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La Educación Sentimental Por Gustave Flaubert

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LaEducaciónSentimental

Por

GustaveFlaubert

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PRIMERAPARTE

I

Hacia las seis de la mañana del 15 de septiembre de 1840, próximo azarpar,elVilledeMontereaudespedíagrandestorbellinosdehumodelantedelmuelledeSaint-Bernard.

La gente llegaba sin aliento; las barricas, los cables, los cestos de ropablanca dificultaban la circulación; los marineros no contestaban a nadie;tropezaban unas con otras las personas; los bultos subían por entre los dostambores,yelbullicioseabsorbíaenelruidodelvapor,que,escapándoseporlas tapaderas de hierro de las chimeneas, todo lo envolvía en una nubeblanquecina,mientraslacampanasonabaavantesincesar.

Porfin,elbarcoarrancó,ylasdosorillas,pobladasdetiendas,decanterosydefábricas,desfilaroncomodosanchascintasquesedesenrollan.

Un jovendedieciochoaños,depelo largo,que llevabaunálbumdebajodelbrazo,estabainmóvilcercadeltimón.Atravésdelabrumacontemplabacampanariosyedificios,cuyonombreignoraba;despuésabrazóenunaúltimaojeada la isla de Saint-Louis, la Cité, Notre-Dame, y muy pronto, aldesaparecerParís,lanzóunsuspiroprolongado.

FrédéricMoreau,queacababaderecibireltítulodebachiller,regresabaaNogent-sur-Seine, donde debía languidecer durante dosmeses antes de ir acursar derecho. Su madre, con la suma indispensable, le había enviado alHavreaveraunhermanosuyo,delcualesperabaquefueseherederosuhijo;volvió de allí la víspera, y lamentaba no poder permanecer en la capital,siguiendo,parallegarasuprovincia,elcaminomáslargo.

Se apaciguó el tumulto; todos ocuparon su sitio: algunos, en pie, secalentaban alrededor de la máquina, y la chimenea despedía con resoplidolentoyrítmicosupenachodehumonegro;gotitasderocíoresbalabanporloscobres,elpuentetemblabaalimpulsodeunapequeñavibracióninterior,ylasdosruedas,girandorápidamente,golpeabanelagua.

Elríoseveíacosteadodeplayasarenosas;seencontrabanalgunasbalsasdemadera que ondulaban al compás de las olas, o lanchas sin velas en quepescabaunhombresentado.Luego,lasbrumaserrantessefundieron,aparecióel sol, descendiópoco apoco la colinaque seguía el cursodelSena, por laderecha,surgiendootra,máspróxima,enlaorillaopuesta.

La coronaban algunos árboles en medio de casas chatas, cubiertas de

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tejados a la italiana, con jardines en declive, separados por muros nuevos,verjasdehierro,céspedes,templadasestufasytiestosdegeranios,espaciadoscon regularidad en terrazas provistas de antepechos.Más de uno, al divisaraquellas coquetonas residencias, tan tranquilas, deseaba ser propietario, paravivir en ellas hasta el fin de sus días, con un buen billar, una chalupa, unamujer,ocualquierotrosueño.Elplacerenteramentenuevodeunaexcursiónfluvialfacilitabalasexpansiones.Yalosbromistasempezabanconsusgracias;muchoscantaban;lagenteestabaalegreysetomabancopas.

Frédéric pensaba en el cuarto que ocuparía en su casa, en el plan de undrama,enasuntosparacuadros,enfuturaspasiones.Juzgabaquelafelicidadmerecida por la excelencia de su alma tardaba en venir. Declamó versosmelancólicos;paseabaporelpuenteconrápidopaso,seadelantóhastaelfin,del ladode la campana, y, en un círculo de pasajeros ymarineros, vio a unseñorquedecíagalanteríasaunaaldeana,jugandomientrasconlacruzdeoroque llevabaellasobreelpecho.Eraunhombredecuarentaaños,decabellocrespo. Su busto vigoroso llenaba una chaqueta de terciopelo negro; en sucamisa de batista brillaban dos esmeraldas y su ancho pantalón blanco caíasobre unas botas raras, coloradas, de cuero de Rusia, bordadas con dibujosazules.

LapresenciadeFrédéricno ledetuvo.Sevolvióhacia élmuchasveces,interpelándolepormediodesusojos;despuésofreciócigarrillosacuantoslerodeaban.Perohartodeaquellacompañía,sinduda,sefuemáslejos.Frédériclesiguió.

Laconversacióntranscurrióprimeramentesobrelasdiferentesespeciesdetabaco; después, naturalmente, acerca de lasmujeres. El señor de las botascoloradasdioconsejosal joven;expuso teorías,narróanécdotas, secitóa símismo como ejemplo, diciendo todo esto con tono paternal, con unaingenuidaddecorrupcióndivertida.

Era republicano; había viajado, conocía el interior de los teatros, de losrestaurantes, de los periódicos, y a todos los artistas célebres, a los quellamaba familiarmente por sus nombres; Frédéric le confió poco a poco susproyectos,yélleanimóaseguirlos.

Peroseinterrumpióparaobservarelcañóndelachimenea;luegoformuló,deprisa,uncálculoparasaber«cuántocadagolpedepistón,tantasvecesporminuto, debía, etcétera». Y cuando hizo la suma admiró mucho el paisaje,manifestándosedichosoporhaberabandonadolosnegocios.

Frédéricsentíaciertorespetohaciaélynoresistióaldeseodeconocersuapellido.Eldesconocidocontestósinpararse:

—JacquesArnoux,propietariodelArteIndustrial,bulevarMontmartre.

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Uncriado,congalóndoradoenlagorra,vinoadecirle:

—Sielseñortuvieralabondaddebajar…laseñoritalereclama.

Desapareció.

El Arte Industrial era un establecimiento híbrido, compuesto de unapublicación pictórica y un almacén de cuadros. Frédéric había visto aqueltítulo muchas veces en el escaparate de un librero de su país natal, enprospectos inmensos, donde el nombre de Jacques Arnoux aparecíaostentosamente.

Elsolheríadeplano,haciendorelucirlasgrímpolasdehierro,lasgavias,alrededordelosmástiles,lasplanchasdelfilareteylasuperficiedelagua,queporlapartedeproasecortabaendossurcosquesedesvanecíanenellímitedelaspraderas.Entodoslosrecodosdelríoseencontrabaelmismopanoramadeálamos blancos. El campo se veía enteramente solitario, y en el cielo,nubecillas blancas y quietas. El tedio, vagamente esparcido, parecíaamortiguar la marcha del barco y dar a los viajeros un aspecto másinsignificantetodavía.

Excepto algunos burgueses, en primera clase, los demás eran obreros,tenderos con susmujeres y sus chicos. Como entonces había costumbre devestirseconlopeorenlosviajes,casitodosllevabangorrosgriegosviejososombreros descoloridos; estrechos trajes negros, raídos por el roce de lasmesas,olevitasconlosojalesrotosdehaberservidodemasiadoenlatienda;algunoschalecosdeelásticodejabanasomarcamisasdealgodónmanchadasde café, y algunos alfileres de similor clavados en corbatas hechas jirones;trabillas recosidas sujetando zapatos de orillo; dos o tres desharrapados quellevaban bastones con corregüelas lanzaban miradas oblicuas; y padres defamilia abrían desmesuradamente los ojos, haciendo preguntas, hablando enpie o echados sobre sus equipajes; otros dormían por los rincones; muchoscomían. El puente estaba sucio de cáscaras de nueces, colillas de cigarro,mondadurasdeperas.Tresebanistas,deblusa,estabanparadosdelantedelacantina;unmúsico,arpista,enharapos,descansabaapoyandoloscodosensuinstrumento;seoíaaintervaloselruidodelcarbóndepiedraenlahornilla,ungrito,unarisa.Yelcapitán,enelentrepuente,andabadeunoaotro tambor,sin detenerse. Frédéric, para ir a su sitio, empujó la verja que separaba laprimeraclaseymolestóadoscazadoresconsusperros.

Aquellofuecomounaaparición.

Ellaestabasentadaenmediodelbanco,completamentesola;porlomenos,élnovioanadie,debidoaldeslumbramientoquesusojos leprodujeron.Almismotiempoquepasabaél,ellaalzólacabeza,éllabajóinvoluntariamente,ycuandopasómáslejos,delmismolado,lamiró.

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Llevaba un sombrero de paja ancho con cintas de color rosa, quefluctuabanalvientoporsuespalda.Suscabellosnegros,quedescendíanhastaelextremodesusgrandescejas,parecíanceñiramorosamenteelóvalodesurostro.Sutraje,demuselinaclaraconlunarcitos,caíaennumerosospliegues.

Seocupaba enbordar algo, y su nariz recta, sumentón, su persona todaresaltabasobreelfondoazuldelespacio.

Comosemanteníaenlamismaactitud,dioélmuchasvueltasaizquierdayderecha para disimular la maniobra; luego se detuvo muy cerca de susombrilla,colocadacontraelbanco,yfingióqueobservabaunachalupaporelrío.

Jamáshabíavistoaquelesplendordetezmorena,laseduccióndeunbusto,ni aquella delicadeza de los dedos que la luz atravesaban. Contemplaba sucestadelaborconarrobamiento,comounacosaextraordinaria.¿Cuáleseransunombre,sudomicilio,suvida,supasado?Ansiabaconocerlosmueblesdesucuarto,todoslostrajesquehubierallevado,lasgentesquelavisitaban,yeldeseode laposesión físicahastadesaparecía anteunafánmásprofundo, enunadolorosacuriosidadsinlímites.

Unanegra,depañueloalacabeza,sepresentó,llevandodelamanoaunaniña ya mayor, cuyos ojos estaban llenos de lágrimas y que acababa dedespertarse.Lacogiósobresusrodillas.Laseñoritanoerabuena,aunqueibapronto a cumplir siete años; su madre ya no la quería; se le perdonabandemasiadosuscaprichos.

Y Frédéric se alegraba de oír aquellas cosas, como si hubiera hecho undescubrimiento,unaadquisición.

La suponía de origen andaluz, quizá criolla. ¿Habría traído de las islas,consigo,aaquellanegra?

Un gran chal de rayas violeta ceñía su espalda sobre la borda de cobre.¡Cuántas veces, en medio del mar, durante las noches húmedas, habríaenvueltosubusto,habríacubiertosuspies,hastadormirasuabrigo!Elchalibadeslizándosepocoapocohaciaelagua.Frédéricdiounsaltoylocogió.Ellaledijo:

—Muyagradecida,caballero.

Susojosseencontraron.

—¿Estás lista, mujer? —preguntó el señor Arnoux, apareciendo en laescalera.

LaseñoritaMarthecorrióhaciaély,colgadadesucuello,letirabadelosbigotes.Elsonidodeunarpaseoyódepronto,yquisolaniñaoírlamúsica;alpunto, el del instrumento, traído por la negra, entró en el departamento de

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primera.Arnouxlereconocióporserunantiguomodeloyletuteó,cosaquesorprendióalospresentes.Porfin,elarpistaechóhaciaatrássuanchopecho,extendióelbrazoysepusoatocar.

Era una romanza oriental, en que se trataba de puñales, de flores y deestrellas. El hombre de los harapos cantaba aquello con tono mordaz; losmovimientos de la máquina cortaban la melancolía sin medida; apretaba élmás,vibraban lascuerdasysussonidosmetálicosparecíanexhalar sollozos,comolaquejadeunamororgullosoyvencido.

En ambas orillas del río se veían los bosques descender hasta el agua;circulabaunacorrientedeairefresco;laseñoraArnouxmirabavagamentealolejos.

Cuandocesólamúsicamoviólospárpadosmuchasveces,comosisalieradeunsueño.

El arpista se les aproximó humildemente.MientrasArnoux buscaba unamoneda, Frédéric alargó hacia la gorra su mano cerrada y, abriéndolapudorosamente,depositóenellaunamonedadeorodeveinte francos.Ynoeralavanidadloqueleempujabaadaraquellalimosnadelantedeella,sinounpensamientodebendición aque la asociaba, unmovimientodel corazóncasireligioso.

Arnoux, enseñándole el camino, le invitó cordialmente a que almorzara.Frédéricaseguróqueacababadealmorzar;sinembargo,semoríadehambreynoteníayaniuncéntimoenelfondodesubolsillo.

Despuéspensóqueteníatantoderechocomootrocualquieraapermanecerenlacámara.

Alrededor de las mesas redondas comían los burgueses y circulaba uncamarero.LosseñoresdeArnouxsehallabanenelextremo,aladerecha;élsesentóenlalargabanquetadeterciopeloycogióunperiódicoqueallíencontró.

Debían tomar la diligencia de Châlons en Montereau. Su viaje a Suizaduraríaunmes.

LaseñoraArnouxcensurabaasumaridoporsudebilidadconlapequeña.Murmuróélalgoasuoído,unagraciaindudablemente,puestoqueellasonrió;despuésfueacorrerlacortinadelaventanadedetrás.

El techobajo,yenteramenteblanco,arrojabauna luzfuerte.Frédéric,defrente,distinguíalasombradesuspestañas.Mojabaellasuslabiosenelvasoyentresusdedossosteníaunacartera.Elmedallóndelapislázuli,sujetoconunacadenilladeoroasumuñeca,sonabadecuandoencuandocontraelplato.Losqueestabanallí,sinembargo,noparecíannotarlo.

Algunasveces seveíapor lasventanasdeslizarse el flancodeunabarca

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que abordaba el barco para tomar o dejar viajeros. Las gentes que estabansentadasalamesaseinclinabanhacialasaberturasydecíanelnombredeloslugaresribereños.

Arnouxsequejabadelacocina;gritómuchoporlacuentayobligóaquelaredujeran.Despuéssellevóaljovenaproaparabebergrogs;peroFrédéricsevolviómuyprontoalatoldilla,dondeseencontrabalaseñoraArnoux,queleíaunpequeñovolumendetapasgrises.

Los extremos de su boca se entreabrían en algunos momentos, y unrelámpago de placer iluminaba su frente. Frédéric tuvo celos del que habíainventadoaquellascosasqueocupabansumente.Cuantomáslacontemplaba,más sentía que entre ambos se abrían abismos. Pensaba que era precisoabandonarla lenta, irrevocablemente,sinhabercruzadounafrase,sindejarsenisiquieraunrecuerdo.

Unallanuraseextendíahacialaderecha;alaizquierda,unherbazalibaareunirse suavemente a una colina en que se percibían viñedos, nogales, unmolinoenmediodelverde;algunossenderos,másallá,formandozigzagsobrelablancarocaquetocabaallímitedelcielo.¡Quédichasubirjuntos,elbrazorodeandosucintura,mientrassu traje fuesebarriendo lashojasamarillentas,escuchando su voz, dominado por los rayos de sus ojos! El barco podíadetenerse,no teníanmásquebajarse,yaquellacosa tan sencillanoeramásfácil,sinembargo,quecambiarelcursodelsol.

Algomáslejossedescubríauncastillodetejadopuntiagudocontorrecillascuadradas. Un parterre de flores se extendía delante de su fachada, y lasavenidaspenetrabanenlosaltostiloscomonegrasbóvedas.

Selafigurópasandoporellímitedelossetos.

Enaquel instante, una señoritayuncaballero joven sedejaronver en laescalera,entrelostiestosdenaranjos.

Luego,tododesapareció.

Lachiquillajugabacercadeél;Frédéricquisobesarla;ellaseocultódetrásde la criada; le riñó sumadre por no ser amable con el caballero quehabíasalvadosuchal.

«¿Eraestaunamaneraindirectadeentrarenconversación?¿Irá,porfin,ahablarme?»,sepreguntó.

Apremiabaeltiempo.¿CómoobtenerunainvitaciónparacasadeArnoux?Ynoseleocurriónadamejorquehacerlenotarelcalordelotoño,añadiendo:

—Prontoelinvierno,laestacióndelosbailesylascomidas…

PeroArnouxsehallabamuyocupadoconsusequipajes.

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LacostadeSurvilleapareció; losdospuentes se juntaban, secosteóunacordelería;después,unafiladecasaschatas;abajo,marmitasdebrea, trozosdemadera,ylospillueloscorríanporlaarena,dandovueltasalcable.Frédéricreconocióaunhombreconchalecodemangasylegritó:

—Despáchate.

Llegaron.BuscótrabajosamenteaArnouxentrelamultituddepasajeros,yelotrocontestó,estrechándolelamano:

—Hastalavista,amigomío.

Cuando estuvo sobre elmuelle, Frédéric se volvió. La señora se hallabacerca del timón, en pie.Le envió unamirada en que procuró poner toda sualma;comosinadahubierahecho,permanecióellainmóvil.

Después,sinfijaratenciónenlossaludosdesucriado,ledijo:

—¿Porquénohastraídoelcochehastaaquí?

Elbuenhombreseexcusó.

—¡Quétorpe!Damedinero.

Ysefueacomeraunaposada.

Uncuartodehoradespués,tuvodeseosdeentrarcomoporcasualidadenelpatiodelasdiligencias;todavíapodíaverla,quizá.

«¿Paraqué?»,sedijo.

Yelcocheamericanolellevó.Unodelosdoscaballosnopertenecíaasumadre; había pedido prestado el del señor Chambrion, el recaudador, paraengancharloconelsuyo.IsidoresaliólavísperaydescansóenBrayhastalanoche,yhabíadormidoenMontereau;poresolasbestiastrotabanbien.

Campos segados se prolongaban hasta el infinito.Dos hileras de árbolesbordeabanelcaminoy losmoretonesdeguijarrossesucedían;pocoapoco,Villeneuve-Saint-Georges,Ablon,Châtillon,Corbeilylosotrospueblos;todo«su» viaje le vino a la memoria de manera tan clara, que ahora distinguíadetallesnuevos,particularidadesmásíntimas;pordebajodelúltimovolantede«su» vestido veía «su» pie, calzado con fina bota de seda colormarrón; eltoldo de cutí formaba un amplio dosel sobre su cabeza, y las bolitasencarnadasdelasguarnicionessemovíanperpetuamentealsoplodelabrisa.

Se parecía a las mujeres de los libros románticos. No hubiera queridoañadirniquitarnadaasupersona.Eluniversoseensanchabaderepente;ellaeraelpuntoluminosodondeconvergíaelconjuntodelascosas.Ymecidoporelmovimientodelcarruaje,conlospárpadosmediocerrados,lamiradaenlasnubes,seentregabaaunaalegríasoñadoraeinfinita.

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EnBraynoesperóaqueledieranlaavena:sefueporelcaminoadelante,enteramente solo. Arnoux la había llamado Marie. Entonces, él gritó, muyalto:«¡Marie!».Suvozseperdióenelviento.

Una ancha franja de color púrpura inflamaba el cielo al Occidente.Grandesruedasdemolino,queseveíanenmediodelosrastrojos,proyectabangigantescassombras.Unperrosepusoa ladrarencierta lejanahacienda.Seestremeció,sobrecogido,conunainquietudsincausa.

Cuando Isidore se le reunió, se colocó en el pescante para guiar. Sudesfallecimientohabíapasado;sehallabaenteramenteresueltoaintroducirse,noimportabacómo,encasadelosArnoux,arelacionarseconellos.Suhogardebía de ser agradable; Arnoux, además, le gustaba; después, ¿quién sabe?Entonces,unaoleadadesangrelesubióalacara;sussieneszumbaban.

Chasqueóellátigo,sacudiólasriendasyllevabaloscaballosaunpasotal,queelviejococherolerepetía:

—Despacio,másdespacio;losdejaráustedsinresuello.

PocoapocosecalmóFrédéricyescuchóasucriado.

Esperabanalseñorcongranimpaciencia.LaseñoritaLouisehabíalloradoporquequeríavenirenelcoche.

—¿QuiéneslaseñoritaLouise?

—LachiquitinadelseñorRoque,¿sabeusted?

—¡Ah!,nomeacordaba—replicóFrédéricindolentemente.

Atodoesto,losdoscaballosnopodíanmás,amboscojeaban;ylasnuevesonabanenSaint-Laurentcuandollegóalaplazadearmas,delantedelacasadesumadre.Aquellacasaespaciosa,conunjardínquelindabaconelcampo,daba aúnmayor consideración a la señoraMoreau, que era la personamásrespetadadelpaís.

Procedía de una antigua familia noble, ya extinguida. Su marido, unplebeyo con quien sus padres la casaron, había muerto de una estocada,durantesuembarazo,dejándoleunafortunacomprometida.Recibíatresvecesalasemanaydabadecuandoencuandounacomidaformal;peroelnúmerode las bujías se hallaba calculado y esperaba con impaciencia sus rentas.Aquella estrechez, disimulada como un vicio, la hacía seria. Sin embargo,citaba sus virtudes sin ostentación de gazmoñería, sin acritud. Susmenoresobrasdecaridadparecíangrandeslimosnas.Seleconsultabasobrelaeleccióndeloscriados,laeducacióndelasjóvenes,elartedelosdulces,ymonseñorparabaensucasaenlasvisitasepiscopales.

La señora Moreau alimentaba una gran ambición para su hijo; no le

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gustaba oír que censurasen al gobierno, por una especie de prudenciaanticipada.Élnecesitaríaprotecciónalprincipio;luego,mercedasusmedios,llegaríaaconsejerodeEstado,embajador,ministro.SustriunfosenelcolegiodeSenslegitimabanaquelorgullo:habíaobtenidoelpremiodehonor.

Cuando entró en el salón, todos se levantaron con gran ruido y leabrazaron, y con las butacas y las sillas se formó un amplio semicírculoalrededor de la chimenea. El señorGamblin le preguntó inmediatamente suopiniónsobrelaseñoraLafarge.Aquelproceso,elfurordelaépoca,produjouna violenta discusión; la señora Moreau la contuvo, con pesar del señorGamblin,quelajuzgabaútilparaeljoven,encalidaddefuturojurisconsulto,ysaliódelsalóncontrariado.

Nada debía sorprender en un amigo del tío Roque. A propósito del tíoRoque,sehablódelseñorDambreuse,queacababadeadquirirlapropiedaddelaFortelle.PeroelrecaudadorsehabíallevadoaparteaFrédéricparasaberloquepensabadelaúltimaobradeGuizot.Todosdeseabanconocersusasuntos,ylaseñoraBenoîtpreguntódirectamentesobresutío.

¿Cómoestabaaquelbuenpariente?

Nodabayanoticiassuyas.

¿NoteníaunprimolejanoenAmérica?

Lacocineraanuncióquelasopadelseñorestabaservida.Lagenteseretirópordiscreción.

Encuanto,pocodespués,estuvieronsolos,sumadreledijoenvozbaja:

—¿Ybien?

El viejo le había recibido muy cordialmente, pero sin manifestar susintenciones.

LaseñoraMoreaususpiró.

«¿Dóndeestaráahoraella?»,pensóél.

Ladiligenciarodabay,envueltaenelchal,sinduda,apoyabaenelpañodelcupésuhermosacabezadormida.

Subíanasuscuartos,cuandounmozodelCisnedelaCruztrajounacarta.

—¿Quéeseso?

—Deslauriers,quemenecesita—dijo.

—¡Ah!, tu camarada —contestó la señora Moreau, con sonrisa dedesprecio—.¡Lahorahasidobienelegida,ciertamente!

Frédéricvacilaba;perolaamistadvencióycogiósusombrero.

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—Porlomenos,notardesmucho—ledijosumadre.

II

ElpadredeCharlesDeslauriers,antiguocapitándeinfantería,dimisionariode1818,volvióaNogentacasarse,yconeldinerodeladotehabíacompradounaplazadealguacildecorte,queapenaslebastabaparavivir.Agriadoporgrandes injusticias,sufriendoconsusantiguasheridasyechandosiempredemenosalemperador,desahogabaenlasgentesquelerodeabanlascólerasquele mortificaban. Pocos niños fueron más golpeados que su hijo. El muytravieso no cedía, a pesar de los golpes. Cuando su madre trataba deinterponerseseveíatanmaltratadacomoelchico.Porfin,elcapitánlecolocóen su estudio, y todo el día le tenía inclinado sobre el pupitre, copiandodocumentos, cosa que le produjo el desarrollo del hombro derecho,visiblementemayorqueelotro.

En1833,el señorpresidente le invitóaquevendierasuestudio,yasí lohizo. Su mujer murió de un cáncer. Él se fue a vivir a Dijon; después seestableció como procurador, en Troyes, y, habiendo obtenido para Charlesmediabeca,lellevóalcolegiodeSens,dondeseencontróconFrédéric.Peroelunoteníadoceaños,yelotro,quince;además,mildiferenciasdecarácterydeorigenlosseparaban.

Frédéric encerraba en su cómoda toda clase de provisiones, cosasexcelentes;unneceserdeaseo,porejemplo.Legustabalevantarsetarde,mirarlasgolondrinas,leerobrasdramáticasy,echandodemenoslasdulzurasdesucasa,encontrabapenosalavidadelcolegio.

Encambio,alhijodelalguacilleparecíaagradable.Trabajabatanto,quealsegundoañopasóalaclasetercera.Sinembargo,acausadesupobrezaodesucarácterpendenciero,lerodeabaunasordamalevolencia.Perounavezqueuncriadolellamóhijodemendigo,enplenopatiodelos«medianos»,lesaltóal cuello, y lo hubieramatado si no intervienen tres profesores de estudios.Frédéric,llenodeadmiración,leestrechóentresusbrazos.Apartirdeesedía,suintimidadfuecompleta.Elafectodeun«grande»(deun«mayor»)lisonjeó,sinduda,lavanidaddel«pequeño»,yelotroaceptócomounafelicidadaquelsacrificioqueleofrecía.

Supadreledejabaenelcolegiodurantelasvacaciones.

Una traduccióndePlatón,queencontróporcasualidad, leentusiasmó.Yentonces se apasionó por los estudios metafísicos, y sus progresos fueronrápidos, porque se entregaba con fuerzas juveniles y con el orgullo de una

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inteligenciaqueseemancipa. Jouffroy,Cousin,Laromiguière,Mallebranche,los escoceses: cuanto la biblioteca contenía, otro tanto aprendió; hasta tuvonecesidadderobarlallaveparaprocurarselibros.

Las distracciones de Frédéric eranmuy serias.Dibujó, en la calleTrois-Rois, la genealogía deCristo, esculpida en un poste; luego, el pórtico de lacatedral. Después de los dramas de la Edad Media leyó las memorias:Froissart,Comines,Pierredel’Estoile,Brantôme.

Lasimágenesqueaquellaslecturasllevabanasuespírituledominabantanporcompleto,queexperimentabalanecesidaddereproducirlas.AmbicionabaserundíaelWalterScottdeFrancia.Deslauriersmeditabaunvastosistemadefilosofíaquetuvieralasmáslejanasaplicaciones.

Hablabande todo aquello durante los recreos, en el patio, enfrente de lainscripciónmoralpintadadebajodelreloj;cuchicheabanen lacapilla,en lasbarbas de sanLuis; soñaban en el dormitorio, desde el cual se dominaba elcementerio.Losdías depaseo se colocabandetrás de los demásyhablabaninterminablemente.

Hablabandeloqueharíanmuchomástarde,cuandosalierandelcolegio.PrimeroemprenderíanungranviajeconeldineroqueFrédéricrecibiríadesufortuna,alamayoríadeedad.LuegovolveríanaParís,trabajaríanjuntos,nosesepararían;y,comodescansodesustrabajos,tendríanamoresdeprincesasen tocadores de raso, o fulgurantes orgías con ilustres cortesanas. Algunasdudas se presentaban después de sus entusiasmos y esperanzas, después decrisisdealegrefacundia,cayendoenunprofundosilencio.

Las noches de verano, cuando habían andado mucho tiempo por loscaminos pedregosos, por las orillas de los viñedos o por el camino real enpleno campo, y los trigos ondulaban al sol, mientras perfumes de angélicaembalsamabanelaire,unaespeciedesofocaciónlossobrecogíayseechabande espaldas, aturdidos, embriagados. Los demás, en mangas de camisa,jugaban a la barra o lanzaban globos. El criado los llamaba. Se volvían,siguiendo los jardines que atravesaban arroyuelos; luego, los bulevaressombreadosporlosviejosmuros;enlascallesdesiertasseoíansuspasos;laverjaseabría,subíanlaescalera,comodespuésdegrandesdesórdenes.

El señor censor pretendía que se exaltabanmutuamente.Sin embargo, siFrédérictrabajabaenlasclasesdealtosestudios,eraporlasexhortacionesdesuamigo;yenlasvacacionesde1837lellevóacasadesumadre.

EljovendesagradóalaseñoraMoreau;comióextraordinariamente,rehusóasistirlosdomingosalamisa,teníaideasrepublicanas;porúltimocreyóquehabíaconducidoasuhijoalugaresdeshonestos.Sevigilaronsusrelacionesyporesosequisieronmás.SudespedidafuepenosacuandoDeslauriers,alaño

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siguiente,dejóelcolegioparaestudiarderechoenParís.

Frédéric pensaba reunirse con él. No se habían visto hacía dos años, ycuandosusabrazosterminaron,sefueronhacialospuentesparapoderhablarconmayorlibertad.

Elcapitán,queteníaporentoncesunbillarenVillenauxe,sehabíapuestorojo de cólera cuando su hijo le había reclamado las cuentas de su tutela, yhasta le había suprimido los alimentos netamente. Pero como trataba depresentarsemástardeaconcursoparaunacátedradeprofesordelaescuela,ynoteníadinero,DeslauriersaceptóenTroyesunaplazadepasanteencasadeunabogado.Afuerzadeprivacioneseconomizaríacuatromilfrancos,ysinohabíadetomarnadadelaherenciamaterna,siempretendríaconquétrabajarlibremente,durante tresaños,esperandoahacerseunaposición.Erapreciso,pues, abandonar su antiguo proyecto de vivir juntos en la capital, por elpresentealmenos.

Frédéric bajó la cabeza; aquel era el primero de sus sueños que sedesvanecía.

—Consuélate—dijoelhijodelcapitán—;lavidaeslarga;somosjóvenes.Yamereunirécontigo.Nopiensesmásenello.

Leestrechabalasmanosy,paradistraerle,lehizovariaspreguntasacercadesuviaje.

Frédéric no tenía grandes cosas que contar. Pero al recordar a la señoraArnoux desapareció su pena. No habló de ella, contenido por pudor; encambioseextendiórespectoaArnoux,refiriendosusideas,susmaneras,susamistades; y Deslauriers le animó mucho para que cultivara aquellasrelaciones.

Frédéric,enaquellosúltimostiempos,nohabíaescritonada;susopinionesliterarias habían cambiado; estimabapor encimade todo la pasión:Werther,René, Franck, Lara, Lélia y otros más medianos le entusiasmaban casiigualmente. A veces la música le parecía la única capaz de expresar susturbacionesinteriores;entoncessoñabasinfonías;oledominabalasuperficiede las cosas, y quería pintar. Había compuesto versos, sin embargo.Deslaurierslosencontrómuyhermosos,perosinpedirquelerecitaramás.

Él, a suvez, sehabíaapartadode lametafísica.Laeconomía socialy laRevoluciónfrancesa lepreocupaban.Enaquellaépocaeraungrandiablodeveintidós años, flaco, con una boca ancha y aire resuelto. Aquella nochellevabaunmalpaletódelasténysuszapatosestabanblancosdepolvo,porquehabíaandadoapieelcaminodeVillenauxe,expresamenteparaveraFrédéric.

Isidoreseacercóaellos.

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Laseñorarogabaalseñoritoquevolviera,y temiendoquehicierafrío, leenviabasucapa.

—Quédate—dijoDeslauriers.

Ycontinuaronpaseándosedeunoaotroextremodelosdospuentesqueseapoyabanenlaestrechaislaqueformanelcanalyelrío.

CuandoibandelladodeNogentteníanenfrenteungrupodecasasqueseinclinabanlevemente;aladerecha,laiglesiaaparecíadetrásdelosmolinosdemadera, cuyas compuertas estaban cerradas; y a la izquierda, los setos dearbustos,alolargodelaorilla,cercabanalgunosjardines,queapenasseveían.PerodelladodeParís,elcaminorealbajabaenlínearecta,ylaspraderasseperdían a lo lejos en los vapores de la noche, que era silenciosa y de unaclaridadblanquecina.Oloresdehúmedofollajesubíanhastaellos,y lacaídade la presa, cien pasos más allá, murmuraba con ese gran ruido dulce quehacenlasolasenlastinieblas.

Deslauriersseparóydijo:

—¡Esasbuenasgentesqueduermentranquilas…!Esgracioso.¡Paciencia!Un nuevo ochenta y nueve se prepara. ¡Ya se están cansando deconstituciones, de cartas, de sutilezas, de mentiras! ¡Ah, si yo tuviera unperiódico o una tribuna, cómo sacudiría todo eso! Pero para emprendercualquier cosa es preciso dinero. ¡Quémaldición ser hijo de un cantinero yperderunosujuventudbuscándoseelpan!

Bajólacabeza,semordióloslabios;tiritabadebajodesudelgadotraje.

Frédéric le echó lamitad de su capa sobre los hombros; se envolvieronambosyabrazadosporlacinturaandabanabrigadosyjuntos.

—¿Cómoquieresqueyovivaallásinti?—decíaFrédéric.Laamarguradesuamigolehabíavueltoaenternecer—.Yohabríahechoalgoconunamujerquemehubieraamado…¿Porquéteríes?Elamoreselalimentoycomolaatmósfera del genio. Las emociones extraordinarias producen las obrassublimes.Encuantoabuscarlaqueyonecesitaría,renuncioaello.Además,sialgunavezlaencuentro,merechazaráella.Soydelarazadelosdesheredadosymeextinguiréconuntesoroquefuesedecristalodebrillantes,nolosé.

Lasombradealguiensereflejóenelsuelo,almismotiempoqueoyeronestaspalabras:

—Servidor,señores.

El que las pronunciaba era un hombrecillo con ancho levitón oscuro ygorra,cuyaviseradejabaasomarlanarizafilada.

—ElseñorRoque—dijoFrédéric.

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—Elmismo—respondiólavoz.

El de Nogent justificó su presencia, contando que volvía de vigilar sustrampasparalobos,ensujardín,aorillasdelagua.

—¿Yyaestáustedderegresoennuestropaís?Muybien.Lohesabidopormichiquilla.Lasaludsiemprebuena,¿verdad?¿Aúnnoseretirausted?

Ysemarchó,mortificado,sinduda,porlaacogidadeFrédéric.

La señora Moreau no le trataba con afecto; el tío Roque vivía enconcubinatoconsucriada,yerapococonsiderado,aunquefueseelganchodelaselecciones,eladministradordelseñorDambreuse.

—¿ElbanqueroviveenlacalleAnjou?—preguntóDeslauriers—.¿Sabesloquedeberíashacer,queridoamigo?

Isidore los interrumpió de nuevo. Tenía orden de llevarse a Frédéricinmediatamente.Laseñoraseinquietabaporsuausencia.

—Bien,bien,yaseva—dijoDeslauriers—;nosequedarásinacostarse.—Y,cuandoelcriadosemarchó,añadió—:Deberíasrogaraeseviejoqueteintrodujera en casa de losDambreuse; nada es tan útil como frecuentar unacasa rica. Puesto que tienes un frac negro y unos guantes blancos,aprovéchalos.Esprecisoquevayasaesasociedad;túmellevarásluegoamí.¡Un hombremillonario, piénsalo bien!Arréglate demodo que le agrades ytambiénasumujer.Sésuamante.

Frédéricprotestaba.

—Pues te digo cosas clásicas, me parece. Recuerda a Rastignac en Lacomediahumana.Tútriunfarás;estoyseguro.

Frédéric tenía tal confianza en Deslauriers, que se sintió vencido, yolvidandoalaseñoraArnoux,ocreyéndolaenlapredicciónhecharespectodelaotra,nopudoimpedirunasonrisa.

Elpasanteañadió:

—Último consejo: examínate. Un título siempre es bueno, y abandonaresueltamente tus poetas católicos y satánicos, tan adelantados en filosofíacomo se estaba en el siglodoce.Tudesesperación esmuy tonta.Personajesmásimportantestuvieronensusprincipiosmayoresdificultades,comenzandoporMirabeau.Además,nuestraseparaciónnoserátanlarga.Yoharévomitaraltramposodemipadre.Yaestiempodequemevuelva.Adiós.¿Tienescincofrancosparapagarmicomida?

Frédériclediodiez,restodelasumaqueporlamañanaleentregóIsidore.

Aveintemetrosdelospuentes,alaorillaizquierda,brillabaunaluzenel

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desvándeunacasabaja.

Deslaurierslavioydijoenfáticamente,quitándoseelsombrero:

—Venus, reina de los cielos, servidor. Pero la penuria es lamadre de laprudencia.¡Cuántonoshancalumniadoporeso!¡Misericordia!

Aquellaalusiónaunaaventuracomúnlospusoalegres;reíanmuyaltoporlascalles.

Luego, pagado su gasto en la posada, Deslauriers acompañó a Frédérichasta la encrucijada del hotel Dieu y, después de un prolongado abrazo, sesepararonlosdosamigos.

III

Dosmesesmás tarde, Frédéric, que llegó por la calleCoq-Héron, pensóinmediatamenteenhacersugranvisita.

Lacasualidadlehabíaservido.EltíoRoquehabíaidoallevarleunrollodepapeles, rogándole que personalmente los entregara en casa del señorDambreuse, y acompañaba el envío de una carta abierta, presentando a sujovencompatriota.

La señora Moreau se mostró sorprendida de aquel paso, y Frédéricdisimulóelplacerquelecausaba.

El señor Dambreuse era en realidad el conde de Ambreuse; pero desde1825 abandonó poco a poco su nobleza y su partido y se encaminó a laindustria;coneloídoentodoslosdespachos,lamanoentodaslasempresas,alacechodelasbuenasocasiones,sutilcomoungriegoylaboriosocomounauvernés,habíaamasadouna fortunaquesedecíaconsiderable;además,eraoficial de la Legión de Honor, miembro del consejo general de Aube,diputado;algúndía,pardeFrancia;complaciente,porotraparte, fatigabaalministro con sus continuaspeticionesde socorros,de cruces, estancos,y, ensus censuras al poder, se inclinaba al centro izquierda. Su mujer, la lindaseñoraDambreuse,quecitabanlosperiódicosdemodas,presidíalasjuntasdecaridad.Acariciandoalasduquesas,apaciguabalosrencoresdelnoblebarrioy hacía creer que el señor Dambreuse podría aún arrepentirse y prestarservicios.

Eljovensehallabaconfusoalirasucasa.

«Mejorhubierahechoponiéndomeelfrac.Meinvitarán,indudablemente,albailedelapróximasemana.¿Quémedirán?».

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Reconquistóelaplomo,pensandoqueelseñorDambreusenoeramásqueunburgués,ysalióalegrementedelcochealaaceradelacalleAnjou.

Cuando empujó una de las puertas cocheras, atravesó el patio, subió laescalerayentróenunvestíbulo,cuyopisoerademármoldecolor.

Undobleramalrecto,tapizadoderojo,convarillasdebronce,seapoyabaenlasparedesderelucienteestuco.Había,alpiedelosescalones,unplátano,cuyasanchashojascaíansobreelterciopelodelabaranda.Endoscandelabrosde bronce colgaban, sujetos con cadenillas, globos de porcelana; losrespiraderosdeloscaloríferos,abiertos,exhalabanunaatmósferapesadayseoíaeltictacdeungranrelojcolocadoalotroextremodelvestíbulo,debajodeunapanoplia.

Sonóun timbrey sepresentóuncriado,que introdujoaFrédéric enunapequeñahabitación,dondehabíadosarcascondivisionesllenasdelegajos.ElseñorDambreuseescribíaentreambassobreunburódecilindro.

Recorrió la carta del tío Roque, abrió con su cortaplumas el lienzo quecubríalospapelesylosexaminó.

Desdelejos,yenrazóndesucortaestatura,podíaparecer joventodavía,perosuescasopeloblanco,susmiembrosdelicadosy,sobre todo, lapalidezextraordinariadesurostro,acusabanuntemperamentoarruinado.Unaenergíacruelasomabaasusojosverdosos,másfríosqueojosdecristal.

Teníalospómulossalientesymanosdenudosasarticulaciones.

Porfin,selevantóydirigióaljovenalgunaspreguntasacercadepersonasde su conocimiento, sobreNogent, sobre sus estudios.Después le despidió,inclinándose.

Frédéric salió por otro corredor y se halló en el patio, cerca de lascocheras.

Uncupéazul,alqueestabaenganchadouncaballonegro,seveíaparadodelantedelaescalera.Laportezuelaseabrió,subióunaseñora,yelcoche,consordoruido,rodóporlaarena.

Frédéric llegó al mismo tiempo que ella, por el otro lado, a la puertacochera, y no siendo el espacio bastante ancho, tuvo que esperar. La joven,inclinadahaciafueradelaventanilla,hablabamuybajoalconserje.Frédéricnopercibíamásquesuespalda,cubiertaconunatocavioleta.Sinembargo,sefijaba en el interior del carruaje, tapizado de reps azul con pasamanería yflecosdeseda.

Losvestidosdelaseñoralollenaban,ydeaquellapequeñacajaguateadase escapaba un perfume de iris y como una vaga sensación de eleganciasfemeninas. El cochero aflojó las riendas, el caballo rozó el guardarruedas

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bruscamenteytododesapareció.

Frédéricsevolvióapie,siguiendolosbulevares,lamentándosedenohaberpodidodistinguiralaseñoraDambreuse.

AlgomásalládelacalleMontmartre,elpasodecarruajes,queledetuvo,lehizovolver lacabeza,yal ladoopuesto,enfrente, leyóenunamuestrademármol:JACQUESARNOUX.

¿Cómonohabíapensadoantesenella?Laculpa la teníaDeslauriers.Seadelantóhacialatienda,peronoentró;esperabaaqueellaapareciese.

Los grandes cristales transparentes ofrecían a la vista, por una hábildisposición, estatuas pequeñas, dibujos, grabados, catálogos, números de ElArteIndustrial,ylospreciosdesuscripciónseleíanrepetidossobrelapuerta,adornadaalcentroconlasinicialesdeleditor.Seveíanenlasparedesgrandescuadros, cuyo barniz brillaba, y allá, en el fondo, dos estantes cargados deporcelanas, bronces, curiosidades seductoras. Los separaba una escalerita,cerradaenloaltoporunportierdemoqueta,yunaarañadeSajoniaantigua,un tapiz verde sobre el suelo, con unamesa demarquetería, daban a aquelinteriormásaparienciadesalónquedetienda.

Frédéric hacía como que examinaba los dibujos, y después de infinitasvacilaciones,entró.

Undependientelevantóelportierycontestóqueelseñornoestaríaenelalmacénhastalascinco;perosiqueríadejarrecado…

—No;volveré—replicósuavementeFrédéric.

Empleó los siguientes días en buscarse alojamiento y se decidió por uncuartoenelpisosegundodeunhoteldelacalleSaint-Hyacinthe.

Llevandodebajodelbrazouncartapacioenteramentenuevo,sedirigióalaapertura de los cursos. Trescientos jóvenes, descubiertos, llenaban unanfiteatro,dondeunancianocontogaencarnadadisertabaconvozmonótona;las plumas arañaban el papel. Volvía a encontrar en aquella sala el olorpolvoriento de las clases, una cátedra de forma semejante, el mismo tedio.Durantequincedíassiguióyendo;peroaúnnoestabanenelartículo tercerocuandoyahabíaabandonadoelCódigocivilydejólaInstitutaenlaSummadivisopersonarum.

Las alegrías que se prometía no llegaban, y cuando hubo agotado ungabinetedelectura,recorriólascoleccionesdelLouvre,ymuchasvecesfuealteatro,cayendoenunainsondableociosidad.

Mil cosas nuevas aumentaban su tristeza. Tenía necesidad de contar suropablancaysufriralconserje,zafio,confachadeenfermero,queveníaporla mañana a arreglar su cama, oliendo a alcohol y gruñendo. Su cuarto,

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adornadoconunpéndulodealabastro,ledesagradaba.

Los tabiques eran delgados y oía a los estudiantes hacer ponche, reír,cantar.

Cansado de aquella soledad, buscó a uno de sus antiguos camaradas,llamado BaptisteMartinon, y le descubrió en unamodesta casa de la calleSaint-Jacques,quemándose lascejassobre losProcedimientos,delantedeunfuegodecarbóndepiedra.

Enfrentedeél,unamujercontrajedeindianazurcíacalcetines.

Martinon era lo que se llama un hombre guapo: grande, mofletudo, defisonomía regular y ojos azules saltones. Su padre, un grueso labrador, ledestinaba a la magistratura, y queriendo parecer ya serio, llevaba la barbaarregladaenformadecollar.

Como los aburrimientos de Frédéric no tenían razonable motivo, y nopodía argüir desgracia alguna, Martinon no comprendió nada de suslamentacionessobrelaexistencia.Élibatodoslosdíasalaescuela,sepaseabaluegoporelLuxemburgo,tomabaporlanochesucopaenelcafé,yconmilquinientosfrancosalañoyelamordeaquellaobrerasesentíaperfectamentefeliz.

«¡Quédicha!»,exclamóinteriormenteFrédéric.

Hizoenlaescuelaotranuevaamistad:elseñorCisy,hijodebuenafamiliayqueparecíaunaseñorita,enlaeleganciadesusmaneras.

El señorCisy se ocupaba de dibujo, le gustaba el gótico.Muchas vecesfueronaadmirar juntos laSainteChapelleyNotre-Dame.Pero ladistincióndel joven patricio ocultaba una inteligencia de las más pobres. Todo lesorprendía, se reíamucho con lamenor broma ymanifestaba tan completaingenuidad, que Frédéric le tomó al principio por un burlón y le consideró,finalmente,comounbadulaque.

Las expansiones no eran, pues, posibles con nadie. Siempre estabaaguardandolainvitacióndelosDambreuse.

Porañonuevolesmandótarjetas,peronorecibióningunadeellos.

HabíavueltoalArteIndustrial.

Yentróunaterceravezyvio,porfin,aArnoux,quediscutíaenmediodecinco o seis personas, y apenas contestó a su saludo, cosa que ofendió aFrédéric.Noporestobuscómenoselmododellegarhastaella.

Al principio tuvo la idea de presentarse con frecuencia para comprarcuadros.Luegopensódeslizarenlacajadelperiódicoalgunosartículosmuyfuertes, con lo que adquiriría relaciones. Quizá valdría más correr derecho

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hacia el objetivo y declarar su amor. Entonces escribió una carta de docepáginas,llenadesentimientoslíricosydeapóstrofes;perolarompióynohizonada,nointentónada,inmovilizadoanteeltemordeunfracaso.

EncimadelatiendadeArnouxhabía,enelprimerpiso,tresventanasconluztodaslasnoches.Algunassombrascirculabandetrás;una,especialmente,era la suya; y se iba muy lejos para mirar aquellas ventanas y contemplaraquellasombra.

Unanegra,quecruzóciertodíaporlasTullerías,llevandounachiquilladelamano,lerecordóalanegradelaseñoraArnoux.Esadebíadeirallícomolas demás: cuantas veces atravesaba las Tullerías palpitaba su corazón,esperandoencontrarla.LosdíasdesolcontinuabasupaseohastaelextremodelosCamposElíseos.

Mujeresnegligentementerecostadasensuscalesasycuyosvelosflotabanal viento desfilaban delante de él, al paso de sus caballos, con un balanceoinsensible,quehacíacrujirlascapotascharoladas.Loscarruajesaumentaban,y yendo más despacio desde Rond-Point, ocupaban toda la vía. Las crinesjunto a las crines, los faroles junto a los faroles; los estribos de acero, lasbarbadasdeplata,lashebillasdebronce,despedíanpuntosluminososentreloscalzonescortos,losguantesblancosylaspielesquecaíansobrelosblasonesde las portezuelas. Se sentía como perdido en un mundo lejano. Sus ojoserrabandeunaaotracabezafemeninayvagassemejanzastraíanasumemoriaalaseñoraArnoux.Selafigurabaenmediodelosdemás,enunodeaquellospequeños cupés, parecidos al cupé de la señora Dambreuse. Pero el sol seponíayelvientofrío levantabatorbellinosdepolvo.Loscocherosmetíanelmentónensuscuelloslevantados,lasruedasrodabanconmayorvelocidad,eldurosuelodelacarreterarechinabaytodosloscarruajesbajabanaltrotelargola gran avenida, rozándose, pasándose, apartándose unos de otros, paradispersarseluegoenlaplazadelaConcorde.DetrásdelasTullerías,elcielose tornaba triste, pizarroso; los árboles del jardín formaban dos masasenormes, violadas en la copa. Los faroles de gas se encendían y el Sena,verdoso en toda su extensión, se desgarraba en aguas de plata contra lospilaresdelospuentes.

Iba a comer, mediante dos francos y quince céntimos por tarjeta, a unrestaurantedelacalledelaHarpe.

Miraba desdeñosamente el mostrador de caoba viejo, las servilletasmanchadas,loscubiertosgrasientosylossombreroscolgadosenlapared.Losquelerodeabaneran,comoél,estudiantes;hablabandelosprofesores,desusamantes. ¡Bastante le importaban los profesores! ¿Tenía él, acaso, amante?Paraevitarsusalegrías,llegabalomástardeposible.Lasmesastodasseveíancubiertasdelosrestos;losdosmozos,cansados,dormíanenlosrincones,yun

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oloracocina,dequinquéydetabacollenabaladesiertasala.

Después subía despacio las calles. Los reverberos se balanceaban,haciendo temblar sobre el lodo largos reflejos amarillentos. Sombras conparaguassedeslizabanporlasaceras.Elsueloestabapegajoso,caíalabrumay le parecía que las húmedas tinieblas le envolvían, descendiendoindefinidamenteensucorazón.

Los remordimientos le asaltaron y volvió a las clases; pero como noconocía nadade lasmaterias dilucidadas, le parecíandifíciles las cosasmássencillas.

Se puso a escribir una novela titulada Silvio, el hijo del pescador.TranscurríaenVenecia.Elhéroeeraélmismo;laheroína,laseñoraArnoux,que se llamabaAntonia; y, para conseguirla, asesinaba amuchos caballeros,quemaba una parte de la ciudad y cantaba debajo de los balcones de ella,dondesemovíanconlabrisa lascortinasdedamascoencarnadodelbulevarMontmartre.Lasreminiscenciasexcesivasqueadvirtióledesanimaron;nofuemásallá,ysuociosidadaumentó.

EntoncessuplicóaDeslauriersquevinieraacompartirconélsucuarto.Searreglaríanparavivirconsusdosmilfrancosdepensión;todovalíamásqueaquella existencia intolerable. Deslauriers no podía dejar aún Troyes; leanimabaaquesedistrajeraytrataraaSénécal.

Sénécal era un pasante de matemáticas, hombre de cabeza firme yconvicciones republicanas; un futuro Saint-Just, decía Deslauriers. Frédérichabíasubidotresvecessuscincopisos,sinqueledevolvieraningunavisita,ynovolviómás.

Quiso divertirse, fue a los bailes de la Ópera. Aquellas alegríastumultuosas le helaban desde la puerta.Además, se contenía por el temor auna afrenta pecuniaria, imaginándose que una cena con un dominó suponíagastosconsiderablesyeraunagruesaaventura.

Leparecía,sinembargo,quedebíanamarle.Algunasvecessedespertabaconelcorazón llenodeesperanza,sevestíacuidadosamente,comoparaunacita,ydabaporParíspaseosinterminables.Acadamujerqueibadelantedeél,o que avanzaba hacia donde él estaba, se decía: «Esa es». Era, sí, unadecepciónnuevacadavez.

La idea de la señora Arnoux justificaba aquellas angustias. Quizá laencontraríaensucamino,ysoñabaparareunirseconellacomplicacionesdelacasualidad,peligrosextraordinariosdelosquelasalvaría.

Así, los días transcurrían en la repetición de los mismos fastidios ycostumbrescontraídas.HojeabafolletosbajolasarcadasdelOdeón,ibaaleer

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laRevuedesDeuxMondesalcafé,entrabaenunasaladelColegiodeFrancia,escuchaba durante una hora una lección de chino o de economía política.Todas las semanas escribía largamente a Deslauriers, comía de cuando encuandoconMartinon,veíaenocasionesalseñorCisy.

Alquilóunpianoycompusovalsesalemanes.

Unanoche,enelteatrodelPalacioReal,divisóenunpalcodeproscenioaArnoux, cerca de unamujer. ¿Era ella? El abanico de tafetán verde, puestosobreelbordedelabarandadelpalco,ocultabasurostro.Porfin,eltelónselevantó y bajó el abanico. Era una persona alta, de treinta añosaproximadamente, estropeada, y cuyos gruesos labios descubrían, al reírse,espléndidos dientes. Hablaba familiarmente con Arnoux y le daba con elabanico golpecitos en los dedos. Luego, una joven rubia, con los párpadosalgo encarnados, como si acabara de llorar, se sentó entre ellos. Arnouxpermaneció,desdeentonces,medio inclinadosobresuhombro,hablándoleyescuchándoleellasincontestar.Frédéric tratabadedescubrir lacondicióndeaquellasmujeres,modestamentevestidas,contrajesoscurosycuellosbajos.

Al terminar el espectáculo se precipitó a los corredores, que llenaba lagente.Arnoux,delantedeél,bajabalaescaleradespacio,dandoelbrazoalasdosmujeres.

De repente, un farol de gas arrojó sobre él la luz; llevaba gasa en elsombrero; ¿habría, tal vez, muerto ella? Tal idea atormentó a Frédéric contantafuerza,quealdíasiguientecorrióalArteIndustrial,ypagandodeprisaun grabado de los que se veían extendidos en el mostrador, preguntó aldependientecómoestabaelseñorArnoux.

Eldependientecontestó:

—Puesbien.

Frédéricañadió,palideciendo:

—¿Ylaseñora?

—Laseñoratambién.

Frédéricseolvidódellevarseelgrabado.

Acabóelinvierno.Menostristeestuvoenlaprimavera;sepreparóparalosexámenes, y habiéndolos sufrido medianamente, se marchó enseguida aNogent.

NofueaTroyesaverasuamigo,paraevitarlosreprochesdesumadre.

Después, cuando volvió a la capital, dejó su alojamiento y tomó en elmuelleNapoleóndospiezas,queamuebló.

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La esperanza de una invitación deDambreuse le había abandonado y sugranpasiónhacialaseñoraArnouxcomenzabaaextinguirse.

IV

Una mañana del mes de diciembre, al dirigirse a la clase deProcedimientos,creyóobservar,enlacalleSaint-Jacques,mayoranimacióndela ordinaria. Los estudiantes salían precipitadamente de los cafés o sellamaban por las ventanas abiertas, de unas a otras casas; los tenderos, enmedio de las aceras, miraban con aire inquieto; los postigos se cerraban, ycuandollegóalacalleSoufflotviounagranreuniónalrededordelPanteón.

Algunos jóvenes, en grupos desiguales de cinco a doce, se paseabandándoseelbrazoysejuntabanconlosgruposmásnumerosos,paradosaquíyallá; en el fondo de la plaza, contra las rejas, paseaban hombres de blusa,mientras, el tricornio ladeado sobre la oreja y las manos a la espalda, losmunicipalesandabanarrimadosalasparedes,haciendosonarenlasbaldosassusgruesasbotas.Todosteníanunairemisterioso,aturdido;algoseesperaba,evidentemente;cadacualconteníaenlapuntadelalenguaunainterrogación.

Frédéric sehallabacercadeun joven rubio,de fisonomíaagradable,quellevababigoteyperilla, comounpetimetrede tiemposdeLuisXIII, al cualpreguntólacausadeldesorden.

—No sé nada—contestó el otro—; ni ellos tampoco. Esta es su modapresente.¡Quéfrasetanexcelente!—Ysoltólarisa.

Laspeticionesparalareforma,quesehacíanfirmaralaguardianacional,juntamenteconelempadronamientohumanoyotrossucesosmás,producíanenParís,desdehacíaseismeses,inexplicablestumultos,yhastaserenovabancontantafrecuenciaquelosperiódicosyanohablabandeellos.

—Esto carece de garbo y color —añadió el vecino de Frédéric—. Yopienso, señor, que hemos degenerado. En la época de Luis Once, hablaBenjamin Constant, había más espíritu levantisco entre los escolares. Losencuentropacíficos comocarneros, bestias comopepinos e idóneospara serhorteras,¡viveDios!Yestoesloquellamanlajuventuddelasescuelas.—Yabrió losbrazoscomoFrédéricLemaîtreenRobertMacaire—.¡Juventuddelasescuelas,yotebendigo!

Seguidamenteapostrofóaunandrajosoquetrasteabaconunasconchasdeostrasenelguardacantóndeunataberna:

—¿Formastúpartedelajuventuddelasescuelas?

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Elviejoalzósucaradeforme,enquesedistinguía,entreunabarbagris,unanarizrojaydosojosavinadosyestúpidos.

—No. Tú me pareces más bien «uno de esos hombres de fisonomíapatibulariaquesevenendiversosgrupos,sembrandoeloroamanosllenas»…Siembra,patriarca,siembra.¡CorrómpemeconlostesorosdeAlbión!AreyouEnglish? Yo no rechazo los regalos de Artajerjes. Hablemos un poco de launiónaduanera.

Frédéric sintió que alguien le tocaba en el hombro y se volvió. EraMartinon,prodigiosamentepálido.

—Ybien—dijo,lanzandoungransuspiro—,¡unmotínmás!

Temíaversecomprometidoy se lamentaba.Loshombresdeblusa, sobretodo,leinquietaban,comomiembrosdesociedadessecretas.

—¿Esquehaysociedadessecretas?—dijoel jovendelosbigotes—.Esaesunahistoriaantiguadelgobiernoparaasustaralosburgueses.

Martinonlerogóquehablaraunpocomásbajo,portemoralapolicía.

—¿Cree usted aún en la policía? Después de todo, ¿qué sabe usted,caballero,sinosoyyomismounpolizonte?

Ylemiródetalmanera,queMartinon,muyconmovido,nocomprendiólabroma en un principio. La gente los empujaba, y los tres se habían vistoobligados a subir la escalerilla que por un corredor conduce al nuevoanfiteatro.

Muy pronto, la misma muchedumbre se abrió; muchas cabezas sedescubrían:saludabanalilustreprofesorSamuelRondelot,queenvueltoenungruesolevitón,levantandoalairesusgafasdeplataysoplandoporsuasma,avanzabaconpasotranquilo,paradarsulección.Aquelhombreeraunadelasglorias jurídicas del siglo XIX, el rival de Zachariae, de los Rudorff. SurecientedignidaddepardeFranciaennadahabíamodificadosusmaneras.Sesabíaqueerapobreyungranrespetolerodeaba.Atodoesto,desdeelfondodelaplaza,algunosgritaron:

—¡Abajo Guizot! ¡Abajo Pritchard! ¡Abajo los vendidos! ¡Abajo LuisFelipe!

Lamuchedumbre osciló, y estrechándose contra la puerta del patio, queestaba cerrada, impedía que el profesor avanzara. Se detuvo delante de laescalera; pronto se le vio en el último de los tres escalones. Habló; unmurmullocubriósuvoz.Aunquehastaentonceslehubiesenamado,enaquelmomento se le aborrecía, porque representaba la autoridad. Cada vez queintentaba hacerse oír, empezaban los gritos. Hizo un gesto acentuado parainvitar a los estudiantes a que le siguieran; una vociferación universal le

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contestó.

Seencogiódehombrosdesdeñosamenteyentróenelcorredor.Martinonseaprovechódelsitioparadesapareceralmismotiempo.

—¡Quécobarde!—dijoFrédéric.

—Esprudente—contestóelotro.

La muchedumbre rompió en aplausos. Aquella retirada del profesor seconvertía en victoria para ellos. En todas las ventanas miraban curiosos;algunosentonabanLaMarsellesa;otrosproponíaniracasadeBéranger.

—¡AcasadeLaffite!¡AcasadeChateaubriand!

—¡AcasadeVoltaire!—aullóeljovendelosbigotesrubios.

Los municipales trataban de circular, diciendo lo más suavemente quepodían:

—Márchenseustedes,señores;márchense,retírenseustedes.

Alguiengritó:

—¡Abajolosmachacadores!

Era esta una injuria usual desde los disturbios del mes de septiembre.Todos la repitieron. Chistaban, silbaban a los guardias de orden público;empezaron a palidecer; uno de ellos no resistió más, y divisando a unjovencilloqueseacercabademasiado,riéndoseleenlasnarices,leempujócontalrudezaqueledejócaercincopasosmásallá,deespaldas,delantedeunataberna. Todos se apartaron; pero casi al mismo tiempo rodó a su vez,aplastadoporunaespeciedeHércules,cuyacabellera,queparecíaunpaquetedeestopas,seescapabadeunagorradehule.

Detenido hacía algunosminutos en la esquina de la calle Saint-Jacques,habíasoltadodegolpeunacajagrandequellevabaparaasaltaralmunicipal,alcual tenía tiradodebajo,destrozandosucaraapuñetazos.Losotrosguardiasacudieron,peroelterriblemuchachoeratanfuertequesenecesitaroncuatro,porlomenos,paradomarle.

Doslesacudíanporelcuello,otrosdosletirabandelosbrazos,unquintole daba con la rodilla golpes en los riñones y todos le llamaban bandido,asesino,revoltoso.Elpechodesnudoyeltrajehechojirones,protestabadesuinocencia:nohabíapodidoverconsangrefríaquepegaranaunniño.

—MellamoDussardier,encasadelosseñoresValinçarthermanos,encajesynovedades,calleCléry.¿Dóndeestámicaja?¡Quieromicaja!—Yrepetía—:Dussardier…calleCléry.¡Micaja!

Seapaciguó,sinembargo,yestoicamentesedejóconducirhaciaelpunto

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delacalleDescartes.Unaoleadadegentelesiguió.Frédéricyeljovendelosbigotes marchaban inmediatamente detrás, llenos de admiración hacia eldependienteydeindignacióncontralaviolenciadelpoder.

A medida que avanzaban, la gente iba aclarando. Los municipales, decuandoencuando,sevolvíanconaireferoz,ylosruidosos,queyanadateníanquehacer,nadaqueverloscuriosos,todosdesaparecíanpocoapoco.AlgunostranseúntesquesecruzabanconellosmirabanaDussardieryseentregabanenvozaltaacomentariosultrajantes.Unavieja,ensupuerta,hastagritabaquehabía robado un pan; aquella injusticia aumentó la irritación de los dosamigos.

Por fin llegaron al cuerpo de guardia; ya no quedaban más que unaveintenadepersonas,aquienesbastólavistadelossoldadosparadispersarse.

Frédéricysucamarada reclamaroncongranvalentíaalqueacababandeencerraren laprisión.Elcentinela losamenazódiciéndolesque, si insistían,losmetería en prisión también a ellos. Preguntaron por el jefe del puesto ydieronsunombre,consucondicióndeestudiantesdederecho,afirmandoqueelprisioneroerasucondiscípulo.

Loshicieronentrarenunapiezacompletamentedesnuda,enlaquehabíacuatro bancos contra las paredes de yeso ahumadas.En el fondo se abría laventanilla. Entonces apareció la robusta fisonomía deDussardier, que, en eldesarreglodesupelo,consusojospequeñosyfrancosysunarizcuadradaporlapunta,recordabaconfusamentelafiguradeunbuenperro.

—¿Nonosreconoces?—dijoHussonnet.Esteeraelnombredeljovendelosbigotes.

—Pero…—balbucióDussardier.

—No te hagas más el tonto—replicó el otro—; saben que eres, comonosotros,alumnodederecho.

A pesar de sus guiños, Dussardier nada adivinaba. Pareció reflexionar ypreguntóderepente:

—¿Hanencontradomicaja?

—¡Ah!¿Lacajadondemeteslosapuntesdelcurso?Sí,sí,tranquilízate.

Y repetían sus pantomimas. Dussardier comprendió, por fin, que veníanparaservirleysecalló,temiendocomprometerlos.Además,sentíaunaespeciede vergüenza, viéndose elevado al rango social de estudiante y al igual deaquellosjóvenesqueteníanunasmanostanblancas.

—¿Quieresquesedigaalgoaalguien?—preguntóFrédéric.

—No,gracias;anadie.

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—Pero¿tufamilia?

Bajóélsucabezasinresponder;elpobremuchachoerabastardo.

Losdosamigosseadmirabandesusilencio.

—¿Tienesconquéfumar?—replicóFrédéric.

Él se tocó y sacó del fondo de su bolsillo los restos de una pipa, unahermosapipadeespumademar,conuncañóndemaderanegra,tapadeplatayboquilladeámbar.

Hacía tres añosque trabajabaparahacerdeellaunaobramaestra;habíatenidocuidadode tenerel recipienteconstantementemetidoenunagamuza,defumarlomásdespacioposibleenella,sinponerlajamássobremármol,ycolgándola todas las noches a la cabecera de su cama. Ahora sacudía suspedazosen lamano,cuyasuñassangraban,yconelmentónsobreelpecho,fijaslaspupilas,conlabocaabierta,contemplabaaquellasruinasdesualegríaconmiradadeindecibletristeza.

—Si le diéramos cigarros, ¿eh? —dijo muy bajo Hussonnet, haciendoademándebuscarlos.

Frédérichabíayacolocadoalbordedelventanillosupetacallena.

—Toma.¡Adiós,buenasuerte!

Dussardier se arrojó sobre las dos manos que le tendían; las estrechófrenéticamente,conlavozmezcladadesollozos.

—¡Cómo…!¿Amí…amí?

Losdosamigosescaparonasugratitud,salieronyfueronaalmorzarjuntosalcaféTabourey,delantedelLuxemburgo.

Mientrascortabanelbistec,HussonnetcontóasucompañeroquetrabajabaenperiódicosdemodasyfabricabareclamosparaelArteIndustrial.

—CasadeJacquesArnoux—dijoFrédéric.

—¿Leconoceusted?

—Sí…no…Esdecir,lehevisto,leheconocido.

YpreguntónegligentementeaHussonnetsiveíaalgunavezasumujer.

—Decuandoencuando—respondióelbohemio.

Frédéric no se atrevió a seguir preguntando; aquel hombre acababa detomarunlugardesmesuradoensuvida;pagólacuentadelalmuerzo,sinqueporpartedelotrohubieseprotestaalguna.Lasimpatíaeramutua;cambiaronsus señas, y Hussonnet le instó cordialmente a acompañarle hasta la calle

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Fleurus.

Se hallaban en el centro del jardín cuando el empleado de Arnoux,conteniendosualiento,dioasucaraungestoabominableysepusoahacerelgallo.Entonces,todoslosgallosquehabíaenlosalrededoreslerespondieronconquiquiriquíesprolongados.

—Esunaseñal—dijoHussonnet.

Se detuvieron cerca del teatro Bobino, delante de una casa a la que seentraba por una alameda. En el ventanuco del granero, entre capuchinas yguisantesdeolor,sepresentóunamujerjoven,conlacabezadescubierta,encorséyapoyandoambosbrazoscontraelbordedelcanalón.

—Buenos días, ángel mío; buenos días —dijo Hussonnet, enviándolebesos.

Abriólaverjademaderadeunpuntapiéyentró.

Frédéric le esperó toda la semana, sin atreverse a ir a su casa, por noparecerimpacientedequeledevolvieraelalmuerzo;perolebuscóportodoelBarrio Latino. Le encontró una noche y le llevó a su cuarto del muelleNapoleón.

Laconversaciónfuelargayexpansiva.Hussonnetambicionabalagloriaylosbeneficiosdelteatro.Colaborabaenzarzuelasnoadmitidas,teníamuchosplanes, hacía canciones, de las cuales cantó algunas. Después, viendo en elestante un volumen deHugo y otro deLamartine, se explayó en sarcasmoscontra la escuela romántica. Aquellos poetas carecían de buen sentido y decorrección y no eran franceses, sobre todo. Él se vanagloriaba de saberidiomasyescogíalasfrasesmásbellasconaquellaserenidadindigesta,aquelgustoacadémicoquedistinguealaspersonasdehumorretozóncuandotratandearteserio.

Frédéricsesintiómortificadoensuspredilecciones;teníadeseosdegritar.¿Porquénoarriesgarinmediatamentelapalabradequedependíasufelicidad?YpreguntóaljovenliteratosipodíapresentarleenlacasadeArnoux.

Lacosaerafácil,ysecitaronparaeldíasiguiente.

Hussonnet faltóa la citayaotras tresmás.Unsábado,hacia las cuatro,compareció;pero,aprovechándosedelcoche,sedetuvoprimeroenelTeatroFrancéspara recogerunbilletedepalco;bajóacasadeunsastre, acasadeuna costurera; escribió cartas en las porterías. Por fin llegaron al bulevarMontmartre. Frédéric atravesó la tienda y subió la escalera. Arnoux lereconocióenelespejocolocadodelantedesuescritorio,ysindejardeescribirlealargólamanoporencimadelhombro.

Cincooseispersonas,enpie,llenabanlaestrechahabitación,alaquedaba

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luzunasolaventanaqueabríaalpatio;uncanapédedamascodelanaoscuraocupaba el fondo del interior de una alcoba, entre dos reposteros de telaparecida.Sobrelachimenea,cubiertadelegajos,habíaunaVenusdebronceydos candelabros con bujías de color rosa, paralelamente, a los lados. A laderecha,cercadeunarmariodepapeles,leíaelperiódicounhombresentadoen una butaca, con el sombrero puesto. Las paredes no se veían con lasestampas y los cuadros, preciosos grabados o bocetos de maestroscontemporáneos, con dedicatorias que demostraban el más sincero afectohaciaJacquesArnoux.

—¿Sigue usted bien? —dijo, volviéndose a Frédéric, y sin esperar surespuesta,preguntóenvozbajaaHussonnet—:¿Cómosellamasuamigo?—Yañadió envoz alta—:Tomenustedes un cigarro de la caja que está en elarmario.

El Arte Industrial, situado en un punto céntrico de París, era un lugarcómodo de cita, terreno neutral en que se codeaban familiarmente lasrivalidades.

Aquel día estaban allí Anténor Braive, el retratista de los reyes; JulesBurrieu,queempezabaapopularizarconsusdibujoslasguerrasdeArgelia;elcaricaturistaSombaz,elescultorVourdat,otrosmás,yningunocorrespondíaalosprejuiciosdelestudiante.Susmaneraseransencillas;susconversaciones,libres.ElmísticoLovariasrefirióuncuentoobsceno,yelinventordelpaisajeoriental,elfamosoDittmer,llevabaunacamisoladepuntodebajodelchalecoytomóelómnibusalirse.

Primero se habló de una talApollonie, exmodelo, queBurrieu pretendíahaber visto en el bulevar, en un coche dau mont. Hussonnet explicó lametamorfosisporlaseriedesusprotectores.

—¡CómoconoceestepícaroalaschicasdeParís!—dijoArnoux.

—Despuésdeusted,siquedan,señor—replicóelbohemio,conunsaludomilitarparaimitaralgranaderoqueofreciósucantimploraaNapoleón.

Luego se discutieron algunos lienzos para los cuales había servido lacabeza deApollonie; se criticó a los colegas ausentes; se admiraban de lospreciosdesusobrasytodosselamentabandenoganarbastante,cuandoentróunhombredeestaturamediana,abrochadoconunsolobotón,losojosvivos,elaireuntantoalocado.

—¡Valiente montón de burgueses están hechos ustedes!—dijo—. ¿Quéimportaránadadeeso?Losantiguosqueconfeccionabanobrasmaestrasnosepreocupabandelmillón.Correggio,Murillo…

—AñadanustedesaPellerin—dijoSombaz.

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Pero,sinrecogerelepigrama,continuódiscurriendocontantavehemencia,queArnouxsevioobligadoarepetirlepordosveces:

—Mimujerlenecesitaaustedeljueves.Noloolvide.

Aquella frase llevó el pensamiento de Frédéric a la señora Arnoux.Indudablemente se entraba en sus habitaciones por el gabinete del diván.Arnoux,paratomarunpañuelo,acababadeabrirlo,yFrédéricvioenelfondounlavabo.Perounaespeciedegruñidosaliódelrincóndelachimenea:eraelpersonaje que leía su periódico en la butaca. Tenía cinco pies y nuevepulgadas,con lospárpadosalgocaídos,elpelogris,elairemajestuoso,ysellamabaRegimbart.

—¿Quéeseso,ciudadano?—dijoArnoux.

—Unacanalladamásdelgobierno.

Setratabadeladestitucióndeunmaestrodeescuela;PellerinvolvióasuparaleloentreMiguelÁngelyShakespeare.

Dittmersemarchó.Arnouxledetuvoparaponerleenlamanodosbilletesdebanco.Entonces,Hussonnet,creyendoelmomentofavorable,dijo:

—¿Nopodráustedadelantarme,miqueridoprincipal…?

PeroArnouxhabíavueltoasentarseycuchicheabaconunviejodeaspectosórdidoygafasazules.

—¡Ah!, tiene usted gracia, padre Isaac. Llevamos tres obrasdesacreditadas, perdidas.Todo elmundo se fija; ya las conoce. ¿Quéquiereustedque lehaga?Seráprecisoque lasenvíeaCalifornia…aldiablo.Calleusted.

La especialidad de aquel buen hombre consistía en poner debajo deaquelloscuadrosfirmasdemaestrosantiguos.Arnouxrehusabapagarle,y ledespidióbrutalmente.Después,cambiandodemaneras,saludóauncaballerocondecorado,retirado,conpatillasycorbatablanca.

El codo sobre la falleba de la ventana, le hablómucho tiempo, con airemeloso;porfin,exclamó:

—Nomeapuraelnotenercorredores,señorconde.

Elcaballeroseresignó;Arnouxlepagóveinticincoluises,ycuandosefue,dijo:

—¡Quépesadossonestosgrandesseñores!

—Todosmiserables—murmuróRegimbart.

Amedida que la hora avanzaba, redoblaban las ocupaciones deArnoux:

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clasificaba los artículos, abría las cartas, alineaba las cuentas; al ruido delmartillo, enel almacén, salíaparavigilar losembalajes,despuésvolvíaa sutarea,ysindejardecorrerlaplumaporelpapel,alternabaenlasbromas.Alanoche debía cenar en casa de su abogado y al día siguiente semarchaba aBélgica.

Los cuatro hablaban de las cosas del día: el retrato de Cherubini, elhomicidio de las Bellas Artes, la próxima Exposición. Pellerin declamabaviolentamentecontraelinstituto.Loschismes,lasdiscusioneslecansaban,ylahabitación,bajadetecho,estabatanllena,quenadiepodíamoverse,ylaluzdelasbujíasdecolorrosapasabaporelhumodeloscigarroscomorayosdesolporlabruma.

Lapuertaqueestabaalladodeldivánseabrióyunamujeraltaydelgadaentró,congestosbruscos,quehacíansonarsobresuvestido,detafetánnegro,todoslosdijesdesureloj.

Aquella era la mujer que Frédéric había visto el último verano en elPalacio Real. Algunos la llamaban por su nombre y estrecharon su mano.Hussonnetarrancó,porfin,unoscincuentafrancos.Elrelojdiolassiete:todosseretiraron.

Arnoux le dijo a Pellerin que se quedara, y llevó a la señoritaVatnaz algabinete.

Frédéric no oyó sus palabras, porque cuchicheaban. Sin embargo, la vozfemeninasealzó:

—Desdehaceseismeseselnegocioestáhecho,yyoesperosiempre.

Hubo un prolongado silencio y la señoritaVatnaz reapareció.Arnoux lehabíaprometidoalgonuevamente.

—¡Oh!Másadelante,veremos.

—Adiós,hombrefeliz—dijoella,yéndose.

Arnouxvolvióalgabineterápidamente,diocosméticoasusbigotes,estirósustirantesparaarreglarlastrabillasy,lavándoselasmanos,dijo:

—Necesitaría dos sobrepuertas, a doscientas cincuenta la pieza, géneroBoucher.¿Convenido?

—Sea—dijoelartista,ruborizándose.

—Bueno,ynoseolvideusteddemimujer.

FrédéricacompañóaPellerinylepidiópermisoparairaverlealgunavez,favorconcedidoamablemente.

Pellerin leía todas lasobrasdeestéticaparadescubrir laverdadera teoría

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de lo bello, convencido, cuando lo hubiera encontrado, de que haría obrasmaestras. Se rodeaba de todos los auxiliares imaginables, dibujos, yesos,modelos,grabados,ybuscaba,semordía,acusabaaltiempo,asusnervios,asu taller, salíaa lacalleparaencontrar inspiración, seestremecíadehaberlacogido;luegoabandonabasuobraysoñabaotravezquepodíasermásbella.Atormentado así por ansias de gloria y perdiendo sus días en discusiones,creyendoenmilnecedades,enlossistemas,enloscríticos,enlaimportanciade un reglamento o de una reforma en materia de arte, él no había, a loscincuentaaños,producidomásquebocetos.Sufuerteorgulloleimpedíasufrirdesalientoalguno,perosehallabasiempreirritadoyenaquellaexaltación,alavezficticiaynatural,queeselfondodeloscínicos.

Seveían,alentrarensucasa,dosgrandescuadros,cuyosprimerostonos,acá y allá, daban al lienzo manchones oscuros, rojos y azules. Una red delíneasdeyesoseextendíaporencima,comolasmallas,veintevecesatadas,deuna reddepescar;erahasta imposiblecomprendernadadeaquello.Pellerinexplicóelasuntodelasdoscomposiciones,indicandoconelpulgarlaspartesque faltaban. La una debía representar La demencia de Nabucodonosor; laotra,ElincendiodeRomaporNerón.Frédériclasadmiró.

Yadmiró figurasdesnudasdemujeresdesmelenadas;paisajesenque lostroncos de árboles torcidos por la tempestad abundaban, y, sobre todo,caprichos de pluma, recuerdos de Callot, de Rembrandt o de Goya, cuyosmodelosnoconocía.Pellerinnoestimabayaaquellostrabajosdesujuventud;ahora estaba por el gran estilo; dogmatizó sobre Fidias y Winckelmannelocuentemente.

Lascosasasualrededorreforzabanlapotenciadesupalabra;seveíanunacabeza demuerto sobre un reclinatorio, yataganes, un hábito demonje, queFrédéricsepuso.

Cuandollegabatempranolesorprendíaensudeplorablecamadecampaña,que ocultaba un pedazo de tapicería; porque Pellerin se acostaba tarde porfrecuentarconasiduidadlosteatros.Leservíaunaviejaguiñaposa,comíaenun bodegón y vivía sin amantes. Sus conocimientos, recogidos de cualquiermodo, hacían divertidas sus paradojas. Su odio contra lo ordinario y loburgués se desbordaba en sarcasmos de un lirismo soberbio, y tenía por losmaestrostalreligión,quelesprofesabaunfervortrascendente.

Pero ¿por qué no hablaba jamás de la señora Arnoux? En cuanto a sumarido, unas veces le llamaba buen muchacho; otras, charlatán. Frédéricesperabasusconfidencias.

Undía,ojeandounodesusdibujos,encontróenelretratodeunabohemiaalgodelaseñoritaVatnaz,ycomoaquellapersonaleinteresaba,quisoconocersuposición.Habíasido,creíaPellerin,primero,institutrizenprovincias;ahora

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dabaleccionesyprocurabaescribirenlosperiodiquillos.

AjuzgarporsusmanerasconArnoux,podía,segúnFrédéric,sospecharsequeerasuamante.

—¡Bah!,tieneotras.

Entonces,el joven,volviendo lacara,encendidapor lavergüenzaante lainfamiadesupensamiento,añadióconaireligero:

—Sumujerlepagarásindudaconlamismamoneda.

—Deningúnmodo;eshonrada.

Frédérictuvoremordimientosysemostrómásasiduolectordelperiódico.

LasletrasgrandesquecomponíanelnombredeArnouxenlaplanchademármol de la puerta de la tienda le parecían singularísimas y llenas designificaciones, comoescritura sagrada.Laampliaacerapendiente facilitabasupaso,lapuertagirabacasiporsímismayelpestillo,suavealtacto,teníaladulzura y como la inteligencia de unamano en la suya. Insensiblemente sehizo tan puntual como Regimbart. Este, todos los días, se sentaba junto alfuego, en su butaca, se cogía ElNacional, no lo dejaba ya, y expresaba supensamiento por exclamaciones o, sencillamente, encogiéndose de hombros.Decuandoencuando,seenjugabalafrente,conunpañuelodebolsillohechouna morcilla, que llevaba sobre el pecho, entre dos botones de su levitónverde;supantalóneradepliegues,suszapatosabotinados,sucorbatalarga,ysu sombrero de alas abarquilladas le daba a conocer desde lejos, entre lamultitud.

Alasochodelamañana,bajabadelasalturasdeMontmartreparatomarelvino blanco en la calle Notre-Dame-des-Victoires. Su almuerzo, seguido demuchas partidas de billar, duraba hasta las tres; entonces se dirigía hacia elpasaje de los Panorames para el ajenjo. Después de la sesión en casa deArnoux, entraba en el cafetín Bordelés, para el vermut; luego, en vez dereunirseconsumujer,preferíacenarsolo,amenudoenotrocafetíndelaplazaGaillon,dondequeríaque le sirviesen«platos caseros, cosasnaturales».Porfin, se trasladaba a otro billar, y allí permanecía hastamedianoche, hasta launa, hasta el momento en que, apagado el gas y cerradas las ventanas, eldueñodelestablecimiento,extenuado,lesuplicabaquesefuese.

Y no era la afición a las bebidas lo que llevaba a aquellos sitios alciudadanoRegimbart,sinolacostumbreantiguadehablarenellosdepolítica;conlaedad,habíamenguadosuverbosidad,ysololequedabaunamorosidadsilenciosa. Se habría dicho, al ver la seriedad de su rostro, que el mundorodabapor su cabeza; nada salía de ella, y nadie, ni siquiera sus amigos, leconocíanocupaciones,aunquesedieraporhombredenegocios.

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Arnouxparecíaestimarleextraordinariamente,yledijoundíaaFrédéric:

—Esesabemucho.Esunhombrequevale.

En otra ocasión, Regimbart extendió sobre un pupitre papelesconcernientes a las minas de caolín en Bretaña; Arnoux se sometía a suexperiencia.

Frédéric se mostró más ceremonioso hacia Regimbart, hasta ofrecerleajenjo de cuando en cuando; y aunque le juzgase estúpido, con frecuenciapermanecíaensucompañíaduranteunahoralarga,únicamenteporqueeraelamigodeJacquesArnoux.

Despuésdehabertrabajadoensusiniciosconmaestroscontemporáneos,elcomerciante de cuadros, hombre de progreso, había procurado, conservandosus aires artísticos, extender sus provechos pecuniarios. Buscaba laemancipaciónde lasartes, losublimeapocoprecio.Todas las industriasdellujoparisiensesufrieronsu influjo,que fuebuenopara lascosaspequeñasyfunesto para las grandes. Con su rabia de adular la opinión, separó de sucaminoa losartistashábilesycorrompióa los fuertes,agotóa losdébileseilustróalosmedianos,disponiendodeellosporsusrelacionesyporsurevista.Los principiantes ambicionaban ver sus obras en su vitrina, y los tapicerostomabandesucasamodelosparamobiliarios.Frédéricleconsiderabaalavezcomomillonario,como«aficionado»,comohombredeacción.Muchasveces,sin embargo, le sorprendía, porque el señor Arnoux era malicioso en sucomercio.

RecibíadelfondodeAlemaniaodeItaliaunlienzocompradoenParíspormil quinientos francos, y exhibiendo una factura que subía a cuatromil, lorevendíaentresmilquinientosporcomplacencia.Unadesustretasordinariascon los pintores era exigir como alboroque una reducción del cuadro; bajopretexto de publicar el grabado, vendía siempre la reducción, y el grabadojamásaparecía.Alosqueselequejabanporserexplotados,contestabaconungolpecito en el abdomen. Por otra parte, prodigaba generoso los cigarros,tuteabaalosdesconocidos,seentusiasmabaporunaobraoporsushombres,yobstinándose entonces, no mirando a nada, multiplicaba los pasos, lascorrespondencias,losreclamos.Secreíamuyhonrado,ysoloensunecesidaddeexpansióncontabacándidamentesuspropiasfaltasdedelicadeza.

Unavez,paravejarauncolegaqueinaugurabaotroperiódicodepinturaconungranfestín,rogóaFrédéricqueescribieraasuvista,unpocoantesdelahoradelacita,cartasenquesedesconvidabaalosconvidados.

—Estonoatacaelhonor,¿comprendeusted?

Yeljovennoseatrevióarehusarleaquelservicio.

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Aldíasiguiente,alentrarconHussonnetensuescritorio,Frédéricvioporlapuerta(laqueseabríaalaescalera)elbajodeunvestidoqueescapaba.

—Milperdones—dijoHussonnet—.Siyohubierasabidoquehabíaaquímujeres…

—¡Oh! Esta vez era la mía—contestó Arnoux—. Subía a hacerme unavisititaalpasar.

—¿Cómo?—preguntóFrédéric.

—Puessí,quesevaacasa.

El encanto de los enseres se rompió en el acto. Lo que había allíconfusamenteesparcido,acababadedesvanecerse,o,pormejordecir,nuncahabíaestadoallí;experimentabaunasorpresainfinitaycomoeldolordeunatraición.

Arnoux,revolviendoensucajón,sesonreía.

¿Seburlabadeél?

Eldependientedepositósobrelamesaunrollodepapeleshúmedos.

—¡Ah,losanuncios!—exclamóelcomerciante—.Noséaquéhoracenaréestanoche.

Regimbartcogiósusombrero.

—¡Cómo!¿Medejausted?

—Sonlassiete—dijoRegimbart.

Frédériclesiguió.

En la esquina de la calle Montmartre se volvió; miró las ventanas delprimerpisoyserio interiorycompasivamentedesímismo,recordandoconquéamorlashabíacontempladomuchasveces.

¿Dóndeviviráellaentonces?

¿Cómoencontrarlaahora?

Alrededordesusdeseos,lasoledadsehacíamásinmensaquenunca.

—¿Vieneustedatomarlo?—dijoRegimbart.

—Tomar¿qué?

—Elajenjo.

Y cediendo a sus ruegos, Frédéric se dejó llevar al cafetín Bordelés.Mientrassucompañero,apoyadoenelcodo,mirabalagarrafa,sefijabaéladerechaeizquierda;perovioelperfildePellerinenlaacera,tocóconfuerza

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en los cristales,y apenas se sentóelpintor cuandoRegimbart lepreguntabaporquénoibayaalArteIndustrial.

—¡Querevientesivuelvoporallí!Esunbruto,unburgués,unmiserable,unpillo.

Aquellas injurias lisonjeaban la cólera de Frédéric; pero con todo leofendían,pareciéndolequealgotocabaenellasalaseñoraArnoux.

—¿Quéesloquelehahechoausted?—dijoRegimbart.

Pellerin pegaba con el pie en el suelo y soplaba con fuerza, en vez decontestar.

Se entregaba a trabajos clandestinos, tales como retratos a dos lápices oimitaciones de grandes maestros para los aficionados poco inteligentes; ycomoaquellostrabajoslehumillaban,preferíacallarse,generalmente;perolaavariciadeArnouxleexasperabademasiado,ysedesahogó.

Según un encargo, que Frédéric había presenciado, le había llevado doscuadros.Elcomercianteentoncessehabíapermitidocriticarlos,censurandolacomposición,elcoloryeldibujo;eldibujosobretodo;enresumen,quenolosquisoaningúnprecio.Peroobligadoporelvencimientodeunpagaré,PellerinloscedióaljudíoIsaac,yquincedíasmástardeelmismoArnouxlosvendíaaunespañolpordosmilfrancos.

—Niuncéntimomenos.¡Quécanallada!Yhahechobastantesmás.¡ViveDios!Hemosdeverlecualquierdíaenlostribunales.

—¡Cómoexagerausted!—dijotímidamenteFrédéric.

—Vamos,bueno,exagero—gritóelartista,dandosobre lamesaungranpuñetazo.

Aquellaviolenciadevolvióaljoventodosuaplomo.

—Nocabeningunadudadequepodíaconducirseconmásamabilidad;sinembargo,siArnouxencontrabaaquellosdoslienzos…

—¿Malos…?Suelteustedlafrase.¿Losconoceusted?¿Essuoficio?Puessepausted,jovencito,queyonoadmitoesodeaficionados.

—Esosnosonnegociosmíos—dijoFrédéric.

—¿Qué interés tiene usted entonces para defenderle?—contestóPellerinfríamente.

Eljovenbalbució:

—Puesporquesoyamigosuyo.

—Abráceleustedenminombre.Buenasnoches.

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Y el pintor salió furioso, sin hacermención, claro está, de lo que habíaconsumido.

FrédéricseconvencióasímismoaldefenderaArnoux.Enelcalordesuelocuencia,sesintióllenodeternurahaciaaquelhombreinteligenteybueno,aquien sus amigos calumniaban, y que al presente trabajaba completamentesolo, abandonado; y no resistió a la singular necesidad de volverle a verinmediatamente.

Diezminutosdespuésempujabalapuertadelalmacén.

Arnoux elaboraba, con su dependiente, esbozos de anuncios para unaexposicióndecuadros.

—¡Hombre!¿Quéletraeausteddenuevo?

Aquella sencillapregunta turbóaFrédéric, yno sabiendoqué responder,preguntó a su vez si nohabían encontradopor casualidad su libro de notas,pequeñito,decueroazul.

—¿Enelquemeteustedlascartasdelasmujeres?—dijoArnoux.

Frédéric, ruborizándose como una virgen, se defendió de semejantesospecha.

—¿Losversos,entonces?—replicóelcomerciante.

Manejaba las pruebas extendidas, discutía su forma, el color, la orla, yFrédéricsesentíamásymásirritadoporsuairedemeditacióny,sobretodo,porsusmanos,queandabanporencimade losanuncios,grandesmanos,unpoco blandas, de uñas chatas. Por fin, Arnoux se levantó, y diciendo «Seacabó»lepasólamanoporelmentónfamiliarmente.

AquellalibertaddesagradóaFrédéric,quesehizoatrás;despuésatravesóelumbraldelaoficina,porúltimavezensuvida,segúncreía.

LaseñoraArnouxmismaaparecíaasusojoscomoempequeñecidaporlavulgaridaddesumarido.

Enaquellamisma semana recibióunacartadeDeslauriers, anunciándolequellegaríaaParíselpróximojueves.Entoncesseentregóvehementementeaaquelafectomássólidoymáselevado.Semejantehombrevalíaportodaslasmujeres.YanotendríanecesidaddeRegimbart,dePellerin,deHussonnet,denadie.

Paraalojarmejorasuamigo,compróunacamadehierro,unabutacamás,y desplegó la litera, y el jueves por lamañana se estaba vistiendo para ir abuscaraDeslauriers,cuandosonólacampanilladesupuerta;entróArnoux.

—Una palabra solamente. Ayer me enviaron de Ginebra una hermosa

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trucha; contamos con usted luego, a las siete en punto; calle Choiseul,veinticuatro,bis,noseolvideusted.

Frédérictuvoquesentarse;susrodillassedoblaban,yserepetía:

—¡Porfin,porfin!

Después escribió a su sastre, su sombrerero y su zapatero, haciendo quellevasenlastrescartastresmensajerosdiferentes.

La llave dio vuelta en la cerradura, y se presentó el conserje con unamaletaalhombro.

Frédéric,alveraDeslauriers,sepusoatemblarcomounamujeradúlteraantelamiradadesuesposo.

—¿Quéesloquetepasa?—dijoDeslauriers—.Debesdehaberrecibido,sinembargo,unacartamía.

Frédéric no tuvo valor para mentir. Abrió los brazos y se abrazó a suamigo.Enseguida,elpasantecontósuhistoria.

Supadrenohabíaquerido rendir cuentasde su tutela, imaginándosequeaquellas cuentas prescribían a los diez años. Pero fuerte en procedimientos,Deslauriershabía,por fin, arrancado toda laherenciade sumadre, sietemilfrancosnetos,quellevabaencimaenunacarteravieja.

—Esa es una reserva para caso de desgracia; es preciso que piense encolocarlo y en colocarme yo mismo, desde mañana por la mañana. Hoy,vacacionescompletas,ytodotuyo,amigomío.

—¡Oh, no temolestes!—dijoFrédéric—.Si tienes para esta noche algoimportante…

—Vamos;seríayoungranmiserable…

Aquel epíteto, lanzadoal azar,dioaFrédéric enel fondode sucorazón,comounaalusiónultrajante.

Elconserjehabíapreparadolamesa,cercadelfuego:chuletas,galantina,unalangosta,postreydosbotellasdevinodeBurdeos.

TanbuenaacogidaconmovióaDeslauriers.

—Metratascomounrey,palabradehonor.

Hablarondesupasado,delporvenir,ydecuandoencuandoseestrechabanlasmanosporencimadelamesa,mirándoseunminutoconternura.Perounmensajero trajo un sombrero nuevo. Deslauriers observó en voz alta subrillantez.

Despuésvinoelsastremismoatraerelfracquehabíaplanchado.

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—Parecequevasacasarte—dijoDeslauriers.

Unahoramástardesurgióuntercerindividuo,ysacódeunsacogrande,negro, un par de botas de charol, espléndidas.Mientras que Frédéric se lasprobaba,elzapaterosefijabaúnicamenteenelcalzadodelprovinciano.

—Elseñor¿nonecesitanada?

—Gracias—contestó el pasante,metiendo debajo de la silla sus zapatosviejosdecordones.

AquellahumillaciónmortificóaFrédéric.Vacilabaenconfesar,mas,porfin,exclamó,comorecordandoalgo:

—¡Ah,semeolvidaba!

—¿Elqué?

—Queestanochecenofuera.

—¿EncasadelosDambreuse?¿Porquénomehablabasnuncadeellosentuscartas?

—NoesencasadelosDambreuse,sinoencasadelosArnoux.

—Debías habérmelo advertido—dijoDeslauriers—y hubiera venido undíadespués.

—Imposible—contestóbruscamenteFrédéric—.Nomehaninvitadohastaestamañana,hacepoco.

Para redimir su falta y distraer de ella a su amigo, desató los cordelesenmarañados de su maleta y arregló en la cómoda todos sus efectos; hastaquisodarlesupropiacamayacostarseenlaleñera.

Después,desdelascuatro,empezólospreparativosparavestirse.

—Tienesmuchotiempo—dijoelotro.

Porfinsevistióysefue.

«Estos son los ricos», pensó Deslauriers, y salió a cenar a un modestorestaurantequeconocía.

Frédéricsedetuvomuchasvecesenlaescalera;tanfuertementepalpitabasu corazón. Uno de sus guantes, demasiado estrecho, estalló; y mientrasocultabaeldesgarrónconelpuñodelacamisa,Arnoux,quesubíadetrás, lecogióporelbrazoylehizoentrar.

La antesala, decorada a lo chino, tenía un farol pintado en el techo ybambúesenlosrincones.

Al entrar en el salón, Frédéric tropezó con una piel de tigre; no habían

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encendidoloscandelabros,perodoslámparasardíanenelgabinetealfondo.

LaseñoritaMarthevinoadecirquesumamáseestabavistiendo,yArnouxlalevantóalaalturadesubocaparabesarla;luego,queriendoescogerporsímismoenlabodegaciertasbotellasdevino,dejóaFrédéricconlaniña.

Había crecidomucho desde el viaje deMontereau. Sus cabellos oscuroscaíanen tirabuzones.Su traje,máshuecoqueuna faldadebailarina,dejabaversuspantorrillascolorderosa,ytodasugentilpersonaparecíafrescacomounramodeflores.Recibióloscumplidosdelcaballeroconairesdecoqueta,fijó en él sus profundos ojos, y después, deslizándose entre los muebles,desapareciócomoungato.

Yanoteníalamenorturbación.Losglobosdelaslámparas,cubiertosconunencajedepapel,despedíanunatenueclaridad,quecambiabaelcolordelasparedes,rasomalva.Atravésdelashojasdelapantalla,queparecíaungranabanico,sedivisabanloscarbonesdelachimenea;delantedelrelojhabíauncofrecillo con cantoneras de plata. Aquí y allá se veían cosas íntimas: unamuñecaenelcanapé,unfichusobreelrespaldodeunasilla,yenlamesadecostura una labor de lana, de la que colgaban dos agujas de marfil, con lapuntahaciaabajo.Eraaquellugarapacible,honradoyfamiliarauntiempo.

Volvió Arnoux, y por la otra puerta apareció la señora. Como se veíaenvueltaenlasombra,nosedistinguióalprincipiomásquelacabeza;llevabauntrajedeterciopelonegro,ysujetandoelcabello,unalargaredargelinadehebras de seda encarnada, que, mezclándose al peinado, le caía sobre suhombroderecho.

ArnouxpresentóaFrédéric.

—Recuerdoal señorperfectamente—contestó ella.Después llegaron losconvidados, todos casi al mismo tiempo: Dittmer, Lovarias, Burieu, elcompositorRosenwald,elpoetaThéopileLorris,doscríticosdearte,colegasde Hussonnet; un fabricante de papel, y, por fin, el ilustre Pierre-PaulMeinsius, último representante de la alta pintura, que llevaba gallardamentejuntoconsugloriasusochentaañosysugruesoabdomen.

Cuando pasaron al corredor, la señoraArnoux tomó su brazo. Una sillahabía quedado vacía para Pellerin, a quien Arnoux quería, sin que por ellodejaradeaprovecharsedeél.Primerotemíasuterriblelengua,tanto,que,paraablandarle, había publicado enElArte Industrial su retrato, acompañado dehiperbólicos elogios, y Pellerin, más sensible a la gloria que al dinero, sepresentó hacia las ocho, todo sofocado. Frédéric se figuró que se habíanreconciliadohacíayamuchotiempo.

Lacompañía,losplatos,todoleagradaba.Lasala,comounlocutoriodelaEdadMedia,estabatapizadadepielescurtidas;unestanteholandéspresentaba

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un verdadero armero de pipas, y alrededor de la mesa, los cristales deBohemia, de varios colores, parecían enmedio de las flores y de las frutascomolailuminacióndeunjardín.

Pudo escoger entre diez especies de mostaza. Comió entre otras cosasjengibre, meros de Córcega; bebió vinos extraordinarios: lipfraoli y tokay.Arnoux,vanidoso,sejactabaderecibirbien.Agasajaba,porloscomestibles,atodos los conductores de correos, y estaba relacionado con cocineros degrandescasas,quelecomunicabansussalsas.

Pero, sobre todo, la conversación entretenía a Frédéric. Su gusto por losviajes fueacariciadoporDittmer,quehablódelOriente; sació sucuriosidadhacia las cosas del teatro escuchando aRosenwald hablar de laÓpera; y laatroz existencia de la bohemia le pareció singular a través de la alegría deHussonnet,quecontó,deunamanerapintoresca,cómohabíapasadotodouninvierno teniendo por único alimento queso de Holanda. Después, unadiscusiónentreLovariasyBurieu sobre la escuela florentina le revelóobrasmaestras, le abrió horizontes, y difícilmente pudo contener su entusiasmocuandoPellerinexclamó:

—Déjenmeustedesenpazconsuodiosorealismo.¿Quéquieredeciresoderealismo?Losunosvennegro;losotros,azul;lamultitudvebestia.NadamenosnaturalqueMiguelÁngel,nadamejor.Elcuidadodelaverdadexteriordenota labajezacontemporánea;yelarte llegaráaser, si secontinúa,noséquésalsillaporbajodelareligióncomopoesía,ydelapolíticacomointerés.No se alcanzará su fin; sí, su fin, que es el de causarnos una exaltaciónimpersonal, con obras pequeñas, a pesar de todos los detalles de ejecución.QueseveanloscuadrosdeBassolier,porejemplo:lindos,coquetones,limpiosy ligeros,quepueden llevarseenelbolsillo,deviaje.Losnotarios compranporveintemilfrancos;hayenelloshastatrescéntimosdeidea;perosinideanadahaygrande,singrandezanadahaybello.ElOlimpoesunamontaña.Elmonumento más temerario serán siempre las pirámides. Vale más laexuberancia que el gusto, el desierto que una acera, y un salvaje que unpeluquero.

Frédéric, al oír aquellas cosas, miraba a la señora Arnoux; caían en suespíritucomometalesenunhorno;seagregabanasupasiónyfomentabanelamor. Se hallaba sentado tres sitios distante de ella, en el mismo lado. Decuandoencuandoella se inclinabaunpoco,volviendo lacabeza,paradeciralgunaspalabrasasuhijita,ycomosonreíaentonces,seformabaunhoyueloensumejilla,quedabaasurostrounairedebondadmásdelicada.

En el momento de los licores se ausentó. La conversación se hizo máslibre; en ella brilló el señor Arnoux, y Frédéric se asombró del cinismo deaquelloshombres.Sinembargo,supreocupaciónporlamujerestablecíaentre

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ellosunaespeciedeigualdad,queleelevabaensupropiaestimación.

Cuandovolvióalsalón,cogió,parafingirserenidad,unodelosálbumesdeencimadelamesa.

Los grandes renombrados artistas de la época lo habían ilustrado condibujos,habíanpuestoenélprosa,versoso,sencillamente,sus firmas:entrelos hombres famosos se veían muchos desconocidos, y los pensamientoscuriososdescollabansobreunverdaderodesbordamientodenecedades.Todossostenían un homenaje más o menos directo a la señora Arnoux. Frédérichubieratenidomiedodeescribirallíunalínea.

Ellasefueabuscarasugabineteelcofrecillodecantonerasdeplata,obradelRenacimiento, queFrédéricvio sobre la chimenea, regalode sumarido.Los amigos le felicitaron; su mujer le daba las gracias; él se estremeció ydelantedetodoelmundolediounbeso.

Enseguida todos hablaron a uno y otro lado, por grupos; el pobre viejoMeinsiusestabaalladodelaseñoraArnoux,enunabutaca,cercadelfuego;ella se inclinaba hacia su oído, sus cabezas se tocaban, y Frédéric hubieraaceptadosersordo,enfermoyviejoporunnombreilustreycabellosblancos;en fin, por tener algo que le entronizara en una intimidad semejante; seconsumíasucorazón,furiosocontrasujuventud.

Perovinoella al ángulodel salóndondeél se encontraba, lepreguntó siconocíaaalgunosdelosconvidados,sigustabadelapintura;después,cuántotiempohacíaqueestudiabaenParís.

Cada palabra que salía de su boca le parecía aFrédéric una cosa nueva,independiente exclusivamente de su persona. Miraba atentamente losflequillosdesupeinadoquedabanensuhombrodesnudo,ynolesquitabalosojosdeencima;hundíasualmaen lablancuradeaquellacarnefemenina,y,sinembargo,noseatrevíaaalzarsuspárpadosparamirarlacaraacara.

Rosenwaldlosinterrumpió,rogandoalaseñoraArnouxquecantaraalgo.Preludióél,ellaesperaba;seentreabrieronsuslabios,yunsonidopuro,largo,afiladosubióalosaires.Frédéricnocomprendiónadadelaletraitaliana.

Empezabaaquelloporunritmograve,comouncantodeiglesia;después,animándose, creciendo, multiplicaba los sonoros acentos, y de repente seapaciguaba, haciéndose amorosa la melodía con una oscilación amplia yperezosa.

Estaba ella en pie, cerca del piano, con los brazos caídos y perdida lamirada.Aveces,para leer lamúsica,entornaba lospárpados,adelantando lafrente un instante. Su voz de contralto tomaba en las notas bajas unaentonación lúgubre que helaba, y entonces su cabeza caída, de hermosas

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líneas, se inclinaba hacia atrás; su pecho se ensanchaba, se separaban susbrazos,sucuello,delqueseescapabanlos trinos,secimbreabablandamentecomo a impulsos de aéreos besos…Lanzó tres notas agudas, bajó, dio unamásaltaaúny,despuésdeunapausa,terminóconunanotadeórgano.

Rosenwaldnoabandonóelpiano,sinoqueélmismocontinuótocando.Decuandoencuandounode losconvidadosdesaparecía.A lasonce,al irse losúltimos, Arnoux salió con Pellerin, con el pretexto de acompañarle. Era deesas gentes que dicen que se ponenmalos si no dan una vuelta después decenar.

La señora Arnoux se adelantó hasta la entrada; Dittmer y Hussonnet lasaludaban; ella les alargó la mano; la tendió igualmente a Frédéric, y élexperimentócomounapenetraciónentodoslosátomosdesupiel.

Dejó a sus amigos, porque tenía necesidad de estar solo; su corazón sedesbordaba.

¿Porquéaquellamanoofrecida?

¿Eraungestoirreflexivoounestímulo?

«Vamos,estoyloco».

¿Qué importaba, además, puesto que podía ahora tratarla con enteralibertad,vivirensuatmósfera?

Las calles estaban desiertas. A veces una pesada carreta quebrantaba elpavimento. Las casas se sucedían con sus fachadas grises, sus ventanascerradas; y pensaba desdeñosamente en todos aquellos seres humanosacostados detrás de aquellos muros, que existían sin verla, y de los queninguno la conocía.No tenía conciencia delmedio, del espacio, de nada; ygolpeandoelsueloconsus tacones,consubastón laspuertasde las tiendas,iba siempre avanzando, al azar, perdido, arrastrado. Le envolvía un airehúmedoyseencontrabaenlosmuelles.

Los reverberos brillaban en dos líneas rectas, indefinidamente, y largasllamasrojasvacilabanenlaprofundidaddelagua,decolorpizarroso,mientrasque el cielo, más claro, parecía sostenido por las grandes sombras que sealzaban a ambos lados del río. Algunos edificios que no se percibíanaumentabanlaoscuridad.

Unabrumaluminosaflotabaporencimadelostejados;todoslosruidossefundíanenunsolomurmullo,yunvientoligerosoplaba.

Se detuvo en el centro del Pont-Neuf, y con la cabeza descubierta y elpecho abierto aspiraba el aire. Sentía, sin embargo, subir de lo hondo de símismo algo inagotable, un flujo de ternura que le tranquilizaba, como elmovimientode lasondasante suvista.Enel relojde la iglesia sonó launa,

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lentamente,semejanteaunavozquelellamara.

Entoncessesintiópresadeesosestremecimientosdelalmaenqueestáunotransportadoaunmundosuperior.Unafacultadextraordinaria,cuyoobjetonoconocía, ledominó;sepreguntóseriamentesiseríaungranpintoroungranpoeta; se decidió por la pintura, porque las exigencias de aquel oficio leaproximaríanalaseñoraArnoux.

¡Alfinhabíaencontradosuvocación!

Elfindesuexistenciaseabríaclaro,ysuporvenirinfalible.

Cuandocerró lapuertaoyóaalguien roncarenelgabineteoscuro,cercadelcuarto.Eraelotro,enelqueyanopensaba.

Se vio el rostro en el espejo y se encontró hermoso, permaneciendo unminutoahí,mirándose.

V

Al día siguiente, antes del mediodía, se compró una caja de colores,pinceles,uncaballete.Pellerinaccedióadarlelecciones,yFrédériclellevóasuhabitaciónparaquevierasifaltabaalgoentresusutensiliosdepintura.

Deslauriersestabayaencasa.Unjovenocupabalaotrabutaca.Elpasantedijo,designándole:

—Esél;aquíletienes,Sénécal.

AqueljovendesagradóaFrédéric.Sufrenteparecíamayorporelcortedepeloenformadecepillo;algoduroyfríosepercibíaensusojosgrises,ysulargalevitanegra,todosutraje,olíaapedagogoyeclesiástico.

Al principio hablaron de las cosas del día, entre otras, del Stabat, deRossini;preguntadoSénécal,declaróquejamásibaalteatro.Pellerinabriólacajadecolores.

—¿Esparatitodoeso?—dijoelpasante.

—Puesclaro.

—Pero¿quéideatehadado?

Yseinclinósobrelamesa,enlaqueelpasantedematemáticashojeabauntomodeLouisBlanc,queélmismohabíallevado,yleíaenvozbajapasajes,mientras Pellerin y Frédéric examinaban juntos la paleta, el cuchillo, lasvejigas,ydespuésllegaronahablardelacenadeArnoux.

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—¿El comerciante de cuadros?—preguntó Sénécal—. ¡Lindo caballero,enverdad!

—¿Porqué?—dijoPellerin.

Sénécalcontestó:

—Unhombrequehacedineroconinfamiaspolíticas.

Y se puso a hablar de una litografía célebre, que representaba a toda lafamiliarealentregadaaocupacionesedificantes:LuisFelipeteníauncódigo,lareinaunlibrodemisa,lasprincesasbordaban,elduquedeNemoursceñíaunsable;Joinvilleenseñabaunacartageográficaasushermanosmenores;seveíaalfondounacamaparados.Aquellaimagen,tituladaUnabuenafamilia,había hecho las delicias de los burgueses, pero la aflicción de los patriotas.Pellerin, con tono ofendido, como si fuera el autor, respondió que todas lasopiniones eran igualmente respetables; Sénécal protestó. El arte debíaexclusivamente cuidar lamoralización de lasmasas; no debían reproducirsemás que asuntos concernientes a virtuosas acciones; las demás eranperjudiciales.

—Peroesodependedelaejecución—exclamóPellerin—.Yopuedohacerobrasmaestras.

—Tantopeorparaustedentonces;nadietienederecho…

—¿Cómo?

—No,señor.Ustednotienederechoainteresarmeencosasquerepruebo.¿Qué necesidad tenemos de laboriosas bagatelas, de las que es imposibleobtenerningúnprovecho;deesasVenus,porejemplo,contodoslospaisajesde ustedes? No veo ahí enseñanzas para el pueblo. Póngannos ustedes demanifiestosusmiserias;mejor,entusiásmennosustedesconsussacrificios;losasuntos,Diosmío:nofaltalagranja,eltaller…

Pellerin, balbuciente de indignación, y creyendo haber encontrado unargumento,dijo:

—¿AceptaustedaMolière?

—Conforme —dijo Sénécal—. Lo admiro como precursor de laRevoluciónfrancesa.

—¡Ah!¡LaRevolución!¡Quéarte!Jamáshahabidoépocamásdeplorable.

—Nuncamásgrande,caballero.

Pellerinsecruzódebrazosy,mirándolealacara,dijo:

—Tieneustedtodoelairedeunfamosoguardianacional.

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Suantagonista,acostumbradoalasdiscusiones,respondió:

—No soy «de ella» y la detesto tanto como usted. Pero con semejantesideassecorrompealasmasas;porlodemás,esoescosadelgobierno;noseríatanfuertesinlacomplicidaddeunmontóndefarsantescomoese.

Elpintortomóladefensadelcomerciante,porquelasopinionesdeSénécalle exasperaban. Se atrevió incluso a sostener que Jacques Arnoux era unverdaderocorazóndeoro,adictoasusamigos,ycariñosísimoconsumujer.

—Sileofrecieranunabuenasuma,norehusaríahacerlaservirdemodelo.

Frédéricsepusopálido.

—¿Tantodañolehahechoausted,caballero?

—¿Amí?No.Lehevistounavezenelcaféconunamigo,yesoestodo.

Sénécaldecíalaverdad,perolemolestabandiariamentelosreclamosdeElArteIndustrial.Arnouxeraparaélelrepresentantedeunagentequejuzgabafunesta para la democracia. Republicano austero, sospechaba corrompidastodas las elegancias, no teniendo, además, necesidades y siendo de unainflexibleprobidad.

Laconversacióndifícilmentesereanudó.Elpintorrecordóactoseguidosucita;elprofesor,asusdiscípulos,ycuandosalieron,despuésdeunprolongadosilencio,DeslauriershizodiferentespreguntassobreArnoux.

—Túnospresentarásmásadelante,¿verdad,queridoamigo?

—Ciertamente—dijoFrédéric.

Despuéstratarondesuinstalación.

Deslauriershabíaobtenidosindificultadunaplazadesegundopasanteencasa de un abogado; sematriculó en laEscuela deDerecho, comprando loslibrosindispensables,ylavidaconquetantohabíansoñado,empezó.

Y fue encantadora, gracias a la belleza de su juventud. Deslauriers nohabló de ninguna convención pecuniaria, yFrédéric nada dijo, atendiendo atodos los gastos. Arreglaba el armario, se ocupaba del menaje; pero si eraprecisoreñiralconserje,seencargabadehacerloelpasante,queseguía,comoenelcolegio,consupapeldeprotectorydemayor.

Separadosdurantetodoeldía,sereuníanalanoche.Cadacualocupabasurincóndelfuegoyseponíaaltrabajo,queinterrumpíanconfrecuencia.Teníanexpansionessin fin,alegríassincausa,yalgunasvecesdisputas,apropósitodelalámparaquealumbrabamalodeunlibroperdido,cólerasdeunminutoapaciguadaspor lasrisas.Lapuertadelgabinetesequedabaabierta,ydesdelejos,enlacama,seguíansucháchara.

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Porlasmañanassepaseabanenmangasdecamisaporlaterraza;salíaelsol,ligerasbrumasatravesabanelrío,seoíaelchillidodelmercadodefloresdeallado;elhumodesuspipasrevoloteabaenelairepuro,querefrescabasusojos, todavía hinchados, y sentían esparcirse al aspirarlo una esperanzainmensa.Cuandonollovía,salíanjuntoseldomingo,delbrazo,yandabanporlascalles.Casisiempreselesocurríaalavezunamismareflexiónohablabansin ver nada a su alrededor. Deslauriers ambicionaba la riqueza comoinstrumento de poder sobre los hombres; hubiera deseado remover mediomundo,hacermuchoruido,tenertressecretariosasusórdenesydarunagrancomidapolíticaunavezporsemana.Frédéricseamueblabaunpalacioárabe,paradormirendivanesdecasimir,alsusurrodeunafuente,servidoporpajesnegros;ytodasaquellascosassoñadasacababanporserdetalmaneraprecisasquesedesolabancomosilashubieranperdido.

—¿Paraquéhablarde todoesto—decíaFrédéric—,puestoque jamás lotendremos?

—¿Quiénsabe?—replicabaDeslauriers.

Apesardesusopinionesdemocráticas, leanimabaa introducirseencasadelosDambreuse;elotroobjetabasustentativas.

—¡Bah!Vuelveyteinvitarán.

Amediadosdelmesdemarzorecibieron,entreotrascuentasgordas,ladelrestaurante que les daba de comer. Frédéric no tenía bastante; tomó deDeslauriers prestados cien escudos; quince días después reiteró la mismapetición, y el pasante le riñó por los gastos a que se entregaba en casa deArnoux.

Efectivamente, no habíamoderación en ellos.Una vista deVenecia, unavista de Nápoles y otra de Constantinopla ocupaban el centro de las tresparedes;asuntosecuestresdeAlfreddeDreuxseveíanacáyallá;ungrupodePradier sobre la chimenea, números de El Arte Industrial sobre el piano;cartonesenelsuelo,porlosrincones,embarazabanlahabitacióndetalsuerteque apenas había dónde poner un libro o colocar los codos, pretendiendoFrédéricquetodoaquelloleeraprecisoparasupintura.

