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U:rbanis1no en Es11aña. l'edre Billager, i\~ailec:le. llireclor General lle Urllanisn1• La Revista ARQUITECTURA desea acentuar su labor en pro del Urbanismo español y me indica la conve- niencia de seleccionar entre los textos de mis publica- ciones y conferencias aquellos que puedan ser más significa tivos para mostrar la línea general que, acer- tada o desacertadamente, he sos tenido a lo largo de mis actuaciones urhanísticas en los últimos veinte anos. Agradecido a esta oportunidad que tan generosa - mente se me brinda, he intentado reunir los párrafos más expresivos que sinteticen criterios sobre los gran- des temas que se debaten alrededor del Urbanismo: los problemas que están a la vista en las ciudades, las bases del planeamiento urbanístico, la gestión ur- banística, los problemas del Suelo, el Plan Nacional de Urbanismo y determinados aspectos locales. Su único interés radica en el hecho de ofrecer a la juventud una información sohrc lo que se ha pen- sado en las etapas pasadas como hase para el plan- teamiento de la tarea a realizar en las nuevas etapas que el porvenir les exige y que han de afrontar con la mayor ilusión. El quehacer urbanístico es complejo y difícil, pero su necesidad y grandeza justifican cualquier esfuerzo. El Urbanismo sigue yendo a más en el mundo, y a través de él se han de conquistar muchos de los im- perativos sociales de los tiempos modernos. Se nece- sita, por tanto, una verdadera movilización de nuestra juventud profesional. Les animo a que se ap~cstcn a luchar con fe y seguridad en la victoria. 1 Los problemas que están n la vista en Úts ciudad!'s. De la Conferencia pronunciada en 1939 en la Asamblea Nacional de Ar(!uitedos, celebrada en el Teatro Español de Madrid. Las ciudades llevan. aproximadamente, un siglo de desintegración. El maquinismo ha sido la gran revo- lución que ha arrollado toda la ordenación antigua de los diversos valores constituyentes de nue tra ciudad. Ha sido la ola renovada en asaltos continuos. que ha demolido un módulo de organización de la vida . Esta ha crecido, y ha crecido en volumen y en variedad, las poblaciones han crecido vertiginosamente. y los me- dios de vivir, las especializaciones, las elast'S. se han multiplicado. Todo el organismo material que susten- ta la vida social ha experimentado un súhito desarro- llo. Las naciones han visto este fenómeno con sorpre- sa, con imprevisión, y, en consecuencia, se ha produ- cido como un fenómeno de la Naturaleza, a la manera de las grandes catástrofes del Universo: un volcán, una inundación. Las ciudades han sufrido una y otra ola, adaptando su resistencia tradicional a las circunstancias del momento. El Estado, desbordado por las fuerzas primarias de la vida y de la produc- ción, se ha inhibido, y ha proclamado el '·sálvese quien pueda". Cada ciudad. como cada individuo, como cada grupo, se ha lanzado desesperadamente a la lucha por su interés sin preocupaciones morales ni orgánicas: la cuestión rs crecer. enriquecerse, aparentar. 2 La imprevisión y la libertad de cxpans1on al pro- ducirse la revolución industrial plantean problemas agudos en la calma tradicional de las c iudades anti- guas. El tráfico ocupa un puesto fundamental, y llega a ser el exponente del "progreso., de una ciudad. Ante esta situación se opta, como siempre, por no resolver nada y dejar hacer. Y en estos momentos en que las ciudades se desarrollan vertiginosamente, y, por tan- to. pueden desenvolver sus nuevos sectores con arreglo a los nuevos usos, se comete la máxima intransigen- cia igualadora, y se consideran homogéneas funcio- nalmen tc ciudad antigua y nue,·a. Como co nsecuen- cia lógica de la lihcrtad individual y del espíritu ru- tinario de la gente, se comete el absurdo de concentrar los usos más densos. en su mayor parte de nueva crea - ción, en la ciudad antigua. Se producen los conflictos de tráfico. y e adopta como solución ideal la "Gran Vía". El supuesto de igualdad urbana hace que no se tomen en cuenta consideraciones orgánicas, ni de fun- ción ni de estructura, ni de ambiente; y la transfor- mación se plantea tan sólo como prohlema de tráfico y de economía. A lo sumo, se respeta, en nombre de la '·cultura'·, el individualismo de algunas obras ar- quitectónicas reputadas como monumentos nacionales. La altura de miras tan restringida de las reformas ur- bana conduce a la especulación, y la vanidad de las poblaciones queda satisfecha con ohtcncr una calle ancha y recta, exponente de modernidad, con edifi- cios más altos que los antiguos. La civilizac ión urbana se mide en metros de anchura de calles y de altura de edificios . ~o tiene importancia que tras las frívolas fachadas. amontonamiento de motivos anacrónicos, que pervierten el ¡rusto y el sentido estét ico del pue- blo, los patios sean cada vez más reducidos, la vida más nerviosa, el trabajo más difícil. El resultado es la entronización rn el corazón de nuestras ciudades de la grosería, del yanquismo, de la frivolidad. 2 Las bases del planeamiento urbano. De la Conferencia pronunciada en 1948 en el Ayuntamiento de Barcelona. El planeamiento de la ordenación urhana ha va- riado de esencia en los últimos quince años. Y a no se trata de conseguir simplemente un trazado brillan- te, sino que la médula del problema se ha trasladado hacia objetivos de organización. El Urbanismo se ha complicado extraordinariamente. El técnico ya no puede encerrarse en su estudio y dictar formas. según su manera técnica y estética. Su labor ha adquirido una mayor profundidad. Se trata de dar cuerpo a un ser social que vive y se desarrolla intensamente, en- cerrando en toda la complejidad del mundo mo- derno. Todo lo que en la vida social supone algo tiene un reflejo en la organización material urbana, y de alguna manera tiene que estar previsto en ésta . Todos los elementos constitutivos de la ciudad, como orga- nismo social, tienen una correspondencia según su im- portancia en la ciudad material. El volumen, la situa- ción, la ordenanza, la forma de cada una de las par-

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U:rbanis1no en Es11aña. l'edre Billager, i\~ailec:le. llireclor General lle Urllanisn1•

La Revista ARQUITECTURA desea acentuar su labor en pro del Urbanismo español y me indica la conve­niencia de seleccionar entre los textos de mis publica­ciones y conferencias aquellos que puedan ser más significativos para mostrar la línea general que, acer­tada o desacertadamente, he sostenido a lo largo de mis actuaciones urhanísticas en los últimos veinte anos.

Agradecido a esta oportunidad que tan generosa­mente se me brinda, he intentado reunir los párrafos más expresivos que sinteticen criterios sobre los gran­des temas que se debaten alrededor del Urbanismo: los problemas que están a la vista en las ciudades, las bases del planeamiento urbanístico, la gestión ur­banística, los problemas del Suelo, el Plan Nacional de Urbanismo y determinados aspectos locales.

Su único interés radica en el hecho de ofrecer a la juventud una información sohrc lo que se ha pen­sado en las etapas pasadas como hase para el plan­teamiento de la tarea a realizar en las nuevas etapas que el porvenir les exige y que han de afrontar con la mayor ilusión.

El quehacer urbanístico es complejo y difícil, pero su necesidad y grandeza justifican cualquier esfuerzo. El Urbanismo sigue yendo a más en el mundo, y a través de él se han de conquistar muchos de los im­perativos sociales de los tiempos modernos. Se nece­sita, por tanto, una verdadera movilización de nuestra juventud profesional. Les animo a que se ap~cstcn a luchar con fe y seguridad en la victoria.

1 Los problemas que están n la vista en Úts ciudad!'s.

De la Conferencia pronunciada en 1939 en la Asamblea Nacional de Ar(!uitedos, celebrada en el Teatro Español de Madrid.

Las ciudades llevan. aproximadamente, un siglo de desintegración. El maquinismo ha sido la gran revo­lución que ha arrollado toda la ordenación antigua de los diversos valores constituyentes de nue tra ciudad. Ha sido la ola renovada en asaltos continuos. que ha demolido un módulo de organización de la vida. Esta ha crecido, y ha crecido en volumen y en variedad, las poblaciones han crecido vertiginosamente. y los me­dios de vivir, las especializaciones, las elast'S. se han multiplicado. Todo el organismo material que susten­ta la vida social ha experimentado un súhito desarro­llo. Las naciones han visto este fenómeno con sorpre­sa, con imprevisión, y, en consecuencia, se ha produ­cido como un fenómeno de la Naturaleza, a la manera de las grandes catástrofes del Universo: un volcán, una inundación. Las ciudades han sufrido una y otra ola, adaptando su resistencia tradicional a las circunstancias del momento. El Estado, desbordado por las fuerzas primarias de la vida y de la produc­ción, se ha inhibido, y ha proclamado el '·sálvese quien pueda". Cada ciudad. como cada individuo, como cada grupo, se ha lanzado desesperadamente a la lucha por su interés sin preocupaciones morales ni orgánicas: la cuestión rs crecer. enriquecerse, aparentar.

