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  • AAAzzzuuulll

    Rosa Regs

    Prlogo de Fanny Rubio

  • Las mejores novelasen castellano del siglo XX

    Azul

    1994 Rosa Regs 2001 BIBLIOTEX.S. L.para esta edicin

    Diseo cubiertas interiores:ZAC diseo grfico

    Impresin:Printer, Industria Grfica, S. A.ISBN: 84-8130-397-6Dep. Legal B 37559-2001

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    PRLOGO

    Rosa Regs (Barcelona, 1933) es una nia de la guerra espaola, como nios dela guerra han sido llamados los miembros ms jvenes de la generacin delmediosiglo ligados a la Escuela de Barcelona. Uno de estos nios, el poetaCarlos Barral, en su da compaero editorial de Rosa Regs, describira unatrayectoria semejante: editar poesa, traducir, escribir ensayo, participar en forosy publicar novelas. Cito esta semejanza porque ambos compartieron en su da(Rosa Regs la mantiene) la pasin por el mar, la querencia por la costamediterrnea catalana y la mirada tica que, tras la muerte de Barral, hadistinguido con ms intensidad la obra literaria de Rosa Regs, a la que asomael modelo de intelectual gramseiano comprometido con su tiempo que noprescinde de los placeres del sentir del pensar, ligados a un paisaje marino tanreal como literario y simblico.

    De ah surge, fruto de un pensar contemplativo, la narrativa de Rosa Regs,desde Memoria de Almator, relato publicado a comienzos de los 90, a la msreciente, Luna Lunera, ambos en distinta medida equidistantes de Azul, la novelaque hoy me complace presentar. Azul se alz con el premio Nadal en 1994sumando a la conquista del gran pblico el impulso mayoritario de la crtica. Ensus pginas leemos a una escritora espaola que ha sabido transmitir en dosfrases, puesto que no es su tema, la atmsfera del ltimo franquismo, dos frasesa travs de las cuales el lector capta las ganas de una generacin que tena entre18 y 40 aos, de romper con la corsetera dictatorial, las ganas de estageneracin de inventarse un pas, una lengua liberadora y una realidadpsquica nueva de una generacin de mujeres modernas que hallaba, porprimera vez colectivamente, su modo de nombrar el mundo que tena delante.

    Azul arranca de la dedicatoria para Storni, esta historia que le perteneceque evoca a la ms venerada suicida del amor de nuestra lengua, AlfonsinaStorni, y es que la historia de amor entre dos enamorados separados por laedad, el ambiente y los gustos, Andrea y Martn, eje de la novela, guarda comola de Storni una semilla trgica que Regs muestra a lo largo del relato, pero, adiferencia de la primera, Regs da tiempo a que de la historia de Andrea yMartn Ures broten otros recursos que reserva el carcter del personajefemenino y que el mismo personaje va administrando a medida que despierta

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    psicolgicamente. Rosa Regs lo expresa de manera tan minuciosa y acotablecomo dibujara un cartgrafo una carta de marcar para uso de navegantes pocoavezados.

    El nombre de Andrea coincide con el de la protagonista de Nada, la novelade Carmen Laforet, primera ganadora del mismo premio, pero esta Andrea esuna mujer profesional de xito, casada, partidaria de vivir un amor paralelo conMartn Ures, quien se convertir en su nueva y exclusiva pareja, mientras eljoven doncel venido de una aldea en los prados de Sigenza con ganas devolar a travs de la profesin elegida, director de cine, da el salto a Nueva York,ciudad en la que sobrevive gracias a la sombra protectora y frgil de Andrea,que corre en su busca. A partir de ese momento, los logros profesionales deMartn son inversamente proporcionales al proceso de autodestruccin de lanueva pareja. Y es en este momento cuando los personajes se embarcan porunos pocos das en compaa de un par de amigos y un timonel en un pequeocrucero de recreo.

    Coincide esta fase depredadora de la relacin con el hecho de convivir engrupo en el pequeo crucero Albatros gobernado por el multilinge magnatedel cine Leonardus, viejo amigo de Andrea, con un pasado digno de las mejoresnovelas picarescas: de adolescente, Leonardus se gan la vida en el puerto deSidn y despus entr en Npoles escondido en un carguero chipriota, peroaqu hace de maestro en el arte de marear siempre flanqueado por una jovenatractiva, Chiqui, y un muchacho dans a cargo del timn llamado Tom. Demanera imprevista, los navegantes deben atender un problema tcnico que leshace arrimarse a la costa de una inquietante isla del mar griego, una islamisteriosa venida a menos en la que Arcadia es una vieja visionaria, junto a laque los navegantes vivirn situaciones parecidas a las del barco y losenamorados estarn a una braza de convertirse en homicidas. Bien cierto es queen la novela las vidas parecen timones de barcazas que tan pronto navegan enpunto muerto como dejan de acusar las reducciones de velocidad, como si lossignos del mar avisaran desde afuera de seales de cambio de unos seres quemuestran el alcance de sus pasiones hasta el lmite del peligro, incluso ms all.

    As, el cogollo narrativo levanta sus estratos con el ligero contratiempo queayuda a que Andrea y Martn entren en fase devoradora. Lo mismo que elesposo Carlos, en una de las escasas escenas evocadas que le tocan sin quenecesite ms para mostrarlo, representa, en principio, la pasin bien amarradatal y como maneja los amarres de la barcaza en la que llega. Est claro que paraLeonardus lo importante no es vivir sino navegar, en contra del muchachoMartn, que odia el mar, y por tanto, navegar, incluso nadar. Pero tal vezcontagiada del instinto de navegacin de Leonardus, la narradora Rosa Regsavanza al comps de la proa que surca las aguas plcidas de la maana.

    Maestra en las artes de jugar con la idea de tiempo, Rosa Regs reconstruyeen la novela Azul las distintas etapas de la vivencia amorosa: el balanceo de losinicios diez aos atrs, el oleaje cuando el amor entra en la fase de la mentira o

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    la venganza que no deja de ser pasin, el camino sosegado de la resignacinmetfora marina del final del viaje y la cnica prospeccin fatal digmosloahora a partir del embrujo extrao que detuvo el Albatros. La novelistadisecciona una pasin por cuyo poder combaten los implicados que hanquedado, como sucede casi siempre, en tres. Como un Ingmar Bergman denuestros das que no abandona a sus parejas cinematogrficas hasta que stasvomitan la ltima papilla, Regs busca en el subconsciente del hombrefrustrado a pesar de su juventud, quien necesita mostrar trofeos inexistentes yen la atractiva mujer diez aos mayor que se deja conquistar complacida por unnuevo doncel de Sigenza a quien llama corazn con la distancia de una tacarnal, luego entregada a la patologa de los celos sumida en el alcohol, quesita a Regs en la familia literaria de Malcolm Lowry y su obra Bajo el volcn.Pese a ello, la novelista no renuncia a ironizar a propsito de esa mujer que estsiempre perdiendo sus gafas y a darse un respiro de vez en cuando aparcando aMartn y dejando a Andrea con su melancola para contarnos el gusto por elmar, junto al descubrimiento lxico excepcional de la navegacin, sus ambages,sus ritos. Guia, adems, un ojo al cine y otro a la narrativa moderna, de Clarna Benet. Cmo sobrevuela el filme Perros de paja de Peckinpah en el captuloms violento de Azul, donde la culpa, el miedo y el rencor aparecen en estadopuro!; cmo no vera la escritora catalana en la pincelada que dedica a la ciudadde Barcelona, el homenaje a La Regenta en el amasijito de servilleta de papel yresto de caf de la taza que ella entrega a Martn, despertando en el hombre laaversin, como en la obra de Clarn lo hiciese Ana Ozores!

    Azul culmina con la constatacin de una evidencia: nadie nos ama comoquisiramos ser amados, de ah la intil bsqueda. Sin embargo el motor quelleva al naufragio de las emociones es el azar, la conviccin, se dice, de que cadaacontecimiento lleve dentro de s el rumbo que ha de seguir la historia, porencima de acciones y voluntades. Por eso Regs narra sin aspavientos la agonadel amor, la violencia anticipada en la salvaje muerte de un can, los horrores dela culpa, la crueldad, los contrastes entre pasado y presente encarnados en lasdos mujeres separadas por un puado de aos, la interpretacin de los amoresde los otros, la casa de Nueva York en la que ya llevaban viviendo siete aos.As el amor entra en la fase de la carcoma, destruccin que queda amortiguadagracias a la alternancia de los tiempos, el contraste entre el vibrante comienzodel amor y su consumacin, la huida de quienes corrieron a gozarse, ladegradacin de lo que fuera en otro tiempo entrega y, a la postre, la revanchadel aspirante, ahora en papel de sdico, ms enardecido cuanto ms ofendidaella, aunque a cambio recibir de Andrea la confesin de una verdadimprevista.

    En la cadena turquesa que se corresponde con el azul de los ojos deAndrea, Rosa Regs ha conseguido esculpir inteligente y bellamente el rostro dela incertidumbre que marca la condicin humana, ha sabido ahondar

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    lricamente en el sueo secreto que sostiene cada una de nuestras peripeciasvitales.

    FANNY RUBIO

  • Para Storni,esta historia que le pertenece

  • Pone al copiarte mi espejoun poco de oscuridad.El cielo es azul celestey azul marino la mar

    GERARDODIEGO

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    Can the transports of first love be calmed,checked, turned to a cold suspicion of thefuture by grave quotation from a work onPolitical Economy? I ask is it conceivable?Is it possible? Would it be right? With my feeton the very shores of the sea and about toembrace my blue-eyed dream, what could agood-natured warning as to spoiling one's lifemean to my youthful passion?

    JOSEPHCONRAD, A personal record

    La isla no tena ningn atractivo especial como no fuera la gran mole depiedra roja que acumulaba el sol desde el amanecer. Por el este se abata enpicado sobre el puerto y por el oeste descenda menos abruptamente hastaformar un valle pedregoso y rido. Desde lejos se destacaba altiva como unviga, como un faro natural amparando las breves laderas cubiertas de matorralreseco y espinoso.

    La mayor parte de la superficie y del litoral era tan rocosa que al cabo de losaos, cuando ya no quedara rincn alguno del Mediterrneo sin explorar, slouna pequea playa de marga habra de salvar a sus escasos y derrotadoshabitantes del ostracismo turstico. Sin embargo era de difcil acceso porque nopoda llegarse a ella ms que por un estrecho camino que trepaba entre ruinasdesde el muelle sur, descenda de nuevo y se borraba a veces, o burlaba alcaminante y le llevaba por veredas sin retorno entre construcciones medioderruidas, sin techo, de ojos vacos y suelos rellenos de cascotes, de cuyasocultas entraas brotaba a veces, solitaria y torturada, una higuera. Al retomarel camino, o lo que el desuso haba dejado de l ya poda verse a lo lejos el aguaclara y los bajos fondos plagados de erizos, pero antes de llegar sedesparramaba sin remedio en un terreno de marismas y una breve playa tosca,

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    de arena roja y ardiente donde nacan yerbajos y matojos y se amontonaban losdetritus.

