EL GIRO DIALÓGICO:
DIÁLOGO Y DELIBERACIÓN
Óliver Escobar
School of Social Sciences, Media & CommunicationQueen Margaret University, [email protected]
Resumen:
Buena parte del debate actual sobre democracia deliberativa versa sobre la
dificultad de reducir la distancia entre su teoría y práctica. La inflexibilidad
característica de las nociones formales de deliberación contribuye a estrechar las
opciones para el diseño de escenarios inclusivos para la participación ciudadana. Este
artículo argumenta que, para reducir esa distancia entre teoría y práctica, así como
para facilitar escenarios propicios, es necesario prestar atención al núcleo sociológico
de los procesos deliberativos, en concreto, la comunicación interpersonal.
Los estudios del diálogo que han proliferado en las últimas décadas contribuyen a la
tarea tanto de ampliar el concepto de deliberación como de enriquecer sus procesos.
Este artículo propone una reflexión preliminar cara a un modelo integrado de diálogo y
deliberación (D+D) para escenarios de elaboración colaborativa de políticas. El
propósito es explorar este cruce de caminos entre ciencia política y estudios de
comunicación desde una orientación pragmática y post-empirista.
(Xove, 1979) Lcdo. en Ciencias Políticas, DEA en Procesos Políticos Contemporáneos (TIT en Política Social) y Master en Gestión (Univ. de Santiago de Compostela). Trabaja como investigador en la Queen Margaret University. Es asesor y facilitador de comunicación de la red internacional de organizaciones humanitarias MHPSS y dirige un programa de entrenamiento en diálogo para la red de universidades británicas BFPE. Colabora semanalmente en la Radio Galega y ha publicado tres libros literarios.
Palabras clave: diálogo, deliberación, elaboración post-empirista de políticas, comunicación colaborativa
1
Nota:
Las ideas y argumentos del autor, expuestos con la intención de suscitar debate y
colaboración investigadora1, se basan en el Dialogue Research Project2 actualmente en
fase de desarrollo.
Introducción
Este artículo se propone enfatizar la necesidad del estudio de los complejos
procesos de comunicación interpersonal que se hallan bajo la superficie del paradigma
de la democracia deliberativa. Abundante literatura y estudios de caso han proliferado
en los últimos años al amparo de nuevas prácticas y discursos que se han vuelto
inextricables del desarrollo de la democracia en el siglo XXI.: diálogo y deliberación,
participación ciudadana, elaboración colaborativa de políticas.
El carácter de estas reflexiones será pragmático: se trata de estimular el debate
sobre los modos de comunicación interpersonal dominantes en las democracias
mediático-representativas, argumentando su inadecuación para el avance de la
democracia deliberativa; así mismo, se sugiere un enfoque basado en la exploración y
materialización de las cualidades dialógicas de la comunicación. Este enfoque está
siendo cultivado por una amplia variedad de autores dentro de diversas disciplinas en
las ciencias sociales, si bien ha sido escasamente articulado desde de la Ciencia
Política. ¿Qué dinámicas de comunicación interpersonal favorecen las aspiraciones de
la democracia deliberativa? Para ofrecer una respuesta preliminar, este artículo
analiza las propuestas teórico-prácticas de los estudios del diálogo en el mundo
anglosajón. En consecuencia, se propone un modelo flexible donde las ideas y la
praxis del diálogo contribuyen a la facilitación de dinámicas de comunicación
interpersonal propicias para el avance del ideal deliberativo.
1 El autor agradece el Research Travel Award aportado por Abbey Santander (UK) para poder presentar esta ponencia en el IX Congreso Español de Ciencia Política.
2 El equipo a cargo del Dialogue Research Project (2008-2010) está formado por las expertas en comunicación Magda Pieczka y Emma Wood, y el politólogo Oliver Escobar, dentro de la School of Social Sciences, Media & Communication (Queen Margaret University). El equipo trabaja en el análisis teórico y desarrollo práctico de estrategias de comunicación colaborativa en el contexto de procesos participativos de elaboración de políticas.
2
Ciencia política post-empirista
La aproximación post-empirista a la elaboración y análisis de políticas ha ido
cobrando significativa relevancia en las ultimas décadas. La crisis del objetivismo
positivista y el reconocimiento de la imposibilidad de “neutralizar” los sistemas de
valores dentro del juego de las políticas han dado pie a fructíferas orientaciones tanto
para la teoría como para la praxis.
La diversificación de la sociedad y la complejización de los asuntos sociales no
han hecho sino poner de manifiesto la estrechez de miras de las políticas públicas
guiadas por criterios meramente cuantitativos y diseños principalmente tecnocráticos.
El énfasis clásico en modelos (top-down) lineares o circulares ha sido puesto en
cuestión y nuevas ideas y estrategias han sido llevadas a la práctica al amparo del
paradigma de la democracia deliberativa y la elaboración colaborativo-participativa de
políticas públicas.
La obra de Frank Fischer (2000; 2003; 2009) representa uno de los más
brillantes desafíos a la orientación tecnocrática y empirista que ha dominado los
estudios de la política y las políticas (Goodin et al., 2008; Yanow, 2000). Fischer
(2003) analiza en detalle el rol discursivo de las políticas y elabora un marco teórico
para la práctica deliberativa, enfatizando la necesidad del análisis interpretativo –
especialmente sensible a la dimensión comunicativa- para contrarrestar la
pretensiones de objetividad de una ciencia social aún acomplejada por el modelo
positivista originado por la “modernidad” (Taylor, 2001). Esta aproximación no supone
un rechazo de lo empírico per se, sino un reajuste epistemológico donde “la
investigación empírica (…) debe estar circunscrita en una perspectiva discursiva de
orientación interpretativa” (Fischer, 2003:69). Para Fischer (2003), el enfoque post-
empirista explica mejor lo que los politólogos (incluyendo los neo-positivistas)
hacemos en realidad: “El analista funciona como un mediador interpretativo entre los
marcos analíticos disponibles y las perspectivas locales en competición” (p.138)
La ciencia política post-empirista tiene su origen en el cruce de caminos entre el
constructivismo social, la teoría crítica y el post-estructuralismo (Fischer, 2003:21). El
reconocimiento de la imposibilidad de estancias objetivas y neutrales devuelve los
valores, interpretaciones, significados sociales e ideas –en definitiva, las prácticas
discursivas- al centro de atención. Esto supone el retorno de lo político al estudio de la
política: “el esfuerzo por eliminar la subjetividad es inútil”, “las técnicas analítico-
racionales de (…) análisis de políticas tienden más a servir a una función ideológica
3
inconsciente que a contribuir como método para ensamblar verdades empíricas”
(p.37).
Fischer (2003) habla de la importancia de atender al “giro comunicativo”
(p.222) que está teniendo lugar en el análisis de políticas, y de cómo es fundamental
comprender que el lenguaje y la interacción comunicativa son las claves que
determinan que el mundo de lo social difiera del mundo físico (p.41). A través de la
comunicación, los ciudadanos “construyen su mundo social y las acciones políticas que
desarrollan para influenciarlo” (p.42). Partiendo de estas premisas, Fischer propone
que el politólogo se implique en una agenda práctico-teórica de investigación
participativa3 que fomente escenarios y métodos críticos4 para la deliberación
ciudadana.
Democracia deliberativa: de macro a microprocesos
El avance de los ideales de la democracia deliberativa (o participativa)5
constituye una notable plataforma en la tarea de contrarrestar los crecientes déficits
de la democracia representativa, sobre todo en lo referido a su crisis de legitimidad
(Bohman, 1996). La respuesta gubernamental en numerosos países ha consistido en
iniciativas destinadas a abrir espacios para la participación ciudadana.
Aunque los decisores políticos escogen cuidadosamente los asuntos –
gestionando el balance entre riesgo y beneficio- y marcan la agenda y extensión de
estos procesos de participación, ha habido significativos ejemplos que contradicen la
habitual crítica de que estos espacios se abren casi exclusivamente para áreas de
decisión en asuntos periféricos. Tomemos por caso la reforma electoral de la provincia
3 Sobre investigación participativa y sus implicaciones para la democracia deliberativa véase Fischer (2000:143-218) y (2003:205-237).4 En el prefacio de “Reframing Public Policy: Discursive Politics and Deliberative Practices” Fischer proclama que su enfoque “está diseñado para identificar e incluir las voces políticas marginadas” y que los politólogos post-empiristas están “preocupados sobre el estado actual de la deliberación discursiva en una democracia plagada de injusticias sociales” (p. x). Los críticos de esta perspectiva acusan a los post-empiristas de promover una agenda ideológica y huir de lo objetivo. Fischer identifica en estas críticas la ideología propia de la comunidad profesional del análisis de políticas y su anhelo por una ciencia social positivista enraizada en la pretensión de verdades verificables. Además, Fischer se pregunta porque estos críticos se oponen a un “entendimiento más profundo de cómo funcionan importantes aspectos del proceso de elaboración de políticas” (p. x). En última instancia, Fischer hace explícito su interés en usar el análisis discursivo deliberativo para informar, investigar y contribuir a una participación ciudadana crítica en la esfera de decisión pública. Aún más, si esto se considera ideológico, dice Fischer, “pues que lo sea” (p. x).5 El autor usa los términos “democracia deliberativa” y “democracia participativa” (Spano, 2001:21-28) como casi intercambiables, sin entrar aquí en cuestiones conceptuales. Entiéndase que en esta ponencia el cometido de estos términos es reflejar los nuevos horizontes abiertos por la crisis de legitimidad de la democracia representativa.
4
canadiense de British Columbia. En 2004 el gobierno de la provincia se embarcó en un
experimento democrático sin precedentes en la práctica del diseño constitucional. Una
asamblea de 160 ciudadanos fue seleccionada –casi al azar- para analizar y, si se
considerase oportuno, proponer una reforma del sistema electoral que después sería
sometida a referéndum para su posterior legislación. Este experimento innovador ha
servido como modelo deliberativo para otras iniciativas en Canadá, Europa y USA
(Warren & Pearse, 2008:xii).
El libro “Designing Deliberative Democracy” (Warren & Pearse, 2008) se centra
en el análisis del caso de British Columbia y ejemplifica características recurrentes en
los estudios sobre democracia deliberativa: atención a los elementos institucionales,
procesales y consensuales. El análisis de la textura comunicativa que condiciona estos
procesos toma un segundo plano y se limita a determinar en que medida la
comunicación se ajusta a los parámetros de la “ideal speech situation” postulada por
el primer Habermas (Ratner, en Warren & Pearse, 2008:145-165).
