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IndiceEditorial: Monseñor de Castro Mayer: fidelidad sin fisuras ...... 1Carta a los amigos y bienhechores nº 81 ................................... 3

Mons. Bernard Fellay

Compendio de verdades oportunas que se oponen a los errores modernos. I. La liturgia ............ 8

Mons. Antonio de Castro Mayer

San Eulogio y los mártires de Córdoba del siglo IX ................. 21 Julio Melones Espolio

La Inmaculada Concepción y el plan de Dios ........................... 30P. José María Mestre Roc

Las boticas monásticas ............................................................... 33Rvdo. D. Eduardo Montes

Crónica de la Hermandad en España ........................................ 35La primavera del postconcilio ................................................... 37

L. Pintas

Foto de portada: Monseñor Antonio de Castro Mayer, en su visita a Ecône con motivo de las consagraciones episcopales, el 30 de junio de 1988.

Le recordamos que la Hermandad de San Pío X en España agradece todo tipo de ayu-da y colaboración para llevar a cabo su obra en favor de la Tradición. Los sacerdotes de la Hermandad no podrán ejercer su ministerio sin su generosa aportación y asistencia.

NOTA FISCALLos donativos efectuados a la Fundación San Pío X son deducibles, en un 25 %, de

la cuota del I.R.P.F. Todo ello, con el límite legal establecido(10 % de la base liquidable).

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Catecismo de la Suma TeológicaR. P. Tomás Pegues, o. P.

Santo Tomás de Aquino na-ció probablemente el año de 1225 en Italia. En 1230 fiaron sus padres la educación del niño, que contaba con cinco años, a los cuidados y solicitud de su tío Sinibaldo, abad de Monte Casino. Allí fue donde, infante de pocos años, hacía a sus’ maestros la pregunta en que cifró la obsesión de toda

su vida: «¿Quién es Dios?» Sólo para contestar a este tre-mendo interrogante vivió, escribió y enseñó...

El Rvdo. P. Pégues, de la orden de los dominicos, realizó una labor extraordinaria al comentar, en miles de paginas, la Suma Teológica del doctor angélico de la Fe católica, y después de haberla comentado, analizado y explicado, punto por punto, nos presenta un resumen de esta misma obra en forma de catecismo, con preguntas y respuestas.

Este método suscita la atención y despierta la curiosidad intelectual del lector y después le da la respuesta a la duda que le había surgido.

Este libro contiene toda la ciencia divina y humana que un cristiano debe conocer, para saber para qué existe, por qué vive en esta tierra, a dónde va y cuál es el camino para llegar a la felicidad, en este mundo y en el otro...

Pueden hacer su pedido a nuestra dirección.Precio: 12 €

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Capillas de la Hermandad San Pío X en España

MadridCapilla Santiago Apóstol C/ Játiva, frente al nº 8Metro: Pacífico, salida Dr. Esquerdo.Bus: 8, 10, 24, 37, 54, 56, 57, 136, 140 y 141Domingos: 10 h.: misa rezada 12 h.: misa cantada.Laborables: 19 h.

(20 h. en julio y agosto)

BarcelonaCapilla de la Inmaculada ConcepciónC/ Tenor Massini, 108, 1º 1ªDomingos: misa a las 11 h.Viernes y sábados: misa a las 19 h.Más información: 93 354 54 62

CórdobaC/ Angel de Saavedra, 2, portal B, 2º izq.Lunes siguiente al 1er domingo, misa a las 19 h.Más información: 957 47 16 41

GranadaCapilla María ReinaPl. Gutierre de Cetina, 32Autobús: 71er domingo de cada mes, misa a las 11 h.Sábado precedente, misa a las 19 h.Más información: 958 51 54 20

MurciaSábado anterior al 1er domingo de mes, misa a las 11 h.Más información: 868 97 13 81

OviedoCapilla de Cristo ReyC/ Pérez de la Sala, 51Viernes anterior al 3er domingo, misa a las 19’00 h.Sábado siguiente, misa a las 11 h.Más información: 984 18 61 57

Palma de MallorcaCapilla de Santa Catalina TomásC/ Ausías March, 27, 4º 2ª4º domingo de cada mes, misa a las 19 h.Más información: 971 20 15 53

Santander3er domingo de cada mes, misa a las 12 h.

ValenciaC/ Pizarro, 1, 3º, pta. 123er domingo de cada mes, misa a las 11 h.

VitoriaCapilla de los Sagrados CorazonesPl. Dantzari, 83er domingo de cada mes, misa a las 19 h.

También se celebranmisas en: Salamanca, Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria.

Para cualquier tipo de información sobre nuestro apostolado ylugares donde se celebra la Santa Misa, pueden llamar al 91 812 28 81

Impreso: Compapel - Telf. 629 155 929

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Ed

ito

rialMonseñor de Castro Mayer:

fidelidad sin fisuras

La figura de Monseñor Antonio de Castro Mayer (1904-1991) alcanza, una vez transcurrido el tiempo desde su muerte, una categoría moral e históri-ca de trascendencia innegable. Alumno del Seminario Mayor de Sâo Paulo

y reconocido por sus superiores como estudiante brillantísimo, es enviado para ampliar y completar sus estudios a la Universidad Gregoriana. Ordenado sacer-dote el 30 de octubre de 1927, es consagrado obispo el 6 de marzo de 1948 por Monseñor Carlo Chiarlo. Su lema episcopal Ipsa conteret muestra bien su piedad filial y sincera en la Santísima Virgen, Madre del Redentor. Acabó sus días como obispo emérito de Campos aunque una de sus mayores glorias es la de haber com-batido por el mantenimiento de la Tradición en la Iglesia permaneciendo al lado de Monseñor Marcel Lefebvre, de manera especial en aquella jornada del 30 de junio de 1988 cuando los dos, con ardor de guerreros, para la mayor gloria de Dios, se decidieron a consagrar obispos que asegurasen el mantenimiento de la verdadera Misa católica, el sacerdocio y todo el legado teológico-doctrinal de la santa Iglesia.

En este número de Tradición Católica aparece un primer bloque sobre el cate-cismo de Monseñor de Castro Mayer que versa sobre una amplia serie de consi-deraciones en torno a los errores modernos más sobresalientes o de más amplia difusión, y esto escrito a finales de la primera mitad del siglo XX. Antes ya del Concilio Vaticano II, mucho antes, el enemigo de la Tradición, el enemigo de la iglesia Católica, estaba alerta. Y en referencia a este trabajo del obispo emérito de Campos caben tres consideraciones que merecen ser analizadas. Estas tres re-flexiones, que no excluyen otras por supuesto, son las siguientes: el obispo como vigilante y mantenedor de la disciplina revelada, el obispo defensor insobornable de la libertad e independencia de la Iglesia y finalmente el obispo, sucesor de los Apóstoles, celoso pastor que cuida sin descanso por la salvación de las almas a él encomendadas.

No cabe ninguna duda de que Monseñor de Castro Mayer, respecto a la pri-mera reflexión, fue fiel sin reservas en cuanto a su deber episcopal de guardar y mantener el depósito de la Revelación. Durante todo su ministerio sacerdotal y episcopal Monseñor enseñó en todos los sectores de la diócesis la más estricta doctrina católica, atento siempre a los asaltos de aquellos que querían engañar, tergiversar o innovar la enseñanza perenne de la Iglesia. Prueba irrefutable de ello es el catecismo que nuestra revista va a presentar en sucesivos números so-bre los errores más comunes que ya en aquellos años cincuenta del pasado siglo amenazaban la pureza doctrinal de la Iglesia. Pero de forma muy especial fue con ocasión del Concilio Vaticano II cuando Monseñor se destaca como paladín de la ortodoxia católica. A pesar de los cambios conciliares el obispo de Campos guarda

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2en su diócesis la liturgia multisecular de la Iglesia y cuando la jerarquía eclesiásti-ca intenta marginar su labor episcopal él se mantiene firme y con un número muy elevado de sacerdotes de su diócesis se enfrenta a lo que podemos llamar el triunfo del Rin sobre el Tiber. Su adhesión al apostólico combate de Monseñor Lefebvre en pro de la Tradición le valen con todo derecho el título de testigo fiel en su lucha por la Verdad. Y la Verdad es Nuestro Señor Jesucristo y su santa Iglesia, católica y apostólica, única arca de salvación.

En segundo el amor de Monseñor de Castro Mayer por la Iglesia Católica, por su libertad e independencia frente a las logias y poderes de este mundo, esclavos de las logias y del mundialismo imperante, hizo que no temblara ante las penas canónicas con las que un obscuro Vaticano amenazaba sin querer ver ni oír los acentos de alarma lanzados por los dos obispos firmes en su misión. No pudieron amedrentarlo con una excomunión inválida que si ante los ojos del mundo consti-tuía una grave condena, ante Dios, ante la iglesia de los mártires y de los confeso-res y ante la recta y auténtica interpretación del Código de Derecho Canónico no era nada más que un abuso de poder y un intento de que claudicase el anciano y venerable obispo frente a los poderes ocultos que humillan a la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo. Mas el obispo de Campos ni por un momento vaciló ante el de-gradante ataque. Siguió firme en su misión hasta aquel 25 de abril de 1991 en que rindió su alma ante el Altísimo. Justo un mes después del fallecimiento del funda-dor de la Hermandad de San Pío X Dom Antonio de Castro Mayer alcanzaba el descanso prometido a los siervos fieles y prudentes que han cumplido con el man-dato de su Señor. Después sus continuadores en la misión tomaron otros rumbos, otras veredas, quisieron oír en los cantos de sirena promesas de restauración sin hacer caso alguno de los lobos que se disfrazan de ovejas.

Y como última reflexión meditemos un poco sobre el obispo como celoso pas-tor que está atento en todo momento por la salvación eterna de sus fieles, de las almas a él encomendadas. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, según nos dice el texto paulino. Mas teniendo en cuento esto hay que decir que difícilmente nos podremos salvar si concedemos a nuestra santa religión el mismo grado y honor que a las religiones falsas y de perdición que aniquilan tantos millones de almas en este mundo. Si nos hacemos adeptos de este ecumenismo aberrante que desde hace decenios azota a la igle-sia. Mal nos podremos salvar con una liturgia y unos sacramentos que han sido distorsionados y heridos en aras de una reconciliación con aquellos que viven se-parados de la Iglesia Católica. Mal nos podremos salvar con un catecismo y una enseñanza religiosa que hacen caso omiso en numerosos puntos de la doctrina eterna y siempre predicada. Monseñor de Castro Mayer mantuvo hasta el final ese celo ardiente, esa caridad intrépida por la salvación de las almas, Mantuvo la ortodoxia más perfecta como prueba de amor, como entrega sin límites hacia la santa Iglesia, Esposa de Jesucristo, por el que vivió y se consumió íntegramente como un incienso. m

Editorial: Monseñor de Castro Mayer: fidelidad sin fisuras

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Carta a los amigos y bienhechores n° 81

Queridos amigos y benefactores,En este fin de año conviene

echar una mirada sobre los prin-cipales acontecimientos de la Iglesia y de la Hermandad para sacar las lecciones que nos permitirán contribuir al progre-so del reino de nuestro Señor Jesucristo.

En este análisis de la situación actual no olvidaremos que “todo está en las manos” de la divina Providencia, que, sin disminuir la libertad de los hombres, dispone infaliblemente todas las cosas para que cooperen al bien de los que aman a Dios (cf. Rom. 8, 28). Por ende, esto no nos dispensa en nada de nues-tras obligaciones, ¡todo lo contrario! ¡«La gloria de mi Padre está en que deis mu-cho fruto»! (Jn. 15, 8).

Me parece que es nece-sario evocar una vez más la dimisión del Papa Bene-dicto XVI y la elección de su sucesor, el Papa Francisco. El Sumo pontífice venido de Argentina se presentó des-de los primeros días como muy diferente de todo lo que habíamos visto hasta ahora. La reciente Exhortación apostóli-ca Evangelii gaudium ilustra (…) lo difí-cil que es comprender a una persona que no encaja en los cánones acostumbra-dos, que no duda en formular críticas ve-hementes y repetidas al mundo contem-poráneo y a la Iglesia moderna. Enuncia

muchos verdaderos problemas; pero po-demos preguntarnos sobre la eficacia de las medidas preconizadas y dudar de su realización. No es fácil curar a un enfer-mo moribundo, ¡y ciertos tratamientos más revolucionarios todavía que los em-pleados a tal efecto podrían acabar con él! No les ocultamos nuestros temores respecto del futuro de la Iglesia según una vista humana. Creemos firmemente en la asistencia del Espíritu Santo pro-metida a la Esposa de Cristo, pero sabe-mos que ella no impide que los hombres

de Iglesia puedan realmente perder las almas conduciéndolas al infierno.

A primera vista, no se podría decir que los meses transcurridos del nuevo ponti-ficado hayan mejorado esta situación.

Al par que conservamos la esperan-za de que un reencauzamiento auténti-

«El Sumo pontífice venido de Argentina se presentó desde los primeros días como muy diferente de todo lo que habíamos vis-to hasta ahora. La reciente Exhortación apostólica Evangelii gau-dium ilustra lo difícil que es comprender a una persona que no encaja en los cánones acostumbrados, que no duda en formular críticas vehementes y repetidas al mundo contemporáneo y a la Iglesia moderna».

