Wordsworth, William - Abadia, Atisbos, (Colección Jackson).pdf
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Nació en Cockermouth en 1770; murió en Rydal Mount en 1850. Es el más importante de los poetas “lakistas” del prerromanticisrao inglés. En 1793 hizo sus primeras publicaciones: The Evening Walk y Descriptive Sketches of a Pedestrian T o u r in the Alps. íntimo amigo de Coleridge, éste decidió su vocación literaria, publicando juntos en 1798 el tomo Lyrical Ballads, que contiene algunos de los mejores poemas de ambos y que constituye un jalón capital en la historia de la poesía inglesa. Pronto famoso, y cada vez más leído, en 1843 sucedió a Southey en el título de “Poeta Laureado”. Entre sus obras principales: Lyrical Ballads with Pastoral and other Poems, 1802-1805; Poems, 1807; A Topographical Description of the Country of the Lakes, in the North of England, 1809; The Excursion, 1814; Poems including Lyrical Ballads with Additional Poems, 1815; The White Doe of Rylstone , 1815; Thanksgiving Ode, 1816; Peter Bell, 1819; The Waggoner, 1819; T h e R iver Duddon, 1820; Vaudracour and Jolis and other Poems, 1820; Miscellaneous Poems, 1820; Memorials of a Tour on the Continent, 1822; Ecclesiastical Sonnets, 1822; Yarrow revisited, 1835; Poems, 1842; The Prelude, or Growth of a Poet's mind: an Autobiographical Poem, 1850; The Recluse, obra postuma, 1888.
WILLIAM WORDSWORTH
VERSOS ESCR ITO S VARIAS MILLAS ARRIBA DE LAA B A D ÍA DE TIN TE R N
Cinco años han pasado; cinco estíos, y con ellos cinco largos inviernos; y de nuevo oigo estas aguas, fluyendo de sus manantiales rupestres con un suave murmullo... Una vez más con- templo estos riscos escarpados y altivos, que con su escenario recluso inspiran pensamientos de una reclusión aún más profunda, acordando el paisaje con la quietud del cielo. Llegó el día en que de nuevo me es dado descansar aquí, al pie de este oscuro sicómoro, y ver esas manchas que forman los jardines de las ca- Sas campestres, los huertos que, en esta estación, con sus frutos
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168 W ILLÍAM WORDSWORTH
aún no maduros, aparecen vestidos de verdor, rodeados de hr- ques y malezas. I na \ez más contemplo estos setos vivos qnl más que de mano del hombre parecen obra espontánea de U espesura ensilvecida; estas granjas pastoriles, verdes hasta la puerta misma, con espirales de humo que se elevan silenciosa, mente entre los árboles, vacilantes, como serían las de las borní* ras de Jos nómadas en los bosques despoblados, o de un ermitaño sentado en soledad junto al fuego que arde en su espelunca.
Estas formas de belleza, a través de una larga ausencia, no han sido para mí como un paisaje a los ojos de un ciego. A menudo, y en medio del estrépito de las villas y ciudades, les he debido, en momentos de cansancio, dulces sensaciones, sentidas en la sangre y en el fondo del corazón; que hasta pasaban confortándolo serenamente, a lo más puro de mi espíritu: sentimientos también de placer no recordado, capaces sin duda de ejercer una influencia ni leve ni trivial sobre esa parte mejor de la vida del hombre: sus actos menudos, anónimos, olvidados, de bondad y de amor. Y a ellos también acaso deba otro don aún más sublime: ese bendito estado del ánimo en que el fardo del misterio, la carga pesada y abrumadora de todo este mundo ininteligible que grava nuestros hombros es aligerado; ese estado de ánimo bienaventurado y sereno en que el afecto nos hace dulcemente proseguir adelante, hasta que, suspenso casi el alentar de este armazón corporal y aun el movimiento de nuestra sangre humana, reposamos, dormido el cuerpo, y nos convertimos en un alma viviente; en que con los ojos aquietados por el poder de la armonía, y el poderío profundo del gozo, vemos la vida de las cosas.
Aunque esto fuera sólo una creencia vana, no obstante, ¡con qué frecuencia, en las tinieblas y en medio de las formas múltiples del día triste, cuando el bullir agitado c inútil, v la fiebre del mundo oprimían los latidos de mi corazón, con qué frecuencia me he vuelto hacia ti en espíritu, oh Wye agreste, que vagasa través de los bosques, con qué frecuencia mi espíritu se "ha vuelto hacia ti!
