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311 XI El espectro del hambre Emocionantes escenas.—Escasez de víveres.—Los zapatistas im- ploran la caridad pública.—Arribo del general Zapata.—Sus decla- raciones.—Arribo del presidente Gutiérrez.—Discurso del general Zapata.—Un abrazo histórico.—Bajo una lluvia de pétalos.—El general Villa desborda sus lágrimas.—Fuerte impresión del Cau- dillo del Sur.—El banquete y pacto de Xochimilco.—Trueque in- fernal.—Dónde se determinó la muerte de don Paulino Martínez y del general García Aragón.—El gabinete convencionista.—Acti- vidades del Primer Jefe.—Táctica zapatista.—Canciones y corridos zapatistas.—Entrada de la División del Norte.—Banquete en Pa- lacio.—Descripción y aspecto general de las tropas.— Impresión causada en el ánimo público.—Una moda villista.—Actitud del comercio.—Celebración de la toma de Guadalajara.—Cómo eran y cómo vestían los generales Villa y Zapata.—Discurso del general Villa desde un balcón del Palacio Nacional. as escenas que se habían empezado a desarrollar ocasionadas por la falta de circulación del papel- moneda carrancista, que emitiera en la capital el Primer Jefe y que ascendía a más de cien millones de pesos, eran de indescriptible angustia y desesperación. Todo mundo los rechazaba, no aceptándolos ni con descuento, ya que se tenía la seguridad de que el señor Carranza no solamente no volvería a la capital, sino que iba huyendo rumbo al extranjero. Cuanto billete o cartón caía en manos de los zapatistas, rompíanlos ira- cundos, manifestando que eso constituía un robo, y que ellos eran muy pobres pero que no se ensuciaban las manos con se- Este libro forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv DR © 2015. Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México Libro completo en: https://goo.gl/2Meze9

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El espectro del hambre

Emocionantes escenas.—Escasez de víveres.—Los zapatistas im-ploran la caridad pública.—Arribo del general Zapata.—Sus decla-raciones.—Arribo del presidente Gutiérrez.—Discurso del general Zapata.—un abrazo histórico.—bajo una lluvia de pétalos.—El general Villa desborda sus lágrimas.—Fuerte impresión del Cau-dillo del Sur.—El banquete y pacto de Xochimilco.—Trueque in-fernal.—Dónde se determinó la muerte de don Paulino Martínez y del general García Aragón.—El gabinete convencionista.—Acti-vidades del Primer Jefe.—Táctica zapatista.—Canciones y corridos zapatistas.—Entrada de la División del norte.—banquete en Pa-lacio.—Descripción y aspecto general de las tropas.— impresión causada en el ánimo público.—una moda villista.—Actitud del comercio.—Celebración de la toma de Guadalajara.—Cómo eran y cómo vestían los generales Villa y Zapata.—Discurso del general Villa desde un balcón del Palacio nacional.

as escenas que se habían empezado a desarrollar ocasionadas por la falta de circulación del papel-moneda carrancista, que emitiera en la capital

el Primer Jefe y que ascendía a más de cien millones de pesos, eran de indescriptible angustia y desesperación. Todo mundo los rechazaba, no aceptándolos ni con descuento, ya que se tenía la seguridad de que el señor Carranza no solamente no volvería a la capital, sino que iba huyendo rumbo al extranjero. Cuanto billete o cartón caía en manos de los zapatistas, rompíanlos ira-cundos, manifestando que eso constituía un robo, y que ellos eran muy pobres pero que no se ensuciaban las manos con se-

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mejantes porquerías, tanto más —decían— cuanto que traían dinero suficiente de pura plata, que había mandado troquelar su general Zapata para no tener necesidad de aceptar semejantes “mugres”. Y en efecto, empezáronse a ver pesos muy malamente acuñados, pero de magnífica ley y de un sonido muy agradable (monedas que ahora son muy escasas y se cotizan a muy alto precio en el mercado), pagando sus compras los primeros días con este dinero, así como con el ya conocido.

Los almacenistas, en su mayoría extranjeros, ante la triste perspectiva de perder las cantidades en billetes carrancistas que poseían y considerándolo ya un hecho, para resarcirse de ellas elevaron los precios de las mercancías de manera desconsidera-da y abusiva, pues lo que valía por ejemplo diez lo elevaron a cien y, lo que es peor todavía, se hacían “remilgones” para ven-derlas. Como se comprenderá, esto originó mucho desasosiego en las clases populares (las que, como se sabe, son el chivo ex-piatorio en todas nuestras “trifulcas”), las cuales empezaron a sentir tal odio para los abarroteros, dueños de panaderías, car-boneros y demás traficantes en artículos de primera necesidad, que los zapatistas se vieron, a menudo, obligados a prestarles garantías para librarlos de sufrir graves percances.

no por esto los mismos zapatistas quedaron exentos de ser víctimas de la escasez o mejor dicho de la carestía, pues que a pesar de que el general barona obtuvo de los contribu-yentes el anticipo de 50 por ciento de sus impuestos, con el fin de socorrer a las tropas que carecían de lo más elemental por falta de sueldos, no fue suficiente para evitar que, en esos días y con tal motivo, toda la ciudad presenciara con gran asombro —cosa que nunca olvidará— que aquellos hombres que habían soportado —arma al brazo, siempre en pie de lucha— las terribles y continuas heladas en las estribaciones y escarpaduras del Ajusco; las enfermedades malarias propias de las zonas tórridas; el constante acoso de los moscos, del jején, del pinolillo, de las turicatas y demás sabandijas dañi-nas abundantes en el territorio suriano; las acometidas de las

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fieras y las granizadas de balas y metralla; manteniéndose con maíz tostado y pinole; harapientos y sin sueldo, abandonan-do mujer, hijos y afectos; con el ánimo en perenne tensión nerviosa por los peligros y los sufrimientos, llegar por fin, después de tantos años de intenso batallar a la espléndida ciudad, abundante en riquezas, lujos, placeres, comodidades, mujeres bellas y palacios, andar por sus asfaltadas y elegantes avenidas, arma a la bandolera, cargados de parque, quitarse humildemente el sombrero; estirar temblorosamente la mano y con voz ahogada y aire contrito, pedir caridad diciendo: “Señores, nosotros no robamos, mejor pedimos…”

Y la gente pobre de México, la de las barriadas “pulquérri-mas”, la que más intensamente estaba sufriendo los rigores del hambre y las contingencias de la lucha, siempre buena y eterna-mente pródiga, a pesar de la miseria que padecía —que era mu-cha— compartía con ellos lo bien poco que tenía, sin egoísmos y sin odios, guiada únicamente por el amor fraterno —virtud de los pobres— víctima como ellos de la injusticia y la opresión.