TrabajabaencasadePellerin;peroamenudoPellerinestabafueraporquetenía la costumbre de asistir a todos los entierros y sucesos de que dabancuentalosperiódicos;yFrédéricpasabahorasenterascompletamentesoloenel taller. La tranquilidad de aquella gran pieza, donde únicamente se oía elruidodelosratones;laluzqueserecibíadeltechoyhastaelronquidodelaestufa, todo le sumíaenunbienestar intelectualalprincipio; luegosusojos,abandonandolaobra,sefijabanenlosdesconchonesdelasparedes,entrelosbibelots de los armarios, a lo largo de los torsos, donde el polvo reunido

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formaba como jirones de terciopelo. Como viajero perdido enmedio de unbosque cuyos caminos conducen siempre al mismo sitio continuamente,encontrabaenelfondodecadaideaelrecuerdodelaseñoraArnoux.

Sehabíafijadodíasparairacasadeella;llegabaalpisosegundo,delantedesupuerta,ydudabaenllamar.Seacercabanpasos,abrían,yalaspalabras«La señora ha salido» notaba luego como si le liberaran de un peso en elcorazón.Acabó,sinembargo,porencontrarseconella.

La primera vez estaban con ella tres señoras; otra tarde el maestro deescrituradelaseñoritaMarthesepresentó.Además,loshombresquerecibíalaseñoraArnouxnolavisitaban;novolvió,pues,pordiscreción.

Peronofaltaba,paraqueleinvitaranalascomidasdelosjueves,alArteIndustrial,regularmente,todoslosmiércoles;yallípermanecíamásquetodoslos otros, más que Regimbart, hasta el último minuto, fingiendo mirar ungrabado,hojearunperiódico.Porfin,Arnouxledecía:

—¿Estáustedlibremañanaporlanoche?

Yaceptabaantesdequeterminaralafrase.Arnouxparecíatenerleafecto.Le enseñó el arte de conocer los vinos, de quemar el ponche, de hacersalmorejo de chochas; Frédéric seguía dócilmente sus consejos, amandocuanto dependía de la señoraArnoux: susmuebles, sus criados, su casa, sucalle.

Casinohablabaenaquellascomidas;lacontemplaba.Teníaellaenlasienderecha un lunar; el pelo, en el arranque de la frente, eramás negro que elrestodesuscabellos,ysiemprehúmedoenlaorilla,acariciadodecuandoencuandocondosdesusdedossolamente.Conocíalaformadecadaunadesusuñas; se deleitaba en escuchar el crujido de su traje de seda cuando pasabacercadelaspuertas,husmeabaaescondidaselolordeunpañuelo;supeinado,susguantes,sussortijaseranparaélcosassingulares,importantescomoobrasdearte,casianimadascomopersonas;todaslellegabanalalmayaumentabansupasión.

No había tenido fuerzas para ocultarla a Deslauriers. Cuando volvía decasadelaseñoraArnouxledespertabacomopordescuidoparapoderhablardeella.

Deslauriers,queseacostabaenelgabinetecercadelafuente, lanzabaunlargobostezo,yFrédéricsesentabaalospiesdelacama.Primerohablabadelacomida,despuéscontabamildetallesinsignificantes,enqueveíapruebasdedesdénodeafecto.Unavez,porejemplo,habíaellarehusadosubrazoparatomareldeDittmer,desolándoseFrédéric.

—¡Quétontería!

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Olehabíallamadosuamigo.

—Entonces,perfectamente.

—Peronomeatrevo—decíaFrédéric.

—Bueno,puesnopiensesmásenello.Buenasnoches.

Deslaurierssevolvíahacialaparedysedormía.Nocomprendíanadadeaquel amor, que veía como una última debilidad de la adolescencia; y nobastándoleya,sinduda,suintimidad,pensóreunirasuscomunesamigosunavezporsemana.

Llegaban el sábadohacia las nueve.Las tres cortinas deArgelia estabancuidadosamente plegadas; la lámpara y cuatro bujías ardían; enmedio de lamesa, la caja de tabaco llena enteramente de pipas, entre las botellas decerveza,latetera,unfrascoderonybollitos.Sediscutíasobrelainmortalidaddelalma,secomparabaalosprofesores.

Hussonnet,unanoche,introdujoaunjovenalto,conunalevitademasiadocortademangasydemanerasencogidas:eraelmuchachoqueelañoanteriorhabíanreclamadoenelcuerpodeguardia.

Nohabiendopodidodevolverasudueñolacajadeencajesperdidaenlasarracina, le acusó de robo y amenazó con los tribunales; ahora estaba dedependienteenunacasadetransportes.Hussonnetleencontróaquellamañanaenlaesquinadeunacalle,y le trajo,porqueDussardier,porgratitud,queríaver«alotro».

Alargó a Frédéric la petaca, todavía llena, y que había guardadoreligiosamente, con la esperanzadedevolvérsela.Los jóvenes le invitaron avolver,ynofaltó.

Todos simpatizaban. En primer lugar, su odio hacia el gobierno tenía elalcancedeundogmaindiscutible.ÚnicamenteMartinonintentabadefenderaLuis Felipe, y le confundían con los lugares comunes que traían losperiódicos: con el cerco de París, las leyes de septiembre, Pritchard, lordGuizot,tantoqueMartinonsecallaba,temiendoofenderaalguien.

En siete años de colegio no habíamerecido castigo, y en la Escuela deDerecho sabía agradar a los profesores. Llevaba ordinariamente una levitagruesa,casiblanca,conchanclosdegoma;perosepresentóunanocheentrajedeboda:chalecodeterciopeloconchorrera,corbatablanca,cadenadeoro.

La admiración aumentó cuando se supo que salía de casa del señorDambreuse. En efecto, el banquero Dambreuse acababa de comprar aMartinon padre una partida de madera considerable; el buen hombre lepresentóasuhijo,yleshabíainvitadoacenaraambos.

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—¿Habíamuchastrufas?—preguntóDeslauriers—.¿Yhasabrazadoasuesposaentrepuertas,sicutdecet?

Entonceslaconversaciónserefirióalasmujeres.Pellerinnoadmitíaquehubieramujeresbonitas(preferíaalostigres);además,lahembradelhombreeraunacriaturainferiorenlajerarquíaestética.

—Lo que os seduce particularmente es lo que la degrada como idea; esdecir,elpecho,loscabellos…

—Sin embargo—objetó Frédéric—, largos cabellos negros, con grandesojosnegros…

—Sí, conocido —exclamó Hussonnet—. Basta de andaluzas. ¿Cosasantiguas?Servidordeustedes.Porque,enfin,veamos,dejemoslabroma;unaloreta esmás agradable que laVenus deMilo. ¡Seamos galos, viveDios, yregencia,sipodemos!

«Corred,buenosvinos;mujeres,dignaossonreír».

—Esprecisopasarde lamorenaa la rubia.¿Esesta laopinióndeusted,padreDussardier?

Dussardiernocontestó;todosleescucharonparaconocersusgustos.

—Pues bien —dijo, ruborizándose—: yo quisiera amar siempre a lamisma.

Aquellofuedichodetalmanera,queseprodujounmomentodesilencio;sorprendidos los unos por aquel candor, y descubriendo los otros quizá lasecretaansiedaddesualma.

Sénécal dejó sobre la chimenea un vaso de cerveza y declaródogmáticamente que la prostitución era una tiranía y el matrimonio unainmoralidad, y que era mejor abstenerse. Deslauriers tomaba a las mujerescomounadistracción,ynadamás.ElseñorCisysentía,respectodeellas,todaclasedetemores.

Educadoporunaabueladevota,hallaba lacompañíadeaquellos jóvenessabrosa, como un lugar peligroso, e instructiva, como una Sorbona. No leprivaban de las lecciones, y él se manifestaba lleno de celo, hasta quererfumar, a despecho del mal de corazón que le atormentaba siempre que lohacía.Frédériclerodeabadecuidados.Admirabalostonosdesuscorbatasylas pieles de su paletó, y, sobre todo, sus botas, finas como guantes, y queparecíaninsolentesporsulimpiezaytersura;sucocheleesperabaabajo,enlacalle.

Una noche que acababa demarcharse, y que nevaba, Sénécal se puso acompadecerasucochero;despuésdedeclamarcontralosguantesamarillosy

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elJockeyClub,hacíamáscasodeunobreroquedeaquelloscaballeros.

—Yotrabajo,almenos;soypobre.

—Yaseve—dijoporfinFrédéric,impacientado.

Elpasantedeprofesorleguardórencorporaquellafrase.

HabiendodichoRegimbartqueconocíaunpocoaSénécal,Frédéricquisoser cortés con el amigo de Arnoux y le rogó que fuera a las reuniones delsábado. El encuentro resultó grato a los dos patriotas. Sin embargo, susopinionesdiferían.

Sénécal, que tenía el cráneo en punta, no consideraba más que lossistemas;Regimbart,porelcontrario,noveíaenloshechossinoloshechos,yloqueprincipalmenteleinquietabaeranlasfronterasdelRin.

PretendíaentenderdeartilleríaysehacíavestirporelsastredelaEscuelaPolitécnica.

El primer día, cuando le ofrecieron pasteles, se encogió de hombrosdesdeñosamente,diciendoqueaquelloerapropiodemujeres,ynoestuvomásamable las veces siguientes. Desde el momento en que las ideas tomabanciertaelevación,murmuraba:

—Nadadeutopías;nadadesueños.

En lo referente al arte (aunque frecuentaba los talleres o daba algunaslecciones de esgrima por complacencia), no eran sus opinionestrascendentales. Comparaba el estilo de Marrast con el de Voltaire, y a laseñorita Vatnaz con la de Staël, por una oda a la Polonia, «en que habíacorazón». Por fin, Regimbart aburría a todo el mundo, y especialmente aDeslauriers, porque el ciudadano era íntimo deArnoux, en tanto el pasanteambicionaba visitar aquella casa, esperando trabar en ella relacionesprovechosas;poresopreguntaba:

—¿Cuándovasallevarme?

Arnoux andaba muy cargado de trabajo, o iba de viaje; y, además, nomerecíalapena,porquelascenasestabanparaconcluirse.

Sihubiera sidoposiblearriesgar lavidapor suamigo,Frédéric lohabríahecho;perocomodeseabapresentarse lomásventajosamenteposible, comocuidabasulenguaje,susmanerasysutraje,hastaelpuntodeiralasoficinasdelArteIndustrialirreprochablementeenguantado,temíaqueDeslauriers,consu frac negro, viejo, su aspecto de procurador y sus conversacionespresuntuosas,desagradaraalaseñoraArnoux,cosaquepodíacomprometerle,rebajarle a él mismo a sus ojos. Admitía sin dificultad a los otros, peroprecisamenteéllecontrariaríamilvecesmás.Elpasantedeabogadoadvertía

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que no quería cumplir su promesa, y el silencio de Frédéric le parecía unaagravaciónalainjuria.

Hubieradeseadoguiarleabsolutamente,verledesenvolverse,segúnelidealdesujuventud;ysuinsustancialidadlemortificabacomounadesobedienciaycomo una traición. Por otra parte, Frédéric, lleno de la idea de la señoraArnoux, hablaba con frecuencia de su marido, y Deslauriers empezó unintolerable«estribillo»,queconsistíaenrepetirsuapellidocienvecesaldía,alfinaldecadafrase,comoresabiodeidiota.

Cuandollamabanasupuertacontestaba:

—Entreusted,Arnoux.

En el restaurante pedía queso de Brie, a la moda de Arnoux; y por lanoche,fingiendounapesadilla,despertabaasucompañeroaullando:

—Arnoux,Arnoux.

Porfin,undía,Frédéric,molesto,ledijoconvozlamentable:

—DéjameenpazconArnoux.

—Jamás —respondió el pasante—. «Siempre él, él por todas partes, oardienteoalada,laimagendeArnoux…».

—¡Cállate!—exclamóFrédériclevantandoelpuño.Yañadiócondulzura—:Yasabesqueeseesunasuntopenosoparamí.

—Perdóneme usted, buen hombre —replicó Deslauriers, inclinándosemucho—. Se respetarán en lo sucesivo los nervios de la señorita; perdoneusted,repito;perdoneusted.

Yasíterminólabroma.

Perosemanasmástarde,unanocheledijo:

—HevistohacepocoalaseñoraArnoux.

—¿Dónde?

—En el palacio de justicia, conBalandard, abogado; unamujermorena,¿noesverdad?,deestaturamediana.

Frédérichizoseñasdeasentimiento;esperabaqueDeslauriershablase.Alamenor palabra de admiración se habría extendido ampliamente; se hallabadispuesto a quererle; el otro seguía callando; por fin, sin contenersemás, lepreguntóconaireindiferenteloqueleparecía.

Deslauriers no la encontraba mal, aunque nada de extraordinario, sinembargo.

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—¿Deverdad?—dijoFrédéric.

Llegóelmesde agosto, épocadeun segundoexamen.Según laopinióncorriente,debíanbastarlequincedíasparapreparar lasmaterias.Frédéricnodudó de sus fuerzas, y se tragó de corrido los cuatro primeros libros delCódigodeprocedimientos,lostresprimerosdelCódigopenal,muchostrozosdeInstruccióncriminalyunapartedelCódigocivil,conlasnotasdePoncelet.Lavíspera,Deslauriersleobligóahacerunarecapitulaciónqueduróhastaporlamañana;yparaaprovecharelúltimocuartodehora,continuópreguntándolemientrascaminabanporlacalle.

Comoseverificabanvariosexámenessimultáneamente,habíamuchagenteenelpatio;entreotros,HussonnetyCisy;nodejabandeiraaquellaspruebascuandosetratabadecamaradas.

Frédéricseenderezólatoganegratradicional;despuésentró,seguidodelamultitud, con otros tres estudiantes, en una gran pieza, a la que daban luzventanassincortinasyconbanquetesa lo largode lasparedes.Enelcentrohabía sillas de piel alrededor de una mesa, adornada con verde tapete, queseparabaalosexaminandosdelosseñoresexaminadoresdetogaencarnada,ytodosconmangasdearmiñoytogasdegalonesdorados.

Frédéric era el penúltimo de la serie: mala posición. En la primerapregunta,sobreladiferenciaentreunaconvenciónyuncontrato,definióunaporotro,yelprofesor,hombreexcelente,ledijo:

—Noseturbeusted;tranquilícese.

Después de dos preguntas fáciles y respuestas oscuras, pasó a la cuarta.Frédéricsedesconcertóconaquelmalprincipio.Deslauriers,enfrente,entreelpúblico,lehacíaseñasdequeaúnnosehabíaperdidotodo;yenlasegundapregunta sobre Derecho criminal pudo pasar; pero después de la tercera,relativa al testamento escrito, el examinador permaneció impasible todo eltiempo, y su angustia aumentó; Hussonnet juntó las manos como paraaplaudir,mientrasqueDeslauriersnocesabadeencogersedehombros.PorfinllegóelmomentoenqueeraprecisoresponderacercadelosProcedimientos;setratabadelaterceraoposición.Elprofesor,admiradodehaberoídoteoríascontrariasalassuyas,lepreguntóentonobrutal:

—¿Es esa, caballero, la opinión de usted? ¿Cómo concilia usted elprincipiodelartículomiltrescientoscincuentayunodelCódigocivilconesavíadeataqueextraordinaria?

Frédéric sentía un fuerte dolor de cabeza, por haber pasado la noche sindormir.Unrayodesol,quepenetrabaporlaaberturadeunapersiana,ledabaenlacara.Depie,detrásdelasilla,sebalanceabaytirabadelbigote.

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—Estoyesperandolarespuesta—dijoelhombredelatogadorada.

YcomolemolestabaelgestodeFrédéric,sinduda,añadió:

—Nolaencontraráustedensubarba.

Aquel sarcasmo causó la risa del auditorio; el profesor, lisonjeado, sedulcificó.Lehizodospreguntasmássobrelacitaciónyelsumario,bajandolacabezaenseñaldeaprobación;elactopúblicohabíaconcluido.

Frédéricvolvióalvestíbulo.

Mientraselbedellequitabalatoga,paraponérselaaotroinmediatamente,le rodearon sus amigos, acabando de aburrirle con sus opinionescontradictoriasacercadelresultadodelexamen;muyprontoseproclamóconvozsonoradesdelaentradadelasala:

—Eltercero…suspenso.

—Encajonado—dijoHussonnet—.Vámonos…

Delantede laporteríaencontraronaMartinon, rojo,conmovido,conunasonrisaen losojosy laaureolade triunfoen lafrente.Acababadepasarsindificultad su último examen; quedaba solo el discurso; antes de quince díassería licenciado. Su familia conocía a unministro.Una bonita carrera se leofrecía.

—Esetehunde—dijoDeslauriers.

Nadahumilla tantocomovera los tontos triunfaren lasempresasdondeunoha tropezado.Frédéric,mortificado, respondióque aquello le importabapoco. Sus pretensiones eran más elevadas, y como Hussonnet parecíamarcharse,lellamóaparteparadecirle:

—Niunapalabraencasadeellos,¿estamos?

El secreto era fácil, puestoqueArnouxaldía siguiente se ibadeviaje aAlemania.

Al entrar, por la noche, el pasante encontró a su amigo singularmentecambiado; saltaba, silbaba y el otro se admiraba de aquel humor. Frédéricdeclaróquenoiríaacasadesumadreydedicaríasusvacacionesatrabajar.

A la noticia de la marcha de Arnoux, sintió alegría, porque podríapresentarse allá abajo, a su gusto, sin temor de verse interrumpido en susvisitas.

La convicción de una seguridad absoluta le daría valor. Por fin no sealejaba,noseseparabadeella.Algomásfuertequeunacadenadehierro leligabaaParís,unavozinteriorlegritabaquesequedara.

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Algunosobstáculos seoponíanaestepropósito; losvencióescribiendoasu madre, confesándole en primer lugar su caída, ocasionada por cambioshechos en el programa, una casualidad, una injusticia; además, todos losgrandes abogados (citaba sus nombres) habían suspendido asignaturas; peropensaba presentarse nuevamente en el mes de noviembre. Y no teniendotiempoqueperder,no iríaacasaaquelaño.Pedía, ademásdeldinerodeuntrimestre,doscientoscincuentafrancospararepasosdederecho,muyútiles,ytodoelloadornadodesentimiento,lamentaciones,gateríasyprotestasdeamorfilial.

La señora Moreau, que le esperaba al día siguiente, se enterneciódoblemente.Ocultóladesventuradesuhijo,ylecontestó«quefuera,apesarde todo».Frédéricnocedió,yseprodujounadisputa.El findesemana, sinembargo,recibióeldinerodel trimestreconlasumadestinadaa losrepasos,quesirvióparapagarunpantalóngrisperla,unsombrerodecastorblancoyunjuncoconpuñodeoro.

Cuandotodoestuvoensupoder,pensó:

«¿Será idea de peluquero la que he tenido?», y se sintió presa de granvacilación.

ParasabersiiríaacasadelaseñoraArnouxlanzótresvecesunasmonedasalaire;en todas fue felizelpresagio; la fatalidad,pues,mandaba.YsehizollevarencochealacalledeChoiseul.

Subió deprisa la escalera, tiró del cordón de la campanilla, no sonó,sintiéndosecasidesfallecer.Después rompiódeotro tirón, furioso, lagruesaborladesedaencarnada;seoyóunrepique,queseapaciguógradualmente,ynada.Frédérictuvomiedo.

Pegó la oreja a la puerta; ni un soplo. Puso el ojo en el agujero de lacerradura y no vio en la antesalamás que dos puntas de caña, en la pared,entrelasfloresdepapel.Porfin,girabasobresustalonescuando,cambiandode parecer, dio un golpecito, aquella vez ligero. Se abrió la puerta y, en elumbral, con el pelo enmarañado, la cara carmesí y el aire contrariado, sepresentóelmismoArnoux.

—¡Caramba!¿Quédiablosletraeausted?Entre.

Yleintrodujonoenelgabineteniensucuarto,sinoenelcomedor,enqueseveíasobrelamesaunabotelladechampán,condoscopas,yentonobruscopreguntó:

—¿Tieneustedalgoquepedirme,queridoamigo?

—No,nada,nada—balbucióeljoven,buscandounpretextoasuvisita.

Por fin, dijo que había ido a saber noticias suyas, porque le creía en

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Alemania,segúnreferenciasdeHussonnet.

—De ninguna manera—contestó Arnoux—. ¡Qué muchacho tan tonto;todoloentiendealrevés!

Paradisimularsuturbación,Frédéricsepaseabadeizquierdaaderechaporlasala.Altropezarconlapatadeunasilladejócaerunasombrillaqueestabaencima,rompiéndoseelpuñodemarfil.

—¡Diosmío!—exclamó—. ¡Cuánto siento haber roto la sombrilla de laseñoraArnoux!

A esta frase, el comerciante levantó la cabeza y se sonrió de un modosingular.Frédéric,aprovechandolaocasiónqueseleofrecíadehablardeella,añadiótímidamente:

—¿Podréverla?

Estabaensupaís,alladodesumadreenferma.Noseatrevióapreguntarsobreladuracióndeaquellaausencia,ylohizoúnicamenterespectoalpaísdelaseñora.

—Chartres.¿Lesorprendeaustedeso?

—¿Amí?¿Porqué?Deningúnmodo.

Ynoencontrarondespuésdeestonadaquedecirse.Arnoux,quesehabíahechouncigarrillo,dabavueltasalrededordelamesa,soplando.Frédéric,enpie, juntoa laestufa,contemplaba lasparedes,elarmario,elsuelo,mientrasensumemoriao,mejoraún,antesusojosdesfilabanencantadorasimágenes.

Finalmente,decidiómarcharse.

Unpedazodeperiódicohechounabolaestabaenelsuelodelaantesala;Arnoux lo cogió y, alzándose en la punta de los pies, lo metió en lacampanilla,paraseguir,dijo,suinterrumpidasiesta.

Despuésañadió,dándoleunapretóndemanos:

—Hágameustedelfavordedecirlealporteroquenoestoy.

Ycerrólapuertaasuespalda,violentamente.

Frédéric bajó la escalera, deteniéndose en cada escalón. El fracaso deaquellaprimeratentativaledesanimabarespectodelazardelasdemás.

Entoncesempezarontresmesesdetedio.Comonoteníaningúntrabajo,laociosidadaumentabasutristeza.

Gastaba las horas enmirar, desde lo alto de su balcón, el río que corríaentrelosmuellescenicientos,negruzcos,detrechoentrecho,porlasjunturasde los albañales, conunpontónde lavanderas amarrado a la orilla, donde a

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vecesseentreteníanlospilluelosenbañarunperrillo,juntoalfango.

Susojos,dejandoalaizquierdaelpuentedepiedradeNotre-Dame,ytrespuentescolgantes,sedirigíansiemprehaciaelmuelledelosOrmes,sobreunmacizodeárbolesañosos,parecidosa los tilosdelpuertodeMontereau.LatorredeSaint-Jacques,lacasa-ayuntamiento,SaintGervais,SaintLouis,SaintPaul se alzaban enfrente, entre los tejados confundidos, y el genio de lacolumnade julio resplandecía en el oriente comouna ancha estrella deoro,mientrasquealotroextremolacúpuladelasTulleríasredondeabaenelcielosupesadamasaazul.

DetrásdeestodebíadeestarsituadalacasadelaseñoraArnoux.

Volvíaaentrarensucuarto,yluego,echadoeneldiván,seabandonabaaunameditacióndesordenada:planesdetrabajo,proyectosdevida,incursionesenelfuturo.

Porfin,paradesembarazarsedesímismo,salía.

Subía,sinrumbo,porelBarrioLatino,tantumultuosodecostumbre,perodesierto en aquella época, porque los estudiantes se habíanmarchado a suscasas.

Los grandes muros de los colegios, como ensanchados por el silencio,tenían un aspecto más sombrío todavía; se oían toda especie de ruidosapacibles,elbatirdealasenjaulas,elchirridodeuntorno,elmartillodeunzapatero, y los ropavejeros, enmedio de las calles, miraban a las ventanasinútilmente. En el fondo de los cafés solitarios, la señora del mostradorbostezaba entre sus botellas llenas; los periódicos permanecían ordenadossobre lamesade losgabinetesde lectura;enel tallerde lasplanchadorassemovíalaropablancaalsoplodelatempladabrisa.

De cuando en cuando, Frédéric se paraba delante de la muestra de unlibrerodeviejo;unómnibusquepasabarozandolaaceralehacíavolverse,yalllegaralLuxemburgosedetenía.

Algunas veces la esperanza de una distracción le atraía a los bulevares.Despuésdesombríascallejuelasqueexhalaban frescurashúmedas, llegabaagrandesplazasdesiertas,resplandecientesdeluz,yenlasquelosmonumentosdibujaban al borde del friso encajes de sombra negra. Pero las carretas, lastiendas que empezaba a encontrar y la multitud le aturdían, sobre todo eldomingo;desdelaBastillahastalaMadeleineeraaquellounainmensaoleadaondulantesobreelasfalto,enmediodelpolvo,enunrumorcontinuo;sesentíaenteramentedescorazonadoporlabajezadelostipos,lanecedaddelasfrases,laimbécilsatisfacciónquetranspirabanlassudorosasfrentes.

Sinembargo,laconcienciadevalermásqueaquelloshombresatenuabala

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fatigademirarlos.

IbatodoslosdíasalArteIndustrial,yparasabercuándovolveríalaseñoraArnoux se informaba de su madre muy detenidamente. La respuesta deArnouxnovariaba:«continuabalamejoría»;sumujerylapequeñaestaríanderegreso la semana próxima. Cuanto más tardaba en llegar, más inquietudmanifestabaFrédéric,tantoqueArnoux,enternecidoportantoafecto,lellevócincooseisvecesacomeralrestaurante.

Frédéric,enaquellaslargasentrevistas,comprendióqueelcomerciantedepinturanoeramuyingenioso.Arnouxpodíaquizáadvertiraquelenfriamiento,yademáseraocasióndedevolverleunpocosusfinuras.

Queriendohacerlascosasmuybien,vendióaunprenderotodossustrajesnuevosporochentafrancos,yconotrosochentaquelequedabanfueacasadeArnouxparallevarleacomer.AllíestabaRegimbart,ysedirigieronalosTresHermanosProvenzales.

Elciudadanoempezóporquitarse la levita,y, segurodediferenciarsedelosotrosdos,redactólalista.Peroaunquesetrasladóalacocinaparahablarporsímismoal jefe,bajóa labodega,cuyos rincones todosconocía,ehizosubir al dueño del establecimiento, al cual «dio un buen jabón»; no quedócontentonidelosplatos,nidelosvinos,nidelservicio.Acadaplatonuevo,acadabotelladiferente,desdeelprimerbocado,desdeelprimersorbo,dejabacaersutenedororechazabalejoslacopa;después,apoyandoloscodossobreelmanteltodololargodesubrazo,gritabaquenosepodíayacomerenParís.Por fin, no sabiendo qué imaginar por su boca, Regimbart pidió judías enaceite, sencillamente, las cuales, aunque solo a medias, le apaciguaron unpoco.Luegosostuvoconelcamareroundiálogosobrelosantiguosmozosdelos Provenzales. ¿Qué se había hecho de Antoine? ¿Y un tal Eugène? ¿YTheódore,elpequeño,queservíasiempreabajo?¡Habíaenaqueltiempoallíunamesamuydiversamentedistinguidaybotellasdeborgoñacomoyanosebeberán!

Enseguida se trató del valor de los terrenos en las afueras, unaespeculacióndeArnoux,infalible.Laesperaperjudicabasusintereses.Puestoquenoqueríavenderaningúnprecio,Regimbartlefijaríaalguno,yaquellosdosseñoreshicieron,conunlápiz,cálculoshastaelfinaldelospostres.

Se fuerona tomarcaféalpasajeSaumon,enel entresuelodeuncafetín.Frédéricasistiódepieainterminablespartidasdebillar,mezcladasconsendosvasosdecerveza;yallípermaneció,sinsaberporqué,porencogimiento,portontería,enlaesperanzaconfusadealgúnacontecimientofavorableasuamor.

¿Cuándo volvería a verla? Frédéric se desesperaba; pero una noche, afinalesdenoviembre,Arnouxledijo:

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—¿Sabeusted?Mimujervolvióayer.

Aldíasiguiente,alascinco,entrabaensucasa.

Empezó por felicitarla a propósito de sumadre, cuya enfermedad habíasidotangrave.

—No;¿quiénselohadichoausted?

—PuesArnoux.

Elladijo«¡ah!»suavemente,yañadióquealprincipiohabíasentidoseriostemores,queyadesaparecieron.

Sehallabacercadel fuego,en lamecedorade tapicería;él,enelcanapé,consusombreroentrelasrodillas,ylaconversaciónfuepenosa,abandonadapor ella a cada minuto, no encontrando él coyuntura para introducir en lacharla sus sentimientos. Pero lamentándose de estudiar los Procedimientos,ellareplicó:

—Sí…concibo…losnegocios…—bajandolacabeza,absortaderepenteensusreflexiones.

Él se sentía sediento de conocerlas, y hasta no pensaba en otra cosa. Elcrepúsculoformabasombrasasualrededor.

Ellaselevantó,puesteníaunencargoquehacer;luegosepresentóconunacapota de terciopelo y una capa negra, guarnecida demarta. Él se atrevió aofrecerleacompañarla.

Noseveíanadaya;eltiempoerafrío,yunaespesaniebla,esfumandolafachada de las casas, emponzoñaba el aire. Frédéric lo aspiraba con delicia,porquesentíaatravésdelalgodóndelabrigolaformadesubrazo;ysumanoaprisionadaenunguantedegamuzadedosbotones,sumanecita,quehubieracubiertodebesos, se apoyaba en sumanga.Por causade lo resbaladizodelsuelo,oscilabanunpoco;leparecíaaélqueibanambosmecidosporelviento,enmediodeunanube.

Elbrillode las luces,enelbulevar, ledevolvióa la realidad.Laocasiónerabuena;apremiabael tiempo;sefijóelespaciohastalacalledeRichelieuparadeclararsuamor.Perocasialpunto,delantedeunalmacéndeporcelanas,sedetuvoresueltamenteella,diciéndole:

—Ya estamos; mil gracias. Hasta el jueves, ¿no es verdad?, como decostumbre.

Lascenasempezarondenuevo,ycuantomástratabaalaseñoraArnoux,más aumentaban sus languideces. La contemplación de aquella mujer leenervaba,comoelusodeunperfumedemasiadofuerte.Aquellollegabahastalas profundidades de su temperamento, y se convertía casi en una manera

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generaldesentir,unnuevomododeexistir.

Lasprostitutasqueencontrabaalaluzdelgas,lascantantesensayandosusnotas, lasartistasecuestresensuscaballosagalope, lasburguesasapie, lascostureras en su ventana, todas las mujeres le recordaban a aquella, porsemejanzasoporcontrastesviolentos.Mirabaenlastiendasloscasimires,losencajes y las arracadas de pedrería, imaginándolas colocadas sobre sushombros,cosidasasucuerpo,lanzandosusfuegosensuscabellosnegros.Enlascestasdelasvendedoras,lasfloresseofrecíanparaqueellalaseligiesealpasar; en los escaparates de los zapateros las pequeñas pantuflas de rasocerradasdeplumadecisneparecíanesperarsupie;todaslascallesconducíanasucasa;loscochesseestacionabanenlasplazas,únicamenteparairallámásdeprisa;París se referíaa supersona,y lagranciudad,con todassusvoces,sonabacomoorquestainmensaalrededordeella.

CuandoibaalJardínBotánico,lavistadeunapalmeralearrastrabahaciapaíseslejanos.Viajabanjuntos,sobrelosdromedarios,bajolastiendecillasdeloselefantes,enlacámaradeunyateporazulesarchipiélagos,ounoalladodelotroendosmulasconcampanillas,quetropezabanenlashierbasocontracolumnas en pedazos. A veces se detenía en el Louvre, delante de cuadrosantiguos, y su amor regresaba hasta los siglos pasados, encarnando a lospersonajesdelaspinturas.Adornadaconuntocadoalto,orabaelladerodillasdetrásdeunavidrieradecolores.SeñoradeCastillaodeFlandes,permanecíasentada,conunagorgueraalmidonadayuncorsédegrandesbullones.Luegobajabaporalgunagranescaleradepórfido,enmediodelossenadores,bajoundoseldeplumasdeavestruz,conuntrajedebrocado.Otrasvecessoñabaquelaveíaconpantalóndesedaamarillaenloscojinesdeunharén;ytodoloqueerahermoso,elbrillodelasestrellas,ciertosairesdemúsica,elsentidodeunafrase, un contorno, la llevaban a su pensamiento de una manera brusca einsensible.

En cuanto a intentar hacerla su amante, seguro estaba de que sería vanatodatentativa.

Unanoche,Dittmer,alllegar,labesóenlafrente;Lovariashizolopropio,diciendo:

—Ustedloconsiente,¿noesverdad?,segúnprivilegiodelosamigos.

Frédéricbalbució:

—Meparecequetodossomosamigos.

—Notodosviejos—contestóella.

Aquelloerarechazarledeantemano,indirectamente.

¿Quéhacer,porotraparte?

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¿Decirlequelaamaba?

Le despediría, indudablemente; o bien, indignándose, le arrojaría de sucasa.

Élpreferíatodoslosdoloresalhorribletemordenoverlamás.

Envidiabael talentode lospianistas, loschirlosde losmilitares;deseabaunaenfermedadpeligrosa,esperandointeresarladeaquelmodo.

Unacosa leadmiraba:quenoestabacelosodeArnoux;ynose lapodíaimaginarsinovestida;tannaturalleparecíasupudor,yapartabasusexoaunamisteriosasombra.

Sinembargo,pensabaenladichadevivirconella,detutearla,depasarlelamanosuavementeporsuscabellos,odeestarenelsuelo,derodillas,conambosbrazosalrededordesucintura,bebiendosualmaensusojos.

Preciso habría sido para esto subvertir el destino; e incapaz de acción,maldiciendo a Dios y acusándose de su cobardía, se revolvía en su deseo,como un prisionero en su calabozo. Una angustia permanente le ahogaba;permanecía horas enteras inmóvil o estallaba en lágrimas; y un día, que noteníafuerzasparacontenerse,Deslauriersledijo:

—Pero…¡porDios!¿Quéesloquetienes?

Frédéricsufríadelosnervios.Deslauriersnolocreyó.

Antesemejantedolorhabíasentidodespertarsesuternurayleconsoló.

Unhombrecomoéldejarseabatir,¡quétontería!Paseenlajuventud;peromástardeeraperdereltiempo.

—Me estropeas amí, Frédéric. Prefiero al antiguomuchacho y siempreigual;megustaba.Vamos,fumaunapipa,animal.Muéveteunpoco;medaspena.

—¡Esverdad!—dijoFrédéric—.¡Estoyloco!

Elpasantereplicó:

—¡Ah, viejo trovador! Bien sé lo que te aflige. ¿El corazoncito?Confiésalo. ¡Bah! Una perdida, cuatro halladas. Uno se consuela de lasmujeres virtuosas con las otras. ¿Quieres que te haga conocermujeres?NotienesmásqueveniralAlhambra.

Eraesteunbailepúblico,abiertorecientementeenloaltodelosCamposElíseos,yquesearruinódesdelasegundatemporadaporunlujoprematuroenesegénerodeestablecimientos.

—Parece que allí se divierte uno—continuó Deslauriers—. Vamos allí.

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Tráeteatusamigos,siquieres;tepermitohastaaRegimbart.

Frédéricnoinvitóalciudadano.

DeslauriersseprivódeSénécal;llevaronúnicamenteaHussonnet,yCisycon Dussardier, y el mismo coche los condujo a los cinco a la puerta delAlhambra.

Dosgaleríasárabesseextendíanaderechaeizquierda,paralelamente.Lapareddeunacasa,enfrente,ocupabatodoelfondo,yenelcuartodeallado,eldelrestaurante,figurabaunclaustrogóticoconvidriosdecolores.Unaespeciedetechumbrechinacubríaelestradoenquetocabanlosmúsicos;elsuelodealrededorsehallabaasfaltado,yfarolesvenecianoscolgadosdelascolumnasformaban a las cuadrillas, desde lejos, una corona de fuegos multicolores.Varios pedestales a trechos sostenían tazas de piedra, de las que saltaba unhilillo delgado de agua. Se veían entre el follaje estatuas de yeso. Hebes oCupidosenteramentepegajososdepinturaalóleo;ylasavenidasnumerosas,alfombradasdearenamuyamarilla,cuidadosamentetamizada,hacíanparecereljardínmásvastodeloqueera.

Estudiantes paseaban a sus amantes, dependientes de novedades sepavoneabanconunbastónentrelosdedos;colegialesfumabanregalías;viejoscélibes acariciaban con un peine su barba teñida; había allí ingleses, rusos,gentesdelaAméricadelSur,tresorientales;loretas,costurerasymuchachashabían ido allí esperando encontrar un protector, una moneda de oro, osencillamente por el placer del baile; y sus trajes de túnica verdemar, azul,cerezaovioletapasaban,seagitabanentre losébanosy los lilos.Casi todosloshombresllevabantelasdecuadros;algunos,pantalonesblancos,apesardelafrescuradelanoche.Seencendíanlosfarolesdegas.

Hussonnet,porsusrelacionesconlosperiódicosdemodasylosteatrillos,conocíamuchasmujeres,alasqueenviababesosconlaspuntasdelosdedos,ydecuandoencuandodejabaasusamigosyseibaahablarconellas.

Deslaurierstuvoenvidiadeaquellasmanerasyabordócínicamenteaunarubiaalta,vestidademahón.

Despuésdehabersefijadoenélconairedesapacible,ledijo:

—No;nadadeconfianzas,buenhombre.

Ygirósobresustalones.

Sedirigióentoncesaunamorenagruesa,queestabaloca,indudablemente,porquesaltódesdelaprimerapalabraamenazándole,sicontinuaba,conllamara los municipales. Deslauriers se esforzó por reír, y descubriendo,seguidamente, a una mujer pequeña sentada algo aparte, debajo de unreverbero,lepropusounacontradanza.

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Losmúsicos,encaramadosenelestrado,enposturasdemonos,arañabanysoplaban impetuosamente.Eldirectordeorquesta,enpie, llevabaelcompásde una manera automática. La gente, amontonada, se divertía; las cintasdesatadasdelossombrerosrozabanlascorbatas,lasbotasseescondíanenlasfaldas; todo aquello saltaba cadenciosamente. Deslauriers estrechaba a lamujerpequeñita,yarrebatadoporeldeliriodelcancán,serevolvíaenmediode las cuadrillas como un gran polichinela. Cisy y Dussardier seguían supaseo;eljovenaristócratamirabaalaschicas,yapesardelasexhortacionesdel dependiente, no se atrevía a hablarles, figurándose que había siempredetrásdeaquellasmujeresunhombreescondidoenelarmarioconunapistola,yquesaleparaobligarleaunoaquefirmeletrasdecambio.

Volvieron junto a Frédéric. Deslauriers ya no bailaba, y todos sepreguntabancómoacabaríanlanoche,cuandoHussonnetgritó:

—¡Anda!LamarquesadeAmaëgui.

Eraestaunamujerpálida,denarizremangada,conmitoneshastaloscodosygrandesbuclesnegros,quecolgabanporsusmejillascomoorejasdeperro.Hussonnetledijo:

—Podríamos organizar una fiestecita en tu casa, una reunión al estilooriental. Procura recoger a algunas de tus amigas para estos caballerosfranceses.¿Quéesloquetecontraría?¿Esperasatuhidalgo?

Laandaluzabajabalacabeza;conociendolascostumbrespocoespléndidasde su amigo, teníamiedo de costear ella los refrescos. Por fin, a la palabradinero, largadaporella,Cisyofreciócincoescudos, todosubolsillo; lacosafuedecidida;peroFrédéricnoestabayaallí.

HabíacreídooírlavozdeArnoux,vistounsombrerodemujer,ysehabíaescondidoalpuntoenunbosquecillodeallado.

LaseñoritaVatnazestabasolaconArnoux.

—Dispenseustedsilemolesto.

—Deningunamanera—contestóelcomerciante.

Frédéric,alasúltimaspalabrasdesuconversación,comprendióquehabíaacudidoalAlhambraparatratarconlaseñoritaVatnazunnegociourgente,ysin dudaArnoux no se encontraba enteramente tranquilizado cuando le dijoconairedeinquietud:

—¿Estáustedcompletamentesegura?

—Completamentesegura;leamanausted.¡Quéhombreeste!

Y le hacía un gesto de burla, sacando sus gruesos labios, casisanguinolentos a fuerza de estar rojos. Pero tenía unos ojos admirables,

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felinos, con chispas doradas en las pupilas, llenos de malicia, de amor, desensualidad. Alumbraban como lámparas la tez algo amarilla de su flacafisonomía.Arnouxparecía gozar con sus sofiones, se inclinó hasta ella y ledijo:

—Esustedamable,bésemeusted.

Yella,cogiéndoleporlasorejas,lebesóenlafrente.

En aquel momento se pararon los bailes, y en el sitio del director deorquestasepresentóunguapojoven,demasiadogordoydeunablancuradecera.Llevabaelpelonegro,muy largo,peinadocomoCristo;unchalecodeterciopeloazulcongrandespalmasdeoro; suaire,orgullosocomoeldeunpavo real, estúpido como un pavo común; y después de saludar al público,entonóunacancioncilla.Éraseunaldeanoquecontabasuviajealacapital;elartista hablaba como los de la Baja Normandía; se hacía el borracho, y elrefrán

¡Ah!Hereído,hereído

eneseholgazándeParís

levantaba estrepitoso entusiasmo. Delmas, cantante expresivo, erademasiadomalignoparaqueseledejaraenfriar.LepasaronrápidamenteunaguitarraygimióunaromanzatituladaElhermanodelaalbanesa.

LaletralerecordóaFrédériclaquecantabaelhombredesharrapadoentrelos tambores del barco. Sus ojos se fijaron involuntariamente en el bajo delvestidoquesehallabadelante.

Despuésdecadacoplaseguíaunalargapausa,yelsoplodelvientoenlosárbolesseasemejabaalruidodeolas.

LaseñoritaVatnaz,separandoconunamanolasramasdeunaligustrequeleocultabaeltablado,contemplabaalcantante,fijamente,conlasventanasdelanarizabiertas,lascejasunidasycomoperdidaenunaprofundaalegría.

—Muy bien—dijoArnoux—.Comprendo por qué ha venido usted estanochealAlhambra.¿Delmaslegustaausted,querida?

Ellanoqueríaconfesarnada.

—¡Ah,quépudor!

YseñalandoaFrédéric,añadió:

—¿Es por este? Pues no tendría usted razón; no hay muchacho másdiscreto.

Losotros,quebuscabanasuamigo,entraronenelsitiodondeHussonnetlospresentó;Arnouxdistribuyóloscigarrosyregalósorbetesalacompañía.

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La señorita Vatnaz se había puesto encarnada al ver a Dussardier; selevantóenseguiday,alargándolelamano,dijo:

—¿Seacuerdausteddemí,señorDussardier?

—¿Cómo?¿Laconoceusted?—preguntóFrédéric.

—Hemosestadoenlamismacasa—contestóél.

Cisy le tiraba de la manga, y se marcharon; apenas se fue, la señoritaVatnaz empezó a elogiar su carácter, y hasta añadió que tenía «el genio delcorazón».

DespuéssehablódeDelmas,quepodría,consumímica,alcanzaréxitosenelteatro,ydeaquísesuscitóunadiscusiónenquesemezclóShakespeare,lacensura,elestilo,elpueblo,lasreglasdelapuertadeSaint-Martin,AlejandroDumas, Victor Hugo y Dumersan. Arnoux había conocido muchas actricescélebres; los jóvenes se acercabanpara oírle. Pero sus palabras se apagabanconel ruidode lamúsica;yalpuntoque lacuadrillao lapolca terminaban,todos se aproximaban a las tablas, llamaban al mozo, reían; las botellas decervezayde limonadagaseosasaltabanentreel follaje; lasmujeresgritabancomogallinas;aveces,dosseñoresqueríanbatirse;unladrónfuedetenido.

Algalope,losbailarinesentraronenlasavenidas.Ylosantessonrientesycon la cara roja desfilaban en torbellino, que levantaba los vestidos y losfaldones de los fraques; los trombones rugían más fuerte; el ritmo seaceleraba; detrás del claustromedieval se oyeron chisporroteos y estallaroncohetes;giraban los soles; las lucesdebengala, color esmeralda, iluminarondurante unminuto todo el jardín; y al último cohete, lamultitud exhaló unprolongadosuspiro,desfilandolentamente.

Una nube de pólvora flotaba en el aire. Frédéric y Deslauriers iban enmedio de la gente, despacio, cuando los detuvo un espectáculo: Martinontomabaelcaminodeldepósitode losparaguas;acompañabaaunamujerdeunos cincuenta años, fea, magníficamente vestida y de un rango socialproblemático.

—Esemozo—dijoDeslauriers—esmenossimpledeloqueparece.Pero¿dóndeestáCisy?

Dussardierlesseñalóelcafé,dondevieronalhijodelosbravosdelantedeuntazóndeponche,encompañíadeunsombrerorosa.

Hussonnet, que se había ausentado hacía cinco minutos, se presentó enaquelmomento.Una joven se apoyaba en subrazo, llamándole envozmuyalta:

—¡Gatitomío!

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—No—le decía él—; en público, no; llámame vizconde. Esto da tono,génerocaballeroLuisTreceybotasflexibles,quemeagrada.Sí,amigosmíos;unasrelacionesantiguas.¿Noesverdadqueesguapa?—Ylecogíaelmentón—.Saludaaestosseñores;todossonhijosdeparesdeFrancia;lostratoparaquemenombrenembajador.

—¡Quélocoesusted!—repusolaseñoritaVatnaz.

YrogóaDussardierquelaacompañarahastasupuerta.

Arnouxlosvioalejarse,y,volviéndosedespuésaFrédéric,ledijo:

—¿LegustaríaaustedlaVatnaz?Noesustedfrancoenestepunto.Creoqueocultaustedsusamores.

Frédéricsepusopálidoycontestóquenoocultabanada.

—Esquenoseleconoceaustedamante—replicóArnoux.

Frédéric tuvo ganas de citar un nombre al azar. Pero la historia podíancontársela«aella»,yrespondióque,efectivamente,noteníaamante.

Elcomercianteselocensuró.

—Esta noche era buena ocasión. ¿Por qué no ha hecho usted como losdemás,quesevantodosconunamujer?

—Bueno.¿Yusted?—dijoFrédéric,impacientadoportalinsistencia.

—Yo,hijomío,soydiferente;mevoyabuscarlamía.

Llamóuncocheydesapareció.

Losdosamigossefueronapie.Soplabaunvientoeste;nohablabannielunonielotro.Deslauriersselamentabadenohaberbrilladoanteeldirectordeunperiódico,yFrédéricseuníaensutristeza.

Porfin,dijoqueelbaileleparecíaestúpido.

—¿Dequiéneslaculpa?SinotenoshubierasescapadoportuArnoux…

—Cuantoyohubierapodidohacer,hubierasidocompletamenteinútil.

Pero el pasante tenía sus teorías: era suficiente para obtener las cosasdesearlasformalmente.

—Sinembargo,túmismo,haceuninstante…

—Bastante me importaba —dijo Deslauriers, cortando en redondo laalusión—.¿Esquemevoyaenredarconlasmujeres?

Y declamó contra sus travesuras, sus necedades; en resumen, que ledesagradaban.

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—Nolasbusquesentonces—dijoFrédéric.

Deslaurierssecalló;peroderepenteexclamó:

—¿Quieresapostarcienfrancosaquelogrolaprimeraquepase?

—Sí;acepto.

Laprimeraquepasófueunarepugnantemendiga.Yyadesesperabandelacasualidad,cuandoenelcentrodelacalleRívolivieronaunachicaaltaquellevabaenlamanounacajita.

Deslauriers se le acercó debajo de los arcos; ella se dirigió bruscamenteporelladodelasTulleríasytomóluegoporlaplazadelCarrousel,lanzandomiradas a izquierda y derecha. Corrió hacia su coche; pero Deslauriers laalcanzó;ibaasuladohablándolecongestosexpresivos.Porfinaceptóellasubrazo, y continuaron a lo largo de los muelles. Después, a la altura delChâtelet,duranteveinteminutosporlomenos,sepasearonporlaaceracomodosmarinosquehacen suguardia.Perode repente atravesaronelpuentedeChange,elmercadodelasFloresyelmuelleNapoleón.Frédéricentródetrás;Deslaurierslehizocomprenderquelosmolestaríayquesiguierasuejemplo.

—¿Cuántotienestodavía?

—Diezfrancos.

—¡Basta!Buenasnoches.

Frédéricseadmiródevereléxitodeaquellabroma.

«Se burla de mí —pensó—. ¡Vamos! Deslauriers creería, quizá, que leenvidiaríaaquelamor.Comosiyonotuvierauno,ycienvecesmásraro,másnoble,másfuerte».

Unaespeciedecóleralelanzaba,yllegódelantedelapuertadelaseñoraArnoux.

Ninguna de las ventanas correspondía a sus habitaciones; sin embargo,permanecía con la vista fija en la fachada, como si hubiera creído que poraquella contemplación podían agujerearse los muros. En aquel instante, sinduda, descansaba tranquila, como flor dormida, con sus hermosos cabellosnegros entre los encajes de la almohada, los labios entreabiertos, la cabezasobreunodelosbrazos.

LacabezadeArnouxsurgióyFrédéricsealejóparahuirdeaquellavisión.El consejo deDeslauriers se presentó a sumemoria. Se horrorizó y anduvoerranteporlascalles.

Cuandoseadelantabauntranseúnte,procurabadistinguirsusfacciones;decuandoencuando,unrayodeluzpasabaentresuspiernas,describiendoenla

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superficiedelpisouninmensocuartodecírculo,yunhombreaparecíaenlasombraconsucestaysufarol.Elviento,enciertossitios,sacudíaelcañóndehierrodeunachimenea;seoíansonidoslejanos,mezclándoseconelzumbidode su cabeza, y creía escuchar en los aires el vago ritornello de lascontradanzas.

El movimiento de su marcha sostenía aquella embriaguez. Pronto seencontróenelpuentedelaConcorde.

Entoncesseacordódeaquellanochedelinviernoanterior,enque,saliendode casa de ella por primera vez, le había sido preciso detenerse: tanfuertementepalpitabasucorazónalapresióndesusesperanzas.¡Todashabíanmuertoya!

Algunasoscurasnubesocultaban la luna; lacontemplabasoñandocon lamagnitud de los espacios, con la miseria de la vida, con lo vacío de todo.Amaneció;castañeteabansusdientes;ymediodormido,mojadoporlanieblayenteramente llenode lágrimas,sepreguntóporquénoacabarallí; solounmovimiento era necesario. El peso de su frente le arrastraba, veía flotar sucadáversobreelagua;Frédéricse inclinó.Elparapetoeraunpocoancho,yporlaxituddesuánimo,nointentósalvarlo.

Se sobrecogió de temor; volvió a los bulevares y se dejó caer sobre unbanco;losagentesdepolicíaledespertaron,convencidosdequeestababeodo.

Sepusodenuevoenmarcha;perocomoteníamuchahambreytodoslosrestaurantesestabancerrados, se fueacenaraunbodegónde losmercados;despuésdelocual,juzgandoqueaúnerademasiadopronto,sepaseóporlosalrededoresdelacasa-ayuntamientohastalasochoycuarto.

Deslauriers hacía mucho tiempo que había despedido a la doncella yescribíaenlamesa,enmediodelcuarto.HacialascuatroentróelseñorCisy.

Gracias aDussardier, lanocheanterior sevio conuna señora,yhasta laacompañóencoche,consumarido,alapuertadesucasa,enqueellalediocita.Deallívenía.Noconocíanaquelnombre.

—¿Quéquiereustedquelehagayo?—dijoFrédéric.

Entonces,elnoblehablóde laseñoritaVatnaz,de laandaluzayde todaslas demás. Por fin, con muchas perífrasis, expuso el objeto de su visita:confiandoen ladiscrecióndesuamigo,veníaaque leauxiliaseenunpaso,despuésdelcualseconsideraríadefinitivamentecomounhombre;yFrédéricno lo rehusó. Contó la historia a Deslauriers sin decir la verdad en lo quepersonalmenteleconcernía.

Elpasantedijoqueibaahoramuybien.Aquelladeferenciaasusconsejosaumentósubuenhumor.

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Por ella había seducido desde el primer día a la señorita Daviou(Clémence),bordadoradeoroparauniformesmilitares,lapersonamásdulcedel mundo y esbelta como una caña, con grandes ojos azules, siempreembobados.El pasante abusaba de su candor hasta hacerle creer que estabacondecorado: adornaba su levita conuna cinta encarnada en sus entrevistas;pero se la quitaba en público para no humillar a su principal, decía. Por lodemás, la teníaadistancia,sedejabaacariciarcomounpachóny la llamaba«hijadelpueblo»,comoenbroma.Ellaletraíasiempreramitosdevioletas.

Frédérichabríaqueridounamorsemejante.

Sin embargo, cuando salían del brazo para ir al gabinete de la casa dePinson o de la de Barillot, sentía una singular tristeza. Frédéric no sabíacuánto, desde hacía un año, había hecho sufrir a Deslauriers cuando secepillabalasuñas,antesdeiracomeralacalleChoiseul.

Unanoche,deloaltodesubalcónlosveíasalir,ydelejos,aHussonnetenelpuentedeArcole.ElbohemiosepusoallamaraFrédéricporseñasyestebajósuscincopisos.

—He aquí la cosa: el sábado próximo, veinticuatro, son los días de laseñoraArnoux.

—¿Cómo?¡SisellamaMarie!

—YAngèletambién.¡Quéimporta!Lafiestasedaráensucasadecampode Saint-Cloud. Estoy encargado de prevenirle a usted. Encontrará ustedvehículo a las tres en el periódico.Quedamos en eso; dispense ustedque lehayamolestado.¡Perotengotantascosasquehacer…!

Frédéricnohabíadadounpaso,cuandosuporteroleentregóunacarta:

«El señor y la señora Dambreuse ruegan al señor F. Moreau que lesdispenseelhonordeveniracomerasucasaelsábado24delcorriente. (Sesuplicacontestación)».

«Demasiadotarde»,pensó.Sinembargo,enseñólacartaaDeslauriers,queexclamó:

—¡Porfin!Peronoparecescontento.¿Porqué?

Frédéric vaciló unmomento y dijo que tenía para aquelmismo día otrainvitación.

—Hazme el favor de echar a rodar la calleChoiseul.Nada de tonterías;contestaréporti,sinotemolesta.—Yelpasanteescribióaceptandoentercerapersona.

Nohabiendovistosociedadjamássinoatravésdelafiebredesusansias,se la imaginabacomounacreaciónartificial, funcionandoenvirtudde leyes

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matemáticas.Unacomidadeconvite,elencuentrodeunhombre,lasonrisadeunamujer linda, por una serie de actos, consecuencia los unos de los otros,producen gigantescos resultados.Ciertos salones parisienses eran como esasmáquinasquetomanlamateriaenestadobrutoyladevuelvencentuplicadaenvalor. Creía en las cortesanas que aconsejaban a los diplomáticos, en losmatrimoniosricoslogradosporlasintrigas,enelgeniodelosgaleotes,enlasdocilidadesdelazarbajolamanodelosfuertes.Porfin,estimabaeltratodelosDambreusedetalmodoútil,yhablótanbiendelasunto,queFrédéricnosabíayaquéhacer.

De todas maneras, puesto que era el santo de la señora Arnoux, debíallevarle un regalo; y pensó, naturalmente, en una sombrilla para reparar sutorpeza.Encontróunamarquesade seda tornasolada, conunpuñodemarfilcinceladoquellegabadelaChina;peroaquellocostabacientosetentaycincofrancosyno teníauncéntimo,pueshasta estabaviviendoacrédito sobre lausuradesupróximotrimestre.Sinembargo,laqueríaconempeño,yapesarde su repugnancia, recurrió a Deslauriers, que le respondió que no teníadinero.

—Lonecesito—dijoFrédéric—,lonecesitoverdaderamente.

Ycomoelotrorepitiólamismaexcusa,seacaloró:

—Bienpodríasalgunavez…

—¿Qué…?

—Nada.

Elpasantehabíacomprendido.Sacódesusreservaslasumaencuestión,ycuandolahubovaciado,monedaamoneda,dijo:

—Notepidoquemeladevuelvas,puestoquevivoatusexpensas.

Frédéric se abalanzó a su cuello con mil expresiones afectuosas;Deslauriers permaneció frío. Al día siguiente, viendo la sombrilla sobre elpiano,preguntó:

—¡Ah!¿Eraparaeso?

—Quizálaenvíe—dijocobardementeFrédéric.

Lacasualidad le sirvió,porqueaquella tarde recibióunbilletede lutoenquelaseñoradeDambreuseleanunciabalapérdidadeuntío,excusándosedediferirparamásadelanteelplacerdeconocerle.

Desde las dos se encontraba en la oficina del periódico. En lugar deesperarleparallevarleensucoche,Arnouxsehabíamarchadolavíspera,noresistiendomásasunecesidaddeairelibre.

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Todoslosaños,desdelasprimerashojas,durantemuchosdíasseguidos,seibaalcampoporlamañana,hacíalargasexcursionesacampotraviesa,bebíaleche en las haciendas, bromeaba con los aldeanos, se informaba de lascosechasysellevabaensupañuelolasensaladas.Porfin,realizandounsueñoantiguo,sehabíacompradounacasadecampo.

Mientras Frédéric hablaba con el dependiente, se presentó la señoritaVatnazysemostrómuycontrariadadenoveraArnoux,quepermaneceríaallátodavíadosdíasquizá.Eldependienteleaconsejaba«quefueraallí»:ellanopodía ir;queescribieraunacarta: temíaque lacarta seperdiera.Frédéric seofreció a llevarla él mismo; la escribió rápidamente, y le rogó que no laentregasedelantedetestigos.

CuarentaminutosdespuésllegabaaSaint-Cloud.

La casa, cien pasos más allá del puente, estaba situada en mitad de lacolina.Losmurosdel jardínquedabanescondidospordoshilerasde tilos,yunaextensapraderabajabahastaelbordedelrío.Lapuertadelaverjaestabaabierta,yFrédéricentró.

Arnoux, tendido en la hierba, jugaba con unos gatitos recién nacidos.Aquelladistracciónparecíaabsorberleporcompleto.Deella lesacó lacartadelaseñoritaVatnaz.

—¡Diablo,diablo!Estoesfastidioso;tienerazón:esprecisoquevaya.

Después, habiendometido lamisiva en el bolsillo, sintió gran placer enenseñar su dominio; lo enseñó todo: la caballeriza, la cochera, la cocina.ElsalónestabaaladerechayhaciaelladodeParís;dabaaunabarandaenformadeenrejadoqueostentabaunaclemátide.Enesto,porencimadesuscabezas,se oyó un trino, y era que la señoraArnoux, creyéndose sola, se entreteníacantando,haciendoescalas,gorjeos, arpegios.Lanzabanotas sostenidas,queparecíanquedarensuspenso;otrascaíanprecipitadamente,comolasgotasdeuna cascada; y su voz, pasando por la celosía, cortaba el profundo silencio,elevándosehaciaelcieloazul.

Se calló de repente, cuando los señores Oudry y dos vecinos sepresentaron.

Después, ella misma vino a lo alto de la escalera, enseñando el pie albajarla. Llevaba zapatitos escotados de piel encarnada, con tres listastransversales,quedibujabanensumediaunaespeciederejilladorada.

Losinvitadosllegaron.YexceptoelseñorLefaucheux,abogado,eranlosmismosconvidadosde los jueves.Cadacualhabía traídosuregalo:Dittmer,una banda asiria; Rosenwald, un álbum de romanzas; Burieu, una acuarela;Sombaz,supropiacaricatura,yPellerin,unapuntealcarbónquerepresentaba

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una especie de danza macabra, repugnante fantasía de mediana ejecución.Hussonnetsecreyódispensadodetodopresente.

Frédéricesperóaserelúltimoparaofrecerelsuyo.Ellalediolasgracias,ydijoélentonces:

—Esque…eracasiunadeuda.¡Mecontrariótanto!

—¿Elqué?—contestóella—.Nocomprendo.

—¡Alamesa!—dijoArnoux,cogiéndoleporelbrazo,yaloído—:Noesustedmuylisto.

Nadatanagradablecomoelcomedor,pintadodecolorverdemar.Enunodelosextremos,unaninfadepiedraintroducíasupieenunafuenteenformadeconcha.Porlasventanasabiertasseveíatodoeljardín,conlalargapraderaqueflanqueabaunpinodeEscocia,ensustrescuartaspartesdespojadoyenque brotaban desigualmente macizos de flores; y más allá del río sedesarrollaban,enanchosemicírculo,elbosquedeBoulogne,Nevilly,Sèvres,Meudon.Delantedelaverja,enfrente,unbotedeveladabasusabordadas.

Primeramentesehablódeaquellavistaquetenían,despuésdelpaisajeengeneral,ylasdiscusionesempezabancuandoArnouxdioordenasucriadodeenganchar la americana hacia las nueve ymedia. Una carta de su cajero lellamaba.

—¿Quieresquemevuelvacontigo?—dijolaseñora.

—Sí, por cierto. —Y haciendo un galante saludo, añadió—: Bien sabeusted,señora,quenopuedovivirsinusted.

Todoslacumplimentaronporelbuenmaridoquetenía.

—Esquenosoyyosola—replicódulcemente,señalandoasuhijita.

Después,laconversaciónvolviósobrelapintura.

Se habló de un Ruysdaël, del que Arnoux esperaba obtener sumasimportantes.YPellerinpreguntósieraverdadqueelfamosoSaülMathias,deLondres,habíaidoelmesanterioraofrecerleveintitrésmilfrancos.

—Nada más exacto. —Y volviéndose hacia Frédéric, dijo—: Es aquelmismocaballeroqueyopaseabaelotrodíaenelAlhambra,bienapesarmío,loaseguro,porqueesosinglesesnosondivertidos.

Frédéric,sospechandodelacartadelaseñoritaVatnazalgunahistoriademujeres, se admiraba de la naturalidad del señor Arnoux para encontrar unmedio honroso de largarse; pero su nueva mentira, absolutamente inútil, lehizoabrirdesmesuradamentelosojos.

Elcomercianteañadióconelairemássencillo:

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—¿Cómosellamaaqueljovenalto,amigodeusted?

—Deslauriers—contestóapresuradamenteFrédéric.

Y para reparar las faltas que había cometido con él, le elogió comointeligenciasuperior.

—¿De veras? Pues no tiene el aire de buen muchacho que el otro, eldependientedetransportes.

FrédéricmaldijoaDussardier,porqueellaibaacreerquesecodeabacongentesordinarias.

Luegosetratódelosembellecimientosdelacapital,delosbarriosnuevos,y el buen hombre de Oudry citó entre los grandes especuladores al señorDambreuse.

Frédéric, aprovechando la ocasión de hacerse valer, dijo que le conocía.Pero Pellerin se lanzó a una catilinaria contra los horteras, vendedores debujíasodeplata, entre los cualesnoveíadiferencia.Después,RosenwaldyBurieuseocuparondeporcelanas;Arnoux,dejardineríaconlaseñoraOudry;Sombaz, bufón de la antigua escuela, se entretenía en hacer bromas a suesposo, llamándoleOdry, como el actor, declarando que debía descender deOudry,elpintordelosperros,porqueelhuesodelosanimaleseravisibleensufrente;hastaquisotocarleelcráneo,aloqueelotroseopusoporcausadesupeluca.Yelpostreacabóencarcajadas.

Cuandohubieron tomado el café, bajo los tilos, fumadoy dadasmuchasvueltasporeljardín,fueronapasearalolargodelrío.

Laconcurrenciasedetuvoanteunpescadorquelimpiabaunasanguilas.LaseñoritaMarthequisoverlas;élvaciósucestasobrelahierba,ylachiquillasehincóderodillasparacogerlas,riendodegustoygritandodemiedo;todasseperdieron,yArnouxlaspagó.

Enseguidaseleocurriólaideadedarunpaseoenbote.

Unodelosladosdelhorizonteempezabaapalidecer,mientrasqueporelotrounampliocolornaranjaseextendíaporelcieloyaúnmáspurpurinoenlacima de las colinas, ya enteramente negras. La señora Arnoux se hallabasentadaenunapiedragrande,conaquelresplandordeincendioasuespalda;las restantes personas andaban de acá para allá; Hussonnet, junto al ribazo,tirabachinasalagua.

Arnouxvolvióconunachalupavieja,donde,apesardelasobservacionesmásrazonables,apilóasusconvidados;zozobrabayfueprecisodesembarcar.

Yaalumbrabanlasbujíasenelsalón,vestidodepersa,concandelabrosdecristalenlasparedes.LaseñoraOudrysedormíanuevamenteenunabutacay

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losdemásescuchabanalseñorLefaucheuxdiscutiendosobrelasgloriasdelaabogacía; la señora Arnoux estaba sola cerca de la ventana: Frédéric se leacercó.

Hablaron de lo que se dice: admiraba ella a los oradores; él prefería lagloria de los escritores. Pero debía de sentirse, decía ella, un goce muchomayor en conmover a las masas directamente por sí mismo, viendo cómopasanasusalmastodoslossentimientosdelquehabla.AquellostriunfosnotentabanaFrédéric,quecarecíadeambición.

—¿Porqué?—dijoella—.Esprecisoteneralguna.

Se hallaban el uno cerca del otro, en pie, en el hueco de la ventana. Lanocheseextendíadelante,comoun inmensovelooscurosembradodeplata.Aquella era la primera vez que no hablaban de cosas insignificantes. Llegóhastaaconocersusantipatíasysusgustos:ciertosperfumes lehacíandaño;loslibrosdehistorialeinteresaban;creíaenlossueños.

Abordóélelcapítulodelasaventurassentimentales,yellacompadecíalosdesastres de la pasión, pero le indignaban las infamias hipócritas; y aquellarectituddeespíritucorrespondíatanbienconlabellezacorrectadesurostroqueparecíasuconsecuencia.

Aveces sonreía, deteniendo en él susojosunminuto.EntoncesFrédéricsentíapenetrar susmiradasen sualma, comoesosgrandes rayosde solquedescienden hasta el fondo del agua. La amaba sin segunda intención, sinesperanza de correspondencia, absolutamente; y en aquellos mudostransportes,parecidosaexpansionesdelagratitud,hubieradeseadocubrirsufrente de una lluvia de besos. Sin embargo, un soplo interior le arrastrabacomo fuera de sí; era aquello un deseo de sacrificarse, una necesidad deadhesióninmediata,ytantomásfuertecuantoquenopodíasaciarla.

NosemarchóconlosotrosniHussonnet tampoco;debíanvolverseenelcoche,y laamericanaesperabaalpiede laescalera, cuandoArnouxbajóaljardínparacogerrosas.Despuésdeatadoelramoconunhilo,comolostallosquedaban desiguales, buscó en su bolsillo, lleno de papeles; sacó uno a laventura,losenvolvió,consolidósuobraconunalfilergrandeyloofrecióasumujerconunaciertaemoción:

—Toma,queridamía.Yperdónamesitehedescuidado.

Peroellalanzóunpequeñogrito;elalfiler,torpementecolocado,lahabíaherido,ysubióasuhabitación.Laesperaroncercadeuncuartodehora;porfin,sepresentó,cogióaMartheyentróenelcoche.

—¿Yturamo?—dijoArnoux.

—Déjalo;nomerecelapena.

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Frédériccorríaparairabuscarlo,yellaexclamó:

—Noloquiero.

Perolotrajoenseguida,diciendoqueacababadevolverameterloscabosenelsobreporquehabíaencontradolasfloresporelsuelo.Laspusoellaenlafundadecuerodelasientoypartieron.

Frédéric,sentadojuntoaella,notóquetemblabahorriblemente.Después,cuandopasaronelpuente,comoArnouxgirabaalaizquierda,elladijo:

—Noesporahí;teequivocas.Porallí,aladerecha.

Parecíairritada:todolamolestaba.Porfin,Marthecerrólosojos,sacóelramo y lo tiró por la portezuela, cogiendo después el brazo de Frédéric,haciéndoleseñasconlaotramanodenohablarjamásdeaquello.Luegopusosupañuelosobresuslabiosynochistómás.

Los otros dos, en el pescante, hablaban de imprenta, de suscriptores.Arnoux,queguiabasinatención,seperdióenmediodelbosquedeBoulogne,y entraron en caminos estrechos. El caballo iba al paso; las ramas de losárbolesrozabanlacapota.FrédéricnoveíadelaseñoraArnouxsinosusdosojosenlasombra;Martheseechósobreella,yéllesosteníalacabeza.

—¿Lemolestaausted?—dijosumadre.

Élcontestó:

—No.¡Oh,no!

Pequeñosremolinosdepolvoselevantaban;atravesaronAuteuil;todaslascasassehallabancerradas;algúnreverbero,atrechos,alumbrabaelángulodeunmuro, volviéndose luego a las tinieblas; enunaocasión advirtió que ellalloraba.

¿Eraaquellounremordimiento,undeseo?¿Quéera?Aquellapena,quenoconocía,leinteresabacomocosapersonal;ahoraexistíaentreellosunnuevolazo,unaespeciedecomplicidad.Yledijoconlavozmáscariñosaquepudo:

—¿Sufreusted?

—Sí;unpoco—contestó.

Rodabaelcoche.Ylasmadreselvasylassiringuillasolorosasbrotabanenlosjardines,enviandoenlanocheoleadasdeperfumessuaves.Losnumerososplieguesdesuvestidocubríansuspies.

Le parecía comunicar con su persona toda, por medio de aquel cuerpoinfantilextendidoentreellos;seinclinósobrelaniña,yseparandosuslindoscabellososcuros,lebesólafrente.

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—Ustedesbueno—dijolaseñoraArnoux.

—¿Porqué?

—Porquequiereustedalosniños.

—Noatodos.

Y no añadió nada. Pero alargó la mano izquierda hacia ella y la tuvoabierta completamente, figurándose que iba ella a hacer otro tanto, quizá, yqueseencontrarían;perolediovergüenzaylaretiró.

Prontollegaronalempedrado;elcocheandabamásdeprisa.Losfarolesdegassemultiplicaban:estabanenParís.Hussonnetsaltódesusitiodelantedelguardamueble. Frédéric esperó para bajarse a que estuvieran en el patio,emboscándoseluegoenlaesquinadelacalleChoiseulyviendoaArnouxquevolvíaendirecciónalosbulevares.

Desdeeldíasiguientesepusoatrabajarcontodassusfuerzas.Seveíaenuntribunal,enunatardedeinvierno,alfinaldelasesión,cuandolosjuradosestán pálidos y la muchedumbre, excitada, hace crujir las barandillas delpretorio, hablando hacía ya cuatro horas, resumiendo todas sus pruebas,descubriendo otras nuevas y sintiendo a cada frase, a cada palabra, a cadagesto,levantarselacuchilladelaguillotina,colocadaasuespalda;después,enlatribunadelaCámara,oradorquellevaensuslabioslasalvacióndetodounpueblo,ahogandoasusadversariosconsusprosopopeyas,aplastándolosconuna respuesta, con rasgos y entonaciones musicales en la voz, irónico,patético,fogoso,sublime.Ellaestaríaallí,enalgúnsitio,enmediodelagente,ocultandoconsuvelosuslágrimasdeentusiasmo;despuéssejuntarían,ylosdesalientos, las calumnias y las injurias no le alcanzarían si ella le decía:«¡Quéhermosoeseso!»,pasándoleporlafrentesusmanosligeras.

Aquellas imágenes figuraban como faros en el horizonte de su vida. Suespíritu,excitado,sehizomásinteligenteymásfuerte.Hastaelmesdeagostoseencerró,ylogróelaprobadoensuúltimoexamen.

Deslauriers,aquienhabíacostadotantotrabajoenseñarleunavezparaelsegundo,afinalesdediciembre,yparaeltercero,enfebrero,seadmirabadesuardor.Entoncesrenacieronlasantiguasesperanzas.Endiezañoseraprecisoque Frédéric fuese diputado; en quince, ministro; ¿por qué no? Con supatrimonio, que iba a recoger pronto, podría, primero, fundar un periódico:este sería el principio: después, ya se vería. Él, por su parte, seguíaambicionando siempre una cátedra en laEscuela deDerecho; y presentó sudiscurso para el doctorado de una manera tan notable, que le valió losplácemesdelosprofesores.

Frédérichizoelsuyotresdíasdespués.Antesdemarcharsedevacaciones

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se leocurrió la ideadeunacomidaaescoteparacerrar las reunionesde lossábados.Semostróalegreenella.

La señora Arnoux se hallaba entonces con su madre en Chartres, peroprontovolveríaaverlayacabaríaporsersuamante,sindudaalguna.

Deslauriers,admitidoaquelmismodíaenlaparlotte(academiacharlatanadejurisprudencia)deOrsay,habíahechoundiscursomuyaplaudido.Aunquefuerasobrio,FrédéricsealegróyledijoaDeslauriers,alospostres:

—Túereshonrado.Cuandoyosearicotenombrarémiadministrador.

Todoseranfelices:Cisynoacabaríasuderecho;Martinonibaacontinuarsu tiempo en provincias, donde sería nombrado sustituto; Pellerin preparabaungrancuadroquerepresentabael«GeniodelaRevolución»;Hussonnet,enlasemanapróxima,debíaleeraldirectordeunteatritoderecreoelplandeunapieza,ynodudabadeléxito:

—Porqueelandamiodelaobrameloconceden;laspasiones,hecorridoenellaslobastanteparaconocerlas,ylosrasgosdeingeniosonmioficio.

Diounsalto,pusolasmanosenelsueloyanduvoconlospiesenaltoporalgúntiempoalrededordelamesa.

AquellagateríanodesarrugóelceñodeSénécal.Acababadedespedirsedesu pensión por haber pegado al hijo de un aristócrata. Como aumentaba sumiseria,renegabadelordensocial,maldecíadelosricosysedesahogabaenelseno de Regimbart, que cada vez estaba más desilusionado, entristecido,disgustado. El ciudadano se ocupaba por entonces de las cuestiones depresupuestosyacusabaalacamarilladeperdermillonesenArgelia.

ComonopodíadormirsinpasarporelcafetínAlexandre,desaparecióencuanto fueron las once. Los otros se retiraron más tarde, y Frédéric, aldespedirse deHussonnet, supo que la señoraArnoux había debido llegar lavíspera.

Fue,enconsecuencia,alasmensajerías,paracambiarsubilleteparaeldíasiguiente, y hacia las seis se presentó en casa de ella. Su vuelta, le dijo elportero,sehabíaretrasadounasemana.Frédériccenósoloyluegosepusoapasearporlosbulevares.

Lasnubes,decolorderosa,formabanunafranjaporencimadelostejados;empezaban ya a levantar los toldos de algunas tiendas; los carros de riegoderramaban su lluvia sobre el polvo, y una inesperada frescura semezclabacon las emanaciones de los cafés, que dejaban ver por sus puertas abiertas,entreplateadosydorados, floresencanastillosquesedibujabanen losaltosespejos. La gente andaba despacio; había grupos de hombres hablando enmediodelaacera,ypasabanlasmujeresconciertablancuraenlosojosyese

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tinte de camelia que da a las carnes femeninas la lasitud de los grandescalores.Algoenormeseextendíaenvolviendolascasas.JamásParíslepareciótan hermoso. En el porvenir únicamente percibía una interminable serie deañosenteramentellenosdeamor.

Se detuvo delante del teatro de la puerta de Saint-Martin mirando elanuncio;yparapasareltiempotomóunbillete.

Se representaba una antigua comedia de magia. Los espectadores eranescasos, y en las lucernas del paraíso la claridad se cortaba en pequeñoscristales azules, mientras que los quinqués de la batería del escenarioformabanunasolahileradelucesamarillas.LaescenafigurabaunmercadodeesclavosenPekín, concampanillas, tam-tam, sultanes,gorrospuntiagudosyjuegos de palabras. Bajado el telón, anduvo por el fumadero, solitario, yadmiróenelbulevar,alpiedelaescalera,ungranlandauverde,tiradopordoscaballosblancosquesujetabauncocherodecalzóncorto.

Ocupaba de nuevo su sitio, cuando en la baranda del primer palco deproscenio asomaron una señora y un caballero. Elmarido, de rostro pálido,conunaralabarbagris,elbotóndelaLegióndeHonoryeseaspectoglacialqueseatribuyealosdiplomáticos.

Sumujer, veinte añosmás joven por lomenos, ni alta ni baja, ni fea nibonita, llevaba sus rubios cabellos en tirabuzones a la inglesa, un traje decuerpolisoyungranabanicodeencajenegro.Paraquegentesdesemejanteclase vinieran al espectáculo en aquella estación era preciso suponer unacasualidadoelfastidiodepasarlasnochessolos.Laseñoramordíasuabanicoy el caballero bostezaba. Frédéric no conseguía recordar dónde había vistoaquellacara.

En el entreacto siguiente, al atravesar un corredor, encontró a ambos; alligero saludo que hizo, el señor Dambreuse, reconociéndole, le llamó y seexcusóinmediatamentedeimperdonablenegligencia.Aquellaeraalusiónalasnumerosastarjetasenviadasporconsejodelpasante.Contodo,confundíalasépocascreyendoqueFrédéricestabaenelsegundoañodederecho.Despuésleenvidiópormarcharsealcampo;necesitaríaéltambiénasuvezdedescanso,perolosnegocioslereteníanenParís.

La señora Dambreuse, apoyada en su brazo, inclinaba la cabezaligeramente, y la espiritual amenidad de su semblante contrastaba con suexpresiónaburridadepocoantes.

—Allí se encuentran agradables distracciones —dijo refiriéndose a lasúltimaspalabrasdesumarido—.¡Quéespectáculotanestúpidoeste!,¿verdad,caballero?

Ylostrespermanecieronenpiehablandodeteatroyobrasnuevas.

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Frédéric, acostumbrado a los gestos de las burguesas provincianas, nohabía visto enmujer alguna semejante soltura demaneras, aquella sencillezque es un refinamiento y en la cual ven los cándidos la expresión de unainstantáneasimpatía.

Contabanconélasuvuelta;elseñorDambreuseleencargósusrecuerdosparaeltíoRoque.

Frédéric no dejó, al entrar en su casa, de referir aquella acogida aDeslauriers.

—¡Fabuloso!—repusoelpasante—.Yno tedejesenredarpor tumamá.Vuélveteenseguida.

Al día siguiente de su llegada, después del almuerzo, la señoraMoreaullevóasuhijoaljardín.

Ledijolofelizqueeraviéndoleencarrera,porquenoerantanricoscomose creía; la tierra producía poco; los renteros pagabanmal, y hasta se habíavistoobligadaavendersucoche;porfinleexpusolasituación.

En las primeras dificultades de su viudez, un hombre astuto, el señorRoque, le había hecho préstamos de dinero, renovados, prolongados a supesar.De repente vino a reclamarlos y tuvo que pasar por sus condiciones,cediéndole por un precio irrisorio la finca de Presles. Diez años más tardedesaparecíasucapitalporlaquiebradeunbanquerodeMelun.Porhorrordelashipotecasyparaconservaraparienciasútilesalporvenirdesuhijo,ycomoeltíoRoqueseofrecieranuevamente,leescuchóunavezmás.Ahorayahabíaliquidadoconél.Enresumen:lesquedabanaproximadamentediezmilfrancosderenta,deloscualeserandeéldosmiltrescientos,todosupatrimonio.

—Esonoesposible—exclamóFrédéric.

Conunmovimientodecabezalecontestóqueaquelloeramuyposible.

Perosutíoledejaríaalgo.

Nadamenosseguro.

Ydieronunavueltaporel jardínsinhablar.Porfin leestrechócontrasucorazóny,convozahogadaporlaslágrimas,ledijo:

—¡Ah,pobrehijo!¡Cuántosañoshetenidoqueabandonar!

Sesentóélsobreunbanco,alasombradeunagranacacia.

Le aconsejaba su madre que entrara de pasante en casa del señorProuharam, abogado, quien le cedería su estudio; si lo hacía valer, podríarevenderloyencontrarunbuenpartido.

Frédéricnooíaya;mirabamaquinalmente,porencimadelavalla,alotro

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jardín,enfrente.

Unaniñadedoceañosaproximadamente,queteníaelpelorojo,estabaallíenteramentesola.Sehabíahechopendientesdelasbayasdeserbal;sucotilladelienzogrisdejabaaldescubiertosushombros,unpocotostadosporelsol;manchas de dulce ensuciaban su falda blanca, y había una gracia de jovenbestiasalvajeensupersonatoda,alaveznerviosayendeble.Lapresenciadeun desconocido la admiraba, indudablemente, porque se había paradobruscamenteconsuregaderaenlamano,fijandoenélsuspupilas,deunverdeazuladolímpido.

—Esa es la hija del señor Roque—dijo la señoraMoreau—. Su padreacabadecasarseconsucriadaydelegitimarasuhija.

VI

¡Arruinado,despojado,perdido!

Sequedóenelbancocomoaturdidoporunaconmoción,maldiciendo lasuerte y deseando pegar a alguien. Para aumentar su desesperación, sentíapesar sobre sí una especie deultraje, dedeshonra; porque se había figuradoquesufortunapaternallegaríaundíaaquincemillibrasderenta,yselohabíahechosaberdeunamanera indirectaa losArnoux.Iba,pues,apasarporunhablador,porunpícaro,porunoscurodanzantequesehabía introducidoencasadeelloscon laesperanzadealgúnprovecho.¿Ycómovolveríaaverlaahoraaella,alaseñoraArnoux?Eso,además,eracompletamenteimposiblenoteniendomásquetresmilfrancosderenta.Porquenopodíavivirsiempreenuncuartopiso,teniendoporcriadoalportero,ypresentarseconmodestosguantesazuladospor laspuntas,sombrerograsiento, lamismalevitaduranteun año. No, no; jamás. Sin embargo, la existencia sin ella era intolerable.Muchosvivíanbiensinfortuna.Deslauriers,entreotros;ysellamabacobardeatribuyendo semejante importancia a cosas que solo la tenían mediana. Lamiseriaquizácentuplicaría sus fuerzas.Yseexaltópensandoen losgrandeshombres que trabajaban en las buhardillas. Un alma como la de la señoraArnoux debía de conmoverse ante aquel espectáculo, y se enternecería.Asíqueaquellacatástrofeeraunadicha,despuésdetodo:comoesostembloresdetierra que dejan al descubierto tesoros, ella le había revelado las secretasopulencias de su naturaleza. Pero no existía más que un sitio único en elmundoparahacerlasvaler:París;porqueensusideas,elarte, lacienciayelamor (esas tres fases de Dios, como hubiera dicho Pellerin) dependíanexclusivamentedelacapital.

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Por la noche le declaró a sumadre que volvería allí. La señoraMoreauquedó sorprendida e indignada; aquello era una locura, un absurdo. Mejorharía con seguir sus consejos, es decir, con permanecer a su lado, en unestudio. Frédéric se encogió de hombros, diciendo: «¡Vaya!», creyéndoseinsultadoporaquellaproposición.

Entonces,labuenaseñoraempleóotrométodo.Convoztiernaypequeñossollozos, se puso a hablar de su soledad, de su vejez, de los sacrificios quehabía hecho. Ahora que era más desgraciada, la abandonaba. Y después,aludiendoasupróximofin,añadió:

—Unpocodepaciencia,Diosmío;muyprontoseráslibre.

Aquellas lamentaciones se repitieron veinte veces al día durante tresmeses; y almismo tiempo, las delicadezas del hogar le corrompían: gozabacon tener una cama más blanda, toallas sin jirones; tanto, que cansado,enervado,vencidoalfinpor la terriblefuerzadeladulzura,FrédéricsedejóllevaracasadelseñorProuharam.

Nomostróallíniciencianiaptitud:lehabíanconsideradohastaentoncescomounjovendegraningenioquedebíaserlagloriadelaprovincia;aquellofueunadecepciónpública.

Alprincipiosedijo:«EsprecisoavisaralaseñoraArnoux».Yduranteunasemana meditó cartas ditirámbicas y breves billetitos en estilo lapidario ysublime.Eltemordeconfesarsusituaciónlecontenía.Despuéspensóenqueseríamejorescribiralmarido:Arnouxconocíalavidaysabíacomprenderla.Por fin, después de quince días de vacilación, se dijo: «¡Bah! ¡No debovolverlosaver!¡Quemeolviden!Porlomenos,nohabrédesmerecidoensurecuerdo;ellamecreerámuertoymeextrañará…quizá».

Como si las resoluciones excesivas le costaranpoco, se jurónovolver aParísyhastanoinformarsedelaseñoraArnoux.

Sinembargo,echabademenoselolordelgasyelruidodelosómnibus.Pensabaentodaslaspalabrasquelehabíadicho,eneltimbredesuvoz,enlaluz de sus ojos, y considerándose como hombre muerto, no hacía nada,absolutamentenada…

Selevantabamuytardeymirabaporsuventanalostirosdeloscarreterosquepasaban.Losseisprimerosmeses,sobretodo,fueronabominables.

Enciertosdías,sinembargo,seindignabacontrasímismo;entoncessalía,se iba a las praderas, medio cubiertas durante el invierno por losdesbordamientosdelSena,divididasporhilerasdeálamos.Atrechosseveíaunpuentecillo.Porellasvagabahastalanoche,pisandolashojasamarillentas,aspirando labruma,saltando los fosos;amedidaquesusarteriasbatíanmás

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fuertemente, le arrastraban deseos furiosos de actividad: quería hacersetramposoenAmérica,serviraunbajáenOriente,embarcarsecomomarinero,yexhalabasumelancolíaenlargascartasaDeslauriers,quebullíaporsuparteparaabrirsecamino.

La cobarde conducta de su amigo y sus eternas jeremiadas le parecíanestúpidas.Muyprontosucorrespondenciavinoasercasinula.Frédérichabíadado todos sus muebles a Deslauriers, que conservaba su alojamiento. Sumadre le hablaba de eso de cuando en cuando; por fin, un día confesó suregalo,yellalereñía,cuandorecibióunacarta.

—¿Quéeseso?—dijo—.¿Tiemblas?

—Notengonada—contestóFrédéric.

Deslauriers le manifestaba que había recogido a Sénécal, y desde hacíaquincedíasvivíanjuntos.¿LuegoSénécalseestablecíaahoraenmediodelascosasqueprocedíandecasadeArnoux?Podíavenderlas,hacerobservacionesygraciassobreellas.Frédéricsesintióofendidohastaelfondodelalma;subióasucuartoporqueteníaganasdemorirse.

Su madre le llamó para consultarle a propósito de una plantación en eljardín.

Aqueljardín,amododeparqueinglés,sehallabacortadoenelcentroporuna valla de palo, y lamitad pertenecía al tío Roque, que poseía otro paraverdurasaorilladelrío.Losdosvecinosreñidosseabsteníandeiraaquellossitios a las mismas horas. Pero desde que Frédéric había vuelto, el buenhombresepaseabaporallíconmásfrecuenciaynoeconomizabalascortesíasal hijo de la señoraMoreau y le compadecía por tener que habitar en unapequeñapoblación.UndíalecontóqueelseñorDambreusehabíapreguntadopor él; otra vez se extendió acerca de la costumbre de Champán, donde elvientreennoblecía.

—En aquel tiempo hubiera usted sido un señor, puesto que sumadre deustedsellamabadeFouvens.Ypuedendecirloquequieran,perounapellidoya es algo. Después de todo—añadió mirándole maliciosamente—, eso escosaquedependedelguardasellos.

Aquellapretensióndearistocraciaibasingularmenteconsupersona.Comoera bajo, su larga levita castaña aumentaba lo bajo de su busto. Cuando sequitaba la gorra, se veía una cara casi femenina, con una narizextremadamente puntiaguda; su pelo, de color amarillo, parecía una peluca;saludabaalagenteinclinándosemucho,rozandolasparedes.

HastaloscincuentaañossehabíacontentadoconelserviciodeCatherine,una lorenesa de lamisma edad que él ymuy picada de viruela; pero hacia

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1834llegódeParísunalindarubia,defiguraacarnerada,conelportedeunareina.Muyprontose laviopavoneándosecongrandespendientes,y todoseexplicó con el nacimientodeunaniña, inscrita con el nombredeÉlisabeth-Olympe-LouiseRoque.

Catherine, en sus celos, esperaba que execraría a aquella niña; por elcontrario, la amó, rodeándola de cuidados, atenciones y caricias, parasuplantar a su madre y hacerla odiosa; empresa fácil, porque Éléonoredescuidaba completamente a la pequeña, prefiriendo la charla con losproveedores. Desde el día siguiente de su matrimonio, fue de visita alsubgobierno, no tuteó más a las criadas y creyó debía mostrarse, por buentono, severa con su hija, asistiendo a sus lecciones. El profesor, un viejoburócrata de la alcaldía, no sabía arreglarse; la discípula se insubordinaba,recibíabofetadasyseibaallorarsobrelasrodillasdeCatherine,queledabainvariablemente la razón. Entonces se peleaban las dos mujeres, y el señorRoquelashacíacallar.Sehabíacasadopor ternurahaciasuhijaynoqueríaquelaatormentaran.

Amenudo llevaba un vestido blanco hecho jirones, con unos pantalonesguarnecidos de encajes; y en las grandes fiestas salía vestida como unaprincesa,paramortificarunpocoa losvecinos,queprohibíana sushijoseltratarla,vistosunacimientoilegítimo.

Vivíasolaensujardín;semecíaenelcolumpio;corríatraslasmariposas,yderepenteseparabaacontemplarlascetaniasqueseposabanenlosrosales.Aquellas costumbreseran indudablemente lasquedabana su fisonomíaunaexpresióndeatrevimientoymelancolíaalavez.TeníalaestaturadeMarthe,además;tanto,queFrédéricledijodesdesusegundaentrevista:

—¿Quiereustedpermitirmequelabese,señorita?

Lapersonitaalzólacabezaycontestó:

—Conmuchogusto.

Perolavalladepalolosseparaba.YFrédéricdijo:

—Esprecisosubirahí.

—No;levántemeusted.

Se inclinóporencimade lavallay lacogiópor losbrazos,besándolaenlas dos mejillas; la volvió luego a dejar en su sitio por el mismoprocedimiento,queserenovólassiguientesveces.

Sinmayor reservaqueunaniñadecuatroaños, encuantooíavenira suniño se lanzaba a su encuentro, o bien, escondiéndose detrás de un árbol,imitabaelladridodeunperroparaasustarle.

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Undíaque laseñoraMoreauhabíasalido, lehizosubirasucuarto.Ellaabrió todos los tarrosdeesencia, sediopomadaenelpeloabundantemente;después, sin la menor vergüenza, se acostó en su cama, donde permaneciótodoeltiempodespierta.

—Mefiguroquesoytumujer—ledecía.

Aldíasiguientelaviollorando,confesando«quellorabasuspecados»;ycomoéltrataradeconocerlos,respondióbajandolosojos:

—Nomepreguntesmás.

Seacercabalaprimeracomunión;porlamañanalallevaronaconfesar.Elsacramento no la hizo más juiciosa. Con frecuencia se encolerizabaverdaderamenteyserecurríaaFrédéricparacalmarla.

Muchas veces la llevaba a sus paseos.Mientras él soñaba andando, ellacogía amapolas al borde de los trigos; y cuando le veía más triste que deordinario,tratabadeconsolarleconfrasesagradables.Sucorazón,privadodeamor,seentregóaaquellaamistaddeniño.Ledibujabamuñecos,lecontabahistoriasyleleía.

EmpezóporlosAnalesrománticos,coleccióndeversosyprosa,entoncescélebre.Después,olvidándosedesuedad,tantoleencantabasuinteligencia,leleyó sucesivamente Atala, Cinco de marzo, Las hojas de otoño. Pero unanoche (aquella noche había oído a Macbeth en la sencilla traducción deLetourneur) se despertó gritando: «¡La mancha, la mancha!». Sus dienteschocabanytemblaban,yfijandosusojosespantadosensumanoderecha, lafrotabadiciendo:«¡Siempreunamancha!».

Porfinllegóelmédico,queprescribióqueevitaraemociones.

Losvecinosnovieronenaquellomásqueunpronósticodesfavorableparasuscostumbres.

Decíanque«elhijoMoreau»queríahacerdeella,másadelante,unaactriz.

Muy pronto tuvo lugar otro acontecimiento, a saber: la llegada del tíoBarthélemy. La señora Moreau le dio su cuarto de dormir y llevó lacondescendenciahastaservircarnelosdíasdevigilia.

El viejo estuvo amable a medias. Siempre andaban en perpetuascomparacionesentreelHavreyNogent,cuyoaire leparecíapesado;elpan,malo; las calles, mal empedradas; regulares los alimentos y perezosos loshabitantes.«¡Quépobrecomercioeldeustedes!».Censurólasextravaganciasdesudifuntohermano,mientrasqueélhabíareunidoveintisietemillibrasderenta. Por fin semarchó al terminar la semana, y en el estribo del carruajelargóestaspalabraspocotranquilizadoras:

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—Mealegraverossiempreenbuenaposición.

—Notedaránada—dijolaseñoraMoreauvolviendoalasala.

Vino únicamente a instancias suyas, y durante ocho días había intentadoexpansiones de su parte con demasiada claridad quizá. Arrepintiéndose dehaberlo hecho, permanecía en su butaca con la cabeza baja y los labiosapretados.Frédéric,enfrente, laobservaba;yambossecallaban,comohacíacincoaños,alavueltadeMontereau.AquellacoincidenciaqueseofrecíaasupensamientolerecordóalaseñoraArnoux.

Enaquelinstantesonarondebajodesuventanachasquidosdelátigoyunavozquelellamaba.

EraeltíoRoque,soloensucarrodemudanza.IbaapasartodoeldíaenlaFortelle, casa del señor Dambreuse, y propuso cordialmente a Frédéric siqueríaquelellevaraallí.

—Conmigononecesitaustedinvitación;notengaustedmiedo.

Frédéricestuvotentadodeaceptar;pero¿cómoexplicaríasupermanenciadefinitivaenNogent?Noteníauntrajedeveranoconveniente;y,enfin,¿quédiríasumadre?Yrehusó.

Desde aquel momento, el vecino se manifestó menos afectuoso. Louisecrecía,Éléonoreenfermóy las relacionessedesataronparagranaliviode laseñoraMoreau,que temía,paraestablecerasuhijo, lasconsecuenciasdesutratocongentessemejantes.

Soñaba con comprarle la escribanía del tribunal; Frédéric no rechazabademasiadoaquella idea.Ahoralaacompañabaamisa, jugabaconellapor lanoche su partida de imperial, y hasta su amor había tomado una dulzurafúnebre, un encanto soporífero. A fuerza de haber vertido su dolor en suscartas,dehaberlomezcladoasuslecturas,paseadoporelcampoyesparcidoportodaspartes,casilohabíaagotado;tanto,quelaseñoraArnouxeraparaélcomo una muerta, admirándose de no conocer su tumba; tanto se habíaconvertidoentranquiloyresignadoaquelafecto.

Un día, el 12 de diciembre de 1845, hacia las nueve de la mañana, lacocinerasubióunacartaasucuarto.Lasseñas,encaracteresgruesos,erandeunaletradesconocida,yFrédéric,soñoliento,noseapresuróaabrirla.Porfinleyó:

«JuzgadodePazdelHavre,IIIDistrito.

»Muy señor mío: El señor Moreau, su tío de usted, ha muerto abintestato…».

¡Heredaba!

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Comosihubieraestalladounincendiodetrásdelapared,saltófueradelacama,descalzo,encamisa;sepasólamanoporlacara,dudandodesuvista,creyendoquesoñabatodavía;yparaconfirmarlarealidad,abriódeparenparlaventana.

Habíanevado.Los tejadosestabanblancos,yhasta reconocióenelpatiounacubetadelejíaenquetropezólanocheanterior.

Releyólacartatresvecesseguidas;nadamáscierto:todalafortunadesutío,¡veintisietemillibrasderenta!YunafrenéticaalegríaletrastornóantelaideadevolveraveralaseñoraArnoux.Conlaclaridaddeunaalucinación,sereconocióasulado,ensucasa, llevándolealgúnregaloensupapeldeseda,mientrasleesperabaalapuertasutílburi;no;mejor,sucupé,uncupénegro,consucriadodelibreaoscura;oíapiafarsucaballoyelruidodelabarbadaconfundiéndoseconelmurmullodesusbesos.Aquelloserepetiría todoslosdíasindefinidamente.

Los recibiría en su casa; el comedor estaría tapizado de piel roja; elgabinete, de seda amarilla; divanes por todas partes; y ¡qué armarios!, ¡quérasos de China!, ¡qué tapices!… Aquellas imágenes llegaban tantumultuosamente,quesentíadarlevueltaslacabeza.Entoncesseacordódesumadre,ybajó,llevandosiemprelacartaenlamano.

LaseñoraMoreautratódecontenersuemociónysedesvaneció.Frédériclacogióensusbrazosylabesóenlafrente:

—Buenamadre,túpodrásvolveracomprartucocheahora;ríete,pues;nollores,séfeliz.

Diez minutos después, la noticia circulaba en los barrios. Entonces, elseñor Benoist, el señor Gamblin, el señor Chambion, todos los amigosacudieron.FrédéricseescapóunminutoparaescribiraDeslauriers.Llegaronotras visitas; la tarde se pasó en felicitaciones.Allí se olvidó a lamujer deRoque,que,sinembargo,iba«muyparaabajo».

Porlanoche,cuandosequedaronsoloslosdos,laseñoraMoreauledijoasuhijoque leaconsejabaestablecerseenTroyescomoabogado.Siendomásconocidoensupaísqueencualquierotro,podríamásfácilmenteencontrarallípartidosventajosos.

—Esoesdemasiadofuerte—exclamóFrédéric.

Apenas llegaba la felicidad a susmanos, cuandoquerían arrebatársela; yexpresósuformalresolucióndevivirenParís.

—¿Quévasahacerallí?

—Nada.

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LaseñoraMoreau,sorprendidadesusmaneras,lepreguntóquéqueríaser.

—Ministro—replicóFrédéric.

Y afirmó que no bromeaba enmodo alguno: que pretendía lanzarse a ladiplomacia; que sus estudios y sus aficiones le arrastraban a ese camino.Primero estaría en el Consejo de Estado con la protección del señorDambreuse.

—¿Leconoces,pues?

—Sí;porelseñorRoque.

—Esoesparticular—dijolaseñoraMoreau.

Sedespertaronensucorazónsusantiguossueñosdeambición;aellosseentregósumadreinteriormente,ynovolvióahablarmásdelosotros.

Si hubiera escuchado su impaciencia, Frédéric se hubiera marchado enaquelmismoinstante.Aldíasiguienteestabantomadostodoslosasientosdeladiligenciayserepudrióhastaelotrodíaalassietedelanoche.

Se sentaban a cenar, cuando sonaron en la iglesia tres campanadassostenidas.YlacriadaentróanunciandoqueÉléonoreacababademorir.

Aquellamuerte,despuésdetodo,noeraunadesgraciaparanadie,niparalahija.Lajovenestaríamuchomejorasímásadelante.

Comolasdoscasassetocaban,seoíaungranvaivén,ruidodepalabras;ylaideadeaquelcadáverjuntoaellosarrojabaalgofúnebreensuseparación.La señora Moreau dos o tres veces se enjugó los ojos. Frédéric tenía elcorazónoprimido.

Concluida la cena,Catherine le detuvo entre las dospuertas.La señoritaqueríaverleabsolutamente;leesperabaeneljardín.

Salió,sesubióalavalla,yrozándoseunpococonlosárboles,sedirigióalacasadelseñorRoque.

Brillabanlucesenunaventanadelpisosegundo;aparecióunaformaenlastinieblasymurmuróunavoz:

—Soyyo.

Lepareciómásaltaquedeordinariodebidoasuvestidonegro,sinduda.No sabiendo con qué frase empezar, se contentó con cogerle las manossuspirando:

—¡Ah!¡PobreLouisemía!

Nocontestóella; lemiróprofundamentedurantemucho tiempo.Frédérictemía perder la diligencia; creía oír a lo lejos rodar el coche, y dijo para

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terminar:

—Catherinemehadichoqueteníasalgo…

—Sí;esverdad.Queríadecirleausted…

Aquel«usted»lechocó;y,comosecallara,preguntó:

—Bien;¿yqué?

—Yanolosé:loheolvidado.¿Esverdadquesemarchausted?

—Sí;ahoramismo.

Ellarepitió:

—¿Ahoramismo…?¿Deverdad?¿Nonosvolveremosaverya?

Lossollozoslaahogaban.

—¡Adiós,adiós!¡Abrázame,pues!

Yleestrechóensusbrazosarrebatadamente.

****

SEGUNDAPARTE

I

En cuanto ocupó su sitio, en un rincón de la berlina, y la diligencia semovió, arrastrada por los cinco caballos que escapaban a la par, se sintiósumergido en la embriaguez.Como un arquitecto que forma el plano de unpalacio,arreglósuvidadeantemano,llenándoladedelicadezasyesplendores,elevándola hasta el cielo.Una prodigalidad de cosas aparecía en ella; y tanprofundaeraaquellacontemplación,quelosobjetosexterioresdesaparecían.

En lo bajo de la cuesta de Sourdun reconoció el sitio en que seencontraban; todo lo más que habían recorrido era cinco kilómetros, y seindignó. Bajó los cristales para ver el camino; preguntó muchas veces alconductorencuántotiempo,conexactitud,llegarían.

Alcabosetranquilizóypermanecióensurincónconlosojosabiertos.

El farol, colgado del pescante, alumbraba las grupas de los caballos devaras; no veíamás allá sino las crines de los otros caballos, que ondulabancomoblancasoleadas; su aliento formabaunaespeciedeniebla a cada ladodel tiro; sonaban las cadenillas de hierro; los cristales temblaban en susmarcos, y el pesado carruaje, con paso igual, rodaba sobre el suelo. Se

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distinguíanatrechosolosmurosdeunagranjaounaposadaenteramentesola.A veces, al atravesar los pueblos, el horno de una panadería proyectabaresplandoresdeincendio,ylasiluetamonstruosadeloscaballoscorríaporlaotra casa de enfrente. En los relevos, cuando habían desenganchado, seproducía unminuto de profundo silencio.Algunopateaba arriba de la baca,mientrasqueenelquiciodeunapuerta,unamujerenpieresguardabasuluzconlamano.Yluego,sesubíaelconductoralestriboyladiligenciaseponíasuavementeenmarcha.

EnMormansseoyósonarlaunaycuarto.

«Hoymismo—pensó—.¡Hoymismoes;dentrodepoco!».

Pero, poco a poco, sus esperanzas y sus recuerdos, Nogent, la calleChoiseul,laseñoraArnoux,sumadre,todoseconfundía.

Un ruido sordo de planchas le despertó; atravesaban el puente deCharenton;aquelloeraParís.Entonces,susdoscompañeros,quitándoseelunosu gorra y el otro su pañuelo, se pusieron los sombreros y hablaron. Elprimero,unhombregordoycolorado,conlevitóndeveludillo,eranegociante;elsegundoveníaalacapitalparaconsultarconunmédico.Frédéric,temiendohaberlosmolestadodurantelanoche,lespidióespontáneamentemilperdones:tantiernallevabaelalmaporladicha.

El muelle de la estación se hallaba inundado, sin duda, y continuaroncaminoderecho,empezandootravezelcampo.Alolejos,altaschimeneasdefábricashumeaban.Volvieronhaciael ladode Ivry, subieronunacalle,yderepenteviolacúpuladelPanteón.

La revuelta llanura parecía vagas ruinas; el recinto de las fortificacioneshacíaenellaunrelievehorizontal,ysobre lasacerasde tierradeunoyotroladodelcamino,arbolitossinramasestabandefendidosportablaserizadasdeclavos. Establecimientos de productos químicos alternaban con canteros yalmacenesdemaderas.Muchaspuertasentreabiertas,comolasquehayenlashaciendas, dejaban ver el interior de patios innobles llenos de inmundicias,concharcosdeaguasuciaenelcentro.Grandestabernas,colorsangredetoro,presentaban en su piso primero, entre las ventanas, dos tacos de billar enformadeaspa,encerradosenunacoronadeflorespintadas,ya trechos,unacasuchadeyeso,amedioconstruir,seveíaabandonada;luego,ladoblehilerade casas ya no se interrumpía, y sobre la desnudez de sus fachadas sedestacaba, de cuando en cuando, un gigantesco cigarro de hoja de lata paradesignarunestanco.Muestrasdecomadronas,representándolasconsugorra,meciendo a un niño rollizo en una colcha guarnecida de encajes. Cubríananuncioslasesquinasdelasparedes,ydesgarradosensustrescuartaspartes,temblabanaimpulsosdelvientocomoguiñapos.Pasabanobrerosdeblusa,ycarromatos de cerveceros, de lavanderas, de carniceros. Caía una lluvia

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menuda,hacíafrío,elcieloestabapálido;perodosojosquevalíanparaélloqueelsolresplandecíadetrásdelabruma.

Sedetuvieronmucho tiempoen la carrera,porquehueveros, carreterosyunrebañodecarnerosimpedíanelpaso.Elcentinela,conlacapuchaechada,se paseaba por delante de la garita para calentarse. El dependiente deconsumossubióalimperialysonóruidodecorneta.Sebajóelbulevaraltrotelargo,echadaslasboleas,lostirantescolgando.Latralladellargolátigocrujíaenelairehúmedo.Elconductorlanzabasusonorogrito:«¡Hala,hala,eh!»,ylosbarrenderos sealineaban, lospeatones sehacíanatrás, elbarro salpicabacontralasportezuelas,secruzabancarretones,cabriolés,ómnibus.Porfin, laverjadelJardínBotánicoseofrecióalavista.

ElSena, amarillento, casi tocaba en los alerosde lospuentes, exhalandociertafrescuraqueFrédéricaspirócontodassusfuerzas,saboreandoesebuenaire de París que parece contener efluvios amorosos y emanacionesintelectuales, y se sintió conmovido ante el primer coche de alquiler. Seencariñabahastaconeldinteldelastiendasdevino,suciasdepaja;hastaconlacajadellimpiabotas;hastaconlosmozosdelosalmacenesquemovíaneltostadordelcafé.Lasmujeres,alandar,hacíansonarlostaconesdebajodelosparaguas, y Frédéric se asomaba a la portezuela para ver si distinguía lafisonomíadelaseñoraArnoux,aquienunacasualidadpodíahaberobligadoasalir.

Desfilaban las tiendas, aumentaba la gente, el ruido se hacíamás fuerte.DespuésdelmuelleSaint-Bernard,tomaronporelmuelleNapoleón.Frédéricquisover elmuelle de laTournelle y elmuelleMontebello; las ventanasdeella,queestabanlejos.PasaronluegoelSenaporelPont-Neuf,bajaronhastael Louvre; y por las calles de Saint-Honoré, Croix-des-Petits-Champs y delBouloi,llegaronalacalleCoq-Héronyentraronenelpatiodelhotel.

Para hacermás duradero su placer, Frédéric se vistió lomás lentamenteposibleyhastasefueapiealbulevarMontmartre,sonriendoantelaideadevolveraverenseguidaaquelnombrequeridoenlaplacademármol;levantólosojos,ynada:nivitrinasnicuadros.

Corrió a la calle Choiseul; los señores de Arnoux no vivían allí, y unavecinaguardaba laportería;Frédéricesperó;por finaparecióelportero,queyanoeraelmismoynoconocíalasnuevasseñas.

Frédéricentróenuncafé,ymientrasalmorzabaconsultóelAlmanaquedelcomercio.Habíaenél trescientosArnoux,peronoJacquesArnoux.¿Dónde,pues,habitaban?Pellerindebíadesaberlo.Setrasladóasutaller,todoloaltodel barrioPoissonnière.Como lapuertano teníani campanilla ni picaporte,diopuñetazos,llamóygritó.Únicamentelecontestóelvecino.

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Pensó enseguida en Hussonnet. Pero ¿dónde encontrar un hombresemejante?Una vez le había acompañado hasta la casa de su amante, calleFleurus.Llegadoa lacalleFleurus,Frédéricseapercibiódeque ignorabaelnombredelaseñorita.

Recurrió a la prefectura de policía; anduvo de escalera en escalera, deoficina enoficina.Ladenoticias se cerrabay le dijeronquevolviera al díasiguiente.

Después entró en casa de todos los comerciantes de cuadros que pudohallar, para saber si conocían a Arnoux. El señor Arnoux no hacía ya elcomercio.

Porfin,desanimado,cansado,enfermo,sevolvióasuhotelyseacostó.Encuanto se estiró entre las sábanas, una idea le hizo saltar de alegría:«¡Regimbart!¡Quéimbécilsoy!¡Nohabérsemeocurrido!».

Al día siguiente, a las siete, llegó a la calle Notre-Dame-des-Victoires,delantedeunatiendadelicoresenqueRegimbartteníacostumbredetomarsucopadejerez.Noestabatodavíaabierta.Diounpaseoporlosalrededores,yalcabodeunamediahorasepresentóallídenuevo.Regimbartsalía;Frédéricselanzóalacalle;hastacreyódistinguiralolejossusombrero;uncarrofúnebrey coches del duelo se interpusieron; y cuando desapareció el obstáculo, lavisióndesapareciótambién.

Felizmente,recordóqueelciudadanoalmorzabatodoslosdías,alasonceprecisamente, en un pequeño restaurante de la plaza Gaillon. Se trataba detener paciencia; y después de un interminable andar desde la Bolsa a laMadeleineydelaMadeleinealGimnasio,Frédéric,alasonceenpunto,entróenelrestaurantedelaplazaGaillon,segurodeencontrarallíasuRegimbart.

—Noleconozco—dijoelbodeguerocontonoarrogante.

Frédéricinsistió,yélrepuso:

—Yanoleconozco,caballero—conunfruncimientodecejasmajestuosoymovimientodecabezaquedesignabanunmisterio.

Pero en su última entrevista, el ciudadano había hablado del cafetínAlexandre.Frédéricsetragóunbizcocho,ysaltandoauncarruaje,preguntóalcochero si no había en alguna parte, en las alturas de Sainte-Geneviève, unciertocaféAlexandre.ElcocherolellevóalacalleFrancs-Bourgeois-Sainte-Michel,aunestablecimientodeaquelnombre.Yasupregunta:

—¿ElseñorRegimbart?

Elcafeterolerespondióconsonrisademasiadoamable:

—Nolehemosvisto todavía,caballero.—Mientras, lanzabaasuesposa,

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sentadadetrásdelmostrador,unamiradadecomplicidad.

Yalpunto,volviéndosehaciaelreloj,añadió:

—Masesperoqueletendremosdentrodediezminutos,uncuartodehoralomástarde.Célestin,pronto,losperiódicos.¿Quédeseatomarelseñor?

Aunquenoteníanecesidaddetomarnada,Frédéricsebebióunacopaderon; después, una copa de kirsch; después, una copa de curaçao; despuésdiferentes grogs fríos y calientes. Leyó y releyó todo Le Siècle del día;examinóhasta losgranosdelpapelde lacaricaturadelCharivari;por fin sellegóasaberlosanunciosdememoria.Decuandoencuandosonabaruidodebotas en la acera; era él, y la figura de alguien se perfilaba en los cristales;perosiemprepasabandelargo.

Para no aburrirse, Frédéric mudaba de sitio; fue a colocarse al fondo;luego, a la derecha; luego, a la izquierda. Y permanecía en medio de labanquetaconlosdosbrazosextendidos;peroungato,rozandosuavementeelterciopelodelrespaldo,lecausabasobresaltos,saltandoderepenteparalamerlasmanchasdeazúcarenlosplatillos;yelniñodelacasa,intolerablemocosodecuatroaños, jugabaconunacarracaenelmostrador.Sumamá,mujercitapaliducha de dientes picados, sonreía con aire estúpido. ¿Qué podía hacerRegimbart?Frédéricleaguardabaperdidoenunmalestarilimitado.

La lluviasonabacomogranizosobre lacapotadelcoche.Por laaberturadelacortinademuselinaveíaalpobrecaballoenlacalle,másinmóvilqueuncaballo demadera.El arroyo se hizo enormey corría entre los rayos de lasruedas,yelcochero,abrigándoseconlamanta,dormitaba;perotemiendoquesu burgués se esquivara, de cuando en cuando entreabría la puerta, lleno deaguacomounrío;ysilasmiradaspudieransecarlascosas,Frédérichubieradisuelto el reloj a fuerza de fijar en él los ojos; y, sin embargo, andaba. ElseñorAlexandresepaseabadeloanchoalolargo,repitiendo:

—¡Vaavenir,vaya!Vaavenir.

Y para distraerlo hacía discursos y le hablaba de política, llevando sucomplacenciahastaproponerleunapartidadedominó.

Enfin,alascuatroymedia,Frédéric,queestabaallídesdeelmediodía,selevantódeunsaltodeclarandoquenoaguardabamás.

—Yo tampoco comprendo nada de esto—respondió el cafetero con airecándido—.EslaprimeravezquefaltaelseñorLedoux.

—¿Cómo,elseñorLedoux?

—Puessí,señor.

—HedichoRegimbart—exclamóFrédéricexasperado.

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—Perdoneusted;estáustedequivocado.¿Noesverdad,señoraAlexandre,queelseñorhadichoseñorLedoux?

Yañadióinterpelandoalmozo:

—Túlohasoídotambién,comoyo.

Paravengarsedesuamo,sinduda,elmozosecontentóconsonreír.

Frédéric se hizo llevar hacia los bulevares, indignado por el tiempoperdido,furiosocontraelciudadano,implorandosupresenciacomoladeundios y bien resuelto a extraerle del fondo de las cuevas más profundas. Elcochelemolestabaylodespidió;susideasseconfundían;después,todoslosnombresdeloscafésquehabíaoídopronunciarporaquelimbécilseofrecíana sumemoria a la vez, como lasmil piezas de los fuegos artificiales; caféGascard,caféGrimbert,caféHalbout;cafetínBordelés,Habanero,delHavre,delBueyalaModa,CerveceríaAlemana,MadreMorel.Ysetrasladóatodossucesivamente.PerodeunoacababadesalirRegimbart;aotro,quizáiría;enel tercerono lehabíanvistohacíaseismeses;enotrapartehabíaencargadoayerunapiernaasadadecorderoparaelsábado.Porfin,encasadeVautier,botillería,alabrirlapuertatropezóconelmozo.

—¿ConoceustedalseñorRegimbart?