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4camente inspirado por Dios sucederá algún día, la realidad de los sufrimien-tos espirituales de la Iglesia militante se mantiene como tal. ¡Muchos de sus miembros ignoran hasta lo que se pone en juego en sus vidas! A comienzos del siglo XX San Pío X decía que la primera causa de la pérdida de las almas era la ignorancia religiosa, el desconocimiento de las verdades de la fe. Esto se ha agravado tanto por la disminución del número de sacerdotes, que se hace sentir gravemente no sólo en Europa y en otras par-tes, como por la formación dispensada en los semina-rios. El cambio de Papa no ha modificado en nada esta situación desastrosa, y la re-afirmación de las lamenta-bles orientaciones del Concilio Vaticano II nos hacen temer que como las mismas causas producen los mismos efectos, la situación global de la Iglesia católica siga siendo dramática, y que no tenga visos de mejorar. Las canonizaciones de los dos papas estrechamente ligados al desarrollo y a la aplicación del Concilio Vaticano II no arreglarán las cosas. Ade-más, los recientes anuncios de la descen-tralización del poder pontificio –de su disolución en una colegialidad mayor–, aplaudidos por los peores modernistas, como Hans Küng, no hacen sino aumen-tar nuestros temores para el futuro.

En medio de estas preocupaciones el bien de la Iglesia toda debe permanecer unido a todo corazón católico. Los pro-gresos de nuestra Hermandad cuya rea-lización está a nuestra vista son una cau-sa de alegría y de acción de gracias y lo prueban los hechos de que la fidelidad a la fe y a la disciplina tradicional produce

siempre los frutos benditos de la graciaLos 43 nuevos seminaristas que han

ingresado en octubre en nuestros semi-narios del hemisferio norte y los aproxi-madamente 120 seminaristas en forma-ción en nuestras casas son una verdadera consolación. En los Estados Unidos avanza mes a mes la construcción de un nuevo seminario más grande en Virginia

y mejor. Si todo va bien a partir de 2015 esta casa abrirá sus puertas para conti-nuar la obra de formación sacerdotal, tan necesaria, que se lleva a cabo actual-mente en Winona, Minnesota.

Durante este tiempo nuestros queri-dos sacerdotes recorren el mundo hacia nuevos fieles que nos descubren y nos piden ayuda. Los sacerdotes nombrados en América Central y en África no bastan para las misiones que hemos estableci-do en Costa Rica, Honduras, Nicaragua, El Salvador; en África, Gana, Tanzania, Zambia, Uganda, reciben la visita regular de nuestros misioneros, pero ello es muy poco para saciar la sed espiritual de tantas y tantas almas… ¡Señor, danos sacerdotes!

En un mundo cada vez más hostil a la observancia de los mandamientos de Dios, debemos preocuparnos verdadera-mente por formar almas bien templadas, que tomen en serio su santificación y su salvación. Eso nos conduce naturalmen-

Carta a los amigos y bienhechores nº 81

Profesores y seminaristas del seminario de Estados Unidos

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5te a dar una gran importancia a nuestros colegios y a su desarrollo. En estas obras de formación invertimos la mayor parte de nuestros recursos y energías, tanto humanas como materiales. En el mundo entero sacerdotes y religiosos se consa-gran a la tarea magnífica de la educación y de la enseñanza católicas en más de un centenar de establecimientos.

Bien conscientes, queridos fieles, que la salvación de un alma se prepara des-de la cuna, luchamos con todas nuestras fuerzas para conservar el tesoro del ho-gar católico, foco de santidad en medio de un mundo decadente que sólo puede conducir las almas al infierno. Sopesa-mos bien y compartimos las preocupa-

ciones de los padres de familia, que han comprendido que la salvación de las al-mas de sus hijos no tiene precio. Sí, hay que estar dispuesto a sacrificar todos los bienes temporales – hasta dar su propia

vida –, para asegurar la eternidad bien-aventurada de un alma.

Sabemos que hay algo de sobrehuma-no en lo que se pide a un católico hoy en día. El apoyo tradicional que antaño se podía encontrar en la organización cris-tiana de la sociedad temporal es ahora inexistente. En todas partes vemos una vorágine de errores en el ámbito de la fe – hasta la herejía –, un relajamiento de la moral – en particular por el abandono de las leyes del matrimonio y de la familia –, y una tibieza sin precedente de la vida cristiana. La nueva liturgia deja muchas almas exangües… ¡Jerusalem desolata est! También en este ámbito las obras de la Hermandad son como un oasis en

el desierto, como islotes en medio de un mar hostil.

En este contexto dramá-tico nos parece muy necesa-rio lanzar una nueva cruza-da en el mismo espíritu que las precedentes, teniendo ante nuestros ojos las pe-ticiones y las promesas del Corazón Inmaculado de María tal como fueron ex-presadas en Fátima, pero insistiendo sobre todo en esta oportunidad sobre su carácter universal. Debe-mos poner todo nuestro co-razón, toda nuestra alma en esta nueva cruzada: no de-bemos contentarnos con la recitación diaria del rosario, sino que debemos cumplir cuidadosamente el segundo

punto pedido por nuestra Señora, que es la penitencia. Oración y penitencia. Pe-nitencia, entendida ciertamente como la aceptación de ciertas renuncias, pero sobre todo como la realización fidelísima

Carta a los amigos y bienhechores nº 81

Proyecto del futuro seminario en Virginia (USA)

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6de nuestro deber de estado.

Por eso esta cuarta cruzada se apoya-rá sobre aquella querida por Mons. Mar-cel Lefebvre desde 1979. Una cruzada centrada en la santa Misa que es la fuen-te de toda gracia, de toda virtud. En el sermón de su jubileo sacerdotal, en Pa-ris, nos llamaba con fuerza a esta triple cruzada: cruzada de los jóvenes, cruzada de las familias, cruzada de los cabezas de familia para una civilización cristiana.

Nuestro venerado fundador declara-ba entonces: «Creo que puedo decir que debemos hacer una cruzada apoyada en el santo Sacrificio de la Misa, en la San-gre de nuestro Señor Jesucristo, apoya-da en esa roca invencible y en esta fuente inagotable de gracias que es el santo Sa-crificio de la Misa. (…) Necesitamos una cruzada, una cruzada basada precisa-mente en esta noción de sacrificio, para recrear la cristiandad, reconstruir una cristiandad tal como la Iglesia la quie-re, tal como lo ha hecho, siempre con los mismos principios, el mismo sacrificio de la misa, los mismos sacramentos, el mismo catecismo, la misma Sagrada Es-critura. Debemos recrear esta cristian-dad; vosotros, mis queridos hermanos, sois la sal de la tierra, la luz del mundo, a vosotros se dirige nuestro Señor cuan-do dice: “No desperdiciéis el fruto de mi Sangre, no abandonéis mi Calvario, no abandonéis mi Sacrificio”. Y la Virgen María, que está al pie de la Cruz, os lo dice también. Ella, que tiene el corazón traspasado, colmado de sufrimientos y de dolores, y al mismo tiempo lleno de alegría por unirse al Sacrificio de su di-vino Hijo, ella os dice también: “¡Seamos cristianos, seamos católicos!”».

Mons. Lefebvre definía el papel que cada uno –jóvenes, familias, cabezas de familia – debía tener en esta cruzada:

«Si queremos ir al cielo debemos se-guir a nuestro Señor Jesucristo, cargar nuestra cruz y seguir a nuestro Señor Jesucristo, imitarlo en su Cruz, en su sufrimiento, en su sacrificio. Así pues, exhorto a los jóvenes, a los jóvenes que están aquí, en esta sala, a pedir a los sacerdotes que les expliquen estas cosas tan hermosas, tan grandes, para que elijan su vocación, y que en todas las vocaciones que pueden elegir, ya sean sacerdotes, religiosos o casados, abra-cen la Cruz de nuestro Señor. Si desean formar una familia por el sacramento del matrimonio y por tanto en la Cruz de Jesucristo y en la Sangre de Jesucristo, casados bajo la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, comprendan la grandeza del matrimonio y que se preparen digna-mente a él por la pureza, la castidad, por la oración, por la reflexión. Que no se dejen llevar por tantas pasiones que agitan el mundo. ¡Cruzada de jóvenes que deben buscar el verdadero ideal!

»¡Cruzada también de las familias cristianas! Familias cristianas que es-táis aquí, consagraos al Corazón de Je-sús, al Corazón Eucarístico de Jesús, al Corazón Inmaculado de María. ¡Rezad en familia! Bien sé que muchos de entre vosotros lo hacéis, ¡pero que haya cada vez más familias que recen con fervor! ¡Que Nuestro Señor reine verdadera-mente en vuestros hogares! (…)

»Por último, cruzada de los cabezas de familia. Vosotros, cabezas de fami-lia, tenéis una grave responsabilidad en vuestro país. (…) Acabáis de cantar “¡Christus vincit, Christus regnat, Chris-tus imperat!” ¿Se trata de palabras? ¿Tan sólo de palabras? ¿Palabras y can-tos? ¡No! Debe ser una realidad. Cabe-zas de familia, vosotros sois los respon-sables de ello, para vuestros hijos, para

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7las generaciones que seguirán. Debéis organizaros, reuniros, cooperar para lograr que Francia [vuestra nación] vuelva a ser cristiana, católica. No es imposible, o entonces hay que decir que la gracia del santo Sacrificio de la misa no es ya la gracia, que Dios no es ya Dios, que Nuestro Señor Jesucristo no es ya Nuestro Señor Jesucristo. Hay que confiar en la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, pues Nuestro Señor es todo-poderoso. Yo he visto esta gracia en ac-ción en África, no hay razón para que no actúe también aquí, en nuestros países».

Luego, dirigiéndose de manera espe-cial a sus sacerdotes, Mons. Lefebvre les pedía: «Y vosotros, queridos sacerdotes que me escucháis, mantened una unión sacerdotal profunda, difundindiendo esta cruzada para que Nuestro Señor reine. Y para ello debéis ser santos, de-béis buscar la santidad, mostrar esa santidad, esa gracia que obra en vues-tras almas y en vuestros corazones, esa gracia que recibís por el sacramento de la Eucaristía y por la santa Misa que ofrecéis. Sólo vosotros podéis ofrecerla».

Animados por estas palabras vibran-tes de nuestro fundador, todos los miem-

Cruzada del Rosario 2014del 1° de enero al 8 de junio 2014

Objetivo: 5 millones de rosarios 1) Para implorar una protección especial del Corazón Inmaculado

de María sobre la obras de la Tradición;2) Por el retorno de la Tradición en la Iglesia;3) Por el triunfo del Corazón Inmaculado de María mediante la

consagración de Rusia..

Medios:1) Oración y penitencia pedidas en Fátima;2) Santificación por el deber de estado;3) Espíritu de sacrificio en unión al santo Sacrificio de la Misa.

bros de la Hermandad formarán con vo-sotros, queridos fieles, una gran cruzada por nuestro Señor y su reino, por nuestra Señora y el triunfo de su Corazón Inma-culado. Cuando el enemigo se declara, según la expresión del Apocalipsis, debe-mos responder a sus ataques de manera proporcionada. ¡Dios lo quiere!

Os exhortamos, pues, a tener un espí-ritu de cruzada permanente, atendiendo a las conveniencias humanas, haremos comenzar oficialmente esta nueva cru-zada del rosario el 1° de enero de 2014 para concluirla en la fiesta de Pentecos-tés (8 de junio de 2014), con el objeti-vo de reunir un ramillete espiritual de cinco millones de rosarios en reparación por los ultrajes infringidos al honor de nuestra Señora, a su Corazón de Virgen y de Madre de Dios.

Confiamos a su bondad maternal vuestras penas y vuestras alegrías, vues-tras preocupaciones y vuestras esperan-zas, para que Ella os guarde fieles a la Iglesia, hasta el cielo.

En la fiesta de san Nicolás, 6 de di-ciembre de 2013.

+Bernard FELLAY

Carta a los amigos y bienhechores nº 81

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El Jansenismo es la doctrina de Cornelio Jansen, más conocido por Janse-nio, heresiarca holandés, que exageraba las ideas de San Agustín acerca de la influencia de la gracia divina para obrar el bien, con mengua de la libertad humana. Este movimiento se dio sobre todo en Francia durante los siglos XVII y XVIII.

El nombre del movimiento fue tomado del teólogo flamenco y obispo de Ypres, Jansenio, cuyas ideas fueron resumidas en el tratado Au-gustinus (1640), publicado dos años después de su muerte. El jansenismo sostiene que, después del pecado original, el hombre no es verdadera-mente libre, y que se salva o se condena nece-sariamente, según Dios le conceda o le niegue su gracia; que la gracia es un puro don de Dios que la distribuye como le parece, sin que nada pueda modificar su soberana voluntad: de aquí se sigue que Jesucristo no murió por todos los hombres, sino sólo por los predestinados. No se considera para nada nuestra propia libertad, y por tanto, el mérito o el demérito de nuestros actos. Como consecuencia de todo ello, la moral jansenista es rigurosísima, tanto que exige para la comunión las más difíciles disposiciones. La doctrina se asemeja mucho a la del calvinismo,

y desde el co-mienzo, tanto Jansenio como sus seguidores fueron acusados de ser protestantes disfraza-dos.

El papa Urbano VII, en 1642, confirmó la condenación que había decretado contra di-cho libro el Santo Oficio el año anterior. En 1653, el Papa condenó cinco tesis relaciona-das con la predestinación defendidas en los escritos de Jansenio y en 1713 el Papa, en la bula Unigenitus, condenó otras 101 tesis, que fueron, ahora sí, encontradas en los tratados de un jansenista francés, Pascasio Quesnel.

