Día de Muertos
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Para Isabelle & Oscar
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1Todos los díasson Halloween
Una muj e r que p i en sa , du e rme con mon s t ruo s .—Adr i enne Ri ch
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Tácticas de terror
Las cosas en la vida que más tememos, tienen que ver más con los monstruos dentro de nuestras cabezas, que con aquellos que imaginamos debajo de la cama. La inseguridad, la indecisión, la culpa y el arrepentimiento son los fantasmas que realmente nos acechan. Aun si tratamos de evitarlos, ignorarlos o enfrentarlos, no existe ningún talismán o fórmula mágica para proteger-nos, ni ninguna luz que brille tan intensamente como para iluminar los rincones más oscuros de nuestras mentes.
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os estudiantes se amontonaban en el salón de cla-
ses del Hawthorne Community College con sus
cafés de diseñador, llenando el aire con los aromas de
temporada: la calabaza, la nuez moscada y la canela. Era oc-
tubre y en el ambiente se percibía un ligero aire frío, junto al
olor de regreso a clases de los cuadernos nuevos y de la ropa de
cuero. El Señor Filcheck, un hombre de mediana edad, alto,
desgarbado y con barriga, entró corriendo al aula agitando el
periódico local, Hawthorne Herald, sobre su cabeza en señal
de triunfo.
—Compañeros periodistas, ¡tenemos al ganador de un pre-
mio entre nosotros! —anunció.
Las Wendys simularon aplaudir entre ellas con entu-
siasmo hasta que Petula les lanzó una mirada de desaproba-
ción.
—Ustedes, zorras, ¿no creerán que tienen oportunidad de
ganarme, verdad? —susurró Petula con dureza.
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—Uno de ustedes ha entrado en el Hawthorne Herald,
ahora es un periodista publicado —continuó Filcheck —y
además galardonado por su escritura excepcional.
—Sé que soy yo —dijo Wendy Anderson—. Hice un inno-
vador análisis sobre una exposición de arte.
—Ir a un salón de belleza a hacerte las uñas y a que te pon-
gan gel no cuenta como una exposición de arte —escupió
de regreso Wendy Thomas.
—Fui de incógnito, Wendy. Llevé una peluca y un disfraz
de gorda. Ya sabes, para ver si me trataban de forma dife-
rente —Wendy A. hizo una pausa y miró hacia arriba con un
gesto de elocuencia poética —. Deberías haber visto sus caras
cuando comenzaron a colocarme un asqueroso brillo como
capa superior y me tuve que arrancar el disfraz —bajó de
nuevo la mirada hacia los ojos de Wendy T.—. Casi se cagan.
—La única cosa develada fue tu área del bikini para un de-
pilado brasileño —replicó Petula.
—¿De qué lado estás? —Wendy A. preguntó mostrando sus
garras perfectamente pintadas en color rojo sangre Golfa de
Hollywood. Conseguí manicure gratis para todas gracias a mi
operación encubierta, ¿no?
Filcheck se aclaró la garganta en un esfuerzo por detener el
parloteo.
—Incluso me aventuraría a decir que tenemos una brillante
joven promesa de las letras entre nosotros.
—Ahora todos sabemos que soy yo —dijo Petula confia-
damente.
—Pero ni siquiera entregaste un trabajo escrito —dijo
Wendy T.—. Sólo le sexteaste unas cuantas palabras a Filcheck.
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—Exactamente —dijo Petula—. E incluí foto.
—Damas y caballeros, tenemos un estudiante de último año
de prepa tomando esta clase nocturna aquí en el HCC.
Se escuchó un grito ahogado en el salón de clases.
—Scarlet Kensington, ¿podría ponerse de pie? —preguntó
el Sr. Filcheck.
Las cabezas de las Wendys giraron 180 grados. Petula tam-
bién volteó. Sus ojos saltaron y se enrojecieron por el anuncio
del maestro. Sus miradas se fijaron en Scarlet como súbi-
tamente poseídas por un demonio.
—No —Scarlet respondió desde el fondo de la clase.
—Déjeme decirlo de otro modo —dijo Filcheck—. Scarlet
Kensington, le ordeno que pase al frente de la clase. ¡Ahora!
Scarlet acomodó su camiseta negra sin mangas y acarició la
rata de plata que colgaba de su collar para enderezarla, al
mismo tiempo que se levantaba de mala gana. El cinturón de
bala que llevaba bajo y suelto alrededor de su cintura sonó
junto con los tacones de sus botas tachonadas, mientras pasaba
al frente. Miró amenazadoramente a Petula y las Wendys al
pasar, como un vaquero de una película del viejo oeste.
—Quizá sólo la llaman para anunciarte como ganadora
—dijo Wendy A. a Petula—. Es muy emocionante cuando un
escritor recibe un premio de manos de sus hermanos.
—¡Alguien llame a la policía, se está cometiendo un robo!
—gritó Wendy T.
—Ya se robó a mi novio una vez , ¿por qué no ahora esto?