—¿Cómo si le conozco, caballero? Soy yo quien ha tenido el honor deservirle.Estáarriba;acabadecomer.

Ycon laservilletaenelbrazo,elmismodueñodelestablecimientose leacercóyledijo:

—¿Pregunta usted por el señorRegimbart, caballero?Hace unmomentoestabaaquí.

Frédériclanzóunjuramento;peroelcafeteroleafirmóqueleencontraríaencasadeBouttevilaininfaliblemente.

—Doyaustedmipalabradehonor.Sehamarchadounpocoantesquedecostumbre, porque tiene una cita de negocios con unos señores. Pero leencontraráusted,repito,encasadeBouttevilain,calleSaint-Martin,noventaydos,segundaescalera,alaizquierda,enelfondodelpatio,entresuelo,puertadeladerecha.

Por fin le vio a través del humo de las pipas, solo, en el fondo de uncuartito cerca del billar, con una pipa delante, el mentón bajo y en actitudmeditabunda.

—Hacemuchotiempoquelebuscoausted.

Sin conmoverse,Regimbart le alargó dos dedos solamente, y como si lehubiera visto la víspera, dijo muchas frases insignificantes acerca de la

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aperturadelassesiones.

Frédéricleinterrumpió,preguntándoleconelairemásnaturalquepudo:

—¿Arnouxestábien?

Larespuestatardóenllegar,porqueRegimbartgargarizabaconsulíquido:

—Sí;noestámal.

—¿Dóndeviveahora?

—Pues…calleParadis-Poissonnière—contestóadmiradoelciudadano.

—¿Quénúmero?

—¡Treintaysiete,caramba!¡Tieneustedgracia!

Frédéricselevantó.

—¡Cómo!¿Semarchausted?

—Sí,sí;tengounencargo:unnegocioqueolvidaba.¡Adiós!

Frédéric fue desde el cafetín a casa deArnoux, como impulsado por unviento tibio y con la tranquilidad extraordinaria que se experimenta en lossueños.

Se encontrómuypronto enunpiso segundo,delantedeunapuerta cuyacampanilla sonaba; se presentó una criada; una segunda puerta se abrió; laseñoraArnouxestabasentadajuntoalfuego.Arnouxdiounsaltoyloabrazó.

Teníaellaensus rodillasunniñode tresañosaproximadamente; suhija,tanaltayacomosumadre,estabaenpie,alotroladodelachimenea.

—Permítame usted que le presente a este caballero —dijo Arnoux,tomandoasuhijoenbrazos.

Yseentretuvoalgunosminutosenhacerlesaltarporelaire,muyalto,pararecibirloconlasmanos.

—Vasamatarle.¡Ah,Diosmío!Acabaya—exclamólaseñoraArnoux.

Pero Arnoux, jurando que no había peligro en aquello, seguía y hastaceceabalascariciasenjergamarsellesa,sulenguanatal.DespuéspreguntóaFrédéricporquéhabíaestadotantotiemposinescribirles,loquehabíapodidohacerallá,loqueletraíaacá.

—Yo, ahora, querido amigo, soy comerciante en porcelanas. Perohablemosdeusted.

Frédéricalegóun largoproceso: lasaluddesumadre, insistiendomuchosobre este punto para hacerse interesante. En resumen: que se instalaba enParís definitivamente esta vez; y no dijo nada de la herencia, temiendo

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perjudicarsupasado.

Las cortinas, como losmuebles, eran de damasco de lana colormarrón;dosalmohadonesse juntabansobreel travesero;unaollasecalentabaen loscarbones,ylapantalladelalámpara,colocadaenelbordedelacómoda,dabasombra a la habitación.La señoraArnoux tenía un traje de casa, demerinogrueso azul. La mirada, vuelta hacia las cenizas; y con una mano sobre elhombrodelchiquillo,desatabaconlaotraellazodelaalmilla;elmuchacho,encamisa,lloraba,rascándoselacabeza,comoelhijodelseñorAlexandre.

Frédéric esperaba espasmos de alegría; pero las pasiones se entibiancuandoselassacadesucentro;ynoencontrandoyaalaseñoraArnouxenelmedioquelahabíaconocido,leparecíahaberperdidoalgo,quesufríacomounadegradación;quenoera,enfin,lamisma.Latranquilidaddesucorazónledejó estupefacto. Le informó de los amigos antiguos: de Pellerin, de losdemás.

—Noleveoconfrecuencia—dijoArnoux.

Ellaañadió:

—Yanorecibimoscomoantes.

¿Era para advertirle que no le harían ninguna invitación? Pero Arnoux,continuandosuscordialidades, lecensurónohabervenidoacenarconellos,deimproviso,yexplicóporquéhabíacambiadodeindustria.

—¿Quéquiereustedhacerenunaépocadedecadenciacomo lanuestra?Lagranpinturahapasadodemoda.Además,puedellevarseelarteatodo.Yasabeusted,amigomío,queyoamolobello.Esprecisoqueleenseñeaustedmifábricaundíadeestos.

Yquisomostrarleinmediatamentealgunosdesusproductosensualmacéndelentresuelo.

Losplatos,lassoperas,lasfuentesylasjofainasllenabanelsuelo.Juntoalas paredes, grandes ladrillos para cuartos de baño y tocadores, con asuntosmitológicos, estilo Renacimiento, mientras en el centro contenía un doblearmario, que llegaba hasta el techo; vasos para helados, tiestos para flores,candelabros,pequeñasjardinerasygrandesestatuaspolicromas,figurandounnegroyunapastoraaloPompadour.LasexplicacionesdeArnouxfastidiabanaFrédéric,queteníahambreyfrío.

Corrió alCafé Inglés, cenóallí espléndidamente,y sedecíamientras ibacomiendo:«¡Quécandidezlamíaconmisdoloresdeallá!¡Apenassimehaconocido!¡Québurguesa!».

Y por una brusca euforia, formó resoluciones de egoísmo. Sentía sucorazóntandurocomolamesaenqueapoyabasuscodos;podríayalanzarse

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almundosintemor.SeacordódelosDambreuse,alosqueutilizaría;después,de Deslauriers. ¡Ah! ¡Tanto peor! Sin embargo, le hizo llegar por unmandadero una carta citándole para el día siguiente en el PalacioReal paraalmorzarjuntos.

Lafortunanoeraparaeste tanpropicia.Sehabíapresentadoalconcursodeinauguraciónconundiscurso«sobreelderechodetestar»,enquesosteníaquedebíalimitarsetodolomásposible;ysucontrincante,excitándoleadecirtonterías,consiguióquedijeramuchas,sinquelosexaminadorescayeranenlacuenta.Despuésquiso lacasualidadquesacaraa lasuerte,paraasuntode lalección, la prescripción. Entonces, Deslauriers se había entregado a teoríasdeplorables;lospleitosantiguosdebíanproducirsecomolosnuevos;¿porquéel propietario había de verse privado de sus bienes?; ¿por qué no pudierasuministrarsustítulossinodespuésdetreintayunañoscorridos?Aquelloeradarlaseguridaddelhombrehonradoalherederodelladrónenriquecido.Todaslasinjusticiasestabanconsagradasporunaextensióndeaquelderecho,queeralatiranía,elabusodelafuerza.Yhastallegóaexclamar:

—Debeabolirse;ylosfrancosnopasaránmássobrelosgalos,losinglesessobre los irlandeses, los yanquis sobre los pieles rojas, los turcos sobre losárabes,losblancossobrelosnegros,lapolicía…

Elpresidenteleinterrumpiódiciendo:

—Bien, bien, caballero; no tenemos nada que ver con las opinionespolíticasdeusted;másadelantesepresentaráusted.

Deslauriersnohabíaqueridopresentarse.PeroaqueldesdichadotítuloXXdel libro IIIdelCódigocivil sehabíaconvertidoparaélenunamontañadedificultades, y elaboraba una gran obra sobre La prescripción consideradacomobasedelderechocivilydelderechonaturaldelospueblos;ysehallabaperdidoconDunod,Rogerius,Balbus,Merlin,Vazeille,Savigny,Troplongyotras lecturas importantes. Para entregarse a ellas con más libertad, habíadimitido de su plaza de pasante mayor; vivía dando repasos, fabricandodiscursos,yenlassesionesdelaAcademiadePrácticaForenseexcitabaporsu virulencia al partido conservador, a todos los jóvenes doctrinariosdescendientesdeGuizot; tanto, que tenía entredeterminadagenteuna ciertacelebridad,unpocomezcladadedesconfianzahaciasupersona.

Llegóalacitallevandoungruesopaletóforradodelanaencarnada,comoeldeSénécalantes.

La discreción, debido al público que pasaba, les impidió abrazarselargamente, y fueron hasta casa deVefour tomados del brazo, sonriendo deplacer,conunalágrimaenelfondodelosojos.

Después,desdequeestuvieronsolos,Deslauriersexclamó:

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—¡Ah!¡Vamosapasarlobienahora!

AFrédéricnolegustódeaquellamaneradeasociarseinmediatamenteasufortuna. Su amigo demostraba demasiada alegría para ellos dos y nomuchaparaélsolo.

Luego Deslauriers contó su caída, y poco a poco sus trabajos, suexistencia, hablando de símismo estoicamente y de los demás con acritud;todoledesagradaba:niunsolohombredeposiciónquenofueraunpilloouncanalla. Por un vasomal enjuagado se encolerizó contra elmozo; y ante lacensuraanodinadeFrédéric,dijo:

—¡Comosiyo fueraaviolentarmeporsemejantesmajaderos,quegananhastaseisyochomilfrancosanuales,quesonelectoresquizáelegibles!¡Ah;no,no!—Yañadióconairejovial—:Peroolvidoquehabloconuncapitalista,conunMondor,porquetúahoraeresunMondor.

Yvolviendoalasuntodelaherencia,expresóestaidea:quelassucesionescolaterales(cosainjustaensí,aunquesealegrabadeaquella)seríanabolidasundía:enlapróximarevolución.

—¿Locrees?—dijoFrédéric.

—Cuenta con ello—respondió—.Esto no puede durar; se sufremucho.CuandoveoenlamiseriaagentescomoSénécal…

«Siempreél,Sénécal»,pensóFrédéric.

—¿Quéhaydenuevo,hablandodeotracosa?¿EstásaúnenamoradodelaseñoraArnoux?Sepasó,¿eh?

Frédéric,nosabiendoquécontestar,cerrólosojosbajandolacabeza.

Apropósito deArnoux,Deslauriers le contó que su periódico pertenecíaentoncesaHussonnet,quelohabíatransformado.AquellosellamabaElArte,instituto literario, sociedad por acciones de cien francos cada una; capitalsocial,cuarentamilfrancos,conlafacultadparacadaaccionistadellevarallísu trabajo, porque «la sociedad tiene por objeto publicar las obras de losprincipales; evitar al talento, quizá al genio, las dolorosas crisis queatraviesa…etcétera.¿Veslacosa?».Podía,sinembargo,hacersealgo,elevarel tono de dicha publicación; después, de repente, conservando losmismosredactores y prometiendo que continuarían los folletines, servir a lossuscriptoresunperiódicopolítico;losanticiposnoseríanenormes.

—¿Quépiensastúdeeso?¿Quieresentrarenelasunto?

Frédéricnorechazólaproposición;peroeraprecisoesperarelarreglodesusnegocios.

—Ahora,sinecesitasalgo…

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—Gracias,queridomío—dijoDeslauriers.

Enseguidafumaronpuros,apoyadosdecodosenlabarandilladeterciopelode la ventana. Brillaba el sol, suave era el viento; bandadas de pájaros,revoloteando,bajabanaljardín;lasestatuasdebronceymármol,lavadasporla lluvia, relucían;niñerascondelantalhablabansentadasensillasy seoíanlas risasde losniñosconelmurmullocontinuadoqueproducíaelcanastillodelaguadelafuente.

Frédéricsehabíapreocupadopor laamarguradeDeslauriers;peropor lainfluencia del vino que circulaba por sus venas, medio dormido,congestionado y recibiendo la luz de lleno en la cara, ya no experimentabamás que un inmenso bienestar, voluptuosamente estúpido, como una plantasaturadadecaloryhumedad.

Deslauriers, con lospárpadosentreabiertos,mirabaa lo lejosvagamente.Supechoselevantabaysepusoadecir:

—¡Ah!¡Aquelloeramáshumano,cuandoCamilleDesmoulins,enpieallí,sobre una mesa, lanzaba al pueblo a la Bastilla! En aquel tiempo se vivía;podía uno afirmarse, probar su fuerza. Simples abogados mandaban agenerales;descamisadosabatíanalosreyes,mientrasqueahora…—Secallóyderepenteañadió—:¡Bah!Elporveniresgrande.

Ytocandoeltamborenloscristales,declamóestosversosdeBarthélemy:

ReaparecerálaterribleAsamblea

que,pasadoscincuentaaños,aúnturbavuestracabeza,

colosoquearrancasintemorconpotentepaso…

—Nosélodemás.Peroestardeydeberíamosmarcharnos.

Ysiguióexponiendoporlacallesusteorías.

Frédéric,sinescucharle,observabaenlosescaparatesdeloscomercianteslas telas y los muebles convenientes para su instalación; y quizá fuese elpensamiento de la señoraArnoux el que le hizo detenerse en una tienda decuriosidades ante unosplatos debarro adornadosde arabescos amarillos, dereflejosmetálicos,ycuyovalorerantrescientosfrancoscadapieza,haciendoqueselassepararan.

—Yo, en tu lugar—dijo Deslauriers—, me compraría mejor objetos deplata. —Demostraba en aquel amor a lo sólido el hombre su procedenciamediana.

Encuantosequedósolo,FrédéricsedirigióacasadelcélebrePomadère,aquien encargó tres pantalones, dos fraques, un gabán de pieles y cincochalecos; luego, a casadeun zapatero, deun camiseroydeun sombrerero,

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ordenandoentodaspartesquesedieranlamayorprisaposible.

Tresdíasdespués,porlatarde,asuregresodelHavre,encontróensucasasuguardarropacompleto;eimpacienteporusarlo,resolvióhacerenelmismoinstanteunavisitaalosDambreuse.Peroerademasiadotemprano:apenaslasocho.

«¡Sifueraacasadelosotros!»,sedijo.

Arnoux,solo,delantedeunespejo,estabaafeitándoseylepropusollevarleaunsitioenquesedivertiría.AloírelnombredelseñorDambreuse,añadió:

—¡Ah! Perfectamente.Verá usted allí amigos suyos; venga usted; estaráesogracioso.

Frédéricleescuchaba;laseñoraArnouxconociósuvozylediolasbuenasnoches;noseencontrababien.Yseoíaelruidodeunacucharacontraunvasoy todo ese rumor de cosas que se mueven suavemente en el cuarto de unenfermo.

Arnouxdesaparecióparadespedirsedesumujeryledabaexplicaciones:

—Túsabesperfectamentequeesunacosaseria:esprecisoquevayaallí;esnecesario;meesperan.

—Vete,vete,querido;diviértete.

Arnouxtomóuncoche.

—PalacioReal,galeríaMontpensier,siete.

Ydejándosecaerenloscojines,añadió:

—¡Ah!¡Quécansadomesiento,queridoamigo!Metemoquereventaré.Austed puedo decírselo. —E inclinándose sobre su oído misteriosamente,agregó—:Tratodeencontrarelrojodecobredeloschinos.

Yexplicóloqueeranelbarnizdelaporcelanayelfuegolento.

Cuando llegó a casa de Chevet le entregaron una gran cesta, que hizollevaralcoche.Despuésescogiópara«supobremujer»uvas,piñas,diferentescosasdecomer,yrecomendóquelasenviasenaldíasiguientetemprano.

Fueronenseguidaacasadeunalquiladordetrajes;setratabadeunbaile.Arnoux escogió un calzón de terciopelo azul, casaca igual, una peluca roja;Frédéric, un dominó. Y bajaron en la calle Laval, delante de una casailuminadaporfarolillosdecolorenelsegundopiso.

Desdeelpiedelaescaleraseoíaelruidodelosviolines.

—¿Dóndediablosmetraeusted?—dijoFrédéric.

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—Acasadeunabuenachica;notengaustedmiedo.

Ungroomlesabriólapuertayentraronenlaantesala,dondelospaletós,lascapasyloschalesandabanamontonadosporlassillas.Unamujerjoven,entrajededragónLuisXV,atravesabaporallíenaquelmomento;eralaseñoritaRose-AnnetteBron,ladueñadellugar.

—¿Yqué?—dijoArnoux.

—Hecho—contestóella.

—Gracias,ángelmío.

Yquisoabrazarla.

—Tencuidado,imbécil;vasaestropearmi«maquinaria».

ArnouxpresentóaFrédéric.

—Choqueusted,caballero;seaustedbienvenido.

Separóunportierdetrásdeellaysepusoagritarenfáticamente:

—ElseñorArnoux,marmitón,yunpríncipeamigosuyo.

Frédéricsesintióalprincipiodeslumbradopor las luces;noviomásqueseda,terciopelo,hombrosdesnudos,unamasadecoloresquesebalanceabaalsondeunaorquestaescondidaentreverdesramas,entreparedescolgadasdesedaamarilla,conretratosalpastelacáyallá,ycandelabrosdecristalestiloLuis XVI. Lámparas altas, cuyos globos raspados parecían bolas de nieve,dominabancestasdeflorescolocadasenconsolas,enlosrincones;yenfrente,despuésdeunasegundapieza,máspequeña,sedistinguíaenunaterceraunacamaconcolumnastorneadas,conunalunadeVeneciaenlacabecera.

Lasdanzassepararonyhuboaplausos,unazambradealegríaalavistadeArnoux,que se adelantaba con su cesto en la cabeza, formandounbulto enmediodelasvituallas.

—Cuidadoconlaaraña.

Frédéricalzólosojos.

EralaarañadeSajoniaantiguaqueadornabalatiendadelArteIndustrial;el recuerdodeaquellospasadosdíasvinoasumemoria;perounsoldadodelínea,entrajedediario,coneseaireboboquedalatradiciónalosquintos,seplantó delante de él, abriendo los brazos para significar la admiración; yreconoció,apesardelosterriblesbigotesnegrosextremadamenteengomadosque le desfiguraban, a su antiguo amigoHussonnet.En una algarabíamitadalsaciana,mitadnegra,lecolmabaelbohemiodefelicitaciones,llamándolesucoronel.Frédéric,aturdidoportodasaquellaspersonas,nosabíaquécontestar.Sonóelgolpedeunarcosobreunatril,ybailarinesybailarinassecolocaron

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ensusitio.

Eran,aproximadamente,sesenta;lasmujeres,ensumayoría,dealdeanasomarquesas,y loshombres,casi todosdeedadmadura,entrajesdecarretero,descargadoromarinero.

Frédéric se colocó apoyado en una pared y miró la comparsa que teníadelante.

Unviejo,guapo,vestidocomoduxdeVenecia,conunalargatogadesedapúrpura, bailaba con la señorita Rosanette, que llevaba una casaca verde,calzóndepuntoybotasflexiblesconespuelasdeoro.Laparejadeenfrentesecomponía de un gran «arnauta» cargado de yataganes y una suiza de ojosazules, blanca como la leche, gordita como una codorniz, en mangas decamisayrojocorpiño.Paralucirsucabellera,quelellegabaalascorvas,unarubiaalta,bailarinaenlaÓpera,sedisfrazódemujersalvaje,yencimadesufaja de color oscuro no llevabamás que un ceñidor de cuero, brazaletes devidrioyunadiademadeoropel,dedondesalíaunaltoplumerodeplumasdepavo real. Delante de ella, uno a lo Pritchard, metido en un frac negrogrotescamente ancho, llevaba el compás, dando con el codo en una grantabaquera.UnpastoraloWatteau,azulyplata,comorayodeluna,chocabasucayadocontraeltirsodeunabacante,coronadadepámpanos,conunapieldeleopardosobreelladoizquierdoycoturnosconcintasdeoro.Delaotraparte,unapolaca,contúnicadeterciopelonacarado,balanceabasuenaguadegasasobre sus medias de seda gris perla, encerradas en botines de color rosaadornadasconpielblanca,y sonreíaaunhombredecuarentaaños,panzón,disfrazadodeniñodecoro,quesaltabamuyalto,levantandoconunamanosusobrepelliz y sujetando con la otra su solideo encarnado. Pero la reina, laestrella,eralaseñoritaLoulou,célebrebailarinadelosbailespúblicos.Comoentonceserarica, llevabaunaanchagargantilladeencajesobresucasacadeterciopelonegroliso,ysuanchopantalóndesedapunzó,ceñidoysujetoalacintura por una banda de casimir, tenía a lo largo de las costuras pequeñascamelias blancas naturales. Su pálida figura, un poco abotargada y de narizremangada,parecíaaúnmásinsolenteporloenmarañadodesupeluca,dondese sostenía un sombrero de hombre, de fieltro gris, doblado de un puñetazosobrelaorejaderecha,yenlossaltosquepegaba,suszapatos,conhebillasdediamantes,llegabanhastacasilanarizdesuvecino,ungordobaróndelaEdadMedia,enredadoenunaarmaduradehierro.Tambiénhabíaallíunángel,conunaespadadeoroenlamano,dosalasdecisnealaespalda,yqueyendoyviniendo,perdiendoacadaminutoasucaballero,unLuisXIV,nocomprendíanadadelasfigurasydificultabalacontradanza.

Frédéric miraba a aquellas personas y experimentaba un sentimiento deabandono, unmalestar…Pensaba también en la señoraArnouxy le parecíaparticipardealgohostilquesetramaracontraella.

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Cuandoelbaileterminó,laseñoritaRosanetteseleacercó.Sehallabauntanto jadeante, y su gola, reluciente como un espejo, semovía blandamentedebajodelmentón.

—Yusted,caballero—dijo—,¿nobaila?

Frédéricseexcusó:nosabíabailar.

—¿De veras?Y conmigo, ¿se resuelve usted?—Y apoyada en una solapierna,conlaotrarodillaalgodoblada,acariciandoconlamanoizquierdaelpuño de nácar de su espada, le miró durante un minuto con aire mediosuplicante,medioburlón.Porfin,dijo—:Buenasnoches.

Hizounapiruetaydesapareció.

Frédéric, descontento de sí mismo y no sabiendo qué hacer, se puso avagarporelbaile.

Entróenel tocador,guateadodesedaazulpálidoconramosdefloresdeloscampos;eneltecho,yenuncírculodemaderadorada,seveíanamorcillosque,naciendodeuncieloazul,jugueteabanentrenubesenformadeedredón.Aquellaselegancias,queseríanhoymíserasparalassemejantesdeRosanette,ledeslumbraron;yloadmirótodo:lasenredaderasartificialesdevolubilisqueadornabanelcontornodelespejo,lascortinasdelachimenea,eldivánturco,yen un ángulo de pared, una especie de tienda tapizada de seda rosa, conmuselina blanca por encima. Muebles negros con marqueterías de bronceguarnecíanelcuartodedormir,dondeselevantaba,sobreunestradocubiertodeplumasdecisne,lagrancamadepabellónconplumasdeavestruz.Agujasparalacabeza,depedrerías,clavadasenacericos;sortijasdejadasenplatillos,medallones con marcos de oro y cofrecillos de plata se distinguían en lasombra,alaluzquedespedíaunaurnadeBohemia,colgadadetrescadenitas.Por unapuertecita entreabierta se percibía una templada estufa queocupabatodalaanchuradeunaterraza,queterminabaporelotroladoenunapajarera.

Eraaquel,indudablemente,uncentrohechoparaagradarle.Enunabruscaefervescenciadesujuventud,sejurógozarloyseanimó;despuésvolvióalaentradadelsalón,dondeentonceshabíayamásgente(todoseagitabaenunaespecie de pulverulencia luminosa); permaneció en pie, contemplando las«cuadrillas», entornando los ojos para ver mejor y husmeando las blandasemanacionesdemujeres,quecirculabancomouninmensobesoesparcido.

Alotroladodelapuerta,cercadeél,estabaPellerin;Pellerin,entrajedesociedad, el brazo izquierdo en el pecho y sosteniendo en lamano derecha,consusombrero,unguanteblancosaltado.

—¡Caramba!Muchotiempohacequenoseleveausted.¿Dóndediabloshaestado?¿Deviajes?¿En Italia? ¡Espléndida,¿eh?, la Italia!¿No tandura

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comodicen?Llévemeusted,undía,losbocetosquehayaustedsacado.

Ysinesperarsurespuesta,elartistasepusoahablardesímismo.Habíahechomuchosprogresos,progresosalreconocerdefinitivamentelatonteríadelaLínea.Nosedebíadarmásimportanciaalabellezaylaunidadenunaobraquealcarácteryaladiversidaddelascosas.

—Porque todo existe en la naturaleza, luego todo es legítimo, todo esplástico.Setrataúnicamentederecogerlanota.Hedescubiertoelsecreto.—Ydándoleconelcodo,repitiómuchasveces—:Hedescubiertoelsecreto,¿veusted?Así, fíjese usted en aquellamujercita peinada como una esfinge quebailaconunpostillón ruso;esoesneto, seco,determinado, todomásgruesoqueanchoydetonoscrudos:añildebajodelosojos,unaláminadecinabrioen lamejilla,hollínen las sienes, ¡pif,paf!—Ytrazabaconelpulgarcomopinceladas enel aire—.Mientrasqueallá, lagorda—continuó, señalandoaunaverduleracontrajedecereza,unacruzdeoroalcuelloyunapañoletadelinónatadaalaespalda—,nadamásqueredondeces;lasnarices,remangadascomolasaletasdesugorra;losextremosdelabocasevuelvenhaciaarriba;elmentón, desciende; todo él graso, derretido, copioso, tranquilo y reluciente:¡unverdaderoRubens!Sinembargo,sonperfectas.¿Dóndeestá,pues,eltipo?—Yseacalora—.¿Quéesunamujerbonita?¿Quéeslobello?¡Ah!,lobello,mediráusted…

Frédéricleinterrumpióparasaberquiéneraunpierrotdeperfildemachocabríocontrazasdebendeciratodoslosbailarinesenmediodeunareunióndepastores.

—Pues nada: un viudo, padre de tresmuchachos.Los deja sin calzones,pasasuvidaenelclubyseentiendeconlacriada.

—¿Yaquel,vestidodejuez,quehablaenelhuecodelaventanaconunamarquesaaloPompadour?

—La marquesa es la señora Vandaël, antigua actriz del Gimnasio, laamantedeldux,elcondedePalazot.Haceveinteañosqueestánjuntos;nosesabeporqué.Teníabuenosojosantesesamujer.Encuantoalciudadanoqueestá a su lado, le llaman el capitán de Herbigny, un viejo del AntiguoRégimen,quetieneporúnicafortunasuCruzdeHonorysupensión,sirvedetíoa lasgrisettesen lassolemnidades,arregla losduelosycomesiempredeconvite.

—Uncanalla—dijoFrédéric.

—No;unhombrehonrado.

—¡Ah!

El artista le nombró otros varios y percibieron a un señor que llevaba,

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comolosmédicosdeMolière,unagrantogadesarganegra,peromuyabiertadearribaabajo,paraenseñartodossusdijes;añadió:

—Este representa al doctor Des Rogis; rabioso por no ser célebre, haescritounlibrodepornografíamédica,embetunacongustolasbotasalgranmundo, es discreto y estas señoras le adoran. Él y su esposa, aquella flacacastellana de traje gris, se arrastran por todos los sitios públicos y otros.Apesar de la estrechez con que viven, reciben un día, donde se dicen versos.¡Atención!

Eldoctorselesacercóyprontoformaronlostres,alaentradadelsalón,ungrupodehabladoresalquevinoareunirseHussonnet;después,elamantedela mujer salvaje, un poeta joven que exhibía, bajo una corta capa a loFranciscoI,lamásendebledelasanatomías,y,porfin,unchicodeingenio,disfrazadodeturcodeguardarropía.Perosucasacadegalonesamarilloshabíaviajadotantosobrelaespaldadelosdentistasambulantes,suanchopantalónde pliegues era de un encarnado tan desteñido, su turbante enrollado, comounaanguila,alatártara,deunaspectotanpobre,ytodosutraje,enfin,detalsuerte deplorable y gastado, que lasmujeres no disimulaban su disgusto.Eldoctor le consolaba con grandes elogios acerca de la cargadora, su amante.Esteturcoerahijodeunbanquero.

Entredoscuadrillas,Rosanetteseencaminóhacialachimenea,cercadelaquesehallaba,instaladoenunabutaca,unobesoviejecilloconfracmarróndebotóndorado.Apesardesusmejillasajadas,quecaíansobresualtacorbatablanca,supelo,rubiotodavía,ynaturalmenterizado,comoeldeunperrodeaguas, ledabaelaspectodealgo retozón.Ella leescuchó inclinadahaciasurostro.Después lepreparóunvasode jarabe;ynadamásbelloqueaquellasmanoscubiertasdelosencajesquesalíandesucasacaverde.Cuandoelbuenhombrehubobebido,lasbesó.

—¡PuessieselseñorOudry,elvecinodeArnoux!

—¡Éllohaperdido!—dijo,riendo,Pellerin.

—¿Cómo?

UnpostillóndeLongjumeau lacogiópor lacinturaporqueempezabaunvals.Entonces, todas lasmujeres,sentadasen lasbanquetasdealrededordelsalón,selevantaronaladesbandada,rápidamente,ysusenaguas,susbandas,sustocados,giraronenseguida.

Y giraban ellas tan cerca de Frédéric, que distinguía las gotas de susfrentes, y aquel movimiento giratorio, cada vez más vivo y regular,vertiginoso,comunicandoasupensamientounaespeciedeembriaguez,hacíaqueenélsurgieranotras imágenes,mientrasque todaspasabanenelmismodesvanecimientoycadaunaconunaexcitaciónparticular,segúnelgénerode

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subelleza…Lapolaca,queseabandonabadeunamanera lánguida, ledabaganasdeestrecharlacontrasucorazón,desfilandoambosenuntrineoporunaplaniciedehielo.Horizontesdevoluptuosidadtranquilaaorillasdellago,enunaquinta,sedesarrollabanalospasosdelasuiza,quevalsabaconel torsoderechoylospárpadoscaídos.

Después,derepente,labacante,consucabezamorenaechadahaciaatrás,le hacía soñar con caricias devoradoras, en bosques de adelfas, en tiempotormentoso,alconfusoruidodelostamboriles.

La verdulera, a quien ahogaba el compás excesivamente rápido, lanzabacarcajadas,yhubieraélquerido,bebiendoconelladesitioensitio,juguetearconambasmanosconsupañoleta,comoenlosbuenostiemposantiguos.

Pero la cargadora, cuyos pies ligeros apenas si tocaban el suelo, parecíaguardar,enlasutilidaddesusmiembrosylaseriedaddesusemblante,todoslosrefinamientosdelamormoderno,quetienelaexactituddeunacienciaylamovilidaddeunpájaro.Rosanettegirabaconlamanoenlacadera;supelucadecastañasaltabasobresucuello,enviandopolvodeirisasualrededor;yacadavuelta,conlapuntadesusespuelasdeoro,casitocabaaFrédéric.

Al último acorde del vals se presentó la señoritaVatnaz, que llevaba unpañueloargelinoenlacabeza,muchoscequíessobrelafrente,antimonioenelrabillo de los ojos, con una especie de paletó de cachemira negro, que caíasobreunaenaguaclara,bordadadeplata,y,porfin,enlamano,untamborilvascongado.

Detrásdeella ibaunmuchachoalto,conel trajeclásicodeDante,yqueera(yanoseocultabaella)elantiguocantantedelAlhambra,que,llamándoseAuguste Delamare, se hizo llamar, primero, Anténor Dellamarre; después,Delmas; después, Belmar, y, finalmente, Delmar, mortificando así yperfeccionandosunombre,segúnsugloriacreciente,porquehabíadejadoelbailepúblicoporel teatroyhastaacababadeestrenarse ruidosamente,enelAmbigu,GaspardoelPescador.

Hussonnet,alverle,seenfurruñó.Desdequerechazaronsupieza,execrabaaloscómicos.

Nadiepodíaimaginarselavanidaddeesosseñores;deaquel,sobretodo.

—¡Quépetulante;veanustedes!

DespuésdeunligerosaludoaRosanette,Delmarseadosóalachimeneayallí permaneció, inmóvil, con una mano sobre el corazón, el pie izquierdoadelante,losojosalcielo,consucoronadedoradoslaurelesporencimadesucapuchón,esforzándoseporponerensumiradamuchapoesíaparafascinaralas señoras. Se formaba, de lejos, un gran círculo a su alrededor. Pero la

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Vatnaz,cuandoabrazóasusanchasaRosanette,vinoarogaraHussonnetquerevisara,desdeelpuntodevistadelestilo,unaobradeeducaciónquequeríapublicar: La guirnalda de las señoritas…colección de literatura ymoral. Elliterato prometió su concurso. Entonces, le preguntó si no podría, en unperiódico de los que tenía a su disposición, hacer un poco de atmósfera enfavordesuamigo,yhastaconfiarlemástardeunpapel.Hussonnetseolvidódetomarunvasodeponche.

Arnouxlohabíafabricado,yseguidoporelgroomdelconde,quellevabaunabandejavacía,loofrecíaalasgentesconsatisfacción.

CuandopasópordelantedelseñorOudry,Rosanetteledetuvo.

—Ybien.¿Yaquelnegocio?

Seruborizóunpoco,ydirigiéndose,porfin,albuenhombre,dijo:

—Nuestraamigamehadichoqueustedtendrálabondad…

—¡Cómono!Vecino,aladisposicióndeusted.

Ysepronuncióelnombredel señorDambreuse;comohablabanamediavoz,Frédériclosoíaconfusamente.

Sedirigióalotroladodelachimenea,dondeRosanetteyDelmarhablabanjuntos.

Elcómicodelaleguateníaunacaravulgar,hecha,comolasdecoracionesde los teatros, para ser vista desde lejos; manos crasas, pies grandes, unamandíbulatosca.Denigrabaalosactoresmásilustres,tratabaporencimadelhombroalospoetas;decía«miórgano,mifísico,mismedios»,esmaltandosudiscurso de palabras poco inteligibles para él mismo, y a las que eraaficionado,como«morbidezza»,«análogo»y«homogeneidad».

Rosanetteleescuchabaconpequeñosmovimientosdecabezaaprobatorios;se veía la admiración pintarse bajo la pintura de sus mejillas, y algo dehúmedo pasaba, como un velo, sobre sus ojos claros, de indefinible color.¿Cómosemejantehombrepedíaencantarla?Frédéricseincitabainteriormenteadespreciarleaúnmás,paraborrarquizálaespeciedeenvidiaqueletenía.

LaseñoritaVatnazsehallabaentoncesconArnoux,elcual,aunquesiendomuyalto,decuandoencuandolanzabaunamiradasobresuamiga,aquienelseñorOudrynoperdíadevista.

Después,ArnouxylaVatnazdesaparecieron;elbuenhombrefueahablarbajoconRosanette.

—Bien;sí;estáconvenido.Déjemeustedenpaz.

YrogóaFrédéricquefueraalacocinaaversiArnouxestabaallí.

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Un batallón de vasos medio llenos cubría el suelo; y las cacerolas, lasmarmitas, la tartera, la sartén, saltaban. Arnoux mandaba a los criadostuteándolos,batíalasalsaylaprobaba,regocijándoseconlasirvienta.

—Bueno—dijo—;avíseleustedquesevaaservir.

Yanosebailaba;lasmujeresibanasentarsenuevamente;loshombressepaseaban.Enelcentrodelsalón,unadelascortinascolgadasdeunaventanase inflaba al viento, y la esfinge, a pesar de las observaciones de todo elmundo, exponía a la corriente del aire sus brazos sudorosos. ¿Dónde seencontrabaRosanette?Frédériclabuscómáslejoshastaeltocadoryelcuartodedormir.Algunos,paraestarsolos,odosados,sehabíanrefugiadoallí.Lasombrayloscuchicheossemezclaban.Seoíanrisitasdebajodelospañuelos,ysepercibían,albordedeloscorsés,movimientosdeabanicolentosydulces,comoelaleteodepájaroherido.

Al entrar en la estufaviobajo las anchashojasdeun caládium, junto alsalto de agua, a Delmar, acostado por completo sobre el canapé de hierro;Rosanette,sentadaasulado,teníalamanoentresupeloysemiraban.Enelmismoinstante,Arnouxentróporelotroextremo,eldelapajarera.Delmarselevantó de un salto, después salió con lento paso sin volverse, y hasta sedetuvocercade lapuertaparacogeruna flordemalvaviscoquepusoen suojal.Rosanettebajólacara;Frédéric,quelaveíadeperfil,notóquelloraba.

—¡Vaya!¿Quétienes?—dijoArnoux.

Ellaseencogiódehombrossinresponder.

—¿Esporsuculpa?—repuso.

Ellaleechólosbrazosalcuello,ybesándoleenlafrentedijoconlentitud:

—Biensabesquesiempreteamaré,gordomío.Nopensemosmásenello.Vamosacenar.

Unaarañadebroncedecuarentabujíasalumbraba lasala,cuyasparedesdesaparecíandebajodebarrosantiguoscolgadosenellas;yaquellaluzcruda,cayendoaplomo,hacíamásblancoaún,entrelosentremesesylasfrutas,ungigantescorodaballoqueocupabaelcentrodelmantel,llenodeplatosdesopaalapepitoria.

Conelrocedelastelas,lasmujeres,amontonandosusfaldas,susmangasysusbandas,sesentaronunasjuntoaotras;loshombres,depie,ocuparonlosrincones: Pellerin y el señor Oudry fueron colocados al lado de Rosanette;Arnouxestabaenfrente;Palazotysuamigoacababandemarcharse.

—¡Buenviaje!—dijoella—.Ataquemos.

Yelniñodecoro,hombrechistoso,haciendolaseñaldelacruz,empezóel

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Benedicite.

Lasmujeresseescandalizaron,yespecialmentelaverdulera,madredeunahijadequienqueríahacerunamujerhonrada.Arnoux tampoco«gustabadeaquello»,pensandoquedebíarespetarselareligión.

Un relojalemán,provistodeungallo,dando lasdos,provocóacercadelcuclilloalgunasbromas.Todaclasedeconversacionessesucedieron:quidproquos, anécdotas, jactancias, apuestas, mentiras sostenidas por verdades,asertos improbables, un tumulto de palabras que pronto se convirtió enconversaciones particulares. Los vinos circulaban, los platos se sucedían, eldoctorservía.Desdelejossetirabannaranjas,tapones;sedejabaelsitioparahablarconalguien.Confrecuencia,RosanettesevolvíahaciaDelmar,inmóvildetrásdeella;Pellerincharlaba;elseñorOudrysonreía;laseñoritaVatnazsecomíacasiellasolaelbosquedecangrejos,cuyoscaparazonessonabanentresuslargosdientes.Elángel,colocadosobreel taburetedelpiano(únicositioen que sus alas le permitían sentarse), masticaba plácidamente sininterrupción.

—¡Quétenedor!—repetíaelniñodecoro—.¡Quétenedor!

Ylaesfingebebíaaguardiente,gritabaapulmónbatiente,semovíacomoun demonio. De repente se hincharon susmejillas, y no resistiendo ya a lasangrequelaahogaba,llevólaservilletaasuslabiosyluegolatiródebajodelamesa.

Frédériclahabíavisto.

—Esonoesnada.

Yasusinstanciasparaquesemarcharaacuidarse,respondiólentamente:

—¿Paraqué?Lomismodaunacosaqueotra;lavidanoestanagradable.

Entonces se estremeció, sobrecogido por una tristeza glacial, como sihubieraentrevistomundosenterosdemiseriaydesesperación,unbraserodecarbónjuntoauncamastroyloscadáveresdelaMorgueconsuscubiertasdecueroyelchorrodeaguafríaquecorreporsuspelos.

Atodoesto,Hussonnet,agazapadoa lospiesde lamujersalvaje,gritabaconvozroncaparaimitaralactorGrassot:

—No seas cruel, ¡oh, Celuta! Esta pequeña fiesta de familia esencantadora. Embriagadme de voluptuosidades, ¡amores míos! Retocemos,retocemos.

Y se puso a besar a las mujeres en los hombros. Ellas se estremecían,pinchadasporsusbigotes;despuésideóromperunplatoconlacabezadándoleungolpecito.Leimitaronotros;lospedazosdeporcelanavolabancomotejas

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endíadevientofuerte,ylacargadoradecía:

—Nosecontenganustedes;esonocuestanada.Elburguésquelofabricanoslosregala.

TodoslosojossedirigieronaArnoux,quereplicó:

—Con factura; permítanme ustedes —deseando, indudablemente, pasarpornoser,onoserya,elamantedeRosanette.

Enestoseoyerondosvocesfuriosas:

—¡Imbécil!

—¡Tunante!

—Estoyalasórdenesdeusted.

—Yo,alasdeusted.

Aquello era que disputaban el caballero de laEdadMedia y el postillónrusoporhabersostenidoestequelasarmadurasdispensabanelservaliente,yelotrolohabíatomadoporunainjuria.Queríabatirse;todosseinterpusieron,yelcapitán,enmediodeltumulto,tratabadehacerseoír:

—¡Señores, escúchenme ustedes una palabra! Yo tengo experiencia deestascosas,señores.

Rosanettedioconsucuchilloenunvasoyacabóporobtenersilencio;ydirigiéndoseal caballero,queconservaba sucasco,y luegoalpostillón,queteníaunagorrademuchopelo,dijo:

—Quítese usted primero su cacerola; eso me ahoga; y usted, abajo esacabezade lobo.¿Quierenustedesobedecerme,pardiez?Mírenmeustedes lasespuelas:¡soylamariscala!

EntoncescogiódeencimadelaestufaunabotelladevinodeChampánylo echó desdemuy alto en las copas que le presentaban.Como lamesa erademasiado ancha, los convidados, especialmente lasmujeres, se fueron a sulado, levantándose sobre la punta de los pies, sobre los palos de las sillas,formando durante un minuto un grupo piramidal de peinados, de hombrosdesnudos,debrazosextendidos,decuerpos inclinados;ygrandeschorrosdevino lo regaban todo,porqueelpierrotyArnoux,en losdosextremosde lasala,destapandocadaunounabotella,salpicabanlascaras.Lospajarillosdelapajarera, cuya puerta se había dejado abierta, invadían la sala, todosespantados, revoloteando alrededor de la araña, dándose contra los cristales,contralosmuebles,yalgunos,subidosenlascabezas,formabanenelcentrodeloscabelloscomoanchasflores.

Losmúsicossehabíanmarchado;sellevóelpianodelaantesalaalsalón;

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laVatnaz se puso a él y, acompañada por el niño de coro, que golpeaba eltamborvasco,empezóunacontradanzaconfuria,pisandolasteclascomouncaballo que piafa y moviendo la cintura para marcar mejor el compás. Lamariscala arrastró a Frédéric; Hussonnet hacía la rueda, la cargadora sedislocabacomounclown,elpierrottomabamanerasdeorangután;lasalvaje,conlosbrazosabiertos,imitabalaoscilacióndeunachalupa.Porfin,todos,nopudiendoyamás,sedetuvieronyseabrióunaventana.

Penetrólaluzdeldíaconlafrescuradelamañana;hubounaexclamacióndesorpresaydespuéssilencio.Lasllamasamarillentasvacilaban,haciendodecuandoencuandoestallar lasarandelas.Cintas, floresyperlassembrabanelsuelo;manchas de ponche y de jarabe llenaban las consolas; las colgadurasestaban sucias; los trajes, estropeados, llenos de polvo; las trenzas de pelocolgabansobreloshombros,y lapintura,confundiéndoseycorriendoconelsudor,descubríapálidosrostros,cuyosrojospárpadossecerraban.

Lamariscala,frescacomosisalieradeunbaño,teníalasmejillasrosadas,losojosbrillantes;arrojólejossupeluca,suscabelloscayeronasualrededorcomounapiel,nodejandoverdetodosuvestidomásquesucalzón,cosaqueproducíaunefectocómicoylindoalavez.

La esfinge, cuyos dientes castañeteaban de fiebre, tuvo necesidad de unchal.Rosanettecorrióasucuartoparabuscarlo,ycomolaotra laseguía, lecerróvivamentelapuertaenlasnarices.

El turco observó en voz alta que no se había visto salir al señorOudry.Nadierecogióaquellamalicia,tancansadoestabatodoelmundo.

Después, esperando los carruajes, se abrigaron en las capellinas y lascapas.Sonaronlassiete.

El ángel continuaba en el comedor, sentada delante de una compota demantecaydesardinas,ylaverdulera,asusalud,fumabacigarrillos,dándolealparconsejosacercadelaexistencia.

Porfinllegaronloscochesysefueronlosinvitados.Hussonnet,empleadoen una correspondencia para provincias, debía leer antes de almorzarcincuentay tresperiódicos; la salvaje tenía ensayoen su teatro;Pellerin,unmodelo; el niño de coro, tres citas. A todo esto, el ángel, cogida por losprimerossíntomasdeunaindigestión,nopudolevantarse.ElbaróndelaEdadMedialallevóhastaelcoche.

—Tengaustedcuidadoconsusalas—gritóporlaventanalacargadora.

Estabanyaenlameseta,cuandolaseñoritaVatnazdecíaaRosanette:

—Adiós,querida;haestadomuybientutertulia.

Despuésañadiójuntoasuoído:

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—Vigílele.

—Nosveremosenmejoresmomentos—contestólamariscalavolviéndolelaespaldalentamente.

Arnoux y Frédéric se volvieron juntos, como habían venido. Elcomerciante de porcelanas tenía un aire de tal modo sombrío, que sucompañerolecreyóindispuesto.

—¿Yo?No,deningunamanera.

Y semordía el bigote, fruncía su entrecejo, y Frédéric le preguntó si leatormentabansusnegocios.

—¡Deningunamanera!

Despuéspreguntóasuvezderepente:

—¿Conoceusted,noesverdad,altíoOudry?—Yagregóconexpresióndeodio—:Esricoelviejobribón.

Enseguida, Arnoux habló de una cochura importante que debían acabaraqueldíaensufábrica.Queríaverla.Eltrensalíaunahoramástarde.

—Espreciso,sinembargo,quevayaaabrazaramimujer.

«¡Ah!¡Sumujer!»,pensóFrédéric.

Seacostóconundolorintolerableenlacabeza;bebióunabotelladeaguaparacalmarlased.Otrasedselehabíadespertado:ladelasmujeres,dellujoydetodoloquellevaensílavidaparisiense.Sesentíaalgoaturdido,comounhombre que desembarca, y en la alucinación del primer sueño veía pasar yrepasar continuamente los hombros de la verdulera, las caderas de lacargadora,laspantorrillasdelapolaca,lacabelleradelasalvaje.

Después,dosgrandesojosnegrosquenoestabanenelbaileaparecieron;yligeros como mariposas, ardientes como antorchas, iban, venían, vibraban,subíanalacornisa,bajabanhastasuboca.Frédéricseempeñabaenreconoceraquellosojossinconseguirlo.Peroyaelsueñolehabíacogido;leparecíaquese hallaba enganchado, al lado de Arnoux, a la lanza de un carruaje, y lamariscala,ahorcajadassobreél,lerasgabaelvientreconsusespuelasdeoro.

II

Frédéric encontró en la esquina de la calle Rumford una casita y lacompró;alavez,elcupé,elcaballo,losmueblesydosjardinerastomadasencasadeArnoux,paraponerlasalosdosladosdelapuertadesusalón.Detrás

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deestahabitaciónhabíauncuartodedormiryungabinete, en el cual se leocurrió acomodar a Deslauriers. Pero ¿cómo la recibiría a ella, a su futuraamante?Lapresenciadesuamigoseríamolesta.Echóabajoel tabiqueparaagrandarelsalón,ydelgabinetehizouncuartodefumar.

Compró los poetas de su predilección, viajes, atlas, diccionarios, porquetenía innumerablesplanesde trabajo;dabaprisaa losobreros,corríapor losalmacenes,yensuimpacienciaporgozar,selollevabatodosinregatear.

Según las cuentas de sus proveedores, Frédéric notó que tendría quedesembolsarpróximamenteunoscuarentamilfrancos,sinincluirlosderechosdesucesión,quepasaríandetreintaysietemil.Comosufortunaconsistíaenbienesterritoriales,escribióalnotariodelHavreparaquevendieraunapartede ellos, para así pagar sus deudas y tener algún dinero a su disposición.Después,queriendoconocer,porfin,esacosavaga,brillante,indefinible,quesellama«elmundo»,preguntóporcartaalosDambreusesipodríanrecibirle.Laseñoracontestóqueesperabansuvisitaparaeldíasiguiente.

Era noche de recepción. Los coches paraban en el patio.Dos criados seprecipitaron a la marquesina, y un tercero, en lo alto de la escalera, leprecedió.

Atravesóunaantesala,unasegundapieza,despuésungransalóndeochoventanas,ycuyamonumentalchimeneasoportabaunrelojenformadeesferacondosvasosdeporcelanamonstruososqueconteníancomodosmatorralesdeoro:doshacesdebujías.CuadrosdelaescueladelEspañoletocolgabandelas paredes; los pesados portiers de tapicería caían majestuosamente; y lasbutacas,lasconsolas,lasmesas,todoelmobiliario,queeradeestiloImperio,teníaalgodeimponenteydiplomático.Frédéricsonreíadeplacerasupesar.

Porfinllegóaunahabitaciónovalada,artesonadaenmaderarosa,repletadebellosmueblesyquenoteníaotrovanoqueunasolacristaleraquedabaaljardín.LaseñoraDambreuseestabacercadelfuego,yunadecenadepersonasformaban círculo a su alrededor. Con una frase amable le indicó que sesentara,perosinaparentarsorpresapornohaberlevistoentantotiempo.

Elogiaban, cuando entró, la elocuencia del abate Coeur; despuésdeploraronla inmoralidadde lossirvientes,apropósitodeunrobocometidoporunayudadecámara,y lasconversaciones seenredaron.Lavieja señoraSommeryestabaconstipada; la señoritaTurvisot secasaba; losMontcharronno regresarían antes de fines de enero; los Bretancourt, tampoco; ahora lagenteprolongabasuestanciaenelcampo.Ylamiseriadelasconversacionesseencontrabacomomásderelievequeellujodelascosasambientes,peroloque se decía era menos estúpido que la manera de decirlo, sin objeto, sinilaciónysinanimación.Habíaallí,sinembargo,hombresversadosenlavida,un antiguo ministro, el cura de una gran parroquia, dos o tres altos

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funcionarios del gobierno, y se entretenían en los más menudos lugarescomunes.Algunasparecíanseñorasnobles,ancianasycansadas;otrosteníanaspecto de chalanes, y los viejos acompañaban a sus mujeres, de las quepodíanpasarporabuelos.

LaseñoraDambreuserecibíagraciosamenteatodoelmundo.Encuantosehablabadeunenfermo,fruncíaelceñodolorosamente,yadoptabaunairedecontento si se trataba de bailes o de tertulias. Pronto habría de privarse deconcurriraestasfiestas,porqueibaasacardelapensiónaunasobrinadesumarido, huérfana. Exaltaron su sacrificio; aquello era conducirse comoverdaderamadredefamilia.

Frédéric la observaba. La piel mate de su rostro parecía tersa y de unafrescura sin brillo, como una fruta en conserva; pero sus cabellos, entirabuzones a la inglesa, eran más finos que la seda; sus ojos, de un azulreluciente; todos sus gestos, delicados. Sentada allá en el fondo, en elconfidente, acariciaba los flecos encarnados de una pantalla japonesa parahacer valer sus manos indudablemente; manos largas y estrechas, un tantodelgadas,conlosdedosalgodobladosporlapunta.Vestíauntrajemoarégris,cerrado,comounapuritana.

FrédériclepreguntósiaquelañonoiríaalaFortelle;laseñoraDambreuseno lo sabía. Comprendía él perfectamente que no fuera, pues se aburría enNogent.Aumentabanlasvisitas:eraaquellounruidoconstantedetrajessobrelaalfombra; lasseñoras,enelbordedesussillas, fingían risitas,articulabandosotresfrasesyalcabodecincominutoshablabanconsushijas.Prontolaconversación no pudo mantenerse, y Frédéric se retiraba, cuando la señoraDambreuseledijo:

—Todos los miércoles, ¿no es eso, señor Moreau?—compensando conaquellaspalabrastodalaindiferenciaquehabíamanifestado.

Saliócontento.Sinembargo,aspiróenlacalleunagrancantidaddeaire,ypor necesidad de unmediomenos artificial, Frédéric recordó que debía unavisitaalamariscala.

Lapuertadelaantesalaestabaabierta;dosbichilloshabanerosacudieronyunavozgritó:

—¡Delphine!¡Delphine!¿Esusted,Félix?

Sequedóparado; losdosperrillos seguían ladrando.Por fin, se presentóRosanette,envueltaenunaespeciedepeinadordemuselinablancaguarnecidodeencajesyconlospiesdesnudosenbabuchas.

—¡Ah!Perdoneusted,caballero.Le tomabaaustedporelpeluquero;unminuto;enseguidavengo.

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Yélpermaneciósoloenelcomedor,cuyaspersianassehallabancerradas.Lo recorría Frédéric con la vista, acordándose del ruido de la otra noche,cuandoobservóqueenelcentrodelamesahabíaunsombrerodehombre,unfieltro viejo, abollado, grasiento, inmundo. ¿De quién era aquel sombrero?Mostrándoseimprudentemente,parecíadecir:«¿Quémeimporta,despuésdetodo?Yosoyelamo».

Lamariscala apareció.Lo cogió, abrió la estufa, lo tiró en ella; volvió acerrar la puerta (otras puertas, almismo tiempo, se abrían y se cerraban), yhabiendohechopasaraFrédéricporlacocina,leintrodujoensutocador.

Seveía,desde luego,queaquelerael sitiomás frecuentadode lacasaycomo su verdadero centromoral.Tela persa de grandes follajes tapizaba lasparedes,lossillonesyunanchodivándemuelles.Sobreunamesademármolblanco resaltaban dos grandes jarrones de porcelana azul; placas de cristalformabanunarmario: estaban repletasde frascos, cepillos, peines, barrasdecosmético, cajas de polvos; en una altaPsique, o espejomontado sobre doscolumnas,resplandecíalallamadelachimenea;unpañocolgabadelapartedeafueradelbaño,yseaspirabanperfumesdepastadealmendraydebenjuí.

—Perdoneustedeldesorden.Estanochecenofuera.

Y al girar sobre sus talones, por poco aplasta a uno de los perrillos.Frédéricdeclaróqueeranencantadores.Ellaloslevantóalosdos,yponiendojuntoalacaradeFrédéricsunegrohocico,lesdijo:

—Vamos,unarisita;abesaraestecaballero.

Unhombreconlevitasucia,decuellodepieles,entróbruscamente.

—ApreciableFélix—dijoella—,eldomingopróximo,sin falta,quedaráarregladoesenegocio.

El hombre se puso a peinarla, dándole noticias de sus amigas: la señoraRochegune,laseñoraSaint-Florentin,laseñoraLombard;todasnoblescomoenelhotelDambreuse.Despuéshablódeteatros;porlanoche,enelAmbigu,dabanunarepresentaciónextraordinaria.

—¿Iráusted?

—No,desdeluego.Mequedoencasa.

Delphine se presentó; la riñeron por haber salido sin su permiso; la otrajuróque«volvíadelmercado».

—Bueno;tráigameustedellibro.Lopermiteusted,¿noesverdad?

Yleyendoamediavozelcuaderno,Rosanettehacíaobservacionessobrecadaartículo.Lasumaestabaequivocada.

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—Devuélvameustedquincecéntimos.

Delphineselosdioy,cuandosefue,añadióRosanette:

—¡Virgensantísima!¡Quédesgraciaestratarconestasgentes!

AFrédéric lechocóaquella recriminación,que le recordabademasiadoalasotras,yestablecíaentreambasunaespeciedeigualdadfastidiosa.

Delphinevolvióyseacercóalamariscalaparacuchichearunaspalabrasasuoído:

—No;noquiero.

Delphinesepresentódenuevo.

—Señora,insiste.

—¡Quéfastidio!Échalafuera.

Enaquelmismomomento,unaseñoravieja,vestidadenegro,empujó lapuerta.Frédéricnooyónada;novionada;Rosanettesehabíaprecipitadoenelcuartoasuencuentro.

Cuando volvió traía la cara roja, y se sentó en uno de los sillones sinhablar. Una lágrima resbaló por sumejilla; y después, volviéndose hacia eljoven,lepreguntódulcemente:

—¿Cuálessunombredepila?

—Frédéric.

—¡Ah,Frédéric!¿Nolemolestaaustedquelellameasí?

Ylemirabaconmimo;más:conamor,cuandoderepentelanzóungritodealegríaa lavistade la señoritaVatnaz.Lamujerartistano tenía tiempoqueperder,debiendo,comodebía,presidiralasseisenpuntosumesaredonda;yveníajadeandohastanopodermás.

Primero sacó de su ridículo bolso una cadena de reloj con un papel,después,diferentesobjetos,adquisiciones.

—Sabrás que hay en la calle Joubert guantes de Suecia a dieciochofrancos,magníficos.Tutintoreropideochodíasmás.Encuantoalguipure,hedichoquesevolvería.Bugneauxharecibidoacuenta.Esoestodo,meparece.Medebescientoochentaycincofrancos.

Rosanettefueasacardeuncajóndieznapoleonesdeorodeveintefrancos;ningunadeellasdosteníalavueltadequince.Frédéricleofreció…

—Ya se los devolveré a usted —dijo la Vatnaz, metiendo los quincefrancosensusaco—.Peroesustedunamalapersona;yonolequieroausted,

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porqueelotrodíanomesacóustedabailarniunasolavez…¡Ah!,querida,he descubierto en una tienda del muelle Voltaire un cuadro de pájarosdisecadosquesonpreciososcomoamores;entulugarlocompraría.¿Quétepareceesto?

YexhibióunretalviejodesedarosaquehabíacompradoenelTempleteparahacerunjubóndelaEdadMediaaDelmar.

—Havenidohoy,¿noesverdad?

—No.

—Es singular. —Y después de un minuto añadió—: ¿Adónde vas estanoche?

—AlacasadeAlphonsine—dijoRosanette;terceraversióndelamaneracomopensabapasarlanoche.

LaseñoritaVatnazpreguntó:

—¿HayalgonuevodelviejodelaMontaña?

Pero por un súbito guiño de los ojos, la mariscala le mandó callar yacompañóaFrédérichastalaantesalaparasabersiveríaprontoaArnoux.

—Ruégueleustedquevenga;nodelantedesumujer,porsupuesto.

Junto a la puerta había un paraguas y un par de zuecos arrimados a lapared.

—Los chanclos de la Vatnaz —dijo Rosanette—. ¡Qué pie!, ¿eh? Esrobustamiamiguita.

Yentonomelodramático,apoyandolaúltimaletradelapalabra,añadió:

—Nohayquefiar…

Frédéric, alentado por aquella especie de confidencia, quiso besarle elcuello.Elladijoconfrialdad:

—Puedeustedhacerlo;esonocuestanada.

Sesentíacontentoalsalirdeallí,nodudandoquelamariscalaseríaprontosuamante.Aqueldeseodespertóotro;yapesardelaespeciederencorqueleguardaba,tuvoganasdeveralaseñoraArnoux.

Además,debíairalláparahacerelencargodeRosanette.

«Peroahora—pensó;dabanlasseis—,Arnouxestaráindudablementeensucasa».

Yaplazósuvisitaparaeldíasiguiente.

Laencontróenlamismaactitudqueelprimerdía,yhaciendounacamisa

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de niño. El chiquillo, a sus pies, jugaba con una jaula de fieras demadera;Martheescribía,algomáslejos.

Empezó cumplimentándola respecto a sus hijos, contestando ella sinninguna necia exageración maternal. Tenía el cuarto un aspecto tranquilo;pasabaporloscristalesunsolhermoso,relucíanlasaristasdelosmuebles,ycomo la señora Arnoux se hallaba sentada cerca de la ventana, uno de losrayos, dando en los engancha-corazones o diablillos o tolanos de su nuca,penetrabacomounfluidodeoroensucutisdeámbar.

Entoncesdijoél:

—Aquí tenemos una personita que ha crecidomucho en estos tres años.¿Se acuerda usted, señorita, cuando dormía usted sobre mis rodillas en elcoche?

Marthenoseacordaba.

—Unanoche,volviendodeSaint-Cloud.

LaseñoraArnouxpusoensumiradasingulartristeza.¿Eraparaprohibirletodaalusiónasucomúnrecuerdo?Sushermososojosnegros,cuyaescleróticabrillaba, se movían dulcemente bajo sus párpados, algo pesados, y en laprofundidaddesuspupilashabíauna infinitabondad.Él se sintiódominadonuevamente por un amor más fuerte que nunca, inmenso; una especie decontemplaciónlesobrecogía,quesinembargosacudió.¿Cómohacersevaler?¿Por qué medios? Y después de buscar mucho, Frédéric no encontró nadamejorqueeldinero.Sepusoahablardeltiempo,queeramenosfríoqueenelHavre.

—¿Haestadoustedallí?

—Sí;paraunnegocio…defamilia…unaherencia.

—Mealegromucho—contestó ella conunairedeplacer tanverdadero,queélagradeciócomoungranservicio.

Ella le preguntó luego qué pensaba hacer, porque un hombre debíaocuparse en algo. Él se acordó de sumentira y dijo que esperaba llegar alConsejodeEstadopormediacióndelseñorDambreuseeldiputado.

—¿Leconoceusted,quizá?

—Denombreúnicamente.

Después,envozbaja,lepreguntó:

—Lellevóausted«él»albailelaotranoche,¿noesverdad?

Frédéricsecallaba.

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—Esoesloquequeríasaber.Gracias.

Enseguidaledirigiódosotrespreguntasdiscretasacercadesufamiliaydesuprovincia,manifestándolequeeramuyamablehaberpermanecidoenellatantotiemposinolvidarlos.

—¿Podíaacaso?—contestó—.¿Lodudabausted?

LaseñoraArnouxselevantó.

—Creoquenosprofesaustedunabuenaysólidaamistad.Adiós…hastalavista.—Ylealargólamanodeunamanerafrancayviril.

¿No era aquello un compromiso, una promesa? Frédéric se sentía muycontentodelavida;seconteníaparanocantar;teníanecesidaddeexpansión,demostrarsegeneroso,dedarlimosnas…Mirósiasualrededorhabíaalguienaquiensocorrer;nopasabaningúnmenesteroso,ysuveleidaddesacrificiosedesvanecióporquenoerahombrequebuscaralejoslaocasiónderealizarlos.

En esto se acordó de sus amigos. El primero en quien pensó fue enHussonnet,yelsegundo,Pellerin.LaposiciónínfimadeDeslauriersrequería,naturalmente,consideraciones;encuantoaCisy,sealegrabadepoderhacerleverunpoco su fortuna.Así esqueescribió a los cuatroparaquevinieranabautizar la casa el domingo siguiente, a las once en punto, y encargó aDeslauriersquellevaraaSénécal.

El pasante había sido despedido de su tercer pensionado por no haberaceptado distribución de premios, según costumbre para él contraria alprincipio de igualdad. Al presente se hallaba en casa de un constructor demáquinas,yhacíayaseismesesquenovivíaconDeslauriers.

Su separación no tuvo nada de penosa. Sénécal, en los últimos tiempos,recibía hombres de blusa, todos patriotas, todos trabajadores, todas gentesexcelentes,perocuyacompañíaparecíafastidiosaalabogado.Además,ciertasideasdesuamigo,muybuenascomoarmasdeguerra,ledesagradaban.Selascallaba por ambición, creyendo que por este medio le guiaría, esperando,como esperaba con paciencia, un gran trastorno, del cual contaba sacar suplaza,hacerseunhueco.

Las convicciones de Sénécal eranmás desinteresadas. Todas las noches,cuandosutareaacababa,entrabaensubuhardillaybuscabaensuslibrosconquéjustificarsussueños.HabíaanotadoelContratosocial;seatiborrabadelaRevista Independiente; conocía a Mably, Morelly, Fourier, Saint-Simon,Comte,Cabet,LouisBlanc, laextensacarretadade losescritoressocialistas,deaquellosquereclamanpara lahumanidadelnivelde loscuarteles,de losquequisierandivertirlaenunlupanarodoblarlasobreunmostrador.Ydelamezcla de todo eso se había formado un ideal de democracia virtuosa que

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tenía el doble aspecto de una granja y una industria: una especie deLacedemoniaamericana,enqueelindividuonoexistíamásqueparaservirala sociedad; más omnipotente, absoluta, infalible y divina que los grandeslamasylosNabucodonosores.Niunasoladudaleasaltabasobrelapróximaeventualidaddeaquellaconcepción;ytodoloqueleparecíahostilmerecíaelencarnizamientodeSénécal, con razonamientosdegeómetrayunabuena fede inquisidor. Los títulos nobiliarios, las cruces, los penachos, las libreasespecialmenteyhasta las reputacionesdemasiadosonoras leescandalizaban.Susestudiosysussufrimientosavivabanmáscadadíasuodioesencialhaciatodadistinciónosuperioridadcualquiera.

—¿Quédeboyoaesecaballeroparaprodigarleatenciones?Sinecesitabademí,podíavenir.

Deslauriers le arrastró. Encontraron a su amigo en su cuarto de dormir.Reposterosydoblescortinas, lunaveneciana,nadafaltabaallí;Frédéric,conuna chaqueta de terciopelo, se hallaba recostado en una butaca, fumandocigarrillosdetabacoturco.

Sénécalsepusomássombríoquedecostumbre,comolosbeatosaquienesllevana reunionesdeplacer.Deslauriers loobservó todoalprimergolpedevista,y,saludandomuyrendidamente,dijo:

—Presentomisrespetosasuexcelencia.

Dussardierleechólosbrazosalcuello.

—¿Esustedricoahora?¡Tantomejor,caramba;tantomejor!

Cisy sepresentó congasa enel sombrero.Desde lamuertede su abueladisfrutaba de una fortuna importante y cuidaba menos de divertirse que dedistinguirse de los demás, de no ser como todo elmundo; en fin, de «tenercachet»,estaerasufrase.

Atodoesto,eranlasdoceytodosbostezaban.Frédéricesperabaaalguien.Al nombre de Arnoux, Pellerin torció el gesto, considerándole como unrenegadodesdequehabíaabandonadolasartes.

—Siprescindimosdeél,¿quédiríanustedes?

Todosasintieron.

Uncriadoconaltaspolainas abrió lapuerta,y sevio el comedor con sugran plinto de roble con realces de oro y sus dos aparadores cargados devajilla. Las botellas de vino se calentaban en la estufa; las hojas de loscuchillosnuevosrelucíancercadelasostras;habíaeneltononacaradodelosvasos de muselina como una suavidad estimulante, y la mesa desaparecíacubierta de caza, frutas, cosas extraordinarias. Aquellas atenciones eransuperfluasparaSénécal.

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Empezó por pedir pan casero y delmás duro posible, y a este propósitohablódelosasesinatosdeBuzançaisydelacrisisdelassubsistencias.

Nada de eso habría sucedido si se protegiera más la agricultura, si noestuviera todo entregado a la concurrencia, a la anarquía, a la deplorablemáxima del «dejad hacer, dejad pasar». Así se constituía el feudalismo deldinero,peorqueelotro.Peroquetengancuidado;elpueblosecansaráalfinypodrá hacer pagar sus sufrimientos a los detentadores del capital, bien porsangrientasproscripcionesoporelpillajedesuspalacios,grandesopequeños.

Frédéricentrevióenunrelámpagounaoleadadehombres,conlosbrazosdesnudos, invadiendo el gran salón de la señoraDambreuse, rompiendo losespejosagolpesdepico.

Sénécal continuaba: el obrero, vista la insignificanciade los salarios, eramásdespreciadoqueelilota,elnegroyelparia,sobretodositienehijos.

—¿Debe desembarazarse de ellos por la asfixia, como lo aconseja no séqué doctor inglés descendiente deMalthus?—Y volviéndose hacia Cisy, ledijo—:¿EstaremosreducidosalosconsejosdelinfameMalthus?

Cisy, que ignoraba la infamia y aun la existencia deMalthus, respondióque,sinembargo,sesocorríanmuchasmiseriasyquelasclaseselevadas…

—¡Ah,lasclaseselevadas!—dijoconfalsarisaelsocialista—.Enprimerlugar,nohayclaseselevadas;nadieeselevadosinoporelcorazón.Nosotrosnoqueremoslimosnas,¿entiendeusted?,sinola igualdad,el justorepartodelosproductos.

Loqueélpedíaeraqueelobreropudierallegarasercapitalista,comoelsoldado, el coronel. Los gremios, al menos, al limitar el número de losaprendices,impedíanelamontonamientodelostrabajadores,yelsentimientodelafraternidadsehallabamantenidoporlasfiestasylosestandartes.

Hussonnet,comopoeta,echabademenoslosestandartes;Pellerintambién,predilecciónquenacióenelcaféDagneaux,oyendohablarafalansterianos,ydeclaróqueFouriereraungranhombre.

—¡Vaya!—dijoDeslauriers—.Unviejonecioqueveenladestruccióndeimperios efectos de la venganza divina. Como el señor Saint-Simon y suIglesia, con su odio a la Revolución francesa: un montón de farsantes quequeríanrestaurarelcatolicismo.

ElseñorCisy,porilustrarse,sinduda,odardesíbuenconcepto,sepusoadecirdespacio:

—¿EsosdossabiosnosondelaopinióndeVoltaire?

—Eseseloregaloausted—contestóSénécal.

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—¿Cómo?Yocreía…

—No;porquenoamabaalpueblo.

Después, la conversación descendió a los sucesos contemporáneos: losmatrimoniosespañoles,lasdilapidacionesdeRochefort,elnuevocapítulodeSaint-Denis,queproduciríaunaumentodecontribuciones.SegúnSénécal,yasepagababastante,sinembargo.

—¿Yparaqué,Diosmío?Para levantarpalaciosa losmonosdelmuseo,hacer formar en parada en nuestras plazas a brillantes estados mayores osostenerentreloscriadosdelcastillounaetiquetagótica.

—HeleídoenLaModa—dijoCisy—queeldíadeSanFernando,enelbailedelasTullerías,todoelmundoibagallardamentedisfrazado.

—¡Siesonoeslastimoso…!—dijoelsocialista,encogiéndosedehombroscondisgusto.

—¿YelmuseodeVersalles?—exclamóPellerin—.Hablemosdeél.Esosimbéciles han acortado unDelacroix y alargado unGros. En el Louvre hanrestaurado, arañado y revuelto tan bien todos los lienzos, que quizá en diezañosnoquedeuno.Encuantoaloserroresdelcatálogo,unalemánhaescritosobreellostodounlibro.Losextranjeros,palabra,seburlandenosotros.

—Sí;somoslarisadeEuropa—dijoSénécal.

—Esosucedeporqueelartesehallaenfeudadoenlacorona.

—Mientrasnotengamoselsufragiouniversal…

—¡Permítameusted!Porqueelartistarechazadohacíaveinteañosentodoslossalonesestabafuriosocontraelpoder.Quenosdejenenpaz.Yonopidonada;únicamentelascámarasdeberíanestatuiracercadelosinteresesdelarte.Seríaprecisoestablecerunacátedradeestéticacuyoprofesor,hombrealavezpráctico y filósofo, llegue, era de esperar, a agrupar lamuchedumbre.Haráustedbien,Hussonnet,endeciralgodeestoensuperiódico.

—¿Es que los periódicos son libres? ¿Es que lo somos nosotros?—dijoDeslauriersacalorado.

—Cuando se piensa que puedehaber hasta veintiocho formalidades paraestablecerunbarquichueloenunrío,ledanaunoganasdeirseavivirentrelos antropófagos. El gobierno nos devora. Todo lo tiene: la filosofía, elderechoalasartes,elairedelcielo;yFranciaagonizaencorvada,bajolabotadelgendarmeylasotanadelclerizonte.

El futuro Mirabeau derramaba así su bilis con fuerza. Por fin cogió sucopa,selevantó,yelpuñoenlacadera,elojobrillante,dijo:

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—Beboalacompletadestruccióndelordenactual;esdecir,detodoloquesellamaprivilegio,monopolio,dirección,jerarquía,autoridad,Estado.—Yenvozaltaañadió—:Quequisieradestruircomodestruyoesto—lanzandosobrelamesaellindovasodepie,queserompióenmilpedazos.

Todosaplaudieron,yDeslauriersprincipalmente.

El espectáculo de las injusticias le hacía saltar el corazón. Se inquietabaporBarbès;eradeaquellosquesearrojabandeloscochesparasocorreraloscaballos que se caen. Su erudición se limitaba a dos obras, una tituladaCrímenes de los reyes; la otra, Misterios del Vaticano. Había escuchado alabogadoconlabocaabierta,condeleite.Porfin,noconteniéndosemás,dijo:

—Yo,loquecensuroaLuisFelipe,eshaberabandonadoalospolacos.

—Un momento—exclamó Hussonnet—. En primer lugar… Polonia noexiste: es una invención de Lafayette. Los polacos, por regla general, sontodos del barrio Saint-Marceau, puesto que los verdaderos se ahogaron conPoniatowski.

Enresumen:élyanocaíaeneso;sehabíacuradode todoeso.Todoesoeracomolaserpientedemar,larevocacióndeledictodeNantes,yesaantiguafarsadelaSaint-Barthélemy.

Sénécal, sin defender a los polacos, recogió las últimas palabras delliterato. Se había calumniado a los papas, que después de tododefendían alpueblo,y llamabaa laLiga laaurorade lademocracia,ungranmovimientoigualatoriocontraelindividualismodelosprotestantes.

Frédéricsehallabauntantosorprendidoconaquellasideas,quefastidiabanaCisy probablemente, porque llevó la conversación a los cuadros vivos delGimnasio,queatraíanporentoncesamuchagente.

Sénécalseafligiódeaquello.Talesespectáculoscorrompíanalashijasdelproletario;despuésse lasveíaostentarun lujo insolente.PoresoaprobabaalosestudiantesbávarosquehabíanultrajadoaLolaMontes.AsemejanzadeRousseau,hacíamáscasodelamujerdeuncarboneroquedelaamantedeunrey.

—Bromeáisconloselecto—replicómajestuosamenteHussonnet.YtomóladefensadeesasseñorasenfavordeRosanette.

Luego,comohablaradesubaileydeltrajedeArnoux,dijoPellerin:

—Dicenquesebamboleaensusnegocios.

ElcomerciantedecuadrosacababadetenerunprocesoporsusterrenosdeBelleville,yandabaahoraenunacompañíadecaolín,enlaBajaBretaña,conotrofarsantedesuespecie;Dussardiersabíamásdeesoporquesuprincipal,el

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señor Moussinot, había ido a informarse, respecto de Arnoux, cerca delbanqueroOscarLefebvre,yestehabíacontestadoquelejuzgabapocosólido,conociendoalgunasdesusrenovaciones.

Concluyeron los postres y pasaron al salón, tapizado, como el de lamariscala,dedamascoamarilloyenelestiloLuisXVI.

Pellerin censuró a Frédéric por no haber escogido mejor el estiloneogriego; Sénécal encendió cerillas frotándolas contra los tapices;Deslauriersnohizoobservaciónalguna,aunquesídelabiblioteca,quellamóbibliotecadeseñorita.

Lamayoría de los literatos contemporáneos se encontraban en ella; perofueimposiblehablardesusobras,porqueHussonnet,inmediatamente,contabaanécdotassobresuspersonas,criticabasusfiguras,suscostumbres,sustrajes,exaltando los ingenios de decimoquinto orden, denigrando los de primera ydeplorando,porsupuesto,ladecadenciamoderna.TalcancioncilladealdeanoconteníaporsísolamáspoesíaquetodosloslíricosdelsigloXIX:Balzaceraponderado; Byron, echado por tierra; Hugo no entendía nada del teatro,etcétera.

—¿Por qué—decía Sénécal—no tiene usted los volúmenes de nuestrospoetasobreros?

YelseñorCisy,queseocupabadeliteratura,seadmiródenoversobrelamesadeFrédéricalgunadeesasfisiologíasnuevas,fisiologíadelfumador,delpescadordecaña,delempleadodefronteras.

Llegaronafastidiarletanto,queledieronganasdeecharlosalacalle.

«Pero¡quéestúpidosoy!».YllamandoaparteaDeslauriers,lepreguntósipodíaservirleenalgo.Yelexcelentemuchachoseenterneció.Consuplazadecajerononecesitabadenada.

Enseguida,FrédéricllevóaDeslauriersasucuarto,ysacandodesugavetadosmilfrancos,ledijo:

—Toma, querido amigo; guárdate eso. Es el resto de nuestras cuentasantiguas.

—Pero… ¿y el periódico? —dijo el abogado—. He hablado de él conHussonnet,yasabes.

YFrédériccontestóqueporentoncesseencontraba«unpocomaltrecho».Elotrosonrióamargamente.

Despuésde los licoressebebiócerveza;despuésde lacerveza,grogs;sefumaronmás pipas, y por fin, a las cinco de la tarde, se fueron todos. Ibanunosjuntoaotros,sinhablar,cuandoDussardiersepusoadecirqueFrédéric

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loshabíarecibidoperfectamente.Todosconvinieronenello.

Hussonnetdeclaróquesualmuerzoeraunpocopesado;Sénécalcriticólafutilidaddesuinterior;Cisypensabalopropio;aquellocarecíaabsolutamentedecachet.

—Yocreo—dijoPellerin—quebienhubierapodidopedirmeuncuadro.

Deslaurierssecallaba,llevandoenlosbolsillosdesupantalónsusbilletesdebanco.

Frédéric se quedó solo; pensaba en sus amigos, y sentía entre ellos y élcomoungranfosollenodesombrasquelosseparaba.Leshabíaalargadolamano,sinembargo,ynohabíancorrespondidoalafranquezadesucorazón.SeacordódelaspalabrasdePellerinydeDussardierrespectoaArnoux.Eranuna calumnia, una invención, sin duda; pero ¿por qué? Y vio a la señoraArnouxarruinada,llorando,vendiendosusmuebles.Aquellaidealeatormentótodalanoche;aldíasiguientesepresentóensucasa.

No sabiendo cómo comunicar lo que sabía, le preguntó en forma deconversaciónsiArnouxteníaaúnsusterrenosdeBelleville.

—Sí;claro.

—CreoqueandaahoraenunacompañíaparacaolínenBretaña.

—Esverdad.

—Sufábricamarchamuybien,¿noescierto?

—Pues…supongo.

Ycomoélvacilara,añadió:

—¿Quéleocurre?Medaustedmiedo.

Éllecontólahistoriadelasrenovaciones.Bajóellalacabezaydijo:

—Losospechaba.

En efecto, Arnoux, para hacer una buena especulación, había rehusadovender sus terrenos; había tomado sobre ellos mucho, y no encontrandoadquirenteshabíacreídoarreglarseestableciendounamanufactura.Losgastoshabían excedido a los cálculos. Ella no sabía más de eso, porque Arnouxeludía todas las preguntas y afirmaba constantemente que aquello iba muybien.

Frédéric trató de tranquilizarla; tal vez serían dificultadesmomentáneas;porlodemás,siélaveriguabaalgoselodiría.

—¡Oh,sí!¿Noesverdad?—dijoella, juntandolasmanosconunairedesúplicaencantador.

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Podía,pues,serleútil:entrabayaensuexistencia,ensucorazón.

Arnouxsepresentó.

—Esustedmuyamableviniendoabuscarmeparacenar.

Frédéric permaneciómudo.Arnoux habló de cosas indiferentes; despuésadvirtióasumujerquevolveríamuytarde,porqueteníaunacitaconelseñorOudry.

—¿Ensucasa?

—Seguramente;ensucasa.

Confesó al bajar la escalera que encontrándose libre lamariscala iban ahacer una linda partida al Moulin-Rouge; y como necesitaba siempre dealguienquerecibierasusexpansiones,sehizoacompañardeFrédérichastalapuerta.

En lugar de entrar, se paseó por la acera mirando las ventanas del pisosegundo.Derepente,lascortinasseabrieron.

—¡Bravo!EltíoOudryyanoestá.Buenasnoches.

Luego era el tíoOudry quien lamantenía. Frédéric no sabía qué pensarahora.

Apartirdeaqueldía,Arnouxestuvomáscordialqueantes:leconvidabaacenarencasadesuamante,ymuyprontoFrédéricfrecuentóalavezambascasas.

LadeRosanette le divertía. Iban allí por la noche al salir del clubodelteatro;tomabanunatazadecafé,jugabanalalotería;losdomingossehacíancharadas; Rosanette, más turbulenta que las demás, se distinguía por susinvenciones chuscas, como correr a cuatro patas o encajarse un gorro dealgodón. Para mirar a los transeúntes por la ventana, tenía un sombreroespecial; fumaba en pipa, cantaba tirolesas. Por la tarde, por entretenerse,cortaba flores en un pedazo de tela persa; las pegaba ella misma en suscristales; llenabademejunjesasusdosperrillos;hacíaquemarpastillasoseechabalabuenaventura.Incapazderesistirasudeseo,seencaprichabaporuncachorroquehabíavisto,nodormía,corríaacomprarlo,locambiabaporotroy malvendía las telas; perdía sus alhajas, despilfarraba el dinero, hubieravendido su camisa por un palco de proscenio. Muchas veces preguntaba aFrédéric la explicación de una palabra que había leído; pero no oía larespuesta,porque saltabaenel actoaotra idea,multiplicando laspreguntas.Despuésdeespasmosdealegríateníacólerasinfantiles;osoñaba,sentadaenelsuelo,delantedelfuego,conlacabezabajaylarodillaentreambasmanos,más inerte que una culebra adormecida. Sin darle importancia, se vestíadelante de él, estiraba despacio sus medias de seda, después se lavaba con

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muchaagualacara,doblandolacinturacomounanáyadequeseestremece;yla risade susblancosdientes, laschispasde susojos, subelleza, sualegría,deslumbrabanaFrédéric,azotándolesusnervios.

Casi siempre encontraba a la señora Arnoux enseñando a leer a suchiquillo o detrás de la silla de Marthe, que solfeaba al piano; cuandotrabajabaenunaobradecostura,eraparaélgrandicharecogeralgunasvecessustijeras.Todossusmovimientoserandeunatranquilamajestad:susmanos,pequeñas,parecíanhechasparaderramarlimosnas,paraenjugarlágrimas,ysuvoz, un tanto opaca, naturalmente, tenía entonaciones cariñosas y como elsoplodelabrisaligera.

No se exaltaba por la literatura; pero su espíritu gustaba de palabrassencillas y penetrantes; le agradaban los viajes, el ruido del viento en losbosquesypasearse con la cabezadescubierta en los días de lluvia.Frédéricescuchabaaquellascosasdeliciosamente,creyendoverqueempezabaenellaunciertoabandonodesímisma.

El tratodeaquellasdosmujeressonabaensuvidacomodosmúsicas: launa,alegre,ardiente,divertida;laotra,graveycasireligiosa;yvibrandoalavez,ibanaumentandoymezclándosepocoapoco.PorquesilaseñoraArnouxle rozaba tan solo con un dedo, la imagen de la otra inmediatamente sepresentabaa sudeseo,porquede este ladoeramenos lejana la esperanza;ycuandoalladodeRosanettellegabasucorazónaconmoverse,seacordabadesugranamor.

Aquella confusión estaba provocada por similitudes entre los dosinteriores.UnodeloscofresqueveíaantesenelbulevarMontmartreadornabaahoraelcomedordeRosanette;elotro,elsalóndelaseñoraArnoux.Enlasdos casas, los servicios de mesa eran parecidos, y hasta se encontraba lamismagorradeterciopeloandandoporlasbutacas:después,unamultitudderegalos,depantallas,decajas,deabanicos,ibanyveníandecasadelaamanteacasadelaesposa,porque,sinlamenordificultad,Arnouxmuchasveceslerecogíaalaunaloquelehabíadado,paradárseloalaotra.

La mariscala se reía con Frédéric de sus malas maneras. Un domingo,despuésdecomer,lellevódetrásdelapuertayleenseñóensupaletóunpapeldepastelesqueacababadeescamotearenlamesapararegalárselos,sinduda,a sus chiquillos;Arnoux se entregaba a travesuras rayanas en la indecencia.Eraparaélundeberdefraudarlosconsumos;jamásibaalteatropagando;conun billete inferior pretendía ocupar un puesto superior, y contaba comoexcelentefarsaqueteníacostumbreenlosbañosfríosdeecharenlahuchadelmozounbotóndecalzoncillosenvezdeunapiezadediezcéntimos.Apesardetodasaquellascosas,lamariscalaleamaba.

Undía,sinembargo,ledijoaFrédérichablándoledeArnoux:

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—Mefastidia;yatengobastante;tantopeorparaél;yaencontraréotro.

FrédériccreíaqueyahabíaencontradoaotroyquesellamabaOudry.

—Bueno—dijoRosanette—.Yeso¡quéimporta!—Ydespuésañadióconlágrimas en la voz—: Le pido bien poca cosa, sin embargo; y no quiere elanimal,ynoquiere.Encuantoapromesas,yaesdistinto.

Hasta lehabíaprometido lacuartapartede losbeneficiosen las famosasminasdecaolín;peroningúnbeneficioaparecía,comotampocoelcasimirconquehacíaseismeseslaentretenía.

Frédéricpensóinmediatamenteenregalárselo;peroArnouxpodríatomarlocomo una lección y enfadarse. Y, con todo, era bueno; su misma mujer lodecía;¡perotanloco!

En vez de llevar todos los días a comer gentes a su casa, llevaba a susconocidos al restaurante; compraba cosas completamente inútiles, comocadenasdeoro,relojes,artículosdemenaje.LaseñoraArnouxhastaleenseñóaFrédéric,enelcorredor,unaenormeprovisióndeollas,cafeterasyteteras:Arnoux le había hecho firmar un pagaré suscrito a la orden del señorDambreuse.

A todoesto,Frédéricconservabasusproyectos literariosporunaespeciede punto de honor respecto a sí mismo. Quiso escribir una historia de laestética, resultado de sus conversaciones con Pellerin; después, poner endrama diferentes épocas de la Revolución francesa y componer una grancomedia al influjo de Deslauriers y Hussonnet. En medio de su trabajo,muchas veces el rostro de la una o de la otra pasaba por delante; luchabacontraeldeseodeverlos,notardabaencederysesentíamástristealvolverdecasadelaseñoraArnoux.

Una mañana que rumiaba su melancolía al rincón del fuego, entróDeslauriers. Los discursos incendiarios de Sénécal habían inquietado a suprincipal,y,unavezmás,seencontrabasinrecursos.

—¿Quéquieresqueyolehaga?—dijoFrédéric.

—Nada;notienesdinero,yalosé,pero¿temolestaríabuscarleunaplazaporconductodelseñorDambreuseodeArnoux?

Este debía de necesitar ingenieros para su establecimiento. Frédéric tuvouna inspiración: Sénécal podría advertirle las ausencias del marido, llevarcartas,ayudarleenmilocasionesquesepresentarían.Dehombreahombresecambian siempre esos servicios.Además, él encontraríamedio de emplearlesin que él lo advirtiese.La casualidad le ofreció un auxiliar; aquello era unbuenaugurio,precisoerarecogerlo;y,fingiendoindiferencia,contestóquelacosaquizáseríafactibleyqueseocuparíadeella.

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Y se ocupó inmediatamente. Arnoux trabajaba mucho en su fábrica:buscabaelrojobronceadodeloschinos,perosuscoloressevolatizabanporlacocción.Paracortarlasgrietasdesusbarros,mudabacalalaarcilla,perolaspiezas se rompían en su mayoría; el esmalte de sus pinturas, sobre crudo,hervía; sus grandes placas se arrugaban, y atribuyendo esos fracasos a losmalos utensilios de su fábrica, quería encargar otrosmolinos de pulverizar,otrassecadoras.Frédéricrecordóalgunasdeestascosas,y lepreguntósobreellas, anunciándole que había encontrado a un hombre muy útil, capaz deencontrar su famoso rojo. Arnoux dio un salto; después, habiéndole oído,contestóquenonecesitabaanadie.

Frédéric exaltó los prodigiosos conocimientos de Sénécal, a la vezingeniero,químicoycontable;unmatemáticodeprimerafuerza.

El fabricante consintió en verle. Ambos discutieron acerca de losemolumentos.Frédéric se interpusoy llegó, el finde semana, aponerlosdeacuerdo.

PerocomolafábricaestabasituadaenCreil,Sénécalnopodíaayudarleennada.Aquellareflexióntansencillaabatiósuánimocomounadesventura.

Pensóque cuantomásdesligado estuvieseArnouxde sumujer,mayoresprobabilidadestendríaélcercadeella.EntoncessepusoahacerlaapologíadeRosanetteconstantemente; leechóencara sus faltasparaconella,contó lasvagas amenazas de días pasados, y hasta habló del casimir, sin callarse queellaletachabadeavaro.

Arnoux,picadoporlapalabra(yconcibiendo,además, inquietudes)llevóelcasimiraRosanette,pero riñéndolaporhabersequejadoaFrédéric;comoella le dijera que le había recordado cien veces la promesa, pretendiódemostrarqueselehabíaolvidadoconsusmuchasocupaciones.

AldíasiguientesepresentóFrédéricencasadeella;aunqueeranlasdos,lamariscalaestabaaúnacostada,yasucabecera,Delmar,instaladodelantedeunvelador,tomabaunpocodepaté.Desdelejos,gritóella:

—Lotengo,lotengo.

Ydespués, cogiéndolepor lasorejas, lebesóen la frente, lediomuchasgracias,letuteó,hastaquisohacerleacostarensucama.Suslucidosytiernosojosbrillaban,suhúmedabocasonreía,susdosbrazosredondossalíandesucamisasinmangas,ydecuandoencuandosentíaél,atravésdelabatista,losfuertescontornosdesucuerpo.Mientras,Delmarabríamucholosojos.

—Peroverdaderamente,amigamía,queridaamigamía…

Lo mismo sucedió las veces siguientes. En cuanto entraba Frédéric, seponía en pie sobre su cojín para que la besara mejor, le llamaba monín,

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querido, ponía flores en su ojal, arreglaba su corbata. Aquellas graciosasatencionesaumentabansiemprequeDelmarestabapresente.

¿Eran preludios?Así lo creyó Frédéric. En cuanto a lo de engañar a suamigo,Arnouxensu lugarnodudaría,y teníaelderechodenoservirtuosocon su amante, habiéndolo sido siempre con sumujer; porque creía haberlosido, o, más bien, hubiera querido creérselo para fortificar su prodigiosacobardía.Se encontró estúpido, sin embargo,y resolvió tratar a lamariscalaabiertamente.

Asípues,unatarde,cuandosesentóensucómoda,Frédéricseaproximóaella y hubo algo de elocuencia, tan poco ambigua, que ella se levantócompletamenteruborizada.Volvióél,yentoncessedeshizoellaenlágrimas,diciendo que eramuy desgraciada y que no era esto una razón para que ladespreciaran.Retirósustentativas;tomóellaentoncesdiversocamino,quefueeldereírsesiempre;creyóélmaliciosousarelmismotonoexagerándolo,perose demostraba demasiado alegre para que fuera sincero, y este juego decamaradaseraunobstáculoalasmanifestacionesdetodaemociónseria.Porfin,otrodíalecontestóqueellanoaceptabalosrestosdeotra.

—¿Quéotra?

—Puessí;veteabuscaralaseñoraArnoux.

PorqueFrédérichablabadeellamuyamenudo;Arnoux,porsuparte,teníalamismamanía,yRosanetteacabóporimpacientarsedeoírsiempreelogiaraaquellamujer,ysuimputaciónveníaaserunaespeciedevenganza.Frédéricleguardórencorporella.

Empezaba además a molestarle mucho. A veces, dándoselas deexperimentada,maldecíadelamorconrisaescéptica,queproducíacomezonesyhastaguantadas.Uncuartodehoramástarde,eraaquellolaúnicacosaquehabíaenelmundo,ycruzandolosbrazossobreelpecho,comoparaescuchara alguien, murmuraba: «¡Sí, es bueno; es tan bueno!», los párpadosentreabiertos y casi espasmodiada de embriaguez. Imposible era conocerla;saber,porejemplo,siamabaaArnoux,porqueseburlabadeélyparecíatenercelos.OtrotantoacontecíarespectoalaVatnaz,aquienllamabamiserable,yotrasveces sumejor amiga.Tenía, en fin, en toda supersona, yhasta en eltorcidode sumoño, algode inexplicable, queparecía un reto, yFrédéric ladeseaba,sobretodo,porelplacerdevencerlaydominarla.

¿Cómo hacer? Porquemuchas veces le despedía sin ninguna ceremonia,presentándoseunminutoentrepuertaparacuchichear:

—Estoyocupada;hastalanoche.

O la encontraba en medio de doce personas; y cuando estaban solos,

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parecíacosadeapuesta,taleseranlosobstáculosquesesucedían.

Laconvidabaacenar,perorehusabasiempre;unavezaceptó,peronofue.

Una ideamaquiavélica surgió en su cerebro.Conociendo porDussardierlasrecriminacionesdePellerinasurespecto,imaginóencargarleelretratodelamariscala, un retratode tamañonatural, que exigiríamuchas sesiones; nofaltaría ni a una, y la acostumbrada inexactitud del artista facilitaría susconferencias.Invitó,pues,aRosanetteaquesedejarapintar,paraofrecersusfacciones a su querido Arnoux. Aceptó, porque se veía en medio del gransalón,enelsitiodehonor,conunamultituddegentedelante,ylosperiódicoshablaríandeella,conloque«selanzaría»derepente.

En cuanto a Pellerin, acogió la proposición ávidamente, porque aquelretratoledistinguiríacomoungranhombreyseríaunaobramaestra.

Pasórevistaensumemoriaatodoslosretratosdemaestroqueconocía,yal fin se decidió por un Tiziano, que realzaría con adornos a la veneciana.Ejecutaría su pensamiento sin sombras ficticias, con una luz franca,iluminandolascarnesenunsolotonoyhaciendobrillarlosaccesorios.

«¡Silepusiera—pensaba—untrajedesedarosaconunalbornozoriental!No;elalbornozresultacanalla.¡Silavistieramejordeterciopeloazul,sobreunfondogris,muycoloreado!Pudieracolocárseletambiénunagoladeguipurblanco,conunabaniconegroyunacortinaescarlatadetrás».

Ybuscandoasí,ampliabatodoslosdíassuconcepciónmaravillosadeella.

LepalpitabaelcorazóncuandoRosanette,acompañadadeFrédéric,llegóasucasaparalaprimerasesión.Lacolocódepie,enunaespeciedeestrado,enmediodelahabitación,yquejándosedeldíayechandodemenossuantiguotaller, hizo primero que apoyara el codo sobre un pedestal, después que sesentara en un sillón, y alternativamente se alejaba y aproximaba a ella paracorregirdeuncapirotazolosplieguesdeltraje,lamirabaconlosojosmediocerradosyconsultabaaFrédéricconunapalabra.

—Puesbien,no—exclamó—.Vuelvoamiprimeraidea.Lavistoausteddeveneciana.

Tendríauntrajedeterciopelopunzóconuncinturóndeplatería,ysuanchamangadejaríaversubrazodesnudoapoyadoenlabalaustradadeunaescaleracolocada detrás de ella. A su izquierda, una gran columna llegaría hasta ellímite del lienzo, a unirse allí con arquitecturas, describiendo un arco. Severíanabajo,vagamente,macizosdenaranjoscasinegros,cortandouncieloazulrayadodenubesblancas.

En labalaustrada,cubiertaconun tapiz,habríaunplatodeplata,conunramo de flores, un rosario de ámbar, un puñal y un cofrecillo de marfil

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antiguo,algoamarillento,dedonde rebosaríancequíesdeoro,hastaalgunosenelsuelo;caídosacáyallá,formaríanbrillantessalpicaduras,demodoquellevaran la vista a la punta del pie, porque estaría colocada en el penúltimoescalón,conunmovimientonaturalyenplenaluz.

Fueabuscarunacajadecuadros,quepusosobreelestradoparaafianzarelescalón; después dispuso como accesorios sobre un taburete, a guisa debalaustrada, su chaqueta, un escudo, una caja de sardinas, un paquete deplumas, un cuchillo, y cuando hubo arrojado ante Rosanette una docena depiezas,lehizotomarpostura.

—Figúreseustedque estas cosas son riquezas, espléndidospresentes.Lacabezairáunpocoaladerecha.Perfectamente;ynosemuevaustedya.Esaactitudmajestuosasientabienasugénerodebelleza.

Llevaba un traje escocés con un gran manguito y se contenía para noreírse.

—En cuanto al peinado, pondremos entre los cabellos un hilo de perlas;esohacesiemprebuenefectoenloscabellosrojos.

Lamariscalaprotestódiciendoqueellanoteníaelpelorojo.

—¡Calleusted!Elrojodelospintoresnoeseldelosprofanos.

Yempezóabosquejarlaposicióndelasmasas;tanprontosehallabaconlos grandes artistas del Renacimiento, como hablaba de ellos. Durante unahorasoñóenvozaltaconaquellasexistenciasmagníficas,llenasdegenio,degloriayde suntuosidades, conentradas triunfalesen lasciudades,galasa laluzdelasantorchas,entremujeresmediodesnudas,bellascomodiosas.

—Usted estaba hecha para vivir en aquel tiempo. Una criatura de esecalibrehabríamerecidounmonseñor.

Rosanetteencontrabamuydelicadosaquelloscumplidos.Sefijóeldíadelasesiónpróxima,yFrédéricseencargódellevarlosaccesorios.

Comoelcalordelaestufalahabíaaturdidounpoco,sevolvieronapieporlacalledelBacyllegaronalpuenteReal.Hacíauntiempohermoso,crudoyespléndido. El sol se ponía; algunos de los vidrios de las casas de la Citébrillabandelejoscomoplanchasdeoro,mientrasque,pordetrás,aladerecha,las torres deNotre-Dame se perfilabannegras en el cielo azul, blandamentebañadoelhorizontedevaporesgrises.ElvientosoplóyRosanettedeclaróqueteníahambre,porlocualentraronenlapasteleríainglesa.

Mujeresjóvenes,consusniños,comíandepieenelbuffetdemármol,enel que se juntaban, bajo campanas de cristal, los platos de pastelillos;Rosanettesecomiódostartasalacrema;suazúcarenpolvolehacíabigoteenlos extremos de su boca. De cuando en cuando, para limpiarlos, sacaba su

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pañuelodelmanguito,ysufiguraparecía,bajosucapotadesedaverde,unarosaabiertaentresushojas.

Sevolvieronaponerenmarcha;enlacalledelaPaixsedetuvodelantedeunaplateríacontemplandounbrazalete;Frédéricquisoregalárselo.

—No—dijo—.Guardatudinero.

Lafraseleofendió.

—¿Quétienelamimí?¿Estamostristes?

Y reanudaron la conversación; llegó, comode costumbre, a promesasdeamor.

—Biensabestúqueesoesimposible.

—¿Porqué?

—Porque…

Ibanjuntos,ellaapoyadaensubrazo,ylosvolantesdesutrajeledabanenlas piernas. Entonces recordó un crepúsculo de invierno, en que sobre lamismaacerallevabaasuladotambiénalaseñoraArnoux,yaquelrecuerdoleabsorbiódetalmodo,queyanoveíaaRosanettenipensabaenellasiquiera.

Mirabaellaalaventana,enfrentedesí,dejándosecasiarrastrarcomoniñoperezoso.Era lahoraenquesevolvíadepaseoy loscarruajesdesfilabanaltrote largosobreelpavimentoseco.Las lisonjasdePellerin levolvieronsindudaalamemoriaylanzóunsuspiro.

—¡Ah!¡Cuántashayfelices!Estoyhecha,decididamente,paraunhombrerico.

Élcontestóentonobrutal:

—Tenía usted uno, sin embargo; porque el señorOudry pasaba por tresvecesmillonario.

Ellanodeseabamásqueverselibredeél.

Y exhaló amargas burlas acerca de aquel viejo burgués de peluca,demostrándolequesemejanteunióneraindignayquedebíaromperla.

—Sí—contestó lamariscala como hablándose a sí misma—. Es lo queacabaréporhacer,indudablemente.

Frédéricquedóencantadoporaqueldesinterés.Andabaellamásdespacio;éllacreyócansada;ellaseobstinóennoquerercoche,yledespidiódelantedesupuerta,enviándoleunbesoconlapuntadelosdedos.

«¡Ah,quéfastidio!¡Ypensarquehayimbécilesquemeconsideranrico!».

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Yalllegarasucasaibasombrío,HussonnetyDeslauriersleesperaban.Elbohemio,sentadodelantedesumesa,dibujabacabezasdeturco,yelabogado,conlasbotasllenasdecascarrias,dormitabaenundiván.

—¡Alfin!—exclamó—.Pero¡quéairetanferoz!¿Puedesoírme?

Subogacomopasantedisminuía,porqueenseñabaasusdiscípulosteoríasdesfavorables para sus exámenes. Había pleiteado dos o tres veces y habíaperdido,ycadanuevadecepciónleimpulsabamásymásasuantiguosueño:un periódico donde pudiera desarrollar sus ideas, vengarse, escupir su bilis.Fortunayreputación,además,llegarían.EnestaesperanzahabíaenredadoalbohemioHussonnet,queposeíaunapublicación.

Lo imprimiría en papel rosa; inventaba canards, componía jeroglíficos,intentaba entablar polémicas y hasta (a despecho del local) quería montarconciertos.La suscripcióndeunañodabaderechoaun sitiodeorquestaenunodelosprincipalesteatrosdeParís;además,laadministraciónseencargabadesuministraralosseñoresextranjerostodaslasnoticiasapetecibles,artísticasy de otra clase. Pero el impresor amenazaba, se debían tres plazos alpropietario, surgían toda especie de dificultades, yHussonnet habría dejadomorir El Arte sin las exhortaciones del abogado, que le predicabacotidianamente.Lehabíallevadoallíparadarmáspesoasusgestiones.

—Venimosporlodelperiódico—dijo.

—¿Qué?¿Todavíapiensaseneso?—contestóFrédéricconairedistraído.

—Ciertamentequepiensoenello.

Y expusode nuevo su plan. Por las noticias de laBolsa, se pondrían enrelacionesconlosfinancierosyobtendríanasí loscienmilfrancosdefianzaindispensables. Pero para que la publicación pudiera transformarse enperiódico político, era preciso antes tener una gran suscripción, y para esto,resolverse a algunos gastos, tanto como el papel, imprenta, oficina; enresumen:unasumadequincemilfrancos.

—Notengofondos—dijoFrédéric.

—¿Ynosotros,pues?—contestóDeslauriers,cruzándosedebrazos.

Frédéric,ofendidodelgesto,añadió:

—¿Esculpamía…?

—Muy bien. Ellos tienen leña en su chimenea, trufas en su mesa, unabuena cama, una biblioteca, un carruaje, todas las dulzuras. Pero que otro,tristebajolastejas,comaporunfranco,trabajecomounforzadoypataleeenlamiseria,¿esculpasuya?

Y repetía: «¿Es culpa suya?», con una ironía ciceroniana que olía a

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tribunales.Frédéricqueríahablar.

—Además, ya comprendo, se tienen ciertas necesidades… aristocráticas;porque,sinduda…algunamujer…

—Ybien,auncuandoesofuera,¿nosoylibre…?

—¡Oh!Muylibre—Ydespuésdeunminutodesilencio,añadió—:¡Estancómodoprometer!

—¡Diosmío!Noniegohaberprometido—contestóFrédéric.

Elabogadocontinuó:

—Enelcolegiosehacenjuramentos:seconstituiráunafalange,seimitaráaLos trece, deBalzac.Después, cuandonos encontramos, «Buenas noches,amigo mío; vete a paseo», porque aquel que pudiera servir al otro, retieneprecisamentetodoparasímismo.

—¿Cómo?

—Sí;túnisiquieranoshaspresentadoencasadelosDambreuse.

Frédéric le miró; con su pobre levita, sus gafas deslucidas y su pálidafisonomía, el abogado leparecía tangalopínquenopudoevitaruna sonrisadesdeñosa.Deslaurierslarecogióysepusoencarnado.

Tenía ya su sombrero en lamano para irse, cuandoHussonnet, lleno deinquietud, tratabadedulcificarlepormiradassuplicantes,ycomoFrédéric levolvíalaespalda,ledijo:

—Vamos,seaustedmimecenas;protejaustedlasartes.

Frédéric, con un brusco movimiento de resignación, cogió una hoja depapely,despuésdegarrapatearenellaunaslíneas,selalargó.LuegopasólacartaaDeslauriers,yledijo:

—Discúlpemeusted,señor.

Suamigorogabaasunotarioqueleenviaralomásprontoposiblequincemilfrancos.

—¡Ah!Tereconozcoeneso—exclamóDeslauriers.

—Palabra de honor —añadió el bohemio—, es usted un valiente, y lepondránaustedenlagaleríadeloshombresútiles.

Elabogadoagregó:

—¡Noperderásnadaenello;laespeculaciónesexcelente!

—¡Caramba!—gritóHussonnet—.¡Pondríamicabezaenlahorca!

Yendilgó tantas tonteríasyprometió tantasmaravillas (en lasquequizá

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creyera), queFrédéric no sabía si todo aquello lo hacía para burlarse de losotrosodesímismo.

Aquellatarderecibióunacartadesumadre.Seadmirabadenoverleaúnministro, bromeando sobre esto un poco.Después hablaba de su salud, y lemanifestabaqueelseñorRoque ibayaasucasa.«Desdequeestáviudo,hecreído que no había inconveniente en recibirle. Louise está muy cambiadafavorablemente».Yenposdata,añadía:«NomedicesnadadetusexcelentesrelacionesconelseñorDambreuse;entulugar,leutilizaría».

¿Porquéno?Habíaabandonadosusambicionesintelectualesysufortuna(loveía)erainsuficiente;porquepagadassusdeudasyentregadaalosotroslasumaconvenida,surentadisminuiríaencuatromilfrancos.Además,sentíalanecesidaddesalirdeaquellaexistencia,deocuparsedealgo.Asíque,aldíasiguiente, comiendo en casa de la señora Arnoux, dijo que su madre leatormentabaparaqueabrazaraunaprofesión.

—Pero yo creía —dijo ella— que el señor Dambreuse debíaproporcionaroslaentradaenelConsejodeEstado.Esolesentaríaaustedmuybien.

Ellaloquería;obedeció.

El banquero, como la primera vez, se hallaba sentado a su mesa dedespacho, y con un gesto le rogó esperase algunos minutos, porque uncaballero, que daba la espalda a la puerta, le hablaba de asuntos graves. Setrataba de carbón de piedra y de una fusión que realizar entre diversascompañías.

LostratadosdelgeneralFoyydeLuisFelipeformabanparejaalosladosdelespejo; losestantesllegabanhastalosartesonadosdel techo,yhabíaseissillas de paja, ya que para sus negocios no necesitaba el señor Dambreusehabitación más elegante; era aquella como esas oscuras cocinas donde seelaborangrandesfestines.Frédéricobservósobretodoloscofresmonstruososencajadosenlosrincones,ysepreguntabacuántosmillonespodríancontener.El banquero abrió uno, y la plancha de hierro giró, no dejando ver en elinteriorsinocuadernosdepapelazul.

Porfin,elindividuopasópordelantedeFrédéric:eraeltíoOudry.Ambosse saludaron, ruborizándose, cosa que pareció admirar al señor Dambreuse.Por lo demás, semostrómuy amable; nadamás fácil que recomendar a sujoven amigo al ministro, que se consideraría dichoso de tenerle en laadministración,y concluyó sus corteses atenciones invitándoleauna tertuliaquedabadentrodealgunosdías.

Frédéricsubíaenelcupéparairacasadeella,cuandollegóunacartadelamariscala.Alaluzdelosfarolesleyó:«Querido:Heseguidolosconsejosde

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usted.Acabodeexpulsaramioso.Apartirdemañanaporlanoche,¡libertad!Digaustedquenosoyvaliente».

Nada más; pero aquello era convidarle a la plaza vacante; lanzó unaexclamación,guardólacartaenelbolsilloypartió.

Habíadosmunicipalesdecaballeríaenlacalle.

Unafiladefarolillosardíaenlasdospuertascocheras,yloscriados,enelpatio, gritaban para hacer adelantar los coches hasta la cuadra debajo de lamarquesina.Después,derepente,elruidocesabaenelvestíbulo.

Altos árboles llenaban el arco de la escalera interior; los globos deporcelanaesparcíanunaluzqueondulabacomoaguasdemuaréyrasoblancoenlasparedes.

Frédéricsubiólosescalonesalegremente;unujierpronunciósunombre;elseñorDambreuselealargólamano;casialpuntosepresentólaseñora.

Llevaba un trajemalva guarnecido de encajes, los bucles de su peinadomásnumerososquedecostumbre,ysinunasolaalhaja.

Ella se quejaba de sus raras visitas; encontró el medio de decir algo.Llegaban los invitados; a modo de saludo, se inclinaban de lado, o sedoblaban,obajabanlacabezaúnicamente;luego,unmatrimonio,unafamilia,pasaba,ytodossedispersabanporelsalónyalleno.

Bajolaarañadelcentro,unaotomanaenormesosteníaunajardinera,cuyasfloresseinclinabancomopenachossobrelascabezasdelasmujeres,sentadasalrededor,mientras que otras ocupaban las butacas que formaban dos líneasrectas, simétricas, interrumpidas por las altas cortinas de las ventanas, deterciopelonacarado,yloshuecosdelaspuertas,dedintelesdorados.

Loshombresqueestabanenpie,consusombreroenlamano,formabandelejos una solamasa negra, en que las cintas de los ojales señalaban puntosrojosacáyallá,cuyamasahacíaaúnmássombríalamonótonablancuradelascorbatas.Exceptoalgunosjóvenesdebarbanaciente,todosparecíanaburrirse;algunospetimetres,conairedesgarbado,sebalanceabansobresustalones.

Las cabezas grises, las pelucas, eran numerosas; de cuando en cuandorelucíauncráneocalvo,ylasfisonomías,odecolordepúrpuraomuypálidas,demostraban en su quebranto la huella de inmensas fatigas, comopertenecientes las gentes aquellas a la política o a los negocios. El señorDambreusehabía también invitadoamuchos sabios,magistrados,doso tresmédicos ilustres, y rechazaba con modestas expresiones los elogios que lehacíansobrelatertuliaylasalusionesasuriqueza.

Por todaspartes circulaba la servidumbregaloneadadeoro.Losgrandescandelabros, como ramos de fuego, iluminaban los tapices de las paredes,

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reproduciéndoseen los espejos;y allá enel fondodel comedor,donde lucíaunaenredaderadejazmines,elbuffetparecíaunaltarmayordecatedralounaexposición de platería, tantos eran los platos, las campanas, los cubiertos ycucharonesdeplatayplatasobredoradaquehabíaenmediodelacristaleríadefacetas, queproyectaban en las viandas resplandores irisados.Losotros tressalones se veían repletos de objetos de arte, paisajes de maestros en lostesteros, marfiles y porcelanas en las mesas, cachivaches de China en lasconsolas, biombos de laca doblándose delante de las ventanas, fajas decamelias en las chimeneas y una música ligera vibraba de lejos como unsusurrodeabejas.

Lascuadrillasnoerannumerosas,ylosbailarines,enlamaneradisplicenteconquearrastrabanloszapatos,parecíancumplirundeber.Frédéricoyófrasescomoestas:

—¿HaestadoustedenlaúltimafiestadebeneficenciaenelhotelLambert,señorita?

—No,señor.

—¡Prontovaahaceruncalor…!

—Enverdadasfixiante.

—¿Dequiénesestapolca?

—Nolosé,señora.

Y detrás de él, tres vejestorios, colocados en el hueco de una ventana,cuchicheaban sobre asuntos obscenos; otros hablaban de ferrocarriles,librecambio; un sportman contaba una historia de caza, un legitimista y unorleanistadiscutían.

Vagandodegrupoengrupo,llegóalsalóndelosjugadores,donde,enuncírculo de gentes graves, vio a Martinon, agregado por entonces a lostribunalesdelacapital.

Asuanchacaradecolordeceracuadrabaperfectamentesubarba,queeraunamaravillaporloidénticamenteigualadosqueestabanlospelosnegros,yguardandounjustomedioentrelaeleganciaexigidaporsuedadyladignidadquereclamabasuprofesión,colocabasudedopulgarenelhuecodelchaleco,segúnlacostumbredelosgomosos,yluego,sumanoenelescote;alamanerade los doctrinarios, llevaba las botas extracharoladas; llevaba afeitadas lassienes,paraformarseasíunafrentedepensador.

Despuésdealgunasfrasesdichasconfrialdad,sevolvióasuconciliábulo.

Unpropietarioexclamaba:

—Esesaunaclasedehombresquesueñancontrastornarlasociedad.

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—¡Pidenlaorganizacióndeltrabajo!—expusootro—.¿Seconcibeeso?

—¿Qué quiere usted —contestó un tercero—, cuando vemos al señorGenoudedarlamanoaLeSiècle?

—¡Ylosmismosconservadoresllamarseprogresistas!Paratraernos¿qué?¡LaRepública!¡ComosifueraposibleenFrancia!

TodosconvinieronenquelaRepúblicaeraimposibleenFrancia.

—Noimporta—observóenvozaltauncaballero—.Seocupandemasiadode la revolución; se publican acerca de esto un montón de historias, delibros…

—Sintenerencuenta—dijoMartinon—quehayquizáasuntosmásseriosdeestudio.

Unministerialhablódelosescándalosdelteatro:

—Así, por ejemplo, ese drama nuevo, La reina Margarita, pasaverdaderamente de los límites. ¿Dónde estaba la necesidad de que noshablaran de los Valois? Todo eso representa la realeza bajo un aspectodesfavorable. ¡Como la prensa! Las leyes de septiembre, dígase lo que sequiera,sondemasiadosuaves;yodesearíatribunalesmilitaresparaenmudeceralosperiodistas;alamenorinsolencia,llevarlosanteunconsejodeguerra,yandando.

—¡Cuidado, caballero, cuidado!—dijo un profesor—. ¡No ataque ustednuestraspreciadasconquistasdemilochocientostreinta!Respetemosnuestraslibertades.

Sería preciso descentralizar, más bien, distribuir el excedente de laspoblacionesenloscampos.

—¡Perosiestángangrenadas!—exclamóuncatólico—.Hagaustedqueseafirmelareligión.

Martinonseapresuróadecir:

—Enefecto;eseesunfreno.

Todo elmal estaba en ese afánmoderno de elevarse todo elmundo porencimadesuclase,degozarellujo.

—Sinembargo—objetóunindustrial—,ellujofavorecealcomercio.Asíes que yo aplaudo que el duque deNemours exija el calzón corto para sustertulias.

