Recuerdos de Ernest Hemingway
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Recuerdos de Ernest Hemingway
Apuntes Autobiográficos
Sumario
Advertencia al Lector
Presentación: Mis textos dedicados a Hemingway
Capítulo 1
Una nota, una historia
Capítulo 2
Escribir desde la bruma
Capítulo 3
Mi conocimiento de “El viejo”, de “Papá”, simplemente: El mito
viviente.
Capítulo 4
1960-1961.-Proyecto para un encuentro con Ernest Hemingway
Capítulo 5
1961.-La despedida de Ernest Miller Hemingway
Capítulo 6
1961.- Nueva York: Apuntes y Comentarios
Capítulo 7
Epílogo
Recuerdos de Ernest Hemingway
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Advertencia al Lector
Originalmente estos apuntes constituían más de una docena de
notas o artículos referidos a Ernest Miller Hemingway (1899-1961) y
dado que eran notas separadas, en cada uno de ellas se repetían
conceptos o datos.
En el presente volumen se reunieron en un solo cuerpo esas
notas adaptando sus textos. Hubo un primer borrador en el año 2009 y
luego correcciones y nuevas redacciones en 2010. Si bien hay mucho
material para enriquecer la descripción de las actividades en Córdoba,
Buenos Aires y Nueva York el mismo se dejó de lado y se prefirió acotar
el texto a un concepto autobiográfico referenciado estrictamente al
momento vivido medio siglo atrás y el salto al presente medio siglo
después. Esto es en un todo con respecto a Ernest Hemingway.
También se han dejado de lado notas y apuntes con detalles
referidos a las residencias en Key West y en Finca Vigía, así como la
vida del escritor en ambos lugares. Yo no conocía ni disponía de
información acerca de ellos en el momento de los acontecimientos que
se relatan.
Los hechos que se registran abarcan los años 1959, 1960 y
1961. Algunos detalles anteriores y posteriores a esas fechas han sido
incluidos al sólo efecto de enriquecer el texto y el momento de
referencia.
Recuerdos de Ernest Hemingway
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Este texto, además de integrar la “Tetralogía heminguayana”
dedicada al escritor es también, en este momento, un homenaje
implícito a cincuenta años de su muerte.
Córdoba, Julio de 2011.
Recuerdos de Ernest Hemingway
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Presentación
Este es un blog en homenaje a Ernest Miller Hemingway está
exclusivamente dedicado y destinado a él. Para mí, es una forma de
reencuentro con el escritor y con el periodista. Lo hago a través de la
palabra escrita.
Así, en su centésimo décimo cumpleaños comienzo a recuperar
aquellos textos, historias al fin, que constituyen lo que llamo mi
‘Tetralogía Heminguayana’ y que están dedicados a él. Estos textos
vuelven a mí tras casi medio siglo de ausencia. No es la de ellos. Es la
mía. En realidad, ese tiempo es mi ostracismo de la palabra escrita. Por
ello yo también vuelvo a ellos. Espero recuperar el espíritu y la fuerza
con que fueron ideados o pensados. Ese es mi afán. Espero poder
cumplirlo. Creo que es una deuda pendiente. Conmigo y con “El Viejo”.
El me diría que no es una deuda. Es un desafío y que así lo tome.
Para este caso, el desafío es que intento recuperar mis textos de
juventud escribiendo desde el afecto. También me he propuesto no
pensar en donde publicarlos hasta que estén escritos, salvo un recuerdo
del primero que lo haré aquí.
En mis juveniles incursiones periodísticas algo antes y durante la
década de 1960 formulé todo un plan para conocer al mito, a esa
leyenda viva que se llamaba Ernest Hemingway. No fue posible. Pero
estando en Octubre de 1961 en Nueva York empecé a idear varios
escritos sobre él. Mi primera y única nota completa sobre el escritor la
Recuerdos de Ernest Hemingway
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titulé “Mi frustrado encuentro con Hemingway”. Ni siquiera tengo una
copia de ella, como así tampoco se cual fue su destino. Solo hay
recuerdos. Pero con ese motivo comenzaré a escribir aquí aquella
historia.
Debo decir que, también desde entonces, de una forma u otra
hubo en mi vivienda algo así como un “Rincón Hemingway” constituido
por objetos que relacionados con él, tienen que ver con mi propia vida.
Algunas veces fue un rincón, otras una galería. En fin, por razones de
espacio, físicamente, los objetos no siempre podían estar juntos. De
cualquier manera y desde hace muchos años, siempre hubo y hay, un
“Espacio Hemingway”. Por supuesto que todo esto tiene sus
fundamentos y es parte de la historia personal que intento relatar.
Yo debo aclarar que a pesar de conocer bastante sobre Ernest
Hemingway, no soy un investigador, ni un especialista, ni nada parecido.
En realidad desde joven fui un lector-admirador que quería ser
corresponsal de guerra y quizás, si tenía suerte o talento o condiciones,
un escritor. ¡Qué coincidencia! ¡Pero es que en realidad había
coincidencias y aproximaciones que me unían a Hemingway! Luego,
respecto a mí, la vida dijo otra cosa.
Aquella vieja admiración, con el paso del tiempo, se transformó
en afecto. Hoy siento afecto. El fenómeno de la admiración parece llevar
a no comprender-del todo o en un todo- al objeto admirado. El tiempo,
que va acompañado de la experiencia y también de la reflexión, permite
y da otra mirada y dimensión a aquella vieja admiración. Esta nueva
Recuerdos de Ernest Hemingway
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percepción intenta expresar que el tiempo hace un guiño de
comprensión al fenómeno humano, con todas sus virtudes y con todos
sus defectos y luego da paso al afecto verdadero. De esta manera, sin
conocerlo o haberlo visto de cerca, el admirado de ayer recibe hoy el
dictado de amigo.
El año 2009 en el que se cumplían ciento diez del nacimiento del
escritor, comenzó auspicioso para todos lo heminguayanos, ya sean
escritores, periodistas, académicos o simples seguidores como yo. Fue
toda una sorpresa y un hecho sin precedente la colaboración cubana-
norteamericana poniendo a disposición del mundo la documentación
digitalizada cuyos originales se hallan en Finca Vigía.
También lo fue, en su momento, la silenciosa y esforzada
“puesta a punto” del Pilar. La cooperación académica entre ambas
naciones mostró y creo que le hubiera gustado a Hemingway, la
posibilidad del entendimiento y del diálogo. El legado de “Papá”
transcendió una vez más lo literario y se volvió universal, más allá de lo
político y lo social.
Confieso que en mi impulso por lanzar el tema no he explotado
todavía en forma suficiente el rico contenido que debe hallarse a través
de Internet. Sin embargo, lo poco que he visto o revisado me ha dado la
alegría de percibir la vigencia de mi viejo amigo Hemingway. También
debo confesar que he hallado notas o artículos que mantienen
observaciones, deducciones y rencillas hacia “El viejo” que mucho me
recuerdan, como postales de antaño, decolorados argumentos en contra
Recuerdos de Ernest Hemingway
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de él. Tan postales de antaño son, que en mi juventud ya escuchaba yo
estos cánticos que, con el ritmo de los celos y la envidia, eran melodías
comunes para mis oídos.
Me satisface, justamente a partir de este año aniversario,
comenzar a trabajar con este blog en español y ponerlo a disposición
para recibir comentarios, informaciones, notas y artículos. También
puedo recibir textos en inglés y trataré, con ayuda, que el blog sea
bilingüe y que de esta manera se encuentre accesible a un mayor
número de lectores.
Una última reflexión: los idiomas constituyen aquí una cuestión
apropiada e interesante a la vez. Por un lado el español. Tiene una
fuerte razón de ser. El escritor vivió una buena, feliz y fructífera parte de
su vida en Cuba. Amó a España con un cariño entrañable a la gente, a su
terruño, a su cultura y a sus costumbres. No dudó en rescatar el valor de
escritores y poetas españoles a los que admiraba. Así, marcó a
periodistas y escritores de habla hispana, reconociendo muchos de ellos
la deuda con este escritor y periodista, inevitable por sus enseñanzas. Y
¿Qué se puede decir del inglés, su lengua madre? Con ella aportó un
estilo literario único, reconocido universalmente y que constituye, nada
más ni nada menos, un hito de la literatura mundial.
Córdoba, Julio de 2009.
--==(())==--
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Más o menos así comenzaba un artículo con título similar, que
yo había enviado a la revista “Avance”, una publicación cubana en el
exilio. Lo había escrito a pedido de su director Jorge Zayas.
El pedido de él, muy generoso por cierto dada mi edad y mi
inexperiencia, surgió luego de varias charlas acerca de los motivos de
mi entrevista e interés en Hemingway. Él lo había visto muy pocas veces.
Pero sabía de él a través de amigos y conocidos. También había pensado
en una nota para Avance surgida de una breve pero muy cordial
conversación entre ambos en el bar El Floridita en La Habana, Cuba.
Mi frustrado encuentro con Hemingway.
Domingo, 2 de julio de 1961. Las seis y algo de la tarde. Suena el
teléfono. Lo atiendo despreocupado. Al escuchar, la voz del otro lado
de la línea me revela un tono de gravedad y de urgencia. “¡Oscar!
¡Presta atención! Según radio El Mundo, esta madrugada, tu amigo ‘El
Viejo’ se suicidó...”. No pude contestar nada. La voz continuó. “Porqué
no pasas por el diario y revisas los cables que llegan. Quiero estar al
tanto. Estaré en casa siguiendo las noticias”. Colgué sin contestar más
que un “De acuerdo”. Quedé anonadado. Inmóvil al lado del teléfono,
me sentía destruido. Quien llamaba era el secretario de redacción de la
Gaceta, un colega y amigo. Yo colaboraba con él en sus tareas en la
revista y de paso colocaba algunas notas. De hecho, este amigo
conocía mi admiración por ‘El Viejo’ y también sabía que,
aprovechando la oportunidad de un viaje inesperado, ya desde el año
anterior estaba armando un proyecto para conocer personalmente al
escritor...
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Zayas advirtió, según me aclaró, un manifiesto deterioro físico
del escritor. Esto lo expresaba, considerando la natural robustez y
fisonomía que siempre impresionaban al estar cerca de él. Pero, me dijo,
que no obstante ello, conservaba un magnetismo personal increíble. El
cubano, periodista al fin, quería lograr un nuevo encuentro ‘casual’ en
ese descanso en la barra del Floridita sin que ‘fuera muy manifiesto’ y
sin ‘molestarlo’ para que el escritor no se ‘enojara’. Intentaba conseguir
material para hacer una nota que revelara algo de ese ‘cara a cara’ con
la leyenda viva que era Ernest Hemingway. Eso no fue posible por varios
motivos. El más importante fue que Hemingway viajó a Estados Unidos
por tratamiento médico y jamás regresó. Más tarde el periodista, ya
exiliado, fue sorprendido por la noticia de la muerte.
Curiosamente el título de la nota no surgió de mí, sino de un
cubano que, mientras bebía un largo trago en un bar de la calle 32 en
Nueva York, me espetó: “Por lo que veo tu has tenido un fallido
encuentro con mister Hemingway”. No pude olvidar esa expresión que,
en si misma, no tenía nada en particular. Cuando volví al hotel, seguía
dando vueltas y entonces la anoté. Además, en ese momento, el artículo
no solo no estaba escrito sino que tampoco me lo habían pedido. No
atiné a pensar porqué me llamó la atención. Solo rescaté la forma en
que ese hombre expresó esa frase e insisto, siendo tan simple, quedó
grabada. Así, cuando me pidieron un artículo para la revista, el primero
que me pedían en mi vida, yo mismo me sorprendí al pensar que ya
tenía el título. Luego cambié ‘fallido’ por ‘frustrado’ palabra que, a mí
entender, representaba más que nada un estado de ánimo antes que
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una circunstancia. Hoy rescato la frase de aquel cubano desconocido
para mí y que lamentablemente no volví a ver. Me gustaría saber su
nombre para citarlo.
La nota, aquella primera y única nota, hablaba de mi interés por
Hemingway y la posibilidad, muy remota, de entrevistarlo en ocasión de
mi viaje. Hablé de ‘El Viejo’, su circunstancia y su vida azarosa y
aventurera y mencioné algo de las conversaciones con los cubanos en
Nueva York. También hablé de su estilo, sus escritos y de los
corresponsales de guerra. Creo que me dirigí más al escritor, su leyenda
y su mito y no mencioné nada sobre las vicisitudes de su vida privada y
tampoco abrí ningún juicio sobre la muerte por su propia mano. Quizás
fue una nota aburrida o muy formal.
Escribí poco y muy concentrado y conciso. No quería imitarlo al
‘Viejo’ pero sin querer las frases se disparaban con estructuras breves
sin adjetivos. Eran algo más de 3 páginas ‘oficio’ como se le llama a ese
tamaño de hoja, a doble espacio. Fue un escrito sin pretensiones de la
‘gran nota’, pero con mucha fuerza periodística. En ella insinuaba,
además, la presencia de otros textos míos dedicados al escritor que
habían nacido al abrigo y a la acción de y en Nueva York. Ellos tenían
una fuerte carga de mis desordenadas pero a la vez permanentes
lecturas de los clásicos que impresionaban al mismo Hemingway.
Coexistían muchos puntos de coincidencia con el gran escritor y
periodista que ni yo mismo, en aquel momento, los identificaba
claramente y que, a lo mejor, podrían haber enriquecido la nota. Por
otro lado, confesión muy válida y oportuna, es probable que yo todavía
Recuerdos de Ernest Hemingway
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no hubiera podido desarrollarlos. Pero la idea estaba en cada uno de
ellos. Como están hoy. Es probable que entonces no tuve la
oportunidad. O quizás no supe trabajar sin ella.
Con esta primera nota, pedida y escrita allá lejos y hace tiempo,
tuve un único y gran problema: No hice una copia. Gran descuido. En
esa época no había fotocopiadoras. Sólo el papel carbónico salvaba ese
tipo de descuidos. Pero yo odiaba los carbónicos y francamente no hubo
una copia y en cambio sólo notas tomadas a mano o a máquina. Tiempo
después y en determinadas circunstancias, esas notas desaparecieron
de mi escritorio junto a otra documentación de enorme valor para mí.
Comenzada en Octubre de 1961 en Nueva York y concluida en
Córdoba en Noviembre o comienzos de Diciembre de ese mismo año, la
nota fue enviada antes del primero de Enero de 1962. Eso lo recuerdo
por los sentimientos que desató en mí al guardarla en un sobre del tipo
“vía aérea” y llegarme hasta el correo y despacharla. Tuvo un sentido de
despedida. Allí hubo un adiós a un texto con importantes y diferentes
significados para mí, un joven que escribía o pretendía hacerlo. Yo
ignoraba que nunca más sabría de él, ni de las personas que me lo
habían solicitado. Para mí, en ese momento de buena producción
escrita, no era un texto más. Era la primera nota sobre Hemingway y la
publicaba en el extranjero y ¡A pedido! Me sentía capaz de poder
escribir los otros textos que, si bien eran mucho más complejos, sabía
que disponía de tiempo por delante.
Pasaron meses sin tener noticias. Nunca supe sobre su destino.
Las comunicaciones eran difíciles y caras en esa época. Hoy ignoro si la
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nota llegó a manos de Zayas. Tampoco supe si se publicó o no. Pero,
mal o bien, yo había escrito sobre una persona cuya vida me impactó y
cuya muerte me consternó como la de un ser muy querido. Una persona,
personaje al fin, a quien ¡Yo jamás había visto!
Tiempo después debí apartarme del diario, lugar que constituía
la dirección y el sitio de referencia para la gente de Estados Unidos. Si
llegó correspondencia, fotos y oportunidades, estaban perdidas para
siempre. Jamás alguien me acercó un papel que hubiese llegado a mi
nombre.
Hoy, casi cincuenta años después, me reencuentro con mi
palabra escrita y también lo hago con apuntes de épocas muy
diferentes y muy diversas. Este es un duro y difícil proceso que ya lleva
algo más de una década y ha dejado en el medio una publicación. Se
trata de una biografía escueta y bien documentada. Pues bien esa
sencilla biografía de una persona excepcional fue a la vez un cierre y
una apertura, en ese orden, en este tema del escribir. Toda una catarsis.
De alguna manera ello me permitió volver a mis textos literarios.
Quizás en algún momento pretendí reconstruir aquella vieja nota
sobre Hemingway. Pero la pretensión concluyó cuando reflexioné sobre
cuanto podía escribir de un texto olvidado. Además, la nota en si misma
quizás no fuera lo más importante. Por eso me pareció mejor reconstruir
la historia en la que ella era una parte, de un conjunto de hechos,
posiblemente más trascendentes.
Sin embargo, parodiando la “Teoría del iceberg” del mismo
Hemingway, es probable que los contenidos y el espíritu de ese viejo
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artículo se hallen en este texto aún cuando yo no lo quisiera o no lo
supiera expresar.
Para trabajar en este texto debí recurrir y consultar a la memoria
sobre algunos hechos y sobre algunos nombres; reconstruir o
recomponer algunas situaciones que se dieron en esos momentos y
tiempos ya lejanos e investigar la posibilidad de recuperar alguna
información guardada en los archivos de diarios y bibliotecas.
Pero si algo fue decisivo, como un incentivo a disparar este
escrito y otros, fue el hallar documentación personal de aquella época.
Mezclados con apuntes y textos, perdidos entre papeles de momentos
muy diferentes, apareció el Anuario de la Reunión de la Sociedad
Interamericana de Prensa en 1961 y dentro de él documentación
producida en Córdoba que hacía referencia a mi viaje. La sorpresa
mayor fue hallar junto a ellos el viejo pasaporte.
De alguna manera estos hallazgos y los viejos textos me estaban
formulando una invitación. No debía despreciarla. Coexistía con ello el
desafío de completar aquellos textos que se hallaban aparentemente
abandonados. Me propuse reunir aquí los recuerdos y algunos temas
relacionados a Ernest Hemingway, verdadero sujeto y protagonista de
este y de aquel viejo escrito.
La imagen de este capítulo.
Imagen n° 1: Detalle del Rincón Hemingway. Una imagen que debe
haber dado varias veces la vuelta al mundo. El aspecto de beisbolista de “Mr
Hem” y su sonrisa picaresca lo dice todo. No conozco el crédito de esta foto
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que tengo entendido integraba un aviso de Mercedes Benz en la revista Cigar
Aficionado de junio de 1999. En mi caso, esta reproducción de la foto
reemplazó a otra muy envejecida.
-==(())==-
Recuerdos de Ernest Hemingway
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Capítulo 2
Al comenzar a trabajar con esta
historia, surgieron cuestiones
importantes por su contenido y
motivadoras desde el punto de vista
intelectual. El desafío era contar, con la
mayor cantidad de detalles posibles,
una historia que había sucedido hacía
cincuenta años. Fue entonces que
aparecieron las preguntas que llevaron
necesariamente a la reflexión sobre lo
que se estaba haciendo y como se
estaba haciendo. Al principio, las
reflexiones aparecieron como una
cuestión meramente personal sin cabida en el texto. Más tarde
consideré importante exponerlas aquí porque, no sólo cabían en él, sino
que también eran parte de él.
Por lo tanto y en primer lugar lo primero que debo decir y
advertir es que la referencia autobiográfica es inevitable, fuerte y
protagónica. Ello se debe a que estoy relacionado con los hechos y llego
a ellos o estoy con ellos a partir de intereses e inquietudes personales.
No puedo separarme de los hechos, pues ellos fabricaron el escenario y
yo en ese momento y de buenas a primeras actué como un partiquino
Imagen Nº 2
Recuerdos de Ernest Hemingway
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improvisado. También y a primera vista, impresiona que ellos integran
un todo del cual se cree poseer partes legítimas.
Hace años leí algo al respecto que ahora recupero para este
texto. Se trata de un párrafo de una carta de Henry Miller a Lawrence
Durrell1 que adquiere un particular significado en este contexto y dice
así:…“¡No deseo embarcarme en otro fragmento autobiográfico!
Deténgame, por amor a Dios. Si me dejo llevar a esto es únicamente
porque a medida que pasan los años alcanzo nuevas visiones de mi
mismo, nuevas perspectivas, y porque para mi revisten un valor
particular, en cuanto constituyen imágenes más completas de las que
concurren a formar el todo… ese enigmático todo.” Es a ese “enigmático
todo” al que hago referencia.
Por otro lado está claro que al escribir sobre el ayer, no
pretendo ser el de ayer. Soy el de hoy hurgando en el pasado de casi
medio siglo. Recupero parte de un pasado, parte de mi pasado,
evocando las imágenes del mar, de Hemingway, de la literatura o del
periodismo. Todo ello se entrelaza y tiene que ver entre si. Todos los
elementos están unidos por hilos invisibles en una estrecha relación de
afectos de ayer y de hoy
Nunca escribí sobre mi ayer y veo que como experiencia es
interesante. Pero en el intento de recomponer trozos, nada más que
trozos, de ese pasado y ponerlos en el papel, hay un ejercicio que
1 Miller H- Durrell, L- Perles L. : Arte y Ultraje- Correspondencia- pág. 50. Trad. de
Aníbal Leal. Editorial La Pléyade 1972, Buenos Aires.
Recuerdos de Ernest Hemingway
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sobrepasa el mero presente (en el que se escribe) y conmueve cuando
los hechos se recomponen en el hoy.
Se escribe, si. Hay palabras desde la niebla. No puedo evitar el
hoy y las lecturas y relecturas sobre el tema. No puedo evitar a
Cortázar2 y su “Diario para un Cuento” cuando dice: “…Es que no es
fácil seguir, me voy hundiendo en recuerdos y a la vez queriendo
huirles, exorcizarlos escribiéndolos (pero entonces hay que asumirlos
de lleno y ésa es la cosa). Pretender contar desde la niebla, desde cosas
deshilachadas por el tiempo…” Y luego, tan a propósito, tan
adecuadamente preciso e inexorable afirma: “…Absurdo que ahora
quiera contar algo que no fui capaz de conocer bien mientras estaba
sucediendo, como en una parodia de Proust pretendo entrar en el
recuerdo como no entré en la vida para al fin vivirla de veras…”
También releo el prólogo de una fuente académica3 que
llegada a mi hace tiempo, hoy cobra valor referencial. La fuente cita y
parafrasea en su titulo a Cortázar. La autora se interroga: “… ¿Es posible
recuperar el pasado para acercarlo al lector? ¿Es posible contar la vida?,
¿Es posible elaborar un discurso sobre el yo?...” y más adelante formula
una pregunta crucial: “… ¿Cómo evocar esa materia vivida, sometida a
2 Cortázar,Julio: ‘Diario para un Cuento’ en ‘Cuentos Completos’ Vol 3. 2da Edición
.Bueno Aires. Punto de Lectura 2007.pp402-403
3 Legaz, María Elena (Coordinadora). ‘Desde la niebla. Sobre lo autobiográfico en la
Literatura Argentina’. Alción Editora, Córdoba, 2000. La autora es profesora e
investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba, República Argentina.
Recuerdos de Ernest Hemingway
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complejos entrecruzamientos de recuerdos y olvidos, y como
transformarla en escritura?”…
Para mí está claro que todo esto es una búsqueda y la
pretensión subyacente, que puede ser tildada de vana, un reencuentro.
Hay un esfuerzo para reencontrarme con “El Viejo”. Pero también está
claro que no es el de hoy para mí. El reencuentro es con aquel mítico
“Viejo” del pasado. Es con aquella leyenda viva con quien debo dialogar
y a quien debo describir. Es el y yo, pero hace medio siglo.
Es ese “Viejo” al que nunca conocí pero que participaba de
alguna manera en mi contexto vital. Allí estaban los grandes escritores y
estaba él. Su literatura era fuerte, vigorosa y por eso se ligaba a mi
espíritu. Parece que ese “Viejo” tenía toda una mística y a la vez había un
halo de composición heterogénea que lo separaba del resto de los
mortales. Allí estaba lo literario, lo periodístico, lo artístico y lo
intelectual que coexistían con lo cotidiano, lo mundano, lo superficial,
un tinte bohemio, ligerezas por doquier y el espíritu deportivo que no
sólo de boxeo, caza y pesca se trataba. Pero en esa, por momentos
aparente dicotomía, había un factor común: la acción. Todo transmitía
acción, vitalidad, movimiento, fuerza. Todo se traducía en verbos. Así,
convivían en la misma persona, el periodista, el escritor, el artista, el
seductor, el marino y el cazador.
