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Sentidos subjetivos y sentido de comunidad: interrogación a las nociones de salud
mental en el modelo tradicional indígena y el modelo occidental
Angelo Osorio Osorio
Director Trabajo de Grado
John James Gómez Gallego
Universidad Católica de Pereira
Facultad de Ciencias Humanas, Sociales y De La Educación
Pereira-Risaralda
2021
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Resumen
Esta investigación está enmarcada en el campo de la psicología comunitaria.
Partiendo del concepto de salud mental, se buscó la integración de la postura del modelo
occidental y de la medicina tradicional indígena a partir de las categorías de sentidos
subjetivos y sentido de comunidad. El objetivo principal es describir cómo dichas
categorías interrogan y analizan las nociones relativas a la salud mental desde ambos
modelos, para proponer un diálogo sobre salud mental intercultural. La metodología
empleada consistió en un trabajo documental que integró artículos académicos y materiales
audiovisuales que dieron cuenta de las prácticas culturales y sociales de las comunidades
indígenas. Se concluye la pertinencia de dichas categorías de análisis al reflejar, por un
lado, las creencias socio históricas de la medicina tradicional indígena sobre la salud
mental, estructuradas a partir del sentido de comunidad y de lo subjetivo, por otro lado,
creencias histórico científicas del modelo occidental.
Palabras clave: Salud mental, psicología comunitaria, sentidos subjetivos, sentido de
comunidad.
Abstract:
This research is framed in the field of community psychology. Starting from the
concept of mental health, the integration of the position of the western model and of
traditional indigenous medicine was sought from the categories of subjective senses and
sense of community. The main objective is to describe how these categories interrogate and
analyze the notions related to mental health from both models, to propose a dialogue on
intercultural mental health. The methodology used consisted of a documentary work that
integrated academic articles and audiovisual materials that gave an account of the cultural
and social practices of indigenous communities. The relevance of said categories of
analysis is concluded by reflecting, on the one hand, the socio-historical beliefs of
traditional indigenous medicine on mental health, structured from the sense of community
and the subjective, on the other hand, historical scientific beliefs of the western model.
Keywords: Mental health, community psychology, subjective senses, sense of community.
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Tabla de contenido
Introducción ........................................................................................................................................ 5
1. Antecedentes .................................................................................................................................. 7
1.2 Salud Mental y Medicina Tradicional ...................................................................................... 13
1.3 Concepto de Salud Mental Desde el Modelo Occidental ........................................................ 15
1.4 Surgimiento de la OMS ............................................................................................................ 18
1.5 Concepción Biomédica de la Salud Mental ............................................................................. 19
1.6 Concepción Comportamental de la Salud Mental .................................................................. 19
1.7 Las Raíces Socioeconómicas de la Salud Mental ..................................................................... 21
2. Planteamiento del Problema......................................................................................................... 23
Pregunta: ....................................................................................................................................... 26
Objetivo General: .......................................................................................................................... 26
Objetivos Específicos: .................................................................................................................... 26
3. Justificación ................................................................................................................................... 26
4. Marco Teórico ............................................................................................................................... 29
4.1 Comunidad y Sentido de Comunidad ...................................................................................... 29
4.2 Sentidos Subjetivos ................................................................................................................. 30
4.3 Salud Mental Desde el Modelo Indígena ................................................................................ 31
4.4 Salud Mental Desde el Modelo Occidental ............................................................................. 32
5. Método .......................................................................................................................................... 35
5.1 Selección del Corpus ............................................................................................................... 36
5.2 Análisis de Resultados ............................................................................................................. 37
6. Presentación y Análisis de Resultados .......................................................................................... 39
6.1 Modelo de Medicina Tradicional Indígena .............................................................................. 39
6.2 Sentidos Subjetivos y su Vínculo con el Sentido de Comunidad en la Noción de Salud de la
Medicina Indígena Tradicional: ..................................................................................................... 40
6.3 Concepto de Salud mental Desde el Modelo de Salud Tradicional Indígena .......................... 44
6.4 Modelo Occidental de Salud Mental: El Biomédico ................................................................ 46
6.5 Manuales Diagnósticos de Enfermedades Mentales .............................................................. 48
6.6 Propuesta de Salud Mental Desde la OMS ............................................................................. 50
6.7 Autores en el Modelo Occidental que Apelan a la Salud Mental Desde un Marco Comunitario
....................................................................................................................................................... 54
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7. Conclusiones.................................................................................................................................. 60
7.1 Un modelo Integral de Salud Mental: Lo Comunitario, lo Biológico y lo Institucional ........... 63
7.2 Limitaciones y Posibles Líneas de Investigación ..................................................................... 65
8. Discusión ....................................................................................................................................... 66
10. Anexos ..................................................................................................................................... 74
Lista de cuadros
Cuadro 1. Cuadro Comparativo Entre el Modelo de Salud Tradicional Indígena y el Modelo
Occidental de Salud Mental ................................................................................................... 57
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Introducción
‘’No se trata de tener derecho a ser iguales, sino de
tener igual derecho a ser diferentes’’
Anónimo.
Esta investigación se enmarca dentro de la psicología social comunitaria, campo
psicológico surgido en nuestras latitudes, el cual se ha destacado desde sus inicios por
trabajar desde las comunidades y con los actores sociales que en ellas participan a fin de
producir transformaciones, partiendo de sus propias capacidades y fortalezas comunitarias
(Montero, 2003). Además, se destaca por ser el campo psicológico que más se ha
interesado por la producción de conocimientos en conjunto con las comunidades indígenas
latinoamericanas, aspecto fundamental que, junto el apoyo de disciplinas como la
antropología, la historia y la psiquiatría, permitieron el desarrollo de este trabajo (Baró,
2006).
Por ende, el objetivo central propone interrogar las concepciones de salud mental a
partir de las categorías sentidos subjetivos y sentido de comunidad, las cuales se enmarcan
dentro del mismo campo comunitario. Se trata de usarlas como elemento central analítico y
descriptivo en los discursos sobre la salud mental desde el modelo tradicional indígena y el
modelo de salud mental occidental, con el fin de proponer articulaciones entre ellos, para
pensar un modelo de salud mental dialógico e integral (Montero, 2004; González, 2009).
Para cumplir con dicho objetivo, se propuso un trabajo documental, el cual se dio a
partir de la emergencia sanitaria a nivel mundial debido al Covid-19. Dentro de dicha
propuesta se incluyeron materiales relativos a la noción de salud mental desde ambos
modelos. Además, como apoyo para la construcción de un posible diálogo entre ellos, se
incluyeron las posturas de Emiliano Galende y de Eric Fromm sobre la salud mental. La
selección del corpus se hizo a través de bases de datos como Redalyc, Scielo, Scopus,
Dialnet, REDIB y Latindex; también, se incluyeron materiales documentales y
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audiovisuales que fueron de gran utilidad para profundizar en las dinámicas sociales y
culturales de las comunidades indígenas. Por último, para el análisis de los resultados se
realizó una matriz que incluía las perspectivas tanto de los modelos como de los autores,
para posteriormente, exponer las nociones de cada uno a detalle, a la luz de las categorías
de análisis.
Ahora bien, hablando propiamente del material que se presentará en cada capítulo,
se inicia con un apartado de antecedentes y se propone una breve caracterización histórica
de las comunidades indígenas presentes en nuestro continente desde la época de la colonia,
hasta los importantes estudios que han adelantado disciplinas como la antropología y la
misma psicología. Posteriormente, se profundiza en las nociones de salud y de salud mental
desde la medicina tradicional indígena, al igual que con las concepciones de salud mental
desde el modelo occidental, incluyendo algunas perspectivas como la biomédica y la
propuesta de la OMS.
Después, la justificación muestra el panorama de nuestro país con respecto a la
salud mental, el cual evidencia cifras alarmantes en relación a trastornos mentales, suicidio
e ideación suicida, y desequilibrios emocionales en comunidades indígenas derivadas del
conflicto armado presente durante décadas. Estos aspectos, además, justifican la
conceptualización y la problematización de la salud mental desde perspectivas sociales e
históricas, más que individuales (Hernández, 2020). Por otra parte, el planteamiento del
problema partiendo del antagonismo en relación a la noción sobre la salud mental desde
ambos modelos, propone a través de las categorías de análisis un modo particular de
interrogación, el cual detalle a profundidad elementos de cada modelo, para posteriormente
encontrar puntos de encuentro y proponer un diálogo.
Con respecto al apartado del marco teórico, se conceptualizan las categorías de
análisis de sentidos subjetivos y sentido de comunidad, los cuales marcan el rumbo de la
presentación y el análisis de los resultados, al interrogar las nociones relativas a la salud
mental en cada modelo. Finalmente, se concluye que ambos modelos parten no sólo de
diferencias culturales notables, sino también de formas particulares de producir
conocimientos. En consecuencia, el modelo tradicional indígena sobre la salud mental,
estructura a partir de sus creencias culturales una noción de salud holística e integradora,
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dada a partir de la buena relación entre los sujetos, su medio, su familia, la naturaleza y su
cultura. Por ello, más allá de definiciones puntuales sobre la salud, existe una creencia y
una realidad dada a partir de la comunidad y el sentido de comunidad, mediado por sus
subjetividades. Por el contrario, el modelo occidental parte de un marco histórico científico,
el cual devela una forma particular de pensar la salud mental y a los sujetos, siendo un
modelo opuesto al de la medicina tradicional indígena. Sin embargo, dentro de sus posturas,
existen elementos claves que apoyan la construcción de un modelo de salud mental
intercultural como el sustrato biológico, el campo de la investigación y la institucionalidad.
Por tanto, a partir de esta construcción de diversidades, se pudo proponer un modelo de
salud intercultural que integre lo biológico, lo comunitario y lo institucional, elementos
claves que se encuentran en la base de este trabajo investigativo.
1. Antecedentes
1.1 Breve Caracterización Histórica de los Pueblos Originarios
El rastreo de la temática de estudios con comunidades indígenas desde las ciencias
sociales se encuentra enmarcado principalmente en el campo de la Antropología, ya que su
dimensión comprensiva e interpretativa de la diversidad cultural, ofrece una perspectiva
fundamental para entender la diversidad humana y afrontar con éxito la búsqueda de
conocimiento y la intervención en contextos pluriculturales (Álvarez, Blázquez, Cornejo,
Franzé, Josiles, Rivas y Sanz, 2012). Aunque son principalmente los antropólogos quienes
han realizado un acercamiento más detallado en estas comunidades, desde procesos
históricos, sociales y políticos, también la historia plasma elementos constitutivos propios
de su cosmología como lo son los mitos y las leyendas. Finalmente, la psicología, desde
algunos de sus campos, ha intentado producir conocimiento con comunidades indígenas.
En tal virtud, los trabajos antropológicos han intentado acercarse desde lo teórico y
desde los sucesos históricos que marcaron un antes y un después en las comunidades
indígenas de Latinoamérica, entre los que, sin lugar a dudas, el más relevante ha sido la
conquista española. De esta manera, el concepto mismo de comunidades indígenas antes de
la corona española era distinto. Orlando Fals Borda habla de pueblos originarios,
originarios porque la concepción misma de los pueblos así lo cree, su historia y su origen se
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liga al territorio que habitan, y en el proceso de colonización ellos eran los que habitaban a
lo largo y ancho de Latinoamérica, no siendo venideros, como si se consideraban a los
españoles y portugueses, que venían de otro continente (Vasco, 2010).
Es mediante la conquista que los pueblos originarios empiezan a sufrir grandes
cambios que, incluso hasta hoy, siguen teniendo repercusiones importantes. Para la época
de la colonización, estos pueblos originarios latinoamericanos constituían unas verdaderas
civilizaciones, logrando grandes desarrollos en términos políticos, sociales, de
infraestructura y de conocimientos. Durante ese período denominado ‘’conquista’’, los
españoles vivieron de lo que habían producido y seguían produciendo los pueblos, esa
economía que duró casi un siglo fue una economía del saqueo, lo cual supone una alta
capacidad de producción con mano de obra de los pueblos originarios, incluso ese saqueo y
explotación de recursos calmó muchas hambres europeas, en países como Noruega, Suecia,
Escocia e Inglaterra, y tanto la papa como el maíz ayudaron notablemente a calmar el
hambre producida por las pestes (Vasco, 2010). Coincidiendo con lo anterior, Eudave
afirma:
Luego de explorar y ocupar con la fuerza de las armas los territorios de la
América antigua, la Corona española inició la colonización de estos
territorios imponiendo nuevas formas de organización, implicando un
aspecto de asimetría y hegemonía, tanto en lo físico y económico, como en
lo cultural y civilizatorio. Así, la potencia colonizadora no solo ocupa
territorio ajeno y lo cultiva, sino que lleva e impone su propia cultura y
civilización, incluyendo la lengua, religión y las leyes (2016, p.1).
De este modo, dicha imposición de una nueva cultura y de una nueva religión por
medio de la violencia tiene un antecedente fundamental en Europa y está ligado al
catolicismo. Entre mayo y septiembre del año 1493, cuando la expedición de Colón regresó
a Europa a divulgar la noticia del hallazgo de tierras llenas de riquezas, el recién elegido
papa, Rodrigo Borgia, emitió las Bulas Alejandrinas. Esta serie de documentos cargados de
superioridad y de poder simbólico por parte del catolicismo, se instauró como el elemento
clave que legitimaba la conquista de las tierras Latinoamericanas, interpretándose como un
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salvoconducto político, religioso, eclesiástico, pero sobre todo moral para la destrucción, el
saqueo y la conversión de los pueblos originarios (Pavón y Capulín, 2017).
Siguiendo esta línea, una vez terminada la famosa ‘’conquista’’, que dio como
resultado el sometimiento de la mayoría de las poblaciones originarias, se establece el
período de la organización de la producción mediante la institucionalidad. A través de estas
instituciones se crearon otra serie de abusos instaurados a beneficio propio de la corona
española. De manera muy somera, el repartimiento, las mitas agrícolas y mineras, que
explotaban a los indígenas a cambio de la cristianización ya que desde la perspectiva
española era lo correcto y debían adoctrinar a los ‘’salvajes’’, ‘’idólatras’’, o ‘’paganos’’
fueron algunos de los procesos implementados para someter y civilizar a los pueblos
(Eudave, 2016). Así, ‘’en este tipo de descripción la frontera entre el yo, cautivo, católico,
español, y el otro, captor, infiel, bárbaro, se manifiesta como algo drásticamente
irreconciliable’’ (Prieto, 2007, p.124).
Aquí surgió un problema que venía del orden de los indígenas que, por cierto, eran
mal llamados ‘’indios’’, al creerse que estas tierras encontradas correspondían a la India.
Dicho ‘’problema’’, tal como lo veían los colonos, residía en aquella confrontación entre la
civilización y la barbarie, es decir, entre los civilizados y los salvajes, en la pregunta por la
existencia del alma en los indígenas, en el cuestionamiento de si debían ser evangelizados
o, por el contrario, debían ser eliminados como animales salvajes (Stavenhagen, 2010). Por
tanto, aquel ‘’llamado "descubrimiento del otro" fue en realidad un "encubrimiento del
otro", un encubrimiento para justificar la propia imposición del modelo cultural’’
(Stavenhagen, 2010, p.14). Aquel modelo cultural sería simplemente el principio, ya que en
la segunda mitad del siglo XX, con la abanderada idea de la modernización y del desarrollo
cívico, la cuestión de pertenecer a una comunidad indígena en América Latina suponía un
gran obstáculo para dicho desarrollo. Por ende, ya no se planteaba la cuestión del alma de
los indígenas, o si su capacidad intelectual era mayor o menor a la de los blancos, ahora el
nuevo panorama marcaba una aculturación a través de las políticas públicas que ponía de
manifiesto una nueva colonización en nombre de una sociedad de consumo neoliberal
globalizada (Stavenhagen, 2010).
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Sin lugar a dudas, dentro del campo de las ciencias sociales, a la hora de trabajar
con comunidades indígenas, se recurre a la historia que relata de forma muy detallada el
período de la conquista, el cual ha marcado el devenir social y cultural de dichas
comunidades, a lo largo y ancho de Latinoamérica. En este caso en particular, es pertinente
retomar ciertos elementos históricos de dicha época, para comprender el tejido social de las
diversas comunidades indígenas presentes en nuestro continente, pero además, es a partir de
las secuelas políticas, culturales y económicas, dejadas por aquella época oscura, en donde
se enmarcan muchos trabajos teóricos y de campo, desde las disciplinas psicológicas y
antropológicas.
Ahora bien, la psicología social comunitaria, ha sido el campo psicológico que más
se ha interesado por la producción de conocimientos con las comunidades indígenas, en
conjunto. Esta, ha puesto su foco en las poblaciones marginadas por las sociedades y por
los estados, y su gran aporte radica en pensar y teorizar con ellas y desde ellas (Baró, 2006).
De esa manera, algunos estudios han excedido el ‘’entorno natural’’ de los pueblos
originarios y se han interesado por las dinámicas sociales y culturales de dichos pueblos en
los contextos de la ciudad. Un ejemplo de ello son las nuevas prácticas coloniales y su
impacto en los pueblos indígenas Latinoamericanos. En México, la relación entre sociedad,
estado y pueblos indígenas, ha adaptado el planteamiento de modernidad/colonialidad, y ha
señalado que desde la llegada de los españoles a este continente, la presencia indígena se ha
visto y ha sido interpretada como un hecho anómalo que tiene que ser intervenido,
corregido o destruido, poniendo de manifiesto así, una variante de la colonialidad
(Vázquez, 2017). Por tanto, se han instaurado una serie de proyectos progresistas y
transformadores, los cuales según Mignolo (2013) ‘’son la cara oculta de la modernidad y
la modernización del proyecto neoliberal hoy implica necesariamente nuevas formas de
colonización” (p. 23).
Por lo tanto, las nuevas gramáticas de poder construyeron una objetivación de
colectivos y de sujetos, los cuales debían ser intervenidos para integrarlos y transformarlos,
haciéndolos renunciar en muchos casos a sus raíces culturales e identitarias con promesas
de ayudas económicas y sociales, las cuales siguen una agenda política ligada a intereses
económicos por parte del estado (Vázquez, 2017).
