del Fondo de Cultura Económica
ISS
N:
0185
-371
6
CiudadesBogotá, Bruselas, Buenos Aires, Ciudad de México,
Hong Kong, La Habana, Lisboa, Madrid, Palermo, París, Pompeya, Sevilla, Veracruz
Guillermo Cabrera Infante • Marco Antonio Campos • Jaime García Terrés Claudia Hernández de Valle-Arizpe • Efraín Huerta • Constantinos Kavafis
Renato Leduc • Julián Meza • R. H. Moreno-Durán Jorge Arturo Ojeda • José Emilio Pacheco • Alfonso Reyes
León Rozitchner • Laurence Sterne
del Fondo de Cultura Económica
DIRECTORAConsuelo Sáizar Guerrero
EDITORFrancisco Hinojosa
CONSEJODE REDACCIÓNAdolfo Castañón,
Joaquín Díez-Canedo Flores, Mario Enrique Figueroa,
Daniel Goldin, Lorena E. Hernández,
Jorge Ruiz DueñasARGENTINA: Alejandro Katz
COLOMBIA: Juan Camilo SierraESPAÑA: María Luisa Capella,
Héctor SubiratsPERÚ: Germán Carnero
REDACCIÓNMarco Antonio Pulido
DISEÑO, TIPOGRAFÍA
Y PRODUCCIÓN
elδoradoSnark Editores, S. A. de C. V.
IMPRESIÓN
Impresora y EncuadernadoraProgreso, S. A. de C. V.
�
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación
mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domici-
lio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedre-
gal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable:
Francisco Hinojosa. Certificado de Licitud de Título número 8635 y de
Licitud de Contenido número 6080, expedidos por la Comisión Califi-
cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995.
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado
en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-
112210102100, de fecha 22 de noviembre de 2001. Registro Postal,
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Cultura Económica.
Correo electrónico: [email protected]
LA GACETA2
SUMARIOJULIO, 2002
EFRAÍN HUERTA: Juárez-Loreto • 3JAIME GARCÍA TERRÉS: Nuestra ciudad • 4
GUILLERMO CABRERA INFANTE: La casa de las transfiguraciones • 5
R. H. MORENO DURÁN: De la Arcadia a la ciudad • 7EDUARDO LIZALDE: Ciudades • 12
FERNANDO PESSOA: Lisbon Revisited (1926) • 11LAURENCE STERNE: Otro viaje sentimental • 13JOSÉ EMILIO PACHECO: Cuatro ciudades • 15
LEÓN ROZITCHNER: Mi Buenos Aires querida • 16RENATO LEDUC: París • 18
ALFONSO REYES: Urbanismo en general • 19JULIÁN MEZA: Palermo • 20
CONSTANTINOS CAVAFIS: La ciudad • 22CLAUDIA HERNÁNDEZ DE VALLE-ARIZPE: Bruselas • 23
NICOLÁS GUILLÉN: Habana • 24MARCO ANTONIO CAMPOS: Modigliani en Montmartre
y Montparnasse • 25EUGENIO D’ORS: Madrid • 26
JORGE ARTURO OJEDA: Hong Kong • 27
‹ ‹ ILUSTRACIONES TOMADAS DEL LIBRO HISTORIA DE LA ARQUITECTURA
Y EL URBANISMO MEXICANOS, VOLUMEN II (EL PERIODO VIRREINAL),TOMO II (EL PROCESO DE CONSOLIDACIÓN DE LA VIDA VIRREINAL),
FCE-UNAM (FACULTAD DE ARQUITECTURA. DIVISIÓN DE ESTUDIOS DE
POSGRADO), 2001. COORDINADOR: CARLOS CHANFÓN OLMOS › ›
JULIO, 2002SUMARIO
Juárez-Loreto
� Efraín Huerta
�����
La del piernón bruto me rebasó por la derecha:rozóme las regiones sagradas, me vio de arriba
abajoy se detuvo en el aire viciado: cielo suciode la Ruta 85, donde los ladronesme conocen porque me roban, me pisoteany me humillan: seguramente sabenque escribo versos: ¿Pero ella? ¿Por quéme rebasa en esa forma tan desleal? ¿Por quéme faulea, madruga, tumba, habita, bebe?Tiene el pelo dorado de la madrugadaque empuña su arma y dispara sus violines.Tiene un extraño follaje azul-moradoen unos ojos como faroles y aguardiente.Es un jazmín angelical, maligno,arrancado del zarzal en ruinas.A los rateros los detesto con todo el corazón,pero a ella, que debe llamarse Ría, Napoleona,Bárbara o Letra Muerta o Cosa Quemada,empiezo a amarla en la diagonal de Eulery en la parada de Petrarca ya soy un hornopálido de codicia, de sueños de poder,porque como amante siempre he sido pan comidomigaja llorona (Ay de mí Llorona), y si ayerpasadas las diez de la nochefui el vivo retrato de la Novena Maravilla,ahora sólo soy la sombra de una séptima colinadesyerbada.
Alabados sean los ladrones, dice Hans Magnus.Pues que lo sean: los veo hurtar carteras, relojes,
orejas,y ella, que debe llamarse Escaldada, ni se inmuta.Vuelve al roce, al foul, al descaro;se alisa la dorada cabellera(¡Coño, carajo, caballero, qué cabellera de oro!),se marea, se hegeliza, se newtoniza,y pasamos por donde Maimónides y Hesiodo¡y pone todavía más cara de estúpidacuando Alejandro Dumas, Poe y Molière y los
cines cercanos!Malditilla, malditita, putilla camionera,vergüenza seas para las anchas avenidas
LA G
• Tomado del libro de Efraín Huerta (1914-1982) Poesía compy prólogo de David Huerta.
que son Horacio, Homero y, caray (aguas, aguas),Ejército Nacional.
Rozadora, pescadora en el río revueltode las horas febriles; ladrona de mi mala suerte,abyecta cómplice del “dos de bastos”, hembra de
los flancoscomo agua endemoniada;cachondísima hasta la parada en secodel autobús de la Muerte.Alabada seas, bandida de mi lerda conmiseración,Escorpiona te llamas, Cancerita, Cangreja,amada hasta la terminal, hasta el infinito traseroque me despertó imbecilizado en el boulevard¡Miguel de Cervantes Saavedra y demás clásicos!Porque luego de tus acuciosos frotamientosy que cada quien llegó a donde quiso llegar(para eso estamos y vivimos en un país libre)hube de regresar al lugar del crimen(así llamo a mi arruinado departamento de Lope
de Vega),y pues me vine, sí, me vine lo más pronto posibleen medio de una estruendosa rechifla celestial.
Adoro tu nalga derecha, tu pantorrilla izquierda tus muslos enteritos, lo adivinable y calientito, tus
pechitos pachonesy tu indigno, antideportivo comportamiento.Que te asalten, te roben, burlen, violen,Nariz de Colibrí, Doncella Serpentina,Suripantita de Oro, Cabellitos de Elote,porque te amo y alabo desde lo alto de mi aguda
marchitez.
Hoy debo dormir como un bendito y despertar clamando en el desierto de la ciudad donde el Juárez-Loreto que algún día compraré me espera, como un palacio espera, adormilado, a su viejo-príncipe-poeta
soberbiamente idiota.
22 de octubre de 1970
ACETA3
leta (FCE, 1988, Letras Mexicanas). Compilación de Martí Soler
Nuestra ciudad
� Jaime García Terrés
�� Texto tomado de La feria delos días (1953-1994), tercer tomo
de las Obras de Jaime GarcíaTerrés, compiladas por Rafael
Vargas y publicadas el año pasadoen coedición con El Colegio
Nacional. Próximamente nuestracasa editorial publicará una
Iconografía de García Terrés a cargo de Alba C. de Rojo.
Nos ocurrió el otro día subir
a una elevada azotea en el
centro de la ciudad, y con-
templar durante breves, si-
lenciosos momentos el paisaje desde allí
visible. Y hemos de confesar que nues-
tra reacción inmediata fue de una enor-
me desolación. Sólo un espantoso desor-
den se presentaba a nuestros ojos: masas
informes y heterogéneas sombreaban
apenas las desamparadas calles; las es-
casas notas características parecían des-
vanecerse en un mar abigarrado, en una
lóbrega ensalada de grandes y peque-
ños monstruos. Tardamos mucho tiem-
po en recuperarnos de aquel desengaño.
Pero ello nos sirvió, en cambio, de estí-
mulo a ciertas apremiantes reflexiones.
La ciudad de México ha crecido. Es-
to es evidente. Mas su crecimiento ha si-
do arbitrario. No se ha desenvuelto de
acuerdo con un plan orgánico, como
cualquiera de las principales capitales
europeas. Ni ha cuidado nadie de man-
tener en ella un estilo uniforme, como
ha sucedido, por ejemplo, dentro de un
espíritu legítimamente innovador, en
Nueva York o en Río de Janeiro. No. Lo
que hasta hace algunos años era un lugar
amable, discreto, auténtico, se ha con-
vertido en la flor del mal gusto, por obra
y gracia de la indiferencia de unos y de
la voracidad constructora de los demás.
Es claro: las ciudades no son estable-
cimientos estáticos. La evolución de las
necesidades de sus habitantes determi-
na, en buena parte, la evolución de su fi-
sonomía. En principio, precisa conside-
rar ante todo el valor eficacia, sobre el
valor belleza, sobre los valores no esen-
ciales. Meditemos un poco, sin embar-
go, y concluiremos que la belleza es
también, subsidiariamente, un germen
de eficacia. Bien sabemos que los hom-
bres no son máquinas; que su actividad,
LA GACETA4
si se la quiere integral y positiva, exige
un marco propio. A primera vista, la im-
portancia de un jardín, de una unidad
estética en los edificios, resulta casi nula
frente a los inmensos problemas de toda
comunidad moderna. Pero a poco pen-
sar reconoceremos que ese prado, que
esa arboleda, que esa unidad estilística,
constituyen, ellos mismos, problemas
fundamentales. El rostro de una ciudad
influye sin duda en el ánimo de quienes
la pueblan. Suponiendo idénticos ele-
mentos materiales, parejas capacidades
intrínsecas de acción, no se trabaja de igual
manera cuando se sabe que el camino a
casa transcurrirá frente a perspectivas
gratas y sedantes, y cuando éstas, por el
contrario, deparan sólo el desaliño de
un tímido parque ya marchito y siempre
sucio, y una miscelánea de formas in-
congruentes —no ya conservadoras, no
ya modernas, sino simplemente absur-
das— en atroz competencia por sofocar
la mayor o menor grandeza primitiva.
¿REMEDIOS?
Varias décadas de inmoral desdén mu-
nicipal han hecho de México, a pesar de
la tradición, a despecho de sus privile-
gios históricos en el continente ameri-
cano, un caso radicalmente irremedia-
ble. No obstante, todavía es tiempo de
poner un dique a las conveniencias yan-
quizantes —malas, desproporcionadas
imitaciones— que lo infestan, al liberti-
naje en la construcción, a la guerra mer-
cenaria contra la armonía; es aún hora
de vitalizar un permanente esquema ur-
bano, de fomentar el sentido de respon-
sabilidad de los arquitectos y de sus
clientes más ambiciosos, y sobre todo,
de corregir el grave olvido en que se han
tenido hasta ahora la conservación de lo
nuestro y la iniciación de nuevas obras
de verdadero embellecimiento.
Noviembre de 1953
La casa
de las transfiguraciones
� Guillermo Cabrera Infante
�� Las páginas siguientes hansido tomadas de La Habana para un
infante difunto, incluido enInfantería (FCE, colección Tierra
Firme, 2000), compilación, seleccióne introducción de Nivia Montenegro
y Enrico Mario Santí.
Subí, subimos, la que era para
mí entonces suntuosa escale-
ra. Era la primera vez que su-
bía una escalera: en el pueblo
había muy pocas casas que tuvieran
más de un piso y las que lo tenían eran
inaccesibles. Éste es mi recuerdo inau-
gural de La Habana: ir subiendo unas
escaleras con escalones de mármol. Hay
la memoria intermedia de la estación de
ómnibus y el mercado del frente, la Pla-
za del Vapor, arcadas ambas, colmadas
de columnas, pero en el pueblo también
había portales. Están, además, un jardín
elaborado y una casa de rocalla, al pasar,
que luego se revelarían como otra esta-
ción, la estación de policía, lugar de cui-
dado, por lo que tiendo a olvidarlo. Así,
mi verdadero primer recuerdo habane-
ro es esta escalera lujosa que se hace os-
cura en el primer piso (tanto que no re-
gistro el primer piso, sólo la escalera
que tuerce una vez más después del
descanso) para abrirse, luego de una vo-
luta barroca, al segundo piso, a una luz
diferente, filtrada, casi malva, y a un es-
pectáculo inusitado. Enfrento (para este
momento mi familia había desaparecido
ante mi asombro) un pasillo largo, un tú-
nel estrecho, un corredor como no había
visto nunca antes, al que se abrían mu-
chas puertas, perennemente abiertas,
pero no se veían los cuartos, el interior
oculto por unas cortinas que dejaban un
espacio, largo, arriba, y otro tramo, cor-
to, abajo. El aire movía los telones de
distintos colores que no dejaban ver las
funciones domésticas: aunque era pleno
verano, temprano en la mañana había
fresco y una corriente venía del interno.
El tiempo se detuvo ante aquella visión:
con mi acceso a la casa marcada Zulueta
408 había dado un paso trascendental
en mi vida: había dejado la niñez para en-
trar en la adolescencia. Muchas perso-
nas hablan de su adolescencia, sueñan
con ella, escriben sobre ella, pero pocos
pueden señalar el día que comenzó, la
niñez extendiéndose mientras la adoles-
cencia se contrae —o al revés—. Pero yo
puedo decir con exactitud que el 25 de
julio de 1941 comenzó mi adolescencia.
Por supuesto que seguiría siendo un ni-
ño mucho tiempo después, pero esen-
cialmente aquel día, aquella mañana,
aquel momento en que enfrenté el largo
corredor de cortinas, contemplando la
vista interior que luego asustaría hasta a
un veterano de la vida bohemia, el pin-
tor primitivo Chema Bue, que visitó la
casa mucho tiempo después y se negó
de plano a quedarse en ella un momen-
to siquiera, espantado por la arquitectu-
ra de colmena depravada que tenía el
edificio, aquel a cuya formidable entra-
da había un anuncio arriba que decía:
“Se Alquilan Habitaciones-Algunas con
Días Gratis”, ese día preciso terminó mi
niñez. No sólo era mi acceso a esa insti-
tución de La Habana pobre, el solar (pa-
labra que oí ahí por primera vez, que
aprendería como tendría que aprender
tantas otras: la ciudad hablaba otra len-
gua, la pobreza tenía otro lenguaje y
bien podía haber entrado a otro país:
tiempo después, cuando llegaron las eti-
mologías, aprendí que solar era una me-
ra degradación de casa solariega, la pa-
labra cortada, el edificio transformado
en falansterio), sino que supe que había
comenzado lo que sería para mí una
educación.
Avanzamos todos juntos ahora, inti-
midados, por el largo pasillo hasta la
única puerta cerrada, que enfrentaba
otro pasillo más largo (el interior del
LA GACETA5
• Marcapasos •
El Premio Internacional de
Literatura Octavio Paz fue
concedido este año a Juan
Goytisolo, para muchos el
más latinoamericano de los
escritores españoles. “Es
un hombre de acción y re-
flexión —escribe Javier
Aranda Luna para La Jorna-
da—. Va del estudio sobre la
ambigüedad del lenguaje de
San Juan de la Cruz a su tra-
bajo como ‘reportero sin
fronteras’ en Sarajevo o Pa-
lestina. Lo mismo rastrea la
presencia de las palabras y
la sintaxis del árabe en
nuestro idioma que los peli-
gros acechantes sobre la
plaza de Marrakech, cuya
protección por la UNESCO lo-
gró hace un año.”
