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CREACIÓN DE LA BIBLIOTECA Y MUSEO DE INDIAS
COLECCIÓN LARREA
La Fiesta de la Raza se ha disuelto durante mucho tiempo en una
vaga expansión lírica.
Pero este año, el Gobierno de la República Española, continuando
una larga serie de disposiciones culturales en él iniciadas, ha sabido
solemnizar de manera grave y decorosa la fecha del 12 de Octubre. Sin
estridencias, pero con una labor constructiva que llenará de júbilo a los
americanistas del mundo cuando sea conocida la noticia.
Trátase de la creación en Madrid de un Museo y una Biblioteca de
Indias. Posee el estado español la más copiosa documentación sobre
América que hay en el mundo. El punto de cita de cuantos intentan
trabajar sobre el pasado del nuevo continente es el maravilloso Archivo
de Sevilla. Tomando como base el enorme material de la Casa de
Contratación, se acumularon en el palacio sevillano series documentales
de cien distintas procedencias.
Pero todos los americanistas lamentaban que para la más ligera
investigación bibliográfica o arqueológica, tuvieran que hacerse
múltiples y repetidos viajes a varias ciudades poseedoras de colecciones
más o menos importantes, pero de necesaria consulta. Hoy, con el
decreto que comentamos, quedan en absoluto orilladas las dificultades
propuestas y el Gobierno Español resuelve al mismo tiempo uno de los
problemas que más han obstaculizado el fomento de los estudios
americanistas.
Ya el Congreso XXVI reunido en Sevilla en 1935, aprobó y elevó
al poder público español entre sus conclusiones, la que era de vital
importancia, tanto para el porvenir cultural hispanoamericano como para
el conocimiento de su pasado, la constitución en España de este Museo y
esta Biblioteca que hoy se ven realizados y que no cuentan con más
antecedente que el de la Biblioteca-Museo de Ultramar instituido por el
ministro Balaguer a fines del siglo XIX y que tuvo tan efímera vida
como desastrosa historia para nuestras letras, ya que el absoluto
abandono en que la tuvo el gobierno ocasionó la pérdida por sustracción
de algunos valiosísimos fondos. Señalemos de paso que el Museo
Indiano proyectado por el insigne Virrey Don Francisco de Toledo en
carta a Felipe II (Cuzco, 1 Marzo 1572) no mereció atención por parte de
éste; que a iniciativa particular de Martínez Compañón (siglo XVIII) se
debe el que conservemos actualmente una magnífica colección de versos
peruanos y que el intento de D. Lorenzo Boturini en la misma época no
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tuvo el más leve apoyo por parte de la España académica oficial de
entonces. Y si a soldados incultos e iletrados podemos exculpar en cierto
modo del delito de no respetar las joyas artísticas del templo de Cayambi
o los sagrados emblemas del ídolo Apurímac, jamás puede adoptarse el
criterio de una política oficial que desdeña la civilización aborigen de un
continente.
Este Gobierno de España ha creído de necesidad absoluta, por
imperativos de propia conciencia y por hermandad con pueblos a quienes
todo lo dimos y todo nos lo dieron, la creación del Museo y de la
Biblioteca de Indias, que han de ser, a no dudarlo, los laboratorios en
donde se han de forjar en adelante los más valiosos trabajos de
investigación del pasado americano, el estudio de las civilizaciones casi
perdidas, que a la llegada de los conquistadores españoles sufrieron el
rudo golpe que lleva aparejada la guerra y la conquista de unos pueblos
por otros tan diferentes en lengua, cultura, costumbres y religión.
Tendrán cabida en el Museo todos los materiales arqueológicos,
históricos y artísticos, originales o reproducidos, procedentes de América
y antiguas posesiones españolas de ultramar.
Constituirán la base del Museo, los fondos de la Sección
Etnográfica Americana y Filipina del Arqueológico Nacional y la
colección de antigüedades peruanas, cedidas al Estado por D. Juan
Larrea.
Esta colección, una de las más importantes series arqueológicas
peruanas, constituida por más de 600 piezas de un extraordinario interés,
es ya sobradamente conocida de los americanistas. Formada por los
esposos Larrea en Perú y, en su mayor parte, procedente de excavaciones
realizadas en las ruinas de Piquillajta, en Amarucancha, San Jerónimo,
Huiro, Acomayo, proximidades de Cusco, etc., ha sido expuesta a la
admiración de los estudiosos en París, Museo del Trocadero (Junio-
Octubre 1933), en Madrid, Biblioteca Nacional (Mayo 1933) y en
Sevilla con ocasión del XXVI Congreso de Americanistas.
