n ú m e r o 2 - m a r z o 2 0 0 7
r e v i s t a
u n i v e r s i d a d i n d u s t r i a l d e s a n t a n d e r
d o s s i e r r e g i o n a l El puEntE quE unió a yondó con barrancabErmEja
cultura es el aprovechamiento social
de la inteligencia humana
Gabriel García Márquez
dossier regional
Estudios, diseños y construcción del puente.
Efecto geomorfológico del puente.nuevas corrientes intelectuales
Zigmunt BAUMAN: ¿Múltiples culturas, una sola humanidad?
artes y literatura
Retrato en el tiempo
Presencia y esencia de la mujer en la música. Santander (1900-1970).
Barranquilla: historia y literatura
Historia
Sesquicentenario de la creación del Estado federal de Santander.
Filosofía
Filosofía sin supuestos de Danilo Cruz Vélez.
maestros supremos
La violación de Lucrecia.
s e g u n d a é p o c asantander
re
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2
00
7
santanders E G U N D A É P O C A
r e v i s t a D e
R e v i s t a d e s a n t a n d e R
segunda época
Universidad Industrial de Santander
Bucaramanga, Colombia
Número 2
Marzo de 2007
Comité de dirección
Jaime Alberto Camacho Pico, rector
Álvaro Gómez Torrado, vicerrector académico
Sergio Isnardo Muñoz Villarreal, vicerrector administrativo
Oscar Gualdrón González, vicerrector de investigación y extensión
Johanna Delgado Pinzón, directora de comunicaciones
Director Armando Martínez Garnica
Comité editorial
Serafín Martínez González
Luis Álvaro Mejía Argüello
Ernesto Rueda Suárez
Diseñadora: Marta Ayerbe
Fotografías del dossier regional: Arturo León García y Jaime Súarez Díaz
Comité asesor
Sergio Acevedo Gómez
Alicia Dussán De Reichell Dolmatoff
Lucila González Aranda
Elsa Martínez Cáceres
Aída Martínez Carreño
Adelaida Sourdis Nájera
Impresión División de Publicaciones UIS
2.000 ejemplares
Depósito legal: Biblioteca Nacional de Colombia (Bogotá), Biblioteca Luis Ángel Arango (Bogotá), Biblioteca
de la Academia de Historia de Santander (Bucaramanga) y Biblioteca Central de la UIS (Bucaramanga).
La responsabilidad intelectual de los artículos es de los autores
DIRECCIÓN Escuela de Historia, Universidad Industrial de Santander,
A. A. 678, Bucaramanga, Colombia. Teléfono (7) 6451639.
E-mail: [email protected]
santanders E G U N D A É P O C A
r e v i s t a D e
n ú m e r o 2 - m a r z o 2 0 0 7
“Cultura es el aprovechamiento social de la inteligencia humana”
Gabriel García Márquez
conten ido
presentación 7
Doss ier reg iona l 9
El puente que unió a Yondó con Barrancabermeja a rt u ro LEÓN GarCÍa estudios, diseños y construcción del puente 12
j a i m E SuÁrEZ DÍaZ efecto geomorfológico del puente 22
Nuevas corr ientes inte lectua les
Z i G m u N t BaumaN ¿múltiples culturas, una sola humanidad? 28
Artes y L i teratura
p E D ro a L E j o GÓmEZ ViLa retrato en el tiempo 42
m aG N o L i a SÁNCHEZ mEj Ía y D i a N a Ga B r i E L a ECHEVErri GutiÉrrEZ
presencia y esencia de la mujer en la música. santander (1900-1970) 56
r a m Ó N i L L Á N BaCC a barranquilla: historia y literatura 64
H i s t o r i a
a r m a N D o martÍNEZ GarNiC a sesquicentenario de la creación del estado
federal de santander 80
F i losof ía
j o r G E V iLLaLÓN filosofía sin supuestos de danilo cruz vélez.
actualidad de un trabajo filosófico en colombia 108
Maestros supremos
w i L L i a m SHaKESpEarE la violación de lucrecia 118
edic ión 2 ■ 2007
6
7
revista de santanDer
presentación
Hace un año, por esta misma fecha, comenzó su segunda época
la Revista de Santander, un esfuerzo emprendido por nuestra
Universidad en el espíritu de restaurar una tradición cultural
iniciada por la intelectualidad santandereana de la década de
1940. La calidad de las entregas de la primera época de esta revista motivó el
ánimo estético aplicado al diseño del primer número de esta segunda época, el
cual definió las secciones que integran este producto cultural que se presenta al
público ilustrado de Santander y del país.
Manteniendo esta nueva tradición, el dossier de esta segunda edición
se ha dedicado a una obra de ingeniería civil que ganó varios premios nacionales
durante el año anterior, localizada sobre el histórico río que por siglos ha abra-
zado a santandereanos y antioqueños, en la cual puede reconocerse la huella de
la ingeniería de nuestra Universidad. Por ello, dos de nuestros más destacados
profesores que se involucraron personalmente con el puente Barrancabermeja
– Yondó, exponen aquí sus perspectivas analíticas sobre esta majestuosa y for-
midable obra.
La sección de nuevas corrientes intelectuales ha acogido esta vez un
sugerente ensayo crítico del doctor Zygmunt Bauman, un sociólogo nacido en
Polonia, cuyas obras sacuden actualmente la reflexión sobre las consecuencias
inesperadas y no deseadas tanto de la modernidad como de la globalización. Pedro
Alejo Gómez, hijo del inolvidable Pedro Gómez Valderrama, abre la sección de
artes y literatura con un retrato literario de su padre y de su abuelo, seguido del
alegato de Magnolia Sánchez y Diana Gabriela Echeverri a favor de las mujeres
músicas de Santander, hoy en trance de profesionalización gracias a los espacios
académicos abiertos por nuestra Universidad desde 1983 y por la Universidad
Autónoma de Bucaramanga desde 1994. Cierra esta sección un invitado especial
de Barranquilla, don Ramón Illán Bacca, quien nos ofrece sus recuerdos sobre la
lectura y la literatura en una ciudad entrañable para él.
Siendo éste el año en que rememoramos el sesquicentenario de la
creación del Estado federal de Santander, el director de la revista nos ofrece su
representación histórica sobre las circunstancias políticas del nacimiento de este
ente político-administrativo, fuente de los atributos de la santandereanidad que se
reconocen en el concierto nacional. Se ha invitado también a don Jorge Villalón,
Presentación
edic ión 2 ■ 2007
8
un inmigrante chileno que pertenece a la nómina de la Universidad del Norte
en Barranquilla, a exponer su admiración por la obra magna de uno de los más
grandes filósofos colombianos, el doctor Danilo Cruz Vélez.
Manteniendo la advocación del lema de Gabriel García Márquez
–“Cultura es el aprovechamiento social de la inteligencia humana”–, esta segunda
entrega de nuestra publicación institucional ha escogido como maestro supremo
de las letras a William Shakespeare, seleccionando una de sus obras líricas menos
conocidas –La violación de Lucrecia– , una reflexión moral y un poema magistral
escrito a finales de 1593.
De esta forma, en este año del sesquicentenario, vuelve la Revista de
Santander a presentarse ante la sociedad ilustrada del Departamento y del país,
como un medio institucional para promover la dignidad, la autonomía y la so-
lidaridad de la inteligencia humana en esta orgullosa región del país. ❖
Jaime Alberto CAMACHO PICO
Rector UIS
revista de santanDer
dossier
9
El puente que unió a
Yondó con
Barrancabermeja
Doss ier Reg iona l
Doss ier Reg iona l
En su corta vida, el puente Barrancabermeja-Yondó,
bautizado Guillermo Gaviria Correa como un
homenaje póstumo al gobernador de Antioquia
asesinado, ya ha ganado dos importantes
premios: el XV Premio Obras cemex y el Premio
asocreto. Por la adaptación al paisaje que
lo circunda, el uso de pocos elementos y por
la manera como enmarcó y embelleció el río
Magdalena, fue ganador del XV Premio Obras
cemex, en la categoría Obras de Infraestructura,
correspondiente al año 2006. Igualmente, la
Asociación Colombiana de Productores de
Concreto lo declaró, en septiembre de 2006,
ganador del máximo galardón en la categoría
Obras Civiles, por su desarrollo con alto nivel
de calidad, por la aplicación novedosa del
concreto y por realizar un aporte significativo a
la tecnología del material.
Con diseño estructural de Darío Farías
y Cía., y construido por conconcreto s.a., este
puente principal de 400 metros de longitud tiene
una luz central de 200 metros para permitir la
navegación de embarcaciones del muelle mul-
timodal de Barrancabermeja. Los viaductos de
acceso, tanto en la margen de Yondó como en la
de Barrancabermeja, tienen luces de 40 metros
conformadas por tres vigas postensadas y una
El puente que unió a Yondó con Barrancabermeja
11
dossier
placa, soportadas en columnas apoyadas sobre
fundaciones erigidas sobre pilotes preexcavados.
La construcción requirió la concertación del
Instituto Nacional de Vías, dos departamentos
(Antioquia y Santander), dos municipios (Ba-
rrancabermeja y Yondó) y la Empresa Colombia-
na de Petróleos. Fue terminado a finales de 2006,
después de 27 meses de ejecución del proyecto.
Los accesos desde las dos márgenes del
río requirieron la construcción de terraplenes,
según los términos de un contrato adicional del
Instituto Nacional de Vías con la firma concon-
creto. El acceso de la parte de Yondó tiene una
longitud de 620 metros y el de la parte contraria,
hacia Barrancabermeja, de 580 metros.
Como artefacto de ingeniería civil, este
puente es un testimonio de la dignidad de la
especie humana, de su capacidad para resolver
problemas técnicos. Pero la otra cara de la mo-
neda es que este puente también es una prueba
de la capacidad humana para provocar a la natu-
raleza y originar nuevos problemas no planeados
por persona alguna. Por ello, este dossier acoge
dos puntos de vista distintos, provenientes de
dos ingenieros excepcionales, ambos miembros
de la comunidad de nuestra Universidad.
edic ión 2 ■ 2007
12
El puente que unió a yondó con barrancabermeja
arturo león garcía1
Como parte del programa “Vías para la paz”, promovido por el Ministerio del Transporte y el Instituto Nacional de Vías, fi-nanciado por un crédito de la
Corporación Andina de Fomento y por otros recursos adicionales aportados por el Institu-to Colombiano de Productores de Cemento, se abrió un concurso público para la elabora-ción de los estudios y diseños del puente que sería construido sobre el río Magdalena en la carretera que uniría a Barrancabermeja con Yondó, es decir, entre los límites de los depar-tamentos vecinos de Santander y Antioquia.
Este concurso fue adjudicado al Consorcio desarrollo de vías, el cual eje-cutó los estudios y el diseño definitivos pac-tados con invias por el contrato número 934 de 2001. Este Consorcio se integró por las firmas intersa s.a. (75% de participación) y din ltda. (25% de participación). Por otra parte, invias, ecopetrol, los departamentos de Santander y Antioquia, los municipios de Barrancabermeja, Yondó, San Pablo, Santa Rosa, Cantagallo, Simití y Puerto Wilches
suscribieron un convenio con la Corporación Andina de Fomento para la administración de los aportes iniciales del proyecto, los cuales sirvieron de base para contratar el suministro de concreto, la interventoría y la construc-ción. El contrato de obra fue celebrado entre la firma conconcreto s.a. y el Instituto para el Desarrollo de Antioquia. El suministro de concreto fue contratado con la empresa cemex s.a.
Localización
El puente que une a Barrancaber-meja con Yondó se encuentra localizado en el área comprendida por el sector oriental del Departamento de Antioquia, el occidente del Departamento de Santander y el sur del De-partamento de Bolívar. El sector seleccionado para la construcción del puente se encuentra ubicado en el Estrecho de Galán, kilómetro 661 del río Magdalena, unos seis kilómetros aguas abajo del Puerto de Barrancabermeja y de la Refinería de ecopetrol, entre los cam-pos petroleros de Galán (Santander) y Casabe (Antioquia).
Estudios, diseños y construcción del puente
Presidente de INTERSA S.A.
Figura 1.
Localización
General
revista de santanDer
dossier
13
El Proyecto
La elaboración de este proyecto se inició con la recopilación de los estudios que previamente se habían realizado sobre este tema, los cuales se ampliaron y profundiza-ron con la participación de especialistas de reconocida experiencia en cada materia, bajo la dirección de un profesional de amplia for-mación académica, quien fue el responsable de la coordinación del proyecto.
Los estudios básicos comprendie-ron, entre otros, los siguientes aspectos: To-pografía, Batimetría, Hidrología, Hidráulica, Socavación, Navegación Fluvial, Geología, Geotecnia y Fundaciones, Estudios de Tráfi-co y Diseño Geométrico. Con base en estos estudios se establecieron los parámetros para el Diseño Estructural, se determinaron las cargas que soportarían las Fundaciones, se diseñaron éstas, se calcularon las Cantidades de Obra y se elaboraron sus Especificaciones, el Presupuesto y la Evaluación Socio-Econó-mica. Fue así como finalmente se pudo esta-blecer la viabilidad de la Obra.
A continuación se presenta un re-sumen de los aspectos relevantes de cada uno de estos temas.
Hidrología
El régimen hidrológico del río Magdalena muestra un comportamiento de carácter estacional en la ocurrencia de cre-cidas por la alta pluviosidad de su cuenca, la cual hace que el agua rebose la capacidad del cauce y se desborde hacia las ciénagas y otros cuerpos de agua. Este régimen ha experimen-tado alteraciones a través del tiempo, no sólo por la acción de elementos físicos, sino tam-bién, últimamente, por la intensa acción an-trópica a lo largo y ancho de toda su cuenca.
Hidráulica
El estudio contempló un levanta-miento topobatimétrico del sector, tomando secciones desde 1.000 metros aguas arriba hasta 500 metros aguas abajo del puente, separadas 20 metros en cercanías al eje y
50 metros en el resto del sector. También se tomaron trayectorias de flujo a profundida-des de 1, 3 y 5 metros. La topografía de las márgenes se llevó hasta donde puede llegar la influencia de los niveles máximos del agua.
Socavación
El análisis de socavación para los apoyos del puente se ejecutó considerando un caudal de 7.620 metros cúbicos por segundo, correspondiente a un período de recurrencia de cien años, y el nivel de aguas máximas de 74,20 msnm para el sitio del puente. De la observación de fotografías aéreas de varias épocas se pudo establecer que la orilla dere-cha del río, en el sector del Estrecho de Galán, ha permanecido inmodificada, deduciéndose de esto que el material que la conforma es resistente a los procesos de erosión por soca-vación y además, por su altura, normalmente no ha sido sobrepasada por la lámina de agua del río, excepto en grandes avenidas. En la margen izquierda del río, la zona baja adya-cente al flujo actual, corresponde a una zona de constante inundación.
Navegación Fluvial
En el sitio del puente la pendiente hidráulica es de 30 cm/km para un caudal de 7.620 m3/s. Considerando las batimetrías his-tóricas y las fotografías aéreas disponibles, el canal navegable ha estado la mayor parte del tiempo recargado hacia la margen derecha. Por otra parte, cormagdalena decidió que el nuevo puerto multimodal de Barranca-bermeja se localizara en la margen derecha, junto al puente por diseñar, lo cual implicaba que se debían crear condiciones para que siempre existiera un canal navegable por la margen derecha. Se consideró conveniente el cálculo del canal navegable bajo el puente para doble vía con el fin de permitir el paso a las embarcaciones en forma segura, y así mismo hacer posible el acceso al puerto mul-timodal proyectado.
Una vez realizados los análisis res-pectivos, se concluyó que la separación entre
1) Ingeniero Civil,
Universidad Nacional,
Bogotá, Colombia.
Estudios de postgrado
en Columbia Universi-
ty (New Cork) y Uni-
versidad de Alcalá de
Henares (España). Ex
profesor asociado de la
Universidad Industrial
de Santander, ex direc-
tor ejecutivo del Plan
General de Desarrollo
uis-bid. El presente
artículo se basa en
el Informe Ejecutivo
elaborado, en marzo
de 2006, por las firmas
intersa s.a., din s.a. y conconcreto s.a.
edic ión 2 ■ 2007
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El puente que unió a yondó con barrancabermeja
las pilas fuera de 200 metros en el canal nave-gable, teniendo en cuenta que la recomenda-ción pertinente del Ministerio de Transporte ha sido que para cada canal navegable se tenga como mínimo una luz libre, entre pi-lastras, de 90 metros. Como este Ministerio recomendó que el gálibo no debía ser inferior a 15,50 metros sobre el nivel de aguas máxi-mas, se adoptó este criterio.
Geología
El relieve de la zona del ponteadero corresponde a una geoforma plana, horizon-talizada y extensa, interrumpida lateralmente por el río. La interpretación de las muestras litológicas obtenidas en las perforaciones, así como el conocimiento geológico regional y
Figura 2.
Condiciones
hidráulicas del río.
Nivel aguas máximas = 74.20 msnm
Nivel medio = 71.33 msnm
Nivel aguas mínimas = 68.55 msnm
Caudal diseño = 7,620 m3/s
Velocidad máxima = 3.06 m/s
–----–----–----–----–----–----–
72
70
68
66
64
62
60
0 50 100 150 200 250 300 350
marGeNizquierda
marGeNdereCha
Cota
[m
snm
]
local, hicieron posible llegar a obtener la con-ceptualización del comportamiento geológico del material del subsuelo, a lo largo del eje del proyecto.
Geotecnia y Fundaciones
En los análisis geotécnicos se utili-zó la información previa realizada, entre ene-ro y febrero de 1990, por la firma Maldonado Ingeniería S.A. sobre un eje que se encuentra corrido cerca de 50 metros aguas abajo del actual. Después se realizaron los sondeos programados sobre los esquemas básicos del puente, los cuales se fueron modificando según las necesidades propias de la superes-tructura, principalmente por las luces deter-minadas y los gálibos verticales necesarios para el paso de las embarcaciones.
Con base en las consideraciones expuestas, se llegó a las siguientes conclusio-nes:• El Estrecho Galán era el sitio que presenta-
ba las mejores condiciones para la localiza-ción del puente proyectado.
• Las condiciones geológicas y morfológicas en el Estrecho Galán, respecto a las zonas adyacentes, aportaban características geo-técnicas que satisfacían las necesidades del diseño del puente, pues la estructura estaría cimentada en material in situ y no sobre material de depósitos.
Figura 3.
Perfil geotécnico.
revista de santanDer
dossier
15
• Las características morfológicas del lecho del río, aguas arriba del Estrecho Galán, favorecían el desarrollo dinámico de la co-rriente.
Diseño geométrico
El proyecto contempló el diseño de una vía que mediante un puente cruzara el río Magdalena, uniendo de esta manera los municipios de Barrancabermeja y Yondó, partiendo de la vía actual de acceso a Puer-to Galán, unos 900 metros antes de la orilla derecha del río. Fue así como el diseño del puente y sus accesos se realizó dando cumpli-miento al Manual de Diseño Geométrico para Carreteras expedido por el Instituto Nacional de Vías en el año 1998.
El proyecto de rasante se estableció a partir de las recomendaciones de los estu-dios de Hidrología, Hidráulica, Socavación, y Navegación, en los cuales se definió la cota correspondiente al nivel de aguas máximas para un período de retorno de 100 años.
Diseño estructural
De conformidad con los Términos de Referencia, se evaluaron tres alternativas para el puente principal, teniendo como pa-rámetros básicos un ancho de tablero de 11 metros, una luz central para el puente princi-pal de 200 metros, luces laterales del puente principal de 100 metros y un gálibo de 15,5 metros sobre el nivel de aguas máximas. Las alternativas examinadas fueron las siguientes:
Alternativa 1: Puente atirantado con tablero de sección cajón en concreto. La disposición general del puente se presenta en la figura 4 a.
Alternativa 2: Puente metálico con sección cajón de altura variable. La dis-posición general del puente se presenta en la figura 4 b.
Alternativa 3: Puente en concreto para ser construido por voladizos sucesivos. En la figura 5 se presenta la disposición gene-ral del puente.
Para las tres alternativas, los via-ductos de acceso presentaban una disposición de placa y vigas. La comparación de los costos globales del puente principal calculado para cada una de las tres 3 alternativas mostró que
Figura 5.
Puente en concreto.
alternativa
seleccionada.
Figura 4a. Puente atirantado.
Figura 4b. Puente metálico.
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El puente que unió a yondó con barrancabermeja
la diferencia no era sustancialmente notable. Aunque esta diferencia era baja, se consideró que se debían tener en cuenta otros factores como la procedencia de los materiales y la participación total o parcial de la ingeniería colombiana en la construcción, con la conse-cuente posible generación de empleo.
Una vez presentadas las tres alternativas al invias, se decidió desarrollar, a nivel de planos de construcción, la alternativa del puente en concreto por voladizos sucesivos.
Descripción de la estructura
El proyecto consistió en un puente de 919,10 metros de longitud, conforma-do por un viaducto de acceso en la margen derecha (359,95 m), un puente principal de 399,20 m (con luces 99,60 m – 200,00 m – 99,60 m) y un viaducto de acceso en la margen izquierda (159,95 m). Los viaductos de acceso estuvieron conformados por luces de vigas postensadas y placa en concreto. El puente principal fue diseñado para ser cons-truido por el sistema de voladizos sucesivos con dovelas fundidas in situ. El ancho del tablero fue de 11 metros y se constituyó por una calzada útil de 9 metros para dos vías de
tráfico y andenes de un metro a cada lado.Debido a la exigencia de esfuerzos,
desplazamientos y deformaciones, se empleó concreto con resistencia a la compresión a los 28 días de 42 MPa para la superestructura, de 35 MPa para las columnas y de 28 MPa para las zapatas, pilotes y estribos.
El Puente principal
La superestructura del puente está constituida por una viga continua posten-sada de sección cajón unicelular, con altura que varía parabólicamente ente 9,50 m en las caras de las pilas y 2,80 m en el centro de la luz central y sobre las dovelas extremas. El tensionamiento en fase isostática de la viga cajón se realizó con cables de acero de alta resistencia y baja relajación, de 19 torones y 5/8” por torón. Para el tensionamiento de continuidad se emplearon cables de 12 toro-nes y 5/8”.
Modelo de análisis
Para modelar las estructuras se empleó el programa de análisis estructural SAP 2000.
Modelo del Puente
principal
El modelo se ubicó dentro de un sistema global de coordenadas X, Y, Z, en donde el eje X correspondía con el sentido longitudinal del puente principal, el eje Y con el transversal y el eje Z era el eje vertical. Se emplearon elementos tipo frame para definir la superestructura, las pilas y los pilotes. Las zapatas se definieron por medio de elementos tipo shell.
El efecto del suelo sobre los pilotes se consideró dentro del modelo de análisis incluyendo unos resortes horizontales en los nudos de los pilotes, teniendo en cuenta los niveles de socavación. En el extremo inferior de los pilotes se consideró adicionalmente un resorte vertical. Los valores de estos resortes fueron tomados de las recomendaciones geo-técnicas.
revista de santanDer
dossier
17
Cargas
Las cargas para el análisis, así como las combinaciones de carga, se evaluaron de acuerdo con las normas de diseño, del modo siguiente:
• CargaMuerta.• CargaPermanente.• CargaViva.• CargaVivaenAndenes.• FuerzadelaCorriente.• CargasdeViento.• VientoSobrelaCargaViva.• Frenado.• FuerzasTérmicas(Gradientede
Temperatura).• RetracciónporFraguadoyFlujo
Plástico.• TensionamientodeContinuidad.• CargaDinámica(sismo).
Resumen de las características
generales de la Obra
Geometría
Pilotes viaducto margen derecha
15 pilotes 1,50 m
Pilotes puente principal
36 pilotes 2,00 m y 6 pilotes 1,50 m
Pilotes viaducto margen izquierda
15 pilotes 1,20 m
Pilas viaductos y puente principal
Cajón rectangular unicelular
Superestructura viaductos
Vigas preesforzadas
Superestructura puente principal
Viga cajón unicelular, construido por voladizos sucesivos
EvaLuacióN SOciOEcONóMica
Justificación del Proyecto
Esta obra es de gran importancia económica y social para el desarrollo del país, ya que se encuentra ubicada en el corazón de Colombia, en un sector que es centro de desarrollo productivo, donde confluyen los medios de transporte terrestre, férreo, aé-reo y fluvial. Este último será racionalizado y ordenado con la construcción del puerto multimodal en Barrancabermeja. El puente beneficiará la integración nacional, facilitan-do la comunicación terrestre del Oriente del país y Venezuela, con el Océano Pacífico. Así mismo, permitirá un mejor acceso de los pro-ductos del occidente colombiano al creciente mercado venezolano.
Por otra parte, con la construcción del puente se logrará que el tráfico proce-dente de Cúcuta y Bucaramanga, a través de Remedios y Zaragoza, llegue a Caucasia para continuar con tres destinos: el primero Córdoba, Sucre y los centros de exportación de Cartagena, Barranquilla, Santa Marta; el segundo hacia el Golfo de Urabá y el tercero hasta llegar al Golfo de Morrosquillo, futuro epicentro del movimiento de carga en el lito-ral Atlántico.
Los tráficos de carga y pasajeros procedentes de estas dos capitales departa-mentales tendrán lo opción de conectarse con Medellín a través de la Transversal de la Paz, pasando por Bodegas, Maceo y Cisneros.
Además de lo anterior, la cons-trucción del Puente generará los siguientes beneficios:
•Aumentodeltráficovehicularporfaci-lidad en el cruce del río.
•Disminucióndelostiempostotalesdeviaje.
•Menoresrecorridosparalosdesplaza-mientos de carga y pasajeros.
•Disminucióndeloscostosdetranspor-te.
•Ventajascomparativasfrenteaotrasmodalidades de transporte.
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El puente que unió a yondó con barrancabermeja
• Mayorvelocidadoperacionaldelosautomotores.
• Aumentodelvalordelastierrasubica-das en la zona de influencia.
• Incrementodelaactividadeconómicaysocial del sector.
• Desarrollodelasactividadesrecreativasy turísticas.
• Aumentodelasinversionesenlare-gión.
• Aumentodeladisponibilidaddebienesy servicios para la población.
• Incrementodelasoportunidadesdetrabajo y empleo para la población.
• Facilidadenelcontroldelaexplotaciónde recursos naturales.
• Mejoramientodelasvíassecundariasyde penetración.
• Mejoramientodelacalidaddevidadelos pobladores de la región.
• FacilidadenelaccesodelasfuerzasdelEstado a la región, para control del or-den público.
Evaluación económica del
Proyecto
Costos de Construcción e
Interventoría
De acuerdo con los resultados de los estudios y diseños, con las especificacio-nes, las cantidades de obra, el análisis de pre-cios unitarios y el presupuesto, se tienen los siguientes costos:
Al finalizar el período de evalua-ción, año 22, existe un valor de salvamento, o valor residual del puente principal y los viaductos de acceso, estimado en un 50% del costo de inversión, equivalente a $15.626 mi-llones.
Teniendo en cuenta los costos de mantenimiento vial y los ahorros en tarifas, al cambiar el tránsito entre las dos ciudades, que se hacía mediante lanchas y ferry, por el uso de vehículos automotores, se tienen los siguientes indicadores financieros:
Estos resultados positivos esta-blecieron que el proyecto de la construcción del puente Barrancabermeja–Yondó, con sus accesos, es viable desde el punto de vista fi-nanciero. El valor presente neto es mayor que cero, es decir, que al final del período de aná-lisis, 22 años, generan $ 3.678,0 millones. La Tasa Interna de Retorno, del 13,53%, es más atractiva que la que actualmente el Gobierno Nacional está reconociendo a los proyectos viales concesionados, que es del 12% o me-nos. La Relación Beneficio/Costo, de 1,13, significa que por cada peso de costo el pro-yecto genera 1,13 pesos, lo que es equivalente a la expresión de que por cada cien pesos de inversión, el proyecto le retorna 113 pesos.
PROcESO cONStRuctivO
Pilotes
A mediados de enero de 2004 co-menzaron las labores de pilotaje, establecien-do dos frentes de trabajo independientes: el primero para ejecutar los pilotes de 2,00 m de diámetro en los apoyos 6, 7 y 8 del puente principal y, el segundo, los de 1,20 m y 1,50 m de diámetro en los apoyos restantes.
(En millones de pesos de septiembre del 2.002)
Costo de CoNstruCCióN e iNterVeNtoria
(Precios económicos)
Construcción del puente principal 28.105
Construcción de accesos 3.147
Costo total de construcción (incluye iVa) 31.252
Costos de estudios y diseños 745
Costo de la interventoría 1.734
totaL 33.730
iNdiCadores FiNaNCieros
Valor presente neto 3.678,0
tir 13.53%
relación Bo / Co 1,13
revista de santanDer
dossier
19
A finales de mayo de 2004, la ter-minación del periodo de crecientes del río trajo consigo la formación repentina de un depósito de sedimentos entre los apoyos 8 y 12 del puente, como prolongación de una isla preexistente, ubicada inmediatamente aguas arriba del eje del proyecto. De esta manera, la naturaleza compensaba las afectaciones de los primeros meses, ya que permitió finalmente la ejecución de los pilotes de los apoyos 8 a 12, ubicando los equipos de pilotaje direc-tamente sobre tierra, luego de un trabajo previo de conformación y adecuación de una plataforma. Después de más de siete meses de trabajos, a comienzos de septiembre de 2004, finalizaron las labores de pilotaje.
Zapatas
Las fundaciones de los apoyos 7 y 14 se construyeron sobre una plataforma de vigas metálicas, apoyadas sobre ménsulas metálicas soldadas a los revestimientos de los pilotes. La construcción de la fundación del apoyo 7, la fundación más grande construida sobre el agua para puentes en nuestro país, se dificultó porque después de finalizados los trabajos de pilotaje en julio de 2005, los niveles del río estuvieron muy poco tiempo por debajo de la cota 71,80 requerida para el montaje de la obra falsa; finalmente, en enero
de 2005 se pudo completar el trabajo y fundir este elemento de 3,50 m de espesor y 1.264,3 m3 en tres etapas.
Columnas y Vigas Cabezal
Por ser tan común en nuestro medio, el proceso constructivo de estos ele-mentos no reviste gran importancia para la ingeniería; sin embargo, la forma de las columnas con su sección transversal en I, de ancho variable, y de las vigas cabezal en los viaductos de acceso, así como la forma de las columnas rectangulares huecas, de ancho va-riable, en el puente principal, llaman la aten-ción porque le imprimen a la estructura una belleza única que muchos diseñadores estruc-turales han relegado a un segundo plano.
Vigas Postensadas
En el viaducto de acceso de Ba-rrancabermeja se construyeron 12 vigas de 40 m de longitud, 2,40 m de altura y 80 tonela-das de peso, de las cuales las 3 vigas de la pri-mera luz fueron construidas directamente en su sitio sobre andamios de carga aprovechan-do la poca altura de la obra falsa. Las restan-tes 9 vigas se construyeron sobre el terreno adyacente a cada luz, en los meses de mayo y junio de 2004, y se montaron con grúas de gran capacidad en julio de 2004.
Panorámica de los trabajos de pilotaje en el río. hinca de camisas para la construcción de pilotes en el agua. (apoyo 7)
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20
El puente que unió a yondó con barrancabermeja
Voladizos Sucesivos
Para la construcción de los vola-dizos sucesivos se utilizó un par de carros de avance con una capacidad nominal de 180 toneladas y un alcance máximo de 5 m, los cuales son en la actualidad los carros de avan-ce de mayor capacidad en el país. El procedi-miento comenzaba una vez posicionados los carros de avance para la construcción de un par de dovelas simétricas; luego se colocaba el acero de refuerzo, se prolongaban los ductos que alojaban los cables que finalizaban en dovelas posteriores. Enseguida se instalaban los anclajes de los cables que finalizaban en la dovela en construcción. Posteriormente, se cerraba el encofrado lateral de las paredes de la viga cajón y se realizaba el vaciado monolí-tico y simultáneo de la pareja de dovelas, cuya longitud varía entre 3 y 5 m.
A partir del día siguiente al vaciado se iniciaba la actividad de enhebrar, a través de los ductos previamente instalados, los 19 torones de 5/8” de que constan cada uno de los cables que finalizaban en la dovela, para proceder a su tensionamiento, cuando el concreto alcanzaba una resistencia superior a 236 Kg/cm2 (56% de f´
C). Esto se obtenía
habitualmente entre 36 y 42 horas después del vaciado. Así mismo, cuando el concreto
alcanzaba los 210 Kg/cm2 (36 horas aproxi-madas), se liberaba el carro de avance y se iniciaba el proceso del movimiento del carro, hasta posicionarlo para la construcción de un nuevo par de dovelas.
Después del tercer día se iniciaban las labores de colocación de refuerzo, ductos, anclajes y encofrado de las paredes, lo cual podía tardar entre 2 y 3 días. Finalmente, en el quinto o sexto día se realizaba la fundida de la pareja de dovelas, dando inicio a un nuevo ciclo.
A medida que se incrementaba la longitud de dovelas construidas y, por ende, los cables iban siendo cada vez más largos (hasta 196 m), podían presentarse dificulta-des con el enhebrado de ellos, por la capaci-dad de empuje de la máquina enfiladora, y con la tensión de los cables, por la capacidad del equipo de bombeo de lechada. Eventual-mente, podía ocurrir que la resistencia del concreto no evolucionara adecuadamente, de tal manera que podían retrasarse las acti-vidades que dependían de ella. Por lo demás, el sistema brindaba la confiabilidad de poder predecir con buen grado de aproximación el avance de los trabajos.
La imposibilidad de construir el apoyo 7 del puente durante el segundo se-
montaje de vigas en el sector de la plataforma entre apoyos 8 y 12. Vista completa del montaje de vigas en el sector de plataforma
entre los apoyos 8 y 12.
revista de santanDer
dossier
21
mestre de 2004, debido a los niveles elevados del río en ese periodo que no permitieron realizar la fundación, prolongó la duración de la construcción del puente principal, ya que los carros de avance no tuvieron conti-nuidad después de construir las dovelas de los voladizos del apoyo 6, entre los meses de junio y noviembre de 2004. Sólo hasta el mes de junio de 2005, se pudo iniciar la construc-ción de las dovelas de los voladizos del apoyo 7, quedando terminado el puente principal el 21 de noviembre de 2005, con el vaciado de la dovela de cierre. Finalmente, el 30 de noviembre de 2005 cruzó el primer vehículo sobre el puente ingresando por una rampa de acceso provisional construida en el estribo del lado Barrancabermeja. ❖
Primer plano del apoyo 7 del puente principal. aspecto de la luz central del puente principal.
Panorámica parcial del puente desde el costado de Barrancabermeja.
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El puente que unió a yondó con barrancabermeja
Cuando se propuso el proyecto de construcción de un puente que uniera a Barrancabermeja con Yondó ocurrió que el mi-nistro del Transporte, ingenie-
ro Uriel Gallego, opinó que no era viable esta construcción en el sitio denominado Galán. Se fundaba entonces en un modelo hidráu-lico realizado por la Universidad Nacional de Colombia1, según el cual la construcción del puente tendría efectos morfológicos ne-gativos sobre el río Magdalena, de tal suerte que esta obra era incompatible con el manejo adecuado de este río. No obstante, un grupo de investigadores de la Universidad Industrial de Santander examinó el caso y concluyó que aunque podían esperarse efectos geomorfoló-gicos negativos, el proyecto del puente sí era viable2. Fue en esa circunstancia que este gru-po recomendó unas modificaciones al diseño original del puente para que su construcción fuera viable, pero sin ignorar la advertencia
jaime suárez Díaz
Efectos geomorfológicos del puente
Universidad Industrial de Santander.
sobre los efectos geomorfológicos negativos de esta obra. Ejecutado el proyecto del puen-te, tanto cormagdalena como ecopetrol, así como la Administración Municipal de Barrancabermeja, no son conscientes aún de estos efectos geomorfológicos, los cuales afec-tarán tanto la vida cotidiana de las orillas del río Magdalena en el futuro como el manejo de esta histórica corriente fluvial.
Los problemas del río en
Barrancabermeja (1943 a 2006)
Hace 50 años, el cauce principal del río Magdalena se encontraba, en la orilla de-recha, junto al puerto de Barrancabermeja y al Hotel Pipatón. En el sitio del puente cons-truido, el cauce principal del río se encontra-ba hacia la orilla izquierda. El río era amplio, no existían grandes islas y no se presentaban problemas importantes de estabilidad de la orilla3.
Los problemas del río empezaron en 1943, cuando la Anglo-Saxon Petroleum Company terminó de construir el dique de Yondó para controlar las inundaciones del campo petrolero que se presentaban en la orilla izquierda del río. En 1947 se presentó un problema grave de erosión en el dique, en el sector de Carmelitas, y fue necesario reemplazar el dique en un tramo de varios kilómetros. Desde el año de 1950 se empezó a formar una isla frente al puerto de Barran-cabermeja, que en 1957 ya tenía un ancho de aproximadamente 900 metros y una longitud de tres kilómetros. La formación de esta isla provino de dos causas principales: la ya men-cionada construcción del dique de Casabe y la sedimentación, por erosión intensa, de las cuencas de los ríos Opón y La Colorada. La isla fue aumentando su magnitud, de tal ma-
antes de la
construcción del
puente, el río
magdalena no tenía
restricciones en
el sitio de Galán
y no existían islas
importantes (Foto
ing. dagoberto
rocha).
revista de santanDer
dossier
23
1) Universidad Nacional de Colombia. Informe de los
resultados del modelo hidráulico del río Magdalena
en el sector de Barrancabermeja. Bogotá, 2003.
2) Universidad Industrial de Santander. Informe del
convenio interinstitucional invias–uis sobre el puente
Barrancabermeja–Yondó, 2003.
1943 1950 1957
1967 1976 1981
1992 1998 2004
BarraNCaBermeJa BarraNCaBermeJa BarraNCaBermeJa
BarraNCaBermeJa BarraNCaBermeJa BarraNCaBermeJa
BarraNCaBermeJa BarraNCaBermeJa BarraNCaBermeJa
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3) Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Fotografías
aéreas de diversos años.
Localización del
cauce principal
del río magdalena
frente a Barran-
cabermeja desde
1943 a 2004.
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El puente que unió a yondó con barrancabermeja
nera que el cauce del río Magdalena junto al puerto de Barrancabermeja se fue haciendo cada vez más angosto.
En 1967 ya existían dos cauces principales del río, uno frente a Yondó y otro frente a Barrancabermeja. Sin embargo, en el sitio de Galán el cauce principal continuaba en la orilla izquierda. En 1976 el cauce prin-cipal, cerca de Barrancabermeja, se trasladó hacia la orilla izquierda. Fue entonces cuando el puerto de Barrancabermeja prácticamente desapareció y solo podían llegar a él embar-caciones menores. En 1981 se inició la forma-ción de una barra de arena junto al puerto y en 1990 ya el puerto dejó de funcionar como tal, por lo que provisionalmente fue trasla-dado a la isla que se había formado frente a Barrancabermeja. En este año, el antiguo Mi-nisterio de Obras Públicas realizó el primer programa de dragado para habilitar el puerto de Barrancabermeja. Fue entonces cuando el dragado del canal produjo un cambio geomorfológico importante en el río, aguas abajo.
El canal principal del río, que en el sitio de Galán se encontraba en ese momento en la orilla derecha, se movió hacia la orilla izquierda. Al suspenderse el dragado, el río se alejó nuevamente del puerto de Barranca-bermeja y se acercó al sitio de Galán. Desde
entonces, el puerto de Barrancabermeja de-pendería de los trabajos de dragado. Cuando se suspendieron los trabajos de dragado, el río se movió en la dirección de Yondó y el cauce principal regresó al sitio de Galán, en la orilla derecha. Pero en enero de 1997, cuando la recién creada cormagdalena reinició el programa de dragados, el río volvió al puerto de Barrancabermeja y se alejó de Galán. Esta perspectiva histórica muestra que el río Mag-dalena nunca ha estado, al mismo tiempo, con el cauce principal en el puerto de Barran-cabermeja y en el sitio de Galán.
condicionamientos
para el diseño del puente
y del puerto de Galán
El Instituto Nacional de Vías di-señó el puente sobre el río Magdalena supo-niendo que el cauce principal, en el sitio del puente, permanecería siempre en la orilla derecha. Por este supuesto, el puente solo tiene una luz principal de 200 metros junto a esta orilla. Adicionalmente, el puerto de Ga-lán se diseñó bajo el supuesto de que con la construcción del puente se garantizaría que el cauce principal del río Magdalena se encon-traría junto al puerto, de tal modo que éste podría funcionar adecuadamente.
Una vez construido el puente y el puerto, ya no se puede permitir que el cauce principal del río Magdalena regrese al puerto antiguo o muelle turístico de Barrancaberme-ja, porque en ese evento el cauce principal se redireccionaría en el sitio del puente hacia la orilla izquierda, lo cual impediría la navega-ción en el río Magdalena y el funcionamiento del puerto multimodal en Galán. Si el cauce principal en el sitio de Galán se dirige hacia la orilla izquierda, ya no podrían transitar navíos importantes por el río Magdalena por-que el puente se los impediría.
Primeros efectos de la
construcción del puente
Al iniciarse la construcción de las pilas del puente dentro del río se empezó a
diciembre de 2004.
al iniciarse la
construcción de las
pilas del puente se
empezó a formar
una isla junto a
estas pilas en la
orilla izquierda
del río, tal como
estaba previsto en
el diseño (Foto ing.
dagoberto rocha).
revista de santanDer
dossier
25
formar una isla de gran tamaño en la orilla izquierda, junto al puente, consolidándose el canal principal en la orilla derecha, como se puede observar en las fotografías toma-das –en diciembre 2004, marzo y octubre de 2006– en el proceso constructivo de las pilas. La formación de esta isla estaba prevista en el diseño del puente, pues la pila 7 del puente se encuentra diseñada para resistir la socavación adicional debida a este efecto. Pero no ocu-rrió igual con el diseño del puerto, pues éste no se encuentra en condiciones de soportar esta socavación.
Problemas para
el puerto de Galán
El puerto de Galán está sufriendo actualmente un proceso de socavación acele-rada que está en relación directa con la pre-sencia del puente. El primer efecto fue la falla del tablestacado, y se pueden esperar mayores problemas en el futuro. El diseño del muelle de Galán debe adaptarse a la ocurrencia de mayores niveles de socavación relacionados con el puente. Aunque el puente y el puerto pueden coexistir, aparentemente en el diseño del puerto no se tuvo en cuenta el efecto de socavación que iba a tener el sitio después de construido el puente.
Problemas para
el dique de Yondó
Aún no se había inaugurado el puente cuando ya se empezaban a registrar problemas de erosión aguas arriba, en el dique de Yondó, cerca a Carmelitas. La sedi-mentación aguas arriba del puente está hoy aumentando en forma acelerada, lo cual está agravando los problemas de erosión, espe-cialmente sobre el dique que protege a Yondó contra las inundaciones. En el futuro, los pro-blemas tenderán a agravarse y se requerirá la rehabilitación o reconstrucción de las obras de protección del dique. Si no se acometen estas obras se podría producir tanto la inun-dación de la población de Yondó como del campo petrolero de Casabe. De este modo,
El puerto de Galán se diseñó bajo el supuesto de
que con la construcción del puente se garantizaría
que el cauce principal del río Magdalena se
encontraría junto al puerto, de tal modo que éste
podría funcionar adecuadamente.
marzo 2005. al continuar la construcción
continuó la consolidación de las islas (Foto
ing. dagoberto rocha).
agosto 2005. se consolida en forma defi-
nitiva la isla en la orilla izquierda. el río
solamente es navegable por la orilla dere-
cha (Foto ing. dagoberto rocha).
edic ión 2 ■ 2007
26
El puente que unió a yondó con barrancabermeja
el Estado colombiano y ecopetrol deben invertir recursos importantes para evitar una catástrofe relacionada con el dique de Yondó. Con previsión, ecopetrol ya inició la cons-trucción de obras adicionales para proteger sus instalaciones.
¿Qué se puede hacer con el
muelle turístico?
No es viable, en términos técnicos, habilitar el antiguo puerto de Barrancaber-meja para navíos de gran tamaño. Cualquier trabajo de dragado re-direccionaría el río ha-cia la orilla izquierda, frente a Galán, y se per-dería la navegabilidad del río pues el puente se interpondría al tránsito de las naves. En consecuencia, los dragados que actualmente realiza cormagdalena deben modificarse para evitar que se trastorne la navegación en el río Magdalena y se inhabilite el puerto de Galán. Los puertos de Barrancabermeja y de Galán no pueden coexistir. Los puertos de ecopetrol tendrán dificultades en el futuro debido a que en el momento que se suspenda el dragado se puede generar una sedimenta-ción frente al puerto de ecopetrol.
La mejor propuesta para el muelle turístico es trasladarlo a la isla que está situa-da frente a Barrancabermeja, y reducirlo a su condición de muelle turístico para embarca-ciones menores. Los navíos de gran tamaño solo deben llegar al nuevo puerto de Galán. En términos prácticos, cormagdalena de-bería suspender los dragados para permitir
El puerto de Galán está sufriendo
actualmente un proceso de
socavación acelerada que está en
relación directa con la presencia del
puente. El primer efecto fue la falla
del tablestacado, y se pueden esperar
mayores problemas en el futuro.
el puente Yondó se construyó con una luz
principal de 200 metros en la orilla dere-
cha, suponiendo que el cauce principal del
río va a permanecer siempre en esta orilla
(Foto ing. dagoberto rocha).
marzo 2006. el río magdalena debido a la
sedimentación potenciada por la construc-
ción del puente, produce problemas graves
de erosión amenazando con el colapso del
dique de Yondó. ecopetrol construyó obras
de defensa, pero no han sido suficientes
para garantizar la estabilidad del dique
(Foto ing. Jaime suárez).
revista de santanDer
dossier
27
el equilibrio del río, de acuerdo a los criterios que se utilizaron para el diseño del puente y del puerto de Galán.
La navegabilidad del
río Magdalena
La navegabilidad del río Magdalena teóricamente se mejoró con la construcción del puente porque el canal principal del río se está profundizando, lo cual permite el paso de navíos de gran tamaño. Sin embargo, los dragados de cormagdalena que se ejecutan para habilitar el puerto de Barrancabermeja pueden generar un efecto contrario. Si se continúa el proceso de dragado junto al puer-to de Barrancabermeja, la navegabilidad en el canal principal va a quedar amenazada.
Toda obra de infraestructura física de gran magnitud tiene sus efectos colate-rales. El puente sobre el río Magdalena que comunicó a Barrancabermeja con Yondó no es una excepción. En consecuencia, todas las instituciones involucradas con el manejo del río deben hacer partir sus cálculos de la existencia real del puente mencionado, de tal suerte que en adelante tendrán que adaptarse a las nuevas condiciones fluviales que esta obra impuso. ❖
No es viable, en términos técnicos, habilitar el antiguo
puerto de Barrancabermeja para navíos de gran
tamaño. Cualquier trabajo de dragado re-direccionaría
el río hacia la orilla izquierda, frente a Galán, y se
perdería la navegabilidad del río pues el puente se
interpondría al tránsito de las naves.
el puerto multimodal de Galán se construyó
suponiendo que el cauce principal del río va
a estar en la orilla derecha junto al puente.
La luz del puente se diseñó para que los
navíos de gran tamaño puedan acercarse al
puerto (Foto ing. dagoberto rocha).
diciembre 2006. La socavación en la orilla
derecha produce el colapso de las tables-
tacas del puerto multimodal (Foto Laura
ayala).
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¿Múltiples culturas, una sola humanidad?
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El «multiculturalismo» es una de las palabras de moda entre los
“gestores culturales” y universitarios colombianos, correspondiente a la política
cultural de los funcionarios del Ministerio respectivo. Para ellos, se trata del
canon de la «corrección política». Lo que no saben es que, en el fondo, se trata
de una renuncia al ejercicio de la responsabilidad nacional, un “dejar hacer y
pasar” para no proponer metas educativas ni culturales. Se trata entonces de
una traición de los intelectuales (trahison des clercs) a su misión propia, una
irresponsabilidad con el destino de sus respectivas naciones. Es preciso someter
a crítica esa corriente traidora. Por ello, esta sección acoge un brillante ensayo
de Zygmunt Bauman sobre las consecuencias prácticas del multiculturalismo
para el proyecto de construcción de las comunidades nacionales, es decir, para
el avance de las promesas de la ciudadanía moderna.
¿Múltiples culturas, una sola humanidad?
zygmunt bauman
El «multiculturalismo» es la respuesta más habitual entre las clases cultas y creadoras de opinión a la incertidumbre mun-
dial respecto a qué tipos de valores merecen ser estimados y cultivados y qué direcciones deben seguirse con firme determinación. Esa respuesta se está convirtiendo rápidamente en el canon de la «corrección política»; es más, se convierte en un axioma que ya no es necesario explicitar, en el prolegómeno a cualquier deli beración posterior, la piedra angular de la doxa: no en un co nocimiento en sí mismo, sino en la asunción tácita, no pensada, de todo pensamiento que lleva al conocimiento.
En pocas palabras, la invocación del «multiculturalismo», en boca de las clases cultas, esa encarnación contemporánea de los intelectuales modernos, significa: lo sien-to, no podemos sacarte del lío en el que estás metido. Sí, hay confusión sobre los valo res,
Este ensayo fue incluido en la compilación del autor que
originalmente fue titulada Community. Seeking Safety in an
Insecure World (Polity Press, 2001). La traducción española
fue hecha por Jesús Alborés y publicada como capítulo 9 de
la obra Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil
(Madrid: Siglo XXI, 2003; p. 145-168). En esta obra, el autor
advirtió que la palabra «comunidad», pese a transmitir una
buena sensación, por desgracia representa el tipo de mun-
do al que no podemos acceder. La «comunidad realmente
existente» nos pide renunciar a nuestra libertad, obediencia,
desconfianza respecto de los extraños y una renuncia a enten-
derlos o hablar con ellos. El precio de «estar en comunidad»
puede ser el de la renuncia a la autonomía. Por derivación,
la propuesta del «multiculturalismo» debe ser examinada
con sumo cuidado. Nacido en 1925 en Pozna (Polonia),
emigró de su patria en 1968 por razones políticas y se con-
virtió en uno de los grandes sociólogos de nuestro tiempo.
Es profesor emérito en la Universidad de Leeds (Inglaterra).
revista de santander
nuevas corrientes intelectuales
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nuevas corrientes intelectuales
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Zygmunt Bauman
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¿Múltiples culturas, una sola humanidad?