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Tres días después de la entrada del Ejército Libertador, es decir, el día 27 de noviembre, arribó a la capital por la Estación del Ferrocarril interoceánico, a hora muy temprana, el gene-ral Emiliano Zapata, quien no queriendo por lo pronto llegar hasta el centro, alojóse en el Hotel de San Lázaro, cercano a la citada Estación. Los generales Pacheco, barona y numerosos jefes y oficiales zapatistas y ex federales, vestidos estos últimos con sus antiguos uniformes, llevando una banda de música pueblerina, fueron a recibirlo invitándolo insistentemente, en medio de aclamaciones, a que los acompañara a Palacio, lo que fue al fin aceptado por don Emiliano, quien se encaminó hacia tal punto por las calles de la Moneda (hoy Emiliano Zapata).

Al llegar a Palacio fue recibido por su hermano Eufemio, el general benjamín Argumedo y muchos jefes y oficiales

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zapatistas y ex federales que lo aclamaron entusiásticamen-te, disparando al aire sus pistolas muchos de ellos y subiendo otros a repicar las campanas de Catedral en señal de regocijo. El general Zapata que era muy parco en hablar, sólo se limitó a contestar a las preguntas que los corresponsales le dirigie-ron: “Yo —dijo— y toda mi gente caminamos de acuerdo con el Gral. Villa y reconocemos y sostendremos como Presidente Provisional al General Eulalio Gutiérrez”.

La estancia del general Zapata en la capital fue brevísima, pues manifestando tener que dirigir el ataque sobre Puebla, la cual permanecía en poder de los carrancistas, salió el día siguiente, o sea el 28, con los generales Juan Andrew Alma-zán, benjamín Argumedo, Higinio Aguilar y tres mil hombres para Cholula con el fin de activar las operaciones —según así lo declaró— sobre la referida población.

Cuando en la tarde de ese mismo día 28 circulaba la no-ticia de que el Ejército Libertador había entrado victorioso a Toluca, y por ese motivo los zapatistas repicaban en Catedral, un periódico de reciente publicación llamado El Monitor anun-ció tanto el próximo arribo del general Villa, que según se sabía encontrábase en Querétaro, como la reciente llegada de la vanguardia de la División del norte a las órdenes del gene-ral Felipe Ángeles al Castillo de Chapultepec, donde este jefe estableció su Cuartel General.

Efectivamente a los cuatro días de aquel en que se conocie-ra dicha noticia, o sea el 2 de diciembre, súpose que el mencio-nado general Villa había llegado en su tren especial a Tacuba (donde estableció su Cuartel General), en compañía del cónsul americano en Chihuahua, míster George Carothers, de los ge-nerales Juan Cabral, Martín Espinosa, Jesús Trujillo y otros cuyos nombres no recuerdo, y numerosos civiles, entre los que se contaban políticos de alto relieve tales como el doctor Mi-guel Silva y su tocayo el licenciado Miguel Díaz Lombardo, declarando con mucho énfasis, dándose gran importancia, a

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los corresponsales extranjeros que lo entrevistaron tan luego como arribó:

Mi única misión —dijo— es la de restablecer el orden en Méxi-co, sin necesidad de tomar venganzas personales. En ese empeño obraré no como soldado abusivo sino como respetuoso servidor del Gobierno salido de la Convención de Aguascalientes. Respetaré con todo escrúpulo la propiedad nacional y extranjera y no terciaré sino en pro del orden y de la justicia.

Cuando se esparció la noticia de la llegada del general Villa, muchos jefes villistas y zapatistas se apresuraron a ir a salu-darlo, determinando de común acuerdo esperar en dicha po-blación la llegada del general Gutiérrez y demás contingentes de tropas convencionistas para hacer todos juntos su entrada triunfal a la capital. Esto hizo que las autoridades zapatistas recientemente nombradas y que venían funcionando por cierto muy desacertadamente, puesto que el flamante gobernador del Distrito, general Vicente navarro,26 había decretado un úkase contra las casas de préstamo, lo que por su notoria injusticia e impracticabilidad estaba provocando muy acres censuras, em-pezara a hacer preparativos de recepción para la próxima entra-da del Ejército Convencionista.

Asimismo, salieron en comisión rumbo a Cuernavaca el coronel González Garza, el general Alfredo Serratos y mís-ter George Carothers a invitar al general Zapata, que ahí se encontraba, a pesar de lo que él mismo afirmara poco antes de irse, para que viniera a presenciar la toma de posesión del presidente Gutiérrez, así como para que con sus tropas tomara parte en la entrada del Ejército Convencionista a la capital, ambas cosas que el general Zapata aceptó regresando inmedia-tamente con dicha Comisión. Esto ocurría el 1o. de diciembre.

El día 3, el general Eulalio Gutiérrez seguido de numerosa escolta hizo su entrada a la ciudad dirigiéndose inmediatamen-

26 Fusilado por traidor al zapatismo el 21 de mayo de 1918 en Polotitlán.

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te al Palacio nacional, en donde lo recibió nutrido grupo de jefes y oficiales suriano-villistas presididos por el general Zapata, quien le dio la bienvenida pronunciando un memorable dis-curso en el que entre otras cosas dijo:

Los generales Eulalio Gutiérrez, Eufemio Zapata y otras personas en Palacio, retrato de grupo, 4 de diciembre de 1914. Casasola. Sinafo-InaH. Secretaría de Cultura. número de inventario: 5337.