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Siguiendo esta línea, estos aspectos se trasladan a ámbitos educativos, donde el
principio de igualdad y de una sola identidad nacional, se convierte en una profunda
negación al principio cultural, cosmológico y lingüístico que por miedo a la discriminación
deben pasar los miembros de comunidades indígenas en entornos educativos. Por lo tanto,
para generar espacios educativos plurales, indudablemente, es necesario reformular las
concepciones sobre ciudadanía en su sentido plural y, además, instalar una postura
renovada de todos aquellos que se educan, donde se atienda a las necesidades y
características de quienes conforman su comunidad, como también del contexto socio-
histórico en el que se encuentran. Con el propósito de que las personas sean entendidas
como actores colectivos y no como individuos, a razón de su construcción histórica, social
y cultural. (Cárdenas y Urueta, 2014; Czarny, 2007; Ossa y Campo, 2015).
Además, es importante volcar la mirada a procesos históricos particulares que han
tenido una repercusión directa en el presente de algunos pueblos indígenas, como el caso de
los Ticuna, la etnia demográficamente más numerosa de la Cuenca Amazónica. Este pueblo
fue objeto de disputa entre dos expediciones de penetración europea en el Amazonas, pero
finalmente al quedar en poder de los portugueses, se inició un período de explotación, en el
que debían responder con una gran extracción de caucho, vainilla y cacao. Los portugueses
hicieron que los Ticunas abandonaran sus territorios ancestrales, y los instauraron en las
orillas del río Amazonas, con el fin de poder transportar todo el material extractivo. Dicho
cambio geográfico que se remonta a la era del caucho, modificó por completo las dinámicas
sociales, culturales y económicas del pueblo Ticuna. El nuevo territorio, aun siendo en la
inmensidad del Amazonas, puso de manifiesto una destrucción en la cohesión social, una
nueva dinámica relacional con el medio natural, pero, además, en esa dinámica de
extracción y de destrucción se quebrantó uno de los principios fundamentales de los
pueblos indígenas, el respeto por la naturaleza, el respeto por el ser viviente que soporta su
cultura y su visón del mundo, la tierra (Pardini, 2020). Por último, dicho pueblo tuvo que
someterse a una reestructuración identitaria a partir de las relaciones con el sin número de
turistas, el cual se dio a partir de dicho suceso que ni se olvida, ni se supera, y que por el
contrario; amenaza su estructura cultural (Ullán de la Rosa, 2003).
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De otro lado, la histórica lucha de resistencia de los pueblos originarios ha
posibilitado estudios en el orden de lo psicológico-comunitario, ya que la psicología
comunitaria enfatiza los procesos sociales en las realidades locales de las comunidades o
poblaciones, superando el paradigma dominante de la disciplina al ampliar la mirada
individualista, la fragmentación de los problemas y la ausencia de sensibilidad social. Es
por esto que lo psicológico siempre va de la mano con lo comunitario, sin realizar
divisiones; aspecto clave a la hora de trabajar con comunidades indígenas (Martín-Baró,
1986; Montero, 2003).
Lo anterior es el caso del pueblo Mapuche de Argentina, el cual ha tenido una
profunda crisis cosmológica, organizativa, religiosa, económica y política debido a su
histórica lucha, primero, con el sometimiento de los conquistadores, y posterior a ello, con
la conformación del Estado-Nación. En las últimas décadas, dicho desarrollo histórico se ha
visto plasmado en múltiples conflictos territoriales a lo largo y ancho del país, suscitados en
torno a la posesión de sus tierras y de sus bienes naturales. El pueblo Mapuche ha tenido
que resistir no sólo la represión policial, sino también el procesamiento judicial de sus
miembros (Petit, 2013). El quehacer comunitario en el pueblo Mapuche se da a partir de
múltiples problemáticas que se remontan siglos atrás, pero, además, en poner en marcha un
proceso de producción colectiva que incluya el revisar la propia identidad y la
revalorización de su cultura, sin imponer formas de pensar o de actuar. Por el contrario, la
base está en generar una reflexividad que permita recorrer los propios caminos, partiendo
de una identidad y de un sentir comunitario (Petit, 2013). Lo anterior revela que aun cuando
muchas comunidades están invisibilizadas, siguen resistiendo y organizándose para vivir
con autonomía, a partir de sus propias concepciones (Kropff, 2005).
Otro caso con el pueblo Mapuche, muestra cómo la relación investigador-
investigado desde el campo comunitario se da a partir de una relación en la cual este, se
implica y se hace partícipe de la comunidad, no tanto en el orden de lo ‘curativo’, sino en el
de la comprensión, descripción y potenciación de estilos de vida propios de los diferentes
grupos comunitarios (Castro, 2012). Todo esto se logra a partir de una confianza mutua, en
el estar en la comunidad, en compartir mesas de diálogo, en mostrar que la praxis
comunitaria va más allá de la ‘extracción de datos’ y busca comprender qué es lo que
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moviliza al pueblo, que los hace sentirse parte de, cómo es su estilo de vida, cómo se da esa
configuración subjetiva en relación a su cultura y a su territorio (Petit y Ferrari, 2013). En
este sentido, le corresponde al psicólogo comunitario el saber aprehender e interpretar los
conocimientos que construye cada cultura, los cuales se dan a partir de sus experiencias, de
sus vivencias, de las prácticas sociales populares y tradicionales, de las narrativas y los
lenguajes de los pueblos, del interactuar en la vida, con la naturaleza y con los sujetos
sociales (García y Montero, 2005).
Siguiendo esta línea, la psicología comunitaria además de poner su foco tanto en las
dinámicas sociales, como en las dinámicas relacionales entre comunidad-sociedad-
territorio, ha volcado su mirada hacia un tema de suma importancia para las comunidades
indígenas y es el tema de la salud. En Latinoamérica, el 40% de las 120 millones de
personas sin acceso a los servicios de salud, corresponde a población indígena (OPS,
2008).
1.2 Salud Mental y Medicina Tradicional
Si bien el concepto de salud en la cultura occidental ha sido adoptado desde la
biología, adherida a la división cartesiana entre res extensa y res cogitans, que ha
determinado el dualismo soma-psique en la modernidad, muchos de los pueblos indígenas
aún poseen su propio modelo médico tradicional. Dicho modelo está soportado en el
acumulado de su sabiduría ancestral y se estructura bajo la figura del chamán, quien hace
uso de los recursos naturales para producir medicinas y ungüentos; también se llevan a cabo
rituales, cantos y danzas, atuendos de vivos colores, sahumerios e invocaciones, los cuales
son parte del paisaje en el mundo chamánico (Guerrero y León, 2008; Montenegro y
Stephens, 2006; Zuluaga, 1999). Sin embargo, aun cultivando sus prácticas ancestrales en
medicina tradicional, muchas etnias no se niegan a la medicina occidental y, por el
contrario, le otorgan un gran valor en determinados casos. Para la cultura indígena el
aceptar la medicina occidental no supone necesariamente un cambio en la concepción de
salud, la cual guarda una estrecha relación con el buen vivir, partiendo del equilibrio entre
la comunidad, la espiritualidad y el territorio. Tampoco supone la superioridad de una
medicina sobre la otra, el uso de ambas se da a partir de cada caso particular, entendiendo
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que, más que ser modelos antagónicos, por el bien colectivo, pueden encontrar puntos de
encuentro (Ruiz, 2014; Salazar y Ordoñez, 2017; Vallejo, 2006).
La medicina occidental por su parte, aunque en menor medida, también se ha
dispuesto a abrirse a nuevos saberes. En este caso, a la medicina tradicional indígena,
donde se busca aplicar el concepto de cultura a la ciencia médica, dejando de lado el
escepticismo de la medicina occidental, con el fin de acceder al conocimiento que la
persona tiene sobre su padecimiento y el significado social y cultural que le atribuye a este.
Y de esa manera, lograr un ambiente de confianza que apunte a disminuir esos dos mundos,
separados por una brecha cultural (Lopera y Rojas, 2012).
El panorama histórico de los pueblos indígenas en Latinoamérica pone de
manifiesto que aquel equilibrio relacional entre la cultura, la espiritualidad, la cosmología y
el territorio se ha visto notablemente afectado. Por ende, a la destrucción del tejido social, a
la renuncia identitaria, a la occidentalización, al despojo de tierras, se suma una profunda
crisis su salud, el cual es sinónimo de equilibrio. La enfermedad para los pueblos indígenas
no se conceptualiza como un problema biomédico, sino como un indicio de que las
personas no se encuentran en armonía con su propio medioambiente, con su cultura y su
sistema de valores (Promoción de la Salud Mental en las Poblaciones Indígenas.
Experiencia de países, 2016).
Ahora bien, aunque desde la perspectiva indígena no se separa la salud física de la
mental, esta última podría entenderse como la preservación de la identidad étnica. Además
se incluyen diversos factores como la comprensión de su propia cosmología, referida a un
sentido colectivo, los cuales están estrechamente ligados con todos los aspectos de la vida,
la comunidad, la espiritualidad, la cultura y el país (Ruiz, 2014; Lopera y Rojas, 2012).
Coincidiendo con lo anterior, el pueblo indígena Embera Chamí, que si bien no posee una
categoría propia de lo que en Occidente se conoce como salud mental, aluden a dicho
‘concepto’ entendido desde su identidad cultural como ‘’sentirse bien, en una conexión
íntima con el buen vivir’’ (Ruiz, 2015, p.404). Además, se piensa como un estado interno
de bienestar holístico, donde convergen aspectos claves como la familia, el territorio, la
cultura, su acontecer histórico y sus saberes ancestrales (Ruiz, 2014).
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Volviendo al papel del psicólogo comunitario que se mencionó anteriormente, surge
aquí una cuestión importante y es el preconcepto que se tiene de las ‘categorías
psicológicas’ si se le podrían llamar así, bajo las cuales se estructurará el trabajo con
comunidades indígenas. En el caso de la salud mental, la psicología comunitaria es
partícipe de que esta debe verse como un problema de relaciones sociales, interpersonales e
intergrupales, el cual generará crisis, dependiendo el caso y el contexto, bien sea en un
individuo, en un grupo familiar, en una institución o en una sociedad (Baró, 1984). Esta
cuestión de conocer y manejar los conceptos propios de las comunidades pareciera obvia,
pero no lo es. Es importante generar respeto hacia las diferentes formas de ver y de
concebir el mundo, para que la praxis comunitaria cada día se instaure como un elemento
que promueva y que luche por el cambio social.
Finalmente, es interesante ver cómo a través de los procesos históricos plasmados
mediante la literatura, en este caso, tomando elementos de la historia, la antropología y la
psicología comunitaria, se evidencian problemáticas sociales y culturales dentro de las
etnias latinoamericanas, las cuales se remontan a la época de la colonia y aún siguen
vigentes. Pero además, se visualiza cómo a partir de un hecho que marcó nuestro devenir
histórico se producen diferentes formas de conocimiento, partiendo de las bases
epistemológicas y conceptuales de cada disciplina. De la misma manera, se evidencia que a
partir de los pueblos indígenas y su cosmología, pueden surgir debates interesantes en
relación a la cultura occidental, a su manera de ver el mundo, de producir conocimientos y
de problematizar aspectos de lo humano tales como la salud, la enfermedad, la salud mental
y la vida en sociedad.
1.3 Concepto de Salud Mental Desde el Modelo Occidental
A lo largo de la historia, el gran valor que se le ha dado a la salud ha sido
fundamental para su conceptualización en la época contemporánea. Dicho valor, ha sido
influenciado por ideologías y corrientes de pensamiento, las cuales estuvieron determinadas
por sucesos históricos, políticos y sociales característicos de cada época. Por lo tanto,
podría afirmarse que las prácticas para evitar enfermarse, los amuletos, los talismanes, los
hechizos y una carga de poder simbólico detrás de cada una de ellas, han existido desde los
tiempos más primitivos (Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018).
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Según lo anterior, el concepto de salud para el modelo occidental parte de los
griegos. Esculapio era el dios de la salud y su veneración por ello persistió durante mucho
tiempo. Panacea, conocida como la diosa de la curación e Hygea, diosa de la salud, eran
hijas de Esculapio. A Hygea se le reconocía como diosa del arte de estar sano, entendido
como un equilibrio del orden natural de las cosas y la moderación en el vivir. Por el
contrario, Panacea tenía un vínculo con las medicinas y con los procedimientos
terapéuticos. Además, los filósofos griegos consideraron que ser saludable era un don de
los dioses (Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018).
Siguiendo esta línea, durante el imperio romano, ocurrió una objetivación del
concepto de salud, la cual partía de una concepción menos mística, pero conservando los
principios higiénicos de los griegos. Así, apareció una nueva concepción de salud que
incorporaba la mente, la cual se consagró en el famoso proverbio ‘’mente sana en cuerpo
sano’’. Por su parte, Galeno fue el primero en hablar de los aspectos fundamentales para
gozar de buena salud, las cuales eran la libertad de pasión e independencia económica, por
encima de la buena constitución física (Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018).
Ahora bien, durante la edad media, el espíritu se constituía como elemento principal
de la salud, mientras que el cuerpo, fue vinculado con el pecado. De ahí surgió idea de ver
las enfermedades como consecuencias de los pecados. El siglo XVIII trajo consigo una
serie de cambios relevantes entorno a la concepción de la salud. En ese sentido, se retomó
la importancia de la salud tanto física como mental, lo que conllevó a que se realizaran
grandes esfuerzos por impulsarlas y promocionarlas (Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018).
En el siglo XX, se manifiestan con fuerza los conceptos de medicina social, y
además, se toma conciencia sobre las relaciones entre el estado de salud de las poblaciones
y sus condiciones de vida. El inicio de este siglo trajo consigo el origen del movimiento de
higiene mental, el cual se le atribuye principalmente al trabajo de Clifford Beers en Estados
Unidos (1908). Las experiencias de Beers en tres hospitales mentales se plasmaron en su
libro A mind that found itself. Dicho trabajo tuvo un gran impacto ese mismo año, a tal
punto de crearse la Mental Health Society en Connecticut, la cual un año más tarde, a
sugerencia de Adolf Meyer pasaría a llamarse higiene mental (Bertolote, 2008; Miranda,
2018).
17
En sus orígenes, el movimiento de la higiene mental se dedicaba básicamente a la
mejora en la atención de las personas con trastornos mentales. En ese sentido, este
movimiento, tenía un tinte político al buscar visibilizar aquellos que sufrían debido a su
condición, pero además, se buscaba generar otra noción acerca de los enfermos mentales, a
través de su humanización, la erradicación de los abusos y en la corrección de las
desatenciones que tradicionalmente les había causado tanto daño a los que para ese
entonces se les conocía como locos (Bertolote, 2008).
En 1937, el National Committee for Mental Hygiene, se dispuso a establecer sus
objetivos a través de seis pilares fundamentales. 1) Procurar el diagnóstico y los
tratamientos precoces; 2) implementar una hospitalización adecuada; 3) apoyar la
investigación; 4) afianzar la comprensión y el apoyo público tanto de la psiquiatría como de
su propio movimiento; 5) desarrollar estrategias para las personas y los grupos acerca de los
principios de la higiene mental; 6) cooperar con organismos gubernamentales y privados,
en donde exista relación con la labor de la higiene mental. De ese modo, los intereses del
movimiento no difería mucho de las propuestas de los psiquiatras avanzados en Estados
Unidos para dicha época, los cuales en su gran mayoría tenían una orientación
psicoanalítica (Bertolote, 2008).
Por consiguiente, el movimiento de la higiene mental se centró no en el paciente
individual, sino en la comunidad en general, considerando a cada uno de los miembros y
entendiéndolos como individuos, cuyo bienestar mental y emocional estaba determinado
por factores causales definidos; donde el foco se direccionaba a la prevención, más que a la
curación (Bertolote, 2008).
Finalmente, dicho movimiento se instauró como un antecedente fundamental para
llegar a lo que hoy en día se conoce propiamente como salud mental. Los postulados
surgidos a partir de dicho movimiento generaron cambios considerables en los pacientes
con condiciones mentales e indudablemente, ha sido un período que se ha marcado por la
lucha de la visibilización y de la humanización de las personas con trastornos mentales.
18
1.4 Surgimiento de la OMS
En 1946, el consejo económico y social de la ONU, convocó a dieciséis líderes
médicos internacionales con el objetivo de implementar una agencia de salud internacional,
global o de las Naciones Unidas. Entre estos integrantes estaba la responsabilidad de crear
una institución independiente de las decisiones políticas, la cual buscaba fortalecer los lazos
entre los descubrimientos médicos y las necesidades de salud, además de incluir la mayor
cantidad de países posibles; sin importar su orientación política. El 7 de abril de 1948 entró
en vigencia la constitución de la Organización Mundial de la Salud, con 61 estados
firmantes (Cueto, Brown y Fee, 2011).
En este mismo año, se celebró el primer Congreso de Salud Mental en Londres.
Aquí, se definió la salud mental como una condición que estaba sometida a fluctuaciones
debido a factores biológicos y sociales, la cual les permite a los individuos alcanzar la
satisfacción de sus propios instintos; formar relaciones armónicas con terceros y ser
partícipes de cambios constructivos en su entorno social y físico. Mientras que por otro
lado, la higiene mental se definió como aquellas actividades técnicas que fomentan y
mantienen la salud mental (Bertolote, 2008).
Sin embargo, la salud mental se presenta como un concepto genérico, donde se
incluyen varios discursos y prácticas sobre los trastornos mentales, los problemas
psicosociales y el bienestar, los cuales obedecen a las racionalidades y a las
conceptualizaciones propias de los diferentes enfoques de salud y enfermedad en el ámbito
de la salud pública, la filosofía, la psicología, la antropología y la psiquiatría. Por ende las
concepciones de salud mental se estructuran bajo los enfoques que les subyacen (Restrepo
y Jaramillo, 2012)
La creación de la OMS generó grandes aportes en términos médicos y científicos
para la salud mundial, y sus definiciones acerca de la salud mental han alcanzado una
amplia difusión en la literatura académica y han servido de soporte para la formulación de
políticas públicas, planes y programas de salud mental. Sin embargo, dichas definiciones,
difícilmente constituyen un buen soporte tanto para la investigación, como para la
intervención de la salud mental, en el campo de la salud pública. Por tanto, es pertinente
19
retomar algunos enfoques de salud y enfermedad, en donde se problematicen las nociones y
las implicaciones de la salud mental, partiendo desde sus perspectivas teóricas y
epistemológicas (Restrepo y Jaramillo, 2012).
