Post on 08-Oct-2018
1
ALAIN TOURAINE
Economía globalizada o sociedades fragmentadaConferencia Magistral
7 de octubre de 1998
En los últimos diez años hemos hablado tanto de globalización, que casi nos
olvidamos de que el sentido que le damos ahora a esta palabra es contrario al
que le dimos al principio. Después del derrumbe del muro de Berlín en 1989, la
desaparición de la Unión Soviética y su imperio inspiró a los occidentales y
sobre todo a los Estados Unidos, un legítimo sentimiento de triunfo, ya no había
dos bandos sino uno sólo. Los valores del mudo occidental: economía de
mercado, democracia representativa y tolerancia cultural iban a triunfar en el
mundo entero, o por lo menos dejarían de ser amenazados por una ideología
opuesta. El triunfo de este modelo de sociedad posteriormente fue completado
por la demostración de la hegemonía militar americana, cuando con la ayuda de
los principales países europeos fue aplastado el ejercito iraquí que había
invadido Kuwait, y pudiera interrumpir el abastecimiento de petróleo de Europa o
amenazar a Jerusalén. Paralelamente los Estados Unidos jugaron un papel
decisivo como mediadores en las negociaciones entre Israel y la autoridad
Palestina; éste periodo apareció trastornado por el rápido desarrollo de la
sociedad, de la información que permitió la transmisión de toda la información
en el mundo entero y en un tiempo real, y por otro lado, por el rápido incremento
en la importancia de los nuevos países industriales, llamados también
economías emergentes. Así como la caída de la URSS suprimió al segundo
mundo. La importancia de estos nuevos países industriales, sobretodo de Asia
pero también en otros continentes, hizo desaparecer la separación del primer y
2
el tercer mundo; mientras que en el primer mundo vemos cada vez más zonas
de pobreza y precariedad, barrios ricos se desarrollan en las grandes metrópolis
del antiguo tercer mundo. Riqueza y pobreza ya se codeaban por todas partes.
Jamás el mundo ha estado exento de conflictos internacionales, pero los que se
producían no amenazaban la paz mundial. El mundo tuvo incluso el sentimiento
de dar un gran paso cuando Sudáfrica puso fin al sistema del apartheid. No
debemos dar una imagen demasiado idílica de esos años, pero es difícil negar
que en muchos países, incluido México, durante algunos años se levantó un
viento de esperanza, suscitado por la aparente unificación del mundo; incluso se
volvió capaz de tratar sus problemas más globales: como el de la contaminación
y la degradación de la atmósfera, problemas de los cuales el Congreso de Río
despertó la toma de conciencia universal.
Antes de hacer un verdadero análisis, expondremos, a parte de este
panorama de principios de los años noventa, la imagen del mundo en 1998, que
anuncia ya en gran parte la imagen que tendremos al final de nuestro siglo. La
palabra “globalización” evoca ante todo el juego de dominó desatado por los
capitales volátiles que invierten a corto plazo, como los hedge funds1, que
huyendo repentinamente de los países con economías débiles, destruyeron en
su huida centenares de miles de millones de dólares, dejaron a millones de
gente en la miseria; mientras descubrimos que el modo hegemónico de
desarrollo acrecentaba las desigualdades, la exclusión y la violencia ligados a la
miseria. Ante estas amenazas, vimos como países buscaron y encontraron
soluciones nacionales, desde Malasia a Chile, y sobretodo observamos la
intervención masiva de los organismos financieros internacionales para
compensar los efectos destructores de los mercados: en México en 1994-95,
poco después en Tailandia, en Indonesia, posteriormente en Corea y Japón, y
ahora en Brasil. Las instituciones financieras internacionales intervienen en
1 N. del T. Fondos de compensación
3
Brasil porque su caída financiera provocaría una crisis general y en primer lugar
en toda Latinoamérica, lo que afectaría gravemente la economía norteamericana
y ocasionaría una deflación de la cual Europa no podría protegerse. Las
economías emergentes han sido y son particularmente vulneradas, mientras
que los capitales se repliegan en sus fortalezas más seguras: Estados Unidos y
Europa occidental. Al mismo tiempo descubrimos la fragilidad e incluso la
descomposición del sistema financiero de países tan poderosos como Japón o
Corea. Esto demuestra que la globalización no puso fin a los problemas
interiores de cada nación; esto es todavía más evidente en el caso de Rusia,
país que ha sido incapaz de conformar un Estado, un sistema político y reglas
jurídicas lo cual explica su crisis, que amenaza sectores enteros de la economía
de otros países.
En resumen, hace menos de diez años prevalecía la idea de que gracias a la
rapidez y extensión de las comunicaciones se formaría una sociedad mundial, la
cual integraría rápidamente un porcentaje cada vez mayor de la población, y se
volvería de una manera lenta, pero segura, según parecía, consciente de sus
problemas globales y mejoraría su capacidad de resolverlos; por el contrario
ahora hablamos de huracanes financieros, destructores masivos de recursos, y
que son globales en el sentido de que hacen sentir cada vez más sus efectos
devastadores en el mundo entero, sumergiendo la capacidad de acción de los
Estados nacionales. Es casi imposible pensar que estas dos imágenes opuestas
son dos descripciones de la misma realidad; ya que la primera insiste en la
interdependencia creciente de los elementos de la vida mundial, mientras que la
segunda, de manera completamente opuesta, deplora la irresponsabilidad de los
fondos de inversión que se han comprometido más allá de sus propias reservas,
y amenazan con arrastrar en su ruina a todo el sistema financiero, y hasta
económico internacional.
4
Esta segunda imagen parece mucho más justa que la primera, no por ser más
pesimista, ya que una crisis por más grave que sea puede ser superada, como
lo indica el repunte de las grandes bolsas americanas y europeas al final del 98;
después de un ajuste brutal pero tal vez necesario, como lo había pronosticado
desde hace tiempo Allan Greenspan. Es mas justa esta imagen, ya que nos
describe un mundo fracturado cuyos diversos sectores son cada día más
autónomos unos respecto de otros. Esto contradice el eslogan de los años
anteriores one world, el cual traduce la consciencia entonces dominante de la
unificación a la vez de todos los continentes y de todos los aspectos de la vida
económica, social, y hasta política y cultural.