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La imprevisión y la libertad de cxpans1on al pro­ducirse la revolución industrial plantean problemas agudos en la calma tradicional de las ciudades anti­guas. El tráfico ocupa un puesto fundamental, y llega a ser el exponente del "progreso., de una ciudad. Ante esta situación se opta, como siempre, por no resolver nada y dejar hacer. Y en estos momentos en que las ciudades se desarrollan vertiginosamente, y, por tan­to. pueden desenvolver sus nuevos sectores con arreglo a los nuevos usos, se comete la máxima intransigen­cia igualadora, y se consideran homogéneas funcio­nalmen tc ciudad antigua y nue,·a. Como consecuen­cia lógica de la lihcrtad individual y del espíritu ru­tinario de la gente, se comete el absurdo de concentrar los usos más densos. en su mayor parte de nueva crea­ción, en la ciudad antigua. Se producen los conflictos de tráfico. y e adopta como solución ideal la "Gran Vía". El supuesto de igualdad urbana hace que no se tomen en cuenta consideraciones orgánicas, ni de fun­ción ni de estructura, ni de ambiente; y la transfor­mación se plantea tan sólo como prohlema de tráfico y de economía. A lo sumo, se respeta, en nombre de la '·cultura'·, el individualismo de algunas obras ar­quitectónicas reputadas como monumentos nacionales. La altura de miras tan restringida de las reformas ur­bana conduce a la especulación, y la vanidad de las poblaciones queda satisfecha con ohtcncr una calle ancha y recta, exponente de modernidad, con edifi­cios más altos que los antiguos. La civilización urbana se mide en metros de anchura de calles y de altura de edificios. ~o tiene importancia que tras las frívolas fachadas. amontonamiento de motivos anacrónicos, que pervierten el ¡rusto y el sentido estético del pue­blo, los patios sean cada vez más reducidos, la vida más nerviosa, el trabajo más difícil. El resultado es la entronización rn el corazón de nuestras ciudades de la grosería, del yanquismo, de la frivolidad.

2 Las bases del planeamiento urbano.

De la Conferencia pronunciada en 1948 en el Ayuntamiento de Barcelona.

El planeamiento de la ordenación urhana ha va­riado de esencia en los últimos quince años. Y a no se trata de conseguir simplemente un trazado brillan­te, sino que la médula del problema se ha trasladado hacia objetivos de organización. El Urbanismo se ha complicado extraordinariamente. El técnico ya no puede encerrarse en su estudio y dictar formas. según su manera técnica y estética. Su labor ha adquirido una mayor profundidad. Se trata de dar cuerpo a un ser social que vive y se desarrolla intensamente, en­cerrando en sí toda la complejidad del mundo mo­derno. Todo lo que en la vida social supone algo tiene un reflejo en la organización material urbana, y de alguna manera tiene que estar previsto en ésta. Todos los elementos constitutivos de la ciudad, como orga­nismo social, tienen una correspondencia según su im­portancia en la ciudad material. El volumen, la situa­ción, la ordenanza, la forma de cada una de las par-

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tes de la ciudad dependen del desarrollo que en la sociedad local adquieran sus distintas posibilidades de actividad.

Si suponemos, por tanto--y una vez enunciado se romprende que no puede ser de otra manera-la ciu­dad como el cuerpo material organizado de una so· ciedad orgánica congregada en un ámbito geográfico determinado, con fines que le vienen dados por el medio ambiente, el carácter humano, la tradición y la coyuntura histórica, se comprende que el Urbanis­mo ha rebasado extraordinariamente la esfera del téc­nico metido en su estudio. El Urbanismo, aun como proyecto o planeamiento, supone realidades, materia­lización de ideas concretas desarrolladas y organizadas con arreglo a fines determinados, y he aquí que nos­otros hemos de tratar de preparar nuestras ciudades para períodos de cincuenta o sesenta años, para que cobijen los centros neurálgicos de vida de la nación, tomando decisiones que lo mismo pueden conducirlas a 1m estado de salud, de eficacia y alegría, si existe concordancia entre lo que planeamos y lo que nece­sitamos, o bien a un estado de anarquía y de incon­gruencia que haga de nuestras ciudades verdaderos monstruos, en los que se esterilice toda ilusión de las tareas del porvenir.

El Urbanismo constituye, por consiguiente, tanto como una técnica de especialización, un conjunto de objetivos del mayor interés nacional. Es una labor social de primer orden que ha de garantizar la salud, el bienestar y la alegría de las gentes; una empresa económica que ha de forjarse en el trabajo, la capa· cidad y la lucha en pos de la prosperidad; f'S una mi­sión política, puesto que estas congregaciones de gen­tes económico-sociales deben de tener un sentido de finalidad al servicio de ideas de orden superior al mero interés local; es una creación artística, en cuan­to necesita plasmar en una obra material el conjunto complejísimo de todas las actividades humanas, do­tándola de todos los valores positivos a nuestro al­rance.

Constituye una concentración de toda clase de pre­ocupaciones, intereses, ideas y fuerzas que se resuelven y organizan, y que necesariamente, al mismo tiempo que se maneja la última palabra de la ciencia y de la técnica, tiene que tener presente su condición emi­nentemente humana. La ciudad, como la obra de arte de mayor volumen y más impresionante de que es capaz la humanidad, ha de quedar bajo el dominio del hombre, no aplastándole, sino puesta a su servicio para ayudarle a cumplir debidamente sus fines pro­pios.

En resumen: el desarrollo expuesto se concreta en diez bases, que pueden enumerarse así:

Base primera. El Urbanismo es una tarea nacio­nal de ámbito creciente que afecta a las actividades de todo orden, pues supone la ordenación material de la nación con arreglo a normas técnicas, sociales y económicas. Es, por tanto, campo de la más amplia colaboración.

Brue segunda. El éxito de las labores urbanísticas depende esencialmente de la definición concreta v madura de los programas. Se trata de acometer un~

empresa vital sabiendo lo que se quiere, adónde se va y con qué medios se cuenta.

Base tercera. Los objetivos urbanísticos de una ciudad, o de una comarca, se centran en tres factore,­esenciales que condicionan todo el planeamiento: la previsión demográfica de aumentos vegetativos y mo• vimientos migratorios; el desarrollo de las fuentes de riqueza: Agricultura, Industria, Comercio, Comunica. ciones, Administración; y las características del me­dio geográfico, tanto en su relieve como en su escala y paisaje.

Base cuarta. Cada objetivo admite soluciones dife­rentes, según el grado de prosperidad y bienestar que se prevea. Precisa madurar las posibilidades reales de nivel técnico, de nivel sanitario y desnivel de vida en general que se pueden alcanzar, jerarquizar escrn• pulosamente toda concepción lujosa.

Base quirlta. La actuación del urbanista se centra en la perfecta resolución del trinomio: comunicacio­nes, zonas y unidades urbanas. Comprende la defini­ción de toda clase de comunicaciones: puerto, aire, ferrocarriles, carreteras, la división en zonas de dife­rente uso o condición, y la creación de una estructura general a base de unidades centrales, secundarias y satélites.

Base sexta. El desarrollo de la ciudad, en un pe­ríodo de varias generaciones, requiere la previsión de equilibrio de las diferentes partes en cada uno de los momentos de la puesta en práctica.

Base séptima.-El rendimiento, la comodidad y el atractivo de la vida en la ciudad dependen en gran medida del criterio a seguir en la ordenación de los elementos primarios: parcelación y vivienda, vías y plazas, centros y edificios públicos. Dehe exigirse el nivel más alto en la labor profesional, tanto en la disposición como en la creación artística, para com­pensar las necesarias limitaciones de orden econó­mico.

Base octava. La aplicación de las anteriores bases desemboca en la redacción del plan general de orde­nación urbana que define todas las líneas generales de estructura y desarrollo, encerrando al mismo tiem­po intenciones y criterios a desarrollar escalonada­mente en proyectos parciales. El plan general ha de ser preciso y elástico.