Este sacerdote, de la Congregación del Ora-torio, fundada por el cardenal Berulle, había reanudado la lucha con la pu-blicación del libro Reflexiones morales sobre el Nuevo Testamento, cuajado de doctrinas jansenistas y galicanas. Hasta el momento de su muerte fue in-consistente y poco sincero. Pidió y recibió los últimos Sacramentos y, en pre-sencia de dos protonotarios apostólicos y otros testigos, hizo una profesión de fe con su propia firma, en la que declaró “que deseaba morir como había vivido siempre, en el seno de la Iglesia Católica, que creía todas las verdades enseñadas por ella, que condenaba todos los errores condenados por ella, que reconocía al Sumo Pontífice como el principal Vicario de Cristo y a la Sede Apostólica como el centro de la unidad”. Con todo, estas fórmulas ocultaban algunas restricciones inadmisibles y no parece que tal profesión de fe fuera suficiente para la reparación de los perjuicios que irrogó con sus escritos.

Jansenismo

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Compendio de verdades oportunas que se oponen a los errorescontemporáneos (I)

Mons. Antonio de Castro Mayer

I. LA LITURGIA

Según lo anunciado en el número anterior, aparece ahora, tras la Carta Pastoral sobre Pro-blemas del Apostolado Moderno, escrita por Mons. Antonio de Castro Mayer, el Catecismo o Compendio de verdades oportunas contra los errores contemporáneos, dividido en 8 capítulos: 1. Sobre la liturgia; 2. Sobre la estructura de la Iglesia; 3. Sobre métodos de apostolado; 4. Sobre la vida espiritual; 5. Sobre la moral nueva; 6. Sobre racionalismo, evo-lucionismo y laicismo; 7. Sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado; y 8. Sobre cuestio-nes políticas, económicas y sociales. Publicamos ahora el apartado nº 1 sobre la liturgia.

NOTA IMPORTANTE: Con el símbolo l se presentan las proposiciones falsas o al menos erróneas y con el símbolo « las proposiciones ciertas.

l El fiel, cuando asiste a la Santa Misa y pronuncia con el celebrante las pala-bras de la Consagración, coopera a la transubstanciación y al sacrificio.

1

« El fiel es incapaz de concelebrar con el sacerdote, cooperando a la transubs-tanciación, porque le falta el Sacra-mento del Orden que comunica tal ca-pacidad.

EXPLICACIÓN

Sólo el Sacramento del Orden confiere el poder y la capacidad para obrar la transubstanciación, en el Sacrificio de la Nueva Ley. El simple fiel es, pues, incapaz de hacerlo.

Tal proposición renueva la herejía de los protestantes condenada en el Concilio de Trento (sess. 23, cap. 4), y nuevamente proscrita en la Mediator Dei, de Su San-tidad Pío XII (A. A. S., 39, pág. 556).

2

l El fiel concelebra con el Sacerdote el Santo Sacrificio de la Misa.

« El fiel participa del Santo Sacrificio de la Misa.

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10 Compendio de verdades oportunas que se oponen a los errores contemporáneos (I)

«Los dogmas fundamentales de la Santa Misa son los siguientes:• Sólo el Sacerdote es el único ministro;• Hay verdadero sacrificio, una acción sacrificial;• La Víctima es Nuestro Señor Jesucristo presente en la Hostia bajo las especies de pan y vino con su cuerpo, su sangre, su alma, y su divinidad;• Es sacrificio propiciatorio;• El Sacrificio y el Sacramento se realizan con las palabras de la Consagración y no con las palabras que preceden o siguen.Basta enumerar algunas de las novedades para demostrar el acercamiento a los protestantes:• El altar transformado en mesa, sin el ara;• La Misa frente al pueblo, en lengua vernácula, en voz alta;• La Misa tiene dos partes: la Liturgia de la Palabra y la de la Eucaristía;• Los vasos sagrados vulgares, el pan fermentado, la distribu-ción de la Eucaristía por laicos, en la mano;• El Sagrario escondido;• Las lecturas hechas por mujeres; la Comunión dada por laicos.Todas estas novedades están autorizadas.Se puede pues decir sin ninguna exageración que la mayoría de estas Misas son sacrílegas y que disminuyen la fe, pervirtién-dola. La desacralización es tal que la Misa se expone a perder su carácter sobrenatural, su “misterio de fe”, para convertirse nada más que en un acto de religión natural.Estas Misas nuevas no sólo no pueden ser motivo de una obliga-ción para el precepto dominical, sino que además con relación a ellas hay que seguir las reglas de la Teología moral y del De-recho Canónico, que son las de la prudencia sobrenatural con relación a la participación o a la asistencia a una acción peligro-sa para nuestra fe o eventualmente sacrílega» (Mons. Lefebvre).

EXPLICACIÓN

Estas dos proposiciones requieren una pequeña explicación. Jamás se puede de-cir que el fiel concelebra con el sacerdote, pues la expresión concelebrar se refiere en la Iglesia a las Misas en que hay más de un celebrante y todos concurren activamen-te al ofrecimiento del Sacrificio y a la transubstanciación; por ejemplo, en las Misas de ordena-ción sacerdotal, en las que los nuevos Sacerdotes concele-bran con el Obispo.

También la pro-posición en que se declara que los fie-les participan del Sacrificio de la Misa pide una aclaración. Muchos la entien-den en el mismo sentido de que los fieles con-celebran el Sacrificio. Sería la repetición del error exami-nado en el número 1. Otros la entiendan en el sentido de que el Sacerdote no es sino un mandatario del pueblo, cuyos actos sacerdotales val-drían sólo en cuanto él re-presenta a los fieles. No es así como se debe entender, como bien enseña la Media-tor Dei (A. A. S., 39, págs. 555-556). El Sacerdote, de hecho, no es un delegado del pueblo (Mediator Dei, A. A. S., 39, pág. 538), pues es es-cogido por vocación divina, hecho Sacerdote por el Sa-cramento del Orden (Media-tor Dei, pág. 539). No quiere esto decir que el Sacerdote, en cierto sentido, no repre-

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11sente al pueblo. Lo representa en cuanto representa a Jesucristo, cabeza del Cuerpo Místico, del cual los fieles son miembros (Mediator Dei, pág. 538). Y cuando el Sacerdote ofrece en el altar, lo hace en nombre de Cristo, Sacerdote principal, que ofrece en nombre de todos los miembros de su Cuerpo Místico. De manera que, en cierto sentido, el Sacrificio es ofrecido en nombre del pueblo. Debe, por tan-to, él participar del Sacrificio. ¿De qué manera? Dice la Mediator Dei: «En cuanto une sus votos de alabanza, de impetración, de expiación y de acción de gracias con los votos e intención del Sacerdote, y también del Sumo Sacerdote, para que en la misma oblación de la víctima, que se ofrece en el rito externo del Sacerdote, sean presentados al Eterno Padre» (Ibid., pág. 556).

Hay, pues, un sentido real para la expresión “participar”, que se podrá usar siempre que se tenga el cuidado de excluir cualquier sentido menos exacto.

3

l Los fieles que siguen la Misa con el misal participan de ellas. Los fieles que la siguen de otro modo, apenas sí asis-ten.

« La participación de los fieles en el Santo Sacrificio de la Misa consiste en la unión con las intenciones del Sumo Sacerdote, Jesucristo, y del Sacerdote celebrante. Cualquier método —misal, rosario, meditación— será perfecto si fuere eficaz para producir esta unión.

EXPLICACIÓN

La sentencia impugnada renueva el espíritu jansenista contenido en esta propo-sición de Quesnel condenada por Clemente XI en la bula Unigenitus del 8 de sep-tiembre de 1713: «Quitar al pueblo fiel este consuelo de unir su voz a la voz de toda la Iglesia, es costumbre contraria a la práctica apostólica y a la intención divina» (Prop. n. 86, D. 1.436).

En sí misma, es ella una consecuencia de la doctrina errónea de que el fiel con-celebra con el Sacerdote la Santa Misa, debiendo pronunciar con él las palabras litúrgicas, quien no pronunciase esas palabras no participaría de la Misa, asistiría apenas a ella, en actitud meramente pasiva. Al paso que la Mediator Dei insiste so-bre la unión con las intenciones de Jesucristo y del celebrante, dando plena libertad a los fieles respecto al método a emplear para conseguir esa finalidad. Estamos lejos de desaconsejar el interés por todo cuanto dicen respecto a la Misa, y, por tanto, también por el conocimiento del misal, de las oraciones y ceremonias del Santo Sa-crificio, etc. Pero evítese la confusión propia de los reformadores del siglo XVI entre los fieles y el Sacerdote; cómo es necesario respetar la libertad del Espíritu Santo, que, dentro siempre de la obediencia que los fieles deben a la Sagrada Jerarquía, les orienta con sus gracias según su inefable beneplácito: «Spiritus ubi vult spirat» (Jo. III, 8).

Compendio de verdades oportunas que se oponen a los errores contemporáneos (I)

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l Sólo se debe asistir a la Santa Misa siguiendo las palabras del misal. Du-rante el Sacrificio se deben excluir las oraciones privadas, como el rosario, la meditación, etc. Sólo la Misa dialogada y “versus populum”, es acomodada a la actitud del cristiano en el Santo Sacri-ficio.

« El uso del misal, la recitación del Ro-sario, la meditación y otras oraciones apropiadas, son todos excelentes méto-dos de asistir al Santo Sacrificio de la Misa. El cristiano, pues, tiene libertad para escoger el que mejor contribuya a unirle con las intenciones de Jesucristo y del Sacerdote que celebra. Todos los métodos de asistencia a la Misa, aproba-dos por la Santa Iglesia, son buenos para oír el Santo Sacrificio. Cualquier exclusi-vismo en este punto es reprobable.

EXPLICACIÓN

La proposición impugnada está unida ín-timamente con el falso principio del sacer-docio formal de los fieles que arriba apun-tamos. La Encíclica Mediator Dei aprueba y promueve el verdadero movimiento litúr-gico. Todo cuanto lleve a los fieles al cono-cimiento y al amor de la Sagrada Liturgia, merece aplausos. El mal empieza cuando, a veces, falsas proposiciones teológicas vician el espíritu con que se propaga la piedad li-túrgica. En esta consideración se apoya la Mediator Dei para censurar y condenar las extravagancias que se levantaron en el cam-po de la piedad litúrgica.

Conviene hacer resaltar la unión doctri-nal que hay entre las muchas proposiciones hasta aquí impugnadas. Proceden ellas del falso supuesto de que los fieles participan del sacerdocio de Jesucris-to, de la misma forma que participan los Sacerdotes, aunque quizá en grado me-nor. Hay, sin embargo, una diferencia específica entre esas dos participaciones, que el Santo Padre compara con la diferencia que hay entre

«Los laicos sin sacerdotes, ¿qué pueden hacer? ¿quién va a dar-les la gracia? ¿quién va a darles los sacramentos? ¿quién va a darles la fe que debe guiarlos? Ya que toda la obra de restaura-ción de la Iglesia, toda obra de restauración de la cristiandad, es una obra de la fe. Pertenece al sacerdote comunicar la fe a los laicos, pertenece al sacerdote comunicar esta luz, como lo dice la Santísima Virgen de La Salette. [...] Por mi parte, estaba abso-lutamente persuadido de la necesidad del sacerdocio. ¿Cómo iba a realizarlo? Eso ya era otro asunto, no lo sabía, sino que se fue presentando día por día, mes por mes, año por año, hasta que por fin hemos fundado la Hermandad» (Mons. Lefebvre).

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l El altar debe tener forma de mesa que recuerde la cena Eucarística.

« Está equivocado quien quisiera resti-tuir el altar a la antigua forma (Media-tor Dei, A. A. S. 39, p. 545).

EXPLICACIÓN

«La Sagrada Congregación de Seminarios en su Carta al Episcopado Brasileño agrega con claridad: «Es ciertamente al esnobismo de novedades a lo que se debe el pulular de errores ocultos bajo una apariencia de verdad y muy frecuentemente con una terminología pretenciosa y oscura» (A. A. S. 42, pág. 839).

Un ejemplo de la mala comprensión del espíritu tradicional puede apuntarse en el arcaísmo a que hace referencia el Santo Padre Pío XII en la Encíclica Mediator Dei. Por un apego excesivo al rito y a la forma antiguos sólo por antiguos, ciertos

un pagano y un cristiano. Como el pagano está fuera del Cuerpo Místico de Cristo y, por tanto, es incapaz de cualquier acto propio de este Cuerpo, así el simple cris-tiano está fuera del Sacerdocio y es incapaz fundamentalmente de cualquier acto específicamente sacerdotal. (Cfr. Mediador Dei, A. A. S., v. 39, pág. 539).

El error impugnado fué nove-dad protestante que los jansenis-tas se esforzaron por mantener en el seno de la Iglesia, llevados por el mismo espíritu de re-formarla completamente, haciendo de una sociedad monárquica y aristocrática una sociedad democrática.

Préstese atención a la proposición del Sínodo de Pistoya, condenada por la Bula Auctorem fidei, de Pío VI (28 de agosto de 1794): «La proposición que enseña que el poder fue dado por Dios a la Iglesia para que sea comunicado a los Pastores que son sus ministros, para la salvación de las almas, entendida de esta manera, como si de la comunidad de los fieles dimanase para los Pastores el poder de minis-terio y de gobierno, es herética». (Prop. 2 D. 1502).