Y ahora, con vislumbres de un pensamiento medio extinto, con tantas percepciones débiles y opacas, y una melancólica perplejidad, revive una vez más el cuadro del espíritu: mientras aquí estoy, en pie a tus orillas, no sólo con la sensación de un
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VERSOS 169
er presente, sino con los pensamientos placenteros de que l’'aC ¡atante contiene vida y alimento para los años futuros,
'me atrevo a esperar, aunque distinto sin duda de lo que era ando Por vez P r io r a vine a estas montañas, cuando brinca
ba como un corzo por tus breñas, junto a los ríos profundos y los arroyos solitarios, dondequiera que la naturaleza me lleva- ha más como un hombre que huye de algo que teme que como miien busca algo que le atrae. Pues la naturaleza entonces (ya ¡dos los placeres más toscos de los días de mi infancia y sus alegres impulsos animales) estaba para mí toda en todo... No puedo describir lo que yo era entonces. La catarata sonora me obsesionaba como una pasión; la alta peña, la montaña y el bosque profundo y sombrío, sus colores y sus formas, eran entonces para mí una apetencia: un sentimiento y un amor que no necesitaban un encanto más remoto procurado por el pensamiento, ni interés alguno ajeno a los ojos. Aquel tiempo pasó, y todas sus punzantes alegrías ya no existen, ni el vértigo de sus éxtasis. No es eso lo que añoro, ni por lo que suspiro y me quejo; otros dones han venido luego, compensación sobrada a semejante pérdida. Pues he aprendido a contemplar la naturaleza, no como en el tiempo de la juventud irreflexiva, sino oyendo a menudo la música queda y triste de la humanidad, ni áspera ni estridente, aunque con fuerzas suficientes para imponerse y subyugar. Y he sentido una presencia que me perturba con el goce de pensamientos elevados; la sensación sublime de algo mucho más profundamente difuso, cuya morada es la luz del sol poniente y el rotundo océano y el aire vivaz y el cielo azul y el espíritu del hombre; un movimiento y un espíritu que impulsa todas las cosas pensantes, todos los objetos del pensamiento, y fluye a tra- Ves de todas las cosas. Soy, pues, todavía amigo de las praderas, bosques y montañas; de cuanto contemplamos desde esta verde tierra; de todo el mundo inmenso de los ojos y los oídos, lo mis- 1110 de lo que perciben que de lo que a medias crean; contento _e reconocer en la naturaleza y el lenguaje de los sentidos el
c°ra de mis más puros pensamientos, la nodriza, el guía, el ^stodio de mi corazón y el alma de mi ser moral entero.
Pero quizás aun a pesar de no haber recibido tal enseñanza ‘ p̂ortaría la decadencia de mi espíritu de gozo: pues aquí estás u conmigo a la orilla de este dulce río; tú, mi amiga más queri-
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170 WILLIAM WORDSWORTHda, amiga querida entre todas; y en tu voz oigo el lenguaje de mi corazón de antaño, y leo mi júbilo de antaño en la luz resplandeciente de tus ojos zahareños. ¡Ah, pueda todavía algún tiempo contemplar en ti lo que fui antes, hermana mía muy querida, hermana! Y hago este voto sabiendo que la naturaleza jamás hizo traición al corazón que la amó sinceramente. Tal es su privilegio: a través de todos los años de esta vida nuestra con- ducir de gozo en gozo; pues ella es capaz de inspirar de tal manera el espíritu que late en nosotros, de impregnarlo de tal mo- do de serenidad y de belleza, y de así sustentarlo con altos pensamientos, que ni las lenguas malignas, ni los juicios precipita, dos, ni las burlas de los hombres egoístas, ni los saludos desprovistos de bondad, ni todas las relaciones enojosas de la vida cotidiana, prevalecerán jamás contra nosotros, o perturbarán nuestra gozosa convicción de que cuanto nos rodea es cosa bienaventurada. Por consiguiente, deja que la luna te alumbre en tu paseo solitario, y que los vientos neblinosos de la montaña soplen contra ti; y dentro de unos años, cuando estos éxtasis arrebatados madu- ren en un placer tranquilo, cuando tu espíritu sea una mansión para todas las formas bellas y tu memoria como una morada para todos los dulces sones y armonías, ¡oh!, entonces, si la soledad, el miedo, el dolor o la melancolía te tocaren en suerte, ¡con qué reparadores pensamientos de tierna alegría habrás de recordarme, y conmigo estas palabras mías! Y quizá —si estoy ya donde no pueda oír tu voz, ni percibir en tus ojos zahareños esas vislumbres de la vida pasada— no olvidarás que un día estuvimos juntos a la orilla de este río transparente y que yo, tanto tiempo un adorador de la Naturaleza, aquí vine traído por mi amor constante —¡ah!, por un amor cada vez más hondo y santo—. Ni olvidarás tampoco que, al cabo de tantos vagares y tantos años de ausencia, estos bosques escarpados y estos riscos majestuosos y este verde paisaje rupestre me fueron todavía más queridos, por ellos y por ti.