—Thiershaidoaellasconpantalón.¿Conoceustedsufrase?

—Sí,encantadora.Perohueleademagogo,ysudiscursoenlacuestiónde

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lasincompatibilidadesnohadejadodetenersuinfluenciaenelatentandodeldocedemayo.

—¡Ah,bah!

—¿Eh?¿Eh?

Elcírculoaquelsevioobligadoaromperseparadarpasoauncriadoquellevabaunabandejaytratabadeentrarenelsalóndelosjugadores.

Debajodelaspantallasverdesdelasbujías,hilerasdecartasydemonedasde oro cubrían la mesa. Frédéric se detuvo delante de una, perdió lostrescientosfrancosquellevabaenelbolsillo,hizounapiruetayseencontróenelumbraldelgabineteenelqueentoncessehallabalaseñoraDambreuse.

Lo llenaban las mujeres, unas junto a otras, en sillas sin respaldo. Suslargas faldas, ahuecadas a su alrededor, parecíanolasde lasque surgían sustalles,ofreciéndosealasmiradassussenosenlosescotesdeloscuerpos.Casitodas llevabanunramodevioletasen lamano.El tonomatedesusguanteshacíaresaltarlablancurahumanadesusbrazos;flequillosyhierbascolgabansobresushombros,ypodríacreerse,enciertosestremecimientos,queeltrajeibaaresbalar.Peroladecenciadelasfigurastemplabalasprovocacionesdelvestido; muchas hasta tenían una palidez casi bestial, y aquel conjunto demujeresmediodesnudashacíasoñarconel interiordeunharén.A lamentedeljovenvinounacomparaciónmásgrosera.Enefecto,todaclasedebellezasse encontraban allí: inglesas de bello perfil; una italiana, cuyos ojos negrosfulgurabancomounVesubio;treshermanasvestidasdeazul;tresnormandas,frescas como manzanas en el mes de abril; una rusa alta, con aderezo deamatistas.Ylosblancosdestellosdelosbrillantesquetemblabanenformadepiochasentre loscabellos, losfocosluminososdelapedreríacolocadasobrelospechosyelsuavebrillodelasperlasquedabantonoalossemblantes,semezclabanconlosresplandoresdelassortijasdeoro,losencajes,lospolvos,las plumas, el bermellón de las boquitas, el nácar de los dientes. El techo,redondeadocomounacúpula,dabaalgabinetelafiguradeunacestadeflores,yunacorrientedeaireperfumadocirculabaaimpulsodelmovimientodelosabanicos.

Frédéric,situadodetrásdeellasconsulenteenelojo,nojuzgabatodosloshombros irreprochables; pensaba en lamariscala, conteniendo o consolandoasísustentaciones.

Se fijaba, sin embargo, en la señora Dambreuse, encontrándolaencantadora,apesardesubocagrandeylasventanasdesunarizdemasiadoabiertas;perosugraciaeraparticular.Losbuclesdesuscabellosteníancomounalanguidezapasionada,ysufrentecolordeágataparecíacontenermuchascosas,comoobradeunmaestro.

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Habíallevadoasuladoalasobrinadesumarido,jovenbastantefea.Decuandoencuando,selevantabapararecibiralosquellegaban;yelmurmullodelasvocesfemeninas,aumentando,formabacomounacharladepájaros.

Setratabadelosembajadorestunecinosydesustrajes.Unaseñorahabíaasistido a la última recepción de la Academia; otra habló del Don Juan deMolière, recientemente repuesto en los Franceses. Pero señalando con unamirada a su sobrina, la señoritaDambreusepusoundedo en la boca, y unasonrisaqueseleescapabadesmentíaaquellaausteridad.

De repente, se presentó Martinon, de frente, por la otra puerta. Ella selevantó;leofreciógalanterías,atravesólasmesasdejuegoylosencontróenelgran salón; la señora Dambreuse dejó al punto a su caballero, y le hablófamiliarmente.

Comprendíaquenojugara,quenobailara.

—Enlajuventudseestátriste.

Después,recogiendoenunasolamiradaelbaile,añadió:

—Además, todo esto no es muy divertido para ciertas naturalezas, a lomenos.

Ysedeteníadelantedelafiladesillones,distribuyendoacáyallápalabrasamables,mientrasquelosviejosquellevabanlentesveníanahacerlelacorte.Presentó a algunos a Frédéric. El señor Dambreuse le tocó en el codoligeramenteylellevófuera,alaterraza.Habíavistoalministro;lacosanoerafácil;antesdeserpresentadocomoauditorenelConsejodeEstadosedebíapasar un examen. Frédéric, poseído de una confianza inexplicable, dijo quesabíalasmaterias.Elfinancieronosesorprendió,envistadeloselogiosquedeélhacíaelseñorRoque.

Aloíraquelnombre,FrédéricveíaalapequeñaLouise,sucasa,sucuarto;y se acordó de las noches en que permanecía junto a su ventana oyendo elpasodeloscarreteros.Aquelrecuerdodesustristezasdespertóelpensamientode la señoraArnoux, y callabamientras seguía andando por la terraza. Loscristales formabanenmediode las tinieblasgrandesplanchas rojas;el ruidodelbailesedebilitaba;loscarruajesempezabanairse.

—¿Porqué—repusoelseñorDambreuse—sefijaustedenelConsejodeEstado?

Y afirmó con un tinte liberal que las funciones públicas no llevaban aningunaparte;deestoélsabíaalgo;losnegociosvalíanmás.Frédéricobjetóladificultaddeaprenderlos.

—¡Ah,bah!Enpocotiempoyoleenseñaréausted.

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¿Queríaasociarseasusempresas?Eljovendivisócomoenunrelámpagounainmensafortunaqueibaallegarle.

—Entremos —dijo el banquero—. Cena usted con nosotros, ¿no esverdad?

Eranlastres;yaseiban.Enelcomedor,unamesaservidaesperabaalosíntimos. El señor Dambreuse vio aMartinon, y acercándose a su mujer, lepreguntóenvozbaja:

—¿Lehasinvitadotú?

Ellacontestósecamente:

—Sí.

La sobrina no estaba allí. Se bebió muy bien, se rio muy alto y nochocaban atrevidas gracias, experimentando todos ese alivio que sigue a lasujeción cuando es algo larga. SoloMartinon semostró serio; rehusó beberchampán por buen gusto; listo, por otra parte, y muy fino, le preguntabamuchasvecesporsusaludalseñorDambreuse,queteníaelpechohundidoysequejabadeopresión,yacontinuacióndirigíasusojosazuladosdelladodelaseñora.

InterpelóéstaaFrédéricparasaberquémuchachaslehabíangustado;dijoél que no se había fijado en ninguna, prefiriendo, además, a lasmujeres detreintaaños.

—Esoquizánoseatonto—respondióella.

Luego,alponerselosabrigosdepielesylosgabanes,elseñorDambreuseledijo:

—Vengaustedavermeunamañana.Hablaremos.

Martinon, al pie de la escalera, encendió un cigarro, y presentaba, alfumarlo,unperfildetalmodobasto,quesucompañerolargóestafrase:

—Buenacabezatienes,palabra.

—Porellasehanperdidoalgunas—contestóeljovenmagistrado,conairealavezconvencidoypicado.

Frédéric, al ausentarse, resumió la tertulia. Primero su traje (se habíamiradomuchasvecesenlosespejos),desdeelcortedelfrachastael lazodeloszapatos,nadadejabaquedesear;habíahabladoconhombresimportantes,había visto de cerca mujeres ricas; el señor Dambreuse se había mostradoexcelente, y la señora Dambreuse, casi afectuosa. Pero una por una, susmenores frases, sus miradas, mil cosas, inanalizables, y, sin embargo,expresivas.¡Quéhermososeríaenverdadtenerunaamantecomoella!

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¿Porquéno,despuésdetodo?Valíatantocomocualquierotro.¡Quizánofuese tan difícil!Y al punto recordó aMartinon; y, durmiéndose, se sonreíacompasivamentedeaquelbuenmuchacho.

Laideadelamariscalaledespertó;aquellasfrasesdesucarta,«Apartirdemañanaporlanoche»,eranunacita, indudablemente,paraaquelmismodía.Esperóhastalasnueveycorrióasucasa.

Alguien que subía la escalera delante cerró la puerta. Llamó; Delphinevinoa abrir y aseguróque la señoranoestaba.Frédéric insistió, rogó; teníaqueparticiparlealgomuygrave,unapalabrasolamente.Porfinelargumentodelamonedadeveintefrancostriunfó,ylacriadaledejósoloenlaantesala.Rosanette se presentó; estaba en camisa, con el pelo suelto, ymoviendo lacabezalehizoseñasconlosbrazosdequenopodíarecibirle.

Frédéric bajó la escalera despacio. Aquel capricho pasaba más allá detodoslosdemás,ynocomprendíanadadeaquello.

Delantedelaportería,ledetuvolaseñoritaVatnaz.

—¿Leharecibidoausted?

—No.

—¿Lehanechadoausted?

—¿Cómolosabeusted?

—Melofiguro;perovengausted;meahogo.

Ylellevóhastalacalle,jadeante,sintiendotemblarsuflacobrazoeneldeFrédéric.Derepente,estalló:

—¡Miserable!

—¿Quién?

—¡Puesél!¡Delmar!

AquellarevelaciónhumillóaFrédéric,quedijo:

—¿Estáustedsegura?

—¡Cuandoledigoaustedqueleheseguido!—exclamólaVatnaz—.Lehevistoentrar.¿Comprendeustedahora?Debíaesperarlo,porotraparte;soyyo,conminecedad,quienlehatraídoasucasa.¡Ysiustedsupiera,Diosmío!Yo le he recogido, le hemantenido, vestido. ¿Y todasmisgestionespor losperiódicos?Leamabacomounamadre.

Después,conunasonrisitaamarga,añadió:

—Elcaballeronecesitatrajesdeterciopelo;unaespeculacióndesuparte,

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como usted comprenderá. ¿Y ella? ¡Decir que yo la he conocidoconfeccionandoropablanca!Sinmí,másdeveinteveceshubieracaídoenelfango. Pero en él la hundiré. ¡Ah, sí: quiero que reviente en el hospital! Sesabrátodo.

Ycomountorrentedeaguasuciallenadeinmundicias,sucóleracontóaFrédérictumultuosamentetodaslasvergüenzasdesurival.

—Ha sido amante de Jumillac, de Flacourt, del pequeño Allard, deBertinaux, de Saint-Valéry, el pecoso de viruelas. No; el otro; son doshermanos;lomismoda.Ycuandoteníaapurosyoloarreglabatodo.¿Quéibayo ganando? ¡Es tan avara! Y luego, como usted comprenderá, es unacomplacencia demi parte violenta, porque al cabo no es ella demi círculo.¿Soy yo, acaso, una «chica»? ¿Me vendo yo? Sin contar con que es tontacomo una berza; escribe categoría con q. Por lo demás, bien están juntos;formanpareja,aunquesetituleélartistaysecreaungenio.Pero¡Diosmío!Situvieraentendimientosiquiera,nohabríacometidosemejante infamia.Nosedejaaunamujersuperiorporunabribona.¡Meríodeeso,despuésdetodo!Seva volviendo feo; le execro. Si le encontrara,mire usted, le escupiría en lacara.—Yescupió—.Sí;veaustedelcasoquehagoyoahoradeél.YArnoux,¿eh?¿Noesesoabominable?¡Lahaperdonadotantasveces!¡Noseimaginaunosussacrificios;deberíabesarsuspies!¡Estangeneroso,tanbueno!

FrédéricgozabaoyendodenigraraDelmar;habíaaceptadolodeArnoux.Aquella perfidia de Rosanette le parecía una cosa anormal, injusta, ycontagiado por la emoción de la solterona, llegó a sentir por ella comoenternecimiento.De repente, se encontró delante de la puerta deArnoux; laseñorita Vatnaz, sin que él lo advirtiera, le había hecho bajar por el barrioPoissonnière.

—Ya estamos —dijo—. Yo no pienso subir; pero a usted nada se loimpide.

—¿Paraqué?

—Paradecírselotodo,caramba.

Frédéric, despertándose sobresaltado, comprendió la infamia a que leempujaban.

Levantóéllosojoshaciaelsegundopiso.LalámparadelaseñoraArnouxardía;nada,efectivamente,leimpedíasubir.

—Yoleesperoaustedaquí.Vayausted.

Aquellaordenacabódeenfriarle,ydijo:

—Mequedaré arriba bastante tiempo.Mejor haría usted en volverse; irémañanaporlacasadeusted.

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—No,no—replicólaVatnaz,dandoconelpieenelsuelo—.Cójaleusted,lléveselousted,hagaustedquelossorprenda.

—PeroDelmaryanoestaráallí.

Ellabajólacabeza:

—Sí,quizáseaverdad.

Ypermaneció sinhablarenmediode lacalle, entre loscoches;después,fijandoenélsusojosdegatasalvaje,dijo:

—Puedo contar con usted, ¿verdad? Entre nosotros dos este asunto essagrado;hagaustedlodicho.Hastamañana.

Frédéric, al atravesar el comedor, oyó dos voces disputando. La de laseñoradeArnouxdecía:

—¡Nomientas,nomientasmás!

Entróysecallaron.

Arnoux se paseaba a lo largo y lo ancho del cuarto, y la señora estabasentada en la sillita junto al fuego, extremadamentepálida, con lavista fija.Frédéric hizo un movimiento para retirarse; Arnoux le cogió de la mano,juzgándosefelizporelsocorroquelellegaba.

—Perotemo…—dijoFrédéric.

—¡Quédeseusted!—lesoplóporlobajoArnouxeneloído.

Laseñoraañadió:

—Es preciso ser indulgente, señorMoreau. Estas son cosas que se venalgunasvecesenlosmatrimonios.

—O que se provocan en ellos —dijo aturdidamente Arnoux—. ¡Lasmujeres tienenunosantojos!Esta,porejemplo,noesmala;no,alcontrario;pues bien: se divierte hace una hora en molestarme con un montón dehistorias.

—Que son verdaderas —replicó la señora, impacientada—. Porque elhechoesquetúlohascomprado.

—¿Yo?

—Sí,túmismo.¡EnelPersa!

«Elcasimir»,pensóFrédéric,queseconsiderabaculpable,ytuvomiedo.

Ellaañadióenseguida:

—Fueelmespasado,sábado,catorce.

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—PrecisamenteesedíaestabayoenCreil.

—Deningunamanera,porquecomimosencasadelosBertinelcatorce.

—¿Elcatorce…?—dijoArnouxlevantandolosojoscomoparabuscarunafecha.

—Yhastaerarubioeldependientequetelovendió.

—¿Puedoyoacordarmedeldependiente?

—Sin embargo, ha escrito, dictándoselas tú, las señas: calle Laval,dieciocho.

—¿Cómosabestúeso?—dijoArnoux,estupefacto.

Ellaseencogiódehombros.

—Esmuysencillo;heidoaquearreglenmicasimir,yunodelosjefesdesecciónmehadichoqueacababandeenviarunoparecidoacasadelaseñoraArnoux.

—¿EsculpamíasihayenlamismacalleotraseñoraArnoux?

—Sí,peronounJacquesArnoux—contestóella.

Entoncessepusoéladivagar,protestandodesuinocencia.Eraaquellounaequivocación, una casualidad, una de esas cosas inexplicables que suceden.Nodebecondenarsealasgentesporsimplessospechas,vagosindicios;ycitóelejemplodelinfortunadoLesurques.

—Enfin,seguroqueteengañas.¿Quieresquetelojure?

—Nomerecelapena.

—¿Porqué?

Ella lemiró de frente, sin decir nada; después alargó lamano, cogió elcofrecillo de plata de encima de la chimenea y le dio una factura grandeabierta.

Arnoux se puso rojo hasta las orejas y sus facciones descompuestas sehincharon.

—¿Yahora?

—Pero…—respondió—.¿Quépruebaesto?

—¡Ah!—dijoellaconentonacióndevozsingular,enquehabía ironíaydolor—.¡Ah!

Arnouxconservó lacuentaentresusmanos,y ledabavueltassinapartarde ella los ojos, como si hubiera de encontrar allí la solución de un granproblema.

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—¡Ah,sí,sí,yarecuerdo!—dijoporfin—.Esunencargo.Frédéric,usteddebedesaberesto.

Frédériccallaba.

—Unacomisiónquemehabíaencargado…eltíoOudry.

—¿Yparaquién?

—Parasuamante.

—Paralatuya—exclamólaseñora,poniéndoseenpie.

—Tejuro…

—Noempiecesdenuevo;losétodo.

—¡Ah!¡Perfectamente!¡Asíquesemeespía!

—¡Esoofendequizátudelicadeza!—replicóellaconfrialdad.

—Desde el momento en que nos incomodamos —contestó Arnoux,buscando su sombrero—, ya no hay medio de razonar. —Después añadió,dando un gran suspiro—: No se case usted, pobre amigo mío, no; créameusted.

Ysemarchóporqueteníanecesidaddetomarelaire.

Entonces hubo un gran silencio, y todo en la habitación parecía másinmóvil.Uncírculoluminoso,porencimadelalámpara,blanqueabaeltecho,mientras que en los rincones se extendía la sombra como gasas negrassuperpuestas;seoíaeltictacdelrelojyelchisporroteodelalumbre.

La señora Arnoux acababa de volverse a sentar al otro extremo de lachimenea; se mordía los labios temblando; alzó sus dos manos y,escapándoseleunsollozo,seechóallorar.

SecolocóFrédéricenlasillabajay,convozcariñosa,comosehaceconunapersonaenferma,dijo:

—Nodudaráustedqueparticipo…

Ellanocontestónada,perocontinuóconsusreflexionesenvozalta:

—Bienlibreledejo;noteníanecesidaddementir.

—Ciertamente—dijoFrédéric.

Eso eran consecuencias de sus costumbres, sin duda; no habríareflexionadoseguramente…yquizáencosasmásgraves…

—¿Quéveusted,pues,queseamásgrave?

—¡Oh,nada!

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Frédéric se inclinó con sonrisa obediente. Arnoux, sin embargo, poseíaciertascualidades;amabaasushijos.

—Yhacetodoparaarruinarlos.

Esoproveníadesucarácterligero,porque,enfin,eraunbuenmuchachoenelfondo.

—¿Yquéesloquequieredecirconesodeunbuenmuchacho?

Ledefendíaasí,delamaneramásvagaquepodíahallar,yalavezquelacompadecía,sealegrabaydeleitabaenel fondodesualma.Porvenganzaonecesidad de cariño, se refugiaría en él; sus esperanzas, desmesuradamenteaumentadas,reforzabansuamor.

Jamás le pareció más atractiva, tan profundamente bella. De cuando encuando,unaaspiraciónalzabasupecho;susdosojosfijosparecíandilatadosporunavisióninterior,ysubocapermanecíaentreabiertacomoparaentregarsu alma.Alguna vez apoyaba en sus labios fuertemente el pañuelo: ¡cuántohubieraéldadoporseraquelpequeñopedazodebatistahúmedodelágrimas!Asupesar,mirabaalacama,alfondodelaalcoba,figurándosesucabezaenla almohada, y lo veía tan perfectamente, que tenía que contenerse para noestrecharlaensusbrazos.Bajóellasuspárpados,apaciguada,inerte.Entoncesseaproximómás,einclinándosesobreella,examinóávidamentesurostro.Unruidodepasossonóenelcorredor;eraelotro;leoyeroncerrarlapuertadesucuarto.Frédéricpreguntóconungestoalaseñorasiibaabuscarle.

Contestóella«Sí»porelmismoprocedimiento;yaquelcambiomudodesuspensamientoseracomounconsentimiento,unprincipiodeadulterio.

Arnouxestabaparaacostarseysequitabalalevita.

—Ybien,¿cómoestá?

—Mejor—dijoFrédéric—.Esosepasará.

PeroArnouxsehallabaapenado.

—No la conoce usted. Tiene ahora unos nervios… ¡Imbécil dedependiente!Veaustedloqueesserdemasiadobueno.SinohubieraregaladoesemalditochalaRosanette…

—Nolosientausted,porqueleestálomásagradecidaposible.

—¿Locreeusted?

Frédéric no lo dudaba; y la prueba era que acababa de despedir al tíoOudry.

—¡Pobrecilla!

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Yenelexcesodesuemoción,queríaArnouxirasucasa.

—Novalelapena;yovengodeallí;estáenferma…

—¡Razóndemás!

Volvió a ponerse la levita, y ya había cogido su palmatoria. Frédéricmaldijosunecedad,ylemanifestóque,pordecencia,debíaquedarseaquellanochealladodesumujer;nopodíaabandonarlasinqueparecieramal.

—Francamente,noseríaustedrazonable.Nadaurgeallí;mañanairáusted.Vamos,hágaloustedpormí.

Arnouxdejólapalmatoriayledijo,abrazándole:

—Esustedmuybueno.

III

Desde entonces empezó para Frédéric una existencia miserable,convirtiéndoseenelparásitodelacasa.

Sisehallabaalguienindispuesto,veníatresvecesaldíaapreguntarporsusalud;ibaacasadelafinadordepianos,inventabamilatencionesysufríaconairedecontentolasmalascarasdelaseñoritaMartheylascariciasdeljovenEugène,quelepasabaconstantementeporelrostrosusmanossucias.Asistíaalascomidasenqueelseñory laseñora,unoenfrentedeotro,nocambiabanuna sola palabra, o Arnoux mortificaba a su mujer con observacionesdesatinadas.Concluidalacomida,elmaridojugabaconsuhijoenelcuarto,seescondía detrás de losmuebles o bien se le echaba a la espalda, andando acuatro patas, como el Bearnés. Por último, se iba, y ella comenzabainmediatamenteahablardesueternomotivodequeja:Arnoux.

Noeransusdesarregloslosquelaindignaban.Peroparecíaquesuorgullosemolestaba,ydejabaversurepugnanciahaciaaquelhombresindelicadeza,sindignidad,sinhonor.

—¡Másbienpareceloco!—decía.

Frédéricprovocabadiestramente sus confidencias, ymuypronto conociótodasuvida.

SuspadreseranmodestaspersonasdeChartres.Undía,Arnoux,dibujandoaorillasdelrío(élsecreíapintorenaquellaépoca),laviosalirdelaiglesiayla pidió en matrimonio; en atención a su fortuna, no vacilaron; la amaba,además,perdidamente.

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Yañadió:

—¡Aúnmequiere,Diosmío,aunqueasumanera!

ElprimermesviajaronporItalia.

Arnoux,apesardesuentusiasmoporlospaisajesylasobrasmaestras,nohabíahechomásquelamentarsedelvino,yorganizabameriendas,partidasdepiqueniqueconingleses,paradistraerse.Algunoscuadrosbienrevendidos lellevaron al comercio de las artes. Luego se metió en manufacturas deporcelana.Ahora le ocupaban otras especulaciones y, vulgarizándosemás ymás,adoptabacostumbresgroserasydispendiosas.Ellalereprochabamenossus vicios que el resto de sus acciones. Ningún cambio podía llegar arealizarse,yladesgraciaerairreparable.

Frédéricasegurabaqueensuexistenciasentíaanálogovacío.

Sinembargo,eramuyjoven.¿Porquédesesperar?Yledabaellabuenosconsejos:

—Trabajeusted.¡Cáseseusted!

Él contestaba solo con amargas sonrisas, porque en vez de expresar elverdadero motivo de su pena fingía otro sublime, haciéndose un poco elAntony, el maldito; lenguaje, por lo demás, que no desnaturalizaba porcompletosupensamiento.

La acción, para ciertos hombres, es tanto más impracticable cuanto eldeseoesmásfuerte.Ladesconfianzaensímismoslosembaraza;eltemordedesagradar, los espanta; además, los afectos profundos se parecen a lasmujeres honestas: tienenmiedode ser descubiertos, y pasan la vida con losojosbajos.

AunqueconocieramásalaseñoraArnoux(quizáporestarazón),sesentíamás cobarde que en otro tiempo. Todas las mañanas se juraba ser másatrevido;perounpudorinvencibleseloimpedía,sinquepudieraguiarseporningúnejemplo,puestoqueaquellasediferenciabadelasotras.Porlafuerzadesussueños,lahabíacolocadofueradelascondicioneshumanas,yalladodeellasesentíamenosimportantesobrelatierraquelastiritasdesedaqueseescapabandelastijerasdesudama.

Después pensaba en cosas monstruosas, absurdas, como sorpresasnocturnas,pormediodenarcóticosyllavesfalsas,pareciéndoletodomásfácilqueafrontareldesdén.

Porotraparte,losniños,lasdosniñeras,ladisposicióndelashabitacionesconstituían obstáculos insuperables. Así que resolvió poseerla solo él, ymarcharse a vivir juntosmuy lejos, en el fondo de alguna soledad, y hastapensaba en qué lagomuy azul, a orillas de qué playa tan suave, si sería en

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España,enSuizaoenOriente;yescogiendoexprofesolosdíasenqueellasemostrabamás irritada, ledecíaqueerapreciso salirdeaquello, imaginarunmedio,yquenoveíamásqueeldelaseparación.Peroelamorporsushijossiemprelaimpediríallegaraesosextremos.TantavirtudaumentabaelrespetodeFrédéric.

Sus tardes se pasaban recordando la visita de la víspera, deseando la deaqueldía.Cuandonocenabaencasadeellos,hacialasnueve,seapostabaenla esquina de la calle, y en cuantoArnoux cerraba la puerta, Frédéric subíaapresuradamentelosdospisosypreguntabaalacriadaconciertacandidez:

—¿Estáelseñor?

Despuésfingíasorprendersedequenoestuviera.

Muchas veces volvía Arnoux de improviso, y entonces era precisoacompañarle a un cafetín de la calle Sainte-Anne, que por entoncesfrecuentabaRegimbart.

El ciudadano empezaba por lanzar contra la corona alguna nueva copla.Luegohablaban,dirigiéndoseamistosas injurias;porqueel fabricante teníaaRegimbart por un pensador de alto vuelo, y apesadumbrado de ver tantostalentosperdidos,lecensurabasupereza.

ElciudadanojuzgabaaArnouxllenodecorazónydeimaginación,aunquedecididamentedemasiado inmoral; así, le trataba sin lamenor indulgenciayaunrehusabacenarensucasa,porque«lasceremoniaslemolestaban».

Algunavez,enelmomentodedespedirse,sentíaArnoux«necesidad»detomar una tortilla o manzanas cocidas; y como no se encontraban loscomestibles nunca en el establecimiento, los enviaba a buscar. Esperaban;Regimbartnoseiba,yacababaporaceptaralgorefunfuñando.

Sin embargo, se hallaba sombrío, puesto que permanecía durante horasenterasfrentealmismovasomediolleno.

No arreglando la providencia las cosas conforme a sus ideas, se volvíahipocondríaco,noqueríanisiquieraleerlosperiódicos,yvomitabarugidosalsolonombredeInglaterra.

Enciertaocasióngritó,porqueunmozoleservíamal,losiguiente:

—¿Notenemosbastanteconlasafrentasdelextranjero?

Fueradeestascrisis,permanecíataciturno,meditando«ungolpeinfalibleparahacerestallartodalamáquina».

Mientras que se perdía en sus reflexiones, contaba Arnoux, con vozmonótona y con mirada algo extraviada por la embriaguez, increíblesanécdotas, en que siempre había brillado, gracias a su aplomo; y Frédéric

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(indudablemente, por profundas semejanzas) experimentaba una ciertainclinaciónhaciasupersona.Sereprochabaaquelladebilidad,pensandoque,porelcontrario,debíaaborrecerle.

SelamentabaArnouxdelantedeéldelgeniodesumujer,desuterquedad,desusinjustasprevenciones.Noeraasíenotrotiempo.

—Ensulugar—decíaFrédéric—,leasignaríaunapensiónyviviríasolo.

Arnouxnocontestabanada;yunmomentodespuéslaelogiaba.Erabuena,inteligente, virtuosa; y repasando sus cualidades corporales, prodigaba lasrevelaciones,conelaturdimientodeesasgentesqueenseñansustesorosenlasposadas.

Unacatástrofedestruyósuequilibrio.

Habíaentradocomomiembrodelconsejodevigilanciaenunacompañíade caolín. Pero, fiándose de todo lo que le decían, había firmado informesinexactos y aprobado, sin comprobación, los inventarios anualesfraudulentamente redactados por el gerente. Ahora bien: la compañía habíaquebrado,yArnoux,civilmente responsable, acababade sercondenado,conlos demás, a garantizar los daños y perjuicios; cosa que le ocasionaba unapérdidadecercadetreintamilfrancos,agravadaconlosgastosdeljuicio.

Frédériclosupoporunperiódico,yvolóalacalleParadis.

Fue recibido en la habitación de la señora. Era la hora del desayuno, ysobreunvelador,cercadelfuego,seveíanlostazonesdecaféconleche.

Las zapatillas estaban sobre la alfombra; los vestidos, sobre los sillones.Arnoux, con pantalón y chaquetilla de tricot, tenía los ojos rojos y el peloenmarañado;elpequeñoEugène,acausadesusparótidashinchadas,lloraba,mientras masticaba su rebanada de pan con manteca; su hermana comíatranquilamente;laseñoraArnoux,algomáspálidaquedecostumbre,servíaalostres.

—¿Losabeustedya?—dijoArnoux,suspirandofuertemente.

YaungestodecompasióndeFrédéric,añadió:

—Hesidovíctimademiconfianza.

Luegosecalló,ysuabatimientoeratangrandequerechazóeldesayuno.La señoraArnoux alzó los ojos y los hombros, pasándose lasmanos por lafrente.

—Despuésdetodo,nosoyculpable.Nadatengoquereprocharme.Esunadesgracia.Yasaldremosdeella.¡Ah,sí,tantopeor!

Ycogióunbizcocho,obedeciendotambiénalosruegosdesumujer.

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Alatardequisocenarsolo,conella,enunreservadodelaMaisond’Or.Suseñoranoseexplicabaaquelmovimientodelcorazón,yseofendiódecreersetratadacomounaentretenida,cosaque,porpartedeArnoux,representaba,porelcontrario,unapruebadeafecto.Aburrido,luegosefueadistraeracasadelamariscala.

Hastaelpresentelehabíanpasadomuchascosasporsucarácterbonachón.Su proceso le clasificó entre las gentes deshonradas. La soledad se hizoalrededordesucasa.

Frédéric, como cuestión de honor, creyó que debía frecuentarlamás quenunca.AbonóunpalcoenlosItalianos,ylosllevabaallíunavezensemana.Se hallaban, sin embargo, los cónyuges en ese período de las unionesdesatadas, enque seproduceuna invencible lasitudpor las concesionesqueantessehanhecho,mutuamente,yseconviertelaexistenciaenintolerable.Laseñoraseconteníaparanoestallar,ArnouxseentristecíayelespectáculodeaquellosdosseresdesgraciadosapesadumbrabaaFrédéric.

Ellalehabíaencargado,puestoqueposeíasuconfianza,queseenterasedesus negocios. Frédéric sufría y se avergonzaba de aceptar las cenasambicionandoalamujer.

Continuó,sinembargo,así,dándoseporpretextoquedebíadefenderla,yqueyasepresentaríalaocasióndeserleútil.

Ocho días después del baile, había hecho una visita a Dambreuse. Elnegociante le ofreció una veintena de acciones en su empresa de hullas;Frédéric no había vuelto. Deslauriers le escribía cartas y las dejaba sincontestar.Pellerinlehabíainvitadoaquefueraaverelretrato,ysiempreseexcusaba. Cedió, no obstante, a Cisy, que le apremiaba para conocer aRosanette.

Lerecibióestamuyagradablemente,perosinecharlelosbrazosalcuello,comootrasveces.Sucompañeroseconsiderómuyfelizconseradmitidoencasadeunaimpura,ysobretodoconpoderhablarconunactor:Delmarestabaallí.

Un drama en que había este representado el papel de un aldeano queprofetiza a Luis XIV el 89, le puso tan de relieve, que le fabricabanincesantementeelmismopapel;y sus funcionesconsistían,porentonces,endenostara losmonarcasde todos lospaíses.Cervecero inglés,amonestabaaCarlos I; estudiantedeSalamanca,maldecíaaFelipe II,opadresensible, seindignaba contra la Pompadour. ¡Esto era lo más hermoso! Los pilletes leesperabana lapuertadelescenarioparaverle,ysubiografía,vendidaenlosentreactos, le pintaba cuidando a su anciana madre, leyendo el Evangelio,asistiendoalospobres;eralaestampa,enunapalabra,desanVicentedePaul

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conmezcla de Bruto y deMirabeau. Decían: «Nuestro»Delmar. Tenía unamisión:convertirseenCristo.

Todoestohabía fascinadoaRosanette,y sehabíadesembarazadodel tíoOudry,quenoeraCupido,sinpreocuparsedenada.

Arnoux,quelaconocía,seaprovechódelacoyunturamuchotiempoparasostenerlaconpocogasto;elbuenhombrehabíavenido,ylostresprocuraronno explicarse francamente. Porque, imaginándose que ella se despediría delotroporsímisma,Arnouxhabíaaumentadosupensión.Perolaspeticionesserenovabanconinexplicablefrecuencia,puestoqueellallevabauntrendevidadispendioso; hasta había vendido su casimir, deseando pagar las deudasantiguas,decíaella;yél,siempredando;embrujadoporella,abusabadeélsinpiedad. Así, las facturas, los recibos timbrados llovían en la casa. Frédéricpresentíaunacrisispróxima.

UndíasefueaveralaseñoraArnoux,quehabíasalido.Elseñortrabajabaabajo,enelalmacén.

Enefecto,Arnoux,enmediodesuscacharros,procurabaengañaraunosrecién casados, provincianos.Hablaba demaniquetas y de contrafoques, delcajóndelacervezaydelbarnizaje;losotros,noqueriendoaparentarquenadacomprendían,hacíangestosdeaprobaciónycompraban.

Cuando los parroquianos se marcharon, contó que había tenido aquellamañanaunpequeñoaltercadocon sumujer.Paraprevenir lasobservacionessobrelosgastos,habíaaseguradoquelamariscalanoerayasuamante.

—Hastalehedichoqueloeradeusted.

Frédéricseindignó,perosusreprochespodríantraicionarle,ybalbució:

—Hahechoustedmal,peromuymal.

—¿Quéimportaeso?—dijoArnoux—.¿Dóndeestáladeshonradepasarporsuamante?Yolosoyverdaderamente.¿Noleagradaríaaustedserlo?

¿Habríaellahablado?¿Seríaunaalusión?

Frédéricseapresuróaresponder:

—¡No,nada;alcontrario!

—Bueno,¿entonces…?

—Sí,esverdad;noimportanada.

Arnouxañadió:

—¿Porquénovaustedyaporallí?

Frédéricprometióvolver.

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—¡Ah, seme olvidaba! Debería usted… hablando de Rosanette… deciralgoamimujer…algoquelapersuadadequeesustedsuamante.Estoselopidoaustedcomounfavor,¿eh?

El joven, por toda respuesta, hizo un gesto ambiguo. Esa calumnia leperdía.Aquellamisma tarde fueaverlay juróque laafirmacióndeArnouxerafalsa.

—¿Deveras?

Parecíasincero;ydespuésdehaberrespiradoellaampliamente,dijo:

—Lecreoausted.—Ysonrióagradablemente.Luegobajólacabeza,y,sinmirarle,añadió—:Porlodemás,nadietienederechossobreusted.

Luegonoadivinabaellanada,yledespreciaba,puestoquenopensabaquepudiera amarla lo bastante para serle fiel. Frédéric, olvidando sus tentativasacercadelaotra,encontrabaelpermisoultrajante.

Luego, ella le rogó que fuese alguna vez a casa de aquella mujer, paraenterarsedeloqueporallípasaba.

Vino Arnoux, y cinco minutos después quiso arrastrarle a casa deRosanette.

Lasituaciónsehacíaintolerable.

Ledistrajounacartadelnotario,quedebíaenviarlealdíasiguientequincemil francos, y para reparar su descuido con Deslauriers, fue corriendo acomunicarlelabuenanoticia.

VivíaelabogadoenlacalleTrois-Maries,pisoquinto,quedabaaunpatio.Sugabinete,piececitaembaldosada,fríayempapeladadecolorgris,teníaporprincipaladornounamedalladeoro,premiodesudoctorado,apoyadaenunestuche de ébano contra el espejo.Un armario de caoba guardaba detrás decristales unos cien volúmenes, aproximadamente. La mesa, cubierta debadana, ocupaba el centro de la habitación, y cuatro butacas viejas deterciopelo verde, los rincones; algunas vitrinas se chamuscaban en lachimenea,dondesiemprehabíauntroncodeleñadispuestoparaarderatoquedecampana.Eralahoradelasconsultas:elabogadollevabacorbatablanca.

Elanunciodelosquincemilfrancos(conlosque,indudablemente,yanocontaba)leprodujounestremecimientodeplacer.

—Muybien,valienteamigo;muybien,peromuybien.

Arrojó leña al fuego, volvió a sentarse y habló inmediatamente delperiódico. La primera cosa que había que hacer era desembarazarse deHussonnet.

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—Ese tunante me molesta. En cuanto a manifestar una opinión, la másequitativa,segúnmisentir,ylamásfuerte,esnotenerninguna.

Frédéricparecióadmirado.

—¡Indudablemente!Yaestiempodetratarcientíficamentelapolítica.Losviejos del siglo dieciocho empezaban cuando Rousseau, los literatos,introdujeronlafilantropía,lapoesíayotrasbromas,congrancontentamientode los católicos; alianza natural, por lo demás, puesto que los reformistasmodernos,puedoprobarlo,creentodosenlarevelación.PerosiustedescantanmisasparaPolonia,sienlugardelDiosdelosdominios,queeraunverdugo,colocanustedeselDiosdelosrománticos,queesuntapicero;si,finalmente,notienenustedesdeloabsolutounconceptomásamplioquesusabuelos,lamonarquía se traslucirá a través de las formas republicanas, y el gorrocoloradonoserájamássinounsolideosacerdotal.Soloqueelrégimencelularhabrá reemplazado a la tortura; el ultraje a la religión, al sacrilegio; elconciertoeuropeo,alaSantaAlianza;yenestehermosoordenqueseadmira,de restos del tiempo de Luis Catorce, de ruinas volterianas, con el estucoimperial por encima, y fragmentos de constitución inglesa, se vería a losconsejosmunicipalesintentandovejaralalcalde;losconsejosgenerales,asuprefecto; lascámaras,alrey; laprensa,alpoder; laadministración,atodoelmundo. Pero las buenas almas se extasían sobre el Código civil, obrafabricada, por más que se diga, con espíritu mezquino, tiránico; porque ellegislador, envezde cumplir sumisión, que es regularizar la costumbre, hapreferidomodelarlasociedadcomounLicurgo.¿Porquélaleyataalpadredefamilia enmateria de testamento? ¿Por qué dificulta la venta forzosa de losinmuebles?¿Porquécastigacomodelitolavagancia,queniaunfaltadebieraser?Ymuchomásaún.Yoconozcobientodoesto;asíquevoyaescribirunanovelita tituladaHistoria de la ideade justicia, que será curiosa.Pero tengounasedespantosa.¿Ytú?

Se asomó a la ventana y gritó al portero que fuese a buscar grogs a lataberna.

—Enresumen,veotrespartidos…no, tresgrupos,ningunodeloscualesme interesa: elde losque tienen, elde losqueno tienenyayelde losqueprocurantener.Perotodosseconformanenlaimbécilidolatríadelaautoridad.Ejemplos: Mably recomienda que se impida a los filósofos publicar susdoctrinas; Wronski, geómetra, llama en su lengua a la censura «represióncrítica de la espontaneidad especulativa». El padre Enfantin bendice a losHabsburgo«porhaberpasadoporencimadelosAlpesunapesadamanoqueaprieteaItalia»;PierreLerouxquierequeseobligueaoíraunoradoryLouisBlanc se inclinaauna religióndeEstado: ¡tanta rabiadegobierno tieneesepueblo de vasallos!Y, sin embargo, ni uno solo es legítimo, a pesar de susprincipiossempiternos.Perocomo«principio»significa«origen»,espreciso

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referirse siempre a una revolución, a un acto de violencia, a un hechotransitorio.Así,elprincipiodelnuestroeslasoberaníanacional,comprendidaenlaformaparlamentaria,aunquenoleconvengaalParlamento.Peroenquelasoberaníadelpuebloserámássagradaqueelderechodivino.Unayotrosondos ficciones. Basta de metafísica, basta de fantasmas. ¡No se necesitandogmasparahacerbarrerlascalles!Sediríaquedestruyelasociedad.Bueno,¿yqué?¿Quémalhabríaenello?¡Afequeestábienlasociedad!

Frédérichubieratenidomuchascosasquecontestarle.Peroviéndolelejosde las teorías de Sénécal, se sentía lleno de indulgencia, contentándose conobjetarquesemejantesistemaharíaquegeneralmentelosaborreciesen.

—Alcontrario;comohabríamosdadoacadapartidounaprendadeodiocontra su vecino, todos contarían con nosotros. Tú mismo vas a hacernoscríticatrascendental.

Eraprecisoatacarlasideasrecibidas,laAcademia,laEscuelaNormal,elConservatorio, laComedia Francesa, todo lo que pareciera una insinuación.Porestemediosedaríaunconjuntodedoctrinaasurevista.Después,cuandoestuviera bien establecida, la revista se convertiría de repente en diario, yentoncesseocuparíadelaspersonas.

—Ytenporseguroquesenosrespetará.

Deslauriers se aproximaba a su antiguo sueño: la redacción en jefe; esdecir, a la inmensa felicidad de dirigir a los demás, de cortar a diestro ysiniestroensusartículos,pedirlos,rechazarlos.

Susojoschispeabandetrásdesusgafas;seexaltabaybebíacopasycopasasorbos,maquinalmente.

—Será preciso que des una comida por semana. Esto es indispensable,aunqueconsumieraslamitaddeturenta.Querránvenirlasgentes;esoseráuncentroparalosdemás,unapalancaparati;ymanejandolaopiniónporlosdosextremos, literatura y política, antes de seis meses, ya verás, tendremos unpuestoelevadoenParís.

Frédéric, oyéndole, experimentaba una sensación de rejuvenecimiento,comounhombreque,despuésdelargapermanenciaenunahabitación,sevetransportadoalairelibre.Aquelentusiasmolearrastraba.

—Sí,hesidounperezoso,unimbécil;tienesrazón.

—Perfectamente—dijoDeslauriers—;recobroamiFrédéric.

Yponiéndoleelpuñoenlacara,añadió:

—¡Ah!Muchomehashechosufrir,peronoimporta;siempretequiero.

Sehallabaenpie,ysemirabanambosenternecidosyprontosaabrazarse.

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Unacofiademujeraparecióenelumbraldelaantesala.

—¿Quétraes?—preguntóDeslauriers.

EralaseñoritaClémence,suamante.

Contestó ella que, pasando casualmente por delante de la casa, no habíapodidoresistiraldeseodeverle,yparahacerjuntosunapequeñamerienda,letraíapasteles,quedepositósobrelamesa.

—Ten cuidado con mis papeles—replicó agriamente el abogado—. Yasabesqueeslaterceravezqueteprohíboveniralahorademisconsultas.

Quisoellaabrazarle,perorechazándola,ledijo:

—Veteinmediatamente.

SollozóellayDeslauriersañadió:

—Yameestásfastidiando.

—Esqueteamo.

—Yonopidoquemeamen,sinoquemecomplazcan.

PalabratanduracontuvolaslágrimasdeClémence.Seplantódelantedelaventana,yallípermanecióinmóvil,conlafrentecontraloscristales.

SuactitudysumutismomolestabanaDeslauriers.

—Cuandoconcluyaspedirástucoche,¿eh?

Ellasevolviósobresaltadaydijo:

—¿Medespides?

—Exactamente.

Fijó en él sus grandes ojos azules, como una última súplica,indudablemente;despuéssecruzólaspuntasdesupañuelo,esperóunminutomásysemarchó.

—Deberíasllamarla—dijoFrédéric.

—¡Vaya!

Ycomotuvieranecesidaddesalir,entróDeslauriersensucocina,que leservíadetocador.

Allí, encima del fregadero, cerca de un par de botas, los restos de unmodestoalmuerzo,uncolchónconunamantaandabarodandoporelsueloenunrincón.

—Estotedemuestra—dijo—quereciboapocasmarquesas.Sepasaunosin ellas, y otros también.Las que nada cuestan te quitan el tiempo, que es

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dinero bajo forma distinta, y yo no soy rico. Son, además, tan tontas, ¡tantontas!¿Puedestúhablarconunamujer?

SesepararonenelángulodelPont-Neuf.

—Quedamosconvenidos:mellevaráslacosamañana,encuantolatengas.

—Convenido—dijoFrédéric.

Aldespertarsealdíasiguiente,recibióporelcorreounbonodequincemilfrancoscontraelbanco.

Aquelpedazodepapellerepresentabaquincesacosgrandesdeplata,ysedijo que con semejante suma podría, primeramente, conservar su cochedurantetresaños,envezdevenderlo,comoseveríaobligadoahacerdentrodepoco,ocomprarsedoslindasarmadurasadamasquinadasquehabíavistoenelmuelleVoltaire;luego,muchascosasmás:pinturas,librosy¡cuántosramosde flores que regalar a la señora Arnoux! Todo valdría más, en fin, quearriesgar, queperder tantodinero en aquelperiódico.LeparecíaDeslaurierspresuntuoso, y le enfrió su insensibilidad de la víspera. Se abandonabaFrédéric a estos sentimientos cuando se vio sorprendido por Arnoux, queentraba, y que se sentó pesadamente sobre el borde de la cama como unhombreacabado.

—¿Quéesloquehay?

—¡Estoyperdido!

Tenía que entregar aquelmismo día, en el estudio del señor Beauminet,notario de la calle Sainte-Anne, dieciochomil francos, prestados por un talVanneroy.

—Esundesastreinexplicable.Y,sinembargo,lehedadounahipotecaquedebieratranquilizarle.Peromeamenazaconunacitaciónsinoselepagaestamismatarde.¡Enseguida!

—¿Yentonces?

—Entonces es muy sencillo. Hará que me expropien mi inmueble. Elprimeranunciomearruina;esoestodo.¡Ah!Siencontraseaalguienquemeadelantaraesamalditasuma,ocuparíaellugardeVanneroyyyomesalvaría.¿Nolatendríausted,porcasualidad?

Elchequeestabasobrelamesadenoche,cercadeunlibro.

Frédériclevantóelvolumenylopusoencima,contestando:

—Diosmío,no,queridoamigo.

PerolecostabanocomplaceraArnoux.

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—¡Cómo!¿Noencuentraustedningunapersonaquequiera…?

—¡Nadie! ¡Ypensar quede aquí a ochodías tendré ingresos!Medebenquizá…cincuentamilfrancosafindemes.

—¿Nopodríaustedrogaralosindividuosqueledebenqueadelantaran…?

—¡Ya,ya!

—Pero¡tendráustedalgunosvalores,billetes…!

—¡Nada!

—¿Quéhacer?—dijoFrédéric.

—Esoesloqueyomepregunto—contestóArnoux,ysecalló,paseandoalolargodelahabitación.

—¡Nosetratademí,Diosmío,sinodemishijos,demipobremujer!

Despuésañadió,deteniéndoseacadapalabra:

—Enfin…Seréfuerte…Embalarétodo…Ymeiréabuscarfortuna…noséadónde.

—¡Imposible!—exclamóFrédéric.

Arnouxrepusoconcalma:

—¿CómoquiereustedquevivayoenParísahora?

Silencioprolongado.

Frédéricempezóadecir:

—¿Cuándodevolveríaustedesedinero?

Noporqueél lo tuviera;alcontrario.Peronada le impedíaveraalgunosamigos,hacergestiones.Yllamóasucriadoparavestirse.Arnouxledabalasgracias.

—Sondieciochomilfrancosloqueustednecesita,¿noesverdad?

—¡Oh! Me contentaría con dieciséis mil. Porque reuniré dos milquinientos, tresmil conmi plata, suponiendoqueVanneroymedé de plazohastamañana.Yselorepitoausted:puedeustedafirmar,juraralprestamista,que dentro de ocho días, quizá cinco o seis, será reembolsado el dinero.Además,lahipotecaresponde.Nohay,pues,peligro,¿comprendeusted?

Frédéricleaseguróquecomprendíayqueibaasalirinmediatamente.

Volvió a su casa maldiciendo a Deslauriers, porque quería cumplir supalabra,ycomplacer,sinembargo,aArnoux.

«Si me dirigiese al señor Dambreuse… Pero ¿con qué pretexto pedirle

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dinero?Soyyoelquetienequellevárseloporsusaccionesdehullas.¡Quesevayaapaseoconsusacciones!¡Noselasdebo!».

Y Frédéric se aplaudía su independencia, como si hubiera rehusado unservicioalseñorDambreuse.Yenseguidasedijo:«Pierdoporun lado,puesconquincemilfrancospodríaganarcienmil…EnlaBolsa,esosevealgunasveces…Yaqueyopierdo,¿nopodríaesperarDeslauriers?No,no;noestaríabienhecho:vamosallá».

Mirósureloj:«Nohayprisa.Elbanconosecierrahastalascinco».

Yalascuatroymedia,cuandotuvosudinero,añadía:«Yaesinútil;noleencontraría ahora; iré esta noche», dándose así el medio de cambiar deparecer, porque siemprequeda en la conciencia algode los sofismasque enella hanpenetrado; se conserva el sabor, como sucede conun licor demalaclase.

Sepaseóporlosbulevares,ycenósoloenelrestaurante.DespuésviounactoenelVaudeville,paradistraerse.Perosusbilletesdebancolemolestabancomosiloshubieserobado.Nolehabríapesadoperderlos.

Alvolverasucasaencontróunacartaconestaspalabras:

«¿Quéhaydenuevo?

»Mimujerunealosmíossusvotos.Queridoamigo,enlaespera,etcétera.

»Deusted,etcétera».

Yunpárrafo…

—¡Sumujer!¡Ellamesuplica!

En elmismomomento apareció Arnoux, para saber si había recibido lasumaurgente.

—Aquíestá—dijoFrédéric.

Y veinticuatro horas después contestó a Deslauriers: «No he recibidonada».

Elabogadovolviótresdíasseguidos.Leapremiabaparaqueescribiesealnotario,yhastaofrecióhacerelviajealHavre.

—No,esinútil;voyairyo.

Al expirar la semana, Frédéric pidió tímidamente al señor Arnoux susquince mil francos. Arnoux le remitió al día siguiente; después, al otro.Frédéric no se arriesgaba a salir hasta bien entrada la noche, temiendo queDeslaurierslesorprendiera.

Unadeellastropezóconél.

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—Voyabuscarlos—dijo.

Y Deslauriers le acompañó hasta la puerta de una casa en el barrioPoissonnière.

—Espérame.

Esperó. Por fin, después de cuarenta y tres minutos, Frédéric salió conArnoux, y le hizo seña de que tuviera un poco más de paciencia. Elcomerciantedeporcelanasysucompañerosubieron,dándoseelbrazo,lacalleHauteville,ytomaronenseguidalacalleChabrol.

Lanoche era oscura, con ráfagas de aire tibio.Arnoux andabadespacio,hablando de las Galerías del Comercio; una serie de pasajes cubiertos queconduciríandelbulevarSaint-DenisalChâtelet,especulaciónmaravillosaenlaqueteníamuchasganasdeentrar;sedeteníadecuandoencuandoparaverporloscristalesdelastiendaslafiguradelascostureras,ydespuéscontinuabasudiscurso.

FrédéricoíalospasosdeDeslauriersdetrásdeél,comounreproche,comogolpes que le dieran sobre su conciencia. Pero no se atrevía a dirigir sureclamación por falsa vergüenza y temiendo que fuera inútil. El otro seacercabaysedecidió.

Arnoux,con tonobastantedesembarazado,dijoquenohabiendo reunidosusingresos,nopodíadevolverlelosquincemilfrancos.

—Supongoquenolosnecesitaráusted.

Enestemomento,DeslauriersseacercóaFrédéric,yllamándoleaparteledijo:

—Séfranco:¿lostienesono?

—Puesbien:no—contestóFrédéric—.Losheperdido.

—¡Ah!¿Yaqué?

—Aljuego.

Deslauriersnorespondióunapalabra;sedespidiómuybajoysemarchó.Arnoux había aprovechado la ocasión para encender un cigarro en undespachodetabaco.Sereunió,preguntandoquiéneraaqueljoven.

—Nada,unamigo.

Después, tres minutos después, delante de la puerta de Rosanette, dijoArnoux:

—Subausted;sealegrarádeverle.¡Quésalvajeesustedahora!

Leiluminabaunreverberodeenfrente;yconuncigarroentresusblancos

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dientesysuairefeliz,teníaalgodeintolerable.

—¡Ah!Apropósito;minotariohaidoestamañanaacasadeustedparaesainscripcióndehipoteca.Mimujereslaquemeloharecordado.

—¡Unamujerdecabeza!—dijomaquinalmenteFrédéric.

—¡Yalocreo!

Y Arnoux empezó sus elogios. No tenía igual por su entendimiento, sucorazón,laeconomía,yañadióbajandolavozymoviendolosojos:

—¡Ycomocuerpodemujer…!

—Adiós—dijoFrédéric.

Arnouxhizounmovimiento.

—Toma,¿yporqué?

Yconlamanotendidahaciaél,leobservótodo,sorprendidoporlacóleradesurostro.

Frédéricreplicósecamente:

—Adiós.

Bajó por la calle Bréda como piedra que rueda, furioso contra Arnoux,jurándosenovolveraverle,niaellatampoco,lastimado,desolado.Envezdelarupturaqueesperaba,elotroseponíaaquererla,ycompletamente,desdelapunta del pelo hasta el fondo del alma. La vulgaridad de aquel hombreexasperaba a Frédéric. ¡Luego todo pertenecía a aquel! Se encontraba a lapuertadelaloreta,ylamortificacióndeunarupturaseagregabaalarabiadesuimpotencia.Además,laprobidaddeArnouxalofrecerlegarantíasparasudinero lehumillaba;hubieraqueridoestrangularle;y,porencimade todo, lapenalehacíaextendersesobresuconcienciacomounanieblaelsentimientodesucobardíahaciasuamigo.Leahogabanlaslágrimas.

DeslauriersbajabaporlacalledelosMártires,jurandoaltodeindignación;porque su proyecto, cual obelisco abatido, le parecía ahora de una alturaextraordinaria. Se consideraba robado, como si hubiera sufrido un granperjuicio.SuamistadconFrédéricquedabamuerta,yexperimentabaconelloalegría;eraunacompensación.Leentrabaelodiocontra los ricos.SesentíainclinadohacialasopinionesdeSénécalyseprometióservirlas.

Arnoux,durante este tiempo, cómodamente sentadoenunabutaca, cercadelfuego,sorbíaunatazadetéconlamariscalaenlasrodillas.

Frédéric no volvió por casa de ellos, y para distraerse de su pasióncalamitosa, adoptando el primer asunto que se presentó, resolvió componeruna Historia del Renacimiento. Amontonó, mezclados sobre su mesa, los

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humanistas,losfilósofosylospoetas;ibaalgabinetedelasestampasaverlosgrabadosdeMarcoAntonio;procurabaentenderaMaquiavelo.Pocoapocoleapaciguólaserenidaddeltrabajo.Penetrandoenlapersonalidaddelosdemás,olvidólasuya,únicamaneradenosufrirporella.

Un día que tomaba notas, tranquilamente, se abrió la puerta y el criadoanuncióalaseñoraArnoux.

Era ella, en efecto. ¿Sola? No; porque llevaba de la mano al pequeñoEugène, seguido de su niñera con delantal blanco. Se sentó la señora, ydespuésdehabertosido,dijo:

—Hacemuchotiempoquenohavenidoporcasa.

NoexcusándoseFrédéric,añadióella:

—Esoesmuydelicadoporpartedeusted.

Élcontestó:

—¿Quéeslodelicado?

—LoquehahechoustedporArnoux—dijoella.

Frédéric tuvo un gesto que significaba: «¡Bastante me importa; era porusted!».

Envióellaasuhijoalsalónparaquejugaraconlaniñera.Cambiarondosotrespalabrasacercadelasalud,ylaconversaciónseacabó.

Llevabaellauntrajedesedaoscura,delcolordeunvinodeEspaña,conpaletó de terciopelo negro, ribeteado de marta; aquella piel daba ganas depasar las manos por encima, y sus largas bandas, bien alisadas, atraían loslabios.Perolaemociónlaturbaba,yvolviendolosojosdelladodelapuertadijo:

—Hacealgodecaloraquí.

Frédéricadivinólaprudenteintencióndesumirada.

Lasdoshojassoloestabanentornadas.

—¡Ah!Esverdad.

Ysonriócomoparadecir:«Notemonada».

Lepreguntóélloqueallílallevaba.

—Mimarido—repusoellaconalgúnesfuerzo—mehaanimadoavenirasucasanoatreviéndoseélahacerlo.

—¿Yporqué?

—ConoceustedalseñorDambreuse,¿noesverdad?

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—Sí;unpoco.—Ysecalló—.Noimporta;acabeusted.

EntoncescontóellaquelaantevísperanohabíapodidosatisfacerArnouxcuatro pagarés de mil francos, suscritos a la orden del banquero, y en loscualesleobligóaponersufirma.Ellasearrepentíadehabercomprometidolafortuna de sus hijos; pero todo era preferible a la deshonra; y si el señorDambreuse suspendía los procedimientos, le pagarían, seguramente, muypronto,porqueellaibaaChartresavenderunacasitaquetenía.

—¡Pobremujer!—murmuróFrédéric—.Iré;cuenteustedconmigo.

—Gracias.

Yselevantóparamarcharse.

—¿Quéprisatieneustedtodavía?

Permanecióellaenpie,examinandoeltrofeodeflechasmogólicascolgadodeltecho,labiblioteca,lasencuadernaciones,losutensiliostodosdeescribir;levantólacubetadebronceenqueestabanmetidaslasplumas;seposaronsustaconesendiferentessitiosdelaalfombra.

HabíavenidomuchasvecesacasadeFrédéric,perosiempreconArnoux.Se hallaban solos ahora, solos en su propia casa; acontecimientoextraordinario;casiunadicha.

Quiso ella ver su jardincito; él le ofreció su brazo para enseñarle susdominios, treinta pies de terreno encerrado entre casas, con arbustos en losángulosyunmacizodefloresenelcentro.

Era en losprimerosdíasde abril; lashojasde las lilasyaverdeaban,unpuroambientesedejabasentir,ylospajarillospiaban,alternandosucantoconellejanoruidoqueproducíalafraguadeunmaestrodecoches.

Frédéricfueabuscarunabadila,ymientraspaseabanellosjuntos,elniñoformabamontonesdearenaenlasveredas.

LaseñoraArnouxnocreíaque tuvieranuncagran imaginación,peroeracariñoso. Su hermana, por el contrario, era de una sagacidad natural, que aveceslamortificaba.

—Yacambiará—dijoFrédéric—.Nohayquedesesperarnunca.

Ella repitió: «No hay que desesperar nunca».Repeticiónmaquinal de sufrase,queleparecióaélunaespeciedeestímulo.Cogióunarosa,laúnicadeljardín,yledijo:

—¿Seacuerdausted…deciertoramoderosas,unatarde,enelcoche?

Seruborizóellaunpoco,yconairedecompasiónirónica,contestó:

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—¡Ah,erayomuyjoven!

—Yaesta—repusoenvozbajaFrédéric—,¿lesucederálomismo?

Respondióella,dandovueltasaltalloentresusdedos,comoelhilodeunhuso:

—No;laguardaré.

Conungestollamóalaniñera,quecogióensusbrazosalniño;después,enelumbraldelapuertadelacalle,laseñoraArnouxaspiróelperfumedelaflor,inclinandosucabezasobrelaespalda,yconunamiradatandulcecomounbeso.

Cuandosubióélasugabinetecontemplólabutacaenqueestuvosentadaytodos los objetos que había tocado. Algo de ella sentía a su alrededor. Lacariciadesupresenciadurabatodavía.

«¡Es, pues, cierto, que ha estado aquí!», se decía, y se sumergía en lasondasdeunainfinitaternura.

Aldíasiguientesepresentó,alasonce,encasadelseñorDambreuse.Lerecibieronenelcomedor,dondeelbanqueroalmorzabavis-à-visconsumujer.

Su sobrina estaba cercade ella, y al otro lado, la institutriz, una inglesa,muypicadadeviruela.

El señor Dambreuse invitó a su joven amigo a que los acompañara, yhabiendorehusado,añadió:

—¿Enquépuedoservirleausted?Yaescucho.

Frédéric contestó, afectando indiferencia,que ibaa interesarseporun talArnoux.

—¡Ah! ¡Ah!El antiguo comerciante de cuadros—dijo el banquero, conmudarisa,quedescubríasusencías—.Oudryleavalabaenotrotiempo;hanreñido.

Y se puso a recorrer las cartas y los periódicos esparcidos cerca de sucubierto.

Doscriadosservían,sinqueseoyeransuspasosenelsuelodemadera;ylaalturadelasala,queteníatresportiersdetapiceríaydosfuentesdemármolblanco,lopulimentadodelasestufas,lacolocacióndelosentremesesyhastalostiesosdoblecesdelasservilletas,todoaquellujosobienestarestablecíaenel pensamiento de Frédéric cierto contraste con otro almuerzo en casa deArnoux.NoseatrevíaainterrumpiralseñorDambreuse,ynotandolaseñorasuembarazo,dijo:

—¿VeustedalgunavezanuestroamigoMartinon?

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—Estanochevendrá—interrumpióvivamentelaseñorita.

—¡Ah!¿Losabestú?—replicósutía,fijandoenellaunafríamirada.

Enesto,unodeloscriadosledijoalgoaloído,yellaañadió:

—¡Tucosturera,hijamía…!¡MissJohn!

Ylainstitutriz,obediente,desaparecióconsudiscípula.

InterrumpidoelseñorDambreuseporelruidodelassillas,preguntóloqueocurría.

—EslaseñoraRegimbart.

—¡Calla!¡Regimbart!Yoconozcoesenombre;hevistosufirma.

Frédéricabordóporfinlacuestión;Arnouxmerecíainterés;hastapensaba,para el único objeto de cumplir sus compromisos, vender una casa de sumujer.

—Pasaporsermuylinda—dijolaseñoraDambreuse.

Elbanqueroañadióconairebonachón:

—¿Esustedsuamigo…íntimo?

Frédéric,sincontestarclaramente,repusoquelequedaríamuyagradecidositomaraenconsideración…

—Bien; puesto que usted toma empeño, sea; esperemos. Tengo aúntiempo.¿Quiereustedquebajemosamidespacho?

Elalmuerzohabíaterminado.LaseñoraDambreuseseinclinóligeramente,sonriendo con una particular sonrisa, llena a la vez de cortesía y de ironía.Frédéricno tuvotiempodepensarenello,porquedesdeelmomentoenqueestuvieronsoloselseñorDambreuseledijo:

—Nohavenidoustedabuscarsusacciones.—Y,sinpermitirleexcusarse,añadió—: Bien, bien; es muy justo que conozca usted un poco mejor elnegocio.

Leofrecióuncigarrilloyempezó:

La Unión General de las Hullas Francesas estaba constituida; no seesperaba más que el reglamento. Solo el hecho de la fusión disminuía losgastosdevigilanciaydemanodeobra,aumentandolosbeneficios.Además,la sociedad imaginabaunacosanueva,que era interesar a losobreros en suempresa. Les construiría casas, alojamientos sanos, constituyéndose, en unapalabra,enelproveedordesusempleados,dándoselotodoapreciodefábrica.

—Y ganarán, caballero; ese es el verdadero progreso. Así se responde

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activamenteaciertasreclamacionesrepublicanas.Tenemosennuestroconsejo—yexhibióunprospecto—unpardeFrancia,unsabiodelInstituto,unoficialsuperior de ingenieros retirado, nombres conocidos. Elementos semejantestranquilizanaloscapitalestemerososyllamanaloscapitalesinteligentes.

La compañía tendría a su favor los pedidos del Estado, después losferrocarriles,lamarinadevapor,losestablecimientosmetalúrgicos,elgas,lasmodestascocinas.

—Deestasuertecalentamos,iluminamos,penetramoshastaelhogardelascasasmáshumildes.Pero¿cómo,mediráusted,podemosasegurar laventa?Merced a dichos protectores, querido señor, y los obtendremos; eso es cosanuestra.Yo,pormiparte,soyfrancamenteprohibicionista.¡Elpaísantesquetodo!

Lehabíannombradodirector; pero le faltaba el tiempoparaocuparsedeciertosdetalles;delaredacción,entreotrascosas.

—Ando algo reñido con los autores; he olvidado el griego. Tendrénecesidaddealguien…quepuedatraducirmisideas.

Yañadió,derepente:

—¿Quiereustedseresehombreconeltítulodesecretariogeneral?

Frédéricnosupoquécontestar.

—Ybien,¿quiénseloimpideausted?

Susfuncionesselimitaríanaescribir,todoslosaños,unamemoriaparalosaccionistas.Sehallaríaenrelacionesdiariasconloshombresmásimportantesde París. Representante de la compañía cerca de los obreros, le adorarían,naturalmente,cosaquemástardelepermitiríaentrarenelconsejogeneral,enladiputación.

Los oídos de Frédéric zumbaban. ¿De dónde provenía aquellabenevolencia?Yseconfundíaenagradecimiento.

Peronoeranecesario,decíaelbanquero,quefueradependientedenadie.Elmejormedioparaestoera tomaracciones,«soberbiacolocación,además,porque su capital de usted garantiza su posición, así como su posicióngarantizaalcapital».

—¿Acuántopróximamentedebeascender?—preguntóFrédéric.

—Diosmío,loqueustedquiera;decuarentamilasesentamilfrancos,porejemplo.

AquellasumaeratanmínimaparaelseñorDambreuse,ysuautoridadtangrande,queeljovensedecidióinmediatamenteavenderunafinca.Aceptó.El

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señorDambreusefijaríaundíacualquieraparaverseyterminarsusconvenios.

—¿AsíquepuedodeciraJacquesArnoux…?

—Cuantoustedquiera,¡pobremuchacho!Cuantoustedquiera.

Frédéricescribióa losArnouxquese tranquilizaran,yenviólacartaconsucriado,alcualrespondieron:

—Muybien.

Sugestión,sinembargo,merecíamás.Esperabaunavisita;porlomenos,unacarta.Nirecibióvisitanileyócartaalguna.

¿Habíaolvidodepartedeellosointención?PuestoquelaseñoraArnouxhabíavenidounavez,¿quiénleimpedíavolver?Laespeciedeparticipación,deconfesiónquelehabíahechoella,¿noeramásqueunamaniobraejecutadaporinterés?«¿Sehabránburladodemí?¿Esellacómplice?».Unciertopudor,apesardesusdeseos,leimpidióiracasadeellos.

Unamañana (tres semanas después de su entrevista) le escribió el señorDambreusequeleesperabaaquelmismodía,alauna.

Ya en camino, la idea de los Arnoux le asaltó nuevamente, y noencontrando razón a su conducta, le sobrecogió una angustia, unpresentimientofúnebre.ParalibrarsedeélllamóuncocheysehizollevaralacalleParadis.Arnouxestabadeviaje.

—¿Ylaseñora?

—Enelcampo,enlafábrica.

—¿Cuándovuelveelseñor?

—Mañana,sinfalta.

Laencontraríasola;aqueleraelmomento.Algoimperiosolegritabaensuconciencia:«Veallí,pues».

«Pero ¿y el señorDambreuse?Pues bien, tanto peor; diré que he estadoenfermo».Corrióalaestación;después,alvagón.¡Quizáhagamal!¡Ah,ah,quéimporta!

Extendiéndoseaizquierdayderecha,verdesllanurasrodeabaneltren;lascasetas de las estaciones se deslizaban como decoraciones, y el humo de lalocomotora vertía siempre del mismo lado sus gruesos copos, querevoloteabanporlahierbaalgúntiempo,dispersándosedespués.

Frédéric,soloensuasiento,mirabaaquello,poraburrimiento,perdidoenesa languidez que produce el exceso mismo de la impaciencia. Grúas yalmacenessedivisaron.EstabaenCreil.

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Laciudad,construidaenlavertientededoscolinasbajas(delascualesunaestápelada,ylasegundacoronadadebosque),conlatorredesuiglesia,suscasas desiguales y su puente de piedra, le parecía que presentaba algo dealegre,dediscretoydebueno.Ungranbarcochatodescendíaporlacorriente,que se encrespaba, golpeada por el viento; unas cuantas gallinas, al pie delmonte,picoteabanenlapaja;unamujerpasó, llevandosobresucabezaropablancamojada.

Después del puente, se encontró en una isla, donde se ven, hacia laderecha, las ruinas de una abadía. Un molino giraba, cortando en toda suanchura, el segundo brazo del Oise, que domina la manufactura. Laimportancia de aquella construcción admiró mucho a Frédéric, concibiendomayor respeto hacia Arnoux. Tres pasos más allá tomó una callejuela, quecerrabaenelfondounaverja.

Entró.Laconserjelellamó,gritándole:

—¿Tieneustedsupermiso?

—¿Paraqué?

—Paravisitarelestablecimiento.

Frédéric,entonobrutal,dijoqueveníaaveralseñorArnoux.

—¿QuiéneseseseñorArnoux?

—Pueseljefe,eldueño,elpropietario,enfin.

—No,señor;estaeslafábricadelosseñoresLebœufyMilliet.

Labuenamujerbromeaba,sinduda.Llegabanalgunosobreros;preguntóadosotres;surespuestafuelamisma.

Frédéricsaliódelpatio,vacilantecomounhombreebrio;yllevabaunairetan descorazonado, que en el puente de la Boucherie, un vecino que sedisponía a fumar su pipa le preguntó si buscaba algo. Aquel conocía lamanufacturadeArnoux.EstabasituadaenMontataire.

Frédéric trató de proporcionarse un coche; no los había más que en laestación. Volvió a ella, donde se hallaba parada delante del despacho deequipajes, solitariamente, una calesa, dislocada, con un caballo viejoenganchado,cuyosarreosdescosidoscolgabansobrelasvaras.

Unpilluelo se ofreció a descubrir alTíoPilón.Al cabode diezminutosvolvió;elTíoPilónestabaalmorzando.Frédéricprescindiódeélysemarchó.Perolabarreradelpasosehallabacerrada.Eraprecisoesperarqueatravesarandostrenes.Porfinsemetióporelcampo.

Elverdemonótonohacíaqueparecieraun inmensopañodebillar.A las

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dosorillasdelcaminoseveíanalineadasescoriasdehierro,comomontonesdeguijarros.Algomás lejoshumeaban,unas juntoa lasotras,chimeneasdefábrica.Frenteaélsealzaba,sobreunacolinaredonda,uncastillopequeño,consustorrecillas,elcampanariocuadrangulardeunaiglesia, losmurosporbajo, formando con los árboles líneas irregulares, y al final, las casas delpueblo,quesedesparramaban.

Sondeunsolopiso,conescalerasdetresescalones,hechasdebloque,sincemento.Aintervalosseoíalacampanilladealgúntendero.Pesadospasossehundíanen elnegro fango,yuna lluviamenudacaía cortandoenmil líneascruzadaselpálidocielo.

Frédéricsiguióporelcentro;despuésencontróasuizquierda,alaentradade un camino, un gran arco demadera, que tenía escrito en letras doradas:PORCELANAS.

NofuecasualqueJacquesArnouxeligieralaproximidaddeCreil,porquecolocando sumanufactura lomás cerca posible de la otra (acreditada hacíamucho tiempo) provocaba en el público una confusión favorable a susintereses.

Elcuerpoprincipaldeledificioseapoyabaenlaorillamismadelríoqueatraviesa la pradera.La casadel dueño, rodeadapor un jardín, se distinguíaporsuescaleraadornadadecuatrotiestosplantadosdecactos.Masasdetierrablanca se secaban debajo de algunos cobertizos; otras, al aire libre, y en elcentrodelpatiosehallabaSénécal,consueternopaletóazulforradoderojo.

Elantiguopasantealargósumanofría.

—¿Vieneustedporelprincipal?Noestá.

Frédéric,desconcertado,contestósecamente:

—Yalosabía.

Pero,dominándoseinmediatamente,añadió:

—Vengo por un asunto que concierne a la señora Arnoux. ¿Puederecibirme?

—¡Ah!Nolahevistohacetresdías—dijoSénécal.

Yenhebróunaletaníadequejas.Alaceptarlascondicionesdelfabricanteentendió que viviría en París, y no meterse en aquel campo, lejos de susamigos, privado de periódicos. No importaba: había pasado por esto. PeroArnoux parecía no fijarse en su mérito. En verdad que era limitado yretrógrado; ignorante como nadie. En vez de buscar perfeccionamientosartísticos, hubiera sido mejor introducir calentadores de hulla y de gas. Elciudadano «se hundía»; Sénécal subrayó la palabra.Que sus ocupaciones le

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desagradaban; y se empeñó en que Frédéric hablara en su favor y leaumentaransusemolumentos.

—Estéustedtranquilo—dijoelotro.

Noencontróanadieenlaescalera.Enelprimerpisoadelantólacabezaenuna habitación vacía: era el salón; llamómuy alto. No le respondieron; sinduda, la cocinera había salido, y la niñera también. Por fin llegó al pisosegundo y empujó una puerta. La señoraArnoux estaba sola delante de unarmariodeespejo.Elcinturóndesubataentreabiertacolgabaalolargodesuscaderas. Todo un lado de sus cabellos le formaba una onda negra sobre elhombroderecho,yteníasusdosbrazoslevantados,sujetandoconunamanosumoño,mientrasqueconlaotraintroducíaenélunahorquilla.Dioungritoydesapareció.

Despuésvolviócorrectamentevestida.Sucuerpo,susojos,elruidodesutraje:todoleencantó.Frédéricseconteníaparanocubrirladebesos.

—Perdoneusted—dijoella—,peronopodía…

Tuvoelatrevimientoéldeinterrumpirla:

—Sinembargo…estabaustedmuybien…haceunmomento.

Indudablemente,encontróellauntantogroseroelcumplido,puestoquesecolorearonsusmejillas.Éltemióhaberlaofendido.

—¿Aquédichosacasualidadsedebeelqueustedhayavenido?—dijoella.

Nosupoélquéresponder,ydespuésdeunarisitafalsa,quelediotiempoparareflexionar,preguntó:

—¿Siselodijeraaustedmecreería?

—¿Porquéno?

Frédériccontóquenochespasadashabíatenidounsueñoespantoso.

—Hesoñadoquesehallabaustedgravementeenferma,cercadelamuerte.

—¡Oh!Niyonimimaridoestamosnuncaenfermos.

—Nohesoñadomásqueconusted.

Lomiróellaconcalmaycontestó:

—Lossueñosnosiempreserealizan.

Balbució Frédéric, buscó palabras, y por último se lanzó en una largaparrafadasobrelaafinidaddelasalmas:existíaunafuerzaquepodía,atravésdelosespacios,ponerencontactoadospersonas,advertirlasdeloquesientenyhacerquesereúnan.

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Leescuchabaella con la cabezabaja, sonriendocon su sonrisahermosa.Observaba él con el rabillo del ojo, con alegría, y se expansionaba su amormás libremente ante la facilidad de un lugar común. Propuso ella ver lafábrica,y,comoinsistiera,aceptóél.

Para distraerle primeramente con algo divertido le enseñó la especie demuseo que adornaba la escalera. Las piezas colgadas de las paredes ocolocadasen tablillasdemostraban losesfuerzosy losempeñossucesivosdeArnoux.Despuésdehaberbuscadoelrojodeloscoloresdeloschinos,quisohacermayólicas, faenzas, lozas,etruscooriental, intentando,porfin,algunosdelosperfeccionamientosrealizadosmástarde.Asíesqueseencontrabanenla serie grandes vasos cubiertos de mandarines, escudillas de reflejosmetálicos cambiantes, jarros con realce de escrituras árabes, otros del gustoRenacimientoygrandesplatoscondospersonajesqueparecíandibujadosconsangre, de una manera delicada y vaporosa. Ahora fabricaba letras paramuestras, etiquetas para vinos; pero su inteligencia no era bastante elevadapara llegarhastaelarte,nibastanteoscuraparapensarexclusivamenteenelprovecho,conloque,sincontentaranadie,searruinaba.

Considerabanambosestascosas,cuandolaseñoritaMarthepasóporallí.

—¿Nolereconocesya?—ledijosumadre.

—Sí,porsupuesto—contestóellasaludando,mientrassumiradalímpidayrecelosa, su mirada virginal, parecía murmurar: «¿Qué vienes tú a haceraquí?»,ysubiólasescaleras,conlacabezaalgoinclinadahacialaespalda.

La señoraArnoux condujo a Frédéric hacia el patio, explicándole luegocontonoseriocómosemuelenlastierras,selimpianytamizan.

—Loimportanteeslapreparacióndelaspastas.

Yleintrodujoenunasalallenadecubas,dondegirabasobresímismounejevertical armadodebrazoshorizontales.Frédéric se reprochóelnohaberrehusadoresueltamentelaproposiciónpocoantes.

—Estas son lasmáquinashidráulicaspara la separaciónde la bazofia delastierras—dijoella.

Élencontrólapalabragrotescaycomoinconvenienteensuslabios.

Anchascorreascolgabandeunoaotroextremodeltecho,paraenrollarseentambores,agitándosetododeunamaneracontinua,matemática,excitante.

Salieron de allí, y pasaron cerca de una cabaña en ruinas que en otrotiempohabíaservidoparaguardarinstrumentosdejardinería.

—Yanoseutiliza—dijolaseñoraArnoux.

Élreplicóconvoztrémula:

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—Allípuedegozarsedelafelicidad.

El ruido de la bomba de incendios cubrió sus palabras, y entraron en eltallerdemodelados.

Hombressentadosaunaestrechamesacolocabandelantedesí,ysobreundiscogiratorio,untrozodepasta.Conlamanoizquierdarasabanenelinterior,con laderechaalisaban la superficie, y seveían salir vasosde laoperación,comofloresqueseabren.

LaseñoraArnouxhizoexhibirlosmoldesparalasobrasmásdifíciles.

Enotrapiezasetrabajabanlosfiletes,lasmolduras,laslíneassalientes.

En el piso superior se afinaban las junturas y se tapaban con yeso losagujerillosquehabíandejadolasprecedentesoperaciones.Enlasventanas,enlosrincones,enmediodeloscorredores,sealineabanloscacharros.

Frédéricempezabaaaburrirse.

—Quizálefatigueaustedtodoesto—dijoella.

Temiendo que fuese preciso terminar allí su visita, manifestó, por elcontrario,muchoentusiasmo.Hastallegóalamentarsedenohabersededicadoaesaindustria.

Ellapareciósorprendida.

—Ciertamente;porqueasíhabríapodidovivircercadeusted.

YcomointentarabuscarlamiradadelaseñoraArnoux,esta,paraevitarlo,cogió de la consola bolitas de pasta, sobrantes de piezas defectuosas, lasaplastóenformadegalletayestampósumanoencima.

—¿Puedollevarmeeso?—dijoFrédéric.

—¡Quéniñoesusted,Diosmío!

IbaélacontestarcuandoentróSénécal.

El señor subdirector, desde el umbral, observó una infracciónreglamentaria. Los talleres debían barrerse todas las semanas; era sábado, ycomo los obreros no lo habían hecho, Sénécal les declaró que estarían unahoramás.«Tantopeorparaustedes».

Seinclinaronsobresufaena,sinmurmurar;peroseadivinabasucóleraenla ronca respiraciónde supecho.Verdadesque erandifícilesdemanejar, ytodos procedían de la fábrica grande, de la que habían sido despedidos. Elrepublicano los gobernaba con dureza. Hombre de teorías, únicamenteconsiderabaalasmasasysemanifestabainflexibleconlosindividuos.

Frédéric, contrariado por su presencia, preguntó a la señora Arnoux, a

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mediavoz,sinohabíaposibilidaddever loshornos.Descendíana laplantabaja,ycuandoellaempezabaaexplicarelusode lasarquillas,Sénécal,queloshabíaseguido,seinterpuso,continuandoporsímismolademostración.Seextendió acerca de las diferentes clases de combustibles, la hornada, lospiróscopos,losenglobados,losluestresylosmetales,prodigandolostérminosdequímica:cloruro,sulfato,bórax,carbonato.Frédéricnadacomprendía,yacadaminutosevolvíahacialaseñoraArnoux.

—Noescuchausted—dijoella—.ElseñorSénécales,sinembargo,muyclaro.Sabetodasestascosasmuchomejorqueyo.

Elmatemático,lisonjeadoporaquelelogio,propusoiraverlacoloración.Frédéric dirigió una mirada ansiosa a la señora Arnoux, que permanecióimpasible, no queriendo, indudablemente, ni estar sola con él, ni dejarletampoco.Leofrecióélsubrazo.

—No,milgracias;eslaescalerademasiadoestrecha.

Ycuandollegaronarriba,Sénécalabriólapuertadeundepartamentollenodemujeres.

Manejabanéstaspinceles,ampollitas,conchas,placasdevidrio.Alolargode la cornisa, contra la pared, se alineabanplanchasgrabadas; pedacillos depapelfinorevoloteaban,yunachimeneadefunciónexhalabaunatemperaturaasfixiante,alaquesemezclabaelolordelatrementina.

Casi todas las obreras tenían pobres vestidos. Se veía una, sin embargo,quellevabaunpañueloylargospendientes.Alavezquedelicadayregordeta,erannegrossusgrandesojosysuslabioscarnosos,comolosdeunanegra.Suabundantepechosemarcababajolacamisa,sujetaalacinturaporlascintasde su falda, y con uno de sus codos sobre la mesa, mientras que el otrocolgaba,mirabavagamente,alolejos,elcampo.Asuladohabíaunabotelladevinoysalchicha.

Prohibíaelreglamentoquesecomieraenlostalleres,medidadeaseoparaeltrabajoydehigieneparalostrabajadores.

Sénécal,porsentimientodeldeberonecesidaddedespotismo,gritódesdelejos,indicandoelanunciodeuncuadro:

—¡Eh!,allíabajo,labordelesa;léameusted,envozalta,elartículonueve.

—Bueno,¿yquémás?

—¿Quémás,señorita?Puesquepagaráustedtresfrancosdemulta.

Lemiróellafrenteafrente,descaradamente,ydijo:

—Bastantemeimporta.Cuandovuelvaelamomelevantarálamulta.Meríodeusted,buenhombre.

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Sénécal,quepaseabacon lasmanosa la espalda, comounpasanteen lasaladeestudios,secontentóconsonreír.

—Artículotrece:insubordinación,diezfrancos.

Labordelesavolvióasu tarea.LaseñoraArnoux,por lasconveniencias,nodecíanada,perofruncióelentrecejo.

Frédéricmurmuró:

—¡Ah,parademócrataesustedbastanteduro!

Elotrocontestódoctoralmente:

—La democracia no es la desvergüenza del individualismo. Es el nivelcomúnantelaley,ladistribucióndeltrabajo,elorden.

—Olvidaustedlahumanidad—dijoFrédéric.

La señora Arnoux tomó su brazo; Sénécal, quizá ofendido por aquellamudaaprobación,sefue.

Frédéricexperimentóalpuntoungranconsuelo.

Desdeporlamañanabuscabalaocasióndedeclararseyalfinllegaba.Porotra parte, el espontáneo movimiento de la señora Arnoux le pareció queconteníapromesas,yrogó,comosifueraparacalentarselospies,quesubieranasucuarto.Perocuandoestuvosentadocercadeella,comenzósuturbación;lefaltabaelpuntodepartida.Felizmente,seacordódeSénécal.

—Nadamásnecio—dijo—queesecastigo.

LaseñoraArnouxcontestó:

—Hayseveridadesindispensables.

—¡Cómo…! ¡Usted que es tan buena…! ¡Ah!, me equivoco, porquealgunasvecessecomplaceustedenhacersufrir…

—Nocomprendolosenigmas,amigomío.

Ysuausteramirada,másaúnquelafrase,lecontuvo.Frédéricsehallabadeterminado a continuar. Sobre la cómoda se encontraba, casualmente, unlibro de Musset; miró algunas páginas, se puso a hablar del amor, de susdesesperacionesyvehemencias.

Todoaquello,segúnlaseñoraArnoux,eracriminaloficticio.

Eljovensesintiómortificadoporaquellanegación,yparacombatirlacitócomoprueba lossuicidiosquese leenen losperiódicosyexaltó losgrandestiposliterarios:Fedra,Dido,Romeo,DesGrieux.Éllossuperaría.

Elfuegoyanoardíaenlachimenea;golpeabalalluviacontraloscristales:

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laseñoraArnoux,inmóvil,permanecíaconsusdosmanosapoyadassobrelosbrazosdelabutaca;lascintasdesugorritacaíancomobandasdeunaesfinge:supuroperfilsedestacabapálidoenmediodelasombra.

Élardíaenganasdearrojarseasuspies.Seoyóruidoenelcorredor,ynoseatrevió.

Tambiénseloimpedíaunaespeciedetemorreligioso.Aqueltraje,queseconfundía con las tinieblas, le parecía desmesurado, infinito, inmóvil, y porcausa de esto precisamente aumentaba su deseo. Pero el miedo de hacerdemasiadoydenohacerbastantelequitabatododiscernimiento.

«Siledesagrado—pensó—,quemearroje;simequiere,quemeanime».Ydijo,suspirando:

—¿Luegonoadmiteustedquepuedaamarse…aunamujer?

LaseñoraArnouxreplicó:

—Cuandoessolterasecasaunoconella;cuandoperteneceaotrosealejaunodeella.

—¿Demodoqueladichaesimposible?

—No; pero jamás se la encuentra en la mentira, las inquietudes y elremordimiento.

—¿Quéimportasisecompensanporsublimesalegrías?

—Laexperienciaesdemasiadocostosa.

Quisoélatacarlaporlaironía,ydijo:

—Lavirtudnoserá,pues,sinocobardía.

—Digaustedprevisión,másbien.Aunparaaquellasqueolvidaneldebero la religiónpuedebastar sencillamenteelbuensentido.Elegoísmoesbasesólidaparalaprudencia.

—¡Quémáximastanhumildestieneusted!

—Nomepreciodeserunagranseñora.

Enestemomentosepresentóelchiquillo.

—Mamá,¿vienesacenar?

—Sí,enseguida.

Frédéric se levantó, y al mismo tiempo apareció Marthe. No podía éldecidirseamarchar,yconmiradaenteramentellenadesúplicas,preguntó:

—Esasmujeresdequeustedhabla,¿sontaninsensibles?

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—No,sinosordascuandoespreciso.

Yseteníaenpieenlapuertadelahabitación,consusdoshijosaloslados.Se inclinó él sin decir una palabra, y ella respondió silenciosamente a susaludo.

Loquesintióélenprimertérminofueunaestupefaccióninfinita.Aquellamaneradehacerlecomprender la inutilidaddesuesperanzaleconfundía.Seveíaperdido,comounhombrequecaealfondodeunabismo,quesabequenolesocorrerányquedebemorir.

Andaba,sinembargo,perosinvernada,alazar;tropezabaenlaspiedrasyse equivocó de camino. Un ruido de zuecos llegó hasta su oído; eran losobrerosquesalíandelafundición.

Entoncessedominó.

Alolejos,losfarolesdelferrocarriltrazabanunalíneadefuego.

Llegóenelmomentodepartiruntren.Entróenunvagónysedurmió.

Unahoradespués,enlosbulevares,laalegríadeParísporlasnochesllevóderepentesuviajeaunpasadoyalejano.

Quiso ser fuertey alivió su corazón,denigrandoa la señoraArnouxconepítetosinjuriosos.

—Esunaimbécil,unapava,unabestia;nopensemosenellamás.

Alentrarensucasaencontró,ensugabinete,unacartadeochopáginasenpapelglaseadodeazulyconlasinicialesR.A.

Empezabacon reprochesamistosos:«¿Quéhaceusted,queridomío?Meaburro».

Pero la escritura era tan abominable que Frédéric iba a tirar el paquete,cuando percibió una posdata que decía así: «Cuento con ustedmañana paraquemellevealascarreras».

¿Qué significaba aquella invitación? ¿Era una añagaza más de lamariscala?Peronoseburlanadiedosvecesdelmismohombresinmotivo;yllenodecuriosidadvolvióaleerlacartaatentamente.

Frédéric vio: «Equivocación… desilusiones… Pobres chicas nosotras…semejanteadosríosquesejuntan»,etcétera.

Aquelestilocontrastabaconellenguajeordinariodelaloreta.

¿Quécambiohabíasobrevenido?

Retuvo mucho tiempo las páginas entre sus dedos. Olían a perfume, yhabía,en la formade loscaracteresyelespacio irregularde las líneas,algo

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comoundesordendetocadorqueleturbó.

«¿Por qué no he de ir? —se dijo, por fin—. ¡Si la señora Arnoux losupiese!¡Quelosepa,tantomejor,yquelapongacelosa;esomevengará!».

IV

Lamariscalasehallabadispuestayleesperaba.

—Qué amable —dijo, fijando en él sus lindos ojos, a la vez tiernos yalegres.

Cuandotuvohechoellazodesucapota,sesentóeneldiványpermaneciósilenciosa.

—¿Nosvamos?—preguntóFrédéric.Ellamiróelreloj.

—¡Oh, no! No antes de la una y media—como si ella misma hubieraseñaladoaquellímiteasuincertidumbre.

Cuandosonó,porfin,lahora:

—Bien;andiamo,caromio!

Y dio la última mano a las bandas de su peinado e hizo variasrecomendacionesaDelphine.

—¿Laseñoravuelveacenar?

—¿Para qué? Cenaremos juntos en cualquier parte, en el Café Inglés,dondeustedquiera.

—Conforme.

Losperrillosladrabanasualrededor.

—Lospodemosllevar,¿verdad?

Frédériclosllevóélmismohastaelcoche.Eraesteunaberlinadealquilercondoscaballosdepostayunpostillón.Frédérichizocolocarasucriadoenel asiento de detrás. La mariscala pareció satisfecha de sus atenciones;después, cuando estuvo acomodada, le preguntó si había estado en casa deArnouxrecientemente.

—Haceyaunmes—contestóFrédéric.

—Yo le encontré anteayer; quizá hubiera venido hoy mismo. Pero estálleno de complicaciones: un nuevo proceso, no sé qué. ¡Qué demonio dehombre!

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—¡Sí, muy particular! —Y Frédéric añadió, en tono indiferente—: Apropósito,¿continúaustedviendo…¿cómolellamabausted…aaquelantiguocantante…Delmar?

Ellareplicóconsequedad:

—No,esoseacabó.

Demodoquesurupturaeracierta.Frédéricsehizoilusiones.

AtravesaronalpasoelbarriodeBréda;lascalles,porserdomingo,estabandesiertas, y detrás de las ventanas se veían algunas figuras burguesas. Elcarruaje empezó a andar más deprisa; el ruido de las ruedas hacía que sevolvieran los transeúntes;elcuerode lacapota,bajada,brillaba;elcriadosedoblabaporlacinturaylosdoshabaneros,juntos,parecíandosmanguitosdearmiñoechadossobreloscojines.Frédéricsemovíaalcompásdelcabeceodelos muelles de suspensión. La mariscala volvía la cabeza a izquierda yderecha,sonriendo.

Su sombrero de paja nacarada estaba adornado con encaje negro. Lacapuchadesualbornozflotabaalaireysecubríadelsolconunasombrilladesatínlila,cuyapuntateníalafiguradeunapagoda.

—¡Quémonadadededitos!—dijoFrédéric,cogiéndolesuavementelaotramano,laizquierda,enqueseveíaunbrazaletedeorodeformadebarbada—.Caramba,esbonitaestapulsera:¿dedóndeprocedeesto?

—¡Oh!,haceyamuchotiempoquelatengo—contestólamariscala.

Eljovennadaobjetóaaquellahipócritarespuesta.Prefirióaprovecharsedelascircunstancias,ycomolaseguía teniendoporelpuño,apoyóencimasuslabios,entreelguanteylamanga.

—Esteseustedquieto,quevanavernos.

—¡Bah!¿Yquéimportaeso?

DespuésdelaplazadelaConcordetomaronporelmuelleConférenceyelmuelle de Billy, donde se ve un cedro en un jardín. Rosanette creía que elLíbano sehallaba situadoenChina; se riode supropia ignoranciay rogó aFrédéricque lediese leccionesdegeografía.Luego,dejandoa laderechaelTrocadero, atravesaron el puente de Jena, y se detuvieron, por último, en elcentro del Campo deMarte, cerca de los demás coches, ya alineados en elhipódromo.

Los cerrillos de césped se hallaban poblados de gente menuda. Sepercibíancuriososenelbalcóndelaescuelamilitar,y losdospabellonesdefueradelpesaje,lasdostribunaslevantadasensurecintoyunaterceradelantedeladelrey,estabanllenasdeunamultitudbienvestidaquedemostraba,por

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suactitud,cultareverenciahaciaunadiversiónentoncesnueva.Elpúblicodelascarreras,másespecialenaqueltiempo,teníaunaspectomenosvulgar;eralaépocade lasvalonasde terciopeloyde losguantesblancos.Lasmujeres,vestidas de colores brillantes, llevaban traje de talle largo, y sentadas en lasgradas, aquellas parecían como grandes macizos de flores, tachonados denegro,enalgunossitios,porlososcurostrajesdeloshombres.Perotodaslasmiradas se dirigían hacia el célebre argelino Bou-Maza, que permanecíaimpasible, entre dos oficiales del Estado Mayor, en una de las tribunasparticulares.

LadelJockeyClubconteníaúnicamenteseñorasgraves.

Losmás entusiastas se habían colocado abajo, contra la pista, defendidapor dos líneas de barrotes demadera unidos por cuerdas; en el extensísimoóvalo que describía este camino, vendedores de coco agitaban su matraca,otros pregonaban el programa de las carreras, otros voceaban cigarros, y seelevaba entre todos un inmenso zumbido; pasaban y repasaban los guardiasmunicipales.Lacampanacolgabadeunodelospostescubiertodecifras:sonóyaparecieroncincocaballos;lagenteentróenlastribunas.

Y,sinembargo,gruesasnubesdesflorabanconsusespiraleslacimadelosolmosdeenfrente.Rosanetteteníamiedodequelloviera.

—Tengo grandes paraguas —dijo Frédéric— y cuanto se necesita paradistraerse—añadió,destapandoelcofredelasiento,dondehabíaprovisionesdebocaenuncesto.

—Bravo,nosentenderemos.

—Yaúnnosentenderemosmejor,¿noesverdad?

—Pudieraser—dijoella,ruborizándose.

Los jockeys, con sus casacas de seda, procuraban alinear sus caballos,conteniéndolosconambasmanos.Alguienmovióunabanderaroja.Entonces,los cinco, inclinándose sobre las crines, arrancaron. Permanecieron alprincipioapretados,comoenmasa;muyprontoelgruposealargó,seacortó;elquellevabalacasacaamarilla,enmediodelaprimeravuelta,estuvoparacaer; durantemucho tiempo hubo incertidumbre entre Filly yTibi; después,TomPoucessevioalacabeza;peroClubstick,atrasadodesdelapartida,selesreunióy llegóelprimero,pasandoaSirCharlesendoscuerpos; fueaquellouna sorpresa; se gritó, y las barracas de tablas temblaron al peso de lospataleos.

—Nosdivertimos—exclamólamariscala—.Teamo,queridomío.

Frédéricnodudóyade sudicha; aquellaúltima frasedeRosanette se loconfirmaba.

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A cien pasos de él, en unmilord, apareció una señora. Se inclinó haciafueradelaportezuela,entrandoluegoprecipitadamente;estejuegoserepitiómuchasveces;Frédéricnopudodistinguirsufigura.LeasaltóunasospechayleparecióqueeralaseñoraArnoux.Imposible,sinembargo.¿Porquéhabríavenido?

Sebajódelcocheconciertopretextodepasear.

—Noesustedmuygalante—dijoRosanette.

Élnolaescuchóyadelantósuspasos.Elmilorddiolavueltaysepusoaltrote.

Enaquelmismomomento,FrédéricseviosorprendidoporCisy.

—Buenas tardes,querido;¿cómoestáusted?Hussonnetseencuentraalláabajo.Oigausted.

Frédéricintentódesprenderseparaaproximarsealmilord.Lamariscalalehacía señas para que fuera a reunirse con ella. Cisy la vio y se empeñó ensaludarla.

Cuando se acabó el luto de su abuela realizó su ideal de llegar a tenercachet.Chalecoescocés,trajecorto,grandesborlasenloszapatosybilletedeentrada en la presilla del sombrero; nada faltaba, efectivamente, a lo que élmismollamabasuchic,unchicanglófiloymosquetero.

Comenzó por quejarse del Campo de Marte: execrable turf; hablóenseguidadeChantillyydelasgraciasqueallísehacían;juróquepodíabeberdoce copas de champán durante las doce campanadas de la medianoche;propuso a la mariscala que apostara, acariciando suavemente a sus dosbichillos.Yapoyándoseconelotrocodoenlaportezuela,continuódiciendonecedades, con el puño de su stick en la boca, las piernas separadas, losriñonesestirados.Frédéric,asulado,fumaba,procurandosiempredescubrirloquesehabíahechodelmilord.

Sonólacampana;Cisysemarchó,paragranalegríadeRosanette,aquienfastidiabamucho,segúnelladecía.

Lasegundaprueba,nadadeparticularofreció;tampocolatercera,exceptounhombreaquiensellevaronenlacamilla.Lacuarta,enqueochocaballossedisputaronelpremiodelavilla,fuemásinteresante.

Los espectadores de las tribunas se habían subido en los bancos. Losdemás,enpieen loscoches, seguían,gemelosenmano, laevoluciónde losjockeys; se les veía pasar como manchas encarnadas, amarillas, blancas yazules,atodololargodelamultitudquerodeabaelhipódromo.Alolejosnoparecíaexcesivasuvelocidad;alotroextremodelCampodeMarte,hastasecreía que la disminuían y que adelantaban solo deslizándose, tocando los

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vientresdeloscaballosenlatierrasinqueseplegaransuspatas.Perovolvíanbiendeprisa,yentoncesseagrandaban;supasocortabalosaires,temblabaelsuelo, volaban las piedras, y el viento, penetrando en las casacas de losjockeys, las hacía moverse como si fueran velas; con grandes latigazosfustigabanasusbestiasparallegaralposte,queeraellímite.Semudabanlascifras,yenmediodelosaplausos,elcaballovictoriososearrastrabahastaelpesajeenteramentecubiertodesudor,lasrodillastiesas,lacolabaja,mientrasquesucaballero,comoagonizandoensusilla,seapretabaloscostados.

Una disputa retrasó la última partida. La multitud, que se aburría, seesparció. Algunos grupos de hombres hablaban debajo de las tribunas. Lasconversaciones eran libres; lasmujeres de la buena sociedad semarcharon,escandalizadasconlaproximidaddelasloretas.

Tambiénseveíanallí eminenciasde losbailespúblicos;comediantasdelbulevar(ynoeranlasmásbellaslasquerecibíanlosmayoreshomenajes).Lavieja Georgine Aubert, a la que un zarzuelista llamaba el Luis XI de laprostitución, terriblemente repintada y lanzando de cuando en cuando unaespecie de risa que parecía un gruñido, estaba completamente tendida en sularga calesa, bajounapalatinademarta, comoenpleno invierno.La señoraRemoussot, de moda por su proceso, subida en lo alto de un break,acompañadaporamericanos,yThérèseBachelu,conunairedevirgengótica,ocupaba, con susdocevolantes, el interior deun caracol que en el sitio delalero tenía una jardinera llena de rosas. La mariscala se sintió celosa conaquellasglorias;paraquelanotasensepusoahacergrandesgestosyahablarmuyalto.

Algunos gentlemen la reconocieron y le dirigieron saludos. Ella lescontestaba diciendo sus nombres a Frédéric. Todos eran condes, vizcondes,duquesymarqueses; y sehinchaba al ver que todos losojos expresabanunciertorespetohaciasubuenafortuna.

NomostrabaCisyairemenosdichosoenelcírculodehombresmadurosquelerodeaba.Sonreíanellosdesdeloaltodesuscorbatas,comoburlándosedeél,quealfinaldiolamanoalmásviejoyseadelantóhacialamariscala.

Comía ella con afectada glotonería un trozo de foie-gras; Frédéric, porobediencia,laimitaba,sosteniendoentresusrodillasunabotelladevino.

Volvió a verse el milord; era la señora Arnoux, que palidecióextraordinariamente.

—Dame champán—dijo Rosanette, y levantando su copa llena, lo másalto posible, gritó—: ¡Olé por la de allá abajo, por lasmujeres honradas, laesposademiprotector!¡Oh!

Lasrisasseoyeronasualrededor;elmilorddesapareció.Frédéric le tiró

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delvestido;estabaprontoaestallar.PeroCisyestabaallí,enlamismaactituddeantes,yconexcesodeaplomoinvitóaRosanetteacenaraquellanoche.

—Imposible—contestóella.

—VamosjuntosalCaféInglés.

Frédéric,comosinadahubieseoído,permaneciómudo;yCisydejóa lamariscala con aire contrariado. Mientras hablaba con ella, en pie a laportezueladeladerecha,sepresentóHussonnetporlaizquierda,yrecogiendoaquellapalabradeCaféInglés,dijo:

—Belloestablecimiento;podríamostomarallíunbocado,¿eh?

—Comoustedquiera—dijoFrédéric,que,arrellanadoenel rincónde laberlina, miraba cómo desaparecía el milord por el horizonte, sintiendo quealgoirreparableacababadesucederyquehabíaperdidoasugranamor.Ylaotra estaba allí, cerca de él, el amor fácil y alegre. Pero, cansado, lleno dedeseos contradictorios y ni sabiendo lo que quería, experimentó una tristezadesmesurada,ganasdemorir.

Ungranruidodepasosydevoceslehizolevantarlacabeza:lospilluelos,montándosesobrelascuerdasdelapista,ibanamirarlastribunas;lagentesemarchaba. Cayeron algunas gotas de lluvia; la complicación de los cochesaumentó.Hussonnetsehabíaperdido.

—Tantomejor—dijoFrédéric.

—¿Preferimos estar solos? —preguntó la mariscala, poniendo su manosobreladeél.

Entoncespasópordelantedeellos,conresplandoresdecobreyacero,unespléndidolandótiradoporcuatrocaballosalaDaumontcondosjockeysconchupadeterciopelo,convolantesdeoro.LaseñoraDambreuseibaalladodesumarido;Martinon,enfrente;lostressemostrabanadmirados.

«Mehanreconocido»,sedijoFrédéric.

QuisoRosanettequepasaranparavermejoreldesfile.LaseñoraArnouxpodíapresentarsedenuevoygritóélalpostillón:

—Sigue,sigue,adelante.

YlaberlinaselanzóhacialosCamposElíseos,porenmediodelosdemáscarruajes, calesas, briscas, wurts, tándems, tílburis, dogcarts, carros demudanzaconcortinillasdecuero,enqueibanobreroscantandocuchufletasencochesde los llamadossemifortunas,quedirigíanconprudencia losmismospadres de familia. En victorias atestadas de gente, algunos muchachos,sentadossobrelospiesdelosdemás,colgandosusdospiernasfuera.Grandescupésconasientodepañopaseabanviejasaristócratas,quedormitaban;oera

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unmagníficostopperelquepasaba,llevandounasillamodestaycoquetona,como el frac negro de un dandi. El aguacero aumentaba, sin embargo. Seabríanlosparaguas,lassombrillas,losmackintosh;secruzabandesdelejoslasfrases: «Buenas tardes», «¿Va bien?», «Sí», «No», «Hasta luego», y sesucedían las figuras con una rapidez de sombras chinescas. Frédéric yRosanette no se hablaban, sintiendo una especie de atontamiento al ver tancercadeellosycontinuamentetodasaquellasruedasvolteando.

En algunos momentos, las filas de carruajes, demasiado apretadas, sedeteníantodasalavezenmuchashileras.Entoncesseacercabanunosyotrosy se examinaban mutuamente. De los coches con escudo caían miradas deindiferenciasobrelamultitud;ojosllenosdeenvidiabrillabanenelfondodelos de alquiler; sonrisas denigrantes respondían a las cabezas de porteorgulloso;bocasgrandes,abiertas,expresabanadmiracionesimbéciles;yacáyallá,algúntranseúnte,enmediodelavía,dabaunsaltoatrásderepenteparaevitar al jinete que galopaba entre los carruajes, logrando salir del apuro.Después, todo volvía a ponerse en movimiento; los cocheros aflojaban lasriendas, bajaban sus largos látigos; los caballos animados, sacudiendo subarbada,arrojabanespumaasualrededor,ylasgrupasylosarneseshumeabanen el vapor de agua que atravesaba el sol poniente. Pasando por debajo delArcodelTriunfo,despedían,alaalturadeunhombre,unaluzrojizaquehacíabrillarloscubosdelasruedas,lospestillosdelasportezuelas,elcabodelaslanzas, las anillas de los cabezales; y a los dos lados de la gran avenida(semejanteaunríoenqueondularancrines,vestidos,cabezashumanas), losárboles, enteramente relucientes por la lluvia, se alzaban como dos verdesparedes. El azul del cielo, en lo alto, reapareciendo en determinados sitios,mostrabasuavidadesderaso.

Entonces, Frédéric recordó los días, ya lejanos, en que envidiaba lainapreciabledichadeencontrarseenunodeaquelloscarruajes,alladodeunadeaquellasmujeres.Yahoraposeíaesadichaynoporelloeramásfeliz.

Lalluviahabíacesado.Lostranseúntes,refugiadosentrelascolumnasdelguardamuebles, se iban de allí. Algunos paseantes, en la calle Real, subíanhaciaelbulevar.DelantedelMinisteriodeAsuntosExteriores,unahileradepapanatasseestacionabasobrelasescaleras.

CercadelosBañosChinos,comohabíaalgunoshoyosenelempedrado,laberlinaibamásdespacio.Unhombrequellevabaunpaletódecoloravellanaibaporelbordedelaacera,yensusespaldasfueadarunsalpicónquebrotóde las ruedas.Elhombre sevolvió, furioso;Frédéric sepusopálido,porqueconocióaDeslauriers.

A la puerta del Café Inglés despidió el coche. Rosanette había subidodelantemientrasélpagabaalpostillón.

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Laencontró en la escalera,hablandoconuncaballero.Frédéric cogió subrazo.Pero,enmediodelcorredor,unsegundocaballeroladetuvo.

—Anda—dijo—,enseguidaestoycontigo.

Yélentrósoloenelgabinete.Porlasdosventanasabiertasseveíagenteenlasdelasotrascasas,vis-à-vis.Grandesmanchasdeaguasemovíanaúnenel asfaltodel suelo,que se secaba,yunamagnolia colocada juntoalbalcónembalsamaba la habitación. Aquel perfume y aquella frescura aflojaron susnervios;sedejócaersobreeldivánencarnado,debajodelespejo.

Lamariscalallegóy,besándoleenlafrente,lepreguntó:

—¿Tenemospenas?

—Quizá—replicóFrédéric.

—Noerestúelúnico.

Lo que equivalía a decir: «Olvidemos cada uno las nuestras en unafelicidadcomún».

Después puso en los labios de Frédéric un pétalo de rosa. Aquelmovimiento,deunagraciaycasideunamansedumbre lasciva, enternecióaFrédéric.

—¿Porquémecausaspesar?—dijoél,pensandoenlaseñoraArnoux.

—¿Yo,pesar?

Y en pie, delante de Frédéric, le miraba, frunciendo el entrecejo y conambasmanossobresushombros.

Toda su virtud, todo su rencor, se quebró en una cobardía insondable, ydijo:

—Sí, puesto que no quieres darme tu amor.—Y la atraía para ponerlasobresusrodillas.

Se dejaba ella; él le estrechaba su cintura, excitándose con el frío de suvestidodeseda.

—¿Dóndeestán?—dijolavozdeHussonnetenelcorredor.

Lamariscalaselevantóprecipitadamenteyfueacolocarsealotroextremodelgabinete,deespaldasalapuerta.

Pidióostrasysesentaronalamesa.

Hussonnetnoestuvodivertido.Afuerzadeescribirdiariamentesobretodaclase de asuntos, de oír muchas discusiones y de emitir paradojas paradeslumbrar, había concluido por perder la noción exacta de las cosas,

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cegándose a símismo con susmezquinos petardos. Las dificultades de unavida ligera en otro tiempo, pero embarazosa al presente, le mantenían enperpetua agitación, y su impotencia, que no quería confesarse, le hacíaangulosoysarcástico.Apropósitodelozai,bailenuevo,hizoguerracrudaaladanza, y a propósito de la danza, a los italianos, que por entonces se veíanreemplazados con una compañía de actores españoles, «como si noestuviéramos bastante cansados de los castellanos». Frédéric se disgustó acausadesuamorrománticohaciaEspaña,y,parainterrumpirlaconversación,preguntó por el Colegio de Francia, del cual acababan de excluir a EdgarQuinety aMickiewicz.PeroHussonnet, admiradordeMaistre, sedeclaró afavordelaautoridadyelespiritualismo.Dudaba,sinembargo,deloshechosmejorcomprobados,negabalahistoria,discutíalascosasmáspositivas,hastaexclamar, tratándose de la palabra geometría: «¡Qué broma es eso de lageometría!Todomezcladodeimitacionesdeactores».Sainvilleerasumodelopredilecto.

Aquellas excentricidades fatigaban a Frédéric, que en unmovimiento deimpacienciadioconlabotapordebajodelamesaaunodelosbichillos.Losdossepusieronaladrardeunamaneraespantosa.

—Deberíausteddisponerqueselosllevaran—dijoFrédéricbruscamente.

Rosanettenoteníaconfianzaennadie.EntoncesFrédéricsevolvióhaciaelbohemioyledijo:

—Vamos,Hussonnet,sacrifíqueseusted.

—Sí,sí,amigomío;esoseríamuyamable.

Hussonnetsemarchósinhacersederogar.

¿Dequémanerapagaríansucomplacencia?Frédéricniseocupódeello.Empezabaaalegrarsedelaentrevistacuandoentróunmozo.

—Señora,preguntanporusted.

—¡Cómo!¿Todavía?

—Espreciso,sin,embargo,quevayaaver—dijoRosanette.

Como sentía sed y necesidad, aquella desaparición le pareció un delito,casiunagrosería.¿Quéesloquequería,pues?¿Noteníabastanteconhaberofendido a la señora Arnoux? Peor para esta; eso era aparte. En aquelmomentoaborrecíaatodaslasmujeresyleahogabanlaslágrimasporversuamorignoradoysuconcupiscenciaengañada.

Lamariscalaentró,presentándoleaCisy.

—Heinvitadoaestecaballero.Hehechobien,¿noesverdad?

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—Perfectamente;yalocreo.

Y Frédéric, con sonrisa de ajusticiado, hizo seña al caballero de que sesentara.

Lamariscala se puso a leer la lista de los platos, deteniéndose en estosnombresextravagantes:

—¿Si tomáramos,porejemplo,una ruedadeconejosa laRichelieuyunpudingalaOrléans?

—Nada de Orléans —exclamó Cisy, que era legitimista y creyó haberdichounagracia.

—¿PrefiereustedunrodaballoalaChambord?—repusoella.

AquellagalanteríachocóaFrédéric.

Lamariscalasedecidióporunasencillacazueladecangrejos, trufas,unaensaladadepiñaysorbetesalavainilla.

—Después, veremos. ¡Andando! ¡Ah!, se me olvidaba. Mozo, tráigameustedunsalchichón,perosinajo.

Yllamabajovenalmozo,golpeabaelvasoconsucuchillo,tirabaaltecholasmigasdepanyquisobeberenseguidavinodeBorgoña.

—Nosetomadeesealprincipio—dijoFrédéric.

—Algunasvecessehace,segúnelvizconde.

—No,nunca.

—Sí,desdeluego;seloaseguroausted—intervinoCisy.

—¡Ah!¿Loves?

Lamirada con que acompañó ella aquella frase significaba: «Este es unhombrerico,escúchale».

Lapuertaseabríaacadapaso,losmozoschillabanyenelgabinetedealladoalguienaporreabaunvalssobreuninfernalpiano.

Lascarrerasllevaronluegolaconversaciónatratardeequitaciónydelosdos sistemas rivales. Cisy defendía a Baucher; Frédéric, al conde Aure, yRosanetteseencogiódehombros,diciendo:

—Basta,porDios;élentiendemásquetúdeestascosas.

Mordíaa todoestounagranada,conel codoapoyadosobre lamesa; lasbujías del candelabro, delante de ella, oscilaban con el viento; aquella luzblanquecinadabaasucutistonosnacarados,rosaasuspárpados,brilloasusojos;elrojodelafrutaseconfundíaconelpúrpuradesuslabios,sudelgada

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nariz temblabay toda supersonaofrecía algode insolente, ebrioy ahogadoqueexasperabaaFrédéricyleinfundía,sinembargo,locosdeseos.

Después preguntóRosanette, convoz tranquila, a quién pertenecía aquellandódelibreamarrón.

—AlacondesadeDambreuse—contestóCisy.

—Sonmuyricos,¿noesverdad?

—Sí,muyricos;pormásquelaseñoraDambreuse,queerasencillamentelaseñoritaBoutron,hijadeungobernador,tengaunafortunamodesta.

Su marido, por el contrario, debía reunir muchas herencias. Cisy lasenumeraba;comovisitabaalosDambreuse,conocíasuhistoria.

Frédéric, para disgustarle, se empeñó en contradecirle. Sostuvo que laseñoraDambreusesellamabaDeBoutron;asegurabasunobleza.

—Sea lo que quiera, yo desearía tener su tren —dijo la mariscala,recostándoseensubutaca.

Ylamangadesuvestido,levantándoseunpoco,descubrió,ensumuñecaizquierda,unbrazaleteadornadocontresópalos.

Frédériclovio.

—¡Caramba!

Semiraronlostresysepusieronrojos.

La puerta se entreabrió discretamente, apareció el ala de un sombrero y,después,elperfildeHussonnet.

—Perdonenustedessilesmolesto,enamorados.

Pero se contuvo, sorprendiéndose de ver a Cisy y de que Cisy hubieseocupadosusitio.

Trajeronotrocubierto,ycomoteníamuchahambre,cogíaalazarentrelosrestos de la comida: carne de una fuente, fruta de una cesta; bebía con unamanomientrasseservíaconlaotra,yatodoestodabacuentadesumisión.

Losdostutúsestabaneneldomicilio.Nadanuevoocurríaporallí.Habíaencontradoalacocineraconunsoldado,falsocuento,inventadoúnicamenteparahacerefecto.