Cabe formular (se) la pregunta: ¿Persona, sólo persona? ¡No! Era
mirado por muchos (y me incluyo como un pigmeo entre los mayores),
¡Como un personaje! Contemporáneo a él, ¿Cuál otro personaje así
existía o que yo oyera mencionar? Si había otro, yo no lo conocía o no
Recuerdos de Ernest Hemingway
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escuchaba que lo mencionaran. Es a esta situación personal, es a este
hecho de época al que debo remitirme para tener una referencia. No
quiero reconstruir aquella época, no necesito hacerlo en totalidad, ni
volverme un historiador (además carezco de las herramientas
intelectuales de ese profesional). Esa reconstrucción ya está hecha por
periodistas, escritores e historiadores. Puedo buscarlas en los archivos y
repetirlas. No es ese el perfil que me interesa. Yo solo quiero reconstruir
el escenario, mi propio escenario con sus hechos, con sus fantasías e
ilusiones, con sus esperanzas y desazones, propias de la vida de cada
uno. Pero todo ello no se encuentra en la gran historia de esa época,
sino en la historia personal de ese ignoto y desconocido ser humano
que se hallaba en ese momento de su modesta vida.
Para lograr ese contexto, debo revisar necesariamente un
pasado, mi propio pasado y los detalles y las causas que tuvieron por
efecto mi admiración por “El Viejo”. Luego, también mezclado con ello,
aparecen las primeras experiencias laborales de la juventud y la lucha
por sobrevivir.
A su vez y en la actualidad el trabajo empieza a tomar forma
como un rompecabezas al que se agregan piezas tras piezas. En el
desarrollo del mismo se convive con una sensación extraña y a veces
incómoda. Es la percepción de ser-sentirse un sobreviviente de esa
época. Un dinosaurio que, todavía, se halla con vida en este parque de
diversiones y de tragedias. Los que me ayudaron y los que me
combatieron en su momento, ya no viven. Unos y otros hubieran podido
brindar detalles sobre aquella época y quizás sobre los sucesos. Eso si,
Recuerdos de Ernest Hemingway
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digo detalles tanto de los que me ayudaron como de los que me
perjudicaron.
A mi mismo me sorprenden los hechos que ocurrieron y como
ahora los relato evitando toda la fantasía que podría cargar y que acecha
o puede acechar atrás de ellos. Me interrogo por la fantasía. ¿La de
quién? ¿La fantasía de la persona que vivió o la del que hoy escribe? ¿Es
uno solo y ella una sola? Se trata de no dar cabida a la fantasía. Al
escribir se intenta adherir a una realidad, a un fenómeno y a veces es
necesario recordar también cierto dolor que pasó realmente y nos
impactó o nos marcó quizás para siempre. Esos hechos son los que se
rescatan y por ahí se evita insistir demasiado en ellos. ¡Claro! ¡De una
forma u otra duelen! No hay que escribirlos, pero nuevamente
Hemingway nos advertiría que aún cuando hay cosas que el escritor no
quiere poner o no las pone deliberadamente, estas aparecen en su texto
mucho más allá de él.
Hay momentos en que se logran identificar algunos hechos y
hasta se pueden vislumbrar los afectos que coexistieron con ellos.
¿Cómo están? Se los ve difuminados. Hay algo así como una niebla o una
bruma que el tiempo ha fabricado. Son planos diferentes. Lo se, lo
entiendo por lo borroso. A veces se quiere tapar un dolor o un hecho
desagradable. En ese momento nos hicieron sufrir. Pero yo no percibo
que los envuelve la bruma o la niebla. No. Tampoco es una tela o un
manto. Lo veo como un entretejido de hilos. Si. Eso es. Pero los hilos no
son coherentes u ordenados. Son jirones. Son trozos. Y hay risas y hay
llantos. Las risas juegan a las escondidas en la malla de esta gran red de
Recuerdos de Ernest Hemingway
22
pesca que ha atrapado al pasado. En cambio los llantos y sus lágrimas
están colgados de los hilos y al zarandearse, un doloroso lamento,
también de ese pasado, nos muestra su presencia. Es una manera de
recordarnos que todavía existen y están agazapados en cada día de
nuestra existencia.
Por ello la bruma, la niebla, el manto, la tela, los hilos
entretejidos, no se deshacen. Se penetra en ellos, a pesar de ellos y se
toma un trozo del pasado. Es algo muy personal. No hay duda, tampoco
certeza. Se busca aislar el hecho que sigue acorazado por la niebla que
los años formaron en torno a él. Se trata de despejar esa nube y disecar
el hecho. Pero hay detalles de él que ya no están, ya no los hallamos allí,
ya no los vemos con claridad. El pasado los tiene con el y no los entrega.
No entrega lo que quizás es la parte más rica del hecho, del fenómeno
como me gusta llamarle. Los griegos denominaban fenómeno a “lo que
se manifiesta” es decir lo que ocurre, lo que sucede. En este caso es “lo
que sucedió”, “lo que ocurrió”. Es en términos del pasado gramatical que
implica el pasado vital.
En todo este proceso la memoria aparece como la protagonista
del quehacer. De ella depende buena parte de la historia. También me
pregunto de quien depende la otra parte. Este es un trabajo extraño. No
implica ni un combate ni un enfrentamiento. No se busca conquistar el
pasado. El pasado no es un adversario. El pasado es una parte de
nosotros. Por ello no se aguarda ni un triunfo ni una derrota. Son
palabras inconsistentes. Solo hay olvidos. Solo hay recuerdos.
Recuerdos de Ernest Hemingway
23
La memoria lo sabe y nos advierte. La memoria no solo atesora
los recuerdos, también posee los olvidos.
La Imagen de este capítulo.
Imagen N°2: Esta es mi imagen preferida de Mnemósina (también
Mnemosine). Según Hesíodo, Titánida, hija del Cielo y de la Tierra, amante de
Júpiter y madre de las Musas en la Pieria. A veces la he visto representada con
dos caras para indicar que se acuerda del pasado y… del porvenir. Es la diosa
que representa a la memoria. El delicado dibujo de Angel Pérez Palacios está
integrado en el Diccionario Mitológico Universal de Federico Carlos Sainz de
Robles que fuera editado por Aguilar en Madrid en 1944. Tengo un gran afecto
por este ejemplar de lujosas tapas y hojas en papel biblia.
–==(())==–
Recuerdos de Ernest Hemingway
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Dicen que comencé a leer como a los cuatro años. Desde los
tres y medio fui al colegio. Allí, todavía, no se leía. Pero en casa si y
mucho. Había una gran biblioteca, la de mi padre. Filosofía, derecho,
historia, literatura. Yo agarraba cualquier libro y leía. Leía mucho y
también revisaba libros. Revisaba para saber que decían o de que
trataban.
La primera novela que leí completa y varias veces fue “La Isla
del Tesoro” del escocés Robert Louis Balfour Stevenson4. Esa novela fue
mi primera conexión fuerte e inolvidable con el mar, con aditamentos
diversos y plenos de afectos a través de los años. . Recitaba de memoria
párrafos enteros y aprendí en inglés el cántico del pirata:
“Fifteen men on the Dead Man’s Chest-
¡Yo-ho-ho, and a bottle of rum!
Drink and the devil had done for the rest-
¡Yo-ho-ho-, and a bottle of rum”
Poco recuerdo de ese cántico en inglés que ahora copié. Pero si
debo admitir que “a bottle of rum” (“una botella de ron” en realidad son
varias) me acompaña(n) en el bar de mi casa para mis daiquiris. Ese
brebaje estaba lejano, por ese tiempo, de mis pretensiones marinas,
aunque anotaba el ron en todas las incursiones de los piratas. Luego,
4 Por una cuestión de afecto, desde hace bastante tiempo estoy en la búsqueda de “La
isla del tesoro” en esa vieja versión de la colección Robin Hood (¡tapas duras amarillas!)
de los años cincuenta. Todavía no he dado con ella.
Recuerdos de Ernest Hemingway
26
también lo anotaría en otras incursiones en las que no había piratas en
miles de kilómetros a la redonda.
Asimismo y sin buscarla, era mi primera conexión con Cuba. Años
después, leyendo a biógrafos de Stevenson, me enteré que este habría
tomado a la isla de los Pinos frente a Cuba, hoy llamada isla de la
Juventud, como su escenario para la susodicha novela. Visitar esa isla
quedó como uno de los deberes que no pude cumplir cuando estuve en
ese país.
Leí a destajo, sin orden y sin disciplina. Leía a cualquier hora y en
cualquier sitio. Leí los clásicos y los que no lo eran. Leí los clásicos de
las aventuras, de los viajes, de la historia y de las anécdotas. Leí los
clásicos imperdibles de las ciencias y su divulgación. También leí mucho
sobre las guerras y sobre los hombres que las contaron. Allí aparecieron
los periodistas, a quienes admiraba por su valor y entereza. Empecé a
escuchar hablar de un tal Hemingway. En la biblioteca hogareña estaban
los libros de él. Mi padre, siempre cercano, me aconsejó “Por quien
doblan las campanas”. El libro venía con fotos de una película que se
había hecho sobre la novela. Fue el primer libro que leí de un autor que
sería objeto de admiración. Ese libro como tantos otros se perdió en
algunas de las situaciones difíciles que atravesamos en familia. Sin
embargo, medio siglo después una amiga me obsequió un ejemplar de
su propiedad y por si algo faltara, como extraña coincidencia, el último
día del año aniversario heminguayano (110 años) me encontré con otra
Recuerdos de Ernest Hemingway
27
edición de esa obra y una añosa versión de “Fiesta”. Todo ello amerita el
comentario que desarrollo al final5.
Un detalle: Desde siempre y en muchas lecturas aparece el mar,
siempre el mar. De una manera u otra el se hallaba cerca. Amigo,
adversario, objeto de admiración, objeto de contemplación, interlocutor
de un diálogo casi ininterrumpido. Una vez presentados ambos, jamás
estuvimos demasiado lejos. Los objetos provenientes de él que me
acompañan en mi gabinete de trabajo, son los presentes del mar, para
las ausencias del mar6.
Tras las conversaciones con mi padre acerca del escribir, este
me somete a una cierta disciplina, sin rigor, pero disciplina al fin. Copiar
a mano páginas de libros para valorar el esfuerzo de lo que es escribir y
de paso mejorar mi caligrafía. Al principio no me gustó. Más tarde fue
un camino para la lectura. Copié y leí los fragmentos de los
presocráticos que me fascinaron. Luego, obligatoriamente, Platón y
Aristóteles. De a poco aparecieron otros. Pero esos antiguos me
deslumbraron. Luego los de habla hispana. Así aparecen a destajo:
Ingenieros, García Lorca, Wast, Sarmiento, Wilde, Quiroga, y ¡Cuantos
más! Descubro a Goethe copiando escenas del Fausto. A ese libro aún lo
conservo con sus hojas en papel “biblia”. Llego el Dante y llegó Hugo.
Al principio copié mucho en español y luego fue en inglés, en alemán,
5 Véase la nota 1 al final “Reencuentro con viejas ediciones”.
6 Para el lector curioso e interesado que me acompaña, sugiero leer al final del
capítulo la nota 2, sobre la expresión “El mar presente, el mar ausente”.
Recuerdos de Ernest Hemingway
28
en italiano y en francés. Con el tiempo y por simpatía, estudiaría tres de
esos cuatro idiomas. Al italiano lo seguiría a través del latín.
Había un gusto por la lectura. Pero había otro por las páginas
de los libros copiados y luego su lectura. El ejercicio duró algún tiempo.
La caligrafía no mejoró, ni entonces, ni después. Hoy sigo luchando con
ella, sobre todo, cuando no entiendo lo que he escrito hace tan sólo un
par de horas.
La lectura continuó por años. La copia de páginas se
discontinuó y por ahí hasta la extrañaba. A propósito, me pregunté un
día, ¿Y si en lugar de copiar, escribo mi propio libro? ¿No sería más
entretenido? Bueno, ese fue el comienzo.
El primer libro escrito y fabricado por mí como volumen único
fue un extenso comentario sobre Stendhal y su estudio “Sobre el Amor”.
Cuando lo comenté mis amigos me miraron de forma extraña. Salvo mi
padre, en mi casa no hubo mucha resonancia. En el colegio ni se
enteraron, menos con algunos temas que allí se trataban. Algunas
amigas, sin que ellas trascendieran, me dieron su aprobación. ¡Gracias!
Pero allí quedó. Me pregunto ahora, ¿Dónde estará? ¡Como me gustaría
tenerlo!
Pese a la poca respuesta obtenida, más tarde, volví a las
andadas con un escrito breve que envié a un congreso de filosofía en
México. Lo mandé por las dudas. Nunca supe que fue de este trabajo
hasta que un profesor de la Facultad de Filosofía me comentó que lo vio
citado en los Anales del Congreso. Algún día, me dije, lo ubicaré.
Todavía no lo he hecho.
Recuerdos de Ernest Hemingway
29
Pero la escritura siguió, por supuesto, mucho más lenta que la
lectura. Pero tomaba otro sesgo. Ahora incursionaba en una historia-
aventura en los Mares del Sur. El mar seguía siendo un imán poderoso
en mi vida.
Luego de los intentos de escritura sin tener un texto u
orientación definido hacia donde apuntaba y sin pretensión alguna la
siguiente ocurrencia fue el periodismo. Leía muchos diarios. Había tres
en Córdoba. Era un lujo intelectual y periodístico a la vez. Tres diarios
significaban opiniones diversas, puntos de vistas distintos y tendencias
diferentes. Por esa época había radio y la televisión quería insinuarse.
Pero para mi el periodismo era escrito y lo ligaba a la literatura, por todo
lo que había leído, por todo lo que sabía a través de los textos.
En uno de mis recorridos por las librerías, encontré un librito
despanzurrado que se llamaba “Los periodistas hablan”. Luego no se
que se hizo. Yo lo guardaba atado con hilo, porque estaba todo
desarmado. Me enseñó muchísimo. Todos eran destacados periodistas
que hablaban de sus experiencias. También lo hacían corresponsales de
guerra. Allí estaba Hemingway. La nueva idea que andaba rondando
desde que comencé a escribir era que quería ser corresponsal de guerra.
Me atraía escribir notas desde un frente de batalla. También me atraía
saber sobre la guerra, sobre todo como se iniciaba, como se producía.
Quería saberlo para conocer a su vez como se podía evitar.
Curiosamente, quizás influencia paterna, estaba en contra de cualquier
guerra.
Recuerdos de Ernest Hemingway
30
Sin embargo, comencé escribiendo sobre deportes náuticos. Lo
de la náutica era por el mar que no tenía y para adquirir experiencia en
el ajetreo periodístico.
Simultáneamente publicaba notas sobre otros temas y
empezaba a aparecer la ciencia y el poco usado nombre “tecnología”
con un marcado interés.
Por esa época yo escribía mucho, pero corregía muy poco.
Escribía mucho, tan es así que había anexado a la máquina de escribir
un soporte de metal que sostenía un rollo de papel continuo
proveniente de los restos que quedaban en el teletipo de un diario.
Estos rollos se reemplazaban a la noche, para evitar que la máquina se
quedara sin papel para imprimir en los momentos que no había nadie
para vigilarla. Los rezagos que me regalaban contenían, regularmente,
no menos de tres metros de papel. Era todo una fiesta para el frenesí
creativo. Esos rezagos me evitaban el fastidio de interrumpir la
escritura para poner una hoja en mi máquina de escribir7. Cuando
carecía de ellos, yo mismo pegando hojas de papel, hacía mi propio
rollo.
7 Debieron pasar varios años para que me enterara que el invento del soporte y sobre
todo el empleo del rollo de papel de teletipo, no eran, como yo creía, ideas originales.
Un señor, al que por esa época no conocía bien, pero del cual oía hablar, también
usaba en su máquina rollos de papel continuo del mismo origen. No recuerdo la fuente
por la que conocí este hecho. Sin embargo, hace algunos años, Antonio Skármeta
menciona este detalle en “Neruda por Skármeta” p 46, Seix Barral, Buenos Aires, 2004.
El señor en cuestión es nada más ni nada menos que Jack Keruoac, el hombre que
empleó por primera vez la expresión “generación beat” e hizo mucho por vivirla y
explicarla.
Recuerdos de Ernest Hemingway
31
Con todo este bagaje, mi conocimiento del “Viejo” y la
admiración que surgió por él, fue más fácil. Por ello es que puedo decir
que, a diferencia de otros escritores, yo “conocí” al “Viejo” por dos vías:
una fue la literaria, leyendo sus obras. La otra, afectiva, a través de
miembros de la familia. La primera fue una vía directa para conocerlo
como escritor, sin adorno, ni adjetivo alguno. Yo me encontraba con el
texto puro, el escrito puro, sin haber leído crítica, ni favorable, ni
adversa.
En cambio la vía afectiva fue muy diferente y a ella le atribuyo
una singular carga hacia mis intereses posteriores. En esto tuvo que ver
también mis lecturas de biografías. Hemingway no se salvaba de ello,
pero era enriquecido con la charla popular.
Ante mi curiosidad, al comienzo fue mi padre. Luego, buenos
aliados fueron dos tíos. Uno hermano de mi padre, Santiago, otro
hermano de mi madre, Santos.
Mi padre, mis dos tíos y otros señores desconocidos para mí, se
reunían regularmente en algunos lugares a tomar un aperitivo antes del
almuerzo. Muchas veces me tocó acompañar a mi padre. Esto comenzó
alrededor del los años 1953 ó 1954. Durante el encuentro se hacían
presentes el Campari, el Cinzano, la Hesperidina, acompañados por
quesos y fiambres. No se hablaba de la actualidad cotidiana. Se hablaba
de lo que pasaba en el mundo y los protagonistas de esos hechos.
Todos parecían versados en historia y política así como en literatura y
en plástica.
Recuerdos de Ernest Hemingway
32
Como es de suponer, yo escuchaba los comentarios que ellos
hacían sin intervenir. Comía un poco y bebía algo de lujo para mí como
era un refresco de granadina con soda. Pero mentalmente anotaba. Ellos
hablaban sobre las noticias que llegaban y no solo de Hemingway, sino
de otros personajes. Allí estaban los nombres de Jean Paul Sartre, José
Ortega y Gasset (muerto en 1955), Alfredo Palacios líder político
seguido por mi abuelo paterno en sus ideales socialistas (que ya lo
acompañaban en 1918 en la gesta universitaria de Córdoba), John Dos
Passos, Julián Marías, George Clemanceau. En fin, algunos eran autores
que yo leía, con biografía incluida en los casos que estuviera disponible
Pero de Hemingway las noticias eran distintas.
Este “individuo” que escribía, era cazador, pescador y
aventurero. Era un “sportman” en el sentido de esa expresión inglesa.
Pero había sido y era un periodista de aquellos. En su tarea había escrito
muchas notas sobre temas varios. Pero las palmas se las llevaban las
notas sobre la guerra que cubría periodísticamente. Entonces, él era un
“corresponsal de guerra” también denominado “enviado especial”.
Cuando me enteré, para mi la dimensión de este hombre fue diferente.
Allí estaba el periodismo, la escritura y el mar. ¿El mar? Y claro, “El viejo
y el mar”. Incluso otro detalle para el joven que se desayunaba con
“Papá”: Cuando yo tenía nueve años a este señor le dieron el Premio
Nóbel de Literatura. E influyó mucho en ese premio esa “obrita”, como
algunos despectivamente le llamaron, sobre el pescador y su presa,
considerada, nada más ni nada menos, como uno de los hitos de la
literatura mundial. ¡Cuánto placer en leer esa novela! ¡Parecía un cuento
Recuerdos de Ernest Hemingway
33
para niños y decía tantas cosas a los adultos! Yo no sabía que estaba tan
bien escrita. No alcanzaba a valorar. Pero quería escribir algo similar.
Algo así, sencillo, un argumento simple si, pero… ¡Ignoraba lo complejo
y difícil que era! ¡Cuantas ganas de escribir me regaló ese libro! ¡Como
no admirar al hombre que lo escribió!
No había mucha información, pero lo poco que yo escuchaba
era apasionante. Con el tiempo y a partir de la experiencia del diario yo
rastreaba noticias adicionales. Adquiría alguna información internacional
revisando las revistas del “Emporio de la revistas”8. Solo las revisaba. No
podía comprarlas. Eran muy caras. Me ayudaba mi aprendizaje de
idiomas. Pero no bastaba. Por eso es importante el “momento histórico”.
Es eso lo que aquí deseo rescatar, rodeado de tantos detalles
personales. Ese “momento” es cuando el escritor vivía y la gente
“grande”, los “mayores” comentaban delante de un niño, luego joven,
aficionado a la literatura y al periodismo, cuan importante y como era
ese “señor” que escribía. Que hacía ese “señor” y como su figura
trascendía con noticias que llegaban desde lejos y a las que solo tenían
acceso muy pocos. Pero esos pocos eran los “difusores”, “medios de
comunicación en si mismos”, comentando, contando, informando, lo
que sabían y por ahí, parece, hoy me parece, que aquello que no sabían,
¡También! Es por eso que se habla del “mito”. Lo que “no sabían”, ¿Acaso
lo inventaban? Y la figura del escritor de por sí grande, importante, ¿Se
8 Desde aquella época hasta hoy (¡cincuenta años!) cada tanto tengo la oportunidad,
todo un lujo intelectual, de compartir una charla con el alma mater del “Emporio” don
Moisés Sternberg. Esta vieja casa de libros es hoy, también, una pujante editorial.
Recuerdos de Ernest Hemingway
34
agigantaba aún más con estos inventos? Creo que si. Era una especie de
superhombre para la gente común. Pero no necesitaba como Clark Kent
cambiar su vestimenta o personalidad. El era siempre el mismo. O así lo
veía yo.
Hay un dato. Un cálculo muy personal me dice que, desde los
ocho o nueve años y hasta la muerte de Hemingway, cuando yo tenía
dieciséis, escuchaba hablar sobre el “Viejo” casi todas las semanas.
Pero ¿Cuál era la diferencia entre los comentarios en general y
los que se hacían sobre Hemingway? Yo creo que aquí está buena parte
de la clave de mi conexión con “El Viejo”, hallada más bien con los años
y la experiencia. Lo de “Hem” no era lo político. Lo de “Hem” era lo
mundano. Se trataba de lo que muchos hombres deseaban ser o hacer y
les estaba vedado a la mayoría de los mortales por las mil y una razones
que vedan a la mayoría de las mortales maneras de ser y hacer que son
únicas.
Porque no se trataba solo de cazar y de pescar. No se trataba
solo de boxear o enamorar mujeres bellas, seductoras, desafiantes y a la
vez famosas por derecho propio. Tampoco se trataba de tener más o
menos dinero. Que, hay que puntualizarlo, también ejerce fascinación
en la gente. No se trataba de un viajero frecuente (como se dice ahora)
de un continente a otro ya que eso también lo hacían muchos
millonarios e ignotas personas en todo el mundo y nadie se enteraba.
Por eso este caso era algo diferente. Se trataba nada mas ni
nada menos que este hombre singular, además de hacer todo lo que
hacía, ¡Escribía! Se trataba que no era uno del montón, ni uno más de la
Recuerdos de Ernest Hemingway
35
legión de escritores y periodistas que hay en el mundo. Se trataba que
este señor era uno de los mejores del mundo y reconocido. Claro, no
siempre. Muchísimas veces más, el era criticado, vilipendiado,
prohibido, admitido como borracho consuetudinario, exhibicionista,
desafiante y así se podría seguir con una larga e interminable lista de
pecados, defectos, errores y vicios.
También había aceptación a través de silencios cómplices en
donde los celos y la envidia agitaban todas sus banderas. Pero he aquí
que al villano terminan dándole la estrella de sheriff con el Nóbel Y
ahora, ¿Qué más? Hoy, tras muchos años de su muerte, las críticas
denostando su imagen, siguen igual.
Hay que imaginar el “momento” cuando se hallaba con vida y
los contemporáneos, a miles de kilómetros de distancia, hablaban de él.
Yo recuerdo que pocos creían en los críticos. Los críticos no
cazaban, no pescaban, no viajaban, parece que no bebían y no
enamoraban, ni eran amados por mujeres hermosas e inteligentes y
además, no escribían nada parecido a lo que este individuo escribía,
publicaba y además, ¡Vendía! Nadie le regaló un peso, ni tuvo herencia
que lo favoreciera. Sus ganancias, que superaron con mucho los aportes
que recibió, le costearon sus andadas y las de su grupo familiar e
incluso amigos y desconocidos a quienes ayudó. Pero no había virtudes
para reconocer en él. En muchos escritos sobre él, aparece lisa y
llanamente como un marginal. Era indefendible y hoy se diría
impresentable.
Recuerdos de Ernest Hemingway
36
Todo esto es la diferencia entre él y el resto de los mortales.
