Víctor Manuel Fernández - Para Que Vivas Mejor La Misa

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colección CRECER 4 VÍCTOR MANUEL FERNÁNDEZ Para que vivas mejor la misa SAN PABLO

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    4 VCTOR MANUEL FERNNDEZ

    Para que vivas mejor

    la misa

    SAN PABLO

  • coleccin CRECER 4

    Esta obra fue pensada para los que no se sienten cmodos en la celebracin de la misa, pero tambin para los que asisten con gusto y quisieran crecer en una mejor partici-pacin. En la primera parte, se busca comprender me-jor qu es la misa y para qu la celebramos. En la segunda parte, el autor se detiene en cada uno de los signos que se nos presentan, para encontrarles un sentido profundo. En la ter-cera parte, se recuerdan los gestos, posturas y movimientos que realizamos en la misa, para que podamos darles el valor que tienen y los vivamos mejor. En la ltima parte, se recorre paso por paso la misa, para que podamos aprovechar al mximo cada momento de la celebracin. En sntesis, es un libro que explica el sentido teolgico y espiritual de cada una de las partes y gestos de la misa, pero sobre todo ofrece sugerencias muy prcticas para poder vivir bien y gustosamente cada momento de la celebracin.

    SAN PABLO 9 78 9 5 08 6 178 5 9

  • PARA QUE VIVAS MEJOR LA MISA

  • Coleccin Crecer

    Para mejorar tu relacin con Mara Para mejorar tus confesiones Para mejorar tu comunicacin con los dems Para mejorar tu relacin con los que han muerto Para que vivas mejor la misa Para mejorar tu lectura de la Biblia Para mejorar tu amistad con Jess

    Vctor Manuel Fernndez naci en Gigena (provincia de Crdoba). Estudi Filosofa y Teologa en el Semina-rio de Crdoba y en la Facultad de Teologa de la UCA (Bs. As.). Realiz la licenciatura con especializacin bblica en Roma y el doctorado en Teologa en la UCA. Fue prroco, director de catequesis, asesor de movimien-tos laicales y fundador del Instituto de Formacin laical en Ro Cuarto. Es vicedecano de la Facultad de Teologa de Buenos Aires y formador del Seminario de Ro Cuar-to. Ensea Teologa Moral, Teologa Espiritual, Nuevo Testamento y Hermenutica.

  • Vctor Manuel Fernndez

    Para que vivas mejor la misa

    Dejar de aburrirte y de mirar la hora

    SAN PABLO

  • Distribucin San Pablo:

    Argentina Riobamba 230, CI025ABF BUENOS AIRES, Argentina. Telfono (011) 5555-2416/17. Fax (01 I) 5555-2425. www.san-pablo.com.ar - E-mail: [email protected]. ar

    Chile Avda. L B. O'Higgins 1626, SANTIAGO Centro, Chile. Casilla 3746, Correo 21 -Tel. (0056-2-) 7200300 - Fax (0056-2-) 800 202474 www.san-pablo.cl - E-mail: [email protected]

    Per Las Acacias 320 - Miradores, LIMA 18, Per. Telefax:(51) 1-4460017. E-mail: [email protected]

    Fernndez. Vctor Manuel Para que vivas mejor la misa. Dejar de aburrirte y de mirar la hora - 1a ed. 1a reimp. - Buenos Aires: San Pablo. 2007. 228 p.: 17x11 cm.-(Crecer 5) ISBN: 978-950-861-785-9 I. Liturgia cristiana. I.Ttulo

    CDD 264

    Con las debidas licencias / Queda hecho el depsito que ordena la ley 11.723 / SAN PABLO, Riobamba 230, C I025ABF BUENOS AIRES, Argent ina. E-mail: [email protected] / Impreso en la Argen-tina en el mes de mayo de 2007 / Industria argentina.

    ISBN: 978-950-861-785-9

  • Presentacin

    En este libro haremos cuatro caminos di-ferentes para ayudarte a vivir con ms gusto y profundidad la misa. Por eso el libro tiene cuatro partes. Eso permitir que durante un tiempo te dediques a una de esas partes, otro tiempo te dediques a otra, y as, de diversas maneras, puedas encontrarle ms sentido a cada detalle de la misa.

    En la primera parte, trataremos de enten-der mejor qu es la misa y para qu la cele-bramos.

    En la segunda parte, nos detendremos en cada uno de los signos que se nos presentan cuando estamos en misa, para encontrarles un sentido profundo.

    En la tercera parte, recordaremos los ges-tos, posturas y movimientos que realizamos en la misa, para que podamos darles el valor que tienen y los vivamos mejor.

    En la ltima parte, iremos recorriendo la misa paso por paso, para que podamos pene-trar con todo nuestro ser y aprovechar al mxi-mo cada momento de la celebracin.

  • 6 Para que vivas mejor la misa

    La Iglesia pide insistentemente "que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraos y mudos espectadores, sino que, comprendindolo bien a travs de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la accin sagrada" (SC 48). Esa es la finalidad de este libro.

  • Primera parte: Darle sentido a la

    Eucarista

    Hablaremos en primer lugar sobre el sen-tido de la presencia de Jess en la Eucarista, para concentrarnos luego en lo ms impor-tante, que es la "celebracin de la Eucarista", es decir, en el sentido de la misa. Porque no podremos comprender los detalles prcticos de la misa si primero no entendemos bien el sentido de la misa misma.

    1. La Eucarista como presencia de Jess

    Jess dijo: "Yo estar con ustedes todos los das, hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). Y l cumple su promesa. Pero l no est con nosotros slo en una presencia invisible, por-que nosotros somos cuerpo y alma. Por eso, nos dej un signo maravilloso, para que no podamos olvidarlo: la Eucarista.

    Jess no nos dej una foto o un objeto para que lo recordemos. Se qued l presente

  • en la Eucarista. La Eucarista no es slo su cuerpo y su sangre, sino Jess entero: all est su cuerpo, sus pensamientos, sus sentimien-tos, su sangre, su poder divino, su ternura humana, todo su ser.

    Y Jess est vivo en la Eucarista, porque ha resucitado. La Eucarista es el cuerpo de Cristo resucitado que est presente entre no-sotros de una manera visible; pero est en la apariencia del pan. Por qu? Porque todava tenemos que seguir caminando en esta tierra, y si lo viramos con toda claridad, estaramos ya en el cielo, nos deslumhrara por completo.

    Ya que l est vivo en la Eucarista, puedo dialogar con l, buscar su ayuda, contarle mis cosas, compartir con l mis preocupaciones ms ntimas y mis alegras.

    Para poder comprender bien lo que sig-nifica esta presencia, decimos que es real, sus-tancial y sacramental; y que est sobre todo para que lo comamos, pero tambin para que lo contemplemos y lo adoremos. Veamos.

    Presencia "real"

    El Hijo de Dios, cuando busc una forma de quedarse entre nosotros con su humani-dad, qu poda elegir sino lo ms simple, lo

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    ms cotidiano, lo ms sencillo? Qu poda elegir sino un pedazo de pan?

    All, en la apariencia del pan, me mira con sus ojos humanos, me ama con su corazn de hombre, comprende y comparte mis pre-ocupaciones, se alegra conmigo, se conmue-ve con mis actos de amor.

    Ese Jess que est en la Eucarista, en la sencillez de la apariencia del pan, es realmente el que camin por Galilea, que enseaba jun-to al lago, que conversaba con Mara sentada a sus pies, que se entretena con los nios, que tocaba los odos del sordo con su propia saliva, que se dejaba lavar los pies con las l-grimas de la pecadora, que lloraba por su ciu-dad amada, que dej clavar todo su amor en una cruz. No es otro; es el mismo. La diferen-cia es que ahora est resucitado, transfigura-do, y por eso puede hacerse presente al mis-mo tiempo en todos los templos del mun-do.

    No es slo la presencia que Jess tiene como Dios. Porque Jess como Dios est en todas partes, no slo en la Eucarista. Lo es-pecial de la Eucarista es que all tambin est la humanidad resucitada de Jess.

    No es lo mismo cuando se produce algu-na "aparicin" de Jess, porque en esos casos

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    Jess simplemente se hace visible a travs de una imagen pasajera. En la Eucarista, en cam-bio, est realmente l con toda su humani-dad resucitada.

    Es cierto que las otras presencias de Jess son tambin reales. Es real su presencia en cada hermano, es real su presencia en la co-munidad, es real su presencia en la Palabra, es real su presencia en medio de las cosas que nos suceden. Pero cuando decimos que est realmente presente en la Eucarista es para que no pensemos que est slo "simblicamen-te". La Eucarista no simboliza a Jess, sino que es Jess realmente presente tras la apa-riencia del pan.

    Presencia "sustancial"

    Lo que nos permite distinguir esta pre-sencia de Jess por encima de cualquier otra presencia es decir que es una presencia "sus-tancial". Qu significa esto?

    Hay que recordar que en la Eucarista Je-ss no est slo por su poder, como creador; ni siquiera basta decir que est como santificador, porque as est en todos los sa-cramentos. En el Bautismo el agua sigue sien-do agua, y Cristo est presente all espiritual-

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    mente, ejerciendo su poder Pero en la Euca-rista el pan deja de ser pan, y comienza a ser Cristo.1 Hay un verdadero cambio en la "sus-tancia" de las cosas, porque el pan ya no es pan y lo que era vino ya no es vino, aunque quede la apariencia del pan y del vino. La sus-tancia del pan y del vino se transforma en Je-ss. A ese cambio, la Iglesia le llama "transus-tanciacin".

    Es cierto que hay una presencia interior de Jess en mi corazn en todo momento. Pero cuando Jess est presente dentro de m l no se identifica conmigo, yo sigo siendo yo; adems, mi unin espiritual con l es im-perfecta, debe ir creciendo cada vez ms. En cambio en la Eucarista el pan dej de ser pan y la Eucarista es Jess. En la Eucarista no de-cimos simplemente que Jess est en el pan. No. El pan ya no est. La Eucarista es Jess; es l, l en plenitud. No puede estar ms pre-sente que all en esta tierra, porque se que parece pan es l, totalmente l. Es l. Un cru-cifijo es slo un signo que me recuerda a Je-ss, pero la Eucarista es l. Cuando expresa-mos nuestro amor a un crucifijo o a una ima-1 Recordemos que cuando decimos "cuerpo" de Cristo

    entendemos el Cristo total que se comunica, no solamente sus rganos fsicos.

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    gen religiosa, nuestro amor no se dirige a ese objeto, sino al Seor que est representado en esa imagen. En cambio, cuando adoramos la Eucarista, estamos adorando directamen-te a Cristo, porque la Eucarista es l mismo. Eso significa que es una presencia "sustancial" de Jess. Entonces merece toda adoracin y siempre nos quedamos cortos.

    Por eso en la consagracin Jess dice "esto es mi cuerpo", y no "aqu est mi cuerpo" En los dems sacramentos Jess est presente por su poder, haciendo una obra, y all puede de-cir "aqu estoy yo, perdonando tus pecados"; pero en la Eucarista me dice "Este soy yo"

    Slo quedan las apariencias de pan. Para qu? Para que podamos verlo y sentirlo en nuestra boca. Las apariencias del pan quedan para decirnos silenciosamente que Cristo nos invita a comerlo.

