Post on 06-Nov-2018
- 283-
Literatura testimonial en Colombia yEl Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
Sandra Morales Muñoz
Presentación
La literatura testimonial se reconoce hoy como uno de los géneros más vigorosos
de la narrativa latinoamericana, especialmente en crónica y novela1; y Colombia, no
es la excepción. Son muchos los autores y las obras que podrían representar este auge
pero encontramos que, en el campo de la novela colombiana, El Olvido que seremos
(Colombia: Planeta, 2006) de Héctor Abad Faciolince (Medellín- Colombia, 1950) por
sus características, además de servir de apoyo para ejemplificar el desarrollo del género
en conjunto, permite verlo desde una perspectiva diferente.
El origen de este tipo de literatura, en términos generales, se vincula a dos fuentes por
parte de los especialistas en ese campo, de un lado al periodismo de mediados del siglo
XX y del otro, para el caso específico de América Latina, a las llamadas "Crónicas de
Indias" del siglo XVI, (García 2003). Aunque los críticos han coincidido en clasificar
la novela de Abad como una obra testimonial, encontramos que al contrastarla con las
características que surgen de esas fuentes mencionadas arriba, El olvido que seremos
no se ajusta del todo al proceso que se ha dado para ninguna de ellas. En esta novela
se percibe una orientación más poética que de denuncia social directa en el estilo, en
la forma como se presenta el espacio narrativo y en los alcances del lenguaje. Esa
particularidad de su orientación no permite relacionar la novela a lo testimonial sin
hacer previamente algunas salvedades. Creemos que de allí se desprenden rasgos que
no se le han atribuido al género y que, por ser compartidos con otras obras anteriores y
- 284-
Sandra Morales Muñoz
contemporáneas, pueden dar un giro a la forma como se ha caracterizado hasta ahora este
tipo de literatura.
Rasgos de la literatura testimonial
En términos generales se entiende la literatura testimonial como un género del que
forma parte todo tipo de narración -cuento, crónica o novela- en la que predomine a
nivel temático el relato, directo o indirecto, de las vivencias de alguien en un momento
de trascendencia más o menos histórica y para cuya elaboración se haya apelado a los
recursos de la literatura. El hecho de que el testimonio acuda a estos recursos obedece a
varias razones ligadas todas a su intención de fondo: acercar o sensibilizar a un amplio
público sobre un suceso del cual circula información contradictoria o escasa pero cuyos
alcances tienen una trascendencia que sobrepasa lo individual de esa vivencia. Debido
a que el eje del relato va aferrado a hechos de amplio conocimiento, aunque estos se
enmascaren en el texto, son relativamente fáciles de reconocer por una amplia mayoría
de lectores.
Por esa razón, la literatura testimonial se identifica como una forma particularmente
prolífica en tiempos de conflictos políticos o sociales, cuando las vías de expresión se
ven amenazadas y se buscan medios de denuncia o de simple catarsis personal de una
experiencia, la mayor de las veces traumática. Entre sus objetivos está: suplir vacios o
silencios en la información por parte de alguno de los bandos en conflicto, reinterpretar
o cambiar el curso de una versión oficial, conectar sucesos que se han presentado como
aislados, desenmascarar -a través del “enmascaramiento” que permite la ficción- hechos
o personas que por diversas razones no se pueden señalar en forma directa al momento
de la escritura; y, en últimas, busca advertir o aleccionar al público en general sobre
lo sucedido y dejar grabados los sucesos en una memoria colectiva, (Barnet 1998).
Objetivos no siempre juntos ni manifiestos en forma explícita en el relato pero que
condicionan, junto al asunto, su estilo.
Así, a nivel puramente literario, la narrativa testimonial se relaciona con las formas del
- 285-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
realismo, la novela histórica o documental, por ejemplo; y, por el carácter personal que
lleva el testimonio, se vincula con frecuencia a las memorias, la novela biográfica o la
autobiográfica. Tanto lo testimonial como lo biográfico además de privilegiar la vivencia
directa y personal de un hecho a su ficcionalización y de utilizar un lenguaje anclado a lo
"objetivo", acudiendo al recurso literario, ambos tratan de acercar al lector de la manera
más vívida posible a los hechos "tal como sucedieron" y a las personas "tal como son".
La distancia entre una forma y otra, entre lo testimonial y lo biográfico, muchas veces
difícil de percibir como lo veremos en la novela de Abad, está en el foco narrativo que
se da a las vivencias en el transcurso del relato y en el rumbo que lleva la enunciación.
En la narrativa testimonial a pesar de lo subjetivo y personal que lleva por principio todo
lo que se considere testimonio, siempre el contexto histórico y social de fondo tiende
a imponerse y a sacar lo vivido de la esfera de lo puramente individual. Contrario a lo
que sucede con lo biográfico cuya orientación es hacia el perfil de la persona-personaje
de la narración, así este sea público y lo que se cuente tenga carácter histórico2. Sobre
este punto volveremos más adelante pues cuando la fusión de lo personal y lo histórico
logra hacer imperceptibles los límites, creemos, es cuando la obra alcanza a trascender la
temporalidad de lo narrado.
Para los investigadores en ese campo, por su origen, sus objetivos y sus características,
la narrativa testimonial se vincula al periodismo como una de sus ramas, la de la
investigación. La publicación de Operación Masacre (1957) de Rodolfo Walsh es
señalada como la que marca los inicios del género en América Latina y en Estados
Unidos, A sangre fría (1967) de Truman Capote. Tanto Walsh como Capote logran con el
material recopilado en una serie de pesquisas periodísticas, elaborar un relato acudiendo
ya no sólo a los recursos propios del periodismo sino más bien a los de la narración
literaria de ficción -creación de un narrador más o menos "ficticio", introducción de
diálogos imaginados pero imposibles en la realidad de lo narrado o la introspección que
ayuda a revelar los intersticios psíquicos de alguno de los implicados, entre otros-. Y, con
esos recursos, no solo se reconstruyen los hechos, como lo hace la crónica periodística
- 286-
Sandra Morales Muñoz
tradicional privilegiando los datos y las fechas, sino que hacen una lectura de los sucesos
que llega a la denuncia. Detalles que el periodismo no pudo narrar ni relacionar en su
momento por las exigencias de inmediatez, lenguaje, extensión y censura pero que la
literatura permitió reconstruir gracias a sus recursos.
