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BLOQUE 4: LA DEMOCRACIA Y LOS VALORES ÉTICOS UNIDAD 1 La responsabilidad ética y política del ciudadano Ya decía Aristóteles que la finalidad de la comunidad política es el bien común. Y para defender el bien común es necesaria la política. Su finalidad debe ser salvaguardar los principios de igualdad ante la ley, la autonomía y participación de los individuos con derechos, es decir, a los ciudadanos, pues lo son al cooperar racional, libre y voluntariamente para lograr el bien común. Es un todos para uno y uno para todos. La política, entonces, sería el instrumento con el que se delibera, dialoga, consensua y se convence mediante la argumentación con el fin de garantizar los derechos públicos de quienes integramos la polis (la ciudad, el país, el estado). Desde la Antiguedad, política y democracia son términos estrechamente relacionados entre sí. La democracia es el gobierno del pueblo, lo cual significa que la ciudadanía son quienes han de ejercer el control sobre los dirigentes políticos. E incluso más: en democracia, la ciudadanía son aquellos individuos que piensan por sí mismos y que cumplen las leyes, sin estar bajo el mandato de otros superiores a ellos. Lo que iguala a la ciudadanía es la misma ley: deliberada, consensuada y a la que se debe obedecer para asegurar la convivencia. La cuna de la democracia fue Grecia. Una democracia directa en la que una ciudadanía participativa podía debatir en asamblea y resolver pública y abiertamente los asuntos políticos. Por razones sociogeográficas, actualmente nuestras democracias son indirectas o representativas, por lo que la participación de la ciudadanía queda básicamente limitada a elegir a sus dirigentes, algo que debe hacernos pensar seriamente en la responsabilidad de expresar nuestra voluntad soberana en las urnas. Y gran parte de la responsabilidad del ciudadano requiere de la virtud de la ciudadanía, algo que reclamaba Aristóteles en el logro del bien común de la ciudad. Solo quien era prudente, con los mejores hábitos, con la preocupación por los asuntos públicos y no solo por los privados, era un buen ciudadano. La democracia, por definición, está llena de ventajas. Sin embargo hay que reconocer que puede desarrollar graves defectos. La demagogia es uno de ellos, pues es fácil manipular la opinión de la ciudadanía y agitar a las masas buscando satisfacer los propios intereses a costa del bien público. La principal arma de los demagogos es la propaganda, que trata de cambiar el juicio de la ciudadanía mediante argumentos que no son racionales. Los mejores remedios contra la demagogia son la información y la educación, sin duda requisitos indispensables para argumentar y deliberar correctamente. También es un riesgo de las democracias la indiferencia o el excesivo alejamiento de la política por parte de la ciudadanía. Como sabemos, la falta de participación política se produce cuando la ciudadanía se siente engañada por quienes la representan a nivel político y no ven resueltos sus principales problemas (escasez de trabajo, mala gestión de recursos públicos, fraude y corrupción…). Las consecuencias se retroalimentan, pues desaparece aún más el control que ejerce o debería ejercer el ciudadano sobre quienes gobiernan. Para combatirlo es necesario incrementar la responsabilidad y la participación ciudadana en la política. Por último, debemos reflexionar sobre el riesgo de la imposición de la mayoría, cuyo criterio puede llegar a ser dictatorial si suprime los derechos de las minorías, algo

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BLOQUE 4: LA DEMOCRACIA Y LOS VALORES ÉTICOSUNIDAD 1 La responsabilidad ética y política del ciudadano

Ya decía Aristóteles que la finalidad de la comunidad política es el bien común. Y para defender el bien común es necesaria la política. Su finalidad debe ser salvaguardar los principios de igualdad ante la ley, la autonomía y participación de los individuos con derechos, es decir, a los ciudadanos, pues lo son al cooperar racional, libre y voluntariamente para lograr el bien común. Es un todos para uno y uno para todos. La política, entonces, sería el instrumento con el que se delibera, dialoga, consensua y se convence mediante la argumentación con el fin de garantizar los derechos públicos de quienes integramos la polis (la ciudad, el país, el estado). Desde la Antiguedad, política y democracia son términos estrechamente relacionados entre sí. La democracia es el gobierno del pueblo, lo cual significa que la ciudadanía son quienes han de ejercer el control sobre los dirigentes políticos. E incluso más: en democracia, la ciudadanía son aquellos individuos que piensan por sí mismos y que cumplen las leyes, sin estar bajo el mandato de otros superiores a ellos. Lo que iguala a la ciudadanía es la misma ley: deliberada, consensuada y a la que se debe obedecer para asegurar la convivencia. La cuna de la democracia fue Grecia. Una democracia directa en la que una ciudadanía participativa podía debatir en asamblea y resolver pública y abiertamente los asuntos políticos. Por razones sociogeográficas, actualmente nuestras democracias son indirectas o representativas, por lo que la participación de la ciudadanía queda básicamente limitada a elegir a sus dirigentes, algo que debe hacernos pensar seriamente en la responsabilidad de expresar nuestra voluntad soberana en las urnas. Y gran parte de la responsabilidad del ciudadano requiere de la virtud de la ciudadanía, algo que reclamaba Aristóteles en el logro del bien común de la ciudad. Solo quien era prudente, con los mejores hábitos, con la preocupación por los asuntos públicos y no solo por los privados, era un buen ciudadano.