La descomposición de los proyectos integrales de la posguerra
Formulemos de manera más elaborada esta conclusión, después de
mediados de la década de los setenta el mundo sufrió una profunda
transformación. Al final de la guerra se crearon en todas partes proyectos
integrales de desarrollo a la vez: económicos, sociales y nacionales y dirigidos
por el Estado. Estos proyectos eran administrados a veces democráticamente
–sobre todo en Europa occidental a veces de manera totalitaria, en particular en
los regímenes comunistas, y otras veces de manera semi-autoritaria como en la
mayoría de los países de América latina, o más autoritariamente en los países
recientemente descolonizados.
A partir de los años sesenta y sobre todo de los setenta, estos proyectos
comienzan a degradarse y descomponerse por razones a la vez internas –una
mala asignación de recursos- y a la vez externas –competencia de los nuevos
países industriales y el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías.-
Podríamos haber concluido que los diversos sectores de la vida social se
volvían más autónomos a falta de un control central, pero la ideología dominante
5
conservó la visión de un desarrollo global, de una interdependencia creciente
entre economía, sociedad, cultura y política.
Por esto anunciamos la formación de una sociedad de mercado extensiva al
mundo entero, diversificada es cierto, pero integrada como las empresas
agrupadas en redes, cuyos componentes locales son mucho más
independientes de lo que fueron en el marco de las empresas transnacionales
de hace veinte años. Los que mejor defienden esta postura son los que
anuncian la formación de nuevos controles de la economía, e incluso de una
nueva vida política y una nueva opinión pública a nivel mundial: intervenciones
más activas de las grandes instituciones financieras, formación de asociaciones
humanitarias y ecologistas que actúan en el mundo entero. En Europa, pero
también en los países del Mercosur se da nueva importancia a los instrumentos
políticos y culturales de la integración regional; podemos agregar que los medios
de comunicación han desarrollado sensiblemente la consciencia de nuestra
interdependencia.
Sin embargo, voy a defender aquí una interpretación contraria, al menos en
lo que toca al mediano plazo los próximos diez o veinte años. El triunfo del
Estado nacional nos ha acostumbrado a un alto grado de integración de todos
los elementos de la vida colectiva, se podía hablar de una economía y una
política económica mexicanas, de un Estado y una cultura nacional y hasta una
lengua nacional (ya que los grupos monolíngües no hispanohablantes, tanto en
este país como en Perú o en Bolivia, disminuían rápidamente) por eso
imaginábamos fácilmente, casi naturalmente, la creación de super Estados
nacionales; fue así seguramente como los franceses concibieron Europa cuando
tomaron la iniciativa de crearla con Alemania, Italia y los países del Benelux2, se
trataba ante todo de poner fin a las guerras franco-alemanas. Treinta años mas
2 N. del T.: Belgique, Nederlaand, Luxembourg
6
tarde, la voluntad de superar las tensiones entre Argentina y Brasil han tenido
gran parte en la creación de Mercosur. Hay que reconocer que estos esfuerzos
quizá serán exitosos en un porvenir relativamente lejano; está bien en todo caso
que unas visiones tan optimistas sean propuestas, pero la situación actual está
orientada en sentido opuesto, es decir, hacia la disyunción de elementos que
habían permanecido unidos en el Estado nacional. Unos se han alzado a un
nivel supranacional, mientras que otros se situaban a un nivel infranacional y
otros van a quedarse probablemente a nivel nacional. La imagen dominante ha
sido durante un decenio la del paso de múltiples estados nacionales, (situación
cargada de peligros internacionales) a una globalización que norme la vida
económica, política y hasta cultural a nivel planetario. En cambio la tendencia
dominante durante los últimos veinte años, ha sido el debilitamiento del marco
nacional reemplazado no por Estados supranacionales ni por un poder mundial,
sino por la disgregación creciente de componentes de la vida política; este
fenómeno general es el que hemos de describir para empezar.
La primera crítica que se ha de hacer a la idea de sociedad global de
mercado, es el haber deliberadamente confundido dos órdenes de fenómenos
distintos: el primero es la aparición de una sociedad informática, conjunto de
índole parecida a la de la sociedad industrial, incluso podemos decir con
Georges Friedmann, que hemos conocido una primera sociedad industrial con la
máquina de vapor, luego una segunda, que se define por el uso industrial de la
energía eléctrica y que acabamos de entrar en una tercera sociedad industrial,
la electrónica. Tales definiciones son algo simplificadoras, dado que numerosas
tecnologías han aparecido al mismo tiempo, pero el valor que tienen es
recordarnos que un modelo de sociedad se define primordialmente por cierto
modelo de tecnología y modo de producción, que acarrean formas de
organización del trabajo y de relación de producción, cierto concepto del tiempo
y el espacio, etc. pero lo que antecede, que yo he llamado “sistemas de acción
7
histórica” no se ha de confundir jamás con algún modo de modernización, es
decir, el paso de un modo de producción a otro definido ante todo por la índole
de la elite social y política que rige este cambio. Llamamos capitalismo al modo
de cambio dirigido por los propietarios privados de los medios de producción y
financiación; llamamos socialismo al modo de cambio dirigido por un estado que
invoca el interés del pueblo, y llamamos nacionalismo al que da la prioridad a la
creación de un estado independiente de las presiones o influencias
hegemónicas procedentes del extranjero; es cierto que en el pasado reinó la
mayor confusión en nuestro vocabulario y se han tomado con frecuencia como
sinónimos sociedad industrial y sociedad capitalista, lo cual era un absurdo en
un tiempo en que había sociedades industriales no capitalistas –en particular en
el bloque socialista- y sociedades capitalistas no industriales como fueron en el
pasado ciudades mercantes de Venecia a Florencia, y hoy día Singapur. La
mayoría de los observadores insisten en los lazos entre sociedad informática y
globalización. Es tan legítimo demostrar que la globalización ha transformado el
funcionamiento de las empresas, como lo han hecho Robert Reich y Manuel
Castells, como ilegítimo identificar un sistema tecnológico con una forma de
organización económica. La sociedad informática pudo haberse desarrollado
dentro de una sociedad socialista o en un mundo dominado por Estados
nacionales fuertes; sus efectos más visibles y más negativos han afectado al
capitalismo financiero, pero no es resultado de la naturaleza de la industria
informática –aún si ha agilizado la creciente autonomía del capital financiero
respecto del capital industrial, tampoco se podía culpar al desarrollo de la
industria eléctrica o de las telecomunicaciones que habían producido el primer
auge del capitalismo financiero, al final del siglo XIX y principios del siglo XX
esta confusión no es mas que ideológica.
