Vazquez Figueroa Alberto - Coltan

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    Alberto Vzquez-Figueroa

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    BarcelonaBogotBuenos AiresCaracasMadridMxicoD.F.MontevideoQuito Santiago de Chile

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    1. edicin: junio 2008

    Alberto Vzquez-Figueroa, 2008 Ediciones B, S. A., 2008

    Bailn, 84 - 08009 Barcelona (Espaa)www.edicionesb.com

    Printed in SpainISBN: 978-84-666-3352-9Depsito legal: B. 22.207-2008

    Impreso por LIBERDPLEX, S.L.U.Ctra. BV 2249 Km 7,4 Polgono Torrentfondo08791 - Sant Lloren dHortons (Barcelona)

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorizacinescrita de los titulares del copyright, la reproduccin total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidosla reprografa y el tratamiento informtico, as como la distribucinde ejemplares mediante alquiler o prstamo pblicos.

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    Houston, 2007

    Catorce de los quince miembros del consejo de admi-nistracin haban tomado asiento en torno a la gigantescamesa de reuniones con el fin de escuchar lo que su seve-ro presidente, que les haba convocado con inusual y pe-rentoria urgencia, tena que comunicarles.

    Peter Corkenham, un hombretn calvo y orondo, que

    luca unas enormes gafas de concha y un eterno rictus deamargura en la boca, motivado probablemente por unadolorosa lcera estomacal, mascull algo ininteligible entredientes y a continuacin se limit a leer el comunicado quehaba recibido el da anterior y que rezaba as:

    A la vista de que el gobierno de los Estados Unidospiensa retirarse de Irak dejando tras de s un rastro demuerte y destruccin que ha arrasado el pas, hemosdecidido que la empresa culpable de tan cruel y nefasto

    desastre la Dall & Houston, de la que son ustedes prin-cipales dirigentes y accionistas, reintegre los beneficiosque ha obtenido de tan brbara e injustificada agresin.

    Nos consta que no es posible resucitar a los muer-tos, pero s lo es reponer en parte los daos causados, y

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    por ello exigimos que devuelvan dichos beneficios quehemos calculado en torno a los cien mil millones dedlares.

    De no aceptar nuestra justa demanda, cada dos se-manas uno de ustedes ser ejecutado, no importa loque aleguen en su defensa, dnde se oculten o cmointenten protegerse.

    La mejor prueba de que hablamos en serio reside

    en el hecho de que el cadver del nico compaero delconsejo de administracin que en estos momentos faltaa la cita, y cuyo silln aparece vaco, Richard Marzan,se encuentra actualmente en el interior de una de lastinajas que adornan el jardn de su fastuosa mansin,a orillas del ro.

    Si deciden colaborar les enviaremos una lista de loshospitales, escuelas, edificios, puentes y carreteras quedebern comenzar a construir inmediatamente.

    De no ser as, antes de que finalice el verano tan

    slo dos de ustedes habrn sobrevivido, pero ser pormuy breve espacio de tiempo.

    El dinero sucio de sangre se limpia con sangre.

    AAROHUM AL RASHID

    Peter Corkenham deposit con suma delicadeza eldocumento sobre la mesa, como si le quemara, y a con-tinuacin observ uno por uno a los presentes antes decomenzar a limpiarse las gafas y sealar en un tono de es-

    tudiada calma:Esta maana han sacado el cadver de Richard de

    una de las tinajas de su jardn; lo haban degollado ayer porla tarde...

    Pero quin es ese tal Aarohum Al Rashid? in-

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    quiri una voz annima y a todas luces inquieta. Unnuevo Osama Bin Laden?

    No tengo ni la menor idea, pero evidentemente hatomado el nombre del sultn protagonista de las histo-rias de Las mil y una noches admiti su presidente.Debe de considerarse el hroe del cuento mientras noso-tros hacemos el papel de los cuarenta ladrones.

    Qu estupidez!

    Supongo que a Richard no se le antojar una estu-pidez fue la agria respuesta. Ni a su mujer y sus hi-jos tampoco.

    Quieres decir con eso que nos enfrentamos a unautntico asesino? inquiri la misma voz.

    A las pruebas me remito.Un terrorista? aventur por su parte el califor-

    niano Bem Sandorf, que se sentaba casi frente a l, en elotro extremo de la mesa.

    El cada vez ms malhumorado presidente de la Dall &

    Houston extendi las manos con las palmas hacia delantecomo si con ello pretendiera cortar el paso a la avalanchade preguntas de sus compaeros de mesa, y tras carraspearun par de veces, bebi muy despacio de un vaso de aguaque tena a su lado para acabar por puntualizar:

    Los terroristas suelen ser gente que pretende des-truir, no construir, o sea que lo primero que tenemos queplantearnos es la posible filiacin de quien pretende de-sorientarnos con una propuesta tan poco habitual. No nosest exigiendo dinero o que dejemos en libertad a sus

    compaeros de fechoras; nos est exigiendo que devol-vamos cuanto hemos obtenido en Irak, y que con ello nosdediquemos a construir escuelas y hospitales, por lo queestaris de acuerdo conmigo en que nadie se haba enfren-tado anteriormente a una situacin tan inslita.

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    No deja de ser una forma como otra cualquiera dechantaje insisti Sandorf. El fin no justifica los me-dios.

    No creo que ste sea un lugar apropiado a la hora depronunciar semejante frase intervino con manifiestaacritud el neoyorquino Jeff Hamilton, que se sentaba a laderecha del presidente. Todos sabemos que en torno aesta mesa se tomaron en su da las decisiones que desem-

    bocaron en una guerra a la que no se le ve salida. Hizouna corta pausa para concluir como si fuera algo que noadmita discusin: O sea que procuremos evitar, almenos entre nosotros, cualquier asomo de hipocresa, yaque nos enfrentamos a la dolorosa evidencia de que encierto modo se nos estn pidiendo cuentas por lo que hi-cimos.

    Con qu derecho? quiso saber Gus Callow.Ms o menos con el que asisti a este consejo de

    administracin en el momento de tomar tales decisiones

    replic en tono cido Hamilton. Es decir, ninguno.Sin embargo yo creo que en nuestro caso...Basta! cort en seco Peter Corkenham en un

    tono de absoluta autoridad. No pienso pasarme el dadiscutiendo los errores o aciertos del pasado. Jeff tienerazn, lo hecho, hecho est, y ahora tenemos que encararun presente harto desagradable. Gir la cabeza de unlado a otro observando de nuevo los rostros de los asis-tentes al tiempo que inquira: Sugerencias?

    Aceptar insinu tmidamente el siempre apocado

    Judy Slander.Inaceptable, querido, no podemos pedirles a miles

    de accionistas que devuelvan sus fabulosos dividendos conel fin de salvar el pellejo de algunos de sus directivos. Nosenviaran al infierno y con razn. Yo no lo hara.

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    Intentar negociar un acuerdo menos oneroso in-tervino de nuevo Jeff Hamilton en esta ocasin en un tonomucho ms conciliador.

    En qu cifra ests pensando?En veinte mil millones...Inaceptable tambin fue la firme respuesta. Por

    nuestra parte, ya que necesitamos todo el capital disponi-ble para una nueva operacin de la que se hablar en su

    momento, y me atrevera a suponer que tambin por la delos terroristas, porque cuando alguien comienza una ne-gociacin cortando cuellos no parece muy dispuesto anegociar tan a la baja. Me explico?

    Con absoluta claridad.Alguna otra idea?Averiguar quin es e intentar acabar con l antes de

    que acabe con nosotros.Brillante por lo estpida, querido Judy mascull

    despectivamente su presidente. El cien por cien de los

    iraques, el setenta por ciento de los norteamericanos, ycalculo que la mitad del resto de los ciudadanos del mun-do, culpan a la Dall & Houston del inicio de esa guerra,y lo peor del caso es que tienen razn. La estrategia a se-guir se expuso aqu en su da con toda claridad, y que yorecuerde ni uno solo de vosotros se puso en pie indig-nado, la rechaz de plano y abandon la sala dando ala-ridos.

    Eso es muy cierto.Aceptemos por tanto que la mayora de la gente que

    est ah fuera exija nuestras cabezas, o sea que cualquie-ra de ellos puede ser ese tal Al Rashid que por muy ridcu-lo que suene el nombrecito resulta evidente que matar,mata en serio. Buscarle sera como buscar una aguja en milmillones de pajares.

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    O sea que dentro de seis meses todos muertos?puntualiz con evidente desnimo Jeff Hamilton.

    Eso me temo.Y de qu nos servir entonces tanto dinero?Hermosa pregunta, vive Dios! coment Eladio

    Medrano, otro de los atribulados miembros del consejo deadministracin de la todopoderosa Dall & Houston.Para qu nos sirve lo mucho que hemos conseguido si no

    puede protegernos de un simple asesino?Tal vez para contratar a los Blackwater.Si el gobier-no los ha estado utilizando en Irak supongo que podranprotegernos aqu.

    Pues como tengan el mismo xito que en Irak esta-mos listos mascull despectivamente Jeff Hamilton.Alardean de ser el mejor ejrcito privado del mundo ycuestan una fortuna pero permitieron que se cargaran amedia docena de nuestros mejores ingenieros en Bagdad.

    Houston no es Bagdad.

    Pues si desde Houston transformamos Bagdad en loque ahora es, no debera extraarnos que desde Bagdadintenten transformar Houston en un infierno. Al menospara los que aqu nos encontramos.

    Peter Corkenham se volvi a Jeff Hamilton con el finde rogar en un tono abiertamente conciliador:

    Veo que no te gustan, pero como s que ests de-seando hacer cosas por la empresa, y por lo visto tienesexperiencia en el tema, te suplico que te ocupes de prepararun informe sobre los Blackwater lo antes posible.

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    Colorado, 2007

    La soledad se haba convertido en la casi inseparablecompaera de Salka Embarek desde el instante en que unmisil destruy su casa aniquilando a su familia la nocheen que comenz la invasin de Irak, pero dicha soledadse transform en desolacin cuando tom conciencia deque un cmulo de absurdas decisiones la haban llevado

    a que se encontrara ahora sentada sobre un pequeo muroen el arcn de una autopista americana.

    Viendo pasar ante sus ojos coches, motos y camionesno poda por menos que pasar revista a la ingente canti-dad de errores que haba cometido desde el momento enque se le ocurri la absurda idea de que poda vengarse dequienes le haban arrebatado de una forma tan injusta ycruel cuanto tena.