Base novena. Una política de suelo orientada a revertir toda plusvalía urbanística hacia el organismo que rige la ordenación urbana, sustrayéndola de la especulación, constituye una premisa imprescindible para hacer viable la r ealización de un plan.

Base décima. La ejecución del plan y su elastici­dad necesaria requiere la creación de instrumento,; ejecutivos con mayor amplitud de medios y obligacio­nes que los municipios, tal como funcionan en la ac· tualidad. Estos organismos habrán de ser dotados de asesoramientos, facultades y medios económicos apro­piados para el cumplimiento de su misión."

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3 La gestión urbanística.

De la Ponencia presentada al Primer Congreso Iberoamericano de Municipios celebrado en Ma­drid en el año 1955.

La gestión urbanística comprende la totalidad del proceso necesario para transformar el medio rural en medio urbano. Su desarrollo abarca cuatro operacio­nes sucesivas, que pueden enumerarse de la manera siguiente:

Primera. Segunda.

suelo. Tercera. Cuarta.

ción.

El planeamiento urbanístico. La transformación administrativa del

La urbanización. El fomento e intervención de la edifica-

Quiere esto decir que la gestión urbanística no pue­de limitarse a planificar y dejar a las diversas inicia­tivas la responsabilidad del resultado, ni tampoco re­ducirse a urbanizar e intervenir en la edificación sin determinar previamente los objetivos del planeamien­to, ni aun siquiera contentarse con planificar y urba­nizar, si no se completa la labor con la atención justa y estimulante a todos los intereses públicos y particu­lares que colaboran a la obra conjunta. La gestión ha de ser total, y de la misma manera que una casa requiere proyecto, solar, construcción y adjudicación al usuario, y no se concilie la edificación si falta al­guno de estos componentes, así también la ciudad ne­cesita imprescindiblemente que se atienda y se re­suelva cada una de las operaciones señaladas.

4 La evolución de los problemas urbanísticos.

De la Ponencia presentada al Primer Congreso Iberoamericano de Municipios celebrado en Ma­drid en el año 1955.

El Urbanismo se encuentra modernamente en ple­na evolución. Quedaron atrás los trazados puramente geométricos, como hase reguladora de la extensión ur­bana, y los esfuerzos de los urbanistas se concentran hacia el planteamiento orgánico de los problemas que permita aunar todas las facetas distintas de ideas y voluntades en la más amplia esfera de actuación abor­dable. El impulso de renovación viene, como es na­tural, de la modificación constante de los criterios y de las exigencias referentes a la morfología de la ciu­dad moderna y de la futura. El proceso evolutivo se desarrolla según varias direcciones simultáneas, que pueden concretarse en las siguientes: en primer lugar, la amplitud territorial, cada vez mayor, que abarca el planeamiento; en segundo lugar, la complejidad cre­ciente de las cuestiones a resolver; y en tercer lugar, las modalidades características, estéticas y técnicas, propias del sentimiento y de las aspiraciones del hom­bre y de la sociedad actuales.

El espacio de influencia del planeamiento urbanís­tico ha pasado, en rápida sucesión, de abarcar pri­mero la periferia urbana; más tarde, la totalidad de un término municipal; luego, su comarca de influen­cia. En seguida se apreció que si bien el organismo

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urbano quedaba plasmado dentro del ámbito comar­cal, las vinculaciones entre las diferentes urbes de una región, y de la nación entera, eran tan fuertes que, evidentemente, su desarrollo se condicionaba por exi­gencias y limitaciones mutuas, que requerían una vi­sión conjunta y superior, obteniéndose así la necesidad de formular planes regionales y nacionales de 1irha­nismo. El proceso completo de esta evolución lleva, naturalmente, a pensar en planes más vastos, que cum­plan la escala supernacional, a hase de comunidades de cultura o continentales que permitieran, si las cir­cunstancias políticas fueran propicias, la ordenación urbanística del planeta.

La complejidad de la materia urbanística proviene de que el planeamiento orgánico de la creación y del crecimiento urbano exige la presencia de todos los intereses afectados, y pronto se cae en la cuenta de que estos intereses son todos los componentes de la sociedad, en su mayor generalidad. Y es que la tarea urbanística consiste en dar cuerpo material a las di­ferentes escalas sociales congregadas en pueblos, ciu­dades y regiones, dominando la geografía mediante la inteligencia y la técnica, para ponerla al servicio más idóneo de la humanidad. Así, el programa urba­nístico de necesidades y de actuación abarca conside­raciones que han de tener en cuenta todos los fac­tores de la vida: la dignidad del hombre, su ámbito familiar, sus vínculos vecinales, sus necesidades de producción y de consumo, sus obligaciones laborales, sus legítimos esparcimientos corporales y espirituales, su participación en la organización social y política, la lucha por sus fines terrenales y trascendentes. Ha­brá, además, de tenerse mucho cuidado en no salirse del cuadro de las leyes naturales que rigen el con­cierto humano, ya sean económicas, sanitarias, esté­ticas o morales, y poner su aspiración en armonizar todos estos factores en una organización creadora, que se atenga a la jerarquía de valores que corresponde a una concepción ortodoxa de la vida y de la sociedad. Sólo así se puede aspirar a que las ciudades de nues­tro tiempo constituyan los elementos de progreso y de felicidad que deben de ser, para satisfacción y mejora de los hombres.

La técnica moderna pone a nuestro alcance medios extraordinarios para dotar a las ciudades de toda clase de facilidades y perfecciones para el mejor cum­plimiento de sus funciones típicas. Todos sus recur­sos han de utilizarse al servicio de los fines urbanos, y el planeamiento urbanístico debe atender a la es­tructura adecuada de los servicios técnicos, vialidad, transportes, abastecimientos, evacuaciones residuales, si bien no se debe olvidar que todos estos servicios han de disponerse subordinados a los verdaderos fines, pues aunque las redes consiguientes obedecen a sus propias normas técnicas y constructivas, tienen, sin embargo, que supeditarse a las intenciones de valor superior derivadas del carácter social y cultural de la ciudad.

Las nuevas generaciones muestran ya con suficiente firmeza exigencias y gustos nuevos en cuanto a la composición morfológica y expresiva de los elemento3 urbanos. Los avances de la Arquitectura moderna, que, partiendo de una hase funcional, va alcanzando caracteres de forma y de expresión propios, y la cons-

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tante orientación de los recursos técnicos hacia for. mas compatibles, en un ambiente de unidad, con edi­ficios y conjuntos valorados estéticamente, obligan al urbanista a adaptar su técnica tradicional a las nue­vas circunstancias. Las características más acusadas de los principios renovadores de la estética urbana son: la introducción creciente de la vegetación en el interior de las ciudades, descongestionándolas de su c.~cesiva densidad de edificación; la tendencia a dar personalidad propia a cada edificio, disminuyendo o suprimiendo la disposición tradicional de construc­ciones adosadas en manzanas más o menos abigarra­das; la composición de edificios y elementos vege­tales en conjuntos ordenados según armonías de volú­menes, huyendo de los trazados regulares de tipo geo­métrico y de las arquitecturas vestidas artificiosamente con fachadas anacrónicas. Estos principios conducen a una mayor escala urbana, a la necesidad de abar­car espacios cada vez mayores, abordables a hase del perfeccionamiento continuo de los medios de trans· porte, y a una responsabilidad, también creciente, en la calidad de la arquitectura y del trazado urbano, pues edificios y espacios adquieren mayor visualidad, y sus defectos son así más patentes.

La contrapartida de estas tendencias está en su ma­yor coste, ya que requieren más espacio urbanizado y mejor calidad constructiva. Esta consideración debe ser tenida en cuenta con el rigor suficiente cuando se trate del planeamiento de núcleos urbanos corres· pondientcs a economías débiles y a grupos sociales atrasados culturalmente, pues se comprende fácilmen­te que el señalamiento de un nivel urbanístico supe· rior al normal, si no se cuenta con medios económi­cos extraordinarios, conduce fatalmente a la atención parcial de los problemas y a dejar desatendidos sec· tores de población que resuelven sus necesidades di­rectamente en niveles bajísimos, originando suburbios. En este caso, la injusticia social y el fracaso urbanís­tico son evidentes, y, naturalmente, debe meditarse en el planeamiento cuál es la medida económico­social de cada ciudad para apreciar la proporción en que pueden seguirse normas modernas de composi­ción de sus diferentes núcleos urbanos.