«Respecto a la Nueva Misa, destruyamos de inmediato esta idea absurda: si la Nueva Misa es válida, se puede tomar parte en ella. La Iglesia siempre ha prohibido a los fieles asistir a las Misas de los cismáticos y de los herejes, aunque sean válidas. Es evidente que no se puede tomar parte en Misas sacrílegas, ni en Misas que ponen nuestra fe en peligro. Además, es fácil demostrar que la nueva Misa, tal como ha sido formulada por la Comisión de la Liturgia, con todas las autorizaciones dadas por el Concilio de una manera oficial, y con todas las explicaciones dadas por Monseñor Bugnini, presenta un acercamiento inexplicable a la teología y al culto de los protestantes» (Mons. Lefebvre).

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l La Comunión fuera de la Misa, las Vi-sitas al Santísimo Sacramento, el culto a las Sagradas Especies, la Adoración Perpetua y Bendición del Santísimo constituyen formas extralitúrgicas de piedad y como tales deben ser paulati-namente suprimidas.

« Todas las formas del culto al Santí-simo constituyen preciosas formas de piedad, y como tales deben ser fomen-tadas. Aunque se debe aconsejar la Co-munión dentro de la Misa, la recepción de la Sagrada Eucaristía fuera de la Misa es un medio de participar normal-mente del Sacrificio Eucarístico (“Me-diator Dei”. A. A. S. 39, p. 566).

EXPLICACIÓN

La sentencia impugnada supone que es imperfecta toda forma de piedad priva-da, lo que constituye un error condenado por la Mediator Dei (A. A. S., 39, págs. 565-566 y 583 y ss.).

Por otra parte ella renueva el espíritu de las proposiciones condenadas por el Concilio de Trento en los Cánones 5, 6 y 7 de la Sesión XIII (D. 887-889).

liturgistas pretenden restaurar el altar en forma de mesa y otras prácticas de la pri-mitiva Iglesia (A. A. S. 39 p. 545). Como si a lo largo de la historia el espíritu de la Iglesia no pudiese manifestarse en nuevas formas y nuevos ritos acomodados a las diversidades de los tiempos y de los lugares. Los extremos se tocan y las exageracio-nes más opuestas entre sí, fácilmente se coaligan contra la verdad.

El peligro de este espíritu tradicional mal entendido lo encontramos muchas veces en los propios autores de novedades, como Lutero, Jansenio, los promotores del falso Concilio de Pistoya y aun los modernistas en este siglo» (Carta Pastoral sobre Problemas del Apostolado Moderno).

7

l La celebración simultánea de varias Misas acaba con la unidad del Sacrifi-cio Social.

« La simultaneidad de varias Misas no destruye la unidad del Sacrificio Social de la Iglesia.

EXPLICACIÓN

“No falta quien afirma que los Sacerdotes no pueden ofrecer la Divina Víctima en muchos altares a la vez, porque de este modo separan la Comunidad y ponen en peligro la unidad.” En sentencia reprobada por la Mediator Dei (A. A. S. 39, p. 556). La razón es clara: Todo Sacrificio de la Misa tiene sólo valor por su relación

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l En los altares no debe haber imáge-nes fuera del Crucifijo.

« No hay el menor inconveniente en que, además del Crucifijo, haya otras imágenes en el altar, con tal de que no ocupen el lugar reservado a aquél.

EXPLICACIÓN

La costumbre de colocar imágenes en el altar está en consonancia con la doctri-na católica sobre el culto que se les debe dar.

La sentencia impugnada contraría el espíritu aconsejado por la Mediator Dei, que recomienda la colocación de imágenes de los Santos en los templos para edifi-cación de los fieles, y recrimina a aquellos que desearían retirar tales imágenes (A. A. S., 39, pág. 582 y 546).

El contenido de esta sentencia se liga al error protestante de un solo y único Mediador, que no tolera mediadores secundarios.

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l Los fieles cuando rezan el oficio divi-no hacen oración litúrgica.

« La oración litúrgica que hace en nombre de la Iglesia con las oraciones y ritos por ella propuestos, sólo puede

intrínseca con el Sacrificio de la Cruz, que fue uno solo y válido para todos los tiempos; de manera que, aunque sean muchas las misas, de hecho, permanece la unidad esen-cial del Sacrificio. La sentencia impugnada recuerda el error jansenista condenado por la Constitución Auctorem fidei, de Pío VI, en 28 de agosto de 1794, en el número 31, que dice así: «La proposición del Sínodo, que afirma que es conveniente para el buen orden de los divinos Oficios, y según la anti-gua costumbre, que en cada Iglesia haya un solo altar, y que le agradaría ver restable-cida esta costumbre, es declarada temera-ria, injuriosa a una costumbre antiquísima y piadosa, en vigor y aprobada desde hace muchos siglos, en particular en la Iglesia la-tina». (D. 1531.)

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«La comprensión de los textos no es el fin último de la oración, ni el único medio para que el alma se ponga en oración, es de-cir, en unión con Dios, que es la principal meta de la plegaria.El objeto propio de la plegaria es Dios. El alma que alcanza a Dios, y se une espiritualmente a Él, está en oración y bebe en la fuente de su vida. Sería, pues, contrario al fin mismo de la acción litúrgica prestar tanta atención a la comprensión de los textos que llegue a ser obstáculo para la unión con Dios. Por otra parte, el alma sencilla, poco cultivada y verdaderamente cristiana, logrará la unión con Dios ya con un canto religioso y celestial, ya con el ambiente general de la acción litúrgica, la piedad y el recogimiento del lugar, la belleza arquitectóni-ca, el fervor de la comunidad cristiana, la nobleza y la piedad del celebrante, la decoración simbólica, el olor a incienso, etc» (Mons. Lefebvre).

EXPLICACIÓN

“El Oficio divino es la oración del Cuerpo Místico de Cristo, dirigida a Dios en nombre de todos los cristianos, y para su provecho, y ha de ser hecha por los sacer-dotes, por ministros de la Iglesia y por los Religiosos encargados por la Iglesia para eso” (Mediador Dei, A. A. S., 39, pág. 573).

ser hecha por los clérigos y los religio-sos a ella obligados. La oración de los fieles, siempre es una oración privada, sea litúrgico o no el texto.

10

EXPLICACIÓN

La sentencia impugnada fue condenada en estos térmi-nos por la Mediator Dei: «De esos profundos argumentos algunos sacan la conclusión de que toda la piedad cristiana debe concentrarse en el mis-terio del Cuerpo Místico de Cristo, sin ninguna conside-ración personal ni subjetiva, y por eso creen que se deben descuidar las otras prácticas religiosas, no estrictamente litúrgicas, y realizadas fuera del culto público. Todos, sin embargo, pueden comprobar que esas conclusiones acer-ca de dos especies de piedad, son completamente falsas, insidiosas y perniciosísimas» (A. A. S., 39, página 533).

Por otra parte, a los pro-

l Para la vida espiritual de los fieles y su unión con Jesucristo, basta que par-ticipen de los actos litúrgicos recitando los textos oficiales.

« La vida espiritual de los fieles consta, no sólo de la participación de la Santa Misa y Sacramentos, sino también de actos de piedad privada, sin los cuales la salvación es imposible.

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17pios Sacerdotes, capaces de oraciones litúrgicas, el Código de Derecho Canónico manda una piedad privada fervorosa (can. 125, párr. 2).

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l Es moral anticuada prohibir a los fieles el frecuentar bailes, «dancings», piscinas, etcétera. Alimentados por la piedad litúrgica pueden ellos frecuen-tar estos ambientes sin temor, y allí practicar el apostolado de infiltración irradiando a Cristo con su presencia.

« No hay espiritualidad que inmunice al hombre contra el peligro de ocasio-nes próximas y voluntarias de pecado, de las cuales debe apartarse aunque sea con grave perjuicio. El apostolado ejercido con peligro próximo para la salvación es temerario y no puede con-tar con las bendiciones de Dios.

EXPLICACIÓN

La sentencia errónea sería verdadera en el supuesto de que existiese una unión sacramental y vital con Dios, obtenida por la liturgia, no sólo superior sino hasta ajena a la unión moral. O en otra hipótesis, a saber: que la vida de la gracia fuese tal que suprimiese la cooperación del hombre. Sin embargo, no pueden ser aceptados ninguno de estos supuestos por quien profesa la doctrina genuina de la Iglesia. Hoy como siempre, la Santa Sede y los moralistas previenen a los fieles contra las diver-siones que constituyen ocasión próxima de pecado.

La sentencia impugnada nos recuerda el quietismo, condenado por Inocencio XI en 28 de agosto y 27 de noviembre de 1667. Entre las proposiciones condenadas está ésta: «Si alguno escandalizase a otro con sus propios defectos no es necesario el arre-pentimiento, con tal de que no haya voluntad de escandalizar: y es una gracia de Dios no reflexionar sobre los propios defectos» (D. 1.230). Pues la sentencia impugnada defiende la santificación automática, sin concurso ninguno de la voluntad humana.

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l El estado matrimonial debe ser en-salzado más que el estado de castidad perfecta, porque es santificado por un Sacramento.

« El grado de perfección de un estado de vida se mide por la mayor unión con Dios, que normalmente se obtiene por la gracia santificante y la caridad. Para eso debe suponer mayor abnegación de quien lo abraza y debe proporcionarle mayores medios de santificación. Sí, el estado de perfección por excelencia es el estado re-ligioso, y el estado de castidad perfecta es más perfecto que el matrimonio.

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18EXPLICACIÓN

No se puede afirmar que el estado constituido por un Sacramento sea por eso más perfecto que otro. Así, aunque no haya sacramento especial para el estado re-ligioso, se sabe que Nuestro Señor aconsejó la práctica de los consejos evangélicos como la meta de la perfección.

En cuanto a la superioridad de la virginidad, sobre la continencia matrimonial, léase el capítulo VII de la primera Epístola a los Corintios, y la Suma Teológica, en la 2a 2ae de Santo Tomás, q. 152, a. 4, como también la 2a 2ae, q. 40, a. 2 ad 4. Por otra parte la virginidad se puede considerar como fruto del Sacramento de la Eucaristía que la hace posible a los mortales.

La sentencia impugnada fue varias veces censurada por la Iglesia. Así, en el Sy-llabus de Pío IX, después de la proposición número 74 (D. 1774, A.); en la alocución a las religiosas, de Pío XII, en septiembre de 1952 (ver Catolicismo nº 23, noviem-bre de 1952), en la cual el Santo Padre recrimina a los sacerdotes, fieles, predicado-res, oradores y escritores, que «no tienen una sola palabra para aprobar y alabar la virginidad consagrada por Jesucristo; y que hace años, no obstante las advertencias de la Iglesia y contrariamente a lo que constituye el pensamiento de la misma, con-ceden al matrimonio, en principio, una preferencia sobre la virginidad; que llegan a presentar el matrimonio como único medio capaz de asegurar a la personalidad humana su desenvolvimiento y su perfección natural». Las mismas ideas en la alo-cución del 28 de noviembre de 1952 a un grupo de jóvenes, en que repite que la

«¿Por qué guarda el celibato el sacerdote? Aquí hay que apelar otra vez a la fe. Si se pierde la fe en el sacerdocio y se pierde la noción de que el sacerdote está hecho para el Sacrificio único que es el del altar y que es la continua-ción del Sacrificio de Nuestro Señor, se pierde al mismo tiempo el sentido del celibato. Ya no hay razón para que el sacerdote sea soltero. Se dice que “el sacerdote está ocupado y que su papel le absorbe de tal forma, que no puede ocuparse de un hogar”. Pero ese argumento no tiene sentido. El médico, si tiene verdaderamente voca-ción de médico y es un verdadero médico, está tan ocu-pado como el sacerdote. Ya le llamen de noche como de día, tiene que estar presente para atender a los que le pidan que vaya a ayudarles y, por consiguiente, tampoco él debería casarse, porque no puede tener tiempo para ocuparse de su mujer y de sus hijos. Así, pues, no tiene sentido el decir que el sacerdote está tan ocupado que no podría hacerse cargo de un hogar. La razón profunda del celibato sacerdotal no está ahí. La verdadera razón del celibato sacerdotal consagrado es la misma razón que hizo que la Santísima Virgen María haya seguido sien-do Virgen: el haber llevado a Nuestro Señor en su seno; por eso era justo y conveniente que fuese y permanecie-se virgen. De la misma manera, el sacerdote, por las pala-bras que pronuncia en la consagración también él hace venir a Dios sobre la tierra. Está en tal proximidad con Dios —ser espiritual y espíritu ante todo— que es bueno, justo y eminentemente conveniente que el sacerdote

sea virgen y permanezca soltero. Esta es la razón fundamental: el sacerdote ha recibido el “carácter” que le permite pronunciar las palabras de la consagración y hacer bajar a Nuestro Señor a la tierra para dárselo a los demás. Esta es la razón de su virginidad». (Mons. Lefebvre)

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vocación religiosa será siempre un estado más perfecto que el matrimonio.

No es preciso resaltar el mal inmenso que estas ideas hacen en nuestra Dióce-sis, donde la propaganda protestante contra el celibato es una de las armas que emplean los herejes en su odio contra la Iglesia de Dios.