Ahora, una pregunta adecuada: Esta persona, con esta descripción,
¿Vivía realmente? o ¿Era un producto de la imaginación enfermiza de
alguien? Realmente ¿Cazaba en África? ¿Se codeaba con los mejores
toreros del mundo en Madrid? ¿Era amado y admirado en Pamplona?
¿Bebía los mejores martinis en el Ritz de París o en el Waldorf Astoria de
Nueva York?, ¿Enamoraba a Marlene Dietrich?, pescaba un marlín de
varios cientos de kilos a varias millas de Cojimar? Los famosos del cine
¿Iban a su casa en Finca Vigía?, aunque también podían estar con él en
Bimini o en Key West o en la Habana. En todos lados era considerado un
prócer indispensable de conocer. Algunas armas llevaban su nombre y
algunos cócteles llevaban su estilo. Todo esto y además se daba tiempo
para escribir con una disciplina feroz. Todo esto repito ¿Era real?
¿Existía una persona así? Claro que existía. Claro que vivía, en ese
momento en Cuba, pero era el dueño afectivo de medio mundo. Claro
que también le dieron el Nóbel y estaba enfermo para ir a recibirlo. Pero
envió un mensaje, como su discurso de aceptación, que dice cosas que
hoy siguen siendo válidas para quienes escriben.
Volviendo a lo que fue la realidad, la vivencia de ese momento,
para la gente, para la gente del montón como era y soy yo, ese señor
era una leyenda. Una leyenda….viva. Su muerte no cambió ni el aprecio,
ni el odio, ni la envidia de la gente.
Mi fuerte conexión con el “Viejo” siguió. Pocos tuvieron la
osadía de ser un hombre libre, independiente, en contra de toda
opresión, de vivir como quería y despreciar cualquier tipo de
Recuerdos de Ernest Hemingway
37
dominación. Era eso lo que yo percibía en el “Viejo” y por eso mismo el
era un “amigo”, a la distancia, con la barrera idiomática, con la barrera
de los años. Este hombre estaba siempre, lo convocara o no. Había
estado siempre. También conocía sus vicios. No lo justificaba, lo
entendía. No lo aceptaba, pero lo comprendía. Yo iba observando,
aprendiendo y sufriendo. También supe que la miseria humana que me
rodeaba tenía muchísima más malignidad que las peores cosas que le
atribuían al “Viejo”. La basura se hallaba tanto acá como allá. No
olvidaba el pensamiento que decía que, cuando un amigo tiene tantos
defectos de frente, hay que mirarlo de perfil.
De sus desatinos, el más destacado, fue sin duda su
dipsomanía. Pero la presencia del o los vicios no afectó la imagen del
hombre. Yo ya había aprendido algo básico y relevante: Sabía que no
había dioses en la tierra. Había sólo semidioses que cargaban con
infinidad de defectos y escasísimas virtudes, a veces una sola, como en
este caso, escribir como los dioses. Y esa virtud, tiempo después me di
cuenta, era a su vez su desafío. Era, simplemente, el sentir que por ella
estaba vivo. Si por cualquier causa esa virtud, que tanta fuerza le daba,
desapareciera, la existencia se volvería un sin sentido.
Con los años, al “Viejo” lo seguí, pasó su muerte, pasó mi vida o
parte de ella. El afecto, como mis escritos dedicados a él que empiezan
a reaparecer ahora, no se borró jamás.
Al lector de estos textos quiero darle algunas coincidencias
exageradas que me ligaban al “Viejo”, las que solo las pude ver mucho
más tarde e integrarlas de esta manera:
Recuerdos de Ernest Hemingway
38
-1- Periodista: No solo eso, ¡Corresponsal de guerra!
-2- Escritor: ¡Cuánto anhelo tras la palabra escrita!
-3- El mar: La pasión por el mar en su vida y en su obra.
-4- Santiago el nombre de uno de mis tíos protectores. Pero también
está Santiago en España, país al que tanto amaba. ¡Qué decir de
Santiago en Cuba, la Virgen del Cobre y la medalla del Nóbel! Y luego,
nada más ni nada menos que Santiago, el pescador, el protagonista de
“El viejo y el mar”.
-5- Fecha de cumpleaños: El “Viejo” cumple años el 21 de Julio. Yo
cumplo el 22 de julio.
–==(())==–
Recuerdos de Ernest Hemingway
41
NOTA 1
El REENCUENTRO CON VIEJAS EDICIONES y LAS IMÁGENES DE ESTE CAPITULO.
Así como me reencontré con los trozos de mis viejos textos, un par
de hechos fortuitos me llevó al reencuentro con viejas ediciones de obras de
Hemingway, durante su año aniversario.
Por un lado, una gran amiga de mi esposa, ambas lectoras
infatigables, la señora Isabel M. Liberati de Guerrero, sabedora de mi afición
por Hemingway y conocedora a través de mis comentarios de las pérdidas de
bibliotecas y colecciones que aquejaron a mi casa, a comienzos del año 2009
me dio una gran sorpresa. La sorpresa fue que me obsequió una primera
edición de páginas amarillentas y muy bien conservada de “Por quien doblan
las campanas” de Mayo del año 1944 de Editorial Claridad de Argentina,
traducida al español por Olga Sanz (Imagen N° 3). Hay un pequeño error que se
deslizó en la imprenta y es que está nominado como “volumen 6” cuando en
realidad es número 5. El libro trae fotos-afiches de la película basada en la
novela y cedidas por Paramounts Films. Allí están Gary Cooper como Roberto
Jordán, Ingrid Bergman como María, Roberto y María juntos, Pablo, Pilar, el
“Sordo”, Agustín y Anselmo (todos personajes fuertes y decisivos de la novela)
en ese orden, con pie de fotos que perfilan personalidades y situaciones
precisas. No falta la dedicatoria a Martha Gellhorn, entonces esposa de
Hemingway y el texto proveniente de “Devociones para ocasiones emergentes”
del poeta, ensayista y religioso inglés, John Donne, de donde el escritor toma
el nombre para su obra. Como detalle útil y refinado a la vez, el libro trae una
delgada cinta verde (oscurecida por los años) cocida a su lomo para marcar la
última página leída. Esta versión que estuvo en mi casa fue la que leí y por la
cual encontré y conocí al “Viejo” como escritor. ¡No es poca cosa! Le agradezco
Recuerdos de Ernest Hemingway
42
muchísimo a esta amiga la atención de desprenderse de esta reliquia de su rica
biblioteca y obsequiármela, sin merecer yo, tamaño gesto.
El segundo hecho es que a punto de concluir el año aniversario
heminguayano y estando en casa de mis consuegros en Justiniano Posse
(Córdoba, Argentina) el 31 de Diciembre y como siempre hablando de libros,
mi anfitrión Jorge Mariani me alcanza una versión de “Por quien doblan las
campanas” del año 1964 (Imagen N° 4), en tanto Estela Quaglia su esposa, me
acerca un envejecido volumen cuyo título, solo en el lomo y no en la tapa, dice
“Fiesta”(Imagen N° 5). Un comentario para cada uno de esos libros.
“Por quien doblan las campanas” es, como el anterior, de Editorial
Claridad pero corresponde a la decimocuarta edición de Julio de 1964. Han
transcurrido veinte años (“Veinte años después” con Dumas o veinte años no es
nada como dice el tango) con respecto a la anterior y han pasado trece
ediciones. El número de páginas es más o menos similar. La traducción es,
como ya se dijo, de Olga Sanz. Hay detalles que los diferencian, por ejemplo, la
mención de Paramount Films está al comienzo y no al final del libro como es el
caso de la primera edición. Pero la tapa se lleva los méritos. En tanto la
primera edición es sobria mostrando sólo el título, veinte años después
muestra una foto en la que aparecen María (Ingrid Bergman) y Roberto (Gary
Cooper). Luego viene el autor, el título y un pie de tapa bien notorio que dice
“Unica edición legítima en castellano derechos exclusivos de Claridad”. Dos
últimos detalles: Los precios. $5.-m/n (pesos moneda nacional) para la edición
de 1944 y $600.-m/n para la de 1964. No es lugar para análisis de costos
pero llama la atención la asimetría del valor en menos de un cuarto de siglo.
Segundo detalle: El volumen de 1964 carece de cinta marcadora de hoja.
“Fiesta” como se sabe es el título en español de “The sun also rises”
(“El sol también sale”) aparecido en 1926. En el caso del volumen que comento
Recuerdos de Ernest Hemingway
43
es la octava edición de Mayo de 1964 anotando una primera en Julio de 1949.
Fue editado por Editorial Diana de México y traducido del inglés por José Mora
Guarnido y John E. Hausner. No figura en lado alguno un valor monetario.
Aunque atacado por la humedad, por aquello de “los años no vienen solos”, el
volumen está en buen estado de conservación. La sobriedad de la presentación
editorial no lleva a mayores comentarios.
Por último, cabe puntualizar que en estos últimos dos casos las
ediciones se producen a tres años de la muerte del autor.
Aguardo el encuentro con otras viejas ediciones. Mientras tanto la
tapa de la edición de 1944 de “Por quien doblan las campanas”, se integra al
comienzo de este capítulo y lo cierran la tapa de la misma obra en su edición
de 1964 y la portada de “Fiesta” también de 1964.
-=()=-
NOTA 2
ACERCA DE “EL MAR PRESENTE y EL MAR AUSENTE”.
La idea de “el mar presente y el mar ausente” estuvo en mí desde mi
infancia. Incluso estas expresiones, una y otra, nunca estuvieron separadas.
Ante mi, siempre se manifestaron juntas. Ellas nacieron a partir del
sentimiento de la ausencia. Nunca encontré, a través del tiempo y hasta hoy
que vuelvo a escribir, el porqué de esta obstinada idea, de la presencia y de la
ausencia. Estas expresiones, aparecieron más de una vez en incipientes
borradores que, quizás, pretendían anunciar algún futuro escrito.
Sin embargo no eran solo mías. Con el paso de los años hallé,
justamente en Hemingway, una expresión similar pero con una idea diferente.
No estaban publicadas como tal, pero habían estado escritas. Así es que me
pareció oportuno incluir una nota sobre ellas.
Recuerdos de Ernest Hemingway
44
Hemingway tenía en proyecto un “Libro del mar”. Había estado
trabajando sobre él en distintos períodos de tiempo y este había ido creciendo
en extensión y complejidad. Los días y meses corrían y llegaba 1950. Su musa
inspiradora, por esa época, era la joven Adriana Ivancich y el escritor no
dudaba en expresar que “se lo debía todo a ella”. Sea como fuere, este libro
que tenía ese nombre genérico, “Libro del mar”, estaba compuesto por cuatro
partes, tres de las cuales tenían títulos provisorios a saber: “El mar joven”, “El
mar ausente”, “El mar en esencia”. Esta última, por separado y como una
novela corta, sería el origen de “El viejo y el mar” uno de los hitos de la
literatura mundial, que contribuiría al otorgamiento del Premio Pulitzer en
1953 y completaría su obra para recibir el Nóbel en 1954. Adriana diseñó la
tapa de la primera edición de 1952 (ya lo había hecho en 1950 con la tapa de
la primera edición de “A través del río y entre los árboles”).
El libro del mar no se publicó nunca como tal. Tras la muerte del
escritor en 1961, su esposa Mary Welsh y el editor Charles Scribner (hijo)
revisaron el material que por fin salió publicado en 1970 como “Islas en el
golfo” (en inglés el título es “Islands in the stream”- Islas en la corriente-se
entiende “del Golfo”. Por allí lo he visto traducido como “Islas a la deriva”). Los
subtítulos que tenía como provisorios, fueron reemplazados en el texto final y
pasaron a ser “Bimini”, “Cuba” y “En alta mar”. Los subtítulos provisorios
originales deben haber quedado en los borradores del escritor.
La edición en español que conocí fue de 1971 (Emecé, Buenos Aires).
Pero yo encontré o más bien reencontré la expresión “El mar ausente” en el
indispensable estudio de Carlos Baker, “Hemingway, el escritor como artista”
(traducción de Antonio Bonanno y editado en español por Corregidor, Buenos
Aires 1974). Luego estos temas serían mencionados en otras biografías de
distintas épocas. Por ejemplo: A. Burgess (en determinado momento colega de
Recuerdos de Ernest Hemingway
45
Baker en la Universidad de Princenton), “Ernest Hemingway y su mundo”-
Traducción al español de María Isabel Merino, Ultramar 1980, Madrid, o la de
J.R. Mellow, “Hemingway: A life without consequences”, editado por Addison-
Wesley Publishing Company, 1995, (no hay traducción al español de esta
documentada biografía).
Para la obra original, el título provisorio de Hemingway “El mar
ausente” correspondía a las vacaciones del personaje central, el pintor Thomas
Hudson, en la Habana. El mar no estaba lejos (físicamente está muy cerca),
pero en el contexto el mar no era un protagonista principal en esta parte y por
lo tanto no tenía un primer plano. Esa es la idea de “ausencia” que trasmite el
escritor en este acápite, en contraposición a la presencia del mar en los otros.
Para mi fue una enorme alegría encontrar la expresión en Hemingway.
Además, fue y es, otra coincidencia que me acercaba al gran escritor años
después de su desaparición física y de mi propio exilio de la palabra escrita.
–==(())==–
Recuerdos de Ernest Hemingway
46
Capítulo 4
Imagen Nº 6
Entusiasmado con la idea del periodismo y la escritura, a fines de
1959 y aprovechando mis vacaciones, empecé a trabajar en un diario
vespertino, el “Córdoba”. Era el más joven de todos los “fijos” y los “no
fijos” del diario. Pero eso duró hasta el comienzo del ciclo lectivo 1960.
No tenía alternativa. Las clases regulares eran a la mañana y el trabajo
del diario coincidía con ellas. Si mi padre me forzó a dejar el diario yo lo
forcé a buscar una solución. Lamenté dejar el “Córdoba”. Ya me había
Recuerdos de Ernest Hemingway
47
encariñado con el. La solución fue que logré que me probaran en el
matutino “Los Principios” y comencé a llevar notas.
Mi gran objetivo periodístico era lograr una entrevista con Vito
Dumas, el navegante solitario argentino que dio la vuelta al mundo por
la ruta denominada “Los cuarenta bramadores”. Esa ruta es una zona de
mares bravíos con fuertes vientos y grandes olas. Está situada en el
hemisferio sur y circunnavegar por ella implica un desafío no sólo
tecnológico sino también un esfuerzo mental y físico para quien lo
afronta. Comienza a los 40 grados de latitud sur y constituye una
“franja” que pasa los 60 grados de la misma latitud. Está definida por
una frase de los navegantes que lo resume todo: “Por debajo de los 40
grados no hay ley. Por debajo de los 50 no hay Dios”
Yo no conocía personalmente al navegante, pero su libro titulado
justamente “Los cuarenta bramadores” era un texto de cabecera para
mis sueños náuticos y mi atracción por el mar. Esta entrevista era un
gran desafío. No tenía contactos. Pero los estaba buscando. La poca
información disponible decía que el candidato era difícil, inaccesible y se
hallaba recluido en su casa y en su barrio de Vicente López en Buenos
Aires. Me entusiasmaba el desafío pero ignoraba que el mismo iba a
tener competencia.
En efecto, mientras el año transcurría con expectativas, estando
en octubre en Buenos Aires, me entero a través de los diarios que la
Sociedad Interamericana de Prensa, conocida por su sigla SIP9 iba a
9 Organismo sin fines de lucro orientado a “Defender la libertad de expresión y de
prensa en todas las Américas”. Actualmente puede consultarse www.sipiapa.org
Recuerdos de Ernest Hemingway
48
realizar su asamblea general el año próximo en Nueva York. Allí se
trataría una agenda con temas como la libertad de prensa en el
continente, la prensa técnica y otras cuestiones. Me interesaba
sobremanera el tema prensa técnica y la enseñanza del periodismo.
Como tenía previsto visitar a Francisco Rizzutto, Director de la revista
Veritas, para llevarle unos papeles que mi padre le enviaba, me propuse
hablar con el sobre el tema. El que era un miembro distinguido de la SIP
y de una docena de sociedades internacionales, me puso al tanto de
todo. Además, era un hombre de confianza, amigo de mi padre, que
siempre se interesaba por mi carrera y mis actividades a las que
apoyaba con entusiasmo. De manera que en la conversación surgió el
tema SIP y le expreso mi interés por el periodismo técnico. Y por
supuesto sale el tema Hemingway. Le hablo extensamente sobre mi
admiración por el escritor y el me responde con comentarios
afirmativos. Me dice que algo puede saber acerca del escritor a través de
unos amigos. ¡Puede servir para una nota! Este hombre me escucha con
mucha atención y siempre me desliza indicaciones que son enseñanzas
que perduran. Se da tiempo para todo. Trabaja más de doce horas por
día todos los días. El va a una prereunión de la SIP y me pregunta en
que puede ser útil. Por ahora me pide que lo mantenga al tanto de lo
que estoy haciendo. Hay pleno acuerdo de su parte en recibirme en
Diciembre, mes en el que regreso a Buenos Aires. Mientras tanto
encargará que “busquen” información de los temas que conversamos. El
viaja permanentemente y tiene colaboradores en muchos países. Me fui
Recuerdos de Ernest Hemingway
49
satisfecho con la charla. Conversar con Rizzutto siempre era una
inyección de ánimo.
En Diciembre lo llamo y recuerdo que me cita para un viernes a
última hora. Sale otra vez de viaje y regresa para las fiestas de fin de
año. No espero mucho en la antesala de su despacho. Apenas me ve y
antes que yo preguntara algo me dice que le informaron que “El Viejo”
no estaba bien de salud y viajaba a Estados Unidos por tratamiento
médico. Era posible que ya no regrese a Cuba. Pero antes, se
rumoreaba, viajaría a España y luego regresaría para instalarse en su
casa (comprada según parece hacía pocos años) en Ketchum, en el
estado de Idaho. Desde luego que seguían siendo suyas las casas en Key
West, Estado de Florida (supe después que esta afirmación era dudosa) y
Finca Vigía en Cuba. Más no se sabía. La información no era precisa.
Todas las afirmaciones provenían de rumores y estos surgían de algunas
personas allegadas. Había mucha reserva en torno a las actividades y
desplazamientos del escritor. Una sola cosa estaba bien clara: El factor
salud era el tema dominante en estos momentos.
Hablamos algunos temas más con Rizzutto y como le dije que
yo ya no viajaría a Buenos Aires me indicó que lo llamase
telefónicamente a su línea directa. Si tenía más información, ¡El me
llamaría de donde estuviera! ¡Increíble!
Así, mientras por un lado elegía un lugar donde cenar, por otro
empezaba a dar vueltas una idea atrevida. Los componentes de la idea
eran la SIP, Nueva York, los periodistas, esa increíble persona que era
Rizzutto, y una pregunta… Si “El Viejo” se asentaba en Ketchum y yo
Recuerdos de Ernest Hemingway
50
viajaba allí vía Nueva York, con ayuda, con mucha ayuda… ¿Podría verlo,
podría entrevistarlo?
El fundamento de por si atractivo era la reunión, pero el proyecto
secreto debía ser una entrevista con Hemingway. Sino era una
entrevista… por lo menos estrechar su mano. ¡Qué pavada de proyecto
estaba forjando! Otro desafío, si, pero esta vez de una magnitud
increíble. Esa misma noche, entusiasmado, desvelado y fumando una
pipa tras otra, en aquel vetusto pero simpático hotel Viamonte, situado
en calle homónima, empecé a esbozar, por escrito, un plan. Allí nació
con algo de forma, la supuesta o pretendida entrevista con el escritor.
Sin quererlo, pero quizás convocándolo apareció misteriosamente
metido en un proyecto personal absolutamente mío. Claro que, más allá
de mis intensas y diversas lecturas, para mí Ketchum, era un lugar tan
lejano e inaccesible como Key West o La Habana o llegado el caso la
misma Nueva York.
A mi regreso en la primera oportunidad que tuve hablé con mi
Director10. Le dije que quería cubrir la reunión de la SIP y le hablé del
tema prensa técnica. Se mostró entusiasmado. Yo armaría una agenda
sobre la base de los temas que el me sugiriera y a la vez yo le
propusiera. Expresé que me tomaba un tiempo para ello, ya que había
mucho por delante. No, me dijo el Director, si hay decisión de viajar, hay
que empezar a prepararse ya. Hay que gestionar la visa, la reserva del
pasaje, la comunicación oficial a la SIP. Todo eso lleva tiempo. Todo
10 En ese momento Enrique Nores Martínez.
Recuerdos de Ernest Hemingway
51
debía estar decidido en Marzo, a más tardar, primeros días de Abril del
año siguiente. No habría vacaciones, no habría descanso. Me puse a
trabajar inmediatamente.
Pero el tema del “proyecto encuentro”, como yo le llamaba a la
entrevista con Hemingway, no podía contarlo. Es cierto que desde que
concebí la idea, había decidido guardar silencio sobre mi otro objetivo
del viaje. Sólo mi padre en Córdoba y Rizzutto en Buenos Aires eran los
únicos que lo sabrían con certeza. Guardaba silencio para no generar
falsas expectativas. A su vez, no era un tema de interés para el diario.
La filosofía, la línea editorial del diario, no coincidía para nada con el
modus vivendi de este escritor, más allá que se reconocieran sus
méritos literarios y periodísticos.
La figura del viejo tan cuestionada por su estilo e historia de vida
no era precisamente para cualquiera. Yo tenía la desgracia de admirar o
apreciar, si así se quiere llamar, a un autor que era dipsómano, casado
cuatro veces (lo que era un horror para la época), asesino de animales y
fanático y amigo de asesinos de animales acorralados como eran lo
toreros y su objeto de muerte, los toros. “El Viejo” era para la época,
para el diario y para ciertos sectores de la sociedad, un catálogo de
pecados sin redención posible. Parecía no tener una sola virtud que lo
salvara del infierno.
Por otra parte yo había quedado un poco impresionado con las
noticias sobre la salud del escritor. Pero no creía que estuviera tan mal,
pues había salido bien parado de varias situaciones negativas que se le
Recuerdos de Ernest Hemingway
52
presentaron, incluyendo los accidentes de aviación en los cuales, según
los diarios, hasta lo dieron por muerto.
En todo esto, confieso que ignoraba por entonces la verdadera
gravedad del cuadro de salud de Hemingway. Ignoraba que padecía una
severa depresión, a la que había que sumar la hipertensión arterial y las
secuelas de los accidentes, sin contar las recientes aplicaciones de
electroshock y las consecuencias de las mismas11.
También ignoraba que ya no era el gladiador que esperaba
encontrar. No estaba derrotado. No lo podían derrotar, pero estaba
semidestruido. Mucho tiempo después supe que, por esa época, ya no
podía escribir o no escribía porque su cabeza no funcionaba. Lo más
bello, lo más fuerte que alimentaba su vida, escribir, era lo que no podía
hacer. Para curarlo, para evitar lo inevitable (léase suicidio), lo indicado
según los médicos eran los electroshock, que sin duda ayudaron a
menoscabar el motivo porque el que vivía: la escritura.
Desconocedor de todo esto y mucho más, yo seguí concibiendo
esperanzas con el proyecto. Hoy me pregunto si hubiese tenido más
información, como la disponible hoy por ejemplo, ¿Lo hubiese
desechado? Creo que no. Creo que el impulso, la fuerza generadora de
acciones, lleva a acometer ese desafío que parece hasta impensable. No
se sabe bien como se articularán las acciones, pero se sigue adelante.
11 Agradezco al Prof. Dr. Carlos Enrique Ahrensburg, médico psiquiatra, los detalles
aportados para mi conocimiento del cuadro clínico del escritor. Al lector ávido de
información le sugiero la lectura de Futuro, suplemento de ciencias del diario Página
12 del 29 de marzo de 2008 “El fantasma del electroshock” por Esteban y Luis
Magnani. Los autores citan el caso de Hemingway.
Recuerdos de Ernest Hemingway
53
Hay fuerza, convicción y fe. Todo proyecto es viable, incluso si uno o
más fracasos puedan comenzar a probar lo contrario. Pero la acción
sigue y la próxima puede ser una victoria. No se piensa en los
obstáculos. Estos no existen o más bien parecen no existir. He dicho y
ahora invierto el orden que los obstáculos no se piensan. Solo se
perciben como accidentes temporales. La razón se ve superada por la
fuerza del sentimiento que, por momentos, es devastadora. A la pasión,
sólo se le puede oponer otra pasión. Por lo tanto, si hay pasión,
adelante, ella arrasa con todas las dudas. Debo reconocer que me
alentaba algo de lo leído en la obra de Vito Dumas.