Del examen de las consideraciones anteriores res· pecto de las directrices evolutivas del Urbanismo, se deduce la amplitud, complejidad y dificultades que plantea, y como primera consecuencia se deriva la conveniencia de que el planeamiento urbanístico se verifique en un ambiente de colaboración entre muy distintos profesionales: técnicos, sociólogos, economis­tas, juristas, y, por tanto, la necesidad de crear una formación adecuada para la mutua comprensión.

5 Los problemas del welo.

De la Ponencia presentada al Primer Con,,:rc•o Iberoamericano de Municipios celebrado en l\fa. drid en el año 1955.

El desarrollo urbano da lugar constantemente a la incorporación de nuevos terrenos rurales a la in­fluencia urbana. Este fenómeno que se comprende es trascendental para la recta expansión urbana; se pro­duce con gran frecuencia sin garantía ninguna de acierto.

Si la gestión urbanística de una ciudad no está peJ.:· fectawente establecida, existe el grave riesgo de que la incorporación se haga por el propietario de los te· rrenos en plena libertad de actuación, sin más consi­deraciones que las que corresponden al beneficio de sus intereses y al uso absoluto del suelo conforme a sus deseos. El resultado es desastroso, y se traduce en anarquía de trazados, edificaciones y usos; deficien­cia o carencia total de servicios; ausencia de espa· cios libres y viales suficientes; carestía de los terrc· nos; finalmente, surgen los barrios malditos, los su­burbios, alojamiento propio para toda subversión y miseria.

Un régimen urbanístico adecuado del suelo ha de atender a la resolución de una serie de problemas cuya simple enunciación muestra la absoluta necesi­dad de abordarlos decididamente. Los más importan­tes son los siguientes:

a) La desigual distribución de los beneficios y car­gas del planeamiento entre los propietarios afecta• dos;

b) la inconveniencia de las parcelas rurales para los usos urbanos;

e) la necesidad de mantener o crear espacios li­bres de amplitud proporcionada;

d) la retención de los terrenos por parte de los propietarios, sin darles el destino que les corresponde en la expansión urbana;

e) el aumento arbitrario del valor del suelo.

El desarrollo urbano, al abrir posibilidades nueva~ de construcción, crea expectativas de destino urbano a los terrenos periféricos, y, por tanto, en la gene· ralidad de los casos, un aumento de valor. El planea· miento urbanístico interfiere la libre disposición de las expectativas y las encauza hacia perímetros de­terminados, con muy diferente densidad de utilización. Así, unas superficies se destinan a zonas comerciales, con edüicación intensiva; otras corresponden a zonas residenciales, con porcentajes diferentes de espacios libres obligatorios; a zonas de carácter específico, ta­les como las industriales, sanitarias o culturales; y, en fin, una parte sustancial del conjunto ha de que­dar a disposición de la colectividad como espacio vial, plazas, parques y servicios públicos. El resultado es que, en tanto que unos propietarios obtienen henefi. cios inmediatos y muy considerables, otros se ven con· denados a la espera indefinida y a la expropiación final. El planeamiento resulta una verdadera lotería, y, como consecuencia, se crea el clima menos adecua­do para una labor serena, en ]a que los intereses par­ticulares colaboren lealmente al beneficio común. Se precisa, por tanto, una acción pública que regule el reparto de beneficios y cargas entre los propietarios de forma que todos obtengan una ventaja equitativa.

Las parcelas rurales no son adecuadas, por su irre­¡?ularidad y sus dimensiones, para los usos urbanos. El mantenimiento de las antiguas parcelas en los en­sanches da lugar a edificaciones impropias, y la esca­sez de superficie o su estrechez impiden en muchos casos la utilización prevista en los planes. La obten· ción de parcelas urbanas adecuadas requiere una mo­dificación de las antiguas parcelas, que se resolverá en una nueva parcelación, si se trata de grandes fin­cas; en una repareelación, si se trata de cambiar de

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forma o de cesiones parciales de superficie, o en una concentración parcelaria, si de Yarias pequeñas par­celas inservibles para un determinado fin hay que ob­tener 1a parcela conveniente.

La ciudad necesita espacios libres abundantes, y el avance urbanístico, como se ha dicho anteriormente, solicita cada vez más una actitud generosa del apro­vechamiento del suelo. Pero si el suelo es de propie­dad particular, no hay más remedio que adquirirlo, y entonces se plantea, si anteriormente no se ha pre­visto esta circunstancia, el choque difícil entre los in­tereses públicos y los particulares. El interés público sostiene que no puede abonar por los terrenos un so­breprecio que es el resultado de un esfuerzo general, en el que el propietario no ha puesto nada, y que no se justifica por un rendimiento determinado, ya que los terrenos van a seguir teniendo una utilización análoga, o incluso de rendimiento inferior al de su antigua condición rural; y evidentemente, esta actitud <'S justa, y se refuerza por el hecho de que, si se abonan precios altos, la posibilidad de adquisición de superficies extensas se reduce extraordinariamente, con grave daño para el bien común. El interés par­ticular alega a su vez que durante muchos años ha contado con expectativas de edificación, a veces reco­nocidas oficialmente por el pago de impuestos sobre solares sin edificar, y que en muchos casos han dado lugar a ventas o transmisiones de dominio que, d<' pronto, son cortadas por la Administración en virtud del planeamiento y do la expropiación. La solución tiene que estar en la anticipación suficiente de la ac­ción administrativa para determinar un estatuto ju­rídico justo, que armonice los diferentes intereses an­tes que se produzcan los hechos consumados y las i;i­tuaciones irremediables.

Los tres problemas enunciados conducen a un mismo resultado: la necesidad de vincular a los pro­pietarios de polígonos determinados en una gestión urbanística común, que resuelve la equitativa distri­bución de beneficios y cargas; la transformación de las parcelas rurales en parcelas urbanas, y la adqui­i-ición de los terrenos correspondientes a espacios li­bres, viajes y servicios públicos por la Admini5tración ¡.;estora.

La retención de los terrenos por parte de los pro­pietarios, aun cuando hubieren sido motivo de una gestión vinculada en un polí¡i;ono, y mucho más en otro caso, se produce por el deseo de obtener la má­xima revalorización, derivada del desarrollo general de la ciudad y del esfuerzo constructivo de los pro· pictarios vecinos. Los terrenos, en estas condiciones, son una inversión financiera apetecible, que tiene, además, el aliciente de quedar cubierta de los posibles perjuicios de la inflación. Sin embargo, el abuso y el daño ocasionados son patentes: se persigue un bene­ficio que no corresponde a ningún riesgo ni esfuerzo personal, con perjuicio para el bien común. El per· juicio deriva de la falta de utilización de los servicios dispuestos y de la necesidad de extenderlos hacia terrenos cuyos propietarios acceden a destinarlos a los fines constructivos previstos. La retención de terrenos durante un proceso activo de desarrollo urbano es un acto semejante a la retención de viviendas sin adju­dicar en medio de una crisis de vivienda.

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El aumento arbitrario del valor del suelo es Ja con­secuencia de la confusión resultante de varios hechos coincidentes. Los principales son:

a) La falta de actuación dirigida por parte de la Administración, y la tolerancia consecuente de inicia• tivas privadas de finalidad meramente especulativa, con arreglo a principios técnicos primitivos;

b} el carácter de lotería que para los propietarios tiene el planeamiento urbanístico, que hace soñar a todos con el premio mayor;

e) la ilusión de la cadena interminable de bcnc· ficios, sin tener en cuenta que las expectativas de utilización son limitadas y concretas, dependientes di­rectamente del ritmo del crecimiento urbano;

d) el engaño de considerar como solar cdificahlc un terreno rural, sin prever espacios libres públicos ni gastos de urbanización;

e} la retención indefinida de terrenos, que enra­rece en cualquier momento el mercado normal de oferta y demanda.

La acción oficial ha de orientarse hacia el cselarc· cimiento del proceso urbanístico, para aclarar la con­fusión y situar a cada participante en el lugar que moral, legal y económicamente le corresponde. La Ad­ministración tiene que tomar las riendas del proceso y actuar; los terrenos han de incorporarse al recinto urbano mediante operaciones conjuntas, en las que se salva~mardcn los intereses públicos y los particu­lares: el aumento de valor de los terrenos tiene que guardar una relación con las expectativas reales que en volumen y plazos ofrece el crecimiento de cada ciudad; el valor de los terrenos cdificables no puede sobrepasar un precio que sumado al coste de la ur­banización, constituya una proporción adecuada de la inversión constructiva que se prevea normalmente~ y, en todo momento, debe haber a disposición de los constructores un mercado <le oferta suficiente para garantizar el precio justo.