En los años sesenta entonces, por la ruta de Walsh y Capote, empiezan a aparecer
obras de similares características y para la crítica nace lo que en los Estados Unidos se
llamó, "Nonfiction Novel", "factfiction" o "new journalism"; y, en español por extensión
se ha traducido como: "novela de no ficción", "ficción periodística", "nuevo periodismo",
"crónica narrativa" o "literatura testimonial", sin mayores distinciones. El origen y sus
variadas denominaciones actualizaron para nuestro tiempo una discusión de vieja data
en el campo literario: el equilibrio precario y constante que mantiene a la literatura entre
realidad y ficción. El mayor o menor peso de una u otra, ha ido orientando los estudios
literarios; y, con la aparición de las Nonfiction novel o las factfiction, la balanza pesa del
lado de la objetividad, del lado de los hechos. Si a cada época corresponde una forma
literaria, la poesía romántica al siglo XIX o la novela de ficción al XX, para algunos este
es el género del siglo que nace.3
Lo testimonial periodístico en la literatura colombiana
Teniendo la fuente periodística como punto de partida, en Colombia la coyuntura,
en la que un momento específico de la vida nacional coincide con la aparición de un
importante número de obras, se da con la inestabilidad generada con la muerte del líder
político popular, Jorge Eliecer Gaitán en 1948. El asesinato de Gaitán desata una serie
de desórdenes sociales y visibiliza en la capital del país un conflicto que venía afectando
a la población rural desde principios de los años 40. La disputa política entre liberales y
conservadores, con sus consecuencias sociales, provocó cambios en muchos ámbitos y en
el campo literario el más visible fue en el del periodismo. Las crónicas que se escribían
en los periódicos dejaron de ser el espacio propicio y los periodistas salen en busca de
espacio físico y de recursos para narrar lo que estaba sucediendo y había sucedido en el
- 287-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
país. Empiezan a aparecer relatos sobre la vida en las zonas rurales en los años 40 y del
posterior desplazamiento del campesinado a los crecientes cordones de miseria urbanos.
Este tipo de relatos en conjunto conforman lo que se denominó la Novela de la Violencia,
por extensión del nombre que se le da a la época en términos históricos, años de La
Violencia4.
Debido, entre otras cosas, al gran número de publicaciones, esta es una de las etapas
más reseñadas de la literatura colombiana y también una de las que más ha interesado
a los críticos literarios -también a sociólogos e historiadores- a juzgar por la amplia
bibliografía sobre el tema5. En el marco de esos estudios de la Novela de la Violencia
aunque no todos los investigadores coinciden ni en las fechas de inicio, ni en el
número de publicaciones, ni en los autores que se deben o no incluir, ni en los títulos
representativos, sí hay un común denominador entre ellos: todos señalan un proceso
paulatino que va de lo puramente testimonial, de muy escaso valor literario pero de una
gran riqueza documental, hasta llegar a obras que revelan una preocupación literaria y
estética en las que la Violencia aparece solo como tema de fondo.
En esta división de testimonio puro en un lado, y elaboración literaria en el otro, nos
detenemos. La distancia entre una orientación y otra, revela intenciones diametralmente
opuestas por parte de quien escribe. En las obras de la primera época, como las
llamaremos aquí, prevalece la urgencia de contar lo que le sucede a gente del común que,
sin militar en partido político alguno, se ve involucrada en las disputas por el poder6.
Contrario a lo que se puede leer en obras posteriores -que también algunos incluyen como
Novelas de la Violencia- en las que hay una mayor elaboración de recursos narrativos y
una preocupación estética de los escritores que va más allá de la denuncia7.
Novelas como las del primer período se han seguido escribiendo. Obras que relatan los
conflictos sociales en voz de una o varias personas implicadas. Experiencias personales a
través de las cuales se puede seguir el desarrollo histórico de uno o varios hechos. Estas
narraciones se han convertido en correlatos de los sucesos que el lector puede contrastar
con documentos o periódicos de la época referida, sin mayores cambios en lo sustancial
- 288-
Sandra Morales Muñoz
de lo que se cuenta. Ese tipo de narrativa testimonial ligada al periodismo por su grado de
compromiso social, su servir de soporte histórico y sociológico y, también, por la cantidad
de publicaciones, es el que más destaca del panorama de la literatura colombiana actual.
Desde entonces, es tal la fortaleza de esta tendencia literaria que toda obra que refiera un
pasaje de la realidad nacional termina siendo juzgada en conjunto bajo los parámetros de
la veracidad o no de lo contado; queda relegado a un segundo plano su valor estético.
Aquellas novelas de denuncia de los años 50 tienen eco en las que surgen luego sobre
la vida en las regiones apartadas, la acelerada y desigual urbanización, la emigración o
las consecuencias del tráfico de narcóticos, entre muchos otros temas, pero siempre de la
actualidad. Destacan, por ser ampliamente conocidos, autores como Alfredo Molano o
Arturo Alape; el periodista Germán Castro Caycedo (Zipaquira, 1940), uno de los más
prolíficos y tal vez de los más leídos; el periodista y político Alonso Salazar (Antioquia,
1960) o el escritor y director de cine Víctor Gaviria (Antioquia, 1955). La obra de
estos autores es muestra de una literatura que si bien apela a los recursos literarios para
elaborar sus relatos, estos están marcados por la urgencia de contar y, más que nada, de
denunciar las condiciones de la población vulnerable, dando voz a quienes han vivido en
carne propia las consecuencias de un largo y complejo conflicto político y social.
Tal como lo señalan los estudios sobre el tema es "la comunidad letrada" es decir,
quienes cuentan con los recursos intelectuales y tienen acceso a los medios escritos,
los que toman el papel de amanuenses o portavoces de quienes no han podido contar
sus propias vivencias, (Rodríguez 2009 - Ortiz 1997). Así, por esta vía de dar voz a
quienes han vivido y sufrido directamente por la situación del país, se une la de todos
los que han formado parte de ese conflicto; no sólo víctimas sino también victimarios.
Vale mencionar en este punto que se ha apelado al relato autobiográfico como forma
terapéutica para la rebaja de penas o la reinsersión social de grupos armados, (Leal
2010). Aparecen entonces relatos, en formato de texto narrativo de militares, policías,
secuestrados, secuestradores, paramilitares y un largo etcétera que no permitiría ya
señalar autores o títulos determinados. Todos cuentan su participación en un momento de
- 289-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
la vida nacional en los años recientes y cumplen con alguno o con varios de los objetivos
que mencionamos arriba para lo testimonial. La denuncia es el móvil de la escritura y
refleja un deseo de no repetición, de reparación, hay en el fondo un reclamo de justicia
por parte de quien escribe. El objetivo es claro. Siempre los hechos están en primer plano y,
en todos los casos que acabamos de mencionar, son ellos los que llevan el peso del relato.