Cuando a la distancia de medio siglo se miran los hechos, una
fuerte tentación a creer en los hados embarga el alma en tanto el cuerpo
percibe una suave brisa, muy íntima, de lo que entonces fuera un
vendaval. También debo confesar que hoy la llamada “serena reflexión
de la madurez” (cuando no vejez) puede calificar de locura o por lo
menos de desatino aquel proyecto juvenil. Quizás sea cierto. Pero
también es cierto que, sin algo de locura o desatino, en fin, ¡De cuantas
creaciones careceríamos!
Una serie de coincidencias atrevidas hicieron que yo pudiera
armar un viaje impensable para la época. Pero ese viaje necesitaba de
mucha planificación por varios motivos, siendo los más importantes la
falta de experiencia y los recursos económicos. Pero además estaban
factores como la familia, el idioma, las clases regulares y sin ninguna
duda, mi edad.
Recuerdos de Ernest Hemingway
54
La oportunidad del viaje significaba mucho para mi vida y mi
actividad. Ese secreto anhelo, ese proyecto de ver al “Viejo” llenaba
todas las expectativas que pudiera tener. Sabía por lo que había
consultado y hablado, más en Buenos Aires que en Córdoba, que
estando en Nueva York sería más factible hablar y hacer por el proyecto
de marras. Era un intento, no fácil, pero lo era. Por otro lado, a la SIP
irían gente que si bien, podían no tener un contacto directo con el gran
escritor, si podían ayudar a través de diarios, universidades u otras
organizaciones. Nueva York, por algo promocionada como “La capital
del mundo”, era una puerta abierta al mundo real en general y al mundo
de Hemingway en particular. Las distancias se acortaban.
Los preparativos eran lentos. Hoy me doy cuenta que lo hacían
de acuerdo al ritmo de una época que así lo marcaba. Mientras más me
dedicaba a ellos, el contacto con Rizzutto se volvía más ágil. El sostenía
que desde el terreno, es decir en la Gran Manzana, todo se volvería más
accesible. Además ya había una propuesta: Una vía de acceso difícil pero
posible era la esposa del escritor, Mary Welsh, con quien, se pensaba
por ahora, se podía tener una conversación telefónica previa. La persona
que la podría hacer no estaba asegurada todavía. Había que consultarla.
Se trataba de una periodista que concurriría a la SIP.
Mientras tanto llegó información de Idaho, “El estado de las
piedras preciosas”, como era conocido. Los contactos allí eran la Cámara
de Comercio que envió muchísimos folletos y la Universidad de Idaho
fundada a fines del siglo XIX. Ambos podrían aportar ayuda con el tema
idioma. Una curiosidad: En Sun Valley se advierte que los hoteles están
Recuerdos de Ernest Hemingway
55
abiertos desde el 15 de diciembre hasta el 15 de octubre. Es decir
¿Estaban cerrados en el periodo de tiempo en que era probable mi viaje?
También había “chalets” en alquiler.
A todo esto estaba armando un cuestionario y desechando
preguntas. Quería quedarme con media docena y tenía más de veinte.
Lo hacía con la sensación de que “El Viejo” accedería a mi entrevista.
Aunque estaba traduciendo las preguntas que haría, ya sabía que no
entendería las respuestas pero también sabía que alguien me ayudaría
oficiando de traductor. Más allá de ello, como podía, me entrenaba en
idioma inglés. No había profesores particulares. Sólo eran instituciones
y muy buenas. Pero no había dinero para todo.
En el medio de todas las gestiones del viaje, aparecen los
contactos con Vito Dumas. A través de dos clubes náuticos surgen dos
grandes figuras. Primero fue Julio Martínez Vázquez periodista de
náutica de la prestigiosa revista El Gráfico. Posteriormente Hipólito Gil
Elizalde, en ese momento Presidente del Yacht Club Argentino, la
entidad decana de la náutica en Argentina. De esta manera conocí al
hombre que escribió el bellísimo prólogo al libro de Dumas. En fin, esta
gran entrevista se ponía en marcha.
A mediados de junio llega la confirmación del pasaje con reserva
paga. No está emitido todavía pero está en firme. No hay vuelta atrás. La
comunicación es como un golpe eléctrico. Hay mucha emoción
contenida en mí y en los que me rodean. El lacónico mensaje dice: Vuelo
320. Sale de Ezeiza el 14 de octubre de 1961 a las 22.45. La máquina es
un Comet 4. El vuelo hace escalas en Río de Janeiro y Trinidad y Tobago.
Recuerdos de Ernest Hemingway
56
Debía confirmar la recepción de la información y la aceptación de la
misma lo antes posible. Había que pagar el pasaje por anticipado y en
tiempo sino se cancelaba la reserva. Por lo tanto el trámite se hizo de
inmediato.
Casi en simultáneo me entero que el pasaporte estará disponible
en la última semana de agosto o primera de septiembre. Es otro viaje a
Buenos Aires. Ahí mismo se gestionará la visa. Intento aprovechar el
viaje y ver entonces a Dumas.
Mientras tanto me preguntaba donde estaría “El Viejo” en este
momento y donde estaría para octubre. ¿Y si para esa fecha hubiese
vuelto a Finca Vigía? Las fuentes insistían en negar esta posibilidad.
Decían que su residencia, por lo menos por un tiempo y hasta que
mejore su salud, sería Ketchum.
Yo me daba cuenta que tenía una remota posibilidad de viajar a
Ketchum vía Nueva York y ver al escritor en su casa de las montañas.
Aunque para ser sincero, hubiera preferido encontrarlo en Finca Vigía o
en Key West. Era algo extraño para un mediterráneo como yo. Pero me
sentía más seguro cerca del mar. En la otra instancia, el mar estaba
ausente. Debo reconocer que mis fantasías o sentimientos ligaban
siempre al escritor con el mar. No era porque si.
Recuerdos de Ernest Hemingway
57
Imagen Nº 7
Las imágenes de este capítulo.
Imagen N°6: Detalle del Rincón Hemingway: Un secreter, libros antiguos y una
saboneta con muchos años encima que dialoga con ellos acerca del Tiempo.
Los acompañan varios pisapapeles para sostener esas hojas finitas a que hacía
referencia el escritor. Imprescindible, un viejo sacapuntas que funciona
perfectamente y que asiste cuando es necesario a quienes no podían faltar:
Siete lápices Faber N° 2 con las puntas en óptimas condiciones de trabajo.
Siete, de por si un número lleno de misterio, siete puntas consumidas en un
mañana de labor constituían para Hemingway un día positivo.
-Imagen N° 7- Detalle del Rincón Hemingway: Una máquina de escribir portátil
o semiportátil (según como se la mire o compare) Corona Four que tiene toda
una historia. No es la plegable N° 3 que a veces solía usar el escritor. Pero esta,
Recuerdos de Ernest Hemingway
58
estaba (¿o estuvo?) cerca. El baúl sobre el que se encuentra la máquina
simboliza los viajes y un arcano donde se hallan escritos y apuntes. En este
caso es un Louis Vuitton cómoda, con cajones para las camisas y espacio ad
hoc para la galera.
–==(())==–
Recuerdos de Ernest Hemingway
59
Capítulo 5
¡Últimos días de junio! El año transcurre a una velocidad
vertiginosa. Pero aún así podía decir que todos los trámites estaban en
marcha aunque exigían mucha atención. El año se acercaba al final de
su primera mitad. Faltaban unos pocos días para que llegara julio y con
él, el cumpleaños número sesenta y dos del “Viejo”. ¡Qué rápido habían
pasado estos meses! Pero, también en julio, yo tendría unos días de
vacaciones que podría dedicar intensivamente a mis trabajos
personales. Estaba comenzando a dar forma a una nota sobre
Hemingway para una revista local. Veía a ese artículo como una
introducción o un prefacio o un adelanto a la entrevista. Ahora bien, si
esta no se hiciera, por lo menos podría reflejar todas las acciones de
acercamiento al escritor y dejar testimonio de toda la ayuda recibida.
Además, con estas actividades, había aprendido mucho sobre diversas
cuestiones más allá del tema Hemingway y sobre la denominada “prensa
técnica” cuestión esta que cada día atraía más mi atención. La idea me
gustaba. En unos días empezaba julio y llegaba el ansiado fin de semana
donde comenzaban mis vacaciones de casi quince días. Pensaba trabajar
con el poco material que tenía y las bibliotecas locales me ayudarían ya
que disponía de tiempo para visitarlas y estudiar en ellas a la mañana y
a la tarde.
Recuerdos de Ernest Hemingway
60
Los días pasaron y llegaron el sábado 1°. de julio y el domingo 2.
¡Las vacaciones se acercaban y con ellas la libertad de horario para
trabajar a destajo, sin interrupciones y en los temas que yo quería!
Como otros fines de semana, hice las tareas más diversas, pero me
concentré en tres actividades: El cuestionario para la entrevista, estudiar
inglés y el artículo sobre el escritor.
No recuerdo como fue el domingo 2 de julio. Imagino que hizo
frío, con el invierno en su apogeo. Imagino que dormí hasta tarde como
solía hacer. Imagino que hubo un almuerzo familiar. Todo fue algo
común a todos los domingos, hasta que a la tarde sonó el teléfono de
mi casa. Lo atendí con indiferencia, como suponiendo que la llamada no
debía ser para mí.
De golpe, como en un cataclismo, todo se derrumbó. Todo
pareció desprenderse y caer a pedazos. Como digo al comienzo de este
texto, al escuchar la voz del otro lado de la línea me revela un tono de
gravedad y de urgencia. Había exaltación y casi diría, no hablaba, más
bien vociferaba: “¡Oscar! ¡Presta atención! Según radio El Mundo, esta
madrugada, tu amigo ‘El Viejo’ se suicidó...”. En realidad mi amigo de la
Gaceta me dijo que la radio informaba que Hemingway había muerto en
un accidente. Expresaba que se le escapó un tiro de una escopeta que
estaba limpiando. Pero él, en la excitación del momento al enterarse de
semejante noticia, como yo y tantos otros quizás, pensó
inmediatamente en el suicidio y casi sin darse cuenta me trasladó esa
idea sin análisis alguno. Pero la realidad es que el mínimo análisis
sustentaba esa afirmación. Sonaba raro que este hombre con medio
Recuerdos de Ernest Hemingway
61
siglo de experiencia en el manejo de todo tipo de armas, algunas de
gran calibre, cacerías de toda clase y envergadura, incluyendo los
exigentes safaris africanos, limpiase una sin verificar si estaba cargada o
no. Además, ya se sabía que se trataba de una escopeta. Una pistola
automática, una bala en la recámara, un descuido, era un accidente
podríamos decir “aceptable”. Pero una escopeta con uno o dos
cartuchos...Puede ser. Todo puede ser, por aquello de “las armas las
carga el diablo”. Pero en “Papá” ¡Es excepcional! ¡Es inadmisible! ¿Qué
estaba haciendo? ¿Qué hizo? O, por fin, ¿Lo hizo…?
Mi primera reacción fue no creer. Negar todo. No es posible, es
una broma, me dije. Otro rumor infundado. Este es otro “asuntillo”
periodístico como fue el caso de África. Imagino que ahora van a escribir
necrológicas, Mientras tanto, ¡El Viejo esta paseando por las montañas
de Ketchum! O adonde se le de las ganas u ocurrencias de ir. En
realidad, ¿Está herido o es que está enfermo? Puede ser. Pero no está
muerto. Es como si todos quisieran que muriera. Todo esto es falso, es
una mentira…
Pero no fue así. No. No fue así.
Tras la llamada, me vestí y preparé mi libreta de apuntes y mi
tabaco. La búsqueda y la espera de información podían ser largas.
Antes de salir escuché las radios que trasmitían a esa hora.
Seguían informando del “accidente limpiando un arma”. Me costaba
creer lo que yo mismo escuchaba ahora. Varias veces mi pensamiento
volaba hacia una realidad diferente. Pero todavía no estaba entregado.
Recuerdos de Ernest Hemingway
62
Cuando llegué al diario revisé el Córdoba de esa tarde. Allí no
aparecía nada. Pedí los cables y me los dieron. El diario Los Principios,
donde yo llevaba mis notas, recibía información de la agencia United
Press Information (UPI). En este caso los cables eran de hoy, domingo 2
y provenían de Ketchum, en el estado de Idaho, en Estados Unidos de
Norteamérica. Cuando los leí mi escepticismo primaba sobre toda
razón, sobre toda lógica. Pero tomó fuerza en mí la idea de que se
trataba de un suicidio y no un accidente y con ello, el hecho irreversible
de la muerte de quien yo consideraba un amigo.
Algunos datos que recuerdo me llamaron la atención y hoy,
muchos años después, otra vez con la página original frente a mí, puedo
destacarlos:
-1- Mary Welsh, la esposa de Hemingway, que sufrió una severa
crisis emocional, alcanzó a llamar al hospital de Haley pidiendo un
médico y de allí se convocó al médico forense Ray McGoldrick, quien
más tarde informó de la muerte de Hemingway.
-2- El médico llamó al alguacil Jankow quien dijo del “Viejo” que
“Le conocía bien. Solíamos tener largas conversaciones”. Pero también
acotó que amigos del escritor le habían dicho que estaba “muy delgado
y deprimido” cuando regresó a Ketchum. Este punto, para mí, fue muy
importante. Luego el alguacil Jankow, “…declinó hablar de los detalles
de la tragedia”.
-3- El cable acota que Hemingway había regresado con su
esposa a su casa en el día de ayer, es decir el 1° de julio. También
afirma que había comprado la casa hacía tres años. Esto es en 1959.
Recuerdos de Ernest Hemingway
63
-4- Un detalle mínimo: El cable dice que iba a cumplir 63 años.
En realidad iba a cumplir 62.
-5- Cuando ese domingo se cerró la edición del día Lunes 3, la
suma de los cables brindaba una
mirada completa sobre el
escritor y su obra, dejando de
lado el suceso en si. Pero al final,
en el diario, al linotipista le llegó
solo un texto recortado que
aparecería a dos columnas sin
foto.
Los mismos cables se
repitieron hasta tarde. Me
regalaron los repetidos. El diario
tras recibir las noticias de los
deportes locales completó su
edición y cerró las páginas antes
de medianoche. La versión en
plomo pasó a la fase de las
planchas y de allí a la impresión.
Ya sabía lo que saldría mañana
lunes, es decir, dentro de un
rato: Muy poco, casi nada. No
estaba conforme. No se si
llegaron radiofotos. Yo no las vi. Pero alguna foto debíamos tener en el
Imagen Nº 7 - “Los Principios” -Lunes 3 de
julio de 1961.- Pág. 3
Recuerdos de Ernest Hemingway
64
excelente archivo del diario. Era un recurso muy empleado. Pero como
simple colaborador no me correspondía hacer ninguna observación. Por
lo tanto, no hubo foto para la nota.
Concluidas las tareas debía volver a mi casa. No tenía a nadie de
confianza a esa hora y mucho menos en un día domingo para pedir
información en La Voz del Interior. Debía resignarme y esperar. Al otro
día, antes de entrar a clase leería La Voz y a la salida me acercaría por el
Córdoba para ver que decían los cables matutinos. También revisaría La
Nación, La Prensa, el Clarín y a lo mejor, si podía, otros diarios que
llegaban cerca del mediodía.
La madrugada del lunes 3 me halló despierto, todavía impactado
y absolutamente desalentado. Había una mezcla de indignación y de
tristeza. No podía ser me repetía y sin embargo era. Me sentí muy
cansado. En unas horas debía ir a clase. Mi desconexión con ella era
absoluta.
Por fin, salí más temprano y leí la Voz del Interior. Las primeras
páginas eran avisos, como era el diseño del diario en ese momento,
hasta que llegué a la página cinco y allí encontré lo que buscaba.
Recuerdos de Ernest Hemingway
65
Imagen Nº 8 - La Voz del Interior - Lunes 3 de Julio de 1961. Pág.5
Era un titular a ancho de página con sus nueve columnas que me
recalcaba, así lo sentí yo, “Se mató el escritor Ernest Hemingway”. No
había fotos. Luego en cinco columnas se distribuía un cable de AFP
fechado el mismo día 2 en Sun Valley. Según el cable y allí comenzaron
los interrogantes para mí sobre la veracidad de la información, el
escritor “…gozaba de excelente salud, según se comprobó en el examen
general que se le hizo recientemente en la Clínica Mayo de Rochester”.
Hay un subtitulo “Las exequias” y otro “Una agitada existencia” fechado
en París. Este último, de buena factura y extensión, destacaba los
méritos literarios indiscutidos y la personalidad de Hemingway.
Al concluir la mañana, no pasé por el Córdoba. Decidí esperar.
Compré algunos diarios de Buenos Aires y me fui a una pizzería cuya
única y exclusiva connotación marina es que se llamaba “El Galeón”. El
Recuerdos de Ernest Hemingway
66
resto, de marina, no tenía nada. Mientras comía unas generosas
porciones de pizza absorbía también los contenidos de los diarios.
Todos tenían notas con fotos. La Nación en la primera página, casi al pié
y en la sección “Otros hechos de la jornada de ayer” en dos líneas se
menciona la muerte de Hemingway y deriva al lector a la página
siguiente. Allí a tres columnas y
con grandes letras el título
“Trágicamente falleció el autor
Ernest Hemingway”. En este caso
el cable es de Associated
Press(AP) y esta fechado el 2 de
julio en Sun Valley, Idaho,
pueblo cercano a Ketchum. Lo
acompaña según el texto al pie:
“Una reciente fotografía de
Hemingway, el renombrado
escritor que acaba de tener tan
lamentable final” Es una
radiofoto a dos columnas
“exclusiva” para La Nación. La
nota es extensa con un
subtítulo, “Personalidad del
extinto” donde se destaca la
trayectoria del escritor y las
características e importancia de su literatura. También pusieron mal la
Imagen Nº 9 - La Nación, Lunes 3 de Julio
de 1961, Pág. 2, Col. 1-3
Recuerdos de Ernest Hemingway
67
fecha de nacimiento como1898. Allí se habla de “las casas” en Cuba, el
yate y que vivió 15 años. Creo que no es así. Finca Vigía primero fue
alquilada y luego comprada. El escritor vivió veintiún años en Cuba, por
supuesto, con todas las ausencias, idas y venidas, debido a sus viajes.
Imagen Nº 10 - “La Prensa” Lunes 3 de Julio de 1961. Pág. 1
Por su parte La Prensa en primera plana de la primera página,
pone el título a dos columnas “Ernest Hemingway. Falleció en Idaho,
Estados Unidos” y abajo la foto del escritor y un texto. Algunos párrafos
de ese texto los leí en los cables que llegaron a Los Principios y que no
fueron agregados. En ellos se trata el tema de la pasión por el peligro.
De allí remite a página 2 columna 4 con un extenso y variado texto
hasta la columna 9.
Recuerdos de Ernest Hemingway
68
Imagen Nº 11 - “La Prensa” Lunes 3 de Julio de 1961. Pág.2
Destaco algunos subtítulos “La violencia, su pasatiempo”, “Frente
a un rinoceronte”, “Cuatro matrimonios”, La mención del Nóbel a Carl
Sandburg o a Pío Baroja que es “un maestro de maestros”. Un subtítulo
llama la atención: “Una novela Inédita” hace referencia a una novela que
va a aparecer que constituye todo un secreto. ¡Tan sólo a horas de su
muerte ya se piensa que puede haber una publicación póstuma! Con los
años veríamos varias. ¡Qué inmensa capacidad de producción la de este
Ernest y que negocio significaba todo ello!
Dos detalles con dos subtítulos. Uno: “Lamentó John Kennedy la
muerte del gran Escritor”. Una declaración especial firmada por
Kennedy. El otro “Conmovió la noticia a los intelectuales soviéticos”
Recuerdos de Ernest Hemingway
69
fechado en Moscú. Allí se expresa que lo consideraban “el más grande
escritor viviente de occidente”.
Respecto a Rusia un detalle y una paradoja. El detalle: La
popularidad del escritor decayó después de “Por quien doblan las
campanas” que nunca se tradujo en la Unión Soviética (obviamente que
fue por razones políticas) aunque los editores conocían su existencia. Y
he aquí la paradoja y a la vez coincidencia: Mañana (por lunes 3) se
estrenaba en los cines de Moscú y Leningrado una película basada en
una de sus novelas: “El viejo y el mar”.
También aparece como cable “La Noticia de la muerte en España”
fechado en Madrid con declaraciones de Antonio Ordoñez el gran torero
amigo de Hemingway y por último un largo párrafo con el subtítulo
“Personalidad del escritor fallecido” proveniente de la redacción del
diario. Hago hincapié en este texto ya que llama la atención la
inclinación del mismo a destacar el amor heminguayano por la
hispanidad, incluyendo lo siguiente: “Ernest Hemingway fue el novelista
norteamericano que ha procurado más que ningún otro acercarse a lo
más entrañable y vital de la hispanidad. Alguien le ha comparado a Pío
Baroja, más que nada por la independencia, la libertad y la fuerza de su
pensamiento y de su estilo”. La nota habla de una “genealogía
intelectual” y establece vínculos con Thoreau y con London. Más
adelante este párrafo significativo: “En su afán de acercamiento a lo
hispánico, Hemingway ha comenzado por conocer el idioma y de esta
suerte fue un asiduo lector de Cervantes y Quevedo sin olvidar nuestro
“Martín Fierro”. En alguna oportunidad declaró que leía con profundo
Recuerdos de Ernest Hemingway
70
agrado las páginas de “Don Segundo Sombra”; pero su acercamiento
más intimo a lo hispánico está en la fruición con que se entregó a
particularidades de lo local, de lo auténticamente propio…”.
También quiero recalcar que casi al final habla de la soledad de
Ernest y dice “Precisamente, quizás ese profundo apego que tuvo a la
soledad, le impulsó a buscar una isla para vivir y eligió Cuba, donde
escribió ese tratado de ternura humana que conocemos como ‘El viejo y
el mar’.”
La crónica concluye diciendo que había nacido en 1898. En fin,
ese error ya es lo de menos. Todo el texto es riquísimo para un
desconocedor del escritor y vale leerlo para un conocedor de sus obras.
Recuerdo que Clarín fue el último diario que leí. Hay profusión
de textos breves, títulos con diferentes tipos de letras (¡qué labor la del
titulista!) e imágenes que combinan fotos y un boceto del rostro del
escritor que dudo haya sido de archivo. Como algunos de nuestros
dibujantes de hoy, aquel hizo su trabajo en un día domingo, ilustrando
una nota llamativa y desafiante titulada “El novelesco novelista”. La nota
y el boceto, severo, pero de gran sensibilidad, me permitió imaginar al
periodista escribiendo e intercambiando ideas en simultáneo con el
dibujante. Y a este, en esa eterna búsqueda trazando líneas que, más
allá de las formas, mostraran también el alma.
La cuestión es que este diario puso en primera página y primera
plana con un sangrado que la destaca, una conocida foto de Ernest y al
pié la leyenda: “Accidentalmente murió Hemingway, Premio Nóbel
Recuerdos de Ernest Hemingway
71
1954”12 . Allí deriva al lector a las páginas 20 y 36. En la página 20 gran
título con letra tipo manuscrita “Murió Hemingway” y más abajo “El
hombre que no quería morir” y luego “Falleció accidentalmente mientras
limpiaba un fusil”.
Imagen Nº 12- “Clarín” 3 de Julio de 1961. Pág. 1
La imágenes que ilustran: Una foto con Mary Welsh, una gran
foto mostrándose como cazador y arriba, un recuadro que dice
“Novelista, Guerrero, Cazador”. Está la caricatura y la nota de la
redacción ya mencionadas. Hay varios recuadros con títulos pero uno
llama la atención, “No hay duda sobre el accidente”.
12 En la primera página de Clarín la foto de Hemingway está cubierta en parte por un
rótulo (original) por el que el diario le envía el ejemplar a la Biblioteca Mayor de la
Universidad Nacional de Córdoba. Por razones documentales la imagen fue conservada
tal como se halla en el archivo.
Recuerdos de Ernest Hemingway
72
Imagen Nº 13 - Foto “Clarín” 3 de julio de 1961. Pág.20
Imagen Nº 14 - “Clarín” 3 de julio de 1961. Pág. 36
Recuerdos de Ernest Hemingway
73
En la página 36 el gran título a ancho de página “Yo soy tan solo
un aventurero” y un subtítulo “La otra cara del novelista desaparecido
ayer”. Hay dos fotos: una con el torero Antonio Ordoñez, su preferido en
las lidias y la otra, nuevamente como cazador. Hoy puedo decirlo, ya
que por aquella época lo desconocía, esta última imagen no es una foto
propiamente dicha. En realidad, a mi juicio, proviene de un bellísimo
óleo que se halla en Finca Vigía. Más precisamente, según
documentación gráfica proveniente del Museo, estaría en el escritorio
del tercer piso de la torre que hizo construir Ernest. Yo no lo vi. No se
podía acceder en ese momento ya que el sector estaba en reparaciones.