��A fines de mayo, la Universi-
dad de Salamanca otorgó el
grado de doctor honoris
causa a dos de nuestros au-
tores: Carlos Fuentes y
George Steiner. Las investi-
duras, aprobadas por el
Consejo de Rectores de esa
universidad, fueron conce-
didas por ser “los mejores
representantes de lo univer-
edificio estaba diseñado como una alta
T con un rasgo al final y a la izquierda
una suerte de serife donde luego encon-
traríamos los baños y los inodoros colec-
tivos, nociva novedad), esa puerta era la
nuestra —por un tiempo—. Mi madre
había logrado que una familia del pue-
blo que regresaba por el verano nos pres-
tara el cuarto por un mes. Mi padre (aun-
que debía haber sido mi madre quien lo
hiciera) abrió la puerta y nos asaltó un
olor que siempre asociamos con aquel
cuarto, con aquella familia, que nunca
habíamos sentido cuando visitábamos
su gran casa en el pueblo, en reuniones
comunistas. Mi madre descubrió que era
producido por unos polvos misteriosos
que usaban, aunque nunca supimos pa-
ra qué. Ese olor, como el perfume que
llevaba la primera prostituta con quien
me acosté, era típicamente habanero, y
aunque el perfume de la puta tenía el
aroma de lo prohibido, resultaba tentador
y grato, este otro olor memorable que sa-
lía del cuarto podía ser llamado ofensi-
vo, malvado, un hedor —el tufo del re-
chazo—. Ambos olores son el olor de la
iniciación, el incienso de la adolescen-
cia, una etapa de mi vida que no desea-
ría volver a vivir —y sin embargo hay
tanto que recordar de ella—.
Nos instalamos con nuestro equipaje
(en realidad cajas de cartón amarradas
con sogas) en el cuarto caótico domina-
do por el vaho exótico, y mi madre, con
su obsesión por la limpieza, comenzó a
poner el caos en orden. Recuerdo la vi-
da de entonces, del mes que vivimos
allí, como una interminable sucesión de
tranvías (yo estaba fascinado por los
tranvías, vehículo para el que no cono-
cía igual, con su paso rígido por sobre
raíles cromados por el tránsito continuo,
su aspecto de vagón de ferrocarril aban-
donado a su suerte, sus largas antenas
dobles que al contacto con los cables
arriba, paralelos a las vías, producían
chispas como breves bengalas) por el
día y por la noche la iluminación azul y
rojo intermitente que originaba el letre-
ro luminoso colgado afuera, ahí mismo
junto a nuestro balcón, que decía alter-
nativamente “Droguería Sarrá-La Ma-
yor”, ese Sarrá que anunciaba en colores
luminosos su ascenso de modesto boti-
cario a tendero al por mayor, superdro-
guista y casateniente poderoso, dueño
también del falansterio iniciático, entre
muchos otros solares habaneros. Ese le-
trero en dos tonos y continuo coloreaba
mis sueños, poblados de tranvías alter-
nativamente azules y rojos —pero ésa
era la infravida de medianoche—. La
gran aventura comenzada sucedía más
temprano, en La Habana de noche, con
sus cafés al aire libre, novedosos, y sus
inusitadas orquestas de mujeres (no sé
por qué las orquestas que amenizaban
los cafés del Paseo del Prado, al doblar del
edificio, eran todas femeninas, pero ver
una mujer soplando un saxofón me pro-
ducía una inquietante hilaridad) y la
profusa iluminación: focos, faros, bom-
billas, reflectores, letreros luminosos: lu-
ces haciendo de la vida un día continuo.
Yo venía de un pueblo pobre y aunque
la casa de mis abuelos quedaba en la Ca-
lle Real no había más que un bombillo
LA GACETA6
de pocas bujías en cada esquina que
apenas alumbraba el área alrededor del
poste, haciendo más espesa la oscuridad
de esquina a esquina. Pero en La Haba-
na había luces dondequiera, no sólo úti-
les sino de adorno, sobre todo en el Pa-
seo del Prado y a lo largo del Malecón,
el extendido paseo por el litoral, cruza-
do por raudos autos que iluminaban ve-
loces la pista haciendo brillar el asfalto,
mientras las luces de las aceras cruza-
ban la calle para bañar el muro, marea
luminosa que contrastaban las olas invi-
sibles al otro lado: luces dondequiera,
en las calles y en las aceras, sobre los te-
chos, dando un brillo satinado, una pá-
tina luminosa a las cosas más nimias,
haciéndolas relevantes, concediéndoles
una importancia teatral o destacando un
palacio que por el día se revelaría como
un edificio feo y vulgar. De día las an-
chas avenidas ofrecían una perspectiva
ilimitada, el sol menos intenso que en el
pueblo: allá rebotaba su luz contra la ar-
cilla blanca de las calles, haciéndolas
implacables, aquí estaba el asfalto, el pa-
vimento negro para absorber el mismo
sol, el resplandor atenuado además por
la sombra de los altos edificios y el aire
que soplaba del mar, producido por la
cercana corriente del Golfo, refrescaba
el verano tropical y luego crearía una
ilusión de invierno imposible en el pue-
blo: ese paisaje habanero libre solamen-
te compensaba la estrechez de vivir en un
cuarto, cuando en el pueblo, aun en los
tiempos más pobres, vivimos siempre
en una casa. Esa puerta siempre cerrada
(mi madre no había aprendido todavía
el arte de utilizar la cortina como parti-
ción) me, nos forzaba hacia el balcón, la
única abertura libre, aunque sirvió tam-
bién de sitio de terror, pues mi madre
había continuado su costumbre, tan vie-
ja como yo podía recordar, de lograr el
clímax de una discusión doméstica cual-
quiera (el que mi hermano hubiera tiz-
nado accidentalmente sus pantalones
blancos, por ejemplo) con la amenaza de
suicidarse, esta vez concretada en una
acción: “¡Me tiro por el balcón y acabo
ya de una vez!” Pero no es de la vida ne-
gativa que quiero escribir (aunque in-
troducirá su metafísica en mi felicidad
más de una vez) sino de la poca vida po-
sitiva que contuvieron esos años de mi
adolescencia, comenzada con el ascenso
de una escalera de mármol impoluto, de
arquitectura en voluta y baranda barroca.
De la Arcadia a la ciudad
� R. H. Moreno-Durán
�� El siguiente texto es parte deun capítulo del libro De la barbarie ala imaginación. La experiencia leída,
publicado este año por el FCE en lacolección Tierra Firme.
LOS MITOS DE LA OLIGARQUÍA
¿Pero qué es lo que deno-
minamos Arcadia? La
Arcadia no es más que
el desaliñado espíritu
conservador, monolítico y exclusivista
que la retardataria oligarquía latinoa-
mericana ha hecho subsistir, e impone
aún como memoria sobre los centros ur-
banos en los que se atrinchera: la Arcadia
cobra sentido con su visión hacia el pasado
y con su profunda convicción feudal. La
Arcadia, en casi todos los países latinoa-
mericanos, no es más que una particular
hipocresía elevada a rango de fasto por
los que se benefician con los instrumentos
y prerrogativas del Poder, a cuyo ampa-
ro, y mediante este tipo de artificios,
manipula impunemente la conciencia
social a nombre de una historia carnava-
lesca que, tal vez por ironía de la mis-
ma historia, revierte en la aceptación
de la falacia como si la gran mentira
nacional se convirtiera en verdad in-
cuestionable aun para aquellos que for-
jaron la farsa. Y sólo porque la Arcadia
es pasado nos remitimos retrospectiva-
mente a la época colonial, génesis del or-
gullo burgués latinoamericano. Sin em-
bargo, la historia de esta pretensión es
mucho más remota y compleja y puede
advertirse en los dos polos de la con-
ciencia urbana de América, desde el
fuerte Navidad y la Isabela hasta Brasi-
lia misma. La ciudad como ideología se
impuso incluso desde antes del Descu-
brimiento, y los primeros europeos que
pusieron sus pies en el Nuevo Mundo
instalaron en él una cartografía defini-
da, ya sancionada por varios siglos de
convivencia y orden político. En la Edad
Media europea, tal como nos recuerda
José Luis Romero en su libro Latinoamé-rica: las ciudades y las ideas, “la ciudad fue
no sólo la forma de vida adoptada por
las nuevas sociedades que se consti-
tuían, sino que demostró ser el más activo
instrumento de cambio del sistema de
relaciones económicas y sociales”.
No fue por ello casual que España
se empeñara en prolongar las fronte-
ras de su Imperio merced a una densa
red de ciudades y que en la mayoría de
los casos la fundación estuviera signada
por un rito: el conquistador se inclinaba
y arrancaba un puñado de hierba, luego
daba con su espada tres golpes sobre el
suelo y, por último, retaba a duelo a
quien osara oponerse al acto de funda-
ción. Y tras el acto, el acta: la ceremonia,
registrada por el escribano, ante la espa-
da del fundador y la cruz del monje,
quedaba así concluida. Tal fue la histo-
ria de la ciudad en América, y lo que
vino luego no fue más que la periodi-
zación de sus formas: la ciudad-fuerte,
la ciudad-frontera, la ciudad-avanza-
da, la ciudad-emporio. Como recuerda
Romero, el fundador se arrogaba los
privilegios del demiurgo: “Fundaba
sobre la nada. Sobre una naturaleza
que se desconocía, sobre una socie-
dad que se aniquilaba, sobre una cul-
tura que se daba por inexistente. La ciu-
dad era un reducto europeo en medio
de la nada”.
El Imperio se extendió, pues, desde
el norte de América hasta la Patagonia,
y el castellano devino red parlante, ve-
hículo eficaz de diligencias administra-
tivas, fervor evangelizador y, sobre to-
do, patente de precursoras vanidades.
Las Arcadias —Romero las llama “Ciu-
dades Hidalgas de Indias”— comienzan
a cobrar forma, y todo un sistema de va-
lores, reales o ficticios, se impone. La
ciudad ya es un innegable centro de po-
der administrativo y político y al ampa-
LA GACETA7
sal para lograr la recupera-
ción de la cultura y el recha-
zo del olvido para todos”.
De Fuentes hemos publica-
do este año Machado de La
Mancha (Tezontle), y de Geor-
ge Steiner acaba de salir a
librerías Sobre la dificultad
y otros ensayos (Breviarios).
��Enhorabuena también para
Eduardo Lizalde por haber
sido merecedor del Premio
Iberoamericano de Poesía
Ramón López Velarde que
otorga el Instituto Zacateca-
no de Cultura en el marco de
las Jornadas Lopezvelardea-
nas 2002. De Lizalde, también
Premio Nacional 1988, hemos
publicado en Letras Mexica-
nas su obra poética de 1949
a 1991, bajo el título de Nue-
va memoria del tigre, así co-
mo los dos tomos de Table-
ro de divagaciones, que
reúne su obra ensayística y
periodística.
��Cuatro mil millones de pe-
sos serán destinados a po-
ner en marcha el programa
Hacia un País de Lectores.
El plan incluye un donativo
de 30 millones por parte de
Bill Gates para equipar 1 200
bibliotecas con computado-
ro de sus claustros o tertulias las ideas
se afianzan, tímidamente se refutan o se
difunden con la bendición del nihil obs-tat. La crónica cede poco a poco su terre-
no a la épica y la primera literatura ame-
ricana se regocija, entre la divinidad y la
sátira, con el fasto barroco. La Arcadia
se barroquiza con boato al punto de
crear una “subsociedad” que asume dis-
tancias ante los otros sectores de la urbe,
menestrales, pobres, aborígenes. Esa
“subsociedad” es lo que Rama denomi-
na “ciudad letrada”: un ente invisible
dentro de la ciudad empírica o, en los
términos de Rodó, una minoría arielista
ante la ciudad total. Según afirma Rama
en su libro La ciudad letrada, las jóvenes
ciudades latinoamericanas en sus es-
tratos cultos están caracterizadas por
“la articulación letrada que rodea al Po-
der, manejando los lenguajes simbólicos
en directa subordinación con las metró-
polis”.
¿No es esto una magnificación de
los roles iniciales, individuales, ya deli-
neados en La tempestad, de Shakespea-
re, entronizados por Rodó como ejes
esenciales de la cultura latinoamerica-
na? ¿Acaso una “ciudad letrada” no es
una magnificación del papel de Ariel, en
“subordinación” con las metrópolis, va-
le decir, los inevitables Prósperos?
Siempre hubo una doble dimensión de
la ciudad:
La ciudad bastión, la ciudad puerto,
la ciudad pionera de las fronteras
civilizadoras, pero sobre todo la
ciudad sede administrativa que fue
la que fijó la norma de la ciudad ba-
rroca, constituyeron la parte mate-
rial, visible y sensible, del orden co-
lonizador, dentro de las cuales se
encuadraba la vida de la comuni-
dad. Pero dentro de ellas siempre
hubo otra ciudad, no menos amura-
llada sino más agresiva y redento-
rista, que la rigió y la condujo. Es lo
que creo debemos llamar la ciudad
letrada, porque su acción se cum-
plió en el prioritario orden de los
signos y porque su implícita cali-
dad sacerdotal contribuyó a dotar-
los de un aspecto sagrado, liberán-
dolos de cualquier servidumbre con
las circunstancias.
Esta larga cita de La ciudad letrada es
inevitable y comprensiblemente com-
plementaria de las ideas de Romero, o si
no, basta comprobar la fidelidad de su
esquema, evidente en el primer párrafo,
con la diversa gama de ciudades que el
investigador argentino rotula, así como
las ideas que ambos esgrimen y que se
debaten desde la Colonia hasta la Inde-
pendencia, amén del caudillismo y su
injerencia en la urbe —el conocido te-
mor de Sarmiento y los positivistas—,
sin olvidar el escenario de las primeras
tentativas bursátiles y de la revolución
universitaria, e incluso el esquema urba-
nístico del barón de Haussmann, aplica-
do a las ciudades americanas. De cual-
quier forma, la periodización de Romero
no sólo es inevitable sino lógica: basta
recordar cómo un libro poco citado pero
extraordinario en su calidad anecdótica
LA GACETA8
y estilística —Misteriosa Buenos Aires, de
Manuel Mujica Láinez— ilustra gráfica-
mente cada uno de esos periodos y enri-
quece, cuando no sustenta, las ideas de
los historiadores. Sin embargo, vale
mencionar antes que el libro de Mujica
Láinez otro de Miguel Ángel Asturias,
en el que la ciudad ocupa un lugar pri-
mordial sobre todo a la luz de la urbe
precolombina y las primeras instalacio-
nes hispanas.
UNIVERSÓPOLIS
La utopía urbana a la que apunta La ra-za cósmica, de Vasconcelos, se llama
“Universópolis”. Dicha utopía está pre-
sente, de alguna forma, en la unidad ar-
quitectónica que recrea buena parte de
Leyendas de Guatemala, de Asturias, y
donde la ciudad última no es más que la
memoria de una larga estirpe de ciuda-
des: la cartografía deviene cronología de
una misma obsesión: la ciudad en cuyo
origen alterna la leyenda con la reali-
dad. Primero está la ciudad construida
sobre una pirámide de ciudades ente-
rradas junto a la Rosca de San Blas, y
después, sucediéndose en la geografía
del tiempo y del trópico, Palenque y los
tres días de juego de las princesas sobre
las terrazas del sol; a continuación, Co-
pán, donde el rey enamorado pasea sus
venados de piel de plata por los jardines
de Palacio, aquejado de la enfermedad
del sol; viene luego Quiriguá, cuya fas-
tuosa arquitectura es testigo de eleva-
dos ritos y donde al amparo del sopor
del trópico los lagartos duermen sobre
las hembras vírgenes; lugar especial me-
rece Tikal, ciudad deshabitada, abando-
nada por 300 guerreros que con los suyos
se alejaron cantando: ciudades todas, en
fin, recorridas por una logia de maes-
tros-magos de quienes aprenden con sin
par dedicación la fabricación de los teji-
dos y el valor del Cero. La leyenda pro-
tege también a las ciudades ancestrales
—Xibalbá, Tulán, Ixmiche, Utatlán y
Atitlán— antes de ceder su paso a la his-
toria en la que la urbe hispana cobra sus
primeros créditos: calles en las que re-
suenan las voces de clérigos mascullan-
do avemarías y latines y capitanes que
disputan poniendo a Dios por testigo,
así como ruido de espuelas castellanas y
de algún reloj alerta. En Antigua, la se-
gunda ciudad de los conquistadores, es
tan profusa la sucesión de iglesias “que
se siente la necesidad de pecar”. Astu-
rias, en otro libro suyo, El espejo de LidaSal, a la vez que hace el homenaje a una
ciudad como Tikal, joya de los mayas,
fustiga a la ciudad de los conquistado-
res: “Pobre España. Se llevó el vacío
convertido en oro y dejó una tradición
de sangre, saber y sentir que floreció en
cruces y espadones sobre ciudades tan
antiguas como ésta de Antigua Guate-
mala, cacofónica y medrosa”. Y como si
tuviera que recordar que la heráldica no
es exclusiva del vencedor, Asturias evo-
ca la etimología de Guatemala, la ciu-
dad que le dio nombre al país: Quacte-mallan: el águila cautiva que el guerrero
de la región exhibe en sus armas, el sím-
bolo de su escudo y de su causa.