    Sin darse cuenta haba pasado de ser una de las tantasvctimas de una guerra injusta, a convertirse en una mario-

    neta en manos de quienes aprovecharon su odio con finesque poco o nada tenan que ver con la desaparicin de su fa-milia.

    Se vea obligada a reconocer que se haba comporta-do como una estpida, dejndose llevar de aqu para all

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    por una pandilla de conspiradores sin escrpulos, quesupieron deslumbrarla con la falsa promesa de que iba aconvertirse en una valiente terrorista suicida que destruiraa los culpables de todas sus desgracias.

    La reclutaron en la semidestruida Bagdad, la transfor-maron hasta hacerla parecer una sencilla muchacha inglesade clase media, la transportaron a travs de medio mun-do hasta llegar al mismsimo corazn de Norteamrica, y

    cuando estaba convencida de que al fin iba a inmolarseprovocando una autntica catstrofe entre sus enemigosdecidieron abandonarla en mitad de un pas desconocido.

    Le constaba que eran muchos los que, como ella, sehaban dejado conducir al matadero unas veces movidospor el rencor y otras por una ciega fe en el divino manda-miento de que haba que aniquilar a los infieles a cualquierprecio, pero jams entendera por qu razn haban pres-cindido de ella cuando estaba absolutamente decidida amorir matando.

    Medit seriamente acerca de la posibilidad de avanzarunos pasos con el fin de permitir que cualquiera de aque-llos inmensos y rugientes camiones que cruzaban a sor-prendente velocidad a dos metros de distancia solucionarade un solo golpe sus incontables dudas y problemas lle-vndosela por delante, pero acab por rechazar la ideaconvencida de que morir aplastada en una perdida carre-tera del otro lado del mundo no era un final digno paraquien haba abandonado Irak con el firme propsito dehacer volar por los aires a docenas de yanquis.

    De momento no haba conseguido hacer volar por losaires ni a uno solo.

    Ni tan siquiera herirle.Ni tan siquiera asustarle.Como aprendiz de terrorista haba demostrado ser un

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    verdadero desastre; y en un pas donde cualquier estu-diante poda agenciarse una metralleta con la que provo-car una masacre en su colegio, ella, la que aspir en su daa masacrar a tantos, no contaba ni tan siquiera con unasimple navaja con la que protegerse de un vagabundo bo-rracho.

    Permaneci casi una hora inmvil sobre el pequeomuro hasta que una destartalada camioneta cubierta de ba-

    rro se detuvo a su lado y un malencarado pelirrojo mediocalvo que apestaba a establo, cerveza y sudor, inquirisecamente:

    Cunto por una mamada?Cmo ha dicho? inquiri temiendo haber enten-

    dido mal.He dicho que cunto por una mamada insisti el

    vomitivo personaje en tono malhumorado. Una cosarpida, ah entre esos rboles.

    Vete a la mierda! le espet indignada. Qu

    diablos te has credo?Y qu quieres que me crea de una guarra sentada

    al borde de la carretera, imbcil? Anda y que te jodan!De nuevo a solas lleg a la conclusin de que al hedion-

    do pelirrojo le asista toda la razn, ya que haba tenidoocasin de observar con demasiada frecuencia a centenaresde muchachas aguardando semidesnudas en los aledaos delas autopistas en evidente espera de ansiosos clientes.

    No poda culpar a nadie por el hecho de que la con-fundieran con una de aquellas innumerables prostitutas,

    por lo que opt por alejarse campo a travs internndo-se en un espeso maizal que le cubra casi hasta el pecho.

    Al medioda comenz a apretar el calor por lo quedecidi tumbarse entre la maleza, cansada, hambrienta,sedienta y sudorosa.

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    Se plante una vez ms qu demonios poda hacer enel futuro una muchacha iraqu con pasaporte falso en elcorazn de Norteamrica, teniendo en cuenta que ni si-quiera tena muy claro si la polica la andaba buscando odnde demonios se encontraba exactamente.

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    La Habana, 1936

    MRE... Mauro Rivero Elgosa. MRE... MauroRivero Elgosa.

    Mauro Rivero Elgosa... MRE. Mauro RiveroElgosa... MRE.

    Cuando an no haba cumplido tres aos ya saba

    escribir su nombre con una letra cuidadosa, limpia y per-fecta, casi gtica, y a los cinco era capaz de hacerlo en cual-quier tipo de letra, as como de imitar la firma de su ma-dre, la de los maestros o sus compaeros de clase con talexactitud que al poco de cumplir los diez, su mejor ami-go, Emiliano Cspedes, no pudo por menos que augurarleun brillante futuro como falsificador.

    Al igual que algunos seres humanos nacen con un es-pecial talento para la msica, la pintura, la literatura o lasmanualidades, Mauro Rivero Elgosa haba nacido con una

    extraordinaria habilidad a la hora de imitar cualquier le-tra, cualquier gesto y especialmente cualquier voz, inclusolas femeninas, fruto sin duda de su ilimitada capacidad deobservacin.

    Hurao, retrado y silencioso, siempre se comport

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    como una sombra viviendo entre las sombras aunque sinperder detalle de cuanto suceda a su alrededor, y su ma-dre, que era la nica persona que lleg a conocerle a fondo,aseguraba que su hijo era como una gigantesca esponja quetan slo devolva lo mucho que haba absorbido en elmomento en que lo consideraba oportuno.

    Senta curiosidad por todo, y todo le atraa en cuan-to se refera a su sorprendente capacidad de acumular

    conocimientos, pero al propio tiempo nada pareca llamarsu atencin de forma especial, al punto de que de igualmodo un da se interesaba por la fsica como al da siguien-te por la geografa, la astronoma o las matemticas.

    Uno de los escasos profesores que llegaron a tomarleun cierto afecto, don Tefilo Arana, casi tan gris e inac-cesible como l, le ech ms de una vez en cara aquellamanifiesta incapacidad de demostrar sus preferencias a lahora de elegir un camino concreto que le condujera direc-tamente al xito, repitiendo hasta la saciedad el viejo di-

    cho, aprendiz de mucho, maestro de nada.El talento es como el agua aseguraba. Si se des-

    parrama, a nadie beneficia, pero cuando se concentra y caegota a gota sobre un mismo punto, orada las rocas.

    La respuesta del extrao muchacho no pudo por me-nos que sorprenderle.

    El agua se aburre cayendo gota a gota sobre el mis-mo punto, mientras que no tiene oportunidad de aburrirsecuando se desparrama buscando nuevos cauces por los quedeslizarse.

    De ser cierto, y al parecer lo es, que la infancia y lapubertad marcan el destino de los seres humanos, los aostranscurridos en una Habana colorida, sofocante, ruidosa,alborotadora y desquiciada en la que Mauro Rivero eracomo la triste y meditabunda oveja negra de un alegre y

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    despreocupado rebao, delimitaron el cuadro de lo quehaba de ser el futuro de quien tena la asombrosa capa-cidad de convertir lo que pareca ser una sumisa acepta-cin de toda clase de convencionalismos en la ms destruc-tiva forma de revolucin o rebelda.

    Y la clave de semejante contrasentido se basaba en elhecho de que para Mauro Rivero Elgosa no exista credo,fe, conviccin social o poltica y forma de amar que no

    estuviera directamente relacionada con sus propias inicia-les: MRE.Ms all de la punta del ltimo de sus cabellos o del

    extremo de sus bien cuidadas uas, nada exista.Ni siquiera su madre.Marie Elgosa de Rivero, a la que su marido haba aban-

    donado cuando Mauro an se encontraba en la cuna, habadedicado su vida a trabajar doce horas diarias con el fin desacar adelante a su hijo, pero a cambio de sus desvelos ysacrificios no recibi ms que respeto y tal vez un punto

    de agradecimiento, mas ni una sola muestra de autnticocario.

    Escaso consuelo signific para ella llegar al convenci-miento de que haba trado al mundo a una criatura de laque cabra asegurar que haba sido tallada en alabastro.

    Suave al tacto, de formas exquisitas y a primera vistamoldeable, era no obstante lejano, inaccesible y fro; unautntico guante de seda sobre un puo de acero dispuestosiempre a golpear brutal e inesperadamente.

    A quin haba salido?

    Difcil pregunta para la que la infeliz Marie nuncaencontr respuesta, en parte debido a que no saba grancosa sobre la familia de su fugaz marido, un oscuro via-

    jante de comercio al que lo nico que le importaba era eljuego.

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    Dados, peleas de gallos, cartas, galgos, caballos, clculode posibilidades y alguna que otra trampa, le rendan aSantiago Rivero mucho ms que los miserables produc-tos de tercera categora que sola representar, pero a cambiode ello se vea obligado a desaparecer de tanto en tanto dejan-do tras de s una familia hambrienta y todo un rosario depagars que no valan ni el papel en que estaban escritos.

    Tres aos tard su mujer en saldar sus deudas con el

    fin de impedir que le embargaran la casa, y contaban lasmalas lenguas que en ciertos momentos no lo consiguinicamente a base de vender los productos de belleza quecon tanto esfuerzo fabricaba, sino que se vio obligada aalquilar por horas su propia e innegable belleza.

    Fueran ciertas o no tales habladuras, lo que nadie pudonegar es que desde el mismo da en que cerr la puerta alltimo de sus acreedores, nunca volvi a abrrsela a otrohombre, pese a que algunos llamaron a ella con intencionesciertamente honestas.

    Mauro sola acompaarla al campo con el fin de ayu-darle en su tarea de recoger flores y plantas que ms tar-de maceraba en aceite de palma con frmulas secretas ycasi mgicas, que le permitan envasar ms tarde infini-dad de cremas que las mulatas de La Habana Vieja adqui-ran a buen precio, lo que le permita mantener la vetus-ta casona familiar con un cierto decoro.

    Bajo un ladrillo de la cocina ocultaba una sobada libre-ta de tapas de hule en la que apuntaba con todo detalle loscomponentes de cada uno de sus mejunjes, advirtindo-

    le a su hijo que aquellas desconchadas paredes y aquellavieja libreta era cuanto le dejara en herencia.

    Ten presente que siempre habr mujeres, y sobretodo mujeres deseosas de parecer ms hermosas de lo queen realidad son le repeta una y otra vez. Si te fijas en

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    cmo preparo las cremas algn da podrs ganarte la vidahonradamente y sin hacer dao a nadie.