Ya tiene antecedentes —resopló Petula—. Por Dios, nada más
mírenla. Piensa que es mejor que nosotros porque toma clases
en nuestra universidad.
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—Condenados —Scarlet saludo sarcásticamente a los otros
estudiantes.
Filcheck desdobló el periódico de gran formato de ese día
como un mago haciendo un truco. Lo levantó frente a la clase,
revelando poco a poco la historia que Scarlet escribió y los
créditos de la publicación.
—Scarlet Kensington no sólo obtuvo una beca de música de
cuatro años para una de las mejores universidades del país,
la cual empezará el próximo año después de su graduación, sino
que también logró publicar su más reciente trabajo en el diario
de hoy. Y además... ¡ganó el codiciado Premio Grimmie por su
excelencia en el periodismo!
Hasta Scarlet se quedó sin palabras.
—¿Qué demonios es un Grimmie? —preguntó Petula.
—El Grimmie es un premio otorgado por la Asociación
Profesional de Escritores de Obituarios por la excelencia en la
escritura de esquelas fúnebres. Es un premio muy codiciado.
El más alto honor en su campo. Y estoy muy orgulloso de
anunciar que uno de mis estudiantes lo ha ganado. ¡Felicidades
Scarlet Kensington!
—Que comiencen las celebraciones... —dijo Petula en voz
baja.
El aula se llenó de aplausos tibios. No eran sólo Petula y las
Wendys quienes se sentían superadas por aquella novata en la
universidad.
—La clase ha terminado —anunció Filcheck.
Scarlet se abrió paso hasta su asiento para recoger sus cosas,
golpeó en su camino a las Wendys con la cadera y esquivó el
talón de su hermana, que Petula había extendido justo hacia
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el centro del pasillo. Cuando finalmente volvió a su escrito-
rio, se sentó por un momento y miró con orgullo su historia
publicada.
—Gran trabajo —una extraña voz se escuchó detrás de
ella—. Una elegía perfecta.
—¿Disculpa? —Scarlet respondió, girándose para ver a su
admirador.
—Bueno, según los editores del periódico, el comité del Pre-
mio Grimmie, y... yo. La leí esta mañana antes de la clase. Mi
nombre es Matías.
Scarlet miró al chico. Alto, delgado, con el pelo negro y
grueso, y grandes y conmovedores ojos de color marrón. De-
finitivamente era atractivo, pero también definitivamente
alguien que no reconocía de la ciudad. O incluso de la clase.
Scarlet se preguntaba cómo podía no haberlo visto antes.
—Gracias —dijo Scarlet—. Fue algo muy importante para
mí.
—Eso parece —dijo con un débil acento mexicano que era
cada vez más obvio para ella—. Tu amiga Charlotte Usher
debió ser una persona especial.
Scarlet rio un poco pensando en lo extraño que a Charlotte
le parecería tener a un chico como él diciendo eso de ella en
Hawthorne.
—Sí, ella era muy especial para mí. La extraño mucho y tan
sólo quería celebrarla, recordarla, y ésta me pareció la mejor
manera de hacerlo.
—En mi país tenemos una forma muy especial de celebrar
a los muertos —agregó Matías—. Algunas personas incluso
creen que pueden traer a sus espíritus de vuelta a la tierra.
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Los ojos de Scarlet se agrandaron. Su curiosidad fue más
allá de su punto máximo. Tomó a Matías por el brazo con
familiaridad y lo condujo fuera del salón de clases.
—¿En serio? Cuéntame más.
La oscuridad se colaba a través de las grietas de los altos edi-
ficios. Fuertes alaridos y gemidos hacían eco a través de los
espacios brumosos y grises del concreto. Era una escalofriante
noche de octubre en el Más Allá. La Noche de Travesuras,
una noche de bromas y diversión, en víspera del Día de Todos
los Santos.
Charlotte Usher brillaba a la luz de la luna, mientras se abría
camino a través del patio cubierto de tumbas del antiguo ce-
menterio, hechos por una recién fallecida clase de estudiantes
de arte. Se encontraban en un viaje de campo en el cemen-
terio de Salem cuando un tornado los azotó. Ahora, todo lo que
hacían era pasar la eternidad haciendo viejas lápidas góticas.
Lamentablemente están atrapados, pensó Charlotte, caminando
a través de sus creaciones espeluznantes, pero que iban muy
bien con la época del año en la que estaban. Puso rocas sobre
las lápidas en memoria de cada estudiante, mientras caminaba
con dificultad entre una gruesa capa de musgo, viejas lápidas y
lagrimeantes sauces llorones. Charlotte miró hacia el sombrío
horizonte que estaba iluminado con las estrellas más brillantes
y vio las siluetas de fantasmas y espectros volando libremente,
lanzándose como dardos alrededor de los edificios, escondién-
dose tras las puertas, y asustándose hasta la muerte entre ellos.
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—Esto es lo que es —dijo Charlotte para sí—. Y así será
siempre.