    Exceptuando el puerto era la nica salida al mar. En el resto de la costa nohaba ms que rocas que se precipitaban en riscos sobre el agua, paredes deescollos donde batan sin descanso las olas aun con el mar en calma, tanverticales que al filo de medioda el permetro completo de la costa quedabarodeado de un exiguo cinturn de sombra, un relieve sobre el azul opaco,aplastado por la luz, que luchaba por mantener una nfima zona de frescorfrente a la mole rocosa.

    Despus de que los bombardeos de los primeros aos de la segunda guerramundial la hubieron despojado de sus barcos y de sus bienes, de sus casas y desus iglesias, la existencia de aquel pedazo de tierra olvidado pareca no tenerotra razn de ser que la de secarse y resecarse hasta perder el color.

    El atractivo que ms xito habra de tener cuando finalmente fuerainvadida por las hordas destructoras del turismo era la cueva azul cuyasexcelencias, junto a su historia desfigurada, cantaran y multiplicaran las guasy los folletos. A quien no conociera palmo a palmo los arabescos del litoral lehabra sido muy difcil descubrirla. Tena la entrada casi al nivel del mar ybastaba que se rizaran un poco las olas para que la misma altura que les daba lacorriente cerrara la entrada a golpes de espuma y estruendo. Pero para lospocos nativos que quedaban en el lugar no haba confusin posible. Incluso losdas en que el levante azotaba las rocas con ira descontrolada, saban cmoaprovechar la resaca de un embate para, a golpes de remo y con buen cuidadoen mantener la cabeza gacha casi a la altura de las chamuceras, deslizar con unasacudida precisa la barca dentro de la caverna. Una vez en el interior, el agua sevolva viscosa, oscura, inmvil. El mbito mantena una temperatura fra, de unfro compacto que no calaba, que permaneca como un apsito en la superficiede la piel y transformaba el bramido del mar exterior en un eco sordo de conchamarina gigantesca, en un sonido aterciopelado, envolvente que cerraba elespacio con mayor contundencia an que las mismas rocas que lo componan.La bveda slo poda verse con la ayuda de una linterna y sus paredes lisas,sudadas y rezumadas, de un azul intenso y oscuro, irisado por la refraccin delhaz de luz que se concentraba en la monumental arista horizontal de la entrada,nada tenan que ver con el aspecto spero, escabroso, rojizo que mostraba suotra cara bajo el sol.

    Poco ms haba en ella: el pequeo caf con sus tres mesas desvencijadasbajo las moreras de hojas carcomidas en la esquina de la plazoleta que se abraen el centro del puerto, la hilera de casitas de construccin reciente a amboslados, con la carpintera pintada de azul plido a imagen de las que arrasaranlos bombardeos, el antiguo mercado todava con algunas columnas de mrmolen pie y sus mostradores, la vieja central elctrica y el generador elemental delmuelle norte que daba luz a las bombillas de las escasas farolas de las ribas, ydel otro lado, ms all de la playa de bajos fondos y erizos, una cantera que se

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    haba utilizado por ltima vez haca aos para reconstruir la iglesia ortodoxacuyas dependencias haban ido extendiendo durante siglos, columnas, cornisasy cimborrios tan agarrados a la base de la roca principal que haban acabadoconfundindose con ella poco antes de quedar despanzurrados por las bombas.En el cabo que por el sur cerraba la bocana del puerto se haba construido hacapocos aos una mezquita y se haba urbanizado una pequea plazoleta en elmismo muelle que en invierno el viento del noroeste se cuidaba de limpiar aembestidas.

    Eso era todo lo que poda verse desde el mar, porque el puerto avasalladopor la roca roja, de cuya arista colgaban an vestigios cobrizos del castillo que ledio el nombre, no admita ms de tres o cuatro desordenadas hileras de callejasoscuras y apenas recompuestas. Y a medioda, con la reverberacin del sol quela inmensa mole haba acumulado durante su historia milenaria sobre las ribasy el mar enclaustrado de la baha, la intensidad del calor se converta en plomo.Y se deslizaban furtivos los dos escasos centenares de personas que quedabanen el pueblo, envejecidos y anquilosados, y permanecan en las sombras de susruinas o se desplazaban con cautela abrumados por la confusin y el miedo,como si hubieran sobrepasado el umbral a partir del cual ya no fuera posible elretorno, como se convierte en dos la cuerda tensada un instante ms o a partirde una repeticin la caricia se muda en tormento, o se transforma en odio,resentimiento y dolor el amor que va ms all de su propio lmite.

    Sin embargo ninguno de ellos haba odo hablar de esa isla. Ni jamshabran conocido el letargo de sus orillas calcinadas ni la historia o elsortilegio, quin poda saberlo? que escondan sus ruinas sin aristas, de nohaber sido por una inoportuna avera del motor. Quizs Leonardus habrareparado en ella al consultar la carta o tal vez en la ruta hacia Antalya la habranvisto a lo lejos como una sombra ms cuyo perfil se transformara al alba en unafortaleza rosada ocultando sus secretos.

    Haban pasado la noche anterior fondeados en una cala cerrada por rocasoscuras a la que llegaron al atardecer sorteando un corredor de islotesespaciados y escalonados ante la costa que la resguardaban de vientos ycorrientes. Cenaron una vez ms protegidos del relente bajo el toldo y dejaroncorrer las horas con la seguridad de que ya nada iba a estropear ese viaje quetocaba a su fin. Martn Ures haba aceptado la renovacin de su contrato conuna de las productoras de Leonardus por otros seis aos tres pelculas y seisnuevas series de televisin; Andrea pareca haber recuperado un poco el colory quiz una sombra de la alegra que tuvieron alguna vez sus grandes ojosazules, y Chiqui pese a ser mucho ms joven que todos ellos juraba a carcajadasque se haba divertido como nunca. No haba habido tensiones, ni peleas, niaccidentes, el tiempo haba sido bueno y podan irse a casa en paz.

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    Tom, el chico dans que Leonardus haba contratado ese verano, se levantpoco despus del amanecer. El cabello largo, rubio y lacio le caa sobre la frentehasta cubrirle los ojos, pero sin tomarse la molestia de apartarlo con la manosali del camarote de popa dejando tras de s el catico desorden de sbanas,almohadas, casetes y camisetas que le haba acompaado desde que iniciaron elviaje diez das antes, se pas por la cabeza un ancho jersey de punto, salt alchinchorro amarrado al chigre de escota, solt el nudo y agarrando el cabo depopa con las manos en alto lo hizo deslizar sobre el cristal gris del agua hasta laroca donde lo haba amarrado la noche anterior.

    Ni el suave balanceo del Albatros al liberarse por la popa ni al poco rato elmartilleo metlico al levar el ancla, despertaron a Martn Ures ni a Andrea, quedorma a su lado. Pero cuando la cadena qued estibada en la roda como laserpiente en la oquedad de la pedriza y se hizo de nuevo el silencio, abri losojos con cautela, temeroso incluso de la lechosa luz del alba. Luego se incorpory mir a su alrededor buscando lo que le haba despertado. Recogi del suelouna botella vaca de whisky que rodaba con el vaivn del barco, mir a su mujery con la pesadez y lentitud de la resaca estuvo unos minutos pendiente de surespiracin uniforme y acompasada que emita un silbido profundo como ellamento de un animal. Tena la cabeza echada hacia atrs y la mano extendidahasta chocar con las cuadernas en un gesto de descuido involuntario, y lasbana que le envolva una pierna haba adquirido con el sueo la textura de unlienzo. Los prpados semientornados escondan apenas las pupilas azules y ledaban un aire todava ms ausente que el sueo profundo. Habra dormidoinquieta, porque estaba cruzada en la litera y l quiz se habra despertado alsentirse arrinconado contra la madera. El camarote era pequeo y segua laforma de la amura estrechndose hacia la proa. Fue a poner la mano sobre elmuslo pero se detuvo. Haca calor y a cada inspiracin Andrea repeta esemismo ruido cascado.

    Ronca pens Martn concentrndose en el silbido, la vista opaca y lamente confusa, ronca y dice que no ronca.

    Despus inmoviliz la mirada en el vaho del ojo de buey cuya cortinasemientornada descorri con sumo cuidado para evitar el ruido y los gestosbruscos. Y, perdida toda esperanza de volver a dormir, se puso en pie sobre lacama y sac la cabeza por la escotilla.

    El motor se haba puesto en marcha y el Albatros tras un breve titubeoacert el rumbo y comenz a deslizarse por el fresco del amanecer abriendo lasaguas mansas, brillantes, vrgenes de viento, al tiempo que las explosiones delmotor partan el silencio, y el susurro de la espuma hua del casco y se deshacaen la estela. Sorte los islotes y dej atrs los telones oscuros de la cordillera, ycuando finalmente sali a mar abierto el sol inmenso y rojo apareci en el cielo einund de luz el aire con tal contundencia que dej el paisaje brumoso y sincolor.

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    Tom, con los auriculares puestos, sostena con una mano la lata de coca-cola y haca oscilar con la otra la rueda del timn para mantener el rumbo, fijosen un punto del horizonte los ojos cubiertos, casi por el pelo rubio, blanco, lacio,que la sal y el sol haban convertido en estopa.

    Casi siempre haban navegado a motor. Porque aunque Leonardus sevanagloriaba de ser un hombre de mar, cuando llegaba el momento de izar lasvelas daba rdenes confusas, se atolondraba y acababa exigiendo que Tom lasarriara, por prudencia hasta que las condiciones fueran favorables, deca. Era unhombre corpulento que ni los aos ni el aguado whisky que beba a todas horashaban privado de la agilidad que deba de tener cuando era joven y se buscabala vida en el puerto de Sidn. Le gustaba hablar de los tiempos de su juventud ypara otorgar a sus palabras la mayor credibilidad posible adquira al hacerlo unporte mayesttico y el tono reposado de la voz de los ancianos., mientras rizabasin parar con dos dedos el extremo de su poblado mostacho negro. Se entretenaen detalles minucioso. sobre la humildad de su vivienda, la cantidad dehermanos que compartan el mismo lecho, las triquiuelas diarias para llegar acasa con algunas monedas, pero exceptuando que haba llegado a Npolesescondido entre las maderas y los sacos de pistachos de un carguero chipriota,nadie supo jams cmo aquel muchacho esculido que conoca los rincones msocultos de todos los puertos del Levante se haba convertido veinte aosdespus en el magnate internacional, como le gustaba llamarse a s mismo,influyente y poderoso en todos los canales de distribucin y produccin deprogramas de televisin, de cine y de vdeo el mundo de la imagen, repeta la voces distorsionando las palabras que Martn haba conocido en casa deAndrea aos atrs. Se deca de l que era astuto y hbil, capaz de traicionar a sumejor amigo sin que se enterara; que con esos ojos pequeos, oscuros ypenetrantes poda conocer las ms recnditas intenciones de sus oponentes y enuna negociacin llevarles la delantera con una maniobra rpida y taimada. Sedeca tambin que hablaba a la perfeccin infinidad de idiomas y loschapurreaba y mezclaba deliberadamente para que los dems hablaran sintemor a ser comprendidos, que mantena a mujeres e hijos esparcidos por elplaneta, que dispona de aviones particulares y sin embargo no los utilizabams que cuando viajaba solo, que el cine y la televisin no eran sino coberturasque escondan su verdadera condicin de hombre de negocios que controlazonas oculta de los poderes del mundo. Tena fama de bordear siempre elpeligro, saber hacerse indispensable por los resortes que conoca y manejaba yporque sin sucumbir jams al cotilleo o a la confidencia pareca informado decualquier minucia que ocurriera en el ambiente ms recndito. Y adems, sedeca, cuando las cosas no le iban bien, era un experto en caer de pie. Saltabasiempre de una ciudad a otra de un hotel a otro con una mujer al lado, nunca lamisma, y aunque se saba que tena una familia que viva en Prgamo a la que

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    visitaba muy de tarde en tarde, nadie la haba visto jams ni siquiera se conocael nmero de miembros que la componan y Martn estaba convencido de que,real o no, serva a sus intereses porque, como el propio Leonardus gustaba derepetir, siempre hay una solucin para todo, una solucin perfecta que hay quesaber encontrar o en su defecto, inventar.

