vidas imaginarias

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1  Vidas imaginarias Marcel Schwob Estudio preliminar y traducción  Julio Pérez Millán

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Marcel SchwobVidas imaginarias (Vies Imaginaires en francés) es un libro de relatos escrito por Marcel Schwob en 1896.Todos los relatos tienen un carácter biográfico y para su escritura, en palabras de Jorge Luis Borges, Schwob «inventó un método curioso. Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de esta obra está en ese vaivén.»Un Prefacio del autor precede a los relatos. En él, Schwob especula sobre los métodos biográficos seguidos por escritores que le han precedido (Diógenes Laercio, James Boswell, John Aubrey), afirmando que «El arte del biógrafo consistiría en dar el mismo valor a la vida de un pobre actor que a la vida de Shakespeare.»

Transcript of vidas imaginarias

  • 1Vidas imaginariasMarcel Schwob

    Estudio preliminar y traduccin

    Julio Prez Milln

  • 2Centro Editor de Amrica Latina

    Ttulo original: Vies imaginaires

    Edicin digital de Lety & Urijenny

    1980 Centro Editor de Amrica Latina S. A. - Junn 981, Buenos Aires.

    Hecho el depsito de ley. Libro de edicin Argentina. Impreso en junio de 1980. Tapa: FA.VA.RO., Independencia 3277 Buenos Aires. Pliegos interiores:

    Compaa General Fabril Financiera S. A., Iriarte2035, Buenos Aires.

    Distribuidores en la Repblica Argentina: Capital: Mateo Cancellaro e Hijo,

    Echeverra 2469, 5 C, Buenos Aires. Interior: Ryela SAICIF y A, Belgrano 624, 6 p., Buenos Aires.

    ed barrio, Santander 2014http://espaciodeescrituracreativaeltaller.blogspot.com/http://ramonqu.wordpress.com/http://20navajasuiza10.wordpress.com/

  • 3En plena Belle poque, en pleno simbolismo y en un momento de plenitud desbordante para las letras france-sas, Marcel Schwob (1867-1905) cruza el mundo dejan-do una impronta de originalidad profunda y fulgurante a la vez. Hijo de un hombre que incurri en la literatura, sobrino de un erudito bibliotecario, no es extrao que conociera a la perfeccin las lenguas clsicas y fuese un apasionado de las Letras inglesas. Su amor con la cle-bre actriz Marguerite Moreno y una enfermedad extraa y atroz, que lo acosara durante los ltimos aos de su breve vida, son datos que nunca olvidan sus bigrafos. Adems de estas Vidas imaginarias, otros tres libros de Marcel Schwob son de lectura imprescindible: El rey de la mscara de oro, Libro de Monelle y La cruzada de los nios (la traduccin al espaol 1949 de esta ltima lleva prlogo de Jorge Luis Borges quien tiene ms de un punto de con-tacto con el escritor francs). Desde la versin de Ricardo Baeza, Vidas imaginarias ha conocido varias traducciones buenas al espaol; sta de Julio Prez Milln es, sin duda, excepcional.

    Vidas imaginariasMarcel Schwob

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  • 5ndiceEstudio Preliminar ............................................. 7Mssieur. Renatus Decartes .............................. 21Empdocles ....................................................... 25Erostrato ............................................................ 29Crates .................................................................. 34Sptima ............................................................... 38Lucrecio ............................................................. 43Clodia ................................................................. 47Petronio ............................................................. 51Sufrah ................................................................. 55Frate Dolcino .................................................... 58Cecco Angiolieri .............................................. 64Paolo Uccello .................................................... 69Nicols Loyseleur ............................................. 74Katherine la Encajera ...................................... 80Alain el Gentil ................................................... 84Gabriel Spenser ................................................ 88Pocahontas ........................................................ 93Cyril Tourneur .................................................. 98William Phips .................................................. 102El capitn Kid ................................................. 106Walter Kennedy .............................................. 111El mayor Stede Bonnet ................................. 115Los seores Burke y Hare ............................ 122

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  • 7ESTUDIO PRELIMINAR

    Ayer Schwob estuvo en casa hasta las dos de la maana. Me pareci como si tomara entre sus dedos finos mi cerebro y le diera vueltas, ponindolo a la luz. Hablaba de Esquilo, comparndolo con Rodin. Analizaba Los siete contra Tebas y la rivalidad de Eteocles y Polnices y la manera geomtrica, arquitectural, en que esta obra se halla compuesta: tantos enemigos contra tan-tos, tantos versos, diez por ejemplo, para cada jefe. . . De pronto la lmpara se apag. Encend las velas del piano. El rostro de Schwob qued en la sombra. Siento que ese muchacho ejercer en m una influencia enorme.

    Aquel 20 de marzo de 1891 Jules Renard escucha durante horas a su sereno y meticuloso encantador, sin ocasin, deseos, ni fuerzas, tal vez, para escapar del he-chizo. Pero el axar llega para librarlo transitoriamente, la sombra que arrebata el rostro al seductor le da un respi-ro y en ese respiro entra justo el reconocimiento de su condicin de subyugado; alcanza para eso antes de que renazca el influjo.

    Lo sucedido aquella noche supone una relacin y una situacin que se repiten con cada lectura de Schwob, porque el aura de encantamiento que se desprenda del hombre, ha pasado intacta, cuando no crecida, a lo que escribi. Es esta cualidad primordial de la obra lo que en seguida percibe el lector y lo que lo envuelve de punta a cabo, de la primera a la ltima lnea, placenteramente. Despus, cuando se apaga la lmpara y hay que encen-

  • 8der las velas del piano, no se puede evitar que la curio-sidad pique, queremos desentraar el misterio, descubrir los elementos de que se compone el embrujo, saber qu hay adentro

    Uno de los primeros que se embarc en la inda-gacin fue Remy de Gourmont. El genio particular de Schwob es una especie de sencillez pavorosamente com-pleja, que hace que, mediante la disposicin y armona de una serie de detalles justos y precisos, sus narraciones den la sensacin de un detalle nico. La irona de estos cuentos y relatos biogrficos raramente aparece enfati-zada(...); por lo general, es ms bien latente, se difunde en sus pginas como una veladura a primera vista apenas perceptible. Schwob, en el curso de su narracin, nunca siente la necesidad de hacer comprender sus invenciones, no es en modo alguno explcito, y ello aguza la impresin de irona por el contraste natural que se descubre ante un hecho que nos parece maravilloso o abominable y la brevedad desdeosa de un cuento.

    Esta estimacin de Remy de Gourmont encierra des claves que nos permiten entrever el mecanismo por den-tro. Una est en lo referido a la disposicin y armona de una serie de detalles justos y precisos. . . Todas las narra-ciones de Schwob pareceran estar armadas alrededor de una sucesin breve de estos detalles justos y precisos. Irrumpen con calculada intermitencia en el relato para jugar un papel inusitado, porque as se trate de la narra-cin de un rasgo fsico o de carcter, de la mencin de la circunstancia en la que encuadra tal o cual hecho o de la parca indicacin de un acontecimiento csmico, lo

  • 9que tienen en comn es siempre su ndole inslita. Y, sin embargo, estn intercalados en la narracin como avales de veracidad y cumplen con su cometido a la perfeccin. Casi desmienten lo contado una vez por Merime: Si la eleccin del detalle es desdichada, ya no hay ilusin. Un marinero contaba que haba visto al fantasma de su capi-tn, muerto algunos das antes. Sala de la gran escotilla con su sombrero de tres picos. . .

    Cuntale eso a los soldados dijo uno de sus com-paeros. Fantasmas se ven con bastante frecuencia, pero con sombrero de tres picos, nunca. . ..(1)

    Pues bien; los cuentos desdeosamente cortos de Schwob estn atinadamente salpicados de fantasmas con sombrero de tres picos, sin los cuales todo lo dems re-sultara falaz, o por lo menos improbable.

    Acaso fuera ese su camino para alcanzar a expresar su realidad tal como el admirado Stevenson haba con-figurado la suya: El realismo de Stevenson es perfecta-mente irreal y (...) por eso es todopoderoso. Stevenson no mir nunca las cosas sino con los ojos de su imagina-cin (...). Ya habamos encontrado en muchos escritores el poder de realzar la realidad con el color de las palabras; yo no s si podra encontrarse fuera de l imgenes que, sin la ayuda de las palabras, sean ms violentas que las imgenes reales (...), son imgenes irreales, puesto que ningn ojo humano podra verlas en el mundo que cono-cemos. Y sin embargo son, hablando con propiedad, la quintaesencia de la realidad.(2)

    1 Merime, P.: Oeuvres completes, Eludes de littrature russe, t. 1, Pars, H. Champion, 1931.

    2 Schwob, M.: Spicilge, 1896 (en Jarry, Schwob et Stevenson, por Anne de Latis, Dosiers acenontes du Collge de Pataphysique, n 5).

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    Esto va por los detalles. Nos queda ahora la segun-da clave, la de lo tenue de la irona y la en apariencia im-procedente naturalidad, con ribetes de displicencia, con que se trata lo maravilloso y abominable.

    La relacin de atrocidades y maravillas con tono neutro, despojado de todo nfasis, pero sustentada por una irona apenas discernible aunque siempre activa y sostenida por una cadencia que registra sin alharaca la magnitud de las emociones, puede ser vista como una variante de aquella prosa apasionada en la que pens De Quincey, habida cuenta de que la pasin puede ser durante mucho tiempo contenida por la meticulosidad y la irona, segn coment Pierre Leyris.

    Es probable que el punto de encuentro y de fusin del detalle exacto y desquiciado y de la prosa clida y ponderada parienta del milagro de una prosa musical sin ritmo y sin rima, lo bastante dctil y lo bastante dura como para adaptarse a los movimientos lricos del alma, a las ondulaciones de la ensoacin, los sobresaltos de la conciencia, ambicionado por Baudelaire sea el foco del cual emane el sortilegio.

    Pero lo que importa, para nuestra dicha y regocijo, es que ninguna inspeccin lo anula ni recorta, pervive y est cerca, podemos desentendernos de los engranajes recnditos y disfrutarlo, sin perjuicio de volver a hurgar en sus explicaciones posibles.

    Los historiadores de la literatura ubicaron a Schwob en el simbolismo, marbete puesto a un momento de la historia de las letras para el cual Hubert Juin juzg for-zoso encontrar una definicin coherente, exacta y de

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    aplicacin constantemente segura. Lo que se sabe, con toda evidencia explic es que entre 1885 y 1900 una cierta poesa agonizaba y que otra, con tanteos extraos, se esforzaba por nacer. Y nos acostumbramos, para no perder tiempo, a llamar parnasianos a los moribundos y simbolistas a los innovadores. Los historiadores puristas introdujeron, en ese instante y en ese lugar, sutilezas de acomodo: hay, dijeron, decadentes que no son simbolis-tas y versolibristas que, bien vistos, no son ni decadentes ni simbolistas, a decir verdad. Fue Bretn quien en 1911 advino para sentenciar tajante que a decir verdad, no hay decadente que no haya sido simbolista o versolibrista y a la recproca, (3) dictamen al cual se pliega Juin.

    All est Schwob, entre simbolistas y decadentes, ms cerca de estos ltimos, junto a ellos, unido a ellos por los rasgos en comn que se crey encontrarles; y est aqu, sobre todo aqu, en las Vidas imaginarias, solo, magnfico superviviente, salvado por lo nico que cada hombre lle-ga a poseer realmente de s mismo, sus rarezas.