El titulo es parte de lo expresado por Hemingway a Pío Baroja en
su lecho de muerte que se reproduce en un breve texto. Pero allí hay un
error, porque habla que Hemingway “recogió” el premio Nóbel en Europa
cuando tengo entendido que no pudo viajar a la ceremonia por
problemas de salud. El premio le fue entregado por el embajador de
Suecia en una ceremonia privada.
Quizás no viene al caso, pero no me canso de repetir y recordar
que la medalla Nóbel, ese medallón tan preciado con pomposa cadena,
fue donada por el escritor a la Virgen del Cobre, Patrona de Cuba. ¡Qué
gesto! ¡Cuántos sentimientos y emociones estaban puestos allí!
¡Cuántos pensamientos no escritos, páginas y páginas, que quisiesen
equivaler o acunar ese acto! ¡Cuantas contradicciones aparentes y no
tanto, en este Hemingway que no pude entrevistar!
La nota de inicio habla de ese Hemingway, tal como era
reconocido por la época, tal como yo lo escuchaba de varias voces,
Recuerdos de Ernest Hemingway
74
algunas de ellas cercanas a mí. Lo pintaban como el Hemingway
valeroso y sentimental. Era el Hemingway que no temía y buscaba y
desafiaba al peligro. Pero fundamentalmente era el hombre talentoso.
Uno de los más grandes e importantes escritores de la historia de la
literatura. Luego la página se completa con breves notas sueltas sobre
las actividades y la personalidad del escritor.
Los textos de las dos páginas merecen leerse de nuevo quizás
para entender un poco más la importancia del hombre que desaparece
físicamente y deja, como un barco que se aleja, una estela de recuerdos
difíciles de olvidar.
Como a las cinco de la tarde me fui al Córdoba. Estaba ansioso
por ver qué salía. No había nadie conocido. Pero recuerdo que el
portero, solícito, me obsequió un diario y me ofreció otros si quería.
Dije que no. Con uno bastaba .
Si el lector accedió a los textos de los diarios que acompañan
este capítulo habrá observado además de las veces que figura 1898 en
lugar del correcto 1899, estos aspectos:
-1- En todo momento se habla del “accidente”. Como si no
hubiera duda. No hay “investigación” se expresa, sobre como se produce
la muerte, más allá de “lo que dicen” unos y otros. La verdad solo
aparecerá tiempo después. Familia, familiares y amigos en serio, lo
dirán. Pero serán los detractores y envidiosos de siempre los que se
encargarán de difundirla como un oprobio, incluso detrás de palabras
laudatorias.
Recuerdos de Ernest Hemingway
75
-2- El periodismo fue respetuoso de la persona de Hemingway.
Su pública dipsomanía no ha sido mencionada en las notas. Solo se
habla del escritor y hasta puede ser rescatada una mirada benevolente.
El periodismo de ese entonces que yo leí, por lo menos así lo creo,
separó el grano de la cizaña y escribió sobre el valor y la importancia de
ese grano. No se hizo leña del árbol caído. De la cizaña se ocuparían
después los alimentados con estiércol, los detractores y los envidiosos.
-3- Tampoco se habla de su depresión, de los electroshock y esa
tristeza que lo acompañó buena parte de su vida. Aún cuando no lo
confesara verbalmente, sus ojos y su rostro lo estaban expresando. Yo
solo vi fotos. ¡Algunas eran y son tan evidentes!
-4- No se habla de la depresión, repito. Solo se habla de la grave
hipertensión arterial que parece que no lograba ser controlada.
Después se supo que en la prestigiosa Clínica Mayo no lo trataron solo
por la hipertensión. Es allí donde le aplicaron las sesiones de
electroshock. Muy pocos conocían esa información. Hemingway,
además, nunca quiso aparecer como un enfermo. Jamás confesó
dolencias que lo paralizaran. Las sufría y las aguantaba estoicamente.
Pero creo que su lucidez, más allá de los médicos y más allá de sus
achaques, le permitió tener una clara conciencia de lo que le estaba
pasando
-5- Es cierto que entrelíneas se detectan contradicciones. Pero
hay mesura en las palabras. Lo real es que, como también se conoció
después, Hemingway estaba mal, muy mal. Mucho peor de lo que el
mundo creía. Allí me di cuenta que los informes que recibí en Buenos
Recuerdos de Ernest Hemingway
76
Aires, se acercaban bastante más a la realidad de lo que yo pensaba o
por lo menos lo que yo creía.
Los días siguientes seguí leyendo todos los diarios. Por ejemplo
el día 4, el vespertino Córdoba me sorprendió con un título a 2
columnas que decía: “Funeral católico para Hemingway”.
Imagen Nº 15 - “Córdoba” Martes 4 de Julio de 1961. Pág. 2
Recuerdo que me llamó la atención. Es curioso como en el cable,
que también es de UPI, el médico forense aparece ahora como coronel
Goldrick con declaraciones que dejan una duda, como por ejemplo que
“ahora la gente podrá creer lo que quiera” respecto a si Ernest se suicidó
o murió accidentalmente. Pero la policía fue más clara porque dijo que
Recuerdos de Ernest Hemingway
77
murió “…por el disparo de una doble carga de municiones de la
escopeta que lo hirió ‘desde la boca hacia arriba’”. En fin, si alguna
confirmación se esperaba por el suicidio, este último informe la
efectuaba casi directamente. Sin embargo el funeral iba a ser y fue
católico. El cable concluye con el elogio del gran escritor soviético Ilya
Ehrenburg en un tributo especial a Hemingway por radio Moscú
De paso, este día hay notas por la fecha especial, la
Independencia de los Estados Unidos y me enteré que el primero de este
mes murió Louis Ferdinand Céline, otro grande de la literatura universal.
Parece que, a propósito, tardíamente fue dada a conocer su muerte. No
hay más detalles. Mi conocimiento de él era escaso, pero suficiente para
saber que era importante.
Pero las noticias sobre el escritor ya habían perdido para mí su
importancia. El cierre del ciclo fue cuando informaron lo que
humanamente se trató de tapar: Ernest se disparó una escopeta en la
boca. Fue un suicidio y no un accidente. No cambió las cosas. Pocos
creyeron en el accidente. Me parece que la mayoría, conociendo el
carácter del “Viejo”, anticiparon que decidió lo que decidió y punto. Sin
tapujos, sin vueltas.
Si algo faltaba agregar, mi admirado amigo moría por su propia
mano. Se suicidaba, siguiendo un modelo de muerte que ya había
ejercido su padre con un revólver y que años más tarde, y con otras
formas, también marcaría a otros miembros de su familia.
También debo confesar que ni por asomo me atreví a pensar en
escribir algo y mucho menos en proponer al Secretario de Redacción
Recuerdos de Ernest Hemingway
78
una nota de fondo. Es probable que no hubiera sido aceptada, ya que
había escritores de prestigio en el diario para abordar tal tema. Sin
olvidar, por otro lado, lo ya observado sobre la filosofía del matutino
que no coincidía con el perfil de vida de mí amigo. Ya sabía que en
general era rechazado como fueron rechazadas algunas demostraciones
mías.
A mí me pareció que la muerte del “Viejo” no tuvo gran
repercusión local. Murió, se suicidó el Premio Nóbel, decían, pero nada
más. Por aquí se hablaba así. Había que ver que decían en el exterior.
No pude comprar los diarios del exterior. Los traía el consabido
Emporio de la Revistas. Llegaban si, pero su precio no era accesible. Las
revistas eran más caras. Revisé algunas que tampoco pude adquirir. Si
compré la revista LIFE en español y un ejemplar del Time. Por lo tanto
no pude comprar todo lo que yo quería y necesitaba para informarme y
tener mi propia documentación, aún cuando disponía de un crédito
generoso y flexible. Pero lo poco que tenía alcanzaba y lo iba guardando
en el diario. No sabía que estaba cometiendo un error del que me
arrepentiría siempre. Menos de un año después perdería para siempre
ese material y todo lo relativo a Hemingway, Vito Dumas y el viaje a
Estados Unidos.
Por otro lado, cuando esa tarde casi noche ya, debí aceptar el
hecho, sobre todo por lo que la esposa decía a la prensa, me di cuenta
que había perdido a alguien muy importante para mí. El desafío del viaje
era el desafío de la entrevista. El contacto personal con el escritor se
agigantaba con el viaje en si mismo. La gente de la época solo veía el
Recuerdos de Ernest Hemingway
79
viaje e ignoraba, seguía ignorando mi proyecto secreto, mi proyecto
“encuentro”. Aunque alguna vez llegué a comentarlo con personas de
cierta confianza, jamás lo declaré como tal. Recién hoy al escribir sobre
este tema me permito dar detalles y precisar el asunto tal como fue.
La muerte del “Viejo” fue un golpe muy fuerte. Murió una
persona a la que yo apreciaba a la distancia. Desde luego que por esa
época yo lo admiraba, como muchísima gente que me rodeaba y ya lo
expresé al respecto. Pero el tema pasaba por otro lado. Su trayectoria
resumía expectativas y sueños personales. El ser periodista, ser
corresponsal de guerra y con suerte, ser escritor. Pero en este caso,
todo eso venía enmarcado por una fuerte personalidad. ¡Vaya
personalidad! Con el tiempo sabría que Ernest había marcado lugares y
gentes. Pero había algo mucho más importante, pues había generado un
estilo periodístico y otro literario. En este hecho bifronte estaba como
siempre esa polémica, a veces escondida, a veces manifiesta, que brega
oponiendo ferozmente el periodismo a la literatura. Quizás uno y otro,
por ahí, sean uno solo, pero mirados desde trincheras diferentes en
guerras diferentes en un mundo en el que todo se parece a nada. A
priori, lo fundamental y común a ambos y que se necesita en uno y en
otro es el talento más el trabajo. No es poca cosa.
Así, la despedida del “Viejo” fue sin ninguna duda dolorosa para
mi porque era en cierta medida un modelo, una referencia. Lleno de
defectos ya lo sabía, pero hizo cosas que yo quería hacer. ¿Cómo se
hace para hacerlas? ¡Yo quería preguntarle a él mismo! Con el tiempo,
Recuerdos de Ernest Hemingway
80
algo con forma de respuestas llegaron, quizás tardíamente, porque no
pude encontrarme con el.
También debo afirmar que la despedida del “Viejo” me
sorprendió pero fue como un mensaje que no me quitó fuerzas. Si me
dio tristeza y desánimo pero no me amilanó. Claro a esa edad no es
común retroceder, ni siquiera ante la muerte. Al fin al mismo
Hemingway le pasó en Italia siendo muy joven. Pero allí fue donde al no
poder dar marcha atrás al viaje por la reserva efectuada y el dinero
puesto que se perdía en ese caso, yo mismo con mi padre dijimos que
las cartas estaban echadas. Además, el era bastante escéptico de que yo
lograra el encuentro. Tampoco disponía de dinero para ir a Ketchum.
Pero yo ya sabía que conseguiría prestado. Rizzutto me lo dijo y es más,
lo hizo apenas nos encontramos en Nueva York. Pero para ese entonces
el adelanto monetario solo me sirvió para sobrevivir en la Gran
Manzana.
De esta forma, el 2 de Julio marcó el fin de una agenda juvenil
llena de expectativas. Ese día, a la madrugada, allá lejos en Ketchum,
adonde yo pensaba ir, Ernest Miller Hemingway, alias “El Viejo”, alias
“Papá”, decidió que, si no podía vivir como los animales que había
matado, prefería no vivir. Fue un acto supremo a quien la vida se le
había vuelto insoportable sino era bajo los esquemas y pautas que el
siempre había impuesto. Ese día, cuando sonó el teléfono y mi amigo
me contó lo que estaba diciendo la radio, concluyeron todas las
expectativas. La gran Manzana me recibiría sin otra idea que la de
Recuerdos de Ernest Hemingway
81
seguir adelante. Como ya lo dije, no se podía cambiar o devolver el
pasaje. La fecha de octubre en estas condiciones era casi inamovible.
Mientras tanto, ¡Cuantas cosas se han dicho y se pueden decir
hasta el día de hoy! Pero yo, aceptando todos mis errores y mis
defectos, quiero concluir diciendo lo siguiente: Mi amigo, hombre de
decisiones, tomó la postrera, la que no tiene retorno. Con los años,
¡Tantas cosas leí sobre esto! Tantas críticas sobre este ritual. El samurai
ejecuta su sepukku como un acto final. Tiene derecho a él por nobleza,
valentía y convicción ética. Se podrá hablar de la depresión, se podrá
hablar de las enfermedades, se podrá hablar de religión. En fin, se podrá
argumentar desde los cien puntos de vista en contra y de la media
docena a favor, si es que existen tantos. Pero es, a la vez, un acto
supremo de locura y lucidez. Si. Juntos. Si, es difícil reconocerlo. Es el
“no va más” en la ruleta de la vida. Nadie quiere dejar de jugar, dejar de
apostar a que gana. Y esa ruleta es más implacable. La del casino
condena a la pobreza material. La de la vida condena a la agonía física y
espiritual. Sin ninguna duda esta es más terrible.
Es posible que nadie tenga derecho a quitarse la vida. Pero todos
tienen derecho a no sufrir13.
Las imágenes de este Capítulo y las Fuentes seleccionadas
13 La filosofía y las ciencias vienen trabajando sobre este tema. Es delicado, es cierto,
pero si tanto se habla y brega por la calidad de vida, ¿No es posible hacerlo por la
calidad de muerte? Está claro que el caso del suicidio es absolutamente diferente. Pero
ya se habla de “suicidio asistido”. Hay casos y el debate está abierto. En otra
oportunidad hablaré de esta cuestión en relación a Hemingway.
Recuerdos de Ernest Hemingway
82
Para este capítulo muy especial, porque se trata cuando me entero de
la muerte del “Viejo”, he revisado de los archivos existentes en Córdoba los
diarios de entonces. Lo hice por tres motivos a saber: El primero y más
importante para mi fue revivir a mi manera como recibí una noticia en la cual
no creía. Y tras ello, en ese entonces despreocupado, juvenil y pujante
momento, tomar conciencia de lo ocurrido. Por ello solo empleo los diarios a
los que tuve acceso inmediatamente y no otros periódicos y revistas del
extranjero como Life o Esquire (Hemingway, no hace falta apuntarlo en
demasía, escribió en ambas) por ejemplo que le dieron tanto espacio. Aunque
ahora se puede acceder a ellas, a los fines de situarse en la época hay que
aclarar algo: las revistas llegaron a Córdoba, bastante después de la muerte del
escritor. Para mí, fueron los tres diarios locales y los tres capitalinos
seleccionados, los protagonistas de la información periodística del suceso y así
lo deseo hacer constar. Fueron ellos, con sus notas sobre lo que había
sucedido, los que me impactaron y conmovieron. Las revistas fueron revisadas
cuando llegaron más que nada por curiosidad. Pero ellas no fueron los
disparadores de las emociones vividas en esas horas que conformaban solo un
par de días: el 2 y el 3 de julio de 1961.
El segundo motivo fue reconstruir aquellos momentos de mi proyecto
personal a partir de la documentación periodística sin confrontarla con mis
recuerdos. No vi los diarios de la época hasta que no tuve los cuatro primeros
capítulos escritos. Recién entonces visité los archivos, pero este capítulo ya
estaba casi armado a partir de los recuerdos. No lo pude evitar. Algunos de
ellos demasiados personales para ponerlos aquí.
El tercer motivo fue y es poner a disposición de los lectores los diarios
de 1961. Por ello especifico el lugar en que se encuentran las colecciones.
Recuerdos de Ernest Hemingway
83
He seleccionado en primer lugar los diarios de mi ciudad y había tres:
Los Principios y La Voz del Interior eran matutinos. El Córdoba era vespertino.
En la actualidad y con más de un siglo de existencia solo queda La Voz del
Interior. Los otros dos diarios ya no están.
Luego de los diarios de Buenos Aires también ubiqué a tres: La Nación,
La Prensa y el Clarín todos matutinos. En la actualidad ya no está La Prensa.
Puesto en esta tarea, revisé los diarios de entonces y específicamente
del lunes 3 de julio. ¡Qué impacto, qué golpe, me produjo encontrarme cara a
cara de nuevo con esos textos que hoy tienen casi medio siglo! Tuve que
disimularlo, pues me hallaba rodeado de gente. Debí absorberlo en silencio.
Algo así como un fuego se apoderó del pecho y la garganta. ¡Cuánto tiempo,
cuántos hechos!, me decía. En el caso de Los Principios fue más brutal por que
yo vi armar la página pero además, pasó que revisando el tomo del mes de
julio, encuentro por azar una nota mía sobre náutica. Debe haber otras, pero
no quise reencontrarme con ellas. Tenía demasiado con la fuerte conmoción al
ver los artículos sobre “El Viejo”. ¡Cuanta fuerza tiene ese pasado! ¡Cuanta
fuerza hay en esa memoria, hecha papel amarillento, orgullosa de su destino
para cuanta historia quiera contarse!
La primera visita fue a la Hemeroteca de la Biblioteca Mayor de nuestra
jesuítica Universidad Nacional de Córdoba. De esa bella, misteriosa y
centenaria biblioteca son las imágenes de Los Principios, el Córdoba, La
Nación, La Prensa y Clarín. La imagen de La Voz del Interior fue obtenida de la
Hemeroteca de la Legislatura Provincial sita en el antiguo Cabildo de la ciudad.
Detalles de las imágenes
Del lunes 3 de julio de 1961.
Imagen n° 8. Los Principios: Página 3 columnas 6 y7, sin foto.
Recuerdos de Ernest Hemingway
84
Imagen n° 9. La Voz del Interior. Página 5 columnas 1 a 5, sin foto.
Imagen n° 10. La Nación: Página 2, columnas 1 a 3, con radiofoto.
Imagen n° 11. La Prensa: Primera página, primera plana columnas 8 y 9,
con foto.
Imagen n° 12. La Prensa: Página 2. Columnas 4 a 9.
Imagen n° 13. Clarín: Primera página, foto en primera plana a la derecha.
Imagen n° 14. Clarín: Páginas 20 y 36 completas, con fotos, ilustraciones
y recuadros.
Del martes 4 de julio de 1961.
Imagen n° 15. Córdoba: Página 2, columnas 1 a 3, sin foto.
Colofón
Aquí estoy, a casi cincuenta años de aquel suceso. Por lo que hace a
cifras redondas los cincuenta parecen tener más importancia que si fueran
cincuenta y uno o los cuarenta nueve actuales. Vaya a saber que información,
notas y comentarios aparecerán en el año 2011. Siempre estos aniversarios
redondos sirven para mostrarse con algo escrito y hasta con algo nuevo. Los
investigadores y los especialistas podrán aportar nuevos conceptos o
informaciones sobre Hemingway, su vida y su escritura.
Yo anticipo hoy que el 2 de julio del 2011 voy a caer en el lugar común
de leer todo lo que salga publicado. También, en el lugar común de brindar
por el recuerdo de mí amigo. Como Gregorio Fuentes lo hacía con un etiqueta
negra, si lo tenía a mano, yo lo hago con un daiquiri a mi estilo o un martini
clásico. La primera copa del atardecer de ese día será a su nombre. El último
lugar común a practicar es tratar de escribir lo mejor que pueda. Cualquier
cosa que escriba. Darle forma a los textos que esperan. Suena como una
Recuerdos de Ernest Hemingway
85
pequeña venganza actual de una anacrónica frustración. El “Viejo” aguarda a la
vuelta de cada página. El y sus consejos están vigentes.
——===(())===——
Recuerdos de Ernest Hemingway
86
Capítulo 6
Imagen Nº 16
Con la muerte del gran escritor y periodista, mi entusiasmo ya no
fue el mismo. El viaje estaba armado, confirmado y sin posibilidades de
retroceder. Podía decir que las cartas estaban echadas. También debí
aceptar que el contenido de mi agenda cambiaba. Otros temas que me
interesaban llenarían a su manera un espacio importante. Sin embargo,
el vacío que se había producido ya no estaba ocupado por pretensiones
o ilusiones. Tampoco había anhelos o esperanzas. No se hallaba esa
inquietud producto de los grandes desafíos. Las cuestiones que me
aguardaban eran más puntuales y accesibles.
Recuerdos de Ernest Hemingway
87
Algo curioso que me sucedió y se extendió por bastante tiempo
fue que dejé de leer sobre Hem. No concluí aquel artículo empezado y
esperé que la Gran Manzana me diera algo de él, que me transmitiera
algo de su espíritu. Afortunadamente esto sucedió y generosamente.
El tiempo siguió corriendo lo suficientemente apresurado como
para que llegara septiembre y con el la visa otorgada por el vicecónsul14
y la leyenda “journalist” (en inglés, periodista) escrita por su propia
mano y con letra importante que, yo no lo sabía, pero para la época y en
ese momento, constituía una “llave” capaz de abrir muchas puertas. Otra
vez fue Rizzutto quien me advirtió sobre ello.
Llegó también la ansiada entrevista con Vito Dumas en aquel
altillo de su casa en Vicente López, Buenos Aires. Dumas el hombre de
campo, Dumas el marino, Dumas el pintor. Un poeta del mar, un
bohemio del mar, un romántico rezagado en un mundo beligerante y
conflictivo. Pero él, debo decirlo aquí, motivado por las preguntas,
también me habló de Hemingway y de “El viejo y el mar”. Con autoridad
me habló de su viaje, de mi viaje, de la aventura y los aventureros. Y
siguió hablando de él y nuevamente de Hemingway y otros personajes
simpáticos y geniales. El París del escritor, era el París de él. Toda mi
vida, hasta hoy, le agradecí a Don Vito la fuerza que me brindara en esa
charla, la única que tuvimos. Yo le agradezco sus palabras, sus
14 En ese momento Thomas G. Brown
Recuerdos de Ernest Hemingway
88
recuerdos, sus confesiones y esa bella acuarela que cierra este texto 15.
La he puesto aquí como un homenaje al mar y a los que aman el mar.
Así, ella va por Hemingway, por Dumas, por Neruda, por Conrad, por
Stevenson y podría seguir en una larga lista de nombres hasta el
presente. El mar, siempre el mar.
Y llegó el momento del viaje. ¿Papeles? El pasaporte ya
mencionado, una nota del Juez de Menores autorizando mi viaje y
solicitando la colaboración de las autoridades llegado el caso y una nota
de apoyo del Circulo de la Prensa de Córdoba acreditando mi
pertenencia a esa Institución 16.
La noche del 14 de octubre y sentado en la butaca 14-E
despegué a la Gran Manzana. Una docena de horas más tarde sentí una
enorme emoción cuando el avión enfiló hacia Manhattan dejando la Isla
de la Libertad a su derecha. Pude saludar a la dama hermosa y
misteriosa que la habita hasta ahora. Luego el aeropuerto de Idlewild 17
y más tarde Brooklin me dio la bienvenida y me empujo directo a
Manhattan. Era un domingo bastante frío de octubre. Parecía aburrido y
tedioso como todos lo domingos en pleno centro de una gran ciudad.
Sin embargo ¡Qué cómodo me sentí! Por razones de trabajo, había
15 Nota del Autor: Tengo en preparación un texto sobre Vito Dumas y allí relato la
cuestión de la entrevista y por supuesto el tema de la acuarela y otro recuerdo que
conservo en mi gabinete de trabajo.
16 Refrendada por el entonces presidente Enrique Ros Escobar
17 Tiempo después del magnicidio que conmovió al mundo, se impuso a este
aeropuerto el nombre del presidente asesinado, John Fitzgerald Kennedy
Recuerdos de Ernest Hemingway
89
pasado muchos domingos en Buenos Aires. Tanto allí como aquí en
Nueva York sentí la ciudad como mía y creo que entonces la Gran
Manzana me adoptó.
Mi primera idea era ir derecho al Hotel Aberdeen en la calle 32,
dejar mis cosas y salir. Tomé un taxi. El conductor, un afable
portorriqueño, conocía el hotel y comenzamos a charlar sobre mi viaje.