    Y estaba tan poco habituado a recibir rdenes y consejos que, cuando leordenaba una maniobra fallida, apenas poda soportar el silencio de Tom, msadmonitorio que las protestas y las voces. Intent navegar a vela el primer da,quiz tambin el segundo, pero despus, exceptuando algunos atardeceresplcidos cuando entraba la brisa de tierra y tenan el viento de popa, siemprehaban ido a motor. En aquellas raras ocasiones Tom le ceda la rueda deltimn, iba a sentarse a horcajadas sobre el bauprs y beba una coca-cola trasotra mientras llenaba el silencio del mar con la msica de sus auriculares.

    Lo importante no es vivir, lo importante es navegar!, bramaba Leonardusllevado de la euforia cuando las velas cogan todo el trapo y navegaban debolina Y repeta a gritos: Navegar! Navegar! Atraa a su lado entonces aChiqui y con la mano que le dejaba libre la rueda del timn recorra su cuerpo aconciencia para que el placer de la navegacin fuera completo.

    Aquel ltimo amanecer surcaba el Albatros el agua quieta apenas rizada porla brisa que se levantaba con el da. Y as haban decidido navegar hasta llegar aAntalya al caer la tarde. Las previsiones del tiempo eran buenas y todo parecaestar en orden.

    Una vez en puerto dormiran hasta el alba, a las cinco de la maana ira abuscarles un coche que en unas pocas horas desandara por las curvasencadenadas de la costa el camino que haban hecho por mar en aquellos das yles dejara en el aeropuerto a las diez de la maana para volar a Estambul.Leonardus saldra para Londres al cabo de media hora. Los dems contabanestar en Barcelona al anochecer.

    Martn mir el mar sin verlo, entornando los ojos para que no le cegara elreflejo, la reverberacin de cristal que haba dejado el paisaje blanco de luzopaca. De un lado el mar abierto, del otro los telones de montaas tras loscuales se extenda ensoada an la Capadocia. Unas horas ms y el viaje habraterminado.

    Un da glorious, uno ms dijo Leonardus asomando la cabeza por laescotilla del otro camarote de proa.

    Duerme? pregunt Martn sealando con un gesto de la cabeza elfondo del camarote.

    Duerme afirm Leonardus con la cabeza. Siempre duerme. Pero esuna preciosidad, no?

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    S, era cierto, Chiqui era una preciosidad. Aunque no podra recordar lasveces que le haba conminado a reconocerlo desde que se encontraron en elaeropuerto de Barcelona.

    De dnde la has sacado? le haba preguntado Andrea entonces en unmomento en que la chica haba ido al quiosco de peridicos.

    No es una preciosidad? pregunt Leonardus sin responder y mirabaextasiado cmo se abra paso altiva y distante entre la multitud de viajeros ymaletas. Se haba acercado ya al mostrador y con la misma indiferencia,atusndose el plumero de cabellos que llevaba casi sobre la frente que laelevaba por lo menos diez centmetros ms sobre el suelo, compr los paquetesde chicles que no haba de dejar de mascar en todo el viaje.

    Es cierto, era una preciosidad: tena las piernas largas y morenas y piel demelocotn en el cuello y en los brazos. Excepto el plumero recogido en unelstico de flores doradas, el pelo suelto, rizado y rubio le llegaba hasta lacintura, y todo en ella tena un leve punto de vulgaridad que la haca an msatractiva. Vulgaridad en algn gesto descoyuntado, tal vez un tantodesgarrado, o en la voz sin modular que mantena un tono alto, montono ycon un deje gangoso, o quizs esos estribillos que repeta a cada rato parajalonar las frases de su vocabulario elemental. O la risa tosca tambin yestruendosa, sin motivo, que mostraba la hilera de dientes escandalosamenteblancos y perfectamente colocados.

    Andrea la haba mirado sonriendo con una cierta condescendenciadedicada tal vez ms a Leonardus, pero haba tambin en su mirada borrosa,Martn se dio cuenta enseguida, una casi imperceptible sombra de displicencia.Ella jams se habra atrevido a llevar botines de cuero negro sin medias enpleno verano, ni ese bolso desfondado de colorines que le colgaba del hombrohasta ms abajo de la rodilla. O quiz el ceo ligeramente fruncido escondierauna cierta inquietud, el desasosiego de haber de competir casi desnuda durantems de una semana con una mujer, casi con una nia, veinte aos ms jovenque ella.

    Chiqui rea siempre porque s o por llenar un silencio que confunda con elaburrimiento. Y cuando ms tarde en el avin la oa desde el asiento de atrs,Martn con los ojos cerrados para no tener que hablar con nadie, atendi en elfondo de la memoria a las carcajadas de cristal, cantarinas, lmpidas, matizadas,radiantes, de Andrea cuando la conoci, un reclamo al que l no se negabajams, un rastro para encontrarla en reuniones multitudinarias, en losentreactos de los conciertos, en las presentaciones de libros, en los vernissages eran las pocas de sus amores clandestinos, preparadsimos encuentroscasuales en lugares pblicos de la ciudad a la que l haba llegado unos mesesantes, donde se deslizaba con invitaciones que ella le proporcionaba, ella, unainteligente, desenvuelta y atractiva criatura de aquel mundo de profesionales eintelectuales que haba tomado forma y consistencia al tiempo que sedesvanecan los aos de la posguerra.

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    T vienes de las tinieblas, le deca ella entonces, riendo siempre.

    Hacia las nueve Leonardus abri la puerta y se instal en el camarotecentral para ordenar y guardar las cartas y los mapas. Martn se tumb otra vezen la litera y procur dormir pero slo logr dejarse mecer por la modorra de laresaca que se acentuaba con la vibracin del motor.

    Sin embargo debi de dormirse ms tarde porque hacia las diez de lamaana le despert el silencio. El motor se haba detenido y Leonardus, que yahaba metido sus papeles en la cartera y se haba tumbado junto a Chiqui, seencontr tambin sentado en la cama sin comprender qu ocurra ni dndeestaba.

    Hemos llegado? Martn le oy preguntar a gritos, y casiinmediatamente abri la puerta y atraves a grandes pasos el camarote central.Martn se levant y le sigui.

    El Albatros se balanceaba sin ritmo ni gobierno, la rueda del timn girabasobre s misma, y Tom, que haba levantado las tablas y manipulaba en lasprofundidades del motor, no atenda a las preguntas de Leonardus. Sali al finy con un gesto indic que no se pondra en marcha, pero en su cara de piel mateapenas haba un gesto de contrariedad.

    Habr que entrar en puerto y buscar un mecnico dijo. Se ha rotouna pieza de la transmisin, creo.

    Al comprender lo que ocurra, Leonardus, que luchaba por acabar deponerse la chilaba, comenz a jurar en lenguajes misteriosos. Despus volvi alcamarote, tropez con la escalerilla y sac otra vez las cartas que haba dobladoya hasta encontrar la que buscaba, y sin acabar de desdoblarla ni extenderla, secal las gafas que llevaba colgadas de una cadena y se puso a estudiarla condetenimiento.

    Cunto hay hasta la costa? le pregunt Martn.Yo qu s! Cinco millas, veinte, cualquiera sabe con esa reverberacin

    rugi.Cuando al poco rato subi a cubierta ya no hablaba ms que en italiano,

    como si el malhumor que era incapaz de disimular le impidiera tramar laamalgama de palabras y expresiones que tan bien dominaba.

    A Castellhorizo! orden. Est a menos de quince millas y no quierovolver atrs. Es tierra griega as que arra la bandera turca e iza la griega. Sesent en el banco de la baera, dio un puetazo brutal a la madera y ante lainutilidad de su gesto furibundo aull contra el cielo azul: Porco Dio!

    Sin esperar nuevas rdenes Tom coloc de nuevo las planchas y dio unbrinco para ir a soltar los cabos del foque. La vela se riz sin decidirse an hastaque despus de dos o tres embates tom viento y poco a poco Tom jugando conel timn logr corregir el rumbo del Albatros, que se dirigi de nuevo haciaponiente hinchada la vela ms de lo que caba suponer por la calma de la

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    maana. Slo entonces comenz a soltar el cabo de la mayor. Rechin el chigrede escota y la vela fue trepando por el mstil hasta llegar a la cruceta. Labotavara dio varios tumbos y despus de dos o tres inocentes trasluchadastambin ella se acopl a las maniobras del timn. Tom dej que el viento llenaratodo el trapo de la mayor mientras sostena el contrapunto del foque; fijentonces la botavara con la escota y se hizo de nuevo el silencio sobre el tenuemurmullo rtmico y acompasado de la proa que se abra paso otra vez en lasaguas plcidas y silenciosas de la maana. Leonardus, enfurruado, no atendaa los movimientos de Tom ni, por una vez, daba rdenes. Al poco rato apareciChiqui en cubierta despeinada, medio dormida y casi desnuda, y comenz auntarse con cremas mirando alternativamente a Tom y a Leonardus sindemasiado inters. Andrea y Martn seguan en su camarote. En la inmensidaddel mar en calma el Albatros pareca no avanzar, slo de vez en cuando losbordos que haca Tom para recoger el escaso viento, el batir de las velas y elalboroto de las drizas, insinuaban un cierto movimiento. Rumbo a la islanavegaron hasta el medioda manteniendo a. babor la desmedida pared delcontinente sin vestigios de pueblos ni construcciones que las brumas delbochorno escondan en las invisibles vaguadas y declives de los montes de laLycia.

    A Martn no le gustaba el mar. Llevaba ms de una semana a bordo yapenas poda disimular esa persistente sensacin de angustia. Si se quedaba enla cabina leyendo senta un peso en el estmago, una leve sensacin de mareoque le impeda continuar; si suba a cubierta el sol le anonadaba y el constantemartilleo del motor le abrumaba. A veces el viento era fro y aun con sol habaque bajar al camarote a buscar un jersey; casi siempre, sin embargo, el calor eratan sofocante que ni con la brisa poda respirar. Y cuando al atardecer entraba elfresco, se sentara donde se sentara siempre haba bajo sus pies una cuerda, uncabo decan, absolutamente imprescindible en aquel momento, o saltaba Tomsobre sus rodillas para pasar a proa, o le apartaba para abrir una gavetaescondida en el lugar exacto donde estaban las piernas. Y ese olor vagamenteimpregnado de gasleo o la humedad que se densificaba al caer la noche ymojaba los asientos, los papeles, incluso la piel y la cara. Le despedazaban losmosquitos cuando fondeaban en una cala aun antes de haber comenzado acenar, y si dorman en puerto los ruidos y las voces del muelle le impedandormir. Y cuando despus de una noche en vela, agotado le venca el sueo alamanecer, la vida de la mar, como deca Leonardus dando voces en cubierta,exiga que se levantara casi al alba.