    Los mecanismos persuasivos y desconcertantes que arma, figuraciones de ese su fantstico sin espectros ni fantasmas, pero con profusin de alucinados cuyas alucinaciones bastan para espantarnos(4), asienta en su inconmensurable erudicin, en esa cultura un poco tal-mdica que de todo haca acopio(5). El principio de esa cultura se remonta a los ms tempranos das de la infancia.

    3 Juin, H.: Des fanatiques de lecriture: les symbolistes, Maga-zine Littraire, n 52, Pars, mayo 1971.

    4 France, Anatole: Le Temps, 12 de julio de 1891.5 Juin, H.: Prlogo a Le roi au masque dor / Vies imaginaires /

    La croisade des enfants, Pars, U.G.E., 1979.

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    Su padre fue condiscpulo de Gustave Flaubert, amigo de Thophile Gautier, a quien admiraba, y aventu-r algunas lneas en el Corsaire Satn, la publicacin de Baudelaire. En 1849 particip en un vaudeville intitulado Abdallah, que nunca fue representado ni publicado, en connivencia con otro de sus amigos, Julio Verne.

    En 1882 la familia Schwob decidi enviar a su hijo a estudiar en Pars, donde tendra que vivir con su to Len Cahun, hermano de su madre, Mathilde. Este to era el muy docto autor de unos cuantos libros y ocupaba el car-go de bibliotecario en jefe de la Biblioteca Mazarine, en el Instituto de Francia. Y ese, el Instituto de Francia, fue el primer alojamiento de Marcel en Pars.

    Pero aadidas a su educacin convencional, que fue esmeradsima, hubo muchas lecturas, diversas y constan-tes. Con el tiempo, nada de lo literario le fue extrao. Lleg a conocer al dedillo y a barajar con deslumbrante soltura las letras griegas, latinas, medievales y sobre todo, las inglesas, que prefiri. Marcel Schneider(6) escribi que en Meredith aprendi la paciencia para las observaciones minuciosas, y que satisfizo su gusto por lo maravilloso y extraordinario con la lectura de Shakespeare, Poe y los ingleses del siglo XIX, Stevenson y Swimburne en par-ticular.

    Le toc vivir el tiempo ya sealado para siempre con el sobrenombre tan famoso como peligroso de blle poque, apodo hasta cierto punto explicable si se acepta que de 1880 a 1910 Francia conoci la ms gran-

    6 Schneider, M.: La littrature fantastique en Franco, Pars. Fa-Fa-yad, 1964.

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    de epidemia de risa de su historia. Los diarios cmicos se contaban por decenas y Le Rire (La Risa) tiraba 150.000 ejemplares(7). Se rea en el music-hall, en el circo, en el caf-concert...

    Levantados y envueltos por este jolgorio se expan-dan los Catulle Mends y los Louis Veuillot, ovacionados por la gente de orden; y mora sin escndalo Lautreamont y vivan malamente Verlaine, Rimbaud, Corbire, Lafor-gue. . ., sin que se diera por enterada la lite poseedora de los secretos de la elegancia y del buen gusto, dada a lo exquisito y a lo refinado(8).

    Hubo dos mujeres en la vida de Schwob. Una se lla-m Louise, y de ella poco y nada se sabe. Una prostituta, insinan como al pasar las malas lenguas: una pobre obre-ra, afirman con benevolencia las almas rectas. Era, segn parece, una chiquilina pequea y endeble que abusaba del caf y del tabaco, segn cuenta Pierre Champion. Se con-virti en la Monelle del Livre de Monelle y muri abatida por la pobreza y la tuberculosis a pesar de los muchos cuidados que Schwob le prodig. La otra fue Marguerite Moreno, la celebrrima y talentosa actriz de la Comedia Francesa. Su relacin fue larga se encontraron en enero de 1895 y se separaron a la muerte de Schwob, diez aos despus y poco comn pues por entonces hizo pre-sa de l una enfermedad de la cual slo se sabe que fue extraa y atroz. A fines de aquel mismo ao refiere su bigrafo, el ya citado Pierre Champion fue operado por

    7 Carrire, J. C: Humour 1900 (Presentacin), Pars, Edit. Ju. 1963.

    8 Juin, H.: Chimres fin de sicle. Magazine Littraire, N 35, Pars, diciembre de 1969.

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    primera vez. Luego tuvo que soportar cuatro operaciones ms debido a un mal misterioso que los mdicos diagnos-ticaban de modo diverso. Desde entonces Schwob fue slo un invlido condenado a arrastrar una vida lnguida y precaria, mutilado, herido irreparablemente en su dig-nidad de hombre. . .. No obstante, contrajeron matri-monio en Londres en setiembre de 1900. La enfermedad le carcomi cuerpo y alma. Agriado el carcter, se torn intratable y poco a poco fue quedando solo. En octubre de 1901 se embarc hacia las Samoa, en la estela de su querido y admirado Stevenson, quien all haba muerto y estaba enterrado y al que los nativos evocaban con cario como al tusitala, el que cuenta historias. En marzo de 1902 regres a Pars y, sobreponindose a los embates renovados de la enfermedad, continu viajando y traba-jando hasta el 26 de febrero de 1905, fecha de su muerte, a los 37 aos de su nacimiento, acaecido en Chaville, dis-trito de Versailles, el 23 de agosto de 1867.

    Julio Prez Milln

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    La ciencia de la historia nos sume en la incerti-dumbre acerca de los individuos. No nos los muestra sino en los momentos que empalmaron con las acciones generales. Nos dice que Napolen estaba enfer-mo el da de Waterloo, que hay que atribuir la excesiva actividad intelectual de Newton a la absoluta continencia propia de su temperamento, que Alejandro estaba ebrio cuando mat a Klitos y que la fstula de Luis XIV pudo ser la causa de algunas de sus resoluciones. Pascal especu-la con la nariz de Cleopatra si hubiese sido ms corta o con una arenilla en la uretra de Cromwell. Todos esos hechos individuales no tienen valor sino porque modi-ficaron los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar su ilacin.

    Son causas reales o posibles. Hay que dejarlas para los cientficos.

    El arte es lo contrario de las ideas generales, descri-be slo lo individual, no desea sino lo nico. No clasifica, desclasifica.

    En tanto como a nosotros atae, nuestras ideas ge-nerales pueden ser similares a las que rigen en el planeta Marte y tres lneas que se cortan forman un tringulo en todos los puntos del universo. Pero mrese una hoja de rbol, sus nervaduras caprichosas, sus tintes que varan con la sombra y el sol, la protuberancia que ha levantado en ella la cada de una gota de lluvia, la picadura que le dej un insecto, el rastro plateado del pequeo caracol, el primer dorado mortal que le imprimi el otoo; bs-quese una hoja exactamente igual en todos los grandes

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    bosques de la tierra; lanzo el desafo. No hay ciencia del tegumento de un foliolo, de los filamentos de una clula, de la curvatura de una vena, de la mana de una costum-bre, de los arranques de un carcter. Que un hombre haya tenido la nariz torcida, un ojo ms arriba que otro, la ar-ticulacin del brazo nudosa; que haya acostumbrado co-mer pechuga de pollo a una hora determinada, que haya preferido el Malvoisie al Chateau-Margaux, eso es lo que no tiene paralelo en el mundo. Lo mismo que Scrates, Tales hubiera podido decir gnozi-seauton, pero no se habra frotado la pierna de la misma manera, en la prisin, antes de beber la cicuta. Las ideas de los grandes hombres son patrimonio comn de la humanidad; lo nico que cada uno de ellos posey realmente fueron sus rarezas. El libro que describiera a un hombre con todas sus anomalas se-ra una obra de arte similar a una estampa japonesa en la cual se ve eternamente la imagen de una pequea oruga vista una vez a una hora particular del da.

    Las historias callan estas cosas. En la rida coleccin de materiales que suministran los testimonios no hay mu-chos resquicios singulares e inimitables. Los bigrafos, los antiguos sobre todo, son avaros. Como casi todo lo que estimaban era la vida pblica o la gramtica, lo que nos transmitieron de los grandes hombres fueron sus dis-cursos y los ttulos de sus libros. Fue Aristfanes mismo quien nos dio la alegra de saber que era calvo y si la nariz chata de Scrates no hubiese sido objeto de compara-ciones literarias, si su costumbre de andar descalzo no hubiese sido parte de su sistema filosfico de desprecio por el cuerpo, no habramos conservado de l sino sus

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    interrogatorios sobre moral. Los comadreos de Suetonio son slo polmicas llenas de rencor. El buen genio de Plutarco a veces hizo de l un artista; pero no supo com-prender la esencia de su arte, puesto que imagin para-lelas como si dos hombres descritos exactamente con todos sus detalles pudiesen parecerse! No queda ms que consultar a Ateneo, a Aulio Gelio, a los Escoliastas y a Digenes Laercio, quien crey haber compuesto una es-pecie de historia de la filosofa.

    El sentimiento de lo individual se ha desarrollado ms en los tiempos modernos. La obra de Boswell sera perfecta si no hubiese credo necesario citar la correspon-dencia de Johnson y hacer digresiones sobre sus libros. Las vidas de las personas eminentes de Aubrey son ms satisfactorias. Aubrey tuvo, sin duda, instinto de bigrafo. Es lamentable que el estilo de este excelente anticuario no est a la altura de su concepcin! Su libro hubiese sido la recreacin eterna de los espritus avisados. Aubrey nunca experiment la necesidad de establecer una relacin entre los detalles individuales y las ideas generales. Le bastaba con que otros hubiesen sealado para la celebridad a los hombres por los cuales se interesaba. Casi nunca se sabe si habla de un matemtico, de un hombre de Estado, de un poeta o de un relojero, pero cada uno de ellos tiene su rasgo nico, que lo diferencia para siempre entre todos los hombres.

    El pintor Hokusa esperaba alcanzar el ideal de su arte cundo tuviera ciento diez aos. En ese momento, deca, todo punto, toda lnea trazados por su pincel co-braran vida. Por vida entindase individualidad. No hay

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    nada ms parecido entre s que los puntos y las lneas; la geometra se fundamenta en ese postulado. El arte per-fecto de Hokusa exiga que nada fuera ms diferente. Asimismo, el ideal del bigrafo sera diferenciar al infi-nito el aspecto de dos filsofos que hubiesen inventa-do poco ms o menos la misma metafsica. Es por esto que Aubrey, que se consagra nicamente a los hombres, no alcanza la perfeccin, pues no ha sabido consumar la milagrosa transformacin que Hokusa esperaba de la semejanza en la diversidad. Pero Aubrey no haba llegado a la edad de ciento diez aos. Es muy estimable, no obs-tante, y se daba cuenta del alcance de su libro. Recuerdo dice en su prefacio a Anthony Wood una frase del ge-neral Lambert: that the best of men are but men at the best de lo cual se encontrarn muchos ejemplos en esta ardua y precipitada coleccin. Por ello estos arcanos no debern ser expuestos a la luz sino dentro de unos treinta aos. Conviene, efectivamente, que el autor y los perso-najes (como los nsperos) estn podridos antes.

