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B I B L I O T E C A D E H I S T O R I A N A C I O N A L V O L U M E N C I I I

JOSE IGNACIO PERDOMO ESCOBAR PRESBITERO

HISTORIA DE LA MÚSICA EN COLOMBIA

T E R C E R A E D I C I O N

E D I T O R I A L A B C — B O G O T A , 1963

I

ABORIGENES

Difícil tarea es la de escribir sobre la música aborigen. Toda civilización deja vestigios en los diversos ramos del arte; ruinas de edificios, vasos de cerámica, piezas de orfe­brería, códices literarios, etc. Los indígenas tocaban o can­taban sus sencillas melodías, sobre temas religiosos o guerre­ros, que eran transmitidos a sus descendientes por tradición. Algunas se conservan completamente adulteradas, perdidos el carácter y la pureza primitivos por la influencia de diver­sos elementos, de los cuales resalta la imposición que hicie­ron los conquistadores, de su religión, lengua y arte.

Si queremos formarnos una idea completa del arte mu­sical indígena, necesitamos echar una ojeada general a la mú­sica de los aborígenes americanos, principalmente a las civi­lizaciones maya, nahua e inca, y luego cotejarlas con las nues­tras, porque la música en sus primeras manifestaciones coin­cide por su rusticidad con los rasgos melódicos y rítmicos de todos los pueblos primitivos, y sólo la deforma y le da sabor local el medio ambiente. Además, está probado que las ci­vilizaciones de Suramérica fueron influidas por el elemento étnico y artístico de las que florecieron en el norte del Continente, y a su turno la cultura de los indios colom­bianos fue una repercusión de la incaica, en muchos de sus aspectos.

La música de los indios colombianos presenta las mis­mas manifestaciones artísticas que las halladas en otros pue­blos americanos precolombinos. Acompañaba con sones pri­mitivos y salvajes las danzas, estaba en estado de magia, por­que los músicos eran algo así como los arúspices de cada

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tribu. La melodía aparece impregnada de superstición, del terror al demonio amedrentador que se presentaba mezcla­do en sus mitos religiosos; era de una cadencia disonante co­mo el medio en que florecía.

Por lo que hay escrito sobre el particular por los cro­nistas, salta a la vista que cultivaban los diversos géneros musicales: religioso, guerrero, fúnebre, triste, alegre, etc., y tenían el ritmo determinado por medidas fijas de igual du­ración, pero no un molde rítmico capaz de clasificar un aire dado. Su música pertenece a la etapa intuitiva.

Todos los cronistas de Indias coinciden en cuanto se re­fiere al arte musical de los aborígenes americanos conquis­tados por los españoles. Nos vemos en la necesidad de citar­los a cada paso, aun a trueque de fastidiar a los lectores con la copia de citas, pero sus obras son la única fuente segura para investigar sobre este asunto, de suyo oscuro y escaso de documentación.

Las ceremonias del Dorado eran acompañadas de mú­sica instrumental compuesto de fotutos y flautas de caña; mientras el cacique, cubierto de polvo de oro, hacía la ofren­da en la laguna sagrada.

En febrero conmemoraban los chibchas la venida de Bochica con procesiones y rogativas. Venían cerca de diez mil indios de los reinos de Tunja, Bogotá y Sogamoso, y al son de caracoles marinos guarnecidos de oro, de flautas y tamboriles, celebraban las ceremonias religiosas.

Los indios de Sogamoso hacían conmemoración de la creación de la luna, con una fiesta simbólica denominada Huán. E l cortejo de la diosa era encabezado por el jefe de la tribu, vestido de azul, y lo formaban unos doce moce-tones suntuosamente ataviados con mantas de algodón teñi­das de vivos colores y plumas de diversas aves; entonaban cantares alusivos a la solemnidad celebrada, en los que con­memoraban los designios de la vida futura y la inmortali­dad del alma.

E l Padre Simón refiere que cuando los chibchas cele­braban las fiestas de la muerte, ayunaban durante todo el día los indios —los heraldos de la muerte— designados al efecto por los sacerdotes, "tañendo flautas y haciendo una

Trompetas de oro. Atención del Museo del Oro del Banco de la República.