    Pero sobre todo odiaba navegar, horas interminables en las que avanzabanhacia un punto que se manifestaba a cmara lenta, un plano demasiado largopara mantener el inters. Se contena para no preguntar cunto faltaba porqueentenda que esas cosas no se preguntan en el mar. Y cuando los vea iniciar

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    una maniobra o fondear, no haca ms que dar tumbos por cubierta sin saberqu se esperaba de l, porque no comprenda ni la jerga marinera mitad italianamitad inglesa en la que se entendan Tom y Leonardus ni se daba cuenta de quehaban llegado a su destino, porque nunca supo tampoco cul era el destino, elprograma ni, menos an, el objetivo de navegar. La mayor parte del tiempoestuvo tumbado boca arriba en la litera de su camarote deseando llegar a tierrafirme donde sin embargo hasta por lo menos media hora despus de haberpisado el muelle no desapareca esa molesta impresin de balanceo que nolograba quitarse ni siquiera durante el sueo, mientras oa los gritos que dabaLeonardus de pie en la proa con el vaso de whisky levantado contra el cielo:Quien ama la mar, ama la rutina de la mar!, vociferaba. A qu vena esamitificacin del mar, de la vida del mar, de la navegacin? Qu diferenciahaba entre esa rutina y el aburrimiento?, pensaba Martn, quiz porque nuncalogr adecuar su pensamiento al ritmo y contrarritmo del mar ni haba sabidoencontrar ese tiempo distinto en el que parecan vivir los dems. A vecescuando navegaban con el sol de frente los miraba desde el banco de la baeradonde se haba refugiado buscando la sombra errante de la vela. Chiqui inmvila todas horas se desperezaba nicamente para untarse una vez ms, tan inmvily aplastada contra el suelo que su cuerpo desnudo segua los vaivenes del barcosin apenas separarse de la cubierta. Leonardus siempre con un cigarrillo en laboca suba y bajaba las escalerillas para consultar el comps, las cartas denavegacin, o manipular la radio y conocer la previsin del tiempo, y al pasarjunto a ella le daba palmadas en los muslos desnudos que siempre provocabanla misma reaccin: Quita ya, pesao!

    El que ha nacido junto al mar, el que aun sin verlo cuenta con el lmite azuldel horizonte y est hecho a la brisa hmeda y salina que le llega al atardecer,configura su mundo en unos lmites a partir de los cuales el paisaje se allana yalcanza el infinito. Y si camina tierra adentro busca detrs de cada loma la lneaazul que ha de devolverle la orientacin precisa para no sentirse perdido entremontes y llanuras, entre calles y plazas, saber dnde est y encontrar el caminoy la salida. Pero Martn no conoci el mar hasta mucho ms all de laadolescencia y nunca dej de considerarlo un elemento extrao, misterioso yamenazador.

    Andrea en cambio, si bien no era ahora capaz de saltar sola al muelle yhaba que darle la mano para atravesar la pasarela, aun con esos vrtigos quehaban comenzado haca unos aos, con la debilidad tan manifiesta en su rostroy en sus brazos transparentes y un tanto flcidos, viva a bordo sin acusar lamenor molestia y se mova en el barco con extrema normalidad. Cuandonavegaban a pleno sol, embutido el sombrero de paja hasta las cejas paraprotegerse la piel, se sentaba en la proa abrazada al palo e inerte como unmascarn fijaba en un punto la mirada sin alterarla durante mucho rato hasta

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    que de repente pareca descubrir que Martn estaba en cubierta. Se levantabaentonces y agarrada con fuerza a los obenques pasaba de la proa a la popa e ibaa reunirse con l. Martn abra otra vez el libro e intentaba disimular esa mezclade tedio y mareo que no le haba abandonado desde que comenz el viaje.Estaba seguro de que ni Leonardus y mucho menos Chiqui se haban dadocuenta pero saba que Andrea lo adivinaba, aunque de habrselo ella insinuadol nunca lo habra reconocido.

    Ella s haba nacido junto al mar y desde pequea su padre le habaenseado a moverse en la cubierta de las barcas con buen tiempo o temporal. Elprimer da del viaje, en Marmaris, cuando Martn y Chiqui beban limonadas enla terraza del bar del puerto esperando a que Leonardus y Tom volvieran dehacer las diligencias para poder zarpar, se las haba ingeniado para comprarhilo, anzuelos, plumas y plomos y todos los das al atardecer se sentaba en lapopa detrs del timn y echaba el curricn que ella misma haba fabricado.Fijaba la mirada en un punto lejano del mar y se concentraba en la tensin delhilo sobre el dedo que haba de transmitirle desde las profundidades del mar elmovimiento del anzuelo escondido tras la pluma, y al notarlo daba un tirn yrecoga rtmicamente el hilo que formaba a sus pies un ovillo sinuoso de hebrasamontonadas casi con perfeccin, sin cansarse, ni demorarse, ni acelerar lacadencia de la cordada Y al llegar al final, sujetaba el pez y le obligaba a abrir laboca con una mano para, con un juego hbil de la otra, quitarle el anzuelo sindesgarrarlo, y ante los gritos de horror y de asco de Chiqui lo echaba al cubo.Luego, sin entretenerse en contemplarlo, soltaba de nuevo el curricn ydeshaca al mismo comps la telaraa que descansaba en el suelo. Al fondear enuna cala, si todava haba luz de da, en cuanto notaba que el ancla ya nogarreaba y vea que Tom iba largando cadena, antes incluso de que saltara a lachalupa para amarrar el cabo de popa a una de las rocas o a un tronco que losembates del mar haban dejado entre ellas blanco y desnudo, se instalaba en laproa con la cesta de la pesca y doblada sobre la barandilla, con las gafasresbaladas sobre la nariz, se agarraba a una jarcia con una mano y echaba elvolantn con la otra. El sol de poniente se abata sobre las rocas de la costasoslayando el mar y las aguas exentas de reflejos adquiran una transparenciade claroscuro que la mantena atenta a la agitacin de los peces en el fondo sinreparar en la humedad que poco a poco iba mojando la cubierta y rizando anms sus cabellos negros. Nada, ni siquiera la voz de Martn la distraa entonces.Y no recoga los volantines hasta que el sol al esconderse se llevaba consigo laoculta transparencia de las aguas. Y con la ltima luz que haba quedadosuspendida en el horizonte, limpiaba los cuchillos, clavaba los anzuelos en loscorchos, los guardaba en la cesta para tenerlos a punto al da siguiente a lamisma hora, llevaba el cubo con los peces a la cocina como probablementehaba hecho todos los atardeceres de verano de su infancia -y segua ahorahaciendo con tal naturalidad que nadie habra adivinado que llevaba por lomenos ocho aos sin navegar, sin pescar, sin ver el mar ms que desde la lejana

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    de su apartamento en la ladera del monte, en la ciudad, y sin ms demora sereuna con ellos bajo el toldo y se serva el primer whisky.

    Martn la haba conocido en el mar, en la pequea baha frente a su casa dela costa. Haca menos de un ao que haba terminado el servicio militar y enlugar de volver a Sigenza donde viva su familia, gracias a un compaero delmismo batalln que le haba recomendado a su to, haba conseguido entrar desegundo cmara en la pequea productora de cine y televisin que ste tena enBarcelona. Aquel da era sbado y despus de unas tomas en el puerto quehaban quedado pendientes la maana anterior, Federico, el productor, le pidique le acompaara a la casa que un editor tena en Cadaqus, un pueblo de maral norte de la ciudad. Segn le dijo, era un hombre rico interesado en invertiruna suma importante en la serie de reportajes para la televisin que habancomenzado aquella primavera. Martn le acompa porque no tena msremedio y tampoco mucho ms que hacer en la cancula hmeda de la ciudadvaca. Durante ms de cuatro horas viajaron por una carretera que se empinabay estrechaba a medida que avanzaban. En las curvas finales, cuando yadescendan entre lomas cubiertas de olivos bajo un sol agobiante, Martn, queapenas haba desayunado, cerr los ojos para no sentirse peor y ni siquiera sepercat de que se acercaban al mar que se extenda azul e inmvil como unespejo oscuro hasta la lnea del horizonte. Cuando aparcaron el coche eran msde las dos y entraron en la casa por una calle paralela al mar. Sebastin Corella,que les estaba esperando, les hizo pasar a la terraza.

    Era un da transparente de julio y aun amparados por la sombra del toldola reverberacin del sol les ceg un instante. A sus pies un mar tranquilo sedesmenuzaba en olas tan suaves sobre las piedras negras de la pequea playacerrada a ambos lados por rocas con lustre de mica bajo el destello irisado delsol, que la espuma transparente apenas transmita un leve murmullo. Alguienvena nadando y rompa rtmicamente el agua, abriendo a su paso una estelaincrementada por el golpe seco de cada brazada, como el dibujo de lasbandadas de gaviotas en el cielo de octubre.

    Es Andrea, mi hija dijo Sebastin Corella mientras pona hielo en lascopas que acababa de servir. Martn tom la suya y se apoy en la balaustradapara seguir la cadencia de la mancha oscura que al llegar a la playa se detuvosin sacar la cabeza, se zambull en una pirueta sbita y de una embestida salidel agua que salt a su alrededor como un surtidor. Estaba a muy pocos metrosde distancia: quedaron suspendidas sobre su cuerpo minsculas gotas quebrillaron al sol antes de resbalar sobre la calidad mate de su piel oscura y elcabello que se ech hacia atrs con un gesto preciso que Martn no habra deolvidar, igual que esa mirada de ojos ligeramente entornados, opaca, perdida,dulce y vagamente desenfocada de los miopes arrastraba todava un chorrode agua. Una vez se hubo adaptado a la luz abri los ojos en toda su amplitud y

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    mostr las pupilas de un azul plido que con los reflejos del agua adquiri unleve tono violeta. O quiz fuera que sus ojos tenan la facultad del camalenporque ni una sola vez en todos los das y todas las noches que se mantuvojunto a ella aquel verano, mirndola a distancia sobre las cabezas de losbebedores, o en la playa entre otras mujeres y hombres que nunca fueron paral ms que figuras difusas de una farndula veraniega, o en el apasionamientoy la distancia con que se sucedieron los aos siguientes, fue capaz deadivinar de qu matiz se habra teido el azul de su mirada cuando dejara deenfocar el objetivo y fruncir los prpados y quedara al descubierto la nitidez desus enormes pupilas que, sin embargo, llevaba en s misma la carga de unacierta expresin enigmtica, la sombra de una reserva que nunca sera capaz dedesvelar cabalmente.

    Sin bajar la mano que segua sosteniendo hacia atrs la mata de cabellomojado, levant la cabeza, sonri y les salud con la otra. Martn jams habavisto un ser ms radiante, una mujer ms hermosa, unos ojos ms azules.Desliz los pies por el agua y camin sobre las piedras negras, ardientes ydentadas como si iniciara un paso de danza ya sabido y se agach a recoger latoalla que haba dejado en un pretil no con intencin de secarse sinosimplemente para dar por terminado el bao o quiz slo por rematar elesplendor de su figura porque se la ech al hombro como haba hecho con elcabello y desapareci bajo la terraza.