    Se podra descubrir en los predecesores de Aubrey algunos rudimentos de su arte. As Digenes Laercio nos informa que Aristteles llevaba en el estmago una bol-sa de cuero llena de aceite caliente y que en su casa se encontr, despus de su muerte, una gran cantidad de vasijas de tierra. No sabremos nunca lo que Aristteles haca con todo ese cacharrero. Y el misterio es tan agra-dable como las conjeturas en las cuales Roswell nos deja sumidos acerca del uso que Johnson haca de las cscaras de naranja secas que acostumbraba guardar en sus bol-sillos. En esto Digenes Laercio se alza casi a lo subli-

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    me del inimitable Boswell. Pero estos son placeres raros. Aubrey, en cambio, nos los ofrece en cada lnea. Milton nos dice pronunciaba la letra R muy dura. Spencer era un hombre pequeo, llevaba los cabellos cortos, una pequea gorguera y pequeos puos de encaje. Barclay viva en Inglaterra all por la poca tempore R. Jacobi. Era entonces un hombre viejo, de barba blanca y llevaba un sombrero con plumas, lo que escandalizaba a algunas personas serias. A Erasmo no le gustaba el pescado, no obstante haber nacido en una ciudad pesquera. En cuanto a Bacon ninguno de sus servidores osaba pre-sentarse ante l sin botas de cuero de Espaa, pues ola inmediatamente el olor a cuero de becerro, que le era des-agradable. El doctor Fuller tena la cabeza tan metida en su trabajo que, mientras se paseaba y meditaba antes de cenar, coma un pan de dos centavos sin darse cuenta. Acerca de Sir William Davenant hace esta observacin: Yo estaba en su entierro; tena un fretro de nogal. Sir John Denham asegur que era el ms hermoso fretro que hubiese visto nunca. A propsito de Ben Jonson escribe: O decir al seor Lacy, el actor, que tena la cos-tumbre de usar una capa parecida a una capa de cochero, con aberturas debajo de las axilas. Esto fue lo que lo impresion de William Pryne: Su manera de trabajar era esa. Se pona un largo gorro puntiagudo que le caa por lo menos dos o tres pulgadas sobre los ojos y que le serva como pantalla para proteger sus ojos de la luz y cada tres horas ms o menos, su criado deba llevarle un pan y un jarro de cerveza para que se refocilara su nimo; de modo que trabajaba, beba y masticaba su pan y esto lo entrete-

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    na hasta la noche, cuando tomaba una buena cena. Ho-bbes se puso muy calvo en su vejez; no obstante, en su casa, tena la costumbre de trabajar con la cabeza descu-bierta y deca que nunca senta fro pero que lo que ms le fastidiaba era el tratar de impedir que las moscas fueran a posarse en su calvicie. No nos dice nada del Ocano, de John Harrington, pero nos cuenta que el autor, A. D. 1660, anno domini, fue enviado prisionero a la Torre, don-de se lo encerr y despus a Portsey Castle. Su estancia en esas prisiones (dado que era un gentilhombre de mucho espritu y cabeza caliente) fue la causa procatrtica de su delirio o de su locura, que no fue furiosa; conversaba de manera bastante razonable y era de trato muy placentero; pero lo asalt la fantasa de que su sudor se converta en moscas y a veces en abejas ad celera sobrius e hizo construir una caseta movible de tablas en el jardn del seor Hart (en frente de St. Jamess Park) para hacer un experimento. La volva hacia el sol y se sentaba enfrente; despus haca que le llevaran sus colas de zorro para espantar y aniqui-lar a todas las moscas y abejas que all se encontraran; en seguida cerraba todo.

    Ahora bien; este experimento lo haca slo en poca de calor, de manera que algunas moscas se ocultaban en las hendiduras y en los pliegues de las cortinas Al cabo de un cuarto de hora, ms o menos, el calor haca salir de su agujero a una mosca o dos, o ms. Entonces exclamaba: No ven claramente que salen de m?

    He aqu todo lo que nos dice de Meriton. Su verda-dero nombre era Head. El seor Bovey lo conoca bien. Naci en... Era librero en Little Britain. Haba vivido con

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    los gitanos. Tena el aspecto de un pillo con sus ojos p-caros. Poda revestir no importa qu forma. Quebr dos o tres veces. Fue librero por fin, o cerca de su fin. Se ganaba la vida con sus gorroneras. Le pagaban 20 che-lines la hoja. Escribi unos cuantos libros: The English Rogue, The Art of Wheadling, etctera. Ahogse camino de Plymouth en alta mar hacia 1676, a la edad de 50 aos, ms o menos.

    Se ha de citar por fin su biografa de Descartes:

    Mssieur. RENATUS DESCARTESNobilis Gallus, Perroni Dominus, summus Mathe-

    maticus et Philosophus, matusTuronum, pridie Calendas Apriles 1596. Denatus Holmiae, Calendis Februari, 1650 (Encuentro esta inscripcin al pie de su retrato por C. V. Dalen). Cmo pas su tiempo en su juventud y con qu mtodo lleg a ser tan sabio, l mismo lo cuenta al mun-do en su tratado intitulado De la Mthode. Orden de los Jesuitas se jacta de que en la orden haya recado el honor de educarlo. Vivi algunos aos en Egmont (cerca de La Haya) en donde dat varios de sus libros. Era un hom-bre demasiado sensato como para cargar con una mujer; pero, dado que era hombre, tena los deseos y apetitos de un hombre. Por eso mantena a una hermosa mujer de buena condicin a la que amaba y con la cual tuvo algu-nos hijos (creo que dos o tres). Sera muy sorprendente que, salidos de los riones de un tal padre, no hubiesen recibido una buena educacin. Era tan eminentemente

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    sabio que todos los sabios lo visitaban y muchos de ellos le rogaban que les mostrara colecciones de instrumentos (en esa poca la ciencia matemtica estaba fuertemente ligada al conocimiento de los instrumentos y, tal como lo deca el Sr. H. S., a la prctica de los trucos). Enton-ces sacaba un pequeo cajn de debajo de la mesa y les mostraba un comps que tena uno de sus brazos roto; y despus, como regla, usaba una hoja de papel doblada en dos. Est claro que Aubrey tuvo perfecta conciencia de su trabajo. No se crea que desconociera el valor de las ideas filosficas de Descartes o de Hobbes. No era eso lo que le interesaba. Nos dice muy claramente que Des-cartes mismo expuso su mtodo al mundo. No ignora que Harvey descubri la circulacin de la sangre, pero prefiere anotar que ese gran hombre pasaba sus insom-nios pasendose en camisa, que tena mala letra y que los ms clebres mdicos de Londres no hubieran dado ni cinco centavos por una de sus recetas. Est seguro de habernos instruido acerca de Francis Bacon cuando nos explica que tena ojos vivaces y delicados color de almen-dra y parecidos a los de una vbora. Pero no es tan grande artista como Holbein. No sabe fijar para la eternidad a un individuo por sus rasgos especiales en un fondo de semejanza con el ideal. Le da vida a un ojo, a la nariz, a la pierna, a la mueca de sus modelos, pero no sabe animar el rostro. El viejo Hokusa vea bien que haba que llegar a hacer individual lo que hay de ms general. Aubrey no tuvo la misma penetracin. Si el libro de Boswell cupiera en diez pginas, sera la obra de arte esperada. El sentido comn del doctor Johnson est compuesto por los luga-

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    res comunes ms vulgares; y expresado con la violencia extravagante que Boswell supo pintar, tiene una calidad nica en este mundo. Solo que ese pesado catlogo se parece a los mismos diccionarios del doctor; de l podra inferirse una Scientia Johnsoniana, con un ndice. Boswell no tuvo el coraje esttico de escoger.

    El arte del bigrafo consiste justamente en la elec-cin. No tiene que preocuparse por ser veraz; debe crear sumido en un caos de rasgos humanos. Leibnitz dijo que para hacer el mundo Dios eligi el mejor de entre los posibles. El bigrafo, como una divinidad inferior, sabe elegir de entre los posibles humanos, aquel que es nico. No debe equivocarse acerca del arte as como Dios no se equivoc acerca de la bondad. Es necesario que el instinto de los dos sea infalible. Pacientes demiurgos han acumu-lado para el bigrafo ideas, movimientos de fisonoma, acontecimientos. Su obra se encuentra en las crnicas, las memorias, las correspondencias y los escolios. De esta grosera aglomeracin el bigrafo entresaca lo necesario para componer una forma que no se parezca a ninguna otra. No es de utilidad que sea parecida a aquella que fue creada otrora por un dios superior, con tal que sea nica, como toda nueva creacin.

    Los bigrafos, por desgracia, han credo, gene-ralmente, que eran historiadores y as nos han privado de retratos admirables. Supusieron que slo la vida de los grandes hombres poda interesarnos. El arte es aje-no a esas consideraciones. Para un pintor el retrato de un hombre desconocido por Cranach tiene tanto valor como el retrato de Erasmo. No es gracias al nombre de

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    Erasmo por lo que ese cuadro es imitable. El arte de un bigrafo radicara en atribuirle tanto valor a la vida de un pobre actor como a la vida de Shakespeare. Es un bajo instinto lo que nos hace notar con placer el acortamiento del estercleidomastoideo en el busto de Alejandro o la mecha en la frente en el retrato de Napolen. La sonrisa de Mona Lisa, de la cual no sabemos nada (tal vez sea un rostro de hombre) es ms misteriosa. Una mueca dibuja-da por Hokusa lleva a ms profundas meditaciones. Si se tratase de cultivar el arte en el cual descollaron Boswell y Aubrey no habra, sin ninguna duda, que describir minu-ciosamente al ms grande hombre de su tiempo, o ano-tar la caracterstica de los ms clebres del pasado, sino contar con el mismo esmero las existencias nicas de los hombres, as hayan sido divinos, mediocres o criminales.

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    MPEDOCLESSupuesto Dios

    Nadie sabe cul fue su cuna ni cmo lleg a esta tierra. Apareci en las cercanas de las orillas doradas del ro Acragas, en la bella ciudad de Agrigento poco despus del tiempo en que Jerjes hizo azotar al mar con cadenas. La tradicin refiere solamente que su abue-lo se llamaba Empdocles; nadie lo conoci. Sin duda esto ha de entenderse como que era hijo de s mismo, tal como cuadra a un Dios. Pero sus discpulos aseguran que antes de recorrer en su gloria los campos de Sicilia, ya haba pasado por cuatro existencias en nuestro mundo, y que haba sido planta, pez, pjaro y muchacha. Llevaba un manto de prpura sobre el cual caan sus largos cabe-llos, alrededor de la cabeza una banda de oro, en los pies sandalias de bronce y en las manos guirnaldas trenzadas de lana y de laureles.

    Por la imposicin de sus manos curaba a los enfer-mos y recitaba versos a la manera homrica, con acento pomposo, subido a un carro y con la cabeza levantada hacia el cielo. Mucha gente de pueblo lo segua y se pros-ternaba ante l para escuchar sus poemas. Bajo el cielo puro que alumbra los trigales, los hombres llegaban de todas partes a Empdocles, con sus brazos cargados de ofrendas. l los dejaba boquiabiertos cantndoles la b-veda divina, hecha de cristal, la masa de fuego a la que llamamos sol y el amor, que lo contiene todo, semejante a una vasta esfera.

    Todos los seres deca no son sino pedazos des-

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    prendidos de esa esfera de amor en la cual se insinu el odio. Y lo que llamamos amor es el deseo de unirnos y de fundirnos y de confundirnos, como estbamos antes, en el seno del dios globular que la discordia rompi. In-vocaba el da en que la esfera divina se inflara despus de todas las transformaciones de las almas. Pues el mundo que conocemos es obra del odio y su disolucin ser obra del amor. As cantaba por las ciudades y por los campos; y sus sandalias de bronce llegadas de Laconia tintineaban en sus pes y delante de l sonaban cmbalos. Mientras tanto, de las fauces del Etna surga una columna de humo negro que echaba su sombra sobre Sicilia.

    Semejante a un rey del cielo, Empdocles estaba en-vuelto en prpura y ceido de oro, mientras que los pi-tagricos iban con sus leves tnicas de lino, con calzado hecho con papiro. Se deca que saba hacer desaparecer las legaas, disolver los tumores y sacar los dolores de los miembros; se le suplicaba que hiciese cesar las lluvias o los huracanes; conjur las tempestades en un crculo de colinas; en Selinunte ech a la fiebre volcando dos ros en el lecho de un tercero; y los habitantes de Selinunte lo adoraron y le levantaron un templo y acuaron monedas en las cuales su imagen estaba colocada cara a cara con la imagen de Apolo.