    Presencia "sacramental"

    Para evitar confusiones, decimos tambin que la presencia de Jess es "sacramental". No debemos decir que al morder la hostia esta-mos mordiendo a Jess, como podramos mordernos entre nosotros, porque ahora el cuerpo de Jess est resucitado y completa-

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    mente transfigurado. Es el mismo Jess, pero ya no tiene un cuerpo que pueda ser lastima-do, partido o afectado por nuestros dientes. Eso sera un canibalismo. El que est en la Eucarista es el Resucitado, y est transfigura-do, transformado. Su cuerpo ha perdido los lmites que tenemos en la tierra, y entonces puede estar presente en todos los templos al mismo tiempo. Por eso mismo, para que po-damos verlo, es necesario que permanezcan las apariencias del pan. Nosotros no podemos ver los ojos del resucitado ni escuchar su voz; pero l est bajo las apariencias del pan y del vino, y as podemos reconocerlo. Si l nos transformara para que pudiramos verlo re-sucitado, nos deslumhrara de tal manera que estaramos obligados a aceptarlo; pero l pre-fiere que lo aceptemos por la fe, y nos deja la posibilidad de rechazarlo. Por qu lo hace? Porque le gusta que desde nuestra debilidad tengamos un crecimiento, que vayamos pa-sando de la incredulidad a la fe, y vayamos pasando de una fe dbil a una fe cada vez ms fuerte. Por eso prefiere que no lo veamos re-sucitado y que lo veamos en la apariencia sen-cilla de un pedazo de pan.

    Su presencia en la Eucarista se llama "sacramental" porque est bajo esas aparien-

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    cias del pan y del vino. Sin la fe, pensaramos que all hay solamente un pedazo de pan, pero gracias a la fe reconocemos que l realmente est all para ser nuestro alimento.

    Para ser comido

    No basta adorarlo en el Sagrario y experi-mentar su presencia espiritual en nuestros corazones, porque a l no le interesa slo transmitir desde all una fuerza espiritual. l en la Eucarista es alimento que espera ser co-mido:

    En la Eucarista Jess lo da todo... Dios desea estar completamente unido a nosotros para que todo su ser y el nuestro puedan fundirse en un amor eterno. Toda la larga historia de la relacin de Dios con los seres humanos es una historia de comunin cada vez ms profunda... una historia en la que Dios busca modos siempre nuevos de unirse en ntima comunin con nosotros.2

    Su presencia en la Eucarista no es un fin en s misma. Su presencia bajo las aparien-cias del pan es pasajera, no existir en el cie-lo; es slo una presencia necesaria para los caminantes, para los peregrinos en esta tie-2 H. Nouwen, Con el corazn en ascuas, Santander 1996,

    72-73.

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    rra. Esa presencia en la Eucarista tiene como objetivo que lo comamos para que l pueda estar cada vez ms presente en nuestros corazo-nes. Cuando alguien comulga con fe, Jess transforma un poco ms su corazn y puede estar ms presente en l.

    Es cierto que esa presencia de Jess en el corazn es imperfecta, y que nunca se iguala-r a su presencia en la Eucarista, porque el pan se convierte totalmente en Cristo pero yo sigo siendo yo. Pero tambin es cierto que l est en la Eucarista para ser alimento del cora-zn humano, porque desea ser comido y as hacerse ms presente en nuestra intimidad, all donde puede amar y ser amado. La pre-sencia en la Eucarista est al servicio de la comida en la comunin. La consagracin est al servicio de la comunin.

    Entonces no estamos llamados a quedar-nos en el templo, sino a lograr un encuentro tan personal con l que podamos encontrar-lo en cualquier parte, llenndolo todo, dndo-le sentido a la vida cotidiana. En cualquier lugar, y no slo en la misa, el Seor debe ser el sentido, la luz y la profundidad de lo que vivimos.3

    3 Orgenes deca: "De qu me sirve si Cristo naci de

    la Virgen santa, pero no nace en mi intimidad?" (In

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    Nuestra relacin con l no debera redu-cirse a esos momentos en que podemos ir a un lugar sagrado y estar ante un sagrario. Por-que el Seor quiere iluminar todos los mo-mentos de la vida, l espera que yo aprenda a reconocerlo siempre conmigo.

    Por eso la Eucarista est para ser comida. Si vamos a buscar a Jess en la Eucarista es para alimentar nuestro interior, de manera que podamos encontrarnos con l en cual-quier circunstancia, sobre todo cuando ms lo necesitamos. Hemos insistido tanto en la presencia real de Cristo en la Eucarista y he-mos acentuado tanto que la Eucarista es el centro, que a veces no queda claro que tam-bin es real la presencia de Jess cuando esta-mos trabajando o compartiendo con nuestros seres queridos, aunque no estemos en un tem-plo. A veces parece que Cristo solamente es el centro de nuestra vida si estamos delante de un sagrario, y no tanto cuando lo adoramos en medio de la vida cotidiana, en medio de nuestros cansancios y alegras.

    Jer. hom. 9, 1). El mismo H. De Lubac reflexiona sobre esta frase de Orgenes diciendo: "La existencia cristiana es un engao si no reproduce, a partir de su ritmo interior aquel Misterio de Cristo... * (Histoire et sprit, Paris 1950, 181).

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    Lo importante es mi permanente amis-tad con l, tambin cuando no puedo comul-gar y cuando no puedo ir a una iglesia, tam-bin cuando no estoy leyendo la Biblia. Su presencia en la Eucarista est al servicio de esa amistad permanente.

    Pero para alimentar esa amistad perma-nente no me queda ms que reconocer que tengo que buscar a Jess all donde l ha que-rido hacerse accesible como alimento interior: en la Eucarista. No somos ngeles, y necesi-tamos de cosas que podamos ver o tocar para encontrarnos con el Seor. Tambin nuestro cuerpo, nuestros ojos, nuestros odos, nues-tra boca, participan de la relacin con Dios. Por eso, necesitamos recibir la Eucarista.

    En esta comida en realidad sucede lo con-trario de lo que ocurre con las dems comi-das. Porque Cristo no es asimilado por noso-tros, su carne no se convierte en la nuestra. Nosotros, al comerlo, somos asimilados por l, somos incorporados, elevados a l, transfor-mados en l, sin dejar de ser nosotros mis-mos: "No me transformars en ti, hacindo-me manjar de tu carne, sino que t te trans-formars en m".4

    4 S. Agustn, Confesiones, 7, 10, 16.

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    Para estar con nosotros y ser adorado

    Dijimos que la presencia de Jess en la Eucarista es "sustancial", que el pan deja de ser pan. Entonces no decimos que Jess est en la Eucarista slo durante la celebracin de la misa y que despus se va. Por eso, ya en el ao 150, nos cuenta san Justino que des-pus de la celebracin se llevaba la comunin a los ausentes. Eso significa que su presencia sigue siendo real tambin despus de la misa.

    Para poder llevarla a los enfermos, la Igle-sia comenz a hacer sagrarios donde se guar-daban las hostias consagradas. Por eso, de manera espontnea, las personas comenzaban a detenerse ante los sagrarios y fue surgiendo la adoracin a Jess presente en la Eucarista. Acaso podra ignorarse esa presencia del Se-or? Sera comprensible que los cristianos se detuvieran ante la cruz o ante las imgenes de los santos e ignoraran esa presencia sus-tancial de Jess?

    Por eso, la Iglesia ensea que Jess est en la Eucarista sobre todo para ser comido, pero que tambin estamos llamados a ado-rarlo en los templos, fuera de la celebracin de la misa.

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    Cuando nos quedamos un rato ante un sagrario conversando con Jess, y logramos abandonar nuestras resistencias, podemos decir como dijo Pedro en la transfiguracin: "Seor, qu bueno es estar aqu" (Mt 17, 4).

    Entonces nos damos cuenta que se es un lugar maravilloso, donde el Maestro nos en-sea todo lo que necesitamos saber: "Seor, a quin vamos a ir, si t tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

    Jess all presente es compaa, consue-lo, orientacin, fuerza, paz, cario, gozo, com-prensin, alivio, esperanza. Cada vez que nos acercamos a la Eucarista y le abrimos a Jess nuestro corazn sincero, Jess nos repite la misma pregunta, con su infinita ternura: "qu quieres que haga por ti?" (Me 10, 51). Por eso podemos expresarle a Jess todas nuestras preocupaciones, deseos y necesidades, hasta que el corazn se quede en paz, sabiendo que todo est en sus manos.

    Cuando nos quedamos un rato ante el sagrario nos damos cuenta que no estamos solos, no somos hurfanos, no estamos des-amparados. l no discrimina jams, todos somos sagrados e importantes para l siem-pre, en cualquier situacin en que nos encon-tremos.

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    l es el pastor, el maestro, el hermano, el amigo, el mdico, el Seor infinito y todopo-deroso, la fuente de vida divina. All, en el sagrario, nos dice: "Vengan a m todos los que estn fatigados y agobiados, y yo les dar des-canso" (Mt 11, 28).

    All podemos pedirle que nos perdone y nos purifique, que nos ayude en nuestras di-ficultades; podemos contarle todo eso que a nadie ms le diramos. Tambin es justo que le demos gracias por tantas cosas.

    Pero, sobre todo, l merece nuestra ado-racin. La adoracin son actos de fe, esperan-za y de amor.

    Sin embargo, eso no significa que no de-bamos pedirle lo que necesitamos. Tambin manifestamos nuestra adoracin compartien-do con l nuestras preocupaciones y suplicn-dole, porque as expresamos nuestra confian-za en su amor y en su poder.

    Pero todo esto, si realmente es un encuen-tro con l y no un monlogo, no hace ms que encender el deseo de recibirlo en la co-munin, de participar de la misa, donde l se entrega como alimento. Por eso, pasemos a hablar de la celebracin de la misa.

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    2. La misa como banquete La misa es un verdadero banquete. Jess

    mismo prepara la mesa y nos invita a reunir-nos para compartir el pan que nos ofrece. As se cumple lo que l propone a cada discpulo en la Palabra de Dios: "Cenar con l y l con-migo" (Apoc 3, 20). Pero no comemos solos los dos, porque es un banquete de la comu-nidad, con Jess en medio. Es una comida co-munitaria. En el Nuevo Testamento se llama-ba "cena del Seor" o "fraccin del pan".

    Cuando vayamos a misa, recordemos siempre que vamos porque Jess nos ha con-vocado a esta cena de hermanos, y vayamos con la misma alegra que tenan los primeros cristianos cuando se reunan para partir el pan (Hech 2, 42.46).

    La Iglesia nos ensea: No hay duda de que el aspecto ms evidente de la Eucarista es el de banquete. La Eucarista naci la noche del Jueves santo en el contexto de la cena pascual. Por tanto, conlleva en su estructura el aspecto del banque-te... Este aspecto expresa muy bien la relacin de comunin que Dios quiere establecer con nosotros y que debemos desarrollar recprocamente entre nosotros (MND 15).5 5 Los documentos de la Iglesia se citan entre parntesis

    con una sigla. Las siglas se indican al final.

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    Pero esto debe ser entendido de tal mane-ra que exprese tambin su contenido profun-do. No es cualquier comida lo que se compar-te, porque Jess mismo se ofrece en sacrificio. Es cierto que Jess est presente resucitado, pero "muestra las seales de su pasin, de la cual cada misa es su memoriar (MND 15).

    Esto supone que Jess se hace realmente presente, y se ofrece a nosotros como se ofre-ci en la cruz. Pero ahora se ofrece para ser co-mido. Como dijimos, cuando decimos que es una "presencia real" no es porque no sean rea-les las dems presencias, sino porque est "sus-tancialmente presente en la realidad de su cuer-po y de su sangre" (MND 16). Por eso la Euca-rista es la presencia de Jess por excelencia.