    No volvi a verla hasta media hora ms tarde. La puerta del fondo de lasala estaba abierta y desde donde estaba vea la escalera. Apareci primero unpie, despus otro y finalmente el cuerpo entero. Bajaba despacio abrochndosela correa del reloj. Tena el pelo todava mojado pero ms suelto y alborotado,iba vestida de blanco y llevaba gafas oscuras. En ese momento su padre habaentrado en la sala y estaba buscando entre las revistas amontonadas sobre lamesa la ltima crtica de una pelcula en cuya produccin haba intervenido.Ella pas por su lado, le dio un beso fortuito en la mejilla y sali a la terrazamanipulando an la correa.

    Me llamo Andrea dijo, y dio la mano primero a Federico, luego aMartn. Se dio la vuelta para servirse ella tambin una copa, y cuando su padrese acerc a Federico con el peridico, volvi la cabeza, se baj las gafas hasta lapunta de la nariz y por encima de ellas mir a Martn, le sonri fugazmente concuriosidad y una cierta sorna, y antes de que l fuera capaz de reaccionar ydevolverle la sonrisa, ella ya haba empujado hacia arriba la montura negra y sehaba dado la vuelta otra vez.

    Martn reconoci ms tarde que se haba azarado, lo reconoci ante smismo porque no habra tenido el valor suficiente de contar a nadie cmo esasimple mirada le haba transpuesto. Hasta tal punto que apenas prest atencina la entrada de la madre de Andrea, y a ese hombre alto y de tez oscura que laacompaaba y que se qued a comer con ellos, ni a su nombre, ni ms tarde a laperfecta disposicin y al artificioso diseo de los cubiertos, los platos y los

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    vasos, ni a la crema helada de calabacn y al pescado al horno y a las distintasclases de postre que les sirvieron, que tanto le habran maravillado de no haberestado esa mujer sentada a esa mesa y precisamente a su lado. No poda or msque lo que ella deca, ni atender a otro sonido que su voz, sin reconocer encambio el contenido de su discurso, como si a medida que las pronunciarafueran perdiendo el significado una tras otra las palabras y no quedara de ellasms que la entonacin, el tono, la inflexin, la meloda y el ritmo, y los gestos yla sonrisa con que los acompaaba, o esa forma de permanecer atenta a laintervencin de quien le haba interrumpido, con la cabeza adelantada, la bocaligeramente abierta y los cubiertos inmviles en las manos, dispuesta en cuantopudiera a retomar el hilo de su propio argumento. Y aunque procur que nofuera demasiado evidente su ensimismamiento e hizo esfuerzos desmedidos sinlograrlo por comprender de qu se estaba hablando, en la agitacin y la soledadde la semana que sigui no pudo recordar de esa comida ms que los grandesojos de Andrea apenas insinuados tras el cristal negro, la peculiar forma conque se pona y quitaba continuamente las gafas y ese canto sin letra de su vozde alondra.

    Luego, cuando una vez terminada la comida la vio salir sola a la terraza, selevant tambin y la sigui.

    En aquel momento el motor de una barca retumbaba en el sopor de latarde. El sol que haba comenzado a ocultarse tras la casa haba dejado en lasombra la terraza y la playita de piedras negras, y a esa luz se haba oscurecidoel tono dorado de su piel como si tambin ella se hubiera quedado en lapenumbra. Estaba de espaldas al mar con la taza de caf en la mano y la mirabaperdida, haba levantado la rodilla y doblado una pierna hacia atrsapuntalando sobre la otra todo el peso del cuerpo que, con el desplazamiento aque le haba obligado la postura y desnudo ahora el rostro de la animacin de lapalabra, haba adquirido un aspecto indolente, un poco lnguido.

    No se movi cuando l lleg a su lado, ni siquiera levant los codos delantepecho y sigui removiendo el caf con la cucharilla.

    En qu trabajas? le pregunt sin mirarlo.En cine, y t?Soy periodista. Y bebi el caf a sorbos lentos.De dnde eres? pregunt al rato.Soy de Sigenza, mejor dicho de Ures, un pueblo cerca de Sigenza. Por

    qu?Por nada, pura curiosidad le mir ahora entornando los prpados y

    sonri.Martn no supo qu ms decir. Sin saber por qu dese por una vez salir de

    su mutismo, vencer su timidez y hablar, contarle que haba nacido en Ures,provincia de Guadalajara, en el centro de Espaa. Que en realidad se llamabaMartn Gonzlez Ures, pero desde siempre se le haba conocido como MartnUres por el apellido de la familia de su madre. Que incluso a su padre, el

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    maestro que lleg de Sigenza y se cas con la hija del molinero Ures, se lellamaba seor Ures. Que desde pequeo l y sus hermanos llevaban el nombrede la aldea como si fueran los descendientes de los fundadores del puebloaunque saban bien, porque su padre lo contaba ao tras ao en la escuela, quela aldea haba sido en sus orgenes un monasterio edificado en el siglo XV o XVIpara una congregacin de monjas vascas, que se conservaba todavadestartalado y casi en ruinas. Que lo haban llamado Ures por ser el nico lugarde los contornos que tena ur, agua en vasco, que el ro que traa el agua de losmontes de Pozancos corra bajo la ventana de su habitacin en el stano mismodel molino y que por las noches antes de dormirse tiritando entre las mantasporque las paredes rezumaban humedad se dejaba mecer por el rumor delagua, y que durante el da se asomaba a ver pasar la corriente absorto en lasvariaciones e imgenes que se sucedan, como aos ms tarde se quedaraembobado viendo la televisin, o ms tarde an, una y otra vez la mismasecuencia de una pelcula. Que no recordaba ni habra podido decir cmo semola el trigo con el agua del molino porque cuando l naci ya no funcionaba,que en la plaza del pueblo haba un cao que sala de un piln de cemento alque llamaban la fuente donde todas las tardes se reunan los hombres y lasmujeres bajo la sombra de un tilo gigantesco, que los muchachos que iban alservicio militar no volvan y el pueblo se fue vaciando, hasta que tambinqued la escuela casi desierta, y que as fue cmo abandonaron la casa delmolino y el pueblo y parti toda la familia a Sigenza donde su padre habasido trasladado. Habra querido contarle cmo haba echado de menos en laoscuridad de aquel apartamento nuevo y ruidoso de Sigenza a los nios de laescuela de Ures y el graznido de los cerrojos herrumbrosos del molino al cerrarla puerta por la noche y la chopera al borde del camino que se extendainacabable hacia la meseta, un paisaje sin ms horizonte que la vaga lnea denieve apenas distinta del cielo en el invierno o las lomas de trigo acerado por lasescasas rfagas de aire trrido del verano, y las higueras torturadas y loscangrejos en el ro, y los ratones que sobre el ruido del agua roan las vigas delsobrado. Y explicarle la emocin con que iba todas las semanas a ver las dospelculas que pasaban en la sala de la rectora y cmo una tarde, cuando apenastena doce aos, sin entender todava de qu materia estaban hechas lashistorias que vea, jur que l, Martn Ures, tambin hara pelculas un da, ycon qu superioridad mir desde entonces a los dems chicos convencido deque de una forma misteriosa pero irrecusable haba sido elegido entre todospara un menester mucho ms importante que subirse a los rboles a robar losnidos o esconderse jugando en las parideras del monte. Que todo cuanto habahecho a partir de esa revelacin se haba inspirado en la misma y profundaconviccin que se apoder de l aquella tarde en Ures, y que sin embargo eneste momento lo nico que le tentaba de su propia historia era la improbableeventualidad de que alguna vez l pudiera contrsela y ella se sentara a su ladoy no se moviera nunca ms.

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    Pero no dijo nada y ante su mirada azul se limit a encogerse de hombroscomo para indicar que nadie elige el lugar de su nacimiento.

    Sbitamente Andrea se enderez, se palp los bolsillos y dnde estn misgafas?, pregunt, y sin esperar respuesta se fue. Martn intent seguirla con lavista pero le fue difcil. Un grupo de personas haba entrado en el saln y ellaapareca sentada en un sof buscando en las juntas de los almohadones odesapareca oculta por un rostro o una sombra. Hasta que del mismo modo quehaban irrumpido esos extraos personajes salieron todos y la habitacin quedsilenciosa y casi en la penumbra como si con sus risas y su trasiego se hubieranllevado la luz y con ella a Andrea.

    Slo quedaron Sebastin y Federico, cada uno en la esquina de un sof,consultando papeles y cifras ajenos a las idas y venidas del personal. Sobre lamesa haban amontonado las carpetas que Federico sacaba de su cartera demano, el cenicero estaba lleno de colillas y la botella de coac sealaba con sunivel el paso del tiempo. Martn se sent con ellos.

    Al principio no se atrevi a rehusar la copa que Sebastin le haba servido yluego, a medida que fueron pasando las horas, con ese ritmo distinto al que nossomete la bebida corta y continua, se qued al margen de su conversacin queoa con el deleite de quien cabecea una siesta con las voces de fondo de latelevisin, y se dej envolver por el vaho de bienestar e ingravidez que le ibaimponiendo el da.

    Bajo las voces rompan una tras otra las olas livianas sobre las piedrasoscuras que haba visto en la playa, el reloj de la torre de una iglesia dio lasocho y sonaron pisadas en algn lugar de la casa; de vez en cuando rompa elsusurro de la conversacin el motor de una barca que se acercaba o alejaba, o elladrido perdido de un perro, una voz lejana, sonidos separados unos de otros,de lmites precisos, como ecos que estallan en verano en el crepsculo rosadodel mar.

    Estaba tan poco acostumbrado a beber que cuando despus de haberrecogido todos los papeles se levantaron y Sebastin les llev al primer piso porla misma escalera que haba descendido Andrea haca unas horas y los dej acada uno en su habitacin as podis descansar un poco antes de la cena, lesdijo, se agarr al pasamano para mantener el equilibrio y una vez en sucuarto se dej caer en una de las dos camas sin apartar la colcha blanca niasomarse a la ventana que daba sobre la terraza y el mar desde dondesiguiendo la corona de luces de la riba que acababan de encenderse habrapodido verificar el contorno de la baha con igual precisin que en el mapaenmarcado que haba descubierto en el vestbulo de la casa esa misma maanatan lejana ya. Y cuando Federico entr a buscarle para bajar a cenar se puso enpie de un salto sin saber ni la hora que era ni dnde estaba ni por qu tena lacabeza tan pesada y en la boca el mismo sabor amargo de los amaneceres congripe de su infancia. Se dio una larga ducha con la esperanza de que el agua frale limpiara tambin la mente. Y despus, desde lo alto de la escalera, enfoc en

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    picado el saln y la terraza otra vez llenos de gente y aunque tuvo que prestarmucha atencin y recorrer el escenario ms de una vez porque segua con elentendimiento confuso por el coac de la tarde y remoto an por el sueo quese le haba pegado con obstinacin a los prpados, no descubri a Andrea porninguna parte. Ni cen en la casa con ellos cuando ya todos se haban marchadootra vez, ni la vio despus en el bar de la playa donde fue con Federico,Sebastin, Leonardus, el hombre de tez cetrina que haba aparecido a la hora decomer y Camila, la madre de Andrea, una mujer alta y demasiado delgada, queno haca ms que ponerse en la boca un cigarrillo tras otro sin preocuparse deencenderlo, segura de que alguno de los hombres que la rodeaba, si no todos,habra de acercar la llama de su mechero al extremo del cigarrillo con talprecisin que ella no tendra siquiera que inclinar el cuerpo para acertarla.Martn la contemplaba arrobado y se preguntaba de dnde le vena esaseguridad mientras tomaba de nuevo coac, que despus del aperitivo y delvino de la cena, contrariamente a lo que haba supuesto, le haba reanimado. Sinembargo pas con acidez y mareos la noche, o lo que quedaba de ella, porquetal como les haba anunciado Sebastin al despedirse en la puerta de su cuarto,fue l mismo a llamarles al alba para salir a pescar y pasar luego la maana enel mar. Casi no se dio cuenta de cundo ni cmo se visti, ni en qu momentobaj la escalera y salieron a la calle. Recordaba vagamente la riba oscura,camino del muelle, slo iluminada por unas luces demasiado altas y metlicaspara no parecer los tres, as bajo ellas, seres fantasmagricos.