Lamariscala descolgó de la percha su capota. Frédéric se precipitó a lacampanilla,gritandodesdelejosalmozo:

—Uncoche.

—Tengoelmío—dijoelvizconde.

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—Pero,caballero…

—Sinembargo,caballero…

Se miraron fijamente en las pupilas, ambos pálidos y las manostemblorosas.

Porfin,lamariscalatomóelbrazodeCisyyledijoaFrédéric,señalandoalbohemio,sentadoalamesa:

—Cuídele usted, que se ahoga, y no quisiera que su sacrificio por misperrillosleocasionaralamuerte.

Lapuertasecerró.

—¿Ybien?—dijoHussonnet.

—Ybien,¿qué?

—Yocreía…

—¿Quéesloqueustedcreía?

—¿Peroesqueustedno…?

Ycompletósufraseconungesto.

—¿Eh?No;jamás.

Hussonnetnoinsistiómás.

Alinvitarseesteacenarsepropusouncometido.Superiódico,queyanosellamabaElArte,sinoLeFlambard,conesteepígrafe:«Artilleros,avuestraspiezas», no prosperaba absolutamente, y tenía deseos de transformarlo enrevista, solo, sin el auxilio deDeslauriers.Habló nuevamente de su antiguoproyectoyexpresósuplandelpresente.

Frédéric, sin entender nada, respondía vagamente, y Hussonnet,empuñandomuchoscigarrosde encimade lamesa,dijo:«Adiós, amigo»,ydesapareció.

Frédéric pidió la cuenta; era sustanciosa, y el mozo esperaba su dinero,servilletaalbrazo,cuandootro,unindividuopálidoqueseparecíaaMartinon,vinoadecirle:

—Dispenseusted;enelmostradorsehanolvidadodeincluirelcoche.

—¿Quécoche?

—Elqueesecaballerotomóantesparallevarlosperrillos.

Ylafisonomíadelmozosealargó,comosicompadecieraalpobrejoven.AFrédéric leentraronganasdegolpearle.Diodepropina losveinte francosqueledevolvieron.

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—Gracias,excelencia—dijoelhombredelaservilletaconungransaludo.

Frédéric pasó el día siguiente rumiando su cólera y su humillación. Sereprochó no haber abofeteado a Cisy. En cuanto a la mariscala, juró novolverlaaver;nofaltabanotrastanbellas,ypuestoqueeranecesariodineroparaposeeresasmujeres,jugaríaalaBolsaelpreciodesufinca,seharíarico,aplastaríaconsulujoalamariscalayatodoelmundo.CuandollególanocheseadmiródenohaberpensadoenlaseñoraArnoux.

—Muchomejor,¿paraqué?

Alotrodía,alasocho,vinoPellerinavisitarle.Comenzóporadmiracionesacercadelmobiliario,delasmonerías.Después,bruscamente,lepreguntó:

—¿Estabaustedenlascarreraseldomingo?

—¡Ah,sí!

Entonces, el pintor clamó contra la anatomía de los caballos ingleses,elogiólosdeGericault,loscaballosdelPartenón.

—IbaconustedRosanette.

Yempezósuelogiodistraídamente.

LafrialdaddeFrédéricledesconcertó.Nosabíacómollegaralpuntodelretrato.

Su primera intención había sido hacer unTiziano. Pero, poco a poco, lavariadacolaboracióndesumodelo le redujo;yhabía trabajadofrancamente,acumulandopastasobrepastayluzsobreluz.AlprincipioRosanetteparecióencantada;suscitasconDelmarinterrumpíanlassesionesydejaronaPellerintiempo bastante para deslumbrarse. Luego se apaciguó la admiración y sepreguntósisupinturanocarecíadegrandeza.HabíavueltoaverlosTizianos,había comprendido la distancia, reconocía su falta y se puso a repasar suscontornos sencillamente. Enseguida había procurado, desgastándolos, perderenellos,mezclarlostonosdelacabezaylosdelosfondos;ylafigurahabíatomado consistencia; las sombras, vigor; todo parecíamás firme. Por fin, lamariscala había vuelto. Hasta se había permitido objeciones; el artista,naturalmente, había perseverado. Después de grandes furores contra sutontería, se dijo que quizá tuviera razón ella. Entonces había comenzado elperíododelasdudas,sacudidasdelpensamientoqueprovocanloscalambresdeestómago,losinsomnios,lafiebre,eldisgustodesímismo;tuvovalorparahacerretoques,aunquesincorazónysintiendoquesuobraeramala.

Selamentabasolodehabersidorechazadodelsalón;despuésreprochabaaFrédéricnohaberidoaverelretratodelamariscala.

—¡Bastantemeimportalamariscala!

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Aquelladeclaraciónleenvalentonó.

—¿Creeríaustedqueaquellabestianoloquiereyaahora?

Loquenodecíaeraque lehabía reclamadomilescudos.Ensuvisita, lamariscala se había preocupado poco de saber quién pagaría, y prefiriendosacardeArnouxcosasmásurgentes,nisiquieralehabíahabladodelasunto.

—Ybien,¿yArnoux?—dijoFrédéric.

Ellalohabíadirigidoaél,peroelantiguocomerciantedecuadrosnoteníaquéhacerdelretrato.

—SostienequeesoperteneceaRosanette.

—Y,enefecto,esdeella.

—¡Cómo!Ellaeslaquemeenvíaausted—replicóPellerin.

Siélhubieracreídoenlaexcelenciadesuobra,quizánohubierapensadoenexplotarla.Perounasuma(yunasumaconsiderable)seríaunmentísa lacrítica, una confirmación para sí mismo. Frédéric, para librarse de esto,inquiriósuscondicionescortésmente.

Laextravaganciadelacifralerebeló,contestando:

—No,¡ah!,no.

—Esusted,sinembargo,suamante;ustedeselquelohapedido.

—Permítameusted;yohesidoelintermediario.

—Peroyonopuedoquedarmeconesoentrelasmanos.

Elartistaseamostazó.

—NolecreíaaustedtanCupido.

—Niyoaustedtanavaro.Servidor.

Acababademarcharse,cuandoSénécalsepresentó.

Frédéric,turbado,hizounmovimientodeinquietud.

—¿Quéhay?

Sénécalcontósuhistoria.

—El sábado, a las nueve, recibió la señora Arnoux una carta que lallamabaaParís;comocasualmentenadieseencontrabaporallíparairaCreilabuscaruncoche,deseabaqueyomismofuera.Loherehusadoporqueesonoentrabaenmisfunciones.Semarchóyvolvióeldomingoporlanoche.AyerporlamañanasepresentaArnouxporlafábrica.Labordelesasehaquejado.Yonoséloquepasóentreellos,peroélhalevantadolamultadelantedetodo

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elmundo.Cambiamosalgunaspalabrasvivas,yenfin,quemepagómicuentayaquíestoy.—Después,deteniéndoseenlasfrases,añadió—:Porlodemás,nome arrepiento; he cumplido conmi deber. No importa; pero usted es lacausa.

—¿Cómo?—exclamóFrédéric,temiendoqueSénécalhubieraadivinado.

Sénécalnadahabíaadivinado,puestoqueañadió:

—Quierodecirquesinustedhubieraquizáencontradocosamejor.

Frédéricsintióunaespeciederemordimiento.

—¿Enquépuedoservirleaustedahora?

Sénécalpedíaunempleocualquiera,unaplaza.

—Estoleesaustedfácil.¡Conoceustedtantagente!ElseñorDambreuse,entreotros,segúnmehadichoDeslauriers.

EsterecuerdodeDeslauriersfuedesagradableparasuamigo.Nopensabavolverporcasade losDambreuse,despuésdesuencuentroenelCampodeMarte.

—Nosoybastanteíntimoenesacasapararecomendaranadie.

Eldemócratapasóaquellanegativaestoicamente,ydespuésdeunminutodesilencio,añadió:

—Todoesto,estoyseguro,procededelabordelesa,ytambiéndesuseñoradeusted,ladeArnoux.

Aquel «de usted» arrancó del corazón de Frédéric lo poco de buenavoluntad que conservaba. Por delicadeza, sin embargo, cogió la llave de suescritorio.

Sénécalledetuvo:

—Gracias.

Después,olvidandosusmiserias,hablódelascosasdelapatria:lascruceshonoríficas prodigadas el día del rey, un cambio de gobierno, los asuntosDrouillard y Bénier, escándalos de la época; clamó contra la clasemedia ypredicóunarevolución.

Un crid japonés, colgado de la pared, detuvo sus miradas. Lo cogió, loexaminóydespuésloarrojósobreelcanapé,conairededisgusto.

—Vaya,adiós.NecesitoiraNotre-Dame-de-Lorette.

—¿Paraqué?

—Porque hoy es el funeral del aniversario de Godefroy Cavaignac. Ese

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muriómanos a la obra. Pero no todo había concluido… quién sabe…—YSénécalalargólamanovalientemente—.Quizánonosvolvamosavernunca.Adiós.

Aquel adiós, repetido por dos veces; aquel entrecejo fruncido alcontemplar el puñal; su resignación y su aire solemne, sobre todo, hicieronsoñaraFrédéric;perobienprontodejódepensarenello.

En lamismasemana leenvió sunotariodelHavreelpreciode su finca:cientosesentaycuatromilfrancos.

Hizodospartesdeldinero:colocólaprimeraenvaloresdelEstadoyfueallevarlasegundaacasadeunagentedecambioparaarriesgarlaenlaBolsa.Comía en los restaurantes de moda, frecuentaba los teatros y procurabadistraerse, cuando Hussonnet le escribió una carta, contándole alegrementeque lamariscala había despedido a Cisy al día siguiente de las carreras. AFrédéricleagradóaquello,sinpreocuparledeporquéelbohemiolenoticiabala aventura.La casualidadquisoque encontrara aCisy tresdíasdespués.Elcaballeropusobuenacarayhastaleinvitóacenarparaelmiércolessiguiente.

Frédéric,enlamañanadeaqueldía,recibióunanotificacióndelalguacil,en laqueelseñorCharles-Jean-BaptisteOudry lemanifestabaque,por fallode los tribunales, había adquirido una propiedad, situada en Belleville,perteneciente al señor Jacques Arnoux, y que estaba pronto a pagar losdoscientosveintitrésmil francos, importede laventa.Peroquede lamismaacta resultaba que la suma de las hipotecas con que se hallaba gravado elinmuebleexcedíaelpreciodelaadquisición,quedandoelcréditodeFrédériccompletamenteperdido.

Todo el mal venía de no haber renovado en tiempo oportuno unainscripción hipotecaria. Arnoux se había encargado de aquella comisión yenseguidalahabíaolvidado.

Frédéric se incomodóconél,ycuandopasó lacólera,dijo:«Despuésdetodo…¿qué?Siesopuedesalvarle,tantomejor;nomemoriréporeso;nohayquepensarmáseneso».

PerorevolviendosuspapelessobrelamesaencontrólacartadeHussonnetyviolaposdata,enquenosehabíafijadolaprimeravez.Elbohemiopedíacincomilfrancos,cifraredondaparaarreglarelasuntodelperiódico.

«¡Ah!¡Loqueeseste,nomefastidia!».

Ysenegóbrutalmenteenunacarta lacónica,despuésdelocualsevistióparairalaMaisond’Or.

Cisy presentó a sus convidados, empezando por el más respetable, uncaballerogruesodepeloblanco:

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—El marqués Gilbert des Aulnays, mi padrino. El señor Anselme deForchambeaux—dijo después (era este un joven rubio y flaco, ya calvo);luego, dirigiéndose a un señor de cuarenta años, de maneras sencillas—:JosephBoffreu,mi primo, y este esmi antiguo profesor, el señorVezou—personajemitadcarretero,mitadseminarista,congrandespatillasyunalevitagrande, abrochada en la cintura por un solo botón, formándole pechera ypechuga.

Cisy esperaba todavía a uno: el barón de Comaing, «que quizá vendrá,aunquenoesseguro».Acadamomentosalía:parecíainquieto;y,porúltimo,alas ocho entraron en una sala magníficamente alumbrada y demasiadoespaciosaparaelnúmerodeconvidados.Cisylahabíaescogidoexpresamente.

Se veía un centro de plata sobredorada, cargado de flores y frutas, enmedio de la mesa, que estaba cubierta de platos de plata, según la antiguamoda francesa; los platitos de entremeses, llenos de salazones y especias,formaban el adorno de todo alrededor; había, de trecho en trecho, jarros devino rosado; cinco copas de diferente tamaño estaban alineadas delante decadasitio,concosasdeusodesconocido,milutensiliosdebocaingeniosos;ysolo para el primer servicio se contaba: una cabeza de sollo rociada dechampán,unjamóndeYorkcontokai,zorzalesalfrito,codornicesasadas,unvol-au-ventbechâmel,unsalteadodeperdicesrojas,yalosdosextremosdetodo esto, hileras de patatas mezcladas con frutas. Una araña y varioscandelabrosalumbrabanlahabitación,colgadadedamascoencarnado.Cuatrocriados de frac negro se hallaban situados detrás de los sillones de tafilete.Ante aquel espectáculo, los convidados se deshicieron en ponderaciones;especialmenteelpreceptor.

—Palabradehonorquenuestroanfitriónhahechoverdaderaslocuras.Estoresultademasiadohermoso.

—¿Esto?—dijo el vizconde deCisy—.Venga, venga.—Ya la primeracucharada,añadió—:RespetableseñorAulnays,¿haidoustedalPalacioRealaverPadreyportero?

—Yasabesquenotengotiempo—contestóelmarqués.

Sus mañanas se dedicaban a un curso de arboricultura; sus noches, alCírculoAgrícola,ytodassustardes,aestudiosenlasfábricasdeinstrumentosaratorios.VivíaenlaSaintongelastrescuartaspartesdelañoyaprovechabasus viajes a la capital para instruirse. Su sombrero de alas anchas, colocadosobreunaconsola,estaballenodefolletos.

CisyadvirtióqueelseñorForchambeauxrechazabaelvinoyexclamó:

—Bebausted, ¡quédemonio!No está usted alegrepor ser esta la últimacomidadesolteroaqueasiste.

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Aloíraquellaspalabras,todosseinclinaron,felicitándole.

—Ylajoven—dijoelpreceptor—seráencantadora,seguramente.

—¡Pardiez! —exclamó Cisy—, pero no importa; hace mal. ¡Es tanestúpidoelcasamiento!

—Hablasligeramente,amigomío—replicóelseñorAulnays,derramandounalágrimaalrecuerdodesudifunta.

YForchambeauxreplicómuchasvecesseguidas,conrisafalsa:

—Ahípararáustedtambién,ahípararáusted.

Cisyprotestó.Élprefería«divertirse,serlibre».QueríaaprenderamanejarlospuñosparavisitarlosbarriosbajosdelaCitécomoelpríncipeRodolfodeLos misterios de París. Sacó de su bolsillo un rompecabezas; trataba conasperezaa loscriados;bebíaexcesivamente,y,paradardesíbuenaopinión,denigraba todos losplatos.Desprecióhasta las trufas, y el preceptor, que sedeleitabaconaquello,dijoconbajeza:

—Estonovaleloqueaquelloshuevosheladosdesuseñoraabuela.

Despuéssepusoahablarconsuvecinoelagrónomo,queencontrabaenlaresidenciadelcampomuchasventajas,aunquenofueramásqueladeeducarasushijosengustossencillos.Elpreceptoraplaudíaaquellasideasyleadulaba,suponiéndoleinfluenciaconsudiscípulo,dequiensecretamentedeseabaserelagentedenegocios.

FrédéricveníallenodemalhumorcontraCisy.

Sunecedadlehabíadesarmado.Perosusgestos,sufigura,todasupersona,alrecordarlelacomidadelCaféInglés,lemolestabamásymás,yescuchabalasobservacionesdesagradablesquehacíaamediavozelprimoJoseph,buenmuchacho,sinfortuna,aficionadoalacazayestudianteconplazadegracia.Cisy,amaneradebroma,lellamó«ladrón»muchasveces.Derepentedijo:

—¡Ah,elbarón!

Entonces entróunapersonade treinta años, que tenía algode rudoen lafisonomía,desueltoensusademanes,conelsombreroenlaorejayunaflorenelojal.Aqueleraelidealdelvizconde.Quedóesteencantadoporsuveniday,excitándolesupresencia,hasta intentóunquidproquo,puesdijoalpasarungallosilvestre:

—EsteeselmejordeloscaracteresdelcampoodeLaBruyère.

EnseguidadirigióalseñorComaingmultituddepreguntassobrepersonasdesconocidasparalosdemás,y,porfin,comodominadoporunaidea,ledijo:

—Digausted:¿hapensadoustedenmí?

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Elotroseencogiódehombros.

—Notieneustededad,niñomío;imposible.

Cisy le había rogado que le presentara en su club. Pero el barón,apiadándosesindudadesuamorpropio,añadió:

—¡Ah!,semeolvidaba.Milfelicitacionesporlaapuesta,querido.

—¿Quéapuesta?

—La que hizo usted en las carreras, de ir en lamisma noche a casa deaquellaseñora.

Frédéricsintiócomolasensacióndeunlatigazo.Peroenseguidasecalmó,alverlafisonomíadesconcertadadeCisy.

En efecto, la mariscala, desde el día siguiente, se arrepintió, cuandoArnoux,suprimeramante,suhombre,sepresentóaquellamañana.

Amboshabíanhechocomprenderalvizcondeque«molestaba»ylehabíandespedidoconpocosmiramientos.

Asíesquehizocomoquenoentendía.Elbarónagregó:

—¿Qué es de ella, de la valiente Rose…? ¿Conserva aún sus hermosaspiernas?—demostrandoconestaspalabrasquelaconocíaíntimamente.

AFrédériclecontrarióeldescubrimiento.

—Nohayporquéruborizarse—dijoelbarón—;esunbonitonegocio.

Cisychasqueólalengua.

—¡Psss…!Notanbonito.

—¡Ah!

—Diosmío,sí.Enprimerlugar,yonoleencuentronadadeextraordinario;ydespués,setienensemejantescuantassequieran,porque,enfin…esdelasquesevenden.

—Noatodoelmundo—contestóacrementeFrédéric.

—¡Secreediferentedelosdemás!—replicóCisy—.¡Québroma!

Ylarisafuegeneralenlamesa.

Frédéricsintióqueleahogabanloslatidosdesucorazónybebiódosvasosdeaguaseguidos.PeroelbarónhabíaconservadobuenrecuerdodeRosanette.

—¿SigueaúnconeltalArnoux?

—Nosénada—contestóCisy—.Noconozcoaeseseñor.

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Añadió,sinembargo,queeraunaespeciedepetardista.

—Unmomento—gritóFrédéric.

—Contodo,lacosaescierta.Hastahatenidounproceso.

—Esonoesverdad.

FrédéricsepusoadefenderaArnoux.Élgarantizabasuprobidad;acabóporcreerenella;inventabacifras,pruebas.Elvizconde,llenoderencor,yqueademás estaba ebrio, se empeñó en sus afirmaciones, tanto que Frédéric lepreguntóseriamente:

—¿Lohaceustedporofenderme,caballero?

Ylemirabaconlaspupilasardientes,comosucigarro.

—¡Oh!, no, de ningún modo; hasta le concedo a usted que tiene algobueno:sumujer.

—¿Laconoceusted?

—¡Caramba!TodoelmundoconoceaSophieArnoux.

—¿Diceusted…?

Cisy,quesehabíalevantado,replicóbalbuciendo:

—Todoelmundoconoceeso.

—¡Cálleseusted;nosonesaslasqueustedvisita!

—Mefelicitodeello.

Frédéricletiróalacarasuplato,quepasóporencimadelamesa,derribódosbotellas, rompióunacompotera,yhaciéndoseañicoscontraelcentro, loquebróentrespedazos,dandoenelvientrealvizconde.

Todos se levantaron para contenerle. Él luchaba gritando, preso de unaespeciedefrenesí;elseñorAulnaysrepetía:

—Cálmense;vamos,queridoniño.

—Peroestoesespantoso—vociferabaelpreceptor.

Forchambeaux,lívidocomolasciruelas,temblaba.

Joseph reíaacarcajadas; losmozos secabanelvinoy recogíandel suelolosrestos,yelbarónfueacerrarlaventana,porqueelruido,apesardelquehacíanloscoches,hubierapodidooírsedesdeelbulevar.

Comotodoelmundoenelmomentodeser lanzadoelplatohablabaa lavez,fueimposibledescubrirlacausadeaquellaofensa,sieraporArnoux,porlaseñoraArnoux,porRosanetteoporotrapersona.

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Lo único cierto era la incalificable brutalidad de Frédéric, quepositivamenterehusóelmanifestarsepesarosodehaberlacometido.

El señor Aulnays procuró dulcificarlo, el primo Joseph, el preceptor, elmismoForchambeaux.DuranteestetiempoelbarónreconfortabaaCisy,que,cediendo a una debilidad nerviosa, derramaba lágrimas. Frédéric, por elcontrario, se irritaba más cada vez, y así se hubieran estado hasta por lamañanasielbarónnohubieradicho,paraterminar:

—Caballero,elvizcondeenviaráasucasadeustedlospadrinos.

—¿Hora?

—Amediodía,silepareceaustedbien.

—Perfectamente,caballero.

Frédéric, una vez fuera, respiró a pulmones llenos.Hacíamucho tiempoque contenía su corazón. Acababa, por fin, de satisfacerlo; experimentabacierto orgullo de virilidad, una superabundancia de fuerzas íntimas que leembriagaban.Necesitabadedospadrinos.Elprimeroenquienpensó fueenRegimbart,dirigiéndoseinmediatamentehaciauncafédelacalleSaint-Denis.Ladelanteraestabacerrada,perobrillabaluzenloscristalesdeencimadelapuerta.Seabrióestayentró,encorvándosemucho.

Una vela de sebo en el borde del mostrador alumbraba la sala desierta.Todos los taburetes, con las patas al aire, estaban colocados encima de lasmesas.Eldueñoy ladueña,conunmozo,cenabanenelángulocercade lacocina; y Regimbart, con el sombrero puesto, participaba de la comida, einclusomolestabaalmozo,queacadabocadoseveíaobligadoavolverseunpoco de lado. Frédéric le contó la cosa brevemente y reclamó su ayuda. Elciudadano empezó por no contestar nada; movía los ojos con aire dereflexionar;diobastantesvueltasporlasala,ydijo,porúltimo:

—Sí,conmuchogusto.

Y una sonrisa homicida desarrugó su ceño, al saber que era un noble eladversario.

—Leharemosandardeprisa;tranquilíceseusted.Enprimerlugar…conlaespada…

—Esquequizá—objetóFrédéric—notengayoelderecho…

—¡Ledigoaustedqueesprecisoescogerlaespada!—replicóbrutalmenteelciudadano—.¿Sabeustedtirar?

—Unpoco.

—¡Ah,unpoco!Veaustedcómoson todos.Ysienten la rabiadedarun

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asalto. ¿Qué prueba la sala de armas? Escúcheme usted: manténgase ustedbien a distancia, encerrándose siempre en círculos, y rompa usted, rompausted. Eso está permitido. Cánsele usted; después, a fondo sobre él,francamente.Y, sobre todo, fueramalicia;nadadegolpesaLaFougère,no;simples,uno,dos, librar laespada,ponerlaendisposicióndedominar ladeladversario.¿Veusted?Volviendoelpuñocomoparaabrirunacerradura.TíoVauthier,demeustedsubastón.¡Ah!Estobasta.

Y empuñó la barrilla que servía para encender el gas, encorvó el brazoizquierdo, dobló el derecho y se puso a tirar bastonazos sobre el tabique.Golpeaba con el pie, se animaba, hasta fingía tropezar con dificultades,gritando:«¿Estás,estásahí?».Ysusiluetaseproyectabaenlapared,consusombreroqueparecíatocareneltecho.Elcafeterodecíadecuandoencuando:«Bravo, muy bien». Su esposa le admiraba también, aunque conmovida; yThéodore, antiguo soldado, permanecía enclavado de embobamiento,viéndole,porqueera,además,fanáticodelseñorRegimbart.

Al día siguiente, temprano, corrió Frédéric al almacén de Dussardier.Despuésdeunaseriedepiezas,todasllenasdetelasmetidasenanaqueles,oextendidasde través sobremesas,mientrasqueenalgunos sitiosperchasdemaderasosteníanchales,lelocalizóenunaespeciedecajaenrejada,enmedioderegistros,yescribiendodepiesobreunpupitre.Elvalientemuchachodejóinmediatamentesutrabajo.

Lospadrinosllegaronantesdelmediodía.Frédéric,porbienparecer,creyóquenodebíaasistiralaconferencia.

El barón y Joseph declararon que se contentarían con las excusas mássencillas. Pero Regimbart tenía por principio no ceder nunca, y queríadefender al señorArnoux (Frédéricno lehabíahabladodeotra cosa).Pidióqueelvizcondediera lassatisfacciones.ElseñorComaingse indignóconlajactancia.Elciudadanonopensabaceder.Laconciliaciónsehizo imposible:sebatirían.

Otras dificultades surgieron, porque la elección de armas legalmentecorrespondíaaCisy,comoofendido.PeroRegimbartsostuvoque,porelenvíodelanota,seconstituíaenofensor.Lospadrinosafirmaronqueunbofetónnoera, sin embargo, la más cruel de las ofensas. El ciudadano discutió laspalabras, puesto que un golpe no era un bofetón. Por último, se decidióconsultar el caso amilitares, y los cuatro padrinos salieron para celebrar laconsultaconoficialesdeuncuartelcualquiera.

SedetuvieroneneldelmuelledeOrsay.ElseñorComaingabordóadoscapitanes y les expuso la cuestión. Los capitanes no comprendieron nada,embrollados con las frases incidentales del ciudadano, y aconsejaron aaquellosseñoresqueescribieranelasunto,despuésde locualdeterminarían.

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Se fueron entonces a un café, y hasta para hacer las cosas con mayordiscreción,designaronaCisyporG,yaFrédéricporunaK.

Luego volvieron al cuartel. Los oficiales habían salido; se presentaron apoco y declararon que, evidentemente, la elección de armas correspondía alseñorG.TodosfueronacasadeCisy.RegimbartyDussardiersequedaronenlaacera.

Cuandoelvizcondeconociólasolución,seturbódetalmanera,quehizoque se la repitieran muchas veces; y cuando el señor Comaing llegó a laspretensionesdeRegimbart,Cisymurmuró«sinembargo»,noestandolejosdeaceptarlas.

Despuéssedejócaerenunabutacaydeclaróquenosebatiría.

—¿Eh?¿Cómo?—dijoelbarón.

EntoncesCisy se entregó a un flujo labial desordenado.Quería batirse atrabuco,aquemarropa,conunasolapistola.

—Osepondráarsénicoenunvasoyseescogeráporsuerte.Estosehacealgunasveces.¡Loheleídoyo!

Elbarón,pocopaciente,deordinario,letratócondureza.

—Esos señores esperan la respuesta de usted. Esto es indecente a laverdad.¿Quéeligeusted,veamos:laespada?

Elvizcondereplicó«sí»porunmovimientodecabeza,ylacitasefijóparaeldíasiguienteenlapuertaMaillot,alassieteenpunto.

Dussardier tenía que volver a sus negocios y Regimbart fue a visitar aFrédéric.

Lehabíandejadotodoeldíasinnoticias,ysuimpacienciasehabíahechointolerable.

—Tantomejor—exclamó.

Elciudadanoquedósatisfechodesuactitud.

—¿Creerá usted que nos exigían excusas? Casi nada, una sola palabra.Peroyolesheenviadolindamenteapaseo.Comodebía,¿noesverdad?

—Indudablemente—dijo Frédéric, aunque pensando que hubiera hechomejorbuscandootropadrino.

Después,cuandoseencontrósolo,repitiómuyaltoymuchasveces:«Voyabatirme.Voyabatirme.Espreciso».

Y como al pasearse por el cuarto se detuviera delante de un espejo yadvirtieraqueestabapálido,sedijo:«¿Tendréquizámiedo?».

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Unaabominableangustia lesobrecogióa la ideade tenermiedosobreelterreno.

«Sinembargo, ¿siyomuriera?Mipadremuriódelmismomodo.Sí;mematarán».

Y,derepente,vioasumadrevestidadenegro; imágenesincoherentessedesenvolvieronensucabeza.Leexasperósupropiacobardía,yseentregóaunparoxismodebravura, auna sedcarnicera.Calmada la fiebre aquella, sesintió con alegría inquebrantable. Para distraerse, se fue a la Ópera, dondehabíabaile.Oyólamúsica,dirigiólosgemelosalasbailarinasybebióunvasodeponcheenelentreacto.

Peroal entrar en su casa, lavistade sugabinete,de susmuebles, dondequizáseencontrabaporúltimavez,leprodujociertadebilidad.

Bajóasujardín.Lasestrellasbrillaban,ylascontempló.Laideadebatirseporunamujerleagrandabaasusojos,leennoblecía.Despuésfueasentarsetranquilamente.

NofueparaCisylomismo.Luegoquesemarchóelbarón,Josephhabíaprocuradoanimarsuespíritu,ycomoelvizcondepermanecierafrío,exclamó:

—Siesqueprefieres,valientemío,quelascosasquedenasí,iréadecirlo.

Cisynoseatrevióadecir«ciertamente»,peroledisgustóquesuprimonoleprestaraaquelserviciosinsiquieramencionárselo.

Deseaba que Frédéric se muriese durante la noche de un ataque deapoplejía o que se produjera una conmoción popular y que hubiera por lamañanatantasbarricadasquequedarancerradastodaslasentradasdelbosquede Boulogne, o que algún acontecimiento impidiera a uno de los padrinosacudiralsitio,porqueelduelonotendríalugarafaltadetestigos.Ledieronganasdeescaparenalgún trenexpreso,acualquierparte.Lamentónosabermedicinaparatomaralgoquesinexponersuvidahicieracreerensumuerte.Yluego,hastadesearponersegravementeenfermo.

Paraoírunconsejo,recibiralgúnauxilio,envióabuscaralseñorAulnays.PeroelexcelentehombresehabíavueltoaSaintonge,poruntelegramaenelqueselenoticiabalaindisposicióndeunadesushijas.Aquellopareciódemalaugurio a Cisy. Felizmente, el señor Vezou, su preceptor, vino a verle.Entoncesseextendió.

—¿Quéhacer,Diosmío,quéhacer?

—Yo,ensulugar,señorconde,pagaríaaunganapánquelepropinaraunapaliza.

—Siempresabríalaprocedencia—contestóCisy.

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Ydecuandoencuandolanzabaungemido.Despuésañadió:

—Pero¿esquetieneunoderechodebatirseendesafío?

—Esunrestodebarbarie.¿Quéquiereusted?

Porcomplacencia,elpedagogoseinvitóasímismoacomer;sudiscípulonoprobóbocado,ydespuésdelacomidaexperimentólanecesidaddedarunavuelta.

Dijo,alpasarpordelantedeunaiglesia:

—¡Sientráramosunmomento…paraver!

ElseñorVezouloestimóoportunoyhastaledioaguabendita.

EraelmesdeMaría;lasflorescubríanelaltar,cantabanlasvocesysonabael órgano. Pero le fue imposible orar, porque las pompas de la religión leinspirabanideasdefuneral,oíacomoelmurmullodelDeprofundis.

—Vayámonos,nomeencuentrobien.

Todalanochelaemplearonenjugaralascartas.Elvizcondeseesforzabaen perder, para conjurar la mala suerte, cosa de que se aprovechó el señorVezou. Al fin, al amanecer, Cisy, que ya no podía más, se echó sobre laalfombraytuvounsueñollenodepesadillasdesagradables.

Si el valor, sin embargo, consiste en querer dominar la debilidad, elvizconde fue valeroso, porque, a la vista de sus padrinos, que vinieron abuscarle, se irguió con todas sus fuerzas, porque la vanidad le hizocomprender queun retroceso le perdería.El señorComaing le cumplimentóporsubuensemblante.

Pero en el camino, el balanceo del coche y el calor del sol matinal leenervaron.Suenergíacayó,ynisiquieradistinguíadóndeestaba.

Elbarónsedivirtióenaumentarsuterror,hablandodel«cadáver»ydelamanera de enterrarlo en la villa, clandestinamente. Joseph replicaba; ambos,juzgandoelasuntoridículo,estabanpersuadidosdequesearreglaría.

Cisy llevaba la cabeza sobre el pecho; la levantó nuevamente e hizoobservarquenohabíantraídomédico.

—Esinútil—dijoelbarón.

—¿Entoncesesquenohaypeligro?

Josephcontestócongravedad:

—Esdeesperar.

Ynadiehablómásenelcoche.

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A las siete y diez minutos llegaron a la puerta Maillot. Frédéric y suspadrinosestabanallí,lostresvestidosdenegro.Regimbartnollevabacorbata;teníaensusmanosunaespeciedecajadeviolón,especialparaaquelgénerode aventuras. Se cambió un saludo frío, y después penetraron todos en elbosque de Boulogne, por el camino deMadrid, para encontrar allí un sitioconveniente.

RegimbartdijoaFrédéric,queibaentreélyDussardier:

—Ybien,¿cómoandamosdemiedo?Sitieneustednecesidaddealgo,nosecontraríeusted;conozcoestascosas.Eltemoresnaturalenelhombre.

Después,envozbaja,añadió:

—Nofumeusted;esodebilita.

Frédéric tiró su cigarro, que le molestaba, y continuó en pie firme. Elvizcondeveníadetrás,apoyadoenelbrazodesusdospadrinos.

Pocostranseúntesencontraron.Estabaelcieloazul,yseoíadetrechoentrecho cómo saltaban los conejos. A la vuelta de una senda, una mujer depañuelohablabaconunhombredeblusa,yenlagranavenida,debajodeloscastaños,algunoscriadosconchalecosdedrilpaseabancaballos.

Cisyrecordabalosdíasfelicesenquemontadosobresualazán,yenelojosu lente, cabalgaba a la portezuela de los carruajes; aquellos recuerdosaumentaban su angustia; una sed intolerable le abrasaba; el susurro de lasmoscasseconfundíaconloslatidosdesusarterias;suspiessehundíanenlaarena;leparecíaqueestabahacíaunainfinidaddetiempoandando.

Los padrinos, sin detenerse, escudriñaban con la vista las dos orillas delcamino. Deliberaron si se iría a la Cruz Catelan o debajo de los muros deBagatela. Por fin tomaron a la derecha, y se detuvieron en una especie decuadro, entre pinos. El sitio fue escogido de manera que quedara divididoigualmente el nivel del terreno. Se señalaron los dos puestos en que losadversariosdebíancolocarse.EnseguidaRegimbartabriólacaja,quecontenía,sobre un forro de badana encarnada, cuatro espadas preciosas, conempuñaduras adornadas de filigranas, hueco el centro del estuche. Un rayoluminoso, atravesando las hojas, cayó encima; y le pareció a Cisy quebrillabancomovíborasdeplatasobreuncharcodesangre.

El ciudadanohizover que erandelmismo largo; tomó la tercerapara élmismo, a fin de separar a los combatientes en caso de necesidad. El señorComaing llevaba un bastón. Hubo un momento de silencio. Se miraron, ytodaslascarasmanifestabanalgodeespantoodecruel.

Frédéricsehabíaquitadosulevitaysuchaleco.JosephayudóaqueCisyhiciera lo mismo; desatada su corbata, se vio a su cuello una medalla

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bendecida,cosaquevalióunarisadecompasiónaRegimbart.

Entonces el señor Comaing (para dejar a Frédéric un instante más dereflexión)intentósuscitaralgunosardides.Reclamóelderechodeponerseunguante,eldecogerlaespadadesuadversarioconlamanoizquierda.

Regimbart,queteníaprisa,noseopuso.Porúltimo,elbarón,dirigiéndoseaFrédéric,dijo:

—Tododependedeusted,caballero.Nuncahaydeshonraenreconocerlaspropiasfaltas.

Dussardieraprobabaconelgesto.Elciudadanoseindignó.

—Se cree usted que estamos aquí para desplumar los patos, ¡eh…! ¡Enguardia!

Losadversariossehallabanunofrenteaotro,susrespectivospadrinosdecadalado.Éldiolaseñal.

—Vamos.

Cisysepusohorriblementepálido.Suhojatemblabaporlapuntacomounlátigo. Su cabeza se caía, sus brazos se separaron, y cayó de espaldasdesvanecido. Joseph le levantó, y poniéndole en las narices un frasco, lesacudía fuertemente.Elvizcondeabrió losojos,ydespués,de repente, saltósobresuespadacomounfurioso.Frédéricconservabalasuya,yleesperaba,lavistafija,altalamano.

—¡Deteneos,deteneos!—gritóunavozqueprocedíadelcamino,almismotiempoqueelruidodeuncaballoalgalope;lacapotadeuncabriolérompíalas ramas; un hombre inclinado hacia fuera agitaba su pañuelo y seguíagritando—:¡Deteneos,deteneos!

El señor Comaing, temiendo una intervención de la policía, levantó subastón:

—Terminemos,pues;elvizcondesangra.

—¿Yo?—dijoCisy.

Enefecto,alcaersehabíadesolladoelpulgardelamanoizquierda.

—Perohasidoalcaerse—contestóelciudadano.

Elbarónfingiónooírle.

Arnouxhabíasaltadodelcabriolé.

—¿Llegodemasiadotarde?No.¡GraciasaDios!

TeníaestrechamenteabrazadoaFrédéric;lepalpaba,lecubríadebesosla

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cara.

—Conozcoelmotivo;haqueridousteddefenderasuantiguoamigo.Esoeshermoso,hermoso. Jamás loolvidaré. ¡Québuenoesusted! ¡Ah,queridohijo!

Lecontemplabayderramabalágrimas,sonriendodefelicidad.ElbarónsevolvióaJosephyledijo:

—Creo que estamos de más en esta pequeña fiesta de familia. Esto haconcluido, ¿no es verdad, señores? Vizconde, ponga usted su brazo encabestrillo;allítieneustedmipañuelo.

Despuésañadiócongestoimperioso:

—Vamos,fueraelrencor;esloqueprocede.

Losdoscombatientesseestrecharonlamanosuavemente.Elvizconde,elseñorComaingyJosephdesaparecieronporunlado,yFrédéricsefueporelotroconsusamigos.

Comoel restaurante deMadridno estaba lejos,Arnouxpropuso ir allí atomarunvasodecerveza.

—Yhastapodríamosalmorzar—dijoRegimbart.

PeroDussardiernoteníabastantetiempo,yselimitaronaunrefrescoeneljardín. Todos experimentaban esa beatitud que sigue a los acontecimientosfelices. El ciudadano, sin embargo, estaba fastidiado con que hubieseninterrumpidoeldueloenelmomentooportuno.

ArnouxlohabíasabidoporuntalCompain,amigodeRegimbart;yporunmovimientodelcorazóncorrióaimpedirlo,creyendo,porotraparte,seréllacausa. Rogó a Frédéric que le suministrara algunos detalles. Frédéric,conmovidoporlaspruebasdesuternura,evitóaumentarsuilusión,ydijo:

—Porfavor,nosehablemás.

Arnoux halló esta reserva muy delicada. Después, con su ligerezaordinaria,pasandoaotroordendeideas,preguntó:

—¿Quéhaydenuevo,ciudadano?

Y se pusieron a tratar de tráficos y vencimientos. Para estar con máscomodidad,hastaseapartaronaotramesaacuchichear.

Frédéricpercibióestaspalabras:

—Vaustedafirmarme…

—Sí,perousted,bienentendido…

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—Lohenegociadoalfinportrescientos.

—Bonitacomisión,afemía.

En resumen, que resultaba claro que Arnoux trataba con el ciudadanomuchascosas.

Frédéricpensóenrecordarlesusquincemilfrancos.Perosurecientepasoprohibíalosreproches,aunlosmássuaves.Porotraparte,estabacansado;elsitionoeraconveniente,yremitióelasuntoparaotrodía.

Arnoux,sentadoalasombradeunligustro,fumabaconairealegre.Alzólosojoshacia laspuertasde losgabinetes,quedabanal jardín,ydijoqueélhabíavenidoallí,enotrotiempo,confrecuencia.

—Nosolo,indudablemente—dijoelciudadano.

—¡Caramba!

—¡Quétunanteesusted!Unhombrecasado.

—¿Yusted?—replicóArnoux,yconsonrisa indulgenteañadió—:Estoysegurodequeestebribónposeeenalgunaparteuncuarto,endonderecibealaschiquitas…

Elciudadanoconfesóqueaquelloeraverdad,conunsencillofruncimientode cejas. Entonces, aquellos dos señores expusieron sus gustos; Arnouxpreferíaahoralajuventud,lasobreras;Regimbartdetestaba«lasremilgadas»yestaba, antes que todo, por lo positivo. La conclusión que dedujo elcomerciantedeporcelanasfuequenodebíatratarseseriamentealasmujeres.

«Sinembargo,amaalasuya»,pensabaFrédéric,volviéndosehaciadondeestabaaquelhombre,queconsiderabamalapersona.Le teníamalavoluntadpor aquel duelo, como si fuera por él por quien hacía un momento habíaarriesgadosuvida.

PeroagradecíaaDussardiersusacrificio;eldependiente,asusinstancias,llegómuyprontoavisitarlediariamente.

Frédéric le prestaba libros: Thiers, Dulaure, Barante, Los girondinos, deLamartine.Elexcelentemuchacholeescuchabaconrecogimiento,yaceptabasusopinionescomolasdeunmaestro.

Unanochellegótodoasustado.

Porlamañana,enelbulevar,unhombrequecorríasinalientotropezóconél,yhabiéndolereconocidocomoamigodeSénécal,lehabíadicho:

—Acabandeprenderle,yyohuyo.

Nada más cierto. Dussardier pasó el día tomando informes. Sénécal se

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hallabaencerradocomosospechosodeatentadopolítico.

Hijodeuncontramaestre,nacidoenLyon,yhabiendotenidoporprofesora un antiguo discípulo de Chalier, en cuanto llegó a París hizo que lepresentaran en la Sociedad de las Familias; y siendo conocidas suscostumbres,lapolicíalevigilaba.Tomóparteenelasuntodemayode1839,ydesde entonces permanecía oscurecido, pero exaltándose cada vez más;fanáticodeAlibaud,mezclandosusodioscontralasociedadalosdelpueblocontralamonarquía,ydespertandotodaslasmañanasconlaesperanzadeunarevoluciónque enquincedíaso enunmes cambiase elmundo.Porúltimo,descorazonadopor lablanduradesushermanos,furiosoconlosretrasosqueoponían a sus sueños y desesperado de la patria, entró como químico en elcomplotdelasbombasincendiarias,ylesorprendieronllevandopólvoraparaensayarenMontmartreunasuprematentativaquerestablecieralaRepública.

NolaqueríamenosDussardier,porquesignificaba,segúncreía,libertadyfelicidaduniversal.Undía,teníaquinceaños,enlacalleTransnonain,delantede una droguería, vio soldados con la bayoneta roja de sangre, con pelospegados a la culata de sus fusiles; desde aquel tiempo le exasperaba elgobiernocomolamismaencarnacióndelainjusticia.Confundíauntantoalosasesinosconlosgendarmes;unespíaequivalíaasusojosaunparricida.Todoelmalrepartidoporlatierraloatribuíacándidamentealpoder,yloaborrecía,con aborrecimiento esencial, permanente, que le llenaba todo el corazón yrefinabasusensibilidad.LasdeclaracionesdeSénécallehabíandeslumbrado.Que fuese o no culpable y odiosa su tentativa, nada importaba. Desde elmomentoenqueeraunavíctimadelaautoridad,eraprecisoservirle.

—Lospareslecondenarán,seguramente.Despuéslellevaránenuncochecelular,comounpresidiario,y leencerraránenMont-Saint-Michel,dondeelgobierno loshacemorir.Austen sehavuelto loco.Steuben seha suicidado.ParaconduciraBarbèsauncalabozolehantiradodelaspiernasydelpelo.Le pateaban el cuerpo, y su cabeza saltaba en cada peldaño de la largaescalera. ¡Qué abominación! ¡Miserables! Le ahogaban sollozos de cólera ydabavueltasporelcuarto,presadeunagranangustia.

—Y habrá que hacer algo. Veamos; yo no sé. Si intentáramos liberarle,¡eh!MientrasleconducenalLuxemburgopodemosarrojarnossobrelaescoltaenelcorredor.Unadocenadehombresresueltospasanporcualquierparte.

Eratallallamadesusojos,queFrédéricseasustó.

Sénécallepareciómásgrandedeloqueélcreía.Recordósussufrimientos,suvidaaustera;sinsentirhaciaélelentusiasmodeDussardier,experimentaba,sinembargo,aquellaadmiraciónqueinspiratodohombrequesesacrificaporuna idea. Se decía que si él le hubiera socorrido, Sénécal no estaría dondeestaba, y los dos amigos buscaron laboriosamente alguna combinación para

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salvarle.

Lesfueimposiblellegarhastaelpreso.

Frédéricseenteródesusuerteporlosperiódicos,ydurantetressemanasfrecuentólosgabinetesdelectura.

Un día, muchos números de Le Flambard cayeron en sus manos. Elartículodefondosehallabaconsagrado,invariablemente,aecharportierraaalgúnhombreilustre.Veníanenseguidalasnoticiasdelmundo,los«sedice».Después, se bromeaba acerca del Odeón, Carpentras, la piscicultura y loscondenados a muerte, cuando los había. La desaparición de un barcosuministrómateriadebromaduranteunaño.Enlaterceracolumna,uncorreode las artes daba en forma de anécdota o consejo reclamos de sastres, concrónicas de salones, anuncios de ventas, crítica de obras, tratando con lamismatintaunvolumendeversosyunpardebotas.Laúnicaparteseriaeralacrítica de los teatros pequeños, en la que se encarnizaban con dos o tresdirectores; y con los intereses del arte se invocaban a propósito de lasdecoraciones,delosfunámbulosodeunadamajovendeLosabandonados.

Frédéricibaatirartodoaquellocuandosusojostropezaronconunartículotitulado «Una gallina huera entre tres cocos». Era la historia de su duelo,contadaconestilovivaracho,campechano.Sereconociósindificultad,porqueledesignabanporuna frasequese repetíamucho:«Un jovendelcolegiodeSenssinsentido».[*]

Hasta le representaban como un pobre diablo de provincias, un oscurobadulaquequetratabadecodearseconlosgrandesseñores.

En cuanto al vizconde, le reservaban el papel simpático; primero, en lacasadonde él se introdujopor fuerza; después, en la apuesta, puestoque sellevabaaladoncella,yfinalmente,sobreelterreno,dondeseconducíacomocaballero.Nosenegaba labravuradeFrédéricprecisamente,perosedabaaentender que un intermediario, el mismo protector, se había presentadoexactamenteenelmomentooportuno.Todoterminabaenunafrase, llenatalvez de perfidias: «¿De dónde viene tu ternura? ¡Problema! Y, como diceBazile,¿quiéndiablosesaquíelengañado?».

Era aquella, sin género de duda, una venganza de Hussonnet contraFrédéric,porhaberlerehusadoloscincomilfrancos.

¿Qué hacer? Si le pedía satisfacción, protestaría el bohemio de suinocencia, y no ganaría nada con ello. Lo mejor era tragar la cosasilenciosamente.Nadie,despuésdetodo,leíaLeFlambard.

Al salir del gabinete de lectura vio gente delante de la tienda de uncomerciantedecuadros.Estabanmirandounretratodemujer,conesta línea

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debajo en letras negras: «Señorita Rose-Annette Bron, perteneciente a donFrédéricMoreau,deNogent».

Era ella, en efecto, poco más o menos, vista de frente, con el senodescubierto, suelto el pelo, y con una bolsa de terciopelo encarnado en lasmanos, mientras que por detrás un pavo real adelantaba su pico hacia elhombro,tapandolaparedconsusgrandesplumasenformadeabanico.

Pellerindispuso laexhibiciónparaobligaraFrédéricalpago,persuadidodequeeracélebre,ydequetodoParís,animándoseensufavor,ibaaocuparsedeaquellamiseria.

¿Sería una conjuración? El pintor y el periodista, ¿se habrían puesto deacuerdo?

Suduelodenadahabíaservido.Seconvertíaenridículo,ytodoelmundoseburlabadeél.

Tresdíasdespués,afinesdejunio,lasaccionesdelNortesubieronquincefrancos,ycomoélhabíacompradodosmilelmesanterior,ganó treintamilfrancos.Aquellacariciadelafortunaleinfundiónuevaconfianza.Sedijoqueno tenía necesidad de nadie, que todas sus contrariedades procedían de sutimidez, de sus vacilaciones. Hubiera debido empezar por la mariscalabrutalmente,rechazaraHussonnetdesdeelprimerdía,nocomprometerseconPellerin; y para demostrar que nada le molestaba, fue a casa de la señoraDambreuse,aunadesusreunionesordinarias.

Enmediodelaantesala,Martinon,quellegabaalmismotiempoqueél,sevolvió,preguntándole:

—¿Cómovienestúaquí?—conairesorprendidoeinclusocontrariadodeverle.

—¿Porquéno?

Y a la vez que procuraba explicarse semejante acogida, Frédéric seadelantóhaciaelsalón.

Laluzeradébil,apesardelaslámparascolocadasenlosrincones,porquelastresventanasgrandes,abiertas,formabantresanchosparalelosdesombranegra.Algunasjardineras,debajodeloscuadros,ocupabanhastalaalturadeun hombre los huecos de las paredes, y una tetera de plata, con su granrecipiente para el agua hirviendo, se divisaba al fondo brillante como unespejo.Seoíaelmurmullodevocesdiscretasyel ruidode losescarpinesalcrujirsobrelaalfombra.

Vioprimerotresfraquesnegros;despuésunamesaredondaalumbradaporunagranbomba,sieteuochomujeresentrajedeverano,yalgomásallá,alaseñoraDambreuse enunabutacamecedora.Su trajede tafetán lila tenía las

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mangasadornadas,abiertas,conbullonesdemuselina,armonizándoseeltonosuavedela telaconelcolordesuscabellos.Sehallabaalgorecostadahaciaatrás,yapoyabalapuntadelpieenuncojín;tranquilacomounaobradeartellenadedelicadeza,comounaflorcultivadaconesmero.

ElseñorDambreuseyunancianodepeloblancosepaseabanalolargodelsalón. Algunos hablaban sentados en los divanes, acá y allá; otros, en pie,formabanuncírculoenelcentro.

Seocupabandevotos,demejoras,demultasycorrecciones;deldiscursode Grandin, de la réplica de Benoist. El tercer partido iba decididamentedemasiadolejos.Elcentroizquierdahubieradebidoacordarsealgomásdesuorigen.Elministeriorecibíagrandesgolpes.Podía,sinembargo, tranquilizarlacircunstanciadequenoseleveíasucesor.Enresumen:quelasituacióneracompletamenteanálogaalade1834.

Como aquellas cosas aburrían a Frédéric, se aproximó a lasmujeres. SehallabaMartinonentreellas,enpie,conelsombrerodebajodelbrazo;lacara,casi de frente, y tan correcta, que parecía porcelana de Sèvres. Tomó unaRevuedesDeuxMondesqueseveíaencimadelamesa,entreunaImitación,deKempis,yunAnuariodeGotha,yjuzgóenvozaltaaunpoetailustre;dijoqueconcurríana lasconferenciasdesanFrancisco; sequejódesu laringeytragabadecuandoencuandounapastilladegoma.Sinembargo,hablabademúsica y se las daba de listo. La señorita Cécile, la sobrina del señorDambreuse,quebordabaunpardepuños, lemirabaconsuspupilasdeazulpálido, ymiss John, la institutriz de nariz roma, había suspendido su labor;ambasparecíanexclamarinteriormente:«¡Quéhermosoes!».

LaseñoraDambreusesevolvióhaciaMartinonyledijo:

—Demeustedmi abanico,queestá sobre aquella consola, allá abajo.Seequivocausted:eselotro.

Selevantóellay,comoélvolvía,seencontraronenmediodelsalón,frentea frente. Le dirigió ella algunas palabras con cierta viveza, reproches,indudablemente,ajuzgarporlaexpresiónaltaneradesufisonomía.Martinonintentó sonreír y fue luego a mezclarse en el conciliábulo de los hombresserios. La señora Dambreuse ocupó de nuevo su sitio y dijo a Frédéric,inclinándosesobreelbrazodesubutaca:

—He visto anteayer a alguien queme habló de usted: el señorCisy. Leconoceusted,¿noesverdad?

—Sí…unpoco.

Derepente,laseñoraDambreuseexclamó:

—¡Duquesa!¡Ah,quédicha!

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Y se adelantó hacia la puerta, al encuentro de una señora viejecita quellevabaun trajede tafetáncarmelitayunagorradeguipuredebridas largas.HijadeuncompañerodedestierrodelcondedeArtoisyviudadeunmariscaldel Imperio, nombrado par de Francia en 1830, se hallaba tan unida a laantigua corte como a la nueva y podía obtener muchas cosas. Los quehablabanenpieledejaronpasoysiguieronluegosudiscusión.

Ahora rodaba sobre el pauperismo, cuyas pinturas todas, según aquellosseñores,eranmuyexageradas.

—Sin embargo—objetó Martinon—, confesemos que la miseria existe.Peroel remedionodependede la ciencianidelpoder.Esestaunacuestiónpuramenteindividual.Cuandolasclasesbajasquierandesembarazarsedesusvicios se librarán de sus necesidades. Que el pueblo sea más moral y serámenospobre.

Según el señor Dambreuse, a nada bueno se llegaría sin unasuperabundanciadelcapital.Luegoelúnicomedioposibleeraeldeconfiar,«comoporsupartequeríanlossaintsimonianos(Diosmío,algobuenotenían;seamosjustoscontodoelmundo),deconfiar,digo,lacausadelprogresoalosquepuedenacrecentarlafortunapública».Insensiblementesevinoatratardelas grandes explotaciones industriales, los ferrocarriles, la hulla. Y el señorDambreuse,dirigiéndoseaFrédéric,ledijoporlobajo:

—Novinoustedparanuestroasunto.

Frédéric alegó una indisposición; pero, comprendiendo que la excusaresultabademasiadotonta,añadió:

—Henecesitado,además,misfondos.

—¿Para comprar un carruaje? —preguntó la señora Dambreuse, quepasabaporallí,conunatazadetéenlamano,ymirándoleduranteunminutoconlacabezaalgoinclinadahaciaatrás.

Le creía ella amante de Rosanette; la alusión estaba clara. Y hasta lepareció a Frédéric que todas las señoras le miraban también desde lejos,cuchicheando.Paraenterarsemejordeloquepensabanse lesaproximó,unavezmás.

Alotroladodelamesa,Martinon,cercadelaseñoritaCécile,hojeabaunálbumdelitografíasquerepresentabancostumbresespañolas.Ibaleyendoenvozaltalosepígrafes:«MujerdeSevilla»,«JardineradeValencia»,«Picadorandaluz», y, llegando una vez hasta lo último de una página, continuó sininterrupción:

—JacquesArnoux,editor.Unodetusamigos,¿eh?

—Cierto—dijoFrédéric,heridoporeltono.

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LaseñoraDambreuseañadió:

—En efecto, unamañana vino usted… para una casa, creo; sí, una quepertenecíaasumujer.

(Aquellosignificaba:«Laamantedeusted»).

Élseruborizóporcompleto,yelseñorDambreuse,queenaquelmomentoseacercaba,agregó:

—Yhastaparecíaustedinteresarsemuchoporellos.

Lasúltimaspalabras acabaronpordesconcertar aFrédéric.Su turbación,queélpensabaveía todoelmundo, ibaaconfirmar lassospechas,cuandoelseñorDambreuseledijo,máscercayentonograve:

—Supongoquenoharánustedesnegociosjuntos.

Protestó Frédéric por movimientos multiplicados de cabeza, sincomprenderlaintencióndelcapitalista,quequeríadarleunconsejo.

Tenía ganas de marcharse. El temor de parecer cobarde le retuvo. Uncriado recogía las tazas de té; la señora Dambreuse hablaba con undiplomático de frac azul; dos jóvenes, uniendo sus frentes, se miraban lassortijas; las demás, sentadas en semicírculo en sus butacas, movíansuavemente sus blancos rostros, adornados de cabelleras negras o rubias;nadie,enfin,seocupabadeél.Frédéricdiomediavueltayporunaseriedezigzagscasilogróalcanzarlapuerta,cuandoalpasarcercadeunaconsolavioencima, entre un vaso de china y lamadera, un periódico doblado. Tiró unpocodeélyleyó:LeFlambard.

¿Quiénlohabríallevado?Cisy.Nadiemás,seguramente.Pero,despuésdetodo, ¿qué importaba? Iban a creer, ya creían todos en el artículo. ¿Por quéaquelencarnizamiento?Unaironíamudaledominaba.Sesentíaperdidocomoenundesierto.PerolavozdeMartinonseelevóydijo:

—Apropósito deArnoux, he leído entre los sospechosos de las bombasincendiariaselnombredeunodesusempleados:Sénécal.¿Eselnuestro?

—Elmismo—contestóFrédéric.

Martinonrepetía,gritandomucho:

—¡Cómo!¡NuestroSénécal!¡NuestroSénécal!

Entonces le preguntaron acerca del complot; su plaza de agregado altribunaldebíaproporcionarledetalles.

Confesó él queno los tenía.Además, él conocíamuypoco al personaje,puessololehabíavistodosotresveces;enresumen, le teníaporunpícaro.Frédéricindignado,exclamó:

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—No,porcierto;esunmuchachomuyhonrado.

—Sin embargo, caballero —dijo un propietario—, una persona queconspiranoeshonrada.

Lamayoríadeloshombresqueestabanallíhabíanservido,porlomenos,acuatro gobiernos, y hubieran vendido a Francia o al género humano paragarantizar su fortuna, evitarse un contratiempo, una dificultad o por simplebajeza únicamente, adoración instintiva de la fuerza. Todos declararon loscrímenes políticos inexcusables. Más bien era preciso perdonar los queprovenían de la necesidad.Y no faltó poner el eterno ejemplo del padre defamilia,robandoeleternopedazodepanencasadeleternopanadero.

Unempleadohastaañadió:

—Yo,caballero,sisupieraquemihermanoconspiraba,ledenunciaría.

Frédéricinvocóelderechoderesistencia,yrecordandoalgunasfrasesquelehabíadichoDeslauriers,citóaDesolmes,Blackstone,lacartadederechosde Inglaterra y el artículo 2 de la Constitución del 91. Y en virtud de estederechoprecisamentesehabíaproclamadolacaídadeNapoleón;se lehabíareconocidoen1830yescritoalacabezadelacarta.

—Además,cuandoelsoberanofaltaalcontrato,lajusticiaexigequeselederribe.

—Peroesoesabominable—exclamólamujerdeungobernador.

Todaslasdemássecallaban,vagamenteespantadas,comosihubiesenoídoel ruidode las balas.La señoraDambreuse se balanceaba en subutacay leescuchabasonriendo.

Unindustrial,antiguocarbonero,procuródemostrarlequelosOrléanseranunaexcelentefamilia;indudablemente,existíanabusos…

—Ybien,¿entonces?

—Pero no deben decirse, señor mío. Si usted supiera cómo todos esosgritosdelaopiniónperjudicanlosnegocios…

—¡Yomeríodelosnegocios!—replicóFrédéric.

La podredumbre de aquellos viejos le exasperaba, y arrastrado por lavalentía que se ampara algunas veces de los más tímidos, atacó a losfinancieros,alosdiputados,algobierno,alrey;tomóladefensadelosárabesy dijo muchas tonterías. Algunos le animaban irónicamente: «Siga usted,continúe»,mientrasqueotrosmurmuraban:«¡Demonio,quéexaltación!».Porfin, juzgó conveniente retirarse, y al marcharse, el señor Dambreuse lemanifestó,aludiendoalaplazadesecretario:

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—Nadahayaúndecidido.Perodespácheseusted.

YlaseñoraDambreuse:

—Hastamuypronto,¿verdad?

Frédéric juzgó ladespedidadeamboscomounaúltimaburla.Sehallabaresuelto a no volver por aquella casa, a no mantener relaciones con todasaquellas gentes. Creía haberlos herido, ignorando qué gran fondo deindiferenciaposeeelmundo.Aquellasmujeres,sobretodo,leindignaban.Niuna siquiera le había sostenido la mirada. Las detestaba por no haberlasconmovido.EncuantoalaseñoraDambreuse,encontrabaélenellaalgoalavezlánguidoysecoqueimpedíadefinirlaconunafórmula.¿Teníaunamante?¿Quéamante?¿Eraeldiplomáticouotro?¿QuizáMartinon?¡Imposible!Sinembargo, sentía contra él una especie de envidia, y hacia ella unamalevolenciainexplicable.

Dussardierfueaquellanoche,comodecostumbre,yleaguardaba.Frédérictenía hinchado el corazón, lo desahogó, y sus lamentos, aunque vagos ydifíciles de comprender, entretenían al excelente muchacho; llegó hasta aquejarse de su aislamiento. Dussardier, con alguna vacilación, propuso ir acasadeDeslauriers.

Frédéric experimentó, al solo nombre del abogado, una extremadanecesidaddevolveraverle.SusoledadintelectualeraprofundaylacompañíadeDussardier,insuficiente.Contestóquearreglaralascosascomoquisiera.

Deslaurierssentíaigualmente,desdesuruptura,unaprivacióndesuvida.Asíquecediósintrabajoalasdemostracionescordiales.

Ambos se abrazaron y se pusieron después a hablar de asuntosindiferentes.

LareservadeDeslauriersenternecióaFrédéric,yparadarleunaespeciedecompensaciónlecontó,aldíasiguiente,lapérdidadesusquincemilfrancos,sin decir que aquellos quince mil francos le estaban destinadosprimitivamente. El abogado no lo dudó, sin embargo. Aquella desdichadaaventura, que le daba la razón en sus prevenciones contraArnoux, desarmóporcompletosurencorynohablódelaantiguapromesa.

Frédéric,engañadoporsusilencio,creyóque lahabíaolvidado.Algunosdíasdespués,lepreguntósinoexistíanmediosderecuperarsusfondos.

Podían discutirse las precedentes hipotecas, atacar a Arnoux comoestelionatario,perseguireldomicilioenperjuiciodelamujer.

—No,no;contraella,no—exclamóFrédéric,ycediendoalaspreguntasdelantiguopasante,confesólaverdad.

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Deslauriersquedóconvencidodequenoladecíacompletamente,sindudapordelicadeza.Aquellafaltadeconfianzalehirió.

Estaban tan unidos, sin embargo, como en otro tiempo, y hasta sentíantantoplacercuandoseencontrabanjuntos,quelapresenciadeDussardierlesmolestaba.Conpretextodecitas,llegaronpocoapocoadesembarazarsedeél.Hay hombres que solo tienen por misión entre los demás la de servir deintermediarios;sepasaporelloscomosobrepuentesysevamáslejos.

Frédéricnoocultabanadaasuantiguoamigo.Lecontóelnegociodelashullas,conlaproposicióndelseñorDambreuse.Elabogadosepusopensativo.

—¡Es singular! Se necesitaría para esa plaza alguien bastante fuerte enderecho.

—Perotúpodrásayudarme—dijoFrédéric.

—Sí…desdeluego;ciertamente.

Enlamismasemanaleenseñóunacartadesumadre.

La señoraMoreau se acusabadehaber juzgadomal al señorRoque,quehabíadadodesuconductasatisfactoriasexplicaciones.Despuéshablabadesufortunaydelaposibilidad,paramásadelante,deunmatrimonioconLouise.

—Esonosería,quizá,malo—dijoDeslauriers.

Frédéric lo aplazó para lejos; el tío Roque, además, era un viejo ratero.Estonoimportabanada,segúnelabogado.

A fines de julio experimentaron una baja inexplicable las acciones delNorte.Frédéricnohabíavendidolassuyasyperdió,deunsologolpe,sesentamil francos. Sus ingresos disminuyeron sensiblemente. Debía: o limitar susgastos,oescogerunaprofesión,ohacerunbuencasamiento.

Entonces,DeslaurierslehablódelaseñoritaRoque.Nadaleimpedíairaver un poco las cosas por sí mismo. Frédéric se hallaba algo fatigado; laprovinciaylacasamaternaleconfortarían.Partió.

ElaspectodelascallesdeNogent,queatravesóalaluzdelaluna,lellevóarecuerdosantiguos,yexperimentabaunaespeciedeangustia,comolosquevuelvendelargosviajes.

Se encontraban en casa de su madre sus conocidos de otro tiempo: losseñoresGamblin,HeudrasyChambrion,lafamiliaLebrun,aquellasseñoritasAuger;además,elseñorRoque,yenfrentedelaseñoraMoreau,enunamesadejuego,laseñoritaLouise,queyaeraunamujer,yqueselevantó,lanzandoun grito. Todos se agitaron. Ella permaneció inmóvil, en pie, y los cuatrocandelabros de plata que estaban sobre la mesa aumentaban su palidez.Cuandovolvióaponerseajugar,temblabasumano.Aquellaemociónlisonjeó

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desmesuradamenteaFrédéric,cuyoorgulloestabaenfermo,ysedijo:«Túmeamas»,ytomandosurevanchaporlossinsaboresquehabíasoportadoallá,sepusoahacerelparisién,elleón,dionoticiasdelosteatros,contóanécdotasdela sociedad, tomadas de los periodiquillos, y deslumbró, finalmente, a suscompatriotas.

Aldíasiguiente, laseñoraMoreauseextendiórespectode lascualidadesdeLouise;despuésenumeró losbosques, las fincasqueposeería.LafortunadelseñorRoqueeraconsiderable.

La había adquirido colocando fondos para el señor Dambreuse; porqueprestabaapersonasqueofreciesenbuenasgarantíashipotecarias,cosaqueleconsentía pedir suplementos o comisiones. El capital, gracias a una activavigilancia,nadaarriesgaba.Porotraparte,eltíoRoquenovacilabajamásanteunaejecución;luegovolvíaacomprarabajopreciolosbieneshipotecados,yel señor Dambreuse, que veía la devolución de sus fondos, hallaba susnegociosbienmanejados.

Pero aquella manifestación extralegal le ligaba a su administrador y nopodía rehusarle cosa alguna.A sus instancias sedebía labuena acogidaquedispensóaFrédéric.

En efecto, el tío Roque ocultaba en el fondo de su alma una ambición.Queríaquesuhijafueracondesa;yparallegarhastaallí,sincomprometerlafelicidaddeLouise,noconocíamáshombrequeaquel.

Por la protección del señor Dambreuse le reintegraría en el título de suabuelo, porque la señora Moreau era hija de un conde de Fouvens,emparentada, además, con las más antiguas familias de la Champán: losLavernade,losd’Étrigny.

Respecto a losMoreau, una inscripción gótica que se veía cerca de losmolinos deVilleneuve-l’Archevêque hablaba de un JacquesMoreau que loshabía reedificado en 1596; y la tumba de su hijo Pierre Moreau, primerescuderodelreyLuisXIV,sehallabaenlacapilladeSaint-Nicolas.

TantanoblezafascinabaalseñorRoque,hijodeunantiguosirviente.Silacorona condal no venía se consolaría con otra cosa; porque Frédéric podríallegar a la diputación cuando el señor Dambreuse fuese nombrado par, yentonces ayudarle en sus negocios, obtenerle suministros, concesiones. Eljoven le agradaba, personalmente. En fin, que le quería por yerno, porquedesde hacía mucho tiempo se había obsesionado con aquella idea, que seagrandabacadavezmás.

AlpresentevisitabalaiglesiayhabíaseducidoalaseñoraMoreauantelaesperanzadel títuloprincipalmente.Sehabíaguardadoella, sinembargo,dedarleunarespuestadecisiva.

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Enresumen,queochodíasdespués,sinquecompromisoalgunosehubieraformado, Frédéric pasaba por ser el «futuro» de la señorita Louise; y el tíoRoque,pocoescrupuloso,losdejabasolosenocasiones.

V

Deslauriers se había llevado de casa de Frédéric la copia del acta desubrogación,conunpoderenformaque leconferíasurepresentaciónplena;perocuandosubiósuscincopisosyestuvosolo,ensu tristegabinete,ensusillóndebadana,lavistadelpapelselladoledescorazonó.

Estaba harto de aquellas cosas y de los restaurantes de un franco consesenta céntimos, de los viajes enómnibus, de sumiseria, de sus esfuerzos.Cogió de nuevo los papeles; algunos otros andaban por allí; y eran losprospectosdelacompañíahullera,conlalistadelasminasyeldetalledesucontenido,queFrédéricledejóparaconocersuopinión.

Una idea se le ocurrió: la depresentarse en casadel señorDambreuseypedirlelaplazadesecretario.Aquellaplazaseguramentenoibaaconcedersesin la adquisición de cierto número de acciones. Reconoció la locura de suproyecto,ysedijo:«¡Oh,no;estaríamalhecho!».

Entonces buscó el medio de que se valdría para cobrar los quince milfrancos. Semejante suma nada suponía para Frédéric. Pero si él la hubieratenido,¡quéalivio!Yelantiguopasanteseindignódequelafortunadelotrofuesegrande.

«Hacedeellaunusodeplorable.Esunegoísta.Yyomeríodesusquincemilfrancos».

¿Porquéloshabíaprestado?PorloslindosojosdelaseñoraArnoux.¡Erasuamante!Deslauriersnolodudaba.Heahíunacosamásparalaquesirveeldinero.Yledominaronpensamientosdeodio.

Después pensó en la persona misma de Frédéric, que siempre habíaejercidosobreélunencantocasifemenino,yprontollegóaadmirarleporunéxitodelqueélseconsiderabaincapaz.

Sinembargo, ¿acaso lavoluntadnoconstituyeel elementocapitalde lasempresasyellatriunfaantetodo…?

«¡Ah,serápreciso!—Peroseavergonzódeaquellaperfidia,yunminutodespuéssepreguntó—:¡Bah!,¿esquetengomiedo?».

La señora Arnoux (a fuerza de oír hablar de ella) había acabado por

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grabarse en su imaginación extraordinariamente. La persistencia de aquelamor le irritaba como un problema. Su austeridad, un tanto teatral, lefastidiabaahora.Porotraparte,lamujerdemundo(olaquejuzgabaportal)deslumbraba al abogado como el símbolo y el resumen de mil placeresdesconocidos.Pobre,anhelabaellujobajosuformamásclara.

«Despuésde todo, si seenfadara,peorparaél.Sehaconducidobastantemal conmigo para que yome contraríe. Nadame confirma que sea ella suamante.Élmelohanegado,luegosoylibre».

Eldeseodeaquellaempresayanoleabandonó.Eracomounapruebadesus fuerzas la que quería hacer. Hasta tal punto que un día, de repente,embetunóélmismosusbotas,compróguantesblancosysepusoencamino,sustituyéndose a Frédéric e imaginándose ser él por una singular evoluciónintelectual,enqueentrabaalavezvenganzaysimpatía,imitaciónyaudacia.

Sehizoanunciarcomo«eldoctorDeslauriers».

La señora Arnoux se sorprendió, porque no había llamado a ningúnmédico.

—Mil perdones; soy doctor en derecho. Vengo en representación de losinteresesdelseñorMoreau.

Aquelnombreparecióturbarla.

«¡Tantomejor!—pensóelantiguopasante—;puestoque lehaqueridoaél, me querrá a mí», animándose con la idea admitida de que es más fácilsuplantaraunamantequeaunmarido.

Habíatenidoelgustodeencontrarlaunavezenelpalaciodejusticia;hastacitó la fecha. Tantamemoria admiró a la señoraArnoux.Y añadió en tonosuave:

—Yateníanustedes…algunasdificultades…ensusnegocios.

Ellanocontestónada,luegoeraverdad.

Sepusoahablardevariascosas:desualojamiento,delafábrica;después,advirtiendoalosladosdelespejoalgunosmedallones,dijo:

—¡Ah! Retratos de familia, sin duda.—Y se fijó en uno de anciana: lamadredelaseñoraArnoux—.Tienetodoelairedeunaexcelentepersona,untipo meridional. —Y a la observación de que era de Chartres, añadió—:Chartres,hermosaciudad.

Elogiólacatedralylaspastasdelaporcelana;luego,volviendoalretrato,encontró en él parecido con la señora Arnoux, y le lanzaba indiscretasadulaciones; ella no se fijó. Tomó él confianza y manifestó que conocía aArnouxdesdehacíamuchotiempo.

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—Es un muchacho excelente, pero que se compromete. Por ejemplo,respectodeestahipoteca,noseconcibeunaligereza…

—Sí,yasé—dijoella,encogiéndosedehombros.

Aquel testimonio involuntario de menosprecio animó a Deslauriers acontinuar.

—Suhistoriadelcaolín,quizáloignoreusted,hapodidoacabarmuymal,einclusosureputación…

Unfruncimientodecejasledetuvo.

Entonces, encerrándose en las generalidades, compadeció a las pobresmujerescuyosespososmalgastabanlafortuna…

—Perosiesdeél,caballero;yonotengonada.

Noimportaba.Nosesabía…Unapersonadeexperienciapodríaservir.Yse explayó en ofrecimientos desinteresados, exaltó sus propiosméritos, y lamirabaalacara,atravésdesusgafas,querelucían.

Unavagaconfusiónlesobrecogía;peroderepentedijo:

—Ruegoaustedqueveamoselnegocio.

Élexhibióellegajo.

—Este es el poder de Frédéric. Con semejante título en manos de unalguacil,quepediríaunacitación,nadamássencillo;enveinticuatrohoras…—Ellapermanecíaimpasible;entonces,élcambiódemaniobra—:Yo,pormiparte,nocomprendoloquelellevaareclamarestasuma,porquelociertoesqueparanadalanecesita.

—¿Cómo?ElseñorMoreauesbastantebuenopara…

—¡Oh!Deacuerdo…

Y Deslauriers emprendió su elogio; después pasó a denigrarle, muysuavemente,considerándoleolvidadizo,avaro.

—Yolecreíaamigodeusted,caballero.

—Eso nome impide ver sus defectos.Así que él agradecemuy poco…¿cómodiríayo?,lasimpatía…

LaseñoraArnouxvolvía lashojasdelgruesocuadernoy sedetuvoparapedirleexplicacióndeunapalabra.

Seinclinóélsobresuhombro,ytancercadeella,querozósumejilla.Ellaseruborizó,ruborqueinflamóaDeslauriers,besándolevorazmentesumano.

—¿Quéhaceusted,caballero?

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Yenpiecontra lapared, laretenía inmóvil,antesusgrandesojosnegrosirritados.

—Escúchemeusted:yolaamo.

Ellalanzóunacarcajada,risaaguda,desesperante,atroz.Deslaurierssintióquelacóleraleestrangulaba.Secontuvo,yconlacaradeunvencidoquepideperdón,dijo:

—¡Ah!Haceustedmal.Yonoobrarécomoél.

—Pero¿dequiénhablausted?

—DeFrédéric.

—¡Eh!ElseñorMoreaumeinquietapoco,yaselohedichoausted.

—¡Oh!Perdón…perdón.—Después,convozmordazydejandocaersusfrases, añadió—: Pues yo creía que se interesaba usted lo bastante por supersonaparasaberconplacer…

Ellasepusopálida.Elantiguopasanteagregó:

—Vaacasarse.

—¡Él!

—Dentro de un mes, lo más tarde, con la señorita Roque, la hija deladministradordelseñorDambreuse.YhastahamarchadoaNogent,soloparaeso.

Llevóella lamanoasucorazón,comosi recibieraelchoquedeungrangolpe;peroinmediatamentetiródelacampanilla.Deslauriersnoesperóquelepusieranenlapuerta.Cuandoellasevolvióhabíadesaparecido.

La señora Arnoux estaba algo sofocada, y se acercó a la ventana pararespirar.

Delotroladodelacalle,enlaacera,unembalador,enmangasdecamisa,clavaba una caja. Pasaban algunos coches de alquiler. Cerró la ventana yvolvió a sentarse. Las altas casas vecinas interceptaban el sol y una fríaclaridadentrabaenlahabitación.Sushijoshabíansalido;nadaasualrededorsemovía.

«Vaacasarse,¿esposible?—Yuntemblornerviosolasobrecogió—.¿Porqué es esto? ¿Es que le amo?—Después, repentinamente, añadió—: ¡Sí, leamo…leamo!».

Le parecía que descendía hasta algo profundo que ya no acabaría.En elrelojdieronlastres;oyóapagarselasvibracionesdeltimbreypermanecióalladodelabutaca,conlaspupilasfijasysiempresonriente.

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Aquella misma tarde, en aquel mismo momento, Frédéric y Louise sepaseabanporeljardínqueelseñorRoqueposeíaalextremodelaisla.LaviejaCatherinelosvigilabadelejos;ibanjuntosyFrédéricledecía:

—¿Recuerdaustedcuandolallevabaalcampo?

—¡Québuenoeraustedconmigo!—contestóella—.Meayudabaustedahacertortasconarena,allenarmiregadera,amecermeenelcolumpio.

—Todassusmuñecasteníannombredereinasomarquesas,¿quéhasidodeellas?

—Nolosé,verdaderamente.

—¿Ysuperrillodeusted,Moricaud?

—Seahogóelpobrecillo.

—¿YaquelDonQuijote,cuyosgrabadospintábamosjuntosconcolores?

—Todavíalotengo.

Lerecordóéleldíadesuprimeracomunióny lobellaqueestabaen lasvísperas con su velo blanco y su gran cirio, mientras desfilaban todosalrededordelcoroysonabalacampana.

Aquellosrecuerdostenían,sinduda,pocoencantoparalaseñoritaRoque;notuvonadaquecontestar,yunminutomástardedijo:

—¡Malo!,queniunasolavezmehadadonoticiassuyas.

Frédéricsedisculpóconsusnumerosostrabajos.

—¿Enqué,pues,seocupausted?

Leturbóuntantolapregunta,ydespuésmanifestóqueestudiabapolítica.

—¡Ya!—Ysinmásinterrogar,añadió—:¡Esoleocupaausted,peroyo…!

Entonceslecontólaaridezdesuexistencia:sinverapersonaalguna,sinelmenorplacer,sinlamáspequeñadistracción.Desearíamontaracaballo.

—Elvicariodicequeesoesinconvenienteparaunajoven.¡Quéneciassonlas conveniencias!En otros tiemposmedejaban hacer cuanto quería; ahora,nada.

—Sinembargo,supadrelaama.

—Sí,pero…

Ylanzóunsuspiroquesignificaba:«Estonobastaamidicha».

Hubouninstantedesilencio,enquenoseoíasinoelcrujidodelaarenabajo sus pies con elmurmullode la cascada, porque elSena,más arribade

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Nogent,sedivideendosbrazos.Elquemuevelosmolinosdesaguaenaquelsitiolasuperabundanciadesusondas,parareunirsemásabajoalcursonaturaldel río;ycuandosevienede lospuentessepercibe,a laderecha,enelotroribazo,undeclivedecéspedquedominaunacasablanca.Alaizquierda,enlapradera,seextiendenlosálamos,yelhorizonte,enfrente,sehallacortadoporuna cueva del río, liso comoun espejo entonces; sobre sus tranquilas aguaspatinaban grandes insectos. Grupos de cañas y juncos lo limitabandesigualmente;todaclasedeplantasechaallísusbotonesdeoro,odejacolgarsus amarillos racimos, oyergue susvarasde floresde amaranto, o forma alazar verdesmazorcas. En una ensenada de lamargen se asentaban algunosnenúfares,yunahilerade añosos sauces,queocultaban trampaspara lobos,erantodaladefensadeljardínporaquelladodelaisla.

Detrás,enelinterior,cuatroparedesyuncaballetedepizarraencerrabanlahuerta, cuyos cuadros de tierra, recientemente labrados, formaban oscurasplantaciones.Lascampanasdelosmelonesbrillabanenfilasobresuestrechacama; las alcachofas, las judías, las espinacas, las zanahorias y los tomatesalternabanhastadarenunpianodeespárragos,queparecíaunbosquecillodeplumas.

Todo aquel terreno había sido, en los tiempos del Directorio, lo quellamaban una locura. Los árboles, desde entonces, habían crecidodesmesuradamente.Laclemátidesemezclabaalossetos,loscaminosestabancubiertos de musgo, por todas partes abundaban las zarzas. Los trozos deestatua desmenuzaban su enlucido debajo de las hierbas. Al andar era fácilenredarse en los pedazos de alguna pieza de alambre. No quedaba ya delpabellónmás que dos habitaciones del piso bajo, con jirones de papel azul.Delantedelafachadaavanzabaunenrejadoalaitaliana,donde,sobrepilaresdeladrillo,unaverjademaderasosteníaunaparra.

Llegaron allí debajo ambos, y como la luz pasaba por los desigualesagujerosdelverde,Frédéric,quehablabaaLouisedelado,observabasobresurostrolasombradelashojas.

Llevabaelmoñodesuscabellosrojosatravesadoporunaagujaterminadaenunaboladevidrioimitandoesmeralda,yapesardesuluto(tannativoerasu mal gusto), pantuflas de paja guarnecidas de raso encarnado, curiosidadvulgar,compradasindudablementeenalgunaferia.

Lasvioélylafelicitóirónicamente.

—Noseríausteddemí—dijoella.

Considerándole después todo entero, en conjunto, desde su sombrero defieltrogrishastasuscalcetinesdeseda,añadió:

—¡Quécoquetónesusted!

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Enseguida le rogó que le indicara algunas obras que leer. Él le designómuchas,yellaagregó:

—¡Quésabioesusted!

Desde muy pequeña sintió uno de esos amores que tienen a la vez lapureza de una religión y la violencia de una necesidad. Él había sido sucamarada,suhermano,sumaestro;habíadistraídosuespíritu,hechopalpitarsu corazón y derramado involuntariamente hasta lo más íntimo de ella unaembriaguezlatenteycontinua.Luego,lahabíadejadoenplenacrisistrágica,apenas muerta su madre, confundiéndose una y otra desesperación. Laausencialehabíaidealizadoensurecuerdo,volvíaconunaespeciedeaureolayellaseentregabaingenuamentealadichadeverle.

PorprimeravezensuvidaFrédéricsesentíaamado,yaquelplacernuevo,queno traspasabaelordende lossentimientosagradables, leproducíacomounaíntimaexpansión.

Unagruesanubecorríaporelcieloenaquelmomento.

—SedirigehaciaParís—dijoLouise—.¿Noesverdadquequisieraustedseguirla?

—¿Yo?¿Porqué?

—¡Quiénsabe!—Ypenetrándoleconunaagudamirada,añadió—:Quizátengaustedallí…—Buscólapalabra—:Algúnafecto.

—Yonotengoafectos.

—¿Seguro?

—Puessí,señorita,seguro.

EnmenosdeunañosehabíaoperadoenlajovenunatransformaciónqueadmirabaaFrédéric.Despuésdeunminutodesilencio,agregó:

—Deberíamostutearnos,comoenotrostiempos,¿quiereusted?

—No.

—¿Porqué?

—Porque…

Insistióél,yellacontestó,bajandolacabeza:

—Nomeatrevo.

Habían llegado al extremo del jardín, hasta la orilla delLivon. Frédéric,portunantería,sepusoatirarpiedras.Ellaleordenóquesesentara;obedecióy,mirandoalacascada,dijo:

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—ComoelNiágara.

Yempezóahablardelascomarcaslejanasydelosgrandesviajes;aellaleencantabalaideadeemprenderlos;nohubieratenidomiedodenada,nidelastempestades,nidelosleones.

Sentados el uno junto al otro, cogían puñados de la arena que teníandelante; después, sin cesar de hablar, la dejaban escapar de susmanos; y elviento cálido que llegaba de las llanuras les traía bocanadas del perfumosolavandayelolordelabreaquesalíadeunabarca,detrásdelaesclusa.Elsoldaba en la cascada; los verdosos bloques de la paredilla por donde el aguacorría aparecían como bajo una gasa de plata continuamente rodando. Unalarga barra de espuma brotaba al pie, cadenciosamente, y luego formabatorbellinos,mil corrientes opuestas, y acababa por confundirse en un solo ylímpidolienzo.

Louisemurmuróqueenvidiabalaexistenciadelospeces.

—¡Debe de ser tan dulce rodar por ahí dentro, a su gusto, sentirseacariciadoportodaspartes!

Yseestremecíaconmovimientosdeunmimosensual.

Perounavozgritó:

—¿Dóndeestás?

—Lacriadallama—dijoFrédéric.

—Bien,bien.

Louisenosemovía.

—Vaaincomodarse—añadióél.

—Meesindiferente,yademás…—LaseñoritaRoquedioaentender,conungesto,quelateníaasudiscreción.

Sinembargo,selevantó;sequejóluegodedolordecabeza,yalpasarpordelantedeunampliocobertizo,llenodeleña,dijo:

—Sinosmetiéramosdebajoalregode…

Élfingiónocomprenderaquellapalabrade jergae inclusobromeósobresu acento. Poco a poco, los extremos de su boca se juntaron, semordía loslabiosyhastaseseparóenfurruñada.

Frédéric se acercó a ella, juró que no había queridomolestarla y que laqueríamucho.

—¿Esoesverdad?—exclamóellamirándole,yconsonrisaqueiluminabatodosusemblante,untantosembradodemanchasdesalvado.

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NoresistióFrédéricaaquellavalentíadesentimiento,a lafrescuradesujuventud,yrepuso:

—¿Porquétehabíadementir?Dudas…¿eh?—Ypasósubrazoizquierdoalrededordesucintura.

Ungrito suave, comoun arrullo, se escapóde su garganta; su cabeza sehizoatrás,desfallecía;él la sostuvo.Y losescrúpulosdesuprobidad fueroninútiles:anteaquellavirgenqueseofrecíatuvomiedo.Laayudóenseguidaadar algunos pasos dulcemente. Sus caricias de lenguaje habían cesado, y noqueriendodecir ya sino cosas insignificantes, le habló de las personas de lasociedaddeNogent.

Derepentelerechazóella,yledijocontonoamargo:

—¡Notendrásvalorparallevarme!

Él permaneció inmóvil, con aire de gran aturdimiento. Rompió ella ensollozos,yhundiendolacabezaenelpecho,añadió:

—¿Puedoyovivirsinti?

Procurabaéltranquilizarla;ellalepusosusdosmanossobreloshombrosparamirarlemejor frentea frente,y fijandoen las suyassusverdespupilas,casiferozmentehúmedas,preguntó:

—¿Quieressermimarido?

—Pero…—replicóFrédéric,buscandoalgunarespuesta—.Sinduda…nodeseootracosa.

EnaquelmomentoaparecióelgorrodelseñorRoquedetrásdeunalila.

Condujoasujovenamigodurantedosdíasalrededordesuspropiedades;yalvolverFrédéricdelpequeñoviaje,encontróencasadesumadretrescartas.

Laprimera eradel señorDambreuse, invitándole a comerpara elmartesprecedente. ¿Por qué aquella cortesía? Luego le habían perdonado sudesahogo.

LasegundaeradeRosanette,queledabagraciasporhaberarriesgadosuvidaporella;Frédéricnocomprendióalprincipioloquequeríadecir;porfin,despuésdemuchosambages,imploraba,invocabasuamistad,confiandoensudelicadeza,derodillas,decía,vistalaurgentenecesidad,ycomosepidepan,un pequeño socorro de quinientos francos. Se decidió a enviárselosinmediatamente.

La terceracartaprocedíadeDeslauriers:hablabade lasubrogaciónyeralarga,oscura.Elabogadonohabíaaúntomadopartidoalguno.Leanimabaano molestarse. «Es inútil que vuelvas», insistiendo sobre esto de manera

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extraña.

Frédéricseperdióentodaclasedeconjeturasyleentrarondeseosdeirse;aquellapretensióndegobernarsuconductaleresolvía.

Porotraparte, lanostalgiadelbulevarempezabaadominarle,ydespués,su madre le daba tal prisa, el señor Roque se movía tanto a su lado y laseñoritaLouiseleamabacontantafuerza,quenopodíapermaneceryamuchotiemposindeclararse.

Teníanecesidaddereflexionar,juzgaríamejorlascosasdesdelejos.

Paramotivarsuviaje,Frédéricinventóunahistoria,ysemarchó,diciendoatodoelmundoquevolveríapronto.

VI

SuregresoaParísnoleprodujoplaceralguno;eraporlanocheafinesdelmes de agosto; el bulevar parecía vacío, los transeúntes se sucedían conceñudossemblantes,a trechosseveíaunacalderadeasfaltoquehumeabaymuchas casas tenían sus persianas enteramente cerradas.Llegó a la suya: elpolvo cubría las colgaduras, y al comer, completamente solo, dominó aFrédéric un extraño sentimiento de abandono; entonces pensó en la señoritaRoque.

Laideadecasarsenoleparecióyaexorbitante.Viajarían,iríanaItalia,aOriente.Ylacontemplabaenpiesobreunmontículo,admirandounpaisaje,obien, apoyada en su brazo en una galería florentina, deteniéndose ante loscuadros. ¡Qué alegría la de ver a aquel delicado ser alegrarse ante losesplendoresdelarteylanaturaleza!Fueradesuentorno,enpocotiemposeríaunaencantadoracompañera.La fortunadel señorRoque le tentaba, además.Sin embargo, semejante determinación le repugnaba como una flaqueza, unenvilecimiento.

Pero estaba enteramente resuelto (a cualquier precio) a cambiar deexistencia;esdecir,anoperdermássurazónenpasionesinfructuosas,yhastavacilaba en cumplir el encargo de Louise de comprar para ella, en casa deJacques Arnoux, dos grandes estatuas policromas que representaran dosnegros, como los había en el gobierno de Troyes. Conocía la marca delfabricante,ynoqueríamásqueaquella.Frédéricteníamiedo,sivolvíaacasadeellos,decaerdenuevoensuantiguoamor.

Aquellas reflexiones le ocuparon toda la noche; cuando iba a acostarseentróunamujer.

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—Soyyo—dijoriendolaseñoritaVatnaz—.VengodepartedeRosanette.

¿Sehabían,pues,reconciliado?

—Dios mío, sí. Yo no soy mala, ya lo sabe usted. Además, la pobrechica…Seríamuylargodecontárseloausted.

En resumen, la mariscala deseaba verle; esperaba una respuesta, puestoquesucartasehabíapaseadodeParísaNogent;laseñoritaVatnaznosabíaloquecontenía.Entonces,Frédéricseinformódelamariscala.

Estabaahoraconunhombremuyrico,unruso,elpríncipeChernukov,quelahabíavistoenlascarrerasdelCampodeMarteelveranopasado.

—Tienetrescarruajes,caballodesilla, librea,groomdechic inglés,casade campo, palco en los Italianos y bastantes cosas más. Ya lo sabe usted,querido.

YlaVatnaz,comosiseaprovecharadeaquelcambiodefortuna,parecíamásalegre,completamentefeliz.Sequitólosguantesysepusoaexaminarlosmuebles y las chucherías. Los tasaba en su justo precio, como un chalán.Deberíahaberleconsultadoparaobtenertodoaquelloenmejorescondiciones,ylefelicitabaporsubuengusto,diciendo:

—¡Ah!Estoeslindo,muybonito.Nohaycomoustedparaestascosas.

Después,percibiendoenelfondodelaalcobaunapuerta,añadió:

—Porahísalenlasmujercitas,¿eh?

Yamistosamente lecogióelmentón.Élseestremecióalcontactodesuslargasmanos,a lavezflacasysuaves.Alrededordesusmuñecasllevabaunbordadodeencaje,ysobreelcuerpodesutrajeverde,pasamanerías,comounhúsar.Susombrerodetulnegro,dealasbajas,ocultabaunpocosufrente;susojos brillaban debajo; un olor de pachulí se escapaba de sus cabellos; lalámpara, colocada sobreunvelador, iluminándoladesdeabajo, comobateríadeteatro,hacíaresaltarsusmandíbulas,yderepente,anteaquellamujerfea,que tenía en la cintura ondulaciones de pantera, Frédéric se sintió presa debrutalesdeseos.

Ledijoellaconvozuntuosa,sacandodesuportamonedastrescuadradosdepapel:

—Vaustedatomarmeesto.

ErantreslocalidadesparaunarepresentaciónabeneficiodeDelmar.

—¿Cómo?¿Él?

—Ciertamente.

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La señorita Vatnaz, sin explicarse más, añadió que le adoraba más quenunca. El cómico, oyéndola, se clasificaba definitivamente entre «laseminencias de la época».Yno era tal o cual personaje el que representaba,sino el genio mismo de la Francia, el pueblo. Tenía «el alma humanitaria;comprendíaelsacerdociodelarte».Frédéric,paralibrarsedeaquelloselogios,ledioeldinerodelastreslocalidades.

—Esinútilquehableustedallídeesto.¡Quétardees,Diosmío!Esprecisoqueledejeausted.¡Ah!Olvidabalasseñas:calleGrange-Batelière,catorce.—Yenelumbral,añadió—:Adiós,hombreamado.

«¿Amado de quién? —se preguntó Frédéric—. ¡Qué persona tansingular!».

Y se acordó de que Dussardier le había dicho un día, respecto de ella:«¡Oh,noesgrancosa!»,comoaludiendoahistoriaspocohonrosas.

Al día siguiente se presentó en casa de lamariscala. Habitaba una casanueva, cuyasmarquesinas se adelantaban hasta la calle.En cadameseta, unespejo a la pared; una jardinera rústica delante de las ventanas, y a todo lolargodelaescalera,untapizdelienzo.

Alentrardefuera,lafrescuradelaescaleraagradaba.

Un individuo vino a abrir; era un lacayo con chaleco encarnado. En labanqueta de la antesala, una mujer y dos hombres, proveedores,indudablemente, esperaban como en el vestíbulo de un ministro. A laizquierda,lapuertadelcomedor,entreabierta,permitíaverbotellasvacíasenlos aparadores, servilletas en el respaldo de las sillas, y paralelamente seextendíaunagalería,dondebastonesdoradossosteníanunaespalderaderosas.Abajo, en el patio, dosmozos con los brazos desnudos limpiabanun landó.Sus voces subían hasta allí con el ruido intermitente de una almohaza quegolpeabancontraunapiedra.

Elcriadovolvió.Laseñora ibaa recibiral señor,y lehizoatravesarunasegunda antesala; después, un gran salón, vestido de brocatel amarillo, concordonesenlosrinconesqueseuníaneneltechoyparecíancontinuadosporlos adornos de la araña, que tenían la forma de cables. Indudablemente, lanocheanteriorhabíahabido fiesta.Sobre lasconsolasquedabacenizade loscigarros.

Por fin, entró en una especie de tocador, al que confusamente daban luzcristales de color. Tréboles de madera tallada adornaban los altos de laspuertas;detrásdeunabalaustrada,tresalmohadonesdepúrpuracomponíanundiványeltubodeunnarguiledeplatinorodabaporencima.

Lachimenea,envezdeespejo,teníaunarmariopiramidal,queostentaba

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ensus tablillas todaunacoleccióndecuriosidades:relojesdeplataantiguos,cornets de Bohemia, broches de pedrería, botones de verde jade, esmaltes,figuras de china, una virgencita bizantina con capa de plata sobredorada, ytodoaquellosefundíaenuncrepúsculodorado,conelazuladodelcolordeltapiz, el nacarado reflejo de los taburetes, el tono leonado de las paredes,cubiertasdecueromarrón.Enlosángulos,sobrepedestales,vasosdebroncecongruposdeflores,quehacíanpesadalaatmósfera.

Rosanette apareció, vestida con una chupa de raso rosa, pantalón decasimirblanco,uncollardepiastrasyuncasqueteencarnadorodeadodeunaramadejazmín.

Frédéric hizo un movimiento de sorpresa; después dijo que llevaba «lacosaencuestión»,presentándoleelbilletedebanco.

Lemiróellamuyabsorta,ycomocontinuabaconelbilleteenlamano,sinsaberdóndeponerlo,dijo:

—Tómelousted.

Locogióella,ydespuésloarrojósobreeldiványcontestó:

—Esustedmuyamable.

EraparapagarunterrenoenBellevue,quesatisfacíaasíporanualidades.Semejante frescuraofendióaFrédéric.Por lodemás, tantomejor;aquello levengabadelpasado.

—Siénteseusted—dijoella—.Ahí,máscerca.—Yañadióentonograve—:En primer lugar, debo darle a usted las gracias, queridomío, por haberarriesgadolavida.

—¡Oh!Esonoesnada.

—¿Cómo?Alcontrario.Esoesmuyhermoso.

Ylamariscalalemanifestóunagratitudembarazosa,porquedebíadesaberporArnoux,queseguramentecederíaalanecesidaddedecirlo,quesehabíabatidoexclusivamenteporél,segúnArnouxseimaginaba.

«Quizáseburledemí»,pensóFrédéric.

Yanoteníanadaquehacer,ypretextandoqueteníaunacita,selevantó.

—No;quédeseusted.

Volvióélasentarseylacumplimentóporsutraje.

Ellacontestóconairedefatiga:

—Es el príncipe, que desea verme así. Y es preciso, además, fumar ensemejantesmáquinas—dijoRosanette,señalandoalnarguile—.¿Quiereusted

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queloprobemos?

Trajeronfuegoy,comoquieraquetodoaquellotardabaenencenderse,sepuso a patalear de impaciencia. Después se sintió presa de languidez ypermanecióinmóvileneldiván,conuncojíndebajodelbrazo,elcuerpoalgotorcido,dobladaunarodillaylaotrapiernarecta.Lalargaserpientedecueroencarnado,queformabaunanilloenelsuelo,serodeabaasubrazo;apoyabalaboquilladeámbarsobresuslabiosymirabaaFrédéric,entornandolosojosatravésdelhumo,cuyasnubeslaenvolvían.LaaspiracióndesupechohacíagorjearelaguaymurmurabaRosanettedecuandoencuando:

—¡Pobremonín,pobrequeridomío!

Procuraba él encontrar un asunto de conversación agradable, y se lepresentólaideadelaVatnaz,diciendoquelehabíaparecidomuyelegante.

—Pardiez—replicó lamariscala—.Esmuy feliz esa con tenerme—sinañadirunapalabramás,tantasrestriccioneshabíaensuspensamientos.

Ambos se sentían cortados y como si se hallaran en presencia de unobstáculo.Enefecto,elduelo,cuyacausasecreíaRosanette,habíalisonjeadosuamorpropio.DespuésseadmirómuchodequeFrédéricnoseapresuraseaprevalersedesuacción,yparaobligarleavenir,inventóaquellanecesidaddelos quinientos francos. ¿Cómo Frédéric no reclamaba en pago un poco deternura?Eraaquelun refinamientoque lamaravillaba,yenunmomentodeexpansión,ledijo:

—¿Quiereustedvenirconnosotrosalosbañosdemar?

—¿Cómonosotros?

—Yoymi pájaro; le haré pasar a usted por un primomío, como en lascomediasantiguas.

—Milgracias.

—Bien,entoncestomaráustedalojamientocercadelnuestro.

Laideadeocultarsedeunhombrericolehumillaba.

—No,esoesimposible.

—Comoustedguste.

Rosanettevolviólacabezayunalágrimacayódesuspárpados.Frédériclapercibió,yparademostrarleinterés,dijoqueseconsiderabadichosodeverlaalfinenposiciónexcelente.

Ella se encogió de hombros. ¿Quién la afligía? ¿Sería, acaso, que no laamaban?

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—¡Oh,amímeamansiempre!—Yañadió—:Faltasaberdequémanera.

Quejándosedelcalorquelaahogaba,lamariscaladesabrochósuchupa,ysinmásvestidoalrededordesusriñonesquesucamisadeseda,inclinóhaciaatráslacabeza,conunairedeesclavallenadeprovocaciones.

Un hombre de egoísmo menos reflexivo no hubiera pensado que elvizconde, el señor Comaing u otro pudiera sobrevenir. Pero Frédéric habíasido burlado demasiadas veces por aquellas mismas miradas paracomprometerseaunanuevahumillación.

Quiso ella conocer sus relaciones, sus diversiones, y hasta llegó ainformarsedesusnegocios,yaofrecerseaprestarledinerosi lonecesitaba.Frédéric,quenadateníaquehaceryaallí,cogiósusombrero.

—Vamos,querida,quesediviertaustedmuchoensuviaje;hastalavista.

Movióellalosojosydespués,entonoseco,dijo:

—Hastalavista.

Volvióapasarporelsalónamarilloypor lasegundaantesala.Enellaseveía sobre una mesa, entre un vaso lleno de tarjetas y un escritorio, uncofrecillodeplatacincelada:¡eraeldelaseñoraArnoux!Sintióentoncesunestremecimientoy,a lavez,elescándalodeunaprofanación.Tentaciones ledierondeponerenélsumano,deabrirlo.Tuvomiedodequelevieranysemarchó.

FrédéricfuevirtuosoynovolviómásacasadeArnoux.

Envióasucriadoparaquecompraralosdosnegros,haciéndoletodaslasrecomendaciones indispensables, y la caja que los contenía salió aquellamisma noche para Nogent. Al día siguiente, dirigiéndose hacia casa deDeslauriers,alavueltadelacalleVivienneydelbulevar,seencontrócaraacaraconlaseñoraArnoux.

El primer movimiento de ambos fue hacerse atrás; después, la mismasonrisaasomóensuslabiosysereunieron.Duranteunminuto,ningunodelosdoshabló.

Elsoldabaenella,ysufiguraoval,suslargaspestañas,suchaldeencajenegro, moldeando la forma de sus hombros; su traje de seda, de gola depichón; el ramo de violetas en la punta de su capota, todo le pareció deextraordinarioesplendor.Unasuavidadinfinitaexhalabansushermososojos,ybalbuciendolasprimeraspalabrasqueseleocurrieron,dijoFrédéric:

—¿CómoestáArnoux?

—Bien.Muchasgracias.

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—¿Ysushijos?

—Estánperfectamente.

—¡Ah…ah!Quéhermosotiempotenemos,¿noesverdad?

—Magnífico,ciertamente.

—¿Vaustedahacerrecados?

—Sí.—Yconunalentainclinacióndecabeza,añadió—:¿Adiós?

Nolehabíaalargadolamanonilehabíadirigidounasolafraseafectuosa,ni siquiera le había invitado a ir a su casa. ¡Qué importaba! No hubieracambiadoaquelencuentropor lamásgratadesusaventuras; ibasaboreandosudulzuraportodoelcamino.

Deslauriers, sorprendido, al verle, disimuló su despecho, porqueconservaba por obstinación alguna esperanza con la señoraArnoux, y habíaescrito a Frédéric que permaneciera en Nogent para estar más libre en susmaniobras.

Dijo,sinembargo,quesehabíapresentadoencasadeellaparasabersisucontratoestipulabalacomunidad;entonceshubierapodidorecurrirsecontralamujer, «y ella ha puesto una cara singular cuando le he hablado de tumatrimonio».

Pero¡quéinvención!

—Eraprecisoparademostrarlequeteníasnecesidaddetuscapitales.Unapersonaindiferentenohubierasentidolaespeciedesíncopequesintió.

—¿Deveras?—exclamóFrédéric.

—¡Ah,amigomío,carotevendes!Séfranco,vamos.

UnainmensacobardíadominóalenamoradodelaseñoraArnoux.

—Puesno…teaseguro…mipalabradehonor.

Aquellas blandas negativas acabaron de convencer a Deslauriers, que lecumplimentó,pidiéndoledetalles.Frédéricnolosdioyhastaresistióaldeseodeinventarlos.

Encuantoalahipoteca,ledijoquenohicieranadayesperase.Deslaurierslemanifestóqueleparecíamal,einclusofuebrutalensusobservaciones.

Además,estabamássombrío,malévoloeirasciblequenunca.SienunañonocambiabalafortunaseembarcaríaparaAméricaoselevantaríalatapadelossesos.Semostraba,enfin,tanfuriosocontratodoydeunradicalismotanabsoluto,queFrédéricnopudomenosdedecirle:

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—TeparecesaSénécal.

Deslauriers, con este motivo, le manifestó que había salido de Sainte-Pélagie porque el sumario no suministró bastantes pruebas, sin duda, paraprocesarle.

Por laalegríadesu libertad,Dussardierquiso«darunponche»,yrogóaFrédéric «que fuese de ellos», advirtiéndole de todos modos que allíencontraríaaHussonnet,quesehabíamostradoexcelenteconSénécal.

Enefecto,LeFlambardsehabíahechoórganodeunaagenciadenegocios,quedecíaensusprospectos:«Agenciadeviñedos,depublicidad,decobrosynoticias,etcétera…».Peroelbohemiotemíaquesuindustriaperjudicaraasuconceptoliterario,yhabíatomadoalmatemáticoparaquellevaralascuentas.Aunque la plaza fuera mediana, Sénécal, sin ella, se hubiera muerto dehambre. Frédéric, no queriendo afligir al bravo dependiente, aceptó suinvitación.

Dussardier,contresdíasdeanticipación,habíaenceradoporsímismolosladrillosdesubuhardilla, limpiandolabutacaychimenea,enlaqueseveía,bajounglobo,unrelojdealabastroentreunaestalactitayuncoco.Comosusdoscandelerosysupalmatorianoeransuficientes,habíapedidoprestadasalconserje dos velas; y aquellas cinco luminarias brillaban sobre la cómoda,cubiertacontresservilletas,paraquesoportaramásdecentementemacarrones,bizcochos,unbriocheydocebotellasdecerveza.Enfrente,adosadaalaparedempapeladadeamarillo,unpequeñoarmariodecaobaconteníaLasfábulasdeLachambeaudie, Los misterios de París, el Napoleón de Norvins, y en elcentrodelaalcobasonreía,ensumarcodepalisandro,elrostrodeBéranger.

Los convidados eran, además de Deslauriers y Sénécal, un recientefarmacéutico,queno tenía los fondosnecesariosparaestablecerse,un jovendesucasadecomercio,unencargadodedesignarlospuestosenmercadosyferias para los vinos, un arquitecto y un señor empleado de los seguros.Regimbartnohabíapodidoir,yseleechódemenos.

Acogieron a Frédéric con grandes demostraciones de simpatía: todosconocían,porDussardier,suspalabrasencasadelseñorDambreuse.Sénécalsecontentóconalargarlelamanoconairedigno.

Estabaapoyadoenlachimenea.Losdemás,sentadosyconlapipaenloslabios,leoíandiscutiracercadelsufragiouniversal,dedondedebíaresultareltriunfo de la democracia, la aplicación de los principios del Evangelio.Además,elmomentoseacercaba;losbanquetesreformistassemultiplicabanenlasprovincias:elPiamonte,Nápoles,laToscana…

—Eso es verdad—dijoDeslauriers, cortándole en redondo la palabra—.Estonopuededurarpormástiempo.

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Ysepusoadescribirelcuadrodelasituación.

Habíamos sacrificado a Holanda para obtener de Inglaterra elreconocimiento de Luis Felipe, y aquella famosa alianza inglesa se habíaperdidograciasalosmatrimoniosespañoles.EnSuiza,Guizot,aremolquedelaustríaco, sostenía los tratados de 1815. La Prusia, con su Zollverein, nospreparabadificultades.LacuestióndeOrientecontinuabapendiente.

—EsonoesrazónparaqueelgranduqueConstantinoenvíeregalosaldeAumalepara fiarsemuchodeRusia.Encuantoal interior, jamássehavistomayor ceguedad,mayor tontería. Lamismamayoría no se sostiene ya. Portodaspartes,enfin,esoes,segúnlaconocidafrase,nada,nada,nada.Yantevergüenzastantas—proseguíaelabogado,poniendosuspuñosenlascaderas—sedeclaransatisfechos.

Aquella alusión a un voto célebre provocó aplausos. Dussardier destapóunabotelladecerveza:laespumamanchólascortinas,peroélnosepreocupó;alargó las pipas, cató el brioche, ofreció, bajó muchas veces para ver si elponche iba a llegar, y no tardaron en exaltarse, pues todos tenían contra elpoderigualexasperaciónviolentaysinotracausaqueelodioala injusticia,mezclandoalasculpaslegítimaslosmásneciosreproches.

El farmacéutico gimió acerca del deplorable estado de nuestra flota. Elcorredor de seguros no toleraba los dos centinelas del mariscal Soult.Deslauriers denunció a los jesuitas, que acababan de instalarse en Lille,públicamente.SénécalexecrabaaúnmásaCousin,porqueeleclecticismo,queenseñaaobtenerlacertidumbredelarazón,desarrollaelegoísmo,destruyelasolidaridad; el tratante de vinos, comprendiendo poco aquellas materias,observómuyaltoqueseolvidabademuchasinfamias.

—Elvagónrealdelalíneadelnortedebedecostarochentamilfrancos.

—¿Quiénlospagará?

—Sí,¿quiénlospagará?—replicóelempleadodecomercio,furiosocomosihubieransacadoaqueldinerodesubolsillo.

Siguieron las recriminaciones contra los lobos terribles de la Bolsa y lacorrupción de los funcionarios.Debía elevarse aúnmás la acusación, segúnSénécal, y dirigirse primero contra los príncipes, que resucitaban lascostumbresderegencia.

—¿No han visto ustedes últimamente a los amigos del duque deMontpensier volver de Vincennes, ebrios indudablemente, y turbar con suscancionesalosobrerosdelarrabaldeSaint-Antoine?

—Hastasehagritado«¡Abajolosladrones!»—dijoelfarmacéutico—.Yoestabaallíygritétambién.

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—¡Tanto mejor! El pueblo, al fin, se despierta, después del proceso deTeste-Cubières.

—A mí ese proceso me ha dado pena—dijo Dussardier—, porque esodeshonraaunantiguosoldado.

—¿Sabenustedes—añadióSénécal—quésehadescubiertoencasadeladuquesadePraslin…?

PerolapuertaseabriódeunpuntapiéyentróHussonnet.

—¡Salud,señoresmíos!—dijo,sentándosesobrelacama.

No sehizo alusión alguna a su artículo, quepor suparte lamentaba, porhaberlezurradofuertelamariscalaapropósitodeél.

Venía de ver, en el teatro de Dumas, El caballero de la Casa Roja, yencontrabaaquellofastidioso.

Semejante juicio admiró a los demócratas, porque aquel drama, por sustendencias, sus decoraciones más bien, halagaba las pasiones. Protestaron.Sénécal,paraterminar,preguntósilapiezaservíaalademocracia.

—Sí…quizá;peroesdeunestilo…

—Puesentoncesesbuena.¿Quéeselestilo?Laideaesloprincipal.—YsindejarquehablaraFrédéric,añadió—:DecíayoqueenelasuntoPraslin…

Hussonnetleinterrumpió.

—Unachuchónmás.¡Cuántomefastidiaeso!

—Y a otros, además —replicó Deslauriers—. ¡Ese negocio ha hechorecoger nada más que cinco periódicos! Escuchen ustedes esta nota. —Ysacando su libro de memorias, leyó—: «Hemos sufrido, desde elestablecimiento de la mejor de las repúblicas, mil doscientos veintinueveprocesoscontra laprensa,dedondeha resultadopara losescritores: tresmilciento cuarenta y un años de prisión, con la ligera suma de siete millonescientodiezmilquinientosfrancosdemulta».Esgracioso,¿eh?

Todos se sonreían amargamente. Frédéric, tan animado como los demás,repuso:

—La democracia pacífica tiene su proceso contra tu folletín, que es unanovelatituladaDepartedelasmujeres.

—Vamosbien—dijoHussonnet—. ¡Sinosprohíbennuestrapartede lasmujeres…!

—Pero¿quées loquenoestáprohibido?—exclamóDeslauriers—.EstáprohibidofumarenelLuxemburgo,prohibidocantarelhimnoaPíoNoveno.

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—¡Si hasta se prohíbe el banquete de los tipógrafos!—articuló una vozsorda.

Era la del arquitecto, oculto por la sombra en la alcoba, y hasta aquelmomentosilencioso.AñadióqueenlasemanapasadahabíancondenadoaunllamadoRougetporultrajesalrey.

—SalmoneteRougetestáfrito—dijoHussonnet.

Aquellagraciapareciódel todo inconvenienteaSénécal,que le reprochópordefender«aljuglardelayuntamiento,alamigodeltraidorDumouriez».

—¿Yo?Alcontrario.

ÉlencontrabaaLuisFelipenecio,guardianacional,lomástenderoygorrodealgodónquepudieraimaginarse.Yponiendolamanosobreelcorazón,elbohemiopronunciólasfrasessacramentales:«Siempreconnuevoplacer…Lanacionalidadpolacanoperecerá…Secontinuaránnuestrosgrandestrabajos…Dadme dinero para mi modesta familia…». Todos se reían mucho,proclamándoleunmuchachodelicioso,llenodeingenio;laalegríaseredoblóantelavistadeunaponcherallenaqueuncafeterollevó.

Lasllamasdealcoholylasdelasbujíascalentaronprontolahabitación;yla luz de la buhardilla, atravesando el patio, iluminaba enfrente el alero deltejado, con el tubo de una chimenea que se alzaba recta y negra en laoscuridad.Hablabanmuy alto, todos a la vez; se habían quitado las levitas,tropezabanconlosmuebles,chocabanlosvasos.

Hussonnetgritó:

—Hagan ustedes subir grandes señoras para que esto sea más torre deNesle,concolorlocalyrembrandtesco,¡caray!

Yelfarmacéutico,quebebíaponcheindefinidamente,entonóaplenavoz:

—«Tengo dos grandes bueyes en mi establo, dos grandes bueyesblancos…».

Sénécallepusolamanosobrelaboca,porquenogustabadeldesorden;ylos inquilinos se asomaban a las ventanas, sorprendidos por aquel ruidoinsólitoquesalíadelalojamientodeDussardier.

El excelente muchacho era feliz, y dijo que aquello le recordaba lasmodestas sesiones de otro tiempo, en elmuelleNapoleón;muchos faltaban,sinembargo,comoPellerin…

—Podemospasarsinél—observóFrédéric.

YDeslauriersseinformódeMartinon.

—¿Quéhaceeseinteresantecaballero?

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Al punto, Frédéric, desahogando lamala voluntad que le tenía, atacó suingenio,sucarácter,sufalsaelegancia,elhombreentero.Eratodountipodealdeano,improvisadoseñorito,laaristocracianueva,laburguesía,novalíaloquelaantigua,lanobleza.Sosteníaaquella,ylosdemócratasaprobaban,comosiélhubieraformadopartedelauna,yhubieranfrecuentadolosotroslaotra.Quedaronencantadosdeél.Elfarmacéuticohastalecomparóad’AltonShée,que,aunquepardeFrancia,defendíalacausadelpueblo.

La hora de marcharse había llegado. Todos se separaron con grandesapretones de manos; Dussardier, por ternura, acompañó a Frédéric yDeslauriers.Desdequeestuvieronenlacalle,elabogadoparecíareflexionar,ydijodespuésdeunmomentodesilencio:

—¿Aborrecesmucho,pues,aPellerin?

Frédéricnoocultósurencor.

