Villanueva Chang

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    Domadores de historias

    Julio Villanueva:envidiando a Mr. Chang

    El editor y fundador de la revista peruana Etiqueta Negra y autor del libro Elogios criminales, Julio Villanueva Chang, desovilla aqu los misterios del oficio de cronista, valindose, entre otros recursos, de los obituarios de The Economist, de un plato que se rompe en El Bulli el restorn ms famoso del mundo y de un chiste de Les Luthiers. Una pequea y soberbia clase magistral de cmo escribir perfiles.

    por Marcelo Simonetti

    Confieso, de entrada, una envidia negra. Llamo a Julio Villa-nueva Chang a Buenos Aires donde est presentando un nmero de Etiqueta Negra que l acababa de editar con una portada en la que aparece Lionel Messi. Lo imagino en la habitacin del hotel con ese aire desmaado que tiene, leyendo alguna crnica de Gay Talese o el ltimo nmero del The New Yorker, tal vez el suplemento Radar de Pgina 12 (luego me dir que yerro en mis divagaciones, ya que la lectura que lo ocupa es Famosos impostores, de Bram Stoker; mientras sobre la mesita de noche aguarda Cinismos. Retratos de los filsofos llamados perros, de Michel Onfray). Me cuenta que hace unas semanas estuvo en Brasil dando una charla para los periodistas de Folha de Sao Paulo y que luego viaj a Ro de Janeiro para conversar con Os-car Niemeyer, el centenario arquitecto brasileo para un perfil en el que trabaja. Y que en un par de semanas debe aterrizar en Los ngeles para ver un concierto del director de orquesta venezola-no Gustavo Dudamel, sobre quien tambin est escribiendo un perfil que empez a escribir hace unos das en Caracas. Envidio esa vida itinerante que Villanueva Chang lleva. Envidio esa liber-

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    tad para amanecer un da en Bogot y despertarse apenas unos das despus en Barcelona.

    Desde que Villanueva Chang, el Chino, se convirti en un militante de la crnica, casi no para en Lima. Lo conoc hace unos diez aos, quiz ms, cuando haba hecho del oficio de ensear las bondades del periodismo narrativo una forma de ganarse la vida. Lo haba trado El Mercurio para que sus periodistas aprendieran a escribir de verdad. A l le o decir que las grandes historias se cons-truyen a partir de los detalles ms nimios. Cuando por primera vez lleg a mis manos una Etiqueta Negra y supe que l era su creador, lo envidi. Y cuando le Garca Mrquez va al dentista, ese perfil hecho al Premio Nobel colombiano, por boca de su odontlogo, volv a envidiarlo.

    Luego de haber estudiado educacin en la Universidad de San Marcos, la ms antigua de Amrica, y de haber impartido clases en una secundaria donde lo apodaron Kafka y Hamlet, por el his-trionismo que desplegaba al ensear, Villanueva Chang trabaj como corrector de pruebas del diario La Repblica. Fue ah don-de escribi su primer texto periodstico: una nota sobre la pelcula El Silencio de los Inocentes, que publicaron sin su firma. Meses despus un texto suyo lleg por casualidad a manos del jefe de re-daccin de El Comercio de Lima, quien, luego de leerlo, decidi contratarlo. As, sin haber pasado por una escuela de periodismo, Villanueva Chang inici su leyenda que continu cuando convenci a dos hermanos, dueos de una imprenta, que la idea de hacer una revista para empresarios emprendedores no era la mejor de todas, y que l tena un proyecto. Etiqueta Negra naci en 2001, con una edicin de dos mil ejemplares y una carta que deca: Nos porta-remos como la orquesta del Titanic y seguiremos tocando nuestra propia msica hasta que el barco se hunda. El mito dice que en sus primeros aos las grandes plumas que han publicado en la revista, desde Jon Lee Anderson hasta Susan Orlean, pasando por Ryszard Kapuscinski, Vargas Llosa y Juan Villoro, no recibieron un peso por sus artculos, y que cedieron sus textos luego de conversar con Vi-llanueva Chang. Y que nuevos narradores de la talla de Gabriela Wiener o Jos Alejandro Castao, estandartes de la nueva camada de cronistas latinoamericanos, han crecido bajo la atenta mirada de Mr. Chang.