Cuando los del sur nos lanzamos a la lucha para recobrar nuestras perdidas libertades, hice yo una solemne promesa a mis soldados, de que al tomar la Capital de la República, quemaría inmediata-mente la silla presidencial, porque he comprendido que todos los hombres que usan esta silla, que parece tener maleficio, olvidan al momento las promesas que hicieron cuando eran simples revolu-cionarios y sólo desean permanecer en el puesto presidencial. Des-graciadamente no he podido cumplir mi promesa, pues he sabido que Don Venustiano Carranza se llevó la silla, diciendo que puesto que él era el Presidente debería usarla en los lugares que estuviese. Señor Presidente: nosotros los hombres del sur, no nos hemos lan-zado a la lucha para conquistar puestos públicos, habitar palacios y tener magníficos automóviles, nosotros sólo peleamos para derro-car la tiranía y conquistar libertades para nuestros hermanos.

Después manifestó que él no había emitido papel-moneda, que si el estado de Morelos estaba desolado, era porque los enemigos

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habían incendiado sus pueblos y ciudades; que ellos no cono-cían los “cartones” que aquí circulaban como monedas, y que en Morelos nadie era dueño del terreno ni aun el que pisaba, pues todo se lo habían robado los terratenientes, y para termi-nar, dijo:

Por eso, Señor Presidente, ahora que hemos triunfado, le pido me ayude a cumplir la promesa que le hice a mi pueblo, de facilitarles un pedazo de tierra que labrar, para que dejando de ser parias, puedan hacerse ciudadanos conscientes de sus derechos, y laborar por el engrandecimiento de esta patria tan rica y tan desgraciada. Si esto no se logra, prefiero mil veces la muerte. Que caiga mi cabeza mejor que consentir en que fallen las ideas de la Revolución.

El presidente Gutiérrez emocionadísimo suplicóle al coronel Paniagua que en su nombre contestara el anterior discurso, el que inmediatamente dirigiéndose al general Zapata le dijo: “Las libertades adquiridas por el pueblo en los campos de ba-talla a punta de balazos, no se las arrancarán más, pues el pueblo es el único que tiene derecho de defender su libertad y la de-mocracia a filo de bayoneta y balazos”.

Dirigiéndose después al público que presenciaba el acto le dijo: “Pueblo de la Capital: es tiempo de que laves la mancha que pesa sobre ti de haber aplaudido a Victoriano Huerta y a Félix Díaz, aclamando al Presidente Gutiérrez, a los Generales Francisco Villa y Emiliano Zapata y a los miembros de la Con-vención de Aguascalientes”.

Al terminar el coronel Paniagua, estallaron los aplausos, escuchándose entusiastas aclamaciones para el Ejército Liber-tador, la División del norte, así como para los generales Zapa-ta y Villa, y el presidente Gutiérrez. El general Zapata abrazó efusivamente al general Gutiérrez y demás miembros de su co-mitiva, comenzando acto continuo a visitar ambos generales, seguidos de los demás jefes, en medio de afectuosa charla, las diferentes dependencias del Palacio muy especialmente las des-tinadas al Ejecutivo.

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Al día siguiente, como aquello de las 11, acompañado de su hermano Eufemio, de los generales Manuel Palafox, oti-lio Montaño, Francisco V. Pacheco, Amador Salazar, Antonio barona, Vicente navarro; coroneles Alfredo Serratos, Serafín Robles, de su numerosa escolta y de su no menos corto Estado Mayor, todos a caballo, se encaminaron al lacustre pueblo de Xochimilco adonde, desde el día anterior, lo citara para cele-brar una conferencia el general Villa, el que cuando don Emi-liano llegara a dicho punto con sus acompañantes ya lo estaba esperando en el barrio de San Gregorio, que está a la entrada del referido pueblo a poca distancia de la plaza principal, tam-bién acompañado de su imprescindible escolta de “dorados” y de los generales José isabel Robles, Rodolfo Fierro, del enton-ces coronel Roque González Garza, de Martín Guzmán, de míster George Carothers y míster León Canova, representante del presidente estadounidense.

Al verse ambos caudillos se saludaron y estrecharon en afectuoso abrazo, cubriéndolos de flores, en medio de entu-siásticos aplausos y aclamaciones, los numerosos vecinos que a su alrededor se congregaran, mientras otros repicaban regoci-jadamente las campanas, disparaban salvas de cohetes y cama-razos, y tocaban alegres dianas en sus bandas de música, en la misma forma por ellos acostumbrada para celebrar las fiestas cívicas o la titular de su santo patrono.

En seguida, todos, bajo la magia azulada del cielo, for-mando una sola comitiva, nimbrada por la clara y esplendoro-sa luz de la mañana saturada de aire fresco y perfumado por los lirios, las violetas, los claveles y las rosas multicolores que crecen en las chinampas, se encaminaron, entre una lluvia de pétalos y vítores, a la Escuela Municipal contigua a la Casa de Cabildos, ubicada en el centro de la población, donde a la entrada los esperaba una doble valla de niños de semblante sonriente vestidos de blanco cual copos de nieve, con polícro-mas ofrendas florales cantando tiernas estrofas de un hermoso y sencillo himno infantil y una mesa bien servida para un buen

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refrigerio con platillos y bebidas nacionales. Allí, desmontando de sus cabalgaduras recibieron el homenaje floral de manos de los niños.

El general Villa grandemente conmovido, con las lágrimas resbalando por sus tostadas mejillas, acarició, sin poder ha-blar, a muchos de aquellos infantes, repartiéndoles billetes que a manos llenas sacaba de sus bolsillos. El general Zapata, lo mismo que todos los circunstantes, no menos impresionados, contemplaban respetuosamente con el ánimo embargado por la emoción tan patética como inolvidable escena.

Después, sin apresuramiento, poco a poco penetraron al interior seguidos de sus respectivos séquitos.