    Si la misa es un banquete, de ah la im-portancia particular de la comunin dentro de ella, porque de otro modo no sera una comida. Jess insisti en esto cuando dijo: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo" (Jn 6, 51), y "mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida" (Jn 6, 55).

    No debera llamarnos la atencin que Je-ss nos haya dejado la Eucarista, si tenemos en cuenta dos cosas: a Jess le gustaba com-partir comidas con la gente, y el Reino de Dios que vendr ser tambin un banquete.

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    1) Jess coma y beba con la gente. El evangelio cuenta que Jess era famoso

    por ir a comer con pecadores (ver Mc 2, 15-17). Es ms, era tan comn esta costumbre de andar por ah compartiendo la mesa, que lo acusaban de "comiln y borracho" (Mt 11, 19). En ese mismo texto Jess reconoce que l no es austero o solitario como Juan el Bau-tista (11, 18), sino que "come y bebe" (11,19). Esto en aquella poca tena ms fuerza que ahora, porque los que se sentaban a la mesa coman todos de un mismo plato; la comida tena siempre un profundo sentido de amis-tad y comunin fraterna. Por eso, en la lti-ma cena Jess dice: "el que ha mojado con-migo su pan en el plato, se me entregar" (Mt 26, 3). Pero adems, Jess quiso sentarse a la mesa con sus discpulos tambin despus de su resurreccin. Por eso ellos decan: "no-sotros comimos y bebimos con l despus que resucit de entre los muertos" (Hech 10, 41). Es reazonable, entonces, que nos haya deja-do la comida de la misa.

    2) El Reino de Dios ser un banquete. Dice el profeta Isaas que Dios prepara

    para todos los pueblos "un banquete de vi-nos aejados, manjares sabrosos, vinos gene-rosos" (Is 25, 6). Y Jess deca que "el Reino

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    de los cielos es semejante a un rey que cele-br el banquete de bodas con su hijo" (Mt 22, 2), y que habr un banquete "en el Reino de los cielos" (Mt 8, 11; ver tambin Lc 14, 15; Mt 26, 29).

    Por todo esto, es comprensible que Jess nos dejara el banquete de la Eucarista, para compartir la mesa con nosotros. l mismo no se hizo esperar y celebr la Eucarista con los discpulos de Emas despus de su resurrec-cin, y ellos lo reconocieron cuando parti el pan (Lc 24, 35). Esa fue la primera misa des-pus de la cena del Jueves santo.

    3. La misa como memorial del sacrificio de Jess

    La misa no es un sacrificio nuestro, como si el sacrificio fuera tener que estar una hora en el templo, o aceptar el aburrimiento que nos provoca. No. La misa es una fiesta y un banquete para nosotros, es un regalo y un gozo. El sacrificio es el de Jess, que se ofreci en la cruz y se hace presente en la misa. Por-que "lo mismo que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, se ofreci all en la cruz; slo es distinto el modo de hacer el ofrecimiento".6 En la cruz Jess sufra, era des-

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    trozado, derramaba su sangre con dolor, pero eso no se repite en la misa. El sacrificio de Jess se hace presente en la misa de un modo in-cruento. Por eso en la misa no tenemos que llorar con Jess como si l estuviera sufrien-do.

    El sacrificio de Jess es uno solo, "de una vez para siempre" (Heb 7, 27; 9, 12), y enton-ces la misa no es una repeticin de ese sacrifi-cio. Lo que sucede en la misa es que all se hace presente esa misma ofrenda total de Jess en la cruz. En cada misa l ofrece su vida al Padre por nosotros, pero de otra manera, por-que ahora est resucitado, "siempre vivo para interceder" por nosotros (Heb 7, 25). Y Cris-to, "una vez resucitado, ya no muere ms" (Rom 6, 9). Entonces no hay lugar para la tris-teza o la amargura en la misa; la misa no es un velatorio, es una fiesta.

    Sin embargo, que est resucitado, no quie-re decir que su entrega en la cruz sea algo del pasado. Cuando decimos que la misa es un "Memorial" de la Pascua, no queremos decir que es un simple recuerdo, porque en la tra-dicin juda y cristiana un memorial es una celebracin donde lo que se celebra se hace realmente presente; o podemos decir que no-6 Concilio de Trento, sesin XXIII, 2.

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    sotros nos hacemos misteriosamente presen-tes en ese acontecimiento que recordamos. En cada misa los fieles toman "contacto vital con el sacrificio de la cruz, y as los mritos que de l se derivan, les son transmitidos y aplica-dos" (MD 50).

    La entrega de Jess se hace verdaderamen-te presente en la misa. Quiere decir que aquel nico sacrificio de Jess en la cruz se prolonga y entra en cada celebracin de la misa, hasta el fin del mundo. Por eso, cada misa es la gran ofrenda de Cristo al Padre que la Iglesia cele-bra.

    En cada misa, nuestro amor puede decir como Pablo: "Estoy crucificado con Cristo" (Gal 2, 20). La misa no es fabricar algo; es dejarse tomar por Jess y recibir la vida que brota de su cruz, como si nosotros estuvira-mos presentes, con Mara y Juan, en el mo-mento mismo de su pasin y su muerte. De-cimos "como si estuviramos" porque, aun-que ese misterio se hace realmente presente en la misa, no se realiza como en la cruz, de modo cruento y doloroso, sino de otra forma.

    Este sacrificio de Jess en la cruz que se hace presente en la misa debe entenderse jun-to con toda la vida de Jess, entregada por nosotros. En realidad la muerte de Jess es la

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    consecuencia de su entrega total. Lo mataron porque no soportaban su mensaje y porque su testimonio contradeca a los poderosos. Por eso, al celebrar su sacrificio celebramos su permanente entrega de amor. Entonces vale la pena recordar que lo que ms interesa en este sacrificio no es el sufrimiento, sino el ofre-cimiento de su vida por amor hasta el fin: "l, que haba amado a los suyos que estaban en el mundo, los am hasta el extremo" (Jn 13, 1).

    Es cierto que Jess sufri, pero tambin es cierto que l aceptaba dar la vida, l desea-ba esa entrega ms que cualquier mrtir; l vivi apasionadamente esa entrega total sa-biendo que no era una fatalidad intil, sino que era para nuestra salvacin. Leamos de-tenidamente estos textos: "He venido a traer fuego a la tierra, y cunto deseara que ya es-tuviera ardiendo!" (Lc 12, 49). "He deseado intensamente comer esta Pascua con ustedes antes de padecer!" (Lc 22, 14). "Entonces dije: Aqu estoy Seor, para hacer tu voluntad!" (Heb 10, 7.9). "Yo doy mi vida para recobrar-la de nuevo. Nadie me la quita, yo la doy li-bremente" (Jn 10, 17-18). "Ha llegado la hora... Y qu voy a decir: Padre lbrame de esta hora? Pero si para esto he venido!" (Jn 12, 23.27). "Padre, ha llegado la hora, glorifi-ca a tu Hijo" (Jn 17, 1). En la misa no celebra-

  • 28 Para que vivas mejor la misa

    mos una fatalidad, sino una entrega libre de amor, hasta el extremo. Esa entrega nos ha salvado, y esa salvacin se derrama en cada misa.

    4. La misa como Memorial de la Pascua

    En la celebracin de la Eucarista no se hace presente slo el misterio de Cristo cruci-ficado, sino el misterio total de su Pascua, in-cluyendo la Resurreccin.

    Prestemos atencin a esta palabra "mis-terio". No significa algo raro, difcil de enten-der, complicado, oscuro. No. Significa que es algo maravilloso, inmensamente bello, tan precioso que nos desborda por todas partes; por eso no podemos compararlo con otras cosas de la vida, como si fueran iguales. La misa es un banquete, pero no cualquier ban-quete; es mucho ms que cualquier otro ban-quete. All se hace presente algo que este mun-do no puede contener.

    Y en cada misa se hace realmente presen-te el misterio de la cruz que se actualiza de un modo misterioso. Sin embargo, no es slo una participacin en su muerte, ya que "si Cristo no resucit vana es la fe de ustedes, estn to-

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    dava en sus pecados" (1 Cor 15, 17). El Jess que se hace presente en la Eucarista es l Re-sucitado. El que ora con nosotros es el Resuci-tado. El que recibimos en la comunin es el Resucitado, est vivo, feliz y glorioso. Porque l "est siempre vivo para interceder" por no-sotros (Heb 7, 25).

    Por eso el vino, como en cualquier ban-quete, simboliza tambin la alegra, la fiesta, el gozo y la plenitud vital del Seor resucita-do que nos comunica su vida feliz. Y esto se acenta ms todava en la celebracin domi-nical, en el da en que Cristo venci a la muer-te y comparte con su Iglesia amada el gozo de su triunfo. Entonces, nada de dolorismo en la misa.

    Pero no actan la muerte y la resurrec-cin separadamente. En la celebracin de la Eucarista actan simultneamente los dos misterios. Porque en cada Eucarista se hace presente y se actualiza el "paso" de la muerte a la vida, o la muerte que da paso a la vida y comunica nueva vida.

    En el evangelio de Juan, el Cristo que muere en la cruz es el que derrama el Espritu Santo, y al derramarlo sacia su propia sed de dar la vida (Jn 7, 39; 19, 28-30). Para este Evan-gelio Cristo reina en la cruz; all est glorioso

  • 30 Para que vivas mejor la misa

    y potente comunicando vida. Y as el evange-lio de Juan complementa la visin de los evan-gelios sinpticos, que destacan ms la humi-llacin de Jess.

    La unidad de los dos misterios, muerte y resurreccin, es algo que a nosotros nos cues-ta percibir, pero eso es lo que se actualiza en la celebracin de la Eucarista. De hecho, el Cristo resucitado conserva las marcas de sus clavos, las seales de su entrega hasta el fin (Jn 20, 27; Apoc 1, 7; 5, 6-9). Adems, san Pablo presenta la experiencia cristiana como una participacin en la pasin de Cristo: "Es-toy crucificado con Cristo... que me am has-ta entregarse a s mismo por m" (Gal 2, 19-20; 6, 14.17; Corl 1, 24). Y si la presencia del resucitado en la vida del creyente es tambin una unin con Cristo crucificado, con mayor razn en la eucarista se hace presente el mis-terio de la Pasin. De hecho san Pablo ense-a que en la eucarista "proclamamos la muer-te del Seor" (1 Cor 11, 26).

    Podemos acercarnos "confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia", porque "no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debili-dades, ya que ha sido probado en todo como nosotros, menos en el pecado" (Heb 4, 15-16). Si recordamos que el Resucitado es el que

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    soport la Pasin, podemos pensar que es ca-paz de comprender nuestros dolores y angus-tias y compadecerse de nosotros cuando su-frimos. Adems, tambin el cliz habla de la Pasin del Seor. Recordemos que cuando Jess se entregaba a la Pasin, oraba al Padre diciendo: "Padre, todo es posible para ti, apar-ta de m este cliz" (Mc 14, 36; 10, 38).

    Pensemos que el Cristo resucitado est siempre presente en la Iglesia, pero nosotros no hemos alcanzado plenamente en nuestras vidas ese misterio de su vida nueva, no he-mos pasado del todo de la muerte a la vida. Y la eucarista existe "para nosotros". Por eso, cuando participamos de la eucarista, lo que nos sucede es que pasamos un poco ms, con Cristo, de la muerte a la vida. En esa presencia nica y suprema del misterio de la Pascua se derrama en nosotros esa vida de la gracia que llena el corazn rebosante del Resucitado. As podemos alcanzar algo ms de la vida divina que reina en el Resucitado y abandonar un poco ms la muerte que nos domina todava.