Trompeta de oro. Museo del Oro.

Cabeza de alfiler, sonajero de oro. Museo del Oro.

Caracol de oro, Museo del Oro,

música melancólica y triste para significar en aquello más a lo vivo lo que representaban". Adentro del cercado o pa­lacio del cacique se colocaban otros indios tocando en sus instrumentos, "que hacían músicas tan tristes que incita­ban a llorar a todos de rato en rato.

La fiesta que tenían los caciques cuando se terminaba la construcción de un cercado no difería mucho de la ante­riormente descrita. Dada la última mano a la calzada que hacía frente a la puerta principal, comenzaban los regocijos que celebraban:

"con muchos entremeses, juegos, danzas, al son de sus agrestes caramillos y rústicas cicutas y zamponas cada cual ostentando sus riquezas con ornamentos de plumajería y pieles de diversos animales; muchos con diademas de oro fino y aquellas medias lunas que acostumbraban y ya cuando llegaban al remate (de la calzada) hacían a sus ídolos ofrendas ^ no sin humana sangre hartas veces i .

Cuando celebraban los funerales de un cacique "llo­raban al difunto al son de unos tristes instrumentos y en vo­ces en que cantaban en endechas los grandes hechos del di­funto". A la muerte de Nemequene, los doloridos subditos le hicieron grandes funerales al son de melancólicos canta­res "donde se presentaban las hazañas y otras cosas que le sucedieron en el decurso de su reinado".

Al sobrevenir la muerte de cualquier indio, el Mohán conjuraba a los espíritus malignos para que salieran del cuerpo del difunto; tocaba tambor, flautas, correteaba alre­dedor del bohío y levantaba gran algarabía para que salie­ran los espíritus del mal.

" E l vino que beben en estas fiestas es muy espeso, y tan­to, que les basta para comida y bebida, lo cual beben muy a menudo, porque dando cinco o seis vueltas a la redonda

i JUAN DE CASTELLANOS. Historia del Nuevo Reino de Granada, t. i, cap. n.

puestos los unos las manos sobre los otros, cantando con cierto compás de pies que concierta con el tono que de can­tar llevan; se sientan y les dan de beber y luego se levantan y tornan a bailar y cantar y dar otras tantas vueltas y tórnanse a sentar y beber; cuando han bebido todos, un indio prin­cipal a quien es encargado, comienza a llorar y a hacer con­memoración por el cacique muerto y luego le siguen todos con sus llorosas voces muy a compás y en cesando de llorar el principal, luego cesan todos y se levantan a proseguir el baile y cánticos tan sin pesadumbre como si la tristura no hubiera pasado por ellos, y así duran las fiestas y llanto cuanto dura el vino, que como dije suelen ser tres o cuatro días con sus noches" 2 .

Una relación de la época nos cuenta que "cuando al­gunos indios quieren rebelarse y hacer alguna alteración y otra cosa señalada, primero han de anteceder grandes juntas y concursos de gentes en partes señaladas donde residen los más principales y allí se entretienen algunos días y noches las cuales dependen en bailar y cantar y beber hasta embria­garse. En estos cantan y representan los indios los trabajos que en servir a los españoles tienen, la libertad y excepción que antes tenían, la opresión en que se ven, las muertes que sus padres, hermanos, amigos y parientes recibieron en la conquista, el despojarse de los hijos o hijas para minas y el verse despojados de sus santuarios y simulacros y no tener la libertad que antes para idolatrar" (1956) Boletín de His­toria y Antigüedades, pág. 203.

Todavía se conserva entre los habitantes de la Sabana de Bogotá y en las regiones del centro de Cundinamarca y Boyacá la tradicional fiesta de las siembras, con las reminis­cencias que antaño observaran sus ascendientes; después del trabajo del día, hecho bajo los quemantes rayos de un sol caído a plomo, se reúnen los labriegos en la casa de la ha­cienda o en la venta, cuando el crepúsculo, en arreboles de fuego, anuncia el fin de la jornada, para cantar al son de los

2 FRAY PEDRO DE AGUADO. Historia de la Provincia de Santa Marta y del Nuevo Reino de Granada, p. 447.

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Arriba. Silbatos antropomorfo y zoomorfo de la cultura Tairona. — Centro. Cascabeles de oro de la cultura Quimbaya. (Museo del Oro, Bogotá.) — Abajo. Cascabel en oro de la cultura Tairona. (Museo del Oro, Bogotá.)

instrumentos nacionales regocijadas coplas del estro popu­lar, hasta que los rinden el cansancio, el sueño y la bebida.