—¡Ahí voy! —Eric le gritó desde lo alto de un edificio, al
mismo tiempo que arrojaba hacia abajo un haz de luz para al-
gunos espectadores nerviosos. Eric, con la actitud roquera que
lo caracteriza, de pie en el techo como un Zeus Van Halen.
«Halloween está cerca, sin duda», pensó.
—Hola Charlotte —Metal Mike gruñó mientras se acer-
caba al área común. Voló a su alrededor como un bombar-
dero de la Segunda Guerra Mundial—. ¿Qué vas a ser para
Halloween?
—¿Ser? —preguntó Charlotte con escepticismo. Voy a ser
una chica muerta.
—Sí, ¿no es grandioso? —Mike respondió rugiendo—. ¡No-
sotros no necesitamos disfraces ni nada!
Charlotte se limitó a sacudir la cabeza.
—Eso es lo que soy. Una muerta. ¿Cierto? Eso es todo lo
que podemos ser, Mike.
—Oye, ¿son esos días del mes o algo? —preguntó Mike.
—No, no me está bajando la regla —balbuceó Charlotte—.
Y nunca más la tendré.
Ella podía ver que estaba deprimiendo a Mike.
—Mike, lo siento, ¿pero Halloween? ¿En serio? Me gustan
los días festivos igual que a todos, pero éste es el último lugar
del universo para celebrarlo. Como que cada día es Halloween
para nosotros, ¿no crees?
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, pues para empezar, que todos estamos muertos.
—Ok, te concedo eso.
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—Algunos de nosotros tenemos heridas realmente horribles,
de aspecto muy desagradable, pero apenas nos damos cuenta de
ellas, ¿cierto?
—Está bien, te concedo esa también.
—Así que entre nosotros no nos espantamos nunca. Enton-
ces, ¿por qué molestarnos en celebrar Halloween? No tiene
sentido. ¿Ves lo que quiero decir?
—¡Porque es divertido, Charlotte! —dijo Mike, cerrando la
conversación de golpe.
—¿Divertido?
Por alguna razón, el hecho de que todavía pudiera ser di-
vertido no se le había ocurrido a ella. Todo era siempre tan
serio, con la preparación de la próxima clase de Muertología,
la espera para entrar en El Cielo y todo lo demás, la diversión
rara vez era parte de su agenda en cualquier actividad.
—¡Truco o travesura!
Charlotte se sobresaltó, y se detuvo en seco. Suspiró.
—¡Maldición, DJ!
—Caíste, Charlotte. Quiero mi premio.
—Ok, pero no le digas a nadie.
—Te atrapé —gritó Call Me Kim, al momento que Charlotte
arrojaba una gomita en forma de cerebro en la funda de almohada
de DJ, anunciándole a todos la participación de Charlotte. Kim
lucía su viejo look: carne podrida y colgando de su cara, pelándose
por la radiación del teléfono celular que le causó la muerte.
Cuando se acercaba Halloween, todos se aplicaban al máximo para
lograr esos efectos, pura vieja escuela. Sus heridas ponían en ver-
güenza a los zombis de la televisión, y ella lo sabía. Todos lo sabían.
Esta festividad traía muchas memorias, buenas y malas a la vez.
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—¡Cereeeebros! —dijo Call Me Kim con voz monótona,
inspeccionando la bolsa de DJ.
—¿Qué sigue, jugar a pescar manzanas con los dientes de
un recipiente con agua? —escupió Charlotte sarcásticamente
tratando de no pensar en el pasado.
—Aguafiestas —murmuró Gary, con una gran manzana po-
drida y a medio comer en la boca, todavía goteando.
—Alguien tiene que guardar la compostura entre todo este
caos... —instruyó Charlotte. Se alejó de la fiesta sintiéndose
como una aguafiestas y continuó por el camino hasta ver algo
en la distancia que realmente le asustaba.
—Hablando de cerebros —dijo Kim.
—¿Profesor Brain? —preguntó Charlotte, entrecerrando los
ojos.
—Bueeenas taaardes, Charlotte —dijo, haciendo su mejor
imitación del Conde Drácula. El profesor Brain giró alre-
dedor de Charlotte y presionó los dientes en su cuello para
saludarla.
—¡Ouch! —gritó Charlotte.
—Charlotte, eso no pudo dolerte. Es imposible —dijo sor-
prendido el Profesor Brain.
—Fue tan solo un reflejo —dijo Charlotte, un poco con-
fundida.
El profesor Brain volteó su solapa sobre el cráneo y se rio.
Charlotte no pudo evitar sonreír. Era como si el que él par-
ticipara le diera permiso para alegrarse, aunque sólo fuera un
poco.
—Sólo hay un vampiro aquí —dijo Mike—. Y esa es Charlotte.
Experta en chuparle toda la diversión a las cosas.
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—Bueno, parece que todo el mundo ha sentido el tirón. No
hay nada malo en ello. No es que alguien vaya a asustarse hasta
la muerte por aquí.
—¿El tirón? —preguntó Charlotte.