Reconocer la autonomía de técnicas de producción, y de forma mas
general de un tipo societal de producción, tiende a definir claramente lo que está
8
mas directamente en cuestión en el día de hoy. No es la sociedad informática la
que está en cuestión, sino el modo de modernización, de transformación de la
vida económica actual. Ahora bien, lo que lo caracteriza es precisamente la
perdida de control del Estado sobre la economía, lo cual define también al
capitalismo, ya que éste es la economía de mercado, la cual rechaza todo
control exterior a su funcionamiento e incluso busca utilizar todos los recursos
de una sociedad –no solamente el trabajo humano- conforme a sus intereses.
Tal es la definición de capitalismo: una economía no dominada por el poder
político o una fuerza social, y al mismo tiempo que extiende su hegemonía sobre
toda la sociedad.
Dada la predominancia en la posguerra, de lo que llamé los “modelos
integrales de desarrollo nacional” podemos decir que a partir de los años setenta
triunfa el capitalismo, es decir, la desaparición de los controles ejercidos sobre la
economía por fuerzas políticas, sociales o ideológicas. No es un modelo íntegro
de sociedad el que triunfa, sino exactamente lo contrario, es la separación
creciente de un universo de producción dominado por las tecnologías de la
información y de una gestión capitalista de los cambios. Tecnología y
capitalismo están más separados que a principios del siglo XIX, cuando el
capitalismo da a luz a la industria moderna en Gran Bretaña. Ya que la imagen
más común que tenemos de la globalización, es la de movimientos masivos de
capitales en gran parte especulativos los cuales partiendo de un análisis
parcialmente justo de las debilidades de una economía nacional, y olvidando
que frecuentemente estas debilidades fueron causadas por demasiada presión
de los capitales que buscan inversiones con rendimientos rápidos, abandonan
un país bruscamente, dejando atrás de ellos tales ruinas que la mayoría de los
países no tienen la capacidad de reconstruirlas.
9
¿Es necesario agregar que la hegemonía de la economía americana no es
más que la tecnología, un aspecto entre otros de la globalización? Esto no se
explica solamente por la importancia mundial de las empresas y los bancos
americanos. Otros dos factores han sido y son al menos de igual importancia.
En primer lugar está lo que se mencionó desde el principio, el triunfo que puso
fin a la guerra fría, a la cual hay que agregar la cuasi-hegemonía de los Estados
Unidos en las comunicaciones masivas, el reino de Hollywood en el cine y
vídeo. El otro factor, de otra índole, es la superioridad americana en las nuevas
tecnologías, seguido inventadas, desarrolladas y administradas desde
California, o más precisamente del Silicon Vallery. Podemos agregar que los
Estados Unidos representaron constantemente casi la mitad de la investigación
científica mundial, y que de las unidades de investigación consideradas como
las mejores del mundo, muchas son americanas; esta superioridad tecnológica y
científica no está necesariamente ligada a la importancia de una empresa
americana en el comercio internacional, ni tampoco a la hegemonía estratégica
de los Estados Unidos.
En fin, no se puede reducir la formación de los nuevos países industriales al
crecimiento rápido del comercio mundial, no es cierto que haya progresado Asia
rápidamente porque estaba abierta al mundo exterior, mientras que América
Latina habría sido despistada por la CEPAL a causa de un desarrollo “hacia
adentro”, que se reveló rápidamente ineficaz; en primer lugar porque Japón y
Corea han conocido primero un desarrollo orientado hacia adentro y fuertemente
asociado al Estado, al estilo de Bismarck; y luego porque en el periodo de
posguerra y más ampliamente de 1920 a 1980, América Latina ha tenido una
tasa de crecimiento más elevada que Estados Unidos o Europa Occidental. Al
fin y al cabo, son realmente errores económicos o políticos nacionales los que
han causado la mayoría de las crisis, mostrando claramente el carácter
superficial de unos análisis, que de las más positivas a las más negativas no ven
sino causantes de nivel mundial.
10
Instrumentalidad e Identidad
Una vez que admitimos la conclusión bastante sencilla de que no hay una
sociedad mundial, excepto en el sentido negativo, cuando el capital financiero
puede por su comportamiento irracional poner en peligro a todas las economías,
o también en el caso de que el poseedor de una fuerza nuclear puede provocar
el peligro de una guerra planetaria, hay que proseguir con un estudio más
sociológico e incluso más innovador, aunque se prolongue una línea de reflexión
ya añeja.
Cuánto más se desarrolla la tecnología, sobre todo si ésta se limita al
conocimiento científico, cuánto más importante es el papel del cálculo y la
previsión en la producción e intercambio económicos, y cuánto más vemos esta
racionalidad instrumental separarse del mundo del sentido, los símbolos y la
cultura. Se ha presentado con frecuencia a la modernidad como el triunfo de la
razón. Este juicio es inaceptable, ya que las grandes religiones, en particular las
monoteístas, habían elaborado una imagen del mundo a la vez creado por Dios
y racional. La teología de la Edad Media cristiana fue muy racionalista, siguiendo
las huellas de Aristóteles. La aportación de la modernidad es la separación del
mundo de los fenómenos regidos por leyes científicas y del mundo del
significado que Descartes llamaba el del alma y Kant el de los noumenes. El
más eminente de los sociólogos, Max Weber, retomó esta separación al oponer
como dos tendencias del mundo moderno, de un lado la racionalización y de
otro lo que él llamó la guerra de los dioses, que toma con frecuencia la forma de
enfrentamientos entre unos nacionalismos cada vez mas cargados de creencias
religiosas. La misma idea de modernidad y más aun la de progreso salen así
mal paradas. En la medida en que ésta suponía la unidad de los cambios
históricos, el triunfo de la razón en todas partes, tanto en el conocimiento
11
científico como en las leyes sociales y la formación de la personalidad, vamos
descubriendo o redescubriendo, desde Nietzsche, Freud, Bergson y Max Weber,
y de forma más masiva en nuestros días, que el mundo de la ciencia y de la
conciencia, de la ley y del deseo, hablando como Freud y antes de él como
Nietzsche (aunque de forma algo distinta), que estas leyes en vez de ser
análogas son opuestas. Se va creando una civilización técnica cada vez más
independiente de todo sistema de creencias culturales o de organizaciones
sociales. No sólo la agricultura había sido generalmente ligada a una forma de
organización familiar y a creencias religiosas, sino que la misma producción
industrial ha sido estrechamente ligada al dominio de una clase social por otra.