Una fiesta muy hermosa, que era celebrada cuando ha­cían los sacrificios al Padre Sol, era una especie de torneo a modo de los píticos griegos, las justas de la Edad Media, o nuestros juegos florales. Venían de todos los confines de la jurisdicción, bailarinas cubiertas de pieles de animales y ricas joyas; hacían la travesía —como nuestros promeseros— tañendo varios instrumentos musicales hasta llegar a su des­tino, una vez reunidos todos los concursantes en torno al soberano, comenzaban a tocar y a danzar. Cada cual inven­taba figuras más artificiosas y sugestivas para llevar el trofeo de la victoria, hasta que el cacique que "alababa las inven-venciones de las danzas, juegos de regocijos y libreas, daba algunas mantas de premio a las que las habían sacado mejo­res y refuerzos de chicha para el camino", con lo cual regre­saban los concursantes a sus respectivos bohíos.

Durante las guerras con los pueblos vecinos, las cuales eran frecuentes y encarnizadas, cada ejército venía aperci­bido de músicos militares, y cuando entraban en la lid "atro­naban la tierra y el aire en estruendo de trompetas, bocinas y caracoles", según el decir de fray Pedro Simón. E l mismo autor afirma que al salir vencedoras las huestes de Sagipa, de los feroces y sanguinarios panches, celebraron la victoria "con cantares y danzas, a su modo tañendo mucha suerte de instrumentos, que para estas ocasiones y otras de sus fiestas están bien prevenidos".

He dejado de intento para el fin del capítulo dos citas, una de fray Pedro Simón y otra de Fernández de Piedrahita, que son bastante conocidas, pero preciosas para el caso, por­que los susodichos autores son más explícitos que los demás en cuanto a la música y echan alguna luz sobre este asunto de suyo árido y difícil de esclarecer. E l Padre Simón habla de esta guisa:

"Asíanse de las manos hombres con mujeres, haciendo corro y cantando ya canciones alegres, ya tristes, en que re­ferían las grandezas de los mayores, pausando todos a una y llevando el compás con los pies, ya a compás mayor, ya a compases según sentían lo que cantaban al son de unas

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flautas o fotutos tan melancólicos y tristes que más parecían música del infierno que de este mundo" s .

Ahora démosle lugar a Piedrahita: "Danzaban y bailaban al son de sus caracoles y fotutos:

cantaban juntamente algunos versos o canciones que hacen en su idioma y tienen cierta medida o consonancia a manera de villancicos o endechas de los españoles. En este género de versos refieren sucesos presentes o pasados y en ellos vitu­peran o engrandecen el honor o deshonor de las personas a quienes los componen; en materias graves mezclan muchas pausas y en las alegres guardan proporción, pero siempre pa­recen sus cantos tristes y fríos y lo mismo sus bailes y danzas, más tan acompasados que no discrepan un solo punto en los. visajes y movimientos, y de ordinario usan estos bailes en corro asidos de las manos y mezclados hombres y mujeres" *.

Por el contenido de las citas anteriores podemos dedu­cir que los naturales que vivieron en época precolombina en nuestro actual territorio, presentaron diversas manifestacio­nes musicales no dignas de despreciar; ya en las ceremonias, religiosas, en las procesiones, en las fiestas o en los fune­rales; en las guerras con los pueblos vecinos nunca faltaban músicos militares para incitar a los guerreros al valor, y hen­chir los ánimos de entusiasmo en la consecución de la vic­toria.

Hacían uso de gran número de instrumentos musicales, como fotutos, flautas, tambores, sonajas, que acompañaban, sus danzas y sus sones. Por el interés tan marcado que pre­sentan estos instrumentos indígenas, los veremos detenida­mente en capítulo aparte.