6 El Plan l\'acional de Urbanismo.

De la Ponencia presentada a la V Asamblea Na­cional de Arquitectos celebrada en Barcelona, Pal• ma de Mallorca y Valencia en el año 1949.

La idea de estudiar y desarrollar un Plan Nacio­nal de Urbanismo atrae inmediatamente la atención de la gente, tanto técnica como profana, por la visión instintiva que todo el mundo tiene de una serie de graves problemas relacionados con el Urbanismo, que surgen repitiéndose de manera uniforme en todos los núcleos urbanos y rurales de la nación. En principio parece evidente que los resortes existentes, tanto pÚ· hlicos como privados, para la adecuada ordenación urbana del país ofrecen grandes lagunas, y que exi~­te una desproporción entre las necesidades colectivas en la materia y la actuación que se lleva a cabo, sien­do esto debido a la insuficiente actividad y experien· cia, y a la desconexión general que no ha permitido establecer criterio de conjunto ni experiencias colec­vas. Pero cuando se pasa de la impresión subjetiva a tratar de concretar lo que puede ser un Plan Nacional de Urbanismo, se percibe que tras de esta expresión pueden contenerse conceptos muy diferentes y que es

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de la mayor importancia establecer una orientación correcta que permita concretar las ideas y plantear su desenvolvimiento, sin que interpretaciones erróneas puedan tender a malograr un objetivo claramente sen­tido, pero cuya puesta en práctica ha de ofrecer di­ficultades grandes.

De la misma manera que sucede en otras activida­des, este Plan Nacional podría consi!,tir en el señala­miento de una serie de obras concretas de urbaniza­ción que fuera necesario realizar y para lo que se gestionarán los oportunos medios de realización. Esta interpretación, que algún día puede ser perfectamente práctica, no corresponde a la organización ni a las posibilidades actuales del Urbanismo español, porque no existe para ello ni el Organismo apropiado ni el ambiente necesario, siendo además la coyuntura na­cional desfavorable por la prelación que lógicamente l'C da a otros planes nacionales de máxima urgencia. Si no se trata de abordar la realización de unas obras determinadas, el Plan Nacional ha de orientarse for­zosamente hacia el establecimiento de una serie de criterios generales que llevados a la práctica por los procedimientos más oportunos en cada caso, garanti­cen un desarrollo ordenado de la actividad urbanís­tica nacional que se efectúa a través de innumerables entidades públicas y particulares.

Dentro de un planeamiento tan amplio cabe toda­vía distinguir dos caminos de ambiciones diferentes. Uno consiste en ('Oncretar las actividades del Plan ha­cia una labor de tutela, asesoramiento, animación e inspección de todas aquellas actividades urbanísticas que por su importancia merezcan una atención espe­cial del Estado, y el !'egundo canúno, más ,nnhicioso. en examinar el grado de conveniencia nacional de cada una de estas actividades para protegerlas o rcstrin­:;irlas, conforme a criterios que, Eobrepasando lo pu• I'amente urbanístico local, responda a una integración del Plan de Urbanismo en el marco conjunto de un Plan de dcsarroJlo total de ordenación.

De estos dos caminos, el primero corresponde al cri­terio del legislador en el Estatuto Municipal y en la Ley de Bases de Administración Local, en tanto que el segundo no ha recibido todavía una consagración oficial, salvo la misión otorgada a la Dirección Ge­neral de Arquitectura en su Ley fundacional. El sc­;rundo camino constituye una aspiración que se ha hecho presente en la mayor parte de las naciones al ir ampliándose sucesivamente el ámbito de los planes urbanísticos, desde los planes locales hasta los co­marcales y regionales. surgiendo de una manera na­tural la necesidad de armonizar los dif crentcs planes en un Plan Nacional.

Por tanto, la aspiración de un Plan Kacional de Urbanismo tiende a abarcar las tres interpretaciones expuestas, partiendo de las consideraciones más altas de orden nacional.

Ahora bien: el Plan Nacional de Urbanismo no puede ser una elucubración teórica que baraje ele­vados conceptos e inasequibles ambiciones, sino que forzosamente habrá de tratar de ser un documento realista que establezca corrientes intemas de actividad en el cuerpo nacional para convertir la España urba­nística de hoy en lo que convenga que sea conforme a criterio& racionalmente establecidos, y en las etapas

que prudentemente puedan ser señaladas. Por tanto, el primer paso para tratar del tema ha de consistir en examinar la situación urbanística nacional en la actualidad. Tras esto será posible esbozar unas líneas generales de lo que puede ser el Plan Nacional de Urbanismo, deduciéndose a continuación la nccesida<l de iniciar una aportación de datos informativos que sirvan de hase para poder concretar en una actuación futura la materia del Plan.

De la Conferencia pronunciada en 1951 en la Academia de Doctores de Madrid.

La concepción general de los problemas del Urba­nismo ha variado profundamente en los últimos de­cenios. El Urbanismo ha consistido durante muchos años en el arte de hacer un trazado más o menos bri­llante y en llevar estas trazas a la práctica abriendo grandes avenidas y disponiendo los necesarios servi­cios. Evidentemente, todo esto ha sido, es y seguirá siendo Urbanismo; pero hoy en día esta labor no es la única propia del Urbanismo, y creo poder decir también que ni siquiera es la más importante. El con­cepto se ha ampliado mucho, habiéndose complicado por una parte y extendido enormemente en cuanto a su jurisdicción territorial.

En cuanto a la naturaleza del problema se ha pa­Eado de considerar la reforma o la ampliación de una ciudad, no ya como cuestión simplemente de forma de trazado, sino como análisis de la manera de ser la organización íntima de la ciudad como entidad social, para poder darle una conformación material que esté en relación lógica y en armonía con las necesidades. las funciones y la idiosincrasia de la ciudad como ser $Ocia}. Es decir, que antes de proceder al proyecto de unas calles, de unos edificios o de cualquier ser­vicio, es necesario proceder a un análisis sistemático que nos permita conocer cuál es el cuadro funcional en que se mueve cada ciudad, establecer el diagnós­tico de los defectos y conflictos de que adolece y abrir cauce a una futura ordenación mediante el 8C•

ñalamieoto de un programa de actuación. En cuanto el problema se plantea así es evidente

que el Urbanismo se convierte en un amplísimo cam­po de colaboración de toda clase de actividades: la Sociolo~ía y el Derecho, la Economía y las Finanza!', la Sanidad, la Administración, la Técnica y el Arte; todos los más diversos campos profesionales tienen una intervención, y una intervención que ha de ser activa. Claro está que para cumplir esta misión ha de despertarse una inquietud estimulante que dé lugar a un ambiente cultural y a un estado de opinión den­tro de los cuales el equipo de especialistas puede ac­tuar de una manera firme y solvente.

Además de las complicaciones de todo orden que surgen de este planteamiento y en relación íntin1a con el mismo, el Urbanismo ha extendido su campo de ac­ción de tal manera que su materia ya no es solamente la ciudad como congregación urbana de una cierta densidad, sino que cada vez más hay que considerar­la con el medio geográfico, social y económico que la

, circunda. Así resulta que la ordenación de una ciu­dad hay que estudiarla comprendiendo todo su es­pacio vital, es decir, teniendo en cuenta los fenóme­nos humanos que la condicionan, entre los que se

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destacan los mov1m1entos de emigración, los factores económicos, las circunstancias de su abastecimiento, el hinterland de sus comunicaciones, la naturaleza de su economía y tantos otros aspectos, entre los que han <le prevalecer los de índole espiritual, pues no po­demos olvidar que las ciudades son cuna y sede de culturas y de toda clase de organizaciones humanas.

Al profundizar en esta trayectoria de la influencia urbana en los ámbitos comarcales y regionales, nos encontramos con que muchas ciudades y comarcas tie­nen funciones nacionales y que sus actividades y su porvenir están estrechamente ligados a problemas de conjunto, de manera que circunstancias que parecen <le índole local, no son más que la consecuencia de pre­misas nacionales, cuya solución está totalmente fuera del ámbito local. Resulta, pues, señores, que sin plan­tear el problema urbanístico en su íntima naturaleza, como necesariamente hay que hacerlo, y siguiendo una concatenación lógica de las ideas, nos encontramos con que no será posible decir la última palabra de la ordenación de nuestras ciudades sin tener en cuenta un punto de vista nacional.