La democracia, por definición, está llena de ventajas. Sin embargo hay que reconocer que puede desarrollar graves defectos. La demagogia es uno de ellos, pues es fácil manipular la opinión de la ciudadanía y agitar a las masas buscando satisfacer los propios intereses a costa del bien público. La principal arma de los demagogos es la propaganda, que trata de cambiar el juicio de la ciudadanía mediante argumentos que no son racionales. Los mejores remedios contra la demagogia son la información y la educación, sin duda requisitos indispensables para argumentar y deliberar correctamente. También es un riesgo de las democracias la indiferencia o el excesivo alejamiento de la política por parte de la ciudadanía. Como

sabemos, la falta de participación política se produce cuando la ciudadanía se siente engañada por quienes la representan a nivel político y no ven resueltos sus principales problemas (escasez de trabajo, mala gestión de recursos públicos, fraude y corrupción…). Las consecuencias se retroalimentan, pues desaparece aún más el control que ejerce o debería ejercer el ciudadano sobre quienes gobiernan. Para combatirlo es necesario incrementar la responsabilidad y la participación ciudadana en la política. Por último, debemos reflexionar sobre el riesgo de la imposición de la mayoría, cuyo criterio puede llegar a ser dictatorial si suprime los derechos de las minorías, algo que convertiría a la democracia en un gobierno que desatiende el principio elemental de la misma: la igualdad de todos los ciudadanos. Políticas de protección y medidas de compensación son las soluciones a esta situación de una mayoría egoísta. LA INFLUENCIA SOCIAL

Por muy solos que nos encontremos, no es posible escapar a las influencias sociales que se manifiestan tarde o temprano en nuestra propia conducta, imponiendo su forma de ver e interpretar el mundo. No parece fácil evitar la influencia de modas, ideas o valores que suelen convertirse en prejuicios y estereotipos cuando nuestra personalidad es débil o insegura o cuando aún está por formar y madurar. Sin olvidar que todo conocimiento es una influencia en sí misma (no hay mensajes inocentes), aquellos que tienen una finalidad manipuladora y que pretenden alienar la personalidad cambiando interesadamente nuestra conducta atentan contra la identidad de los individuos. Para lograrlo, recurren a técnicas de persuasión y convicción que pueden clasificarse como propaganda. La publicidad, por ejemplo, es uno de ellos. Con diferentes técnicas se pretende distorsionar la realidad haciéndonos creer algo que o no es o no es un fin en sí mismo, sino un medio para obtener otros fines más lucrativos. Por eso, el desarrollo personal más saludable es aquel que apuesta por una personalidad crítica frente a los ataques de la propaganda ideológica que nos invade, aún más en tan revolucionaria época donde los medios de comunicación juegan un papel fundamental en el aprendizaje y en el desarrollo de nuestra identidad.

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Actitudes sociales como el conformismo o la rebeldía representan los rasgos de pasividad o activismo, respectivamente, sobre la interpretación de valores y normas sociales. El cambio social está relacionado con estas pautas de comportamiento, aunque son muchos los matices psicológicos que las definen. Por ejemplo, la rebeldía extrema puede ser un claro síntoma de inadaptación o resentimiento. Y aunque no parezca aceptable ninguna forma de conformismo, no hablamos de la misma pasividad social cuando mostramos resignación o cuando somos conformistas por miedo al rechazo o cuando asumimos los prejuicios de las mayorías porque es lo políticamente correcto.

Por lo demás, la influencia social está íntimamente relacionada con el LIDERAZGO. En todos los grupos (y según algunos psicólogos, incluso en aquellos donde moralmente se exige equidad de mando y responsabilidades, como es deseable, por

ejemplo, en las parejas sentimentales), existen líderes. El líder expresa dotes de mando que los demás consideran modélicas y dignas de atención y seguimiento, pero también de adulación y obediencia. El carisma del líder y su capacidad de convicción puede convertir al individuo fascinado en un acólito servil incapaz de pensar por sí mismo. También los matices se multiplican cuando profundizamos en la naturaleza del líder. Parece normal que en un mismo grupo el líder lo sea respecto a lo que le hace merecedor de opinión y aceptación por parte de los demás miembros, de tal manera que cada miembro puede ser fuente de liderazgo compartido sobre diferentes conductas (no todos dominan sobre

gustos, conocimientos y acciones), algo que suele ocurrir, por ejemplo, entre las amistades más “saludables”. Pero a veces un único líder domina a la manada, alzándose sobre las necesidades del colectivo (subsistencia, carisma, aceptación), bien encarnando sus ambiciones, o inspirando seguridad, o colmando sus deseos. A veces instrumentalizando el miedo como arma de dominio contra sus semejantes. Sobran ejemplos, desgraciadamente, de líderes históricos que acaparan ese poder y no precisamente de forma benefactora, sino más bien infame y depravada, aprovechando la inmadurez y la dependencia emocional de sus seguidores, estimulando en ellos el fanatismo y la desconfianza patológica, seduciendo al sumiso a la obediencia ciega y despertando en él la obsesión y la agresividad.

APÉNDICE-DEBATE: SUBORDINACIÓN Y DOMINIO

¿Por qué obedece la gente? ¿Qué motiva nuestra entrega incondicional a quien ejerce el poder? La PERSUASIÓN (fascinar, seducir, sugestionar, inducir…) es esa capacidad o habilidad para convencer a una persona con el fin de que piense de una determinada manera o haga cierta cosa. Pionero de la manipulación, el ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels formuló ciertos principios que quizás merezcan reflexión en la actualidad. Se destacan los más importantes:

Principio del método de contagio. Simplificar a los diversos adversarios en una sola categoría. Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el

ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.

Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.

Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”.

Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa.

Principio de la silenciación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

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CINEFORUM: La ola. Die Welle 2008. Alemania. Dirección: Dennis Gansel