Y es ya la ciudad hispana la que en el
otro extremo del continente, asediada
por los nativos y el hambre, recoge Mu-
jica Láinez en Misteriosa Buenos Aires.Una treintena de relatos, que temporal-
mente se inician en 1536 y culminan en
1904, hacen de la ciudad del Plata el tea-
tro de un discurso ficticio en el que na-
da falta: el cerco de los indios, la prime-
ra fundación de la rústica ciudad y ese
orgullo que sustenta el falso pedigrí de
los fundadores, como lo pone de mani-
fiesto Baitos en el primer cuento, “El
hambre”: “España no envió a las Indias
armada con tanta hidalguía como la que
fondeó en el Río de la Plata. Todos se las
daban de duques...” A continuación se su-
ceden algunas anécdotas representativas,
como la que recrea “La enamorada del
pequeño dragón”: tras la segunda fun-
dación de Buenos Aires, los ataques de
los charrúas se suceden, y un inglés, so-
brino de Drake, busca refugio en la ciu-
dad. El tío de su novia lo apresa y lo en-
trega al Tribunal del Santo Oficio, en
una anécdota que nos remite a la nove-
la La novia del hereje, en la que el narra-
dor y ensayista argentino Vicente Fidel
López reconstruye la Lima virreinal y el
orbe cerrado de la sociedad de ese tiempo.
Como en la novela de López, la criolla
de Mujica Láinez es la novia del hereje y
la Inquisición su máxima amenaza. En
“El libro” se plantea el cruel panorama
de la cultura y la difícil difusión de
ideas durante la Colonia: cómo el pro-
pio Quijote es materia de peligroso con-
trabando en las Indias y cómo se violan
esas prohibiciones. No faltan los mila-
gros ni las historias extraordinarias,
que tanta carrera hicieron durante el lar-
go periodo colonial, ni los crímenes pa-
sionales, tan devotamente recogidos por
autores como Juan Rodríguez Freyle en
El carnero, y así se advierte en cuentos
como “Los pelícanos de plata” y “El es-
pejo desordenado”. En el primero, el
adulterio de una dama precipita la
muerte del marido y la huida con su
amante, y en el segundo, otro adulterio
es revelado gracias a un espejo mágico,
variante de lo que en El carnero refleja el
agua de la bruja Juana García: el espejo,
el agua, son instancias de una verdad
que pone sobre aviso al cónyuge enga-
ñado. No faltan tampoco los héroes
locales, como el protagonista de “Cre-
púsculo”, que no sólo ha vencido a los
indios calchaquíes, sino que también ha
buscado la Ciudad Perdida de los Césa-
res y añora ahora, en el “crepúsculo” de
su vida, sus conquistas eróticas. ¿No es
éste un magnífico prolegómeno de lo
que años después hará Antonio di Bene-
detto con don Diego de Zama, protago-
nista de la novela homónima?
Las modas, las nuevas tendencias
sociales, los tics y las poses, todo esto
aflora lentamente en el libro de Mujica
Láinez, con una fidelidad próxima al
documento y que, sin embargo, no
despoja al texto de su intención ficti-
cia. La esclavitud, la peste, las injus-
ticias de la administración, todo apun-
ta a épocas menos sumisas, apoyadas
en las ideas de la Ilustración. Tras la In-
dependencia, la figura del dictador Ro-
sas —la gran obsesión política de Sar-
miento y los emigrados— aparece como
fondo de “El vagamundo”. Con “El sa-
lón dorado” —en plena Belle Époque—
culmina esta peculiar visión de Buenos
Aires, iniciada en los días tempranos de
la urbe, entre conquistadores e indios, y
que se extiende hasta la última imagen
de falsa hidalguía que agoniza entre ar-
tesanos y sastres, la historia gráfica de
una ciudad que en muchos aspectos es
paradigma de las otras urbes del conti-
nente. El proceso que va de la ciudad hi-
dalga a la ciudad criolla y la ciudad pa-
tricia, termina en Mujica Láinez en la
ciudad burguesa. La urbe contemporá-
nea riñe un poco con su estética y así se
advierte en la novela De milagros y demelancolías, donde se “funda” de nuevo
la historia patria en un texto cronológi-
camente gemelo a Misteriosa Buenos Ai-res, apoyado también en un cuadro de
LA GACETA9
ras e internet, un nuevo edi-
ficio para la Biblioteca Méxi-
co y la creación de salas de
lectura, librerías y bibliote-
cas municipales y escola-
res, entre otras acciones.
Esperamos que este esfuer-
zo ayude a revertir las tris-
tes estadísticas que sitúan
a nuestro país entre los me-
nos lectores del mundo.
��Recibimos los dos últimos
libros de nuestro amigo
Juan Manuel Roca: Las pla-
gas secretas y otros cuen-
tos y Ciudadano de la no-
che. El primero, editado por
la Universidad de Antioquia,
fue merecedor del Premio
Nacional de Cuento, y el se-
gundo es una reedición del
poemario de 1989, publica-
do por Estoraques en Bogo-
tá. Al final de este último
Óscar Collazos dice que la
de Roca es “una poesía que
ha establecido un vínculo
cada vez mayor con sus lec-
tores en un país donde la
poesía es ceremonia de ini-
ciados y ‘aroma espiritual’
para quienes —otra parado-
ja— ya nada entienden del
espíritu. He visto sorprendi-
do a jóvenes que llevan en
las manos un libro de Roca.
He leído citas de sus poe-
mas en los muros públicos.
He asistido por fortuna a
esa rara comunión creada
entre el poeta y su público”.
periodizaciones. Sin embargo, la mirada
lúcida de Henríquez Ureña nos ha pues-
to sobre aviso del riesgo de esquemas
que nada tienen que ver con nuestra his-
toria, habida cuenta que periodos clási-
cos como Edad Media, Renacimiento e
incluso Época Moderna son consustan-
ciales al proceso europeo pero inexisten-
tes en nuestra experiencia. A tenor de lo
que afirma en sus Corrientes literarias enla América hispánica, ni siquiera es posi-
ble hablar de “literatura colonial” sino
de un extenso periodo que, a falta de
Medievo y Renacimiento, cubre el lapso
comprendido entre 1492 y 1600, esto es,
entre el Descubrimiento y el afianza-
miento del aparato administrativo de la
Colonia. Por otra parte, las característi-
cas intelectuales de la Colonia america-
na impiden incluir tal periodo en el de
la modernidad, de la que cronológica-
mente es contemporánea. Tras ese pri-
mer periodo, Henríquez Ureña traza
otros cuatro: a) los dos siglos de la socie-
dad colonial propiamente dicha; b) la
época del estallido independentista; c)
el periodo de la consolidación republi-
cana; y d) el que, tras el modernismo, se
extiende hasta el presente.
Arcadia, Ciudad Hidalga o Ciudad
Letrada, la urbe colonial es ya un esce-
nario con todas sus fuerzas en tensión,
un tablero vivo que registra los movi-
mientos de las piezas, el ajedrez huma-
no y social que la imaginación y la in-
teligencia de sus fundadores gestaron
durante la larga noche en que América
fue la más preciada de sus utopías. El
panorama que bulle en el marco urba-
no queda patente en un soneto del
poeta andaluz Mateo Rosas de Oquen-
do, citado por Romero, y que ofrece
una visión muy particular sobre la Li-
ma de finales del siglo XVI y deja casi
sin oficio la reconstrucción de los in-
vestigadores:
Un visorrey con treinta alabarderos;
por fanegas medidos los letrados;
clérigos ordenantes y ordenados;
vagamundos, pelones caballeros.
Jugadores sin número y coimeros;
mercaderes del aire levantados;
alguaciles, ladrones muy cursados;
las esquinas tomadas de pulperos.
Poetas mil de escaso entendimiento;
cortesanas de honra a lo borrado;
de cucos y cuquillos más de un
cuento.
De rábanos y coles lleno el bato,
el sol turbado, pardo el nacimiento;
aquesta es Lima y su ordinario trato.
¿Cómo no captar en este soneto la
misma preocupación satírica que se ad-
vierte en un soneto atribuido al conde
de Villamediana y que tiene a Córdoba
como objeto de sus ataques, no menos
cáusticos y divertidos?
Gran plaza, angostas calles, muchos
callos;
obispo rico, pobres mercaderes;
buenos caballos para ser mujeres,
buenas mujeres para ser caballos.
Casas sin talla, hombres como tallos;
aposentos colgados de alfileres;
Baco descolorido, flaca Ceres;
muchos Judas y Pedros, pocos
gallos.
LA GACETA10
Agujas y alfileres infinitos;
una puente que no hay quien la
repare;
un vulgo necio, un Góngora discreto;
Un san Pablo entre muchos
sambenitos:
esto en Córdoba hallé; quien más
hallare,
póngaselo por cola a este soneto.
El poeta santafereño Hernando Do-
mínguez Camargo, fiel a Góngora has-
ta en el sueño, encontró en Guatavita
motivo de regocijo, y en el soneto de ri-
gor parece complementar lo que afila-
ban los de Rosas de Oquendo y el de
Villamediana:
Una iglesia con talle de mezquita,
lagarto fabricado de terrones,
un linaje fecundo de Garzones
que al mundo, al diablo y a la carne
ahíta.
Un mentir a lo pulpo, sin pepita,
un médico que cura sabañones,
un capitán jurista y sin calzones;
una trapaza convertida en dita.
El Argel de ganados forasteros,
fustes lampiños, botas en verano;
de un ¿cómo estáis?, menudos
aguaceros.
Nuevas corriendo, embustes de
Zambrano,
gente zurda de espuelas y de
guantes,
aquesto es Guatavita, caminantes.
La burla es total y además premoni-
toria: Guatavita no sólo es una aldea
chibcha signada por la leyenda misma
de El Dorado, sino también, como lo re-
fleja el poema, una urbe plenamente his-
pánica durante la Colonia. Esa Guatavita
ya no existe: como en la leyenda chib-
cha, fue sacrificada a las aguas de la la-
guna donde tantos tesoros reposan. En
su lugar, los restauradores —esa plaga
contra la que se levantaba Henríquez
Ureña— erigieron uno de los más bo-
chornosos monumentos al kitsch: el cal-
co de un pueblo colonial que más de 300
años después le da sentido a la burla del
poeta.
En todos los poemas citados, sean los
de la urbe metropolitana o los de Lima y
�
Guatavita, aparece no sólo la disposi-
ción arquitectónica sino también el apa-
rato político administrativo, la jerarquía
eclesiástica, prebendados, hidalgos, ha-
raganes de la fama, cortesanas y mujer-
zuelas, capitanes que pleitean. El comer-
cio y el tráfico de ideas, la vida social
agitada, uno que otro escándalo filtrado
en los tres sonetos rubrican ese clima
que, precisamente, es lo que le da valor
a la prosa irreverente de El carnero, me-
moria de una urbe colonial que muy po-
cos autores consiguieron plasmar para
goce de la posteridad, y rabia y descré-
dito de sus contemporáneos.
Pero, a pesar de todo lo dicho, ¿qué
es entonces lo que ha mantenido viva
durante tanto tiempo la nostalgia de la
Colonia? Mariátegui, cuyo sentido crí-
tico ha viviseccionado en reiteradas
ocasiones la devoción colonial de la lite-
ratura peruana, abordó el problema a
través del reconocimiento del feudalis-
mo local, tal como lo advierte en sus Sie-te ensayos de interpretación de la realidadperuana: “La autoridad de la casta feudal
reposaba en parte sobre el prestigio
del virreinato. Los mediocres literatos de
una república que se sentía heredera
de la Conquista no podían hacer otra co-
sa que trabajar por el lustre y brillo de los
blasones virreinales...” Y a pesar del
cambio histórico del continente, la nos-
talgia arcádica revistió visos supérstites,
difíciles de erradicar, tal como lo confir-
man la clase en el Poder y sus intelec-
tuales afines:
Sabemos que en el Perú la aristo-
cracia colonial se transformó en
burguesía republicana. El antiguo
“encomendero” remplazó formal-
mente sus principios feudales y
aristocráticos por los principios de-
moburgueses de la revolución li-
bertadora. Este sencillo cambio le
permitió conservar sus privilegios
de “encomendero” y latifundista.
Por esta metamorfosis, así como no
tuvimos bajo el Virreinato una au-
téntica aristocracia, no tuvimos
tampoco bajo la República una au-
téntica burguesía.
¿No es esto lo que, ya en el marco de
la ciudad criolla, pone de presente la
conformación de un nuevo tipo social, el
adalid de la causa local contra los exce-
sos del orden metropolitano?
Qué extraños somos.Siempre ciudades defendidas.Bien defendidas siempre.Ciudades extranjerasde habitantes nativos. Heridas por el cólera antiguo,las pestes venideras.
Al asalto perpetuo preparadoscon el aceite hirviendo en las murallaso las escalas puestas para el abordaje.
Ciudades desterradas hacia su corazón.Ciudades con la ciudad por cárcel.
Las torres enemigas, las almenas mordientes.Páramos de carne.Ciudades solas, no conquistadas nunca.
• Este poema ha sido tomado de Nueva memoria del tigre (poesía
1949-1991), FCE, 2000, Letras Mexicanas.
Ciudades
� Eduardo Lizalde
LA GACETA11
• Poema tomado de Drama en gente, selección, traducción y pró-logo de Francisco Cervantes (FCE, 2000, colección Tierra Firme).
Lisbon Revisited (1926)
� Fernando Pessoa
Traducción de Francisco Cervantes
Nada me une a nada.Quiero cincuenta cosas al mismo tiempo.Con la angustia de quien tiene hambre de carne ansíono sé bien qué:definidamente por lo indefinido…Duermo inquieto, y vivo soñando inquietode quien duerme inquieto, soñando a medias.
Me cerraron todas las puertas abstractas y necesarias.Corrieron las cortinas de todas las hipótesis que
podría ver en la calle.En el callejón que encontré no existe el número que
me dieron,
desperté en la misma vida en la que me había dormido.
Hasta mis ejércitos soñados fueron derrotados. Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados.Hasta la vida sólo deseada me fastidia, aun esa vida…
Comprendo en intervalos no conectados;escribo en lapsos de cansancio;y es el tedio aun del tedio lo que me arroja a la playa.
No sé cuál destino o futuro corresponde a mi angustiasin timón;
no sé cuáles islas del Sur me esperan náufrago; o qué palmas de literatura me darán un verso al
menos.
No, no sé esto, ni otra cosa, ni cosa alguna…Y, en el fondo del espíritu, donde estoy soñando lo
que soñé,en los últimos campos del alma, donde recuerdo sin
razón(y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas), en los caminos y recodos de las selvas distantes donde supuse mi ser, huyen desmantelados, los últimos restos de la ilusión final,mis ejércitos soñados, derrotados sin haber existido,mis cohortes aún por existir, deshechas por Dios.
Otra vez te vuelvo a ver,ciudad de mi infancia, angustiosamente perdida…Ciudad alegre y triste, otra vez te sueño aquí…¿Yo? Pero, ¿soy yo el mismo que aquí vivió, y aquí
regresó,
LA GA1
y aquí volvió a regresar, a regresar?¿Y aquí de nuevo volvió a regresar?¿O somos, todos los Yo que aquí estuvieron y
estamos,una serie de cuentas-seres ensartadas en un hilo
de la memoria,una serie de sueños míos por alguien que se
encuentra fuera de mí?
Otra vez te vuelvo a ver,con el corazón más lejano, y el alma menos mía.