Una primera lectura de la novela de Abad pronto revela que no son los hechos los
que ocupan la primera línea. Lo testimonial busca como objetivo último conformar con
una red de vivencias personales una memoria amplia, digamos histórica-nacional y para
conseguirlo, apela a un yo colectivo. Las experiencias personales interactúan con el lector
a través de un mutuo "compartir" conocimientos sobre los hechos narrados pues lo que
se cuenta siempre gira en torno a la esfera de lo público, en mayor o menor medida. El
vínculo texto-lector se activa por medio de los sucesos. En la novela de Abad, el yo que
hace que los hechos narrados salgan a la luz no es un yo colectivo sino un yo lírico.
El narrador-protagonista de El Olvido que seremos, no parece querer fijar lo sucedido
en el ámbito de lo colectivo ya que veinte años después del asesinato del padre, en
el 2006 de la escritura, el autor atraviesa el relato con la tácita pero firme certeza de
que lo sucedido, todos lo conocen y sigue y seguirá pasando en la historia del país, sin
atenuantes. No hay nada que advertir, ni aleccionar. Abad ni siquiera parece buscar la
denuncia a través del relato, no hay señalamientos que no se conozcan ni reclamos de
justicia porque esta no repara la pérdida que el narrador acusa en el relato. Los hechos de
índole colectiva que salen a la luz en El olvido cobran mayor relevancia porque no son
el centro del relato. Desde el título, tomado de un poema de Borges8, el autor anticipa su
futuro, el del lector y también el de la escritura. Generalmente, quien consigna por escrito
su recuerdo lo hace con el fin de que lo escrito se salve del paso del tiempo pero quien
recuerda en la novela de Abad lo hace a sabiendas de que ni la letra preserva la memoria.
Ante la memoria, ámbito por excelencia de lo testimonial y también de lo histórico,
antepone de principio a fin el olvido, lugar más bien de lo poético. Vamos entonces hacia
otra fuente que ayude a describir mejor las características particulares de la novela pero
- 290-
Sandra Morales Muñoz
que la mantengan como una obra testimonial no sólo por el tono y el estilo sino por los
alcances que lleva lo narrado y lo que se silencia.
Hacia las fuentes en América Latina
En busca de otro oriente, nos remitimos a la evolución de la literatura testimonial en
América Latina y encontramos que, además de la fuente periodística, los investigadores
señalan una génesis muy anterior a la del siglo XX y es necesario, dicen, señalar como
punto de partida el XVI, (García 2003 - Molloy 1996). Desde esta perpectiva, las
llamadas "Crónicas de Indias" son los primeros testimonios escritos de quienes quisieron
contar su experiencia, o la de otros, en el descubrimiento de una tierra y una vida nuevas.
Los "cronistas de Indias" querían dejar plasmada su participación en una expedición
que desde un principio se sabía trascendente y de envergadura histórica. Hacia finales
del siglo XV y principios del XVI, también antes pero nunca como entonces, hay un
insistente afán por dejar documentación de todo lo visto y lo vivido. Se pretendía dar
una representatividad al territorio recién descubierto por los europeos y son los primeros
testimonios escritos que cuentan al mundo el espacio y la vida americana9.
Las palabras con las que el escritor colombiano Gabriel García Márquez abre su
discurso al recibir el premio nobel de literatura en 1982, ayudan pronto a describir el
significado para europeos y americanos de aquellos escritos del siglo XV y XVI. Decía
García Márquez en el 82:
Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer
viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una
crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que
había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras
empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos
parecían unas cucharas. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas
de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo (...) Este libro breve
- 291-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
y fascinante, en el cual ya se vislumbraban los gérmenes de nuestras novelas de hoy,
no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos
tiempos. Los Cronistas nos legaron otros incontables, (García Márquez 1982:119).
La lucha entre objetividad y fabulación que señaló como "herencia" de esas crónicas
el autor colombiano y que, sin duda al verlo desde su perpectiva lleva una alta dosis
de ironía de la que se ha despojado, se ha interpretado como una característica de toda
la narrativa garciamarquiana, de toda la novela colombiana actual y, por extensión, de
la narrativa latinoamericana en general. Las palabras de entonces en Estocolmo se han
tomado como soporte de todo tipo de estudios literarios y también recientemente de las
tesis que señalan las Crónicas de Indias como fuente de la actual narrativa testimonial;
entre ellas podemos citar los trabajos de Gustavo García, (2003) o de Sylvia Molloy,
(1996), entre los más reconocidos en ese campo. La posible fuente de que esto se haya
convertido en un tópico en los estudios literarios, está en ese mismo discurso, decía el
escritor colombiano: "(...) todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido
que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido
la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida." (García
Márquez 1982:121). La ficción entonces ha dado las herramientas que la "realidad
desaforada" negó. La correspondencia entre realidad desforada y ficción –sin duda
natural para quienes se enfrentaron a todo un continente nuevo- y la dicotomía, digamos,
convencional entre realidad y lenguaje que enfrenta toda sociedad al intentar expresar en
palabras su universo, ha quedado reducida única y exclusivamente a los términos de la
correspondencia sin atender a la dicotomía. Esa correspondencia, curiosamente, terminó
convirtiéndose en el rasgo identitario de las letras latinoamericanas.
Dejando de lado las palabras del caribeño colombiano pero teniéndolas como eco de
fondo, volvemos a las Crónicas de Indias. La serie de testimonios y voces personales
que querían dar cuenta de lo visto y lo vivido en el siglo XV en aquellos escritos carece
de lo que sería una de las bases de la narrativa testimonial, tal como la conocemos
- 292-
Sandra Morales Muñoz
hoy, el sustento en la objetividad de lo narrado. Ahora, para nadie es un secreto que en
aquellas crónicas que se hacen a partir del siglo XV en América por sobre el testimonio
y la objetividad, -sin olvidar que la mira de quienes escriben está puesta en los intereses
burocráticos por mejores puestos- la fabulación y el deslumbramiento, ganan la partida.
La balanza entonces en aquellos escritos pesa más del lado de la ficción que de los hechos
mismos.
Si la escritura testimonial se ha encargado históricamente, cualquiera que sea su origen,
de aterrizar el recurso a la ficcionalidad, las Crónicas de Indias parecen llevarnos por
otros caminos. Por esa ruta no llegaríamos a la fuente de la que se nutre para traerla con
vigor hasta la actualidad de un siglo XXI despojado ya definitivamente, para muchos, de
ese universo mágico imposible de ser narrado a través de ficción alguna, (Carrión 2013).
