Amalfitano o los placeres del exilio
José Ramón Ruisánchez Serra
Universidad Iberoamericana
La parte de Amalfitano (2004) de Roberto Bolaño puede resumirse de la siguiente
manera: El profesor Oscar Amalfitano, chileno residente en una ciudad industrial del
norte de México llamada Santa Teresa, se sumerge en la locura. En este sentido, que
privilegia un núcleo temático que se explora mediante variaciones, la segunda de las
cinco novelas que componen 2666 estaría dedicada a explorar las formas de la locura,
del mismo modo que, La parte de los críticos, que la antecede, trama varios de los
temas que Jacques Derrida explora en su Políticas de la amistad. O La parte de Fate,
que la sucede, se ocupa de la raza1.
La(s) locura(s) de Amalfitano --si lo fuere(n)-- me interesa(n) principalmente en
tanto posibles representaciones de lo postnacional. Y desde este momento debo señalar
que lo pienso dudándolo: como postnacional y como postnacional: como la condición
que sucede a la de la hegemonía política del estado-nación y como la exaltación del
estado-nación cuando ve amenazada su hegemonía. Con el surgimiento de lo que Arjun
Appadurai llama sistemas celulares: aquellas formaciones que, aprovechando las
condiciones creadas por la globalización, crean intercambios de personas, tecnología,
capital e información que escapan sistemáticamente a la sanción de los estados
nacionales, se crean comunidades no circunscritas a un espacio geográfico, sino
frecuentemente constituidas de manera virtual, amalgamadas por intercambios y flujos
informativos instantáneos. Sin embargo, hay que considerar que esta multiplicación de
1 La serie podría prolongarse: La parte de los crímenes elabora a la mujer en tanto el lugar donde las
exclusiones del capitalismo industrial en una era llamada postindustrial coinciden con las exclusiones del
género de forma violenta; La parte de Archimboldi, finalmente, puede resumir su asombrosa riqueza en la
formulación de la soledad final de la escritura.
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los sistemas celulares no destruye, sino que tensa, modifica necesariamente a los
sistemas que el mismo Appadurai llama vertebrados: los estados nacionales con sus
burocracias rígidas; las economías --en el sentido más amplio del término: la
administración de lo que está adentro y de lo que permanece afuera-- del sistema mundo
concebido a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Antes que nada hay que recordar cómo en la primera página de la novela,
Amalfitano afirma: “No sé qué he venido a hacer a Santa Teresa”, para inmediatamente
preguntarse: “¿No lo sabes? ¿Realmente no lo sabes?”, y responderse al fin:
“Verdaderamente no lo sé” (211). Amalfitano es un desubicado, por usar el
coloquialismo, que en este caso resulta tan exacto porque relaciona la condición exiliar
que define al sujeto postnacional de acuerdo a un correlato psíquico que lo marginaliza
respecto a lo vertebrado-canónico-normal.
Esta marginalización se subraya inmediatamente después cuando se revela que
Amalfitano vive con su hija Rosa, pero sin Lola, la madre de ésta. Y se acentúa con la
siguiente afirmación: “Rosa tenía diecisiete años y era española. Amalfitano tenía
cincuenta y era chileno” (212). En este caso la desubicación, la no coincidencia de lo
geográfico describe al mismo tiempo la formación familiar monoparental en su figura
más complicada; la que dibujan el padre y la hija2. Esto es, la diagonal que elimina los
posibles surcos secundarios de las narraciones más socialmente aceptadas como serían
la transmisión de masculinidades que se da entre el padre y su hijo de sexo masculino;
que es, al mismo tiempo, el paso que convierte al hijo en parte del Estado, expulsándolo
del seno familiar; o la madre que cría a los vástagos mientras el padre es una ausencia
2 Y también una inversión de lo histórico: en lugar de que el padre español engendre hijos chilenos --o
latinoamericanos en general-- nos encontramos, a partir de los golpes de estado militares y el éxodo
masivo, la posibilidad extendida de que un chileno engendre una hija española (o que un mexicano tenga
descendencia legalmente estadounidense).