    Mauro Rivero no se vea a s mismo recorriendo loscampos vecinos durante el resto de su vida en procura deuna materia prima, que en ocasiones resultaba harto difcilencontrar, pero su increble capacidad de adquirir cono-cimientos le permita imitar, e incluso en ocasiones mejo-rar, las complejas tcnicas de su progenitora.

    El hecho de convertirse en fabricante de cosmticos noentraba en sus planes, aunque a decir verdad careca enabsoluto de planes.

    A los quince aos haba aprendido muchas cosas, entreellas el convencimiento de que el hombre no es nunca eldueo de su futuro, sino que por el contrario es ese futuroen su diario devenir el que le empuja en una u otra direc-cin.

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    Los ngeles, 2007

    El californiano Bem Sandorf haba invertido la mayorparte del dinero ganado con el producto de su sustanciosopaquete de acciones de la Dall & Houston en comprartierras y viedos, de tal modo que en la actualidad losvinos provenientes de las Bodegas Sandorf gozaban de

    justa fama y reconocido prestigio de costa a costa, hasta

    el punto de que tan slo podan conseguirse en los mejoresrestaurantes del pas.

    Por ello, en cuanto abandon la sala de juntas en la quele haban notificado que su vida, o su fortuna, lo que ve-na a significar casi lo mismo para l, corran peligro, su-bi a su avin privado, vol a Los ngeles, se encerr ensu finca, y orden a su jefe de personal que triplicara elnmero de vigilantes armados de tal modo que nadie, ab-solutamente nadie!, tuviera la ms mnima posibilidad detraspasar las lindes de la hermosa hacienda Sandorf.

    No se amasaba una fortuna como la suya partiendoprcticamente de la nada siendo un estpido, y por lotanto siempre haba tenido muy claro que poda llegar unmomento en que le pidieran cuentas por sus decisionescomo alto ejecutivo de la Dall & Houston.

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    Pero una cosa era estar preparado para enfrentarse a lajusticia, para lo cual contaba con un autntico ejrcito deabogados, y otra muy distinta plantarle cara a un enloque-cido justiciero que pretenda transformar sus fabulosasbodegas californianas en sucios hospitales iraques.

    Estaba plenamente convencido de que pronto o tardelas gentes de la compaa acabaran por atrapar al cretinoque se haca llamar Aarohum Al Rashid, pero como no

    poda calcular cunto tiempo tardaran en dar con l, de-cidi que lo mejor que poda hacer mientras tanto eraatrincherarse en su plaza fuerte a la espera de los aconte-cimientos.

    Tambin entraba dentro de lo posible que toda aque-lla historia no fuera ms que una cortina de humo con laque el asesino del cocainmano Richard Marzan preten-da desviar la atencin sobre las verdaderas razones por lasque lo haba enviado el otro mundo dentro de una tinajade barro, puesto que era cosa sabida que la mujer de Ri-

    chard estaba liada desde haca meses con un conocido co-rredor de automviles sudamericano.

    Con la parte de la herencia que le correspondera po-dra comprarle a su apolneo amiguito los cien coches msrpidos del mundo.

    Pese a ello, el jueves en que se cumplan dos semanasde la muerte de Richard, se ech al bolsillo un revlver ca-libre 38 por si las moscas.

    A media maana, tras cerciorarse de que todo parecaestar en calma y los vigilantes se encontraban en sus res-

    pectivos puestos limitndose a saludarle con un leve ade-mn de cabeza, decidi descender a la oscura y gigantes-ca bodega en la que dejaban pasar el tiempo sus mejorescaldos.

    Nadie volvi a verle con vida.

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    A las cuarenta y ocho horas, la polica recibi una in-formacin segn la cual el cadver de Bem Sandorf semaceraba en vino dentro de la barrica nmero ciento ca-torce.

    Tres das ms tarde, varios medios de comunicacinrecibieron una copia de la extraa misiva que un misterio-so individuo que se haca llamar Aarohum Al Rashidhaba enviado a la cpula directiva de la Dall & Houston.

    Casi de inmediato la opinin pblica se dividi en dosbandos casi irreconciliables: el de quienes considerabanque era justo que se devolviera al pueblo iraqu un dine-ro tan cruel e ilegalmente obtenido, y el de aquellos queno admitan lo que calificaban de descarado chantaje sinms base que el terror y el simple asesinato.

    Corrieron ros de tinta, de palabras, e incluso imge-nes de los destrozos que tan absurda guerra haba provo-cado y continuaba provocando en Irak, y result evidenteque no exista un solo lector o espectador que no tuvie-

    ra su propia opinin al respecto.Caba comparar a Al Rashid con un mtico Robin

    Hood que robaba a los ricos para entregrselo a los po-bres, o se trataba de un nuevo miembro de Al Qaeda?

    Era o no moralmente aceptable que se acabara con laimpunidad de quienes se enriquecan con la sangre y eldolor ajenos por el radical sistema de ejecutarlos sin de-recho a defenderse?

    Estaba la Justicia capacitada a la hora de castigar aquienes se protegan tras el anonimato de las siglas de unas

    empresas que estaban en condiciones de abonar los hono-rarios de costosos bufetes de abogados conocedores detodas las triquiuelas destinadas a eternizar cualquierdecisin legal?

    Una inmensa mayora de los ciudadanos empezaban

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    a cansarse del apabullante poder de unos magnates que sehaban erigido en los autnticos dictadores del nuevo ordendel mundo bajo la bandera de la tan alabada como denos-tada globalizacin, pero lo cierto era que la mayor par-te de los medios de comunicacin estaban en manos de talesmagnates, lo cual equilibraba en cierto modo la balanza.

    El nuevo siglo no transcurra, como el anterior, por lostransitados caminos de la hegemona del fascismo o el

    comunismo de tal modo que las naciones se decantaronhacia la izquierda ms radical o la derecha ms violenta,sino por el sutil pero de igual modo eficiente sendero delpeso de las acciones que cotizaban en bolsa.

    Y el pueblo llano, aquel que en verdad sufra las con-secuencias, an no haba descubierto la forma de enfren-tarse a semejante tela de araa, puesto que haban quedadomuy atrs los tiempos de las huelgas salvajes o las san-grientas revoluciones.

    El anonimato de los consejos de administracin y los

    paquetes de acciones en manos de impersonales fondosde pensiones, impeda que existieran, como antao, ca-bezas visibles que cercenar.

    Por ello, el hecho de que alguien decidiera cercenar todasy cada una de tales cabezas normalmente invisibles sig-nificaba un cambio de actitud que convena tener en cuenta.

    * * *

    Al caer la tarde, abandon el maizal para alejarse por

    serpenteantes caminos que desembocaron en una carre-tera secundaria donde al atardecer descubri a lo lejos uncochambroso restaurante de mala muerte, junto al que sealzaba un igualmente cochambroso motel de mala muerte.

    Observ largo rato el ir y venir de coches y camiones

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    por lo que lleg a la conclusin de que no pareca un lu-gar demasiado apropiado para una muchacha sola, pero seencontraba hambrienta, desorientada y agotada, por lo queal fin se encamin al motel y pidi una habitacin que leobligaron a pagar por adelantado.

    El lugar era sucio, hediondo y en verdad deprimente.Cen en el igualmente sucio, hediondo y deprimente

    restaurante, haciendo caso omiso a las insinuaciones de

    una cuadrilla de desertores del arado, que al parecertambin la confundan con una prostituta de carretera,para acabar por tumbarse en la desvencijada cama no sinhaber atrancado antes la puerta con cerrojos y cadenas.

    No pudo por menos que preguntarse una vez ms siaqulla habra de ser su vida de all en adelante, porquevagabundear sin rumbo por un pas al que odiaba no eraun futuro en absoluto apetecible, sobre todo teniendo encuenta que cualquier da alguien podra llegar a la conclu-sin de que se trataba de una estpida aspirante a terro-

    rista, que nunca podra explicar por qu razn se encon-traba tan lejos de su Irak natal.

    Una y otra vez se maldeca a s misma por el hecho dehaberse comportado de una forma tan infantil y absur-da, y una y otra vez intentaba justificarse con la eviden-cia de que cuando tom la decisin de sacrificarse no erams que una adolescente amargada y desorientada.

    Haba madurado mucho desde entonces; haba madu-rado tan aprisa como los cultivos de un invernadero aldescubrir por s sola que una de las peores consecuencias

    que traan aparejadas las guerras, era el hecho indiscuti-ble de que acortaba la juventud y alargaba la vejez.

    Ver morir a tanta gente alrededor haca que los niosse convirtieran en hombres antes de tiempo, y los hom-bres en ancianos prematuros.

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    La muerte ajena remita de inmediato a la muerte pro-pia, por lo que durante aquellos terribles aos en los queen Bagdad los cadveres asomaban por entre los escom-bros y a menudo colgaban de las farolas, Salka Embarekdeambul por sus calles segura de que en cualquier mo-mento, tal vez en la prxima esquina, pasara a engrosarla lista de ensangrentados despojos que se disputaban losperros.

    El ser humano se acostumbra a todo, incluso a vivir sinesperanzas.Durmi a ratos, inquieta, acosada por horrendas pe-

    sadillas y continuos sobresaltos, por lo que a media ma-ana tom la decisin de marcar el nmero de telfono dela nica persona que la haba tratado con afecto desde quehaba llegado a Norteamrica.

    Cuando al otro lado del hilo son la voz de la amableanciana inquiri:

    Mary Lacombe? Soy yo; la muchacha que conoci

    hace unos das y con la que estuvo pescando. Se acuer-da de m?

    Oh, naturalmente que me acuerdo de ti, querida!fue la inmediata respuesta. Pasamos un da ciertamen-te encantador, no es cierto? Cmo te encuentras?

    Sinceramente, no demasiado bien; aqu no conozcoa nadie y no se adnde ir.

    Dnde ests ahora?En un motel de carretera, no lejos de donde nos

    conocimos.

    Dame la direccin e ir a buscarte.No es necesario que se moleste protest la mucha-

    cha de inmediato. Podemos reunirnos donde indique;me las arreglar para llegar.

    No es molestia, querida. En absoluto! Maana

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    mismo estar ah y te prometo que iremos a pescar truchasa un lugar fabuloso que descubri mi difunto esposo y na-die ms conoce.

