Urbanario No. 1 - Baja California - Letras de Ensenada

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Digitalis René Pinet Plasencia On croyait qu’il pourrait sure Pour ne plus aimer de le dire, Pourtant ça devait être a nous ―L’amour est bien plus fort que nous. BAROUH** S omos de distintos planetas tú y yo, Uno ante otro en imagen digital, Adivinando, reconstruyendo del otro la raíz, Contándonos de la última nevada, De este monstruo, de aquel ave. Uno en cada órbita, uno en cada giro. Compartimos en el tiempo un mismo giro Tocando atmósferas tú y yo. Dos cerraduras para la misma llave. Nuestro tiempo es todo, menos digital Y, hasta en la peor ventisca nevada nuestros jardines conservan tibia la raíz. Tan lejos de nosotros, la raíz, Que volveremos a ella en el último giro. Recuerdos confusos, cabeza nevada, Tú y yo, Cuando nuestra única seguridad sea digital, Táctil, cuando la clave. Del mundo no sea ya La Clave. Seremos entonces la raíz Que todos al fin compartiremos. Digital Encanto al que aportaremos un giro En la música que oímos tú y yo; Suave, como pasos después de la nevada. Cómo nació Aguigall Lucía Ema Mireles E l pollito mayor despertó cuando el nido, hecho de paja y café, se balanceaba peligrosamente entre la fronda verde del aguacate. Desde temprano en la mañana había soplado un viento fuerte de los que tiran hojas, arrastran ramas y asustan a los be- bés. Los pilluelos habían quedado solos después de que su mamá salió a buscarles semillas y gusanitos para comer. Los acarició con sus alas, tan protectoras, se despidió de ellos diciéndoles que regresaría pronto y les recomendó que tuvieran cuidado ya que todavía no podían ni volar ni caminar. El miedo del pollito se acrecentó con las sacudidas que daba el nido. Hizo lo posible por mantenerse junto al cuerpo tibio de su hermanito que aún dormía. Una violenta ráfaga de aire lo arrojó del nido. El pobre polluelo no pudo hacer nada más que planear con sus alas de plumas mal formadas y húmedas. Cayó finalmente a un suelo duro y pedregoso que lastimó su cuerpo. Empezó a llamar a su mamá. Después de un rato escuchó un sonido parecido a la voz de ella. Era un piar extraño. Agudizó su oído y su vista, que era una de sus mejores dotes. Unos cuerpos como bolitas amarillas con una cabeza pequeña de ojos muy ne- gros caminaban hacia él. “¡Que águilas tan raras y feas!”, se dijo. A su vez uno de los pollitos terrestres y amarillos, dijo: —¡Mamá, mamá! ¡ven a ver!, ¡hay un pollo muy grande y muy feo en el pasto seco! Mamá gallina se acercó a ver. —Nunca había visto uno de ese tamaño, es una miniatura, pero creo que es un bebé de águila. No podemos dejarlo tirado, llevémoslo a nuestro nido en el gallinero. Con sus alas y su pico sacudió la tierra del polluelo y limpió sus heridas. Ayudada por sus hijos, mamá gallina llevó al bebé águila al gallinero y lo puso con amor en su nido, le dio agua, avena y arroz, y lo curó. Cuando las otras gallinas, patos y demás habitantes del lugar vieron al polluelo hicieron un gran escándalo. Dijeron que ese animal al crecer los atacaría, y que lo mejor era darlo a los rato- nes o a las comadrejas para que se lo comieran. —¡Claro que no! –dijo mamá gallina–, es sólo un bebé. —Por lo menos déjalo en donde lo encontraste –propuso la gallina de plumas rojas, que en el vecindario tenía fama de ser más sabia. —No puedo tirar un bebé, tampoco abandonaría a ningún ser herido –contestó mamá gallina. Así el bebé águila se quedó a vivir en el gallinero. Fue apren- diendo todas las cosas que un pollito decente debe saber. Iba con mamá gallina y sus hijos a todas partes. Era siempre el último en la fila, pues le resultaba muy difícil caminar como su nueva familia. A todos los habitantes de la granja –es decir, patos, gan- sos, borregos y hasta caballos– les provocaba mucha risa. Con frecuencia se caía, y su pico, que ya empezaba a ser fuerte como los de su raza, quedaba ensartado en la tierra y su cara y sus ojos se llenaban