Las palabras del mismo Héctor Abad Faciolince, nos permiten asomarnos al tema por
otros rumbos. En su novela Basura, (2002) en la que un joven se dedica a sacar de ese
lugar los escritos desechados por uno de sus vecinos (alter ego del escritor) deja en boca
de uno de sus personajes, una reflexión literaria que nos pone en ruta, dice:
Escribía (Serafín, escritor que no publica) ni bien ni mal, pero una de sus obsesiones
era superar al escritor más famoso de la Costa; decía que era necesario deshacerse de
la magia, despojar al país del espejismo de las supuestas maravillas inventadas por
él. Decía que para el pantano del subdesarrollo era nefasto ese regodeo folclórico en
historias de alucinada hermosura (Abad 2002: 58);
Y, más delante agrega:
Medellín, entonces no era ninguna aldea (...) la gente se moría a machetazo limpio
o simplemente a bala. Allá no había vírgenes que ascedieran a los cielos ni el mundo
era reciente ni las cosas carecían de nombre y había que señalarlas con el dedo; al
contrario, en cada cosa se había incrustado ya una armadura indeleble de prejuicios. Lo
- 293-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
único macondiano era que en la ciudad más violenta del mundo yo tuviera trece años y
no conociera un muerto todavía, (Abad 2002:58-59).
La crónica modernista
Hay un evidente "reclamo" en esas palabras a otra tradición o por lo menos a otros
recursos que vayan mejor al compás de las realidades por nombrar. Si no es el siglo
XX ni tampoco el XVI, en donde hay lugar para esa vertiente que hemos llamado aquí
poética para la narrativa testimonial, nos remitimos al siglo XIX, por su valor referencial
constante para las letras de ese continente. El estudio de Susaka Rotker sobre el origen
de la crónica en América Latina (Rotker 2005), sostiene justamente que para poder
explicar la fuente de la actual narrativa testimonial latinoamericana es preciso remitirse
al modernismo y seguirle el rastro a la crónica narrativa finisecular. Es solo hasta ese
siglo, tan significativo, que el escritor latinoamericano se enfrenta a los problemas
inherentes a la creación literaria. Solo hasta entonces hay un contexto para que surja la
"profesionalización" del escritor y con ella, los autores se planteen el dilema de elaborar
a través de la palabra un mundo o de contar ese mundo teniendo la palabra como
instrumento. A partir de esta disyuntiva se puede leer la obra en conjunto de autores
como José Martí, Rubén Darío, Julián del Casal o Gutierrez Nájera. De lo contrario, dice,
nos quedaríamos sólo con el modernismo en poesía dejando de lado una valiosa obra
periodística cuya impronta a través de la crónica no se puede desdeñar hoy.
Las características de la crónica modernista estarían determinadas por la orientación
poética que llevan los artículos periodísticos de sus autores, aunque la división de géneros
haya sido tan tajante en el XIX. Si bien por la época, la teoría del arte puro marcó la
agenda literaria y quienes se dedicaron a escribir poesía defendieron la autonomía y
pureza del lenguaje de los avatares de la convulsa y prosáica cotidianidad, esto fue
imposible. La investigadora argentina demuestra, a través del análisis de las crónicas,
cómo los modernistas se debieron enfrentar al dilema de mantener la supuesta pureza
poética, aislándose de la cotidianidad, o responder a las exigencias del mercado editorial,
- 294-
Sandra Morales Muñoz
entregados de lleno a la comercialización del oficio de escribir. El medio periodístico en
el que se movían los intelectuales de entonces exigía brevedad, impacto e inmediatez.
Susana Rotker, resume esas exigencias: "El director de La Opinión Nacional el 20 de
agosto de 1881 le insiste a Martí "la preferencia de los lectores hacia notas que sean más
noticiosas y menos literarias" (Rotker 2005: 103).
La crónica periodística entonces se convierte en el espacio que mejor refleja la
posición de los escritores ante aquel dilema. En la crónica se lee la forma como los
poetas optan por limar la exigencia de límites e imprimen en ella un sello personal, el de
un yo lírico que se refería a todo tipo de asuntos de actualidad: desde el acontecer diario
hasta los avances científicos del mundo o la incipiente pero progresiva industrialización,
pasando por el desarrollo urbanístico o las nuevas infraestructuras; todo ello a partir de
una indoblegable subjetividad. Así que si bien los escritores de fin de siglo tienen espacio
en los diarios, también en los norteamericanos como en el caso de Martí, ninguno de
ellos se acerca ni al lenguaje ni al estilo de sus pares periodistas. "La crónica modernista
se distancia de la "externidad" de las descripciones, defendiendo el yo del sujeto literario
y el derecho a la subjetividad. (...) Los reporters prefieren expresarse a través de las
técnicas del realismo (...) los cronistas modernistas acentuaron el subjetivismo de la
mirada" (Rotker 2005:128).
Citamos unas líneas del colombiano Baldomero Sanín Cano, (Antioquia, 1861-
1957), por la marcada influencia en el periodismo crítico de su país y porque Rotker lo
destaca como uno de los más reconocidos e influyentes en el campo de la crónica; pero
sobre todo, recogemos la cita porque nos ilustra en muy pocas palabras esa permanente e
indeclinable mediación que marcó a la crónica modernista, dice Sanín Cano refiriéndose
a Emile Zola:
Cualquier estudiante de filosofía habría podido advertir(...) que la estética basada
en la reproducción exacta de lo real terminaría por apoyarse en las interioridades
del detalle innecesario y repugnate. ¿Sabemos nosotros cómo es el mundo real? (...)
- 295-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
Nosotros, en el caso de juzgarnos a nosotros mismos, no damos sino una imágen
deformada de nuestro ser: y, para representar los objetos , sólo podemos ofrecer
imágenes aproximativas desde luego, y forzosamente selladas con todas las señas de
nuestro temperamento personal, (Rotker 2005:156).