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l Siendo la Parroquia una comunidad, el sostenimiento de la vida comunitaria exige que todos los feligreses participen juntos del mismo sacrificio, reciban las gracias del mismo padre espiritual y unan sus oraciones en el mismo templo. El hecho de frecuentar los fieles otras parroquias o iglesias no parroquiales acaba con la unidad de la vida comu-nitaria.

EXPLICACIÓN

Si por vida comunitaria se entiende la participación de los fieles en los mismos misterios sobrenaturales, ella no pierde en intensidad por el hecho de que los feli-greses participen de esos misterios en diferentes iglesias.

Si por vida comunitaria se entiende un convivir natural, edificante, tal conviven-cia también es posible para los fieles en otra iglesia que no sea la parroquial.

La circunstancia de que una persona frecuente una iglesia de Religiosos, por ejemplo, conviviendo allí con fieles edificantes de su parroquia o de otras, no puede

Compendio de verdades oportunas que se oponen a los errores contemporáneos (I)

«Nos quieren hacer creer que los tiempos actuales justifican cualquier tipo de abandono, que en las actuales condiciones de vida es imposible ser cas-to y que el voto de virginidad de los religiosos y de las religiosas es un anacronismo. La experiencia de estos veinte años muestra que los ataques con-tra el sacerdocio, con pretexto de adaptarlo a la época actual, son mortales para el sacerdocio. Una Iglesia sin sacerdotes no se puede ni siquiera ima-ginar. La Iglesia es esencialmente sacerdotal. ¡Qué triste es esta época que quiere la unión libre para los seglares y el matrimonio para los sacerdotes! Si nos damos cuenta de que en esta aparente falta de lógica hay una lógica implacable, cuyo objeto es la ruina de la sociedad cristiana, empezamos a tener una buena visión de las cosas y estamos juzgando correctamente». (Mons. Lefebvre). En la fotografía, unas religiosas de Senegal, en 1953, en la visita de Mons. Lefebvre como obispos de Dakar.

« La Parroquia es la célula de la Dió-cesis, y como tal es necesario que todos los feligreses tengan contacto vivo con el párroco y estén bajo su dirección. Tal contacto y dirección, es enteramente compatible con el hecho de que los fie-les reciban los Sacramentos y asistan a la Santa Misa en otras Iglesias, por lo cual no deben ser prohibidas o desacon-sejadas estas prácticas.

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20menos de serle muy beneficio-sa. Y las ventajas espirituales que así recibe, necesariamente tienen benéfico influjo sobre su propia Parroquia. Muy eficaz para la exacta comprensión de este asunto será la acción de los Religiosos y Rectores de iglesias no parroquiales, que instruyan a los fieles sobre sus deberes para con la Parroquia y el Párroco, y estén siempre dispuestos a auxi-liar a los párrocos en lo que se relaciona con la vida parroquial.

Como, en general, en todos estos errores se nota un olor jansenista, recordemos tam-bién aquí que fue la intriga de los jansenistas la que puso en boga aquel espíritu parroquial que reinó en París en el siglo XVII y preparó a los Párrocos para el juramento constitucio-nal de la Revolución francesa.

Como también fue el mismo espíritu el que en Pistoya dictó normas restrictivas para la vida de los religiosos, felizmente condenadas por S. S. Pío VI.

Sería, no obstante, censurable el feligrés que desconociese completamente a su Párroco. Pues éste debe tener conocimiento del cumplimiento de los deberes reli-giosos de todos sus feligreses. Es lo que se deduce del Código de Derecho Canónico, que en el canon 859, párr. 3, aconseja a los fieles cumplir con Pascua en la Iglesia parroquial y manda, caso de que no lo hagan, comunicarlo al propio Párroco.

La sentencia impugnada, mejor se ajustaría a una concepción ontológica de la comunidad parroquial, en la cual, por la participación en las funciones litúrgicas, se tratase de reabsorber a los feligreses en un solo todo esencial de orden superior, en Cristo Místico o comunitario. La comunidad ontológica parroquial se proyectaría también en el campo temporal, haciendo de la Parroquia un todo, en que se fundie-sen completa o casi completamente las familias y las propiedades, en una partici-pación casi biológica de toda especie de bienes. También en el orden temporal, las personalidades individuales se fundirían en una sola personalidad colectiva.

Supuesta, sin embargo, la comunidad, no como hecho ontológico, sino como he-cho moral, aunque sobrenaturalizado por la gracia, la sentencia equivocada carece enteramente de apoyo.

(continuará)

Compendio de verdades oportunas que se oponen a los errores contemporáneos (I)

«No olvidemos tampoco a todos aquellos que forman esta familia de la cual somos los padres: empleados de la misión, catequistas, monitores( Sepamos crear a nuestro alrededor un espíritu de celo, de confianza mutua, de generosidad, que edificará y será la prenda más cierta de un apostolado fecundo en toda la parroquia, la misión, o la obra a nosotros confiada». (Mons. Lefebvre). En la fotografía, visita de Mons. Lefebvre a Madagascar, 1951.

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El dogma de los dogmas, raíz de todos los dogmas, es el miste-rio revelado de la Santísima Tri-

nidad: la existencia de un Dios uno en esencia y trino en sus personas. En el grado y medida en que el hombre co-nozca y crea en este misterio, así será de firme y robusta su fe, así será su cono-cimiento de la vida íntima de Dios y así tendrá garantizada su salvación eterna. Esta es una realidad substancial que proyecta sus consecuencias, tanto a nivel colectivo como a nivel individual. Si España sufrió allá en el año 711 una invasión musulmana que se transformó en dominación, la causa no hay que buscarla sólo en las rivalidades políti-cas de la monarquía visigoda, derivadas de su carácter elec-tivo, ni en la rotundidad de la victoria musulmana en el Guadalete, ni en la pujanza de los atacantes. Todas estas realidades históricas son ciertas, pero existe otra realidad más profunda, a saber, el resquebrajamiento de la uni-dad religiosa por la falta de asimilación del dogma trinitario en grandes seg-mentos de la élite goda, procedente del arrianismo, así como entre la población hispanorromana, por sus residuos del antiguo paganismo, sin olvidar el azote

de la propaganda judía y la doblez de los cripto-judíos, apoyando todo aquello que política y religiosamente supusiese un hundimiento del cristianismo y de la civilización cristiana. Los Concilios de Toledo fueron, por así decirlo, la decla-ración de guerra de los trinitarios y la re-vancha de los antitrinitarios fue su apo-

yo a la invasión musulmana, que, con una sola victoria militar significativa, conseguirá extenderse por casi toda la Península Ibérica en pocos años, gracias a la formación de ese frente común de falsos cristianos, judíos y musulmanes. Pero Dios no abandona a los suyos y en un rincón de las montañas de Asturias, lo mejor del senado de los godos, dirigi-dos por D. Pelayo, se alza frente a tanta iniquidad y obtiene la resonante victoria

San Eulogio y los mártires de Córdoba del siglo IX

Julio Melones Espolio

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22de Covadonga, que marca el inicio de esa epopeya octocentenaria por todos conocida como Reconquista.

1.- Los mozárabes.

Con la palabra mozárabe (“mostaa-rab”: en medio de árabes) se denomina a los cristianos que tuvieron la triste

suerte de vivir bajo yugo islámico. «In-teresante aunque doloroso espectáculo

es el de una raza condenada a la servi-dumbre y martirio» (Menéndez Pelayo). La política del Islam en España, frente a los cristianos osciló entre dos polos marcados por dos versículos del Corán, aparentemente contradictorios: «Cual-quiera que crea en Dios y en el último día y que haya practicado la virtud, esta-rá libre de todo temor y no será afligido»

(vers. 73); «Cuando os encontréis con herejes, matadlos» (vers. 76), incluyéndose entre los infieles a quienes afirmamos: «Dios es el Mesías, hijo de María». La apli-cación de uno u otro versículo, dependerá del nivel de aceptación por parte de los cristianos de la Divinidad de Nuestro Señor. Los musulmanes, inicialmente, debi-do a su escaso número, a las disen-siones propias y a la colaboración prestada por parte de los magna-tes visigodos, siguieron una po-lítica de tolerancia externa hacia el culto cristiano, permitiendo la existencia de iglesias y de monas-terios, así como la continuidad de las sedes episcopales e incluso de las metropolitanas (Toledo, Sevi-

lla y Mérida), persiguiendo tan sólo los dicterios contra Mahoma. Sin embar-go, procuraron islamizar a la población cristiana mediante la carga de un im-puesto de capitación por el hecho de ser cristianos, la obligatoriedad de educar en el Islam a los hijos de matrimonios mixtos y la prohibición para los cristia-nos de ocupar cargos públicos. A esta presión islamizante, se unió la debilidad doctrinal antes mencionada de muchos cristianos, que llegó incluso a fraguar en herejías formales como el adopcionis-mo del arzobispo Elipando de Toledo, a fines del siglo VIII. Muchos eclesiás-

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Desde el principio de la conquista, la constan-cia en la fe fue causa de continuos vejámenes. Los mozárabes debían ser excluidos de todo cargo público, según la legislación islámica; no podían tener esclavos musulmanes ni criados, pues toda religión debía humillarse ante la pre-dicada por Mahoma. Añádase a esto las grandes ventajas de los que aceptaban el Islam, quienes pasaban a ser igualados en derechos a los mu-sulmanes. Así se entienden dos cosas: 1º cómo al cabo de varios siglos las cristiandades mozá-rabes, eliminados los elementos espurios por la apostasía, conservaban la pureza de la fe católi-ca; 2º cómo disminuidas por estas apostasías y oprimidas por la pobreza y la persecución, llega-ron a extinguirse o se vieron precisadas a huir a los reinos cristianos del norte.

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23ticos practicaron un cierto sincretismo ecumenista tratando de evitar un en-frentamiento, cuando no halagando a los musulmanes dominadores. Frente a este cuadro tan desolador se alzaron San Eulogio y los mártires cordobeses el siglo IX. Estos mártires lo fueron a doble título: por la muerte atroz de que fueron objeto a manos de los musulmanes y por la condena, repulsa y desprecio que las autori-dades religiosas del momento (par-ticularmente, el arzobispo de Sevi-lla Recafredo) tuvieron en relación con ellos.

2.- La figura de San Eulogio.

San Eulogio nació en Córdoba hacia el año 800 en una familia noble y bien acomodada que con-servaba apasionadamente las tra-diciones cristianas del siglo VII. Su abuelo, también llamado Eulo-gio, tenía la costumbre de decir cada vez que oía la voz del almuédano en lo alto de la mezquita: «Dios mío no enmudezcas. He aquí que suena la voz de tus enemigos». Sus primeras enseñanzas las recibió en la casa pa-terna y en la escuela de San Zoilo, de donde pasó a oír las lecciones más altas del abad Speraindeo («gran hombre de nuestros tiempos, varón elocuentísimo, doctor insigne, an-ciano venerable y piadoso maestro mío», le llama San Eulogio). En la escuela de este maestro, encontró a un joven virtuoso y distinguido, Álva-ro Paulo, con quien hizo gran amis-tad. Ordenado de sacerdote, repartió su vida entre la contemplación dentro de los monasterios próximos a Córdoba y el ministerio de las almas. A la sazón,

los mozárabes conservaban en Córdo-ba seis iglesias (S. Acisclo, S. Zoilo, los Tres Santos, S. Cipriano, S. Ginés Mártir y Sta. Eulalia), así como dos monaste-rios cerca de la ciudad y seis en la sierra.

Unidas a las iglesias duraban las escue-las que mandó establecer el IV Concilio de Toledo, de neta inspiración isidoria-na. La ciencia de estos mozárabes del

En tiempo de Abderramán II, empezaron los cristia-nos que se hallaban en el emirato cordobés a sufrir una persecución que alcanzó su apogeo en el reinado siguiente. Con arreglo a los principios de la legislación musulmana, gozaban los cristianos del libre ejercicio de su culto, con tal que permanecieran sumisos y pa-gasen tributo, pues eran gentes del Libro; así es que podían conservar el uso de sus iglesias, repararlas y reconstruirlas, tocar las campanas para reunir a los fieles y celebrar los divinos oficios sin que nadie les molestase. Al lado de esta libertad existían grandes cortapisas: no se les permitía construir nuevos tem-plos ni ensanchar los antiguos; los nacidos de un cristiano con una musulmana o de una cristiana y un musulmán debían ser musulmanes, y el cristiano que pisaba una mezquita, pronunciaba el símbolo islamita (aunque fuese de broma o en estado de embriaguez): No hay más Dios que Dios y Mahoma es su profeta, tenía comercio con una mujer musulmana o injuriaba a Mahoma de algún modo, tenía que hacerse musul-mán, o sufrir graves penas que llegaban hasta la mu-tilación o incluso la muerte.

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24Este entusiasmo de San Eulogio

creaba un ambiente de fervor que cho-caba con la presión que los musulmanes ejercían sobre los católicos, tratándoles de asfixiar política y culturalmente.

3.- Las persecuciones de Abderra-mán II y Mahomad.

El enfrentamiento no tardó en pro-ducirse y fue provocado por los mu-sulmanes. En el año 851 el presbítero Perfecto fue requerido, al entrar en la ciudad, sobre su religión por unos mu-sulmanes; él les habló de Cristo, pero por prudencia no mencionó a Mahoma. Los musulmanes le interpelaron enton-ces sobre su “profeta” y le dieron palabra de guardar secreto, por lo que el pres-bítero les manifestó cumplidamente las

s. IX era una proyección de la del gran Isidoro, “Beatus et lumen noster, Isi-dorus”. «Bajo el aspecto literario –dice Menéndez Pelayo- son los mozárabes el último eco de una civilización ahogada por la esclavitud, mientras que en otras regiones florecía y cobraba nueva vida el benéfico aliento de la independencia religiosa y civil».