    Casi dormido haba subido a la Manuela, una barca de madera pintada deverde que se tambale bajo sus pasos, ms inestables an por la destemplanzade la madrugada an pegada al cuerpo, aturdido por los golpes de sus propiospies contra las tablas de madera, por los leves embates del mar en el balanceoque le llevaba al borde del vahdo y del vrtigo. La barca se separ del muelle.Sebastin estaba al timn y Federico a su lado. Ninguno de los dos hablabaahora. Era todava de noche pero por el horizonte del mar un vago asomo deluz, el temblor de una rfaga de aire, anticipaba la aurora. Permaneci inmvil,sentado en el lugar del banco de la baera que le haban asignado, con lasmanos metidas en los bolsillos del tabardo que Sebastin le haba prestado y elcuello levantado. A medida que avanzaban el fresco que le haba cogidodesprevenido al salir de la casa se converta en fro y haca frente con estoicismoal aire que le barra la cara y penetraba por las rendijas de sus ropas paramartirizar su cuerpo rezagado que no haba perdido an el calor de la cama.Retumbaba la madera en su cabeza torturada por la confusin de las resacasencadenadas que iban tomando cuerpo con el vaivn, y le temblaban los muslosal ritmo del motor que taladraba la calma de la noche. La Manuela se alejdespacio del pueblo dormido y la corona de luces pas a ser una lnea continua,una fotografa de velocidad lenta, que rompa la tiniebla y marcaba los confinesdel mar: por poniente el oscuro perfil de los montes y la iglesia, y por levante laluz incierta del amanecer. Al salir a mar abierto apareci el perfil de una isla en

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    la imprecisin del resplandor primero, e inmediatamente disminuy lavelocidad y se apacigu el ronquido del motor de la Manuela y comenzaron adar vueltas en torno a ella. No fue consciente de todos los movimientos que seiniciaron entonces, del trasiego de los cestos de la cabina a cubierta, de lospreparativos de la pesca y de la pesca misma, y a ninguno de los otros dospareci preocuparle, igual que nadie se haba ocupado el da anterior de sabersi quera quedarse o irse, si quera beber, cenar o dormir. Y l, que apenas setena de mareo y casi no poda abrir los ojos de sueo y de resaca, cuando enuna de las idas y venidas de Sebastin a la cabina vio las dos literas, seguro deque tampoco ahora haban de reparar en l o si lo hacan no habran derecriminarle, se escurri en el interior y se tumb en una de ellas, se dej mecerpor la sordina que la puerta cerrada imprima a los golpes del motor y sedurmi profundamente.

    Cuando despert estaba sofocado de calor y la luz brillante, seca y precisacomo un cuchillo, le hiri los ojos. Estaban llegando a una cala y aunque sehaba reducido casi por completo la velocidad, la Manuela qued frenada por elchoque contra las piedras y Martn, que haba salido a cubierta todava con eltabardo, cegado por la luz perdi el equilibrio y fue a dar contra Federico quesostena la barra del timn, mientras Sebastin largaba el cabo del ancla.

    Holgazn, no haces ms que dormir grit riendo Federico, que apenashaba podido sostenerse por el traspis. En la zozobra de su derrumbamientoMartn se preguntaba qu estaba l haciendo en aquel lugar hostil, a esa horaimposible y en este lamentable estado.

    Se tumb en la playa, sin tabardo, cubierta la cabeza con la camiseta que sehaba quitado y soportando estoicamente las piedras que le servan de colchn,mientras contemplaba cmo se las arreglaban para encender un fuego. Los viovaciar una botella de agua en una olla, limpiar los peces del cubo, servirse envasos de cristal un vino que le hizo cerrar los ojos de asco. El sol se habaapoderado del firmamento. Ni una nube, ni un soplo de aire, ni un solo rbol enaquella cala inhspita de piedras cuyas aristas no lograba atenuar ni con losmltiples pliegues de la toalla que le acababa de echar Sebastin.

    Comi despus un poco de sopa de arroz, un caldo caliente de pescado quele tranquiliz el estmago y en un arranque de valor incluso se atrevi ameterse en el mar en cuanto les oy volver a la conversacin del da anterior,con el agua a la cintura como si no se atrevieran a ir ms lejos, o como sicautivados por sus propias palabras hubieran arrinconado la intencin primera.Anduvo unos pasos pero no se zambull sino que se agach dentro del aguahasta que le lleg a la altura del cuello, se salpic los ojos y la cara y saliencogido para disimular el dolor de las piedras afiladas en las plantas de lospies. Luego con la piel todava fra, encendi el primer cigarrillo del da, setumb de nuevo con la camiseta en la cara, se dej llevar por la modorra que lehaba entrado tras el caldo caliente o el agua fra quiz, y sigui de lejos lasvoces, el ruido del agua, los pasos sobre las piedras y finalmente el motor de

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    nuevo. Slo entonces se enderez con una cierta energa seguro de que haballegado el momento de volver, de que ahora podra ver otra vez a Andrea, quedeba de estar nadando rumbo a la casa como ayer y que si se daban prisa lesdara tiempo an a sentarse en la terraza antes de que ella emergiera del aguacomo un delfn y volviera a mirarle con esos ojos azules que haban persistidosonrientes en el fondo de su resaca.

    Sebastin puso un toldo de lona verde y a pesar de la opresin del sol y elbrillo lacerante del mar, la brisa y la sombra dulcificaron el calor trrido demedioda. Navegaron de vuelta durante ms de media hora, pero al torcer elcabo para entrar en la rada no se dirigieron al pequeo muelle de la casa sinoque atendiendo a las voces que venan de otra barca fondeada en la baha sedetuvieron y se amarraron a ella, y Federico y Sebastin saltaron dejndole soloen laManuela.

    Durante ms de una hora se dedic a mirar con melancola hacia la costa ya buscar tras el temblor irisado del aire la casa de Andrea. Ya iba a levantarse yreunirse con Sebastin y Federico cuando descubri todava lejana una manchanegra que como el da anterior, pero en direccin contraria, vena nadando enuna lnea tan recta, con un ritmo tan acompasado y abriendo una estela tanperfecta en la calma de la inmensa baha bajo el sol que de pronto comprendique el milagro iba a repetirse.

    Alguien le llam desde la otra barca, pero l no respondi y permaneciatento, y cuando las brazadas tocaban casi el casco de la Manuela se asom porla borda. En aquel momento Andrea sacaba la cabeza del agua y levantaba unamano que fue a ponerse junto a la de l. Respir con fuerza como si le faltaraahora el aire que haba gastado en esa milla, entorn los prpados y le mir traslas pestaas todava llenas de minsculas gotitas.

    Hola dijo e inici la subida por la escalerilla de cuerda. Pero antes desaltar a cubierta se detuvo y como si respondiera a una pregunta que Martnnunca se habra atrevido a formular, desliz el ndice sobre su mano en unacaricia sin matices ni sobresaltos para que la intencin recayera nicamente enlas palabras que iba a decir, y esta vez con los ojos completamente abiertos y laspupilas de color turquesa, dijo:

    Tengo buena vista cuando llevo puestas las gafas y con un gesto sealla terraza lejana, y adems se detuvo un instante soy muy impaciente ydejndole solo con las palabras salt a cubierta y entr en el tambucho en buscade una toalla. Luego sin mirarle apenas se fue a la otra barca con los dems.

    Deba de ser ya muy tarde cuando casi todos se echaron al agua, menos lque segua sentado en el banco de la baera. Andrea se haba zambullido conellos y no la vio salir hasta que apareci por la otra amura. A su espalda. Ven alagua, grit dirigindose a l por primera vez desde entonces. Y volvi azambullirse, nad unos metros y le volvi a llamar, pero l no se movi.

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    Aunque no tena mayor deseo que responder a esa nueva llamada y echarse almar, permaneca inmovilizado por la ansiedad, en la contrapartida de un sueoque le torturaba desde nio pero esta vez, en lugar de ser l quien se mova porel barro fangoso intentando intilmente avanzar hacia un objetivo que anhelabapero que nunca lleg a conocer, tena los pies paralizados en el suelo y era ellala que se alejaba. Porque por mucho que le atrajera esa mujer se senta incapazde echarse al agua sin apenas saber nadar. Ella se alej hacia las rocas y laperdi de vista.

    Un par de horas ms tarde, en el coche, mientras oa el interminablediscurso de Federico sobre los proyectos casi concluidos con Sebastin en laslaboriosas conversaciones que haba mantenido durante ms de veinticuatrohoras y miraba el pueblo lejano, ms pequeo tras cada nueva curva de lacarretera, estaba decidido a volver el prximo fin de semana y todos los quetuviera libres hasta el da de su muerte.

    Pero ni aquel verano de calmas y calor que los viejos del lugar no habanvisto desde su infancia en que ni un solo da se encabrit el mar, ni entr ellevante a mediados de septiembre cuando ya haba que andar por la calle contabardo porque haca fro; ni las plcidas noches sentado en el bar de la playamientras la voz y la risa de Andrea se mezclaban con el murmullo de las olascomo el fondo azul de sus historias, lograron desbancar en la mente de Martnla certeza de que el mar era un elemento extrao, amenazador, demasiadopresente a todas horas, demasiado evidente. Quiz porque como le dijo ellavarias semanas despus al despedirse una noche, cuando ya conoca la historiaque el primer da no se haba aventurado a contarle y otras muchas que ibarecordando a medida que le hablaba, l era un hombre de tierra adentro que noconoca ms inmensidades que las de la meseta ni ms olas que las del vientosobre los trigales.

    Y sin embargo fue el propio Martn quien ahora, casi diez aos despus,haba aceptado por primera vez la invitacin que Leonardus repeta todos losveranos. Andrea al principio haba aceptado, pero al saber que se habaincorporado al viaje una de las chicas de Leonardus que ni siquiera conoca,perdi el inters como si ese proyecto que Martn slo haba aceptado por ellano le ataera en absoluto, aunque bien es verdad, no haba opuesto resistencianinguna.