La civilización tecnicista actual, cual la ha analizado Georges Friedmann, es al
contrario independiente de toda forma de sociedad o de cultura, lo cual es harto
evidente en las técnicas de comunicación, dado que ni el teléfono ni internet
determinan el contenido de las comunicaciones que hacen posibles.
La principal consecuencia de esta instrumentalidad de la razón, y la más
inesperada, es que el progreso técnico y hasta económico ya no acarrea
consecuencias sociales y culturales directas, al contrario responde a la
instrumentalidad creciente de la razón, una nueva definición del alma, para
hablar como Descartes, no en términos de racionalización sino al contrario, en
los términos más independientes del mundo de la producción, como lo son la
identidad, la comunidad, el placer, la sexualidad. Lo que expresan tantas obras
literarias y artísticas, esto es la desaparición o la explosión del yo, desgarrado
entre el sexo y la religión que Georges Bataille pensaba estrechamente ligados,
corresponde también a la observación de los sociólogos. El mundo social, el de
las normas, las instituciones, las reglas morales, se hunde aplastado de un lado
por el mundo instrumental, y del otro, por la exaltación de la identidad y la
comunidad. El universo de la ciencia y el de la conciencia se oponen uno a otro,
12
en lugar de corresponderse, lo que es perceptible tanto a nivel de los individuos
como al de los pequeños grupos y de sociedades enteras.
Esta ruptura no es social, es cultural, en la mayoría de las sociedades, unas
clases sociales o grupos de intereses se habían enfrentado con frecuencia para
decidir quien ejercería el poder y en provecho de quiénes se repartirían los
principales recursos económicos. Ahora, desaparece la referencia a un bien
común, no son ya grupos sociales sino comunidades las que se enfrentan y no
tienen nada en común; a veces el enfrentamiento es violento, como fue el caso
reciente y aún actual, de lo que fue Yugoslavia y ciertas partes de lo que fue la
Unión Soviética, también en el antiguo Zaire, en Ruanda y en Burundi, etc. todo
pasa como si ya ningún nexo económico, administrativo y cultural existiera entre
unas comunidades opuestas por la etnia, la nacionalidad o la religión. Con
mucha frecuencia la unidad social y nacional está reemplazada por la
separación de los que son distintos: segregación, guerra civil o sencillamente lo
que los Norteamericanos han llamado identity politics, algo que sigue siendo
hoy, no obstante, un relativo retroceso lo fundamental de lo politically correct
que se define por una visión totalmente diferencialista.
Algunos de estos conflictos pueden seguir siendo los tradicionales, pero su
renacimiento no lo es. Entre una economía industrializada y cada día más
dependiente del mundo financiero, y unas identidades o comunidades culturales,
ya no hay mediaciones. Los que se dejan obnubilar por instituciones
amenazadas defienden una causa que pudiera ser justa si no cayeran en el
profundo error de no hacer caso de los problemas económicos y sociales, que
en realidad son tan importantes o más que las mismas instituciones. Para
fortalecer estas últimas, se ven obligados cada día más a acudir a la policía para
poner orden en la desorganización social y la violencia creada por el desempleo,
o bien, niegan toda identidad cultural a los inmigrantes.
13
Es imposible considerar como crisis coyuntural esta separación de la
economía y las culturas, es una crisis profunda y anterior con mucho a nuestros
días. Está directamente inscrita en el centro de la modernidad, pero hasta ahora
la respuesta de los modernos a la crisis que ellos mismos habían desatado,
había dado una importancia capital a lo político y su capacidad de organizar la
sociedad. El principio político supremo que fue inventado fue la idea de
soberanía popular, este triunfo de lo político tuvo su apogeo con la revolución
francesa, de la que Francois Furet ha mostrado muy bien que se ha de
comprender ante todo, en sus buenos y malos aspectos, en términos políticos.
Pero este triunfo de lo político fue de corta duración dado que la
industrialización, realizada primero en un marco capitalista, trajo al primer plano
la condición de trabajadores que no se lograban ser ciudadanos reales por el
mero hecho de que se les reconocía este derecho. En las sociedades
industriales hemos conocido un desgarramiento profundo, dejando de lado a los
viejos “republicanos” que se negaban a reconocer la importancia central de los
problemas laborales, dos grandes respuestas políticas han sido propuestas al
problema de la inclusión de estos problemas sociales; unos, empezando por los
ingleses, han logrado crear una democracia industrial, esto es dar a los
asalariados organizados3 un derecho de participación en la misma definición de
su situación de trabajo, sus deberes y también sus derechos. La idea de justicia
social ocupa en las naciones que han practicado esta política un lugar central,
en plan de igualdad con la ciudadanía. Los derechos sociales fueron
considerados tan importantes como los derechos cívicos.
Pero en otras naciones, el tema de la democracia fue subordinado al
proyecto de llevar a la clase obrera a ejercer el poder, lo cual llegó al extremo de
la dictadura del proletariado; esta idea tuvo por resultado la destrucción de la
democracia como la historia lo ha demostrado. Por consiguiente, en gran parte
del mundo, la importancia creciente de las actividades económicas y la
3 trade unions
14
supeditación de todos los aspectos de la sociedad a un proyecto de
industrialización ha debilitado el papel de lo político. Por eso hemos visto
separarse un mundo capitalista –privado o de Estado, acusado de ser social y
nacionalmente sin raíces, de unas identidades sociales y nacionales.
Este compendio de la historia de las sociedades industriales era
indispensable, ya que estamos viviendo una experiencia muy análoga pero con
diferencias esenciales. El problema ya no es combinar el universalismo de la
ciudadanía con derechos sociales siempre particulares, sino combinar este
universalismo con derechos culturales aun más particulares, esto por dos
razones principales: de un lado los medios masivos de comunicación que nos
informan sobre el mundo entero crecen rápidamente, y de otro, las migraciones
convierten a las grandes metrópolis en otras tantas torres de Babel. Así se
produce una disociación extremada de la economía y las culturas, de la
racionalidad instrumental y del universo simbólico, la cual caracteriza nuestro
tiempo.