1.5 Concepción Biomédica de la Salud Mental
Este enfoque es heredero de la tradición biologicista y empirista de la medicina
occidental, donde se conceptualiza la enfermedad como producto de factores anatómicos,
fisiológicos o entidades externas que afectan el funcionamiento orgánico. Por ende, su
intervención está orientada a la curación, que de la misma manera, se entiende como un
arreglo anatómico y fisiológico, a través de acciones directivas y verticales. De acuerdo con
lo anterior, Gómez postula que dicho modelo “reduce la salud a la ausencia de
enfermedades, concebidas como epifenómenos dañinos, con sentido en sí mismos, cuya
naturaleza es mensurable y comprensible con base en las evidencias empíricas de los
ensayos controlados y la epidemiología clínica” (Gómez, 2002, p.47 citado en Restrepo y
Jaramillo, 2012, p. 203).
Según lo anterior, la concepción biomédica de la salud mental está definida a partir
de dos características fundamentales. Por un lado, a la reducción de lo mental a un proceso
biológico y por otro, a la ausencia de enfermedad como criterio básico de normalidad. Otro
aspecto característico de este modelo es la relevancia que se le da a la enfermedad mental
como eje identitario de la propia salud mental. Esto último, se torna evidente en los
estudios sobre la salud mental, en donde básicamente se ocupan de la epidemiología de los
trastornos mentales o de su tratamiento, partiendo de las concepciones de salud mental
planteadas por entidades como la OMS. Finalmente, para este enfoque resulta incongruente,
confuso, e incluso peligroso para su estatus científico el término de mente. Más bien se
proponen reemplazarlo por el de cerebro, en donde la manifestación de los desórdenes
mentales se da a partir de procesos cerebrales que median el funcionamiento psicológico
(Restrepo y Jaramillo, 2012).
1.6 Concepción Comportamental de la Salud Mental
Para este enfoque, la manera como las personas se comportan constituye un factor
determinante tanto para la salud como para la enfermedad. En ese sentido, la salud está
20
estrechamente ligada con hábitos de vida saludables. Mientras que la enfermedad, se
relaciona con comportamientos inadecuados de los sujetos. Esto sin duda pone de
manifiesto un reduccionismo que no brinda una explicación profunda de las patogénesis, y
además, posee una gran carga de hiperresponsabilización por parte de los sujetos (Restrepo
y Jaramillo, 2012).
La categoría central dentro de este enfoque corresponde a la de estilo de vida, la
cual se entiende como aquellas formas de vida determinadas social y culturalmente,
expresadas a través de conductas tales como practicar deportes, poseer una sana
alimentación y evitar el consumo de alcohol, cigarrillos o drogas. Esta concepción se
corresponde con los postulados de la psicología conductista de los años sesenta, donde se
proponía la fundación de una psicología que se ajustara a los métodos objetivos de la
ciencia moderna, dejando de lado el mentalismo, la introspección y el reduccionismo
organicista. Esta nueva perspectiva suponía una nueva psicología centrada en los estímulos
y las respuestas, como también en la formación y creación de hábitos. Por tanto, ni la
mente, ni la conciencia, ni el alma eran objetos de interés, el eje central era la conducta
observable a través de procesos de aprendizaje (Restrepo y Jaramillo, 2012).
Ahora bien, en sus inicios la primera concepción de salud mental es netamente
comportamental y de hecho la ‘’salud comportamental’’ como la llamaron, se entiende en
términos de hábitos y de conductas adaptativas, que resultan de los procesos de aprendizaje
y les permite a los sujetos encajar dentro de los patrones de comportamiento esperados, en
un contexto determinado. Además, los trastornos mentales, se entienden como alteraciones
o desajustes de los hábitos, dicho de otro modo, respuestas mal adaptativas, indeseables o
inaceptables. Por lo tanto, los trastornos mentales corresponden a comportamientos
indeseables y por ende no se habla de cura, sino de reacondicionar a los sujetos para que
estos tengan comportamientos más aceptables (Restrepo y Jaramillo, 2012).
La segunda concepción que emerge desde el modelo comportamental sobre la salud
mental es la cognitiva, en donde se reintegran dimensiones mentales para la explicación del
comportamiento. De esa manera, se entiende lo mental en términos de procesos y
estructuras cognitivas no observables, las cuales determinan la forma en que las personas
piensan sienten y se comportan. Desde esta concepción, se plantea que los trastornos
21
mentales se encuentran determinados por formas irracionales o distorsionadas del
pensamiento, las cuales llevan a los sujetos a presentar desajustes en sus comportamientos y
afecciones emocionales (Restrepo y Jaramillo, 2012).
1.7 Las Raíces Socioeconómicas de la Salud Mental
Esta concepción surge entre 1970 y 1980 como una crítica a las intervenciones en
salud basadas en la concepción medicalizada e individualizada, considerando que dichas
perspectivas se centraban en la enfermedad y no en la salud. Este enfoque estuvo
influenciado por algunas perspectivas estructuralistas y materialistas de la sociología, el
movimiento de la salud colectiva y el enfoque de los determinantes sociales. Una de sus
principales posturas es considerar que el desarrollo económico y social es fundamental para
lograr el estado máximo de salud y bienestar en la sociedad, y además, es uno de los pilares
bajo los cuales se estructura la calidad de vida. También, se plantea que los criterios de
normalidad estadística de donde parte la definición de salud mental, responden a intereses
hegemónicos de poder, los cuales operan como mecanismos de control a nivel global
(Restrepo y Jaramillo, 2012).
La concepción socioeconómica de la salud mental se corresponde con lo que
Fromm denomina la patología de la normalidad es decir, ‘’la reificación de unos modelos
ideales soportados por intereses políticos y económicos de las clases dominantes que
intentan ajustar a los individuos a formas predeterminadas de comportamiento’’ (Restrepo
y Jaramillo, 2012, p. 206). Por otro lado, propone una crítica a la medicalización de la salud
mental y a los intereses económicos que le subyacen, y de nuevo, se pone de manifiesto la
importancia que se le da a la enfermedad por encima de la salud y el bienestar (Restrepo y
Jaramillo, 2012). Siguiendo esta línea, la concepción de la salud mental trasciende el plano
biológico y el individual, y se proponen estrategias para la promoción de la salud, las cuales
deben ser integrales, multisectoriales y contextuales, en donde se incorpore la educación, el
trabajo, la justicia, el transporte, la cultura y la vivienda (Restrepo y Jaramillo, 2012).
Finalmente, el rastreo de antecedentes para este caso en particular permitió en
principio, retomar el devenir histórico, social y cultural de los pueblos indígenas en
Latinoamérica, y cómo a partir de este, las ciencias sociales han procurado producir
22
conocimientos con estos pueblos, conociendo su histórica lucha y partiendo de ella.
Además, es a partir de los estudios revelados por la antropología y la historia que se han
logrado problematizar y estudiar ciertos aspectos en las comunidades indígenas, desde el
orden de lo psicológico y lo social, en relación con su estado actual, y las dinámicas entre la
propia comunidad y su territorio, aspecto clave a la hora de hablar de salud en un sentido
holístico.
Por otro lado, se visualiza el panorama del concepto de salud desde el modelo
occidental, noción que, en principio, se remonta a la época de los griegos, en donde se le
atribuyó un gran valor. Sin embargo, la cultura romana concibió la separación del cuerpo y
la mente, generando así, una nueva connotación sobre la salud, la cual incluso hasta hoy
sigue siendo un tema de debate en contextos académicos. Ahora bien, dicha separación
tuvo repercusiones importantes para cada época, a tal punto de crearse a principios del siglo
XX, el movimiento de la higiene mental, el cual buscaba un nuevo paradigma en la
concepción y en el trato de aquellos que padecían sufrimientos psíquicos (Macaya,
Vyhmeister y Parada, 2018).
Posterior a esto, el contexto de la guerra permitió que, de manera muy rápida, se
fundaran entidades encargadas tanto de la salud, como de la salud mental a nivel mundial,
creándose así, a petición de la Organización de las Naciones Unidas en 1948, la
Organización Mundial de la Salud y consigo, la abanderada definición de salud mental, la
cual se ha convertido en nuestro contexto latinoamericano como la definición validada y
estandarizada bajo la cual se estructuran las políticas públicas por ejemplo.
Tras este panorama, tanto el modelo tradicional indígena como el modelo occidental
de salud, han tenido devenires históricos distintos, los cuales se han instaurado como
momentos claves para la construcción de los conceptos de salud y de salud mental. Pero
entonces, si bien no es un secreto que las comunidades indígenas poseen una cultura y una
cosmovisión que difiere de la cultura occidental, es interesante ver cómo el propio concepto
mismo de salud en las comunidades indígenas es integral, es decir, no sufre las
fragmentaciones propias de la cultura occidental, las cuales se remontan siglos atrás. Y del
otro lado, lo que en un principio se había planteado como la institucionalización que
vendría a velar por el bien común, por la salud ‘’integral’’ de las personas del mundo,
23
pasaría a ser un abanderado político que de cierto modo sienta sus bases en la
individualización, la patologización y en eludir elementos que apunten al entendimiento del
sufrimiento psíquico, en un sentido amplio y relacional (Vallejo, 2006).
Pero, entonces, ¿son realmente ambos modelos tan antagónicos? Además del estatus
científico, del poder político por parte del modelo occidental y de las diferencias culturales
y cosmológicas entre ellos, que otros elementos se ponen en juego y sobrepasan el bien
común por sobre el bien individual? ¿Qué tan pertinente sería hablar de un modelo holístico
e integrador de salud en el modelo occidental? ¿Estarían preparados para integrarlo?
¿Podrían en algún momento y en alguna instancia entrar en dialogo? ¿Habría validación por
parte del modelo y de la cultura occidental donde prima el individualismo hacia un modelo
que se estructura a partir de una identidad y de un sentir comunitario?
En ese sentido, para nuestro campo psicológico es pertinente hacer uso de
categorías propias para entrar a profundidad y comprender cómo son y cómo se dan esas
concepciones relativas a la salud mental desde ambos modelos. Por ende, categorías como
sentidos subjetivos y sentido de comunidad muestran su pertinencia para entender de una
manera consecuente aquello que configura la vida psíquica de las personas y suponemos,
como hipótesis de trabajo, un uso posible de dichas categorías en procura de una
articulación consecuente de las posturas tradicionales y occidentales con respecto a lo que
denominamos salud mental. Por tanto, algunas de las hipótesis planteadas anteriormente
podrían llegarse a aclarar haciendo uso de categorías propias de la psicología social
comunitaria como lo son los sentidos subjetivos y sentido de comunidad, los cuales serán
presentados en el marco teórico.
2. Planteamiento del Problema
Partiendo de la revisión de antecedentes, donde se expusieron elementos claves en
la noción de salud mental en occidente y de salud integral, en las comunidades indígenas.
Se establece en principio una gran diferencia entre ambos conceptos, la cual a parte de un
devenir histórico, social y cultural que proporcionó dinámicas sociales divergentes, así
como también, formas de entender y de actuar en una realidad que no se corresponden entre
sí. Sin embargo, la esencia del presente trabajo se estructura a partir de la posible
24
construcción de un punto de vista de la salud mental que permita el diálogo y no la
exclusión y el rechazo entre ambos modelos. Es decir, un diálogo que ponga de manifiesto
que si bien son dos formas de conceptualizar el mundo, la salud, la enfermedad y sus
determinantes, pueden haber puntos de encuentro, y tomar así elementos importantes de ese
antagonismo para problematizarlos en ámbitos académicos con el fin que generar
reflexiones no sólo en el campo psicológico, sino en el de la salud y que en un futuro
aportes luces para la generación de políticas públicas.
Ahora bien, la posibilidad de establecer dicho diálogo entre ambos modelos es un
aspecto crucial para una mirada psicológica más integral sobre la salud mental y sobre sus
aspectos constitutivos. Sin embargo, la cuestión de la salud mental se ha tornado
complicada desde su propia creación, a tal punto de que uno de los postulados más
cuestionados sobre esta, sea el modelo oficial en nuestro contexto Latinoamericano, el de la
OMS. De esa manera, la salud mental es uno de los conceptos abanderados por la OMS, sin
embargo su propia concepción de esta no se delimita ni se especifica muy bien, y a lo largo
de su historia dicha noción ha estado más del lado de la psiquiatría, de la patologización,
del componente biológico, de la individualización y de la medicalización (Vallejo, 2006).
En contraposición a lo anterior, el modelo indígena sobre la salud se inclina por la
concepción tanto de la salud como de la enfermedad desde una mirada holística e integral,
donde convergen elementos espirituales, biológicos, culturales, de lazo social, de la buena
relación entre la comunidad y su territorio y de aquellas expresiones culturales heredadas
por sus antepasados, las cuales se instauran como el elemento crucial que determina el goce
de la buena salud. De esta manera, no se fragmenta la salud, y se visualiza una noción de
ser humano que si bien posee múltiples esferas, estas lo constituyen, lo complementan y
sirven para generar explicaciones tanto de lo bueno, como de lo malo; sin recurrir a la
reducción de una de ellas como explicación total de las cosas (Zuluaga, 1999; Ruiz, 2014;
Vallejo, 2006).
Por ende, para sostener dicha tesis, se propone a modo de hipótesis que las
categorías de sentidos subjetivos y sentido de comunidad, permitirán, en primer lugar,
realizar un acercamiento detallado y riguroso de la forma de entender la noción de salud
desde las propias comunidades indígenas. Teniendo en cuenta su contexto particular, su
25
devenir histórico, su cosmovisión y todo lo que implica ser parte de una comunidad que
tiene elementos identitarios tan arraigados. En segundo lugar, de cierto modo, es un aspecto
ético el integrar estas categorías, las cuales apuntan a entender lo comunitario desde
adentro, desde lo particular que está mediado por la subjetividad propia de los pueblos
indígenas y, en ese sentido, no acentuar una mirada desde lo ajeno y lo desconocido, sino,
por el contrario, buscar aquellos sentidos y aquellas concepciones lo más fielmente posible.
La elección de estas categorías se justifica a través de dos líneas importantes. La
primera, corresponde a la producción de conocimiento en nuestro contexto latinoamericano,
con postulados de estas mismas latitudes. En ese sentido, al tratarse de pueblos indígenas,
es valioso integrar categorías propias de la psicología social comunitaria, la cual también ha
tenido una histórica lucha, y a lo largo de los años se ha inclinado por estudiar y por
entender nuestros contextos y nuestras problemáticas particulares, y a partir de ellas,
producir conocimientos y ponerse al servicio de las naciones menos favorecidas (Montero,
2006). La segunda, gira en torno a la importancia y a la pertinencia del concepto de
comunidad para la psicología social comunitaria, la cual es una noción clave que se desliga
del simple hecho de compartir un territorio. Por tanto, lo que se pone en juego desde esta
categoría son las formas de hacer, de conocer y de sentir, en un marco histórico social y
cultural compartido, los cuales son unos elementos fundamentales a la hora de comprender
los significados atribuidos a la salud, por parte de los pueblos indígenas.
Finalmente, el sentido de comunidad se nos presenta como un camino adecuado para
entender las dinámicas en las que se construye ese lazo social histórico, compartido y sobre
todo dinámico de los pueblos indígenas, planteados en relación a la concepción propia de la
salud y las implicaciones que esta tiene para su comunidad. Pero además, partiendo de esto,
resulta interesante articular todo aquello que implica el sentir comunitario expresado a
través de sus propias configuraciones subjetivas y de la subjetividad, la cual se constituye
como un proceso inherente al funcionamiento cultural del hombre y al mundo social
generado por la misma. Por ende, resulta pertinente vincular ambas categorías que remiten
a ese nivel cualitativo distintivo de la especia humana, en este caso, ligado a una cultura, a
una cosmovisión, a un sentir que refleja una forma particular de concebir el mundo y las
cosas que hay en el (Gonzáles, 2013). En ese sentido, la pregunta de investigación
26
propuesta para el presente trabajo de investigación es: ¿Cómo los conceptos de sentidos
subjetivos y sentido de comunidad permiten interrogar las concepciones relativas a la salud
mental a partir de un ejercicio comparativo entre la medicina tradicional indígena y el
modelo occidental?
Pregunta: ¿Cómo los conceptos de sentidos subjetivos y sentido de comunidad
permiten interrogar las concepciones relativas a la salud mental a partir de un ejercicio
comparativo entre la medicina tradicional indígena y el modelo occidental?
Objetivo General: Describir cómo mediante las categorías de sentidos subjetivos y
sentido de comunidad, pueden interrogarse las concepciones relativas a la salud mental
partiendo del ejercicio comparativo entre la medicina tradicional indígena y del modelo
occidental a fin de producir luces para hacer posibles articulaciones.
Objetivos Específicos:
1. Caracterizar el concepto de salud desde el modelo tradicional indígena.
2. Caracterizar el concepto de salud mental desde el modelo occidental
3. Interrogar y comparar los elementos fundamentales de cada uno de estos modelos
a la luz de las categorías: sentidos subjetivos y sentido de comunidad
4. Proponer un punto de vista sobre la salud mental que permita integrar elementos
propios de cada modelo, a fin de construir un diálogo sobre una salud mental desde
una perspectiva integral, multi e intercultural.
3. Justificación
Colombia, al ser un país multiétnico y pluricultural. Cuenta con 1’378.884
habitantes indígenas, lo cual corresponde al 3,4% de la población total del país, localizados
en 710 resguardos, en 228 municipios de 27 departamentos (DANE, 2005). Los pueblos
indígenas conforman una de las poblaciones más numerosas del país, así como también,
una de las más vulnerables al presentar los menores niveles de escolaridad, empleo,
economía, vivienda y salud. Además de lo anterior, el conflicto armado y las disputas por
las tierras han agudizado una crisis cultural, la cual viene acompañada de la exclusión
social, la discriminación, el racismo y el maltrato, lo que ha conllevado a la fragmentación
27
de sus grupos familiares, sociales y culturales (Lopera y Rojas, 2012). Por ende, su tejido
social y cultural, su forma de vivir, y aquella importante relación entre el territorio, la
comunidad y su cultura, el cual es un aspecto determinante a la hora de hablar de salud, se
han visto profundamente afectados.
