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    A 30 aos

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    Ministro de Educacin, Ciencia y Tecnologa de la Nacin

    Lic. Daniel F. Filmus

    Secretario de EducacinProf. Alberto Sileoni

    Subsecretaria de Equidad y Calidad

    Lic. Mirta S. de Bocchio

    Directora Nacional de Gestin Curricular y Formacin Docente

    Lic. Alejandra Birgin

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    Treinta ejercicios de memoria

    A treinta aos del golpe

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    El proyecto A 30 aos del golpe est integrado por:

    Mara Celeste Adamoli, Estanislao Antelo, Jordana

    Blejmar, Mabel Fernndez , Andrea Graciano, Luca

    Litichever, Ana Longoni, Federico Lorenz, Pablo

    Luzuriaga, Jos Luis Meirs, Roberto Pittaluga,

    Eduardo Toniolli, Javier Trmboli.

    Equipo de produccin de este volumen:

    M.C. Adamoli, J. Blejmar, A. Longoni, P. Luzuriaga,

    J. L. Meirs, J. Trmboli.

    Diseo y produccin visual:

    Ana Efron, Sergio Massun, Jos Luis Meirs.

    ISBN

    Primera Edicin: febrero de 2006

    2006. Ministerio de Educacin, Ciencia y

    Tecnologa de la Nacin Argentina

    Impreso en Argentina.

    Publicacin de distribucin gratuita.

    Prohibida su venta. Se permite la reproduccin de

    todo o parte de este libro con expresa mencin de la

    fuente y autores.

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    Durante casi ocho aos el terrorismo de Estado imprimi su huella de muerte, silencio, exilio e intolerancia. En la

    educacin argentina quedaron cicatrices imborrables: docentes e intelectuales exonerados, encarcelados, desapa-

    recidos, exiliados o silenciados por el miedo; bibliotecas destruidas, contenidos censurados. Cientos de miles de

    jvenes vieron frustradas sus vocaciones por una universidad restrictiva, por claustros empobrecidos y por l a perse-

    cucin lisa y llana.

    A su modo, los dictadores no se equivocaban. El saber, la democratizacin del conocimiento, la reflexin crtica y ladignidad son siempre una usina de libertad incompatible con los regmenes oprobiosos. Como contrapartida, la

    escuela es la principal institucin para garantizar que el horror no se repita. No podemos ignorar que la dictadura

    fue posible porque la cultura democrtica, los valores de la libertad y la justicia estaban dbilmente arraigados en la

    sociedad argentina. Nadie ignora ya que la clausura de la participacin poltica contribuy a imponer un modelo

    econmico y social de exclusin, cuyas consecuencias an hoy resultan difciles de revertir. En esos aos, se senta-

    ron las bases para la destruccin del Estado de bienestar, se min la produccin industrial y se profundiz la brecha

    social.

    La nica manera de evitar que se repita en la Argentina la barbarie que instal la ltima dictadura militar hace 30

    aos es recordar y reflexionar permanentemente sobre nuestro pasado. Confiamos en que los 30 testimonios quepresentamos aqu nos ayuden a pensar acerca de la libertad, la democracia y los derechos humanos. La toma de

    conciencia acerca de los crmenes de lesa humanidad cometidos en la Argentina debe estar acompaada por la

    decisin poltica de construir una sociedad ms justa y solidaria, que nos permita formar hombres y mujeres ms

    autnomos y crticos. Las dictaduras, aqu y en cualquier otro lugar, no solo destruyen vidas y bienes materiales,

    sino que instalan hbitos y conductas autoritarias que trascienden los lmites temporales de su vigencia y necesitan

    de una educacin y una prctica democrtica para desterrarlos de las sociedades que las padecieron.

    Para la libertad

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    ejercicios

    de

    memoria

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    Recordar no es anclarnos en el pasado: es la condicin para poder pensar el futuro. Slo lograremos reconstruir la

    sociedad integrada, justa y soberana que deseamos, sobre la base de un ejercicio permanente colectivo del debate,

    la reflexin, la participacin, la solidaridad.

    El Ministerio de Educacin, Ciencia y Tecnologa se compromete a trabajar para mantener fresca la memoria en

    cada escuela, en cada aula del pas. Todos los das acuden a nuestras escuelas 10 mil lones de nias, nios y ado-

    lescentes; a ellos estn dirigidos estos testimonios. La labor cotidiana de nuestros docentes en la formacin de las

    nuevas generaciones es fundamental para la construccin de una sociedad profundamente democrtica. Para que

    jams perdamos la conciencia de la necesidad de defender la vida y la libertad.

    Lic. Daniel Filmus

    Ministro de Educacin, Ciencia y Tecnologa de la Nacin

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    Amontonad los cadveres en Austerlitz y Waterloo,

    echadles tierra encima y dejadme a m obrar.

    Yo soy la hierba, lo cubro todo.

    Y amontonadlos en Gettysburg,

    Y amontonadlos en Yprs y en Verdn.

    Echadles tierra encima y dejadme a m obrar.

    Dos aos, diez y los turistas p reguntan al conductor:qu sitio es este?

    Dnde estamos ahora?

    Yo soy la hierba.

    Dejadme obrar.

    Carl Sandburg

    (poeta norteamericano, 1878-1967)

    Para que nunca ms la hierba del olvido nos cubra de espanto, el Ministerio de Educacin, Ciencia y Tecnologa de

    la Nacin, como integrante del Poder Ejecutivo Nacional, reivindica como propia la tarea de ejercer la memoria y

    conjurar el olvido. Estos treinta ejercicios de memoria, que podran ser treinta mil, forman parte de las actividades

    propuestas para recordar el 30 aniversario de la dictadura ms sangrienta que haya padecido la Argentina.

    Ejercer la memoria es un derecho inalienable de los hombres y una responsabilidad de la sociedad. Si el terror es

    insidioso, la educacin es la herramienta privilegiada de la memoria, el vehculo para que se produzca esa necesaria

    transmisin cultural de una generacin a otra.

    De maestros a alumnos, de padres a hijos, de los ms viejos a los jvenes y a los nios; en esas direcciones y de

    esa manera, las sociedades pelean por la vida.

    En cada casa, en cada aula, en las plazas, en las mesas de los bares, un da y todos los das que sean necesarios,

    recordaremos a aquellos que nos precedieron en la lucha por la justicia y por los derechos humanos. Los construc-tores de una mejor sociedad.

    En estas pginas tambin homenajeamos a los centenares de compaeros y compaeras del campo de la educa-

    cin desaparecidos en los aos del terror: docentes de todos los niveles y alumnos secundarios y universitarios.

    As, la voz de nuestro Ministerio se une a infinidad de ot ras voces y gestos que, a lo largo y ancho de nuestro pas,

    reclaman memoria.

    Prof. Alberto Estanislao Sileoni

    Secretario de Educacin

    La hierba

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    ejercicios

    de

    memoria

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    Los treinta aos del golpe de Estado ocurrido el 24

    de marzo de 1976 se nos presentan como una opor-tunidad particularmente significativa para reflexionar

    sobre aquello que sucedi en el pasado reciente de

    nuestro pas, pero tambin sobre lo que nos atraviesa

    en el da a da, interpelndonos acerca de qu futuro

    como sociedad queremos. Desde esta perspectiva, el

    Proyecto A 30 aos que se lleva adelante desde la

    Direccin Nacional de Gestin Curricular y Formacin

    Docente del Ministerio de Educacin, Ciencia y

    Tecnologa de la Nacin, promueve una serie de ini-

    ciativas que se proponen construir espacios compar-tidos de indagacin y pensamiento en las escuelas e

    institutos de formacin docente de todo el pas.

    Apostamos a propiciar el dilogo y a estrechar la bre-

    cha que existe entre las generaciones que vivieron y

    sufrieron en carne propia el terrorismo de Estado y

    las nuevas, nacidas en democracia, pero cuyas vidas

    estn sin duda marcadas por la herencia de lo suce-

    dido. Slo mediante el lazo que produce la transmi-

    sin ser posible anudar el pasado y el futuro, invitan-do a los nuevos a protagonizar la historia y a imagi-

    nar mundos mejores.

    Este libro

    Este volumen es una iniciativa que impulsa el

    Proyecto A 30 aos, con la intencin de servir

    como disparador para trabajos sostenidos de refle-

    xin, debate y produccin entre docentes y estudian-tes. Para construirlo, le pedimos a treinta escritores,

    poetas, educadores, psicoanalistas, periodistas, cine-

    astas, artistas plsticos, fotgrafos y actores que eli-

    gieran una imagen significativa, aquella que le resulta-

    ra ms representativa de su propia experiencia duran-

    te aquellos aos, ya sea una foto privada o pblica,

    una obra plstica, un recorte grfico, un objeto, lo

    que fuera. Y que a partir de esa imagen escribiesen

    un texto breve acerca de los porqu de su eleccin,

    realizando lo que llamamos un ejercicio personal dememoria. Como podrn advertirlo, quisimos garanti-

    zar que estos ejercicios aqu reunidos provinieran de

    distintas generaciones y lugares del pas, y que, a su

    vez, dejaran entrever diferentes situaciones biogrfi-

    cas durante los aos de la dictadura. A los treinta

    participantes, nuestro mayor agradecimiento por su

    generosa disposicin a colaborar en este proyecto y

    a contribuir a la construccin colectiva de nuestra

    memoria, una tarea tan necesaria como ardua.

    Toda seleccin es arbitraria y, por cierto, lo es an

    ms dadas la singularidad del tema frente al cual no

    hay quien no tenga algo valioso que contar. La deci-

    sin de restringir las colaboraciones a treinta en

    alusin por supuesto al aniversario que se cumple

    este ao 2006 funcion, a su vez, como un lmite y

    como un marco imprescindible para el libro. Nuestra

    invitacin estuvo dirigida a un grupo de personas que

    tienen en comn el hecho de dedicarse a la produc-cin de representaciones que, a travs de palabras e

    imgenes, recrean anhelos, pesadillas, dolores y ale-

    gras que son individuales pero tambin colectivos.

    Su labor circula en libros, cuadros, pelculas, fotogra-

    fas, as como tambin en un aula o en una sala de

    teatro, formatos y espacios que revelan el deseo de

    transmitir lo producido a otros. En este sentido, la

    seleccin de autores a la que arribamos no pretende

    reflejar a los distintos sectores sociales o profesiona-

    les que conforman nuestra sociedad, sino que priori-za la posibilidad de dar lugar a un intercambio entre

    generaciones, sostenido en trayectorias individuales

    que vienen inyectndole densidad a la trama de sm-

    bolos y representaciones que nos pueblan en tanto

    conjunto social.