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más o menos prolongada y que implica el alargamiento pre-Estatal de la familia donde
los hijos siguen siendo pre-ciudadanos3.
No me ocuparé aquí de las acciones de Rosa, quien reaparece en La parte de
Fate, porque eso implicaría otro ensayo. Por el momento me interesa que la veamos
sólo como el personaje que coloca a Amalfitano en el nudo supranacional de una familia
que se ampara, más que bajo la firma edípica, bajo la de la Antígona que nos ha
enseñado a leer Judith Butler. En su imprescindible Antigone´s Claim lee de manera
sumamente compleja la tragedia, y observa que en el momento actual, en que la familia
se ha transformado radicalmente --es muy común encontrar hijos con padres
divorciados y vueltos a casar, hijos que permanecen mientras uno de los padres o ambos
migran, etc.-- debido, no poco en parte a que lo postnacional tiene un correlato
postfamiliar4; esto sería casi banal si no implicara, al modificar, con la estructura
elemental del parentesco, los umbrales de la formación misma de lo simbólico: el lugar
donde se generan los aspectos más elementales no sólo de la comunicación sino las
leyes primordiales. La posibilidad de modificar a la familia, entonces, implica no la
abolición de lo universal sino el hecho de que, existiendo, su contenido es contingente.
Por supuesto las consecuencias de confrontar el derrumbamiento del orden
simbólico --de sus representaciones más potentes: la ley de la ciudad, de la familia, del
Estado-- tanto en el caso de Antígona como en el de Amalfitano llevan a la locura pero
3 En este sentido estoy siguiendo la lectura hegeliana de Antígona que Judith Butler comenta en su
Antigones Claim (35), libro al que más adelante me referiré con mayor amplitud. Para otra aguda re-
lectura del comentario de Hegel, y centralmente de la coimplicación de los polos “opuestos” familia-
estado ver Copjec (27-79).
4 Que hay que leer, desde luego, como postfamiliar pero también, siempre, como postfamiliar: si bien las
formas de filiación pueden ser sustituidas por formas de afiliación --afinidades electivas que sustituyen a
los lazos de sangre-- las nuevas formaciones familiares cumplen con las tareas de intersubjetividad y
afectividad de la familia tradicional, edípica, nuclear.
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no tanto como consecuencia lineal causa-efecto, sino la locura como percepción, desde
el lado de acá, de aquel que está parado en el umbral de un allá inconcebible por la
universalidad que precisamente está por resquebrajarse.
La locura de Antígona puede leerse como la conservación del Até, esto es, el tipo
de locura familiar. Esto a su vez, nos permite llegar a la línea narrativa principal de la
primera mitad de la novela; la historia de Lola, la esposa que lo abandonó con una
amiga o acaso novia por un poeta --que podemos descifrar como Leopoldo María
Panero-- al que afirma haber amado en una noche de pasión tras una fiesta en
Barcelona, pero a quien, en realidad, jamás en su vida había visto; al que conoció
porque Amalfitano la hizo leerlo.
Lola va a Mondragón, el manicomio donde vive el poeta --y que tanto aporta a la
obra de Panero--, y le cuenta sus experiencias a Amalfitano. Como suele pasar en
Bolaño, éstas son conmovedoras y pronto pasan de imaginativas a francamente
extraordinarias y en su peculiaridad que jamás se vuelve intangible, son siempre
profundamente conmovedoras. Pongo un solo ejemplo:
Una noche fue en autostop al cementerio y durmió en un nicho vacío. A la
mañana siguiente se sintió feliz y afortunada y decidió esperar allí el regreso de
Imma. Tenía agua para beber y para lavarse la cara y los dientes, estaba cerca del
manicomio, era un recinto apacible. (228)
Hay que señalar dos aspectos de esta línea: la naturaleza del relato; Amalfitano lee las
cartas de Lola y dado que sabe que Lola no conocía al poeta, todo lo que ésta narra es
absolutamente dudoso, y sin embargo es sólo esa mentira lo que sabe de quien fuera su
pareja: la narración es frágil, raya en la locura. Y la otra que, inmediatamente después
de este fragmento Amalfitano piensa que “La locura es contagiosa” (228).