    Ir a pescar truchas!La maana que pas pescando truchas con la anciana

    era prcticamente el nico momento agradable y relaja-do que haba vivido desde la noche, tanto tiempo atrs, enque aquel mil veces maldito misil del ejrcito americano

    acab con su familia.Los aos que siguieron haban sido de dolor, miedo,hambre, incertidumbre y sobre todo de odio, pero las treshoras que permanecieron sentadas a la orilla de un riachue-lo lanzando el sedal y aguardando a que las esquivas tru-chas decidieran picar, haban constituido una especie defresco oasis en la inmensidad de un abrasador desierto.

    Podra decirse que durante aquellas cortas horas sumente haba quedado sbitamente limpia de amargospensamientos, como una papelera que se vaciase de su

    contenido, asaltada por la sensacin de que el riachueloque discurra a sus pies se iba llevando muy lejos todo elhorror que le haba tocado vivir.

    Pero haba sido tan slo algo semejante al paso de unaestrella fugaz en un firmamento demasiado oscuro, por-que de inmediato la realidad regres con la casi insopor-table crudeza de que todos, absolutamente todos los se-res que amaba o que la haban amado, estaban muertos.

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    La Habana, 1950

    La mejor prueba de que no andaba desencaminado latuvo Mauro Rivero la noche en que a Emiliano Cspe-des y Pepe el Miserias se les fue la mano a la hora deajustarle las cuentas al Patuco, un negrito esculido peroen exceso pendenciero, al que arrojaron desde un murocon tan mala fortuna que cay de cabeza y se rompi el

    cuello.Lo que en verdad le sorprendi fue que sus amigos se

    lo tomaran tan a pecho, que Emiliano estuviera a puntode echarse a llorar a la par que el Miserias se orinaba sinel menor reparo en sus nicos pantalones.

    Dnde est el problema? quiso saber.Cmo que dnde est el problema? tartamude

    un anonadado Emiliano. Nos metern en la crcel.An no estis en edad de ir a la crcel.Pues en ese caso nos metern en un reformatorio,

    que casi es peor, porque dicen que en cuanto entras los chi-cos mayores te dan por el culo hasta cansarse.

    Y por qu demonios tendran que meteros en unreformatorio?

    Cmo que por qu? Por habernos cargado a se.

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    Mauro no respondi, limitndose a aferrar el cadverdel diminuto negro por las piernas, arrastrarlo hasta elborde del muro y arrojarlo de cabeza al mar.

    Por haberos cargado a quin? inquiri al tiem-po que se sacuda las manos como dando por concluidoun incidente carente de importancia. Yo no veo a nadie.

    Los dos muchachos permanecieron inmviles, perple-jos y podra decirse que casi estupefactos, no por la accin

    en s o por lo que hubiera dicho, sino por la naturalidadcon la que lo haba hecho.Era como si por arte de magia Mauro Rivero hubiera

    conseguido que todo volviera a la normalidad, y aqullano fuera ms que una de las tantas noches en que bajabanal malecn a tomar el fresco, gastar bromas o compartiruna botella de ron cuando haban conseguido algunospesos.

    Los tres eran conscientes de que aqulla era una zonafrecuentada por hambrientos tiburones que sin duda esta-

    ran ya dando buena cuenta del infeliz Patuco.Y si su familia lo echa de menos?Que lo busquen. Yo no pienso decir nada e imagi-

    no que vosotros, por la cuenta que os trae, tampoco.Te debemos una.Lo s!Se expres en un tono monocorde. El tono en que sola

    hablar la mayor parte de las veces, pero en esta ocasin suscompaeros de correras experimentaron la inquietantesensacin de que aquellas dos cortas palabras marcaban el

    comienzo de una larga dependencia.Acababan de contraer una deuda con alguien del que

    saban que jams olvidaba.Mauro Rivero jams olvidaba, en efecto, pero nunca

    mencion el incidente del infeliz Patuco, pese a que en los

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    das que siguieron media Habana Vieja coment horro-rizada el hecho de que una pierna humana hubiera hechosu aparicin flotando en mitad del puerto.

    Incluso lleg a sonrer cuando el bobalicn de Brunoel Fulldejotascoment con su peculiar socarronera:

    Alguien se debe de haber quedado cojo.El primer acto delictivo, al igual que el primer amor,

    el primer xito o tantas otras cosas de importancia que

    nunca han acaecido con anterioridad suelen constituir unpunto de inflexin en la vida de todo ser humano, pero enel caso de Mauro Rivero no fue as, ya que el gesto dearrojar un cadver an caliente a los tiburones careca a sumodo de ver de la menor importancia.

    Casi cada noche lanzaban al mar las botellas vacas ylas observaban unos instantes mientras eran empujadaspor la corriente a lo largo del malecn, rumbo al puerto,en lo que constitua una especie de rito que significaba quehaba llegado la hora de irse a dormir. El hecho de haber

    cambiado la botella por un ser humano no le alteraba elpulso en lo ms mnimo.

    En realidad, nada le alteraba en lo ms mnimo, siem-pre que hiciera calor.

    Y es que, en las raras ocasiones en que la temperatu-ra descenda del bochorno habanero habitual, MauroRivero faltaba siempre a la cita.

    Aqulla era la nica herencia que le haba dejado, demomento, su madre.

    Marie Elgosa haba tenido que emigrar de muy joven

    de su Saint Etienne natal debido a que la mayor parte delos miembros de su familia padecan, por lo que parecaser un defecto gentico, el molesto, doloroso y poco fre-cuente mal conocido por el nombre de sndrome de Ray-naud, que amargaba sus vidas.

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    Incapaz de soportarlo y temiendo acabar mutiladacomo su propio padre, que andaba ya en silla de ruedas, unbuen da Marie se apoder del escaso dinero que haba enla casa y emprendi, sin decir nada a nadie, el camino del sur.

    Buscaba el sol, y lo encontr en Cuba.La vida en la isla haba sido dura, eso no poda negarlo,

    pero nada comparable a la insoportable tortura de unasmanos y pies que se amorataban con los primeros fros,

    y un continuo temor a que la gangrena por culpa de lamala circulacin de la sangre le condujera al extremo dela amputacin de las extremidades.

    Tal vez el carcter de Mauro Rivero fuera una conse-cuencia directa de un mal que le afectaba desde que naciy que marc las pautas de su comportamiento tal como lashubiera marcado el haber nacido ciego, sordo o minusv-lido.

    Poda influir la desgracia de poseer unos vasos capi-lares demasiado sensibles al descenso de las temperaturas

    en el hecho de haber desarrollado una determinada per-sonalidad?

    Si cada vez que se le amorataban las manos o los piesle asaltaban terribles dolores hasta que la sangre comen-zaba a circular de nuevo con normalidad, resultaba lgi-co suponer que desde muy pequeo deba de haber desa-rrollado mecanismos de defensa destinados a evitar taninsoportables padecimientos.

    Y nadie ms que l poda determinar cul deba ser elnivel de semejantes mecanismos, puesto que nadie ms que

    l poda determinar la intensidad del dolor que experimen-taba.

    An no se haba inventado un termmetro capaz demedir el nivel del dolor, dado que no deban de existir dosseres humanos que lo resistiesen de igual forma, ya que

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    no constitua nicamente una reaccin lgica a una deter-minada agresin, ni responda a unos parmetros prede-terminados. El grado de dolor que se experimentaba encada caso dependa mucho de la personalidad del indivi-duo e incluso de su estado de nimo en un determinadomomento.

    Mauro nio era capaz de pasarse horas en la playa, ten-dido al inclemente sol del trpico sin que ni una gota de

    sudor hiciera su aparicin en cualquier parte de su cuerpo,pero no poda pasar ms de cinco minutos en el mar pormuy caliente que se encontrara en esos momentos.

    Pero mientras permaneca inmvil y como ausente, conlos ojos entrecerrados observando los chapoteos de susamigos, su mente se mantena activa, como si toda la energaque no desperdiciaba en moverse la empleara en meditar.

    * * *

    Blackwater

    Los Blackwater operan fuera de la legalidad vigentetanto aqu como en el extranjero y al parecer mantienenestrechos lazos de relacin directa con la ultraderecharadical cristiana. Normalmente utilizan armas automticascapaces de disparar 900 balas por minuto y han realizadomisiones especiales tales como vigilar las calles deNueva Orlens tras el huracn Katrina, o servir de guar-daespaldas a altos cargos de la administracin america-

    na en Bagdad.La empresa cuenta con una base militar y una flota

    de una veintena de aviones, y asegura que puede ponera 20.000 hombres sobre el terreno en pocos das.

    En marzo de 2004, cuatro de sus miembros fueron

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    asaltados, linchados, descuartizados y quemados poruna turba enfurecida de iraques en el feudo sun deFaluya. Sus cuerpos fueron colgados de un puente so-bre el ufrates y la venganza llevada a cabo por suscompaeros de armas aument la resistencia iraqu queaterroriza hoy en da a la poblacin civil y los soldadosde EE.UU.

    Cuestionada por la ley, la empresa est expuesta a

    la negativa aceptacin de la opinin pblica, pero algu-nos de sus miembros fueron recibidos en Washingtoncomo si fueran los nuevos hroes en la guerra contra elterrorismo.

    Su director-propietario, Erik Prince, considera que suimperio es el quinto brazo militar de Estados Unidos; noes un ejrcito regular pero s la ms poderosa milicia demercenarios que ha conocido el mundo desde la pocade los romanos. La administracin de George Bush la hafinanciado clandestinamente con el fin de que opere en

    zonas internacionales de conflicto e incluso en sueloamericano.

    Un comit de las Naciones Unidas ha emitido un in-forme en el que se asegura que, con la privatizacin dela guerra, los contratistas privados o independientesse han convertido en el primer producto de exportacinde algunos pases industrializados a zonas de conflictoarmado. Naciones Unidas muestra su preocupacin porlas frmulas que han ingeniado estas empresas privadasde seguridad para formar autnticas fuerzas de choque

    al margen de las leyes, algo prohibido por la legislacin in-ternacional, es decir, la Convencin contra la Utilizacinde Mercenarios, de 1989.

    Blackwater factura cientos de millones de dlaresanuales que proceden de contratos con el Pentgono,

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    con los servicios de espionaje estadounidenses y deentrenar fuerzas policiales en cualquier punto del glo-bo. El presidente Bush la utiliza para ejecutar su gue-rra global contra el terrorismo ya que cuenta con supropia base militar y efectivos listos para intervenir encualquier momento. Dick Cheney, el ex secretario deDefensa Donald Rumsfeld, y Coffer Black, consideradopor algunos el ex jefe de operaciones clandestinas de la

    CIA y hoy vicepresidente de Blackwater, son sus mayoresvaledores.La administracin define la compaa como una

    revolucin en asuntos militares, seala la prestigiosarevista The Nation, pero muchos la consideran comouna amenaza directa a la democracia americana. Losdirectivos de Blackwater se defienden de esta ltimaacusacin y se enorgullecen de portar la etiqueta demercenarios.