Otra vez te vuelvo a ver —Lisboa, Tajo y todo—, transeúnte inútil de ti y de mí,tan extranjero aquí como en todas partes,tan casual en la vida como en el alma,fantasma errante por los salones del recuerdo,con los ruidos de las ratas y de las maderas que
rechinanen el maldito castillo del tener que vivir…Otra vez te vuelvo a ver,sombra que pasas a través de sombras, y brillasun momento ante una luz fúnebre desconocida,y entras en la noche como estela de barco que se
pierdeen el agua que dejamos de oír…
Otra vez te vuelvo a ver,pero, ¡ay, a mí mismo no vuelvo a verme!Se rompió el espejo mágico en el que volvía a verme
igual, y en cada fatídico fragmento sólo veo un fragmento
de mí, ¡un fragmento de ti y de mí!...
CETA2
Otro viaje sentimental
� Laurence Sterne
�� Las páginas que ofrecemos acontinuación pertenecen al libro
Viaje sentimental por Francia e Italia(traducción de Alfonso Reyes),
reeditado recientemente pornuestra casa editorial en su
Colección Popular.
Cuando un hombre está dis-
gustado de sí mismo, tiene,
por lo menos, una ventaja, y
es el encontrarse en exce-
lente disposición para hacer una buena
compra. Ahora bien; como no es posible
viajar por Francia e Italia sin un coche, y
la naturaleza nos acerca generalmente a
lo que nos conviene, salí al patio para
comprar o arrendar alguno de los que
por allí había. Al primer vistazo, me lla-
mó la atención una vieja Désobligeante,1
que estaba arrinconada en el patio. Ins-
taléme en ella, y, encontrándola en una to-
lerable armonía con mi estado de ánimo,
dije al criado que llamara a monsieur Des-
sein, el hostelero. Pero monsieur Dessein
se había ido a las vísperas, y yo, por evi-
tar la mirada del franciscano que estaba
al otro lado del patio en conferencia con
una dama recién llegada, bajé la cortini-
lla de tafetán y, dispuesto a redactar mi
diario de viaje, saqué pluma y tinta, y
escribí dentro de la Désobligeante este
prefacio.
PREFACIO
EN LA “DÉSOBLIGEANTE”
Más de un filósofo peripatético podrá
haber advertido que la naturaleza es-
tablece, de su propia e indiscutible
autoridad, ciertos límites y vallados pa-
ra circunscribir el disgusto humano, y
ha ejecutado su plan de la manera más
sencilla, imponiendo al hombre la obli-
gación, casi insuperable, de procurarse
el sustento y de aguantar los reveses de
la fortuna dentro de su patria. Sólo allí
proporciona la naturaleza al hombre
aquellos objetos acomodados a compar-
tir su felicidad o a ayudarle con el peso
de esa desgracia que, en todos los tiem-
pos y lugares, ha parecido excesiva para
un par de brazos. Verdad es que tam-
bién estamos dotados de cierta facultad
restringida que nos permite expandir
nuestra felicidad más allá de sus límites.
Pero el desconocimiento de las lenguas,
la falta de relaciones y dependencias, la
diversidad de la educación, hábitos y
costumbres, a tal punto nos impiden co-
municar nuestras sensaciones fuera de
nuestro mundo habitual, que a veces
aquel don queda reducido a la más com-
pleta impotencia.
De aquí que, invariablemente, la
balanza del comercio sentimental sea
contraria al aventurero expatriado:
tiene éste que comprar lo que no le ha-
ce mucha falta al precio que le impo-
nen; pocas veces se aceptará su con-
versación a cambio de la de los demás,
sin un descuento considerable; lo cual,
LA GACETA13
obligándole a buscar siempre corredo-
res más equitativos para la pobre con-
versación de que dispone —ya se com-
prenderá, sin ser adivino, las molestias
que le procura—.
Esto me lleva a mi asunto principal,
y me invita naturalmente a escribir (si es
que el balanceo de la Désobligeante me lo
permite) sobre las causas eficientes y las
causas finales del viajar.
Toda esa gente ociosa que abandona
su país natal por el extranjero tiene su
razón o razones, las cuales derivan de
una de estas causas generales:
enfermedad del cuerpo,
imbecilidad de la mente, o
necesidad inevitable.
Las dos primeras clases comprenden
a todos los que viajan por mar y tierra,
sea por orgullo, curiosidad, vanidad o
melancolía, subdivididos y combinados
in infinitum.La tercera clase comprende al nume-
roso ejército de los mártires peregrinos,
y más especialmente a los que viajan
prevalidos de su condición clerical; a los
delincuentes, que viajan bajo la direc-
ción de las autoridades, por exhorto del
magistrado, y a los jóvenes trasladados
por la crueldad de sus padres o tutores,
que viajan bajo la dirección de algún
ayo recomendado por las Universida-
des de Oxford, Aberdeen o Glasgow.
Todavía hay una cuarta clase, pero
es tan corta que apenas merecería men-
ción aparte, si la naturaleza de esta obra
no exigiera la mayor exactitud y la ma-
yor claridad para evitar toda confusión
entre los diversos caracteres. Me refiero
a los que cruzan el mar y se establecen
en tierra extraña, con el fin de ahorrar
dinero, por varias razones y bajo pretex-
tos cualesquiera. Pero como podrían
ahorrarse y ahorrar a los demás muchas
molestias inútiles ahorrando su dinero
sin salir de casa, y como sus razones pa-
ra viajar son menos complejas que las de
las otras especies de emigrantes, a éstos
les designaré con este nombre:
Simples viajeros.
De modo que el ciclo completo que-
da reducido a estas secciones:
Viajeros ociosos,
Viajeros curiosos,
Viajeros embusteros,
Viajeros vanidosos,
Viajeros melancólicos.
A continuación vienen los viajeros
de necesidad:
Viajeros felones y delincuentes,
Viajeros inocentes e infortunados,
Simples viajeros.
Y, finalmente, con vuestro permiso:
El viajero sentimental
(o sea yo), de quien ahora voy a daros
cuenta y razón, y que ha viajado por im-
perio de la necesidad y por el besoin devoyager en igual grado que cualquiera
de los incluidos en esta categoría.
Comprendo muy bien, por otra par-
te —puesto que tanto mis viajes como
mis observaciones serán completamente
distintos de los de mis predecesores—,
que bien pude haber exigido una cate-
goría para mí solo. Pero empeñarme en
llamar la atención sobre mi interesante
persona, no teniendo para ello mayores
títulos que la novedad de mi vehículo,
sería incurrir en la categoría de los viaje-
ros vanidosos. Al lector le bastará —si,
como supongo, también ha sido viaje-
ro— el poder, mediante un poco de es-
tudio y reflexión, determinar el lugar
que le conviene en el anterior catálo-
go, lo cual, en todo caso, será un gra-
do más en el camino del propio cono-
cimiento, si es que todavía conserva, a
estas horas, algún tinte o semejanza
de lo que durante sus viajes adquirie-
ra o manifestara.
El hombre que trasplantó la primera
cepa de Borgoña al Cabo de Buena Es-
peranza (y nótese que era holandés)
nunca pensó en beber en el Cabo el mis-
mo vino que la misma cepa produjera
en las colinas de Francia: ¡oh!, era de-
masiado flemático para eso. Pero no ca-
be la menor duda que esperaba poder
paladear algún licor vinoso; si malo o
bueno, si indiferente, él conocía ya el
mundo lo bastante para comprender
que eso no dependía de su voluntad, y que
sólo lo que llamamos el azar decidiría
el resultado. En todo caso, esperaba lo
mejor; y, animado de esta esperanza y
de una presuntuosa confianza en la soli-
dez de su cabeza y en la infabilidad de
su prudencia, Mynheer pudo haber aho-
gado ambas cosas en los deleites de su fla-
mante viñedo y, descubriendo sus desnu-
deces, convertirse en risa del pueblo.
Otro tanto puede acontecer al pobre
viajero que navega o corre las postas a
través de los reinos más civilizados del
mundo en busca de conocimientos y
provechos.
Claro está que una y otra cosa pue-
den adquirirse navegando o corriendo
tierras; pero que los conocimientos re-
sulten útiles y reales los provechos es ya
una suerte de lotería. Y aun cuando
nuestro aventurero tenga éxito, hará
bien en usar de sus ganancias con toda
sobriedad y cautela para sacar verdade-
ro partido. Pero como abundan las pro-
babilidades contrarias, tanto en punto a
la adquisición como en cuanto a la apli-
cación, yo opino que obrará muy sabia-
mente el que pueda dispensarse de co-
nocimientos extranjeros y extranjeros
provechos; y más si vive en un país don-
de ni una ni otra cosa faltan en absoluto.
Que en verdad me causa mucha pena y
mucho tiempo me cuesta el considerar
todos los pasos inútiles que da el viajero
curioso para adquirir puntos de vista y
hacer descubrimiento que, como Sancho
Panza le decía muy bien a Don Quijote,
lo mismo pudiera haber logrado con es-
tarse quieto en su casa.
Vivimos en siglo de tantas luces, que
apenas habrá rincón de Europa cuyos
rayos no se entrecrucen o cambien con
los demás. El saber, en casi todos sus ra-
mos, y en muchos negocios, viene a ser
como la música en las calles de Italia,
LA GACETA14
que aun los que no pagan pueden dis-
frutarla. Pero no hay nación bajo el cielo
—y Dios me es testigo, ante cuyo tribu-
nal habré de comparecer un día para
dar cuenta de esta obra, y lo digo sin os-
tentación—; pero no hay nación bajo el
cielo donde más abunden las erudicio-
nes variadas; donde con más aptitud se
siga la carrera de las ciencias o se con-
quisten más seguramente sus frutos,
que aquí; donde las artes son más prote-
gidas y ofrecen mejor porvenir; donde
la naturaleza, en conjunto, deja tan poco
que desear; y, en suma, donde hay ma-
yor ingenio y variedad de caracteres con
que apacentar el espíritu... ¿Adónde
vais, pues, amados compatriotas?
—Nada más estábamos viendo el co-
che —me contestaron.
—Servidor de ustedes —les dije, sal-
tando fuera y descubriéndome.
—Nos preguntábamos —dijo uno de
ellos, que era, sin duda, un tipo de via-
jero curioso— a qué obedecería el movi-
miento del coche.
—Era —contesté yo con mucha fle-
ma— la agitación del hombre que escri-
be un prefacio.
—En mi vida había oído decir —ob-
servó entonces otro, que era un simple
viajero— que se escribieran prefacios en
una Désobligeante.—Sí; habría resultado mejor en un
vis-à-vis —dije yo.
Y como un inglés no viaja para ver
ingleses, me retiré a mi aposento.
Traducción de Alfonso Reyes
NOTA
1. Coche así llamado en Francia porque
sólo tiene asiento para una persona. [N.
del A.]
Cuatro ciudades
� José Emilio Pacheco
POMPEYA
La tempestad de fuego nos sorprendió en el actode la fornicación.No fuimos muertos por el río de lava.Nos ahogaron los gases. La cenizase convirtió en sudario. Nuestros cuerposcontinuaron unidos en la piedra:petrificado espasmo interminable.
BOGOTÁ
Dura ciudad entre las dos montañas.La nieblahace más real lo que sucede aquí abajo.
SEVILLA
Cómo se ha morenado la bellísimabajo el verano que zozobra amarilloen el río verde, lento bosque de agua.Qué hermosura su piel sombría de sol.La muchacha color de arenase irá muy pronto a brillaren el jardín de los mares.La joven únicahoy está aquí.En el inmenso mañanase perderá para siempre.
VERACRUZ
Desde su orilla me está mirando el mar.Cuentas clarasrinden las olas que al nacer agonizan.
Y el sol vive de ahogarse en su violencia.
LA GACETA15
• Poemas tomados de Tarde o temprano (poemas 1958-2000), FCE, 2000, Letras Mexicanas.
Mi Buenos Aires querida
� León Rozitchner
�� Texto tomado de Mi BuenosAires querida, recientemente
publicado por nuestra filial enArgentina dentro de la Colección
Popular. El volumen incluye también Tres propuestas para el
próximo milenio (y cinco dificultades), de Ricardo Piglia.
¿Teorizar la ciudad, nos
piden? Al pensar la ciu-
dad el círculo del cono-
cimiento distanciado se
cierra: si queremos comprenderla, debe-
mos volver a meternos en ella. Porque la
ciudad es un objeto cuyo contenido in-
cluye, en su ser objeto, a todos los suje-
tos que la constituyen. Lo particular y
lo universal se confunden en nosotros
mismos.
Tenemos que partir de la propia ex-
periencia —lo más subjetivo en lo más
objetivo— para entender algo de lo que
llaman “su esencia”: nosotros somos
aquello sin lo cual la ciudad no sería. Lo
general y la descripción externa es sólo
un punto de partida: más pobre y más
breve, por insignificante. La expresión
más simple y más abarcativa sería, mi-
rando de afuera, considerar a la ciudad
como la unidad de lo múltiple o lo múl-
tiple en lo uno. Pero lo más abstracto
nos dice muy poco. Depende de quién
vea a la ciudad para poder mostrarla.
Sólo al vivirla dibujando su cara, sus
rasgos, añadiendo otros signos en la li-
sura de la ciudad-objeto que la arquitec-
tura dibuja, podremos animarla. Ciu-
dad indiferente la ciudad teórica: por las
historias se torna habitable. Hay que
despertar los fantasmas que duermen
en sus calles.
APROXIMACIONES
No vamos a hablar de la arquitectura
que construye edificios o plazas: el obje-
to del arquitecto aquí no interesa. Sólo
se hace visible cuando la vivimos. Parti-
mos del llano donde los habitantes re-
siden, desde que nacemos hasta que
morimos: “la ciudad en que vivo, pero
en la que no nací y en la que no quiero
morir”, como escribía Martínez Estrada.
Presupuesto negativo para poder hablar
de ella. Amor contrariado el del ciudada-
no que querría amarla y se ve defrauda-
do: amores que matan los de algunas
ciudades. Vive sin haber nacido en ella,
quiere morir fuera de ella: ¿por qué ha-
bitamos entonces en este lugar que no
está en nuestro origen ni lo queremos
para nuestro término? Paradoja y enigma
de la ciudad —elegida y repudiada—
como residencia. También nosotros nos
fuimos a Europa buscando el origen
fuera de la propia, pero volvimos cuan-
do descubrimos que nuestro origen está
en una cualquiera: también en esta Bue-
nos Aires a la cual mis abuelos y mis pa-
dres vinieron, huyendo de Rusia y de
los cosacos, buscando refugio. Ciudad
de inmigrantes.
Un sistema de producción económi-
co y político, como se decía antes, es un
sistema productor de ciudades, pero
también de sujetos, es decir, de hombres
en quienes quedará incorporado el con-
tenido más rico, denso y complejo, que
la abstracción política y racional exclu-
yen. Nuestros “revolucionarios”, para
hacer política, deberían abandonar la
polis antigua que les presta ideas fijas so-
bre su modo de gobierno para transfor-
mar la palabra griega en ciudad porte-
ña. La izquierda, de la que decíamos
antes que no tenía sujeto, podría tam-
bién decirse que no tenía ciudad (co-
mo se dice de alguien que “no tiene ca-
lle”). En la ciudad se pone al desnudo el
poder activo o vencido de sus habitan-
tes. La lucha de clases es lucha de ba-
rrios y casas.
Leonardo da Vinci ya lo sabía. En su
plano-proyecto para Florencia dibujaba
a la ciudad con veredas distintas: una
LA GACETA16
para la plebe y otra para la nobleza. La
nuestra ya no necesita tantas distincio-
nes: cada uno sabe caminar la suya.
PENSEMOS
A nuestra ciudad la pensamos como
una figura humana, antropomórfica, pe-
ro eso no es cierto. La ciudad no es como
el cuerpo del Estado que tiene el monar-
ca, ese que figura en la portada del Le-viatán de Hobbes; allí aparece, dibujado
a pluma, un cuerpo de rey con la Ley y
la Espada, pero un cuerpo hecho de mi-
llones de hombres diminutos que llenan
saciando su forma vacía. La ciudad está
hecha de una materia diferente a la del
cuerpo humano, y sin embargo es antro-
pomorfa de otra manera. Artefacto ex-
traño de relojería que funciona a la hora
ritmando los actos como un corazón ex-
terno que regula el que cada uno lleva
dentro de su pecho.