El general Villa abatido aún por la emoción recibida, pro-fundamente pensativo dejó caer suavemente sobre la mesa del festín, el cúmulo de rosas en cuyas corolas brillaban como dia-mantes cristalinos muchas gotitas de agua.

no se sentaron luego a la mesa, sino que se pusieron a de-partir tomando como punto central de los muchos tópicos que abordaron, el referente a la intransigencia y porfía del señor Carranza para cumplimentar los acuerdos de la Convención, criticando acerbamente su actitud, así como la de sus partidarios.

Pero en vista de que todos los circunstantes nada más es-taban pendientes de lo que ambos caudillos estaban diciendo para apresurarse a celebrar ruidosamente sus apreciaciones sin darles oportunidad de comunicarse sus pensamientos, ni los planes que en lo futuro se proponían desarrollar para la efecti-vidad de la campaña y consiguientemente para el triunfo de su facción, determinaron apartarse de tal ambiente yéndose a un aposento contiguo donde, ya a solas y sin que nadie los escu-chase, estuvieron conferenciando por un rato bastante grande equivalente a más de una hora. Concluida dicha plática, salie-ron del aposento, volviendo a reunirse con sus acompañantes a quienes someramente les manifestaron lo que habían tratado e igualmente acordado, en lo concerniente a la prosecución de la campaña para someter a don Venustiano y su gente.

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Consistiendo tal acuerdo en que el general Villa habíase comprometido a que con sus tropas dominaría desde la Ciu-dad de México hacia el norte y arrasaría a cuanto enemigo encontrara, y el general Zapata, también comprometióse a que desde la Ciudad de México hacia el sur haría lo mismo con to-dos los contrarios que hallara. Que al cabo de dos días harían juntos con la totalidad de sus contingentes la entrada a la ca-pital con el fin de que los metropolitanos vieran que con ellos estaba la fuerza efectiva del pueblo.

También concertaron un trueque de personas desafectas, consistiendo éste en que el general Villa le entregaría al general Zapata para ser ejecutado, como en efecto así lo fue en la ex Escuela de Tiro, al general Guillermo García Aragón, quien antes militara en las huestes zapatistas, a lo que desde luego accedió el referido general Villa, a cambio de que también a él, el general Zapata le entregaría para los mismos fines que el an-terior, lo que igualmente se efectuó en el interior del cuartel de San Cosme al periodista don Paulino Martínez por los ataques que éste en su discurso de la Convención enderezara en contra del régimen maderista.

Después, ambos jefes y sus numerosos séquitos, en me-dio de mutuas y fraternales atenciones de compañerismo, sentáronse a la mesa para paladear los guisos vernáculos que para tal propósito se les prepararan. Mas aun no terminaba dicho almuerzo cuando súbitamente el general Zapata po-niéndose de pie y alzando un vaso con tequila brindó por el general Villa apurando la mitad de su contenido, ofrecién-dole el resto al referido agasajado, quien también poniéndo-se de pie y después de retornar el brindis tomó un poco, no obstante que jamás lo acostumbraba, en señal de amistad y compañerismo.

Esto dio origen para que algunos comensales pronuncia-ran en medio del entusiasmo y cordialidad que reinaba, cálidos y optimistas speeches en honor de los dos homenajeados gene-rales, congratulándose los oradores surianos de que el general

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Villa les prometiera, como acababa de hacerlo, ayudarlos con parque y demás material de guerra.

Por último, y ya para retirarse, ambos jefes hicieron de-claraciones a los periodistas nacionales y extranjeros que allí se encontraban, de que sus fuerzas estaban unidas, por ser la misma causa la que defendían y que sólo anhelaban el resta-blecimiento del orden en México; que no aspiraban a puestos públicos ni a medros personales y que terminada la Revolución volverían a sus hogares.

El presidente provisional, general Eulalio Gutiérrez, y los miembros de su gabinete en Palacio, retrato de grupo, 1914. Casasola. Sinafo-InaH. Secretaría de Cultura. número de inventario: 41398.

Al día siguiente (es decir, el 5 diciembre) de los sucesos que acabo de narrar, el general Eulalio Gutiérrez dio a co-nocer los nombres de las personas designadas para integrar el gabinete, las que desde luego tomaron posesión de sus puestos. La lista fue como sigue: secretario de Gobernación, general Lucio blanco; secretario de instrucción Pública y bellas Artes, licenciado José Vasconcelos; de Fomento, ingeniero Valentín Gama; de Hacienda, ingeniero Felícitos Villarreal; de Guerra y Marina, general José isabel Robles; de Agricultura, gene-ral Manuel Palafox; subsecretario de obras Públicas, ingenie-ro José Rodríguez; quedando pendiente el nombramiento

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de secretario de Relaciones, y nombrando al general Manuel Chao, gobernador del Distrito, quien inmediatamente derogó el decreto que su antecesor el general zapatista Vicente nava-rro expidiera contra las casas de préstamo.

Algunos otros nombramientos hizo el general Gutiérrez, entre ellos el de presidente del Supremo Tribunal Militar en favor del general Pánfilo natera; el de su secretario particu-lar en favor del licenciadio Manuel Rivas y el de subsecretario de Guerra en favor del general Eugenio Aguirre benavides y como comandante militar al general Mateo Almanza. Después de estos cambios y nombramientos expedidos por el presidente Gutiérrez, así como de su toma de posesión, la Comisión Per-manente de la Convención creyó necesario convocar a todos sus miembros para reanudar las sesiones y proseguir sus traba-jos en esta ciudad el 1o. de enero.

Por estos días llegaron a la capital noticias referentes al se-ñor Carranza y su gobierno. Decíase de él, que (cosa que más tarde se confirmó) había decretado que la capital de la Re-pública era Veracruz y que creaba, mientras las condiciones porque atravesaba el país así lo requerían, una nueva entidad territorial con el nombre de Estado del Valle, siendo su capital la Ciudad de México, y que contra todo lo que se argüía con respecto a su huida, seguía con su carácter de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista encargado del Poder Ejecutivo, or-ganizando convenientemente sus elementos militares con el fin de tomar la ofensiva con la premura que el caso requería.