—Por supuesto. ¿Tú crees que eres la única que extraña el
mundo de los vivos de vez en cuando?
—No es algo que me haga sentir orgullosa, quiero decir,
que ya deberíamos haber superado todo eso. Realmente in-
tento enseñarles, y convencerme a mí misma, a olvidar. Pero
esta época del año es como nuestra Navidad. Los recuerdos
de nuestra muerte traen de vuelta un montón de emo-
ciones.
Charlotte se avergonzaba de que su mayor defecto, lo que
ella había tratado tanto de cambiar, fuera todavía tan evidente
para él y para los demás. El profesor Brain puso su brazo alre-
dedor de ella, consolándola.
—Charlotte, ¿te has preguntado alguna vez por qué te pusie-
ron a cargo de la clase de Muertología?
—Bueno, ahora que lo menciona, Pam tiene una mejor per-
sonalidad para ello y Prue es mucho más disciplinada que yo.
Cualquiera de ellas podría haber sido escogida.
—Es precisamente porque a ti te cuesta tanto trabajo des-
prenderte de las cosas, que tú puedes comprender mejor todo
aquello por lo que pasan los jóvenes. Su dolor, su miedo, su
ansiedad, su frustración, su deseo, incluso su enojo.
—Nunca lo pensé así.
—Incluso muertos, los jóvenes tienen la necesidad de ce-
lebrar de vez en cuando, liberar un poco de tensión. Y qué
mejor momento para hacerlo que durante Halloween.
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—Gritar y sacarlo todo, ¿correcto? —Charlotte alzó la mi-
rada hacia el caos en curso.
—Este lugar está hecho de memoria, Charlotte, no sólo de
la memoria de nuestras vidas pasadas, sino también de la me-
moria viva que hay de nosotros. Eso es especialmente cierto
cuando muere un niño. Nos mantenemos conectados con la
gente que amamos y con aquellos que nos aman.
—¿El tirón?
—Sí.
—Así que, mientras seamos recordados, podremos ser ca-
paces de sentirlo.
La noción de Muertología y del Más Allá empezó a tener
un nuevo sentido para ella: menos como una sala de espera
y una maldición, y más como una bendición. Una señal de que
todavía eran importantes para alguien, en alguna parte.
—Ya verás, no es un problema. Al contrario, es algo muy
bueno, Charlotte.
—¿Entonces no se trata sólo de que nosotros nos olvidemos
de ellos, se trata de que ellos también nos recuerden a noso-
tros? —le preguntó con incertidumbre.
—En efecto. Es un vínculo poderoso que trasciende el
tiempo, el espacio y el lugar.
—Gracias, profesor Brain.
—Ahora, si me disculpas, tengo algunas manzanas que pes-
car con los dientes.
Al alejarse, Charlotte tuvo una sensación extraña y no tenía
nada que ver con la Noche de Travesuras o con Halloween.
Sintió un tirón en su mente, como si alguien estuviera pen-
sando en ella, llamándola por su nombre desde muy lejos.
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Sintió una sensación de anhelo, un deseo indescriptible de
estar de regreso en casa. Susurró para sí misma.
—El tirón.
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Efecto placebo
El d eb e r má s sagrado d e l o s qu e s ob r e v i v en es honrar la memoria de los que han desaparecido.
—Al fon so Rey e s
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Vuelta atrás
¿Hay algo más frustrante que ir hacia atrás? Seguir per-diendo las llaves o el buen juicio, cometer el mismo error una y otra vez, y esperar siempre un resultado diferente, es la definición de la locura. Sin embargo, la mayoría de nosotros encontramos una manera de justificar este comportamiento, si no en otros, sí en nosotros mismos. Porque, después de todo, la práctica hace al maestro.
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ubo un fuerte golpe en la puerta de la casa de
Kensington. Luego otro. Silencio, y luego otro.
Tres golpes.
Scarlet estaba recostada en el sofá. Sola. No había nadie más
en la casa oscura y vacía. Las luces se apagaron y ella estaba viendo
una vieja película de terror en blanco y negro, tenía puesto un
camisón estampado con la imagen de una película de horror.
Después, más golpes. Tres más.
Scarlet sabía lo que tres golpes significaban. Que alguien del
Más Allá estaba del otro lado de la puerta. Como sacado de
una película de terror.
Se levantó lentamente del sillón y caminó cautelosamente
por la sala de estar y el recibidor. Observó a través de la mirilla
y no vio a nadie esperando del otro lado. «¿Podría ser?», pensó.
Abrió la puerta con una gran esperanza.
—¡Boo! —dijo Damen saltando desde los arbustos encorda-
dos con luces púrpuras.
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—Ya párale, Damen.
Scarlet se alejó de su novio y de la puerta sin un solo ca-
bello levantado o piel de gallina en su antebrazo. Estaba casi
decepcionada.
—Wow. Lo siento, Scarlet. Pero ya casi es Halloween —dijo
Damen levantando un montón de DVD que estaban en el
piso de la entrada.