    Pero, por otra parte, si nuestra vida en la tierra es tambin, inevitablemente, una suce-sin de muertes (renuncias, finales, entregas, prdidas, etapas que culminan), la eucarista nos permite asociarnos de un modo especia-

  • 32 Para que vivas mejor la misa

    lsimo al misterio del Cristo entregado, limi-tado, hecho sacrificio y ofrenda de amor en la cruz. As, uniendo mis heridas a las suyas, y recordando que se que recibo vivo en la eu-carista es el que "me am hasta entregarse a s mismo por m" (Gl 2, 20), le doy un sen-tido mstico y ardiente a mis propias muer-tes. Por eso, de esas mismas muertes pueda bro-tar vida nueva.

    5. La misa como celebracin de la nueva Alianza

    As como la fiesta de la Pascua celebraba la Alianza de Dios con su pueblo elegido, los cristianos celebramos en cada misa la Alian-za que Jess sell con su Iglesia en la cruz. Dios quiso elegir un Pueblo pobre y peque-o, por puro y gratuito amor, y lleg a expre-sarle ese amor de un modo inslito: hacien-do alianza con l. Esa alianza implicaba para el Pueblo pertenecerle slo a l, dejarse amar por ese Dios, y simplemente depositar en l su confianza: "Ustedes sern mi propiedad per-sonal entre todos los pueblos" (Ex 19, 5).

    Los profetas explicaron esta alianza como una verdadera unin matrimonial, que exi-ga al Pueblo confiar plenamente en el amor

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    de Dios y no en otros dolos o poderes terre-nos. Y la clave de la fidelidad del Pueblo esta-ba simplemente en su capacidad para dejarse amar, para dejarse poseer, renunciando a la desconfianza enfermiza y al deseo de auto-noma.

    En el libro del profeta Oseas, Dios se pre-senta como un esposo locamente enamora-do, y el Pueblo como una prostituta que a cada rato se extrava detrs de otros amores. Pero la respuesta del esposo enamorado no es la venganza, sino intentar seducirla por todos los medios posibles, hasta llevarla al desierto para hablarle al corazn (Os 2, 15-16). Y a pesar de todos los desprecios, l promete sa-nar su infidelidad, amarla gratuitamente (Os 2, 21) y ser como un roco para ella (14, 5-6).

    Tambin el libro de Ezequiel presenta la relacin de Dios con su Pueblo como una dolorosa historia de amor engaado, traicio-nado, despreciado, donde Dios tuvo la ini-ciativa: "Hice alianza contigo, y t fuiste ma" (Ez 16, 7-8). A pesar de las infidelidades, Dios ofrece renovar la alianza y establecer una alianza nueva y eterna: Yo me acordar de mi alianza contigo en los das de tu juventud y esta-blecer en tu favor una alianza eterna" (Ez 16, 60-62).

  • 34 Para que vivas mejor la misa

    El profeta Jeremas presenta a un Dios amante que aora los primeros tiempos del amor, cuando ella lo segua llena de confian-za, aceptando ser suya: "De ti recuerdo tu cari-o juvenil, el amor de tu noviazgo, cuando t me seguas por el desierto" (Jer 2, 2).

    Sin embargo, Dios no se qued en la nos-talgia o en la queja. l es fiel a su amor y vuel-ve a tomar la iniciativa, por encima y ms all de todos los desprecios y olvidos, pero esta vez encargndose l mismo de trabajar en su corazn para purificarla y para transformar su indiferencia en fidelidad amorosa: "Con amor eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti" (Jer 31, 3). "Sobre sus corazones escribir mi Ley. Yo ser su Dios y ellos sern mi Pueblo (Jer 31, 33). "Les dar un corazn nuevo, infun-dir en ustedes un espritu nuevo" (Ez 36, 26).

    Esa obra sublime de la nueva Alianza es la que realiz Jess en la cruz, sellando con su propia sangre el pacto eterno. Y esa nueva Alianza se hace presente plenamente en la cele-bracin de la eucarista, el sacramento de la nueva Alianza. All se actualiza la accin re-dentora de Cristo y l entra en el corazn de su Pueblo para renovarlo y hacerlo capaz de una amorosa fidelidad. Por eso Jess en la ltima Cena dijo: "Esta copa es la nueva Alian-

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    za en mi sangre, que es derramada por ustedes" (Lc 22, 20).

    Recordemos que, cada vez que vamos a la misa, renovamos, junto con los hermanos, nuestra propia alianza con el Seor.

    6. La misa como anticipo del Banquete de la Pascua eterna

    La eucarista es el mejor anticipo del ban-quete eterno del Reino celestial. Jess mismo relacion la eucarista con el Reino de los cie-los (ver Mt 26, 28-29). Adems, Jess conec-t muy claramente la eucarista con la vida eterna cuando dijo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo lo re-sucitar en el ltimo da" (Jn 6, 54). "El que me coma vivir por m" (Jn 6, 57).

    La eucarista siembra en nosotros un ger-men celestial, porque derrama en nosotros la vida de Jess y as nos prepara para la eterni-dad feliz. Moriremos, s, pero pasaremos a la felicidad que nunca se acaba. Por eso la euca-rista nos da esperanza, nos fortalece y nos alienta para seguir caminando, nos da pacien-cia y perseverancia en medio de las dificulta-des de la vida. Tambin derrama en nosotros un gusto por las cosas del cielo, porque nos

  • 36 Para que vivas mejor la misa

    hace probar interiormente un anticipo de las maravillas que recibiremos en la eternidad. De esa manera, nos ayuda para que no abso-luticemos las cosas de esta tierra y no nos ob-sesionemos tanto por las cosas que se acaban. Pero al mismo tiempo nos da fuerzas para mejorar este mundo, porque as colaboramos en la preparacin del Reino celestial. Como la eucarista nos proyecta al final de la histo-ria, esto "da al sacramento eucarstico un di-namismo" hacia el futuro, un sentido de es-peranza (MND 15).

    Este sentido de esperanza (que se llama "escatolgico") aparece a lo largo de toda la misa. Veamos algunos ejemplos.

    Al final del acto penitencial el sacerdote dice:".. .y nos lleve a la vida eterna". En la acla-macin despus de la consagracin los fieles dicen: "Ven Seor Jess", o "hasta que vuel-vas". En la oracin despus del Padrenuestro el sacerdote dice: "mientras esperamos la ve-nida gloriosa de nuestro Salvador, Jesucristo". Cuando el sacerdote muestra la hostia consa-grada dice: "felices los invitados al banquete celestial". En la plegaria eucarstica le pedimos al Seor que nos reciba tambin a nosotros en su Reino junto con Mara y los santos. En las oraciones variables que dice el sacerdote

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    frecuentemente se pide a Dios que podamos alcanzar la vida eterna, etctera

    Vemos entonces que toda la misa est atravesada por este insistencia en nuestro des-tino eterno, para que recordemos que no se acaba todo en esta vida y que hay algo ms que este mundo limitado y pasajero. La euca-rista es alimento para la vida eterna y es el anticipo ms perfecto del cielo:

    "La Iglesia sabe que, ya ahora, el Seor viene en su Eucarista y que est ah, en medio de noso-tros. Sin embargo, esta presencia est velada. Por eso celebramos la Eucarista mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo... De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y tierra nueva, no tenemos prenda ms segura, sig-no ms manifiesto que la Eucarista" (CCE 1404-1405).

    7. La misa como sacramento de la comunin fraterna

    La misa es tambin el gran sacramento (signo eficaz) de la unin entre los hermanos: "Siendo muchos, un solo pan y un solo cuer-po somos, porque todos participamos de un solo pan" (1 Cor 10, 17). Por eso, usamos la palabra "comunin" para hablar de la euca-

  • 38 Para qu vivas mejor la misa

    rista, pero tambin la usamos para hablar del amor fraterno, de la unidad entre nosotros. Jess expres su profundo deseo de que sea-mos "perfectamente uno" (ver Jn 17, 20-23), y para eso nos dej el banquete comunitario de la eucarista, que expresa, celebra y alimen-ta nuestra comunin fraterna: "La unidad de los fieles, que forman un solo cuerpo en Cris-to, est representada y se realiza por el sacra-mento del pan eucarstico" (LG 3).

    Por eso, una de las splicas que decimos en la misa es sta: "Te pedimos humildemen-te que el Espritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y la sangre de Cristo" (Plegaria Eucarstica II).

    El Papa Pablo VI deca que est muy bien que le demos a Jess en la eucarista toda nuestra adoracin, pero que no podemos quedarnos all. Jess siempre nos lleva a vivir como hermanos. Por eso, cualquier celebra-cin de la eucarista quedara incompleta y desaprovechada si no sacramos fuerzas para unirnos ms a los dems. Veamos cmo Pa-blo VI nos explica para qu Jess se qued en la eucarista:

    "Es conveniente que al sacramento de la Presencia del Seor se le deba toda conside-racin, toda reverencia exterior e interior. Pero

  • Vctor Manuel Fernndez 39

    nuestra formacin religiosa sera incompleta y dejaramos nuestra conciencia social sin su mejor recurso, si olvidramos que la eucaris-ta est destinada a nuestro trato humano, ade-ms de nuestra santificacin cristiana. Ha sido instituida para que seamos hermanos. El sacer-dote la celebra como ministro de la comuni-dad cristiana, para que de extraos, dispersos e indiferentes unos a otros, nos hagamos uno, igua-les y amigos. Se nos ha dado para que, en lugar de una masa aptica, egosta, hecha de perso-nas divididas y hostiles, nos convirtamos en un pueblo, creyente y amante, con un solo cora-zn y una sola alma..."?

    Pero la eucarista nos llama a estar uni-dos no slo con las personas bellas, podero-sas y agradables, que pueden beneficiarnos, sino especialmente con los pobres y sufrientes. Recordemos lo que nos peda Je-ss con tanta claridad: "Cuando des un ban-quete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos" (Lc 14, 13).

    Porque as como en la eucarista Cristo se presenta como anonadado, oculto en la po-breza de los signos, as tambin Cristo se iden-tifica con el pobre y humillado: "Lo que le hicieron a uno de estos hermanos mos ms 7 Pablo VI, Alocucin de Corpus Christi, 17/06/1965.

  • pequeos a m me lo hicieron" (Mt. 25, 40). Por eso deca con tanta fuerza san Juan Crisstomo:

    " Quieren en verdad honrar el cuerpo de Cris-to? No consientan que est desnudo. No lo hon-ren en el templo con manteles de seda mientras afuera lo dejan pasar fro y desnudez'.6

    De hecho, segn san Justino, ya en el co-mienzo del Cristianismo se acostumbraba hacer una colecta para los pobres en la mis-ma celebracin eucarstica.

    Hay una ntima unidad entre la eucaris-ta y el amor al pobre. Recordemos que en los profetas hay una dura crtica del culto a Dios sin misericordia con el pobre (Is 1, 11-17; Am 5, 21-24). Eso nos permite decir que "la cele-bracin de una liturgia esplndida, separada de la sensibilidad para con el prjimo necesi-tado e indefenso, constituye para Dios una abominacin y una blasfemia".9

    Tanto la falta de generosidad como las divisiones que pueden verse muchas veces en las comunidades cristianas, muestran que la comunin no produce sus efectos automti-camente en el cristiano, sino "segn la medi-

    40 Para que vivas mejor la misa

    8 S. Juan Crisstomo, Homila 50 sobre Mateo.

    9 Comisin Episcopal de Fe y Cultura, Eucarista:

    evangelizaran y misin, Buenos Aires 1993, 22.