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    Lo que viene a continuacin es una breve clase magistral de cmo hacer perfiles. Y el rigor de la pluma, el ritmo narrativo, la delicadeza en el uso del lenguaje (Villanueva Chang redact l mismo sus respuestas), no son otra cosa que nuevos motivos para seguir sintiendo una envidia profunda por este cronista apasionado y asertivo.

    Te he odo decir a los estudiantes de periodismo, en el lan-

    zamiento de Elogios criminales, que pierden el tiempo en las es-cuelas si quieren aprender a escribir historias. Cuntame, cmo aprendiste a escribir historias, y qu episodios, maestros o lectu-ras fueron determinantes?

    Preguntar cmo aprendiste a escribir es obligarte a salir de la cueva del instinto donde la oscuridad es lo ms natural y de-seable. No s. No recuerdo mi primera vez escribiendo, pero s cuando alguien se dio cuenta de que escriba: fue mi madre y el primer impulso fue esconderme. Hoy an sobrevive algo de ese pudor. Escribir historias es un acto de instinto verbal, pero tam-bin de gran incertidumbre. Lo ms normal es no estar de acuer-do conmigo mismo y para ello queda la mana de reescribir. Ms que deudas visibles en mi escritura, le debo sobre todo al acto de leer, que es un modo de aprender a estar solo. Me he ganado ms la vida leyendo que escribiendo. Mi lista no consiste enton-ces en las deudas de un escritor sino en el agradecimiento de un insomne. Cito de memoria y en exceso: el Libro de Rcord de Guinness que mi madre me regal de nio. Chjov y sus cuentos donde los personajes dialogan sobre cosas en apariencia sin im-portancia. Las paradojas y los juegos del lenguaje del reverendo Lewis Carroll. Hermelinda Linda, un cmic en la que una bru-ja gorda y fea hace hechizos por dinero, y cuyos resultados no siempre son felices para sus clientes. La desesperada intimidad de las cartas de Kakfa a Felice Bauer. Los cuentos fantsticos de Julio Ramn Ribeyro que le como una tarea feliz en el colegio. La curiosidad alegre de talo Calvino, tal vez el nico escritor al que le gustaba que lo interrumpieran. Dostoievsky y la confesin en tono de acusacin contra s mismo en Memorias del subsue-lo. Casi todas las biografas de Stephen Zweig y casi todas las crticas a las biografas en los libros de Janet Malcolm. Vallejo y

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    su revolucin del idioma, como cuando escribe amadas sean las orejas Snchez. E. M. Cioran y la perfeccin en maldecir. Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo, en Historia de un deicidio y en Mi hijo, el rastafari. Pessoa y su integridad para ser otros siendo el mismo. El Barthes de Mitologas, donde crea nuevos significados pop mirando, por ejemplo, un bistec y unas papas fritas. Hannah Arendt y sus perfiles intelectuales de Hombres en tiempos de oscuridad. La atmsfera de la fatalidad y de lo impre-visible en el Garca Mrquez de Crnica de una muerte anuncia-da. Lichtenberg y el culto a lo irrelevante, inacabado, disperso. Revistas como The New Yorker y The Believer. El encanto del sentido comn en las crnicas de Clarice Lispector. Theodor W. Adorno traduciendo el arte en Teora Esttica, pero tambin en las cartas a sus padres a quienes llama queridos hipoptamos. Todas las verdades triviales en los artculos de Charles Lamb, Roberto Arlt, Luis Tejada, Giovanni Papini, Salvador Novo y Joaqun Edwads Bello. El estilo a martillazos de Nietzsche y la posibilidad de empezar a leerlo por cualquiera de sus pginas. Los obituarios de The Economist y las entrevistas de Playboy y del Paris Review. Thomas Bernhard y su experiencia extrema de la enfermedad en libros como El aliento, lo mismo que Bajo el signo de Marte de Fritz Zorn. Sherlock Holmes y la obsesin por los indicios. Todas las pelculas de Werner Herzog y el dia-rio donde anota su teora sobre la crueldad de la naturaleza. Clifford Geertz en El antroplogo como autor. Las crnicas de-portivas de Nelson Rodrigues en Manchete Esportiva, y de Enric Gonzlez y Ramn Besa en El Pas. Carlo Ginzburg y su militan-cia por la verdad en El juez y el historiador. Jon Lee Anderson y su adiccin por narrar huracanes y tormentas. David Foster Wallace y esa naturalidad para pensar en prosa de vrtigo y con exceso de informacin mientras nos cuenta lo que sucede con unos millonarios en una piscina. Martn Caparrs y el mundo mirado desde su bigote aguafiestas. Juan Villoro y el incesante noviazgo entre la inteligencia y la sonrisa. Gay Talese y un estilo de decir la verdad sin ofender. Debo tambin mi gratitud a algu-nos libros fascinantes que se esconden bajo ttulos aburridos: La nueva naturaleza de los mapas, de J. B. Harley; Observaciones sobre los colores, de Wittgenstein; El paisaje de la historia, de

