LIBROS · querido presentar el libro de Saúl Franco, por motivos de fuerza mayor no ha podido...

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PRESENTACiÓN DEL LIBRO,DE SAUL FRANCO,

ELQUINTO: NO MATAR. IEPRI,UNIVERSIDAD NACIONAL DE

COLOMBIA, 1999

Héctor Abad Faciolince

YO, en realidad, no estoy aquí porcuen-ta mía, sino que vine a reemplazar aotra persona, quién, si bien hubiera

querido presentar el libro de Saúl Franco,por motivos de fuerza mayor no ha podidovenir esta tarde al paraninfo. Esta persona seme apareció tardísimo la otra noche, y meaconsejó que -para empezar- les recordarael principio de esa famosa tragedia que se lla-ma Hamlet, príncipe de Dinamarca.

Algunos de ustedes se recordarán, segura-mente, que poco antes de que el fantasma desu padre se le aparezca a Hamlet, ese jovenatormentado e indeciso alcanza a decir: "Losactos criminales saltarán a la vista de los hom-bres por mucho que intenten sepultarlos bajola tierra de la tierra". Poco después el fantas-ma del rey Hamlet empieza a hablar y lecuenta a su hijo Hamlet de qué manera y porquién fue asesinado. Al final le encomienda,además, la tarea que será la tragedia personalde Hamlet, pues él nunca va a ser capaz deacometerla: Revenge the most foul, strangeand unnatural murder, "iVéngate del más re-pugnante, Inaudito y mostruoso asesinato!".

En m i copia de Ham let, él y su padre, cuandohablan, están indicados por la letra H. Cuan-do uno lee el libro es inevitable mezclar lapropia experiencia vital con lo que ese libro

dice, y para mí fue inevitable poner en esashaches otros nombres. Así mismo, cuandoleí la dedicatoria del libro de Saúl Franco ("Alas 338.378 víctimas de homicidio en Co-lombia entre 1975 y 1995, para que su san-gre se convierta finalmente en semilla depaz, equidad y convivencia"), también enesa cifra yo hice lo que probablemente cual-quiera de los que hoy estamos aquí podría-mos hacer: restarle un uno a esa cifra,338.378 dejarla en 338.377, y ponerle a esedígito anónimo la letra de un nombre queri-do. Yo le puse la letra H, la letra de Hamlet yla letra del fantasma que hoy les hubiera que-rido presentar este libro.

El fantasma que no pudo venir a este lanza-miento, como ustedes ya habrán comprendi-do, es un viejo profesor de la Facultad de Me-dicina de esta misma Universidad, el cualsiempre hablaba de Saúl Franco cómo de unode sus discípulos predilectos. En 1962, cuan-do ser violentólogo no era todavía una espe-cialidad nacional, Héctor Abad Gómez escri-bió un ensayo que está citado en el libro deSaúl, se llamaba "Epidemiología de la violen-cia", y tenía el enfoque novedoso de tratar loshomicidios como una peste, como una enfer-medad: a veces los bacilos, los virus y lasbacterias se ensañan contra una comunidad:

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cólera, polio, tuberculosis, rabia..., pero enotras ocasiones el organismo vivo más perni-cioso para los seres humanos es nada menosque una especie de parásito gigantesco, denuestro mismo tamaño: otro ser humano.

En la lucha contra enfermedades, la relaciónnatural de los sereshumanos (la de su propiosistema inmunológico y también la de losmédicos) es intentar exterminar al invasor: elhongo de la penicilina asesina al estreptoco-co. Pero el remedio, en el caso de la violen-cia, resulta igual a la enfermedad: si un ser-bio mata a un kosovar, entonces yo mato aun serbio. Pero las cuentas no dan. Intentohacer una resta y lo que resulta es una suma.En términos epidemiológicos, si se combatea la peste humana con los métodos tradicio-nales (destruir al agente patógeno), no sehaceotra cosa que traer más peste, es decir, au-mentar el número de los apestados, de losmuertos.