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sobre el significado de «ser humano», sobre las formas ade cuadas de convivir; pero de ti depende arreglártelas a tu modo y atenerte a las consecuencias en el caso de que no te sa-tisfagan los resultados. Sí, hay una cacofonía de voces y es improbable que se cante una canción al unísono, pero no hay que preocu-parse: ninguna canción es necesariamente mejor que la siguiente, y si lo fuera, no habría de todos modos forma de saberlo, así que canta con entera libertad (compón, si sabes) tu propia can ción (en cualquier caso, no au-mentarás la cacofonía; ya es en sordecedora y una canción más no cambiará nada).
Russell Jacoby dio el título de El final de la utopía1 a su in cisiva exposición de la fatuidad del credo «multiculturalista». Ese título tiene un mensaje: las clases cultas de nuestra época no tie nen nada que decir sobre la forma preferible de la condición humana. Es por esta razón por la que buscan un escape en el «multiculturalismo», esa «ideología del final de la ideología».
Enfrentarse al statu quo siempre requiere valor, conside rando las tremendas fuerzas que se reúnen tras él; y el valor es
una cualidad que intelectuales famosos en tiempos por su vo ciferante radicalismo han perdido en el camino hacia sus nue vos pa-peles y «nichos» como expertos, académicos o celebri dades mediáticas. Uno siente la tentación de aceptar esta versión levemente actualizada de le trahison des clercs como la expli cación al enigma de la resignación e in-diferencia de las clases cultas.
Sin embargo, es preciso resistirse a esa tentación. Tras el via je de los intelectua-listas hasta su actual ecuanimidad hay una razón más importante que la cobardía de las clases cultas. Las clases cultas no han hecho solas el viaje. Han viajado con una compañía muy numerosa: en compañía de los poderes econó micos cada vez más extraterritoriales, en compañía de una so ciedad que vincula a sus miembros cada vez más a su papel de consumidores en vez de al de productores, y en compañía de una modernidad cada vez más fluida, «licuada», «desregulada». Y en el curso de ese viaje han sufrido transforma-ciones parecidas a las que les tocó en suerte al resto de sus compañeros de viaje. En tre las transformaciones compartidas por todos los viajeros des tacan sobre todo dos como expli-caciones plausibles de la es pectacular carrera de la «ideología del fin de la ideología». La primera es la desvinculación como la nueva estrategia del poder y de la dominación; la segunda el exceso como el actual sustitu to de la regulación normativa.
Los intelectuales modernos eran gente con una misión: la vocación que les había sido asignada y que se tomaron en serio fue ayudar a «rearraigar lo desarraigado» (o, utilizando los tér minos que los sociólogos prefieren actualmente, «reintegrar lo desinte-grado»). Esa misión se dividía en dos tareas.
La primera de ellas era «ilustrar al pueblo», es decir, proveer a los desorien-tados hombres y mujeres arrancados de la mo nótona rutina de la vida comunal de gi-róscopos axiológicos y mar cos cognitivos que permitieran a cada uno de ellos navegar en aguas desconocidas y turbulentas que exigían
1) Véase Russell Jacoby (1999), The End of Utopia: Politics
and Culture in an Age of Apathy, Nueva York, Basic
Books.
Russell Jacoby dio el título de El final de la utopía
a su in cisiva exposición de la fatuidad del credo
«multiculturalista». Ese título tiene un mensaje: las
clases cultas de nuestra época no tie nen nada que
decir sobre la forma preferible de la condición
humana. Es por esta razón por la que buscan un
escape en el «multiculturalismo», esa «ideología del
final de la ideología».
revista de santander
nuevas corrientes intelectuales
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habilidades vita les que no habían necesitado jamás y que nunca habían tenido la oportu-nidad de aprender; establecer nuevos puntos de orien tación, nuevos fines vitales, nuevas lealtades y nuevos estánda res de conformidad en sustitución de los que solían proveer las comunidades en las que estaba inscrita la vida humana de la cuna a la sepultura, pero que ahora habían perecido, ya no eran accesibles o habían caído rápidamente en desuso.
La otra tarea era contribuir a la empresa acometida por los legisladores: dise-ñar y construir nuevos entornos bien estruc-turados y cartografiados que hicieran posible y eficaz semejante navegación, y dar forma a una «masa» temporalmente amorfa; estable-cer el «orden social», o, más exactamente, una «sociedad ordenada».
Ambas tareas derivaban de la mis-ma gran empresa de la re volución moderna: la construcción del estado y la nación: la sus titución de un mosaico de comunidades locales por un sistema más estrechamente integrado de estado-nación, de «sociedad imaginada». Y ambas tareas requerían una confrontación di recta, cara a cara, de todos sus agentes –económicos, políticos o espi-rituales– con los cuerpos y las almas de los objetos de la gran transformación en marcha. Construir la industria moder na se reducía al desafío de transplantar a los productores de la rutina tradicional, ligada a la comunidad, a otra rutina diseña da y administrada por los propietarios de las fábricas y sus supervisores a sueldo. Construir el estado moderno consis-tía en sustituir las antiguas lealtades hacia la parroquia, la comunidad del vecindario o el gremio artesano por nuevas lealtades de corte ciudadano hacia la totalidad abstracta y dis-tante de la nación y de las leyes del país. Las nuevas lealtades, a diferencia de las an tiguas y obsoletas, no podían confiar en mecanismos de auto-reproducción espontáneos y que se seguían sin más; tenían que ser cuidadosa-mente diseñadas y meticulosamente instala-das en un proceso de educación organizada de las masas. La cons trucción y manteni-
miento del orden moderno requería gestores y profesores. La era de la construcción del estado-nación tenía que ser, y fue, una época’ de vinculación directa entre los gobernantes y los gobernados.
Eso ya no ocurre; en todo caso, ocurre cada vez menos. Los nuestros son tiempos de desvinculación. El modelo pa-nóptico de dominación que utilizaba la vigi-lancia y el control hora a hora y la corrección de la conducta de los dominados como su estrategia principal está siendo rápidamente desmantelado y deja paso a la autovigilancia y autocontrol por parte de los do minados, algo que es tan eficaz para suscitar el tipo de conduc ta «correcta» (funcional para el sistema) como el antiguo método de domi-nación… sólo que considerablemente menos costoso. En lugar de columnas en avance, enjambres.
A diferencia de las columnas en avance, los enjambres no requieren sargentos ni cabos; los enjambres encuentran su ca-mino infaliblemente sin los oficiales del es-tado mayor ni sus ór denes de marcha. Nadie conduce a un enjambre hacia los pra dos flo-ridos, nadie tiene que reconvenir y sermonear a los remolones, ni fustigarlos para que vuel-van a la fila. Quien quie ra mantener a un en-jambre centrado en su objetivo debe atender
Tras el via je de los intelectualistas hasta su actual
ecuanimidad hay una razón más importante que la
cobardía de las clases cultas. Las clases cultas no han
hecho solas el viaje. Han viajado con una compañía
muy numerosa: en compañía de los poderes econó
micos cada vez más extraterritoriales, en compañía
de una so ciedad que vincula a sus miembros cada
vez más a su papel de consumidores en vez de al de
productores…
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¿Múltiples culturas, una sola humanidad?
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a las flores del prado, no a la trayectoria de la abeja indivi dual. Es como si el bicentenario oráculo de Claude Saint-Simon y la visión del comunismo de Karl Marx se hubieran realizado: la gestión de los seres humanos está siendo sustituida por la gestión de las cosas (confiándose en que los seres humanos sigan a las cosas y ajusten sus propias acciones a la lógica de éstas).
A diferencia de las columnas en avance, los enjambres es tán coordinados sin estar integrados. A diferencia de las colum nas en avance, cada una de las «unidades» que se combinan en un enjambre es «volunta-ria», autopropulsada y autodirigida, pero, una vez más, a diferencia de las columnas, el posible com portamiento errático derivado de los efectos globales de la autonomía se anula sin recurrir a la integración mediante la obe diencia a las órdenes. No se da ninguna orden, no se escucha ninguna llamada a la disciplina. Si se escucha alguna apelación, esta se dirige al «interés individual» y al enten-dimiento. La san ción que se cierne sobre la conducta inapropiada es el perjuicio autoin-fligido, y el perjuicio se achaca a la ignorancia del interés... del interés individual, no del «bien de la totalidad». El enjam bre puede mo-verse de forma sincronizada sin que ninguna de sus entidades tenga la menor idea de qué puede querer decir «bien común». Al igual que las torres de vigilancia del panóp tico, se han hecho redundantes esos otros costosos aditamentos del «poder vinculado», el adoc-trinamiento ideológico y la mo vilización.
Según la versión del drama de la gran desvinculación que ofrece Daniel Co-hen2, economista de la Sorbona, la función de la empresa ya no es guiar, regular y controlar a sus emplea dos; ahora es al revés: compete a los empleados probar su ca pacidad, demos-trar que aportan valores de los que carecen otros empleados. En una curiosa inversión del modelo de relación ca pitalista-trabajador de Karl Marx, en la que los capitalistas paga-ban únicamente por el mínimo estrictamen-te imprescindible para que se reprodujera la capacidad de trabajar de los obre ros, su «fuerza de trabajo», pero exigían un trabajo muy supe rior a su gasto, las actuales empresas pagan a los empleados por el tiempo que se les exige trabajar para la compañía pero rei-vindican todas sus demás capacidades, toda su vida y toda su per sonalidad. La competen-cia a muerte ha pasado de fuera a den tro de las oficinas de la empresa: el trabajo significa exámenes diarios de capacidad y dedicación, los méritos acumulados no garantizan la es-tabilidad futura. Cohen cita un informe de la Agencia Nacional de Condiciones Laborales: la «frustración, el aislamiento, la competen-cia dominan» la situación de los em pleados. Cita también a Alain Ehrenberg3: las neurosis provo cadas por los conflictos con las figuras de la autoridad han sido sustituidos por «de-presiones causadas por el temor de no estar “a la altura” y no aportar un “rendimiento” tan bueno como el del colega más cercano». Y finalmente a Robert Linhart4: la otra cara de la autonomía y del espíritu de iniciativa son el «su frimiento, la confusión, el malestar, los sentimientos de impo tencia, estrés y temor». Si el esfuerzo laboral se ha transforma do en una lucha cotidiana por la supervivencia, ¿quién necesita supervisores? Si los emplea-dos son fustigados por su propio ho rror a la inseguridad endémica, ¿quién necesita gesto-res que chasqueen las fustas?
De columnas en avance a enjam-bres; de las aulas a la red mediática, Internet y el software de aprendizaje, cada vez más difí-cil de distinguir de los juegos de ordenador.
2) Daniel Cohen (1996), Nos temps modernes, París,
Flammarion, pp. 56, 60-61 [edición en español:
Nuestros tiempos modernos, traducción de Ale-
jandra Montoro, Barcelona, Tusquets, 2001].
3) Alain Ehrenberg (1998), La fatigue d’étre; París,
Odile Jacob.
4) Robert Linhart (1998), «L’évolution de l’organisa-
tion de travail», en Jacques Kergouat et al. (eds.),
Le monde du travail, París, La Découverte.
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Se espera (y se confía en) que los demandan-tes de empleo «se movilicen» o contraten los servicios de un amable consultor de pequeñas empresas (Gordon Brown, el ministro de Economía británico, propuso que se dotara a todos los demandantes de empleo de telé-fonos móviles gratuitos para garantizar su continua disponibilidad); igual que ocurre con las acciones y las monedas, se espera (y se confía en) que quienes aprenden «encuentren su propio nivel». En ningún caso se requiere la anticuada vincula ción, esa mezcla de rigu-rosa supervisión y vigilancia solícita. Lo que queda de gestión significa manipulación a través de la se ducción oblicua, indirecta: ges-tión a distancia.
La segunda desviación fecunda –la sustitución de la regu lación y control normativo por los poderes seductores del ex ceso– está estrechamente relacionada con la transformación de las estrategias de domi-nación y el surgimiento de la coordi nación sin integración.
Nunca se dictó oficialmente, y mu-cho menos llegó a los ti tulares, la sentencia de muerte contra las normas, pero el desti no de la norma quedó sellado cuando a partir de
la crisálida de la sociedad capitalista de pro-ductores surgió, metafóricamente hablando, la mariposa de la sociedad de consumidores. Esta metáfora sólo es parcialmente correc-ta, sin embargo, puesto que la transición en cuestión no fue ni mucho menos tan abrupta como el nacimiento de una mariposa. Requi-rió mucho tiempo advertir que habían cam-biado demasiadas cosas en las condi ciones de la vida humana y en los fines de la vida hu-mana para que el estado de cosas emergente no pudiera considerarse ya como una versión nueva y mejorada del antiguo; para que el juego de la vida adquiriera las suficientes nor-mas y apuestas como para merecer un nom-bre propio! Retrospectivamente, sin embargo, podemos situar el nacimiento de la sociedad de con sumo y de la mentalidad de consumo aproximadamente en el úl timo cuarto del siglo pasado, cuando la teoría del trabajo de Smith/Ricardo/Marx/Mill fue puesta en tela de juicio por la teoría de la utilidad marginal de Menger/Jevons/Walras: cuando se afirmó a las claras que lo que da a las cosas su valor no es el sudor requerido para producirlas (como diría Marx), o la autorrenuncia que se precisa para obtenerlas (como diría Georg
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Simmel), sino un deseo que busca satisfacción; cuando la antigua que relle respecto a si era el productor del usuario el mejor juez del valor de las cosas se resolvió sin ningún tipo de ambigüedad a favor del usuario, y la cuestión del derecho a emitir un juicio competente se mezcló con el tema de los derechos de valor-autoría. Cuando ocurrió eso quedó claro que, como dijo Jean-Joseph Goux, «para crear va-lor, todo lo que se necesita es crear una inten-sidad de deseo suficiente a través de cualquier medio posible», y que «lo que en último término crea una plusvalía excedentaria es la manipulación del deseo excedentario»5.
En efecto, como más tarde afirmó célebremente Pierre Bourdieu, la tentación y la seducción han llegado a sustituir a la re-gulación normativa y al control obstructivo como los prin cipales medios de construcción de sistemas e integración so cial. El quebran-tamiento de las normas (o más bien, el tras-cender la norma con un apresuramiento que priva a los hábitos del tiempo que requieren para coagularse en normas) es el principal
5) Jean-Joseph Goux (1990), Symbolic Economies:
After Marx and Freud, Ithaca, Cornell University
Press, pp. 200, 202.
6) Jacques Ellul (1998), Métamorphose du bourgeois,
París, La Table Ronde, p.277.
7) Heather Höpfl (1997), «The melancholy of the
black widow», en Kevin Hetherington y Rolland
Munro (eds.), Ideas of Difference, Oxford, Black-
well, pp. 236-237.
efecto de la tentación y la esencia de la seduc-ción. Y en ausencia de normas, el exceso es la única esperanza de la vida. En una sociedad de productores, exceso equivalía a de rroche, y por esa razón ofendía y se predicaba con-tra él; pero nació como una enfermedad de la vida orientada a normas (una enferme-dad terminal, como acabó viéndose). En un mun do carente de normas, el exceso había pasado de ser un vene no a convertirse en una medicina para las enfermedades de la vida; quizá en el único apoyo a la vida disponible. El exceso, el enemigo jurado de la norma, se había convertido él mismo en la norma. Una norma curiosa, qué duda cabe; una norma que elude toda definición. Habiendo roto las cadenas norma tivas, el exceso perdió su sig-nificado. Nada es excesivo cuan do el exceso es la norma.
En palabras de Jacques Ellul6, el temor y la angustia son hoy las «característi-cas esenciales» del «hombre occidental», arrai-gadas como están en la «imposibilidad de reflexionar sobre una multiplicidad de opcio-nes tan enorme». Se construyen nuevas ca-rreteras y se bloquea la entrada a las antiguas; las incorpora ciones, salidas y direcciones del tráfico permitido cambian in cesantemente, y Land-Rovers recientemente de moda (tanto los de cuatro ruedas como, aún más, aque-llos que se componen de señales eléctricas) han hecho totalmente redundantes las sen-das trilladas y las carreteras señalizadas. El nuevo cálculo de ga nancias y pérdidas hace que los viajeros de día valoren su li bertad de movimientos y exhiban orgullosamente su velocidad y la potencia de aceleración de sus vehículos, mientras que de noche sueñan también con más seguridad y confianza en sí mis mos para cuando, ya de día, tengan que decidir qué camino es coger y a qué destino orientarse.
Heather Höpfl7 observó hace pocos años que el abasteci miento del exceso se está convirtiendo en la principal preocu pación de la vida social tardomoderna, y arreglárselas con el ex ceso es lo que ha llegado a conside-
En palabras de Jacques Ellul, el temor y la angustia
son hoy las «características esenciales» del
«hombre occidental», arrai gadas como están
en la «imposibilidad de reflexionar sobre una
multiplicidad de opciones tan enorme».
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rarse libertad individual en la sociedad tar-domoderna: la única forma de libertad que co nocen los hombres y mujeres de nuestra época.
A medida que se acerca el final del siglo
XX hay una creciente preo cupación por la
producción elaborada, aparentemente para
servir al interés del consumo, y una prolife-
ración del exceso, una proliferación de una
heterogeneidad de elección y experiencia
que prometen libe ración, de construcción y
persecución de sublimes objetos de deseo. La
construcción de artefactos sublimes, objetos
de deseo, personali dades, «estilos de vida»,
estilos de interacción, formas de actuar,
formas de construir la identidad, etc. se con-
vierte en una opresiva rutina enmascarada
como una elección continuamente amplia-
da. La materia llena por completo la totali-
dad del espacio. La elección es una ilusión
desconcertante.
Ilusión o no, esas son las condiciones de vida a las que he mos sido arrojados: eso es lo único respecto a lo que no hay elección. Si la secuencia de pasos no está predetermi-nada por una norma (y no digamos por una norma carente de ambigüe dad), la experi-mentación continua es lo único que alienta la es peranza de encontrar alguna vez el objetivo, y semejante expe rimentación exige nume-rosos caminos alternativos. George Bernard Shaw, gran ingenioso y gran aficionado a la fotografía, afirmó humorísticamente en cier-ta ocasión que, igual que el bacalao necesita diseminar miríadas de huevos para que pue-dan sobrevivir hasta la madurez unos pocos descendientes, un fotógrafo necesita hacer una miríada de tomas para que unas po cas fotografías logren auténtica calidad. Ahora parece que to dos seguimos la receta que em-plea el bacalao para sobrevivir. El exceso se convierte en un precepto de la razón. El ex-ceso ya no parece excesivo, como el derroche tampoco parece derro chador. El significado principal de «excesivo» y de «derrocha dor»
y el principal motivo por el que ofendían en el modo sobrio, fríamente calculador de la racionalidad instrumental era, al fin y al cabo, su «inutilidad»; pero en una vida de expe-rimentación, el exceso y el derroche son cual-quier cosa menos inútiles. En realidad, son las condiciones indispensables de la búsqueda racional de fines. ¿Cuándo se hace excesivo el exce so? ¿Cuándo se hace derrochador el derroche? Estas pregun tas no tienen ninguna respuesta obvia y, con toda certeza, no hay forma alguna de responderlas de antemano. Uno puede la mentar los años derrochados y los gastos excesivos de energía y de dine-ro, pero uno no puede distinguir la medida excesiva de la adecuada ni el derroche de la necesidad antes de que nos hayamos quema-do los dedos y haya llegado el momento de arrepentirse.
Sugiero que la mejor forma de interpretar la «ideología multiculturalista del final de la ideología» es como glosa inte-lectual de la condición humana tal como la configura el doble impacto del poder-me-diante-la-desvinculación y la regulación-mediante-el-exceso. El «multiculturalismo» es una forma de ajustar el papel de las clases cultas a esas nuevas realidades. Es un mani-fiesto en pro de la reconciliación: nos rendi-mos a las nue vas realidades, no las desafiamos ni las combatimos; dejemos que las cosas (los sujetos humanos, sus elecciones y el destino que determinan) «sigan su propio curso». Es también un producto del mimetismo de un mundo caracterizado por la desvinculación como la principal estrategia del poder y por la sustitución de normas con un objeto por la variedad y el exceso. Si no se cues tionan las realidades y se supone que no permiten ninguna al ternativa, uno sólo puede hacerlas tolerables replicando su mo delo en la propia forma de vida.
En la nueva Weltanschauung de los creadores y diseminadores de opinión, las realidades en cuestión se visualizan con forme al modelo del Dios tardomedieval construido por los fran ciscanos (en particular los fratri-
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celli, su fracción de «Hermanos Menores») y por los nominalistas (el más célebre de los cuales es Guillermo de Ockham). Según el resumen de Michael Allen Gillespie8, aquel Dios franciscano/nominalista era «capri-choso, temible en Su poder, incognoscible, impredecible, irrestricto por la naturaleza o por la razón e indiferente al bien y al mal». Por encima de todo, Él se mantenía inmuta-blemente más allá del alcance de la capacidad intelectual y pragmática humana. Nada podía ganarse a través de los esfuerzos por forzar la mano de Dios, y como todos los intentos de hacerlo estaban condenados a la futilidad y a dar testimonio de la soberbia humana, eran pecaminosos e indignos de intentarse. Dios no debía nada a los hu manos. Una vez que los había hecho independientes y les había encomendado que buscaran su propio camino, Él se quedó al margen y se retiró. En el ensayo sobre la Dignidad del hombre, Giovanni Pico della Mirándola9, el gran co-dificador de las am biciones renacentistas, llenas de seguridad en sí mismas, extra jo las únicas conclusiones que podían derivarse razonablemen te de la retirada de Dios. Dios, afirmó, hizo
del hombre la hechura de una forma indefi-
nida y, colocado en el cen tro del mundo, le
habló de esta manera: «No te dimos ningún
pues to fijo, ni una faz propia, ni un oficio
peculiar, ¡oh Adán!, para que el puesto,
la imagen y los empleos que desees para
ti, esos los tengas y poseas por tu propia
decisión y elección. Para los demás, una
na turaleza contraída dentro de ciertas leyes
que les hemos prescrito. Tú, no sometido a
cauces algunos angostos, te la definirás se-
gún tu arbitrio al que te entregué.
Ahora le toca a la sociedad seguir el ejemplo del Dios fran ciscano/nominalista y retirarse. Peter Drucker, ese Guillermo de Ockham y Pico della Mirándola de la época del capita-lismo «líquido moderno» combinados en una sola persona, resumía la nueva sabiduría, en
conformidad con el espíritu de los tiempos, en una frase rotunda: «Ya no hay salvación por la sociedad». Depende ahora de los indi-viduos humanos plantear el caso «con forme a su deseo y criterio», probar ese caso y defen-derlo con tra los promotores de otros casos. No tiene sentido invocar los veredictos de la sociedad (la última de las autoridades a las que el oído moderno se prestaba a escuchar) para apoyar el propio caso: primero, esa invo-cación no sería creíble porque los vere dictos –si es que hay alguno– son desconocidos y seguirán siéndolo; en segundo lugar, algo que se sabe a ciencia cierta de los veredictos de la sociedad es que nunca rigen durante mucho tiempo y que no hay forma de saber qué de-rrotero van a seguir después; y en tercer lugar, como el Dios del Medioevo tardío, la socie-dad es «indiferente al bien y al mal».
El «multuculturalismo» sólo es sostenible cuando se supone que la sociedad tiene una naturaleza de ese tipo. Si la «socie-dad» no tiene más preferencia que la de que los seres humanos, aislada o colectivamente, construyan sus propias preferencias, entonces no hay manera de saber si una preferencia es mejor que otra. Comentando el llamamien-to de Charles Taylor a acep tar y respetar las diferencias entre culturas comunalmente ele gidas, Fred Constant10 observaba que de ese llamamiento tenía un efecto doble: se re-conoce el derecho a ser diferente junto con el derecho a la indiferencia. Añadiré que aunque el derecho a la diferencia se otorga a otros, es la norma que quienes otorgan semejante derecho usurpen para sí mismos el derecho a permanecer indiferentes; a abstenerse de juz-
8) Michael Alien Gillespie (1999), «The theological
origins of modernity», Critical Review, 13:1-2, pp.
1-30.
9) Pico della Mirandola (1984), De la dignidad del
hombre, edición pre parada por Luis Martínez
Gómez, Madrid, Editora Nacional, p. 105.
10)Fred Constant (2000), Le multiculturalisme, París,
Flammarion, pp. 89-94.
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Algo que se sabe a ciencia cierta de los veredictos
de la sociedad es que nunca rigen durante mucho
tiempo y que no hay forma de saber qué derrotero
van a seguir después.
gar. Cuando la tolerancia mutua se combina con la indiferencia, las culturas comunales pueden vivir unas junto a otras, pero rara vez hablan entre sí, y si lo hacen tienden a utilizar el cañón de una pistola como teléfono. En un mundo de «multiculturalismo» las cul turas pueden coexistir pero les resulta difícil bene-ficiarse de una vida compartida.
Constant pregunta: ¿es el plura-lismo cultural un valor por derecho propio, o su valor se deriva de la sugerencia (y la es peranza) de que pueda mejorar la calidad de la existencia com partida? No está claro sin más cuál de las dos respuestas pre fiere el programa multiculturalista; la pregunta no es retórica, ni mucho menos, y la elección entre respuestas requeriría que se precisara mejor qué se entiende por «derecho a la diferen cia». Caben dos interpretaciones de ese derecho, cuyas conse cuencias difieren drásticamente.
Una interpretación implica la soli-daridad de los explorado res: como todos, ais-lada o colectivamente, estamos embarcados en la búsqueda de la mejor forma de huma-nidad, puesto que a fin de cuentas todos qui-siéramos beneficiarnos de ella, cada uno de nosotros explora una vía diferente y trae de la
expedición hallazgos que difieren en algo. A priori, no puede declararse que ninguno de esos hallazgos carezca de valor, y ningún es-fuerzo sincero por encontrar la mejor forma para la humanidad común puede descartarse de antemano como errado e indigno de be-névola atención. Al contrario: la variedad de hallazgos hace más probable que sean menos las posibilidades humanas que se pasen por alto y se dejen sin ensayar. Cualquier hallazgo pue de beneficiar a todos los exploradores, con independencia del camino que hayan ele-gido. Eso no significa que todos los ha llazgos tengan idéntico valor, sino que su auténtico valor quizá sólo pueda establecerse mediante un prolongado diálogo en el que se permita que sean escuchadas todas las voces y puedan
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es tablecerse comparaciones bona fide, bien intencionadas. En otras palabras, el reconoci-miento de la variedad cultural es el principio, no el fin, del asunto; no es más que un punto de partida para un proceso político largo y qui-zá tortuoso, pero a fin de cuentas beneficioso.
Si hubiera que asumir desde el principio la superioridad de algunos conten-dientes y la inferioridad de otros, se impe-diría y haría inviable un auténtico proceso político de diálogo y nego ciación y orientado a una resolución acordada. Pero ese proce so también se detendría antes de empezar si se impusiera la se gunda interpretación de la pluralidad cultural: es decir, si se asumiera (como hace, abierta o tácitamente, el pro-grama «multiculturalista» en su versión más habitual) que cada una de las diferencias exis-tentes es digna de perpetuación por el solo he cho de ser una diferencia.
Charles Taylor11 rechaza acertada-mente la segunda posibilidad:
un respeto adecuado por la igualdad requiere
algo más que la suposición de que el posterior
estudio nos hará ver las cosas de ese modo,
pero que en el momento actual hay que juzgar
de igual valor las costumbres y creaciones de
esas culturas diferentes […]. En esta forma,
la demanda de igualdad de reconocimiento es
inaceptable.
Sin embargo, Taylor hace depender su negati-va de la afirmación de que la pregunta por el valor relativo de las eleccio nes culturales tiene que dejarse al estudio posterior: «en esta fase, lo último que uno desea de los intelectuales eurocentristas son juicios positivos sobre el valor de culturas que no han estudiado intensamente». Está claro que el reconoci-miento del valor sigue siendo competencia
de los intelectuales. Y fiel a la naturaleza de la profesión académica, sería tan erróneo como extraño esperar un juicio meditado sin un «proyecto de estu dio» diseñado y desa-rrollado sine ira et studio. «Tras el exa men, o encontramos algo de gran valor en la cultura C o no lo encontramos.» Sin embargo, somos nosotros, los investidos de cargos académicos, quienes tenemos competencia para consi-derar que un hallazgo es un hallazgo. Taylor reprocha a los in telectuales de predisposición «multiculturalista» la traición a su vocación académica, en tanto que debería censurar-los por elu dir los deberes del homo politicus, miembro de la comunidad política.
Taylor prosigue sugiriendo que en los casos en los que nos parezca que sabe-mos que una determinada cultura es valiosa en sí misma y por tanto también digna de perpetuación no de bería quedar ninguna duda de que la diferencia encarnada por una determinada comunidad tiene que ser preser-vada para el futuro, y por tanto es necesario restringir los derechos de los individuos ac-tualmente vivos a tomar elecciones tales que hi cieran dudoso el futuro de esa diferencia. Al obligar a sus habitantes a enviar a sus hijos a escuelas francófonas, Quebec –de ningún modo un ejemplo exótico y misterioso, sino cabalmente estudiado y conocido– propor-ciona a Taylor un modelo de lo que podría (o debería) hacerse en un caso seme jante:
No se trata únicamente de hacer accesible
el idioma francés a todos quie nes pudieran
elegirlo […]. También implica cerciorarse
de que en el fu turo exista una comunidad de
personas que podrá beneficiarse de la opor-
tunidad de utilizar el idioma francés. Las
políticas orientadas a la supervivencia tratan
de crear activamente miembros de la comu-
nidad asegurándose, por ejemplo, de que
generaciones futuras sigan identi ficándose
como francófonas.
Quebec es un caso «blando» (podríamos de-cir que inocuo), lo que hace mucho más fácil
11) Charles Taylor (1994), «The policy of recogni-
tion», en Amy Gutman (ed.), Multiculturalism,
Princeton, Princeton University Press, pp. 98-99,
88-89.
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suponer su valor general. La vali dez de lo que se defiende sería más difícil de sostener si se hu biera elegido otro ejemplo de la distin-ción-cultural-con-separación; un caso que, a diferencia del idioma francés (o de cualquier otro idioma), a nosotros, los «intelectuales eurocentristas», multilingües como somos, aunque por lo demás aficionados a nues tras manías y debilidades habituales, nos pare-ciera detestable y frente al que prefiriéramos guardar las distancias, ocultándo nos tras pro-yectos de investigación todavía-no-empren-didos o aún-por-concluir. La generalización también nos parecería mu cho menos con-vincente si recordáramos que el francés en el caso de Quebec no es más que un miembro, inusualmente be nigno, de una gran familia de casos, la mayoría de los cuales son consi-derablemente más malignos, que tienden a utilizarse por co munidades de todo el mundo para mantener entre sus filas los miembros vivos y para «crear nuevos miembros» (es decir, para obligar a los recién nacidos o ú los no nacidos a permanecer en tre sus filas, pre-determinando por eso mismo sus elecciones y per petuando la separación comunal); otros miembros de esa fami lia son, por ejemplo, la circuncisión femenina o los tocados rituales de las escolares. Si se recuerda esto, puede que estemos más dispuestos a aceptar que, tanto como debemos respetar el derecho de una comunidad a protegerse frente a las fuerzas asimilatorias o atomizadoras administradas por el estado o por la cultura dominante, debemos respetar igualmente el derecho de los individuos a protegerse contra presiones comunales que de niegan la elección o que impiden la elección. Es notoriamente difícil reconciliar y respetar ambos derechos simul-táneamente, y la pregunta que se nos plantea a diario y que debemos res ponder a diario es cómo actuar cuando chocan. ¿Cuál de los dos derechos es más fuerte, lo suficientemente fuerte como para anular o marginar las de-mandas que invoca el otro?
Replicando a la interpretación de Charles Taylor del derecho al reconocimiento,
Jürgen Habermas12 introduce en el debate otro valor, el «estado constitucional demo-crático», en gran par te ausente del razona-miento de Taylor. Si estamos de acuerdo en que el reconocimiento de la variedad cultural es el punto de partida correcto y adecuado para toda discusión razonable de los valores humanos compartidos, también deberíamos estar de acuerdo en que el «estado consti-tucional» es el único marco en el que puede desarrollarse semejante debate. Para aclarar me jor qué es lo que implica la noción, pre-feriría hablar de «repú blica», o siguiendo a Cornelius Castoriadis, de «sociedad autóno-ma»: Una sociedad autónoma es inconcebi-ble sin la autonomía de sus miembros; una república es inconcebible sin los dere chos sólidamente arraigados del ciudadano indi-vidual. Esta con sideración no resuelve nece-sariamente la cuestión del conflicto entre la comunidad y los derechos individuales, pero sí eviden cia que sin una praxis democrática por parte de individuos con libertad para au-toafirmarse esa cuestión no puede abordarse, y mucho menos resolverse. La protección del individuo de la exi gencia de conformidad de su comunidad puede que no sea una tarea «naturalmente» superior a la del empeño de la comunidad en su supervivencia como enti-dad separada. Pero proteger al individuo/ciu-dadano de la república tanto de las presiones an ticomunales como de las comunales es la condición preliminar para desempeñar cual-quiera de esas tareas.
Como afirma Habermas,
Una teoría de los derechos adecuadamente
entendida requiere una política del reco-
nocimiento que proteja la integridad del
individuo en los contextos de la vida en los
que se forma su identidad […]. Todo lo que
12) Jürgen Habermas (1994), «Struggles for recog-
nition in the democratic constitutional regime»,
en Amy Gutman (ed.), Multiculturalism, op. cit.,
pp. 125, 113.
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se precisa es la actualización consistente del
sistema de derechos. Esto sería poco proba-
ble, por supuesto, sin movimientos sociales
y luchas políticas […] el proceso de actua-
lización de derechos está, efec tivamente,
integrado en contextos que requieren tales
discursos como un componente importante
de la política: discusiones sobre una con-
cepción compartida de lo bueno y una for-
ma deseada de vida que se reconozca como
auténtica.
La universalidad de la ciudadanía es la condi-ción prelimi nar de toda «política del recono-cimiento» que tenga sentido. Y, permítaseme añadir, la universalidad de la humanidad es el horizonte respecto al que tiene que orientarse toda política de reconocimiento para tener sentido. La universalidad de la hu manidad no está en oposición al pluralismo de las formas de vida humana; pero el test de la humanidad auténticamente uni versal es su capacidad para acomodar el pluralismo y hacer que el pluralismo sirva a la causa de la humanidad: permitir y alentar una «discusión continuada sobre la concepción compartida de lo bue-no». Semejante test puede aprobarse sólo si se cumplen las condiciones de la vida republica-na. Como Jeffrey Weeks se ñala con agudeza13, la discusión sobre los valores comunes que buscamos requiere «la potenciación de las expectativas de vida y la maximización de la libertad humana»:
No existe un agente social privilegiado para
alcanzar los fines; única mente la multiplici-
dad de las luchas locales contra el peso de la
historia y las diversas formas de dominación
y subordinación. La contingen cia, no el
determinismo, es lo que subyace a nuestro
complejo pre sente.
Indudablemente, la visión de lo desigual amedrenta. Pero también puede mo-vilizar para un esfuerzo mayor. Una respuesta posible a la indeterminación es la «ideología del fin de la ideo logía» y la práctica de la desvinculación. Otra respuesta, igual mente razonable pero mucho más prometedora, es asumir que la búsqueda intensa de una sola humanidad común y la praxis que se sigue de semejante asunción en ningún otro momen-to ha sido tan imperativa y urgente como es ahora.
Fred Constant cita a Amin Maalo-uf, el escritor franco-libanés establecido en Francia, a propósito de las reacciones de las «minorías étnicas» a las presiones culturales entrecruzadas a las que se exponen en su país de acogida. La conclusión de Maa louf es que cuanto más perciban los inmigrantes que su acervo cultural original se respeta en su nuevo hogar, y cuanto menos perciban que ofenden, son expulsados, amenazados o discri minados debido a su identidad diferen-te, tanto mejor dispues tos estarán a abrirse a las ofertas culturales del nuevo país y tan to menos convulsivamente se aferrarán a sus propios hábitos separados. Esta es una idea crucial para las perspectivas del diálogo inter-cultural. Apunta una vez más a lo que tantas veces he mos vislumbrado antes: por un lado, a la estrecha relación en tre el grado de segu-ridad, por otro, a la «difuminación» del tema de la pluralidad cultural, con la superación de la separación cul tural y la disposición a participar en la búsqueda de una única hu-manidad.
La inseguridad (tanto entre los inmigrantes como entre la población nativa) tiende a transformar la multiculturalidad en «multicomunitarismo». Diferencias cultura-les profundas o tri viales, conspicuas o apenas perceptibles se utilizan como mate riales de obra en la frenética construcción de muros defensivos y rampas de lanzamiento de misi-les. La «cultura» se convierte en sinónimo de fortaleza asediada, y en una fortaleza sitiada se exige a sus habitantes que manifiesten dia-
13) Jeffrey Weeks (1993), «Rediscovering values», en
Judith Squires (ed.), Principled Positions, Lon-
dres, Lawrence and Wishart, pp. 208-209.
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riamente su lealtad inquebrantable y que se abstengan de cualquier trato familiar con los de fuera. La «defensa de la comunidad» debe ser prioritaria frente a cualquier otro com-promiso. El sentarse a la misma mesa con «los extraños», alternar con ellos frecuentando los mismos lugares, y no digamos enamorarse y casarse cruzando las fron teras de la comuni-dad, son signos de traición y razones para el ostracismo y el destierro. Las comunidades así construidas se convierten en instrumentos orientados principalmente a la per petuación de la división, la separación, el aislamiento y el ex trañamiento.
La seguridad es el enemigo de la comunidad amurallada y cercada. El sentirse seguro hace que el temible océano que nos se-para a «nosotros» de «ellos» parezca más bien una atracti va piscina. El tremendo precipicio que se abre entre la comu nidad y sus vecinos parece más bien un ameno y cómodo te rreno para deambular, vagabundear y pasear, reple-to de gratas aventuras. Comprensiblemente, los defensores del aislamien to comunal tien-den a quedarse perplejos ante los síntomas que muestran que los temores que acosan a la comunidad se están disipando; a sabien-das o no, acaban por tener intereses crea dos en los cañones enemigos que apuntan a los muros de la comunidad. Cuanto mayor es la amenaza, más profunda la in seguridad, tanto más probable es que se cierren estrechamen te las filas de los defensores y que permanezcan cerradas en el futuro previsible.
La seguridad es una condición necesaria para el diálogo en tre culturas. Sin ella hay pocas posibilidades de que las comu-nidades se abran unas a otras y traben una conversación que pueda enriquecerlas a todas y potenciar la humanidad de su convivencia. Con ella, las perspectivas para la humanidad parecen esperanzadoras.
La seguridad en cuestión, sin em-bargo, es un problema más amplio de lo que está dispuesta a admitir la mayoría de los abo gados del multiculturalismo, en colusión tácita (o inconsciente) con los predicadores
de la separación entre comunidades. Limitar la cuestión de la inseguridad endémica a las amenazas genuinas o supuestas a la unicidad sostenida por la comunidad es un error que desvía la atención de las auténticas fuentes de esa inseguri dad. Hoy, se busca la comunidad como refugio de las oleadas de turbulencia global que se están acumulando: oleadas que, por lo general, se originan en lugares remotos que ninguna comu nidad local puede con-trolar por sí sola. Las fuentes del abru mador sentimiento de inseguridad están estrecha-mente arrai gadas en la brecha cada vez mayor entre la condición de la «individualidad de jure» y la tarea de adquirir la «individualidad de facto». La construcción de comunidades amuralladas no con tribuye en nada a cerrar esa brecha, sino todo a hacer que ce rrarla sea más difícil, mejor dicho, imposible. En vez de apun tar a las fuentes de la inseguridad, desvía de ellas la atención y la energía. Ninguno de los adversarios de la actual guerra de «noso-tros contra ellos» obtiene más seguridad de ella; todos, por el contrario, se convierten en objetivos más fáciles, en «blancos fijos», para las fuerzas globalizadoras, las únicas fuerzas que probablemente se beneficien de la sus-pensión de la búsqueda de una sola huma-nidad común y un control conjunto sobre la condición humana. ❖
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Retrato en el tiempo
Pedro Gómez
Valderrama, Pedro
Alejo Gómez Vila
y Pedro Alejandro
Gómez Naranjo.
Pedro Gómez
Valderrama.
(Fotografía Rafael
Maure)
Yo me he figurado siempre que ese era un universo que él llevaba plegado en esas misteriosas hojas, en el que iba poniendo estrellas, ciudades, hombres y pájaros, con paciencia, hasta hacerlo girar con su propia vida.
Toda creación requiere una ob-sesiva gravitación. Interrogado sobre cómo descubrió la ley de la gravedad, Newton res-pondió: “Pensando siempre en ella”.
Los objetos son palabras más den-sas. Su silenciosa presencia es una palabra continuamente dicha. Durante años tuvo so-bre su escritorio una hermosa replica de una de las carabelas del Descubrimiento. El barco es el signo del viaje, de todo viaje. Todo escri-tor es un viajero inmóvil; de alguna manera es una especie de Colón, si es un descubridor, o Livingston si su oficio es la exploración.
Retrato en el tiempo
pedro alejo goméz vila
EL MUNDO, ESPEJO DE MI MANO IBA
“El mundo, espejo de mi mano iba” Jorge Gaitán Durán
“Si el verbo se corrompe, se estanca y pudre la vida”Jorge Eliécer Ruíz
Estos recuerdos del autor sobre su padre –Pedro
Gómez Valderrama– y sobre su abuelo –Pedro Alejandro Gómez
Naranjo– fueron originalmente publicados en la entrega 193 de
la revista de poesía Golpe de dados (enero-febrero de 2005).
IEl escenario –cada hoja en blanco–
prefigura entero el universo. Ninguna palabra hay más cabal que el sermón de Benares que fue la inmensidad del silencio de Buda.
Tal vez sea cierto que nada de lo que ha ocurrido cesa de ocurrir. Tan sólo de-jamos de verlo.
IISolamente he encontrado un gesto
que traduce la elocuencia de las palabras de Mann, al comienzo de La Muerte en Venecia, cuando habla de ese motus animi continus –ese movimiento continuo del alma– en que consiste la creación. Durante días mi padre llevaba, en un bolsillo del saco, el manuscrito de cada uno de sus cuentos recién escritos, en el que iba incorporando mínimas correccio-nes, hasta terminarlo.
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revista de s a n t a n d e r
artes y literatura
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Retrato en el tiempo
La escritura es un mapa en el que la palabra y lo que nombra tienen esa mis-ma relación jeroglífica de las quietas líneas serpenteantes con el mundo, en el que son costas blancas de espuma, o ríos cuyo torren-te inquieta los precisos trazos. Y siempre los pájaros y la lluvia desquiciarán los mapas.
Un día, mientras conversábamos, descubrí detrás de su hombro, sobre un mapamundi, una mariposa cuyas alas rojas-bordeadas-de-negro cubrían por completo a Java. Luego, cuando comenzó a aletear con suavidad sobre el azul inmóvil, yo me figuré que las aguas, en ese instante, empezaban a agitarse, movidas por poderosos vientos que hacían cabecear los barcos con desesperación y, en los puertos, cerrarse y abrirse los pos-tigos movidos por una súbita furia invisible, hasta que la mariposa voló lejos y cesó la tempestad en el mar de la isla.
De algún modo la historia es un mapa en el tiempo. Y sus cuentos baten sus alas sobre esa otra quietud. En ellos hay entre
la quieta línea de la historia y el cierto relato de lo que pudo ocurrir, esa misma relación que hay entre la palabra y lo que nombra, en-tre el mapa y el mundo. Abren sobre el mun-do de la historia un universo que la inquieta y la interroga del mismo modo en que las cosas son una continua pregunta a las palabras. Porque es cierto que toda cosa aspira a la pre-cisa palabra que la nombre, y el sólo lenguaje que lo abarca es el universo.
Desde “¡Tierra!” –traducido por Roger Callois en el Mercure de France– hasta su último libro, Las Alas de los Muertos, que no alcanzó a ver publicado, y que apareció por primera vez en la edición de sus Cuen-tos Completos, un orden siempre posible de acontecimientos cuestiona, indaga e ilumina el mundo en que escribió y en el que vivimos.
Igual que lo que ocurrió, también nos define, y quizás más perentoriamente, lo que no ocurrió.
Una incesante vida probable nos interroga, nos dice, nos agita. En todo va un doble y simultáneo relato: el de lo que ocurre y ese otro, imperceptible, de lo que deja de ocurrir, bajo sus insondables formas.
Arduamente los historiadores pre-tenden hacer coincidir las imágenes con la verdad. Pero lo cierto es que la mayor ficción es la historia total. Al tiempo que las imá-genes, aun desasidas de todo anclaje en los hechos, tienen una perdurable dimensión que los hechos rara vez alcanzan. César no tenía otro destino que el del incesante Suetonio, su riguroso historiador. Pero no por ello el transparente Suetonio está libre de suerte.
Tal vez nada haya más cierto sobre nosotros que nuestra vida probable, y por ello, quizás, la historia de la imaginación sea nuestro mejor espejo.
IIIEn alguna ocasión refiriéndose a
la imposible arquitectura que Breughel pintó en La Torre de Babel, habló de la condición precursora del arte. La mole colosal de la torre sólo era concebible, entonces, en la
Portada del Mer-
cure de France en
que se publicó el
cuento “¡Tierra…!”
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pintura, que revelaba un mundo únicamente habitable con la mirada. Desde luego la altura de la torre es la de la imaginación del pintor. Las hordas que trabajan en la construcción inacabable subrayan más acentuadamente la estrechez de la ciudad en que el pintor mezcla los colores del cuadro. La pintura precedía así a la arquitectura. Pero su significación es ma-yor: el cuadro se desprende de la limitación de su tiempo, la trasmuta en una posibilidad liberadora.
El cuadro, que para el espectador es una visión, para el pintor es el relato de un viaje. La materia de la torre no es tangible pero vislumbra un asunto inconmensurable, abre otra perspectiva, desde la imaginación a la sensibilidad. No es posible afirmar que el pintor niegue su tiempo; ocurre que no se resigna, abre otros rumbos. El cuadro acaba-do es la pintura de algo inconcluso, y ese es su secreto portentoso.
Hoy pienso que si debiera escoger una pintura que me represente la obra de mi padre esa sería La Torre de Babel de Breughel. Precisamente porque la materia del arte está siempre rondada, como la Torre de Babel, a la vez por el estigma de lo demoníaco, y por la condición de la utopía. Y uno y otra gravitan sobre un único centro que es la libertad. Y estos fueron los temas centrales de su vida.
Alguien dijo que un escritor ma-duro no escribe lo que quiere, sino lo que puede. Y se escribe con las obsesiones. Ello es cierto, sólo hay que tener el buen cuidado de escoger la obsesión que pueda salvarnos.
Esas obsesiones, para un escritor son sus temas. Muestras del Diablo, Justifi-cadas por Consideración de Brujas y Otras Gentes Engañosas, En el Reino de Buzirago y El Engañado –un libro de ensayos publicado por primera vez en 1958– no sólo prefigura su obra, sino que revela la más definitiva de sus obsesiones: la libertad. Justamente porque el Demonio ha sido el arquetipo de la gran estratagema para proscribirla.
Esa obsesiva idea de libertad, está en su obra entera. Pero no sólo hay libertad
en lo que su obra tiene de creadora, sino que, fundamentalmente, ésta es una invitación al lector a la creación, y, a través de ella, a la libertad.
En sus cuentos, urdidos sobre zo-nas en que la historia es inaveriguable, sobre un mundo de posibilidades sin comproba-ción dable, nada hay que se imponga al lector. La imposibilidad de trazar en muchos de ellos una línea divisoria entre lo real y lo imagina-rio, entre la historia y la ficción, tiene, en su caso, una prodigiosa significación, porque va paralela a un desdibujamiento entre la forma del cuento y la del ensayo, –así, por ejemplo, en “Los Papeles de la Academia Utópica”– de manera tal que lo imaginario y creado pasa a ser el objeto de su propia reflexión, y ninguna
Manuscrito de
“La otra raya del
tigre”
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Retrato en el tiempo
libertad hay mayor que la que puede ejercerse sobre lo imaginario, sobre lo todavía no al-canzado.
En esa región Más Arriba del Reino, indescifrable entre el cuento y el ensayo, no sólo es nuevo el mundo que descubre, sino que éste adquiere, una particular profun-didad, una densidad, y una perspectiva que provienen de la reflexión a la que es someti-do. En sus cuentos, esa reflexión ejercida en lo imaginario es una segunda instancia de la creación.
Leyéndolo, muchas veces he pen-sado que sus textos son más reales que la historia misma, y, de algún modo, algo hay en ellos más preciso que en las mejores re-construcciones. Ciertamente nada ocurre de manera definitiva afuera, sino en el tiempo puro de la conciencia, y es en esa región don-de transcurre su obra. Así, en “La Responsa-bilidad de Stendhal en la Batalla de Waterloo” postula que si el escritor de La Cartuja de Parma no hubiese relatado la derrota del Em-perador, ésta no habría tenido lugar. Las pri-meras páginas de La Cartuja, que dan cuenta de la insondable admiración de Stendhal por Napoleón, contienen, trágicamente, el más perdurable y definitivo relato de su derrota, y, así, Henry Beyle es el atroz cómplice de los generales enemigos.
En cierto modo no hay historia posible. La historia no pasa de ser una ten-tativa, entre otras razones porque, sin duda,
dice tanto de o más de nosotros, que de lo historiado. O, si se quiere, la perfecta Historia es la utopía de un presente eterno, en la que todo vuelve a ocurrir con una duplicada, o multiplicada exactitud, y con tal perfección que resulta imposible determinar si algo aconteció o está aconteciendo.
Sirve para ilustrarlo el relato que sobre el rigor de la ciencia, hizo en 1658 Jor-ge Luis Borges cuando fue Suárez Miranda y escribió los “Viajes de Varones Prudentes” de los cuales no sobrevive más que su testi-monio sobre “Colegios de Cartógrafos (que) levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmen-te con él”.
IVLa suya era una de esas raras vidas
que, como lo signos chinos, enteras son una sola palabra, que sólo puede traducirse con muchas otras.
La escritura es la misma autobio-grafía, pero en clave. Ello explica su porte, su elegancia soberana que era la misma de sus textos. Era, de alguna manera, como si él se escribiera a sí mismo. Y siempre con el hu-mor inquebrantable que le había dado para escribir “La Vida Sexual Angélica” o “El His-toriador Problemático”.