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Después de contar cómo, tras años de ausencia, Lola reaparece para despedirse --
ha contraído sida-- nos encontramos lo que posiblemente sea la imagen más fascinante
de toda la novela y una de las más notables en la monumental 2666. Amalfitano cuelga
de su tendedero un tratado de geometría del poeta español Rafael Dieste:
Una tarde Amalfitano salió al patio en mangas de camisa como un señor feudal
sale a caballo a contemplar la magnitud de sus territorios. Antes había estado
tirado en el suelo de su estudio abriendo cajas de libros con un cuchillo de
cocina y entre éstos había encontrado uno muy extraño que no recordaba haber
comprado jamás y que tampoco recordaba que nadie le hubiera regalado. El libro
en cuestión era el Testamento geométrico (239)
El libro desata una serie de preguntas --de hecho varias páginas-- sobre su contenido y
sobre su origen, que son un eco del tema de la amistad en este segundo libro: se trata de
un volumen que se edita debido a la cooperación económica de una serie de amigos a la
muerte del poeta gallego. Pero el tema de la amistad, eco del primer volumen de 2666,
desemboca en la posibilidad de que Amalfitano haya perdido la cordura. Se cuenta,
después de esas preguntas cómo Amalfitano
entró a la casucha como si le faltara oxígeno y de una bolsa de plástico con el
logotipo del supermercado al que iba con su hija a hacer la compra semanal
extrajo tres pinzas para ropa, que él se empecinaba en llamar “perritos”, y con
ellas enganchó y colgó el libro de uno de los cordeles y luego volvió a entrar en
su casa sintiéndose mucho más aliviado. (245)
Hay que señalar sin más que el libro de Dieste es la concreción objetual de lo que
Edward Said llama los placeres del exilio.
En sus conferencias radiales para la BBC de 1993 que más tarde se convertirían en
Representations of the Intellectual (1994), tras hacer una breve e intensa lectura
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(auto)biográfica5 de la (auto)exigencia de Theodor W. Adorno, Edward Said hace una
afirmación típica de su estilo lleno de intempestivos virajes que son al mismo tiempo
guiños agridulces y productivas invitaciones a continuar la labor crítica por caminos que
él apenas señala:
What Adorno doesn’t speak about are indeed the pleasures of exile, those
different arrangements of living and eccentric angles of vision that it can
sometimes afford, which enliven the intellectual’s vocation, without perhaps
alleviating every last anxiety or feeling of bitter solitude. (377)
El placer del exilio es primeramente una sorpresa, un don escópico, que por supuesto no
alivia la amargura continua de la diferencia, de la desubicación, sino que, como
paralaje, la acentúa, pero también ratifica que vale la pena la experiencia del
descentramiento, alimentando la llama del pensamiento.
Sin embargo, creo que la especificación más clara de los placeres del exilio no
está en este libro sino en The World, the Intellectual, Exile y específicamente en el
célebre capítulo “Secular Criticism”, donde se ocupa una vez más de una figura
intelectual en la que se reconoce en cierta medida, acaso de manera antagónica; la de
Erich Auerbach:
At this point, then, Auerbach´s epilogue to Mimesis suddenly becomes clear: “it
is quite possible that the book owes its existence to just this lack of a rich
specialized library.”6 In other words, the book owed its existence to the very fact
of Oriental, non-Occidental exile and homelessness. And if this is so, then 5 Esta mediación de la experiencia propia con la figura de un intelectual, tan frecuente en la obra de Said,
y que sin duda desemboca en el yo exquisitamente analizado en sus conmovedoras memorias, hace sin
duda más tentadora la automediación Bolaño-Amalfitano pero dejo esa tarea para otros investigadores.