—¿Y qué?
—¿Y qué? —inquirió Damen. ¿Tienes fiebre o algo así? ¿Al-
guna enfermedad mortal de la cual no me has hablado?
—No.
—Bueno, tiene que ser algo así para causarte ese desánimo
en vísperas de tu festividad favorita.
—Ahora no estoy de humor.
—Tú, que andas por ahí todo el año vestida como una chica
que acaba de dejar un casting de la Familia Addams, no está
de humor para el Halloween.
—Blah.
—Vamos Scarlet. Traje todas tus películas favoritas para
nuestro Festival de horror.
Apenas podía ver la parte superior de su cabeza, los DVD
estaban todos amontonados en una pila gigantesca.
—Tenemos La última casa a la izquierda, Halloween, La casa
de la montaña embrujada, Matanza en Texas, El resplandor,
Frankenstein, La noche de los muertos vivientes, Psycho, Horror
en Amityville, Carrie, e incluso El extraño mundo de Jack para
rematar, antes que me remates tú a mí.
—¡Qué vulgar eres! —Scarlet tomó los DVD de su mano,
tiró varios al suelo y revolvió el montón sin poner mucha
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atención. Claramente, Damen se había esforzado. Hasta había
conseguido la versión de Vincent Price en blanco y negro de
La montaña embrujada. Por eso es que lo amaba: él la conocía.
Scarlet sonrió.
—Es muy considerado de tu parte Damen, pero no estoy
de humor.
—Si no te gustan éstas, podemos ver por internet alguna
película mexicana o italiana de horror, ¿te parece? —sugirió
entusiastamente—. Será la noche perfecta: sangre, tripas y pa-
lomitas.
—No. No son las películas, y no eres tú. Ni siquiera es el
Halloween.
—Bueno, ¿entonces qué es?
—Gente muerta. Fantasmas.
—¿Por qué no lo dijiste? —dijo Damen entusiasmado, ma-
nipulando su laptop como si estuviera pidiendo comida para
llevar—. Hay todo tipo de películas de fantasmas y de miedo
en el servicio de streaming que tengo contratado. ¡Festival
de cine casero! —dijo excitado—. Mira, busca en la categoría de
películas de horror. Infalibles las películas japonesas o coreanas
de terror.
—No, no estoy hablando de películas. Quiero decir en la
realidad.
Finalmente, Damen entendió por dónde iba.
—¿Charlotte?
—Ajá.
—Bueno, supongo que las películas de Halloween y los dis-
fraces y las casas embrujadas no son lo mismo después de
haberte topado cara a cara con fantasmas de verdad.
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—Yo prefiero referirme a ella como mi amiga.
—Mi mejor amiga es una chica muerta —dijo Damen sarcás-
ticamente. No veo esa en la pila de mis DVD.
—Pues ya sabes lo que puedes hacer con tus DVD —dijo
ella, ofuscada.
—Scarlet, vamos, debes superarlo en algún momento, el
duelo ya pasó.
—Las únicas personas que dicen que existe un final para
el periodo de duelo, son aquellas que nunca han perdido a
alguien que aman.
—Oh, ¿así que piensas que no lo entiendo? ¿De verdad,
Scarlet? ¿En serio? ¿Después de todo?
Scarlet alcanzó el periódico en la mesa junto al sillón y se lo
pasó a Damen.
—¿Qué es esto?
—Sorpresa —dijo Scarlet, sin una pizca de emoción en su voz.
—¡Wow! —gritó Damen. ¡Te han publicado!
—Léelo —dijo ella, sonriendo por primera vez desde que
él llegó.
Y lo hizo, en voz alta.
«Quien dijo que la ausencia hace crecer más al corazón, debió
haber dicho que la ausencia hace que el corazón se perturbe y
que haga cosas locas...», el artículo era sincero. De corazón.
Apasionado. Todas las cosas que ella amaba de Charlotte. Justo
ahí, en blanco y negro. Damen terminó de leer el obituario y
le devolvió el periódico a Scarlet.
—Yo también pienso mucho en ella, Scarlet —dijo Damen
bajando la cabeza—. A veces me siento responsable de que
ella ya no esté aquí.
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—No digas eso, Damen. No estoy tratando de hacerte sentir
culpable ni a ti ni a nadie. Tan sólo la extraño.
—Yo lo sé. Es una lástima que sea demasiado tarde para
hacer algo al respecto.
Scarlet se dio la vuelta, sin saber si debía decirle lo que
realmente estaba en su mente. Por qué Halloween se sentía un
poco menos importante este año.
—Tal vez no lo sea.
—¿No sea qué?
—Demasiado tarde.
—¿Siquiera quiero saber lo que intentas decir? —inquirió
Damen.
—Tengo una idea. Tal vez este año deberíamos cambiar esta
cosa del Halloween.
—¿Cambiarlo?
—Estuve hablando con un estudiante nuevo, está de inter-
cambio y viene de México, tomamos juntos la clase de es-
critura, y realmente le gustó mi artículo.