del polvo y el lodo del camino. Mamá gallina y sus hijos lo rescataban y le limpiaban la cara y los ojos. Ahuyentas el frío, como una nevada En la tarde: tibia, suave. Ya me parecía que tú y yo Íbamos a encontrar un lugar para esa raíz Que tanto nos cuesta compartir; para ese giro Que no acabamos de digitar. Ayúdame a pasar lo digital De mi cabeza a mis manos; la nevada De mis manos a mis pasos. Que en el giro De tu danza mi nave Alcance a tu raíz, Y que tú y yo, Como las dos alas de un ave digitando La nevada superficie del océano, rocemos En un giro nuestro puerto. Tú y yo. ______ 1 Digitalis Es un género de plantas de la familia Plantaginaceae. El término se usa también para un grupo de fármacos (digoxi- na y similares) usados para regular el ritmo cardíaco, recetado a pacientes con corazones defectuosos −y que ha matado a más de uno, me dices. ** “Uno podría creer que bastaría / Para no amar el sólo decirlo, / Y que la decisión sería nuestra, / [Pero] El amor es más fuerte que nosotros.” Francis Lai y Pierre Barouh (1966) `Plus fort que nous’, en Un homme et une femme (Soundtrack). Sony Japan. René Pinet Plasencia nació en la Ciudad de México en 1949, pero vive en Ensenada, Baja California desde 1972. Es miembro del Taller de Creación Literaria de la Escuela de Artes de la Universidad Autónoma de Baja California desde 2000. Ha publicado un libro de texto, cuentos y poesía. [email protected] Cuando por fin pudo caminar y correr por sus alas, se percató de que podía volar de una manera como nadie más en el refugio sabía hacerlo. Empezó con viajes cortos para no preocupar a su mamá y a sus hermanitos. De sus viajes al lago que estaba en medio de tres granjas, llevaba semillas, gusanitos y granos de trigo para ellos. Aprendió a subir a su espalda, entre las alas, a sus hermanos o a cualquier animalito que quisiera pasear y ver el mundo desde lo alto. Mamá gallina le decía “mi pequeño Agui”, a pesar de que ya había crecido lo suficiente para llevar él solo todas las cosas que conseguían en el campo para comer. Le enseñó a usar su fuerza, que cada vez crecía más, sin lastimarse ni lastimar a los seres pe- queños. Aprendió también a compartir alimentos con los que no tuvieran nada con qué calmar su hambre. Mamá gallina decía: —Mi pequeño Agui, eres el pollito más lindo y más bueno que he tenido. Agui recogió varias veces del camino a sus amigos golpeados y maltrechos por haber sido atacados por zorros o por perros de la pradera. Con su pico y patas hacía una camilla de ramas y hojas. Alzaba con cuidado a los heridos y los transportaba por el aire hasta el gallinero. En una ocasión, siendo todavía muy joven, sin tener ni su pico ni sus garras bien desarrollados, rescató a un conejo del desierto que estaba apunto de ser devorado por una enorme víbora negra. Peleó con ellas hasta sacar de entre la oscuridad de su boca al conejo que temblaba de miedo. Pero el joven Agui no dejaba de pensar en su primera fami- lia y soñaba con encontrarlos algún día. Hacía viajes más y más lejos para buscar desde la altura entre las copas de los árboles y en las madrigueras. Mamá gallina estaba orgullosa de su Agui, pero se angustiaba con los largos viajes que él empezó a hacer. Él le dijo: —Mamá, te quiero mucho, pero necesito saber qué fue de mi primera familia. Déjame buscarlos, te prometo que siempre voy a regresar contigo y con mis hermanos. Mamá gallina le contestó: —Está bien, mijito, tienes razón, debes tratar de encontrar a tu familia y a tu hermanito, pero cuídate mucho, y siempre recuerda que yo te amo. Así fue como Agui llegó a esta conclusión: “Por mi naci- miento, por mis genes, soy un águila, pero los lazos de amor y por el lugar en donde he crecido y me cuidaron, soy un gallo. Por lo que desde hoy, te aviso, mamá, mi nombre será Aguigall”. Lucía Mireles nació en 1935 y es originaria de Sabinas Hidalgo, Nuevo León. Recientemente llegó a radicar a Ensenada y le dará gusto recibir comentarios en el correo [email protected] Presentación L a Cenicienta del Pacífico ha sido escenario de una larga tradición de escritores. Con sólo partir del encuentro anual Voces en el Puerto, que desde hace casi dos déca- das reúne voces vitales y el talento literario de nuestra ciudad, se pueden citar a muchos autores que alimentan la historia de nuestras letras. Hoy desde Urbanario, este escaparate de difu- sión de las letras que se propone ser, buscamos que los poemas, los cuentos y el pensamiento de nuestros escritores salgan a la calle y se queden cerca de los lectores. Sean ustedes bienveni- dos. GO. Urbanario No. 1. Mayo 2011 Cerrojo Carlos Román C uando H salió de casa esa mañana, cerró la puerta con llave. Esto es algo que hacía todos los días y no tenía nada de extraordinario, sin embargo algo le hizo sentir que no debía dejar el departamento cerrado, y por un instante conside- ró seriamente abrir de nuevo la cerradura, pero no lo hizo. K bajaba por las escaleras y lo saludó con un gesto rápido, de intención mínima, de mucha prisa. Mientras la mujer bajaba hasta la calle, H permaneció quieto frente a su puerta, guardán- dose las llaves en el bolsillo del saco con un pequeño retorci- miento en la cara que pretendió ser una sonrisa. Mil cosas pasaron por las cabezas de ambos vecinos, pero ninguna de ellas fue expresada. Por la noche, cuando H subió a disculparse con K por lo del sábado anterior, ella no mostró rencor alguno. Incluso le sirvió café, le convidó del suave pan de higos que había traído de la tienda de Morientes, y se acordó de darle el libro que había pro- metido prestarle. K le dijo entonces que las cosas se complicarían y tendrían que estar preparados. Pero entonces H solamente sorbió un poco de café con la boca llena de pan de higos. Luego la miró a los ojos y le dedicó una mirada de dulzura. K le hizo una mueca de enojo y se levantó, molesta, a alcanzar sus cigarros, que estaban encima del refrigerador. H y K estaban en problemas. Los dos lo tenían claro pero no sabían cómo salir del embrollo. Un avión que volaba a baja altu- ra llenó la escena con un estruendo lento, espeso, que cimbró un poco la ventana de la cocina. H sintió entonces una pesadez en la boca del estómago, pero no lo mencionó. Luego H bajó a su departamento, sin despedirse. Al llegar vio que la puerta se había quedado mal cerrada, pero no le dio importancia. K, en su recámara, lloró toda la noche. Carlos Román es miembro de la generación X, astrónomo de profesión y entusiasta de la ironía. Este cuento forma parte del volumen inédito Mi libro de geometría, de futura aparición. [email protected] Recelo del cielo Jazmín Cato Cortés III G ritan las olas con sus dedos nerviosos tecleando textos fugaces en la página plácida de arena, tambores de plata, despojo y arrebato a un solo tiempo Con sus entrañas de flechas vagabundas vestidas de peces o de monstruos, con desgarros incesantes en su selva líquida de guerrillas tropicales, dolor sublimado de una transparencia sin tiempo. Se está cayendo el cielo para dejar de ser esa bandera cóncava del planeta eterno prisionero poblado de intentos vanos, de nostalgia derramada, de gotas hacinadas, desaforadas ráfagas celestinas que el sol a diario aguarda. IV Protesta el mar indomable, reguero de plata y burbujas con ensayos repetidos de barítonos desgobernados, orquesta sin dueño de contrabajos frustrados. Se está cayendo el cielo para convertirse en mar. Jazmín Cato Cortés es originaria de la Ciudad de México. Egresada de la Facultad de Medicina de la UNAM. Integrante del consejo editorial de la revista del Colegio Médico y a cargo de la sección de entrevistas a los médicos de mayor edad de la ciudad del 2003 al 2005, en un intento de reconstruir su pasado y conjurar la desmemoria de los otros. Colabora- dora del periódico El Vigía con la columna semanal “Serena Morena” del 2004 al 2006. Autora de poemas para la antología poética El Salto publicada en marzo del 2011. [email protected]