    El resultado de esta convocatoria, como podr notar

    el lector al adentrarse en el libro, despliega una cons-

    telacin de voces. Desde la imagen que no requiere

    palabras y las palabras que deciden no congelarse enninguna imagen, aparecen una diversidad de tonos

    (de la confesin ntima al nfasis polmico, de la carta

    privada a un ausente querido a la reflexin terica

    sobre la memoria y el olvido), de gneros (poesa,

    ensayo, memoria autobiogrfica) y de registros de

    escritura. Desde la foto extrada del lbum familiar

    ms atesorado hasta la representacin universal del

    Introduccin

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    ejercicios

    de

    memoria

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    horror (El grito del pintor expresionista noruego

    Edvard Munch), desde el conocido cono publicitario

    del mundial de ftbol hasta la construccin delibera-

    da de un nuevo signo. Las miradas sobre la experien-

    cia colectiva argentina de las ltimas dcadas, que

    subyacen a cada ejercicio de memoria, no pueden

    ser sino dismiles. Nuestro posicin, en tanto que

    Proyecto del Ministerio de Educacin, fue la de abrir

    un territorio lo suficientemente amplio para que pueda

    contener incluso contrastes abruptos que, no obstan-

    te, se reconozcan en la valoracin de la vida demo-

    crtica y sus instituciones. Podra leerse este libro

    como un tenso collage que, a partir de fragmentos y

    de perspectivas disonantes, reclama articular sus his-

    torias en un cuerpo mltiple, multifactico.

    En medio de esa diversidad, muchos de estos ejer-

    cicios de memoria eligen hablar de la dictadura evo-

    cando un arco comn de emociones (el terror, la pr-

    dida de alguien muy cercano, la persecucin, la opre-

    sin en el pecho, la gama de grises del cielo, las

    miradas bajas, los susurros) que se instalaron en la

    vida cotidiana y son rememorados desde un registro

    personalsimo que se sita mucho ms all o ms

    ac de la unanimidad de la condena. Asimismo sedan lugar en estas pginas resquicios de libertad, de

    resistencia o de lucha que pudieron idearse a contra-

    pelo del terror. Lo que muchas veces se esconde en

    una cifra abrumadora 30.000 desaparecidos se

    vuelve en varios de estos ejercicios un rostro preciso

    y una biografa concreta. Es de este modo que

    Treinta ejercicios de memoria colabora a desafiar el

    consenso extendido durante los aos de la transicin

    democrtica, consenso que resaltaba que nuestra

    sociedad, fundamentalmente sus jvenes, haba sido

    blanco pasivo del terrorismo de Estado, imaginado

    como un cuerpo extrao que se hizo presente como

    un rayo en cielo sereno. El reconocimiento de distin-

    tas militancias (polticas, sindicales, estudiantiles,

    incluso armadas) es hoy una zona ineludible en la

    construccin crtica de una historia de la trama social

    desmantelada en aquella poca.

    Otros ejercicios aqu reunidos eligen exponer aristas

    complejas y habitualmente eludidas en los relatos

    sobre aquel difcil perodo: las complicidades, los

    silencios, el tcito dejar hacer, las actitudes ambiguasde gran parte de la sociedad ante lo que estaba ocu-

    rriendo. Se suceden as inquietantes referencias al

    conflicto del Beagle, al Mundial de Ftbol de 1978, a

    la guerra de Malvinas... Se formulan preguntas lgi-

    das pero inexcusables sobre el rol de los medios

    masivos, de sectores de la Iglesia e incluso de las

    movilizaciones populares en el sostn de la dictadura.

    Para aproximarse a esa otra cara, la de la aparente

    normalidad del terrorismo de Estado, Pilar Calveiro

    sugiere que el terror construye tambin esta 'norma-lidad' y esta 'bonhoma', sin la cual no se puede

    entender que muchos dentro de nuestra sociedad no

    quisieran o no pudieran ver.

    Son varios los autores que sealan que todos os

    que eran nios, jvenes o ya adultos hace treinta

    aos, los que participaban de alguna manera en la

    vida poltica y los que se mantenan al margen,

    todos fuimos de alguna forma alcanzados por el

    terror. No slo por la ausencia irrevocable y atroz de

    alguna persona querida, hermano, hijo, padre, madre,

    amigo, vecino o compaero de trabajo. Sino porque,

    en alguna medida, todos sabamos lo que estaba

    ocurriendo. As lo condensa en su ensayo Mara Pa

    Lpez: Fbula de la infancia: la inocente alegra del

    no saber. El problema es que se saba, que esa nia

    que fui que soy cuando recuerdo saba. Saba

    que la tranquilidad de la siesta en el Barrio Obrero de

    una ciudad bonaerense poda rasgarse con un opera-

    tivo militar.

    Un recurso en la escuela

    Este libro est particularmente abierto a mltiples

    posibilidades de lectura y su objetivo estar por

    dems cubierto en cada escuela o instituto de forma-

    cin docente si permite una entrada imprevista, si

    desata entre los estudiantes alguna resonancia ines-

    perada o algn nuevo debate entre sus lectores. Nos

    permitimos, no obstante, sugerir posibles abordajes

    para trabajar con l en las aulas.

    A travs de la lectura de Treinta ejercicios de memo-

    ria es posible aproximarse a distintas dimensiones de

    la cotidianeidad de aquella poca, y en este sentido,

    puede pensarse qu cuestiones aparecen destaca-

    das y en qu medida se contraponen, se diferencian,

    se asemejan, se distancian o se acercan a nuestras

    vivencias actuales.

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    Se abre tambin la posibilidad de trabajar a partir de

    las distintas imgenes del libro, por ejemplo, desde la

    eleccin de alguna de ellas y un posterior ejercicio de

    escritura, debate o reflexin. Hay una serie de pre-

    guntas que puede ser de utilidad a la hora de promo-

    ver en el aula que los estudiantes miren con atencin

    estas imgenes: por qu fue elegida por el autor?;

    qu nos evoca a cada uno de nosotros y qu aso-

    ciaciones nos despierta?; en qu se parecen y en

    qu se diferencian entre s?; con que imagen de cir-

    culacin actual podra relacionarse?

    Otra alternativa es retomar alguno de los ensayos a

    partir de los interrogantes que deja formulados. Por

    ejemplo, qu oscura faz de la sociedad argentinapone en evidencia la guerra de Malvinas, segn

    Maristella Svampa. Coincidimos con ella? Por qu?

    Puede verse, en todo caso, ese lado oscuro en

    algn acontecimiento ms reciente?

    Tambin podemos ayudar a percibir los puntos de

    contacto o de diferencia entre dos o ms ejercicios

    de memoria, en relacin con la evaluacin que propo-

    nen de la dictadura. En ese sentido, hay varios textos

    que se detienen en marcar el consenso, pasivo oactivo, que gener la dictadura entre la sociedad.

    Mientras que otros, en cambio, tienden a localizar al

    pueblo al margen de una violencia y un conflicto que

    le habran sido ajenos, reforzando una visin extendi-

    da en la sociedad argentina de los aos ochenta.

    Una va fundamental para leer este libro es preguntar-

    nos por las distancias que se ponen de manifiesto

    entre aquellas experiencias y nuestras vivencias

    actuales. Distancias que son evidentes, pero que a

    veces dejan traslucir ciertas continuidades: las violen-

    cias y las injusticias que, aunque con otra intensidad

    y bajo distintas formas, persisten en nuestra socie-

    dad, motivadas por otras razones y fuerzas.

    Treinta ejercicios de memoria puede funcionar tam-

    bin como una invitacin a recrear la consigna de

    escritura que le dio origen, ya sea para abordar la

    misma dictadura o algunos de sus episodios tal

    como la guerra de Malvinas, como para pensar

    una poca en particular de la vida de los estudiantes(la primera infancia), o un acontecimiento histrico

    prximo a ellos (por ejemplo lo acontecido el 19 y 20

    de diciembre de 2001 o el atentado de la AMIA en

    1994). De esta forma, eligiendo una imagen que para

    ellos condense de manera significativa un aconteci-

    miento y escribiendo un breve texto, los estudiantes

    realizaran su propio ejercicio de memoria.

    Por otra parte, muchas de las cuestiones que se plan-

    tean en los distintos escritos pueden dar pie a la pro-duccin de investigaciones sobre algn tema puntual,

    abriendo nuevas preguntas, interrogando a actores

    silenciados, recuperando experiencias personales, fami-

    liares, locales, regionales hasta ahora no consideradas.

    El problema de la construccin de la memoria atravie-

    sa por supuesto estos distintos ejercicios, y permite

    reflexionar sobre la dinmica del olvido y el recuerdo

    en nuestra sociedad. Una dinmica en la que se

    entrecruzan duelos colectivos e individuales y que es

    imposible congelar o cerrar. Relatos ntimos e histo-

    rias pblicas. Gritos y secretos.

    Una cita secreta

    Existe una cita secreta entre las generaciones que fue-

    ron y la nuestra escribi alrededor de 1940 el filsofo

    alemn Walter Benjamin. Una cita entre el pasado y el

    presente, y tambin entre el pasado y el futuro. Con esa

    breve sentencia, Benjamin sostiene que no es irreversi-

    ble que lo acontecido en el pasado con su carga de

    deseos y pasiones, pero tambin de violencias e injusti-cias permanezca desconocido para los ms jvenes.

    La invitacin del Proyecto A 30 aos es a producir

    esa cita secreta, a tornarla real en las aulas de nues-

    tro pas. Alguien podra advertirnos que este movi-

    miento ha sido siempre el de la educacin, que ha

    intentado mediar entre lo viejo y lo nuevo, para apos-

    tar con mejores probabilidades a que el futuro sea

    ms justo. Y estara en lo cierto. Sucede que lo acon-

    tecido en estos ltimos treinta aos puso de mani-fiesto la tremenda pobreza que se apodera de una

    sociedad cuando sta se desentiende de sus muer-

    tos, que es otra forma de desentenderse de los

    vivos, de dejarlos ms solos, en la intemperie.

    Ojal este libro ayude a convocar, contra ese efecto

    desolador, a esta cita secreta y necesaria.

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    Todos los das.Todos los santos das: de lunes a viernes. La

    escuela esperaba. Estaba ah, haba que llegar a ella,

    aceptar su acogedor abrazo. Darle su alimento: nuestra

    obediencia y nuestra indisciplina. Darle los cuadernos.

    Todos los das cuadernos pintados. Con pequeas

    banderas -pintadas con lpices de colores- de los

    pases que ese da jugaban un partido. Creo recordar

    que un gauchito dibujado era parte de los dones coti-

    dianos a la escuela.

    Todos los das, dibujar y pintar. Una y otra bandera.