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    John Lewis Gaddis; La arquitectura del poder, de Deyan Sud-jic; El odio a la msica, de Pascal Quignard; o Trfico, de Tom Vanderbilt. A todos estos autores, y otros de los que me olvido en estos minutos, les debo el placer de haber estado solo y bien acompaado. Quin sabe lo que les debo cuando escribo. Si en los ltimos aos tuve alguna influencia en mi escritura, creo que fue la de mi madre. Por las madrugadas, cuando el cncer no la dejaba dormir, ella se asomaba por mi espalda mientras escriba.

    En Elogios criminales hay encuentros casi fortuitos como el de Herzog y otros forzados por la dinmica de un taller de la FNPI, como el del dentista de Garca Mrquez. Ms all de esos casos, cmo eliges a los personajes sobre los que escribes?, qu buscas en ellos?, cmo intuyes que detrs suyo hay una buena historia?

    Elijo aun personaje sobre el que voy a escribir por razones tan evidentes como misteriosas. En todos ellos hay cierta com-plejidad ejemplar queintento explicar, peroala vez hay un deta-llede sus vidas que tiene que ver con la ma y que nunca acabo de explicrmelo. El azar me present no solo a Herzog: buscan-do a Garca Mrquez encontr a su dentista, un modo indirecto e indiscreto de conocer a un escritor que jams concede entre-vistas. En el caso del alcalde ciego, lo busqu desde el principio. Tena que ver esa historia conmigo? Cuando empec a usar an-teojos, quedarme ciego era mi idea adolescente de una tragedia. Senta que perder la vista era motivo suficiente para matarse. La idea de que el alcalde ciego de Cali haba sido elegido por vota-cin popular me pareci irresistible, excitante, perversa. Cmo poda un ciego gobernar una ciudad que nunca vio? Qu clase de gente escoge a un ciego para gobernar una ciudad? Mora de ganas de saberlo. De eso se trata al principio. De la curiosidad y de la atencin como una posible forma de la inteligencia. Es-cribo sobre lo que no entiendo y cada uno de mis perfiles es, en ese sentido, un ensayo sobre mi propia ignorancia.Una persona se convierte en personaje cuando su historia, al margen de cual-quier mirada y estilo de escritura, ya es sobrenatural. Me intriga entonces la gente que encarna una idea paradjica, y en cuyas vidas abundan escenas tan complejas como triviales. Me gusta

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    que de algn modo sean nicos en su oficio y que, en el trance de retratarlos, sus historias tambin me permitan entender cosas de m mismo y las de una legin.

    En algunos de tus textos, la inclusin de otras fuentes como participantes directos de la construccin del perfil parece menor. Por qu esa opcin?