Éstaes la paradoja a la que se tiene que en-frentar un médico cuando secomporta comoun "poliatra" (esta palabra la inventó mi fan-tasma), es decir como un médico de la polis,de la sociedad. El enfoque de este libro, Elquinto: no matar, es un enfoque de "polia-tra". Como tal, intenta desenmarañar el enre-do de nuestra epidemia de violencia. Tratade establecer con exactitud quiénes son lasvíctimas, esdecir, la población más suscepti-ble de ser apestada, busca los sitios dondelos focos de infección son más agudos, ytambién los momentos de mayor virulencia.Correlaciona estos estados críticos con di-versascoyunturas de nuestra situación poi íti-ca, económica o cultural, e intenta definir siesacorrelación incluye, también, algunas re-laciones de causalidad. En el método cientí-fico uno de los asuntos másdelicados es no ira confundir la correlación con la causalidad.Mi fantasma solía poner un buen ejemplopara diferenciar estasdos categorías: en unaescuela norteamericana un estudioso averiguóque laspersonasque tenían un número de za-pato más grande tenían mejor ortografía. En-contró, entonces, una correlación entre el ta-

maño del pie y la buena ortografía: cuantomás calza una persona, mejor ortografía tie-ne. Pero, ¿hayrelación de causalidad entre eltamaño del pie y la ortografía? Por supuestoque no. La relación de causal idad viene dadapor la edad: amayor edad, másaños de esco-laridad y por lo tanto, mejor ortografía. La re-lación de causalidad escon la edad y no conel número del zapato.

En la teorización del trabajo de Saúl Francono se cae nunca en fáci les causal idadescuando se hallan correlaciones, aunque lasganas (por lo menos mis ganas) siempre sonmuchas. Hay, por ejemplo, correlación en-tre los años de mayor violencia en Colom-bia y los gobiernos de Virgil io Barco y CésarGaviria. Me resisto a creer que en esa sim-ple correlación no haya también elementosde causalidad.

Enel libro del profesor Franco hay, entonces,teoría, es decir, un conocimiento previo delos problemas que sevan a analizar y que es-tán delimitados y definidos en la primeraparte del libro; viene después una detalladay exhaustiva presentación de datos: cifras,tendencias, herramientas de medición quetienen la mayor precisión que he encontradohasta ahora en los textos de consulta sobre eltema. La paciencia de Franco ha superado,hasta donde es posible, las innumerables li-mitaciones e imperfecciones que hay en Co-lombia para la recopilación estadística (yuna recomendación táctica del libro es quese mejore nuestra información sobre todoslos episodios de violencia). El libro cede lue-go la palabra a los discursos de la gente sobrela violencia, en una especie de intento deorientarse en esta selva de contradicciones,mediante el sentido común de personas co-munes y corrientes. Las respuestas se clasifi-can y tabulan de manera muy precisa, y talvez estaclasificación esmás útil que lasmis-mas respuestas, las cuales me parecieron, aprimera vista, la parte que menos entusiasmadel libro. Y vienen, por último, algunas pro-puestas de acción, de responsabilidad del

autor, tanto coyunturales, de ahora mismo,como estructurales, a largo plazo.

No vaya cometer el mismo error de los queen susreseñascuentan el final de lasnovelas;tampoco les vaya anticipar cuáles son lasconcl usiones a lasque llega Saúl Franco des-puésde analizar el gran cúmulo de datos quereunió, y de tener un detallado diagnósticode la situación del paciente. Para que estasconclusiones suenen de verdad conclusivasy convincentes hay que leer todo el razona-miento, paso por paso, y conocer y entenderbien los datos factuales que lassustentan. Enese momento adquieren el peso y la autori-dad para llevar a una verdadera reflexión, ypara convencernos (o convencer a quien co-rresponde), de la acción que se debe em-prender. Laspropuestas de Saúl suenan con-vincentes porque son la receta que da unmédico después de haber auscultado deteni-damente al paciente, después de haber orde-nado una serie de pruebas cuantitativas delaboratorio, y después de haber interrogadoa varios miembros de la familia.