La ciudad es un invento extraño: es-
tá llena también de hombres, más bien
de uno mismo. Cuerpos sobre cuerpos
que se deshacen y que se suplantan: en
la Reina del Plata sólo quedan restos
mustios de la gran Aldea, signos ilegi-
bles. Cuerpo expandido que, para re-
producirse, consume y devora al cuerpo
que lo había engendrado. Pero su cuer-
po está hecho de casas, palacios, calles y
plazas que los arquitectos levantan tra-
yendo los planos de órganos construi-
dos e inventados en otras regiones y que
nos transplantan. Y cuando hay dinero
la hacen más esbelta.
La ciudad es una máquina que con-
traría al campo verde y se le contrapo-
ne: es una prótesis contranatura que
ya hemos adoptado como cuerpo pro-
pio. La materia múltiple y variada con
que se la construye inventa y encierra
espacios nuevos que se independizan
del cielo estrellado o soleado. Son moles
enormes que aplastan al hombre como
habitantes de una caverna que ellos no
hicieron: un poder sobrehumano se yer-
gue y se impone. En verdad todos, como
Martí decía de los yanquis, residimos en
las entrañas del monstruo. Y no nos da-
mos cuenta, aunque nos devore.
Pero el cuerpo más extenso y más
mersa de nuestra urbe está hecho de ca-
sas levantadas por los constructores y
maestros de obra, ingenieri italianos: las
casas “chorizo” de un país ganadero. O
los pobres remedos de las villas de lata y
cartones. Los arquitectos son los traduc-
tores o más bien quienes transplantan
un mismo discurso de piedra y argama-
sa creados en los centros de la cultura
ajena, y a los que dan vida en tierras ex-
trañas (como las iglesias medievales que
los norteamericanos se llevan piedra a
piedra para darse el lujo de comprarlo
todo: hasta el pasado que pertenece a
otros). La ciudad recrea una historia cu-
ya última entrega se piensa como eter-
na, cuando en realidad lleva el germen
mortífero de su destrucción futura.
SU CUERPO Y EL NUESTRO
Si cambia el cuerpo objetivo de la ciu-
dad visible cambia el cuerpo de nuestra
subjetividad, que se extiende sobre ella
formando una unidad que nada desata.
Cómo repercute la ciudad en el ser más
propio que cambia y se transmuta con
ella: la imagen del cuerpo la construyen la
ciudad y el barrio. Nos interpenetramos,
no nos subsumimos. No nos damos cuen-
ta pero al mismo tiempo ella nos engen-
dra: es como si fuese un organismo vi-
vo que nos alberga pero también nos
ataca. La ciudad paranoica nos persi-
gue, nos transfigura, nos aniquila día a
día, nos enloquece, nos aprisiona en sus
tentáculos: no podemos zafarnos de su
abrazo, convertido en mortal cuando
quiere. Y podemos quererla sólo porque
nos deja estar vivos y, por momentos, li-
bres. La ciudad se nos enrosca como una
boa constrictora y sólo pocas veces nos
protege con una gasa muy fina.
Es lo más objetivo en lo más subjeti-
vo: hay tantas ciudades como hombres,
o más bien la ciudad es la verdadera cu-
na del recién nacido que hemos sido to-
dos. Ciudad natal, le dicen. Ciudad ma-
dre como lo es para el hijo: sangre de su
sangre y huesos de sus huesos, ladrillos
de sus muros. Hay tantas ciudades co-
mo madres que engendran desde su
cuerpo la primera casa. (“La casa de mi
madre, la obra de su industria, cuyos
adobes y tapias pudieran computarse en
varas de lienzo que su mano tejía”, nos
dice Sarmiento en Recuerdos de provincia.Lo aprendí en la escuela, lo sé de memo-
ria, no me lo olvidé nunca.)
Si es ciudad natal pasa entonces co-
mo con la madre: cada uno tiene la ciu-
dad que no se merece. Cuando es bue-
na, porque nos excede, cuando es mala,
porque nos frustra y limita. Ciudad ma-
la y ciudad buena, como los pechos le-
chosos y esquivos que Melanie Klein
describía. La ciudad como horizonte de
la vida más secreta. Pero aparece ino-
cente como lo más visible y no puesto en
duda: todo está a la vista, cantante y so-
nante, y al mismo tiempo es invisible y
muda. Decimos “la ciudad” sabiendo
que es una cosa, pero como toda obra
humana las marcas del hombre la han
convertido en signo. Pero es mucho más
que signo. El signo nos distancia y nos
dice: soy índice de algo que no soy yo
mismo, sino de aquello hacia lo cual
apunto. Aquí la ciudad, la cosa misma,
habla de sí misma y de nosotros: es el
lugar de un sacrificio humano que de-
jó en cada uno sus marcas. Somos per-
sonas, pero nos confundimos con la
cosa como si fuéramos ella: es dura y
es blanda.
EL RETORNO AL HOGAR
Hay lugares íntimos que parecen seguros:
el hogar lo llaman. Por fin estamos so-
los, los demás no existen, ya nadie nos
mira, hacemos el amor o nos hacen la
cama. Hacemos lo que nos da la real ga-
na. Comemos, dormimos, vamos al ba-
ño donde nadie espía. Contamos secre-
tos que otros no sospechan. Vivimos lo
íntimo, lo más escondido, lo más ver-
gonzoso. El hombre aislado puede por
fin decirse la verdad a sí mismo. Esta-
mos en casa.
Pero la casa puede ser violada en
cualquier momento: las violaciones de
domicilio y los secuestros de la dicta-
dura son un destino que siempre ame-
naza. Hay una intemperie en los inte-
riores donde la represión se ha filtrado
abriendo las puertas de nuestras pro-
pias casas. Cada uno al llegar a la suya
hace un raconto interno de sus infraccio-
nes ciudadanas: si puede temer o no que
LA GACETA17
la allanen. La casa está en orden si sus
habitantes obedecen al orden. Ser un de-
saparecido no es una fantasía loca, total
ni nos vemos: vivimos en ella como si
nadie se diera cuenta de que existimos
juntos. La ciudad disuelve al individuo
en sus multitudes: el anonimato res-
guarda. Eso nos consuela.
Pero la ciudad espía, nos sigue los
pasos. Toda ciudad vive en estado de si-
tio. La ciudad sigue llena de tanques de
guerra y de Fords Falcon que como fan-
tasmas circulan por las mismas calles
aunque estén ahora ausentes: de profun-dis sabemos que pueden volver a circu-
lar cuando a ellos les plazca. La ciudad
está curada de espanto. Por eso no tiene
gracia, aunque la embellezcan toda.
¿Quién puede acercarse al río de La Pla-
ta sin recordar oscuramente, aunque no
lo sepamos con clara conciencia, que allí
fueron arrojados con vida cuerpos de
los desaparecidos? (Una amiga mía si-
gue coloreando con su cabellera el color
león del río, y con el verde de sus ojos la
reserva ecológica de la Costanera.) Ya
han desaparecido las imágenes pintadas
de los soldados que apuntaban con sus
armas a los caminantes o a los autos pa-
ra que no se detuvieran frente a los
cuarteles. Los sigo viendo todavía y
dan miedo. La ciudad del campo de
concentración Olimpo donde fui a que
el municipio me certificara la propie-
dad del auto: sus paredes exudaban un
pavor burocrático.
París
� Renato Leduc
Los que una vez sufrimos devastador incendio—ay, adorable amiga refrigerada a cero—y apagamos las flamas por módico estipendiocomo un suntuoso y servicial bombero.
Los que desde el sedeño regazo de la suavepatria, vivimos en París o en Estambuly enderezamos hacia allá la navede un ensueño bizarro, pero azul...
Y por las viejas calles de este París de Franciauna sombra buscamos semejante a la tuya,mientras van las mujeres escurriendo eleganciatal, que Manuel Gutiérrez les gritara: Aleluya...
Los que en el dilatado mundo no encontramossino casas y gentey, cerrando los ojos, retornamosa “un corazón guadalupano” ausente.
Los que sabemos todos los lugares comunes:Don Quijote, ideal; materia, Sancho Panza;y aún no quedamos al encanto inmunes,del vals vienés y la cubana danza.
Los que indagamos cosas que todo el mundo ignora y viendo al sol rojizo sumergirse en el mar,sabemos a qué horala hebilla de tu cinto hará reverberar.
Los que doblado el cabo de la Buena Esperanza,ya no esperamos naday no obstante la turbia lontananza,hacemos del crepúsculo, alborada.
Estas ciudades negras —decimos—, esta lluvia,estas mujeres gruesas... Esto nunca fue mío.La carne que yo amaba no era esta carne rubia,el sol que me alumbraba, no era este sol tan frío.
LA GACETA18
• Tomado de Obra literaria, FCE, 2000, Letras Mexicanas. Prólogo de Carlos Monsiváis; compilación e intro-ducción de Edith Negrín.
Urbanismo en general
� Alfonso Reyes
�� Reproducimos aquí un fragmento del tomo I de Misión
diplomática, coeditado el año pasado por el FCE y la Secretaría
de Relaciones Exteriores en la colección Tezontle. Compilación
y prólogo de Víctor Díaz Arciniega.
I
La ciudad de Buenos Aires,
que tiene un trazado de rigu-
rosa cuadrícula, comenzaba a
ofrecer dos inconvenientes:
uno estético, por la monotonía misma
del trazado que, en ciertos momentos,
producía al recién llegado la impresión
de que todas las calles céntricas eran la
misma calle; otro, porque siendo gene-
ralmente estrechas estas calles céntricas,
el problema del tráfico, dada la activi-
dad febril de la ciudad, parecía realmen-
te insoluble. La Avenida de Mayo, espa-
ciosa para su tiempo, ya era insuficiente;
y sólo excepcionalmente aparecían arte-
rias anchas, como la calle de Córdoba,
en esta zona céntrica de la ciudad. En-
tonces se resolvió aplicar un doble pro-
cedimiento: por una parte, el ensancha-
miento de ciertas calles, como la de Santa
Fe, ya del todo realizado; por otra, la
apertura de nuevas arterias diagonales,
como la espléndida avenida Roque
Sáenz Peña, que también se encuentra
ya acabada. En estos últimos años, los
gobiernos se han preocupado activa-
mente de continuar esta política urbana,
sobre todo bajo la administración del ac-
tual intendente de Buenos Aires, doctor
Mariano de Vedia y Mitre. Así, la anti-
gua calle Corrientes, calle estrecha y
pintoresca, popularizada en los tangos,
y que corresponde a lo que era, en el
viejo Madrid, la calle de Jacometrezo,
que cayó bajo los derrumbes de la Gran
Vía, ha sido ensanchada y rehecha en
breve tiempo, en términos tales que
puede decirse que ha renovado del todo
el aspecto céntrico de la ciudad. En el
cruce de Corrientes y la diagonal Roque
Sáenz Peña, formando una espaciosa
plaza, se alza ahora el gran obelisco en
memoria de los héroes de la Indepen-
dencia, obelisco que, por no ser monolí-
tico como los clásicos, sino hecho de ce-
mento armado a la manera de hoy, ha
merecido algunas censuras y ha desata-
do toda una literatura epigramática se-
mejante a la que, en nuestro país y en
otro siglo, provocaran el traslado y la
inauguración de la estatua de Carlos IV
o, más recientemente, los Caballos de
Querol. Con todo, no puede negarse que
esta región céntrica ha alcanzado ahora
un aire majestuoso. Siguiendo los mis-
mos planes urbanos, se procede actual-
mente y casi con cruel rapidez a la aper-
tura de otra diagonal espaciosísima (120
metros de ancho), la avenida 9 de Julio,
que recorrerá la ciudad de norte a sur.
La Intendencia adelanta sus trabajos con
extraordinaria rapidez, como si hubiera
prisa por acabarlos antes de dejar el go-
bierno que anda en sus postrimerías, en-
tre las quejas de los propietarios expro-
piados, los comercios clausurados y los
vecinos puestos de repente en mitad del
arroyo. El aire tradicional de la ciudad
pronto habrá desaparecido, con lo cual
se perderá poca cosa.
II
Los herederos de las viejas familias adi-
neradas no siempre han resultado capa-
ces de conservar el patrimonio recibido,
de modo que muchas de estas familias,
en la Argentina, venían arrastrando
cierta pobreza dorada, por obra y gra-
cia, entre otras cosas, de los préstamos
del Banco de la Nación que, con un sen-
tido de conservación nacional bastante
característico, parecía empeñado en sal-
var a la crema núcleo de la sociedad
porteña, entre los embates continuos
que para ella significan las olas de inmi-
gración internacional que revientan so-
LA GACETA19
bre estas playas. Con la última gran cri-
sis tal situación llegó a ser extrema. El
actual gobierno ha procedido, bajo la
denominación de expropiaciones por
utilidad pública, a una serie de compras
de los suntuosos palacios que tales fa-
milias poseían, para aplicarlos a la insta-
lación de sus servicios e institutos, cada
vez más multiplicados. El Palacio Un-
zué pronto se convertirá en residencia
presidencial, echándose abajo la tradicio-
nal Casa Rosada donde se aposentaron
tantos años la Presidencia, el Ministerio
de Guerra, el de Relaciones Exteriores y
otras dependencias, de suerte que la
Avenida de Mayo, cerrada por un lado
por la plaza del Congreso, por el otro
acabará en explanada sobre la llamada
“barranca” o bajo el puerto. El Palacio
Anchorena, ahora llamado Palacio San
Martín, y que hospedó la reciente Con-
ferencia Interamericana de la Paz, aloja-
rá al Ministerio de Relaciones, a dos pa-
sos de esta embajada de México. El Palacio
Errázuriz, comprado por unos dos mi-
llones y medio, con todas las riquezas
extraordinarias que contiene, servirá
para la Comisión Nacional de Cultura,
la Academia de Bellas Artes, la Acade-
mia Argentina de Letras y sus bibliote-
cas. La casa de los hermanos Noel (uno
de ellos presidente hasta ahora de la Cá-
mara de Diputados) también ha sido ad-
quirida en calidad de Museo Colonial.
No faltan mal pensados que vean con
extrañeza esta fiebre de demoliciones y
reconstrucciones y este empeño por gas-
tar a toda prisa los remanentes de un
gobierno que está acabando. Algunos
hasta llegan a insistir en la circunstancia
de que todas estas familias llamadas
“expropiadas”, a quienes el Estado está
comprando sus palacios (en que ya no
se podría hacer vida privada, según el
ritmo actual de nuestras existencias ur-
banas, y que eran verdaderos elefantes
blancos), pertenecen todas a la clientela
del abogado don Carlos Saavedra La-
mas, ministro de Relaciones.
Palermo
� Julián Meza
Desde el avión, al aproximar-
se al aeropuerto de Palermo,
Falcone Borsellino (antes lla-
mado Punta Raisi), que está
situado en la base del monte Pellegrino,
se pueden apreciar las oscilaciones en el
color del agua, que va del cobalto a un
azul próximo al del mar Egeo o, vecino
distante, al del mar Caribe.
Ya en tierra el primer contacto con la
isla es al pie de un enorme risco, de una
acerada montaña que de tan desafiante
parece esculpida por perfectas manos
griegas de remotas edades.
Tras el paraíso marítimo está el in-
fierno urbano, presidido por la festiva
barbarie de los conductores de coches,
de autobuses, de motocicletas. Palermo
es un pandemonium vial que, sin pre-
tenderlo, sólo halla su equivalente en el
caos vehicular de Nápoles, y es supera-
do, sin mediar discusión alguna, por el
de la ciudad de México. Ahí siempre se
puede girar a la izquierda cuando está
prohibido; circular en sentido contrario;
es casi una norma no escrita adelantar
por la derecha o ensordecer al viandan-
te con la bocina. El peatón es una extra-
vagancia que expone su imaginaria
existencia a cada ilusorio paso en esqui-
nas huérfanas de semáforos. Nunca vi a
un conductor que llevara puesto el cin-
turón de seguridad. Los palermitanos
no fingen someterse a las reglas que
otros sólo aparentan acatar, o acatan a
regañadientes al adornar su pecho con
un cinturón de seguridad que no abro-
chan. Ignoro las estadísticas de los acci-
dentes de tránsito palermitanos, pero
con toda facilidad podrían ascender a
un par de dígitos cada día. Sin embargo,
puedo equivocarme porque, pese a to-
do, es indiscutible la pericia de los con-
ductores y la habilidad de los osados
transeúntes que arriesgan su piel a cada
milímetro.