¿Cómo podemos escapar al comunitarismo, que es el equivalente de lo
que fue la dictadura del proletariado en la sociedad industrial; y por otro lado,
cómo podemos construir una democracia cultural, como los ingleses y después
los social-demócratas escandinavos crearon democracias industriales? Este
paralelismo, en efecto, puede ser engañoso, ya que si fue posible acudir a
instituciones democráticas para resolver relaciones de trabajo, que pertenecen
al orden social, es decir, una realidad en que los adversarios tienen muchos
intereses en común, en particular la eficacia de la producción, las categorías
culturales en cambio se definen más por diferencias de naturaleza que por
oposición de intereses. Por eso la palabra más común desde hace veinte años
para designarlas es “minorías”, concepto que se opone al de “pueblo”, o incluso
al de “trabajadores”, los cuales se referían mas o menos explícitamente a una
“mayoría”.
15
¿Se puede fijar un límite a la descomposición de las sociedades?
Antes de seguir adelante, hagamos una parada para medir el camino
recorrido, tan largo que un lector apresurado pudiera creer que tiene nada que
ver la idea de globalización económica por la que hemos empezado, con el tema
de las identidades y minorías al que hemos llegado. Por lo demás, este último
tema nos lleva aun más allá de las imágenes superficiales de una sociedad
mundial dominada por la producción, el consumo, y los medios masivos de
comunicación. Nunca habíamos vivido en un mundo a la vez más abstracto y
más concreto, un mundo donde las prácticas y los símbolos están tan separados
entre sí. Esta revisión nos regresa a nuestra interrogación central: ¿Cómo se
pueden combinar el mundo de la instrumentalidad y el de las identidades?
Cuando pensábamos que el hombre debía ser racional para crear una sociedad
racional, bastaba crear un orden social racional, fundamentado en la ley y la
educación, para que todos los aspectos de la vida personal y colectiva sean
fuertemente soldados unos con otros. Ya ha sido mucho más difícil unir el
sistema económico con la acción social en la sociedad industrial donde la
división de clases crea una distancia, casi insuperable entre las culturas de las
distintas clases, una se consideraba como dueña de la razón y acusaba a la otra
de encasillarse en la tradición, la pereza y la violencia. Las leyes sociales, las
“convenciones colectivas”, la presión sindical y la evolución política fueron lentas
en restablecer la participación política de los que habían quedado cautivos en
una cultura proletaria. ¿No es la ruptura aun más completa hoy día? De hecho
es tan profunda que ya no separa sólo clases sino que penetra en los mismos
individuos, por ejemplo en esos ingenieros o administradores que pasan de su
trabajo a la participación en ritos de sectas o religiones irracionalistas en el
mismo día. Ninguna institución política parece ya capaz de lanzar un puente
entre dos continentes que parecen apartarse sin remedio uno de otro: el
16
continente de la objetividad y el de la subjetividad. Mientras que el primero está
cada vez más unificado por las leyes generales de la ciencia y la tecnología, el
segundo es cada día más diversificado hasta el punto de hacer más y más
ineficaz la comunicación intercultural, por ejemplo ha nacido una cultura
femenina que ya no intenta comunicarse con una cultura masculina, o bien, una
cultura homosexual que afirma su diferencia asumiéndola totalmente; esto nos
lleva a hacer patente algo muy peligroso: ya no se ve que institución podría
establecer un lazo entre las dos partes. He hablado como Amartya Sen de los
derechos culturales, pero ¿Cómo se puede fijar en la ley y en la educación lo
que es pura diferencia? Se puede tolerar esta diferencia, respetarla, incluso
favorecerla, pero esto de por sí solo conduce a una sociedad regida por el
mercado y ya no por la ley. La sociedad sólo interviene para levantar acto de la
progresiva destrucción de un antiguo orden normativo, la frontera entre lo legal y
lo prohibido, lo normal y lo patológico es cada vez más borrosa. Uno puede
regocijarse de los progresos de la tolerancia y el desmoronamiento progresivo
de las normas –desde dominios de menor importancia como es la moda, hasta
otros más importantes como las formas de la sexualidad y de la familia- pero es
difícil aceptar la idea de una sociedad que no ejerciera ningún control sobre su
cultura y sus costumbres. ¿Se puede admitir que las sectas se nieguen a
vacunar a sus hijos, o que actúen a la luz del día redes de pedofilia o incluso
que todo asesino sea considerado como un enfermo? En realidad nuestras
sociedades evolucionan sin saber claramente en que dirección. El peso de las
tradiciones y las leyes es aun tan considerable que el objetivo de la tolerancia
parece suficiente a muchos, pero es evidente que ya no lo es, puesto que la
separación de la economía y las culturas ha fortalecido los particularismos. Hay
más mujeres con velo en Argelia y Turquía que en el pasado, y por otro lado, en
las sociedades donde más se respetaba la razón vemos desarrollarse creencias
y prácticas a cuáles más irracionalistas. Si bien algunos dicen, en nombre de la
post-modernidad, que no puede haber nexos entre un concepto evolucionista de
17
la tecnología, y un concepto diferencialista de las culturas con todo una
separación completa de los dos universos, es imposible de aceptar. Una
economía totalmente desocializada se reduce a un mundo financiero del que
sufrimos hoy día los efectos devastadores, y por otra parte las identidades
confinadas en sí mismas, sin relación con una actividad económica y política, se
vuelven construcciones cada vez más ideológicas y no pueden sino
desembocar en un enfrentamiento directo, y una segregación basada en la
autosuficiencia de cada grupo y en la ausencia de comunicación entre las
comunidades, lo cual paradójicamente no puede llevar sino a una sociedad muy
jerarquizada, en la que cada diferencia cultural se identifica con más o menos
poder económico o político.