    Al ser una milicia privada, la Administracin Bush

    queda polticamente a resguardo de sus actos... y de susbajas. En Irak han muerto unos 780 militares privados,pero no estn incluidos en las listas oficiales de muertosamericanos, no reciben asistencia mdica a cargo delPentgono y nadie controla sus excesos.

    Algunos congresistas han mostrado su preocupacinpor la existencia de estos ejrcitos de mercenarios de losque resulta imposible averiguar nada.

    Peter Corkenham dej el informe sobre la mesa y se

    frot largamente los ojos antes de inquirir:Crees que estn capacitados a la hora de protegernos?La opinin general es que son los mejores en su

    oficio replic con naturalidad Jeff Hamilton.Basta con eso? fue la intencionada pregunta.

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    Basta con disparar novecientas balas por minuto o espreferible alguien que haga menos ruido y piense ms?

    Si a lo que te ests refiriendo es que lo que en ver-dad importa es desenmascarar a ese tal Al Rashid, admi-to que estos bestias no son los ms apropiados, pero su-pongo que s lo son a la hora de impedir que nos vayacazando uno tras otro.

    Tengo la impresin de que se va a tratar de una con-

    frontacin entre la fuerza y la inteligencia y no me gus-ta. No me gusta nada!Visto desde ese ngulo, a m tampoco admiti su

    interlocutor, que pareca tener las ideas muy claras a eserespecto. Pero no creo que una cosa tenga que excluirla otra. Contamos con los medios suficientes como paracontratar a los Blackwater para que nos protejan y bus-car al mismo tiempo a quienes sean capaces de averiguarquin es ese loco manitico.

    Si fuera un loco manitico no me preocupara dema-

    siado le hizo notar su jefe tan serio y circunspecto comode costumbre. Los locos suelen cometer errores, peroalgo en mi interior me dice que este hijo de la gran putaes de los que no da un paso en falso ni aunque le ponganla zancadilla.

    Ests asustado?Acaso t no?Naturalmente! No me gusta dormir atrincherado

    en mi habitacin y descubrir que me vuelvo a cada instanteintentando comprobar que no me sigue un tipo dispuesto

    a volarme la cabeza. No es vida! Por Dios que no es vida!

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    Repblica Democrtica del Congo, 2007

    A Marcel Valerie le haban asegurado que Bukavu erauna de las ciudades ms hermosas del Congo, a la orilla deun precioso lago, con un magnfico clima, cuidados jardi-nes y altivos palacetes, recuerdo de su pasado esplendorde capital colonial.

    Pero con lo que se encontr fue con un lugar infecto,calor asfixiante, edificios en ruinas, callejuelas por las que

    vagabundeaban perros famlicos, y por si todo ello fuerapoco, superpoblado a causa de una masiva inmigracin decampesinos que se haban visto obligados a abandonar sushogares por culpa de interminables y sanguinarias guerrasfronterizas.

    La antao denominada Perla del Congo no contaba yani con un hotel medianamente decente en el que funcio-nara el aire acondicionado, y cuando se vio obligado arecorrer a pie casi un kilmetro de la bochornosa aveni-da Patricio Lumumba en procura de las oficinas en que le

    aguardaba el propietario de una al parecer importantsi-ma mina, no se encontr, tal como se esperaba, con unactivo y elegante ejecutivo implicado en el que prometaser el negocio ms lucrativo del nuevo siglo, sino con ungigantn malencarado y sucio; una especie de vagabundo

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    que apestaba a vodka y hablaba con un marcado acentoruso pese a que al parecer haba nacido en Kazaquistn.

    Tal como les advert por telfono fue lo primeroque dijo el kazaco. No estoy interesado en vender miyacimiento, pero todo es cuestin de precio; llevo ya de-masiados aos en este maldito agujero, la malaria me estmatando, y si lo que me ofrece me permite no volver a dargolpe en mi vida tal vez lleguemos a un acuerdo.

    Como comprender, antes necesito visitar la minay la fbrica con el fin de hacer una evaluacin le hizonotar el recin llegado.

    Naturalmente! admiti el otro. Pero le advier-to que lo que va a ver no es lo que en el resto del mundocivilizado se considera una fbrica o una mina, lo cualal fin y al cabo es algo que carece de importancia; lo queen verdad importa es que extraemos el mejor mineral delmercado. Le gui un ojo con marcada intencin alinquirir: O no?

    Desde luego! admiti un hombre que haba lle-gado desde muy lejos y se encontraba en verdad fatiga-do. Pero me importa tanto cmo y cunto producecomo hasta cundo producir.

    sa ya es otra historia, amigo mo! exclam elotro lanzando una sonora risotada. Y completamentediferente. Ese maldito mineral es tan caprichoso como unahermosa mujer con la que todos pretenden acostarse;aparece donde menos se espera y desaparece de improvisocuando le da la gana. Un yacimiento puede estar produ-

    ciendo una fortuna hoy pero llevarte a la ruina una semanams tarde. se es mi riesgo. Se sirvi un ms que gene-roso vaso de vodka sin hacer el menor ademn de invitara su acompaante para aadir con intencin: Y el suyosi es que decide quedarse con el negocio.

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    Puedo ver en qu consiste?A eso ha venido. O no?El kazaco le gui por entre oscuros e intrincados pa-

    sillos hasta un enorme galpn de techo de cinc que mspareca un horno que una fbrica, y en el que mediocentenar de semidesnudos congoleos cubiertos de pol-vo de los pies a la cabeza se afanaban a la hora de cernirgrandes cantidades de una tierra que iba pasando ante ellos

    sobre una cinta sin fin, rebuscando sin ms ayuda que lasmanos hasta encontrar lo que parecan diminutas piedrasde un color azul grisceo que arrojaban directamente a undesportillado cubo.

    Aquel lugar constitua sin lugar a dudas la antesala delaverno, y no slo por el bochornoso calor sino porque elpolvo casi impeda respirar y el olor a sudor y orines gol-peaba como una maza de hierro.

    Dios bendito!Insisto en que se lo advert; esto no se parece a nada

    que haya conocido, pero le doy mi palabra que es la nicaforma que existe de hacerse con un esquivo hijo de putaque nunca aparece en vetas sino desperdigado entre la tie-rra, confundido y entremezclado con wolframita y casi-terita.

    El belga hizo un gesto hacia los hombres que trabaja-ban en tan inhumanas condiciones.

    Cunto cobran? quiso saber.Un euro.A la hora?

    Est loco! Al da.A media tarde, y tras bordear el lago y recorrer una

    treintena de kilmetros a bordo de un renqueante caminque pareca ir buscando a propsito cada uno de los in-numerables baches del estrecho sendero de tierra roja que

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    se abra paso entre gigantescos rboles o espesas lianas, ytras vadear un riachuelo cuyas aguas superaban los cubosde las ruedas, desembocaron en una extensa llanura en laque los rboles haban sido arrancados de cuajo a base dedinamita.

    La prctica totalidad de los mineros eran mucha-chos, casi nios, que se introducan a gatas por estrechosagujeros cavados en los taludes de las lomas, y que eviden-

    temente corran el riesgo de quedar sepultados por unsbito desprendimiento debido a que las precarias gale-ras no contaban con soporte alguno.

    Cubiertos de polvo, famlicos y con los ojos enroje-cidos, semejaban un ejrcito de fantasmas que por unosinstantes observ a los recin llegados como si provinie-ran de otro planeta.

    Y cabra asegurar que as era en realidad puesto queaquel lugar pareca corresponder a un planeta muy lejano.

    Y stos cunto cobran? inquiri de nuevo Marcel

    Valerie.Veinte cntimos.Veinte cntimos de euro por correr el riesgo de mo-

    rir ah dentro? se asombr.Nadie les obliga.Est seguro?Lo suficiente.Y cul es el ndice de siniestralidad?Entre cinco y siete muertos al mes por trmino

    medio, pero este trabajo tiene la ventaja de que no es ne-

    cesario enterrarlos. Cuando quedan atrapados en la galerase les coloca una cruz encima y en paz.

    Cruel y prctico sin duda. El belga permanecilargo rato estudindolo todo con especial atencin y alpoco extrajo del bolsillo de su ya sudada camisa una pe-

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    quea calculadora, tecle repetidamente bajo la atentamirada del kazaco, y por ltimo coment como sin dar-le importancia:

    Treinta millones y no se hable ms.De euros? inquiri el otro evidentemente incr-

    dulo.De euros.Mi negocio es suyo!

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    Eladio Medrano haba conseguido acreditarse comouno de los mejores abogados criminalistas de los EstadosUnidos.

    La mayor parte de su cuantiosa fortuna provena de ladefensa de mafiosos y traficantes de drogas sudamerica-nos que no slo valoraban su habilidad ante los jurados,sino el hecho de que hablaba correctamente el castellano,lo cual facilitaba mucho las cosas a la hora de entenderse.

    Su actual cliente, Roberto Carmona, ms conocido porel significativo apodo de Cortahuevos por su desmesuradaaficin a castrar a enemigos y competidores, haba sidocapturado en El Paso acusado de introducir en el pas msde doscientas toneladas de cocana por el curioso mto-do de utilizar un viejo submarino sovitico que transpor-taba los fardos desde Tampico, en Mxico, a la isla de Ma-tagorda, en Tejas, con el fin de que continuaran viaje porcarretera hacia Houston, Austin o San Antonio.

    En cualquier otra poca de su vida Eladio Medrano

    se hubiera sentido feliz con el complejo, interesante y lu-crativo caso que tena entre manos ya que le reportaraenormes beneficios consiguiera o no su objetivo de obte-ner al menos la libertad condicional para su defendido, pe-ro durante el mes que haba transcurrido desde la inquie-

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    tante reunin de consejeros de la Dall & Houston, lavaloracin de sus prioridades haba sufrido un bruscocambio.

    Los asesinatos de Richard Marzan y Bem Sandorf, conlos que haba compartido tantas horas en torno a la mesade la sala de juntas o correteando tras una pelota por los pra-dos del Pine Crest Golf Club que se divisaban desde lasventanas de su despacho, le haban abierto los ojos a la do-

    lorosa realidad de que ya no estaban en juego el monto deuna abultada minuta o la cotizacin de unas determinadasacciones, sino la posibilidad de acabar dentro de una cuba devino, una tinaja de barro o cualquier recipiente por el estilo.

