo
ms pesa en l su amor perdido.
Una infinita tarde de enero
se diluy mi hermano en el viento.
No hay en la tierra lpida que lo acompae
porque as trat a su patria la muerte fra.
17.
Crcel de mi nostalgia
Sergio Shmucler
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Piense lo siguiente: en algn lugar de nuestro pas, a princi-
pios de la dcada del '70 se juntaron y asociaron un
grupo de argentinos para planificar una masacre.
Pero no una masacre cualquiera. No. Una masacre
con la impunidad garantizada (o eso creyeron).
Dnde fue? Quines estuvieron? Quines lo ela-
boraron?
Se juntaron para planificar cmo secuestraran perso-
nas. Las detendran, las asfixiaran, las torturaran, las
desapareceran. Las obligaran a hablar, a decir, a
perder su dignidad (o eso creyeron).
Trajeron a la ms alta jerarqua eclesistica para decir
que lo hacan en nombre de Dios, en su lucha contra
el Diablo. Y sus miembros asintieron en silencio
(algunos) o adhirieron con entusiasmo (muchos otros),
pero terminaron involucrndose (con las excepcionesconocidas) vergonzosamente.
Planificaron cmo robar, cmo quedarse con las
posesiones de aquellos a quienes mutilaran inescru-
pulosamente.
18.
Planificacin
Adrin Paenza
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Se filtraron en todas las organizaciones gremiales y
planificaron cmo desactivarlas, desaparecer y matar a
quienes defendieran los derechos de los trabajadores.
Se filtraron en las facultades y los colegios, y planifi-
caron cmo habran de delatar, para detener y des-
aparecer.
Se filtraron en la prensa digna, generando una tramade censura y autocensura slo equiparable con las
peores pocas del nazismo. Aunque claro, tambin
contaron con un grupo poderoso y entusiasta, due-
os de medios que colaboraron con pasin y sin
escrpulos en la fiesta de la propaganda.
Planificaron cmo robaran bebs, cmo torturaran a
madres embarazadas pero con el cuidado de que no
murieran los chicos, para poder secuestrarlos luego y
repartrselos como si fueran un verdadero botnhumano.
Planificaron en dnde ubicaran los centros clandesti-
nos de tortura, mutilacin y desaparicin.
Planificaron los vuelos de la muerte, en donde empu-
jaron a quienes drogados e indefensos, moriran
sumergidos en las profundidades de nuestras propias
aguas.
Planificaron cmo enterrar personas en forma clan-
destina y cmo simular fusilamientos para ocultar ver-
daderas masacres.
Planificaron cmo montar campaas de prensa que
los mostraran derechos y humanos.
Planificaron un mundial de ftbol en connivencia con
el propio presidente de la FIFA y con fuertes sospe-
chas de ofrecer estupefacientes a nuestros jugadores
y sobornos a los rivales.
Planificaron la entrega sistemtica de todos los dere-
chos de los trabajadores y la entrega tambin, denuestra economa, que vendieron al vil precio del
deme dos.
Planificaron como asesinar monjas indefensas e infil-
traron a sus astices por todo el pas
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49]
Y lo hicieron con la prepotencia de quien se siente
impune. Peor an: no es que se sintieron impunes.
Saban que eran los dueos de todo y de todos.
Planificaron con la precaucin de firmar virtuales pac-
tos de sangre, en donde todos tendran las manos
manchadas para evitar delaciones posteriores.
Planificaron como si alguien les hubiera otorgado elpoder de poner pulgares para arriba o para abajo.
Puede uno suponer que esto fue cierto? Puede
uno imaginar una confabulacin semejante? Habr
habido tantas personas involucradas sin denunciar
semejante locura?
Bueno, s, las hubo. Pero hoy, a treinta aos del
comienzo del ms cruel holocausto que haya vivido el
pas, mi ms profundo respeto a aquellos que entre-garon su vida, a sus familiares y a todos aquellos que
siguieron y siguen an hoy, peleando por la verdad y
la justicia. Y para que Nunca Ms.
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19.