Conocían el compás y lo observaban hasta la monoto­nía. Piedrahita dice de sus cantos que "son tan acompasa­dos que no discrepan un punto". Los motivos tristes eran interpretados por movimientos lentos, secos e iguales, como»

3 Varias de las citas de fray Pedro Simón y otros datos que aparecen, en este capítulo fueron tomados de la obra Montañas de Santander, del erudito historiador don Enrique Ortero D'Costa: "Capítulo sobre la música, de los aborígenes precolombinos".

* FERNANDEZ DE PIEDRAHITA. Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, p. 15.

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golpes de bombo, alternando entre ellos varias pausas. Te­nían, por tanto, conocimiento de las pausas o silencios y sus danzas eran a contratiempo. Los asuntos alegres o jocosos eran manifestados por multitud de motivos rítmicos, multi­plicados hasta la saciedad.

La consonancia de que nos habla Fernández de Piedra-hita más parece acomodarse al vocablo simetría que al con­cepto de armonía. La ciencia armónica es un producto de selección, el resultado de una larga y penosa evolución artís­tica; a un pueblo en infancia musical como el que encontra­ron los españoles en América, sería adjudicarle un grado de cultura sumo, al decir o afirmar que tuviera conocimiento o iniciación en la armonía. La multiplicación de sonidos producidos por diversos instrumentos pueden formar alguna interferencia armónica, que con más propiedad puede deno­minarse algarabía, que no consonancia armónica.

£1 arte musical estaba en el estado de magia, arte má­gico, para curar las enfermedades y aplacar los dolores; el hechicero y el músico eran una misma persona y su origen se perdía entre lo humano y lo divino. Otros de sus atribu­tos eran la imitación u onomatopeya, la mímica y el gesto. No conocieron escalas.

La música indígena colombiana parece estar desprovis­ta de realismo y de estética; se nota la ausencia de motivos aprovechables, se caracteriza por el estado primitivo y ru­dimentario que se nota en los principios de la historia de la música.

No podemos juzgar absolutamente nada de la música de los naturales, porque no tenemos ninguna canción escrita ni transmitida por tradición. Todo ello fue tronchado en botón por el alud civilizador de España. De allí no vino un solo conquistador que copiara algo como aficionado curioso. Tiene razón un crítico musical que afirma que "los chibchas nos dejaron tanto de música como de literatura". Si prescindimos de algunas inscripciones y figuras rupestres y de una que otra muestra o rastro de instrumentos musi­cales, no encontramos otra prueba objetiva que nos asegure que los indios tuviesen conocimiento de la música.

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La civilización de los indios agustinianos ya habia des­aparecido cuando don Pedro de Añasco fundó por primera vez la villa de Timaná (1538). Se sabe que fueron músicos porque en sus maravillosas estatuas aparecen instrumentos musicales en las manos de dos figuras. En la una representa una trompeta en forma de caracol (fotuto) y en la otra una flauta. Preuss opina respecto de estatuas que parecen tener una criatura en la boca, que son divinidades antropófagas —en nuestra opinión, no hay tal—; se trata de una efigie que tiene en sus manos un instrumento musical que repre­senta una criatura humana con la boca abierta, y en el es­tómago un tubo con boquilla, para introducir allí el aire y dar emisión al sonido.

Los muiscas y quimbayas, por el acervo cultural que nos dejaron, que no fue despreciable, por varios aspectos, menos por el musical, no pasaron de pueblos esencialmente agrícolas u orfebres; no alcanzaron el gran desenvolvimiento artístico de otros pueblos americanos precolombinos. Ape­nas comenzaban a formar y crear cultura y ambiente in­fluidos por las poderosas corrientes artísticas provenientes del norte y del sur, cuando llegaron los conquistadores pe­ninsulares, interrumpiendo su evolución.