Igual que en su obra, tampoco hay en su vida una línea que permita circunscri-birla a límites estrechos. Tal vez no sea pre-
Carlos Lleras
entrega a Pedro
Gómez el diploma
que lo acredita
como miembro
correspondiente de
la Academia de la
Lengua.
Pedro Gómez con
Alfonso López.
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ciso hablar de su vida, sino de sus múltiples vidas, ninguna de las cuales estaba aislada de las otras porque siempre supo enriquecerlas encontrando resonancias recíprocas.
Sus cuentos –escritos con palabras tasadas hasta el preciso matiz– tienen la eco-nomía verbal, la precisión de los códigos que transitó como abogado, como magistrado del Consejo de Estado. Pero también hay palo-mas que salen volando de uno de los artículos del Código Civil, en “Corpus Iuris Civilis”.
A la vez, la libertad con que in-terrogan, y a la que invitan, traduce una posición vital, porque, en su caso, en el caso de quienes igual que él, estuvieron contra la Dictadura, la libertad fue una conquista y no un don. Al recordar la época de la clandesti-nidad afirmó que “la circunstancia de haber tenido que volver a empezar desde las liberta-des básicas nos afianzó más en nuestras ideas liberales.”
Un día Abuela ordenando recuer-dos en el armario me mostró la corbata man-chada de sangre que él llevaba el 9 de abril de 1948, cuando una esquirla de bala de un francotirador, con afortunada mala puntería, lo hirió, mientras iba, entre la balacera, con Carlos Lleras Restrepo al Capitolio Nacional. Había que salir a la calle por la libertad. Y él no vaciló. Entonces, siendo todavía un niño, supe que mi padre era un hombre valiente.
Las líneas finales de Muestras del Diablo son, por ello, sobre todo, un testi-monio: “Las libertades no están solas, las libertades son una. Por eso, en una hermosa paradoja, las libertades vienen en cadena. En la única cadena que el hombre puede sopor-tar sin que pierda su razón de ser, la cadena de las libertades, que debe rodear al hombre, envolverlo, pegarse a su cuerpo y a su espíri-tu”.
Años después, siendo Ministro de Educación, encabezó él mismo la tropa para rescatar a Carlos Lleras, cuando fue sitiado en la Universidad Nacional, poco antes de ser elegido Presidente de la República. Con ello cumplía con un doble deber: como hombre
público y como amigo. Entonces, supe que para ser valiente hay que ser leal. Y que había años inquebrantables cuando Lleras escribió que su mejor amigo en la vida había sido mi padre.
Esa libertad que hay en sus cuentos estuvo siempre en su vida, justamente porque la vocación ética y estética de un escritor está no sólo en decir, sino en poder permanecer en lo que se ha dicho, poniendo a prueba la propia obra.
En un lúcido ensayo que preside la parte de su obra publicada en Venezuela por la Biblioteca Ayacucho –sin duda la más importante colección de letras americanas, en la que tuvo el privilegio de ser el primer colombiano a quien se publicó en vida– Jorge Eliécer Ruíz dijo de una sola vez lo que todo ello significa: “Si el verbo se corrompe, se estanca y pudre la vida”.
VLa casa empezó a ceder a su
regreso como Embajador de Colombia en España. La casa es, para los budistas, la alegoría del cuerpo. El cuerpo –otra casa– es la morada en el mundo: un barco con ojos en el universo.
Caminaba como un barco que es-cora levemente. Con la misma marcha lenta
Pedro Gómez,
Germán Arciniegas
y Belisario
Betancur.
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Retrato en el tiempo
y poderosa de los grandes barcos. Una vieja fractura fue haciendo mella, y lo obligó, años después, a usar un bastón.
Pero también el cuerpo tiene la medida del mundo. Tanto cielo hay en los ojos. Ese bastón tenía la medida de la tierra que no alcanzaba. Y, a su regreso, a veces era como si no hubiera aire en la casa.
Cuando el 13 de diciembre de 1991, unos meses antes de morir mi padre, María Mercedes Carranza organizó en la Casa de Poesía Silva, un homenaje de sus amigos para él, quiso ella que fuera un ho-menaje no a Pedro Gómez Valderrama, sino, específicamente, que lo fuera a su vida y a su obra. Y, en su caso, es claro que ello fuera así, no sólo por su vida intachable, porque su for-tuna, su gran fortuna, estaba hecha con sus palabras y con sus actos y era su conciencia tranquila, y prueba de ello es que su herencia, que es su vida y que es su obra, nos pertenece
a todos; porque como un hombre valiente estuvo dispuesto a dar cumplimiento a su tarea costara lo que costara, al riesgo de su vida contra la Dictadura, con sus actos y con sus palabras desde Mito; porque sabía que hay cosas más importantes que la vida. Pero fundamentalmente, hay en ello la razón que Jorge Gaitán Durán propuso: “Todo edificio estético descansa sobre un proyecto ético. Las fallas en la conducta vital corrompen las po-sibilidades de la conducta creativa”.
Por esa misma época, sus médicos –aunque ello dicho a secas no es ni preciso ni justo– más bien, y sobre todo, sus amigos, Adolfo de Francisco y José Félix Patiño, me confirmaron una tarde atroz que, desde su regreso, como era previsible, el tamaño de su propio corazón intolerablemente se había ido expandiendo en su cuerpo. Pero ello había siempre ocurrido en su vida, hasta el mo-mento final. Hoy pienso que no hay azar ni
En la entrega de
credenciales al
rey Juan Carlos I
como embajador
de Colombia en
España.
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alegoría en ello, que él no podía morir de otra manera: que sólo podía matarlo el tamaño de su corazón.
VISiempre he sentido la misma pro-
funda inquietud y alegría cuando recuerdo la noche de niño en que me mostró en unas postales la pintura de las cavernas prehistóri-cas en que corrían los grandes bisontes. Ha-bía, entre todas, la simple huella de una mano pintada. Era un saludo a los hombres futuros. El milenario saludo a los hombres por venir, de un hombre que se negaba a morir.
Luego, antes de dormir, dejaba las postales para que me acompañaran y no tu-viera yo más miedo. Ahora esas mismas pos-tales son sus cuentos.
Antes Abuelo, una vez antes de dormir me había dicho: “Nunca estas solo. El alma te acompaña”. Y yo le pregunté cómo era el alma. Abuelo me dijo: “El alma es grande como el mundo.” Y para no sentir más miedo yo pregunté si en el alma había perros que me cuidaran. Y él me dijo que en el alma había perros, y había estrellas y estaba él y estaba mi padre. Y que el alma volaba.
A veces ocurre que todo está quieto como sus vestidos en el armario, que nada se mueve. Y es como si el alma estuviera quieta. Pero quien se detiene somos nosotros; ello es así cuando no oímos el alma.
Todos somos niños en el universo.
VII“Hay quienes creen, entre ellos yo,
–escribió en ‘Los Papeles de la Academia Utó-pica’– que la biografía de todo hombre debe empezar con el relato de su muerte, que es el espejo de su vida”.
No se trata, y en ello está su pro-fundo sentido, de relatar cómo fue su muerte, sino cómo es su muerte, justamente porque la inmensa muerte, tiene un tamaño y es el de lo perdurable que hay en la propia obra, y ningún otro. Hay grandes muertes.
También la muerte es vulnerable, y, como nosotros, está cubierta de heridas. Esas heridas en la muerte son lo que de nosotros es capaz de vencer el tiempo.
Muchas tardes he sido los versos de la Eneida que van del 697 al 702:
“Deja que estreche tu diestra,déjame, oh padre, y no huyas del abrazo.Así rememorando, un gran llanto el
rostro le bañaba.Tres veces trató de echar los brazos en
torno de su cuello, tres veces, en vano asida, escapó la
imagen de la manocomo viento ligero e igual que un sueño
efímero”.
Pero también he sido –y soy–lo que T. S. Elliot decía sobre los antepasados: “Ellos son eso que sabemos”.
La muerte –y dudo que pueda usar la palabra– sólo ha cambiado la forma del diálogo con mi padre. La muerte no lo ha roto. Estas páginas son una de las formas re-novadas de ese diálogo.
Alguien decía –quizás él– que nin-guna sensación mayor de vacío hay que la de un escritor cuando termina de escribir. De ahí la dificultad invencible de concluir ahora.
Sus Cuentos Completos son el testi-monio de que está vivo, de que pudo vencer no sólo el peso de ese anonimato de la vida, sino, sobre todo, ese otro, más poderoso y temible, que es el anonimato de la muerte.
Ahora sólo encuentro justas y pre-cisas sus propias palabras, escritas al final de su prólogo a la Obra Literaria de Jorge Gaitán Durán, y que hago mías: “La circunstancia de la cual no puedo –ni quiero– desprender-me, de haber sido su amigo, ha dado a este prólogo un tono personal. No podía ser de otro modo. Decía Ezra Pound, recordando la muerte de Henry James: “Cuando él murió sentimos que ya no había nadie a quien pre-guntarle nada”.
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EL REGRESO PARA MORIR ES GRANDE
“El regreso para morir es grande.(Lo dijo con su aventura el rey de Itaca).”
Jorge Gaitán Durán
I“Toda gran escritura –afirma Geor-
ge Steiner– brota del duro deseo de durar, esa despiadada artimaña del espíritu contra la muerte, esa esperanza de sobrepasar el tiem-po con la fuerza de la creación”. De ahí que, ahora, al evocar a mi padre pueda decir que la muerte no es nuestro asunto.
IIUn hombre es un viaje si esa es su
mejor historia.Sólo que en el caso de mi padre hay
varias.
IIIMi padre es –resueltamente no
puedo decir que era– “un hombre con la ima-ginación suficiente como para requerir un escritorio con llave”, para usar la expresión de Joseph Conrad en uno de sus relatos.
Lo prueba la inquietante variedad de sus personajes que va desde los miembros una soberbia Academia Utópica, hasta un perdurable loro en “El Historiador Problemá-tico”, cuya desbordada exactitud al repetir de memoria los hechos que testimonió, con un pormenor idéntico a ese con el que ocurrie-ron, inquieta tanto la naturaleza misma de la Historia, como sus cánones convencionales al descubrirse que los personajes, cuyas escenas íntimas revive con igual elocuencia, son el Libertador y Manuela Sáenz.
La variedad de sus temas lo co-rrobora: en uno de sus cuentos un barco de locos zarpa de la Edad Media y sus pasajeros prosiguen su viaje hasta asomarse por las
ventanas de una ambulancia, a una ciudad contemporánea.
Otro –“Corpus Iuris Civilis”– reba-te no sólo la improbabilidad (casi ontológica) de escribir un prodigioso cuento ceñido al texto literal de uno de los artículos del Có-digo Civil redactado por don Andrés Bello, sino la de transformarlo, al punto de hacerlo parecer el fundamento central de los males de amores.
Ello apenas para citar algunos de sus argumentos, que, a la postre, acaban sien-do más bien arquitecturas, por la razón de su capacidad de abrir espacios. Esas regiones que iluminan son preguntas indelebles.
Al tiempo que ninguno de sus relatos es demostrable con los recursos de la historia, ninguno es refutable. De todos ellos queda una perturbadora perplejidad: tanto la historia como la ficción transcurren en el terreno común de las palabras y de las imá-genes.
Sus textos –todos heterodoxos– contienen la paradoja de compaginar una
Pedro Gómez
Valderrama a la
edad de 16 años
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prodigiosa imaginación con una verosimili-tud que llega al punto de hacer parecer que lo que relatan no pudo haber acontecido de otra manera.
“La Procesión de los Ardientes –es-cribió Jorge Eliécer Ruíz, cuando apareció éste que fue su segundo libro de cuentos– es acaso la mejor ilustración que pueda ofrecer la literatura colombiana de la profunda y desconcertante diferencia que fijara Coleridge entre imaginación y fantasía. Para el poeta inglés la fantasía era una calidad subalterna que propiciaba la creación de hechos nuevos. La imaginación, en cambio, es aquella virtud del espíritu que permite encontrar nuevas relaciones entre hechos ya establecidos. La primera engendra los monstruos de la razón. La segunda preside la génesis de la poesía y de la ciencia”.
IVTampoco es ortodoxa su obra
como ensayista. Lo prueba Muestras del Dia-blo: un texto en el que demuestra cómo el de-monio ha sido el arquetipo para perseguir la libertad y anclar los regímenes de la opresión.
Ese ensayo revela al demonio como un obediente súbdito de la Iglesia, y lo desenmascara como el precursor de las atro-cidades de los regímenes totalitarios. El gran predecesor de la defensa de la legitimación de la censura fue el demonio: con él se abrió ese
terreno infame, indispensable para la consoli-dación y la perpetuación del totalitarismo.
El recuento de sus pruebas es aluci-nante, pero, sobre todo, es incontestable. Las mujeres víctimas de la inquisición, acusadas por brujería, eran rapadas y afeitadas como lo fueron, siglos más tarde, durante el Nazismo, en los campos de concentración, las sindica-das como colaboracionistas.
La historia de la Inquisición fue siempre la del Inquisidor, es decir la historia oficial. Muestras del Diablo es la historia con-tada del lado de las víctimas del Santo Oficio.
La primera edición de ese libro apareció publicada por Mito, la revista que fundó con Jorge Gaitán Durán, Hernando Valencia Goelkel y Eduardo Cote Lamus, y cuya influencia perdurable en América Latina dio origen a otras revistas que la sucedieron repitiendo su modelo. Ninguna revista desde entonces ha tenido en el país el legendario prestigio de Mito (y pocas en el continente son sus pares). Ninguna ha combatido como combatió Mito por la libertad, porque nin-guna otra ha ejercido la tolerancia como la ejerció Mito: las páginas de la revista estaban abiertas, sobre la base de la calidad de las colaboraciones, a la exposición de todas las tesis y, desde luego, también de las que eran contrarias a los principios de la revista, con el criterio de garantizar, sin restricción, la liber-tad de examen.
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VA un hombre, como él, que supo
sortear los grandes riesgos de la imaginación, no le hacía falta el valor para enfrentar los riesgos de la vida.
A él mismo no le bastó con decir las cosas: salió a la calle contra la Dictadura, con Carlos Lleras Restrepo, su entrañable amigo de toda la vida, para defender la liber-tad cuando ello conllevaba el claro riesgo de la vida.
La vida, quiero decir lo que impor-taba, pasaba entonces en la clandestinidad. Fue en esa misma época cuando publicó con Jaime Posada –con quien después fundaría, al lado de otros amigos, la Universidad de Amé-rica– Volveremos, una revista cuyo mínimo formato permitía su reparto mano a mano en la calle, con una discreción que suplía las ga-rantías que el gobierno negaba. La historia de esa revista registra el hecho singular de haber sido numerada a saltos desde el comienzo: su primer número fue el tres, con la finalidad de extraviar la persecución de los servicios secretos en el rastreo de los anteriores dos números que nunca se publicaron.
VIMi padre también escribía con sus
actos.Abuelo murió cuando todavía no
sabía yo que la vida no es un animal domésti-co, ni que la muerte no necesita que le abran la puerta para entrar.
La tarde en que se enfermó, la casa cansada ardía de gente. Los médicos le hicie-ron una sangría de urgencia y su hijo médico vertió la sangre en un rosal al fondo del jar-dín que daba a la calle.
Antes de darme la noticia mi padre me pidió que lo acompañara para entregarme un encargo de mi abuelo. Era un juguete sobre el que yo había hecho todas las sugerencias que el decoro permitía y que ya estaba más allá de mis aspiraciones. Me explicó que ese había sido su último encargo y yo entendí.
Yo sabía que Abuelo era un hom-bre valiente y pensé que había derribado a la muerte, para enseñarle a no ser altanera o que la había convencido, como me convencía a mí, de esperar para tener el tiempo de bus-car el regalo para despedirse.
Nunca me contó mi padre que la muerte no le había dado tiempo de encargos a mi abuelo, ni que la historia y el regalo eran de él.
Un día Abuela regresó del jardín con rosas. Abuelo volvía de tanto en tanto: su silencio rojo era entonces su risa y alegraba la sala de otra manera.
Entonces comencé a entender que el universo es el enorme defecto de todos los catálogos y las clasificaciones posibles. Y que todo cambia de formas.
Yo pienso que mi padre es ahora un gran barco soberano.
Siempre había tenido el hábito de los viajes. Los libros habían sido su otro modo de viajar, sólo que a una variedad más surtida de destinos. Y había hecho grandes recorridos por los tiempos.
La casa más grande le quedaba estrecha. Después, también, el ataúd. Pero no era de extrañar porque había tenido la cos-tumbre de no caber en sus propios recuerdos y por ello, pluma en mano, había trazado los otros destinos de sus personajes.
Fue su costumbre de no caber en su propio tamaño, la que un día lo llevó a no caber en su propio cuerpo.
Yo sabía cuando murió que el ataúd era inútil.
Sólo un barco de gran calado pue-de hacer el recorrido del territorio de sus cuentos. Sólo un barco de gran calado puede zarpar para cruzar las aguas del tiempo.
Ésta noche la surca mi padre, des-plegadas sus grandes velas.
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¿QUIÉN SON LOS PÁJAROS?
IViví yo mis primeros años, que
fueron los últimos de mi abuelo, con él y con mi abuela. De ahí que acabara yo siendo en la vida el hermano menor de mi propio padre. Las primeras cosas que llamé por su nombre estaban en su casa. Tengo, por ello, de él mis propios recuerdos.
– Abuelo ¿cuánto vale la vida de un hombre?, le pregunté siendo yo un niño.
– Vale lo que el universo, me con-testó.
– ¿Lo que todo el universo? le pre-gunté con incredulidad.
– Si, me confirmó.– ¿Y vale más que todos los
pájaros?, volví a preguntarle para asegurarme de que había entendido el alcance de su respuesta.
– ¿Qué valdría un hombre sin los pájaros?, me preguntó él a su vez.
Pero no me atreví a preguntarle si él iba a morir un día, ni si el universo desapa-recería al morir él. Sólo pronunciar la muerte en su presencia me parecía que podía atraerla y mi silencio –estaba yo seguro– la ponía a la distancia conveniente.
Había oído yo en esos días de al-guien cercano que había muerto. Yo no sabía qué era la muerte pero entendía que era grave porque durante un tiempo las cosas se dije-ron más cortas, porque llegó con ella un aire adusto a la casa y porque la risa tardó en vol-ver. Además Abuelo decía las cosas desde un vestido oscuro. Tanto tardaba la muerte en irse que acabó trayendo a la casa una inquie-tud que yo no alcanzaba a definir.
Para figurarme los alcances de la muerte pensé en averiguarle si podía uno vol-ver a ver a quienes habían muerto. Pero como no había manera de formular la pregunta
esquivando nombrar la muerte le pregunté si iba a vivir siempre. Y él, que había entendido mi zozobra, me dijo: “Guárdame en los pája-ros, siempre cerca de la luz” y sonrió de pie, al lado de la ventana.
Después, cuando Abuelo murió supe que tenía razón porque el rumbo del universo cambió irreparablemente y, en todas partes, estaba yo atrapado donde no podía consultarlo a él, donde no podía verlo más que desde la otra orilla de los recuerdos. Supe entonces vagamente que hay la otra tierra del tiempo. Y que ésta tierra es parte de esa y no al revés.
Un día me había contado que los quetzales en cautiverio morían de tristeza, que no podían vivir sino en la libertad. Yo sabía por ello que Abuelo amaba la libertad.
Pedro Alejandro
Gómez Naranjo.
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Retrato en el tiempo
Ya en ese otro universo que co-menzaba en su sillón de siempre vacío, me figuraba yo que los pájaros eran su manera de comunicarse conmigo, que en vez de decirme las cosas en palabras como había sido su cos-tumbre, me hablaba en pájaros distintos.
Abuelo me legó los pájaros de la tierra. Los pájaros lo traen de vuelta. También los árboles que son sus casas.
Abuelo decía cosas maravillosas que yo no recuerdo, ni entendía. Pero yo sabía eran buenas porque todos guardaban silencio cuando él hablaba. Y porque la risa tenía el tamaño de la casa siempre poblada de visitas los domingos.
Un día enfermó. La noticia voló como un pájaro sombrío. Yo supe que era grave porque a pedido suyo me llevaron de urgencia a verlo. Tanta gente había en la casa que después no cabía en los recuerdos. Pero ninguno había traído su risa.
Tiempo después supe que al me-diodía había dicho sin vacilación: “Éste es el mal de la muerte”.
IIA veces por las tardes cuando en-
traba yo en la biblioteca buscando su com-pañía lo encontraba escribiendo absorto. Esa actividad casi inmóvil me producía fascina-ción. Yo me sentaba en una poltrona desde la que podía verlo.
De pronto se detenía para mirar en el aire cosas que yo no alcanzaba a ver. Pero no me quedaba duda de que él las veía por-que miraba con la fijeza con que se escrutan las cosas lejanas que se quieren ver con más detalle. Luego, cuando proseguía, daba la impresión de que había llegado a otra parte, desde donde veía lo que antes no alcanzaba más que a divisar.
Yo, que entonces no entendía para qué escribía, con un aire de entendido que me aproximara a él, le pedía que me mostrara lo que acababa de hacer. Su letra pulcra me hacía pensar que escribir es una manera de dibujar.
Más que hojas escritas yo veía par-celas roturadas por los surcos ordenados de las líneas.
Una tarde, años después, me llamó mi padre, como solía hacerlo, para leerme un cuento que acababa de terminar. Tenía las manos manchadas de tinta. Yo oí “Los Pape-les de la Academia Utópica” pensando que esa tinta en sus manos era la misma tierra que hay en las manos de un labriego, pensando que la tinta es la tierra del tiempo.
Y recordé las hojas que había visto escribir a mi Abuelo.
Hoy se que esas líneas eran, son surcos para labrar el tiempo, surcos para abrir los tiempos.
IIIEn las páginas finales de La Otra
Raya del Tigre mi padre lo evoca: “Yo tengo, decía mi padre que escribir esa novela; es una novela donde recogeré lo que fue Santander, lo que fue mi padre, todo lo que a él le oí de Len-gerke. El padre no pudo escribirla, la vida no le
Pedro Alejandro
Gómez Naranjo
y su esposa
Lucía Valderrama
Ordoñéz.
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revista de s a n t a n d e r
artes y literatura
dejó, la muerte se encargó de impedírselo para siempre. Yo he comenzado a escribir la novela heredada, he luchado para llevarla a término.”
De esa novela que había titulado Los Caminos del Odio alcanzó apenas a escribir unos capítulos que, después, mi padre recopiló con otros textos en La Sal de la Historia.
Años atrás, sin más recursos que los necesarios para costear el ingreso a la Uni-versidad Republicana, había emprendido con su hermano Humberto, a pie, el viaje desde Zapatoca hasta Bogotá. Entonces viajaba ha-cia su propia vida.
Venía de una historia ardua: su padre –mi bisabuelo Juan de Dios Gómez Rueda– con otros radicales, frente a un pelo-tón de fusilamiento, había visto la luz lívida de una madrugada rielar en los cañones de los fusiles. La intervención del obispo Anto-nio Vicente Arenas lo salvó de la ejecución en el último momento.
Él mismo había visto llegar el caba-llo blanco de su padre confiscado por las tro-pas conservadoras llevado a morir reventado a la casa. Y habría de recordar siempre las huidas a la llegada del ejército del gobierno y las noticias de los cadáveres flotando como barcos siniestros y los cañones como telesco-pios para divisar la muerte.
Esa historia –la otra parte del retra-to de Abuelo– vino después. Ha venido com-pletándose con los años, paulatinamente.
La razón por la cual escribía Abue-lo –sus sentencias en el Consejo de Estado, y luego en lo que la Constitución llamaba a secas la Corte Suprema de Justicia y el tiem-po acabó llamando la Corte Admirable; los proyectos de leyes como Senador, de orde-nanzas como Diputado y de decretos como Gobernador de Santander; las páginas del Nuevo Diario que fundó y dirigió por años, y sus libros– la descifré, mucho más tarde, en la novela de mi padre, cuando supe la historia de donde venía: escribía para conjurar la po-sibilidad de que pudiera volver a ocurrir eso que le había tocado vivir. Escribía sabiendo que en las guerras se puede vencer y a sabien-
das de la distancia insalvable que existe entre vencer y convencer.
Igual que había que abrir caminos en las tierras de Santander, había que abrir caminos en esa otra tierra que son los hom-bres. Esos caminos son la libertad y los dere-chos en los que mi abuelo creía y por los que combatió, pluma en mano.
Ha transcurrido casi medio siglo desde las seis y media de la tarde del 18 de septiembre de 1959, cuando Pedro Alejan-dro Gómez Naranjo, mi abuelo, abandonó el mundo. ❖
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El papel de la mujer en las artes, en general y a través de la his-toria de la humanidad, ha per-manecido casi por completo en el anonimato a no ser por unos
cuantos casos de mujeres que se han atrevido a desafiar el ‘orden establecido’. Es muy poco lo escrito sobre la presencia de las mujeres en la música, salvo cuando han desempeñado el rol más conocido y en el que han permane-cido desde tiempos remotos: inspiradora de poemas y canciones, la mayoría de carácter amoroso, en las cuales se exalta su belleza física, su ternura, su calidez o se expresa la devoción amorosa a la mujer madre. La en-contramos también como fuente de inspira-ción religiosa, en la que es representada por una idealización inmaculada de la mujer en la figura de la virgen María, como ocurre en las más de 400 cantigas de Santa María del trovador Alfonso X ‘El Sabio’ (1221-1284), rey de Castilla y de León entre 1252 y 1284.
Es común encontrar nombres de mujeres asociados a la interpretación del can-to pero no a su composición, pues a través de la historia de la música occidental se le ha otorgado al hombre, por tradición patriarcal, el derecho exclusivo a la creatividad y a la expresión en el ámbito público, mientras al género femenino se le ha reservado al cam-po de lo privado. Sólo desde la década 1980, cuando emergieron los estudios de género, aparecieron publicadas las primeras historias de mujeres en la música. Escritas por mu-sicólogas anglosajonas y enmarcadas en la llamada historia contributiva, tuvieron como propósito la recuperación de la labor históri-ca de las mujeres en este campo del arte y no en las causas de su “invisibilidad” (Viñuela Suárez, 2001).
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En todas las épocas históricas, las mujeres han aportado al conocimiento de la humanidad, a las artes y a todos los campos del saber, pero han permanecido en el ano-nimato. En la historia de la música encontra-mos un gran número de mujeres de las cuales muy poco se conoce, por lo general sus nom-bres se encuentran asociados con músicos famosos, no porque no hayan sido recono-cidas cuando vivían, sino porque la historia contada por los detentadores del poder, los hombres, se encargó de reducirlas al silencio “porque, entre otras cosas, ellas agudizan algunas contradicciones de una sociedad pa-triarcal” (Bonfill y Montagut, 1988:1)
Afortunadamente, ya se ha emprendido un importante movimiento de rescate y reconocimiento de la labor de las mujeres en la música, sobre todo de las compositoras. Así hemos podido conocer la existencia de Hildegard von Bingen (1098-1179), abadesa de la comunidad de monjas de Disibodenberg (Alemania), cuyas partituras musicales ha sido rescatada del olvido. Según Arana (2003), “someterse al juicio masculino bajo el nombre de una mujer era algo, ya sin más, abocado al fracaso; por eso, parece que la mayoría de las mujeres músicas o no se animaban a componer o bien no firmaban sus obras y las dejaban en el anonimato; pero también se daba el caso de que las publicasen amparadas bajo la firma de algún varón, por ejemplo, la del padre, marido o hermano, y así sus nombres han desaparecido para siempre”.
En la literatura son conocidos los casos de mujeres que firmaban sus obras con seudónimos masculinos para promover su publicación. Tales son los casos de varias escritoras del siglo XIX como Cecilia Bohl
Presencia y esencia de la mujer en la música. Santander (1900-1970).
magnolia sánchez mejía y diana gabriela echeverri gutiérrez1
Presencia y esencia de la mujer en la músicaSantander (1900-1970)
1) Docentes
de la Facultad
de Música de
la Universidad
Autónoma de
Bucaramanga
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Cecilia Nuñez de Lega
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58 de Faber, cuyo seudónimo era Fernán Caba-llero; Aurora Durphin, más conocida como George Sand, o Mary Anne Evans, quien firmaba como George Eliot. En el campo de la música, algunos de los nombres femeninos más conocidos por su relación con hombres músicos son los de María Anna ‘Nannerl’ Mozart, Clara Wieck Shumann, Fanny Men-delsshon y Alma Mahler. Apenas la punta del iceberg, pues hoy ya se han catalogado más de seis mil mujeres compositoras desde la Edad Media hasta nuestros días.
En Colombia, como lo menciona Vélez (1986), hasta hace poco tiempo era inconcebible realizar una investigación sobre las mujeres. Fueron pioneros los estudios de la antropóloga Virginia Gutiérrez de Pi-neda, quien en 1963 publicó La Familia en Colombia; trasfondo histórico, un aporte al conocimiento de la presencia de los negros, los blancos y los indios en la constitución de la familia colombiana. En 1968 dio a conocer su obra maestra, Familia y Cultu-ra en Colombia, inaugurando los estudios científicos sobre la familia colombiana y los
diferentes papeles de hombres y mujeres en la sociedad. A partir de allí fueron cada vez más nutridos los estudios, incrementándose sustancialmente en las últimas décadas las monografías sobre las mujeres en diferentes épocas y ámbitos, abanderadas por organi-zaciones feministas, grupos universitarios de investigación de género, asociaciones y publi-caciones especializadas.
Pese a este esfuerzo, el tema de las mujeres en las artes, y particularmente en la música, apenas si recibe atención en una docena de publicaciones. Es por ello que nos hemos propuesto reconocer la presencia de la mujer colombiana, y especialmente de la mu-jer santandereana, en el devenir de la música.
Mujer y música
en Santander
Don Hernando Pardo Ordóñez se-ñala a Geo von Lengerke, un inmigrante ale-mán que llegó al Estado de Santander durante la segunda mitad del siglo XIX, como el actor del ingreso del primer piano a tierras santan-dereanas, trayéndolo ‘a cogote’ de bueyes por las sendas montañosas que ascendían desde el río Magdalena. Un piano fue así instalado en su hacienda de Montebello, su refugio en la Cordillera de los Cobardes, construido y de-corado a la manera de un castillo alemán. Se dice que el propio Lengerke tocaba el violín y el piano.
Las modas europeas legadas por los inmigrantes europeos llegados a estas tierras asentaron, como costumbre entre las familias pudientes, la presencia de un piano en el sa-lón principal de la casa. Así, don Hernando recuerda que cada familia “tenía una niña que la dedicaban a que aprendiera a tocar el piano”. La predilección por este instrumento se generalizó en la Colombia de la primera mitad del siglo XX, quizás como reflejo del romanticismo europeo, de la moda de la “música de salón”, y del auge de las versiones facilitadas de grandes obras para su interpre-tación por las damas de sociedad aficionadas a este instrumento. El piano, y por supuesto
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las damas que lo interpretaban, aumentaron su presencia en las reuniones y veladas de las familias acomodadas. Hay que recordar a los jóvenes que en Bucaramanga la radiodifusión comercial apenas se estableció en el año de 1935.
Como solamente en 1936 se es-tableció en Bucaramanga una Academia de Música, tenemos que suponer que hasta en-tonces la actividad musical en Bucaramanga giró alrededor de las veladas que organizaban algunas familias de la ciudad, habituales para el circulo de personas que asistían a ellas, y prácticamente el único escenario con que contaban los artistas para tocar el piano ante un público.
Las tradiciones orales han iden-tificado las veladas musicales que se esceni-ficaban en las residencias de don Antonio Lega y su esposa Cecilia Núñez, quien tocaba piano y cantaba; del pianista Herman Treber; de don Rafael Uribe Ordóñez y su esposa, la cantante Alicia García; del doctor Gustavo Serrano Gómez y su esposa Lissy García, destacada pianista; de don Hernando Pardo Ordóñez y su esposa Maritza, intérprete del piano. Aún hasta la década de 1970 funcio-naban las veladas musicales en un sector muy tradicional de la ciudad, el barrio Bolarquí, donde se organizaban veladas en la residencia de la familia Acevedo Gómez. En la memoria personal de la pianista Hortensia Galvis Ra-mírez, estas veladas formaron una generación de músicos y aficionados que interpretaba “de oído” valses, bambucos, pasillos, pasodobles, tangos y villancicos.
Otros escenarios en donde hicieron presencia las mujeres músicas fueron las tem-poradas navideñas, pues en cada una de ellas algunas mujeres de vocación musical reunían niños y niñas para ensayar villancicos, a veces acompañados con el piano y otras veces con guitarra o acordeón, o simplemente a capella, para amenizar las novenas en las casas fami-liares o en las iglesias. Estas actividades se han visto enriquecidas en la historia musical y en los tiempos actuales con la presencia de mu-
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jeres que entonan sus cantos en las eucaristías y actos religiosos.
¿Música como profesión?
Hasta las primeras décadas del siglo XX casi la única profesión que podían ejercer las mujeres era la de maestra. Fue la ley Salgar de 1870 la que institucionalizó esta profesión y abrió en cada uno de los estados soberanos una escuela normal, la fuente de todas las tradiciones profesionales de la ins-trucción pública primaria. Londoño Vega (1995) recuerda también que “hacia 1930, en medio del cuestionamiento a la subordina-ción jurídica y política de la mujer, un decre-to presidencial les permitiría ser bachilleres y unos pocos años más tarde pudieron ir a la universidad”.
En 1948 abrió sus labores en Bu-caramanga la primera universidad pública, que a comienzos de la década de 1960 se incorporó una Universidad Femenina que funcionaba en la Carrera 23 y ofrecía forma-ción en Diseño Arquitectónico, Bacteriología, Fisioterapia y Nutrición. La formación profe-sional en Música aún no era contemplada, y hasta entonces esta actividad se consideraba
un buen pasatiempo, a veces símbolo de clase y de la buena educación femenina.
No obstante, fueron muchas las ni-ñas y jóvenes que, una vez en contacto con la música y en particular con el piano, decidie-ron tomar clases particulares con los maes-tros que estaban a su alcance en la ciudad, o en la Escuela Departamental de Música. Se trataba de maestros como Luis María Carva-jal, Martín Alberto Rueda, Manuel Grajales Reyes, Artidoro Mora Mora, Roberto Pineda Duque, Jaime Guillén, Leonardo Gómez Silva y Elfriede de Mamitza, entre otros.
Como en esa época no era común que las mujeres estudiaran alguna profesión, muchas de las se formaron en música desis-tieron de su práctica cuando asumieron las cargas domésticas del matrimonio y de la crianza de sus hijos. Fue así como se trunca-ron muchos de sus ideales y posibilidades de proyectarse musicalmente fuera del ámbito familiar. Sólo unas pocas tuvieron la suerte y el arrojo de viajar a otras ciudades, en el país o fuera de él, para perfeccionar sus estudios.
A pesar de que no ofrecía un pro-grama formal de formación musical, la Aca-demia Departamental de Música generó una
Matilde Jiménez
de Sorzano
Maestra Cecilia
Pinzón Urrea (com-
positora y pianista
Bumanguesa)
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importante actividad musical en la ciudad. Se recuerdan los conciertos de clausura del año académico que se ofrecían en el Teatro San-tander y los recitales que en diversas épocas ofrecieron un selecto grupo de mujeres pia-nistas, cantantes, agrupaciones instrumenta-les y artistas de renombre que se presentaron en los teatros Sotomayor, Unión, Analucía, Garnica, Coliseo Peralta, Cámara de Comer-cio y hasta en el Aula Máxima de Ingeniería Mecánica de la Universidad Industrial de Santander.
Importante fuente de difusión musical fueron las emisoras de radio que se establecieron desde 1935 en la capital san-tandereana. Desde los primitivos estudios de Radio Bucaramanga, Radio Santander, La Voz del Comercio y la Voz de los Comuneros se difundió música clásica y popular. Además de presentar en vivo a los artistas locales y visitantes, promovieron los nuevos talentos en programas de concurso para aficionados, principalmente cantantes de música popular, lo cual favoreció el surgimiento de un género que había estado relegado de los escenarios académicos y de la buena sociedad por mu-cho tiempo. Esta distancia separaba también
a los intérpretes y profesores de lo clásico respecto de lo popular.
Este distanciamiento no se daba tan sólo entre los géneros musicales, sino que tenía relación también con las clases sociales y los instrumentos que solían interpretar o estaban más a su alcance. La música clásica se asociaba directamente con el piano, instru-mento que ha sido, al menos en Colombia, asequible sólo a las clases sociales altas debido a su alto costo, mientras que la música po-pular se interpretaba frecuentemente en ins-trumentos típicos de cuerda (guitarra, tiple, bandola), de bajo costo, y aquella se asociaba de modo más cercano con las clases sociales que no tenían acceso al piano.
La mejor opción laboral para las mujeres era la pedagogía, tal vez por las mis-mas políticas discriminatorias a las que alude Guarín de Vizcaya (1977) cuando dice que “paradójicamente, la mujer ha jugado un papel muy importante en el sector educativo, como consecuencia de políticas discriminato-rias. Su presencia mayoritaria en la docencia se debió a la feminización de las escuelas nor-males en vista de la equiparación que se hacía entre el papel de maestra y el ser femenino,
Graciela Ordoñez
Montero
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sumado a que el oficio era de bajo prestigio y mala remuneración.”
Durante todo el siglo XX encontra-mos en Santander un grupo de mujeres mú-sicas que se dedicaron a la labor pedagógica, bien en instituciones de formación musical, en sus casas, o en colegios y escuelas de edu-cación primaria y secundaria. Era una buena manera de mantenerse en la práctica musical y a la vez generar ingresos para el sustento familiar, cuando por diversas razones era necesario, o por el gusto de hacer música. Dentro de las instituciones se cuentan las Es-cuela Normal de Bucaramanga y los colegios femeninos como el de La Presentación, La Merced, El Pilar, La Santísima Trinidad y mu-chos otros, en donde las jovencitas recibían las primeras instrucciones en música, básica-mente en piano y en canto coral, y donde se promovían sus aptitudes musicales.
En estas instituciones educativas se movieron buenas profesoras de música que también eran reconocidas como desta-cadas intérpretes. Tales son los casos de las señoras Rosa Julia Peralta de Carvajal, Elvira Inmediato, Beatriz Serpa Cuesto, Aura de Castellanos y Carlina Mantilla Murillo, por mencionar sólo a algunas de ellas.
Muchas han sido las mujeres que han realizado un importante aporte a la mú-sica en Santander, sin que, en la mayoría de
los casos, éste haya sido valorado. Limitán-donos a los municipios de Bucaramanga y su Área Metropolitana, San Gil y Socorro, y a riesgo de incurrir en involuntarias omisiones, mencionemos a Alicia García de Uribe, Ana Sixta Hernández, Amalia Carrera Duque, Beatriz Vásquez de Ardila, Beatriz Gómez de Acevedo, Berta Inés Aguilar, Blanca Puyana de Obregón, Carmen Inés Carrero, Cecilia Granados, Cecilia Núñez de Lega, Cecilia Pinzón Urrea, Elpidia Torres de Rodríguez, Elvira Moreno Martínez, Emilia Gómez Villa, Eugenia Galvis, Graciela Ordóñez Montero, Graciela Pereira, Hortensia Galvis Ramírez, Inés Granados, Jacqueline Nova Sontag, Lissy García de Serrano, Lucila Paillie de Azuero, Lucila Reyes Duarte, Lucila Villarreal Mejía, Luisa María Peña Durán, María Victoria Prie-to Galvis, Maria Mercedes Serrano Montagut, Martha Lucía Gómez Rueda, Marcela García Ordóñez, Patricia Pérez, Mariela Sanmiguel de Molano, Marina Abello de Camargo, Mer-cedes Cortés Ramírez, Norma Domínguez de García, Raquel Serrano Sanmiguel, Rosalba Mantilla Prada, Teresa Cáceres de Serrano, Trinidad Márquez de Pinilla, entre otras.
Esta lista, aún incompleta, permi-te reiterar que las mujeres fueron, y siguen siendo, fundamentales para la música en Santander. Eduardo Muñoz Serpa (conver-sación personal, 11 enero de 2005) ya había
Emilia Goméz
de Carreño
Lucila Villareal
Mejía
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advertido que “siempre que se hace mención de la música santandereana el referente son hombres muy significativos, como Luis A. Calvo o Luis María Carvajal, no se habla casi nunca de que hubo una serie de mujeres que amaron la música”.
Por fortuna, las circunstancias han permitido que en nuestros días haga presen-cia social una mayor y mejor calificada can-tidad de mujeres en los escenarios musicales, aportando su fuerza generadora y creativa. En nuestro contexto regional debemos ha-cer referencia a la apertura del programa de Licenciatura en Música en la Universidad Industrial de Santander, en el año 1983, y del programa de Música en la Universidad Autó-noma de Bucaramanga, en 1994, dos escena-rios de profesionalización que han permitido a muchos jóvenes optar por la música como posibilidad de existencia profesional. De estos dos claustros han egresado un impor-tante número de mujeres que ahora ejercen su profesión en instituciones educativas, en orquestas, academias y diversas agrupaciones, en ámbitos nacionales e internacionales. El porvenir es promisorio, para bien de nuestra patria. ❖
REFERENCIAS:
Arana, María José. (2003). Mujeres en la Historia. Con-
sultado en http://nodo50.org/mujeresred/historia-
mj_arana.html.
Bonfill, Anna; Montagut, Maria Cintia. (1996). Les dones
compositores: algunes notes históriques. Música d’Ara.
Consultado en 10/10/2003 en http://www.accomposi-
tors.com/site/musicadara/contingutara.html.
Guarín de Vizcaya, Delfina (1977). Normas legales que
afectan a la mujer en cuanto a salud, trabajo y la edu-
cación. En: León de Leal, Magdalena. La mujer y el
desarrollo en Colombia. (p.p 229-271). Bogotá, s.e.
Mora de Tovar, Gilma. (1991). Historia de la mujer y la
familia. Anuario colombiano de Historia Social y de la
Cultura, 20 (s.n.), s.p.
Puyana Villamizar, Yolanda. (2001). Cambios en la divi-
sión sexual de roles: las madres en el espacio público y
los padres en lo privado. Revista Trans; lo público y lo
privado, s.v. (1), s.p.
Viñuela Suárez, Laura (2001). Género, musicología y mú-
sica popular. Consultado en 10/10/03 en http://www.
iaspmespana.net/laura.htm.
Pianista Patricia
Pérez
Jacqueline Nova
Sontag, compo-
sitora nacida en
Bélgica pero de
familia Socorrana
(la más destacada
compositora aca-
démica de Colom-
bia en los
tiempos modernos)
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Ramón Illán Bacca
Barranquilla: historia y literatura Barranquilla: historia y literatura
ramón illán bacca
Hay que entender que el tiempo no se cuenta en
Barranquilla por fechas de años sino por reinas
de carnaval. ¿No hubo un himno en el carnaval
de Marvel Luz Primera? Me indagó Jacques Gilard
desde Toulouse cuando hacía un estudio sobre la
vida de esa escritora, la barranquillera más conocida
internacionalmente después de Shakira.
1) Fuenmayor Alfonso: Génesis de Barranquilla, Estampa,
Bogotá. Dic 20/41
2) Nichols Theodore: Tres puertos de Colombia. Biblioteca
Banco Popular. Bogotá 1973, pág. 171
Una ciudad sin historia
Desde pequeño se me dijo que al lado de la heroica Cartagena y de la hidalga Santa Mar-ta, Barranquilla era una ciudad sin historia. Incluso los manuales de civismo usados en la escuela primaria, después de hacerle apren-der a los niños el himno de Barranquilla con la letra de Amira de la Rosa que la tilda de “procera e inmortal”, pasaban de inmediato a decir que en realidad la ciudad se había fun-dado porque unos vaqueros de Galapa con-ducían sus vacas a un lugar que se llamaba Barrancas de San Nicolás para que abrevara el ganado. Esta tesis fue sostenida y prego-nada con orgullo por mucho tiempo. Por ejemplo, los del Grupo de Barranquilla en sus artículos se jactaban del ancestro vacuno.
“Cuando alguien se refiere al ori-gen de Barranquilla siempre se habla de unas vacas y unos pastores que en una época im-precisa y en un verano excesivamente cruel buscaron la proximidad del agua. De este modo se acercaron al agua dulce y al agua salada y se quedaron. Pero la verdad es que Barranquilla no tiene historia”, afirmó Alfon-so Fuenmayor en un artículo que apareció
durante el año de 1941 en la revista Estampa (1). En forma más lacónica, el investigador Teodoro Nichols nos dijo que “los orígenes de Barranquilla son tan oscuros como famosos los de Cartagena y Santa Marta… Las cir-cunstancias del nacimiento de Barranquilla son inciertas” (2).
Sin embargo, desde hace pocos años hay una revisión histórica en la que se ennoblece la fundación de la ciudad. Se dice ahora que ella tuvo su origen en la confluen-cia de ciertos grupos marginales de la es-tructura colonial: españoles sin oficio, indios galaperos y malambos, indios concertados, esclavos cimarrones, o sea, un sitio de hom-bres libres. Que algún aragonés estuvo por ahí metido se infiere por la terminación illa y por eso es Barranquilla y no barranquita, como nos lo dice el historiador Claudio Ro-paín. Los arqueólogos han encontrado rastros de asentamientos indígenas debajo de las ca-lles de la ciudad. La cultura barrancoide, ma-lambo y otras se asentaron alguna vez allí. Al paso que va Barranquilla va a resultar mucho más antigua de lo que se pensaba.
Tiempo de carnaval
En esta Barranquilla que me ha tocado vivir, y que es el escenario de mis no-velas Maracas en la ópera y Disfrázate como quieras, he comprendido con el paso del tiempo ciertos elementos específicos. Así, hay que entender que el tiempo no se cuenta en
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revista de santander
artes y literatura
revista de santander
artes y literatura
Mapa elaborado en 1824, que comprende
el sector del río Magdalena entre
Barranquilla y Sabanilla. Se menciona
que para ese entonces Barranquilla tenía
aproximadamente 2.000 habitantes.
Archivo General de la Nación, Bogotá.
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Barranquilla: historia y literatura
Barranquilla por fechas de años sino por rei-nas de carnaval.
¿No hubo un himno en el carnaval de Marvel Luz Primera? Me indagó Jacques Gilard desde Toulouse cuando hacía un estu-dio sobre la vida de esa escritora, la barran-quillera más conocida internacionalmente después de Shakira. No hace en su carta refe-rencia al año de su reinado pues supone que yo debo saberlo.
¿Y cómo fue el incidente con el arzobispo cuando Cecilia Primera? Este caso es imposible de olvidar. La reina era aviadora aficionada y llegó a la ciudad desde Bogotá piloteando una avioneta. La ciudad deliró de entusiasmo y orgullo. Haciéndose eco del sentir público, fue declarada por la Alcaldía “reina de los cielos de Colombia”, pero no contaban con las fuerzas del orden y así fue como hubo una encendida protesta del arzo-bispo, pues reina de los cielos solo era la vir-
gen. Se produjo entonces un contra-decreto por la que se le declaraba tan solo “capitana de los cielos de Colombia”.
En otra ocasión, y más de acuerdo al sentir del arzobispo, la reina del carnaval Edith Primera tomó los hábitos de monja el mismo miércoles de ceniza y saludaba llena de felicidad a los curiosos que la aplaudían bajo el balcón, algunos de ellos todavía con capuchones.
Y quien puede olvidar aquella cumbia famosa que decía:
Era Marta la reinaQue mi mente soñabaEra Marta la reinaLa mujer esperadaCarrusel de coloresParecía una cumbiamba
Pensamos mi editor y yo que si mi última novela la titulábamos Era Marta la reina sólo los costeños mayores de cuarenta años serían sus lectores. Se tituló entonces Disfrázate como quieras, un nombre más universal, pero el año es el de Marta Ligia Primera y entre barranquilleros todos saben a que año me refiero.
Cuando veo las imágenes del do-cumental “Un carnaval para toda la vida” que hizo Álvaro Cepeda Samudio trato de hallar la imagen del joven angustiado que era yo en ese entonces, expulsado de la uni-versidad confesional donde estaba y pregun-tándome cuál sería mi destino. La música de fondo, inolvidable como todo ese carnaval, tenía la letra retadora que decía “Los car-navales de Julieta y que nadie más se meta”, debido a algún incidente entre los organiza-dores del carnaval. Ahora solo lo recuerdan los viejos de la tribu. ¿No fue también por esos años que con el nombramiento de una reina con atributos muy postizos se puso de moda el merecumbé de Pacho Galán titulado “La engañadora”?
Y hablando de vejez ya no recuerdo los nombres de las últimas reinas y disfruto cada vez menos de ese carnaval que ya se
‘La mujer de la flor
del arrabatamacho’,
óleo de Orlando
Rivera ‘Figuritas’,
1939.
Fotografía tomada
del libro “Orlando
Rivera: Figuritas”
de Heriberto
Fiorillo, Ediciones
La Cueva,
Barranquilla, 2006.
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3) Bacca Ramón Illán: Escribir en Barranquilla. Ediciones
Uninorte 1998.
está convirtiendo en una feria de las tantas que tiene el país. Para empeorar el asunto, el mal humor nacional y la violencia política, mafiosa y de delincuencia común, también se han “posicionado” (como se dice ahora) en Barranquilla.
En mi memoria de esa ciudad perdida hay algunas escenas de carnaval de los sesenta para atrás. Años de cuando era posible encontrar roncando en una mesa del Paseo Bolívar al pintor Alejandro Obregón y a la periodista Rosita Marrero, alias Nakonia (por la reina de los orangutanes en las histo-rietas de Tarzán), sin que nadie les tocara un pelo. También era la época en que los mari-dos solventes sacaban a bailar a sus esposas el sábado y domingo de carnaval, pero el lunes llevaban a sus queridas al Patio andaluz del Hotel del Prado. Muchas de las esposas enar-decidas los esperaban a la salida del baile y la cosa se ponía como para alquilar balcones.
Carnavales sangrientos
Pero al lado de este anecdotario simpático está el monstruo acechando. Los más terroríficos crímenes también se han dado en estas fechas. En los cuarentas se dio el crimen del capuchón rojo que coincidió con la inauguración de un lugar de diversio-nes. El lugar –abierto como alternativa para la clase media crucificada entre los clubes so-ciales a los que no podía acceder y los salones populares que menospreciaba– fue sacudido un sábado de carnaval cuando en un lleno de capuchones (que se alquilaban en las tiendas de la esquina) y cuando la orquesta Aragón interpretaba “El manicero”, un marido celoso reconoció en ese capuchón rojo a su bella esposa que estaba aferrada amorosamente a un tigre de bengala.
