Castigado, pero Amado – EstudioElsie Vega06/06/2013 Estudios
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Castigado, pero amado... Puede parecer contradictorio, incluso inaceptable. De
hecho, una de las situaciones más difíciles en mi vida fue hacerle comprender a mi
hija que aun cuando tenía que castigarla, ella podía tener la certeza de que yo la
amaba.
No resulta fácil, incluso para los adultos, creer que alguien puede amarnos y
castigarnos al mismo tiempo. Sin embargo, todo el que ha ejercido una paternidad
responsable sabe por experiencia propia que es posible amar a la persona que al
mismo tiempo se tiene que castigar.
No obstante, a pesar de que se puede ser amado por el mismo que nos castiga,
resulta complicado, especialmente en nuestra vivencia espiritual, creer que somos
objeto del gran amor de Dios, al mismo tiempo que, debido a nuestros pecados y
maldades, estamos siendo objeto de sus dolorosos castigos, de sus severas
reprensiones y de su incómoda disciplina.
En los momentos de dolor, tristeza y frustración que produce el castigo, lo natural es
creer que Dios está enojado con nosotros, que ya no nos ama, que nos ha retirado su
divina protección.
Sin embargo, no es así. Dios nos ama aun cuando —mejor dicho, especialmente
cuando— por nuestra maldad, y para nuestra corrección, tiene que castigamos.
Prueba irrefutable de esta verdad son las palabras que le dice a David, hablando
sobre su heredero: «Yo seré su padre, y él será mi hijo. Así que, cuando haga lo malo,
lo castigaré con varas y azotes, como lo haría un padre. Sin embargo, no le negaré mi
amor». (2 Samuel 7:14-15)
Me gusta mucho cómo ha traducido este pasaje la Biblia de Jerusalén
Latinoamericana: «Yo seré para él padre y él será para mí hijo». Pero fíjate con más
atención en la frase que sigue: «Si hace mal, lo castigaré con vara de hombres y con
golpes de hombres». Y ahora repara en cómo continúa: «Pero no apartaré de él mi
amor».
Hay varios aspectos de estos dos versículos que merece la pena destacar:
En primer lugar, volvamos a las palabras iniciales del pasaje: «Yo seré su padre, y él
será mi hijo». Esta afirmación muestra que es Dios quien toma la iniciativa para que
lleguemos a ser sus hijos. Salomón, a quien se refieren estas palabras, ni siquiera
había nacido cuando Dios ya estaba contando con él como uno de sus hijos.
¡Maravilloso amor de Dios! Antes de que naciéramos, él ya nos había predestinado
para ser hijos suyos.
En el concilio del cielo se dispuso que los hombres, aunque transgresores, no debían
perecer en su desobediencia, sino que por medio de la fe en Cristo como su sustituto
y fiador pudieran convertirse en los elegidos de Dios, predestinados para la adopción
de hijos por Jesucristo y para él, según el puro afecto de su voluntad. Dios desea que
todos los hombres sean salvos, pues ha dispuesto un amplio recurso al dar a su Hijo
unigénito para pagar el rescate del hombre.
Comentario Bíblico
En segundo lugar, al decir «si hace mal» está indicando con toda claridad que Dios
prevé nuestra falibilidad, nuestras caídas y, aun más que simplemente preverlas, él ha
hecho provisión para ellas. Nuestras caídas en pecado no lo toman por sorpresa.
«El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada después de la
caída de Adán. Fue una revelación “del misterio que por tiempos eternos fue
guardado en silencio”. Fue una manifestación de los principios que desde edades
eternas habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo
sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre seducido por el apóstata.
Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que previo su existencia, e hizo provisión
para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo, que
se comprometió a dar a su Hijo unigénito “para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna”».
En tercer lugar, «lo
castigaré» indica claramente que Dios, a sus hijos que fallan pero que desean seguir
siendo sus hijos, no los elimina: los corrige. La opción de Dios para el hijo que peca
no es la excomunión, es la corrección. La opción de Dios para el hijo que peca no es
el abandono, es la educación. La opción de Dios para el hijo que peca no es cortarlo,
es curarlo. La opción de Dios para el hijo que peca no es acabar con él, es prestarle
ayuda.
La clave para apreciar y aprovechar para nuestro bien el castigo y la corrección
divinos, radica en encontrar en ellos pruebas del amor de Dios hacia nosotros.
Una sección de las Escrituras que puede ser útil en este aspecto es Hebreos 12: 6-11.
Este pasaje nos dice que los sufrimientos y dificultades de la vida, que en muchas
ocasiones tienden a desanimarnos y a hacernos dudar del amor de nuestro Padre
celestial, son en realidad los castigos de un padre amante porque, según afirma: «El
Señor disciplina a los que ama».
Es cierto que Cristo ha cargado ya con el castigo por el pecado de su pueblo, pero
todavía no ha eliminado las consecuencias del pecado, tan necesarias para la
corrección de nuestras faltas.
En lugar de quejarnos y desanimarnos por los sufrimientos causados por pérdidas
materiales y humanas deberíamos, con fe y por fe, repetir las palabras de Job: «El
Señor ha dado; el Señor ha quitado. ¡Bendito sea el nombre del Señor!». (Job 1:21)
Más adelante en esta sección de Hebreos también se nos dice que el castigo es
inevitable en la relación padre-hijo que comenzamos cuando nos hacemos cristianos:
Dios «azota a todo el que recibe como hijo». La palabra todo incluye a todos los que
hemos sido recibidos como hijos por nuestro Padre celestial. Asimismo agrega que
ser objetos del castigo divino es la prueba inconfundible de que somos hijos legítimos
de Dios: «Si a ustedes se les deja sin la disciplina que todos reciben, entonces»,
afirma, «son bastardos y no hijos legítimos».
Porque somos hijos de un padre que nos ama eternamente y sin condiciones
podemos estar seguros de que sus castigos son siempre «para nuestro bien, a fin de
que participemos de su santidad».
Continuando con el análisis de nuestro texto, fijémonos en las palabras que aparecen
en cuarto y último lugar: «No le negaré mi amor». Estas palabras señalan el
maravilloso hecho de que Dios no deja de amar a sus hijos cuando estos, por alguna
razón, hacen mal.
Elena G. de White nos dice:
Debemos recordar que todos cometen equivocaciones. Aun hombres y mujeres que
han tenido años de experiencia, a veces yerran. Pero Dios no los abandona a causa
de sus errores: a cada descarriado hijo o hija de Adán, les da el privilegio de otra
oportunidad.
¡Maravilloso amor de Dios! Él no aparta su amor de sus hijos que fallamos.
¡Maravilloso amor de Dios! El no nos abandona a causa de los errores que con
frecuencia cometemos. ¡Maravilloso amor de Dios! El a cada descarriado hijo c hija de
Adán nos da el privilegio de otra oportunidad. Pero aún más y mejor que todo esto:
¡Maravilloso amor de Dios!, porque no nos deja en nuestros pecados, sino que nos
disciplina para animarnos a abandonar el pecado.
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