(Traducción de Ricardo Baeza)
E n tierra por t Pero che, }
El deleit aguas maje! que <
H2 canci sólo opor
La pena can vieni y el jan < airee
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O D A- pjgjOS DE INMORTALIDAD, A TRAVES DE RECUERDOS DE LA 1 PRIMERA INFANCIAPRIMERA INFANCIA
El n iño es padre del hombre; y yo descarta que u n a p iedad natura l uniera entre si todos los días de m i vida.
W ordsworth
En otras épocas, las praderas, los arroyos y las arboledas, la tierra, y todo lo que comúnmente vemos, me parecían adornados por una luz celestial, por la gloria y la frescura de un sueño. Pero eso ya no ocurre; hacia dondequiera mire, de día o de noche, ya no consigo ver lo que antes veía.
II
El arco iris aparece y desaparece; bella es la rosa; la luna mira deleitada en torno de sí, en medio de los límpidos cielos; las aguas son hermosas y tersas en las noches estrelladas; el sol nace majestuosamente. Y, sin embargo, yo sé, dondequiera que vaya, que cierta gloria ha desaparecido de la tierra.
III
Hace un instante, mientras los pájaros cantaban esta alegre canción, y los corderitos saltaban como al compás del tamboril, sólo yo sufría el peso de un triste pensamiento; su expresión oportuna me alivió de él, y ya soy fuerte nuevamente.
Las cataratas suenan sus trompetas en los precipicios... Mis penas ya no turbarán la estación, oigo los ecos que se multipli-
a través de las montañas; desde los campos del sueño los lentos acuden hacia mí, y toda la tierra está alegre. La tierra y el mar se entregan a la jovialidad, y todos los animales festejan el espíritu de la primavera; ¡tú, criatura de la alegría, grita a rededor de mí, déjame oír tus gritos, alegre pastorcito!
*
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172 WILLIAM WORDSWORTH
IV
Benditas criaturas, he oído vuestro m utuo llamado; veo que Jos cielos ríen con vuestro júbilo; mi corazón asiste a vuestro festival, mi frente lleva su guirnalda; siento Ja plenitud de vues. tra felicidad, ampliamente la siento. ¡Oh día. funesto, si yo me mostrara sombrío cuando la tierra misma se adorna, en esta ma. nana de mayo, y los niños recogen, en mil valles lejanos y dispersos, las flores frescas! Cuando el sol brilla cálidamente, y la criatura salta en brazos de su madre. ¡Escucho, escucho, escucho con alegría!
Pero hay un árbol entre tantos, hay un prado entre esos prados: ambos me hablan de algo que se ha ido; y también esta margarita, a mis pies, me repite la misma historia: ;adónde hu. vó ese esplendor imaginario?, ¿dónde están ahora esa gloria y ese ensueño?
V
Nuestro nacimiento no es más que un sueño y un olvido. Esa alma que surge con nosotros, esa estrella de nuestra vida, se ha puesto en alguna otra parte, y viene de muy lejos. No entera- mente olvidados, y no enteramente desnudos, sino arrastrando nubes de esplendor, venimos desde Dios, que es nuestro hogar; durante nuestra infancia, el cielo aún nos rodea. Las sombras de la cárcel ya empiezan a circundar al niño que crece; pero él ve la luz, y ve de dónde proviene; la ve en su alegría. El adolescente, que ya se aleja cada vez más del Oriente, es aún el sacerdote de la naturaleza, y la espléndida visión acompaña su camino. El hombre, finalmente, la ve m orir y desvanecerse en la luz del día vulgar*
VII
¡Mirad al niño entre sus nacientes felicidades: un tesoro de seis años, del tamaño de un pigmeol M iradlo entre las obras de su mano, impaciente ante los impetuosos abrazos de su madre, iluminado por la m irada de su padre. M irad a sus pies un diminuto croquis, un plano, un fragmento de su sueño de vida humana, hecho por él mismo, con arte recién aprendido; un casa-
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ODAS 173
; veo que a vuestro i de vues- si yo me
i esta m anos y disente, y la >, escucho
esos pra- bién esta lónde hu-
gloria y
vido. Esa da, se ha o entera- castrando0 hogar; sombraspero él
1 adoles- sacerdo- cam ino.luz del
oro de ►ras de nadie, dim i-
!a hu- casa-
miento o un festival, una desgracia o un funeral; esto lo absorbe ahora, y de acuerdo con esto canta su canción. Luego adaptará su lengua a los diálogos del amor, de los negocios o de la guerra; pero no tardará en dejarlos a un lado; con nueva alegría y orgullo, el actorcito estudiará otro rol, y llenará su “hum orístico escenario” con todos los personajes, hasta la decrépita vejez, que la vida trae en su equipaje; como si toda su vocación fuera una interminable im itación.
