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REPERTORIO

BIOGRAFICO

DE LOS

ARQUITECTOS

cSPANOLES

DON JUAN MIGUEL DE INCLAN VALDES (177 4-1852)

lnclán Valdés no ha pasado a la historia de la arqui­tectura ni por una obra copiosa ni por algún que otro destello genial. Sin embargo, su personalidad tiene un puesto singular en la reciente historia de la profesión de arquitecto. A él le tocó ser el eslabón por donde se verificó el enlace entre la antigua enseñanza de la Aca­demia de San Fernando y la nueva de la Escuela Es­pecial, pronto elevada a Superior. Discípulo nada me­nos que de don Juan de Villanueva; nacido, por tanto, en la más clásica sazón académica, llegó luego, gracias a su vida longeva, a ser el primer director de la Es­cuela Especial, creada por decreto de Isabel II en 25 de septiembre de 1844. Su prestigiosa figura de profesor sirve, pues, para que se den la mano dos mundos dis­tintos : el de la vieja Academia, clasicista y vitrubiana, y el de la joven Escuela, ecléctica y cientifista.

Nació lnclán en Gijón, el 29 de septiembre de 1774, y sintió desde joven afición por las matemáticas y el dibujo. Fué alumno del Instituto Asturiano, fundado en 1794 por J ovellanos, y luego profesor, dando clases de matemáticas. Anhelando mayores ensanches a su vo­cación vino a Madrid con cartas de J ovellanos para va-

l'or Fernando Chueca, Arquitecto

rios artistas, y en especial para don Manuel Martín Ro­dríguez, sobrino, discípulo y seguidor de don Ventura Rodríguez, en cuyo estudio fué acogido como alumno particular el año 97. Siguió a la vez los cursos de la Aca­demia, y pronto cayó, como todos, bajo el fascinante influjo de don Juan de Villanueva. Obtuvo dentro de aquel Cuerpo señaladas recompensas, y gracias a los bue­nos informes que dieron sus profesores, el rey le con­cedió una pensión de seis reales diarios sobre los fond<;>s del pío beneficia! de la Mitra de Oviedo hasta su apro­bación como arquitecto, en 1802.

En 1814 fué . creado Académico de Mérito de la de San Fernando; se le concedieron honores de teniente director en 1816, y la tenencia en propiedad, en 1822; fué ademas secretario de las Comisiones facultativas de la Corporación y vicesecretario de la misma en 1827; más tarde se le nombró director de Arquitectura, y, por último, director general, Cuando se constituyeron los estudios de arquitectura con carácter especial, fué el pri­mer director de la nueva Escuela desde su fundación hasta su muerte, en 1852. Esta es, en breves rasgos, la brillante carrera del infatigable pedagogo.

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Fachada principal y torre del Monasterio de San Juan, en Burgos.

No contento con dedicarse a la enseñanza oficial, abrió, en 1827, un importante estudio particular, don­de se formaron multitud de jóvenes que descollaron en las obras de arquitectura e ingeniería y en la enseñanza de estas disciplinas.

Sus obras, como hemos apuntado, no corre~pondieron a la brillantez y magnitud de su obra pedagógica, su real y verdadera vocación. En los mismos términos se expresa don José Caveda, cuando dice : «Antes que con sus obras, contribuyó, casi por el mismo tiempo, don Miguel lnclán a sostener el Arte con los servicios prestados a la Academia de San Fernando, la asidua asistencia a sus juntas v comisiones y la franca y desin­teresada acogida que dispensaba al verdadero talento, nrimero amigo y compañero que maestro de -lo¡; que, bajo su dirección, se dedicaban a la Arquitectura, en cu~a enseñanza despleiró siempre el mayor· celo. Un !!ra­to n~cuerdo queda todavía en la Acad~mia de San Fer-11,indo de su noble y honrada ·compórtación, de su amor i>l Arte, de rn franco ·y sencillo carácter, nunca desmen­tido en las fmiciones que ha desenipeñadó como direc­to v maestro.))

Auncrue el profesor prime sobre el artista, citaremos las obras más importantes de lnclán, pues al¡i:unas ver­daderamente realzan a su autor. Son éstas el tabernáculo de la parroquial del Puerto de Santa María (1837); la

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Parroquia de Santa María, en Sigiienzct.

fachada principal y torre del Monasterio de San Juan, en Burgos; la iglesia parroquial de Santa María, de Sigiifmza; el cementerio y la cárcel ele Antequera, el retablo y tabernáculo de la catedral de Badajoz y el Se­minario Conciliar de Toledo. Trabajó también en obras de menor importancia : retablos v casas particulares de Madrid, entre las oue destaca el arreglo de la nueva manzana de Santa Catalina.