    Llevaba tres das meditando la posibilidad de renun-ciar a la defensa de Carmona y ponerse a salvo, pero te-na muy claro que si en aquellos momentos le dejaba enla estacada el jodido mexicano hara una vez ms honora su apodo y mandara a cualquiera de sus innumerablessecuaces a que le cortara los testculos con el fin de intro-

    ducrselos en el agujero que le habran hecho en las tripas.Los narcotraficantes sudacas solan ser gente harto

    desconsiderados con quienes no se avenan a sus exigencias.Tanto o ms como pudiera serlo el terrorista que se

    haca llamar Al Rashid.Maldijo la hora en que se le ocurri participar en el

    plan que habra de concluir con el inicio de aquella est-pida guerra.

    Le haba dado a ganar millones, pero le haba costadomuchos disgustos, algunas amistades, e incluso el respe-

    to y el cario de su hija mayor, cuyo novio, un mercena-rio blackwater, haba sido arrastrado hasta morir por unacalle de Bagdad.

    A continuacin una turba enfurecida haba prendidofuego al cadver y lo haba colgado de una farola.

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    Eladio Medrano era lo suficientemente inteligentecomo para comprender que haba cometido un gravsimoerror, y que lo peor de tal error se centraba en el hecho deque no tena razn de ser.

    Nunca necesit tanto dinero.De hecho ni tan siquiera haba sabido en qu demonios

    invertirlo.Tan slo era una cifra en una cuenta corriente que

    apenas usaba y de la que la mayor parte de las veces nisiquiera conoca el saldo.Tener por tener.Tener ms por tener ms.No eran monedas de oro que acariciar o billetes de ban-

    co que llevar en el bolsillo, eran simples nmeros, signos queni siquiera servan para conseguir un berdi en el hoyodoce, hazaa que s le hubiera hecho realmente feliz puestoque lo intentaba sin xito desde haca veinte aos.

    Llevaba casi dos semanas sin jugar por miedo a que le

    volaran la cabeza visto que el principal problema del PineCrest Golf Club de Houston estribaba en el hecho de quese encontraba tan dentro de la ciudad por lo que desde cual-quier autopista de los alrededores un buen francotiradordispona de un blanco cmodo a menos de cuatrocientosmetros de distancia.

    Una vez ms no pudo por menos que preguntarse dequ demonios le serva tanto dinero si ni siquiera podadisfrutar de su entretenimiento favorito.

    Ahora tena que gastrselo en un coche blindado y

    media docena de malencarados guardaespaldas que lehaba impuesto por la fuerza el pesado de Jeff Hamiltony que incluso le acompaaban al bao.

    De buena gana le hubiera regalado a Hamilton todassus acciones de la Dall & Houston a cambio de que le

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    permitiera recuperar su libertad de movimientos, peroPeter Corkenham les haba advertido muy claramenteque las ratas que intentaran abandonar en aquellos mo-mentos el barco pagaran de inmediato las consecuencias.

    Y era cosa sabida que aquel hijo de mala madre jamsamenazaba en balde; haban iniciado juntos aquella arries-gada aventura y exiga que continuaran juntos hasta elfinal, fuera el que fuera.

    Ello no evitaba que cada vez que tena que abandonarla proteccin del vehculo y cruzar la acera se sintieracomo el pato de una caseta de tiro al blanco pese a quecuatro enormes gorilas le rodearan.

    Debido a ello el Palacio de Justicia era de los pocoslugares en los que se senta a salvo consciente de que suservicio de seguridad tena fama de ser de los ms eficientesdel pas.

    Una vez en su interior procuraba olvidar todas suspreocupaciones y concentrarse en lo que en verdad impor-

    taba en aquellos momentos: demostrar que Roberto Car-mona haba sido objeto de una conjura de la corruptapolica mexicana y nada tena que ver con el vetusto ymohoso submarino ruso que haba tenido la mala suertede encallar en un banco de arena de las costas tejanas car-gado hasta los topes de cocana.

    No le sorprendi por tanto que su cliente pidiera verlea solas en la pequea habitacin en que solan confinarlehasta la hora en que se iniciaba el juicio, puesto que el as-tuto mexicano siempre pareca tener un as en la manga, lo

    que le haba permitido salir con bien en todos sus enfre-namientos con la justicia.

    De qu se trata ahora? quiso saber.El hombretn, que era tan alto como l pero ms jo-

    ven y mucho ms fuerte, gir la vista a su alrededor como

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    si intentara cerciorarse de que no haba micrfonos nicmaras ocultas, y a continuacin hizo un gesto con lamano para que acudiera a tomar asiento a su lado.

    Tengo buenas noticias musit en voz tan baja quea Eladio Medrano no le qued otro remedio que aproxi-mar an ms la cabeza.

    Cmo ha dicho? inquiri en el mismo tono.El otro casi roz el pabelln de su oreja con la boca en

    el momento de insistir en lo que era apenas un susurro.Que tengo buenas noticias; ayer mi mujer recibi lavisita de un tipo que dijo venir de parte de alguien que alparecer se hace llamar Aarohum Al Rashid...

    En el momento en que pronunciaba el nombre apre-t con dos dedos y con inusitada fuerza las mandbulas delinterlocutor obligndole a abrir la boca, le introdujo hastael fondo de la garganta una pequea cpsula y apret vio-lentamente impidiendo que la escupiera al tiempo queaada:

    Le asegur que si le obligaba a tragarse esta medi-cina me sacara de aqu...

    Eladio Medrano intent zafarse de la frrea tenaza deaquellas manos de oso, escupir, gritar y debatirse, pero casial instante comenz a sufrir violentas convulsiones, bar-botear como un pez fuera del agua y lanzar espumarajospor la boca.

    Cay al suelo cuan largo era pataleando, araando lasparedes y emitiendo agnicos sonidos, al tiempo que suagresor se pona en pie con el fin de golpear repetidamente

    la puerta y gritar a todo pulmn:Un mdico, un mdico! Al abogado le ha dado un

    ataque! Que venga un mdico!Los minutos que siguieron fueron de los ms confu-

    sos que se recordaban en el Palacio de Justicia de Hous-

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    ton, con mdicos, enfermeros y policas correteando de unlado a otro mientras un hombretn que sufra violentasconvulsiones era trasladado en camilla hasta una ambulan-cia que parti de inmediato rumbo al hospital ms cercano.

    Cuando al fin un alguacil acudi a comunicarle alCortahuevos que lgicamente el juicio se pospona, no loencontr por parte alguna.

    La pequea estancia tan slo estaba ocupada por el

    cadver de Eladio Medrano.

    Mauro Rivero haba llegado muy joven a la conclusinde que era muchsimo ms inteligente que cuantos le ro-deaban.

    Y pese a ser bastante eglatra no lleg a esa conclusinpor dicha egolatra, sino por simple deduccin al adver-tir que ni siquiera sus mejores profesores parecan capa-ces de seguir el hilo de sus pensamientos.

    Descubri tambin otro detalle que se le antoj de pri-mordial importancia: no conoca absolutamente a nadieque no tuviera algn vicio que limitara en cierto modo susfacultades; beber, drogarse, el juego, el sexo, una desme-surada codicia o el ansia de poder cegaban con demasia-da frecuencia a las personas, y dado que l jams experi-ment el menor inters por nada de ello consider quetena sin duda una considerable ventaja sobre el resto delos seres humanos.

    Mauro no beba, no fumaba, no se drogaba, no expe-

    rimentaba la menor reaccin ante la presencia de unamujer o un hombre por muy atractivos que fueran, noaspiraba a ningn tipo de poder, y el dinero tan slo leinteresaba como medio para obtener algo muy concretoen un determinado momento.

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    Era, eso s, un extraordinario jugador de pquer, tanfro como la sangre que se supona que deba correrle porlas venas, y tan impasible que cabra asegurar que se co-locaba una mscara en el momento de tocar por primeravez la baraja y no se desprenda de ella hasta el momen-to de levantarse de la mesa.

    Jams se negaba a participar en una partida pero nuncalo haca por aficin o por deseos de ganar, sino como un

    simple ejercicio en el que lo nico importante era mante-ner el control sobre s mismo.De Mauro Rivero lleg a decirse que se comportaba

    como un lagarto y que en ocasiones perda a propsito conobjeto de forjar an ms un carcter que el da de maa-na le permitiera aceptar la victoria o la derrota con idn-tica indiferencia.

    Cuando yunque, yunque, cuando martillo, martillo.Aquel rancio dicho que escuchara de muchacho y que

    sin que supiera muy bien por qu razn le traa a la mente

    connotaciones netamente fascistas, marc en cierto modosu pubertad sealndole un camino en el que del mismomodo tena que estar tan dispuesto a golpear como a re-cibir.

    Y todo ello bajo el manto de la ms total y absolutaindiferencia puesto que su mayor defecto y su peor peca-do, o tal vez su principal virtud, se centraban en el hechode que evitaba a toda costa demostrar cualquier tipo desentimentalismo o debilidad.

    Haba nacido, haba crecido y conviva da a da con

    las limitaciones y el dolor de una absurda y casi descono-cida enfermedad de la que se avergonzaba, y quiz por esemotivo haba puesto tanto empeo en no demostrar bajoninguna circunstancia qu era lo que pasaba en cada mo-mento por su cuerpo o por su mente.

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    Por todo ello, al cumplir los diecisis aos se habaconvertido ya en el cerebro gris de un grupo de pandi-lleros que comenzaban a aduearse de las calles de LaHabana Vieja, a los diecisiete puso en marcha una muylucrativa variante del juego de la bolita, y antes de cum-plir la mayora de edad fund la temida y denostada Cor-poracin, una sociedad secreta que en poco tiempo seconvirti en punto de obligada referencia para todo cuanto

    estuviera relacionado con temas de vicio o corrupcin enla mayor parte de los barrios de la capital cubana.Su inseparable amigo de la infancia, Emiliano Cspe-

    des, se ocupaba del apartado de la prostitucin, Bruno elFulldejotas de todo cuanto tuviera que ver con el juego,Pepe el Miserias de las relaciones con una polica de la quese haban convertido en confidentes, Nick Kanakis de lasextorsiones, Ceferino el Pingadurade las drogas, y el ce-gato Baldomero Carreo de la administracin.