Elpintorhabíaretirado,sinembargo,delamuestraelfamosocuadro.Nodebíanindisponerseporfruslerías.¿Paraquéhacerseunenemigo?

—Hacedidoaunminutodemalhumor,excusableenunhombrequenotieneuncéntimo.Túpuedescomprendereso.

YDeslaurierssubióasucasa,peroeldependientenoabandonóaFrédéric,yhastaleexcitóaquecompraraelretrato.Enefecto,Pellerin,desesperadodeintimidarle,leshabíapreparadoparaqueporsusgestionestomaralatela.

Dussardier volvió a hablar de ella. Insistió. Las pretensiones del artistaeranrazonables.

—Estoysegurodequequizámediantequinientosfrancos…

—¡Ah…dáselos,tómalos!—dijoFrédéric.

Aquellamisma noche le llevaron el cuadro. Le pareciómás abominableaúnquelaprimeravez.Lasmediastintasylassombrassehabíanaplomadoconlosretoquesdemasiadonumerosos,yparecíanoscurecidosconrelaciónalasluces,quepermanecíanbrillantesatrechosydesentonabanelconjunto.

Frédéric se vengó de haberlo pagado denigrándolo amargamente.Deslauriers lo creyó bajo su palabra y aprobó su conducta, porqueambicionaba siempre constituir una falange de la que sería el jefe; ciertoshombres se regocijaban de hacer a sus amigos cosas que les sondesagradables.

Frédéric, apesarde todo,nohabíavueltoacasade losDambreuse.Doscapitales le faltaban,yestodaría lugara infinitasexplicaciones;vacilabaendecidirse.¿Tendríaquizárazón?Nadaeraseguro,ahora,nielnegociodelashullas ni otro alguno; era preciso abandonar aquella sociedad; por fin,

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Deslauriers le separó de la empresa.A fuerza de odio se volvía virtuoso; y,además,queríamásaFrédéricenlamedianía.Deesamanerapermanecíasuigualyenmásíntimacomunicaciónconél.

LacomisióndelaseñoritaRoquehabíasidomuymalejecutada.Supadrele escribió, suministrándole las más precisas explicaciones, y finalizaba sucartaconestabroma:«Ariesgodeponerleaustedmelancólico».

Frédéric no tenía más remedio que volver a casa de Arnoux. Subió alalmacén y no vio a nadie. La casa de comercio se hundía, y los empleadosimitabanlaincuriadelprincipal.

Dejó a un lado el largo armario, cargado de porcelanas, que ocupaba deuno a otro extremo de la habitación; después, llegado al fondo, delante delescritorio,pisómásfuerteparahacerseoír.

ElportierselevantóyapareciólaseñoraArnoux.

—¡Cómo!¿Ustedaquí,usted?

—Sí—balbucióella,algoturbada—.Buscaba…

Vio un pañuelo cerca del pupitre, y adivinó que había bajado a lahabitacióndesumaridoparaacallarsindudaalgunainquietud.

—Pero…¿tieneustedquizánecesidaddealgo?—preguntóella.

—Pocacosa,señora.

—Estosdependientessonintolerables;siempreestánausentes.

No había que condenarlos; por el contrario, se felicitaba de lacircunstancia.

Ellalemiróirónicamente.

—Ybien,¿yesematrimonio?

—¿Quématrimonio?

—Eldeusted.

—Yo,jamásenmivida.

Hizoellaungestodeincredulidad.

—Y aun cuando eso fuera… uno se refugia en la medianía, pordesesperacióndelohermosoqueunohasoñado.

—Notodoslossueñosdeusted,sinembargo,erantan…cándidos.

—¿Quéquiereusteddecir?

—Cuandosepaseabaustedenlascarrerascon…¡personas!

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Maldijoalamariscala;perounrecuerdoacudióasumenteydijo:

—Peroustedmisma,enotro tiempo,me rogóque laviera, en interésdeArnoux.

Yellareplicómoviendolacabeza:

—Yustedseaprovechabadeesoparadistraerse.

—Olvidemos,porDios,todasesastonterías.

—Esjusto,puestoquevaustedacasarse.

Yreteníaunsuspiro,mordiéndoseloslabios.

Entoncesélgritó:

—Le repito a usted que no. ¿Puede usted creer que yo, con misnecesidadesdeinteligencia,miscostumbres,vayaaescondermeenprovinciasparajugaralascartas,vigilartrabajadoresypasearmeenzapatillas?¿Conquéotro objeto, entonces? Le han contado a usted que era rica, ¿no es verdad?¡Bah,yomeríodeldinero!Esquedespuésdehaberdeseadocuantohaydemásbello,demástierno,demásencantador,unaespeciedeparaísoenformahumana,ycuandoloheencontrado,porfin,eseideal,cuandoesavisiónmeoculta las demás…—Y cogiéndole la cabeza con ambas manos empezó abesarlelospárpados,repitiendo—:No,no;jamásmecasaré,jamás,jamás.

Ellaaceptabaaquellascariciasabsortaporlasorpresayporelgozo.

Lapuertadelalmacén,deloaltodelaescalera,seabrió.Elladiounsaltoypermaneció con la mano extendida como para pedirle silencio. Seaproximaronpasos;después,alguiendijodesdefuera:

—¿Estáahílaseñora?

—Adelante.

La señora Arnoux tenía el codo sobre el escritorio, y movía una plumaentrelosdedos,tranquilamente,cuandoeltenedordelibrosalzóelportier.

Frédéricselevantó.

—Señora, tengo el honor de saludarla. El servicio estará pronto, ¿no esverdad?¿Puedocontarconello?

Ellanadarespondió;peroaquellamudacomplicidadinflamósurostrodetodoslosruboresdeladulterio.

Al día siguiente volvió a casa de ella, y fue recibido. Con el fin deperseguir susventajas, inmediatamente, sinpreámbulo,Frédéric empezóporjustificarsedelencuentroenelCampodeMarte.Solo lacasualidad lehabíahecho tropezar con aquellamujer.Admitiendo que fuese linda (cosa que no

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era cierta), ¿cómo podía detenerse en ella su pensamiento, ni aun por unminuto,puestoqueamabaaotra?

—Losabeustedbien;selohedichoausted.

LaseñoraArnouxbajólacabeza.

—Sientoquemelohayausteddicho.

—¿Porqué?

—Las más elementales conveniencias exigen ahora que yo no vuelva averle.

Protestóéldelainocenciadesuamor.Elpasadorespondíadelporvenir:sehabía prometido no perturbar su existencia, no aturdirla con suslamentaciones.

—Peroayermicorazónsedesbordaba—dijoFrédéric.

—Nodebemospensarmásenaquelmomento,amigomío.

—Sinembargo,¿quémalhabríaenquedospobresseresconfundieransutristeza?—Ydespués—:Porqueustedtampocoesfeliz.¡Oh,yolaconozcoausted! No tiene usted a nadie que comprenda la necesidad de afecto, desacrificio que usted siente. ¡Yo haré todo lo que usted quiera! ¡No laofenderé…selojuro!

Y se dejó caer de rodillas, a su pesar, aplanado por un peso interiordemasiadograve.

—Levánteseusted—dijoella—.Lequiero.

Yledeclaróquesinoobedecía,nolavolveríaavernunca.

—¡Ah,ledesafíoausted!—repusoFrédéric—.¿Quéesloquetengoquehaceryoenelmundo?Losdemásseesfuerzanporlariqueza,lacelebridad,elpoder.Yonotengoestado;ustedesmiocupaciónexclusiva;todamifortuna,elobjeto,elcentrodemiexistencia,demispensamientos.¡Yonopuedovivirsinusted,comonopodríavivirsinelairedelcielo!¿Esquenosienteustedlaaspiracióndemialmasubirhastaladeusted,yquedebenconfundirse,yquemueroporrealizarlo?

LaseñoraArnouxsepusoatemblarviolentamente.

—Váyaseusted,seloruego.

Laexpresiónperturbadade su semblante ledetuvo.Despuésadelantóunpaso,peroellasehizoatrás,yjuntandolasdosmanosdijo:

—¡Déjemeusted,ennombredelcielo,porgracia!

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YFrédériclaamabadetalmodo,quesalió.

Muy pronto se encolerizó consigo mismo, se reconoció un imbécil, yveinticuatrohorasdespuésvolvió.La señoranoestaba.Permaneció sobre lamesa, aturdido de furor e indignación.Arnoux se presentó y le dijo que sumujer,aquellamismamañana,sehabíamarchadoparainstalarseenunacasitadecampoquealquilabanenAuteuil,porqueyanoposeíanladeSaint-Cloud.

—Estaesunamásdesushumoradas.Enfin,puestoqueesoleagrada,yamítambién,¡tantomejor!¿Cenaremosjuntosestanoche?

Frédéricalegóunnegociourgente,yenseguidacorrióaAuteuil.

LaseñoraArnouxdejóescaparungritodealegría.Entoncestodosurencordesapareció.

Frédéric no habló de su amor. Para inspirarle mayor confianza, hastaexageró su reserva, y cuando preguntó si podría volver, ella contestó: «Sinduda»,ofreciendosumano,quecasialpuntoretiró.

Él, desde entonces, menudeó sus visitas. Prometía al cochero gruesaspropinas. Pero, con frecuencia, la lentitud del caballo le impacientaba, y sebajaba,y,sinaliento,subíaenunómnibus.¡Cómodesdeñabalascarasdelasgentessentadasenfrentedeél,yquenoibanacasadeella!

Reconocíadesdelejossucasa,enunaenormemadreselvaquecubríaporun solo lado las tejas. Se trataba de una especie de chalet suizo, pintadoderojo, con unbalcón exterior.Había en el jardín tres viejos castaños, y en elcentro,sobreunaelevación,unquitasoldepajasostenidoporeltroncodeunárbol.Bajo lapizarrade losmuros,unagruesaparramal sujetacolgabaporalgunoslados,comouncabledestrozado.Lacampanilladelaverja,unpocofuerte, prolongaba su repique, y había que esperar siempre mucho tiempohasta que venían. Cada vez que esto pasaba sentía una angustia, un temorindeterminado.

Despuésoíacrujirenlaarenalaspantuflasdelacriada;obienelmismoArnouxsepresentaba.Undíallegóhastadetrásdeella,queagachadasobreelcéspedbuscabavioletas.

El carácter de su hija la había obligado a meterla en un convento. Suchiquillopasabalastardesenunaescuela.Arnouxcelebrabalargosalmuerzosen el Palacio Real con Regimbart y el amigo Compain. Ningún fastidiosopodíasorprenderlos.

Estabadecididoaquenodebíanpertenecerse.

Aquella convivencia, que les garantizaba del peligro, facilitaba susexpansiones.

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Ellalecontósuexistenciadeotrotiempo,enChartres,casadesumadre;su devoción hacia los doce años; después, su furor por la música, cuandocantabahastalanoche,ensucuartito,desdedondeseveíanlasmurallas.Éllecontósusmelancolíasenelcolegio,ocómoensucielopoéticoresplandecíaun rostro de mujer, de tal suerte que al verla por primera vez, la habíareconocido.

Aquellosdiscursosnoabrazaban,generalmente,sinolosañosdesutrato.Él lerecordabadetalles insignificantes,elcolordesu trajeen talépoca;quépersonasehabíapresentadotaldía;loqueellahabíadichoenciertaocasión,yellacontestabaporcompletomaravillada:

—Sí,lorecuerdo.

Sus gustos, sus juicios eran losmismos.Amenudo el que escuchaba alotroexclamaba:

—¡Yotambién!

Despuésveníanlasquejasinterminablescontralaprovidencia:

—¿Porquéelcielonolohaquerido?¡Sinoshubiéramosencontrado…!

—¡Ah,siyohubierasidomásjoven!—suspirabaella.

—No,younpocomásviejo.

Yseimaginabaunavidaexclusivamentefecundaparallenarlasmásvastassoledades, abundante en todas las alegrías, desafiando todas lasmiserias, enquelashorashubierandesaparecidoenunacontinuadaexpansióndesímismo,yquehabríaproducidoalgoderesplandecienteyelevadocomolapalpitacióndelasestrellas.

Casisiempreestabanalaire libre,en loaltode laescalera.Lascimasdelos árboles, amarillentos por el otoño, se alzaban ante ellos, desigualmente,hasta el borde del pálido cielo; o bien iban al extremo de la avenida, a unpabellónqueteníaporúnicomuebleuncanapédelienzogris.Puntosnegrosmanchabanelespejo;lasparedesexhalabanolorahúmedo,yallípermanecíanhablando de sí mismos, de los demás, de no importaba qué, encantados.Algunas veces, los rayos del sol, atravesando la celosía, pendían desde eltecho hasta las piedras, como las cuerdas de una lira; brumas de polvorevoloteabanentreaquellasbarras luminosas.Ellaseentreteníaenapartarlasconsumano;Frédéricselacogíasuavementeycontemplabaelenlacedesusvenas,losporosdesupiel,laformadesusdedos,cadaunodeloscualeseraparaél,másqueunacosa,casiunapersona.

Le daba ella sus guantes; la semana siguiente, su pañuelo. Le llamaba«Frédéric»; él la llamaba «Marie», adorando aquel nombre, expresamentehecho,decía,para ser suspiradoenéxtasis,yqueparecía contenernubesde

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incienso,decapasderosas.

Llegaron a fijar de antemano el día de sus visitas, y saliendo como porcasualidad,ibaabuscarlealcamino.

Ella no hacía nada para excitar su amor, perdida en esa indolencia quecaracterizalasgrandesdichas.Durantetodalaestaciónllevóuntrajedeestarpor casa, de seda oscura, adornado con terciopelo delmismo color; vestidoancho,queconveníaalasuavidaddesusactitudesydesufisonomíaseria.Porotraparte,empezabaelmesdeagosto,elmesdelasmujeres,épocaalavezdereflexiónyternura,enquelamadurezqueempiezacolorealamiradadeunallama más profunda, cuando la fuerza del corazón se mezcla con laexperienciadelaviday,alfindesudesarrollo,elsercompletosedesbordaderiquezas en la armonía de su belleza. Jamás había tenido mayor dulzura,mayorindulgencia.Seguradenodesfallecer,seabandonabaaunsentimientoque le parecíaunderecho conquistadopor suspenas. ¡Aquello era, además,tan bueno y tan nuevo! ¡Qué abismo entre la grosería de Arnoux y lasadoracionesdeFrédéric!

Éltemblabaantelaideadeperderporunapalabratodoloquecreíahaberganado,diciéndosequepuedellegarunaocasión,peroquenosecorrigejamásunanecedad.Queríaqueellasediera,ynotomarla.Laseguridaddesuamorle deleitaba comoun precedente de la posesión, y después el encanto de supersona le turbabamáselcorazónque lossentidos.Eraaquellaunabeatitudindefinida,unatalembriaguez,quehastaseolvidabadelaposibilidaddeunadichaabsoluta.Lejosdeellaledevorabanfuriosasangustias.

Muyprontohuboensusdiálogosgrandesintervalosdesilencio.Aveces,una especie de pudor sexual les hacía ruborizarse uno ante otro. Todas lasprecaucionesparaocultarsuamorlodenunciaban;cuantomayorsehacía,másreservadas eran susmaneras.Con el ejercicio de talmentira se exasperó susensibilidad. Gozaban deliciosamente del perfume de las hojas húmedas,sufríanvientodeleste;sentíanirritacionessincausa,presentimientosfúnebres;unruidodepasos,elcrujidodeunamadera,lesocasionabaespantos,comosihubiesen sido culpables; se veían lanzados a un abismo; una atmósferatormentosa losenvolvía,ycuandose leescapabanaFrédéric lamentaciones,seacusabaasímisma.

—Sí,hagomal.¡Parezcounacoqueta!Novengaustedmás.

Entoncesrepetíaéllospropiosjuramentos,queescuchabaellasiempreconplacer.

SuregresoaParísylascomplicacionesdeldíadelañonuevosuspendieronuntantosusentrevistas.Cuandovolviómostrabaensusmanerasalgodemásatrevido. Salía ella a cada paso para dar órdenes, y recibía, a pesar de sus

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ruegos, a cuantos venían a verla. Se entregaban entonces a conversacionessobreLéotade,Guizot,elPapa, lainsurreccióndePalermoyelbanquetedelduodécimo distrito, que inspiraban inquietudes. Frédéric se desahogabadeclamandocontraelpoder;porquedeseaba,comoDeslauriers,un trastornouniversal: taleraporentoncessuacritud.LaseñoraArnoux,porsuparte,seponíasombría.

Su marido, prodigando las extravagancias, mantenía una obrera de lamanufactura,alaquellamabanlabordelesa.LaseñoraArnouxselocontóellamisma a Frédéric. Él quería sacar de allí un argumento, «puesto que latraicionaban».

—¡Oh,nomepreocupaesonada!—dijoella.

Aquella declaración le pareció afirmar completamente su intimidad.¿DesconfiabadeArnoux?

—No;ahorano.

Ylecontóqueunanochelosdejósolos,yvolvióaescuchardetrásdelapuerta, y como ambos hablaban de cosas indiferentes, desde aquel tiempovivíaencompletaseguridad.

—Yconrazón—dijoamargamenteFrédéric.

—Indudablemente.

Mejorhubierahechonoarriesgandosemejantefrase.

Un día no estaba ella en casa a la hora en que él acostumbraba ir, y loconsiderócomounatraición.

Se enfadó, después de ver las flores que tenía siempre colocadas en unvasodeagua.

—¿Dóndequiereustedqueestén?

—Ahíno.Porlodemás,ahíestánmenosfríamentequeensucorazón.

Algún tiempo más tarde le reprochó por haber asistido la víspera a losItalianos sin avisarle. Otros la habían visto, admirado, amado quizá;deteniéndose Frédéric en aquellas sospechas, únicamente para atormentarlacon sus quejas; porque empezaba a aborrecerla, y lo menos que lecorrespondíaeraunapartedesussufrimientos.

Una tarde, hacia mediados de febrero, la sorprendió muy conmovida.Eugène se quejaba de la garganta. El doctor había dicho, sin embargo, queaquello no era nada: un fuerte constipado, la gripe. Frédéric se admiró deltrastornodelniño.Noobstante,tranquilizóasumadre,citandoelejemplodemuchoschiquillosdesuedadqueacababandepasarsemejantesafecciones,y

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securaronmuypronto.

—¿Deveras?

—Sí,seguro.

—¡Oh,québuenoesusted!—Ylecogiólamano;éllaestrechóenlasuya.

—Déjelausted.

—¿Quéimportasiesalqueconsuelaaquienustedlaofrece…?Mecreeustedentodasestascosas,ydudausteddemí…cuandolehablodemiamor.

—Nodudo,pobreamigomío.

—¿Por qué esa desconfianza, como si fuera yo un miserable, capaz deabusar…?

—¡Oh,no…!

—Siyotuvierasiquieraunaprueba…

—¿Quéprueba?

—Laqueseconcedealprimeroquellegase;laqueamímismomehabéisconcedido.

Y le recordó que una vez habían salido juntos, en un crepúsculo deinvierno,entiemponublado.Todoaquelloestabaahorayamuylejos.¿Quiénleimpedíamostrarsedesubrazodelantedetodoelmundo,sintemorporsupartenisegundaintenciónporlasuya,nohabiendonadieasualrededorparaimportunarlos?

—Sea—dijoella,conunavalentíaquedejóestupefactoaFrédéric.

Perorepusovivamente:

—¿Quiereustedque la espere en la esquinade la calleTronchet yde lacalleFerme?

—Diosmío,amigomío—balbuciólaseñoraArnoux.

Sindarletiempoparareflexionar,añadióél:

—Elmartespróximo,¿eh?

—¿Elmartes?

—Sí;entredosytres.

—Allíestaré.

Y volvió su rostro, en un movimiento de bochorno. Frédéric puso loslabiosensunuca.

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—¡Oh, eso no está bien hecho! —dijo ella—. No haga usted que mearrepienta.

Seseparóéltemiendolamovilidadordinariadelasmujeres.Después,enelumbral,murmurósuavemente,comocosaenteramenteconvenida:

—Hastaelmartes.

Bajóellalosojosdemaneradiscretayresignada.

Frédéric tenía un plan.Esperaba que,merced a la lluvia o el sol, podríahacerladetenerseenunportal,entraríaenlacasa.Lodifícileraencontrarunaexcusa.

Empezósusinvestigaciones,yhaciaelcentrodelacalleTronchetleyódelejosunanuncioquedecía:«Habitacionesamuebladas».

El mozo, comprendiendo su intención, le enseñó inmediatamente, en elentresuelo, una sala y un gabinete con dos salidas. Frédéric lo tomó por unmesypagóporadelantado.

Después se fue a tres tiendas, para comprar la más rara perfumería;adquirióuntrozodeguipuredeimitaciónparasustituirelhermosocubrepiésde algodón encarnado, y escogió un par de pantuflas de raso azul; solo eltemordeparecergrosero lemoderóen suscompras;volvióconellas,yconmayor devoción que los que levantan altares, cambió los muebles de sitio,arregló él mismo las cortinas, puso leña en la chimenea, violetas sobre lacómoda,yhubieradeseadoalfombrardeoroelcuarto:«Mañanaes—sedecía—.Sí,mañana, no sueño».Y sentía palpitar fuertemente su corazón ante eldeliriodesuesperanza;luego,cuandotodoestuvoapunto,semetiólallaveenelbolsillo,comosiladicha,queallívagaba,hubierapodidoescaparse.

Unacartadesumadreleaguardabaensucasa:

«¿Por qué tan larga ausencia? Tu conducta empieza a parecer ridícula.Comprendoque,enciertamedida,vacilarasalprincipioanteestaunión;¡sinembargo,reflexiona!».

Yprecisaba las cosas; cuarenta y cincomil libras de renta.Además, «sehablabadeesto».YelseñorRoqueesperabaunarespuestadefinitiva.

En cuanto a la joven, su posición era verdaderamente difícil: «Te amamucho».

Frédéric arrojó la carta sin acabar de leerla, y abrió otra deDeslauriers.«Mi antiguo amigo: La pera está madura. Según tus promesas, contamoscontigo.NosreunimosmañanaalamanecerenlaplazadelPanteón.EntraporelcaféSoufflot.Esprecisoquetehableantesdelamanifestación».

«¡Oh!Conozcobiensusmanifestaciones.Milgracias;tengounacitamás

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agradable».

Aldíasiguiente,desdelasonce,Frédéricsalió.Queríadarlaúltimaojeadaa los preparativos. Después, ¿quién sabe?, podría ella anticiparse por unacircunstanciacualquiera.AldesembocarenlacalledeTronchetoyódetrásdela Madeleine un gran clamoreo, avanzó y vio al fondo de la plaza, a laizquierda,gentesdeblusaydelaclasemedia.

En efecto, por un manifiesto publicado en los periódicos, estabanconvocados en aquel sitio todos los suscriptores al banquete reformista. Elministerio, casi inmediatamente, había dictado un bando prohibiéndolo. Lavíspera la oposición parlamentaria había renunciado a verificarlo; pero lospatriotas, que ignoraban aquella resoluciónde los jefes, habían acudido a lacita, seguidos de gran número de curiosos. Una diputación de las escuelashabíaidoantesacasadeOdilonBarrot.EnaquelmomentosehallabanenelMinisteriodeAsuntosExteriores;ynosesabíasielbanquetetendríalugar,sielgobiernoejecutaríasuamenaza,sisepresentaríanlosguardiasnacionales.Seaborrecíaalosdiputadoscomoalpoder.Lamuchedumbreaumentabamásymás,cuandoderepentevibróenlosaireselcantodeLaMarsellesa.

Eralacolumnadelosestudiantesquellegaba.Marchabanalpaso,endosfilas,conirritadoaspecto,desnudaslasmanosygritandotodosporintervalos:

—¡Vivalareforma!¡AbajoGuizot!

Los amigos de Frédéric seguramente estaban allí. Iban a verle y aarrastrarle.SerefugióvivamenteenlacalleArcade.

CuandolosestudiantesdierondosvueltasporlaMadeleine,bajaronhaciala plaza de la Concorde, que estaba llena de gente, y la muchedumbreamontonada;parecía,desdelejos,uncampooscilantedepiedrasnegras.

Enaquelmomentosoldadosdelíneaseordenaronenbatalla,alaizquierdadelaiglesia.

Losgrupos, sinembargo, sedetenían.Paraacabar,agentesdepolicía,depaisano, prendían a los más levantiscos y los llevaban a la prevención,brutalmente.Frédéric,apesardesuindignación,permaneciómudo;hubieranpodido prenderle como a los demás y habría faltado a la entrevista con laseñoraArnoux.

Poco tiempo después aparecieron los cascos de los municipales, ygolpearonasualrededorconelsabledeplano.Uncaballerosecayó;corrieronaauxiliarle,yencuantoelcaballeroestuvoenlasilla,todoshuyeron.

Entonces se hizo un gran silencio. La fría lluvia, que había mojado elasfalto,yanocaía.Sealejaban lasnubes,blandamenteheridasporelvientodeloeste.

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Frédéric se puso a recorrer la calle Tronchet, mirando hacia adelante yhaciaatrás.

Lasdossonaron,porfin.

«¡Ah! Ahora es—se dijo—. Sale de su casa. Se acerca». Y un minutodespués:«Yateníatiempodehabervenido».Hastalastresprocurócalmarse.«No;aúnnotarda.Unpocodepaciencia».

Y,paraentretenerse,examinabalaspocastiendasqueseveían:unlibrero,unsillero,unalmacéndeobjetosdelujo.Prontoconociólosnombresdelasobras, todos los arneses, todas las telas.Los comerciantes, a fuerzadeverlepasar y repasar continuamente, se admiraron, primero; después, asustados,cerraronsusescaparates.

Indudablemente, había tenido un impedimento, y sufría por él también.Pero ¡qué alegría en el acto! Porque iba a venir, eso era cierto. «Me lo haprometido».Sinembargo,unaangustiaintolerablelesobrecogía.

Por un movimiento absurdo, entró en el hotel, como si hubiera podidoencontrarse allí. En aquelmismo instante llegaría quizá a la calle; y escapóhaciaella.¿Nadie?Yvolvióarecorrerlaacera.

Sefijabaenlashendidurasdelasbaldosas,enlabocadeloscanales,enloscandelabros, en los números de encima de las puertas. Los más pequeñosobjetos se convertían en compañeros suyos, o más bien en espectadoresirónicos;ylasfachadasregularesdelascasasleparecíaninexorables…Sentíafríoenlospies,ycomosisevieraagobiado.Larepercusióndesuspasos legolpeabaelcerebro.

Cuando vio que eran las cuatro en su reloj experimentó un vértigo, unespanto. Intentórepetirversos,calcularcualquiercosa, inventarunahistoria.Imposible;laimagendelaseñoraArnouxledominaba.Teníaganasdecorrerasuencuentro.Pero¿quécaminotomaríaparanocruzarse?

Llamó a un mozo de esquina, le puso en la mano cinco francos y leencargó que fuera a la calle Paradis, en casa de Jacques Arnoux, paraaveriguardelportero«siestabalaseñora».Despuésseplantóenlaesquinadela calle Ferme y la calle Tronchet, de manera que las pudiese versimultáneamente. Al fondo de la perspectiva, en el bulevar, se deslizabanconfusasmasas.Avecesdistinguíaelpenachodeundragón,unsombrerodemujer,yalargabasuspupilasparareconocerla.Unchiquillodesharrapadoqueenseñabaunamarmotaenunacajalepidiólimosna,sonriendo.

Elhombredelchalecodeterciopelovolvió.«Elporteronolahabíavistosalir».¿Quiénlaretenía?Siestuvieseenferma,selohubieradicho.¿Eraunavisita?Nadamásfácilquenorecibirla.Segolpeólafrente.

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«¡Ah,peroquébestia soy!Es la agitaciónpopular».Aquella explicaciónnatural leconsoló.Luego,derepente:«Perosubarrioestá tranquilo».Yunadudaabominableleasaltó:«¿Sinoviniera?¿Sisupromesanofueramásqueuna palabra para alejarme? No, no». Lo que la retenía, sin duda, era unacasualidadextraordinaria,unodeesosacontecimientosquedestruyentodaslasprevisiones. En ese caso habría escrito. Y envió al mozo del hotel a sudomicilio,calleRumsford,parasabersihabíacarta.

Nohabíanllevadoninguna.Aquellacarenciadenoticiasletranquilizó.

Del número de piezas de moneda que cogía al azar en la mano, de lafisonomíade los transeúntes,delcolorde loscaballos, formabapresagios,ycuandoelaugurioeracontrario,seesforzabapornocreerenél.Ensusaccesosde furor contra la señora Arnoux la injuriaba a media voz. Luego sentíadebilidades, casi desvanecimientos, y de repentemovimientos de esperanza.Ibaallegar;estabaallí,detrásdeél;sevolvía,ynada.Unavezvioatreintapasos,aproximadamenteaunamujerdelamismaestatura,conelmismotraje.Se acercó a ella, pero no era. Las cinco dieron, las cinco ymedia, las seis.Encendíanelgas.LaseñoraArnouxnohabíavenido.

Había ella soñado la noche anterior que estaba en la acera de la calleTronchethacíamuchotiempo.Allíesperabaalgoindeterminado,considerable,sin embargo, y sin saber por qué, temía ser vista. Pero unmaldito perrillo,encarnizadocontraella,mordíaelbajodesuvestido,volviéndosecontraellaobstinadamente y ladrando cada vez más fuerte. La señora Arnoux sedespertó. El ladrido del perro continuaba; alargó el oído: aquello salía delcuartodesuhijo,alcualseprecipitódescalza.Eraelniñomismo,quetosía.Le abrasaban las manos, la cara roja y la voz singularmente ronca. Ladificultaddesurespiraciónaumentabademinutoenminuto.Ellapermanecióhastaeldíainclinadasobrelacama,observándole.

Alasocho,eltambordelaguardianacionalvinoaavisaralseñorArnouxdequeleaguardabansuscamaradas.Sevistióprecipitadamenteysemarchó,prometiendopasar inmediatamenteporcasadeunmédico,elseñorColot.Alas diez no había venido el señor Colot, y la señora Arnoux envió a sudoncella.Eldoctorestabadeviaje,enelcampo,yeljovenquelereemplazabaandabavisitando.

Eugène tenía su cabeza de medio lado, sobre la almohada, frunciendocontinuamente sus cejas, dilatando la nariz; su pobre figurita se volvíamásdescoloridaquesussábanas;ydesularingeseescapabaunsilbidoproducidopor cada inspiración, cada vez más corta, seca y comometálica. Su tos separecíaal ruidodeesasbárbarasmecánicasquehacen ladrara losperrosdecartón.

La señoraArnoux se sobrecogió de espanto; se arrojó a las campanillas,

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pidiendosocorroygritando:

—¡Unmédico,unmédico!

Diezminutos después llegó un señor viejo, de corbata blanca y patillasgrises,biencortadas.Hizomuchaspreguntasacercadelascostumbres,laedadylatemperaturadelenfermito;luegoexaminósugarganta,aplicólacabezaala espalday escribióuna receta.El aire tranquilode aquelbuenhombre eraodioso.

Olía a bálsamo. Ella hubiera querido pegarle. Dijo que volvería aloscurecer.

Muyprontocomenzarondenuevolas tosesviolentas;aveces,elniñoselevantabaderepente.Movimientosconvulsivos lesacudían losmúsculosdelpecho, y en sus aspiraciones su vientre se ahuecaba como si estuvierasofocadoporhabercorrido.Luegovolvíaacaerconlacabezahaciaatrásylaboca enteramente abierta. Con infinitas precauciones, procuraba la señoraArnouxhacerletragarelcontenidodelosfrascos:eljarabedeipecacuana,unapoción quermatizada; pero el niño rechazaba la cuchara; gimiendo con vozdébil,parecíaquesoplabalaspalabras.

Decuandoencuandoreleíaella la receta; laasustaban lasobservacionesdelformulario;quizásehayaequivocadoelfarmacéutico.Ledesesperabasuimpotencia.EldiscípulodelseñorColotllegó.

Eraunjovendemodestosademanes,nuevoeneloficio,yquenoocultósuimpresión.Alprincipiopermanecióindeciso,portemordecomprometerse,yal fin prescribió la aplicaciónde trozosdehielo.Se tardómucho tiempoenencontrarlos y la vejiga que contenía los pedazos se rompió. Fue precisomudar la camisa. Todo aquel desarreglo provocó un nuevo acceso, másterrible.

El niño se puso a arrancarse los lienzos de su cuello, como si hubieraquerido retirar el obstáculo que le ahogaba, y arañaba la pared, cogía lascortinasdesucama,buscandounpuntodeapoyopararespirar.Sucaraestabaentonces azulada, y todo su cuerpo, bañado en un sudor frío, parecía irseadelgazando.Susojoshurañossefijabanensumadreconterror; leechólosbrazosalcuello,secolgódeéldeunamaneradesesperada,yrechazandosussollozos,balbucíaellapalabrastiernas:

—¡Sí,amormío,ángelmío,mitesoro!

Luegosobreveníanmomentosdecalma.

Fue a buscar juguetes, un polichinela, una colección de estampas, y losextendió sobre la cama para distraerle. Hasta intentó cantar. Empezó unacanción,queenotro tiempo ledecíaalmecerle, fajándoleenaquellamisma

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sillitadetapicería.Peroélseestremeciócontodosucuerpo,comounaolaaungolpedeviento;losglobosdesusojossesaltaban;creyóellaqueseibaamorir,ysevolvióparanoverle.

Uninstantedespuéstuvofuerzasparamirarle:todavíavivía.Lashorassesucedían, pesadas, tristes, interminables, desesperantes, y no contaba susminutossinoporlaprogresióndeaquellaagonía.Lassacudidasdesupecholearrojaban hacia delante como para destrozarle; por fin vomitó algo extraño,que parecía un tubo de pergamino. ¿Qué era aquello? Ella se imaginó quehabía lanzado un pedazo de sus entrañas; pero respiraba amplia yregularmente. Aquella apariencia de bienestar la asustó más que el resto;permanecíacomopetrificada,conlosbrazoscolgando,losojosfijos,cuandovinoelseñorColot.Elniño,ensuopinión,estabasalvado.

Alprincipiono locomprendióysehizo repetir la frase.¿Noeraaquellounodeesosconsuelospropiosdelosmédicos?Eldoctorsemarchóconairetranquilo. Entonces llegó para ella el momento de que las cuerdas queapretabansucorazónsedesataran.

—¡Salvado!¿Esposible?

De repente, la idea de Frédéric se le apareció de una manera neta,inexorable.Eraunavisodelaprovidencia.PeroelSeñor,ensumisericordia,no había querido castigarla por completo. ¡Qué expiación más tarde siperseverabaenaquelamor!Indudablemente,insultaríanasuhijoporsucausa,y la señora Arnoux le veía joven, herido en un encuentro, llevado en unacamilla,moribundo.Deunsaltoseprecipitósobre lasillita;ycon todassusfuerzas, elevando su alma a las alturas, ofreció aDios, comoholocausto, elsacrificiodesuprimerapasión,desuúnicaflaqueza.

Frédéric había vuelto a su casa y permanecía en su butaca, sin tener nisiquierafuerzaparamaldecirla.Unaespeciedesueñolesobrecogió,yatravésde aquel estado oía caer la lluvia, creyendo siempre que seguía allí, en laacera.

Aldíasiguiente,porunaúltimacobardía,envióunmensajeroacasadelaseñoraArnoux.

Seaqueelsaboyanonohicieralacomisión,oqueellatuvierademasiadascosas que decir para explicarse con una palabra, le llevaron la mismarespuesta.Lainsolenciaerademasiadofuerte.Unacóleraorgullosaledominó,ysesorprendiódenotenernisiquieraundeseo,ycomohojaquearrebataelhuracán, desapareció su amor. Sintió un gran consuelo, una estoica alegría;después,unanecesidaddeaccionesviolentas,ysalióporlascallessinrumbofijo.

Los hombres del barrio pasaban, armados de fusil, con sables viejos,

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llevando algunos gorros encarnados, y cantando La Marsellesa y Losgirondinos. De cuando en cuando, un guardia nacional se apresuraba parareunirseasualcaldía.Alolejossonabanlostambores;sebatíanenlapuertade Saint-Martin; en el aire se sentía algo alegre y belicoso. Frédéric seguíaandando.Laagitacióndelagranciudadleponíacontento.

EnlasalturasdeFrascatidivisólasventanasdelamariscala;unaidealocaseleocurrió,unareaccióndejuventud,yatravesóelbulevar.

Cerraban la puerta cochera, y Delphine, la doncella, mientras escribíaencima,concarbón,«Armasdadas»,ledijovivamente:

—Ah, ¡en buena situación se encuentra la señora! Ha despedido estamañanaasugroom,quelainsultaba.Creequevanarobarportodaspartes;semueredemiedo,tantomáscuantoelseñorsehamarchado.

—¿Quéseñor?

—Elpríncipe.

Frédéricentróeneltocadorylamariscalasepresentóenenaguas,conelcabellosuelto,espantada.

—¡Ah, gracias, vienes a salvarme; ya es la segunda vez, y nunca exigesrecompensa!

—Milperdones—dijoFrédéric,cogiéndolelacinturaconambasmanos.

—¿Cómo? ¿Qué haces?—balbució lamariscala, a la vez sorprendida yalegreporaquellasmaneras.

Élcontestó:

—Sigolamoda,mereformo.

Setendióellasobreeldiványcontinuóriendoconsusbesos.

Pasaronlatardemirando,desdesusventanas,alagenteenlacalle.Éllallevó a cenar al Trois Frères Provençaux. La comida fue larga, exquisita.Regresaronapie,afaltadecoche.

Con la noticia de un cambio deministerio, París se había transformado.Todoelmundoestabacontento.Circulabanlospaseantes,ylaslamparillasdecada piso daban una claridad como en pleno día. Los soldados volvíanlentamenteasuscuarteles,fatigadosytristes.Lessaludabangritando«¡Vivanlos de línea!», y ellos seguían sin contestar. En la guardia nacional, por elcontrario, losoficiales,rojosdeentusiasmo,blandíansussables,vociferando«¡Vivalareforma!»,yaquellafrase,cadavezquelaoían,hacíareíralosdosamantes.Frédéricbromeaba;estabamuyalegre.

Por la calle Duphot alcanzaron los bulevares. Faroles a la veneciana,

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colgadosdelascasas,formabanguirnaldasdefuego.Unhormigueoconfusose agitaba debajo; en medio de esta sombra, en algunos sitios, brillaba lablancura de las bayonetas. Se elevó en esto un gran murmullo. Lamuchedumbre era demasiado compacta; el regreso directo, imposible, yentrabanen lacalleCaumartincuandoderepenteseoyó,detrásdeellos,unruidosemejantealcrujidodeunainmensapiezadesedaquesedesgarra.EraelfusilamientoenelbulevardelosCapuchinos.

—¡Ah! Se elimina a algunos burgueses —dijo Frédéric tranquilamente,porquehaysituacionesenqueelhombremenoscruelsehallatandesligadodelos demás, que vería perecer al género humano sin un solo latido de sucorazón.

La mariscala, colgada de su brazo, apretaba los dientes, declarándoseincapaz de dar veinte pasosmás. Entonces, por un refinamiento del rencor,paramásultrajarensualmaalaseñoraArnoux,éllallevóhastaelhoteldelacalleTronchet,alahabitaciónpreparadaparalaotra.

Lasfloresnosehabíanestropeado;elguipuresehabíaextendidosobreellecho. Sacó del armario las pantuflas. Rosanette encontró muy delicadasaquellasatenciones.

Hacialaunasedespertóporalgunosmovimientoslejanosyleviosollozar,conlacabezahundidaenlaalmohada.

—¿Quétienes,amormío?

—Demasiada felicidad —dijo Frédéric—. ¡Hacía tanto tiempo que tedeseaba!

****

TERCERAPARTE

I

El ruidodeun tiroteo le sacóbruscamentede su sueño,y apesarde lasinstancias de Rosanette, Frédéric, a la fuerza, quiso ir a ver lo que pasaba.BajólosCamposElíseos,dedondelostiroshabíansalido.EnlaesquinadelacalleSaint-Honoré,algunoshombresdeblusaledetuvieron,gritando:

—¡No,porahí,no;alPalacioReal!

Frédéric los siguió. Las verjas de la Asunción estaban arrancadas. Máslejos vio tres baldosas en medio de la vía: el principio de una barricada,

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indudablemente; después, cascos de botellas y paquetes de alambre paradificultarelpasodelacaballería.Derepenteseadelantódeunacallejuelaunjovenaltoypálido,cuyoscabellosnegrosflotabansobresuespalda,cubiertacon una especie de envoltura o capa de lunares de color. Llevaba un fusillargo,desoldado,ycorríasobrelaspuntasdesuspantuflas,contodoelairedeun sonámbulo y listo como un tigre. De cuando en cuando se oía unadetonación.

Lavíspera,porlanoche,elespectáculodelcarromatoqueconteníacincocadáveres recogidosentre losdelbulevarde losCapuchinoshabíacambiadolasdisposicionesdelpueblo;ymientrasqueenlasTulleríaslosayudantesdecampo se reemplazaban, y Molé, en los preliminares de formar nuevogabinete, no volvía, y Thiers procuraba constituir otro, y el rey enredaba,vacilabaydabaluegoaBugeaudelmandogeneralparaimpedirquesesalierade él, la insurrección, como dirigida por un solo brazo, se organizabaformidablemente. Los hombres de frenética elocuencia arengaban a lamultitudenlasesquinasdelascalles;otros,enlasiglesias,tocabanarebatoatodo vuelo; se derretía plomo, se hacían cartuchos; los árboles de losbulevares,lasvespacianas,losbancos,lasverjas,losfarolesdegas,todofuearrancado,destruido;París,por lamañana,estabacubiertodebarricadas.Laresistencianoduró;por todaspartesse interponía laguardianacional,de talsuerte que, a las ocho, el pueblo, de buen grado o por fuerza, poseía cincocuarteles,casi todaslasalcaldías, lospuntosestratégicosmásseguros.Porsímisma, sin sacudidas, la monarquía se fundía en una rápida disolución; enaquellosmomentos se atacaba el puestoChâteau-d’Eau para liberar a cincoprisionerosquenoestabanallí.

Frédéric se detuvo forzosamente a la entrada de la plaza. La llenabangrupos armados. Algunas compañías de línea ocupaban las calles de Saint-ThomasyFromanteau.UnaenormebarricadadesembocabaenlacalleValois.El humo que se balanceaba en sus alturas se entreabrió, asomando algunoshombres que corrían por encima con grandes gesticulaciones y quedesaparecieron;despuésempezóeltiroteodenuevo.Elpuestorespondía,sinqueensuinteriorsevieraanadie;susventanas,defendidasporlospostigosdeencima, se hallaban agujereadas de troneras; y el monumento, con sus dospisos, sus dos alas, su fuente en el primero y su puertecilla en medio,empezabaamostrarmanchasblancasbajoelimpactodelasbalas.Suescalera,detrespeldaños,estabavacía.

Al lado de Frédéric, un hombre con gorro griego y una cartuchera porencimadelchalecodetricotdisputabaconunamujerquellevabapañueloalacabeza,queledecía:

—Peroquédate,quédate.

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—Déjameenpaz—contestaba elmarido—.Tú solapuedes cuidarde laportería. Ciudadano, yo te lo pregunto: ¿tengo razón? He cumplido conmideberentodaspartes:enelmilochocientostreinta,enel treintaydos,eneltreintaycuatro,eneltreintaynueve.Hoysebatelagenteyesprecisoquemebata.Vete.

Y la portera acabó por ceder a sus indicaciones y a las de un guardianacional,queestabacercadeellos,cuadragenario,cuyafisonomíabondadosase hallaba adornada por un collar de barba rubia. Cargaba este su arma ytiraba,hablandosiempreconFrédéric,tantranquiloenmediodelaconmocióncomounhorticultorensujardín.Unmuchachoconunaarpilleraleengatusabaparaqueledieracápsulas,afindeutilizarsufusil,bonitacarabinadecazaquelehabíadado«suseñor».

—Cógelasdemiespalda—dijoelciudadano—ylárgate;vasaconseguirquetematen.

Los tambores tocabanpasode carga.Agudosgritos, hurrasde triunfo seoían.Uncontinuoremolinohacíaoscilaralamuchedumbre.Frédéric,cogidoentre dosmasas densas, no semovía, fascinado, además, y extremadamenteentretenido.Losheridosquecaían,losmuertostendidos,noteníanelairedeverdaderosheridos,deverdaderosmuertos.Leparecíaasistiraunespectáculo.

Enmediodelamarejada,porencimadelascabezas,seveíaaunanciano,denegro,enuncaballoblancoconsillade terciopelo.Enunamano llevabaunaramaverde;enlaotra,unpapel,sacudiéndolosobstinadamente,hastaque,desesperandoalfindehacerseentender,desapareció.

La tropa de línea había desaparecido y los municipales quedaban solosguardando el puesto. Una oleada de intrépidos se abalanzó a las gradas;arrojándosecontralapuerta,vinieronotrosdespués;lapuerta,quebrantadaalosgolpesdelasbarrasdehierro,retumbaba;losmunicipalesnocedían.Perounacalesaatestadadehierbaseca,yqueardíacomounagiganteantorcha,fuearrastrada hasta los muros; se trajeron, deprisa, leños, paja y un barril dealcohol.Elfuegosubíaalolargodelaspiedras;eledificioempezóahumearpor todas partes como un cráter, y grandes llamas en lo alto, entre losbalaustresdelaterraza,seescapabanconestridenteruido.ElprimerpisodelPalacioRealsehabíallenadodeguardiasnacionales;detodaslasventanasdelaplazasedisparaba;silbabanlasbalas;elaguadelafuenterotasemezclabacon la sangrey formaba charcos en el suelo; la gente resbalaba en el fangosobre los trajes, loschacósy lasarmas.Frédéric sintióalgoblandobajo suspies: era lamano de un sargento con capote gris, echado de cara contra elarroyo.Nuevasbandadasdegentesllegaban,incesantemente,empujandoaloscombatientes contra el puesto. El tiroteo se hacía desde más cerca; loscomerciantesdevinosteníanabierto;asustiendasseibadecuandoencuando

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a fumarunapipa,abeberunacopa,ydespués sevolvíaabatirse.Unperroperdidoaullaba,yesohacíareír.

Frédéricsesintiómovidoporelchoquedeunhombreque,conunbalazoen los riñones, cayó sobre su espalda agonizando. Ante aquel golpe, quizádirigido contra él, se puso furioso, y al ir a precipitarse hacia delante, unguardianacionalledetuvo:

—Esinútil;elreyseacabademarchar.Sinomecreeusted…vayaaverlo.

SemejanteafirmacióncalmóaFrédéric.LaplazaCarrouselpresentabaunaspectotranquilo.ElhoteldeNantesallísealzabacomosiempre,tomandoasu cargo toda responsabilidad; y las casas por detrás, la cúpula del Louvreenfrente, la larga galería de madera a la derecha y el terreno baldío queondulaba hasta las barracas de los numerosos vendedores ambulantesaparecíancomoanegadosenelcolorgrisdelaire,dondelejanosmurmullosseconfundíancon labruma,mientrasque, alotroextremode laplaza,una luzcruda,quecaíaporunagrietade lasnubessobre lafachadade lasTullerías,recortabablanquecinamentesusventanas.CercadelArcodelTriunfohabíauncaballotendido,muerto.Detrásdelasverjashablabangruposdecincooseispersonas. Las puertas del Palacio se abrieron, y los criados, en el umbral,dejabanentraralagente.

Abajo,enunasalita,seservíantazasdecaféconleche.Algunoscuriosossesentaron juntoa lasmesas,bromeando;otrospermanecíanenpie,yentreellosuncocherodepunto,quecogióconambasmanosunbotellenodeazúcarmolido,dirigióunamirada inquietaa izquierdayderecha,y luegosepusoacomer vorazmente, metiendo la nariz en el gollete. En lo más bajo de laescalera principal, unhombre escribía su nombre en un registro. Frédéric lereconocióporlaespalda.

—¡Anda!¡Hussonnet!

—Pues sí—respondió el bohemio—.Me introduzco en la corte. Buenabroma,¿eh?

—Sí;subamos.

Y llegaron a la sala de los mariscales. Los retratos de aquellos ilustres,excepto el deBugeaud, agujereado en el vientre, estaban todos intactos. Seveían apoyados en su espada, una cureña de cañón detrás y en actitudesformidables,conformesconlascircunstancias.Unrelojgrandeseñalabalaunayveinteminutos.

De repente sonó LaMarsellesa. Hussonnet y Frédéric se asomaron a labarandilla. Era la gente, que se precipitaba por la escalera, sacudiendo, enoleadasvertiginosas,lascabezasdesnudas,loscascos,losgorrosencarnados,

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bayonetas y hombros, tan impetuosamente, que las gentes desaparecían enaquella masa hirviente que subía sin cesar, como un río golpeado por unamarea de equinoccio, con un largomugido, bajo una impulsión irresistible.Arribaseesparciólagenteycesóelcanto.

Noseoíamásqueelpisardeloszapatosyelcabrilleodelresonardelosgritos.Lamuchedumbre,inofensiva,secontentabaconmirar;pero,decuandoencuando,uncodorompíauncristal,ounvaso,ounaestatuarodabadeunaconsola al suelo. Las maderas crujían con el peso. Todas las caras estabancoloradas y por ellas corrían gordas gotas de sudor. Hussonnet hizo lasiguienteobservación:

—Loshéroesnohuelenbien.

—Esustedprovocativo—contestóFrédéric.

Y,empujadosasupesar,penetraronenunahabitación,dondecolgabadeltecho un dosel de terciopelo encarnado.Debajo del trono estaba sentado unproletariodebarbanegra,conlacamisadesabrochada,conelairedivertidoyestúpido de unmono; algunosmás subían las gradas para sentarse en aquelsitio.

—¡Quémito!—dijoHussonnet—.Veaustedalpueblosoberano.

Elsillónfuelevantadoenbrazosyatravesóbalanceandotodalasala.

—¡Caray, cómo se mueve! La nave del Estado está presa de un martempestuosoysebalanceaquedagusto.

Lohabíanacercadoaunaventanay,enmediodesilbidos,lotiraron.

—¡Pobre viejo! —dijo Hussonnet, viéndole caer al jardín, de dondeprontamente fue recogido para ser enseguida trasladando hasta la Bastilla yquemado.

Entonces estalló una frenética alegría, como si en sustitución del tronohubiera aparecido un porvenir de ilimitada dicha; y el pueblo, menos porvenganza que para firmar su posesión, rompió, destruyó los espejos y lascolgaduras, las lámparas, loscandelabros, lasmesas, las sillas, los taburetes,todos losmuebles,hasta losálbumesdedibujo,hasta lascestasde tapicería.Puesto que eran victoriosos, hacía falta que se divirtieran. Los niños seembozaban irónicamente con encajes y casimires. Redecillas de oro searrollaban en las mangas de las blusas; sombreros con plumas de avestruzadornabanlacabezadelosherreros;cintasdelaLegióndeHonorservíandecinturóna lasprostitutas.Cadacualmanifestaba sucapricho:unosbailaban,otrosbebían.Enelcuartodelareina,unamujerdabapomadaasupelo;detrásde un biombo, dos aficionados jugaban a los naipes; Hussonnet señaló aFrédéric un individuo que fumaba su pipa con los codos apoyados en un

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balcón; y el delirio redoblaba sus ruidos continuos de porcelanas hechaspedazos,trozosdecristalquesonabanalrebotar,comolastablillasdevidriodeunaarmónica.

Después, el furor ensombreció. Una curiosidad obscena hizo rebuscartodos losgabinetes, todos los rincones, abrir todos loscajones.Losgaleoteshundieron sus brazos en la cama de las princesas y se retorcían encima,consolándose de no poder atropellarlas. Otros, de más siniestra fisonomía,andabanporallí silenciosamente, intentandorobaralgo;pero lamultituderademasiadonumerosa.Porloshuecosdelaspuertassoloseveía,enlahileradelashabitaciones,laoscuramasadelpuebloentrelosdorados,envueltaenunanube de polvo. Todos los pechos jadeaban, el calor se hacía más y mássofocante;losdosamigos,temiendoahogarse,salieron.

Enlaantesala,enpiesobreunmontóndevestidos,estabaunaprostituta,como la estatua de la libertad; inmóvil, con los grandes ojos abiertos,espantosa.

Habíandadotrespasosfuera,cuandounpelotóndeguardiasmunicipalescon sus capotes se adelantó hacia ellos y, retirando sus gorras policíacas,dejando al descubierto sus cráneos algo calvos, saludaron al pueblo consolemnidad.Ante aquel testimoniode respeto, losdesharrapadosvencedoresseinflaron.HussonnetyFrédéricnodejaron,tampocoellos,deexperimentarciertoplacer.

El ardor los animaba. Volvieron al Palacio Real. Delante de la calleFromanteau se veían, enterrados en la paja, cadáveres de soldados. Pasaroncerca impasiblemente, sintiéndose hasta orgullosos de verlos con buenaspecto.

El Palacio se hallaba lleno de gente. En el patio interior ardían sietehogueras.Searrojabanporlasventanaspianos,cómodasyrelojes.Bombasdeincendio lanzaban el agua hasta los tejados. Algunos forajidos trataban decortar las mangas con sus sables. Frédéric invitó a un politécnico a que seopusiera.Elpolitécniconocomprendió;parecía,además,imbécil.Alrededor,en las dos galerías, el populacho, dueño de las bodegas, se entregaba a unahorribleborrachera.Elvinocorríaporarroyos; losboyonsbebíanen fondosdebotellayvociferaban,tambaleándose.

—Salgamosdeaquí—dijoHussonnet—;estagentemedaasco.

A lo largode lagaleríadeOrléansyacíanpor el suelo losheridos sobrecolchones,sirviéndolesdemantascortinasdepúrpura,yvecinasdelbarriolestraíancaldos,ropa.

—¡Noimporta!—dijoFrédéric—.Yoencuentroalpueblosublime.

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El gran vestíbulo estaba lleno de un torbellino de gentes furiosas; loshombresqueríansubiralospisossuperioresparaacabardedestruirlotodo;losguardias nacionales, en las escaleras, se esforzaban por contenerlos. Elmásintrépidoerauncazadorconlacabezadesnuda,elpelodepunta,elcorreajedestrozado.Sucamisaseveíaentreelpantalónylalevitaysemovíaenmediodelosdemásconencarnizamiento.

Hussonnet,queteníalavistapenetrante,reconocióaArnouxdesdelejos.

DespuéssefueronaljardíndelasTulleríaspararespirarconmáslibertad.Se sentaron enunbanco, y allí permanecierondurante algunosminutos conlosojoscerrados,detalmodoaturdidosquenoteníanfuerzasparahablar.Lostranseúntes a su alrededor se juntaban. La duquesa de Orléans había sidonombrada regente; todo había concluido, y las gentes experimentaban esaespeciedebienestarquesiguealosdesenlacesrápidos,cuandoencadaunadelas buhardillas del palacio aparecieron algunos criados desgarrando suslibreas,quearrojabanaljardínenseñaldeabjuración.Elpueblolesgritabayellosseretiraron.

LaatencióndeFrédéricydeHussonnetsedistrajoconlavistadeungranmozo que andaba deprisa entre los árboles, con un fusil a la espalda; lacartuchera, sujetándole a la cintura sumarinera roja.Volvió la cabeza y eraDussardier,quesearrojóensusbrazos.

—¡Ah,quéfelicidad,amigosmíos!—Ynopudodecirotracosa,tantoeraloquepalpitabadealegríaydecansancio.

Hacía cuarenta y ocho horas que estaba en pie. Había trabajado en lasbarricadas del Barrio Latino, se había batido en la calle Rambuteau, habíasalvado a tres dragones, había entrado en las Tullerías con la columnaDunoyer,sehabíatrasladadodespuésalaCámarayluegoalayuntamiento.

—Deallívengo. ¡Todovabien;elpueblo triunfa!Losobrerosy laclasemediaseabrazan.¡Ah,sisupieraisloquehevisto!¡Quégentesmásvalientes!¡Quéhermosoes esto!—Y, sin advertirqueno tenía armas, añadió—:Muyseguroestabadeencontrarosallí.¡Aquellofueduroporunmomento!¡Peronoimporta!—Unagotadesangrelecorríaporlamejilla,yalaspreguntasdelosotros,contestó—:Nada;elrasguñodeunabayoneta.

—Sinembargo,esprecisoquesecuideusted.

—¡Bah! Yo soy fuerte; ¿qué es esto? La República se ha proclamado;ahoraseremosfelices.Algunosperiodistasquehacepocohablabandelantedemí decían que se va a liberar Polonia e Italia. Nomás reyes, ¿comprendenustedes? ¡Toda la tierra libre, toda la tierra libre! —Y abrazando todo elhorizontedeunasolamirada,separósusbrazosenactitudtriunfante.Perounalargahileradehombrescorríaporlaterraza,aorillasdelagua—.¡Caramba!

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Semeolvidabaquelosfuertesestánocupados.Esprecisoquevayaallí,adiós.—Sevolvióparagritarles,blandiendosufusil—:¡VivalaRepública!

De las chimeneasdelPalacio se escapabanenormes torbellinosdehumonegroque arrojaban chispas.El repiquede las campanas a lo lejos parecíanbalidos asustados. A izquierda y derecha, por todas partes, los vencedoresdescargabansusarmas.Frédéric,aunquenofueseguerrero,sintióagolparsesusangre gala. El magnetismo de las muchedumbres entusiastas le habíacontagiado.Aspirabavoluptuosamenteelairetormentoso,llenodelosoloresde la pólvora, y, sin embargo, se estremecía a los efluvios de un amorinmenso, de una ternura suprema y universal, como si el corazón de lahumanidadenterahubierapalpitadoensupecho.

—Yaquizáserátiempo—dijoHussonnet,bostezando—deirainstruiralaspoblaciones.

Frédériclesiguióasuoficinadecorrespondencia,plazadelaBourse,ysepusoacomponerparaeldiariodeTroyesunarelacióndelossucesosenestilolírico,unaverdaderapiezademérito,quefirmó.Despuéscomieronjuntosenunataberna.Hussonnetestabapensativo;lasexcentricidadesdelarevoluciónexcedíanlassuyas.

Despuésdelcafé,cuandofueronalayuntamientoparasabernovedades,sunatural truhanesco se sobrepuso. Escalaban las barricadas como gamos ycontestabanaloscentinelasconfrasespatrióticas.

Oyeron,a la luzde lasantorchas,proclamarelgobiernoprovisional.Porfin,amedianoche,Frédéric,destrozadodefatiga,volvióasucasa.

—Ybien—dijoasucriadomientrasledesnudaba—,¿estáscontento?

—Sí,señor,sinduda;peronomesatisfaceestepuebloendanza.

Aldespertarsealdíasiguiente,FrédéricpensóenDeslauriersycorrióasucasa.Elabogadoacababademarcharseporhabersidonombradocomisarioenprovincias. La víspera por la noche había llegado hasta Ledru-Rollin, yestrechándole en nombre de lasEscuelas, le había arrancado una plaza, unacomisión. Por lo demás, decía el portero, debía escribir la próxima semanaparadarsusseñas.

Despuésdelocual,Frédéricsefueaveralamariscala.

Ellalerecibióconacritudporquelesupomuymalsuabandono.Surencorse desvaneció ante reiteradas promesas de paz. Todo se hallaba ahoratranquilo, ningún motivo de temor; él la abrazaba, y ella se declaró por laRepública,comoya lohabíahechomonseñorelarzobispodeParís,ycomohabíandehacerlo,conunaprecipitacióndecelomaravillosa,lamagistratura,elConsejodeEstado,el Instituto, losmariscalesdeFrancia,Changarnier,el

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señor Falloux, todos los bonapartistas, todos los legitimistas y considerablenúmerodeorleanistas.

La caída de la monarquía había sido tan súbita que, pasada la primeraestupefacción, hubo entre la clase media como cierta admiración de vivirtodavía. La sumaria ejecución de algunos ladrones, fusilados sin juicio,parecióunacosamuy justa.Serepitióduranteunmes la frasedeLamartinesobre la bandera roja, «que solo había dado la vuelta al Campo deMarte,mientrasquelabanderatricolor»etcétera,ytodosseagrupabanasusombra,noqueriendoningúnpartidovertrescoloressinoenlasuyayprometiéndosecadacual,desdequesesintieraelmásfuerte,arrancarlosotrosdos.

Como los negocios se hallaban en suspenso, la inquietud y la boberíallevaronatodoelmundofueradesucasa.Lasencillezdelostrajesatenuabala diferencia de los rangos sociales; el odio se ocultaba, las esperanzas sedesenvolvían, la muchedumbre se sentía llena de dulzura. El orgullo de underecho conquistado resplandecía en los rostros; se notaba una alegría decarnaval,manerasdevividor;nadaeramásdivertidoqueelaspectodeParísdurantelosprimerosdías.

Frédéric cogía del brazo a lamariscala y paseaban juntos por las calles.Ellasedivertíaconlasrosetasqueadornabantodoslosojales,losestandartescolgados de todas las ventanas, los anuncios a todo color pegados a lasparedes,ydecuandoencuandoechabaalgunamonedaparalosheridosenunabolsapuestasobreunasillaenmediodelavía.DespuéssedeteníanantelascaricaturasquerepresentabanaLuisFelipecomotendero,comosaltimbanqui,comoperro,comosanguijuela.PeroloshombresdeCaussidière,consusableysubandolera,leasustabanunpoco.Otrasvecessetratabadeunárboldelalibertad plantado. Los señores eclesiásticos concurrían a la ceremonia,bendiciendo a la República, escoltados por sirvientes de galón de oro, y lamuchedumbreencontrabaaquelloplausible.Elespectáculomásfrecuenteerael de las diputaciones, de no importaba qué, que iban a reclamar algo almunicipio, porque cada oficio, cada industria esperaba del gobierno el finradicaldesumiseria.

Algunos, es verdad, iban al ayuntamiento para aconsejar, o felicitar, y,sencillamente,paravisitaryverfuncionarlamáquina.

Hacia mediados del mes de marzo, un día que atravesaba el puente deArcole, teniendo que hacer un encargo para Rosanette en el Barrio Latino,Frédéricviounacolumnadesombrerosrarosylargasbarbas.Alacabeza,ybatiendountambor, ibaunnegro,antiguomodelodetaller,yelhombrequellevabalabandera,enqueflotabaalvientolainscripción«Artistaspintores»,eraPellerin.

Hizo señas a Frédéric de que le esperase, y volvió a los cincominutos,

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porque tenía tiempo disponible, puesto que el gobierno recibía en aquelmomentoa loscanteros.Él ibaconsuscolegasareclamar lacreacióndeunfórumdel arte, una especie deBolsa donde se debatirían los intereses de laestéticayseproduciríanobrassublimes,puestoquelostrabajadorespondríanencomúnsugenio.Muypronto,Paríssecubriríademonumentosgigantescos;él los adornaría;hastahabía comenzadouna figurade laRepública.Unodesus camaradas vino a buscarle, porque los empujaba la diputación delcomerciodelasaves.

—¡Qué necedad! —gruñó una voz en la muchedumbre—. Siempre lasmismasfarsas;nadaserio.

Era Regimbart, que no saludó a Frédéric, pero aprovechó la ocasión dedesahogarsuamargura.

El ciudadano empleaba sus días en vagabundear por las calles,retorciéndoseelbigote,moviendo losojos, aceptandoypropagandonoticiaslúgubresysintenermásquedosfrases:«Muchocuidado;vanaarrollarnos»;oestaotra:«Caramba,escamotean laRepública».Sehallabadescontentodetodo, y, particularmente, de que no hubiéramos recobrado nuestras fronterasnaturales. El solo nombre deLamartine le hacía encogerse de hombros.Nocreía a Ledru-Rollin «suficiente para el problema»; trataba a Dupont (delEure)deviejozorro;aAlbert,deidiota;aLouisBlanc,deutopista;aBlanqui,dehombre extremadamentepeligroso; y cuandoFrédéric le preguntó lo quehubierasidoprecisohacer,contestó,apretándoleelbrazohastapulverizarlo:

—¡TomarelRin,ledigoausted;tomarelRin,caray!

Ydespuéssediocuentadelareacción.Sedesenmascaraba.ElsacodeloscastillosdeNeuillyydeSuresne,elincendiodelasBatignolles,losdisturbiosde Lyon, todos los excesos, todas las quejas se exageraban entonces,agregando,además,lacirculardeLedru-Rollin,elcursoforzosodelosbilletesde banco, la renta bajando a sesenta francos, y, en fin, como supremainiquidad, como último golpe, como colmo del horror, ¡el impuesto de loscuarentaycincocéntimos!Yporencimade todoaquello, todavíahabíaquecontarelsocialismo.Pormásqueaquellasteorías, tannuevascomoel juegodelaoca,hubieransidodurantecuarentaañossuficientementedebatidasparallenar las bibliotecas, asustaron a la clase media como una granizada deaerolitos,yseindignó,envirtuddelodioqueprovocaeladvenimientodetodaidea, porque es una idea, execración de la que más tarde sobreviene suglorificaciónyquehacequesusenemigosesténsiempredebajo,pormedianaqueellasea.

Entonces, lapropiedadseelevóensu respetoalnivelde la religiónyseconfundió conDios. Los ataques que se le dirigían parecían sacrilegio, casiantropofagia. A pesar de la legislación, la más humana que jamás hubiera,

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reapareció el espectro del 93, y el tajo de la guillotina vibró en todas lassílabasdelapalabraRepública,loquenoimpedíaqueseladespreciaraporsudebilidad.Francia,sintiéndosesinamo,sepusoagritardepavor,comociegosinpalo,comoniñoquehaperdidosuniñera.

De todos los franceses, el quemás temblaba era el señorDambreuse.Elnuevoestadodecosasamenazabasufortuna,perosobretodoseburlabadesuexperiencia. ¡Un sistema tan bueno! ¡Un rey tan discreto! ¿Era aquelloposible? ¡La tierra iba a hundirse! Desde el día siguiente, despidió a trescriados, vendió sus caballos, se compró, para salir a la calle, un sombreroflexible,hastapensóendejarcrecersubarba,ypermanecióencasapostrado,repasandoamargamentelosdiariosmáshostilesasusideas,ysepusodetalmodo sombrío, que las bromas sobre la pipa de Flocon no tenían fuerzabastanteparahacerlesonreír.

En tanto que apoyo del último reinado, temía las venganzas del pueblocontra sus propiedades de la Champán, cuando recordó la lucubración deFrédéric.Entoncesseimaginóquesujovenamigoeraunpersonajeinfluyenteyquepodría,sinoservirle,alomenosdefenderle,desuertequeunamañanaelseñorDambreusesepresentóensucasa,acompañadodeMartinon.

Aquellavisitanoteníamásobjeto,dijo,queverleyhablarconélunpoco.Después de todo, se alegraba de los acontecimientos y adoptaba de todocorazón«nuestrasublimedivisa:libertad,igualdad,fraternidad;siendo,comohabía sido siempre, republicano en el fondo». Si votaba bajo el AntiguoRégimenconelministerio,erasencillamenteporacelerarunacaídainevitable.Hasta se irritó contra Guizot, «que nos ha puesto en un bonito amasijo;convengamosenello».Encambio,admirabamuchoaLamartine,quesehabíamostrado «magnífico, palabra de honor, cuando a propósito de la banderaroja…».

—Sí,yasé—dijoFrédéric.

Despuésdelocualdeclarósussimpatíashacialosobreros.

«Porqueenúltimotérmino,másomenos,todossomosobreros».Yllevabala imparcialidad hasta reconocer que Proudhon tenía lógica. «¡Oh, muchalógica,quédiablo!».Luego,enlaindependenciaysolturadeunainteligenciasuperior, habló de la exposición de pintura, donde había visto el cuadro dePellerin,encontrándolooriginal,bientocado.

Martinonapoyabatodassuspalabrasconmuestrasdeaprobación;tambiénélpensabaqueerapreciso«aliarsefrancamentealaRepública»,yhablódesupadrelabrador:sehacíaelaldeano,elhombredelpueblo.MuyprontollegaronalaseleccionesdelaAsambleaNacionalyaloscandidatosdeldistritodelaFortelle.Eldelaoposiciónnoteníaprobabilidades.

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—Deberíaustedocuparsuplaza—dijoelseñorDambreuse.

Frédéricsesonrió.

—¿Yporquéno?Porqueobtendría los sufragiosde losultras, atendidassus oposiciones personales; el de los conservadores, por su familia.Yquizátambién—añadióelbanquero,sonriendo—,unpoco,graciasamiinfluencia.

Frédéricobjetóquenosabríacómoarreglarlo.Nadamásfácil,haciéndoserecomendar a lospatriotasdelAubeporunclubde la capital.Se tratabadeleer, no una profesión de fe como se veía diariamente, sino una exposiciónseriadeprincipios.

—Llévemelausted; yo sé lo que conviene a la localidad.Ypodráusted,repito,prestargrandesserviciosalpaís,atodosnosotros,amímismo.

En tiempos semejantesdebían auxiliarsemutuamente, y siFrédéric teníanecesidaddealgo,élosusamigos…

—¡Oh!Milgracias,queridoamigo.

—Acuentaderevancha,bienentendido.

Elbanqueroeradecididamenteunhombreexcelente.

Frédéricnopudodejardereflexionarsobresuconsejo;ymuyprontounaespeciedevértigoledeslumbró.

LasgrandesfigurasdelaConvenciónpasaronantesuvista.Leparecióqueuna aurora magnífica iba a descubrirse. Roma, Viena, Berlín, estaban eninsurrección; los austríacos, arrojados deVenecia; Europa entera se agitaba.Aquella era la hora deprecipitarse en elmovimiento, de acelerarlo quizá; ydespuésleseducíaeltrajequesedecíaquellevaríanlosdiputados.Yaseveíaconelchalecoyfajatricolor;yaquelprurito,aquellaalucinaciónsehizotanfuerte,quesesinceróconDussardier.

Elentusiasmodelexcelentemuchachonoflaqueaba.

—Cierto,presénteseusted;seguro.

Sin embargo, Frédéric consultó a Deslauriers. La oposición idiota quedificultaba al comisario en su provincia había aumentado su liberalismo.Leenvióinmediatamenteviolentasexhortaciones.

Noobstante,Frédéricteníanecesidaddeveraprobadosuproyectoporunmayornúmerodegentes,yconfiólacosaaRosanette,undíaquelaseñoritaVatnazestabaallí.

Eraestaunadeesascélibesparisiensesquetodaslasnoches,cuandohandado sus lecciones, o procurado vender sus cuadritos, colocar modestosmanuscritos, vuelven a su casa con el barro en las enaguas, se hacen la

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comida, se la comen enteramente solas, y después, con los pies sobre unaestufillayalaluzdeunalámparasucia,sueñanconelamor,conlafamilia,elhogar, la fortuna, con todo lo que les falta. También, como muchos otros,había saludado en la Revolución el advenimiento de la venganza, y seentregabaaunapropagandasocialistadesenfrenada.

Laemancipacióndelproletario,segúnlaVatnaz,noeraposiblesinoporlaemancipación de la mujer. Quería su admisibilidad a todos los empleos, laverificación de la paternidad, otro código, la abolición, o al menos unareglamentación del matrimonio más inteligente. Entonces, cada francesa secasaríaconunfrancésoadoptaríaaunanciano.Eraprecisoquelasnodrizasylas parteras fueran funcionarias asalariadas por el Estado; que hubiese unjurado para examinar las obras de las mujeres, editores especiales para lasmujeres,unaescuelapolitécnicapara lasmujeres,unaguardianacionalparalasmujeres; todopara lasmujeres.Ypuestoqueelgobiernodesconocíasusderechos,deberíanvenceralafuerzaconlafuerza.Diezmilciudadanas,conbuenosfusiles,podíanhacertemblaralayuntamiento.

La candidatura de Frédéric le pareció favorable a sus ideas, y le animó,mostrándolelagloriaenelhorizonte.Rosanettesealegródetenerunhombrequehablaseenlacámara.

—Ydespuéstedarán,quizá,unbuenpuesto.

Frédéric,hombredetodaslasdebilidades,fueconquistadoporlademenciauniversal.EscribióundiscursoymarchóaenseñárseloalseñorDambreuse.

Al ruido de la puerta que se cerraba se levantó una cortina detrás de laventana y apareció una mujer. No tuvo tiempo de reconocerla; pero en laantesalaledetuvouncuadro:uncuadrodePellerin,colocadosobreunasilla,provisionalmente,sinduda.

AquellorepresentabalaRepública,oelprogreso,olacivilización,bajolafigura de Jesucristo conduciendo una locomotora que atravesaba una selvavirgen.Frédéric,despuésdeunminutodecontemplación,exclamó:

—¡Québajeza!

—¿No es verdad, eh? —dijo el señor Dambreuse, que apareció alpronunciaraquellafrase,imaginándosequeconcerníanoalapintura,sinoaladoctrinaglorificadaporelcuadro.

Martinonllegóenelmismomomento.Pasaronalgabinete,yFrédéricsacóun papel de su bolsillo, cuando la señoritaCécile, entrando repentinamente,articulóconairedecandidez:

—¿Estáaquímitía?

—Yasabesqueno—replicóelbanquero—.Peronoimporta;hazcomosi

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estuvierasentucuarto,señorita.

Apenassalió,Martinonparecíabuscarsupañuelo.

—Loheolvidadoenmipaletó;dispensenustedes.

—Bien—dijoelseñorDambreuse.

Evidentemente, no se engañaba en aquella maniobra, y aun quizá lafavorecía.¿Porqué?PeromuyprontovolvióMartinonyFrédéricempezósudiscurso. Desde la segunda página, que señalaba como una vergüenza lapreponderancia de los intereses pecuniarios, el banquero torció el gesto.Luego,abordandolasreformas,Frédéricpedíalalibertaddecomercio.

—¡Cómo…!Permítameusted.

El otro oía y continuaba. Reclamaba el impuesto progresivo, unafederación europea y la instrucción del pueblo, estímulos amplios para lasbellasartes.

—AunqueelpaíssuministraraahombrescomoDelacroixyHugocienmilfrancosderenta,¿quémalhabríaenello?

Yconcluíaconalgunosconsejosalasclasessuperiores.

—Noeconomicéisnada,¡oh,ricos!Dad,dad.

Sedetuvoy permaneció en pie. Sus dos oyentes, sentados, nohablaban;Martinon abríamucho los ojos; el señorDambreuse estabamuypálido. Porfin,disimulandosuemoción,conagriasonrisadijo:

—Es perfecto el discurso de usted.—Y elogió la forma bastante por notenerqueexpresarserespectodelfondo.

Aquellavirulenciadepartedeunjoveninofensivoleasustaba,sobretodocomosíntoma.Martinontratódetranquilizarle.Elpartidoconservador,dentrodepoco,tomaríasurevanchaseguramente;enmuchasvillassehabíaechadoaloscomisariosdelgobiernoprovisional;laseleccionesestabanfijadasparael23 de abril: había tiempo; en resumen, era preciso que el señorDambreusemismosepresentaraenelAube,ydesdeentoncesMartinonno leabandonóya,seconvirtióensusecretarioylerodeódefilialescuidados.

FrédéricllegómuysatisfechodesímismoacasadeRosanette.AllíestabaDelmar, y le dijo que «definitivamente se presentaba candidato en laseleccionesdelSena».Enunmanifiestodirigido«alpueblo»,enqueletuteaba,el autor se vanagloriaba de comprenderlo «a él» y de haberse hecho,atendiendo a su bien, «crucificar por el arte», de tal suerte que era suencarnación,suideal;creíaefectivamentetenersobrelasmasasunainfluenciaenorme, hasta llegar a proponer más tarde, en un despacho ministerial,concluir él solo con una conmoción popular, y en cuanto a losmedios que

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emplearía,contestóúnicamente:

—Notemanustedes;lesenseñarémicabeza.

Frédéric, para mortificarle, le notificó su propia candidatura. Elcomediante, en elmomento enque su futuro colegavisitara laprovincia, sedeclarósuservidoryofrecióintroducirloenlosclubes.

Losvisitarontodos:losrojosylosazules,losfuribundosylostranquilos,los puritanos, los místicos y los calaveras, aquellos en que se decretaba lamuertedelosreyes,aquellosenquesedenunciabanlosfraudesdelcomercio;ypor todaspartes losarrendatariosmaldecíana lospropietarios; lablusa,alfrac, y los ricos conspiraban contra los pobres. Muchos queríanindemnizaciones como antiguos mártires de la política; otros implorabandineropara poner enmarcha inventos, o se trataba de planes falansterianos,proyectosdebazarescantonales,sistemasdefelicidadpública.Yluego,acáyallá, algún relámpago de ingenio en aquellas nubes de necedad; apóstrofes,súbitoscomosalpicaduras;elderechoformuladoenunjuramento,yfloresdeelocuenciaenlabiosdeungalopo,quellevabael tahalídeunsablesobresupecho desnudo y sin camisa. A veces también se veía a un caballero,aristócrata,humildedemaneras, diciendocosasplebeyas,yqueno sehabíalavadolasmanosparaaparentarqueestabancallosas.Unpatriotalereconocía,losmásvirtuosos leamenazabanyse ibadeallícon la rabiaenelalma.Sedebía, por afectación de buen sentido, denigrar siempre a los abogados ylanzar,conlamayorfrecuenciaposible,estaslocuciones:«Apretarsupiedraaledificio»,«problemasocial»,«taller».

Delmar no perdía las ocasiones de tomar la palabra; y cuando noencontrabanadaquedecir,surecursoeraponerseelpuñoenlacadera,elotrobrazoenelchaleco,ysevolvíadeperfilbruscamente,demodoquesevierabiensucabeza.Entoncesestallabanlosaplausos;losdelaseñoritaVatnaz,enelfondodelasala.

Frédéric,apesardeloendebledelosoradores,noseatrevíaaarriesgarse.Todasaquellasgentesleparecíandemasiadoincultasodemasiadohostiles.

Pero Dussardier se puso a buscar, y le anunció que existía, en la calleSaint-Jacques,unclub tituladoelClubde la Inteligencia.Semejantenombredababuenasesperanzas.Además,llevaríanamigos.

Y, en efecto, llevó a los que había invitado a su ponche: el tenedor delibros, el corredor de vinos, el arquitecto; hasta fue Pellerin, y quizáHussonnet;yen laacera,delantede lapuerta,sehallabaRegimbartcondosindividuos, de los cuales el primero era su fiel Compain, hombre un pocorechoncho, picado de viruela, con los labios encarnados, y el segundo, unaespecie demono negro, extremadamente peludo y que solo conocía por ser

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«unpatriotadeBarcelona».

Pasaronporuncorredorydespuésfueronintroducidosenunagranpieza,de uso de carpintero sin duda, y cuyas paredes, nuevas aún, olían a yeso.Cuatro quinqués colgados paralelamente daban allí una luz desagradable.Sobreunestradodelfondohabíaunamesaconunacampanilla;másbaja,otra,que servía de tribuna, y otras dos a los lados, más pequeñas, para lossecretarios.Elauditorioquellenabalosbancosestabacompuestodeantiguosaprendices, peones, literatos inéditos. Entre aquellas hileras de paletos decuellosgrasientosseveía,decuandoencuando,lacofiadealgunamujeryelbourgerondeunobrero.

Elfondodelasalaestabarepletodeobreros,quehabíanidoallí,sinduda,porociosidad,ollevadosporlosoradoresparahacerseaplaudir.

Frédéric tuvo cuidadode colocarse entreDussardier yRegimbart, quien,apenassesentó,pusosusdosmanossobreelbastón,sumentónsobrelasdosmanos, y cerró los párpados, mientras que, en el otro extremo de la sala,Delmar,enpie,dominabalaasamblea.

EnlamesapresidencialaparecióSénécal.

El buen dependiente había pensado que aquella sorpresa agradaría aFrédéric;mas,porelcontrario,lemolestó.

La muchedumbre demostró a su presidente una gran deferencia. Era deaquellos que el 25 de febrero había querido la inmediata organización deltrabajo;aldíasiguiente,enelPrado,sehabíapronunciadoporqueseatacaraalayuntamiento;ycomocadapersonajesearreglabaentoncesporunmodelo,eluno copiaba a Saint-Just; el otro, a Danton; el otro, aMarat; él trataba deparecerseaBlanqui,queasuvezimitabaaRobespierre.Susguantesnegrosysu pelo cortado al rape le daban un aspecto rígido, extremadamenteconveniente.

Abrió la sesión contra la declaración de los derechos del hombre y delciudadano, acta de fe habitual. Después, con vigorosa voz, entonó Losrecuerdosdelpueblo,deBéranger.

Otrasvocesseelevaron.

—No,no;esono.

—¡«Lagorra»!—sepusieronaaullar,enelfondo,lospatriotas.

Ycantaronencorolapoesíadeldía:

¡Abajoelsombreroantemigorra!

¡Derodillasanteelobrero!

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Aunapalabradelpresidente secallóel auditorio.Unode los secretariosprocedióalextractodelascartas.

—Algunos jóvenes anuncian que queman todas las noches, delante delPanteón,unnúmerodeLaAsambleaNacional,yalavezinvitanatodoslospatriotasaseguirsuejemplo.

—¡Bravo!¡Aceptado!—contestólamultitud.

—El ciudadano Jean-Jacques Langreneux, tipógrafo, calle Dauphine,quisiera que se levantara un monumento a la memoria de los mártires dethermidor.

—Michel-Évariste-Népomucène Vincent, exprofesor, emite el deseo dequelademocraciaeuropeaadoptelaunidaddeidiomas.Podríautilizarseunalenguamuerta,como,porejemplo,ellatínperfeccionado.

—No,nadadelatín—exclamóelarquitecto.

—¿Porqué?—preguntóunmaestrodeestudios.

Y aquellos dos señores entablaron una discusión, a la que semezclaronotros,lanzandocadacualsufraseparadeslumbrar,notardandoenconvertirseenfastidiosa,detalsuertequemuchossemarchaban.

Pero un viejecito, que llevaba en lo más bajo de su frente,prodigiosamente, altas gafas verdes, pidió la palabra para un comunicadourgente.

Se trataba de una memoria sobre la distribución de los impuestos. Lascifrascorríanenella,sinverseelfin.Laimpacienciaestallóprimeramenteporalgunosmurmullosyconversaciones;peronadaleturbó.Despuéssepusieronasilbar,llamabanaAzor.Sénécalrespondióalpúblico;eloradorcontinuabacomounamáquina.Fuepreciso,paradetenerle, tirarlede lamanga.Elbuenhombrepareciósalirdeunsueño,ydijo,quitándosetranquilamentesusgafas:

—Perdón,ciudadanos,perdón.Meretiro,dispensadme.

ElfracasodeaquellalecturadesconcertóaFrédéric.Teníasudiscursoenelbolsillo,perohubieravalidomásunaimprovisación.

Por fin,elpresidenteanuncióque ibanapasaralasunto importante,a lacuestión electoral. No se discutirían las grandes listas republicanas. Sinembargo, el Club de la Inteligencia tenía perfecto derecho, como cualquierotro, para formar una, «con perdón de los señores del ayuntamiento», y losciudadanosquesolicitaranelmandopopularpodíanexponersustítulos.

—Andeusted—dijoDussardier.

Un hombre con sotana, pelo rizado y de fisonomía petulante, había ya

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levantado lamano. Declaró, tartamudeando, llamarseDucretot, presbítero yagrónomo, autor de una obra titulada De los abonos. Le remitieron a uncírculohorticultor.

Después,unpatriotadeblusaocupó la tribuna.Eraunplebeyoanchodeespaldas, de fisonomía gorda y muy dulce, con largos cabellos negros.Recorrió la asamblea con una mirada casi voluptuosa, echó hacia atrás lacabezay,separandolosbrazos,dijo:

—HabéisrechazadoaDucretot,hermanosmíos,yhabéishechobien,peronohasidoporirreligión,porquetodosnosotrossomosreligiosos.

Muchos escuchaban con la boca abierta, con aire de catecúmenos ypinturasestáticas.

—No ha sido tampoco porque es sacerdote, porque nosotros tambiénsomos sacerdotes. El obrero es sacerdote, como lo era el fundador delsocialismo,nuestromaestroJesucristo.

Había llegadoelmomentode inaugurarel reinadodeDios.ElEvangeliollevaba derechamente al 89. Después de la abolición de la esclavitud, laabolicióndelproletariado.Sehabíapasadode la edaddelodioyestabaporempezarlaedaddelamor.

—El cristianismo es la llave de la bóveda y el fundamento del nuevoedificio…

—¿Seburlausteddenosotros?—exclamóelcorredordealcoholes—.¿Dedóndehasalidosemejantesandío?

Aquella interrupcióncausógranescándalo.Casi todossesubieronen losbancos y vociferaban con el puño extendido: «Ateo, aristócrata, canalla»,mientrasquelacampanilladelpresidentesonabaincesantementeyredoblabanlos gritos de «¡Al orden!». Pero intrépido, y sostenido, además, por «trescafés»tomadosantesdevenir,semovíaenmediodelosotros.

—¡Cómo!¡Younaristócrata!¡Vamos!

Consentidoquealfinseexplicaría,declaróquejamásseviviríaenpazconlossacerdotes,ypuestoquesehabíahabladohacíaunmomentodeeconomía,seríaunafamosaladesuprimirlasiglesias,lassagradasformasy,finalmente,todosloscultos.

Alguienleobjetóqueibalejos.

—Sí, voy lejos. Pero cuando un barco se ve sorprendido por latempestad…

Sinesperaralfinaldelacomparación,otrolecontestó:

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—Conformes;peroesoesdemolerdeunsologolpe,comounalbañilsindiscernimiento.

—Insultausteda los albañiles—aullóunciudadanocubiertodeyeso.Yobstinándose en creer que le habían provocado, vomitaba injurias, queríabatirse,semontabaensubanco.Nobastarontreshombresparaecharlefuera.

No obstante, el obrero continuaba en la tribuna. Los dos secretarios leadvirtieronquedebíabajar;élprotestócontralaviolenciaqueselehacía.

—Nomeimpediréisgritar:¡EternoamoranuestraqueridaFrancia;amoreternotambiénalaRepública!

—Ciudadanos—dijoentoncesCompain—;ciudadanos.

Y a fuerza de repetir «ciudadanos» obtuvo algún silencio; apoyó en latribuna sus dosmanos coloradas, queparecían zoquetes, adelantó el cuerpo,entornólosojosydijo:

—Creoqueseríaprecisodarmayorextensiónalacabezadeternero.

Todoscallaron,pensandohaberoídomal.

—Sí,alacabezadeternero.

Trescientas carcajadas estallaron a la vez. El techo tembló. Ante todasaquellas caras trastornadas por la alegría, Compain se echó atrás y replicó,furioso:

—¡Cómo!¿Noconocéislacabezadeternero?

Aquello fue un paroxismo, un delirio. Apretaban los costados; algunoshastasecaíanalsuelo,debajodelosbancos.Compain,nopudiendocontinuar,serefugiócercadeRegimbartyquisollevárselo.

—No;mequedohastaelfinal—dijoelciudadano.

Aquella respuesta decidió a Frédéric; y como buscase, a izquierda y aderecha, a sus amigos para sostenerle, vio, delante de él, a Pellerin en latribuna.Elartistasedirigíaalamultitud.

—Quisierasaberdóndeestáelcandidatodelarte,atodoesto.Yohehechouncuadro…

—No tenemos qué hacer con los cuadros—dijo brutalmente un hombreflaco,queteníamanchasrojasenlospómulos.

Pellerinexclamabaqueleinterrumpían.

Peroelotro,entonotrágico,replicó:

—¿Nodebíahaberabolidoyaelgobierno,porundecreto,laprostitucióny

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lamiseria?

Y aquella frase le valió inmediatamente el favor del pueblo, tronandocontralacorrupcióndelasgrandespoblaciones.

—Infamiayvergüenza.Deberíamosatrapara losburguesesal salirde laMaisond’Orycruzarles lacara.¡Sielgobiernonofavoreciera,almenos,elescándalo…! Pero los empleados de consumos son muy indecentes connuestrashijasynuestrashermanas.

Unavozprofiriódelejos:

—Esoesgracioso.

—Alapuerta.

—Senos sacan contribuciones para pagar el libertinaje.Así, los grandessueldosdeactor…

—Amí—exclamóDelmar.

Saltóalatribuna,apartóatodoelmundo, tomósupostura,ydeclarandoque despreciaba las triviales acusaciones, se extendió sobre la misióncivilizadora del cómico. Puesto que el teatro era el foco de la instrucciónnacional, votaba por la reforma del teatro, y, en primer término, no másdirecciones,nomásprivilegios.

—Sí,deningunamanera.

El juego del actor enardecía a la multitud y se cruzaban mocionessubversivas.

—¡Nomásacademias!¡Nomásinstitutos!

—¡Nomáscomisiones!

—¡Nomásbachillerato!

—¡Abajolosgrandesuniversitarios!

—¡Conservémoslos!—dijoSénécal—,peroqueseconfieranporsufragiouniversalporelpueblo,únicojuezverdadero.

Lomásútil,porotraparte,noeraeso.Senecesitaba,enprimerlugar,pasarelnivelsobre lacabezadelosricos.Ylospresentóatracándosedecrímenesbajosusdoradostechos,mientrasquelospobresseretorcíandehambreensusbuhardillas,cultivandotodaslasvirtudes.Losaplausossehicierontanfuertes,que se interrumpió. Durante algunos minutos permaneció con los párpadoscerrados, la cabeza atrás y como meciéndose sobre aquella cólera quelevantaba.

Despuéssepusoahablardeunamaneradogmática,confrasesimperiosas

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comoleyes.ElEstadodebíaampararsedelbancoydelosseguros.

Abolirselasherencias;establecerseunfondosocialparalostrabajadores.Otrasmedidasseríanbuenasparaelporvenir;aquellasbastabanalpresente;yvolviendoalaselecciones,añadió:

—Necesitamos ciudadanos puros, hombres enteramente nuevos. ¿Hayalgunoquesepresente?

Frédéricselevantó.Hubounmurmullodeaprobación,producidoporsusamigos. Pero Sénécal, tomando una figura a lo Fouquier-Tinville, se puso ainterrogarle acerca de sus nombres, apellidos, antecedentes, vida ycostumbres.

Frédéric le contestaba sumariamente y se mordía los labios. Sénécalpreguntósialguienteníaobstáculoqueoponeraaquellacandidatura.

—No,no.

Peroélsíloveía.Todosseinclinaronyalargaronlasorejas.Elciudadanoprotestante no había dado una cierta suma prometida para una fundacióndemocrática: un periódico. Además, el 22 de febrero, aunque fuesuficientementeadvertido,habíafaltadoalacitaenlaplazadelPanteón.

—YojuroqueestuvoenlasTullerías—exclamóDussardier.

—¿PuedeustedjurarhaberlevistoenelPanteón?

Dussardierbajólacabeza.Frédéricsecallaba;susamigos,escandalizados,lemirabanconinquietud.

—Al menos —replicó Sénécal—, ¿conoce usted un patriota que nosrespondadesusprincipios?

—Yo—dijoDussardier.

—¡Oh!,esonoesbastante;otro.

Frédéric se volvió hacia Pellerin. El artista le contestó por multitud degestos,quesignificaban:«Amigomío,amímehan rechazado,¿quédiablosquiereustedquelehaga?».

Entonces,FrédérictocóconelcodoaRegimbart.

—¡Oh,sí,esverdad,yaestiempo;voyallá!

YRegimbartsubiólaescalera;después,indicandoalespañolquelehabíaseguido,añadió:

—Permitidme,ciudadanos,queospresenteaunpatriotadeBarcelona.

Elpatriotahizoungransaludo,moviócomounautómatasusojosdeplata,

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yconlasmanossobreelcorazón,dijo:

—Ciudadanos,muchoaprecioelhonorquemedispensáis,ysigrandeesvuestrabondad,mayoresvuestraatención.

—¡Pidolapalabra!—gritóFrédéric.

—DesdequeseproclamólaConstitucióndeCádiz,esepactofundamentalde las libertades españolas, hasta la última revolución, nuestra patria cuentanumerososyheroicosmártires.

Frédéric,unavezmás,quisohacerseoír.

—¡Perociudadanos…!

Elespañolcontinuaba:

—El martes próximo tendrán lugar, en la iglesia de laMadeleine, unosfunerales.

—¡Peroestoesabsurdo,nadiecomprende!

Aquellaobservaciónexasperóalamuchedumbre.

—¡Alacalle,alacalle!

—¿Quién,yo?—preguntóFrédéric.

—Ustedmismo—dijomajestuosamenteSénécal—.Salgausted.

Selevantóparamarcharseylavozdelíberolerespondía.

—Ytodoslosespañolesdesearíanverallíreunidaslasdiputacionesdelosclubesyde lamilicianacional.Unaoraciónfúnebre,enhonorde la libertadespañolaydelmundoentero,serápronunciadaporunmiembrodelclerodeParísenlasalaBonne-Nouvelle.Honoralpueblofrancés,quellamaríayoelprimerpueblodelmundo,sinofueseciudadanodeotranación.

—¡Aristo!—chilló un quídam, enseñando los puños a Frédéric, que selanzóhaciaelpatio,indignado.

Sereprochósusacrificio,sinreflexionarquelasacusacionesquelefuerondirigidas eran justas, después de todo. ¡Qué fatal idea la de aquellacandidatura!

¡Pero qué asnos!, ¡qué pillos! Se comparaba con aquellos hombres yaliviabaconsunecedadlaheridadesuorgullo.

DespuéssintiónecesidaddeveraRosanette.Despuésdetantasfalsedadesy tanto énfasis, su gentil persona sería un consuelo. Sabía ella que debíapresentarseaquellanocheenunclub.Sinembargo,cuandoentró,nisiquieralehizounapregunta.

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Sehallabacercadelfuego,descosiendoelforrodeunvestido.Semejantetrabajolesorprendió.

—¿Quéesloquehaces?

—Ya lo ves —dijo secamente—. Compongo mis trapos. Esto es tuRepública.

—¿PorquémiRepública?

—¿Quizáserálamía?

YsepusoacensurartodoloquepasabaenFranciadesdehacíadosmeses,acusándoledehaberhecholarevolución,deser lacausadesuruina,dequelas gentes ricas abandonaran París y que, más tarde, ella iría a morir alhospital.

—Túhablasatugustocontusrentas.Porlodemás,altrotequeestova,nolastendrásmuchotiempo.

—Puede—dijoFrédéric—;losmásdecididossonsiempredesconocidos;losbrutosconquienesunosecomprometeleharíanaborrecerlaabnegación.

Rosanettelemiróconceño.

—¿Eh?¿Quéabnegación?¿Elseñornoha tenidoéxito,a loqueparece?Tantomejor; eso te enseñará a hacer donespatrióticos. ¡Oh, nomientas!Séque les has regalado trescientos francos, porque tu República se hacemantener.Puesbien:diviérteteconella,buenhombre.

Anteaquellaavalanchadenecedades,Frédéricpasódesuotracontrariedadaunadecepciónmáspesada.Seretiróal fondode lahabitación,yellase leacercó.

—Vamos, razonaunpoco.Enunpaís, comoenunacasa, senecesitaunamo;deotromodo, cada cualbaila como leplace.Enprimer lugar, todo elmundosabequeLedru-Rollinsevellenodedeudas.EncuantoaLamartine,¿cómoquieresqueunpoetaentiendadepolítica?Puedesmover lacabezaycreerteconmástalentoquelosotros; loquedigoes laverdad,sinembargo.Perotúdiscutessiempre,nosepuedemeterbazacontigo.Mira,porejemplo,aFournier-Fontaine, de los almacenes de San Roque; ¿sabes cuánto pierde?Ochocientos mil francos. Y Gomer, el embalador de enfrente, este es otrorepublicano, rompía las tenazas en la cabezade sumujer, yhabebido tantoajenjo, que van a encerrarle en una casa de salud.Como este son todos losrepublicanos.UnaRepúblicaalveinticincoporciento.¡Ah,sí,jáctate!

Frédéric se marchó. La ineptitud de aquella chica, presentándose derepenteconunlenguajepopulachero,ledisgustaba,yhastasesintiódenuevopatriota.

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Elmalhumor deRosanette fue en aumento. LaVatnaz la irritaba con suentusiasmo. Creyéndose enmisión, tenía ganas de perorar, de catequizar, ymásfuertequesuamigaenesasmaterias,laaplastabaconargumentos.

Undía llegótoda indignadacontraHussonnet,queacababadepermitirsebromas en el club de lasmujeres.Rosanette aprobó aquella conducta, hastadeclarar que usaría traje de hombre para ir a «decirles a todas lo que semerecíanypegarles».Frédéricentróenaquelmomento:«Túmeacompañarás,¿noesverdad?».

Yapesardehallarseéldelante,seenzarzaron,haciéndoseunalaburguesayfilósofalaotra.

Lasmujeres,segúnRosanette,habíannacidoexclusivamenteparaelamoroparacriarniñosyestaralfrentedeunacasa.SegúnlaVatnaz,lamujerdebíatenersupuestoenelEstado.Enotrotiempo,lasgalaslegislaban,tambiénlasanglosajonas,y lasesposasdeloshuronesesformabanpartedelConsejo.Laobracivilizadoraeracomún.Senecesitabaelconcursodetodosysustituir,porfin, el egoísmo por la fraternidad; el individualismo por la asociación; elsistemaparcelario,porelgrancultivo.

—Vaya,¿ahoraentiendestúdecultivo?

—¿Porquéno?Porotraparte,setratadelahumanidad,desuporvenir.

—Ocúpatedeltuyo.

—Esoescosamía.

Iban incomodándose y Frédéric se interpuso. La Vatnaz se acaloraba yhastallegóadefenderelcomunismo.

—¡Quétontería!—dijoRosanette—.¿Podráesollegarjamás?

Laotracitócomopruebaalosesenios,alosfrailesmoravios,alosjesuitasdel Paraguay, a la familia de los Pingons, cerca de Thiers, en Auvernia; ycomogesticularamucho,sucadenade reloj seenredóconunborreguillodeorodesucoleccióndedijes.

DerepentepalidecióRosanetteextraordinariamente.

LaVatnazseguíadesenredandosudije.

—No te molestes más —expresó Rosanette—. Ahora conozco tusopinionespolíticas.

—¿Qué?—exclamólaVatnaz,poniéndosetanencarnadacomounavirgen.

—¡Oh!Yamecomprendes.

Frédéric no comprendía. Había sobrevenido entre ellas, evidentemente,

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algomáscapitalymásíntimoqueelsocialismo.

—Yauncuandoasífuera—replicólaVatnaz,irguiéndoseintrépidamente—.Esunpréstamo,queridamía,deudapordeuda.

—¡Caray! Yo no niego las mías. ¡Qué historia por algunos miles defrancos!Yopidoprestado,almenos;peronoroboanadie.

LaseñoritaVatnaztratódereír.

—¡Oh!Sí,pondríamimanoenelfuego.

—Tencuidado,queestátansecaquepuedearder.

La vieja señorita le presentó sumano derecha, dejándola levantada a laalturadesurostro,diciendo:

—Algunosamigostuyoslaencuentranaceptable.

—¿Comocastañuelas?Seránandaluces.

—¡Malamujer!

Lamariscalahizoungransaludo.

—Yanohayatractivos.

LaVatnaznocontestónada.Algunasgotasdesudorbrotarondesussienes.Susojossefijabanenlaalfombra;estabajadeante.Porfin,llegóalapuerta,yhaciéndolacrujirvigorosamente,dijo:

—Buenastardes.Tendráustednoticiasmías.

—Adiós—dijoRosanette.

Su violencia la había destrozado. Se dejó caer sobre el diván, todatemblorosa,balbuciendoinjurias,derramandolágrimas.¿Eraaquellaamenazade laVatnaz loque laatormentaba?No. ¡Bastante le importaba!Despuésdetodo,quizálaotraledebieradinero.Eraelborreguillodeorounregalo,yenmediodesu llantose leescapóelnombredeDelmar.Luegoamabaaaquelbotarate.

«Entonces, ¿por qué me ha aceptado? —se preguntó Frédéric—. ¿Quésignificaesodequehayavuelto?¿Quién laobligaa retenerme?¿Cuáleselsentidodetodoesto?».

Los pequeños sollozos de Rosanette continuaban; seguía sentada en elborde del diván, echada a un lado, con las mejillas entre ambas manos, yparecíaunsertandelicado,inconscienteydolorido,queseaproximóaellaylabesóenlafrentecondulzura.

Entonces, ella le diomil seguridades de ternura; el príncipe acababa de

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marcharseyseríanlibres.Peroenelmomentoseencontraba…apurada.«Túmismo lo has visto; el otro día, cuando utilizabamis forros viejos.Nomáscarruajes ahora».Y no era eso todo: el tapicero amenazaba con llevarse losmueblesdelcuartoydelgransalón;ellanosabíaquéhacer.

Frédéricpensarencontestar:«Noteinquietes;yopagaré».Perolaseñorapodíamentir. La experiencia le había instruido, y se limitó sencillamente aconsolarla.

LostemoresdeRosanettenoeranvanos;fueprecisoentregarlosmueblesy dejar la bonita habitación de la calle Drouot. Tomó otra en el bulevarPoissonnière, piso cuarto. Las curiosidades de su antiguo tocador fueronsuficientes para dar a las tres piezas un tipo coquetón. Tuvo estores chinos,unamarquesita en la terraza; en el salón, un tapiz de lance, todavía nuevoenteramente,conplufsdesedarosa.Frédérichabíacontribuidoampliamenteaaquellas adquisiciones; experimentaba la alegría de un recién casado queposee,porfin,unacasasuya,unamujersuya;yagradándoleaquellomucho,veníaadormirallícasitodaslasnoches.

Unamañana, al salir de la antesala, advirtió en la escalera, hacia el pisotercero,elchacódeunguardianacionalquesubía.¿Adóndeiba?Frédéricleesperó. El hombre seguía subiendo con la cabeza un poco baja; levantó losojos:eraelseñorArnoux.Lasituaciónaparecíaclara;seruborizaronalmismotiempo,igualmentecontrariados.

Arnouxencontróprimeroelmediodesalirdeél.

—¿Estámejor?¿Noesverdad?—ComosiRosanetteestuvieraenfermayélfueraabuscarnoticias.

Frédéricseaprovechódeaquelexpediente.

—Sí,desdeluego;sucriadamelohadicho,almenos—dandoaentenderquenolehabíanrecibido.

Despuéspermanecieronfrenteafrente,ambosirresolutosyobservándose,pensando cada cual quién no se iría. Arnoux, una vez más, resolvió lacuestión.

—¡Ah! Ya volveré más tarde. ¿Dónde quiere usted ir? Le acompaño austed.

Y cuando estuvieron en la calle se puso a hablar con la naturalidad decostumbre. Indudablemente, o no tenía el carácter celoso, o era demasiadobonachónparaenfadarse.

Por otra parte, la patria le preocupaba. Al presente no abandonaba eluniforme.

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El 19 de marzo había defendido las oficinas de La Prensa. Cuando seaclamólaCámara,seseñalóporsuvalor,yfuedelosdelbanqueteofrecidoalaguardianacionaldeAmiens.

Hussonnet,siempredeservicioconél,seaprovechabamásquenadiedesucantimploraydesuscigarros;peroirreverentepornaturaleza,secomplacíaencontradecirle, denigrando el estilo poco correcto de los decretos, lasconferenciasdelLuxemburgo,lasvesubianas,lastirolesas,todo,hastaelcarrodelaagricultura,arrastradoporcaballosenvezdeporbueyesyescoltadoporjóvenes feas. Arnoux, por el contrario, defendía el poder, y soñaba con lapasión de los partidos. Sin embargo, sus negocios tomaban mal aspecto,inquietándolemedianamente.

LasrelacionesdeFrédéricylamariscalanolehabíanentristecido,porqueaqueldescubrimientoleautorizó(ensuconciencia)asuprimirlapensiónquehabíavueltoaasignarledesdelamarchadelpríncipe,alegandoladificultaddelas circunstancias, gimiendo mucho, y Rosanette fue generosa. Entonces,Arnouxseconsiderócomoelamantedelcorazón,cosaque leelevabaensupropia estima, rejuveneciéndole. No dudando que Frédéric pagaría a lamariscala,seimaginaba«darunabuenabroma»,llegandohastaaocultarseydejarleelcampolibrecuandoseencontraban.

EstacomunidadheríaaFrédéric;ylascortesíasdesurivalleparecíanunaburla de mal género, demasiado prolongada. Pero enfadándose se hubieraquitado toda la probabilidad de volver a la otra, siendo, además, el únicomediodeoírhablardeella.Elcomerciantedeporcelanas,segúncostumbre,oquizá pormalicia, la recordabagustosamente en su conversación, y hasta lepreguntabaporquénoibayaaverla.

Frédéric,habiendoagotado todos lospretextos, aseguróquehabíaestadoencasadelaseñoramuchasvecesinútilmente.Arnouxquedóconvencidodeello,porquefrecuentementeseextasiabadelantedeellaacercadelaausenciadesuamigo,yellarespondíasiemprequenoestabacuandoveníaavisitarla;desuertequeaquellasdosmentirasenvezdecontrariarsesecorroboraban.

LadulzuradeljovenylaalegríadetenerleporjuguetehacíanqueArnouxle quisiera más. Llevaba su familiaridad hasta los últimos límites, no pordesdén, sino por confianza. Un día le escribió que un negocio urgente lellamabaaprovinciasporveinticuatrohorasylerogabahicieralaguardiaporél.FrédéricnoseatrevióarehusarysepresentóenelpuestodelCarrousel.

Tuvo que sufrir la compañía de los guardias nacionales, y salvo unpurificador, hombre chistoso que bebía de unamanera exorbitante, todos leparecieronmásbrutosquesuscartucheras.Laconversacióncapitalfueacercade la sustitución de las correas por el cinturón. Otros trinaban contra lostalleres nacionales. Decían: «¿Adónde vamos?». El que había recibido el

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apóstrofecontestabaabriendolosojos,comoalbordedeunabismo:«Estonopuededurar;esprecisoconcluir».

Y repitiéndose losmismos discursos hasta la noche, Frédéric se aburriómortalmente.

Grande fue su sorpresa cuando a las once vio aparecer aArnoux, quienseguidamente dijo que corría a liberarle, habiendo ya concluido su negocio.Este negocio no había existido; era una invención para pasar veinticuatrohoras solo con Rosanette. Pero el excelente Arnoux se había aprovechadodemasiado,detalsuertequeensulasitudleentróremordimiento.VinoadarlasgraciasaFrédéricyleinvitóacenar.

—Milgracias;notengohambre;solodeseomicama.

—Razóndemásparadesayunarnos juntospronto. ¡Québlandoesusted!¡Estanoeshoradeiracasa:esdemasiadotarde;seríapeligroso!

Frédéric cedió una vez más. Arnoux, a quien no esperaban, fue bienacogidoporsushermanosdearmas,principalmenteporelpurificador.

Todos le amaban; y él era tan buen muchacho, que echó de menos lapresenciadeHussonnet.Peroteníanecesidaddedormirunminutonadamás.

—Póngase usted cerca de mí—dijo a Frédéric, extendiéndose sobre sucamadecampaña,sinquitarseelcorreaje.

Por temor de una alerta, en contra del reglamento, conservó el fusil;despuésbalbucióalgunasfrases:«Queridamía»,«ángelmío»,yno tardóendormirse.

Losquehablabansecallaron,ypocoapocosehizoungransilencioenelpuesto.Frédéric,atormentadoporlaspulgas,mirabaasualrededor.Lapared,pintada de amarillo, tenía a mitad de altura una plancha donde los sacosformabanunaseriedepequeñasjorobas,mientras,debajo,losfusilesdecolorplomoestabanalineadosunosjuntoaotros.Seoíanronquidosproducidosporlosguardiasnacionales,cuyosvientressedibujabandeunamaneraconfusaenlasombra.

Unabotellavacíayalgunosplatosocupabanlaestufa.Tressillasdepajarodeaban lamesa,en laqueseveíaun juegodecartas.Deun tambor,enelcentrodelbanco,colgabanlascorreas.

Elairecalienteentrabapor lapuertayhacíaqueelquinquédiesehumo.Arnouxdormíaconlosbrazosabiertos,ycomosufusilestabacolocadoconlaculata hacia abajo, un poco oblicuamente, la boca del cañón le llegaba a laaxila.

Frédéric,quelonotó,seasustó.

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«Perono;nohaycuidadoniquétemer.Sinembargo,simuriese…».

Yseguidamentesedesarrollaroninfinitoscuadros.

Sevioconelladenoche,enunasilladeposta;después,alaorilladeunríoenunatardedeverano,yalreflejodeunalámpara,ensucasa.

Hasta se detenía en cálculos de menaje, en disposiciones domésticas,contemplando,palpandoyasudicha;ypararealizarlabastaríasolamentequeel gatillo del fusil se levantara. Podía tocarlo con la punta del pie; el tirosaldría;seríaunacasualidadynadamás.

Frédéricseextendiósobreaquellaideacomoundramaturgoquecompone.Derepenteleparecióquenoestabadistantederesolversesuacciónyqueiba,porsuparte,acontribuircomoerasudeseo;lesobrecogióungranmiedo.

Enmediodeaquellaangustiaexperimentabaunplacer,penetrandomásymásenél,sintiendoconhorrorquedesaparecíansusescrúpulos;enelfurordesusueñoseborrabaelrestodelmundoynoteníaconcienciadesímismosinoporunaintolerableopresióndelpecho.

—¿Tomamosunvinoblanco?—dijoelpurificador,quesedespertaba.

Arnouxseechóalsueloy,tomadaslascopas,quisohacerlacentineladeFrédéric.

Despuésselollevóaalmorzara lacalleChartres,casadeParly;ycomonecesitaba reponerse, pidió dos platos de carne, una langosta, una tortilla alron,unaensalada,etcétera,todoregadoconsauternede1819,sincontarconelchampánparalospostresyloslicores.

Frédéric no le contrarió. Se hallaba cohibido, como si el otro hubierapodidodescubrirensucaralashuellasdesupensamiento.

Con ambos codos sobre el borde de lamesa, ymuy inclinado, Arnoux,fatigándoleconsumirada,leconfiabasussueños.

Teníadeseosde tomarenarrendamiento todos los terraplenesde la líneadelNorteparasembrarenellospatatas,obienorganizarenlosbulevaresunacabalgata monstruo, en que figuraran las «celebridades de la época».Alquilaría todas las ventanas, que a razón de tres francos, término medio,produciría un bonito provecho. En resumen: soñaba con un gran golpe defortunaporunacaparamiento.Sinembargo,eramoral,condenabalosexcesos,eldesarreglo;hablabadesu«pobrepadre»,ytodaslasnoches,decía,hacíasuexamendeconciencia,antesdeofrecersualmaaDios.

—Unpocodecuraçao,¿eh?

—Comoustedguste.

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EncuantoalaRepública,lascosassearreglarían;enfin,queseencontrabael hombre más feliz de la tierra; y olvidándose, elogió las cualidades deRosanette, y hasta la comparó a su mujer. Era otra cosa, claro. No puedenimaginarsemásbonitaspiernas.

—¡Alasaluddeusted!

Frédéric bebió. Por complacencia, lo había hecho con algún exceso;además,lemolestabalaluzdelsol;ycuandosubieronjuntoslacalleViviennesetocabanfraternalmentelashombrerasdeambos.

Cuandoentróensucasa,Frédéricdurmióhastalassiete;enseguidasefuea casa de la mariscala. Había salido con alguien; quizá con Arnoux. Nosabiendoquéhacer,continuósupaseoporelbulevar,peronopudopasardelapuertaSaint-Martin,tantaeralagente.

Lamiseriaabandonabaasímismosaunconsiderablenúmerodeobreros;yveníantodaslasnochesapasarrevista,sinduda,yesperarlaseñal.Apesardelaleycontralosgrupos,aquellosclubesdeladesesperaciónaumentabandeunamanera terrible; ymuchos burgueses se reunían allí cotidianamente porbravata,pormoda.

Derepente,FrédéricvioatrespasosdedistanciaalseñorDambreuseconMartinon;volvió lacabezaporqueguardabarencoralseñorDambreuse,quesehabíahechonombrarrepresentante;peroelcapitalistaledetuvo.

—Unapalabra,queridoseñor.Debodarleaustedexplicaciones.

—Nolaspido.

—Porfavor,escúchemeusted.

Él no había tenido culpa ninguna. Le habían rogado, obligado en ciertomodo.Martinon, seguidamente,apoyósuspalabras: losdeNogent lehabíanenviadounadiputación.

—Además,hecreídohallarmeenlibertad,desdeelmomento…

UnaavalanchadegentecontralaacerahizoalseñorDambreusesepararse.Unminutodespuésvolvió,diciendoaMartinon:

—Esteesunverdaderoservicio.Notendráustedquearrepentirse.

Lostressepegaronaunatiendaparahablarmásagusto.

De cuando en cuando se gritaba: «¡Viva Napoleón!», «¡Viva Barbès!»,«¡Abajo Marie!». La inmensa muchedumbre hablaba muy alto; y todasaquellasvoces,quelascasasrepercutían,hacíanunruidosemejantealdelasolasdeunpuerto.

En determinados momentos se callaban; entonces se oía LaMarsellesa.

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Bajo laspuertas cocheras, algunoshombresdemanerasmisteriosasofrecíanbastonesconestoque.Aveces,dosindividuospasabanunodelantedeotro,seguiñabanunojoysealejabanrápidamente.Gruposdemajaderosocupabanlasaceras; una muchedumbre compacta se agitaba en el empedrado. Bandasenterasdeagentesdepolicíasalíandelascallejuelasydesaparecíanapenassedejabanver.Banderitasdepañorojoacáyallállameaban;loscocheros,deloaltodesuasiento,gesticulabanysevolvían.Aquelloeraunmovimiento,unespectáculodelosmássingulares.

—Cómo hubiera divertido todo esto —dijo Martinon— a la señoritaCécile.

—Mi mujer, ya lo sabe usted, no gusta de que mi sobrina venga connosotros—contestó,sonriendo,elseñorDambreuse.

No se le hubiera reconocido. Desde hacía tres meses gritaba «¡Viva laRepública!», y hasta había votado el destierro de los Orléans. Pero lasconcesionesdebíanconcluir;ysemostrabafurioso,hastaelpuntoquellevabaunmazoenelbolsillo.

TambiénMartinonteníauno.Nosiendoyainamoviblelamagistratura,sehabíaretiradodelosestrados,ysobrepasabaenviolenciaalseñorDambreuse.

El banquero aborrecía especialmente a Lamartine (por haber apoyado aLedru-Rollin),y,además,aPierreLeroux,Proudhon,Considérant,Lamennais,atodosloscerebroscalientes,atodoslossocialistas.