La colección, selectísima y formada con perseverante amor e
inteligencia hacia la cultura incaica, comprende piezas de un valor tan
extraordinario como la serie de 39 estatuillas en turquesa halladas en
Piquillajta, que plantean un difícil y no resuelto aun problema histórico
artístico, o la magnífica escultura representando la cabeza de un
personaje, que se supone ser el emperador divinizado Huirakocha, único
ejemplar conocido de escultura cusqueña, hallada en Amarucancha, en el
palacio que, según tradición, perteneció al famoso Huayna Kjapaj (el
Huinacapac de nuestros cronistas).
En cerámica, pintura, talla de piedras, metalistería y arte textil, la
colección puede presentar piezas únicas o de primera categoría. Todos
los americanistas han de agradecer el valiosísimo presente que a la
cultura universal hacen los donantes, y de una manera especialísima
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nosotros, los españoles, por las circunstancias que han concurrido en el
hecho: los esposos Larrea, que residen habitualmente en París, han
venido a España para hacer entrega al pueblo español del tesoro
arqueológico que poseían, entendiendo un deber ayudar de tan eficaz
manera las iniciativas que en provecho de la cultura toma el Ministerio
de Instrucción Pública y Bellas Artes.
Habrán de recogerse, pues en el proyectado Museo, aparte de la
Colección Larrea y los fondos del Arqueológico, las series existentes en
otros depósitos del Estado. Un intercambio de reproducciones facilitará
enormemente los materiales de estudio.
En cuanto a la Biblioteca de Indias, necesidad sentida por todos, el
Decreto, al estatuirla, señala tres fuentes de procedencia: fondos
impresos y manuscritos de la sección Ultramar de la Biblioteca
Nacional; ídem de la Hispanoamericana del mismo establecimiento;
fondos que puedan ser desglosados tanto de la Nacional, como de otras
bibliotecas.
No se limita el contenido material de esta institución a la
producción de nuestros cronistas e historiadores, sino que abarca: 1)
Impresos en América y Filipinas, 2) Libros de contenido americano o
filipino, 3) Producción bibliográfica moderna, americana y filipina, en su
sentido más amplio.
Excúsase ponderar aquí el enorme interés que esta acumulación de
fondos ofrece, considerando que a los fondos de la Biblioteca Nacional
han de añadirse la valiosísima Colección de Ayala (87 tomos) y los 583
volúmenes del Palacio Nacional; la serie de estampas botánicas de José
Celestino Mutis, actualmente en el Museo de Ciencias Naturales; las
cinco o seis mil cartas y documentos americanos que procedentes en
parte del Depósito Hidrográfico conserva el Museo Naval; las
inapreciables Colección Muñoz, Memorias de Nueva España, Velázquez,
Boturini, etc., de la Academia de la Historia, tan inexploradas y
desconocidas algunas como la de Jesuitas, de la cual se afirmaba en
letras de molde que apenas poseía media docena de opúsculos
americanos, aseveración tan falsa como tuvo ocasión de comprobar
quien suscribe estas líneas, publicando un catálogo de ella con más de
700 documentos de Indias; la magnífica serie americana de la Biblioteca
Provincial de Toledo, hasta hoy punto menos que desconocida, y
tantísimos otros depósitos bibliográficos que, al ser explorados de
manera sistemática, arrojarán insospechados elementos de estudio.
Nosotros, desde aquí, al registrar este magnífico gesto del
Ministerio de Instrucción Pública, que, rompiendo con una tradición
puramente retórica, echa los cimientos de magnas posibilidades e
inaugura una nueva era de los estudios americanistas en España, hemos
de hacer dos observaciones. En España existe, en poder particular, la
mejor biblioteca hispano-oriental que se conoce. Su actual propietario,
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jamás parco en facilitar sus valiosas colecciones a los investigadores,
tiene la posibilidad, con el ejemplo del matrimonio Larrea, de contribuir
de manera espléndida al porvenir de los estudios ultramarinos.
Conocemos su propósito de legarla al Estado español. De desear sería
que la ocasión y el motivo de crearse la Biblioteca de Indias apresurara
cronológicamente lo que en él es añejo deseo.
La historiografía filipina va íntimamente unida a la asiático-
oriental: durante doscientos años el mundo conoce a China y Japón a
través de los españoles. ¿No sería esta ocasión oportuna para establecer,
anejo al Museo y Biblioteca de Indias, la sección hispano-oriental? Es de
esperar que nuestro Ministerio de Instrucción Pública, que tan hondos
servicios lleva prestados a la cultura histórica, en momento oportuno dé
forma legal al deseo que consignamos aquí y que desde hace años es el
más ferviente del P. Lorenzo Pérez y de los Schilling, los Pellier, los
Biermann y todos los grandes hispano-orientalistas.
A. R. RODRÍGUEZ MOÑINO.
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