Por su parte, San Eulogio se manifes-taba como un sacerdote celoso, con gra-cia para sacar a los hombres de su mise-ria y sublimarlos al reino de la luz. Hacia el año 845 emprendió un viaje a Francia en busca de dos hermanos comercian-tes de los que carecía de toda noticia. Pasó por Pamplona y fue recibido por el obispo Wilesindo. Visitó el monas-terio de San Salvador de Leire. Por fin, supo que sus hermanos estaban bien en Maguncia y regresó a Córdoba, pasando por Toledo, donde conoció al arzobispo Wigtremiro, «hacha del Espíritu Santo y lumbrera de España». Este viaje fue su-mamente útil a San Eulogio, pues des-cubrió la mentalidad de los cristianos libres del yugo musulmán y pudo enri-quecer las escuelas de Córdoba con un lote de libros latinos desaparecidos. Con ello, se afianzó su decisión de restaurar los estudios de la lengua y literatura la-tinas desde su cátedra de San Zoilo y entre los habitantes de los monasterios. Esta era una de las actividades que más admiraba en él su amigo Álvaro. «Cada día –dice- nos daba a conocer nuevos tesoros y cosas admirables que habían desaparecido. Diríase que las encontra-ba entre las viejas ruinas o cavando en las entrañas de la tierra… Corregía las cosas viciadas, reformaba lo que estaba roto, remozaba lo viejo y caduco, y todo lo que caía en sus manos de los antiguos varones».

Descubriendo con gran valentía la falsedad de la secta mahometana y confesando intrépidamen-te la verdadera fe de Cristo, consiguió la gloriosa corona del martirio en Córdoba San Perfecto. La festividad de este santo presbítero y mártir se celebra el 18 de abril.

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25falacias de Mahoma. A los pocos días los musulmanes denuncian a Perfecto ante el juez y confiesa públicamente su fe en Cristo, maldiciendo a Mahoma, sien-do martirizado. Posteriormente, Juan, un mercader tibio, al ser forzado, aca-bó confesando a Cristo y renegando de Mahoma, sufriendo azotes y crueldades, y muriendo en la cárcel. Se le veneró como mártir. Ante estas y otras muchas provocaciones, algunos cristianos, em-pezando por el monje Isaac, se presen-taron ante las autoridades musulmanas, confesando su fe y manifestando los de-lirios de Mahoma, recibiendo a cambio la palma del martirio. Su ejemplo fue seguido por diez cristianos más (San-cho, Pedro, Valdenso, Sabiniano, Wis-tremundo, Alencio, Jeremías, Sisenan-do, Pablo y Teodomiro). Abderramán II, ante la generalización de este asunto y temiendo consecuencias políticas, tra-tó de neutralizar a los cristianos y para ello se sirvió del arzobispo Recafredo, de Sevilla (antes había sido obispo de Cór-doba) y del recaudador de tributos, Gó-mez, quienes condenaron a los mártires, alegando que no eran más que fanáticos provocadores y que los musulmanes no suponían una amenaza para la fe. San Eulogio, rector de San Zoilo, junto con el obispo Saúl y Álvaro Paulo, salieron en defensa del honor de los mártires. San Eulogio confortaba a los mártires, reco-gía sus reliquias y lo que para nosotros es más valioso, escribió el “Memoriale martyrum” en tres libros, el primero de los cuales es una introducción doctrinal donde se elogia el martirio y se atacan los errores de Mahoma. Sus argumentos son válidos para todas las épocas. Ante todo, señala San Eulogio, importa el bien de la Iglesia que crece con la predi-cación de la sana doctrina y la corrección

de los errores, mientras que decae por la perversidad de los malos y la incuria de los negligentes. El no quería pecar de

negligente y, por ello, sale a la palestra reivindicando la memoria de los márti-res, quienes lo fueron verdaderamente porque dieron el supremo testimonio de su fe, para gloria de Nuestro Señor Je-sucristo y de su Santa Iglesia, buscando incluso la conversión de sus verdugos, si no con la doctrina, sí con su valiente ad-

San Eulogio cita en su libro “Memoriale mar-tyrum” el ejemplo de los Santos Justo y Pas-tor, mártires hispanorromanos de principios del siglo IV, protectores de la ciudad de Alcalá de Henares (entonces Complutum), donde na-cieron. Con apenas 9 y 7 años de edad, Justo y Pastor se presentaron en casa de Daciano, delegado en Hispania del emperador romano Diocleciano, famoso por la crueldad con que perseguía a los cristianos, proclamando su fe y denunciando su tiranía. El pretor les mandó azotar creyendo que así aplacaría su fe, pero los niños no sólo no abjuraron sino que pronuncia-ron un discurso que conmovió a los allí presen-tes. Enfurecido, Daciano mandó que los sacaran en secreto de la ciudad y los decapitasen en un lugar llamado Laudable, donde aún hoy se con-serva la piedra sobre la que fueron sacrificados.

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26hesión al Verbo Divino. San Eulogio cita el ejemplo martirial de los Santos Justo y Pastor. Además, la actuación de los cris-tianos inmolados fue precedida de una provocación de los musulmanes, que de su fracasado intento de asfixia cultural y política de los cristianos, pasaron a una hostilidad cada vez más directa y beligerante: la tolerancia musulmana no era más que fingida y aparente. Tan vehementes razones enardecieron a los cristianos y exacerbaron a los musulma-nes. Entonces, pasó a la acción el propio arzobispo Recafredo, quien determinó en complicidad con los musulmanes, el arresto de San Eulogio y del obispo Saúl. San Eulogio no se arredró por ello; an-tes bien, en la prisión conoció a dos san-tas vírgenes, Flora y María, que habían confesado la fe cuando eran hijas de dos matrimonios mixtos, pero amedren-tadas a la sazón por la amenaza de ser vendidas como esclavas, vacilaban en su resolución primera; no pudiendo verlas San Eulogio, les envió un escrito suyo de aliento, el “Documentum martyria-le”, para prepararlas al martirio, y las dos vírgenes, firmes en la fe, sufrieron el martirio el 24 de noviembre. A los cinco días, el metropolitano soltó sus presos, después de exigirles obediencia; sin em-bargo, San Eulogio continuó sostenien-do la defensa del honor de los mártires, produciéndose nuevos martirios.

Como Recafredo había fracasado, Abderramán II convocó un concilio para que, bajo la presidencia de Recafredo y actuando Gómez en representación del emir, condenase la actuación de los mártires. Todos los obispos se plega-ron en un principio a las exigencias del emir, salvo Saúl, apoyado por San Eulo-gio quien, en su calidad de rector de S. Zoilo, podía también intervenir en el

Concilio y así lo hizo para defender la causa de los mártires. El resultado fue un decreto ambiguo que no agradó a nadie: se podía rendir culto a los már-

tires que habían sufrido hasta entonces, pero quedaba prohibido presentarse en adelante a sufrir una muerte sagrada. El decreto dividió las conciencias pero no frenó, antes exacerbó, la actividad apo-logética de San Eulogio.

Santa Flora era hija de padre musulmán y ma-dre cristiana, nació en Sevilla durante el reinado de Abd al-Rahman II. Denunciada por su herma-no, fue sometida a tortura para que renegara del cristianismo. Tardó varios años en recuperar-se de las heridas en un lugar llamado Ossaria, en Jaén. De vuelta a Córdoba, fue llevada de nuevo ante el cadí (juez musulmán) acompañada de otra virgen de nombre María (posteriormente también santificada como santa María de Córdo-ba), religiosa del convento de Guteclara. Ambas fueron decapitadas el 24 de noviembre del año 851 y sus cuerpos arrojados al río Guadalquivir, de donde los cristianos recogieron sus cabezas para trasladarlas a la iglesia de San Acisclo. Su festividad se celebra el 24 de noviembre.

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27En septiembre de 852, fallece Abde-

rramán II y le sucede Mahomad, quien recrudece la actividad contra los cris-tianos. Mandó demoler las iglesias y monasterios de reciente construcción y desmochar las torres o pináculos dema-siado altos. Los defensores de los már-tires, como Saúl y Álvaro eran objeto de una persecución especial. San Eulogio, vigilado siempre por la saña de Gómez, veíase obligado a cambiar constan-temente de morada, viviendo en una zozobra continua. Su escuela había sido disuelta y él apenas si podía presentar-se de cuando en cuando en su iglesia de S. Zoilo. Rodea-do de tantos peligros, toda-vía encontraba reposo para escribir, para animar a los vacilantes, para confirmar a aquellos que en un momen-to de debilidad habían apos-tatado de la fe. En esta segunda perse-cución alcanzaron el lauro de la mejor victoria: Fandila, presbítero, Anastasio, diácono, el monje Félix, la religiosa Dig-na, la matrona Benilde, y la monja Santa Columba, así como otros muchos más.

El combate de San Eulogio y los mo-zárabes comenzó a dar frutos inmedia-tos: los toledanos expulsaron al gober-nador cordobés y se aliaron con el rey Ordoño I y, cuando en 858 murió el an-ciano Wigtremiro, eligieron a San Eulo-gio metropolitano de la sede primada de España, aprobando así la causa del sa-cerdote cordobés y lanzando un desafío a la autoridad del emir.

4.- Martirio de San Eulogio.

Fue realmente milagroso que San

Eulogio fuera respetado por tanto tiem-po. A principios de 859 fue detenido por haber ayudado a ocultarse a la joven Leocricia, hija de padres musulmanes. Leocricia y San Eulogio fueron llevados ante el cadí. Leocricia fue sentenciada a morir inmediatamente, pero San Eulo-gio, en atención a su calidad de obispo

electo de Toledo, compareció ante el propio emir, quien tuvo que escuchar una defensa ardiente del cristianismo. Se intentó conseguir de él una retracta-ción aunque fuera superficial. «Pronun-cia una sola palabra y después podrás seguir la religión que te plazca», le dije-ron; pero él siguió disertando en pro de las promesas del Evangelio («Si pudie-ra infundir en tu pecho lo que encierra el mío, no tratarías de hacerme retrac-

Aunque por espíritu de prudencia cristiana vi-vía escondido sin ir a buscar el martirio, el 11 de marzo de 859, San Eulogio consumó su sacrifi-cio en aras de su fe. La ocasión fue el sostener la constancia de una doncella llamada Leocricia, que se había refugiado en casa de Anulona, her-mana del santo. Desde el primer momento del hallazgo quedó decretada la muerte de entram-bos, Eulogio y Leocricia. El primero dio razón de sí con la seguridad y valentía que hacían esperar tantas luchas pasadas, y el mismo día era dego-llado, y cuatro días después lo fue Leocricia.

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28tar»); en vista de lo cual fue condenado a ser de-capitado. «Este –dice Álvaro- fue el combate hermosísimo del doc-tor Eulogio, éste su glo-rioso fin; éste su trán-sito admirable. Eran las 3 de la tarde de un sábado 11 de marzo de 859». El culto del san-to se extendió rápida-mente por España. En 883, Alfonso III obtuvo de Mahomed las reli-quias de San Eulogio y las de Santa Leocricia. Colocadas en la capilla de Santa Leocadia de la catedral de Oviedo, fueron trasladadas a la Cámara Santa en 1303. El martirologio romano celebra a San Eulogio el 11 de marzo.

5. El influjo de los santos mozárabes.

En el “Memoriale martyrum”, antes citado, de San Eulogio, se nos narra en el libro II la vida de 29 mártires de la per-secución de Abderramán II, y en el libro III, el relato de 17 mártires en tiempos de Mahomed I. Si a estos relatos, añadi-mos el martirio del propio San Eulogio y el de Santa Leocricia, tenemos casi 50 martirios perfectamente documentados. Su semilla no fue estéril. Los mozárabes guardaron la fe hasta el siglo XII, a pe-sar de las persecuciones musulmanas y de las apostasías de muchos (además del ya citado Recafredo, tenemos también el caso del obispo Hostégesis, de Málaga,

combatido por el abad Sansón). En el siglo X, el célebre caudillo Haf-sún, convertido al cris-tianismo con el nombre de Samuel, hizo frente al poder musulmán de Córdoba desde su re-fugio de Bobastro en la serranía de Ronda. Muchos mozárabes pa-saron a zona cristiana, a medida que avanzaba la Reconquista. Monas-terios como Samos, San Miguel de la Escalada y Sahagún, se vieron enriquecidos con su presencia. Pero sobre todo, San Eulogio y los mártires cordobeses ponen un ejemplo para los cristianos de todos los tiempos, principal-mente en nuestros días.

6. Conclusión.

Subrayaremos dos aspectos de la conducta de San Eulogio y los mártires de Córdoba que son de una actualidad muy viva. De un lado, su adhesión in-quebrantable al dogma de la Santísima Trinidad y lo que ello implica y significa: el conocimiento íntimo de Dios. El ca-tolicismo es ante todo y sobre todo una religión trinitaria, enteramente diferen-ciada de las falsas religiones. Para el co-nocimiento de esta verdad revelada fue precisa la encarnación del Verbo, Nues-tro Señor Jesucristo, segunda Persona de la Santísima Trinidad hecho hombre.