Ahora bien, la salud mental en nuestro contexto ha sido un tema que se ha estudiado
más desde los mecanismos neurofisiológicos, genéticos y comportamentales de los
trastornos mentales que desde el ámbito comunitario. Esto marca en cierta medida, una
desconexión con nuestra realidad socio-histórica ya que nuestro país ha padecido un
conflicto armado cambiante y complejo por más de cincuenta años, cuyas cifras indican
más de ocho millones de muertes. Pero además, ha traído consigo daños a estructuras
comunitarias, destrucción de tejido social y el aumento de las inequidades sociales. En este
sentido, es pertinente tener una mirada amplia de nuestro contexto, en donde se consideren
factores determinantes de la salud mental los sucesos históricos que han marcado un
devenir en el desarrollo social, comunitario y económico de nuestro país (Hernández,
2020).
Por consiguiente, el concepto de salud mental aplicado en Colombia se establece en
el artículo 3 de la ley 1616 de 2013, en la cual se expide la ley de salud mental y se dictan
otras disposiciones. En dicho artículo, se define la salud mental como:
Un estado dinámico que se expresa en la vida cotidiana a través del comportamiento
y la interacción de manera tal que permite a los sujetos individuales y colectivos
desplegar sus recursos emocionales, cognitivos y mentales para transitar por la vida
cotidiana, para trabajar, para establecer relaciones significativas y para contribuir a
la comunidad (Ley 1616 de 2013).
En relación a lo anterior, desde esta perspectiva de la salud mental en nuestro país,
el incremento en los trastornos mentales, los índices de suicidio, la ideación suicida, el
consumo de drogas y de alcohol, reflejan una gran problemática social que le compete
tanto al estado como a una disciplina como la nuestra (Lopera y Rojas, 2012).
Siguiendo esta línea, la tasa de suicidios, por ejemplo, en las comunidades indígenas
corresponde a 500 por cada 100.000 habitantes, un número que ha ido incrementando a lo
28
largo de los últimos años. Además, en un estudio realizado en el pueblo Embera Chamí, el
69% de la población manifestó haber sufrido algún tipo de desequilibrio emocional en
algún momento de su vida debido a diversos factores relacionados con problemáticas
dentro de su lazo social, su territorio y su identidad cultural (Lopera y Rojas, 2012).
Por otro lado, las problemáticas en salud mental en las personas que no pertenecen a
un grupo étnico en particular, también se han incrementado. De esa manera, la tasa en 2016
de mortalidad por trastornos mentales y del comportamiento en Colombia fue de 1,53 por
100.000 habitantes. La tasa de intento de suicidio fue de 4,12 por 100.000 habitantes.
Además, el porcentaje de personas atendidas por trastornos mentales y del comportamiento
fue de 4 personas por cada 100 que consultaron a los servicios de salud; proporción que
viene creciendo drásticamente desde 2009. El porcentaje de personas hospitalizadas por
trastornos mentales y del comportamiento fue del 2, 42% para 2015. Finalmente, la cifra
más preocupante en nuestro contexto en relación con la salud mental es la tasa de
mortalidad por suicidio, la cual para 2015 fue de 5,07 por 100.000 habitantes
(MINISALUD, 2018).
Por ende, el anterior panorama de la salud mental en Colombia pone de manifiesto
la importancia de integrar este tema en ámbitos académicos, ya que con el pasar de los años
ha quedado demostrado que la salud mental es un aspecto clave para el desarrollo cotidiano
de las personas, como también un determinante clave del bienestar y de la buena salud. En
este sentido, el presente trabajo se justifica a través de su relevancia social y teórica, en
donde convergen elementos propios de la psicología social comunitaria para analizar un
fenómeno en particular como lo es la salud mental, entendida, en este caso, desde las
concepciones propias de las comunidades indígenas y desde el modelo occidental.
Finalmente, de cierto modo, es responsabilidad de nuestro campo psicológico
debatir y problematizar el tema de la salud mental, el cual se plantea en otros campos como
la salud pública y la psiquiatría, pero debido a la cantidad de aspectos que la revisten, y a
la complejidad en términos conceptuales elaborados en cada campo, hacen que tanto su
definición, como sus límites, en ocasiones, se tornen confusos (Hernández, 2020). Por lo
tanto, partiendo del conocimiento propio de las comunidades indígenas y de su modelo
holístico e integrador de la realidad, consideramos que es posible llegar a plantear un
29
diálogo sobre la salud y las concepciones de salud que amplíe los horizontes y donde se
consideren elementos que el modelo occidental parece eludir o al menos no considerar de
manera clara en sus propuestas. De igual manera, es necesario descubrir cuáles de esos
elementos propios y constitutivos del modelo occidental pueden llegar a concebirse
articulables con el modelo indígena tradicional de salud. Este diálogo se constituirá, por
tanto, a partir del análisis orientado desde de la producción conceptual propia de la
psicología social comunitaria.
4. Marco Teórico
4.1 Comunidad y Sentido de Comunidad
Desde la psicología social comunitaria se tomarán las categorías de Comunidad y
Sentido de Comunidad (CySC) de Maritza Montero. Estas categorías provienen de la teoría
de la acción social y entienden la comunidad como un grupo social histórico que refleja una
cultura preexistente, la cual está en constante transformación y evolución, y dentro de esta,
se genera un sentido de pertenencia e identidad social, en donde sus integrantes toman
conciencia de sí como grupo, fortaleciéndose como unidad y potencialidad social (Montero,
2004).
Dicha noción guarda una estrecha relación con el concepto de sentido, el cual se
entiende como una percepción de similitud con otros, una interdependencia consciente con
otros, el sentimiento de ser parte de una estructura mayor, estable y de la que se depende.
Este sentimiento mantiene y fortalece la comunidad (Montero, 2004). Según Montero
(2004) ‘’El problema, de orden epistemológico, reside en que la definición de comunidad
casi siempre incluye al SdeC como uno de sus elementos característicos. De hecho, muchas
veces se considera que hay comunidad donde hay SdeC. Y viceversa’’ (p.103). Si bien esta
definición de comunidad refleja ciertos elementos constitutivos de lo que dentro de la
psicología social comunitaria se considera como tal, para este caso en específico resulta
fundamental tomar desde la antropología el concepto de comunidad indígena o aborigen.
Según Turner (1998), la communitas aborigen se estructura a partir de la
cosmovisión evidenciada a través de los rituales; así pues, el rito es un elemento fundante y
estructurador. A través de los fenómenos liminales, que se asemejan a ritos o momentos
30
transicionales, se observa en la communitas lo humilde y lo sagrado, la paridad en términos
de procedencia y creencias cosmológicas, pero sobre todo, se evidencia un sentimiento de
compañerismo. A diferencia de sociedades como sistemas estructurados, diferenciados y
jerárquicos, durante el período liminal surge una ‘’comunión’’, sin estructurar, o
rudimentariamente estructurada y de esta manera, el término más apropiado es communitas,
que distingue esta modalidad de relación social como un ámbito de vida en común.
Mediante estas dos definiciones se articula una definición más cercana y acertada de lo que,
a nuestro juicio, representa una comunidad indígena como tal.
En ese sentido, es necesario resaltar la importancia de enfocar la comunidad como
“sentimiento’’ y no la comunidad como ‘‘escena o lugar’’ (Heller, 1988, citado en
Montero, 2004, p. 95). Por ende, a la psicología social comunitaria no le interesa el sitio
donde está la comunidad, sino las dinámicas y los procesos psicosociales de opresión, de
transformación y de liberación que se dan en las personas que comparten un sentir en
relación a un marco histórico y cultural compartido (Montero, 2004).
4.2 Sentidos Subjetivos
Esta categoría se tomará de la propuesta de Fernando Luis Gonzáles Rey, quien
define el sentido subjetivo como ‘’la expresión simbólico-emocional de la realidad en sus
múltiples efectos, directos y colaterales, sobre la organización subjetiva actual del sujeto y
de los espacios sociales en que aquel actúa’’ (2009, p.251). El sentido subjetivo es la forma
en que una persona vive subjetivamente sus experiencias. Es decir, ‘’no hay dimensión
objetiva al vivenciar lo vivido. La vivencia de lo vivido es inseparable de la configuración
subjetiva que se organiza en el curso de la experiencia’’ (Gonzáles, 2009, p.35). El
concepto de sentido subjetivo es una reconstrucción a partir del concepto de sentido
utilizado por Vygotsky:
El sentido de una palabra es el agregado de todos los elementos psicológicos
que aparecen en nuestra conciencia como resultado de la palabra. El sentido
es una formación dinámica, fluida y compleja que tiene varias zonas que
varían en su estabilidad. (Vygotsky, 1987, p.276, citado en González, 2009,
p.244).
31
Por consiguiente, la subjetividad es entendida como un proceso inherente al
funcionamiento cultural del hombre y al mundo social generado por sus producciones
culturales. Además, es imposible entender la constitución de la subjetividad individual
olvidando los contextos sociales que ayudan a su producción (González, 2013). Tanto los
sentidos subjetivos como las configuraciones subjetivas, son importantes no sólo porque
permiten la comprensión de la acción individual a través de su carácter sistémico, sino
porque además permite comprender una nueva dimensión de la sociedad, aquella “en su
sistema de consecuencias sobre el hombre y sobre la organización de sus diferentes
espacios de vida social’’ (González, 2009, p. 252).
En este sentido, la subjetividad en tanto eje fundamental se instaura como un nuevo
camino no sólo para la comprensión de la psique, sino para la comprensión de la relación
entre individuo y sociedad, y las dinámicas que surgen a partir de esta. Además, es un
elemento importante para definir la psique como sistema, donde sus diferentes funciones se
presenten como momentos del mismo (Gonzáles, 2009).
Por lo anterior, al ser la subjetividad un proceso inherente a la producción cultural y
al mundo social generado por la misma, resulta pertinente articular ambas categorías,
partiendo del concepto de salud para las comunidades indígenas y cómo a través de esta se
evidencian las construcciones subjetivas que se estructuran a partir de una cosmología, de
una identidad y de un sentir comunitario.
4.3 Salud Mental Desde el Modelo Indígena
Si bien el término salud mental dentro de las comunidades indígenas no existe como
tal, dicho ‘’concepto’’ se extiende y se liga al concepto holístico que dentro de sus diversas
cosmovisiones se tiene por salud. Al entender al ser humano no solamente como cuerpo,
sino también como emociones, pensamientos, recuerdos y espiritualidad, el concepto de
salud parte de la armonía y el equilibrio entre todo lo anterior y también, se incluyen
elementos supremamente valiosos para la cultura indígena, como lo son las relaciones
sociales, la familia, el vecindario, su propia comunidad, sus ancestros, sus prácticas
culturales y la tierra que habitan. La naturaleza juega un rol fundamental dentro de la
noción de salud para las comunidades indígenas, ya que la buena relación del hombre con
32
la naturaleza, incluyendo los seres vegetales, los animales y los sitios sagrados son
sinónimo de salud (Zuluaga, 1999; Ruiz, 2014).
Por ende, podría afirmarse que el concepto de salud para la medicina tradicional
indígena se estructura a partir de la triada armónica entre persona-sociedad-naturaleza, en
donde el respeto a la naturaleza es el eje fundamental para el buen desarrollo comunitario y
para el goce de la buena salud. Además, dicha concepción refleja una relación entre salud-
naturaleza-cultura, la cual es completa e indisoluble (Zuluaga, 1999). De esta manera, la
salud se da en relación con los otros, en un sentido comunitario, pero también en la relación
con el territorio, en donde el bienestar colectivo se genera a partir del cuidado y la
conservación de su entorno natural, bajo el cual se estructura la cosmovisión indígena
(Ruiz, 2014).
Ahora bien, ya que el concepto de salud desde las comunidades indígenas, refiere a
la integralidad de vida, al equilibrio y a la armonía de las personas con respecto a su
entorno, su cultura y su diario vivir, la noción de salud mental no difiere mucho de esta.
Los conceptos de holismo y equilibrio son fundamentales para conceptualizar y
comprender la noción de salud mental desde el modelo indígena. Para la mayoría de
comunidades indígenas la salud mental no difiere de la salud en general, en el caso de la
comunidad Embera en particular se conceptualiza de manera holística y contextual, ligada
al territorio, al bienestar colectivo y a la relación armónica con la madre naturaleza
(Gómez, Rincón y Urrego, 2016).
4.4 Salud Mental Desde el Modelo Occidental
Si bien lo que se denomina modelo occidental abarca un sin número de postulados y
de concepciones relativas a la salud mental, es pertinente aclarar que para este caso en
particular se tomará la definición de la OMS, el cual es el modelo que prima en nuestro
contexto latinoamericano. De esa manera, es a partir de los postulados y de los lineamientos
propios de la OMS en relación a la salud mental que se producen concepciones y acciones
relacionadas con dicho tema en nuestras latitudes. Por lo tanto, la OMS (2004) define la
salud mental de la siguiente manera:
La salud mental puede ser definida como el estado de bienestar que permite a los
individuos realizar sus habilidades, afrontar el estrés normal de la vida, trabajar de
33
manera productiva y fructífera, y hacer una contribución significativa a sus
comunidades’’ (p.4).
Según lo anterior, la salud se considera como un estado de completo bienestar
físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. En
relación a la salud mental, se incluyen elementos como el bienestar subjetivo, autonomía,
competencia, dependencia intergeneracional y reconocimiento de la habilidad de realizarse
intelectual y emocionalmente. Además, se concibe como un estado de bienestar por medio
del cual los individuos reconocen sus habilidades, son capaces de hacer frente al estrés
normal de la vida, trabajar de forma productiva y contribuir a su comunidad (OMS, 2004).
Ahora bien, parte de esta investigación se encamina a la construcción de un punto
de vista de la salud mental en particular, donde a partir del modelo indígena sobre la salud y
el modelo occidental de la salud mental, se pueda tejer una construcción en conjunto en el
cual un modelo no excluya al otro, ni tampoco haya uno que se imponga sobre el otro. En
ese sentido, es pertinente aclarar que no se tomará postura sobre cuál de los dos es mejor, o
cual de los dos es más apto para nuestras realidades latinoamericanas, sino que por el
contrario, lo que se busca es exponer todo el engranaje que conlleva pensar en la salud
mental, el cual implica una forma de ver el mundo, de concebir a los sujetos, de
conceptualizar tanto el bienestar como la enfermedad, y también una forma de posicionarse
en una realidad dinámica y en constante cambio. Y a partir de esto, generar una reflexión
que tenga repercusiones en nuestro campo psicológico, tomando como punto de partida una
noción clave para nuestro desarrollo académico, social y político como lo es la salud
mental.
Por otro lado, es pertinente aclarar que se tomaron postulados de autores que si bien
se circunscriben dentro del modelo occidental, poseen una connotación que difiere del
modelo estándar de salud mental de la OMS. Dichos autores con sus postulados sobre la
salud mental, apoyan a la propuesta de la construcción propia sobre un modelo de salud
mental que se piense desde el diálogo multicultural e intercultural, para no generar una
forma de reduccionismo que sitúe en sus bases una diferencia social, cultural y cosmológica
entre el modelo tradicional indígena y el modelo occidental.
34
Emiliano Galende, parte de la premisa de considerar que el objeto de la salud mental
no es la enfermedad, sino que este se constituye en torno a un complejo constructo
interdisciplinario, intersectorial, interprofesional e interinstitucional. De esta manera,
Galende pone énfasis en la multiplicidad de sentidos bajo los cuales dicho concepto fue
introducido, y por ende, formas particulares de abordar y de comprender los sufrimientos
mentales de los individuos en el conjunto de sus relaciones sociales y familiares. Sin
embargo, plantea que el verdadero objeto de la salud mental no es el individuo o los
conjuntos sociales, sino aquellas relaciones que permiten pensar conjuntamente tanto al
individuo como a su comunidad (Fernández, 2012).
Por consiguiente, se podría afirmar que la salud, en su sentido más amplio, depende
de todos sus componentes y se encuentra íntimamente ligada y determinada a las
condiciones de existencia, estilos de vida y formas de convivencia, en relación inclusiva
con la colectividad a la que se pertenece. En otras palabras, la salud mental se plantea desde
la perspectiva relacional entre sujeto y cultura, y cómo a partir de dicha relación, se
producen formas de padecimientos individuales y colectivos, o por el contrario, se genere
una atmósfera de bienestar (Fernández, 2012).
Por otro lado, Erich Fromm (1980), uno de los precursores de lo que hoy en día se
denomina como modelo holístico e integrador del hombre y su salud, el cual se dio a partir
de un trabajo en conjunto entre la sociología y el psicoanálisis aplicado al campo de la
salud mental, donde nunca perdió de vista la sociedad detrás de cada individuo y su
psicoanálisis del paciente individual, el cual fue al mismo tiempo el análisis de la sociedad
en la cual este vive (Ubilla, 2009).
Para Fromm la salud mental es el producto de la propia condición humana con la
cual el hombre llega al mundo, y con ella, ciertas necesidades que son inevitables y deben
ser satisfechas. En este sentido, la manera en que esas necesidades son satisfechas depende
en mayor medida del contexto histórico, social y natural. Además, la forma en que sean
adecuadamente satisfechas o no, determinarán finalmente el grado de salud mental que el
hombre pueda llegar a desarrollar (Ubilla, 2009).
Siguiendo esta línea, las necesidades básicas resultantes de la condición humana
son: La necesidad de vínculo: En un marco histórico y cultural, el hombre necesita crear
35
nuevos lazos y nuevos vínculos. La necesidad de un marco de orientación y de un objeto de
entrega: En el plano existencial, el hombre busca un tipo de marco referencial, en el cual se
determina en gran medida su grado de salud mental. En el plano de la calidad de vida, se
pone en juego el contacto con la realidad a través de la razón, es decir, un marco que le
indique hacia dónde ir, un marco que le otorgue sentido a su existencia. La necesidad de
arraigo: En la relación con los otros, el ser humano debe encontrar una nueva tierra, crearla
y echar nuevas raíces, en un sentido metafórico. La necesidad de identidad: Esta sienta sus
bases en la propia naturaleza humana, donde influyen los elementos subjetivos propios de
cada sujeto, los cuales determinan una manera de ver el mundo y de desarrollar un rol
dentro de el. Por último, la necesidad de trascendencia: El hombre busca su trascendencia a
través de producciones culturales, del arte, de la religión o del amor (Ubilla, 2009).