6 Recordemos que Auerbach escribe Mimesis en Estambul, durante los años de la Segunda Guerra
Mundial y, por ende, es un exiliado con una biblioteca elemental. Apenas suficiente para proveerlo de
fuentes primarias, pero de ningún modo todo el comentario erudito a los textos que lo ocupan.
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Mimesis itself is not, as it has so frequently been taken to be, only a massive
reaffirmation of the Western tradition, but also a work built upon a critically
important alienation from it, a work whose conditions and circumstances of
existence are not immediately derived from the culture it describes with such an
extraordinary insight and brilliance but built on an agonizing distance from it.
Auerbach says as much when he tells us in an earlier section of Mimesis that,
had he tried to do a thorough scholarly job in the traditional fashion, he could
never have written the book: the culture itself, with its authoritative and
authorizing agencies, would have prevented so audacious a one-man task.
Hence the executive value of exile which Auerbach was able to turn into effective
use. (226)
Así, los placeres del exilio no consisten solamente en esa visión donde
permanentemente se unen las presencias del hic et nunc con las ausencias extrañadas del
old place y que definen no sólo la heteroscopía, sino al sujeto mismo del exilio7; éste,
entonces, es no sólo lo que se presenta, sino, en buena medida lo que se abandona.
El exilio aligera: permite gestos que serían impracticables en el hogar. Gestos
como colgar un libro de un tendedero usando los perritos del Chile abandonado, y que
esto alivie a quien lo hace. Que alivie de las perplejidades del exilio: de una caja donde,
se supone, viaja el pasado elegido: la parte de la biblioteca que uno decide transportar
pero de donde, sorprendentemente, sale un libro inesperado. Un libro que es, un
homenaje póstumo y un acertijo: un objeto críptico8, cuyos significados son tan vastos 7 Y si uno sigue la lectura de Slavoj Zizek en su summa, The Parallax View, la condición exílica es la --o
al menos una de las-- definiciones de todo sujeto (209-50), lo cual permite releer tanto a Said como a
Amalfitano como adelantados que plantean a través de un descentramiento geopolítico la experiencia más
íntima de formación --y derrumbe, que es su contrafaz, su otro nombre-- del sujeto.
8 Aquí sigo la lectura de lo críptico de Idelber Avelar, quien en su notable primer libro, define lo críptico
no tautológicamente como aquello referente a una cripta y por ende al monumento que conmemora (y
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que hay que ayudarse del mundo. De entre los pocos libros viejos, de la repetición
confiable y muy limitada de la biblioteca nómada, surge de pronto un libro nuevo.
Aunque uno no siempre se tiene la fortuna de Auerbach. O de Said.
A la vez, hay que recordar que el gesto que alivia a Amalfitano es una cita: “la
idea [no era suya sino,] por supuesto de Duchamp” (245), y por lo tanto un homenaje a
otro exiliado que pasó años en otros países, pero también exiliado de su labor artística;
en realidad trabajando en secreto pero sin mostrar nada; tercer exilio: el de la mirada.
Pero, y de nuevo, esto muestra la naturaleza infinitamente rica de la constelación de
2666: la cita alivia a Amalfitano porque el ready-made es “una forma de apaciguar el
destino y al mismo tiempo de enviar señales de alarma” (245). El destino a apaciguar --
y que intitula la siguiente novela de 2666, La parte de Fate, otro Óscar, lo cual abre
toda otra constelación de lectura-- que se esbozaba ya claramente en la figura de su
mujer delirante y del poeta internado es, por supuesto, la locura contagiosa.
La locura no llega a su punto culminante con el libro colgado del tendedero, con su
ready re-made. Sino cuando aparece la voz. Así “la voz”, nada más. Una de las
oculta) a un muerto, sino también, acaso de manera más importante, como algo cuya producción de
significados en constante y, potencialmente inagotable.