—Porque,enfin,¿quéquieren?Sehasuprimidoelimpuestosobrelacarney el apremio contra la persona; ahora se estudia el proyecto de un bancohipotecario;elotrodíaeraunbanconacional;yatodoesto,cincomillonesdepresupuestopara losobreros.Pero, felizmente,elloseacabagraciasalseñorFalloux.Buenviaje,quesemarchen.

Enefecto,nosabiendocómoalimentaraloscientotreintamilhombresdelos talleres nacionales, el ministro de Trabajos Públicos, aquel mismo día,había firmado un decreto, invitando a todos los ciudadanos de dieciocho aveinteañosaentrarenelserviciocomosoldados,oasalirparalasprovinciasparatrabajarlatierra.

Aquella alternativa los indignó, persuadidos de que se quería destruir laRepública.La existencia lejosde la capital los afligía comoundestierro; seveíanmoribundospor las fiebresen regiones feroces.Paramuchos,además,acostumbrados a los trabajos delicados, la agricultura les parecía unenvilecimiento; era una añagaza, en fin, una irrisión, la negación formal detodaslaspromesas.Siresistían,emplearíanlafuerza;nodudabandeestoysedisponíanaprevenirla.

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Hacia las nueve, los grupos formados en la Bastilla y en el Châteletrefluyeronalbulevar.

De la puertaSaint-Denis a la puertaSaint-Martin, constituía aquello unaenormeebullición,unasolamasadeazuloscuro,casinegro.Loshombresquese entreveían tenían todos las pupilas ardientes, la tez pálida, fisonomíasenflaquecidas por el hambre, exaltados por la injusticia. Sin embargo, lasnubes se amontonaban; el cielo tormentoso calentaba la electricidad de lamuchedumbre, que se arremolinaba sobre sí misma, indecisa, con amplioimpulsodeoleaje,ysesentíaensusprofundidadesunafuerzaincalculableycomolaenergíadeunelemento.

Después, todos se pusieron a gritar: «¡Faroles! ¡Faroles!». Muchasventanasnoseiluminaban,yarrojaronpiedrascontrasuscristales.

El señor Dambreuse juzgó prudente retirarse. Los dos jóvenes leacompañaron.

Preveía él grandes desastres. El pueblo podía, una vez más, asaltar laCámara;yaestepropósito,contócómohabríamuertoel15demayoanoserporelsacrificiodeunguardianacional.

—¡Pero se me olvidaba! Era un amigo de usted, el fabricante deporcelanas:JacquesArnoux.

Lasgentesdelmotínleahogaban;aquelbravociudadanolehabíacogidoensusbrazosydepositadolejos.

Así,desdeentonces,habíaformadounaespeciedelazoentreellos.

—Seráprecisocomerjuntosunodeestosdías,ypuestoqueustedleveconfrecuencia, asegúrele que le quiero mucho. Es un hombre excelente,calumniado, según mi opinión, y tiene talento el pícaro. Le saludo a ustednuevamente.Buenasnoches.

CuandoFrédéricdejóalseñorDambreuse,volvióacasadelamariscala,yconairesombríoledijoquedebíaoptarentreArnouxyél.

Lerespondiócondulzuraquenoentendíanadade«semejantesgruñidos»:no amaba a Arnoux y no tenía que ver con él. Frédéric estaba sediento deabandonarParís.No rechazó ella aquella fantasía y salieron al día siguienteparaFontainebleau.

Elhoteldondesealojaronsedistinguíadelosdemásporunsaltodeaguainstalado enmedio de su patio. Las puertas de sus habitaciones daban a uncorredor, como en los monasterios. La que les facilitaron era grande, bienamueblada, tapizadade indianaysilenciosa,porfaltadeviajeros.Alo largode las casas paseabanvecinos desocupados; cuando cayó la luz del día, pordebajodesusventanasjugaronalabarraloschiquillosdelacalle;yaquella

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quietud,sucediéndosealtumultodeParís,lescausabasorpresaytranquilidad.

Porlamañanatempranofueronavisitarelcastillo.Comoentraronporlaverja, vieron su fachada entera, con los cinco pabellones de tejadospuntiagudosysuescaleradeherraduradesplegándosealfondodelpatio,quecortanaizquierdayaderechadoscuerposdeedificiomásbajos.Loslíquenesdel piso se mezclan a lo lejos con el tono jaspeado de las baldosas, y elconjunto del palacio, enmohecido de color, como una vieja armadura, teníaalgoderealmenteimpasible,unaespeciedegrandezamilitarytriste.

Por fin, un criado se presentó con un manojo de llaves. Les enseñó,primero, las habitaciones de las reinas, el oratorio del Papa, la galería deFranciscoI,lamesitadecaobaenqueelemperadorfirmósuabdicación,yenunadelaspiezasquedividíanlaantiguagaleríadelosCiervos,elsitioenqueCristina hizo asesinar a Monaldeschi. Rosanette escuchó aquella historiaatentamente,ydespués,volviéndoseaFrédéric,dijo:

—Sería,sinduda,porcelos;tencuidado.

Enseguidaatravesaronlasaladelconsejo,lasaladeguardias,elsalóndeltrono, el de LuisXIII. Las altas ventanas, sin cortinas, derramaban una luzblanca; el polvo cubría ligeramente los puños de las fallebas, las patas decobre de las consolas; fundas de telas gruesas tapaban todos los sillones; seveían encima de las puertas cacerías del tiempo de Luis XV, y en algunossitios, tapicerías que representaban a los dioses del Olimpo, Psyche o lasbatallasdeAlejandro.

CuandoRosanettepasabadelantedelosespejos,sedeteníaunminutoparaalisarseelcabello.

DespuésdelpatiodelatorrecillaylacapilladeSaint-Saturnin,llegaronalasaladefiestas.

Quedaron asombrados por el esplendor del techo, dividido encompartimientosoctogonales,adornadodeoroyplata,máscinceladoqueunaalhaja, y por la abundancia de las pinturas que cubren las paredes desde lagigantescachimenea,dondelasarmasdeFranciaestánrodeadasporcarcajymedia luna,hasta la tribunapara losmúsicos,construidaalotroextremo,entoda la amplitud de la sala. Las diez ventanas, en arcadas, estaban abiertasenteramente; el sol hacía brillar las pinturas; el cielo azul hacía que seconfundiera indefinidamente el azulultramarde las cimbras;ydel fondodelosbosques,cuyasvaporosascimasllenabanelhorizonte,parecíavenirunecodelosaullidoslanzadosporlastrompasdemarfil,ydelasdanzasmitológicasque reunían bajo el follaje a princesas y señores, convertidos en ninfas ysilvanos; época de ciencia ingenua, de pasiones violentas y arte suntuoso,cuandoelidealeraarrastraralmundohaciaunsueñodelasHespérides,ylas

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amantes de los reyes se confundían con los astros. La más bella entre lasfamosas se había hechopintar, a la derecha, en figura deDiana cazadora, yhastadeDianainfernal,sinduda,parademostrarsupoderíohastamásalládelatumba.Todosaquellossímbolosconfirmabansugloria;yalgoquedabaallídeella,unavozindistinta,unrayoqueseprolonga.

Frédéricsintióunaconcupiscenciaretrospectivainexplicable.Paradistraersusdeseos,sepusoaconsiderartiernamenteaRosanette,preguntándolesinohubieraqueridoseraquellamujer.

—¿Quémujer?

—DianadePoitiers.—Yañadió—:DianadePoitiers,amantedeEnriqueII.

Elladijosencillamente:«¡Ah!»,yesofuetodo.

Su mutismo probaba claramente que nada sabía, no comprendía, yFrédéric,porcomplacencia,lepreguntó:

—¿Teaburres,quizá?

—No,no;alcontrario.

Y con el mentón levantado, paseando alrededor una mirada de las másvagas,Rosanettedejócaerestafrase:

—Estotraerecuerdos.

Seveía, noobstante, en su caraunesfuerzo,una intenciónde respeto;ycomoaquelaireseriolaponíamáslinda,Frédériclaperdonó.

Másladivirtióelestanquedelascarpas.Duranteuncuartodehoraechópedazosdepanalagua,paraversalirlospeces.

SehallabasentadoFrédéricjuntoaella,bajolostilos.Pensabaentodoslospersonajesquehabíanvistoaquellasparedes:CarlosV,losValois,EnriqueIV,Pedro elGrande, Jean-JacquesRousseau, las lindas plañideras de los palcosprincipales, Voltaire, Napoleón, Pío VII, Luis Felipe, y se sentía rodeado,codeado por aquellos muertos tumultuosos. Tal confusión de imágenes leaturdía,aunqueenellaencontraraencanto.

Porfin,bajaronalparterre,queesunvastorectánguloquealprimergolpede vista permite fijarse en sus largas alamedas amarillas, sus cuadros decésped, las cintas de boj, sus tejos piramidales, sus bajos arbustos y susestrechos acirates, donde las flores, sembradas a trechos, forman comomanchas sobre la tierra gris. Al extremo del jardín empieza un parque,atravesadoentodasuextensiónporunlargocanal.

Lasresidenciasrealestienenensíunamelancolíaparticularquedepende,

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sin duda, de las dimensiones, demasiado considerables para el pequeñonúmerodesushabitaciones;delsilencioqueconsorpresasenotaenmediodetanto sonido; de su lujo inmóvil, que prueba con su vejez lo fugaz de lasdinastías, la eterna miseria de todo. Y aquella exhalación de los siglos,abrumadorayfúnebre,comounperfumedemomia,sedejasentirhastaenlascabezas cándidas.Rosanette bostezaba desmesuradamente, y se volvieron alhotel.

Despuésdesualmuerzo, les trajeronuncarruajedescubierto.SalierondeFontainebleauporunaanchaplaza;despuéssubieron,alpaso,poruncaminoenarenado hasta un bosque de pequeños pinos. Los árboles se hicieronmásgrandes,yelcochero,decuandoencuando,decía:«Estosson loshermanossiameses,elfaramundo,elramilletedelrey…»,noolvidandoningunodelossitioscélebres,hastadeteniéndosealgunasvecesparahacerquelosadmirasen.

Entraron en el arbolado de Franchard. El coche se deslizaba como untrineosobreelcésped,pichonesquenoseveíansearrullaban;derepentesepresentóuncamareroybajarondelantedeunaempalizadadeunjardín,dondehabíamesasredondas.Luego,dejandoalaizquierdalosmurosdeunaabadíaruinosa, anduvieron por grandes rocas y llegaron pronto al fondo de lagarganta.

Estácubierta,porunlado,degrandesmezclasdeasperones,mientrasque,porelotro,elterreno,casipelado,seinclinahacialohondodelvalle,donde,enmediodelcolordelosbrezos,unsenderoformaunapálidalínea.Alolejossepercibeunacimaenconomarcado,quesoportalatorredeuntelégrafoenlapartededetrás.

Media hora más tarde bajaron otra vez para alcanzar las alturas deAspremont.

Elcaminohacezigzagentrelosrechonchospinos,bajorocasdeangulososperfiles. Todo ese rincón de las flores tiene algo de ahogado, de salvaje yrecogido.Sepiensaenlosermitaños(compañerosdelosgrandesciervos,quellevanunacruzdefuegoenmediodesuscuernos),querecibíanconsonrisaspaternalesalosbuenosreyesdeFranciaarrodilladosdelantedesusgrutas.

Un olor resinoso llenaba el aire templado; las raíces por la tierra secruzabancomovenas.

Rosanettesetambaleaba;porallíestabadesesperada,teníaganasdellorar.

Pero, en todo lo alto, la alegría le volvió, hallando, bajo un techo deramaje,unaespeciedetabernadondevendíanmaderastalladas.

Tomóunabotelladelimonada,secompróunpalodeacebo,ysinunasolamiradaalpaisajequesedescubredesdelameseta,entróenlaCavernadelos

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Ladrones,precedidadeunpilletequellevabaunaantorcha.

SucarruajelosesperabaenelBas-Bréau.

Un pintor, de blusa azul, trabajaba al pie de una encina, con su caja decoloressobrelasrodillas.Levantólacabezaylosviopasar.

En medio de la cuesta de Chailly, una nube, abriéndose de repente, lesobligóabajarlacapota.

Casialpuntocesólalluvia,yelpavimentodelascallesbrillabanbajoelsolcuandoentrabanenelpueblo.

Algunos viajeros que acababan de llegar les contaron que una espantosabatalla ensangrentaba París. Rosanette y su amante no se sorprendieron.Después, todo el mundo se fue, el hotel volvió a su tranquilidad, el gas seapagó,ysedurmieronalmurmullodelsaltodeaguadelpatio.

AldíasiguientefueronaverlaGargantadelLobo,laBalsadelasHadas,laRocaLarga,laMarlita;alotrodíacomenzaronsuexcursiónalazar,comoquería su cochero, sin preguntar dónde estaban, y hasta desdeñando enocasioneslossitiosfamosos.

¡Sehallaban tanbienensuviejo landó,bajocomounsofáycubiertodetelaarayasdesteñidas!

Laszanjasllenasdemalezadesfilabanantesuvistaconmovimientosuaveycontinuo.

Algunos rayos blancos atravesaban como flechas los altos helechos; aveces,uncaminoqueyanoseutilizabaseofrecíaasusojos,enlínearecta,ylashierbascrecíanacáyalláblandamente.

Enel centrode las encrucijadas,unacruzextendía suscuatrobrazos; enotros puntos, los postes se inclinaban como árboles muertos, y algunossenderilloscurvos,perdiéndosebajolashojas,dabanganasdeseguirlos;enelmismomomento volvía el caballo, entraban y se hundían en el barro; máslejoseraelmusgoquebrotabaalbordedeprofundospantanos.

Se creían lejos de los demás, bien solos. Pero de repente pasaba unguardabosqueconsufusilyunabandademujeresenharapos, llevandoa laespaldapesadascargas.

Cuandoseparabaelcocheseproducíaunsilenciouniversal;únicamenteseoía el alientodel caballoen lasvaras,o algúngritodepájaromuydébil,repetido.

La luz, en ciertos sitios, iluminaba el lindero del bosque y dejaba losfondosenlasombra;obien,atenuadaenlosprimerosplanosporunaespeciedecrepúsculo,esparcíaalolejosvaporesvioláceos,unablancaclaridad.Enel

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centro del día, el sol, cayendo aplomado sobre los anchos verdores, losfestoneaba, suspendía gotas argentinas en la punta de las ramas, rayaba elcéspeddelíneasesmeraldas,arrojabamanchasdeorosobrelascapasdehojasmuertas;echandoatráslacabezasepercibíaelcieloporentrelascimasdelosárboles. Algunos, de desmesurada altura, tenían aire de patriarcas yemperadores; tocándose por los extremos, formaban con sus largosmástilescomoarcosdetriunfo;otros,quesubíandesdelaraízoblicuamente,parecíancolumnascayéndose.

Aquellamultitud de gruesas líneas verticales se entreabrían, y entonces,enormes grupos verdes se desarrollaban en desiguales sinuosidades hasta lasuperficie de los valles, en que avanzaba la cumbre de otras colinasdominando llanuras rubicundas, que acababan por perderse en una indecisapalidez.

Enpie,unojuntoaotro,sobrecualquiereminenciadelterreno,sentían,alhusmearel aire,quepenetrabaen sualmacomoelorgullodeunavidamáslibre,conunexcesodefuerzasyunaalegríasincausa.

La diversidad de los árboles producía un espectáculo cambiante. Lashayas, de corteza blanca y lisa, mezclaban sus coronas; algunos fresnosencorvabansuavementesusverdososramajes;enloscepellonesdeojaranzoseenderezaban los acebos, semejantes al bronce; luego venía una fila dedelgados abedules, inclinados en actitudes elegíacas, y los pinos, simétricoscomocañonesdeórgano,balanceándosecontinuamente,parecíaquecantaran.Había allí encinas rugosas, enormes, que se meneaban convulsivamente, selevantaban del suelo, se apretaban unas contra otras, y firmes sobre sustroncos,comotorsos,selanzabanconsusbrazosdesnudosprovocacionesdedesesperación,furibundasamenazas,comoungrupodetitanesinmovilizadosen su cólera. Algo más pesado, una febril languidez se cernía sobre lospantanos,cortandolasuperficiedesusaguasentrematorralesdeespinas;loslíquenes,ensuribazo,dondevienenabeberloslobos,sondecolordeazufre,quemadoscomoporelpasodehechiceros,yel incesantecantode las ranasrespondealgritodelosconejosqueporallísaltan.

Enseguida atravesaron monótonos rasos, plantados a trechos de algúnresalvo.Unruidocomodehierro,golpesfrecuentesynumerosossonaban:era,enelflancodeunacolina,unacuadrilladecanterosquetrabajabanlasrocas.

Semultiplicabanestascadavezmás,yacababanporllenartodoelpaisaje,cúbicas como casas, planas como baldosas, apuntalándose, pisándose,confundiéndose,comolasruinasdesfiguradasymonstruosasdealgunaciudaddesaparecida. Pero la furia misma de aquel caos hace que se sueñe envolcanes, en diluvios, en grandes cataclismos ignorados. Frédéric decía queestaban allí desde el principio delmundo, y así permanecerían hasta el fin.

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Rosanetteapartabalacabeza,afirmandoque«aquellolavolvíaloca»,yseibaacoger floresdebrezo.Laspequeñas floresvioláceasestabanapiladasunascercadeotras,de formasdesiguales,y la tierraquecaíadebajoponíacomofranjasnegrasenelbordedelasarenas,tachonadasdemica.

Undíallegaronhastalamitaddeunacolina,todadearena.Susuperficie,virgen de paso humano, se hallaba rayada por simétricas ondulaciones; atrechos, amodode promontorios, sobre el lechodesecado de un océano, seveíanalgunasrocasqueteníanvagasformasdeanimales,tortugasquesacaronlacabeza,focasquesearrastraron,hipopótamosyosos.Nadie.Ningúnruido.Lasarenasdeslumbrabanalreflejarlosrayosdelsol;yderepente,enaquellavibración de la luz, parecía que las bestias se movieran. Regresaron ellosdeprisa,huyendodelvértigo,casiasustados.

Laseriedaddelaselvacasilosdominaba,yhabíahorasdesilencioenque,abandonándose al balanceo de losmuelles, permanecían como atontados enunatranquilaembriaguez.Elbrazoporlacintura,laoíahablarél,mientraslospájarosgorjeaban;hastacontemplabaenunamismaojeadalosnegrosracimosdesucapotaylasbayasdelosenebros,losdoblecesdesuveloylasvolutasde las nubes; y cuando se inclinaba hacia ella, la frescura de su piel semezclabaa losgrandesperfumesde losbosques.Sedivertíancon todoy seenseñaban, con curiosidad, los agujeros llenos de agua en medio de laspiedras,unaardillaenlasramas,elvuelodedosmariposasquelosseguían;obien, a veinte pasos de ellos, bajo los árboles, una cierva que andabatranquilamente, con aire noble y dulce, con un cervatillo al lado. Rosanettehubieraqueridocorrerdetrásparaabrazarlo.

Enciertaocasióntuvomuchomiedo,porqueunhombreselespresentóderepente, enseñándoles tres víboras en una caja. Rosanette se acercóapresuradamente a Frédéric, sintiéndose él contento de verla débil y élbastantefuerteparadefenderla.

Aquella tardecomieronenunaposadaaorillasdelSena.Lamesaestabacerca de la ventana;Rosanette, enfrente de él, que contemplaba su pequeñanariz fría y blanca, sus labios entreabiertos, sus ojos claros, sus cabelloscastaños levantados, su linda cara oval. Su traje de fular crudo dibujaba loshombrosalgocaídos,ysaliendodelasmangasmuyestrechas,susdosmanosresaltaban, sirviendo de beber y avanzando sobre elmantel.Les trajeron unpollo con los cuatro miembros estirados, anguilas a la marinera en unacompotera de barro de pipas, vino picado, pan demasiado duro, cuchillosmellados. Todo aquello aumentaba el placer, la ilusión. Se creían casi enmediodeunviajeaItalia,ensulunademiel.

Antesdemarcharsefueronapescaralolargodelribazo.

El cielo, de un azul suave, tomaba la forma de una media naranja, al

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apoyarseporencimadelosbosquesenelhorizonte.Enfrente,alextremodelapradera, se divisaba el campanario de una aldea, y aún más lejos, a laizquierda, el tejado de una casa parecía una mancha roja sobre el río, quepermanecíaalavistainmóvilentodalalongituddesusinuosidad.Losjuncosse cimbreaban, sin embargo, y el agua sacudía ligeramente las estacasplantadasalaorillaparasostenerlasredes;unamasademimbreydosotreslanchas viejas se encontraban por allí. Cerca de la posada, una chica consombrero de paja sacaba cubos de un pozo; cada vez que estos subían,Frédéricescuchabaconinapreciablegozoelrechinardelacadena.

No dudaba que sería feliz el resto de sus días, tan natural le parecía sudicha, inherente a su vida y a la persona de aquella mujer, a la que sentíanecesidad de decir ternuras. Contestaba ella con palabras agradables,golpecitosenelhombro,dulzuras,cuyasorpresaleencantaba.Descubrióélenella,enfin,unabellezaenteramentenueva,quenoeraquizásinoelreflejodelascosasambientes,amenosquesusvirtudessecretasno lahubieranhechobrotar.

Cuando descansaban enmedio del campo, ponía él su cabeza sobre susrodillas,alabrigodesusombrilla,oseechabanenlahierbaunofrenteaotro,mirándosefijamentesusalteradaspupilas,saciándose,hastaquecerrabanlospárpadosamedias,sinhablarse.

Oíanaveces,allámuylejos,redoblesdetambor.EraeltoquedegeneraladelospueblosparairadefenderParís.

—¡Ah! ¡Escucha! ¡El motín! —decía Frédéric con desdeñosa piedad,juzgando miserable aquella agitación al lado de su amor y de la perpetuanaturaleza.

Yhablabandecualquiercosa,deloquesabíanperfectamente,depersonasquenolesinteresaban,demiltonterías;ella,porejemplo,desudoncellaydesupeluquero.Undíaseleescapósuedad:veintinueveaños;yasehacíavieja.

Enmuchasocasiones, sinquerer, le referíadetallesdeellamisma.Habíasido«señoritadealmacén»,habíahechounviajeaInglaterra,comenzadosusestudios para ser actriz; todo aquello, sin transiciones, sin que se pudierareconstruirunconjunto.Contóaúnmásciertodíaenquesehallabansentadosdebajodeunplátano,a lavueltadeunprado.Abajo,a laorilladelcamino,una chiquilla descalza en el polvo apacentaba una vaca.Desde que los vio,vino a pedirles limosna; y sujetando con una mano su destrozada falda,arañabacon laotra suscabellosnegros,que rodeaban,comopelucadeLuisXIV,todasucabezamorena,dominadaporunosojosespléndidos.

—Serámuylindamásadelante—dijoFrédéric.

—¡Quésuerteparaellasinotienemadre!—expusoRosanette.

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—¿Eh?¿Cómo?

—Sí;yo,sinlamía…

Suspiróy sepuso ahablarde su infancia.Suspadres eranobrerosde lasedaenlasfábricasdelaCruzRojaenLyon.

Servíaasupadredeaprendiza.Elpobrehombreyapodíaextenuarse,quesu mujer le insultaba y lo vendía todo para emborracharse. Rosanetterecordabasucuarto,conlostelaresalineadosalolargodelasventanas;conelpuchero sobre la estufa, la cama imitando caoba, un armario al frente, y elcamaranchónoscuroenquehabíadormidohastalosquinceaños.Enfin,queuncaballerovino,hombregrueso,caradelcolordelboj,manerasdedevoto,vestidodenegro.Sumadreyéltuvieronunaconversación,delaquetresdíasdespués… Rosanette se detuvo, y con una mirada llena de impudor y deamargura,añadió:

—Quedóhecho.

Luego,contestandoalgestodeFrédéric,agregó:

—Como estaba casado… tendríamiedo de comprometerse en su casa…me llevaron a un gabinete restaurante, y me dijeron que sería feliz y querecibiríaunbuenregalo.Desdelapuerta,laprimeracosaquemechocófueuncandelabro de plata sobredorada, encima de una mesa donde había doscubiertos.Un espejo en el techo los reflejaba, y las telas de las paredes, deseda azul, daban a la habitación el aspecto de una alcoba. La sorpresa medominó.Yacomprendes,unpobreserquejamáshavistonada.Apesardemifascinación tuve miedo; deseaba irme; sin embargo, me quedé. El únicoasiento que había allí era un diván junto a la mesa, que cedió a mi pesosuavemente; larejilladelcaloríferoenel tapizmeenviabaalientotemplado;permanecíasintomarnada.Elmozoqueestabaenpiemeinvitóacomer;mesirvióinmediatamenteungranvasodevino;lacabezamedabavueltas;quiseabrirlaventanaymedijo:«No,señorita;esoestáprohibido»,ymedejó.Lamesa estaba cubierta de un montón de cosas que yo no conocía; nada meparecióbien.Entoncesmedediquéaun tarrodedulces, esperando siempre.Yonoséquéleimpedíavenir;eramuytarde,lomenosmedianoche,yyanopodíamás de cansancio; al quitar uno de los almohadones para extendermemejor, encontrómimano una especie de álbum, un cuaderno con imágenesobscenas.Sobreelálbumdormíacuandoélentró.

Bajólacabezaysequedópensativa.

Susurraban las hojas a su alrededor, una gran campanilla se balanceabaentreungrupodehierbas,laluzcorríasobreelcésped,comounaonda,yelsilencioseinterrumpíaaintervalosrápidosporelramoneodelavaca,queyanoseveía.

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Rosanettecontemplabaunpuntodelatierra,atrespasosdeella,fijamente,connarizdilatada,absorta.Frédériclecogiólamano.

—¡Cuántohassufrido,pobrecillamía!

—¡Oh, sí!—dijo ella—. ¡Más de lo que crees…! ¡Hasta querer acabarconmigo…!Mevolvieronapescar.

—¿Cómo?

—Nopensemosmásenello.Teamo,soyfeliz;abrázame.

Ysepusoaquitarseunaaunalasramitasdecardopegadasalbajodesuvestido.

Frédéricpensabaprincipalmenteen loquesehabíacallado.¿Cómopudosalirdelamiseria?¿Aquéamantedebíasueducación?¿Quéhabíapasadoensu vida hasta el día en que él visitó su casa por primera vez? Su últimaconfesión impedía las preguntas; solo le hizo una: ¿cómo había conocido aArnoux?

—PorlaVatnaz.

—¿NoerastúlaqueviunavezenelPalacioRealconellosdos?—Ycitólafechaprecisa.

Rosanettehizounesfuerzo.

—Sí,esverdad…Noestabayomuycontentaenaqueltiempo.

Pero Arnoux se había portado muy bien. Frédéric no lo dudaba. Sinembargo, su amigo era un hombre singular, lleno de defectos; y tuvo buencuidadoderecordárselos.EllaconvinoconFrédéric:

—Peronoimporta…Asíytodo,selequiereaesecanalla.

—¿Ahoratambién?—dijoFrédéric.

Ellaseruborizó,medioriendo,medioenfadada.

—No;estoesunahistoriaantigua.Noteocultonada.Einclusocuandoasífuera,haygrandiferencia.Porlodemás,noteencuentromuybenévolocontuvíctima.

—¿Mivíctima?

Rosanettelecogióelmentón.

—Sin duda. —Y ceceando, a la manera de las nodrizas, añadió—: Nohemossidosiempreformales;hemosarrulladoasumujer.

—¡Yo!Jamás;enmivida.

Rosanette se sonrió, y él se sintiómortificado con la sonrisa, prueba de

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inteligencia, según creía. Pero ella preguntó dulcemente, y con una de esasmiradasqueimploranlamentira:

—¿Deveras?

—Deveras.

FrédéricjuróbajopalabradehonorquenuncahabíapensadoenlaseñoraArnoux,estando,comoestaba,muyenamoradodeotra.

—¿Dequién,pues?

—Deusted,hermosamía.

—¡Ah!Noteburlesdemí.Meirritas.

Juzgó él prudente inventar una historia, una pasión, con detallescircunstanciados. Aquella persona, por lo demás, le había hecho muydesgraciado.

—Decididamente,notienessuerte—dijoRosanette.

—¡Oh,oh!Quizá.

Queriendodaraentenderconestasexclamacionesmuchasbuenasfuturas,para dar de élmejor opinión; delmismomodo queRosanette no confesabatodos susamantesparaqueél laestimasemás;porqueenmediode lasmásíntimas confidencias, hay siempre restricciones, por falsa vergüenza,delicadeza,piedad.Sedescubrenenotro,enunomismo,precipiciosofangosque impidencontinuar; se siente,además, temordenosercomprendidos;esdifícil expresar exactamente lo que sea; por eso son raras las unionescompletas.

La pobre mariscala jamás había conocido alguna mejor. Muchas veces,cuandocontemplabaaFrédéric, acudíana susojos las lágrimas,después losalzaba o los fijaba en el horizonte, como si percibiera alguna grata aurora,perspectivas de felicidad sin límites. Por último, cierto día confesó quedeseabaquedijeranunamisa«paraqueseadichosonuestroamor».

¿Dequéprocedíaelquese lehubieraresistidotantotiempo?Ellamismanolosabía.Renovóéllapreguntamuchasveces,ycontestabaestrechándoleensusbrazos:

—Teníamiedodeamartedemasiado,queridomío.

Eldomingoporlamañana,Frédéricleyóenunperiódico,enunalistadeheridos, el nombre de Dussardier. Dio un grito y, enseñando el papel aRosanette,declaróqueibaamarcharseinmediatamente.

—¿Paraqué?

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—Puesparaverle,paracuidarle.

—Supongoquenoirásadejarmesola.

—Venconmigo.

—¡Ah,quevayaametermeensemejantesarracina!Muchasgracias.

—Sinembargo,yonopuedo…

—¡Sí!;Comosifaltaranenfermerosenloshospitales.Y,despuésdetodo,¿paraquésemeteenesascosas?Quecadaunosecuidedesímismo.

Se indignódeaquelegoísmo, reprochándoseelnohallarsecon losotros.Tanta indiferenciahacia lasdesgraciasde lapatria teníaalgodemezquinoyburgués. Su amor le pesó de repente como un crimen. Durante una horaestuvieronriñendo.Luegosuplicóellaqueesperase,quenoseexpusiera.

—¡Siporcasualidadtematan!

—Noharésinocumplirconmideber.

Rosanettediounsalto.Enprimerlugar,sudebereraamarla.Esqueyanola quería, indudablemente. Eso carecía de sentido común. ¡Qué idea, Diosmío!

Frédéricllamóparapedir lacuenta.PeronoerafácilvolverseaParís.Elcoche de las mensajerías Leloir acababa de salir; las berlinas Lecomte nomarcharían;ladiligenciadelBourbonnaispasaríatarde,porlanoche,yquizávendría llena; no sabían. Cuando hubo perdido mucho tiempo en aquellasreflexiones,seleocurriótomarlaposta.Eldueñorehusófacilitarcaballosnoteniendo Frédéric pasaporte. Por fin, alquiló una calesa (la misma que leshabíapaseado),yllegaronalhoteldelComercio,enMelun,hacialascinco.

La plaza del mercado se hallaba cubierta de grupos de armas. Elgobernador había prohibido a los guardias nacionales ir aParís.Losquenoerandesudepartamentoqueríancontinuarsucamino.Segritaba,ylaposadaestaballenadetumulto.

Rosanette,sobrecogidademiedo,declaróquenoiríamáslejos,einclusolesuplicóquesequedara.

Elposaderoy sumujer seuníana sus ruegos.Unhombreexcelentequecomía semezclóenel asunto, afirmandoque labatalla terminaría enbreve;además,eraprecisocumplirconeldeber.

Entonceslamariscalaredoblósussollozos.Frédéricestabaexasperado;ledioelbolsillo,laabrazóvivamenteydesapareció.

Al llegar a Corbeil, en la estación le dijeron que los insurrectos habíancortado loscarrilesenalgunossitios,yelcochero rehusó llevarlemás lejos,

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porquesuscaballos,segúndecía,estaban«rendidos».

Sin embargo, mediante su protección, obtuvo Frédéric un malísimocabriolé,que,porlasumadesesentafrancos,sincontarlapropina,consintióen llevarle hasta la barrera de Italia. Pero a cien pasos de la barrera suconductorhizoquesebajara,yvolvió.Frédéricibaporelcamino,cuandoderepente un centinela cruzó la bayoneta. Cuatro hombres le sujetaron,vociferando:

—¡Unomás!¡Cuidado!¡Registradle!¡Bandido!¡Canalla!

Ysuestupefacciónfuetanprofunda,quesedejóarrastrarhastaelpuestode la barrera, en el punto mismo donde convergen los bulevares de losGobelinosydelHospital,ylascallesGodefroyyMouffetard.

Cuatrobarricadasformabanalextremodelascuatrovíasenormestaludesdepiedras;algunasantorchasalumbraban;apesardelpolvoqueselevantaba,distinguió soldados de línea y guardias nacionales con la cara negra,despechugados, hoscos. Acababan de tomar la plaza y habían fusilado amuchos hombres; su cólera duraba todavía. Frédéric dijo que llegaba deFontainebleauasocorrerauncamaradaheridoquevivíaenlacalleBellefond;nadie quiso creerle al principio; se examinaron sus manos, hasta se leacercaronparaasegurarsedequenoolíanapólvora.

Sinembargo,afuerzaderepetirlamismacosa,acabóporconvencerauncapitán, que mandó a dos hombres que le llevaran al puesto del JardínBotánico.

BajaronelbulevardelHospital.Soplabaunafuertebrisa,quelereanimó.VolvierondespuésporlacalledelMercadodeCaballos.ElJardínBotánico,ala derecha, formaba una gran masa negra, mientras que a la izquierda, lafachadaenteradelaPitié,iluminadaentodassusventanas,llameabacomounincendio,ypordetrásdesuscristalespasabansombras.

Los dos hombres de Frédéric se marcharon; otro le acompañó hasta laEscuelaPolitécnica.

LacalleSaint-Victorestabamuyoscura,sinunfaroldegasniunaluzenlascasas.Dediezendiezminutosseoía:

—¡Centinela, alerta! —Y este grito, lanzado en aquel silencio, seprolongabacomolarepercusióndeunapiedraquecaealabismo.

Algunasvecesseaproximabaelsondelospesadospasosdeunapatrulladecienhombreslomenos;siseosychoquesvagosdehierroseescapabandeaquellamasaconfusa,que,alejándoseconrítmicobalanceo,seconfundíaconlaoscuridad.

En medio de las encrucijadas había un dragón a caballo, inmóvil. De

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cuandoen cuando,pasabaun correo a escape,y luegovolvía el silencio.Elrodardeloscañonessobrelaspiedras,alolejos,resultabasordoyformidable;elcorazónseestremecíaconaquellosruidos,tandiferentesdetodoslosruidosordinarios; hasta parecía que contribuían a prolongar el silencio, profundo,absoluto,silencionegro.Algunoshombresdeblusablancaseacercabanalossoldados,lesdecíanunapalabraysedesvanecíancomofantasmas.

El puesto de la Escuela Politécnica estaba atestado de gente. Algunasmujeres ocupaban el umbral, pidiendo ver a sus hijos o a susmaridos. Lasenviaban al Panteón, transformado en depósito de cadáveres. Y nadieescuchaba a Frédéric, que se obstinaba jurando que su amigoDussardier leesperaba,queibaamorirse.AlfinleasignaronuncaboparaconducirlealacalledeSaint-Jacques,enlaalcaldíadelduodécimodistrito.

La plaza del Panteón estaba repleta de soldados acostados sobre paja;amanecía,ylosfuegosdelosvivaquesseapagaban.

La insurrección había dejado en este barrio formidables huellas. Elpavimentode lascalles seencontrabadeunoaotroextremo llenodehoyosdesiguales. Sobre las arruinadas barricadas quedaban todavía ómnibus,cañerías de gas, ruedas de carretas; algunos charcos negros en ciertos sitiosdebíande ser de sangre.Las casas seveían acribilladasdeproyectiles, y suarmazón se descubría por los desconchones del yeso. Algunas persianas,sujetasdeunsoloclavo,colgabancomojirones;comolasescalerassehabíanhundido,laspuertasseabríanalaire.Sepercibíaelinteriordelashabitacionescon sus papeles en pedazos; cosas delicadas resultaban a veces conservadasintactas. Frédéric tuvo ocasión de ver un reloj, el palo de un papagayo,grabados…

Cuandoentróenlaalcaldía,losguardiasnacionalescharlabansinparardelos muertos de Bréa y de Négrier, del representante Charbonnel y delarzobispodeParís.SedecíaqueelduquedeAumalehabíadesembarcadoenBoloña;Barbès, huido deVincennes; que la artillería llegaba deBourges, yqueafluíanlossocorrosdelasprovincias.Hacialastres,alguientrajobuenasnoticias: parlamentarios del motín estaban en casa del presidente de laAsamblea.

Entonceslagentesealegró,ycomoFrédéricteníaaúndocefrancos,hizotraerdocebotellasdevino,esperandodeesemodoapresurarsu libertad.Derepente,secreyóoíruntiroteo;miraronaldesconocidoconojosdesconfiados;podríaserEnriqueV.

Paranocontraerresponsabilidadalguna, le transportaronalaalcaldíadelundécimodistrito, de dondeno le permitieron salir antes de las nuevede lamañana.

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FuecorriendohastaelmuelleVoltaire.Enunaventanaabierta,unviejo,enmangasdecamisa,llorabaconlosojoshacialoalto.ElSenaseguíasucursoapaciblemente;elcieloseveíaenteramenteazul; lospájaroscantabanen losárbolesdelasTullerías.

Frédéric atravesaba el Carrousel cuando pasaron unas angarillas. Laguardiapresentólasarmasinmediatamente,yeloficialdijo,llevandolamanoa su chaleco: «Honor al valor desgraciado». Esta frase se había hecho casiobligatoria;elquelapronunciabaparecíasiempresolemnementeconmovido.Ungrupodegentesfuriosasqueescoltabalasangarillasgritaba:

—¡Nosvengaremos!¡Nosvengaremos!

Loscochescirculabanporelbulevar; lasmujeres,delantede laspuertas,hacíanhilas.Sin embargo, elmotínestabavencidoo faltabamuypoco;unaproclamadeCavaignac,fijadahacíauninstante,así loanunciaba.Deloaltode la calle Vivienne apareció un pelotón de móviles. Entonces los vecinoslanzarongritosdeentusiasmo,sequitabanlossombreros,aplaudían,bailaban,queríanabrazarlos,ofrecerlesdebeber,ylasseñorasdelosbalconesarrojabanflores.

Por fin, a las diez, en elmomento en que gruñía el cañónpara tomar elbarriodeSaint-Antoine,llegóFrédéricacasadeDussardier,encontrándoleensu buhardilla, acostado de espaldas y durmiendo.De la pieza próxima salióunamujerandandosinhacerruido;eralaseñoritaVatnaz.

Llevó a Frédéric a un rincón y le contó cómo había recibido su heridaDussardier.

El sábado, encima de una barricada, en la calle Lafayette, un pilletecubiertoconlabanderatricolorgritabaalosguardiasnacionales:«¿Vaisatirarcontravuestroshermanos?».Alacercarse,Dussardierbajóelfusil,apartóalosdemás, saltó sobre la barricada, y de un zapatazo derribó al insurrecto,arrancándole la bandera. Le hallaron en los escombros con el musloagujereadoporun lingotede cobre;había sidopreciso extraerde la llaga elproyectil.

La Vatnaz había venido aquella misma noche, y desde entonces no leabandonaba. Preparaba con cuidado todo cuanto necesitaba para curar laherida, le ayudaba a beber, adivinaba susmenores deseos, iba y veníamásligeraqueunamosca,ylecontemplabacontiernosojos.

Frédéric,durantedossemanas,nodejódevenirtodaslasmañanas.UndíaquehablabadelsacrificiodelaVatnaz,Dussardierseencogiódehombros.

—¡Ah!No.Esporsuinterés.

—¿Creestú?

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Yélcontestó:

—Estoyseguro—sinquererexplicarsemás.

Ella le colmaba de atenciones, hasta traerle los periódicos, en que seexaltaba su hermosa acción; aquellos homenajes parecían importunarle, einclusoconfesóaFrédériclaturbacióndesuconciencia.

Quizáhabríadebidocolocarsealotrolado,conlasblusas;porquealfinleshabíaprometidounmontóndecosasquenohabíacumplido.Losvencedoresdetestaban la República, y después habían estado muy duros con ellos. Noteníanrazón, indudablemente,peronolesfaltabadel todo,sinembargo;yelexcelente muchacho se veía torturado por la idea de que podía habercombatidocontralajusticia.

Sénécal,encerradoenlasTullerías,bajola terrazadeorillasdelagua,nosentíaningunadeaquellasangustias.

Estaban allí novecientos hombres, amontonados en la inmundicia,mezclados,negrosdepólvoraysangrecoagulada,sufriendolafiebre,gritandoderabia,yniaunretirabanalosquesemoríanallíentrelosdemás.Aveces,alsúbitoruidodeunadetonacióncreíanqueibanasertodosfusilados;entoncesse precipitaban contra las paredes, caían en sus sitios luego, de tal modoatontados por el dolor, que les parecía vivir en una pesadilla, una fúnebrealucinación.Lalámparacolgadadelabóvedateníaelaspectodeunamanchadesangre,yproducidasporlasemanacionesdelacueva,revoloteabanllamaspequeñasamarillasyverdes.Anteel temorde lasepidemias senombróunacomisión.Desdelosprimerosescalones,elpresidentesehizoatrás,espantadoporelolordelosexcrementosydeloscadáveres.Cuandolosprisionerosseaproximaban a la lumbrera, los guardias nacionales, que estaban de guardiaparaimpedirlesquerompieranlasrejas,dabanbayonetazosalazar,almontón.

Fueron crueles, en general. Los que no se habían batido queríansignificarse;eraeldesbordamientodelmiedo.Sevengabanalmismotiempode losperiódicos,de losclubes,de loscorrillos,de lasdoctrinas,de todo loquelesexasperabahacíatresmeses;yaldespechodelavictoria,laigualdad(como para castigo de sus defensores y la irrisión de sus enemigos) semanifestaba triunfalmente, una igualdad de brutos, un mismo nivel desangrientasinfamias;porqueelfanatismodelosinteresesequilibrólosdeliriosde la necesidad, la aristocracia experimentó los furores de la crápula, y elgorrodealgodónnosemanifestómenosrepugnantequeelgorroencarnado.La razón pública se hallaba perturbada, como después de los grandescataclismosde lanaturaleza.Gentesde talentosequedaronidiotaspara todasuvida.

EltíoRoquesehabíahechomuybravo,casitemerario.LlegóaParísel26

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con losdeNogent,yenvezdevolverseconellos,había idoa reunirsea laguardia nacional que acampaba en las Tullerías, dándose pormuy contentoconquelecolocarandecentineladelantedelaterrazadeorillasdelagua.Almenos, allí, los tenía en su poder a aquellos bandidos. Gozaba con sudestrucción,consuabyección,ynopodíaprescindirdeinsultarlos.

Unodeellos,adolescente,de largoscabellos rubios,acercósucaraa losbarrotespidiendopan.ElseñorRoquelemandóquesecallara,peroeljovenrepetíaconvozlastimera:

—¡Pan!

—¿Lotengoyoacaso?

Otrosprisionerossepresentaronenlalumbrera,consusbarbasrizadas,suspupilasechandofuego,empujándosetodosyaullando.

—¡Pan!

EltíoRoqueseindignóalversuautoridaddesobedecida.Paraasustarlos,lesapuntó,y,arrastradohastalabóvedaporlaoleadaqueleahogaba,eljoven,conlacabezaechadaatrás,gritóunavezmás:

—¡Pan!

—Toma;ahílollevas—dijoeltíoRoquedisparandosufusil.

Se sintióunaullidoenorme;después,nada.En lapuntade labaqueta sehabíaquedadoalgoblanco.

Después de lo cual, el señor Roque se fue a su casa; poseía en la calleSaint-Martin una casa, en la que se había reservado un apeadero, y losdesperfectoscausadospor elmotínen la fachadade su inmueblenoeran loquemenos había contribuido a ponerle furioso.Al volverla a ver le parecióquehabíaexageradoeldaño;porquesuaccióndeantes leapaciguabacomounaindemnización.

Suhijamismaleabriólapuerta,diciéndoleseguidamentequesuausencia,excesivamentelarga,lehabíainquietado,temiendounadesgracia,unaherida.

AquellamuestradeamorfilialenternecióaltíoRoque.

LeextrañóquesehubierapuestoencaminosinCatherine.

—Laheenviadoaunencargo—contestóLouise.

Y se informó de su salud y de unas cosas y otras; después, con tonoindiferente,lepreguntósiporcasualidadhabíaencontradoaFrédéric.

—No,deningúnmodo.

Porélsolamentehabíahechoellaelviaje.

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Alguienandabaporelcorredor.

—¡Ah,perdón…!—Ydesapareció.

Catherine no halló a Frédéric, ausente hacía muchos días; y su íntimoamigoelseñorDeslauriersestabaporentoncesenprovincias.

Louisevolviótodatrémula,sinpoderhablaryapoyándoseenlosmuebles.

—¿Quétienes?¿Quéesloquetienes?—exclamósupadre.

Hizoellaseñasdequenoeranada,yporungranesfuerzodevoluntadserepuso.

Eldelrestaurantedeenfrentetrajolasopa.PeroeltíoRoquehabíasufridounaemocióndemasiadoviolenta.Aquellonoselepasaba,yalospostrestuvounaespeciededesfallecimiento.Fueronabuscarinmediatamenteaunmédico,queprescribióunapoción.Después,cuandoestuvoenlacama,elseñorRoqueexigióelmayornúmerodecobertoresposibleparasudar.Ysuspiróygimió.

—Gracias,mibuenaCatherine.Besaa tupobrepadre,pichónmío. ¡Ah,estasrevoluciones!

Ycomosuhijalereñíaporhabersepuestomalo,atormentándoseporcausadeella,replicó:

—Sí,tienesrazón;peroestoesmásfuertequeyo.Soydemasiadosensible.

II

La señora Dambreuse, en su tocador, entre su sobrina y miss John, oíahablaralseñorRoquedesusfatigasmilitares.

Ellasemordíaloslabiosyparecíasufrir.

—¡Oh! Esto no es nada: se pasará. —Y con aire agradable, añadió—:Invitaremos a cenar a uno de los conocidos de usted: al señorMoreau.—Louiseseestremeció—.Algunosíntimosmás;AlfreddeCisy,entreellos.—Yelogiósusmanerasy,principalmente,suscostumbres.

La señoraDambreusementíamenos de lo que creía, porque el vizcondesoñabaconelmatrimonio.SelohabíadichoaMartinon,agregandoqueestabasegurodeagradaralaseñoritaCécile,yquesusparientesleaceptarían.

Para arriesgar tal confidencia debía tener acerca de la dote favorablesnoticias. Ahora bien: Martinon sospechaba que Cécile era hija natural delseñorDambreuse,yhabríasido,probablemente,muyfuertepedirsumanoa

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todoevento.Aquellaaudaciaofrecíasuspeligros;porlocual,Martinon,hastaelpresente,sehabíaconducidodemaneraquenolecomprometiese;además,nohabíacomodesembarazarsedelatía.LasfrasesdeCisyledecidieron;hizosu demanda al banquero, el cual, no viendo en ello obstáculo, acababa depreveniralaseñoraDambreuse.

Cisyllegó.Selevantóellaydijo:

—Nostieneustedolvidados…Cécile,shakehands.

EnaquelmismomomentoentróFrédéric.

—¡Ah!Porfinleencuentroausted—exclamóeltíoRoque—.TresveceshaestadoensucasaLouiseestasemana.

Frédéricloshabíaevitadocuidadosamente;alegóquepasabatodoslosdíasjuntoauncamaradaherido.Además,desdehacíamuchotiempohabíatenidounmontónde cosasquehacer, ybuscabahistorias.Felizmente, llegaron losconvidados:primero,elseñorGrémonville,eldiplomáticovistoapenasenelbaile; luego,Fumichon,aquel industrialcuyoapasionamientoconservador lehabía escandalizado una noche; la vieja duquesa de Montreuil-Nantua losseguía.

Perodosvocesseoyeronenlaantesala.

—Estoysegura—decíauna.

—Queridaseñora,simpáticaseñoramía—contestabalaotra—;porfavor,tranquilíceseusted.

EraelseñorNonancourt,viejoverde,conairemomificadoencold-cream,ylaseñoraLarsillois,esposadeungobernadordeLuisFelipe.

Temblaba esta extremadamente, porque había oído, hacía un instante, enun órgano, una polca que era una señal entre los insurrectos. Muchosburguesesteníanpreocupacionessemejantes;creíanquealgunoshombres,enlas Catacumbas, iban a destruir el barrio de Saint-Germain; se escapabanciertosrumoresdelascuevas;pasabanenlasventanascosassospechosas.

Todo el mundo se apresuró, sin embargo, a tranquilizar a la señoraLarsillois. El orden había quedado restablecido; nada había que temer.«Cavaignac nos ha salvado». Como si los horrores de la insurrección nohubiesen sido suficientemente numerosos, se los exageraba. Había habidoveintitrésmilpresidiariosdelladodelossocialistas;niunomenos.

Nosedudabademaneraalgunaencuantoalosvíveresenvenenados,losmuebles aserrados entre dos tablas y las banderas con letreros pidiendo elincendioyelpillaje.

—Yalgomás—añadiólaexgobernadora.

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—¡Ah, querida amiga! —dijo pudorosamente la señora Dambreuse,designandoconlavistaalastresseñoritas.

El señor Dambreuse salió de su gabinete conMartinon y ella volvió lacabeza, contestando al saludo de Pellerin, que adelantaba. El artista mirabainquieto las paredes. El banquero le llamó aparte y le hizo comprender quehabíadebido,porelmomento,escondersulienzorevolucionario.

—Indudablemente —dijo Pellerin, que por su fracaso en el Club de laInteligenciahabíamodificadosusopiniones.

ElseñorDambreusedeslizódelicadamentequeleencargaríaotrostrabajos.

—Pero,perdoneusted…¡Ah,queridoamigo,quésuerte!

ArnouxysuseñorasehallabandelantedeFrédéric.

Pasóporélunvértigo.Rosanette,consuadmiraciónpor lossoldados, lehabíamortificadotodalatarde,ysuantiguoamordespertó.

Eljefedecomedoranuncióquelaseñoraestabaservida.ConunamiradalaseñoraDambreuseordenóalvizcondequetomaradelbrazoaCécile,y ledijoaMartinon,muyporlobajo:«¡Miserable!»,yentraronenelcomedor.

Debajodelashojasverdesdeunapiña,enelcentrodelmantel,seextendíaunadorada, con la bocadirigidahacia un cuarto de corzoy tocando con sucolaunmontóndecangrejos.Higos,enormescerezas,perasyuvas(primoresdel cultivoparisiense) formabanpirámides envasosdeSajonia; un ramodeflores,a trechos, semezclabacon la limpiaplata; losestoresdeblancasedaechados, cubriendo lasventanas,dabana lahabitaciónel tonodeuna suaveclaridad,refrescadapordosfuentes,enlasquehabíatrozosdehielo.Grandescriados de calzón corto servían la mesa. Todo aquello parecía aún mejordespuésdelaemocióndelospasadosdías.Entrabaenelgocedelascosasquesetemíanperder,yNonancourtexpusoelsentimientogeneral,diciendo:

—Esperamosquelosseñoresrepublicanosnospermitancomer.

—Apesardesufraternidad—añadióirónicamenteeltíoRoque.

AquellasdosrespetablespersonasestabanaladerechayalaizquierdadelaseñoraDambreuse,queteníaenfrenteasumarido,entrelaseñoraLarsillois,al ladode lacual seguíaeldiplomático,y laviejaduquesa, codeándoseconFumichon.Después,elpintor,elcomerciantedeporcelanas,laseñoritaLouisey, gracias a Martinon, que le había quitado su sitio para ponerse cerca deCécile,FrédéricseencontrabacercadelaseñoraArnoux.

LlevabauntrajedeBarésnegro,unanillodeoroenlamuñeca,ycomoelprimerdíaenqueFrédérichabíacomidoensucasa,algoencarnadoenelpelo:unaramadefusciaretorcidaenelmoño.Nopudomenosquedecirle:

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—Muchotiempohacequenonosvemos.

—¡Ah!—contestóellaconfrialdad.

Él repuso, con una dulzura de voz que atenuaba la impertinencia de lapregunta:

—¿Hapensadoustedalgunavezenmí?

—¿Porquéhabíadepensar?

Frédéricsesintióheridoporaquellafrase.

—Quizátengaustedrazón,despuésdetodo.

Pero, arrepintiéndoseenel acto, juróqueniun solodíahabíavivido sinhallarsedominadoporelrecuerdo.

—Nocreoabsolutamentenadadeeso,caballero.

—Sinembargo,ustedsabequelaamo.

LaseñoraArnouxnorespondió.

—Sabeustedqueyolaamo.

Ellaseguíacallando.

«Veteapaseo»,sedijoFrédéric.

Y, alzando los ojos, vio al otro extremo a la señorita Roque, que habíacreídodebuengustovestirsedeverde,colorquegroseramente rechazabaeltono de sus cabellos rojos. La hebilla de su cinturón era demasiado alta, sucollar la molestaba; aquella falta de elegancia había contribuidoindudablemente a la fría acogida de Frédéric. Le observaba ella desde lejosconcuriosidad,yArnoux,juntoaella,prodigabalasgalanterías,sinconseguirsacarle tres palabras, hasta tal punto que, rehusando agradar, escuchó laconversación, que rodaba por entonces sobre los purés de piña delLuxemburgo.

LouisBlanc,segúnFumichon,poseíaunhotelenlacalleSaint-Dominiqueyrehusabaalquilaralosobreros.

—Loqueyoencuentrosingular—dijoNonancourt—esqueLedru-Rollincaceenlosdominiosdelacorona.

—Debeveintemilfrancosaunplatero—añadióCisy—,yhastasedice…

LaseñoraDambreuseledetuvo.

—¡Qué feo es eso de sofocarse por la política!Un joven. ¡Ah!Ocúpeseustedmejordesuvecina.

Enseguida,lagenteseriaatacóalosperiódicos.Arnouxtomósudefensa.

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Frédéricintervino,llamándoloscasasdecomerciosemejantesalasdemás.Losescritores, generalmente, eran imbéciles o farsantes; manifestó que losconocía,y combatiócon sarcasmos los sentimientosgenerososde suamigo.LaseñoraArnouxnoveíaqueeraunavenganzacontraella.

Atodoesto,elvizcondesetorturabaelentendimientoparaconquistaralaseñorita Cécile. En primer lugar demostró gustos de artista, censurando laforma de los garrafones y el grabado de los cuchillos.Después habló de sucuadra, de su sastre y de su camisero, y por fin abordó el capítulo de lareligión, y encontró modo de hacer comprender que se cumplían todos susdeberes.

Martinon lo hacía mejor. Con monotonía, y mirándola continuamente,elogiaba su perfil de pájaro, su desmañada cabellera rubia, sus manosdemasiadocortas.Lafeajovensedeleitabaconaquellaavalanchadedulzuras.

Nadapodíaoírse,porhablartodosmuyalto.

El señor Roque quería, para gobernar Francia, «un brazo de hierro».Nonancourt hasta se lamentó de que se hubiera abolido el cadalso político;deberíanhabermatadoenmasaatodosaquellostunantes.

—Sonhastacobardes—dijoFumichon—.Noveolavalentíadecolocarsedetrásdelasbarricadas.

—A propósito: háblenos usted de Dussardier —exclamó el señorDambreuse,volviéndosehaciaFrédéric.

Elbravodependienteeraentoncesunhéroe,comoSallesse,loshermanosJeanson,lamujerPéquillet,etcétera.

Frédéric,sinhacersederogar,contó lahistoriadesuamigo,de laqueélobtuvounaespeciedeaureola.

Se llegó,muy naturalmente, a referir diversos rasgos de valor. Según eldiplomático,noeradifícilafrontarlamuerte,comolopruebalosquesebatenenduelo.

—Puedepreguntarsealvizcondesobreello—dijoMartinon.

Elvizcondesepusorojo.

Los convidados le miraban, y Louise, más asombrada que los demás,murmuró:

—¿Dequésetrata?

—QuearrióanteFrédéric—contestó,porlobajo,Arnoux.

—¿Sabe usted algo, señorita? —preguntó al punto Nonancourt, ytransmitiósurespuestaalaseñoraDambreuse,que,inclinándoseunpoco,se

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pusoamiraraFrédéric.

Martinon no esperó las preguntas de Cécile, manifestándole que aquelasunto concernía a una persona incalificable. La joven se hizo atrás en suasiento,comoparahuirdelcontactodeaquellibertino.

La concurrencia tomó de nuevo calor. Los grandes vinos de Burdeoscirculaban,seanimabalagente;PellerinmirabaconmalosojoslaRevolucióna causa del museo español, definitivamente perdido. Eso era lo quemás leafligíacomopintor.Aesafrase,elseñorRoqueleinterpeló:

—¿Seríaustedelautordeuncuadromuynotable…?

—Quizá.¿Cuál?

—Unoquerepresentaaunaseñoraentraje…afemía…unpoco…ligero,conunabolsayunpavorealdetrás.

Frédéric,asuvez,sepusodecolordepúrpura.

Pellerinhacíacomoquenoentendía.

—Con todo, es de usted seguramente, porque se ve escrito debajo elnombredeusted,yuna líneaenelmarcodeclarandoqueesde lapropiedaddelseñorMoreau.

CiertodíaenqueeltíoRoqueysuhijaleesperabanensucasa,habíavistoelretratodelamariscala.

Elbuenhombrehastalotomópor«uncuadrogótico».

—No—dijoPellerin,brutalmente—,esunretratodemujer.

Martinonañadió:

—Deunamujermuyviva.¿Noesverdad,Cisy?

—Nosénadadeeso.

—Yo creía que usted la conocía; pero desde elmomento en que esto lemolestaausted,perdone.

Cisy bajó los ojos, demostrando por su confusión que había debido dejugar un papel desagradable con ocasión de aquel retrato. En cuanto aFrédéric,elmodeloeranecesariamentesuamante.Convicciónquese formóinmediatamente,yasílomanifestabanclaramentelasfigurasdelaasamblea.

«¡Cómomementía!»,sedijolaseñoraArnoux.

«¡Porellamehaabandonado!»,pensóLouise.

Frédéric se imaginó que aquellas dos historias podían comprometerle, ycuandosefueronaljardíndirigiósusreprochesaMartinon.

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ElenamoradodelaseñoritaCécileselerioenlasnarices.

—Alcontrario;esoteservirá;adelante.

¿Quéqueríadecir?Además,¿porquéaquellabenevolencia tanopuestaasumanera de ser acostumbrada?Sin explicarse nada, se fue hacia el fondo,dondelasseñorassehallabansentadas.

Loshombresenpie,yPellerinenelcentro,proclamabansusideas.Lomásfavorablealasarteseraunamonarquíabienentendida.Lostiemposmodernosledesagradaban,«aunquenofueramásqueporlaguardianacional»;echabade menos la Edad Media; Luis XIV. El señor Roque le felicitó por susopiniones,hastaconfesandoquedeteníansusprejuicioscontralosartistas.

Peroalmomentosealejódeallí,atraídoporlavozdeFumichon.Arnouxtratabadedemostrarquehaydosclasesdesocialismo,unobuenoyotromalo.El industrial no veía esas diferencias, perdiendo la cabeza de cólera a lamencióndelapalabrapropiedad.

—Esunderechoescritoenlanaturaleza.Losniñosdefiendensusjuguetes;todos los pueblos son demi opinión, todos los animales; el leónmismo, sipudierahablar,sedeclararíapropietario.Así,amí,señores,queheempezadocon quince mil francos de capital, durante treinta años levantándomeregularmente a las cuatro de la mañana; que he tenido dificultades dequinientosmildiablosparahacermifortuna,¿mevendránasostenerquenosoysudueño,quemidineronoesmidinero,quelapropiedad,enfin,esunrobo?

—PeroProudhon…

—¡Déjemeusted enpaz con suProudhon!Si estuviera aquí, creoque leestrangularía.

Y le hubiera estrangulado; después de tomar los licores, sobre todoFumichon,noseconocíaya,ysurostroapopléticoestabapróximoaestallarcomounobús.

—Buenas tardes, Arnoux —dijo Hussonnet, que pasó deprisa por elcésped.

Traíaal señorDambreuse laprimerahojadeun folleto tituladoL’Hydre,enqueelbohemiodefendíalosinteresesdeuncírculoreaccionario,ycomotallepresentóelbanqueroasushuéspedes.

Hussonnet los entretuvo, sosteniendo, en primer lugar, que loscomerciantes de sebo pagaban a trescientos noventa y dos pilletes para quegritaran todas las noches «Luces, luces». Después, bromearon con losprincipiosdel89,laemancipacióndelosnegros,losoradoresdelaizquierda;hastase lanzóahacerdeProudhonsobreunabarricada,quizáporefectode

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unasuciaenvidiacontraaquellosburguesesquehabíancomidobien.Elataqueagradómedianamente;suscarassealargaron.

No era aquel el momento de bromear; además, Nonancourt lo dijo,recordando lamuertedemonseñorAffreydelgeneraldeBréa.Sincesarsetraían a cuento, haciendo comentarios. El señor Roque declaró que la delarzobispo «era de lo más sublime que podía darse». Fumichon atribuía lapalma al militar; y en vez de deplorar ambas muertes sencillamente, sediscutió para saber cuál de los dos debía excitar lamás fuerte indignación.Vinoluegounsegundoparalelo,eldeLamoricièreyCavaignac,exaltandoaCavaignacelseñorDambreuse,yNonancourtaLamoricière.Nadieenaquellareunión,exceptoArnoux,loshabíapodidoverenacción;perotodos,apesardeesto, formularon juicio irrevocableacercadesusoperaciones.Frédéric serecusó,confesandoquenohabíatomadolasarmas.

EldiplomáticoyelseñorDambreuseaprobaronconlacabeza.Enefecto,habercombatidoelmotínerahaberdefendidolaRepública.

El resultado, aunque favorable, la consolidaba, y desembarazados de losvencidos,sedeseabaahoradesembarazarsedelosvencedores.

Apenasestuvieroneneljardín,laseñoraDambreuse,llevándoseaCisy,lehabíareñidoporsutorpeza;cuandovioaMartinonledespidió,yquisoluegosaberdesufuturosobrinolacausadesusbromascontraelvizconde.

—Noloson.

—YtodoenfavorygloriadelseñorMoreau;¿conquéobjeto?

—Conninguno.Frédéricesunmuchachoencantador.Lequieromucho.

—Yyotambién.Quevenga.Vayaustedabuscarle.

Despuésdedosotresfrasestriviales,empezópordesdeñarligeramenteasusconvidados,loqueequivalíaacolocarleporencimadeellos.Nodejóéldedenigrar un poco a las demásmujeres,manera hábil de dirigirle cumplidos.Peroella,decuandoencuando,leabandonaba;comoeranochederecepción,llegaban las señoras; después volvía a su sitio, y la colocación enteramentefortuitadelasmesaspermitíaquenolesoyeran.

Se manifestó ella jovial y seria, melancólica y razonable. Laspreocupacionesdeldíaleinteresabanpoco;existíaunaordendesentimientosmenos transitorios.Se lamentabade lospoetasquedesnaturalizan laverdad;luegoalzabalosojosalcielo,preguntándoleelnombredeunaestrella.

Habíanpuestoenlosárbolesdosotresfaroleschinos;losagitabaelaire,yrayos de colores se balanceaban sobre su blanco vestido. Estaba, como decostumbre,alguienrecostadoensubutaca,conuntaburetedelante;seveíalapuntadeunzapatoderasonegro,ylaseñoraDambreuse,aintervalos,decía

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unapalabramásalta,yaveceshastasereía.

Aquellas coqueterías no afectaban aMartinon, ocupado porCécile, peroibanderechasalapequeñaRoque,quehablabaconlaseñoraArnoux.Eralaúnicaentreaquellasmujerescuyasmanerasnoleparecíandesdeñosas.Había,pues,venidoasentarseasulado;y,cediendoaunanecesidaddeexpansión,ledijo:

—¿NoesverdadquehablabienFrédéricMoreau?

—¿Leconoceusted?

—Sí,mucho.Somosvecinosyjugabaconmigocuandoyoerapequeña.

La señora Arnoux le dirigió una mirada sostenida, que significaba:«Supongoquenoleamaráusted».

Ladelajovencontestabasinturbación:«Sí».

—¿Leveráustedentoncesconfrecuencia?

—¡Oh,no!Solocuandovaacasadesumadre.Yahacediezmesesquenohaido,yesoquehabíaprometidosermásexacto.

—Nohayquecreerdemasiadoenlapromesadeloshombres,hijamía.

—Peroamínomehaengañado.

—Comoaotras.

Louise se estremeció: ¿le habría prometido quizá a ella algo? Y sufisonomíasecrispódedesconfianzaydeodio.

La señora Arnoux casi tuvo miedo; hubiera deseado recoger su frase.Después,ambassecallaron.

ComoFrédéricsehallabaenfrente,enunasilladetijera,lecontemplabanellas, la una con decoro, con el rabillo del ojo; la otra, francamente, con labocaabierta,tanto,quelaseñoraDambreuseledijo:

—Vuélvaseustedparaqueellalevea.

—¿Quién?

—PueslahijadelseñorRoque.

Y bromeó acerca del amor de aquella joven provinciana; se defendía él,procurandoreírse.

—¿Perolocreeusted?¡Semejantefealdad!

Sin embargo, sentía un placer de inmensa vanidad. Recordaba la otranoche, aquella enquehabía salido conel corazón llenodehumillaciones; yrespirabaampliamente,viéndoseensuverdaderocentro,casiensusdominios,

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comositodoaquello,inclusoelhotelDambreuse,leperteneciera.Lasseñorasformaban un semicírculo oyéndole, y, para brillar, se pronunció por elrestablecimiento del divorcio, que debiera facilitarse hasta para podersepararse y reunirse cuando se quisiera. Ellas hacían exclamaciones, otrascuchicheaban;seoíanalgunasvocesenlasombra,alpiedelmurocubiertodearistoloquias;parecíaaquellocomounacharladegallinasalegres;yseguíaéldesenvolviendosuteoría,coneseaplomoqueprocuralaconcienciadeléxito.Uncriadotrajoalpabellónunabandejadehelados.Losseñoresseacercaron;hablabandelasdetenciones.

Entonces,Frédéricsevengódelvizconde,haciéndolecreerquequizáiríanaperseguirleporlegitimista.Elotroobjetabaquenohabíasalidodesucuarto;el adversario de Frédéric acumulaba las circunstancias desfavorables; losmismosseñoresDambreuseyGrémonvillesedivertían.

LuegocumplimentaronaFrédéric, lamentándosedequenoemplearasusfacultadesendefensadelorden,yleapretaroncordialmentelamano;podíaenlosucesivocontarconellos.

Porfin,almarcharsetodoelmundo,elvizcondeseinclinóprofundamentedelantedeCécile,diciendo:

—Señorita,tengoelhonordedarleaustedlasbuenasnoches.

Contestó ella secamente: «Buenas noches», pero enviando una sonrisa aMartinon.

El tío Roque, para continuar su discusión con Arnoux, le ofrecióacompañarle,comoalaseñora,puestoquesucaminoeraelmismo.LouiseyFrédéric ibandelante.Ella lecogiódelbrazo,ycuandoseencontróunpocolejosdelosdemás,ledijo:

—Por fin; ¡cuántohe sufridodurante toda lanoche! ¡Quémalévolas sonaquellasmujeres!¡Quéairemásaltanero!

Quisoéldefenderlas.

—Enprimerlugar,podíasmuybienhabermehabladoalentrar;despuésdeunañodenovernos.

—Nohaceunaño—dijoFrédéric,contentodepoderdiscutiraqueldetalleparaesquivarlosdemás.

—Sea.Eltiempomehaparecidolargo;esoestodo.Peroduranteaquellaabominable cena parecía comoque te avergonzabas demí. ¡Ah, comprendoquenotengo,comoellas,loquesenecesitaparaagradar!

—Teequivocas—dijoFrédéric.

—¿Deveras?Júramequenoamasaninguna.

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Juró.

—¿Ymeamasamísola?

—¡Claro!

Aquella seguridad la puso alegre.Hubiera querido perderse en las callesparapasearjuntostodalanoche.

—Me he sentido tan atormentada allá. ¡No sé hablar más que debarricadas!¡Teveíacaerdeespaldas,cubiertodesangre!Tumadreestabaenla cama con su reuma, y no sabía nada; era preciso callar; no podía yacontenermeyhearrastradoaCatherine.

Ylecontósupartida,todosucamino,ylamentiraquecontóasupadre.

—Me lleva dentro de dos días. Ven mañana por la noche, como porcasualidad,yaprovechalaocasiónparapedirmeenmatrimonio.

JamásFrédéricsehabíaencontradomáslejosdelmatrimonio.Además,laseñoritaRoqueleparecíaunapersonitabastanteridícula.¡Quédiferenciaentreella y una mujer como la señora Dambreuse! Muy otro porvenir le estabareservado. Hoy tenía la certidumbre; así que no era el momento decomprometerse,porunacorazonada,endeterminacióndetalimportancia.

Era preciso ahora ser positivo; y además había vuelto a ver a la señoraArnoux. Sin embargo, la franqueza de Louise le llenaba de confusiones, yreplicó:

—¿Hasreflexionadobastanteenesepaso?

—¡Cómo!—exclamóella,heladadesorpresaydeindignación.

Éldijoquecasarseentoncesseríaunalocura.

—¿Demodoquetúnomequieres?

—Peronomecomprendes.

Y se lanzó a una embrollada charla, para hacerle entender que se veíadetenido por mayores consideraciones, que tenía negocios para no concluirnunca, que hasta su fortuna estaba comprometida (Louise contaba todo conuna palabra); en fin, que las circunstancias políticas se oponían. Porconsecuencia, lo más razonable era tener paciencia por algún tiempo. Lascosas se arreglarían, sin duda; a lo menos, así lo esperaba; y como noencontraseyarazones,fingiórecordardeprontoquedebíaestarhacíayadoshorasencasadeDussardier.

Luego, saludando a los demás, se metió por la calle Hauteville, dio lavueltaalGimnasio,entródenuevoenelbulevarysubiócorriendoloscuatropisosdeRosanette.

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LosseñoresArnouxdejaronaltíoRoqueysuhijaalaentradadelacalleSaint-Denis.

Se volvían sin decirse nada; él, no pudiendo más con lo que habíacharlado,yella,sintiendounagranlasitud,yhastaapoyándoseensuhombro.

Era el único hombre que había manifestado durante toda la nochesentimientos nobles. Experimentó hacia él una gran indulgencia. Con todo,ArnouxguardabaaFrédéricuntantoderencor.

—¿Hasvistosucaracuandosehablódelretrato?¿Notedecíayoqueerasuamante?Túnoqueríascreerme.

—Sí;noteníayorazón.

Arnoux,contentoporsutriunfo,insistió:

—Hastaapuestoaquenoshadejado,haceunmomento,parairareunirseconella.Ahoraestáensucasa.Allípasalanoche.

LaseñoraArnouxsebajómuchosutoquilla.

—¡Perotiemblas!

—Esquetengofrío—contestó.

Cuando su padre se durmió, entró Louise en el cuarto de Catherine, y,sacudiéndola,ledijo:

—Levántate…pronto;rápido,yveabuscarmeuncoche.

Catherinelecontestóquenoloshabíaaaquellahora.

—Vasaacompañarmeentonces.

—¿Adónde?

—AcasadeFrédéric.

—Noesposible;¿conquémotivo?

Parahablarle;nopodíaesperar;queríaverleenseguida.

—Pero ¿piensas en eso? ¡Presentarte así en su casa a medianoche!Además,ahoraduerme.

—Ledespertaré.

—Esonomeparececonvenientetratándosedeunaseñorita.

—Yonosoyunaseñorita;soysumujer;leamo.Vamos,ponteelchal.

Catherine,enpieenelbordedelacama,reflexionaba,yacabópordecir:

—No,noquiero.

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—Bueno,quédate;yomevoy.

Louise se deslizó como una culebra por la escalera. Catherine se lanzódetrásysereunióconellaenlaacera.Susobservacionesfueroninútiles,ylasiguió acabandodevestirse.El camino le pareciómuy largo, quejándosedesuspiernasyaviejas.

—Despuésdetodo,yonotengoqueverconloquetearrastra.

Luegoseestremecióydijo:

—Pobrecorazón;nohayparatimásquetuCatherine,¿ves?

Decuandoencuandovolvíanlosescrúpulos.

—¡Ah,bonitacosameobligasahacer!Si tupadre sedespertara. ¡SeñorDios!¡Contalquenoocurraunadesgracia!

Delante del teatro de variedades, las detuvo una patrulla de guardiasnacionales. Louise dijo inmediatamente que iba con su criada a buscar unmédico,ylasdejaronpasar.

EnlaesquinadelaMadeleineencontraronunasegundapatrulla,yLouisediolamismaexplicación,contestándoleunodelosciudadanos:

—¿Esparaunaenfermedaddenuevemeses,gatitamía?

—¡Gougibaud!—gritó el capitán—.Nada de desvergüenzas en las filas.Señoras,adelante.

Apesardelaamonestación,losrasgosdeingeniocontinuaron:

—Granplacer.

—Misrespetosaldoctor.

—Cuidadoconellobo.

—Lesgustalabroma—observóenvozaltaCatherine—.¡Juventud!

PorfinllegaronacasadeFrédéric.Louisetiródelacampanillaconfuerzamuchas veces; la puerta se entreabrió y el conserje contestó a su pregunta:«No».

—¡Sidebedeestaracostado!

—Ledigoaustedqueno.Hacemásdetresmesesquenoseacuestaensucasa.

Y el ventanillo de la garita cayó de golpe como una guillotina. Peropermanecíanenlaoscuridad,bajolabóveda,cuandounavozfuriosalesgritó:

—¡Salganustedes!

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Lapuertaseabriódenuevo,ysalieron.

Louise tuvo necesidad de sentarse en una piedra, y lloró con la cabezaentre las manos, copiosamente, con todo su corazón. Amanecía; pasabanalgunascarretas.

Catherine la condujo, sosteniéndola, besándola, diciéndole toda clase decosasbondadosassacadasdesuexperiencia.Nodebíatomarsetantapenaporlosenamorados.Siaquelfaltaba,otrosencontraría.

III

Cuando se hubo calmado el entusiasmo de Rosanette por los guardiasvolvió a ser encantadora como nunca, y Frédéric tomó la costumbre,insensiblemente,devivirencasadeella.

Lomejordeldíaeralamañanaensuterraza.Enbatadebatista,ylospiesdesnudosensuspantuflas,ibayveníaalrededordeFrédéric,limpiabalajauladesuscanarios,mudabaelaguaasuspecesrojosyjardineabaconunapaletaen lacaja llenade tierra,en laquecrecíaunaenredaderadecapuchinasqueadornabalapared.Luego,apoyadosloscodosensubalcón,mirabanjuntosloscoches, los transeúntes,y secalentabanal sol,y formabanproyectospara lanoche.Seausentabaéldurantedoshoraslomás;enseguidaseibanaunteatrocualquiera, a los proscenios, y Rosanette, con un gran ramo de flores en lamano,escuchabalaorquesta,mientrasFrédéric,pegadoasuoído,lecontabacosas jovialesogalantes.Otrasveces tomabanunacalesaque los llevabaalbosquedeBoulogne,ysepaseabanporéltarde,hastalamedianoche.PorfinsevolvíanporelArcodelTriunfoylagranavenida,respirandoelaire,conlasestrellassobresuscabezas,viendoalfondodelaperspectivatodoslosfarolesdegasalineadoscomodoblecordóndeperlasluminosas.

Frédéric la esperaba siempre cuando tenían que salir; tardabamucho enarreglardebajodelmentónlasdoscintasdesucapota,ysesonreíaasímismadelantedesuarmariodeespejo.

Despuéscogíasubrazoyleobligabaamirarsealladodeella.

—¡Québienestamosasílosdosjuntos!¡Amormío,tecomería!

Él era ahora su casa, su propiedad. De este pensamiento se veía en surostro un rayo perpetuo, y, al mismo tiempo, parecía más lánguida en susmaneras,másredondeadadeformas;sinpoderdecirenqué,laencontrabaélcambiada,sinembargo.

UndíalecontócomonoticiamuyimportantequeelseñorArnouxacababa

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demontarunalmacénderopablancaaunaantiguaobreradesufábrica;allíacudíatodaslasnoches;«gastabamucho»;lasemanapasada,sinirmáslejos,lehabíaregaladounmobiliariodepalisandro.

—¿Cómolosabes?—preguntóFrédéric.

—Estoysegura.

Delphine,cumpliendoórdenessuyas,habíatomadoinforme.MuchodebíadequereraArnoux,paraocuparsedeélcontalinterés.Perosecontentóconresponder:

—¿Quéteimportatodoeso?

Rosanettesemostrósorprendidadeaquellapregunta.

—El canalla me debe dinero. ¿No es abominable verle manteniendomendigas?

Yconexpresióndeodiotriunfante,añadió:

—¡Pero seburlade él lindamente!Ella cuenta conotros tres individuos.¡Tantomejor!Yquelecomahastaelúltimocéntimo;mealegraré.

Arnoux,enefecto,sedejabaexplotarporlabordelesa,conlaindulgenciadelosamoresserviles.

Su fábrica nomarchaba ya; el conjunto de sus negocios era deplorable;tanto,queparaponerlosdenuevoaflote,pensóprimeroenestableceruncafécantante,dondesolosecantaríanobraspatrióticas,sielministro leconcedíauna subvención; aquel establecimiento se convertiría a la vez en foco depropaganda y enmanantial de beneficios. Pero la dirección del poder habíacambiadoyerayacosaimposible.

Ahora soñaba con una gran sombrerería militar. Le faltaban los fondosparaempezar.

Noeramás feliz en su interiordoméstico.La señora semostrabamenosdulce con él y a veces hasta ruda.Marthe se ponía siempre de parte de supadre,conloqueeldesacuerdoaumentaba,ylacasasehacíaintolerable.Confrecuenciasalíadeelladesdepor lamañana,pasabaeldíaen largospaseos;paraaturdirse,luegocomíaenunrestaurantedelcampo,abandonándoseasusreflexiones.

LaprolongadaausenciadeFrédéricperturbabasuscostumbres,porloqueselepresentóunatarde,suplicándolequefueraaverlecomoenotrotiempo,yobtuvosupromesa.

Frédéric no se atrevía a volver a casa de la señora Arnoux; le parecíahaberle hecho traición; pero aquella conducta era muy cobarde. Faltaban

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excusas.Seríaprecisoacabarporir,yunanochesepusoenmarcha.

Comollovía,acababadeentrarenelpasajeJouffroycuando,alaluzdelosescaparates, un hombrecillo gordo, de gorra, se les reunió.AFrédéric no lecostó trabajo reconocer a Compain, aquel orador cuya proposición habíacausadotantasrisasenelclub.Seapoyabaenunindividuodisfrazadoconungorrocoloradodezuavo,conellabiosuperiormuycaído,latezamarillacomouna naranja, con las mandíbulas cubiertas de una ancha perilla, y que lecontemplabaconojosabiertoshumedecidosdeadmiración.

Compain,indudablemente,estabaorgullosodeél,puestoquedijo:

—Le presento a usted a este valiente, que es amigomío, zapatero y unpatriota.¿Tomamosalgo?

Frédéric le dio las gracias, y entonces empezó a tronar inmediatamentecontra laproposiciónRateau,unamaniobrade losaristócratas.Paraconcluircon ellos, era preciso volver al 93. Después se informó de Regimbart y dealgunosotros, tan famososcomoMasselin,Sanson,Lecornu,MaréchalyuntalDeslauriers,comprometidoenelnegociorecientementeenTroyes.

Todoaquello eranuevoparaFrédéric.Compainno sabíamás;y ledejó,diciendo:

—Hastalavista,¿noesverdad?,porqueustedesunodeellos…

—¿Dequé?

—Delacabezadevaca.

—¿Quécabezadevaca?

—¡Ah,burlón!—contestóCompain,dándoleungolpecitoenelvientre.

Ylosdosterroristassemetieronenuncafé.

Diez minutos después, Frédéric ya no pensaba en Deslauriers. SeencontrabaenlaaceradelacalleParadis,delantedeunacasa;ymirabaalpisosegundo,detrásdelascortinas,laluzdeunalámpara.

Porfinsubiólaescalera.

—¿EstáArnoux?

Ladoncellacontestó:

—No;peropaseusted,sinembargo.

Yabriendobruscamentelapuerta,dijo:

—Señora,eselseñorMoreau.

Selevantóellamáspálidaquesugargantilla.Temblaba.

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—¿Quémeproporcionaelhonordeunavisitatanimprevista?

—Nada. El placer de volver a ver antiguos amigos. —Y sentándose,agregó—:¿CómoestáesebuenodeArnoux?

—Perfectamente.Hasalido.

—Sí; ya comprendo.Siempre sus antiguas costumbres de las noches: unpocodedistracción.

—¿Porquéno?Despuésdeundíadecálculos, lacabezatienenecesidaddedescanso.

Hastaelogióasumarido,comotrabajador.AquelelogioirritóaFrédéric,yseñalando sobre sus rodillasunpedazodepañonegro, con trencillas azules,preguntó:

—¿Quéestáustedhaciendo?

—Uncorpiñoquearregloparamihija.

—Apropósito;nolaveoporaquí.¿Dóndeestá?

—Enuninternado—contestólaseñoraArnoux.

Ylas lágrimasacudieronasusojos;procurabacontenerlasmoviendosusagujas rápidamente. Él había cogido, para disimular, un número deL’Illustrationdesobrelamesa,cercadeella.

—EstascaricaturasdeChamsonmuygraciosas,¿noesverdad?

—Sí.

Enseguidaamboscallaron.

Unaráfagamovióderepenteloscristales.

—¡Quétiempo!—dijoFrédéric.

—Enefecto,esmuyamabledepartedeustedhabervenidoconestalluviahorrible.

—Amínadameimporta.Nosoydeaquellosaquienesimpide,sinduda,acudirasuscitas.

—¿Quécitas?—preguntóella,cándidamente.

—¿Noseacuerdausted?

Ylecolocósuavementelamanosobreelbrazo.

—Leaseguroaustedquemehizosufrirmucho.

—Teníamiedopormihijo.

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Y le contó la enfermedad del pequeño Eugène, y todas las angustias deaquellatarde.

—Gracias,gracias.Yanodudo,ylaamoaustedcomosiempre.

—¡Ah!Esonoesverdad.

—¿Porqué?

Ellalemirófríamente.

—Se olvida usted de la otra. La que paseaba usted por las carreras. Lamujercuyoretratotieneusted.Suamante.

—Puesbien, sí—exclamóFrédéric—;noniegonada.Soyunmiserable.Escúchemeusted.—Silahabíaconquistado,erapordesesperación,comounsuicidio.Porlodemás,lahabíahechomuydesgraciada,vengándoseenelladesupropiavergüenza—.¡Quésuplicio!¿Nolocomprendeusted?

La señora Arnoux volvió su hermoso rostro, reteniéndole él la mano; ycerrandolosojos,absortosenunaembriaguezqueeracomomecerseenunadulzura infinita, después permanecieron contemplándose cara a cara, el unojuntoalotro.

—¿Esquepodíaustedcreerquenolaamabaya?

Ellacontestóenvozbaja,llenadecaricias:

—No;adespechode todo, sentíaenel fondodemicorazónqueesoeraimposible y que llegaría un día en que se desvanecería el obstáculo entrenosotrosdos.

—Yyotambién,yexperimentabahastamorirnecesidaddevolveraverlaausted.

—Unavez—repusoella—enelPalacioRealpaséalladodeusted.

—¿Deveras?

Yél lemanifestó ladichaquehabía tenidoencontrándolaencasade losDambreuse.

—Pero¡cómoladetestabaaustedporlanoche,alsalirdeallí!

—¡Pobremuchacho!

—¡Estantristemivida!

—¿Y la mía? Si no hubiera más que las penas, las inquietudes, lashumillaciones, todo lo que sufro como esposa y como madre, puesto quehemosdemorir,nomequejaría;lohorribleesmisoledad,sinnadie…

—¡Peroyoestoyaquí;yo!

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—¡Oh,sí!

Un sollozo de ternura la había levantado. Sus brazos se abrieron, y seestrecharondepieenunprolongadobeso.

Seoyócrujirelpiso.Unamujerestabajuntoaellos:Rosanette.LaseñoraArnoux la había reconocido. Sus ojos, desmesuradamente abiertos, laexaminaban, enteramente llenos de sorpresa y de indignación. Por fin,Rosanettedijo:

—VengoahablardenegociosalseñorArnoux.

—Noestáaquí;yaloveusted.

—Esverdad—contestóRosanette—;sucriadateníarazón;perdone.

YvolviéndoseaFrédéric,añadió:

—¿Túaquí?

AqueltuteodelantedeellaruborizóalaseñoraArnouxcomounbofetónenplenacara.

—Noestáaquí,lerepitoausted.

Entonceslamariscala,quemirabaaunoyotrolado,dijotranquilamente:

—¿Vamos?Tengouncocheabajo.

Élhacíacomoquenooía.

—Vamos,ven.

—¡Ah!Sí,esunabuenaocasión;vayausted;vayausted—dijolaseñoraArnoux.

Salieron.Ellaseinclinóporlabarandillaparaverlosaún,yunarisaaguda,desgarradora,cayósobreellosdesdeloaltodelaescalera.FrédéricempujóaRosanettedentrodelcoche,sepusoenfrentedeella,ydurantetodoelcaminonopronunciópalabra.

La infamia, cuya salpicadura le ultrajaba, estaba causada por él mismo.Experimentaba a la vez la vergüenza de una humillación abrumadora y elpesar de su felicidad. Cuando al fin iba a recogerla, se había hechoirrevocablemente imposible. Y por culpa de aquella muchacha, de aquellaperdida. Hubiera querido estrangularla; se ahogaba. Cuando entraron en sucasa,tiróelsombrerosobreunmuebleysearrancósucorbata.

—Acabasdehacerunacosaindecente;confiésalo.

Ellasepusoarrogantementedelantedeél.

—¿Ybien?¿Quémás?¿Enquéestámal?

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—¡Cómo!¿Meespías?

—¿Esculpamía?¿Porquévasadivertirteacasadelasmujereshonradas?

—Noteimporta.¡Noquieroquelasinsultes!

—¿Enquélaheinsultadoyo?

Élnotuvoquécontestar,yconacentoaúnmásrencoroso,dijo:

—Pueslaotravez,enelCampodeMarte…

—¡Yamefastidiascontusviejas!

—¡Miserable!—Ylevantóelpuño.

—Nomemates.Estoyencinta.

Frédéricretrocedió.

—¡Mientes!

—Mírame.—Cogióunaluz,enseñándolesucara—:¿Loves?

Pequeñasmanchasamarillasmanchabansupiel,queestabasingularmentehinchada.Frédéricnonególaevidencia.Fueaabrirunaventana,dioalgunospasosalolargoyaloancho,ysedejócaerenunabutaca.

Aquel acontecimiento erauna calamidadque, enprimer lugar, suspendíasu ruptura, y después destruía todos sus proyectos. La idea de ser padre,además, le parecía grotesca, inadmisible. Pero ¿por qué? Si en vez de lamariscala…Ysuensimismamientosehizotanprofundoquetuvounaespeciedealucinación.Veíaallí,sobrelaalfombra,delantedelachimenea,unaniña.SeparecíaalaseñoraArnoux,yaélmismounpoco:pelinegrayblanca,conlosojosnegros, grandes cejas, y conuna cinta rosa en sus cabellos rizados.(¡Oh,cómolahabríaamado!).Creíaoírsuvoz:«¡Papá,papá!».

Rosanette,queacababadedesnudarse,seacercóaél,viounalágrimaensuspárpados,ylebesógravementeenlafrente.Élselevantó,diciendo:

—¡No,nadieharádañoalacriatura!

Entonces ella parloteó mucho. Sería un niño, seguramente. Se llamaríaFrédéric.Eraprecisoempezarsucanastilla.Yviéndolatanfeliz,sintiópiedaddeella.Comoenaquelmomentonosentíacóleraalguna,quisosaberlarazóndelactodeantes.

EraquelaVatnazlehabíaenviadoaquelmismodíaunpagaré,protestadohacíayamuchotiempo,yhabíacorridoacasadeArnouxparatenerdinero.

—Yotelohubieradado—dijoFrédéric.

—Mássencilloeratomarallíloquemeperteneceydevolveralaotrasus

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milfrancos.

—¿Eseso,almenos,todoloquetúledebes?

Ellacontestó:

—Ciertamente.

Aldíasiguiente,alasnuevedelanoche(horaindicadaporelportero),fueacasadelaVatnaz.

Tropezóenlaantesalaconlosmueblesamontonados;perounruidodevozy de música le guiaba. Abrió una puerta y cayó en medio de una selectareunión.Enpie,delantedelpiano,quetocabaunaseñoritadegafas,Delmar,serio como un pontífice, declamaba un poema humanitario sobre laprostitución; y su cavernosa voz rodaba, acompañada por los acordesgolpeados. Una fila de mujeres ocupaba la pared, en general vestidas decoloresoscuros,sincuellosdecamisanipuños.Cincooseishombres,todospensadores,acáyallá,ensillas.Enunabutaca,unantiguofabulista,unaruina;y el acre olor de una lámpara semezclaba con el aroma del chocolate quellenabalosbolossobrelamesadejuego.

La señorita Vatnaz, con una banda oriental alrededor de los riñones, sehallabaenunrincóndelachimenea;Dussardier,alotro,enfrente;parecíauntantocohibidoporsuposición;además,aquelcentroartísticoleintimidaba.

¿Había concluido la Vatnaz con Delmar? Quizá no. Sin embargo, semostraba celosa del excelente dependiente. Frédéric reclamó de ella unmomentodeconversación,yellalehizoseñaaDussardierdepasarconellosasucuarto.Cuandolosmilfrancosestuvieronalineados,pidióellalosintereses.

—Esonomerecelapena—dijoDussardier.

—Cállatetú.

Aquella debilidad de un hombre tan valiente agradó a Frédéric como enjustificación de la suya. Se llevó el pagaré, y no volvió jamás a hablar delescándalodecasadelaseñoraArnoux.Perodesdeentoncestodoslosdefectosdelamariscalaselepresentaban.

Tenía un mal gusto irremediable, una incomprensible pereza, unaignoranciadesalvaje,hastaconsiderabacomomuycélebrealdoctorDesrogis,mostrándose orgullosa de recibirle, y a su esposa, porque eran «personascasadas».Selaechabademaestra,conairepedantesco,sobrelascosasdelavida con la señorita Irma, pobre criaturita dotada de una voz tambiénmenudita, que teníaporprotector a un señormuyaceptable, exempleadodeaduanas,yfuerteenlosjuegosdecartas,aquienRosanettellamaba«migranlulú».Frédéricnopodíasufrirtampocolarepeticióndepalabrasnecias,talescomo militares de insulsas muletillas, y se obstinaba, además, en quitar el

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polvoporlasmañanasasuscacharrosconunpardeguantesblancosviejos.Pero lo que más le exasperaba era sus maneras con la criada, cuyo salarioestaba incesantementeatrasado,yquehasta leprestabadinero.Losdíasquearreglaban sus cuentas se insultaban como dos pescaderas, y luego sereconciliaban, abrazándose. Su intimidad se hacía triste; así que fue unconsuelo para él cuando empezaron de nuevo las reuniones de la señoraDambreuse.

Aquellaledivertía,almenos.Sabíalasintrigasdelmundo,loscambiosdeembajadores, el personal de las costureras; y si se le escapaban lugarescomunes,erabajounafórmulatotalmenteconvenida,detalmodoquesufrasepodíapasarporunadeferenciaoporunaironía.Eraprecisoverlaentreveintepersonasquehablabansinolvidarsedeninguna,consiguiendo las respuestasque quería, evitando las peligrosas. Cosasmuy sencillas, contadas por ella,parecíanconfidencias; lamenorde sus sonrisashacía soñar; suencanto,porfin,comoelexquisitoperfumeque llevabaordinariamente,era indefinibleycomplejo. Frédéric sentía cada vez que se veía a su lado el placer de unanovedad; y, sin embargo, siempre la encontraba con su misma serenidad,parecida al cristal de las aguas límpidas. Pero ¿por qué susmaneras con lasobrina acusaban tanta frialdad? En ocasiones hasta le lanzaba miradassingulares.

Desdequesehablódecasamiento,habíaobjetadoalseñorDambreuseconla salud de «la querida niña», y se la llevó inmediatamente a los baños deBalaruc.Asuregresosurgieronnuevospretextos:eljovencarecíadeposición,aquel gran amor no parecía serlo, nada se arriesgaba con esperar.Martinoncontestó que aguardaría. Su conducta fue sublime; predicó a Frédéric; hizomás: le indicó losmedios de agradar a la señoraDambreuse, hasta dejandoentreverqueconocía,porlasobrina,lossentimientosdelatía.

En cuanto al señor Dambreuse, lejos de mostrarse celoso, rodeó deconsideracionesasujovenamigo,leconsultabasobrediferentescosas,hastaseinquietabadesuporvenirtanto,queundíaquesehablabadeltíoRoqueledijoaloídoconaireastuto:

—Hahechoustedbien.

Y Cécile, miss John, los criados, el portero, ni uno solo que no fueraagradable en aquella casa. A ella venía todas las noches, abandonando aRosanette.Antesufuturamaternidadleparecíamásseria:hastaunpocotriste,comosilaatormentaraninquietudes.Atodaslaspreguntascontestaba:

—Teequivocas;estoybien.

Erancincolospagarésquehabíasuscritoenotrotiempo;ynoatreviéndoseadecírseloaFrédéric,despuésdelpagodelprimero,habíavuelto a casade

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Arnoux,quienleprometió,porescrito,latercerapartedesusbeneficiosenelalumbradoporgasdelospueblosdelLanguedoc(unaempresamaravillosa),recomendándole que no utilizara aquella carta antes de la junta de losaccionistas;juntaqueseaplazabadesemanaensemana.

Sin embargo, lamariscala tenía necesidad de dinero, y se habríamuertoantes de pedírselo a Frédéric; no lo quería de él, porque esto hubieraperjudicadoasuamor.Élsubveníacondesahogolosgastosdelacasa;perouncarruaje alquilado, y unos y otros sacrificios indispensables desde quefrecuentaba lacasade losDambreuse le impedíanhacermásporsuamante.Dos o tres veces que había venido a horas desacostumbradas creyó verespaldasmasculinas escaparpor laspuertas, yRosanette salía amenudo sinquerer decir adónde iba. Frédéric no intentó ahondar en las cosas; uno deaquellos días tomaría su partido definitivo. Soñaba con otra vida, que seríamásdivertidaymásnoble.Semejante ideal le hacía indulgente con el hotelDambreuse.

EraaquellaunasucursalíntimadelacallePoitiers.AllíencontródenuevoalgranseñorA…alilustreB…alprofundoC…alelocuenteZ…alinmensoV…alosviejostenoresdelcentroizquierda,alospaladinesdeladerecha,alos burgraves del justomedio, a los eternosbuenoshombres de la comedia.Estupefacto se quedaba con su execrable lenguaje, sus pequeñeces, susrencores, su mala fe; todos aquellos que habían votado la Constitución seesforzabanendestruirla,yseagitabanmucho,lanzabanmanifiestos,folletos,biografías;ladeFumichon,porHussonnet,fueunaobramaestra.Nonancourtseocupabadelapropagandaenloscampos;elseñorGrémonvilletrabajabaelclero;Martinon reunía jóvenes burgueses. Cada cual, según sus medios, seempleaba;hastaelmismoCisy.Pensandoahoraenlascosasserias,todoeldíahacíaencargosencocheparaelpartido.

El señor Dambreuse, como un barómetro, expresaba constantemente laúltimavariación.NosehablabadeLamartinesinquecitaraesta frasedeunhombredelpueblo:«¡Bastadelira!».Cavaignacnoeraya,asusojos,sinountraidor.Elpresidente,aquienhabíaadmiradodurantetresmeses,comenzabaacaerensuestimación(noencontrándole«conlaenergíanecesaria»),ycomonecesitaba siempre un salvador, su reconocimiento, desde el asunto delconservatorio, pertenecía a Changarnier: «A Dios gracias, Changarnier…Esperemos que Changarnier… No hay nada que temer mientrasChangarnier…».

SobretodoslosdemásexaltabanaThiers,porsulibrocontraelsocialismo,enelque semostraba tanpensadorcomoescritor.Se reíanenormementedePierre Leroux, que citaba en la Cámara pasajes de los filósofos. Se decíangraciasacercadelafilafalansteriana.IbanaaplaudirlaFeriadelasIdeas,ycomparabanalosautoresconAristófanes.Frédéricacudióconlosdemás.

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La verbosidad política y la buena mesa adormecían su moralidad. Pormedianos que le parecieran aquellos personajes, estaba orgulloso deconocerlos, y deseaba interiormente la consideración burguesa. Una amantecomolaseñoraDambreuselelanzaría.

Ysepusoahacercuantoerapreciso.

Salíaasuencuentroenelpaseo,nodejabadeirasaludarlaensupalcodelteatroy,sabiendolashorasenqueibaalaiglesia,secolocabadetrásdeunacolumnaenactitudmelancólica.Paraindicacionesdecuriosidades,noticiasdeun concierto, préstamo de libros o revistas, cambiaban billetitoscontinuamente.Ademásdesuvisitadelanoche,aveceslehacíaotraporlatarde;ysentíaunagradacióndealegríapasandosucesivamentepor lapuertaprincipal,porelpatio,porlaantesala,porlosdossalones;llegaba,porfin,asugabinete,discretocomounatumba,templadocomounaalcoba,dondeeradifícil sortear elmullido de losmuebles, tantos eran los objetos aquí y allácolocados: telas, pantallas, copas y platos de laca, de concha, demarfil, demalaquita, lujosas bagatelas, renovadas con frecuencia. Las había sencillas:trespiedrasdeÉtretatparaprensapapeles;unagorradeFrisonnecolgadadeunbiombo chino; todas aquellas cosas se armonizaban, sin embargo; y hastaadmiraba lanoblezadelconjunto,cosaquequizáconsistieraen laalturadeltecho,laopulenciadelascortinasyloslargosvolantesdesedaqueflotabanenlosdoradospalosdelostaburetes.

Casi siempre estaba ella en un pequeño confidente cerca de la jardineraque guarnecía el hueco de la ventana. Sentado al borde de un gran puf conruedas, ledirigíaél losmásjustoscumplidos,yella lemirabaconlacabezaalgodeladoysonriente.

Leíaélpáginasdepoesía,poniendoallí todasualma,paraconmoverlayhacerse admirar; le detenía ella por una observación denigrante o unaadvertenciapráctica,ysuconversaciónrecaíasincesaren laeternacuestióndelamor.Sepreguntabanloqueloengendraba,silasmujereslosentíanmejorqueloshombres,ycuáleseransobreestolasdiferencias.Frédéricprocurabaemitir su opinión, evitando a la vez la grosería y la insulsez. Aquello seconvertíaenunaespeciede luchaagradableenalgunosmomentos;enotros,aburrida.

NosentíaFrédéricasuladoaquelencantodetodosuserquelearrastrabahacia la señora Arnoux ni el alegre desorden en que al principio le pusoRosanette.Peroladeseabacomounacosanormalydifícil,porqueeranoble,porque era rica, porque era devota; figurándose que tenía delicadeza desentimiento,raracomosusencajes,conamuletossobrelapielypudoresenladepravación.

Utilizósuantiguoamor;lecontó,comoinspiradoporella,todoloquela

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señora Arnoux le había hecho sentir en otro tiempo, sus languideces, sussueños.Ella recibía aquello como si estuviera acostumbrada a esas cosas, y,sin rechazarle formalmente, a nada cedía, y no llegaba a seducirlamás queMartinon.Paraconcluirconelenamoradodesusobrina,leacusódemiraraldinero,yhasta rogóa sumaridoquehiciera laprueba.El señorDambreusedeclaró al joven, en consecuencia, que siendo huérfana Cécile, de padrespobres,notenía«ningunaesperanza»,nidote.

Martinon,nocreyendoqueaquellofueseverdad,odemasiadoadelantadopara desdecirse, o por una de esas terquedades de idiota, que son actos degenio, contestó que su patrimonio, quincemil francos de renta, les bastaría.Aquel desinterés imprevisto conmovió al banquero, que le prometió fianzaparaunaplazade recaudadorque seobligabaa conseguirle;y enelmesdemayo de 1850, Martinon se casó con Cécile. No hubo baile. Los jóvenessalieron aquella misma noche para Italia. Frédéric vino al día siguiente avisitaralaseñoraDambreuse,quelepareciómáspálidaquedecostumbreylecontradijo agriamente en dos o tres asuntos insignificantes. Por lo demás,todosloshombreseranegoístas.

Loshabía,sinembargo,abnegados,aunquesolofueraél.

—¡Ah,bah!Comolosdemás.

Sus párpados estaban rojos, lloraba. Después, esforzándose por sonreír,añadió:

—Perdoneusted;notengorazón.Esunaideatristequesemehaocurrido.

Frédéricnocomprendíanadadeaquello.

«Noimporta;esmenosfuertedeloqueyocreía»,pensó.

Llamóellapara tomarunvasodeagua,bebióunsorbo, lodevolvióyselamentó de que le servían horriblemente. Para distraerla, se ofreció comocriado,juzgándosecapazdepresentarlosplatos,limpiarlosmuebles,anunciaralagenteydeser,enfin,unayudadecámara,o,mejor,uncazador,aunquelamoda hubiera pasado. Desearía ir detrás de un coche con un sombrero deplumasdegallo.

—¡Ycómoleseguiríaaustedapie,majestuosamente,llevandoenbrazosunperrito!

—Esustedalegre—dijolaseñoraDambreuse.

¿No es una locura, repuso él, considerarlo todo por el lado serio?Habíabastantesmiserias sin necesidad de forjárselas.Nadamerecía la pena de undolor.LaseñoraDambreuselevantólascejas,amododevagaaprobación.

AquellaparidaddesentimientosestimulóaFrédéricamayoratrevimiento.

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Susdesengañosdeotrasvecesleservíanahoradeclarividencia.Siguió:

—Nuestrosabuelosvivíanmejor.¿Porquénoobedecerelimpulsoquenosmueve?

Elamor,despuésdetodo,noeraensímismounacosatanimportante.

—Peroesoqueusteddiceesinmoral.

Habíavueltoacolocarseenelconfidente;élsesentóalborde,juntoalospies.

—¿Noveustedquemiento?Porqueparaagradaralasmujeresesprecisomanifestarunainsulsezdebufónofuroresdetragedia.Seburlandenosotroscuandoselesdicequeselasamasencillamente.Yoencuentroesashipérbolesquelasdiviertenunaprofanacióndelverdaderoamor;tanto,quenosesabeyacómoexpresarlodelantedelasque…tienen…muchoingenio.

Le consideraba ella con las pestañas entreabiertas; bajaba él la voz,inclinándosehaciasurostro.

—Sí,medaustedmiedo. ¿Laofendoausted, quizá…?Perdón…Yonoqueríadecirtodoesto.Noesculpamía.¡Esustedtanlinda!

LaseñoraDambreusecerrólosojos,ysesorprendióélconlafacilidaddesu victoria. Los grandes árboles del jardín, que se movían suavemente, sedetuvieron.Algunasnubesfijasrayabanelsolconlíneasrojas,yhubocomouna suspensión universal de las cosas. Entonces, noches semejantes, conparecidos silencios, se presentaban a su espíritu confusamente. ¿Dónde eraeso?

Él sepusode rodillas, cogió sumanoy le juróamoreterno.Después,almarcharse,lellamóellaconunaseñayledijo,muybajo:

—Vuelvaustedacenar;estaremossolos.

Le parecía a Frédéric, mientras iba bajando la escalera, que se habíaconvertidoenotrohombre,que la temperaturaembalsamadade lascalientesestufas le rodeaba, que entraba definitivamente en elmundo superior de losadulteriospatriciosydelasaltasintrigas.Paraocuparenelloslaprimeraplazabastaba unamujer como aquella. Ávida, sin duda, de poder y de acción, ycasada con un hombre mediano, a quien había servido prodigiosamente,¿deseaba a alguno fuerte para conducirla? Nada había imposible ahora; sesentíacapazdehacerdoscientas leguasacaballo,detrabajarmuchasnochesseguidas,sincansarse;sucorazóndesbordabadeorgullo.

En la acera, delante de él, pasaba un hombre con un viejo paletó y lacabezabaja,ycontalairedefatiga,queFrédéricsevolvióparaverle.Elotrolevantólacara:eraDeslauriers,quevacilaba.Frédéricleabrazó.

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—¡Cómo!¿Erestú?¡Ah,pobreamigo!

Ylearrastróasucasa,haciéndolemuchaspreguntasalavez.

El excomisario de Ledru-Rollin contó, primero, los tormentos que habíasufrido.Comopredicabalafraternidadalosconservadoresyelrespetodelasleyesalossocialistas,losunoslehabíandisparadoconsusfusilesylosotrosle habían traído una cuerda para colgarle. Después de junio le destituyeronbrutalmente; se le habíametido en un complot, el de las armas cogidas enTroyes.Lesoltaronporfaltadepruebas.LuegoelcomitédeacciónleenvióaLondres, donde anduvo a bofetadas con sus hermanos en un banquete. DevueltaaParís…

—¿Porquénohasvenidoamicasa?

—Túestabassiempreausente.Tusuizoteníaactitudesmisteriosas;yonosabíaquépensar;yluegonoqueríareaparecercomovencido.

Habíallamadoalaspuertasdelademocracia,ofreciéndoseaservirlaconsupluma,consupalabra,consusactos;portodasparteslehabíanrechazado;desconfiabandeél,yhabíavendidosureloj,subiblioteca,suropa.

—¡MásvaldríareventarenlosfrontonesdeBelle-Isle,conSénécal!

Frédéric,quesequitabaentonceslacorbata,nopareciómuyconmovidoaloíraquellanoticia.

—¡Ah!¿EstádeportadoesebuenodeSénécal?

Deslauriersreplicó,recorriendolasparedesconaireenvidioso:

—Notodoelmundotienetusuerte.

—Perdóname—dijoFrédéricsinfijarseenlaalusión—,perocenofuera.Vanaservirte;pideloquequieras.Tomahastamicama.

Ante una cordialidad tan completa, desapareció la amargura deDeslauriers.

—¿Tucama?Pero…esotemolestará.

—¿Eh?No.Tengootras.

—Ya;muybien—dijoelabogado,riendo—.¿Dóndecenas,pues?

—EncasadelaseñoraDambreuse.

—¿Seríaesaquizá…?

—Eresdemasiadocurioso—dijoFrédéric,conunasonrisaqueconfirmabalasuposición.

Despuésmiróelrelojysesentó.

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—Puesesoes.¡Nohayquedesesperar,antiguodefensordelpueblo!

—¡Misericordia!Queotrosseocupendeeso.

Elabogadodetestabaalosobrerosporloquehabíasufridoconellosensuprovincia,paísdehulla.Cadapozodeextracciónhabíanombradoungobiernoprovisional,intimidándolesusórdenes.

—¡Suconducta,además,hasidoencantadoraentodaspartes:enLyon,enLille,enelHavre,enParís!Porque,siguiendoelejemplodeloscomerciantesquequisieranexcluirlosproductosdelextranjero,aquellosseñorespidenquese destierre a los trabajadores ingleses, alemanes, belgas y saboyanos. Encuantoasuinteligencia,¿dequéhaservido,bajolaRestauración,sufamosajuntadeoficiales?Enmilochocientostreintaentraronenlaguardianacional,sintenersiquieraelbuensentidodedominarla.¿Nohanreaparecidodesdeeldía siguiente del cuarenta y ocho los gremios con sus estandartes? Hastapedíanrepresentantesdelpueblosuyos,quehubieranhabladosoloparaellos.Todocomolosdiputadosdelaremolacha,quenoseinquietabanmásquedelaremolacha. Ya tengo bastante pasado con esos cocos, que se prosternansucesivamentedelantedelcadalsodeRobespierre,lasbotasdelemperador,elparaguasdeLuisFelipe,chusmaeternamenteadictaalquelearrojapanenlaboca.SegritasiemprecontralavenalidaddeTalleyrandydeMirabeau;peroel mandadero de la esquina vendería la patria por cincuenta céntimos si leprometieran tarifar cada recadoen tres francos. ¡Ah,qué falta! ¡HubiéramosdebidoponerfuegoaloscuatroextremosdeEuropa!

Frédériclecontestó:

—¡Faltaba la chispa! Erais sencillamente pequeños burgueses, y losmejores de entre vosotros, galopines. En cuanto a los obreros, puedenquejarse; porque si se exceptúa un millón sustraído a la lista civil, y quevosotrosleshabéisconcedidoconlamásbajaadulación,nohabéishecho,porellos más que frases. La libertad permanece en manos del patrón, y elasalariado, incluso para la justicia misma, sigue siendo inferior a su amo,puesto que su palabra no es creída. Por fin, la República me parece vieja.¿Quiénsabe?Quizáelprogresonosearealizablesinoporunaaristocraciaoporunhombre.Lainiciativavienesiempredeloalto.Elpuebloesmenordeedad,pormásquesediga.

—Talvezesoseaverdad—dijoDeslauriers.

Según Frédéric, la granmasa de los ciudadanos no aspirabamás que aldescanso(habíaaprovechadoloescuchadoenelhotelDambreuse),ytodaslasposibilidades estaban con los conservadores. Este partido, sin embargo,carecíadehombresnuevos.

—Sitepresentaras,estoyseguro…

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Noconcluyó.Deslaurierscomprendió,sepasólasdosmanosporlafrente,yluegoderepentedijo:

—¿Ytú?Nadateloimpide.¿Porquénohasdeserdiputado?

Porconsecuenciade laeleccióndoble,habíaenelAubeunacandidaturavacante. El señor Dambreuse, reelegido en la legislatura, pertenecía a otrodistrito.

—¿Quieresquemeocupedeeso?—continuóDeslauriers,quienconocíamuchos taberneros, maestros, médicos, pasantes de abogados y a susprincipales.Ysiguió—:Además,sehacecreeralosaldeanostodoloquesequiere.

Frédéricsentíarenacersuambición.

Deslauriersdijo:

—TúdeberíasbuscarmeunaplazaenParís.

—NocreoqueseadifícilparaelseñorDambreuse.

—Puesto que hablábamos de hullas—dijo el abogado—, ¿qué es de sugran sociedad?Unaocupaciónde esegénero es la queyonecesitaría.Y lesseríaútil,conservando,porsupuesto,miindependencia.

Frédéricprometióllevarleacasadelbanqueroantesdetresdías.

La cena, frente a frente con la señoraDambreuse, fue exquisita. Sonreíaellafrenteaél,alotroextremodelamesa,porencimadeuncestodeflores,alaluzdelalámparasuspendida;ycomolaventanaestabaabierta,seveíanlasestrellas.Hablaronmuypoco,desconfiandodesímismos, sinduda;peroencuanto los criados volvían la espalda se enviaban un beso con los labios.Contóélsuideadelacandidatura,laaprobóella,comprometiéndoseahacerqueelseñorDambreuselaapoyase.

Por la noche, algunos amigos se presentaron para felicitarla y paracompadecerla.¡Debíadesentirtantapenapornoteneryaasusobrina!Estababien, además, que los recién casados viajaran; más tarde sobrevienen lasdificultades, los niños. Pero Italia no correspondía a la idea que se teníaformadadeella;masestabanenlaedaddelasilusiones,yluego,quelalunademieltodoloembellece.

LosdosúltimosquesequedaronfueronelseñorGrémonvilleyFrédéric.El diplomático no quería irse. Por fin, amedianoche, se levantó. La señoraDambreusehizoseñaaFrédéricparaquesemarcharaconél,yleagradeciósuobedienciaconunapresióndemanomássuavequetodolodemás.

Lamariscalalanzóungritodealegríaalvolverleaver.Leesperabadesdelascinco;élseexcusóconunagestiónindispensableenfavordeDeslauriers.

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Sucarateníaunairedetriunfo,unaaureola,quedeslumbróaRosanette.

—Quizá sea por tu frac negro, que te sienta bien; pero jamás te heencontradotanguapo.¡Quéguapoeres!

En un arrebato de ternura, se juró interiormente no pertenecer a otros,sucedieraloquesucediese,auncuandotuvieraqueperecerdemiseria.

Sus bellos ojos, húmedos, chispeaban por tan poderosa pasión, queFrédéric la atrajo sobre sus rodillas, y se dijo: «¡Qué canalla soy!»,aplaudiéndosesuperversidad.

IV

El señorDambreuse, cuandoDeslauriers sepresentóen sucasa,pensabaen reavivar su gran negocio de hullas. Pero aquella fusión de todas lascompañíasenunasolaestabamalvista;lallamabanmonopolio,comosinosenecesitaran,paratalesexplotaciones,inmensoscapitales.

Deslauriers,queacababadeleerexprofesolaobradeGobetylosartículosde Chappe en el Diario de Minas, conocía la cuestión perfectamente.Demostró que la ley de 1810 establecía en provecho del concesionario underecho impermutable. Además, podría darse a la empresa un colordemocrático;impedirlasreunioneshulleraseraunatentadocontraelderechomismodeasociación.

ElseñorDambreuseleconfiónotaspararedactarunamemoria.Encuantoalamaneradepagarsutrabajo,tantomejorescuantoquenoeranprecisas.

DeslauriersvolvióacasadeFrédéricdesdeallíylerefiriólaconferencia.HabíavistotambiénalaseñoraDambreusealsaliralpiedelaescalera.

—Mienhorabuenaporella,¡caramba!

Despuéshablarondelaelección.Habíaqueinventaralgo.

Tres días después,Deslauriers trajo una hoja escrita para los periódicos,queeraunacartafamiliar,enqueelseñorDambreuseaprobabalacandidaturadesuamigo.

Sostenidaporunconservadoryelogiadaporunrojo,debíatriunfar.

¿Cómo el capitalista firmaba semejante lucubración? El abogado, sin elmenorinconveniente,habíaidoporsupropiacuentaaensañárselaalaseñoraDambreuse,que,encontrándolamuybien,seencargódelodemás.

Aquel paso sorprendió a Frédéric; sin embargo, lo aprobó.Luego, como

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Deslauriers tenía que entenderse con el señor Roque, le contó su posiciónrespectoaLouise.

—Dilescuantoquieras;quemisnegociosestánturbios;quelosarreglaré;queesbastantejovenparaesperar.