Esto ha llevado a diversos autores (Burkhalter, 2002; Walhoff, 2005;
Rosenberg, 2005, 2007; Ryfe, 2006; Kim y Kim, 2008; Gastil 2008) a reclamar la
necesidad de complementar el prevalente análisis de las condiciones necesarias para
la deliberación, con el análisis de lo que esta crea desde la perspectiva de sus
procesos comunicativos. En este sentido, el énfasis en las condiciones institucionales,
procesales y consensuales relega a la opacidad la necesidad de estudiar la
comunicación interpersonal que constituye, en la práctica, el cuerpo tangible de la
democracia deliberativa. Walhoff (2005), tomando como punto de partida el análisis
conversacional de Gadamer, aboga por una amplificación del horizonte analítico de los
teóricos y practicantes de la democracia deliberativa, y propone un “cambio de
énfasis, de las condiciones para la deliberación al diálogo en sí mismo” (p.155)6.
Siguiendo esta lógica, las dinámicas comunicativas cara a cara determinan en
gran medida la factibilidad de las condiciones para la deliberación. De este modo, los
microprocesos de interacción personal constituyen el núcleo duro de los
macroprocesos deliberativos institucionales. En otras palabras, muy a menudo la
calidad democrática de estos procesos depende de la calidad de los principios y las
prácticas comunicativas en que estos se materializan.
El análisis de la comunicación 6 Las traducciones de citas incluidas en este artículo han sido realizadas por el autor.
5
La esfera pública ha sido definida por Habermas (2006:415) como un “sistema
de comunicación intermediario” entre las deliberaciones cara a cara, formales e
informales, que suceden en los distintos niveles del sistema político. La esfera pública
no se concreta en una realidad material sino en un espacio social “producido por la
acción comunicativa” (Kim & Kim,2008:63).
El análisis de la comunicación desde la ciencia política se ha centrado
habitualmente en los aspectos macro de producción y consumo, sea en términos de
campañas electorales, discursos políticos o redes mediáticas (e.g. Sartori, 2003,
2005). Dentro de la teoría deliberativa el énfasis se pone en la evaluación cuantitativa
(e.g. medición de cambios de opinión posterior a la deliberación), mientras que el
análisis de las dinámicas de comunicación se descuida por completo (Ryfe, 2006).
La manera en la que los politólogos nos aproximamos a la comunicación se ha
basado con frecuencia en modelos, más o menos sofisticados, de transmisión linear
(Penman, 2000:3) -construidos sobre o contra el modelo original de Laswell en 1948
(Fiske, 1990:30)- donde el proceso comunicativo se desenvuelve, básicamente, a
través de la acción de un emisor que trata de hacer llegar un mensaje a un receptor
con el mínimo ruido o distorsión posible, de manera que se produzcan los efectos
deseados. En este paradigma racional-empirista se asume como premisa que la
comunicación es un elemento objetivo y, en ese sentido, instrumental y secundario a
otros aspectos de la acción social (Penman, 2000:26-27). Esta asunción ha dado lugar
al énfasis que la disciplina ha puesto en el análisis de la comunicación política como
propaganda, manipulación y retórica7.
Si bien esta perspectiva sobre macro-procesos de comunicación es relevante,
su alcance es escaso en términos de comunicación interpersonal en el contexto de
micro-procesos deliberativos formales o informales, especialmente en lo referido a lo
que Kim y Kim (2008:63) denominan “conversaciones políticas cotidianas” que
significativamente convierten “las esferas privadas en esfera pública”, determinando
por tanto la textura comunicativa apriorística de los procesos participativos.
El desafío radica en tratar de complementar las líneas analíticas de la ciencia
política contemporánea con las ideas y las prácticas avanzadas por estudio
especializado de la comunicación en las últimas décadas. Esta tarea ha sido
7 El término “retórica” se emplea aquí en su acepción popular contemporánea, enraizada en una tradición de más de 300 años en el pensamiento occidental, claramente presentada en los escritos del filósofo británico John Locke: “Todas las artes de la retórica… sirven para nada más que insinuar ideas equivocadas, excitar las pasiones y, por tanto, manipular el juicio; así realmente constituyen un perfecto engaño” (Locke, 1997:452; citado en Penman, 2000:22)
6
emprendida por una serie de autores que iremos viendo. Investigar en el territorio
fronterizo de estas dos disciplinas ofrece fructíferas posibilidades, particularmente en
el campo de la práctica deliberativa.
Comunicación y constructivismo social
No pretendemos abordar una materia sobre la que se ha escrito largo y
tendido8. Baste mencionar brevemente las reflexiones sobre comunicación que
consideramos relevantes para los propósitos de este artículo.
No insistiría aquí en estas reflexiones si no tuviera la percepción de que lo que
constituye el pan de cada día para los estudiosos de la comunicación semeja ser
ignorado por sus colegas deliberativos. Las discusiones dentro del grupo sobre
democracia deliberativa –en el IX Congreso de Ciencia Política- me han confirmado tal
percepción. En breve, el grupo se mostraba preocupantemente ajeno al giro
constructivista e interpretativo que las ciencias sociales y políticas, respectivamente,
han tomado en las últimas décadas (Fischer, 2003; Yanow, 2000). Esto refleja la
incomodidad de la tarea de mover el estudio de la deliberación desde el mundo de las
ideas al desafío de sus prácticas (ver Mutz, 2007).
En primer lugar es necesario refutar la noción cartesiana del lenguaje como
elemento puramente representativo. A pesar del giro lingüístico (Rorty, 1967)
impulsado por la filosofía de Wittgenstein hace medio siglo, esta concepción del
lenguaje como mero instrumento que representa realidades objetivas todavía
prevalece en numerosos ámbitos (Hide y Bineham, 2000:214). El lenguaje no es una
instancia neutra, no representa las cosas sino que constituye las cosas y la manera en
que estas se relacionan (Austin, 1990). En palabras de Hide y Bineham, el lenguaje –a
través de su “cualidad constitutiva”- “provee al mundo de sentido” (2000:214) y, a
través de esta carga de significado, estructura nuestro entendimiento y crea el mundo
que nos rodea. Desde esta premisa, el lenguaje no es un instrumento a través del
cual se expresa la política: el lenguaje construye y, por tanto, es la política9.
Finalmente, “los significados nunca son inherentes al símbolo sino que se alcanzan a
través de la interacción humana” (Littlejohn y Domenici, 2001:215). La idea de que la
8 Véase, sobre constructivismo social, los trabajos seminales de Berger y Luckmann (1971) y Schutz (1967).9 Para un buen ejemplo de la aplicación de este paradigma en ciencia política véase la extensa obra de Edelman (1972, 1977, 1985, 1988, 1997)
7
realidad es co-construida a través de la interacción personal constituye el fundamento
del constructivismo.
En segundo lugar y por consecuencia, como apuntan Littlejohn y Domenici
(2001:221), la comunicación es “más que un instrumento para la transmisión de la
información, es el mismísimo medio en el cual construimos la realidad tal y como la
conocemos”. Tomar una perspectiva de comunicación implica aproximarse a los
significados y sentidos, las acciones, las personalidades, las relaciones, las
organizaciones o las instituciones como construidas por/en la comunicación (Pearce y
Pearce, 2004:43). Analíticamente esto significa ver “los eventos y objetos del mundo
social como (…) co-construidos por la acción coordinada de (…) personas-en-
conversación”. Esto supone un cambio de orientación desde teorías sociales top-down
a teorías centradas en el análisis de microprocesos, como la etnografía (Pearce y
Pearce, 2000:408). Desde esta perspectiva, los valores y creencias, las estructuras
sociales y económicas y las relaciones de poder son vistas como constituidas por
“pautas de acción comunicativa recíproca” (Pearce y Pearce, 2004:42). Es crucial aquí
señalar el rol fundamental que la comunicación interpersonal juega en la creación y
negociación de identidades; el estudio del interaccionismo simbólico muestra como,
en palabras de Saso y Alonso (2001):
“(…) las personas elaboran sus propios significados y la definición de las
situaciones a partir de la interacción con las otras personas. Los conceptos y la
diferenciación que realizan (yo, mi) nos sirven para explicar la construcción social de
la persona” (p.83)
Como último elemento, la noción de que la comunicación es no solo constitutiva
sino consecuencial (Pearce y Pearce, 2004:41; Penman, 2000:5) conlleva
implicaciones esenciales para la práctica deliberativa. No basta con que el analista se
pregunte que es lo que se hace a través de la comunicación, sino que debe investigar
también como y de que está hecha la comunicación utilizada. En otras palabras, nos
interesa no solo lo que la comunicación consigue, sino lo que la comunicación hace.
Para clarificar esta noción es preciso establecer la diferencia entre resultados y
consecuencias. Tomemos como ilustración un proceso de comunicación en el que uno
de los miembros de nuestro equipo en el DRP10 tomó parte. Se trató del plan local
para la construcción de un nuevo instituto de educación secundaria en el distrito
costero de Portobello, en la capital escocesa Edimburgo. El proceso se desenvolvió con
fuertes polémicas en torno a numerosos aspectos de planeamiento y provisión,
10 El Dialogue Research Project (DRP) es el proyecto de investigación del cual el autor de esta ponencia forma parte.
8
incluyendo diversas opciones para su ubicación. Se formaron dos bandos dentro de la
comunidad y el proceso tomó la forma de campañas locales a favor de las dos
principales opciones en juego. Las autoridades locales entraron en la dinámica
polarizante del proceso, tratando de minimizar el costo político de sus decisiones y
procurando lidiar entre las opciones presentes de manera que su propia agenda
pudiera ser llevada a cabo. El proceso fue complejo y es objeto de una investigación
en desarrollo11. Para lo que aquí tratamos de ilustrar, baste decir que una de las
opciones ganó la batalla. Todo el proceso se desarrolló a través de dinámicas
confrontacionales de comunicación, siguiendo los modos tradicionales de las
campañas de relaciones públicas. Al final, el grupo de presión comunitario a favor de
la opción ganadora celebró la consecución de los resultados deseados. El grupo de la
opción perdedora sigue activo, concentrando ahora sus esfuerzos y recursos en
ralentizar el proceso de construcción.
Sin entrar a fondo en las deficiencias de gestión por parte de las autoridades
locales, parece apropiado mencionar la oportunidad perdida en términos de promoción
de un proceso participativo-deliberativo con espacios para modos de comunicación
constructivos dentro de la comunidad. Sobre todo teniendo en cuenta que incluso los
participantes cuya opción triunfó reconocen que están satisfechos con el resultado del
proceso pero no con sus consecuencias12. La espiral de confrontación comunicativa ha
dejado un legado de fuerte división y resentimiento en la comunidad, un ambiente en
el cual no sólo es desagradable relacionarse en la vecindad, sino que hace previsible
anticipar la manera en que futuros asuntos comunitarios serán abordados.