De otro lado, destacaremos su no menos inquebrantable adhesión a la in-

Sabido por los padres de Santa Leo-cricia, que eran mahometanos, que se había convertido a la fe de Cristo inten-taron hacerla renegar de la fe. Buscó re-fugio la joven en San Eulogio; halláronla sus padres y la presentaron al tribunal, siendo decapitada. Su fiesta se celebra juntamente con la de dicho santo, por haber sido trasladados juntos sus cuer-pos a 19 de enero de 883 a Oviedo.

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29tegridad de la verdad. Si Jesucristo es Dios, ni tiene ni puede tener rival alguno en la historia y por ende, Mahoma es un falsario y un embaucador. La actuación de San Eulogio y de los mártires cordo-beses es una especie de grito de alarma, desgarrado si se quiere, pero muy veraz y certero contra todo un sistema mate-rialista y sensual, exaltador de la lujuria y la gula, y que día a día producía más bajas en las filas de Nuestro Señor. La verdad no admite componendas con el error. Hoy también nos vemos avasalla-dos por ese materialismo grosero que mina los cimientos de la sociedad, con una complicidad flagrante de la jerar-quía eclesiástica que, cual otro Recafre-do, ha hecho un concilio ambiguo, esta vez universal, el Vaticano II, tirando por la borda el carácter eminentemente so-brenatural de la religión católica, para asimilarse con las máximas del mun-do, como otrora lo hizo Recafredo con las pretensiones del emir Abderramán. Y esta jerarquía pretende tratar como malos católicos o como excomulgados a quienes no nos plegamos a su progra-ma de iniquidad. Pues bien, los malos católicos, por definición son ellos, que no buscan la gloria de Dios, sino el vano halago del mundo, vendiendo la primo-genitura por un plato de lentejas. Noso-tros, los que por la misericordia de Dios, aún conservamos la fe católica y consi-deramos un alto honor el ser españoles, nos identificamos con San Eulogio y sus compañeros mártires y asimismo, con esa pléyade de mártires que han enri-quecido tanto la historia de España, desde la época de la persecución pagana hasta los mártires de nuestra gloriosa Cruzada. Si Recafredo y Gómez tuvieron un efímero y aparente triunfo temporal, quienes fueron elevados a la gloria eter-

na, y al honor de los altares fueron, por el contrario, San Eulogio y los mártires de Córdoba. m

San Pelayo fue martirizado en Córdoba un poco más tarde, en el 925, bajo Abderramán III. Tenía Pelayo a la sazón diez años, y su hermosura, aña-dida a otras cualidades relevantes que poseía, llegó a oídos del emir, quien le hizo traer a su presencia, ofreciéndole joyas, caballos y gran-des placeres si renegaba de Jesucristo. Pelayo se opuso a ello con una decisión y energía impro-pias de su tierna edad, diciendo repetidas veces: «Cristiano soy», y rasgando el precioso vestido con que le habían presentado al califa. Al ver éste la decisión del niño, mandó que le atena-zasen sin piedad para rendir aquella voluntad heroica, pero Pelayo no cesaba de repetir que era cristiano, lo cual exasperó a Abderramán de tal modo que mandó mutilar horriblemente el cuerpo del mártir, hacerle pedazos y arrojarlo luego al Guadalquivir. Los cristianos lo recogie-ron, sepultándolo en la iglesia de San Ginés, me-nos la cabeza que inhumaron en la iglesia de San Cipriano. En 967 estas sagradas reliquias fueron trasladadas a León y de allí a Oviedo, en donde estaban ya en 996.

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La Inmaculada Concepcióny el plan de Dios

P. José Mª Mestre Roc

La fiesta de la Inmaculada Con-cepción nos recuerda el privilegio que la Virgen María recibe, en el

momento mismo de su concepción en el seno de su madre Santa Ana, de verse libre del pecado original. Este dogma ce-lebra, pues, la primera victoria total con-tra el pecado, porque significa exención de todo poderío del pecado y del demo-nio sobre este alma bienaventurada de María; victoria de Cristo, único Salvador del género humano, pues la Inmacula-da Concepción es concedida a María en previsión de los méritos de Cristo en su Pasión y muerte.

Dos puntos me gustaría considerar con motivo de esta fiesta: • el primero, el aspecto combativo y actual de este dog-ma; • el segundo, cómo por este dogma se nos revela el gran plan de Dios, de re-dimir al género humano por un Hombre y una Mujer.

1º Aspecto combativo y actual de la Inmaculada Concepción.

En 1917 la Francmasonería festejó en Roma su segundo centenario de existen-cia. Por todas partes aparecían banderas y pancartas que representaban al Arcán-gel San Miguel vencido y derribado por Lucifer; y en la misma plaza de San Pedro se podía escuchar el siguiente eslogan: «¡Satán reinará en el Vaticano, y el Papa formará parte de su cuerpo de guardia!».

El entonces hermano Maximiliano Kolbe, franciscano conventual polaco, era entonces estudiante de teología en la Gregoriana de Roma. Ante estas demos-traciones de audacia del enemigo, se pregunta: «¿Por qué los católicos tienen que ser tan pusilánimes en defender su fe, cuando los enemigos son tan auda-ces en atacarla? ¿No poseemos nosotros armas más eficaces que ellos, el Cielo y la Inmaculada?». Y meditando en las Sagradas Escrituras y en los Santos Pa-dres, inspirándose en los escritos de los santos marianos, especialmente de San Luis María de Montfort; considerando el dogma de la Inmaculada y las apari-ciones de Nuestra Señora de Lourdes, y la extensión práctica de todas estas ver-dades, llega a esta conclusión: «La Vir-gen Inmaculada, victoriosa contra todas las herejías, no cederá ante su enemigo que levanta cabeza; si encuentra servi-dores fieles, dóciles a sus órdenes, logra-rá nuevas victorias, mucho mayores de lo que podríamos imaginar…».

Y funda así, el 16 de octubre de 1917, tan sólo tres días después del milagro de Fátima, la Milicia de la Inmaculada. El emblema de esta nueva milicia será la Medalla Milagrosa. Su exigencia, la con-sagración total a la Inmaculada Madre de Dios, para vivir prácticamente esta consagración. Su fin, arrancar a las ma-sas de las garras de Satán y pedir a la In-maculada la conversión de los enemigos

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31La Inmaculada Concepción y el plan de Dios

de la Iglesia, especialmente los franc–masones.

Si San Maximiliano Kolbe da a su Milicia el nombre de Milicia de la Inma-culada, es también, y hay que saberlo, porque la definición del dogma de la Inmacula-da Concepción en 1854 por Pío IX revistió un as-pecto combativo que los enemigos de la Iglesia supieron discernir en-seguida, y que nosotros no debemos olvidar. En efecto, en 1854 están en plena circulación todos los principios del Con-trato Social de Rousseau, que deberían llevar al es-tablecimiento universal de esta gran mentira que es la democracia y de los derechos del hombre. ¿Cuál es el cimiento de todas estas fábulas, de todas estas mentiras en que de tan buena gana cree el hombre moder-no? Uno solo: el dogma de la inmacula-da concepción… del hombre. Se postula que el hombre es bueno por naturaleza, que el hombre nace bueno, y que es la sociedad la que lo corrompe. Sin esta verdad de base, todo el sistema social revolucionario se derrumba.

Pues bien, Pío IX lo tira al suelo por su definición dogmática. Pues al definir la Inmaculada Concepción de María, no hace más que asentar la siguiente ver-dad: que la inmunidad del pecado ori-ginal, lejos de ser una ley general para todos los hombres, es al contrario el privilegio único y exclusivo de una sola creatura, que es la Santísima Virgen Ma-

ría. Y que, por lo tanto, para los demás hombres sigue vigente el pecado origi-nal, con todas las consecuencias que ello implica: la necesidad de un Redentor, al que deben someterse todos los hombres;

la necesidad de la autori-dad, de la gracia, de los sacramentos, de la Igle-sia, de la educación, de la familia, del orden social cristiano en definitiva, concebido y construido especialmente para cu-rar a hombres que nacen en pecado original… La necesidad, pues, de todo lo que los revoluciona-rios pretendían negar…

2º El plan de Dios en la economía de la Re-dención.

Pero si profundiza-mos un poco más, vere-mos que el dogma de la Inmaculada Concepción, especialmente celebrado

en el Adviento, al comienzo de la cele-bración de los misterios de Cristo, nos revela poderosamente el plan de Dios en la obra de nuestra Redención. En efecto, nos presenta, antes que a Cristo, el Nue-vo Adán, a María en toda la plenitud de su santidad, como Nueva Eva. La escena del Evangelio es, a este propósito, muy sugestiva.

Dios ha querido que el género huma-no fuera propagado según la carne por un hombre y por una mujer. Y también ha querido que, en el orden sobrenatu-ral, fuera restaurado por un Hombre y por una Mujer.

Esto es, la obra de la Redención es

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32concebida al modo de una venganza divina, como nos lo enseñan unánime-mente los Santos Padres.

El plan de Satán fue el de perder al hombre, y con él a toda sus descenden-cia, a través de la mujer, escudándose en ella, disimulándose detrás de ella. Eva tuvo así, en el orden de la caída, un pa-pel de introducción, de preparación y de colaboración.

El plan de Dios será salvar a la hu-manidad a través de un Hombre, un Nue-vo Adán, pero con la colaboración de una Mujer, una Nueva Eva. El Nuevo Adán es Cristo, y la Nueva Eva es María. María tiene así, en el orden de la redención y por voluntad divina, un papel de introduc-ción (encarnación), de preparación (Caná) y de colabo-ración (en todos los misterios de Cristo, pero especialmente en el Calvario).

Para cumplir convenientemente esta misión, que era de lucha y de victoria contra el diablo, era necesario que Ma-ría no tuviese nada que ver con él, que fuese Inmaculada: Inmaculada para ser digna Madre del Redentor; Inmaculada para poder ser Corredentora del género humano; Inmaculada para ser asociada en la obra de santificación del Redentor en toda su línea.

3º Conclusión.

Ya lo vemos, el dogma de la Inmacula-

da Concepción nos muestra, ya en esbozo y en preparación, a la Santísima Virgen metida de lleno en la obra de la Reden-ción, de la que Ella misma es el primer fruto, y el más acabado. Y por lo tanto, nos muestra a la Santísima Virgen metida de lleno en la Iglesia Católica, en nues-tra propia vida espiritual, en la vida de

nuestras familias y de nuestras sociedades.

Dios ha guardado el buen vino hasta el final. La visión gran-diosa del papel de María, y la interven-ción extraordinaria de la Virgen Santísi-ma en la obra de la Redención, que se ha de hacer mucho más visible hacia el fin de los tiempos, es una gracia que Dios ha reservado para el fi-nal, para el momen-to en que la Iglesia, como grano de mos-taza, haya crecido ya

muchísimo, y con ella el conocimiento, el amor, la honra y el servicio a la Santí-sima Madre de Dios.

Por eso, ofrezcámonos hoy a la Santí-sima Virgen, entreguémonos totalmente a Ella. Vivimos tiempos muy peligrosos, los tiempos en que el demonio anda to-talmente desatado; pero esos tiempos han de ser también, y forzosamente, los de la Inmaculada que le aplasta la Cabe-za. Y también nosotros somos llamados a tomar parte de las enemistades de la Mujer contra la Serpiente, y de su victo-ria contra el demonio: a condición, sin embargo, de ser plena y voluntariamen-te la descendencia de María. m

La Inmaculada Concepción y el plan de Dios

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Dada la importancia del progreso de la farmacopea para la mejora de las con-diciones de la vida humana, diremos aquí algo de la aportación que aportó a esa ciencia la actividad de los monasterios. Aclaro de antemano que no

pretendo hacer justicia a tantos obscuros monjes farmacéuticos consagrados al ser-vicio de los enfermos de su monasterio y de las poblaciones circundantes porque eso requeriría un espacio del que aquí no disponemos y porque entre la bibliografía que he podido consultar sólo he hallado estudios sobre las farmacias de los benedic-tinos –a veces también de algunas monjas benedictinas en Italia- pero no de los de otras Órdenes como la cisterciense que sin duda también ejercieron esta forma eminente de beneficencia.

El disponer de una farmacia –o botica, como se la llamaba an-tiguamente- sólo estaba al alcan-ce de grandes centros monásticos porque exigía un conjunto de ins-talaciones que únicamente ellos se podían permitir. Tales un jardín botánico donde se cultivaban las plantas más diversas, que eran la base de la farmacopea de la época, otra estancia para las re-domas y utensilios como hornillos, prensas y alambiques necesarios para la fabri-cación de jarabes y otros medicamentos, otra para la cajonería y “botería” donde se guardaran los remedios ya elaborados, una biblioteca de libros sobre farmacopea para el estudio y la consulta y un espacio para la comunicación con el exterior ya que las farmacias monásticas estaban emplazadas en el interior de la clausura de modo que las medicinas se servían a través de una puerta enrejada para que de esta manera ni la gente tuviera que entrar en la botica ni el monje boticario que salir de ella para despachar las recetas. Como es lógico este servicio exigía la dedicación de un farmacéutico, casi siempre un monje de la comunidad, y varios mozos o mance-bos auxiliares suyos.