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    da de su devocin".10 Hay que cooperar con el propio empeo para que la eucarista pueda producir todos sus frutos de unidad y frater-nidad. La eucarista es el sacramento de la unidad, pero tambin debe llegar a ser eso concretamente en nuestras vidas. En la misa se nos da el impulso y la gracia para lograrlo, pero nosotros podemos resistirnos y desapro-vechar esa gracia, porque seguimos optando por el individualismo y la comodidad egos-ta. De ese modo, la eucarista deja de perder sentido para nosotros, ya que de ella se de-ben derivar todas las exigencias de construc-cin del mundo, de crecimiento en la frater-nidad y la solidaridad. Por eso san Pablo ex-hortaba con fuerza a los que iban a la Cena del Seor pero estaban divididos y desprecia-ban a los pobres, y les deca que "eso ya no es comer la Cena del Seor" (1 Cor 11, 20).

    8. Los distintos nombres

    Los primeros cristianos llamaban a la eu-carista "Cena del Seor" (1 Cor 11, 20). Este nombre destaca al Seor como centro: l con-grega, l sirve, l se da como alimento. As le llaman hoy los hermanos protestantes. 10

    S. Toms de Aquino, STIII, 76, 5.

  • 42 Para que vivas mejor la misa

    Los primeros cristianos tambin le llama-ban "fraccin del pan" (Hech 2, 42. 46; 20, 7.11), y esto destaca la comunin entre her-manos que comparten la eucarista.

    De todos modos, los dos nombres expre-san que es una comida fraterna y que no se trata de cualquier comida. Por eso los prime-ros cristianos usaban estos nombres especia-les, que no eran los que se utilizaban para hablar de cualquier comida comunitaria.

    Nosotros le llamamos "eucarista". De dnde viene ese nombre? Vemos que en el ao 150 san Justino ya le daba ese nombre. La palabra significa "agradecimiento". En rea-lidad en los escritos del Nuevo Testamento no se le da ese nombre, pero en los relatos de la ltima Cena se usa el verbo agradecer (eujaristein), porque Jess, al tomar el pan y el vino "agradeci". Esto tiene un sentido pro-fundo, hasta csmico:

    "La eucarista es un sacrificio de agradeci-miento al Padre, una bendicin por la cual la Igle-sia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creacin, la redencin y la santificacin... Yes tambin un sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creacin" (CCE 1360-1361).

  • Vctor Manuel Fernndez 43

    Porque en esta accin de gracias se une todo el universo, que "nacido de las manos de Dios creador, retorna a l redimido por Cristo" (EdE 8). En este sentido, la misa se celebra "sobre el altar del mundo. Une el cie-lo y la tierra" (ibid) en la misma alabanza.

    Pero advirtamos que en la poca del Nue-vo Testamento la palabra eucarista no signi-ficaba slo agradecimiento, porque se trata-ba de una bendicin, que santificaba al ali-mento y converta esa comida en un acto sa-grado. Era la bendicin con que se daba co-mienzo al banquete. Por eso, en realidad el nombre "eucarista" significaba algo ms que agradecimiento; quera decir que esa celebra-cin era un banquete "sagrado". De esa ma-nera se distingua del "gape" que era sim-plemente una comida fraterna, que sola ha-cerse junto con la eucarista.

    Finalmente, a la celebracin de la euca-rista le llamamos "misa". En realidad es el nombre que menos contenido tiene. Cuando la misa se celebraba en latn, el saludo de des-pedida del sacerdote era: "ite, missa est". Sig-nifica: "vayan, ya fue mandada". Era como decir: "vayan, que la ofrenda ya fue elevada a Dios". Los fieles no entendan mucho, pero se quedaban en paz porque el sacerdote ya

  • 44 Para que vivas mejor la misa

    haba enviado la oracin a Dios. De ah que-d la palabra misa como nombre de la cele-bracin. Pero podemos rescatar algo valioso de este nombre: que la celebracin de la misa es una ofrenda que elevamos al Padre, es Cris-to mismo que la asamblea ofrece al Padre jun-to con el sacerdote.

    9. Alabanza a la Trinidad

    La misa entera es una alabanza al Padre, al Hijo Jess y al Espritu Santo.

    Toda la misa se dirige al Padre, porque es la ofrenda de Jess al Padre. Por otra parte, celebramos toda la misa en unin con el Hijo Jess, y esa unin culmina en la comunin.

    A veces parece que el Espritu Santo no est tan destacado, pero al Espritu Santo lo tenemos presente en toda la misa, desde la seal de la cruz hasta la bendicin final. Cada una de las oraciones que dirige el sacerdote, terminan recordando al Espritu Santo: "en la unidad del Espritu santo, por los siglos de los siglos".

    En realidad, toda la misa es obra del Es-pritu Santo. Sin l no podramos ni siquiera invocar al Padre. El Espritu Santo convierte el pan en el cuerpo de Cristo; es el que realiza

  • Vctor Manuel Fernndez 45

    la unidad de la comunidad y el que hace que la eucarista nos transforme a nosotros en Je-ss.

    La humanidad de Jess est repleta del Espritu Santo. Por eso del corazn santo de Jess, realmente presente en la eucarista, bro-ta para nosotros ese desborde luminoso de la presencia del Espritu. Cuando comulgamos, de ese corazn humano de Jess, realmente presente, se derrama, como agua pura y vivi-ficante, el manantial del Espritu que riega nuestra aridez y sacia nuestra sed interior.

    Vemos as que cuando comulgamos se realiza en nosotros este admirable misterio: la fiesta donde el Padre recibe la alabanza per-fecta y donde se derrama el amor, el poder, el fuego del Espritu Santo. Y el Espritu Santo nos transforma, hacindonos semejantes a Jess, de manera que el Padre puede ver en nosotros el rostro amable de su Hijo.

    10. Toda la riqueza de la misa Todos estos aspectos de la misa estn en-

    trelazados, y no se comprende uno sin los otros. Por eso hay que evitar las "reducciones" (EdE 10).

  • Es verdad que a alguien le puede atraer ms algn aspecto que otro; pero todos tene-mos que dejarnos desinstalar para descubrir mejor eso que no nos atrae tanto, para com-prender mejor eso que no nos dice nada. Te-nemos que pensar que la causa de nuestra incomprensin est tambin en nosotros mis-mos, porque nuestra mente es reducida, nues-tra experiencia de la vida es parcial, nuestros gustos son limitados. Que nosotros no vea-mos algo no significa que eso no sea valioso. Dice Juan Pablo II que "el hombre est siem-pre tentado a reducir a su propia medida la eucarista, mientras que en realidad es l quien debe abrirse a las dimensiones del misterio" (MND 14).

    Pero hay que recordar siempre que los sacramentos son para nosotros, los seres hu-manos, y no tienen sentido sin nosotros. La eucarista es la forma que ha elegido l para entrar en nosotros, para entregarse a nuestras vidas, para alimentarnos. Por eso, no olvide-mos, la eucarista lleva el nombre popular de "comunin". Es nuestra comunin con Jess en un banquete de hermanos. Desde ese centro hay que ubicar todos los dems aspectos de la misa.

    46 Para que vivas mejor la misa

  • Vctor Manuel Fernndez 47

    11. El origen de la misa

    Jess en la ltima cena lo haba pedido expresamente: "Hagan esto en memoria ma" (Lc 22, 19). Y despus de la resurreccin, los discpulos compartan la mesa con el resuci-tado (Hech 10,40-41).

    De esta manera el mismo Seor resucita-do, que se haca presente para partir el pan con sus discpulos, los fue acostumbrando a celebrar la eucarista dominical, que era una tremenda novedad que los desbordaba.

    Los tres evangelios sinpticos nos cuen-tan cmo Jess nos dej la eucarista (Mc 14, 17-21; Mt 26, 20-29; Lc 22, 14-23).

    Por otra parte, san Pablo explica claramen-te que la costumbre de celebrar la eucarista se debe a un mandato recibido del Seor, que haba pedido que se hiciera en memoria de l:

    "Porque yo recib del Seor lo que les he trans-mitido; que el Seor la noche en que fue entrega-do tom pan, y despus de dar gracias lo parti y dijo: 'Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria ma'. Y despus de cenar tom tambin la copa diciendo: 'Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Todas las veces que la beban hganlo en memoria ma. Porque cada vez que comen este pan y beben esta copa, anun-

  • 48 Para que vivas mejor la misa

    dan la muerte del Seor hasta que l vuelva" (1 Cor 11, 23-25).

    Pero adems san Pablo muestra que se trataba de una verdadera presencia de Cristo. Por eso advierte que no se puede recibir el cuerpo de Cristo de cualquier manera, y que hay que examinarse a s mismo antes de reci-birlo (11, 27-29), teniendo cuidado de no re-cibirlo indignamente. Esto muestra claramen-te que exista la conviccin de que no se reci-ba simplemente un pedazo de pan, o un sm-bolo sin contenido, sino al mismo Cristo. Era un banquete, pero donde el alimento era Cris-to. De ah que san Pablo indique que no es una comida como la que uno hace en su casa; hay que distinguir bien: "No tienen sus ca-sas para comer y beber?" (1 Cor 11, 22).

    Por todo esto, sabemos que la eucarista se celebra desde los comienzos del Cristianis-mo. De hecho, es interesante advertir que la eucarista, tal como la celebramos ahora, exis-ta ya en el ao 150. En esa poca, san Justino escribi contndonos cmo era la celebracin. Veamos su narracin:

    "El da del sol (el domingo) todos los que habitan en las ciudades o en el campo se renen en un mismo lugar.

  • Vctor Manuel Fernndez 49

    Se leen all los relatos de los Apstoles o los escritos de los Profetas, tanto como el tiempo lo permita.

    Cuando l lector ha terminado, toma la pala-bra el que preside y exhorta a vivir esas hermosas enseanzas.

    Inmediatamente despus nos levantamos to-dos juntos y elevamos nuestras preces. A continua-cin, una vez terminada la oracin, se trae pan, vino y agua.

    El que preside recita oraciones y acciones de gracias. Y todo el Pueblo responde con la aclama-cin Amn!

    Entonces se distribuyen y se reparten las eucaristas a cada uno.

    Y se enva a los diconos para que se las lle-ven a los que estn ausentes".11

    Esto se escribi slo cincuenta aos des-pus que se termin de escribir el Nuevo Tes-tamento. Vemos aqu que la estructura de la misa actual es bsicamente la misma que en aquella poca.

    Para destacar que no era una comida cual-quiera, en la poca de san Justino ya no se hacan otras comidas en esta reunin; slo se llevaba pan, vino y agua. Y como saban que 11

    S. Justino, Apologa I, 6.

  • despus de esa celebracin ya no era un pan comn, se acostumbraba llevar la eucarista a los ausentes.