Fuera de la circulación vehicular la
vida en la ciudad es otra, y sorprende
gratamente. Yo estaba dispuesto a acep-
tar aullidos humanos como una prolon-
gación del rugido de los motores. Me
equivoqué. Las voces de los palermita-
nos están hechas de sonidos graves de
gente que no grita, sino que habla y, por
lo tanto, escucha, hasta donde me di
cuenta. En establecimientos y calles se
comunican con discreción gustos, nece-
sidades, deseos, ofrecimientos, recla-
mos, cortesías. Los palermitanos son de
una enorme civilidad. En el restaurante
La Casa del Brodo, que parece decorado
para personas solitarias y parejas que de
tan antiguas resultan ultramodernas, un
hombre gordo y sudoroso conversa con
envidiable mesura (no gesticula ni voci-
fera) con otro, sentado dos mesas más
allá, mientras un joven que contempla
carente de asombro su ensalada habla
por el móvil sin que se entienda lo que
dice, y no porque lo haga en siciliano, si-
no porque su voz es apenas un susurro.
El patrón y su mujer dan órdenes a los
camareros casi en silencio, y éstos res-
ponden de la misma manera.
El habitante de la isla es amable,
educado, hecho de maneras hoy casi
inexistentes en otras latitudes. Tanto en
Palermo como en cualquier otra ciudad
de Sicilia cuando el extranjero quiere sa-
LA GACETA20
ber la ubicación de algún sitio no sólo
recibe indicaciones precisas. Varias veces
fuimos acompañados hasta la puerta de
un restaurante por el cual preguntamos,
o el lugar indicado para la restauración
nos fue sugerido con indiscutible acierto.
No podría decir que el siciliano es
muy risueño. No anda por la vida repar-
tiendo carcajadas, pero tampoco es ce-
ñudo. Ríe francamente con los suyos y
esboza una cordial sonrisa al visitante,
aun cuando se trate de un insoportable
turista provisto de cámaras fotográficas,
videos y otras prótesis innecesarias.
Esta ciudad, tan limpia y tan sucia
como cualquier otra urbe del Mediterrá-
neo, o de Europa, fue fundada por los
fenicios en el siglo III antes que iniciase
su reinado la pontificia Roma. La lim-
pieza y la suciedad dependen de los ba-
rrios, al igual que en todo el mundo. La
pulcritud prevalece en las grandes ave-
nidas, casi todas arboladas. En algunas
esquinas, próximas a mercados como el
della Vucciria, se dan cita estrafalarios
marginados y basura, pero no más que
en Roma, en Madrid o en Londres. Bien
visto, hasta se podría pensar que lo su-
cio es el resultado de una estudiada negli-
gencia. La ciudad, llamada Ziz por los fe-
nicios y más tarde Panormos por los
griegos, vive bajo el signo de una bella
indolencia a la que no escapa su museo
arqueológico cuyas piezas dan la im-
presión de languidecer en los patios,
o de haber sido abandonadas en los co-
rredores y en las salas. Prevalece, sin
embargo, el cuidado en monumentos
extraordinarios como la estupenda fa-
chada de la catedral, la iglesia de San
Domenico, el Palazzo Abatellis, donde
está vivo ese espectacular fresco del si-
glo XV que es El triunfo de la muerte, el
oratorio del Rosario di Santa Zita, el Pa-
lazzo dei Normanni y, sobre todo, la Ca-
pella Palatina, que pudimos ver debido
a que Filareti, con cara de angustia, pi-
dió permiso para entrar en los lavabos,
desde donde, casi a ras del suelo, nos
�
pudimos deslizar al recinto, ya cerra-
do al público, gracias a la cortesía de
un hombre que, puesto al tanto de que
estábamos por primera vez en su ciu-
dad, no nos dejó ir sin ver esa joya. La
habríamos visto al final del viaje, pero
su pasión por lo suyo le ganó e impi-
dió que, tal vez, nos fuéramos sin ver
el museo arqueológico y, ¡qué horror!,
la pietra nera.La catedral es una arbitraria y exito-
sa amalgama de estilos que condensan
la secular disputa de los poderes ecle-
siásticos por imponer los símbolos de
sus creencias y, sobre todo, de sus dog-
mas. En sus orígenes fue, como muchas
otras, una basílica paleocristiana (con
toda seguridad levantada sobre algún
monumento precristiano, tal vez etrus-
co, o sículo). Más tarde se convirtió en
mezquita. Lo mejor de ella es el exterior
de los ábsides que se conservan de la es-
tructura normanda del siglo XII y su pór-
tico gótico catalán. Lo menos atractivo
es la cúpula barroca que se añadió a fi-
nales del siglo XVIII, y no porque sea fea,
sino porque reitera de manera aplastan-
te el peso de la lápida inquisitorial cin-
celada por la contrarreforma y sellada
con el ostentoso escudo del Vaticano.
Por oposición a la amalgama cate-
dralicia está la síntesis del arte árabe-
normando representado por la Capella
Palatina que, en un arranque de buen
gusto, hizo edificar Ruggero II en 1132.
En su interior destaca el riquísimo arte-
sonado de madera de factura árabe, pe-
ro el esplendor no se agota ahí. Además
de albergar un estilizado candelabro ro-
mánico de mármol hay una insuperable
presencia de la escuela bizantina en los
muros, la cúpula, los nichos, los arcos, el
ábside y el crucero. Todo el arte bizanti-
no que ya no existe en Santa Sofía ni en
todo Istambul (no Estambul, insisto, se-
ñores académicos), debido a la fanática
acción depredadora de los musulmanes
(hoy convertida en estereotipo del mun-
do árabe por los talibán), parece haber
hallado refugio aquí, como tal vez lo ha-
lló Goethe cerca del museo de las mario-
netas (que no alberga a Pinocchio ni a
Stromboli, sino a un envarado Carlo-
magno y a sus paladines), o, no lejos de
ahí, Raymond Roussel en el Grand Hotel
et des Palmes, donde en 1933 se suicidó
tras haber permanecido encerrado du-
rante 45 días en la habitación 224, que
era quizá la misma donde Renoir pintó
a Wagner cuando éste trabajaba en Par-
sifal, y donde tal vez también se hospedó
Lucky Luciano tras haber sido libera-
do por los norteamericanos para ayu-
darlos en su empresa mafiosa en Sicilia.
No conforme con vestir por comple-
to la iglesia de San Domenico y el orato-
rio del Rosario di Santa Zita, al igual
que en sus metáforas el barroco se repi-
LA GACETA21
te al infinito: está en casi todas las igle-
sias y monasterios, en los edificios pú-
blicos, en fuentes y monumentos, en
los colegios, en las residencias señoria-
les y, por qué no, en la masa cerebral
de los poderosos y de sus modernos la-
cayos, los cuales circulan muy orondos
por sus alamedas.
Ajeno al omnipresente barroco, el
mercado della Vucciria sobrevive en ese
centro de Palermo, que todavía está co-
mo lo dejaron los bombardeos de los
aliados, quienes en 1943 destruyeron un
tercio de sus palazzi. El pintor comunista
Renato Guttuso captó en algunas de sus
obras la esencia de este lugar, donde se
dan cita zeppole y panella, catedrales de
platerescas berenjenas y astilleros de al-
cachofas, parroquianos e intrusos. Su-
puestamente convertido al catolicismo
en los últimos momentos de su vida,
Guttuso fue un hombre de poder, un ti-
po sediento de dinero, al que siempre
justificaba su amigo Moravia. Para
aquél la ideología era menos importante
que el poder, cuya expresión más acaba-
da es el dinero, pero nada de esto le im-
pidió ser un artista que sin razón heredó
al clero su fortuna. Guttuso fue una es-
pecie de Siqueiros, aunque no se le cono-
cen fallidos intentos de asesinato como el
protagonizado por el pintor mexicano
cuando, por órdenes de Stalin, intentó
asesinar a Trotski en Coyoacán.
Como París, como Praga, Palermo
bien vale una misa. Más que en el caso
del desdibujado Nápoles, se le puede
ver y después morir, pero fuera de Pa-
lermo aguardan otras Sicilias, no menos
sorprendentes y entregadas a escuchar
con singular placer a Verdi y a Bellini,
aunque antes es necesario remitirse a al-
gunas formas del ruido capaces de anu-
lar el sentido del oído.
• Texto del libro inédito La piedra negra.
La ciudad
� Constantinos Kavafis
Traducción de Selma Ancira y Francisco Segovia
Dijiste: “Iré a otra tierra, iré a otro mar.
Una ciudad habrá mejor que ésta,
donde el fracaso es siempre mi condena
y está enterrada —como un muerto— mi alma.
Mi espíritu ¿hasta cuándo irá sin esperanza?
Donde vuelvo los ojos, donde poso la vista
sólo veo las negras rüinas de mi vida,
la que por tantos años sólo supe arruinar”.
No hallarás nuevos sitios, no hallarás otro mares.
Irá contigo siempre la ciudad. En los mismos
barrios y por los mismos rincones vagarás.
En ellos te harás viejo. A la misma ciudad
siempre habrás de llegar. No hay barco ni camino
para ti, ni esperanza de llegar a otra tierra.
La vida que arruinaste aquí, en estas aceras,
en todo el mundo la arruinaste.
LA GACETA22
Bruselas
� Claudia Hernández de Valle-Arizpe
Literaria, musical, pictórica, his-
tórica, gastronómica, Bruselas
puede ser recorrida de muchas
maneras y vista, seguramente,
como algo más que la capital administra-
tiva de Europa.
A pesar de su mala fama de no res-
petar el patrimonio urbano a la manera,
digamos, parisina (un error garrafal fue,
por ejemplo, la demolición en los años
sesenta de La Casa del Pueblo, un edifi-
cio soberbio construido por Víctor Hor-
ta en 1899), ha logrado mantener con be-
lleza muchos lugares llenos de historia y
numerosos paisajes donde el tiempo pa-
rece haberse detenido.
Después de Washington es la segun-
da ciudad del mundo con mayor núme-
ro de metros cuadrados de áreas verdes
por habitante. La cruzan bosques y lle-
nan parques, poco concurridos en in-
vierno (a menos que nieve) y disfruta-
dos al máximo durante el verano y los
meses de plenitud casi diabólica del
otoño.
Un vistazo al parque Forest, en el su-
reste de la ciudad, equivale a plantarse
frente a un paisaje de fondo de Brueghel
el viejo, nacido y muerto en Bruselas y
cuya tumba está en la iglesia de La Cha-
pelle, comenzada en el siglo XII y sobre
cuyo patrimonio artístico de marcado
acento español escribieron con especial
admiración, Rodin y Baudelaire.
Toda Bélgica es sus pintores. Sus cie-
los del verano evocan a Magritte y esos
parques de altos castaños y grandes ex-
tensiones de pasto con una línea atrás
de casas que se suceden, estrechas, en
pasos de pichón y chimeneas, parece ha-
ber variado muy poco de un paisaje del
siglo XVI visto por Brueghel, Jordens o
Patinir.
Entre esos espacios está el parque
Egmont, bautizado después con el nom-
bre de Marguerite Yourcenar. El ingreso
al parque parece estar disimulado y es
fácil llegar más bien por casualidad. En
la primera explanada hay versos de la
escritora belga dispuestos en un círculo
y, otros más, como tirados en el piso. Pa-
recen recortes de periódico que alguien
olvidó sobre el cemento. Estilo inglés, si-
lencioso aunque ubicado en pleno cora-
zón de la ciudad, en el parque hay, tam-
bién, una estatua del Príncipe de Ligne,
de quien con frecuencia y siempre con
emoción ha hablado Álvaro Mutis,
cuando recuerda sus años de infancia en
Bruselas.
Noble y erudito, el Príncipe de Ligne
(1735-1814) fue un escritor notable por su
sentido del humor, su refinamiento e
ironía. Su obra está reunida en 34 volú-
menes que recogen libros autobiográfi-
cos, notas de viaje, tratados militares,
novelas y textos sobre teatro. Cosmopo-
lita y escéptico de su tiempo, las Conver-saciones con Jean-Jacques Rousseau son
realmente geniales.
Bruselas viene de bruocsella, una pa-
labra franca que designaba un lugar si-
tuado entre pantanos. Su fundación, co-
mo las de Amsterdam, Brujas o Gante,
está vinculada al esfuerzo descomunal
de quienes decidieron construir a con-
tracorriente. La dureza del clima, esa
agua de más y esa tierra por ganar, los
aluviones y la erosión, no impidieron
las urbanizaciones más extraordinarias.
De Bruselas como ciudad organiza-
da en torno a tres polos de poder: el eco-
nómico en el mercado, el político en el
castillo de Coudenberg y el religioso en
la catedral de San Miguel y Gudula, hay
menciones que se remontan a finales del
siglo X.
Una visita a la catedral quizá resuma
el concepto arquitectónico de “bruxeli-
zación”. Se trata de un término peyora-
tivo que explica el “vandalismo” de
quienes construyeron o permitieron la
construcción, sobre todo a partir de los
cincuenta, de edificios que fueron mo-
dernos, ubicándolos sin ton ni son, igual
al lado de una casa art nouveau del céle-
bre arquitecto Horta que enfrente de
una iglesia del mejor gótico flamígero.
LA GACETA23
San Miguel es una joya. Se comenzó
a construir en 1220 sobre los vestigios de
un templo romano fundado en 1047, pe-
ro no fue terminada sino hasta en tiem-
pos de Carlos V de Gante. Los largos
años de construcción permiten la convi-
vencia de varios góticos: el deambulato-
rio, el primario y el flamígero. Por fuera
y por dentro es bella y está rodeada de
edificios, en su mayoría modernos. De
los portones se desciende, por una esca-
lera bastante alta, a un pequeño jardín.
Para algunos no ortodoxos, el entorno
no la afea, no le impide ni le niega nada
y hasta exalta su belleza. John Dos Pas-
sos decía que el nombre Saints-Michel y
Gudule evocaba el sonido de una cam-
pana y Victor Hugo, durante sus años
de exilio, solía ir con frecuencia a con-
templar sus vitrales.
En sus Escritos íntimos anotó que “los
vitrales de Sainte-Gudule fueron hechos
de una manera casi desconocida en
Francia; verdaderas pinturas, auténticos
cuadros sobre vidrio, con figuras como
de Tiziano y arquitecturas como del Ve-
ronese”.
Bruselas es, como todas las ciudades
belgas importantes, un lugar de patri-
monio histórico; de plazas y de grandes
museos, de palacios y avenidas arbola-
das, pero también un almacén de sutile-
zas. Y más allá de los lugares comunes
con los que se le relaciona: Jacques Brel,
Tin tin, el Atomium, el Manneken Pis, la
cerveza y los chocolates —sin incluir a
la Plaza Mayor, que merece páginas
aparte—, Bruselas tiene su mejor luz en
las tardes, está llena de gaviotas en in-
vierno y de loros y golondrinas el resto
del año y hay que caminar sus barrios
en abril cuando florean los cerezos has-
ta el despropósito o sentarse frente a los
estanques de Ixell, el lugar favorito del
poeta alemán Gottfried Benn, cuando
trabajaba como médico en un hospital
cercano. En ese barrio nació una de las
actrices más bellas de todos los tiempos:
Audrey Hepburn, y es el lugar en el que
• Tomado de Donde nacen las aguas. Antología, FCE, 2002, Tierra Firme.
Habana
� Nicolás Guillén
viven muchos escritores, poetas, escul-
tores y pintores. Amélie Nothomb tiene
su casa allí y de manera directa o velada
ha descrito este entorno en algunas de
sus novelas. Este barrio, que obliga a re-
gresar a él una y otra vez, tiene algo de
Nueva York, otro tanto de París y mu-
cho de Bruselas. Se inicia con la abadía
de La Cambre y termina donde comien-
za el barrio portugués. En Bruselas vi-
ven 27 000 portugueses y 25 000 españo-
les, y aunque las colonias más numero-
sas sean la francesa y la marroquí, a los
españoles y a los portugueses se les
siente. Organizan fiestas y ferias, abren
restaurantes y cantinas; tiendas chicas
y grandes en las que venden de todo.
Para definir el cosmopolitismo bruse-
lense habría que subrayar que de cada
10 personas que transitan por sus calles,
cuatro no son de origen belga. La pre-
sencia de lo africano también es más
palpable que en otras capitales euro-
peas. Actualmente hay más belgas de
origen congolés que belgas en el Congo
y están aquí con su comida bien sazona-
da y sus salsas más picantes que el ha-
banero, su música extraordinaria y su
arte. Hay senegaleses y cameruneses y
representantes de todos los países afri-
canos viviendo en Bruselas con sus fa-
milias, por ser la sede del grupo ACP,
que reúne a 78 naciones de África, el Ca-
ribe y el Pacífico.