El cornudo sacó su Walter PPK (¿por qué esa arma de dotación alemana? Lo ignoro). Los tiros mataron a la mujer y a su tigre. Esto malditizó el sitio que nunca pudo convertirse en el rendez-vous de la clase media que aspiraba a ser.
Recuerdo haber leído con avidez Clarín, un semanario sensacionalista de la época. Las crónicas eran la apoteosis del rumor. Daban cuenta de cómo el vecino al reconocer el capuchón avisó al marido. De cómo esa quiromántica, en esos días previos, le había leído la mano a ella y le había ad-vertido que no saliera de casa; de cómo con ese mismo disfraz el tigre de Bengala había saltado de un balcón huyendo de otro marido armado. El caso sirvió para ambientar una radionovela años después y de ella se han tomado estos datos (3). Pero si el anterior caso tiene algunos elementos de la picaresca, no los tiene o son subsumidos por el horror del impresionante crimen de las tres damas, abuela, hija y nieta, muertas a trancazos por un joven estudiante de medicina. Afuera en las verbenas, los tocadiscos con sus bafles gigantescos apagaban con su estridencia los gritos.
El pez en el espejo, de Alberto Du-que López, fue una novela inspirada en ese crimen. En una composición polifónica en la que se oyen las voces de las victimas y el vic-timario, el autor trata de explicar la profunda motivación de los crímenes. El resultado, un tanto consabido, explica el caso por un com-plejo de Edipo mal planteado.
Como el autor publicó la novela antes del juicio seguido al asesino, no registró las audiencias con un abogado defensor que se desmayaba por insuficiencia de azúcar y que era atendido, con puñados de caramelos, por un ejército de enfermeras uniformadas con tocas blancas. Ni tampoco registró la presencia de los locutores de las cadenas radiales que transmitían el juicio mientras preguntaban al público si el debate tenía “ca-ñaña jurídica”. En la plaza cada cual daba su versión de lo que en realidad había ocurrido. Tales lances le hubieran enriquecido el tema. A lo último hubo vasos comunicantes entre la
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artes y literatura
4) Duque López Alberto. El pez en el espejo. Planeta,
1984.
5) De Castro Chelo. El Heraldo, Mayo 19 de 1997.
novela y la realidad. Uno de los abogados leyó apartes de la novela de Duque López en el juicio, y el acusado amenazó al autor porque, según él, había ofendido a su mamá. Un en-treverarse entre novela y realidad (4).
En esa relación muerte-carnaval, los basuriegos muertos a palos por celadores de una universidad para vender a precios mó-dicos los órganos extraídos a los cadáveres es una historia de horror que está en busca de autor. También, y en el reverso de la medalla, se dan las muertes “carnavalescas”, como la de “Figurita”, el pintor amigo del “Grupo de Barranquilla”, quien murió un sábado de car-naval desnucado al caerse de una carroza en la que había desfilado disfrazado de reina de Bolivia; o la muerte de Víctor Manuel García Herreros atropellado por un carro de mula en una batalla de flores mientras recitaba en alta voz versos de Cátulo en latín.
La ciudad pacífica
que dejó de serlo.
El barranquillero era, en la primera mitad del siglo XX, pacífico y gozón. El co-lumnista Chelo de Castro nos recordó, con orgullo, que en la Guerra de los mil días el líder liberal Rafael Uribe Uribe estuvo en la ciudad haciendo un llamamiento a sus copar-tidarios para que se enrolaran en su ejército. Esperaba mil voluntarios, pero sólo acudie-ron ocho. Airado, el general les recriminó diciéndoles que tenían horchata en las venas. Tenían sangre, pero no tenían vocación para la guerra, nos aclaró el columnista y conclu-yó: “Los pudientes se fueron para Inglaterra y Norteamérica, y al volver introdujeron el fútbol y el béisbol. Los demás se escondieron, pero matarse, no mi general”. (5)
La piedra de toque de ese tempera-mento fue la violencia política que del 48 al 58 incendió al país. Barranquilla fue un oasis de paz y un refugio para los desplazados de la violencia en el interior del país. De que esa actitud estaba respaldada por la clase diri-gente barranquillera lo ilustra la anécdota del
Carrera Progreso,
Calle de Jesús,
Barranquilla.
Foto Nereo.
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Pacíficos y avenidos árabes y judíos, chinos y
japoneses, alemanes e ingleses le daban una
fisonomía propia a la ciudad. Recuérdese que en
los cincuentas la mitad de la población extranjera
del país estaba en Barranquilla.
gobernador Eduardo Carbonell Insignares (1951-1952). Este funcionario conservador, al saber que el gobierno central iba a enviar un destacamento de la policía chulavita, cercó el aeropuerto con el ejército, no dejó salir al contingente y lo envió de regreso al interior. La ciudad respiró aliviada y el agradecimien-to colectivo acompañó al gobernador hasta su muerte.
No son estos los aires del presen-te. Desde finales de los años setentas, con la llegada de la llamada “bonanza marimbera”, la ciudad arroja un índice de violencia tan alto como Bogotá, Medellín y Cali. Ahora hay miradas nostálgicas hacia la Barranquilla que se fue y un hondo temor hacia la que se vive y se espera. Hace pocos días un periodista ame-
nazado hizo una radiografía cuando escribió: “La Barranquilla que perdimos es ya una imagen borrosa y de colores velados como una foto antigua. Pero no fue precisamente el tiempo lo que nos la arrebató”. (6)
El diagnóstico
de los sociólogos
En una conversación informal con algunos sociólogos, estos me hablaban de la necesidad de darle a este escrito lo que deno-minan un “marco teórico”. No se me ocurre otra cosa sino dar algunas especificaciones que rompían –a principios y hasta mediados del siglo XX– con las características comunes que se daban en las otras ciudades.
En la primera mitad del siglo pa-sado Barranquilla miró hacia afuera y no hacia el interior del país, porque la ciudad se realizaba con el esfuerzo de una burguesía nativa perspicaz y unos extranjeros de todas las latitudes. Así vivíamos las ondas de las radios que en la misma banda local sintoniza-ba a la Cuba pre-revolucionaria y sus grandes orquestas: la “Orquesta de las Chicas Mén-dez” en los veintes y la “Orquesta Aragón”, con sus Dolly sisters, en los cincuentas. Desde ese mismo país nos venía hasta la moda para los zapatos, como el de dos tonos y tacón cubano. También se trasmitían los últimos hits musicales de Norteamérica y los datos sobre los batatazos de Baby Ruth encabeza-ban los titulares de los periódicos. La Prensa publicaba las primeras historietas en colores los sábados desde el año 29, mucho antes que los periódicos capitalinos. Buck Rogers en el siglo veinticinco inspiró a José Antonio Osorio Lizarazo para escribir su Barranquilla 2132, la primera novela de “anticipación” escrita en el país.
Había el constante arribo de ex-tranjeros de todas las latitudes y religiones:
6) Benedetti Jimeno Armando. Memorias de la intimida-
ción, El Heraldo, Agosto 17 de 2006
Alfonso Fuenmayor
y Julio Enrique
Blanco cofundador
de la revista Voces.
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europeos, árabes, chinos y hasta hindúes en algún momento. En su mayoría con capitales de aventura. Pacíficos y avenidos árabes y ju-díos, chinos y japoneses, alemanes e ingleses le daban una fisonomía propia a la ciudad. Recuérdese que en los cincuentas la mitad de la población extranjera del país estaba en Barranquilla. (7) Para bien o para mal, sus conexiones con los elementos culturales que constituían nuestras características naciona-les eran más débiles, quiero decir la gramáti-ca, la urbanidad y el catolicismo.
En esta ciudad todavía se conjugan muy bien los verbos y las eses que se comen en la conversación se corrigen en la escritura. Pero a su vez en ese momento de principios del siglo veinte los barranquilleros estaban dispuestos a aceptar todos los extranjerismos, modismos y jergas, sin atender los reclamos de los gramáticos. Ni Cuervo, ni Caro, ni
Suárez eran muy populares y mucho menos leídos. De hecho la fuerte presencia alemana y norteamericana en el comercio e industria imponía sus palabras de germanía.
La informalidad y la familiaridad con los desconocidos, el tuteo igualitario, era todo lo opuesto a las reglas de urbanidad de Carreño. Lo coloquial y el trato casi familiar era lo dado. Algunos viajeros recalcan ese aspecto, pienso en el boliviano Argüedas o en alguna correspondencia de Barba Jacob. Sin embargo, para las familias patricias los bue-nos modales eran un símbolo de diferencia.
La clase media melindrosa también encarecía la lectura de la urbanidad de Carre-ño. Todavía recuerdo a mis vecinas victoria-nas lavándole la boca con jabón a su sobrino porque había cantado ante ellas aquella gua-racha que decía:
Te lo vi.Te lo viNo lo escondas Que te lo vi.7) Abello Roca Antonio. Las narices en el enclave. Diario
del Caribe, Marzo 19 de 1989.
Fachada de
La Cueva, 1956.
Foto Nereo.
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(No estoy seguro si era ese aire cu-bano o alguna estrofa procaz de “La ópera del mondongo”, del maestro Peñaranda).
El catolicismo fue durante mucho tiempo la religión oficial que reunía más gente que otras expresiones religiosas, pero el protestantismo, la santería o la condena-da masonería también tenían una fuerza y una presencia mayor que en el resto del país. Ayuda a esta afirmación haber tenido en los sesenta el primer alcalde de confesión protes-tante en el país.
Literatura y ciudad
(una mirada al pasado)
En esa Barranquilla pujante de principios del siglo veinte la literatura y la cultura en general no cumplían un papel importante y mucho menos determinante.
Había muchos periódicos con columnistas conocidos. Pero la columna era leída no tan sólo por estar bien escrita, sino porque detrás estaba el político o el ex-general. El escribir agregaba méritos a los hombres de pro, pero no era un mérito en sí. La categoría de escri-tor era subsidiaria; la cultura como creación no se entendía y la escritura no era más que una actividad al servicio de los políticos. Por eso la paradoja de pocos escritores de oficio y la gran cantidad de periódicos de distinto patrocinio político, con los mismos colabo-radores.
Lo que si se encuentra es un apeti-toso anecdotario del mundillo cultural. Una de las noticias más antiguas de la vida cultu-ral en la Barranquilla del siglo diecinueve son las referidas a las reseñas de libros que hacía Mister Elías Pellet, cónsul de Estados Unidos en Barranquilla a finales del siglo diecinueve,
De izq. a der.
Clemente Quintero,
Álvaro Cepeda,
Roberto Pavajeau,
Gabriel García
Márquez, Hernando
Molina y Rafael
Escalona, en
Valledupar. Foto
Gustavo Vásquez.
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artes y literatura
en su periódico The Shipping List, fundado en 1872. En esta publicación, Pellet hacía reseñas y comentarios de los libros que leía. Al pa-recer este personaje tenía una de las mejores bibliotecas de la pequeña ciudad de ese mo-mento. Amaba el latín y el griego y tenía doce traducciones de La Ilíada en inglés. Trató de componer un índice de las obras homéricas. Es famosa la anécdota de cómo buscó un libro del político inglés William Gladstone para completar su biblioteca con temas clá-sicos. Puso anuncios en el Times de Londres solicitándolo. Su amigo Herman Freund loca-lizó un ejemplar que valía 16 libras esterlinas de la época. Pellet aceptó pero cuando fueron a comprarlo el único ejemplar ya había sido vendido. Desesperado, le escribió al propio primer ministro Gladstone ofreciendo com-prarle un ejemplar. El político británico le contestó que no tenía ni un ejemplar pero se interesó en la búsqueda de nuestro personaje, más aún, conjeturó que ese tipo de indaga-ciones debía ser frecuente en estos medios. Pellet sólo obtuvo el libro cuando un amigo comerciante se lo compró y además obsequió. Para que esto fuera un cuento de Borges lo único que faltó es que el tal libro no existiera, pero el dato cierto es que el libro de Gladsto-ne, escrito en 1876, se titula Una investigación en la época y el lugar de Homero en la historia. No hay traducción al español.
En una de sus columnas titulada “No, Thanks”, Pellet felicitó a Gladstone por no haber aceptado el título de Lord. Al parecer tuvieron alguna correspondencia, y como creía y decía Don Miguel Goenaga, de quien hemos tomado estos datos, “todo político que no conteste la correspondencia está perdido”. (8)
También en El Comercio, fundado en 1892 por Clemente Salazar Mesura, tenía presencia la columna “Al lápiz”, del médico dominicano Juan Ramón Xiques, quien fir-
maba con el seudónimo de Raúl. Una dama melindrosa de nombre Olga (es el único dato que sabemos de ella) protestó por algu-na de las columnas, a lo que Raúl contestó: “Nervios cuestión de nervios… ustedes los impresionables y exaltados, están neuróticos. Recurran al doctor Ramón Urueta aventajado discípulo de Charcot para que los cure o si no hagan uso continuado del elixir polibromu-rado de Boudry”, y agregó “os asustáis de mis notas y permitís que vuestras hijas se familia-ricen con Byron y Chateaubriand”. (9)
Este periódico decidió llevar el asunto ante el tribunal de la opinión pública
8) Goenaga Miguel. Dos recuerdos de Barranquilla, Mr
Pellet literato. Crónica Mayo 27 de 1950
9) Bacca. op. cit. Pág. 6
Álvaro Cepeda
frente a una pintura
de Juan Antonio
Roda sobre el
grupo de La Cueva.
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La llegada de un joven catalán de treinta años en
1914 sería lo que determinó una de las aventuras
intelectuales más importante de la ciudad y del
país. Su nombre, Ramón Vinyes. La aventura, la
revista Voces.
y preguntó si el escritor debería continuar o no con su columna. La encuesta arrojó el resultado de 637 votos a favor de que siguiera escribiendo y 9 en contra. Al poco tiempo Xiques se marchó a Europa. Se conserva una sentida nota de despedida escrita por el ba-rranquillero Aurelio de Castro, alias Tableau, uno de los columnistas más destacados de su época.
A diferencia de Bogotá, que se ufanaba del remoquete de “Atenas surame-ricana”, en esta ciudad costeña el comercio y el respeto al dinero eran los valores más aceptados. La protuberancia de este hecho fue señalada por Julio H. Palacio en un editorial de Rigoletto: “No se lee en Barranquilla, no se escribe tampoco… los pocos que pueden es-cribir algo no escriben porque están seguros de no ser leídos, ni comprendidos. Les causa además escalofríos pensar que en las provin-cias persigue una muerte negra a los que la burguesía llama despreciativa e irónicamente literatos… (10).
El anecdotario cultural nos podría seguir refiriendo curiosidades como las del médico y periodista Ramón Urueta, natural de Usiacurí y discípulo de Charcot, quien tuvo correspondencia con Víctor Hugo; o la correspondencia de Abraham Zacarías Ló-
pez-Penha con Rubén Darío. También la del médico Enrique Llamas con Freud, a quien invitó a vivir en Barranquilla ante la inmi-nencia de la guerra. “Estaría encantado de encontrarme contigo en cualquier parte pero ya me siento muy viejo para ir a Barranqui-lla”, fue la respuesta. (11)
La llegada de un joven catalán de treinta años en 1914 sería lo que determinó una de las aventuras intelectuales más im-portante de la ciudad y del país. Su nombre, Ramón Vinyes. La aventura, la revista Voces.
Voces
Cualquier estudio sobre la lite-ratura en Barranquilla tiene que referirse a los dos grandes momentos literarios que se dieron en la ciudad con las publicaciones de Voces (1917–1920) y Crónica (1949-1951). Ambas revistas agruparon lo más representa-tivo de la vida local y trascendieron nacional e internacionalmente. Ambas publicaciones alcanzaron los sesenta números. No fueron tan buenos, sin embargo, ni su distribución ni su tiraje y, como todas las publicaciones de su género, quebraron al poco tiempo.
El crítico uruguayo Ángel Rama escribió: “Uno de los personajes mitológicos de la literatura latinoamericana, ese Ramón Vinyes que a partir de 1917 da a conocer en una revista provinciana (Voces, publicada en la ciudad colombiana de Barranquilla, que para la fecha era el último rincón del planeta) las audacias de Dormée y Reverdy, Gide y Chesterton, dando muestras de esa fabulosa erudición de la modernidad europea que ex-plica que uno de sus nietos intelectuales, Ga-briel García Márquez, lo haya trasmutado en un personaje de novela: El sabio catalán.(12)
Si bien hay estudiosos de esa revis-ta –y puedo decir que he puesto mi grano de arena al dirigir una reedición de sus sesenta números por la Universidad del Norte– en general el desconocimiento sobre lo que esta publicación representó es muy grande en el resto del país.
10) Ibidem. Pág. 3
11) Un médico colombiano sostenía correspondencia
con Sigmund Freíd. El Tiempo Bogotá, Noviembre
2 de 1994.
12) Bacca. op. cit. Pág. 90
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artes y literatura
Anterior a algunas revistas como Proa y Martín Fierro en Buenos Aires, Revista de Avance en La Habana, Contemporáneos en México, o Amauta en Lima, que son unas referencias obligadas cuando se habla del proceso literario de Latinoamérica en la déca-da del veinte del siglo veinte, en Colombia no hay nada parecido a Voces. Ni Universitas, El Nuevo Tiempo o Cultura en Bogotá, ni Panida en Medellín, alcanzaron la dimensión litera-ria de esta revista. Entre otras cosas, porque casi todas las publicaciones se mantenían de refritos y Voces era la excepción en este sentido debido a las traducciones de primera mano que realizaba Vinyes. Así se ofrecía a los lectores de habla española materiales que nunca habían leído antes en su propia lengua.
Así fue como se tradujeron por
primera vez al castellano textos de Gide, Chesterton, Hebbel, Lafcadio Hearn Riviere, Hoffmannsthal, Cunninghame Graham y Apollinaire. Un ejemplo: En Voces apareció una traducción que hizo Vinyes del primer acto de la obra Judith de Hebbel, y solo al año siguiente se tradujo esa obra de teatro al cas-tellano en España. ¿Cómo una revista editada en “el último rincón del planeta”, para repetir la frase de Ángel Rama, se situó a la vanguar-dia de todas las de su género en Latinoaméri-ca? Con esa gran sabiduría que encierran los lugares comunes, a Voces siempre se le cono-ció como “la revista de Vinyes”. Los directores de la revista, Hipólito Pereira y Julio Gómez de Castro, no manejaban los idiomas ni los contactos culturales de Vinyes.
Un rasgo distintivo de la revista era
Orlando Rivera
‘Figuritas’.
Foto de Nereo.
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la elevada tasa de colaboraciones catalanas o de alusiones a la literatura catalana. Estaban José María López Picó, Carlos Riba, Eugenio D’Ors, Alfonso Masers y Pablo Vila. Como dijo Jacques Gilard: “en materia de curiosidad e información, Madrid quedaba a la zaga de Barcelona. En Cataluña se daba una con-temporaneidad que la cabeza de España aún desconocía en gran parte.” (13) La presencia de los latinoamericanos Valdelomar, Pellicer, Tablada, Zaldumbide Huidobro, Mistral y Rodó, entre otros, tampoco se daba con tanta frecuencia en las otras revistas colombianas.
Había colaboraciones de autores nacionales como Germán Pardo García, To-más Rueda Vargas, León de Greiff y Efe Gó-mez. El litoral atlántico colaboraba con Luis Carlos López, José Félix Fuenmayor, Gregorio Castañeda Aragón y Víctor Manuel García Herreros, entre los más destacados; y, claro, no podían faltar las colaboraciones de Julio Gómez de Castro, Héctor Parias y Enrique Restrepo, la almendra de la revista. Voces al-canzó los sesenta números y murió del mal de casi todas las publicaciones culturales: falta de plata para continuar con la aventura.
Esta publicación no ha sido es-tudiada con intensidad. Sin embargo, en las pocas aproximaciones al tema es frecuente el juicio de no tener una real correspondencia con el medio que la producía. El crítico Er-nesto Volkening dijo: “En aras de su univer-salidad Voces ha sacrificado el colorido local. El rasgo inconfundible que nos revele su ubicación en un puerto del Caribe, reverbe-rante de luz y sumido en el lúbrico calor del mediodía”. (14)
Vinyes tuvo conciencia de eso cuando, en uno de los primeros números, escribió: “Para nosotros los que escribimos artículos eruditos y aún obras no eruditas que nadie lee…”. También hubo resistencia a
la recepción de la revista; así Hipólito Pereyra dijo en una nota: “Alguien me dice: –En Voces sólo se entiende lo que tu escribes”, y añadió “–No manden más la revista”. Que la revista seguiría siendo juzgada en el futuro “exótica” lo intuyó el mismo Enrique Restrepo, quien escribió premonitoriamente en el último nú-mero: “La cultura como flor extrema de toda civilización es un lujo, lugar común, pero no por eso menos evidente”. (15)
El Grupo de Barranquilla
Con frecuencia en alguno de los congresos sobre literatura que he asistido algún periodista despistado me pregunta: ¿qué hay del Grupo de Barranquilla? Siempre respondo que hace más de cincuenta años desapareció. Pero el fenómeno es sintomáti-co: pareciera que solo hay un antes y no un después de ese fenómeno cultural que se dio entre nosotros en los cincuentas.
Es curioso que en esta ciudad co-mercial con una vida literaria muy precaria sus ídolos más prestigiosos y que han sobre-vivido tanto tiempo sean los de un grupo literario, los del llamado “Grupo de Barran-quilla”. Los libros, los artículos, inclusive los sitios como “La Cueva”, concitan la atención del grueso público. Los artículos y las foto-grafías de los integrantes de ese grupo son tema frecuente en todos los periódicos del país y aún en los magazines internacionales. Se rompe con una característica de la ciudad que es la vida precaria de sus mitos. Si se exa-mina cuántos contemporáneos de “La Cueva” aún permanecen en la memoria colectiva nos sorprenderíamos de su escaso número.
Así, ¿qué se hizo el negro Adán, héroe del cuadrilátero en las fiestas patronales de San Roque? ¿Y la Diva Zahibi, mentalista azteca con estudios en Chicago? ¿Qué se hi-cieron Heleno da Freitas o Memuerde García, glorias del Atlético Júnior en épocas del “Do-rado?” ¿Los jóvenes reconocerían al “Caimán Sánchez” en la calle? ¿Los cuentos verdes sobre el padre Revollo todavía se dicen en los
13) Ibidem. Pág. 93
14) Ibidem. Pág. 112
15) Ibidem. Pág. 112
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velorios? ¿Alguien silba la cumbia “Era Marta la reina?”
Ahora los rostros mas conocidos son los de ese fenómeno mundial como es Shakira. En la ciudad no se tiene conciencia de que otra barranquillera muy conocida en el exterior es Marvel Moreno, considerada como uno de los cinco mejores cuentistas que ha tenido el país en el balance de los mejores libros de fin de siglo. A pesar de estar presen-tes diecisiete universidades en el homenaje que se le rindió en Toulouse (Francia) en 1997, pocos lectores han comprado la recien-te edición de sus cuentos completos. Tal vez algunos sesentones recuerdan con nostalgia su linda figura cuando desfiló como reina del carnaval en 1959.
Con el Grupo de Barranquilla se contradice la frase de Gabriel García Márquez de que ningún prestigio dura más de tres días
entre nosotros. La verdad es que un grupo compuesto por el mismo García Márquez, Álvaro Cepeda, José Félix Fuenmayor, Ramón Vinyes y Alejandro Obregón no se da todos los días. Pero ¿sin la presencia del Nóbel hasta que punto interesaría al mundo el llamado “Grupo de Barranquilla?”
Sigue no obstante la pregunta de por qué en esta ciudad de Barranquilla, don-de el mundillo cultural y el grueso público se miran a distancia y se acercan sólo en carna-val, un grupo literario se haya constituido en paradigma. Al parecer no hay una respuesta precisa. En este alud de estudios sobre el grupo y en el cual también se encuentran los que niegan su existencia, el de mayor éxito ha sido La cueva de Heriberto Fiorillo. En este libro, una Summa Cuevensis, de entrada se dejó a un lado cualquier marco teórico sobre una probable inexistencia del grupo. Lo que se encuentra en esta obra es el sabroso anecdotario de esos jóvenes que transpiraban talento y vitalidad. Allí está la fábula del grillo amaestrado que se comió Obregón, los tiros que le hicieron a su cuadro de Blas de Lezo, la llegada al Bar montado en un elefante, y la muerte de “Figurita”, repito, cuando disfra-zado de reina de Bolivia se desnucó al caerse
Marvel Moreno.
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de una carroza el martes de carnaval. “Leían a Faulkner pero vivían como Hemingway”, es un decir de los entendidos. Más severa es la mirada del pintor Roda cuando dijo: “A mí Alfonso (Fuenmayor) fue el único que me pa-reció sensato, se me antojó más intelectual, si esto significa algo. Los demás me parecieron muy parranderos con una vitalidad y exhube-rancia sin matices”. (16)
En los sesentas la desbandada fue general. García Márquez tenía casi una déca-da de estar en el exterior, Alejandro Obregón se fugó a Cartagena, Cepeda Samudio escri-bió su Casa Grande cuando una enfermedad que resultó ser un diagnóstico falso lo hizo estar recluido en cama, Germán Vargas y Al-fonso Fuenmayor permanecieron fieles a su magisterio oral, unas encarnaciones de Sócra-tes en carnaval.
Con la publicación de Crónica, todas las discusiones sobre la existencia o no del grupo quedarían resueltas por ese hecho protuberante. Su director fue Alfonso Fuenmayor y su editor un joven de veintitrés años, Gabriel García Márquez. El que cambiaran ejemplares por botellas de ron explica por qué no se sostuvo la publicación. Este magazín deportivo-literario hecho por el grupo en los primeros años de los cincuentas, de los que sólo hay unos pocos ejemplares disponibles, trató de renovar la cuentística nacional. “La combinación del deporte –fundamentalmente con el fútbol, recuérdese que era la época del Dorado– con la literatura no fue con el afán de oponer una forma deportiva de ver y tratar la literatura a la solemne y engolada del interior del país. Eso lo han dicho algunos críticos imaginativos. La intención era mucho más modesta: se trataba tan sólo de buscar un gancho para un público difícil, y también porque había verdaderos aficionados al fútbol dentro del grupo”; nos dijo Alfonso Fuenmayor en una entrevista esclarecedora. (17)
Quedan sin embargo los cuentos que publicó Crónica. Entre ellos, “La mujer que llegaba a las seis”, de García Márquez, de-
bido a una apuesta con Alfonso Fuenmayor, quien le retó a escribir un cuento policiaco. Cepeda Samudio, entre otros, publicó “Va-mos a matar los gaticos”. José Felix Fuenma-yor publicó “En la hamaca” y Ramón Vinyes envió desde Barcelona su único cuento es-crito en castellano: “Un caballo en la alcoba”. “Incierto el bien y cierto el desengaño”, fue el verso de Quevedo que me citó Alfonso Fuen-mayor para referirse a la pasión y muerte de Crónica, que se acabó en 1951.
Una ciudad de pocos lectores
A diferencia de los ya lejanos cin-cuentas, ya no hay libros de Vargas Vila, y muy pocos de Nietzsche, en las ventas de los sardineles del Paseo Bolívar. Hay, como siem-pre, textos escolares, códigos, nuevas leyes, lo consabido. En resumen, en estas ventas calle-jeras no se encontrará ninguna sorpresa, sino lo que se pide en el mercado escolar.
Podría decirse que hay una ten-dencia a desestimular las bibliotecas privadas. Los jóvenes no están comprando libros; la solución que se está dando es la de la foto-copia, que por definición es algo que no se conserva. En las librerías de la Carrera 53, que están agrupadas en una acera como so-lución providencial en esta Barranquilla de largas distancias, la casi unánime respuesta es que la sección de libros que más vende es la de “superación y autoayuda”, siendo Dee-pak Chopra, Walter Riso y Paulo Coelho los más vendidos. La otra sección que mueve la caja registradora es la de esoterismo. Pero se puede anticipar que la venezolana Connie Méndez, y no madame Blavatsky, es la que encabeza las ventas.
No hay librerías de viejo, ya es imposible conseguir Raquel la judía, de Lion
16) Fiorillo Heriberto. La cueva Pág. 112
17) Bacca Ramón Illán. Entrevista con Alfonso Fuenma-
yor. El Espectador magazín dominical. No 526, Mayo
23 de 1993
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Feuchtwanger, una novela que endulzó mis quince años. El escritor Jairo Mercado refirió la anécdota de cómo al ir al partido Perú-Colombia en el Metropolitano llevaba un libro recién comprado muy caro y muy difícil de conseguir. Al salir se dio cuenta de que lo había olvidado. Alguien le dijo “devuélvete a buscarlo”. No podía creerlo: había habido sesenta mil espectadores pero su libro estaba allí intacto esperándolo.
No logré que los integrantes de la comparsa y los dueños de los estaderos de nombre Disfrázate como quieras me compra-ran mi novela del mismo nombre. Alguien me dijo que si hubiera acompañado el libro con un CD de las canciones que mencioné me hubiera ido mejor en las ventas. Estoy
rumiando esa idea pero ya se sabe que en la mayoría de las veces aquí no hay reediciones de los libros, en el mejor de los casos se foto-copian.
Alguien me habló de “los jardines caníbales” de la ciudad no como un refugio de los enamorados sino como los que algunos excéntricos –pienso en el pianista Bob Prie-to– cultivaban con flores carnívoras de unos colores intensos y bellísimos que al mediodía eran un recreo para la vista pero por la noche producían un hedor impresionante mientras se abrían y arrojaban los cadáveres de los in-sectos atrapados durante el día. Tal vez esa sea la mejor imagen de como miro esta ciudad que amo y a la que también dirijo mis mira-das bizcas. ❖
García Márquez
recibe en el
aeropuerto de
Barranquilla a
Álvaro Cepeda,
en 1971.
Las fotos de este
artículo fueron
tomadas del
libro “La Cueva:
Crónica del grupo
de Barranquilla”
de Heriberto
Fiorillo, Ediciones
La Cueva,
Barranquilla, 2006.
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80
Sesquicentenario de la creación del Estado federal de Santander
a r m a n d o martínez garnica
Conmemoración
sesquicentenaria
El presidente Mariano Ospina Rodríguez sancionó, el 13 de mayo de 1857, la ley que una semana antes había aproba-do el Congreso de la Nueva Granada para crear el Estado federal de Santander con el territorio jurisdiccional que hasta entonces habían tenido las provincias de Pamplona y El Socorro. De inmediato, el Poder Ejecutivo convocó a la reunión de una Asamblea Cons-tituyente que debería reunirse en Pamplona, integrada por 35 diputados de “los pueblos” del naciente Estado, elegidos por ellos el primero de agosto siguiente. La legalidad de esta ley se fundó en el parágrafo único del artículo 9° del acto constitucional que el 27 de febrero de 1855 había creado el Esta-do de Panamá. El Estado de Santander fue facultado para enviar tres senadores ante el Congreso de la Nueva Granada y el número de representantes a la Cámara que le corres-pondiese según el censo de población de la república. Las reglas a observar en la elección de sus senadores y representantes eran de su propia competencia, así como su derecho al usufructo de las tierras baldías que existían en el territorio del Estado.
El 15 de junio siguiente, el presi-dente Ospina sancionó otra ley aprobada el mismo día por el Congreso para erigir cinco estados federales más: Cauca, Cundinamarca, Boyacá, Bolívar y Magdalena. Fue entonces cuando se agregaron al Estado de de Santan-der otros territorios: el cantón de Vélez y la parte oriental de la provincia de Mompós in-tegrada por los distritos de Aspasica, Brotaré, Buenavista, Carmen, Convención, La Cruz, Ocaña, Palma, Pueblo-nuevo, San Antonio, San Calixto, San Pedro y Teorama. Esta ley
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fijó la fecha de las elecciones de los 35 diputa-dos para el día 15 de agosto siguiente, y la de la instalación de la Asamblea Constituyente del Estado de Santander para el posterior 15 de septiembre, día en que terminaría el fun-cionamiento de las antiguas legislaturas de las provincias de Pamplona y El Socorro.
Con estas dos leyes quedó echa-da la existencia secular de Santander como entidad político-administrativa singular de la nación colombiana: estado federal entre 1857 y 1863, estado soberano desde 1863 hasta 1886, y departamento administrativo desde esta fecha hasta nuestros días. La única variación jurisdiccional significativa ocurrió el 20 de julio de 1910, día en que entró en vigencia la ley 25 del 14 de julio del mismo año, creadora del Departamento de Norte de Santander, con capital en San José de Cúcuta, formado por todos los municipios que com-ponían entonces las provincias de Cúcuta, Ocaña y Pamplona.
En consecuencia, el 13 de mayo de 2007 se conmemora el sesquicentenario de la creación de Santander, un resultado de la in-tegración de las jurisdicciones antiguas de las provincias de Vélez, Pamplona, Ocaña, San Juan Girón y El Socorro en la circunstancia de la experiencia federal colombiana.
No es natural
Antes de que Santander viniese al mundo político como entidad administrativa del Estado nacional neogranadino, el territo-rio que hasta hoy le pertenece estaba repar-tido en las jurisdicciones de las provincias que en el siglo XVI resultaron de la conquista de los grupos aborígenes por las huestes de soldados españoles. Las provincias de Vélez y
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Pamplona, confiadas a la administración de sus respectivos cabildos, a los corregidores de Tunja y a los alcaldes mayores de minas; fragmentadas por la emergencia de sus epígo-nos, esas provincias de Ocaña, Salazar de las Palmas, San Juan Girón, San Gil, El Socorro, Villa del Rosario y Villa de San José de Cúcu-ta, fueron el orden político que correspondía a los dominios de la soberanía de los reyes de la España y las Indias. El orden republicano mantuvo su existencia, y el papel protagónico que estas provincias jugaron en la regenera-ción de la Nueva Granada tras la disolución del experimento colombiano (1819-1830) les permitió contar con sus propias cámaras le-gislativas, al tenor de la Constitución de 1832.
La Guerra de los caudillos supre-mos (1840-1841) puso en la agenda de los estadistas –Márquez, Herrán, Ospina, Mos-quera– la tarea de fragmentar las provincias para debilitarlas: en 1855 ya eran 35. Había
llegado el momento de integrarlas por la vía de la agrupación en ocho estados federales, cada uno de los cuales fue considerado una sola provincia para los efectos de la represen-tación política en el Congreso Nacional. Fue en este movimiento de integración nacional, por la vía de la supresión de provincias, que se inventó a Panamá, Antioquia, Cauca, Cun-dinamarca, Boyacá, Bolívar, Magdalena y, por supuesto, a Santander. Había comenzado el proceso de invención de los atributos cultu-rales de los santandereanos, eso que hoy lla-mamos la santandereanidad.
La integración del Estado de San-tander durante el año 1857 es un ejemplo de la competencia de proyectos políticos y de intereses provinciales que, en un proceso no planeado por alguien particular, produjo un nuevo ente político-administrativo con un territorio delimitado por una compleja negociación de intereses. En suma: Santander no es un hecho natural. Recorramos el debate legislativo dado en las dos cámaras.
El doctor Florentino González, destacado publicista liberal nativo de la pro-vincia del Socorro (Cincelada, 1805 - Buenos Aires, 1874), redactó el primer Proyecto de Constitución para el Estado de Santander, publicado originalmente en la entrega 235 del periódico El Neo-granadino (4 de febrero de 1853). Propuso entonces que este Estado debería integrarse con las provincias de Pam-plona, Santander (Cúcuta), Soto, Socorro y Ocaña, e introdujo la idea de suprimirlas para en adelante dividir el territorio del Estado en municipalidades y distritos. Una asamblea legislativa, un gobernador y una alta corte de justicia serían las instituciones de gobierno del Estado. Propuso que las municipalidades fuesen gobernadas por prefectos, nombrados por los concejos de las municipalidades, y que todos los ciudadanos deberían integrar una Guardia Nacional, con los cual todos disfrutarían del derecho a portar armas. Pero este proyecto tenía ante sí el obstáculo constitucional vigente, ya que la nueva Cons-titución (20 de mayo de 1853) aprobada por
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la Legislatura de este mismo año garantizó la existencia de las provincias, aunque en co-existencia con el régimen municipal.
Fue entonces la decidida acción de los liberales istmeños, encabezados por el vicepresidente José de Obaldía y por el senador Justo Arosemena, la que produjo el cambio. En efecto, aquellos consiguieron el 27 de febrero de 1855 la aprobación del Acto le-gislativo adicional que forzó a la Constitución de 1853 a despejar el camino al proyecto de organización federal de la república. Fuente de la creación del Estado “federal soberano” de Panamá, este Acto legislativo estableció (ar-tículo 12) la posibilidad de que el Congreso creara en adelante nuevos estados federales: “Una ley podrá erigir en estado que, que sea regido conforme al presente Acto Legislativo, cualquiera porción del territorio de la Nueva Granada”1.
Al amparo de este acto legislativo adicional a la Carta de 1853 fueron creándose los nuevos estados federales: después de Pa-namá vinieron Antioquia (ley del 11 de junio de 1856) y Santander (ley del 13 de mayo de 1857). Como ya se dijo, la ley del 15 de junio de 1857 creó los Estados federales del Cauca, Cundinamarca, Boyacá, Bolívar y Magdalena. En suma, las tres legislaturas de 1855 a 1857 crearon ocho estados federales, cuya sola existencia contravenía el ordenamiento polí-tico-administrativo establecido por la Consti-tución de 1853.
Esta contradicción fue resuelta por la misma ley que creó los últimos cinco esta-dos, ya que en su primera disposición transi-toria convocó a una asamblea constituyente. Esta asamblea aprobó la nueva Constitución (22 de mayo de 1858) que creó un nuevo ente político: la Confederación Granadina. Se trataba del resultado de una “confederación a perpetuidad” de los ocho estados creados por las legislaturas anteriores para formar
una sola nación soberana, al punto que esos estados se comprometieron a acatar las deci-siones del Gobierno general en los términos establecidos por esa nueva carta política.
El proceso legislativo que llevó a la definitiva creación del Estado federal de Santander se inició el 5 de marzo de 1855, cuando fue presentado ante la Cámara de Representantes el proyecto. Estaba firmado por 18 representantes, de los cuales siete eran los de las provincias del Socorro (Rito Antonio Martínez, Estanislao Silva y Enrique Vargas), Pamplona (Escipión García Herre-ros), Soto (Alipio Mantilla), Ocaña (Julián Alcina Paéz) y García Rovira (José María Pinzón). Fueron apoyados por los represen-tantes de las provincias de Tundama (Santos Gutiérrez), Zipaquirá (José Joaquín Isaza y Tomás C. de Mosquera), Santa Marta (Ma-nuel José Anaya), Pasto (Francisco Chávez), Mariquita (Ignacio Medina, Fidel Méndez),
1) Acto legislativo adicional a la Constitución creando el
Estado de Panamá, 27 de febrero de 1855. En: Gaceta
Oficial. Nº 1759 (1º marzo 1855).
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Cauca (Dionisio Facio y Eliseo Payán) y Cór-doba (José Ignacio Rosa y Manuel Canuto Restrepo).
Este proyecto estableció que el Estado de Santander se integraría por las pro-vincias de Ocaña, Santander (Cúcuta), Pam-plona, García Rovira, Soto, Socorro y Vélez (sin el cantón de Chiquinquirá), de tal modo que quedaría con potestad sobre 150.000 hectáreas de tierras baldías. No obstante, este proyecto no fue aprobado por la Legislatura de este año. En cambio, fueron suprimidas las provincias de García Rovira, Soto y Santan-der por el decreto legislativo del 8 de abril de 1855, reagregándolas a la antigua jurisdicción de la cual se habían separado en años ante-riores: la provincia de Pamplona.
Durante la Legislatura del año siguiente, los dos representantes del Estado de Panamá (Manuel Ancízar y José María Samper) ante la Cámara de Representantes presentaron –el 2 de febrero de 1856– un Proyecto de Constitución para la Federación Neo-Granadina. Argumentando que la ma-yoría de los granadinos era partidaria de reconstituir la Nación bajo la forma de una república federativa, propusieron la creación
de once estados federales. Entre éstos incluye-ron al Estado de Guanentá (formado por las provincias del Socorro y Vélez) y al Estado de Santander, que sería integrado por las provin-cias de Pamplona y Ocaña, más algunos dis-tritos segregados de la provincia de Tundama.
Este proyecto de ley fue aprobado en la Cámara de Representantes y pasó a los debates del Senado del año siguiente. Fue durante esta Legislatura que se creó el Estado federal de Antioquia. El debate que se dio en Cámara de Representantes mostró el interés común de los representantes de las provincias de Pamplona y del Socorro por convertirse en cabeceras de algún estado federal. Mientras el proyecto incluyese a estas dos cabeceras provinciales como candidatas a convertirse en cabeceras de estado federal podrían sus representantes en las legislaturas apoyarse mutuamente. Su divergencia, como se vio durante la Legislatura de 1857, ocurrió cuan-do los legisladores del país se mostraron favo-rables a que solamente una de ellas ocupara el rango de capital estatal, quedando la otra subordinada a la primera.
En ese entonces, los representan-tes de la provincia de Vélez manifestaron su interés de integrar el Estado de Boyacá, jun-tándose a las provincias de Tunja, Tundama y Casanare. En efecto, Ricardo Vanegas y Aqui-leo Parra habían presentado ante la Cámara Provincial de Vélez, durante el mes de octu-bre de 1855, la propuesta de formar un esta-do federal con las provincias mencionadas, comprometiéndose a gestionar ante la Legis-latura Nacional de 1856 un acto legislativo especial que realizara este proyecto, sin nece-sidad de una reforma general de la República en sentido federal. En cambio, los diputados de la Cámara provincial del Socorro eran partidarios de una reforma general del régi-men político de la República, en vez de hacer un tránsito al federalismo “por secciones”.
Otro proyecto de creación del Estado federal de Santander mediante la integración de la reconstituida provincia de Pamplona con la de Ocaña fue presentado,
Página enfrente:
Estancieros de las
cercanías de Vélez.
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el 31 de marzo de 1856, ante la Cámara de Representantes. Estaba suscrito por los repre-sentantes de Pamplona (Jacinto Hernández, Antonio G. Orozco, Rafael Otero, Pedro Peralta), Socorro (Vicente Serrano, Gonzalo A. Tavera, Germán Vargas), Vélez (Francisco Muñoz, Domingo Téllez Caro), Panamá (Ma-nuel Ancízar, José María Samper), Antioquia (Pedro J. Berrío, Arcesio Escovar, Remigio Martínez, Recaredo y Ricardo Villa), Valledu-par (Miguel Cotes), Buenaventura (Miguel Guerrero), Casanare (Antonio Mantilla) y Mariquita (Nicolás Rocha). Tuvo su primer debate el primero de abril siguiente. Parale-lamente, los representantes Tavera, Serrano y Germán Vargas presentaron el proyecto de creación del Estado federal del Socorro. Era claro el concierto de los representantes de Pamplona y del Socorro para ayudarse mutuamente en sus respectivos proyectos, en el entendido que del proceso resultarían dos estados federales, uno con cabecera en Pam-plona y el otro con cabecera en el Socorro.
Pero durante el segundo debate del primer proyecto, el representante Ote-ro propuso que la provincia del Socorro se agregara al Estado de Santander, cuya capital sería Pamplona. Fue entonces cuando el pac-to pareció romperse, produciéndose la feroz resistencia que encabezaron los representan-tes Tavera, José María Samper, Serrano y Her-nández, logrando que esta propuesta no fuera aprobada. La Cámara de Representantes negó en su primer debate, el 15 de abril siguiente, la aprobación al proyecto de creación del Estado del Socorro. En cambio, la Cámara aprobó en su tercer debate el proyecto de creación del Estado de Santander con las pro-vincias de Pamplona y Ocaña, enviándolo al Senado para que siguiera su curso legislativo.
Llegamos entonces a la Legislatura de 1857. Abiertas las sesiones del Senado co-rrespondientes, fue suprimida la provincia de Ocaña y agregado su territorio a la provincia de Mompós (decreto del 14 de febrero de 1857). El presidente de la cámara provincial de Ocaña había solicitado que, en el caso de
que fuese aprobada la organización federal de estados para el país, los ciudadanos de esta extinguida provincia preferían agregarse al estado que formaría la provincia del Socorro. El 16 de abril se dio el primer debate al pro-yecto de creación del Estado de Santander que había remitido la Cámara de Repre-sentantes de la legislatura del año anterior, siendo aprobado por 17 votos contra 9. Al día siguiente se le dio el segundo debate, apro-bándose con la modificación pedida por los senadores Delgado y Gutiérrez que le agrega-ba a la provincia de Pamplona la extinguida provincia de Ocaña, el cantón del Cocuy y los distritos de La Uvita y Boavita.
Paralelamente, el Senado daba los debates reglamentarios al proyecto de ley general que creaba los estados de la Confe-deración Granadina, en el cual aparecía un estado con el nombre de Guanentá que sería integrado por las provincias de Pamplona, Socorro y Vélez (excepto los cantones de Chi-quinquirá y Moniquirá), resultando aproba-do en el segundo debate dado el 12 de febrero de 1857. Después de la aprobación en tercer debate, se envió al secretario de Gobierno el proyecto de ley que modificaría la división territorial del país al establecer ocho estados, el distrito federal de Bogotá y siete territorios nacionales. En esta propuesta del Senado, las antiguas provincias de Pamplona y Socorro, más el cantón del Cocuy, integrarían un úni-co estado. En cambio, la provincia de Vélez se agregaría al Estado de Boyacá, y la provincia de Ocaña se convertiría en un territorio na-cional.
Durante el tercer debate dado en el Senado al proyecto de creación del Estado de Santander, dado el 21 de abril siguiente, fue modificado el artículo 1º que se refería al territorio que tendría. El senador Benigno Barreto (Tunja) propuso que, con el nombre de Estado de Guanentá, este estado debería integrar las provincias de Pamplona, Ocaña, Socorro y Vélez. El senador Tomás Cipriano de Mosquera (Popayán) modificó esta pro-puesta, insistiendo en que este estado debería
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denominarse Estado de Santander y que solamente debería integrar a las provincias de Pamplona, Ocaña y Socorro. En adelante, el debate en las dos cámaras se centró en el texto definitivo que tendría el artículo 1º del proyecto de ley que creaba el Estado de San-tander.
Enterados los representantes a la Cámara del giro que había tomado el proyec-to en el Senado, solicitaron la revocatoria de la aprobación que las dos cámaras legislativas habían dado al proyecto de creación del Esta-do de Santander para incluir en su artículo 1º al territorio de la antigua provincia de Ocaña, pero dejando fuera a las provincias del So-corro y Vélez. Varias propuestas relativas al contenido del artículo 1º fueron presentadas por los representantes Samper y Hernández, siendo negadas.
En la sesión del 20 de abril si-guiente se dio un vivo debate en el Senado sobre la proposición de la Cámara relativa a la revocación de lo aprobado, resultando ne-
gada. En consecuencia, fue aprobado en ter-cer debate el proyecto de creación del Estado de Santander. Pero la Cámara volvió a insistir en la necesidad de revocar la aprobación que ya las dos cámaras legislativas habían dado a este proyecto de ley, argumentando que era preciso anexar la provincia de Ocaña al territorio de este nuevo estado. El represen-tante Lázaro María Pérez fue comisionado por la Cámara para presentar ante el Senado la propuesta de modificación del proyecto de ley, sin que obtuviera resultado alguno en su favor. Por su parte, el Senado comisionó a los senadores Tomás C. de Mosquera y Scipión García Herreros para resolver en la Cámara el texto definitivo del artículo primero con que el cual quedaría el proyecto de ley, es decir, sobre las provincias que integrarían el nuevo Estado de Santander.
Para entonces ya estaba claro que las provincias de Pamplona y Socorro in-tegrarían el Estado de Santander, pero no había consenso sobre la provincia de Ocaña
Arriero y tejedora
de Vélez.
Notables de la
provincia de
Santander.
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ni sobre el cantón de Vélez. Al no producirse un entendimiento entre las dos cámaras le-gislativas, resultó una dificultad legal: aunque el presidente del Senado ya había firmado la aprobación definitiva del proyecto (el 8 de mayo), la Cámara acordó que se dieran tres nuevos debates en su seno porque el Senado había modificado el contenido del artículo primero del proyecto, es decir, la agregación de la provincia del Socorro al estado que pretendían los representantes de Pamplona. La Cámara propuso entonces suspender este proyecto mientras se resolvía el proyecto pa-ralelo que crearía de una vez todos los estados federales, pero el Senado se opuso a ello. De algún modo, los compromisarios debieron
lograr algún acuerdo, pues la Cámara cedió y dio su autorización para firmar el proyecto definitivo. El senador por Pamplona, Scipión García Herreros, fue comisionado para lle-varle al presidente Ospina los dos ejemplares del proyecto de ley aprobado por el Senado que había sido firmado finalmente por los presidentes de las dos cámaras.
Ese mismo día, el debate de la Cámara de Representantes se centró en dos temas: el lugar donde se reuniría la Asamblea Constituyente del Estado de Santander (Bu-caramanga o Pamplona) y la legislatura pro-vincial (Socorro o Pamplona) que convocaría a las elecciones de los diputados a ella. En ambos temas se impuso Pamplona.
Después de todas estas vicisitudes, y en medio de la rivalidad de pamploneses y socorranos, finalmente fue sancionada por el presidente Ospina, el 13 de mayo de 1857, la ley que creó definitivamente el Estado federal de Santander. El artículo 1º quedó así: “El te-rritorio que comprende las actuales provin-cias de Pamplona i Socorro forma un Estado Federal, parte integrante de la Nueva Grana-da, con el nombre de Estado de Santander”. Como ya se dijo, la agregación del cantón de Vélez y de los distritos de Ocaña fue obra de la ley del siguiente 15 de junio.
Este relato detallado del reñido proceso legislativo en el que se expusieron varias opciones para la integración del te-rritorio del Estado de Santander, en el que contendieron y se concertaron a medias los socorranos con los pamploneses, puede demostrar que no hay nada parecido a un “territorio ancestral” de los santandereanos. Repitamos que Santander no es un hecho na-tural, sino más bien un resultado inesperado, y no planeado, de los debates políticos dados en las Legislaturas nacionales de 1856 y 1857. La sorpresa siguiente se la llevarían los dipu-tados pamploneses en la Asamblea Constitu-yente del Estado, cuando por amplia mayoría fue escogida la villa de Bucaramanga como cabecera del nuevo Estado. Sólo por un corto tiempo, pues los socorranos lograron mover
Notables de la
capital. Socorro.
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finalmente la capital del Estado hacia su villa, donde iniciaron las obras arquitectónicas del capitolio estatal.