    Otros sostienen que fue adivino instruido por los magos de Persia, que dominaba la necromancia y la cien-cia de las hierbas que vuelven loco. Un da, cuando cena-ba en lo de Anquitos, un hombre furioso irrumpi en la sala, la espada en alto. Empdocles se incorpor, tendi el brazo y cant los versos de Homero sobre la nepenta

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    que da la insensibilidad. E inmediatamente la fuerza de la nepenta aferr al furioso, y ste qued inmvil, con la espada en el aire, olvidado de todo, como si hubiese bebido el dulce veneno mezclado con el vino espumoso de una cratera.

    Los enfermos iban a l en las afueras de las ciuda-des y era rodeado por una multitud de miserables. Haba mujeres mezcladas en su squito. Besaban los bordes de su capa preciosa. Una de ellas se llamaba Panthea, era hija de un noble de Agrigento. Deba ser consagrada a Artemis, pero huy lejos de la fra estatua de la diosa y consagr su virginidad a Empdocles. Nunca se vieron signos de su amor, pues Empdocles preservaba su in-sensibilidad divina. No profera palabras como no fuera en metro pico y en el dialecto de Jonia, a pesar de que el pueblo y sus fieles se valiesen slo del drico. Todos sus gestos eran sagrados. Cuando se acercaba a los hombres era para bendecirlos o para curarlos. Casi todo el tiempo permaneca silencioso. Ninguno de aquellos que lo se-guan pudo jams sorprenderlo en medio del sueo. Se lo vio slo majestuoso.

    Panthea iba vestida de fina lana y de oro. Peinaba sus cabellos a la rica moda de Agrigento, donde la vida se deslizaba blandamente. Sostena sus senos una almilla roja y las suelas de sus sandalias estaban perfumadas. Por lo dems, era bella y larga de cuerpo y de color muy de-seable. Era imposible asegurar que Empdocles la amase, pero tuvo piedad de ella. En efecto, el soplo asitico en-gendr la peste en los campos sicilianos. Muchos hom-bres fueron tocados por los dedos negros del flagelo. Y

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    hasta los cadveres de los animales cubran los bordes de las praderas y por un lado y otro se vea ovejas peladas, muertas con el hocico vuelto hacia el cielo, con sus costi-llas salientes. Y Panthea comenz a languidecer por esta enfermedad. Cay a los pies de Empdocles y no respira-ba ms. Aquellos que la rodeaban levantaron sus miem-bros rgidos y los baaron en vinos y aromas. Desataron la almilla roja que cea sus jvenes senos y la envolvie-ron con vendas. Y su boca entreabierta fue cerrada con un broche y sus ojos huecos ya no contemplaban la luz.

    Empdocles la mir, desprendi el crculo de oro que le cea la frente y se lo impuso. Deposit en sus senos la guirnalda de laurel proftico, cant versos desco-nocidos sobre la migracin de las almas y le orden por tres veces que se levantara y anduviera. La muchedumbre estaba llena de terror. Al tercer llamado, Panthea sali del reino de las sombras y su cuerpo se anim y se irgui so-bre sus pies, todo envuelto en las vendas funerarias. Y el pueblo vio que Empdocles era evocador de los muertos.

    Pasinates, padre de Panthea, acudi a adorar al nue-vo dios. Se tendieron mesas bajo los rboles de sus cam-pos para ofrecerle libaciones. A los lados de Empdo-cles haba esclavos que sostenan grandes antorchas. Los heraldos proclamaron, como en los misterios, el silencio solemne. De pronto, la tercera velada, las antorchas se apagaron y la noche envolvi a los adoradores. Y hubo una voz fuerte que llam: Empdocles! Cuando se hizo la luz, Empdocles haba desaparecido. Los hombres no volvieron a verlo. Un esclavo espantado cont que haba visto una saeta roja que surcaba las tinieblas hacia la cima

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    del Etna. Los fieles treparon las cuestas estriles de la montaa a la luz melanclica del alba. El crter del vol-cn vomitaba un haz de llamas. Se encontr, en el poroso brocal de lava que rodea el abismo ardiente, una sandalia de bronce retorcida por el fuego.

    EROSTRATOIncendiario

    La ciudad de Efeso, donde naci Herostratos, se extenda en la desembocadura del Caistro, con sus dos puertos fluviales, hasta los muelles del Panormo, de donde se vea, por sobre la mar de profundos colores, la lnea brumosa de Samos. Rebosaba de oro y de tejidos, de lanas y de rosas, desde que los magnesios, sus perros de guerra y sus esclavos que lanzaban venablos, haban sido vencidos a orillas del Meandro; desde que la magn-fica Mileto haba sido arruinada por los persas. Era una ciudad indolente, donde se festejaba a las cortesanas en el templo de Afrodita Hetaira. Los efesios llevaban tnicas amrginas, transparentes, vestimentas de lino hilado en la rueca, color de violeta, de prpura y de azafrn, sarapides de color amarillo manzana y blancas y rosadas, paos de Egipto color de jacinto, con los resplandores del fuego y los movedizos matices del mar y calasiris de Persia, de te-jido tupido, liviano, con todo su fondo escarlata salpicado con granos de oro con forma de copelas.

    Entre la montaa de Prion y un alto acantilado es-carpado, se divisaba, a orillas del Caistro, el gran templo de Artemisa. Haban hecho falta ciento veinte aos para

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    construirlo. Figuras tiesas ornaban sus habitaciones inte-riores, cuyos techos eran de bano y ciprs. Las pesadas columnas que lo sostenan estaban embadurnadas con minio. La sala de la diosa era pequea y ovalada. En el medio se levantaba una piedra negra prodigiosa, cnica y reluciente, con marcas de un dorado lunar, que era la pro-pia Artemisa. El altar triangular tambin estaba tallado en una piedra negra. Otras mesas, hechas de losas negras, estaban perforadas con agujeros a espacios regulares para dejar que corriera la sangre de las vctimas. De las pare-des pendan anchas hojas de acero, con empuadura de oro, que se usaban para abrir las gargantas, y el piso pu-lido estaba sembrado de vendas ensangrentadas. La gran piedra sombra tena dos tetas duras y puntiagudas. As era la Artemisa de Efeso. Su divinidad se perda en la noche de las tumbas egipcias y haba que adorarla segn los ritos persas. Posea un tesoro encerrado en una espe-cie de colmena pintada de verde, cuya puerta piramidal estaba erizada de clavos de bronce. All, entre los anillos, las grandes monedas y los rubes, yaca el manuscrito de Herclito, quien haba proclamado el reino del fuego. El mismo filsofo lo haba depositado all, en la base de la pirmide, cuando la estaban construyendo.

    La madre de Herostratos era violenta y orgullosa. Nunca se supo cul era su padre. Herostratos declar ms tarde que era hijo del fuego. Su cuerpo estaba mareado, debajo de la tetilla izquierda, con una medialuna, que pa-reci arder cuando se lo tortur. Las que asistieron a su nacimiento predijeron que estara sometido a Artemisa. Fue colrico y permaneci virgen. Su rostro estaba co-

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    rrodo por lneas obscuras y el tinte de su piel era negruz-co. Desde la infancia le gust pararse bajo el alto acanti-lado, cerca del Artemision. Miraba pasar las procesiones de ofrendas. Debido a que se ignoraba todo acerca de su raza, no pudo llegar a ser sacerdote de la diosa a la cual se crea consagrado. El colegio sacerdotal debi prohibirle varias veces la entrada a la nao donde esperaba descorrer el tejido precioso y pesado que velaba a Artemisa. Eso le inspir odio y jur violar el secreto.

    El nombre de Herostratos le pareca incomparable as como su propia persona le pareca superior a toda la humanidad. Deseaba la gloria. En un principio se pleg a los filsofos que enseaban la doctrina de Herclito; pero ellos no saban nada de la parte secreta, puesto que sta estaba encerrada en la pequea clula piramidal del teso-ro de Artemisa. Herostratos slo conjetur la opinin del maestro. Se endureci en el desprecio de las riquezas que lo rodeaban. Su desagrado por el amor de las cortesanas era extremado. Se crey que guardaba su virginidad para la diosa. Pero Artemisa no tuvo nada de piedad para con l. El colegio de Gerusia, que custodiaba el templo, lo juzg peligroso. El strapa permiti que lo exiliasen a las afueras. Vivi en una ladera del Keressos, en una cueva ca-vada por los antiguos. Desde all acechaba, a la noche, las lmparas sagradas del Artemision. Algunos suponen que iniciados persas fueron hasta all a conversar con l. Pero es ms probable que su destino se le revelara de golpe.

    En efecto; al ser torturado confes que haba com-prendido de repente el sentido de la palabra Herclito, el camino de lo alto, y porqu la filosofa haba ensea-

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    do que el alma mejor es la ms seca y la ms inflamada. Atestigu que su alma, en ese sentido, era la ms perfecta y que l haba querido proclamarlo. No reconoci ningn otro motivo a su accin como no fuera la pasin por la gloria y la alegra de or proferir su nombre. Dijo que slo su reino hubiera sido absoluto, puesto que no se le cono-ca ningn padre y que Herostratos hubiera sido coronado por Herostratos, que era hijo de su obra y que su obra era la esencia del mundo; que de ese modo habra sido al mis-mo tiempo rey, filsofo y dios, nico entre los hombres.

    El ao 356, en la noche del 21 de, julio, la luna no se haba levantado en el cielo y el deseo de Herostratos ha-ba cobrado una fuerza tan inusitada que resolvi violar la cmara secreta de Artemisa. Se desliz entonces por el camino de la montaa hasta la orilla del Caistro y trep los escalones del templo. Los sacerdotes guardianes dor-man junto a las lmparas santas. Herostratos tom una y penetr en la nao.

    Aquello exhalaba un fuerte olor a aceite de nardo. Las aristas negras del techo de bano resplandecan. El valo de la cmara estaba dividido por la cortina tejida con hilo de oro y de prpura que ocultaba a la diosa. Herostratos, jadeante de voluptuosidad, la arranc. Su lmpara alumbr el cono terrible de tetas erectas. Heros-tratos las tom con las dos manos y bes con avidez la piedra divina. Despus dio una vuelta alrededor de ella y advirti la pirmide verde donde estaba el tesoro. Tom los clavos de bronce de la puertecita y la arranc. Hundi sus dedos en las joyas vrgenes. Pero slo tom el rollo de papiro en el cual Herclito haba inscrito sus versos. Al

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    resplandor de la lmpara sagrada los ley y supo todo.Enseguida exclam: El fuego, el fuego!Tom la cortina de Artemisa y acerc la mecha

    encendida al borde inferior. La tela ardi, primero len-tamente; despus, alimentada por los vapores del aceite perfumado en el cual estaba impregnada, la llama subi, azulada, hacia el techo de bano. El terrible cono reflej el incendio.

    El fuego se enrosc en los capiteles de las colum-nas, se arrastr a lo largo de las bvedas. Una por una, las placas de oro consagradas a la poderosa Artemisa ca-yeron de donde estaban suspendidas a las baldosas con resonancias de metal. Despus el haz fulgurante estall sobre el techo e ilumin el acantilado. Las tejas de bronce se desplomaron. Erostratos se ergua en el resplandor, clamando su nombre en medio de la noche.