    Demasiado inteligente como para aceptar que le nom-

    braran Jefe, Mauro Rivero se reserv el puesto deCoordinador con unos ingresos inferiores a los de suscompaeros de fechoras dado que como segua viviendoen casa de su madre y no tena vicios para nada necesita-ba el dinero.

    Aunque lo cierto era que hasta la ms miserable pros-tituta o el ltimo vendedor de boletos de lotera saban queera l quien marcaba las pautas y que ni una hoja se mo-va en La Habana, y casi podra asegurarse que en toda laisla, sin que tuviera conocimiento de ello.

    Gracias a sus fuentes de informacin, a su inteligenciay a una especie de sexto sentido que le permita olfatearcon mucha antelacin los posibles peligros, fue de losprimeros en intuir que aquel grupsculo de rebeldes quese haban atrincherado en Sierra Maestra al mando de un

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    tal Fidel Castro constituan la semilla de una revolucinque pronto o tarde acabara con la dictadura del brutal ycorrupto sargento auto ascendido a general FulgencioBatista.

    Y tena muy claro que una emergente revolucin noera terreno propicio para los oscuros negocios de la Cor-poracin, sobre todo teniendo en cuenta que era cosa sa-bida que sus dirigentes colaboraban ms o menos abier-

    tamente con el rgimen del tirnico dictador.Debido a ello en octubre de 1959 le pidi a su madreque se fuera a pasar una larga temporada de descanso ala Repblica Dominicana, en noviembre convenci a sussocios de que haba llegado la hora de buscar nuevos ho-rizontes si no queran acabar ante un pelotn de ejecu-cin, y a primeros de diciembre le ech una ltima ojea-da a la casa en que haba transcurrido toda su vida, llentres maletas de documentos, incluidas las recetas de be-lleza de su madre y se subi a un barco con destino a

    Miami.

    La anciana cumpli su palabra presentndose la tardedel da siguiente al volante de una fabulosa roulottepro-vista de toda clase de comodidades y de inmediato em-prendieron un tranquilo viaje, siempre por carreteras se-cundarias, en el que durante horas tan slo hablaron detemas intrascendentes.

    nicamente tras haber cenado a la cada de la tarde

    junto a un bosquecillo que se encontraba a medio da decamino de un ro, donde por lo visto las truchas eran casicomo focas, la duea del vehculo seal seriamente y sinms prembulos:

    Y ahora, querida, si quieres que continuemos jun-

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    tas dime quin eres en realidad, porque tengo la impresinde que tienes de inglesa lo que yo de coreana.

    Me llamo Salka Embarek, soy iraqu, mi familiamuri en el bombardeo de Bagdad y entr en el pas ilegal-mente por lo que si me atrapa la polica probablementepasar el resto de mi vida en la crcel acusada de terrorismo.

    De acuerdo! Si eres iraqu y mataron a tu familia elresto carece de importancia. No se hable ms del asunto.

    La muchacha no pudo por menos que demostrar suincredulidad abriendo la boca con expresin de casi est-pido asombro al balbucear:

    Cmo que no se hable ms del asunto? Acabo deconfesarle que me acusan de terrorismo y me busca lapolica pero se queda tan tranquila. No puedo creerlo!

    La polica tiene la mala costumbre de buscar a losdesgraciados y dejar en paz a quienes realmente hacendao, que suelen ser los polticos que les pagan fue latranquila respuesta. Por muchos crmenes que pudie-

    ras haber cometido, si es que has cometido alguno, ni elpeor de ellos podra compararse a los de nuestros actua-les gobernantes que han provocado esa guerra tan cruel,sanguinaria e injusta en tu pas. Sonri de oreja a ore-

    ja al aadir: O sea que no soy quin para juzgarte. El pa-sado, pasado est; ahora lo que importa es el futuro. Quplanes tienes?

    Ninguno.Seguro?Seguro. Vine aqu con la intencin de matar ameri-

    canos pero empiezo a creer que la venganza no conducea nada.

    No sabra qu responderte, hija ma; que yo recuer-de jams he tenido que vengarme de nadie.

    Suerte la suya! Mientras esperaba en el motel estuve

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    viendo las noticias en la televisin y al parecer ayer ma-taron en Irak a casi quinientas personas en tres atentadoscon coches bomba y camiones cargados de gasolina. Hanpasado cuatro aos y desde que empez la guerra cada dalas cosas empeoran. Qu va a quedar del pas en que nac?

    Difcil pregunta, querida. Muy difcil cuando se llegaa un momento en el que resulta ms rentable destruir queconstruir los principios bsicos sobre los que se ha regi-

    do la convivencia entre los seres humanos. Hoy en daganan infinitamente ms aquellos que fabrican bombas ymisiles capaces de arrasar una ciudad, que aquellos que fa-brican ladrillos y hormigoneras con los que levantar esamisma ciudad. Y no cabe duda de que se trata de un cu-rioso fenmeno que causa perplejidad. Por lo menos a m.Hizo un ademn con la mano como desechando un temaque careca de importancia al tiempo que aada: Perodejemos eso ya que no est en nuestras manos solucionar-lo. Qu te gustara hacer de ahora en adelante?

    Ya le he dicho que no lo s.No, pequea! le contradijo. Me has dicho que

    no sabes lo que vas a hacer, no que no sabes lo que tegustara hacer. Son cosas diferentes.

    No tan diferentes puesto que no me haba planteadola posibilidad de salir de esto con vida. Mi pasaporte esfalso, por lo que en cuanto intentara buscarme un traba-

    jo descubriran quin soy y me encerraran.No te preocupes por eso fue la inmediata respues-

    ta. Este pas es tan inmenso, complejo y desmadrado

    que he conocido cirujanos que ejercan sin haber pasadonunca por la universidad y jueces que ni siquiera tenanel ttulo de abogado. Incluso acaba de salir a la luz el in-slito caso de un tipo que ha ejercido de maestro duran-te casi veinte aos sin saber leer. Se dira que a ella mis-

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    ma le costaba trabajo aceptar que fuera cierto, pero aa-di: Aqu te pueden condenar a muerte por un delito enun estado, pero si cruzas una lnea prcticamente invisi-ble te acoges a otras leyes ms permisivas; en la costa esteeres una cosa y en la oeste otra muy diferente. Lo que enverdad importa es conocer los trucos y saber a quin re-currir.

    Y usted sabe a quin recurrir?

    Recuerda el dicho: Ms sabe el diablo por viejo quepor diablo. Y si adems no es un viejo, sino una vieja, nite cuento.

    Acaso no le preocupa que la relacionen conmigo?Acaso tengo aspecto de terrorista?Acaso lo tengo yo? Aparentemente debo parecer

    la criatura ms desamparada e inofensiva del mundo por-que nadie tiene aspecto de terrorista a no ser que lo carac-tericen para actuar en una pelcula de terroristas.

    En eso tengo que darte la razn, ya ves t.

    Es que la tengo; quienes me reclutaron tenan carade vendedores de alfombras porque en realidad eran ven-dedores de alfombras. Me aclararon el pelo, me dieron uncurso intensivo sobre la vida en Inglaterra y la forma deparecer an ms joven y ms tonta de lo que soy, y metrajeron aqu, se supona que a matar americanos.

    Pero an no has matado ninguno. Ante el mudogesto de asentimiento sonri beatficamente al inquirir:Con eso me basta. Por cierto, sabes jugar a las cartas?

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    Pars, 2007

    Marcel Valerie tuvo la paciencia suficiente como parano mencionar la verdadera razn de la entrevista hasta quese hubo servido el caf, por lo que los camareros se reti-raron discretamente dejndoles a solas en un elegante re-servado en el que sin duda se haban discutido infinidadde negocios multimillonarios o tratos polticos de nota-

    ble envergadura.Su interlocutor, Raymond Barriere, un hombre alto,

    delgado, de cabellos muy blancos y ojos que parecan es-tar escudriando siempre el interior del cerebro de quiense sentaba frente a l, se limit a disfrutar placentera-mente de un grueso habano y un magnfico coac, a laespera de que su acompaante se decidiera a dar el pri-mer paso.

    El belga apur su caf, sonri con una cierta timidez,y al fin se decidi a inquirir:

    A cunto ests comprando?A tres mil quinientos el kilo.Qu cantidad?Unas cien toneladas sin refinar anuales.Te basta con eso?

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    Qu remedio! El material escasea y cada da elmercado se est poniendo ms difcil.

    Pero cules son tus verdaderas necesidades? in-sisti Marcel Valerie con marcada intencin. Cuntote hara feliz?

    Feliz? inquiri Barriere un tanto confuso.Feliz me hara todo cuanto pudiera obtener, pero tendraque ser con entregas garantizadas, porque lo que no puedo

    hacer es aumentar la produccin a base de invertir unafortuna en maquinaria y encontrarme luego con que mefalta la materia prima.

    Invertiras esa fortuna si te garantizaran trescien-tas toneladas durante cinco aos?

    Naturalmente! Alz el dedo significativamen-te. Aunque dependera del precio, claro est.

    La mitad de lo que ests pagando ahora.El otro le observ estupefacto para acabar por inquirir:Cmo has dicho?

    He dicho que te costara la mitad de lo que estspagando ahora.

    Me tomas el pelo?El belga Marcel Valerie tard en responder, consciente

    de la impresin que su oferta haba causado, y fue ahoral quien se complaci en beber muy despacio de su copade coac.

    Por ltimo, con una leve sonrisa, pregunt a su vez:Te he tomado el pelo alguna vez en cuanto a nego-

    cios se refiere? Si no recuerdo mal, sellamos nuestro pri-

    mer acuerdo hace quince aos y nunca has tenido quejaalguna.

    Eso es muy cierto, pero es que lo que ahora me pro-pones...

    Lo que ahora te propongo me har ganar mucho

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    dinero a condicin de que me garantices, de modo abso-lutamente irrevocable, que me vas a pagar esas trescien-tas toneladas anuales durante cinco aos a mil setecientoscincuenta euros el kilo.

    Dnde y cundo tengo que firmar?Su interlocutor se inclin, se apoder del maletn que

    descansaba a su lado y lo abri mostrando una serie dedocumentos.

    Aqu y ahora dijo. Aunque ste es un precon-trato que pueden revisar con calma tus abogados, me bastacon que est firmado por ti.

    Te agradezco la confianza, pero ests seguro de loque haces?

    Completamente!Me garantizas trescientas toneladas a ese precio y

    durante ese tiempo? repiti una vez ms como si lecostara aceptar que pudiera existir ganga semejante.