La Asamblea Constituyente
La Legislatura provincial de Pam-plona fue el cuerpo encargado del escrutinio de los votos que fueron emitidos en todos los poblamientos adscritos al naciente Estado para la elección de los 35 diputados princi-pales, y sus respectivos suplentes, que inte-graron la Asamblea Constituyente. Los dos partidos políticos se esforzaron por llevar a sus miembros en mayoría al evento.
La Asamblea Constituyente del Estado federal de Santander se instaló en Pamplona el 16 de octubre de 1857, eligiendo presidente de ella a Francisco Javier Zaldúa, vicepresidente a Eustorgio Salgar y secretario a Rafael Otero. Como jefe superior del Estado fue elegido el doctor Manuel Murillo Toro.
Los 35 constituyentes titulares del Estado de Santander que fueron elegidos eran los señores Francisco Javier Zaldúa, Eustorgio Salgar, Narciso Cadena, Leonardo Canal, José Castellanos, Rafael Fernández, Eduardo Gal-vis, Elías García, Camilo Ordóñez, Marcelino Gutiérrez Álvarez, Aníbal y Scipión García Herreros, Miguel Hernández, Pedro Peralta Rodríguez, Ramón Vargas de la Rosa, Agus-tín Vargas Suárez, Estanislao Silva, Manuel Antonio Otero Uribe, Manuel María Ramí-rez, Gregorio Quintero Jácome, Timoteo Hurtado, Gonzalo A. Tavera, Germán Vargas Santos, Eduardo Valencia, Antonio Vargas Vega, José María Villamizar Gallardo, José del Carmen Lobo Jácome, Vicente Herrera, Dámaso Zapata, Rafael Otero Navarro, José Joaquín Vargas Valdés, Juan Nepomuceno Azuero Estrada, Jesús Osorio, Marco A. Estra-da y Rito Antonio Martínez. Este último no se hizo presente.
En menos de un mes de delibera-ciones fue aprobada, y sancionada, la primera Constitución estatal con fecha 11 de noviem-bre de 1857. El 15 de octubre de 1858 se po-
sesionó como primer presidente del Estado el doctor Manuel Murillo Toro. La nueva Asam-blea Legislativa escogió como designados, en su orden, a los señores Vicente Herrera, Eus-torgio Salgar y Evaristo Azuero.
Conforme a los datos del censo de población realizado en 1851, las provincias del Socorro y Vélez aportaron los mayores contingentes demográficos, respectivamente 157.085 y 109.421 habitantes. La provincia de Pamplona solamente aportó 62.990 y la de Ocaña 23.450. Las dos nuevas provincias que experimentaron en el siglo XIX un rápido crecimiento demográfico, Soto y Santander (Cúcuta) aportaron respectivamente 54.767 y 21.282 habitantes.
El total de la población con que se inició el Estado de Santander (428.995 habi-tantes) fue reajustado a 378.376 habitantes por la reducción de los dos cantones de la provincia de Vélez que pasaron a integrar el Estado de Boyacá. Dado que la población
Tipo africano y
mestizo. Provincia
de Santander.
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total de la República arrojada por el censo de 1851 fue de 2.240.054 de habitantes, el Estado de Santander representaba en ese momento cerca del 17% del total de la población nacio-nal. Como la representación política de cada estado en el Congreso nacional dependía de su respectiva población, las elecciones legis-lativas de 1859 se guiaron por la siguiente distribución del número de senadores y re-presentantes:
culto, la asociación, la libertad de industria, la seguridad personal, la propiedad, la inviola-bilidad del domicilio y de la correspondencia privada, la libertad de recibir o dar la instruc-ción (artículo 3º).
El régimen municipal fue intro-ducido en sustitución del antiguo régimen provincial, de tal modo que los municipios, en tanto asociaciones libres de ciudadanos, tenían libertad para “disolverse, dividirse o agregarse a otro u otros”. La Asamblea Legis-lativa, compuesta en adelante por 35 dipu-tados elegidos por votación directa de todos los ciudadanos del Estado, en circunscripción estatal, ejercería “en toda su plenitud el Poder públi co”, al lado de un presidente (“agente inmediato suyo”) nombrado y removido por aquella, y por un Tribunal Supremo del Estado (tres magistrados nombrados por aquella). Un procurador estatal. También nombrado por la Asamblea, completaba la nómina de instituciones estatales.
Efectos no deseados
de la ley electoral
La proporción de la bancada liberal respecto de la conservadora en la Asamblea Constitucional, contando tanto a los dipu-tados principales como a los suplentes que asistieron a las sesiones, fue de 34 a 14. Esta distribución explica la hegemonía de la pers-pectiva liberal, en su variante radical, que se impuso en la aprobación tanto de la primera constitución como de las primeras leyes. Por los efectos inesperados, y no deseados, que estas primeras leyes tuvieron, se destaca entre todas la primera ley electoral del Estado que fue sancionada el 30 de diciembre de 1857. El diputado liberal Marco A. Estrada, quien pronto llegó a ser presidente del Estado, con-sideró que esta ley era tan importante en el orden político como la misma Constitución, “porque de ella depende en gran parte el arreglo y sostenimiento de un gobierno re-publicano y democrático como el que le era obligatorio a Santander organizar”.
estados población senadores representantes
Antioquia 244.442 3 4
Bolívar 182.157 3 3
Boyacá 379.682 3 6
Cauca 330.331 3 6
Cundinamarca 517.648 3 9
Magdalena 73.093 3 2
Panamá 138.108 3 6
Santander 378.376 3 6
Totales 2.243.837 24 37
Fuente: Comunicación del secretario de Gobierno de la Nueva Granada, 14 de mayo 1859. En: Gaceta Oficial. Nº 2.399 (18 mayo 1859).
La primera carta constitucional de Santander derrochó radicalismo en sus crite-rios de inclusión ciudadana, pues ni siquie-ra exigió el atributo de la naturaleza: “Son ciudadanos los varones mayores de veintiún años que se encuentren en el territorio del Estado, i los menores de esta edad que sean o hayan sido casados” (artículo 5º). En conse-cuencia, el Estado se consideró integrado por “todo hombre que pise su territorio” (artícu-lo 1º). La realidad fiscal del Estado pronto les enseñaría a los legisladores las consecuencias de esta extrema liberalidad.
Los derechos constitucionales concedidos a los ciudadanos del Estado no tenían nada que envidiarle a las reivindica-ciones populares de la Francia revolucionaria de 1848: “La igualdad de todos los derechos individuales ante la ley” se acompañó de la garantía de todos los derechos de la moderni-dad: la vida, la expresión libre del pensamien-to, la profesión libre de cualquiera religión o
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Esta ley organizó el régimen elec-toral para la selección de los 35 diputados anuales de la Asamblea Legislativa estatal, y de los representantes y senadores de San-tander ante el Congreso Nacional, del modo siguiente: en cada distrito parroquial se elaboraría una lista de todos los ciudadanos varones que supieran leer y escribir, y de ella se escogerían los jurados parroquiales de los comicios electorales, los cuales formarían el registro de electores del respectivo distrito con los nombres de todos los ciudadanos idóneos, es decir, los varones mayores de 21 años y los menores ya casados.
La clave de esta ley fue el sistema electoral adoptado: se votaría “en una sola boleta por el número de principales que se iban a elegir, más la mitad del mismo núme-ro”. Una vez recaudadas esas boletas emitidas por los electores, el escrutinio electoral orde-naba todos los nombres de mayor a menor, según el número de votos obtenidos por cada candidato, y así salían electos en orden quie-nes hubieran obtenido las mayores cifras de votación.
Fue así como el escrutinio2 de los votos que fueron emitidos por primera vez en julio de 1858 para la elección de los diputa-dos a la primera Asamblea Legislativa del Es-tado mostró los efectos inesperados de la ley electoral. Las mayores votaciones fueron ob-tenidas, en orden, por los siguientes 35 can-didatos: Juan Nepomuceno Azuero (19.865 votos), Felipe Zapata, Antonio María Pradilla, Cupertino Rueda, Eustorgio Salgar, Jacinto Hernández, Carlos Nicolás Rodríguez, Luis Flórez, José María Villamizar Gallardo, Pedro A. Vezga, Ulpiano Valenzuela, Temístocles Pa-redes, Manuel Plata Azuero, Vicente Herrera, Jervacio Lobo Jácome, Francisco Muñoz, José Ignacio Rodríguez, Domingo Téllez, Agustín Vargas, Aquileo Parra, Evaristo Azuero, Leo-poldo Arias, Benigno Otero, José del Carmen
Lobo Jácome, Ruperto Arenas, Pedro José Diéguez, David Granados, Ramón Santodo-mingo López, Timoteo Hurtado, Gabriel Var-gas Santos, Francisco Vega, Marco A. Estrada, Cayetano Figueroa, Braulio Evaristo Cáceres y Aristides Galvis (13.366 votos).
Casi todos los candidatos elegidos eran destacados liberales. Entre los 35 dipu-tados suplentes, que salieron de la misma lista ordenada en forma descendente, apenas estaban los nombres de dos prominentes con-servadores: Adolfo Harker y Scipión García Herreros. Este resultado electoral inesperado dejó por fuera de la Asamblea Legislativa del Estado a las principales figuras del Partido Conservador que habían sido elegidos, como constituyentes, en la Asamblea Constituyente del año anterior: Rito Antonio Martínez, el más prominente conservador de San Gil y magistrado de la Corte Suprema de Justicia; Leonardo Canal, los hermanos Aristides y Aníbal García-Herreros, Ramón Vargas de la Rosa y Pedro Peralta Rodríguez, ilustres jefes conservadores de Pamplona.
El impacto político de esta prime-ra ley electoral se extendió a la composición de la bancada del Estado de Santander en el Congreso Nacional, pues esta ley también determinó el modo como la Asamblea estatal elegiría a los tres senadores y a los nueve re-presentantes que le correspondían al Estado. Fue así como la primera elección de éstos, realizada durante el mes de noviembre de 1857, mostró claramente los efectos políticos de una asamblea dominada por un partido político: los tres senadores (Francisco J. Zal-dúa, Estanislao Silva y Eustorgio Salgar) y sus suplentes (Aquileo Parra, Marco A. Estrada y Ramón Santodomingo López) elegidos eran todos liberales radicales. La misma condi-ción política tenían los nueve representantes titulares a la Cámara de Representantes que fueron elegidos: Manuel M. Ramírez, Anto-nio Vargas Vega, Narciso Cadena, Manuel A. Otero, Eduardo Galvis, José Joaquín Vargas, Germán Vargas, Agustín Vargas y Vicente He-rrera).
2) Escrutinio verificado por el Jurado del Estado, 2 agos-
to 1858. En: Gaceta de Santander, Nº 46 (7 agosto de
1858).
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En su conjunto, la representación santandereana en el Congreso Nacional de 1858 era homogéneamente liberal, pues los conservadores solamente accedieron a una suplencia ante la Cámara de Representantes, ocupada por Scipión García Herreros. Esta homogeneidad radical de la bancada santandereana no solamente irritó al presidente de la república, Mariano Ospina Rodríguez, pues años más tarde, durante la Legislatura de 1867, el presidente Tomás Cipriano de Mosquera rabió a más no poder contra esta situación. Era obvio que los conservadores santandereanos, cuyas mayorías eran claras en algunos distritos importantes (Pamplona, San Gil, Girón, Onzaga, etc.), resentirían su nula representación ante el Congreso Nacional.
La situación política había sido un resultado inesperado del cambio de la tra-dicional representación por distritos parro-quiales, e incluso por provincias, a la nuevo representación derivada del voto ciudadano directo en elecciones de circunscripción estatal. Fue el peso electoral de los distritos parroquiales de El Socorro, Vélez, Soto y San-tander lo que determinó la exclusión de los diputados de la provincia de Pamplona.
Marco A. Estrada reconoció que en esta primera elección habían sido favo-recidos los ciudadanos “de los distritos más poblados”, y que muchas personas se habían abstenido de votar por los nombres de candi-datos que no les eran conocidos, es decir, los que vivían en los distritos más pequeños. La inconformidad conservadora en los distritos parroquiales donde por tradición habían sido mayoría era evidente, más aun cuando el nombramiento de los alcaldes era atribución del jefe superior del Estado, quien nombraba para dichos puestos a los miembros de su propio partido.
El alcalde de Guaca, por ejemplo, fue denunciado por haber compelido a los electores de su distrito a votar por una deter-minada lista de candidatos, un hecho juzgado cierto por el comisionado que investigó el
caso, quien propuso la nulidad de esa elec-ción3. La paradoja de la situación era que la promesa de independencia municipal estaba siendo aplastada por las directivas centraliza-das de los círculos liberales de accionar esta-tal. Los ciudadanos de Málaga, por ejemplo, reclamaron ante el Congreso Nacional la per-versión de la reforma electoral que los había dejado sin representación estatal. Esta queja fue común en San Gil, Charalá y Pamplona.
El efecto no deseado de la ley electoral y de la circunscripción estatal de lista única acumulativa quitó a los distritos de mayoría conservadora toda esperanza de representación tanto en la Asamblea estatal como en el Congreso nacional. La tentación a responder con mano armada se puso a la orden del día. Un claro ejemplo de esta réplica lo dio el municipio de Charalá, du-rante el mes de septiembre de 1858, cuando el alcalde –Habacuc Franco– repartió armas a la población y al año siguiente declaró abiertamente la guerra al gobierno liberal del Estado, acompañado por el caudillo Juan José Márquez.
Manuel Murillo Toro, presidente del Estado de Santander, y algunos liberales prestigiosos, como Juan Nepomuceno Azue-ro, tuvieron plena conciencia del problema político inesperado que había creado la nueva ley electoral. Por ello, propusieron ante la Legislatura estatal de 1858 la creación de cír-culos electorales, diseñados por el presidente mediante la observación del cociente electoral (el censo de población dividido por el total de diputados), con lo cual se aseguraba a cada círculo uno o dos diputados. Pero esta proposición fue derrotada en esa legislatura controlada por los liberales. Así, los distritos conservadores no tenían más opción que la rebelión armada, tal como lo reconoció el publicista liberal Felipe Pérez en sus Anales de la revolución:
3) Informe de Temístocles Paredes. Bucaramanga, 2 agos-
to 1858. En: Gaceta de Santander, 46 (7 agosto 1858).
Notables de la
capital. Provincia
de Vélez.
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En cuanto al modo colectivo de hacer las
elecciones de diputados, los oposicionistas
tenían razón, porque así de hecho queda-
ba excluido de los negocios del Estado el
partido en minoría; lo que no era justo ni
político, y quedaba excluido, porque aunque
tuviera mayoría en algunas localidades, ésta
quedaría ahogada por la mayoría general.
En efecto, una vez estalló la rebelión conser-vadora, el periódico El Porvenir, que la defen-día, argumentó ante el público que el origen de ésta había que buscarlo en la ley electoral del Estado:
Se sabe bien que el sistema eleccionario
adoptado en Santander desde la organi-
zación del Estado había dejado sin repre-
sentación a las diversas localidades y a los
diversos intereses, así como había dejado sin
voz y sin acción al partido del orden , y se
sabe además, que tal sistema se conservaba
con ardor por el partido radical, no obstante
las indicaciones, sinceras o no, de su jefe
y presidente, porque ese era el medio de
mantener asido perdurablemente el poder,
y de oprimir a sus contrarios políticos. Los
radicales de Santander sabían perfectamente
que disponiendo de la asamblea legislativa
disponían hasta el último alguacil de parro-
quia, porque habiendo centralizado todo
el gobierno en el cuerpo legislativo; dispo-
niendo de éste, disponían del presidente,
del tribunal, de los jueces, de los alcaldes, de
los tesoreros, de los notarios, de los jurados
del crimen, de las juntas de impuesto, y de
lo que les era más agradable, del tesoro del
estado4.
Los efectos de las primeras resistencias de los distritos conservadores se vieron muy pronto. El 15 de septiembre de 1858, el presidente Murillo Toro informó a la Asamblea del Esta-do que los productos de exportación estaban bajando su precio mientras que los de con-sumo interno subían, que adicionalmente la constitución estatal le había resultado antipá-
tica a los demás estados de la república, y que los actos emanados de la Asamblea habían causado desagrado en muchos distritos pa-rroquiales. En consecuencia, el 23 de octubre siguiente pidió sin éxito que le fuese aceptada su renuncia al cargo.
Con el propósito de apaciguar los ánimos exaltados, la Asamblea Legisla-tiva aprobó una ley que transfería mayores poderes a los municipios, concediéndoles la posibilidad de administrar las obras pú-blicas, invertir en vías de comunicación y en educación primaria, e incluso para disponer de algunos fondos provenientes del impuesto único y directo que se había comenzado a recaudar.
La política liberal a favor del dere-cho del ciudadano a portar armas facilitó la reacción armada de los conservadores. El pro-pio presidente Murillo Toro había propuesto al Gobierno Nacional la venta de las armas de los parques del Estado a los particulares, por una suma insignificante, y había recibido la autorización del Congreso Nacional. Como los agentes de la Administración Ospina ha-bían estado distribuyendo armas entre los conservadores de Santander, Murillo Toro protestó ante el Gobierno Nacional, quien no reconoció la participación de sus agentes en la pérdida de las armas del Estado de Santan-der que había ocurrido en Pamplona y San Gil durante los meses de febrero y marzo de 18585.
4) Citado por Gustavo Arboleda en su Historia contempo-
ránea de Colombia [1935]. 2 ed. Bogotá: Banco Central
Hipotecario, 1990. Tomo X, p.271.
5) El 28 de febrero de 1858 en la noche se robaron las
armas del gobierno Nacional en Pamplona conducidas
por el Coronel Severo Rueda, cuando eran llevadas
de Cúcuta a Bucaramanga. En el evento más de 50
hombres ejecutaron la acción, y los que vigilaban no
pusieron resistencia alguna. Días antes, el coronel José
Vicente Mogollón había repartido armas a los conserva-
dores de San Gil, así como a los desafectos del Gobierno
en los distritos del Socorro, Guapotá y Simacota. Cfr.
José Fulgencio Gutiérrez. Santander y sus municipios,
p. 238.
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La “regeneración electoral”
del presidente Ospina
Situándonos en el escenario de la Confederación Granadina que produjo la nueva constitución nacional de 1858, convie-ne tener en cuenta que el presidente Mariano Ospina expuso ante la Legislatura nacional de 1859 su intención de reformar la organi-zación electoral de la Confederación “para poner coto al fraude, que ya no se limita a falsificar en secreto la verdad, sino que hace cínica ostentación de su poder”. Propuso el establecimiento de una nueva división terri-torial básica para el sistema electoral, regida por juntas electorales que preparara y escru-tara los comicios, resolviendo las demandas de nulidad que fueren del caso, pero “con in-dependencia de la legislación de los estados”, es decir, integradas por funcionarios federales nombrados directamente por el presidente de la República.
Este proyecto presidencial fue convertido en la ley electoral del 8 de abril de 1859, la cual dividía cada estado federal en círculos y distritos electorales. Un conse-jo electoral de nueve miembros nombrados paritariamente por el Senado, la Cámara y el presidente de la Confederación se encargaría de la organización de los comicios en cada estado federal, nombrando en cada círculo las juntas electorales y en cada distrito los jurados electorales. Cada distrito contaría con un censo electoral de todos los ciudadanos vecinos, así como mesas de votación por cada 500 electores, como estrategia para conjurar los fraudes electorales que ya eran norma. Al gusto del presidente Ospina, esta ley era prolija en todos los detalles de la operación electoral.
En algunos estados federales se controvirtió la atribución concedida a las dos cámaras y al presidente para escoger a los miembros de los consejos electorales, quienes luego nombrarían a los miembros de las juntas y círculos que harían el escrutinio final de las votaciones. Acusaron esta ley de inconstitucional y desde algunos periódicos
se amenazó con rebeliones contra el gobierno de la Confederación.
Dada la composición mayoritaria-mente conservadora de las dos cámaras legis-lativas nacionales, al igual que el presidente, era claro que todos los consejos electorales de los estados federales serían integrados abru-madoramente por conservadores. En defensa de esta ley, el presidente Ospina preguntó al Congreso nacional de 1860: “¿Conviene que las elecciones para los altos poderes nacio-nales vuelvan al dominio del fraude y de la violencia impunidos, y que se entregue el su-fragio universal para estas elecciones en ma-nos de los que dominen en los estados, como lo están en algunos de ellos las elecciones para sus mandatarios propios?”. En su opi-nión, la experiencia de la aplicación de esta ley electoral había tenido éxito, pues nunca se habían visto “menos escándalos, menos recla-maciones fundadas, menos abusos de parte de los encargados de formar las listas de los electores, de recibir y de escrutar sus votos”.
Pero distinto opinaba Manuel Mu-rillo Toro, quien aseguró que “el liberalismo no permitiría que una camarilla, que se hizo mayoría en el Congreso (Nacional) de la noche a la mañana, le arrebatara el sufragio y pusiera en peligro los ideales modernizado-res”. Al igual que el general Tomás Cipriano de Mosquera en el Estado del Cauca, los libe-rales santandereanos estaban convencidos de que “era competencia del Estado de Santan-der dictar las reglas que debían observarse en la elección de senadores y representantes”6. Más que una disputa entre los dos partidos por el control del Congreso nacional, la nue-va ley electoral había puesto sobre la arena política dos interpretaciones distintas de la soberanía de los estados federales.
Tres opciones fueron entonces debatidas: la primera, defendida por el pre-sidente Ospina, el procurador general de na-ción, los magistrados de la Corte Suprema de
6) Gaceta Oficial, 2134 (18 de mayo de 1857), p. 342.
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Justicia y hasta por buena parte de los sena-dores de la Confederación Granadina, hacía recaer en la Nación granadina la soberanía, con lo cual el supremo gobierno era el Poder Ejecutivo de la Confederación. La segunda, defendida con tenacidad por las legislaturas de los estados de Panamá y el Cauca, atri-buían la soberanía a cada uno de los estados federales, de tal suerte que el tratamiento que debía darle el presidente de la Confederación a cada uno de los gobernadores de los estados federales era el de jefe de estado, y no el de subalterno en asuntos fiscales y militares. Y la tercera fue la opción de la doble soberanía, es decir, que en algunos temas recaía en la nación y en otros en los estados. Contra esta interpretación se alzó la voz del doctor Justo Arosemena, uno de los principales paladines de la segunda opción en el Estado de Panamá.
La imposibilidad de conciliar de algún modo las dos primeras interpretaciones jurídicas enfrentó radicalmente a los legisla-dores del Estado del Cauca con el presidente de la Confederación, llevando la exaltación de los ánimos a la guerra civil de 1860-1861.Una vez que ésta fue ganada por las tropas de varios estados conducidas por el gobernador del Estado del Cauca, el general Mosquera, se impuso la atribución de la soberanía a los estados federales, con lo cual los ganadores de la guerra se reunieron en la Convención de Rionegro para aprobar la nueva carta consti-tucional de 1863.
Antes de que ello ocurriese, el presidente Ospina, en su alocución a los gra-nadinos del 25 de junio de 1860, se refirió al problema político que había provocado el gobierno del Cauca: el gobierno general esta-ba obligado a aplicar la ley de orden público del 25 de abril anterior con una acción enér-gica que impusiera a los rebeldes una “vigo-rosa represión” y un “castigo legal”. La guerra había comenzado, y la paz sólo podría venir del levantamiento de todos los ciudadanos de los estados contra los rebeldes, en defensa de las instituciones legítimas. Fue entonces cuando el general Pedro A. Herrán, yerno del
gobernador del Cauca, fue nombrado general en jefe de las fuerzas armadas de la Confede-ración.
En síntesis, una ley electoral dada por el Congreso de la Confederación y una ley de elecciones dada por la Asamblea del Es-tado federal de Santander fueron las piedras de escándalo que permitieron a sus respecti-vos opositores lanzarse a la rebelión armada. Y fue esta doble circunstancia la que situó en el ojo del huracán al doctor Leonardo Canal, convirtiéndolo en el gran señor de la guerra conservadora contra los liberales santande-reanos y contra el general Mosquera.
El pronunciamiento
conservador en Santander
Como ya se dijo, los dirigentes con-servadores santandereanos tenían sus fortines políticos en los municipios de Pamplona, Girón, Onzaga, San Gil y Málaga. Conocían bien el peculiar derecho a la insurrección que se estaba abriendo paso en el ideario liberal y decidieron usarlo para responder a su casi total expulsión de la Asamblea Legislativa del Estado de Santander, resultado de los prime-ros comicios directos de 1858. Fue así como el doctor Leonardo Canal se pronunció en Pamplona, el 27 de febrero de 1859, ponién-dose al frente de cien hombres armados. En Onzaga se pronunció Juan José Márquez, un militar pastuso que había formado parte de la guardia del palacio presidencial la noche de la conspiración septembrina de 1828, y cuyos ascensos militares los había conseguido no tanto por su inteligencia como por su arrojo. Según David Johnson, era uno de los merce-narios que los conservadores habían pagado para que viniera al Estado de Santander a apoyarlos. En El Socorro el pronunciamiento corrió a cargo de Habacuc Franco, un joven bien educado que había sido traído al Estado por el mismo Murillo Toro, quien le encargó algunos empleos, y que había sido nombrado alcalde de Suaita por el presidente Vicente Herrera, cargo que no aceptó porque ya se
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había alistado en las filas conservadoras. En Málaga el pronunciamiento fue encabezado por Salustiano Ortiz y en Girón por Blas Hernández y Crisóstomo Ordoñez. De todos éstos, los más destacados durante esta prime-ra revolución conservadora, por su liderazgo y espíritu combativo, fueron Márquez y Fran-co, quienes se reunieron el 2 de marzo en el Socorro para publicar una explicación de los motivos de la revuelta: “La burla del sufragio, la omnipotencia de la Asamblea, la pérdida de autonomía por parte de los municipios, el abandono de los caminos, el cierre de las escuelas, la mala administración de justicia y la abolición de la pena de muerte”.
Después de denunciar al Gobierno del Estado de Santander por haberse “co-rrompido” en manos de una “oligarquía ra-dical”, Franco asumió el control del Socorro y se proclamó jefe civil y militar del estado. La reacción del Gobierno no fue inmediata porque apenas estaba organizando sus tro-pas. Aquileo Parra recordó en sus Memorias que se había trasladado a Vélez –su centro de poder– para organizar la defensa del sur del estado y que el nuevo presidente del Estado, Vicente Herrera, había organizado un es-cuadrón de 60 hombres para atacar a Girón, logrando la toma de los cuarteles y la capitu-lación de los reductos conservadores. Una vez indultados, éstos se unieron días después a las tropas de Márquez y dieron muerte al gene-roso presidente veleño en el campo de Suratá.
Este triunfo de Márquez le per-mitió tomar a Bucaramanga, la capital del Estado, y organizar, el 16 de marzo de 1859, un gobierno revolucionario. Este municipio fue tomado, alternativamente, por las tropas conservadoras y liberales, conscientes de su importancia estratégica, ya que quien lo hacía proclamaba la existencia de un gobierno pro-visional para todo el Estado. Cuando los con-servadores lo hacían, sus oponentes liberales organizaban un gobierno alrededor de uno de los designados y se declaraban en ejercicio del poder presidencial donde quiera que se encontraran.
Desde el mes de marzo de 1859 el municipio del Socorro se encontraba bajo el control de Franco y el de Cúcuta en poder de Régulo García Herreros. Los conservadores podían entonces ufanarse de una posición estratégica excepcional. Durante el mes de abril siguiente pudo percibirse con claridad la reacción armada de los liberales, encabezados por Eustorgio Salgar –nuevo presidente del Estado–, Vicente Olarte Galindo –amigo per-sonal de Salgar y futuro presidente del Estado soberano de Panamá–, Solón Wilches –líder político de la Concepción y figura notable del liberalismo, quien alcanzaría su plenitud po-lítica y militar durante la década de 1870–, y Santos Gutiérrez – caudillo militar y político boyacense que combatió contra la dictadura de Melo y fue llamado por Aquileo Parra “el Garibaldi Colombiano” y “el Cid de las ba-tallas”, dado que nunca conoció la derrota en el campo de batalla. A partir de esta reacción es cuando se puede hablar de verdaderos combates, tales como el de “Porqueras”, cerca al Socorro (abril 29), donde las tropas de Sal-gar, con 600 soldados, se enfrentaron a las de Márquez, con 900 soldados, resultando ven-cedor el bando liberal.
Un día antes, Pedro Quintero Já-come derrotó a las fuerzas conservadoras de Leonardo Canal en Cúcuta, repitiendo su victoria en la acción de Pamplona a finales de mayo. Durante el mes de junio de 1859 la situación parecía favorecer al gobierno ra-dical del Estado, a pesar de que desde el sur llegaban rumores sobre la toma de Güepsa, Málaga y Gámbita por los rebeldes conserva-dores. Con ello pudo continuar sus sesiones la Asamblea Legislativa del Estado, que ratifi-có en el cargo de presidente a Eustorgio Sal-gar. Como se supo que los rebeldes se habían refugiado en el Estado de Boyacá, donde con el beneplácito de sus autoridades preparaban un nuevo ataque, la Asamblea autorizó la or-ganización de un ejército de dos mil hombres en todo el Estado.
Al iniciarse el mes de julio de 1859 la situación entre los Estados de Boyacá y
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Santander se encontraba en su máxima ten-sión. En vista de ello, el secretario de Guerra y Marina de la Confederación advirtió que intervendría con el Ejército nacional si estos dos estados iniciaban una guerra7. Sin em-bargo, la Administración Ospina se abstuvo de intervenir directamente, dejando que los acontecimientos siguieran su curso. El go-bierno de Santander estaba preparado para repeler el ataque proveniente de Boyacá, que se inició durante el mes de agosto siguiente, cuando los coroneles Márquez y Melchor Corena, al frente de 900 soldados, atacaron el vecindario de La Concepción, siendo repe-lidos por los ejércitos liberales comandados por Santos Acosta y Solón Wilches. Los com-bates fueron muy recordados por la ferocidad del ataque y por el alto número de muertos: 217 soldados. En este combate resultó muerto Juan José Márquez, quien según la versión de Otero Muñoz fue asesinado por sus captores después de su rendición, y fueron capturados cuatro de los hermanos Canal (Leonardo, Ezequiel, Pedro León y Manuel Francisco). La victoria liberal fue contundente, de tal suerte que el Gobierno– creyendo que habían termi-nado las hostilidades–, disolvió sus ejércitos y dejó apenas un pie de fuerza de 225 hombres. La suerte de Leonardo Canal fue resuelta cuando el Gobierno Nacional lo destituyó (17 de junio de 1859) formalmente del car-go de intendente de Hacienda nacional, que había ejercido en Cúcuta, cediendo ante la documentación comprometedora que había enviado el gobierno de Salgar.
Aleccionada por la experiencia política, la Asamblea Legislativa propuso la reforma de la carta constitucional que parecía ser la fuente de la rebelión conservadora. El 9 de diciembre de 1859 fue aprobada la se-gunda constitución de Santander que amplió los poderes del Ejecutivo, pues fue facultado para vetar las leyes aprobadas por la Asam-blea, y su elección ya no se debería a ésta sino al sufragio directo de los ciudadanos. La
composición del Estado fue reducida a “todo granadino que pise su territorio”, con lo cual fue restablecido el atributo de la naturaleza para la ciudadanía. En adelante, fueron ciu-dadanos del Estado solamente “los varones granadinos” mayores de veintiún años o los menores de esta edad que estuviesen casados. El procedimiento de elección de los diputa-dos fue modificado para satisfacer las quejas de los conservadores, y se concedió amnistía a los rebeldes. Todas estas reformas tenían como fin apaciguar los ánimos y reactivar la producción agropecuaria y las obras públicas.
Una de las reformas más impor-tantes aprobada por la Legislatura santan-dereana de 1859 fue la división del territorio del Estado en siete departamentos (ley del 25 de junio), satisfaciendo las demandas de los revolucionarios pues continuaba de algún modo las tradiciones provinciales, de tal suer-te que recuperaron el estatus de cabeceras de-partamentales no solamente Pamplona, sino también Bucaramanga (Soto), Socorro, Con-cepción (García Rovira), San José de Cúcuta, Ocaña y Vélez. El efecto electoral saltaba a la vista: una nueva ley electoral creó los distritos electorales, con lo cual las poblaciones peque-ñas tenían asegurados sus propios diputados ante la Asamblea estatal. Esta reforma fue pactada en el “llamamiento patriótico” que firmó en Bogotá, el 17 de septiembre, el ex-presidente Murillo Toro con destacadas figu-ras santandereanas de los dos partidos: Blas Hernández, Inocencio Vargas, Joaquín Pe-ralta, Manuel Mutis, Rudesindo Otero y José María Plata. En esa ocasión, Murillo, Plata y Vargas se comprometieron a gestionar entre sus copartidarios liberales la reforma de la ley electoral para establecer círculos electorales, y los conservadores ofrecieron a cambio la pa-cificación de sus efectivos.
Según la versión de Luis Flórez, se-cretario de gobierno del Estado de Santander, la rebelión de 1858 había estallado en Pam-plona, Málaga y Girón, promovida por “al-gunos empleados federales” que explotaron “antiguos resentimientos” locales: en Pamplo-7) El Comercio. Bogotá, Julio 26 de 1859.
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na, porque Bucaramanga había sido designa-da capital del Estado; en Girón, por “viejos odios de partido”, y en Málaga, por “rencillas locales”. Los rumores le atribuían la autoría intelectual al presidente de la Confederación, quien “no sólo la abriga y fomenta con sus simpatías, sino que la dirige con sus conse-jos”. Fuese cierto o no ese rumor, la cuestión era “de vida o muerte para la libertad y para la legitimidad”, de tal suerte que “todos los ciudadanos tienen el derecho, el deber, la necesidad imperiosa de tomar las armas para combatir a los enemigos del Gobierno”. En su opinión,
Lo que hay en realidad es que el Estado
de Santander, constituido como está, es
una amenaza constante para el régimen
de violencia que se ha establecido en
otros Estados, y que no se omiten, por
los enemigos de la libertad, los medios de
adueñarse del poder en él, para amoldarlo a
sus doctrinas y cercenar artificiosamente su
independencia8.
La resistencia contra los rebeldes ya se había producido en San José de Cúcuta, donde el alcalde acuarteló 300 hombres con el con-curso de los comerciantes, así como en Vélez, Suaita, Charalá y Ocaña. Los rebeldes dispo-nían de cien hombres en Pamplona, ochenta en Girón y cincuenta en Málaga. Por ello se pidió a todos los alcaldes organizar fuerzas cívicas para combatir a los rebeldes.
Manuel Antonio Sanclemente, secretario de Gobierno y Guerra de la Admi-nistración Ospina, le escribió (17 de marzo 1859) a Pedro Fernández Madrid y a Inocen-cio Vargas para fijar la posición del Ejecutivo federal respecto del pronunciamiento con-servador contra el gobierno del Estado de Santander, que según sus informes ya había producido un hecho armado en Charalá:
8) Carta de Luis Flórez a los alcaldes del Estado de San-
tander, 2 de marzo 1859. En: Gaceta Oficial, 2.372 (23
marzo 1859).
Tejedoras y merca-
deras de sombreros
Nacuma, en Buca-
ramanga.
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…el Poder Ejecutivo desea ardientemente
que se corte tan grave mal antes de que
los bandos se encarnicen y procuren
mutuamente su exterminio… es de su deber
promover lo que, a su juicio, pueda impedir
el derramamiento de sangre, la pérdida de
muchos ciudadanos, la desgracia de un gran
número de familias y la ruina en general de
los habitantes de aquel Estado… No ignora
el Poder Ejecutivo que a él no le es dado
intervenir en la contienda, haciendo uso
de la fuerza, cuyo empleo le sería doloroso,
mientras no llegue alguno de los casos
previstos en la Constitución federal; pero
no por esto debe dejar de tomar medidas
conciliatorias que tengan por objeto inducir
a la paz y poner en armonía a los que se
hacen entre sí la guerra9.
¿Cuál era la principal medida que proponía el gobierno federal? Comisionar a Fernán-dez Madrid y a Vargas para intermediar en el conflicto, llamando a las partes “a arreglar pacíficamente sus diferencias”, del mismo modo como en las discordias civiles de una nación convenía que los representantes de otras naciones hispanoamericanas mediaran para facilitar la paz. Por otra parte, Sancle-mente le dirigió al procurador general una queja contra Luis Flórez por los términos de su comunicado a los alcaldes de Santander, en los que lanzaba graves acusaciones contra el presidente Ospina, “para desacreditarlo y des-popularizarlo”, basándose solamente en “la opinión”, que no era otra cosa que “cualquier rumor esparcido muchas veces por personas apasionadas e indignas de crédito, y tal vez por una sola, interesada en desconceptuar al que menos lo merece”. Pidió un juicio de res-ponsabilidad contra el gobernador del Estado de Santander por abuso de autoridad y por las injurias contra el presidente de la Confe-deración. En dicho juicio podría ese funcio-
nario probar que el presidente era el autor de la rebelión. Esta causa no prosperó, pues Fló-rez murió durante el curso de la resistencia contra el pronunciamiento conservador.
La petición de viáticos para los comisionados que irían como mediadores al Estado de Santander fue negada en el Congreso, siguiendo el consejo del senador Ricardo Villa, quien expuso las consecuen-cias prácticas del régimen federal adoptado: la mediación propuesta por el presidente Ospina era inconstitucional, ya que “nues-tras actuales instituciones han sancionado la completa independencia de los Estados en los negocios que son de su incumbencia, sin que en ellos puedan intervenir ni directa ni indirectamente las autoridades nacionales”. Las revoluciones locales eran esa clase de negocios de los estados en los que no podían intervenir los poderes federales, “aunque ten-gan el laudable objeto de llevar la paz”, pues constituían una violación de la soberanía y del “derecho que tienen los bandos políticos para hacer triunfar sus principios, sostenién-dose en el mando, o volcando las institucio-nes que creen violan los sacrosantos derechos del hombre y del ciudadano”. Si se reconocía el derecho del Poder Ejecutivo a intervenir en los negocios de los estados en tiempos de guerra era reconocer que también pudiera hacerlo en tiempos de paz para variar las ins-tituciones que juzgara malas. Por otra parte, la comisión no tenía utilidad alguna, pues el honor y el deber del presidente de Santander le exigían vencer a los rebeldes para hacer res-petar el principio de la legitimidad y sostener su respetabilidad:
En lugar de calmar los partidos, los
exacerbaría mucho más. El de la revolución
se envalentonaría al verse apoyado y
reconocido por ciudadanos mandados por
el Gobierno de la Confederación, y creería
más en la justicia de la causa por la cual se
ha levantado. El del gobierno se irritaría y
se creería injuriado, y la guerra se haría más
encarnizada. La mediación sería un vaso
9) Carta de Manuel Antonio Sanclemente. Bogotá, 17
de marzo 1859. En: Gaceta Oficial, 2.369 (19 marzo
1859).
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de agua arrojado en una inmensa hoguera,
que en lugar de apagarla agregaría un nuevo
combustible10.
En tanto ciudadano, cualquier persona podía simpatizar con cualquiera de los partidos be-ligerantes, o desear lo que más conviniera al bien público, pero en tanto senadores estaban obligados a abstenerse de cualquier inter-vención en los asuntos locales del Estado de Santander. El régimen federal dejó a los esta-dos particulares los asuntos en los que había “vida, salud y fuerza”, mientras que al gobier-no confederado le dejó aquellos “cuya situa-ción desespera al patriotismo”, tales como la Hacienda Nacional, el Crédito Público y las Relaciones Exteriores. Las revoluciones locales eran consecuencia de la vida y fuerza de los estados, pues como cada uno de ellos podía experimentar el sistema político que quisiera también tenía que aceptar todos los males que le sobrevinieran. En su opinión, “la federación mata el despotismo general y mantiene la república en los estados con todas las disposiciones a que éstos tienen que someterse”. Hasta ahora los estados emulaban entre sí por sus mejoras materiales, pero lue-go lo harían por el éxito en la conservación del orden, pues lo que sufrieran revoluciones se avergonzarían de no saber conservar la paz, de no gozar de sus beneficios y de no haberse sabido dar las instituciones apropia-das para ello.
El informe de Villa efectivamente hizo que el Senado archivara la propuesta del presidente Ospina. Mientras tanto, las fuerzas del Estado de Santander lograron vencer a los rebeldes en la Concepción (29 agosto 1859), forzándolos a salir del territorio para refu-giarse en Venezuela o en el vecino Estado de Boyacá. La entrada de enemigos armados del gobierno de Santander al territorio boyacense provocó de inmediato un conflicto entre los dos estados, pues el gobierno de Boyacá fue acusado de apoyarlos. Fue entonces cuando el grupo de comisarios del Estado de Santander (Pedro A. Vezga, José María Plata, Manuel
Murillo, Salvador Camacho Roldán) se diri-gió al presidente Ospina para exponerle, en la audiencia que les concedió el 13 de agosto de 1859 y por escrito11, las medidas que soli-citaba dicho Estado, todas ellas fundadas en el cumplimiento del deber federal de impedir las agresiones del Estado de Boyacá y de las que provenían de Venezuela.
El gobierno de Santander sólo estaba obligado a sostenerse, por sí mismo, contra los enemigos que estuviesen dentro de su territorio. Pero el pacto federal había dele-gado en el Gobierno general la defensa contra las naciones extranjeras, así como contra los demás estados de la Confederación. Como no existían leyes federales que indicasen el modo como podría cumplir su deber, aconsejaban proceder conforme a las reglas del derecho internacional, pues los ocho estados confede-rados eran soberanos. Las medidas que pro-pusieron para el cumplimiento del deber del gobierno federal fueron:
✥ Ordenarle al gobierno de Boyacá reprimir las agresiones que en su territorio se orga-nizaban contra Santander, desarmando a los agresores que permanecían en sus fron-teras y manteniendo una posición neutral. En caso de que por connivencia, tolerancia o impotencia no pudiese hacerlo, debería intervenir directamente el Gobierno gene-ral con sus fuerzas. Lo mismo se solicitaba respecto del gobierno de Venezuela.
✥ Acreditar la estricta imparcialidad del Go-bierno federal respecto de las contiendas entre los estados para desvanecer la opi-nión, “funestamente difundida entre las masas populares de los dos partidos políti-cos del país”, de que “protege las revueltas que tienden a dar la preponderancia al partido a que se le reputa pertenecer”.
10) Ricardo Villa: Informe presentado al Senado, marzo de
1859. En: Gaceta Oficial, 2.373 (26 marzo 1859).
11) Representación de los comisarios del Estado de
Santander. Bogotá, 22 de julio 1859. GO, 2.420 (18
agosto 1859).
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El secretario de Gobierno de la Confedera-ción, Manuel A. Sanclemente, replicó12 a estas peticiones de los comisarios de Santander con los siguientes argumentos:
✥ Lo que le correspondía al Gobierno gene-ral era requerir a los gobiernos de Santan-der y Boyacá para que se abstuviesen de todo acto que rompiera la paz entre ellos, mientras se esclarecían los hechos denun-ciados, y eso fue lo que hizo en su resolu-ción del 14 de julio.
✥ Según los informes, algunas personas salie-ron de Boyacá a tomar parte en la subleva-ción que se produjo contra el gobierno de Santander, comandadas por el coronel Co-rena, pero otras muchas también salieron armadas para sostener a aquel gobierno. Una vez vencidos los sublevados santande-reanos, fueron a refugiarse en Boyacá. Pa-sado algún tiempo regresaron a Santander a hostilizar al gobierno y, una vez persegui-dos, tornaron a Boyacá. Esta situación era muy embarazosa para el gobierno de un estado cuando una parte de los sublevados traspasaba sus fronteras para refugiarse en el estado vecino, pero en este caso el Go-bierno general no podía hacer legalmente nada, porque era responsabilidad del go-bierno de cada estado quitar a sus enemi-gos la voluntad o el poder de combatirlo, bien castigándolos o bien satisfaciendo sus deseos razonables y justos.
✥ No había existido ninguna agresión ar-mada del gobierno de Boyacá contra el de Santander, sino de vecinos de Santander contra su gobierno. Por lo tanto, Santander no podía exigirle al Gobierno general su intervención, pues no se trataba de guerra entre estados. Era entonces competencia del gobierno de Santander el manteni-miento del orden y de la obediencia a sus leyes por sus ciudadanos, evitando que algunos de sus vecinos cambiasen por la fuerza el gobierno, ya que no eran un po-der extranjero sino interno. Si el gobierno de Santander no había podido controlar la
rebelión se debía bien a su legislación, que no había establecido penas contra el delito de rebelión armada, o bien a sus jueces, que no procedían contra los delincuentes. En cualquier caso, “la impunidad sólo es imputable a los poderes públicos del Esta-do en que se ha cometido la violencia”.
✥ En consecuencia, el Gobierno general no debía entrometerse en los asuntos de San-tander más allá de lo dispuesto en la reso-lución del 14 de julio anterior.
Por su parte, el presidente Eustorgio Salgar mantuvo su acusación contra los empleados federales que habían apoyado la rebelión, en especial contra Leonardo Canal, intendente de Hacienda de San José de Cúcuta, y contra el administrador de correos de Bucaramanga, pues los dos habían participado en los com-bates de Girón y Porqueras.
La invasión armada
de Santander
Durante los meses de junio y julio de 1859, el presidente Eustorgio Salgar y sus secretarios denunciaron que la Administra-ción Ospina y el gobierno de Boyacá habían estado apoyando activamente a los revolu-cionarios conservadores13. Estas acusaciones motivaron una réplica del Gobierno de la Confederación, quien acusó a Salgar de haber iniciado la revuelta en Santander y lo conde-nó a cuatro meses de prisión y al pago de una indemnización. Al ser suspendido, la Asam-blea le ofreció el cargo de presidente al pri-mer designado, el coronel Santos Gutiérrez, quien no aceptó. El nombramiento recayó entonces en el doctor Antonio María Pradi-lla, y mientras éste llegaba para posesionarse quedó como encargado Ulpiano Valenzuela.
12) Resolución del Secretario de Gobierno y Guerra. Bo-
gotá, 11 agosto 1859. GO, 2.420 (18 agosto 1859).
13) Gaceta de Santander, Nº 76 (junio 20 de 1859), p.
319-321.
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Las relaciones entre la Asamblea de Santander y la Administración Ospina fueron de mal en peor, pues aquella trató de demostrar con documentos que el culpable de la rebelión había sido el propio presidente Ospina, a quien le exigió el levantamiento de los cargos que había puesto a Salgar. Aquileo Parra recordó en sus Memorias que el dere-cho de inspección de las elecciones de los estados por el Gobierno nacional, concedido por la ley electoral del 8 de abril de 1859, “puso el escrutinio de las votaciones de cada estado, para presidente de la Confederación y miembros del Congreso, a merced de un con-sejo electoral compuesto de nueve miembros, tres de los cuales nombraba el Senado, tres la Cámara de Representantes y tres el Presidente de la Confederación. Este consejo nombraba a su vez las juntas electorales de los circuitos y éstos a los jurados electorales de distritos”. Como el Congreso Nacional contaba en ese momento con mayoría conservadora, y el presidente Ospina era líder de ese partido, los
liberales vieron en esta ley un propósito ex-preso del partido de gobierno: perpetuarse en el poder mediante la manipulación electoral y la exclusión política de su adversario.
Esta ley electoral ha sido conside-rada por algunos como la causa inmediata de la guerra civil de 1861. Sin embargo, se trataba apenas de la dinámica política que estaba ocurriendo desde 1858, cuando en el Estado de Santander se impuso la auto-nomía electoral y se establecieron comicios sin consideración de los círculos electorales. La ley nacional era un contrabalanceo de la Administración Ospina contra las medidas electorales aprobadas por los radicales en Santander.
Debe señalarse además que en la Constitución santandereana de 1859 los lí-deres liberales ya habían concedido garantías para la participación de los conservadores, por lo que el Gobierno de Ospina pretendía asegurarse una mayor vigilancia en los otros estados de mayoría liberal, tales como el Cau-
Puente colgante de
bejucos, sobre el
Zulia. Provincia de
Santander.
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ca y Bolívar, causándoles un disgusto a sus dirigentes. Es claro que la guerra civil de 1861 en Santander no fue iniciada como reacción a la ley electoral de Ospina, sino que fue la continuación del conflicto interno que ha-bían iniciado los mismos conservadores con la revolución de 1859 y que reprodujeron en marzo de 1860 en Simacota, Confines y On-zaga. David Johnson recordó ya que “varias bandas de conservadores pusieron en peligro las elecciones locales; y en Bucaramanga cuando algunos miembros de las sociedades democráticas, al percatarse de que los con-servadores estaban ganando, procedieron a vaciar las urnas”. Estos sucesos repitieron las amenazas de intervención del presidente Os-pina, al punto que el presidente de Santander tuvo que expedir el decreto del 12 de abril de 1860, considerando “invasoras” a las tropas que ingresaran al Estado sin la autorización de las autoridades legitimas del Estado. Os-pina replicó declarando inconstitucional este decreto y argumentando que era un acto de traición a la Federación.
Los preparativos para la guerra con el presidente de la Confederación y con el vecino Estado de Boyacá comenzaron cuando la Legislatura de Santander autorizó al pre-sidente para declararla en el caso de que las cosas se complicaran, y el 3 de junio de 1860 aprobó la propuesta de separación de la Con-federación si su Gobierno no aceptaba sus leyes. Se sumó el levantamiento del general Mosquera en el Cauca, quien ante la negativa de suspensión de las leyes de inspección elec-toral en los Estados y de recaudo fiscal, sepa-ró (decreto del 8 de mayo de 1860) al Estado del Cauca de la Confederación. Los Estados de Bolívar y Magdalena se unieron a las ac-ciones cumplidas del Cauca y Santander. La guerra se inició abiertamente cuando el gene-ral Mosquera se declaró su supremo director, enarbolando la bandera de “la absoluta sobe-ranía de los estados”.
La invasión de Santander se inició en los primeros días de julio de 1860 por las tropas conservadoras que entraron desde
Boyacá, comandadas por Régulo García He-rreros y Melchor Corena. Tras ellos entraron, encabezados por el general Pedro Alcántara Herrán y el mismo Ospina, cuatro mil sol-dados de la Confederación. La ocupación de Bucaramanga forzó la retirada del gobierno del Estado, cuyas principales figuras fueron capturadas en el combate de El Oratorio, librado el 16 de agosto siguiente, en el que 1.100 liberales fueron vencidos por 3.000 conservadores mandados por el general He-rrán. Tanto al presidente del Estado –Antonio María Pradilla– como a los principales jefes liberales –Eustorgio Salgar, Aquileo Parra y Narciso Cadena, entre otros– se les condujo a Bogotá, donde fueron encerrados por once meses en la cárcel pública.