    Todo el Artemision fue un cmulo rojo en el centro de las tinieblas. Los guardias apresaron al criminal. Se lo amordaz para que cesara de gritar su propio nombre. Fue arrojado a los stanos, atado, durante el incendio.

    Artajerjes, inmediatamente, envi la orden de tortu-rarlo. No quiso confesar sino lo que ya se dijo. Las doce ciudades de Jonia prohibieron, so pena de muerte, que se transmitiera su nombre a las edades futuras. Pero el murmullo lo hizo llegar hasta nosotros. La noche en que Herostratos quem el templo de Efeso vino al mundo Alejandro, rey de Macedonia.

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    CRATESCnico

    Naci en Tebas, fue discpulo de Digenes y co-noci tambin a Alejandro. Su padre, Ascondas, era rico Y le dej doscientos talentos. Un da, cuando haba ido a ver una tragedia de Eurpides, se sinti inspirado ante la aparicin de Telefo, rey de Misia, vestido con harapos de mendigo y con una cesta en la mano. Se levant en el tea-tro y anunci con voz fuerte que distribuira entre quienes los quisieran los doscientos talentos de su herencia y que desde ese momento las vestimentas de Telefo le seran su-ficientes. Los tebanos se pusieron a rer y se amontonaron delante de su casa; no obstante, l rea ms que ellos. Les arroj su dinero y sus muebles por las ventanas, tomo un manto de tela y una alforja; luego se fue.

    Al llegar a Atenas vagabunde por las calles y des-cans apoyando las espaldas en las murallas, en medio de los excrementos. Puso en prctica todo lo que aconseja-ba Digenes. Su tonel le pareci superfino. A juicio de Crates, el hombre no era de ningn modo un caracol ni un paguro. Vivi completamente desnudo en medio de la basura y recogi cortezas de pan, aceitunas podridas y espinas de pescado seco para llenar su alforja. Deca que esa alforja era una ciudad amplia y opulenta donde no se encontraba parsitos ni cortesanas y que produca para su rey suficiente tomillo, ajo, higos y pan. As Crates cargaba su patria en sus espaldas y se alimentaba de ella.

    No se mezclaba en los asuntos pblicos, ni siquiera para burlarse de ellos y no era afecto a insultar a los re-

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    yes. No aprob de ningn modo esa actitud de Digenes quien, habiendo gritado un da, Hombres, acercaos!, golpe con su bastn a los que haban acudido y les dijo Llam a hombres, no a excrementos!. Crates fue tierno con los hombres. Nada lo inquietaba. Las llagas le eran familiares. Lamentaba mucho no tener el cuerpo lo bas-tante flexible como para poder lamerlas, como hacen los perros. Deploraba tambin la necesidad de valerse de ali-mentos slidos y de beber agua. Pensaba que el hombre deba bastarse a s mismo, sin ninguna ayuda exterior. Por lo menos, no iba a buscar agua para lavarse. Si la mugre lo molestaba, se conformaba con frotarse el cuerpo con-tra las murallas, pues haba observado que era as como procedan los asnos. Hablaba rara vez de los dioses y no le importaban; lo mismo le daba que los hubiese o no y saba muy bien que no podran hacerle nada. Por otra parte, les reprochaba el haber hecho desgraciados a los hombres deliberadamente, al volverles el rostro hacia el sol y privarlos de la facultad que tienen la mayora de los animales, la de caminar en cuatro patas. Puesto que los dioses decidieron que hay que comer para vivir, pensaba Crates, deban haber vuelto el rostro de los hombres ha-cia la tierra, donde crecen las races; nadie podra alimen-tarse de aire o de estrellas.

    La vida no fue generosa con l. A fuerza de exponer sus ojos al polvo acre del tica tuvo legaas. Una enfer-medad de la piel desconocida lo cubri de tumores. Se rasc con sus uas, que nunca recortaba y observ que as obtena doble provecho, pues las iba desgastando al mis-mo tiempo que experimentaba alivio. Sus largos cabellos

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    llegaron a parecerse a fieltro grueso y los dispuso en su cabeza de modo que lo protegieron de la lluvia y del sol.

    Cuando Alejandro fue a verlo, no le dirigi pala-bras mordaces, pero lo consider como un espectador ms, sin hacer ninguna diferencia entre el rey y la mu-chedumbre. Crates no tena opinin de los grandes. Le importaban tan poco como los dioses. Solo los hombres le preocupaban y la manera de pasar la existencia con la mayor simplicidad que fuera posible. Las recriminaciones de Digenes lo hacan rer, no menos que sus pretensio-nes de reformar las costumbres. Crates se crea muy por encima de preocupaciones tan vulgares. Transformaba la mxima inscrita en el frontn del templo de Delfos y de-ca: Vive t mismo. La idea de un conocimiento cual-quiera le pareca absurda. Lo nico que estudiaba era las re-laciones de su cuerpo con lo que le era necesario, tratando de reducirlas tanto como fuera posible. Digenes morda como los perros, pero Crates viva como los perros.

    Tuvo un discpulo, el nombre del cual era Metrocles. Era un joven rico de Maronea. Su hermana Hiparquia, bella y noble, se enamor de Crates. Est comprobado que lo am y que fue a buscarlo. La cosa parece imposi-ble, pero es cierto. Nada la desalent, ni la suciedad del cnico, ni su pobreza absoluta, ni el horror de su vida pblica. l le previno que viva como los perros, en las calles, y que buscaba huesos en los montones de basura. Le advirti que nada de su vida en comn estara oculto y que la poseera pblicamente, cuando el deseo lo asal-tara, como los perros hacen con las perras. Hiparquia ya saba todo eso. Sus padres trataron de retenerla; ella los

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    amenaz con matarse. Tuvieron piedad de ella. Enton-ces ella abandon el pueblo de Maronea, completamen-te desnuda, con los cabellos colgantes, cubierta slo por una vieja tela, y vivi con Crates, vestida igual que l. Se dice que tuvo de ella un hijo, Pasicles; pero nada seguro hay al respecto.

    Esta Hiparquia fue, segn parece, buena con los po-bres y compasiva; acariciaba a los enfermos con sus ma-nos; lama sin ninguna repugnancia las heridas sangrien-tas de aquellos que sufran, persuadida de que eran para ella lo que las ovejas son para las ovejas, lo que los perros son para los perros. Si haca fro, Crates e Hiparquia se acostaban apretados contra los pobres y trataban de dar-les algo del calor de sus cuerpos. Les prestaban la ayuda muda que los animales se prestan los unos a los otros. No tenan ninguna preferencia por ninguno de aquellos que se acercaban a ellos. Les bastaba con que fuesen hombres.

    Esto es todo lo que lleg a nosotros acerca de la mujer de Crates; no sabemos cuando muri ni cmo. Su hermano Metrocles admiraba a Crates y lo imit. Pero nunca tena tranquilidad. Su salud estaba trastornada por flatulencias continuas que no poda contener. Desesper y resolvi morir. Crates se enter de su desdicha y qui-so consolarlo. omi una buena cantidad de altramuces y fue a ver a Metrocles. Le pregunt si era la vergenza de su enfermedad lo que lo afliga de tal manera. Metrocles confes que no poda soportar esa desgracia. Entonces Crates, hinchado por los altramuces, solt ventosidades en presencia de su discpulo y le afirm que la naturaleza someta a todos los hombres al mismo mal. Le reproch en

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    seguida el haber sentido vergenza ante los dems y le dio su propio ejemplo. Despus solt unas cuantas ventosida-des ms an, tom a Metrocles de la mano y se lo llev.

    Los dos estuvieron mucho tiempo juntos en las ca-lles de Atenas, con Hiparquia, sin duda. Se hablaban muy poco. No sentan vergenza por nada. Aunque revolvan los mismos montones de basuras, los perros parecan res-petarlos. Se puede pensar que, si hubiesen sido apremia-dos por el hambre, se habran peleado los unos con los otros a dentelladas. Pero los bigrafos no han referido nada de ese tipo. Sabemos que Crates muri viejo, que haba terminado por permanecer siempre en el mismo lugar, echado bajo el alero de un almacn del Pireo, don-de los marineros guardaban los bultos del puerto, que dej de andar errabundo en busca de algo que roer, que no quiso ni siquiera extender el brazo y que se lo encon-tr, un da, desecado por el hambre.

    SPTIMAEncantadora

    Sptima fue esclava bajo el sol africano, en la ciu-dad de Hadrumeto. Y su madre Amoena fue es-clava, y la madre de sta fue esclava, y todas fueron bellas y oscuras, y los dioses infernales les revelaron filtros de amor y de muerte. La ciudad de Hadrumeto era blan-ca y las piedras de la casa donde viva Sptima eran de un rosa trmulo. Y la arena de la playa estaba sembrada de Conchitas que arrastra el mar tibio desde la tierra de

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    Egipto, en el lugar donde las siete bocas del Nilo derra-man siete limos de diversos colores. En la casa martima donde viva Sptima, se oa morir la franja de plata del Mediterrneo y, a sus pies, un abanico de lneas azules resplandecientes se desplegaba hasta al ras del cielo. Las palmas de las manos de Sptima estaban enrojecidas por el oro, y la punta de sus dedos pintada; sus labios olan a mirra y sus prpados ungidos se estremecan suavemente. As iba por los caminos de las afueras, llevando a la casa de los sirvientes una cesta de panes tiernos.

    Sptima se enamor de un joven libre, Sextilio, hijo de Dionisia. Pero no les est permitido ser amadas a aque-llas que conocen los misterios subterrneos, ya que estn sometidas al adversario del amor, que se llama Anteros. Y as como Eros gobierna el centelleo de los ojos y aguza las puntas de las flechas, Anteros desva las miradas y ate-na la acritud de los dardos. Es un dios bienhechor que mora en medio de los muertos. No es cruel, como el otro. Posee el nepentes que da el olvido. Y porque sabe que el amor es el peor de los dolores terrestres, odia y cura el amor. Sin embargo, no tiene el poder de echar a Eros de un corazn ocupado. Entonces toma el otro corazn. As Anteros lucha contra Eros. Por esto fue que Sextilio no pudo amar a Sptima. Tan pronto como Eros hubo lleva-do su antorcha al seno de la iniciada, Anteros, irritado, se apoder de aquel a quien ella quera amar.

    Sptima supo del poder de Anteros en la mirada baja de Sextilio. Y cuando el temblor prpura aferr al aire de la tarde, sali por el camino que va desde Ha-drumeto hasta el mar. Es un camino apacible donde los

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    enamorados beben vino de dtiles recostados en las murallas pulidas de las tumbas. La brisa oriental sopla su perfume sobre la necrpolis. La joven luna, todava velada, va all a vagabundear, incierta. Muchos muertos embalsamados alardean alrededor de Hadrumeto en sus sepulturas. Y all dorma Foinisa, hermana de Sptima, esclava como ella, muerta a los diecisis aos, antes de que ningn hombre hubiese respirado su olor. La tum-ba de Foinisa era estrecha como su cuerpo. La piedra abrazaba sus senos oprimidos por vendas. Muy cerca de su frente baja una larga losa cortaba su mirada vaca. De sus labios ennegrecidos se elevaba todava el vapor de los aromas en que la haban empapado. En su mano quieta brillaba un anillo de oro verde con dos rubes plidos y turbios incrustados. Soaba eternamente en su sueno estril con las cosas que no haba conocido.