Los que hemos oído música indígena actual, como la que tocan los indios natagaimas, coyaimas y aypes, podemos afirmar que es muy primitiva. E l que haya escuchado las melodías salvajes que se estilan en los famosos bailes de palo parao, bien puede formarse una idea exacta de la música que usaban los panches y los aypes cuando venían a cambiar sus productos y a bailar en torno a la legendaria piedra pintada por Aipe. Los indios que aun viven en estado semi-salvaje en la cuenca del río Magdalena, que comprende los Departamentos del Tolima y Huila, son descendientes direc­tos de los indios que mencionamos. E l sonsonete que toca la caterva de tañedores en las zambras aludidas debió de ser transmitido a las presentes generaciones por tradición. Es rudimentario, salvaje, compuesto de ruidos disonantes y bár­baros que producen infinidad de bombos, sonajas y palos.

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El maestro Guillermo Abadía escribe: «Los documentos más valiosos para descubrir el carácter de una música fósil o desaparecida, no son en modo alguno las partituras, pues éstas no dan jamás la clave de "cómo sonaba" esa música antigua ni del "aire que tenía la ejecución" ni de "cuáles eran los timbres de la materia sonora".» Claves más valederas son, en cambio, los "instrumentos que producían esa música" y la "fonación lingüística" con que se hacían esos cantos. Y estos dos datos los suministran el arsenal organológico, es decir los instrumentos físi­cos que se conservan y la tradición oral de los cantos verificable en las tribus actuales o grupos humanos sucesores de los que produ­jeron esa música desaparecida. Por ello no debemos desesperar a causa de la ausencia de grabaciones o partituras [que los griegos

tampoco dejaron] sobre la música de los chibchas, por ejemplo, contemporáneos de la Conquista, sí podemos investigar, analizar y reconstruir algo muy semejante a ella ras­treando las actuales músicas de los indíge­nas Cuna, Kogi, Vintucua, Tunebo, Páez, Betoye, Chita, Cunaguasaya o Doboki, todos pertenecientes a la familia lingüística chib-cha. O bien, buscando los aportes indígenas

en la música mestiza de la mesa central colombiana, asiento del antiguo Imperio de los muiscas. Lo que sí resultaría imperdona­ble desidia sería el dejar destruir hoy en día, asistidos por excelentes medios de grabación fónica y análisis técnicos, el repertorio actual de cantos y tonadas, el arsenal de instrumen­tos Y el extraordinario tesoro de las músicas de estas tribus actuales.»

"... árboles en cuyas ramas estaban puestas en hileras muchas campanas de oro f ino no bien tallado, pues eran a la forma de almirez de boticario..." (Fray Pedro Simón)

Instrumento musical, silbato con cabeza antropomorfa.

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INSTRUMENTOS DE LOS INDIOS PRECOLOMBINOS

Los indios que habitaron en Tierra Firme poseyeron gran cantidad de instrumentos musicales. Pertenecen a los grupos de viento y percusión, como flautas y tambores; los de pulsación y cuerdas les fueron absolutamente descono­cidos.

E l Director del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca doctor Julio César Cubillos, publicó un intere­sante trabajo titulado: "Apuntes sobre instrumentos musi­cales aborígenes hallados en Colombia". Corre publicado en el homenaje al profesor Paúl Rivet en la página 169, y de esta monografía tomamos algunas noticias.

Clasifica los instrumentos aborígenes en cuatro catego­rías: idiófonos, aerófonos, membranófonos y cordófonos se­gún la forma de producir las vibraciones.

Los idiófonos o autófonos son instrumentos que produ­cen el sonido por sacudimiento y por vibraciones en su mis­ma materia, como semillas dentro de calabazos o receptácu­los, por percusiones contra el suelo como bastones de ritmo, por fricciones sobre semillas secas, placas, conchas, campa­nas, cascabeles, etc.

Entre este grupo de instrumentos que se cuentan las maracas, "como sonajas de sacudimiento parece que hayan sido de uso general en América sin ningún límite específico. Los usados en la zona tropical indudablemente parecen coin­cidir con la fruta del totumo (Crescentia Cujete), fruto con que todavía se confeccionan modernamente. Tampoco exis-

te duda de que este instrumento ocupó sitio preferente entre los ritos mágico-religiosos de los antiguos, ni tampoco de su rica decoración y adorno con plumas, incisiones, coloración variada y aun recubrimiento con oro del material vegetal.