La Bruselas mágica es la de la casa de
Erasmo, con su acervo de manuscritos,
LA GACETA24
o la del museo Van Buren que, sin anun-
cio y casi escondido tras una barda, tie-
ne el piano de Eric Satie, algunas de las
más bellas pinturas de Van de Woes-
tyne, una de las dos versiones de La caí-da de Ícaro que pintó Brueghel, retratos y
naturalezas muertas de James Ensor,
muebles, esculturas y ventanales que
dan a un jardín que parece de Cuerna-
vaca. Es también la del barrio de Santa
Catarina, con sus carruseles de figuras
surrealistas en diciembre y su pista para
patinar en hielo, su venta de pescado
fresco todo el año, su retahíla de restau-
rantes de mariscos no turísticos y sus
tiendas de extravagante moda flamenca;
un barrio donde la Torre negra, de ori-
gen romano, está literalmente incrusta-
da en un edificio moderno a espaldas de
la iglesia. En Bruselas puede uno, un sá-
bado cualquiera y sin buscarlo, encon-
trar una galería con un número increíble
de dibujos y acuarelas de Henry Mi-
chaux, entrar a una Feria del libro raro y
hecho a mano, con auténticas joyas traí-
das de Francia, Alemania, Inglaterra,
Holanda y el resto de Bélgica, ir a una
exposición sobre la fabricación de la vio-
la de gamba, entrar a una iglesia para
presenciar cómo bautizan a los animales
(perros, gatos, pericos, gallos, cabras,
etc.), escuchar a uno de los mejores jaz-
zistas del mundo: Philippe Catherine,
en un club de jazz casi secreto, o ir al Ac-
tors Studio —un lugar de cinco salas de
cine donde el tiempo definitivamente se
detuvo— y ver, por ejemplo, Amores pe-rros, que desde hace un año y medio se
estrenó pero que sigue en cartelera por
la sencilla razón de que es buena.
Como toda ciudad ideal, Bruselas
tiene problemas. Los perros defecan en
donde sea ante la mirada enamorada de
sus amos y el transeúnte tiene que andar
a las vivas evitando la fatídica pisada.
Hay una obsesión por arreglar y se
abren agujeros por todas partes en repa-
raciones que se prolongan hasta la eter-
nidad; la necesidad de demostrar que se
trabaja, aunque sea a ritmo de tortuga.
Es una ciudad de tintes surrealistas.
¿Cómo no va a serlo —me pregunto— si
es la capital de Flandes, está rodeada
por ciudades también flamencas y, sin
embargo, 85 por ciento de sus habitantes
habla francés, en centenaria rivalidad
con un flamenco “amenazante” que ga-
na terreno, en buena medida, por el po-
derío económico de quienes lo hablan?
Mar con ambición de palmasy espuma de rumba y son.Ventanas de donde cuelgananchas sonrisas de negras.El cielo azul, rojo sol.
Sol espeso. En panes de oro,se puede cortar el sol.Sobre el sol patina el airecon un patín volador.Tierra de ojos entreabiertos,vena de sangre y sudor:en boca de sed de cocosaliva de marañón.
¡Noches blancas en el puertosobre los mástiles negros!Mulatas y marinerosviajando en una canción.Aguardiente de los bares,espinazo de fox-trot,navaja de lengua muday puñal de filo en flor.
Modigliani en Montmartre y Montparnasse
� Marco Antonio Campos
�� Las páginas que ofrecemos acontinuación pertenecen al libro Las
ciudades de los desdichados, depróxima publicación en nuestra casa
editorial dentro de la colección Letras Mexicanas.
a Juan Gelman
1
Hoy estuve en el cementerio
de Père-Lachaise para en-
terrar, o mejor dicho, para
volver a enterrar a Jeanne
Hébuterne Tellier. Ayer el cuerpo se
trasladó a la tumba misma del pintor,
dibujante y escultor italiano Amedeo
Clemente Modigliani Barsin, hijo de los
judíos sefaradíes Flaminio Modigliani,
nacido en Liorna, Toscana, quien fuera
comerciante en carbón y madera y luego
agente corredor, y de Eugenia Barsin,
nacida en Marsella, mujer inteligente,
librepensadora para la época y el lu-
gar, que tuvo con los años que opo-
nerse al cerrado conservadurismo de
los Modigliani, para trabajar y apoyar
a sus hijos que seguían profesiones li-
berales.
Gracias a la mediación de Emanuele,
hermano de Amedeo, quien convenció a
los padres de Jeanne, se realizó el trasla-
do. “Por fin duermen juntos”, dijo Ema-
nuele, activo militante socialista.
Hace cinco años, el 27 de enero de
1920, Jeanne fue enterrada dos días des-
pués de Amedeo, en el pequeño y aban-
donado cementerio de Bagneux. Se ha-
bía suicidado la madrugada del día 26.
Recuerdo que la familia se sentía a la
vez desconsolada y aterrorizada, y que-
ría terminar el asunto de manera peren-
toria. Asistían también, acompañados
de sus mujeres, el poeta André Salmon,
el pintor Moïse Kisling y el marchandLéopold Zborowski.
“Era suave, tímida, callada y frágil,
un poco depresiva”, decía al precisarla
en la memoria Charles-Albert Cingria.
Pelirroja, de cabello abundante, de color
de piel blanca casi hasta la palidez, era
delgada y baja de estatura. Modigliani
la pintó y dibujó 25 veces con trazos cur-
vos elegantes y elementos quietos. Qui-
zá, me digo, lo hacía para subrayar el ca-
rácter silencioso de la muchacha. Los es-
casos dibujos y óleos que nos quedan de
Jeanne, sobre todo un autorretrato y un
patio de estudio, dejan ver su claro ta-
lento y la promesa que se calló.
Ahora puede leerse en italiano en la
doble tumba:
Amedeo Modiglianipintornació en Liorna el 12 de julio de 1884muerto en París el 24 de enero de 1920la muerte lo tomócuandoalcanzaba la gloria.Jeanne Hébuternenacida en París el 6 de abril de 1898muerta en París el 25 de enero de 1920compañera devota hastael último sacrificio.
2
Paseé por los rumbos de la plaza de la
Madeleine, donde Modigliani se quedó
en un hotel la primera ocasión que llegó
a París en el invierno helado de 1906,
cerca de la Rue Laffitte, punto nodal de
la aventura vanguardista. Entonces ha-
bía en la calle galerías, local de una re-
vista, comerciantes de arte, especialistas
en artes. Hijo de francesa del sur culti-
vada y sensible, quien siempre tuvo una
relación de inteligencia con él, que le en-
señó el francés como su propia lengua, y
lo protegió hasta donde pudo y le envió
LA GACETA25
dinero como pudo, a pesar de las gran-
des limitaciones pecuniarias, Modiglia-
ni no imaginó al llegar a París que los 14
años que le quedaban de vida, salvo un
par de breves estancias en Liorna, sólo
los viviría en Francia. Un telegrama
funesto cerraría el círculo el 24 de ene-
ro de 1920. La madre, al evocarlo des-
pués de muerto, solía decir de entrada:
“Mi pobre hijo”.
Al primero que buscó Modigliani en
París, por recomendación del amigo, el
pintor español-chileno-italiano-francés
Manuel Ortiz de Zárate, a quien conoció
en Venecia, fue al pintor y escultor Gra-
bowski. Modigliani, que entonces anhe-
laba ser escultor y construir estatuas co-
losales, se dio a entender con éste, quien
apenas sabía francés. Con la misma ti-
midez con la que llegó Modigliani se
fue, dijo Grabowski. No sabemos si vol-
vieron a verse.
Por recomendación viva de Picasso,
quien vivía en el Bateau-Lavoir, conjun-
to de estudios para artistas emplazado
en una antigua manufacturería de pia-
nos en la Rue Ravignan 13, Modigliani
se mudó pronto a las alturas de Mont-
martre, donde moraban, trabajaban y
bebían hasta romper el alba los artistas
de vanguardia, sin excluir a una cáfila de
esnobs y de farsantes, no sólo parisien-
ses. Su estudio se hallaba a un costado
�
Madrid
� Eugenio d’Ors
del pétreo maquis, en la Rue Caulain-
court, cerca del Moulin de la Galette.
Eran los años de bello claroscuro de
la triste Belle-Époque.
3
Quedé de verme con el poeta André Sal-
mon, cronista por excelencia de los años
de oro de Montmartre y Montparnasse,
en la Place du Tertre. La plaza, situada
al lado de la iglesia de Saint Pierre y al
pie de la iglesia del Sacré-Coeur, fue el
alma social y artística de Montmartre.
Caminamos por las callejuelas estrechas
pero encantadoras, que nos descubrían
de la colina súbitas y hondas perspecti-
vas. Nos detuvimos en el Bateau-Lavoir.
Poco parecía haber cambiado en cinco
años desde la muerte de Modigliani. Era
el mismo dédalo de madera, con sus es-
caleras repentinas y sus corredores an-
gostos como de interior de navío. Ahora
sólo parecían cruzar sombras fantásti-
cas: ya no estaban Picasso ni su amante,
la pintora Fernanda Olivier, ni Juan
Gris, que literalmente acampó hasta
1922, ni Max Jacob, Grandeparolier, ni
Pierre Reverdy, que causó en 1918, con
una campaña llena de rencor envilecido,
que a Diego Rivera se le viera en el me-
dio como un apestado. Ya no visitaban
el sitio André Derain, la inteligencia he-
LA GACETA26
cha forma en el cuadro, quien tenía su
estudio en la Rue Tourlaque, ni Gino Se-
verini, que se aparecía casi con timidez
para proponer y defender el despropó-
sito de los proyectos futuristas, ni An-
dré Warnod, que venía para invitar a los
artistas a los viernes literarios y poéticos
en su casa, ni Kees van Dongen, pintor
fauvista. Salmon precisó que él y Modi-
gliani tuvieron cada quien aquí un estu-
dio en 1908.
—Lo que me encanta de este edificio
desatinado —añadió Salmon— es la
parte que da a la Rue Orchampt.
Tenía esa parte algo que llevaba a
asociar a la residencia, con su juego de
ventanas, con un barco de vidrio, y en
una lejanísima alusión, con una lavande-
ría. En el interior, el juego de escaleras y
de corredores estrechos acentuaban su
parecido a un barco. Un barco-lavande-
ría: tan incoherente el nombre como la
representación final de la construcción.
—-Dicen que Max Jacob lo bautizó
de esa manera. Fuimos los dos. No re-
cuerdo si Max dijo que parecía un barco
y yo señalé que parecía más una lavan-
dería, o viceversa.
Y yo me le quedaba viendo con una
mirada escéptica, porque muchas cosas
que Salmon inventaba o modificaba,
con esa manera suya de contar sabrosa y
convincente, se daban luego por ciertas,
y uno no sabía después en qué resquicio
histórico encontrar la verdad. Su buen
corazón no excluía cierto pleito con la
verdad histórica, una afición a hacer de
la anécdota y el relato un revoltillo de anéc-
dotas y de relatos y una mala leche ex-
cesiva contra los que le producían
aversión.
Subimos de nuevo. Pasamos por la
Place Jean-Baptiste Clémente, donde
Modigliani vivió en el número 7 en una
casa de ladrillo y madera, y tomamos
luego la Rue Norvins a la derecha.
Qué triste se veía Montmartre, qué
triste se veía la Place du Tertre, qué tris-
te sin los amigos de los años difíciles y
grandes.
A lo lejos se escuchaban las campa-
nas de las iglesias de Saint Jean-Baptiste
y de Notre-Dame-des-Briques.
Una noche, mejor diré, una madrugada, pasába-mos por la Puerta del Sol, desierta. De pronto, de-jándome asombrado —como que de momentocreí soñar o encontrarme fuera de mi juicio—, to-da su extensión entre el cabo de la calle de Are-nal y el principio de la calle de Alcalá se pobló derebaños. Profundos, interminables, pasaban dul-cemente dejando la impresión de habitualidad...Pregunté qué significaba aquello. Dijéronme quenada de particular, y que esto se hacía siempre,a todas horas, pues tal camino era camino de ca-ñada, paso de Mesta; es decir tránsito reglamen-tado y tradicional de las reses que atravesabanMadrid, yendo de Extremadura a Aragón, porejemplo.
Entonces, viendo el magnífico espectáculo,meditando acerca de él vinieron a hacérseme pa-tentes muchas cosas que antes ignoraba o queno valoraba bien. Comprendí en realidad a Espa-ña, por vez primera. Comprendí el sentido de Es-paña y de la capital de España... España debe deser esencialmente una Monarquía ganadera. Ma-drid —y esto lo repito, da luz sobre muchas rea-lidades—, Madrid es la capital de un formidableimperio pecuario.
• Tomado de Mis ciudades, Tres de Cuatro Soles, Madrid, 1990.
Hong Kong
� Jorge Arturo Ojeda
�� Texto tomado de Ciudades deAmérica, Europa y Oriente,
reeditado recientemente por elFCE en la colección Vida y
Pensamiento de México.
Después de la primera guerra
del opio, en 1841, Hong
Kong fue concedido a los
británicos, que partían. En
1997 pasa a formar parte de la China ro-
ja con la promesa de que debe permane-
cer un sistema democrático y capitalista
que la misma China comunista debe
respetar.
Hong Kong abarca la isla de su nom-
bre y la pequeña península de Kowloon;
ambas suman 42 kilómetros cuadrados.
La capital es el puerto Victoria, que es la
misma isla Victoria que es Hong Kong,
a la que se añaden nuevos territorios de
450 kilómetros y luego está la China co-
munista.
En total hay seis millones de habitan-
tes, de los que el 98 por ciento habla chi-
no cantonés.
Diariamente van y vienen trenes de
Cantón a la estación Kowloon. En las
Pascuas, viajan a China comunista dos
millones. Estas vacaciones, que duran
ocho días, se deben a la tradición cristia-
na inglesa. Por esta causa nos retrasa-
mos un día ocioso, que es un tiempo ex-
cesivo dedicado a este lugar.
Entro yo en otra dimensión del mun-
do y recuerdo con simpatía que en cada
aduana y por los pasillos de los aero-
puertos de San Francisco y de aquí,
nuestro guía sacudía una banderita me-
xicana.
En el hotel Hyatt, que es considerado
de lujo por sus cuatro estrellas, se ofrece
por la mañana el desayuno continental,
que consiste en jugo de fruta, café y pan
danés exquisito. Me dicen que el hotel
Península es el mejor (al que ni siquiera
visité para mirar) y está al lado de un
planetario.
La Tienda de Mao se llama así por-
que todo lo que se vende procede de la
China comunista, como su dueño. Ca-
mino frente a colmillos labrados, relojes,
estatuillas de porcelana; unas lámparas
singulares tienen de base un recipiente
como olla y la pantalla arriba alrededor
de una luz.
El nombre verdadero de esta tienda
es Chung Kiu, que no significa nada y ni
siquiera es apellido.
Muchos pañuelos se extienden junto
a un traje tradicional bordado, abundan
las camisas “estilo Mao” (las mismas
que estaban de moda y que yo usé de
muy joven en los años sesenta, como
muchos otros por la Zona Rosa de la
ciudad de México). Corbatas occidenta-
les, cinturones, aparatos eléctricos de
sonido, gafas. Ante todo capturan mi
admiración los grandes cuadros de flo-
res y pájaros hechos de esmalte para ser-
vir como ornamento primoroso.
Salgo a la calle y camino hasta llegar
a una avenida ancha. Una mujer tiene
un pequeño tinaco, del que sale vapor,
sobre unos escalones. Vende envoltorios
de hojas verdes que contienen arroz
blanco con un poco de carne. Aunque la
lengua oficial es el inglés, esta mujer no
entiende ni los números; le hago señas
con los dedos y le pago con dos mone-
das. Por antojo lo he comprado y lo
pruebo caminando: tiene un cierto sabor
a soya, que debe ser el condimento.