También en este sentido vale la pena analizar 2666 en tanto objeto: su muy voluminosa
materialidad es sumamente críptica. Como me lo han hecho notar frecuentemente mis alumnos, el libraco
es intrigante y genera preguntas de manera constante. Más allá de esta curiosidad, sugiero que 2666, en
tanto cosa puede ser activado crípticamente, más si se considera La parte de los crímenes como su
corazón. En este sentido es sumamente útil consultar el ensayo de Georges Didi-Huberman “La evitación
de vacío: creencia o tautología” (19-26) donde plantea que no podemos imaginar el interior de una tumba,
o la vemos en su materialidad o en tanto símbolo de un algo que ha partido al más allá; así, la tumba y por
extensión todo objeto críptico lleva a un descentramiento exílico y por lo tanto a una proliferación de
significados.
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presencias espectrales más afortunadas en la literatura de la lengua, acaso comparable
sólo con Los fantasmas (1994) de César Aira9.
La voz es una de las concreciones más logradas del estilo de Bolaño. Sobre todo
si lo pensamos precisamente como la cristalización de lo postnacional: producto de la
tensión entre lo post --que ironiza todas sus elecciones léxicas, que obliga a la
explicación de las acciones más elementales -- y las naciones de su vida de donde
provienen las facetas de su lengua no tersamente supranacional sino sabrosamente inter-
en el sentido que tiene el prefijo en el término interlingüismo que describe la ocupación,
en una emisión, de más de una lengua por un hablante. El narrador en 2666 al igual que
la voz suele elegir palabras que pertenecen de manera muy particular al habla de un
país, pero el país va cambiando y, ya cuando se analiza el sintagma en el que aparecen
estas palabras, frecuentemente nos encontramos con otras palabras que contrastan con
ésta, que desbaratan la “naturalidad” de cualquier posible transcripción, pero también la
tersura de un registro neutro. Desgraciadamente, no es éste el lugar para agotar el tema.
Me limito a una muestra de su carácter, de su estilo: “No creas que para mí es fácil [dice
la voz]. Si crees que para mí es fácil te equivocas al ciento por ciento. Más bien es
difícil. Al noventa por ciento” (259).
La voz, que acosa a Amalfitano, tiene dos mensajes cruciales que debe transmitir
a Amalfitano. El primero es que: “Te ruego que no te tomes esto como una intromisión
en tu libertad” (259), lo que desde luego permite interpretar la voz de manera
sumamente interesante: primero que nada, la voz no es la manifestación del destino ni
9 Vale la pena anotar, brevemente que los fantasmas argentinos no resultan visibles para los adinerados
porteños que han comprado departamentos en el edificio. Lo son en cambio para los albañiles chilenos
que trabajan en la obra. Acaso haya que seguir pensando la concreción fantasmal de lo postnacional como
la contrafaz de su figuración como locura.
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siquiera de manera fuerte el vehículo de un mandato. Lo que tiene que ver directamente
con la segunda parte del mensaje central de la voz:
es menester mantenerse en calma, sólo la calma es incapaz de traicionarnos.
Y Amalfitano dijo: ¿todo lo demás nos traiciona? Y la voz: sí, en efecto, sí, es
duro admitirlo, quiero decir es duro tener que admitirlo ante ti, pero esa es la
puritita verdad. ¿La ética nos traiciona? ¿El sentido del deber nos traiciona? ¿El
amor nos traiciona? ¿El arte nos traiciona? Pues sí, dijo la voz, todo, todo nos
traiciona, o te traiciona a ti que es otra cosa. (267)
El intercambio prosigue, Amalfitano propone diferentes valores que no traicionan, y tras
enunciarlos, queda en calma. Otras noches, vuelve a suceder: la voz vuelve a hablarle.
La trenza entre la libertad y el mensaje desde un más allá es sumamente interesante. Sin
embargo, antes de sumergirme en ella me interesa ahora señalar dos aspectos más del
diálogo entre Amalfitano y la voz que le habla.