Para concluir, en el presente marco teórico se proponen las categorías de sentidos
subjetivos y sentido de comunidad, que destacan por su pertinencia en relación a la
comprensión de la noción de salud mental propia de las comunidades indígenas. Además,
se establece la concepción de salud mental desde el modelo occidental, bajo el modelo de la
OMS como el postulado que prima en nuestro continente. Finalmente, se exponen algunas
posturas de autores ‘’occidentales’’, las cuales en conjunto con el modelo tradicional de
salud indígena y el modelo occidental sobre la salud mental apoyan y complementan una
posible construcción teórica, conceptual, e intercultural sobre la salud mental, propuesta en
el presente trabajo.
5. Método
El ámbito académico no ha sido ajeno a la emergencia sanitaria a nivel mundial
debido al Covid-19 y, particularmente, el presente trabajo es un ejemplo de ello. En
principio, la idea era desarrollar una investigación fenomenológica directamente en el
resguardo indígena Embera Chamí, ubicado en el departamento de Risaralda, Colombia.
Sin embargo, por razones derivadas del Covid-19 fue necesario replantear varios aspectos.
Por un lado, el no poder hacer presencia en la comunidad implicaba un cambio
metodológico importante. Por otro lado, era necesario repensar la pregunta a la luz de la
nueva situación.
36
Por tal razón, desde nuestro campo social-comunitario se planteó la idea de trabajar
con la noción de salud mental tanto desde las comunidades indígenas, como desde el
modelo occidental, y de esa manera generar un diálogo a partir del material encontrado. La
cuestión fundamental pasaba por la manera de exponer fielmente el pensamiento particular
de las comunidades indígenas sobre la noción de la salud mental. Y es aquí donde se
retoma la posibilidad de incluir las categorías de análisis planteadas en el proyecto inicial:
sentidos subjetivos y sentido de comunidad. Estas planteaban elementos importantes que
interrogaban dicha noción de salud mental desde ambos modelos. Por una parte, encerraban
lo comunitario y lo subjetivo, aspectos claves para considerar la cosmovisión indígena. Por
otra parte, al enfatizar lo subjetivo y lo colectivo, generaban un contraste interesante entre
los modelos occidentales de la salud mental, los cuales apuntan en su mayoría a lo objetivo
y a lo individual (Vallejo, 2006).
Por lo tanto, a fin de proponer un diálogo sobre salud mental entre ambos modelos,
las categorías de análisis, mostraban su pertinencia tanto para interpelar la postura del
modelo occidental, como para abordar de forma correcta las comunidades indígenas y los
significados que le atribuyen a la realidad. Posteriormente, se propuso un trabajo
documental que incluyera material relativo a las nociones sobre salud mental desde el
modelo tradicional indígena y desde el modelo occidental.
5.1 Selección del Corpus
Se inició con una revisión general que incluía aspectos relativos a la salud mental
desde ambos modelos. Paralelo a esto, se analizó la postura de varios autores sobre la salud
mental, con el fin de incluirlos como apoyo en la propuesta del diálogo entre las nociones
de salud mental indígena y occidental. La revisión de artículos académicos se llevó a cabo a
través de bases de datos como Redalyc, Scielo, Scopus, Dialnet, REDIB y Latindex.
Además, en los documentos de las comunidades indígenas se incluyeron materiales
audiovisuales que evidenciaban su organización social y su cosmovisión y, aunque no se
incluyeron como tal en el corpus, fueron de gran utilidad para marcar el rumbo de la
búsqueda de la noción de salud desde el modelo tradicional indígena.
De esta manera, teniendo claras las categorías de análisis y su relación con la salud
mental desde ambos modelos, se seleccionaron 40 artículos académicos como apoyo para la
37
construcción del documento. También, se incluyeron documentos oficiales emitidos por la
Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud
(OPS), donde se incluían aspectos relativos a la salud mental, pero también, estudios
realizados con comunidades indígenas latinoamericanas acerca de sus concepciones y sus
propuestas sobre la salud mental.
De esta manera, con el material seleccionado, se creó una rejilla con el fin de
organizar la información y delimitar lo concerniente a cada capítulo del trabajo. Por tanto,
en la revisión de cada documento, se seleccionaron los apartados que correspondían a:
antecedentes, justificación, planteamiento del problema, marco teórico y lo relativo
propiamente a la salud mental desde cada vertiente (ver modelo en anexos). A partir de lo
anterior, se creó una matriz con el fin de desglosar lo relativo a la salud mental desde los
modelos y los autores. Por consiguiente, se dividió en 4 categorías que englobaban la
noción de salud mental como tal: noción de sujetos, noción de salud, noción de salud
mental y un posible diálogo entre los modelos. Luego, se seleccionó del material
encontrado lo relativo tanto a cada una de estas mini categorías que hacían alusión a la
salud mental, como a los apartados que correspondían a las categorías de análisis. Esta
selección básicamente se hizo por saturación, al incluir únicamente el material necesario
para cada caso.
5.2 Análisis de Resultados
Una vez establecida la matriz, se inició por la presentación y el análisis de cada uno
de los discursos y, posteriormente, la elaboración de un cuadro comparativo entre ambos
modelos. A continuación se presenta el modelo.
Modelo Noción de sujetos Noción de salud Noción de salud mental
Modelo de salud
tradicional
indígena
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Modelo biomédico
de salud mental
Modelo de salud
mental OMS
Emiliano Galende
Erich Fromm
Este ejercicio se realizó en virtud de exponer las nociones relativas a la salud mental
desde cada modelo a la luz de las categorías de análisis. Dicho material recolectado, estuvo
fundamentado a través de la investigación documental el cual ‘’es un procedimiento
científico, un proceso sistemático de indagación, recolección, organización, análisis e
interpretación de información o datos en torno a un determinado tema‘’ (Espinoza y
Rincón, parr. 6, 2005), en este caso particular, la noción de salud mental desde cada
modelo. Pero, además, la naturaleza misma del trabajo monográfico que incluye no sólo
material bibliográfico, sino también otro tipo de fuentes como documentos audiovisuales
(para el caso de las comunidades indígenas), documentos informativos (OMS y OPS),
relatos, tesis entre otros; permitieron complementar el material recolectado desde las
diversas posturas (Corona, 2015).
De esta manera, para extraer las conclusiones, en este caso, encaminadas a proponer
un punto de vista dialógico e integral entre ambas vertientes, el diseño documental con los
materiales específicos como: artículos académicos, materiales audiovisuales, documentos
institucionales y las tesis que contenían relatos de comunidades indígenas, se instauraron
como las fuentes de información que dieron lugar al análisis de las nociones de salud
39
mental desde el modelo occidental y el de la medicina tradicional indígena a la luz de las
categorías de sentidos subjetivos y sentido de comunidad (Marín, 2010; Corona, 2015).
6. Presentación y Análisis de Resultados
6.1 Modelo de Medicina Tradicional Indígena
El modelo de medicina tradicional indígena estructurado a partir de su cosmovisión,
su identidad y su cultura, transmitidas e interiorizadas a través de saberes milenarios
heredados de generación en generación, ponen de manifiesto un elemento fundante bajo el
cual se ha conservado su identidad cultural: la subjetividad. Para este caso particular, desde
la perspectiva histórico-cultural, apoyada en la plasticidad ilimitada de los signos y
símbolos y su relación con las emociones, permite profundizar en las complejas
formaciones simbólico-emocionales, las cuales están en la base de las producciones
humanas (Gonzáles, 2013).
La subjetividad se desarrolla en las prácticas culturales sobre las que se organiza la
vida social. Pero además, en el caso particular de las comunidades indígenas, se refleja en
la relación naturaleza-hombre, en su cosmovisión, en la espiritualidad, en ceremonias y
rituales, en el arte autóctono, en su ética basada en la ley de origen, en su sociopolítica y en
su plan de vida integral. Por ende, esa forma particular de concebir el mundo, la propia
comunidad y las prácticas culturales, encuentra en las configuraciones subjetivas, una
forma particular de expresar y de preservar su propia cultura (Siagama, 2017; Gonzáles
2013).
Ahora bien, dichas configuraciones subjetivas en las comunidades indígenas
integran su multi-espacialidad y su multi-temporalidad en un marco histórico y cultural,
pero toman forma a partir del encadenamiento de los sentidos subjetivos, los cuales
corresponden a una unidad entre lo simbólico y lo emocional y, aluden a la manera en que
las comunidades viven subjetivamente sus experiencias. Por tanto, los sentidos subjetivos
son el camino por el cual se entiende lo vivido, no sólo en el plano del presente, sino en el
pasado y el futuro. Dicha organización simbólica y emocional mediada por las
producciones culturales propias de las comunidades indígenas, pone de manifiesto una
40
forma de verse y de ver el mundo, donde se liga lo histórico con una consciencia del aquí y
del ahora, marcado por una identidad cultural (Gonzáles, 2013).
Por esta razón, las concepciones que tienen las comunidades indígenas sobre la
salud, la enfermedad, la espiritualidad y los sujetos, se estructuran a partir de los sentidos
subjetivos, que a su vez; generan una configuración subjetiva en los pueblos indígenas,
partiendo de su forma de vida y de su cosmovisión particular.
6.2 Sentidos Subjetivos y su Vínculo con el Sentido de Comunidad en la Noción de
Salud de la Medicina Indígena Tradicional:
El concepto relativo a la salud en las comunidades indígenas parte de entender a los
sujetos, donde convergen elementos que van más allá de lo físico. Por tanto, la concepción
de las personas supera lo netamente relacionado al cuerpo, y se agregan elementos como
los pensamientos, los recuerdos, las emociones y la espiritualidad. Además, las diversas
relaciones que construyen los sujetos, son entendidas como constitutivas de estos. Es por
esto que la armonía en las relaciones sociales, familiares, comunitarias y del vecindario
también se consideran aspectos claves a la hora de entender a la persona humana, como lo
llaman los indígenas (Zuluaga, 1999).
Según lo anterior, se observa cómo la subjetividad, siendo un proceso inherente a la
producción cultural del hombre, en este caso, exterioriza una forma particular de concebir
la cultura, las relaciones sociales, familiares, naturales, interpersonales, el cuerpo y el
espíritu para entender la salud como un proceso integral, el cual no está determinado por un
solo factor (Gonzáles, 2013).
Ahora bien, dicha noción de sujeto refleja, en primera instancia, un holismo
extendido a diversas esferas de los mismos. Por ende, desde la cosmovisión indígena es
difícil encontrar un solo determinante de la salud, de la enfermedad y de la constitución
propia de los seres humanos. Por otro lado, esta pluralidad de elementos que se conciben
como realidades dentro de las culturas indígenas, reflejan la construcción de sentidos
subjetivos dados a partir no sólo de una cosmovisión compartida, sino también de un sentir
comunitario. Por consiguiente, el concepto propio de sujetos está ligado a su propio marco
cultural, el cual a su vez, expresa el concepto holístico del mundo que comparten como
comunidad (Zuluaga, 1999; González, 2012; Montero, 2004).
41
Por lo tanto, partiendo de la concepción de los sujetos como seres sociales,
holísticos y permeados por múltiples esferas, surge de forma similar, el concepto de salud
propio de las comunidades indígenas. Dicha noción parte de la propia producción cultural
generada a partir de una historicidad que se comparte, que se vive y se siente día tras día.
Lo anterior, coincide con lo que Montero (2004) denomina comunidad, evidenciando una
cultura preexistente, la cual genera dentro de los integrantes de los pueblos indígenas un
sentido de pertenencia y de identidad configurados a partir de elementos culturales
arraigados, de los cuales emerge su propia denominación integral de salud. Como se
observará a continuación, la salud dentro de las comunidades indígenas integra elementos
constitutivos de su cultura, de su identidad y de su forma particular de actuar en el mundo
al ser parte y al representar una comunidad (Siagama, 2017; Montero, 2004; González,
2013).
La salud para la medicina tradicional indígena implica equilibrio y armonía con la
realidad. Por ende, para gozar de buena salud, la persona humana debe encontrar armonía
entre su cuerpo y sus pensamientos. Pero además, dicha armonía sobrepasa el plano de lo
individual y se extiende hacia lo comunitario, integrando también el plano de lo natural, de
donde provienen. Es por esto que el concepto de salud propio de las comunidades indígenas
refleja una triada indivisible entre la persona, la sociedad y la naturaleza (Zuluaga 1999;
Ruíz, 2015).
En esta idea de salud existen elementos vinculados con la categoría de comunidad y
sentido de comunidad, al observarse una verdadera comunidad, la cual se deriva de lo
común (no territorio), sino del sentimiento dado a partir una historicidad, unos intereses y
una identidad particular. En este sentido, el concepto de salud alude a lo común, que los
estructura como comunidad, en donde la salud parte de un plano individual (cuerpo-
espíritu) y se extiende hacia lo compartido; su identidad, su historicidad y su cultura, las
cuales en plena armonía simbolizan la buena salud de su pueblo (Montero, 2004).
Para la comunidad Embera en particular, la salud hace referencia a la integralidad de
la vida, donde la cosmovisión de cada pueblo y el equilibrio son elementos fundamentales.
Por consiguiente, la salud es el resultado de la armónica relación entre el individuo y el
medio que lo rodea, pero también, es un proceso que involucra el bienestar colectivo, donde
42
convergen las condiciones de vida, la cultura y la equidad como aspectos determinantes de
la misma (Ruíz, 2015).
Por otro lado, para la comunidad indígena Nasa, la salud se liga a la producción y al
consumo de los alimentos que les brinda la madre tierra, la cual les proporciona un sentido
de unión, de supervivencia y de pertenencia, además de ser la garantía para el ejercicio de
la autonomía y de la existencia como pueblo. De esa manera, es a través de la tierra que se
experimenta la buena salud, la cual brinda bienestar físico y espiritual a su pueblo. Otro
aspecto clave dentro de esta comunidad en relación a su salud, es el rol que tiene la
medicina tradicional, la cual ayuda a mantener el equilibrio personal, familiar y sobre todo
comunitario, para permanecer sanos y firmes como sus antepasados (González, 2012).
La comunidad indígena Wiwa incluye en su perspectiva sobre la salud al cuerpo
como eje fundamental. Es así que al hablar de salud se considera al cuerpo como un
universo en miniatura interconectado y complejo, donde no se admiten segmentaciones. Es
por esto que la armonía del cuerpo y de los pensamientos es una parte constitutiva e
indisoluble dentro de su cosmovisión relativa tanto a la salud como a la enfermedad
(Paternina, 1999). En el caso de los Arhuacos, la buena salud hunde sus raíces y tiene su
motivación en la bioespiritualidad que debe existir entre el indígena y la naturaleza. Por tal
motivo, la salud refiere no sólo a la funcionalidad fisiopatológica presentada en el cuerpo,
sino que se extiende hacia el equilibrio espiritual, estructurado a partir de la buena relación
que surge entre el territorio y cada uno de los integrantes de la comunidad arhuaca
(Paternina, 1999).
Los Koguis por su parte, conceptualizan la salud partiendo del cumplimiento de las
leyes dejadas por su creador, KakV Serankua. Por tanto, cuidar los bosques y las lagunas
sagradas, no agredir a plantas, animales y personas, hacer ofrendas y cumplir con las
normas consuetudinarias sobre la sexualidad y el libertinaje, garantizan el goce tanto de la
buena salud, como de la buena suerte para su comunidad. De forma similar, las etnias
amazónicas Tikuna, Cocama y Yagua, tienen una visión holística de la salud y
fundamentan su concepción sobre esta en el respeto a la naturaleza y a los elementos que la
conforman como la selva, el río, los animales, los minerales y las plantas, los cuales juegan
43
un papel fundamental dentro de su constitución como comunidades indígenas y determinan
en gran medida la salud de la misma (Paternina, 1999).
Siguiendo esta línea, en el Sistema Indígena de Salud Propia e Intercultural (SISPI)
se expone una propuesta propia sobre salud, definiéndola como ‘’un estado de armonía, que
responde a condiciones de integralidad y de la cosmovisión de cada pueblo; depende de las
relaciones de la persona consigo misma, la familia, la comunidad y la naturaleza’’ (Ruíz,
2014, p. 47). Desde la perspectiva indígena la salud no se conceptualiza como un proceso
individual, sino como uno que involucra el bienestar colectivo, asignándole gran valor a su
propia cultura, a las relaciones de solidaridad y de equidad social. Por ende, la salud
aparece como un evento dinámico donde opera un modelo empírico que trabaja desde una
visión del mundo integradora del hombre con realidad física, social y cultural (Ruiz, 2014;
Vallejo, 2006).
Si bien el principal aspecto en común en las definiciones relativas a la salud en las
anteriores comunidades indígenas corresponde a un holismo que se estructura a partir de
cada cosmovisión particular, hay un elemento fundamental que está en la base de dichas
configuraciones subjetivas relacionadas con la salud y es el pensarla desde un marco
comunitario. De esta manera, los rasgos constitutivos de una comunidad como lo son una
historia en común, una cultura, unos intereses, unas expectativas, un convivir diariamente y
una identidad social construida, más que construir un concepto sobre la salud, crea una
realidad (Montero 2004; González, 2012).
Por tanto, la salud en las comunidades indígenas es un concepto que está ligado a su
devenir histórico, a las bases dadas a partir de su cosmovisión, pero sobre todo a la
construcción comunitaria del nosotros, que comparte una historia social y donde se
evidencia el sentido de lo común. Y partiendo de ello, se piensa al mundo en un sentido
integral, al igual que se piensa la salud, siendo parte de un todo (Montero, 2004).
Por otro lado, la esencia de lo comunitario en las diversas nociones de salud aparece
en la estructura dinámica propia de la comunidad, la cual no es una estructura rígida y
cerrada, sino que por el contrario es dinámica y en constante transformación. Sin embargo,
la característica fundamental radica en que a pesar de existe una historicidad que ha dejado
consigo rasgos identitarios bien arraigados, es a partir de estos que surge una construcción
44
en conjunto de los propios pueblos en relación a las cosas del mundo y a los significados
atribuidos a estas, entre ellas la salud, la enfermedad y el bienestar colectivo. En este
sentido, es a partir de estas construcciones colectivas y comunitarias que surge el ser parte
de, el representar a, el pensar el mundo así, el me identifico con, el soy esto y no aquello, el
somos, el sentido de comunidad que los mueve, y consigo; ‘’la unidad de lo plural’’
(Montero, 2004, p.100).
Según lo anterior, podríamos afirmar que las comunidades indígenas poseen
creencias más que definiciones de salud. Es por esto que no existen definiciones exactas y
acabadas sobre lo que cada pueblo considera como salud, sino que por el contrario, al
pensarla desde un sentido comunitario se revelan sus principios, los cuales además, poseen
una gran carga subjetividad, a la cual se le atribuye un carácter generador de la psique, en
este caso, ligado a un marco colectivo (González, 2009; Montero, 2004).