Mientras permanecían presos e incomunicados los altos funcionarios civiles y militares del Estado de Santander, “empe-zando por el presidente, lo más selecto de su juventud liberal y un considerable numero de ciudadanos de elevada posición política y social que habían acudido de otros estados a ofrecer generosamente su sangre en defensa del gobierno legitimo de Santander” (Memo-rias de Aquileo Parra), Ospina nombró como presidente provisional del Estado de Santan-der a Leonardo Canal, “alma de la oposición conservadora”, quien asumió el mando en Pamplona el 8 de septiembre de 1860, esta-bleciendo la sede de su gobierno provisional en San Gil.
Como primera figura política del Estado de Santander, Canal convocó las se-siones de la Legislatura de 1861, la cual se encargaría de abolir todo el programa de re-formas radicales. Reunida a finales de marzo en Bucaramanga, esta legislatura concertó a todas las figuras disponibles del Partido Conservador: Rito Antonio Martínez, Pedro Peralta Rodríguez, Braulio Camacho, Crisan-to Ordoñez, Enrique Vargas, Joaquín Escobar, los presbíteros Francisco Romero y N. Téllez, Guillermo Orbegozo, Eduardo Valencia, Ra-fael María Rico, Aristides García Herreros, Cándido Navarro, etc.
Cosecheros de
anís. Ocaña.
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Mientras tanto, el general Canal frustraba todos los esfuerzos realizados por Marco Antonio Estrada (segundo designado a la presidencia del Estado) y por Pedro Quin-tero Jácome (tercer designado) para recu-perar el poder. Una vez que las tropas de los generales Mosquera y López tomaron Bogotá, el 18 de julio de 1861, su objetivo se centró en la derrota de las fuerzas del general Ca-nal. Fueron encargados de ello las fuerzas de Santos Acosta y Solón Wilches, quienes resta-blecieron a Eustorgio Salgar en la presidencia del Estado, el 26 de agosto de 1862. Pero para entonces ya el general Canal encarnaba la resistencia nacional contra el gobierno pro-visional del general Mosquera, atreviéndose a tomar Bogotá y a sitiar el convento de San Agustín, defendido por el general Valerio Ba-rriga. Urgido por las noticias de la llegada de las tropas del Tuso Gutiérrez, el general Canal marchó al Cauca para reunirse con las tropas de Julio Arboleda, y de allí marcharon hacia la provincia de Pasto. Asesinado Arboleda en las montañas de Berruecos, y victorioso Solón Wilches en Cartago, el general Canal resignó el mando el 6 de noviembre de 1862 y capitu-ló el 30 de diciembre siguiente, marchándose al Perú.
Tránsito al estado
soberano
Fue entonces cuando la capital del Estado de Santander fue trasladada al Socorro y se eligió una nueva Asamblea Constituyen-te, instalada el 15 de septiembre de 1862 y presidida por Aquileo Parra y Pedro Quintero Jácome. Después de un breve debate fue apro-bada la tercera constitución, sancionada por el presidente Eustorgio Salgar el 27 de sep-tiembre siguiente. Aparece en ella, por prime-ra vez, la denominación de “estado soberano”, y éste se consideró integrado “por todos los colombianos que residan en su territorio”. La transición al régimen de los nueve estados soberanos de los Estados Unidos de Colombia ya era un hecho cumplido.
El tránsito del estado “federal” al estado “soberano” permitió la corrección de algunos excesos del radicalismo de los cons-tituyentes de 1857, fuente de los desórdenes políticos ocurridos desde 1858: la libertad de asociación ciudadana agregó la expresión “sin armas”, se restringió la ciudadanía a quienes supieran leer y escribir, y se delegaron los negocios locales a la administración de los distritos, encarnados en corporaciones “de origen popular”. La agenda del estado sobe-rano fue integrada por tres tareas básicas: caminos, escuelas y beneficencia pública. El artículo 42 ofreció a los ciudadanos el dere-cho de obtener de los funcionarios públicos la resolución de las peticiones que dirigieran por escrito, “sobre cualquier asunto de interés general o particular”.
El problema de la representación política de todos los ciudadanos del Estado fue resuelto con una nueva ley electoral que garantizó la diputación a todos los depar-tamentos. Fue así como la división política incluyó en adelante nueve departamentos: Cúcuta, Charalá, García Rovira, Guanentá, Ocaña, Pamplona, Socorro, Soto y Vélez. To-dos ellos aseguraron su representación en la Asamblea legislativa de 35 diputados, mante-niendo una tradición que se prolongó hasta el fin de la existencia del Estado. La cuarta y última constitución estatal, sancionada en el Socorro el 3 de julio de 1880, fue redactada por la diputación ordenada de estos nueve departamentos.
Sentido de la experiencia
federal
La experiencia federal colombiana se inició en 1855 con el acto legislativo que permitió la creación del Estado de Panamá y se cerró con el resultado de la guerra civil de 1885, expresado con una frase del presidente Rafael Núñez: “La Constitución de 1863 ha dejado de existir”. Fueron tres décadas de experiencia política cuyo sentido positivo fue el de la integración social de la nación
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14) Isidro Villamizar. Carta de un ciudadano a la Asamblea
Constituyente del Estado de Santander. Hacienda
de los Vados, 6 de septiembre de 1857. En: El Zulia.
Pamplona. Nº 49 (18 de septiembre de 1857); p.
223-226.
colombiana por la vía de la reducción de 35 provincias legadas por el Estado monárquico, conscientes de sus fueros antiguos, a sola-mente nueve estados. Fue en esta época que se inventaron las nuevas tradiciones cultura-les que llamamos con las palabras santande-reanidad o antioqueñidad.
El derecho legal a la existencia de Santander nació el 13 de mayo de 1857. Por eso hablamos este año de la conmemoración sesquicentenaria del acto legislativo fundador y de la acción política de los constituyentes que, reunidos en Pamplona, trazaron las líneas maestras del destino político de San-tander. El segundo título de la primera cons-titución que aprobaron, el 10 de noviembre de 1857, echó en este territorio no solamente el destino de las ciudadanía moderna sino además una manera política de ser: la que asegura “la igualdad de todos los derechos individuales ante la ley”. Santander nunca fue escenario para discriminaciones positivas, ni para la emergencia de procesos de etnogéne-sis, ni para retornos a fueros especiales o cor-porativismos. Santander siempre fue, por la voluntad de sus fundadores, el reino del ciu-dadano libre y emancipado, de decir franco, actuar independiente y representar moderno.
Destacado prócer de la indepen-dencia nacional en la provincia de Pamplona, a don Isidro Villamizar le alcanzó la vida para dirigir a los constituyentes de Santander un “testimonio de sincero patriotismo”. En su misiva, deseó que en los salones de todas las corporaciones legislativas, en todas las oficinas públicas y en las casas de los par-ticulares debería ponerse a la vista el signo de los tiempos por venir, consignado en el inciso 1º del artículo 5º de la Constitución nacional de 1853. Se trataba de la garantía de “la libertad individual, que no reconoce otros límites que la libertad de otro individuo, se-gún las leyes”. En su experimentada opinión de 47 años “que llevamos de revolución”, los colombianos habían librado tres luchas: la de la independencia nacional, la de la nación contra los estamentos que la dividían en el
anterior régimen, y la del individuo contra la sociedad. En las dos primeras se había triun-fado, pero en “la que estamos atravesando”, apenas se había logrado consignar por escrito el principio de la soberanía individual. Ésta era la lucha que emprendía con vigor el Esta-do de Santander que acababa de nacer bajo el principio de la libertad individual.
La experiencia federal de tres décadas tuvo ese sentido: ordenar la vida municipal bajo el principio de las libertades del ciudadano, de la autonomía de los mu-nicipios para “arreglar, del modo que estime conveniente, todo lo relativo a su bienestar intelectual i material, sin afectar de manera alguna las garantías individuales, i con las obligaciones de mantener por lo menos un establecimiento público de enseñanza pri-maria, i conservar en buen estado las vías de comunicación comprendidas en su territo-rio”14. Escuelas y caminos, independencia de las municipalidades, respeto de las libertades de los ciudadanos: estos son los legados de Santander a la cultura política de la nación colombiana. ❖
Plan topográfico
de las siembras
de tabaco en los
cantones de Girón,
Bucaramanga y
Piedecuesta.
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Filosofía sin supuestos de Danilo Cruz Vélez
Universidad del Norte
* Jorge Villalón es magíster en Historia Contem-
poránea por la Universidad de Tubinga, Alemania
Federal. Desde 1994 es docente de la Universidad
del Norte en Barranquilla.
jorge villalón*
A principios de los años cin-cuenta del siglo XX, el fun-dador de la Universidad del Atlántico –Julio Enrique Blanco– recibió en su casa de
Barranquilla una visita muy especial. Según recuerda Eduardo Bermúdez, el propio Blan-co le habría contado el 12 de Julio de 1981 más o menos la siguiente versión: “Allí, en la misma silla donde tu estás sentado, estuvo una tarde Luis Eduardo Nieto Arteta con un libro de filosofía en la mano que acababa de ser publicado, y me invitaba a conversar y a intercambiar opiniones acerca de él”. Lo que traía en sus manos Nieto Arteta era nada menos que la traducción que había hecho José Gaos de Sein und Zeit, la obra magna del filósofo alemán Martín Heidegger, pu-blicada en 1951 por el Fondo de Cultura Económica. Nieto Arteta la había comprado antes de abandonar su empleo en la legación diplomática colombiana en Argentina. Des-pués de este encuentro se produjo una inte-resante polémica en el periódico El Heraldo de Barranquilla, durante los meses de Abril y Mayo del año 1954, alrededor de la filosofía existencial y del existencialismo, temas que en ese momento inquietaban a varios filósofos europeos.1
En los momentos en que estos intelectuales barranquilleros charlaban en los conocidos sillones verdes que Blanco ofrecía a sus visitantes, Danilo Cruz Vélez
Filosofía sin supuestos de Danilo Cruz VélezActuAlidAd de un trAbAjo filosófico en colombiA
se encontraba recién llegado a la ciudad de Friburgo para asistir a las clases magistrales y a los seminarios de Heidegger, quien en la posguerra gozaba de un gran prestigio en los ambientes académicos de Alemania. Nacido en 1920 en el municipio de Filadelfia, Depar-tamento de Caldas, Cruz Vélez es una figura relevante en el campo de la filosofía nacional, junto a Rafael Carrillo, Cayetano Betancur y Abel Naranjo, los fundadores del Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional, el centro del estudio académico de la filosofía contemporánea en Colombia, hasta ese mo-mento dominada por los estudios escolásticos y neotomistas. Su viaje a Alemania en 1951, y su permanencia hasta 1959 entre el grupo de seguidores de Martín Heidegger en la Univer-sidad de Friburgo, le permitió acercarse a las controversias filosóficas de mediados del siglo XX que animaban tanto las obras de Heideg-ger como las de su maestro Edmund Husserl, quien falleció en 1938.
De esta experiencia en Friburgo nació un libro titulado Filosofía sin supuestos: De Husserl a Heidegger, publicado por prime-ra vez en Buenos Aires en 1970 y reeditado en Colombia por la Universidad de Caldas en el año 2001. A treinta años de la muerte de Heidegger, conviene destacar la actualidad que conserva este libro en las discusiones filosóficas, ya sea por su contenido o por el rigor del lenguaje usado, el cual hace posible que un círculo muy amplio de lectores puede
A los 30 años de la muerte de Martín Heidegger (1889-1976)
A los 80 años de la publicación de ‘Ser y tiempo’ (1927)
1) Parte de esta polémica aparecida en el periódico El He-
raldo de Barranquilla. Fue publicada en los dos números
de la revista Aletheia de la Universidad del Atlántico.
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Filosofía sin supuestos de Danilo Cruz Vélez
acceder sin grandes dificultades a la filosofía de Husserl y Heidegger en sus enunciados fundamentales.
La tarea que se propuso Cruz Vélez en este libro, si seguimos sus propias pala-bras en el prólogo de la segunda edición, es “llamar la atención con ahínco sobre el ideal de la filosofía de un saber sin supuestos” y, además, ayudar al iniciado en filosofía a com-prender lo que denominó “el paso de Husserl a Heidegger”, a su juicio, “el acontecimiento más importante en el seno de la filosofía del siglo XX”. Este paso sería comparable a otras transiciones en la historia de la filoso-fía, como el paso de Platón a Aristóteles, o el de éste a la Edad Media, el de Descartes a Kant, el de Kant al idealismo alemán y el del neokantismo hasta Husserl. El paso actual estaría, según Cruz Vélez, marcado por una crisis profunda en la historia de la filosofía, debido a que “lo que se nos muestra como filosofía es sicología, sociología, economía, etc, formas de las ciencias particulares que operan con supuestos”. Hacer la experiencia del paso de Husserl a Heidegger permite re-afirmar el ideal de la filosofía para que sea un saber sin supuestos en lo que denominó el “último eslabón de la cadena milenaria, para poder, al menos vislumbrar desde allí cual va a ser su próximo paso hacia adelante”.
Cuando fue publicado por prime-ra vez en el año 1970, el libro de Cruz Vélez ofrecía la novedad de basarse no solamente en la relación directa con Heidegger y sus textos en el idioma alemán, sino además en
los manuscritos del legado de su profesor, Edmund Husserl. Treinta años después, y gracias a los grandes avances de los medios de comunicación, los textos de estos dos pensadores son fáciles de encontrar, incluso hasta en la pantalla de un computador. Los latinoamericanos que estuvieron en Friburgo cerca de Heidegger pudieron tener acceso también a sus manuscritos de los cursos dic-tados desde la década de los años veinte, los cuales están siendo publicados en la edición de sus obras completas en la lengua alemana. El libro de Cruz Vélez mantiene hasta el día de hoy toda la frescura de su estilo didáctico y esclarecedor para el iniciado en filosofía, y lo hace, además, comprensible a cualquier tipo de lector atento.
Es así que este breve artículo no pretende entregar una descripción exhausti-va de los contenidos del libro de Cruz Vélez, que de por sí son muy densos, sino apenas mencionar los aspectos y conceptos más esenciales sobre el tema, motivando al lector a acercarse a esta obra, y de manera especial al concepto de Dasein.
El libro tiene tres partes. La pri-mera está dedicada a la obra de Husserl y describe el proceso que este filósofo siguió para alcanzar la meta que se fijó, cual fue la de alcanzar el ideal surgido entre los griegos antiguos relativo a una filosofía sin supuestos. El propio Husserl se vio a sí mismo como la plenitud de este proceso que culminaba en su propia obra, a la cual le dio el nombre de fenomenología trascendental. En la segunda parte del libro, Cruz Vélez intentó mostrar el modo como Heidegger, discípulo de Husserl, procedió a superar la metafísica de la subjeti-vidad y la metafísica en general. En la tercera parte, el autor ofreció algunas reflexiones filosóficas sobre varios temas, teniendo como base la obra de estos pensadores alemanes.
En la historia de la filosofía, fue Husserl quien se propuso la tarea de cons-tituir una filosofía sin supuestos, tarea que llevó a cabo durante toda su vida y que no alcanzó a culminar. Su trabajo giró alrededor
El paso actual estaría, según Cruz Vélez, marcado
por una crisis profunda en la historia de la filosofía,
debido a que “lo que se nos muestra como filosofía
es sicología, sociología, economía, etc, formas de las
ciencias particulares que operan con supuestos”.
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del concepto de Subjetividad que había intro-ducido Rene Descartes, lo que nos lleva a la necesidad de precisar su significado y los al-cances que tiene. La primera mirada que hace Cruz Vélez es hacia los griegos, para lo cual sigue a Husserl en su obra Filosofía Primera. Husserl se refiere, en primer lugar, a lo que el denomina “actitud natural”, que es cuando el hombre en su cotidianidad representa, juzga, siente y valora su mundo circundante. En este movimiento, el yo se dirige al mundo, se olvida de si mismo y se pierde en el mundo, de cuya existencia cree ingenuamente, y ante el cual adopta una posición que le permite afirmarlo o negarlo. Pero habría entonces una tercera posibilidad que Husserl denominó epojé, resucitando un viejo concepto de los escépticos griegos que designaba el acto de abstención del juicio que convertía al hom-bre en un contemplador del mundo que no afirma ni niega. Este acto es algo así como un “paso atrás”, ya que el Yo, por medio de una decisión completamente libre, regresa a si mismo, al propio Yo olvidado en su viaje in-
genuo hacia el mundo. Este “nuevo paso nos coloca en el camino que conduce a la subjeti-vidad, que es el campo de la filosofía”, un re-greso que se designa con la palabra reflexión. Esto nos llevaría primero a una subjetividad empírica, cuyos actos son estudiados por la sicología. El propio Yo también pone entre paréntesis estos fenómenos síquicos por me-dio de una epojé trascendental, cuyo residuo fenomenológico es el yo puro, la subjetividad trascendental, que sería el propio campo de la filosofía. Con base a lo anterior se podría definir de manera inicial el concepto de Sub-jetividad como la reflexión consigo mismo.
Esta reconstrucción fenomenoló-gica llevó a Husserl a considerar a los sofistas griegos del siglo V a.C. como los verdaderos iniciadores de la filosofía: ejerciendo el es-cepticismo, pusieron en duda la fe ontológica en el mundo y produjeron una ruptura que, según Husserl, sería el verdadero comienzo de la filosofía, en donde “en la relación Yo-Mundo, el mundo pierde peso y el yo gana”. En medio de esta crisis aparece la figura de Sócrates y Platón, cuya tarea consistió en la superación de esta crisis. Para Sócrates, esta superación había que buscarla en la esfera práctica mediante el descubrimiento de las ideas dentro de la subjetividad, y todos sus afanes apuntaron a “una vida moral ilumina-da por la razón”, es decir en la reflexión, “en la vuelta sobre si mismo, en la cual arriba a la subjetividad”.
Platón se instaló luego en el campo descubierto por los sofistas, es decir, en la subjetividad, en la reflexión consigo mismo, como un ámbito novedoso en la vida espi-
Platón se instaló luego en el campo descubierto
por los sofistas, es decir, en la subjetividad, en
la reflexión consigo mismo, como un ámbito
novedoso en la vida espiritual del hombre.
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Filosofía sin supuestos de Danilo Cruz Vélez
ritual del hombre. Este pensador rechazó la actitud ingenua de los presocráticos “objeti-vistas”, para luego iniciar un viaje de explo-ración que terminó en el descubrimiento de las ideas, las cuales son algo trascendente al sujeto, un lugar sobreceleste, hacia donde tiene que ascender el alma para poder con-templarlas, y la “filosofía vuelve a ser el inten-to de captar teóricamente en un sistema de la razón la totalidad de lo que es”. Para Husserl, en cambio, “dicho lugar es la subjetividad”, y afirma que Platón se quedó a medio camino, puesto que “las ideas no son lo último que encuentra el pensar. Lo último es la subjetivi-dad, que Platón no tematiza”. A causa de este olvido, los griegos, según Husserl, no pudie-ron llegar a una filosofía trascendental. Vale la pena recordar aquí que a partir de Platón la metafísica es una posibilidad de la Subje-tividad, además que según este filósofo esta pertenecería más bien al mundo de las ideas y no al mundo sensible. Cuando en el siglo XIX comienza a decaer el pensamiento metafísico, comienza también la disminución de la im-portancia de la Subjetividad, de tal suerte que en el siglo XX se llegó incluso a negarla.
Siguiendo a Husserl, Aristóteles habría retrocedido hacia la actitud natural, según la cual el mundo es algo dado de ante-mano, algo que ya había sido superado por los sofistas, quienes habían realizado una “destrucción teórica del mundo”. Para el es-tagirita el Yo es supuesto también como un objeto intramundano, olvidando la pregunta por la constitución del mundo. Este vaivén de la filosofía, que continúa a través de los siglos lo denomina Husserl como una lucha entre el “subjetivismo” y el “objetivismo”.
Desde Aristóteles hasta fines de la Edad Media, vuelve a aparecer el “objeti-vismo” en tal medida que la subjetividad se pierde totalmente de vista hasta la aparición de Descartes, quien es el encargado de co-menzar todo de nuevo, paso que no consiste en un hallazgo de otro terreno, sino que es un temple de ánimo “de un radicalismo nunca visto hasta entonces”, a través del cual gana el
subjetivismo nuevamente, llegando incluso a una destrucción teórica del mundo en el ex-perimento de la Tercera Meditación. Descar-tes, dice Husserl, es el auténtico iniciador de la filosofía, de la verdadera filosofía, pero sólo el comienzo del comienzo, y después de este comienzo, hay que investigar la subjetividad.
El propio Husserl se consideró a si mismo, y a su filosofía, como un nuevo paso hacia adelante. Lo anterior a él sería algo así como un trabajo preparatorio del pensa-miento trascendental. Toda la historia de la filosofía comenzada en Grecia terminaría en su propio trabajo, en lo que llamó la fenome-nología trascendental, el telos de dicho proce-so, es decir, su plenitud.
La segunda parte del libro, dedica-da a Heidegger, lleva el título de “superación de la metafísica de la Subjetividad”, en la cual el profesor Cruz Vélez intenta hacer una síntesis del trabajo filosófico de su maestro de Friburgo. Es necesario destacar aquí el enorme esfuerzo empeñado por este intelec-tual colombiano para tratar de formular en la lengua castellana nada menos que la obra Ser y tiempo, disponible en 1970 sólo en la traducción de José Gaos, pues la versión del profesor chileno Jorge Eduardo Rivera ape-nas estuvo disponible en el año 1997.2 En la Colombia de la década de los años setenta del siglo XX, Filosofía sin supuestos estaba conde-nada al olvido, precisamente porque en este país y en América Latina se estaba operando con los supuestos que él pretendió explicar en su libro. Ya en este nuevo siglo, y en la medida que la obra de Husserl y Heidegger reciban más atención del público ilustrado, podemos esperar que el trabajo de Cruz Vélez sea leído y comentado por las nuevas generaciones de pensadores colombianos.
2) HEIDEGGER, Martin. Ser y Tiempo. Santiago de Chile:
Editorial Universitaria, 1997. Traducción, prólogo y
notas de Jorge Eduardo Rivera. Esta versión también
fue publicada en Madrid por la editorial Trotta.
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En esta casi imposible tarea de ha-cer una síntesis de Ser y tiempo, Cruz Vélez destaca en primer lugar la reconstrucción histórica que realizó Heidegger del proceso que llevó a Descartes a identificar al yo con el sujeto. La palabra latina Subjectum, que los romanos habían traducido del concepto griego Hypokeimenon, mienta lo que subyace, lo que está eternamente presente. Aquí vio Heidegger el origen del concepto “sujeto”, tal como se utilizó a partir de Descartes, y sobre el cual reposa lo que Heidegger denominó metafísica de la subjetividad. Antes de llegar a la filosofía cartesiana, el Hypokeimenon griego pasó al latín Subjectum y de aquí a su identificación con el yo, dando paso a la mo-derna metafísica de la subjetividad basada en la relación sujeto-objeto; en otras palabras, el paso de la metafísica cristiana medieval a la metafísica moderna con su propio Dios que es el yo mismo.
Esta quizás fue una de las razones que llevó a Heidegger a no utilizar el concep-to de Subjetividad, por haber sido propuesta en su significado moderno por René Des-cartes. A continuación Cruz Vélez se refiere al proceso de descosificación del Yo cartesia-no que realizó Heidegger, incorporando el concepto de Dasein, como el “estar ahí en el mundo”, en donde el Yo está determinado por la existencia, ya que éesta es mas originaria que el yo mismo. Heidegger tomó la palabra alemana Dasein para designar lo mismo que Descartes pero a partir del Sum que deno-minó existencia. Con mucho acierto, los comentaristas de Heidegger afirman que éste permaneció dentro de la filosofía de la subje-tividad para desde allí iniciar el trabajo de su superación y de la metafísica en general.
En este punto Heidegger entró en polémica con Husserl y es el momento en que comienza la superación de la metafísica de la subjetividad, a la cual, según Heidegger, habría permanecido aferrado su maestro por la limitación de haber visto los supuestos sólo desde el lado de lo que él llamaba la tendencia objetivista del hombre, pero “para
los supuestos que caen del lado del sujeto no tenía ojos”, y como vivía dentro de la “meta-física de la subjetividad”, no podía destruir el piso de su propia morada. Heidegger sería, entonces, el encargado de llevar la crítica de los supuestos al campo del subjetivismo para intentar la “superación de la metafísica de la subjetividad”.
En el último capítulo, dedicado a Heidegger, Cruz Vélez logra una síntesis muy didáctica del planteamiento central del Ser y Tiempo, que es “la del ser del hombre, que se concibe como una relación con el ser y como comprensión del ser”. Ser y Tiempo fue ter-minado en 1926 y publicado un año después por el propio Husserl, a quien Heidegger se lo dedicó. Es imposible en esta breve reseña intentar una síntesis de una de las obras más importantes de la historia de la filosofía del siglo XX. Lo dicho mas arriba es suficiente para que el lector se anime a leer a Danilo Cruz Vélez, y luego, quizás, se interese por los textos del propio Heidegger. Creemos opor-tuno, eso si, señalar algunos aspectos esen-ciales de la transición de Husserl a Heidegger que forman parte hoy de las discusiones y polémicas de la contemporaneidad filosófica. Uno de estos aspectos esenciales es el tema de la Subjetividad, que preocupó a los más importantes pensadores del siglo XX. Consi-deramos entonces oportuno señalar algunos de los problemas que presenta el tema de la subjetividad en la filosofía contemporánea.
Uno de estos problemas es el que se refiere a lo que podríamos llamar “posición de la subjetividad”. Para Husserl, siguiendo el análisis de Cruz Vélez, el hombre seguía siendo “una cosa que piensa”. La posición de la subjetividad es metafísica puesto que el yo pienso sigue siendo el soporte último de la reflexión filosófica. Lo que hizo Heidegger fue situar a la subjetividad, es decir al hombre como portador de ella, en el mundo como tal, que Heidegger designó con el vocablo alemán Dasein. La existencia es el sitio desde donde opera la subjetividad, pero no como una cosa que piensa que tiene al frente el mundo como
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Filosofía sin supuestos de Danilo Cruz Vélez
un todo, como una gran vasija, sino que la subjetividad, el hombre mismo, agobiado por la angustia y el miedo de verse a si mismo en el mundo, ve a los otros entes que se le van apareciendo y se van vislumbrando las posibilidades que la realidad le va ofreciendo. El Yo de Heidegger es un Yo que está en el mundo, el Yo de Descartes, y el Yo de todo el idealismo alemán, es un Yo suspendido en el ámbito de la metafísica. A partir del concepto Dasein, desarrolló Heidegger todo el proyecto de Ser y Tiempo, el cual se funda en el con-cepto de “finitud de la subjetividad” –Endli-chkeit der Subjektivität– es decir el Dasein.
El Dasein, que somos nosotros mismos, tiene la posibilidad de preguntar por el sentido del ser de todos los entes, y entre ellos del ente que pregunta, que es el hombre mismo a partir de su existencia. Esta reflexión llevó a Heidegger a iniciar Ser y tiempo con la fenomenología del Dasein, para luego partir de allí y continuar con su trabajo filosófico. Como él mismo dijo: “A este ente que somos en cada caso nosotros mismos, y que entre otras cosas tiene esa posibilidad de ser que es el preguntar, lo designamos con el término Dasein. El planteamiento explícito y transparente de la pregunta por el sentido del ser exige la previa y adecuada exposición de un ente (del Dasein) en lo que respecta a su ser”. 3
En las palabras de Cruz Vélez: “La relación del hombre con su ser, lo mismo que su relación con el ser en cuanto tal, es algo exclusivo del hombre. Ningún otro ente es capaz de asumirla. Todos los otros entes son sencillamente, y nada más. El hombre es tam-bién, pero, además, al ser, tiene una relación con su ser. Esto es lo que significa la determi-nación formal preliminar del Dasein”.4
Finalmente, vale la pena desta-car aquí la compleja visión del futuro que tiene Heidegger y que se constituye en un gran desafío para la historiografía y para las interpretaciones históricas en general, que continúan operando con el supuesto here-dado de la filosofía moderna que concibe al
transcurrir humano en el tiempo como un camino inevitable hacia algo mejor en lo mo-ral y en lo material, es decir que opera con el discurso o la idea del progreso. En Heidegger, escribe Cruz Vélez “Ese ser con el cual está en relación el hombre recibe en Ser y tiempo el nombre de seinkönnen – poder ser. El hom-bre es, pues, poder ser”. Mas adelante nos dice que: “Tomando al Dasein como poder ser, podemos entender el otro nombre del ser del hombre que aparece en Ser y tiempo: proyecto (Entwurf). El hombre se proyecta hacia sus posibilidades, y en este ser hacia adelante es lo que es. Pero el hombre es un ente finito arrojado en una situación fáctica determina-da. Su facticidad, lo que ya ha sido, le ofrece un registro limitado de posibilidades. Por ello, en su poder ser tiene que tener en cuenta lo que es fácticamente. El Dasein es, por con-siguiente, un proyecto arrojado (geworfener Etwurf). “5
Después de un cuarto de siglo, el libro del profesor Cruz Vélez mantiene su vigencia y seguirá siendo de utilidad para to-dos aquellos que se interesen por el problema de la Subjetividad, tal como la entendieron los filósofos desde Descartes hasta el propio Heidegger. Hoy en día la situación se ve muy distinta debido a la evolución del concepto de Subjetividad que se observa en los filóso-fos de fines del siglo XX. A todo lo anterior se suma la estrecha relación que se da entre Subjetividad y Metafísica, tomando en cuenta la tendencia actual de hacer filosofía mas allá de la metafísica al considerarla como caduca para la reflexión del hombre actual. Con base a lo anterior, y como una manera de motivar a los eventuales lectores del pensador cal-dense, haremos un recuento de algunos pro-blemas que presenta hoy en día el tema de la Subjetividad.
3) Sein und Zeit, página 7. Traducción de Jorge E.
Rivera.
4) Cruz Vélez, p. 208.
5) Ibid, p. 213.
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Filosofía sin supuestos de Danilo Cruz Vélez
En el último capítulo, titulado Metafísica y teología, Cruz Vélez menciona la urgente tarea de hacer una historia de la filosofía moderna desde el punto de vista de la subjetividad, tomando en cuenta el aspecto teológico que acompaña a toda la historia de la metafísica desde la Antigüedad. Esta tarea la estaría comenzando, según Cruz Vélez en 1970, “Walter Schulz, el joven profesor de filosofía de la Universidad de Tubinga”. En efecto, este pensador había publicado en 1955 el trabajo titulado El Dios de la metafísica moderna, cuya versión castellana apareció en México durante el año 1961. Después de 1970, el profesor Schulz publicó extensas obras sobre historia de la subjetividad con títulos como Yo y mundo; Filosofía en el mun-do cambiado; Subjetividad en época postme-tafísica; La relación deteriorada con el mundo, entre otras.
Con base en estos trabajos de Walter Schulz se pueden vislumbrar los más importantes aspectos del problema de la sub-jetividad, ya que en gran parte son de tipo histórico, y aunque hace énfasis en la época moderna y en el idealismo alemán, también regresa, como Husserl, al comienzo de la actitud reflexiva del hombre en la Grecia de Sócrates y los sofistas. A partir de aquí y hasta el presente, constata la imposibilidad de que la subjetividad encuentre una estabilidad de manera definitiva, aunque siempre la ha buscado y la buscará, para luego, una vez po-sesionada de su nueva situación, ella misma se encarga de socavar su nueva morada. Bajo la influencia de Heidegger, considera que el pensamiento metafísico entró en crisis des-pués de Hegel, para luego caducar de manera definitiva en el siglo XX. Sobre esta base, la Época Moderna, o Modernidad, es caracteri-zada como una experiencia más de la Subje-tividad, en donde precisamente es ella misma la que se coloca en el centro de la realidad.
Walter Schulz culminó su trabajo filosófico diciendo que es imposible encon-trar una última palabra en el día de hoy res-pecto al problema de la Subjetividad. En su
último libro titulado La relación deteriorada con el mundo (1994) nos dice lo siguiente: “Aporías y antinomias son determinantes para la Subjetividad en la totalidad de su es-tructura. Ellas no se dejan superar. Se puede buscar disminuirlas a través del acortamiento parcial de la dialéctica que constituye la base de la Subjetividad, o se puede, como en el presente, sencillamente negar la Subjetividad y proclamar su muerte. Pero esto no cambia nada el hecho que nosotros como hombres siempre tenemos que ser los portadores de la Subjetividad en nuestro comportamiento y sus contradicciones. Este es nuestro inevitable destino”.
Si se considera la importancia del pensamiento de Heidegger en la filosofía con-temporánea, la obra de Danilo Cruz no ha sido lo suficientemente leída y comentada en Colombia, aunque más de alguno afirma que ni siquiera el propio Heidegger ha recibido la atención que debería merecer. Lo que queda claro es que después de Ser y Tiempo la filo-sofía occidental tomó un rumbo nuevo que ha influido notoriamente en las reflexiones filosóficas actuales. Para todos los iniciados en la filosofía, para los historiadores, para los estudiosos de la literatura y para los estudios humanísticos en general, el libro Filosofía sin supuestos de Danilo Cruz Vélez seguirá sien-do por mucho tiempo un referente obligado para todo aquel que quiera adentrarse en los problemas de la filosofía contemporánea.
Finalmente, algunas considera-ciones sobre la importancia de Ser y tiempo en la filosofía del siglo XX. Hoy en día, el pensamiento de Heidegger conserva vigencia en todos aquellos que intentan, por ejemplo, desarrollar una ética actual mas allá de la metafísica, o aquellos que piensan la histo-ria, y en particular el futuro de la sociedad moderna sin el componente metafísico que estuvo presente hasta Hegel en el siglo XIX. Thomas Rentsch, docente de la Universidad de Dresden y editor de un conjunto de ensa-yos sobre Ser y Tiempo publicados en el año 2001, afirma que “Sin Ser y Tiempo y sin el
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filosofía
6) RENTSCH, Thomas. (Editor) Klassiker auslegen.
Martin Heidegger. Berlín: Akademie verlag, 2001. p.
VII.
7) GADAMER, Hans Georg. Verdad y método. Salamanca:
Ediciones Sígueme, 1977; p. 12.
DANILO CRUZ VELEZ. Filosofía sin supuestos. Primera
edición argentina en la Editorial Sudamericana de
Buenos Aires, 1970. Segunda edición en colombiana
en la Editorial de la Universidad de Caldas (Colección
Artes y Humanidades), noviembre de 2001.
efecto que ha producido este fragmento del libro de 1927 a nivel mundial, no se pueden comprender ni la filosofía del siglo XX como tampoco la discusión filosófica internacional en los comienzos del siglo XXI”.6
Es oportuno mencionar breve-mente la difundida obra de algunos de sus discípulos que hoy son reconocidos mundial-mente. Tal es el caso de Hans Georg Gada-mer con su conocida obra Verdad y Método, aparecida en 1960, en donde reconoce su deuda con las reflexiones de Heidegger en sus estudios sobre la hermenéutica. En 1965, en el prólogo a la segunda edición de Verdad y Método nos dijo lo siguiente: “La analítica temporal del estar-ahí humano (Dasein) en Heidegger ha mostrado en mi opinión de una manera convincente, que la comprensión no es uno de los modos de comportamiento del sujeto, sino el modo de ser del propio estar ahí. En este sentido es como hemos empleado aquí el concepto de hermenéutica”.7
Hannah Arendt, conocida por sus trabajos sobre el totalitarismo, conoció a Heidegger a principios de los años veinte en Marburgo, estableciendo una relación huma-na, que aunque interrumpida por la guerra y las distancias, continuó hasta la muerte de ambos en los años setenta. De alguna manera, se puede ver en la obra de ella que Ser y Tiem-po está como telón de fondo, aunque sea para contradecir a su maestro. Hans Jonas, quien también tuvo que emigrar a los Estados Uni-dos, al final de su vida se dio a conocer con el libro El principio responsabilidad, publicado en 1979, en donde propuso un nuevo tipo de imperativo capaz de enfrentar el problema ocasionado por la tecnología moderna en su relación con la naturaleza. Al mejor estilo de Kant nos dice: “Actúa de tal manera, que las consecuencias de tu actuar sean acordes con la permanencia de una vida humana auténti-ca sobre la tierra”. Los estudios de Heidegger sobre la ciencia y la técnica moderna y sus meditaciones sobre la relación del hombre con la tierra, están en relación directa con esta obra de Hans Jonas, quien, esta vez ale-
jándose de Heidegger, incorpora además el tema de la Utopía y una manera muy parti-cular de vislumbrar el futuro.
En la filosofía francesa del siglo XX es notoria la influencia de Heidegger en Jean-Paul Sartre, cuya obra El Ser y la nada no hubiera sido posible sin la lectura del pensador alemán. También la fenomenología existencial de Merleau-Ponty está relacio-nada con Heidegger. Del mismo modo en-contramos las huellas de Heidegger en Paul Ricoeur, Michel Foucault, y en los llamados post-estructuralistas y posmodernos. Final-mente hay que mencionar la importancia de la edición en curso de las obras completas de Heidegger en un centenar de tomos, los cua-les que recogen todos los trabajos anteriores a Ser y Tiempo y los artículos posteriores que pueden considerarse como complemento.
Para finalizar sólo resta recalcar la vigencia del pensamiento de Heidegger en la filosofía contemporánea, como también del libro Filosofía sin supuestos del colombiano Danilo Cruz Vélez, una llave confiable para abrir las puertas a la comprensión de una de las meditaciones filosóficas mas fascinantes del siglo XX que es Ser y tiempo, escrito hace ochenta años en las montañas alemanas de la Selva Negra. ❖
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La violación de Lucrecia
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La violación de Lucrecia
“A menudo se reniega de los maestros supremos; se rebela uno contra ellos;
se enumeran sus defectos; se los acusa de ser aburridos, de una obra demasiado
extensa, de extravagancia, de mal gusto, al tiempo que se los saquea, engalanán
dose con plumas ajenas; pero en vano nos debatimos bajo su yugo. Todo se tiñe
de sus colores; por doquier encontramos sus huellas; inventan palabras y nom
bres que van a enriquecer el vocabulario general de los pueblos; sus expresiones
se convierten en proverbiales, sus personajes ficticios se truecan en personajes
reales, que tienen herederos y linaje. Abren horizontes de donde brotan haces
de luz; siembran ideas, gérmenes de otras mil; proporcionan motivos de inspi
ración, temas, estilos a todas las artes: sus obras son las minas o las entrañas del
espíritu humano” (François de Chateaubriand: Memorias de ultratumba, libro
XII, capítulo I, 1822).
Los maestros supremos son los escasos escritores –genios nutricios, dicen algunos– que satisfacen cabalmente las necesidades del pensamiento de un pueblo, aquellos que han alumbrado y amamantado a todos los que les han sucedido. Homero es uno de ellos, el genio fecundador de la Antigüedad, del cual descienden
Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Horacio y Virgilio. Dante engendró la escritura de la Italia moderna, desde Petrarca hasta Tasso. Rabelais creó la dinastía gloriosa de las letras francesas, aquella de donde descienden Montaigne, La Fontaine y Molière. Las letras inglesas derivan por entero de Shakespeare, y de él bebieron Byron y Walter Scott. Y las letras castellanas siempre saben remitirse a Miguel de Cervantes.
La originalidad de estos maestros supremos hace que en todos los tiempos se los reconozca como ejemplos de las bellas letras y como fuente de inspiración de cada nueva generación de escritores. Esta sección de la Revista de Santander solamente estará abierta para ellos, para permitirles que continúen inspirando la voluntad de perfeccionamiento constante de los nuevos escritores colombianos.
Esta segunda entrega acoge una obra lírica dedicada por William Shakespeare a Henry Wriothesly, conde de Southampton y barón de Tichfield, escrita durante las vacaciones teatrales de 1593 e inscrita en el Stationer´s Registers el 9 de mayo de 1594. The Rape of Lucrece es una reflexión moral y un poema magistral. Cinco ediciones de este poema fueron hechas hasta 1616, saludado por el poeta Edmund Spenser con el calificativo de “águila” que dio a su autor. Se ha escogido la traducción castellana de Luis Astrana Marín, publicada originalmente en 1932 por la editorial Aguilar de Madrid.
william shakespeare (1564-1616)
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revista de santander
maestros supremos
ARGUMENTO
Lucio Tarquino, por su excesivo orgullo llamado el Soberbio, tras haber
sido causa de que su propio suegro, Servio Tulio, acabara cruelmente asesinado, y de
haberse él mismo apoderado del trono sin re querir ni aguardar los sufragios popu
lares, procedi miento contrario a las leyes y costumbres romanas, en compañía de sus
hijos y de otros nobles de Roma, marchó a poner sitio a Árdea.
Una tarde, durante el asedio, reunidos los princi pales jefes del ejército en
la tienda de Sexto Tarqui no, hijo del rey, comenzaron, en sus charlas de sobremesa, a
ponderar las virtudes de sus propias mujeres, circunstancia que dio lugar a que Cola
tino proclamara la incomparable castidad de su esposa Lucrecia. En este alegre humor
partieron todos para Roma; y deseando comprobar, por su secreta y re pentina llegada,
la verdad de lo que antes habían sostenido, solo Colatino encontró a su mujer –no
obstante hallarse avanzada la noche– hilando con sus doncellas.
Las otras damas fueron sorprendidas bailando y jaraneando, o en diferen
tes diversiones, por lo cual los nobles cedieron a Colatino la victoria y a su mujer la
palma. En esta ocasión quedó Sexto Tar quino prendado de la hermosura de Lucrecia;
pero, refrenando por el momento sus pasiones, volvió con los demás al campo. En se
guida los abandonó en secreto, y fue recibido y albergado regiamente, como convenía
a su estirpe, por Lucrecia, en Colatio. La misma noche se introdujo traidoramente en
su alco ba, la poseyó por la violencia, y emprendió la fuga de madrugada. Lucrecia, en
este lamentable estado, despachó inmediatamente mensajeros: uno, a Roma, a casa de
su padre, y el otro, al campo de Colatino.
Llegaron estos, acompañado el primero por Junio Bruto y el segundo por
Publio Valerio, y hallando a Lucrecia vestida de luto, le preguntaron cuál era la causa
de su pesar. Ella, arrancándoles primero juramento de ven ganza, reveló al culpable,
con todos los pormenores de su crimen, y acto seguido se dio de puñaladas. Visto lo
Al muy honorable Henry Wriothesly,
conde de Southampton y barón de Tichfield
La afección que profeso a vuestra seño ría no tiene fin; de
donde este opúsculo, sin comienzo, es tan solo una porción
in significante. El convencimiento que abrigo de vuestra noble
disposición, no el mérito de mis incorrectos renglones, es lo
que ase gura la acogida.
Lo que he hecho es vuestro; lo que haga, vuestro tam
bién, como parte del todo que os he consagrado. De ser mayor
mi valer, mayor se mostraría mi homenaje. Entre tanto, tal
como fuere, lo destino a vuestra señoría, a quien deseo larga
vida colmada siempre de felicidades.
De vuestra señoría con todo res peto.
William Shakespeare
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La violación de Lucrecia
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cual, todos, de común acuerdo, prome tieron exterminar de raíz la odiosa familia de
los Tarquinos, y transportaron el cadáver a Roma. Bruto informó al pueblo de las cir
cunstancias de esta vil acción y del nombre del que la había co metido, con una amarga
invectiva contra la tiranía del rey. Con lo cual el pueblo se conmovió de ma nera que,
por consentimiento unánime y aclama ción general, desterró a todos los Tarquinos, y
la gobernación del Estado pasó de los reyes a los cónsules.
Conducido por las pérfidas alas de un
deseo infame, el impúdico Tarquino abandona
el ejército romano, y a toda prisa huye de Árdea,
la villa sitiada, a llevar a Colatio el fuego sin cla
ridad que, oculto bajo pálidas cenizas, acecha el
momento de lanzarse y rodear con su cintura de
llamas el talle del dulce amor de Colatino, la casta
Lucrecia.
Quizá este nombre de casta fue lo que,
desgraciadamente, agudizó el filo no embotado de
su irresistible deseo, cuando Colatino, sin poder
reprimirse, celebró con imprudencia la mezcla in
comparable de rosa y blanco que res plandecía en
aquel firmamento de su felicidad, donde luceros
mortales, tan luminosos como las magnificencias
del cielo, le reservaban a él solo, en sus puros as
pectos, peculiares encantos.
Porque él mismo había descubierto la
noche anterior, bajo la tienda de Tar quino, el teso
ro de su feliz estado; la riqueza inestimable que le
habían con cedido los cielos al ponerle en posesión
de su bella consorte, cotizando a tan alto precio su
fortuna, que podían los reyes desposarse con más
glorias, pero ni rey ni par con dama tan sin par.
¡Oh dicha solo gozada de unos pocos,
que, no bien poseída, se evapora y pasa con la
rapidez del fundente rocío pla teado de la mañana
ante los dorados esplendores del sol! ¡Fecha que
expira, cancelada aun antes que llegue! Quien po
see el honor y la belleza, solo tiene débiles medios
de defensa contra un mundo de perfidias.
La hermosura resalta por sí misma a
los ojos de los hombres, sin orador que la realce.
¿Qué necesidad hay, pues, de hacer la apología
de lo que es tan sin gular? ¿O por qué Colatino ha
descu bierto la rica joya que debió sustraer a los
oídos de los raptores, como su más querido bien?
Quizá el elogio de la soberana gracia
de Lucrecia fue lo que sugestionó a este arrogante
vástago de un rey, pues por nuestros oídos son
tentados con fre cuencia nuestros corazones. Quizá
fue la envidia de una prenda tan valiosa, que de
safiaba toda ponderación, el agui jón que picó sus
altivos pensamientos y le hizo indignarse ante el
hecho de que los inferiores alabaran el lote dorado
de que sus superiores carecían.
Mas, sea lo que fuere, algún temera rio
pensamiento prestó alas a su más temeraria pri
sa. Olvidándolo todo, su honor, sus asuntos, sus
amistades y su linaje, se aleja rápidamente con el
firme propósito de extinguir el ascua que arde en
su hígado. ¡Oh vivo ardor falso con tenido bajo
el helado arrepentimiento, tu anticipada cosecha
muere en tizón y no madura jamás!
Cuando este pérfido señor llegó a Co
latio, fue bien acogido por la dama ro mana, en
cuyo rostro la belleza y la virtud luchaban a quién
de los dos sos tendría mejor su renombre. Cuando
la virtud se alababa, la belleza enrojecía de pudor;
cuando la belleza se jactaba de sus rubores, la vir
tud, por despecho, trataba de borrar este oro con
un blanco de plata.
Pero la belleza, que tiene derecho a
esta blancura, pues le viene de las pa lomas de
Venus, acepta el encantador combate; entonces
la virtud reclama a la belleza el carmín de la ver
güenza que prestó a las gentes de la Edad de Oro
para realzar sus mejillas de plata y que a la sazón
llamó su broquel, enseñándo les a servirse de él en
el combate, para que, cuando la vergüenza ataca
ra, el rojo defendiese al blanco.
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revista de santander
maestros supremos
Este blasón se veía en el rostro de Lu
crecia, demostrado por el rojo de la belleza y el
blanco de la virtud. Belleza y virtud, reinas de sus
colores respecti vos, podían probar sus derechos
desde la infancia del mundo. Sin embargo, su
ambición las impulsa todavía a comba tir. Su sobe
ranía recíproca es tan gran de, que frecuentemente
intercambian sus tronos.
Los ojos traidores de Tarquino abar
can en sus castas filas los lirios y las rosas de esta
guerra callada que con templa sobre el campo de
su bello ros tro; y de miedo a morir entre ellas, el
cobarde, vencido y cautivo, se rinde a los dos ejér
citos, que más quisieran de jarle partir que triunfar
de un enemigo tan falso.
Ahora halla que la elocuencia super
ficial de su esposo –este pródigo que la ensalzó
con avaricia– ha inferido daño a su hermosura en
su gran esfuerzo para celebrarla, pues excede en
mucho a sus estériles medios. Así, Tarquino, hechi
zado, suple con el pensamiento la im perfección de
la apología de Colatino en el mudo asombro de
sus ojos, que no cesan de contemplar.
Esta terrestre santa, adorada por este
demonio, sospecha poco de su hipócrita adorador,
pues los pensamientos inma culados sueñan raras
veces en el mal. Los pájaros que no han sido nun
ca en viscados no se cuidan de arbustos trai dores.
Así, inocentemente y con toda confianza, hace
buena recepción y res petuoso acogimiento a su
egregio hués ped, cuya maldad interior no trans
parenta externamente su perfidia.
Porque, encubriéndose con su estirpe
elevada, ocultaba su torpe propósito en los plie
gues de la majestad, aunque nada en él denotaba
extravío, a no ser, en de terminado instante, la
extraordinaria ad miración de su mirada, que,
abrazándolo todo, todo lo dejaba sin satisfacer;
pues, pobre en su riqueza, carece de tantas cosas
en su abundancia, que, harto de mucho, aspiraba
siempre a más.
Pero ella, que nunca había dado ré
plica a los ojos de un extraño, no pudo sorprender
ningún pensamiento en sus miradas expresivas,
ni leer los secretos sutilmente transparentes que
se hallan estampados en las márgenes de cristal
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La violación de Lucrecia
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de semejantes libros. No habiendo hecho uso de
ignorados alicientes, no temía los anzuelos. Así,
no podía inter pretar sus miradas lascivas. Todo lo
que veía era que sus ojos estaban abier tos a la luz.
El ensalza a sus oídos la gloria adqui
rida por su esposo en las llanuras de la fértil Italia,
y cubre de elogios el alto nombre de Colatino,
ilustrado con su valerosa caballería, sus armas
melladas y sus coronas de triunfo. Ella expresa su
regocijo alzando las manos, y, sin decir palabra,
agradece así al Cielo las glorias de su esposo.
Tarquino presenta sus excusas por su
llegada a Colatio, que colora con pretex tos muy
alejados de los fines que le han traído. Ningún in
dicio nebuloso de un tiempo de violentas tempes
tades aparece una sola vez en este bello cielo; hasta
que la Noche sombría, madre de la In quietud y
del Terror, extiende sobre el mundo sus lóbregas
tinieblas y en su pri sión cavernosa encadenada al
Día.