Parece tan difícil, casi imposible hacer coexistir las redes mundiales de
comunicación y de tecnologías, que inventan mundos virtuales, con el
desempleo y regir comunidades cerradas sobre sus respectivas identidades o
individuos encerrados en un mundo de juego, que debemos invertir la
perspectiva habitual. En vez de buscar un principio de integración por encima
del mundo social desgarrado, hace falta buscarlo por debajo. Cada cual siente
que nuestra sociedad, cuando no está sometida a un poder totalitario es cada
vez más “individualizada”, pero esta palabra está demasiado cargada de sentido
para tener claro sentido . La única manera de relacionar la instumentalidad y la
identidad, es reconocer que estos dos universos sólo se pueden combinar al
nivel del actor personal, individual o colectivo, es decir, en el caso en que este
actor pueda inventar (podría decirse bricolar, de manera muy particular) nuevos
medios de combinar la acción instrumental con las metas culturales. Este
principio personal, individual de integración de los dos mundos -yo lo llamo el
Sujeto- con esta palabra quiero decir la voluntad de convertirse en un ser capaz
de combinar de manera singular su propia participación en el mundo de las
técnicas del conocimiento y de la economía, en la movilización o la creación de
18
identidades culturales, de manera que se pueda sentir creador de su propia
experiencia, su propia historia de vida. No se trata de ninguna manera de
conformarse con la afirmación nietzscheana del sí y la voluntad de poder del yo,
todo lo contrario al nivel de análisis al que hemos llegado, no se trata sino de un
doble rechazo, una doble liberación por el individuo, liberación de la lógica de
las técnicas, de los mercados, y de los comunitarismos que le imponen una
identidad. El sujeto está por consiguiente inicialmente vacío, no se confunde con
él yo la personalidad, puesto que ambos han explotado, como lo han mostrado
en particular las novelas y la pintura desde Proust, Joyce y Picasso.
El sujeto no adquiere un contenido más que por la comunicación con el
otro, sea la comunicación directa, de sujeto a sujeto como es el caso de la
comunicación amorosa, sea la comunicación generalizada, es decir el
reconocimiento del derecho de cada uno de construirse como sujeto, esto es
superar su propio desgarramiento entre instrumentalidad e identidad, por lo cual
la democracia puede ser redefinida como la política del Sujeto. Se trata por
consiguiente de una concepción indudablemente individualista, pero no reduce
en ninguna manera al individuo a conductas sociales determinadas por su
posición en la sociedad o su historia personal, las cuales no pueden servir de
principio a la construcción de un tipo de sociedad, salvo en los peores casos,
como las sociedades totalitarias dirigidas por paranoicos o sencillamente
personalidades autoritarias.
El significado más general de este análisis es que la vida social sólo puede
estar organizada e integrada por referencia a un principio no social: el sujeto,
esta conclusión choca a primera vista con nuestra tradición, ya que hemos
aprendido a definirnos como seres sociales, ciudadanos, trabajadores o
miembros de una familia ejerciendo como tales determinadas funciones
sociales. Encontramos aquí la idea ya expresada de que sólo la política
garantizaba la integración de los individuos y de las sociedades en los tiempos
19
modernos, pero estamos bastante conscientes de que nuestra sociedad ha sido
dominada por regímenes autoritarios o totalitarios como para darle de nuevo una
importancia capital a lo que I. Berlín y la tradición británica han llamado “la
libertad negativa”. Esperamos de las instituciones las leyes y los programas
escolares que protejan nuestra libertad, nuestro derecho de construirnos como
sujetos, en lugar de ser manipulados por las leyes del mercado o encerrados en
la identidad sofocante de una comunidad. Desconfiamos de todas las
movilizaciones, tanto las nacionalistas como las religiosas o las revolucionarias,
aceptables y hasta necesarias como movimientos de liberación, pero que por sí
mismas sólo engendran regímenes autoritarios. Lo que necesitamos no es la
consciencia de pertenecer a un mismo conjunto sino al contrario, consciencia de
la singularidad de cada uno de nosotros, así como de la dificultad que tenemos
para resistir presiones exteriores que amenazan nuestra individuación, nuestra
libertad como Sujetos.
¿Esta posición antisociologista y antiparticipacionista es acaso nueva, y
por lo tanto fuera de lugar porque contradice una larga tradición intelectual y
política? No en absoluto, pues es fácil encontrar en todas partes esta búsqueda
de un principio superior al poder central. Su forma más importante fue y sigue
siendo la llamada a los Derechos del Hombre, llamada hecha en el mismo
momento en que fue proclamado el principio de la soberanía popular, en la
misma Declaration des Droits de l´Homme et du Citoyen. La idea de “derechos
del hombre” fue proclamada al mismo tiempo que la de soberanía popular
(artículo 1 y 3 de la Declaración de 1789), pero son opuestas entre sí y la
primera pone límites a la segunda, lo cual los norteamericanos han comprendido
mejor que los franceses, en particular en su Constitución y por la acción de la
Corte Suprema, colocada por encima de las decisiones del Parlamento. En
Francia, al contrario, las decisiones del Parlamento y de los jurados populares
han sido soberanas, cuando menos para las primeras hasta 1958, cuando entró
en vigor la Constitución de la V República. La concepción británica de la
20
democracia siempre ha hecho énfasis en el respeto por el Estado y por la Ley
de las libertades personales y colectivas. Se puede encontrar el mismo proceso
de limitación de poder social dentro de las mismas sociedades religiosas, si su
finalidad principal es sacralizar el orden social, como había pensado Durkheim
para quién lo sacro es lo social, siempre ha existido una tendencia opuesta, que
apela al poder divino contra lo social, sea en el orden moral, sea mediante un
proceso místico que encontramos en todas las grandes religiones.
Mucho más cerca de nosotros, la idea socialista no designó solamente un
proyecto de recomposición y de reintegración de la sociedad; ella también
anunció la liberación de los trabajadores. El mismo Marx le daba a la liberación
de los trabajadores un sentido libertario, lo que respalda esta visión es que a
medida que avanza la modernidad, es decir que se refuerza la red de relaciones
sociales, en mayor medida se impone el poder en formas de control social que
penetran profundamente el yo, como dijo con tanta persistencia Michel Foucault.
Lo que nos ha obligado a apelar de forma cada vez más directa a unos
principios morales que han venido a ocupar un lugar central en la vida política,
que abarcan tanto los problemas de energía nuclear como los de la bioética.