El primero es que “la voz” reclama para sí la genealogía patrilineal de
Amalfitano --tanto al abuelo como al padre-- y, además, lo insulta preguntándole si no
es homosexual.
El segundo es que la combinación de rarezas en torno a este exiliado en una
ciudad de exiliados, de quien cuando decide marcharse se encuentra sin nostos en el
cabo de su nostalgia: “Hay que volver ya mismo, se decía, ¿pero adónde?” (252) 10, toda
la circunstancia de Amalfitano, produce un país por demás extraño:
10 El libro imprescindible para la comprensión de esta añoranza es The Future of Nostalgia de Svetlana
Boym, quien divide la nostalgia en la de restauración que busca reconstruir la casa arruinada, mientras
que la reflexiva lo que se privilegia es la ruina como condición de posibilidad de la añoranza. ¿Pero qué
hacer cuando la ruina ha sido arrasada de tal manera que no hay una puntualidad geográfica a la cual
regresar?
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Cuando llegó a su casa Amalfitano olvidó de inmediato al joven Guerra y pensó
que tal vez no estaba tan loco como creía y tampoco la voz era un alma en pena.
Pensó en al telepatía. Pensó en los mapuches o araucanos telépatas. Recordó un
libro muy delgado, de un tal Lonko Kilapán, publicado en Santiago de Chile en
el año de 1978 [el mismo, por cierto, de la publicación del Testamento de
Dieste], que un viejo amigo, humorista de ley, le había enviado cuando el
vivía en Europa. El tal Kilapán se presentaba a sí mismo con las siguientes
credenciales: Historiador de la Raza, Presidente de la Confederación Indígena
de Chile, y Secretario de la Academia de la Lengua Araucana. El libro se
llamaba O´Higgins es auracano y se subtitulaba 17 pruebas tomadas de la
historia secreta de la Araucanía. (276)
Ni qué decir que cuando Bolaño se pone a producir las pruebas, el resultado es
desternillante. Por ejemplo:
El año de 1947 (aunque Amalfitano sospechó que en esa fecha podía haber una
errata y no tratarse del año 1947 sino 1974) abrí una tumba en Kurillanka que
estaba bajo el Kuralwe principal cubierto por una piedra lisa. Sólo quedaban una
katankura, un metawe, pato, una joya de obsidiana como una punta de flecha
para el pago del “peaje” que el alma del Kurillanka debía pagar a Zenpilkawe, el
Caronte griego, para que lo llevara a través del mar a su lugar de origen; una isla
lejana en el mar. (279)
Sin embargo, vale la pena pensar la situación apartándose un poco del obvio humor.
Pensar en que tanto la equívoca línea paterna como el recuerdo del libro sobre O
´Higgins son condensaciones de la postnación11: los pactos de la épica patrilineal,
11 En este contexto vale la pena recordar uno de los textos menos conocidos de Bolaño, el poema largo
“Los neochilenos” que dice:
Y el abogado Vivanco,
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prepinochetista, tratan de ofrecer un relato fundacional alternativo, proveniente de los
estratos más silenciados de la que es, precisamente, la nación que se caracteriza por
haber optado por el olvido como pacto inicial --al menos oficialmente-- de su historia en
la era global. Creo que vale la pena citar un par de pasajes de Nelly Richard para aclarar
la importancia de este procedimiento:
El modelo consensual de la “democracia de los acuerdos” que formuló el
gobierno chileno de la Transición (1989) [que en tantas cosas le resulta modélico
al mexicano] señaló el paso de la política como antagonismo —la dramatización
del conflicto regido por una mecánica de enfrentamientos— a la política como
transacción: la fórmula del pacto y su tecnicismo de la negociación. La
“democracia de acuerdos” hizo del consenso su garantía normativa, su clave
operacional, su ideología desideologizante, su rito institucional, su trofeo
discursivo. (27)
Nótese cómo, usando otro tipo de discursividad, Richard se refiere a la renuncia a la
tensión hegemónica por la búsqueda de poner las cosas en su lugar. Por lo tanto, hay
que preguntarse
Un amigo de don Luis Sánchez
Preguntó qué mierdas queríamos decir
Con esa huevada de los Neochilenos.