—¿Y ella pensó que era genial lo que escribiste?
—Sí, él lo cree así, y además me habló sobre el Día de
Muertos.
—¿Él?
—Sí, él.
—¿Día de Muertos?
— Sí, es una festividad que se celebra después de Halloween,
donde se conmemora a los muertos de una forma muy bella.
Seres queridos, amigos, vecinos, quien sea.
Damen sacudió la cabeza. No podía entender a dónde iba
todo esto.
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—No lo sé, Scarlet.
—Quiero hacer de esto algo grande. Tal vez la estación de
radio de la universidad pueda hacer algo —dijo Scarlet rom-
piendo a llorar—. Tengo que hacer algo.
Damen comenzó a caminar con ansiedad.
—Ya echamos a andar todo el asunto del Halloween, Scarlet.
—Apuesto que a tu jefe le encantará la idea. Es también
algo sobrenatural y aterrador, pero totalmente fresco. Promé-
teme que harás todo lo que puedas —dijo emocionada,
mientras el rímel se escurría entre lágrimas por su cara—.
Por favor.
—El gerente de la estación no va a querer hacer ningún
cambio a uno de nuestros más grandes eventos sólo para que
tú puedas arrastrar del Más Allá a Charlotte y traerla de
vuelta.
—Eso no es lo que estoy diciendo.
—Bueno, ¿qué es lo que quieres entonces? A mí me parece
que intentas impresionar a alguien.
—Y a mí me parece que estás celoso —dijo Scarlet, acercán-
dose a él seductoramente.
Él daba su brazo a torcer, poco a poco.
—¿Cuándo es el Día de Muertos?
—Comprende dos festividades: el Día de Todos los Santos
y el Día de los Fieles Difuntos. Son después del Halloween: el
primero y dos de noviembre —dijo ella.
Damen movió los pies y alzó los brazos en señal de frustra-
ción.
—No sé, tal vez podríamos involucrarlo de alguna manera
en nuestras promociones.
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—El Halloween se está agotando. La misma cosa cada año.
Tontos concursos de disfraces, boletos para películas de media
noche y casas embrujadas poco convincentes. ¡Podemos ha-
cerlo mejor!
—El Halloween estaba muy bien hasta que llegó no-sé-quién
a la ciudad.
—Matías.
—¡Oh!, perdón, Matías —se quejó Damen.
—Ayúdame, Damen —suplicó ella—. Por favor.
Él pensó en ello. Sopesó sus opciones. No había visto este
nivel de entusiasmo en ella, nunca.
—Ok. Averigua lo que puedas sobre ello con el estudiante
de intercambio y vamos a tratar de hacer algo.
—¿¡De verdad!? —gritó Scarlet, lanzando sus brazos alre-
dedor de él.
—Te das cuenta que nada de esto tiene sentido y es pura
superstición, ¿cierto?
—Igual que el Halloween, ¿no?
—Tienes un punto.
Scarlet caminó ensimismada hacia la puerta y la abrió, in-
vitándolo a irse.
—No te vas a arrepentir, te lo prometo.
Ella cerró de golpe la puerta, casi atropellando a Damen
cuando éste salía. «Yo no estoy tan seguro», pensó él.
Petula Kensington, Wendy Anderson y Wendy Thomas se
sentaron inmóviles en espera de sus lattes fríos, especialmente
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hechos para ellas, sin intención de soplarles por temor a arrui-
nar el brillo de sus labios. Cuando se los dieron, Petula miró
su vaso, horrorizada.
—¿Acaso esa barista garabateó una seña obscena en la es-
puma de mi café?
Se lo puso en la cara a las Wendys que posaron sus miradas
a unos milímetros del vaso. Wendy A. desenvainó una mini
lupa que guardaba en su bolso y que usaba para examinar
cuidadosamente algún vello facial prófugo o cualquier otro
pequeño desperfecto resultado, por ejemplo, de una sesión
con un manicurista o un maquillista fuera de control, o hasta
para usarla en una sala de enfermería. ¿Cómo podría alguna
vez olvidar a la grosera enfermera que cerró una herida en su
frente con 25 puntadas, y que tras una inspección más cuida-
dosa deletreaban Z.O.R.R.A?
—Sip —dijo Wendy T. confidencialmente—. Parece como
si la espuma de la leche me estuviera insultando.
—¿Qué vas a hacer al respecto? —instigó Wendy A.
Petula agarró el recipiente de cerámica y lo plantó de un
golpe sobre el mostrador de la caja.
—¡Quiero hablar con el gerente! —arremetió Petula.
—Presente —contestó una adolescente, tocando con sus
dedos la placa de identificación que tenía clavada en su
delantal.
Petula miró a la joven con suspicacia.
—Oye, ¿te conozco?
—Sí, yo era la niña a quien le hiciste un corte de cabello en
la secundaria —dijo ella.
—No me acuerdo.
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—Tú y aquellos dos monos descerebrados cortaron en el
baño toda mi hermosa cabellera porque tu querías tener ex-
tensiones de cabello real.