Los resultados de la comunicación como instrumento pueden satisfacer en
mayor o menor medida a los distintos grupos de ciudadanos. En cambio, las
consecuencias de la comunicación como proceso -y medio que construye la realidad-
condicionan las cualidades y calidades de las relaciones interpersonales y la
plataforma de dinámicas comunicativas que caracterizará el desarrollo de la
comunidad en su conjunto.
Existen incontables argumentos para invitar a la reflexión sobre cómo la
manera en que habitualmente pensamos sobre comunicación es contra-productiva.
Penman (2000:5) lo sintetiza en los siguientes términos:
“Es una concepción de la comunicación que se centra en los individuos y, por
tanto, margina la noción de comunidad; se centra en el efecto final y, por tanto,
ignora los medios; y presupone la posibilidad de certeza y, por tanto, deniega la 11 Emma Wood, una de las directoras del DRP, lidera este estudio de caso.12 Declaraciones recogidas en las sesiones de focus group del Dialogue Forum en Queen Margaret University, junio 2009.
9
creatividad indeterminada de la comunicación. Es (…) una concepción completamente
desajustada para la edad postmoderna”.
Comunicación interpersonal en la esfera pública:
la prevalencia de la polarización confrontacional
“-Pues esto no lo había visto de esta manera hasta ahora. ¿No crees que algo de lo
que dice tiene sentido? –me dice susurrando, mientras la asamblea ruge.
-No y además no me importa. No se te ocurra plantear ese tipo de duda, debilitará
nuestra posición y perderemos la discusión –le respondo inmediatamente.”
(Conversación personal en una de las asambleas de estudiantes de la Facultad de
Ciencias Políticas en las movilizaciones universitarias contra la LOU en Santiago de
Compostela, 2001-2002)
A continuación queremos recoger una serie de reflexiones sobre los modos
dominantes que impregnan la comunicación interpersonal en los múltiples contextos
deliberativos de lo político, ya sea a nivel de élites, a nivel mediático, dentro de la
comunidad, la familia, el lugar de trabajo o cualquier otro espacio de la esfera pública.
La literatura utilizada por el autor proviene del ámbito anglófono, pero los
argumentos y las prácticas son claramente identificables en el contexto español.
Resulta obvio, aunque necesario, apuntar que cada sistema democrático tiene su
propia idiosincrasia comunicativa, inextricable de su estructura política y su historia.
En el caso español, la dinámica de confrontación polarizada que tuvo su cénit en la
guerra civil, así como la naturaleza de las condiciones en las cuales la democracia
comenzó su andadura, inciden sin duda en las cuestiones clave de cultura política,
especialmente en términos de identidad e interacción comunicativa. Para lo que este
apartado trata, baste con limitarnos a asumir lo que la democracia española comparte
con otras democracias occidentales: se trata de una compleja democracia
representativa y mediática, conformada por los discursos hegemónicos de la
modernidad y postmodernidad.
Numerosos autores han ilustrado como la esfera pública –y también la arena
corporativa- están dominadas por modelos y prácticas de comunicación interpersonal
de carácter confrontacional, polarizante y antagonista (ver, por ejemplo, Yankelovich,
1999; Isaacs, 1999; Tannen, 1999; Hyde y Bineham, 2000; Gastil, 2008). La lógica
subyacente a la batalla por ‘la mejor razón’ es un legado de los ideales de la
ilustración. La confrontación de ideas a través del razonamiento y la argumentación
10
ha sido tradicionalmente considerada como la manera más apropiada de informar
procesos deliberativos de elaboración y decisión de políticas (Fischer, 2000).
Sin embargo, este enfoque se queda corto cuando se trata de entender y
abordar la complejidad de los problemas y dilemas a los que las sociedades del siglo
21 se enfrentan. Especialmente cuando existen “tantas formas diferentes de ‘razón’
como perspectivas culturales y maneras de hablar” (Burkhalter et al., 2002:408).
Las teoría postmoderna ha puesto en evidencia como la lógica racional del
mejor argumento está ligada a cuestionables discursos de “verdad” y “conocimiento”
que habitualmente encubren agendas de poder y control (Foucault, 1980; 1995). El
paradigma de la ciencia social se ha ido moviendo lentamente desde el objetivismo y
las pretensiones positivistas, a la noción post-empirista de que la realidad social no es
objetiva sino inter-subjetiva. El énfasis en la interacción personal para la mutua
construcción de la realidad ha consolidado, en los estudios de comunicación, la noción
de la naturaleza dialógica del ser humano, postulada por la filosofía lingüística de
Bathkin (Barge & Little, 2002).
En el campo de la teoría y filosofía social, Habermas y Gadamer han recogido
la tradición iniciada, en la segunda postguerra mundial, por autores que comenzaron a
reconstituir “social y culturalmente al individuo solitario” resultante de la metafísica
individualista de la ilustración, impulsando un movimiento ontológico hacia “el
lenguaje y la experiencia como bases para el entendimiento” (Linder, 2001:656). Este
punto de inflexión ha llevado a una revitalización de la teoría social donde “las ideas
sobre los significados, la identidad, la realización personal, y la forma de razonar en sí
misma, son interpretadas como emergentes en procesos inter-subjetivos que
dependen de la comunicación” (Ibíd.).
A pesar de estos cambios epistemológicos en el mundo de las ideas, Linder
(2001:657) observa que “la perspectiva atomista del individuo retiene un amplio
seguimiento y una posición de privilegio en nuestras instituciones sociales y políticas”.
En estrecha relación con este marco de referencia del individualismo competitivo, una
gran parte de la práctica de la comunicación en las sociedades democráticas
permanece caracterizada por lo que Tannen (1999) denomina “la cultura de la
polémica”, la cual
“nos insta a aproximarnos al mundo –y las personas- desde un marco de
referencia antagónico. Esto se basa en la asunción de que la oposición es la mejor
manera de conseguir hacer cualquier cosa: La mejor manera de discutir una idea es
realizar un debate; la mejor manera de cubrir las noticias es encontrar portavoces que
expresen las visiones más extremas y polarizadas, presentándolas como ‘las dos caras
11
del asunto’; la mejor manera de solucionar disputas es el litigio que enfrenta a una
parte contra la otra; la mejor manera de comenzar un ensayo es atacar a alguien; y la
mejor manera de mostrar que realmente estás pensando es criticar” (p.5-6).
El argumento de fondo no radica en la negación de que la realidad es
necesariamente conflictiva, sino en la consideración de que la manera en que lidiamos
comunicativamente con los conflictos de ideas, valores y prácticas es habitualmente
contra-productiva porque no permite la discusión real del asunto en cuestión, sino tan
sólo una “oposición ritualizada” (Tannen, 1999:6) cuyo efecto dramatúrgico
imposibilita la creación de una dinámica comunicativa propicia para el tratamiento
profundo de las complejidades subyacentes en el asunto. Isaacs (1999) ha mostrado
como el intercambio de confrontación verbal tiende a escalar, aislando a los
participantes y relegando a la opacidad el asunto bajo escrutinio. En otras palabras, la
cultura de la polémica contribuye a bloquear conversaciones dialógicas,
transformándolas en monólogos empecinados que tienden a perpetuarse.
Es necesario reconocer como imprescindible la historia, legitimidad y utilidad
que las nociones clásicas de deliberación, a través de la discusión y el debate, tienen
en nuestras sociedades. Lo que se cuestiona aquí es el aparente consenso alrededor
de la idea de que el debate polarizado, basado en la comunicación confrontacional de
adversarios, es la mejor forma de abordar todos y cada uno de los asuntos
organizacionales, sociales y políticos. Si pensamos por un momento en algunas de las
áreas deliberativas más desafiantes y complejas de la esfera pública –desarrollo local
y comunitario, política energética, sostenibilidad medioambiental, responsabilidad
social de la empresa, política de salud, educación, biotecnología, etc.- parece
oportuno preguntarnos: “¿En que medida es apropiado el familiar modelo bipolar en
una cultura cuya diversidad ha incrementado dramáticamente el número de voces que
demandan ser oídas?” (Hyde y Bineham, 2000:209).
El modelo de polarización comunicativa no parece ajustado en un mundo social
conformado por lenguajes, discursos, visiones del mundo y “verdades” en constante
competición. Existe por tanto una discrepancia entre la “multi-vocalidad” o
multiplicidad de voces (Barge & Little, 2002) de nuestros “mundos de vida”
(Habermas, 1998) y la bipolaridad con la que a menudo nos posicionamos alrededor
de asuntos deliberativos emergentes. Hyde y Bineham (2000) reflexionan, como
pedagogos de la deliberación y el diálogo, sobre las limitaciones de la deliberación
tradicional:
12
“Educamos a los futuros ciudadanos y líderes de la nación en el arte de la
deliberación, enseñándoles formas de hablar de los asuntos sociales. Pero, ligados
como estamos a la tradición de la persuasión y el debate, ¿estamos preparándolos
efectivamente para lidiar con los intrincados conflictos morales que persisten en
nuestras conversaciones públicas?” (p.209)
Existe ejemplos obvios de complejos asuntos sociopolíticos donde el modelo
polarizado de conversación no refleja la amplia gama de puntos de vista y
experiencias vitales: aborto, eutanasia, seguridad y libertades civiles, acción
afirmativa, beneficio empresarial y sostenibilidad ecológica, derechos de gays,
multiculturalismo e inmigración, etc. Hay un sinfín de arenas deliberativas donde la
batalla de argumentos no producirá el triunfo de las “mejores razones”, porque
múltiples razones son no sólo legítimas sino válidas, y raramente todas las voces
están presentes en el proceso de deliberación. En definitiva, lo que cuestionamos no
es el debate y la argumentación per se, sino los contextos de ciega oposición donde
estos se desarrollan (Hyde y Bineham, 2000:211); o en palabras de Tannen
(1999:10),
“el uso de la oposición para conseguir cualquier objetivo, incluso aquellos que
no requieren confrontación sino que podrían también (o mejor) ser conseguidos a
través de otros medios, como la exploración, expansión, discusión, investigación e
intercambio de ideas sugerido por el término ‘diálogo’. Estoy cuestionando la asunción
de que todo es una cuestión de opuestos polarizados, las proverbiales ‘dos caras de
cada asunto’ que pensamos encarnan la apertura de mente y el pensamiento
expansivo”.