De estas construcciones merece la pena que destaque­mos dos: la fachada y totre de la iglesia de San Juan, en Burgos. y la parroquia seguntina. La primera es, sin duda. la más considerable, la tí.nica verdaderamen­te considerable que conocemos de Incláo. La poderosa torre de San .luan se levanta en una de fas µlazas más su.,.estivas df' España, la de San Lesmes, de Burgos, decla­rada toda ella monumento rtacional. Su recio v pintores­"º volumen es una pieza insustituíble dentro de la pecu­liar fisonomía <le la plaza. Tiene esta torre, dentro de su secruedad, originalidad de invención, variedad de volú­menes y irusto en la colocación de sus elem~ntos, que "Onstituven una abstracta sinfonía geométrica. La nave de la i!!lesia se destaca coronada por un frontón: se advierte cierta resonancia herreriana; sobre este imafronte sube una torre con aire de sólida espadaña, a la que dan es­colta dos robustas copas que terminan en agudas lanzas,

La parroquia de Santa María de Sigiienza es una hu-

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milde iglesia de arrabal de las que se hicieron típicas en el reinado de Fernando VII. El verdadero creador del tipo fué Silvestre Pérez. Fué del gusto de Pérez, y tam­bién del de su contemporáneo González Velázquez, colo­car las torres en el testero absidal de las iglesias, dando a esta parte, ya de por sí variada en sus volúmenes, un pintoresquismo todavía mayor. Lo más gracioso, pues, de esta iglesia es su vista absidal, donde el crucero, cú­pula octogonal y torre conciertan agradablemente sus masas. Contemplada desde este lado semeja mucho· a la pauoquial de Motrico, obra de Silvestre Pérez. La facha­da anterior es, en cambio, pobre de invención, mezquina en sus detalles.

Un juicio crítico de su s obras nos lo da el ya citado

tectura para Inclán se desarrolla en las siguientes fases : Tiempos primitivos, Arquitectura griega, Arquitectura grecorromana, Arquitectura gótica, y, . por último, Res­tablecimiento de la Arquitectura. Esta misma capitula­ción ya dice bastante sobre su mentalidad, heredada de su escuela. El suceder de la arquitectura apenas se per­cibe todavía bajo un prisma historicista. La arquitectura para aquellos hombres era una realidad histórica, a lo más, adulterada episódicamente en los tiempos de deca­dencia o de oscuri-t!ad. La arquitectura es obra de los griegos, pedeccionada en parte por los romanos, codifica­da por Vitrubio y sumergida luego durante un largo pa­réntesis de barbarie, para surgir restablecida luego por los Bramantes, Serlios, Viriolas, Villalpandos, Herreras,

Don Juan M. de lnclán Valdés. Litografía de 1\1.adrazo.

Caveda en las siguientes líneas : ccCeñido su estudio pu­ramente a la Arquitectura grecorromana tal cual sus contemporáneos la comprendían, ni conoció otras escue­las, ni para seguir la que fué objeto exclusivo de su lar­ga carrera, debió a la Naturaleza la imaginación y la in­ventiva que constituyen el artista. Dirigido por un juicio recto y conocedor de los buenos principios, los aplicaba sin originalidad. No deslustran sus obras errores nota­bles; pero tampoco las realzan la grandiosidad y la be­lleza.>>

Su credo artístico quedó clara y patentemente expresa­do en su obrita titulada <;Apuntes para la Historia de la Arquitectura y observaciones sobre la que se distingue con la denominación de gótica.» La historia de la Arqui-

etcétera. El título de este último capítulo, .llamado c<Res. tablecimiento de la Arquitectura» es lo suficiente para matizar esta mentalidad.

Aquellos hombres, sin embargo, tropezaban con un es­collo fundamental para acomodar la realidad a su esque­ma escolástico. Si entre la Arquitectura grecorromana y el Restablecimiento de la Arquitectura mediaba una épo­ca de error y oscuridad, ¿ cómo era esto compatible con la grandeza evidente, aun para el más ciego, de las gran­des construcciones góticas? Esta disyuntiva no supo resol­verla, claro está, Inclán, hijo de la escuela neoclásica. No existe otra solución oue la franca aceptación del histo­ricismo. Pero con todo {es signo de los tiempos), lnclán se ve forzado a detenerse admirativamente frente a nues-

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tras catedrales : « ... presentan, tanto en la vista interior como en la exterior, aquella notable esbeltez y gallardía que la diferencia y distingue de todas y cada una de las especies conocidas de Arquitectura : porque vistas y examinadas por de · dentro, la altura y terminación aguda de las bóvedas que las hace aparecer más estrechas, la de sus arcos apuntados,' y la suma delicadeza y esbeltez de las columnas y de todos los miembros menores del orna­to, ofrecen aquella aparente debilidad que impone a pri­mera entrada al tiempo mismo que obtienen una solidez real y efectiva. Por de fuera son miradas con mayor tranq~ilidatl., pero siempre con admiración; porque las altas agujas de sus torres, los grupos de otras torrecillas a las que se hallan pegadas en sus ángulos otras menores que se terminan a diversas alturas, y siempre en agujas muy delgadas; la graciosa forma de los arbotantes ca­vendo de bóveda en bóveda del modo pre,d,icho, y toda la coronación compuesta de templecitos, piramides, agu­jas y obeliscos en frentes y costados, realzan el carácter ·de las obras góticas con Íal gentileza que las hace dis­tin¡mirse de todas las demás; y si se agrega la filigrana de los trepados .Y perforaciones en las ventanas, clara­boyas, arcos y agujas, y aun en los muros mismos, au­mentando su delicadeza, concluiremos con que este ca­rácter tan rico como ligero y gentil, no puede ser equi­vocado con el de ninguna otra especie de construcción.)) (AJJuntes para la Historia de fo Arquitectura ... , págs. 52 y 53.)