    No estoy muy seguro, pero creo que fueron Les Luthiers quienes dijeron que lo importante no es saber sino tener el tel-fono del que sabe. El chiste me sirve aqu para preguntar si un cronista tiene derecho a saber o si solo es un instrumento para que otros se expresen a travs de l. Una crnica no privilegia la funcin del ventrlocuo sino la mirada de quien la narra. Y esta mirada no es la del orculo: a veces el cronista solo intenta decir mejor que nadie lo que todo el mundo piensa; otras veces el cro-nista escribe contra lo que casi todo el mundo piensa. Una cr-nica no es tanto un estilo de narrar sino de mirar la realidad, un intento de darle sentido al caos traducindolo a una historia. En una crnica, ms que denunciar, se trata de desengaar. Conver-tir el dato en conocimiento y, en lo posible, un acontecimiento en experiencia. El cronista no es entonces un ventrlocuo con bonita caligrafa: es un traductor del presente a travs de una historia en la que pone a prueba su honestidad sin excluir sus propias dudas, su humor y su ignorancia. Entiendo el presente no tanto como el relato de los sucesos del mes, la actualidad. Un cronista cuen-ta lo que sucede, pero sobre todo lo que parece que no sucede. Las declaraciones entrecomilladas y los verbos atributivos son parte de la retrica consagrada del periodismo urgente. Si bien cumplen su deber de informar, durante aos tambin han con-tribuido a automatizar un modo burocrtico de leer y escribir, un modo empobrecido de percibir el mundo. En mis crnicas, es cierto, las comillas no son signos muy frecuentes, y cuando cito intento hacerlo en breve y mantener el dominio de mi voz. Pero esta infrecuencia no invisibiliza el trabajo de calle y de archivo. Tratndose de perfiles, es un trabajo en que vas cruzando hechos, testimonios, documentos, indicios, contextos y rumores sobre la identidad de tu personaje. Todo este material del reportaje ayuda a construir cierta autoridad del texto. No son siempre conclu-

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    siones sino tambin una matizada incertidumbre. Un perfil, por supuesto, nunca cuenta todo. A la hora de sentarte a escribir, eliges contar tan solo una parte de lo que sabes. Lo normal es conversar con entre treinta y cincuenta personas, y acabar citan-do a unas siete. Pero, as converses con cien personas, asumes la naturalidad de que no puedes saber todo. La omnisciencia es un amor imposible, pero el pblico tiene que saber que la historia que est leyendo intenta ser honesta y responsable en su auto-ridad como en su ignorancia. En textos donde la prioridad es informar citar entre comillas adquiere otro sentido. Pero bajo la lgica de narrar y de convertir el dato en conocimiento, citar ms gente en un texto no supone ms autoridad. En mi caso, elijo qu y cundo citar por exigencias narrativas y de sentido. Citar sin necesidad, por una falsa democracia de declaraciones, solo con-sigue una prosa burocrtica. Y supone creer que todos tenemos algo importante que decir.

    Si tuvieras que elegir tres elementos fundamentales en tu escritura, aquellos a los que dedicas especial cuidado, cules seran y cmo los has trabajado en las distintas historias?

    Escojo tres posibles: 1. Un estilo de titular. Me gustan los ttu-los que encierran una idea contradictoria en alguien: por ejemplo, el tenor que no saba silbar (Flrez), el cineasta invisible (Herzog), un extraterrestre en la cocina (Adri). Ms que juegos de palabras, son como anuncios publicitarios que condensan una personali-dad. 2. Pescar escenas significativas para revelar el carcter de un personaje y su comunidad. Un da estaba en El Bulli observando el trabajo de sus cocineros, cuando a uno de ellos se le cay un plato. Cuando volteamos a ver al culpable, los cocineros le clavaron una mirada opresiva, como de manada. Hubo un silencio, no tanto de nerviosismo sino de condena. Fue una situacin tan vergonzosa que nunca me atrev a acercarme al culpable. Cuntas veces se rompa un plato en El Bulli? Un hecho tan domstico y frecuente en nuestras casas era un tab en la cocina del restaurante ms fa-moso del mundo. La escena lo tena todo: un hecho insignificante y escandaloso, la paradoja de explicar toda una visin del mundo a travs de una miniatura, una decena de testigos, detalles audio-visuales y el escenario sagrado para un chef. Fue una suerte estar