Es relativamente incuestionable la preeminencia y funcionalidad que los modos
confrontacionales de comunicación tienen, a nivel macro, en el contexto de los medios
de comunicación en la “sociedad del espectáculo” (Debord, 1995) y en la dinámica
política de las democracias de partidos. No en vano Martin Buber, uno de los más
prominentes filósofos del diálogo, desconfiaba profundamente de la posibilidad de
establecer, en contextos públicos o mediáticos, la calidad comunicativa que el diálogo
requiere (Cissna y Anderson, 2002:108-109). Cuando las élites políticas, económicas
o mediáticas participan en escenarios de conversación pública frente a audiencias13,
13 Existen numerosos escenarios mediáticos con estas características. Ejemplos claros sería los programas “Question Time” de la BBC o “60 segundos” de Televisión Española. Son programas bien hechos y populares entre aquellos a los que nos gusta que se discutan los asuntos de la agenda pública. Pero no son buenos ejemplos de práctica deliberativa o de diálogo en términos de la exploración a fondo de los temas en cuestión. La práctica de la deliberación no es televisable bajo los estándares actuales de entretenimiento; algunos culpan a las cadenas y otros a los espectadores, probablemente ambos son responsables.
13
la autenticidad de la comunicación se rinde habitualmente a su función dramatúrgica:
no se habla, se representa (en el sentido del término inglés perform). En este sentido,
desde el momento en que las posiciones y los puntos de vista están sólida y
estratégicamente cerrados –y ensayados-, desde el momento en que los contenidos y
mensajes son predeterminados, diseñados y dirigidos a audiencias específicas, y
desde el momento en que la certeza instrumental excluye la duda, la curiosidad y la
exploración mutua, la posibilidad de establecer diálogos se desvanece para dejar paso
a una sucesión de monólogos14 más o menos interrelacionados.
La retroalimentación entre las características de la democracia de masas y el
funcionamiento de los medios de comunicación resulta evidente cuando observamos
las elecciones como “construcción del espectáculo político” (Edelman, 1988). En este
sentido, Gastil (2008:93-96) ha aportado interesantes descripciones de la cobertura
mediática de las elecciones como “dramas rituales” o “carreras de caballos”.
Para lo que aquí tratamos de exponer, es importante señalar el rol que este
espectáculo juega en la formación de la opinión pública en términos de conformación
de “ideas, actitudes y acciones” (Browne, 2005:168), no sólo en lo referido a los
contenidos de la comunicación (el que) sino también en cuanto a los modos de
comunicación empleados (el cómo: la cualidad consecuencial de la comunicación). En
este sentido, la comunicación de carácter adversario y confrontacional no es
patrimonio exclusivo de las esferas del espectáculo político-mediático, sino que
impregna los ámbitos y microprocesos deliberativos en los que los ciudadanos
participan: “El discurso público contencioso da lugar a un modelo de comportamiento
y marca el tono de cómo los individuos experimentan sus relaciones con otra gente y
con la sociedad” (Tannen, 1999:288).
Es preciso apuntar aquí una cautela fundamental. No estamos estableciendo
una especie de relación causal top-down o sugiriendo una pauta de simple replicación.
La cuestión de fondo en cuanto a estas prácticas comunicativas dominantes es una
cuestión de cultura política ciudadana y no sólo de comportamiento de élites. Lo que
nos interesa, desde el estudio de la democracia deliberativa, es como estas prácticas
de comunicación se retroalimentan y refuerzan mutuamente a nivel sistémico, de los
micro a los macroprocesos y viceversa (ver Kim et al., 1999).
Siguiendo a Huckfeldt (2007), “la política está dominada por el conflicto y el
desacuerdo, no sólo al nivel de las élites e instituciones formales, sino también al nivel
de los ciudadanos y las instituciones informales de la comunicación política que son el
corazón de las políticas democráticas” (p.992). Nuestro argumento no implica que 14 Para una introducción al carácter monológico de la persuasión véase Heidlebaugh (2008:37)
14
eliminar la división y el conflicto sea factible o incluso deseable. Por el contrario, ello
supondría una amenaza a la mismísima base fundacional de la democracia (Laclau y
Mouffe, 2001). De lo que se trata, desde una perspectiva pragmática, es de fomentar
el tipo de conversaciones complejas que contribuirían a una democracia más
deliberativa.
En el DRP estamos interesados especialmente en las dinámicas de
comunicación a nivel micro, como por ejemplo los procesos participativos locales o
comunitarios, los programas de elaboración colaborativa de políticas públicas, los
conflictos de recursos, valores e identidades entre –y dentro de- grupos sociales, o los
escenarios para la comunicación intercultural (y sub-cultural). Es ahí, en las bases,
donde creemos que la práctica de la deliberación y el diálogo ofrecen posibilidades
reales de revitalización de la democracia cívica. Y es ahí, también, donde creemos que
la calidad dialógica de la comunicación puede ser efectivamente estudiada y
promovida, a través de la creación de espacios comunicativos donde los asuntos
públicos pueden ser abordados con profundidad y substancia.
Dado que “las redes de comunicación política y micro-ambientes donde los
individuos transmiten, reciben y procesan información sobre lo político no proveen
espacios seguros con respecto a las controversias que atestan el ambiente político
más amplio” (Huckfeldt, 2007:992), es necesario recurrir a iniciativas donde se
priorice la experimentación con dinámicas no bloqueadas por la cultura de la polémica
o los rituales superficiales de oposición. Es en este sentido que compartimos con
Barge (2002) la consideración de la necesidad de enriquecer la comunicación
característica de la noción clásica de deliberación pública. Los estudios del diálogo
ofrecen una contribución crítica, como veremos en el próximo apartado.
La necesidad y oportunidad de este análisis comunicativo en la arena
sociopolítica ha sido expresada con determinación por Cissna y Anderson (2004:202),
dos de los investigadores más prolíficos en el campo del diálogo:
“Instancias de diálogo público son aún escasas y necesitan ser estudiadas. Primero, el acceso al
diálogo en público es un significante desafío a nuestra cultura, y el problema del diálogo resultará
probablemente una de las cuestiones centrales del siglo 21 (…). Vivimos en una sociedad donde el
pluralismo es creciente y necesario, y en una era de persistentes conflictos y desacuerdos tanto en
etnicidad, religión, género, y preferencia sexual, como en distinciones ideológicas, económicas, de poder
y de estatus. Los medios modernos de comunicación nos habilitan para transmitir mensajes más
eficazmente, pero la comunicación en si misma (…) no mejora automáticamente. Controversias actuales
sobre asuntos de corrección política, aborto, raza, censura, terrorismo y otros –en lugar de demostrar la
imposibilidad del diálogo público- suponen un mandato para que aprendamos más sobre su potencial.
15
¿Cuáles son las estructuras, actitudes y expectaciones –en relaciones interpersonales y familias, en
grupos y organizaciones, en vecindades y comunidades, dentro del conjunto de las sociedades y entre
diferentes gentes y naciones- que pueden facilitar hablar y escuchar públicamente incluso cuando los
participantes no se identifican con, o incluso aceptan o respetan, las personas o posiciones particulares a
las que se enfrentan?”
Los Estudios del Diálogo
Los estudios del diálogo están lejos de conformar una teoría uniforme o un
cuerpo disciplinario en el sentido tradicional. Su riqueza radica en su naturaleza
multidisciplinar15 y su orientación práctica, confiriéndoles un carácter de materia
dinámica en constante reformulación y, lo que es más estimulante, en continua
retroalimentación entre su teoría y praxis. En este sentido, la acepción más ajustada
sería la de “disciplina práctica” (Craig, 1989; citado en Anderson et al. 2004:11)
Si tuviéramos que realizar una lista comprensiva de los pensadores que han
inspirado a la nueva ola de analistas y practicantes del diálogo, estos son algunos de
los nombres que no deberíamos olvidar: Martin Buber, Mikhail Bathkin, Karl Jaspers,
Martin Heidegger, John Dewey, Emmanuel Levinas, Hannah Arendt, Edmund Husserl,
George Herbert Mead, Carl Rogers, Lev Vygotsky, Alfred Schutz, Richard Rorty, Jürgen
Habermas, Hans-Georg Gadamer, David Bohm y Paulo Freire.
Si bien es cierto que los que han tenido una influencia más notable han sido
Buber, Bathkin, Gadamer, Freire, Bohm16 y Habermas17 (Anderson et al., 2004:1-
17)18, a pesar de que en la obra de este último, a diferencia de los otros, el diálogo no
es el concepto central.
Tabla 1. Tres tradiciones que convergen en los actuales estudios del diálogo
15 El campo de estudio del diálogo ha sido y es influenciado por disciplinas tan diversas como la filosofía, la lingüística, la ciencia política, la teoría de las organizaciones, la psicología, la sociología, las ciencias de la educación, el trabajo social, las relaciones públicas, la resolución de conflictos y, por supuesto, las ciencias de la comunicación.16 Buber, Bathkin, Gadamer, Freire y Bohm son habitualmente señalados como los filósofos del diálogo más influyentes. Para una buena introducción y comparación de sus postulados véase Stewart et al. (2004).17 Para una exploración de ideas comunes a Habermas y Buber véase Kim y Kim (2008).18 Para una lista de teóricos y analistas políticos que han mostrado interés por el diálogo en las últimas tres décadas véase las listas dadas por Anderson et a.(2004:12) o Cissna y Anderson (2002:13-14)
16
Basado en Linder (2001)
El término diálogo19 ha sido empleado por lo menos desde los tiempos de
Platón, con especial incidencia en el teatro, la teoría literaria, la filosofía y el lenguaje
cotidiano; no obstante, como observan Stewart et al. (2004:21), ha cobrado nuevos
significados en la última parte del siglo 20, llevando a un dramático incremento
(Penman, 2000:83) en la cantidad y calidad de estudios de esta práctica
19 Isaacs (1999:19) explica como las raíces de la palabra diálogo vienen del griego “dia” (a través de) y “logos” (sentido o significado), en esencia: “flujo de sentido/significado”. Isaacs se refiere también a otra acepción del griego antiguo donde dialogo significaba “relación”. Esto es relevante dada la habitual confusión en los usos cotidianos del término por los cuales se deriva que se trata de una “conversación de dos”. La confusión viene originada por el prefijo “di” y también por su contraste con el termino “monologo”.
Tradición Prototipo de diálogo
Ideas clave Razones para el diálogo
FORMALISTA
(Habermas)
Diálogo como deliberación social
-Argumento racional
-Énfasis deliberativo
-Basado en argumentos razonados, abiertos, recíprocos y no coercitivos
-Los participantes aprenden mutuamente, alcanzando entendimiento sobre como coordinar sus actividades formando compromisos normativos
-Sirve como bloque de construcción para la coordinación social basada en la comunicación (en lugar de la manipulación o coerción)
-Supone una fuente de validad normativa
HERMENÉUTICA
(Gadamer; Bohm)
Diálogo como reflexión social
-Investigación social y cultural
-Énfasis epistémico
Cuestionar, en lugar de discutir, es la manera de conseguir la franqueza y apertura de los participantes a nuevas perspicacias y entendimientos resultantes de la exploración mutua que fomenta creatividad imprevisible.