Este breve fragmento no interesa tanto por lo que dice sobre el autor francés -que ya
es bastante significativo- como por su "defensa" de la percepción personal como patrón
de juicio y la incapacidad del hombre para conocer fuera del mundo sensible. Al hablar
del sello poético entonces no nos referimos aquí tanto al lenguaje como al estatuto que
sostiene a lo poético, el de lo subjetivo. Nos referimos a una aguda sensibilidad que
tamiza lo factual y percibe lo real bajo sus parámetros, esta llega a convertirse en el
"verdarero" sustento de lo objetivo. Si hemos preferido citar a Sanín Cano y no a José
Asunción Silva (Bogotá, 1865-1896), el representante más destacado de las letras
colombianas de finales del siglo XIX, ha sido porque su lenguaje, eminentemente
poético también en la prosa, podría desviar la atención hacia ese aspecto, el del lenguaje;
y nos queremos centrar en la férrea convicción en lo subjetivo, en la intimidad de la
percepción, en el universo de lo sensible para interpretar la realidad. Esta convicción es
compartida por quienes escribieron a finales del siglo XIX y es la huella que imprimen
los modernistas a sus crónicas "(...) antecedentes directos de lo que en los años cincuenta
y sesenta del siglo XX habría de llamarse "nuevo periodismo" y "literatura de no ficción".
(Rotker 2005:230)
La importancia y las características que le atribuye Rotker a la crónica modernista
para el caso colombiano se le deben atribuir a los llamados Cuadros de Costumbres que
tuvieron un fuerte y largo arraigo en las letras nacionales. Los periódicos regionales que
desde su surgimiento -la Gaceta de Santafé es la primera publicación periódica (1785)
de la capital- tenían una marcada tendencia política, a finales del XIX abren su espacio
a temas más "ligeros" y cotidianos que pudieran atraer nuevos lectores y, a la vez, que
sirvieran para dar a la población sentido de pertenencia a una nación recien independizada
- 296-
Sandra Morales Muñoz
(1810). En las publicaciones periódicas empiezan a aparecer estos amenos relatos de la
vida nacional con personajes y costumbres reconocidos por todos que hoy conocemos
como Cuadros de Costumbres.
Si se tiene en cuenta que el periodismo como profesión surge solo hasta los primeros
años del siglo XX, es claro que la "comunidad letrada", la de quienes publican en los
medios impresos, estaba conformada básicamente por políticos y poetas. El vínculo
texto-lector en los cuadros de costumbres, que llegan con su estilo a la novela, se da
entonces no a través de los hechos que se cuentan sino por medio del humor, la picardía,
algo de ironía y mucha nostalgia por ese aire de pueblo que poco a poco y sin remedio se
ve desaparecer en las nacientes grandes urbes como Bogotá o Medellín, principalmente.
El trasfondo poético no se manifiesta tanto en el lenguaje como en la agudeza de la
percepción subjetiva que media las descripciones.
Esta mediación de lo personal y lo eminentemente subjetivo de la percepción se ha
convertido ya en una tradición de las letras nacionales en todos los géneros y vertebra la
narrativa colombiana más sólida; es decir, la que no pierde vigencia y sigue dando lugar
a nuevos estudios e interpretaciones. Se pueden mencionar como un par de ejemplos
destacados, Cuatro años a bordo de mí mismo (1934) del periodista y político, Eduardo
Zalamea Borda (1907-1963) o La vorágine (1924) del también periodista y político,
José Eustasio Rivera (1888-1928). En la primera, cuyo sugestivo subtítulo es Diario de
los cinco sentidos, Zalamea narra un viaje en primera persona al norte del país y hace un
retrato del espacio y los pobladores de las salineras de la Guajira en la zona norte del país,
a través de las sensaciones. Sin mucha pretensión de objetividad este sigue siendo aún
el mejor y más completo retrato del ritmo de vida en esa zona. Y en la segunda, Rivera
describe un viaje pero esta vez de la ciudad a la selva amazónica. Como político Rivera
denunció en cartas y documentos diplomáticos lo que sucedía en la frontera colombo-
brasilera por la extracción del látex; pero como novelista en La vorágine, crea una ficción
en la que un narrador-protagonista, con una muy aguzada sensibilidad de poeta, cuenta
desde sus propias experiencias esa vida de explotación de hombres y naturaleza. Esta
- 297-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
novela es hasta hoy el mejor documento y la más completa y compleja descripción de
la situación de los caucheros de la frontera a principios del siglo XX. En ambas obras,
la magistral descripción de lo que viven y sienten quienes narran, agudiza la denuncia
aunque esta no se haya pretendido como objetivo de la escritura y es la que permite
acercar al lector de cualquier época.
El olvido que seremos, como testimonio.
De un total de cuarenta y dos capítulos solo doce son claramente testimoniales en El
olvido que seremos; es decir, en poco más de 100 del total de 274 páginas, se relata el
creciente tono de amenazas de que es objeto Héctor Abad Gómez, padre del autor, hasta
llegar a su asesinato. Los demás capítulos, es decir los 30 que quedan fuera de ese eje de
lo puramente testimonial son autobiográficos y biográficos, empiezan con el recuerdo de
la niñez del narrador-protagonista, Héctor Abad Faciolince, hasta los viajes forzados del
padre y su brutal muerte. A medida que avanza el relato, al paso de la ausencia del padre,
vemos cómo el narrador se va internando poco a poco en una introspección cada vez más
exacerbada. El yo se repliega hasta quedar solo, cuando muere su padre, encerrado en la
escritura.
La niñez de Abad Faciolince está marcada por la fuerte religiosidad del entorno
materno, las costumbres conservadoras de la Antioquia de la época y el profundo amor
al padre. Medellín, capital de Antioquia, es la segunda ciudad en importancia del país y
la época que cubre el relato va de los años 60, los de la infancia del narrador, a los años
80, los de la muerte de Abad Gómez. El narrador describe la ciudad y las costumbres de
infancia de manera que el lector llega a pensar en los primeros capítulos que la referencia
de lugar es la de un pequeño pueblo a principios de siglo XX. Los días están marcados
por los rosarios, las comidas familiares y los fines de semana en la finca del abuelo, un
hacendado antioqueño bastante tradicional y machista en la crianza de sus hijos, en la
relación con su mujer y en el afecto disimulado a los hombres de la familia. Recuerda el
autor así aquellas visitas a la finca:
- 298-
Sandra Morales Muñoz
Nos quedábamos en La Inés (nombre de la finca) hasta el sábado por la tarde y de
día yo era feliz, ordeñando, montando a caballo (...) Todas esas diversiones diurnas me
encantaban , pero al caer la tarde, cuando la luz se iba yendo, me invadía una tristeza
sin nombre, una especie de nostalgia por el mundo entero, menos La Inés, y me
acostaba en una hamaca a ver caer el sol, a oir el chirrido desolador de las chicharras
y a llorar en silencio mientras (esperando que llegara) pensaba en mi papá con una
melancolía que me inundaba todo el cuerpo (...) En realidad a mí la única persona que
me hacía falta en la vida, hasta hacerme llorar en esos largos y tristes crepúsculos de
La Inés, era mi papá. (Abad 2006:38).