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    all. Desde ese momento supe que sera una escena para inaugurar mi crnica. 3. El uso de paradojas en mis historias. La realidad te las regala de instante en instante: el restaurante ms famoso del mundo se esconde en un rincn inhspito y escondido de la Tie-rra, y al chef ms revolucionario del siglo no le gusta el vino. Un cineasta como Werner Herzog ve por primera vez un automvil a los doce aos y hace su primera llamada telefnica a los diecisiete: encerrado entre unas montaas de Baviera, creci como si fuese un nio campesino del cine mudo. Uno de sus documentales ms famosos trata de un ecologista que tras trece aos de proteger a los osos grizzly muere descuartizado por uno de ellos. La historia del alcalde ciego es la deun hombre cuya vida ha consistido en pelear para que lo traten como un hombrenormal y que el da que lo eligen alcalde de Cali se acaba la normalidad.

    Luego de que eliges un tema o un personaje, cmo sigue el

    proceso: te documentas exhaustivamente?, hablas con perso-nas que lo conocen?, lees textos o ves videos donde aparecen?

    Cada historia exige tomar cientos de decisiones en las que con frecuencia manda el azar. Antes de decidir qu buscar en cada una, intento hacerme una idea de la escala de cada historia, que de algn modo es cunto quiero saber de un personaje. Por ejemplo, para Garca Mrquez va al dentista el nico entrevistado fue el dentista. Una ruta para acercarme a un escritor que jams concede entre-vistas era conocerlo de un modo diagonal, a travs del testimonio de su odontlogo de cabecera. Dentro de esa nica entrevista uno busca su propia complejidad: lo entrevist dos veces, con cinco aos de diferencia y miles de kilmetros de distancia entre el primer y el segundo encuentro. El primero fue en Cartagena de Indias; el segundo, en Florida. En cinco aos y con una primera versin de la historia publicada, construyes cierta confianza: en el primer encuen-tro, el dentista solo me permiti ver la ficha de paciente de Garca Mrquez; en el segundo encuentro, puso sobre mi mano la muela de Garca Mrquez. A veces pienso en qu sucedera en un tercer encuentro. Luego de ambas entrevistas, busqu referencias dentales en su obra, revis la intimidad de otros escritores con sus dentistas, y me sent a escribir. Garca Mrquez va al dentista se trata de una amistad en un consultorio, a puerta cerrada, entre un novelista fa-

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    moso y un doctor de provincia. No es ms que la historia secreta de una sonrisa. En cada caso, uno va decidiendo la escala de lo que puede hacer con un personaje. Y en ese sentido, hay en cambio otros perfiles como el del chef Ferran Adri, el del tenor Juan Die-go Flrez y el del alcalde ciego de Cali en los que me he propuesto un reportaje ms exigente. En cada uno de ellos, adems de estar ms o menos minutos con cada protagonista, entrevist a docenas de personas. Le cientos de pginas sobre cocina, pera y ceguera. Revis videos, lbumes de fotografas, expedientes judiciales. Viaj a tres pases distintos. As se puede conseguir un reportaje coral y po-lidrico en el que convivan, tan coincidentes como contradictorios, los recuerdos y opiniones de toda una comunidad de gente. Pero lo que ms busqu fue la posibilidad de ser testigo de escenas en las que poda observar la rutina de mis personajes. La mayora de veces, sobre todo con celebridades, esto no es posible y te queda ser testigo de la escena de la propia entrevista y de algunos minutos ms en los que casi nunca sucede nada significativo. Tienes entonces que ir conociendo la vida de esta gente a partir de testimonios de otros tes-tigos, amigos o enemigos, y reconstruirla. El caso del alcalde ciego fue excepcional: adems de varias horas de entrevista, lo observ en un acto pblico condecorando a policas y marcando un gol en un partido de ftbol. Lo vi pescando en la tranquilidad de un lago con sus hijos, oyendo misa con sus padres, desayunando con su esposa, entrando con un cepillo de dientes al bao de su casa. No fue una convivencia. Haba la distancia que te impone la cordialidad. Siem-pre hubo una distancia cordial. En fin. Lo que quiero decir es que, fuera de estar expuestos a la anarqua del azar, existe tambin un reino de la voluntad. En una situacin ideal, consigo que el persona-je me abra una puerta y me conceda unas horas para acompaarlo en su rutina. Mientras esto sucede, voy dibujando un mapa de gente a quin buscar, de documentos que voy revisar, pensando en el senti-do de cada uno. Despus que el personaje abre su puerta, mi mayor trabajo es esperar que algo suceda. Lo inesperado tiene un precio y no siempre es el de la suerte. A veces es lo contrario: sucede algo y no te das cuenta de qu ha sucedido. Se trata de estar atento al azar. De narrar y de preguntarse: Y ahora qu va a suceder? Qu pasa cuando no pasa nada? Pero hay otras historias que me voy encomendando sin preocuparme dnde las publicar. Intento seguir