Cuando supo que era periodista y seguidor de Hemingway (¡Qué fama la
de este Viejo!), sin cobrarme un peso más, me ofreció dar un paseo por
el centro de la ciudad que se hallaba desierto. Circulamos despacio por
la Quinta Avenida, por Broadway y de paso me mostró el imponente
Waldorf Astoria para poder ir a la mañana siguiente al inicio de la
Asamblea. Yo sentado en el asiento al lado suyo miraba sin poder creer
cuanto veía. También hice una pregunta práctica en nombre de los
reclamos de mi estómago: Hoy domingo, ya casi la tarde, ¿Dónde se
podía comer? ¿Pregunta difícil? ¡No! A unas cuadras del hotel estaba el
Cuba Libre Bar 18 que abría los domingos algo antes de las once. Allí
servían un “brunch” 19 muy bueno. Luego permanecía abierto hasta las
18 El Cuba Libre era un bar de hispanos parlantes y la mayoría cubanos, pero su
nombre más allá de la intencionalidad política, rememoraba el tradicional trago largo
de idéntica apelación: Ron, bebida cola y lima (¡no limón!)entran en su preparación. El
origen del cóctel se remonta a fines del siglo XIX y tiene nombres y variaciones según
la geografía. Para Estados Unidos era Rum and Coke (¡Coca Cola no Pepsi!) y allí,
llevaba limón. La lima se reservaba para el Daiquirí.
19 Contracción de las palabras breakfast y lunch, desayuno y almuerzo, en especial
para los días domingo o tras una juerga un tanto extensa para combatir la resaca.
También estaba de moda en ese momento hablar del “hang over”). El brunch era algo
típico de Estados Unidos, sobre todo Nueva York y por esa época. Después se
Recuerdos de Ernest Hemingway
90
cinco de la tarde y cerraba hasta el otro día. Anotó los datos en
una tarjeta suya. Cuando fuera debía preguntar por Rosario. Ella era una
cubana casada con un primo de él. Esta señora podría ponerme al tanto
en español, lo cual era fundamental, acerca de cuanto quisiera saber. Sin
que ninguno de los dos lo advirtiera, este señor me estaba dando un
dato más que importante. Yo no lo sabía, todavía, pero allí me
encontraría con cubanos exiliados que me hablarían de “El Viejo”.
El Cuba Libre Bar, más allá que su nombre sonaba a trago largo,
en realidad hacía mención a la República de Cuba sin el régimen
castrista como le llamaban los exiliados. Aunque argentino como el Che
y frecuentar por unos días un bar latino con mayoría cubana, jamás,
ninguno de los que allí conocí, hicieron mención alguna a mi
nacionalidad en relación al comandante, mano derecha de Castro. Pude
observar que, de la misma manera, desaprobaban el régimen de Batista,
el gobernante derrocado por Castro, habiendo incluso apoyado, en un
principio, la acción militar de este. Con el tiempo, me explicaron el
origen del éxodo masivo. En general, puede decirse que los cubanos de
allí discutían sobre política internacional, pues había varios intelectuales
entre ellos y se hallaban muy bien informados. Pero también hay que
decir que el impacto de la derrota en Bahía de Cochinos en abril de ese
mismo año fue muy grande. Los comentarios daban para mucho y la
desazón era muy marcada.
popularizaría comercialmente con distintos niveles. A veces, en la actualidad, se lo
encuentra como un refinamiento epicúreo con menús sofisticados.
Recuerdos de Ernest Hemingway
91
Pero no solo de política me enteré allí. Me preguntaron que
hacía y por ahí algo mencioné de la reunión de la SIP, del periodismo y
por supuesto de “El Viejo”. Uno de ellos me anticipó que en la reunión
que mencionaba hallaría quizás a algunos cubanos que frecuentaban el
bar. Sin mucho más volví al hotel para alistarme para la gran jornada de
mañana.
Al día siguiente llegué quizás demasiado temprano a la apertura
de la Asamblea pero inmediatamente me acreditaron como “Observador”
Imagen Nº 17.
Recuerdos de Ernest Hemingway
92
con un marbete con cinta amarilla que aún conservo en mi Rincón
Hemingway. Más tarde contacté a mi Director y a Rizzutto.
Aproveché el tiempo para recorrer el Waldorf Astoria. De abajo
hacia arriba y viceversa. Luego visitaría la imprenta situada en el último
piso, que editaba una bella revista que actualizaba la actividad de este
gigantesco y famoso hotel. Desde el comienzo de la mañana, empecé a
dialogar con algunos de los periodistas presentes y con observadores
acreditados como era mi caso. Todo el mundo se presentaba y había
mucha cordialidad en el ambiente. Fui recibido con gran simpatía y
respeto actitud esta que agradezco hasta el día de hoy.
Entre los periodistas que conocí estaban los cubanos con
publicaciones en el exilio. Tras algunas charlas preliminares
comenzaron a cumplirse las primeras expectativas acerca de “El Viejo”.
Por ejemplo, uno de esos periodistas, el director de la revista Avance,
Jorge Zayas, lo había visto y saludado algunas veces en los periplos
habaneros del escritor. Una sola charla con él había abierto la
posibilidad de una nota, sin pretensiones de entrevista.
En breve tiempo los cubanos me brindaron información con
mucha confianza. Pero es que había algo impredecible que hasta
sorprendió a Rizzutto, al Director de mi diario y a otros a quienes conté
el hecho. Es una anécdota que refiero con mucho afecto. El tema es que
mi primer apellido coincidía con el de un gran maestro “torcedor”20
20 Torcedor/ra es el nombre que reciben los artesanos que fabrican los cigarros a
partir de la hoja de tabaco. Ellos, con destreza, enrollan-tuercen- la hoja que va a ser
Recuerdos de Ernest Hemingway
93
exiliado. Pero no terminaba allí la cuestión. Su nombre completo, Juan B.
Sosa 21, coincidía con el de un tío mío, hermano de mi padre, que por
esa época aún vivía. De alguna manera esto me ligó a una comunidad no
solo cubana, sino latinoamericana que por supuesto fumaba cigarros y
de los cuales aprendí sobre el tema 22.
Mi relación con los periodistas era cada vez mejor y ello me
permitió efectuar preguntas sobre “El Viejo”. Empezaron a aparecer
algunos nombres. No eran conocidos para mí que carecía de
información fidedigna y actualizada. Por ejemplo: ¿Quién era García M?
¿Quién era Cabrera I? Una noticia me sorprendió: ¿Novás Calvo en
Nueva York? No me lo esperaba. A esa persona si la ubicaba. Además
había leído sobre él. El escritor y periodista cubano Lino Novás Calvo,
fue colega de Hemingway como corresponsal en la guerra civil española.
Más tarde la amistad continuó y se profundizó a través de los años. ¿Su
importancia…? ¡Nada más ni nada menos que según me enteré allí, fue
tripa, luego envuelven la capa que pegan con gutapercha y coronan el cigarro con una
trozo de hoja de la capa. Cortan el excedente con una guillotina calibrada. Un buen
torcedor puede estar en los 120-150 cigarros diarios. Hay también los que hacen 200.
Para la época en que relato esto era una curiosidad. El primero que conocí en Nueva
York fabricó ante mí y me obsequió, una media corona que fumé mientras lo
acompañaba en su trabajo y me hablaba de la planta de tabaco. En ese momento
empleaba hojas de tabaco provenientes del Estado de Florida
21 Hoy es una empresa y marca tradicional. Los cigarros que producen compiten a
gran nivel y son requeridos por los conocedores. Su fama es más que merecida. Por
afecto, por el apellido y como fumador de cigarros, me debo desde hace años un
contacto con ellos.
22 Los cubanos no solo me hablaron sobre Hemingway sino que me enseñaron sobre
dos temas que hasta hoy me apasionan y sigo de cerca: el tabaco y el ron.
Recuerdos de Ernest Hemingway
94
el único autorizado por el escritor para traducir al español “El viejo y el
mar”! Con eso estaba todo dicho.
Cabrera I, era Guillermo Cabrera Infante gran periodista y gran
escritor cubano. Yo no había leído nada de él y me recomendaron su
lectura. Sus textos se podían conseguir en Nueva York y me dieron una
dirección (seguramente que en Buenos Aires y en Córdoba también los
hallaría). Me dijeron que estaba muy “ligado al cine” y que sus textos
permitían una lectura entretenida aunque abigarrada. Esta era la
opinión. De García M. supe que era un periodista colombiano que tenía
una oficina en Manhattan. El era representante de la agencia Prensa
Latina 23 y quedaron de conseguirme la dirección. Aquí, en Nueva York,
se decía que este periodista “Supo verlo al Viejo…” Aunque no se sabía
con precisión donde ni como y si habló o lo entrevistó. También
acotaron que este colombiano, que era amigo del régimen castrista,
“Admiraba el estilo de escritura del Viejo y debe haberlo visto o visitado
en Finca Vigía en algunos de sus viajes a Cuba”.
Con los años me enteré que no fue así. Pero en realidad me
enteré de dos hechos a saber: El primero es que ese colombiano García
M., no muy querido por los cubanos por su amistad o filiación con
23 Curiosamente, muchos años después, en 1996, leyendo los Reportajes de Paris
Review encuentro que Cabrera Infante recuerda que corría abril de 1961 y al respecto
con su fino humor contaba: “…Parecía que el tipo a cargo de la agencia (Prensa Latina)
en Manhattan había salido tan apurado de la ciudad que ni siquiera se había molestado
en cerrar con llave la puerta de la oficina. Le preguntamos (Cabrera Infante y otros)
quien era. Oh, nadie (respondió el interlocutor), sólo un periodista colombiano, sin
importancia, llamado García Márquez”.
Recuerdos de Ernest Hemingway
95
Castro, empleaba solo la inicial de su segundo apellido como también lo
hacían ecuatorianos, nicaragüenses, mexicanos etc. Su nombre
completo, era, en realidad es, para disgusto personal de no haber
sabido más acerca de él en ese momento: Gabriel García Márquez. ¡Qué
otra cosa puedo decir que su escritura, traduce en buena parte el alma
de esta parte de América! “Gabo”, como familiarmente se lo conoce,
representa la literatura, el espíritu y también la identidad de esta
hermosa y no pocas veces trágica, región del mundo.
El otro hecho es que “Gabo”, confeso admirador de Hemingway,
no lo vio en Finca Vigía. En realidad el encuentro con él es en París y la
anécdota conocida desde hace tiempo, de una u otra forma, reaparece
recientemente en el año 2007. La oportunidad es propicia, pues lo hace
con una edición de los Cuentos de Ernest Hemingway 24. En el texto, a
manera de Prólogo, García Márquez dice allí: “Lo reconocí de pronto,
paseando con su esposa, Mary Welsh, por el bulevar de Saint Michel, en
París, un día de la lluviosa primavera de 1957…” y confiesa que se
encontró dividido entre sus dos oficios rivales: El periodismo y la
literatura. Es un texto breve, pero sigue siendo bueno leerlo y re leerlo.
Hay mucho allí, para el que escribe, para el que lee.
24 Ernest Hemingway.: Cuentos. Con Una evocación de Gabriel García Márquez.
Traducción de Damián Alou. Editado por Lumen, Buenos Aires, junio de 2007. El texto
de García Márquez ya había aparecido bajo el título original de “Mi Hemingway
personal” el29 de julio de 1981. Una observación para el lector que me acompaña: La
foto de tapa está acreditada a John Bryson/Corbis y fue tomada al escritor en Ketchum,
Idaho el 1ro de Febrero de 1959. ¡Cuanta tristeza y cuanta desesperación hay en los
ojos de ese hombre! ¡Cuánto dice ese rostro, a dos años y meses del final!
Recuerdos de Ernest Hemingway
96
A todo esto, ¿Qué diablos hacía yo metido en esta gigantesca
ciudad y rodeado de periodistas de diverso origen? Tomaba los apuntes
que podía durante el día. A la noche, en el hotel, a veces hasta tarde, los
releía y pasaba en limpio. Logré adquirir una máquina de escribir
portátil marca Olimpus que estaba casi sin uso, por muy pocos dólares y
no me cobraron el impuesto (tax) 25. Pero con ella tuve un
inconveniente. Hacía mucho ruido al teclear y ese golpeteo, a veces
intenso, traspasaba las delgadas paredes e invadía otras habitaciones.
En el hotel me llamaron la atención. Sólo la podía usar hasta
medianoche. Luego, silencio y ¡A escribir a mano! La habitación era
poco aseada y menos confortable. La calefacción funcionaba a medias y
¡También hasta medianoche! Con este tema de la medianoche había
algo de reminiscencia del cuento de La Cenicienta, asimismo mi
experiencia en un pueblo en el interior de mi país que había luz y agua
hasta medianoche y quizás y sólo como título de las películas, hoy
agrego “Permiso de amor hasta medianoche” sin olvidarme de “Expreso
de medianoche”. ¡En fin!
En ese octubre empezaba a hacer frío y yo no tenía ropa
adecuada. La habitación, por ahí y sin pedir permiso alguno, dejaba
25 Un detalle: Por esa época Olivetti presentó en sociedad el modelo Lettera 22. Lo
expuso en Nueva York en su casa de la 5ta Avenida. Para mi y algunos otros era
inaccesible por el precio. La máquina estaba instalada en un pedestal de mármol
delante de la entrada de la empresa. Allí, mañana, tarde y noche, con la casa a oscuras
incluso, la máquina permanecía sin protección alguna y sin estar fijada o atornillada a
su base. Uno podía levantarla, darla vuelta, escribir, etc. Varios lo hicimos. Los que
vivían allí dijeron que así estaba desde hacía un mes. Los latinoamericanos
observamos ¡Nadie la sustrajo, ni le hizo daño!
Recuerdos de Ernest Hemingway
97
circular libremente en perfecta coordinación entre la ventana y la puerta,
una brisa gélida, casi polar, zona de la cual no estábamos tan lejos.
Pero yo me sentía bien. Tenía una mesa con una lámpara vieja y
maltrecha. Me sobraba el tabaco. Había traído una de mis pipas Crisol y
comprado aquí tabaco Prince Albert en cajita de lata (en mi colección
conservo una). Tenía mis cigarros prácticamente gratis (gracias a los
cubanos y portorriqueños que sabían que yo no tenía un céntimo de
más) y hallaba mis cigarrillos Chesterfield en cuanta máquina
expendedora que encontraba en la calle. Incluso en el hall de mi hotel
había una y al lado de ella me proveía de un café muy malo a partir de
una máquina automática. A pesar de que parecía un café preparado sin
café, el líquido caldeaba el interior del cuerpo y me ayudaba a paliar el
frío. Así y arropado con una colcha podía trabajar. Cuento todo esto
porque, entre el lujo y la suntuosidad del Waldorf Astoria en el que con
inmensa amabilidad y sin importarles quien era yo, me brindaron un
pequeño gabinete de trabajo (con calefacción ad hoc, ¡Por supuesto!),
máquina de escribir, teléfono y café y la humildad y sencillez de mi
hotel con su fría y sucia habitación, empecé a tomar las notas y a
escribir algunos textos que hoy estoy recuperando o rearmando como
tales y que por aquel entonces pensaba en términos, casi ampulosos, de
una tetralogía. A ambos lugares les debo mucho y al Waldorf y sus
detalles, en especial, un relato dedicado al “Viejo” y haber degustado el
Martini clásico por primera vez en mi vida 26.
26 Sería ingrato no mencionar aquí al Hotel Saint Regis al que también debo un relato
que ya está concluido.
Recuerdos de Ernest Hemingway
98
¿Qué decían mis apuntes específicos sobre Hemingway? Porque,
aclaro, que también tomaba notas sobre los temas que trataba la
Asamblea y que cada vez me interesaban más. Pero aquí se trata del
escritor y los apuntes sobre “El Viejo”, sobre “Papá”, como le llamaban la
mayoría. Pues bien estas notas, aisladas al comienzo, empezaron por
coincidir en los testimonios y fueron, con el correr de los días.
aumentando en volumen y densidad. Las fuentes eran diferentes y
provenían incluso de medios sociales diversos. “El Viejo” era un
personaje en Cuba. Nadie ignoraba su existencia, más si se tiene en
cuenta que la concentración de habitantes de esa época distaba mucho
de la actual. Aquella Habana, sin el turismo internacional que hoy
frecuenta Cuba, debe haber estado bastante vacía y los vecinos y
asiduos a los lugares destacados, podían conocerse unos a otros.
Además, era imposible que Hemingway pasase desapercibido.
Para esa Habana de entonces, parece como cierto y seguro que
“El Viejo” era afectuoso y muy generoso, pero distante. Así, por ejemplo,
él ayudó a mucha gente humilde que necesitaba unos pesos. El los daba.
Jamás los reclamaba. Eran préstamos sin retorno. Chicos y grandes se
beneficiaron de la mano suelta del escritor. Pero su intimidad era otra
cosa. El no se daba con nadie salvo con los amigos que venían a
visitarlo. Parece que ni siquiera Gregorio (Gregorio Fuentes, el gran
socio en las aventuras marinas) podía definirlo. Era muy cierto que
Gregorio era compañero de ruta y juntos pasaban muchas horas
buscando y pescando las presas. Pero, por más que se dijera, no fue su
confidente.
Recuerdos de Ernest Hemingway
99
Una frase clave y que me quedó grabada, sin necesidad de
anotarla, aún cuando luego lo hice por hábito, fue la siguiente:
“Hemingway conversaba con quien el quería. Pero no siempre el que
quería conversar con Hemingway podía hacerlo”. Ya sea por su fama,
por su personalidad, por su buscado aislamiento y su permanente
distancia, la gente lo apreciaba porque era amable y respetuoso, pero
no se podía decir que todos lo querían o que generara afecto. No era
una persona accesible se encontrara en El Floridita de la Habana, en el
Ritz de París, en Sloppy Joe’s de Key West o en el Waldorf en Nueva York.
El era el mismo en todos lados. No había afectación. El era así.
Mientras escuchaba esto no dejaba de pensar en mi pretendida
entrevista con el escritor. ¿Habría accedido? ¿Lo habría hecho con un
periodista joven, inexperto, llegado de tierras tan lejanas…? Quizás no.
¿Quizás si? ¿Cómo hubiera sido si hubiera accedido? No importa
especular. ¡Con eso bastaba! Lo demás ¡Vaya a saber! Lo real es que
nunca lo sabré.
También hay otra cuestión, siempre según lo que me dijeron.
Parecía que más allá de todo lo que hacía socialmente y cuantos lo
frecuentaban o lo requerían, él buscaba su soledad. Era un hombre
solitario. Este hombre tan social, tan popular era, por el contrario, algo
así como un lobo estepario. Un artículo en una revista de la época,
hablaba de esta soledad de Hemingway, que por entonces me
mencionaron. Hoy pregunto, ¿Es la soledad que buscan o pretenden
muchos (¿casi todos?) escritores? ¿Es la soledad necesaria para producir?
Recuerdos de Ernest Hemingway
100
Quizás sea eso, ¿No? Teñida, en muchos casos, probablemente, de una
extraña melancolía. Pero ¿Es nada más que eso…?
¿Qué decía Hemingway?: “Escribir es, en los mejores momentos,
una vida solitaria…Porque (el escritor) hace su trabajo solo, y si es un
escritor lo bastante bueno, debe enfrentarse a la eternidad, o a la falta
de ella, cada día”. Estas líneas pertenecen al discurso de aceptación del
Premio Nóbel, que leyó en su lugar en la ceremonia de entrega de los
premios, el embajador de Estados Unidos, por ese entonces John C.
Cabot. Por primera vez leí este discurso una noche en Nueva York.
Recuerdo que lo hice ayudado por un diccionario Collins de bolsillo, que
todavía conservo con afecto. Pero claro, yo leía ese discurso, ese texto
aparentemente tan simple pero tan profundo a la vez, ¡Siete años
después que el escritor recibiera el Nóbel y a solo unos meses de su
muerte! Varios hechos me hacían pensar, ¡A que poca información de
primera mano e importante podía acceder en la ciudad en que vivía!
En tanto los neoyorquinos o afines me hablaron del Hemingway
americano, los cubanos exiliados lo hicieron del Hemingway cubano 27.
Lo que entonces me dijeron, lo bueno, lo malo, lo feo, lo lindo, muchos
años después lo reconfirmé con algunas quitas y otros agregados
positivos.
27 Este es un tema interesante sobre el que en algún momento escribiré unas líneas.
Por ahora lo dejo así para no interrumpir la secuencia del relato. Pero ¿Por qué no
hablar también de un Hemingway “español”? También podría haber uno
“africano”…Hemingway fue fundamentalmente norteamericano.
Recuerdos de Ernest Hemingway
101
¿Qué más pude saber del Viejo? Todos hablaron de su
dipsomanía y los “records” que ostentaba; sus envidiables amoríos, sus
cacerías. Pero también pude volver a escuchar acerca de su generosidad,
cierta extraña timidez poco reconocida y de su terrible disciplina. Dos
cosas comprobé y con los años las seguí buscando y hallando pruebas:
La primera fue la generosidad para con muchos humildes que no tenían
recursos suficientes y para con algunos que no eran tan humildes y a
quienes también ayudó. La segunda fue la disciplina aplicada al escribir
que se sobreentiende que fue espartana. Y aquí hay un punto muy
importante: No es fácilmente comprensible que en el medio de las
mentadas borracheras y sus secuelas; durante las cacerías y en la
fascinación de las seducciones (aunque esta última actividad parece ser
muy positiva); en los viajes con los medios de esa época, que una
disciplina y un rigor metódico así, no se resienta, que él mismo no se
permita deslices. Con el tiempo, con los años, parece que estos últimos
fueron creciendo.
Según lo que impresiona, el material producido y que se hallaba
en proceso de análisis o corrección, es abundante. Por lo que dicen, no
son meros apuntes en un par de páginas. ¡Habría cientos! Aunque esto,
aclaro, yo no lo pude saber con precisión en octubre de 1961. En ese
momento no se había procesado nada del material del escritor o si se
había hecho algo, todavía no se había dado a conocer 28.
28 Incluso hoy (2010) es posible que el material que se encuentra en Finca Vigía
quizás permita alguna otra sorpresa. Aunque los artículos periodísticos solo hablan de
Recuerdos de Ernest Hemingway
102
Volviendo a mis pretensiones de información, entrevistas y
diálogos, ¿Se podría hablar con alguien de la familia? ¿Con quién,
cuando, dónde y cómo? Estaba claro que debía quedarme por lo menos
un par de meses y dedicarlos solo a esta investigación. ¿Volver a pensar
en Mary Welsh, la esposa? ¿Insistir? ¡Si ni siquiera se sabía adonde
estaba! En Idaho, no se hallaba. Podía estar en Nueva York o en Cuba, en
donde ella también había dejado sus pertenencias para acompañar a
Ernest en su regreso, (¿temporal acaso?), a Estados Unidos. En los
eternos periplos de los Hemingway, ¿Había alguna idea de volver a
Cuba cuando mejorara el cuadro clínico?
Pero, el cuadro clínico de marras, ¿Tenía alguna perspectiva de
mejorar? Allí volví a saber de la situación de salud del escritor. Allí volví
a escuchar las descripciones de unos y otros, ¡Que coincidían! A lo
mejor no por completo pero lo que supe sirvió para mostrarme lo grave
que estuvo. La depresión no era un invento. Las oscilaciones entre los
ataques de violencia y esa depresión tenían su origen en el consabido
alcoholismo que trágicamente le había ayudado a hacerlo conocido y
hoy se diría “famoso”. La violencia con Mary y con sus amigos, incluso
cercanos y de años, venía de larga data. La violencia le daba una falsa
fuerza y estaba unida a la depresión en forma inexorable. Luego
sobrevenía un decaimiento con esa dolorosa carga de tristeza y
melancolía. La sombra del suicidio apareció primero en los intentos y
luego con la acción definitiva. El alcoholismo trajo muchos otros
cartas y notas, vaya a saber si cierta suma de ellas no significan algún nuevo texto o
por lo menos la recopilación de correspondencia importante.
Recuerdos de Ernest Hemingway
103
cuadros que también le impedían vivir en plenitud o por lo menos más o
menos tranquilo. Todo esto sin contar los accidentes en algunos de los
cuales sobrevivió casi por un milagro. También me enteré que decía que
lo perseguían y otras ficciones. ¡Cúantas veces escuche la palabra
delirio!. Me lastimaba. Si. Claro. Pero es también un síntoma de la
avanzada dipsomanía. Yo anoté muchas cosas que consulté a mi
regreso. Hoy podría decir que todas fueron confirmadas.
Y vuelvo a pensar en hablar con Mary. ¿Hablar con la esposa de
Hemingway?, pregunté. ¡Totalmente descartado! Fue la respuesta. No
solo no daba entrevistas. No había conexiones, ni contactos. La viuda no
quería saber nada con la prensa. Por otro lado estaba la historia del
Viejo. Era un buen filón para la prensa sensacionalista. Para comenzar ya
se tenía algo concreto: el pregonado accidente que en realidad fue
suicidio y que se intentó ocultar. Luego venía el resto, que no era
desconocido para nadie, pero valía la pena actualizarlo.
Pero y siempre según las fuentes, Mary Welsh, además, estaba
muy ocupada. Se hallaba dedicada a poner en orden los papeles y
objetos de su esposo ¡Que no eran pocos! ¿Qué pasaba con Key West?