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Digitalis

René Pinet Plasencia

On croyait qu’il pourrait surePour ne plus aimer de le dire,Pourtant ça devait être a nous

―L’amour est bien plus fort que nous.BAROUH**

Somos de distintos planetas tú y yo,Uno ante otro en imagen digital,

Adivinando, reconstruyendo del otro la raíz,Contándonos de la última nevada,De este monstruo, de aquel ave.Uno en cada órbita, uno en cada giro.

Compartimos en el tiempo un mismo giroTocando atmósferas tú y yo.Dos cerraduras para la misma llave.Nuestro tiempo es todo, menos digitalY, hasta en la peor ventisca nevadanuestros jardines conservan tibia la raíz.

Tan lejos de nosotros, la raíz,Que volveremos a ella en el último giro.Recuerdos confusos, cabeza nevada,Tú y yo,Cuando nuestra única seguridad sea digital,Táctil, cuando la clave.

Del mundo no sea ya La Clave.Seremos entonces la raízQue todos al fin compartiremos. DigitalEncanto al que aportaremos un giroEn la música que oímos tú y yo;Suave, como pasos después de la nevada.

Cómo nació Aguigall

Lucía Ema Mireles

El pollito mayor despertó cuando el nido, hecho de paja y café, se balanceaba peligrosamente entre la fronda verde del

aguacate. Desde temprano en la mañana había soplado un viento fuerte de los que tiran hojas, arrastran ramas y asustan a los be-bés. Los pilluelos habían quedado solos después de que su mamá salió a buscarles semillas y gusanitos para comer. Los acarició con sus alas, tan protectoras, se despidió de ellos diciéndoles que regresaría pronto y les recomendó que tuvieran cuidado ya que todavía no podían ni volar ni caminar.

El miedo del pollito se acrecentó con las sacudidas que daba el nido. Hizo lo posible por mantenerse junto al cuerpo tibio de su hermanito que aún dormía. Una violenta ráfaga de aire lo arrojó del nido. El pobre polluelo no pudo hacer nada más que planear con sus alas de plumas mal formadas y húmedas. Cayó finalmente a un suelo duro y pedregoso que lastimó su cuerpo. Empezó a llamar a su mamá. Después de un rato escuchó un sonido parecido a la voz de ella. Era un piar extraño. Agudizó su oído y su vista, que era una de sus mejores dotes. Unos cuerpos como bolitas amarillas con una cabeza pequeña de ojos muy ne-gros caminaban hacia él. “¡Que águilas tan raras y feas!”, se dijo.

A su vez uno de los pollitos terrestres y amarillos, dijo:

—¡Mamá, mamá! ¡ven a ver!, ¡hay un pollo muy grande y muy feo en el pasto seco!

Mamá gallina se acercó a ver.

—Nunca había visto uno de ese tamaño, es una miniatura, pero creo que es un bebé de águila. No podemos dejarlo tirado, llevémoslo a nuestro nido en el gallinero.

Con sus alas y su pico sacudió la tierra del polluelo y limpió sus heridas. Ayudada por sus hijos, mamá gallina llevó al bebé águila al gallinero y lo puso con amor en su nido, le dio agua, avena y arroz, y lo curó.

Cuando las otras gallinas, patos y demás habitantes del lugar vieron al polluelo hicieron un gran escándalo. Dijeron que ese animal al crecer los atacaría, y que lo mejor era darlo a los rato-nes o a las comadrejas para que se lo comieran. —¡Claro que no! –dijo mamá gallina–, es sólo un bebé.

—Por lo menos déjalo en donde lo encontraste –propuso la gallina de plumas rojas, que en el vecindario tenía fama de ser más sabia. —No puedo tirar un bebé, tampoco abandonaría a ningún ser herido –contestó mamá gallina.