—¡Cieeeerto! Fue para nuestro proyecto de donación de
cabello para elevar el autoestima. ¿Cómo pude olvidarlo? ¡Qué
divertido!
Petula esbozó una sonrisa melancólica.
—Mi cabello nunca creció de nuevo —dijo la chica furiosa,
frotándose la mano por el rastrojo de cuero cabelludo y cabello
ralo que tenía por cabellera—. ¿Ustedes arruinaron mi vida y
ni siquiera pueden recordarme?
—Primero que nada, no soy buena recordando caras; y se-
gundo, estaba muy oscuro en aquel baño.
—Sí, supongo que es difícil andar por la vida sin una brújula
moral.
—No es así. Yo sí tengo una: una brújula amoral —corrigió
Petula. ¡Veo que estás ascendiendo en el mundo!
—Trabajando mi camino hacia arriba —respondió la chica,
soltando un resoplido hacia el latte de Petula—. Y bien, ¿cuál
es el problema?
Petula señaló la superficie espumosa, haciendo que la chica
mirara hacia el vaso.
—¿Esto te parece muy gracioso?
—No, es un capuchino que fue hecho muy en serio.
—¡Abre los ojos de estudiante de universidad pública
hinchada por los carbohidratos y mira!
—Yo no veo nada.
Petula miró hacia abajo y se dio cuenta de que la espuma
del café había cambiado, y la seña ofensiva ya no era visible.
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Ella miró de frente a la chica desafiante. La chica hizo un gesto
amenazador.
—Bien jugado, barista. Bien jugado.
—Se acabó la secundaria, güerita.
Petula volvió a la mesa y las Wendys ignoraron las risitas
burlonas de las chicas del mostrador. Mientras ella se sentaba
de nuevo, Wendy A. se llevó la mano a la boca abruptamente
en estado de shock.
—¿Qué pasa Wendy? —Petula la reprendió, estudiando el
rostro de sus colegas en busca de imperfecciones—. ¿Sabes?,
realmente te vendría bien una cirugía para ponerte hoyuelos.
—¿Sí, verdad? —convino Wendy T. ¿Cómo puede alguien ir
por la vida sin una hendidura súper linda, inspirada en alguna
celebridad?
Wendy A. estaba helada.
—¡Miren!
Petula y Wendy T. voltearon la cabeza cautelosamente y
luego la echaron hacia atrás en señal de shock. Vieron a Scarlet
entrar en la cafetería con un tipo que, sin duda, no era Damen.
Scarlet las sorprendió mirando y les hizo una seña obscena.
—Sospechoso —observó Wendy T.
—Totalmente —secundó Wendy A.
—No se pongan tan astutas —dijo Petula—. Yo averiguaré
lo que sucede en la mesa de Naciones Unidas cuando llegue a
casa. Pasemos a cosas más urgentes.
—¿Cómo cuál? —replicó Wendy.
—Como la agenda de eventos, ¿ustedes ya tienen sus disfra-
ces listos para Halloween?
—Todavía no —dijo nerviosamente Wendy Thomas.
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—¿De verdad? ¿Qué tan difícil puede ser? Ustedes se disfra-
zarán igual que yo, ¿no? Me muero por poner en Instagram
una fotografía de mi creación.
—Íbamos a disfrazarnos igual que tú, pero como siempre lo
hacemos, decidimos que intentaríamos algo diferente.
— ¡¿Diferente?! ¿Cómo? ¡¿Mejor?! —Petula gritó, todavía
sintiendo escozor de ira por su encuentro con la barista—.
¡Suficiente! Voy a cancelar Halloween.
—Tú no puedes cancelar una celebración nacional.
—¿No? ¡Pues mírenme!
Petula se colgó el bolso a reventar por encima del hombro
como un rifle de soldado y tomó el teléfono. Rápidamente
escribió un mensaje de texto y pulsó «enviar».
—Petula, ¡no!
De repente, Las Wendys escucharon una alarma salir de sus
bolsos. Los abrieron para tomar sus celulares. Un mensaje
urgente, como los que se envían para advertir a la gente acerca
de huracanes, terremotos y tornados, brilló en sus pantallas.
Las Wendys al leer el texto, levantaron la vista y miraron a
Petula con tristeza.
— ¡Halloween está oficialmente cancelado!
Scarlet sacudió su cabeza condescendientemente mientras
Petula salía enojada del IdentiTEA con las Wendys muy cerca
detrás de ella. Petula extendió su pulgar y su dedo índice
en forma de una pistola y apuntó a Scarlet, pronunciando en
silencio «te atrapé».
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—¿La conoces? —preguntó Matías.
—No. Pero, vivo con ella.
—Espera, no serás su…
—Sí, compartimos el mismo ADN.
—¿Hermanas? —preguntó Matías. Miró a Scarlet de arriba
y abajo, el delineador de ojo de gato, los labios rojo mate, la
pulsera de plata con manos de esqueleto que rodeaba su mu-
ñeca—. Podrías haberme engañado. Nunca te vi acercarte a
ella a menos de diez metros en la clase de escritura.