    Razones pedaggicas, quizs: un presunto interesado

    camino hacia el saber histrico y geogrfico. El ftbol

    sera el camino apasionado hacia ese anaquel de

    conocimientos. Pero la pedagoga fracas conmigo.

    Todos los das, la pedagoga de los lpices de colores

    produjo odio. Slo eso: no recuerdo ninguna bande-

    ra. Apenas, por reiteracin, la de Argentina. Quizs se

    debi a que no quera levantarme de la cama para

    hacer los deberes. Sin saber que evocaba a Onetti,

    pretenda que la escritura y la horizontalidad eran

    compatibles. Quizs se debi, tambin, a que la ocio-

    sidad alcanzaba, con peculiar insistencia, al acto de

    sacar puntas a los lpices. La horizontalidad y las

    puntas rasposas imposibilitaron todo placer y cual-

    quier aprendizaje.

    Todos los das, odio al mundial. Si haba partidos,

    haba banderas. Si haba banderas, haba que pintar-

    las. Y encima, el gauchito. Varias desconfianzas

    deben provenir de esos das: frente al festejo futbols-

    tico, frente a la escuela, frente a la infancia. Porque la

    infancia no es bella. Tanto que no puedo recordar

    con alegra a esa nia de segundo grado, con cua-

    dernos que solan ser acreedores de la demanda de

    mayor prolijidad, que nunca supo peinarse ni sacarle

    punta a los lpices.

    Por esos das la revista Para Tirecin ahora perci-

    bo el arcasmo de ese nombre en el pas del voseo!

    traa postales. Era un servicio patritico: haba que

    enviarlas al exterior para contrarrestar la campaa

    antiargentina. Recuerdo una, tan inocente como el

    gauchito. Nios rubios agitando banderitas naciona-

    les. La frase: los argentinos somos derechos y huma-

    nos. Quizs me gustaba la foto, o querra haber sido

    una nia rubia bien peinada. Por algo la recuerdo.

    Pero no la mand.

    Banderas y nios. Un infante gaucho como smbolo

    mayor: inocencia y alegra. Fbula de la infancia: la

    inocente alegra del no saber. El problema es que se

    saba, que esa nia que fui que soy cuando recuer-

    do, saba. Saba que la tranquilidad de la siesta en

    el Barrio Obrero de una ciudad bonaerense poda

    rasgarse con un operativo militar. Saba que Navidad

    no era nombre de la espera de un gordo vestido de

    rojo, sino el momento de la frustracin por otro blan-

    queo no efectuado, el fin de otra espera. Saba que

    ningn festejo dejaba de estar amenazado por los

    relatos sobre el sonido de un tren arrollando autos.

    Todos los das saba y todos los das ignoraba.

    Porque saba quera ser una nia rubia -bien peinada-

    agitando una pequea bandera celeste y blanca; por-

    que ignoraba crea que el problema era el spero

    sonido de los lpices sin punta en un papel. Los cua-

    dernos habrn sido tirados como restos poco memo-

    rables. La escuela est all, todava a la espera de las

    ofrendas que cada generacin debe sacrificarle.

    Richard nunca tuvo legalizacin ni amnista navidea.

    Mi abuela esper, hasta su muerte, escuchar que su

    nieto golpeara a su puerta. Casi en secreto me cont

    que cada noche despertaba sobresaltada, imaginan-

    do esos golpes.

    Yo: todava huyendo de eso que fue juego e infierno.

    Todos los das.

    01.

    Todos los das

    Mara Pa Lpez

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    En julio de 1977 cumpl diecisis aos pero dej pasar

    unos meses antes de iniciar los trmites para obtener

    mi DNI. La demora obedeca a un compromiso con

    un amigo: nos habamos propuesto tener nmeros

    consecutivos en nuestros documentos. Como si fuera

    poco, llegado el da nos cortamos el pelo de igual

    manera y posamos para la foto con camisas idnti-

    cas, la misma corbata y el mismo saco. No recuerdo

    haber pensado algo especial para ese gesto, aunque

    creo que el hecho hablaba por s solo: quera escribir

    una marca personal en el librito del DNI que se impo-

    na como un todo ya finiquitado.

    La foto sigui recordndome aquel da mucho tiempo

    despus, cuando ya haba llenado una pgina de la

    seccin cambios de domicilio y mis amigos no eran

    los mismos. En realidad, todo haba cambiado a mi

    alrededor en el 82, menos el DNI que, aunque un

    poco ajado y con la tapa deshilachada, segua siendo

    igual a s mismo. Era lo nico invariable, y el nico

    objeto que me haba acompaado todos los das,

    minuto a minuto. Ni mi reloj era el que haba sido,

    tampoco mis zapatillas rojas ni mi morral; en cambio

    el DNI insista con su presencia obligatoria, siempre

    deba estar conmigo. Lo tanteaba en el bolsillo antes

    de salir de mi casa para asegurarme que estaba all.

    Porque la polica poda exigrmelo en la calle, o un

    retn militar mientras viajaba en colectivo, o en el cine

    como me haba sucedido ya una vez en plena

    funcin cuando, de golpe, las l uces se encendieron y

    los soldados aparecieron apostados junto a las buta-

    cas. En cada uno de esos casos no haca ms que

    entregar mi DNI y poner cara de nada, lo mejor que

    poda. Una cara en la que nadie pudiera leer lo que

    pensaba, una cara en la que deseaba no ser yo el yo

    que buscaban, o el que hacan que buscaban.

    Todava me parecera a la foto? El de la foto se pare-

    ca a m? Habra algn yo parecido al yo de la foto?

    El pnico de esos momentos slo fue comparable al

    orgullo de ver estampado el sello por mi primer voto

    en octubre del 83. La misma sensacin experiment

    al ao siguiente con el sello que confirmaba mi parti-

    cipacin en la consulta popular por el litigio limtrofe

    con Chile, y meses despus con el registro de mi

    voto ante las elecciones de legisladores.

    Contemplaba las pginas finales de mi DNI y estaba

    convencido que en cada uno de los sellos estaba yo,

    no un yo detenido sino en movimiento, libre, cam-

    biante en cada voto. Poda recorrer los ltimos aos

    de mi vida en cada voto, aquello que haba credo y

    ya no crea, lo que nunca haba credo, y lo que

    nunca quera dejar de creer. Por eso vacil poco en el

    87, en el momento de iniciar la renovacin de mi DNI

    (me resisto a llamarlo un duplicado), y arranqu la

    pgina con mis votos para guardrmela. Apenas si

    volv a mirar aquella foto de los diecisis que haba

    pasado lluvias, pascuas y primaveras, slo tuve aten-

    cin para esa pgina incompleta que habra de conti-

    nuarse en el nuevo DNI.

    Como suele suceder en estos casos, termin por

    guardarla tan bien que no la volv a encontrar. No me

    preocupa, pienso que lo peor sera tener la necesidad

    de buscarla.

    02.

    DNI

    Miguel Vitagliano

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    a

    19]

    Dos imgenes (aunque me pidieron una): la primera de

    1974, unos veinte meses antes del golpe; la otra de

    fines del '84 o comienzos del '85, en democracia.

    Juntndolas (y creo que tiene sentido juntarlas) habra

    que llamar a la composicin Amigos. La primera es

    Daniel Luaces. Tiene, en la foto, 23 aos. Est senta-

    do en su escritorio del Centro Editor de Amrica

    Latina y revisa diapositivas para ilustrar alguna colec-

    cin, Movimiento Obrero, o, ms probablemente,

    Transformaciones . Si la foto la hubiesen tomado tres

    o cuatro meses despus ya se lo vera con barba, y

    muy parecido al Che Guevara.

    A la salida de un da de trabajo como el que aparece

    retratado aqu, Daniel, que cursa Psicologa en

    Filosofa y Letras, va a la Sociedad de Arquitectos a

    votar un plebiscito estudiantil en contra de la Misin

    Ottalagano. Ottalagano es interventor en la

    Universidad, Ivanissevich es el Ministro de Educacin.

    Son los tiempos de Lpez Rega y la Triple A. Esa

    noche Daniel no vuelve a la casa, tampoco llega al

    da siguiente a la editorial. A media maana un perio-

    dista amigo de Crnica llama para decir que en un

    baldo de Soldati aparecieron varios cuerpos, jvenes,

    fusilados. Pasamos esa tarde del 13 de diciembre de

    1974 sentados en el cordn de la vereda frente a la

    morgue -recuerdo muy bien esa triste reunin de ami-

    gos-, hasta que Boris Spivacow y el Negro Daz salen

    a decir que s, que es Daniel, nuestro Danielito

    Luaces. Lo enterramos al da siguiente en el cemen-

    terio de Avellaneda. Hicimos cientos de llamados,

    queramos que todos supieran. Pero muchos tuvieron

    miedo de ir: el terror ya estaba instalado.

    La segunda foto, la de tres chicos en un camino de

    tierra, es una foto feliz. Est tomada junto al campito

    que compraron y cuidaron amorosamente durante

    aos Julio y Carmen, los abuelos de Antonio, el ms

    alto de los tres. Los otros dos son mis hijos. Juntan

    hormigas y bichos bolita, se hacen chozas entre las

    caas, se disfrazan, se pelean y vuelven a amigar-

    se En invierno juegan con el fuego. En verano gri-

    tan Marco! y se zambullen en el tanque australiano

    justo en el momento en que los dems responden

    Polo!. Antonio es hijo de Jos y de Electra, ambos

    secuestrados en mayo del '77, desaparecidos.

    Detrs de esta foto est, por lo tanto, el dolor. Pero lo

    que se ve aqu es la trama reconstruida, por eso se la

    puede llamar una foto feli z. Se ha vuelto a empezar,

    se ha reconquistado, laboriosamente, una alegra.

    Dos imgenes, entonces. Entre el dolor (que no miti-

    ga) y la sonrisa nueva. Entre amigos.

    03.

    Amigos

    Graciela Montes

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    21]

    De repente empez a nevar en Buenos Aires. De

    repente aparecieron monstruos y mquinas extrate-

    rrestres en Buenos Aires. La gente se empez a morir

    en Buenos Aires.

    Cuando agarr El Eternauta a los 11 o 12 aos,

    qued atrapado. Terminaba el libro y volva a la pgi-

    na uno para volver a atravesarlo. De Ser posible?

    a Era de madrugada, apenas las tres, y ah voy de

    nuevo. Juan Salvo, Franco, Favalli, Elena, Martita, los

    Manos, los Gurbos, los Ellos.

    Cuando tena 11 o 12 aos era viajar. Viajar con El

    Eternauta era diferente. Era en Buenos Aires, era

    cerca de casa. Pasaba ac. Dibujos Solano Lpez,

    guin Hctor G. Oesterheld.