Porque entonces Tarquino se hace
conducir a su lecho, afectando laxitud y fatiga de
ánimo, pues después de la cena ha conversado
largo tiempo con la casta Lucrecia, y dejado correr
la no che. Ahora el sueño de plomo lucha con las
fuerzas de la vida, y todos se entre gan al descanso,
excepto los ladrones, los cuitados y las conciencias
intranqui las, que permanecen en vela.
Semejante a uno de ellos, Tarquino
está acostado meditando en los diversos peligros
que debe afrontar para la ob tención de sus deseos.
Pero, por más que sus esperanzas de débiles funda
mentos le aconsejan abstenerse, su vo luntad se
resuelve siempre a realizarlo. Con frecuencia se
recurre a la desespe ración para lograr el éxito, y
cuando un gran tesoro es el premio que se espera,
aunque implique la muerte, en la muer te no se
repara.
Los que mucho codician se muestran
tan ansiosos por adquirir, que por lo que no tie
nen disipan y pierden lo se guro que poseen; y así,
por aguardar lo más, alcanzan, al fin, lo menos. O
si ganan algo, el fruto del esfuerzo es tan insigni
ficante y tan lleno de inquietu des, que se ven en
bancarrota por la pobre riqueza de su ganancia.
El afán de todos tiende a mantener la
existencia con honor, bienestar y dicha, en la edad
del descenso; y para lograr este fin es preciso una
lucha tan fértil en obstáculos, que exponemos un
bien por todos, o todos los bienes por uno, como,
por ejemplo, la vida por el honor en la furia de las
crueles batallas; la honra por la riqueza, y a menu
do esta propia riqueza entraña la muerte de to do,
y todo es perdido a la vez.
Así, exponiéndonos a todo, abando
namos las cosas que tenemos por las que espera
mos, y esta odiosa fiebre que nos hace ambicionar
mucho, nos ator menta con la mezquindad de lo
que poseemos; de suerte que olvidamos nuestro
bien personal y, por falta de razón, reducimos a
nada algunas cosas por quererlas acrecentar.
Un azar semejante va a correr ahora
el insensato Tarquino al comprometer su honor
por obtener el objeto de su lujuria; es preciso que
se pierda a sí propio para que se satisfaga. ¿Dónde
encontrará la verdad, si no tiene con fianza en sí
mismo? ¿Cómo esperará hallar un extraño justo,
cuando por sí propio se destruye, entregándose a
las lenguas calumniadoras y a los días odio sos y
miserables?
Ya se deslizan las horas en el centro de
la amortecida noche, donde un sueño pesado cie
rra los ojos mortales. Ningu na confortable estrella
presta su luz. Ningún ruido se oye, a no ser los
gritos de fúnebres presagios de búhos y lobos. He
aquí el instante propicio en que pue den sorpren
der a los inocentes corde ros. Los pensamientos
puros reposan en la soledad y en el silencio, mien
tras el asesinato y la lujuria velan para man cillar y
verter sangre.
Y ahora el voluptuoso príncipe salta
de su lecho, échase bruscamente el manto sobre
el brazo y se agita febril entre el deseo y el temor.
El uno le halaga dulcemente; el otro hace que le
amedrente el mal; pero el honesto te mor, embru
jado por los encantos impu ros de la lujuria, no le
invita con dema siada frecuencia a que se retire,
batido por la violencia del deseo insensato.
Golpea quedamente con su espada un
pedernal para hacer salir chispas de fuego de la
piedra fría, de que logra encender sin tardanza un
ha chón de cera, que debe servir de estrella polar
a sus ojos lascivos; y dice así deliberadamente a
la llama: «Como he forzado este frío pedernal a
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maestros supremos
darme su fuego, así forzaré a Lucrecia a ceder a mi
capricho.»
Aquí pálido de temor, premedita los
peligros de su horrible empresa, y dis cute en su
fuero interno las desgracias sucesivas que pueden
surgir de su ac ción. Después, arrojando el desdén
de sus ojos, desprecia la indefensa arma dura de su
lujuria siempre carnicera, y censura así con justi
cia a sus injustos pensamientos:
«¡Refulgente antorcha, extingue tu luz
y no la prestes para ennegrecer a aquella cuya luz
excede a la tuya! ¡Y mo rid, pensamientos sacrí
legos antes de manchar con vuestra impureza lo
que es divino! ¡Ofreced puro incienso en tan puro
santuario, y que la noble Huma nidad aborrezca
una acción que manci lla y empaña la modesta
vestidura, blan ca como la nieve, del amor!
»¡Oh baldón de la caballería y de las
brillantes armas! ¡Oh innoble deshonor para la
tumba de mi familia! ¡Oh acto impío que encierra
todos los desastres odiosos! ¡Oh guerrero, esclavo
de una tierna pasión voluptuosa! El verdadero
valor debiera estar siempre unido al verdadero
respeto. Mi transgresión es tan vil, tan baja, que
vivirá grabada en mi frente!
»¡Sí, aunque muera, la ignominia ha
de sobrevivirme y será lo que hiera la vista de mi
cota dorada! El heraldo in ventará algún estigma
degradante para atestiguar el exceso de mi delirio
culpa ble; y mis descendientes, avergonzados de
esta marca, maldecirán mis huesos y no tendrán
a pecado el desear que yo, su padre, no hubiera
existido.
»¿Qué es lo que gano, de alcanzar lo
que busco? Un sueño, un soplo, la es puma de un
goce furtivo. ¿Quién com para la alegría de un
minuto por los lloros de una semana, o vende
la eter nidad para adquirir una fruslería? ¿Quién
destruirá la viña por un solo dulce racimo? ¿O qué
loco pordiosero, únicamente por tocar la corona,
consin tiera en exponerse a ser acto seguido aplas
tado por el cetro?
»Si Colatino ve en sueños mi inten
ción, ¿no se despertará sobresaltado y en su rabia
desesperada correrá aquí a toda prisa para preve
nir este vil propó sito, este asedio que cerca su tá
lamo, este borrón para la mocedad, este per cance
para la cordura, este postrer sus piro de la virtud,
esta infamia impere cedera, cuyo crimen arrastrará
un oprobio sin límites?
»¡Oh! ¿Qué excusa podrá hallar mi
imaginación cuando me imputes un acto tan ne
gro? ¿No enmudecerá mi lengua? ¿No temblarán
mis frágiles articulacio nes? Mis ojos ¿no olvidarán
su luz? Mi pérfido corazón ¿no verterá sangre?
Cuando es grande el delito, el temor que despier
ta es más grande aún, y el temor extremado no
puede ni combatir ni huir, sino que debe fenecer
cobardemente en un estremecimiento de terror.
»Si Colatino hubiera dado muerte a
mi hijo o a mi padre; o hubiera dispues to embos
cadas para quitarme la vida; o si no fuera mi caro
amigo, el deseo de ultrajar a su esposa podría ha
llar excusa en la venganza o la represalia por tales
ofensas. Pero como es mi pariente, mi íntimo, la
vergüenza y la falta no tienen disculpa ni fin.
»Es vergonzoso, sí, si llega a saberse,
Es abominable… Pero no hay odio en el amar…;
imploraré su amor; pero no, ella no se pertene
ce…; lo peor en todo caso sería una negativa, re
proches… ¡Mi voluntad es firme; la razón es débil
para apartarla! ¡El que teme a una máxi ma o al
refrán de un anciano se de jará intimidar por una
figura de tapiz!»
Así, protervamente, mantiene la dis
puta entre la fría conciencia y la ardiente pasión,
hasta que se despide de sus buenos pensamientos
y se es fuerza en interpretar los malos en pro vecho
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La violación de Lucrecia
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propio, o que en un momento confunde y aniqui
la todos los impulsos honestos y va tan adelante
que lo vil aparece como una acción virtuosa.
Y dice en su interior: «Me ha cogido
afectuosamente por la mano, y ha mi rado en mis
ojos vehementes para bus car en ellos noticias,
temiendo algún suceso desastroso de la banda
guerrera en que milita su adorado Colatino.
¡Oh! ¡Cómo levantó en ella el miedo sus co lores!
Primero, el rojo, como las rosas, que arrojamos
sobre el linón; en segui da, el blanco, como el linón
cuando hemos quitado las rosas.
»¡Y cómo su mano, en mi mano en
cerrada, me obligó a que me estreme ciera con
un sincero temor! Este movi miento la hirió de
tristeza y cerró mi mano más estrechamente, hasta
que supo el buen estado de su esposo. En tonces su
fisonomía resplandeció con una sonrisa tan dulce,
que si Narciso la hubiera contemplado en ese ins
tante, el amor de sí propio no le impulsara nunca
a sumergirse en la fuente.
»¿Por qué, pues, he de darme a la caza
de pretextos o excusas? Todos los oradores son
mudos cuando litiga la be lleza. A los pobres des
graciados es a quienes les remuerden sus pobres
faltas. El amor no prospera en corazones que se
espantan de las sombras. La pa sión es mi capitán,
él me conduce, y cuando está desplegado su alegre
estan darte, hasta el cobarde lucha y no se deja
derrotar.
»¡Afuera, pues, miedo pueril! ¡Mue re,
vacilación! ¡Juicio y prudencia, id a dar escolta
a la arrugada edad! Mi cora zón no desmentirá
nunca a mis ojos; la grave circunspección, las
consideracio nes minuciosas convienen al sabio. Yo
represento el papel de la juventud, que las proscri
be de su escena. ¡El deseo es mi piloto; la hermo
sura, mi presa! ¿Quién, allí donde se encuentra tal
te soro, teme irse a pique?»
Como el trigo candeal ahogado por el
crecimiento del vallico, así la cautelosa inquietud
se ve medio sofocada por la irresistible concupis
cencia. El príncipe se desliza furtivamente fuera de
su ha bitación, inquiriendo, con el oído abier to a
la escucha, lleno de vergonzosa es peranza y presa
de un recelo febril; la una y el otro, como servido
res de la injusticia, le turban de tal modo con sus
contrarias persuasiones que ora proyec ta una liga
y ora una invasión.
La divina imagen de ella siéntase en su
pensamiento, y en el mismo trono se sienta Cola
tino. Aquel de sus ojos que la mira lleva la confu
sión a todo su ser; el que detiene sobre el guerrero,
como más puro, no se inclina a contemplación tan
pérfida y trata de llamar virtuosamente al cora
zón, que, y a viciado, adop ta el peor partido.
Y entonces estimula en su interior a
sus agentes serviles, que, lisonjeados por la jocun
da apariencia de su jefe, llenan su lujuria como
los minutos lle nan las horas; y la audacia que les
ins pira su capitán crece de modo que pagan un
homenaje más servil del que deben. Conducido
así locamente por un deseo réprobo el príncipe
romano marcha al lecho de Lucrecia.
Los cerrojos que se interponen entre la
alcoba y su apetito, forzados uno tras otro por él,
abdican su guarda; pero, al abrirse, todos califican
su fechoría con su rechinamiento, reproche que
obliga al ladrón furtivo a cierta reflexión. Los um
brales hacen zumbar las puertas para advertir su
acercamiento; las comadre jas noctívagas chillan al
verle allí y le sobresaltan; pero él, no obstante su
mie do, avanza siempre.
Conforme cada una de estas puer tas
tenaces le franquea la entrada; el viento, deslizán
dose a través de las pequeñas venteaduras y de las
rendi jas de la residencia, lucha con su an torcha
para detenerle y le sopla el humo a la cara, amor
tiguando en cada caso la claridad que le guía; pero
su ardiente corazón, abrasado de locos deseos,
exhala un soplo con trario, que aviva la antorcha.
Y, reanimada la luz, descubre un guan
te de Lucrecia donde ha quedado fija su aguja. Lo
recoge de la estera de juncos, donde lo ve abando
nado; al co gerlo, la aguja le pincha el dedo, como
para decirle: «Este guante no está habi tuado a
juegos licenciosos; retorna a toda prisa; ya ves que
los adornos de nuestra señora son castos.»
Pero todos estos débiles obstáculos
no logran detenerle; interpreta su repulsa en el
peor sentido: las puertas, el viento, el guante que
le retardan, los toma como accidentes de prueba,
o como esos resor tes que regulan a cada hora el
cuadrante y retardan su movimiento al medir su
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revista de santander
maestros supremos
mar cha, hasta que cada minuto ha pagado su dé
bito a la hora.
«¡Bah, bah! –dice mentalmente–, estos
obstáculos se presentan en mi aventura como esas
pequeñas heladas que a veces amenazan la prima
vera para añadir mayor encanto a los primeros
bellos días y ofrecer a los ateridos pája ros más
razones para cantar. La fatiga paga el interés de
toda valiosa presa. Las rocas enormes, los fuertes
vendava les, los osados piratas, los escollos y ban
cos de arena, constituyen los terro res del mercader
antes de desembarcar en su tierra enriquecido.»
Ya ha llegado a la puerta del dormi
torio que le cierra el cielo de sus pen samientos.
Un pestillo que con facili dad puede ceder, y nada
más, es lo que le separa del objeto bendito que
busca. La impiedad ha extraviado a tal punto su
alma, que se pone a rogar para ob tener su presa,
como si los cielos pudie ran proteger su crimen.
Pero, en medio de su infructuosa
ple garia, después de haber solicitado del poder
eterno que otorgue esta bella be lleza a sus impu
dicias criminales, y que en tal momento le sean
los hados pro picios, se detiene de golpe, estreme
ciéndose: «¡Fuerza será que la desflore –dice–. Los
poderes que invoco detestan el hecho. ¿Cómo,
pues, pue den asistirme en este acto?
»Sean, entonces, mis dioses y guías
el Amor y la Fortuna. Mi voluntad se apoya en
la resolución. Los pensamien tos no son más que
sueños hasta que sus efectos se experimentan. La
absolución lava el más negro pecado. El hielo del
temor se disuelve ante el fuego del amor. Los ojos
del cielo están cerrados y la noche tenebrosa ocul
ta el oprobio que sigue a la dulce voluptuosidad.»
Esto dicho, su mano culpable hace
saltar el pestillo, y con su rodilla abre de par en
par la puerta. La paloma de que intenta apoderar
se este búho noc turno es presa del sueño. Así lleva
a cabo su obra la traición antes que los traidores
sean descubiertos. El que apercibe la escondida
serpiente se apar ta a un lado; pero Lucrecia, que
está dormida profundamente y que no teme nada
semejante, yace a merced de su mortal punzada.
El príncipe avanza perversamente por
la alcoba y contempla su lecho todavía inmacula
do. Corridas las cortinas, ron da a su alrededor, y
sus ojos llenos de apetito giran en sus órbitas; su
corazón está alucinado por su enorme traición,
que da en seguida a su mano la voz de orden para
apartar la nube que envuel ve la plateada luna.
¡Ved! Como el refulgente sol de rayos
de fuego, cuando se precipita fuera de una nube
deslumbra nuestra vista, así, una vez entreabiertas
las cortinas, los ojos de Tarquino comienzan a
parpa dear cegados por una mayor luz. Los ofus
que el resplandor de Lucrecia o un aparente resto
de pudor, la verdad es que se nublan y permane
cen cerrados.
¡Oh! ¡Que no quedaran muertos en su
tenebrosa prisión! Habrían visto en tonces el fin de
su maldad, y Colatino hubiera podido aún repo
sar al lado de Lucrecia en su siempre honorable
tála mo. Pero es preciso que se abran para matar
esta unión bendita; y la Lucrecia de santas inten
ciones tiene que abando nar, a la vista de ellos, su
alegría, su existencia y su satisfacción del mundo.
Su mano de lirio descansa bajo su
mejilla de rosa, frustrando un beso legítimo a la
almohada, que, colérica, parece dividirse en dos,
inflándose de enojos de ambos lados por carecer
de su gloria. En medio de estas dos colinas, su
cabeza reposa como en una tumba. Y así se ofrece,
semejante a una sagrada efigie, a los ojos liberti
nos y profa nos.
Su otra mano linda, fuera del lecho,
posábase sobre la verde colcha; su per fecta blan
cura, que bañaba su sudor de perla semejante al
rocío de la noche, la mostraba como una marga
rita de abril sobre el césped. Sus ojos, igual que
ca léndulas, habían cerrado su brillante cáliz y
descansaban engastados dulce mente bajo un dosel
de sombras, hasta que pudieran abrirse para ata
viar el día.
Sus cabellos, como hilos de oro, ju
gueteaban con su hálito. ¡Oh castidad voluptuosa!
¡Voluptuosidad casta! Pa rodiaban el triunfo de la
vida en el mapa de la muerte, y el aspecto sombrío
de la muerte en el eclipse de la vida. Cada una era
en su sueño tan hermosa como si entre ellas no
existiera ningún com bate, sino dijérase que la vida
vivía en la muerte y la muerte en la vida.
Sus senos, globos de marfil circuidos
de azul, pareja de mundos vírgenes to davía sin
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conquistar, no conocían otro yugo sino el que les
hacía llevar su señor, y a él le estaban fieles bajo
la fe del jura mento. Estos mundos engendran en
Tarquino una nueva ambición, y, como usurpador
criminal, viene a derribar de este bello trono a su
legítimo propietario.
¿Qué podía ver en que no reparara con
toda la fuerza de su admiración? ¿En qué podía
reparar que no codiciase con toda la fuerza de su
deseo? Cuanto contempla le hace delirar en ince
sante frenesí, y su mirada ansiosa se ceba en sus
ansias. Con más que admiración admira las azules
venas de ella, su cutis de alabastro, sus labios de
coral y los hoyuelos de su mentón, blancos como
la nieve.
A semejanza del feroz león que juega
con su presa cuando el placer de la vic toria enerva
un momento la aspereza de su hambre, así Tarqui
no se goza ante esta alma dormida; la rabia de su
deseo queda amortiguada por la contempla ción,
contenida, mas no domada, pues hallándose tan
cerca, sus ojos, que han restringido un instante
esta rebelión, excitan a sus venas con mayor al
boroto.
Y ellas, como esclavos vagabundos que
combaten por el pillaje, vasallos endurecidos por
crueles hazañas, que se gozan en el sangriento
asesinato y en la violación y no respetan lágrimas
de niños ni lamentos de madres, se hin chan en su
orgullo, en espera del ansia do choque. Inmediata
mente, su palpi tante corazón da la señal de alarma
para la fogosa embestida y, batiendo carga, les
ordena obrar a discreción.
Su corazón tamborileante infunde
ardor a los encendidos ojos; sus ojos transmiten la
dirección de su mano; su mano, como orgullosa
de tal dig nidad, humeante de soberbia, marcha a
tomar puesto en el desnudo pecho de Lucrecia,
centro de todo su terri torio corporal. Y en el mo
mento en que intenta escalarlo, las filas de venas
azules del seno abandonan sus torrecillas redon
das y las dejan desam paradas y pálidas.
Estos centinelas azules dirígense en
tropel al tranquilo gabinete en que re posa su
dueña y querida soberana, le comunican que está
asediada peligrosa mente y la atemorizan con la
confusión de sus gritos. Ella, muy sobresaltada,
abre bruscamente sus ojos cerrados, que al aso
marse para apreciar el tumulto quedan deslum
brados y vencidos por la humeante antorcha.
Imaginaos a Lucrecia como una per
sona despertada de un pesado sueño por una
horrible visión en lo más pro fundo de la noche,
que cree haber con templado un lúgubre fantasma,
cuyo aspecto disforme ha hecho temblar todos sus
miembros. ¡Qué terror este! Mas ella está en peo
res circunstancias, pues salida del sueño, percibe
en toda su realidad la aparición que justifica su
terror imaginativo.
Envuelta y confundida por mil te
mores, como un pájaro acabado de herir de
muerte, yace temblando; no osa tender la mirada;
sin embargo, al cerrar las pupilas, ve terribles es
pectros que pasan rápidamente ante sus ojos; tales
visiones son impostu ras del cerebro debilitado,
que, re sentido al ver que los ojos esquivan la luz,
los espanta en las tinieblas con espectáculos más
terribles.
La mano de él, que aún permanece
sobre el seno de ella (¡brutal ariete que bate en
brecha semejante muro de mar fil!) puede sentir
su corazón –¡pobre ciudadano!–, que, acongojado
e hirién dose de muerte, se levanta y se hunde, y
golpea contra el bulto que saquea esta mano. Esto
le mueve a mayor rabia, y a menor piedad, para
abrir la brecha y entrar en su dulce recinto.
Primero, como una trompeta, su len
gua se dirige en son de parlamento a su enemiga
pusilánime, que por encima de la blanca sábana
asoma su mentón más blanco aún, para inquirir
la razón de tan temerario asalto, que él se esfuer
za en explicarle por gestos mudos; pero ella, con
vehementes súplicas, insiste siempre en saber bajo
qué color comete este acto.
El replica así: «El color de tu cara (que
hace siempre palidecer de cólera al lirio y enro
jecer a la rosa purpúrea en su propia vergüenza)
contestará por mí y te dirá la historia de mi amor.
Este es el color del estandarte bajo el cual he veni
do a escalar tu fortaleza nunca con quistada. Tuya
es la culpa, pues tus ojos son los que te han entre
gado a los míos.
»De modo que, si vas a reconvenir me,
me anticiparé para expresarte que tu belleza es
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revista de santander
maestros supremos
la que te ha tendido un lazo esta noche, donde
resignadamente es preciso que cedas a mi pasión.
Ella te ha elegido para mi delicia terrestre. He
intentado con todas mis fuerzas domar mi deseo;
pero, conforme los re proches de la conciencia y la
razón los dejaban por muertos, la llamarada de tu
hermosura les daba nueva vida.
»Vislumbro los males que ha de aca
rrear mi empresa. Sé qué espinas de fienden a la
rosa en su tallo. Com prendo que la miel está guar
dada por un aguijón; todo esto me lo representó
ya la prudencia; pero el deseo es sordo y no atien
de vigilantes amigos. Solo dispone de ojos para
extasiarse en la hermosura, y se apasiona de lo que
con templa, contra toda ley y todo deber.
»En el fondo de mi alma he debatido
qué ultraje, qué ignominia, qué dolores voy a
engendrar; pero nada puede re primir el curso de
mi pasión ni contener la furia ciega de su arran
que. Sé que a continuación de este acto vendrán
lágri mas de arrepentimiento, reproches, des denes,
enemistad mortal; y, no obstan te, me empeño en
abrazar mi infamia.»
Dicho lo cual, blande por encima de
Lucrecia su hoja romana, como un halcón cer
niéndose en los aires, cuya abatida presa cubre
con la som bra de sus alas y cuyo corvo pico la
amenaza de muerte si se remonta. Así, bajo la
insultante espada del romano, yace la inocente
Lucrecia, oyendo sus palabras con tembloroso
espanto, como el ave que escucha los cascabeles
del halcón.
«¡Lucrecia! –exclama–. Tengo que
gozarte esta noche; si me rechazas, la fuerza me
abrirá el camino; pues me propongo matarte en tu
lecho; realizado lo cual, quitaré la vida a cualquie
ra de tus míseros esclavos, para arrancarte vida
y honra a un tiempo; después lo colocaré en tus
inertes brazos, y juraré que le di muerte viéndote
abrazarle…
»Así, al sobrevivirte, tu marido ven drá
a ser objeto de irrisión de todos los ojos; tus deu
dos inclinarán la cabeza bajo esta deshonra; tus
descendientes llevarán la mancha de una bastardía
sin nombre. Y tú, autora de tu oprobio, verás tu
delito pasar a las coplas y can tarse por los niños
en los tiempos futu ros.
»Pero si cedes, continuaré siendo tu
amigo secreto: una falta oculta es como una idea
sin realizar. Sufrir un pequeño mal para conse
guir un fin útil e impor tante pasa por acto de
política legal. En ocasiones la hierba venenosa se
combi na en un compuesto exento de peligros; y
así aplicada, su veneno se purifica por sus efectos
saludables.
»Así, pues, en bien de tu esposo y de
tus hijos, acoge mi súplica. No les legues por dote
la vergüenza que ningún mentís podrá borrar, la
mancilla que jamás será olvidada y que resultaría
peor que la he rradura del esclavo o la señal que
saca el recién nacido; pues las marcas que pre
sentan los hombres al venir al mundo son faltas
de la Naturaleza, no infamias que les incumben.»
Tras estas razones, se yergue y hace
una pausa, fijando sobre ella su mirada semejante
a los ojos mortíferos del ba silisco; en tanto ella, re
trato de la pura piedad, parécese a una corza blan
ca que, bajo las garras agudas de un grifo, im plora
en un desierto en que las leyes no existen, cerca de
la fiera brutal, que no conoce el derecho clemente
ni obedece a otra cosa que a su infame apetito.
Pero cuando una nube negra amena za
el mundo, y oculta bajo su velo de sombras opacas
las altaneras cumbres, de las oscuras entrañas de
la tierra emer ge una dulce brisa que desaloja de
su residencia esos vapores tenebrosos e impide,
dividiéndolos, su inminente caí da. Así el apresura
miento impío de Tarquino retárdase por las pala
bras de Lu crecia, y el malhumorado Plutón cierra
los ojos, mientras toca Orfeo.
No obstante, odioso gato rondador
de noche, no hace sino jugar con el débil ratón,
todo jadeante bajo el estrecho lazo de su garra. La
actitud desesperada de Lucrecia aguza su apetito
de buitre, sima voraz que queda vacía aun en la
abundancia. Sus oídos admiten las sú plicas de su
víctima; mas su corazón no concede acceso algu
no a sus quejas. Las lágrimas endurecen la lujuria,
a pesar de que la lluvia desgasta el mármol.
Los ojos de Lucrecia, que imploran
piedad, quedan fijos tristemente sobre los pliegues
inflexibles de su rostro; su púdica elocuencia va
mezclada con sus piros, que agregan un hechizo
mayor a su oratoria. Frecuentemente, coloca sus
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períodos fuera de lugar; y mientras ha bla, el dolor
la interrumpe de tal modo, que se ve obligada a
volver a empezar lo que quiere decir.
Ella le conjura por el altísimo y pre
potente Júpiter, por la caballería, por el linaje,
por los juramentos de una dulce amistad, por su
inesperado llanto, por el amor de su esposo, por
la santidad de las leyes humanas y la fe común,
por el cielo y por la tierra, y por todo el poder de
ambos, que se retire al lecho que le ha prestado
la hospitalidad y ceda al honor y no a un apetito
vergonzoso.
Le dice: «No recompenses la hospi
talidad con el negro pago que te has propuesto; no
enturbies la fuente que te da de beber. No corrom
pas la cosa que no puede repararse; renuncia a tu
propósito criminal antes de lanzar tu flecha. Es un
indigno cazador el que tiende su arco para herir
fuera de esta ción a una pobre cierva.
»Mi esposo es tu amigo; abstente de
mí en consideración a él. ¡Tú estás muy alto; en
gracia tuya, déjame en paz! Yo soy un ser débil; no
me tiendas, pues, ninguna trampa; tu semblante
no aparenta perfidia; no sea pérfido con migo;
mis suspiros, como torbellinos, se esfuerzan por
trasladarte fuera de aquí. Si alguna vez un hombre
se conmovió por los ayes de una mujer, déjate
con mover por mis lágrimas, por mis suspi ros, por
mis sollozos.
»Todos ellos, como un océano en
turbulencia, baten tu corazón de roca, que te
amenaza con el naufragio, para ablandarlo por su
continuo movimien to, pues las piedras sueltas se
convierten en agua. ¡Oh! Si no eres más duro que
una piedra, fúndete en mis lágri mas y ten compa
sión. La dulce piedad se introduce por una puerta
de hierro.
»Te hospedé en la creencia de que eras
Tarquino. ¿Asumiste su forma para deshonrarle?
Me quejo a toda la cohorte celestial de que ultrajas
su honor; de que hieres su nombre de príncipe; no
eres lo que aparentas, y si eres él mis mo, no apa
rentas lo que eres: un dios, un rey; que los reyes,
a semejanza de los dioses, deben gobernar toda
cosa.
»¡ Cuánto ganará tu ignominia en la
edad madura, cuando tus vicios echan así capullos
antes de tu primavera! Si osas cometer tal ultraje,
no siendo to davía más que una esperanza, ¿a qué
no te atreverás una vez que seas rey? ¡Oh, acuérda
te! Si ninguna acción criminal cometida por vasa
llos logra borrarse, la tierra de la tumba no puede
ocultar las malas acciones de los reyes.
»Esta acción hará que solo se te ame
por temor; pero los monarcas felices son siempre
temidos por amor. Ten drás que transigir con los
más aborre cibles criminales cuando te muestren
que eres culpable de los mismos críme nes que
ellos. Renuncia a tu deseo, aun que no sea sino
por esta consideración, pues los príncipes son el
espejo, la es cuela, el libro en que los ojos de sus
súbditos miran, se instruyen, leen.
»¿Y quieres ser tú la escuela en que se
aleccione la lujuria? ¿Permitirás que estudie en ti
textos de semejante villa nía? ¿Quieres ser el espejo
en que des cubra la autorización del pecado, la
in munidad contra el oprobio, para privi legiar en
nombre tuyo el deshonor? Prefieres el desprecio
al panegírico in mortal y haces de la buena reputa
ción no más que una alcahueta.
»¿Tienes poder? En nombre del que
te lo ha dado, manda con un corazón puro a tu
voluntad rebelde. No desen vaines tu espada para
proteger la ini quidad, pues te fue prestada para
exter minar toda su línea. ¿Cómo habrás de llenar
tus augustos deberes, si, tomando tu falta como
ejemplo, el odioso crimen podrá decir que él
aprendió a pecar y que tú le enseñaste el camino?
»¡Medita solamente qué vil espec
táculo fuera para ti contemplar en otro tu actual
delito! Las faltas de los hom bres se les muestran
rara vez; ellos aho gan parcialmente sus propias
transgre siones. Este crimen te parecería digno de
muerte en tu hermano. ¡Oh! ¡Qué rodeados por la
infamia se encuentran los que desvían sus ojos de
sus pro pios delitos!
»¡Hacia ti, hacia ti tiendo mis manos
levantadas, no hacia la lujuria seducto ra, tu teme
raria confidente! Imploro el llamamiento de tu
majestad desterrada; déjala que retorne, y retira
esos pensa mientos corrompidos. Su franco honor
aprisionará esos falsos deseos, y disi pando la espe
sa nube que cubre tus ojos extraviados, hará que
aprecies tu situa ción y te apiades de la mía.»
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maestros supremos
«¡Basta! –responde él–; la marea irre
sistible de mi deseo no desanda lo andado, sino
que sube más arriba por esta barrera. Las luces
débiles se apagan pronto; las enormes hogueras
persisten, y el viento no hace sino acre centar su
furia. Los pequeños riachue los, que pagan su
deuda diaria a su so berano, el salado mar, añaden
caudal a sus ondas con el tributo de sus aguas
dulces, pero no alteran su sabor.»
«Tú eres –responde ella– un mar, un
rey soberano, y, ¡mira!, dentro de tus ondas sin
límites se descargan la negra lujuria, el deshonor,
la infamia, el desarreglo, que tienden a manchar
el océano de tu sangre. Si todos estos abo minables
vicios cambian tu virtud, tu mar va a enterrarse
en una concavidad de fango, y no se verá el fango
disipado en tu mar.
»Así, tus esclavos serán reyes, y tú su
esclavo. Tu nobleza se envilecerá, su vileza será
ennoblecida. Serás su vida brillante, y ellos tu más
afren tosa tumba; serás execrable por su vergüen
za, y ellos por tu orgullo. Las cosas menudas no
debieran ocultar a las más grandes. El cedro no se
comba al pie del vil arbusto, sino que los humildes
arbustos se secan junto a las raíces del cedro.
»Así, haz de tus pensamientos va sallos
sumisos de tu poder…» «¡No más! –exclama él–.
¡Por el cielo, no quiero oírte! Cede a mi amor o, si
no, el odio brutal, sustituyendo al recatado con
tacto de la pasión, te desgarrará cruelmente. He
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cho esto, te llevaré ma liciosamente al lecho vil de
algún mise rable lacayo para hacerlo tu asociado
en esta vergonzosa perdición.»
Dicho esto, pone su pie sobre la
an torcha, pues la luz y la lujuria son ene migos
mortales. El crimen, envuelto en la ciega noche,
que todo oculta, es tanto más tiránico cuanto
más invisible. El lobo ha cogido su presa; la pobre
cor dera chilla hasta que su voz, dominada con su
propio blanco vellón, se ve obli gada a sepultar sus
clamores en el dulce pliegue de sus labios.
Porque, con la ropa blanca de noche
que la cubre, procura hacer refluir den tro de
su boca sus piadosos lamentos, refrescando su
ardiente rostro en las más castas lágrimas que
fueron vertidas de púdicos ojos bajo el imperio
del dolor. ¡Oh! ¡Que la lujuria apostada deshonre
un lecho tan puro! Si el llanto pudiera purificar la
mancilla, Lucrecia dejaría eternamente correr sus
lágri mas.
Pero ella ha perdido una cosa más cara
que la vida, y él ha ganado lo que quisiera perder
ahora. ¡Esta forzada alianza fuerza a una nueva
lucha! Esta momentánea alegría engendra meses
de dolor; este ardiente deseo se convierte en frío
desdén. La pura castidad ha sido despojada de su
tesoro, y la lujuria, que lo ha robado, queda más
pobre que an tes.
¡Ved! Como el galgo harto de alimen
to, o el halcón ahíto, incapaces ya de la finura del
olfato o la rapidez del vuelo, persiguen lentamente
o dejan escapar por completo la presa que de
natural ansían, así es en esta noche la actitud de
Tarquino saciado. Su manjar deli cioso, agriándose
por la digestión, de vora su deseo, que hacía vivir
una torpe voracidad.
¡Oh crimen profundo, que no puede
concebirte el pensamiento que se su merge en la
mar apacible del ensueño! Fuerza es que el Deseo,
borracho, vo mite lo que ha ingerido, antes de con
siderar su propia abominación. En tanto impera
la insolencia de la lujuria, nin gún freno puede
dominar su ardor ni reprimir su deseo temerario,
hasta que la propia obstinación se fatigue y caiga
como un rocín.
Y entonces, con las mejillas flacas,
lacias y descoloridas, con los ojos ape sarados,
arrugado el entrecejo y el paso vacilante, el débil
Deseo, todo apocado, pobre y humilde, seme
jante a un insol vente mendigo, se lamenta de su
situa ción. Mientras la carne se siente lasci va, el
Deseo lucha con la Virtud, pues entonces se halla
embriagado; pero cuando la excitación sensual
de la pri mera cae, el rebelde culpable suplica para
obtener perdón.
He aquí lo que sucede a este facine roso
noble romano, que tan ardorosa mente perseguía
la ejecución de su de seo. Porque ahora pronun
cia contra sí mismo esta sentencia: que se halla
por siempre envilecido; que, además, el so berbio
templo de su alma está profana do, y que sobre sus
tristes ruinas se congregan legiones de inquietudes
para preguntar a esta princesa mancillada en qué
estado se encuentra.
Ella responde que sus súbditos, por
una odiosa insurrección, han derribado sus sacro
santas murallas, y, por su cri men mortal, reducido
a servidumbre su inmortalidad, haciéndola escla
va de una muerte viviente y de una pena eterna.
Que, gracias a su presciencia, les había resistido
siempre; pero su previsión no pudo prevenir su
voluntad.
Presa de estos pensamientos, se des liza
a través de la noche tenebrosa, cau tivo vencedor
que ha perdido en la ga nancia, llevando la herida
que nada curará, la cicatriz que remedio alguno
hará desaparecer, y dejando a su vícti ma entrega
da a los dolores más grandes. Ella soporta el peso
de la lujuria que él ha dejado tras sí, y él la carga
de un alma culpable.
Semejante a un perro ladrón, se es
quiva tristemente de la estancia. Ella, como una
oveja fatigada, queda allí pal pitante. El se enfada
consigo mismo y se aborrece por su atentado; ella,
deses perada, se desgarra la carne con sus uñas; él
huye despavorido, transpiran do el miedo de su
crimen; ella perma nece maldiciendo esta noche
horrorosa; él se aleja y se reprocha su execrado
placer fugaz.
El se retira de allí, penitente, anonada
do. Ella queda náufraga, sin consuelo. El anhela
en su prisa la luz de la mañana. Ella implora no
ver jamás el día. «Porque el día –dice– descubre
las faltas de la noche, y mis ojos sinceros no han
131
revista de santander
maestros supremos
apren dido nunca a ocultar las afrentas bajo el
disimulo de una mirada.
»Creen que los demás ojos no po drán
ver sino la misma desgracia que ellos contemplan,
y por eso querrían permanecer siempre en las
sombras, a fin de guardar en secreto su secreta
infamia. Porque con sus lloros reve larán su ultraje,
y como el agua co rroe el acero, grabarán sobre mis
me jillas la desesperada vergüenza que siento.»
He aquí a ella clamar contra el reposo
y el sueño, y condenar sus ojos a una eterna ce
guera. Golpeándose el pecho, despierta su corazón
y le manda salir fuera y buscar algún seno más
puro, que sea digno de encerrar un alma tan pura.
Frenética de dolor, exhala así su odio contra la
discreción silenciosa de la noche:
«¡Oh Noche, asesina de la felicidad,
imagen del infierno! ¡Sombrío proto colo y es
cribano de la vergüenza! ¡Si niestra escena de
tragedias y de ho rrendos asesinatos! ¡Vasto caos,
encu bridor de crímenes! ¡Nodriza de opro bios,
ciega y velada celestina, albergue tenebroso de la
infamia, horrible antro de la muerte, conspiradora
cuchichean te con la traición de lengua muda y
con el raptor!
»¡Oh Noche odiosa, de vapores y bru
mas! Pues eres culpable de mi cri men sin remedio,
¡reúne tus tinieblas para salir al encuentro de la
luz del Oriente y hacer guerra contra el curso
ordenado del tiempo! Y si quieres per mitir al sol
que trepe hasta su altura acostumbrada, circunda
al menos su ca beza de oro, antes de ponerse, de
nubes ponzoñosas.
»Corrompe el aura matinal con una
humedad fétida; que sus exhalaciones pútridas
hagan enfermar a esta pureza viviente, el supre
mo Febo, antes que arribe a su penosa cúspide
meridiana, y puedan sus tensas brumas marchar
en batallones tan espesos, que su luz, aho gada en
sus filas humosas, se ponga a mediodía y ocasione
una noche perpe tua.
»Si Tarquino fuese la Noche, en vez
de ser únicamente hijo de la Noche, mancharía a
la reina de resplandores plateados, y las estrellas,
sus doncellas de confianza, violadas también por
él, no osarían mostrarse sobre el seno te nebroso
de la noche. Así, mi pena ha llaría copartícipes;
que el dolor reparti do se hace menos sensible,
como las pláticas de los palmeros abrevian su pe
regrinación.
»Mientras que ahora no tengo a na die
que se sonroje conmigo, que cruce los brazos; que,
imitándome, incline al suelo la frente, se encubra
la cara y oculte su vergüenza, sino que yo sola he
de gemir sola en mi abandono, sazonan do la tierra
con lluvias de llanto salino de plata, mezclando lá
grimas a mis pa labras, sollozos a mi dolor, pobres
sepulcros deshechos de una lamentación eterna.
»¡Oh Noche, horno de odiosos y es
pesos vapores! ¡No permitas que el día celoso
contemple esta cara que, bajo tu negro manto que
todo lo cubre, ocul ta los estigmas con que la ha
desfigura do el impudor! Guarda siempre la po
sesión de tu poder tenebroso, para que todas las
faltas cometidas en tu rei nado queden igualmente
sepultadas en sus sombras.
»¡No me hagas objeto de las revela
ciones del Día! Su luz mostrará impresa en mi
frente la historia de la ruina de una inefable casti
dad, la ruptura impía de los juramentos sagrados
del matri monio. Sí; el iletrado que no sepa cómo
descifrar lo que está escrito en los libros doctos,
desentrañará en mis miradas mi asquerosa viola
ción.
»La nodriza, para acallar a su peque
ñuelo, le contará mi historia y ame drentará a su
lloroso nene con el nom bre de Tarquino. El ora
dor, para adornar su elocuencia, asociará mi opro
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La violación de Lucrecia
132
bio a la infamia de Tarquino. En las fiestas, los
ministriles, cantando mi infortunio, cautivarán
la atención del au ditorio, al relatar línea por línea
cómo me ultrajó Tarquino y yo a Colatino.
»¡Que mi buen nombre, esta repu
tación inaprehendible, quede sin man cha por
amor de mi amado Colatino! Si mi honor se
convierte en tema de dispu ta, la podredumbre
alcanzará las ramas de otro tronco y un reproche
inmereci do le será asignado al que es tan ino cente
de mi culpa como pura era yo antes de ahora para
Colatino.
»¡Oh oculta vergüenza! ¡Desgracia in
visible! ¡Oh llaga que no se siente! ¡Herida intima,
ultraje del crestón de la celada! La vergüenza que
da inscrita en la frente de Colatino, y los ojos de
Tar quino podrán leer de lejos la inscripción que
cuente cómo fue herido en la paz y no en la gue
rra. ¡Ay! ¡Cuántos existen que llevan sin advertirlo
estos golpes afrentosos, que únicamente conocen
los que los han dado!
»Si es verdad, Colatino, que tu honor
radica en mi, sabe que este me ha sido arrebatado
por el asalto de la violencia. Mi miel está perdida,
y yo, abeja seme jante a un zángano, nada conservo
de mi panal de estío, saqueado y sustraído por
injuriante hurto. En tu frágil col mena se ha intro
ducido una avispa va gabunda y libado la miel que
tu casta abeja depositaba.
»No obstante, soy culpable del nau
fragio de tu honor. Y, sin embargo, en honor tuyo
recibí a Tarquino; viniendo de tu parte, no podía
despedirle, pues hubiera sido un deshonor tratarle
con desdén. Además, quejábase de cansan cio y ha
blaba de virtud. ¡Oh! ¡Maldad imprevista, cuando
la virtud es profa nada por un demonio semejante!
»¿Por qué el gusano se introduce en el
capullo virginal, o los odiosos cucli llos incuban
en los nidos de los gorrio nes, o los sapos infectan
con fango ve nenoso los manantiales puros, o la
demencia tiránica se desliza en las almas nobles,
o por qué violan los reyes sus propios decretos?
Pero no hay perfec ción en si tan absoluta que no
la man che alguna impureza.
»El anciano que embaúla su oro se ve
aquejado por calambres, gota y crue les dolores, y
apenas tiene ojos para contemplar su tesoro, pues,
semejante a Tántalo, siempre desfallecido, entroja
inútilmente la cosecha de su industria, sin alcan
zar otro goce de su ganancia que el tormento de
pensar que esto no puede curar sus males.
»Así, pues, posee las riquezas, cuan do
de nada le sirven, y las transmite en propiedad a
sus hijos, que, rebosando orgullo, abusan de ellas
inmediatamen te. El padre era demasiado débil y
ellos son demasiado fuertes para conservar largo
tiempo su maldita y a la vez di chosa fortuna. Las
dulzuras que hemos anhelado se cambian en de
testables aci deces desde el momento en que pode
mos llamarlas nuestras.
»Ráfagas de viento impetuosas acom
pañan a la tierna primavera; plan tas nocivas
mezclan sus raíces con las flores más lozanas;
la serpiente silba donde cantan los melodiosos
pájaros; lo que engendra la virtud lo devora la
ini quidad. No hay bienes que podamos llamar
nuestros, pues la aciaga oportu nidad destruye su
vida o altera sus cua lidades.
»¡Oportunidad! ¡Oh! ¡Grande es tu
culpa! Tú eres la que pone por obra la traición del
traidor; la que guía al lobo al sitio en que puede
esperar al cordero. Tú muestras la hora propicia
al que trama el atentado. Tú eres la que vejas al
derecho, a la ley, a la razón; y en tu caverna som
bría, donde nadie puede descubrirlo, se embosca
el Pecado para apoderarse de las almas que se le
aproximan.
»Tú obligas a la vestal a que viole su
juramento; atizas la llama que funde el hielo de
la moderación. ¡Ahogas la hon radez, asesinas la
verdad! ¡Indigna pro vocadora, conocida alcahue
ta! ¡Siem bras el escándalo y extirpas la alabanza!
¡Corruptora, traidora, ladrona, desleal, tu miel se
cambia en hiel, tu alegría en dolor!
»Tus goces secretos truécanse en ver
güenza declarada, tus festines priva dos en ayuno
público, tus lisonjeros tí tulos en un despreciable
nombre; tu elocuencia azucarada tiene el amar
go sabor del ajenjo, tus vanidades violentas no
pueden nunca subsistir. ¿Cómo, pues, vil Opor
tunidad, siendo tan de testable, te buscan tantas
gentes?
»¿Cuándo consentirás en ser la amiga
del humilde suplicante y en conducirle allí donde
133
revista de santander
maestros supremos
podría acogerse su petición? ¿Cuándo fijarás la
hora favorable para terminar grandes querellas
o para libe rar el alma que la miseria ha agarrota
do? ¿Cuándo darás medicina al enfermo y alivio
al postrado? El pobre, el impe dido, el ciego, se
tambalean, se arras tran, te invocan; pero ¡nunca se
encuen tran con la Oportunidad!
»El paciente muere mientras el físi co
reposa, el huérfano desfallece en tanto el opresor
se harta, el juez festeja mientras llora la viuda; la
consulta se divierte mientras el contagio se propa
ga. ¡No concedes un instante a los actos caritati
vos! ¡La cólera, la envidia, la traición, el rapto, el
furor asesino, es coltan siempre como pajes suyos
tus horas odiosas!
»Cuando la Verdad y la Virtud ne
cesitan de ti, mil obstáculos les separan de tu
apoyo. Compran tu ayuda, pero el Pecado no da
jamás un óbolo; llega gratis y tú te muestras tan
complaciente en oírle como en concederle lo que
so licita. Mi Colatino hubiera podido venir aquí al
mismo tiempo que Tarquino, mas tú le retuviste.
»Eres reo de asesinato y robo; reo de
soborno y perjurio; reo de traición, fal sedad e im
postura; reo de esa abomina ción llamada incesto.
Y cómplice, por inclinación natural, de todos los
críme nes pasados y de todos los venideros, desde
la Creación hasta el Juicio final.
»¡Tiempo deforme, compinche de la
odiosa Noche, ágil y sutil correo, men sajero del
terrible cuidado, devorador de la juventud, falso
esclavo del falso placer, vil guardián de los dolores,
ca ballo de carga del crimen, trampa de la virtud,
que alimentas lo que es y matas lo que existe! ¡Oh!
Escúchame, pues, Tiempo injurioso y desleal; sé
culpable de mi muerte, ya que lo eres de mi des
honra.
»¿Por qué tu sierva, la Oportunidad,
ha traicionado las horas que me otor gaste para el
descanso, roto mi fortuna y encadenado mi vida
a la data eterna de un dolor inacabable? El oficio
del Tiempo es poner fin al odio de los ene migos,
destruir los errores engendrados por la opinión y
no malgastar las arras de un lecho legítimo.
»Gloria del Tiempo es dirimir las con
tiendas entre los príncipes; desen mascarar la false
dad y hacer que la ver dad resplandezca; imprimir
el sello de los siglos en las cosas pasadas; velar
durante el día y servir de centinela en la noche;
perseguir al injusto hasta que vuelva al derecho;
aniquilar bajo el peso de tus horas los edificios
magnificentes y ensuciar de polvo sus centellean
tes torres doradas.
»Carcomer por todas partes los sun
tuosos monumentos; alimentar el olvi do con
la decadencia de las cosas; bo rrar los antiguos
códices y alterar su contenido; arrancar plumas a
las alas de los viejos cuervos; secar la savia de las
seculares encinas y nutrir sus brotes; deteriorar las
antigüedades de acero for jado, y dar vueltas a la
caprichosa rueda veloz de la Fortuna.
»Presentar a la abuela las hijas de su
hija; hacer del niño un hombre y del hombre un
niño; matar el tigre que vive del asesinato; domar
al unicornio y al salvaje león; burlarse del astuto
con virtiéndolo en engañado; esperanzar al labra
dor con una cosecha abundante, y destruir enor
mes piedras en menudas gotas de agua.
»¿Por qué cometes el mal en tu pe
regrinación, si no puedes volver sobre tus pasos
para repararlo? Un simple minuto de vuelta atrás
te crearía en un siglo entero un millón de amigos,
pues otorgaría sensatez a los que prestan a malos
deudores. ¡Oh! ¡Si quisieras re trogradar en una
hora esta terrible no che, yo podría precaver esta
tormenta y eludir tu naufragio!
»¡Tú, lacayo inmortal de la Eterni dad,
detén en su fuga a Tarquino con cualquier per
cance; inventa por encima de lo posible cuanto
pueda concebirse de extraordinario para hacerle
maldecir esta noche maldita y criminal! ¡Que
es pectros terribles espanten sus ojos im púdicos,
y que el cruel pensamiento de su perversa acción
transforme cada zarza en un diablo horriblemente
de forme!
»Turba sus horas de descanso con
inquietantes angustias, aflígele en su lecho con
postrados sollozos; abrú male con accidentes
lamentables que le hagan gemir, mas que sus
gemidos no hallen piedad; lapídalo mediante cora
zones empedernidos más duros que las piedras,
y que las dulces mujeres, olvi dando sus dulzuras,
sean con él más sel váticas que los tigres en su sel
vatiquez.
edic ión 2 ■ 2007
La violación de Lucrecia
134
»Dale tiempo para que se arranque su
cabellera rizada; dale tiempo para que delire de
furor contra sí mismo, dale tiempo para que des
espere del au xilio del Tiempo; dale tiempo para
que viva la vida de un aborrecido esclavo; dale
tiempo para que implore las sobras de un mendi
go, y tiempo para que vea a un hombre que vive
de limosna ne garle con desdén los mendrugos que
desdeña.
»Dale tiempo para que vea a sus ami
gos cambiarse en enemigos, y a los alegres locos
burlarse de él a su paso; dale tiempo para que note
con qué len titud se desliza el Tiempo en los tiem
pos de aflicción, y cuan vivos y rápidos fueron sus
tiempos de demencia y sus tiempos de placer. ¡Y
que perpetua mente su irremisible crimen tenga
tiem po de gemir por el abuso que ha hecho de su
tiempo!
»¡Oh Tiempo, tú que eres igualmen te
el tutor de los buenos y de los malos, enséñame
a maldecir al que enseñaste este crimen! ¡Que el
ladrón se vuelva loco ante su misma sombra y
busque a cada instante el suicidio! ¡Manos tan
miserables debieran verter solas sangre tan mise
rable! Porque ¿quién es tan vil que desee el oficio
de abyecto verdugo de tan vil esclavo?