Ahora bien, es a partir de las nociones sobre la salud que algunas comunidades
indígenas se plantean un concepto relativo a la salud mental. Pero como se mencionó
anteriormente, algunos pueblos indígenas como los Tikuna y los Wiwa no admiten una
segmentación en la persona. Por tanto, la salud integral no separa lo corpóreo de lo
espiritual, y es por esto que no existe una noción relativa a la salud mental. Por el contrario,
la comunidad Embera que, aunque teniendo una visión holística tanto del ser humano,
como de su salud, plantea significados referidos a lo que desde su cosmovisión se entiende
por salud mental (Ruiz, 2014).
6.3 Concepto de Salud mental Desde el Modelo de Salud Tradicional Indígena
La noción relativa a la salud mental desde las comunidades indígenas no difiere
mucho de la concepción holística sobre la salud que poseen estas. Un ejemplo de ello es un
rastreo sobre el significado de salud mental llevado a cabo en comunidades indígenas
norteamericanas. Dicho concepto dentro de estas comunidades aborígenes está
estrechamente relacionado con las creencias y enseñanzas acerca de la creación, la vida, las
prácticas espirituales, el bienestar individual y colectivo y la interrelación de todos estos
aspectos. De esta manera, los conceptos de equilibrio y holismo son fundamentales para la
comprensión de la salud mental en dichas comunidades. Por tanto, el equilibrio entre las
cuatro dimensiones de la vida: lo físico, lo mental, lo espiritual y lo emocional se entiende
45
como la base de la salud. Por otro lado, el holismo refiere a la conciencia en la
interconexión de las personas y los contextos donde se desarrolla su cultura: la naturaleza,
la familia, la comunidad e individualmente, la conexión entre cuerpo, mente, corazón y
espíritu (Ruiz, 2015).
De la misma manera, la concepción de la salud mental dentro de comunidades
aborígenes de Canadá se conceptualiza a partir de la medicina Wheel. La rueda de la
medicina traza un círculo con símbolos y cuatro cuadrantes que representan el equilibrio
mental, el bienestar físico, el emocional y el espiritual de cada persona. Dicho círculo
representa la totalidad de la existencia, la interconexión de las relaciones y el símbolo de la
vida. Por tanto, es a través de la medicina Wheel que se conceptualiza la idea de salud
mental, donde se hace especial énfasis en la interconexión de las múltiples esferas del ser
humano; y a su vez lo relativo a la enfermedad, la cual responde a un desequilibrio en una
de estas (Ruiz, 2015).
Por otra parte, dentro de las comunidades indígenas Embera, el concepto relativo a
lo que desde occidente se conoce como salud mental correspondería con lo que este pueblo
denomina ‘’sentirse bien, en una conexión con el buen vivir’’ (Ruiz, 2015, p.175). De dicho
modo, la salud mental se entiende como un estado interno de bienestar, el cual implica
armonía y equilibrio con su propio contexto social. Las categorías de sentirse bien y buen
vivir dentro de las comunidades Embera, son construcciones sociales y culturales que
integran elementos cruciales para su comunidad, donde está inmersa la familia, el colectivo,
la cultura, su territorio, los aconteceres diarios e históricos los cuales se estructuran como
aspectos esenciales en lo que respecta a la salud mental (Ruiz, 2015).
De igual forma, la salud mental dentro de las comunidades indígenas
latinoamericanas se vincula con la preservación de la identidad étnica y cultural, con la
conservación de sus formas tradicionales de organización social y con el cuidado sostenible
de los recursos naturales que habitan para garantizar su supervivencia. Por ende, estas
dimensiones de la vida comunitaria se instauran no sólo como aspectos claves que explican
la salud mental, sino como factores protectores en donde se incluyen recursos personales,
familiares y sobre todo comunitarios (Lopera y Rojas, 2014).
46
Según lo expuesto en este apartado, se observa que mediante los sentidos subjetivos
de cada comunidad indígena se exterioriza lo relativo a la salud. Esto coincide con lo que
afirma Gonzales (2012) ‘’el sentido subjetivo es la forma en que una persona vive
subjetivamente su experiencia’’ (p.35). Pero, en este caso, dichas vivencias subjetivas
individuales, están determinadas por un marco cultural que integra en su cosmología el
aspecto de la salud con una mirada integral, determinada a partir de elementos constitutivos
como el cuerpo, el espíritu, la buena relación entre la comunidad, la familia, el territorio y
la conservación de su cultura (Zuluaga, 1999; González, 2009).
Finalmente, en las concepciones sobre salud y salud mental dentro de las
comunidades indígenas se evidencia que todos los aspectos a los que se alude para pensarla
y para poseerla remiten a lo que Turner (1998) denomina communitas. Donde se evidencia
la paridad en términos de procedencia, de creencias cosmológicas y de la vida en común,
para abordar el concepto integral de salud. Pero además, esta se piensa como un proceso
dinámico que está determinado por la comunidad, es decir, no hay salud sin comunidad.
Por lo tanto, la comunidad y el sentido de comunidad se instauran como elementos
generadores de salud, pero también, como elementos protectores sobre misma (Turner,
1998; Montero, 2004).
6.4 Modelo Occidental de Salud Mental: El Biomédico
En este modelo se evidencian los principios de salud heredados del Renacimiento,
aunque hayan transcurrido siglos para llegar a lo que hoy en día se conoce como
postmodernidad. Sin embargo, es evidente la influencia del modelo cartesiano en el
pensamiento de la cultura contemporánea, denominado occidental. Este paradigma resalta
el razonamiento basado en la evidencia donde se realiza la separación de sujeto-objeto y,
enfatiza en la observación lógica y razonada. Por ende, este modelo es digno heredero de la
tradición biologicista y empirista de la medicina occidental adherido al modelo cartesiano
reduccionista, sin tener en cuenta la totalidad de la persona (Guerrero y León, 2008;
Restrepo y Jaramillo, 2012).
Ahora bien, la noción de individuo desde este modelo se conceptualiza a partir de la
enfermedad de aquel cuerpo que la padece, es decir, el sujeto que expresa las dolencias
mentales perpetúa el dualismo entre mente-cuerpo, el cual se circunscribe en las formas
47
occidentales de conocimiento y en la comprensión de las enfermedades mentales como tal.
Es por esto que en dicho modelo, el sujeto que enferma importa únicamente como cuerpo
que contiene la enfermedad, reduciéndolo únicamente a ella, sin abordarlo como un sujeto
en un marco referencial determinado (Vallejo, 2006; Ruiz, 2014).
Coincidiendo con lo anterior, Clavrel (1983) manifiesta que ‘’el saber del médico es
un saber sobre la enfermedad, no sobre el hombre, que no interesa al médico sino como
terreno en el que evoluciona la enfermedad” (p. 139). De dicho modo, este modelo
considera a los sujetos como portadores de enfermedad con una mirada sumamente objetiva
y reduccionista, tanto de ellos, de la salud, de la enfermedad y sus determinantes. Por tal
motivo, el sujeto pasa a un segundo plano, ya que la prioridad es la enfermedad y su
semiología. Entretanto, la concepción biomédica de la salud mental se estructura a partir de
dos elementos fundamentales: por un lado, la reducción de lo mental a un proceso
biológico, y por el otro, la ausencia de enfermedad se instaura como un criterio de
normalidad. Por ende, al sustentar la salud mental en un monismo biologicista, la
personalidad, las emociones, los comportamientos, se determinan por causas físicas
(Guerrero y León, 2008; Restrepo y Jaramillo, 2012).
Por tanto, este modelo bajo su idea de objetivación y de racionalidad extendió
dichas premisas hacia campos como la salud, donde se divide lo corpóreo y lo mental,
siendo estados antagónicos que se deben estudiar por separado. Además, quizás la
implicación más importante fue la forma de concebir propiamente a los sujetos, dejando de
lado los marcos históricos, sociales y culturales, dando paso a un individualismo. Dicha
noción, dentro del tema que aquí compete fue clave para proponer el concepto de salud
mental, el cual refleja fielmente esta dicotomía (Miranda, 2018).
Finalmente, el modelo biomédico encuentra en los manuales estadísticos sobre las
enfermedades mentales, una forma particular de abordar su concepción y su tratamiento. Es
por esto que dichos manuales de manera implícita marcan una objetivación sobre los
trastornos mentales, el cual además, desencadena un reduccionismo biológico como
principio del sufrimiento humano (Fernández, 2012). Por ende, resulta pertinente abordar el
tema de los manuales diagnósticos; lo haré en el siguiente apartado.
48
6.5 Manuales Diagnósticos de Enfermedades Mentales
En principio, dentro de estos manuales diagnósticos sobre la salud mental se plantea
una analogía entre salud mental y enfermedad mental. Por lo tanto, su organización se
estructura a partir de la segunda. Ahora bien, el Manual estadístico de clasificación de
enfermedades psiquiátricas (DSM) y la Clasificación internacional de enfermedades (CIE)
tienen una aceptación generalizada y su uso se extiende casi que de manera universal. Este
carácter estandarizado de cierta manera posibilita estudios estadísticos y comparativos
sobre los trastornos mentales, los cuales a su vez, estructuran en gran medida las políticas
de salud mental. Por ende, aparece aquí un aspecto paradójico, el cual responde al
reduccionismo de la salud mental a las enfermedades mentales en el campo de la salud
pública (Fernández, 2012; Castro 2013).
En relación a lo anterior, Castro (2013) plantea que ‘’los efectos de este uso
generalizado ha alimentado el anhelo de un diagnóstico automático, donde el juicio y el
acto ético del profesional son suspendidos’’ (p.84). Por otro lado, el diagnóstico
generalmente se realiza de forma precipitada produciendo un checklist de síntomas y signos
relacionados con la enfermedad. Por ende, estas clasificaciones estadísticas han pasado de
ser una guía que ordena fenómenos epidemiológicos, a ser un manual estandarizado que
fuerza a incluir de manera arbitraria los fenómenos mentales dentro de categorías pre
establecidas (Fernández, 2012).
Además, partiendo de la analogía entre enfermedad y salud mental que promulgan
estos manuales, la tipificación de los problemas de salud mental trae consigo una serie de
consecuencias reflejadas mediante ‘’los estigmas, prejuicios y la estructura de
desigualdades que se genera en la convivencia social’’ (Fernández, 2012, p.4). Es por esto
que no sorprende encontrar sujetos que asumen e interiorizan sus diagnósticos como rasgos
que determinan sus condiciones subjetivas, a tal punto de situar su condición diagnóstica
como rasgo identitario de un discurso científico que anula cualquier posibilidad de cambio
en la posición subjetiva, perpetuando al mismo tiempo, una mirada individualista que
rechaza la inserción social y subjetiva de los sujetos (Castro, 2013; Fernández, 2012).
Ahora bien, en los principios del modelo biomédico aparecen características
fundamentales que se estructuran a partir de la individualización y el sustrato biológico,
49
bajo los cuales se explican y se objetivan las enfermedades mentales. Estas características
no coindicen con los sentidos subjetivos ya que por un lado, al ser un modelo que promulga
la observación lógica y razonada, deja de lado lo relativo a la subjetividad, teniendo en
cuenta que en la base de esta, se encuentran los marcos históricos, sociales, culturales y
comunitarios de cada individuo. Por lo tanto, los sentidos subjetivos, definidos en torno a
ámbitos simbólicos y elaborados culturalmente, quedan relegados al discurso imperante, el
cual no considera lo propiamente subjetivo que emerge de las situaciones derivadas de los
sufrimientos mentales (Guerrero y León, 2008; González, 2008; 2009).
Es por esto que en el modelo biomédico no existe nada relativo a los sentidos
subjetivos, ya que en la base de sus planteamientos, lo subjetivo carece de validez y se
opone al discurso empirista dominante. Esto coindice con González (2009) el cual afirma
que ‘’no hay dimensión objetiva al vivenciar lo vivido. La vivencia de lo vivido es
inseparable de la configuración subjetiva que se organiza en el curso de la experiencia’’
(p.35). Por ende, en el modelo biomédico la subjetividad no puede ser objetivada, y por
ello, la represión se instaura como salida (González, 2009; 2008; Castro, 2013).
Por otro lado, el sentido de comunidad, al no ser exclusivo de experiencias
individuales de los sujetos, sino una construcción que surge de sus diversos espacios
sociales, tampoco aparece en la noción sobre la salud mental presente en el modelo
biomédico. Esta exclusión que, como vimos en líneas anteriores no es fortuita, una vez más
pone de manifiesto que el marco social y comunitario no interesa en este modelo, o más
bien, atenta contra su estatus científico, el cual apunta a controlar las variables de una
forma objetiva y vertical (González, 2008; Montero, 2004; Castro, 2013).
Además, el hecho de que el modelo biomédico no integre lo subjetivo, ni los marcos
comunitarios, sociales, históricos y culturales en lo relativo a la salud mental, tiene unas
implicaciones importantes. Por una parte, la salud mental queda reducida únicamente al
sustrato biológico, lo cual marca un hermetismo que busca conservar sus principios basados
en la cientificidad, dirigida únicamente al tratamiento de los malestares mentales (Galende,
2008; Castro, 2013).
Por otra parte, resulta paradójico y hasta peligroso que este modelo de psiquiatría
positivista que prescinde del sujeto sea el que prime dentro de nuestro contexto. Por último,
50
el hecho de que la salud mental y enfermedad mental sean sinónimos, produce en la
sociedad una forma particular de estereotipar no solamente a los sujetos que padecen
sufrimientos de este orden, sino también a la salud mental en general, al asociarla con un
estado particular que requiere tratamiento, dejando de lado elementos como su promoción
por ejemplo (Galende, 2008; Castro, 2013).
Finalmente, el tema de la clasificación de las enfermedades además de los aspectos
cuestionables mencionados anteriormente, supone una incongruencia enmarcada en el
desarrollo científico, discurso que en el papel, supone una evolución en la comprensión de
las dolencias mentales. Sin embargo, la base de estas se sitúa en 1763, con la obra Genera
morhorum del botánico Linneo; considerada como la primera clasificación de
enfermedades. Dicha obra, la retoma y la complementa Pinel en el siglo XIX, realizando
una diferenciación entre las enfermedades de los locos para ese entonces: ‘’melancolía,
manía con delirio, manía sin delirio, demencia e idiotismo’’ (Braunstein, 2013, p.21).
Posteriormente, Emil Kraepelin ya en el siglo XX, incorporó 14 categorías descriptivas de
las enfermedades de modo nominal, coincidiendo en estructura con el CIE-8 por ejemplo
(Braunstein, 2013).
Por consiguiente, esta pequeña secuencia retrospectiva sobre el origen de la
clasificación de enfermedades, expone por un lado, una incoherencia de orden
epistemológico, siendo la botánica el modelo inspirador para su taxonomía. Y por otro lado,
su labor no es de ningún modo genuina ni dispuesta para el bien común en el ámbito de la
salud mental, sino que por el contrario, responde a intereses particulares sustentados en
proyectos ideológicos, pero sobre todo políticos. Por tanto, los trastornos mentales quedan
reducidos de forma descriptiva a un ‘’proyecto que se jacta de ser científico al clasificar
algo que no se define, no se sabe bien qué es, dónde empieza y dónde termina’’
(Braunstein, 2013, p.16).
6.6 Propuesta de Salud Mental Desde la OMS
El modelo predominante sobre la salud mental en nuestro contexto latinoamericano
es el propuesto por la OMS. Sin embargo, dicho concepto tiene su origen en 1948 con la
clara influencia de la psiquiatría americana, donde un grupo de expertos la definió como
“Un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de
51
enfermedad o dolencia” (Guerrero y León, 2008, p. 612). Concepto que a lo largo de los
años ha tenido mínimas variaciones.
No obstante, dicho concepto incipiente sobre la salud mental marca claramente el
dualismo cartesiano, al conceptualizar lo propiamente relacionado a la salud mental,
distinta de la salud física. Pese a ello, esta definición no se centra en la idea de enfermedad
como veíamos en el modelo biomédico, sino en la salud de los sujetos, conceptualizada
como un estado individualizado. Además, todos los elementos que aluden a la salud quedan
reducidos al bienestar. (Guerrero y León, 2008).
Sin embargo, como se observará a continuación, el concepto de salud mental por
parte de la OMS, a lo largo de los años ha variado muy poco, y dichas variaciones se han
dado básicamente porque su definición ha sido duramente criticada por la comunidad
científica, hasta el punto de tildarla de reduccionista, descontextualizada y confusa. Es por
esto que la OMS ha venido integrando y modificando ciertos elementos conforme a los
desarrollos y a las críticas de las disciplinas científicas (Miranda, 2018).
En el año 2004, la OMS a través del texto Invertir en la salud mental, redefinía la
salud mental como ‘’el estado de bienestar que permite a los individuos realizar sus
habilidades, afrontar el estrés normal de la vida, trabajar de manera productiva y fructífera,
y hacer una contribución significativa a sus comunidades’’ (p.4). De la misma manera, en
dicha definición se incluyó el bienestar subjetivo, autonomía, competencia, dependencia
intergeneracional y reconocimiento de la habilidad de realizarse intelectual y
emocionalmente y se hace énfasis en que la salud mental es más que la mera ausencia de
trastornos mentales (OMS, 2004).
Esta nueva conceptualización aunque siendo un poco más elaborada y aterrizada a la
realidad, sigue marcando la salud mental como un estado de bienestar individualizado
generado en los sujetos y a partir de ahí, exteriorizado; produciendo consecuencias en sus
entornos. Pero en ningún momento alude a una interpretación opuesta, donde dicho estado
se determine a partir de factores culturales, socioeconómicos o lo que denomina Montero
‘’comunitarios’’ (Montero, 2004). En este sentido, esta definición de salud mental no se
corresponde con el sentido de comunidad, ya que la comunidad a la que alude es
52
exclusivamente receptora de los individuos, no dinamizadora ni creadora de bienestar
colectivo (Montero, 2004).
Por ende, aparece aquí un elemento importante que remite al orden de las cosas.