Así el bebé águila se quedó a vivir en el gallinero. Fue apren-diendo todas las cosas que un pollito decente debe saber. Iba con mamá gallina y sus hijos a todas partes. Era siempre el último en la fila, pues le resultaba muy difícil caminar como su nueva familia. A todos los habitantes de la granja –es decir, patos, gan-sos, borregos y hasta caballos– les provocaba mucha risa. Con frecuencia se caía, y su pico, que ya empezaba a ser fuerte como los de su raza, quedaba ensartado en la tierra y su cara y sus ojos se llenaban del polvo y el lodo del camino. Mamá gallina y sus hijos lo rescataban y le limpiaban la cara y los ojos.

Ahuyentas el frío, como una nevadaEn la tarde: tibia, suave.Ya me parecía que tú y yoÍbamos a encontrar un lugar para esa raízQue tanto nos cuesta compartir; para ese giroQue no acabamos de digitar.

Ayúdame a pasar lo digitalDe mi cabeza a mis manos; la nevadaDe mis manos a mis pasos. Que en el giroDe tu danza mi naveAlcance a tu raíz,Y que tú y yo,

Como las dos alas de un ave digitandoLa nevada superficie del océano, rocemosEn un giro nuestro puerto. Tú y yo.

______

1Digitalis Es un género de plantas de la familia Plantaginaceae. El término se usa también para un grupo de fármacos (digoxi-na y similares) usados para regular el ritmo cardíaco, recetado a pacientes con corazones defectuosos −y que ha matado a más de uno, me dices.

** “Uno podría creer que bastaría / Para no amar el sólo decirlo, / Y que la decisión sería nuestra, / [Pero] El amor es más fuerte que nosotros.” Francis Lai y Pierre Barouh (1966) `Plus fort que nous’, en Un homme et une femme (Soundtrack). Sony Japan.

René Pinet Plasencia nació en la Ciudad de México en 1949, pero vive en Ensenada, Baja California desde 1972. Es miembro del Taller de Creación Literaria de la Escuela de Artes de la Universidad Autónoma de Baja California desde 2000. Ha publicado un libro de texto, cuentos y poesía. [email protected]

Cuando por fin pudo caminar y correr por sus alas, se percató de que podía volar de una manera como nadie más en el refugio sabía hacerlo.

Empezó con viajes cortos para no preocupar a su mamá y a sus hermanitos. De sus viajes al lago que estaba en medio de tres granjas, llevaba semillas, gusanitos y granos de trigo para ellos. Aprendió a subir a su espalda, entre las alas, a sus hermanos o a cualquier animalito que quisiera pasear y ver el mundo desde lo alto.

Mamá gallina le decía “mi pequeño Agui”, a pesar de que ya había crecido lo suficiente para llevar él solo todas las cosas que conseguían en el campo para comer. Le enseñó a usar su fuerza, que cada vez crecía más, sin lastimarse ni lastimar a los seres pe-queños. Aprendió también a compartir alimentos con los que no tuvieran nada con qué calmar su hambre. Mamá gallina decía:

—Mi pequeño Agui, eres el pollito más lindo y más bueno que he tenido.

Agui recogió varias veces del camino a sus amigos golpeados y maltrechos por haber sido atacados por zorros o por perros de la pradera. Con su pico y patas hacía una camilla de ramas y hojas. Alzaba con cuidado a los heridos y los transportaba por el aire hasta el gallinero.

En una ocasión, siendo todavía muy joven, sin tener ni su pico ni sus garras bien desarrollados, rescató a un conejo del desierto que estaba apunto de ser devorado por una enorme víbora negra. Peleó con ellas hasta sacar de entre la oscuridad de su boca al conejo que temblaba de miedo.

Pero el joven Agui no dejaba de pensar en su primera fami-lia y soñaba con encontrarlos algún día. Hacía viajes más y más lejos para buscar desde la altura entre las copas de los árboles y en las madrigueras.

Mamá gallina estaba orgullosa de su Agui, pero se angustiaba con los largos viajes que él empezó a hacer. Él le dijo:

—Mamá, te quiero mucho, pero necesito saber qué fue de mi primera familia. Déjame buscarlos, te prometo que siempre voy a regresar contigo y con mis hermanos.