Deslauriers se marchó, y Frédéric se consideró como un hombre muyfuerte. Experimentaba, además, una profunda satisfacción. Su alegría por laconquistadeunamujerricanosehallabacontrariadaporoposiciónalguna;elsentimiento se armonizaba con el medio; su vida, ahora, se componía dedulzurasportodaspartes.

La más exquisita, quizá, era contemplar a la señora Dambreuse, entremuchaspersonas,ensusalón.Laconvenienciadesusmaneraslehacíasoñarcon otras actitudes; mientras que hablaba con ella en tono de frialdad,recordabasusbalbucientespalabrasdeamor;todoslosrespetoshaciasuvirtudledeleitabancomohomenajequerefluíaenél,ymuchasvecesledabadeseodegritar:«Yolaconozcomejorquevosotros.Esmía».

Su intimidad no tardó en ser cosa convenida, aceptada. La señoraDambreuse,durantetodoelinvierno,llevóaFrédéricasociedad.

Llegaba él casi siempre antes que ella; la veía entrar con los brazosdesnudos, el abanico en la mano, perlas en los cabellos. Se detenía en elumbral,quelarodeabacomounmarco,ymanifestabaunligeromovimientode indecisión, cerrando los párpados, para descubrir si él estaba allí. Lellevaba en su coche; la lluvia azotaba las ventanillas; los transeúntes seagitaban como sombras en el lodo, y, apretados uno contra otro, veían todoaquello, confusamente, con tranquilo desdén. Bajo diferentes pretextos,permanecíanaúnunahoralargaensucuarto.

Poraburrimiento,principalmente,habíacedidolaseñoraDambreuse.Peroaquellaúltimapruebanodebíaserperdida;queríaungranamor,ylecolmódeadulaciones y caricias. Le enviaba flores, le bordó una silla, le regaló unapetaca,unescritorio,milcosasdeusodiario,paraquenohubieraactosuyoindependiente de su recuerdo.Estas atenciones le encantaron al principio, ymuyprontoleparecieronperfectamentesimples.

Alquilabaellauncoche,lodespedíaalaentradadeunparaje,salíaporelotro lado; luego, deslizándose a lo largode las paredes condoble velo paraocultarsurostro,llegabaalacalleenqueFrédéric,decentinela,lacogíadelbrazo apresuradamente para llevarla a su casa. Sus dos criados paseaban, elporterohacíaencargos;mirabaellaasualrededor,ynohabíanadaquetemer;exhalandounsuspiro,comodedesterradoquevuelveaversupatria.Lasuerteloshacíaatrevidos.Suscitassemultiplicaron;unanochehastasepresentóderepenteengrantoilettedebaile.Aquellasorpresapodíaserpeligrosa,yleriñó

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por su imprudencia; además, no le agradó, porque su escote descubríademasiadosuflacopecho.

Yentoncesconocióloquesehabíaocultado:ladesilusióndesussentidos;noporesodejabadefingirgrandesardimientos,peroparasentirlosnecesitabaevocarlaimagendeRosanetteodelaseñoraArnoux.

Aquellaatrofiasentimentalledejabalacabezacompletamentelibre,ymásque nunca ambicionaba una alta posición en elmundo. Puesto que tenía unalzapiésemejante,lomejorquepodíahacereraservirsedeél.

Haciamediadosdeenero,unamañana,Sénécalentróensugabinete,yantesuexclamacióndesorpresa,contestóqueerasecretariodeDeslauriers,yhastalellevabaunacartaqueconteníabuenasnoticias,ylereñía,sinembargo,porsunegligencia;eraprecisoirporallí.Elfuturodiputadodijoquesepondríaencaminoaldíasiguiente.

Sénécalnoexpresóopiniónsobreaquellacandidatura;hablódesupersonaydelosasuntosdelpaís.Porlamentablesquefueran,lealegraban,porqueseibaalcomunismo.Enprimerlugar, laadministraciónllevabalascosashaciasufin;después,cadadíahabíamáscosasregidasporelgobierno.Encuantoalapropiedad, laConstitucióndel 48, a pesar de susdebilidades, no la habíatratado bien; en nombre de la utilidad pública, el Estado podía tomar en losucesivo lo que juzgara conveniente. Sénécal se declaró por la autoridad, yFrédéric observó en sus discursos la exageración de sus propias palabras aDeslauriers.Elrepublicanohastatronócontralainsuficienciadelasmasas.

—Robespierre,aldefenderelderechodelmenornúmero,llevóaLuisXVIantelaConvenciónNacional,ysalvóalpueblo.Elfinlegitimalosmedios.Ladictaduraesalgunasvecesindispensable.Vivalatiraníasiemprequeeltiranohagaelbien.

Sudiscusióndurómuchotiempo,y,almarcharse,Sénécalconfesó(quizáeraaquelelobjetodesuvisita)queDeslauriersseimpacientabamuchoporelsilenciodelseñorDambreuse.

PeroelseñorDambreuseestabaenfermo.Frédéricleveíadiariamente;ensucalidaddeíntimoeraadmitidohastadondesehallaba.

La destitución del general Changarnier había conmovidoextraordinariamentealcapitalista.

Aquellamismanoche sintióungrancalorenelpecho, conunaopresiónque no le consentía estar acostado. Algunas sanguijuelas le proporcionaroninmediatoalivio.Desapareciólatosseca,sehizomástranquilalarespiración,yochodíasdespuésdijo,bebiendouncaldo:

—¡Ah!Estovamejor,peroheestadoexpuestoahacerelúltimoviaje.

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—No sin mí—exclamó la señora Dambreuse, significando con aquellafrasequenohabríapodidosobrevivirle.

Envezdecontestarles,lesdirigióaellayasuamanteunasonrisasingular,enquealavezhabíaresignación,indulgencia,ironíayalgocomounachispa,unasegundaintencióncasialegre.

Frédéric quiso ir a Nogent; la señora Dambreuse se opuso, y hacía ydeshacíasumaletasegúnlasalternativasdelaenfermedad.

De improviso, el señor Dambreuse escupió sangre en abundancia.Consultadoslos«príncipesdelaciencia»,novieronnadanuevo.Suspiernasse hinchaban y aumentaba su debilidad. Había manifestado muchas vecesdeseosdeveraCécile,queestabaalotroextremodeFrancia,consumarido,nombrado recaudador hacía un mes; hasta ordenó expresamente que lallamaran.

LaseñoraDambreuseescribiótrescartasyselasenseñó.

Sinfiarsenisiquieradelareligiosa,noleabandonabaunsegundo,noseacostaba ya. Las personas que se apuntaban en la lista de la portería seenteraban de ella con admiración, y los transeúntes se mostraban llenos derespetoantelacantidaddepajaquehabíaenlacalle,debajodelasventanas.

El 12 de febrero, a las cinco, se declaró una espantosa hemoptisis; elmédico de cabecera avisó del peligro, y corrieron a buscar un sacerdote.Durante la confesión del señor Dambreuse la señora le miraba de lejoscuriosamente;despuésdeella,eljovendoctorpusounvejigatorioyesperó.

La luz de la lámpara, semioculta por muebles, alumbraba la habitacióndesigualmente.FrédéricylaseñoraDambreuse,alpiedelacama,observabanalmoribundo.Enelhuecodeunaventana,elsacerdoteyelmédicohablabanamediavoz;labuenahermana,derodillas,rezabasusoraciones.

Por fin se oyó el estertor; se enfriaron lasmanos, empezó a palidecer elrostro.A veces respiraba de repente enormemente; poco a poco, conmenorfrecuencia, se le escapaban dos o tres palabras confusas; exhaló un débilsuspiro,almismotiempoquesusojossevolvían,ylacabezacayóaunladodelaalmohada.

Todos,duranteunminuto,permanecieroninmóviles.LaseñoraDambreusese aproximó y, sin esfuerzo, con la sencillez del deber, le cerró los ojos.Después abrió los brazos, retorciéndose como en el espasmo de unadesesperacióncontenida,ysalió,apoyadaenelmédicoyen la religiosa.Uncuartodehoradespués,Frédéricsubióasuhabitación.

Sesentíaenellaelolor indefinible,emanacióndecosasdelicadasque lallenaban. Encima de la cama se extendía un traje negro, que interrumpía el

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colorrosadelcubrepiés.

La señora Dambreuse se hallaba al lado de la chimenea, en pie. Sinsuponerla violento pesar, creía él que estaría algo triste, y le dijo con vozdoliente:

—¿Sufres?

—¿Yo?No.Nada.

Al volverse, vio el traje, y lo examinó, diciéndole enseguida que no semolestase.

—Fuma,siquieres.Estásenmicasa.

Yconungransuspiro,añadió:

—¡Ah!Virgensanta,¡quélibertad!

Frédéric,admiradodelaexclamación,contestó,besándolelasmanos:

—Contodo,bienlibreséramos.

Aquella alusión a la facilidad de sus amores pareció ofender a la señoraDambreuse.

—Tú no sabes los servicios que le he prestado, ni en medio de quéangustiashevivido.

—¿Cómo?

—Pues sí. ¿Era una seguridad tener siempre a mi lado aquella bastardahija, introducida en la casa a los cinco años de matrimonio, y que sin mí,seguramente,lehubieraempujadoaunatontería?

Entoncesleexplicósusnegocios.Sehabíancasadobajoelrégimendelaseparacióndebienes.Supatrimonio erade trescientosmil francos.El señorDambreuse, por su contrato, en caso de supervivencia, le había aseguradoquince mil francos de renta con la propiedad del hotel. Pero poco tiempodespuéshizotestamentoporelcualledabatodasufortuna,queevaluabaenmásdetresmillones.

Frédéricabriólosojosdesmesuradamente.

—Esovalíalapena,¿noesverdad?Porlodemás,yohecontribuidoaeseresultado.Era,pues,misbienesloquedefendía.Cécilemehubieradespojadoinjustamente.

—¿Porquénohavenidoaverasupadre?—dijoFrédéric.

Aaquellapregunta,lemirólaseñoraDambreuse,ycontestósecamente:

—Nolosé;faltadecorazón,indudablemente.¡Oh!Laconozco;asíqueno

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tendrádemíuncéntimo.

—Nomolestabamucho,almenosdespuésdesumatrimonio.

—¡Ah,sumatrimonio…!—dijo,sonriendo,laseñoraDambreuse.

Yselamentabadehabertratadodemasiadobienaaquellapécora,queeracelosa,interesada,hipócrita:

—Todoslosdefectosdesupadre.—Yledenigrabamásymás—.Nadiedeuna falsedad tan profunda; además, cruel, duro como una piedra; un malhombre,unmalhombre.

Hasta a los más discretos se les escapan faltas. La señora Dambreuseacababadecometerunaconaqueldescubrimientodeodio.Frédéric,enfrentedeella,enunamecedora,reflexionaba,escandalizado.

Ellaselevantóysecolocósuavementesobresusrodillas.

—Solotúeresbueno;soloatiteamo.

Mirándole, su corazón se estremeció, y una reacción nerviosa le arrancólágrimas,murmurando:

—¿Quierescasarteconmigo?

Creyóél al puntonohaber comprendido; aquella riqueza le aturdía.Ellarepitiómásalto:

—¿Quierescasarteconmigo?

Porfincontestóél,sonriendo:

—¿Lodudas?

Pero el pudor le dominó enseguida, yparadar al difuntouna especiedereparación, se ofreció a velarle personalmente; pero como le avergonzabaaquelsentimientopiadoso,añadióentonoligero:

—Sería,quizá,lomásconveniente.

—Sí,talvez—dijoella—,porloscriados.

Habíansacadolacamaenteramentefueradelaalcoba.Lareligiosaestabaal pie, y a la cabecera, un sacerdote, y otro, hombre alto y flaco, de aireespañol y fanático. Sobre la mesa de noche, cubierta con un paño blanco,ardíantrescandeleros.

Frédériccogióunasillaymiróalmuerto.

Surostroestabaamarillocomolapaja;unpocodeespumasanguinolentaseñalaba los extremos de la boca. Tenía un pañuelo atado a la cabeza, unachaqueta de punto y un crucifijo de plata, sobre el pecho, entre sus brazos

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cruzados.

¡Habíaconcluidoaquellaexistenciallenadeagitaciones!¡Cuántasvisitasalas oficinas, cuántos negociosmanejados, cuántasmemorias oídas! ¡Cuántascharlatanerías,quédesonrisas,quédegenuflexiones!PorquehabíaaclamadoaNapoleón, a los cosacos, aLuisXVIII, al1830, a losobreros, a todos losregímenes, acariciando el poder con tal amor, que hubiera pagado porvenderse.

Perodejaba lapropiedadde laFortelle, tresmanufacturasenPicardie, elbosquedeCrancé, enYonne; una finca cercadeOrléans, valores inmueblesconsiderables.

Frédérichizodeesemodolarecapitulacióndesufortuna.¡Ytodoaquelloiba a pertenecerle! Pensó primero en «lo que dirían», en un regalo para sumadre, en sus carruajes futuros, en un antiguo cochero de su familia quequería contratar.La librea no sería lamisma, naturalmente.Tomaría el gransalóncomogabinetedetrabajo;nadaimpediríaderribartresparedesyformaren el piso segundouna galería de cuadros; quizá habríamedio de organizarabajounasaladebañosturcos.EncuantoaldespachodelseñorDambreuse,parecíadesagradable.¿Paraquépodíaservir?

El sacerdote que se sonaba, la buena hermana arreglando el fuego,interrumpíanbrutalmenteaquellas fantasías.Pero la realidad lasconfirmaba;el cadáver estaba siempre allí. Sus párpados se habían vuelto a abrir, y laspupilas, aunque anegadas en viscosas tinieblas, tenían una expresiónenigmática,intolerable.Frédériccreíaverenellascomounaespeciedejuiciosobreél,ycasisentíaremordimiento,porquejamástuvoquequejarsedeaquelhombre,que,alcontrario…«Vamos,unviejomiserable»,ylemirabademáscerca,parafortalecerse,gritándolementalmente:«Yqué,¿tehematadoyo?».

Atodoestoelsacerdoteleíasubreviario;lareligiosa,inmóvil,dormitaba;lasllamasdelasvelassealargaban.

Durante dos horas se oyó el sordo rodar de las carretas que desfilabanhacia los mercados. Blanquearon los cristales, pasó un coche; después, ungrupodeburrosquetrotabanporlacalle,ygolpesenlospicaportes,gritosdevendedoresambulantes, ruidode trompetas; todoseconfundíayaen lagranvozdeParísquesedespertaba.

Frédéricsededicóalosencargos.Fueprimeroalaalcaldíaparahacerladeclaración; después, cuando el médico de los difuntos dio su certificado,volvió a la alcaldía a comunicar el cementerio que escogía la familia, y aentenderseconlaagenciafuneraria.

El empleado exhibió un dibujo y un programa, indicando el uno lasdiversas clases de entierros y el otro el completo detalle del decorado. ¿Se

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quería un carro con galería o un carro con penachos, caballos trenzados,lacayos con plumeros, iniciales o un blasón, lámparas fúnebres, un hombrepara llevar los honores, y cuántos coches? Frédéric tiró de largo; la señoraDambreusedeseabaquenoseeconomizaranada.

Despuésfuealaiglesia.Elvicariodeloscortejosempezóporcensurarlaexplotación de las pompas fúnebres, así que el oficial para los objetos dehonoreraverdaderamenteinútil;muchosciriosvalíanmás.Seconvinoenunamisa con música. Frédéric firmó lo convenido, con obligación solidaria depagartodoslosgastos.

Se dirigió enseguida al ayuntamiento para comprar el terreno. Unaconcesióndedosmetrosdelargoporunodeanchocostabaquinientosfrancos.¿Eraunaconcesiónporcincuentaañosoperpetua?

—¡Oh,perpetua!—dijoFrédéric.

Tomaba las cosas por lo serio, se molestaba. En el patio del hotel leesperaba unmarmolista para enseñarle cuentas y planos de tumbas griegas,egipcias, árabes, pero el arquitectode la casahabíaya conferenciadocon laseñora sobre esto; y en la mesa del vestíbulo se hallaban toda clase deprospectos relativos a la limpieza de los colchones, a la desinfección de lashabitaciones,adiversosprocedimientosdeembalsamiento.

Despuésdesucomidavolvióacasadelsastre,paraellutodeloscriados,ytuvoquehacerunúltimoencargo, porquehabíapedidoguantesde castor, yeranguantesdesedalosqueprocedían.

Cuandollegóaldíasiguiente,alasdiez,elgransalónsellenabadegente,ycasitodosdecían,hablándoseentonomelancólico:

—¡Yo le he visto aún no hace un mes! ¡Dios mío, esta es la suerte detodos!

—Sí;peroprocuremosquesealomástardeposible.

Entonces se lanzaba una risita de satisfacción, y se entablaban diálogosperfectamenteextrañosalascircunstancias.Porfin,elmaestrodeceremonias,defracnegro,alafrancesa,ycalzóncorto,concapa,consubanda,espadónalcostado y tricornio debajo del brazo, articuló, saludando, la frase decostumbre:

—Señores,cuandoustedesgusten.—Ymarcharon.

EradíademercadodefloresenlaplazadelaMadeleine;hacíauntiempoclaroysuave,ylabrisaquemovíaunpocolasbarracasdelienzohinchaba,enlasorillas,elinmensopañonegrocolgadodelapuertaprincipal.ElescudodelseñorDambreuseocupabauncuadrodeterciopelo,yserepetíatresveces.Eradesable,conelladoizquierdodeoro,conpuñocerrado,guanteletedeplata,

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conlacoronacondalyestadivisa:«Portodosloscaminos».

Los portadores subieron hasta lo alto de la escalera el pesado ataúd, yentraron.

Las seis capillas, el hemiciclo y las sillas estaban vestidos de negro. Elcatafalco, debajo del coro, formaba, con sus grandes cirios, un solo foco deluces amarillas. En los dos ángulos ardían, en candelabros, antorchas dealcohol.

Losmásimportantestomaronsitioenelsantuario;losdemás,enlanave,yempezóeloficio.Exceptoalgunos, la ignorancia religiosade lamayoríaeratanprofunda,queelmaestrodeceremonias,decuandoencuando, leshacíaseñaparaqueselevantaran,searrodillaranyvolvieranasentarse.Elórganoylosdoscontrabajosalternabancon lasvoces;en los intervalosdesilencioseoíaelmurmullodelsacerdoteenelaltar;después, lamúsicay loscantosserepetían.

Una luz mate caía de las tres cúpulas; pero la puerta abierta enviabahorizontalmente como un río de claridad blanca, que tocaba en las cabezasdescubiertas; y en el aire, a la mitad de la altura de la nave, flotaba unasombra,entrecortadapor los reflejosdeloroquedecoraba lamoldurade laspechinasyelfollajedeloscapiteles.

Frédéric,paradistraerse,escuchóelDies irae; se fijabaen losasistentes;trataba de ver las pinturas, demasiado altas, que representaban la vida de laMagdalena. Felizmente, Pellerin se acercó a él, y empezó seguidamente, apropósitodelosfrescos,unalargadisertación.Lacampanasonóysalierondelaiglesia.

El carro fúnebre, adornado con paños colgantes y altos plumajes, seencaminóhaciaelPère-Lachaise,tiradoporcuatrocaballosnegros,decrinestrenzadas, con penachos, y envueltos hasta los cascos en anchas gualdrapasbordadasdeplata.Sucochero,conbotasa loescudero, llevabaunsombrerode trespicos,conun largocrespón,caído.Lascintascorrespondíanacuatropersonajes:uncuestorde laCámaradeDiputados,unmiembrodelConsejoGeneral del Aube, un delegado de las hullas y Fumichon, como amigo. Elcochedeldifuntoydocemásdelutoseguían.Losconvidados,detrás,llenabanelcentrodelbulevar.

Para ver todo aquello se paraban los transeúntes; mujeres con suschiquillos en brazos se subían en sillas, y gentes que tomaban copas en loscafésseasomabanalasventanas,conuntacodebillarenlamano.

Elcaminoeralargo,y(comoenlascomidasdeceremonia,enqueseestáreservadoalprincipio,ydespués, expansivo) la actitudgeneral flaqueómuypronto.NosehablabamásquedelanegativadesubsidiodadaporlaCámara

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alpresidente.

Piscatory había manifestado demasiado acerbo; Montalembert,«magnífico,comodecostumbre»,ylosseñoresChambolle,Pidoux,Cretonyla comisión toda quizá hubieran debido seguir la opinión de los señoresQuentin-BauchardyDufour.

Aquellas conversaciones continuaron en la calle Roquette, sembrada detiendas,dondenoseveíamásquecadenasdevidriodecoloryrodelasnegrascubiertas de dibujos y letras de oro, lo que les daba parecido con grutas deestalactitasyalmacenesdeporcelanas.Perodelantedelarejadelcementeriotodoelmundocalló,instantáneamente.

Se elevaban las tumbas en medio de los árboles, columnas destrozadas,pirámides, templos, dólmenes, obeliscos, panteones etruscos con puerta debronce. Se veían en algunos de ellos especies de gabinetes fúnebres, consillonesrústicosysillasdetijera.Lastelarañascolgabancomoguiñaposdelascadenillas de las urnas, y el polvo cubría los lazos de cintas de raso y loscrucifijos.Por todaspartes, entre lasbalaustradas, sobre las tumbas,coronasdesiemprevivasycandeleros,vasos,flores,discosnegrosconletrasdoradas,estatuasdeyeso, niños, niñaso angelitos suspendidos en el airepor hilodealambre; muchos hasta tenían un tejado de cinc sobre la cabeza. Cordonesenormes de cristal hilado, negro, blanco y azul descendían de lo alto de losmonolitoshastaelpiedelasescaleras,conlargasroscascomoboas.

El sol, quebrándose encima de todo aquello, lo hacía relucir entre lascrucesdemaderanegra;yelataúdavanzabaenloscaminosprincipales,queestánempedrados,comolascallesdelaciudad.Decuandoencuandocrujíanlosejes.Mujeres,derodillas,cuyotrajesearrastrabaporlahierba,hablabandulcementealosmuertos.

Blanquecinosvaporessalíanporentreelverdordelostejos;eranofrendasabandonadas,restosquesequemaban.

LafosadelseñorDambreuseestabapróximaalasdeManuelyBenjaminConstant.Elterrenobajabaenaquelsitioporpendienteabrupta;alpiesevencimas de árboles verdes, y,más lejos, chimeneas de bombas de incendio, y,después,todalagranciudad.

Frédéric pudo admirar todo el paisaje mientras se pronunciaban losdiscursos.Elprimero,ennombredelaCámaradeDiputados;elsegundo,ennombredelConsejoGeneraldelAube;el tercero,ennombredelaSociedadHulleradeSaône-et-Loire;elcuarto,ennombredelaSociedaddeAgriculturaFilantrópica.Porfin,yaseibalagente,cuandoundesconocidosepusoaleerunsextodiscurso,ennombredelaSociedaddelosAnticuariosdeAmiens.

Ytodosaprovecharonlaocasiónparatronarcontraelsocialismo,delcual

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habíamuertovíctimaelseñorDambreuse.Elespectáculodelaanarquíaysuafecto al orden eran lo que abreviaron sus días. Se elogiaron sus luces, suprobidad,sugenerosidadyhastasumutismocomorepresentantedelpueblo,porque si no era orador, poseía, en cambio, aquellas sólidas cualidades,milveces preferibles, etcétera, con todas las frases que es preciso decir: «Finprematuro;eternopesar;laotrapatria;adiós,ono,másbien,hastalavista».

La tierra, mezclada de guijarros, cayó, y ya el mundo no volvería aocuparsedeldifunto.Aúnsehablódeélunpocovolviendodelcementerio,yno se reservaba la gente al apreciarle. Hussonnet, que debía dar cuenta delentierroenlosperiódicos,hastarepitióenbromatodoslosdiscursos;porque,enfin,elbuenhombredeDambreusehabíasidounodelospotdevinistesmásdistinguidosdel último reinado.Después, los cochesdel duelo se llevaron alos burgueses a sus negocios, felicitándose de que la ceremonia no habíaduradodemasiado.

Frédéric,cansado,entróensucasa.

Cuando, al día siguiente, se presentó en el hotel Dambreuse, lemanifestaron que la señora trabajaba abajo, en el despacho. Las cajas, loscajonesestabanabiertosyrevueltos;loslibrosdecuentas,tiradosaizquierday derecha; un rollo de papeles que llevaba el título de «Reintegrosdesesperados» andaba por el suelo; a punto estuvo de caerse encima, y lolevantó.LaseñoraDambreusedesaparecía,escondida,enelsillóngrande.

—Ybien,¿dóndeestáusted,quéhay?

Ellaselevantódeunsalto.

—¿Loquehay?Queestoyarruinada,arruinada,¿entiendes?

Adolphe Langlois, el notario, la llamó a su estudio y le comunicó eltestamento de su marido, escrito antes de su matrimonio. Legaba todo aCécile,yelotrotestamentosehabíaperdido.Frédéricsepusomuypálido.Sinduda,habríabuscadomal.

—Peromira—dijolaseñoraDambreuse,enseñándolelahabitación.

Lasdoscajasabiertasagolpesdehachaymazoestabanrotas,elpupitrefuera de su sitio, registrados los papeles y los legajos; de repente, lanzó ungrito agudo, y se precipitó hacia un rincón, en que acababa de percibir unacajitaconcerraduradecobre;laabrió,ynada.

—¡Ah,elmiserable!Yo,quelehecuidadocontantodesinterés.

Yestallóensollozos.

—Quizáestéenotraparte—dijoFrédéric.

—No;estabaahí,enunacaja;lohevistorecientemente.Lohaquemado,

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conseguridad.

Undía, al principiode su enfermedad, el señorDambreusehabíabajadoparaecharalgunasfirmas.

—Yentonceshabrádadoelgolpe.

Ysedejócaerenunasilla,aniquilada.UnamadrededuelonosehubieralamentadomásjuntoaunacunavacíaquelaseñoraDambreuseantelascajasabiertas. Por fin, su dolor, a pesar de la bajeza del motivo, parecía tanprofundo,queFrédéricprocuróconsolarladiciéndoleque,despuésdetodo,noseencontrabareducidaalamiseria.

—Enlamiseria,puestoquenopuedoofrecerteunagranfortuna.

Noteníamásquetreintamilfrancosderenta,sincontarconelhotel,quevaldríaquizádedieciochomilaveintemil.

Aunque aquello fuera la opulencia para Frédéric, no por eso dejaba deexperimentarunadecepción.Adióssussueñosytodalagranvidaquehabíapensado llevar. El honor le obligaba a casarse con la señora Dambreuse;reflexionóunminuto,ydijodespuésconternura:

—Siempretetendréati.

Se arrojó ella en sus brazos, y él la estrechó contra su pecho, con unestremecimiento en que había algo de admiración por sí mismo. La señoraDambreuse,cuyaslágrimasyanocorrían,levantósurostroradiantededichaydijo,cogiéndolelamano:

—Nuncahedudadodeti;contigocontaba.

Aquellacertidumbreanticipadade loqueconsiderabacomounahermosaaccióndesagradóaljoven.

Luego le llevó a su cuarto, y formaron proyectos. Frédéric debía pensarahoraenlanzarse,yellaledioacercadesucandidaturaadmirablesconsejos.

Elprimerpuntoerasaberdosotresfrasesdeeconomíapolítica;necesitabaescogerunaespecialidad,como,porejemplo,lacríacaballar;escribirmuchasmemorias sobre una cuestión de interés local; tener siempre a disposiciónadministracionesdecorreosoestancos,hacermultituddepequeñosservicios.ElseñorDambreusesehabíamanifestadoenestascosasunverdaderomodelo.Así, una vez en el campo, había hecho pasar su faetón; lleno de amigos,delante del portal de un zapatero, había comprado para sus huéspedes docepares de calzado, y para él unas botas espantosas, que tuvo el heroísmo dellevardurantequincedías.Aquellaanécdotalespusoalegres;contóellaotras,yconungranflujodegracia,dejuventud,deingenio.

AprobósuideadeunviajeinmediatoaNogent.Sudespedidafuetierna,y

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sobreelumbralmurmuróunavezmás:

—¿Noesverdadquemeamas?

—Eternamente—contestó.

Unmensajeroleesperabaensucasacondoscartasalápiz,anunciándolequeRosanetteibaadaraluz.Habíatenidotantasocupacioneshacíaalgunosdías,quenopensabayaeneso.Ellahabíaidoaunestablecimientoespecial,enChaillot.

Frédérictomóuncocheypartió.

EnlaesquinadelacalleMarbeufleyóenunamuestracongrandesletras:«Casadesaludypartos,delaseñoraAlessandri,comadronadeprimeraclase,exalumnadelaMaternidad,autoradevariasobras»,etcétera.

Y en el centro de la calle, sobre la puerta, puertecilla de quita y pon, lamuestrarepetía(sinlapalabraparto):«CasadesaluddelaseñoraAlessandri»,contodossustítulos.

Frédéricdiounaldabonazo.

Unadoncella,confachadedoncellitaconfidente, le introdujoenelsalónadornado con una mesa de caoba, sillones de terciopelo granate y un relojdebajodeunfanal.

Casialpuntoapareciólaseñora,morena,alta,decuarentaaños,delgada,de hermosos ojos, de estilo mundano. Manifestó a Frédéric el felizalumbramientodelamadre,ylehizosubirasucuarto.

Rosanette se puso a sonreír inefablemente, y como sumergida en lasoleadasdeamorqueleahogaban,dijoenvozbaja:

—Unmuchacho;allí,allí—designandocercadesucamaunacuna.

Separó él las cortinas y vio entre las ropas algo, de rojo amarillento,extremadamentearrugado,queolíamalygemía.

—Bésale.

Élcontestó,paraocultarsurepugnancia:

—Tengomiedodehacerledaño.

—No,no.

Entoncesbesóconelextremodeloslabiosasuhijo.

—¡Cómoseteparece!

Y con sus brazos débiles, se colgó de su cuello, con una efusión desentimientosquejamáshabíaélvisto.

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El recuerdo de la señora Dambreuse acudió, y se reprochó como unamonstruosidad traicionar a aquel pobre ser que amaba y sufría con toda lafranquezadesunaturaleza.Durantemuchosdíaslaacompañóhastalanoche.

Seencontrabaella feliz enaquella casadesierta:hasta lospostigosde lafachada permanecían constantemente cerrados; su cuarto, empapelado enPersiaclaro,dabaaungran jardín; laseñoraAlessandri,cuyoúnicodefectoera citar como íntimos a losmédicos ilustres, la rodeaba de atenciones; suscompañeras,casitodassolterasdeprovincias,seaburríanmucho,noteniendoquienvinieraaverlas;Rosanettesepercatódequelaenvidiaban,yselodijoaFrédéricconorgullo.Sinembargo,eraprecisohablarbajo; los tabiqueserandelgados,ytodoelmundoandabaescuchando,apesardelruidocontinuodelospianos.

Iba, por fin, a marcharse a Nogent, cuando recibió una carta deDeslauriers.

Dos nuevos candidatos se presentaban, uno conservador y otro rojo; untercero, quienquiera que fuese, no tenía probabilidades. La culpa era deFrédéric, que había dejado pasar elmomento oportuno; debía haber venidoantes, moverse. «Ni siquiera te han visto en los comicios agrícolas». Elabogado le censuraba el haber descuidado los periódicos. «Si tú hubierasseguido en otro tiempo mis consejos; si tuviéramos una hoja públicanuestra…». Insistía sobre esto. Por lo demás,muchas personas que habríanvotado a su favor, en consideración al señor Dambreuse, le abandonaríanahora.Deslaurierseradeestos.Noteniendonadaqueesperardelcapitalista,dejabaasuprotegido.

FrédéricllevósucartaalaseñoraDambreuse.

—¿Nohasestado,pues,enNogent?—preguntó.

—¿Porqué?

—EsquehevistoaDeslauriershacetresdías.

Sabiendolamuertedesumarido,vinoelabogadoatraerlenotasobrelashullasyaofrecerlesusservicioscomohombredenegocios.AquelloparecióextrañoaFrédéric.¿Yquéhacíasuamigoallí?

LaseñoraDambreusequisosaberacercadelempleodesutiempodesdesuseparación.

—Heestadoenfermo—respondió.

—Deberías,porlomenos,habermeavisado.

—No valía la pena; además, había tenido multitud de arreglos, citas,visitas.

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Desde entonces llevó una existencia doble, durmiendo religiosamente encasadelamariscalaypasandolatardeencasadelaseñoraDambreuse,tanto,queapenaslequedabaenelcentrodeldíaunahoralibre.

Elniñoestabaenelcampo,enAndilly.Ibaaverletodaslassemanas.

Lacasadelanodrizaestabasituadaenloaltodelpueblo,alfondodeunpatinillo sombrío como un pozo, paja por el suelo, gallinas acá y allá, unacarreta de legumbres en el cobertizo. Rosanette empezaba a besarfrenéticamenteasuangelote,yexcitadaporunaespeciededelirioibayvenía;intentaba ordeñar la cabra, comía pan bazo, aspiraba el olor del estiércol,queríaponerunpocoensupañuelo.

Dabangrandespaseos;ellaentrabaencasadelosjardineros,arrancabalasramas de lilas que colgaban por fuera de los muros, y gritaba: «¡Arre,borriquillo!» a los asnos que tiraban de los carretones, deteniéndose acontemplar por la reja el interior de los grandes jardines; o bien la nodrizacogía al niño, le ponía a la sombra debajo de un nogal, y las dos mujereslargaban,durantehorasenteras,pesadasnecedades.

Frédéric, junto a ellas, contemplaba los cuadros de las viñas, en laspendientes del terreno, con la copa de un árbol de trecho en trecho y lospolvorientossenderosparecidosacintasgrises; lascasasenmediodelverdeacusabanmanchasblancasy rojas;y aveceselhumodeuna locomotora sealargabahorizontalmente,alpiedelascolinascubiertasdefollaje,comounagigantesca pluma de avestruz cuya ligera punta volara al viento. Despuésposabasusojosensuhijo.Selofigurabajoven;seríasucompañero;quizáseconvertiría en un tonto, un desgraciado, seguramente. La ilegitimidad de sunacimiento le oprimiría siempre; más le hubiera valido no haber nacido, yFrédéric murmuraba: «¡Pobre niño!», con el corazón lleno de unaincomprensibletristeza.

Con frecuencia perdía el último tren. Entonces la señora Dambreuse lereñíaporsuinexactitud;yéllecontabaunahistoria.

Preciso era inventar otra para Rosanette, que no comprendía en quéempleabalasnoches;ycuandoenviabaasucasa,nuncaestaba.Undíaqueseencontrabaenella,ambassepresentaroncasialavez;obligóamarcharsealamariscala, y escondió a la señoraDambreuse, diciéndole que iba a venir sumadre.

Pronto llegaron a divertirle aquellas mentiras; repetía a la una losjuramentosqueacababadehaceralaotra,lesenviabaramossemejantes,lesescribía al mismo tiempo; luego establecía comparaciones entre ellas; perosiempre había una tercera presente en su pensamiento. La imposibilidad deternura justificaba sus perfidias, que avivaban el placer con la alternativa; y

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cuanto más engañaba a cualquiera de las dos, más la amaba, como si susamores se hubieran reanimado recíprocamente, y por una especie deemulación,hubieracadaunaqueridohacerleolvidaralaotra.

—Admiramiconfianza—ledijoundíalaseñoraDambreuse,desdoblandounpapel enque se ledenunciabaqueel señorMoreauvivíaconyugalmenteconunaciertaRoseBron—.¿Esquizálaseñoritadelascarreras?

—¡Quéabsurdo!—contestó—.Déjamever.

La carta, escrita con caracteres romanos, no estaba firmada. La señoraDambreuse, al principio, había tolerado aquella amante que ocultaba suadulterio;perohabiendoaumentadosupasión,exigióunaruptura,cosahacíamucho tiempo realizada, según Frédéric. Cuando hubo terminado susprotestas, replicó ella, entornando los ojos en que brillaba una miradasemejantealapuntadeunestoquebajomuselina.

—Bueno,¿ylaotra?

—¿Quéotra?

—Lamujerdeldelasporcelanas.

Seencogióéldehombrosdesdeñosamente,yellanoinsistió.

Pero unmesmás tarde, hablando de honor y de lealtad, elogiando él lasuyapropia(deunamaneraincidental,porprecaución),dijoella:

—Esverdad;ereshonrado;novasyaporallí.

Frédéric,quepensabaenlamariscala,balbució:

—¿Adónde?

—AcasadelaseñoraArnoux.

Lesuplicóélqueleconfesaraporquéconductoteníalanoticia.Eraporsucostureradelsegundo,ladeRegimbart.

¡Así,ellaconocíasuvidayélnadasabíadelasuya!

Sinembargo,habíadescubiertoensutocadorlaminiaturadeunseñordelargos bigotes; ¿era elmismodel que enotro tiempo le habían contadounavagahistoria?Peronoexistíanmediosdesabermásdeaquello.Además,¿dequéserviría?

Los corazones de las mujeres son como esos mueblecitos de secretos,llenosdecajonesembutidosunosenotros;semolestauno,serompelasuñas,yenelfondoseencuentraalgunaflorseca,restosdepolvooelvacío.Yquizátemieratambiénllegaraconocerdemasiado.

Leobligabaellaarehusarlasinvitacionesparasitiosadondenopudierair

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conél,leteníaasulado,teníamiedodeperderle;yapesardeaquellaunión,cadadíamayor,sedescubríanrepentinamenteabismosentreellos,apropósitodecosasinsignificantes:laapreciaciónsobreunapersona,unaobradearte.

Teníaunamanerade tocarelpianocorrectaydura.Suespiritualismo(laseñoraDambreusecreíaenlatransmigracióndelasalmasalasestrellas)noleimpedía llevar su caja admirablemente. Era altanera con sus servidores, susojospermanecían siempre secosante losharaposde lospobres.Un ingénitoegoísmo semanifestaba en sus frases de ordinario: «¿Quéme importa eso?¡Bueno estaría! ¿Tengo, acaso, necesidad?», y mil pequeños actosinanalizables,odiosos.Seríacapazdeescuchardetrásdelaspuertas;debíadementir a su confesor. Por espíritu de dominación, quiso que Frédéric laacompañaselosdomingosalaiglesia;obedecióylellevabaellibro.

La pérdida de su herencia la había cambiado notablemente. Aquellaspruebasdedolor,queseatribuíanalamuertedelseñorDambreuse,lahacíaninteresante y, como en otro tiempo, recibía mucha gente. Desde el fracasoelectoral deFrédéric ambicionaba para ellos dos una legación enAlemania;asíquelaprimeracosaquehabíaquehacererasometersealasideasreinantes.

Unos querían el Imperio; otros, a los Orléans; otros, al conde deChambord;pero todosconveníanen laurgenciade ladescentralizacióny seproponían muchos medios como estos: cortar a París en una porción degrandes calles para establecer en ella pueblos; trasladar a Versalles laresidencia del gobierno; llevar las escuelas de Bourges; suprimir lasbibliotecas;confiarlotodoalosgeneralesdedivisión;yseelogiabaelcampo,puesto que, naturalmente, el hombre inculto tiene mejor sentido que losdemás.Losodiosabundaban:odiocontralosmaestrosdeescuelaycontraloscomerciantes de vino; contra las clases de filosofía; contra los cursos dehistoria; contra las novelas, los chalecos rojos, las barbas largas; contra laindependencia,todamanifestaciónindividual,porqueerapreciso«levantarelprincipiodeautoridad»:queseejercieraencualquiernombre,quevinieradecualquier parte, con tal que fuese la fuerza, la autoridad.Los conservadoreshablaban ahora como Sénécal. Frédéric no comprendía ya, y encontraba encasadesuexamantelasmismascuestacionesporlosmismoshombres.

Los salones de las cortesanas (de este tiempo data su importancia) eranterrenoneutral,dondelosreaccionariosdeextremosdiferentesseencontraban.Hussonnet, que se consagraba a denigrar las glorias contemporáneas (buenacosaparalarestauracióndelorden),inspiróaRosanetteeldeseodetenersusreuniones como cualquiera otra; él hacía las crónicas. Primero le llevó unhombreserio:Fumichon;despuésaparecióNonancourt,elseñorGrémonville,el señor Larsillois, exgobernador, y Cisy, que por entonces era agrónomo,bretóny,másquenunca,cristiano.

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Venían, además, antiguos amantes de la mariscala, como el barón deComaing, el conde de Jumillac y algunos otros; la libertad de sus manerasofendíaaFrédéric.

A fin de demostrar que era el amo aumentó el nivel de la casa. Tomóentonces un groom, se cambió de alojamiento y compró mobiliario nuevo.Aquellos gastos eran útiles para hacer que pareciera su matrimonio menosdesproporcionado con su fortuna. Así, esta disminuía espantosamente; yRosanettenocomprendíanadadeaquello.

Burguesa salida de su esfera, adoraba la vida doméstica, un pequeñointerior apacible. Sin embargo, estaba contenta con recibir «un día»; decía:«esas mujeres», hablando de sus semejantes: quería ser «una señora de labuenasociedad»,secreíadeellas.RogóaFrédéricquenofumaraenelsalón;intentóqueadelgazara,porbuengusto.

Mentía a su papel, por fin, porque se hacía seria, e incluso antes deacostarsemanifestabasiemprealgunamelancolía,comoseponeunciprésalapuertadeuncabaret.

Éldescubrió lacausade todoaquello:soñabaconcasarse; ¡ella también!Frédéric se exasperó. Además, recordaba su aparición en casa de la señoraArnoux,y,porúltimo,leguardabarencorporhabérseleresistidotanto.

Noporesodejabadeaveriguarquiéneshabíansidosusamantes.Ellalosnegaba todos.Unaespeciedecelos leagitaban; se irritópor los regalosquehabíarecibido,querecibía;yamedidaqueelfondomismodesupersonalemortificabamás,congustodelossentidos,ásperoybrutal,learrastrabahaciaella,ilusionesdeunminutoqueseresolvíanenaborrecimiento.

Suspalabras,suvoz,susonrisa,todoacabópordesagradarle;sobretodo,susmiradas:aquelojodemujereternamentelímpidoeinepto.Tanhastiadoseencontrabaaveces,quelahubieravistomorirsinconmoverse.

Pero¿cómoincomodarse?Eradeunadulzuradesesperante.

Volvió Deslauriers, y explicó su permanencia en Nogent diciendo quetrataba de adquirir allí un estudio de abogado.Frédéric se puso contento deverle;¡alfineraalguien!Yleintrodujoenlaintimidaddeaquellacompañía.

Elabogadocenabaencasadeellosdecuandoencuando,ysiseproducíanpequeñasdiscusiones,sedeclarabasiempreporRosanette,hastatalpuntoqueFrédéricledijoenunaocasión:

—Yacuéstateconella,siesoteagrada—tantodeseabaunacasualidadqueleliberara.

Hacia mediados del mes de junio recibió ella un aviso del abogadoAthanase Gautherot, invitándola a pagar cuatro mil francos debidos a la

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señoritaClémenceVatnaz;sino,vendríaaembargarlaaldíasiguiente.

Enefecto,deloscuatropagaréssuscritosenotrotiempo,solounoestabasatisfecho, porque el dinero que desde entonces pudo allegar pasó a otrasnecesidades.

CorrióacasadeArnoux;vivíaenelbarriodeSaint-Germain,yelporteroignorabalacalle.Setrasladóacasademuchosamigosynoencontróanadie,volviendodesesperada.NoqueríadecirlenadaaFrédéric, temblandoporqueaquellanuevahistoriaperjudicaraasumatrimonio.

Aldíasiguientepor lamañana,elseñorAthanaseGautherotsepresentó,acompañadode dos acólitos: el uno, descolorido, de semblante desmirriado,aire devorado por la envidia; el otro, con cuello postizo y trabillas muyestiradas, conundedalde tafetánnegroenel índice;yambos innoblementesucios,cuellosgrasientosymangasdelevitademasiadocortas.

Suprincipal,guapomozo,porelcontrario,empezópordisculparsedesupenosamisión,mirandodepasolahabitación,«llenadelindascosas,palabrade honor»; y añadió: «Además, de aquellas que no se pueden coger».A ungestosuyo,desaparecieronlosdoscorchetes.

Entoncesseredoblaronsuscumplidos.¿Podíacreersequeunapersonatanencantadoranotuvieraunamigoserio?Unaventajudicialeraunaverdaderadesgracia, de la que jamás se levanta uno. Trató de asustarla, y después,viéndola conmovida, adoptó súbitamente un tono paternal. Él conocía elmundo,habíatenidonegocioscontodasaquellasseñoras,yalnombrarlassepuso a examinar los cuadros de las paredes: antiguos del bravo Arnoux,bocetosdeSombaz, acuarelasdeBurieu, trespaisajesdeDittmer.Rosanettenosabía,evidentemente,losprecios.ElseñorGautherotsevolvióhaciaellayledijo:

—Vaya;parademostrarleaustedquesoyunbuenmuchacho,hagamosunacosa:cédameustedesosDittmeryyolepagotodo.¿Convenido?

En aquel momento, Frédéric, a quien Delphine había instruido en laantesalayqueacababadeveralosdossatélites,entróconelsombreropuestoy un aire brutal. El señorGautherot recobró su dignidad, y como la puertahabíaquedadoabierta:

—Vamos, señores, escriban ustedes.En la segunda pieza, decíamos: unamesaderoble,consusdossuplementos;dosaparadores…

Frédéric le detuvo, preguntando si no habría algúnmedio de impedir elembargo.

—Perfectamente;¿quiénhapagadolosmuebles?

—Yo.

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—Pues bien: formule usted una reivindicación: esto siempre será ganartiempo.

ElseñorGautherotacabódeprisasusescritos,yenelprocesoverbalcitóenrelaciónalaseñoritaBron,yseretiró.

Frédéricno ledirigióun solo reproche.Contemplando sobre la alfombralas huellas de barro dejadas por los zapatos de los corchetes, se dijo a símismo:

—Vaaserprecisobuscardinero.

—¡Ay,Diosmío,québestiasoy!—dijolamariscala.

Buscó en un cajón, cogió una carta y se fue corriendo a la sociedad dealumbradodelLanguedocparaobtenerlatransferenciadesusacciones.

Una hora después volvió. ¡Los títulos habían sido vendidos a otro! Elempleado le dijo al examinar el papel, la promesa escrita deArnoux: «Estaactanolaconstituyeaustedpropietariadeningunamanera.Lacompañíanoreconoce esto». En resumen: que la había despedido; estaba sofocada; yFrédéricdebía ir en aquelmismo instante a casadeArnouxpara aclarar lascosas.

Pero Arnoux creería, quizá, que iba para recobrar indirectamente losquincemilfrancosdesuhipotecaperdida;yluego,aquellareclamaciónaunhombrequehabíasidoelamantede laque loerasuyaahora, leparecíaunavergüenza.Eligiendoun términomedio, fuealhotelDambreuseapreguntarlasseñasdelaseñoraRegimbart;envióasucasaunmensajeroyconocióasíelcaféquefrecuentabaentonceselciudadano.

ErauncafetillodelaplazadelaBastilla,dondepermanecíatodalatarde,en el rincón de la derecha del fondo, no dandomás señales de vida que siformarapartedelinmueble.

Después de haber pasado sucesivamente por la media taza, el grog, elbistec, el vino caliente y hasta el agua envinada, se había entregado a lacerveza; y de media en media hora se dejaba escapar esta palabra: bock,habiendoreducidosulenguajealoindispensable.FrédériclepreguntósiveíaalgunavezaArnoux.

—No.

—Anda,¿yporqué?

—Unimbécil.

Lapolíticaquizálosseparase,yFrédériccreyóhacerbieninformándosedeCompain.

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—¡Québruto!—dijoRegimbart.

—¿Cómoeseso?

—Sucabezadevaca…

—¡Ah!Dígameustedquéesesodelacabezadevaca.

Regimbartsonriócompasivamente.

—Necedades.

Frédéric,despuésdeunsilencioprolongado,preguntó:

—¿Conquehacambiadodedomicilio?

—¿Quién?

—Arnoux.

—Sí.CalleFleurus.

—¿Quénúmero?

—¿Acasotratoyoalosjesuitas?

—¿Cómo,jesuitas?

Elciudadanocontestó,furioso:

—Coneldinerodeunpatriotaqueyo lediaconocer,esecochinosehaestablecidocomocomercianteenrosarios.

—Noesposible.

—Vayaustedaverle.

Nadamásexacto:Arnoux,debilitadoporunataque,sehabíainclinadoalareligión;además,«siemprehabíatenidounfondoreligioso»,y(conlaalianzade mercantilismo y de ingenuidad que le era natural) para conseguir suelevaciónysufortuna,sededicóalcomerciodeobjetosreligiosos.

Frédéricencontrósinesfuerzosuestablecimiento,cuyamuestraera:«Alasartes góticas. Restauración del culto. Ornamentos de iglesia. Esculturapolicroma.Inciensodelosreyesmagos»,etcétera.

Enlosextremosdelavitrinaseveíandosestatuasdemadera,pintadasdeoro,cinabrioyazul;unsanJuanBautistaconsupieldeborregoyunasantaGenovevaconrosaensudelantalyunaruecadebajodelbrazo;tambiénhabíagrupos de yeso; una hermana de la caridad enseñando a una chiquilla, unamadrederodillasjuntoaunacuna,trescolegialesdelantedelasagradamesa.Elmásbonitoeraunaespeciedechaléquefigurabaenelinteriordelretabloconlamula,elbueyyelNiñoJesús,colocadosobrelapaja,verdaderapaja.Dearribaabajodelosarmarios,medallaspordocenas,rosariosdetodaclase,

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conchasparaaguabenditaylosretratosdelasgloriaseclesiásticas,entrelascualesbrillabanmonseñorAffreyelSantoPadre,ambossonriendo.

Arnoux,ensuescritorio,dormitandoconlacabezabaja,prodigiosamenteenvejecido,yhastateníaalrededordelassienesunacoronadegranosrosados,yelreflejodelascrucesdoradas,brillantesporelsol,seposabaenél.

Frédéric, ante aquella decadencia, se entristeció. Por adhesión a lamariscala,seresignó,sinembargo,yseadelantaba,cuandoenelfondodelatiendaapareciólaseñoraArnoux;entoncesgirólostalones.

—Noleheencontrado—dijoalentrarensucasa.

Y al repetir que iba a escribir a su notario del Havre para tener dinero,Rosanette se enfureció. No se había visto nunca un hombre tan débil, tanblando;mientrasellasufríamilprivaciones,losdemásseregodeaban.

Frédéric pensó en la pobre señora Arnoux, figurándose en la medianíalastimosadesuinterior.Sefueasuescritorio,ycomocontinuaralavozagriadeRosanette,dijo:

—Ennombredelcielo,cállate.

—¿Vasadefenderlos,porcasualidad?

—Pues bien, sí —exclamó—, porque ¿de dónde procede eseencarnizamiento?

—Y tú, ¿por qué no quieres que paguen? Es por no afligir a tu antiguaamiga,confiésalo.

Le dieron ganas de aplastarla con el reloj; las palabras le faltaron y secalló.Rosanette,siguiendosuspaseosporelcuarto,añadió:

—VoyademandaratuArnoux.¡Oh!,notenecesito.—Ypellizcándoseloslabios,dijo—:Loconsultaré.

Tresdíasdespués,Delphineentróprecipitadamente.

—¡Señora,señora!Ahíhayunhombreconuncacharrodecolaquemedamiedo.

Rosanettefuealacocinayvioaunganapán,conlacarapicadadeviruela,paralíticodeunbrazo,trescuartaspartesdeborrachoytartamudeando.EraelcartelerodelseñorGautherot.Laoposiciónalembargosehabíadesestimado,yllegabalaventa,naturalmente.

Por su molestia de subir la escalera reclamó primeramente una copa;despuéspidióotrofavor,asaber:billetesdeteatro,creyendoquelaseñoraerauna actriz. Estuvo luego muchos minutos haciendo guiños incomprensiblesconlosojos,yporúltimodeclaróque,mediantecuarentacéntimos,quitaríael

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anuncioyapuestoabajo,sobrelapuerta.Rosanettehabíasidodesignadaporsunombre,rigorquedemostrabatodoelodiodelaVatnaz.

Enotrotiempohabíasidosensible,yhartadeunapenadecorazónescribióaBéranger,pidiéndoleconsejo.Perosehabíaagriadoalpesodelasborrascasdelaexistencia,habiendo,sucesivamente,dadoleccionesdepiano,presididouna mesa redonda, colaborado en periódicos de moda, subarrendadohabitaciones,traficadoenencajesenlasociedaddemujeresligeras,dondesusrelacioneslepermitieronhacerfavoresamuchaspersonas,Arnouxentreotras.Antestrabajóenunacasadecomercio.

Allí pagaba a las obreras, y llevaba para cada una de ellas dos libros decontabilidad, de los que conservaba siempre uno. Dussardier, que tenía porcomplacenciaeldeuna,llamadaHortenseBaslin,sepresentóundíaenlacajaenelmomentoenquelaseñoritaVatnaztraíalacuentadeaquellamuchacha,1682francos,queelcajeropagó.Perolavísperamisma,Dussardiernohabíainscrito sino 1 082 en el libro de la Baslin. Se lo pidió con un pretexto, ydespués, queriendo desterrar aquella historia de robo, le dijo que lo habíaperdido.LaobrerarepitiócándidamentesumentiraalaseñoritaVatnaz;esta,parasaberaquéatenerse,conaireindiferente,vinoahablardeelloalbravodependiente, contentándose él con responder: «Lo he quemado», y no hubomás. Ella dejó la casa poco tiempo después, sin creer en la destrucción dellibro,yfigurándosequeDussardierloguardaba.

A lanoticiade suheridacorrióa casadeDussardier con la intenciónderecuperarlo. Luego, no habiendo descubierto nada, a pesar de las pesquisasmásexquisitas,sintiórespetoyprontoamorporaquelmuchachotanleal,tandulce,tanheroicoytanfuerte.Semejantefortunaasuedaderainesperada,yse arrojó a ella con apetito de ogro. Por ella abandonó la literatura, elsocialismo,«lasdoctrinasconsoladorasylasutopíasgenerosas»,elcursoquedabasobreladesubalternizacióndelamujer,todo,hastaalmismoDelmar;y,porfin,ofrecióaDussardierqueseunieranenmatrimonio.

Pormásquefuerasuamante,noestabaélenamoradodeella;además,nohabíaolvidado su robo; también erademasiado rica, así que rehusó casarse.Entonces,ellaledijo,llorando,lossueñosquehabíaformado:ponerentrelosdosunalmacéndeconfección.

Poseíaellalosprimerosfondosindispensables,queaumentaríanencuatromil francos en la próxima semana, y contó sus prevenciones contra lamariscala.

Dussardier lo sintió por consideración a su amigo. Recordaba la petacaofrecida en el cuerpo de guardia, las noches del muelle Napoleón, tantasagradables conversaciones, los libros prestados, las mil complacencias deFrédéric;asíquerogóalaVatnazquedesistiera.

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Ella se burló de su candidez, manifestando contra Rosanette unaexecraciónincomprensible,hastanoambicionarlafortunasinoparaaplastarlamásadelanteconsucoraza.

Aquellos abismos de negrura asustaron a Dussardier, y cuando supopositivamente el día de la venta, salió. Al día siguiente, por la mañana, sepresentóencasadeFrédéricconactitudembarazosa.

—Tengoquedarleaustedunasatisfacción.

—¿Porqué?

—Debe usted de tenerme por ingrato, amí, por ella es…—balbucía—.¡Oh!,nolaverémás,noserésucómplice.—Ycomoelotrolemiraba,muysorprendido—: ¿No van, dentro de tres días, a vender los muebles de suamantedeusted?

—¿Quiénoslohadicho?

—Ellamisma,laVatnaz;perotemoofenderleausted.

—Imposible,queridoamigo.

—¡Ah,esverdad!¡Esustedtanbueno!

Y le alargó con mano discreta una carterita de badana con cuatro milfrancos,queerantodassuseconomías.

—¿Cómo?¡Ah!,no,no…

—Yasabíayoqueseofenderíausted—replicóDussardierconunalágrimaenlosojos.

Frédéric estrechó su mano, y el excelente muchacho repuso con vozdoliente:

—Acéptelos usted; deme ese gusto. ¿Noha concluido todo, además?Yohabía creído, cuando llegó laRevolución, que seríamos felices. ¿Se acuerdaustedquéhermosoeraaquello?¡Québienserespiraba!Peroestamospeorquenunca. —Y fijando la vista en el suelo, añadió—: Ahora matan nuestraRepública,comohanmatadolaotra,¡laromana,ylapobreVenecia,lapobrePolonia, la pobre Hungría! ¡Qué abominación! Primero han destruido losárbolesdelalibertad;después,restringidoelderechodesufragio,cuandolosclubes;restablecidolacensurayentregadoaloscuraslaenseñanza,enesperade la Inquisición. ¿Por qué no? Los conservadores nos hacen desear a loscosacos.Secondenaalosperiódicoscuandohablancontralapenademuerte;Parísestárepletodebayonetas,dieciséisprovinciasenestadodesitio,yunavezmáshasidorechazadalaamnistía.—Lecogiólafrenteconambasmanos,y separando luego los brazos como en un gran dolor, le dijo—: ¡Si seintentara, sin embargo! ¡Si estuvieran de buena fe, podríamos entendernos!

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Perono;losobrerosnovalenmásquelosburgueses,sépalousted.EnElbeuf,recientemente,hanreclamadosusocorroenunincendio.Losmiserablestratana Barbès de aristócrata. Para que se burlen del pueblo, quieren nombrarpresidenteaNadaud,unalbañil;¿lepareceausted?Ynohaymedio,notienecura, todo elmundo está contra nosotros.Yonohehechomal jamás, y, sinembargo, tengo como un peso sobre el estómago; me volveré loco si estocontinúa.Medanganasdehacermematar.Ledigoaustedquenonecesitomidinero;yamelodevolveráusted,pardiez;seloprestoausted.

Frédéric, a quien apretaba la necesidad, acabó por tomar sus cuatromilfrancos.Asíque,porpartedelaVatnaz,yanohabíainquietudes.

Pero Rosanette perdió al poco tiempo su proceso contra Arnoux y, porterquedad,quisoapelar.Deslauriersseextenuabaenhacerlacomprenderquela promesa deArnouxno constituía ni una donación, ni una cesión regular;ellanisiquieraescuchaba,hallandolaleyinjusta,porqueellaeraunamujer,yloshombressesosteníanunosaotros.Porfinsiguiósusconsejos.

SeviolentabaDeslaurierstanpocoenaquellacasa,quemuchasvecesllevóaSénécalacenar.EstaslibertadesdesagradabanaFrédéric,queleadelantabadineroyhastalehacíavestirporsusastre,yelabogadodabasuslevitasviejasalsocialista,cuyosmediosdeexistenciaerandesconocidos.

Hubieraquerido,contodo,serviraRosanette.Undíaqueellaleenseñabadoce acciones de la compañía del caolín (aquella empresa que había hechocondenaraArnouxportreintamilfrancos),ledijo:

—¡Peroestoesmalnegocioparaél;soberbio!

Tenía derecho para citarle por el reembolso de sus créditos; probaríaprimeramente que venía obligado a pagar todo el pasivo de la compañía,puesto que había declarado como deudas colectivas deudas personales; quehabíadistraído,enfin,muchosefectosdelasociedad.

—Todo esto le hace culpable de bancarrota fraudulenta, artículosquinientosochentayseisyquinientosochentaysietedelCódigodecomercio,yleencerraremos;estéustedsegura,moninamía.

Rosanettesearrojóasucuello.Larecomendóaldíasiguienteasuantiguoprincipal,nopudiendoocuparseporsímismodelproceso,porquenecesitabairaNogent.Sénécalleescribiríaencasodeurgencia.

Susnegociacionesparalacompradeunestudioeranunpretexto.PasabaeltiempoencasadelseñorRoque,dondehabíaempezadonosoloporelogiarasuamigo,sinoporimitarsusmanerasylenguajeencuantoeraposible,cosaque le había valido la confianza de Louise,mientras ganaba la de su padredesencadenándosecontraLedru-Rollin.

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SiFrédéricnovolvíaeraporquefrecuentabaelgranmundo;ypocoapocoDeslauriers les contó que amaba a cierta persona, que tenía un hijo y quemanteníaunacriatura.LadesesperacióndeLouisefueinmensa;laindignacióndelaseñoraMoreau,nomenosfuerte.Veíaasuhijohundidoenelfondodeun abismo vago, se sentía herida en su religión de las conveniencias, yexperimentaba por ello una especie de deshonor formal; pero de repentecambió su fisonomía. A las preguntas que le hacían respecto a Frédéric,contestabaconairemalicioso:

—Vabien,muybien.

SabíadesumatrimonioconlaseñoraDambreuse.Sehabíafijadolaépoca,yhastapensabaélcómohacerletragarlacosaaRosanette.

Haciamediadosdeotoñoganóella suproceso relativoa las accionesdecaolín.Frédéric lo supo encontrando aSénécal en supuerta, que salía de laaudiencia.

HabíareconocidoaArnouxcómplicedetodoslosfraudes,yelexpasantetenía tal aire de alegría por ello, que Frédéric le impidió ir más lejos,asegurándolequeélseencargaríadesucomisióncercadeRosanette.Entróensucasaconlacarairritada.

—¡Yaestaráscontenta!

Peroella,sinfijarseenaquellaspalabras,ledijo:

—¡Mira!—Yleenseñóasuhijo,acostadoenunacunacercadelfuego.

Lehabíaencontradotanmaloporlamañanaencasadesunodriza,queletrajoaParís.

Todossusmiembroshabíanenflaquecidoextraordinariamente,ysuslabiosse hallaban cubiertos de puntos blancos, que formaban en el interior de subocacomocuajaronesdeleche.

—¿Quéhadichoelmédico?

—¡Ah!Elmédicopretendequeelviajehaaumentadosu…noséya,unnombreenitis…enfin,quetieneunaúlcera,unallaga,uncáncer.¿Conocestúeso?

Frédérictitubeóencontestar:«Ciertamente»,añadiendoqueaquellonoeranada.

Peroalanocheseasustóconelaspectodébildelniñoyelprogresodelasmanchas blanquecinas, parecidas a la putrefacción, como si la vida,abandonandoyaaquelpobrecuerpecito,nohubieradejadosinounamateriaenlaquebrotaralavegetación.Susmanosestabanfrías;nopodíayabeberahora;ylanodriza,otraqueelporterohabíaidoabuscaralaventuraenunaagencia,

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repetía:

—Parecemuydecaído,muydecaído.

Rosanetteestuvolevantadatodalanoche.

PorlamañanaseencontróconFrédéric.

—Venaver.Noresponde.

En efecto, estaba muerto. Ella lo cogió, lo sacudió, apretándolo,llamándolepor losnombresmásdulces,cubriéndolodebesosydesollozos;dabavueltasextraviada,searrancabaelpelo,lanzabagritosysedejócaerenel borde del diván, donde permaneció con la boca abierta, y una oleada delágrimascaíadesusojosfijos.Luegolesobrecogióunembotamientoytodoquedó tranquilo en la habitación. Los muebles andaban tirados; dos o trestoallasandabantambiénporlossuelos;dieronlasseis;seapagólalamparilla.

Frédéric,mirandotodoaquello,creíacasisoñar.Sucorazónseapretabadeangustia.Leparecíaque aquellamuerte no eramásqueunprincipio, y quedetrásdeellahabíaunadesdichamásgrandepróxima.

Derepente,Rosanettedijoconvozfirme:

—Leconservaremos,¿noesverdad?

Deseabahacerleembalsamar.Muchasrazonesseoponíanaestepropósito.Laprincipal,segúnFrédéric,eraquelacosanopodíapracticarseconniñostanpequeños;valíamásunretrato,ideaqueellaaceptó.SeescribierondosletrasaPellerin,yDelphinecorrióallevarlas.

Pellerinllegóenseguida,queriendoborrarconaquelcelotodorecuerdodesuconducta.Primerodijo:

—¡Pobreangelito!¡Ah,Diosmío,quédesgracia!

Pero poco a poco, dominándole el artista, declaró que no podía hacersenada con aquellos ojos borrados, aquella faz lívida, que era una naturalezaverdaderamentemuerta,quesenecesitaríamuchotalento,ymurmuraba:

—Noesfácil,noesfácil.

—Contalqueseaparecido…—objetóRosanette.

—Meríoyodelparecido.¡Abajoelrealismo!Elespírituesloquesepinta.Déjenmeustedes.Voyatratardefigurarmeloqueestodebíaser.

Y se puso a cavilar con la frente en la mano izquierda, el codo en laderecha;luegodijoderepente:

—¡Ah!Una idea: ¡un pastel!Conmedias tintas en color, pasadas casi aflor,puedeobtenerseunhermosomodelado,enlosbordessolamente.

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Yenvióaladoncellaporsucaja;después,conunasillaalospiesyotracerca,empezóatrazargrandesrasgos,tantranquilocomosihubieratrabajadoenelmodelado.Elogiaba lossanJuanitos,deCorreggio; la infantaRosa,deVelázquez; las carnes lechosas de Reynolds; la distinción de Lawrence, y,sobretodo,elniñodelargocabelloqueestáenlasrodillasdeladyGlower.

—Y por otra parte, ¿no puede darse nada más encantador que esosescorzos?Eltipodelosublime,Rafaellohaaprobadoconsusmadonnas,esquizáunamadreconsuhijo.

Rosannete,queseahogaba,salió,yPellerindijoalpunto:

—¿SabeustedloquepasaconArnoux?

—No;¿porqué?

—Asídebíaacabar;esoesaparte.

—Pero¿dequésetrata?

—Quizáaestashorassehalle…Perdoneusted.

Elartistaselevantóparasubirlacabezadelpequeñocadáver.

—¿Decíausted?—repusoFrédéric.

YPellerin,entornandolosojosparatomarmejorsusmedidas,contestó:

—DecíaquenuestroamigoArnouxquizásehalleaestashoraspreso.—Ydespués,conairesatisfecho—:Mireustedunpoco.¿Esesto?

—Sí,muybien.¿PeroArnoux?

Pellerindejósulápiz.

—Por lo que he podido comprender, se encuentra perseguido por ciertoMignot, íntimodeRegimbart;buenacabezaeste,¿eh? ¡Qué idiota!Figúreseustedqueundía…

—NosetratadeRegimbart.

—Esverdad.Puesbien:Arnouxdebíareunir,paraayerporlanoche,docemilfrancos;sino,estabaperdido.

—Puedequehayaenesoexageración—dijoFrédéric.

—Deningunamanera;mepareceelasuntograve,muygrave.

Rosanette volvió en aquel momento con los párpados enrojecidos,ardientescomoplacasdepintura;seacercóaldibujoymiró.Pellerinhizoungesto que significaba que se callaba por ella; pero Frédéric, sin hacer caso,añadió:

—Sinembargo,yonopuedocreer…

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—Lerepitoqueleencontréayer—dijoelartista—alassietedelanoche,calleJacob.Hastateníasupasaporte,porprecaución,yhablabadeembarcarseparaelHavrecontodasugente.

—¡Cómo!¿Consumujer?

—Sin duda; es demasiado buen padre de familia para vivir enteramentesolo.

—¿Yestáustedsegurodeeso…?

—¡Caramba!¿Dóndequiereustedquehayaencontradodocemilfrancos?

Frédéricdiodosotresvueltasporlahabitación,jadeante,mordiéndoseloslabios,y,porfin,cogiósusombrero.

—¿Adóndevas?—dijoRosanette.

Norespondióydesapareció.

V

Necesitabadocemilfrancos,puesdeotromodonovolveríaavermásalaseñoraArnoux;yhastaelpresentelehabíaquedadounaesperanzainvencible.¿No componía ella como la sustancia de su corazón, el fondomismo de suvida?Permaneciódurantealgunosminutosvacilanteenlaacera,muriéndosedeangustia,feliz,sinembargo,denoestarencasadelaotra.

¿Dónde encontrar dinero?Frédéric sabía, por experiencia, cuándifícil esobtenerloenelmomento,acualquierprecio.Unasolapersonapodíaayudarle:laseñoraDambreuse,quesiempreconservabaensuescritoriomuchosbilletesdebanco,yfueasucasa,diciéndolecontonoatrevido:

—¿Tienesdocemilfrancosparaprestarme?

—¿Paraqué?

Era el secreto de otro; ella quería conocerlo; él no cedió; los dos seobstinaron.Por fin, ella declaróquenodabanada antes de saber elmotivo.Frédéricsepusorojo.Unodesuscamaradashabíacometidounrobo;lasumahabíadeserrestituidahoymismo.

—¿Cómosellama?Sunombre;veamos,sunombre.

—Dussardier.

Ysearrojóderodillas,suplicándolequenodijeranada.

—¿Quéideatienesdemí?—contestólaseñoraDambreuse—.Cualquiera

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creeríaqueeres túel culpable.Acabaconesosaires trágicos.Toma;ahí lostienes,yqueleaprovechen.

Corrió a casa de Arnoux. El comerciante no estaba en su tienda; perocontinuabaviviendoenlacalleParadis,porqueposeíadosdomicilios.

EnlacalleParadis,elporterolejuróqueArnouxsehallabaausentedesdela víspera; en cuanto a la señora, no se atrevía a decir; y Frédéric subió laescaleracomouna flechaypegóeloídoa lacerradura.Por finabrieron.Laseñorasehabíamarchadoconelseñor.Lacriadaignorabacuándovolverían;sussalariosestabanpagadosyellatambiénseiba.

Derepenteoyóelcrujirdeunapuerta.

—Pero¿hayalguien?

—¡Oh!,no,señor;eselviento.

Entoncesseretiró.Unadesaparicióntanrápidateníaalgodeinexplicable.Regimbart, que era el íntimo deMignot, podría quizá aclararlo. Y Frédérichizoquelellevaranasucasa,enMontmartre,calleEmpereur.

Sucasasehallabarodeadaporunjardincillo,cerradoporunaverja,cuyaentradaestabaguarnecidadeplanchasdehierro.Unaescaleradetrespeldañosenlablancafachada,ydesdelaaceraseveíanlasdospiezasdelpisobajo:laprimera,elsalón,convestidossobretodoslosmuebles,ylasegunda,eltaller,dondetrabajabanlasoficialasdelaseñoraRegimbart.

Todas vivían persuadidas de que el señor tenía grandes ocupaciones,grandes relaciones; que era un hombre enteramente excepcional. Cuandoatravesabaelcorredor,consusombrerodealasabarquilladas,sucaralargayseria y su levita verde, interrumpían su labor. Además, no dejaba él dedirigirles siempre alguna frase de estímulo, alguna galantería en forma desentencia, y luego, en sus casas, se sentían desgraciadas, porque lemirabancomosuideal.

Ninguna, sin embargo, le amaba como la señora Regimbart, personitainteligente,quelemanteníaconsuoficio.

En cuanto el señor Moreau dijo su nombre, vino enseguida a recibirle,sabiendo por los criados lo que era para la señora Dambreuse. Su marido«volvíaalinstante»,yFrédéric,alseguirla,admiróelaspectodelacasaylaprofusión de encerados que allí se veía. Esperó algunos minutos en unaespeciedeescritorio,dondeelciudadanoseretirabaparapensar.

Su acogida fue menos áspera que de costumbre. Contó la historia deArnoux.ElexfabricantedeporcelanashabíaenredadoaMignot,unpatriota,poseedordecienaccionesdeLeSiècle,demostrándolequeerapreciso,desdeel punto de vista democrático, cambiar la gerencia y la redacción del

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periódico;yconpretextodehacertriunfarsuopiniónenlapróximajuntadeaccionistas, le había pedido cincuenta acciones, diciendo que las pasaría aamigos seguros, que apoyarían su voto; Mignot no tendría ningunaresponsabilidad,noseincomodaríaconnadie;yunavezobtenidoeléxito,leproporcionaría unabuenaplaza en la administración, de cincoode seismilfrancosporlomenos.Lasaccionesfueronentregadas;peroArnouxlasvendióinmediatamente, y con el dinero se asoció a un comerciante de objetosreligiosos.VinieronlasreclamacionesdeMignot,entretenimientosdeArnoux;hastaqueelpatriotaleamenazóconunademandadeestafasinorestituíalostítulos o la suma equivalente: cincuenta mil francos. Frédéric se mostródesesperado.

—No es eso todo —dijo el ciudadano—. Mignot, que es un hombreexcelente, redujoa lacuartaparte.Nuevaspromesasdelotro,nuevas farsas,naturalmente.Enresumen:anteayerporlamañana,Mignotlehaexigidoqueentérminodeveinticuatrohorasledevolvieradocemilfrancos,sinperjuiciodelresto.

—Puesyolostengo—dijoFrédéric.

—¡Bromista!

—Perdoneusted;estánenmibolsillo;lostraigo.

—¡Quédeprisavausted,caramba!Peroyanoestiempo:lademandasehapresentadoyArnouxsemarchó.

—¿Solo?

—No;consumujer.LoshanvistoenlaestacióndelHavre.

Frédéricpalidecióextraordinariamente;laseñoraRegimbartcreyóqueibaaperderelconocimiento.Secontuvoyhasta tuvofuerzasparadirigirdosotrespreguntassobrelaaventura.Regimbartseentristecióconella,puestoque,ensuma,todoaquelloperjudicabaalademocracia.

Arnouxhabíasidosiempredesordenadoeinformal.

—Unaverdaderacabezadechorlito.Quemabasusfuegosportodoslados.Elcotillónlehaperdido.Nolecompadezco,perosíasumujer.

Porque el ciudadano admiraba a las mujeres virtuosas, y guardaba granestimaciónaladeArnoux.«Hadebidodesufrirmucho».

Frédéricleagradecióaquellasimpatía,ycomosiconellahubierarecibidounfavor,leestrechólamanoconefusión.

—¿Has dado todos los pasos necesarios? —le dijo Rosanette cuandovolvió.

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Contestóquenosehabíasentidoconvaloryhabíaandadoalaventuraporlascallesparaaturdirse.

A las ocho pasaron al comedor, pero permanecieron silenciosos el unofrente al otro, lanzando a intervalos un prolongado suspiro, y devolvían elplato.Frédéricbebióaguardiente;sesentíadestrozado,aplastado,aniquilado,noteniendoconcienciadenada,sinounafatigaextremada.

Fue ella a buscar el retrato. El rojo, el amarillo, el verde y el añil semezclabanconmanchasvioletas,formandounacosarepugnante,casiirrisoria.

Además,elmuertecitoestabadesconocidoentonces.Eltonovioladodesuslabios aumentaba la blancura de su piel; las narices parecían aún másdelgadas;losojos,máshundidos,ysucabezadescansabasobreunaalmohadadetafetánazul,entrepétalosdecamelias,rosasdeotoñoyvioletas,ideadesudoncella, y así le habían arreglado ambas devotamente. Sobre la chimenea,cubierta con una mantilla de encaje, había dos candelabros de platasobredorada, y entre ellos, ramos de boj benditos; en los rincones, en dosvasos, ardíanperfumes; todo aquello constituía, con la cuna, una especiedealtar;yFrédéricseacordódesuveladacercadelseñorDambreuse.

Cadacuartodehora, aproximadamente,Rosanette abría las cortinasparacontemplarasuhijo,figurándoselealgunosmesesmásadelanteempezandoaandar;después,enelpatiodelcolegio,jugandoalasbarras;luego,alosveinteaños, joven; y todas aquellas imágenes que creaba le parecían otros tantoshijosperdidos,multiplicabasumaternidadporelexcesodedolor.

Frédéric,inmóvil,enlaotrabutaca,pensabaenlaseñoraArnoux.Ibaeneltren,sinduda;conlacaraenloscristalesdelvagónymirandoalcampo,quedejabadetrásporelladodeParís,oenelpuentedesuvapor,comolaprimeravezquelavio;peroestesealejabadefinitivamentehaciapaísesdelosqueyanovolvería.

Después laveíaenelcuartodeuna fonda,con losbaúlesenel suelo,elpapel de las paredes en jirones, la puerta movida por el viento. ¿Y luego?¿Quéseríadeella?Institutriz,señoradecompañía,doncellaquizá;entregadaatodos los azares de la miseria. Aquella ignorancia de su suerte le turbaba;hubiera debidooponerse a su huida y partir detrás. ¿No era él su verdaderoesposo? Y al pensar que ya no la encontraría jamás, que aquello habíaconcluido definitivamente, que la había perdido irrevocablemente, sentíadesgarrarse todosu ser,y sedesbordaron sus lágrimas, acumuladasdesde lamañana.

Rosanetteloadvirtió.

—¿Llorascomoyo?¿Tienespesar?

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—¡Ah,sí,lotengo…!

Ylaestrechósobresucorazón,sollozandoambosasíabrazados.

LaseñoraDambreuse también lloraba,acostadaensucamabocaabajoyconlacabezaentrelasmanos.

OlympeRegimbarthabíavenidoaquellanocheaprobarlesuprimer trajedecolor, lehabía contado lavisitadeFrédéric, yhastaque teníadispuestosdocemilfrancoscondestinoalseñorArnoux.

¡Así,aqueldinero, sudinero,erapara impedir lamarchade laotra,paraconservarseunaamante!

Primero sintió un acceso de rabia, y resolvió arrojarle como un lacayo.Abundanteslágrimaslacalmaron;valíamásguardárselotodo,nodecirnada.

Frédéric,aldíasiguiente, trajo losdocemil francos.Ella le rogóque losretuvierasilosnecesitabaparasuamigo,ylepreguntómuchoacercadeaquelcaballero.¿Quiénlehabíaimpulsadoauntalabusodeconfianza?Unamujer,indudablemente.

—Lasmujeresosarrastranatodosloscrímenes.

AqueltonodesarcasmodescompusoaFrédéric,queexperimentóungranremordimiento por su calumnia. Lo que le tranquilizaba era que la señoraDambreuse no podía conocer la verdad. Ella fue terca, sin embargo, en elasunto; volvió a informarse de su camaradita, y después, de otro: deDeslauriers.

—¿Eshombreseguroeinteligente?

Frédéricleelogió.

—Ruégale que se pase por mi casa una de estas mañanas; desearíaconsultarleparaunnegocio.

HabíaencontradounrollodepapelesqueconteníalospagarésdeArnouxperfectamente protestados y en los cuales aparecía puesta la firma de laseñora.EranaquellosquemotivaronlavisitadeFrédéricenciertaocasiónalseñor Dambreuse a la hora del almuerzo, y aunque el capitalista no quisoperseguirelreembolso,hizoqueeltribunaldecomercionosolocondenaraaArnoux,sinoasumujer,queloignoraba,porquesumaridonohabíajuzgadoconvenienteadvertírselo.

Aquellaeraunarma,noteníadudalaseñoraDambreuse.Perosunotarioquizáleaconsejaralaabstención;preferíaalguienoscuro,yseacordódeaquelpobrediablodecaraimprudentequelehabíaofrecidosusservicios.

Frédéric cumplió cándidamente su encargo.El abogadoquedóencantado

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porentrarenrelacionesconseñoratanprincipal,yacudió.

Le anunció que la sucesión pertenecía a su sobrina,motivo demás paraliquidaraquelloscréditosquereembolsaría,deseandoconfundiralosespososMartinonconlosmejoresprocedimientos.

Deslaurierscomprendióqueallíseocultabaunmisterio,yreflexionabaalmirarlospagarés.ElnombredelaseñoraArnoux,porellamismatrazado,lepusoantesuvistatodasupersonayelultrajequedeellarecibiera.Puestoquelavenganzasepresentaba,¿porquénoejercerla?

Aconsejó,pues,a laseñoraDambreusequehicieravenderensubasta loscréditos desesperados que dependían de la sucesión. Un testaferro loscompraría bajo cuerda y ejecutaría los embargos. Él se encargaría deproporcionaraquelhombre.

Haciafinesdelmesdenoviembre,FrédéricpasabaporlacalledelaseñoraArnoux,alzólavistahaciasusventanasypercibióunanunciosobrelapuertaenqueseleía:«Ventadeunricomobiliario,consistenteenbateríadecocina,ropa de cuerpo y mesa, camisas, encajes, enaguas, pantalones, casimiresfranceses y de la India, piano deArard, dos baúles de roble Renacimiento,lunasdeVenecia,cacharrosdelaChinayelJapón».

«¡Essumobiliario!»,sedijoFrédéric,yelporteroconfirmósussospechas.En cuanto a la persona que disponía la venta, lo ignoraba; pero el citadoBerthelmotdaríaquizáaclaraciones.

El oficialministril no quiso al principio decir qué acreedor perseguía laventa, y Frédéric insistió. Era un señor Sénécal, agente de negocios; yBerthelmot llevó su complacencia hasta prestar su periódico Los PequeñosAnuncios.

Frédéric,alllegaracasadeRosanette,lotiróabiertosobrelamesa.

—Lee.

—Bien, ¿y qué? —dijo con fisonomía tan plácida, que Frédéric seexasperó.

—Déjatedefingimientos.

—Notecomprendo.

—¿ErestúlaquehacesvenderelmobiliariodelaseñoraArnoux?

Volvióellaaleerelanuncio.

—¿Dóndeestásunombre?

—Essumobiliario,repito,ylosabesmejorqueyo.

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—¿Quémeimportatodoeso?—dijoRosanette,encogiéndosedehombros.

—¿Loqueteimporta?Quetevengas,nadamás.Esteeselresultadodetuspersecuciones. ¿No la has ultrajado hasta el punto de ir a su casa? Tú, unanadie. ¡La mujer más santa, más encantadora y la mejor! ¿Por qué teencarnizasenarruinarla?

—Teaseguroqueteequivocas.

—Vaya,¡comosinohubieraspuestodelanteaSénécal!

—¡Quénecedad!

Entonceslearrastróelfuror:

—Mientes,mientes,miserable.Estás celosa de ella. Posees una condenacontra su marido, y Sénécal se ha mezclado ya en tus negocios. Detesta aArnoux,yvuestrosdosodiosseentienden.Hevistosualegríacuandoganastetuprocesodelcaolín.¿Negarásesto?

—Tedoymipalabra.

—Conozcobientupalabra.

Y Frédéric le recordó sus amantes por sus nombres, con detallescircunstanciados.Rosanette,enteramentepálida,retrocedía.

—¡Eso teasombra!Túmecreíasciegoporquecerraba losojos.Bastantehay por hoy.Nadie semuere por las traiciones de unamujer de tu especie.Cuando se hacen demasiado monstruosas se separa uno de ellas; seríadesagradableelcastigarlas.

Ellaseretorcíalosbrazos.

—Diosmío,¿quiénlohacambiado?

—Nadiemásquetúmisma.

—¡YtodoestoporlaseñoraArnoux…!—exclamó,llorando,Rosanette.

Élcontestófríamente:

—Jamásheamadosinoaella.

Aesteinsultosuslágrimassedetuvieron.

—Esopruebatubuengusto.Unapersonadeedadmadura,latezcolorderegaliz,lacinturamaciza,ojosgrandescomoventanillosdebodega,y,comoellos,vacíos.Puestoqueesoteagrada,veareunirteconella.

—Esoesloqueesperaba,gracias.

Rosanette permaneció inmóvil, estupefacta por aquellas manerasextraordinarias.Dejóhastaquelapuertasecerrara;perodespués,deunsalto,

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lecogióenlaantesalay,rodeándoleconsusbrazos,ledijo:

—Peroestás loco,estás loco;estoesabsurdo.Teamo.—Ysuplicaba—:¡Ennombredenuestrohijito!

—Confiesaquehassidotúlaautoradelgolpe—dijoFrédéric.

Elladefendióaúnsuinocencia.

—¿Noquieresconfesar?

—No.

—Puesbien:adiós,yparasiempre.

—Escúchame.

Frédéricsevolvió.

—Simeconocierasmejor,sabríasquemiresoluciónesirrevocable.

—¡Oh,túvolverásamí!

—¡Jamás!

Yhastahizocrujirlapuertaviolentamente.

RosanetteescribióaDeslauriersqueteníanecesidaddeélinmediatamente.Llegócincodíasdespués,unanoche,ycuandolehuboellacontadosuruptura,dijo:

—¿Noesmásqueeso?¡Grandesgracia!

Creyó ella al principio que podía llevarle a Frédéric; pero estaba todoperdido. Había sabido por su portero su próximomatrimonio con la señoraDambreuse.

Deslauriers lepredicó, semostróhasta singularmentecontento,bromista.Ycomoerademasiadotarde,pidiópermisoparapasarlanocheenunabutaca.A la mañana siguiente volvió a marcharse a Nogent, advirtiéndole que nosabía cuándo se verían de nuevo; de allí a poco tal vez ocurriera un grancambioensuexistencia.

Dos horas después de su ida la villa estaba en revolución. Se decía queFrédéric iba a casarse con la señora Dambreuse. En fin, las tres señoritasAuger, no creyéndolo, se trasladaron a casa de la señora Moreau, quienconfirmó la noticia con orgullo. El tío Roque se puso malo al conocerla.Louiseseencerró,yhastacorrióelrumordequeestabaloca.

Sinembargo,Frédéricnopodíaocultarsutristeza.LaseñoraDambreuse,para distraerle, redobló sus atenciones. Todas las tardes le paseaba en sucarruaje, y una vez que pasaban por la plaza de la Bourse, tuvo la idea de

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entrarenlatiendadelosperitostasadores,porentretenerse.

Era el 1 de diciembre, el mismo día en que debía verificarse loconcerniente a la señora Arnoux. Recordó él la fecha y manifestó surepugnancia,declarandoelsitio intolerable,enrazóna lamuchedumbreyalruido;elladeseabadarunvistazosolamente.Elcupésedetuvo,yfueprecisoseguirla.

Se veían en el patio lavabos sin palanganas; trozos de butacas, cestasviejas,tiestosdeporcelana,botellasvacías,colchones,yalgunoshombresdeblusa o con levitas sucias, enteramente grises de polvo, de figura innoble,varios de entre ellos con sacos de lienzo a la espalda, hablaban en distintosgrupososellamabantumultuosamente.

Frédéricobjetólosinconvenientesdeirmásallá.

—¡Ah,bah!

Ysubieronlaescalera.

Enlaprimerasala,aladerecha,algunoscaballeros,conuncatálogoenlamano, examinaban los cuadros; en otra se vendía una colección de armaschinas;laseñoraDambreusequisobajar.Mirabalosnúmerosdeencimadelaspuertas, y le llevó hasta el extremo del corredor, hacia una pieza llena degente.

InmediatamentereconocióéllosdosarmariosdelArteIndustrial,sumesadelabor,todossusmuebles.

Encajados en el fondo, por hileras, según tamaño, formaban un grandeclivedesdeelsuelohastalasventanas;yalosdemásladosdelahabitación,los tapicesy lascortinascolgabanderechasa lo largodelasparedes;debajohabía una especie de gradería ocupada por algunos pobres viejos quedormitaban.Alaizquierdaestabaunescritorio,dondeelcomisario,decorbatablanca, blandía suavemente unmartillo; un joven escribía a su lado, ymásbajo que ellos, un robusto mozo, en pie, mitad comisionista, mitadcomerciante de contraseñas, pregonaba los muebles que se vendían. Tresmozoslosponíansobreunamesa,querodeaban,sentadosenfila,prenderosyrevendedores.Lagentecirculabapordetrásdeellos.

Cuando Frédéric entró, las enaguas, los fichus, los pañuelos y hasta lascamisashabíanpasadodemanoenmanoyvueltoapasar;avecessetirabandesdelejos,ycosasblancasatravesabanporelairerepentinamente.Luegosevendían sus vestidos; después, uno de sus sombreros, cuya pluma rotacolgaba;después,suspieles,tresparesdebotines;yladistribucióndeaquellasreliquias,enqueconfusamentehallabalasformasdesusmiembros,leparecíauna atrocidad, como si estuviera viendo cuervosdestrozando su cadáver.La

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atmósferadelasala,enteramentecargadadealientos,leasfixiaba.LaseñoraDambreuseleofreciósufrasco;sedivertíamucho,segúndecía.

Seexhibieronlosmueblesdelcuartodedormir.

El señor Berthelmot anunciaba un precio; el pregonero, enseguida, lorepetíamásfuerte;ylostrescomisariosesperabantranquilamenteelgolpedelmartilloparallevarseelobjetoaunapiezacontigua.Asídesaparecieron,unostras otros, el gran tapiz azul sembrado de camelias que sus menudos pieshollabancuandoveníaarecibirle;lapequeñamecedoradetapiceríaenquesesentabaélcuandoestabansolos;lasdospantallasdelachimenea,cuyomarfilsehabíahechomás suaveal contactode susmanos;unabolade terciopelo,erizada de alfileres. Se iban con aquellas cosas parte de su corazón, y lamonotonía de las voces mismas, de los mismos gestos, le cansaba,ocasionándoleunaturdimientofúnebre,unadesolaciónverdadera.

Un crujido de seda se oyó a su lado; Rosanette le tocaba. Había tenidonoticiasdeaquellaventaporFrédéricmismo.Pasadosudolor,formólaideadesacarprovechodeallí;venía,pues,averlo,conunchalecoderasoblanco,conbotonesdeperla,vestidodevolantes,muyceñidoslosguantes,conairedevencedora.Élpalideciódecólera;ellamiróalamujeraquienacompañaba.

La señora Dambreuse la reconoció, y durante unos minutos secontemplaron de arriba abajo, escrupulosamente, para descubrir la falta, latara; envidiando una quizá la juventud de la otra, y esta, despechada por elextremadobuen tono, la sencillezaristocráticadesu rival.Por fin, la señoraDambreusevolviólacabezaconsonrisadeinsolenciainexplicable.

Elpregonerohabíaabiertounpiano,¡supiano!Enpiecomoestaba,hizounacordecon lamanoderechayanuncióel instrumentopormildoscientosfrancos,despuésbajóamil,aochocientos,asetecientos.

La señora Dambreuse, con alocado tono, se burlaba de las cosas.Colocaron luegodelante de los prenderos un cofrecillo conmedallones, concantoneras y cerraduras de plata, elmismo que había él visto en la primeracenadelacalleChoiseul,quedespuésestuvoencasadeRosanette,yvolvióapoderdelaseñoraArnoux.Muchasveces,durantesusexcursiones,sefijabanen él susojos; se hallabaunido a susmásqueridos recuerdos, y su alma sedeshacíadeternura,cuando,derepente,dijolaseñoraDambreuse:

—Mira,voyacomprarlo.

—Puesnoesmuycurioso—contestóFrédéric.

Ellaloencontraba,porelcontrario,muylindo,yelpregoneroelogiabaladelicadeza.

—UnaalhajadelRenacimiento;ochocientosfrancos,señores;casitodode

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plata.ConunpocodeblancodeEspañabrillarámucho.

Ycomoellaentraraadondeestabalagente,dijoFrédéric:

—¡Quéideamássingular!

—¿Temolesta?

—No;pero¿quépuedehacerseconesebibelot?

—¡Quién sabe!Quizámeter en él cartas amorosas.—Ymiródemaneraquehacíamásclaralaalusión.

—Razóndemásparanodespojardesussecretosalosmuertos.

—No la creía yo tan muerta.—Y añadió, distintamente—: Ochocientosochentafrancos.

—Lo que haces no está bien hecho—murmuróFrédéric. Ella se reía—.Pero,queridaamiga,eselprimerfavorquetepido.

—¿Sabesquenoserásunmaridomuyagradable?

Alguienacababadesubirlapuja;ellalevantólamano:

—Novecientosfrancos.

—Novecientosfrancos—repetíaBerthelmot.

—Novecientosdiez…quince…veinte…treinta…—gritabaelpregonero,recorriendolaconcurrenciaconlavista,trasunmovimientobruscodecabeza.

—Pruébame que mi mujer es razonable —dijo Frédéric. Y la arrastrósuavementehacialapuerta.

Elcomisarioseguía:

—Vamos, vamos, señores; novecientos treinta. ¿Hay comprador pornovecientostreinta?

La señoraDambreuse, que había llegado al umbral, se detuvo, y en vozaltadijo:

—Milfrancos.

Enelpúblicosesintiócomounestremecimiento,yelsilenciosobrevino.

—¡Mil francos, señores, mil francos! ¿Nadie dice nada? ¿Nadie? ¡Milfrancos!Adjudicado.

Elmartillo demarfil bajó.Ella dio su tarjeta y le enviaron el cofrecillo,metiéndoloen sumanguito.Frédéric sintióqueungran frío leatravesabaelcorazón.

LaseñoraDambreusenohabíadejadosubrazo,ynoseatrevióamirarle

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de frente hasta la calle, donde esperaba su coche. Semetió en él como unladrónquehuye,ycuandosesentósevolvióaFrédéric,queteníasusombreroenlamano.

—¿Nosubeusted?

—No,señora.

Ysaludándolafríamente,cerró laportezuelaydio laseñaldearrancaralcochero.

Al principio experimentó un sentimiento de alegría y de independenciareconquistada; de orgullo por haber vengado a la señora Arnoux,sacrificándoleunafortuna.Despuésseadmiródesuacto,yuncansanciosumoleaburrió.

Alamañanasiguientesucriadolecontólasnovedades.Sehabíadecretadoelestadodesitio,laAsambleadisuelta,yunapartedelosrepresentantesdelpueblo, de maceros. Los asuntos públicos le dejaban indiferente; tanpreocupadoestabaconlossuyos.

Escribióaalgunosproveedoresparadarcontraordenenmuchosencargosrelativos a su matrimonio, que al presente se le presentaba como innobleespeculación;aborrecíaalaseñoraDambreuseporquehabíaestadoapuntodecometer, por su causa, una bajeza. Olvidaba a la mariscala, ni siquiera seinquietabaporlaseñoraArnoux,nopensandomásqueensímismo,perdidoenlasruinasdesussueños,enfermo,llenodedolorydedesaliento,ysuodioalficticiomedioenquehabíasufridotanto;anhelólafrescuradelahierba,elreposodelaprovincia,unavidasoñolientapasadaalasombradeltechonatalconcorazonesinocentes.Elmiércolesporlanochesalió,porfin.

Gruposnumerososocupabanelbulevar.Decuandoencuandounapatrullalosdisolvía;perodetrásdeellavolvíana formarse.Hablaban libremente, sevociferabancontralatropagraciaseinjurias,ynadamás.

—¡Cómo!¿Esquelagentenosebate?—dijoFrédéricaunobrero.

Elhombredeblusacontestó:

—Nosomostanbrutosparahacernosmatarporlosburgueses.Queellossearreglen.

Yuncaballerogruñó,sonriendoatravésalarrabalero:

—¡Canallasdesocialistas!¡Sipudieranexterminarseestavez!

Frédéricnocomprendiónadadetantorencorytantatontería.SudisgustoporParísaumentó;yalosdosdíassemarchóaNogentenelprimertren.

Prontodesaparecieronlascasas,seensanchóelcampo.Soloensucoche,

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con los pies en el asiento, rumiaba los acontecimientos de los últimos días,todosupasado,trayéndoleelrecuerdodeLouise.

«¡Esameamaba,esa!Hehechomalennoaprovecharesadicha.¡Bah!Nopensemosmásenella».Perocincominutosdespuésañadía:«¿Quiénsabe,sinembargo…?Mástarde,¿porquéno?».

Susueño,comosusojos,seperdíaenvagoshorizontes:«Erainocente,unaaldeana,casiunasalvaje.Pero¡tanbuena!».

A medida que adelantaba hacia Nogent, se aproximaba a ella. Cuandoatravesó laspraderasdeSourdun, la imaginóbajo los álamos, comoenotrotiempo,cortandojuncosaorillasdelagua;llegaron,ybajó.Seapoyódecodosparavolveraverlaislayeljardínenquesehabíanpaseadoundíadesol;yelaturdimientodelviajeydelairelibre,ladebilidaddesusrecientesemociones,lecausabanunaespeciedeexaltación,ysedijo:«Quizáhayasalido.¡Sifueraasuencuentro!».

Las campanas de Saint-Laurent sonaban; y en la plaza, delante de laiglesia,habíagruposdepobresyunacalesa,laúnicadelpueblo(laqueservíapara las bodas).De repente, bajo el pórtico, en una oleada de burgueses decorbatablanca,aparecierondosreciéncasados.

Creyó en una alucinación; pero no; era ella, Louise, cubierta con veloblanco, desde sus cabellos rojos hasta los talones; y él eraDeslauriers, concasacaazulbordadadeplata,trajedegobernador.¿Porquéno?

Frédéric se ocultó en el ángulo de una casa para dejar pasar el cortejo.Avergonzado,vencido,aplastado,sevolvióalferrocarrilyentródenuevoenParís.

ElcocherodealquilerleaseguróquesehabíanlevantadobarricadasdesdeelChâteau-d’EauhastaelGimnasio,ytomóporelbarriodeSaint-Martin.Enla esquina de la calle Provence, Frédéric echó pie a tierra para ir a losbulevares.

Eranlascincoycaíaunamenudalluvia;losburguesesocupabanlaaceradel lado de la Ópera; las casas de enfrente estaban cerradas; nadie en lasventanas.Portodalaanchuradelbulevargalopabanlosdragones,inclinadossobresuscaballosyelsabledesenvainado,viéndosealaluzdelosfarolesdegaslascrinesdesuscascosysusgrandescapasblancas,retorcidasymovidasporelvientoensusespaldas.Lamuchedumbreloscontemplabaenlabruma,muda,aterrada.

Entrelascargasdecaballeríasurgíanescuadrasdepolicíasparaobligaralagenteaquesemarcharaporlascalles.

SobrelasescalerasdeTortoni,unhombre,Dussardier,notabledesdelejos

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porsualtaestatura,permanecíaquietocomounacariátide.Unodelosagentesqueibaalacabeza,conuntricorniosobrelosojos,leamenazóconsusable.Elotro,entonces,adelantandounpaso,sepusoagritar:

—¡VivalaRepública!

Cayódeespaldasyconlosbrazosencruz.Unaullidodehorrorescapódeentrelamuchedumbre;lagenteseabrióencírculoasualrededorconlavistayFrédéric,atónito,reconocióaSénécal.

VI

Viajó.

Conociólamelancolíadelostransportes,elfríodespertarbajounatienda,el aturdimientode los paisajes y de las ruinas, la amargura de las simpatíasinterrumpidas.

Volvió.

Frecuentó la sociedad, tuvo otros amores nuevos. Pero el recuerdocontinuadodel primero se los hacía insípidos, y, además, la vehemencia deldeseo, la flor misma de la sensación estaba perdida. Sus ambicionesintelectuales habían disminuido, igualmente. Pasaron algunos años, ysoportabalaociosidaddesuinteligenciaylamiseriadesucorazón.

Haciafinesdemarzode1867,a lacaídadelanoche,estandosoloensugabinete,entróunamujer.

—¡LaseñoraArnoux!

—¡Frédéric!

Le cogió ella de lasmanos, le atrajo dulcemente hacia la ventana y, sindejardemirarle,repetía:

—¡Esél,sí;esél!

En la penumbra del crepúsculo no percibía él más que sus ojos bajo elvelillodeencajenegroquecubríasurostro.

Cuando hubo depositado en el borde de la chimenea una carterita deterciopelo granate, se sentó. Permanecieron ambos sin poder hablar,sonriéndoseelunoalotro.Por fin, él ledirigiómultituddepreguntas sobreellaysobresumarido.

Vivían en el fondo deBretaña, económicamente, para pagar sus deudas.

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Arnoux, casi siempre enfermo, parecía ya un viejo. Su hija se casó enBurdeos, y su hijo se hallaba de guarnición enMostaganem.Luego levantóellalacabeza,ydijo:

—Peroleveoausted,ysoydichosa.

Élnodejódedecirlequea lanoticiadesucatástrofehabíaacudidoasucasa.

—Losabía.

—¿Cómo?

Lehabíavistoenelpatio,yseocultó.

—¿Porqué?

Entonces,convozemocionadayconlargosintervalosentresuspalabras,dijo:

—Teníamiedo.Sí…miedodeusted,demí.

Aquella revelación le produjo como una sensación de voluptuosidad. Sucorazónpalpitabafuertemente.Ellaañadió:

—Perdóneme usted si no he venido antes. —Y señalando la carteritagranatecubiertadepalmasdeoro—:Lahebordadoparaustedexpresamente.ContieneaquellasumaaquedebíanresponderlosterrenosdeBelleville.

Frédéricleagradecióelrecuerdo,sintiendoquesehubieramolestado.

—No, nohe venidopor eso.Deseaba esta visita.Despuésmevolveré…allá.

Ylehablódelsitioquehabitaba.Eraunacasabaja,deunsolopiso,conunjardín llenode enormesbojes yunadoble avenidade castaños, que cubríanhastalacimadeunacolina,desdedondeseveíaelmar.

—Voyasentarmeallí,enunbanco,quehellamadoelbancodeFrédéric.

Despuéssepusoamirarlosmuebles,losbibelots,loscuadros,ávidamente,paraconservarlotodoensumemoria.Elretratodelamariscalaestabamediotapadoporunacortina.Perolosdoradosylosblancosquesedestacabanenlastinieblaslellamaronlaatención.

—Meparecequeconozcoaesamujer.

—Imposible—dijoFrédéric—.Esunapinturaitalianaantigua.

Confesó ella que deseaba dar una vuelta por las calles, de su brazo, ysalieron.

Las luces de las tiendas iluminaban, por intervalos, su pálido perfil; las

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sombraslosenvolvíannuevamente;yenmediodeloscarruajes,delagenteydelruido,ibansindistraersedeellosmismos,sinoírnada,comolosquevanjuntosporelcampo,sobreunlechodehojasmuertas.

Volvieron a contarse sus días pasados, las comidas de tiempos del ArteIndustrial, lasmanías deArnoux, sumanera de estirar las puntas del cuellopostizo,deaplastarelcosméticoenlosbigotes,otrascosasmásíntimasymásprofundas.¡Quéencantosintióél laprimeravezoyéndolacantar!¡Québellaestabaeldíadesusanto,enSaint-Cloud!LerecordóeljardincitodeAuteuil,lasnochesdelteatro,unencuentroenelbulevar,antiguoscriados,sunegra.

Seadmirabaelladesumemoria.Sinembargo,ledijo:

—Algunasveces, laspalabrasdeusted lleganhastamí comoeco lejano,comoelsonidodeunacampanaarrastradaporelviento;ymeparecequeestáustedallícuandoleopasajesdeamorenloslibros.

—Todoloqueenellossecensuracomoexageradomelohahechoustedsentir—dijoFrédéric—.ComprendolosWertherquenogustandelosdulcesdeCharlotte.

—¡Pobre amigo querido! —Y empezó, añadiendo, después de unprolongadosilencio—:Noimporta;noshemosamadomucho.

—¡Sinpertenecernos,sinembargo!

—Quizávalgaesomás—contestóella.

—No,no.¡Quéfeliceshubiéramossido!

—¡Oh,yalocreo,conunamorcomoeldeusted!

Y debía de ser muy grande para durar después de tan larga separación.Frédériclepreguntócómolohabíadescubierto.

—Fueunanochequemebesóustedlamuñecaentreelguanteylamanga.Y me dije: «Pero me ama… me ama». Tenía miedo de asegurarme, sinembargo.¡Lareservadeustederatanencantadora,quegozabaconellacomohomenajeinvoluntarioyconstante!

Denadasequejabaél;sussufrimientosdeotrotiempoquedabanpagados.

Cuando entraron en casa, la señora Arnoux se quitó el sombrero. Lalámpara colocada sobre una consola alumbró sus cabellos blancos. Aquellofueungolpeenmediodelpecho.Paraocultarleaquelladecepciónseechóenelsueloasuspies,ycogiendosusmanossepusoadecirlepalabrastiernas.

—Lapersonadeusted,susmenoresmovimientosmeparecíantenerenelmundouna importancia sobrehumana.Mi corazón saltaba comopolvo a lospasosdeusted.Meproducíaustedelefectodeunrayode lunaennochede

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estío, cuando todo es perfume, dulces sombras, blancuras, infinito; y lasdeliciasdelacarneydelalmasehallabancontenidasparamíensunombre,querepetía,procurandobesarloconmislabios.Noimaginabaunmásallá.Erala señora Arnoux en persona, con sus dos hijos, tierna, seria, linda hastadeslumbrar,¡ytanbuena!Esaimagenborrabalasdemás;nisiquierapensabaenella,puestoqueyoteníaenelfondolamúsicadelavozyelesplendordelosojosdeusted.

Aceptabaellacomoencantoaquellasadoracionesparalamujerqueyanoera ella. Frédéric, embriagándose con sus palabras, llegaba a creer lo quedecía.LaseñoraArnoux,conlaespaldavueltaalaluz,seinclinabahaciaél,quesentíasobresufrentelacariciadesualiento,yatravésdesusvestidoselindecisocontactodetodosucuerpo.

Susmanosseestrecharon;lapuntadesubataseveíaunpocopordebajodeltraje,yledijocasidesfallecida:

—Lavistadelpiemeperturba.

Unmovimiento pudoroso la hizo levantarse.Después, inmóvil, y con lasingularentonacióndelossonámbulos,añadió:

—¡Amiedad!¡Él!¡Frédéric…!Ningunamujerhasidojamásamadacomoyo.No,no,¿paraquésirveserjoven?Meburlodeeso,lasdesprecioatodasesasquevienenaquí.

—¡Oh!Aquínovienenadie—contestó,complaciente.

Surostrosedilató,yquisosabersisecasaría.Juróqueno.

—¿Deveras?¿Porqué?

—Porusted—dijoFrédéric,estrechándolaensusbrazos.

En ellos permaneció, con el cuerpo hacia atrás, la boca entreabierta, losojosalzados.Derepentelerechazóconunairededesesperación;ycomoéllesuplicaraquecorrespondiera,ledijo,bajandolavoz:

—Hubieraqueridohacerleaustedfeliz.

FrédéricsospechóquelaseñoraArnouxhabíavenidoparaofrecerse,ysesintió sobrecogido por un afán más fuerte que nunca, furioso, rabioso. Sinembargoexperimentabaalgoinexplicable,unarepulsiónycomoelhorrordeun incesto. Otro temor le detuvo: el de un disgusto futuro. Además, ¡quéobstáculoseríaaquello!Yalavez,porprudenciayparanodegradarsuideal,dio media vuelta y se puso a liar un cigarrillo. Le contemplaba ellamaravillada.

—¡Quédelicadoesusted!¡Nohayotrocomousted,nohayotro!

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Dieronlasonce.

—¡Ya!—dijo—.Enuncuartodehora,meiré.

Volvió a sentarse; pero observaba el reloj ella, y él continuamentepaseando y fumando. Ambos no encontraban ya nada que decirse. Hay unmomentoenlasseparacionesenelquelapersonaamadanoestáconnosotrosya.

Por fin, la aguja pasó veinticinco minutos y cogió su sombrero por lascintaslentamente.

—Adiós, amigomío, querido amigo.Ya no volveré a verle a usted. Eraesta mi última visita de mujer. Mi alma no le abandonará. Que todas lasbendicionesdelcielosevayanconusted.—Ylebesóenlafrente,comounamadre. Pero pareció que buscaba algo y le pidió unas tijeras. Deshizo supeinado,todossuscabellosblancoscayeronysecortóderaíz,brutalmente,ungranmechón—:Consérvelosusted;adiós.

Cuando salió, Frédéric abrió la ventana; la señora Arnoux, en la acera,llamóauncochequepasaba,subióydesapareció,yesofuetodo.

VII

A principios de aquel invierno, Frédéric y Deslauriers hablaban en elrincóndelfuego,reconciliados,unavezmás,porelfatalismodesunaturaleza,quelosobligabaareunirsesiempreyaamarse.

El uno explicaba sucintamente su ruptura con la señoraDambreuse, quehabíavueltoacasarseconuninglés.Elotro,sindecircómofuesumatrimoniocon la señorita Roque, contaba que su mujer, un hermoso día, se habíaescapado con un cantante. Para lavarse un poco de aquel ridículo se habíacomprometidoensugobiernoporexcesodecelogubernamentaly lehabíandestituido.DespuésfuejefedecolonizaciónenArgelia,secretariodeunbajá,gerentedeunperiódico,corredordeanuncios,paraconcluirempleadode locontenciosoenunacompañíaindustrial.

En cuanto a Frédéric, habiéndose comido las dos terceras partes de sufortuna,vivíamodestamente.

Despuésseinformaronmutuamentedesusamigos.

Martinonera,ahora,senador.

Hussonnetocupabaunalto cargo,donde tenía a sudisposición todos losteatrosytodalaprensa.

Cisy,metidoenlareligiónypadredeochohijos,vivíaenelcastillodesusabuelos.

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Pellerin, después de haber caído en el fourierismo, la homeopatía, lasmesasgiratorias,elartegóticoy lapinturahumanitaria, sehizo fotógrafo,ysobretodaslasparedesdeParísseleveíarepresentadodefracnegro,conuncuerpominúsculoyunacabezagorda.

—¿YtuíntimoSénécal?—preguntóFrédéric.

—Desapareció;nosé.¿Ytugranpasión,laseñoraArnoux?

—DebedeestarenRomaconsuhijo,tenientedecazadores.

—¿Ysumarido?

—Murióelañopasado.

—Anda —dijo el abogado. Y después, dándose un golpe en la frente,añadió—:Apropósito,elotrodía,enunatienda,meencontréaaquellabuenamariscala,llevandodelamanoaunmuchachitoquehaadoptado.EsviudadeuntalOudry,ymuygorda.¡Quédecadencia!¡Ella,queantesteníaunacinturatandelgada…!

Deslauriers no ocultó que se aprovechó de su desesperación paraasegurarse de ese detalle por sí mismo. «Como tú, además, me lo habíaspermitido…». Aquella confesión era una compensación al silencio queguardabarespectodesu tentativacercade laseñoraArnoux,queFrédéric lehubieraperdonado,puestoquenolalogró.

Aunqueunpocomortificadoconeldescubrimiento,hizocomoquesereía;ylaideadelamariscalalerecordóalaVatnaz.Deslauriersnolahabíavistojamás, ni a otras muchas que iban a casa de Arnoux; pero se acordabaperfectamentedeRegimbart.

—¿Viveaún?

—Apenas.Todaslasnoches,regularmente,desdelacalleGrammonthastalacalleMontmartre,searrastrapordelantedeloscafés,debilitado,doblado,vacío:unespectro.

—¿YCompain?

Frédéric lanzó una exclamación de alegría y rogó al exdelegado delgobiernoprovisionalqueleexplicaraelmisteriodelacabezadevaca.

—Es una gran importación inglesa. Para parodiar la ceremonia que losrealistascelebraneltreintadeenero,losindependientesrealizanunbanqueteanual,enquesecomencabezasdevacayenquesebebevinotintoencráneosdevaca,brindandoporelexterminiodelosEstuardos.Despuésdethermidor,losterroristasorganizaronunacofradíaenteramentesemejante,loquepruebaquelatonteríaesfecunda.

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—Meparecesmuytranquiloenlacosapolítica.

—Efectodelaedad—dijoelabogado.

Yresumíansuvida,queamboshabíandisipado:elquesoñóconelamoryelquesoñóconelpoder.¿Cuáleralacausa?

—Quizásealafaltadelínearecta—expusoFrédéric.

—Parati,quizá.Yo,porelcontrario,hepecadoporexcesoderectitud,sintener en cuenta mil cosas secundarias, más fuertes que todo. Yo he tenidodemasiadalógica;tú,demasiadosentimiento.

Yacusaronalacasualidad,alascircunstancias,alaépocaenquenacieron.

Frédéricañadió:

—No era esto lo que pensábamos en Sens, cuando tú, en aquel tiempo,queríashacerunahistoriacríticade la filosofía,yyo,unagrannovelaestiloEdadMediasobreNogent,cuyoasuntoencontréenFroissart:«Decómolosseñores Brokars de Fenestranges y el obispo de Troyes asaltaron al señorEustached’Ambreicourt»,¿teacuerdas?

Yalexhumarsujuventud,acadafrasesedecían:«¿Teacuerdas?».

Volvíanarepresentarseelpatiodelcolegio,lacapilla,ellocutorio,lasalade armas al pie de la escalera, figurasdepeonesydiscípulos: uno, llamadoAngelmarre,deVersalles,quesecortabatrabillasdelasbotasviejas;elseñorMirbal y sus patillas rojas; los dos profesores de dibujo lineal y del grandibujo,VaraudySuriret, siempredisputando, y el polaco, el compatriota deCopérnico, con su sistema planetario de cartón, astrónomo ambulante, cuyasesiónsehabíapagadoconunacomidaenelrefectorio;después,unaterriblefrancachela en paseo; las primeras pipas que fumaron; los premios; lasvacaciones.Enlasde1837estuvieronencasadelaturca.

Llamaban así a una mujer cuyo verdadero nombre era Zoraïde Turc; ymuchaspersonaslacreíanunamusulmana,unaturca,cosaqueaumentabalapoesíadesuestablecimiento,situadoaorillasdelagua,detrásdelamuralla;hastaenplenoestíohabíasombraalrededordesucasa,queseconocíaporunavasijadepecesrojosjuntoauntiestoderesedasobreunaventana.Señoritasdecamisolablanca,conpómulosenharinadosylargospendientes,golpeabanloscristalescuandoporallísepaseaba,yalanoche,enelumbraldelapuerta,cantabanbajitoconroncavoz.

Aquel sitio de perdición proyectaba en todo el distrito un escándalofantástico,designándolopormediodeperífrasis:«Elsitioqueustedsabe,unaciertacalle,debajodelospuentes».Laslabradorasdelcontornolotemíanporsus criadas, porque la cocinera del señor subgobernador había sidosorprendidaallí,yestabaclaro:lasecretaobsesióndelosadolescentes…

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Puesbien:undomingo,durantelasvísperas,FrédéricyDeslauriers,quesehabíandadocitayrizadopreviamente,cogieronfloreseneljardíndelaseñoraMoreau, salieron a los campos, y después de un gran rodeo por las viñas,volvieronporlaPêcherieysedeslizaronencasadelaturca.

Frédéric presentó su ramo comoun enamorado a su novia; pero el calorque hacía, la aprensión de lo desconocido, una especie de remordimiento yhasta el placer deverdeuna solaojeada tantasmujeres a sudisposición, leconmovierondetalmodo,quesepusomuypálido,ypermanecióquietoysindecirnada.Todasreían,contentasporsuconfusión;creyendoqueseburlabandeél,escapó,ycomoFrédéric teníaeldinero,Deslaurierssevioobligadoaseguirle.Selosviosaliryaquelloseconvirtióenunaanécdotamemorable,noolvidadaen tresaños.Se lacontaronmuchasveces,contemplandocadaunolosrecuerdosdelotro,ycuandoacabaron:

—Esafuenuestramejoraventura—dijoFrédéric.

—Sí,quizáseanuestramejoraventura—repusoDeslauriers.