    En otros Padres de la Iglesia de los prime-ros siglos vemos la misma actitud de sumo respeto y delicadeza ante la eucarista, por-que estaban convencidos de que no era un pedazo de pan, sino Cristo mismo. La Didaj (siglo I) peda que no se recibiera la eucaris-ta en pecado (cap. 14). Tertuliano (siglo II) cuenta que se pona mucho cuidado para evi-tar que algo del cliz o del pan cayera al sue-lo.12 Enseaba tambin que por no tratarse de un alimento comn la comunin no rom-pa el ayuno.13 San Cipriano (siglo III) peda que no se admitiera rpidamente a comulgar a los que haban abandonado la fe, porque de ese modo podan "pecar contra el Seor con la mano y con la boca".14

    Y porque era un banquete sagrado, san Justino nos cuenta que se acostumbraba pre-parar esta comida de la eucarista con la lec-tura de las Sagradas Escrituras y con la oracin. Seguramente inclua tambin una predicacin. En Hech 20, 7 se cuenta: "El primer da de la

    50 Para que vivas mejor la misa

    12 Tertuliano, De corona militum 3.

    13 Tertuliano, De oratione 19.

    14 S. Cipriano, De lapsis 16.

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    semana estbamos todos reunidos para la fraccin del pan", y all Pablo enseaba.

    Entonces, no nos quedan dudas de que Jess quiere que celebremos la misa. l mis-mo lo pidi: "Hagan esto" (Le 22, 19). Es la mejor oracin de los cristianos. Por lo tanto, aunque a veces no tengamos ganas, o aunque nos guste ms hacer otro tipo de oracin, Je-ss nos llama a la misa y quiere bendecirnos especialmente en la misa.

    Tengamos en cuenta que los cristianos de los primeros siglos eran perseguidos precisa-mente porque se reunan a celebrar la euca-rista, y muchos murieron mrtires porque no queran dejar de reunirse para la misa. En una carta del ao 112, que envi Plinio el joven al emperador de Roma, cuenta que algunos cris-tianos haban abandonado la fe y que reco-nocan que "su mayor culpa o error" era ha-berse reunido con los dems para el culto. Las actas de los mrtires de Abitinia, asesinados el ao 304, cuentan que se les quit la vida por-que se reunan a celebrar los misterios del Se-or, y ellos decan: "sin la celebracin del Se-or no podemos estar", y "el cristiano no pue-de dejar de celebrar el da del Seor".

    Los cristianos de hoy no podemos llevar una fe individualista y orar solos en nuestras

  • 52 Para que vivas mejor la misa

    casas. La misma Biblia nos exhorta a "no aban-donar la asamblea" (Heb 10, 25).

    12. Las dos mesas de la misa

    Aunque la misa entera se llama "eucaris-ta", sin embargo hay toda una parte dedica-da a la Palabra. Slo la segunda parte se dedi-ca ms directamente a la eucarista. Por eso es importante recordar que la misa tambin es el banquete de la Palabra. As fue desde el principio. Con la Palabra, el Seor nos ilumi-na, antes de alimentarnos con la eucarista: "La eucarista es luz, ante todo, porque en cada misa la Liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarstica, en la unidad de las dos mesas, la de la Palabra y la del Pan" (MND 12).

    La Palabra nos va preparando para poder reconocer despus a Jess en la eucarista: "Es significativo que los dos discpulos de Emas, oportunamente preparados por las palabras del Seor, lo reconocieron mientras estaban a la mesa en el gesto sencillo de Infraccin del pan. Una vez que las mentes estn ilumina-das y los corazones enfervorizados, los gestos hablan. La eucarista se desarrolla por entero en el contexto dinmico de signos que llevan

  • Vctor Manuel Fernndez 53

    consigo un mensaje denso y luminoso. A tra-vs de los signos, el misterio se abre de algu-na manera a los ojos del creyente" (MND 14).

    En realidad, es la misma Palabra que es proclamada y escuchada en la Liturgia de la Palabra, la que luego se encarna y es comida en la Liturgia de la eucarista. No hay que se-parar demasiado las dos cosas. Es el mismo Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, quien nos habla en la Palabra y despus se nos en-trega como alimento en la eucarista. Se co-munica con nosotros habindonos e iluminndonos en las lecturas, y luego nos alimenta en la comunin para que podamos vivir esa Palabra. En las lecturas hablan las palabras, pero en la comunin habla el signo del pan que dice: "Yo soy el pan de vida", "yo estoy con ustedes", "vengan a m". Siempre est Jess all comunicndose con nosotros. l es la Palabra que el Padre nos dirige a lo largo de toda la misa.

    Por todo esto las dos mesas forman una sola eucarista, y estn "tan estrechamente unidas entre s que forman un solo acto de culto" (IGMR 8). Como vimos antes, as ha sido desde el comienzo de la Iglesia y duran-te los dos mil aos del cristianismo.

  • 54 Para que vivas mejor la misa

    13. Los efectos de la eucarista

    La eucarista es manantial de vida sobre-natural: "Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrn vida en ustedes" (Jn 6, 53). La eucarista es el ali-mento que hace crecer esa vida en nosotros, nos va santificando constantemente.

    Pero como esa vida sobrenatural es la vida de Jess resucitado, gracias a la eucarista com-partimos la misma vida de Jess y nos uni-mos ms a l: "El que come mi sangre y bebe mi sangre vive en m y yo en l" (Jn 6, 56). Por la eucarista crecemos cada vez ms en esa ntima comunin con Jess. De este modo, tambin somos fortalecidos y protegidos para que no caigamos en pecados graves (CCE 1395). Asimismo, nos purifica y nos libera de los pecados veniales (CCE 1394), de manera que despus de cada comunin de algn modo comenzamos de nuevo.

    Al mismo tiempo, la eucarista sostiene y alimenta la comunin fraterna: "Siendo mu-chos, un solo pan y un solo cuerpo somos, porque todos participamos de un solo pan" (1 Cor 10, 17). Jess expres su profundo de-seo de que seamos "perfectamente uno" (ver Jn 17, 20-23), y en la eucarista l alimenta y

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    hace crecer esa unidad. La Iglesia ensea que la unidad de los fieles "se realiza por el sacra-mento del pan eucarstico" (LG 3). Especial-mente, nos ayuda a reconocer a Jess en los pobres y a crecer en la unin con ellos (CCE 1397).

    Pero este crecimiento no se produce m-gicamente, sino segn las disposiciones de cada uno. Podemos estar ms o menos abiertos y dispuestos cuando recibimos la eucarista, y de eso dependen sus efectos. Es cierto que el regalo de la gracia de Dios es siempre gratui-to e inmerecido, pero la intensidad de sus efec-tos vara de acuerdo a nuestra preparacin.

    La eucarista es germen de transformacin de toda la sociedad, pero para que pueda pro-ducir todos sus efectos de unidad fraterna, de justicia y de cambio de la sociedad, es necesa-rio que nosotros intentemos dominar la apa-ta, la indiferencia, la comodidad, la insensi-bilidad, las discriminaciones, todo eso que nos hace sentir extraos unos a otros, y que nos lleva a escapar de los hermanos.

    La eucarista es fuente de vida nueva para todo el universo, pero para que el mundo pueda beneficiarse con esa vida, es necesario que nosotros seamos sus instrumentos. Por eso, frente a la multitud hambrienta, Jess

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    dice a sus discpulos: "Denles ustedes mismos de comer" (Mc 6, 37), y espera que ellos le ofrezcan todo lo que tienen: sus cinco panes. Luego reparte los panes a travs de sus discpu-los.15 Esto nos recuerda que Dios normalmente acta a travs de los seres humanos, que de-ben ser instrumentos de justicia y de servicio. La injusticia, el hambre, la pobreza, slo se explican por el pecado, por el egosmo o la comodidad de muchos que no cumplen con su misin de distribuir, de compartir, de ser-vir al hermano. Jess en la eucarista tiene la fuerza para cambiar el mundo, pero quiere hacerlo a travs de los creyentes que lo reci-ben en la comunin. Por eso, en cada comu-nin, deberamos escuchar interiormente la pregunta de Jess: Dnde est tu ofrenda; dnde estn tus bienes, tus actitudes, tu en-trega generosa? Si escuchramos esa pregun-ta, la eucarista podra producir efectos mara-villosos en este mundo.

    15 Para el comentario a este texto y para profundizar

    este tema, puede ser muy til leer el documento de la Conferencia Episcopal Argentina, "Denles ustedes de comer", texto para la preparacin pastoral del dcimo Congreso Eucarstico Nacional de 2004, editado en Buenos Aires (2003).

  • Segunda parte: Vivir los signos

    Los cristianos de hoy tenemos un gran desafo: lograr unir nuestros profundos deseos espirituales con lo que hacemos en la misa. Es importante crecer para llegar a expresar en los signos, gestos y momentos de la misa eso que llevamos dentro.

    Para ello, hay que descubrir que en reali-dad una verdadera espiritualidad slo puede vivirse en contacto con las cosas externas, y nunca puede encerrarse en la intimidad y en la soledad.

    De hecho, ensea la Palabra de Dios que "el que no ama al hermano que ve no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4, 20). Dios eligi un camino "encarnatorio" para llegar al hombre -camino que lleg a su plenitud en la encarnacin de su Hijo-. Eso implica tambin que Dios habitualmente llega a cada uno de nosotros a travs de signos externos y sensibles.

    Hay muchas cosas en el mundo exterior que nos hablan de Dios y que son un llama-

  • 58 Para que vivas mejor la misa

    do suyo. En este sentido, san Buenaventura enseaba que el ideal no es pasar de lo exte-rior a lo interior para descubrir la accin de Dios en el alma, sino lograr encontrar tam-bin a Dios en las criaturas exteriores: "El hom-bre perfecto no es el que slo encuentra a Dios en la intimidad, sino el que tambin puede encon-trarlo en el mundo exterior (II Sent., 23, 2, 3). San Francisco era un buen modelo, porque "degustaba en los seres creados, como si fue-ran ros, la misma Bondad de la fuente que los produce" (Legenda Maior 9, 1).

    Recordemos que Jess se detena ante las personas y las cosas con toda su atencin. No era slo una atencin intelectual, sino una mirada de amor:

    Jess fij en l su mirada y le am (Mc 10, 21). Vio a una mujer que pona dos pequeas

    monedas de cobre (Lc 21, 2). Adems, Jess invitaba a sus discpulos a

    prestar atencin, a contemplar las cosas y la vida, a percibir el mensaje de la naturaleza:

    Fjense en los pjaros... Miren los lirios (Lc 12,24.27).

    Alcen los ojos y miren los campos (Jn 4, 35). Dios llega a nosotros a travs de signos

    externos que nos hablan de l. Por eso la es-

  • Vctor Manuel Fernndez 59

    piritualidad no consiste en un recogimiento dentro de nosotros mismos, escapando de todo lo externo. Hay personas que desprecian las imgenes, las velas, y todo lo sensible, porque creen que tienen una espiritualidad superior. Pero tarde o temprano se quedan sin espiritualidad y terminan arrastrados por las cosas del mundo. El monje Anselm Grn ha explicado el valor de los "rituales" persona-les. Estos ritos son una necesaria expresin exterior, porque reflejan el amor a Dios y ayu-dan a recuperar el sentido profundo y gozoso de la actividad cotidiana;

    Reacciono alrgicamente cuando alguien sue-a con amar mucho a Dios, pero en su vida con-creta no se hace visible nada de ese amor a Dios... Si nuestra relacin con Jesucristo es autntica, se ve por la organizacin que se hace del da, y para ello las primeras horas de la maana son decisi-vas. Los rituales matutinos deciden ... si lo que nos mueve son los plazos fijados para nuestras ta-reas o si ponemos todo cuanto hacemos bajo la bendicin de Dios... Un ritual matutino que mo-tive para el da de hoy despierta las energas que se encierran en cada uno de nosotros.16

    16 A. Grn, El gozo de vivir. Rituales que Sanan, Estella

    1998,56-57.