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    mi intuicin. Desde hace un tiempo, he empezado a trabajar en dos nuevos perfiles: Oscar Niemeyer y Gustavo Dudamel. El arquitecto y el director de orquestas. La de Niemeyer ser una crnica breve. La de Dudamel, ms extensa. Niemeyer tiene ms de cien aos; Dudamel menos de treinta. Niemeyer es una leyenda; Dudamel es muy famoso. Me tom tres aos llegar a Niemeyer. Me tom tres meses llegar a Dudamel. Qu puerta me han abierto ellos hasta hoy? Convers con Niemeyer durante una media hora en su estudio de Ro de Janeiro. Por ahora, la nica escena con l es la de nues-tra entrevista, en un cuartito rodeado por una computadora y una biblioteca breve. No prepar ningn cuestionario para Niemeyer: improvis la entrevista a partir del recuerdo de un texto que haba publicado sobre l y apenas pude hablar unos minutos con su espo-sa y con un arquitecto que trabaja ms de tres dcadas con l. Eso es lo que hay. A Dudamel, en cambio, lo he visto varias horas dirigien-do su orquesta juvenil en un teatro de Caracas. Lo he entrevistado en unas escaleras, en su camerino, en unas butacas, en un balcn despus de una semana de preparar un cuestionario de preguntas y de haber ledo varios libros sobre msica. He entrevistado tambin a su esposa, a su madre, a sus mejores amigos, a su gran maestro y a unos quince msicos que lo conocen desde hace aos. Viaj adems a Barquisimeto, la ciudad donde naci, para entrevistar a su abuela y conocer el lugar donde tom por primera vez una batuta para dirigir a sus amigos cuando era nio. Explicar qu hace un director de orquesta puede ser tan ambicioso como divertido, pero no se lo recomendara ni a un psicoanalista. Tres meses despus de este viaje a Caracas, acabo de aterrizar en Los ngeles para volver a verlo en unos ensayos y un concierto. Y ahora qu va a suceder? Volver a ver a Niemeyer? Viajar a Brazilia? Ver bailar a Dudamel en Los ngeles este fin de semana? Quin sabe. Quin sabe.

    Y a la hora de ponerte a escribir la historia, una vez que tienes todo el material, por dnde partes?, haces una suerte de guin del texto?, te lanzas a escribir y que sea lo que tu imagi-nacin quiera?

    No puedo empezar a escribir sin un ttulo. Necesito un t-tulo, uno que funcione como un faro intermitente y que de rato en rato me trace una frontera y la intriga de lo que voy a contar.

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    Ese es mi nico guin. Para m un ttulo no solo es faro: es una promesa. Solo puedo ir enterndome de qu se trata la promesa a medida que la escribo. La propia escritura y reescritura me corrige. Debajo del ttulo, necesito un subttulo. Siempre es una pregunta. A veces la pareja de ambos es muy sencilla y, ms que una idea, solo define un tema. El abc del seor K: Qu lee un corresponsal de guerra antes de subirse a otro avin? (sobre el Kapuscinski lector). A veces la pareja es ms compleja y permite entrever cierta idea del personaje: Un extraterrestre en la coci-na. Cuntos platos debe romper un cocinero para convertirse en el chef ms revolucionario del planeta?. Si el ttulo es el an-zuelo, el subttulo debe ser el ancla.