Desde la comunidad y el sentido de comunidad se produce un bienestar colectivo que
emerge a partir de una historicidad, de unos sentires y de unos intereses en común, los
cuales generan bienestar individual a sus integrantes, y es sólo a partir de ahí que se piensa
en un estado individualizado como resultante de un colectivo. Por el contrario, en la
definición de la OMS, el bienestar individual, impacta directamente sobre la dinámica
cotidiana y productiva de los sujetos (Montero, 2004; González, 2009).
Según lo anterior, dicho estado de bienestar remite fundamentalmente a los sentidos
subjetivos de los individuos, que enmarcados en sus entornos sociales, determinan dicho
significado. Sin embargo, la definición puntual de la OMS no advierte lo subjetivo que
resulta ser su concepto de ‘’bienestar’’. Por tal motivo, las categorías de sentido de
comunidad y sentidos subjetivos, interrogan esta definición partiendo de la premisa del
bienestar, enfatizando que es a partir del ambiente en el que se desenvuelve la vida de los
sujetos que se determina esa noción subjetiva al bienestar, contraponiéndose a la premisa de
considerarlo como un estado que se da de forma fortuita o natural (Montero, 2004;
González, 2008; 2009).
Ahora bien, a primera vista esta definición marca una diferencia notable con la
emitida en 1948, donde además, se incluyen ‘’nuevos elementos’’, los cuales quedan por
fuera de la definición oficial. En consecuencia, la inclusión de dichos aspectos es
cuestionable, al no generar un cambio de perspectiva en la definición propia de la OMS. Es
por esto que se sigue pensando la salud como un estado fijo, donde las perspectivas de
bienestar y normalidad se ligan a la productividad (Miranda, 2018).
Por otro lado, en el Plan de Acción Integral sobre Salud Mental 2013 – 2020, la
OMS definió la salud mental como “un estado de bienestar en el que el individuo realiza
sus capacidades, supera el estrés normal de la vida, trabaja de forma productiva y fructífera,
y aporta algo a su comunidad” (OMS, 2013, p.9). Nueve años más tarde, la OMS emite este
concepto sobre la salud mental, el cual si se observa detenidamente, corresponde a una
paráfrasis de aquella definición del 2004. Por lo tanto, desde esta perspectiva, ni los
53
aspectos que constituyen la salud mental, ni los sujetos, ni los determinantes de esta se
consideran dinámicos, y por el contrario, se revela una forma de reduccionismo relativo a la
salud mental, además de una homogeneización de los individuos (Miranda, 2018).
Esta redefinición de la salud mental una vez más pone de manifiesto que en su
elaboración conceptual no hay lugar para pensar un marco comunitario como generador o
potencializador de la misma, sino que por el contrario, la comunidad en su sentido más
básico, responde al discurso contemporáneo ligado a la productividad. Además, las
configuraciones y los sentires subjetivos dentro de dicha definición se manifiestan
únicamente en la noción de bienestar, el aspecto fundamental que permite al individuo
afrontar el día a día y aportarle a la comunidad en los mismos términos productivos. Por
consiguiente, los sentidos subjetivos tampoco se instauran como un elemento importante
que ayude a pensar la salud mental más allá de un estado de bienestar que propicie la
utilidad de los sujetos (Montero, 2004; González, 2008).
En el 2018, la OMS emite Salud mental: fortalecer nuestra respuesta, una
propuesta que se seguía estructurando bajo la definición anterior, sin embargo, se
incluyeron estos enunciados relativos a la salud mental:
La salud mental es parte integral de la salud; tanto es así que no hay salud sin salud
mental.
La salud mental está determinada por múltiples factores socioeconómicos,
biológicos y medioambientales.
Existen estrategias e intervenciones intersectoriales eficaces y rentables de
promoción, protección y restablecimiento de la salud mental
La salud mental es el fundamento del bienestar individual y del funcionamiento
eficaz de la comunidad (OMS, 2018, parr.1).
Además, la OMS hace un llamado a que las políticas nacionales de salud mental no
se ocupen únicamente de los trastornos mentales, sino que también su labor se ocupe de
cuestiones más amplias que promuevan la salud mental con el compromiso de los sectores
gubernamentales y no gubernamentales. Y a partir de esto, se destaca la importancia no
54
sólo del sector de la salud, sino también la integración de otros sectores como la educación,
el trabajo, la justicia, el medio ambiente, la vivienda y la asistencia social (OMS, 2018).
En esta definición una vez más, se incluyen elementos que complementan el
concepto oficial sobre la salud mental, pero en ningún momento se incluyen en dichas
líneas, ni se propone una redefinición a partir de ellas. Sin embargo, estos aspectos apuntan
a un concepto de salud mental más integracionista al referirse a determinantes de tipo
socioeconómico, biológico y medioambiental, los cuales marcan una clara diferencia con
respecto a las definiciones anteriores.
Ahora bien, estos elementos de apoyo para conceptualizar la salud mental coinciden
con lo que constituye los sentidos subjetivos, ya que al extender la mirada hacia campos
como la educación, el medio ambiente, los marcos comunitarios, el trabajo y los
determinantes nombrados anteriormente, se incluye gran parte de material tanto simbólico
como emocional, producido en las experiencias de la vida de las personas, y es a partir de
esto que se determina lo relativo al estado de bienestar que propone la OMS (González,
2008). Además, la noción de los individuos varía notablemente con respecto a los
elementos incluidos en años anteriores. Aquí, aunque se haga hincapié en lo individual, se
presenta la comunidad como determinante importante de la salud mental. De la misma
manera, surge lo que Montero (2004) denomina ‘’la primera persona del plural: nosotros’’
(p.95) en un sentido relacional para pensar la salud mental.
6.7 Autores en el Modelo Occidental que Apelan a la Salud Mental Desde un Marco
Comunitario
Estando circunscrito en el denominado modelo occidental, Emiliano Galende (1997)
propone una noción de salud mental en la cual no se piense como sinónimo de enfermedad,
ni tampoco como algo que remita únicamente al plano individual y patológico de los
sujetos (Fernández, 2012). Por el contrario, su planteamiento sobre la salud mental, va más
allá de una simple definición puntual, donde busca desligar el objetivo que
tradicionalmente se le ha atribuido a la salud mental, la enfermedad. Por lo tanto, al no
centrarse en ella, Galende apela a que la salud mental siendo un complejo constructo, debe
ser objeto de campos ‘’interdisciplinarios, intersectoriales, interprofesionales e
interinstitucionales’’ (Fernández, 2012, p.3).
55
Además de su crítica sobre la conceptualización individual y patológica que
tradicionalmente se le ha otorgado a la salud mental, agrega como elemento esencial una
forma particular de abordarla desde un sentido social, el cual no se centra en lo biológico
(sin desconocerlo), si no que por el contrario, sitúa la comprensión de los sujetos en un
marco social-histórico y a los valores positivos que surgen a partir de las relaciones de estos
con sus entornos comunitarios (Fernández, 2012). Por ende, la salud mental desde esta
perspectiva se estructura a partir de sujeto-cultura, en relación a los ‘’fenómenos políticos,
valores socioculturales, relaciones histórico-sociales, a las vicisitudes de los conjuntos
humanos y los efectos que generan en las formas de vida los enfrentamientos por el poder’’
(Barenblit, 1997, s.p.).
Esta perspectiva de la salud mental planteada a partir de un marco social en su
sentido sistémico y relacional apunta a pensarla y a entenderla desde las construcciones
subjetivas generadas a partir de circunstancias de vida compartidas, siendo elementos
determinantes, tanto en su sentido positivo como negativo. Por ende, esta propuesta de
salud mental marca un notable contraste con el modelo biomédico y con el de la OMS al
situarla y conceptualizarla desde otros ámbitos, así como también, entendiendo que la salud
mental más que un estado, es una construcción que surge a partir de la relación entre los
sujetos y sus marcos culturales, sociales y ambientales (Montero, 2004; González, 2008;
2009).
Por tal razón, la salud mental vista desde una perspectiva comunitaria implica
repensar el razonamiento tradicional biológico, el cual en su aspiración de legitimar el
discurso científico que encubre un objetivismo ateórico, ignora los elementos que se
escabullen de sus categorías clasificatorias. En este caso particular, las manifestaciones
subjetivas de los sujetos que padecen sufrimientos psíquicos, los cuales asumen una
posición sobre ellos. Por lo tanto, el malestar psíquico y su engranaje subjetivo escapa a la
observación objetiva y a las clasificaciones estadísticas (Fernández, 2012; Castro, 2013;
González, 2009). Pero además, el discurso biomédico guarda en sí mismo una pretensión
totalizante en su forma de abordar y de comprender los sufrimientos mentales. Y en dicha
dinámica ocurre una supresión de los sujetos, de su padecimiento, de su postura sobre este,
56
de su palabra y de sus experiencias socioculturales, las cuales atentan contra sus criterios
objetivos que soportan la esencia de su ética (Galende, 2008; Montero, 2004).
De esta manera, vemos según Galende, que la salud mental va mucho más allá de
una simple definición cargada de elementos que si bien, en muchos casos corresponden con
la salud mental, se tornan confusos y con desarrollo desprovisto. Por ende, desde esta
perspectiva, la salud mental implica aspectos de lo netamente humano como es la política y
la subjetividad exteriorizada a través de las relaciones y las producciones socioculturales.
Además, el pensar y abordar a los sujetos como seres sociales dejando de lado el discurso
patológico, extrapola la salud mental hacia otros terrenos, de donde emergen otros
abordajes y otras conceptualizaciones (Fernández 2012; González 2012; Galende 1997).
Por otro lado, Erich Fromm plantea su conceptualización sobre la salud mental
desde una perspectiva ética, es decir, cuestionando aquello que le hace bien y le hace mal al
hombre. Pero además, en la base de sus planteamientos, la noción de sujetos está
estrechamente ligada a su situación específicamente humana con la que llega al mundo,
trayendo consigo, ciertas necesidades indispensables que deben ser satisfechas. Por ende, el
grado de salud mental de los sujetos, depende de la manera en cómo estas necesidades
resultantes de su propia condición humana, sean satisfechas (Macaya, Vyhmeister y Parada,
2018; Ubilla, 2009).
Si bien esta conceptualización sobre la salud mental en primera instancia marca un
individualismo que remite a una condición netamente humana, Fromm recalca que las
formas en que dichas necesidades sean satisfechas dependen del contexto social, histórico y
natural de cada uno. En consecuencia, el sujeto individual, es visto en relación a estos
contextos, los cuales determinarán una forma particular de ver el mundo, y a partir de este
vínculo y de la forma en que se satisfagan dichas necesidades, se determinará el grado de su
salud mental (Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018).
Según lo anterior, la postura de Fromm coincide con la de Galende al manifestar en
su noción sobre salud mental una relación fundamental entre el sujeto y cultura. Este es
básicamente el punto de partida para problematizarla desde una perspectiva integral que no
se centre en una mirada patológica y netamente objetiva, sino más bien, poner de
manifiesto que en la dinámica de los sufrimientos psíquicos, entran en juego sentires
57
subjetivos y experiencias que se develan a través de los discursos particulares de cada
sujeto. Esto marca un rumbo totalmente distinto al modelo tradicional sobre la salud
mental, el cual brilla por la sumatoria de diversas disciplinas, pero sin integración alguna
(Galende, 2008; Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018).
Por otro lado, las necesidades que marca Fromm se relacionan directamente con la
subjetividad de cada persona, y a las construcciones producidas desde su entorno histórico,
social, cultural y natural. Para Fromm, dichas necesidades son las siguientes: ‘’la necesidad
de vínculo, de un marco de orientación, de poder entregarse a algo, de arraigo, de identidad
y de trascendencia’’ (Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018, p.344). Por lo tanto, sería un
error universalizar las experiencias individuales y colectivas sobre la forma en que se
satisfacen ciertas necesidades, aspecto que remite inmediatamente a sentidos subjetivos que
marcan atribuciones propias a la forma tanto de entenderlas, como de satisfacerlas
(Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018; González 2012).
Por tal motivo, las necesidades a las que alude Fromm, inmediatamente remiten a un
marco social, el cual es indispensable para la salud mental. Pero además, dichas
necesidades coinciden con lo que según Montero (2004) son elementos claves para hablar
sobre sentido de comunidad, entendiendo esta última como ‘’sentimiento’’ y no como lugar
o territorio. Por ende, si los individuos desarrollan un sentido de identidad y de pertenencia
comunitaria, las necesidades a las que alude Fromm, son muy similares a lo recibido en
términos afectivos y simbólicos por parte de una comunidad particular a la que se
pertenezca (Montero, 2004).
Ahora bien, tras haber expuesto lo relativo a la salud mental desde ambos modelos,
presento a continuación un cuadro comparativo que incluye en cada caso la noción de
sujetos, de salud y de salud mental, las cuales de manera conjunta, componen lo
concerniente a la salud mental en cada modelo.
Cuadro 1. Cuadro Comparativo Entre el Modelo de Salud Tradicional Indígena y el
Modelo Occidental de Salud Mental
Modelo Noción de sujetos Noción de salud Noción de salud mental
58
Modelo de salud
tradicional
indígena
‘’La persona humana no es sólo
cuerpo, sino también
pensamientos, recuerdos,
emociones y espiritualidad.
Además, se incluye la armonía
en las relaciones sociales, de
familia, de vecindario y
comunitarias’’ (Zuluaga, 1999,
p.10).
‘’La salud hace referencia a la
integralidad de la vida, donde la
cosmovisión de cada pueblo, la
armonía y el equilibrio son
fundamentales’’ (Ruiz, 2014,
p.400). El concepto de salud
desde las comunidades
indígenas apunta a la triada
armónica entre persona-
sociedad-naturaleza (Zuluaga,
1999, p11).
Algunos pueblos indígenas como
los Embera conceptualizan la
salud mental de ‘’manera
holística, contextual, ligada al
territorio, el bienestar colectivo y
la armonía con la madre
naturaleza’’ (Gómez, Rincón y
Urrego, 2015, p.120).
Modelo
biomédico de
salud mental
Sujeto biológico poseedor de
enfermedad (Vallejo, 2006).
Alude al principio de
normalidad en el
funcionamiento biológico para
conceptualizar la salud. Por
ende, se define como ausencia
de enfermedad, siendo esta
última, aquello que el
profesional pueda reconocer,
demostrar y clasificar (Baeta,
2015).
‘’La salud mental está sustentada
en un monismo biologicista en el
cual lo mental se reduce a
procesos biológicos; en
consecuencia, la personalidad, el
comportamiento, los afectos, las
emociones y los pensamientos
están determinados por causas
físicas’’ (Restrepo y Jaramillo,
2012, p.48).
Modelo de salud
mental OMS
Se marca una clara
individualización de los sujetos,
los cuales a partir de su
bienestar subjetivo, responden a
las exigencias diarias de la vida.
(OMS, 2004)
Posterior a esto (2018), los
individuos siguen siendo vistos
en términos de utilidad, pero se
incluyen determinantes en su
bienestar los factores
socioeconómicos, culturales,
ambientales, psicológicos
(OMS, 2018).
‘’La salud es un estado de
completo bienestar físico,
mental y social y no solamente
la ausencia de afecciones o
enfermedades’’ (OMS, 2004,
p.5).
‘’La salud mental puede ser
definida como el estado de
bienestar que permite a los
individuos realizar sus
habilidades, afrontar el estrés
normal de la vida, trabajar de
manera productiva y fructífera, y
hacer una contribución
significativa a sus comunidades’’
(OMS, 2004 p.4).
‘’La salud mental es un estado de
bienestar en el que la persona
realiza sus capacidades y es capaz
de hacer frente al estrés normal de
la vida, de trabajar de forma
productiva y de contribuir a su
comunidad. En este sentido
positivo, la salud mental es el
fundamento del bienestar
individual y del funcionamiento
59
eficaz de la comunidad’’ (OMS,
2018, parr.4)
Emiliano
Galende
Sujeto social e histórico
(Fernández, 2012).
Estado dinámico que depende
de componentes sociales,
familiares y grupales
(Fernández, 2012).
Fenómeno dinámico que no
remite a un estado individual
patológico, sino como resultado
de la relación entre los individuos
y sus contextos culturales,
sociales y comunitarios
(Fernández, 2012; Galende 1997).
Erich Fromm
Sujeto instintivo por su
condición natural (Ubilla,
2009).
Condición derivada de la propia
condición natural del hombre, la
cual se determina por un marco
social e histórico (Ubilla, 2009).
Concepto que parte de la
naturaleza propia del hombre y se
determina por la forma en que sus
necesidades fundamentales sean
satisfechas (Ubilla, 2009).
En primer lugar, la diferencia más notable entre ambos modelos sobre la noción
relativa a la salud mental reside en la diferencia cultural. El principio de realidad para los
pueblos indígenas parte de su cosmología, que a su vez, se estructura bajo el legado cultural
de sus antepasados, interiorizado desde el plano colectivo al individual. De esta manera, las
raíces culturales fundan el principio comunitario, bajo el cual se comparte una vida, un
sentir y una identidad, que configura la subjetividad de sus integrantes, generando una
consciencia colectiva que los une a través de lo simbólico y de lo emocional (Montero,
2004; González, 2009).
En consecuencia, a través de sus discursos y de sus prácticas culturales se evidencia
su forma particular de comprender el mundo, los elementos que lo constituyen y se asume
una postura sobre ello, que responde a un marco colectivo cultural. Por lo tanto, las
nociones relativas a la salud, a las personas humanas, a sus relaciones sociales, a la
enfermedad, a la vida, al mundo y lo ético, se estructura en un holismo donde todo se
relaciona, y el principio relativo a la salud depende del equilibrio entre todos estos aspectos
(Zuluaga, 1999). De esta manera, en las nociones relativas a la salud y a la salud mental en
algunos casos particulares, se evidencia fielmente cómo a partir de la conformación de lo
60
comunitario se piensa el mundo de una manera holística e integral, donde no se fragmenta
ni el humano, ni su salud, ni los aspectos que la determinan (Montero, 2004; Zuluaga,
1999).
Por ende, es a través de la interrogación de los sentidos subjetivos y del sentido de
comunidad respecto a la noción propia de salud, que se evidencia cómo se vive, cómo se
piensa y cómo se siente desde ‘’la unidad de lo plural’’ (Montero, 2004, p.100).