    Con una penalizacin de cuatro mil millones si fa-

    llo en las entregas por un perodo de tiempo superior aquince das.

    Ests loco!Te advierto que te exijo la misma penalizacin si en

    algn momento te resistes a pagar.Si el material es bueno no veo por qu razn tendra

    que resistirme a pagar.La pureza est garantizada al noventa y tres por

    ciento.No es posible! insisti Raymond Barriere cada

    vez ms perplejo. No es posible! Nadie en su sanojuicio puede ofrecer un trato semejante a no ser que pre-tenda acabar en la ruina.

    Estoy en mi sano juicio, amigo mo, y no tengo lamenor intencin de arruinarme porque cuando te pegas

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    un tiro en la cabeza queda todo hecho un asco y no salesfavorecido en las fotos. Le tendi una pluma de oro altiempo que inquira con una sonrisa casi burlona: Fir-mas o no firmas? Si no lo haces lo harn Ericsson, Nokia,IBM, Motorola o Siemens... Te lo he ofrecido en primerlugar por la vieja relacin que nos une, pero sabes muybien que si lanzo este contrato al aire no llega al suelo.

    De eso estoy seguro mascull el hombre del ca-

    bello blanco. Tan seguro como de que eres un malditoenredador que debe de saber algo que ignoro. Le obser-v con aquellos ojos tan inquisitivos e insisti: Dime laverdad, sabes algo que yo no sepa?

    Naturalmente, amigo mo! Naturalmente! ad-miti su interlocutor sin el menor empacho. Sera est-pido negarlo; la informacin privilegiada es hoy en da labase de la mayor parte de los buenos negocios, y como meconoces sabes muy bien que siempre dispongo de la mejorinformacin. Le coloc la pluma entre los dedos y le

    golpe suavemente el dorso de la mano en un ademnafectuoso. Pero lo que s te garantizo es que nunca tearrepentirs de haber firmado; ests haciendo uno de losmejores negocios de tu vida.

    Su acompaante inici la tarea de estampar su firmadonde el otro le indicaba al tiempo que comentaba:

    Creo que ya estoy empezando a arrepentirme!

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    Miami, 1961

    Mauro Rivero no tard ni un ao en llegar a la conclu-sin de que la Corporacin que tan magnficamente ha-ba funcionado en La Habana poda seguir funcionandode igual modo en una Miami plagada de exiliados cuba-nos, siempre que supiera adaptarse al nuevo pas y a suscostumbres.

    Los vicios son los vicios y no importa qu idiomahablen sola decir, convencido de que el juego, el al-cohol, la prostitucin, las drogas y los sobornos funcio-naban de igual modo a uno y otro lado del ancho brazode mar que separaba las costas de la isla cubana de las dela pennsula de La Florida.

    Se aplic por tanto a la ardua tarea de localizar y reor-ganizar a su equipo, y lo consigui con la excepcin deltmido y retrado Baldomero Carreo, quien haba come-tido la estupidez de emborracharse de sentimientos patri-

    ticos saliendo a la calle a gritar Viva la Revolucin, VivaFidel!, sin percatarse que a los quince das, y merced a ladenuncia de un vecino rencoroso, esa misma revolucin yese mismo Fidel le condenaran a ocho aos de trabajosforzados, acusndole de proxeneta sin tener en cuenta que

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    lo nico que haba hecho en su vida era administrar conloable eficacia unos cuantos prostbulos autorizados porlas leyes imperantes en aquellos momentos en la isla.

    Fidel Castro haba llegado al poder con la promesa deque Cuba dejara de ser el burdel de lujo de Norteamricay lo cumpli; a los pocos aos lo haba convertido en elburdel de bajo coste del mundo, pero eso no impidi queal infeliz Carreo le destrozaran la vida.

    No obstante, en Miami el negocio floreci en slidosdlares en lugar de fluctuantes pesos debido sobre todoa que las hermosas mulatas que haban conseguido huir delrgimen comunista gozaban de una gran demanda entrela masa de turistas rubios que acuda a diario a Miami, a lapar que el clandestino juego de la bolita constitua la nicaesperanza de escapar de la miseria que alimentaba a infi-nidad de exiliados que haban tenido que abandonar sushogares con lo puesto.

    Y Mauro Rivero aprendi muy pronto una regla b-

    sica que impuso a su gente y cumpli siempre a rajatabla:en Estados Unidos se poda eludir la accin de la justiciasiempre que evitara involucrarse en secuestros o en el tr-fico de drogas.

    Cualquier otro delito se solucionaba, mejor o peor, conmucho dinero y buenos abogados.

    Tambin aprendi otra regla de oro: en La PequeaHabana no todos eran, tal como se aseguraba, refugiadospolticos y enemigos acrrimos del rgimen comunista; almenos uno de cada medio centenar de exiliados era en

    realidad un espa al servicio de Castro.Debido a ello se esforz por mantener una absolu-

    ta neutralidad en sus relaciones con sus compatriotas, locual no resultaba demasiado difcil en alguien tan neutrocomo l.

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    Castristas o anticastristas le tenan por completo sincuidado, ya que la poltica nunca haba sido una de susprioridades ni nunca lo sera.

    En realidad su nica prioridad era no pasar fro y enMiami se encontraba por lo tanto muy a gusto a ese res-pecto.

    Todo marchaba gracias a ello a pedir de boca, ya quea base de las recetas de su madre haba montado una em-

    presa de cosmticos que serva de tapadera a sus muchosingresos, por lo que no tuvo el menor problema hasta queun malhadado da la prensa destac a toda plana la noti-cia de que un muchachito negro, casi un nio, haba apa-recido muerto en la playa con sntomas inequvocos dehaber sido cruelmente violado y torturado.

    No era la primera vez que ocurra algo as en Florida,pero en esta ocasin el modus operandi se le antoja Mauro Rivero idntico al caso de los tres nios viola-dos y asesinados que se haban dado en La Habana aos

    atrs.Recordando detalles, atando cabos y haciendo algunas

    discretas averiguaciones lleg a la dolorosa conclusin deque lo que sospech por aquel entonces all en Cuba seajustaba a la realidad, y el culpable no poda ser otro quesu socio y cofundador de la Corporacin; el furibundo ylibidinoso Ceferino el Pingadura.

    Tras cerciorarse, sin lugar a dudas, de que estaba en locierto y tras largas horas de meditacin paseando a solaspor la orilla de la playa, lleg a la lgica conclusin de que

    cometera un grave error acudiendo con su historia a lapolica local. Se arriesgaba a que en el transcurso de laslgicas investigaciones saliera a la luz el hecho, de todosconocido, de que semejante degenerado hijo de puta erasu socio en la Corporacin. Debido a ello opt por la ms

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    efectiva, aunque en cierto modo traumtica, decisin deacudir a la consulta del podlogo Javier Velsquez con lainocente disculpa de que le librara de un enorme callo quele estaba molestando en demasa.

    Cuando el desconcertado Negro Velsquez alz elrostro sorprendido por la perfeccin de aquellos delica-dos e inmaculados pies, no pudo por menos que inquirircasi con sorna:

    Y dnde ha visto ese pedazo de callo mi hermano?Es uno muy alto, mulato, calvo, siempre con ga-fas oscuras y que almuerza y cena casi cada da en La Ta-bernita del Rufino muy cerca del hotel Clay, en MiamiBeach.

    Aclreme el rompecabezas mi hermano, que lo moson los pies.

    Recuerdas el caso de los tres cros violados, tortu-rados y asesinados en La Habana hace unos aos?

    Lo recuerdo. Cmo no iba a recordar algo tan es-

    peluznante?Y qu crees que hara la polica de Fidel si descu-

    briera que el degenerado que caus aquellas muertes sepasea ahora libremente por Miami haciendo lo mismo?

    Se lo tomara muy a mal.Y a tu modo de ver se ocupara de solucionar el

    problema sin ruido y para siempre?Seguro, hermano, visto que Fidel poca jurisdiccin

    tiene en Miami y bastara con que acusara a alguien paraque los gringos le defendieran aun a sabiendas de que era

    culpable.Me alegra saberlo. Qu te debo por la consulta?La primera es gratis.Gracias! Buenos das!Buenos das.

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    Eso fue todo, pero dos semanas ms tarde, Ceferino elPingadurafue abatido de cuatro balazos cuando sala deuna discoteca en Miami Beach, no lejos del hotel Clay.

    Malas lenguas aseguraron que Fidel Castro haba en-viado a un pistolero a liquidarle porque se trataba de unpeligroso enemigo poltico.

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    Los Siete Robles, Tejas, 2007

    La voz de Peter Corkenham sonaba absolutamentesincera al sealar:

    Te agradezco que hayas venido.No hay de qu.S hay de qu y me consta. Hace tiempo que me

    advertiste con toda claridad que queras apartarte de los

    negocios y lo entend, pero lo cierto es que te necesitoms que nunca,

    Tony Walker observ al presidente de la Dall & Hous-ton, que le observ a su vez con un asomo de sonrisa bur-lona en los labios, y acab por encogerse de hombros.

    No creo que pueda serte de mucha utilidad dijo.Qu quieres de m?

    No lo s exactamente, pero supongo que te has en-terado de que ese hijo de perra que se hace llamar AlRashid se ha cargado a tres miembros de mi consejo de

    administracin, y somos hombres de negocios, no de ac-cin. T eres la nica persona que conozco que tiene ex-periencia en ese campo.

    Experiencia? se escandaliz su interlocutor.A qu demonios te refieres, Peter? Nadie puede tener

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    experiencia en lo que se refiere a un loco que aparece di-ciendo que o se construyen escuelas y hospitales o mataa quince personas. Nunca haba ocurrido antes.

    Eso es muy cierto.Entonces?Me consta que posees buenos contactos.Acaso imaginas que son mejores que los tuyos? Es

    cosa sabida que te renes cada mircoles con Iceman y se

    supone que un vicepresidente tiene al FBI, la CIA y to-dos los organismos y policas del pas, incluidos a los fa-mosos Blackwater, a sus rdenes. Qu puedo hacer yoque no puedan hacer ellos?

    No lo s admiti con absoluta naturalidad PeterCorkenham. Lo nico que s es que esos estpidosmercenarios que ha contratado Hamilton a precio de orono parecen capaces de evitar que nos vayan eliminandouno tras otro. El modo de cargarse a Medrano ha sido unaautntica obra de arte.

    T