    Un da, dieron un documental en televisin sobre El

    Eternauta. Al fin iba a conocer a los responsables de

    uno de mis libros favoritos... Horrible sorpresa.

    Oesterheld desapareci. Lo desaparecieron. Se lo lle-

    varon los extraterrestres. A l, a sus cuatro hijas, a

    decenas de miles de argentinos ms. Era en Buenos

    Aires. Eran extraterrestres de ac. La manera en que

    el fin de Oesterheld se aline con su propia obra es

    trgicamente asombrosa. Se trazan paralelos, y

    todos encajan. Vida, arte, vida, arte. La imagen que

    representa para m ese perodo oscuro de la dictadu-

    ra fue pensada y dibujada casi veinte aos antes del

    24 de marzo de 1976. Y la vi por primera vez varios

    aos despus, sentado cmodamente en un silln,

    bajo el paraguas metafrico de una democracia

    recin estrenada. Pero la imagen es esa. Estoy segu-

    ro de que, si uno observa con cuidado las fotos y fil-

    maciones de Videla, Massera y Agosti, parados con

    sus uniformes planchados, erguidos detrs de algn

    escritorio repleto de micrfonos, algunos puntos

    blancos se ven. Alguno pensar que son problemas

    del material de archivo de aquella poca. Yo creo que

    son copos de nieve. Y que si te tocan te matan.

    04.

    Ser posible?

    Liniers

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    23]

    Tum tum... tum...

    Yo soy cantora del pueblo

    yo nunca me'i de callar

    Aunque me lleven de a rastras

    mi memoria quedar.

    No haba pensado tanto en ella como este da.

    Afuera llueve y las coplas de mujeres y hombres se

    mezclan con las gotas que parecen adormilarse entre

    las cajas. Sobre la pared de adobe, el santo eterno y

    polvoriento colgado y un rayito de luz que se mete

    por entre los cardones viejos del techo. Me gustara

    poder salir, cantar, macharme de chicha y de sueos,

    de miradas, de tonadas, del olor a barro del ro creci-

    do, de la albahaca verde y orgullosa, de sombreros

    cantores... Uno canta lo que siente, lo que vive, lo

    que sufre, lo que lucha deca Marina.

    Cmo habremos cantado y farreado ji ji! Juera

    lindo! Noches enteras, carnavales donde todo se

    comparte. Sealadas y marcadas de chivitos y de

    vacas. La alegra de vivi r... Cantar en su escuela, en

    su aula, desde el corazn de sus alumnos. En el gre-

    mio con sus compaeros, en cada conquista social.

    Hace mucho que no siento sus manos sobre m.

    Acaricindome, renaciendo en los sonidos de mi

    cuerpo, ajustando mi chirlera, mis cueros.

    Hablndome como si hablara a su gente.

    Cuando los copleros se juntan y cantan, las cajas

    aprovechamos para contarnos secretos que solo

    nosotras comprendemos, y entonces me enteraba

    que quizs andara Marina por San Salvador de Jujuy.

    Eran pocas oscuras, donde la gente tena miedo,

    haba mucha desconfianza y muchas injusticias, se

    deca que a las personas se las llevaban y despus

    no aparecan ms. Mucho dolor llevaba y traa el vien-

    to sobre mi tierra. Pensaba que en ese lugar podra

    estar. Si nunca se callaba cuando cantaba, menos se

    iba a callar viendo a su pueblo sufrir.

    Me hubiera gustado tanto estar con ella en esos

    momentos, entrar a la crcel para acompaarla en

    sus coplas y dar fuerza a los compaeros, a los

    maestros presos. Vibrar con sonidos de esperanza

    entre esos muros arrancasueos, contrapuntear su

    voz de trueno y su sonrisa inmutable.

    Me hubiera gustado tanto estar con ella cuando se la

    llevaron, aferrarme con mi guastana a su corazn.

    Por ah dicen que las cajas resguardamos la memoria

    de los copleros que nos tocan, los amores, los

    desencuentros, las tristezas, sobre todo la lucha y la

    vida cotidiana. Con mi sonido su nombre hace eco

    en los cerros y vive siempre.

    Mi maestra, mi compaera querida, mi Marina Vilte

    A veces me gusta pensar que estoy en tus recuer-

    dos como vos segus en los mos.

    Purmamarca, 31 de diciembre de 2005.

    05.

    Compaeras

    Laura y Alejandro Vilte

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    La corta guerra de Malvinas constituy sin duda la vuelta

    de tuerca y, al mismo tiempo, el canto de cisne del

    proceso militar iniciado en 1976. Empujados por un

    dficit creciente de consenso social, sin poder ocultar

    ni el fracaso econmico ni la visibilidad que iban

    adquiriendo los reclamos sindicales y las denuncias

    por las violaciones de los derechos humanos, los mili-

    tares argentinos buscaron recuperar algo de la adhe-

    sin social perdida a travs de un acto de patrioteris-

    mo suicida, que anclaba en lo ms profundo del sen-

    timiento colectivo.

    El 30 de marzo de 1982 se haba registrado una mul-

    titudinaria marcha de la CGT hacia Plaza de Mayo

    que culmin en una violenta represin, con numero-

    sos heridos y cerca de dos mil detenidos. Sin embar-

    go, tres das mas tarde, la Plaza de Mayo fue colma-

    da por una multitud que celebraba eufrica la recupe-

    racin de las islas Malvinas. Entonces sucedi lo

    inimaginable, lo inesperado: aquella imagen de

    Galtieri, que a la manera de J. D. Pern aparece salu-

    dando a la multitud con los brazos abiertos desde los

    histricos balcones de la Casa Rosada y arranca su

    discurso con aquella conocida frase: el pueblo quie-

    re saber de qu se trata.

    Esta foto de Galtieri saludando a las masas en una

    plaza colmada nos lleva a preguntarnos cun ambi-

    valente puede ser un sentimiento colectivo, sobre

    todo si ste es, como sucede en este caso, tenaz-

    mente inculcado desde temprana edad en todas las

    escuelas del pas, desde La Quiaca hasta Tierra del

    Fuego. O acaso alguien poda poner en duda que

    las Malvinas eran argentinas? Cuntos argentinos y

    argentinas estuvieron presentes entonces aquel da

    en que la dictadura militar tuvo su nico bao de

    pueblo, antes de que la guerra se convirtiera en un

    literal bao de sangre que teminara con la vida de

    tantos jvenes argentinos de entre 18 y 20 aos?

    Cuntos de ellos haban estado tres das antes en

    aquella marcha de la CGT, reprimida tan duramente?

    Cuntos argentinos privados de sus derechos civiles

    y polticos se regodearon en ese inesperado senti-

    miento de unin nacional, minimizando el alcance

    poltico y militar que poda llegar a tener este brusco

    pasaje de la doctrina del enemigo interno al enemigo

    externo? En fin, cuntos de ellos en ese momento

    se preocuparon por distinguir y separar lo que la

    toma de Malvinas significaba en trminos simblicos,

    con la inequvoca significacin poltica que esto tena

    para una dictadura militar en franca decadencia?

    Lo cierto es que las palabras pueblo, nacin e

    imperialismo volvieron a estar a la orden del da.

    Desde el escritor Ernesto Sbato, el cirujano Ren

    Favaloro, pasando por referentes del PJ y el titular del

    comit de la UCR, hasta el dirigente montonero Mario

    Firmenich desde su confortable exilio, las declaracio-

    nes eran ms que entusiastas, al subrayar el hecho

    como una reivindicacin histrica y un acto de

    soberana poltica, que involucraba la nacin entera y

    no solamente a las fuerzas armadas...

    No hay duda que la guerra de Malvinas mostr una

    nueva faz nefasta de la dictadura militar, que no esca-

    tim recursos propagandsticos a la hora de activar el

    discurso de la cohesin nacional, frente al enemigo

    externo; ni tampoco vacil en reproducir sobre los

    cuerpos semicongelados de los jvenes soldados

    argentinos algunos de los mtodos represivos desa-

    rrollados en los campos de concentracin, destinados

    a eliminar al enemigo interno. Despus de la derrota

    de Malvinas, vendra lo previsible: la queja, el lenguaje

    de la mortificacin, la denuncia de que la sociedad

    haba sido objeto de manipulacin y engao...

    Todo ello forma parte de la verdad. Sin embargo, val-

    dra la pena no olvidar que Malvinas a travs de

    esta foto, en esta histrica plaza interpela tambin

    al conjunto de la sociedad argentina, en la medida en

    que puso al desnudo la faz ms oscura de un senti-

    miento colectivo.

    07.

    La faz ms oscura

    Maristella Svampa

    [pgi

    na

    27]

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    08.

    Rosario, Kempes

    y Galtieri

    Carlos del Frade

    Rosario, abrazada por el ro Paran, era la capital

    nacional del ftbol hacia 1974.

    Una de las consecuencias de haberse convertido en

    el corazn del segundo cordn industrial ms impor-

    tante de Amrica del Sur, luego de San Pablo. La ciu-

    dad y la regin amanecan con centenares de bicicle-

    tas que llevaban y traan obreros del mtico tercer

    turno, del que se haca de noche en talleres peque-

    os y medianos, y se rotaban los planteles de las

    grandes fbricas.

    Eran los das en que la Seleccin de ftbol Rosarina

    bailaba a la Nacional y en las tribunas se juntaban las

    banderas rojinegras de uls y las auriazules de

    Central. Por aquellos das lleg desde Crdoba al

    club de Arroyito (Central) un zurdo imponente, Mario

    Alberto Kempes, que no tard en consagrarse golea-

    dor de los torneos argentinos hasta que fue vendido

    a Espaa. El famoso cordobs, como lo nombraba

    la hinchada canalla, tambin rompi redes en la

    pennsula y cuatro aos despus era una de las prin-

    cipales estrellas de la Seleccin Argentina para el

    Mundial de 1978.

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    29]

    Rosario ya no era la misma.

    Dos aos de terrorismo de Estado haba condenado

    la ciudad obrera, el lugar iluminado por las plumas fla-

    mgeras de las fbricas durante la noche y la geogra-

    fa rebelde de obreros y estudiantes fue ocupada por

    las legiones de Leopoldo Galtieri, titular del Comando

    del Segundo Cuerpo de Ejrcito, cuya jurisdiccin se

    extenda sobre las seis provincias del litoral argentino:

    Misiones, Formosa, Corrientes, Chaco, Entre Ros y

    Santa Fe.

    Ya los equipos de ftbol no eran campeones.

    Las mayoras empezaban a ser goleadas, en la cancha

    chica del ftbol, en la cancha grande de la historia.