Abad Faciolince pronto nos hace saber de su amor, casi enfermizo como lo confiesa,
por su papá. El regazo del padre es su refugio y su escudo protector del mundo. Todo
lo que gira fuera de ese entorno es agresivo e irrumpe perturbando: las injusticias, las
desigualdades sociales y la política.
El lector de El olvido se encuentra con un Héctor Abad Gómez alegre, amante de la
música clásica -única que le ayuda a conjurar los sinsabores de la profesión- y alquien
que pregona y aplica, como pocos, en lo profesional con sus alumnos y en la vida
familiar, su doctrina de tolerancia. Lo encontramos en las labores cotidianas de profesor
y en su papel de padre complaciente. Abad Faciolince nos cuenta cómo sus ideas en lo
profesional se trasladan a la vida diaria familiar; recuerda uno de tantos episodios que lo
marcaría para siempre:
(...) Me vi envuelto algunas veces sin saber cómo, en una especie de expedición
vandálica, en una "noche de los cristales" en miniatura. Diagonal a nuestra casa vivía
una familia judía: los Manevich. Y el líder de la cuadra, un muchacho grandote al
que ya empezaba a salir el bozo, nos dijo que fueramos frente a la casa de los judíos
a tirar piedras y gritar insultos (...) En esas estábamos un día cuando llegó mi papá
de la oficina (...) Se bajó del carro iracundo, me cogió del brazo con una violencia
- 299-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
desconocida y me llevó hasta la puerta de los Manevich (a pedir perdón) (...) todavía
me avergüenza, por todo lo que supe después de los judíos gracias a él, y también
porque mi acto idiota y brutal no lo había cometido por decisión mía (...) sino por puro
espíritu gregario, y quizá sea por eso que desde que crecí le huyó a los grupos (...) a
todas las gavillas que puedan llevarme a pensar no como individuo sino como masa y
a tomar decisiones, no por una reflexión y evaluación personal, sino por esa debilidad
que proviene de las ganas de pertenecer a una manada o una banda, (Abad 2006:27).
Grandes lecciones que dejó a sus hijos en lo personal y también en lo profesional. Su
hija mayor, actual epidemióloga, recuerda en la pluma de su hermano:
Yo no recuerdo, pero mis hermanas mayores sí. Mariluz, la mayor se acuerda muy
bien de una vez que la llevó al Hospital Infantil y la hizo recorrer los pabellones,
visitando uno tras otro los niños enfermos. Parecía un loco, un exaltado, cuenta mi
hermana, pues ante casi todos los niños se detenía y preguntaba: <¿Qué tiene este
niño?> Y él mismo se contestaba: <Hambre>. Y un poco más adelante: <¿Qué tiene
este niño?>, <Hambre> <¿Qué tiene este otro niño?> <Lo mismo: hambre> (...) Todos
estos niños lo que tienen es hambre, y bastaría un huevo y un vaso de leche diarios
para que no estuvieran aquí, (Abad 2006:48).
Ese es el talante del padre de la novela. Como hombre público, Héctor Abad Gómez
fue un reconocido profesor de medicina preventiva y salud pública de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Antioquia y colaborador en varios proyectos de salud
pública nacional, incluído un cargo en la Organización Mundial de la Salud. Luego
de su forzada jubilación se dedica de lleno al trabajo por la defensa de los derechos
humanos. Más que médico, un higienista como se llamaba a sí mismo, combatía
desde la prevención, la higiene y la obstinación por el agua potable, las enfermedades.
Concentraba su labor médica en el trabajo social que hacía en los barrios menos
- 300-
Sandra Morales Muñoz
favorecidos de Medellín. El único principio válido en la ciencia médica está resumido,
según su hijo, en las palabras que el filósofo antioqueño Fernando González escribió para
el periódico universitario :
El médico profesor tiene que estar por ahí en los caminos, observando, manoseando,
viendo, oyendo, tocando, bregando por curar con la rastra de apendices que le dan
el nombre de los nombres: !Maestro!... Sí, doctorcitos: no es para ser lindos y pasar
cuentas grandes y vender píldoras de jalea...Es para mandaros a todas partes a curar,
inventar y, en una palabra, a servir (Abad 2006:46).
Doctrina solidaria con la población vulnerable que se extendía a todos los ámbitos.
Abad Gómez era un convencido de que como médico, debía procurarse a todo paciente
el bienestar físico y mental y que la sociedad, a través de políticas gubernamentales,
debía y estaba obligada a alentarlas. En política creía en la democracia y por tanto, era
un gran detractor de los fanatismos de toda índole, política y religiosa, aunque también
en educación o en deportes. Declarado apolítico, se decía anticomunista porque: "El
comunismo nos propone un avance en la organización administrativa y en la efectividad
económica del Estado, con ventajas innegables para el hombre común, pero con una
inflexibilidad doctrinaria y una organización policiaca que tampoco admiten disención
y que ponen a toda una nación al servicio de un solo y dogmático sistema" (Abad
Gómez, 2007:27). Calificaba la libertad de pensamiento como uno de los derechos
fundamentales. De la religión, a pesar del entorno católico en que creció y educa a sus
hijos, afirmaba que: "en los países subdesarrollados, en donde la educación, la ciencia y
la técnica no han influído decisivamente en la vida de las grandes mayorías ; la religión
sigue siendo una poderosa resistencia a cualquier tipo de cambio en las estructuras
culturales políticas y económicas de una sociedad" (Abad Gómez 2007:56). Sin
embargo, solo algunas de estas ideas, ideales, aparecen en El olvido. Las que acabamos
de resumir al referirnos al hombre público, las dejó consignadas en papeles dispersos
- 301-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
que luego Faciolince, su hijo, recopiló en un libro póstumo bajo el título de Manual de
tolerancia, (Abad Gómez 2007).
A esa solidaridad y tolerancia, "que no a todos les gustaba" (Abad 2006:40), pronto
le aparecen detractores; la insistencia de Abad Gómez por referirse a la falta de agua
potable e higiene, se empieza a enquistar en políticos, profesores de su misma facultad y
religiosos que se sienten acusados por sus palabras. Faciolince así lo cuenta:
Muchos médicos lo detestaban por defender (la prevención) en contra de sus
proyectos de clínicas privadas, laboratorios, técnicas diagnósticasy estudios
especializados. Era un odio profundo, y explicable tal vez, pues el gobierno siempre
estaba dudando sobre cómo repartir los recursos, y si se hacían acueductos no se
podían comprar aparatos sofisticados ni construir hospitales. (Abad 2006:49).