    Bajo la blancura virgen de la luna nueva, Sptima se tendi junto a la tumba estrecha de su hermana, contra la buena tierra. Llor y peg su rostro a la guirnalda esculpi-da. Acerc su boca al conducto por donde se vierten las libaciones y su pasin brot:

    Oh, hermana ma, aprtate de tu sueo para es-cucharme. La pequea lmpara que ilumina las primeras horas de los muertos se apag. Has dejado deslizar de tus dedos la ampolla de vidrio coloreada que te habamos dado. El hilo de tu collar se rompi y los granos de oro se derramaron alrededor de tu cuello. Ya nada de nosotros es tuyo y ahora aquel que tiene un halcn en la cabeza te posee. Escchame, pues t tienes el poder de llevar mis palabras. Ve a la celda que t sabes y suplcale a Anteros.

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    Suplcale a la diosa Hator. Suplcale a aquel cuyo cadver despedazado fue llevado por el mar en un cofre hasta Biblos. Hermana ma, ten piedad de un dolor descono-cido. Por las siete estrellas de los magos de Caldea, yo te conjuro. Por las potencias infernales que se invocan en Cartago, Jao, Abriao, Salbaal y Batbaal, recibe mi encan-tamiento. Haz que Sextilio, hijo de Dionisia, se consuma de amor por m, Sptima, hija de nuestra madre Amoena. Que arda en la noche; que me busque junto a tu tumba. Oh, Foinisa! O llvanos a los dos a la morada tenebrosa, poderosa. Ruega a Anteros que enfre nuestros alientos si le niega a Eros que los encienda. Muerta perfumada, acoge la libacin de mi voz. Ashrammachalada!

    Inmediatamente, la virgen vendada se levant y pe-netr en la tierra mostrando los dientes.

    Y Sptima, avergonzada, corri por entre los sar-cfagos. Hasta la segunda noche permaneci en compa-a de los muertos. Espi a la luna fugitiva. Ofreci su garganta a la mordedura salada del viento marino. Fue acariciada por el primer oro del da. Despus volvi a Hadrumeto y su larga camisa azul flotaba detrs de ella.

    Mientras tanto, Foinisa, rgida, erraba por los cir-cuitos infernales. Y aquel que tiene un halcn en la ca-beza no escuch su ruego. Y la diosa Hator permaneci tendida en su funda pintada. Y Foinisia no pudo encon-trar a Anteros, pues ella no conoca el deseo. Pero en su corazn mustio sinti la piedad que los muertos tienen para con los vivos. Entonces, a la segunda noche, a la hora en que los cadveres se liberan para consumar los encantamientos, hizo que sus pies atados se movieran

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    por las calles de Hadrumeto.Sextilio temblaba acompasadamente, agitado por

    los suspiros del sueo, con el rostro vuelto hacia el techo de su habitacin surcado de rombos. Y Foinisa, muerta, envuelta en las vendas olorosas, se sent a su lado.

    Y ella no tena ni cerebro ni vsceras; pero su cora-zn desecado haba sido puesto de nuevo en su pecho.

    Y en ese momento Eros luch contra Anteros y se apoder del corazn embalsamado de Foinisa. En segui-da dese el cuerpo de Sextilio, para que estuviese acos-tado entre ella y su hermana Sptima en la casa de las tinieblas.

    Foinisa pos sus labios tintados en la boca viva de Sextilio y la vida escap de l como una burbuja. Des-pus se encamin a la celda de esclava de Sptima y la tom de la mano. Y Sptima, dormida, se dej llevar por la mano de la hermana. Y el beso de Foinisa y el abrazo de Foinisia hicieron morir, casi a la misma hora de la noche, a Sptima y a Sextilio. Tal fue el desenlace fnebre de la lucha de Eros contra Anteros; y las poten-cias infernales recibieron una esclava y un hombre libre al mismo tiempo.

    Sextilio est acostado en la necrpolis de Hadru-meto, entre Sptima, la encantadora y su hermana vir-gen Foinisa. El texto del encantamiento est inscrito en la placa de plomo, enrollada y perforada por un clavo, que la encantadora desliz por el conducto de las liba-ciones en la tumba de su hermana.

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    LUCRECIOPoeta

    Lucrecio apareci en una gran familia que se ha-ba retirado lejos de la vida civil. Sus primeros das pasaron a la sombra del prtico obscuro de una alta casa empinada en la montaa. El atrio era severo y los esclavos mudos. Estuvo rodeado, desde la infancia, por el desprecio por la poltica y por los hombres. El noble Me-mio, que tena su misma edad, sobrellev, en el bosque, los juegos que Lucrecio le impuso. Juntos se asombraron ante las arrugas de los viejos rboles y espiaron el temblor de las hojas bajo el sol, como un velo verde de luz salpica-do de manchas de oro. Contemplaron con frecuencia los lomos rayados de los chanchos salvajes que husmeaban el suelo. Atravesaron palpitantes cohetes de abejas y bandas movedizas de hormigas en marcha. Y un da alcanzaron, el salir de un soto, un claro totalmente rodeado por viejos alcornoques, asentados tan cerca uno de otro como que un crculo cavaba un pozo de azul en el cielo. La quietud en aquel asilo era infinita. Se hubiese credo estar en un ancho camino claro que fuera hacia lo alto del aire divino. All, Lucrecio se sinti impresionado por labendicin de los espacios calmos.

    Abandon con Memio el templo sereno del bosque para estudiar elocuencia en Roma. El anciano gentilhom-bre que gobernaba la alta casa le dio un profesor griego y lo conmin a que no volviese sino cuando poseyera el arte de despreciar las acciones humanas. Lucrecio no lo volvi a ver ms. Muri solitario, execrando el tumulto

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    de la sociedad. Cuando Lucrecio volvi haba con l en la alta casa vaca, en el atrio severo y entre los esclavos mu-dos, una mujer africana, bella, brbara y malvada. Memio estaba de regreso en la casa de sus padres. Lucrecio haba visto las facciones sangrientas, las guerras de partidos y la corrupcin poltica. Estaba enamorado.

    Y en un principio su vida fue encantada. La mujer africana apoyaba en los tapices de los muros la perfilada masa de sus cabellos. Todo su cuerpo se suma largamen-te en divanes. Rodeaba las crateras llenas de vino espu-moso con sus brazos cargados de esmeraldas translci-das. Tena una manera extraa de levantar un dedo y de sacudir la frente. Sus sonrisas tenan una fuente profunda y tenebrosa como los ros de frica. En vez de hilar la lana la deshaca pacientemente en pequeos copos que volaban alrededor de ella.

    Lucrecio deseaba ardientemente fundirse con ese hermoso cuerpo. Apretaba sus senos metlicos y pegaba su boca a sus labios de un violeta obscuro. Las palabras de amor pasaron de uno a otro, fueron suspiradas, los hicieron rer y se gastaron. Tocaron el velo flexible y opa-co que separa a los amantes. La voluptuosidad creci en furor y quiso cambiar de persona. Lleg hasta la extremi-dad aguda en que se expande alrededor de la carne, sin penetrar hasta las entraas. La africana se acurruc en su corazn extranjero. Lucrecio se desesper al no poder consumar el amor. La mujer se torn altanera, melancli-ca y silenciosa, parecida al atrio y a los esclavos. Lucrecio anduvo errabundo en la sala de los libros.

    Fue all donde despleg el rollo en el cual un escriba

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    haba copiado el tratado de Epicuro.En seguida comprendi la variedad de las cosas de

    este mundo y la inutilidad de esforzarse tras las ideas. El universo le pareci similar a los pequeos copos de lana que los dedos de la Africana desparramaban en las salas. Los racimos de abejas y las columnas de hormigas y el tejido movedizo de las hojas le parecieron agrupamientos de agrupamientos de tomos. Y en todo su cuerpo sinti un pueblo invisible y discorde, ansioso por separarse. Y las miradas le parecieron rayos ms sutilmente carnosos y la imagen de la bella brbara, un mosaico agradable y coloreado, y sinti que el fin del movimiento de esa infi-nitud era triste y vano. As como haba visto las facciones ensangrentadas de Roma, con sus tropeles de clientes ar-mados e insultantes, contempl el torbellino de tropeles de tomos tintos en la misma sangre y que se disputan una obscura supremaca. Y vio que la disolucin de la muerte slo era la manumisin de esa turba turbulenta que se lanza hacia otros mil movimientos intiles.

    Ahora bien; cuando Lucrecio hubo sido as instrui-do por el rollo de papiro, en el cual las palabras griegas como los tomos del mundo estaban entretejidas las unas con las otras, sali hacia el bosque por el prtico oscu-ro de la alta casa de los ancestros. Y vio el lomo de los chanchos rayados que tenan siempre el hocico dirigido hacia la tierra. Despus, al atravesar el soto, se encontr de pronto en medio del templo sereno del bosque y sus ojos se sumergieron en el pozo azul del cielo. Y fue all donde sent su reposo.

    Desde all contempl la inmensidad hormigueante

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    del universo; todas las piedras, todas las plantas, todos los rboles, todos los animales, todos los hombres, con sus co-lores, con sus pasiones, con sus instrumentos, y la historia de esas cosas diversas y su nacimiento y sus enfermedades y sus muertes. Y entre la muerte total y necesaria, percibi con claridad la muerte nica de la Africana; y llor.

    Saba que las lgrimas provienen de un movimiento particular de las pequeas glndulas que estn debajo de los prpados, y que son agitadas por una procesin de tomos salida del corazn, cuando el propio corazn ha sido conmovido por la sucesin de imgenes coloreadas que se desprenden de la superficie del cuerpo de una mu-jer amada. Saba que la causa del amor es la dilatacin de los tomos que desean juntarse con otros tomos. Saba que la tristeza que causa la muerte es la peor de las ilu-siones terrenales, pues la muerta haba dejado de ser des-graciada y de sufrir, en tanto que aquel que la lloraba se afliga por sus propios males y pensaba tenebrosamente en su propia muerte. Saba que no queda de nosotros ninguna doble apariencia para derramar lgrimas sobre su propio cadver tendido a sus pies. Pero, como conoca exactamente la tristeza y el amor y la muerte y saba que son vanas imgenes cuando se las contempla desde el es-pacio calmo donde hay que encerrarse, continu lloran-do, y deseando el amor, y temiendo la muerte.

    Por esto fue que habiendo vuelto a la alta y sombra casa de los ancestros, se acerc a la bella Africana, quien coca un brebaje en un recipiente de metal en un brasero. Porque ella tambin haba pensado, por su parte, y sus pensamientos se haban remontado a la fuente misteriosa

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    de su sonrisa. Lucrecio mir el brebaje todava hirviente. Este se aclar poco a Poco y se volvi parecido a un cielo turbio y verde. La bella Africana sacudi la frente y levan-t un dedo. Entonces Lucrecio bebi el filtro. E inmedia-tamente despus su razn desapareci, y olvid todas las palabras griegas del rollo de papiro. Y por primera vez, al volverse loco, conoci el amor; y a la noche, por haber sido envenenado, conoci la muerte.

    CLODIAMatrona impdica

    Era hija de Apio Claudio Plquer, cnsul. Cuan-do tena apenas unos pocos aos, se distingua de sus hermanos y de sus hermanas por el fulgor flagran-te de sus ojos. Tertia, su hermana mayor, se cas muy pronto; la joven cedi por entero a todos sus caprichos. Sus hermanos, Apio y Cayo, ya eran avaros con las alcan-cas de cuero y los carritos de nuez que les hacan; ms tarde, fueron avaros de sestercios. Pero Clodio, hermoso y femenino, fue compaero de sus hermanas. Clodia las persuada con miradas ardientes de que lo vistieran con una tnica con mangas, le pusieron un pequeo gorro de hilos de oro y lo ciesen por debajo del pecho con un cin-turn flexible. Despus lo cubran con un velo color de fuego y lo llevaban a los dormitorios donde se acostaba con las tres. Clodia fue su preferida, pero tambin tom la virginidad de Tertia y la de la menor.