Los sonajeros constituidos por conchas, placas de metal, piedra o por semillas secas y usados por nuestros aborígenes, generalmente en sartales o atados, ora como collares, ya co­mo pulseras o también como polainas o complementos de bastones de mando, ayudaban a llevar el ritmo de las dan­zas y los cantos. Trabajaron también sonajeros de concha y oro y placas sonajeras, éstas últimas utilizados por los Tai-ronas en los bailes ceremoniales; los movimientos provoca­rían choques de unos con otros, dando por resultado vibra­ciones y variedad de sonidos.

Trabajaron también los indios cascabeles y campanillas de diversas formas y materiales.

E n la segunda clase de instrumentos, los aerófonos po­demos distinguir a saber los que producen el sonido por vi­bración del aire al ser soplados, podemos distinguir los sil­batos, que los construyeron de piedra, madera, caña, semi­llas, arcilla cocida, metal, etc., asumen variadísimas formas.

L a ocarina corresponde a un instrumento musical de barro cocido en forma ovoide alargada, con ocho agujeros de diámetro decreciente. L a ocarina fue también un instru­mento característico de las primitivas culturas indígenas ame­ricanas. Los chibchas tuvieron ocarinas —efigies—. Otras culturas las usaron en forma cilindrica tubular y de media luna y con representaciones zoomorfas.

La flauta.—"Es un instrumento de soplo que produce sonidos por modificación de la columna de aire que vibra. Existen muchas variantes dentro de esta familia y se pueden considerar como el instrumento que presenta la mayor ri­queza en melodías entre los empleados por nuestros antiguos aborígenes. En general, la flauta es un tubo de caña, arcilla cocida, hueso, oro, etc., con perforaciones para cambio de tonos y cuya embocadura puede hallarse en un extremo —con factura especial— para rebajar el grosor del soplo por construcción de ranuras y tabiques —con boquillas de

Instrumentos indígenas colombianos: tambor y flauta de pan, cultura Kivaiter, indios motilones. Instituto Colombiano de Antropología.

cañón de pluma, en este caso— la flauta se ejecuta vertical-mente. Otra variedad se opera horizontalmente y la emboca­dura está formada por un simple hueco que se halla locali­zado hacia uno de los extremos del tubo. En este caso, el tubo puede ser o no obturado en el extremo cercano a la embocadura".

En el caserío de Mesuno, cerca de la ciudad de Honda, en las riberas del río Magdalena, fue localizada en una tum­ba una pieza de cerámica que representa en forma perfecta un hombre sentado en cuclillas en actitud de tocar una flau­ta. La flauta es de forma cónica y el extremo agudo está co­locado sobre la boca y con los labios en actitud de soplar.

También en la escultórica de San Agustín se halló una tañedora de flauta en el sitio de La Estrella. La escultura representa a una mujer ejecutando una flauta.

La flauta de pan llamada hoy capador, caramillo en Antioquia, castrera en el Valle del Cauca, está ampliamen­te difundida por toda la América del Sur, y aun se conserva, se usa y se toca por los conjuntos populares. Trátase de un conjunto de canutillos o tubos dispuestos de mayor a menor, de diversos tamaños, según el color tonal requerido. Nues­tros indios lo construyeron en piedra blanda, madera, cara­col, oro, plata, arcilla, hueso y cañas; hoy predomina la construcción con cañas unidas por medio de hilos y refor­zadas con cera animal. Los de nuestro país producen los so­nidos de las escalas diatónicas mayor y menor armónicas, y al soplar simultáneamente de dos en dos los tubitos resulta una serie de terceras. Los tañedores usan generalmente dos capadores. Uno en el tono mayor y otro en el menor.

E l fotuto, botuto, trompeta, corneta y trompa es defi­nido por el Padre Simón así: "Flautón grande de madera, que tocan los indios en batallas y fiestas". Otros cronistas conceptúan que es un caracol con orificios para producir por ellos el aire y dar emisión al sonido. Se construyó de ar­cilla, madera, metales, cuernos de venado, calabazos y cara­coles marinos gigantes. Las trompetas confeccionadas de ca­racol fueron usadas por los Muiscas quienes adquirían los caracoles por intercambio comercial con los Caribes para re­vestirlos de oro y usarlos como instrumentos musicales.