    Despus de la primera ronda en Buenos Aires duran-

    te aquel Mundial, la Seleccin vino a jugar a Arroyito.

    Kempes retornaba a la cancha que lo haba proyecta-

    do al privilegio del ftbol. Hasta entonces no haba

    podido hacer un gol.

    Fue contra Polonia cuando Mario meti un frentazo

    irrefrenable y de esa manera volvi al grito. Y no

    poda ser en otro lugar que no fuera la cancha de

    Central.

    En los palcos del estadio, remodelado y elegido

    como subsede por una serie de complicidades entre

    dirigentes del sector ms conservador del peronismo

    vernculo primero con la democracia agonizante de

    1975 y luego ratificada por los militares a cambio de

    ciertos lugares convertidos en centros clandestinos

    de detencin en la zona, Videla, Massera, Agosti y

    hasta Kissinger gritaron aquel gol del cordobs como

    manos levantadas al cielo como si fueran garras.

    Pero el que ms festej fue el seor de la vida y la

    muerte de la zona del Gran Rosario, el entonces

    general Galtieri.

    Kempes iniciara su fantstica serie de goles que lo

    llev a convertirse en el goleador del Mundial, y

    Galtieri, mimado por los grandes empresarios de la

    zona, se anotara un triunfo poltico en la interna del

    partido militar.

    Cuando el fenomenal jugador ya estaba en Europa, el

    represor de Rosario era jefe del primer cuerpo de

    ejrcito y haba decidido tomar las islas Malvinas para

    perpetuarse en el poder.

    En aquellos aos que fueron desde el golpe de

    Estado hasta principios de 1979, la ciudad sufri ms

    de 250 desapariciones de personas, la mayora jve-

    nes y trabajadores; la eliminacin del tercer turno; la

    liquidacin del puerto estatal y el cierre de varias

    fbricas.

    Rosario, de capital nacional del ftbol, ahora era el

    lugar en donde las mayoras populares, de tanto en

    tanto, tenan una alegra efmera y momentnea.

    De corazn palpitante del cordn industrial del

    Paran, pas a ser ciudad de servicios del ex cintu-

    rn productivo a la vera del ro marrn.

    Las mayoras se quedaron quietas en las tribunas,

    aorando los goles de Kempes que jams regresaran

    y esperando el momento para cambiar, de una buena

    vez, las reglas de juego que solamente le hacan

    ganar el partido grande, la historia a unos pocos.

    Rosario, despus de Galtieri, se haba convertido en

    la ciudad goleada.

    Y quizs todo empez en aquel preciso, bello y nota-

    ble cabezazo del cordobs en la cancha de Central,

    a un costado del Paran, mudo testigo de la lgica

    de la dictadura de matar para robar.

    Al pueblo de la ex ciudad obrera, en tanto, le qued

    el aferrarse al otro sentido existencial: luchar para

    vivir. Prepararse para ganar el partido en la cancha

    grande de la dinmica social para que alguna vez los

    que festejen sean los que son ms.

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    memoria

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    Sigo creyendo en el arte y, sobre todo, en su memoria

    insobornable, no sentimental pero que es capaz de

    fijar las heridas que la realidad deja en nosotros; no

    creo que el arte pueda resolver ninguno de los pro-

    blemas del mundo, mxime cuando la ambigedad

    invade el arte figurativo y la banalidad es consagrada

    de utilidad pblica; los Estados del mundo intentan

    esterilizarnos con la miseria y el terror, pero es con

    ese amor aterrorizado con el que podemos construir

    nuestros cuadros. [pgi

    na

    31]

    09.

    Sigo creyendo en el arte

    Carlos Alonso

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    [30

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    s

    de

    memoria

    ] Los das viernes por la tarde mi madre nos baaba, con

    esa obsesin por la limpieza que la ha caracterizado,

    por segunda vez en el da. Nos peinaba con

    Belcream, un fijador blanco y grasoso, y nos pona la

    ropa ms nueva que tenamos. Todos en la casa

    dejaban de trabajar y a eso de las siete comenzaba la

    picada. Habamos migrado desde nuestro pueblo

    natal, La Unin, escapando de la dictadura chilena,

    de dos clanes enfrentados y de los vicios juveniles de

    mi padre. Llegamos en junio de 1975 a Bariloche.

    Haba una huelga en toda la Argentina contra el

    gobierno de Isabel Pern. A los pocos das fue el

    Rodrigazo, el plan econmico de un ministro llamado

    Celestino Rodrigo que en una tarde subi los precios

    el 200 por ciento. De Guatemala a Guatepeor. Al ao

    siguiente no pude hacer el jardn de infantes. Los chi-

    lenos no podamos. Ya la Argentina haba comenzado

    con su dictadura y por problemas de lmites en tres

    islas del sur no nos daban la radicacin. Como a mi

    madre le pareci que no poda perder el tiempo, y

    como para salvar el honor de los Casanova, me

    ense a leer, escribir y algunas matemticas a los

    10.

    La sensacin del

    momento

    Cristian Alarcn

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    [pgi

    na

    33]

    cinco aos. Cuando llegu a la escuela mis compa-

    eros me detestaron: por traga, y por chileno.

    Entonces ramos mi madre, de 23 aos; Marcelito,

    mi hermano de 1; mi viejo, de 22; y mi to Geo, de

    18. En la foto ya pasaron tres aos desde que nos

    instalamos, no en Bariloche, sino en Cipolletti, 450kilmetros al noreste. A los dos aos nos mudamos a

    una casa a la que le decamos La Celeste: Dante

    Alighieri 560, del Barrio Don Bosco. La ventana esa

    daba al dormitorio de mis padres. El paredn del

    fondo a la casa de los Gonzlez. Enfrente viva nues-

    tro amigo el Tono, con sus siete hermanitos hurfa-

    nos. Al lado haba una bruja horrible y su hija, y su

    hijo, que me pareca lindo y se vesta como mi to, en

    la foto con esos pantalones blancos de pata de ele-

    fante y la camisa verde abierta, ms los lentes que

    usaba John Travolta. Esa foto es del 18 de julio de

    1978. Fueron unos meses felices, recuerdo. La

    Argentina haba ganado el mundial, aunque se deca

    que le haban comprado el partido 6 a cero a los

    peruanos. No sabamos que haba algo que se llama-

    ba desaparecido. Nadie pareca saberlo en la ciudad.

    En la foto parecemos relajados. Sobre todo yo, de

    pulver de plush celeste, ajustados patas de elefante,

    y manito en la cintura. El de la otra punta a mi to

    Hugo es mi to Carrasquito, que despus se fue para

    siempre a Buenos Aires. Debajo de l, Marcelo, que

    tena el corte de Carlitos Bal. Y entre l y yo, Carlitos

    Gonzlez. Fue poco despus que empezaron los pro-

    blemas entre el Chile de Pinochet y la Argentina de

    Videla. Se disputaban la propiedad de una porcin

    del Atlntico sur en la que hay tres pramos, las islas

    Pincton, Lennox y Nueva. Las conoc muchos aos

    despus viajando como periodista en un velero por el

    Canal de Beagle: son tres costas de tierra gris sobre

    las que vuelan los pjaros como sobre cadveres.

    Por esas tres islas, de las que nos hablaban todos

    los das en la escuela, mandaron soldados al sur y ala frontera. Los trenes pasaban cargados de armas y

    soldados, decan, por Cipolletti rumbo a Zapala. Mis

    padres y los dems chilenos de mi cuadra empeza-

    ron a temer que abrieran campos de concentracin.

    No estaban tan equivocados, aunque no saban que

    la dictadura los haba abierto en todo el pas, incluso

    en el valle en el que vivamos.

    Nosotros conocamos bien a la polica. Cada tres

    meses nos levantaban a las cuatro de la maana

    para hacer la cola de migraciones. El fro del invier-

    no en el valle es de bajo cero. Parecamos esquima-

    les arropados frente a la comisara. A veces la fila

    daba la vuelta del destacamento. Despus venan un

    montn de papeles que mis padres llenaban, y las

    huellas digitales. Cuando volvamos a casa, recuerdo,

    mi madre insultaba en profundo chileno al polica que

    nos atenda, al que haba que dejarle dinero, la

    coima. El comisario nos tena de hijos: mandaba a su

    oficialito, hijo de chilenos como nosotros, bien tem-

    prano, cada semana, a buscar plata. Yo no entenda

    por qu mi padre le tena que pagar siempre. Pero

    con el tiempo me di cuenta de que no era de jugar

    con los cabrones.

    En noviembre la guerra, decan, era segura. Desde

    Chile nos escriban los parientes ofreciendo sus

    casas para que volviramos. Los tos del campo nos

    preparaban la casa de visitas para que nos escondi-

    ramos. Pero mis padres preferan conservar lo poco

    reconstruido de este lado. Como pagaban tenan la

    radicacin renovable. Los que la tenan mal eran lostos Geo, Hugo y Carrasquito. Una maana la polica

    y el ejrcito rodearon la cuadra. Hugo estaba en la

    casa. Trabajaba en una papelera pero sus papeles,

    los migratorios, eran falsos. Con las persianas bajas

    nos encerramos en la parte de atrs de la casa. No

    se muevan, no hablen, no chillen, deca mi madre. A

    Hugo lo meti en el ropero, detrs de sus tapados

    gordos, en un rincn. Dijo: ac no hay nadie, nadie

    va a salir. Y se fue para espiar por una rendija. Se

    estaban llevando a los de enfrente. El padre del Tono,

    que tena documentos, sali para el trabajo. Cerr

    con llave la casa y los dej a ellos, al Tono y a sus

    hermanos, adentro, tambin, en silencio. Llenaron un

    camin de hombres. Los tiraban despus de una

    pateadura en la frontera.

    El miedo fue pasando de a poco. La guerra no esta-

    ll, hubo una mediacin del Vaticano y el mar qued

    para la Argentina y los peascos esos, para Chile. A

    fin de ao, para levantar el nimo, mis padres com-

    praron un combinado para pasar discos. Y la noche

    de ao nuevo bailamos Abba. Era la sensacin del

    momento.

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    Por qu evoco esta imagen, y no otra? Por qu no el

    gauchito del Mundial o el pauelo de las Madres o el

    logo de la Cadena Nacional de Radio y Televisin?