Incluso sectores de la iglesia lo acusaban de querer provocar a los pobres con sus
visitas, decían; el presbítero Gómez Mejía le dedicaba su encono en el periódico
conservador El colombiano:
Varias columnas y al menos unos quince minutos (de una edición radial), cada mes,
los dedicaba a despotricar del peligro de ese médico comunista que estaba infectando
la conciencia de las personas en los barrios populares de la ciudad pues, según él,
mi papá por el solo hecho de hacerles ver su miseria y sus derechos inoculaba en las
simples mentes de los pobres el veneno del odio, del rencor y de la envidia, (Abad
2006:51).
Las palabras del higienista empiezan a incomodar y adquieren, a los ojos de algunos
sectores sociales, un cariz político; los izquierdistas lo acusan de reaccionario y los
conservadores de izquierdista. El ambiente universitario se enrarece de tal manera que
se ve obligado a conseguir una licencia para salir del país, viaja a algunos países de
- 302-
Sandra Morales Muñoz
Asia en misión de la Organización Mundial de la Salud. Mientras no está el padre, Abad
Faciolince se debe someter al régimen religioso de rosarios que se impone en casa. Un
ambiente oscuro y pesado de temores que sólo se aliviana con la esperanza de que su
papá pronto volverá de viaje a iluminar, con la razón, sus días.
La muerte de Marta por un cáncer, unas de las hijas mayores del médico, ya casi al
final de la novela, marca el paso de lo puramente descriptivo a lo crudamente testimonial.
Sin dramatismos, a partir del capítulo 30, nos quedamos solo con el profundo desencanto
del narrador. El relato se hace rápido y lo descarnado de las palabras para describir
el asesinato del padre y sus consecuencias, sorprende. El lenguaje es muy directo y
desprovisto de adjetivaciones. El exilio de los amigos, el del mismo autor, los encuentros
desoladores de quienes también se exiliaron y rondan como fantasmas por Europa, nos
deja con los pies puestos directamente en los acontecimientos que se dieron a finales de
los años 80 en Colombia.
Héctor Abad Gómez muere asesinado por un par de sicarios en moto a los 66 años, el
25 de agosto de 1987, en su ciudad natal. Por esos años, Medellín es una ciudad sitiada
por complejas alianzas de narcotraficantes, paramilitares y guerrilleros, con políticos,
grandes empresarios y ganaderos. La muerte de Héctor Abad Gómez es una más en
la larga lista de asesinatos selectivos, con lista en mano, que cometieron los grupos
de derecha contra profesores, estudiantes, líderes sindicales, candidatos a alcaldías y
dirigentes comunales. Son los años en que exterminan a todo un partido político de
izquierda, la Unión Patriótica, que se acababa de conformar en el año 84.
Basta leer las páginas del diario antioqueño El Colombiano del año 85 para
encontrarse desde los primeros días de ese año con el creciente número de denuncias de
desapariciones, asesinatos y amenazas. A través de la muerte de Abad Gómez, y sin que el
relato lo mencione directamente, vamos a la forma como se orquestó un plan para acabar
con los intelectuales en los años 80 por parte de grupos de derecha que emprendieron
una campaña literal de exterminio de todo lo que oliera a disidencia. Por aquellos años
todo discurso no institucional era sospechoso. El asesinato de Abad Gómez y los hechos
- 303-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
que lo rodearon, todo el mundo los conoció en su momento, el rechazo de la comunidad
universitaria, de algunos sectores políticos, de los organismos de control del Estado, los
medios de comunicación, fue casi unánime y público.
Abad Faciolince luego de la muerte del padre que es también el final de la escritura
y podría ser también el balance, en su propia voz, de la novela, dice: “No creo que mis
palabras derrotistas puedan tener ningún efecto positivo. Les hablo con una inercia que
refleja el pesimismo de la razón y también el pesimismo de la acción. Este es un parte de
derrota” (Abad 2006:261). Lo que quiere compartir el escritor con el lector es el estupor
por el asesinato de un hombre que, como muchos otros, defendió las ideas de convivencia
pacífica ante la barbarie de los grupos armados en los años 80; ideas que se fueron
convirtiendo en la justificación para quienes lo asesinaron. Hasta hoy no hay inculpados
por el crimen y solo se cuenta con el testimonio de un jefe paramiliar extraditado a los
Estados Unidos y quien desde la cárcel en 2012 imputa el crimen al jefe paramilitar de
las autodefensas de Antioquia, Carlos Castaño Gil, ya muerto. El asesinato de Héctor
Abad Gómez, como el de tantos otros, sigue en la impunidad. Abad Faciolince cita un
par de palabras del libro de Castaño Gil en el que se auto-inculpa y se defiende, dice el
líder paramilitar: "Me dediqué a anularles el cerebro a los que en verdad actuaban como
subversivos de ciudad.! De esto no me arrepiento ni me arrepentiré jamás! Para mí esa
determinación fue sabia. He tenido que ejecutar menos gente apuntando donde es." (Abad
2006:267) Evidentemente no es esto lo que quiere contar su hijo en El olvido. Los
sucesos sólo confirman la atrocidad. La íntimidad de lo vivido con su padre es el único
vínculo que quiere compartir con su potencial lector.
Conclusión
En términos generales los estudios de la narrativa testimonial se han caracterizado
porque tienden a señalar el grado de representatividad social que puede alcanzar
un testimonio. La dirección del análisis se suele hacer entonces de lo personal a los
alcances que tiene esa voz individual en lo social. Sin embargo, la novela de Abad,
- 304-
Sandra Morales Muñoz
El olvido que seremos, aunque es considerada una novela testimonial, obliga a otra
forma de acercamiento; en esta novela vamos de una vivencia personal a la cada vez
más concentrada introspección de quien narra; rumbo de la enunciación más propio de
lo poético que de lo testimonial. Para la narrativa testimonial, por sus vínculos con lo
objetivo, el sustrato de lo poético en la escritura es una de sus formas menos cercanas. El
autor enfatiza, con esta forma de orientar la narración, los alcances que tiene lo subjetivo
sobre lo social. Esta característica es propia también de otras obras de la narrativa
colombiana.