    En lo referido a la etapa del reporteo y cuando entrevistas a alguien, cmo lo haces para obtener de ellos lo que quieres?, conversas largamente?, tienes varias entrevistas?, no usas gra-badoras para que no se intimiden?, le ofreces cigarrillos?, con-versas con ellos en torno a una copa?

    Lo esencial es sentir genuina curiosidad por el personaje. Es un privilegio que a uno le paguen para conocer a gente que siempre quiso conocer. Pero no basta con sentir la curiosidad sino contagiarla en el tiempo. El entusiasmo y la discrecin no garantizan nada. El misterio del carisma y de la qumica entre pares es ms decisivo para que alguien se sienta cmodo frente a un intruso. Conocer a alguien no es una historia de soledades sino de tropiezos. Como en toda historia ntima, solo los detalles nos permiten recordar a alguien. Te puedes enamorar de la voz de una persona sin haberla visto. O despreciarla apenas oyes pronunciar su nombre. Si existen trucos para crear un clima de confianza, en verdad no los conozco. No se trata entonces de buenos modales. Se trata de un estado de nimo, de cierto conta-gio al preguntar. Se trata menos de cortesa y ms de honestidad. Lo ms sincero es para m transmitir mi fascinacin por cono-cer. Lo dems es lo de siempre: cumplir con los compromisos, estar atento al azar y, como ha sucedido en mi caso, dejar la puerta entreabierta para poder volver. He sido afortunado y casi siempre he podido volver a entrevistar a mis personajes. No me refiero a entrevistarlos dos o tres veces durante el mismo mes,

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    que es ms normal, sino de volver a buscarlos para continuar la misma historia en seis meses (como al alcalde ciego), cinco aos despus (como el dentista de Garca Mrquez) o siete aos ms tarde (como a Ferran Adri). Es un lujo poder ser testigo de cmo cambia un personaje con el tiempo y de poder corregir tus propios errores de percepcin. Gran parte de los problemas al sentarte a escribir una crnica empiezan en las entrevistas. Llevo casi siempre una grabadora enana y una libreta de notas. La memoria siempre traiciona. No estoy tan de acuerdo en que se satanice a la grabadora: es solo un artefacto y no una excusa para una atencin perezosa. Escuchar siempre tiene algo de acto contranatura. Hoy ms que nunca es un acto de voluntad. Y uso mi libreta de notas no solo como la taquigrafa de mi memoria: es ms un espacio para pensar en garabatos.

    Qu importancia le asignas al primer y ltimo prrafo de tus textos? Los trabajas como cualquier otro prrafo o tienen una importancia superlativa?

    Vivimos una crisis general de la atencin y del auge del ol-vido instantneo, y no creo que escribir bien sea una opcin esttica. Es una necesidad tica. En mi caso, escribir es buscar memoria: quiero que a alguien le importe lo que a m me impor-ta. El ttulo y el primer prrafo son lo primero que por casua-lidad se encuentra un seor aburrido que voltea las hojas o un nio elctrico que hace clicks en su pantalla. Aunque nos hayan invadido las abreviaturas y los telfonos sean las nuevas m-quinas de escribir, se sigue percibiendo el mundo a travs de las palabras. Y escribir bien sigue siendo un placer y un compromi-so. Quien no lo intente todos los das no pierde lectores: pierde gente conmovindose, divirtindose, indignndose, entendiendo qu sucede. Pero qu significa escribir bien? En principio, no es lo mismo una historia bien escrita que una buena historia: la primera puede serlo por tener carcter, gracia y sensualidad (a veces el estilo es la nica verdad). La segunda, en cambio, tiene el mrito de descubrir un mundo ignorado (ni siquiera tiene que estar bien escrita para ser memorable). Uno se acostumbra a or buenas historias que luego las lee mal escritas. Es la ley de la gravedad. Como todos, antes de que un editor me ponga voz de polica porque no le he enviado mi texto, me paso varios das