El ambiente de simpatía, que a su llegada despertaron los zapatistas; su forma de conducirse, sin emplear la violen-cia para nadie, se generalizó de tal manera que por doquier veíanse escenas de cariñosa fraternidad entre zapatistas y me-tropolitanos. Alabábaseles grandemente, despertando mucha admiración y estímulo, su fe, abnegación y entusiasmo para sostener su causa, tanto más cuanto que ellos no habían lan-zado ninguna emisión de billetes, de esos malhadados billetes que estaban acarreando tantas dificultades. Pero lo que verda-

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deramente causaba asombro era el medio empleado para haber perdurado tanto tiempo en la contienda, el cual consistía en estarse turnando en las labores del campo, es decir, que de común acuerdo, los que trabajaban ayudaban a los que anda-ban en la campaña y, de esa manera, no sólo resultaban me-nos gravosos para la colectividad, sino que podían sostenerse indefinidamente sin necesidad de acudir a compromisos que más tarde, a no dudar, serían de gravísimas consecuencias para la nación. Aprovechando, pues, esa simpatía que, como ya he dicho, era enorme, algunos escritores revolucionarios anóni-mos dedicáronles poesías y canciones que precisamente porque sintetizaban su ideología revolucionaria e idiosincrasia racial, todo mundo las acogió con gran entusiasmo, popularizándose rápidamente.

He aquí las más conocidas y gustadas:

el 30-30

¡Qué pobres estamos todos sin un pan para comer, porque nuestro pan lo gasta el patrón en su placer!

Mientras él tiene vestidos y palacios y dinero, nosotros vamos desnudos y vivimos en chiquero.

nosotros sembramos todo y todo lo cosechamos. pero toda la cosecha es para bien de los amos.

nosotros sufrimos toda la explotación de la guerra. Y así nos llaman ladrones cuando pedimos la tierra.

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324 • El espectro del hambre

Y luego los padrecitos nos echan excomuniones. ¡A poco piensan que Cristo era para los patrones!

Compañeros del arado y los de toda herramienta. no más nos queda un camino: ¡agarrar el treinta-treinta!

deJa de arar caMPesIno

Deja de arar campesino, echa los bueyes al monte, quema el arado de palo y quedarás igual de pobre.

Ya no asegundes la milpa ni cultives la esperanza, que de todos los elotes a ti nada te toca.

Campesino, campesino. ya se va a venir la pizca mejor entierra la hoz, para no cortar la milpa.

Ya no hagas tú la cosecha para que la haga el patrón, la tierra es para los hombres como el mundo es para el sol.

¡tIerra y lIbertad! (Canción)

Proletarios: al grito de guerra por ideales luchad con valor

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y expropiad, atrevidos, la tierra que detenta nuestro explotador. (bis.)

(Estrofa)

i

Proletarios, precisa que unidos derrumbemos la vil construcción, del sistema burgués que oprimidos nos sujeta con la explotación.

Que ya es tiempo que libres seamos y dejemos, también de sufrir, siendo todos iguales y hermanos con el mismo derecho a vivir. (bis.)

(Coro) Proletarios: al grito, etc.(Estrofa)

ii

Demostremos que somos conscientes y que amamos la idea de verdad, combatiendo tenaces de frente al rico, al fraile y la impunidad.

Pues si libres queremos, hermanos, encontrarnos algún bello día, es preciso apretar nuestras manos en los cuellos de tal trilogía. (bis.)

(Coro) Proletarios: al grito, etc.(Estrofa)

iii

Al que sufra en duros presidios por causa de la humanidad,

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326 • El espectro del hambre

demos pruebas de ser sus amigos y luchemos por la libertad.

Que, es deber, arrancar de las garras de los buitres del dios capital; a los buenos que, tras de las barras amenaza una pena mortal. (bis.)

(Coro) Proletarios: al grito, etc.(Estrofa)

iV

Si en la lucha emprendida queremos conquistar nuestra emancipación, ningún jefe imponernos dejemos, e impidamos así una traición.

Pues los que adquieren un puesto en el cual ejercen un poder, se transforman en tiranos bien presto, porque el medio los echa a perder. (bis.)

(Coro) Proletarios: al grito, etc.(Estrofa)

V

Proletarios alzad vuestras frentes, las cadenas de esclavos romped, despojaos de prejuicios las mentes, y las nuevas ideas aprended.

Y al sonar del clarín, a la guerra con arrojo al combate marchad, a tomar para siempre la tierra y también a ganar libertad.

(Coro) Proletarios: al grito, etc.

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Francisco Ramírez Plancarte • 327

el sol

Sol redondo y colorado como una rueda de cobre, de diario me estás mirando y de diario me ves pobre.

Me miras con el arado luego con la rozadera, una vez en la llanura y otra vez en la ladera.

Me miras lazando un toro, me ves arreando un atajo pero a diario me ves pobre, como todos los de abajo.

Sol, tú que eres tan parejo para repartir tu luz, habías de enseñar al amo a hacer lo mismo que tú.

no que el amo nos hambrea y nos pega y nos maltrata, mientras en nosotros tiene una minita de plata.

la IndIta (Canción)

una indita en su chinampa andaba cortando flores y el indito que las regaba, gozaba de sus amores.

Quiri do tirigüí ¡Qué de mocalo! ¡Ah qué muchacha tan malo!

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328 • El espectro del hambre

Presta tu nagua blanca para mi chinchiri güí

un indio le dijo a su india que allá en el agua la esperaba que llevara su escobeta, para que lo escobeteara.

Quiri do tirigüí, etc., etc.

indita, ¿no me decías que primero había de ver, las estrellas por el suelo que dejarme de querer?

Quiri do tirigüí, etc., etc.

indita, no me decías ¡Ay, señor! ¿Cuánto lo quero? ¡Sí señor, se lo decía mientras tenía dinero!

Quiri do tirigüí, etc., etc.

Y la indita en su chinampa recordaba sus amores, y el indio cuatro orejas suspiraba sus amores.

Quiri do tirigüí, etc., etc.

Ya con ésta me despido bella y blanca azucenita, aquí se acaban cantando los versitos de la indita.

Quiri do tirigüí ¡Qué de mocalo! ¡Ah! ¡Qué muchacha tan malo!