Trata el profesor de la Academia de esbozar en sus citados Apuntes una breve historia de nuestra arquitec­tura. Anterior a la de José Caveda, es quizá la primera historia de la Arquitectura publicada en España. Cier­tamente su corta extensión, su falta de profundidad y sus numerosos errores históricos-comprensibles en aquellos tiempos anteriores al nacimiento de la ciencia arqueológica- no la hacen una obra de _ valor perma­nente. Su interés como curiosidad histórica radica en ser una de las primeras obras que anticipan el arrollador impulso eme tomara poco después el estudio de la arqui­tectura gótica. Ya con anterioridad (1793 ?) se publicó una ccDisertación sobre el estilo que llaman Gótico en las obras de Arquitectura)). Las ideas sobre el arte gótico ,le lnclán son más que una transcripción reducida de las ile .T ovellanos, su maestro y protector. Los errores en f'ue cae son de bulto, aunqu"e algunos los dicte un loable patriotismo, como el de declarar la catedral de León m11~ho más antigua que sus modelos franceses.

En fin, con esto nos apartamos de la declaración de ~11 ~redo artístico. Era un doctrinario de la escuela de ViJlanueva. v en sus escritos se muestra buen discípulo riel autor del Museo. Para lnclán la arquitectura ganaba en excelencia cuanto m·ás se acercara al ideal griego. Su afán era depurar la arquitectura grecorromana limpián­dola de todos los vicios y abusos que introdujeron los latinos. Así lo declara en unos párrafos de su libro, que ,iuzgamos de interés transcribir po:rque evidencian en letra impresa lo que Villanueva y sus discípulos reali-

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zaron en piedra; cómo · prócuráron que las columnas no estuvieran nunca empotradas; cómo evitaron los frontones donde no tenían una justificación racional ; cómo eludieron los pedestales, etc . Pero sigamos al propio don Juan Miguel :

ccPero si los romanos hicieron en los órdenes las me­joras de que va hecho mérito, introdujeron vicios y abusos en la Arquitectura que de hecho contribuyeron a su corrupción y decadencia; tales fueron :

l. 0 El de empotrar las columnas en los muros, qui­tándolas la gallardía, elegancia y majestad, que siempre los griegos habían procurado conservar, y presentan las columnas aisladas, con el desembarazo de los pórticos que los machones o muros entorpecen.

2. 0 Emplear muchas veces las columnas como mero adorno, mientras los griegos las presentaron siempre como partes integrantes del edificio, situándolas aislada­mente en donde la belleza, la comodidad y la firmeza lo exigían. Por este más acertado y natural uso que hicie­ron los griegos de las columnas, no interrumpieron ja­más el entablamento de los órdenes, dejando a éstos la mayor sencillez y majestad ; los romanos interrumpieron muchas veces este mismo entablamento.

3.0 Multiplicaron las divisiones de las partes prin­cipales de los órdenes, confundiéndolas con el mayor número de molduras, , y sus excesivos adornos; cuando los griegos, gustando d~ pocas y grandiosas molduras en las mismas partes, con relación a la masa total y al ca­rácter del edificio, observaron en sus adornos la mayor sencillez, gravedad y correspondencia.

4.º Los griegos no colocaron jamás otros frontones que los que resultaban y nacían de la necesidad por la~ vertientes de los tejados y cubiertas de sus edificios; y los romanos los multiplicaron colocándolos sobre las puertas y ventanas, y aun en el interior de los edificios, figurand·o con esto ~na cubierta o tejado en donde no puede estar.

5. 0 Pusieron, sin necesidad, zócalos v pedestales de­bajo de las columnas quitándolas mucha parte de su gracia y majestad, mientras que no habiendo tenido basa el orden Dórico Griego, lo suprimi~ron aquellos arquitectos algunas veces en los demás órdenes; y por lo que hace a la elección de pedestales jamás los usaron los ¡rriegos que 110 los pidiese la necesidad, como en los templos con Podio en -que se suprimían las escalinatas o gradería de las fachadas laterales, y la del pórtico.)) (A vuntes . págs. 32 y 33.)

lnclán V aldés, además de los Apuntes oublicó un ccTratado de Arquitectura y Geometría de DibujanteSll, 184,1, v unas ccLecciones de Arquitectura Civih, leídas en la recién creada Escuela Especial, en 1847.

De lnclán se publicó en El Artista (T. III, pág. 148) nn artículo formando parte de la ccGalería de Ingenios Contemporáneos)). Ilustra el artículo de Enrique de Ochoa una espléndida lito¡rrafía de Federico de Madrazo, d{mde aparece el profesor con su cabeza enérgica, rebo­sante de carácter y viveza.