    Recobrars el color le dijo l la noche que le dio las fechas y lleg conlos billetes de avin. Y aadi con cautela: Apenas hemos estado en el mar enlos ltimos aos.

    Ella no rompi el silencio en el que se haba sumido haca das, y al mirarlade soslayo para intentar descubrir en qu punto exacto se encontraban, noacert a encontrar las palabras que habran de apearla de su enojo. Slo al cabode un rato insisti:

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    Con el aire y el sol tendrs mejor aspecto y te sentirs mejor, ya lo versdijo con temor, porque esperaba que de un momento a otro ella saliera de supasividad y se encolerizara, y estaba seguro de que sin dejarle terminar habrade bramar como tantas otras veces, no es aire y sol lo que necesito sinosimplemente que no me mientas. Pero esa noche permaneci callada, sin apenasvariar la expresin un tanto desvada de sus ojos azules, de un azul tan intensoa la luz del crepsculo en esa inmensa terraza sobre la ciudad, que acentuabaan ms la palidez marfilea de su rostro de madonna.

    No ibas a salir? dijo al fin en tono neutro con la vista fija en sus manosinmviles que sostenan las gafas sobre las rodillas. Tena el aspecto frgil ylejano y la penumbra acentuaba las sombras oscuras bajo los ojos.

    No voy a salir dijo y se acerc al silln. Se puso en cuclillas frente a ellahasta que las dos caras quedaron a la misma altura y con el dedo le oblig alevantar la barbilla.

    Mrame, Andrea. Llevas das sin hablar. Te he pedido perdn. Qu otracosa puedo hacer? Sabes que no quiero a nadie sino a ti, que no s vivir sin ti,que no quiero vivir sin ti, que contigo empieza y termina mi vida.

    Habl a golpes, con montona entonacin, como si recitara un rosario depalabras extraas y mgicas y no atendiera ms que a los resultados.

    Ella le dej decir y sin reaccionar apenas desvi la mirada, entorn losprpados y torci la cabeza que l mantena levantada con la punta de sundice.

    S dijo al rato, ya lo s.Aquella noche cenaron los dos en silencio y cuando ella se levant para ir a

    la habitacin que ocupaba sola desde haca ms de quince das, l repiti:Vers como el aire y el sol te devolvern el buen color. El de entonces

    aadi torpemente.

    Pero llevaban ms de una semana en el mar y a pleno sol y la piel deAndrea apenas haba adquirido un plido tono rosado. Es cierto que casisiempre se calaba el sombrero hasta las gafas y rara vez se haba quitado lacamiseta porque se haba quemado la nariz, las rodillas y la espalda ya elprimer da, y cuando por la noche apareci su rostro en el espejo colgado deuna cuaderna, horrorizada del color rojo violento que ni a fuerza de cremaslograba hacer desaparecer, sentenci melanclicamente que nunca ms habrade ponerse morena. Martn entendi el reproche velado de la voz pero nocontest. Por primera vez en varias semanas, ella no iba a poder encerrarse ensu cuarto y aunque se mantena distante saba que estaba tan azorada como l.Y cuando la vio tumbarse boca abajo y permanecer inmvil con los ojoscerrados repitiendo cansinamente nunca ms me pondr morena, nunca msme pondr morena, entendi que la montona cantinela no se deba a los treswhiskies que haba tomado antes de la cena y a los dos que se haba servido

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    despus, sino que haba llegado el momento en que en el artificio de suborrachera se abrira el paso angosto que haba de dejar un solo instante dedimisin. Por esto, conmovido, se sent a su lado y en silencio, sin apenasatender al ritmo sincopado que iba adquiriendo esa extraa y monocordemeloda, se limit a ponerle aceite en la espalda, concentrado en la conviccinde avanzar hacia su propia meta y en el deleite de reconocer cada hueco, cadafisura, cada relieve; y suavemente dej resbalar la mano hacia la curva de loshombros ardientes y las exiguas vaguadas a uno y otro lado de la columna, yascendi de nuevo hasta llegar a los msculos endurecidos del cuello y de lanuca, demorndose en el nacimiento de los cabellos y aadiendo a cada rato elaceite que el calor de la piel haba absorbido, y slo se agach a besarle la nucablanca y el prpado cerrado del ojo que dejaba visible su postura, cuandorepar en que llevaba un raro sin canturrear y en un gesto de forzadadistraccin, como si hubiera cambiado de posicin sin motivo aparente la manoque descansaba sobre la almohada, la haba posado en la rodilla de l. Entoncesse tumb a su lado y, sin dejar de rastrear con la palma untada los contornos delas paletillas e internando luego los dedos en los costados, ms blancos que loshombros, zonas umbrosas donde el sol no haba dejado su huella, con la otrapuls el interruptor para que slo entrara por la escotilla la tibia luz de lacruceta que daba a su piel la calidad lunar de un desierto.

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    II

    Lo primero que vieron al doblar el cabo fueron los cormoranes quietos ysilenciosos sobre el acantilado rocoso, opaco el plumaje negro y verde por lacalina, con el pico mirando al cielo como esculturas solitarias que flanquearan laentrada a la isla, y tras ellos apareci en el fondo de la baha el puerto recogidoen s mismo como una franja de luz imprecisa entre el brillo del mar y la tierrareseca y cobriza. La mole de piedra descargaba sobre l su incandescencia y aras del agua la reverberacin del aire en suspenso se estremeca abrumada porla potencia del sol, diluida en calor, velando colores y lneas. La asfixiadesorbitaba el ambiente y el paisaje refractado por la cancula yaca anonadadoy distorsionado como un borroso teln de fondo.

    Al cabo de unos meses, cuando del verano y del calor ya no quedara casi niun recuerdo que no perteneciera a una fotografa, cuando se hubiera diluido,transformado y casi olvidado todo cuanto se iniciaba en ese instante inmvil, enlas sbitas y escasas reminiscencias que asomaran apenas en los resquicios desu memoria Martn Ures haba de preguntarse en ms de una ocasin si nohabra ocurrido todo porque el lugar estaba embrujado. Porque sin motivoaparente flamearon las velas, el Albatros perdi arrancada y sin poder vencer laresistencia de plomo de la maana inanimada, cabece levemente y permanecidespus inerte sobre el cristal del agua como si en aquel mbito no hubieralugar para la inercia. Y en el mismo instante todo el trapo se desplom sobrecubierta.

    Por la repentina inmovilidad o quiz por la misma espesa consistencia delaire sofocante asomaron los cuatro la cabeza por las escotillas sobrecogidos porun sbito malestar. Y cegados por la luz y el calor contemplaron el puerto y lasladeras sin comprender lo que haba ocurrido ni discernir todava los contornosde las lomas. Poco a poco se acostumbraron a la luz acerada y temblorosa.Aparecieron entonces vestigios de escombros oxidados como las piedras de lasque estaban hechos, casi escondidos tras una vegetacin estropajosa, tostada yreseca que haba nacido y segua abrindose paso entre ellos, primero unasombra, luego otra y otra que se extendieron por las colinas hasta que se

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    desvel la inmensa ruina que se alzaba sobre el mar como una montaa decascotes que el tiempo, la erosin y el crecimiento hubieran nivelado.

    Qu horror! dijo Chiqui ahogada por ese sbito e inesperado aumentode la temperatura, la falta total de aire y el paisaje lunar que gema en el silenciola inmovilidad de su propio descalabro. Por qu no nos vamos?

    Nadie respondi.Andrea se sec la frente que se haba llenado de minsculas gotas de sudor,

    como el cuello, el labio superior, la espalda y las piernas.No podr soportarlo dijo.Leonardus avanz con lentitud hacia el timn, empapada la chilaba blanca

    que siempre haba llevado impoluta, y dijo casi sin atreverse a levantar la voz:Qu hacemos ahora?Tom se encogi de hombros y sigui azuzando el timn, ms por

    comprobar hasta qu punto era vano el intento que por creer que podraenderezar las velas y mover el Albatros.

    Quiz nos lleve la corriente hasta el muelle dijo Leonardus.No hay corriente respondi Tom.En la bocana, la mezquita temblaba tras el aire irisado como la imagen de

    un oasis lejano en el desierto. Una nica figura, una mujer apoyada en el muroencalado, cubierta la cabeza con un sombrero de anchas alas, se destacaba en elfondo brumoso de ese paisaje incandescente como surgida de un tiempo yaolvidado. Se haba cobijado bajo la estrecha sombra de un alero y permanecainmvil frente al camino que ascenda al promontorio, flanqueado por un parde casonas quiz salvadas de la hecatombe, quiz reconstruidas.

    No haba conocido desamparo como el de aquella maana de junio en quetom el avin para Nueva York, no tanto en busca de nuevos horizontes cuantopor romper con la relacin que haba iniciado con Andrea haca poco ms de unao. El avin haba despegado puntualmente y hasta aquel momento habatenido la seguridad de que haba de llegar a despedirle aunque slo fuera paradecirle adis con la mano. Fue el ltimo en pasar la aduana, y desde el autobsque los llevaba a embarcar sigui escrutando la terraza del aeropuerto por si ladescubra pero ella no apareci. Y con esa obstinacin inconmovible delprofundo deseo mezclado con la desesperacin y de no comprender cmo ha depoder ser de otro modo, cuando el avin inici su recorrido por las pistassecundarias y la de despegue, mantuvo an la mirada fija en el edificio de laterminal. Slo cuando atisbo el mar desde la altura y bajo el ala apareci lageografa cuadriculada de la ciudad, atravesaron la niebla espesa que la habaencapotado desde por la maana y se encontr en el mbito soleado sobre elestrato de nubes blanquecinas, sinti todo el desamparo de su soledad. Lecegaron unas lgrimas tibias pero an pudo mantener inmviles las mejillas.Hizo un esfuerzo por contenerse y en un ltimo intento de controlar el temblor

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    de los labios se son estrepitosamente por un pudor frente a s mismo, quiz, oa los dems, y cuando ya crea haber dominado el llanto, las lgrimas fluyeronde repente y le obligaron a abrir la boca y a respirar tirando de la nariz y de lascomisuras de los labios en una mueca incontenible que no logr sofocar unlamento tan ahogado que su vecino le mir con estupor. Entonces, dej a unlado la reserva y llor en silencio.

    En contra de lo que haban acordado, una vez en Nueva York le envi a suoficina cartas, cortos mensajes que slo ella poda comprender, una cinta paralas gafas rematada con flecos y piedras de colores que venda un somal en laesquina de su casa y la hoja roja de un arce que recogi del suelo en uno de losescasos y melanclicos paseos por el parque. Le hizo llegar recortes deperidicos y frases breves en su elemental ingls para mostrarle cmoprogresaba sin reparar o sin querer reparar en que no tena respuesta. Slo muyde vez en cuando, en las noches de aoranza y soledad cuando ni siquierapoda echar mano de los recuerdos porque nada significaban frente al deseo, sedaba cuenta de que la decisin de ella era inquebrantable. Pero aun as siguiviva la esperanza y aunque saba desde el principio que languideciendo deamor nunca llegara a nada, no hizo ms que ver la ciudad con los ojos deambos, pelearse a brazo partido con un idioma que se le resista y trabajar detercer ayudante en una serie para televisin que le haba conseguido la propiaAndrea a travs de Leonardus.