Mamá gallina le contestó: —Está bien, mijito, tienes razón, debes tratar de encontrar a tu familia y a tu hermanito, pero cuídate mucho, y siempre recuerda que yo te amo.

Así fue como Agui llegó a esta conclusión: “Por mi naci-miento, por mis genes, soy un águila, pero los lazos de amor y por el lugar en donde he crecido y me cuidaron, soy un gallo. Por lo que desde hoy, te aviso, mamá, mi nombre será Aguigall”.

Lucía Mireles nació en 1935 y es originaria de Sabinas Hidalgo, Nuevo León. Recientemente llegó a radicar a Ensenada y le dará gusto recibir comentarios en el correo [email protected]

Presentación

La Cenicienta del Pacífico ha sido escenario de una larga tradición de escritores. Con sólo partir del encuentro anual Voces en el Puerto, que desde hace casi dos déca-

das reúne voces vitales y el talento literario de nuestra ciudad, se pueden citar a muchos autores que alimentan la historia de nuestras letras. Hoy desde Urbanario, este escaparate de difu-sión de las letras que se propone ser, buscamos que los poemas, los cuentos y el pensamiento de nuestros escritores salgan a la calle y se queden cerca de los lectores. Sean ustedes bienveni-dos. GO.

Urbanario No. 1. Mayo 2011

Cerrojo

Carlos Román

Cuando H salió de casa esa mañana, cerró la puerta con llave. Esto es algo que hacía todos los días y no tenía nada de extraordinario, sin embargo algo le hizo sentir que no

debía dejar el departamento cerrado, y por un instante conside-ró seriamente abrir de nuevo la cerradura, pero no lo hizo.

K bajaba por las escaleras y lo saludó con un gesto rápido, de intención mínima, de mucha prisa. Mientras la mujer bajaba hasta la calle, H permaneció quieto frente a su puerta, guardán-dose las llaves en el bolsillo del saco con un pequeño retorci-miento en la cara que pretendió ser una sonrisa.

Mil cosas pasaron por las cabezas de ambos vecinos, pero ninguna de ellas fue expresada.

Por la noche, cuando H subió a disculparse con K por lo del sábado anterior, ella no mostró rencor alguno. Incluso le sirvió café, le convidó del suave pan de higos que había traído de la tienda de Morientes, y se acordó de darle el libro que había pro-metido prestarle.

K le dijo entonces que las cosas se complicarían y tendrían que estar preparados. Pero entonces H solamente sorbió un poco de café con la boca llena de pan de higos. Luego la miró a los ojos y le dedicó una mirada de dulzura. K le hizo una mueca de enojo y se levantó, molesta, a alcanzar sus cigarros, que estaban encima del refrigerador.

H y K estaban en problemas. Los dos lo tenían claro pero no sabían cómo salir del embrollo. Un avión que volaba a baja altu-ra llenó la escena con un estruendo lento, espeso, que cimbró un poco la ventana de la cocina. H sintió entonces una pesadez en la boca del estómago, pero no lo mencionó.

Luego H bajó a su departamento, sin despedirse. Al llegar vio que la puerta se había quedado mal cerrada, pero no le dio importancia.

K, en su recámara, lloró toda la noche.

Carlos Román es miembro de la generación X, astrónomo de profesión y entusiasta de la ironía. Este cuento forma parte del volumen inédito Mi libro de geometría, de futura aparición. [email protected]

Recelo del cielo

Jazmín Cato Cortés

III

Gritan las olas con sus dedos nerviosostecleando textos fugacesen la página plácida de arena,

tambores de plata,despojo y arrebatoa un solo tiempo

Con sus entrañas de flechas vagabundasvestidas de peces o de monstruos,con desgarros incesantes en suselva líquida de guerrillas tropicales,dolor sublimadode una transparencia sin tiempo.

Se está cayendo el cielopara dejar de ser esa bandera cóncava del planetaeterno prisionero poblado de intentos vanos,de nostalgia derramada,de gotas hacinadas, desaforadasráfagas celestinas que el sol a diario aguarda.

IV

Protesta el mar indomable,reguero de plata y burbujascon ensayos repetidosde barítonos desgobernados,orquesta sin dueñode contrabajos frustrados.