Aquí de nuevo y sobretodo, vemos separarse los objetivos definidos por
la sociedad de las exigencias del actor. la democracia participativa se ha
transformado con frecuencia en democracia popular, manipulada y autoritaria de
tal modo que ya no esperamos de los grandes movimientos de masas más que
la creación de un poder autoritario, pero queda por aclarar si en las sociedades
contemporáneas puede formarse a medio camino del realismo económico y los
valores culturales, un espacio para un individualismo que tenga el poder de
hacer retroceder tanto al uno como al otro. El peligro de aplastamiento del
individualismo de hecho existe de ambos lados, pero el llamado libertador al
sujeto siempre se ha aclamado, desde los santos y los anacoretas de las
grandes religiones hasta los combatientes anarquistas de la guerra civil
española, incluso ahora, con el acelerado movimiento de la modernización,
21
pocos son los que piensan que la tecnología y la economía van a resolver los
problemas de la sociedad y crear la felicidad individual, o de manera paralela y
opuesta, que la afirmación de la identidad cultural es suficiente garantía contra
los peligros de la cultura de masas; por lo cual hemos vuelto a nuestra
orientación general de análisis: la afirmación del derecho para todos de tener
una experiencia singular, no al margen de la vida real, sino capaz de combinar
la apertura de una sociedad técnica con la fuerza de una identidad personal.
¡Pero qué alejados estamos de la concepción tradicional de la política! Ésta
estuvo dominada mucho tiempo por el tema de la integración nacional, y algo
más tarde por el de la ascensión del pueblo hacia el poder, esto en un mundo en
que las formas de poder, de control social y de manipulación no paran de
multiplicarse y extenderse. Lo que refuerza el lazo social no es la consciencia de
pertenencia a un conjunto económico o político más vasto, sino al contrario, el
recurso a un principio que limita a la vez el poder del Estado y el del mercado, el
respeto de los proyectos de vida personal, es decir la creación de condiciones
institucionales necesarias para la construcción y la realización de tales
proyectos. La acción colectiva se pone al servicio del individuo, incluso mientras
las migraciones al interior y exterior, el debilitamiento de los lazos familiares y
los cambios de empleo amenazan con reducir la vida individual a una serie de
accidentes inevitables. Sería artificial intentar mantener las comunidades
tradicionales, se trata al contrario de ayudarlas a participar en los cambios
históricos y sociales y a preservar al mismo tiempo el control de su identidad
cultural. Sería peligroso, simultáneamente, dejarse arrastrar por la seducción
del consumo de masas; hay que apoyarse, aun si no es siempre suficiente, en
una profesión que asegure cierta autonomía a los que la ejercen. Si este cambio
radical de perspectiva no se cumpliera, viviríamos una vida partida en dos,
podemos por ejemplo aun estando inmersos en los mercados, mantener una
vida familiar o profesional autoritaria y que subordine la mujer al hombre.
22
La combinación directa de un cambio incontrolado y de identidades
meramente defensivas estorba la formación de un espacio público y debilita la
capacidad de cada individuo de edificar su vida personal.
El retorno de lo político
¿Se aplican estas descripciones solamente a los países más modernos,
industriales y a las categorías más expuestas a los cambios sociales y culturales
acelerados? No, al contrario, ellas se aplican con mayor propiedad a los países
emergentes, a las categorías sociales que sufren las mutaciones los cambios
más extremos, jóvenes que dejan su región de origen para emigrar a una
metrópoli, nacional o extranjera, niñas que dejan su familia tradicional, grupos
culturales convertidos en minorías al ser invadidos por la cultura y el consumo
de masas. En los países más industrializados la evolución es lenta; las
transformaciones se han extendido durante un largo periodo, aun si es cierto
que también provocan rupturas sociales y culturales. Al otro lado del mundo se
va formando una categoría de ricos que se identifican con la cultura de los ricos,
de las naciones ricas y más bien son llevados por las fuerzas del mercado que
ellos no dirigen; al contrario en los países en vías de desarrollo, entrados mas o
menos en una fase de transición, las tensiones y las rupturas son mas
frecuentes que en otras partes. Como pasa con más frecuencia, son las
categorías que sufren mas directamente los efectos de los cambios
socioeconómicos las que comprenden mejor su índole, con la condición de estar
realmente involucradas en el cambio, y no abandonadas al borde del camino sin
posibilidad de defensa y sin otro recurso que la violencia. Esta última situación,
aun más que de los hombres es la de las mujeres, por eso han surgido en casi
todas las naciones de América Latina numerosos movimientos de defensa de
barrios o de defensa comunitaria liderados por mujeres que luchan por el
suministro de agua, la educación y la salud de los niños, la seguridad; es verdad
23
que en la actualidad la situación más corriente es la de la ruptura que he
descrito al empezar. Todas las sociedades se vuelven cada vez más duales la
desigualdad social, la marginación y la exclusión progresan a medida que se
acaban de descomponer los regímenes más o menos nacionalistas, los cuales
habían logrado (cuando menos en América Latina) incorporar a una
determinada parte de la población; esta parte ha empezado a reducirse después
de los años, 80 que fue un decenio de crisis, las más veces provocada por el
peso de la deuda exterior. Al mismo tiempo, la ideología liberal no ha atraído
tanto a las masas populares o las clases medias, a las que ha expuesto más
directamente a las exigencias de los mercados internacionales. México, país
que ha atravesado dos crisis mayores en 1982 y en 1994-95, estuvo marcado
por esta evolución.