  • 60 Para que vivas mejor la misa

    La fe no puede sostenerse mucho tiempo en el aire, slo con los pensamientos y los sentimientos. Necesita esos signos. De otra manera, terminan arrastrndonos los signos de la televisin y de la sociedad consumista y erotizada. Pero lo ms importante es que po-damos valorar y vivir los signos de la oracin comunitaria, y sobre todo de la misa, que es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida cristiana.

    Por qu no descubrir a Dios en el tem-plo, en el altar, en las flores, en los vestidos litrgicos, en el incienso, en los gestos de la misa, en las ofrendas, en la lectura de la Pala-bra, en los hermanos que forman la asamblea, y sobre todo en la presencia eucarstica? Ese es el gran desafo.

    Por eso es mejor no engaarme creyendo que yo s donde encontrar a Dios o que yo s cmo vivir la espiritualidad. Es mejor creerle al Seor que me habla del valor inmenso que tiene la oracin comunitaria, y aceptar los sig-nos que la Iglesia me ofrece. La oracin ms excelente es la misa, porque all le ofrecemos al Padre Dios, como asamblea, lo ms inmen-so: su propio Hijo hecho hombre, presente sobre el altar.

  • Vctor Manuel Fernndez 61

    Hay que descubrir y gozar el sentido de la asamblea reunida, de la entrada, de las ofrendas, de los gestos (parado, sentado, arro-dillado), de los colores; tratar de encontrar el mensaje del Seor en las lecturas, tratar de comprender lo que se dice en las oraciones que lee el sacerdote y hacerlo mo, etc. All est toda la riqueza del lenguaje de la misa.17

    A continuacin veremos cules son los principales signos de la misa, y en el captulo siguiente cules son los gestos y las acciones que se realizan en la celebracin. Este recorri-do nos ayudar a encontrar el sentido pro-fundo de todo esto, para que podamos gozarlo y vivirlo en cada misa.

    1. El templo y sus imgenes

    El templo es como un monte santo y una casa de oracin donde el Padre Dios quiere alegrarnos: "Yo los traer a mi monte santo y los alegrar en mi casa de oracin... Porque mi casa ser llamada casa de oracin para to-dos los pueblos" (Is 56, 7).

    Los templos cristianos estn llenos de sig-nos que nos ayudan a entrar en oracin: la 17

    Ver J. Aldazbal, Gestos y smbolos, Barcelona 1989, 9-16.

  • 62 Para aue vivas meior la misa

    cruz, la imagen de la Virgen o de los santos, los vitrales, las pinturas. Durante la misa no conviene quedarse en los detalles ni distraer-se de lo ms importante, que es la celebra-cin de la eucarista. Pero a veces, levantar los ojos por un instante y mirar la cpula del tem-plo, ayuda a despertar un sentido de Dios que permite vivir mejor la misa.

    Tambin puede ayudarnos mirar la cruz, y as recordar el amor de Jess, y llenarnos de deseos de recibirlo en la comunin. O mirar la imagen de un santo que nos motiva a la oracin y a la entrega, etc.

    La Iglesia dice que cuando se colocan im-genes en las iglesias "debe hacerse en nme-ro moderado" (CIC 1188), para que no dis-traigan a los fieles de lo esencial. El Concilio Vaticano II ensea que adems debe haber un "debido orden" (SC 125), para que no nos entretengamos demasiado con un santo olvi-dando a Cristo, sobre todo en misa. Dice tam-bin que esas imgenes deben llevarnos a Cris-to (LG 50). Porque cuando recordamos a un santo, debemos recordar que ese santo entre-g su vida a Cristo, y eso nos estimula a amar ms al Seor.

    En Adviento y Navidad, las imgenes t-picas nos llevan especialmente al Seor Jess,

  • Vctor Manuel Fernndez 63

    tanto el Pesebre como el rbol de Navidad, que simboliza a Jesucristo. Pero hay que afi-nar la sensibilidad para no entretenerse tanto en los aspectos llamativos o coloridos sin ele-var el corazn a Jesucristo. Esto vale sobre todo para la celebracin de la misa, donde el cen-tro lo debe ocupar completamente Jesucris-to, a quien celebramos.

    Es cierto que los primeros cristianos no le daban tanta importancia al lugar de la cele-bracin. Decan que "el Altsimo no habita en casas hechas por manos de hombre" (Hech 7, 48), y que el verdadero templo es Jesucristo resucitado que nos contiene (Col 2, 9). Tam-bin la comunidad, congregada por Cristo, es un templo vivo, ms importante que las pare-des de material (Ef 2, 19-22; 1 Ped 2, 4-5).

    Sin embargo, a Jess le preocupaba que el templo fuera una casa de oracin, y se mo-lest cuando lo usaban para otros fines (Mt 21, 12-13). Jess mismo cuidaba celosamen-te (Jn 2, 17; Sal 69, 10) el templo de Jerusa-ln, para que fuera verdaderamente lugar de alabanza y no de comercio: "No hagan de la casa de mi Padre una casa de mercado" (Jn 2, 16). Porque l dej sin efecto los sacrificios que se realizaban en el templo, pero no re-chazaba al templo como casa de oracin.

  • Le dijo a la samaritana que era lo mismo un lugar que otro, el templo de Jerusaln o el templo de Samara (Jn 4, 20-21), pero eso no significaba un desprecio de los templos como lugares de oracin. Tambin para nosotros, al fin de cuentas, vale lo mismo un templo de Jerusaln que de Roma o de Bolivia, porque lo ms importante es la presencia de Jess en ellos y sobre todo la celebracin de la misa, que tiene el mismo valor infinito en cualquier templo del mundo.

    Cuando Jess dijo que hay que adorar "en Espritu y en verdad" (Jn 4, 23-24) quiso de-cir que de nada sirve entrar en un templo si no nos dejamos impulsar a la oracin por el Espritu Santo, y si no conocemos al verdade-ro Dios que l nos ha revelado. Pero eso tam-poco es un desprecio de los templos.

    Tengamos en cuenta que, cuando la eu-carista se celebraba en casas, se reservaba un lugar especial, que se preparaba tambin de una manera especial. As lo vemos en Hech 20, 7-8, que dice que se reservaba "el piso su-perior, con abundantes lmparas".

    Ms que un monumento a Dios, el tem-plo es una casa de la comunidad, para alabar a Dios y celebrar la fraternidad. Por eso, lo mejor que podemos ofrecerle al Padre Dios

    64 Para que vivas mejor la misa

  • Victor Manuel Fernndez 65

    es a su Hijo Jess en la eucarista, junto con nuestras alabanzas y nuestro deseo de vivir como hermanos. Pero si no tenemos un lu-gar digno para celebrar la eucarista, eso pue-de indicar una falta de amor de la comuni-dad a la eucarista que se celebra. La Iglesia tambin expresa su amor al Seor cuidando los templos, y es cierto que a veces los deta-lles del templo nos estimulan a orar.

    2. El altar

    El altar representa a Jesucristo Jesucristo es el sacerdote (Heb 4, 14), el

    nico sacerdote (Heb 7, 24) que celebra, a tra-vs del cura. l es tambin la nica vctima que se ofrece (Heb 9, 14) y que recibimos en la comunin. Pero adems l es el verdadero altar. Por eso el altar es el centro del templo, y dentro de la celebracin de la misa es el lugar ms importante.

    No es ms importante el sagrario? En rea-lidad, el sagrario no debera ocupar nuestra atencin durante la misa, porque lo ms im-portante es la celebracin comunitaria, don-de Jess se har presente para ser comido. Por eso es lamentable que algunas personas, du-rante la misa, se coloquen cerca del sagrario y

  • 66 Para que vivas mejor la misa

    se dediquen a hacer su oracin personal, ig-norando lo que sucede en la celebracin.

    Si el altar representa a Jesucristo, eso ex-plica por qu a veces el sacerdote o los dems ministros lo saludan con una reverencia cuan-do pasan al frente. Eso explica tambin por qu el sacerdote lo besa al comienzo y al fi-nal de la misa.

    3. La asamblea

    La asamblea es el conjunto de los cristia-nos que se renen para celebrar al Seor. Es toda esa comunidad reunida la que celebra, no slo el sacerdote. Por eso no conviene de-cir que el sacerdote que preside es "el cele-brante" como si l fuera el nico que celebra. En todo caso, habra que llamarle "el sacer-dote celebrante", y si los sacerdotes son va-rios, "el sacerdote que preside".

    Porque la asamblea no es espectadora, no es un pblico para que el cura se luzca. La asamblea celebra la misa: "El pueblo de Dios se rene para celebrar y Cristo est presente en la asamblea" (IGMR 7). Son todos los fie-les reunidos los que hacen la Liturgia, y por eso se llaman "asamblea litrgica" (CCE 1097 y 1144).

  • Vctor Manuel Fernndez 67

    Es cierto que sin el sacerdote no hay misa, porque slo l tiene el orden sagrado que lo capacita para que pueda pronunciar las pala-bras de la consagracin. Sin l no hay eucaris-ta. Pero tambin es cierto que los fieles lo acompaan y actan tambin como celebran-tes, ya que por el Bautismo tienen una forma distinta de sacerdocio que los capacita para eso: el sacerdocio comn de los fieles. Ellos no realizan la consagracin, pero s pueden ofrecerle al Padre Dios ese Cristo que se hace presente por las manos del sacerdote: "Los fieles forman un sacerdocio real para ofrecer la vctima inmaculada", y tambin, junto con Cristo, se ofrecen a s mismos (IGMR 62).

    Por eso la misa no es una reunin de per-sonas que se sienten cmodas juntas: "Esta reunin desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales" (CCE 1097). Entonces no conviene que haya Misas para jvenes, para viejos, para pobres, para ricos, para negros o para blancos, como si nos uniera la edad, la condicin social o el color de la piel. De esa manera podemos llegar a alimen-tar los desprecios y divisiones que ya existen en esta sociedad, donde se trata de ignorar a los dbiles, a los viejos y a los pobres. Lo que nos une es el Espritu Santo "que rene a los hijos de Dios en el nico cuerpo de Cristo"

  • 68 Para que vivas mejor la misa

    (CCE 1097). Nos une una fuerza sobrenatu-ral y unas razones espirituales, no la atraccin afectiva o razones meramente humanas.

    Y creemos que en esa asamblea est ver-daderamente presente Jess en medio de no-sotros, porque l lo prometi: "Donde dos o tres se renan en mi nombre, all estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20).

    La asamblea nos recuerda que en la Igle-sia no estamos solos, porque "es la asamblea festiva la que nos hace caer en la cuenta de que somos y debemos ser Iglesia".18

    En la misa tambin nos unimos al papa, a los obispos, y a todos los hermanos de la tierra. Ms an, participamos de la Liturgia del cielo, ya que en la misa nos unimos con los hermanos que estn celebrando al Seor en esa fiesta sin fin del Reino celestial. Por eso, a lo largo de la misa recordamos a los santos, nos unimos con el coro de los ngeles para cantar el "Santo, Santo, Santo", tenemos presentes tambin a los difuntos y oramos por ellos. La misa es profundamente comunitaria. Por ello no tiene sentido ir a ensimismarse, tratando de ignorar a los dems o buscando slo un "Jess para m".

    18 Pablo VI, Alocucin del ngelus, 04/08/1974.

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    As reunidos, como asamblea litrgica, ce-lebramos la misa. Y lo hacemos con una serie de gestos comunes a todos: respondiendo, cantando, escuchando, desendonos la paz, caminando juntos a recibir la comunin, etc.