No se sabía. O la habían vendido o estaba en venta. Pero parece que esa
parte dependía de la familia de la ex esposa ya fallecida. ¿Y todo lo que
había pertenecido a Ernest mientras vivió allí con la elegante Pauline,
que se hizo o que se hará? No había respuesta 29. ¿Y Finca Vigía? El
escritor al volver a su patria, había dejado todos sus objetos personales
29 Hoy es un hermoso museo, con el estudio separado y los gatos de seis dedos.
Acompañado por un guía se puede recorrer la casa, salvo entrar al estudio.
Recuerdos de Ernest Hemingway
104
más una biblioteca que se decía poseía varios miles de volúmenes.
También se encontraba “El Pilar”, el barco de tantas andanzas 30.
Como dije antes, ya se hablaba de manuscritos, textos
inconclusos, textos en borrador que se hallaban en Idaho, en Key West y
en Finca Vigía. ¿Será cierto todo esto? Yo insistía en que, pese a todo, “El
Viejo” debe haber seguido trabajando. Quizás sin coordinación o
continuidad pero con esa maravillosa disciplina que tuvo siempre.
Entonces es posible que se hallen textos, incluso terminados 31. Esta
última conclusión era mía al escuchar los comentarios sobre esos
rumores. ¡Como me hubiera gustado ver un texto de esos sin publicar!
Con tachones, enmiendas, remiendos. Con el calor del autor, todavía en
la cocina literaria, todavía sin que nadie lo lea. Allí, el texto en estado
puro. ¡Debe ser emocionante tenerlo en las manos! Sobre todo para
alguien que no sabe escribir o que por lo menos intenta garrapatear
algo.
Volviendo a Mary, la opinión que recogí con coincidencias es que
ella afrontó la situación con valentía y con decisión. Lo mismo que en
vida del escritor, ahora y pese a la tragedia, Mary mostró aplomo y
estoicismo. Pero también se sabía o se supo con el tiempo, que distaba
mucho de encontrarse confortada. Sin duda se hallaba medicada y bajo
30 Hoy, también es un bello Museo y allí descansa y sueña El Pilar con sus desafíos de
otrora.
31 Los años les diría a los investigadores y especialistas, cuan prolífico fue el Ernest
póstumo. ¿Y nosotros, los lectores o seguidores…? ¡Seguimos leyendo! y preguntando
¿Habrá más textos? Y en ellos, ¿Cuánto hay de Ernest Hemingway sensu stricto?
Recuerdos de Ernest Hemingway
105
los efectos del tremendo shock sufrido. Ella fue la primera persona que
vio a Ernest. No fue nada fácil seguir viviendo con esa imagen y tener
que arreglar y disponer de asuntos y objetos que a cada rato le
recordaban al escritor en vida y luego muerto, con la cabeza destrozada.
Este era el testimonio más común. Solo habían transcurrido pocos
meses del hecho. Quizás más adelante fuera posible algún contacto.
Hoy, a algo más de cien días de la muerte del escritor, las posibilidades
de una nota con la viuda eran remotas. Y además estaba el resto de la
familia. Hijos y hermanos. Nada me dijeron de su ex esposa Marta
Gellhorn, respecto a si ella dijo algo o hizo algo al enterarse de la
muerte de Ernest. Quizás a mí, algo me comentaron, pero hoy no lo
recuerdo. ¡Es raro! Pero yo no anoté si tuve testimonios o comentarios
sobre esta atractiva y capaz mujer, tercera esposa del escritor. Tampoco
pude saber sobre la bella y distinguida Adriana Ivancich, una musa que
no solo acompañó al escritor, sino que también diseñó tapas de sus
publicaciones.
Conseguí unas cuantas revistas con notas sobre Hemingway, su
vida y su muerte. Compré pocas porque eran muy caras. Para mí,
muchas de ellas eran desconocidas. En una de esas publicaciones ya se
hablaba del tema herencia. Ernest decía que estaba pobre pero las notas
comentaban algo diferente. El escritor tenía una buena posición
económica a partir de la venta de sus libros, notas periodísticas,
derechos de autor y películas. Por otro lado el conservaba las
consabidas propiedades.
Recuerdos de Ernest Hemingway
106
Pese a todo lo dicho, yo concebía otra posibilidad aún cuando
no tuviese ningún contacto. Esa posibilidad, como un puente hacia Mary
Welsh o lograr un testimonio importante sobre el escritor, la constituían
los editores de Hemingway. Allí estaba la prestigiosa editorial Charles
Scribner and Sons con una larga relación afectiva con el escritor. Ellos
tenían su sede en Nueva York. Era otra ocurrencia. ¿Desesperada? No sé.
Apareció allí, sobre la marcha. Estaba la idea y estaban las fuerzas. Pero,
para ese entonces, mi tiempo en La Gran Manzana había concluido. Mi
pasaje de regreso no podía ser postergado. Tampoco tenía un peso de
más de lo calculado. Me quedaba el retorno y la consabida expresión
“volveré”, que me ayudó a no extrañar tanto cuando ya no pude hacerlo.
La Asamblea concluyó con una gran cena de gala y todos
empezamos a despedirnos. Un grupo convino en almorzar el día
siguiente en el restaurante denominado Bull and Bear (toro y oso) del
mismo Waldorf. Allí fui e iba Jorge Zayas por supuesto. Como mas o
menos ya conocían mi admiración por Hem les comenté que este era un
restaurante heminguayano y que yo le llamaría “Bull, Bear and Bearded”
(toro, oso y barbudo) como le gustaría al escritor en sintonía con sus
gustos (la tauromaquia y la caza) y su propio aspecto y que, además,
como nombre ‘sonaba’ bien. Brindamos por eso y un periodista quedó
en hacer una nota. No se si la habrá escrito o no. Tampoco era tan
importante creía yo. Tampoco podría haberme enterado. Ese día y allí
repito, bebí mi primer Martini clásico. ¡Hasta hoy no lo he abandonado!
Cuando se encendieron los cigarros, en la charla final, Zayas me
propuso que le enviara una nota sobre “El Viejo”. “Unas líneas. No más
Recuerdos de Ernest Hemingway
107
de mil o mil doscientas palabras. Puede ser un poco más o menos. Pero
quiero tus impresiones sobre el maestro”. Me pidió que “También
tuviera algo anecdótico, como lo del cambio de nombre del restaurante
en alusión al escritor, por ejemplo”. Mi respuesta fue inmediata y
afirmativa. Era la primera nota que me pedían en mi vida y nada más y
nada menos que ¡Sobre Hemingway y estando en Nueva York! Lo
consideraba un lujo intelectual. Nos despedimos con un fuerte abrazo y
mi profundo agradecimiento. Nunca más nos volvimos a encontrar.
Camino a mi hotel transito las calles superpobladas de gente y
vehículos de esta Nueva York impactante y bella. Yo me sentía eufórico y
hasta me parecía que no percibía el frío que calaba hasta los huesos. Las
grandes avenidas ayudaban a que esas ráfagas que venían del norte,
que tenían su origen en aquel gran norte, corrieran libres de una punta
a otra de Manhattan. Ellas traían el mensaje del círculo polar ártico
informando que el frío venía en serio. Pero yo no le prestaba
importancia al frío. Más bien pensaba en dos hechos: Uno era que a
miles de kilómetros, en mi escritorio en el diario, tenía una nota
comenzada y más o menos armada. Ella ayudaría con el pedido
formulado. El otro hecho, ya mencionado al comienzo de estos escritos,
es que ¡Antes de la nota ya tenía el título! Aquel ignoto cubano, en un
bar ya olvidado, me regaló el título cuando ni siquiera yo sospechaba lo
de la nota. “Mi frustrado encuentro con Hemingway”, donde “frustrado”
reemplazó al original “fallido”, iba a ser y fue el título que puse en el
texto original.
Recuerdos de Ernest Hemingway
108
Este fue el origen o mejor dicho como nació la nota perdida
sobre el escritor. Aquella nota que no concluí esperando algo de la Gran
Manzana, debería escribirla ahora con otro enfoque. Pero la motivación
era muy diferente. Tenía los apuntes es cierto, pero la gran ciudad me
había inspirado sentimientos fuertes acerca de lo que quería y deseaba
decir. Ese es mi recuerdo más certero. Yo tenía convicción y fortaleza,
aún cuando no tuviese toda la razón, la información o la experiencia
aquilatada por el tiempo.
Por otro lado y aparte de todo esto, esa tarde esperaba
encontrarme con alguien que de pronto había llenado mi mundo
afectivo. Ella ya sabía lo que yo estaba escribiendo y quería leerlo. Este
hecho también potenciaba lo que yo sentía como una gran fuerza
espiritual.
Unos día más tarde, invitado y acompañando a mi Director, viajé
a Canadá, lo que me sirvió para abrir un paréntesis con la atractiva
Nueva York en la cual me hubiera quedado a vivir si hubiera sido
posible. Luego el regreso. Quedaban temas por ver, pero me llevaba un
buen bagaje intelectual sobre diversas cuestiones que no vienen al caso
en esta crónica heminguayana.
En el ínterin leí y releí mis apuntes sobre Hemingway y algo de
forma empecé a darle a los nuevos textos que querían nacer.
Recuerdos de Ernest Hemingway
109
Imagen Nº 18
LAS IMÁGENES DE ESTE CAPITULO
-Imagen n° 16: Foto de Nueva York que recuperé de mis papeles
personales. Es original de Pan American World Airways (se obsequiaba a los
periodistas) y data de alrededor de 1960. En ella se ve un primer plano de la
Estatua de la Libertad y a su izquierda al fondo el Empire State el edificio más
alto del mundo (en ese momento) con sus 102 pisos y 416 metros de altura. A
Recuerdos de Ernest Hemingway
110
la derecha de la estatua están otros “más bajos” como por ejemplo el Chrysler
(77 pisos) y el Radio Corporation of América (70 pisos). Sin embargo como
argentino quiero destacar algo porque siempre tuve un gran afecto por el
Empire y su piso 86 en donde estuve un par veces en aquel viaje mirando el
Parque Central y pensando en temas muy personales. Hace un tiempo, el 25 de
Mayo de 2010 y con motivo del Bicentenario de mi patria, la República
Argentina, pude ver por televisión y sentir que recibía el saludo del Empire que
se había vestido con los colores de mi bandera, celeste y blanco y parecía que
era desde ese piso 86, en donde se halla el observatorio al aire libre, hasta la
punta del piso 102, donde está el observatorio cerrado. Esto fue,
curiosamente, mientras escribía este capítulo. ¡Gracias Nueva York!
-Imagen n° 17: Detalle del Rincón Hemingway: Arriba el Marbete de la
Reunión de la SIP en Nueva York en Octubre de 1961 (año de la muerte del
escritor). Abajo, armas, en este caso de bajo calibre y cargadas con muchísimo
afecto. El pistolón sistema Mauser es un obsequio de mi tío Santiago. Hoy
pertenece a mi hijo.
-Imagen n° 18: La imagen que cierra este capítulo es la ya mencionada
acuarela de Vito Dumas fechada el 30 de Septiembre de 1961, con una
dedicatoria personal. Ese día fue la entrevista y ese día Don Vito me habló de él
y del “Viejo” y me infundió muchísima fuerza para viajar y vivir. La proa del
Lehg II allí pintado, montando la ola, es también la proa del bote de Santiago.
Ambos surcan el mar y ambos buscan sus destinos. ¡Gracias Don Vito! ¡Gracias
Hemingway!
Recuerdos de Ernest Hemingway
111
Capítulo 7
A mi regreso de Estados
Unidos le di prioridad a la nota
que me habían pedido. Era
tanta la excitación que me
producía este desafío, que se
hizo difícil encarar el trabajo.
Además, debía ponerme al día
con mis tareas estudiantiles y
laborales que estaban
atrasadas. Por ese tiempo,
también me nombraron en el
diario como corrector de
pruebas32. Este trabajo tenía un
horario fijo que cumplía de
martes a domingo. Los lunes
eran mis días libre. Así, mi
jornada laboral comenzaba a las seis de la tarde y concluía cerca de las
dos de la madrugada, que era el momento en que llegaban las últimas
pruebas a página entera revisadas por el secretario de redacción. Entre
los estudios y el trabajo no me quedaba mucho tiempo. Todo ello
32 Véase la Nota -1-“Mi trabajo en el diario y un recuerdo para los hombres de gris.”
Imagen Nº 19
Recuerdos de Ernest Hemingway
112
incidió en la demora para darle forma al texto. Pasaron más de quince
jornadas en las que no toqué un papel ni redacté una línea.
Tuve una primera versión completa recién a mediados de
noviembre y recuerdo que no me convenció. Luego de varios intentos
cambié todo lo que había escrito y le di una forma nueva que creía más
ágil. Tambíen ensayé no emplear los textos de la vieja nota y tampoco
los apuntes que tomé en la Gran Manzana. Si, reconozco, que el texto
estaba imbuido del espíritu de esos apuntes y que calaba hondo en el
tema afectivo. Ya figuraban allí algo de las entrevistas o charlas con los
periodistas y los latinoamericanos que había conocido. Estaba también,
sin ninguna duda, Nueva York. La gran ciudad impuso algo de su estilo
en mis escritos de esa época. Recorté varias veces la nota para que se
mantuviera dentro de la extensión solicitada. Por experiencia, no quería
que la recortaran los demás. Prefería hacerlo yo para conservar el
sentido de lo que quería decir. Por lo tanto, el texto final escasamente
superaba las mil palabras (contadas una y otra vez) y no llegaba a las
cuatro carillas tamaño “oficio” a doble espacio. Luego me pareció que
era aburrida y formal. Estuve a punto de cambiar otra vez párrafos que
no me convencían. Me hallaba muy contrariado. Eran solo mil palabras y
estaba a comienzos de diciembre sin darle una solución a este texto del
cual pensé en su momento que lo haría muy rápido. Tenía demasiado
para decir y no estaba organizado. Tampoco tenía más espacio de lo
otorgado.
Ya tenía preparado el sobre y la carta que acompañarían la nota.
Pero a la carta tuve que hacerla varias veces por los cambios de fecha
Recuerdos de Ernest Hemingway
113
que se operaban con las postergaciones. A mediados de diciembre me
dije basta y resolví poner un punto final. Estuviera como estuviera, la
nota debía partir. Y así fue. Como ya lo expliqué al comienzo de estos
textos la nota salió “vía aérea” rumbo a una dirección postal ubicada en
Miami, Estado de la Florida. No voy a repetir lo expresado en esa
oportunidad. No tengo más detalles. No recuerdo más. En ese capítulo
(número 1) describí algunos hechos concretos como los sentimientos al
despacharla por correo. Había orgullo y miedo a la vez. Había orgullo
por haber escrito una nota a pedido sobre Ernest Hemingway y además
para ser publicada en el exterior. Había inquietud por la responsabilidad
que eso significaba y los interrogantes acerca del valor y la calidad de la
nota. ¿Gustaría o no? ¿La aprobarían o no? ¿La publicarían o no?
No era posible que la devolvieran para correcciones. O mejor
dicho si, pero el correo en ese tiempo no era lo más dinámico que
hubiera podido pedir. Por ejemplo, una tarjeta postal y una carta
enviada desde Nueva York a mi familia llegaron más de una semana
después que yo estuve en mi ciudad. Desde el comienzo descarté la
posibilidad de correcciones. Si alguna corrección tuvo, la desconozco.
Como también desconozco su destino. Más tarde la posterior
desvinculación del diario y la desaparición de mis papeles personales,
anularon las comunicaciones posteriores33.
Ahora bien, mientras yo escribía ese capítulo en el que hacía
referencia a la nota original, había otros temas o más bien cuestiones
33 Véase la Nota -2- “La pérdida de mis apuntes y papeles personales”
Recuerdos de Ernest Hemingway
114
que ignoraba por completo, pudiendo esto ser atribuido a la
inexperiencia. Por ello debo retomar aquí a manera de observación el
tema de “Escribir desde la bruma” (capítulo 2). Cuando lo escribí carecía
de la experiencia con la que he llegado hasta aquí. Intuitivamente y
teóricamente conocía o presumía las dificultades. Es cierto. Pero no veía
o podía prevenir las reales, las que se presentaban en todo momento
como un desafío a la escritura, a la descripción de los hechos.
Aquí, en este cierre, debo hablar de ello ya que puede ser útil no
solo para mí sino también para algunos que quieran volver en el tiempo.
Esto no es hacer historia sino contar una historia. Pero si se desea ser
legítimo, esa lucha en busca de la certeza, de la precisión de los
recuerdos, es más terrible que el escribir mismo. No se avanza a partir
de una idea. Se avanza a partir de un hecho que, lo mejor que puede
hacerse con el, es despojarlo de atributos, de adjetivos y de colores y
observarlo así en blanco y negro. Quizás, uno pueda permitirse alguna
vez buscar un tono sepia que invada la imagen.
Pero insisto, a esto no lo podía decir al comienzo cuando escribía
el capítulo citado debido a que lo ignoraba. Se escribe entre el
conocimiento actual y la memoria. El movimiento pendular afecta a
todo. Uno cree que el pasado y el presente se interdigitan, se combinan
o se mezclan. No parece ser del todo cierto. Uno y otro son trozos de
una misma línea del tiempo llamada vida, pero son distintos. Entonces,
como una condición básica, pretendí ser legítimo primero conmigo
mismo. A veces, muchas de ellas, el texto no me convenció, no por su
estructura sino por lo que decía. Entonces dejaba de escribir y me
Recuerdos de Ernest Hemingway
115
levantaba. En otras ocasiones directamente eliminé párrafos que
contenían hechos que no estaban claros o eran dudosos para mi.
Desde que he vuelto a escribir, confieso que es el único texto
que me ha reclamado tiempo y tiempos. El me ha obligado a levantarme
nervioso y confundido de mi escritorio, para mirar a lo lejos por una
ventana preguntando una y otra vez, ¿Cómo fue? Se lo debo a
Hemingway. Esto, casi cincuenta años después, me estaba dando tanto
trabajo como aquellas consabidas cuatro páginas. La historia, en esa
línea de tiempo que he mencionado antes, no se repite, se parece.
Siempre es así. Y es lo que confunde y también emociona.
¿Cómo expresarlo? Cuantas veces y sin quererlo, me
transportaba a ese viejo y destartalado hotel y me representaba a la
noche envuelto con la frazada e intentaba leer unos imaginarios apuntes
que estaban en una imaginaria mesa. Quería leerlos para saber que
decían en ese entonces tan lejano. Mientras tanto, a su vez, pretendía
alejar de mi todo lo que sabía, conocía o había leído acerca de “El Viejo”
en todo el tiempo transcurrido entre ese ayer y este hoy. Lo hacía con
determinación, para no sentirme influenciado por el presente mientras
escribía acerca del pasado.
Hay muchas cosas de hoy que entonces no sabía y que harían
más fácil la lectura y la escritura. Así, me digo, no puedo hacer
intervenir el hoy. Para mi y en este contexto, Hemingway debe seguir
siendo aquel de la década del 60. Esa imagen es la fuerte. La de hoy,
tamizada por los años y la experiencia, ¡Ah la experiencia!, puede ser
buena pero no legítima como aquella marcada por el afecto juvenil. Acá
Recuerdos de Ernest Hemingway
116
se trata de rescatar aquel momento para mí que lo escribo y para
alguien que desee leerlo. En aquel momento, también había ignorancia
en mi. Era una ignorancia diferente a la de hoy.
Por eso digo e insisto que hablo sobre Hemingway a partir de
mis vivencias personales y las relato casi medio siglo más tarde. Insisto,
en que lo hago sin pretensiones de investigador o de especialista o de
crítico. Lo hago como un seguidor, quizás un diletante, solo con
intenciones de contar.
De esta manera trato de no impregnar a estos textos con las
emociones que están ocultas y luchan por salir. Intento que aparezcan
las indispensables. Por eso hay un toque de lejanía y de impasibilidad
frente a ellas. No quiero que inunden el relato. Creo que al “Viejo” le
gustaría la vitalidad objetiva que pretendo darle cincuenta años
después.
Mirado así, todo esto no es más que una crónica de un momento
del pasado, de mi pasado que estuvo relacionado con el gran escritor y
periodista.
Hay un gran espacio de tiempo entre aquel 1961 y este 2009-
2010. Por ahí me pregunto como seria la nota ahora. Pero ¿Tiene
sentido esa pregunta? ¿Importa como sería? Lo digo porque las
circunstancias, los tiempos, las personas son tan distintas que casi
carece de sentido interrogarme por ello y pretender reconstruirla es un
trabajo sin lugar a dudas diferente. Tampoco lo haría por respeto al que
fui. Aquel que la escribió.
Recuerdos de Ernest Hemingway
117
En estas circunstancias y luego de muchos años, al volver a
escribir, busco también reencontrarme con los viejos textos y en los
viejos textos. Hay otros escritos que no tienen que ver con Hemingway y
a los que intento dar forma. Una vez más y no es porque si, varios de
ellos si tienen que ver con el mar. Esos textos incompletos aguardan
que las palabras regresen y les den la forma para la que originalmente
fueron concebidos.
Hay otro detalle muy personal: También me di cuenta que
mientras no terminara o le pusiera un límite a estas notas o apuntes no
lograría abordar los otros tres textos restantes de la tetralogía que se
hallan en diversas etapas de procesamiento. Uno de ellos, prácticamente
no fue en tocado en cuarenta y nueve años. Solo tiene un par de
páginas. Los dos otros dos de una u otra manera han tenido algo más
de atención y tienen más apuntes y notas. Todos nacieron en Nueva
York.
Por razones de tiempo vital, no se si llegaré a concluir todas las
historias. Pero me doy cuenta que existe una ligazón afectiva entre ellas
y la importancia que tuvieron, aún sin estar escritas, para la redacción
de estas líneas. Es la única explicación que tengo para haber escrito
estos capítulos con sesgo autobiográfico que, como ya lo dije, me
costaron muchísimo lograr.
También percibí que el motivo fundamental de estos textos era
comenzar con ellos la tetralogía. Me doy cuenta que me pusieron en
ambiente, en situación como suele decirse. Creo que la tetralogía no es
Recuerdos de Ernest Hemingway
118
comprensible ni siquiera para mí sin estos textos que recuerdan hechos
y situaciones. Ellos mismos son memoria.
Hechos posteriores hicieron que, de a poco, no buscara saber de
Hemingway ni supiera nada nuevo, salvo por las notas ocasionales de
los diarios por un motivo u otro. Tampoco me propuse recomponer
inmediatamente los textos que yo tenía sobre el escritor desde esos días
en Nueva York y que, por suerte, los conservaba en mi casa. Entonces
no lo sabía, pero transcurriría un tiempo bastante largo.
Pero, a su vez, sin quererlo y a medida que transcurría el tiempo,
seguía encontrándome con “El Viejo” a través de las esporádicas y no
pocas publicaciones póstumas que sucesivamente iban apareciendo con
su nombre. De paso, también me encontraba con crónicas, algunas de
ellas irrelevantes y otras inverosímiles cuando no interesadas.
Se acercaba 1999: Cien años del Viejo y treinta y ocho sin él.
Desde muy temprano dijeron ¡Se viene una nueva novela! ¿Será cierto?,
me preguntaba. Y así fue. Apareció “Al romper el alba” 34. El caso del
Hemingway póstumo como el de Kafka, el más prototípico de todos,
volvía a proponer fuertes temas para el debate de los especialistas35.
34 Se dio a conocer en español en una elegante versión de Planeta (Editorial Planeta
1999, Barcelona, España. Traducción de Fernando González Corugedo) con una faja a
pleno que conservo enmarcada en mi gabinete de trabajo. La foto de tapa de
Hemingway trabajando en Africa está registrada por Earl Theisen/JFK Library 1999. La
del nevado Kilimanjaro u Uhuru como también se le llama, por sobre el escritor, por
Daryl Balfour/Fototeca Stone. El Hemingway de esta foto es el vital. De el emana
concentración y fortaleza para vivir y para escribir o... Para escribir y por lo tanto para
vivir.
35 Véase la Nota -3- “100 Velitas para Papá Hemingway”
Recuerdos de Ernest Hemingway
119
Por último quiero decir que me resistí a dar a conocer este texto
en el blog, dado que su contenido estaba mal organizado y no tenía
seguridad de continuar trabajando. Ahora al final me permito difundirlo
ya con los capítulos completos las imágenes instaladas y las ideas más o
menos desarrolladas36.
También, en buena medida, puedo ahora adentrarme en el trabajo de
leer otros blogs relacionados y seguir con otros textos. Leer a
especialistas e investigadores sobre Hemingway, su vida y su literatura.