Claro está que siguiendo este orden de ideas no tendríamos por qué pararnos en el estrato de lo na­cional, sino que podríamos perfectamente continuar la ampliación del campo a través de las zonas estra­tégicas, los continentes y la unidad universal. Es el camino que lleva el mundo y no es fácil predecir hasta qué punto esta expansión ordenadora haya de detenerse en alguno de estos niveles o necesariamen­te deba culminarse dentro de planos mundiales. El tema que hoy planteamos es el del posible Plan Na­cional y, por tanto, en él detenemos nuestra expan­sión.

Consecuencia inmediata de esta forma de ver las cosas es que al urbanista ya no le interesan solamente las ciudades, sino que ha de plantearse previamente cuál es la mejor manera de establecer una solidari­dad social para cubrir unos fines nacionales dentro de determinado marco geográfico. Esta solidaridad social, que en lo material se traducirá siempre en ma­teria urbanística, podrá dar lugar a una gran ciudad concentrada en pequeño espacio, podrá ser también una constelación de ciudades y de pueblos o una dis­persión de casas y aldeas, o bien una mezcla de todos estos elementos con una fisonomía y una personalidad determinadas. En principio es igualmente materia urbanística la disposición en una comarca de casas aisladas cuya solidaridad se establece a base de cen­tros cívicos, servicios y comunicaciones de muy am­plios radios de acción, que la que resultara de con­centrar a todos estos mismos habitantes en un peque­ño perímetro con sus calles, plazas y servicios compri­midos y apretados hombro con hombro. La organiza­ción urbanística en uno y otro caso es en el fondo idéntica y sus leyes generales de organización son las mismas.

La diferencia no es mayor que la que existe entre un ejército encuadrado en un desfile o el mismo ejér­cito dispuesto sobre el campo para unas operaciones. Los hombres, la organización, la jerarquía, los ele­mentos sociales, todo es idéntico; lo único que va-

• ría es la pO@tura de todos estos elementos sobre la geografía.

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Un Plan Nacional de Urbanismo tendrá que fun• <lamentarse en el conocimiento preciso de las fuentes del ahorro español, de su distribución entre las dif e. rentes necesidades y de su posible localización.

El único procedimiento práctico para influir en las corrientes de distribución de población será realizar una adecuada política económica que oriente las in­versiones hacia los fines más convenientes y hacia las localizaciones que puedan interesar desde el punto de vista nacional. Las mayores o menores posibilidades de intervención en el desarrollo de todos estos f enó­menos están condicionados, por tanto, a las posibi. lidades existentes de modificar las inversiones tradi­cionales. Si procedemos a la inversa, habrá que decir también que no se puede realizar una política econó­mica nacional sin tener en cuenta los problemas tan esenciales que se derivan de un planteamiento urba­nístico nacional.

Cuando oímos que el crecimiento de Madrid, de Barcelona o de cualquiera de las otras ciudades es• pañolas debe ser detenido, debemos saber que eso sig­nifica la industrialización de Galicia, la elevación del nivel de vida de Castilla o la colonización a fondo de Extremadura y Andalucía, y que no se puede pensar en impedir el crecimiento de población gozando, sin embargo, de los incrementos de riqueza. ¡ Eso sí que sería el máximo desequilibrio nacional! En esta for­ma tendríamos un pequeño grupo de capitales con alto nivel de vida en medio de una España empobrecida y hambrienta.

Con todo esto creo que queda patente la dimen­sión del problema y la necesidad de conocerlo a fon. do y de establecer unas bases sobre las que poco a poco pueda levantarse el andamiaje de disposiciones, planes y colaboraciones indispensables para poder lle­var a la práctica una labor de este género.

De la Ponencia presentada a la VI Reunión de Técnicos Urbanistas celebrada en 1953 en el Ins­tituto de Estudios de Administración Local.

La población española ha pasado de 18.594.405 ha• bitantes en 1900, a 27.976.755 habitantes en 1950. En cincuenta año6 ha crecido en 9.382.350 habitantes, lo que supone un aumento del 50,45 por 100.

Si el crecimiento continúa con características aná­logas, y el ritmo del medio siglo próximo es también del 50 por 100, el año 2000 la población española ha• brá aumentado en unos 14.000.000, con lo que alean• zará, aproximadamente, los 42.000.000 de habitantes.

Su localización seguirá también, normalmente. las mismas tendencias que se vienen acusando desde fe­chas muy anteriores a 1900. Con estas premisas vamos a examinar el panorama urbanístico, en cuanto al re­parto de la población nacional que nos espera para el año 2000 como una de las bases fundamentales para orientar el planeamiento urbanístico nacional.

Ante todo, hemos de conocer cuáles han sido las corrientes migratorias durante el último medio siglo; luego, las aplicaremos al porvenir y decidiremos la situación del año 2000. A continuación, procederemos a su crítica y señalaremos cuáles pueden ser las ac­tuaciones convenientes para su rectificación.

Para analizar el movimiento migratorio vamos a tratar de contestar a las siguientes preguntas: ¿Dónde

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nacen los españoles? ¿En qué áreas permanecen? ¿De cuáles emigran? ¿Adónde van?

A la primera pregunta, ¿ dónde nacen los españo­les?, hay que manifestar, por de pronto, que las dis­tintas provincias contribuyen en muy diferente pro­porción al crecimiento demográfico. Para tener una idea gráfica de lo que sucede, se puede señalar que existe una línea, que podemos denominar eje vege­tativo, que atraviesa la Península de Norte a Sur, de­finiendo tma especie de cumbrera o divisoria de ma­yor crecimiento, y que deja al Noroeste, Este y Sur­oeste áreas de menor intensidad de crecimiento. El eje indicado sigue, aproximadamente, la siguiente tra­yectoria: Santander, Palencia, Valladolid, Avila, To­ledo, Alhacete, Murcia, Almería. Dentro de la influen­cia de este eje quedan: Burgos, Segovia, el Reino de León, Extremadura y Ciudad Real. Su índice de cre­cimiento está comprendido entre 1,1 y 1,5 por 100 sobre una media nacional del l por 100.

Al Noroeste, Galicia y Asturias sostienen una media de 0,6 a 1 por 100. Al Este hay que distinguir el área del antiguo Reino de Aragón, que comprende Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares, y un área de transi­ción que abarca Vascongadas, Navarra, Logroño, So­ria, Guadalajara, Madrid y Cuenca. El Reino de Ara­gón tiene el índice más bajo de España, índice cuyo mínimo se acentúa en Gerona, Tarragona, Huesca y Castellón. Corresponde a crecimientos comprendidos entre 0,3 y 0,8 por 100. El área de transición tiene índices de 0,8 a 1,1 por 100.

Asimismo, en el Sur hay que distinguir el bajo Gua­dalquivir, con índices entre 0,7 y 0,9 por 100, y el resto de Andalucía, cuyos índices varían entre 0,9 y 1,2 por 100. Por último, las Islas Canarias constitu­yen las provincias de mayor crecimiento, con índices de 1,4 y 1,9 por 100.

Como se ve, las diferencias son muy importantes, ya que el antiguo Reino de Aragón da un índice general aproximado de 0,5 por 100, en tanto que las provin­cias castellanas del eje vegetativo señalan el 1,2 por 100, más del doble, y las demás zonas quedan en con­junto alrededor del 0,9 por 100. Lo más destacable es el vacío de incremento de las provincias del Nord­este y la frontera o falla demográfica a lo largo del sistema Ibérico, desde Guadalajara a Alicante, en la que toman contacto los sectores de máximo y mínimo crecimiento.

Segunda y tercera preguntas: ¿En qué áreas ¡>er­manecen? ¿De cuáles emigran?

No existe relación proporcional entre la intensidad de crecimiento y la emigración, dándose la circunstan­cia de que algunas regiones de máximo crecimiento, como la Mancha, retienen toda su población, y, en cambio, regiones de mínimo crecimiento, como el Nordeste, ven alejarse el escaso excedente. En la ex­ploración de este fenómeno hay que tener en cuenta factores de índole psicológica tanto como los propia­mente económicos, y, entre éstos, como es natural, el decisivo es el grado de colonización de la región, pue;; los habitantes emigran de los campos donde no hay posibilidades de aumento de riqueza, bien por su po­breza, bien porque estén perfectamente cultivados y no hay facilidad de mejora.