    Al cabo de unos meses, hacia enero, cuando comenzaron a caer en NuevaYork las primeras nevadas, se matricul en un curso de direccin en launiversidad y cuando a finales de abril acab su primer corto le envi unacopia. Esper con impaciencia el cartero y el telfono pero ni cuando volviPedro Bali, un amigo de su mismo curso, y le cont que l personalmente habaentregado el corto a Andrea en su oficina, ni despus de darle el tiemposuficiente para buscar y encontrar el proyector, o la sala de proyeccin para loque tambin le haba incluido instrucciones precisas y sigui sin recibirrespuesta, ni siquiera entonces, dej de contarle en el secreto de su corazn todocuanto vea y le ocurra igual que haba hecho desde su llegada, con el ntimoconvencimiento de que por una extraa conexin ms eficaz an que losmensajes cifrados o el telfono que nunca se atrevi a utilizar, ella haba deorle. Segua vindole la cara de asombro o de escepticismo, oa su voz y supresencia segua siendo tan viva que por las noches mora de impaciencia altenerla tan cerca y no poder tocarla. La conoca lo suficiente para saber quenada le impeda contestar una carta, y siendo as no tena motivos para suponerque haba cambiado la decisin de no volver a saber de l. Pero incluso as,viva con la conviccin de que una ruptura tan tajante haba de responder porfuerza a un propsito ms profundo, o que el ansia de estar con l era de talnaturaleza que slo se poda contrarrestar con esa decisin tan drstica; de otromodo qu dao poda hacerle escribir una carta, una simple nota? Comprendientonces con una forma de conocimiento distinta de la que le haba hecho

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    mantener la esperanza, que durante medio ao haba estado hablando solo y sindetenerse a pensar si se lo dictaba el despecho, el dolor o un impulso de merasupervivencia, decidi dar una tregua a la espera y reconstruir el escenario desu propia vida para arremeter con mayor fuerza en cuanto llegara la ocasinque, indefectiblemente, estaba seguro, haba de llegar. Aunque como haba dedescubrir ms adelante no basta la voluntad como arma de lucha ni sirve parareconvertir los fantasmas del pasado, ni nos vuelve invulnerables a lamelancola y al sufrimiento, ni mucho menos puede desviar el rumbo que losacontecimientos llevan escritos en s mismos.

    Cuando acab el contrato con la productora decidi quedarse en NuevaYork y acept todos los trabajos que le ofrecieron, desde conducir el camin deproduccin por las calles que no conoca hasta barrer los platos cuando ya noquedaba nadie. Y los haca con tal dedicacin que muchas veces, era consciente,a su alrededor se le miraba no con admiracin sino con pena. Pero l seguaenfrascado en lo que le dieran porque quera recuperar el tiempo perdido yestaba convencido de que haba que andar paso a paso el camino que se habatrazado.

    Fue inflexible consigo mismo, se someti a una disciplina que le obligaba alevantarse al alba y antes de ir al trabajo se sentaba a escribir un guin quehaba comenzado el invierno anterior, y continuaba por la noche, cuando volvade la academia nocturna, borrado el mundo que le rodeaba, sin or alclarinetista, su vecino de la terraza contigua, ni los ruidos de la calle quedurante las primeras semanas le haban impedido dormir. Avanzaba a tientaspor un camino que sin embargo le pareca trillado porque sin darse cuentaentonces, estaba escribiendo en otras claves su propia historia y no se engaaba:saba que toda obsesin no es ms que una sustitucin de la pasin.

    La misma disciplina emple contra la imaginacin y la costumbre. Encuanto le situaban ante una imagen concreta y vea sonrer a Andrea, o buscarlas gafas vaciando el bolso, o entrar en un teatro o un cine como si slo faltarasu presencia para comenzar, o apareca sentada frente a l en la mesa de uncaf, se daba cuenta de que el dolor no remita pero antes de recrearse en elrecuerdo lo archivaba celosamente en su interior y segua trabajando con lamisma avaricia que si acumulara tesoros que un da habra de ofrecerle.

    Como si fuera cierto que una mano oculta premia los esfuerzosdesmedidos, como si existiera de verdad la justicia inflexible y racional que noceja hasta poner la balanza de su lado, a los tres o cuatro meses se viorecompensado. Termin el guin de su primera pelcula que aos ms tardehabra de producir Leonardus, aquel primer corto que haba acabado en laescuela con la ayuda de colegas y con medios irrisorios obtuvo el tercer premioen un certamen de la New York University y ms tarde fue seleccionado para elFestival de Filadelfia, y al llegarle por fin una cierta paz se convenci de queestaba animado slo por el intenso deseo de hacer lo mejor y le pareci quehaba vuelto al camino que dej abandonado por seguir a Andrea.

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    Los das eran ms largos. Flotaba en el aire el olor de las glicinas, losrboles comenzaron a cubrirse de hojas y hacia el medioda el calor apretabatanto como en un da de verano. Ola a primavera en la calle y Martn pensabaen los campos de Sigenza, en los prados de Ures, en el tilo de la plaza que nohaba visto desde mucho antes de llegar a Nueva York, desde la primavera delao anterior durante aquellos pocos das que haba logrado arrancar a Andreapara una breve excursin al interior del pas, a su casa, adentrndose en losMonegros un paisaje lunar que hasta aquel momento ella haba contempladoslo de forma vaga desde el avin, como se mira en la distancia lo que apenastiene que ver con nosotros hasta llegar a la provincia de Guadalajara en elcnit de la primavera radiante, escasamente soleada la tierra que durante mesesse haba endurecido por el fro y el hielo. El aire todava con reminiscencias deinvierno, irisado de claridad y transparencia, meca las escasas y diminutashojas de los chopos, tan tierno el verde recin nacido de los campos y tan brevesan los tallos en los trigales que asomaban entre ellos las vetas de las vaguadasy los caminos. Martn saba que en un par de meses el sol confundira los lmitesahora tan claros dorando y uniformando la tierra y que el aire permaneceraesttico y aturdido por el sol que haba de reinar, e igualar los colores y lassombras.

    Lleg junio otra vez y se haca difcil soportar el calor intenso y hmedo dela calle. No haba forma de mitigar el ambiente sofocante de su apartamentoporque no entraba aire por la nica ventana del estudio ni siquiera abriendo lade la cocina, y en el pedazo de cielo que vea recortado y enmarcado por losltimos pisos de los edificios contiguos apenas se adivinaba el azul borroso decalina y humedad. Pero l segua da y noche descubriendo los recovecos de suhistoria en unos parmetros que nadie sino l habra reconocido. Y en suentusiasmo le pareci que estaba aprendiendo a conocerse. La memoria esendeble cuando se trata del dolor, del amor y de las obsesiones. Cmo se vive,se deca entonces, sin un guin a medio escribir? De qu materia son los deseosque nos hacen continuar?

    Fue por aquellos das cuando conoci a Katas. Durante meses se habanencontrado en el ascensor. Ella sala siempre en el piso 14 y a pesar de quepermaneca como los dems con los ojos fijos en las luces que marcaban el pasode las plantas, se dio cuenta de que le vea quiz por la casi imperceptibleturbacin con que cambiaba de un brazo a otro los libros o por el encuentrofugaz de sus miradas cuando iniciaba la salida del ascensor. Tena el pelo largoy lacio que llevaba recogido en una cola de caballo, y vesta siempre faldasfloreadas y sandalias de ermitao. Andaba cargada con libros y carpetas y eseda, adems, con una bolsa de papel atiborrada de comida. Cuando el ascensorlleg al piso 14 fue a salir y por no chocar con la guitarra de otro vecino dio untraspis y todos los libros cayeron al suelo. El chico de la guitarra aguantestoicamente la puerta mientras l la ayudaba a recogerlos y no se dio cuenta deque en el momento en que la segua para drselos se haba cerrado la puerta y

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    el ascensor haba seguido sin l. Dijo ella con un ligero acento extranjero que noreconoci: Gracias, me llamo Katas, y alarg una mano por debajo de lospaquetes. La dej en la puerta del apartamento 147 y aunque no acept lainvitacin a entrar, a punto estuvo aquella noche de volver sobre sus pasos paradecirle que haba cambiado de opinin.

    Al da siguiente supo ms de ella por el portero de noche, un hispano con elque coincida a veces en la puerta cuando el calor le sacaba de su apartamento.Era griega, le dijo, haba llegado a Nueva York haca unos aos para estudiarmedicina y al final del trimestre, es decir en Navidades, volvera a Grecia.Osiris, el hispano, al que se lo haba preguntado venciendo su repugnancia ainiciar conversaciones, lo saba porque la chica ya lo haba comunicado aladministrador. Y aadi con su cantinela nasal: Ella est todas las tardes en labiblioteca del barrio, sa de ah enfrente. Yo te lo digo a ti por si t quieresencontrarla.

    Durante varias semanas quiso ir a la biblioteca pero no pudo. Trabajabahasta muy tarde y cuando llegaba ya haban cerrado.

    Un da al volver del trabajo sali del ascensor en el piso 15 y torci por elpasillo sin mirar al frente, ocupado en buscar la llave del apartamento en elfondo de la bolsa. Cuando ya iba a ponerla en el cerrojo acuciado por unapresencia en la que no haba reparado, levant la vista y all estaba Andrea,apoyada en la pared, a medio metro escaso de distancia, sonriendo divertida yemocionada ella misma por la sorpresa que haba preparado.

    No has cambiado, no has cambiado nada le deca, tan cerca su cara dela de ella que de no haber estado los ojos fijos en esa motita casi invisible quehaba descubierto junto a la ceja habra visto su rostro borroso como en unsueo. No has cambiado nada repeta y deslizaba el dedo por la frente, losprpados y las mejillas concentrado en el contacto, casi sin verla, como resbalanlas yemas del ciego sobre los contornos y las superficies para descubrir lossecretos que estn vedados a los videntes. Apenas pudo hablar de otra cosahasta el amanecer, demasiado obsesionado el pensamiento y la avidez por unapresencia que haba deseado durante meses, y cuando lo hizo no atendi a lasrazones que ella le daba este viaje es slo un parntesis, una sorpresa que nosignifica nada, porque le pareca que ella misma y su llegada desmentan laveracidad de sus palabras y de sus propsitos, y sin querer orla insisti enofrecerle de nuevo y con ms vigor an, su vida, su tiempo, su cuerpo y sualma, y se entretuvo incluso en anticiparle cmo podra ser la vida de ambos enNueva York seguro de transmitirle su entusiasmo y vehemencia. Porque ahoraque la tena tan cerca, en el lugar idneo, el perfecto, el que le haba sidodestinado desde siempre, no caba imaginar cmo haba de ser de otro modo.

    Hacia las diez de la maana, sin embargo, ella comenz a recoger su ropaporque sala hacia Mxico dentro de un par de horas con Leonardus y dos de

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    sus socios en un viaje de prospeccin, dijo, estn cambiando las cosas enEspaa, aadi, con la llegada de la democracia y hay que estar preparado.Andaba con prisa, pero an le qued tiempo para recordarle que esa escala enNueva York no haba de hacerle concebir otras esperanzas que, insisti, notendran fundamento alguno.

    Sin embargo t me