VIII
Tú, cuyo aspecto exterior disimula la inmensidad de tu alma; tú, el mejor de los filósofos, que aún conservas tu herencia; tú, ojo entre los ciegos, que sordo y silencioso lees la profundidad eterna, eternamente sondeada por la eterna mente, ¡poderoso profeta, bendito adivino!, donde se ocultan las virtudes que durante toda una vida nos esforzamos por descubrir; tú, cuya in mortalidad te cobija como la luz del día, como el amo al esclavo, como una presencia que no puede hacerse a un lado; tú, criatura, que sin embargo te glorificas en tu poder de libertad celestial, en la altura de tu ser, ¿por qué con tan ávido esfuerzo solicitas a los años que te impongan su yugo inevitable y ciegamente luchas con tu beatitud? ¡Pronto deberá soportar tu alma todo su fardo terrestre, y la costumbre pesará sobre ti como una carga, grávida como el hielo y casi tan profunda como la vida!
IX
¡Qué felicidad que todavía haya algo viviente entre nuestras cenizas, y que la naturaleza rememore aún lo que fué tan fugitivo! El recuerdo de los años pasados despierta en mí perpetuas bendiciones; no, en verdad, por aquello que más merece ser bendecido: el placer y la libertad, inocente religión de la infancia, que ya en la acción o en el reposo aletea siempre en su pecho con novel esperanza. No es por eso que elevo una canción de elogio y agradecimiento; sino por esa duda obstinada de los sentidos y del mundo exterior; esas caídas, esas desapariciones, esos confusos presentimientos de una criatura que se mueve en mundos no comprendidos; esos instintos elevados, ante quienes temblaba nuestra naturaleza mortal, como sorprendida en un
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174 WILLIAM WORDSWORTHacto culpable. Por esos primeros afectos, esos difusos recuerdos que, sean lo que sean en realidad, son todavía el manantial de toda la luz que nos ilumina, y la luz directora de toda nuestra visión; que nos sostienen, nos alim entan y tienen el poder de hacernos creer que nuestros ruidosos años son meros instantes en el proceso del silencio perpetuo; verdades que se despier. tan para no perecer nunca más, y que ni la distracción, ni los actos insensatos, ni el hombre, ni el niño, ni todo lo que se opone a la alegría, pueden abolir o destruir completamente.
Por eso, en las épocas de calma, por más lejos que estemos de la costa, nuestras almas divisan ese m ar inm ortal que nos trajo hasta aquí; y en un instante pueden viajar hacia él, y ver los niños que juegan en la playa, y oír las aguas poderosas, eternamente agitadas.
X
Entonces, ¡cantad, pájaros, cantad, cantad un canto alegre!Y que los corderitos salten como al compás del tamboril. Nosotros nos uniremos mentalmente a vuestra comitiva, a los que cantan y a los que juegan, a los que hoy sienten en sus corazo- nes la alegría de la primavera. ¿Qué im porta que el fulgor, anta- ño tan brillante, se haya alejado para siempre de mi vista? Aunque nada podrá devolvernos el instante de esplendor en la hierba, de gloria en la flor, no nos lamentaremos, y más bien buscaremos fuerzas en lo que ha perdurado, en la primitiva simpatía que, habiendo existido, siempre existirá; en los pensamientos consoladores que surgen del sufrimiento humano, en la fe que sabe ver a través de la muerte, y en los años que forman nuestra mente filosófica.