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Cuando pienso en aquellos aos, muchos recuerdos e
imgenes se agolpan en mi memoria, pero la imagen
ms adecuada es la de un cartel pegado en el andn
de una pequea estacin ferroviaria perdida en la
inmensidad de la Puna. El cartel deca con nfasis
Denncielos! y sobre el fondo, para mayor escar-
nio, tena los colores de la bandera argentina. Nunca
lo he olvidado en los aos duros de nuestro exilio y
an lo tengo presente.
Algunos nos reprochan que an se hable del pasado
ignominioso, que se remueva la hoja del cuchillo cla-
vado en la herida; s, los delicados, cuando no los
cmplices se escandalizan cuando hablamos de
eso: de los secuestros, previa liberacin de las zonas
donde iba a ocurrir la rapia y el crimen, de las fosas
comunes, que deban mantenerse annimas al
menos hasta que las leyes de amnista pusieran fuera
de peligro a los verdugos, y sostienen que estosrecuerdos no aportan nada. Esta sola actitud es sufi-
ciente para seguir insistiendo hasta que la terquedad
del recuerdo cumpla con el fin de marcar a fuego a
aquella banda de asesinos, y el olvido y la ligereza de
los desmemoriados que pretenden que los verdugos
hallen cobijo en el olvido.
En el andn de la estacin slo estamos tres perso-
nas esperando el tren. Es de maana temprano pero
el sol alumbra ya lo que est ms alto. El jefe de la
estacin tiene puesta su gorra y se asoma de vez en
cuando por la puerta de la oficina. Un perro, somno-
liento, est echado junto a uno de los bancos pinta-
dos de verde. Entre los que esperamos hay una india
obesa de edad mediana, con sombrero masculino de
cuyas alas parecen colgar dos negras trenzas, queno abandona su cesto de mimbre cubierto con un
liencillo. El otro es un hombre sin ms atributos
ostensibles que sus zapatos colorados y un hirsuto
bigote negro en forma de tringulo issceles, prolija-
mente recortado. Sobre el muro de la estacin, entre
dos puertas, hay un cartel que comienza con la pala-
bra denncielos. El cartel tiene los colores de la
bandera nacional.
Fragmento de La casa y el viento, Buenos Aires,
Legasa Literaria, 1984.
Denncielos
Hctor Tizn
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20.
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Esta foto muestra una cara imprescindible: la normali-
dad del terrorismo de Estado. Es 1983 y el General
Videla va a misa de doce a la parroquia de San
Martn de Tours, como todos los domingos. l, su
mujer y sus hijos forman una familia sonriente, correc-
ta, almas bellas y buenas, como lo sugiere la foto,
que seguramente coincide con la imagen que los
Videla tienen de s mismos. Y con la de los feligreses,
y con la de sus vecinos y con la de los medios de
prensa que gustaban presentarlo como un hombre
sobrio y correcto, y con quin sabe cuntas ms.
Entre misa y misa, entre actos oficiales y vida cotidia-
na honorable, aparecan, escondidos y ostensibles
al mismo tiempo, cadveres torturados, mutilados,
asesinados. Cundo daba las rdenes el general
Videla?, los viernes o los lunes?, antes o despus
de comulgar?, se confesaba?, qu penitencia le
pona el sacerdote?, o tal vez el general, el cura, o
ambos, consideraran que matar subversivos no era
pecado?
Para 1983, ya todo pas y ya nadie puede argir que
desconoce los secuestros, los asesinatos, las torturas
pero, domingo tras domingo, el general recibe la ben-
dicin de la Iglesia Catlica, como tantas otras ben-
diciones de distintos socios, camaradas, cmplices,
beneficiarios, buena gente.
Esta normalidad es la otra cara del terrorismo de
Estado, de hecho, la cara ms visible durante los
aos del Proceso. El terror construye tambin esta
normalidad y esta bonhoma, sin la cual no se
puede entender que muchos dentro de nuestra
sociedad no quisieran o no pudieran ver. Estas im-
genes fueron las que predominaron en los aos
setenta, las que hacan increble lo evidente, las que
los represores y buena parte de la sociedad incorpo-
raron como realidad; por su parte, nos recuerdan
que terror y normalidad no se excluyen, que los
tiranos suelen ser buenos padres de familia incluso
aman a sus perros y que es imprescindible des-
confiar de las almas que se proclaman pblicamente
como buenas y bellas.