    Hay algo importante que puede ayudar-nos a tomar consciencia de que no estamos orando solos, sino que somos parte de una asamblea: que todas las oraciones se dicen en plural: "Escchanos, ten piedad de nosotros, l-branos...".

    Los textos de 1 Cor 11, 20-23 y Mt 5, 23-25 nos muestran algunas dificultades para formar asambleas verdaderamente fraternas: las discriminaciones y los conflictos. Estas in-coherencias deberan dar lugar a la apertura, a la cercana y al perdn, o quizs a la repara-cin del mal que hemos hecho. As podremos favorecer una unidad ms autntica donde el Seor pueda estar presente con toda su glo-ria.

    4. Las flores

    Las flores son signo de alegra y de vida, porque la misa no es una celebracin de muer-tos. Se celebra el misterio de la Pascua, que es tambin resurreccin. Tambin en la misa de

  • 70 Para que vivas mejor la misa

    difuntos celebramos la Resurreccin del Se-or.

    Las flores nos recuerdan que estamos ce-lebrando al Dios de la vida, que nos quiere y ama nuestra felicidad.

    Adems, las flores son un gesto de delica-deza y cario que tenemos con el Seor. Si en cualquier mesa importante se colocan unas flores, con ms razn en la mesa ms impor-tante de todas, que es el altar donde se hace presente el Seor.

    5. Las velas Las velas tienen el simbolismo de la luz.

    Ante todo nos recuerdan que Dios mismo es la luz que ilumina nuestras vidas:

    "T eres Yahv mi lmpara, mi Dios que alumbra mi oscuridad" (Sal 18, 29).

    "Dios es luz y en l no hay oscuridad alguna" (1 Jn 1,5)

    "Dios mo, que grande eres. Te vistes de gran-deza y hermosura, te cubres con el manto de la luz" (Sal 104, 2).

    Especialmente su Palabra es luz para nues-tros pasos:

    "Lmpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero" (Sal 119, 105)

  • Vctor Manuel Fernndez 71

    Pero ante todo la luz es Cristo mismo, el verdadero sol, o el lucero brillante de la ma-ana. "Luz para iluminar a las naciones" (Lc 2, 32). l mismo dijo: "Yo soy la luz del mun-do" (Jn 8, 12). El cirio pascual tiene un valor especial como smbolo de Cristo resucitado que ilumina nuestras vidas.

    Por otra parte, nosotros estamos llama-dos a dejarnos tomar por esa luz para ilumi-nar a los dems; porque somos "hijos de la luz" (Ef 5, 8). Jess nos dijo: "Ustedes son la luz del mundo" (Mt 5, 14). Estamos llama-dos a ser como la vela que se va consumien-do para iluminar.

    Pero no se trata de creer que uno es un iluminado y despreciar a los dems, porque para descubrir si estamos en esa luz, lo pri-mero que hay que tener en cuenta es el amor al hermano, ya que "el que ama al hermano permanece en la luz" (1 Jn 2, 10).

    * Adems de la luz, en las velas est el simbolismo del fuego. En la Biblia, el fuego se utiliza para indicar que Dios se ha hecho pre-sente de una manera especial: "Todo el mon-te Sina humeaba, porque Yahv haba des-cendido sobre l en forma de fuego" (x 19, 18). Dios es "un fuego devorador" (Heb 12, 29) que nos purifica.

  • 72 Para que vivas mejor la misa

    Pero en el Nuevo Testamento, el fuego, su color y su calor, simbolizan al Espritu San-to (Lc 3, 16; Hech 2, 3) que nos purifica con su presencia, nos da el calor del amor y nos llena de fuerza y de vida. El Espritu Santo ac-ta durante toda la misa.

    6. El sacerdote

    El sacerdote es un signo muy importante, no slo porque es quien tiene la potestad para consagrar el pan y el vino, sino porque lo te-nemos permanentemente presente ante los ojos. Por lo tanto, si tenemos prejuicios con-tra el sacerdote, la misa nos provocar una molestia permanente.

    El sacerdote hace las veces de Cristo (IGMR 60). Ciertamente no es Cristo, pero lo representa. Es un signo de Cristo sacerdote (CCE 1142), que en realidad es el nico Sa-cerdote, representado por los ministros que llamamos "sacerdotes". Por eso, al cura no hay que darle ms importancia de la que tiene, no hay que idealizarlo, o pensar que l es Je-sucristo. No vale la pena pretender que tenga el rostro, la voz, la ternura o la sabidura del Seor. Es slo un humilde signo que Jess re-sucitado utiliza para hacerse presente. Por lo

  • Vctor Manuel Fernndez 73

    tanto, no cabe mirar si es parecido a Jess (por la barba, o por la mirada, etc.). Como en todo signo hay que usar siempre la "analoga": me refleja a Jess porque es un ser humano, pero no es igual a Jess; Jess es mucho ms, mucho ms bello, mucho ms sabio; slo l es el Se-or de mi vida, no el sacerdote. Aqu hay que distinguir el signo "instrumental" del sacer-dote del signo "principal" que es la eucaris-ta. No podemos dar al sacerdote la misma importancia que a Cristo o a su presencia eu-carstica, porque en ese caso estaramos ca-yendo en una idolatra que termina desenga-ando y perjudicando la fe de los cristianos.

    Jess es quien preside la eucarista, pero no lo vemos; es el sacerdote quien lo hace vi-sible. Esto sucede sobre todo cuando el sacer-dote se dirige a la asamblea diciendo: "Tomad y comed todos de l, porque esto es mi cuer-po". En ese momento, como deca san Juan Crisstomo, el sacerdote "presta a Cristo su lengua, le ofrece su mano".19 Pero hay que tra-tar de reconocer a Jess mismo diciendo esas palabras, a travs de la voz del sacerdote.

    Hay tambin otras oraciones donde el sacerdote representa a Cristo que se dirige al 19

    San Juan Crisstomo, Homilas sobre san Juan, 86, 4.

  • 74 Para que vivas mejor la misa

    Padre e invita a la asamblea a unirse a su ora-cin. Y representa a Jess que nos habla del Padre cada vez que nos dice: "El Seor (es decir, el Padre) est con ustedes". Tambin representa a Jess cuando dice: "La paz est con ustedes", como en Jn 20, 19-20.

    Pero en otras partes de la misa el sacerdo-te no representa a Cristo, sino que es uh sig-no de la unidad de la Iglesia. Esto sucede cuan-do l ora en plural junto con la asamblea, como un fiel ms. O cuando dice, por ejem-plo: "Seor, ten piedad", o "Seor, yo no soy digno de que entres en mi casa".

    La funcin del sacerdote en la misa, aun-que es indispensable, no debe ser vista como una superioridad sobre la asamblea, ya que est al servicio de la asamblea que celebra.

    7. Los vestidos Los vestidos que usa el sacerdote ayudan

    a mantener un sentido del misterio, recuer-dan que la misa no es una reunin ms. Tam-bin dan a la misa un tono festivo. As suce-da en el Antiguo Testamento: "Cuando se pona la vestidura de gala y se colocaba sus elegantes ornamentos, cuando suba hacia el altar sagrado, llenaba de gloria el santuario"

  • Vctor Manuel Fernndez 75

    (Eclo 50, 11). La Iglesia prefiere que las vesti-duras para la misa sean ms sencillas y dis-cretas, pero de todos modos quiere que se note la diferencia con la ropa comn.

    En los primeros siglos de la Iglesia, cada una de estas vestiduras no tena un simbolis-mo especial, slo servan para lo que dijimos: dar un tono de fiesta. No indican un poder especial o una superioridad del sacerdote. Slo tienen una funcin al servicio de la par-ticipacin de los fieles.

    Recibamos entonces ese mensaje, y al ver los vestidos del sacerdote, recordemos que estamos en una fiesta de la fe, una fiesta espe-cial, que hemos salido de lo comn.

    Que al menos el sacerdote use unas vesti-duras distintas a las que usa cuando anda por la calle, nos ayuda a descubrir que la misa es una celebracin, pero que nos introduce en otro mbito ms profundo, que hay un mis-terio que se celebra y que nos supera, que no coincide completamente con lo rutinario de nuestra vida. Hay algo diferente y nunca po-dremos nivelarlo con el resto de los momen-tos de la vida.

    Es cierto que debera haber sencillez y naturalidad en la misa, y no gestos artificio-sos. Pero tambin es necesario que haya algu-

  • 76 Para que vivas mejor la misa

    nas cosas que nos recuerden que hay algo di-ferente a la rutina de la vida en el mundo.

    Esto no debera llamar demasiado la aten-cin, porque en realidad, en cualquier fiesta importante se usan vestidos espedales, dife-rentes, que uno no utilizara para hacer las compras o para trabajar.

    En Cirta, norte de frica, los guardias ro-manos tomaron una casa que se usaba para el culto. Era el ao 303. All encontraron 98 tnicas que se utilizaban en las celebraciones, porque en esa poca todos se vestan de una manera especial en la Liturgia.

    Cabe que los laicos para la misa de do-mingo usen lo mejor que tengan, para mani-festar que la misa es realmente una fiesta para ellos, ms que cualquier otra celebracin; un descuido o dejadez puede ser un signo nega-tivo de la escasa importancia que se le otorga a la celebracin comunitaria.

    8. Los colores

    Podramos hablar simplemente de los colores de las flores, que ayudan a recordar que estamos en una celebracin festiva.

    Pero hablemos particularmente de los colores de las vestiduras del sacerdote. Esos

  • Vctor Manuel Fernndez 77

    colores permiten descubrir el sentido de lo que se celebra (IGMR 307): * El blanco, que destaca la luz, es un color de

    fiesta y de triunfo. El Cristo transfigurado y glorioso, est vestido de una blancura deslumbrante (Mt 7, 12). El joven vestido de blanco anuncia la Resurrecin (Mc 16, 5). Los fieles que han triunfado aparecen en el Apocalipsis vestidos de blanco (Apoc 7, 9; 19, 14). El jinete del caballo blanco "sali como vencedor y para seguir ven-ciendo" (Apoc 6, 2). A veces, en lugar del blanco, se usan otros colores con significado parecido, como el dorado o el plateado (IGMR 309). Tambin el amarillo puede servir para destacar un sentido de fiesta y de alegra.

    * El rojo recuerda la sangre o el fuego. Como recuerdo de la sangre, se usa para celebrar a los mrtires y a Jesucristo que se entreg por nosotros (el Domingo de Ra-mos, el Viernes santo, la fiesta de la exal-tacin de la Cruz). Como recuerdo del fuego, se usa en Pente-costs y en las Misas del Espritu Santo. Re-cordemos que en Pentecosts el Espritu Santo se manifest "como lenguas de fue-go"(Hech 2, 3).

  • 78 Para que vivas mejor la misa

    * El morado es el color que se utiliza en Cua-resma y en Adviento, porque es un color discreto que invita al recogimiento y a la vez tiene un sentido de penitencia que in-vita a la conversin. Tambin por su dis-crecin se utiliza en las misas de difuntos, para no utilizar el negro, que suele tener un sentido de fatalidad.

    * El verde es un color que nos dice que no estamos celebrando nada en especial, sino simplemente al Seor, tratando de profun-dizar lo que la Palabra de Dios nos ofrezca en cada celebracin. Se usa en las treinta y cuatro semanas del tiempo ordinario, don-de se va recorriendo la historia de la salva-cin y la vida pblica de Jess, con sus en-seanzas y obras. Por ser el color ms uti-lizado, tiene la ventaja de ser un color de serenidad que reposa la vista. Suele tener un sentido de esperanza y de vida.

    El Ao Litrgico