El problema, por supuesto, esque las recetasde los "poliatras" (de los curadores de socie-dades enfermas) no las despachan en ningu-na farmacia. Estas recetas tienen que serpuestas en prácticas por amplios grupos hu-manos, empezando por aquellos que teóri-camente los aglutinan, es decir el Estado, ypor quienes mandan dentro de eseEstado,esdecir los gobiernos. Lafórmula de Saúl sepa-rece a las fórmulas que han dado otros estu-diosos sociales, pero llegan con el peso deun detallado estudio del problema. Y la ad-vertencia con la que concluye esgrave, puesno parece que aquí hubiera el verdadero de-seo de implementar las soluciones necesa-rias planteadas por él y por muchos otros, yen tal caso el país parecería estar condenadoal fracaso como proyecto nacional.

El fantasma, gracias al que estoy aquí estatar-de, nunca fue pesimista. Pereció, como losbuenos médicos, combatiendo la peste; tra-tando de curar a sus pacientes resultó conta-

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giado. Pero nunca pensó que íbamos cami-no de la disolución y que este país se iba adesbaratar. Cuando uno está en el corazónde la epidemia, en la mitad de la angustia, nopuede mirar a los lados y piensa que el mun-do se está acabando. Gracias a nuestra ima-gen internacional, y también a la idea quenosotros tenemos de nosotros mismos, so-mos muy dados a pensarnos siempre comoun país a un paso del abismo. No creo quesea así, estábamos un tris peor en el 92, entiempos de Gaviria y cuando las bombas delnarcotráfico nos explotaban en los oídos; loque pasaes que la historia de las sociedadessemueve muy lentamente comparada con loque dura la existencia humana. Nosotros, alo sumo, vivimos cien años, y los períodoshistóricos sedemoran siglos. Laconquista deuna sociedad más justa y más pacífica es unproceso de años y años, y todos los atajosson demasiado inciertos, tan inciertos quepueden acabar alargando aún más el cami-no. Las cifras de la violencia en Colombia,que nos presenta este libro del doctor Fran-co, son aterradoras. Yo no quiero minimizar-lasni banal izarlas con lo que vaya decir aho-ra, pero lo que sí quiero resaltar es que éstepaísy sushabitantes, nosotros, no somos unaescoria humana ni las peores lacras del uni-verso. 340.000 muertos por homicidio enveinte años son una cifra aterradora. Pero el6 de agosto de 1945, en una fracción de se-gundo, la sociadad supuestamente más civilde nuestro planeta, cometió 81.500 homici-dios. En una bola de fuego perecieron casitodos los médicos de Hiroshima, y tampocohubo enfermeras ni hospitales para atender alos miles y miles de heridos. Tres días des-pués, en Nagasaki, cuando en Hiroshima seseguían muriendo los heridos, hubo otro ho-locausto. Y pocas semanas antes, con bom-bas convencionales, casi 90.000 personashabían perecido calcinadas en las calles deTokio. Enpocas semanasde guerra "civiliza-da", los benefactores del primer mundo con-siguieron lo que nosotros hemos hecho enveinte años de locura. No estoy justificandonuestras balas. Nuestro país es horrible, pero

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no tenemos el primer lugar en la barbarie.Pensarnos como lo peor de lo peor sólo llevaa la parálisis y a la desesperanza. Un enfermodeshausiado deja de luchar, y Colombia noes un enfermo desahuciado.

El libro de SaúlFrancoesunabuenaherramientapara combatir nuestro permanente recursoa laviolencia. Lo que no debe ser es un pañuelomásparasonarnosy limpiarnos las lágrimasdenuestros lamentos. Es una herramienta detrabajo, es un ejemplo de acción creativa, esun intento de combatir las vías de hecho pormedio de la palabra yel pensamiento. Enesesentido, creo que sigue las enseñanzas deese profesor que hoy he señalado comopresente aquí, así seade un modo fantasmal.En realidad, aunque mucho me gustaría te-ner una comunicación así fuera fantasmalcon los difuntos, no he tenido ningunaexperiencia con fantasmas y creo que la vidase termina definitivamente con la muerte.He sacado a relucir a Hamlet y al profesor deSaúl porque quise decirles que los hijos queno hemos sido capaces de vengar la muertede nuestros padres nos sentimos ilusionados,y en cierto sentido vengados vicariamente,por lasobras y la valentía de susalumnos másvalerosos, muchos de los cuales, empezandopor Saúl, están hoy aquí sentados.

AVANCES EN ENFERMERÍA

VOLUMEN XVII Nos. 1 Y2 ENERO-DICIEMBRE 1999

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