Esto es algo que no hice, premeditadamente, para no sentirme
influenciado por la lectura. Se trata, en una palabra, de volver a saber
de este Hemingway cuyo legado tiene valía actual. Sobre este
Hemingway que sigue siendo una leyenda y por ahí, el mismo y su vida,
parecen o lo son, un cuento de esos que el escribía. Por todo ello
Hemingway es ese. Es esa vida y ese cuento. Es el mismo. No hay otro.
No puede haber otro. No habrá otro. Ni la vulgaridad, ni la infamia
podrán contra la leyenda.
36 Agradezco al Ingeniero Fernando Nas el haber aceptado mi solicitud de apoyo
técnico para el desarrollo de este blog. El es quien reorganizó el material del texto y
las imágenes, así como el diseño. Y como siempre, estoy agradecido a mi hijo Oscar
Alejandro que en todo momento me brindó y me brinda su apoyo.
Recuerdos de Ernest Hemingway
120
NOTA 1
“Mi trabajo en el diario y un recuerdo para los hombres de gris”
Al poco tiempo de regresar de Estados Unidos, me dieron en el diario
un puesto de corrector de pruebas. Para mi era como el primer paso para
institucionalizar mi carrera de periodista. Me sentía orgulloso. El horario de
entrada era a las seis de la tarde y no sabía muy bien a que hora salía ya que
dependía del cierre de las páginas. Pero en general no era antes de la una y
media de la mañana. No había grandes presiones salvo alguna que otra noticia
que llegara “sobre la hora”. Los correctores trabajábamos con lápices de tinta
sobre papeles húmedos impresos en las galeras de plomo. Esas eran las
llamadas “pruebas” que el secretario de redacción obtenía del material
producido en plomo por los linotipistas. Este material venía en listones de
papel y llegaba a nuestra mesa de trabajo con distintos diseños ya sea a una
columna, a dos columnas, con sangrado, sin sangrado, espacio para la foto, en
fin, las variaciones propias de una página de diario. Allí existían siempre
imperfecciones que el corrector debía advertir. Del corrector volvía al
linotipista. Lo llevaba uno mismo y siempre conversaba con el linotipista en
ese plúmbico ambiente.
Los linotipistas manejaban las linotipos, esas máquinas que producían
todas las notas en plomo. Ellos eran personas muy especiales y muy
conocedoras de su trabajo. Llevaban guardapolvos grises de tela gruesa.
Siempre bebían leche para combatir la intoxicación que producían las
emanaciones del plomo fundido en el crisol de la linotipo. De todos modos con
el tiempo, ya se sabía, que el plomo ganaría a la leche y a cualquier otra
barrera que se interpusiera a el y terminaría destruyendo los pulmones de esos
hombres que, todos los días del año, salvo unos pocos tomados como
vacaciones, pasaban varias horas trabajando con estas máquinas infernales. El
Recuerdos de Ernest Hemingway
121
vapor y el vaho del plomo del recipiente de fundición lo invadían todo. La ropa
y la piel quedaban impregnadas con el tufillo sofocante y metálico. En un
costado de la sala se hallaba una destartalada heladera adonde se guardaban
viejas botellas de vidrio verde, siempre llenas con leche. Esas viejas botellas y
esos hombres vestidos de gris, yendo y viniendo desde y hacia ellas,
conformaron una imagen, una escena cotidiana, de un submundo que aún hoy
persiste en mi retina. De esos hombres dependía toda la estructura de la
página que se armaba en un marco de metal y luego se tomaba una prueba de
ella. El diario debía salir impecable.
Cuando cerraban todas las páginas, el secretario de redacción
verificaba una prueba a página entera y ¡Guay de encontrar errores de
ortografía que se hubiesen pasado por alto! Esta corrección minuciosa de
textos producidos por horas de trabajo de los periodistas y muchas de ellas a
alta velocidad, me dejó dos regalos para la experiencia: Primero la revisión
rápida de los textos que ya venía incentivada por la lectura hogareña y
segundo la peculiaridad que en cada texto que yo revisaba, los errores
ortográficos “saltaban” a la vista como con un resorte, incluyendo las
puntuaciones, uso de coma y doble punto por ejemplo. Estos recursos, cuando
entré a la administración pública, fueron de gran utilidad cuando, como jefe,
debía verificar textos que iban a entrar en la circulación administrativa. A
muchos les llamaba la atención mi detección de errores, pero no era fácil
explicar a todo el mundo el origen de este mecanismo que conservo hasta la
actualidad.
Un detalle con humor para los memoriosos y para los que no lo
conocen: ¡Cuánto cuidado se ponía en los avisos fúnebres! He aquí la primera
advertencia que recibí: “Puedes equivocarte en una nota y pasar algo por alto,
pero en un aviso jamás. Esto puede costarte el puesto muchacho”. Y…. ¿Por
Recuerdos de Ernest Hemingway
122
qué? Lo de siempre. El aviso es dinero y la nota… solo noticia. La plata manda
una vez más. Cuanto más avisos más dinero. Pero los avisos fúnebres eran
más importantes todavía. Porque una empresa de cualquier rubro o sector,
podía poner un aviso en horario comercial, pero fuera de él no. Ahora bien, los
muertos estaban autorizados a serlo fuera de los horarios comerciales. Por lo
tanto “el aviso de un fiambre” como se decía en la jerga interna y en este caso
no tenía nada que ver con los embutidos, como tampoco tenía connotación
gastronómica, podía llegar sobre el filo del cierre del diario. Sin embargo y
este era el tema, siempre se hacía un “lugarcito”. ¿De que manera? Y muy fácil:
se “hacia volar” una nota o un pedazo de ella y el aviso del muerto ocupaba
con suerte y viento a favor el lugar de algún que otro vivo. Si el aviso era mas
de uno directamente la nota de los vivos era sacada, colocada la del o la de los
muertos y rehecha inmediatamente la página, previo armado de la galera y la
corrección por parte del corrector que estuviese más lúcido, o que no se
hubiese ido o que, como me pasó en varias ocasiones, estuviese “pagando el
piso” y por lo tanto se quedaba hasta último momento. Pero no estaba solo.
Los titulistas con sus cajas de letras, los linotipistas con las máquinas
humeantes, el jefe de archivo, algunos periodistas y el secretario de redacción
dando las últimas indicaciones, constituían la compañía habitual hasta esa
hora de la madrugada.
Un último recuerdo para aquellos hombres vestidos del mismo color
que el metal con el que trabajaban y por el que enfermaban. El regalo que uno
recibía si visitaba a un linotipista era el propio nombre hecho sello en una
barrita de plomo. Ese sello servia para identificar algún que otro trabajo. Era
solo una línea de plomo. Pero, ¡Qué importante se volvía uno cuando podía
hacer fabricar con el amigo linotipista un “sello” dedicado a la novia, a una
Recuerdos de Ernest Hemingway
123
amiga o a un amigo! También ¡Cuanta gentileza y compresión la de estos
hombres de gris!
No hay un museo del periodismo. Cuando trabajé en esos temas lo
propuse. No hubo mucho entusiasmo. Pero falta un museo que recoja las
linotipos, las máquinas de escribir viejas, los escritorios antiguos y la imagen
de los periodistas, linotipistas, correctores, titulistas y tantos otros hombres
que le daban forma a aquel viejo periodismo.
Al fin, la tecnología de impresión superó todas las expectativas y
redundó en beneficio de la salud de los linotipistas, pero hubo un dejo de
tristeza por su ausencia. ¿Qué se hizo de ellos? ¿Qué se hizo de las máquinas?
Nunca más los hombres de gris y sus linotipos humeantes habitaron la planta
de los diarios.
NOTA 2
La desaparición de mis apuntes y papeles personales.
Trabajé muy bien en el diario con mis nuevas tareas. También seguía
escribiendo y haciendo planes. Pero un día me llevé la sorpresa. Cuando una
tarde fui a trabajar, mi tarjeta de asistencia no estaba. El jefe de personal me
informó que el delegado gremial, cuyo nombre recuerdo y prefiero no
mencionar para no darle inmerecida fama, hizo la denuncia que yo, como
menor no podía trabajar en un horario nocturno. La presentó al Ministerio de
Trabajo o algo así.
Hasta tanto no hubiese un dictamen podía ir al diario pero no a
trabajar. Podía llevar notas, usar el archivo, en fin seguir como antes, pero no
actuar como “fijo” en el puesto de corrector de pruebas.
Le siguió un trámite judicial difícil que me fue adverso y perdí mí
puesto de trabajo y los recursos económicos que tanta falta me hacían a mí y a
Recuerdos de Ernest Hemingway
124
mi casa en ese momento. También perdí la posibilidad de una beca de United
Press que requería tener una posición en un diario. Esa beca podía abrir las
puertas para ser corresponsal de guerra.
Quedé muy solo. Sin apoyo externo alguno, salvo por supuesto, el
incondicional de la familia. Durante varios días no pasé por el diario, hasta que
me comunicaron oficialmente que ya no tenía trabajo. Entonces una tarde
decidí ir a sacar mis notas y papeles personales que estaban en mi escritorio.
Era uno de esos escritorios que me gustaría poseer como pieza de museo.
Tenía una tabla rebatible a la que estaba atornillada la máquina de escribir.
Tirando de una manija fijada a la misma, la tabla giraba y dejaba a la máquina
en posición para escribir. El escritorio poseía cajones con traba. Como en
muchos modelos, cerrando con llave el de arriba, el resto de los cajones no se
podían abrir ya que el primer cajón con su posición los bloqueaba.
Cuando llegué, saludé a todos los que estaban trabajando. Fui a mi
escritorio, pero este no estaba en su lugar. Lo ubiqué y parecía que lo tenía
otra persona. El escritorio estaba sin máquina y el cajón principal estaba sin
cerradura. El resto de los cajones tenían algunas pertenencias del actual
ocupante que yo desconocía. El cajón principal estaba vacío.
Pregunté una y otra vez, no sin cierta angustia e indignación, por mis
papeles. Nadie había visto ni sabía nada. Según me dijeron o explicaron, que
se apresuraron en hacer lugar al que vendría, pues yo ya no regresaría. Me
ayudaron a buscar incluso en el Archivo que se hallaba situado en una planta
alta. Al final, sin respuesta alguna fui a saludar a los linotipistas que me
despidieron con afecto.
Por supuesto que mis papeles nunca aparecieron. En ese acto se
fueron mis archivos esenciales como las direcciones y tarjetas personales de
los cubanos, otros periodistas e incluso profesores universitarios; las fotos en
Recuerdos de Ernest Hemingway
125
Nueva York; los apuntes y fotos para la entrevista a Vito Dumas. La acuarela de
Don Vito (que aparece en el capítulo 6 de este blog) se salvó porque el libro en
donde estaba pintada lo tenía en mi casa. También se fueron los cables y
recortes de diarios y revistas sobre la muerte de “El Viejo” que me sirvieron
para mi primera nota sobre él. Y de la misma manera los apuntes para esa
nota. Como dije antes, no tenía copia. Los apuntes me hubieran permitido
quizás varios artículos. Allí había información y testimonios que hubieran
permitido hoy por ejemplo, un mejor desarrollo del Capítulo 6 brindando
nombres y hechos. Yo tenía ese material allí porque era mi lugar de trabajo.
Nunca más en mi vida dejé nada de valor afectivo o intelectual en ningún lugar
de trabajo. Por supuesto que, si más tarde llegó al diario correspondencia a mi
nombre, nadie tuvo la atención de avisarme.
Más allá de este hecho, yo seguí estudiando y escribiendo. Sin
embargo para mí, independientemente de todo lo ocurrido y esto yo no lo
sabía, vendrían tiempos difíciles.
NOTA 3
“100 velitas para Papá Hemingway”.
1999 se acercaba en mi agenda a pasos demasiados rápidos para mi
gusto. Podría haber escrito y publicado algo en ese año con motivo del
aniversario número cien del Viejo. Pero no quise hacerlo. No estaba preparado.
El circuito comercial sobre el tema era muy grande. Por otro lado mi desafió
era y sigue siendo personal. Me agradó volver a leer en los diarios sobre el
Viejo luego de años. La prensa le hizo mucho espacio. A la vez se hizo el
anuncio de la publicación de otro texto recuperado. Para el caso se trataba de
una novela. La reservé con tiempo.
Recuerdos de Ernest Hemingway
126
Por fin en julio de ese año, la obra se dio a conocer con el titulo “Al
romper el Alba” (Título original “True at first light). La presentación de la
versión en español producida por la editorial Planeta de España de gran
impacto con la obra en una gran faja cuya portada hice enmarcar y pasó a
acompañarme en mi lugar de trabajo. No conocí la versión original en inglés
producida por Scribner de Simon and Shuster, el tradicional editor de la obras
de Hemingway.
La leí inmediatamente sin leer el prólogo que ya sabía que era de su
hijo Patrick. Lo hice a propósito para evitar toda influencia previa a la lectura
del texto. Me impresionó como un gran esfuerzo. Es Hemingway. Pero no es
todo Hemingway. Es una parte de él y lo entiendo y lo acepto. Prefiero tener
esta versión en la mano a no tener absolutamente nada. Es la desventaja que
tiene una enorme ventaja. Al no ser un especialista o un experto, me llevo más
por lo afectivo. Pero debí adicionar, al margen de ser exigente, un par de
ventajas más. Y es que creo que se intentó algo didáctico a la vez, al agregar a
la novela un “Censo de personajes” (la identificación de los personajes que
aparecen y son protagonistas de las acciones) y un “Glosario Swahili” con los
términos empleados. A ello si se complementa de buena manera la
Introducción de Patrick Hemingway (hijo del escritor y de su segunda esposa,
Pauline Pfeiffer) con algunas explicaciones generales y acotaciones personales.
A propósito de lo que dice Patrick que “El manuscrito sin título de
Hemingway tiene unas doscientas mil palabras y no hay duda que no es un
diario. Lo que ustedes leerán es una novela, al menos en la mitad de su
extensión.” Al final de la Introducción hace una oportuna cita de Suetonio. Me
pregunto como será el manuscrito original con esa cantidad de palabras. Mi
escasa experiencia me dice que, al día de hoy, serían algo así como unas
seiscientas páginas tamaño “A4” y de ellas se recortó un cincuenta por ciento
Recuerdos de Ernest Hemingway
127
aproximadamente.¿Interpreto bien? Y ¿Cuánto hubiera recortado Hemingway?
Hay que recordar que “El Viejo” parecía un fotógrafo profesional, de esos que
sacan cien fotos y se quedan con tres o cuatro. Pues bien se lee en textos
diversos que él en los recortes se quedaba con ¡El 10 por ciento de lo que
escribía! En este caso hubiesen sido unas veinte mil palabras. Pongamos
treinta. Ahora bien, ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Cuánto hay que
animarse para ordenar, recortar y darle forma a esa masa de palabras escritas
por “Papá”? No es fácil. Es todo un esfuerzo que será quizás siempre criticado
porque falta esto o sobra aquello. Hoy no se que es lo correcto o lo mejor. Pero
cuando recibo una obra así, con estas circunstancias, me alegro. Pasa con
otros autores también. Y uno, que solo es un lector aficionado y además un
escribidor, recibe estos textos con respeto y humildad. No cabe otra cosa.
Pero la palabra de los especialistas y de los investigadores por allí es muy
diferente
Volviendo al aniversario, este fue llegando y con el mis expectativas de
ver que pasaba. Hubo publicaciones sobre el Viejo de una u otra corriente
como corresponde. Pero, confieso, que ninguna publicación me aportó algo
nuevo, algo que no conociera. ¿Quizás leí muy poco? Tras excelentes
biografías y comentarios previos, 1999 solo fue una fecha aniversario.
Me permití preguntar a diferentes personas. Hice mi propia encuesta y
me pareció que Hemingway no era recordado ya, más que por una u otra
anécdota de su vida. Pocos muy pocos sabían de su literatura salvo alguna
referencia a “El viejo y el mar” o “Por quien doblan las campanas”. Parece como
una situación irreversible y trágica en un mundo repentista actual y televisivo.
Hemingway importaba a muy pocos comparado a la talla de su figura en la
historia de la literatura mundial.
Recuerdos de Ernest Hemingway
128
Como era lo necesario y posible para mi en 1999, en el año del
centenario heminguayano, leí muchas cosas y no escribí nada. Solo fui un
observador externo y lejano. La aparición de la novela no me emocionó y no
era por falta de incentivo, era porque movilizó cosas que estaban ocultas y que
inconcientemente frenaba. La novela de la cual solo conocía el titulo y todavía
no había sido lanzada oficialmente llegaba justo en un momento de mi vida
literaria que representaba varias cosas.
Sin grandilocuencia y como una extraña coincidencia, 1999 fue para mí
el año del “método de las cartas”. Un método desarrollado por mí para vencer
al desorden en y con mis escritos. Dio y da bastante buen resultado más allá
de mi irresuelta infidelidad, que no es solo literaria.
Pero1999 era el año del centenario del nacimiento de Hemingway y “el
mundo” se aprestaba a homenajearlo. Digo “el mundo” así entre comillas
porque distaba mucho de ser el mundo en general. Era un “mundo”
fraccionado con intereses y motivaciones distintas. Eso estaba claro a los ojos
de cualquiera. Era un “mundo” que pasaba por lo literario si es cierto, pero
también por lo comercial, por lo turístico y sin ninguna duda también por lo
afectivo. Hemingway fue, es y será un gran “producto” para un mundo
consumidor de imágenes, anécdotas, vicios y lugares comunes en donde las
virtudes ocupan un lugar poco vendible ya que parecen aburridas.
Pero quizás solo el literario buscaba recuperar una memoria que
también por si sola existía para un mundo de pocos. Esto pasa en estos
aniversarios de genios o instituciones. Creo que Hemingway no fue la
excepción. Yo hice mi propia encuesta. Pequeña, doméstica. Trabajaba en una
universidad en un sector multidisciplinario de manera que tenía un buen
material humano para chequear sin que ellos mismos se enteraran. También
hablé con la gente de la calle. Pero yo ya sabía el resultado por anticipado. La
Recuerdos de Ernest Hemingway
129
gente no se “acordaba” (a veces creo que no sabía) de Hemingway. Mucha de
esa gente había estado en Cuba y algunos, más de una vez. Habían hecho el
“circuito” turístico. Pero no habían leído. Salvo alguna referencia a “El viejo y el
mar”, no hubo mayores comentarios. La anécdotas eran sobre la vida privada
del escritor y no sobre sus obras. Yo me decía “Esto mismo pasa con nuestros
propios autores y no es extraño que suceda con un extranjero”. Es una
situación que parece irreversible y trágica. Hemingway no importaba o
importaba muy poco comparado con su lugar en la historia de la literatura
universal. Empleo el verbo “importar” muy a propósito por lo que sigue.
De la mencionada pequeña encuesta, también me quedó una anécdota.
Apenas comenzado el año académico una joven estudiante universitaria,
conocedora de mi afecto por “El Viejo” me dijo que, dado que era el año
aniversario, estaba pensando en hacer un trabajo sobre Hemingway y me pidió
algunos consejos que me cuidé muy bien de dar. Le expliqué el porqué y solo
hice sugerencias en cuanto a fuentes o en cuanto a personalidades de las que
pudiera hablar. Entre estas últimas le mencioné a García Márquez y su
consabida anécdota del saludo. También le advertí que no dejara de revisar a
David Viñas, Isidoro Blastein, Abelardo Castillo, Cortázar y Belgrano Rawson.
Trabajamos una idea-proyecto durante un par de semanas. La joven estaba
muy conforme y entusiasmada a medida que le hablaba sobre el “personaje”.
Luego de presentar el proyecto vino a verme desolada. Debió cancelar
el trabajo ya que su directora consideró que Hemingway era “un autor sin
importancia” (sic) y le recomendó que buscara, otro con preferencia argentino.
Esto último me pareció bien como una manera de incentivar la investigación
sobre nuestras propias letras. Interrogado sobre este punto le sugerí a
Marechal y específicamente su “Adanbuenoayres” y hacia allí se encaminó.
Lamento haber perdido contacto con ella porque según me dijo “Tarde o
Recuerdos de Ernest Hemingway
130
temprano haría su trabajo sobre El Viejo”. Un interrogante me quedó para el
recuerdo ¿Era, es, realmente Hemingway un autor sin importancia? Sin
importancia ¿Para qué o para quién? Muchas veces estuve por preguntarle a la
docente sobre este punto y al final desistí porque quizás (justamente) es ella la
que “No tiene importancia”.
Julio pasó y quedaron algunos redobles de los tambores que festejaron
los cien años del maestro. Otro parche se escuchó en Octubre cuando el Nóbel
de Literatura fue para Günter Grass. En su “Tambor de Hojalata” hay un Oskar,
acentuado gráficamente en la O por algunos, que no soy yo y que me dijo
muchas cosas.
1999 me aportó una cuota de entusiasmo en los temas heminguayanos
y me invitó a revisar los apuntes escritos y releer algunos textos. Había que
actualizar mucho. Eso era cierto. Era uno de esos momentos bisagras para mí.
Había recomenzado a escribir y también a reescribir. La idea de este texto
empezó a nacer allí, quizás con la idea de un “prefacio” o algo así a los otros
textos. La tetralogía empezó a tener vigencia más allá de todas las demoras
que sucedieron. Pero el día a día también diría otra cosa.
Para concluir: No voy a negar que en determinado momento del año
aniversario, tuve la sensación de que El Viejo estaba vivo. Sin querer me
retrotraje a muchos años atrás, cuando buscaba la posibilidad de una
entrevista. Claro era algo muy mío. Muy personal y muy exclusivo. En cierta
medida ello me ayudó a pergeñar estas páginas. Por que es cierto. De alguna
manera, que no conozco bien, “El Viejo” más allá de lo que digan, está vivo.
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Recuerdos de Ernest Hemingway
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Imagen Nº 20
Las imágenes de este capítulo
Imagen n° 19: Detalle del Rincón Hemingway: Hemingway visto por
Sábat. La caricatura muestra al escritor con cara de luna llena, pelo y barba
blanca. Se lo ve sonriendo. Feliz. Aquí su rostro no es adusto, ni severo, ni
desafiante. Parece más bien uno de esos ‘Hems’ que se mimetizan en Key
West. ¿Está feliz? Es posible. En Finca Vigía, a la mañana con la fresca y hasta el
Recuerdos de Ernest Hemingway
132
mediodía, despuntó siete lápices en lugar de los cuatro o cinco tradicionales.
Luego dejó los lápices y de pié en el dormitorio escribió a máquina varios
diálogos. Como acto final contó mil cuatrocientos setenta y dos palabras, es
decir más del doble del promedio diario. ¡Muy bien!, se dijo y se fue a Cojimar.
Por la tarde pescó una aguja en compañía de Gregorio. Lo celebró cuando la
noche se insinuaba. Lo hizo en la Habana Vieja, con unos daiquiris en el
Floridita. ¿Mañana? ¡Es otro día! Pero ya hoy dejó un ‘pie’ para comenzar.
Esta imagen, un póster, acompañó la edición dominical del diario
Clarín de Argentina del domingo 27 de septiembre de 2009. Su autor es
Hermenegildo Sábat quien nació en Pocitos, Montevideo, en la República
Oriental de Uruguay, el 23 de junio de 1933. Treinta años más tarde se fue a
trabajar a Buenos Aires. Fue caricaturista de diversos medios gráficos. En el
diario Clarín ilustra la página de política desde 1973. Se nacionalizó argentino
y vive en Buenos Aires donde creó la Fundación de Artes Visuales y allí, en San
Telmo, enseña todo lo que sabe que es muy mucho. Ha recibido distinciones
nacionales y extranjeras y ha publicado más de veinte libros que muestran
diversas aristas de su interés. Es un hombre polifacético. No sólo es el que
ilustra. Es también escritor, músico (toca el clarinete), fotógrafo, diseñador
gráfico e inclusive editor. Sábat está considerado una de las grandes
personalidades del arte y la cultura de América Latina y sus trabajos han sido
publicados en prestigiosos medios del mundo.
La bota de vino que corona la caricatura es de Pamplona, un lugar por
el que la hispanidad se hizo piel en un Hemingway cuyo amor por lo peninsular
va más allá de lo literario y lo cultural. De una u otra forma el escritor siempre
amó y homenajeó a España.
Imagen n° 20: Detalle del Rincón Hemingway: Portada de “Al romper el
alba” la última novela póstuma del escritor publicada en 1999.
Recuerdos de Ernest Hemingway
133
Recuerdos de Ernest Hemingway
Apuntes Autobiográficos
© Reservados todos los derechos
Oscar Sosa Gallardo
Córdoba, Argentina, 2011.
www.hemingwayoskar.com.ar
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