    Sin alguna otra adicin, nada en la foto hace inferir

    que fue tomada en el ao 1978. Quizs en algo la

    delate la ausencia de color, que se corresponda

    menos con las carencias tecnolgicas de la poca

    que con la paleta de grises, constante y esttica,

    pues tal es la zona cromtica que se correspondecon la memoria de la dictadura. En verdad no es una

    fotografa, sino la imagen congelada de un reporte

    que era emitido al aire, desde exteriores, por un

    programa de televisin. Se trata de una consulta en

    vivo a lo que por entonces sola ser llamado la

    mayora silenciosa y por causa de un tema canden-

    te, el conflictivo caso del Canal de Beagle que por

    poco no incendi la cordillera. Acaso esta foto me

    concierna porque en aquella poca yo usaba pasa-

    porte chileno, o porque el muchacho que en ella apa-

    rece centrado podra haber sido yo mismo. La esce-

    na es hoy habitual, personas contestando encuestas

    por la calle y periodistas novatos tomndole el pulso

    a la opinin pblica, pero no lo era por entonces, y

    menos an que una persona se negara no ya a afron-

    tar una inmediata impopularidad por lo dicho sino a

    rechazar un dilogo en las condiciones propuestas

    por el inquisidor, en este caso un periodista notero

    que recin se iniciaba en el oficio. Ms adelante,

    ascendera de rango.

    Quin fue tu maestro. Quines son tus padres.

    Quines son tus amigos. Son preguntas policiales

    que no pudieron serle formuladas al muchacho de la

    foto. Ya era tarde, haba zigzagueado hasta confun-dirse con la multitud annima, y quizs por eso el

    comentario publicado por la revista Gente pocos das

    despus termina con una conminacin: lo espera-

    mos. Durante la semana siguiente, la anecdtica

    escena callejera haba sido la comidilla de los eternos

    programas de opinin de la televisin argentina, que

    desde haca tiempo machacaban sobre el problema

    de la juventud. La impotencia era un sentimiento

    generalizado, y nadie soltaba prenda sin adosarle pri-

    mero pies de plomo, a menos que la propia opinin

    coincidiera con la versin corriente de las cosas en

    ese nuevo pas. Pero al joven de la foto no le intere-

    sa la cuestin que justamente estaba siendo moviliza-

    da en direccin a un posible fratricidio. No le interesa

    a pesar de que Sbato opina y de que Favaloro

    dice cosas y de que la nota asevere asombrosa-

    mente que en Argentina se vota y se elige gobier-

    no, que no dejaba de ser una promesa continua-

    mente repetida por los militares. Sorprendentemente,

    en Argentina haba al menos una persona que no

    saba ni le interesaba, respuesta dicha menos apti-

    camente que con desdn apenas contenido. El

    muchacho haba despreciado a la opinin pblica

    en un pas preado de miedo, y quizs por eso en la

    fotografa se condensa el estupor de una nacin. Eraun enemigo del pueblo que daba la cara. Todo, la

    situacin original como la pgina de la revista de

    actualidad que la reprodujo, resulta ser amenazador.

    Era temporada de caza y la nota impresa pertenece a

    un gnero de uso espordico hoy pero rutinario en

    aquellos tiempos, el cartel que especifica las seas

    particulares de un perseguido al tiempo que ofrece

    recompensa por informacin.

    11.

    Buscado

    Christian Ferrer

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    A principios de 1977 mis padres me enviaron una tempora-

    da a casa de mi to Pepe en Buenos Aires. Por aquel

    entonces Baha Blanca no parecera una ciudad

    segura para que un adolescente circule sin temor a

    desaparecer. Ms tarde sabramos que en esos aos

    esa seguridad no se poda encontrar en ninguna

    parte del pas.

    Mi to manejaba una estacin de servicio en un pue-blo del Gran Buenos Aires, que se llama Rafael

    Castillo. Por aquellos aos tena una fisonoma que

    asustaba con solo ver desde el colectivo. Pero all

    creyeron mis padres que iba a estar ms seguro y a

    resguardo. Paradjicamente hace unos das vi en

    Crnica Televisin un incidente en Rafael Castillo

    donde una mujer fue muerta en una carnicera mien-

    tras esperaba ser atendida. Las imgenes mostraban

    ahora una ciudad con calles asfaltadas, comercios de

    arquitectura moderna, servicios, gente de traje quecirculaba en segundo plano, en fin, un lugar bastante

    diferente del que vi aquella maana de 1977 al bajar-

    me del colectivo en la puerta de la estacin de servi-

    cio YPF en las calles Carlos Casares y Mendes de

    Ands. El periodista de Crnica cerraba la nota

    diciendo que esa zona fuera tal vez uno de los pun-

    tos ms inseguros del Gran Buenos Aires.

    Sin embargo aquel verano Rafael Castillo fue para m

    un oasis. En un bar y pool cercano a la casa de mi to

    me hice de amigos bailadores de rock and roll y saba

    departir con muchachos alegres y verborrgicos

    sobre sus andanzas y ancdotas cercanas al delito .

    Alguno de ellos podra ser hoy quien entr disparan-

    do en la carnicera para arrebatar la recaudacin del

    da. Esos muchachos dscolos y desdentados me

    parecan a m tambin menos peligrosos que losque me sacaron encapuchado de mi casa unos

    meses antes, lo que motiv, tras mi liberacin, que

    mis padres me enviasen lejos por un tiempo.

    Pero lo que me fascinaba de la juventud de la zona

    oeste Morn , Haedo, Ramos Meja, mi querido

    Rafael Castillo era la total libertad para llevar el pelo

    largo, en algunos casos hasta la cintura. Era cosa

    muy extraa de ver en mi ciudad ya que si bien no

    haba nada escrito al respecto se saba que no eraconveniente adquirir esa moda y mucho menos com-

    binarla con una barba tupida. Me compr entonces

    unos jeans gastados y una remera amarilla con la

    imagen de Deep Purple, un grupo musical que poco

    haba escuchado todava pero cuyos integrantes usa-

    ban las lanas ms all de los hombros, y con este

    atuendo me iba a pasear por avenida Gaona los

    sbados y domingos comparando el largo que iba

    adquiriendo mi pelo con el de los muchachos que se

    reunan en la puerta de Camelot o de Crash. Esa era,

    segn pienso hoy, una accin de resistencia, modes-

    ta y pequea. Un resquicio de libertad en una poca

    complicada. Lo aprovech y siento que me ayud a

    crecer, al ritmo que lo haca mi pelo.

    Eleg la imagen que acompaa este texto, una obradel artista rosarino Romn Vitale cuyos trabajos admi-

    ro y considero de una calidad nica, porque el

    muchacho que se ve salvado del peligro y en vuelo

    de la mano de un superhroe me recuerda a ese

    adolescente que fui en 1977 con la remera amarilla y

    los jeans gastados. Hoy tambin s que el superh-

    roe es la memoria.

    12.

    Rafael Castillo

    Gustavo Lpez

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    Vemos un hombre en la calle, de ojos marrones, brazos

    flacos, tal vez sumido en pensamientos que posible-

    mente nos resultaran anodinos. No es su individuali-

    dad, ni el ser humano en l, lo que nos es sagrado.

    Es l. En su integridad. Los brazos, sus ojos, unos

    pensamientos, todo. No deberamos querer daar

    nada de eso sin infinitos escrpulos.

    Decir no es un gesto esencial. Pero para que fun-cione debe ser profundo, ir ms all de este punto o

    aquel otro. No puede ser simplemente un rechazo de

    sentido comn. Eichmann tena un gran sentido

    comn. Y no saba decir no.

    Un lugar del corazn de cada uno les pide a los

    dems que no le hagan el mal.

    El grito de dolor que nos provoca el mal no es algo

    personal. Surge por la sensacion de un contacto conla injusticia a travs del dolor. Es una reaccin que

    supera los debates ideolgicos. Las palabras siempre

    son insuficientes para describirla.

    Hay quienes gozan al or a esa parte del corazn que

    grita de dolor ante el mal, otros la desconocen.

    Acaso esos estados del espritu se complementen.

    Los que la atacan pueden darse distintas justificacio-

    nes. Cada uno elige con la cara aplastada contra el

    momento de la historia que le toca, contra su propio

    minuto. Pero no hay argumento peor que el que se

    apoya en la fuerza de un Estado.

    Existe el deseo de matar. Y eso hermana a todos en

    la historia del fracaso de los sistemas sociales. Entre

    el cuerpo y los sistemas est esa musicalidad quedesafina, como un abismo ebrio. Y los muertos, que

    ya no tienen otro amor que el que nos quiere a todos

    iguales y libres de dao, simplemente miran con dolor.

    Hay un reclamo tico en esas miradas.

    (Elaborado a partir de textos de Simone Weil y de

    Pier Paolo Pasolini)

    13.

    La tica contra la historia

    Florencia Abbate

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    Pensar en una imagen que represente la masacre cometida

    por la ltima dictadura argentina me resulta difcil,

    sino imposible. Pens retratar esta nota con una de

    las fotos del primer libro de Fernando Gutierrez. Me

    acuerdo que cuando me encontr con esas imge-

    nes entr en un mundo ominoso y como tal, familiar.

    Tiempo despus me di cuenta que el ttulo del libro

    era, sin metforas adyacentes, Treintamil. Tambin

    record el comercial del buen soldado que pasabanen la tele durante la guerra de Malvinas. Otra imagen

    digna de evocar es la recorrida de Juan Pablo II en su

    papamvil yendo por la Av. Libertador y miles de per-

    sonas saludando a quien minutos despus hara

    comulgar a los asesinos Videla, Galtieri y compaa.

    Entonces pens que la obra de Len Ferrari de los

    reyes magos cocinndose en una sartn podra ilus-

    trar estas lneas. Tambin record, en mi intento

    desesperado por encontrar la imagen que resuma,

    que sintetice tanto horror, la pelcula de CarlosEcheverra Juan como si nada hubiese sucedido.

    Pero no puedo elegir una imagen esttica, fija, que

    represente mi recuerdo de esos aos. Podra pensar

    en el campo, donde viv luego del secuestro de mis

    padres: un bosque visto desde lejos, los rboles

    como fantasmas elevan sus brazos al cielo, o las

    bandadas de pjaros migrando de una cosecha a la

    otra. Esas son las fotos de mi infancia que me hacan

    sentir el desamparo de no tener cerca a mis padres.

    Sin embargo no son representativas y sobre todo no

    son fijas, son movimientos, como el recuerdo, como

    los 30 aos que pasaron y que siguen esperando.

    Entonces pienso en sacarle una foto al atardecer

    melanclico que veo desde donde escribo estas lne-

    as o, por qu no, al techo de madera de la casa en laque intento ganarle al calor en este verano de 2006.