»Descendiendo de un rey, nadie tan
bajo como él, pues destruye sus espe ranzas con
actos degenerados. Cuanto más poderoso es el
hombre, mayor poder alcanza lo que conquista su
ve neración o engendra su odio; pues la infamia es
tanto más alta según la acom pañe el más alto esta
do. Cuando una nube cubre la luna, en seguida se
nota la ausencia del astro, pero las pequeñas estre
llas pueden ocultarse cuando les parece.
»E1 cuervo puede bañar en el lodo sus
alas negras como el carbón y emprender su vuelo
sin que en ellas se aperciba el fango; pero si el
cisne de blancura de nieve desea hacer lo propio,
la mancha quedará sobre su plumón de plata. Los
pobres criados son parecidos a la noche ciega; los
reyes, al día espléndido. Los mosquitos, por don
dequiera que vuelen, no son advertidos; empero
todos los ojos siguen el vuelo de las águilas.
»¡Fuera palabras estériles, servido ras
de los tontos de cerebro vacío! ¡Atrás, sones inúti
les, débiles árbitros, id a bus car vuestro empleo
en las escuelas donde se entabla un asalto de
disputas; tened vuestros debates donde estúpidos
argu mentistas tienen tiempo de divertirse; servid
de abogados a clientes llenos de temor! En cuanto
a mí, no me cuido del razonamiento más que de
una paja, pues mi caso está fuera del apoyo de la
ley.
»En vano insulto a la Oportunidad, al
Tiempo, a Tarquino, a la lúgubre Noche; en vano
armo pleitos con mi infamia; en vano rechazo mi
desgracia, demasiado cierta. Este inútil humo de
palabras no me hace ninguna repara ción. El solo
remedio que puede curar me es obligar a que salga
de mis venas mi sangre odiosamente mancillada.
»Pobre mano, ¿por qué te estreme
ces ante este decreto? Hónrate en li brarme de
la presente ignominia; pues si muero, mi honor
vivirá en ti; pero si vivo, vivirás en mi deshonor.
Puesto que no pudiste defender a tu leal seño ra,
y te causó miedo desgarrar la cara de su criminal
enemigo, ¡mátate y má tala por haber cedido de
este modo!»
Esto dicho, salta del lecho en que está
tendida, para buscar cualquier desespe rado ins
trumento de muerte; pero su casa, que no es un
albergue criminal, no le brinda herramienta algu
na capaz de abrir más largo paso a su respira ción,
que, esfumándose por sus labios, se desvanece
como el humo del Etna, que se consume en el aire,
o como el que se escapa de un cañón descargado.
«En vano –exclama– vivo y en vano
busco un medio feliz de terminar una vida des
graciada. Sentí miedo de que me asesinase la falce
de Tarquino, y, sin embargo, busco un puñal que
me haga oficio semejante; pero cuando tenía mie
do era una esposa fiel; lo soy aún... ¡Oh! ¡No, no
lo soy! ¡Tarquino me ha despojado de este noble
carácter!
»¡Oh! ¡He perdido lo que me hacía
desear la vida; ya no debo, por tanto, temer la
muerte! Borrando con ella esta mancha, doy al
menos a mi librea de oprobio un galón de honor,
una vida muriente a una viviente infamia. ¡Triste
remedio irremediable, quemar, después de robado
el tesoro, la inocente alcancía que lo encerraba!
»Bien, bien, amado Colatino; no co
nocerás el gusto corrompido del jura mento vio
135
revista de santander
maestros supremos
lado. No ultrajaré tu sincero afecto hasta el punto
de mecerte en el error de que mi lazo conyugal
perma nece inmaculado. Este injerto bastardo no
alcanzará nunca desarrollo. El que manchó tu raíz
no dirá, alabándose, que eres el tierno padre de su
propio fruto.
»No sonreirá de ti en sus secretos
pensamientos; no se reirá de tu infortu nio con
sus camaradas. Porque sabrás que tu bien no fue
vilmente vendido por oro, sino arrancado por la
violencia fuera de tus propias puertas. En cuanto
a mí, soy la dueña de mi injuria hasta que la vida
haya pagado a la muerte el precio de mi ofensa
forzada.
»No te envenenaré con mi mancilla;
no cubriré mi falta con excusas diestra mente for
jadas; no colorearé mi negro pecado para disimu
lar la realidad de los ultrajes de esta pérfida noche.
Mi boca lo confesará todo; mis ojos, semejantes
a esclusas, parecidos a las fuentes que bajan de la
montaña a vivificar el valle, dejarán correr puras
corrientes, que la varán mi impuro relato.»
En tanto que así hablaba, Filomela
había terminado el armonioso gorjeo de su dolor
nocturno, y la noche solemne descendía con paso
lento y triste hacia el tenebroso averno. Cuando,
¡ved! Ya la sonrosada aurora envía su luz a todos
los bellos ojos que han de tomarla a préstamo;
pero la sombría Lucrecia siente vergüenza de mi
rarse a sí misma y querría poder encerrarse aún
en la noche.
El día revelador espía a través de toda
hendidura, y parece señalarla en el sitio en que
está sentada llorando. «¡Oh ojo de los ojos! –dice
en medio de suspiros–. ¿Por qué atisbas por en
tre mi ventana? Cesa tu espionaje; ve a acariciar
reidoramente los ojos dormidos con el cosquilleo
de tus ra yos; no estigmatices mi frente con tu ho
radante claridad, pues nada tiene que hacer el día
con lo que se hace en la noche.»
Así, disputa con todo lo que ve. El
verdadero dolor es antojadizo y quime rista, como
un niño que, una vez enca prichado, con nada
se acomoda su ge nio. Los viejos dolores, no los
recientes, son los que saben sufrir con dulzura.
El transcurso del tiempo mitiga los prime ros; los
segundos, impetuosos y seme jantes al nadador
novicio que se zam bulle siempre, se ahogan por
exceso de esfuerzos, faltos de habilidad.
De igual modo, Lucrecia, sumergida
profundamente en un mar de cuidados, emprende
una disputa con cuanto se le ofrece a la vista, y
asimila a sí propia todo dolor; no hay objeto que
no renue ve la fuerza de su pesar; cuando uno des
aparece, otro llega. Tan pronto su desesperación es
muda y carece de pa labras, como aparece frenética
y sobre puja en discursos.
Las avecillas que entonan su alegría
matinal exasperan sus lamentos con sus dulces
melodías, pues el regocijo hiere a fondo un alma
torturada, y los cora zones tristes son apuñala
dos por la com pañía jovial. A la pena no le place
ver daderamente sino la compañía de la pena. El
sincero pesar halla alimento que le agrada cuando
encuentra la sim patía de otro idéntico pesar.
Es una doble muerte ahogarse a la
vista de la playa. Diez veces ayuna el que ayuna
con el alimento bajo los ojos. Ver el bálsamo acre
cienta el dolor de la herida. Una gran pena aflígese
conside rablemente en presencia de lo que podía
aliviarla. Los profundos dolores imitan en su cur
so a un río apacible, que, si encuentra obstáculos,
rebasa sus ribe ras. Las desgracias en exacerbación
no reconocen límites ni ley.
«Avecillas burlonas –exclama–, ce rrad
vuestros trinos en la gruta palpi tante de vuestras
gargantas empluma das, y permaneced sordas y
mudas para mis oídos; mi angustia sin tregua odia
pausas e intervalos; un huésped en lá grimas no
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La violación de Lucrecia
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soporta convidados alegres. Regalad con vuestras
notas ágiles los oídos que las gusten; la aflicción
prefie re los cánticos que forman acorde con las
lágrimas.
»Ven, Filomela, tú, cuyas canciones
hablan de violación, teje tu triste bosquecillo con
mi cabellera desgreñada. Igual que la húmeda
tierra llora en tu abatimiento, así verteré una lá
grima por cada uno de tus acordes melancólicos y
sostendré el diapasón con mis profun dos suspiros.
A guisa de acompaña miento, murmuraré sin cesar
el nombre de Tarquino, mientras tú, con todo tu
talento musical, repentizarás sobre el recuerdo de
Tereo.
»Y mientras ejecutas tu parte posada
en un espino para mantener vivos tus agudos
tormentos, yo, desventurada, a fin de imitarte
bien, fijaré contra mi corazón un agudo puñal que
espante mis ojos; si pestañean, el corazón se rom
perá con esto y sucumbirá. Estos medios, como
trastes de un instrumen to, nos servirán para afi
nar las cuerdas de nuestros corazones y ponerlas
al tono del verdadero dolor.
»Y, pobre pájaro, ya que no trinas du
rante el día, como si temieras que te contemplaran
otros ojos, hallaremos algún desierto tenebroso y
profundo, apartado de toda ruta, donde no pene
tren el ardiente calor ni el frío glacial, y allí canta
remos endechas dolientes a las bestias feroces para
que cambien su naturaleza. Ya que los hombres se
vuelven fieras, sea dado a las fieras tomar almas
nobles.»
Como la pobre corza que, espantada,
se detiene buscando reconocer su ruta e inqui
riendo desatinada el sendero que ha de seguir, o
como el que, desorien tado en una espesura llena
de revueltas, no logra hallar su camino directa
mente, así Lucrecia queda indecisa en su inte rior,
preguntándose qué vale más, si vivir o morir,
cuando la vida es deshon rosa y la muerte no pue
de escapar al oprobio.
«¿Suicidarme? –dice–. ¡Ay! ¿Qué sería
esto sino hacer partícipe a mi pobre alma de la
mancilla de mi cuerpo? Los que pierden la mitad
de sus bienes so portan esta catástrofe con más
paciencia que los que lo pierden todo. La madre
que, teniendo dos hermosos pequeñuelos, cuando
la muerte le arrebata a uno quiere matar al otro,
obra con inhuma no proceder y no es nodriza de
nin guno.
»¿Cuál me era más caro, mi cuerpo
o mi alma, cuando el uno era puro y la otra de
esencia divina? ¿A cual daba preferencia cuando
guardaba a ambos para el cielo y Colatino? ¡Ay de
mí! Arrancad la corteza al levantado pino, y sus
hojas se secarán y se extinguirá su savia. ¡Así hará
mi alma, despojada ya de su corteza!
Su refugio ha sido saqueado, su re
poso interrumpido, su mansión batida en brecha
por el enemigo; su templo sagra do, mancillado,
escarnecido, profanado, obscenamente invadido
por la atrevida infamia. ¡Que no se diga, pues, que
co meto un acto impío si en esta fortaleza deshon
rada abro algún agujero para ofrecer libre escape a
mi alma en tur bación!
»Sin embargo, no quiero morir sin que
mi Colatino se haya informado de la causa de mi
muerte imprevista, para que en esta triste última
hora de mi vida pueda jurar que tomará venganza
del que me obligó a extinguir mi aliento. Yo legaré
mi sangre impura a Tarqui no; infamada por él,
será vertida por él, e inscribiré la manda en mi
testamento como perteneciéndole.
»Legaré mi honor al cuchillo que hiera
mi cuerpo deshonrado. Es acto de honor poner
fin a una vida deshonrada, pues cuando la vida
concluya subsistirá la honra. Así saldrá mi fama
de las ce nizas de mi vergüenza. Porque con mi
muerte mataré el menosprecio de la ver güenza, y
muerta así mi vergüenza, re nacerá mi honra.
»Caro señor, de la joya preciada que
he perdido ¿qué porción te legaré? Mi resolución,
amor mío, será tu tema de orgullo y el ejemplo
que te enseñe qué venganza debes tomar. Aprende
en mí cómo tiene que obrarse con Tarquino. Yo,
tu amiga, voy a matarme a mí mis ma, tu contra
ria. En consideración a mí, trata de igual modo al
desleal Tarquino.
»He aquí el breve resumen que hago
de mi última voluntad: lego mi alma y mi cuerpo
a los cielos y a la tierra. En cuanto a mi resolución,
tómala por tu parte, esposo mío. Lego mi honor al
cuchillo que abra mi herida, mi ver güenza al que
encenagó mi fama, y todo lo que viva de mi gloria
137
revista de santander
maestros supremos
quede repartido entre aquellos que vivan y no
piensen mal de mí.
»Tú, Colatino, procurarás que se cum
pla este testamento, para que pue das ver cómo
fui embrujada por sorpre sa. Mi sangre lavará el
escándalo de mi desdicha; y el noble desenlace de
mi vida eximirá el acto impuro de mi exis tencia.
Débil corazón, no desfallezcas; sino di resuelta
mente: «Llévese a térmi no.» Cede a mi mano; mi
mano te ven cerá; muerto tú, ambos moriréis y
ambos quedaréis vencedores.»
Cuando hubo decidido tristemente
este proyecto mortal y enjugado las per las salobres
de sus ojos brillantes, con voz temblorosa por la
emoción llama sordamente a su doncella, que
con pron ta obediencia acude al lado de su seño ra,
pues el deber dotado de alas lige ras se remonta
con la rapidez del pensamiento. Las mejillas de la
pobre Lucrecia aparecen a su criada semejantes a
prados de invierno, cuando el sol funde sus nieves.
Su sierva le da un sobrio buenos días,
con voz dulcemente lenta, verdadero indicio de
recato, e infunde a su sem blante una expresión de
tristeza en con sonancia con el dolor de su señora,
cuyo rostro viste la librea del pesar; pero ella no
se atreve a preguntarle irrespetuosa mente por qué
sus dos soles se han eclipsado bajo tales nubes, ni
por qué sus hermosas mejillas llevan la traza de
los estragos del dolor.
Mas así como la tierra llora cuando se
ha puesto el sol, y cada flor tórnase húmeda como
los ojos enternecidos, así la sirviente comienza a
mojar de gruesas lágrimas sus ojos enrojecidos,
llevados de la simpatía de los dos bellos soles
puestos en el cielo de su ama. Estos soles han
ahogado su luz en un océa no de ondas saladas; de
modo que la sirviente llora como una noche de
abun dante rocío.
Un breve instante, estas lindas cria
turas permanecen llorando como dos acueductos
de marfil que llenaran cis ternas de coral. La una
llora justamen te; la otra no tiene otro motivo de
lágri mas sino el de asociarse al dolor que ve. El
dulce sexo a que pertenecen inclína se con frecuen
cia a llorar; las mujeres se afligen adivinando las
angustias de otros, y entonces sus ojos se anegan o
se rompe su corazón.
Porque los hombres tienen corazones
de mármol, y las mujeres, de cera, que se amoldan
por esto a la forma que quie re el mármol. Débiles,
oprimidas, reci ben por la fuerza, el engaño o la
astucia, la impresión de naturalezas extrañas. No
las llamemos, pues, autoras de sus vicios, como no
debe llamarse mala a la cera porque llevase estam
pada la ima gen de un diablo.
Su lisura, como una espléndida cam
piña, es accesible al menor gusano que se arrastre.
En los hombres, semejantes a una espesura densa
y selvática, se aga zapan vicios que duermen os
curamente como los dragones de las cavernas. El
más pequeño átomo aparece a través de los muros
de cristal; y si los hombres pueden disimular sus
crímenes bajo mi radas audazmente severas, los
rostros de las pobres mujeres son los registros de
sus propias faltas.
Nadie vitupere a la flor marchita, sino
culpe al rudo invierno que ha ma tado la flor; lo
que devora, no lo devo rado, es lo que merece cen
sura. ¡Oh! No tengáis a falta en las pobres mujeres
el que sean tan mancilladas por los abusos de los
hombres; esos orgullosos señores son los culpa
bles, que imponen a las mujeres, débiles por natu
raleza, el va sallaje de su ignominia.
Un precedente os brinda Lucrecia,
asaltada de noche por las violentas ame nazas de
una inmediata muerte y del baldón que acarreará
esta muerte en daño de su esposo. Semejantes
peligros podía crearlos su resistencia; de donde un
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La violación de Lucrecia
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terror mortal se esparció por todo su cuerpo. ¿Y
quién no puede abusar de un cuerpo difunto?
Sin embargo, la dulce paciencia invi ta
a la hermosa Lucrecia a hablar así a la humilde
imitadora de su dolor. «Hija mía –le dice–, ¿qué
motivo te impulsa a verter esas lágrimas, que caen
en llu via sobre tus mejillas? Si lloras por los males
que me incumben, sabe, encan tadora muchacha,
que ello beneficiará poco mi descontento, pues si
las lágrimas pudieran darme alivio, las mías me lo
hubieran proporcionado ya.
»Pero dime, joven: ¿cuándo partió
–y deteniéndose aquí, lanzó un pro fundo suspi
ro–, cuándo partió Tarquino?» «Señora, antes de
levantarme –repuso la criada–; mi perezosa ne
gligencia es por demás reprensible, y, no obstante,
puedo excusar suficientemente mi falta diciendo
que me levanté antes de apuntar el día, y que an
tes que me levantara, Tarquino había mar chado.
»Pero, señora, si se lo permitís a vues
tra criada, os preguntaría la causa de vuestra
pena.» «¡Oh! ¡Silencio! –excla ma Lucrecia–. Si lo
revelara, la reve lación no la disminuiría, pues ex
cede a cuanto mis palabras pueden manifes tar; y
esta profunda tortura puede lla marse un infierno
cuando se siente más vivamente de lo que cabe
traducir.
»Ve y tráeme acá papel, tinta y plu ma;
pero no, ahórrate este trabajo, pues tengo aquí de
todo. ¿Qué quería de cir?… Ve a ordenar aprisa
que uno de los siervos de mi esposo se disponga
inmediatamente a llevar una carta a mi señor, a
mi amor, a mi bien; adviértele que se prepare a
llevarla con prontitud; la causa requiere premura,
y el pliego estará escrito sin dilación.»
Su criada ha partido, y, paseando
en principio su pluma por encima del pa pel, se
apresta a escribir. Su pensamien to y su dolor riñen
un ardiente comba te; lo que traza la inteligencia,
lo borra acto seguido la reflexión: esto es dema
siado primoroso; esto otro, harto crudo y brutal.
Como un tropel de gente ante una puerta de
salida, sus pensamientos se aglomeran para saber
quién pasará primero.
Por fin, comienza de este modo: «Dig
no señor de la indigna esposa que te envía este
saludo: ¡que la salud sea con tigo! Concédeme el
honor, amor mío, si quieres ver aún a tu Lucrecia,
de po nerte inmediatamente en camino para venir
a visitarme. A tu amparo, pues, me confío desde
nuestra mansión en duelo; mis angustias son in
mensas, aunque breves mis palabras.»
Hecho esto, pliega el contenido de su
desesperación, incierta expresión de su cierto pe
sar. Gracias a este corto billete, Colatino conocerá
su desgracia, aunque no la verdadera índole de
ella. Lucrecia no ha osado hacer revelaciones so
bre el asunto, de miedo a que él no se persua da de
que la responsabilidad de esta falta le incumbe, y
antes de haber man chado ella con sangre la excusa
de su mancha.
De otro lado, reserva la vida y la ener
gía de su desesperación para verterlas cuando
Colatino esté a su lado y la oiga; cuando los suspi
ros, los sollozos y las lágrimas puedan agraciar la
figura de su desgracia y absolverla así mejor de las
sospechas que el mundo concibiese. Para evitar su
borrón, no ha querido borronear más la carta.
Presenciar tristes espectáculos con
mueve más que oír su narración, por que entonces
los ojos interpretan a los oídos la dolorosa repre
sentación que están contemplando. Cuando cada
uno de los sentidos percibe aisladamente una
parte de la catástrofe, solo es una parte de dolor la
que comprendemos. Las aguas profundas hacen
menos rui do que las vadeables, y el dolor refluye
cuando es impulsado por el viento de las palabras.
Ya está cerrada la carta, y en la di
rección escribe: «Para mi marido, con la mayor
urgencia. Árdea.» Preséntase el correo, y ella le
entrega la misiva, orde nando al taciturno mozo
que vuele con la ligereza de las aves tardías ante las
tempestades del Norte. Una rapidez más que ex
cesiva no le parece sino lenta y rezagada; las situa
ciones extremas producen siempre tales extremos.
El rústico esclavo se inclina ante ella
reverentemente, y, ruborizándose, reci be con ojos
fijos el papel, sin articular ni un sí ni un no, y se
aleja a toda prisa con la timidez de la inocencia.
Pero aquellos cuyo pecho encierra una falta se
imaginan que todos los ojos advier ten su culpa, y
Lucrecia cree que el esclavo ha enrojecido viendo
su des honor.
Cuando, ¡pobre siervo!, Dios lo sabe,
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revista de santander
maestros supremos
se turbaba por falta de ánimo, entereza y audacia
temeraria. Tales seres honra dos tienen un verda
dero respeto que habla por sus actos, mientras
otros pro meten, insolentemente, mayor rapidez y
cumplen a su antojo. Tipo caracterís tico del buen
tiempo viejo, este criado se contrataba por sus
miradas; pero no daba en prenda palabra alguna.
El celo inflamado del sirviente infla ma
la desconfianza, lo que hace que dos fuegos rojos
iluminen los semblantes de ambos; ella creyó
que él se ruborizaba porque conocía la lujuria
de Tarquino, enrojeciendo con él, y ella le dirigió
una mirada penetradora, y sus ojos hora dantes le
hundieron más aún en su confusión. Cuanto más
veía afluir la sangre a sus mejillas, tanto más sos
pechaba que advertía en ella alguna mancha.
Largo tiempo queda Lucrecia espe
rando su retorno, y, sin embargo, el leal servidor
apenas acaba de alejarse. La matrona romana no
sabe cómo pasar el tiempo de fatigosa lentitud,
pues ya ha agotado sus lágrimas, sollozos y suspi
ros. El dolor ha consumido al dolor; los gemidos,
cansado a los gemidos. Así, detiene un instante sus
querellas y busca un medio de desolarse bajo una
nueva forma.
Al fin, recuerda cierto aposento
donde está colgado un cuadro de hábil pincel
representando la Troya de Príamo. Frente a ella,
el ejército griego, venido a destruir la ciudad en
castigo del rapto de Elena, amenaza con sus golpes
a Ilion, cuya cima se pierde en las nubes. Porque
el diestro pintor había representado tan alta la
ciudadela, que el cielo parecía in clinarse para
besar sus torres.
El arte, a despecho de la Naturaleza,
había sabido infundir una ilusión de vida a mil
objetos dolientes. Más de una mancha seca se
mejaba una lágrima ver tida por la esposa sobre
su marido ase sinado. La sangre de púrpura, que
pa recía humear, mostraba el esfuerzo del artista, y
de los ojos de los moribundos escapábanse rayos
cenicientos, como las claridades murientes de
carbones que se consumen en las largas veladas.
Hubierais visto allí al zapador en su
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La violación de Lucrecia
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tarea, inundado de sudor y tiznado de polvo. En
lo alto de las torres de Troya se percibían ya clara
mente, a través de las troneras, los rostros de los
sitiados mirando a los griegos con poca confian za;
pues era tal la hábil exactitud de esta obra, que
podía distinguirse, a pesar de la distancia, que
estas miradas hallá banse marcadas de tristeza.
En el rostro de los grandes caudi llos
podía contemplarse el triunfo de la arrogancia y
de la majestad; en el de los jóvenes resplandecía
el ágil portante y la destreza. Aquí y allá, el pintor
había colocado lívidos co bardes, que marchaban
con paso tem bloroso, tan exactamente parecidos
a aldeanos sobrecogidos de miedo, que se habría
jurado verlos temblar y re chinar los dientes.
En Ayax y en Ulises, ¡oh, qué arte de
expresión cabía admirar! Los rostros de ambos
explicaban sus corazones y revelaban con la más
extremada preci sión sus caracteres. En los ojos de
Ayax rodaban la rabia brutal y la du reza; pero la
apacible mirada del astuto Ulises denunciaba la
observación pro funda y el tranquilo dominio de sí.
Con ánimo de arengar, como incitan
do a los griegos al combate, hubierais podido
ver al grave Néstor: el ademán de su mano era
tan sobrio, que cautiva ba la atención y seducía
la mirada. Mientras hablaba, su barba, tan abso
lutamente blanca como la plata, parecía agitarse,
y de sus labios se escapaba como un tenue aliento
ondulante que subía en espiral hasta el cielo.
En torno de él apiñábase una masa de
rostros con la boca abierta, que parecía engullir
sus sólidos consejos. La actitud de todos juntos
era la de la atención; pero con una expresión par
ticular en cada uno; escuchaban como si alguna
sirena encantase sus oídos. Unos eran altos; otros,
bajos; el pintor había sabi do agruparlos tan dies
tramente, que distinguíanse por detrás las cabezas
de personajes casi enteramente ocultos que pare
cían hacer esfuerzos por empinar se; con tal ver
dad, que se quedaba asom brado el espectador.
Aquí, la mano de un guerrero se posa
sobre la cabeza de otro, y su nariz está sombreada
por la oreja de su vecino; más allá, un personaje
empujado por la masa, recula, todo abotagado
y rojo; otro, casi sin respiración, parece vomi tar
injurias y jurar, y todos muestran tales signos de
cólera en su cólera, que dijérase que se hallan
dispuestos a ser virse de espadas enfurecidas, a no
ser por el temor de perder las áureas pala bras de
Néstor.
Porque el artista había llamado a la
imaginación del espectador para que trabajase
con él en su obra, mostrando a la vez tanto arte,
naturalidad e inge nio, que le era suficiente una
lanza asida por una mano armada para hacer pare
cer al personaje de Aquiles, relegado a último pla
no e invisible, salvo para los ojos del espíritu. Una
mano, un pie, un rostro, una pierna, una cabeza,
eran lo bastante. El cuidado de completar el resto
de la figura se encomendaba a la imaginación.
Sobre los muros de la bien asediada
Troya, en el momento en que el bravo Héctor, su
heroica esperanza, marcha al combate, las madres
troyanas estallan de alegría al ver a sus jóvenes
hijos blan dir las relucientes armas; y su gesticu
lación ofrece algo tan singular, que una especie de
temor sombrío, semejante a una mancha sobre un
objeto luminoso, parece mezclarse a su radiante
alegría.
Y desde la costa de Dardania, sitio de
la lucha, hasta los carrizosos bordes del Simois,
corría la sangre bermeja, cuyas olas, como para
imitar la batalla, lucha ban con las altas riberas; sus
ondas rom píanse contra la costa corroída por el
agua salada, y refluían acto seguido, para agregar
se a nuevas olas, engrosar las y lanzar su espuma
sobre las riberas del Simois.
Ante esta obra maestra de la pintura
se dirige Lucrecia para dar con un ros tro en que
se hallasen impresos todos los dolores; pero, aun
que ve muchos que llevan grabada la imagen de
algu nas penas particulares, ninguno con templa
donde moren el colmo de la an gustia y del sufri
miento, hasta que al fin halla a Hécuba, presa de la
desespera ción, cuyos viejos ojos no se apartan de
las heridas de Príamo, que yace ensan grentado a
los pies del orgulloso Pirro.
El pintor había anatomizado en Hé
cuba las ruinas del tiempo, el naufragio de la
belleza, el reino de la sombría zozobra. Sus meji
llas aparecían desfi guradas con arrugas y grietas;
nada que daba de lo que había sido; y en sus venas
la sangre azul, privada del fresco manantial que
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revista de santander
maestros supremos
había alimentado sus re secos canales, se había
trocado en negro licor, y presentaba la imagen de
la vida aprisionada en un cuerpo muerto.
Lucrecia concentra sus ojos en esta
triste sombra, ajustando sus dolores a los de la
anciana reina, a quien nada falta para contestarle
sino gritos y amar gas palabras de maldición con
tra sus crueles adversarios. El artista, no sien do un
dios, no había podido dotarla de acentos, y Lu
crecia, que lo comprende, jura que ha obrado mal
el pintor dando a aquella un dolor tan grande sin
con cederle una lengua.
«Pobre instrumento mudo –excla ma–,
yo entonaré tus desgracias en mi voz plañidera
y verteré dulce bálsamo en la herida pintada de
Príamo; lanzaré invectivas contra Pirro, que ha
causado este mal; extinguiré con mis lágrimas el
prolongado incendio de Troya, y arran caré con mi
puñal los ojos feroces de todos los griegos que son
tus adver sarios.
»Muéstrame la prostituta que ha da do
origen a esta guerra, para que des garre con mis
uñas su belleza. La fogo sidad de tu lujuria, in
sensato Paris, es la que atrajo sobre la incendiada
Troya el peso de este furor; tus ojos han pren dido
el incendio que arde aquí, y aquí, en Troya, por
el crimen de tus ojos, perecen a la vez el padre, el
hijo, la madre y la doncella.
»¿Por qué el goce particular de uno
solo se torna para tan gran número en calamidad
pública? ¡Que el pecado co metido por uno solo
caiga solamente sobre la cabeza del transgresor!
¡Que las almas inocentes se libren del dolor me
recido por el culpable! ¿Por qué han de perecer
tantos seres por la ofensa de uno solo? ¿Por qué
un pecado indivi dual ha de acarrear una maldi
ción ge neral?
»¡Ved! Aquí llora Hécuba; aquí, Pría
mo expira; aquí, el esforzado Héctor sucumbe;
allá, Troilo se desvanece; más lejos, el amigo yace
junto a su ami go, en el mismo charco de sangre,
y el compañero hiere al compañero sin co nocerle.
¡Y solo la lujuria de un hombre destruye tantas
existencias! Si el dema siado tierno Príamo hubiese
refrenado la pasión de su hijo, Troya brillaría de
gloria y no con las llamas del incendio.»
Aquí llora con emoción sobre las pin
tadas desdichas de Troya, pues el dolor, semejante
a una pesada campana ya puesta en vaivén, se
balancea por su propio peso, y es preciso enton
ces una fuerza insignificante para hacer resonar
su fúnebre tañido. Así Lucrecia, en la fiebre de su
agitación, conversa con estas melancolías diseña
das y estos pe sares en color; ella les presta palabras
y recibe de ellos su fuerza expresiva.
Lucrecia recorre con los ojos todo el
lienzo y se lamenta ante cada figura que ve des
amparada. Por último, distingue la imagen de un
infeliz encadenado que lanza miradas de compa
sión sobre unos pastores frigios. Su rostro, aunque
lleno de inquietudes, expresa, no obstante, satis
facción. Marcha hacia Troya, con ducido por los
rústicos pastores, tan resignado, que su paciencia
parece des preciar su desgracia.
Para ocultar la disimulación y darle un
aspecto inofensivo, el pintor le había infundido
hábilmente un continente hu milde, miradas tran
quilas, ojos humede cidos por las lágrimas, una
frente serena, que parecía desear la bienvenida a
la con trariedad; mejillas ni pálidas ni rojas, sino
de un color tan bien mezclado, que el encarnado,
enrojeciendo, no apuntaba el menor indicio de
culpabilidad, ni la palidez nada de este temor que
se apode ra de los corazones pérfidos.
Por el contrario, como un constante
y consumado demonio presentaba (1) una apa
riencia tan honesta y escondía tan bien bajo esta
máscara sus malos y secretos designios, que la
sospecha misma no hubiera podido adivinar que
la perfidia deslealmente sutil y el per jurio fuesen
capaces de encubrir tem pestades tan tenebrosas
bajo un día tan resplandeciente, o de manchar con
pe cados del infierno formas tan parecidas a las de
los santos.
El muy concienzudo artista había crea
do esta dulce figura para represen tar al perjuro Si
nón, cuyo seductor re lato debía perder al crédulo
anciano Príamo, y cuyas palabras, como un fuego
devorador, incendiarían la gloria brillante de la
rica y suntuosa Ilion; catástrofe de que los cielos
quedaron tan afligidos, que las pequeñas estrellas
lanzáronse fuera de sus esferas fijas cuando fue
roto el espejo en que gusta ban contemplarse.
Ella examina atentamente esta pintu ra
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La violación de Lucrecia
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y reprende al pintor por su asombro so talento,
diciendo que algo ha sido falseado en la imagen de
Sinón; que una forma tan bella no puede alojar un
alma tan infame. Y vuelve a mirarla, y a me dida
que la contempla, nota en su noble semblante
tales signos de franqueza, que termina por decir
que esta figura ha sido calumniada.
«No es posible –dice– que tanta do
blez…» –iba a añadir: «se oculte detrás de tal
mirada»; pero en el mismo ins tante la imagen
de Tarquino se ofrece a su memoria, y su lengua,
reemplazan do el «no es posible» por el «es», for
mula así su pensamiento–: «es posible, segu ra
estoy de ello, que tal semblante en cubra un alma
criminal.
»Porque igual a como aquí se mues tra
el artero Sinón, con ese aire de tan grave tristeza,
tan abrumado, tan fati gado como si estuviera
consumido por el trabajo o el pesar, llegó arma
do hasta mí Tarquino, con su aspecto exterior de
honradez, pero gangrenado por el vicio interior
mente. Yo acogí a Tarquino como Príamo a Sinón,
y así ha perecido mi Troya.
»¡Mirad, mirad cómo los ojos del
atento Príamo enjugan sus lágrimas ante el fingi
do llanto que vierte Sinón! Príamo, ¿por qué eres
anciano, y, no obs tante, careces de cordura? Por
cada una de las lágrimas que deja caer va a su
cumbir un troyano; no es agua lo que destilan sus
ojos, sino fuego. Esas re dondas perlas diáfanas que
excitan tu piedad son globos de fuego inextingui
ble que van a incendiar tu Ilión.
»Tales diablos van a buscar sus sor
tilegios en el infierno tenebroso, pues Sinón
tiembla de frío en medio de su fuego, y un fuego
ardiente reside, sin embargo, en el seno de este
hielo. Estos adversarios no se funden en una uni
dad sino para seducir a los simples y darles auda
cia. Así, la buena fe de Príamo acoge las mentidas
lágrimas de Sinón, que con el agua encuentra
medio de incendiar a su Troya.»
Al llegar aquí, toda exasperada, la
posee tal ímpetu, que la paciencia se escapa de su
seno y desgarra con las uñas la inanimada figura
de Sinón, com parándola al malvado huésped cuyo
cri men la ha obligado a detestarse a sí propia. Por
fin, abandona sonriendo esta venganza imagina
ria, y dice: «¡Qué loca, qué loca soy! ¡Estas heridas
no le causarán daño!»
Así fluye y refluye el oleaje de su pesar,
mientras emplea el tiempo en fatigar al Tiempo
con sus quejas. Desea la noche, luego suspira por
la aurora, y halla que una y otra son demasiado
len tas en partir; el tiempo, tan breve, parece largo
cuando tiene que sostener el peso abrumador del
pesar. Aunque el dolor sea agobiante, rara vez ha
lla des canso, y los que padecen de insomnio saben
con cuánta lentitud marcha el tiempo.
Todo este tiempo invertido por Lu
crecia en contemplar las pintadas imá genes la ha
hecho al menos escapar a su pensamiento. Ausen
te al sentimiento de su propio pesar por la honda
medi tación de las desgracias ajenas, ha olvi dado
sus dolores ante estos simulacros de dolor. Hay
quien se consuela, aun que esto no haya curado
a nadie, pen sando que otros han sufrido sus tor
mentos.
Pero he aquí ya de retorno al diligen
te mensajero, conduciendo a su esposo y a otras
personas con él. Colatino halla a su Lucrecia
vestida de negro luto; alrededor de sus ojos, mar
chitos por las lágrimas, se dibujan dos círculos
azules, como arco iris en el firmamento; estos
secundarios arcos iris, en la atmós fera sombría de
su rostro, predicen que nuevas tempestades van a
añadirse a las ya pasadas.
Su esposo, al verla en este desolado
aspecto, se fija con asombro en el sem blante triste
de Lucrecia, cuyos ojos, aunque escaldados por
las lágrimas, aparecían rojos y fríos, y cuyos vivos
colores habían sido borrados por mor tales angus
tias. No tiene fuerza para preguntarle cómo está;
ambos quedan frente a frente como antiguos co
nocidos que, encontrándose lejos de sus hoga res,
quedan confundidos de sorpresa ante el azar que
los reúne.
Por fin, toma su mano, de la que ha
desertado la sangre, y comienza así: «¿Qué extraño
accidente has sufrido para que tiembles de esa
manera? ¿Qué pesar ha empalidecido tus bellos
colo res, dulce amada? ¿Por qué estás vestida de
luto? Querido amor, revélanos la causa de esa
tristeza sombría y cuénta nos tus pesares, para que
podamos re mediarlos.»
143
revista de santander
maestros supremos
Tres veces da Lucrecia con sus sus piros
a su dolor la señal de estallar, antes de que pueda
hacer retener nin guna detonación de pena; al fin,
se pre para a responder al deseo de su esposo, y
se dispone tímidamente a manifestar le cómo su
honor ha sido hecho prisio nero por el enemigo,
mientras Colatino y los señores que le acompañan
ansían oír sus palabras con grave atención.
Entonces, este pálido cisne, en su nido
de lágrimas, comienza el triste canto fúnebre de
su cercana muerte: «Pocas palabras –dice– serán
mejor que largos discursos para la desgracia que
ninguna excusa puede reparar. Mi alma posee
ahora más dolores que pa labras, y fuera demasia
do extenso na rrar todos mis temas de queja con
una sola pobre voz agotada.
»Que se reduzca, pues, toda su tarea
a estas breves expresiones: Amado es poso, un ex
traño se ha introducido en el dominio de tu lecho
y ha descansado sobre la almohada en que tenías
por costumbre reclinar tu fatigada cabeza; y tu
Lucrecia, ¡ay!, no ha sido exenta del ultraje cuya
culpable violencia puedes imaginar.
»Porque, en el silencio solemne de la
tenebrosa medianoche, un hombre se deslizó en
mi habitación, con una espa da reluciente en una
mano y una antor cha encendida en la otra, que
me dijo quedamente: “Despierta, matrona ro
mana, y acoge mi amor; pero si rehúsas acceder a
mis apetitos amorosos, esta noche os infligiré a ti
y a los tuyos una mancha eterna.
»Pues si no prestas tu consentimien to
a mi voluntad –dijo–, asesinaré in mediatamente a
cualquier deforme sier vo tuyo, y luego te mataré a
ti para jurar después que os sorprendí cometiendo
el feo acto de la lujuria, y que maté así en el seno
de su crimen a los fornicadores. Esta acción cons
tituirá mi gloria y tu perenne infamia.»
»A esto me estremecí y comencé a
gritar; pero él, entonces, apoyó su acero contra mi
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La violación de Lucrecia
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corazón, jurando que, si no soportaba todo con
paciencia, no viviría para pronunciar otra palabra;
de suerte que mi oprobio permanecería eterno,
y no se olvidaría jamás en la potente Roma el fin
adúltero de Lucrecia y de su es clavo.
»Mi enemigo era fuerte; mi pobre per
sona débil, y tanto más débil cuanto más fuerte
mi terror. Mi sanguinario juez defendía mi boca
contra la palabra, y no era posible hacer un llama
miento legítimo a la justicia. Su lujuria, en tra je de
escarlata, venía a jurar que mi po bre belleza había
robado sus ojos; aho ra, cuando el juez es robado,
el preso muere.
»¡Oh! Enseñadme cómo fabricar mi
propia excusa, o, al menos, que quede a mi alma
este refugio de decirse que está libre de toda man
cha e impureza, aunque su sangre material haya
sido envilecida por este abuso; que no ha sido vio
lada; que nunca se inclinó a pu nibles condescen
dencias, sino que se mantiene siempre inmaculada
en su in fecta prisión.»
¡Ved! He aquí el poseedor desespera do
de este navío deshecho, con la cabeza inclinada, la
voz ahogada por los sollozos, los ojos tristemente
inmóviles, los brazos dolorosamente cruzados,
que lucha por arrojar de sus labios, vueltos páli
dos recientemente, la angustia que retarda su res
puesta; pero, por su desgracia, todo es en vano; las
palabras que pretende exhalar vuelve a aspirarlas
su aliento.
Igual que bajo el arco de un puente
una corriente de violencia mugidora es capa con
su rapidez a los ojos que si guen su curso, y, sin
embargo, saltando en su orgullo, refluye hacia el
pasaje que la ha obligado a este curso rápido, y,
tras partir furiosa, vuelve furiosa al punto desde
donde se precipitó, así los suspiros y sollozos de
Colatino se es fuerzan por dar paso a su dolor y
reflu yen contra él.
Ella advierte la desesperación muda de
su desgraciado marido y despierta así su frenesí
intempestivamente: «Caro esposo, tu tormento
presta nuevo im pulso a mi tormento; jamás un
oleaje fue detenido por la lluvia. Tu desespe ración
hace más penoso aún mi sufri miento, por demás
sensible; que basten, pues, dos ojos arrasados de
lágrimas para ahogar una sola pena.
»Por el amor que me consagrabas
cuando podía encantarte, en gracia de lo que fue
tu Lucrecia, escúchame ahora: ¡Véngate sin di
lación de mi enemigo, del tuyo, del mío, del suyo
propio; supón que me defiendes del hecho rea
lizado; el auxilio que puedes prestarme es tardío
por demás; sin embargo, que muera el traidor,
pues una justicia cle mente nutre la iniquidad!
»Pero antes de revelar su nombre, se
ñores –dice, dirigiéndose a los que habían venido
con Colatino–, dadme vuestra palabra de honor
de que perse guiréis con la mayor premura la ven
ganza de mi ultraje, pues constituye una acción
digna y meritoria el perse guir la injusticia con
brazo vengador. Los caballeros, por sus juramen
tos, deben reparar las ofensas hechas a las pobres
damas.»
A esta solicitación, todos los señores
presentes se apresuran con noble gene rosidad a
ofrecer el apoyo que les im ponen las leyes de la
caballería y arden ansiosos de oír revelar el odioso
enemi go. Pero ella, que no ha terminado aún su
triste confesión, interrumpe sus pro testas: «¡Oh!
decidme –exclama–: ¿có mo puede borrarse esta
mancilla im puesta por la violencia?
»¿Cuál es la calidad de mi falta? Co
metida bajo la impresión de circunstan cias tan
terribles, mi alma pura ¿no puede absolverse de
este odioso acto? ¿No hay condiciones para re
parar este trance y rehabilitar mi honor abatido?
La fuente emponzoñada se purifica por sí propia.
¿Por qué no podría yo puri ficarme de esta manci
lla impuesta?»
A estas palabras, todos, por voz uná
nime, reconocen que la pureza de su alma lava la
impureza de su cuerpo; pero ella, con una sonrisa
triste, vuelve su rostro, esfera en que el llanto ha
gra bado la profunda impresión de la dura desgra
cia. «No, no –dice–; ninguna dama estará autori
zada en lo futuro a presentar mis excusas como
excusa de su proceder.»
Entonces, con un suspiro, como si su
corazón fuera a romperse, profiere el nombre de
Tarquino: «¡El, él!», dice; pero su pobre lengua no
puede pronun ciar más que «él», hasta que, tras
mil dilaciones, interrumpidos acentos, síla bas
entrecortadas, cortos y dolorosos esfuerzos, agre
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revista de santander
maestros supremos
ga: «El, él es, nobles se ñores, el que impulsa a mi
mano a cau sarme esta herida.»
Al decir esto, da por vaina su seno ino
cente a un culpable cuchillo, que arrebata su alma
a la vaina de su cuer po, golpe que libra al espíritu
de la pro funda angustia de la prisión impura en
que respiraba. Sus fervientes suspiros empujan a
las nubes su alado espíritu, y por sus heridas se
escapa el último minuto de su vida, fecha eterna
de su destino truncado.
Colatino y todo el acompañamiento
de señores quedaron petrificados ante esta acción
terrible, hasta que el padre de Lucrecia, que con
templaba a su hija sangrante, se precipitó sobre
su cuerpo, horadado por su propia mano, y Bruto
retira el puñal asesino de esta fuente de púrpura.
En el instante de desprender lo, la sangre de Lucre
cia, como persi guiendo una venganza impotente,
corre tras el puñal.
Y saliendo a borbotones de su pecho
se divide en dos corrientes de curso lento que
rodean de un círculo carmesí su cuerpo, seme
jando en el seno de océano espantoso una isla
recién sa queada, desnuda y desierta. Una por ción
de su sangre permanece aún pura y roja; otra se
convierte en negra, que es la parte que mancilló el
desleal Tarquino.
En la superficie horrenda y congelada
de esta sangre ennegrecida flota un halo acuo
so, que parece llorar sobre este sitio manchado;
y siempre, siempre, desde entonces, como si se
apiadara de las des dichas de Lucrecia, toda sangre
corrom pida muestra algunas partes acuosas; la
sangre preservada de mancha, al contra rio, con
serva su rojo, como si enrojeciera de la que así está
putrefacta.
«Hija, querida hija! –grita el anciano
Lucrecio–. ¡Mía era esa existencia que acabas de
quitarte! Si la imagen del padre vive en el hijo,
¿dónde viviré ahora que Lucrecia está muerta? Yo
no te di el ser para este fin. Si los hijos preceden a
los padres en la tumba, nos otros somos sus reto
ños, y no ellos los nuestros.
»Pobre espejo quebrado, yo contem plé
con frecuencia en tu dulce luna mi vejez rejuvene
cida; pero ahora este es pejo, antes vivo y brillante,
oscurecido y arruinado, me muestra un esqueleto
de muerte consumido por la edad. ¡Oh! ¡Tú has
arrancado mi imagen de tus mejillas y hecho tri
zas de tal modo la hermosura de mi espejo, que ya
no puedo ver lo que antes fui!
»¡Oh Tiempo! Detén tu curso y no du
res más, si los que debían sobrevivir cesan de ser.
¿Debe la muerte pútrida hacer presa en los fuertes
y dejar vivir a las almas débiles y vacilantes? Las
viejas abejas mueren y las jóvenes here dan sus col
menas. ¡Así, pues, vive, mi dulce Lucrecia; vive de
nuevo, y ve morir a tu padre, y no tu padre a ti!»
En este instante, Colatino se despierta
como de un sueño e invita a Lucrecio a que le
ceda el sitio en su dolor; se preci pita entonces
en el manantial –frío de muerte– de la sangre de
Lucrecia y tiñe con sus colores el pálido terror de
su cara, de modo que parece un momento morir
con ella; hasta que una vergüenza varonil le man
da rehacerse y vivir para vengar la muerte de su
esposa.
La angustia honda de su alma ha pues
to como un sello de mutismo sobre su lengua,
que, furiosa de que el pesar le im ponga aquel fre
no y le impida dar vuelo a las frases que descargan
el corazón, co mienza a querer hablar; pero los
acentos que afluyen a sus labios en desahogo de su
oprimido pecho se presentan en tan gran número
y son tan débiles, que nadie podría distinguir lo
que dice.
Solo «Tarquino» se oía a veces con
claridad, pero entre dientes, como si tri turara
semejante nombre. Esta tem pestad ventosa, hasta
el momento en que se resolvió en lluvia, retardó
el diluvio de su dolor; pero fue para hacerlo más
fuerte aún; llora, al fin, y los vientos furiosos se
aplacan; entonces el padre y el hijo, como en riva
lidad de dolor, lu chan a quién llorará más, el uno
por su hija, el otro por su esposa.
El uno la llama suya y el otro tam bién;
pero ninguno de ambos puede po seer ya el bien
que reclama. «Es mía», dice el padre. «Es mía –re
plica el espo so–; no me arrebatéis la propiedad de
mi dolor; que nadie diga que llora por ella, pues
no era sino mía y no debe ser llorada más que por
Colatino.»
«¡Oh! –prorrumpe Lucrecio–, a mí es
a quien debía la vida que ha troncha do demasiado
edic ión 2 ■ 2007
La violación de Lucrecia
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pronto y demasiado tar de!» «¡Dolor, dolor! –res
ponde Colati no–. Era mi esposa, yo la poseía y es
mi bien el que ha destruido.» «¡Mi hija!» y «¡Mi
esposa!» llenaban con clamores el ambiente, que,
reteniendo el alma de Lucrecia, respondía a sus
ecos «¡Mi hi ja!» y «¡Mi esposa!».
Bruto, que había extraído el puñal del
costado de Lucrecia, viendo esta rivalidad de do
lores, comienza a reves tir su inteligencia de dig
nidad y orgullo, y sepulta su locura aparente en la
herida de Lucrecia. Porque Bruto era conside rado
entre los romanos como los ale gres bufones en la
corte de los reyes, por sus divertidas palabras y sus
dichos extravagantes.
Pero ahora se despoja de la máscara
superficial bajo la cual había disfrazado su pro
funda política y hace uso de las armas de su sabi
duría, largo tiempo oculta, para atajar el llanto en
los ojos de Colatino: «Tú, ultrajado magnate de
Roma –le dice–, álzate, deja a un hom bre mucho
tiempo ignorado y tenido por loco que dé hoy
una lección a tu larga experiencia.
»¡Cómo! ¡Colatino! ¿El dolor cura
acaso el dolor? ¿Las heridas dan alivio a las heri
das? ¿Repara el pesar los males del pesar? ¿Es to
mar venganza el dirigir tus golpes contra ti propio
después del acto infame por el cual sangra tu bella
esposa? Ese acceso de furor infantil no cuadra sino
a los espíritus débiles; tu desgraciada mujer equi
vocó así el asun to matándose, en vez de matar a su
ad versario.
Intrépido romano, no humedezcas
más tu corazón con ese enervante rocío de lágri
mas, sino arrodíllate conmigo y ayúdame con tus
súplicas a despertar a nuestros dioses romanos.
¡Plegué a ellos que tales abominaciones, que des
honran a Roma, sean lanzadas de sus hermosas
calles por nuestros brazos robustos!
»¡Ahora, por el Capitolio, que adora
mos; por esta casta sangre tan injusta mente
mancillada; por ese resplande ciente sol del cielo
que nutre los productos de la tierra fecunda; por
todos los derechos de nuestro país, manteni dos
en Roma; por el alma de la casta Lucrecia, que no
hace un momento nos revelaba sus desdichas en
medio de sus quejas, y por este sangriento puñal,
ju remos vengar la muerte de esta esposa modelo!»
Esto dicho, da un golpe con su mano
sobre el corazón y besa el fatal puñal para confir
mar su juramento; después invita a que se unan
a su protesta los demás señores, que, movidos de
admi ración por su conducta, aprueban sus pala
bras. Entonces, todos juntos, se arrodillan; Bruto
repite el voto solemne que acaba de proferir, y
juran todos cumplirlo.
Cuando se hubieron juramentado para
esta sentencia deliberada, tomaron la resolución
de sacar de allí a la difunta Lucrecia, mostrar en
Roma su cuerpo ensangrentado y hacer público
así el infame atentado de Tarquino. Todo lo cual
realizóse con diligencia rápida, y los romanos
dieron con aclamación su consentimiento a la
expatriación perpe tua de los Tarquinos.
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r e v i s t a
u n i v e r s i d a d i n d u s t r i a l d e s a n t a n d e r
d o s s i e r r e g i o n a l El puEntE quE unió a yondó con barrancabErmEja
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La violación de Lucrecia.
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