Permite un proceso de creación de entendimiento/significado compartido a través de la amplificación de las perspectivas y marcos de referencia de los individuos por medio de dinámicas de reflexión mutua
PRAGMÁTICA
(Dewey; Freire)
Diálogo como acción social
-Compartir experiencias comunes de
cara a la resolución de
problemas
-Énfasis en la acción
-La interacción continua promueve una mejora permanente de las habilidades para solucionar problemas comunes
-Origina una forma colectiva de inteligencia que sobrepasa el conocimiento experto y está enraizada en la diversidad de experiencias
-Redefine el rol del conocimiento técnico compensándolo simultáneamente con la experiencia y el conocimiento local
-Construye tanto a los ciudadanos como a las comunidades, en lugar de asumir que estos deben existir como precondiciones para la toma de decisiones a través del diálogo público
17
comunicativa. Autores como Anderson et al. (2004:9) sitúan el origen de esta
intensificación alrededor del año 1990, cuando un número considerable de
investigadores de la comunicación comenzaron a especializarse en este campo como
respuesta al incremento de complejas tensiones sociales y a la necesidad de abrir
espacios para la participación ciudadana y la democratización de las organizaciones
(Deetz y Simpson, 2004).
Tratar de establecer criterios para clasificar estas distintas corrientes de
investigación –dentro de la comunicación- no resulta tarea fácil. Stewart y Zediker
(2000) distinguen entre concepciones descriptivas y prescriptivas. Las concepciones
descriptivas, inspiradas en la obra del filósofo lingüístico Bathkin, entienden el diálogo
como una cualidad o característica inextricable y definitoria del ser humano: “el
carácter irreductiblemente social, relacional o interactivo de toda creación humana de
significados” (p.225). Para estos autores, el término “dialógico” funciona como
sinónimo de “relacional”, y así hablan del “inherente carácter dialógico de toda vida
humana” (p.225).
Para los autores de la corriente prescriptiva, el diálogo constituye un ideal u
objetivo comunicativo al que se llega a través de acciones que resultan de la elección
de principios y prácticas que “propician el tipo de contacto especial que el diálogo
requiere” (Stewart y Zediker, 2000:227). Los pensadores de referencia en este caso
son el filósofo hebreo Martin Buber (2004; orig.1933) y el físico del MIT David Bohm
(2003).
Dentro de esta corriente prescriptiva y orientada a la acción, resulta útil hacer
una distinción conceptual propuesta por Hyde y Bineham (2000:212), que nos
ayudará a entender dos de los usos más habituales del término diálogo en el contexto
de los estudios de la comunicación interpersonal. Se trata de la distinción entre
diálogo1 y diálogo2 que se recoge en la siguiente tabla:
Tabla 2. Dos usos del término “diálogo” en los estudios de comunicación
diálogo1
• Es una forma de discurso no polarizado
• Su dinámica es colaborativa
• Su objetivo es la fusión de todas las perspectivas en una perspectiva
amplificada e inclusiva que permita las tensiones del desacuerdo
• Funciona como una forma de inteligencia colectiva: la exploración de lo común
y lo diferente entre los participantes abre la posibilidad de crear soluciones que
no podrían ser anticipadas desde ninguna perspectiva parcial
• Su práctica comunicativa se centra en la exploración y aprendizaje mutuos, la
18
exposición y el desempaque de presuposiciones, y la argumentación profunda
facilitada por dinámicas que transcienden la lógica confrontacional,
favoreciendo el espíritu investigativo
• Pensador de referencia: Bohm
diálogo2
• Es un espacio relacional
• Representa el aspecto ontológico; la manera de ser/estar con otra persona
• Está caracterizado por la franqueza, la confianza, la presencia y el
entendimiento que surge no de la compatibilidad psicológica, sino de la
humanidad compartida
• Su práctica comunicativa es efímera y elusiva, no se puede sistematizar
• Representa un estado de mutualidad de alta calidad
• Pensador de referencia: Buber
Basado en Hyde y Bineham (2000)
Estos dos usos del término, aunque separados aquí por propósitos
conceptuales, se corresponden con las dos principales orientaciones a la práctica del
diálogo dentro de los estudios de comunicación. La primera (diálogo1), los proyectos
de investigación práctica impulsados por discípulos de Bohm en el Massachussets
Institute of Technology, principalmente Isaacs (1999); y extendidos también por
autores como Ellinor y Gerard (1998), Yankelovich (1999) o Dixon (1998). Esta
corriente está teniendo un fuerte impacto en las distintas áreas de la comunicación
organizacional20.
La segunda (diálogo2), ha inspirado a otro colectivo amplio de autores que,
aunque comparten también elementos de diálogo1, se han centrado más en ampliar
sus investigaciones y prácticas para abordar diversas áreas de comunicación en la
esfera pública (Pearce y Pearce, 2004:46). Un buen ejemplo de esta corriente la
representa el Public Dialogue Consortium, que reúne a expertos en diálogo como
Pearce y Pearce (2001), Littlejohn y Domenici (2003) y Barge (2002), entre otros21.
Para lo que aquí nos interesa, la comunicación interpersonal en escenarios
deliberativos, podemos extraer una serie de ideas comunes a la nueva escuela22 de
estudiosos del diálogo. 20 Esta materia está siendo fruto de investigación por parte del autor en colaboración con Magda Pieczka; los resultados serán publicados en un artículo académico que explora el diálogo como moda de gestión.21 Como buena introducción al debate teórico-práctico entre estas dos corrientes de autores, véase Pearce y Pearce (2000b)
19
En primer lugar, la noción aportada por Gadamer, Buber y Habermas de que la
verdad es “emergente” (Stewart et al., 2004:35; Kim y Kim, 2008:57). La división
cartesiana entre sujeto y objeto es rebatida por la epistemología dialógica, para la
cual la verdad se construye en la interacción comunicativa, en lugar de ser anterior a
esta (Heidlebaugh, 2008:37). En este sentido, la persuasión es monológica porque se
basa en el apoyo a una verdad asumida con anterioridad a la interacción (Ibíd.). Dos
ideas apuntadas por Pearce y Pearce (2004:55) son fundamentales aquí. Por un lado,
entender que nuestras perspectivas e historias individuales son “parciales, locales y
limitadas”; por el otro, es preciso apreciar el valor conversacional de “permanecer en
la tensión entre defender mis propios principios y estar profundamente abierto hacia
el otro” (Ibíd.) al mismo tiempo que “recibo las diferencias y desacuerdos como
lugares para la exploración y no como impedimentos” (Pearce y Pearce, 2001:111).
No en vano los investigadores y facilitadores del diálogo dedican buena parte de su
tiempo diseñando espacios propicios para que los participantes se escuchen
comprometidamente. Muchos sitúan en este proceso el potencial que el diálogo
encierra para la amplificación de perspectivas y la estimulación del cambio en la
manera en que las personas se relacionan.
En segundo lugar, comparten la concepción del diálogo como un “forma
particular de relación” (Stewart et al. 2004:21) a través de comunicación de alta
calidad. La comunicación no es un vehículo neutral, como ya hemos visto, sino
constitutivo y consecuencial y, por tanto, juega un rol esencial en como se viven y
modelan las identidades personales, construyendo la estructura social de las
relaciones y representando “el proceso a través del cual los valores culturales, las
creencias, (y) las metas (…) son formuladas y experimentadas” (Pearce y Pearce,
2004:42). Los procesos de diálogo se basan en la transparencia, la inclusión, la
participación y la creación de espacios seguros para la expresión personal. En este
sentido, el diálogo atiende nos sólo a los resultados de la comunicación, sino
especialmente a sus consecuencias.
En tercer y último lugar, comparten la idea de que los procesos de diálogo
público requieren facilitación especializada. Esto se debe a que este tipo de
conversación se ha convertido en un “proceso contracultural” (Schein, 2003:30), o tal
y como lo plantean Innes y Booher (2003:55): “La mayoría estamos tan
22 Lamamos “nueva escuela” del diálogo a un número inconcluso de autores que han sido recurrentes en las revisiones de la literatura y casos de estudio disponibles, realizadas en la primera fase del Dialogue Research Project. La lista incluiría una serie de autores clave que se incluyen en la bibliografía de referencia de esta ponencia: Pearce y Pearce, Barge, Little, Penman, Stewart, Zediker, Black, Isaacs, Elinor y Gerard, Yankelovich, Cissna, Anderson, Hyde, Bineham, Schein, Roper, Zorn, Tannen, Littlejohn y Domenici, Shawn, Spano, Deetz, Simpson.
20
deshabituados al auténtico diálogo en situaciones públicas que, para crearlo y
gestionarlo, generalmente es necesaria la ayuda de un facilitador profesional y
entrenamiento especial para los participantes”.
No entraremos aquí en las cuestiones de fondo en cuanto a la facilitación, si
bien es interesante mencionar que, dentro de la ciencia política de orientación post-
empirista, autores como Fischer (2000; 2003) o Maarten (2003) han comenzado a
postular la tarea del politólogo como facilitador de procesos deliberativos y, en
consecuencia, como “teórico práctico” –término con el que se autodenominan
pensadores del diálogo como Pearce y Pearce (2001).
Las prácticas del diálogo
A continuación ofrecemos una tabla que trata de ilustrar distinciones clave con
respecto a los principios que guían la práctica de la comunicación adversaria frente a
la colaborativa. Entiéndase aquí que la distinción se refiere a inexistentes tipos ideales
y que estas dos orientaciones se entremezclan en la realidad del complejo espectro
comunicativo, formando “híbridos conversacionales” (Barge y Little, 2002:379-380).