No poco hubo de beneficiar al desarrollo de la farmacopea de la época, por muy elemental que nos pueda parecer en la actualidad, el hecho de que todas estas far-macias pertenecieran a una misma institución monástica con el consiguiente –y constante- intercambio de experiencias y mejoras entre las diversas boticas depen-dientes de un mismo superior general. Que hacía regularmente la visita canónica de todas ellas como parte del conjunto monasterial y dejaba constancia en el libro

Las boticas monásticasRvdo. D. Eduardo Montes

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34correspondiente de las carencias que observara en las farmacias a la vez que urgía el remedio de las mismas. Y sin duda que sería un poderoso estímulo para el estudio de los monjes encargados de la farmacia el hecho de que en algunos casos el monas-terio incluía un hospital propio para la atención de pobres y peregrinos como es el caso de los de San Juan de Burgos, Sahagún y Montserrat. Sin olvidar los de otras órdenes monásticas como la de San Jerónimo en cuyo hospital del monasterio de Guadalupe se formó como enfermero el futuro San Juan de Dios.

Entre esos monjes farmacéuticos citaré como uno de los más sobresalientes al P. Isidoro Saracha, que había tomado el hábito en Silos el 17 de enero de 1745…rigiendo la farmacia hasta su muerte acaecida el 18 de septiembre de 1803. El P. Sa-racha para modernizarse y estar al díaa fue renovando la botica y la biblioteca de su farmacia. Adquirió todo lo más reciente salido de la imprenta sobre farmacia, quí-mica, botánica, historia, medicina, cirugía y veterinaria. Fue correspondiente del Jardín Botánico de Madrid y amigo de sus directores a los que enviaba plantas exó-ticas. También remitía a Ma-drid cajones de hierbas para la Farmacia Real. En 1793 Ruiz y Pavón dieron su nombre a una de las plantas más curiosas del Perú con la siguiente dedicato-ria: «Género dedicado al R.P. Fray Isidoro Saracha de la Or-den de San Benito que ocupado continuamente en la observa-ción de las plantas se complace en comunicar sus conocimientos a varios jóvenes y no cesa de enriquecer el Real Jardín Botánico de Madrid con rarísimas plantas».

Claro que siendo el objetivo de estos artículos el publicar las aportaciones de los católicos, en este caso de los monjes, al progreso es conveniente destacar lo que en los monasterios de otros países católicos sucedía tocante a la farmacopea para lo que, obligados por la escasez del espacio de que disponemos, vamos a recoger como ejemplo un solo dato, entre tantos que se podrían citar, tomado de la monumental historia monástica de Don Antonio Linage Conde, San Benito y los benedictinos, que en su tomo IVº página 2118 nos dice lo siguiente: «En 1728 moría en Saint-De-nis el monje maurista Nicolás Alexandre, cuya vida fue un benemérito maridaje entre la silva de la botánica remediadora y la preocupación por hacerla asequible a los humildes. De ahí sus dos obras de una merecida difusión, el “Diccionario bo-tánico y farmacéutico” (1716) y “La medicina y la cirugía de los pobres”, que con-tiene remedios selectos, de fácil preparación y escaso gasto, para la mayor parte de las enfermedades externas e internas que atacan el cuerpo humano (1714)».

Esta obra social sufrió lo que puede suponerse con la llamada desamortización y consiguiente exclaustración de los religiosos llevada a efecto en 1835 por un perso-naje de siniestro recuerdo, Juan Alvarez Mendizábal (1790-1853). Pero esta es otra historia. m

Las boticas monásticas

Botica del monasterio de Sto. Domingo de Silos

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Crónica de la Hermandad en España

l Construcción de la nueva iglesia de Madrid

El pasado 29 de octubre se iniciaron las obras de construcción de la nueva capi-lla en la calle Catalina Suárez nº 16. A la fase de demilición (que concluyó práctica-mente cuatro días después de empezar), seguirá la del levantamiento de estructuras (el “esqueleto”) durante este invierno. m

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36 Crónica de la Hermandad en España

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La primavera del postconcilioL. Pintas

l A Marx no le gusta el infier-no. No hablamos de Karl Marx, a quien Dios haya perdonado, sino de Reinhard Marx, arzobispo de Múnich, candidato a presidir la conferencia episcopal alema-na y –lo más importante, pensando en los católicos no germanos- representan-te de Europa en el llamado G-8, el gru-

po de ocho purpurados constituido por Francisco para diseñar la reforma de la Curia. Según refirió el 18 de noviembre el portal Katholisches.info, el día 9 de dicho mes el cardenal Marx pronunció una conferencia en Erding (Baviera) en torno a la Resurrección, durante la cual afirmó que la Iglesia tenía que “arrepen-tirse” de haber dibujado el purgatorio y el infierno como un lugar de “tortu-ras, opresión y fuego” y otras “imáge-nes espantosas” creadas por “cristianos despiadados”. ¿Y por qué ese arrepen-timiento? Porque un cuadro semejante habría producido en los cristianos “te-mor a la muerte”, que debe ser esperada

sin embargo con “imágenes de confian-za y esperanza que nos ayuden a seguir adelante, aunque no puedan darnos una respuesta definitiva”. Mientras intentan ustedes adivinar quién fue ese “cristiano despiadado” que dijo aquello del “fuego eterno, el llanto y el rechinar de dientes” (les doy una pista: Mt 13, 50) habrá que

recordarle al cardenal que la existencia de una pena de sentido en el infierno no es una imagen creada por la Iglesia para asus-tar (¿un “opio del pueblo”, que diría el otro Marx?), sino una doctrina cier-ta (símbolo Quicumque, Denz 40[76]). Por lo de-más, a medida que entre los cristianos del postcon-

cilio ha ido descendiendo la creencia en el infierno ha ido justo aumentando su temor a la muerte. Porque quien deja de creer en el infierno deja también de creer en el cielo, y quien deja de creer en la justicia de Dios, acaba por dejar de creer también en su misericordia. Es en-tonces cuando entra el miedo.

l Maradiaga: ¿el programa del pontificado? Otro miembro del G-8 es el arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, quien os-tenta un papel preeminente en él como su coordinador y por su cercanía al Papa Bergoglio. El 25 de octubre, el cardenal

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38nicaragüense pronunció una clarifica-dora conferencia en la Universidad de Dallas sobre “La importancia de la Nue-va Evangelización”, recogida por el blog Whispers in the Loggia tres días des-pués. Fijémonos en este juicio histórico:

“El Concilio Vaticano II... significaba en principio el final de las hostilidades entre la Iglesia y el modernismo. Ni el mundo es el reino del mal y el pecado (ésta es una clara conclusión del Vati-cano II) ni la Iglesia es el único refugio del bien y de la virtud. El modernismo fue, casi siempre, una reacción contra injusticias y abusos que despreciaban la dignidad y los derechos de la persona. El Concilio Vaticano II reconoció oficial-mente que las cosas habían cambiado y reflejó en sus documentos la necesidad de ese cambio”. Maradiaga centra el cambio en dos puntos, a saber, “que la Iglesia no es la jerarquía, sino el pueblo de Dios”, y que dentro de ese pueblo “no existe una clasificación dual de cristia-nos –laicos y clérigos- esencialmente diferentes”. Esta nueva situación plan-teada por el Concilio Vaticano II plan-tea unos desafíos a los cristianos, y aquí el cardenal hace una enumeración de “retornos” a cosas que la Iglesia habría

abandonado durante veinte siglos: “vol-ver a Cristo”, “volver a empezar desde el principio”, “volver a la Iglesia como comunión”, “volver a la Iglesia de los pobres”, “volver a una Iglesia profun-damente humana que establecerá una

nueva relación con el mundo”... Esto es, poner fin a un parénte-sis de veinte siglos durante los cuales sólo habríamos conocido una mala caricatura de lo que Cristo fundó, que sólo ahora, por y tras el Concilio y merced a la figura del nuevo Papa, se transformaría en “un periodo nuevo y dinámico en la historia del catolicismo, que convertirá a la Iglesia en un gran movimiento misionero para la conversión de la cultura, propiciando y multi-

plicando los signos de crecimiento, vi-gor y esperanza”.

l Resultado del partido: 120 a 1. ¿Quieren otro signo de crecimien-to, vigor y esperanza de la primavera postconciliar? Éste nos llega con con-fesión de parte. El pasado 10 de no-viembre, el arzobispo de Sens-Auxerre (Francia), Yves Patenôtre, escribió un artículo en el boletín de su diócesis ti-tulado, paradójicamente, “¡La Iglesia está compuesta de Piedras Vivas!”. Monseñor Patenôtre cuenta con toda naturalidad –y esto acrecienta el valor de su testimonio- que aquella mañana se le había acercado un señor a protes-tar porque días antes, en el entierro de su madre, no había estado presente nin-gún sacerdote. La respuesta que le dio el obispo alegando la falta de clero es de un grafismo sobrecogedor: “En veinte años como obispo he enterrado a ciento veinte sacerdotes y sólo he ordenado a

La primavera del postconcilio

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uno”. Fiel a la ceguera propia de los vi-sionarios conciliares, el obispo se siente compensado por la existencia de grupos de seglares para animación parroquial a quienes envía en misión: “Me alegra ver a todos esos laicos que asumen cada vez más responsabilidades en nuestra Igle-sia diocesana”. Y les pide que recen para que se susciten vocaciones. Pero además de eso, tal vez un obispo que ha pasado por tres diócesis y sólo ha ordenado un sacerdote debería pensar que algu-na responsabilidad le corresponde a él.

l Las barbas del vecino. Es conocido lo que le ha pasado a los franciscanos de la Inmaculada, a quienes, contraviniendo flagrante-mente el motu proprio Summorum Pontificum, la Santa Sede les ha prohibido celebrar la misa tradicio-nal, que se había ido imponiendo en la orden sobre el Novus Ordo. El cardenal Joao Braz de Aviz, prefecto

de la Congregación para los Institutos Consagrados, decidió intervenirles, des-tituyendo a sus autoridades naturales y nombrando comisionado al capuchino Fidenzio Volpi, cuya actuación está sien-do fuertemente contestada por su ani-madversión a los frailes. El padre Volpi escribió el 6 de diciembre una carta al periodista Marco Tosatti explicando su actuación, en la que destacan dos pun-tos: primero, que se intervino la orden porque una minoría de sus miembros se habían quejado de “la orientación cripto-lefebvriana y definitivamente tra-dicionalista” de la comunidad. Y el 8 de diciembre Volpi se dirigió directamen-te a los franciscanos (¡ya hay que tener mala sangre para escribir una carta de castigo el día de la Inmaculada a unos frailes particularmente consagrados a ella!) estableciendo que “los novicios ac-tualmente en formación deben suscribir personalmente una aceptación formal”, primero, del Novus Ordo como “expre-sión auténtica de la tradición litúrgica de la Iglesia” y, segundo, “de los documen-tos del Concilio Vaticano II según la au-toridad que les concede el Magisterio”. “Todo candidato que no acepte estas provisiones será inmediatamente expul-

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40 El pecado y la penitencia de David

sado del Instituto”, añade. Del mismo modo, “todos los religiosos del instituto deben expresar clara y formalmente por escrito su voluntad de continuar” en él “según las directrices sobre la vida reli-giosa contenidas en los documentos del Concilio Vaticano II”. Si en una congre-gación donde se usaba el Novus Ordo –de hecho, los frailes han obedecido la prohibición de usar el misal de San Pío V- se castiga el “cripto-lefebvrianismo” y el “tradicionalismo” y se les obliga a firmar por escrito, so pena de expulsión, la aceptación del Concilio Vaticano II –algo que no se le pide a ningún sacerdote o reli-gioso del mundo-... ¿po-demos imaginar el futu-ro que tenían reservado para la Hermandad de San Pío X?

l El “ecumenismo de la sangre”. Es ésta una expresión que ha utilizado varias veces Francisco, la última en la entrevis-ta concedida a Andrea Tornielli para La Stampa el pasado 15 de diciembre. El he-cho es real: “En algunos países matan a los cristianos porque llevan consigo una cruz o tienen una Biblia; y antes de ma-tarlos no les preguntan si son anglica-nos, luteranos, católicos u ortodoxos. La sangre está mezclada... Los que matan a los cristianos no te piden el documento de identidad para saber en cuál Iglesia fuiste bautizado. Tenemos que tomar en cuenta esta realidad”. Qué duda cabe de que a cualquier católico, el que un yihadista de Al Qaeda le corte el cuello a un evangélico por difundir Biblias, o un terrorista de Boko Haram ponga una

bomba en un templo luterano, le suscita un sentimiento natural de solidaridad e incluso complicidad. La cuestión es si esto debe ser considerado ecumenis-mo. Y es ahí donde el razonamiento del Papa no es concluyente. Es cierto que el islamista (o el hinduista o el norcorea-no) matan al cristiano sin importarles su confesión concreta (entre otras co-sas, porque ni conocen las diferencias), pero lo que demuestran con eso es que

a quien odian es a Cristo mismo. El tri-buto que involuntariamente rinden los asesinos no es a una futura super-Iglesia reunión de católicos, protestantes y or-todoxos que se edificaría sobre la sangre común de todos ellos, sino a la persona concreta del Hijo de Dios, aborreciendo a quienquiera que le siga en la forma que sea, y sólo porque le sigue. El “ecume-nismo de la sangre”, por tanto, resalta aún más la centralidad de Jesucristo en la Historia, y por tanto la necesidad de descubrir su verdadero rostro, su verda-dera doctrina, su voluntad auténtica. Es decir, su catolicidad. Porque, aunque el Papa haya dicho lo contrario en la entre-vista a Eugenio Scalfari en La Repubbli-ca, Dios, sí, es católico. m