    Cuando Clodia tena dieciocho aos, su padre mu-ri. Clodia se qued en la casa del monte Palatino. Apio,

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    su hermano, gobernaba la propiedad y Cayo se preparaba para la vida pblica. Clodio, siempre delicado e imberbe, dorma entre sus hermanas, las que llamaban Clodia a las dos. Empezaron a ir a los baos con l en secreto. Les daban un cuarto de as a los grandes esclavos que las ma-sajeaban, despus hacan que se lo devolvieran. A Clodio le daban igual trato que a sus hermanas, en presencia de ellas. Tales fueron sus placeres antes del matrimonio.

    La ms joven se cas con Lculo, quien la llev a Asia, donde estaba en guerra con Mitrdates. Clodia tom por marido a su primo Metelo, hombre honesto y basto. En esos tiempos de alboroto, fue el suyo un espritu con-servador y cerrado. Clodia no poda soportar su brutali-dad rstica. Ya soaba con cosas nuevas para su querido Clodio. Csar comenz a imponerse a los espritus; Clo-dia juzg que haba que impedirlo. Hizo que Pomponio tico le llevara a Cicern a su casa. La envolva un am-biente burln y galante. Al lado de ella se encontraba a Li-cinio Calvo, el joven Curin, apodado la nenita, Sextio Clodio, que le haca los mandados, Egnacio y su banda, Ctulo de Verona y Celio Rufo, que estaba enamorado de ella. Metelo, sentado pesadamente, no deca una palabra. Se hablaba de los escndalos de Csar y Mamurra. Des-pus, Metelo, nombrado procnsul, parti para la Galia cisalpina. Clodia qued sola en Roma con su cuada Mu-cia. Cicern fue totalmente subyugado por sus grandes ojos llameantes. Pens que poda repudiar a Terencia, su mujer, y supuso que Clodia abandonara a Metelo. Pero Terencia descubri todo y aterroriz a su marido. Cice-rn, miedoso, renunci a sus deseos. Terencia quiso ms

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    aun y Cicern debi romper con Clodio.El hermano de Clodia, mientras tanto, tena en que

    ocuparse. Le haca el amor a Pompeya, mujer de Csar. La noche de la fiesta de la buena Diosa no deba haber sino mujeres en la casa de Csar, que era pretor. Pompeya ofreca sola el sacrificio. Clodio se visti de taedora de ctara, como su hermana haba acostumbrado disfrazar-lo, y entr en lo de Pompeya. Una esclava lo reconoci. La madre de Pompeya dio la alarma y el escndalo fue pblico. Clodio quiso defenderse y jur que en aquellos momentos estaba en casa de Cicern. Terencia oblig a su marido a negar aquello; Cicern dio su testimonio en contra de Clodio.

    Desde entonces Clodio estuvo perdido en el partido noble. Su hermana acababa de pasar la treintena. Estaba ms ardiente que nunca. Tuvo la idea de hacer adoptar a Clodio por un plebeyo para que pudiese convertirse en tribuno del pueblo. Metelo, que haba vuelto, adivin sus proyectos y se burl de ella. En esos tiempos, cuando ya no tena a Clodio entre sus brazos, se dejaba amar por Ctulo. Su marido, Metelo, le pareca odioso. Y su mujer resolvi desembarazarse de l. Un da, cuando volva del Senado fatigado, le ofreci de beber. Metelo cay muer-to en el atrio. Desde ese momento Clodia quedaba libre. Abandon la casa de su marido y volvi rpidamente a enclaustrarse con Clodio en el monte Palatino. Su herma-na huy de lo de Lculo y se fue con ellos. Reanudaron su vida en comn los tres y ejercieron su odio.

    Primero, Clodio, convertido en plebeyo, fue des nado tribuno del pueblo. A pesar de su gracia femenina,

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    tena la voz fuerte y mordiente. Logr que Cicern fuese exiliado; hizo que se arrasara su casa ante sus propios ojos y jur la ruina y la muerte para todos sus amigos. Csar era procnsul en Galia y nada pudo hacer. Sin embargo, Cicern gan influencias merced a Pompeyo, e hizo que se lo llamara al ao siguiente. El furor del joven tribuno fue mucho. Atac con violencia a Miln, amigo de Cice-rn, quien comenzaba a maniobrar en procura del consu-lado. Se apost de noche y trat de matarlo, derribando a sus esclavos que llevaban antorchas. El favor popular de Clodio disminua. Se cantaban refranes obscenos sobre Clodio y Clodia. Cicern los denunci con un discurso violento; en l, Clodia era tratada de Medea y de Clitem-nestra. La rabia del hermano y de la hermana acab por estallar. Clodio quiso incendiar la casa de Miln, y los esclavos guardianes lo abatieron en las tinieblas.

    Entonces Clodia se desesper. Haba aceptado y re-chazado a Ctulo, despus a Celio Rufo, despus a Eg-nacio, cuyos amigos la haban llevado a las bajas tabernas; pero ella amaba slo a su hermano Clodio.

    Por l haba envenenado a su marido. Por l haba atrado y seducido a bandas de incendiarios. Cuando l muri su vida ya no tuvo objeto. An era hermosa y cli-da. Tena una casa de campo en el camino a Ostia, jardines junto al Tber y en Bayas. All se refugi. Trat de distraer-se bailando lascivamente con mujeres. No fue suficiente. No poda apartar de su mente los estupros de Clodio, a quien vea siempre imberbe y femenino. Recordaba que haba sido apresado en una ocasin por piratas de Cilicia, los que haban usado su tierno cuerpo. Tambin volva

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    a su memoria una cierta taberna adonde haba ido con l. En el frontn de la puerta haba dibujos hechos con carbn y de los hombres que all beban emanaba un olor fuerte y tenan el pecho velludo.

    Y Roma la atrajo de nuevo. Las primeras noches anduvo errante por encrucijadas y pasajes estrechos. La insolencia fulgurante de sus ojos era siempre la misma. Nada poda apagarla; y lo prob todo, hasta recibir a la lluvia y acostarse en el barro. Fue de los baos a las celdas de piedra, a los stanos donde las esclavas jugaban a los dados. Y las salas bajas donde se embriagaban los coci-neros y los cocheros tambin las conoci. Esper a los paseantes en las calles embaldosadas. Pereci en la ma-ana de una noche sofocante, vctima de una extraa re-aparicin de lo que haba sido una costumbre en ella. Un batanero le haba Pagado con un cuarto de as: la acech en el crepsculo del alba en la alameda para recuperarlo y la estrangul. Despus arroj su cadver, con los ojos muy abiertos, al agua amarilla del Tber.

    PETRONIONovelista

    Naci en los das en que saltimbanquis vesti-dos con trajes verdes hacan pasar a cerditos amaestrados por aros de fuego; cuando porteros barbu-dos, con tnica cereza, desgranaban legumbres en una bandeja de plata, delante de los mosaicos galantes a la entrada de las quintas; cuando los libertos, llenos de ses-tercios, maniobraban en las ciudades de provincia para

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    obtener cargos municipales; cuando los rapsodas, a los postres, cantaban poemas picos; cuando el lenguaje es-taba relleno de vocablos de ergstulo y redundancias am-pulosas venidas de Asia.

    Su infancia transcurri entre elegancias como esas. No se pona dos veces seguidas una lana de Tiro. La plata que caa en el atrio se haca barrer junto con la basura. Las comidas estaban compuestas por cosas delicadas e inesperadas y los cocineros variaban sin cesar la arquitec-tura de las vituallas. No haba que asombrarse si al abrir un huevo se encontraba una pasa de higo, ni temer cortar una estatuilla imitacin de Praxteles esculpida en foie-gras. El yeso que tapaba las nforas estaba diligentemen-te dorado. Cajitas de marfil indio encerraban perfumes ardientes destinados a los convidados. Los aguamaniles estaban perforados de diversas maneras y llenos de aguas coloreadas que sorprendan al surgir. Toda la cristalera re-presentaba monstruosidades irisadas. Al asir ciertas urnas las asas se rompan en los dedos y los flancos se abran para dejar caer flores artificiales pintadas. Pjaros de frica de cabeza escarlata cacareaban en jaulas de oro. Detrs de re-jas incrustadas en las ricas paredes de las murallas, chillaban muchos monos de Egipto que tenan caras de perro. En receptculos preciosos reptaban animales delgados que te-nan flexibles escamas rutilantes y ojos con rayas de azur.

    As Petronio vivi blandamente, pensando que has-ta el aire que aspiraba haba sido perfumado para su uso. Cuando hubo llegado a la adolescencia, luego de haber encerrado su primera barba en un cofre ornado, comen-z a mirar alrededor de l. Un esclavo cuyo nombre era

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    Siro, que haba servido en el circo, le ense cosas desco-nocidas. Petronio era pequeo, negro y bizqueaba de un ojo. No era de ningn modo de raza noble. Tena manos de artesano y un espritu culto. De ah que le fuese pla-centero darles forma a las palabras e inscribirlas. Estas no se parecan en nada a lo que los poetas antiguos haban imaginado. Porque se esforzaban por imitar a todo lo que rodeaba a Petronio. Y no fue sino ms tarde cuando tuvo la fastidiosa ambicin decomponer versos.

    Conoci entonces a gladiadores brbaros y charla-tanes de feria, hombres de miradas oblicuas que parecan echar el ojo a las legumbres y descolgaban pedazos de carne, nios de cabellos rizados que paseaban a senado-res, viejos parlanchines que discurran sobre los asuntos de la ciudad en las esquinas, lacayos lascivos y rameras ad-venedizas, vendedores de frutas y patrones de albergues, poetas lamentables y sirvientas picaras, sacerdotisas equ-vocas y soldados errantes. Fijaba en ellos su ojo bizco y captaba con exactitud sus modales y sus intrigas. Siro lo llevaba a los baos de esclavos, a las celdas de las prosti-tutas y a los reductos subterrneos donde los figurantes de circo se ejercitaban con sus espadas de madera. A las puertas de la ciudad, entre las tumbas, le confi las histo-rias de los hombres que cambian de piel, que los negros, los sirios, los taberneros y los soldados guardianes de las cruces de tortura se pasaba de boca en boca.

    Alrededor de los treinta aos, Petronio, vido de esa libertad diversa, comenz a escribir la historia de esclavos errantes y disipados. Reconoci sus costumbres en medio de las transformaciones del lujo; reconoci sus ideas y su

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    lenguaje en medio de las conversaciones elegantes de los festines. Solo ante su pergamino, apoyado en una mesa olorosa de madera de cedro, dibuj con la punta de su clamo las aventuras de un populacho ignorado. A la luz de sus altas ventanas, bajo las pinturas de los artesonados, imagin las antorchas humeantes de las hosteras y rid-culos combates nocturnos, molinetes de candelabros de madera, cerraduras forzadas a hachazos por esclavos de la justicia, camastros grasientos recorridos por chinches y recriminaciones de procuradores de insulae en medio de aglomeraciones de pobre gente vestida con cortinas desgarradas y trapos sucios.

    Se dice que cuando acab los diecisis libros de su invencin, mand llamar a Siro para lerselos, y que el es-clavo rea y gritaba muy fuerte golpeando sus manos. En ese momento maquinaron el proyecto de llevar a la prc-tica las aventuras compuestas por Petronio. Tcito refiere mentirosamente que Petronio fue arbitro de la elegancia en la corte de Nern y que Tigelino, celoso, le hizo enviar la orden de muerte. Petronio no se desvaneci delicadamente en una baera de mrmol, murmurando versitos lascivos. Huy con Siro y termin su vida recorriendo los caminos.