    Pero tambin desecho esas posibilidades porque me

    doy cuenta que los desaparecidos, la dictadura, el

    horror, no son pasado sino que estn en presente y

    como tal se mueven, se bifurcan en el entramado del

    cotidiano. El cigarrillo que fumo, la letra que aprieto

    para escribir estas palabras, el perro que me mira

    con ojos de perro, todo a mi alrededor habla, grita

    esa poca infame. Por eso estas lneas van sin ima-

    gen. Ella, esa imagen, est dentro de nuestros cuer-pos, est en la tierra que habitamos y se mueve

    como los muequitos de una animacin o como la

    sangre de hija de desaparecidos que llevo en mis

    venas. No hay cuerpo inanimado, quedan relatos,

    recuerdos e imgenes en movimiento, como en una

    pelcula pasada en sinfn.

    14.

    Una pelcula pasada en sinfn

    Albertina Carri

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    Plantamos la mesa en medio de la calle. Un transente

    se detiene. Nos observa como si fusemos una

    vidriera, examina la escena con atencin y se decide

    a hablarnos: Es un machete!, exclama convencido.

    Habla mucho. Cuenta que en sus pocas de escuela

    l saba fabricar machetes, esos ayuda memoria

    para copiarse en las evaluaciones de geografa. Que

    nunca lo haban descubierto. Y no s qu ms dice,

    porque no lo escucho del todo. Me distraigo porqueMariana sonre con todo el cuerpo, como hace siem-

    pre que sonre. Ella tiene casi 30 aos, igual que yo,

    pero cuando se re es una nia descubriendo el

    mundo. Esta vez, su gesto tambin es una seal de

    intimidad, un velo que nos separa del interlocutor

    desconocido.

    Cuando el hombre se va, nos quedamos callados.

    Mariana contempla la textura de su obra y la acaricia

    como a un hijo dormido. Lee algunas de las frasesescritas en las tiras de papel que peg sobre la

    mesa. Yo s que no necesita leer: lo hace por cos-

    tumbre. Lleva aos repitiendo el ejercicio de recortar

    lneas de esa carta y pegarlas una atrs de la otra.

    Conoce de memoria cada una de las doce pginas

    que le leg su padre antes de intentar escapar de la

    Argentina. Ella dice que es una forma de entablar un

    dilogo. Cada palabra que adhiere es responder un

    poco la carta. Los espacios en blanco representan

    las respuestas que tal vez nunca encuentre, los silen-

    cios que no se pueden pintar con ningn color.

    Manolo us una mesa similar, hace 29 aos, para

    escribir la carta a Mariana. Fue el 23 de Marzo de

    1977, en el bar Antigua Perla de Once. Eran las 2 dela maana cuando la termin. Pas a la clandestini-

    dad, escribe. Soy una persona buscada... Estuve

    todo el da deambulando por la ciudad. Es la pala-

    bra de un hombre acorralado que intenta salvar su

    vida. He decidido partir. Debo llegar a destino con la

    nica finalidad de reencontrarme. Pero tambin sabe

    que es un viaje peligroso. Hoy se vive y se muere

    muy rpido.. No tengo la seguridad de terminar este

    escrito.

    Manolo escribe que no quiere hacer un testamento,

    pero no puedo evitar confiesa que esta carta

    tome el carcter de testimonio, del testimonio de mi

    verdad. Entonces hace el inventario de su vida para

    la hija que no sabe si va a volver a ver. Divide su histo-

    ria en etapas signadas por acontecimientos persona-

    les y polticos. Toda la carta, toda la vida de Manolo

    estn marcadas por dos aspectos que algunas veces

    se complementan y otras se enfrentan. El amor y la

    revolucin social. La familia y los compaeros de mili-

    tancia. Formar una familia y morir por un ideal. Manolo

    se entiende a s mismo como un militante dando su

    vida por un sueo, pero tambin como un padre que

    aora tener a su hija, a Mariana, en brazos.

    Espero escribe casi al final que el depositario te

    la entregue cuando cumplas quince aos. Hay dos

    copias escritas a mano. Ambas tienen su sello postal,

    y fueron entregadas a personas de confianza, que no

    olvidarn su promesa de guardarlas y entregarlas en

    el momento justo.

    Si la dictadura quiso desarmar proyectos e imponer

    el pas del no te mets, esa carta de un padre a su

    hija recin nacida representa el ltimo acto de unhombre que estuvo dispuesto a pagar el precio de

    sus ideas. Mariana retoma esas ltimas palabras y las

    convierte en el hilo con el que se teje la memoria. La

    carta de Manolo es un mensaje para el presente, un

    machete a plena luz del sol.

    15.

    La carta de Mariana

    Sebastin Hacher

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    En la foto, aunque no estoy, tengo 10 aos. En realidad

    buscaba otra foto en la que estoy con mis hermanos y

    mi madre. Buscaba una foto en la que mi padre est

    ausente pero no la encuentro. En cambio me doy con

    sta, que fue tomada en el mismo ao que la otra,

    donde aparece mi padre sentado en un jeep.

    l estaba en Costa Rica y yo le haba enviado una

    carta en la que le contaba con un dibujo la ltima ata-jada del Pato Fillol y tambin le preguntaba cundo

    mandara pasajes para que lo visitemos. Y esta foto

    que ahora encuentro fue la contestacin a esa carta

    o quizs parte de ella.

    Hace poco dibuj un jeep muy parecido para la tapa

    de una revista de psicoanlisis. El que lo maneja es

    Freud y lo acompaan Lacan, Pichon Rivire y

    Melanie Klein. Mi padre en cambio est solo en ese

    jeep que quizs sea alquilado para ir a alguna playalejana o simplemente prestado para la foto.

    Me pregunt por qu le hablaba a mi padre sobre

    pasajes para visitarlo, me pregunto por qu le escrib

    esa carta. Quizs por un pedido de mi madre. Me

    pregunto por qu, si mi padre fue una figura ausente,

    sentado en ese jeep o en la mesa de la cocina de

    nuestra casa. Ausente por lo menos en el sentido de

    lo que un nio necesita como padre.

    Pero nadie se llev a mi padre, no vinieron por la noche

    a nuestra casa rompiendo todo y robando, no se lo lle-

    varon encapuchado y tampoco fue torturado. Nadie

    pregunt por l dando vueltas a la plaza. Mi padre,Diego Jorge Di Pascuale, decidi no estar, fue respon-

    sable individual de su ausencia. Y en eso no tuvo nada

    que ver el gobierno de nuestro pas. Los argentinos no

    somos responsables de que haya estado tan lejos, sen-

    tado en ese jeep o en la mesa de un bar.

    En otras imgenes que se me vienen a la cabeza, mi

    padre est con anteojos oscuros y bigote grueso

    hacindose pasar por militar en un control policial.

    Entonces lo tratan como a un superior y nos dejanseguir adelante sin revisar el automvil. Tambin

    recuerdo a mi padre hablando de las viejas locas

    de la Plaza de Mayo o queriendo venderle a los mili-

    tares de Crdoba unos afiches con la cara de San

    Martn al comienzo de la guerra de Malvinas.

    Lo recuerdo, en el ltimo ao de mi secundario,

    dicindome que deje de meterme en poltica porque

    iba a terminar en una fosa comn como toda esa

    manga de pelotudos subversivos.

    Tambin recuerdo mi asombro al verlo en una marcha

    en Semana Santa de 1987 en la que repudibamos

    el levantamiento carapintada.

    16.

    Costa Rica

    Lucas Di Pascuale

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    La foto es de mi hermano. Se llamaba Pablo. Era rubio,

    flaco. Sus ojos eran muy parecidos a los de un to por

    el lado materno aunque la mayora de sus rasgos

    tenan una fuerte impronta de nuestro padre. Yo le

    deca Pablo y l me deca gordo. O lulo. O a veces

    gordolulo. Tuvimos una infancia no muy distinta a la

    del resto de nuestros amigos. Lo consideraba ms

    inteligente y valiente que yo, as que siempre le haca

    caso. A partir de 1972 y hasta 1976 fuimos activistasde Montoneros. En agosto de ese ao decid dejar de

    serlo. l no. Me fui del pas porque consider que era

    la nica manera de salvar mi vida. Desapareci cinco

    meses despus. Tena 19 aos. Yo 17.

    No hay en la tierra lpida que lo acompae

    porque as trat a su muerte la patria fra.

    Vaga en mis sueos sin reposo

    susurra olvidadas ilusiones y agonas.

    Como el que ofrece al amor un beso

    y el ingenuo cuerpo triunfante

    convencido de causas justas -dijo una carta-

    entreg su vida a la nada.

    Tengo la tarea de inventarle el universo

    Aqu ests vos, aquello es mi afecto

    Se ha vuelto crcel mi nostalgia

    donde sus ojos siguen abiertos.

    Quiero que el olvido, viento amargo,

    borre para siempre su voz, esa carne.

    Pesa ms la tristeza en el recuerdo

    ms pesa en l su amor perdido.

    Una infinita tarde de enero

    se diluy mi hermano en el viento.

    No hay en la tierra lpida que lo acompae

    porque as trat a su patria la muerte fra.

    17.

    Crcel de mi nostalgia

    Sergio Shmucler

    18

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    Piense lo siguiente: en algn lugar de nuestro pas, a princi-

    pios de la dcada del '70 se juntaron y asociaron un

    grupo de argentinos para planificar una masacre.

    Pero no una masacre cualquiera. No. Una masacre

    con la impunidad garantizada (o eso creyeron).

    Dnde fue? Quines estuvieron? Quines lo ela-

    boraron?

    Se juntaron para planificar cmo secuestraran perso-

    nas. Las detendran, las asfixiaran, las torturaran, las

    desapareceran. Las obligaran a hablar, a decir, a

    perder su dignidad (o eso creyeron).

    Trajeron a la ms alta jerarqua eclesistica para decir

    que lo hacan en nombre de Dios, en su lucha contra

    el Diablo. Y sus miembros asintieron en silencio

    (algunos) o adhirieron con entusiasmo (muchos otros),

    pero terminaron involucrndose (con las excepcionesconocidas) vergonzosamente.

    Planificaron cmo robar, cmo quedarse con las

    posesiones de aquellos a quienes mutilaran inescru-

    pulosamente.

    18.

    Planificacin

    Adrin Paenza

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    Se filtraron en todas las organizaciones gremiales y

    planificaron cmo desactivarlas, desaparecer y matar a

    quienes defendieran los derechos de los trabajadores.

    Se filtraron en las facultades y los colegios, y planifi-

    caron cmo habran de delatar, para detener y des-

    aparecer.

    Se filtraron en la prensa digna, generando una tramade censura y autocensura slo equiparable con las

    peores pocas del nazismo. Aunque claro, tambin

    contaron con un grupo poderoso y entusiasta, due-

    os de medios que colaboraron con pasin y sin

    escrpulos en la fiesta de la propaganda.