En términos generales, puede afirmarse que la po-

blación permanece en el litoral cantábrico, en los va­lles del Guadiana y del Guadalquivir, en las islas y en Valencia. Una serie de provincias retienen sólo parte de su crecimiento; son las correspondientes al valle del Duero, alto Ebro, Tajo, Murcia y Alicante. Por último, la mayoría del antiguo Reino de Ara­gón ve emigrar sus excedentes.

¿Adónde van los emigrantes? Aparte de la emigración a corta distancia que nutre

todas las capitales de provincia, y los centros urbanos comarcales, hay cuatro grandes corrientes que destacan con claridad. Son: Madrid, Barcelona, el bajo Gua­dalquivir y el litoral Vasco. Madrid recoge los exce­dentes del valle del Duero, el interior gallego, las pro­vincias limítrofes y la parte que rebosa de Andalucía y Extremadura. Barcelona absorbe todo el crecimien­to del Este y Sudeste, influyendo también, aunque más ligeramente, sobre Andalucía y el Norte. El bajo Guadalquivir atrae la mayor proporción del exceden­te extremeño y andaluz. El litoral vasco atrae la po­blación del Alto Ebro y Burgos.

En resumen, el mapa nacional demo¡rráfico acusa los fenómenos siguientes:

1.0 Los valles del Guadalquivir y del Guadiana y las Islas Canarias contienen una población de eleva­do crecimiento vegetativo que permanece en el terri­torio.

2.0 El valle del Duero y el Reino de Murcia, con un índice vegetativo igualmente elevado, conservan una parte de su crecimiento y ceden a otras regiones la otra parte.

3.0 La provincia de Almería, con análogo índice, cede la totalidad de su crecimiento.

4.0 El litoral cantábrico, el atlántico, tanto gallego como andaluz, y el mediterráneo, hasta Valencia (ex­cepto Almería}, corresponden a un índice vegetativo medio que permanece en el territorio. Las provincias limítrofes de índice vegetativo semejante les ceden, además, una parte de su crecimiento.

5.0 El valle del Ebro y Cataluña tienen un índice vegetativo bajo, a pesar de lo cual el pequeño cre­cimiento emigra a Barcelona y en menos escala a Za­ragoza.

Si este proceso demográfico continúa con análogas características, veremos acumularse la población es­pañola en nuestras ciudades en forma impresionante y el esfuerzo urbanístico a realizar ha de ser extra­ordinario, bien sea para asimilar estos crecimientos, o bien para impedirlos, orientando la población ha­eia otros derroteros.

Vamos a establecer ahora una hipótesis de lo que puede ser la distribución de la población española cuando alcance 42.000.000 de habitantes, si las tenden­cias demográficas y las corrientes migratorias de la primera mitad de siglo se mantienen en líneas gene­rales. La hipótesis se señala a continuación de ma­nera gráfica.

Junto a la hipótesis se señala ya en el gráfico una posibilidad de rectificaciones de las corrientes natu­rales migratorias, a hase de restringir de los grupos de población de más de 200.000 habitantes un total de 3.000.000 de habitantes, cuyo reparto teórico se propone entre las entidades inchúdas entre 5.000 y

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200.000 habitantes, intensüicando especialmente los grupos que comprenden de 20 a 50.000 habitantes.

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Naturalmente, no se pretende que esta hipótesis sea nada definitivo, sino que se enuncia como ejemplo del camino de posible rectiiicación que conviene empren­der. Sin duda, esta actuación propuesta, que afecta a la localización de 3.000.000 de habitantes, se notaría muchísimo en Madrid y Barcelona, a las que se des­congestionaría de 1.700.000 habitantes en conjunto, y requiere un esfuerzo muy considerable de impulso or­denador para adelantarse a la iniciativa privada y al movimiento natural de la población y encauzar ambas corrientes fundamentales de acuerdo con estos obje­tivos.

Si la rectificación es del volumen propuesto de 3.000.000 de habitantes, y ha de llevarse a cabo en cincuenta años. afecta cada año a 60.000 habitantes; pero como el proceso de crecimiento no es homogé­neo, sino que se acelera a medida que el índice cons­tante afecta cada vez a mayor volumen de población, cu una primera ctapa decena! habría de afrontarse el

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problema de rectiiicar el movimiento de 50.000 habi­tantes, que puede considerarse equivalente a 10 ó 12.000 familias. Como el total del crecimiento anual es de unos 250.000 habitantes, quiere decir que hay que afectar la localización del 20 por 100 de la emi­gración interior española. Esta cifra da perfectamente la medida, por una parte, de la posibilidad de abor­dar el problema, y, por otra, del esfuerzo, verdadera­mente serio, que hay que realizar para obtener resul­tados tangibles. Seguramente, en la actualidad la ac­ción del Estado a través de los Institutos Nacionales de Industria, Colonización y Vivienda, Departamento,> de Obras Públicas y otros de objetivos coincidentes, tiene un volumen suficiente para afectar el porcentaje señalado. Calculando en 200.000 pesetas el capital ne• cesario para asentar una familia, el volumen finan­ciero que debe de ser encauzado mediante las inver­siones o los estímulos oficiales es de unos 2.000 mi­llones de pesetas anuales, cantidad inferior a la que el Estado invierte actualmente en construcción.

Se señala también, a continuación, una segunda hi­pótesis más radical, en la que, restringiendo más dura­mente el crecimiento de las ciudades importantes, se favorezca con mayor decisión los núcleos comprendi­dos entre 10.000 y 50.000 habitantes. Esta hipótesis afectaría a la localización de 5.000.000 de habitantes y supondría una descongestión de Madrid y Barcelo­na de 2.800.000 habitantes, anualmente afectaría, en una primera etapa a 18 ó 20.000 familias, es decir, al 35 por 100 de la emigración interior española y su asentamiento supondría una inversión encauzada ofi­cialmente de unos 3.500 millones de pesetas.

En cualquiera de las dos hipótesis expuestas, el pro­blema que se plantea es el de poner en acción una ~ran operación urbanística nacional de profundo con­tenido técnico, económico y social. Las directrices fun­damentales ele esta operación hahrían de ser las si­guientes :

l.ª Alterar la trayectoria quc lleva 5.500.000 habi­tantes hacia Madrid y Barcelona, y otros tantos hacia una veintena de ciudades importantes.

2.:t Actuar sobre las fuentes ecouónúcas, descen­tralizando las industrias según un plan qne tenga en cuenta los problemas demográficos, sociales y urba­nísticos.

3.ª Apoyar el desarrollo urbanístico de las regiones, cuyo desarrollo agrícola no está terminado y, funda­mentalmente, los valles del Guadalquivir y del Gua­diana.

4.ª Favorecer el desarrnllo de ciudades de tipo me­dio, cuya población oscile cutre 50 y 200.000 habi­tantes.

5.ª Favorecer especialmente el desarrollo de las villas de economía múltiple (agricultura, industria, servicios urbanos) y cuya población tenga alrededor de los 20.000 habitantes.

6.ª Favorecer asimismo la vida de los mícleos al­rededor de los 5.000 habitantes para que se sujete en el campo la actual población di tribuída en núcleos inferiores a 10.000 habitantes.

7.:t Planear las grandes ciudades en forma plane· taria y alejar lo más posible del núcleo central los núcleos satélites para que la Gran Ciudad se convierta en Comarca.

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8.ª Crear nuevas ciudades, villas y pueblos con­forme a los objetivos más convenientes a la nueva configuración de la nación.

7 El planeamiento de Madrid.

De la Memoria formulada en 1953 con ocasión del Día Mundial del Urbanismo por la Comisaría Ge­neral para la Ordenación Urbana de Madrid y sus alrededores.

Desde que las ciudades dejaron de estar limitadas por muros y tapias, se ha permitido durante varias generaciones la edificación libre alrededor del perí­metro urbano. El resultado ha sido catastrófico: las ciudades invaden una superficie mucho mayor de la que necesitan; los Ayuntamientos no pueden dotar de servicios a extensiones tan grandes; la edificación se alinea a lo largo de las carreteras, haciéndolas im­practicables; la especulación sobre el suelo se multi­plica y ahoga a las clases modestas; el paisaje queda desnaturalizado, y resulta muy difícil crear espacios arbolados abundantes; surgen los suburbios; en fin, la anarqtúa domina el contorno urbano, las ciudades se muestran siempre sin terminar y el urbanista se encuentra con hechos consumados que imposibilitan una ordenación razonable. Este tipo de crecimiento se ha denominado "en mancha de aceite", para dar a entender su carácter espontáneo y uniforme.