    Su apariencia le permita disfrazarse con facilidad.Siro y Petronio cargaron un poco cada uno el pe-

    queo saco de cuero que contena sus enseres y sus de-narios. Durmieron a la intemperie, junto a los tmulos de las cruces. Vieron brillar tristemente en la noche las pequeas lmparas de los monumentos fnebres.

    Comieron pan agrio y aceitunas blandas. No se sabe si volaron. Fueron magos ambulantes, charlatanes de

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    campaa y compaeros de soldados vagabundos. Petro-nio olvid completamente el arte de escribir tan pronto como vivi la vida que haba imaginado. Tuvieron jve-nes amigos traidores a los que amaron, y que los abando-naron en las puertas de los municipios quitndoles hasta su ltimo as. Se entregaron a toda clase de desenfrenos con gladiadores evadidos. Fueron barberos y mozos de baos. Durante varios meses vivieron de panes funera-rios que sustraan de los sepulcros. Petronio aterrorizaba a los viajeros con su ojo opaco y su negrura que pare-ca maliciosa. Desapareci una noche. Siro pens que lo encontrara en una celda roosa donde haban conocido a una ramera de cabellera enredada. Pero un carnicero ebrio le haba hundido una ancha hoja en el pescuezo, cuando yacan juntos, a campo raso, en las losas de una sepultura abandonada.

    SUFRAHGeomntico

    La historia de Aladino cuenta por error que el mago africano fue envenenado en su palacio y que se arroj su cuerpo ennegrecido y cuarteado por la fuerza de la droga a los perros y a los gatos; es verdad que su hermano fue decepcionado por esa apariencia y se hizo apualar despus de haberse cubierto con la vesti-menta de la santa Ftima; tambin es cierto, sin embargo, que el magreb Sufrah (pues era este el nombre del mago) slo se durmi debido a la omnipotencia del narctico, y escap por una de las veinticuatro ventanas del gran sa-

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    ln mientras Aladino besaba tiernamente a la princesa.Apenas hubo tocado tierra, despus de haber des-

    cendido de manera bastante cmoda por uno de los ca-os de oro por donde desaguaba la gran terraza, cuando el palacio desapareci, y Sufrah estuvo solo en medio de la arena del desierto. No le quedaba siquiera una de las botellas de vino de frica que haba ido a buscar al s-tano a pedido de la engaosa princesa. Desesperado, se sent bajo el sol ardiente, y como saba que la extensin de arena trrida que lo rodeaba era infinita, se envolvi la cabeza con su capa y esper la muerte. Ya no posea ningn talismn; no le quedaba ningn perfume con el cual hacer fumigaciones; ni siquiera una varita movediza que pudiese sealarle una fuente profundamente oculta en la cual saciar su sed. La noche lleg, azul y clida pero que calm un poco la inflamacin de sus ojos. Entonces tuvo la idea de trazar en la arena una figura de geomancia y preguntar si estaba destinado a perecer en el desierto. Con sus dedos marc las cuatro grandes lneas, compues-tas por puntos, que estn bajo la invocacin del Fuego, del Agua, de la Tierra y del Aire, hacia la izquierda y hacia la derecha, del Medioda, del Oriente, del Occidente y del Septentrin. Y en los extremos de esas lneas, agrup los puntos pares e impares, a fin de componer la primera figura. Vio con alegra que era la figura de la Fortuna Ma-yor, de donde se segua que escapara del peligro, pues la primera figura haba de ser colocada en la primera casa de astrologa, que es la casa de aquel que pregunta. Y, en la casa que se llama Corazn del cielo, volvi a encontrar la figura de la Fortuna Mayor, lo cual fue muestra de que

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    triunfara y que sera glorioso. Pero en la octava casa, que es la casa de la Muerte, fue a ubicarse la figura del Rojo, que anuncia la sangre o el fuego, lo cual es de presagio siniestro. Cuando hubo dispuesto las figuras en las doce casas, sac de ellas dos testigos, y de estos un juez, para asegurarse de que su operacin estaba bien calculada. La figura del juez fue la de la Prisin, por donde supo que hallara la gloria, con gran peligro, en un lugar cerrado y secreto.

    Seguro de que no morira en seguida, Sufrah se puso a reflexionar. No tena la esperanza de recuperar la lm-para, que haba sido llevada con el palacio al centro de la China. Sin embargo, pens que nunca haba averiguado cul era el verdadero dueo del talismn y el antiguo po-seedor del gran tesoro y del jardn de los frutos precio-sos. Una segunda figura de geomancia, que ley segn las letras del alfabeto, le revel los caracteres S. L. M. N., los que traz en la arena, y la dcima casa confirm que el amo de esos caracteres era rey. Sufrah supo entonces que la lmpara maravillosa haba sido parte del tesoro del rey Salomn. Entonces estudi con atencin todos los signos, y la Cabeza del Dragn le indic lo que buscaba, dado que estaba unida por la Conjuncin a la Figura del Doncel, que seala las riquezas ocultas en la tierra y a la de la Prisin donde se puede leer la posicin de las bvedas clausuradas.

    Y Sufrah bati palmas, pues la figura de geomancia mostraba que el cuerpo del rey Salomn se conservaba en esa misma tierra de frica, y que an llevaba en el dedo su sello todopoderoso que da la inmortalidad terrena; tanto como que el rey deba estar dormido desde haca mira-

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    das de aos. Sufran, contento, esper el alba. En una luz azul vio pasar a Ba-da-oui salteadores que tuvieron piedad de su infortunio cuando les implor y le dieron una bolsita con dtiles y una cantimplora llena de agua.

    Sufrah ech a andar hacia el lugar designado. Era un paraje rido y pedregoso entre cuatro montaas des-nudas, levantadas como dedos hacia los cuatro rincones del cielo. All traz un crculo y pronunci palabras; y la tierra tembl y se abri y se vio una losa de mrmol con una anilla de bronce. Sufrah asi el anillo e invoc por tres veces el nombre de Salomn. Al momento la losa se levant, y Sufrah descendi por una escalera estrecha al subterrneo.

    Dos perros de fuego se lanzaron fuera de dos ni-chos enfrentados y vomitaron llamas entrecruzadas. Pero Sufrah pronunci el nombre mgico y los perros des-aparecieron gruendo. Despus encontr una puerta de hierro que gir silenciosamente cuando apenas la haba tocado. Avanz por un pasillo excavado en prfido. En candelabros de siete brazos ardan luces eternas. En el fondo del pasillo haba una sala cuadrada cuyos muros eran de jaspe. En el centro, un brasero de oro despeda un rico resplandor. Y en un lecho construido en un solo diamante tallado y que pareca un bloque de fuego fro, estaba tendida una forma vieja, de barba blanca, con la frente ceida por una corona. Al lado del rey yaca un gracioso cuerpo desecado cuyas manos se tendan an para estrechar las suyas; pero el calor de los besos se ha-ba extinguido. Y en la mano pendiente del rey Salomn, Sufrah vio brillar el gran sello.

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    Se acerc de rodillas y, arrastrndose hasta el lecho, levan-t la mano arrugada, hizo que se deslizara el anillo y lo tom.

    Al instante se cumpli la obscura prediccin geo-mntica. El sueo en la inmortalidad del rey Salomn qued roto. En un segundo, su cuerpo se desintegr y se redujo a un pequeo puado de huesos blancos y pulidos que las delicadas manos de la momia parecan proteger an. Pero Sufrah, aniquilado por el poder de la figura del Rojo de la casa de la Muerte, eruct en una oleada berme-ja toda la sangre de su vida y cay en el adormecimiento de la inmortalidad terrenal. Con el sello de Salomn en el dedo, se tendi al lado del lecho de diamante, protegido de la corrupcin durante miradas de aos, en el lugar cerrado y secreto que haba ledo en la figura de la Pri-sin. La puerta de hierro volvi a caer sobre el pasillo de prfido y los perros de fuego comenzaron a velar al geomntico inmortal.

    FRATE DOLCINOHereje

    Aprendi a conocer las cosas santas en la igle-sia de Orto San Michele, donde su madre lo alzaba para que pudiese tocar con sus manitos las bellas figuras de cera colgadas ante la Santa Virgen. La casa de sus padres estaba al lado del baptisterio. Tres veces por da, al alba, a medioda, al anochecer, vea pasar a dos hermanos de la orden de San Francisco que mendigaban pan y ponan los pedazos en un cesto. Con frecuencia los segua hasta la puerta del convento. Uno de esos monjes

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    era muy viejo; deca haber sido ordenado por el mismo San Francisco. Le prometi al nio ensearle a hablarles a los pjaros y a todos los pobres animalitos de los cam-pos. Pronto Dolcino pas sus das en el convento. Canta-ba con los hermanos y su voz era fresca. Cuando sonaba la campana para pelar las legumbres, les ayudaba a limpiar sus hierbas alrededor de la gran tina. El cocinero Robert le prestaba un cuchillo viejo y le permita repasar las es-cudillas con su toalla. A Dolcino le gustaba mirar, en el refectorio, la pantalla de la lmpara en la cual se vean pin-tados los doce apstoles con sandalias de madera en los pies y pequeos mantos que les cubran los hombros.

    Pero su gran placer era salir con los hermanos cuan-do iban a mendigar pan de puerta en puerta y llevar su cesto tapado con una tela. Un da, cuando caminaban as, a la hora en que el sol est alto en el cielo, no les dieron limosna en varias casas bajas a la orilla del ro. El calor era fuerte; los hermanos tenan mucha sed y mucha hambre. Entraron en un patio que no conocan y Dolcino lanz un grito de sorpresa al mismo tiempo que dejaba el cesto. Porque aquel patio estaba tapizado de parras frondosas y lleno de un verdor delicioso y transparente; haba leopar-dos que brincaban con muchos animales de ultramar y se vea, sentados, a muchachas y muchachos vestidos con telas brillantes que tocaban apaciblemente la zanfoa y la ctara. All la calma era profunda, la sombra densa y olo-rosa. Todos escuchaban en silencio a los que cantaban y el canto era de un tono extraordinario. Los hermanos no dijeron nada; su hambre y su sed se vieron satisfechas; no se atrevieron a pedir nada. Con mucha pena se decidie-

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    ron a salir, pero en la orilla del ro, al volverse, no vieron ninguna abertura en la muralla. Creyeron que era una vi-sin de necromancia, hasta el momento en que Dolcino descubri el cesto. Estaba lleno de panes blancos, como si Jess con sus propias manos hubiese multiplicado las ofrendas.

    As le fue revelado a Dolcino el milagro de la men-dicidad. Sin embargo, no entr en la orden, pues haba nacido en l una idea de su vocacin ms alta y ms sin-gular. Los hermanos lo llevaban por los caminos cuando iban de un convento a otro, de Bolonia a Mdena, de Par-ma a Cremona, de Pistoya a Luca. Y fue en Pisa donde se sinti arrastrado por la verdadera fe. Dorma en la cres-ta de un muro del palacio episcopal cuando lo despert el sonido de una trompeta. Una multitud de nios que llevaban ramos y velas encendidas rodeaba en la plaza a un hombre salvaje que soplaba una trompeta de bronce. Dolcino crey ver a San Juan Bautista. Aquel hombre te-na una barba larga y negra, iba vestido con un saco de ci-licio obscuro, marcado con una ancha cruz roja, desde el cuello hasta los pies; alrededor de su cuerpo llevaba atada una piel de animal. Exclam con voz terrible: Laudato et benedetto et glorificato Sia lo Patre; y los nios lo repitieron en voz alta; despus agreg: Sia lo Fijo; y los nios tambin lo dijeron; desp