Sin embargo, a medida que se difunde en el mundo entero la idea de que
hace falta salir de una situación que no pasa de ser una transición liberal, que
hace falta en cada país y al nivel continental reasumir el control de los cambios
en curso cuyos efectos son cada vez más desastrosos, vemos como se
fortalece una nueva generación de actores políticos; estos últimos no actúan
hacia arriba para tomar el poder, ni siquiera a un nivel intermediario organizando
grandes movimientos populares como hicieron los sindicatos, sino hacia abajo al
nivel de asociaciones, organizaciones no gubernamentales, movimientos de
opinión, lo que forma la llamada sociedad civil, dándole un nuevo sentido a
esta palabra. Movimientos de barrio, comunidades de base, grupos seguidores
de la teología de la liberación, han llevado de manera por lo común muy radical,
al despertar de sectores involucrados en transformaciones sociales que hacían
de ellos unas víctimas antes que actores. En México, más que en otras partes,
este movimiento no para de crecer desde que el terremoto de 1985, en la capital
demostró la incapacidad hasta la corrupción de los dirigentes, suscitando la
formación de numerosos movimientos locales de reivindicación cuyo auge fue
24
un factor importante de la secesión que se dio dentro del PRI y que originó al
PRD. Recientemente, el movimiento zapatista de Chiapas, como los
movimientos análogos de Guatemala, Ecuador y Bolivia demostraron la
capacidad de grupos indígenas, directamente amenazados en su existencia, no
ya de replegarse en un comunitarismo ni de respaldar guerrillas, sino al
contrario, de combinar la defensa de su identidad con una voluntad de
democratizar la nación entera. Estos movimientos dan testimonio directo de la
formación de nuevas fuerzas políticas, que combinan la defensa del pasado con
la apertura hacia el porvenir, este entronque no está tan logrado en Brasil,
donde el levantamiento de los Sem Terra (sin tierras) ha tomado más bien la
forma de un movimiento impulsado por sacerdotes herederos de la Teología de
la Liberación, este vínculo está completamente ausente en Perú donde el
desarrollo económico, se limita a los grupos privilegiados y donde los
movimientos populares han sido manipulados o aplastados por el Sendero
Luminoso.
En todos los países, la acción de las mujeres y los ecologistas –con
frecuencia dirigidos por mujeres- son parte de la misma tendencia hacia la
reconstrucción de un nuevo espacio público, así como de una lucha contra la
separación de una defensa comunitaria replegada en sí misma y de la
participación dependiente de los mercados, cuyos centros de poder se sitúan en
otras naciones. A medida que aumenta el costo social de la transición liberal,
podemos prever en muchos países, como ahora en Europa Occidental, la
aparición de nuevos medios de control político y social de los trastornos
económicos actuales.
Desde hace veinte años, cuando se disgregaron o cayeron las políticas
voluntaristas de posguerra, vivimos en un mundo dominado por las
transformaciones económicas y también tecnológicas, dominado más aun por
ideas que reducen las transformaciones sociales, políticas y culturales a efectos
25
de los cambios de la economía y sobretodo de los mercados. Para algunos el
cielo se ha despejado, han caído las viejas barreras sociales, los imperios y los
regímenes autoritarios retroceden por doquier. Centenares de millones de seres
humanos han salido de la miseria al entrar en la economía mundial, incluso si
es mediante la pobreza y el desarraigo, para otros, el tifón de los mercados ha
arrasado todo en su trayectoria, se asiste al triunfo del horror económico y el
progreso de la exclusión social en todas partes. Estas reacciones opuestas pero
complementarias corresponden a lo que yo llamo la transición liberal, que no es
la entrada a una sociedad de mercado la cual quedará para siempre imaginaria
e imposible, sino la transición de un modelo a otro de control social y político de
la economía.
Hoy estamos superando esta transición liberal, no en todos los países
pero sí en muchos de ellos, un ejemplo patente es Europa Occidental en que la
gran mayoría de las naciones –con señaladas excepciones como: España,
Bélgica y Luxemburgo- tienen hoy día gobiernos de centro izquierda. En
Inglaterra Tony Blair se ha convertido en el abogado de una tercera vía, que
trata de no ser ni liberal ni socialista y propone nuevas soluciones para evitar la
sobrecarga de las economías nacionales por un Welfare State (Estado de
Bienestar) cuyo papel de redistribución se ha reducido. El gobierno francés se
sitúa más a la izquierda, y parece ser que va a gobernar en Alemania el canciller
más cercano a Blair, antes que el partido social-demócrata más afín al partido
socialista francés.
En América Latina observamos también un lento movimiento hacia el
centro-izquierda. Es en México donde es más patente este fenómeno, con la
sonada victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal y el progreso del
PRD a nivel nacional. En Chile, se puede pensar que la cólera de los defensores
del General Pinochet, puesto en acusación en Europa, va a desplazar algunos
elementos del centro, atrayendo la Concertación a desplazar su centro de
gravedad hacia la izquierda, esto es hacia Ricardo Lagos que puede convertirse
26
en el eje de la próxima candidatura presidencial. En Argentina hemos visto
fortalecerse el Frepaso y hasta en Brasil, aunque la austeridad presupuestaria
es la prioridad y ha acarreado la reelección del presidente, la opinión se ha
expresado de manera algo distinta en elecciones de Estados. En otras partes
del mundo, se ha visto a Corea del Sur, a Taiwan o también a Marruecos
acercarse al modelo de regímenes más democráticos que toman más en cuenta
los intereses de la mayoría de la población. Asistimos entonces a un despertar
de la acción política, al mismo tiempo que al ocaso de los regímenes
autoritarios. Sea cual fuere la evolución política de los distintos países, ya es
tiempo de reinterpretar en términos políticos y culturales, prioritariamente, unas
transformaciones que se han reducido demasiado tiempo al aspecto económico,
ésta es la condición de la democratización y también de la comprensión de las
transformaciones aceleradas de todas las sociedades. En este aspecto
principalmente estamos alejados de la idea de una sociedad mundial de
mercado, regida por convenios económicos y el poder de bancos y empresas
antes que por resoluciones políticas. Desde ahora, en los países más afectados
por la crisis, Japón y Rusia, pero también Indonesia, el poder político es el que
está cuestionado, lo que evidencia los límites de la mundialización. La misma
Europa, que se ha edificado hasta ahora como una unidad comercial y después
monetaria, reconoce poco a poco la necesidad de crear un poder de decisión
económica que garantice el control del Banco Central Europeo. La gravedad de
las recientes crisis acelera este movimiento de retorno a lo político y por
consiguiente, también el fortalecimiento del marco nacional. Dado que es a este
nivel al que se ejercen las principales fuerzas políticas es poco probable que se
llegue a formar a un nivel supranacional, algo equivalente a lo que fueron los
antiguos Estados Nacionales. La tendencia dominante sigue siendo la
disociación de las funciones del antiguo Estado Nacional; con todo es a nivel
nacional que siguen actuando las instituciones políticas, mientras que la vida
27
económica funciona cada vez más a nivel supranacional y al contrario, la
consciencia de identidad se arraiga más y más en un territorio local.