Pues bien: el planeamiento de Madrid prevé un sistema de crecimiento diferentes. Se piensa comple­tar un recinto principal, dejándolo determinado me­diante un anillo de espacios verdes y una vía de trá­fico rápido. Alrededor de este núcleo se completarán los núcleos suburbanos existentes y se crearán nue­vos poblados satélites, obteniéndose un conjunto cuya estructura general tendrá cierta semejanza con un sistema planetario. Cada núcleo ha de tener la má­xima autonomía posible. para lo cual hay que dotar a los suburbios actuales de los elementos urbanos com-

plementarios de que carecen: plazas, parques, edifi. cios sociales, centros comerciales, y hay que proyec­tar los nuevos como verdaderos pueblos o ciudades con todos sus órganos: Centro representativo, barrios de diferente índole, industria y comercio, lugares de esparcimiento. Así, en el porvenir, la urbe contendrá en una serie de órbitas muy diversos núcleos, corres­pondiendo a las necesidades funcionales y a las carac­terísticas del terreno y del paisaje; y la comarca y aun la región serán una prolongación natural del orga­nismo urbano. De esta manera, la descongestión y la descentralización serán mucho más fáciles, pues tan sólo se requerirá el aumento de la distancia entre el núcleo principal, sol del sistema, y los pueblos sa­télites.

El crecimiento de la ciudad dentro de esta concep­ción supone que, al mismo tiempo que se completan los perímetros actuales, se van creando las unidades nuevas según vayan siendo necesarias, y puede dete­nerse en cualquier momento el crecimiento sin que el conjunto quede maltrecho.

La estructura urbana adoptada, de perímetros ur­banos definiendo núcleos independientes, deja espa­cios intermedios que han de ser tratados como natu­raleza libre de edificación e incorporados al ambien­te adecuado a la urbe proyectada mediante la corres­pondiente repoblación forestal. A través de ellos pe­netran los accesos hasta la ciudad capital.

La defensa de estos espacios libres y su repoblación forestal, llevada a cabo con tesón y sin desmayo, es una parte esencial del planeamiento de Madrid, y seguramente la más difícil de llevar a la práctica. Re­quiere por ello una especial atención, y sería conve­niente la creación del ambiente popular adecuado para su defensa contra las arremetidas constantes de los propietarios de terrenos, que presionan sin cesar en favor de su supresión. Del resultado de la lucha en­tablada depende que Madrid sea una ciudad modelo, amable y humana para sus habitantes : b ella y atrae-

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tiva, con perspectivas urbanas variadas y sorprenden­tes, o bien una monótona yuxtaposición de barrios de personalidad indefinida, asediados por el barro y la aridez del paisaje suburbano. La transformación del paisaje a través y en el contorno de la urbe mediante Ja repoblación forestal ha de ser la tarea más anhe­lada de las próximas etapas. El éxito no es difícil si se cuenta con el apoyo y la decisión de todos; pero sería dudoso si se dejara a los técnicos solos en 1a lucha contra la especulación del suelo.

8 El planeamiento de Sevilla.

De la Conferencia pronunciada en 1952 en la Aca­demia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, de Sevilla.

Creo interesante seiíala1· como problema local la situación que crea a la ciudad el emplazamiento rela­tivo de sus elementos fundamentales. Voy a explicar­me: una ciudad bien ordenada dispone en la locali­zación más ventajosa los centros urbanos y represen­tativos, constituyendo la cabeza de la ciudad; los ba­rrios residenciales se sitúan en íntimo contacto con el centro y se procura que las zonas modestas por su fealdad, incomodidad o insalubridad, tengan un em­plazamiento separado y desde luego lo más alejado posible de los centros cívicos y representativos. Es de­cir, que la ciudad como un ser vivo se organiza con una cabeza directora y representativa, un cuerpo que contiene la vida propia urbana y unas extremidades típicamente funcionales. Así, por ejemplo, el casco antiguo de Sevilla tiene hacia el Sur al Alcizar, del cual parte el eje de la Catedral y el Ayuntamiento, que están emplazados como en el corazón de la ciu­dad, correspondiendo a ambos lados las zonas resi­denciales y relegando las zonas de artesanía al extre­mo opuesto y a la periferia. Se comprende que cuan­do una ciudad tiene en su desarrollo futuro plantea­das con claridad las líneas de crecimiento de cada uno de sus elementos, todo resulta fácil y que cuando exis­te interferencia entre estos caminos de crecimientos, los problemas se hacen agudos y molestos. Pues bien: desde este punto de vista, la expansión de Sevilla ofre­ce dificultades considerables.

La ordenación de Sevilla sería clara si el centro di­rectivo y representativo creciera hacia el mar por el eje de la Exposición y el paseo de la Palmera, en tanto que lo que pudiéramos considerar como el cuer­po de la ciudad se desarrollará fundamentalmente en Nervión, y las extremidades de tipo industrial y de servicios se desplazarán hacia San Jerónimo con el puerto aguas arriba de la ciudad. Esta organización no es posible, por la situación del puerto y del ferro­carril. La expansión de la zona representativa (la ca­beza) interfiere con el puerto y su zona industrial limítrofe. Las zonas de viviendas de Nervión están estranguladas por el ferrocarril, impidiendo la co­rrecta solución de los accesos, nuevos centros comer­ciales y de un buen ensanche. En estas circunstancias la dirección urbanística de la ciudad es difícil y de­licada, y requiere mucho nervio y una acción com­tante.

En Sevilla se plantean grandes problemas, al mis­mo tiempo que existen grandes e insoslayables obje-

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tivos, para cuya solución hay que salvar numerosas y graves dificultades. Es también evidente que no hay más remedio que afrontar el porvenir de Sevilla y que, por tanto, vale la pena estudiar valientemente los problemas planteados.

Seguramente, para llevar a cabo con éxito la tarea que se presenta se necesitan medidas de excepción y la creación de organismos adecuados. Para poder so­licitar an1bas cosas es preciso, primero, agotar el ca­mino normal y dar la sensación, por parte de la ciu­dad, de que se ha hecho cuanto estaba a su alcance. Entre las cosas que se pueden hacer voy a enumerar las siguientes:

1.0 El planteamiento claro de la situa<'ión urba­nística, económica y social de la ciudad, establecien­do un acuerdo entre todas las fuerzas vivas locales y desarrollando la necesaria propaganda para crear un estado de opinión.

2.0 Una atención especialmente vigilante del Ayun­tanúento y de la Diputación para estudiar en lo po­sible los problemas que están a su alcance.

3.0 La creación de la Comisión Provincial de Or­denación Urbana, en análoga forma a como lo han hecho ya más de 20 provincias espaiiolas, la mayor parte de las cuales no tienen problemas tan agudos como la provincia de Sevilla.

4.0 La creación de centros de estudios y de inves­tigación que contt-ibuyan a precisar los problemas lo­cales con seriedad científica, dedicando al porvenir de la ciudad lm interés proporcionado al que los es­tudiosos dedican a su pasado.

5.0 La creación de una institución económica que estudie la manera de atraer capitales a Sevilla.

6.0 La preparación de la juventud para que en lm

próximo futuro exista gente apta para abordar los ingentes problemas que ha planteado el engrandeci­miento de la ciudad.

7.0 Señalar los perfiles generales de lo que pudie­ra ser una delegación especial del Gobierno, para atender con medios legales y económicos propios el conjunto de los problemas que plantea en el orden urbanístico e industrial el desarrollo del valle del Guadalquivir.

Termino invitándoles a U::,tedes a la acción madura y reflexfra pero nerviosa y constante. Ante la grave­dad de los problemas y su carácter inexorable no cabe desmayo ni siquiera desconfianza. Hay que tra­J1ajar, hay que exponer las cosas como son, hay que reaccionar en términos reales. Si hace falta crear un ambiente, a formarlo; si es necesario exponer al Es­tado una situación singular, a razonarla y defenderla; si fuese preciso cambiar los modos tradicionales del hacer urbanístico municipal para rendirlos más efi­caces, afrontar la situación decididamente.

Señores, en las grandes ocasiones surgen los pue­blos y los hombres. La circunstancia actual de Sevilla es de éstas: de ser o no ser; de una ciudad feliz, or­gullo de España, o de ser una ciudad cuya alegría muera entre las angustias de la pobreza y de la anar­quía. Dios quiera, y así se lo deseo de todo corazón, que tengamos suerte de ver encauzados rápidamente todos los problemas y podamos así gozar de la crea­ción de esta gran ciudad dentro de los mismos mol­de" humanos y personales que la han hecho famosa.