XI
¡Y vosotras, fuentes, praderas, colinas y arboledas, o h no penséis en una separación de nuestros afectos! Todavía siento vuestro poder en lo más íntimo del alma; si he renunciado a aquel deleite, sólo fué para vivir bajo el hábito de vuestro imperio. vSí, amo los arroyos que se precipitan por sus cauces, aún más que cuando podía correr tan ligeramente como ellos; el in o ce n te
brillo del día que nace es todavía hermoso; las nubes que ro
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ODAS 175
>s recuerdosanantial de )da nuestra 1 poder de >s instantes se despier- :ión, ni los lo que se
ámente, estemos de ; nos trajo
y ver los as, eterna-
to alegre! oril. Nos- a los que is corazo- ?or, anta- mi vista? lor en la nás bien primitiva :>s pensa- íano, en que for-
dean al sol poniente, reciben ese sobrio colorido de ojos que han contemplado la mortalidad del hombre; otra raza ha existido, y otros laureles fueron conquistados. Gracias al corazón humano, por quien vivimos; gracias a su ternura, a sus alegrías, y a sus temores; la más modesta de las flores puede provocarme pensamientos a veces más profundos que las lágrimas.
I WANDERED LONELY AS A C L O U D ...
Un día erraba solitario como una nube que flota en las alturas sobre valles y colinas, cuando de pronto vi una muchedumbre, un ejército de narcisos dorados; junto al lago, bajo los árboles, se estremecían y bailaban en la brisa.
Sin interrupción, como las estrellas que brillan y titilan en la vía láctea, se extendían como una línea infinita a lo largo de las márgenes de aquella ensenada; de una sola mirada vi más de diez mil narcisos, que movían sus cabezas en animada danza.
También las olas danzaban a su lado, pero ellos estaban más contentos que las brillantes olas. Un Poeta sólo podía sentirse alegre en tan jovial compañía; yo miraba y miraba; pero no sabía aún cuánta riqueza me había proporcionado esta visión.
Porque muchas veces, cuando descanso en mi lecho, ocioso o pensativo, vuelven repentinamente a brillar ante ese ojo interior que es la felicidad de los solitarios; y mi alma se llena entonces de deleite, y danza con los narcisos.
(Traducción de J. R. Wilcock)
no pen- to vues- a aquel erio. Sí, lás q u e nocente ]ue ro-
ERA UN FANTASMA DEL GOZO
Era un fantasma del gozo cuando por vez primera resplandeció a mis ojos, una aparición jubilosa enviada para adorno de un instante: sus ojos, como estrellas de un bello crepúsculo; como el crepúsculo también su cabellera oscura; pero todo el resto en ella provenía del mes de mayo y de la aurora gozosa: una forma danzante, una imagen radiante que obsesiona, turba y descarría.
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176 WILLIAM WORDSWORTHVista más de cerca, advertí que era un espíritu y hasta una
mujer también. Sus movimientos en el hogar eran leves y suel- tos, su paso de una libertad virginal: un semblante en el que se encontraban dulces recuerdos y promesas igualmente dulces- una criatura no demasiado brillante ni excelente para el sostén cotidiano de la humana naturaleza, para los dolores fugaces, los engaños pequeños, la alabanza, el reproche, el amor, los besos, las lágrimas y las sonrisas.
Y ahora veo con ojos serenos el pulso mismo de la máquina: un ser que vive una vida pensativa, un viajero entre la vida y la muerte, razón firme, voluntad moderada, paciencia, previsión, fuerza y destreza: una mujer perfecta, noblemente planeada, para advertir, para consolar, para ordenar; y, no obstante, siem- pre un espíritu, y resplandeciente con no sé qué luz angélica.
( Traducción de Ricardo Baeza)
LAODAMIA
“Con sacrificios celebrados antes del amanecer, he solicitado a mi esposo, muerto en la lucha; en la espesa tiniebla, entre sombras solitarias, lo he pedido a los dioses infernales. Y ahora imploro nuevamente la piedad celestial: ¡devuélvelo a mis ojos, gran Júpiter, devuélvelo!”
Con estas palabras, y con la fe de su ferviente amor, la suplicante alza sus manos hacia el cielo; su aspecto se ilumina, como el sol que emerge de una nube, y sus ojos se expanden; su pecho agitado se eleva, su estatura aumenta; inmóvil, espera la decisión.
—¡Oh terror!, ¿qué ha percibido? ¡Oh dicha!, ¿qué mira?, ¿a quién ve? ¿Al héroe muerto en la playa troyana? ¿Es su imagen viviente, su forma corpórea? ¡Es él; si los sentidos no la engañan, es él! ¡Y un dios lo conduce: el alado Mercurio!
El bondadoso Hermes le habla, y la toca con su caduceo que calma todo terror: “La merced de Júpiter ha coronado tu plegaria, Laodamia; por su orden, tu esposo pisa los senderos de la atmósfera superior; viene a pasar tres horas contigo. ¡Acepta el don; míralo cara a cara!”