Scarlet se rio.
—Emití para mí misma una orden de restricción para cui-
dar mi salud mental. Trato de no estar a menos de diez metros
de ella en la escuela. En casa. En la tierra. En mi mente. En
todas partes, básicamente.
Matías rio también.
—Mi más sentido pésame. No estoy seguro de por qué te
atraparon, pero espero que esto no sea un problema para ti.
—Ya lidiaré con esto más tarde —dijo Scarlet—. Dos cafés
con leche, Viv. Scarlet llamó a la barista, ataviada con acceso-
rios rockabilly-punk.
—Enseguida —contestó Vivian, arreglando su pintura la-
bial retro color rojo-mate en un espejo compacto. Sus colo-
ridos tatuajes en los brazos y el pelo negro y platinado que
descendía en una ola alejándose de su cara, la hacían casi de-
masiado perfecta.
—Ah, me encanta esta canción —continuó Scarlet, tambo-
rileando soñadoramente en la mesa con sus largas uñas de di-
seño rayos X, negras y blancas. Canturreó, The carnaval is over.
—Dead Can Dance —dijo Matías.
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—¿Los conoces? —preguntó Scarlet sorprendida.
—Scarlet, tu orden está lista —gritó Viv detrás de la barra.
—Yo pago esto —dijo Matías. Se acercó y Scarlet no pudo
evitar notar sus vaqueros rotos y su camiseta vintage con dise-
ños clásicos de terror.
Viv le dio a Matías la estrafalaria taza color negro del Iden-
tiTEA, con el logo escrito como un viejo cartel de película de
horror en verde neón, y luego él le hizo un guiño aprobatorio.
Scarlet sólo respondió sacudiendo su cabeza, al tiempo que
Matías procuraba caminar con cuidado.
—No hay nada como un cráneo espumoso para rematar un
buen café con leche —dijo Matías, sorbiendo la figura entera.
—Sí, Viv es una verdadera artista —dijo Scarlet, buscando
un poco de azúcar alrededor de la mesa.
—Ah, ¿buscas azúcar? Bueno. Tengo una cosita para ti —dijo
Matías buscando dentro de una pequeña bolsa marrón en la
funda de su laptop. Se la dio a Scarlet.
—¿Para mí? —preguntó ella .
—Pensé que te gustaría —dijo él.
Scarlet no pudo evitar sentirse un poco culpable de aceptar
un regalo de otro chico, pero se trataba de un encuentro amis-
toso. Nada más. Al menos, eso es lo que ella quería pensar.
—Adelante, ábrelo —la urgió.
Scarlet sacó una bolsa transparente que contenía unos pre-
ciosos cráneos blancos pequeñitos.
—Son cráneos de azúcar. Literalmente. Las calaveras de
azúcar son parte de la decoración tradicional para la celebra-
ción del Día de Muertos, pero éstas son pura azúcar para
tu café.
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—Eso es muy... dulce de tu parte —dijo Scarlet, echando
algunos a su bebida caliente. Ella miraba sus pequeños rostros
disolverse desde fuera, con los ojos mirándola desde dentro de
la taza, juzgándola. Tomó la cuchara y los remató, hundién-
dolos en aquella poza caliente.
—Sí, bastante dulce —dijo Matías, riendo, al ver la cantidad
que ella disolvió en su bebida.
Scarlet lo miró a sus ojos marrón oscuros y notó las patas
de gallo que aparecieron en las esquinas exteriores de su cara
cuando se rio. Sus dientes eran blancos y brillantes, perfectos
de una manera ligeramente imperfecta.
—Le dije a mi novio —espetó Scarlet.
—¿Le dijiste…? —preguntó Matías—. ¿Qué le dijiste?
Scarlet hizo una pausa.
—Le platiqué de ti —dijo ella.
—¿Ajá... y...? —insistió Matías, ligeramente confundido.
—¡Oh!, le dije sobre el Día de Muertos. Va a tratar de or-
ganizar un concurso de radio sobre él en la estación de la
universidad.
—Ah. Qué bien… —dijo Matías con reserva.
—¿Qué pasa, algo está mal?
—Bueno, sucede que el Día de Muertos no es un juego para
nosotros. La gente que lo celebra realmente cree en él.
—Yo... no quise ser irrespetuosa.
—Está bien, entiendo. Todo lo que digo es que si quieres
mi consejo, yo me mantendría tan fiel a la tradición como
fuera posible.
Scarlet se sentó tranquilamente a pensar lo que Matías le
acababa de decir.
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—No pienses que estoy loca, pero… —se detuvo.
—¿Qué? —preguntó Matías—. ¿Qué pasa?
—Lo que realmente espero es poder traer de regreso a
Charlotte —dijo Scarlet.
Los grandes ojos de Matías brillaron con simpatía.
—Eso no es estar loco. Eso es el Día de Muertos.
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