Tabla 3. Comunicación interpersonal: adversaria vs. colaborativa
DEBATE DIÁLOGO
PRINCI
Modo conversacional: ADVOCACY
1. Formas combativas de comunicación
• La prioridad es ganar
• El choque de argumentos es la mejor manera de abordar un asunto
Modo conversacional: INQUIRY
1. Formas colaborativas de comunicación:
• La prioridad es trabajar juntos para encontrar terreno común y explorar las diferencias
• Investigar todas las posiciones permite la emergencia de nuevas opciones y el aprendizaje
• Énfasis en la relación:
21
PIOS
• Énfasis en performance: retóricamente generativo
2. Certeza
• Se asume que hay una sola forma correcta de enmarcar un asunto
• Se justifican y defienden las presuposiciones como verdades
3. Conocimiento experto como superior (positivismo/objetivismo)
• El rol de los expertos es iluminar a los no-expertos sobre un asunto
• Los datos son objetivos y hablan por sí solos
4. Orientado al resultado
• Las agendas estratégicas se sobreentienden
• La comunicación como transmisión de mensajes
• Énfasis en ganar acuerdo en apoyo de una posición
dialógicamente generativo
2. Curiosidad/Reflexión
• Se asume que hay múltiples perspectivas significativas
• Se revelan las presuposiciones para su re-evaluación mutua
3. Múltiples formas de conocimiento (post-empirismo/constructivismo)
• El rol de los expertos es interactuar con los no-expertos de cara a la exploración mutua de un asunto
• Los datos dependen de la interpretación (valores, visiones de la vida) y son una entre varias formas de conocimiento: local, experiencial, emocional…
4. Orientado al proceso:
• Agendas transparentes: los participantes deben saber el contexto, propósito e impacto real del proceso
• La comunicación como co-creación de significado
• Énfasis en comprender las distintas dimensiones de un asunto a través de la creación de significados compartidos y exploración a fondo de las diferencias
• Uso de espacios apropiados para la dramatización de la discusión adversaria
• Dinámicas dominantes: persuadir, vender, negociar
• Creación de espacios seguros que permiten la expresión personal (ideas, creencias, experiencias e historias de vida)
• Dinámicas dominantes: aprender a través de la exploración mutua
22
PRÁCTICAS
• Defender las visiones de uno contra las de los otros (la duda es una debilidad)
• Focus: probar que el otro está equivocado
• Se escucha para contra-argumentar: buscando debilidades en las posiciones de otros
• Los contenidos están predeterminados y las líneas argumentales pre-empaquetadas
• Se busca una conclusión o voto que ratifique una posición
• Mantener la posición de uno pero permitiendo a los demás espacio para mantener la suya, sin necesidad de inmediatamente oponerse a ella o asimilarla
• Focus: re-examinar todas las posiciones, suspendiendo certeza, incredulidad y necesidad de judgar
• Se escucha para entender: buscando valor en otras posiciones, co-explorando causas, normas y presuposiciones que subyacen a las distintas maneras de enfocar un asunto
• Los contenidos son emergentes y contingentes: las líneas argumentales pueden co-evolucionar al amplificar las perspectivas sobre un asunto
• Se busca descubrir nuevos elementos y
opciones, facilitando nuevas plataformas colaborativas
Elaboración propia como síntesis de: Burbules (1993); Isaacs (1999), Yankelovich (1999), Ellinor & Gerard, 1998), Tannen (1999), Dixon (1998), Littlejohn & Domenici (2001), Anderson et al. (2004b), Pearce y Pearce (2004), Cissna & Anderson (2002), Shaw (2002), Fischer (2000, 2003); Innes y Booher (2003); Burkhalter (2002); Herzig y Chasin (2006).
En la práctica, el desafío es establecer dinámicas interpersonales donde se
mantenga un balance productivo entre “advocacy and inquiry” (Ellinor y Gerard,
1998), esto es, entre defensa/propugnación/apoyo activo de ideas y exploración/
investigación/aprendizaje recíproco.
Desde este punto de partida, crear espacios para la comunicación dialógica es
una artesanía que requiere disciplina, técnica y habilidad. Sobre todo, demanda por
parte de los participantes la voluntad de reflexionar sobre sus hábitos comunicativos
(retóricos, rituales, confrontacionales) y sus relaciones de poder, además de la franca
determinación de querer experimentar formas diferentes de contacto con “los otros” o
“lo ajeno”, a través de nuevas y desafiantes destrezas comunicativas.
El tratamiento de las técnicas excede el objeto de esta ponencia, sin embargo,
como el lector ya habrá anticipado, es posible enseñar/ entrenar/ practicar lo que
antes apuntamos como diálogo1, pero no es posible una pedagogía de diálogo2 (Hyde
y Bineham, 2000). Este último permanece como referente ontológico que inspira, de
23
manera más general, los principios de diversos teóricos prácticos del diálogo, y su
operacionalización a través de su orientación práctica al crear escenarios
comunicativos.
El dramático incremento de los estudios del diálogo va a la par con la
experimentación sobre el terreno. Cissna y Anderson (2002) han tratado de
categorizar la multitud de actividades contemporáneas que están siendo influenciadas
por esta “revitalización del diálogo” (Linder, 2001). Entre estas cabe destacar:
“proyectos que construyen significados no-tradicionales de comunidad”; “proyectos
que unen grupos y culturas dispares”; “proyectos que renuevan las organizaciones
complejas y la vida corporativa”; y “proyectos que expanden los procesos de
participación política y toma de decisiones”.
Queremos finalizar este apartado citando, para el lector interesado, una serie
de estudios de caso de procesos de diálogo -en diversas áreas de la esfera pública-
que son buena muestra de las dificultades y posibilidades que este ofrece:
• Participación local/comunitaria y multicultural:
el ejemplo más completo y documentado de un macro-proceso de diálogo público
lo constituye el “Proyecto de la comunidad de Cupertino” (ver Spano, 2001; Pearce
y Pearce, 2000); para un análisis interesante de cómo un proceso de diálogo se
puede volver contraproducente véase Zoller (2000); centrado en el ámbito escolar
y la educación para la ciudadanía véase Pearce y Pearce (2001).
• Asuntos conflictivos:
el “Proyecto de Conversaciones Públicas” en Watertown representa un interesante
caso sobre el tema del aborto (Gergen et al., 2001); para conflictos laborales y
organizacionales véase Isaacs (1999; 2001); en temas de política biotecnológica
se recomienda el excelente estudio realizado por Roper et al. (2004).
• Elaboración colaborativa de políticas:
es interesante seguir el caso del Sacramento Water Forum en California (Innes y
Booher, 2003).
Diálogo para la Deliberación:
D+D como proceso
“Public deliberation is dialogue with a particular goal”
(Bohman, 1996:57)
24
“La democracia participativa depende de la calidad de la comunicación en la cual
se identifican elecciones y se toman decisiones. Y esta calidad requiere que
tratemos la comunicación pública como algo más que una herramienta de toma de
decisiones (…) La democracia participativa funciona mejor cuando dispone de una
compleja gama de pautas de comunicación, cada una intersectando con las otras
para crear una esfera pública vibrante y robusta.”
(Spano, 2001:27)
Enriqueciendo el concepto de deliberación
Anderson y Cissna (2008:2) observan que, dentro de los estudios del diálogo,
está creciendo el interés por analizar como este puede contribuir a los procesos de
deliberación (Anderson y Cissna, 2008:2; Gastil, 2008:33-38; Black, 2008; Kim y
Kim, 2008; Heidlebaugh, 2008; Burkhalter et al., 2002; Barge, 2002).
Si bien conlleva procesos complejos, y ni se debe ni se puede usar siempre, la
teoría práctica del diálogo ayuda notablemente a la hora de diseñar, implementar y
estudiar escenarios deliberativos.
John Gastil (2008; 2008, Gastil y Black; 2006, en Mansbridge et al.; y 2002, en
Burkhalter et al.) ha desarrollado durante las últimas dos décadas una
conceptualización de la deliberación cara a cara, que se ha ido amplificando (p. vi.)
para incluir elementos comunes con la disciplina del diálogo, tratando de trascender la
noción tradicional de la deliberación como mero intercambio de razones en nombre del
interés público (Black, 2008:109-110). En esencia, su concepto mantiene las tareas
clásicas de la deliberación y añade nuevos matices (Gastil, 2008:20):
• Crear una base de información sólida; que incluye la noción post-empirista de
los múltiples saberes: experiencias personales y emocionales, además de datos.
• Priorizar los valores clave que están en juego; invitando a la autorreflexión y
exploración mutua.
• Identificar una amplia gama de alternativas; invitando al pensamiento
colectivo.
• Examinar los pros y contras de las alternativas; exhortando a reconocer las
limitaciones de cada solución preferida y las ventajas de las otras.
• Tomar la mejor decisión posible; invitando a actualizar las posiciones a la luz de
lo aprendido y advirtiendo contra la imposición del consenso.
25
A todo esto se añade el cuidado por la inclusión y la igualdad de participación,
el énfasis en escuchar -especialmente cuando se está en desacuerdo- y el
reconocimiento y apreciación de la autenticidad y singularidad de las experiencias y
perspectivas de los otros (Gastil, 2008:20). Esto últimos elementos son una clara
referencia a un debate más amplio dentro de la teoría deliberativa. Se trata del
debate que enfrenta a las concepciones racional y relacional de la deliberación (Ryfe,
2002).
La mayor parte de los teóricos deliberativos postulan que la deliberación debe
ser racional y, por tanto, estar basada en un modus operandi similar al judicial:
proclamas, evidencias, datos factuales, etcétera. La visión alternativa entiende que la
deliberación es, por el contrario, más emocional que racional. Esta visión denuncia “el
sexismo inherente a muchos modelos de argumentación racional” (Ryfe, 2002:360),
así como la imposición, por parte de éstos, de barreras discursivas formales a la
participación (Ryfe, 2006).
La orientación relacional/emocional está en clara sintonía con los principios de
la práctica dialógica. Esto resulta evidente con relación a la creación de espacios para
las narrativas personales:
“La narrativa construye una forma de deliberación relacional en la cual los
participantes apelan a valores y experiencias comunes contando historias. De esta
manera, la narrativa apoya una forma de deliberación que acentúa la igualdad, el
respeto a la diferencia, la participación y la comunidad” (Ryfe, 2002:360).
Se ha puesto demasiado esfuerzo en tratar de neutralizar las emociones, las
pasiones y las identidades en el nombre del razonamiento racional y la lógica del
mejor argumento. Esto refleja un entendimiento erróneo de la dimensión social del
individuo, así como una aproximación simplista a la comunicación. Las asunciones
hechas por la teoría deliberativa con respecto a la cognición y el raciocinio han sido
desacreditadas por la investigación empírica (Rosenberg, 2007). Las personas
raramente piensan de modo lógico, razonable y racional (p.344), y no es posible
entender la comunicación sin tener en cuenta la dimensión emocional que constituye
el núcleo duro de las relaciones interpersonales:
“intercambiar narrativas sobre episodios vitales significativos, compartir
comidas y participar en actividades diseñadas para crear sentido de identidad de
grupo puede ser necesario para motivar el tipo de argumentación deseada. La clave
es reconocer que la deliberación también requiere condiciones que promuevan
compromiso emocional, educación mutua y lazos afectivos con la propia comunidad”
(p.348-9).
26
Estas son las consideraciones que contextualizan la reivindicación de espacios
para una noción enriquecida de la deliberación. En lugar de simples escenas para la
realización igualitaria de la ciudadanía, los foros deliberativos deberían entenderse
como lugares para la construcción y transformación de la misma (Rosenberg,
2007:354). Tales escenarios deberían acoger prácticas deliberativas experimentales,
estimulando formas alternativas de participación y ayudando a retirar el velo elitista
que rodea la noción tradicional de procesos deliberativos.