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Francisco Ramírez Plancarte • 329

Presta tu nagua blanca para mi chinchiri güí.

aGarra el oro (Coplas)

La vaquilla “cuernos mochos” se subió a una ladera, anda y dile al patroncito. que se meta y la eche fuera.

Por el filo de la sierra viene un vaquero cantando, el peón que no se organiza se queda de hambre temblando.

¡Ea, ea, toma, toma! Corre muchacho que ahí está el oro échale mano, dánoslo todo.

Agárralo, hombre —Ya lo agarré. Compra arados, —Ya los compré. Siembra el rancho, —Ya lo sembré. Corta espigas, —Ya las corté.

Ahora unifícate —Eso no sé. Pues si no sabes yo te enseñaré Al uso rudo como yo sé.

El oro se hace semilla, la semilla semillero:

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330 • El espectro del hambre

sácale semilla al oro que semilla es lo que quiero.

Por ahí viene el caporal con el machete en la mano, gritándole a los vaqueros: hay que ajusticiar al amo.

Yo vide pelear un toro con una garza morena, la garza zarandeó al toro y lo arrastró por la arena.

El amo siempre se chupa la sangre de nuestras venas, ni que fuéramos nosotros abejas de sus colmenas.

Los toros son los que braman debajo de los ocotes; los amos son los que maman nuestra cosecha de elotes.

Los toros son los que braman debajo de los nopales, y los amos los que gozan el oro de nuestros trigales.

Échame ese toro pinto hijo de la vaca mora, para que cornee al patrón cuando se ponga malora.

¡Ea, ea, toma, toma! corre muchacho que ahí está el oro, échale mano, dánoslo todo.

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Francisco Ramírez Plancarte • 331

Agárralo, hombre, —Ya lo agarré. Compra arados, —Ya los compré. Siembra el rancho, —Ya lo sembré. Corta espinas, —Ya las corté.

Ahora unifícate, —Eo no sé, —Pues si no sabes yo te enseñaré Al uso rudo como yo sé.

Amigos, tengo un muchacho, que al amo no le daré, porque mi hijo no es un macho para que lo jinetee.

el abandonado 27 (Canción)

Me abandonaste mujer, porque soy muy pobre mi desgracia mujer es que sea casado, pues qué he de hacer si soy el abandonado, abandonado tan sólo por tu amor.

Tengo tres vicios, los tengo y los he adoptado: de ser borracho, jugador y enamorado, pues qué he de hacer si soy el abandonado, y abandonado tan sólo por tu amor.

Si me emborracho a nadie le pido nada, si tomo vino es porque tengo dinero,

27 Esta canción ya desde mucho tiempo antes era conocida, pero en esta época alcanzó su mayor apogeo, siendo la que más cantaban las tropas de esta facción.

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332 • El espectro del hambre

pues qué he de hacer, si tu amor es lo que quiero pero me abandonaste, sea por el amor de Dios.

Pero anda ingrata, que yo con mi amor no ruego, tal vez otro hombre con su amor te habrá rogado, pues qué he de hacer, si soy el abandonado me abandonaste, sea por el amor de Dios.

(Se repite la cuarteta).

v

Por fin, anuncióse que la tan famosa División del norte entraría de un momento a otro a la capital. En efecto, al día siguiente, domingo 6 de diciembre, en que circulara esta no-ticia, se supo desde hora muy temprana que ya se encontraban acampadas en los alrededores de Tacuba, en los terrenos de la hacienda de los Morales, en el Molino del Rey, en los llanos de Anzures, calzada de Chapultepec y en el Paseo de la Reforma, las tropas de la División del norte.

Los generales Villa, Zapata, Ángeles, buelna y Everardo González llegando a Palacio nacional, a la vanguardia de la División del norte, el día 6 de diciembre de 1914. Casasola. Sinafo-InaH. Secretaría de Cultura. número de inventario: 197988.

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Francisco Ramírez Plancarte • 333

La muchedumbre acudió inmediatamente a dichos luga-res con el fin de verlas. La población —teniendo en cuenta la conducta que habían observado los zapatistas y suponiendo que los villistas (sus aliados) se comportarían idénticamente y dado que los carrancistas hiciéronse en los últimos días muy insoportables e inconsecuentes, dejando, al evacuar la plaza, una estela de odiosidad (ésta al menos era la opinión general), muchos civiles, haciendo causa común con la Convención— subieron a las torres de Catedral a repicar las campanas y a quemar cohetes. En un momento la ciudad se alborotó empe-zando el bullicio en las calles, muy especialmente en las que desembocan al Zócalo, pues ya se estaba haciendo costumbre que en esos “mitotes” inmediatamente corriera la gente para ese lugar, inquiriendo ansiosamente lo que sucedía: ¡son los villistas que llegan y van a desfilar!, decían regocijadamente.

Los repiques no cesaban y a eso de las 11 de la mañana cuando ya la agitación era intensa y la curiosidad aumenta-ba, principió el desfile del Ejército Convencionista, seguido en sus flancos por una enorme multitud que frenéticamente lo aclamaba, por el Paseo de la Reforma, Avenida Juárez, Ave-nida Madero y costado norte de la Plaza de la Constitución para pasar frente al Palacio nacional, en cuyos balcones encon-trábase el presidente Gutiérrez, sus ministros y buen número de generales, y estando las azoteas y balcones de las casas, así como las aceras de las calles que, por decirlo así, marcaban el derrotero, pletóricas de espectadores, quienes al verlas las sa-ludaban agitando sus pañuelos, aplaudiéndoles y arrojándoles flores, serpentinas y confeti a su paso, al igual de cuando entró a la capital por esas mismas avenidas el Cuerpo de Ejército del noroeste y después el ciudadano Primer Jefe.