    Planificaron cmo robaran bebs, cmo torturaran a

    madres embarazadas pero con el cuidado de que no

    murieran los chicos, para poder secuestrarlos luego y

    repartrselos como si fueran un verdadero botnhumano.

    Planificaron en dnde ubicaran los centros clandesti-

    nos de tortura, mutilacin y desaparicin.

    Planificaron los vuelos de la muerte, en donde empu-

    jaron a quienes drogados e indefensos, moriran

    sumergidos en las profundidades de nuestras propias

    aguas.

    Planificaron cmo enterrar personas en forma clan-

    destina y cmo simular fusilamientos para ocultar ver-

    daderas masacres.

    Planificaron cmo montar campaas de prensa que

    los mostraran derechos y humanos.

    Planificaron un mundial de ftbol en connivencia con

    el propio presidente de la FIFA y con fuertes sospe-

    chas de ofrecer estupefacientes a nuestros jugadores

    y sobornos a los rivales.

    Planificaron la entrega sistemtica de todos los dere-

    chos de los trabajadores y la entrega tambin, denuestra economa, que vendieron al vil precio del

    deme dos.

    Planificaron como asesinar monjas indefensas e infil-

    traron a sus astices por todo el pas

    [pgina

    49]

    Y lo hicieron con la prepotencia de quien se siente

    impune. Peor an: no es que se sintieron impunes.

    Saban que eran los dueos de todo y de todos.

    Planificaron con la precaucin de firmar virtuales pac-

    tos de sangre, en donde todos tendran las manos

    manchadas para evitar delaciones posteriores.

    Planificaron como si alguien les hubiera otorgado elpoder de poner pulgares para arriba o para abajo.

    Puede uno suponer que esto fue cierto? Puede

    uno imaginar una confabulacin semejante? Habr

    habido tantas personas involucradas sin denunciar

    semejante locura?

    Bueno, s, las hubo. Pero hoy, a treinta aos del

    comienzo del ms cruel holocausto que haya vivido el

    pas, mi ms profundo respeto a aquellos que entre-garon su vida, a sus familiares y a todos aquellos que

    siguieron y siguen an hoy, peleando por la verdad y

    la justicia. Y para que Nunca Ms.

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    Cuando pienso en aquellos aos, muchos recuerdos e

    imgenes se agolpan en mi memoria, pero la imagen

    ms adecuada es la de un cartel pegado en el andn

    de una pequea estacin ferroviaria perdida en la

    inmensidad de la Puna. El cartel deca con nfasis

    Denncielos! y sobre el fondo, para mayor escar-

    nio, tena los colores de la bandera argentina. Nunca

    lo he olvidado en los aos duros de nuestro exilio y

    an lo tengo presente.

    Algunos nos reprochan que an se hable del pasado

    ignominioso, que se remueva la hoja del cuchillo cla-

    vado en la herida; s, los delicados, cuando no los

    cmplices se escandalizan cuando hablamos de

    eso: de los secuestros, previa liberacin de las zonas

    donde iba a ocurrir la rapia y el crimen, de las fosas

    comunes, que deban mantenerse annimas al

    menos hasta que las leyes de amnista pusieran fuera

    de peligro a los verdugos, y sostienen que estosrecuerdos no aportan nada. Esta sola actitud es sufi-

    ciente para seguir insistiendo hasta que la terquedad

    del recuerdo cumpla con el fin de marcar a fuego a

    aquella banda de asesinos, y el olvido y la ligereza de

    los desmemoriados que pretenden que los verdugos

    hallen cobijo en el olvido.

    En el andn de la estacin slo estamos tres perso-

    nas esperando el tren. Es de maana temprano pero

    el sol alumbra ya lo que est ms alto. El jefe de la

    estacin tiene puesta su gorra y se asoma de vez en

    cuando por la puerta de la oficina. Un perro, somno-

    liento, est echado junto a uno de los bancos pinta-

    dos de verde. Entre los que esperamos hay una india

    obesa de edad mediana, con sombrero masculino de

    cuyas alas parecen colgar dos negras trenzas, queno abandona su cesto de mimbre cubierto con un

    liencillo. El otro es un hombre sin ms atributos

    ostensibles que sus zapatos colorados y un hirsuto

    bigote negro en forma de tringulo issceles, prolija-

    mente recortado. Sobre el muro de la estacin, entre

    dos puertas, hay un cartel que comienza con la pala-

    bra denncielos. El cartel tiene los colores de la

    bandera nacional.

    Fragmento de La casa y el viento, Buenos Aires,

    Legasa Literaria, 1984.

    Denncielos

    Hctor Tizn

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    Esta foto muestra una cara imprescindible: la normali-

    dad del terrorismo de Estado. Es 1983 y el General

    Videla va a misa de doce a la parroquia de San

    Martn de Tours, como todos los domingos. l, su

    mujer y sus hijos forman una familia sonriente, correc-

    ta, almas bellas y buenas, como lo sugiere la foto,

    que seguramente coincide con la imagen que los

    Videla tienen de s mismos. Y con la de los feligreses,

    y con la de sus vecinos y con la de los medios de

    prensa que gustaban presentarlo como un hombre

    sobrio y correcto, y con quin sabe cuntas ms.

    Entre misa y misa, entre actos oficiales y vida cotidia-

    na honorable, aparecan, escondidos y ostensibles

    al mismo tiempo, cadveres torturados, mutilados,

    asesinados. Cundo daba las rdenes el general

    Videla?, los viernes o los lunes?, antes o despus

    de comulgar?, se confesaba?, qu penitencia le

    pona el sacerdote?, o tal vez el general, el cura, o

    ambos, consideraran que matar subversivos no era

    pecado?

    Para 1983, ya todo pas y ya nadie puede argir que

    desconoce los secuestros, los asesinatos, las torturas

    pero, domingo tras domingo, el general recibe la ben-

    dicin de la Iglesia Catlica, como tantas otras ben-

    diciones de distintos socios, camaradas, cmplices,

    beneficiarios, buena gente.

    Esta normalidad es la otra cara del terrorismo de

    Estado, de hecho, la cara ms visible durante los

    aos del Proceso. El terror construye tambin esta

    normalidad y esta bonhoma, sin la cual no se

    puede entender que muchos dentro de nuestra

    sociedad no quisieran o no pudieran ver. Estas im-

    genes fueron las que predominaron en los aos

    setenta, las que hacan increble lo evidente, las que

    los represores y buena parte de la sociedad incorpo-

    raron como realidad; por su parte, nos recuerdan

    que terror y normalidad no se excluyen, que los

    tiranos suelen ser buenos padres de familia incluso

    aman a sus perros y que es imprescindible des-

    confiar de las almas que se proclaman pblicamente

    como buenas y bellas.

    Los Videla van a misa

    Pilar Calveiro

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    55]

    Madre e hija gritan por el hombre ausente.

    Gritan por el compaero, por el padre

    desaparecido.

    Marcha por la vida. Avellaneda, noviembre de 1982.

    Fotografa hecha para el diario La Voz.

    21.

    Adriana Lestido

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    57]

    As me represento en 1976: profiriendo un grito. Un grito

    infinito, tal como el autor se refiri a su obra. Me

    veo, entonces, en medio de ese grito infinito de

    horror, de espanto. Cruzando un puente que se des-

    har ni bien lo haya atravesado.

    Una dictadura siempre nos parte en dos. Nos deja un

    antes y un despus que suelen estar dislocados: no

    hay encaje que valga. Los puentes han resultado

    rotos; las naves, quemadas. Uno ya ser siempre

    habitante de otro lugar, exiliado sin retorno. Los dicta-

    dores prohben, persiguen cualquier voz que no sea

    la suya. Y yo me dedicaba a pasar voces distintas: a

    difundir multitudes de palabras dichas para dar lugar

    a lecturas nuevas. El oficio en el que me iniciaba: pro-

    fesora de Pedagoga en la Universidad de Buenos

    Aires.

    Cruzar el puente supuso llevar esas voces hechas

    memorias, olvidos, silencios: superpuestas, entreteji-

    das, atravesadas, prendidas en el grito.

    Y pese a ello, o quizs ms propiamente debido a

    ello, nunca dej de narrar historias. Sigo dedicndo-

    me a crear espacios para estrenar y pasar palabras:

    viejas con brillos nuevos; nuevas-viejas para descu-

    brir/encontrar/inventar mundos por-venir, para dar

    lugar a lo an no dicho o no escuchado. Palabras

    para acompaarnos y para poder separarnos; pala-

    bras livianas y con peso. Palabras dulces con que

    mitigar la soledad de la condicin humana. Palabras

    fuertes para sealar las injusticias y hacerles frente.

    Palabras para restituir, en espacios nuevos, los puen-

    tes rotos, las naves quemadas... Mi oficio actual: pro-

    fesora de Pedagoga Social en la Universidad de

    Barcelona, Espaa.

    El grito

    Violeta Nez

    23.

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    Trabajbamos, estudibamos y sobre todo languidecamos

    morosamente en el exilio. Lo nico que realmente

    concentraba nuestra energa o despertaba nuestro

    entusiasmo era la inagotable t area de denuncia. No

    importa qu, no importa cmo, irreflexivamente. Con

    algunos aciertos a veces pero sobre todo sin parar,

    sin permitirnos el descanso o la duda. El vnculo con

    Argentina y la denuncia de la dictadura era nuestra

    sobrevida. Era recordarnos, tercamente, que no nos

    haban quitado todo. En nuestro caso el CAIS*, aun-

    que en aquel momento no lo viramos as, apareca

    como el organizador de nuestras vidas, nuestro

    ncleo de pertenencia.

    Cuando solicitaron mi ejercicio de memoria para esta

    publicacin, de las miles de imgenes posibles slo

    pude pensar en la que ilustra este texto. En realidad,

    como todo ejercicio de memoria, es una imagen

    incompleta en el sentido amplio, pero tambin en

    particular pues esta fotografa formaba parte de un

    afiche. Me explico: en el ao 79? 80?, como parte

    de las tareas que nos fijbamos, nos propusimos

    involucrar a diferentes organismos franceses en la

    lucha contra los crmenes de la dictadura. Se trataba

    Tuvieron rostro

    Mara Teresa Constantn

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    [p

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    de comprometerlos en acciones que tuvieran que ver

    con sus reivindicaciones especficas. As, una de l as

    asociaciones con las cuales establecimos relaciones

    fue Femmes en Mouvements, la emblemtica organi-

    zacin de mujeres que entre otras cosas tena su

    propia editorial. De los encuentros mantenidos surgi

    la idea de realizar un afiche por las mujeres desapare-

    cidas. El resultado fue el afiche en cuestin que, ade-

    ms de la fotografa, llevaba un texto que reclamaba