Las historias de vida y narrativas personales forman ya parte de esta nueva –
ampliada- conceptualización de la deliberación (véase Harrist y Gelfand, 2005). Las
investigaciones de Ryfe (2006) muestran como éstas contribuyen a “reducir las
barreras estructurales, psicológicas y sociales a la deliberación” en pequeños grupos.
Contribuyen también a “desarrollar y sostener identidades situadas”, lo cual
determina si los individuos se sienten inclinados a comprometerse, o no, con el
proceso. Las historias ayudan a dar sentido a los asuntos complejos, ya que los
participantes entienden como estos se traducen en situaciones reales “incluso cuando
carecen de información completa”. Finalmente, contribuyen a nutrir los aspectos
relacionales, permitiendo a los individuos gestionar cuestiones de cortesía en un
contexto donde se privilegia el desacuerdo (p.80).
A la luz de lo que aquí se ha bosquejado, parece que la proposición de Barge
(2002) para agrandar el significado de la deliberación democrática ha ido cobrando
cuerpo. Su argumento postulaba la necesidad de expandir el concepto para incluir
“alternativas al juego de lenguaje que ha dominado tradicionalmente este terreno”,
especialmente la comunicación de adversarios (p.166). Para el, el debate y la
discusión son apropiados cuando los participantes “comparten una formulación del
problema y están de acuerdo en los criterios para seleccionar entre alternativas”
(Ibíd.), pero resultan precarios cuando los participantes mantienen perspectivas
inconmensurables o articulaciones de intereses basados en su “intratabilidad”
(Bohman,1996:75-80). En una línea similar, Littlejohn y Domenici (2001:188) insisten
en que lo que caracteriza a la deliberación pública es su utilidad para proceder
sistemáticamente una vez que el asunto y las alternativas han sido definidos
claramente. La complicación radica en que los asuntos públicos raramente se
presentan de forma nítida y homogénea, sino que, por el contrario, están
complejamente amalgamados y encarnan diferentes visiones subyacentes de lo real,
lo justo y lo posible.
Burkhalter et al. (2002) reconocen que “cuando los participantes traen consigo
formas diferentes de hablar y de saber, la deliberación pública debe incluir alguna
27
medida de diálogo” de manera que, por lo menos provisionalmente, se trate de
“trascender el choque de visiones del mundo en competición, para reflexionar
colaborativamente sobre éstas” (p.408). Es por esto que autores como Schein
(2003:27) proclaman la necesidad de utilizar el componente generativo del diálogo
para tratar de mejorar los procesos de reflexión en grupo, especialmente cuando la
solución depende de si se consigue o no una formulación común del problema.
En este sentido, el “componente dialógico de la deliberación”(Burkhalter et al.,
2002:411) serviría a un triple propósito: primero, de reflectividad metalingüística
(p.410), a través de la creación de significado compartido y de la gestión productiva
de las diferencias; segundo, de profundo análisis de problemas y soluciones; y por
último, de incremento de la naturaleza democrática de la discusión (p.411). Este
último puede ser interpretado en términos de apertura de espacios para la
“renegociación de identidades” (Black, 2008:96) y el “desafío del statu quo” (Innes y
Booher, 2003:46); no en vano, “la tensión entre cooperación y competición y entre
advocacy y inquiry es la esencia de la elaboración colaborativa de políticas” (Innes y
Booher, 2003:37).
Tomamos nota de lo apuntado por Steiner (2008) a propósito de los riesgos
que encierra estirar el concepto de deliberación. Sin embargo, algo más fundamental
está en juego. La teoría deliberativa debe reflejar sus bases sociológicas, además de
servir como base para la práctica. Ignorar estas tareas supone lastrar su potencial
transformativo y factibilidad.
Ampliando el proceso: diálogo antes de la deliberación
La naturaleza impredecible del diálogo, su estructura fluida y su final abierto ha
llevado a críticos como Tonn y Welsh (2005 y 2002; en Heidlebaugh, 2008: 27-34) a
cuestionar su papel en el proceso deliberativo, temiendo que demasiado énfasis en el
diálogo supone un detrimento de los modelos clásicos de advocacy que contribuyen
eficazmente a desafiar y cambiar los vocabularios y significados culturales
dominantes, posibilitando nuevas dimensiones de debate. Como respuesta a estas
críticas es preciso señalar la necesidad de plantear programas deliberativos donde
estos dos tipos de conversación coexistan, sin que ninguno de los discursos
comunicativos se vuelvan hegemónicos.
A este fin resulta útil separar metodológica, espacial y temporalmente el
proceso de diálogo y el de deliberación, tal y como propone Yankelovich (1999). Al fin
y al cabo, el propósito de la deliberación es debatir sobre opciones y tomar decisiones,
28
mientras que en el caso del diálogo se trata de explorar en profundidad, crear
relaciones y pensar colectivamente. Con el fin de marcar esta distinción de finalidades
y formas de orientar la conversación, proponemos la siguiente tabla:
Tabla 4. Comunicación y proceso
Modo de comunicación
Advocacy Inquiry
Proceso
Orientado a la toma de decisiones DELIBERACIÓN Diálogo deliberativo23
No orientado a la toma de decisiones
Debate DIÁLOGO
Desde esta perspectiva la utilidad del diálogo radica en su potencial como
complemento programático de la deliberación. Si la deliberación es el arte de analizar
y contrapesar un conjunto de alternativas y tomar decisiones, el diálogo jugaría un rol
habilitador del escenario a través se su utilización y énfasis en la etapa previa: la
abierta e inclusiva exploración de visiones del mundo, marcos de valores,
experiencias, presuposiciones y predisposiciones que dan forma a las alternativas.
Aún más, procesos de diálogo permitirían espacios para la expresión de las diferencias
y la posible creación de significados e interpretaciones comunes –a partir de lenguajes
y formas dispares de saber, conocer y experimentar (Fischer, 2003:143:81)-, así
como para estimulación de creatividad colectiva imprevisible (Isaacs, 1999) a través
de la investigación recíproca de los aspectos normativos y experienciales que
subyacen a los asuntos complejos.
Esto estaría en consonancia con las iniciativas y proyectos donde se están
desarrollando procesos de diálogo para “diagnosticar problemas potenciales, explorar
alternativas imaginativas, (…) reconocer las identidades válidas de múltiples voces
(…), proveer importante información y sensibilidades para la posterior toma de
decisiones y crear un ambiente simbólico que refuerza la noción de que el cambio
23 Este sería una de las formas híbridas que Barge y Little invitan a investigar (2002:379-80).
29
dentro de comunidades complejas e interrelacionadas es posible” (Cissna y Anderson,
2002:227).
En un sentido similar, Fischer (2003:206-210) habla de la elaboración
deliberativa de políticas como aprendizaje o “descubrimiento cívico”, lo cual sintoniza
con la preocupación dialógica por las consecuencias de la comunicación en términos
de calidad relacional del proceso. Dryzek (2009:3) ha manifestado recientemente que
“la deliberación es diferente al debate adversario. El objetivo no es ganar, sino
comprender”. Sin embargo, ¿puede la deliberación -dominada por el debate
tradicional- realizar esta función exploratoria? La comunicación confrontacional que
caracteriza al debate polarizado no parece adecuada para ese propósito. Por el
contrario, esa función sería mejor servida a través del espíritu investigativo que guía
los formatos dialógicos. Esto invita a considerar un modelo integral capaz de
desempeñar tareas de formación ciudadana:
“…para proveer al público con visiones alternativas de lo que es deseable y
posible, para estimular discusión sobre éstas, para provocar reexamen de premisas y
valores, y por tanto ampliar el rango de respuestas potenciales” (Reich, 1990; citado
en Fischer, 2003:207).
Si Heidlebaugh (2008:34) está en lo cierto y -tanto para “dar cuenta de” como
para “liderar un discurso público enriquecido”- “ni los modelos dialógicos (…) ni los
modelos de advocacy pueden sostenerse aislados”, entonces se refuerza el argumento
para ampliar los procesos deliberativos, de manera que se entiendan y planeen como
un continuum comunicativo, donde distintas formas de discurso conversacional actúan
complementariamente. Proponemos la siguiente figura para ilustrar esta idea de
forma simplificada.
Figura 1. El proceso holístico D+D
DIÁLOGO(Inquiry process:exploración recíproca/creación de significado compartido)-------------------------------------- +
DELIBERACIÓN(Advocacy process:contrapeso de argumentos y alternativas/
30
toma de decisiones-------------------------------------------
Este modelo supone una manera flexible de estructurar procesos de toma
participativa de decisiones y está siendo desarrollado y aplicado por el autor tanto
para crear y facilitar, como para investigar espacios donde el diálogo y la deliberación
se complementan.
Kim y Kim (2008) han comenzado a teorizar en esta línea, postulando que la
democracia deliberativa requiere entender la deliberación pública no sólo en su
sentido instrumental –como “herramienta para usar razones públicas y tomar
decisiones colectivas”- sino también en su sentido “dialógico”, como “proceso de
producción de razones públicas y de consecución de entendimiento mutuo” (p.51). De
tal manera, proponen dos niveles o dimensiones necesarias para el avance
democrático. Denominan a la primera “deliberación instrumental” (p.66), y la
caracterizan como un mecanismo procedimental para la negociación y decisión. La
segunda sería la “deliberación dialógica o diálogo”, a través del cual se construirían los
conceptos de identidad y diferencia, el sentido de comunidad y la razón pública
(Ibíd.). Para esta construcción es preciso desarrollar nuevos espacios comunicativos
que complementen las limitaciones de la deliberación señaladas por Burkhalter et al.
(2002, p.408): la deliberación se preocupa “por el avance persuasivo de opiniones
predeterminadas. En este sentido, es retóricamente y no dialógicamente generativa”.
En definitiva, el diálogo se situaría en el campo de la exploración y producción de
razones públicas, y la deliberación en el de su uso y cristalización.
Como ventaja añadida, la práctica del diálogo previa a la deliberación puede
contribuir a habilitar, entre los participantes, dinámicas comunicativas que permitan
una continua actualización de significados y compromisos, en línea con la necesidad
apuntada por Karpowitz y Mansbridge (2006) de prestar atención a la evolución del
equilibrio entre la creación de consenso y el tratamiento real de los conflictos.
De manera semejante, Fischer (2003:131) argumenta como el complejo tema
del consenso se debe abordar en términos de “construcción discursiva de perspectivas
en competición”. Teniendo en cuenta que los procesos deliberativos raramente giran
alrededor de los datos per se, sino de las perspectivas subyacentes y los marcos de
valores utilizados para su interpretación, Fischer (2003:183;ver también Yankelovich,
31
1999:188) observa que en realidad: “bastante antes de que alternativas y
recomendaciones plausibles puedan ser delineadas, la mismísima determinación de lo
que ‘el problema es’ depende de prácticas retóricas e interpretativas profundas”.