Encabezaba el desfile una descubierta de caballería, si-guiendo a ésta los generales Villa, Zapata, Ángeles, buelna y Everardo González,28 escoltados de sus respectivos estados

28 Los que más tarde cortándose de la columna se dirigieron a Palacio, donde ya los esperaba el presidente Gutiérrez para revistar las tropas

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334 • El espectro del hambre

mayores; vistiendo el general Villa flamante uniforme de ge-neral de División igual al que usaban los ex federales de esa graduación; Zapata, un magnífico traje charro; el general Án-geles, uniforme militar de campaña y salacot lo mismo que el general buelna, pero éste sin la última prenda, pues portaba gorra moscovita, y el general Everardo González de charro.

El banquete en Palacio nacional a los generales Francisco Villa y Emiliano Zapata, 6 de diciembre de 1914. Sinafo-inAH. Secretaría de Cultura. número de inventario: 5706.

A continuación, vestido también de charro, iba en automó-vil acompañado de su Estado Mayor, el general Eufemio Zapa-ta, mandando la División Suriana del Ejército Libertador, cuyas tropas de infantería y Caballería ataviadas como el día de su arribo a la capital, desfilaban en el mismo lamentable aspecto de desorden que entonces lo hicieron. Después y frente a la extrema vanguardia de la División del norte marchaba una numerosa banda de clarines y tambores, y una música así como el cuerpo

desde el balcón central y obsequiarlos después en unión de los minis-tros de su gabinete, de los delegados de la Convención y de numerosos militares y civiles políticos, con un banquete oficial.

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Francisco Ramírez Plancarte • 335

de “dorados” (guardia personal del general Villa integrada por sólo jefes y oficiales), cerrando la retaguardia de esta descubierta muchos ex alumnos del extinto Colegio Militar de Chapultepec y oficiales ex federales uniformados. A continuación desfilaban las infanterías seguidas de la artillería y ametralladoras, cubrien-do la retaguardia las caballerías, pero tanto unas como otras en número tan verdaderamente abrumador que, para que el lector se forme una idea de ello, diré que habiendo empezado dicho desfile a las 11 de la mañana, todavía al obscurecer no terminaba (suspendiéndose cuando aún quedaban más de 15 mil hombres en terrenos de la hacienda de los Morales, esperando incorpo-rarse a la retaguardia) y el de que muchos de los espectadores hubieran sido víctimas más que de la insolación, del mareo que les produjo el estar viendo pasar tanta gente, pues como vulgar-mente se dice, se “engentaron”.

Al empezar el desfile, desde luego se pudo apreciar que las tropas estaban, si no mejor armadas, sí mejor pertrechadas que las carrancistas; que también eran en mucho mayor número que aquéllas; que las condiciones de la caballada también eran superiores, y que asimismo contaban con más cañones y ame-tralladoras que aquéllos. Por la perfección del desfile (el de la División del norte), comprendióse desde luego que el espíritu de organización, orden y disciplina, don de mando en los jefes y hábito de obediencia en las tropas, era muy superior al de los constitucionalistas y en cuanto al vestuario, éste era igual al que habían adoptado la mayor parte de los jefes y oficiales carrancistas, aunque la tropa sí estaba mejor uniformada, ésta (la villista) que aquélla, pues se hacía muchas veces difícil dis-tinguir a los oficiales.

Los soldados se abrigaban con unos magníficos suéteres, que desde entonces jamás se han vuelto a usar iguales, no digo ya por las tropas regulares, puesto que está desterrada esa pren-da del equipo reglamentario en el Ejército, pero ni siquiera por los oficiales cuando éstos andan en traje de campaña. Todo el vestuario era de primera calidad y muy costoso ¡claro, como

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336 • El espectro del hambre

que era con eso con lo que pagaban los gringos los millones de pieles crudas del ganado que de “sus pistolas” mandaba sacri-ficar el general Villa, de las ricas haciendas agro-pecuarias del estado de Chihuahua!

Por supuesto, que desde luego se creyó que la organización y orden del desfile, sólo era debido tanto al cuidado del general Ángeles como al de los muchos generales y jefes de filiación ex federal que en gran número estaban incorporados desde hacía largo tiempo a la División del norte, ya que nadie ignoraba que el general Villa, carente por completo de esa clase de co-nocimientos y dotado además en grado superlativo de instintos feroces y sanguinarios y de un carácter sombrío e impulsivo, era incapaz de imprimirle a aquella llamada simplemente Di-visión del norte, pero en realidad verdadero Ejército, la disci-plina de que había dado tan patente muestra en el desfile. (Los hechos confirmaron más tarde esta creencia, cuando el general Ángeles disgustado por los continuos caprichos y torpezas del general Villa optó por abandonarlo).

Los billetes impresos en papel corriente y autorizados por el general Francisco Villa —como el presente— fueron las célebres “sábanas”, de infausta recordación por la gene-ral repugnancia para aceptarlos. billete del estado de Chihuahua, con valor de un peso, 1914. Casasola. Sinafo-InaH. Secretaría de Cultura. número de inventario: 184725.

una de las características de la indumentaria que hizo se distinguieran los jefes y oficiales villistas de los carrancistas

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Francisco Ramírez Plancarte • 337

consistió en que los primeros vestían una chamarra de gamuza que tenía grandes flecos de la misma piel en la espalda, en los hombros y a lo largo de las mangas, y que les daba el feroz as-pecto de comanches, así como en vez de tacos (polainas), usa-ban mitazas o chaparreras, siendo muy común en ellos traer en el cuello un paliacate transversalmente doblado, en tal forma, que las puntas caíanles coquetonamente hacia la espalda; por lo que hace al resto del uniforme ya he dicho que era igual al de los carrancistas.