Por otro lado, el modelo occidental se estructura a partir de marcos conceptuales y
epistemológicos que reflejan nociones relativas a la salud mental, a los sujetos, a la
enfermedad y a sus determinantes. Es por esto que en principio, ambos modelos parecen
totalmente antagónicos al tener fundamentos distintos. Sin embargo, las categorías de
análisis pusieron de manifiesto varios puntos de encuentro en relación a la noción de salud
mental, que si bien, como se mencionó anteriormente, parten de premisas sobre la realidad
distintas, pueden encontrar puntos de convergencia. De este modo, el modelo en el que
menos se evidencian elementos relativos a las categorías de análisis es el biomédico, pero
su premisa de partir del sustrato biológico está en la base de la construcción de una salud
mental integracionista e intercultural (Restrepo y Jaramillo, 2012).
Siguiendo esta línea, la propuesta de salud mental de la OMS ha venido
evolucionando de manera interesante al volcar la mirada sobre ámbitos que antes se
desconocían como el socioeconómico y el comunitario, teniendo en cuenta que son
aspectos que la determinan, pero que también la promueven. Finalmente, desde los
conceptos teóricos de los autores, se reflejan elementos propios de las categorías de
análisis, al pensar la salud mental como un estado dinámico que se determina y se aborda
desde múltiples esferas. Además de enfatizar el aspecto relacional entre los sujetos y sus
contextos de donde surgen construcciones subjetivas, las cuales son claves para plantear la
salud mental desde una perspectiva integral (Fernández, 2012; OMS, 2018).
7. Conclusiones
Los sentidos subjetivos y el sentido de comunidad, propuestos como medio de
análisis, reflejan la manera en cómo desde cada uno de los modelos indagados se piensa la
salud mental, integrando consigo nociones de sujetos, de salud, de enfermedad y del
mundo. En consecuencia, los elementos hallados y posteriormente analizados, permitieron
61
un ejercicio comparativo cuyo objetivo principal respondió a su articulación, a fin de pensar
y proponer un modelo de salud mental dialógico, integral e intercultural.
Ahora bien, en la base de dicha propuesta dialógica entre ambos modelos se halla
una diferencia cultural notable que evidencia una forma particular de concebir las cosas del
mundo. Estas nociones obedecen al modo en que se producen conocimientos desde cada
uno. Por un lado, la medicina tradicional indígena encierra lo histórico y lo comunitario,
aspecto que fundamenta su cosmovisión y, partiendo de este marco compartido, se
exterioriza lo relativo a la realidad. Por otro lado, el modelo occidental se encuadra en el
ámbito científico, expresando otra forma particular del mundo. Por ende, ambos modelos
responden a fijaciones de creencias, una de orden cultural y la otra científica (Samaja, s.f.).
Ampliando lo anterior, las concepciones relativas a la salud mental desde las
comunidades indígenas se estructuran a partir de su historicidad como pueblos, donde se
comparte no sólo el territorio sagrado, sino también una fuerza identitaria que los configura
a través de su cosmovisión, conservada en el tiempo por medio del vínculo social,
simbólico y cultural. Por tal razón, las creencias culturales son las que sostienen sus
prácticas y sus concepciones, en este caso particular, lo relativo a la salud se expresa en
términos de creencias, no de definiciones (Zuluaga, 1999).
Lo anterior coincide con lo que Samaja (s.f.) denomina el método de la tradición,
aquel que refiere a una forma particular de producción de conocimientos dado a partir de un
marco comunitario. Por lo tanto, las costumbres ancestrales, la ética comunitaria, la
cosmovisión, las prácticas culturales, sociales y simbólicas, se instauran como fijaciones de
creencias transmitidas a través de ‘’sujetos que están investidos de autoridad’’ (Samaja, s.f,
p.13). De dicho modo, el método de la tradición expresa las creencias colectivas dadas en
espacios sociales, por ende, abarca lo comunitario y lo subjetivo, aspectos esenciales en la
idea holística sobre la salud que poseen las comunidades indígenas (Zuluaga, 2009;
Montero, 2004; Samaja, s.f.).
Por el contrario, las nociones relativas a la salud mental desde el modelo occidental
se fundamentan en creencias histórico-científicas. Como se evidenció anteriormente en las
propuestas del modelo biomédico, de la OMS y de los autores, existen diferencias de orden
epistemológico y conceptual entre ellas, generando que las nociones sobre la salud, la
62
enfermedad, los sujetos y las formas particulares de abordar la salud mental difieran unas
de otras, aunque respondan al ámbito científico.
En consecuencia, dicho ámbito también responde a una fijación de creencias,
particularmente, las creencias sustentables. Por ende, para los dos primeros modelos, no
hay lugar para el ámbito subjetivo, intuitivo o especulativo, sino únicamente para aquello
que responda a la razón y a lo objetivo a fin de someterse a hipótesis y contrastaciones
empíricas. En este sentido, las nociones sobre la salud mental desde el modelo occidental
responden a fijaciones de creencias sustentadas bajo el discurso científico, que supone un
consenso de expertos en ámbitos determinados sobre la naturaleza de las cosas y sobre los
lineamientos propios para producir conocimientos (Samaja, s.f.).
En definitiva, las concepciones relativas a la salud mental desde ambos modelos
responden a fijaciones de creencias de distinto orden. Por un lado, las creencias histórico-
culturales, determinadas por sentidos de comunidad. Por el otro, creencias histórico-
científicas orientadas a excluir lo subjetivo y lo comunitario, para centrarse en el individuo.
Por tal razón, es a partir de la validación de ambos modelos y su forma de construir
conocimientos que se puede proponer un modelo sobre la salud mental dialógico e integral
entre ambas vertientes (Samaja, s.f.).
Hasta este punto se han expuesto dos conclusiones que fundamentan la construcción
propia sobre un modelo de salud mental dialógico e integral entre ambos modelos. El
primero corresponde al resultado de la interrogación de los sentidos subjetivos y el sentido
de comunidad sobre la salud mental en cada discurso, los cuales desde la medicina
tradicional indígena reflejan un sentir colectivo, la no segmentación de lo humano y la
importancia del ámbito comunitario, como determinante y como generador de la buena
salud. Por parte del modelo occidental, aunque se piense la salud mental desde un ámbito
individualizado, patológico, productivo y se minimicen los determinantes sociales, es
importante resaltar la importancia del sustrato biológico que está en la base de esta
discusión. Además de la importancia de la institucionalidad para hablar y para promover la
salud mental, como el caso de la OMS que ha venido integrando aspectos que antes se
desconocían (Vallejo, 2006; OMS, 2018; Paternina, 1999).
63
El tercer elemento corresponde a la postura que adopta cada modelo sobre la posible
integración de sus saberes con respecto a la salud. La medicina tradicional indígena, por su
parte, no es ajena ni excluye los saberes de la medicina occidental, de hecho, hay ocasiones
en que se sitúa por encima de sus propias prácticas tradicionales ya que las mismas
comunidades expresan que hay situaciones que lo ameritan (Salazar y Ordoñez, 2017;
Suaza y Sandín, 2014).
En este sentido, las comunidades indígenas manifiestan que no existe superioridad
de un modelo sobre otro, sino que, por el contrario, cada uno posee unas particularidades y
una eficacia evidenciada en ciertas situaciones. Por ende, pensar la salud desde la
interculturalidad no supone conflictos comunitarios, sino una oportunidad para adquirir
conocimientos de forma recíproca. Es por esto que desde las comunidades indígenas
consideran que su modelo de medicina tradicional aporta elementos interesantes a las
prácticas occidentales, tales como abordar a los sujetos en relación a sus creencias y a los
marcos socioculturales en los cuales se inscriben (Vallejo, 2006).
Por otra parte, el sistema de salud occidental ha propiciado diversos espacios de
diálogo con médicos tradicionales indígenas con el fin de incorporar sus perspectivas, sus
medicinas y sus prácticas culturales en la atención primaria de salud. Pero además, esto
implica volcar la mirada sobre su cosmovisión, sobre su organización social y pensar su
vinculación con el estado al proponer una adaptación cultural a los programas de salud
presentes en nuestro país. Finalmente, esta propuesta tiene un gran componente
pedagógico, el cual intenta a partir de las diferencias culturales producir conocimientos de
forma recíproca (Suaza y Sandín, 2014).
7.1 Un modelo Integral de Salud Mental: Lo Comunitario, lo Biológico y lo
Institucional
Pensar la salud mental desde una perspectiva integracionista implica, en primer
lugar, adoptar una postura que valide las diversas formas de conocimientos y las posturas
que emergen de ellas, de lo contrario, estaríamos frente a una doctrina dogmática que
encubre cierta superioridad en términos conceptuales y prácticos sobre un determinado
tema. Por ende, nuestra propuesta, con base en los elementos hallados y discutidos a lo
largo de este trabajo, parte de la integración de elementos particulares de cada modelo y de
64
los autores, sin sobreponer uno sobre otro, sino pensando en una complementariedad que
brinde un panorama integracionista entre ellos.
De este modo, es innegable la importancia del sustrato biológico como base
constitutiva de los seres humanos el cual, en muchos casos, brinda explicaciones tanto del
funcionamiento como de factores determinantes de las enfermedades mentales (Restrepo y
Jaramillo, 2012). Precisando la importancia de dicho componente, es pertinente e incluso
necesario agregar el factor social, como aspecto generador y determinante de la salud
mental. Por tanto, el modelo tradicional indígena en su concepción de sujetos como seres
sociales holísticos y permeados por múltiples esferas, manifiesta que la salud se sitúa
también en lo comunitario, en la buena relación del sujeto con su entorno y en el equilibrio
que se logre entre el cuerpo, el espíritu y la comunidad a la que se pertenece (Zuluaga,
1999; Ruiz, 2015).
En este sentido, la salud mental no remite a un estado individualizado y netamente
biológico, sino que refiere a un estado que se determina en gran medida por la colectividad,
por los lazos sociales, por la interrelación de los sujetos y sus entornos. Además, como su
mismo nombre lo indica, y las comunidades indígenas lo han interpretado de muy buena
manera, refiere a la salud y a la dinámica para crearla y potenciarla, no sólo a la
enfermedad. Esto coincide con la propuesta de Galende (1997) al no pensarla como
sinónimo de enfermedad, sino como un complejo constructo donde está inmerso un sujeto
histórico cultural, sus relaciones comunitarias, su calidad de vida, y los componentes
sociopolíticos que la determinan (Galende, 1997; Montero, 2004).
Siguiendo esta línea, el marco social en el que se desarrolla la vida de los sujetos es
un aspecto fundamental que determina en gran medida su nivel de salud mental, por tanto
las necesidades a las que alude Eric Fromm resultan pertinentes para entender las dinámicas
sociales de los sujetos en relación a su nivel de salud mental. De esta manera, ‘’la necesidad
de vínculo, de un marco de orientación, de poder entregarse a algo, de arraigo, de identidad
y de trascendencia’’ (Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018, p.344), son aspectos que aluden
al componente netamente social de los seres humanos, y al hablar de salud mental, se debe
volcar la mirada a la forma en que se construyen estos vínculos entre los sujetos y su
cultura (Galende, 1997; Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018).
65
Para redondear esta breve construcción, la institucionalidad juega un aspecto clave a
la hora de pensar un modelo de salud mental intercultural, ya que es a través de entidades a
nivel mundial como el caso de la OMS que se debe dar muestra de la integralidad, en
términos conceptuales e interculturales sobre la salud mental. Por tanto, es pertinente que a
través de la institucionalidad se adelanten diálogos interculturales sobre las diversas
concepciones y prácticas en salud mental, a fin de tener una visión mucho más amplia, y de
considerar a los individuos en relación al ‘’rol crucial de lo social en la determinación de
subjetividades e identidades’’ (Ruiz, 2015, p.405).
Finalmente, esta construcción sobre la salud mental refleja que es posible a través
del ámbito académico problematizar temas que en nuestra realidad se tornan confusos
debido a la naturaleza que le otorgan los campos que la estudian. En este caso particular, a
partir de la interrogación de los sentidos subjetivos y del sentido de comunidad sobre las
nociones de salud mental desde cada modelo, se propuso una postura dialógica e integral
entre ellos, los cuales estaban marcados y determinados principio por un antagonismo
cultural y epistemológico (González, 2009; Montero, 2004; Ruiz, 2015).
7.2 Limitaciones y Posibles Líneas de Investigación
Como es sabido, la limitación principal en este caso fue de orden metodológico
debido a la emergencia sanitaria derivada del Covid-19, por lo que el trabajo de campo no
pudo llevarse a cabo. Por ende, se considera importante abordar el tema de la salud mental
directamente con las comunidades indígenas y, con base en ello, contrastar dichos hallazgos
con los materiales brindados por la literatura científica.
Con respecto a la búsqueda de material bibliográfico, una de las limitaciones
principales fue encontrar material relativo a la salud mental como tal desde las
comunidades indígenas. De la misma forma, no se encontró nada relativo a este tema a
través de materiales audiovisuales, aspecto que hubiera aportado en gran medida al
desarrollo de esta investigación.
Por otro lado, la salud mental brinda muchas posibilidades para continuar con líneas
de investigación. Este trabajo en particular, espera ser de utilidad en términos teóricos y
metodológicos para la continuación de estudios sociales y comunitarios con comunidades
indígenas latinoamericanas, desde el ámbito de la salud mental o desde cualquier otro. De
66
igual manera, se abre la posibilidad para que los modelos y las prácticas occidentales entren
en dialogo con las prácticas culturales indígenas, y que sea desde nuestro ámbito académico
que se expongan dichos hallazgos con el propósito de potenciar nuestro campo
comunitario, las comunidades indígenas, y el saber occidental, desde lo dialógico e integral.
8. Discusión
Los trabajos antropológicos con comunidades indígenas en Latinoamérica han sido
de gran importancia para el desarrollo conceptual y comprensivo de sus particulares
prácticas sociales y culturales, los cuales además han propiciado otro tipo de estudios de
diversa naturaleza. Este caso en particular es un ejemplo de ello, donde los estudios
antropológicos fueron de gran utilidad para comprender la noción de mundo de las diversas
comunidades indígenas, y a partir de ahí, proponer una perspectiva de estudio desde el
campo comunitario. Por lo tanto, la naturaleza integradora a la que apunta esta
investigación, se estructuró bajo esa misma idea, compuesta por elementos de la historia, la
antropología, la psiquiatría y la psicología social comunitaria.
En este sentido, desde la época de la conquista donde a los indígenas se les despoja
de sus tesoros naturales, culturales y simbólicos se observa en sus comunidades una gran
fortaleza comunitaria que los ha acompañado a lo largo de los años de lucha y resistencia.
Por lo tanto, podría considerarse que en sus concepciones sobre la salud se evidencia aquel
vínculo que los ha estructurado como comunidad durante siglos, al pensarla desde un marco
colectivo que la promueve y la determina. De la misma manera, el sentido de comunidad se
sitúa como una de las principales fuentes de bienestar, que además, guarda consigo una
historicidad, una identidad y unas acciones compartidas, las cuales le ‘’otorgan un asiento
al recuerdo y un nicho a la memoria colectiva e individual’’ (Montero, 2004, p.99).
Siguiendo esta línea, la idea de salud holística e integral de las comunidades
indígenas coincide con las afirmaciones de Montero (2004) y de Baró (1986) al no separar
lo psicológico de lo comunitario, y al ser partícipes de que la salud mental se focalice en las
relaciones sociales, interpersonales e intergrupales, partiendo de un contexto familiar,
institucional o comunitario, aspectos latentes en las concepciones sobre la salud desde las
comunidades indígenas. Este punto marca un claro contraste respecto al modelo occidental
sobre la salud mental, el cual se sitúa en un paradigma individualizado, minimizando la
67
importancia de las dinámicas sociales y relacionales de los sujetos (Restrepo y Jaramillo,
2012; Montero, 2003; Baró, 1986).
Por otro lado, el concepto de salud adoptado por el modelo occidental también trae
consigo un devenir histórico, el cual en la antigua Grecia, de donde surge, estaba más del
lado de la armonía y de la mesura, como ejes del vivir. Su objetivación se dio en el Imperio
Romano, al separar lo corpóreo de lo mental (salud-salud mental) y, consigo, la línea
histórica que nos trae hasta aquí. Por lo tanto, la interrogación de las categorías de análisis
al concepto de salud mental desde este modelo, refleja dicha separación, pero además, la
implicación de objetivar un tema que guarda en sí mismo una gran carga subjetiva, que
parte de los propios individuos, sus contextos y sus posiciones sobre sus sufrimientos
(González, 2009; Macaya, Vyhmeister y Parada, 2018).
Curiosamente, esta individualización y objetivación en el campo de la salud mental
desde el modelo occidental no fue así desde siempre, ya que los promotores de la Higiene
Mental a principios del siglo XX, los cuales eran psiquiatras con orientación psicoanalítica,
desde su postura, trataron de cambiar el paradigma patológico y deshumanizante instaurado
sobre los trastornos mentales y sobre las personas que las padecían. Esta propuesta no se
focalizaba en el paciente individual, sino en la comunidad como un aspecto determinante de
la salud mental. Pero quizás lo más importante de este movimiento fue la propuesta de
pensar la salud mental dejando de lado la curación, para centrarse en la prevención
(Bertolote, 2008).
Esta concepción sobre la salud mental adoptaba una perspectiva social, proponiendo
además, una forma de pensarla no desde lo netamente patológico, sino con una perspectiva
integral que implicaba la colaboración interinstitucional, la investigación, el trato digno y
las estrategias de prevención y promoción. Por lo tanto, lo paradójico es que este
movimiento no haya tenido el impacto social y científico suficiente para que sus posturas y
sobre todo sus prácticas se incorporaran a modelos como el biomédico o el de la OMS. El
interrogante que surge a partir de esto es si realmente dichos modelos abordan la salud
mental para generar impacto social, o si por el contrario, es una cortina que encubre
intereses particulares de orden político y/o económico (Braunstein, 2013).
68
Por último, los resultados de esta investigación demuestran que desde el ámbito
académico se pueden proponer diálogos entre saberes de distinto orden, considerando y
respetando cada forma particular de producir conocimientos. Quizás sea este el camino para
proponer modelos de salud y de sociedades integracionistas, donde prime el dialogo, el
respeto y se piense siempre en encontrar puntos de convergencia a fin de avanzar como
sociedad.
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10. Anexos
Anexo 1: Modelo rejilla
Modelos-
autores
Nombre
del
documento,
año y
autores
Antecedentes Justificación Planteamiento
del problema
Marco
teórico
Salud
mental
Medicina
tradicional
indígena
Modelo
occidental
Autores
75
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