La tienda Rio Pearl vende manojos
de perlas ensartadas que se exponen ba-
jo el cristal. Todas son perlas cultivadas
procedentes de Japón. En una pared mi-
ro las valvas de las conchas tras un vi-
drio. Son belleza maciza estos gruesos
collares azules, negros y blancos de mu-
chos hilos y con un broche grande.
LA GACETA27
Desde el ferry, barco de transporte
urbano, se ve impresionante el grupo
masivo de edificios altísimos, de los que
sobresale el Central Plaza, con 78 pisos.
En bancos y oficinas no hay nadie du-
rante la noche pero todas las luces per-
manecen encendidas.
Dan servicio varios ferries de ida y
vuelta a la isla Victoria. Todos los auto-
buses por tierra son de dos pisos. Sobre
las avenidas hay largos pasillos sosteni-
dos por columnas para que caminen los
peatones, quienes miran desde arriba el
paso de autobuses y coches.
Me instalo en un restorán popular.
En un plato hondo me ponen fideos o
espagueti (los que Marco Polo llevó a
Italia) en caldo con bolas de pasta blan-
ca rellenas de algún vegetal. Seis frascos
de condimentos están en la mesita, entre
los que selecciono una salsa picante.
Con vehemencia me llevo las cuchara-
das a la boca, acicateado por el picor,
que me excita hasta las lágrimas. La ca-
jera me ve y me da servilletas para el
flujo nasal. Pago, salgo a la calle y toda-
vía me sueno la nariz una vez con mi
pañuelo. Más tarde volví al mismo res-
torán a repetir la deliciosa experiencia.
Los ingresos económicos provienen
en primer lugar de los textiles (ropa
hecha o telas), después los aparatos
eléctricos y en tercer lugar el turismo,
con 600 000 visitantes al año. El petróleo
y la licencia para manejar son caros pe-
ro los coches son baratos. A los chinos
no les gusta trabajar de policías, que ge-
neralmente son hindúes. El salario míni-
mo es de 5 000 dólares locales, que son
alrededor de 700 dólares de los Estados
Unidos al mes. En México el salario mí-
nimo debe de estar alrededor de 150 dó-
lares al mes, 450 pesos por lo pronto. Y
éstas son las mentiras totales, pues yo
no sé cuánto paga de renta en Hong
Kong un técnico electricista o cuánto
gasta en comida.
Aunque está prohibido a ciertos eje-
cutivos y políticos jugar a la lotería, se
asegura que el hongkongués es el mejor
apostador del mundo en caballos y el
más arriesgado en los casinos.
Un chino que habla español, pues
tiene un tío en Buenos Aires que posee
una lavandería (más típico no se puede),
hace singulares declaraciones, a saber:
Wan Chai es un mundo de cabarets,
y para tener una idea más clara, es el
mundo extraño de Suzie Wong (¿y eso
qué es?). Ya que en Hong Kong hay más
hombres que mujeres, éstas son muy
costosas (para la vida nocturna). Con ri-
sa altiva declara que las criadas vienen
de Filipinas (de allá proceden 150 000
personas, pero yo me pregunto: ¿serán
todas criadas?). Muchos solteros van a
China a casarse, pues “la mujer es como
la vaca” (mi informante debe padecer
misoginia). Aquel que ya se ha casado
debe esperar que dejen salir a la novia.
Su última frase es totalmente enigmáti-
ca: “A veces sale un día”, y suelta la risa
haciendo con el dedo índice el número
uno.
En una joyería detiene mi atención
un zafiro de azul profundo, una agua-
marina, una amatista guinda; al fin una
piedra amarilla, verdosa, cetrina junto a
otra cambiante y ambas son ópalos.
A la orilla de la playa hay kioskos
con esculturas de Buda, de cabras, de
elefantes, caballos, leones, escaleras
que forman puentes sobre cuyos muros
se levanta una sucesión de budas pe-
queños. Un restaurante con arquitectura
de pagoda ofrece a los ojos de los clien-
tes todo este paisaje con árboles. Cuatro
viajeros me piden que les tome una foto-
grafía, pero como están de pie sobre es-
calones, su distinta estatura los hace
desnivelados para que pueda aparecer
detrás de ellos un monumento; me es-
fuerzo entonces buscando el ángulo, me
agacho, me agacho más, casi me tiendo
sobre el suelo cuando aprieto el botón,
suena clic, y todos están sonrientes pues
han visto mi sucesivo esfuerzo para ha-
cer su imagen duradera. Luego me de-
tengo a contemplar esculturas con cuer-
po de hombre y cabeza de cuadrúpedo
salvaje, que parece jabalí. Siento alegría
quizá por el amarillo y el rosa, por el ro-
jo y el azul chillones que consiguen que
éste sea un lugar de recreo.
Aberdeen es un pueblo de pescado-
res de 50 000 habitantes. No quise pagar
el paseo en barca para ver pobres. El re-
corrido duró unos cuantos minutos y
los que lo hicieron me dijeron que no
valía la pena. Hay gente aquí que vive
de lo que pesca: el pescado es muy bien
pagado. La carne roja no es apreciada.
También se come pollo. Después, en la
distancia, me nació el deseo de haber co-
nocido a los residentes del lugar, pero
atribuyo mi negativa a que no traía yo el
dinero menudo en el bolsillo y tengo
por costumbre el nunca pedir prestado
aunque vaya a pagarlo horas después.
La pobreza tiene distinta medida según
cada región del mundo. Comienzo a
imaginar cómo eran esos pobres...
En el Club Marina Aberdeen más de
20 personas estamos sentadas alrededor
de una gran mesa. Una ensalada de en-
trada se complementa con pimiento mo-
rrón verde, rojo y amarillo. El pescado
exquisito es elogiado por una señora
mayor que sabe de alta cocina:
—Está tan bien preparado que ni sa-
be a pescado.
El postre tiene una mermelada de
fresa en el vaso del que se toma con cu-
chara y siento que algo más por el aro-
ma...
—Sí, y un licor... —afirma la señora,
y luego sugiere—: algún ron quizá...
Pido más pan pero sólo del que tiene
trigo integral; sonríen los meseros por la
precisión. Pido más café y el joven se re-
tira hacia atrás un metro de la mesa, lle-
na la taza y luego se acerca (lo ha hecho
para no gotear). Todos hemos sonreí-
do unos a otros: el negociante con su
hija, la doctora en filosofía, la esposa a
la que el marido le regaló un viaje pa-
ra que lo hiciera sola, el viejo retirado
de la lucha libre, el matrimonio dicha-
rachero y gordito, la química farmaco-
bióloga que tiene casa de descanso en
Cuernavaca, el hombre y el joven que
hacen pareja y viven con amplitud de
las colegiaturas que da la mecanografía,
el ganadero que organiza rodeos y pe-
leas de gallos en palenques... Al despe-
dirse, la señora mayor que sabe de al-
ta cocina regala billetes a las personas
de servicio, pues ha estado encantada
con la comida.
Las residencias que están a la mitad
de la montaña en el ascenso de la isla
Victoria son muy caras y pertenecen a
ingleses en el estilo de su patria de ori-
gen, pero hay una de típico estilo chino
tradicional, el que siempre me recuerda
a una pagoda, que pertenece a Choi Tai
Fuk, el hombre más rico, dueño de 50 jo-
LA GACETA28
yerías y con tres esposas, que viven en
esa casa. Me parece un ascenso inútil,
pues no puedo contemplar nada. Dicen
que la cima se parece a Londres por la
neblina. Pero yo me sospecho que la ne-
blina se produce a causa de los 100 000
ingleses que allí residen.
En una avenida importante está el
Kowloon Mosque and Islamic Center.
Me quito los zapatos para entrar, subo
las escaleras, tres jóvenes conversan,
uno de ellos apoyado en el palo de un
mechudo de limpieza. Recorro las es-
tancias muy iluminadas por techos con
grandes tragaluces. El diseño es moder-
no aunque no lo sé realmente, pues nun-
ca he estado en mezquitas. Hay alfom-
bras. Un mueble de madera, no sé para
qué sea y no lo pregunto, pero es lo úni-
co que ocupa lugar.
Abandono Hong Kong que tanto ha-
bía visto en documentales.
Como los sueños que se repiten, co-
mo los discos rayados de acetato, como
las imágenes proyectadas desde un aro
giratorio que dio origen al cine: Kow-
loon Mosque and Islamic Center está en
una avenida importante. Una persona
reverencia mi interés diciendo gracias,
gracias varias veces, me indica quitarme
los zapatos y luego señala la escalera
por donde debo subir. El recinto princi-
pal tiene una alfombra azul. La cons-
trucción es moderna. En el extremo está
un mueble y no sé para qué sirve, ¿aca-
so para poner el Corán? Tragaluces,
ventanales. Un hombre se apoya en un
cepillo de limpieza y conversa con otros
dos.
Me vuelvo a poner los zapatos, salgo
a la avenida, me despido de Hong
Kong.
Marzo de 1994-26 de mayo de 1995
LA GACETA29
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA1934 • LIBROS PARA IBEROAMÉRICA • 2002
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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA• SUGERENCIAS •
LA GACETA30
• JESÚS SILVA HERZOG
Breve historia de la Revolución mexicana, ILOS ANTECEDENTES Y LA ETAPA MADERISTA
El gran maestro de México expone en estos dos tomoslos momentos decisivos de la Revolución mexicana. Elprimer tomo analiza los antecedentes del movimientoarmado y cubre hasta la etapa maderista. El autor ha-ce hincapié en el trasfondo económico que determinóel radical cambio de la sociedad mexicana.
• JESÚS SILVA HERZOG
Breve historia de la Revolución mexicana, IILA ETAPA CONSTITUCIONALISTA Y LA LUCHA
DE FACCIONES
El segundo tomo de la historia de la Revolución mexica-na cubre de la etapa constitucionalista de 1913 hasta laconocida como lucha de facciones de 1914 a 1917, lap-so que finalizará con la proclamación de nuestra Consti-tución. Este tomo incluye una cronología de los presiden-tes de México de 1917 a 1972.
• MANUEL MIÑO GRIJALVA
El mundo novohispano.Población, ciudades y economía,
siglos XVII y XVIII
Manuel Miño se propone en esta obra hacer una sín-tesis sobre la extensa historiografía en torno a la con-formación de la sociedad colonial mexicana a partir deun enfoque que centra la observación en el desarro-llo de los pueblos y centros urbanos, los cuales, noobstante las grandes diferencias y especificidadesen las distintas zonas del territorio, fueron los ejesarticuladores de las regiones tanto política comoeconómicamente.
• NATHAN WACHTEL
El regreso de los antepasadosLos indios urus de Bolivia. Del siglo XX al XVI
A partir de una perspectiva original que relaciona la et-nología con la historia, esta coedición con El Colegio deMéxico nos muestra la vida, las costumbres y las creen-cias de los chiyapas, pueblo indígena perteneciente ala familia de los urus, ubicados en la zona andina deBolivia. Esta obra abre nuevas vías para abordar el es-tudio antropológico, basándose en la minuciosa obser-vación de los mecanismos que emplea un grupo hu-mano para seguir el paso del tiempo, sin perder su sin-gularidad frente a los demás.
• LOURDES DE ITA RUBIO
Viajeros isabelinos en la Nueva España
Este libro nos presenta, apoyado en fuentes inglesas,a los diversos protagonistas británicos en la NuevaEspaña durante el primer siglo de colonización. Fuen-te fundamental de este análisis fueron las crónicasdel geógrafo inglés Richard Hakluyt, quien durante elperiodo isabelino recogió y difundió gran cantidad detestimonios viajeros, particularmente ingleses, fomen-tando las empresas de exploración ultramarina sobretierras remotas, desconocidas y extrañas, como aque-llas de la Nueva España.
• JOSÉ BLANCO (COORDINADOR)La UNAM.SU ESTRUCTURA, SUS APORTES, SU CRISIS, SU FUTURO
Este libro es, como la UNAM, plural y diverso. Unamuestra de variados universos, preocupaciones y en-foques distintos. Unos junto a otros se enriquecen mu-tuamente; sobre todo al pensar en la reforma univer-sitaria. Los lectores, especialmente los universitarios,hallarán en estas páginas un rico material de reflexión,eventualmente útil para hallar modos de aproximaciónmutua que permitan procesar una transformación ins-titucional y académica a la altura de los reclamos de lasociedad mexicana del siglo XXI.
LA GACETA31
HISTORIA DE LA ARQUITECTURA Y EL URBANISMO MEXICANOS
• FCE-UNAM •
• Volumen II: El periodo virreinal,tomo II: El proceso de consoli-dación de la vida virreinal.
hasta el presente, así como suhabitabilidad que, desde el sigloXV hasta el presente, niegan tan-to la historiografía europea comola angloamericana.
Por otro lado, están aquí lasverdaderas razones de las carac-terísticas del urbanismo llamadohispanoamericano. En el logrodel sentido mestizo de nuestrasciudades están, como sólido fon-do, las características de escala,jerarquía, apertura y red vial,con sus espacios comunitariosabiertos, que dan estructura es-pacial a las aportaciones arqui-
tectónicas europeas. Si los esquemas de trazas de tendenciaortogonal, con grandes plazas y jerarquía de espacios se hanmantenido a través de los siglos, no es porque así lo hubieraordenado el rey de España, sino porque son expresión de lacultura local...
• Coordinador: Carlos ChanfónOlmos, Facultad de
Arquitectura, División deEstudios de Posgrado, UNAM.
En el tema del urbanismo escu-driñamos los orígenes de la trazahispanoamericana, anclada a ra-zones culturales, climáticas y ce-remonialistas, que dejaron impre-sionantes vestigios arqueológi-cos desde un milenio antes de lainvasión, como lo muestra Teoti-huacan, cuyo esquema, a la lle-gada de los españoles, se en-contraba en plena vigencia.
En el presente tomo analiza-mos el periodo que estimamossignificó el lapso en el que seconsolidó el modo de vida virrei-nal alrededor de la personalidad del criollo. En él ha sido degran atractivo el descubrir las modalidades de la evolución his-tórica de la arquitectura y el urbanismo —en distintos rinconesde nuestro territorio— y captar los diversos enfoques y conte-nidos del concepto de espacio abierto que se han conservado �
LIBRERÍAS DEL FCE(Visite nuestra página en internet: www.fce.com.mx)
• Librería Alfonso ReyesCarretera Picacho-Ajusco 227,Col. Bosques del Pedregal,México, D. F. Tels.: 5227 4681 y 82
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PPrrooggrraammaa nnaacciioonnaall
Hacia un País de LectoresEl gobierno de la República pone en marcha el programa nacional Hacia un País de Lectores, con el propósitode incorporar la lectura en la vida de los mexicanos, a partir de un esfuerzo colectivo sin precedentes, con la
unión y la colaboración de todas las esferas de la sociedad.
Principales Acciones
• Aumento del presupuesto de 150 a 600 millo-nes de pesos anuales, para la adquisición de acer-vos destinados a la creación de 100 000 bibliotecas y750000 bibliotecas de aula en escuelas.
• Construcción del nuevo edificio de la Bi-blioteca de México José Vasconcelos, que in-corporará los más avanzados desarrollos biblioteca-rios, tecnológicos y arquitectónicos, y servirá de eje deintegración y enlace con las bibliotecas públicas delpaís.
• Aportación de 300 millones de pesos por laFundación Bill y Melinda Gates, para dotar a1 200 bibliotecas públicas de nuevas tecnologías de lainformación y las telecomunicaciones.
• Donación de hasta 100 millones de pesosde la empresa Microsoft de México en progra-mas de software educativo para los módulos de cóm-puto a 1 200 bibliotecas públicas en todo el país.
• Incremento de la adquisición de libros a laindustria editorial, pasando de 20 a 50 millones deejemplares anuales y ampliación de la colección“Libros del Rincón” de 500 a 1000 títulos publicados.
• 1100 nuevas bibliotecas públicas munici-pales y rehabilitación y ampliación de 2 000bibliotecas existentes; creación de 12 000 salasde lectura y apertura de 50 librerías CONACULTA.
• Capacitación y actualización anual de50 000 maestros, bibliotecarios y asesorestécnicos como promotores de la lectura.
• Fortalecimiento de las bibliotecas y loscentros de información universitarios con tec-nología de punta.
• Participación de las empresas de comuni-cación públicas y privadas en la difusión y estí-mulo a la lectura.
la CCUULLTTUURRAA en tus manos
4 000 millones de pesos para el fomento a la lectura
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