Se está cayendo el cielo para convertirse en mar.

Jazmín Cato Cortés es originaria de la Ciudad de México. Egresada de la Facultad de Medicina de la UNAM. Integrante del consejo editorial de la revista del Colegio Médico y a cargo de la sección de entrevistas a los médicos de mayor edad de la ciudad del 2003 al 2005, en un intento de reconstruir su pasado y conjurar la desmemoria de los otros. Colabora-dora del periódico El Vigía con la columna semanal “Serena Morena” del 2004 al 2006. Autora de poemas para la antología poética El Salto publicada en marzo del 2011. [email protected]

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Urbanario agradece el apoyo de Lourdes González (Cearte) y Salvador Martínez Manzano. Director: Gerardo Ortega. Diseño: emeestudio.com. El tema del mes de junio será La ciudad. Recibimos sus colaboraciones (poemas, cuentos, y artículos) hasta el 28 de mayo en [email protected] se consigue en: Ensenada: Café Tomas, Café Su Taza, Café D´Volada, Cearte, La Alcoba Casa de Té, Café Kaffa, Café Arábiga, Gym Life, Tecnilibros y Arte y Diseño. Monterrey: En la librería Gandhi.

De bolsillo

Lourdes González

Minino, felino mínimoPlácido, presto, hedónicoSuave, cálido, fiel

Tigre de bolsillo, fugazLimpio, ágil, tenaz, y aunque no se crea,extrañas, esperas, conmigo te desvelas.

Lourdes González nació en Ensenada el 7 de noviembre de 1960, es gestora y promotora cultural. [email protected]

Creo

Fabiola del Castillo

En el lúcido poder de la nocheen la mortal mordedura de la estrellaen la líquida piel del viento

en la infinita apetencia del maren el terso hechizo de un beso

Creo

En tu carne, en la míaen los amantes que juegan a la muertey así sueñan con vida

Fabiola Del Castillo nació en San José de Costa Rica en 1972 y creció en la Ciudad de México. Estudió Etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Participó en el Encuentro de Mujeres Poetas en Oaxaca en 1997. Su trabajo ha sido incluido en publicaciones como La Jornada y en la Revista Literaria del Departamento de Español de la Universidad de Florida. En 2009 fundó junto con la escritora Suzanne White el proyecto Bilingus, poesía en dos lenguas, desarrollado en Gra-nada, España. [email protected] Cinco escenas nocturnas

Alejandro Escalante Medina

I

Sé lo que hay en míse llama

puño ardiente en el pechojirón mi nombremanojo de tropiezosy el constante aletear de pequeños milagros

II

acordesvahobrumadeslizamiento del arcosobre el puente tendido por la cuerdala marea en la marismay luego el salto

III

En el fondo de todopacientementeel silenciola calma con que la inundación avanzael blanco de tu piel llevado al límite

IV

el insecto en el frascola goteraque no deja dormirla lenta definición de las ideasen blanco la noche y quévulgar adicciónpor la palabra

V

Estas palabrasson un punto en el mapaun recorridoun vagar en la calle y al finalla casa vacíauna mano sobre la boca abiertacasiduermo

Alejandro Escalante nació en la Ciudad de México y vive en Ensenada desde hace 6 años. Fundó la revista Alebrijes y luego Desnaufragios. Publicó un poemario llamado Esto fue lo que dije. Ha participado en revistas y suplementos culturales de la Ciudad de México y Monterrey. [email protected]

Reseñas

Amanece

Marta Aragón

Sentir la noche amanecida en la bruma de tu aliento,entre el calor compartido de los sueñosy los húmedos tictacs entre la hierba.

Mi sueño se esfuma con la niebla,fugaz suspiro de la aurora.Me encuentro con tus ojos que aún duermeny no escuchan los toquidos del sol tras la ventana.

