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ICONOCLASTIA

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ICONOCLASTIA

La disputa de las imágenes. Duró un siglo. En relación al culto de las imágenes,

podemos decir que los cristianos de los primeros siglos habían manifestado una cierta oposición a las representaciones de la divinidad y de los santos, basados en algunos pasajes de la Sagrada Escritura.

Las consideraban como ídolos.

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Sin embargo, ya desde el siglo III van apareciendo representaciones de Cristo, de la Virgen y de los santos. Las catacumbas mismas fueron decoradas con representaciones de personajes y con escenas de las Escrituras, en las que Cristo ocupaba un lugar eminente. En los sarcófagos cristianos se esculpían escenas religiosas. También en los templos van apareciendo imágenes. El hecho es que, poco a poco, se van imponiendo tanto en oriente como en occidente.

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Se ve en ellas una función pedagógica. Son como “sermones silenciosos” o “libros para analfabetos”. Son veneradas como si fijaran la presencia de aquel o de aquella que representan. Y algunos empiezan a preocuparse y acusan el culto de las imágenes de superstición y hasta de idolatría.

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PRIMEROS ENFRENTAMIENTOS

El año 726, el emperador León III destruye una imagen de Cristo muy venerada que se encuentra encima de la puerta de su palacio de Constantinopla. Es el comienzo de aquella política iconoclasta (destrucción de imágenes) que prosigue el emperador a pesar de los motines populares y la resistencia de los monjes, alguno de los cuales sufren el martirio por defender la legitimidad de las imágenes.

Este emperador pretendió que el Papa sancionase estas medidas y, ante la negativa de Gregorio II, reaccionó violentamente: confiscó las propiedades pontificias enclavadas en los dominios imperiales del sur de Italia, y arrebató de la jurisdicción de la sede romana los territorios que constituían el antiguo vicariato de Tesalónica. Con tales hechos creó un nuevo motivo de fricción entre Roma y Constantinopla.

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• El problema de las imágenes provocó la escisión de la iglesia bizantina en dos bandos. Los emperadores isáuricos se apoyaron especialmente en el ejército, que les prestaba una adhesión entusiasta y fue el brazo ejecutor de la política iconoclasta. En cambio, los monjes, en su gran mayoría, fueron fervientes defensores de los iconos, y muchos de ellos sufrieron persecución y muerte por esta causa.

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• Junto a los monjes estuvo la gran masa del pueblo, muy amante de las tradiciones religiosas y profundamente herida en sus sentimientos. La cuestión alcanzó sus momentos álgidos en el reinado del hijo de León III, el emperador Constantino V Coprónimo, que pretendió revestir la lucha iconoclasta de un ropaje teológico.

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• Convocó el año 754 un concilio en Constantinopla, que condenó como idolatría la veneración de las imágenes y excomulgó a los defensores de su culto, y de modo especial al más ilustre de todos, san Juan Damasceno. Fue un concilio acéfalo, porque ni el papa romano ni ninguno de los patriarcas estuvo representado. Se le llamó también “sínodo execrable” en expresión del papa Esteban III.

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• Irene, esposa de León IV, hijo del iconoclasta Constantino V, promovió la calma, de acuerdo con el papa Adriano I, y convocó el II concilio de Nicea (787), que reconoce la legitimidad de la veneración de las imágenes, y declaró nulo las decisiones del sínodo iconoclasta del 754. La lucha se reanuda en el año 813 y no se aplaca definitivamente hasta el 843, gracias a la emperatriz Teodora, regente del imperio durante la menor edad de su hijo Miguel III. El pueblo triunfó sobre la voluntad imperial. Este asunto de las imágenes volverá a debatirse durante la reforma protestante.

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• La Iglesia ha considerado a las imágenes como “sermones silenciosos” y “libros para los iletrados”, fáciles de entender. San Juan Damasceno distinguía entre la verdadera “adoración” (latría) que tan sólo a Dios es debida, y la veneración que se tributa a las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los santos. La iglesia reconoció que es legítimo venerar y honrar las imágenes “con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa costumbre de los antiguos, porque el que adora a una imagen adora a la persona en ella representada”.