Dada la importancia de estas fases previas a la deliberación, parece oportuno
aspirar a ampliar el proceso discursivo para incluir modos alternativos de producción
de razón pública capaces de abordar la complejidad de lo social a través de la
inclusión de voces que compitan colaborativamente.
Diálogo y poder: consideraci ones preliminares
El desafío para la profundización de la democracia deliberativa radica, como
apunta Bohman (1996:69) en la necesidad de “resolver los crecientes conflictos
comunes sin renunciar a la igualdad política de los ciudadanos, la ausencia de tiranía
en los resultados y la publicidad del diálogo”.
Los principios y prácticas que los estudios del diálogo pueden ofrecer para
contribuir a este desafío, suponen dinámicas comunicativas que van más allá de la
participación ciudadana controlada con la que los ejecutivos multinivel se sienten
cómodos. Wood (2004:xx) advierte adecuadamente que “aquellos que disfrutan de
poder y privilegio raramente sentirán motivación para interactuar dialógicamente con
aquellos que no disfrutan del mismo status o ventaja”, y por lo tanto, como afirma
Mouffe (citada en Wood, 2004:xx), los sermones sobre el diálogo o la moral no
convencerán a la clase gobernante para que ceda poder.
La práctica del diálogo como desafío al status quo (Innes y Booher, 2003:46) y
su teoría como crítica del poder (Heath, 2007:150) invitan a la reflexión e
investigación sobre la naturaleza de los procesos de participación y las características
de sus propiedades comunicativas.
En este sentido es útil atender a dos dimensiones. La primera, la contraposición
entre “espacios invitados” y “espacios inventados” (Miraftab, 2004), que permite
dilucidar los límites impuestos -sobre procesos de deliberación predeterminados- por
las directrices de los agentes gubernamentales, en contraste con procesos más
abiertos que se desarrollan colaborativa y creativamente desde las bases.
En una segunda dimensión, es preciso atender a la distorsión del término
diálogo por medio de su utilización abusiva para denominar casi cualquier proceso de
participación, sin atender a sus dinámicas reales. En este sentido cabe anotar las
cautelas tomadas por Wierzbicka (2006) al advertir que el potencial transformador del
32
diálogo no está libre de riesgo en cuanto a su uso para la “manipulación, propaganda
o pseudo-comunicación” (p.691).
Estos elementos y la relación diálogo-poder son objeto de estudio del autor,
pero exceden la intención introductoria de este artículo. No obstante, y a modo de
reflexión final, queremos apuntar la necesidad de tener en cuenta –de cara a la
creación de espacios para D+D- que la tensión entre profesionalismo experto y
gobernación democrática supone una de las dimensiones políticas elementales de
nuestro tiempo (Fischer, 2000:ix). De ahí la necesidad de crear nuevos escenarios
donde las voces ciudadanas no sucumban a relaciones comunicativas asimétricas con
“los expertos”. La construcción de conocimiento exclusivista por parte de estos
imposibilita incorporar “el conocimiento local y las interpretaciones normativas” al
proceso de toma de decisiones (Fischer, 2003:219).
En contraste, creando espacios para la co-construcción comunicativa podemos
“combinar el conocimiento profesional y la experiencia vital”, formando “comunidades
interpretativas” de ciudadanos y expertos que, “a través del discurso mutuo (…)
procura un (…) entendimiento de los asuntos bajo investigación” (p.222). Este cambio
en el rol de los expertos requiere no sólo un cambio de valores, actitudes y prácticas,
sino una claudicación de privilegios por parte de la jerarquía tradicional del
conocimiento (Yankelovich, 1999:187-200).
El debate y discusión tradicionales, donde las voces de los expertos son
dominantes, imposibilitan una visión más comprensiva y compleja de los asuntos. Una
visión donde la combinación de datos, valores sociales, interpretaciones normativas y
experiencias locales y personales ofrece una aproximación más enriquecida a los
asuntos sociales. En palabras de Yankelovich (1999), “los métodos de la ciencia y la
experiencia profesional son excelentes para generar conocimiento basado en hechos;
los métodos del diálogo son excelentes para tratar ese conocimiento sabiamente”
(p.191).
En los procesos de diálogo, los expertos deben trascender los “vocabularios
compartidos” de las redes en que habitualmente se mueven (Miller y Rose, 2008:34-
35), para convertirse en co-facilitadores del proceso de investigación (inquiry),
contribuyendo a asistir a los participantes no-expertos en la “problematización y
exploración de sus propias preocupaciones e intereses” (Fischer, 2003:216; ver
también Fischer, 2000:193-218). En la misma línea, el papel a jugar por los
politólogos, en cuanto a la creación de nuevos espacios comunicativos, debe estar
guiado por una reconceptualización de metodología de la disciplina que tenga en
cuenta la siguiente premisa avanzada por DeLeon (citado en Clarke, 2002:5): “las
33
ciencias políticas deben renunciar a su elaboradamente construida aura de
conocimiento o, por decirlo de otro modo, a su reluctancia a incluir ciudadanos de a
pie en las deliberaciones técnicas de las políticas”. Los politólogos deben aceptar la
tarea de desarrollar foros donde el conocimiento pueda ser cuestionado e interpretado
(Fischer, 2003:222)
Si bien, como observan Innes y Booher (2003:55), el diálogo colaborativo -en
pequeños grupos de iguales- ha existido desde siempre, su uso y estudio se hallan
aún en una fase experimental como práctica para la deliberación y decisión de
políticas públicas -sobre asuntos complejos y conflictivos- por parte de participantes
con diferente poder y conocimiento. Si, como afirma Heidlebaugh (2008:47), “el
diálogo es claramente apropiado para proveer oportunidades para generar nuevas
articulaciones sobre un asunto o para desafiar los vocabularios de las ideologías
dominantes”, entonces tanto el cinismo expresado por Mouffe como la recurrente
cautela sobre el diálogo como manipulación, deben ser matizados.
Karlsen y Villadsen (2008), en su estudio del diálogo como tecnología de
gobierno, nos recuerdan la noción foucaultiana de la “polivalencia táctica del discurso”
(p.360), y como, en este caso, el discurso práctico-normativo sobre el diálogo puede
ser usado también tácticamente -por aquellos a los que originalmente se pretendía
manipular- para servir a nuevas funciones de emancipación. En este sentido, este
nuevo discurso sobre la comunicación “puede dislocar y abrir nuevas relaciones de
poder” (Karlsen y Villadsen, 2008:360).
Conclusión
La investigación empírica ha comenzado a desafiar los argumentos centrales a
favor de la deliberación, en concreto, que produce mejores decisiones (véase
Sunstein, 2006) y que promueve la participación (véase Mutz, 2007). No obstante,
buena parte de los teóricos deliberativos continúan esforzándose por destilar la
quintaesencia de la lógica racional del mejor argumento. Este desajuste va más allá
de la pura ironía: “Limita el desarrollo de teorías deliberativas más precisas y crea
innecesarias barreras a su implementación” (Ryfe, 2002:360).
34
Afortunadamente, una nueva corriente de trabajo empírico ha comenzado a
abordar los déficits sociológicos del concepto tradicional de deliberación (Rosenberg,
2007, 2005; Ryfe, 2002, 2006; Mansbridge et al., 2006; Gastil & Black, 2008).
Las nociones de verdad y conocimiento son mejor entendidas como “creencias
consensualmente aceptadas” dentro de conversaciones en evolución (Fischer,
2003:131). Esta orientación constructivista no es nueva para los teóricos
deliberativos, siempre y cuando apliquen un concepto discursivo de argumentación
racional:
“…los actores deberían estar abiertos a la ‘fuerza no coercitiva del mejor
argumento’. Cuál es el mejor argumento no está dado a priori, sino que debe ser
procurado en discurso común. Es a través de tal discurso que los participantes
descubren qué cuenta como buen argumento” (Habermas, 1996:305).
Para propiciar tales encuentros discursivos no podemos descuidar la dimensión
emocional de toda interacción humana. Investigaciones empíricas comienzan a poner
de manifiesto el rol central que los vínculos y las relaciones juegan en los procesos
deliberativos (Ryfe, 2002; Innes & Booher, 2003; Mutz, 2007). En palabras de
Rosenberg (2007):
“Dependiendo de cómo se estructure, la interacción comunicativa puede
promover empatía, reciprocidad y auto-reflexión, o puede producir indiferencia,
desprecio o agresión. En suma, la estructura del intercambio comunicativo contribuye
a la constitución de los individuos implicados, tanto como sujetos cognitivos como
agentes motivados” (p.357).
Paradójicamente, la concepción esencialista de la deliberación impide la
necesaria retroalimentación entre su teoría y práctica. El análisis de dieciséis
organizaciones deliberativas hecho por Ryfe (2002) confirma que no existe una única
forma de “buen discurso”, a la contra, “la deliberación está inherentemente enraizada
en su contexto, y diferentes contextos demandan diferentes tipos de conversaciones”
(p.369).
La teoría práctica del diálogo, orientada a la calidad de la comunicación
interpersonal, ofrece una vía para el enriquecimiento de los procesos deliberativos a
través del cuidado de los aspectos relacionales. No se ha abordado aquí la rica textura
de debates especializados que tiene lugar dentro de los estudios del diálogo. Tampoco
se ha entrado en las diversas formas de aproximarse a su práctica. Lo que se ha
intentado es explorar el terreno interdisciplinar en el que éste se mueve, así como
proponer la racionalidad de introducir sus prácticas discursivas dentro los esquemas
35
deliberativos. Futura investigación deberá probar en qué medida tal modelo integrado
es funcional.
Una noción enriquecida de la deliberación, enraizada en los estudios de la
comunicación, puede contribuir a reducir la brecha entre su teoría y práctica. Aún
más, parece dar mejor cuenta de cómo las cosas se desenvuelven sobre el terreno, y
sirve como guía – al menos esa es la experiencia del autor - a la hora de diseñar
escenarios deliberativos a pequeña escala. Como se ha visto, una serie de autores
trabajan ya en este proceso de enriquecimiento del concepto de deliberación, de
manera que éste incluya historias, narrativas, emociones, vínculos interpersonales y
nociones post-empiristas de conocimiento. El objetivo es nutrir una concepción
relacional de la práctica deliberativa, abriendo espacios para conversaciones
complejas. Este artículo ha tratado de bosquejar, de modo preliminar, cómo una
orientación dialógica puede contribuir a crear y mantener tales espacios.
De forma confluente, la línea de investigación participativa inspirada por Fischer
abre una nueva agenda investigadora que invita al politólogo a trascender las
habitaciones cerradas de la disciplina, para ubicarse en el mismísimo núcleo duro de
los procesos sociales donde lo político es construido.
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