Marta Aragón nació en Ensenada, Baja California, el 4 de octubre de 1948. Desde hace muchos años se ha dedicado a la docencia en Educa-ción Básica. [email protected] www.http://palabrasdepiedraluna.blogspot.com

Testigo

Pilar Aguirre

Escuché al árbol que cayóde noche tarde lejos

escuchéla arbórea muerte

cruje grita sucumbe

a golpe de hacha asesina

árbol milenario testigo silente

hoy grita

Pilar Aguirre nació en el Distrito Federal de orgullosa familia parrense. Es educadora con estudios de licenciatura en Literatura y maestría en Docencia y Psicoterapia Infantil. Ha publicado el poemario Atado al viento, el fuego, editado por la Universidad de Sonora, así como en va-rias revistas y antologías. Es participante del taller literario coordinado por la escritora Flora Calderón. [email protected]

Setenta

Ana María Gutiérrez

Era inútil. Ya no tenía mariposas coloreándole los párpados, ni primaveras en el pelo. No hubo una noche en la que no

contara las estrellas hasta que se le acabaron. Ya no tenía la piel fresca que saciaba almas sedientas. Pensó en quedarse. Respiró nostálgica. ¿Para qué esperar en aquella banca?

Se alejó caminando, pisando como a hojas secas los sueños.

Ana M. Gutiérrez. Baja California 1973. Contadora cuentacuentos que reside en Tecate. [email protected]

El Salto.Antología poética

La antología poética El Salto es la reunión de

40 plumas, incluyendo la de su compiladora, Elba Jordán Siqueiros, quien se dio a la enorme tarea de reunir vo-ces dispares, unas vehemen-tes, otras enamoradas, algu-nas cronicando la historia o el territorio que les atañe, pero todas con la preocupa-ción de dar una visión del tiempo que les tocó vivir. El libro nos da un diagnóstico parcial de la situación de la poesía femenina contempo-

ránea, al menos en este periodo del 2011 en Ensenada.

En el libro que se puede adquirir en la librería del Cearte apare-cen las siguientes poetas:

Alejandra González Robles, Anel Mora Bahena, Berta Armas La-torre, Blanca Rosa, Villarreal Carmona, Consuelo Sandoval Me-dina (Ixchel), Delfina Ramírez Solórzano, Elba Jordán Siqueiros, Elisa Cecilia González Verdín, Elvia Tadeo Arce, Emelia Vargas Saldaña, Esther Navarro Villarreal, Guadalupe Aripez Tamayo, Itziar Gortazar Rodríguez (Nury), Laura Portillo Bolaños, Lidia Guadalupe García Rodríguez, Liz Durand Goytia, Luz Amparo Barrios Álvarez, Ma. Esther Navejas Juárez, María Isabel Cebre-ro Bañaga, María Jazmín Cato Cortés, María del Pilar Aguirre Muñoz, María del Rosario González Rodríguez, Concepción Ro-dríguez Carrazco, Maritza Elena Núñez Cerezo, Marta Aragón Rodríguez, Martha Patricia Gorosave Rodríguez, Mirna VargasBernáldez, Nicole Molina, Oralia López Serrano, Peggy Boni-lla Castañeda, Rosalva González Flores, Rosario Ramírez García (Roos), Silvia Félix de Cullingford, Socorro Guzmán Miranda, Teresa Flores Valeriano, Victoria Urteaga, Victorina GonzálezRobles, Viridiana Medina Talamantes, Ysabel (María Isabel Campos Murillo), Yolángeles (María Yolanda Molina Moncada) y Zarel Jordán Mendivil.

Las estaciones del día

En la inscripción del vo-lumen se puede leer:

“La lectura de este libro deja la certeza de que quien lo compuso no tiene ya pulso firme al escribir y ha en-contrado, plena y clara, la voz que transmite materia. Cada uno de los poemas po-see un ritmo determinado que conduce a un fondo de vida que se conoce bien: la autora sabe lo que quiere decir, a dónde va, y cuál es la exactitud de las palabras

que deben conformar al imagen y la idea”.

Javier Manríquez describe la manera en que el amor forma parte de este libro: “El amor es el eje alrededor del cual el libro cobra forma. La mayor parte de los poemas de Las estaciones del día se sostiene con brío en un sólido andamiaje: un cónclave de voces que deslizan las distintas maneras de decir el amor.

La estaciones del díaHadassa Ceniceros.Dibujos de José Carrillo Cedillo.Ed. Autor. S/f.

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Hadassa Ceniceros