Abad Faciolince en El olvido que seremos nos lleva a un conmovedor testimonio
de amor al padre asesinado pero también, y aunque el lector lo quiera dejar de lado,
nos enfrenta a la forma como ese creciente tono de amenazas del que fue víctima su
padre, fue el mismo que sufrieron muchos otros "intelectuales" en los años 80 por parte
de grupos de extrema derecha. A pesar de los ecos evidentemente sociales que tiene
la muerte de Abad Gómez, el narrador no se ocupa explícitamente de ese tema en la
novela. Lo que silencia se convierte en una muy aguda denuncia social. Al deterioro del
acontecer social y político de la sociedad colombiana y ante la avalancha de denuncias,
Abad le enfrenta, una vivencia muy personal y el sentimiento de desamparo que dejó la
desaparición de un hombre como su padre. Lo subjetivo saca los hechos del plano social
y los acerca a la intimidad del lector; por encima de lo testimonial ubica lo personal,
único vínculo posible, por certero, que puede crear con el lector. Al narrador, al final de
la novela sólo le queda agazaparse en la intimidad de la escritura; como quien se oculta
para no ser reconocido, no por temor, sino por el estupor que produce la atrocidad de los
hechos.
- 305-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
Notas:
1 Carolina ETHEL,2008. El artículo tiene referencias de publicaciones y autores que
muestran el auge de lo que llama literatura testimonial o crónica novelada en la actual
narrativa latinoamericana.
2 Ver: Anna CABALLÉ, 1995 o Sylvia MOLLOY, 1996. Caballé menciona las
características de lo biográfico y su cercanía con el objeto de la Historia en tanto
pretenden dar cuenta de la relevancia de los hechos desde una subjetividad. Y
Molloy, por su parte, ve en la postura testimonial una característica de los textos
hispanoamericanos y se refiere a Cabeza de Vaca, al Inca Garcilaso, a José
Vasconcelos y Domingo Fautino Sarmiento, entre otros.
3 Ver: Jorge CARRIÓN, 2012. Aunque el libro es una compilación de crónicas
periodísticas, Carrión en la introducción se refiere en general a la narrativa
periodística latinoamericana y se concentra en los rasgos de este tipo de narrativa que
involucran también a la novela. "Si los poetas simbolistas y modernistas convirtieron
las crónicas en pequeños poemas en prosa de contundente actualidad, los novelistas
del medio siglo las dotaron de estructura, de personajes, de flashbacks, de monólogos
interiores y de capítulos. A las tradicionales crónicas breves (...) se le suman crónicas
únicas que ocupan libros enteros." (25).
4 En adelante citaremos en mayúscula "Novela de la Violencia" y Violencia para
referirnos a ese conjunto de obras y a la época, no a los sustantivos que designa la
palabra en general.
5 Ver: Oscar OSORIO, 2006. Osorio hace un resumen y una valoración de los estudios
más destacados sobre el tema y ayuda a orientarse en la amplia bibliografía.
6 Ejemplos de la primera etapa serían: Viento seco (1954) de Daniel Caicedo, El 9 de
abril (1953) de Pedro Gómez Correa, Viernes 9 (1953) de Ignacio Gómez Dávila, El
día del odio (1952) de Osorio Lisarazo, Calle 10 (1960) de Manuel Zapata Olivella.
7 Se pueden citar obras como: El Cristo de espaldas (1952) de Eduardo Caballero
- 306-
Sandra Morales Muñoz
Calderon, El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1969) de
Gabriel Gracía Márquez, Condores no entierra todos los días (1972) de Gustavo
Álvarez Gardeazabal
8 El poema de Borges que encuentra en el bolsillo de su padre al morir ha sido objeto
de varias polémicas sobre la legitimidad de la autoría. Remitimos al lector interesado
al libro del mismo Abad titulado, Traiciones de la memoria (2009) en donde hay una
interesante y entretenida descripción del rastreo que emprende en busca de la fuente
de donde tomó su padre el poema y confirma la autoría de Borges.
9 A este prurito de dejar documentación se debe sumar el valor que ya tenía la letra
escrita como portadora de verdad y su creciente ponderación desde la aparición de la
imprenta a mediados del siglo XV.
BIBLIOGRAFÍA
Héctor ABA FACIOLINCE, 2002. Basura. Santillana. Madrid, España.
______________________, 2006. El olvido que seremos, Planeta. Bogotá, Colombia.
______________________, 2009.Traiciones de la memoria,
Héctor ABAD GÓMEZ, 2007. Manual de tolerancia, Planeta. Bogotá, Colombia.
Miguel BARNET, 1998, La fuente viva. Editorial letras Cubanas, La Habana, Cuba.
Anna CABALLÉ, 1995, Narcisos de tinta. Ensayo sobre la literatura autobiográfica en
lengua castellana (siglo XIX y XX), Megazul, España.
Jorge CARRIÓN, 2012. Mejor que ficción crónicas ejemplares. Anagrama, España.
Carolina ETHEL, 24 de julio de 2008, "La invención de la realidad". En: Diario El
País, España.
Gustavo GARCIA, 2003, La literatura testimonial latinoamericana. Editorial Pliegos,
Madrid.
Gabriel GARCÍA MÁRQUEZ, 1982, "La soledad de América Latina" En: Discursos
Premios Nobel. Común Presencia Editores, Colombia 2003.
Marisol LEAL ACOSTA y Margarita RUIZ SOTO, 2010, "El relato autobiográfico
- 307-
Literatura testimonial en Colombia y El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince
como apertura a la reinterpretación" En: Relatos autobiográficos y otras formas del
yo. Siglo del Hombre Editores y Universidad de los Andes. Bogotá, Colombia.
Sylvia MOLLOY, 1996. Acto de presencia, La escritura autobiográfica en
Hispanoamérica. Fondo de Cultura Económica, México.
Lucía ORTIZ ,1997, "Voces de la violencia: narrativa testimonial en Colombia" En:
http://lasainternacional.pitt.edu/lASA97/ortiz.pdf. La autora hace un interesante
recuento de las obras más recientes, de los años 80, en el campo de lo testimonial
Oscar OSORIO "Siete estudios sobre la novela de la violencia en Colombia, una
evaluación crítica y una nueva perspectiva" En: Revista Poligramas 25 de julio,
2006. http://poligramas.univalle.edu.co/25/osorio.pdf.
Jaime Alejandro RODRÍGUEZ RUIZ, enero 4 de 2009. "El testimonio: voz popular en
busca de forma". En: http://recursostic.javeriana.edu.com.co
Susana ROTKER, 2005. La invención de la crónica. Fondo de Cultura Económica y
Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, México.