Con la llegada de las fuerzas villistas, aumentó considera-blemente la cantidad de billetes de “dos caritas” y “sábanas” puestos en circulación. Esta emisión era la que el gobierno de Chihuahua había decretado para cubrir los gastos de la cam-paña iniciada para someter al ciudadano Primer Jefe y a su Ejército Constitucionalista. Por consiguiente, la escasez de papel-moneda que a la salida de los carrancistas se dejó sen-tir y que ocasionó escenas muy patéticas, se mejoró bastante, aun cuando la escasez y carestía de los artículos de consumo seguía prevaleciendo, porque el comercio en su perverso deseo de multiplicar sus ganancias y seguir abusando no le dio im-portancia ni a la llegada del presidente Gutiérrez ni al arribo de la División del norte, no obstante la optimista impresión que su entrada juntamente con el Ejército Libertador causó en el ánimo público, ya que con tan enormes contingentes todo mundo creyó que el gobierno convencionista estaba perfecta-mente firme y seguro.

v

una mañana, como aquello de las 11, pocos días después del arribo de la División del norte y con motivo de la comunica-ción del general Julián Medina, referente a que las fuerzas de la Convención a su mando habían ocupado la plaza de Guada-lajara, las campanas de la Catedral empezaron a repicar, lo que hizo que mucha gente acudiera al Zócalo a inquirir la causa.

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338 • El espectro del hambre

una vez que se supo que era el motivo a que ya me he referi-do, empezó la multitud que se había reunido frente al Palacio a aclamar y aplaudir al Ejército de la Convención, pidiendo a grandes gritos que salieran al balcón los generales Villa y Zapata. Y como si esto hubiera sido truco o bien combinado plan, a los pocos instantes se abrieron las puertas del balcón central de Palacio apareciendo como del fondo de un escena-rio los generales Villa y Zapata acompañados de otros muchos jefes y apretujados todos en dicho lugar, empezaron a recibir las demostraciones de simpatía de la muchedumbre, desper-tando enorme sensación y entusiasmo la presencia de ambos generales, pero muy especialmente la del general Villa a quien se aclamaba sin cesar. Entonces fue cuando pude observarlo con toda calma, lo mismo que al general Zapata. De esto han pasado 25 años y sin embargo, tanto a uno como a otro los tengo muy presentes.

El general Villa estaba tocado con una gorra moscovita que portaba como escudo un águila sobre una media corona de laurel, insignia mexicana del generalato; vestía guerrera ce-rrada por una hilera de botones con presillas laureadas en los hombros y bordados igualmente laureados en el cuello y en las bocamangas; pantalón de montar y grandes mitazas de piel color de becerro que le llegaban hasta los muslos. El general Zapata vestía pantalón negro charro con doble botonadura de plata, chaquetilla corta con alamares, chaleco sin abotonar, ca-misa blanca de cuello doblado y corbata azul; de una de sus manos pendía un sombrero jarano de pelo de conejo de anchas alas, de los llamados de veinte onzas. Los demás jefes vestían unos como el general Villa y otros, como el general Zapata, pero con prendas un poco más corrientes.

El general Villa era de una estatura más bien alta que me-diana, de complexión fuerte y robusta, de color rojizo-reque-mado, pelo ensortijado, frente ancha con ligeras entradas, cejas pobladas, ojos claros pequeños, con redes venosas rojizas en las conjuntivas, perspicaces, en continuo y rápido movimiento

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y de fascinante y dura mirada, nariz pequeña un poco afilada, bigote abundante ligeramente rizado, boca tosca, prognática, de labios sensuales, mentón pronunciado, maxilares fuertes, orejas regulares, mofletudo y de cuello corto. Su aspecto general era de un hombre enérgico, imponente y fiero.

El general Zapata era un poquito más alto que Villa, de complexión medianamente robusta, de color moreno-pálido, pelo lacio un poco ensortijado en sus extremos, cejas pobla-das, ojos color café-obscuro, regulares, de mirada penetrante pero tranquila, nariz recta de hermoso perfil, bigote poblado de pelo delgado un poco sedoso, boca regular de labios me-dianamente delgados dibujando incierta sonrisa amarga, barba corta, pómulos salientes y mejillas deprimidas, orejas grandes, tranquilo ademán, inspirando bondad y confianza; en una palabra, su aspecto era altamente simpático.

El general Emiliano Zapata, jefe del Ejército Libertador del Sur, ca. 1912. Hugo brehme. Sinafo-InaH. Secretaría de Cultura. número de inventario: 6341.

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340 • El espectro del hambre

La muchedumbre no pudo contenerse y repentinamente de un grupo que los aclamaba entusiásticamente, alguien gri-tó: “¡Que hable el general Villa!” “¡Sí, sí que hable! ¡Que ha-ble!”, repitieron.

Villa, Zapata y demás jefes miráronse y sonrieron. “¡Que hable Villa, que hable Villa!”, pedía la multitud acompañando sus exclamaciones con nutridos y prolongados aplausos.

Villa consultó algo con los demás jefes y acto continuo, éstos hicieron señas a los que se encontraban en las torres para que cesaran los repiques. Después de algunos minutos de es-pera y de tratar de imponer el silencio, el general Villa hizo ademán de que iba a hablar:

Señores: —empezó diciendo— no bien acabamos de “redotar” la ditadura de Huerta, cuando que ahora tenemos con que Carranza quiere erigirse en otra ditadura. Dicen que yo soy reacionario y no soy reacionario, señores, yo ando poniendo mi vida y la de mis muchados en peligro, porque quiero que tengan todos un gobierno honrado para que defienda a nuestros hermanos de raza. Señores, ya dije que yo ni ninguno de nosotros semos reacionarios…

Al decir esto, una tempestad de aplausos le cortó la palabra. Después de esperar un momento a que se hiciera un poco de silencio, continuó: “Venimos luchando porque todos nosotros tengamos libertad y porque nuestros hermanos de raza sean respetados. Señores, yo no soy ambicioso ni reacionario…”

Las últimas palabras fueron ahogadas por el aplauso ensor-decedor que estalló.

La voz del general Villa no era robusta y enérgica como su aspecto lo hacía creer, sino delgada y corta, es decir en se-mifalsete, aunque sí de una perfecta claridad; al hablar agi-taba fuertemente los brazos, cerrando los puños; el rostro se le enrojecía; sus ojos se le agrandaban y el pecho dilatábasele fatigosamente.

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Francisco Ramírez Plancarte • 341

El general Zapata, distendiendo su rostro en una amable sonrisa se limitó a agradecer con ligeras inclinaciones de cabe-za las aclamaciones de que era objeto; su mirada era apacible dejándola caer dulce y vagamente sobre aquel agitado mar de cabezas…

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