Nuevos patriotas, dijo Pancho
Mientras se levantaba de la reunión
Y se encerraba en el baño. (2000, 62).
El texto es valioso porque los Neochilenos, una banda de música, actúa en este caso en Chile. O sea, su
posibilidad postnacional o postnacional se ejerce dentro del territorio geopolítico del país. Por otra parte,
el vocalista del grupo, Pancho, inmediatamente después de esta declaración, se ve presa de una fiebre que
le roba su lucidez para siempre: otra instancia en que la locura se convierte en figura de lo postnacional en
la obra de Bolaño.
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¿Qué desbordes buscó limitar el consenso, al pretender forzar la unanimidad de
voces y conductas en torno a la racionalización formal y tecnificada del
acuerdo? Desbordes de nombres y de experiencias (la peligrosa revuelta de las
palabras que diseminan sus significaciones heterodoxas para nombrar lo oculto
reprimir fuera de las redes oficiales de designación); desbordes de memorias (las
tumultuosas reinterpretaciones del pasado que mantienen el recuerdo de la
historia abierto a una incesante pugna de lecturas y sentidos). (27)
En este caso lo delirante, lo fantasmal, lo que se desvía de lo heteronormativo rebasan el
la pura utopía allendista segada para reescribir profundamente --tanto como para
resultar ridículo-- el pasado. Por otra parte, se condensan en una ciudad que representa
la frontera en su estado avanzado, esto es, la frontera posnacional: no como lo que
divide dos naciones, sino como una lógica que infecta con su avance celular tierra
adentro, mostrando que los países son heterogéneos a su propia vertebración ideal. La
nación telépata, la nación escrita no por letrados sino por sistemas otros de codificación
son las opciones de la resistencia de lo nacional que llegan por vías inesperadas. Chile
resiste como un desborde de lo no diseñado, de lo no negociado, en esta literatura acaso
mexicana.
Al final de la novela, Amalfitano soñará con Boris Yeltsin, “el último filósofo
comunista del siglo XX” (291) según el propio sueño, desapareciendo en una letrina-
cráter. Pero también se incluye en la novela su despertar. Si, entonces, los días
siguientes, el resto de su vida Amalfitano se decide por la calma paradójica de su locura
o por todo aquello que --según la voz que surge de las ruinas de la nación y de lo
nacional-- habrá de traicionarlo es el elemento indecidible, que le toca, pero también
nos toca responder en la post-novela, claro. Su opción se encuentra entre la calma: la
ceguera a la historia, a la economía, a su propia situación desubicada y los placeres del
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exilio: esa amargura lúcida, esa herida que no se cura, ese libro que resiste acaso
inútilmente la lectura del viento.
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FUENTES
Appadurai, Arjun. Fear of Small Numbers. Durham: Duke UP, 2006
Avelar, Idelber. Alegorías de la derrota. Santiago: Cuarto Propio, 2000
Bolaño, Roberto. 2666 Barcelona: Anagrama, 2007
--. Tres. Barcelona: El acantilado, 2000
Butler, Judith. Antigone’s Claim. New York: Columbia UP, 2000
Copjec, Joan. Imaginemos que la mujer no existe. Teresa Arijón (trad.). Buenos Aires:
FCE, 2006
Didi-Huberman, Georges. Lo que vemos, lo que nos mira. Horacio Pons (trad.). Buenos
Aires: Manantial, 2006.
Richard, Nelly. Fragmentos y metáforas. Santiago, Cuarto Propio, 1998.
Said, Edward. The Edward Said Reader. Moustafa Bayoumi, Andrew Rubin (eds.).
New York: Vintage, 2000
Zizek, Slavoj. The Parallax View. Cambridge, Massachussets: MIT, 2006
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