PENSAMIENTOS DE LA SIERVA DE DIOS MADRE MERCEDES DE JESÚS,
MONJA CONCEPCIONISTA DE ALCÁZAR DE SAN JUAN
AVANCE AUTOMÁTICO
Dispongamos el corazón, como tierra
buena, para recibir la gracia de Dios y dar el
ciento por uno en frutos de conversión,
de regeneración de nuestra mente y
voluntad, hacia la de Dios…
Dios nos creó. Y nos creó a su imagen y semejanza. Nos dio su espíritu de bondad.
Nos dio su vida o gracia santificante, santificadora. Nos dio su capacidad de amar, de hacer el bien.
Nos llamó a vivir estrechamente su santidad con Él.
Seremos juzgados de lo que Dios creó
a su imagen y semejanza. Creó
amor en nosotros, de él se nos juzgará.
Por ello hemos de retornarlo
a la pureza de su Origen quitando de él el egoísmo, para que podamos amar como Él nos amó.
Creó vida divina en nosotros participada de la suya, vida que hemos de vivir y comunicar a los que nos rodean, no muerte.
Para ello hemos de retornarla constantemente a su Fuente,
el Padre, que es quien sostiene nuestro espíritu regenerándolo
del mal, para que podamos vivir lo que somos: vida de Dios para
el bien de los demás.
Cuando amamos con amor santo,
vacío de egoísmo, es cuando
personalmente nos desarrollamos y
llevamos a la plenitud nuestra
vida espiritual. Es cuando somos
felices, porque el amor, que es Dios, nos hace gozar los frutos del Espíritu
Santo…
El amor es creativo, es luz que encuentra el bien incluso donde hay dificultades, lo descubre porque lo
hay. Es que Dios está palpitando en nuestro amor, estamos viendo con
su luz, y nos estamos construyendo mutuamente.
Abandonemos el mundo del pecado y de toda imperfección,
y entremos en el de Dios Santidad, que es nuestro ambiente, porque Él es la raíz de nuestra existencia,
y desde ahí ordenemos nuestro comportamiento.
Sólo el amor es empuje, es luz, es fuerza de Dios que nos lanza a la vida,
es armonía y felicidad.
Ésta es la criatura nueva que nace
del descubrimiento de sus propias raíces,
que son amor y santidad.
Hablar de imagen y semejanza de Dios en el hombre, no es hablar de ciencia, sino de espíritu, de amor, de
santidad, de belleza en la creación, de armonía, de ausencia
de violencia, de presencia de Dios en el hombre.
Vivamos lo real de nuestro ser, que es Dios. Nutrámonos de Dios, acrecentando la toma de conciencia de lo que somos…
Somos amor, vida, santidad, luz y bondad en nuestro origen. ¿Por qué no vivirlo? ¿Por qué
no dejar a Dios que viva desde nosotros su vida divina, su fuerza creadora que es el amor,
transmitiéndolo?
Sólo Cristo, su fuerza redentora, puede desatarnos del pecado y llevarnos a la
santidad.
Navegamos en la oscuridad de nuestro desorden y pasiones, por eso hemos de iluminarnos con el que es la luz de la vida, Cristo: “Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (Jn 8, 12)
El pecado desordena el ser que Dios nos dio, ciega nuestro entendimiento para conocerle
y lo desvincula de Él.
¿Resultado?
¡La destrucción de nuestro ser!
Cuando pecamos quedamos ciegos, incapacitados para disfrutar con clara
conciencia de que somos imagen de Dios.
Es que hemos matado esa imagen de Dios en nosotros. ¡El pecado nunca ve el mal donde
está!
La virtud crece con la virtud, el vicio con el vicio. La tibieza genera tibieza, el fervor, más
encendido fervor. El amor crece amando, en cambio muere saciando egoísmos.
La disipación debilita el espíritu, el recogimiento interior lo fortalece.El dominio propio construye, los gustos y apetencias desordenadas nos destruyen. Poca oración nos aboca al pecado, en cambio la vida interior debilita nuestra afición al mal.
Si luchamos contra el pecado, éste irá perdiendo fuerza en nosotros y quedaremos
libres de su esclavitud.
Si nos esforzamos en practicar la
virtud, su fuerza irá
dominando nuestro espíritu, y
llegaremos a encontrar deleite
en practicarla.
El deleite y dones del
Espíritu Santo serán la paga
a los esfuerzos que
hayamos hecho por
vivir en Dios, no en el pecado.
Se crece amando, se vive en Dios renunciándonos.
Nos construiremos, donándonos.
Emprendamos con ilusión la nueva vida que se nos abre según el designio amoroso de Dios, hasta alcanzar el fin glorioso de vivir lo que somos: imagen y semejanza de Dios, vida de Dios, amor de Dios, bondad de Dios. Amén.
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