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    reescribiendo el primer prrafo y el ltimo y lo que decido que ocurra entre el primero y el ltimo. En El tenor que no saba silbar, eleg una apertura y un cierre circulares: el mismo detalle que dej volando en el ttulo (silbar) lo hice aterrizar antes del punto final. En Un extraterrestre en la cocina, habiendo elegido la escena de la cada de un plato como primer prrafo, termino la historia con un misterioso comensal que desaparece del restau-rante sin pagar la cuenta. En todos los casos, intento crear una identidad entre mi mirada y mis palabras.

    No te voy a pedir un declogo, pero s dame tres reglas bsi-cas que a tu juicio todo buen contador de historias debiera tener en cuenta antes de lanzarse a escribir.

    1. Cuenta solo las historias que te diviertan, te conmuevan o te exciten. 2. S honesto e intolerante con tu propia ignorancia: trabaja para que tu historia no sea un fraude intelectual. 3. Ten la amabilidad de no aburrir.

    Hay un riesgo que uno siempre corre al momento de escri-bir perfiles. La posibilidad de encariarse con el perfilado y que el texto termine siendo una suerte de ensalzamiento del persona-je. Te ha ocurrido? Cmo has hecho para evitar caer en eso? O no est mal que uno se encarie con l?

    El riesgo no es encariarse con un personaje sino mentir acerca de l. Uno no puede evitar ser ms cmplice o ms in-quisidor o ms irnico o fan. No puedo mirar a un personaje como Newton vio caer una manzana. No puedo mirarlo como un Premio Nobel de Fsica. Pero tampoco suelo tomar el partido de un fiscal o un abogado. No digo que nunca lo har. Mi tem-peramento no es el de un publicista ni el de un osito de felpa. Co-nocer gente es un asunto delicado. Quien escribe perfiles trabaja desde la paradoja de intentar entender la biografa de alguien y de verlo tan solo unos minutos de su vida. Proust recordaba que los grandes artistas nunca son iguales dos das seguidos y crea que la irregularidad era uno de los signos del genio. Lo que ms nos definen son nuestras propias contradicciones. Creo que gran parte de la vida nos la pasamos intentando ser una sola persona y me parece raro que la gente crea que esta dualidad

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    es un motivo para desconfiar de alguien. Un perfil intenta darle lgica y sentido a una vida extraordinaria y zigzagueante. Es un gnero tan ambicioso como decepcionante. El resultado de un perfil no es la visin del personaje desde un panptico, ms propia de una biografa, sino solo detenerse a mirarlo desde unas cuantas esquinas de su vida. La subjetividad no es entonces una eleccin sino una fatalidad. Lo que uno elige es cunto de lo que sabe quisiera publicar. La admiracin no debera anular la crtica y viceversa. A mis amigos que ms quiero suelo decirles lo que pienso. Pero las consecuencias pueden ser graves cuando les cuentas a unas cincuenta mil personas lo que piensas de alguien: que le tiene miedo a su vecino o que trata mejor a su perro que a sus empleados domsticos. La irreverencia puede ser razonable y hasta divertida, pero tampoco garantiza un buen perfil. Y por el contrario: el desprecio puede ser un combustible para trazar una buena historia, si cuentas con la fortuna de que un editor convierta tu energa de enterrador en la de un descubridor de complejidad. Se puede escribir desde la ignorancia un perfil de Umberto Eco? Cmo emprender el perfil de un narcotraficante como un villano sin excluir su personalidad de padre ejemplar? Es posible explicar sin sarcasmo el xito de un cantante como Arjona? Uno sabe que al escribir sobre una persona atraviesa una cuerda floja cuyos extremos son la piedad y la crueldad. O que navega a la deriva y con la corbata mal anudada por las aguas tibias de la diplomacia. En mi caso, he intentado buscar a mis personajes por una suerte de amor platnico cuyo primer combustible es la admiracin. Pero, como en la mayora de los amores, quin sabe si tarde o temprano tambin est garantizado el aburrimiento.