Silbato de la Sierra Nevada de Santa Marta.

Instituto Colombiano de Antropología.

En el informe del Licenciado Henríquez (1601) se dice que los indios: "Hazen de las canillas y bracos de los espa­ñoles flautas que llaman fotutos".

Castellanos dice:

"Hallaron también grandes caracoles marinos de oro fino guarnecidos, y estas son las trompas o cornetas que se tocaban en los regocijos y en los sangrientos trances de la guerra; los cuales, según hemos colegido, venían por rescates de la costa de gente en gente, por distintas vías, los cuales como cosa peregrina entre estos indios eran estimados" 1.

"De procedencia arqueológica en Colombia se han ex­humado varias trompetas entre las cuales se cuenta una ha­llada en la Mesa de Los Santos (Santander), facturada en la tibia de un animal y pintada de color rojo. Al soplar pro­duce un sonido fuerte y sonoro. En el mismo sitio se encon­tró otra, hecha de un caracol, posiblemente astrombus, com­plementada con una boquilla de hueso.

"En Sogamoso (Boyacá) se exhumó de una tumba chib-cha una trompeta de caracol que había sido colocada como ofrenda funeraria.

"En la estatuaria agustiniana, y según las anotaciones de Preuss, halló una escultura llamada deidad con corona de plumas, localizada en La Meseta A, templo en el costado norte de la colina E , cuya representación es masculina y lle­va en la mano derecha una especie de cetro y en la izquierda una gran caracol o quizás una trompeta de concha.

"Procedente de Restrepo, Valle del Cauca, cultura cali­ma, se halló un caracol constituido por láminas de oro que recubría la concha de una trompeta. E l caracol se desinte­gró, por la acción del tiempo y quedó el forro de oro. Esta pieza pertenece al Museo del Oro del Banco de la República.

"Cuatro trompetas hechas en lámina de oro de forma cónica, con superficies externas decoradas por repujado y

i JUAN DE CASTELLANOS. Edición de 1886, vol. i, p. 176

Ocarina indígena. Instrumento musical de barro cocido.

Ocarina precolombina silbante.

Alcarraza del tipo llamado vaso

Trompeta de oro indígena. (Museo del Oro, Bogotá!

Arriba. Trompeta o f lauta precolombina. (Museo del Oro, Bogotá.) -Derecha. Tañedora de f lauta. Escultura del Parque Arqueológico de San Agustín, Huila.

complementadas con boquillas especiales, fueron encontra­das todas por guaqueros en el Valle del Cauca; tres de ellas en el municipio de Restrepo y la otra en el de la Florida. Estas piezas pertenecen a la colección del Museo del Oro del Banco de la República" 2 .

Los cronistas españoles nos dejaron numerosas noticias con relación a los tambores, llamados atambores, atabales, ca­jas y bombos. De procedencia arqueológica no se han en­contrado en nuestro país en tumbas y guacas.

Los indios los usaban para marcar el ritmo de las dan­zas y cuando salían en plan de fiestas y placeres.

Como en otros lugares de América, aquí en nuestro territorio se confeccionaron tambores de piel humana, los cuales aparecen en relación con ritos de guerra. E l cronista Oviedo, nos cuenta que Belalcázar en el Valle del Cauca, en la población de Lile (Cali) había visto, en sólo tres casas 680 atabales hechos de piel humana, y que tales instrumen­tos de música los hacían de enemigos que vencían en los combates y que ningún atabal les placía y gustaba oír a los indios de Lile, como estos con parches de piel humana, es­pecialmente en fiestas y areytos s .

Refiere Cieza de León que en la Provincia de Antio-quia tenían los indios cercados especiales de guaduas hora­dadas, coronadas de cráneos humanos y destinados a los sa­crificios; el viento colaba por los orificios de la gramínea y producía sonidos lúgubres que imponían respeto.

! CUBILLOS, artículo referido, p. 186. a CUBILLOS, artículo referido, p. 187.