Los Videla van a misa
Pilar Calveiro
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Madre e hija gritan por el hombre ausente.
Gritan por el compaero, por el padre
desaparecido.
Marcha por la vida. Avellaneda, noviembre de 1982.
Fotografa hecha para el diario La Voz.
21.
Adriana Lestido
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22.
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As me represento en 1976: profiriendo un grito. Un grito
infinito, tal como el autor se refiri a su obra. Me
veo, entonces, en medio de ese grito infinito de
horror, de espanto. Cruzando un puente que se des-
har ni bien lo haya atravesado.
Una dictadura siempre nos parte en dos. Nos deja un
antes y un despus que suelen estar dislocados: no
hay encaje que valga. Los puentes han resultado
rotos; las naves, quemadas. Uno ya ser siempre
habitante de otro lugar, exiliado sin retorno. Los dicta-
dores prohben, persiguen cualquier voz que no sea
la suya. Y yo me dedicaba a pasar voces distintas: a
difundir multitudes de palabras dichas para dar lugar
a lecturas nuevas. El oficio en el que me iniciaba: pro-
fesora de Pedagoga en la Universidad de Buenos
Aires.
Cruzar el puente supuso llevar esas voces hechas
memorias, olvidos, silencios: superpuestas, entreteji-
das, atravesadas, prendidas en el grito.
Y pese a ello, o quizs ms propiamente debido a
ello, nunca dej de narrar historias. Sigo dedicndo-
me a crear espacios para estrenar y pasar palabras:
viejas con brillos nuevos; nuevas-viejas para descu-
brir/encontrar/inventar mundos por-venir, para dar
lugar a lo an no dicho o no escuchado. Palabras
para acompaarnos y para poder separarnos; pala-
bras livianas y con peso. Palabras dulces con que
mitigar la soledad de la condicin humana. Palabras
fuertes para sealar las injusticias y hacerles frente.
Palabras para restituir, en espacios nuevos, los puen-
tes rotos, las naves quemadas... Mi oficio actual: pro-
fesora de Pedagoga Social en la Universidad de
Barcelona, Espaa.
El grito
Violeta Nez
23.
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Trabajbamos, estudibamos y sobre todo languidecamos
morosamente en el exilio. Lo nico que realmente
concentraba nuestra energa o despertaba nuestro
entusiasmo era la inagotable t area de denuncia. No
importa qu, no importa cmo, irreflexivamente. Con
algunos aciertos a veces pero sobre todo sin parar,
sin permitirnos el descanso o la duda. El vnculo con
Argentina y la denuncia de la dictadura era nuestra
sobrevida. Era recordarnos, tercamente, que no nos
haban quitado todo. En nuestro caso el CAIS*, aun-
que en aquel momento no lo viramos as, apareca
como el organizador de nuestras vidas, nuestro
ncleo de pertenencia.
Cuando solicitaron mi ejercicio de memoria para esta
publicacin, de las miles de imgenes posibles slo
pude pensar en la que ilustra este texto. En realidad,
como todo ejercicio de memoria, es una imagen
incompleta en el sentido amplio, pero tambin en
particular pues esta fotografa formaba parte de un
afiche. Me explico: en el ao 79? 80?, como parte
de las tareas que nos fijbamos, nos propusimos
involucrar a diferentes organismos franceses en la
lucha contra los crmenes de la dictadura. Se trataba
Tuvieron rostro
Mara Teresa Constantn
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59]
de comprometerlos en acciones que tuvieran que ver
con sus reivindicaciones especficas. As, una de l as
asociaciones con las cuales establecimos relaciones
fue Femmes en Mouvements, la emblemtica organi-
zacin de mujeres que entre otras cosas tena su
propia editorial. De los encuentros mantenidos surgi
la idea de realizar un afiche por las mujeres desapare-
cidas. El resultado fue el afiche en cuestin que, ade-
ms de la fotografa, llevaba un texto que reclamaba